La Biblia y la Ciencia Tomo II Cardenal Gonzalez

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LA BIBLIA Y

LA CIENCIA POR EL

CARDENAL GONZÁLEZ D E LA ORDEN D E SANTO DOMINGO

TOMO SEGUNDO Se g u n d a E d ic ió n CORREGIDA TTATTM-ENTADA. POR E l , AUTOR

SEVILLA IM PRENTA DH IZQU.tKHDO Y CO;MP.a

Galle Francos, fio y 62.

1 S92

LA BIBLIA Y LA CIENCIA TOMO SEGUNDO

LA BIBLIA Y

LA CIENCIA POR EL

CARDENAL GONZÁLEZ D E LA ORDEN D E SANTO DOMINGO

TOMO SEGUNDO SEGUNDA

E D IC IO N

COBREGUDA Y A U M EN TA D A PO R BIT, AUTO R

PAgliiíis.

CAPÍTULO PRIMERO. L

a e spe c ie

humana

sfgúw

l a c ie n c ia y s e g ú n

la

B I B L I A ........................................................

5

I.—ISTocione s preliminares......................... | I.—Importancia de la cuestión . . . . II.—Monogenismo y poligenismo . . . . III.—La e sp e c ie .................... ......................... IV.—La variedad y la r a z a ......................... V,—Mestizos é h íb rid o s.............................. II.—Antecedentes históricos y estado ac­

7 7 12 15 20 25

A r tíc u lo

A b t.

tual de la cuestión................................. A r t.

III.—La unidad de la especie humana en la c i e n c i a ............................................. 11 . —La unidad específica y la organización física del hombre en general . . . II.—La unidad especifica y la organización psicológica en el hombre.—La socia­ bilidad en la especie humana . . .

37

58 58

fi7

III.—El

y la u n id a d d e la e sp e c ie .................................................. 87 , —La idea moral y la unidad de 1a- espe­ cie h u m a n a .............................................108 le n g u a je

hum ana

IV

A rt.

A r t.

V.—La idea religiosa y la unidad de la es­ pecie hum ana ....................................... 117 IV.—Las razas humanas y la unidad especí­ fica ....................................................... 124V. —Origen y constitución de las razas en la, especie hum ana.— E l hombre pri­ mitivo ............................................. -

A rt.

156

VI.—Eí problema del monogenismo en sus relaciones con la enseñanza bíblica.

168

CAPÍTULO II. la a n t ig ü e d a d d e l h o m bre

y

la bib l ia .

A r tíc u lo I .—A ntecedentes y estado de la cuestión. A r t. II.—La ex egesis bíblica en sus relaciones con la antigüedad del hombre y de la t i e r r a .................................

193

203

CAPÍTULO III. L a a n t i g ü e d a d d e l h o m b r e t l a geo lo g ía

. . .

221

A rtículo I .—El hombre c u a te r n a r io ...................... 221 A rt. A

rt.

II.—Continuación.—Los deltas, las turbe­ ras y el período glacial.................... 237 III.—El hombre terciario................................. 266

Art.

I V .— C o n tin u a c ió n .— E l p recu rso r d e l h o m ­

A rt.

V .— L a a n tig ü e d a d d e l h o m b re en sus r e la ­

b r e .............................................................................. 30 1 c io n e s c o n la p r e h isto r ia

.

. . ■,

310

VI —Continuación.—Las tres edades pre­ históricas y la teoría del progreso continuo................................... , , 340 Art . VII.—La antigüedad del hombre en sus rela­ ciones con la historia......................... 376 | I,—La escritura cuneiforme y la asiriolo-

A rt.

g í a ................................. ........................... 377

A rt.

II.—Los jeroglíficos y la egiptología. . . 386 III.—La cronología del E gip to.................... 392 IV.—La cronología asirio -caldea . . . . 402 V.—La cronología de los chinos y la de la I n d ia .................................................. 407 VIII.—La antigüedad del hombre en sus rela­ ciones con la B ib lia .........................413 . 11.—Variedad de opiniones acerca de la cronología bíblica.............................. 413 II,—La exegesis cristiana en sus relaciones con la antigüedad del hombre . . 434 CAPÍTULO IV.

E l D i l u v i o ....................................... ■ ........................... 447

I.—El Diluvio según la Biblia.—El arco ir is .......................................................447 IL—El Diluvio como hecho histórico. . . 459 I I .—El Diluvio entre los descendientes de Noé.................................................... 460 II.—El Diluvio entre los antigaos pueblos am ericanos..........................................476 III.—El Diluvio bíblico y la geología. . . 485 IV.—La universalidad del Diluvio. . . . 499 | I.—Antecedentes y estado de la cuestión. 499 IL—La teoría de la universalidad absoluta 505 sim ultánea......................... .... III.—Continuación.—La universalidad ab­ soluta simultánea y el texto bíblico. 515

A r tíc u lo A rt.

A rt. A rt,

IV.—La universalidad absoluta sucesiva . 53G V.—La teoría de la universalidad restrin­ gida .................................................. 543 VI —La teoría de laño 'Universalidad antro­ pológica .............................. . . . 555

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

Cum Scriplnra divina multipliciter exponi possil, nuUi exposiiwni aíiquis Ha praecise itihaereat, uí si certa raiiene constiterit koc essef;iisum quod aliquis sensum Scriptiirae esse credsbat id nihilominus assertrepraesumat. Sum. T h e o l

,, (DlVUSTfíO M A S,

cuest. 68, art. I.)

i.»parte,

En atención á que la divina Escritura es susceptible de interpretaciones diferentes, 110 debe alguien adherirse á alguna de ellas de tal modo que si después llega i consiarde manera cierta que semejante interpretación no es exacta, todavía se obstine en afirmar ]o contrario, es decir, que el sentido de la Es­ critura en aquel texto es el que le atribuía antes y r,o otro,

CAPÍTULO PRIMERO. LA ESPECIE HUMANA SEGÚN LA CIENCIA Y SEGÚN LA KIELIA. L problema relativo á la unidad originaria y específica del hombro es un problema de los más complejos que se presentan en la cien­ cia, aparte de su importancia moral y religiosa. P or esta razón, antes de entrar; ó, digamos mejor, á fin

6

LA BIBLIA T LA CIENCIA

de entrar con fruto en la discusión directa del mismo, será muy conveniente fijar los términos y sentido de la. cuestión, definir las ideas que han de servir de base para su resolución, y exponer también, ó indi­ car al menos, los antecedentes históricos y el estado actual del problema.

ARTÍCULO PRIMERO

NOCIONES PRELI MI NARES.

§ I. Importancia de la cuestión. H aciendo por ah o ra caso omiso de las conclusio­ nes que, según verem os en lu g ar oportuno, se des­ prenden de las investigaciones científicas en fav o r de la Biblia, sólo debemos re co rd ar aquí que la en ­ señanza bíblica acerca del origen y unidad de la especie hum ana es la base más sólida y .racional de la solidaridad y la fratern id ad , um versalm ente reco­ nocidas, entre los hom bres, así como tam bién es la base y .la razón suficiente del sentim iento de digni­ dad, al menos en los pueblos civilizados. H um boldt escribe á este propósito: «El sentim iento del p a re n ­ tesco y de la unidad de la especie hum ana, la con­ ciencia de los derechos comunes á todas las fam ilias que la componen, reconocen más noble origen, pues se fundan en las relaciones íntim as del corazón y en las convicciones religiosas. Al Cristianism o p rin ci­ palm ente pertenece la gloria de h ab er patentizado la unidad del género hum ano, y de h ab er hecho p e ­ n e tra r por este medio el sentim iento de la dignidad hum ana en las costum bres y en las instituciones de

8

LA BIBLIA T LA CIlííTOIA

los pueblos.... El principio de la lib ertad individual y de la libertad política tiene su raíz en la in d estru cti­ ble convicción de una legitim idad igual por p a rte de todos los seres que com ponen la especie hum ana (!).„ Si la cuestión referen te á la unidad o rig in aria y específica del género hum ano, en tra ñ a grande im ­ p o rtan cia en el orden m oral, social y político, no es m enor la que en tra ñ a en el orden p u ram en te religio­ so; y p a ra convencerse de ello, b asta re c o rd a r que tiene íntim as relaciones con la existencia del pecado original, que, como es sabido;, constituye uno de los dogmas capitales del Cristianism o. Sin em bargo, aquí no se tra ta de discutir y reso lv er la cuestión en el terreno religioso y cristiano, sino en el terreno de la razón natura] y de la ciencia. Porque á la razó n n a tu ra l y á la ciencia debemos y querem os atenernos en la discusión d elp resen te problem a; debem os y que­ remos escuchar el veredicto de la razó n y de la cien­ cia, con independencia y ab stracción hecha de la revelación bíblica, sin perjuicio de com parar después ese veredicto de la razón y de la ciencia con la en­ señanza revelada. En su virtu d , rechazam os, si no como calum niosas, como in ex actas al menos, las ideas expresadas por B roca en las siguientes p a la ­ bras: “No es ni la observación ni el raciocinio lo que ha establecido que todos los hom bres salieron de A dán.... Si se co n su ltara solem nem ente á la ob serv a­ ción, respondería que el lebrel y el te rra n o v a , an i­ m ales de la m ism a especie, según la doctrina clásica, se asem ejan menos que el caballo y el hem ión (mulo silvestre), anim ales de especie diferente; y el ra c io ­ cinio, á su vez, invocando todos los testim onios, com­ parando las costum bres, las lenguas, las religiones, (i|

Cosmos, T r a d . D í a z Q u i n t e r o , t o m o IT, p a g i n a s 244-45.

CAPÍTULO PRIMERO.

9

apoyándose en la historia, la cronología, la g eo g ra­ fía, estudiando el rep artim ien to de los hom bres y de los otros anim ales en la superficie del globo, in te rro ­ gando, en fin, á la anatom ía, la fisiología y la h ig ie­ ne; el raciocinio, repito, no conduciría ciertam ente á adm itir que el oso blanco y el kan g u ru proceden de la M esopotamia, y que e! hotentote, el celta, el n e ­ gro, el tá rtaro , el patag ó n ; el p ap ú a, descienden del mismo padre. Es ésto, por lo tanto, artículo de fe y no de ciencia. Introducido en la ciencia, este elem en­ to no es m ás que u n a de las hipótesis que se pueden tener sobre los orígenes de la anim alidad, y es ésta la menos satisfactoria, la menos científica de todas, porque después de h a b e r im puesto grandes sacrifi­ cios á la razón, no tiene siq u iera la v en taja de sum i­ n istra r el m enor dato sobre el origen d élas especies.,, Si es v erd ad ó no que la hipótesis de la unidad de la especie hum ana es la menos satisfactoria y cien­ tífica, se v e rá más adelante. Por ah o ra bástenos h a ­ cer constar que no sabemos que ningún teólogo ni exegeta haya puesto empeño en afirm ar ó sostener que el oso blanco y el kan g u rú procedan de Mesopo­ tam ia, ni atinam os qué es lo que B roca p reten d e in­ ferir de ésto p a ra su propósito, es decir, p a ra p ro b ar que la unidad de la especie hum ana es afirm ación de la fe y no de la observación y la ciencia. E n sentido análogo al de B roca, se expresa tam ­ bién Vogt, cuyas p alab ras adolecen de La mism a ine­ x actitud que las de aquél, y m erecen el mismo juicio por p arte .d e los hom bres que estudian la cuestión de una m anera im parcial y sin prejuicio en pro ni en contra de determ inadas soluciones. He a q u ilas p ala­ bras á que hemos aludido: i¡L a cuestión de saber si el género humano no en ­

10

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

cierra más que una especie ó m uchas, ó si es posible ó no que descienda de una sola p areja, mucho tiem po h á q u e hubiera sido resu elta, si u na an tig u a leyenda, com pletam ente destituida de fundam ento, no h u b iera aparecido en los libros de Moisés; de m an era que la teología se apoderó de esta cuestión p a r a tra sla d a rla del dominio de la ciencia al dominio d é la fe. Pero así como la v erd ad sobre el sistem a solar debía b rillar al fin y ser acep tad a á p esar de todos los anatem as p ro ­ nunciados co n tra sus defensores, tratad o s de herejes, del mismo modo—no h ay que d u darlo,—antes de m u­ cho tiempo, no se h ab lará de la p rim era p areja, ori­ gen de todo el género h um ano. . . sino como de un e rro r incom prensible.,, Ya queda indicado a rrib a que la fe, en esta como en otras cuestiones, no invade el campo de la ciencia. L a teología y la exegesis, ateniéndose á las m áxim as enseñadas y p racticad as p o r los antiguos P adres y D octores cristianos, al mismo tiem po que exponen la doctrina contenida en la E scritu ra, la re v e la d a como rev elad a, la cierta como cierta, la probable como pro ­ bable, la dudosa como dudosa, cuidaron siem pre de dejar expedito el cam ino á l a s investigaciones de la filosofía y de la ciencia. De conform idad con estas re ­ glas y prácticas, h a sucedido más de una vez que lo que la exegesis general p resen ta b a como m uy p ro b a­ ble, y h a sta como cierto, h ay a perdido su certeza y probabilidad á causa de conocim ientos filosóficos ó de descubrim ientos científicos posteriores; porque la exegesis cristiana, lejos de rech a zar estos conocim ien­ tos y descubrim ientos, cuando son reales y serios, se sirve de los mismos con h a rta frecuencia p a ra descu­ b rir y fijar el sentido de la E scritu ra, antes p ro b lem á­ tico y dudoso, y h asta, en ocasiones, p a ra reem p la­

CAPÍTULO PEIMEBO.

11

zarle con interpretacio n es, si no co n trarias, m uy di­ ferentes de las recibidas antes generalm ente, JSTo será necesario insistir más en esto, porque en varios luga­ res de este libro queda establecida y com probada con datos y ejem plos la teo ría y la p rá c tic a de esta doc­ trin a. Asi, pues, la fe y la teología no se ap o d eraro n de esta cuestión p a ra s a c a rla del dominio de la cien­ cia traslad án d o la al dominio de la fe, como suponen y afirm an Yogt y Broca: la fe y la teología tom aron esta cuestión en el terren o que á ellas les correspon­ de, sin m eterse p a ra n ad a con la ciencia, y sin im p e­ dir á ésta, antes bien in v itán d o la á que exam ine esa misma cuestión en su terren o propio, con sus métodos especiales, en la seguridad de que este ex am en cien­ tífico había de conducir á ideas y conclusiones, no opuestas, sino más bien conformes con la enseñanza de la fe y de la teología. Así ha sucedido, en efecto, como verem os en lu ­ gar oportuno. E n tretan to , bueno será h acer constar que la predicción de] profesor ginebri.no no se ha realizado, y que los hechos se han encargado de p ro ­ b a r que su alcance profético no es m uy seguro. Más de veinticinco años han pasado desde que Vogt escri­ bió.esas palabras; y, sin em bargo, hoy por hoy, n a ­ die, ni el mismo Vog’t, se a tre v e ría á decir que la p ro ­ cedencia del género hum ano de una p a re ja sola es m irad a generalm ente como un error incomprensible, Y ¿cómo podría m irai'se esta tesis como un erro r incom ­ prensible, cuando la g en eralidad d é lo s sabios, sin e x ­ cluir al mismo Yogt, reconocen que el poligonismo y la m ultiplicidad de especies hum anas está muy lejos ' de ser cosa dem ostrada (1)? Más todavía: no pocos de (i) Hemos dirho .rá excluir al mismo Vog/, porque el profesor de Gine­ bra, déspuds de haber dicho que dentro de poco i ¡empo sería cosa demostra-

12

LA ÍUBLIA Y LA CIENCIA

ellos, en tre los más autorizados y com petentes, de­ fienden, en el terreno puram ente científico, la unidad o riginaria y específica del hom bre, es decir, lo que, según Vogt, debía ser considerado hoy como e rro r in ­ com prensible, 110 y a sólo por los hom bres de ciencia, sino por los hom bres del vulgo, como se verifica con respecto al movimiento de la tie rra enseñado p o r GaJileo y rechazado al principio por los teólogos y exegetas.

§ II.

,

Monogenismo y poligenismo. Entiéndese, generalm ente, y entiendo aquí por monog&nismo, el que se aplica solam ente al hom bre, ó sea el sistem a ó teoría que afirm a que todos los hom ­ bres que actualm ente pueblan la tie rra proceden orida é inconcusa la pluralidad de especies y de orígenes en el género htiiuano, reconoce á seguida.—incurriendo en una de esas contradicciones tan frecuen­ tes en los enemigos sistemáticos dei Cristianismo—que son muy (íscaso? 6 incompletos los datos y elementos que poseemos para resolver este proble­ ma, y que esto es obra, no de individuos) sinu de generaciones enteras. «Les études comparativas sur Ies races, str les caracteres de leur organisa/tion et sur leur langue n’ont encore foiirní que bien peu de résnltats certains. Nous n’avons jusqu’ici, sur ces différents points, que des données éparses et de bien peu d’importance en raison des maLeriaux immenses que nous avons á étudieV. J1 faudra poursuivre l’étnde de la anatomie cotnparée du corps humain et celle des langues, ju sq u i ce que nous connaissonsséparcmerct les types pnmordiaux, et que k l’aide de recherches faites sur une plus, grande ¿chelic on puisse en constater exactement les caracteres distinctifs. Mais ceüe lítehe incombe aux géndraLions, le individua ne pourraient pas jr suffii e > Cf. Reuss, La B ú le et la Natitre^ pág. 479, donde, aludiendo al pasaje dLado de Vogt, escribe: «Si les recherches et les comparaisons faites jus­ qu’ici sont rdellement aussi insuffissantes que Vogt le preterid, cela ne prouve proprement qu'uue seule chose, c’e&t que la questton n'est pas encore prés de la solution défmitive.»

CAPÍTULO PBIMEKO.

binariam ente de una sola p areja, de un solo tronco prim itivo, y que todos form an una m ism a especie com prensiva de diferentes raza s. El poligenism o en ­ seña, por el contrario, que los hom bres proceden ó trae n su origen prim ero de diferentes troncos ó p a re ­ jas, uy. que las razas rep resen tan especies hum anas diferentes é independientes unas de otras,,. Esto quie­ re decir que p a ra los m onogenistas las diferencias más ó menos m arcadas y profundas que se observan en las razas hum anas que pueblan el globo son el.re­ sultado de determ in ad as causas físicas y m orales, y son diferencias que no afectan á la esencia mism a del hombre; al paso que los poligenistas consideran las diferencias de color, de cráneo, de estatu ra, etc., como diferencias originarias, y constitutivas por lo mismo, de especies diferentes hum anas. Según los p r i­ m eros, hay una sola especie hum ana dividida en dife­ rentes razas; según los segundos, h ay v aría s especies hum anas, distintas é independientes unas de otras. Tales son las nociones ó descripciones aceptadas del monogenismo y del poligenismo, y ésto es lo que se entiende hoy generalm ente por m onogenistas y po­ ligenistas. Esto 110 obstante, si nos atenem os al sen ti­ do etimológico y literal, el monogenisino en tra ñ a sólo la unidad ó unicidad de procedencia o rig in aria por p arte de los hom bres, y el poligenismo la plu ralid ad de la m encionada procedencia; de m anera que, en realidad de verdad , el monogenismo no p arece in ­ com patible absolutam ente con la plu ralid ad de esp e­ cies en el género humano, ni el poligenismo con la uni­ dad especifica del hom bre. Si suponemos que la teo ría tran sfo rm ista de D arw in es v erd ad era, ó al menos posible, se concibe la posibilidad de que los hom bres procedentes de una

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LA EIBLIA Y LA CIENCIA

prim era y única p areja, lleg aran , con el transcurso de los siglos y por medio de acum ulaciones sucesivas y ascendentes, á constituir especies diferentes de hom bres, los cuales procederían," sin em bargo, de un solo tronco. En esta hipótesis h ab ría á la vez monogenismo y plu ralid ad de especies. Igualm ente, dada la identidad específica en tre el hom bre blanco y el negro, si suponem os que Dios h u b iera querido cre a r una p areja, de la cual p ro ced ieran los blancos, y o tra p a re ja que fuera tronco de los negros, h ab ría entonces poligenism o junto con la unidad específica. A unque en el terreno científico esta distinción y la posibilidad de estas com binaciones no tienen grande im portancia, la tienen, sin em bargo, desde el punto de v ista religioso, como se v e rá en lugar- oportuno. P rescindirem os, sin em bargo, de estas indicacio­ nes en la discusión científica del problem a que nos ocupa, toda vez que los p artid ario s del m onogenismo se consideran á la vez, y lo son generalm ente, de la unidad específica, la cual sirve como de p rem isa p a ra deducir la unidad de tronco, y lo s-p artid ario s del poligenism o lo son tam bién, por punto genera], d é la diversidad específica en los h o m b res.' Según observa oportunam ente Q uatrefages los médicos y los paleontólogos suelen p ro p en d er al po­ ligenismo: los prim eros, porque están más fam iliari­ zados en sus estudios con el individuo que con la especie, y los segundos, porque la n a tu ra le z a de sus estudios y observaciones los induce á tom ar en con­ sideración las diferencias y sem ejanzas m orfológicas, prescindiendo generalm ente ó concediendo escasa im portancia á la filiación, á la cual corresponde, sin em bargo, lugar im p o rtan te y h asta p referen te en el exam en y resolución del problem a específico. A p arte

CAPÍTULO PRIMERO.

15

de otras causas que indicarem os m ás adelante, con­ tribuye tam bién á que la teo ría p oligem sta sea ace p ­ ta d a por m uchos, la sencillez ap are n te de la mism a, ó, digamos, la facilidad que ofrece p a ra la e x p lica­ ción de los hechos y fenómenos relacionados con las diferencias que se ob serv an en los tipos hum anos. No ha contribuido poco tam bién á esto la cos­ tum bre, g eneralizad a en tre los antiguos cultivadores de la historia n atu ral, de estab lecer clasificaciones de géneros y especies sobre ca ra c te re s puram ente externos y accidentales. De aquí la necesidad do d is­ tinguir y fijar con la posible ex actitu d científica los caracteres propios y reales de la especie, la v aried ad y la raza. § III. L a especie. Por lo que antecede, vese claram ente que el e x a ­ men y resolución del problem a relativ o á la unidad ó diversidad en la especie hum ana, tienen íntim as relaciones con la idea g en eral de especie, h a sta el punto de que la solución del problem a puede decirse que depende ante todo y sobre todo de esta idea; en otros térm inos: una vez determ inados y conocidos los caracteres que distinguen y sep aran la especie de la raza , la solución del problem a p resén tase como con­ secuencia espontánea y evidente. El exam en, pues, del concepto de la especie, lejos de ser discusión ociosa, como se h a dicho por alguien (1); es una dis(i) «11 est des antropoiogistes, comme Knox, qui. declarent oiseuse toute discussion, toute reclierclie á ce sujel, II en est d’autres, comme le

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

cusión im portante, la m ás im p o rtan te sin duda p a ra lleg ar á la solución a c e rtad a del problem a por el camino de la observación, de la experiencia y de los hechos. ¿Cuál es la noción propia, característica, esen­ cial y diferencial, de la especie con relación á la raza? Observem os ante todo que la idea de especie es una idea común, g eneral y ord in aria en tre los hom bres, y tam bién una idea que ap arece en todas las lenguas que poseen térm inos abstractos, según com prueba la filología com parada. Si preguntam os ahora cuál es el contenido de esta idea, el significado propio de esta p alab ra, hallarem os que la idea de especie se resuelve en dos ideas p arciales, de cuya unión re su l­ ta el concepto com pleto de especie. Son estas dos ideas p arciales, la semejanza ex terio r m arcad a en tre v arios individuos, y la filiación común, ó sea la p ro ­ cedencia de los mismos p ad res. Cuando se reúnen estos dos caracteres en determ inados individuos, el hom bre de la ciencia, lo mismo que el hom bre del vulgo, tienen po r cierto que esos individuos p e rte n e ­ cen á una misma especie, al menos cuando ‘se tr a ta de individuos relativ am en te num erosos y fecundos, y no de los híbridos. Y es de n o tar que si bien la sem ejanza constituye el c a rá c te r m ás ap are n te y que más llam a la atención á p rim era v ista, la filiación es considerada con ju sticia como más característica é im portante, no sólo p a ra los hom bres de ciencia, sino tam bién p a ra los del vulgo, como lo p ru eb a el Dr. Nott, qui vtulent supprimev la race, sauf á établir diverses categories d'esfi'ecís, Pour soutenir leur doctrine, ces auteurs mettent ainsi st ntíant le íravail accompli depuis p i fes de deux siecles par les plus ¡Ilustres natura listes el les iniliiers dobservations ou d'expérieuc^íaites par une fouled'liommes éininents sur les vegetaux et les animaux.» Q u a t h e f a g e s , L ’espece húmame^ chap, i i i .

17

CAPÍTULO PRIMERO.

hecho de que éstos no ab rig an duda de que p e rte n e ­ cen á la mism a especie dos individuos hum anos, por grandes y h a sta ex trao rd in arias que sean las dife­ rencias que los sep aran , si proceden de los m ismos padres. De lo dicho se infiere que toda noción ó defini­ ción de la especie que no ab race las dos ideas e s p re s a ­ das, los dos cara cteres de sem ejanza y filiación, serán por necesidad incom pletas é in ex actas, y que la defi­ nición de B lainville,'cuando decía que la especie es él individuo repetido y continuado en él tiempo y en él espacio, sobre ser una definición obscura de suyo y poco conforme con las reg las de la lógica en la m a­ teria, es una definición incom pleta, por no hacerse en la misma mención, al menos explícita, de la se­ m ejanza entre los individuos. De análogo defecto adolecen algunas definiciones de los antiguos n a tu ra ­ listas, que solían aten erse en sus definiciones de la especie á conceptos y caracteres, accidentales unas veces, ó incom pletos y parciales en otras ocasiones, según es fácil reconocer en R ay y en T ournefort, de los cuales el prim ero, en su Historia plantarum , c a ­ ra c te riz a b a y sep arab a las especies por la filiación ■sola, m ientras que el segundo se aten ía exclusiva­ m ente á la sem ejanza e x tern a p a ra fijar y distinguir las especies vegetales. Los progresos realizados en las ciencias n a tu ra ­ les han hecho desaparecer esas ideas, modificando las clasificaciones que sobre ellas se fundaban, y hoy se ­ rán muy pocos, si es que todavía existe alguno, los que no hag an e n tra r en la noción de la especie la se^ m ojanza y la filiación,■r en el sentido explicado, cualquiera que sea en otros conceptos la diversidad de opiniones en tre los mismos. De m an era que la incluT om o ii.

2

18

LA BIBLIA Y LA tílBSCIA

sión de la sem ejanza y de la filiación en el concepto de especie como p artes in teg ran te s y esenciales de la misma, pertenece á todos los físicos y n atu ralistas, con rarísim as excepciones, desde Buffón h asta los contem poráneos. En el fondo de todas las definicio­ nes de la especie h álla n se las dos ideas m encionadas; la diferencia sólo está, como dice Q uatrefages, en la expresión de las m ism as, en el modo de com binarlas y expresarlas al form ular la definición de la especie. E ntre estas v arias definiciones, la que en nuestro concepto m erece la p referen cia y reúne m ejores con­ diciones de exactitud y clarid ad es la que propone el citado Q uatrefages en su libro L a Especie humana, en los siguientes térm inos: «La Especie es el conjunio de individuos más tí menos semejantes entre sí, que pueden ser tenidos como descendientes de una pareja p rim itiva única, mediante tina, sucesión no interrumpida y natural de fa m ilia s». “En esta definición, ¿iñade el n a tu ra lista francés, lo mismo que en la de algunos de mis cofrades, y en­ tre otros, de O hevreul, está aten u ad a la noción de sem ejanza; ésta está subordinada á la noción de filia­ ción. L a razón de ésto es que, de individuo á indivi­ duo, no hay nunca iden tid ad d e caracteres. Aun cu an ­ do se dejen á un lado las variaciones que resu ltan del sexo ó de la edad, fácil es h acer constar que todos los rep resen tan tes de un mismo tipo especifico se dife­ ren cian en alguna cosa. M ientras que estas diferen­ cias son muy ligeras, constituyen los rasaos individuales, los matices, como decía Isidoro G-eoffroy, que perm iten no confundir dos individuos (1) do la misma especie. (i) Estos rasgos y matices, que sirven para distinguir y separar un in­ dividuo de otro, por grande que sea la semejanza entre los mismos, coinci-

CAPÍTULO PRIMERO.

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“Pero las diferencias 110 se detienen aquí. Los ti­ pos específicos son variablest es decir, que los c a ra c ­ teres físicos de toda su erte se modifican en sus d eri­ vados bajo el im perio de ciertas condiciones, b asta el punto que m uchas veces es m uy difícil reconocer la comunidad de origen. T am bién éste es un hecho sobre el cuál están acordes todos los n atu ra lista s.... “Esto no obstante, la variabilidad de la especie ha sido el tem a de discusiones ardientes en tre los n a tu ­ ralistas. Ninguno de ellos h ab rá olvidado to d av ía la lucha m em orable en tab lad a sobre este plinto en tre Cuvier y Geoffroy, lucha que Goette m iraba como más im portante que los más grandes acontecim ientes po­ líticos, U na grande escuela, á la q u e p erten ecen hom­ bres ilustres de In g la te rra , A lem ania y o tras p artes, ha renovado en nuestros días las ideas de L am arck y Geoffroy, modificándolas en algún sentido.,, P a ra e v itar equivocaciones é inexactitudes más ó menos trascendentales, no sólo en este punto con­ creto de la noción de la especie, sino en toda la dis­ cusión del problem a que nos ocupa, necesario es no perder de vista que el sentido y significación de la p a la b ra variabilidad de la especie son diferentes, se­ gún los antecedentes y la m ente del que la pronuncia. den con lo que los Escolásticos llamaban diferencias numéricas, condiciones individuantes. Sobre éstas están las diferencias especificas, que representan una parte de la naturaleza ó esencia capaz de comunicarse ó existir en diferentes individuos sin perder su concepto esencial, sus partes constitutivas; pero recibiendo al propio tiempo modificaciones accidentales en los individuos, sin perjuicio de la unidad ó identidad de esencia y naturaleza específica en los mismos, Por esta razón los citados Escolásticos decían que la especie es una naturaleza apta para existir y predicarse de muchos individuos como esencia completa de los mismos: immn apíuni inesse multis etprasdicaride iílis ut quid complete, definición expresiva de la especie en el orden lógico ó de la enunciabilidad, asi como la de t)uatrefages, corresponde á la especie considerada desde el punto de vista de la historia natural.

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P a ra Lamarc-k y p a ra la m ayor p a rte de los darw inistas, la llam ada v ariab ilid ad de especies no es ta l variabilidad, sino la tran sm u tab ilid ad de especies; p o r q u e p a ra la generalidad de los p artid ario s del darwinismo, las variaciones que puede recib ir una esp e­ cie no son m eras modificaciones de la m ism a que no alcanzan á su fondo y á su esencia, sino que, m ás bien que v erd ad eras variaciones, son fases y elem entos reales de transm utación especifica y esencial, ó sea p a ra la form ación de nuevas especies. De aquí la n e­ cesidad de fijar la significación que en historia n atu ­ ral debe darse á los nom bres de v aried ad y raza .

