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Las Casas Astrológicas

El Ascendente y la Primera casa Lo que estamos buscando es lo que mira. SAN FRANCISCO

Dediquemos algunos segundos a imaginarnos cómo puede ser la existencia intrauterina. Al flotar rítmicamente en las aguas de la vida no hay sentimiento alguno de identidad individual o separada, ni conciencia ni cuerpo, o de los sentimientos o pensamientos como diferentes de algo más. Para el soñoliento ser inmerso en un primigenio paraíso, no hay otra cosa que unidad con el resto de la creación. El universo es el sí mismo y el sí mismo es el universo. De forma traumática, el nacimiento nos expulsa de ese ámbito de totalidad oceánica. Nacer significa «asumir» un cuerpo, y es presagio del sí mismo en cuanto individuo Único y distinto. Sobre la base de este momento se traza la carta natal, y a partir de él empieza nuestro recorrido a través de las casas. El Ascendente, que marca la cúspide de la casa Uno, muestra el grado exacto del signo zodiacal que se eleva por encima del horizonte orienta¡ en el momento del nacimiento. Coincidentes con nuestra primera respiración independiente, el Ascendente y la Primera casa proclaman el comienzo de un ciclo, el paso o la etapa inicial en el proceso del Devenir para Llegar a Ser. Todo aquello que nace en un momento del tiempo refleja las cualidades de ese momento. El signo Ascendente sale a la luz y se distingue de la oscuridad en el mismo momento en que emergemos de ese medio oscuro, oculto e indiferenciado que es el útero materno. En otras palabras, el Ascendente aparece cuando aparecemos nosotros, y sus cualidades son no sólo un reflejo de quiénes somos, sino también de cómo nos enfrentamos con la vida. El signo del Ascendente simboliza una faceta particular de la totalidad de la vida, que literalmente busca una «en-carnación» mediada por el ser que nace en ese momento. Dado que se corresponde con el «flash» o «hit» inicial de nuestra existencia individual, el Ascendente queda también incorporado profundamente a la psique, a la manera de un sello que precisa «aquello a lo que se refiere la vida». Atribuimos a la vida las cualidades del signo que se encuentra en el Ascendente o de los planetas próximos. Es la lente a través de la cual percibimos la existencia, la visión que traemos a la vida, nuestra manera de «categorizar» el mundo. Y, puesto que vemos el mundo de esa manera, actuamos y nos conducimos, invariablemente, de acuerdo con nuestra visión. Más aún, la vida responde a nuestras expectativas y nos devuelve el reflejo de nuestro punto de vista. Detengámonos un momento a considerar este concepto. La forma en que percibimos el mundo (nuestra lente) influye tanto en la forma en que nos relacionamos con él como en lo que el mundo nos devuelve. Al «escoger», consciente o inconscientemente, ciertas interpretaciones posibles de las situaciones, o del comportamiento y la acción de las personas (al tiempo que no consideramos otras

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maneras de evaluar las mismas circunstancias), organizamos nuestra experiencia vital de acuerdo con aquello que hemos elegido ver. El Ascendente, que es la primera noción de la vida que nos formamos al nacer, describe algo referente a este proceso de clasificación y selección. En cuanto refleja la imagen innata que tenemos de la vida, el signo del Ascendente colorea nuestra visión de la existencia. Si lo miramos a través de los cristales rojos, el mundo nos parece rojo, y de acuerdo con ello actuamos. Podríamos actuar de manera muy diferente si nuestras lentes nos mostrasen un mundo azul. Por ejemplo, si el que se eleva es Sagitario, percibiremos un mundo de múltiples opciones y posibilidades emocionantes que nos invitan a explorarlo y a crecer. Si en el Ascendente está Capricornio, en cambio, nuestra visión del mundo se dará a través de una lente más reducida por obra del temor, la duda y la vacilación. Las mismas oportunidades de expansión que emocionan y mueven a entrar en acción a Sagitario pueden provocar en el Ascendente Capricornio un estado de terror y de aprensión. Cuando se le presenta una oportunidad nueva, el Ascendente Sagitario exclamará: «Estupendo, ¿cuándo comienzo?». Puesto frente a la misma posibilidad, el Ascendente Capricornio se estremecerá, cavilando: «¿Debo hacerlo? Ya sé que sí, pero ¿seré bastante capaz? Oh, ¡qué responsabilidad tan grande!» [Cualquier planeta o signo que se encuentre en una casa sugiere siempre la manera más natural de llevar a cabo el plan de vida en el ámbito vital que representa esa casa. Para no caer en la repeticion interminable de este concepto, no siempre lo enuncio así explicitarriente en los ejemplos que Liso en esta parte del libro] De acuerdo con el signo que nos marca el Ascendente «fantaseamos el mundo», y después representamos, actuamos el sueño. Así creamos simultáneamente el laberinto y la senda para salir de él. Por ejemplo, los que tienen a Aries en el Ascendente interpretan el mundo como un lugar donde la acción y la resolución son los requisitos previos, y por consiguiente actúan resueltamente. Quienes tienen como Ascendente a Géminis crean un mundo en el cual es necesaria la adquisición de conocimiento y de entendimiento, y por tanto se empeñan en entender la vida. En este sentido, el signo que ocupa el Ascendente es al mismo tiempo lo que estamos buscando y lo que mira. En el capítulo 17 se encontrará una descripción más detallada de cada Ascendente. Es frecuente que el signo que está en el Ascendente, o cualquier planeta que se halle próximo a la cúspide de la casa Uno, describa la vivencia individual del nacimiento. Por ejemplo, Saturno o Capricornio en el Ascendente puede significar un nacimiento demorado, largo o difícil. El nativo con Marte o Aries en el mismo lugar parece que se zambullera de cabeza en la vida, como si estuviera ansioso de «llegar allí para empezar a hacer cosas». Muchos nacimientos con Plutón o Escorpio en el Ascendente han llevado consigo una lucha entre la vida y la muerte, en que la madre o el hijo han corrido gran peligro durante el parto. Los terapeutas que trabajan con técnicas de regresión y rebirthing y al mismo tiempo con astrología, confirman la correlación entre el signo o planeta que se encuentra en el Ascendente y la experiencia del nacimiento. En términos más amplios, el Ascendente y la casa Uno denotan nuestra relación con el arquetipo mismo de la Iniciación. El signo ascendente no sólo describe algo referente al nacimiento real, sino que alude también a las expectativas e imágenes innatas que tenemos toda vez que debemos «dar comienzo a algo». El Ascendente sugiere la forma o manera mediante la cual entraremos en diferentes fases o aspectos de la vida. En cualquier momento en que una vivencia se asemeje a la de un nacimiento, cada vez que nos conectemos con un campo, una faceta o un nivel de la experiencia nuevos, se movilizarán las cualidades del Ascendente y de la Primera casa. Cada nuevo comienzo resuena con las cualidades de los nuevos comienzos anteriores, y vuelve a despertar problemas y asociaciones similares. Quien tiene a Capricornio o Saturno en ascenso, por ejemplo, no solamente

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vacila y se refrena con el nacimiento real, sino con cualquier transición hacia una nueva fase de la vida. El estilo con que enfrentamos la vida en general se revela en el Ascendente y en la casa Uno. La imagen que acude a la mente es la de un polluelo que pica el cascarón para salir del huevo. Podemos tener diferentes maneras de «nacer hacia» las cosas. Un polluelo con Ascendente Cáncer sabe que tiene que salir del cascarón y lo rompe, pero después decide que está más seguro en el huevo que ya conoce. El polluelo con ascendente Tauro será lento para salir, pero una vez iniciado el proceso lo llevará adelante con determinación y constancia. El que tenga Ascendente Leo esperará a que las condiciones sean las adecuadas para hacer una entrada teatral, noble o dignificada, que le permita exhibirse orgullosamente ante el mundo. Como ejercicio, el lector puede tratar de imaginarse de qué manera «nacen hacia» la vida los otros signos ascendentes, o cómo encaran las diferentes fases de la experiencia. El Ascendente puede ser la manera en que salimos del huevo, pero aquello en que nos convierte el crecimiento es el signo solar. En otros términos, el Ascendente es la senda que nos lleva hacia el Sol. Por ejemplo, una mujer con el Sol en Aries y Virgo como ascendente podría descubrir su capacidad -para iniciar conducir e inspirar (Aries) mediante el desarrollo de cualidades propias de Virgo, tales como la evaluación de su energía de manera concentrada y precisa. Un hombre con el Sol en Piscis y con ascendente Libra puede descubrir su manera de curar 1 y de servir a otros (Piscis) por mediación de una relación bipersonal importante o de una actividad artística (Libra). El Ascendente florece en el Sol. 0, como lo expresa Liz Greene, el Sol es el tipo de héroe que somos, pero el Ascendente es la búsqueda en que debemos empeñarnos. El Sol es el porqué estamos aquí; el Ascendente es el cómo llegamos allí. Los signos y los planetas que hay en la Primera casa indican la clase de funciones que serán más valiosas en el proceso de realización de nuestra propia y peculiar identidad. Éstas son las tareas que necesitamos cumplir con el fin de desentrañar más cabalmente quiénes somos. No podemos ser completos mientras no hayamos reconocido, explorado y cultivado esas cualidades. En este aspecto, es útil tener presente que a los signos y los planetas (en cualquier casa) se los puede comparar con un ascensor en un edificio de grandes tiendas. El ascensor puede dejarnos en el primer piso, zapatos de señoras, en el segundo, ropa de hombres, o llevarnos directamente arriba, al restaurante. De modo similar, Marte o Aries -por ejemplo- en un nivel pueden significar impulsividad y precipitación, y en otro valor y bravura. A medida que nuestra conciencia se expande, se nos hace posible desplazar y cambiar los niveles, movernos de una a otra forma de expresión del signo o del planeta. Probablemente sea necesario tener la vivencia de este tipo de cambio de niveles con todos los emplazamientos en la carta natal, pero es especialmente fructífero experimentar de esta manera con las energías de la casa Uno, el área de la carta que tan decisiva es para el descubrimiento de uno mismo. Junto con las casas Tres, Cuatro y Diez, la casa Uno denota algo referente a la atmósfera reinante en el ambiente en que se inicia la vida. Normalmente encontramos los emplazamientos en la Primera casa en los primeros años de la vida, los más formativos. Por ejemplo, si Júpiter está en ella, es posible que la persona cambie de país al poco tiempo de nacida. Con Saturno, puede haber una sensación de penurias o restricciones durante la infancia. Como las energías de la casa Uno son enfrentadas y se despiertan tan tempranamente en la vida, establecemos una íntima identificación con los arquetipos representados por los planetas y signos que allí se encuentran. Si se hace una pequeña incisión en la corteza de un arbolito, una vez que crece, el árbol presenta una herida enorme.

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A la inversa, las energías de la casa Uno pueden describir el efecto que produce a otros nuestra «salida a escena». Si la ocupan Urano o Acuario, por ejemplo, es probable que nuestra llegada signifique desorden y cambio. Si los que se encuentran en ella son Plutón o Escorpio, puede ser que nuestro nacimiento coincida con una crisis de reorientación importante en aquellos que nos rodean. Cualquier signo o planeta que tengamos en la casa Uno, lo llevamos con nosotros allí donde vayamos. Cosa nada sorprendente, puesto que esta casa se asocia naturalmente con el signo, cardinal y de fuego, de Aries, y con el planeta Marte. El fuego cardinal representa un principio que irradia hacia afuera, hacia la vida. En general, los atributos de cualquier signo o planeta que se encuentre en la casa Uno se amplifican en cierto modo al estar en esa posición, como si se hubiera elevado el volumen de su «tono». Si las energías de la casa Uno no son evidentes en la persona, es probable que en la carta haya algo más que esté bloqueando su expresión, y este bloqueo es algo que hay que examinar. Puesto que el signo en el Ascendente tiene una influencia tan grande sobre la manera en que enfrentamos la vida, las cualidades de este signo se reflejarán y encarnarán hasta cierto punto en nuestro porte y apariencia física en general. Muchos astrólogos dicen ser capaces de rectificar una hora de nacimiento incierta evaluando qué signo Ascendente se correlaciona con la configuración física y el aspecto de una persona. Sin embargo, asignar la apariencia corporal solamente al Ascendente es simplificar en exceso las cosas. La carta en su totalidad es vivida y expresada por mediación del cuerpo, y por ende son muchos los diferentes factores de¡ mapa natal que se concretan en la Fisonomía. En su libro Recent Advances in Natal Astrology (Últimos desarrollos en astrología natal), Geoffrey Dean enumera algunos estudios referentes a la relación entre los emplazamientos en la carta y la apariencia a física. La astróloga estadounidense Zipporah Dobyns cree que la posición del regente del Ascendente (el planeta que rige en la cúspide de la casa Uno) es más importante en este aspecto que el signo donde está colocado el Ascendente. La alemana Edith Wangemann establece una correlación entre el signo Ascendente y su regente con la forma de la cabeza, la frente y la estructura ósea alrededor de las cejas. March y McEvers, autores de The Only Way to Learn Astrology (La única manera de aprender astrología), vol. 3, incluyen un interesante capítulo sobre el estudio de la apariencia física. En su opinión, los factores decisivos son el signo en el Ascendente, los planetas en las casas Uno y Doce a no más de 8/9 grados del Ascendente, la situación del regente del Ascendente, el signo solar y los planetas próximos al MC. En general, cuando se evalúa cualquiera de las influencias del Ascendente, es necesario tener en cuenta varios factores: el signo en el Ascendente; el planeta regente (su signo, casa y aspectos); los planetas próximos al Ascendente y en los aspectos del Ascendente como tal. En el momento del nacimiento, de la ilimitada matriz del ser surge una encarnación física de una de las miríadas de posibilidades de la vida. Por más bello que pueda sonar esto, de hecho no nacemos con una comprensión de nosotros mismos como entidades aparte, individuales; tampoco llegamos dotados de una conciencia de nosotros mismos en cuanto manifestación del espíritu universal, ni como expresión de alguno de los múltiples rostros de lo que algunos llaman Dios. Sin embargo, es mediante el desarrollo y el cultivo del signo en el Ascendente y de los planetas en la casa Uno como no sólo llegaremos a ser más conscientes de quiénes somos en cuanto individuos irrepetibles, sino también de cuál es nuestra relación con el todo más amplio del cual formamos parte. Las otras once casas describen etapas ulteriores de este viaje.

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La Segunda casa Mama may have, Papa may have but God bless the child that got his own. (Puede tener mamá puede tener papá, pero Dios bendiga al niño que tiene un mundo propio) BILLIE HOLIDAY

Con la casa Uno, se ha manifestado la chispa inicial de la identidad individual y se ha definido nuestro enfoque general de la vida. La tarea que hay que encarar ahora es la de elaborar más detalladamente quiénes somos, consolidando más el sentido del «yo», o del ego personal. [Podemos definir el ego, según Jung, como «el centro del campo de la conciencia». Nacemos en un estado carente de ego, porque no tenemos conciencia de nuestra existencia como entidad aparte. En la Segunda casa tomamos conciencia de nuestro propio cuerpo; de ahí que se pueda decir que tenemos un ego corporal. En la casa Tres, la mente se diferencia del cuerpo y se establece un ego mental. Una vez establecidas, las fronteras del ego pueden seguir expandiéndose] Necesitamos más definición, más sustancia, más sentido de nuestro propio valor y de nuestras capacidades. Necesitamos cierta idea de qué es lo que poseemos y que podemos llamar propio. También debemos tener alguna noción de lo que valoramos, de qué es lo que nos gustaría asimilar u obtener para, de acuerdo con ello, estructurar nuestra vida. La casa Dos, asociada con el signo terrestre de Tauro y con el planeta Venus, a la que habitualmente se describe como la casa de «los valores, las posesiones, el dinero y los recursos», abarca esta etapa del viaje. Este rótulo que tradicionalmente se le adjudica puede crear la impresión de que la casa Dos no abarca más que cosas concretas y tangibles, que pueden interesar a los inspectores de Hacienda, pero no hay que dejarse engañar: bajo su techo hay muchas más cosas de las que se ven a simple vista. Por más que el nacimiento sea el comienzo de nuestra evolución como individuos aparte, generalmente se necesitan unos seis meses para que podamos reconocer que tenemos un cuerpo, y más tiempo aún para que seamos capaces de diferenciar claramente lo que somos de lo que no somos. Damos un gran paso adelante en cuanto al establecimiento de nosotros mismos como entidades distintas de todo lo demás, cuando nos damos cuenta de que Mamá (que para nosotros es el mundo entero), en realidad no es nosotros. Antes de ese momento, la hemos visto como una mera extensión de lo que somos. Gradualmente vamos desarrollando el sentimiento de habitar una forma física que no es la de ella ni la de nadie más: «Estos dedos son míos, no son los dedos de mamá; éstas son mis manos, no las de ella: me pertenecen, me definen, son lo que yo soy y lo que yo poseo». Pero el descubrimiento de nuestro cuerpo como entidad aparte nos despierta también el sentimiento de nuestra vulnerabilidad y de nuestra finitud, que hasta entonces no se había hecho presente. Con esta comprensión aterradora surge la necesidad de defender ese ser aparte, el sí mismo, de la destrucción y la muerte. Y anhelamos hacer de nosotros mismos algo más estable, permanente, sólido y perdurable. El cuerpo es aquello por lo cual empezamos nuestra definición de nosotros mismos, pero ahora ya está pavimentado el camino conducente a una mayor definición del sí mismo, a medida que vamos adscribiéndonos más y más cosas, de las cuales derivamos nuestra identidad yoica, y merced a las

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cuales le damos sustancia. Con el transcurrir del tiempo llegaremos a tener la sensación de otras cosas que poseemos además del cuerpo: una mente lúcida, una buena capacidad de expresión, una naturaleza simpática, capacidades prácticas, dotes artísticas, etc. La Segunda casa describe tanto lo que poseemos o esperamos poseer como aquellos recursos o atributos que, una vez desarrollados, nos darán el sentimiento de sustancia, valor, dignidad y seguridad que antes obteníamos gracias a nuestra identificación con Mamá. Para la mayoría de las personas, se trata del dinero, aunque su persecución desatinada no conduce a la definición de sí mismo, sino a la desesperación: basta con recordar la cantidad de estadounidenses que se arrojaron por la ventana del décimo piso cuando la crisis del año 1929. En un sentido más positivo, el deseo de tener dinero puede servir como acicate para cultivar ciertas cualidades y facultades que de otra manera podrían mantenerse latentes. Aunque la Segunda casa se asocie tradicionalmente con el dinero, es menester señalar que otras cosas pueden satisfacer la necesidad de seguridad, y hacer más sustancial nuestro sentimiento de identidad, además de fortalecer nuestra cuenta bancaria. En un nivel más básico, la casa Dos es una indicación de lo que constituye nuestra seguridad personal. Aquello que puede representar la seguridad difiere para las diferentes personas. Por ejemplo, si Géminis o Mercurio están en la Segunda casa, la posesión de conocimientos puede ser lo que haga sentir segura a la persona, y es probable que quienes tienen a Piscis o a Neptuno en la casa Dos deriven su seguridad de una filosofía «espiritual» o de una religión. Si hay algo que nos hace sentir más seguros, es natural que hayamos de querer adquirirlo. Los signos y los planetas que se hallan en la Segunda casa sirven también como orientación indicadora de la clase de facultades y capacidades inherentes que podemos cultivar y concretar, y mediante las cuales intensificamos el sentimiento de nuestro propio valor. La casa Dos representa nuestra riqueza innata, a la cual podemos recurrir y que constituye nuestra sustancia, el suelo que podemos trabajar para que produzca. Por ejemplo, si Marte o Aries están en ella, las cualidades potenciales valiosas que la persona podría actualizar estarían en la línea de lo que representan este planeta y este signo: franqueza, coraje y la capacidad de saber lo que se quiere y cómo conseguirlo. Venus y Libra en esta casa pueden otorgar como ventajas un buen gusto natural, talento artístico, diplomacia y savoir faire, o atractivo físico. Cualquier emplazamiento en cualquier casa nos da indicios de la senda que es más natural para nosotros en ese aspecto de la vida. ¿Por qué no prestarles atención? Además de proporcionarnos un inventario de capacidades potenciales, la casa Dos designa también nuestra relación con la esfera del dinero y de las posesiones: es decir, nuestras actitudes hacia el mundo material y las condiciones con que nos encontramos en este. ámbito. Es en esta casa donde se ve si adoramos al dios de la riqueza o si consideramos que el mundo de las formas no es más que maya, ilusión. También indica la manera, el estilo o el ritmo -ya sea ávido, letárgico o esporádicocon que encaramos la necesidad de ganar dinero y el cultivo de habilidades y recursos. ¿Nos aferramos a las cosas con tenacidad o dejamos que se nos escurran entre los dedos? ¿Debemos hacer un tremendo esfuerzo en este campo de la vida, o tenemos la bendición del toque de Midas? ¿Seguimos valorando lo que tenemos una vez que lo hemos conseguido? Por ejemplo, Marte o Aries en la casa Dos podrían indicar una avidez por hacer dinero y, al mismo tiempo, la propensión a gastarlo imprudentemente. Puede haber una tendencia a asociar cuán «macho» uno es, con la capacidad de amasar riquezas y de adquirir posesiones. Es posible que el dinero se gane mediante el ejercicio de profesiones asociadas con Marte, y que pueden ir desde la colaboración laboral con el poder militar establecido a la instalación de una ferretería. En esta casa es muy diferente el estilo de Venus, que en vez de clamar por el dinero, puede atraerlo insidiosamente, y percibir las riquezas como una manera de aumentar su seducción y su atractivo.