§ iv. L a variedad y la rasa. A) L a variedad . El ya citado Q uatrefages define la v arie d ad d i­ ciendo que es un individuo ó un conjunto de individuos pertenecientes á la misma generación sexual, que se dis­ tingue de los demás representantes de la misma especie por uno ó muchos caracteres excepcionales. Entendiendo las palab ras caracteres excepcionales en el sentido de caracteres notables, ca ra c te re s es­ peciales, caracteres muy ap aren tes y acentuados, p e ­ ro que no trasp asen los lím ites específicos, que p e r­ m anezcan infra speciem, creem os m uy acep tab le y ex acta esta noción d escriptiva de la v aried ad . P o r ­ que, en efecto, ésta existe y se constituye cuando en uno ó varios individuos ap arecen ciertos caracteres especiales, que á prim era v ista establecen m a rc a ­

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da diferencia con respecto á otros individuos de la m ism a especie. Si los hijos todos ó casi todos de la familia europea A nacen con los cabellos lanudos y negros que suelen v erse en los de ra z a etiope, dichos individuos form arán una v aried ad en la ra z a blanca, á condición, em pero, de que esa v arie d ad no se tra n s ­ m ita á los descendientes por generación norm al de una m anera constante. P orque si tiene lu g a r la tra n s ­ misión h ered itaria de los c a ra c te re s individuales que dieron origen á la v aried ad , de m anera que esa tra n s ­ misión se extienda á v a ria s fam ilias por medio de generaciones directas y norm ales, entonces la v a rie ­ dad deja de serlo, p a ra convertirse en B) L a raza . L a cual puede definirse con el citado Q uatrefa­ ges: E l conjunto de individuos semejantes, pertenecien­ tes á una misma especie, que recibieron ?/ transmiten, por vía de generación sexual, los caracteres de una variedad prim itiva. De m anera que la ra z a añade á la simple variedad la transm isión h ered itaria y re la ti­ vam ente constante de los cara cteres especiales que dieron origen y nom bre á la v ariedad. La ra z a viene á ser el térm ino del movimiento de v ariación que tie­ ne su punto de p artid a en la especie, pero á condi­ ción de no tra s p a s a r los lím ites esenciales de ésta. L a v aried ad rep resen ta como el térm ino medio de este movimiento. En relación con ésto, las raza s pueden dividirse en prim arias, secundarias, terciarias, etc., según la m ayor ó m enor distancia que en tra ñ an con respecto á la .especie que les sirve de base y punto de p artid a, y según que unas razas presuponen ciertos caracteres diferenciales de o tras, de las cuales se a p a rta n á su vez por medio de nuevas diferencias acentuadas y h ereditarias. De ra z a á ra z a existe cier­

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ta independencia re la tiv a en razó n á las diferencias m ás ó menos profundas y m últiples que las sep aran . E ntre éstas y la especie á que p erten ecen y que les sirve de punto de p artid a, existe cierta solidaridad, porque de la especie, que es como su tronco com ún, reciben las razas lo que constituye su fondo, y la sa ­ v ia general, por decirlo asi, que circula y p e n e tra por todas las raza s. Resumiendo y com parando las nociones ex p u es­ tas de especie, varied ad y raza , direm os con el y a citado autor de La Especie humana; «Así, la especie es el punto de p artid a; en medio de los individuos que la com ponen, ap arece la variedad/ cuando los c a ra c ­ teres de esta v aried ad se hacen h ered itario s, se fo r­ m a la rasa. “Tales son las relaciones que p a ra todos los n a ­ tu ralistas, “desde Cuvier h a sta el mismo Lam arck:,í£ como dice Isidoro Greoffroy, existen en tre estos tres térm inos. H ay aquí una noción fundam ental que j a ­ m ás debe perd erse de v ista en el estudio de las cues­ tiones que nos ocupan. P o r h ab er echado en olvido esta noción, hom bres de m érito su p erio r h an desco­ nocido los hechos m ás significativos. “Se ve por lo dicho, que la noción de semejanza, em pequeñecida en la especie, tom a en la raza u n a im­ po rtan cia igual á la de la filiación. “Se ve igualm ente que el núm ero de raza s sali­ das directam ente de u n a especie, puede ser igual al núm ero de variedades de esta m ism a especie, y por consiguiente m uy considerable. Pero este núm ero tiende á crecer todavía de una m an era indefinida. En efecto: cada una de estas razas prim arias es suscep­ tible de experim entar modificaciones nuevas, las cua­ les pueden perm anecer como individuales, ó hacerse

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transm isibles por v ia de generación. De esta su erte nacen variedades, y razas secundarias, terciarias, etc. N uestros vegetales, nuestros anim ales dom ésticos ofrecen m ultitud de ejemplos de estos fenómenos. “Al nacer así unas de otras y al m ultiplicarse, las razas pueden adq u irir c a ra c te re s diferenciales ca­ da vez más m arcados y profundos. Pero por num e­ rosas. que sean, cualesquiera que sean las diferencias existentes entre las mismas, y por muy distantes que p arezcan estar del tipo prim itivo, no por eso d ejarán de ser p a rte de la especie de la cual salieron las r a ­ zas prim arias. En otros térm inos: la especie es la uni­ dad, y las razas son las fracciones de esta unidad (1).„ P a ra com prender en tesis general el origen y r a ­ zón suficiente de la existencia ó form ación de las r a ­ zas, conviene ten er p resen te que en los seres o rgáni­ cos, en los vivientes; la especie, considerada en su acción generadora, está su jeta á dos fuerzas ó in ­ fluencias relativ am en te antagónicas, á saber: a) la fuerza de filiación, ó, hablando con m ás propiedad, la fuerza g en era triz específica, la cual es, por su mism a n atu raleza, asim iladora, y tiende á producir un ser sem ejante al padre; y b) la influencia individual, compi’endiendo en ésta las modificaciones in tern as y ex ­ tern as que afectan á los p adres en el acto de la g e­ neración y al feto en su desarrollo interno. En otros térm inos: la acción esencialm ente asim iladora in h e ­ ren te á las especies orgánicas, y que en todos los v i­ vientes se re v e la y m anifiesta al p ro p ag arse unos de otros (origo viventis a vívente in simüitudi?iem natura, decían los Escolásticos, al definir la generación), es modificada y hasta p ertu rb ad a, si se quiere, por in ­ fluencias fisiológicas, morales, y físicas, que pueden (i)

QuatrefageSj I h d ., páginas 28-29,

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p e rtu rb a r y modificar la acción gen erad o ra, y tam ­ bién la gestación uterin a, determ inando así y pro d u ­ ciendo en el feto accidentes, diferencias y modifica­ ciones más ó menos im portantes. Así, por ejem plo, si damos crédito á recientes estadísticas, el estado de em briaguez de los p adres ejerce desastrosa influencia en el feto, que por esta causa puede n acer epiléptico ó idiota. De aquí podem os inferir que la razón p rim era suficiente de las razas, lo que da origen á éstas, p a ­ rece ser la lucha entre las dos fuerzas m encionadas, en tre la fuerza específica g en eradora, esencialm ente asim ilatriz, y la fuerza co n traria, re sa lta n te de las influencias individuales, ex tra ñ as á la especie y á su fuerza generadora, pero cap aces de m odificar esta fuerza y su resultado, según que afectan al individuo ó individuos generadores en el orden físico, m oral y fisiológico. A parte de esta que p u d iera llam arse la causa ó razón p rim itiv a y g en era l de la existencia y diversidad de razas, pueden señ alarse otras v aria s m ás ó menos im portantes, que ño es de u u estra in ­ cum bencia enum erar y discutir. B ástenos reco rd ar que los n atu ra lista s suelen distinguir tres clases de razas en los vegetales y anim ales, que son: a) liazas naturales, ó sea las que se form an bajo la influencia de la sola n atu ra leza en tre vegetales y anim ales abandonados á sí mismos; b) liazas domésticas, ó sea las que deben su origen y constitución al cultivo y educación resp ectiv am en ­ te por p a rte del hom bre, y c) Razas emancipadas, ó sea las que adquieren libertad y en tra n bajo la influencia de las cau sas n a ­ turales, después de h ab er pasado por el estado de cultivo ó dom esticidad.

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E n tre las diferentes causas que influyen en la producción y caracteres de todas esas raza s, bien puede afirm arse que la más poderosa y eficaz es la acción del hom bre por medio del cultivo de las p la n ­ tas y dom esticación de los anim ales (1) en razón al dominio que el hom bre ejerce sobre las leyes y fu er­ zas de la n a tu ra le z a física y orgánica.

§ V.

Mestizos é híbridos. El cruzam iento, ó, m ejor dicho, la unión sexual de individuos pertenecientes á diferentes razas ó e s­ pecies, da origen al fenómeno del mesticismo y al de la hibridación. Cuando dos individuos, m acho y hem ­ b ra, p ertenecientes á r a z a s diversas pero á l a misma especie, realizan la unión sexual, el producto de és­ ta, que es un producto cruzado, recibe el nom bre de mestizo. Lo que cara cteriza y distingue el cruzam ien{i) Así se comprende y explica el número inmenso y la diversidad casi infinita de razas debidas á la acción del hombre, principalmente éntrelos anímales. «En el reino animal, escribe á este propósito, el abate Moigno, tenemos varías razas de gusanos, de ciprinos ó peces encarnados, de canarios (cuya introducción en Europa por Juan de Bethencourt sólo data del siglo XV], de pavos, de ocas, de ánades, de palomos (cerca de trescientas razas, nacidas todas ellas muy probablemente de la paloma torcaz, Columba livia , y todas ellas fecundadas entre sí, de una manera continua é indefinida); de ga. llinas trece castas ó razas por lo menos, y muchas subrazas, todas fecundas igualmente entre sí, á pesar de las disparidades más reconocidas, corno las que caracterizan á las gallinas rizada, sedosa, negra, etc., y teniendo todas ellas por abuelo ascendiente probablemente al gallu f Bunkiva , De conejos también hay razas muy numerosas y distintas por su forma y color, raías sin orejas ó con una sola oreja, blanca, negra, parda, manchada, etc., todas ellas descendientes del lepus cunkulus, de Linneo, H ay también diversas razas de asnos, todas las cuales se remontan al onagro ó asno salvaje de Persia, equus

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to de las razas p erten ecien tes á la m ism a especie es la fecundidad indefinida, es decir, que el descendien­ te producido por este cruzam iento posee aptitud y fuerza p a ra reprod u cirse indefinidam ente m ediante uniones con individuos p ertenecientes á las razas de sus progenitores inm ediatos, ó á otras raza s de la misma especie. Esté hecho está com probado por la experiencia, lo mismo en el reino v egetal que en el anim al, ora se verifique el cruzam iento por la sola n atu raleza, ora se realice bajo la intervención inteligente del hom ­ b re. D esde que en 1744 descubrió Linneo la distinción de sexos en las p lan tas, son ta n num erosos como in ­ discutibles los ejem plos de cruzam ientos verificados, y a espontáneam ente por la n atu raleza, y a por el tr a ­ bajo é intervención del hom bre, en tre razas v eg eta­ les, pudiendo decirse que las selvas y los jardines ofrecen ejem plares de esto acotados por escritores de, historia n a tu ra l. P o r lo que to ca al reino anim al, los cruzam ientos productores de mestizos son ta n fre­ cuentes, comunes y evidentes, que los que se dedican á la c ría de anim ales, en cu en tran más dificultad p a ra asinus¡ ó al asno de Abisinia. Diez ó doce razas de caballos derivadas de un tipo salvaje, á las cuales se aproximan mucho los caballos que pasaron á ser libres. Veintiocho razas caninas en Europa solamente, que figuraron en la Exposición de 1858, una de las cuales era enteramente reciente, ofreciendo algunas variaciones de talla, desde lino á cir.co; de pelo, desde las pieles más espesas ó pobladas hasta la piel lisa ó desnuda, desde el negro al blanco respecto de todos los colores y matices intermedios; de la voz, desde el pe­ rro mudo al perro común; del número de vértebras caudales, desde cero á veintiuno; de la forma de la cabeza, desde la galga al perro dogo, cuyas razas sólo adquieren las modificaciones más notables por medio de grados insen­ sibles que se producen casi á nuestra vista., siendo todas ellas fecundas entre sí, constituyendo verdaderos mestizos, nacidos por multiplicaciones sucesivas, ya sea de una especie propia., el canis familiaris de Linneo, ya sea acaso del chacal.» Los Esplendores de la fe , edíc. Barcel,, 1880, tomo n, pá­ ginas 351-52.

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evitarlos que p a ra realizarlo s, ó sea p a ra con serv ar la p u reza y separación de la s razas. Así como la unión sexual de individuos p e rte n e ­ cientes á razas diferentes de la m ism a especie p ro d u ­ ce los m estizos, así la unión en tre individuos p e rte n e ­ cientes á especies diversas, siquiera sean próxim as y congéneres, produce los híbridos, da origen al fenó­ meno de la hibridación. Lo que principalm ente c a ra c ­ teriza y distingue este fenómeno de la hibridación, como resultado del cruzam iento de las especies, es la infecundidad del ser producido por este cruzam iento, ó sea por la unión sexual-de individuos p erte n e c ie n ­ tes á especies diversas. Los cruzam ientos que dan origen á los híbridos, como los que dan origen á los m estizos, pueden v e ­ rificarse, ó'espontáneam ente en el seno de la n a tu ra ­ leza y bajo la influencia y com binación de causas físicas, ó bien artificialm ente bajo la dirección in te­ ligente del hom bre; con la diferencia, sin em bargo, de que los casos ó ejemplos de hibridación espontánea y n atu ra l son mucho m ás raro s que los de mesticismo espontáneo, h asta el punto de que algunos n a tu ra lis­ tas han puesto en duda la realid ad de la hibridación n a tu ra l. En cuanto al reino anim al, sobre todo, los n atu ra lista s están acordes en reconocer que el fenó­ meno de la hibridación es sum am ente raro , h asta el punto de que entre los m am íferos no existe ejemplo alguno com probado, si hemos de d a r crédito al te sti­ monio autorizado de Isidoro G-eoffroy. L a intervención inteligente y rela tiv a m en te p o ­ derosa del hom bre, á causa del dominio que ejerce' sobre las leyes y fuerzas de la n a tu ra le z a , como que­ da apuntado, h a podido am p liar la esfera de la h ib ri­ dación por medio de cruzam ientos en tre especies di­

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ferentes. Pero aun en este caso, la ex p erien cia a te s ­ tigua claram ente que esos cruzam ientos y ese fen ó ­ meno de la hibridación no pueden tra s p a s a r cierto s lím ites, y lim ites bastan te estrechos. Según testim o­ nio unánim e de los n atu ra lista s, no h ay ejemplo a l ­ guno de cruzam iento é hibridación en tre especies p e r­ tenecientes á diferentes fam ilias, y en tre las que p e r­ tenecen á géneros diversos son m uy raros, pudiendo decirse, en conclusión, que se h allan lim itados dichos fenómenos á las especies congéneres, y esas, pocas en num ero. Si se ex cep tú a el cruzam iento de las es­ pecies asnal y caballar, y el de la liebre y el conejo, apenas se en co n trarán ejem plos com probados ó gene­ ralm en te reconocidos por los n a tu ra lista s de otros cruzam ientos específicos ó híbridos. Teniendo esto en cuenta, y tam bién que el cruzam iento de la liebre y el conejo sólo consta como realizado en cuatro ó cin­ co ocasiones, habiendo sido ensayado y procurado m illares de veces, h ay derecho p a ra decir con Quatrefages que “de todos los hechos conocidos se puede sacar esta conclusión: sólo existen dos especies de m am íferos, el asno y el caballo, cuyo cruzam iento sea fecundo ordinariam ente siem pre y en todas partes.» S ilo s fenómenos de la hibridación y del niesticismo ofrecen cara cteres m arcados de distinción y se h allan profundam ente separados ya por la dificultad y por el núm ero relativ am en te escaso de cruzam ien­ tos que se refieren á la p rim era, y la facilidad y m ul­ titud de los relativos al segundo, esa distinción se p re se n ta m ás evidente y más profunda cuando se tie ­ ne en cuenta la infecundidad que acom paña al ser producido po r el cruzam iento híbrido, a l lado de la fecundidad in h eren te al ser producido p o r el c ru z a ­ miento mestizo ó de simples razas. Ejem plo diario y

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p aten te de la p rim era tenem os en la m uía, producto ó descendiente del cruzam iento entre la especie asnal y cab allar, y ejemplo tam bién diario y no m enos p a ­ tente de lo segundo tenemos en los corrales de cria de aves, en las casas, en las quintas, donde vemos nacer y p ro p ag arse indefinidam ente anim ales de todo género, carneros, gallinas, cerdos, etc,, engendrados por p arejas pertenecientes á razas diferentes. He dicho indefinidamente, porque la existencia de algunos híbridos que han engendrado alguno ó alg u ­ nos descendientes, debe considerarse como un hecho excepcional y anorm al, no y a solam ente porque es muy raro, aun con respecto á las especies en que es más frecuente y ofrece menos dificultades el cru za­ miento hibridador, como sucede con la cab a lla r y a s­ nal, sino porque si en algún caso el híbrido ha sido fecundo, esta fecundidad se ha visto reducida á lím i­ tes m uy estrechos, y a por p a rte del núm ero de hijos, ya principalm ente porque esta fecundidad im perfecta desaparece por com pleto á las pocas generaciones, volviendo los descendientes del p rim er híbrido fecun­ do al tipo prim ero p aterno ó m aterno, de m anera que en ningún caso se verifica ó tiene lu g ar la generación indefinida y perm an en te de padres á hijos, como en los mestizos, sin que obste p a ra esto el fenómeno de reversión p arcial á que están sujetos los m estizos tam bién, pero en condiciones- y con cara cteres dife­ rentes de la reversión híbrida, porque la reversión que se realiza á veces en los mestizos, y que si no con más propiedad, al menos p a ra no confundirla con la híbrida, puede y debe llam arse atavismo, es la v u elta accidental y anorm al, por p a rte del descendiente A ó B , al tipo de alguno de sus antepasados, pero sin p erder por eso las demás condiciones y propiedades

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qu© caracterizan y distinguen del híbrido al mestizo, y principalm ente la condición de la fecundidad suce­ siva. En la reversión híbrida á los tipos an terio res, la san g re de uno de los ascendientes «es exp u lsad a ir r e ­ vocablem ente», en expresión de Q uatrefages (1), m ientras que en la rev ersió n m estiza ó atá v ic a p e r­ m anece la n a tu ra le z a de los p ad res prim eros con.la sangre m ezclada. Si se tiene p resen te que el cruzam iento híbrido m ás frecuente, m ás fácil, y, por decirlo así, m ás es­ pontáneo y n a tu ra l, es el que se verifica entre 3a especie asnal y cab a lla r, y que, á p e s a r de ésto, el producto de este cruzam iento v a siem pre acom pa­ ñado de esterilidad, h asta el punto que y a en tiem ­ po de H erodoto se consideraba como un prodigio ex trao rd in ario el caso de fecundidad en una muía, caso que no vem os reproducirse, no obstante el n ú ­ m ero g rande do mulos y muías, las diversas condi­ ciones á que se hallan sujetos y los reiterad o s esfuer­ zos y ensayos llevados á cabo con este objeto, h ab rá que reconocer aquí una p ru eb a in co n trastab le de que la infecundidad, ó cuando menos, una fecundidad (i) Este autorizado naturalista expone en los siguientes términos los caracteres que distinguen la reversión híbrida y la reversión mestiza: «Le phénornéne du refour ramenant les descendants d’un hybrideau type paternel ou maternel, ¿a varintion desordonnée, ont donné lieu a quelques interpretations qu’il est utile de rectifier,... «Olí a voulu cncorc regarder comme identiques les faits á’atavism¿t et ceux de r¿taur. 11 y a entre eux une difference fondamentale. Le raetis qui par atavismo reprendles caracteres d’un de ses ancStres patérnels, par exemple, n’en conser ve pas moins sa nature mixte. La preuve, c’est qu’il peut avoir des fils ou des petits fils réproduisant au contraire les traite essentiels de ses prúpres anejires maternels. Darwiu rapporte bien des exemples de faits de cetle nature, empruntds á l'histoire agrieole de son pays. Mais un des meilleurs áciter es celui que nous fournit la génealogie d’une famille de chiens observes par Girou de Buzareingues. Ces chiens étaient des métis de brague et d'épagneul. Or, un mále, brague par tous ses caracteres, uni k une

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sum am ente restrin g id a y casi nula, constituye uno de los cara cteres fundam entales y como esenciales de la hibridación. Que si alguien ha dicho que en los países cálidos, y prin cip alm en te en la A rgelia, son frecuentes los casos de fecundidad en las millas, no será difícil reconocer la inex actitu d de sem ejante afirm ación, con sólo reco rd ar lo acaecido en la mism a A rgelia en 1868. Refiere G-ratiolet que habiendo presentado una m uía por aquel tiem po síntom as ó indicios de estar p reñ ad a, fué ta l el espanto y te rro r que se apoderó de los m usulm anes, que creyeron llegado el fin del mundo, entregándose, bajo la in ­ fluencia de este tem or, á largos ayunos y penitencias con el fin de apacig u ar la cólera de Dios, ayunos que se h ab rían prolongado'm ucho á no h ab er abortado la m uía. Si los casos de este género se rep itieran , no y a con alguna frecuencia, como da á entender el autor aludido, sino tres ó cuatro veces solam ente cada siglo, ¿habría producido el caso de 1838 la ex ­ trao rd in aria alarm a y el tem or que se m anifestaron en la A rgelia con ocasión del caso mencionado por Grratiolet? En atención á que alguien pudiera sospechar que famille de race brague puré, engendra des épagneuls. On voit que ce dernier sang n'avait nullemetii: été annihilé et que le retour au type brague n’étaít qu’apparent. »Il en est antrement dans les cas de reiour se manífestant chez les hybrides. Ici un des deux sangs est írrevocablement expulsé. C'est lá ce que permet d'affirraei-une experience remontant jusqu’a l’époque romaine, ou tout au monis jusqu'au Vil siecle. Les ti tires et les musmons de ces temps-lá n’ont jamais eu de descendant atavique. Jaunais on n’a vu naítre un chevreau de l’union d’un belier et d’une brébis, jamais un agneu n’a été fils d’un bouc et d'une chevre. 11 en est de méme chez les végétaux, d’aprés le tcrr.oignage formel qu'a bien voulu me donner M. Naudin. »Bien Ioint d etre asim ilables, les phénom éties á'atavisme et de retour sont absolum ent differents, et caractérisent l'un le croisem ent entre races, l ’autre le croisement entre eipeces.» Ibid ,, cap. VIII,

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tenem os empeño en e x a g e ra r la infecundidad de los híbridos, prep aran d o el cam ino p a ra reso lv er en d e­ term inado sentido la cuestión de la unidad de la es­ pecie h u m a n a , debemos y querem os o b serv ar, en p ru eb a de im parcialidad, que, si bien la infecundidad de los híbridos producidos por el cruzam iento de es­ pecies distintas es casi u n iv ersal y constante, no por eso es omnímoda y absoluta, p rin cip alm en te cuando se tr a ta de cruzam iento en tre especies congéneres y m ás ó m enos afines, como los cruzam ientos en tre el macho cabrío y la oveja, en tre el conejo y la lieb re. E n los cruzam ientos de estas especies y en el de a l­ gunas aves, hanse observado y com probado algunos ejem plos de híbridos fecundos re la tiv a m en te , es de­ cir, capaces de rep ro d u cirse ó de en g en d ra r hijos sem ejantes, pero sólo h a sta la c u a rta ó quinta gene­ ración. De m anera que al lleg ar á este térm in o , se verifica indefectiblem ente el fenómeno de la re v e r­ sión á los tipos patern o s y m aternos, siendo n ecesa­ rio com enzar de nuevo los cruzam ientos prim eros p a ra conservar los productos híbridos. Algunos n atu ra lista s han p retendido que los hí­ bridos lepóridos estaban exentos de esta ley, y que se verificaban en ellos gen eracio n es m últiples suce­ sivas, sin reversión á los tipos p rim ero s. P ero ven ti­ lado bien el punto, se h a visto que estab a n sujetos á los mismos fenómenos que los dem ás híbridos, cosa que hubieron de reconocer los mism os que antes h a­ bían opinado en co n tra (1), como Roux y Geoffroy. (i) «Les hybrides (los lepóridos), dont on a tant parlé, se maintiennent-íls saiis présenter le phenomcme de retour? M. Roux l’a évidemment cru, et M, Gayot l’affircie encore. Mais les lémoignages de ceux qui ont constaté et combattu leuvs dires ne laissent guére place au doute. Isidore Geoffroy, qui avait d’abord cru á leur fixité, et en avait parlé comme d'une conquéte, n'a pas liésilé plus tard ít admettre le retour; ce fait a été constaté

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CAPÍTULO PB1MEEO.

Si nos hemos ocupado con algún detenim iento en fijar la n atu ra leza y cara cteres de los m estizos y los híbridos, es porque este conocimiento desem peña papel m uy im portan te en la solución del problem a relativo á la unidad de la especie hum ana. P or la misma razó n será conveniente reu n ir los hechos y conclusiones que se desprenden de las ob­ servaciones é investigaciones llevadas á cabo por los hom bres m ás com petentes de la ciencia y por n a tu ­ ralistas y experim entadores sag aces; como Cuvier, Buffon, F lourens, Gteoffroy, N audin, Q uatrefages, Samson, Blainville, C hevreultM ilne E dw ards, M aury y otros -varios, cuyos trab a jo s experim entales é in­ vestigaciones conducen á los siguientes resultados: 1,° Los cruzam ientos en tre anim ales p e rte n e ­ cientes á órdenes, clases y fam ilias diferentes, deben contarse en tre los hechos fabulosos ó no com probados au jardín d’acclimatatiS]], et M. Roux, lui inéme, au diré de M. Faivre, semble étre révenu sur les premiares affirmatious. Les observatioas et les expérienccs faites ála Société d’Agrieulturede Pariy démontrent clairement que les leporides envoyés ou presentís par les éléveurs etix-mémes, étaient entiérement révenus au type lapin, En fin, M. Sansón, discutant la qnestion anatomique, est arrívé aux mSmes conclusions. Au reste, quiconque tieadra cotíipte des observations faites par M. Naudin sur ses hybrides de Linaires, reconnáitra facilement que le r e to u r et la v n r ia iim d e so rd m n ée , se sont montrés cliez les leporides de l'abbé Cagliari, le premier quí ait obtenu un croisement fécond entre le liévre e tle lapin. 5>Ces phéuoménes ont également appíiru d’ttjie maniére bien marquée a la suite du croisement des vers ásoie de Vai lente (Bombix cvwlhia J et du vers a. soie du ricin (Bombix arrindia), obtenn psir M. Cuéiin Méneville. Les hybrides de premiéi e génération furent pr esque exacteraent intermediaires entre les deux espéces et semblables entre eux. Des la seconde génération cette uniformité disparu; h la tioisiéme, les dissemblances s’étaient accrues, et une parLie des annimaux avaient repris tous les caracteres soit de l’espéce pateinelle, soit de l’espéce maternelle. A la septieme génération, cette 'éducation curieuse fut detruite par les ichneumous. Alais, me disait son ititélligent éléveur M. Valée, apeuprés tous les vers étaient revenus au type de l’arrindia, Ici la similitude avec ce qui s’etait passé chez le linaires de M. Naudin est complete.» QUATR.EFAGES, loe, cit., pág. 56.

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por la experiencia y la observación, y si en alguna ocasión se lian verificado esos cruzam ientos á v irtu d de am ores provocados artificialm ente por el hom bre, h an sido com pletam ente infecundos. 2.° E n tre especies de anim ales p erten ecien tes á un mismo género pueden verificarse y se h an v erifi­ cado cruzam ientos, y la consiguienteproduceión ó g e ­ neración de hibridos resu ltan tes de la unión sexual en tre los m encionados anim ales. 3.° Estos híbridos procedentes de especies con­ géneres son generalm ente, y e n la m ayor p arte de los casos, infecundos, como se ve en el híbrido m ular procedente del cruzam iento en tre el asno y el ca b a ­ llo. E n los casos, rela tiv a m en te poco num erosos, en que.los híbridos son fecundos, esta fecundidad es s u ­ m am ente lim itada, no pasando nunca de la cu a rta ó quinta generación,-y, sobre todo, jam ás llega á fo r­ m ar una especie h íb rid a é interm edia en tre las dos que le sirvieron de punto de p artid a. 4.° Los m encionados productos híbridos que p o ­ seen fecundidad restrin g id a en los térm inos expues­ tos, la pierden indefectiblem ente al poco tiem po por medio de la reversión á los tipos específicos á los que p erten ecían sus progenitores, ó sea los individuos macho, y hem bra perten ecien tes á especies diversas, de cuya unión sexual resultó el p rim er híbrido de la pequeña serie que desaparece á v irtu d de esta re v e r­ sión, sin dejar en pos de sí ó en el seno de la n a tu ra ­ leza ninguna especie nueva con facu ltad de re p ro d u ­ cirse y m ultiplicarse indefinidam ente. 5.° L a filiación indefinida y p erm an en te, la fuer­ za g en eratriz com unicada de p adres á hijos en serie ó sucesión constante y sin lim itación, re p resen ta y cons­ tituye una nota característica, u n a ley fija de la n a tu ­

CAPÍTULO PRIMERO.

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raleza, m ediante la cual las especies orgánicas v eg e­ tales ó anim ales se distinguen y sep aran unas de otras; y ley que bien puede considerarse como corolario y m anifestación de la fijeza ó inm utabilidad de las espe­ cies, y por consiguiente como un nuevo argum ento experim ental co n tra las pretensiones del darw inism o. Es esto ta n ta v e rd a d , que n a tu ra lista s tan au to riza' dos como Sansón, antes que adm itir la fecundidad norm al é indefinida en los híbridos, estarían dispues­ tos á n eg ar la hibridación en éstos, ó sea su p ro ced en ­ cia de especies distintas. «Si por acaso, escribe el ci­ tado n atu ra lista , en lo sucesivo fu era posible o b serv ar una fecundidad con tin u a en tre unos productos resu l­ ta n tes de dos tipos considerados hoy como especies distintas, la sola conclusión racio n al que de ello p u ­ diera inferirse 110 sería ciertam en te que los híbridos pueden ser fecundos indefinidam ente, sino que la co n ­ clusión que debería sacarse es que, en este caso p a r­ ticular, la distinción en tre las dos especies supuestas había sido establecida equivocadam ente (1).„ E n r e ­ sumen: la infecundidad como caso g en eral, y en las excepciones una fecundidad m uy lim itada; series bruscam ente cortadas, ya por la infecundidad, y a por la variació n desordenada, y a por la rev ersió n sin atavism o: tales son los cara cteres de la hibridación, caracteres que presen tan las condiciones todas de una v erd ad e ra ley de la n a tu ra le z a , según hemos indicado, y según reconoce tam bién Q uatrefages en los siguientes térm inos: “L a infecundidad, ó, sí se quiere, la fecundidad restrin g id a y con sum a rap id ez b o rrad a en tre especies, la im posibilidad por p a rte de las fuerzas n atu ra les en treg ad as á sí m ism as de p ro ­ ducir series de seres interm ediarios en tre dos tipos (i)

Principios generales de Zootecnia, p ig, 242. {MOIGNO.)

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específicos determ inados, es uno de esos hechos g e ­ n erales que apellidam os u n a ley. E ste hecho tiene en el mundo orgánico un v alo r igual al que se a tr i­ buye con razón á la atra cció n en el mundo sideral. G racias á esta últim a, los cuerpos celestes co n ser­ v an sus distancias resp ectiv as y siguen sus órbitas con el orden adm irable que h a re v e la d o la astro n o ­ m ía. L a ley de infecundidad de las especies produce el mismo resultado y conserva en tre las especies, en tre los grupos diversos, lo mismo en los anim ales que en las p lan tas, todas aquellas relaciones que, e n la s ed a­ des paleontológicas, lo mismo q u e en n u estra época, h acen un conjunto ta n m aravilloso del Imperio orgá­ nico (1)„.

(i) L?Espece Jmmaine, SS-^9, donde, continuando la comparación entre la ley de la atracción celeste y la ley de la infecundidad de los cruza­ mientos entre especies diferentes, añade: «Supprimez par la penséedan sle ciel Ies loís qui régissent l'attraction, et voyez aussitQt quel chaos! Supprimez sur la terre les lois du croisement, et voycz quel coufusion! Je ne sais guere oü elle s’arrétérait, Aprés quelques générations, Ies groupes que nous appelons genres, familles, ordres, et classea auraient i coupsur dispn.ru; les embranchements ne sauraient tarder á étre atteints. II ne íaudrait certainement pas un grand nombre de siécles pour que le rcgne animal, le r&gne ve­ getal présenUssent le plus complet desordre. Or l’ordra éxiste dans l’un et dans l’autre dépuis l'époque oú les preraiers étres organisés sont venus peupler les solitudes de notre globe: Í1 n'a pu s’établir et durer que gráce á 1’irapossibilité oh sont les cspéces de se fussionner les unes dans les autres, par des croisements indifferemment etindefiniment féconds.»

A RTÍCU LO II.

ANTECEDENTES HISTÓE1C0S Y ESTADO ACTUAL DE LA CUESTIÓN.

H acia m ediados del siglo x v n publicó P erey re su Systema theologicum ex Preadam itarm n hypotesi, en el cual intentó p ro b ar con textos y argum entos bí­ blicos que A dán no fué el p rogenitor de todos los hom bres, y sí únicam ente de los judíos, Al discutir el problem a de la unidad de la especie hum ana en sus relaciones con la Biblia, se tr a ta r á de este siste­ ma, to d a vez que, como queda indicado, se funda en textos y argum entos bíblicos. El p a tria rc a de la incredulidad del siglo siguien­ te, al recoger en sus escritos cuantas ideas y teorías se habían acum ulado en el tran scu rso de los siglos contra la religión de Jesu cristo , no se olvidó de la teo ría de P erey re, que se apresuró á repro d u cir quoad substantiam en su Ensayo sobre las costumbres, afirm ando como cosa co rrien te la existencia de di­ versas especies de hom bres, y que sólo á un ciego es perm itido dudar de que los blancos, los negros, los hotentotes, «los lapones, los chinos, los am ericanos, sean razas enteram en te diferentes.» Y que Yolfcaire entiende por estas raza s otras ta n tas especies de hom bres procedentes de diversos progenitores, colígese claram en te del siguiente pa-

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LA BIBLIA Y LA CIEBTCIA

saje que en form a rom ancesca se en cu en tra en su m al llam ada M etafísica. «Colocado sobre este pequeño m ontón de lodo, y no teniendo del hom bre más noción que la que el hom bre tiene de los h ab itan tes de M arte ó Jú p iter, desem barco en el país de la C afreria, y me pongo en seguida á buscar un hombre. Veo monos, elefantes, negros, que, al p arec er, todos tien en algún destello de razón im perfecta. Los unos y los otros poseen un lenguaje que no com prendo, y todas sus acciones p arec en referirse á un fin determ inado. Si ju z g a ra de las cosas por el p rim er efecto que en mí producen, me inclinaría á creer por de pronto que, en tre todos éstos, el elefante es el anim al racio n al; pero á fin de no decidir n ad a con ligereza, tomo hijos de estos d i­ ferentes anim ales; exam ino un niño negro de seis meses, un pequeño elefan te, un mono pequeño, un león pequeño y un p erro de ig u al edad; veo entonces sin género de duda, que estos pequeños anim ales tienen todos más fu erza y d estreza, m ás ideas, más pasiones, m ás m em oria incom parablem ente que el niño negro, y que ex p resan m ás sensiblem ente todos sus deseos; pero al cabo de algúu tiem po, el negro tiene m ás ideas que todos ellos ju n to s. Me apercibo adem ás que estos anim ales negros tienen en tre sí un lenguaje mucho m ejor articulado y mucho más v a ­ riado que el de las otras bestias. He tenido tiem po de ap ren d e r este len guaje, y, por fin, á fuerza de considerar el pequeño grado de superioridad que el negro alcanza en definitiva sobre los monos y elefan­ tes, me atrevo á ju z g a r que éste es, efectivam ente, el hombre, y formo en mí mismo la siguiente defini­ ción: E l hombre es un animal negro que tiene lana en la cabeza; que. camina sobre dos pies, casi tan derecho

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como un mono, menos fuerte que los animales de su talla; que tiene algunas más ideas que éstos y mayor facilidad para expresarlas, sujeto, po r lo demás, á las mismas necesidades, naciendo, viviendo y muriendo como ellos, «Después de haber perm anecido algún tiem po en tre esta especie, paso á las regiones m arítim as de las Indias O rientales. E x p erim en to g ran d e so rp resa con lo que veo: los elefan tes, los leones, los monos, los papagayos, no son allí del todo iguales á los de la C afrería, pero el hom bre p arec e com pletam ente diferente: tiene herm oso color am arillo , no tiene lan a, su cabeza está cu b ierta de g randes cabellos negros. P arece tam bién que, sobre todas las cosas tiene ideas co n trarías á las de los negros Me veo, pues, obliga­ do á cam biar mi definición y colocar la n a tu ra le z a hum ana bajo dos especies: la am arilla con cabellos largos, y la negra con lana. P ero en B atavia, Goa y S urate, que son el punto de reunión de todas las n a ­ ciones, veo una g ran m uchedum bre de europeos que son blancos y que no tienen ni crines ni lan a, sino cabellos lacios y finos, con b a rb a en la cara. T am bién se me p resen tan muchos am ericanos que no tienen b arb a, y he aquí y a muy aum entadas mis especies y m i definición. Tropiezo, adem ás, en Goa con una es­ pecie más singular que las an terio res: es un hom bre vestido de la rg a sotan a n eg ra, y que se p resen ta co­ mo encargado de in stru ir á los otros. Todos estos hom bres, me dice éste, que aquí veis, naciero n de un mismo padre, y á seguida me cuenta una la rg a historia. Pero lo que me dice este anim al me p arece b astan te sospechoso. Me informo si los blancos p ro ­ dujeron alguna vez pueblos am arillos. Se me resp o n ­ de que no; que los negros traslad ad o s á A lem ania, p o r ejem plo, no engendran m ás que negros, y así de

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los dem ás. P arécem e entonces que tengo b astan te fundam ento p a ra creer que sucede con los hom bres lo mismo que con los árboles; que los p erales, los pinos, las encinas, los albaricoqueros no proceden de un mismo árbol, y que los blancos barbudos, los n e ­ gros con lana, los am arillos con crines, y los hom ­ bres sin b a rb a , no proceden del mismo hom bre.» No obstante que Linneo y Buffon defendieron, y defendieron con argum entos sólidos y científicos, la unidad de la especie hum ana, la incredulidad-se apo­ deró con fruición de la teo ría de V oltaire, rep ro d u ­ ciendo y afirmando sus ideas sobre la m ateria durante los tre in ta prim eros anos del siglo presen te, por boca de V irey, de Desmoulins y de B ory de Saint-V incent. Lim itóse el prim ero á adm itir dos especies hum anas sep arad as y distintas p o r el ángulo facial de 85 g ra ­ dos en la especio blanca, y de 75 á 80 en la n eg ra. Las dos especies hum anas que V irey defendió en su H istoria natural del género humano fueron elevadas á once por Desmoulins, á sa b e r:-1.a, la celto-escita-árabe; 2.a, la m ongola; 3.a, la etiópica; 4 .a, la euro-africana; 5 .a, austro-africana; 6.a, m alay a ú oceánica; 7 .a, papua; 8.a, negra-oceánica: 9.a, au strálica; 10.a, colom biana; 11.a, am ericana. De conform idad con esta enum eración de especies hum anas, ó, digamos m ejor, como causa p rim era y razón suficiente de la m ism a, el autor de la H istoria natural de las razas hu­ manas adm ite tantos centros de creación p a ra el hom­ b re cuantas son las especies enum eradas, de m an era que los rep resen tan tes ó tipos de éstas deben conside­ rarse como aborígenes de los países en que la h isto ­ ria nos los p resen ta desde los prim eros tiem pos. Bory de Saint-V incent, contem poráneo de Desmoulins, elevó h asta el núm ero de quince las especies

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hum anas. Y, á la verdad, si las diferencias de cab e­ llos, de color en la piel y en los ojos, la form a m ás ó menos reducida de la cabeza, la existencia de b arb a, de nariz aguileña ó chata, etc., son suficientes p a ra 1establecer distinción específica en tre los hom bres, se­ gún supone el citado autor de la Historia natural de las razas humanas, no h ay razó n alguna p a ra que á su vez el autor del Diccionario clásico de historia natural no aum ente ese núm ero de especies en relació n con la infinidad de diferencias in tern as y ex tern as que se observan entre los hom bres. M ientras que Desmoulins, Bory de Saint-V incent y algún otro, como el autor de la Fisiología médica, reproducían y afirm aban las ideas de V oltaire en la m ateria, algunos escritores anglo-am ericanos, influi­ dos acaso de una m an era consciente ó inconsciente por la cuestión social, económ ica (1) y p o lítica de su país, defendían tam bién, bajo diferentes form as y d e­ nom inaciones, la teo ría poligenista, la div ersid ad es­ pecifica de hom bres y la m ultiplicidad ds origen ó. de centros de creación. Según N ott y GRiddon, la fam ilia hum ana, el género hum ano se divide en ta n tas esp e­ cies cuantas son las provincias zoológicas en que se divide la tie rra , porque la superficie del globo que (i) Véase en prueba de esto lo que escribe Vigouroux en su obra Los libros sanios y la critica racionalista, aludiendo á los escritores americanos que defienden el poligenismo: «Un des plus célebres defenseurs de ce systéme, M. N ott, a raconté lui-méme le fait suivant. En 1844 le ministre des AfJaires étrangéres des Etats-Unis, M. Calhoum, se trouvait á bout d'arguments pour répondre aux notes pr&santes que iui adressait 1‘Anglaterre, soutenue par la France, contre l'esclavage des négres. 11 cru tn e pouvoir imaginer mieux que de s'appuyer sur les nnthropologistes americains et i] défendit son gouverneraent au nom de leurs théories, d‘apré¿ lesquelles )es noirs sont d‘une autre espéce que les blancs. Le Cabinet de la Grande-Bretagne fut déconcerté par cette argumentaron inattandue et cesa desor mais ses instances.»

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habitam os “está dividida n atu ralm en te en v a ría s p ro ­ vincias zoológicas, cada una de las cuales es un cen­ tro distinto de creación, que posee una fauna y una flora particulares,,. De conform idad con estas ideas, Crliddon no adm ite menos de sesenta y cinco fam ilias hum anas diversas, M orton es más m oderado, pues sólo adm ite veintidós fam ilias; pero, en cam bio, Knox ex a g e ra las teorías autoctonistas de sus paisanos, h asta el punto de afirm ar que un francés no puede v i­ v ir y p ro sp erar en Córcega ó en las orillas del D an u ­ bio, y menos todavía un europeo en A m érica. Es de n o ta r que los citados n atu ralistas am erica­ nos, al propio tiem po que enseñaban la teo ría poligenista, enseñaban tam bién la fijeza ó la in v ariab ilid ad de las especies, como la enseña tam bién Agassiz, 110 obstante su poligenismo relativ o que m encionarem os después. Esto quiere decir que los amigos y p a rtid a ­ rios del darw m ism o no tienen derecho p a ra conside­ ra r la tesis poligenista como consecuencia especial y exclusiva, ni menos lógica de su sistem a, toda vez que Agassiz, en tre otros, rech aza la transm utabílidad de las especies, al paso que adm ite la teoría poligenista. Por o tra p arte, y en sentido contrario, y a hemos visto en el decurso de este libro que desde el punto de vista científico y bíblico, la transm utación ó v a ria ­ bilidad h ip o tética de las especies por p a rte de las p la n tas y anim ales, no conduce necesariam ente, ni dem ostraría la existencia de la misma en el hom bre, ó sea la transm utación del anim al en hom bre. Em pero, sea de esto lo que quiera, la v erd ad es que el m ovim iento poligenista ha recibido grande impulso del darw inism o, pudiendo decirse que este último cobija al prim ero bajo los pliegues de su b a n ­

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dera, y com unica vigor y fuerza y prestigio á la con­ cepción poligenista, ad optada y defendida g en era l­ m ente por los rep resen tan tes y defensores, sí no los m.ás autorizados y científicos, los más celebrados y ruidosos del darw inism o, en sus aplicaciones al m a­ terialism o y al monismo ateísta. Conviene reco rd ar aquí que en tre los p artid ario s darw inistas del poligenism o hay algunos, en tre los que ocupa lugar p referen te V ogt, que señalan oríge­ nes independientes y m últiples á las especies hum a­ nas, pero procedentes todas de alguna especie a n te ­ rior de monos; al paso que otros, como Hseckel, se inclinan á creer, ó tienen por m ás probable, que las diferentes especies hum anas proceden todas orig in a­ riam ente de un solo tronco, es decir, de la p rim era transform ación del mono en hom bre; transform ación que por medio de o tras sucesivas, y de la acum ula­ ción y transm isión de diferencias, dió origen á su vez á las demás especies hum anas. Oigamos al au to r de la Historia natural de la creación, sobre esta fase de la concepción poligenista, D espués de afirm ar que las cuestiones referen ­ tes á la m archa genealógica de los organism os con­ sanguíneos, lo mismo que las concernientes á la p a ­ tria prim itiva de las doce especies humanas, no salen todavía del terreno de la hipótesis, añade: «Pero esta inevitable incertidum bre de las hipótesis g enealógi­ cas, de ningún modo debilita la certeza absoluta de la teoría genealógica general. Es un hecho fuera de duda que el hom bre desciende de los monos catarrinos, y a se haga descender, con los p artid ario s de la hipótesis poligenética, á cada especie hum ana de u na especie simia distinta y p rim itiva, que ha tenido tina residencia especial, ya, de acuerdo con los monoge-

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nistas, se designe á todas las especies hum anas un solo tipo antepasado, un homo primigenius, del cual h an salido por diferenciación, las m encionadas es­ pecies. «Poderosas é innum erables razones me determ inan á o p ta r por la segunda de estas hipótesis: adm i­ to, po r tanto, que el género hum ano ha tenido una sola p a tria p rim itiva, en la cual h a brotado por ev o ­ lución, de una especie antropoide mucho tiem po hace extinguida (1).„ Vése por estas p alab ras que Hseckel defiende el poligenism o genuino, el poligenismo d arw inista, que afirm a sim ultáneam ente la procedencia simia, del hom bre y la m ultiplicidad y diversidad de especies hum anas. Hseckel resum e esta teoría en los siguien­ tes térm inos: «¿Desciende ó no el género hum ano de una sola p areja?.... Tan absurdo es ad m itirla (la des­ cendencia de una p a re ja hum ana), como lo sería p re ­ guntarnos si todos los p erro s de caza y todos los caballos de silla descienden de una sola p areja, si (i) Historia natural de la creación, trad, cit., t. II, pág\ 298. Lina vez sentado que la patria primitiva del hombre es única, Haeckel marcha en busca de esta patria, que coloca, por fin, en un continente sumer­ gido en la actualidad por e 3 Océano índico. «liste titulado paraíso, continua, esta cuna del género humano, no pue­ de encontrarse ni en Australia ni en América, ni en Europa, sino, por el con­ trario, en el Asia meridional, según parece deducirse de muchos indicios. No se podría vacilar sino entre el Asia meridional y el Africa; pero hay muchos indicios, especialmente muchos hechos corológicos, que inducen á creer que la primitiva patria del hombre ha sido un continente, en la actualidad su­ mergido por el Océano índico, que estaba seguramente situado al Sur deí Asia actual, á la cual, sin duda, estaba unido directamente, Al Este reunía aquel continente las Indias y las islas de la Sonda; al Oeste tocaba á Madagascary al África Sud-Oriental.,.. El inglés Sclater le ha llamado Lsm uria , del nombre de los prosimios que lo caracterizaban. Si se admite que la Lemuriaha sido la patria primitiva del hombre, es entonces muy fácil explicar —recurriendo para est-o i la emigración—la distribución geográfica del gé­ nero humano.» ZW., pág1. 299,

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todos los ingleses y todos los alem anes descienden de una p a re ja única, etc. No ha habido una prim er p areja hum ana, un p rim er hom bre, como no ha h a ­ bido un prim er inglés, un prim er alem án, un p rim er perro de caza ó un prim er caballo de silla. Cada nueva especie procede siem pre de una especie p re ­ existente, y el lento trab a jo de m etam orfosis com ­ prende una la rg a serie de individuos d iversos,... Imposible es, del mismo modo, considerar como sali­ das de una sola p areja, cada una de las doce razas ó especies hum anas (1) que voy á exam inar. La clasificación de las diversas raza s ó especies hum anas ofrece las mism as dificultades que la de las especies anim ales y vegetales, porque, en uno y otro caso, los tipos más diferentes en la ap arien cia están unidos entre sí por una serie de form as interm edias.,.. Según el Génesis bíblico, todas estas cinco razas h u ­ m anas descienden de una sola p areja, de A dán y E va, y no son, por tanto, m ás que v aried ad es de una sola especie. Cualquier observador im p arcial reco ­ nocerá, sin em bargo, que las diferencias que existen entre estas cinco razas son tanto ó m ás g randes que (I) Lo que Haeckel llama aquí especies humanas, y cuyo número eleva á 12, como pudiera haberlo elevado A 20 ó más, puesto que se trata de razas, son las siguientes: «I.* Los papúas (Homopapua) son tal vez la espe­ cie humana actual que menos se separa del tipo antepasado de los ulótricos... —2." Los hotentotes ( Hot>io hotUntottis) Taunque separados de los papúas por una gran distancia, se parecen mucho á éstos en su cabellera,...— 3." Los caites (Homo cafér) son los que más se aproximan á los Hotento­ tes....—4 / El verdadero negro (H otm niger) forma, después de haber sepa­ rado de di á los cafres, hotenlot.es y nubios, una especie humana, mucho menos esparcida que se había creído al principio....— 5." Los australianos ( Homo auslrahs) ocupan el último lugar entre los hombres de cabellos lisos, y tal vez entre las actuales especies humanas....—fi.1' Los malayos (Home malayas) constituyen una especie poco esparcida, pero muy importante, á la cual pertenecían las razas morenas de la antigua etnografía....—y.1 La especie mogólica ó mongólica (Homo mongolicus) es, cotí la mediterránea, lti

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las diferencias específicas en que se fundan los zoólo­ gos y botánicos p a ra distinguir las buenas especies anim ales y vegetales; por cuya razón, al ocuparse de este asunto el distinguido paleontólogo Q uenstedt, exclam a: «Sí el negro y el caucasiano fueran c a ra ­ coles, todos los zoólogos estarían unánim es en afirm ar que uno y otro son excelentes especies, que nunca lian podido proceder de una mism a p areja, de la cual se fueron separando g radualm ente (1).» D espués de escuchar la voz y la opinión de Hsec­ kel en la m ateria, p arece inútil c itar m ás nom bres ni aducir nuevos p asajes toda vez que el autor de la Antropogenia y de la Historia natural de la Creación es considerado, y no sin fundam ento, como el représentan te genuino y más avanzado de la teo ría poligenista en sus relaciones con el darw inism o, en cuyo seno re c lu ta hoy sus p artid ario s y defensores aq uella h i­ pótesis. Con variaciones accidentales, con diferencia de m atices, todos los rep resen tan tes de esta escuela vienen á decir lo mismo cuando se tra ta del problem a que nos ocupa. Así, por ejem plo, Pouchet, después de ap licar á los anim ales, en g en eral, la transform aque tiene más representantes....—S.a El hombre polar ( Homo ardíais} debe ser considerado como una rama de la especie mongólica.... De tal modo se ha modificado este tipo al adaptarse al clima polar, que en el día puede consi­ derársele como una. especie distinta..,.—- 9 “ La especie americana ó Piel Roja (Homo americanas) , que se aproxima á las dos últimas especies.— 10, El hombre dravida ó dravidiano ( Homo dravida) .... Tiene esta especie algunos caracteres de los australianos y malayos, y otros de los mogoles y mediterráneos....—n . El nubio ( Homanuha) ha ocasionado á los etnógrafos taíitas dificultades como el hombre dravidiano. Entiendo por hombre nubio, 110 sólo los verdaderos nublos (changallas ó dongolidos}, sino sus parientes cercanos ios fulatos ó feltalas....—12, En todos los tiempos se ha colocado á la cabeza de las espe'ies humanas a l hombre del Mediterráneo (Homo me/htarranmu), y se le ha considerado como el más perfecto y el mejor organi­ zado.» ffa'rf., pág, 280 y siguientes. (1) Ifíid.,1. I[, páginas 275-76.

CAPÍTULO PRIMERO.

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ción específica, añade: «No existe razón alg u n a p a ra p en sar que el hom bre h ay a sido u na excepción de la regla general. En la noche de los tiem pos existió cierta éspecie menos p erfecta que el hom bre más im p er­ fecto, que se rem onta ella mism a á ese v erteb rad o prim ordial. D icha especie g rosera, boceto de lo que el hombro es al presente, dió origen á v arias otras especies, cuya evolución p aralela y desigual tiene hoy por expresión contem poránea las diferentes especies hum anas designadas bajo el nom bre de razas.» Antes de fijar el estado p resen te de la cuestión entre el poligenismo y el monogenismo, será conve­ niente hacer mención de algalias teorías p artic u la re s que se aproxim an más ó menos al uno ó al otro, sin e n tra r de lleno en ninguno de los dos sistem as. Tal sucede con las teorías de Naudin, W allaee y A gassiz, las mismas que bosquejarem os sum ariam ente. a) Naudin. Después de rech a zar la hipótesis de la selección n a tu ra l en el sentido de D arw in, ó sea como acum u­ lación len ta de variaciones favorables en el individuo y la raza, reem plazando dicha selección d arw in ista por m anifestaciones bruscas ó rep en tin as ó im p o rtan ­ tes de variaciones realizad as en p lan tas y anim ales, Naudin com ienza por afirm ar, ó, digamos m ejor, su ­ poner, la existencia de un pvotoplasma ó blastema prim ordial, del cual nacieron, prim ero organism os de estru ctu ra sencillísim a, bajo la acción de la fu er­ za evolutiva ó proto orgánica} como la apellida N au­ din, encerrada en el b lastem a prim ordial citado. P or medio de generaciones sucesivas, las plantas y an i­ m ales adquirieron nuevas perfecciones, nuevos m o­ dos de ser, nuevas m anifestaciones de la vida, h asta constituir las fam ilias, géneros y especies de la h is­ to ria n atu ra l.

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

E l hom bre, añade Naudin, no está exento de esta ]ey de prim ordial desarrollo del blastem a ó protoplasma originario. A dán estab a contenido en este estado laten te y como en ten d en cia á la n a tu ra le z a hum ana, y lo que la Biblia llam a barro de que fué form ado A dán, viene á ser el blastem a, origen prim ero y ú n i­ co del reino vegetal, del anim al y del hum ano, lle g a ­ do y a á cierto grado de desarrollo, que y a es grado ó ser hum ano; pero sin ser determ inadam ente macho ni hem bra todavía, ó, digam os, que es el hom bre como en estado de la rv a . E xiste entonces el sueño de que habla la Biblia; es decir, un estado de inm ovili­ dad y de inconsciencia muy sem ejante al estado de ninfa de los anim ales sujetos á m etam orfosis, d u ra n ­ te el cual se verifica la evolución del hom bre, r e la ti­ vam ente inform e é inconsciente, en hom bre form ado, consciente y separado de todos los dem ás seres, el hom bre que constituye la especie hum ana, el cual ten ía entonces suficiente fuerza ev o lutiva p a ra p ro ­ ducir las diferentes raza s hum anas en que se divide la especie. b) W allaee. Este ilu stre n atu ra lista , que puede ap ellid arse, si no autor y padre, cofundador al menos del d a r v i­ nismo, se sep ara de la concepción de D arw in y la m ayor p a rte de sus discípulos en la cuestión re fe re n ­ te al origen del hom bre. D espués de cam inar al lado de D arw in, y de a ce p tar y ap licar sus ideas y p rin ci­ palm ente las referen tes á la selección n a tu ra l, m ien­ tra s se tra ta de explicar el origen y constitución de las especies vegetales y anim ales, al lleg ar al hom ­ bre, W allaee, sin perjuicio de a ce p tar las series y transform aciones de monos que D arw in y Hseckel señalan como los progenitores del hombre, el émulo

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CAPÍTOL O PK1MERO.

de D an v in se sep ara com pletam ente de los dos cita­ dos corifeos del danvinism o antropológico, afirm an­ do que el paso del mono al hom bre, el paso del aatropoide más perfecto al hom bre salv aje más im p er­ fecto, no se verificó, ni por v irtu d de la selección n atu ral, origen y razó n suficiente de las especies anim ales y vegetales, ni por v irtu d de la selección artificial, origen y razón suficiente de las razas que se m anifiestan entre los anim ales domésticos, sino por virtud de una selección divina-, producto y m ani­ festación de una inteligencia superior. Así no es de e x tra ñ a r que la generalidad de los d arw in istas, y sobre todo los más avanzados, tra te n á W allace de tránsfuga, porque a b a n d ó n a la concepción darw inista, en el punto precisam ente m ás trascen d en tal y necesario p a ra los rad icales del sistem a. c) Agassiz. L a teoría de este n atu ralista, ju stam en te cele­ brado, ofrece la p articu la rid ad de acercarse por un lado al poligenismo enseñado por la g en eralid ad de los darw inistas antropológicos, y sep ararse al propio tiempo de la doctrina de D arw in en g eneral, y con especialidad en la cuestión de la unidad específica del hom bre. Según el profesor de Cam bridge, las di­ ferentes razas hum anas no proceden todas de una p a re ja prim itiva, sino que, por el contrario, cada ra z a procede de una p a re ja p rim era de aq uella ra z a . Más todavía: según Agassiz, el hom bre fué creado por naciones, de suerte que cada nación corresponde á una p areja prim era, d é la cual desciende; y, como conclusión general de su teoría, el autor del Ensayo sobre la clasificación afirm a que «es preciso creer en un núm ero indefinido de razas de hom bres p rim o r­ diales y creados separadam ente.» T om o ii.

4

50

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

C ualquiera creería, en v ista de esto, que A gassiz es p artid ario del d arv in ism o antropológico-poligenista, ó sea de la plu ralid ad y diversidad especifica del hom bre. Pero ta n lejos está de esto, que, después de refu ta r con energ ía y decisión la v ariab ilid ad ó transm utación de las especies, que constituye como la esencia del d arvin ism o , enseña term inantem ente la unidad de la especie hum ana. «M ientras que en cad a provincia zoológica, dice, los anim ales son es­ pecies diferentes, el hom bre, no obstante la d iv ersi­ dad de sus razas, form a siem pre una sola y la misma especie.» ¿Cuál es ah o ra el estado de la cuestión? E nfrente de los D arw in, los T yndall, los Lubbock, los Hseckelj los Vogt, los Pouchet, los Burmeiste r, los B roca, con algunos otros poligenistas más ó m enos caracterizado s, encontram os los B lum enbach, los R ichard con sus predecesores y sucesores, Linneo, Buffon, Cuvier y Schubert, Rodolfo y A ndrés W agner, los dos herm anos (A lejandro y Guillermo) H um boldt, B aer, M eyer, Ju an M ü lle r, Geoffroy, Blainville, S erres, Flourens, M ilne-Edwards, Lyell, M aury, M ivart, Aeby, Q uatrefages, H ettinger, etcé­ te ra , etc. A hora bien: sin e n tra r aquí en com paraciones inútiles, por no decir odiosas, acerca del núm ero y la autoridad de los defensores de cada u na de las hi­ pótesis indicadas, baste consignar lo que todo hom bre desapasionado no po d rá menos de confesar, á saber: que el núm ero y autoridad científica de los que afir­ m an la unidad de la especie hum ana no es inferior al núm ero y autoridad científica de los que enseñan la opinión co n tra ria. A lo cual debe añ ad irse o tra refle­ xión que deberá ten erse en cuenta al tr a ta r de la solu­

CAPÍTULO PRIMERO.

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ción del problem a en sus relaciones con la Biblia, á saber: que la m ayor p a rte de los p artid ario s de la unidad especifica en el hom bre, ni p erten ecen á la religión católica, ni se atienen en la discusión de este problem a á las enseñanzas de la Biblia, sino á los datos y argum entos que caen bajo el dominio de la ciencia. Con este motivo no podem os menos de llam ar la atención sobre la contradicción en que in c u rre Burm eister, uno de los defensores m ás ardientes de la p lu ralid ad ó diversidad de especies hum anas, toda vez que, después de afirm ar que, si no fu era por cau ­ sa de la autoridad de la S ag rad a E scritu ra ó del mito contenido en el Antiguo T estam ento ace rca de la des­ cendencia hum ana de una sola p a re ja , la teo ría de la unidad específica carecería de p artid ario s, concluye reconociendo que aum enta el num ero de los defenso­ res de esta teoría, después que la ciencia no concede interés especial á la m ism a en su aspecto dogm ático y religioso. “E ste dogma, escribe B urm eister en su Historia de la Creación, so p resen ta á las m iradas del sabio sin preocupaciones bajo un punto de v ista ta n desfavo­ rable, que se puede decir con seguridad que jam ás .habría ocurrido á la m ente de un o bservador tra n q u i­ lo hacer descender los hom bres todos de u na sola p a ­ reja, si la historia m osaica de la creación no lo h u ­ b ie ra enseñado. E xtendiendo la auto rid ad de la S a­ g ra d a E scritu ra, aun á cuestiones con respecto á las cuales, á ju z g a r por su pro p ia n atu ra leza , no puede serv ir de regla, cierto núm ero de sabios—la m ayor p a rte poco al corrien te de los descubrim ientos cien­ tíficos—crey ero n que debían defender este mito del A ntiguo T estam ento, y con este objeto h an estable-

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LA BIBLIA Y LA OrEIJCIA

cido teorías que no pueden ser acep tad as cuando se las exam ina de cerca.,, Así, pues, au n haciendo caso omiso de Linneo y Buffon á causa de su antigüedad re la tiv a , será p re c i­ so confesar que Cuvier, y F lourens, y S. M uller, y R ichard y L yell, y Q uatrefages, Che v reul y H um boldt, están poco ál corriente de los descubrimientos científicos, cuando se atrev en á defender la unidad de la especie hum ana. P ero y a queda indicado que el autor de la H istoria de la Creación cuida de co rreg irse á sí mismo en este asunto, a rra stra d o sin duda por la evidencia de los hechos, cuando ailade más adelante: “E l n ú ­ m ero de los defensores de esta doctrina (la unidad de la especie hum ana) p arec e au m en tarse to d av ía desde que la ciencia comenzó á m irar ó considerar este dog­ m a como una cosa sin interés p a ra ella.„ Al exponer la im portancia del problem a que v ie­ ne ocupándonos, hemos visto que V ogt abunda en las ideas de B urm eister, afirm ando que la descendencia u n itaria del género humano fué tra s p o rta d a al cam po de la ciencia por la leyenda de Moisés, sin lo cual 110 h u b iera tenido lu g a r ó en tra d a en las cuestiones cien­ tíficas, porque esta cuestión, añade, es cuestión en tre la fe ciega y la ciencia; de m an era que A lejandro H um boldt seguía las inspiraciones de la leyenda m o­ saica y las sugestiones de una fe ciega, cuando escri­ bía las siguientes p alab ras: “Som etida n u estra especie, au nque en m enor g ra ­ do que las p lan tas y anim ales, á las circunstancias, del suelo y á las condiciones m eteorológicas de la a t­ m ósfera, elude m ás fácilm en te el influjo de las fuer­ zas n atu ra les por la activ id ad del espíritu, por el progreso de la inteligencia, que poco á poco se elev a, así como tam bién por la m aravillosa flexibilidad de

CAPÍTULO PRIMERO.

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su organización, que se p le g a á todos los clim as... P or estas secretas relaciones e n tra en la esfera de ideas que abraza la descripción física del mundo, el obscu­ ro y controvertido problem a de la posibilidad de un origen com ún p a ra las diferentes raza s hum anas. “M ientras que sólo se consideraron los extrem os en las variaciones del color y de la figura, dejándose preo cu p ar por la vivacidad de las p rim eras im p re­ siones, inclináronse los sabios á m irar las razas, no como sim ples v aried ad es, sino como troncos hum anos originariam ente distintos. L a p erm an en cia de ciertos tipos, á despecho de las más en contradas influencias de las causas exterio res, expecialm ente del clima, venia, al p arec er, en apoyo de esta m an era de v er, por muy cortos que sean los períodos de tiem po cuyo conocim iento histórico ha llegado h asta nosotros. P ero, en mi opinión, m ilitan razones mucho más p o ­ derosas en favor de la unidad de la especie hum ana, y son las siguientes: las num erosas gradaciones del color de la piel y de la estru ctu ra del cráneo, que los rápidos progresos de la ciencia geográfica nos han revelado en los tiem pos m odernos; la analogía que siguen al a lte ra rse en otras clases de anim ales, así salvajes como domésticos, y las observaciones posi­ tiv as que se han reunido acerca de los lím ites p re s ­ critos á la fecundidad de los m estizos. L a m ayor p a r­ te de los contrastes que tanto llam ab an la atención antiguam ente se ha desvanecido an te el profundo trabajo de Tiedernann acerca del cerebro de los n e ­ gros y de los europeos, y ante las investigaciones anatóm icas de Vr.olik y W eber sobre la configuración de la p a rte posterio r de la cabeza. “Si abrazam os en su g en eralid ad las naciones africanas de color obscuro subido, ace rc a de las cu a­

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LA BIBL IA Y LA OIESTCIA

les nos lia dado ta n ta luz la obra cap ital de R ichard, y las com param os con las tribus del archipiélago m e­ ridional de la In d ia y de las islas de la A u stralia occi­ dental, con los papúas y los alfarú es (H araforos, Endam emos), echarem os de y e r claram en te que el tin te negro de la piel, los cabellos ensortijados y los ra s ­ gos de la fisonomía n eg ra distan mucho de hallarse siem pre asociados. E n tanto que sólo estuvo ab ierta á los pueblos de O ccidente u na p eq u eñ a p a rte de la tie rra , dom inaron en tre ellos m iras exclusivas, y por eso les p arecían insep arab les el calor ab rasad o r de los trópicos y el color negro do la tez. “Los etíopes, c an tab a el antiguo poeta trágico Teodectes de Phaselis, deben al dios del sol, que se aproxim a á ellos en su curso, el negro brillo del hollín con que colora sus cu erp o s.„ F uero n precisas las conquistas de A le­ jan d ro p a ra en tab lar la con tro v ersia re la tiv a á este problem ático influjo de los climas sobre las razas h u ­ m an as... „La hum anidad se distribuye en sim ples v a rie ­ dades, que suelen designarse con el nom bre algún tan to indeterm inado de razas. Así como en el reino v eg etal y en la h isto ria n a tu ra l de las aves y de los peces, es m ás seguro a g ru p ar los individuos en un g ran núm ero de fam ilias que no reunirlos en un pequeño núm ero de secciones com puestas de m asas con­ siderables, así tam bién en la determ inación de las raza s me parece preferible el método de estab lecer pequeñas fam ilias de pueblos. Ya sea que adoptem os la clasificación de mi m aestro Blum enbach en cinco razas (caucásica, m ogólica, am ericana, etiópica y m alaya), y a reconozcam os siete con R ichard, siem ­ p re re su lta rá que ninguna diferencia rad ical y típica, ningún principio riguroso de división n atu ra l rig e á

CAPÍTULO PRIMERO.