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Es probable que el nativo con esta configuración se gane la vida mediante profesiones asociadas con Venus, y que pueden ir desde las bellas artes hasta trabajar en el departamento de cosmética de unos grandes almacenes. Liberace, el popular pianista que hace escandalosa ostentación de sus riquezas y de sus gustos extremados, tiene a Urano en Piscis en la casa Dos. Maquiavelo, el que creía que el fin justifica los medios, habla nacido con Marte en esa casa. Carlos Marx, cuyas teorías políticas y económicas han cambiado la historia, nació con el Sol y la Luna en Tauro en la casa Dos. En términos más amplios, los emplazamientos en la Segunda casa designan aquello que valoramos y que esperamos obtener en la vida, cosa decisiva en grado sumo, porque sobre tales criterios basamos toda nuestra existencia. Cuando nuestros valores cambian, es posible que el enfoque que tenemos de la vida, en su totalidad, se altere de manera espectacular. Durante los años sesenta, veintenas de ejecutivos abandonaron la seguridad de sus trabajos y de sus despachos en Madison Avenue, se despojaron de sus trajes a medida y se enfundaron en tejanos acampanados para irse a California a buscar una nueva vida... y todo por un cambio de valores. La Segunda casa muestra lo que deseamos. La energía del deseo es una fuerza potente y misteriosa: de hecho, lo que deseamos, valoramos o apreciamos determina en gran medida qué es lo que atraemos a nuestras vidas. En lo referente a este principio cabe una alegoría. La gente de un pequeño pueblo tenía tal aprecio por cierto artista mundialmente famoso y aclamado que escribieron a su agente para preguntarle si el ilustre personaje se dignaría visitar el pueblo. La respuesta del agente fue inequívoca: el famoso artista no disponía de tiempo para viajar a un ayuntamiento tan insignificante como aquél. En vez de desanimarse, las gentes del pueblo se organizaron en sociedades para estudiar la vida, la obra y la filosofía del artista que amaban, e incluso hicieron erigir una estatua de él en la plaza del ayuntamiento. Finalmente, a oídos del artista llegó la noticia del entusiasmo y del amor que sentía aquella gente por su obra. Naturalmente, lo asaltó la curiosidad de ir hasta el pueblecito donde tantas cosas giraban en torno de él. Por último, no sólo visitó el pueblo, sino que se sintió tan bien acogido que decidió establecerse allí. Contra todas las probabilidades, la profundidad y la riqueza del deseo y el aprecio del pueblo por el artista habían conseguido, literalmente, atraerlo hacia ellos. Si lo entendemos de esta manera, mediante la valoración y la apreciación de las cualidades asociadas con un planeta que caiga en la casa Dos tendremos la probabilidad de crear situaciones que acerquen a nosotros ese principio o lo traigan a primer plano. Los tránsitos y las progresiones en la Segunda casa indican esos períodos de cambios y alteraciones en la naturaleza de los deseos. Todos tendemos a formar nuestro sentimiento de identidad y de seguridad a partir, principalmente, de lo que tenemos, poseemos o consideramos con apego, ya sea el cuerpo, el hogar, la cuenta bancaria, el cónyuge, los hijos o una actitud Filosófico-religiosa. Sin embargo, derivar una identidad de cualquier cosa externa o relativa es, en última instancia, algo precario y condicional. Cualquiera de esas cosas puede sernos arrebatada en cualquier momento, o perder súbitamente importancia. Incluso nuestro cuerpo, que fue lo primero que rotulamos como propio, y mediante el cual obtuvimos nuestro sentimiento inicial de «yo», es algo de lo que finalmente debemos «desprendernos» y que hemos de sacrificar. Tal vez nuestra única seguridad real provenga de una identificación con aquella parte de nosotros que permanece cuando nos vemos despoja(los de todo aquello que creíamos ser. Parafraseando a Jung, digamos que solamente descubrimos qué es lo que nos soporta cuando todo lo demás, que creíamos que nos soportaba, no nos soporta ya más. Vale la pena reflexionar sobre la sabiduría de ciertas tribus de indios de América del Norte, que exigían que, al término de cada año, el hombre más rico de la aldea -el que había conseguido apropiarse con éxito de la mayor cantidad de riquezas- renunciará a todo aquello que había acumulado.

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La Tercera casa Leemos equivocadamente el mundo, y decimos que nos engaña. TAGORE

En el útero, y durante algunos meses después del nacimiento, nada se percibe como diferente de nosotros: todo se ve como una extensión de lo que somos. Finalmente, llegamos a tener conciencia de nuestro cuerpo como distinto. Descubrimos sus necesidades biológicas y los atributos con que estamos dotados para desempeñarnos en el mundo y poder satisfacerlas. Surge y se consolida el sentimiento de separación física de la madre, y luego el de separación y diferencia frente al resto del medio. Solamente cuando nos hemos distinguido de la totalidad de la vida podemos empezar realmente a ver y a entender lo que nos rodea, y a entrar en relación con lo que encontramos. Tras haber adquirido cierta conciencia de nuestros límites y de nuestra forma, podemos ahora explorar los límites y las formas de otras cosas. En el momento en que llegamos a la casa Tres -la parte de la carta que se asocia con Mercurio y con Géminis- ya estamos lo suficientemente evolucionados como para examinar más de cerca el medio, interactuar con él y formarnos ideas y opiniones referentes a lo que encontramos. Desde un punto de vista evolutivo, la casa Tres corresponde a la etapa de la vida en que comenzamos a gatear y aprendemos a caminar. Suponiendo que nos sintamos razonablemente seguros (que tengamos la sensación de que «mamá está en casa»), y con la salvedad de que el medio no sea demasiado represivo, es natural que disfrutemos de nuestra mayor independencia y autonomía, ya que queremos crecer y conocer. Con ello se relaciona el desarrollo del lenguaje y la capacidad de comunicarse y de dar nombre a las cosas. Aunque todo esto parezca divertido, irónicamente, nuestra creciente autonomía y nuestra facilidad cada vez mayor para operar en el mundo nos enfrentan con violencia al frustrante sentimiento de nuestra propia Incapacidad y pequeñez. En el mundo exterior hay cosas que son más grandes que nosotros, amenazantes, que nos dan miedo; hay ciertas leyes y límites, hay cosas que se nos permite hacer o decir, y por las cuales incluso se nos elogia, en tanto que por otras que decimos o hacemos nos regañan, y hasta nos dan un bofetón. ¡Bienvenido al mundo de la relatividad! ¡Vaya rompecabezas! Ya bastante tarea es encontrar todas las piezas, y ni hablemos de hallar la manera de reunirlas. La mayor parte de los psicólogos afirman que no se desarrolla un verdadero sentido de la individualidad mientras no se aprende el lenguaje: la estructura nombre-verbo, típica de muchos lenguajes, ayuda al niño, durante su crecimiento, a distinguir el sujeto del objeto, y de esta manera, el actor se separa de la acción. (Juanito no es la pelota, aunque pueda arrojar la pelota.) De acuerdo con ello, el niño se hace más consciente del sí mismo en cuanto entidad distinta, en cuanto «hacedor», o bien en cuanto aquel a quien se le hace algo. Todo deja de ser una sola masa amorfa. Por mediación del lenguaje, el niño entra también en el mundo de los símbolos, ideas y conceptos y, por primera vez, es capaz de imaginar secuencias de acontecimientos que van más allá de lo que es Inmediatamente accesible a los sentidos o al cuerpo. Ahora se puede centrar la atención no solamente en lo que se halla presente, sino también en cualidades de existencia hipotética y abstracta. En pocas palabras, con el advenimiento del lenguaje la mente (el sí mismo mental) se libera y se diferencia del cuerpo.

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Tradicionalmente, los astrólogos han asociado la casa Tres con lo que se conoce como «la mente concreta», y la casa Nueve (opuesta a la Tres) con «la mente abstracta». Investigaciones científicas recientes con confirman lo que los astrólogos han sabido siempre: que la mente se puede dividir en dos partes. Una serie de estudios comenzados en los años sesenta demostraron que los lados izquierdo y derecho del cerebro corresponden a diferentes tipos de actividad mental. La «mente concreta» de la Tercera casa (en unión con la casa Sexta, regida por Mercurio) es análoga a las actividades del lado izquierdo del cerebro. Ésta es la parte del cerebro que tiene que ver con el pensamiento racional y secuencial, el aspecto «recopilador de hechos» de la mente. El cerebro izquierdo controla aquella parte de nosotros que puede hablar de lo que experimentamos, analizarlo y clasificarlo. Los emplazamientos en la casa Tres describen nuestro estilo mental --cómo pensamos-, pero con particular referencia a las funciones del cerebro izquierdo. ¿Somos de mentalidad lenta, rápida, lógica o difusa? Nuestros pensamientos, ¿son originales o suelen reflejar lo que piensan quienes nos rodean? Para descubrirlo, hay que examinar la Tercera casa. Además, los planetas y los signos que hay en la casa Tres revelan nuestra relación o actitud hacia el conocimiento mismo. Por ejemplo, es posible que una persona que tenga a Marte en la Tres crea que el conocimiento es poder; pero quizá quienes tengan la Luna en esta casa busquen el conocimiento por la seguridad que les da, por el sentimiento de tranquilidad y bienestar que obtienen al saber cómo funciona algo. De niños, aquello en lo que pensamos se relaciona mayormente con lo que encontramos en nuestro medio inmediato. Los signos y los planetas en la casa Tres indican lo que hay «afuera» para nosotros. Sin embargo, como en el caso del Ascendente y de la casa Uno, los emplazamientos de la casa Tercera revelan nuestra predisposición a percibir ciertos aspectos de la realidad, mientras que descuidamos o pasamos por alto otros. Por ejemplo, quien tenga a Venus en la casa Tres se «beberá» a Venus en el ambiente. Son gentes que naturalmente absorben los aspectos más armoniosos y placenteros de lo que les rodea, aquellas cosas que les estimulan a ser cordiales y armoniosas. Pero los que tengan allí a Saturno tenderán a percibir los aspectos más fríos y más restrictivos del medio, que por ende no será, a ojos de ellos, un lugar lo bastante seguro como para retozar libremente en él. En este sentido, las posiciones en la casa Tercera describen tanto lo que atribuimos al medio inmediato como lo que tomamos de él. «Lo que ves es lo que obtienes.» Tanto el pollo como el huevo están vivos, bien y durmiendo perfectamente en la casa Tres. Entre las primeras cosas con que podemos chocar en el medio inmediato se cuentan los hermanos. La Tercera casa denota nuestra relación con hermanos y hermanas, y también con tíos, tías, vecinos, primos, etc. (Como es obvio, también están presentes la madre y el padre, pero estas figuras son tan importantes que cada una de ellas justifica otras casas como propias.) Los signos y los planetas que hay en la casa Tres definen la naturaleza del vínculo que establecemos con un hermano o hermana; estos emplazamientos pueden ser también una adecuada descripción del hermano o, por lo menos, de aquellas cualidades que proyectamos sobre él (o ella). Por ejemplo, Saturno en la casa Tercera podría significar que tenemos dificultades y conflictos para relacionarnos con un hermano, pero también que lo vemos como frío e incapaz de amar, o que vivenciamos como proveniente de él aquella parte de nosotros que es fría e incapaz de amar. Es un precepto común en psicología que, de una manera o de otra, nos las arreglamos para obligar a otros a que «actúen» o «asuman» aquellos aspectos de nuestra propia psique de los cuales no hacemos uso. El impulso de vivir se orienta hacia la totalidad, y cuando no estamos viviendo nuestra totalidad, el afuera nos aporta los elementos que nos faltan. Aquellas energías de la Tercera casa que no hayamos reconocido como propias no se limitarán a desaparecer; en cambio, hallarán en nuestro medio inmediato algo o alguien más por cuya mediación puedan manifestarse.

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Para los astrólogos que atiendan consulta será útil interrogar a los clientes sobre sus primeras relaciones con hermanos y hermanas, a la luz de los emplazamientos en la casa Tres. ¿Qué lugar ocupaban en el orden de los hermanos: el mayor, el del medio o el pequeño? ¿Tuvieron la sensación de que un hermano menor les usurpaba su posición central en la familia? ¿Un hermano o hermana mayor descargó sobre ellos la frustración de sentirse destronado? ¿Hasta qué punto eran competitivos los hermanos? ¿Recibían diferente tratamiento los varones y las niñas? Finalmente, son sumamente pertinentes, y con gran frecuencia se revelan en la carta, los problemas relacionados con la muerte de hermanos, ya sea antes o después del propio nacimiento. Las pautas de comportamiento que se establecen con los hermanos y hermanas en las primeras etapas de la vida suelen repetirse en etapas posteriores con el marido o la mujer, con el jefe, con colaboradores y amigos. La casa Tres indica también algo sobre la experiencia de escolarización temprana. La escuela nos da oportunidad de ver cómo somos con las personas que no son de nuestra familia, y ocasión de comparar lo que nos han dicho nuestros padres con lo que otros tienen que decir. Aprendemos tanto de nuestros padres como de nuestros maestros. A lo largo de la niñez y de la adolescencia temprana (el período que tradicional mente se asocia con esta casa), asimilamos cada vez más información, a partir de la cual terminamos formando un código de reglas y «verdades» prácticas en función de las cuales damos orden y significado a la vida En la Tercera casa se ve cómo nos va durante esos difíciles años (te formación. En mitología, Mercurio (el regente natural de la casa Tercera) era el encargado de distribuir información a y entre los diversos dioses. De la misma manera, todas las formas de comunicación escribir, hablar, los diversos medios, etc.- se incluyen en esta casa. La mentalidad propia de la casa Tres establece conexiones entre un campo de estudio o rama del conocimiento y otros, y se complace en explorar las miríadas de formas de la vida. A su paso va recogiendo información aquí y allá, y por lo común hace algún esfuerzo por percibir de qué manera se adecuan las partes a una totalidad más amplia. Se adjudica también a esta casa el tono y el color de nuestras experiencias en viajes cortos (por lo cual se entiende, normalmente, dentro del país donde se reside). En general, un planeta en una casa nos predispone a encontrar el principio que simboliza en cualquiera de los diferentes niveles representados por la casa: Saturno en la Tres, por ejemplo, podría dar problemas con los estudios y/o con hermanos, y/o con viajes cortos. Sean cuales fueren las manifestaciones externas, en última instancia este emplazamiento es «sintomático» de un problema subyacente más profundo; el deseo de explorar, descubrir y relacionarse con la vida (casa Tres) se ve acosado por temores y aprensiones (Saturno) que claman por ser examinados y comprendidos. En ocasiones hay una correlación entre el hecho de tener muchos planetas en la casa Tercera y la experiencia de frecuentes cambios de ambiente durante los años de crecimiento. El efecto de estas mudanzas sobre una persona variará de acuerdo con el resto de la carta. Algunas llegarán a alcanzar excepcional flexibilidad y se adaptarán con soltura a diferentes situaciones, en tanto que otras quizá se defiendan contra el dolor de verse arrancadas de los contactos establecidos evitando sistemáticamente trabar relaciones demasiado profundas. Esta última actitud a menos que la enfrenten y la resuelvan, puede acompañarles a lo largo de toda la vida. Es probable que otros compensen una niñez con muchos cambios de ambiente buscando más adelante, a cualquier precio, un hogar estable. Los emplazamientos de la casa Tres se correlacionan frecuentemente con profesiones tales como las de maestro o profesor, escritor, periodista, impresor, técnico en comunicaciones, conferenciante,

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vendedor, transportista, actividades administrativas y cosas semejantes. Johnny Carson, de quien se dice que es uno de los presentadores de programas de coloquios mejor pagados de la televisión norteamericana, nació con la amistosa conjunción de la Luna y Júpiter en la casa Tres. Hans Christian Andersen, el escritor danés cuyos cuentos de hadas siguen fascinando a los niños de todas las edades, nació con la imaginativa influencia de Venus en Piscis en la casa Tercera, además del Sol y Mercurio. Lenny Bruce, el comediante satírico que escandalizó a mucha gente burlándose de lo que otros consideraban tabú, nació con el impertinente Urano en esta casa. En conclusión, la casa Tres describe el contexto en el cual vemos nuestro ambiente inmediato. Es aconsejable recordar que el contenido es función del contexto: la forma en que percibimos determina nuestra manera de relacionarnos con lo percibido. Hay un cuento indio que expresa con toda precisión este punto. Un grupo de personas van andando por un pueblo, poco después de la puesta del sol, cuando, en el suelo, frente a ellos, tropiezan con lo que parece ser una serpiente. Presas del terror, dan la alarma; se alerta a los hospitales y se preparan las ambulancias por si sucediera una desgracia. Todo el mundo huye a refugiarse en la seguridad de su casa. A la mañana siguiente sale el sol, como de costumbre, y con la llegada de la luz descubren que lo que ellos habían creído una serpiente era, en realidad, sólo un largo trozo de cuerda que alguien había dejado tirado en la calle. Semejante escándalo por un trozo de cuerda. Olvidamos con tanta frecuencia el papel que nosotros mismos desempeñamos en la constitución del mundo, que es útil que examinemos la Tercera casa para hacer una evaluación del contexto general por cuya mediación tendemos a interpretar nuestro ambiente inmediato. ¿Tenemos tendencia a ver serpientes o trozos de cuerda? Tomar conciencia de los preconceptos y de las actitudes que nos sugieren los emplazamientos en esta casa nos da, en última instancia, la posibilidad de trabajar de manera creativa dentro del marco de referencia que ellos nos señalan.

El Imum Coeli y la Cuarta casa Quien mira hacia afuera, sueña; quien mira hacia adentro, vela. JUNG

En la casa Uno estamos virtualmente inconscientes de nosotros mismos, en cualquier sentido objetivo; nos limitamos a ser. En la Segunda, descubrimos que tenemos nuestra propia forma y nuestros límites, los cuales nos distinguen de todo lo demás. En la Tercera, nuestra atención se orienta hacia lo que nos rodea, e interactuamos con las otras formas y límites que hay en nuestro medio inmediato para ver con qué se relaciona todo eso. Al comparar lo que somos con lo que encontramos fuera, formulamos más opiniones sobre nosotros mismos. En el proceso perdemos la sensación de serlo todo, pero ganamos en cambio la de ser alguien: alguien que habita en un cuerpo determinado, que piensa de determinada manera y procede de un marco familiar determinado. A medida que nos aproximamos al nadir de la carta -al IC y la Cuarta casa- llega el momento de detenernos a asimilar lo que hemos aprendido. La tarea que enfrentamos es la de reunir nuestros fragmentos y trozos para integrarlos en torno a un punto central, a un «yo» que en lo sucesivo constituirá la base de nuestra identidad. Algunas personas siguen juntando informaciones nuevas durante toda la vida, sin detenerse jamás para consolidarse o arraigarse (demasiada casa Tres e

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insuficiente casa Cuatro). Otras se asientan y echan raíces demasiado pronto, antes de haber explorado la vida lo suficiente (demasiada casa Cuatro e insuficiente casa Tres). No es excepcional que la gente preocupada por su carrera y sus logros externos en el mundo sea tan activa y esté tan ocupada con entrevistas y reuniones que apenas si dedique tiempo a la vida de hogar. De la misma manera, todos tenemos tendencia a dejarnos «atrapar» por las actividades y los acontecimientos externos, y a identificarnos hasta tal punto con ellos, que descuidamos y perdemos de vista el «yo» que está por debajo d e todo ello. Estamos tan comprometidos en lo que vemos, lo que sentimos o lo que hacemos, que nos olvidamos del «yo», que es el que ve, siente o actúa. Aquello con que tropezamos cuando nuestra conciencia se aparta de los objetos transitorios de la experiencia para volver a conectarse con el «yo» subyacente que es el sujeto de toda experiencia, es lo que designan tanto el signo que se encuentra en el IC (cúspide de la casa Cuatro en los sistemas de cuadrante) como los planetas en la Cuarta casa. El sentido de un «yo aquí dentro» que proporcionan el IC y la casa Cuatro presta a todos los pensamientos, sentimientos, percepciones y acciones una unidad interior. De la misma manera que tenemos mecanismos biológicos de automantenimiento y de autorregulación, el IC y la Cuarta casa nos sirven para mantener en forma estable las características individuales de uno mismo. La casa Cuatro representa el «dónde» nos dirigimos cuando nos reinstalamos en nosotros mismos; es el centro interior donde nuestro «yo» regresa a descansar antes de volver a lanzarse a la actividad. Es la base de operaciones desde la cual salimos al encuentro de la vida. Por esta razón, la casa Cuatro ha estado tradicionalmente asociada con el hogar, el alma y las raíces del ser. Los indios de América del Norte creían que al invitar a una persona a su casa, uno le abría su alma. Por oposición a nuestra imagen pública, la Cuarta casa describe cómo somos en la profundidad de nuestro interior. El analista junguiano James Hillman describe el alma como «ese componente desconocido que hace posible el significados. El alma profundiza en los acontecimientos hasta convertirlos en experiencias, y media entre el hacedor y el hecho. «Entre nosotros y los acontecimientos... hay un momento de reflexión; y soul making quiere decir diferenciar este terreno intermedio.» La manera sutil en que una persona convierte los acontecimientos en experiencias aparece en el IC y en la Cuarta casa. El IC y la casa Cuatro significan la influencia que tiene sobre nosotros nuestra «familia de origen», aquella dentro de la cual nacimos. Los planetas y signos en la Cuarta revelan la atmósfera que sentimos en aquel hogar, y el tipo de condicionamiento o de «guión» que recibimos en él, es decir, la herencia psicológica familiar. Pero la casa Cuarta denota también, si profundizamos aún más, aquellas cualidades de las que somos portadores y que se remontan a nuestros orígenes étnicos o raciales: los aspectos de la historia y la evolución acumuladas de nuestra raza que residen dentro de nosotros. Por ejemplo, Saturno en la casa Cuatro o Capricornio en el IC describen en ocasiones una atmósfera hogareña que el nativo sintió como fría, estricta o carente de amor, o con antecedentes de una larga línea de conservadores incondicionales; en cambio, es probable que Venus en la casa Cuatro, o Libra en el IC estén mejor sintonizados con el amor y la armonía en el seno del hogar de origen, y puede que sientan afinidad y aprecio por la tradición de la cual provienen. Situados en esta casa, la Luna o Cáncer se funden fácilmente con el ambiente hogareño, en tanto que Urano o Acuario en esta posición suelen sentirse como extraños en territorio extraño, mientras se preguntan con curiosidad cómo habrán «ido a parar» precisamente a esa familia. Marcel Proust, quien en su obra En busca del tiempo perdido recorrió con incomparable detalle su vida temprana y sus más íntimos sentimientos, así como el funcionamiento de la memoria misma, había nacido con el Sol, Mercurio, Júpiter y Urano en Cáncer, todos en la casa Cuatro.