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sem ejantes grupos, en los cuales no se ha hecho m ás que s e p a ra r lo que, al p a re c e r, form a los extrem os en punto á figura y color, sin cu rarse de la m ultitud de fam ilias, de pueblos que no tienen cabida en esas grandes clases, y á las cuales se ha dado unas veces el nom bre de razas escíticas y otras el de ra z a s alofílicas. A la verdad, la denom inación de Iranios sien­ ta m ejor á los pueblos de E uropa que la de Caucasia­ nos; y, sin em bargo, preciso es confesar que los nom ­ bres geográficos aplicados á la designación de las razas son sum am ente v ag o s... »Como consecuencia n ecesaria de n u estra opi­ nión sobre la unidad de la especie hum ana, tenemos que rech a zar, y rechazam os la desoladora distinción que se hace de las raza s en razas superiores y raza s inferiores. H ay indudablem ente fam ilias de pueblos m ás susceptibles de cu ltu ra, m ás civilizadas, más ilu strad as que otras, pero no m ás n o b le s , porque todas h an sido igualm ente creadas p a ra la lib ertad , p a ra esa lib ertad que, si bien en un estado social poco adelantado, 110 perten ece m ás que al individuo, es, en las naciones llam adas al goce de v erd ad eras instituciones políticas, el derecho de la com unidad toda en tera. H ay una idea que se re v e la atravesando la historia y estendiendo m ás y más cad a día su im­ perio; una idea que, m ejor que ninguna otra, p ru eb a el hecho, tan á menudo puesto en duda, pero con más frecuencia todavía m al com prendido, de la p erfecti­ bilidad general de la especie, y esa idea es la idea de la hum anidad. E lla es la que tiende á echar por tie ­ rra las b a rre ra s que preocupaciones y m iras in te re ­ sadas de toda especie han alzado en tre los hom bres; á que se considere la hum anidad en su conjunto, sin distinción de religiones, de naciones, ni de colores,

56

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

como una g ran fam ilia de. herm anos, como un cuerpo único que m arch a h acia un solo é idéntico objeto, h acia el libre desarrollo de las fuerzas m orales. T al es el objeto y el fin suprem o de la sociabilidad, y tal al propio tiempo la dirección im puesta al hom bre por su m ism a n atu ra leza p a ra el engrandecim iento inde­ finido de su existencia.... E sta doble aspiración hacia lo que desea y h acia lo que h a perdido, es, sin dunei'aíionem

gen eris

inqu it , ei ad-

hum ani in te llig im u s» . D e

parad., riútn. 48.

(r)

« ln ipso e xord io A d a m et E v a

p a ren -es om nium ge n tiu m

cran t,

non tantum m odo Ju d a eo ru in ; et q u id q u id fig u rab a tu r in A d a m de Ch risto , ad otnnes n tiq u e g e n te s p e rtin eb at, quibus s a h is-e ra t in C h risto .» T ra et. 9-“ in J o a n .

¡2)

«P rop ter enim hanc regnlam fidei, dire el Concilio

M ilevitano,

172

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

Porque es sabido que la propagación carnal, la generación, al mismo tiempo que produce ó transmite la naturaleza humana al individuo engendrado, le transmite también con la naturaleza el pecado origi­ nal; y en este sentido enseña el Concilio de Trento que Adán transmitió el pecado á todo el género hu­ mano (in omne genus humanum transfudisse) , además de la muerte y de otras penas corporales. Así, pues, cualquiera que sea la opinión que se adopte para ex­ plicar el modo con que y por qué el pecado original se comunica ó transmite á los hombres en la genera­ ción y por la generación, problema de solución muy difícil (1), es lo cierto que todos convienen en que la transmisión del pecado original se verifica por medio de la generación, ó sea en cuanto el hombre se dice procedente de Adán por generación sucesiva, inmee tiam p a rv u li, q u i n ih il peccatorum in seip sis ad h ue co m m ittere po tu evu n t, ideo in p eccato rum rem ission em ve ra cite r b ap tiían tiír, ut in eis re g e n e ra tio ne m undetur, q uo d g e m ra tw n t tvaxerun t.» (i)

S a n to T o m á s de A q u í no re su elve este p ro b lem a en térm in o s que

si no satisface n po r co m p leto las exig en cias de la razón, com o no la satisfa­ ce n los d em ás m isterios, co n tien en la e x p lica ció n ó concepto m ás racio n al y filosófico del m od o con que se ve rifica la tran sm isión del pecad o del prim er padre po r v í a d e ge n eración . E l D o cto r A n g é lic o com ien za por expo n er alg u n a s o pin ion es e x c o g ita ­ das p a ra d a r razón del m odo con que se ve rifica la tran sm isión del p e ta d o o rig in a l, y despu és de rechazarlas, p a sa á d esarrollar su te o ría . H e a q u í este p a sa je , d ig n o de re flexió n y estud io po r m ás de un co n cep to ; « A d in vestigan d u m autem q u a lite r peccatum prirní paren ti s o rig in a lite r p o ssit tran siré in p ósteros, d iversi d ive rsis v iis p ro ce sse ru m .

Q u íd am enim

co n sid eran tes, q uo d pe ccati su b jectu m est an im a ratio n alis, po suerun t quod cu m sem in e ratio n alis an im a trad u catu r,

ut sic ex in fecta an im a in fectae

a n im ae d e rivari vid e an tu r. A l i i vero hoc repud iantes tam q u am erroneum , co n ati sun t osten dere quom odo cu lpa an im ae p a ren tis trad u citu r in p rolem , e tiam si a n im a non trad u catu r, per hoc q uo d co rp o ris defectus trad u cu n tu r a páren te in p rolem , sicu t leprosus ge n era t leprosum , e t p o d agricu s p o d ag ricum , p ro p te r altq u am co rru p tio n em sem in is, licet talis co rru p tio non d icatu r ie p r a v e l p o d agra. C u m au te m eorp us s it pro p ortio n atu m anim ae, et d e fe c­ tus an im ae re d u n d e n t in co rpu s, et e co n verso , sím ili m odo

d icu n t quod

173

CAPÍTULO PRIMERO.

diata ó mediata: es asi que el pecado original se en­ cuentra en todos los hombres según la doctrina cató­ lica y la enseñanza bíblica; luego, según esta ense­ ñanza, todos los hombres proceden de Adán como de único tronco. Esta unidad de tronco, la procedencia de todos los hombres de una sola pareja humana, ó sea de Adán y Eva, lle v a consigo, como consecuencia es­ pontánea y natural, la unidad de especie, según reco­ nocen los antropologistas y naturalistas. De aquí es que, aunque la unidad de la especie humana, consi­ derada esta unidad en su sentido técnico, por decirlo así, ó sea en cuanto se distingue de la unidad numé­ rica, genérica, trascendental, etc., no es objeto dicu lp ab iles d e fe ctu s an im ae per trad u ctio n em sem in is in prolem d e rivan tu r, q u a m v is sem en a c íu a lite r non s itc u lp a e su bjectu m . » S e d om nes liu jusm od i via e in su fficientes su n tj q u ia d ato quod a íiq u i d e fe ctu s corporales

a p áren te tran sean t in prolem per o rigin era, e t etiam

aliqui defectus an im ae

e x co n seq uen ti pro p ter

co rp o ris in dispo sitio n em ,

sicut in terdum ex fatuis fatu i ge n era n tu r, tam en hoe ipsum q u o d est e x o ri­ gin e aliquem defecttim habere, v id e tu r e xclud ere ratio n em cu lp a e , de cujus ratione est quod sit v o lu n ta ria ; u n de etiam posito quod an im a ratio n alis trad u ceretu r, e x hoc ipso quod in fectio an im ae pro lís non esset in ejus v o ­ lú n tate, ain itteret ration em

culpae o b lig an tis ad p oenam . E t ideo alia v ía

proceden dum est, dicen do quod om nes h o m in es, qui

n ascu n tu r ex A d a m ,

possun t co n sid era n ut un us hom o, in q u an tu m co n ven íu n t in n a tu ra , quam a prim o páren te uccip iu n t, secunduna quod in c iv ilib u s, om nes hom ines qui su n t u n iu s com m u n itatis, veputantur quasi unum co rp u s, et tota co m m un itas q u asi unus hom o; sicu t etiam P o rp b y riu s d icit, quod p a rticip atio n e speciei plures l:otntnes sunt utm s h o m o :s ic ig itu r m u h i hom ines e x A d a m d e riv a ti, sun t tan qu am m ulta m em bra u n iu s corporis. A c tu s au tem u n ius m em b ri corporalis, puta m anus, non est vo lu n ta riu s vo lú n tate ipsius m aniis, sed v o ­ lú n tate anim ae, quae prim o m ovet m em bru m ; u n de h o raicid ium quod m anus co m m ittit, non im p u taretu r m anui ad p e ccatu m , si co n sid eraretur m anus secundum se, ut d ivisa a co rp o re ;s e d im pu tatu v ei in q u an tu m est aJiqu id h o m in is, quod m o ve tu r a prim o p rin cip io m o tivo h o m in is: sic ig itu r in o rd i­

nado quae est ín isto hom ine ex A d a m ge n era to , non est vo lu n ta ria v o lú n ta te ipsius sed vo lú n ta te prim i p aren tis, q u i m o ve t raotíone £cenerationis om n es, qui ex ejus o rigin e d e rivan tu r, sicu t vo lu n ta s an im ae m o ve t o m n ia m em bra ad actu m ; unde peccatum quod s ic a prim o p á ren te

in p o ste ro s d e riv a tu r,

174

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

recto de la enseñanza bíblica, puede considerarse como incluida implícitamente en la misma, á causa de su enlace y relaciones con la unidad de tronco, explícitamente enseñada en la Escritura. Así es que los Padres y Doctores de la Iglesia, al exponer el sentido y alcance de la narración mosaica, en lo que atañe á la creación del hombre, deducen de ella, además de la unidad de tronco, la unidad de natura­ leza ó especie. Para que no se creyera, dice Teodoreto, que los hombres diseminados por el mundo eran de naturaleza diferente, ordenó que todos procedie­ ran por generaciones sucesivas de una sola pareja, por más que le hubiera sido muy fácil producir v a ­ rios hombres en diferentes partes de la tierra (1), ó dicitur origínale , sicnt peccatum quod ali anima defina tur D e Cttr.

c a p ít u l o p r im e r o .

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sea llenar con su mandato dé habitantes la tierra y el mar; pero no quiso hacerlo así, sino que todos pro­ cedieran de una sola pareja, á fin de que no se cre­ yera por alguno que había diversidad en la natura­ leza de los hombres. Sed ne diversas esse hominum naturas eoástimaret quisquam, ex una illa duorum co­ pula innúmeras propa gari gentes prcecepit.

Ahora ya no es difícil determinar y fijar las re­ laciones que existen entre la Biblia y la ciencia con respecto al problema de la unidad humana. Si se trata de la unidad de tronco ó de pareja, la primera afirma como un hecho cierto, y de enseñanza divina, que todos los hombres proceden de Adán y Eva, co­ mo de primeros y únicos.padres, como de una sola pareja. Por su parte, la ciencia por sí sola, y ate­ niéndose á la observación directa, no prueba, ni pue■de probar que todos los hombres proceden de una sola pareja, toda vez que se trata de un hecho his­ tórico, ó, digamos mejor, ante-histórico en la vida y ser del género humano; pero, en cambio, ateniéndose á la observación indirecta, ó, digamos, á la analogía y la inducción, reconoce y demuestra la posibilidad, á la vez que la verosimilitud y probabilidad grande de que todos los hombres procedan de hecho de una sola pareja. Si se trata de la unidad específica, pertenece és­ ta y entra indirectamente en la enseñanza bíblica, á causa de su conexión natural con la unidad de tronco ó pareja, de la cual viene á ser un corolario legíti­ mo. A su vez, la ciencia afirma y establece, como se ha visto, esa unidad especifica, si no con demostra­ ciones rigurosamente tales, con argumentos y razo­ nes de tal peso y fuerza, que hacen de la unidad es­ pecífica una tesis, por lo menos mucho más probable que la tesis contraria.

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LA HIBLIA Y XjA CIEIS OIA

P ara poder decir que en la cuestión de la unidad específica del hombre hay contradicción entre la cien­ cia y la Biblia, sería necesario que la prim era hubie­ ra demostrado de una m anera inconcusa y con he­ chos positivos la diversidad específica de los hombres, mas su procedencia original de diferentes parejas; sería necesario que estas dos afirmaciones fueran tan ciertas y recibidas por todos, sabios é ignorantes, como lo son el movimiento de la tie rra ó la subida del mercurio por la presión del aire. Entonces, y sólo entonces, habría derecho p ara proclam ar que la en­ señanza de la ciencia es incompatible con la ense­ ñanza de la Biblia. ¿Se verifica esto en la cuestión presente? Lejos de eso, lejos de haber encontrado oposición radical y absoluta entre la Biblia y la cien­ cia, hemos visto que las enseñanzas ciertas y las con­ clusiones más probables de la última, lejos de ofrecer contradicción con las enseñanzas y conclusiones di­ rectas é indirectas de la Escritura, están en perfecto acuerdo con aquéllas. En conclusión: hoy por hoy, en el estado actual de la ciencia, no hay derecho al­ guno p ara establecer, ni conjeturar siquiera, conflic­ tos entre la enseñanza bíblica y la enseñanza cientí­ fica en la cuestión relativa á la unidad de origen y de especie en el hombre. En ésta, como en otras cues­ tiones, la ciencia im p areialy seria, la ciencia que en sus investigaciones y conclusiones no se deja influir por preocupaciones y pasiones extrañas á la misma ciencia, ni se aparta del verdadero método científico evitando las deducciones prem aturas y la transfor­ mación de las hipótesis en tesis, reconoce lealmente que no existe incompatibilidad alguna entre la ense­ ñanza de la Biblia y la enseñanza de la ciencia. De conformidad con lo que en uno de ios p á rra ­

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CAPÍTULO P R IM E R O .

fos anteriores se indicó al exponer el sistema preadamita de Pereyre, falta contestar á las principales objeciones de éste, con tanta mayor razón, cuanto que algunos modernos poligenistas no se desdeñan de reproducirlas en términos idénticos en el fondo, aun­ que variados en la forma. El contexto literal y obvio de la narración mo­ saica supone é indica que el prim er hombre cuya creación se relata en el prim er capítulo del Génesis, es diferente del Adán á que se refiere el capítulo se­ gundo, ó sea el padre de Caín y Abel. Por otra p arte, si el Adán del prim er capítulo no es distinto del Adán padre de Caín y Abel, será necesario admitir que el prim er fratricida se casó con alguna de sus herm a­ nas, y sin embargo, en la narración de Moisés no se hace mención de sem ejante matrimonio, ni de la au­ torización concedida p a ra contraer matrimonio los herm anos. A esta doble objeción contesta oportunam ente el el abate Vigouroux en los términos siguientes (1 ) : “Cuando La Pereyre veía en el hombre creado en el prim er capítulo un hombre diferente de aquel cuya historia más detallada se relata en el capitulo segun­ do, interpretaba falsam ente el texto original, porque el texto hebreo en los dos casos denomina con el mis mo nombre de Adán á la criatura racional que salió de las manos divinas. El mismo Morton se ve obliga­ do á'conceder “que los escritos sagrados, en su sen­ tido literal y obvio, nos enseñan que todos los hom­ bres proceden de una sola pareja.» «Moisés, de conformidad con el.plan uniforme ó invariable que siguió al redactar el libro prim ero del (i)

T

L¿s Lívres sainls et la critique raitón., tom o III. pág. 312. ojio

11.

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

Pentateuco, expone en el relato del paraíso terrestre la historia de nuestro prim er padre, cuya creación había anunciado simplemente en el relato de la crea­ ción general. Continúa después la historia de los hi­ jos de Adán, sin cuidarse de llenar ciertas lagunas, porque las cosas omitidas son de aquellas que se so­ breentienden naturalm ente, y que no pueden ocasio­ n ar dudas en la mente de los lectores. Así supuso que sería inútil n a rra r en términos expresos que desde el principio Adán y Eva habían tenido hijas, como tuvie­ ron hijos, y que los hermanos tomaron por esposas á las hermanas; cualquiera lo comprende sin que se lo digan, Los sagrados escritores no hacen mención de las mujeres generalm ente, sino de una m anera vaga en sus genealogías; por punto general, no son nom­ bradas expresam ente sino cuando la narración lo exige, so pena de hacerse ininteligible. Moisés 110 te ­ nia razón alguna para hacer constar en términos ex­ presos que Caín y Abel se habían casado con sus her­ manas; esto se desprende naturalm ente de su relato, y era cosa por todos sabida. Leyendo el Génesis con sencillez y sin preocupación alguna, no se puede me­ nos de reconocer que Moisés no tuvo noticia' de más hombres que de Adán y su descendencia,,, En realidad, cuando Moisés on los capítulos 11 y v del Génesis habla de Adán, claro es que se refiere al mismo Adán, cuya creación se pone en el capítulo ii, y no hay más derecho para suponer que el Adán cuya genealogía se pone en el capítulo v, y cuya his­ toria paradisíaca aparece en el 11, es diferente del Adán mencionado en los capítulos anteriores, que el que habría p ara suponer que las plantas mencionadas en el capítulo n del Génesis son diferentes de las que en el capítulo anterior se presentan como creadas y

CAPÍTULO PRIM ERO.

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producidas por Dios (1), suposición que nadie admite. Si Moisés, después de relatar la creación del cielo; de la tierra y de las plantas, vuelve á hacer mención de ellos, ¿qué extraño es que, después de n a rra r breve­ mente la creación del hombre, vuelva A ocuparse en él, detallando más su creación, la creación del ser constituido rey de toda la creación, y á quien T ertu ­ liano llam a d iv in i ingenii curaf Según lo que arriba queda indicado, cosa es de suyo manifiesta, y admitida á la vez por los Padres de la Iglesia y comentadores de la E scritura, que durante la prim era época del género humano fué lí­ cito y hasta necesario el matrimonio entre hermanos, toda vez que era el único modo de propagar y con­ servar el género humano, según observa San Agus­ tín (2), y que además de Caín, Abel y Seth, únicos que la E scritura nombra expresam ente, Adán y E va (i) N atal Alejandro había hecho ya esta observación al com batir el sistem a de los preadamitas. H e aquí sus palabras: »Vernm alterius hom inis creationem prim o et secundo G eneseos capite a M o sen o n describí, sed versu 7.0, secundi cap itis meram anacephalaeosim com ineri, qua id quod primo capite de creationc Adami pressius dixerat, et quasi propossuerat, prolixtus explícat e t uccuratius, probatur primo ex COllatione versus quarti cum versu séptim o secundi illius capitis. Versu enim quarto creationem coeli et térras, plantarum que com m em orat sicut creatio11en) bí' niinis versu septim e describit. Istae sunt, in q uitt generationes coeli el ierrae, guando cresta sunt, in die qwofecit Dominas Deus coehtm et terram, et omne nir pu ttiim agri, antequam oriretur in terrax omntmque herham reghnis priusquam germinaret. Sicut ergo non alii coeli, alia térra, aliae stirpes et plantae his verbis m em oiantur, quam illae quarum creatio capite primo d es­ cripta est, Ita, nec alterius m em init hom inis versu 7.0 cum ait; Formavit igi-

hir Dotmmts Deus hominem de limo ierrae, et inspiravit in fiiciem ejus spiraculum vitae, et factus est homo in ammam viveniem. Sed narrationem creationis illiu s M oyses resumens, eam accuratius describí t, ob eam rationem, quod operum divinorum praestantissim um , sit hom o.» Historia ecclesiasL; Veteris Novique Test., tom o 7 , pág. 43, edic. V en ec., 1777. (a) «Cum igitur, escribe el obispo de H ipona, gen u s humanum post primam eopulam viri facti ex pulvere, et conjugis ejus ex viri latere, marium íaem inam m que conjunctioue opus haberet, ut gign en d o m ultiplicaretur,

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LA BIB L IA T LA CIENCIA

tuvieron al propio tiempo hijas y otros muchos hijos. Con lo cual se desvanece la objeción de P erey re, fundada en que la mujer de Caín, de cuya unión con éste nació Henoch, debía pertenecer á otras tribus ó familias de hombres, diferentes de la de Adán. Afíade Pereyre, seguido en esto por algunos poligenistas: «Si además de Adán y Eva con sus hijos, no existieron otras familias, no se concibe ni explica: a) por qué Caín m anifestaba temor de ser muerto ó asesinado en venganza del fratricidio; ni b) como pudo .edificar una ciudad, á la que dió el nombre de su hijo Henoch.» Los intérpretes y teólogos suponen generalm en­ te que el asesinato de Abel se verificó hacia el año 130 después de la creación de Adán, duración más que suficiente para que Jos hombres se hubieran mul­ tiplicado y extendido por la tierra lo bastante p a ra que Caín temiera, con razón, la venganza ó la m uer­ te; la multiplicación de los israelitas durante su p e r­ manencia en Egipto hace muy probable y verosímil una multiplicación d élo s hijos de Adánf suficiente p ara infundir temor al fratricida Caín (1); después del asesinato de su hermano. nec essent a lii hom ines, nisi qui ex illis duobus nati fuissent, viri sorores suas conjuges acceperuut, quod profecto quanto est antiquius, gom pellente n eceísitate, tanto postea factum est dam nabilius, religione probihente. H a ­ bita est euim ratio rectissim a caritatis, út hom ines, quibus est u tilis atque honesta concordia, diversarum necessitudinum vin cu h s necterentur, nec unus in uno m ultas haberet, sed sin gu lae spargerentur in singulos; ac sic ad socialem vitam d ilig en tiu s colligandam pluriraae p h m m o s obtinerent.» De Cwit. Dei, lib. 15, cap. 16. (1} Contestando á este argum ento Biltuart, escribe lo sig u ien te: «Ad cujus, et Lam praecedentium quam subsequentinm fariliiorem in telligentiam obsevvandum est, ex cap. IX Genes, S eth natum íu isse anno mundi et Adae 130; et e x cap. IV, natum et po&itmn fuisse S eth pro A bele occiso a Caino: unde colligitur A belem oecisum fuisse anno m undi 130 aut saltem paulo ante. At oninino verísim ile est anno m undi 130 genus hum anum fuisse pro-

CAPÍTULO PRIM ER 0 .

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Con respecto á la segunda p arte de la objeción, fundada en la dificultad de concebir y explicar que Caín, poco después del fratricidio, pudiera fundar una ciudad, en la hipótesis de que no hubiera otros hombres diferentes de los descendientes ó engendra­ dos por Adán y Eva, basta tener presente lo que se acaba de indicar acerca del gran número de hombres que pudieron poblar la tierra durante los ciento trein­ ta años que transcurrieron desde la creación de Adán y Eva hasta la edificación de la nueva ciudad, sobre todo si se tiene en cuenta que no se tra ta allí segura­ mente de la construcción de una ciudad como las nuestras, sino de un recinto más ó menos poblado, y defendido con fosos ó toscas paredes contra los ene­ migos, cuando no contra los animales salvajes. A ñá­ dase á esto que Gesenius, á pesar de ser racionalista, y cuando no se conocían siquiera las cuestiones re la ­ tivas al poligenismo y monogenismo, hizo notar que la palabra hebrea traducida por ciu dad en la Vulgata, se deriva del verbo que significa v ig ila r, g u a rd a r , y que, por consiguiente, su significación es múltiple y muy diversa, aplicándose á los campamentos, for­ talezas, torres de refugio* lugares p ara guardar los rebaños, lugares cercados p ara defender la familia de las incursiones de los nómadas (1 ), y que, aun en el caso de que el texto bíblico haya de aplicarse á la construcción de una verdaderá población, hay que pagatum aeplura centena horainum rai]lia,cum intra ducentos et quindecim annos captivitatis aegyptiacae propagad fu erin tfiü i Israel usque ad sexcenta m illia virorum m ilm ae ¡doneorum.» Tkeologia juxta mentem S. T/i., edie París i 8 3 g ,to m o IV, pág. 391, (1) «E st enim proprie, escribe G esenius, v ig ilia , custodia, locus excub itoiu m e t custodiuni qui mura, vallove cinctus v eltu rris in m odum extructus erat, ut gregum custodes a feris íu ti essent; d einde locus muro vallove septus, quo N óm ades gregesque a ferarum hostíum que incursionibus se defenderent, pagus Nom adum nm nitus.»

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LA BIBLIA Y LA CIEXCIA

tener presente que el nombre de ciudad se aplica alguna vez en la Biblia á pueblos de poca im portan­ cia: denique oppidum , idque m in o ris m odtdi ; dice el mismo G-esenius. Así se comprende que á la sola tri­ bu de Judá se señalen 124 ciudades en el libro de Josué. Por lo demás, si alguien quisiere defender á todacosta que el texto bíblico debe entenderse de una ciudad en el sentido propio de la palabra, do una población más ó menos numerosa y fortificada, ya se ha dicho que, según el testimonio de los Padres y exegetas, es muy posible y hasta muy probable que el género hu­ mano se hubiera multiplicado suficientemente duran­ te los ciento treinta años que precedieron á la cons­ trucción de la ciudad aludida p ara llevar á cabo esta obra. Sin contar que no es completamente cierto que Henoch fuera el primogénito de Caín (1), según supo­ ne la objeción, hay que tener presente; como obser­ va San Agustín, y con él la mayor p arte de los exegetas cristianos, que si bien Moisés nombra á pocos hombres desde Adán hasta la construcción de la ciu­ dad cam itica, obedece esto al plan que aquél se había propuesto, sin excluir por eso, antes bien indicando claram ente, la multiplicación^rápida y num erosa del género humano, ora se atienda á la generación de hijos é hijas, ora á la longevidad que la E scritura atribuye álos prim eros representantes y progenitores del género humano, siquiera Moisés sólo haga men­ ción explícita de aquellos que dicen relación directa y especial al pueblo hebreo (2 ) por el intermedio de (i) «Certum non est, dice N atal Alejandro, quod H enoch fuerit prim ogen itu s Caín; adeoqite Caino m agnus esse poterat filiorum ac nepotum nurrierus cum civitatis aedificnticmem agressus est.» pág. 48. (3) V éase uno de los varios pasajes en que San A gustín expone estas

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Abraham, con el objeto final de dejar trazadas las líneas generales de la genealogía del futuro Reden­ tor del hombre. Sabido es que algunos poligenistas lian querido sacar partido eu favor de sus opiniones de las dife­ rencias, y más todavía de la separación geográfica de los habitantes de la América con respecto á las demás razas y regiones del globo. La contestación á este argumento se encuentra en las siguientes palabras de Alejandro Humboldt en su curioso libro titulado V ista de las cordilleras: «To­ dos los pueblos de América, á excepción de los que habitan el círculo polar, forman una raza única que se distingue por la forma del cráneo, el color de la piel, la barba ra la y los cabellos lacios. La raza ame­ ricana tiene relaciones muy notables con los pueblos mongoles, á los cuales pertenecen los hunos, descen­ dientes de los Hiong-Nus; con los calmucos y con los buretas. Nuevas indagaciones han demostrado, en efecto, que, no sólo los habitantes de U nalasca, sino también varios pueblos de la América del Sur, cons­ tituyen, por la forma de su cráneo, una transición entre la raza am ericana y la raza mongólica. Desde que se ha examinado más de cerca á los negros de á fric a y á esa confusa masa de tribus que ocupa el consideraciones: eux avouer que nous ignorons encore les loís qui gouvernent ces m odifications, dont ¡‘avenir seul nous rdvélers peut-étre le secreí.» T raite de G éologie, pág. 1279,

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA.

cuaternaria, de lo cual bien puede inferirse que los fenómenos geológicos relacionados con la existencia de glaciares y lluvias abundantes de la época cuater­ n aria, no legitiman los cálculos de los que, apoyán­ dose en esos fenómenos, atribuyen á la época expre­ sada centenares de miles de años. Si escuchamos al padre de la historia profana cuando habla de la Escitia, ó sea de los países situa­ dos alrededor del Mar Negro, veremos que las con­ diciones climatológicas de aquellas vastas regiones, si por p arte de la duración del frío intenso y de los hielos se asemejan á los de la Groenlandia y Laponía, por parte de las lluvias se asemejan á las de la época cuaternaria. Herodoto afirma expres ámente que el invierno es tan riguroso en aquella región, que el hielo perm anece por espacio de ocho meses (adeo r í ­ g id a p r e m itu r Meme, u t octo menses du ret intolerabile gelu); el m ar mismo queda congelado hasta tal punto, que sobre él pasan los carros de un punto á otro (m are con strin g itu r glacie..,, et super ea glacie.... p la u s tr is in u lte rio ra a d S in d o s v&huntur), al paso que durante el

verano no cesa de llover, añade el historiador griego (1 ): (estáte autem p lu e re non desin it. En términos casi iguales se expresa este historia(i) M erece leerse todo el pasaje de Herodoto, que es com o sigue: «(Universa autem haec térra, qnam descripsiim is, adeo rigida premitur hieme, ut octo m enses duret intolerabile gelu , in qtio si aquam in terrnm effundas, non facías lutum , sed ignem si accenderis, lutum facías. Atque etmm mare constringitur glacie, et totus Cim m erius Bosphorus: et super ea glacie m ilitant Scytliae illí qui intra fossam habitant etp lau stris ad u lte­ riora ad Sindos vehuntur, Ita solidos octo m enses hieras durat, reliquosque quatuor íbidem frigus obtinet. Est autem h u ju sh iem is ín d oles lon ge diversa ab eis quae in ceteris regionihus óm nibus obtinent; nam verno tem pore nih il ibi pluit, quod sit ullius m om enti; aestatc autem pluere non desinit, et quando alibi tonitrua incidunt, ibi nulla sunt, áestate autem valde m agna, sin hiem e coelum tonat, pro miraculo salet haberi». Historiar,, lib. IV pá­ rrafo 28.

CAPÍTULO HI.