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Normalmente, la influencia que las figuras parentales ejercen sobre nosotros se atribuyen al eje entre las casas Cuatro y Diez. Desde un punto de vista tradicional, siempre ha sido sensato asociar la casa Cuatro (regida naturalmente por la Luna y Cáncer) con la Madre, y la casa Diez (regida naturalmente por Saturno y Capricornio) con el Padre. La mayor parte de los astrólogos se conformaron con esta clasificación, pero los trabajos de Liz Greene han llevado cierta ambigüedad a este dominio. A partir de su considerable experiencia y pericia como consultora astrológica, Greene se ha encontrado con que, al parecer, la descripción que hacen sus clientes de la relación con la madre se correlaciona más estrechamente con la Décima casa, en tanto que la imagen del padre funciona mejor con la Cuarta? Hay sólidos argumentos tanto en favor como en contra de ambas escuelas de pensamiento. Puesto que la casa Cuatro se vincula con Cáncer y con la Luna, parecería razonable asignárselas a la madre. El útero fue nuestro lugar de origen, y en la infancia somos más sensibles y receptivos a los sentimientos y estados anímicos de la madre que a los del padre. En cuanto a éste, se lo relaciona con la casa Diez, con Saturno y Capricornio: después de todo, normalmente es él quien gana el pan, y el que da la cara al público, y solía ser costumbre que el hijo siguiera la profesión del padre. Sin embargo, los argumentos opuestos son igualmente convincentes: la Luna no es solamente la madre; es también «nuestros orígenes», y el apellido se hereda del padre. De esta manera, él puede estar asociado con la Cuarta casa. La casa Décima es mucho más obvia que la Cuarta, y para el niño la madre es mucho más obvia que el padre. La maternidad es un hecho claro, de primer plano y públicamente reconocible, como la casa Diez. La paternidad es cosa más conjetural, en ocasiones oculta y quizás incluso misteriosa y, por ende, es posible que sea mejor correlacionarla con el oculto y misterioso IC y con la casa Cuatro. Igualmente, en la sociedad occidental por lo menos, la madre es generalmente la primera influencia socializadora que recibe el niño. Durante la niñez, la madre es la gran «negadora»; con ella pasamos la mayor parte del tiempo, y su rol consiste en vigilarnos y enseñarnos la diferencia entre lo que es bueno y aceptable, y lo que es malo y no está permitido. Normalmente, es la madre quien enseña al niño el control de esfínteres, la primera adaptación importante a que hemos de someterlos para conformarnos a los estándares sociales (Saturno, Capricornio y la Décima casa). No creo que sea posible establecer inequívocamente que la casa Cuatro corresponde siempre al padre, y la Diez siempre a la madre, o viceversa. Es más seguro -y quizá más exacto- decir que aquel de los padres que «configura» -es decir, con quien el niño pasa más tiempo, y que tiene mayor influencia en la adaptación del hijo a la sociedad- debe estar asociado con la casa Décima; y el más «oculto», el que es menos visible y, considerado como una cantidad, se aproxima más a una incógnita, debe estar relacionado con la casa Cuatro. En la práctica, después de haber hablado con un cliente, el astrólogo puede adivinar con bastantes probabilidades de éxito cuál de los padres pertenece a cada casa. Si verifico, por ejemplo, que el padre del cl lente es un Géminis con la Luna en Acuario, y encuentro a Géminis en el IC del cliente y a Urano en la Cuarta casa, parece probable que, en este caso, la Cuarta casa sea una descripción adecuada del padre, pero no todas las cartas nos ponen las cosas tan fáciles. Es importante recordar que probablemente los emplazamientos en la casa Cuatro (ya se trate de la madre o del padre) no describirán al padre o madre tal como efectivamente eran en cuanto personas, sino más bien como el niño los vivenciaba: lo que se conoce como imago parental, la imagen a prior¡ e innata que el niño tiene de los padres. La psicología tradicional sostiene normalmente la opinión de que si algo anda mal entre padre e hijo, es por culpa del padre; contrariamente, la astrología psicológica asigna por lo menos la mitad de la responsabilidad al niño, por tener una vivencia determinada del padre. Por ejemplo (suponiendo que la casa Cuatro sea el padre), una

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niñita que tenga a Saturno en la Cuatro responderá preferentemente a los aspectos saturninos de la naturaleza de su padre. Él tendrá probablemente muchas cualidades diferentes de las que van asociadas con ese principio arquetípico, pero la criatura percibirá selectivamente y con preferencia los rasgos saturninos. Es probable que el padre sea bondadoso y cálido el 75 por ciento de las veces, pero lo que la hija registre será ese 25 por ciento en que es frío e intolerante. Lo más frecuente es que haya una confabulación entre la imagen parental que registra la carta del hijo y los emplazamientos claves en la carta del padre. Es probable, por ejemplo, que la carta del padre de la niña con Saturno en la Cuarta casa tenga el Sol en Capricornio, ascendente Capricornio o una conjunción Sol-Saturno. Sin embargo, aun si la carta del padre no se aproxima tanto a la descripción de los emplazamientos en la Cuarta casa de ella, es frecuente que la predilección por ver a uno de los padres de una manera determinada tenga el efecto de convertir a la persona en aquello que está siendo proyectado sobre ella. Si, aunque él le demuestre amor y generosidad, la niña continúa reaccionando hacia su padre como si fuera una persona cruel y rígida, es posible que éste se sienta en última instancia tan frustrado que se vuelva hosco con ella, o que renuncie a todo esfuerzo y la evite totalmente. Entonces, la niñita puede decirse para sus adentros: «Qué canalla; yo siempre supe que era así». Pero cabe preguntarse si realmente lo era. Nacemos con el esqueleto de ciertas predisposiciones y expectativas innatas, pero las experiencias que tenemos cuando niños van recubriéndolo paulatinamente de carne. Interpretamos el medio de cierta manera, y por ello tomamos posturas concretas, hacia nosotros mismos y hacia la vida «exterior» en general, las cuales se basan en esas percepciones. La niñita con Saturno en la casa Cuatro que hemos tomado como ejemplo tiene ya algunos enunciados existenciales sobre cómo es la vida que ocupan un lugar prominente: Mi padre no me ama» y «Mi padre es un canalla», por no citar más que dos. Y los llevará dentro de sí incluso después de haberse alejado del hogar paterno, hasta que culminen en actitudes más definitivas, como: «Los hombres me encuentran indigna de amor» y «Todos los hombres son unos canallas». Al tomar conciencia de los orígenes de tales actitudes, se deja margen a la posibilidad de cambiarlas, o de encontrar otras maneras de organizar la experiencia. La profundización en la casa Cuatro, que muestra cuáles son los arquetipos activados en las primeras etapas de la vida hogareña entre nosotros y aquel de los padres que está en juego, puede favorecer en gran medida este proceso. Además de describir nuestros orígenes heredados, y aquello que reside en lo más profundo de nosotros mismos, la Cuarta casa se asocia con el hogar en general. ¿Qué clase de atmósfera hogareña creamos? ¿Qué es lo que atraemos allí hacia nosotros? ¿Cuáles son las cualidades del medio hogareño con que más naturalmente resonamos? Éstas son preguntas que podemos responder examinando los planetas y signos en la Cuarta casa. T. S. Eliot escribe que «en mi comienzo está mi fin». La Cuarta casa nos da una imagen de nuestros orígenes, pero también se asocia con la forma en que damos término a las cosas. Nuestra manera de resolver en última instancia un problema o de «cerrar la sesión se relaciona con los emplazamientos en la casa Cuatro. En caso de estar allí, Venus termina pulcra y limpiamente las cosas, bien atadas en un elegante paquetito. Saturno puede demorar las terminaciones o aceptarlas a regañadientes. Es frecuente que la Luna y Neptuno se escurran fuera silenciosa y pacíficamente, en tanto que Marte y Urano se van «dando un portazo». La casa Cuatro sugiere también condiciones que rodean la segunda mitad de la vida. Lo que se encuentra más profundamente dentro de nosotros sale fuera hacia el final. Somos muchos los que, después de los cuarenta, y conmovidos tal vez por la muerte de uno de los padres, tomamos cada vez más conciencia de nuestra propia mortalidad, y de que nos queda menos tiempo para

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desperdiciar. Ésta puede ser la base para que nos mostremos dispuestos a hacer más espacio en nuestra vida a la expresión y comunicación de nuestras necesidades y sentimientos más íntimos. Además, una experiencia directa de la vida es un requisito previo al descubrimiento de uno mismo, de modo que no es sorprendente que nuestras motivaciones más íntimas y más profundas no puedan aflorar hasta nuestros últimos años. Un ejemplo extremo de ello son las confesiones en el lecho de muerte, en que las personas revelan dramáticamente verdades, referidas principalmente a sí mismas, que habían mantenido ocultas durante décadas. La psicoterapia, la reflexión sobre nosotros mismos, diversas formas de meditación -cualquier cosa que nos lleve al interior de nosotros mismos- traen a la superficie las energías de la casa Cuatro, y pueden hacer que dispongamos más conscientemente de esas energías desde una etapa más temprana de la vida. Mejor que descuidar lo que se encuentra en sus profundidades, lo aconsejable es hacer frente lo antes posible a los emplazamientos difíciles en esta casa. La Cuarta casa, lo mismo que el pasado, siempre llega a darnos alcance.

La Quinta casa Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como estos niños, no entraréis en el Reino de Dios. MATEO 18, 3

En la casa Cuarta descubrimos nuestra identidad propia y distinta, pero en la Quinta nos regodeamos en ella. El fuego de la casa Uno arde sin saber siquiera que está ardiendo; el de la casa Cinco lo hace con plena conciencia, jubilosamente atizado por el sí mismo. La naturaleza de la vida es crecer, y esta casa (asociada naturalmente con Leo y con el Sol) refleja nuestra urgencia por expandirnos, por ser cada vez más y por irradiar lo que somos hacia afuera, hacia la vida, como el Sol. En el momento en que llegamos a la casa Quinta ya sabemos que no somos todo, pero no estamos contentos simplemente con ser «alguien»; queremos ser alguien especial. No somos todo lo que existe, pero podemos tratar de ser lo más importante que existe. La función del Sol en nuestro sistema solar es doble: brilla, da calor y vida a la tierra, pero sirve también como principio organizativo central en torno del cual los planetas describen sus órbitas. En este sentido, el Sol es como el ego personal, el «yo», el centro de conciencia alrededor del cual giran los diferentes aspectos del sí mismo. Los individuos con emplazamientos fuertes en la casa Cinco participan de las cualidades del Sol. Necesitan brillar y crear desde su propio interior; necesitan sentirse influyentes; y necesitan sentir que hay otros que giran en torno de ellos. Para algunos, esto significa literalmente ser siempre el centro de la atención, una avidez de ser adorados, como el Sol. Conocí a una mujer con el Sol y Marte en la casa Cinco, que no podía tolerar encontrarse en una habitación con el televisor encendido, porque eso significaba que en la habitación podía haber personas que no estuviesen pendientes de ella. Debemos recordar que, por más que su posición central y su importancia sean vitales para nosotros, el Sol no es el único sol de la galaxia, sino sólo uno de tantos. La letra de una conocida canción nos recuerda que «todos somos estrellas». Profundamente enclavado en nuestra psique, y reverberando en la totalidad de la casa Cinco, hay un deseo innato de que nos reconozcan por nuestras cualidades especiales. De niños creemos que cuanto más simpáticos, encantadores y cautivantes seamos, con más seguridad mamá ha de querer

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amarnos y protegernos. Esclavizar y fascinar a otros mediante nuestro encanto y nuestro valor peculiar es una manera de asegurarnos de que nos alimenten, protejan y cuiden, con lo que es más probable que sigamos vivos. Otra nota definitoria de la casa Quinta es su generosidad, que significa simplemente «capacidad de producir». Estos dos principios, la necesidad de ser amados por lo que tenemos de especial y el deseo de crear desde nuestro propio interior, están en la base de la mayor parte de las asociaciones tradicionales con la casa Cinco. Esta casa es la zona de la carta que se atribuye a la expresión creativa, en su forma más obvia en actividades artísticas, aunque la creatividad de la casa Cinco no necesita limitarse a pintar un cuadro o ser bailarín. Los científicos o los matemáticos pueden entregarse a su obra con tanta pasión y espíritu artístico como Picasso o la Pavlova. Los signos y planetas en la casa Quinta dan indicios de las posibles canalizaciones de la expresión creativa. Mercurio o Géminis en esta casa pueden denotar talento para escribir o para hablar en público; Neptuno o Piscis pueden estar absorbidos por la música, la poesía, la fotografía o la danza. Cáncer y Tauro podrían exhibir aficiones culinarias, en tanto que Virgo en esta posición puede lucir especiales habilidades para la costura y el trabajo manual. Sin embargo, más bien que describir hacia qué orientación creativa nos canalizamos, los emplazamientos en esta casa sugieren la manera y el estilo con que perseguimos nuestros objetivos. Una pieza de música puede ser un tour de force intelectual (Mercurio o Urano), pero también brotar directamente del corazón (Luna o Neptuno). Hay personas cuya producción nace espontánea y jubilosa, en tanto que otras sufren intensos dolores de parto. Trascendiendo la expresión puramente creativa y por encima de ella, ésta es la casa del actor, y representa nuestra manera de abordar el arte de vivir. Una clienta con evidente acentuación de la casa Cinco se describía como una «profesional», y no usaba la palabra solamente en función de su carrera. Las salidas creativas asociadas con la casa Quinta incluyen también los deportes y la recreación. Para algunos es el reto del atletismo, el desafío y la competición, el placer de ganar y salir primero. Para otros, es el éxtasis mismo del ejercicio y el gozo del enfrentamiento con los elementos o con circunstancias azarosas. De modo similar, corresponden también a la casa Cinco el juego y la especulación bursátil, actividades en las que ponemos a prueba nuestra imaginación y nuestro ingenio luchando contra el azar y el destino. En términos más amplios, la casa Cinco se asocia con los hobbies, las diversiones y las actividades placenteras del tiempo de ocio, cosas todas que impresionan como tremendamente triviales para una casa regida por el Sol y Leo. Sin embargo, al examinarlas resultan ser más importantes de lo que parece a primera vista. Esta casa describe actividades que nos hacen sentir bien con nosotros mismos y contentos de estar vivos. Los hobbies y las diversiones para el tiempo libre nos dan oportunidad de participar en algo que nos gusta y que queremos hacer. Por mediación de esos pasatiempos sentimos el goce de estar totalmente entregados a algo. Desdichadamente, la mayoría de nosotros tenemos carreras o trabajos que no nos permiten semejante grado de compromiso y, a menos que tengamos intereses que durante nuestro tiempo libre nos permitan revigorizarnos y recuperar energías, corremos grave peligro de que el entusiasmo y la vitalidad se nos agoten. Vistos bajo esta luz, los hobbies y los entretenimientos tienen un efecto casi terapéutico. La palabra «recreación» significa literalmente renovar, revitalizar e inspirar con vida y energía. Los planetas y los signos en la Quinta casa sugieren qué tipos de actividades podríamos practicar durante el tiempo libre, y de qué manera abordarlas. También el romance tiene cabida bajo el rubro de la casa Cinco. Además de ser emocionantes, apasionados, desgarradores o lo que fuere, los encuentros románticos aumentan nuestra sensación

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de ser algo muy especial. Nos convertimos en el foco principal de la atención de otra persona y de sus sentimientos, y podemos entregar a otro ser nuestro amor más especial. Los emplazamientos en la Quinta casa revelan de qué manera creamos el «clima de romance» -es decir, el (los) principio(s) arquetípico(s) que más probablemente se activa(n) en tales situaciones-, además de decirnos algo sobre el tipo de persona que inflama nuestros sentimientos. También la expresión sexual se vincula con la casa Cinco. Una buena relación sexual contribuye a nuestra sensación de dignidad y poder, al subrayar tanto nuestra capacidad de dar placer como la de atraer a otros hacia nosotros. Este poder para encantar y mantener la atención de otros es muy tranquilizador, y satisface instintos de supervivencia profundamente arraigados. (Compárese esto con la casa Octava, donde procuramos trascender nuestras limitaciones personales mediante la intimidad) Todo esto nos lleva a una de las principales representaciones de la Quinta, es decir, los hijos, las creaciones del cuerpo y las extensiones Físicas del sí mismo. La mayor parte de las personas expresan básicamente sus impulsos creativos (y simbólicamente se aseguran la supervivencia) mediante la generación de progenie. En tanto que las casas Cuatro y Diez indican de qué manera vemos a nuestros padres, los emplazamientos en la Quinta casa describen los arquetipos constelados entre nosotros y nuestros hijos. Aquí, los signos y los planetas reflejan lo que significa para nosotros nuestra progenie. De la misma manera que los ejemplos tomados de otras casas, también los emplazamientos que se encuentren en ésta pueden ser interpretados de diversas maneras. Por ejemplo, Júpiter en la casa Cinco puede producir literalmente hijos jupiterianos: los nacidos bajo el signo de Sagitario o con Sagitario ascendente, o con Júpiter en conjunción con un ángulo o con el Sol, etc. 0 bien podemos entender que Júpiter en la casa Quinta significa nuestra predisposición a tropezar con Júpiter en ese aspecto de la vida: proyectamos a Júpiter sobre nuestros hijos, o tendemos a registrar en ellos el lado jupiteriano con preferencia a cualquier otro de sus rasgos. Los planetas en esta casa describen también nuestra experiencia en el rol de padres. los que tengan en ella a Saturno pueden sentirse aterrorizados ante la responsabilidad que significa serlo, y temer que no serán capaces de cumplir con ella. En cuanto a la idea que tiene Urano de lo que es criar niños es probable que abarque las teorías más recientes y vanguardistas que existan sobre el tema. Más que limitarse a describir a los hijos externos, se podría con justicia decir que la casa Cinco es la casa de nuestro propio Niño Interno, de aquella parte de nosotros a la cual le encanta jugar y que se mantiene eternamente joven. Dentro de todos nosotros hay un niño (o una niña) natural y espontáneo, que ansía que lo quieran por su propia calidad especial y única. Sin embargo, es frecuente que, mientras somos pequeños esa parte quede anulada. Con demasiada frecuencia, nos aman porque nos adaptamos y nos ponemos a la altura de las expectativas y modelos de nuestros padres, y no por ser quienes somos. De esta manera perdemos la fe en nuestra individualidad en embrión y nos convertimos en lo que el análisis transaccional llama «el niño adaptado». Invariablemente, hemos de proyectar sobre nuestra progenie el estado de nuestro propio niño interior. Podemos curar a ese «niño herido» que llevamos dentro dando a nuestros propios hijos o a otros jóvenes que encontremos el amor y la aceptación que nos fueron negados cuando niños. De cualquier manera que lo consigamos, nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz. Aumentamos y enriquecemos nuestra peculiar identidad, y ejercitamos nuestro propio poder mediante las efusiones creativas de la Quinta casa. Como resultado, incluso es posible que generemos obras de arte asombrosas, ideas y libros valiosos o hijos capaces que de alguna manera hagan su aporte a la sociedad. Sin embargo, beneficiar a la sociedad no es la principal preocupación de esta casa. Basta con evocar la renuencia que sienten muchas personas al tener que entregar al mundo ya sea sus hijos o sus obras de arte. En la casa Quinta, creamos principalmente para nosotros

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mismos, porque el sí mismo encuentra júbilo y orgullo en hacerlo, y porque crear es parte de su naturaleza.