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dor al hablar de las regiones y comarcas regadas por el Danubio, del cual dice que adquiere- grande au­ mento en sus aguas y corriente á causa, ora de la gran cantidad de nieve que cae durante el invierno y se derrite en el verano, ora de las frecuentes y grandes lluvias — frequentes vehementesque im bres —de estío, acom pañadas del derretimiento de la mucha nieve acum ulada y endurecida durante todo el in­ vierno, que dura allí ocho meses. Y en verdad que no debe extrañarnos lo prolongado del invierno en las com arcas del Danubio en tiempo de Herodoto, to­ da vez que algunos siglos después, Plinio hacía cons­ tar que en la T racia la tie rra perm anecía cubierta de nieve por espacio de nueve meses. Por lo demás, la exactitud y verdad de las afirma­ ciones del historiador griego hállanse evidentemente comprobadas por el testimonio de Ovidio, testigo de mayor excepción en la m ateria, en atención á que testifica de visu y de eacperientia . La descripción que el ilustre desterrado del Ponto hace de las condiciones climatológicas de aquellas regiones, no sólo confirma en todas sus partes las indicaciones de Herodoto, sino que dem uestra plenam ente que esas condiciones climatológicas eran muy diferentes de las actuales. No se limita el poeta latino á expresiones ó fra ­ ses generales, como cuando dice que aquella tierra está cubierta de nieves perpetuas.—F ert ubi p erp e tu a s obru ta té rra n ives ,—sino que entra en detalles con­ cretos, que demuestran la extraordinaria rigidez de clima que dominaba en aquellas regiones. “La tierra, nos dice, perm anece blanca como el mármol, á causa del hielo; las nieves de un ano se juntan con las de otro, sin que ni el sol ni las lluvias sean capaces de derretirlas. Congélase hasta el vino, siendo preciso

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

tom ar á pedazos — nec h austa m eri sed d a ta fr u s ta b ibunt —esta bebida. ¿Qué más? Los ríos se solidifican con el frío, sin excluir al caudaloso Danubio. Por más que parezca increíble, yo be visto el m ar mismo convertido en duro hielo; sobro el cual he caminado con mis pies, y por donde m archaban antes las naves, se m archa ahora á pie; los caballos de los sárm atas y sus bueyes, con carros cargados, atraviesan el D a­ nubio por puentes de hielo sem ejantes en dureza al mármol (1 ), como vi tam bién los peces aprisionados por el hielo del mar.,, Ovidio insiste una y otra vez en esta m ateria, y su modo de expresarse indica que no se tra ta de fe­ nómenos climatológicos extraordinarios que se v eri­ fican algunas veces cada siglo, sino de fenómenos ordinarios y perm anentes. En las cartas que desde su destierro escribió á s.us amigos alude con frecuencia á dichos fen&menos, y en algunas de ellas resume (2 ) (1) Para que no se crea que exageram os ó que desfiguramos la des­ cripción ovid ian a, transcribirem os algunos de los pasajes referentes al asunto. A t cuín Iristis hyems squallentia protulü ora.—-Terrrtque marmoree candida facía gtlu est — N ix jnceí; et jactam nec S>ol plnvintve resohnml. —Jndvrnt B ó­ reas perpeluamqiiefacit,— Ergo ubi dehcitü nonditm prior, altera vevit.— E t solet in multis bima manere locis.,.. ....Udaque consistimt formam servando, ¡ext.de.— Vina; nsc hnrnta rner/, sed data frusta bibunt,— Qitid ioquarf ulvm cii ctincrescanf.f igote rivt.... Cotruleos venhs lotices durañtihm Ister.— Congelat, ci tecíis in mare serpit aquis.— Quaque rutes jerant¡ pedibus mine itur, et undtis.— Frigore concretas ungida pulsat e.qtn.— Perque novos penies subter lahentibns itvdis.— Ditmnl Sartttaiici barbara plausiva boves. Vtx quídam credar.... Vidimus ingentcm glacie covsistere poniitmt etc. T n s t , lib, n i , eleg. 10," (2) H e aquí cómo se expresa en una de éstas, dirigida precisam ente á V estal, que había sido nombrado presidente ó gobernador de las regiones det Ponto donde gem ía Ovidio; ■ «A spicis m Praeses qnati jactamus inarvo, Nec me testis erv, fa h a soleve qttéri ¿

c a p ít u l o

m.

en pocas palabras lo que en los T ristes había consig­ nado con más extensión. Téngase en cuenta que si la rigidez extraordinaria de clima en aquellas comarcas fuera una cosa accidental y que sólo tenía lugar al­ guna que otra vez, como sucede hoy, el poeta roma­ no no hubiera podido apelar al testimonio ocular del gobernador ó presidente, que sólo perm anecían allí durante algunos años por razón do su cargo ó destino oficial. Si de la Escitia y de las regiones del Ponto Euxino pasamos á la Galia y aun á la Italia, veremos que no fué sólo en aquéllos países del Norte, sino en provinciasm ás meridionales, donde en tiempos antiguos, poro históricos, dominaron condiciones climatológi­ cas diferentes de las actuales, y más ó menos análo­ gas á las que caracterizaron la época cuaternaria. Eu Virgilio, en Horacio, en Pimío, en Floro, en Amiano Marcelino y otros varios autores, se tropieza á cada paso con palabras y frases (1 ) que revelan la existencia frecuente y como si dijéramos ordinaria,, de nieves, hielos y fríos, superiores á los que en la actualidad se observan en aquella re g ió n . Y esa abundancia de hielos y nieves se halla en relación y explica á la vez la mayor frecuencia de avenidas del Tíber en siglos anteriores. De los estudios practica­ j e ? vides certe glucie concrescere Pontum, Ipse vides rígido stautia vina gelu. Ipse vides, oneraiaferox ut durat fazys P er tnedias Istvi plaustro, bubulctis oqu.as » E x Potito^ lib. IV, epíst. 7

0

{i¡ A dem ás de las Geórgicas de V irgilio, principalm ente en los libi os primero y cuarto, y además de las odas de Horacio, principalm ente la s e ­ gunda del libro primero y la séptim a del libro cuarto, pueden consultarse los libros 24, 26, 27 y 28 de la Historia natural de P lin io , el libro cuarto del Epitome rerttm roimuarum, escrito por Floro, y los libros catorce y quince de Am iano M arcelino.

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dos á conciencia por Rossi sobre la cuenca del Tiber, resulta que si retrocedemos dos mil años hallarem os que este río, cuyas avenidas é inundaciones carecen de importancia en nuestros días, las experim entaba frecuentes y muy violentas por aquella época. Si damos crédito al mencionado Rossi, entre los años 505 y 581 de la fundación de Roma, ó sea en el espa­ cio de veintiséis años, tuvieron lugar hasta trece grandes inundaciones, en las que las aguas del Tíber se elevaron á más de veinte metros sobre su nivel ordinario. Por lo que respecta á la antigua Galia, sin con­ ta r el testimonio autorizado de Julio César, el cual en sus Com entarios nos habla repetidas veces del ri­ gor del clima de aquellos países, así como de las abundantes nieves y lluvias (1 ), que ya por sí mismas, ya por las lagunas y pantanos que alim entaban, dificultaban las operaciones m ilitares, tenemos el testimonio no menos autorizado de Estrabón, quien habla con insistencia de las extraordinarias y fre­ cuentes avenidas que durante el invierno experi­ m entan los ríos de la Galia, y con especialidad el Ródano y el Var. Este mismo autor, cuya exactitud y veracidad son bien conocidas, afirma también que al Norte de la provincia de Narbona las uvas no m a­ duraban, y que tampoco prosperaban los olivos ni higueras (2 ), hechos que indican con bastante clari(j) «Is tot rebus impedíta, oppugnatione, m ilites cum teto tempere Juto, frigore, et assiduis imbribus tardaren tur.» Commenl. de Bello Gal., libro v il, cap. x iv . «Cum anim advertisset perpetuam esse paludem, quae infiueret in Sequamam.&etc. Ihid,, cap, LVil. tfC aesarm ilitibus qui brurnalibusdiebus, f rigor i bus íntolerandis,» etcé­ tera. /¿id., lib, v m , cap. v i. (2) «Inde versus Septentrionem et Cemmenurn rnontem progressus, solum omniura rerum, oleo et fien dem ptis, ferax ¡nvenies; sed et vitis, ubi

CAPÍTULO III.

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dad que la tem peratura normal y perm anente de aquellas provincias era muy inferior á la que tienen en nuestro siglo. Así no es de extrañar que un hombre tan com­ petente como Fustel escriba las siguientes palabras en un libro que tiene por objeto precisam ente el es­ tudio de las vicisitudes del clima en Francia: “Si jam ás ha existido un hecho demostrado en la historia, es el rigor extremado de clima en la antigua G-alia. Todos los testimonios, todas las opiniones, las cir­ cunstancias todas proclam an altam ente y de común acuerdo, la intensidad de sus fríos, la abundancia extraordinaria -de sus lluvias y la violencia de sus torm entas. En vano es levantarse contra hecho se­ mejante, oponiéndole opiniones falsas ó prejuicios destituidos de apoyo; tard e ó tem prano, este hecho triunfará como la verdad.„ ¿Q,ué debemos inferir de lo dicho hasta aquí'? ¿Cuál es la conclusión que se desprende de los testi­ monios y hechos aducidos? Hela aquí: las condiciones climatológicas actuales de la mayor parte de los paí­ ses de Europa son muy diferentes de lo que eran dos mil años há, ora por parte de la abundancia y dura­ ción. de las nieves, ora por parte de los fríos y hielos, ora por parte délas precipitaciones atmosféricas y de las consiguientes inundaciones y avenidas de los ríos. Como conclusión probable, al menos, también podemos afirmar que entre las citadas condiciones climatológicas de hace dos mil años, y las que suelen señalarse á la época cuaternaria, la diferencia no debe ser muy grande, y que en todo caso no hay motivo bastante p ara atribuir al período cuaternapiocesseris, non facile uvas ad m atu m atem perducu.» Rcrttm' geographic., libro ¡v,

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rio siglos y siglos de duración, con. el objeto de ex­ plicar ó dar razón de los cambios de tem peratura que exigen los fenómenos entonces realizados, pues­ to que han bastado veinte siglos p ara producir en la Europa cambios y diferencias tan radicales en las condiciones y fenómenos que se relacionan con el clima. Antes de poner término á la discusión que p re­ cede acerca de la antigüedad ó edad del hombre en sus relaciones con las formaciones cuaternarias, bue­ no será resumirla, diciendo que la conclusión general científica que de la misma se desprende, es la si­ guiente: En el estado actual de la ciencia geológica no es posible determ inar, ni menos fijar con seguridad, el número de años transcurridos desde la aparición del hombre sobre la tierra, porque faltan datos que pue­ dan servir de cronómetro geológico al efecto. Tal es, en substancia, la afirmación generalm ente adoptada por geólogos autorizados ó im parciales de todos los partidos. “La dificultad más seria, escribe el profesor in­ glés Phillips, para llegar á un resultado cierto acerca de la edad de los períodos que nos han precedido, se halla desgraciadam ente donde menos se esperaba, es decir, en los depósitos del período geológico que coin­ cide con la historia del hombre. Fácil es comprender, por consiguiente, que es preciso proceder con suma reserva en este estudio, y que es preciso poner todo el cuidado posible en la. observación de los hechos y circunspección muy grande, en la elección de las medidas del tiempo, para llegar á un conocimiento un poco exacto de la historia de la humanidad m e­ diante los fenómenos naturales, y esto aun en nuestro

continente, no obstante haber sido explorado con p articular diligencia. Sólo en estas condiciones po­ drá perm itirse la geología afirmar que el hombre ha existido en la tierra mucho antes de la época seña­ lada por la historia y la tradición.... Tinieblas pro­ fundas cubren los primeros tiempos de la humanidad, tinieblas que no serán disipadas probablem ente sino después de mucho tiempo.., No son menos sensatas, y sobre todo están en perfecta armonía con las exigencias y datos de la ciencia, las siguientes reflexiones de Keusch: «Todas las pruebas geológicas, escribe (1 ), de la edad del gé­ nero humano pueden reducirse á dos clases. En p ri­ mer lugar, se han encontrado en diferentes comarcas de la tie rra huesos humanos, instrumentos trabajados por mano del hombre, etc., cubiertos de una capa más ó menos espesa de arcilla, turba, légamo, etc. Esta capa se depositó allí paulatinam ente, de m anera que si nos fuera posible calcular cuánto tiempo em­ pleó en formarse, sabríamos así en qué época esos huesos humanos y esos instrumentos estaban sobre la superficie del suelo, y por consiguiente sabríamos también aproxim adam ente en qué época habían exis­ tido los hombres de quienes proceden esos despojos... Empero para poder calcular cuántos siglos necesita­ ron esos depósitos p ara quedar formados, sería p re­ ciso saber dos cosas: 1 .a, el espesor del depósito; 2 .a, la medida de su acrecentam iento en el espacio de un siglo. No es difícil conocer el prim er punto, bastando al efecto medir la profundidad del.depósito; se sabe, por ejemplo, que instrumentos trabajados por la m a­ no del hombre han sido encontrados bajo una capa de limo á cuarenta pies de profundidad. Pero es imposi(i)

La B th h sí la Naiure, pág. 594.

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ble medir ó valuar el segundo extremo; pues ya se ha probado, en efecto, que no se ha podido descubrir una medida dei acrecentam iento de la turba y del aumento de los depósitos fluviales que sea aplicable á todos los tiempos y á todos los lugares, resultando de aquí que estas formaciones geológicas no pueden servir de cronómetros. »En segundo lugar, se han hallado huesos hum a­ nos é instrumentos en sitios que debieron estar cu­ biertos por bastante tiempo con agua del mar, de rios ó de lagos, al tiempo que aquellos fueron depositados allí, retirándose después las aguas m encionadas... La época de la existencia de los hombres á quienes p er­ tenecían esos huesos é instrumentos podría valuarse, si pudiéramos conocer cuánto tiempo fué necesario para que se verificase ese cambio de nivel.... »La mayor parte de los geólogos de nuestra épo­ ca han cometido la falta de tom ar por base.de sus cálculos, ya la formación más lenta que han podido comprobar por la observación, ya una media basada solamente sobre un pequeño número de observacio­ nes. En esta cuestión, sin embargo, no es lícito ser­ virse de una media de estas condiciones, porque, se­ gún hemos visto repetidas veces, una transform ación geológica puede verificarse con mucha lentitud en sitios y en épocas determinadas, m ientras que en otros sitios, y aun en el mismo, pero en época diferente, aquella transformación se realiza con rapidez ex tre­ ma. Querer, pues, atenerse con preferencia á los cambios que se verifican lentamente, según se ha he­ cho en la mayor parte de las valuaciones geológicas relativas á la edad del género humano, es mostrarse exclusivo en demasía y dar señales de una ciencia li­ m itada por demás, puesto que se ha comprobado con

igual certeza que no pocos cambios geológicos muy considerables se realizaron en un espacio de tiempo relativam ente muy corto.,, De conformidad con estas atinadas observacio­ nes que resumen las conclusiones legítimas de la geo­ logía en sus relaciones con la antigüedad del hombre, el autor de L a B ib lia y la N a tu ra leza escribe más adelante (1) con sobrada razón: «Puedo, por lo tanto, rechazar la aserción de los geólogos que se figuran haber demostrado que la edad del género humano sube á cincuenta ó cien mil años. Los geólogos que realm ente merecen el nombre de sabios serios y se contieneu dentro del dominio de su ciencia, no van hasta allí. Son, por lo general, reservados y modes­ tos en sus afirmaciones. Verdad es que no-es raro ver en ciertas obras esa alta antigüedad del género humano que alcanza cien mil años, ó que al menos sobrepuja á la indicada por la Biblia, presentada por los geólogos como una verdad demostrada; pero, ¿quiénes son los que se complacen en semejantes exa­ geraciones y las repiten en todos los tonos? Son, ante todo, ciertos sabios que, cuando tratan de cuestiones científicas en forma popular, procuran aprovechar todas las ocasiones p ara difundir sus opiniones reli­ giosas y filosóficas, hablando de la Biblia con ira y desdén, comparables sólo al desconocimiento que tie ­ nen de la misma». Séanos lícito consignar ahora, que reconociendo como reconocemos la exageración de esas cifras de centenares de miles de años que admiten y pretenden imponer algunos geólogos, 110 por eso estamos con­ formes con la opinión y modo de ver en la m ateria de algunos geólogos católicos cuando parecen indicar (j)

j.a BihU ¿l la Nature, pájr. 599-610.

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que la edad ó antigüedad del hombre cuaternario es compatible con los seis mil años ó poco más (1 ) que ordinariam ente se atribuyen á la cronología bíblica y tradicional. Las múltiples y profundas diferencias que caracterizan y distinguen á las razas humanas, diferencias y caracteres que aparecen ya en tiempo de las prim eras dinastías del Egipto, á la vez que la multiplicidad y diferencias de las lenguas que la filo­ logía nos ofrece como separadas ya y organizadas desde tiempos remotísimos, serían más que suñcien' tes p a ra probar, si necesario fuera, que la existencia ú origen del hombre 110 se concilia fácilmente con un período de seis mil años. Pero sin necesidad de recu­ rrir á la filología, la etnología y la historia; atenién­ donos exclusivamente á las ciencias geológica y p a ­ leontológica, los indicios y hechos aducidos por los hombres de la ciencia, los más imparciales y serios, son ta n numerosos y de Indole tal, que no se compa(1) A ludim os aquí especialm ente al abate Hamard, escritor católico y geó lo g o ilustre, el cual, después de discutir la cuestión presente, concluye en los sigu ien tes términos: « I ln o u s sem ble résulter des consideraüons qui préccdent, que íes modifications survenues dan s la g éjgrap h ie physique et dans le réiief d u g lo b e , d ep u ís le début de 1'époque cuaternaire, n 'ob ligent d'aucune facón á élargir l e c a d r e d e la chronologie hum aine. O u les m ouvem euts q ‘on nous objecte se sont produits avant 1‘homm e, ou ils s'éxplíquent sans qu'il y ait bésoin de m uk ip lier les wiécles, com m e on s ‘est plu á le faire. Loin d ‘étresu rp risd e 1‘im portance et de 1‘étendue de leurs effets, quand on réflcchit aux phénom enes de cette nature qui se sont produits pour ainsi dire sous nos yeu x, á 1‘époque historique; quand on songe, par exem ple, que la description que César a faite de nos c&tes ne convient plus á notre littora.1 actuel; quand on se dit en outre que 1‘époque cuaternaire a du étre beaucuup plus agitée et tourm entée que le nótre, on est tenté de s‘étonner que des changem ents plus considérables n e se soient pas opérés dans la configuraron du sol pendant les cinq ou síx m ille ans qui suivant la tradition et les -vraisemblances, se sont écoulés depuis que 1‘homme a pris posséssion de nos contrées occiden­ tales.» La Comrov. et te C o n ie m 15 A gosto [886.

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decen en m anera alguna con la antigua y ordinaria cronología de intérpretes é historiadores. En sama: si los que conceden al hombre una existencia de cen­ tenares de miles de años, se colocan fuera de la re a ­ lidad científica, fuera de los datos y premisas indu­ dables en el terreno de la ciencia,- tampoco se h alla­ rían en posesión de la verdad los que lim itaran de una m anera absoluta esa existencia al período anti­ guo de seis mil años poco más ó menos. Los que á todo trance se empeñan en conceder extraordinaria antigüedad á la aparición del hombre sobre la tierra, apoyándose, al efecto, como se ha visto, en los depósitos de conchas m arinas, en la for­ mación de las turberas, en los fenómenos glaciares, etc., suelen alegar también en favor de sus ideas y teorías, determinadas formaciones y depósitos exis­ tentes en ciertos valles, y también las variaciones que en la flora y fauna de la época cuaternaria se observan con relación á la presente. La fuerza del argumento relativo á las formacio­ nes y depósitos de los valles se funda en la idea de que la formación y ahondamiento de éstos deben su origen á la época cuaternaria, idea que Lapparent califica de perfectam ente errónea, siendo cierto que la constitución orográfíca y la hidrográfica de la épo­ ca cuaternaria no ofrecía grandes diferencias con la presente. Lo que caracterizaba y distinguía la época citada de la nuestra, no es la parte referente á la hi­ drografía y á la orografía, sino la actividad e x tra ­ ordinaria de los agentes productores del frío y la hu­ medad, que debieron producir y produjeron grandes precipitaciones atmosféricas, con las cuales están en relación los efectos y fenómenos característicos de la época cuaternaria, pero no los que existían con.ante­

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rioridad á la misma (1 ), ó sea desde la época m iocena y pliocena. Por lo que liace al argumento tomado de las v a ­ riaciones de la fauna y flora cuaternarias com paradas con las de la época presente, baste observar que la segunda es idéntica á la del período cuaternario, sin más diferencia que el haber variado algún tanto la distribución geográfica de algunos vegetales por v ir­ tud de migración de los mismos. Las variaciones por parte do la fauna se reducen á la desaparición de algunos paquidermos, desaparición que pudo verifi­ carse á virtud de la persecución y caza de aquéllos por el hombre, sin necesidad de acudir á otras cau­ sas ni buscar la razón suficiente de aquélla en gran­ des cambios climatológicos (2 ), ni en mutaciones ó transform aciones extraordinarias del suelo. Por o tra parte, hay que reconocer que hacen muy poco favor á la inteligencia del hombre y á su fuerza progresiva (r) «Les gorges, escribe A nuestro propósito el citado Lapparent, destin ées a 1‘encaissem ent des glaciei s étaíent deja creusées, com me aussi les vallées oti les grands cours avaient, d£s le m ioccne ou tout au m oins dés le pliocéne, com mencé ;i étaler leurs aüuvions et oü il est probable q u 'ily avai, eu déjá plusieurs alternatives de rem plissage et de déblaiem ent. D ‘ailíeurs vouloir juger par ce qui se passe sous nos yeu x du tem ps qui a Été ndcessaíre, soit pour déblayer certaines vallées encombi'ées de depóts m eubles, soit pour amener jusqu'á Lyon les blocs erratiques du centre de la Su isse, sdrait oublier, d'abord que les précipitations atmosphériques était alors au m oins d ix ou v in gt fois plus ahondantes que de nos jours, en su ite que des m ouvem ents du sol ont dü, k plus d'une réprise, vestituer aux n viéres une pente torrentielle.» Traiíé de Geología, pág, 1283. (2) De conformidad con lo que en el texto hem os dicho, el ya citado Lapparent escribe: «Dans la faune marine, aucune m odificaron ne s’est fait sentir, si ce n ‘est dans la distribution géogntpliique des coquilles littoraies arctiques, D e la sorte, si les depóís terrestres de 1 ‘époque cuaternaire ne nous éta ien tp a s connus, ti nc viendrait & L‘idéc d'aucun géologn e de faire pour cétte phase de i‘histoire du globe, non pas un systfeme, ni un étage, ni Ull sous-ctage, mais mime nne simple assise, puisque, jusqu'au soinrae du plíocéne inclusivem ent, le principe de la distinclion des assises est fondé su rtes variatton sde la Taime m alacologique». Ihid

Ca p í t u l o

iii.

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los que, entre el hombre que fabricaba los sí lex de Saint-Acheul y los comienzos de la época poscuaternaria, admiten eL transcurso de centenares de railes de años. Expresión y resumen de toda la discusión que antecede, á la vez que expresión y resumen de los datos suministrados por la ciencia acerca de este p ro ­ blema, es la siguiente proposición: «En el estado actual de la ciencia geológica, y hasta tanto que ésta no realice nuevos descubrimientos y datos más fijos p ara resolver dicho problema, no es posible señalar, ni siquiera aproxim adam ente, el número de años que transcurrieron desde que el hombre comenzó á exis­ tir en nuestro globo.,, Tal es la opinión adoptada por geólogos los más imparciales y competentes, con presencia de los úl­ timos descubrimientos de la ciencia. “Lo que en otro tiempo escribieron geólogos ilus­ tres acerca del hombre fósil, de su coexistencia con los animales preadámicos, etc., carece hoy de obje­ to. No se tra ta ya de preguntar cuándo comenzó la época glacial ni cuánto tiempo duró. El geólogo no conoce datas ó fechas, sino únicamente una sucesión en las cosas: á la cuestión de la fecha, debe respon­ der: no la conozco. Los fenómenos para los cuales, geólogos dominados por la fantasía, entre los cuales es preciso colocar á Lyell, á pesar de su grande cien­ cia, no exigen menos de cien mil años, estos fenóm e­ nos, repito, en circunstancias excepcionales, como las que tuvieron lugar en la época glacial, pudieron fácilmente ser producidos en muy poco tiempo (1 ).» ' No es menos explícito Lapparent, á quien nadie se atreverá á negar ni competencia científica, ni co(r)

A. J a k o b : Umere £rtf y descubierta por M. Bertrand en una cantera de Billy que corresponde al mioceno inferior. Presentada aquélla p o r 11. Laussedat á la Academia de Ciencias, convirtióse éste en paladín y defensor de la procedencia hum ana de aquellas incisiones ante la citada Academia y á la vez ante la Sociedad Geológica. Los geólogos y los sabios, sin embargo, no se m ostraron propicios á las conclusiones de M. Laussedat en la m ateria. Sin con­ tar las dudas suscitadas por alguno de aquéllos acer(l) L éase en prueba., el pasaje sig u ie n te , tom ado de su obra, que lleva p o r ró tu lo : De la antigüedad del hombre'. « P u esto q u e to d a religión tien e g e ­ n e ra lm e n te p o r o b jeto u n p o d er so b re n a tu ra l y m isterioso, está necesaria­ m e n te en ccm tradicción con el p rin c ip io esencial de to d a ciencia, y debe ser c o m b atid a p o r el n a tu ra lista .» M ás ad elan te d ep lo ra que se trib u te n h o n o ­ res p úblicos á los q u e son llam ados S an to s, y que *5011 una colección de infeli­ ces heridos d t idiotismo, e n su m ayor parte».

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ca de la autenticidad de las incisiones, en atención á que los huesos de referencia habían sido descubiertos por un trabajador aislado, y sólo después de mucho tiempo transcurrido fueron sometidos al examen de los hombres de ciencia, es opinión general entre sa­ bios y geólogos, sin excluir aquellos que son p arti­ darios del hombre terciario, que las incisiones ó cor­ taduras que ofrece la quijada descubierta en Billy no fueron producidas por la mano del hombre, ni deben su origen á golpes de hacha, según pretende M. Laussedat, sino á impresiones geológicas* «Son sencillamente impresiones geológicas, escribe M. Mor­ tillet, cuyas opiniones favorables al hombre terciario son bien conocidas. Los geólogos todos saben p e r­ fectam ente que en muchos terrenos, pero sobre todo en el mioceno, existen guijarros que ofrecen profun­ das impresiones ó m arcas. Todavía no se conoce bien la causa de semejante fenómeno, pero el hecho exis­ te y ha sido comprobado perfectam ente una y mil veces. Pues bien: entre la impresión de ciertos gui­ jarros y las cortaduras ó incisiones de la quijada de Billy, existe la semejanza más completa.» En idéntico sentido se expresaba Quatrefages, á pesar de sus ideas en favor de la existencia del hom­ bre terciario. Casi á raíz del descubrimiento de la quijada de Billy, y cuando la discusión era más viva con este motivo, el citado sabio francés escribía lo siguiente: «M. Laussedat había mirado como inci­ siones hechas por medio do un instrumento cortante las cortaduras profundas que presentaban los frag­ mentos de una quijada de rinoceronte mioceno. Un examen más atento de la cosa dió á conocer el poco fundamento de semejante interpretación. Se advirtió que las pretendidas incisiones no eran más que im­

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presiones geológicas, análogas á las que encontrarse suelen hasta en guijarros de la mayor dureza.» En presencia de estas palabras de Quatrefages, y de la opinión razonada de Mortillet, emitida des­ pués de discutir y exam inar ex ■p rofeso el asunto (1), bien puede concluirse que se reduce á bien poca cosa la eficacia del argumento fundado sobre las incisio­ nes de la quijada de Billy, Resumiendo: ni las incisiones existentes en la quijada de Billy, ni las observadas por Capellini en los huesos cetáceos de Monte Aperto, ni las descu­ biertas por Delaunay en los huesos del Ila lith eriu m e n P u a n cé ; ni los sílex tan celebrados de Thenay y de Otta, sum inistran prueba alguna convincente de (I) Com o resum en de esta discusión, pueden leerse las sigu ien tes pa­ labras de M ortillet: «Les en tailles de la m áchoire du rhinoceros de B illy on t-elles été produites par l’homme? Je ne le crois pas. Les em preintes k issées par la scie étant fáciles á reconnaítre, on peut dire n ettem en t qu’il n ’y a pas trace de sciage sur cette mSchoíre. L es en tailles existen tes sont trop larges, trop profondes et trop n ettes sur un os trop dur, pour qu’on puisse un seul in s­ tan! supposer qu’elles ont été produites par une coupure opérée au m oyen d'un couteau en pierre. II ne reste done que l’action d'un instrum ent frappant,l'action d ’une hache, et de fait c’est ñ cette action seule que M. Laussedat a fait allusion. Le coup de hache est toujours plus ou m oíns arqué; il faisse une em preinte concho'ide. Les em preintes de B illy son t parfaitem ent plaines; elles n e peuvent done pas étre le résultat d ’un coup de hache. »En oucre le coup de hache se d istin gue par une surfacc nette et franche dans la partie suivie par la lam e,abrupte et rugueuse du cute oii part l’esquille, Eh bien, dans les em preintes de la m áchoire de Billy, ce dernier caraetére fait tout aussi bien defaut que le premier. Cfis em preinte3 présentent une large section tres oblique, term inéepar une partie beaucoup plus étroite, presque verticale, qui est aussi lisse, aussi polie que l'autre et de plus qui se trouvé réguliérernent arrondie. Comme ont le voit, cette partie n ’a aucun rapport avec le coté abrupt et rugueux du coup de hache. »Enfin, d'une m aniére générale les Instruments en pierre, laissen t de p etites stries dans le sens longitudinal des 2ntailles qu'ils produiseut, Candis que dans les en ta illes mioefenes de B illy les stries sont dans le sens transver­ sal. C es en tailles ne sont done pas le produit d’un instrum ent m anié par l’homme,» M a te ria n x p o u r l'kisloin'. de Vhomme , tomo iv , pág. 144.

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la existencia real del hombre terciario. Luego, hoy por hoy, y en el estado actual de la ciencia, hay per­ fecto derecho p a ra negar dicha existencia del hom­ bre terciario. Derecho que adquiere autoridad g ran ­ de y fuerza m ayor, cuando se tiene presente que en contra del hombre terciario m ilita también un argu­ mento que, no por ser negativo, deja de tener eficacia grande en la materia. Porque la verdad es que no se concibe al hombre produciendo esas incisiones de huesos terciarios y trabajando esos millares y milla­ res de sílex diseminados en cinco ó seis capas te r­ ciarias de la comarca de Thenay, sin que en ninguna de ellas se haya descubierto el menor resto humano, el hueso más pequeño de los muchísimos hombres que fueron necesarios para el trabajo de esos sílex por millares y en épocas separadas por largo espacio de tiempo. Luego la existencia del hombre terciario, considerada en el terreno científico, tan lejos está de constituir una tesis demostrada, que ni siquiera reú­ ne las condiciones de tesis probable y fundada. No ignoramos que los americanos W hitney y William Blacke descubrieron en California un cráneo humano sepultado bajo grandes capas de cenizas vol­ cánicas y en terrenos pertenecientes al plioceno, segán afirmaban. Pero sabemos también que este descubrimiento no ha sido legítimamente com proba­ do, ni ha recibido la sanción de los sabios, los cuales siguen considerando como insuficientes en el terreno científico las pruebas alegadas hasta ahora por W hit­ ney y Blacke, con especialidad las que se refieren á la edad de la formación en que se encontró el cráneo. Recientemente, y puede decirse que en nuestros días, se ha metido mucho ruido con los esqueletos humanos hallados en Castenedolo, cerca de Breseia,

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en terreno plioceno. Pero las investigaciones p ra c ­ ticadas sobre el terreno con motivo de un nuevo esqueleto últimamente descubierto allí, lian desvane­ cido para siempre y por completo la eficacia de los argumentos y pruebas que algunos defensores del hombre terciario, figurando entre ellos Quatrefages, habían querido deducir do los esqueletos de Castenedolo, toda vez que parece cosa demostrada que aque­ llos esqueletos fueron sepultados intencionalm ente en las capas ó formaciones pliocenas (1) en que fue­ ron encontrados. En suma: á los hechos y ejemplos de esqueletos y restos humanos alegados hasta hoy en favor del hombre terciario, podemos contestar con Keinaoh que en ninguno de aquellos se ha podido probar con cer­ teza: 1.° que no se tra ta de alguna inhumación rela­ tivam ente reciente; 2.° que se tra ta de formaciones ó capas realm ente terciarias. Añádase á lo dicho que la probabilidad ínfima, por no decir nula, de la tesis referente al hombre terciario aparece menor todavía cuando se reflexiona (i) V éase en confirmación de lo que decim os en el texto, lo que escribe A rcelin en la M evu ed cs Q aes/fons s ete n it/íg u es'C o rresp o n d ie n te a\ mes de Julio de 1890; On sait que L'oti a exhum é p lu sieu is sq u eletles hum ains des assises p liocén es de C asténédolo prés de Breseta, et que des auteurs ¡es ont considérés com me étant d u m ém e á g e que les fossiles a u m ilieu desquels ils reposaient. M. de Q uatrefages, entre autres, a clnssé l’homme de C asténédolo parmi les rares débris lium ains qu’il atlribue u l'époque tertiaire. La decouv e r t e recente d ’un rcouveait s q u e l e t t e a levé tons les t í o » tes qui ponvaient rester á ce sujet. D eu x savants, M M . Sergs et Issel, o n t été délégués par le gouvernem ent kalien p o u r étudier 3n question sur place. Leur rap po rl: a été publié dans les nu m e L o s de j o u i l l e t et d’aout du B o lk ttm o d ip a U tn o h g ia iia Nana. Ils concluent que le squelette récemm ent decouvert appanient á un individu ensevéli dans ntie étroite fosse creiisée intentionellem ent dans le banc fossilifdre, et qu’il faut rénoncer définitivem ent i l’hypothése que les débris hum aines de C asténédolo puissent remonter au pliocene. I ls n e seraient m&me pas qnaternaires. C'cst l'opinion q u e j ’ai toujours exprim ée a leur endroit.»

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qtie ana parte no escasa de los defensores del hom­ bre terciario aceptan y defienden esta tesis á causa de sus relaciones y armonías con las tendencias de la escuela transform ista representada principalm ente por Haeckel, el cual, según hemos visto en lugar opor­ tuno, enumera entre nuestros ascendientes ó proge­ nitores al hombre privado de palabra (Homo alalus), al hombre mono ó p ite c á n tro p o , que debió vivir á úl­ timos del período terciario, ó sea en el plioceno. Los discípulos de Darwin y Heeckelno necesita­ ron más que aplicar sus ideas transform istas y evo­ lucionistas para afirmar la existencia del hombre terciario con ocasión de los sílex y huesos arriba mencionados. Así vemos áM . Roujou expresarse en los siguientes términos: «En mi calidad de transfor­ mista convencido, no he aguardado que se realizara el descubrimiento de los sílex miocenos p ara admitir la existencia del hombre terciario, porque hay aquí una consecuencia necesaria del transformismo en el estado presente de nuestros conocimientos, y un co­ rolario indispensable de las ideas que tengo acerca de las relaciones morfológicas de los mamíferos y acerca de su modo de filiación.» La doctrina de Mortillet, afiliado también á la teoría antropológica darwinista, coincide en el fondo con la de Roujou, siquiera el primero no prescinda de los hechos tanto como el segundo, ni conceda im­ portancia preponderante en la m ateria á la concep­ ción teórica en perjuicio de la experim ental. P ara Roujoiij los sílex de Thenay no hicieron más que pro­ bar á p o ste rio ri lo que Darwin y Hseckel habían en­ señado a p r io r i, y el hombre terciario es como el género del cual se derivan las diferentes especies de hombres que vinieron en el período cuaternario. P ara

Mortillet, los sílex de Thenay, puesto que revelan una elaboración ó trabajo intencional, deben ser obra, no del hombre actual, no de ]a especie hum ana que hoy puebla el globo, sino de otra especie, ó, mejor dicho, de un género humano precursor del hombre actual y destinado á llenar el vacío y form ar los es­ labones de la cadena que sube desde el hombre hasta el mono. La diferencia, pues, entre los dos secuaces del darwinisrao antropológico se reduce á bien poco, consistiendo únicam ente en que Mortillet no se a tre ­ ve á conceder naturaleza hum ana semejante á la nuestra al hombre terciario. Por lo demás, una vez colocado en esta pendiente antropológico-darwinista, el geólogo francés se entrega á conjeturas é hipóte­ sis, suponiendo que ese precursor del hombre que trabajó los sílex de Thenay, al que da el nombre de A nthropopithecus, debió vivir hacia el promedio del período terciario , desapareciendo más tarde para dar lugar al hombre verdadero ó racional. Justo es advertir, sin embargo, en favor del citado geólogo, que reconoce implícitamente lo que hay de hipotéti­ co en su teoría, toda vez que confiesa que hasta la fecha no se ha descubierto resto alguno, ningún fósil perteneciente al mencionado antropopíteco. Resulta de lo dicho, que en Mortillet, en Roujou, y en otros varios, entre los que defienden la existencia del hombre terciario, la afirmación en esta m ateria no es resultado de la experiencia ni de la observa­ ción científica, sino que obedece á sistemas aceptados de antemano, á ideas preconcebidas. Y es que, como dice oportunam ente A. Bertrand, miembro del In s­ tituto de Francia, «todos los hechos relativos á la existencia del hombre terciario se desvanecen á me­ dida que son examinados do cerca.»

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Confirmación práctica y elocuente de la exacti­ tud de estas palabras de M. B ertrand son los sílex descubiertos últimamente por M. Cels en Bélgica, descubrimiento que llega á nuestra noticia en estos momentos. Los sílex presentados á la Sociedad An­ tropológica de Bruselas por el citado M. Cels habían sido encontrados por éste en anas canteras de fosfato situadas cerca de Spiennes, en terreno apellidado landenicm o por los geólogos belgas, el cual corres­ ponde á las capas inferiores del eoceno. Excusado es añadir que para Cels, la forma de los sílex por él en­ contrados ofrecía indicios evidentes de la acción del hombre, así como los de Thenay la ofrecían induda­ ble á los ojos de Bourgeois y los de Otta á los de R.ibeiro. La Sociedad Antropológica de Bruselas creyó oportuno abrir una información científica sobre la m ateria, comisionando al efecto á M. D elvaux y M. Houzéau de Lahaie para que inform aran sobre el asunto, después de inspeccionar y exam inar el te rre ­ no y los sílex en cuestión. He aquí ahora el resumen de las conclusiones contenidas en el informe de la comisión, y eso que uno de sus miembros, M. D elvaux, se había adherido en los primeros momentos, ó sea antes de la infor­ mación, á las opiniones de M. Cels: a) De las .dos capas ó terrenos en que Cels en­ contró los sílex mencionados, la prim era ofrece indi­ cios de trastorno y de haber sido removida y pene­ trada por otras m aterias, de m anera que los sílex que contiene no pueden denominarse terciarios, ni probar la existencia del hombre terciario, aun admi­ tiendo su elaboración intencional. b) La otra capa ó zona de terreno en que había sílex pertenece ciertam ente al período terciario, y,

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por consiguiente, los sílex que de allí se extrajeron; pero es muy dudoso que la talla ó corte de esos sílex sea obra del hombre y no de otras causas naturales é inconscientes. Estas conclusiones del informe presentado á la Sociedad Antropológica demuestran que el descubri­ miento de M. Cels y sus sílex deben-entrar en la ca­ tegoría de los descubrimientos y sílex del abate Bourgéois y del portugués Kibeíro. Y esto con tanta mayor razón, cuanto que en estos últimos anos resulta de los estudios y experimentos llevados á cabo por Ar­ celin, Munk y tantos otros geólogos y naturalistas, que pueden producirse en sílex rotos ó cortados ac­ cidentalmente y por causas inconscientes los carac­ teres é indicios más pronunciados de la industria humana. Concretándonos al descubrimiento, baste notar que el mismo Delvaux, miembro de la comisión in­ formadora, y favorable antes á las ideas de Cels, de­ claró que entre los miles de fragmentos por él exa­ minados sobre el terreno, no encontró uno solo cuya fractura no pudiera explicarse por causas naturales, añadiendo que los sílex de M. Cels no se distinguen en nada “de la piedra configurada ó modelada por los choques recibidos en el fondo de un a rro y o .„ Sin entrar, pues, en detalles acerca de las causas que pudieron y debieron producir la forma de los sí­ lex landenianos, tarea llevada á cabo por geólogos competentes, y entre otros por M. Munclc (1), báste{i) Sobre este punto leem os lo sigu ien te en la R ev u e des Q ueslions id e n tifiq u e s ; «.VI. de Munck nous parait avoir nettem ent exposd la séríe des phénom énes qui o n tp u provoquer l’éclíitem ent des silex tertiaires récuellis par M, Cels. Si Ton. se représente par l’imaginíUiori quelles dévaient élre la puissance et l'action destructiva du vasto cours d’eau prim itif creusant la lar^e et profunde valide au fond de laquelle coule aiijourd’hui la H aine, on

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tenos llam ar la atención acerca, de la imposibilidad de que sílex recogidos en el eoceno inferior, ó en la capa de éste formada de arenas arcillosas, puedan ser obra del hombre, toda vez que se tra ta de capas formadas por sedimentos esencialmente m arinos, se­ gún indica la fauna correspondiente á los restos exis­ tentes en aquéllas. Sostener que los siles m enciona­ dos, fueron trabajados por el hombre, equivaldría á sostener que éste debió vivir en el fondo de los mares. En vista de las reflexiones que anteceden, bien podemos repetir con M. B ertrand que los hechos re ­ lativos á la existencia del hombre terciario se desva­ necen á medida que son examinados de cerca.

s’expliquera aisém ent que les entrechoquem ents qui se sont produits, lorsd e la formation des dépíks caillouteux tertiaires¡ ont détaché du gres landénien des écíatá nombreux á cassure conclioide. Ces blocs volum ineux, en se heurtant sur des pentes rapides, ont donné naissance á des fragmenta avec plan de frappe et esquillem ent de percussion, sur lesqu els le roulis disposent réguliÉrement d'un mSrae cflté des r¿touches con tin ú es. »I1 n’est ménje pas nécéssaire de récourrir au choc des blocs volu m i­ neux. Les sílex, á l’état de rugnon ou d'éclats, ont pu, lors de leur accum ulalio n , s’ebrécher entre eux par de légers froltem enls, ou, comnie le pense M. R u lot, par sim ples tassem ents dus íi la dissoluLion lente des coliches calcaires par les eaux. »M . Arcelin, qui a fait une étude spéciale des silex éclatés naturelleinent, d éd are égalem ent que les pifeces sign alées par M. C els ne diffferent pas sensiblem ent des silex récuellis par lui dans Targile eocéne des envitóns de Macón, lesqu els d oiven t leur laille á des agen ts atm osphériques.»

ARTICULO IV.

C O N TIN U A C IÓ N . E L P R E C U R S O R D E L H O M BRE.

¿Deberemos proclam ar por eso en absoluto que la existencia del hombre terciario es imposible, ó que debe rechazarse de una m anera definitiva é irrevo­ cable como incompatible con la Sagrada Escritura? Tanto valdría conculcar las reglas fundamentales de interpretación bíblica ensenadas por la tradición cris­ tiana, y con especialidad por San Agustín y Santo Tomás. En vista de la discusión que precede acerca de la eficacia de los argumentos en pro y en contra del hombre terciario, abrigamos la convicción de que éste no existe y de que su descubrimiento 110 se v e ri­ ficará nunca. Mas no por eso afirmaremos que la exis­ tencia y descubrimiento del hombre terciario, en este ó aquel sentido, sean imposibles, y mucho menos in­ compatibles con la Biblia. En cuestión de hechos y descubrimientos científicos, toda reserva es poca, y en cuestión de exegesis bíblica 110 deben estrecharse ni cerrarse jamás los horizontes. Ya hemos indicado más de una vez en este libro que cuando se tra ta de m aterias científicas, de problemas cuya solución de­ pende de la experiencia y observación de hechos, debe dejarse el campo libre á la ciencia, porque á ella pertenece investigar y resolver sobre esas cues­ tiones, bien persuadidos de que las soluciones adop-

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

tadas por la ciencia seria, profunda é imparcial, ja ­ más ofrecerán contradicción con la verdad metafísica y religiosa, ni im pedirán tampoco los movimientos de la exegesis bíblica, sino que, por el contrario, le abrirán camino para conocer y fijar el sentido de pasajes, antes obscuros y de interpretación difícil, según sucedió con respecto á los días de la creación mosaica. Hoy por hoy, los hechos y argumentos adu­ cidos en favor de la existencia del hombre terciario son deficientes por extremo y carecen de valor- cien­ tífico. Pero, ¿quién nos dice que m añana no se realice algún descubrimiento que ponga fuera de duda ó haga al menos muy probable la existencia del hombre te r­ ciario? ¿Quién nos garantiza que la hipótesis, hoy muy poco probable, de la existencia de aquél, no p a ­ se con el tiempo al estado de tesis, más ó menos cier­ ta? El campo de lo posible es muy vasto, y seria imprudente fijarle límites, sobre todo cuando se trata de problemas relacionados con la experiencia. Por lo demás, ya queda indicado que la existen­ cia del hombre terciario no entraña necesariam ente incompatibilidad absoluta con la verdad ó revelación bíblica. Y, en efecto, sin contar la amplitud indefini­ da que admite la cronología bíblica, según verem os más adelante, la existencia del hombre terciario, una vez dem ostrada, daría ocasión á.los teólogos y exe­ getas p ara reconocer y fijar el sentido de textos bí­ blicos, antes más ó menos obscuros, mejor ó peor interpretados, en relación y arm onía con los nuevos descubrimientos, de la ciencia. ¿Qué más? Puede decirse que la m era posibili­ dad de ese descubrimiento, ó sea de la realidad del hombre terciario, ha bastado p ara que algunos teó­ logos y exegetas católicos hayan presentado teorías

CAPÍTULO n i .

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más ó menos aceptables, siquiera prem aturas y aven­ turadas, p ara dar razón de aquella realidad ó des­ cubrimiento, si llegara el caso de verificarse. Pertenece al número de aquéllos el P. Y alroger, el P. Monsabré y el abate Fabre d'Envieu. El prim ero, cuyos trabajos científico-exegéticos son bien conocidos de los hombres doctos, después de sentar que ni la Biblia ni la Iglesia (1) niegan á los geólogos, arqueólogos y cronologistas el derecho de investigar científicamente la medida de los tiempos que transcurrieron desde la creación del mundo y del hombre, ó después del diluvio que puso término á la prim era; y después de consignar que «la Escritura no señala data precisa p ara la creación del hombre, ni época del Meino humano tampoco á la renovación de la humanidad por medio del diluvio,» se expresa en los términos siguientes: «Si el reino animal fué coro­ nado en otro tiempo por P rim a te s antropom orfos, su­ periores á los que existen hoy, es- probable que la Providencia habrá dejado perecer esos precursores del hombre, antes de crear á nuestros primeros p a­ dres.» El pensamiento que contienen estas palabras del ilustre Oratoriano palpita igualmente en las que el aplaudido orador de Nuestra Señora de París pronun­ ció en una de sus Conferencias. Al ocuparse en la cuestión de la antigüedad del hombre en sus relaciones con la geología y la paleontología, el sucesor y co­ rreligionario del P. Lacordaire, decía: «Una de dos cosas, ó los sabios reconocerán finalmente que incu­ rrieron en exageración con respecto al valor de sus cronómetros, viéndose por lo mismo precisados á re( i)

L'ág¿ du monde et de Ihomme d'aprés la Biblt' el l'Eglhe^ p á g . 144.

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li A BIBLIA Y LA CIEN OIA

j uveuecer sus terrenos, ó descubrimientos nuevos nos pondrán sobre la pista de un ser antropomorfo, el cual, en arm onía con la adm irable gradación del plan divino, fué como el esbozo y el precursor del hombre, y al cual sería necesario atribuir los instrumentos de la época terciaria (1).» Según se ve, existe en el fondo conformidad en­ tre esta hipótesis del P. Monsabré y la arriba m en­ cionada de Mortillet. Sólo que m ientras éste supone y admite la existencia del precursor humano como aplicación de la teoría darw inista, p ara el ilustre Dominico francés la existencia hipotética de ese pre­ cursor obedecería únicam ente al plan divino de la creación en sus diferentes fases ó etapas. P ara el geólogo darwinista, el precursor terciario del hom­ bre es nuestro verdadero ascendiente, nuestro padre y p ro g en ito r; p ara el orador cristiano, ese precursor, caso de haber existido, no sería el padre ó p ro g en ito r del hombre actual, sino un a n tepasado de éste,, uno de tantos seres animados anteriores al hombre, y que responden al plan desarrollado por Dios en la crea­ ción del mundo. Todavía es más desem barazada la m archa y más amplio el criterio adoptado por el abate Fabre d ‘Envieu en la cuestión presente. Después de observar que 110 sería muy conforme á las exigencias de la ló­ gica deducir de los indicios negativos que hoy posee­ mos que no existieron hombres algunos antes de la época cuaternaria, añade r2): «Pudieron estos hom­ bres habitar algunas comarcas poco extensas ó igno­ radas hasta la fecha. Por lo demás, los instrumentos (I)

Conférenc. a Notr. Dam.: i 8 7 5 origines de la ie rre el de l'fiomme, d ’a pres la Btide el da p rfo la

(3) Les

Science , pag. 4,5 9 ■

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antediluvianos, por si solos, no probarían la existen* cía del hombre. Lo más que podría inferirse de la existencia de estas obras de arte, sería que estába­ mos sobre la pista de un animal racional en los te­ rrenos terciarios. No podemos sostener, en efecto, que durante las formaciones ante-hexamóricas no existieron inteligencias servidas por órganos dife­ rentes de los órganos humanos.» De conformidad con estas ideas, el sabio profe­ sor de la Facultad de Teología de París escribe en otra parte: «La arqueología prehistórica y la paleon­ tología, sin ponerse en contradicción con la Sagrada Escritura, pueden descubrir en los terrenos terciarios y en la prim era pai*te del período cuaternario vesti­ gios de preadam itas.... La revelación nos deja libres p a ra admitir la realidad del hombre del dilum m n g r is , del hombre plioceno y hasta del hombre eoceno. Por otra p arte, sin embargo, los geólogos no tienen fun­ damento para sostener que los hombres que se supo­ ne haber habitado la tierra en aquellas épocas p ri­ mitivas deben ser contados en el número de nuestros abuelos (1).» «En medio de la flora prim itiva de la tierra, añ a­ de, existió acaso un animal inteligente que se alim en­ taba con raíces, hojas y granos; ciertas incisiones en huesos fósiles podrían ser obra de un trabajador racio­ nal diferente del hombre.» «En su virtud, concluye (2), nada nos impide creer que durante el desarrollo de las tres prim eras épocas geológicas existieron r a ­ zas de hombres ó de ciertos animales dotados de racionalidad. Un animal dotado de alma inteligente coronaba cada una de aquellas creaciones. Esos se(I) Ib id ., pág. 454. (2 1 /Ind., pág. 477-

T omo i i .

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res tuvieron su tiempo de prueba; cumplieron su des­ tino terrestre, y cuando éste llegó á su término, re ­ cibieron de Dios su recom pensa ó su castigo.» ¿Que concepto merecen estas teorías de los es­ critores católicos mencionados? En el terreno que pu­ diéramos llam ar exegético-bíblico ofrecen la ventaja de poner á salvo plenam ente la cronología bíblica, aun en el caso de señalarle limites relativam ente estrechos. En cambio, ofrecen peligros y dificultades con relación á los textos bíblicos referentes á la creación, á la caída y unidad de la especie humana. Si, prescindiendo del aspecto exegético y teoló­ gico de esas teorías, las consideramos en el terreno puram ente científico, opinamos que son teorías p re ­ m aturas y peligrosas. P rem atu ras, per cuanto, hoy por hoy, 110 existe fundamento alguno racional y científico p ara adm itir la existencia del hombre te r­ ciario ó de otro ser dotado de inteligencia, siquiera admitamos la posibilidad de que exista ese funda­ mento en el porvenir. P eligrosas, por cuanto que al reconocer la existencia de un p re c u rso r humano, abren camino y conceden, hasta cierto punto, la r a ­ zón al sistema transform ista en sus aplicaciones an­ tropológicas. - Esto no obstante, no sería prudente, ni menos justo, calificar de heterodoxas á dichas teorías. Se­ mejante juicio á la Iglesia sola pertenece form ularlo, y mientras ésta 110 lo verifique, 110 hay motivo bas­ tante para rechazar en absoluto ó condenar al padre Valroger cuando escribe: “La idea de estos precur­ sores misteriosos del.reino humano podrá ser quimé­ rica, pero nada tiene de heterodoxa. „ Años antes que los tres autores católicos mencio­ nados emitieran las opiniones referidas, Boucher de

CAPÍTULO III.

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Perthes expuso y defendió una teoría que tiene alguna afinidad con la de los PP. Valroger y Monsabré, y mayor todavía con la del abate Fabre d'Envieu. En su voluminoso libro rotulado D e la creación, ensayo sobre el origen y la p ro g resió n de los seres, lo mismo que en el que lleva el título de A n tiqu ü és celiiques, Boucher de Perthes supone y ensena que exis­ tieron sobre la tierra dos especies, ó, si se quiere, dos géneros de seres humanos, completamente indepen­ dientes y separados entre sí por medio de un diluvio, diferente del de Noé y anterior al mismo. De aquí resulta que los hombres, considerados en general ó en totalidad, pueden y deben dividirse en hombres a n ted ilu via n o s y hombres po sd ilu via n o s} con relación al diluvio universal mencionado, que nada tiene que ver con el de Noé. No existe relación alguna, de ori­ gen ó descendencia entre los prim eros y los segundos; siendo muy probable que el tipo de los prim eros era completamente distinto del do los segundos, diferen­ ciándose entre sí tanto ó más que los elefantes de hoy se diferencian de los fósiles. En sama: los hombres antediluvianos y los posdiluvianos responden á dos creaciones completamente distintas, entre las cuales nada hay común. La prim era, ó sea los hombres an­ tediluvianos, «pertenecieron á tiempos fuera de toda tradición y de todo recuerdo: el caos primero, y des­ pués la nada, los separan de la creación actual (1),» dice Boucher de Perthes. Excusado parece añadir que los sílex de todo género encontrados en terrenos terciarios que parecen revelar la obra de la inteli­ gencia eran atribuidos á los hombres antediluvianos por el autor de las A n tigü edades célticas y antedilu(i)

A nliíjiiU es critiques d anteddnvienn es , tom o i, pág. 243.

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vian as, el cual veía naturalm ente en aquellos silex y restos de la industria hum ana una confirmación de su teoría. Impulsado por el deseo de corroborar ésta con hechos, Boueher de Perthes se dedicó á explora­ ciones paleontológicas y arqueológicas, cuyos resul­ tados fueron útiles p ara la ciencia. Entre éstos ocupa lugar preferente el descubri­ miento de la famosa quijada que lleva el nombre de Moulin Quignon, á causa del sitio en que fué descu­ bierta, 110 lejos de Abbeville, y designada alguna vez con este último nombre. E ra aquella quijada el p ri­ mer hueso humano descubierto en terreno incontesta­ blemente cuaternario, ó sea fuera de esas cavernas que se prestaban fácilmente á objeciones y reservas, como dice M. de Quatrefages. Be aquí la im portancia científica de aquella quijada, que constituía argum en­ to invencible en favor de la existencia del hombre cuaternario, una vez reconocida su autenticidad, que por cierto dió origen á discusiones animadas entre los hombres de la ciencia (1), á diversidad y cambios de opiniones entre los mismos. (i) H e aquí cóm o se expresa M. ¡le Quatrefages. sobre este punto: « L ’authenticité de cette piéce fui d ’abord acceptée, puis n iéep a r un ém inent paléontalogiste anglais enlevd trop tót k la Science, par M. Falconer, «vec qui je l’avait pouitant soigneusem ent títudié. j e crus devoir persiste!' dans des eonclusions qiii nous avaient été com m unes et qu’íidoptérent, aprés un lon g et rainucieux éxam en, quelques savants fnm eais et étrangers. » U n e sorte de deíit fut alors solennellem ent lancáe par les savants de Londres et réléviíe par lours eon ftéresd e Paría. A la su ite de plusieurs sea ri­ ces tenues au Muséum, et de fouilles faites sous les yeux d e tous les intéressés á A bbeville, l’a u ih en tid lé de la máchoire, fut j;roc!amée á l ’unanim ité. T outefois, de retour dans leur patrie, nos confreres revinreiit l’un apres l’autre sur cette déclaration.,,. 11 ue m’apparlieut pas de rechercher les cau­ ses de ce revirem ent, qui du reste n'eut guére lieu qu'en A ngleterre. En Fl anee, quelques pessonnes crurent devoir rester dans le doute.... »En Suisse, en Aliem agne, en R ussie, aux E tats-U n is, on adopta gfénéralem ent les conclusions des savants franqais. Les íiou vellcs découvertes

CAPÍTULO III.

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Dos observaciones antes de concluir: 1.a Las hipótesis más ó menos probables, ó di­ gamos mejor, más ó menos posibles de Boucher, de Fabre, de Montsabró y Valroger, no deben confun­ dirse ni identificarse con la de Mortillet, Roujou- y algunos partidarios del transformismo antropológico, quienes en el precursor del hombre sólo buscan y ven un elemento para establecerla procedencia simia del mismo. 2.^ El precursor del hombre, en el sentido de Mortillet y partidarios del transformismo antropoló­ gico, puede considerarse como definitivamente re ­ chazado por la observación y la ciencia. El ilustre paleontólogo francés, (xaudry, el mismo que anterior­ mente había atribuido los sílex de Thenay á un gran mono antropomorfo, al cutilsc dió el nombre de d r io p iteco , en una comunicación reciente dirigida á la Academia de Ciencias de París, afirma que el citado driopiteco, lejos de form ar uua transición ó gradación entre los monos y el hombre, es muy inferior, no so­ lamente al chimpanzé, sino al gorila. De aquí se de­ duce que durante el período terciario no existía en Europa, ni el hombre, ni criatura alguna que á él se acercara ó .asemejara. Al dar cuenta de esta comuni­ cación de Gaudry su compatriota Arcelin, concluye diciendo: “Es el golpe de gracia dado por uno de los sabios más autorizados á la teoría del p rec u rso r. „

faites quelques m ois aprés par M, Boucher de Perthes dans le meme terrain, ne tardérent pas du reste, a fpurmr un sureroít de confirm;it.ion. Q niconque prendra la peine de lire avec quslque attention l'ensemble des p iétes relatives á ce proel, r ne conservera, certainem snt e i u c u i i d o u t e s u r l’origine et l'anciermeté de ¡a celebre miíchoire.» I-Jommes fo s ü U s et H om m es saitv P^g- 9 y siguientes.

ARTÍCULO V.

L A A N T IG Ü E D A D D E L H OM B R E E N SUS R E L A C IO N E S CON LA P R E H IS T O R IA .

La arqueología, ó, hablando con más propiedad, la antropología prehistórica, puede decirse que data desde 1847. La S ociedad de an ticu arios del N o rte en­ cargó en dicho año al geólogo Forchammer, al natu­ ralista Steenstrup y al arqueólogo W orsae estudiar los montículos formados por la acumulación de restos de comidas de los antiguos moradores de D inam arca, abundando entre aquellos restos las conchas de dife­ rentes moluscos, mezcladas con despojos de esquele­ tos de mamíferos, aves y peces. De aquí el nombre de K jaikenm m ddings —despojos ó restos de cocina—que le dieron sus primeros investigadores, y con que son conocidos en los libros de paleontología y prehistoria. Los tres sabios dinamarqueses mencionados fue­ ron conducidos por sus investigaciones á establecer tres períodos ó épocas en la vida y proceso industrial de sus antiguos compatriotas, á saber: la edad ó épo­ ca del hierro, la edad del bronce y la edad de la pie­ dra. Esta última época, la más antigua entre las des­ cubiertas y señaladas por los tres citados naturalistas, se suponía limitada al actual período geológico, sin penetrar en el terreno cuaternario. Pero una vez da­ do el impulso en esta dirección antropológico-prehis-

CAPÍTULO III.

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tórica, los sabios llevaron adelante estas investigacio­ nes, y no tardaron en descubrir en determ inadas formaciones cuaternarias instrumentos de piedra que revelaban la acción del hombre, á sem ejanza de los descubiertos por los tres comisionados de la Sociedad expresada. Sólo que mientras las piedras descubiertas por estos últimos eran piedras pulim entadas, las des­ cubiertas después en Francia, Inglaterra y otros paí­ ses en terrenos cuaternarios, sólo presentaban tallas ó cortaduras más ó menos adaptadas á determinados usos, pero no pulimento. De aquí resultó la subdivi­ sión de la edad de la piedra en a) edad de la piedra tallada, que recibe también el nombre de época p a ­ leolítica, y b) edad de la piedra pulimentada, conocida igualmente con el nombre de época neolítica. Sabido es que á estas dos épocas prim itivas la antropología prehistórica añade la época del bronce y la edad del hierro, más cercanas á nosotros por el orden expre­ sado. Antes de entrar en el examen directo de las re ­ laciones que existen entre la'antigiiodad del hombre y los descubrimientos realizados por la antropología prehistórica, bueno será exponer algunas reflexiones é indicaciones que no deben perderse de vista en esta m ateria. ■1.a El nombre de p reh isto ria sólo es admisible en un sentido relativam ente parcial é impropio, ora se le considere en sus relaciones con la Biblia como monumento histórico, ora en sus relaciones con los monumentos descubiertos y que pueden descubrirse con el tiempo, acerca del .origen y marcha progresiva de algunas naciones del antiguo Oriente. En este punto no podemos menos de estar con­ formes con M. Arcelin cuando escribe: «Para los que

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aceptan la autoridad de nuestros libros santos, y consideran el Génesis como un texto inspirado, no hay tiempos prehistóricos, propiam ente hablando, si se toma esa locución en un sentido general, puesto que la historia bíblica da principio con el origen mis­ mo de la humanidad. “En cuanto á los que rehúsan este carácter sa­ grado al libro de Moisés, no viendo en él más que una colección de tradiciones muy antiguas, no están por eso autorizados á pretender que los orígenes de la humanidad están por completo fuera de los limites de la historia cierta hasta tanto que nos sea dado rem on­ tarnos á la fuente de esas misteriosas civilizaciones del Oriente, que aparecen repentinam ente en plena historia y en posesión de completo desarrollo... Así, pues, la palabra preh istó rico sólo puede tom arse en un sentido local y restringido, p ara designar los tiempos que en un pueblo particular ó en una región de­ term inada precedieron á la existencia y formación de anales regulares.,, 2.a Guando se tra ta de objetos prehistóricos no debe confundirse la edad r e la tiv a de los mismos con su edad absoluta ó real. La edad relativa de un ins­ trum ento, de un utensilio, de un resto, de una cons­ trucción;, queda determ inada con relación á la clasifi­ cación pr'ehistórico-cronológica que se le señala,según que pertenece á la edad paleolítica, neolítica, del bronce, etc. No estará por de más advertir que esta clasificación, considerada en concreto, ó sea el deter­ minar si este objeto pertenece á ésta ó aquella de las épocas mencionadas, no siempre es cosa fácil, al me­ nos cuando se tra ta de hacer constar que un objeto dado, por ejemplo, un hacha de piedra, que por razón de su m ateria y su forma parece pertenecer á ia edad

CAPÍTULO III.

neolítica, pertenece en realidad á una edad posterior, á una edad histórica en pleno uso de los metales. Se­ gún veremos más adelante, no es uno solo el hecho que en confirmación de esto puede alegarse. La edad absoluta de un objeto prehistórico es la que se traduce en cifras destinadas á fijar el número de años ó si­ glos transcurridos á contar desde la fabricación ó uso de aquel objeto. Si, como acabamos de indicar, no siempre es fácil determ inar la edad relativa de cier­ tos objetos prehistóricos, dicho se está que esta difi­ cultad ha de ser por necesidad mucho mayor cuando se tra ta de reducir á cifras seguras y fijas la edad real de los mismos. 8.11 Por punto general, y salvas algunas excep­ ciones, los que se dedican al estudio de la antropolo­ gía prehistórica suelen presentarnos las tres edades ó períodos de la piedra, del bronce y del hierro, como otras tantas épocas de universal apLicación al género humano, es decir, como otras tantas etapas de civi­ lización y fases de industria, por las cuales debieron pasar necesariam ente todos los pueblos ó naciones. Y, sin embargo, la verdad es que este modo de con­ cebir la prehistoria, al menos desde el punto de vista antropológico, es inexacto é infundado. La observa­ ción y los hechos, á que debemos atenernos ante todo cuando se tra ta de ciencias físicas y naturales, y no á teorías formuladas de antemano y á concepciones sistemáticas, tienden á probar, por el contrario, que no existe una edad de la piedra, o tra del bronce y otra del hierro, como expresión de otras tantas evolucio­ nes progresivas y necesarias del género humano en todas sus ramas, razas y naciones, sino que existen, ó, digamos mejor, existieron épocas ó períodos de la piedra, del bronce y del hierro, múltiples y diferen­

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tes entre sí, en relación con la variedad de lugares y de tiempos; siendo de notar que hasta en comarcas no distantes entre si, la existencia de las citadas épo­ cas prehistóricas no se verificó en la misma forma, ni tampoco al mismo tiempo. No es de ex trañ ar que la m ayor parte de los cul­ tivadores de la antropología prehistórica hayan ad­ mitido las tres épocas mencionadas en concepto de clasificación universal de la industria humana y como indicio ó expresión de su civilización progresiva, si se tiene presente que las investigaciones antropológico-prehistóricas que sirven de base á esa clasifi­ cación de épocas, se verificaron en las regiones ó países occidentales, ó,, digamos mejor, de nuestra Europa. Y es que no es posible desconocer que en una p arte principal de las regiones europeas existieron y se manifestaron sucesivamente las épocas de la piedra, del bronce y del hierro. Demuéstrase esto por la existencia de instrumentos y utensilios formados de las m aterias indicadas, encontrados en capas de terreno cuya estructura y superposición revelan cla­ ram ente el tránsito gradual de una industria inferior á otra superior. «Las armas y utensilios de piedra, dice á este propósito H am ard (1), no se encuentran siem pre en la superficie del suelo; encuéntranse tam ­ bién á cierta profundidad, lo cual constituye ya un indicio en favor de su antigüedad. Pero hay más to­ davía. Han sido hallados más de una vez en depósi­ tos de estratificación regular, debajo de capas que contenían metales y representan industrias más ade­ lantadas. Sin ser muy numerosos, estos casos de su­ perposición no son raros en Francia; son, por lo me­ nos, bastante numerosos p ara convencer á los más (i)

/ ' Age d>- ia fie rre e l l'lwmine p r i m i t i f . pág'. 334 y sigu ien te3.