La Sexta casa -Acabo de entrar en el monasterio -dijo un monje a Joshu-. Te ruego que me enseñes. -¿Has comido tus gachas de arroz? -le preguntó Joshu. -He comido -respondió el monje. Joshu le dijo: -Entonces, será mejor que vayas a lavar tu tazón. CUENTO ZEN

El problema principal con la casa Cinco es la tendencia a «pasarse». Expresarnos nos deleita, pero no sabemos cuándo detenernos. En la Quinta casa ya no creemos que seamos todo, pero seguimos creyendo que podemos ser o hacer cualquier cosa. La Sexta casa sigue a la Quinta, y nos recuerda cuáles son nuestros límites naturales, y la necesidad de llegar a una definición más clara de nosotros mismos. Lo mismo que la filosofia del Zen, la casa Sexta nos pide que respetemos y recuperemos la «perfección de nuestra naturaleza original», que lleguemos a ser aquello que sólo nosotros somos (nada más ni nada menos) y que vivamos todo eso en nuestra vida cotidiana. Nuestra verdadera vocación es ser nosotros mismos. La casa Seis amonesta con un dedo a la Quinta y replica: Muy bien, es maravilloso dar expresión a tu capacidad creativa, pero, ¿realmente lo has hecho con tanta lucidez? Ese cuadro no está tan bien, y sin embargo te has agotado quedándote dos noches sin dormir para terminarlo. o bien: Seguro que estás teniendo un romance muy emocionante, pero ¿has examinado los aspectos prácticos de una relación a largo plazo, por no hablar del hecho de que no puedes aguantar la loción que él usa después de afeitarse? o bien: Te felicito por la nena que has tenido. Ahora adapta a ella tu vida y tus horarios, y ocúpate de que no le falten pañales limpios. o bien: ¿Recuerdas aquella fiesta de la semana pasada, en que realmente te desataste? Cuando la evocas, ¿no te parece que quizás hayas ofendido a aquel muchacho tímido del rincón, que ni siquiera pudo decir palabra porque tú monopolizaste la conversación? Ha llegado el momento de hacer inventario de nosotros mismos, de discriminar entre las prioridades, de evaluar el uso que hacemos de nuestro poder y de nuestras capacidades y, sobre todo, de reconocer los límites y la verdad de nuestra propia naturaleza y de nuestra humanidad.

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Por más que se lo intente, una semilla de pera jamás podrá convertirse en un manzano. Ni debe hacerlo, si -como dijo Kierkegaard- creemos que «querer ser aquello que uno realmente es, constituye por cierto lo opuesto de la desesperación» .2 La casa Sexta nos habla precisamente de ceñirnos a nuestro plan y llegar a ser precisamente lo que estamos hechos para ser. Ello nos hace sentir bien; pero las consecuencias de no respetar las verdades de nuestra propia naturaleza son el estrés, la frustración y la enfermedad: otros tantos mensajeros que nos dicen que algo anda mal y que es necesario examinarlo. «La realidad tiene tanto un adentro como un "afuera".» La casa Seis indaga en la relación existente entre lo que somos por dentro y lo que nos rodea en el afuera; la correlación entre el mundo interno de la mente y los sentimientos, y el mundo externo de la forma y el cuerpo. Todos los rótulos tradicionales de la casa Sexta, «salud, trabajo, servicio y adaptación a la necesidad», se derivan de esta conexión cuerpo/mente. Es un hecho básico de la existencia que la vida ha de ser vivida dentro de límites. Por más divinos o maravillosos que nos consideremos, igualmente tenemos que comer, cepillarnos los dientes, pagar las cuentas y hacer frente a las necesidades de la diaria realidad mundana. Además, cada uno de nosotros tiene un cuerpo y una mente determinados, y tiene que cumplir una determinada tarea. En cierto modo estamos «diseñados» para servir a un propósito o función especificados en nuestra propia estructura y naturaleza individual. Nadie puede realizar mejor que nosotros ese propósito. Como mejor servimos es siendo quienes somos. Mediante los necesarios refinamientos y adaptaciones de la casa Seis, llegamos a ser. lo que sólo nosotros podemos ser. Alguien dijo una vez que «trabajar es el alquiler que pagamos por la vida». Para muchos de nosotros, el trabajo es algo que tenemos que hacer con el fin de mantener la existencia cotidiana. También un empleo implica una rutina y una adaptación diarias. Tenemos que llegar allí más o menos a horario, y no podemos llevar una vida tan libre y espontánea como quizá nos gustaría, si sabemos que hemos puesto el despertador para que suene a las siete de la mañana. Tenemos que estructurar nuestro tiempo, establecer prioridades y tomar medidas. En cierto sentido, la necesidad de ajustarnos a un horario rígido nos ayuda a ordenar y pautar la vida. Escapamos de la angustia existencial que podría provocarnos la libertad de opción por la conciencia de que tenemos un trabajo y sabemos dónde nos corresponde estar. Idealmente, sin embargo, la fuerza laboral se compone de diversos individuos, cada uno de los cuales pone en práctica las actividades para las cuales ha aprendido a ser más hábil. El resultado final es un producto perfectamente acabado, o el mantenimiento del adecuado funcionamiento de la sociedad. Los planetas y los signos existentes en la casa Sexta describen problemas relacionados con el trabajo y el empleo, y sugieren los trabajos que potencialmente somos más capaces de hacer. Es probable que los emplazamientos en esta casa revelen la naturaleza de nuestro trabajo; Júpiter o Sagitario podrían indicar un viajante, la Luna o Cáncer alguien dedicado a los niños, y Neptuno o Piscis un trabajo de barman o similar. Pero, mucho más que describir el tipo de empleo, los emplazamientos en esta casa sugieren la forma en que encaramos (o debemos encarar) la realización del trabajo; no sólo lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. Por ejemplo, quienes tengan en esta casa a Saturno o Capricornio quizá prefieran un trabajo estable, con exigencias claramente definidas, y que les permita trabajar en forma lenta y continua, mientras que quienes tienen en ella a Urano y Acuario normalmente se rebelan ante la obligación de tener que marcar en un reloj y más bien prefieren trabajar sin que ningún jefe esté vigilándolos. La naturaleza de las relaciones con los colaboradores aparece también en los emplazamientos de la casa Sexta. Venus o Libra aquí pueden hacer que el nativo se enamore de alguien en el trabajo;

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Plutón o Escorpio favorecen las intrigas y los enfrentamientos complejos. La casa Seis está en «cuadratura natural» con la Tres, y los «asuntos no resueltos» relacionados con los hermanos y las primeras relaciones entre compañeros pueden volver a plantearse con los colaboradores. Las situaciones laborales pueden hacer que nos encontremos en relaciones de desigualdad. Es posible que tengamos a treinta personas trabajando a nuestras órdenes, pero que también nosotros dependamos de otras treinta. Tanto la forma en que ejercemos la autoridad, como nuestra actitud en la posición de subordinados, pueden verse en la casa Sexta. Es una especie de ensayo para las relaciones de igualdad que establecemos en la casa Siete. La casa Sexta describe también nuestra relación con el mecánico que nos mantiene el coche, con el médico y su recepcionista, con el lechero... es decir, con cualquiera que en alguna forma nos preste sus servicios. También nuestras propias cualidades «de servicio», lo mismo que nuestros sentimientos y actitudes más profundas referentes al servicio, se manifiestan en los emplazamientos de esta casa. Es éste un punto que no se ha de tomar a la ligera, ya que para muchas personas la humildad y el servicio constituyen el pináculo de todo humano empeño, el camino hacia Dios y hacia estados de iluminación cada vez mayor. La forma en que usamos nuestro tiempo y la clase de atmósfera que necesitamos para funcionar sin tropiezos en la vida cotidiana aparecen en la casa Sexta- Los signos y planetas que se encuentran en ella colorean las energías que aportamos (o que deberíamos aportar) a las tareas cotidianas y la forma en que encaramos los rituales de la existencia mundana. Marte en esta posición es capaz de limpiar la casa como un «tornado blanco», mientras que Neptuno aún no acierta a recordar dónde dejó la escoba. También los animales domésticos -que acompañan nuestra vida cotidiana- están asignados a la Sexta casa. Ésta puede parecer una consideración trivial, y sin embargo a muchas personas las afecta profundamente la experiencia de cuidar animales. Uno de estos animales domésticos puede servir de «gancho» para las más diversas proyecciones, y para algunas personas, su relación con el perro o con el gato es tan importante como la que mantienen con cualquier ser humano. En ciertos casos, un animal querido alivia lo que, de no ser por él, sería una sensación de soledad o un sentimiento de inutilidad insoportable. La pérdida o la muerte de uno de estos animalitos puede actuar como disparador de múltiples problemas psicológicos y filosóficos. Hay una relación obvia entre el trabajo y la salud, el otro motivo importante de la casa Seis. Por más que la ética del trabajo que domina la cultura occidental pueda parecer extremada, y por más fácil que sea abusar de ella, la necesidad de ser productivo y útil sigue siendo, sin embargo, básica para la naturaleza humana. Un exceso de trabajo resiente la salud, pero es posible que demasiado poco trabajo nos produzca apatía y letargo. Ser laboralmente innecesario no sólo nos priva de una fuente de ingresos, sino también de una fuente de sentido de nuestro propio valor, y de la sensación de tener un objetivo. Diversos estudios han demostrado que las cifras de enfermedad registradas se incrementan en las zonas donde va en aumento la tasa de desempleo. A la inversa, algunas personas se valdrán de la enfermedad como manera de eludir un trabajo que aborrecen o que no es para ellas. La preocupación de la Sexta casa por la artesanía, la perfección y la pericia técnica se aplica tanto a cuestiones de salud como a las del trabajo. En condiciones óptimas, el cuerpo es un mecanismo delicadamente afinado, donde las diferentes células trabajan para bien de la totalidad del organismo. Cada célula es una entidad en sí misma, y sin embargo cada una es parte de un sistema mayor. Cada célula debe «hacer lo suyo», pero cada una debe también someterse a las exigencias de una totalidad mayor. En una persona sana (como en una sociedad sana), cada una de las partes

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(individuos) que la componen se hace valer y, sin embargo, trabaja en armonía con los demás componentes. La casa Sexta nos pide que organicemos nuestras diferentes partes -es decir, mente, cuerpo y sentimientos- en una relación de funcionamiento armonioso. Muchos individuos con emplazamientos en la casa Sexta se interesan especialmente por la salud y la condición física, algunos en un grado obsesivo. En los casos extremos, las dietas y técnicas especiales para mantener el funcionamiento óptimo del cuerpo dominan y estructuran la vida hasta el punto de no dejar mucho tiempo para otras actividades. Sin embargo, muchos excelentes sanadores tienen acentuada la casa Sexta, y eso puede ir asociado tanto con la medicina tradicional como con carreras orientadas hacia la homeopatía, la osteopatía, la herboristería, el masaje y actividades similares. Hemos mencionado ya que el cuerpo, la mente y las emociones operan como una unidad. Lo que pensamos y sentimos afectará al cuerpo, e inversamente, el estado de éste influirá sobre cómo sintamos y pensemos. Psique (la mente) y soma (el cuerpo) están inextricablemente ligados. Los desequilibrios fisiológicos y químicos dan origen a problemas psicológicos, en tanto que una conmoción emocional y mental puede manifestarse en síntomas físicos. Es probable que la Sexta casa revele algo referente a la significación psicológica subyacente en algunas enfermedades. Saturno podría indicar no solamente artritis, sino cierta rigidez en el enfrentamiento con la vida cotidiana. Marte en la Sexta se precipita en la vida, trabaja hasta agotarse de cansancio y, finalmente, terminan diagnosticándole alta presión sanguínea. Sin embargo, referirse a la casa Seis solamente en relación con la salud es una simplificación extrema. The American Book of Nutrition and Medical Astrology (El libro de nutrición y astrología médica de los Estados Unidos), de Eileen Naumann (publicado por Astro Computing Services, San Diego, California), examina en profundidad la astrología médica y lo recomendamos sin reservas. A través de los problemas de la Sexta casa nos refinamos, perfeccionamos y purificamos; en última instancia, nos convertimos en un «canal» mejor para ser quienes somos. Aun siendo el más inspirado de los artistas (casa Cinco), a menos que aprendamos los instrumentos del oficio (casa Seis) -el uso adecuado de pinceles, pinturas y telas- no seremos capaces de concretar o realizar nuestras posibilidades. Se ha dicho que «la técnica es la liberación de la imaginación». Tales son las verdaderas consignas para la Sexta casa. Nos embarcamos en la vida sin tener conciencia de nuestra peculiar individualidad, y para el final de la casa Sexta tenemos un sentimiento mucho más definido de nuestra propia identidad y de nuestro propósito particular. Como la casa Tercera, la Sexta emplea la actividad del cerebro izquierdo para reducir las cosas a partes. El problema con la Sexta es que terminamos por ver el mundo demasiado en función de «lo que soy yo» y «lo que no soy yo». Cuando nos caracterizamos por los rasgos que nos distinguen de los otros -por el peso, la altura, el color de la piel, el trabajo, el coche, la casa- nos quedamos con la sensación de que hay una distinción absoluta entre quiénes somos y quiénes son otras personas. Mientras que el propósito de las seis primeras casas es hacernos tomar conciencia más cabal de nosotros mismos en cuanto individuos separados, a las seis últimas (de la Siete a la Doce) corresponde volver a reunirnos con los otros. De no hacerlo así, la vida es de una soledad terrible.

El Descendente y la Séptima casa Impulsados por la fuerza del amor, los fragmentos del mundo

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se buscan entre sí, para que el mundo pueda llegar a ser. PIERRE TEILHARD DE CHARDIN

La Sexta casa es la última de las conocidas como «casas personales», y representa el refinamiento de la personalidad individual mediante el trabajo, el servicio, la humildad y la atención a la vida cotidiana y al cuerpo físico. La casa Sexta, enfocando la vida con un microscopio, la analiza y clasifica en diferentes partes, y da a cada una de ellas su lugar y propósito adecuados. Ahora sabemos con precisión de qué manera diferimos de todos y de todo. Pero al llegar al término de la Sexta casa hemos llegado a separarnos unos de otros tanto como puede permitírnoslo la vida, y tenemos que aprender una lección nueva: que nada existe en el aislamiento. Cuando llegamos al Descendente, el punto más occidental de la carta, doblamos bruscamente una esquina y nos encontramos encaminándonos de nuevo hacia el punto donde todo empezó. Volver una vez más a conectarnos con el sentimiento perdido de nuestra unidad con toda vida será la labor de las casas Siete a Doce. El Descendente es la cúspide de la casa Séptima, y el punto opuesto al Ascendente. Tradicionalmente se considera al Ascendente como el «punto de la conciencia de sí», y al Descendente se lo considera «el punto de la conciencia de los otros». Describe nuestra manera de encarar las relaciones y las cualidades (junto con los planetas en la Séptima) que buscamos en la pareja. En su libro A Handbook for the Humanistic Astrologer (Manual para el astrólogo humanista), Michael Meyer escribe también que el Descendente (y la casa Siete) denota las clases de actividades que dan al individuo las experiencias «que necesita con el fin de comprender la significación de los otros». De modo similar, la Primera casa es la que tradicionalmente se conoce como «la casa del yo». La Séptima, la que está más alejada de la Primera, recibe el nombre de «la casa de los otros». Se la conoce también como «la casa del matrimonio» y, cosa curiosa, como «la casa de los enemigos manifiestos». Aquí se toma el matrimonio en el sentido de cualquier relación importante basada en un compromiso mutuo, ya sea contraído legalmente o no. En la casa Séptima dos personas se unen con un propósito: realzar la calidad de sus vidas al unirse, crear una familia, obtener mayor seguridad y estabilidad, y aliviar la soledad y el aislamiento. La mayor parte de los textos de astrología enseñan que los planetas y signos de la casa Séptima describen a la pareja matrimonial, o el «otro significativo», y en cierto modo es verdad. A menudo, los emplazamientos en esta casa indican el tipo de pareja(s) hacia quien(es) nos sentimos atraídos. Por ejemplo, es posible que un hombre que tenga la Luna en la casa Siete busque una pareja que refleje las cualidades de la Luna: alguien que sea receptivo, compasivo y afectuoso. Una mujer con Marte en la Séptima quizá se sienta atraída por un compañero que refleje las ,cualidades de Marte: alguien que se haga valer, que sea directo y se imponga. Quizás esté buscando alguien que tome decisiones por ella y que le diga qué es lo que tiene que hacer. Si en la casa Siete hay varios planetas o signos diferentes (como en el caso de una casa interceptada), el problema puede resultar muy confuso porque estaremos buscando en la pareja muchas clases de atributos diferentes. Por ejemplo, en el caso de que una mujer tenga tanto a Saturno como a Urano en la Séptima, andará en busca de alguien que le ofrezca estabilidad y seguridad (Saturno), y sin embargo, al mismo tiempo necesitará de alguien impredecible, atrayente y sumamente individualista (Urano), dos conjuntos de cualidades que difícilmente conviven sin roces en la misma persona. Es probable que comience por casarse con Saturno, se muera de inquietud y de aburrimiento y, al conocer a alguien de Urano, pida el divorcio. 0 puede seguir

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casada con Saturno y tener una aventura con Urano. 0 quizá se case primero con Urano, se divorcie de él por su carácter errático e inestable y luego, con un suspiro de alivio, se refugie en la seguridad de Saturno. 0 si es un poco más madura psicológicamente, puede ser que se case con Saturno y encuentre maneras, inofensivas para la relación, de satisfacer su necesidad de Urano, e incluso que desarrolle más, dentro de sí, la naturaleza uraniana. También puede casarse con un uraniano y ser ella misma quien aporte a la pareja la seguridad saturnina. Más que limitarse a describir la naturaleza del compañero o compañera, los signos y planetas en la casa Siete sugieren las condiciones de la relación: los arquetipos constelados por la unión misma. En ella, Saturno podría indicar una unión basada en el deber y la obligación. Marte en la Séptima es propenso al «amor» a primera vista, a precipitarse en el matrimonio y alternar tempestuosas batallas con reencuentros apasionados. Arthur Rimbaud, el poeta francés contra quien disparó su amante Verlaine, tenía juntos en la casa Siete a Urano y al explosivo Plutón. Rex Harrison, con seis matrimonios en su haber, nació con la abundancia de Júpiter en ella. Como ya dijimos, un planeta o un signo en una casa sugiere la predisposición a hacer frente a ese principio arquetípico por mediación del sector de la vida en cuestión. Los emplazamientos en la casa Séptima son lo que esperamos encontrar en las asociaciones estrechas y, por consiguiente, indican aquellos atributos que más advertimos en la otra persona. Invariablemente, en la carta de nuestro compañero o compañera habrá algo que se confabule con los planetas y los signos de nuestra Séptima casa, y lo más frecuente será que la carta de la pareja refleje casi sobrenaturalmente nuestra casa Siete. Por ejemplo, es muy probable que si una mujer tiene a Marte, Saturno y Plutón en esta casa se encuentre un marido que tenga a Marte, Saturno y Plutón en la Primera, o bien alguna combinación como el Sol en Aries (reflejo del Marte en la Séptima de ella), la Luna en Escorpio (reflejo del Plutón de ella en la Siete) y tres planetas en Capricornio (reflejo del Saturno en la casa Siete de ella). Con respecto al Descendente y la Séptima casa debemos volver a mencionar el mecanismo psicológico de la proyección. En su libro Relating (Relaciones), Liz Greene sugiere que los planetas que hay en el Descendente y en la casa Siete representan cualidades que «aunque pertenecen al individuo, son inconscientes», y que procuramos vivirlas «por mediación de una pareja, o de las clases de experiencias que nos aporta la relación».2 Intentemos ver qué es lo que quiere decir con esto. El Descendente --el punto más hacia el Oeste de la carta- deja de ser visible en el momento en que nacemos. En este sentido, describe lo que en nosotros está oculto, aquello que sentimos que no nos pertenece, porque no podemos -o no queremos- verlo en nosotros mismos. Ahora bien, diametralmente opuestos al Ascendente y a la casa Uno, el Descendente y la casa Siete revelan aquellas cualidades que están en nosotros mismos y que se nos hace más difícil «reconocer y apropiarnos», es decir, aceptarlas y responsabilizarnos por ellas. Sin embargo, y tal como lo señala Jung, «cuando una situación interior no se hace consciente, acontece afuera, como hado o destino». Si permanecemos inconscientes de algo que hay en nosotros mismos, entonces «por fuerza el mundo debe actuar el conflicto y verse desgarrado en mitades opuestas». Dicho con otras palabras, aquello de lo cual no tenemos conciencia en nosotros mismos, nos lo atraemos invariablemente por mediación de otros. Tradicionalmente, se describe al Descendente y a la casa Siete como aquellas cualidades que buscamos en nuestra pareja, pero en un nivel más profundo representan aquellas cualidades que hay ocultas en nosotros mismos y que necesitamos integrar conscientemente, percatándonos de ellas para llegar a estar completos; son lo que Liz Greene llama «la pareja interior». Si hemos suprimido esos atributos en nosotros porque se nos aparecen como desagradables o inaceptables, entonces no es sorprendente que no nos gusten cuando nos vuelven

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por mediación y reflejo de otra persona. De aquí la connotación de la casa Séptima como la esfera de los enemigos manifiestos. Sin embargo, tendemos también a inhibir o «des-conocer» rasgos potencialmente positivos, que pueden ser precisamente los atributos que nos fascinan o nos entusiasman cuando los encontramos en otros. Nos enamoramos de las personas que exhiben abiertamente esos rasgos porque nos hacen sentir más completos y, al casarnos con ellas, «importamos» esas cualidades a nuestra vida. Idealmente, el compañero o compañera puede servir, para esas energías, como una especie de modelo que en última instancia nos permite volver a integrarlas conscientemente en nuestra propia naturaleza. Con demasiada frecuencia, empero, seguimos confiando en que sea la otra persona quien las provea y canalice. Entramos en un juego de polarización con nuestra pareja y seguimos siendo solamente media persona cada uno. Es menester dejar en claro que la proyección no es un mecanismo puramente patológico. Una imagen proyectada es un potencial encerrado bajo llave en el sí mismo. Cuando existe la necesidad de que esta imagen se dé a conocer, el primer paso es percibirla en otra persona. Después cabe la esperanza de que nos demos cuenta de que eso tiene algo que ver con nosotros, y la recuperemos conscientemente. Por ejemplo, es posible que una mujer con Marte en la casa Siete no esté en contacto con su propio poder y capacidad de autoafírmación. Por consiguiente, busca esas cualidades en un hombre. Encuentra una pareja con un Marte prominente, un hombre dominante y centrado en sí mismo que le da órdenes a gritos. Por mediación de él, la nativa ha incorporado a Marte a su vida. Sin embargo, cuando ya no pueda seguir tolerándolo a él en esa tesitura, es probable que se dé cuenta de que también ella tiene derecho a plantear exigencias.. Comienza entonces a defenderse y a hacerse valer, y descubre así a Marte en su propia naturaleza. Una vez que, en mayor o menor medida, hemos reintegrado en nuestra propia identidad las cualidades de la casa Séptima, nos ponemos al servicio de estos principios para exponérselos a la sociedad en su conjunto. Así, una persona con Marte en la Séptima casa podría ser alguien que estimulara a los demás a actuar. Una persona que tenga allí a Saturno podría funcionar como maestro o mentor para otras. Mucha gente que participa en profesiones orientadas a la atención y el cuidado de personas tiene intensamente acentuada la casa Siete, y necesita del fluir casi continuo de un intercambio íntimo con los otros. Es más prudente «canalizar» de esta manera las aglomeraciones en la Séptima casa, para así aliviar a la relación bipersonal de la pesada carga de tener muchos planetas en ella. También los «tribunales inferiores» parecen entrar en el rubro de la casa Siete. Las normas sociales se generan para contrarrestar los excesos de la individualidad descontrolada, y para asegurar cierto grado de equidad y justicia en el comportamiento de los miembros de la sociedad. En caso de que sean transgredidas estas leyes, debe intervenir una fuerza exterior para reequilibrar la balanza. La forma en que nos vaya en este tipo de tribunales también se ve en los emplazamientos en la casa Siete. Esta casa, asociada naturalmente con Libra y con Venus, es la esfera en que aprendemos una mayor colaboración con los otros. Plantea un dilema con la Primera casa: ¿hasta qué punto coopero (Séptima) y hasta qué punto me hago valer tal como soy (Primera)? Por una parte, el peligro está en ceder o matizar demasiado y sacrificar así nuestra propia identidad. Por otra, podríamos exigir a los demás que se adaptasen demasiado a nosotros, y privarlos así de su individualidad. El problema fue claramente expresado por cierto rabí Hillel:

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-Si no soy para mí, ¿quién seré? Y si solamente soy para mí, ¿qué soy?, La Séptima casa nos impone la tarea de enfrentarnos con otra persona y equilibrar ambos extremos de la escala.

La Octava casa Si mis demonios han de abandonarme, me temo que mis ángeles levanten vuelo también. RILKE

La Octava casa tiene muchas etiquetas. Como es la opuesta a la Segunda, que es la casa de «mis valores», a ésta se la llama generalmente «la casa de los valores de los otros». Esto se puede tomar en un sentido. bastante literal. Los signos y los planetas que haya en la casa Ocho sugieren cómo nos va, desde el punto de vista financiero, en el matrimonio, las herencias o las sociedades de negocios. Por ejemplo, Júpiter en esta casa puede hacer un casamiento muy conveniente, recibir de regalo una herencia inesperada, esquivar alegremente al inspector de Hacienda y encontrar buenos socios comerciales. Por otra parte, un Saturno mal aspectado en la Octava puede casarse con alguien que al día siguiente se declare en quiebra, heredar las deudas de algún pariente, soportar una minuciosa investigación del inspector de rentas y elegir unos socios comerciales desastrosos. Tampoco es excepcional encontrar gente con muchos planetas en la casa Ocho en carreras donde está n en juego dineros ajenos: banqueros, corredores de bolsa, analistas de inversiones y contables. Sin embargo, la casa Octava es mucho más que el mero dinero ajeno. Describe «aquello que se comparte» y la forma en que nos fundimos o unimos con los otros. En cuanto elabora y expande lo que se ha comenzado en la Séptima, la casa Ocho es la esencia de las relaciones: lo que sucede cuando dos personas -cada una de ellas con su propio temperamento, sus recursos, su sistema de valores, sus necesidades y su reloj biológico- intentan unirse. Lo más fácil es que se planteen multitud de conflictos: Yo tengo algún dinero y tú tienes el tuyo. ¿Cómo lo gastaremos? ¿Cuánto intentaremos ahorrar cada mes? o bien A mí me gusta hacer el amor tres veces por semana, pero parece que tú lo necesitas todas las noches. ¿Quién gana? o bien Tú crees que la letra con sangre entra, pero yo insisto en que a ningún hijo mío se lo ha de castigar. ¿Quién tiene razón? o bien No sé cómo puedes ser amigo de esa pareja tan irritante. Prefiero que esta noche visitemos a mis amigos. (¿A los amigos de quién terminan visitando?)

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El corredor destinado a encaminarlos por la senda de la bienaventuranza conyugal parece haberse convertido en un cruento campo de batalla, y lo que se ve hacia adelante parece un cortejo fúnebre. A la casa Octava, asociada naturalmente con Plutón y con Escorpio, se la llama también «la casa del sexo, la muerte y la regeneración». En el mito, Plutón -el dios de la Muerte- secuestra a la virgen Perséfone y se la lleva a los infiernos. Allí se casa con ella, y cuando regresa al mundo, Perséfone ha cambiado: ya no es más una niña, sino una mujer. Relacionarse profundamente con otra persona lleva consigo, una especie de muerte el aflojamiento y la destrucción de las fronteras del ego y de la intrincada identidad. La muerte en cuanto «yo» separado nos lleva a renacer como «nosotros». Como Perséfone, mediante la relación nos hundimos en un mundo ajeno. En el sexo y en la intimidad, descubrimos y compartimos partes de nosotros mismos que normalmente se mantienen ocultas. El sexo puede ser considerado como una mera liberación que temporariamente hace que nos sintamos mejor, o bien, mediante el acto sexual, podemos tener la experiencia de una forma de autotrascendernos, de una unión con otro ser. En las cumbres del éxtasis, nos olvidamos y abandonamos a nosotros mismos para fundirnos con otro. Los isabelinos se referían al orgasmo como «la pequeña muerte». Buena parte de nuestra naturaleza sexual se revela en los emplazamientos de la casa Octava. Las relaciones son los catalizadores del cambio. La casa Ocho limpia y regenera, atrayendo a la superficie (generalmente por la vía de una relación actual) problemas que quedaron sin resolver en relaciones anteriores, especialmente aquellos primeros problemas de vinculación con la madre y con el padre. La primera relación de nuestra vida, la que tuvimos con la madre o madre sustituta, es la más cargada, cosa nada sorprendente, puesto que nuestra supervivencia depende de ella. Todos nacemos en este mundo como víctimas potenciales: a menos que contemos con el amor y la protección de alguien más grande y más hábil que nosotros, nuestras probabilidades de supervivencia son muy tenues. La pérdida del amor de una madre no significa solamente la pérdida de una persona cercana a nosotros: podría significar el abandono y la muerte. Somos muchos los que seguimos proyectando esas mismas preocupaciones infantiles en nuestras relaciones posteriores. El miedo a que nuestra pareja no nos siga amando, o a que pueda estar traicionándonos, desencadenará o volverá a despertar los miedos primarios a la pérdida del objeto amoroso originario. Uno tiene entonces la sensación de que su misma supervivencia depende de la preservación de la relación presente. Súplicas y clamores en el estilo de «Si me dejas, me moriré» y «No puedo vivir sin ti» revelan la fuerza de las corrientes subterráneas, provenientes de las tempranas dificultades de relación, que se infiltran en la realidad de la situación actual. Es verdad que de niños podríamos habernos muerto si mamá nos dejaba, pero lo más probable es que, en cuanto adultos, seamos perfectamente capaces de atender a nuestras propias necesidades de supervivencia. Al poner al descubierto estos miedos ocultos y no resueltos, las pruebas y tribulaciones en la casa Ocho nos ayudan a dejar atrás actitudes que, por obsoletas, nos estorban. No toda pareja que tengamos es nuestra madre. Además de nuestros miedos irracionales, es posible que una buena proporción de la indignación y la cólera que en ocasiones sentimos, y que descargamos sobre nuestro compañero o compañera, se pueda «rastrear» retrospectivamente en la infancia y la niñez. Los niños no son pura dulzura, sentimentalismo y claridad. La obra de la psicóloga Melanie Klein ha revelado otro aspecto de la naturaleza del bebé. Debido a su extremo desvalimiento, el niño pequeño experimenta una frustración enorme cuando la madre no entiende ni satisface sus necesidades. Ni siquiera la más hábil de las madres puede interpretar siempre con precisión qué es lo que reclaman los chillidos de un bebé, y la frustración del niño estalla invariablemente en violenta hostilidad. Como las primeras

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vivencias dejan una impronta tan profunda, todos llevamos dentro un «infante rabioso». Cuando nuestra pareja actual nos frustra de alguna manera, es probable que el pequeño chillón vuelva a despertarse. Como Perséfone, secuestrada en el mundo subterráneo, en las relaciones muy intensas todos descendemos a las profundidades de nuestro ser para allí descubrir nuestra herencia instintiva primordial: la envidia, la codicia, los celos, la rabia, las pasiones que bullen, la necesidad de poder y de dominio, y también las fantasías destructivas que pueden estar al acecho, ocultas tras la más gentil de las fachadas. Solamente si reconocemos y aceptamos «la bestia» que hay en nosotros tendremos la posibilidad de transformarla. No podemos cambiar nada sin saber antes que está ahí. No podemos transformar algo que condenamos. El aspecto más oscuro de nuestra naturaleza debe ser traído a la luz antes de que podamos limpiarnos, regenerarnos o volver a nacer. Es probable que antes, en el empeño de negar ese aspecto más oscuro, hayamos sofocado un vasto caudal de energía psíquica. Sin embargo, reconocer nuestro ánimo vengativo, nuestra crueldad o nuestra rabia no significa necesariamente una catarsis o una «actuación» indiscriminada de estas emociones. Un comportamiento así comporta un gasto de energía que posiblemente destruye mucho más de lo que quisiéramos. La clave reside más bien en «reconocer y asumir-» esos sentimientos explosivos, al mismo tiempo que se los contiene. Al volver a conectar con la fuente de energía que se expresa como instintos ultrajados, y encontrar apoyo interno en ella, terminaremos por liberar esa energía de la forma en que se ha visto atrapada. Así desviada, es posible volver a integrarla conscientemente y de manera más productiva en la psique, o bien canalizarla hacia salidas constructivas. Cocerse a fuego lento en un caldo de emociones primarias hasta que éstas se hallen a punto para cambiar no es muy agradable, pero nadie dijo que el trabajo que nos propone la casa Ocho fuese fácil. Esta casa nos ofrece la oportunidad de volver a examinar la conexión existente entre los problemas de la relación actual y los que al comienzo de la vida se plantearon con el padre y la madre. Sobre la base de nuestra percepción del medio, mientras somos niños, nos formamos opiniones sobre la clase de persona que somos, y sobre cómo es para nosotros la vida «de ahí fuera». Estas creencias o «guiones» siguen operando, a mentido inconscientemente, hasta bien entrada la madurez. La niña que creía que «papá era un canalla» se convierte en una mujer que lleva profundamente arraigado el sentimiento de que «todos los hombres son unos canallas». Debido a las leyes del determinismo psíquico, tenemos una capacidad misteriosa y casi espeluznante para atraer hacia nuestra vida precisamente a las personas y las situaciones que sirven de base a esos primeros supuestos. De no hacerlo así, probablemente las percibiríamos en todo caso de esa manera. El objetivo de un complejo es demostrar su propia verdad. En la casa Ocho se excavan las ruinas y los escombros de la infancia. Nuestros enunciados vitales más problemáticos y más profundamente existenciales se descubren, «vivitos y coleando», en las crisis de nuestras relaciones actuales. Con la madurez y la prudencia adicionales que nos conceden los años vividos podemos «limpiar» en parte los residuos del pasado, que han coloreado y oscurecido nuestra visión de la vida, de nosotros mismos y de los otros. El don de la Octava casa es un aumento del autoconocimiento y del dominio de sí, que nos deja en libertad de continuar nuestro viaje renovados, sin el estorbo de un equipaje innecesario. En el caso de que fracasen nuestros intentos de combinar y «elaborar» las volátiles cuestiones que suscita la casa Ocho, podemos tomar los emplazamientos que hay en ella como puntos de referencia para tener una idea de cómo podrían ser los trámites del divorcio. Los aspectos planetarios difíciles

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en la Octava anuncian separaciones traumáticas y acuerdos de divorcio «complicados». Los dos «infantes rabiosos» -y sus respectivos abogados- se encargan de librar la batalla en el tribunal. En la casa Ocho se describen todos los niveles de la experiencia compartida. Además del dominio de las finanzas conjuntas, y de la fusión de dos individuos en uno, esta casa tiene una orientación ecológica más amplia. Todos tenemos que compartir nuestro planeta y sus recursos. El capitalista superdinámico que arrasa indiscriminadamente con bosques sin pensar más que en su beneficio no tiene consideración alguna por los habitantes del bosque, además de estar privando a sus semejantes de un ámbito natural, fuente de belleza e inspiración. La sensibilidad de una persona a estos problemas queda reflejada por los emplazamientos en la casa Ocho. La casa denota también nuestra relación con lo que los filósofos esotéricos llaman «el plano astral». Una emoción fuerte, aunque no necesariamente visible, traspasará de todas maneras la atmósfera que nos rodea. El plano astral es aquel nivel de la existencia donde se reúnen y circulan emociones y sentimientos aparentemente intangibles, pero poderosos. Los lectores de mentalidad más racionalista dudarán quizá de la credibilidad de algo que no se puede ver ni medir. Y sin embargo, casi todos hemos tenido la experiencia de entrar en la casa de una persona y sentir inmediatamente que nos «golpea» algo desagradable, en tanto que en la casa de otra persona nos sentimos como elevados y llenos de bríos. Los planetas y signos en la Octava casa muestran el tipo particular de energías que aletean en el ámbito astral y a las cuales somos más sensibles. Alguien que tenga a Marte en la casa Ocho «captará» el enfado que flota en el aire con más facilidad que quien tenga en la misma casa a Venus; este último percibe más rápidamente cuándo es el amor lo que «está en el aire». En este aspecto, la casa Ocho es afin a las otras casas de agua, la Cuatro y la Doce. En la Octava se muestran las experiencias de la esfera psíquica u oculta, lo mismo que el grado de interés o de fascinación que sentimos por lo que está oculto, por lo que es misterioso o se encuentra por debajo del nivel superficial de la existencia. La muerte, tal como lo demuestran los emplazamientos en la casa Octava, se puede tomar en sentido literal, como la manera o las circunstancias atenuantes de nuestra muerte física. Saturno en esta casa puede mostrarse renuente a morir, temeroso de lo que haya más allá de la existencia corpórea. Neptuno puede morir de resultas de drogas, por envenenamiento alcohólico o ahogándose, o ir desprendiéndose de la vida gradualmente, en estado de coma. Urano puede poner término a todo en forma súbita. Sin embargo, en el lapso de un solo término vital podemos experimentar muchas muertes psicológicas diferentes. Si hemos estado derivando nuestro sentimiento de identidad de una determinada relación, el que ésta se acabe equivale a una especie de muerte del (o la) que hemos sido. De la misma manera, si nuestro sentimiento de vitalidad o de significado en la vida proviene de cierta actividad y debemos renunciar a ella, también eso es una muerte de la forma en que nos conocíamos. Al morir la infancia, nace la adolescencia. La adolescencia se extingue y esa muerte nos ingresa en la edad adulta. Un nacimiento exige una muerte, y una muerte exige un nacimiento. Los signos y planetas en la casa Ocho indican de qué manera nos enfrentamos con esas fases de transición. Es frecuente que los individuos con fuerte preponderancia de la casa Octava sientan que su vida es un libro con muchos capítulos diferentes, o una obra de teatro larga, con nítidos cambios de escenario. Es posible que esa serie de terminaciones y nuevos comienzos nos caiga encima, pero también que nosotros mismos asumamos un papel más activo en lo que nos sucede, destruyendo las viejas estructuras para dar cabida al advenimiento de otra cosa.

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En mitología, los dioses crean el mundo, deciden que no les gusta, destruyen lo que han construido y crean otro. La muerte es un proceso en marcha en la naturaleza. Está también la imagen del dios que muere y que revive, que destruido en una forma, reaparece luego transformado. A Cristo lo crucifican, pero después resucita. Dionisos es descuartizado, pero Atenea, diosa de la Sabiduría, rescata su corazón y el dios vuelve a nacer. Es probable que, como el Fénix, nos veamos temporariamente reducidos a cenizas, pero podemos volver a levantarnos de ellas, renovados. La forma puede ser destruida, pero la esencia permanece, lista para volver a florecer en alguna otra forma. Goethe, el poeta alemán, escribió: «En tanto que no mueras y vuelvas a levantarte / Eres un extraño en la oscura tierra». Bien lo sabe, en algún nivel profundo, cualquiera que haya sobrevivido a los traumas y tensiones de la Octava casa.