CAPÍTULO III.

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incrédulos de que la ausencia de metal en las capas inferiores no es puram ente accidental; que no consiste en que aquél haya sido destruido por la oxidación, sino en que no había comenzado todavía á form ar p arte de los utensilios del hombre cuando se efectuó aquella parte del depósito sedimentario. En una p a ­ labra, es preciso creer que á la sucesión observada en la formación geológica responde una sucesión real en el orden de los tiem pos.,.. „Los casos más notables de superposición encuéntranse, ora en las cavernas, ora á los bordes de las corrientes de aguas, porque en estos lugares es donde se verifica el depósito sucesivo de m aterias y la estratificación regular. ¡,Las aguas de los ríos, cualquiera que sea la ra ­ pidez de su corriente, arrastran siempre consigo m aterias sólidas,—arcilla, arena ó g ra v a ,—las mis­ mas que se depositan en su fondo cuando la m archa de la corriente se hace más lenta. Fórmanse de esta suerte-, con mayor ó menor lentitud, en el fondo de los lagos y en ciertos valles, capas sedim entarias que representan p a ra nosotros otros tantos períodos dis­ tintos, caracterizados por modificaciones acaecidas en el régim en de la corriente del ag u a.» Los estudios efectuados por geólogos eminentes en numerosas comarcas de Europa; las investigacio­ nes concienzudas realizadas por los mismos en los valles y cuencas de no pocos ríos, y, entre otras, las que en los terrenos del Saona llevaron á cabo F e rry y Arcelin, no perm iten poner en duda la existencia de una edad de piedra en nuestras regiones, ó sea la existencia de una época en que el hombre no hacía uso de instrumentos y utensilios de metal, y sí única­ mente de los de piedra. Los citados F erry y Arcelin,

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al dar cuenta de sus exploraciones y descubrimientos en la com arca del Saona, nos hablan de cinco capas geológico-arqueológicas, entre las cuales las dos más profundas contienen instrumentos de piedra con ex­ clusión de instrum entos metálicos, presentándose es­ tos últimos solamente en los dos prim eros metros partiendo de la superficie. Empeñados algunos en negar á todo trance la existencia y distinción cronológica de las épocas p re­ históricas indicadas, han objetado 'q u e la ausencia del hierro en las formaciones ó terrenos que contie­ nen instrumentos de sílex, no prueba en manera al­ guna que el hierro no baya coexistido con aquellos instrumentos, en atención á que en un período más ó menos largo la oxidación destruye el hierro sepul­ tado en la tierra. P ara persuadirse de que semejante objeción tiene muy escasa fuerza p ara echar por tierra la realidad de las tres épocas antropológico-prehistóricas arriba mencionadas, bastará ñjar la atención, a) en que sería ciertam ente por demás raro y extraordinario que la oxidación hubiera destruido todos los instru­ mentos y utensilios metálicos, sin dejar ejem plar al­ guno entre los innumerables que debieron ser con­ temporáneos de los sílex, sobre todo si se tiene en cuenta que las formaciones geológicas en que éstos se encuentran son de índole diferente y de estructura variada; b) en que los instrumentos de sílex corres­ pondientes á la edad de la piedra, hállanse con fre­ cuencia y en abundancia en formaciones ó terrenos de turba, y la turba sabido es que preserva el hierro de la oxidación. Los tres sabios dinamarqueses al principio mencionados, lo mismo que sus discípulos inmediatos, al establecer y distinguir las tres épocas

CAPÍTULO

III.

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antropológico-prehistóricas de la piedra, del bronce y del hierro, se apoyaron principalmente en los ins­ trumentos y utensilios recogidos en turberas. No entra en nuestro plan, ni tampoco creemos necesario corroborar con nuevos hechos y argumen' tos, que no sería difícil aducir (1), la existencia y distinción cronológica de las tres edades general­ mente adoptadas por los que cultivan la arqueología prehistórica. Lo que sí entra en el plan de nuestro trabajo, á causa de sus relaciones con la cuestión de la antigüedad del hombre, es la subdivisión de la edad de piedra en paleolítica y neolítica, subdivisión que otros expresan con los nombres de edad de la piedra cortada ó ta lla d a , y edad de la piedra p u li­ m entada. Esta subdivisión de la edad de piedra hálla­ se comprobada suficientemente por la observación y los hechos. Geólogos y arqueólogos fidedignos dan testimonio de haber registrado formaciones geológicas (i) Kntre estos podrían citarse los fatnosos p a la fito s ó poblaciones la­ custres de la antigua Suiza, los cuales sumimstrim una prueba más en favor de la anterioridad de la piedra con relación á los m etales. «C ’est en effet, escribe el citado M. Hütnard, une chose assez rémarquable que les fom lles practiquées dans les ruines de ces anciennes constructions, báties sur pilotis au sein des lacs, nous ont ¡ivré, les unes de la pierre k l’exclusion de tout m etal, les íiuties du metal avec peu ou point d'outils en pierre. T e l est, du m oins, le fait affirmé par Lubbock. s S ’il faut s’en rapporter á un tableau dressé par le célfebre archéologue d ’O ulre-M anche, les quatres stations de W au w yl, non loin de Zofingen, de Mooseedori’, á trois k ilo m élies de Berne, de W angen et de Nuidorf, sur le lac de C oustance, n ’ont pas fourni un seu l objet,en m étal parmi les m illiers d'armes et d ’o u tils en pierre qu’on e¡\ a retirás. Par contre, á M orgues, sur le lac de G énéve, a Corlailtod, á Estavayer et á C orcelettes, sur les bords du lac de N eufchatel, l’on aurait trouvé de centaines d ’objets en bronze et presque pas d’objets en pierre. A, N ídau, sur le lac de B ienne, le nombre des objets en bronze est de 2,004 et celui des objets en pierre seuleraent de 368»D es industries aussi différentes ne peuvent, ce semble, étre contem poraines, su itou t si l’on tien t com pte de la faible distance qui pépare ces diverses stations.» Ob. c it ., pág. 342-43.

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superpuestas unas á otras, las cuales ofrecían á la vez diferentes fases arqueológicas, en armonía con su situación relativa, de manera que las capas inferiores sólo contenían instrumentos y utensilios consistentes en piedras cortadas ó talladas, con exclusión de pie­ dras pulimentadas, al paso que éstas aparecían en las capas ó formaciones geológicas sobrepuestas á las anteriores. L as capas correspondientes al período neolítico suelen contener, además délos instrumentos de piedra pulimentada, fragmentos y restos más ó menos abundantes de alfarería, los cuales no se en­ cuentran generalm ente en los terrenos paleolíticos. Las indicaciones paleontológicas corroboran y afirman esta distinción radical entre la edad paleo­ lítica y la neolítica. Mezclados con los instrumentos característicos de esta última, existen restos perte­ necientes á la fauna actual, y aparecen también los animales domésticos; no siendo raro encontrar á la vez indicios evidentes del cultivo del trigo, la cebada y otros cereales. L as construcciones y monumentos conocidos con los nombres de dolmen, menhir, crón­ lech, trilitos, etc., pertenecen igualmente á esta épo­ ca en su mayor parte, si no en totalidad, según la opinión más autorizada entre los arqueólogos. Por el contrario, los objetos de la industria humana que c a ­ racterizan á la época paleolítica, encuéntranse aso­ ciados generalmente á los restos y fósiles pertenecien­ tes á una fauna muy diferente de la actual, como son, entre otros, el mamut ó E leph as p rim ig en iu s , el oso de las cavernas (U rsu s spelmus), el Cervus taran du s, ó sea el reno, el Rhinocevos tichorhim is , y otros seme­ jantes, pertenecientes al período cuaternario, mien­ tras que los de la época neolítica pertenecen más bien al período actual.

CAPÍTULO III.

Apoyándose en estos hechos, opinan algunos geólogos y antropologistas que la diferencia ó distan­ cia que separa la época paleolítica de la neolítica, es superior á la que separa esta última de la edad de los metales, de la del bronce, al menos, considerada por algunos (1) como una mera prolongación de la neolítica. Las diferencias profundas y múltiples que sepa­ ran la época paleolítica de la neolítica, dieron oca­ sión á ciertos paleontólogos y antropologistas prehis­ tóricos á establecer solución de continuidad entre las dos épocas, un verdadero M atus entre la edad de la piedra tallada y la de la piedra pulimentada. En pos de L artet (Eduardo), á quien Q uatrefages llama fun­ dador de la paleontología antropológica, mostráron­ se partidarios de la misma opinión Forel, Mortillet y Carthaillac, mientras que Broca y otros antropolo­ gistas abrazaban y defendían la opinión contraria. L a lucha entre unos y otros mantúvose muy v iv a por ( i) Cuéntase entre éstos eí abate Hamard, quien, en el trabajo arriba citado sobre los palafitos de Suiza, se expresa ea los térm inos siguientes; «En réalité ce que nous contcstons, ce n’est pas sculcm en t que les paíaffites d oivent étre attribués, les m ies á 3‘age neolith iq u e ou de la pierre polie, Ies nutres á. l’áge du bronce; c’est qu’il y ait place pour ces deux ages dans la chronologie des tem ps préhistoríqnes. II nous semble qu’ils se confondent en nos conttrées. Lex deux civilisad on s qui sont censees de les caractériser ne difflirent poin t sensiblem ent dans leur ensem ble. A notre avis, c'est toujours á la mSme race qu’on a afTaire, mix C eltes propiem ent dits, prem ier rameau de la grande fam ille aryem ie qui ait úceupé nos eonlrées. D epuis sa venue douze ou quince siceies peut-étre avant notre ere, jusq u ’í l’im m igration gauloise qui eut lien enviran m ille ans plus tard, cette race ne sem ble pas avoir raodifié considérableiíient ses moeurs ni son industrie. Tüujours nous la voyons cultiver les céréales, ¿lever des aním aux dom estiques, polir une partie des o u lils en pierre dont elle faisait usage. P eu á peu, il est vrai, le bronce s’associa a la pierre dans son ou tillage. G’est la le seul progrds serieux qn‘elle ait accompli. A nos y eu x , il n’y a pas dans cette introduction len te un motil: suffisant pour la création d'u nn ou vel áge .» R e v u e des questions scieníif, Abril, iSSS, pág. 478,

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

algún tiempo, pudiendo decirse que continúa todavía hoy, aunque con menos viveza, inclinada y a la ba­ lanza en favor de los que negaban la solución de continuidad entre las dos épocas aludidas. Los tra­ bajos, en efecto, de il. Cazalis de Fondouce, los he­ chos observados por L artet (Luis) y Chaplain-Duparc en la gruta de D uruthy (1), y sobre todo los descubri­ mientos llevados á cabo por Pruniéres en cavernas sepulcrales situadas en las cercanías del L o zére, pueden considerarse con razón como otras tantas pruebas de que no existió verdadero kiatu s ó solución perfecta de continuidad entre la época paleolítica y la neolítica. De las observaciones indicadas, y con particularidad de las realizadas por Pruniéres, resul­ ta comprobada la coexistencia de la ra za dolicocefálica, de Cro-Magnon, que v iv ía en la época paleolíti­ ca, con la raza de la época neolítica y de los dólme­ nes, siendo muy probable, por no decir cierta del todo, no solamente la coexistencia de las dos razas en el período neolítico, sino su estado de guerra, á juzgar por las flechas que todavía hoy se ven c la v a ­ das en los huesos de 110 pocos esqueletos hallados en (i) Después de citar el trabajo d e Cazalis, en el que se estudia la cues­ tión desde el punto de vista antropológico, geológico, zoológico y arqueoló­ gico, resolviéndola en sentido negativo, Q uatrefages añade: «De nouveaux faits sont venus depuis lors s’ajouter á ceux qu'avait pu irivoquer le savaut archéologue de M ontpellier. Je citenti entre nutres ceux que MM, L u is Lar­ tet et Chaplain-Duparc ont constatas dans la grotie Duruthy, si bien étudiáe par eux. Ici la race de C iog-M agnon se moiitre á la base des íoyers, ussocié ;i l’ours et au líen: elle traverso la période du venne, et est representé au-dessus des foyers de cette époque par des nombreux squelettes, dans une sep u l­ tare o iie lie s’a sso d e a des armes, iid es instrum ents portant tous les caracte­ res de l'iadustrie néolithique. Q uelle qu'ait été la durce des tem ps representés p:ir les débris qui ont com blé e n g r a n d é partie cette grotte, il est bien évident que la meine race l ’a constam m ent fréquentée, et a survécu aux changem euts de toute sorte qui doivent, dit-on, avoir produit l'hiatus», H orntrns fo ssiles el H m im e s sauvages, pág. 3S.

CAPÍTULO III .

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terrenos neolíticos. Si á lo dicho se añade que en di­ ferentes dólmenes explorados por M. Pruniéres, en­ contró éste cierto número de esqueletos dolicocéfálos al lado de otros muchos pertenecientes á una raza braquicéfala, preséntase como más ó menos probable la opinión de los que dicen: a) que la ra za dolicocéfala de Cro-Magnon, que debió vivir en la época paleo­ lítica, con sus instrumentos ó sílex tallados, permanecia y vivía también en los primeros tiempos de la neolítica, según demuestran sus huesos, ora am alga­ mados con huesos de la raza braquicéfala, ora re ­ unidos en gran número en cavernas y formaciones pertenecientes á la edad neolítica; b) que, según in­ dicios no desprovistos de fundamento, al comenzar la edad neolítica tuvo lugar la inmigración de una nue­ v a raza braquicéfala, la cual atacó á la dolicocéfala en posesión anterior del país, lucha y guerra que, como casi todas las de raza, concluyó por la fusión de ambas en las comarcas centrales de Europa. Aun­ que es probable que los inmigrantes braquicéfalos trajeron consigo el progreso industrial que represen­ ta la superioridad del período neolítico sobre el p a ­ leolítico, también es posible y aun probable que sin necesidad de la inmigración braquicéfala se hubiera realizado con el transcurso del tiempo aquel progreso industrial por la raza dolicocéfala de la edad paleo­ lítica. En Suecia y algunos otros países del Norte no es raro encontrar dólmenes en que los restos y vesti“ gios humanos pertenecen casi exclusivam ente á la raza dolicocéfala, y 110 hay para qué recordar que ese género de construcciones megalí ticas pertenece á la época neolítica, en opinión de casi todos los sabios. A l admitir la probabilidad de la unión ó conti­ nuación antropológica de la época paleolítica con T omo n .

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respecto á la neolítica, ó, si se quiere, la superviven­ cia del hombre de la primera en la segunda, no por eso nos creemos obligados á dar crédito á ciertos a r­ queólogos y antropologistas que, tomando por punto de partida esta tesis de la supervivencia, suelen tra ­ zarnos un cuadro completo y minucioso de las incur­ siones, guerras, razas, alianzas, inmigraciones, cons­ trucciones y vicisitudes de todo género (1), ni más ni menos que si se tratara de fusión de razas, inm igra­ ciones, guerras y alianzas realizadas en plena luz histórica, poco menos que á nuestros ojos. Por nuestraparte, observaremos que, aun dada la verdad de la hipótesis negativa del hiatus, no creemos necesario admitir que la unión antropológico-arqueológica de la época paleolítica con la neolítica haya tenido lugar en todas las regiones ó comarcas, toda vez que existen algunas en que falta dicha unión, y en que las formaciones con utensilios paleolíticos se hallan separadas por completo de las que contienen (i) Com o spécim en de estas historias p reh istó rica s, véase lo que dice Q uatrefages, y eso que se trata de un escritor generalm ente reservado en sus juicios. A ludiendo á los descubrim ientos de B a y e y de Broca, á la vez que al rico m useo antropológico coleccionado por el primero, escribe: «Ainsi k Baye, presque toutes les races paleólithiques se trouvent réunies; maís leurs industries caractéristiques ont disparu ou se sont m odifiées. Ü ne raceélren gére se joint á elles, et nous constatons l’existence d’arts entiérem ent nou­ veaux. L a lo g iq u e ne d it-elle pas que c’est la dernifere venue qui a apportée cet état de choses in con n u pendant tous les ages précédents?,... »La race n eolithique se m ontra d’abord en B elgiq u e; elle forea les troglodytes de la Lesse et les habitaos du H ain au t á. oublier leurs vieilles luttes et á s'unir pouv resister á l’invasion. R econnaissant la superiorité de leurs ennem is, les coalisés leur firent certains erapruats et perfectionnerent leur industrie, tout en lili conservan!, dans certfúns cas, ses caracteres fondam entaux, ce qui explique les analogies signalées par MM. Dupont, de Baye et bien d'autres. Les envahissans on ;iu raoins une partie d’entreeux, gu id és peut-étre par les renseignem ents tirés du com merce de siles, poussdrent jusqu’en Cham pagne; et, trouvant dans la vallée du P etit-M orin un ensem ble de conditions on ne peut plus favorable ñ leur genre de v ie, ils s’y arre-

CAPÍTULO III.

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las manifestaciones de la industria neolítica. Tal acontece en las riberas del Saona, en las cuales, se­ gún las observaciones y exploraciones llevadas á cabo por M. A rcelin; existe un intervalo estratigráfico muy grande entre las últimas formaciones cua­ ternarias correspondientes al período paleolítico y las primeras formaciones neolíticas. Aunque hemos dicho arriba que en los últimos años la balanza se había inclinado en favor de la teoría que niega la existencia de hiatus entre la edad paleolítica y la neolítica, la teoría contraria tiene todavía hoy defensores decididos, como los tiene también la que pudiéramos llam ar teoría intermedia, la cual admite hiatus entre la civilización paleolítica y la neolítica; pero no entre las dos razas. Porque, en realidad de verdad, el problema del hiatus paleo­ lítico-neolítico puede recibir hoy por hoy tres solu­ ciones diferentes, en relación con los hechos y teorías que nos ofrece el estado actual de la ciencia. térent. M ais ils ne s’y fixérent pas seuls. S oit pendant leur marche, soit sur les lieu x m ém es, ils se heurtérent k des tribus quaternaires. Com me dans les C¿vennes, la guerre dut-etre ie résultat des premieres recontres, Piris des tnélauges s’operérent; un cal rae re Latí f put s’établir, et l ’industrie se devéioppa. Alort on perca les grottes qui, dans la Marne, remplacent les dolmens. Cette substitution s’explique aisem ent par un emprunt fait aux habi­ tudes írogloditiques des homm es de Furfooz et p,ir la nature de la roche. C ette roche, en effet, n'est que de la craie, dont le3 tnassifs sont & la fois trfes fáciles á ta ille r et imperméables á. eaux fluviales. A cétte époque, les habi­ tarais de la Valltíe du Petit-M orin n econ stitu aien t plus m íe race proprement dite; ils form aient une populaban m ixie, dont le m étissage tendait i fusionner de jo u ren jour les élém ents. La collection osteologique parece fuera de duda que estuvieron en práctica, al menos en a l­ gunas tribus y países ocupados por los trogloditas, y la opinión contraria merece bien el nombre de teoría gratuita (1) que le daReinach, apoyándose en hechos (t) «A l'encontre de la théorie gratuile qui refuse entierém ent aiix hommes de ia pierre éclatée les practiques funeraires et les sen tim eu ts

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observados en cavernas que fueron ocupadas y utili­ zadas por los hombres contemporáneos del reno. De lo expuesto hasta aqui pueden deducirse dos afirmaciones ó conclusiones que no carecen de im­ portancia para la solución del problema que nos ocu­ pa, ó sea para la determinación de la antigüedad del hombre desde el punto de vista de la prehistoria. Es la primera que el uso de la piedra pulimentada, 110 sólo lleva consigo cierto grado de civilización rela ti­ va , sino que es compatible con una civilización bas­ tante avanzada. Es la segunda que la existencia de una edad de piedra, anterior, distinta y separada de la de los me­ tales, aunque está comprobada con relación á las principales regiones de la Europa, no por eso puede sentarse como tesis general con respecto al mundo y al hombre, siendo muy posible que en ciertas regio­ nes muy importantes y extensas del globo, no haya tenido lugar ese proceso antropológico-industrial. Afirmaciones son estas que si por un lado pueden considerarse colno conclusiones de las premisas que anteceden, se encuentran por otro en perfecta armo­ nía con la observación y los hechos. Que la edad neolítica lleva consigo cierto grado de civilización, pruébase claramente, no y a sólo por la perfección relativa, por la habilidad industrial que revelan las hachas, flechas, raspadores, punzones, etc., correspondientes á esa época, sino ante todo y principalmente, por la domesticación de ciertos ani­ males, los tejidos más ó menos groseros, la alfarería, qu’elles exprim en!, nous voyons que l ’on peut, avec une vraiseinblance voi~ sin e de la cerutude, rapporter á cette ¿poque un certain nombre d’en sevelisseraents, en particuíier ceux de Solulré, de Lau^erie-Basse, de G ro-M agnon, de Mentón, peut-étre aussi de Spy, de Gou rd an .» lh id .x pág. 260.

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la agricultura ó cultivo de trigo, cebada y otros ce­ reales. Que la existencia y aplicación de instrumentos y utensilios característicos de la época de la piedra es compatible y pusde coexistir en una misma nación con una civilización adelantada y muy superior á la que se atribuye á los hombres del período neolítico, es un hecho que no cabe poner en duda después de las concienzudas exploraciones realizadas por John K east-Lord en las famosas minas de W ady-Magharah, situadas en el monte Sinaí. Quienquiera que pase la vista por el relato minucioso, y, digamos, científico, escrito por Keast-Lord con motivo de su exploración de las citadas minas, no podrá menos de convenir en que la localidad de W ady-M agharah ofrece todos los caracteres que suelen atribuirse á la época neolítica, y que la arqueología prehistórica vería allí una de tantas estaciones de la piedra pulimentada, á no cons­ tar por documentos históricos y por las inscripciones mismas descubiertas cerca de aquel establecimiento mineralógico, que su explotación más activa data de la dinastía X II, permaneciendo en el reinado de la reina Hashepson (mil setecientos años antes de nues­ tra era), y también en el reinado de Ramsés III (mil doscientos años antes de Jesucristo), es decir, cuando el Egipto pasaba por uno de sus periodos más b ri­ llantes de civilización, y sobre todo cuando el E gip­ to, que explotaba esas minas, conocía y usaba desde siglos atrás toda clase de instrumentos, utensilios, y adornos metálicos. Utensilios y armas de piedra ador­ nos de conchas, alfarería grosera, habitaciones for­ madas con piedras amontonadas unas sobre otras, sin arcilla ni cemento, desaparición de la localidad y sus cercanías de especies, y principalmente de conchas ó

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mariscos que suministraban alimentación á los mora­ dores, martillos, punzones, etc., de piedra, para tra ­ bajar y explotar la mina, sin m ezcla alguna de me­ tales, y esto no y a sólo en las primeras galerías, sino en la sala ó estancia que debió ser la última explota­ da (1). todo revela de una manera evidente los ca rac­ teres y condiciones peculiares á las llamadas estacio­ nes de la edad de piedra, entre las cuales habría sido contado sin duda el establecimiento minero del Sinaí, si monumentos históricos irrefragables no hubieran demostrado que cuando los egipcios explotaban di­ chas minas conocían y usaban los metales. Dos conclusiones importantes se desprenden de este hecho: 3.a Que los cultivadores de la antropología pre­ histórica deben proceder con reserva cuando se trata de fijar la época y el estado de civilización que a l­ canzaban los hombres que empleaban instrumentos, armas y utensilios de piedra con exclusión de meta­ les; pues esta circunstancia, por sí sola y con abs­ tracción de otros indicios, es insuficiente para deter­ minar el grado de civilización de aquellos hombres en general, y aun con respecto al conocimiento y uso de los metales. 2.a Que los instrumentos, utensilios y armas de sílex que se encuentran con relativa abundancia en algunos sitios del Egipto, no prueban en manera a l­ guna la existencia de una edad de piedra en aquel país y reino. L a exactitud de esta conclusión que se (i) «Esta cámara, dice el citado K east-Lord, formaba el lím ite extrem o de los trabajos de los antiguos mineros. Exam inando sus muros y techo, se descubría fácilm ente y á sim ple vista en las junturas cierto brillo de turque­ sas. El trabajo comenzado en esas junturas debió abandonarse repentina­ m ente. Paredes y techo estaban cubiertos de señale.1; producidas por ¡os u tensilios que yo había observado en las galerías de entrada.»

CAPÍTULO III.

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deduce naturalmente de los hechos observados en las minas del Sinaí, confírmase además por la naturaleza misma de los sílex egipcios, los cuales conservan la misma forma, la misma materia, la misma estructura desde las dinastías pertenecientes al Imperio antiguo hasta la dinastía de los Lagidas y la dominación ro­ mana, es decir, durante un período que abraza tal vez sobre cuatro mil años. A esto puede añadirse otra prueba no menos convincente, á saber: que durante todo ese largo período, los instrumentos, utensilios y armas de piedra y de sílex se hallan mezclados con instrumentos, armas y utensilios de diferentes meta­ les. De manera que, en vista de los hechos y descu­ brimientos que se han mencionado, podemos decir con M. Chabas: «Una sola conclusión es posible, y esta conclusión presenta verdadera importancia, á saber: que los egipcios, entre los cuales abundaban los metales y que eran muy expertos en su aplica­ ción, se servían, sin embargo, de utensilios de sílex á imitación de las tribus que, ó no conocían los m e­ tales, ó 110 podían procurárselos: por otra parte, la analogía que presentan estos instrumentos por parte de la forma, demuestra que egipcios y bárbaros los dedicaban á los mismos usos (1).» Comprobada y a con hechos observados por los egiptólogos, á la vez que por las exploraciones de Keast-Lord la primera de las afirmaciones arriba mencionadas, pasemos á establecer y probar la se ­ gunda, á saber, que la progresión antro pológico-industrial con relación á las edades de la piedra y de los metales, progresión que constituye una de las tesis fundamentales de la moderna antropología prs* (i) E tu d e s su r r a n h q u ité historique d 'a p rís les so u rtes eg yp tú m ies, p á g i­ nas 341-42.

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histórica; no responde á la realidad de los hechos, y que, en todo caso, no debe aceptarse como tesis gene­ ral aplicable á todos los países. Si para la primera afir­ mación. suministra argumentos concluyentes KeastLord con sus exploraciones en las minas de W ad yMagharah, no son menos prácticos y concluyentes los que en apoyo de la segunda nos suministran las exploraciones llevadas á cabo por M. Schliemann en Hissarlik, es decir, en el terreno ocupado por la an­ tigua Ylión ó al menos en sus cercanías. Decimos esto, porque no hace á nuestro propósito, ni im porta para la fuerza del argumento, decidir si la Troya prim itiva de los dardanios y de Príarno correspondía á la posterior reedificada por los griegos, ó si ocupa­ ron sitios diferentes, como supone Estrabón; así como tampoco desvirtúa la fuerza del argumento la d iver­ sidad de opiniones sobre sobre si el sitio ó em plaza­ miento de la antigua ciudad correspondía á BounarBachi, como opinan algunos, ó si corresponde á Hissarlik, teatro de los descubrimientos de Schlie­ mann. Cualquiera que sea, en efecto, la opinión que sobre este punto se adopte, de las exploraciones, tan prolongadas como concienzudas y metódicas, lle v a ­ das á cabo por el mencionado Schliemann, siem­ pre resulta un hecho incontestable, á saber: que los despojos ó restos sepultados en diferentes capas de terreno á partir de la superficie actual, representan ó responden á cierto número de civilizaciones que pasaron por allí sucesivamente dejando en pos de sí indicios y muestras de su modo de ser, de sus artes é industrias, de su estado de cultura y progreso. Punto es este sobre el cual no cabe duda alguna en vista de las exploraciones indicadas. El abate Hamard expo­ ne en los términos siguientes la historia y resultados

de esas exploraciones en las que Schliemann invirtió tres años y grandes sumas. «La masa enorme de escombros acumulados por el tiempo y las generaciones sucesivas sobre el riba­ zo de H issarlik, medía hasta diez y seis metros de espesor. M. Schliemann no vaciló en practicar allí una zanja que llegara hasta la roca subyacente. En éste inmenso terraplén de restos diferentes reconoció sin dificultad cinco capas muy distintas que represen­ taban épocas diversas. Las describiremos sucinta­ mente, comenzando por la base, puesto que ta le s el orden cronológico, »La inferior mide cerca de seis metros de espesor; es la más considerable. «Digamos desde luego que para M. Schliemann esa capa representa el período anterior á Príamo, y contiene los restos de esa T roya prim itiva, cuya con­ quista y destrucción atribuye á Hércules la leyen d a.... »Encontráronse en esa capa objetos de piedra bastante numerosos, entre otros, martillos de diorita,, cuchillos y sierras de siles, morteros y pesos de g ra ­ nito. Había igualmente agujas y cucharas de hueso y marfil, dientes de jabalí, cuernos de búfalo, de cabra y de antílope, y hastas de ciervo muy afiladas, »Tampoco faltaban allí metales. A l lado de un esqueleto de mujer que ya cía en medio de las ruinas de una casa hundida, se encontraron unos pendien­ tes, una sortija y un alfiler de oro. En otros puntos se encontraron clavos de cobre, barras de plomo, puntas de lanza y alfileres de plata, y al lado de estos objetos los crisoles y moldes que sirvieron para su fundición; pero no se descubrieron objetos de hierro, como tampoco en las tres capas superiores. Es de creer, sin embargo, que este metal era conocido ya,

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al menos en la época correspondiente á la cuarta capa, puesto que Homero hace mención del mismo. Constituye esto una nueva prueba de que el hierro puede ser destruido por la oxidación, y de que su ausencia en un terreno 110 prueba quo no existiera allí en la época correspondiente. »La misma capa proporcionó objetos numerosos y variados de alfarería, restos de construcciones, y una urna funeraria con cenizas y huesos medio cal­ cinados, lo cual revela que la práctica de quemar los muertos existía y a en T roya con anterioridad á la guerra homérica. Las construcciones eran numerosas, y sus piedras estaban siempre unidas con tierra__ »La superioridad industrial de esta primera épo­ ca en ninguna cosa se manifiesta con tanta evidencia como en los objetos de alfarería. Cierto es que la m ayor parte están hechos á mano; pero sobrepujan á todo lo que en esta materia produjeron las épocas posteriores, y a se considere la elegancia de sus for­ mas, y a la belleza y brillo de sus colores, y a la v a ­ riedad de dibujos con que están adornados, M. Sc-hliemann está muy terminante y explícito con respecto á e s to .... »La segunda capa mide tres metros de espesor, y encierra, en opinión de Schliemann., las ruinas de la T roya de Príamo, de la ciudad clásica sitiada du­ rante diez años, é incendiada después por los grie­ gos. EL célebre explorador hasta ha creído reconocer en determinadas construcciones los monumentos prin­ cipales de la ciudad descrita por Homero: las m ura­ llas que, según la leyenda, fueron levantadas por Apolo, la torre de Ylión, el palacio de Príamo y las puertas Scées, sobre las cuales debieron existir edi­ ficios de madera, en atención á que en su base se des­ cubren indicios de una hoguera inmensa.