La Novena casa La Humanidad se halla a mitad de camino entre los hombres y las bestias. PLOTINO

La casa Octava implica invariablemente cierto grado de dolor; crisis y sufrimiento. Cabe esperar que, al sobrevivir a estas épocas difíciles, salgamos de ellas renovados, purificados y conociéndonos mejor a nosotros mismos y la vida en general. Tras haber descendido a las profundidades Y, de una manera u otra, haber vuelto a salir, hemos llegado a un punto de vista superior que nos permite concebir la vida como un viaje y como un proceso de despliegue. La casa Novena, de fuego, asociada naturalmente con Júpiter y con Sagitario, sigue a las aguas turbulentas de la Octava y nos ofrece una perspectiva más amplia de todo lo que nos ha acontecido hasta ahora. Ya se ha recogido la experiencia suficiente para intentar la formulación de algunas conclusiones referentes al significado y el propósito de nuestro viaje. La casa Novena es el área de la carta referida más directamente a la filosofía y la religión, los ámbitos donde se plantean los «porqués» de la existencia. Es aquí donde buscamos la Verdad y nos empeñamos en evaluar los modelos subyacentes y las leyes básicas que rigen la vida. En cierto sentido, el sufrimiento padecido en la casa Octava nos impulsa en esta dirección, porque el dolor se soporta más fácilmente si podemos vislumbrar algún propósito en el hecho de tener que soportarlo. Además, si el sufrimiento está vinculado de algún modo con la circunstancia de no haber llegado a vivir de acuerdo con las leyes o verdades de la existencia, entonces es probable que el descubrimiento de esas líneas orientativas, y el adherirse a ellas, disminuyan la cuota de dolor que debamos soportar. Los seres humanos nos comportamos como si necesitáramos un significado. Tenemos una manifiesta necesidad de absolutos, de ideales firmes a los cuales podamos aspirar, y de preceptos que nos sirvan para orientar nuestra vida. Si falta el significado, se tiene con frecuencia la sensación de que no tenemos nada por qué vivir, nada que esperar, ninguna razón para esforzarnos por nada y ninguna orientación en la vida. Muchos psicólogos creen que gran parte de las neurosis actuales se relacionan con la carencia de significado o propósito en la vida. No importa que esto sea cierto o no: el hecho es que nos consuela la creencia en que «allí fuera» hay algo más vasto, la convicción de que existe una pauta coherente y de que a cada uno de nosotros le cabe desempeñar un rol determinado en ese modelo. Independientemente de que en última instancia nos toque a nosotros ir creándonos nuestro propio sentido en la vida, o de que nuestra misión consista en ir descubriendo el

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plan y la intención de Dios, el hecho es que la búsqueda de orientaciones y objetivos, así como el sentimiento de una finalidad, constituye el núcleo esencial de la casa Nueve. Esta casa representa lo que se conoce como «la mente superior», es decir, aquella parte de la mente que se vincula con la facultad de abstracción y el proceso intuitivo, por comparación con la mente concreta, tal como aparece en la Tercera casa. Mercurio, el regente natural de las casas Tercera y Sexta, es un recopilador de hechos, en tanto que Júpiter -regente natural de la Novena- denota la capacidad de simbolización de la psique, la tendencia a imbuir de importancia o significado un hecho o acontecimiento determinado. En la casa Tercera se recogen los hechos, pero las conclusiones que de ellos se desprenden se extraen en la Novena: allí los hechos aislados son organizados dentro del marco referencial de una visión más amplia de las cosas, o se los ve como el resultado inevitable de principios de organización superiores. En tanto que las casas Tercera y Sexta son análogas al cerebro izquierdo, que analiza, divide y clasifica, los procesos asociados con la casa Nueve (y con la Doce) se correlacionan con la actividad del cerebro derecho. El cerebro derecho puede identificar una forma que apenas si está sugerida por unas pocas líneas. Mentalmente, entreteje los puntos para formar un diseño. Sintético y «totalista», el cerebro derecho piensa en imágenes, ve totalidades y detecta modelos y pautas. Como dice Marilyn Ferguson, «el [cerebro] izquierdo toma instantáneas, el derecho mira películas». La casa Novena cree con frecuencia que los hechos ocultan en sí un mensaje. Júpiter o Venus en esta casa, por ejemplo, pueden dar la sensación de que todo lo que sucede es en última instancia positivo y ventajoso para nosotros, como si estuviera operando una Inteligencia Superior benigna que guiase nuestra evolución. Saturno o Capricornio en la casa Nueve podrían tener más dificultad en percibir el significado en un acontecimiento, o bien interpretarían dicho significado bajo una luz negativa. Albert Camus, el escritor y filósofo existencialista francés, tenía a Saturno en Géminis en esta casa; creía que los acontecimientos no tienen ningún otro significado superior o absoluto que aquel que nosotros mismos les atribuyamos. Los emplazamientos en la Novena casa describen algo referente al estilo en que abordamos las cuestiones filosóficas y religiosas, además de sugerir la clase de Dios que adoramos, o la naturaleza de la filosofía de la vida que formulamos. Por ejemplo, tener a Mercurio o Géminis en la casa Nueve puede predisponer al nativo a un acercamiento intelectual a Dios, en tanto que Neptuno o Piscis lo predisponen a una búsqueda de la deidad por la vía de la devoción emocional y de la entrega afectiva. Marte hace pensar en un enfoque de la actividad religiosa a partir del dogmatismo y de un espíritu fanático, en comparación con la mayor flexibilidad y tolerancia que en asuntos como éste exhibe Venus. Los planetas y signos que aparezcan en esta casa revelan también la imagen de Dios que tendrá el nativo: es probable que Saturno y Capricornio se formen la idea de un Dios crítico, punitivo, duro y paternalista, a quien hay que obedecer a toda costa. Por otra parte, Neptuno o Piscis en la casa Nueve tienden a ver un Dios de amor y compasión, que se inclina a la benevolencia y al perdón. La casa Tres rige el medio inmediato, y aquello que se descubre explorando lo que está a mano. La Novena describe la perspectiva que obtenemos al dar un paso atrás para considerar la vida desde cierta distancia. De esta manera, la casa Nueve se vincula con los viajes largos. «Viajar» puede referirse literalmente a desplazamientos a otras tierras y a otras culturas, o se puede entender, más simbólicamente, en el sentido de viajes de la mente o el espíritu, que tanto pueden ser la mayor amplitud de horizontes ganada por amplias y variadas lecturas, como la penetración que se obtiene gracias a la meditación y a la reflexión cósmica. Entendido el concepto de manera más literal, mediante los viajes, y mezclándonos con gentes formadas en tradiciones diferentes de la nuestra,

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ensanchamos nuestra perspectiva de la vida. Es probable que el gusto y el estilo de algunas culturas nos atraigan más que los de otras, pero de todas maneras, así tenemos atisbos de otras facetas de las múltiples posibilidades de la vida, y podemos compararlas con las nuestras. Viajar nos permite ver el mundo desde una perspectiva diferente. Es posible que yo mantenga, en Londres, una relación complicada que me genera sentimientos de confusión e incertidumbre; sin embargo, cuando viajo a San Francisco y reflexiono sobre ella, la distancia adicional de 9.600 kilómetros me ayuda en cierto modo a entenderla con más claridad que cuando la relación está ante mis narices. El epítome de una experiencia en la casa Nueve podría ser la visión del mundo que le es concedida al astronauta que reingresa en la atmósfera terrestre. Allí, ante la vista, tiene el cuadro entero: nuestro planeta visto como una entidad en relación con el espacio sin límites. Las preocupaciones ordinarias, mundanas y cotidianas asumen una proporción diferente después de una experiencia así. John Glenn, el primer estadounidense que estuvo en órbita alrededor de la Tierra, tenía a Neptuno y a Júpiter en la casa Novena. Los emplazamientos en esta casa designan los principios arquetípicos con que tropezamos en nuestros viajes, e incluso es posible que nos revelen algo sobre la naturaleza de la cultura o culturas hacia las cuales nos sentimos atraídos. Por ejemplo, Saturno en la Nueve puede experimentar dificultades o demoras en los viajes, o viajar más específicamente para un fin práctico, como pueden serlo el trabajo o el estudio. Henry Kissinger, que fue embajador norteamericano en el extranjero durante el gobierno de Nixon, tiene a Capricornio en la cúspide de la casa Nueve, y a su regente -Saturno- en Libra, el signo de la diplomacia. Si Plutón o Escorpio están en la Novena, es posible que en otro país nos sucedan experiencias que nos transformen profundamente, o que nos sintamos atraídos por un país que tenga a Plutón o Escorpio como elementos dominantes en su carta nacional. El almirante Richard Byrd, el primer hombre que voló sobre el Polo Norte, tenía en esta casa al innovador Urano. Si volvemos a acercarnos a la Tierra, los emplazamientos en la Novena indican las relaciones con los parientes políticos. Así como la casa Tercera a partir del Ascendente describe a nuestros propios familiares, la tercera a partir del Descendente (la Novena) describe los de nuestra pareja. Aquí se verá si las relaciones con ellos son tormentosas o cordiales. Es posible que un pariente político refleje un planeta que tenemos en la casa Nueve, o que reciba la proyección de ese principio. Algunas personas que tienen a Júpiter en la Novena ven el universo en un grano de arena, en tanto que podría ser que otras lo percibieran en su suegra. Los viajes de la mente se describen en la Novena, conocida también como la casa de la educación superior. Generalmente, los emplazamientos que hay en ella expresan el campo de estudio escogido o la naturaleza de la experiencia universitaria en general. Por ejemplo, es posible que Neptuno en la casa Nueve centre sus esfuerzos en graduarse en arte o en música. Pero también ese mismo Neptuno podría indicar vacilaciones y confusión en la elección de materias de estudio, o desilusión y decepción durante la estancia en la universidad. Urano podría rebelarse contra los sistemas tradicionales de educación superior, o estar empeñado en graduarse en algún campo de actividad nuevo o excepcional, o ser la primera persona que consiga ingresar en Oxford a los siete años. La Primera casa es «soy», en tanto que la opuesta, la Séptima, es "somos". La Segunda es «tengo» y su opuesta, la Octava, es «tenernos». De la misma manera, la Tercera es «pienso», y la Novena es «pensamos». La casa Nueve describe las estructuras del pensamiento que se codifican en un nivel colectivo y que no solamente incluyen, como ya mencionamos, los sistemas religiosos, filosóficos y educativos, sino también los sistemas jurídicos y el cuerpo del derecho. La casa Séptima corresponde a los tribunales inferiores, pero la Novena representa los superiores: la ley suprema del país, que rige las acciones del individuo dentro del contexto social más amplio. En la casa Tercera

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aprendemos cosas sobre nosotros mismos en relación con quienes forman parte de nuestro medio inmediato, pero en la Novena se enciende el sentimiento (le nuestra relación con lo colectivo en cuanto totalidad. La casa Nueve va asociada también con la profesión editorial, en que se diseminan ideas en gran escala. Tradicionalmente, los planetas que hay en la casa Diez se asocian con la carrera y la profesión. Sin embargo, las investigaciones de M. y F. Gauquelin han establecido una correlación entre ciertas posiciones planetarias en la casa Nueve y las personas que han logrado éxitos en campos relacionados con la naturaleza de esos planetas. En la Tercera casa examinamos lo que está inmediata y directamente frente a nosotros; en la Novena, vislumbramos aquello que no sólo está mas alejado, sino también por «suceder». Los emplazamientos fuertes en esta casa confieren un grado poco común de intuición y previsión: la capacidad de percibir en qué dirección se mueve algo o alguien. La casa Nueve «sintoniza» con el pulso de una situación, registrando rápidamente las tendencias y corrientes en la atmósfera. Julio Verne, el autor de ciencia ficción tan notablemente dotado para anticiparse a descubrimientos futuros, había nacido con Urano en la casa Nueve. En un nivel, la Novena casa da el profeta y el visionario, en tanto que en otro denota el hombre más capaz para las relaciones públicas o el promotor empeñado en abrir a otros perspectivas nuevas. Las energías de la casa Nueve pueden expresarse en el agente de viajes que le escoge a uno «justamente las vacaciones que necesita»; en el empresario que nos informa confidencialmente sobre la última inversión de absoluta seguridad; en el promotor de la más reciente de las psicotecnologías llegadas a la ciudad, que nos promete la iluminación instantánea en un solo fin de semana, y en el entrenador que con su hábil discurso levanta el ánimo del equipo antes del gran partido; también es el aficionado a las carreras que nos pasa el dato del caballo ganador, o el agente artístico, literario o teatral que descubre el próximo gran talento. En la casa Ocho excavamos en el pasado para desenterrar los restos de nuestra naturaleza primordial e instintiva. En la Nueve miramos hacia el futuro y hacia lo que todavía está por desplegarse. Según cuáles sean los planetas y signos que haya en ella, y sus aspectos, podemos ver un futuro lleno de esperanzas y de promesas nuevas, o uno en que la pesadilla aceche a la vuelta de la esquina, a la espera de que seamos lo suficientemente tontos como para pasar por ahí. En cualquiera de los dos casos, podría sernos útil reflexionar sobre algo que observó una vez santa Catalina: que «todo el camino al cielo es cielo».

El Medio Cielo y la Décima casa Nunca midas la altura de una montaña mientras no hayas llegado a la cima. Así verás cuán baja era. DAG HAMMARSKJÖLD

Lo que la casa Novena vislumbra, la Décima lo trae a la Tierra. En los sistemas de división de casas por cuadrantes, el Medio Cielo -el grado de la eclíptica que alcanza su punto más alto en el meridiano de un lugar cualquiera- señala la cúspide de la Décima casa. El Medio Cielo es el punto más elevado de la carta y, simbólicamente hablando, los emplazamientos que aquí haya se «destacan» por encima de todos los otros en el horóscopo. Las cualidades de cualquier signo o planeta que se encuentre en esta posición corresponden a aquello que en nosotros es más visible y

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accesible a los demás, a lo que «se destaca» en nosotros. En tanto que el IC y la Cuarta casa (la casa opuesta) representan cómo somos en la intimidad, y cómo nos conducimos en casa, a puertas cerradas, el MC y la casa Diez (naturalmente asociada con Saturno y con Capricornio) indican nuestra manera de comportarnos públicamente, la imagen que (lucremos presentar al mundo, el tipo de ropa que nos ponemos «para sal Ir». Liz Greene dice que el MC y la Décima casa son nuestra "taquigrafía" social», la forma en que más nos gustaría que nos viesen los otros, la descripción que les damos de nosotros mismos. De acuerdo con la elevada posición del Medio Cielo, los emplazamientos en este sector de la carta sugieren aquellas cualidades por las cuales queremos que nos admiren, nos alaben, nos tomen como modelo y nos respeten. Por mediación de los signos y los planetas que aquí se encuentran esperamos alcanzar logros, honores y reconocimiento. Los emplazamientos en la casa Décima denotan aquello por lo que más nos gustaría que nos recordasen como nuestra contribución al mundo. Es la casa de la ambición tras la cual se ocultan, apremiantes, la urgencia y la compulsión de ser apreciado y reconocido. Los antiguos griegos creían que si uno realizaba un acto verdaderamente noble o heroico, su recompensa era ser convertido en una constelación en el cielo, para que todos lo vieran por toda la eternidad. Además del reconocimiento que nos aporta, el hecho de ser famosos significa que viviremos eternamente en el recuerdo de la gente. Para el ego, aislado en su propia finitud y tan temeroso de ella, esta idea es muy tranquilizadora. La naturaleza de nuestra contribución a la sociedad, lo mismo que nuestro status y lugar en el mundo, se manifiestan en el signo que ocupa el Medio Cielo, en los planetas que hay en la casa Diez y, como lo sugieren los estudios de Gauquelin (véanse pp. 128-129), en cualquier planeta del lado de la casa Novena del Medio Cielo. Además, el planeta que rige el signo en el Medio Cielo y su posición por signo, casa y aspecto arrojan luz sobre la carrera y la vocación. Sin embargo, también otros sectores de la carta (tales como la casa Sexta, la Segunda, los aspectos del Sol, etc.) t tienen considerable influencia sobre el problema de la profesión, y, el mapa natal debe ser cuidadosamente evaluado en su totalidad para poder aconsejar con sensatez en este aspecto. En algunos casos, es posible que los signos y planetas en la casa Décima y en el Medio Cielo del lado de la casa Nueve describan literalmente la naturaleza de la carrera del individuo. Por ejemplo, Saturno en esta posición podría indicar un maestro, un juez o un científico; Júpiter a un actor, filósofo o agente de viajes, y la Luna a una persona dedicada profesionalmente al cuidado de los niños. El famoso escritor alemán Thomas Mann tenía el comunicativo signo de Géminis en el MC, y Mercurio en la casa Diez. Franz Schubert, el compositor austríaco, tenía en el Medio Cielo a Piscis, signo musical, y su regente, Neptuno, en la casa Quinta, la de la expresión creadora. Sin embargo, es más seguro suponer que las posiciones, próximas al MC y en la casa Diez no sugieren tanto la profesión real como la forma en que una persona enfrenta su carrera, de qué manera maneja u organiza el trabajo. Será más probable que se atenga a la letra estricta de la ley el juez que tenga a Saturno en la Décima casa, en tanto que quien tenga allí a Urano tenderá a una lectura más individualista, menos convencional y quizá, para otros, escandalosa. La clase de energía que exhibimos, o con que tropezamos, al ir en pos de una vocación, se relaciona también con los emplazamientos en la Décima casa. Quien tenga allí a Saturno o a Capricornio se esforzará larga y pacientemente por llegar a la cima; Marte o Aries son agresivos e impacientes en esta esfera de la vida, en tanto que Neptuno o Piscis pueden estar desorientados o confundidos en cuanto a su papel en la sociedad.

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La Casa Décima podría describir también lo que representamos o simbolizamos para los otros. A Marte se lo podría ver como un fanfarrón, pero también como el pináculo del coraje y de la fuerza; Neptuno puede ser un santo o un mártir, campeón de los atropellados, o una víctima a su vez, y Venus podría simbolizar la quintaesencia del estilo, el gusto o la belleza. Así como la Cuarta casa va asociada con el padre, la Décima se le asigna a la madre. Al comienzo de la vida, ella es para nosotros el mundo entero. Los primeros modelos de vínculo, los establecidos con ella, se reflejarán más adelante en la vida en la forma en que nos relacionemos con el mundo exterior en general. En otras palabras: la naturaleza de lo que sucede entre madre e hijo (tal como lo muestran el MC y los emplazamientos en la casa Diez) vuelve a emerger en una etapa posterior del desarrollo como nuestra peculiar manera de conectarnos con la sociedad y el mundo «de afuera» en su totalidad. A quien encontró en la madre rasgos amenazadores y potencialmente destructivos (como podría sugerirlo un Plutón con aspectos difíciles en la Décima casa), el mundo le parecerá más adelante un lugar poco seguro, del cual, intentará defenderse. Si la vivencia de la madre fue la de un ser afectuoso y capaz de brindar apoyo (como pueden darlo los emplazamientos bien aspectados en esta casa) el sujeto llevará consigo lo que Erik Erikson llama la confianza básica: la expectativa de que el mundo lo tratará en forma similar. Si asociamos la casa Décima tanto con la madre (o con aquel de los padres que influya más sobre el niño) como con la carrera, entonces la elección vocacional puede estar de alguna manera influida por la experiencia que tengamos de esa figura parental. Por ejemplo, si Marte está en la Casa Diez es probable que la madre haya impresionado al niño como dominante y autoafirmativa. El niño, por ende, guarda contra ella resentimiento y cólera, y crece con el deseo de lograr en el mundo una posición de poder y de autonomía capaz de impedir que «se lo lleven por delante» como le sucedió al comienzo de su vida. La situación de combate con la madre configura un modelo de situación de combate con el mundo. Pero a veces, el factor subyacente en la elección de profesión es el deseo de ganarse el amor de la madre (con lo cual nos aseguramos la supervivencia). Por ejemplo, si Mercurio está en la casa Décima, es probable que el niño haya «vivido» a la madre como expresiva e inteligente. Como siente entonces que ésos son los rasgos que su madre valora y aprecia, se esfuerza por ganarse el amor y el apoyo de ella, cultivándolos en sí mismo. Se establece la expectativa de que al destacarse de esta manera se alcanza el reconocimiento. y de acuerdo con ello, en etapas posteriores de la vida el nativo buscará una carrera que ponga en primer plano las cualidades mercurianas. En algunos casos, puede ser la competencia con la madre lo que nos acicatee en dirección a cierta carrera. Si Venus está en la casa Diez, existe la probabilidad de que la madre haya sido percibida como bella y fascinante; en cierto sentido, Venus ha sido proyectada sobre la madre. Con el fin de recuperar sus propias cualidades venusinas, es probable que el niño -o la niña- busque más adelante una profesión en que pueda sentir que lo admiran por su belleza, su elegancia o su buen gusto. En su expresión más simple, la casa Décima describe aquellas cualidades de la madre (o del que sea de los padres) que existen también en nosotros, nos guste o no. El problema se complica, sin embargo, por la posibilidad de que los emplazamientos en la casa Diez denoten con frecuencia aspectos de la personalidad de la madre que «no fueron vividos», es decir, atributos o rasgos que ella no expresó ni representó conscientemente durante los años de crecimiento del niño. Es probable que los planetas y signos en esta casa describan cómo le habría gustado ser a la madre, si se hubiera permitido la oportunidad. Un niño que sea agudamente sensible a la psique materna y a las tendencias ocultas en la atmósfera hogareña no sólo será receptivo a lo que la madre manifieste exteriormente, sino también a lo que ella esté negando o suprimiendo. De este modo, el niño puede verse llevado a «vivir por ella» el aspecto de la sombra de la madre, como si al hacerlo así pudiera

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integrarla más y redimirla. Por ejemplo, la madre de un niño que tenga a Urano en la casa Décima puede haber parecido exteriormente muy convencional, rígida y reprimida, en tanto que bajo la superficie acechaban sentimientos explosivos, y un deseo de espacio, de libertad y de «romper con todo». De alguna manera, estos aspectos uranianos no expresados se comunican al niño, que crece con la compulsión de «representar» precisamente aquellas cualidades que la madre no se ha permitido manifestar. El emplazamiento de muchos planetas en la casa Diez hace pensar por lo común en alguien ambicioso y con deseos de reconocimiento, status y prestigio. Normalmente, a los hombres se les permite mas que a las mujeres satisfacer tales necesidades. Para una mujer con la Décima casa fuerte puede ser más fácil buscarse como pareja un hombre que sea poderoso o famoso y, por mediación de él, «importar» para ella, una posición en el mundo. Incluso puede ser ella quien lo impulse a la fama y a la búsqueda de prestigio. Sin embargo, en última instancia puede resentirse de que sea el marido y no ella quien coseche los aplausos, y es probable que, conscientemente o no, encuentre formas de castigarlo por ello. De la misma manera, puede ser que uno de los padres, o ambos, si tienen una casa Diez fuerte cuyas necesidades de logros y de reconocimiento no han llegado a concretarse, desplacen esas necesidades sobre un hijo. Es probable que algunos niños colaboren con la proyección, en tanto que otros quizá se rebelen contra ella y, con frecuencia, terminen siendo exactamente lo contrario de lo que el o los padres esperaban. La Décima casa se extiende más allá de la madre (o del padre, según el caso), hasta designar nuestra relación con las figuras de autoridad en general. Es frecuente que, en una época más tardía, los primeros sentimientos de enojo o de rechazo al verse ignorado o maltratado por el adulto en función de padre terminen por deformar la realidad de las interacciones con otros símbolos de poder. Es posible que la causa del revolucionario sea verdadera y justa, pero el estilo, la forma o la intensidad con que abraza sus convicciones puede poner en evidencia, desde un punto de vista reduccionista, la contaminación de situaciones anteriores, generadas a partir del régimen de los padres. Con esto no se pretende disminuir ni juzgar a quienes objetan lo que es injusto en la sociedad, sino advertirles que es sensato prestar atención a la casa Diez y a sus implicaciones psicológicas. Asestarle un puñetazo al jefe o bombardear con huevos al primer ministro es una forma de dar cauce al «niño colérico» que todos llevamos dentro, pero quizá no sea ésta la manera más efectiva de promover ni siquiera los cambios más necesarios. Desde su posición en lo más alto de la carta, la casa Décima significa la realización y el cumplimiento de la personalidad individual mediante la satisfacción personal obtenida al valernos de nuestras capacidades y talentos para servir a la sociedad e influir sobre ella. Hay, incluso, quienes así podrán ganarse el aplauso y el reconocimiento públicos de su y su dignidad. Desde la Primera casa a la Décima se ha recorrido un largo camino. En la Primera ni siquiera teníamos conciencia de nosotros mismos en cuanto entidades separadas; incluso no nos dábamos cuenta de nuestra existencia individual. Sin embargo, cuando alcanzamos la casa Diez , ya hemos evolucionado y nos hemos «encarnado» en la medida suficiente no sólo para tener un sentimiento más sólido y concreto de quiénes somos, sino también para conseguir que nos estimen por ello.

La Undécima casa Se dice que en el cielo de Indra hay una red de perlas, dispuestas de tal manera que, si miras una de ellas, ves reflejadas todas las demás.

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UN SUTRA HINDÚ

De la total inconsciencia de ser alguien al logro del reconocimiento de serlo efectivamente: tal ha sido la ruta que lleva de la Primera casa a la Décima. Preguntémonos ahora qué sucede cuando ya el ego se encuentra firmemente establecido y ha recibido el debido reconocimiento. En su nivel más profundo, la casa Once (que, asociada con el signo de Acuario, tiene como corregentes a Saturno y Urano) representa el intento de trascender nuestra identidad en cuanto ego, para llegar a ser algo mayor de lo que somos. La principal manera de lograrlo es identificándonos con algo más vasto que el sí mismo, ya sea con un círculo de amigos, con un grupo, un sistema o una ideología. De acuerdo con la Teoría General de los Sistemas, no hay nada que se pueda comprender aisladamente, sino sólo como parte de un sistema. A los componentes del sistema y sus atributos se los considera como funciones de la totalidad del sistema. El comportamiento y la expresión de cada variable influyen sobre cada una de las otras y están influidos por ellas. En lo que se conoce como una sociedad de «alta sinergia.», los objetivos de los individuos armonizan con las necesidades del sistema en cuanto tal. En un sistema de «baja sinergia», al satisfacer sus propias necesidades los individuos no actúan necesariamente para el bien de la totalidad. En la Undécima casa se ve cómo funcionamos en cuanto partes de un sistema. Como corresponde a su doble regencia, el concepto de conciencia de grupo que lleva implícito la casa Once se puede entender de dos maneras distintas. Saturno busca mayor seguridad y un sentimiento de identidad más sólido por mediación de la pertenencia a un grupo (lo que los psicólogos denominan «identificación por pertenencia»). Ser miembro de un grupo determinado, ya sea social, nacional, político o religioso, realza el sentimiento de quiénes somos, y el número nos da una sensación de seguridad. En alguna medida es una actitud de explotación, puesto que se pone al resto del mundo al servicio del reforzamiento o la intensificación de la identidad. La prueba de ello se ve con toda claridad en las personas que se preocupan manifiestamente por tener los amigos «que hay que tener», hacerse ver en los lugares «donde hay que estar» y no no creer otra cosa que «lo que hay que creer». El rostro más negativo de esta influencia oculta de Saturno en la casa Once se manifiesta cuando un grupo es amenazado por otro, como cuando los gitanos se mudan a un barrio donde los rechazan. El lado uraniano de la casa Undécima representa aquel tipo de conciencia grupal que en repetidas ocasiones han respaldado los maestros místicos y visionarios de las más diversas épocas y culturas. En vez de insistir en el típico paradigma (o modelo de sí mismo) del «yo aquí adentro», frente al «tú allá fuera», esos hombres hablan de la unidad del individuo con la totalidad de la vida, afirman que formamos parte un todo más vasto, que nos hallamos interconectados con el resto de la creación. Y, como un espejo de la percepción mística de la unidad de la vida, los adelantos científicos más recientes nos demuestran la existencia de esa red de relaciones subyacente en la totalidad del universo. Por , ejemplo el físico británico David Bohm propone la teoría de que el universo debe ser entendido como «un todo único e indiviso, en el cual las partes separadas e independientes no tienen ningún status fundamental". En la obra El Tao de la física, del eminente investigador de la física de alta energía Frijtof Capra, se encontrará un minucioso análisis de los paralelos entre la física moderna y el misticismo oriental. Algunos de los paralelos que enumera el autor son tan impresionantes que es casi imposible determinar si ciertos enunciados referentes a la naturaleza de la vida han sido formulados por científicos modernos o por místicos orientales.

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Una teoría reciente, propuesta por Rupert Sheldrake, especialista británico en fisiología vegetal, viene especialmente al caso ahora que hablamos de la casa Once. Sheldrake sugiere la posibilidad de campos de organización invisibles que regulan la vida de un sistema. En 1920, William McDougall, de la Universidad de Harvard, estaba estudiando la rapidez con que las ratas aprendían a escapar de un laberinto lleno de agua; al mismo tiempo, en Escocia y en Australia, otros investigadores que estaban repitiendo los experimentos descubrieron que su primera generación de ratas, provenientes de un linaje diferente de las de McDougall, realizaban la tarea con el mismo grado de capacidad que las de la última generación de aquél. De alguna manera, la habilidad adquirida era «captada» por las otras ratas, pese a que éstas se encontrasen en otra parte del mundo. De este tipo son las ocurrencias que llevaron a Sheldrake a formular la teoría de que, si un miembro de una especie biológica aprende un comportamiento nuevo, el campo de organización invisible (el campo morfogenético) de esa especie cambia. Las ratas que dominaban la tarea hicieron posible que, a muchas millas de distancia, otras ratas hicieran lo mismo. En algún nivel profundo, estamos todos interligados. La teoría de Sheldrake está bellamente resumida en una observación que formuló una vez el sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin, nacido con Mercurio, Júpiter y Saturno en la casa Once: «Una vez que ha sido captada, aunque sea por una sola mente, una verdad termina siempre por imponerse a la totalidad de la conciencia humana». En La conspiración de Acuario, Marilyn Ferguson escribe: «No es posible entender una célula, una rata, una estructura cerebral, una familia o una cultura, si la aislamos de su contexto». También Carl Rogers, uno de los fundadores de la psicología humanística, observó en una ocasión que cuanto más profundamente ahonda el individuo en su propia identidad, tanto más descubre a la totalidad de la raza humana. Nuestra identidad tiene una dimensión de pertenencia mucho más amplia de lo que es capaz de admitir el ego, «encapsulado en su piel». Vista bajo esta luz, la evolución de la conciencia de grupo tal como se nos da en la casa Once no se dirige exclusivamente a agrandar o reforzar la identidad yoica. Más bien, la conciencia de ser parte de algo más amplio nos permite trascender los límites y limitaciones de la individualidad, y tener la vivencia de nosotros mismos como células pertenecientes al cuerpo de la Humanidad. En la comprensión de ello se genera un sentimiento de fraternidad con el resto de los habitantes del planeta que va mucho más allá de los vínculos obligatorios de la familia, la nación o la iglesia. La sintropía -la tendencia de la energía vital a encaminarse hacia un grado mayor de asociación, comunicación, cooperación y conciencia es el más importante de los principios sobre los cuales opera la casa Once. Tras habernos reconocido como individuos separados y distintos podemos escuchar la llamada a reconectamos con todo aquello de lo cual antes nos hemos diferenciado. Así, como la materia se organizó en células vivientes, y éstas se reunieron para formar organismos pluricelulares, es posible que en algún estadio de su evolución los seres humanos se integren en alguna forma de superorganismo global. Ya en un nivel saturnino, la interdependencia y la interconexión de la vida en el planeta se están haciendo cada vez más obvias. La tecnología de las comunicaciones ha incrementado de manera espectacular la rapidez de la interacción global, y el concepto de McLuhan del mundo como una «aldea global» no está lejos de convertirse en realidad. Las empresas y conglomerados multinacionales entretejen inextricablemente las economías del mundo entero. El colapso del sistema monetario de un único país se propagaría como una onda de efectos desastrosos a muchos otros. El aislacionismo y el nacionalismo ya no son prácticamente viables. En otro nivel, los pequeños grupos, las redes de comunicación, los movimientos y sistemas de apoyo proliferan por todo el mundo, procurando reunir a la gente para la promoción de causas comunes. Dicho brevemente, de manera muy semejante a como crece y se desarrolla nuestro cuerpo, también el cuerpo de la humanidad está creciendo y evolucionando. La forma en que podemos participar en la evolución y el progreso de este Sí mismo colectivo, y ponernos a su servicio, se expresa en los emplazamientos de la Undécima casa.

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En la casa Cinco usamos nuestra energía para distinguirnos de los otros y para aumentar el sentimiento de nuestro valor individual y de nuestro carácter «especial»; en la Once, podemos invertir nuestra energía en la promoción y realización de la identidad, los propósitos y la causa de cualquier grupo al cual pertenezcamos, independientemente de que lo entienda como la totalidad de la raza humana o como un sector de ella. En la casa Quinta, hacemos lo que queremos hacer por nuestros propios fines. En la Undécima, podemos optar por renunciar total o parcialmente a nuestros preciosos deseos personales, a nuestras inclinaciones e idiosincracias, con el fin de adherirnos a aquello que el grupo considera mejor. La conciencia social es una nota clave en la casa Once. Una sociedad (casa Diez) se estructura según ciertas leyes y principios (casa Nueve). Es fácil que tanto la sociedad como las leyes se cristalicen y se endurezcan e, invariablemente, ciertos elementos de la sociedad se vean favorecidos por el sistema, en tanto que otros resulten oprimidos. Los grupos que se sienten descuidados o traicionados por las leyes existentes pueden hallar expresión mediante el tipo de reformas que van asociadas con la casa Undécima. Es frecuente que quienes tienen en ella emplazamientos fuertes actúen por mediación de organismos humanitarios o grupos políticos para llevar a la práctica los cambios sociales necesarios. Sin embargo, no es menos común encontrar a otros que también tienen acentuada la casa Once y que van pasando de un compromiso social festivo a otro: el hipódromo esta semana, un torneo de tenis la siguiente y después un día de compra por las mejores boutiques para poder lucir bien en la función de ópera de la noche. En algunos casos, los emplazamientos en la casa Once pueden apuntar a la clase de grupos hacia los cuales gravitamos. Por ejemplo, Neptuno podría interesarse por las sociedades musicales y los grupos espiritualistas; Urano por los de astrología, y Marte por el equipo de rugby local. Sin embargo, también aquí, más que limitarse a describir el tipo de grupos, es más probable que los planetas y signos que se hallan en la casa Once simbolicen el estilo con que nos conducimos e interactuamos en las situaciones de grupo. Es probable que el Sol o Leo en esta casa tengan necesidad de liderazgo y deriven buena parte de su dignidad y de su identidad a partir de su compromiso con el grupo. Mercurio o Géminis podrían aparecer como el secretario o secretaria del grupo, o como uno de sus más hábiles portavoces. Como alguien tiene que preparar el té, la Luna o Cáncer pueden estar encantados no solamente de hacerse cargo de este servicio, sino de ofrecer también su casa para las reuniones. Además, la casa Undécima nos da una pista de lo cómodo que nos sentimos -o no- en situaciones de grupo. A Venus o Libra no les cuesta nada incorporarse a un grupo y hacer en él muchos amigos nuevos. En el caso de Saturno o Capricornio, lo más probable es que se retraigan y se sientan incómodos o torpes en el contacto con los otros. Oscar Wilde, que alcanzó las cumbres del éxito en los círculos artísticos y sociales de Londres, tenía la Luna en Leo en la casa Once. Paul Joseph Goebbels, el propagandista oficial del partido nazi que controlaba las informaciones públicas y los medios de comunicación, tenía en esta casa a Plutón en Géminis, en conjunción con Neptuno. La amistad se adapta claramente al ideal de la casa Once, de llegar a ser más grandes de lo que somos. Mediante la amistad la gente se vincula, los límites personales se expanden y tanto las necesidades como los recursos de otras personas se entretejen con los nuestros. Así como nosotros presentamos a nuestros amigos ideas e intereses nuevos, también ellos amplían nuestro punto de vista con lo que tienen para compartir con nosotros. Es frecuente que los planetas y los signos que se encuentran en esta casa describan la clase de amigos a quienes tendemos a acercarnos. Por ejemplo, un hombre que tenga a Marte en la casa Once puede sentirse atraído por, personas que exhiban cualidades evidentemente marcianas tales

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como el dinamismo, el impulso y la sinceridad. Sin embargo, los emplazamientos en la Undécima también pueden señalar aquellas cualidades que «desconocemos» en nosotros mismos, y que entonces proyectamos al exterior y volvemos a encontrar externamente en nuestros amigos. Si el hombre que tiene a Marte en la casa Once no ha cultivado su propio lado «marciano», y carece de ese cierto «impulso», entonces serán sus amigos quienes le proporcionen esa energía, estimulándolo e instándolo a la acción. Incluso es posible que posea una habilidad inquietante para movilizar esas cualidades en las personas que tiene más próximas, y que en la mayor parte de las situaciones, en compañía de otras personas, pueden ser normalmente más plácidas y retraídas. La casa Once sugiere también la forma en que hacemos amistades. Es probable que Marte se precipite impulsivamente a trabarlas, en tanto que en este aspecto Saturno es más torpe, tímido o cauteloso. También la manera en que nos conducimos y las energías que aportamos a la amistad se pueden inferir de los emplazamientos en esta casa. Venus es capaz de hacer amigos fácilmente, pero prefiere mantener la levedad de las cosas (por más que quizás espere que sus amigos «estén a la altura» de ideales bastante elevados). Plutón sugiere asociaciones intensas y complicadas, que nos transforman de manera significativa o en las cuales se ponen en juego elementos tales como ocultamientos, intrigas y traiciones. En la Undécima casa se encuentra el deseo de trascender o llegar más allá de las imágenes y modelos ya existentes de nosotros mismos. Nos ¡nueve el anhelo de un ser más Ideal o de una sociedad más utópica. Por eso a este sector de la carta se lo ha denominado la casa de las esperanzas, las metas, los deseos y los objetivos. El deseo de llegar a ser algo más de lo que somos debe ir acompañado de la capacidad de representarnos posibilidades nuevas y diferentes. Más que a cualquier otra especie, a los seres humanos el tamaño de su cerebro y la complejidad evolutiva de la corteza cerebral los capacita para imaginar una amplísima gama de alternativas, opciones y resultados. La forma en que nos representamos las posibilidades y en que encaramos la realización de estas esperanzas y deseos se advierte en los emplazamientos en la casa Once. Por ejemplo, Saturno puede tener dificultad para formarse imágenes positivas del futuro o puede encontrar bloqueos, obstrucciones o demoras en el camino, para finalmente consolidar sus metas y objetivos. En tanto que Marte se propone pone un objetivo y se lanza tras él, es posible que Neptuno esté confundido con respecto a lo que realmente quiere o simplemente fantasea en sin objetivos realistas. En este contexto es útil recordar que cuanto más claramente podamos imaginar una posibilidad, más la aproximamos a su concreción. Estimular visiones positivas del futuro colabora con el proceso de encaminarnos en una dirección más positiva. La evolución nos impulsa hacia niveles de complejidad, relación y organización cada vez mayores. En la primera casa de aire (la Tercera) adquirimos, mediante el lenguaje, la capacidad de distinguir entre el sujeto y el objeto. Nuestra propia mente se desarrolla a medida que nos relacionamos con otros que son parte de nuestro medio inmediato. En la segunda casa de aire (la Séptima) crecemos por mediación del enfrentamiento de nuestra propia conciencia con las de las demás personas. Sujeto y objeto, diferenciados en la casa Tercera, se encuentran frente a frente en la Séptima. En la última casa de aire, la Undécima, nuestra mente individual se conecta no sólo con la mente de los seres que tenemos más próximos, sino con todas las otras mentes. Los planetas de la casa Once sensibilizan a una persona para las ideas que circulan en el nivel de la mentalidad grupal. No es un fenómeno tan excepcional que a alguien que está en San Francisco, a otra persona que está en Londres y a una tercera que está en el Japón se les ocurra, dentro de un lapso relativamente corto, como en un «relámpago», la misma idea, nueva y brillante. En la casa Once descubrimos que estamos relacionados no solamente con la familia y los amigos, con nuestro país o nuestros seres queridos, sino con la totalidad de la raza humana.

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La Duodécima Casa Si las puertas de la percepción se abrieran, todo se le aparecería al hombre tal como es, infinito. WILLIAM BLAKE

Desde su comienzo en la Primera casa, el crecimiento significó ir distinguiéndonos de la matriz ilimitada y universal de la vida, de la cual emergimos Inicialmente. Sin embargo, tal como hemos visto en la casa Once, la distinción entre nosotros y los demás debe enfrentarse con el conocimiento de que cada parte de un sistema se relaciona y se interconecta con las otras partes. Tanto los místicos como los científicos nos dicen que, después de todo, no estamos tan separados. Los demás influyen sobre quiénes somos, y en ellos hay una influencia de quiénes somos. Entres nuestras mentes hay una vinculación recíproca que las afecta en forma directa. La idea de que existimos como entidades aisladas va perdiendo terreno rápidamente a medida que lo gana una concepción del si mismo de mayor amplitud y de un sentido más colectivo. En la casa Doce, los procesos gemelos de disolución del ego individual y de fusión con algo más vasto que el sí mismo no se vivencian y sienten por la vía de la mente o del intelecto, como en la casa Once, sino con el corazón del alma. 0, como lo expresa Christopher Fry: «El corazón humano es capaz de llegar a los extremos de Dios». El poeta Walter de la Mare escribe que «nuestros sueños son cuentos narrados en un oscuro Edén». En su nivel más profundo, la casa Doce, vinculada naturalmente con Piscis, signo de agua, y con el planeta Neptuno representa el anhelo de disolución que vive en todos nosotros, las ansias de a las aguas indiferenciadas de la matriz, al estado de unidad originario. Freud, Jung, Piaget, Klein y muchos otros psicólogos modernos coinciden en que la estructura inicial de la conciencia del niño es previa a la división sujeto/objeto y que ignora las limitaciones, el espacio y el tiempo. Los primeros recuerdos son los que calan más hondo. En algún nivel profundo, cada individuo intuye que su naturaleza más íntima es ilimitada, infinita y eterna. El redescubrimiento de esta integridad es nuestro mayor deseo y nuestra mayor necesidad. Desde el punto de vista de la psicología reduccionista, el deseo de reconectarse con el sentimiento perdido de la totalidad originaria puede ser entendido como una regresión que lleva de vuelta al estado prenatal; pero, en términos espirituales, esta misma urgencia se traduce en una avidez mística de unión con nuestra fuente, y en la experiencia directa de ser parte de algo mayor que nosotros, como una especie de nostalgia divina. En cierto aspecto, la perspectiva de un retorno a aquel estado suena a extática bienaventuranza, serena y pacífica. Y sin embargo, en nosotros hay algo más -el deseo de autopreservación del yo, y su miedo a morir que se traba en lucha con esta nostalgia. El ego ha librado una dura lucha para ganarse una vida independiente-, ¿por qué habría de renunciar a ella? En el símbolo de Piscis, el signo asociado con la casa Doce, dos peces nadan en direcciones opuestas. Los seres humanos nos vemos enfrentados con un dilema fundamental, con dos tendencias opuestas. Cada persona quiere perder su sensación de aislamiento y trascender su apartamiento individual; y sin embargo, a cada una le aterra la desintegración y contempla con temor la pérdida del sí mismo. Esta doble ligadura existencial -anhelar la totalidad y, sin embargo, temerla y resistírsele- es el principal dilema de la casa Doce. Por ser tan aterradora la disolución de la identidad yoica, la gente busca gratificaciones sustitutas en un intento de satisfacer la avidez de autotrascendencia. Una de las estrategias para reconectarse con

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la unidad se vale, como medios, del sexo y del amor: «Si me aman me aceptan o me incluyen, puedo trascender mi aislamiento». Otro recurso para recuperar el perdido sentimiento de omnipotencia y omnipresencia recurre a la posesión del poder y el prestigio: «Si puedo extender mi esfera de influencia cada vez a más cosas, entonces el resto de la vida estará conectado conmigo». La inmersión en el alcohol o las drogas es una manera más de derribar fronteras y de flexibilizar rigideces. También es frecuente que los deseos de suicidio, y otras formas diversas de comportamiento autodestructivo, enmascaren el ansia de regresar al estado de mayor bienaventuranza propio de un ser no diferenciado. Hay quienes buscan la trascendencia en forma más directa por medio de la meditación, la plegaria y la devoción a Dios. La Duodécima casa puede plantear cualquiera de estas cuestiones. De cualquier manera que se la aborde, la casa Doce absorbe, devora, «des-estructura» o engrandece desmesuradamente la identidad individual. Abandonar el paradigma de «yo, aquí dentro» y «tú, ahí fuera» significa que las fronteras entre nosotros mismos y los otros se vuelven inciertas. Por esta razón, una fuerte acentuación en esta casa puede ser indicio de personas que tienen grandes dificultades para formarse una identidad claramente definida; se sienten arrastradas por todo lo que tienen a su alrededor, influidas por cualquier persona con quien establezcan contacto. Otras con la misma característica desfiguran su identidad personal en forma totalmente desproporcionada. Antes que sacrificar el yo para fundirse con algo numinoso y divino, es posible que una persona intente imbuir al propio ego con estas cualidades. En vez de intentar una reconexión con Dios, la persona procura representar el papel de Dios, es decir, cae en una forma de engrandecimiento que se relaciona con lo que Abraham Maslow llamaba una «desorientación superior». Es frecuente que la confusión de la Duodécima casa respecto de quiénes somos vaya acompañada de una carencia de toda dirección concreta en la vida. Es posible que en algún nivel exista el sentimiento de que, si (le todas maneras todo da igual, ¿qué importancia tiene nada? Tan pronto como se distingue claramente una identidad, o se impone una estructura a la vida, sucede algo que nos mueve el suelo bajo los pies y la nebulosidad suprema vuelve a reinar. Tan pronto como el individuo ,siente que ha capturado algo sobre lo cual puede apoyar su sentimiento de un yo, ese algo se le escapa o desaparece misteriosamente. La capacidad de mantener una coherencia entre las cosas o de sacar adelante sus propios objetivos personales se disuelve, sin saber cómo, bajo la influencia de un poder mucho mayor sobre el cual se tiene un control muy escaso. El oscurecimiento de las fronteras entre el sí mismo y los otros puede crear confusión en lo referente a dónde comenzamos nosotros y dónde terminan los demás, pero también confiere un grado mayor de empatía y de compasión hacia aquellos con quienes compartimos la Tierra. Así, abrumadas por el sufrimiento que las rodea, algunas personas que tienen una configuración fuerte en la casa Doce buscarán cualquier medio de escaparse del mundo o de apartarse totalmente de él. Otras, que sienten como propio el dolor «de afuera», se esforzarán, naturalmente, por aliviarlo de alguna manera. En grados diversos, la casa Doce describe a la personalidad que ayuda, «repara» 0 rescata; al mártir o salvador que «torna sobre sí» las necesidades y las causas de otros. El significado original de la palabra sacrificio es «hacer sagrado». Algo se hacía sagrado ofreciéndoselo a los dioses o a las fuerzas superiores. En todos los niveles de significado de la Duodécima casa reverbera la suposición de que el individuo se redime mediante el sacrificio de sí, mediante el ofrecimiento del sí mismo a algo más elevado. Esto es verdad en la medida en que, hasta cierto punto, debemos renunciar al sentimiento de un sí mismo separado y autónomo con el fin de fundirnos con el todo omnímodo. Por más que con frecuencia el sacrificio y el sufrimiento sirvan para ablandar el ego y para dar origen a un grado mayor de empatía y de conciencia espiritual, es muy fácil que el valor del dolor y la naturaleza del sacrificio se deformen,

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convirtiéndose en «Tengo que sufrir para encontrar a Dios», o en «Se ha de renunciar a cualquier cosa que pueda constituir una satisfacción personal». Sin embargo, tal vez no sean las cosas mismas lo que se ha de sacrificar, sino más bien el apego que sentimos por ellas. En la medida en que derivamos nuestra identidad o nuestro sentimiento de realización de cosas tales como relaciones, posesiones, ideologías o sistemas de creencias, perdemos el contacto con nuestra naturaleza ilimitada, más profunda y más básica. Incluso es posible que algunas personas consigan adquirir o realizar los sueños y deseos de su casa Once para luego descubrir, en la Doce, que todavía siguen sintiéndose estafados por la falta de una felicidad más completa. Lo que creyeron que les daría satisfacción definitiva no fue suficiente, o después se dieron cuenta de que no era todo. Los romanos solían decir: «Quod hoc ad aeternitatem?» (¿Qué es esto comparado con la eternidad?). De manera similar, la Duodécima casa es un recordatorio constante de que todos los gozos sueñan con el infinito. Tradicionalmente, la casa Doce (junto con las otras casas de agua, la Cuarta y la Octava) revela pautas, impulsos, urgencias y compulsiones que actúan desde debajo del nivel de la percepción consciente y, sin embargo, influyen significativamente sobre nuestras opciones, actitudes y orientación en la vida. Almacenadas en nuestra memoria inconsciente, las experiencias pasadas condicionan la forma en que vemos el mundo y nos enfrentamos con él. Pero cabe preguntarse a qué distancia en el pasado se remonta el origen de tales influencias. En algunos casos, los planetas y signos de la casa Doce pueden estar relacionados con lo que los psicólogos llaman «efecto umbilical». De acuerdo con este concepto, durante su desarrollo el embrión no solamente es receptivo a las sustancias físicas que ingiere la madre, sino que también resulta afectado por el estado psicológico general de ella durante la gestación. Las actitudes y vivencias de la madre se transmiten al feto a través del cordón umbilical. La naturaleza de lo que en esta forma «se le pasa» al niño se ve en los emplazamientos en la casa Duodécima. Si en ella aparece Plutón, es probable que la madre haya soportado una época traumática durante el embarazo. El niño nace entonces con la sensación de que la vida es peligrosa, y con una aprensión obsesiva de que hay algo ominoso al acecho. No hay recuerdo consciente del origen de esta actitud, sino sólo un vago sentimiento de que la vida es así. Por ejemplo, tropecé recientemente con el caso de una embarazada a quien le diagnosticaron un tumor cerebral. Su hijita nació con Plutón en la casa Doce, y la madre murió poco tiempo después. ¿Qué hay de épocas anteriores a la vida intrauterina? Muchos astrólogos consideran que la Doce es la «casa del karma». Los reencarnacionistas creen que el alma inmortal del hombre está en un viaje de perfeccionamiento y retorno a sus fuentes que no se puede cumplir en el breve término de una vida. Más que el azar, existen leyes definidas cuya operación determina las circunstancias de cada lapso vital o de cada etapa del viaje. A cada nueva encarnación, traemos con nosotros la cosecha de experiencia proveniente de vidas anteriores, y también capacidades la lentes en espera de ser cultivadas. Causas que se han puesto en movimiento en existencias previas influyen sobre lo que encontramos en la actual. El alma escoge un determinado momento para nacer porque el diseño astrológico se adecua a las experiencias que necesita tener en su estadio actual de crecimiento. En este sentido, toda la carta es una imagen de nuestro karma, tanto de aquello que hemos acumulado como el resultado de acciones pasadas como de lo que necesitamos despertar para seguir avanzando. Más específicamente, la Duodécima casa nos muestra «lo que traernos» del pasado, y que actuará en esta vida, ya sea en la columna de débito o en la de crédito de nuestra cuenta. Los emplazamientos difíciles en la casa Doce pueden indicar viejos «puntos de fricción» y energías que no hemos sabido usar en vidas anteriores, y que en ésta todavía necesitamos aprender a manejar

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con prudencia. Los emplazamientos positivos en esta casa sugieren que hay cualidades profundamente situadas que, en esta vida, nos servirán con como resultado del «trabajo» realizado sobre ellas en el pasado. En relación con esta teoría, algunos astrólogos dicen que la Doce es la casa de la «propia salvación o de la propia perdición». Por ejemplo, si ti esta casa se encuentra Marte o Aries, podría ser que el egoísmo, la impulsividad o la temeridad hayan sido un problema en el pasado, y una continuación de semejante comportamiento podría ser causa de una «caída» en la vida presente. Por otra parte, una casa Doce con Marte bien aspectado sugiere que las cualidades positivas de Marte, tales como el coraje, la fuerza y la sinceridad, ya han sido aprendidas y que apoyarán al nativo en momentos difíciles pasando a primer plano precisamente cuando sean más necesarias. Cuando los aspectos de los emplazamientos en la casa Doce son mixtos, el efecto de ese planeta o esa energía está de alguna manera en la balanza, como si nos viéramos sometidos a una prueba de cómo manejamos ese principio. Si lo usamos con prudencia seremos recompensados; si nos descontrolamos con el planeta o con el signo en cuestión, es probable que las consecuencias sean graves. Ya sea que nos refiramos al «efecto umbilical» o a la teoría del karma y de la reencarnación, los emplazamientos en la casa Doce describen influencias que han descendido hasta nosotros por obra de causas y fuentes que evidentemente no podemos recordar ni ver. Por mediación de la casa Cuatro, de agua, heredamos o conservamos vestigios de nuestro pasado ancestral. En la Doce es posible que estemos receptivos a la influencia de una reserva de memoria aún más vasta, que Jung llamaba el inconsciente colectivo: la memoria entera de la raza humana en su totalidad. Jung definió el inconsciente colectivo como «la condición previa de cada psique individual, así como el mar es el portador de cada ola».' En cierto modo, tal como lo demuestra la casa Doce, cada uno de nosotros está ligado al pasado y es portador del recuerdo de experiencias que van mucho más allá de lo que personalmente hemos conocido. Sin embargo, además del residuo del pasado, el inconsciente colectivo alberga también los potenciales latentes que esperan que echemos mano de ellos. Colin Wilson escribe que «es probable que la mente inconsciente incluya todo el pasado del hombre, pero incluye también su futuro».' La mente inconsciente es algo más que un mero receptáculo de pensamientos, impulsos y deseos reprimidos o sepultados; es también la fuente de «potencialidades de conocimiento y experiencia» con las cuales el individuo aún no ha entrado en contacto. Dicho de otra manera: en la casa Doce se encuentra tanto nuestro futuro como nuestro pasado. Algunas personas con emplazamientos en la Duodécima casa sirven como mediadores y transmisores de imágenes universales, míticas y arquetípicas que pertenecen al nivel del inconsciente colectivo. En diverso grado, ciertos artistas, escritores, compositores, actores, líderes religiosos, sanadores, místicos y profetas actuales conectan con este ámbito y se convierten en vehículos que transmiten a otros la inspiración de lo que ellos han «sintonizado». Pulsan el acorde adecuado, que resuena entonces con algo que hay dentro de nosotros y, nos permite compartir su experiencia. Hay numerosos ejemplos de cartas con emplazamientos en la casa Doce que ejemplifican este fenómeno: el compositor Claude Debussy, que tenía en esta casa la sensualidad de Venus; William Blake, con la imaginativa y sensible Luna en Cáncer; el poeta Byron, que con su manejo lúdico y expansivo de la palabra, la rima y la forma fortaleció todo el movimiento romántico, tenía a Júpiter en Géminis en la casa Doce, y el visionario Pierre Teilhard de Chardin, con el Sol, Neptuno, Venus, Plutón y la Luna reunidos en la misma casa Doce, son otros tantos casos que lo demuestran. Es como si las energías de la Duodécima casa no estuvieran destinadas a ser usadas con fines exclusivamente personales. Quizá lo que se nos pide sea que expresemos ese principio en interés de

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otros y no solamente en el nuestro. Por ejemplo, es probable que quien tenga a Marte -en esta casa asuma el papel de ser quien libra una batalla o defiende una causa en nombre de otras personas. En este sentido, es como si cediéramos nuestro Marte, o se lo «ofrendásemos», a otros. En esta misma casa, es posible que Mercurio enuncie lo que otra gente piensa o se convierta en portavoz de sus ideas. Hay personas que, por mediación de los emplazamientos en la casa Doce llevan lo que podríamos llamar una «vida simbólica», es decir, que los problemas de su vida individual reflejan las tendencias o los dilemas existentes en la atmósfera colectiva. Por ejemplo, el Mahatma Gandhi, con el Sol en Libra en la Doce, se convirtió, para millones de personas, en la encarnación viviente del principio libriano de la coexistencia pacífica. Hitler tenía en esta casa a Urano, que lo condicionó especialmente para abrirse a ideologías que en aquel momento pueden haber estado en el aire. Bob Dylan tiene a Sagitario en la cúspide de la casa Doce, y a Júpiter -su regente- en la Quinta, que es el sector de la carta que se relaciona con la expresión creativa. Gracias a su música, Dylan fue a la vez el portavoz y el inspirador de muchas de las tendencias culturales de la década de los años sesenta. En una región de Inglaterra donde apenas si hay gentes de color, nació y se crió una mujer negra con Urano en Cáncer en la casa Doce. Al tener que integrarse en la vida de la ciudad estaba no sólo resolviendo su propio dilema, sino también luchando por la causa de muchos otros negros. A la Duodécima casa se la ha llamado la casa de los «enemigos secretos y de las actividades entre bastidores». Esto se podría tomar literalmente, en el sentido de personas que conspiran o traman algo en contra de nosotros. Sin embargo, es más probable que tenga que ver con las debilidades o fuerzas que se ocultan en nosotros mismos y que sabotean la realización de nuestras metas y objetivos conscientes. En pocas palabras, que los impulsos y compulsiones inconscientes que aparecen en los emplazamientos en la casa Doce pueden desviarnos del logro de nuestros objetivos conscientes. Por ejemplo, si un hombre tiene la Luna y Venus en la casa Séptima, eso crea una fuerte urgencia de relación íntima con otra persona. Pero si el mismo nativo tiene también a Urano en la casa Doce, el hecho nos lleva a pensar que, inconscientemente, puede haber un deseo tan intenso de libertad e independencia que lo lleve a sabotear, sin darse cuenta, cualquier intento de establecer vínculos que lo limiten. Generalmente, cuando se produce algún conflicto entre objetivos conscientes e inconscientes, el que gana es el inconsciente. En este caso, es probable que el sujeto sólo se sienta atraído habitualmente por mujeres que, por no ser libres, no pueden casarse, o que por alguna razón no están dispuestas a responder favorablemente a sus propuestas. De esta manera, la compulsión inconsciente a mantener la in dependencia (Urano en la casa Doce) puede triunfar sobre las necesidades más conscientes. Si tenemos conciencia de las urgencias que llevamos dentro, podemos hacer algo por alterarlas y regularlas, si ése es nuestro deseo. Si hay ciertas tendencias o impulsos de los que no tenemos conciencia, ellos tendrán su propia manera de dominarnos y controlarnos. Aquello de lo que no tenemos conciencia en nosotros mismos tiene especial habilidad para cogernos por la espalda y acertarnos con un golpe en la cabeza. Por eso, si pese a todo nuestro empeño hay algún objetivo consciente que sigue estando continuamente bloqueado, haríamos bien en buscar en la Duodécima casa algún indicio del porqué son así las cosas. La vinculación de la casa Doce con las Instituciones tiene sentido a la luz de las diversas connotaciones de esta casa que hemos visto hasta ahora. La Doce muestra lo que está oculto o entre telones, tal como lo están, en parte, los hospitales y las prisiones, lugares donde se «aparta» a ciertas personas de la sociedad. Es posible que quienes tengan emplazamientos difíciles en esta casa se «desmoronen» bajo la presión de la vida, o que caigan presas del poder de complejos inconscientes que, al emerger a la superficie, los pongan ante la necesidad de ser atendidos y contenidos. A otros se los «confina» porque se los considera peligrosos para el bienestar de la sociedad. En cualquiera de estos casos, a estas personas se les impone la voluntad de una autoridad superior, en congruencia

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con el principio de la casa Doce de que el individuo se somete a algo mayor que el sí mismo. Es probable que la hospitalización, o un período de reclusión y apartamiento de la vida, sea necesaria para reestablecer el equilibrio físico y psicológico, con lo que la persona vuelve a estar entera: otro de los principios de la Duodécima casa. Las experiencias en orfanatos, hospicios y hogares para disminuidos también aparecen por mediación de la casa Doce. No es excepcional encontrar gente que tiene emplazamientos en esta casa trabajando en ese tipo de instituciones. Servir a otros menos afortunados que uno es la expresión práctica de la compasión y la empatía que confiere la casa Doce. La Iglesia, las diversas organizaciones de caridad o la vida monástica serán otras esferas capaces de absorber a las personas que sientan que su vocación es sacrificar o dedicar su vida a Dios o al bienestar de sus semejantes. Los reencarnacionistas creen que mediante la buena voluntad y esta clase de servicio es posible borrar el «mal karma» del pasado. Como ya se dijo, la casa Doce da acceso al archivo de la experiencia colectiva que va pasando de generación en generación. Por eso no es sorprendente la frecuencia con que los encargados de este tipo de archivos, es decir, las gentes que trabajan en bibliotecas y museos, tienen emplazamientos en la casa Doce. Sería impropio que nos refiriésemos a esta casa sin volver a mencionar las investigaciones realizadas por Michel y Francoise Gauquelin, quienes al analizar las carreras de deportistas de éxito encontraron una correlación con Marte en el sector de la Duodécima casa de la carta. De modo similar, los médicos y los científicos tienden a tener en ella a Saturno, los escritores a la Luna y los actores a Júpiter. De acuerdo con estos estudios, parece que los planetas que se encuentran en la casa Doce (y en cierta medida, en la Novena, la Sexta y la Tercera) determinan significativamente el carácter y la profesión del nativo. Esto sorprendió a muchos astrólogos, que suponían que los emplazamientos en la Primera o en la Décima casa debían ser más fuertes en este aspecto. Sin embargo, cabe preguntarse si estos hallazgos son a tal punto sorprendentes a la luz de lo que sabemos de la Duodécima casa. Si hay una urgencia por «entregar» a otros cualquier cosa que acierte a estar en la casa Doce, lo que se infiere es que podríamos hacer nuestra carrera a partir de los principios que en ella se encuentran. Además, si esta casa indica las energías de la atmósfera colectiva a las cuales somos más sensibles, es probable que las reflejemos en nuestro carácter y en nuestra expresión. Los deportistas captan la necesidad colectiva de competir y de ser los primeros (Marte); los escritores sintonizan con la imaginación colectiva (la Luna), y los científicos sirven a la necesidad colectiva de clasificar y estructurar (Saturno). Puesto que la casa Doce se relaciona con la reconexión a algo numinoso y divino, es dable que un individuo tenga la vivencia de un planeta emplazado en esta casa como la clave de -o la senda hacia- la grandeza y la trascendencia de sí mismo. Naturalmente, en ese caso querrá cultivar esa influencia. En algún nivel, cada uno puede creer que las puertas del cielo se le abrirán si se destaca en el principio, sea el que fuere, que tenga en la Duodécima casa. La profunda ansia de totalidad e inmortalidad que existe en todos nosotros es el acicate que nos motiva para los logros alcanzados por mediación de los planetas en la casa Doce. En algunos casos, la acentuación de la casa Doce contribuye a la falta de una identidad clara y condiciona una vivencia de nebulosidad, una vida de desorientación en que la persona se siente una víctima abrumada por las tendencias y los movimientos inconscientes que hay en la atmósfera, y por un sentimiento desvirtuado del valor del sufrimiento y del sacrificio de sí. Por otra parte, el concepto característico de esta casa de renunciar al sentimiento de ser una entidad separada da

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origen a una empatía y una compasión auténticas, a un espíritu de servicio desinteresado, a la inspiración artística y, en última Instancia, a la capacidad de fusión con el gran todo. Un viejo relato nos muestra el lado positivo de la casa Doce. A un hombre lo autorizan para visitar el Cielo y el Infierno. En el Infierno ve una gran reunión de personas sentadas alrededor de una mesa larga, puesta con toda clase de manjares deliciosos. Y sin embargo, todos aquellos desdichados se mueren de hambre. El visitante no tarda en descubrir que la razón de tan lamentable estado es que les han puesto cucharas y tenedores que son más largos que sus brazos y, como resultado, no pueden llevarse la comida a la boca. Después, el hombre es admitido al Cielo. Se encuentra con la misma mesa tendida, con los mismos cubiertos excesivamente largos. Pero en el Cielo, en vez de tratar de alimentarse, cada persona usa su cuchara o su tenedor para dar de comer a otra, de manera que están todas bien alimentadas y felices. Aún sin perder completamente nuestra propia identidad personal ni el sentimiento de nuestra peculiar individualidad, todos necesitamos experimentar y reconocer esa parte o aspecto de nosotros que es universal e ilimitado, y debemos reconocerlo y establecer contacto con él. En última instancia, de lo que se trata es de nadar en las aguas de la casa Doce, sin ahogarnos en ellas. Empezamos por emerger de la matriz original de la vida, nos establecemos como entidades individuales y finalmente nos encontramos con que, después de todo, en realidad somos uno con el resto de la creación. Ya sea que por mediación de la Duodécima casa tengamos o no la vivencia consciente de nuestra conexión con el gran todo, es inevitable que nuestro cuerpo físico muera y se desintegre. Cuando el cuerpo muere, con él se extingue nuestro sentimiento de tener una existencia física separada. De una manera o de otra, regresamos al trasfondo colectivo del cual habíamos salido. Lo que allí había al comienzo, lo hay al final. Estamos de vuelta en el Ascendente, para volver a empezar en un nuevo nivel de la espiral.

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