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»Estos monumentos son los únicos cuyas piedras están unidas con arcilla, Las casas particulares están edificadas de una manera más grosera que en la épo­ ca anterior, lo cual constituye y a una decadencia desde el punto de vista arquitectónico. »Esta decadencia es más sensible todavía por pai te de la cerám ica y de los utensilios. L a alfare­ ría es vulgar, decorada groseramente, y de forma mucho menos graciosa que la del. piso ó capa an­ terior.... »Si las formas de la alfarería variaron, no por eso variaron las figuras simbólicas de las vasijas. Vose siempre en éstas la imagen del Sol rodeada de rayos ó de estrellas, y la imagen de Minerva, la pro­ tectora de Ylión, representada por una figura de mu­ je r con cabeza de buho.... »En cuanto á los objetos de piedra sacados de esta capa ó zona de tierra son, dice Schliemann, p o r lo menos veinte veces m ás num erosos que en la zona an­ terior. Este es un punto del cual se ha prescindido casi por completo hasta hoy, al paso que se insistía mucho, por el contrario, sobre los progresos re a liza ­ dos en el arte metalúrgico después de la época an­ terior. “Estos progresos son reales. En ninguna otra ca­ pa se encontró un número tan grande de alhajas, a r­ mas y objetos de lujo de todo género. Hay allí za rci­ llos y pendientes, copas de formas variadas, ora fundidas, ora trabajadas á martillo, multitud de dia­ demas, ocho brazaletes, hasta siete mil pequeños objetos de adorno, como sortijas, botones, dados, y por último cascos, puñales, hachas, lanzas y cuanto constituye-una armadura. Estos últimos objetos son de cobre, amalgamado con cierta cantidad de estaño,

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según se colige del análisis practicado por M. Damour. “Las alhajas son de oro, de plata y de una com­ binación ó amalgam a de estos dos metales, á la que griegos dan el nombre de electrón. Fueron encontra­ das al pie del palacio, confundidas y amontonadas, circunstancia que inspiró al explorador la idea de que formaban el tesoro de Príamo. Arrebatadas precipi­ tadamente cuando fué incendiado el palacio, y aban­ donadas después al pie del muro, se observa que es­ tán soldadas entre sí por la acción del fuego, Schlie­ mann hasta cree haber encontrado la llave del cofre de madera que contenía aquellas alhajas. »E1 piso tercero, ó sea la capa de tierra situada entre cuatro y siete metros de profundidad, presenta señales de una decadencia m uy m arcada. Puede de­ cirse que lo que allí se nos ofrece repentinamente es la edad de piedra, y esto en una época que podría apellidarse en cierto modo histórica, y á seguida de una civilización de las más brillantes. L a población, sin embargo, es siempre la misma: es, como antes, la raza aria; se la reconoce en la cruz, en el hubo, en los otros símbolos de origen védico, que siguen sien­ do representados en los objetos de cerámica. Éstos son mucho más groseros que en la capa anterior, por más que no haya variación por parte de los tipos. Cuéntanse por m illares los utensilios de piedra, que son además bastante informes, á excepción de las ti­ jeras de diorita, que están admirablemente trabajadas. “Debemos hacer mención especial de dos liras de piedra y otra de marfil encontradas en esta zona, las cuales prueban que sus moradores no desconocían la música por completo, y que no se trata, por consi­ guiente, de una población enteramente salvaje. El metal, aunque muy escaso, no debió ser desconocido

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III.

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en absoluto, á ju zgar por ciertos objetos, aunque muy raros, que se han descubierto allí posteriormente. “Las casas están construidas con piedras peque­ ñas unidas con arcilla. “Desde este punto de vista la decadencia se acen­ túa más y más en la época siguiente, puesto que en la capa de dos metros que le corresponde, no se han encontrado vestigios siquiera de muros, faltando á la vez las piedras. Es de creer, por lo tanto, que las ca­ sas eran de madera. “Los objetos de barro son también más raros y más groseros. En cambio abunda más el metal, según se prueba por las lanzas, los cuchillos y los clavos de cobre que en aquella capa se encontraron. “Los instrumentos de piedra, relativam ente es­ casos en esta parte del terreno, se reducen á algunos pesos y moldes de lava, algunos cuchillos de sílex y á una sierra admirablemente hecha, de doce centí­ metros de largo sobre cuatro de ancho. M. Schliemann nos asegura además que en la parte inferior del tem­ plo de M inerva de la colonia griega descubrió una m asa enorme de utensilios de esta naturaleza, que, en su opinión, fueron tomados ó sacados de esta capa. “L a capa superficial, cuyo espesor no pasa de dos metros, encierra los restos de la T roya de los griegos. Con ella penetramos, por consiguiente, en pleno dominio histórico. “Aunque relativam ente delgada, comprende, sin embargo, dos lechos ó zonas, de las cuales la una, que es la más delgada, á la vez que la más antigua, coiTesponde á la época de la ocupación lidia, y la segunda al período griego y romano. Todo ello com­ prende un espacio de mil años, porque la fundación de la ciudad nueva por los lidios se fija generalmente

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setecientos años antes de Jesucristo, y su destrucción, á juzgar por las excavaciones de M. Schliemann,— puesto que la historia se calla en absoluto sobre la cuestión,— parece datar del siglo iv de la E ra cristia­ na. Las monedas más recientes entre las encontradas en Hissarlik, datan efectivam ente de Constantino II y de Constancio II. “No tenemos para qué hablar, concluye el oratoriano francés (1), de los objetos encontrados en esta capa, puesto que se refieren á una civilización cono­ cida ya, y nos colocan en el terreno histórico.,, Las consecuencias que se desprenden de los des­ cubrimientos realizados por Schliemann en Hissarlik, son de la m ayor importancia en la m ateria que nos ocupa y entrañan relaciones íntimas con la solución del problema de la antigüedad del hombre desde el punto de vista arqueológico-prehistórico. Infiérese, en efecto, de los mencionados descu­ brimientos: 1.° Que los habitantes primitivos de la Troade conocieron y poseyeron desde tiempos remotísimos una civilización bastante avanzada, sin que haya in­ dicio alguno de que antes de llegar á ésta hayan p a ­ sado por la edad de piedra, ni paleolítica, ni neolíti­ ca, con el estado y condiciones más ó menos salvajes que, según ciertos arqueólogos, deben acompañarlos antes de entrar en condiciones de civilización. No tuvo lugar, por consiguiente, en aquella región la preexistencia de una edad de piedra con relación á las edades de bronce y de hierro, tanto más cuanto que vemos á los habitantes de la Troade utilizar si­ multáneamente el bronce y la piedra por espacio de (r)

L ’áge de la p ie r r e et bhom m e p H n rilif,, pág. 240 y siguientes.

muchos siglos, sin que el uso de ana de esas materias e x clu ye ra el de la otra. 2.° Que las construcciones, instrumentos y uten­ silios que suelen considerarse como más ó menos ca­ racterísticos de la edad de piedra, predominaron du­ rante una época más ó menos larga entre los habitan­ tes de aquella región, pero este predominio tuvo lugar, no con anterioridad al uso de los metales, sino con posterioridad al uso de éstos, contra lo que pretenden algunos partidarios sistemáticos de la arqueología prehistórica; debiendo, advertirse además que ese predominio con caracteres de la edad de piedra no es anterior á la Era cristiana en más de ocho ó nueve siglos. 3.° Que los hombres que ocuparon ó vivieron en las poblaciones de la Troade, lejos de seguir una m archa progresiva en el terreno de la civilización, siguieron, por el contrario, una marcha retrógrada hasta llegar á la época histórica. “A ju zgar por los objetos recogidos, dice con razón M. N adaillac (1), los dardianos eran superiores á los troyanos, y éstos lo eran incontestablemente á los moradores de la terce­ ra y cuarta ciudad que vemos renacer de sus antepa­ sados.» Esta superioridad de las civilizaciones ante­ riores sóbrelas posteriores, obsérvase principalmente en lo concerniente á la industria, siendo incontesta­ ble la decadencia permanente de ésta hasta llegar á la época greco-histórica. No hay para qué advertir que semejante decadencia, en el terreno de la civ ili­ zación en general y de la industria en particular, no favorece ciertamente las teorías de ciertos antropologistas prehistóricos acerca del progreso continuo (I) T

L e s p r e m k v s Ilo m m e s et les Tem ps préhistoriquea^ lom o I, pág. 43G. om o i i .

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del hombre á través de las edades de la piedra, del bronce y del hierro. No es de extrañar, por lo tanto, que los partida­ rios de esas teorías hayan pretendido desvirtuar la fuerza de los argumentos que contra sus ideas resul­ tan de los descubrimientos del célebre explorador de H issarlik. Así vemos que en la revista arqueológicoprehistórica titulada M ateriales p a r a la h istoria del hombre , al propio tiempo que se reconocía y confe­ saba que nadie puede poner en duda la exactitud de las afirmaciones de M. Schliomann, se hacían insi­ nuaciones acerca de la posibilidad de que los terre­ nos ó capas en que se verificaron los descubrimientos aludidos hubieran sido removidos y trastornados anteriormente, insinuaciones que el mismo Schlie­ mann rechazó y disipó (1), haciendo constar de una manera precisa y concreta que la civilización rela(i) U n o de los redactores de la expresada R evista, después de m en­ cionar con elogio las exploraciones de Schliem ann, reconociendo á ¡a vez la exactitud de sus afirmaciones, añadía: «D evant un fait si grave et unique jusqu'á présent, il est perm is de se demander, avant de l'admettre définitivem ent, si a. H issarlik , il n'avait pas p u se produire des remaní em ents dont l’áffet aurait é té de ramener les dúbiis de la civilisation la'plus prim itive au dessus des ruines d ’une civilisation deja avancée com me celle de l’áge du bronce.» V éase ahora en qué térm inos contesta el ilustre explorador de H issarlik al autor de estas observaciones: «Votre opinion sur un age de pierre á Troie, est coiitredite par les faits que j ai mis sous vos yeu x, Les cauches de deconibres de l’áge de pierre devraient nécessairem ent se tvouver tout en bas, sur-le sol vierge et au-dessous de toutes Ies autres couches des ruines. M ais il n'y a rien d e cela, Comme j ’ai eu l'houneur de vous l'expliquer plus d’une fois, les sign es de civilisation augm entent dans le site de T roie avec la profondeur, et justem ent Íes plus belles poterics sout entre 10 et 15 m étres audessous du sol.... Je vous jure que les decom bres de cette couche énorme de 4 ii 6 m étres d ’épaísseur ne sont pas le moiris du monde entremÉJlés avec ceux des veritables T royens entre 10 et 7 m étres sous terre, car je n'ai jam ais trouvé dans ces couches la m oindre trace de la b elle poterie des premiers habitants, pas plus que je n ’ai trouvé ch ezceux-ci la moindre trace de la terre cuite troyenne.»

CAPÍTULO III.

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tivam ente avanzada y la prim era en el orden crono­ lógico, nada tiene que ver con la edad de piedra de los antropologiatas prehistóricos, ni tampoco con la que pudiera denominarse edad relativa de la piedra en Hissarlik, toda vez que ésta se halla separada de la civilización prim itiva por la civilización troyana que representa varios metros de espesor, sin contar la separación completa de los objetos industriales que caracterizan aquellas épocas.

ARTICULO V

C O N T IN U A C IÓ N . L A S TU ES E D A D E S P R E H IS T Ó R IC A S Y L A

TEO R ÍA D E L PROGRESO C O STIN U O .

Acercándonos ahora más y más á la resolución del problema que nos ocupa, ó sea á la determinación de la antigüedad del hombre, considerada en el te­ rreno de la arqueología prehistórica, conviene ob­ servar ante todo que los que desde este punto de vista atribuyen al hombre exagerada y extraordina­ ria antigüedad, suelen apoyarse en la existencia y sucesión de las tres edades de la piedra, del bronce y del hierro, y á la v e z en la llam ada le y del p ro g reso continuo aplicada al hombre. Pero de las observaciones y datos de todo géne­ ro que dejamos expuestos resulta comprobado que esa doble argumentación de los partidarios de la e x traordinaria antigüedad del hombre prehistórico ca­ rece de base sólida y realmente científica. Si es cierto que las exploraciones verificadas en Europa hacen probable que en las principales regiones de esta parte del antiguo Mundo, el hombre atravesó las tres épocas expresadas, no es menos cierto que hoy por hoy no hay motivo científico, es decir, no existen observaciones y datos que comprueben la existencia de esas edades arqueológico-prehistóricas en otras

importantes regiones del globo. Es más: á juzgar por las observaciones y descubrimientos llevados á cabo en regiones extensas y de excepcional importancia desde el punto de vista de la civilización, como son, entre otras, el Egipto, la Troade, la Persia y Ja an­ tigua Mesopotamia, es, cuando menos, muy probable que no se verificó en el Oriente la marcha p rogresiva del hombre á través de las edades ó épocas de la pie­ dra; del bronce y del hierro, según vemos que se realizó en el Occidente. Los monumentos cuneifor­ mes, lo mismo que los restos y objetos varios descu­ biertos por Schliemann en Hissarlik, todo tiende á probar que la marcha de la civilización en aquellos países, y a que no retrógrada y regresiva, en vez de progresiva, fué, por lo menos, independiente de las edades mencionadas, y no siguió las etapas de evo ­ lución que aquéllas suponen y exigen. Si del A sia pasamos al Egipto, y a hemos visto que el uso de los metales simultáneamente con el de instrumentos de piedra existió en aquel Imperio desde la antigüedad más remota hasta el imperio de los Lagidas y la dominación romana. Desde el llamado Im p erio antiguo, ó sea de tres á cuatro mil años antes de la E ra cristiana, los moradores del Egipto apa­ recen en posesión de objetos de metal, y, lo que es más significativo todavía, en plena civilización y en pleno progreso de la industria y del arte, hasta el punto que hay motivo para «sospechar, como dice el mismo M. Penan, si la raza que pobló el Egipto en época tan lejana llegó al valle del Nilo con una c iv i­ lización formada, con una historia, con artes y cono­ cimientos adquiridos, con todo aquello que forma un gran pueblo.» Ni en el Egipto, ni en los países del Asia, que fueron teatro de grandes civilizaciones

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precristianas; se han descubierto hasta hoy datos seguros, ni indicios siquiera de la existencia de las tres épocas prehistóricas y de la marcha ascendente del hombre á través de ellas. En suma: aun prescin­ diendo de las indicaciones bíblicas, y ateniéndonos únicamente á las científicas, es muy probable que la región más ó menos central del Asia en la que se verificó la primera aparición del hombre, según pa­ recer casi unánime de sabios é ignorantes, fué como el foco primitivo del cual irradiaron paulatina y su­ cesivam ente las civilizaciones que vemos aparecer desde tiempo remotísimo en la India, la Mesopotamia y el Egipto, sin que el hombre se viera forzado en esas regiones á pasar sucesivamente por las edades de la piedra, del bronce y del hierro, á la vez que por el estado salvaje que suponen algunas de ellas, y principalmente la paleolítica. Por lo que toca á la segunda base de la argu­ mentación aducida por los representantes de cierta escuela antropológíco-prehistórica, es decir, la ley del progreso continuo, aplicada al hombre, en el con­ cepto de que éste comenzó necesariam ente por el es­ tado salvaje para elevarse después á la civilización por etapas sucesivas y ascendentes, tampoco se halla en armonía ni mucho menos con las observaciones y los hechos. Los cuales, lejos de corroborar semejante teoría, más bien la contradicen y destruyen. A l dar sucinta cuenta de las exploraciones y descubrimien­ tos de Schliemann en Hissarlik, hemos visto que la civilización de los dardanios, anterior á la de los troyanos de Homero, es decir, la primera de las varias civilizaciones que pasaron por aquel punto, era supe­ rior á la segunda en el orden cronológico; ó sea á la correspondiente á la T roya de Príamo, y que una y

c a p í t u l o rir.

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otra eran en todo caso infinitamente superiores á las civilizaciones correspondientes á la tercera y cuarta época. En vez de progreso por parte de la civ iliz a ­ ción de las diferentes ciudades y poblaciones que allí se sucedieron, encontramos una decadencia incontes­ table, una marcha descendente. Si de la ciudad famosa de Príamo y Homero pa­ samos al Egipto, hallaremos allí una nueva y convin­ cente demostración de la inexactitud de esa pretendi­ da ley de progreso continuo aplicada al hombre. ¿Qué nos dice, en efecto, la historia del Egipto? Esa historia desconocida de nuestros padres, y que hoy conocemos tan bien ó mejor que la de algunas naciones moder­ nas, después de los trabajos y descubrimientos de los Champollion, Mariette, Lepsius, Brugsch, Maspero, Rougé, con otros insignes egiptólogos, nos dice que en el llamado Im perio an tigu o , es decir, sobre cuatro mil años antes de Jesucristo, en opinión de respetables historiadores, la civilización del pueblo egipcio se hallaba en pleno desarrollo, y no sólo en pleno desarrollo, sino en un estado de perfección al cual no llegó en las épocas posteriores, inclusa la de los Lagidas y los romanos, al menos con relación á ciertas manifestaciones del arte y la industria. “L a civilización egipcia, dice M. M ariette, desde que la observamos en el origen de los tiempos, se nos mani­ fiesta completamente formada, y los siglos venideros, por numerosos que sean, no le enseñarán casi nada. A l contrario, hasta cierto punto, el Egipto perderá, porque en ninguna otra época levantará monumen­ tos como las pirámides.» Pues bien: esa brillante ci­ vilización durante las primeras dinastías faraónicas desaparece casi de repente y por completo después de la sexta, y cuenta que no se trata de un eclipse p asa­

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jero, de una decadencia temporal, determinada por alguna revolución más ó menos larga; trátase de una decadencia que sumerge al Egipto en estado de ru­ deza é ignorancia por espacio de más de cuatrocien­ tos años. A l cabo de este tiempo, ó sea con la dinastía tebana (XI) llam ada de los En-t-ef, comienza á des­ arrollarse una civilización que puede decirse nueva, en atención á que apenas ofrece vestigios ni tradicio­ nes de la correspondiente al Im p erio antiguo. Esta nueva civilización, que adquiere notable incremento durante las siguientes dinastías, aparece detenida otra vez en su m archa ascendente por la invasión y guerras originadas por los Faraones Hiksos ó pasto^ res. Esta decadencia, más ó menos localizada, en r e ­ lación con las vicisitudes de las guerras intestinas y división de reinos á que dió origen la invasión indi­ cada de los pastores, sólo tuvo fin con la dinastía X V II, bajo la cual aquellos fueron expulsados ó so­ metidos por los indígenas. Comienza entonces el llamado Im perio nuevo con la dinastía X V III, época de verdadero renacimiento p ara el E gipto, durante la cual éste vió florecer de nuevo las ciencias, las artes, la industria con todas las demás manifestaciones de la civilización más avan­ zada, incluso el poder y la gloria m ilitar, pues es sa ­ bido que durante dicha dinastía y la siguiente, el Egipto llevó á cabo grandes empresas militares y conquistas en lá Libia, la Nubia y el Asia, sobresa­ liendo entre aquéllas las realizadas por Ramsés II, conocido por los griegos, con el nombre de Sesostris; sus expediciones y hazañas militares, como las de sus antecesores y sucesores, descritas están y detalladas en los jeroglíficos é inscripciones de todo género que

sabios egiptólogos han dado á conocer en nuestra época. No mucho después del segundo Ramsés, ó sea del Sesostris de los griegos, y cuando la memoria de sus triunfos y expediciones estaba fresca todavía, iniciase un nuevo movimiento de retroceso y decadencia en la civilización, movimiento que va acentuándose más y más hasta el día en que Cambises reduce á la ser­ vidum bre sin grande esfuerzo, la patria de los F arao­ nes y de las pirám ides. Según se desprende de la breve reseña que ante­ cede, la historia del Egipto desmiente categóricam en­ te la tesis de los que afirman la le y del progreso continuo con respecto al hombre. L as vicisitudes ex­ traordinarias y de diversa índole por las que atravesó la civilización entre los moradores de aquel reino, revelan á las claras el escaso valor que debe conce­ derse á las afirmaciones de ciertos antropologistas que, al ver que en determinadas regiones ó localidades el hombre pasó sucesivamente por la edad de la piedra, del bronce y del hierro, deducen, de un hecho singular y concreto, una le y general para todo el géneio humano. Y téngase en cuenta que lo que tuvo lagar en Egipto no es un caso aislado, por más que bastaría pa­ ra echar por tierra esa teoría del progreso continuo de ciertos antropologistas. Puede decirse con verdad que esa historia de los antiguos egipcios se reproduce y renueva en otros pueblos del antiguo Mundo, y, si se quiere, también del nuevo. ¿Dónde están hoy aque­ llas brillantes civilizaciones de los antiguos medos y persas? ¿Dónde las que florecieron en Nínive, B abi­ lonia y demás ciudades, que se levantaban en las ri­ cas llanuras de Senaar, hoy desiertas y en estado se­

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mibárbaro? ¿En qué vinieron á parar no ha muchos siglos esas célebres comarcas y ciudades de la G re­ cia, teatro en otro tiempo y testigos de una civ iliza ­ ción, tal vez 110 sobrepujada hasta hoy, con respecto á algunas de sus manifestaciones? Dejando á un lado las riquezas de Tiro y Sidón, á la vez que la opulen­ cia y poderío de Cartago, y viniendo á tiempos más cercanos á nosotros, vemos que la civilización musul­ mana se halla en completa decadencia, y que y a no brillan en ella los esplendores filosóficos, artísticos y científicos que le dieron tanta gloria en siglos ante­ riores , . Y no es sólo en las regiones del mundo conocido por los antiguos; es también en países cuya existen­ cia ignoraron aquéllos, donde se descubren indicios evidentes de civilizaciones antiguas relativam ente adelantadas y que hoy y a no existen. En las islas Sandwich, en las Marquesas, en Tahiti y en otras v a ­ rias, «encontraremos á cada paso, dice J. d'Estienne, ruinas, monumentos notables, ó por sus dimensiones extraordinarias, ó por lo delicado del trabajo, pero sin relación alguna con los utensilios miserables y la industria grosera de los indígenas en el momento en que esos países recibieron por vez primera la visita de nuestros navegantes. ¿Hablaremos de las estatuas gigantescas encontradas últimamente por Alfonso Pinart en un cráter volcánico de la isla de Pascua, el cual parece haber sido un taller de escultores?,, Concluyamos, pues, que esa pretendida ley del progreso continuo humano, 110 puede subsistir en pre­ sencia de esas sociedades muertas, de esas civ iliza ­ ciones destruidas, de esas glorias apagadas, de esas vicisitudes de movimiento progresivo y retrógrado, de esas alternativas de progreso y decadencia, cuya

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existencia es incontestable, no en un pais aislado, ni una época determinada, sino en regiones múltiples y extensas, en naciones numerosas é importantes, en diferentes puntos del tiempo y del espacio. Y no se diga que la ley del progreso antropológi­ co continuo debe entenderse de la humanidad tomada en conjunto, por cuanto que alguna parte de la mis­ ma progresa en medio y á pesar de los retrocesos que puede experimentar en otros paises. Por más que to­ davía podrian hacerse justificadas objeciones á la ley del progreso continuo aplicada al hombre, una toma­ da en este sentido, es lo cierto que los partidarios de esa le y en el terreno de la antropología prehistórica la aplican al género humano íntegro y en totalidad; es decir, suponiendo que los primeros hombres se ha­ llaron en estado salvaje, y que de éste arrancó el primer movimiento civilizador, ó sea que el estado salvaje de los primeros hombres sirvió de punto de partida para el progreso inicial, para los primeros pasos de la civilización. Establecer y afirmar el progreso continuo para el hombre en este sentido equivale á establecer y afir­ mar que el estado salvaje es el principio generador, el elemento primero é indispensable para entrar en la civilización. Y, sin embargo, la razón y la expe­ riencia demuestran de consuno que tan lejos está el estado salvaje de constituir un principio ó elemento activo para llegar al estado de civilización, que, an tes por el contrario, la transición del primero á la segunda se verifica siempre al contacto de hombres ó pueblos más ó menos civilizados. Jamás se ha visto á una tribu salvaje elevarse por sí sola al estado de civilización, mientras que, por el contrario, la histo­ ria nos ofrece, según acabamos de ver, ejemplos nu­

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merosos de pueblos que pasaron de la civilización á la decadencia y al estado semibárbaro. Más todavía: no faltan hombres de genio y filó­ sofos autorizados para quienes el estado de barbarie en un pueblo es el resultado de una civilización e x ­ tinguida. He aquí cómo se expresa uno de éstos, el celebrado Schelling, citado por Reusch: “Entre los n’umerosos sistemas falsos y huecos que han visto la luz en los tiempos moderaos, es preciso colocar ante todo esas pretendidas historias de la humanidad; quo toman sus ideas acerca del estado primitivo de nues­ tra especie de las descripciones que nos hacen los viajeros en orden al estado de barbarie de ios pue­ blos salvajes. No existe barbarie que no' sea el re­ sultado de una civilización extinguida. Hasta los pueblos que viven en estado salvaje sólo forman tri­ bus, que, separadas del resto del mundo, separadas frecuentemente unas de otras, recayeron en el estado actual, porque estaban privadas de los medios de civilización que poseyeron en otro tiempo. Creo, por lo tanto, firmemente, que la civilización fué el estado del primer hombre.., En nuestro sentir, hay, sin duda alguna, exage­ ración en esta doctrina del filósofo alemán; pero hay que reconocer al propio tiempo que existe un fondo de verdad en sus palabras. Lo que hemos recordado acerca de las vicisitudes que desde tiempos remotos hasta nuestros días experim entaron el Egipto, la Mesopotamia, la Grecia, Cartago, juntam ente con los indicios de vicisitudes análogas realizadas en muchas islas del Pacifico, y sobre todo en las regiones de Méjico y del Perú, parece demostrar que, si no siem­ pre, no es raro qué el estado más ó menos salvaje y bárbaro en un pueblo proceda ó suceda, al menos, á

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un estado de civilización en el mismo, L as antiguas tradiciones acerca de la edad de oro, de plata, de bronce y de hierro, tradiciones universalmente a cep ­ tadas, no y a sólo por las mitologías y las religiones precristianas, sino hasta por filósofos de merecido nombre, como Platón, según se lee en su P o lític a , y como D icearco (1), y sobre todo por los poetas grie­ gos y latinos desde Hesiodo hasta Ovidio, corrobo­ ran lo dicho; porque son ecos, á la vez que testigos, de una tradición cuya unanimidad y universalidad no se concibe sin algún fundamento real, incompatible ciertamente con ese estado de primitivo salvajismo general que se atribuye al género humano. Por g ra n ­ de é incontestable que sea la virtualidad inherente al hombre A causa de la razón y de la voluntad libre que posee, esa virtualidad no se desenvuelve, no puede desarrollarse, si no hay algo que la excite, que la mueva, que la sacuda, -que la h¿ig’a pasar de la p o ­ tencia a l acto, como decían los Escolásticos, que inicíe allí el movimiento progresivo y ascendente hacia la civilización. Si se ha de señalar razón suficiente y adecuada para explicar las manifestaciones múltiples y complejas de la civilización en el tiempo y en el espacio; si hemos de concebir de una manera racio­ nal y filosófica la causa prim era de las civilizaciones que en el transcurso del tiempo aparecieron y des­ aparecieron en nuestro globo, es preciso admitir al­ gún grado de civilización en los primeros hombres, y con especialidad en el primer hombre. “Es una verdad confirmada por toda clase de argumentos, dice á este propósito W artz, que el alma humana no (r) «Los primeros hombres, escribe este peripatético, que estaban más cerca de los dioses, vivían en un estado de perfección y felicidad, lo cual fué causa de que su época recibiera el nombre de Edad de Oro.»

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lleva naturalmente en si misma tendencia alguna al progreso ni hacia su propio desarrollo. L a doctrina moderna de un desarrollo espontáneo del alma, lejos de ser una verdad necesaria, 110 es siquiera una opi­ nión sostenible; es más bien un delirio de la im agi­ nación que halaga la vanidad del hombre, pero que se opone á la verdad de los hechos y á la historia de la civilización. El pensamiento del hombre es, sin duda, el que engendra y conserva la civilización; pero este pensamiento civilizador no nace de sí mis­ mo, ni se verifica espontáneamente; ni es la función de una inteligencia particular; consiste en la energía de los individuos de una misma sociedad para com­ prenderse unos á otros y apropiarse mutuamente sus ideas.» He indicado antes que es preciso admitir algún grado de civilización al menos en. las primeras fami­ lias, y con especialidad en el primer hombre. P ara los que 110 sean partidarios del darwinismo antropo­ lógico, es una verdad indiscutible y casi de sentido común que el primer hombre fué producido por Dios de la nada, lo cual va le tanto como decir que el pri­ mer hombre comenzó á existir en estado de perfec­ ción relativa, lo mismo por parte del cuerpo que por parte del alma. En efecto, prescindiendo aquí de las gracias y perfecciones sobrenaturales, y hasta del relato biblico, y ateniéndonos exclusivam ente al or­ den natural, es muy conforme á éste, como lo es tam ­ bién á la razón y á las tradiciones originarias de la humanidad, que el hombre, al aparecer por vez pri­ mera sobre la tierra, presentara las condiciones y fuerzas de un adulto y no las de un niño, por parte del cuerpo y por parte del alma, so pena de tener que acudir al milagro para la conservación del mis­

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mo. Merecen leerse las reflexiones que á este propó­ sito hace Barthélemy Saint-Hilaire en el Jou rnal des S a v a n ts : «Una de dos: ó el hombre principió como vemos que principia en la actualidad, ó principió de m anera diferente, es decir, que el hombre debió n a ­ cer, ó niño, ó adulto. Por lo que á mí hace, no abrigo duda alguna, y creo que, en el origen de las. cosas, el hombre fué creado adulto y tan perfecto como puede serlo. La razón es muy sencilla, y consiste en que el hombre adulto pudo vivir, porque se basta á sí mismo, mientras que, si hubiera nacido en el es­ tado de infancia que se supone, habría perecido infa­ liblemente. No digo que la creación de un adulto sea más inteligible que la de un niño; pero, una vez a d ­ mitido que esa imposibilidad natural sea idéntica por ambas partes, se concibe al propio tiempo que el género humano haya podido perpetuarse si el prim er hombre fué un adulto, al paso que 110 hubiera subsis­ tido un solo día si hubiera sido un niño con todas las debilidades y peligros mortales que rodean á la in­ fancia abandonada á sí misma. En el sistema del adulto no hay más que una obscuridad, ó si se quiere un solo milagro; en el sistema del estado de niñez hay dos: prim eram ente el nacimiento ú origen, y después la conservación__ »La ciencia, guiada por la lógica, debe, por lo tanto, aceptar en este punto la solución del Grénesis, 110 á título de dogma, sino en nombre de la razón, y á menos de renunciar á la cuestión y declararla in­ diferente, no podemos resolverla de otra m anera. La ciencia no debe detenerse sino donde se detiene la razón; y por lo que á mí atañe, creo que la razón puede llegar hasta esa inducción extrema, partiendo del hecho incontestable y casi natural de que el hom­

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bre adulto puede bastarse á sí mismo, y el niño no.» La geologia lia probado que hubo un tiempo en que el hombre no existía, apareciendo después en un momento dado. ¿Puede concebirse que apareciera en condiciones en las que fuera imposible la continua­ ción de su vida? Si queremos saber ahora la opinión de Santo To­ más, dícenos éste que, en atención á que las cosas prim eras fueron producidas por Dios y colocadas en nuestro globo, no solamente para que existieran ellas, sino para que fueran principio y origen de otras, fué conveniente y necesario que, para realizar este segundo fin, poseyeran desde el principio cierto grado de perfección. De aquí se infiere que el prim er hombre producido ó creado por Dios, por lo mismo que había de ser principio de los demás hombres, además de poseer el estado de adulto, como condi­ ción necesaria p ara engendrar otros hombres, debió poseer igualmente por p arte del alma las perfeccio­ nes necesarias para la dirección de los mismos, y principalm ente para la educación m oral y religiosa de los hijos. Así, pues, la creación del hombre en estado y condiciones de adulto lleva consigo, como consecuencia natural, la necesidad de que ese hom­ bre, que debía ser principio y causa generadora del género humano, no sólo en el orden físico ó m aterial, sino también en el orden m oral é intelectual, pose­ yera desde el principio conocimientos más ó menos extensos (1) y relativam ente perfectos.. Ciertamente (i) Acerca de la perfección y extensión de conocim ientos com unicados ;d primer hombre, existe variedad de opiniones entre los teólogos. Todos convienen en que poseyó el conocim iento de su fin sobrenatural y de los m edios ordenados á su m erecim iento y consecución, junto con la gracia santificante, la m ism a que perdió por el pecado. Acerca de] conocim iento de las cosas puramente naturales, unos le conceden más y otros m enos; pero

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que seria obra impropia del Creador producir al hombre en estado perfecto por p arte del cuerpo., y privado de toda perfección por parte del alma: con todas las condiciones necesarias p ara producir otro.s hombres, para engendrar hijos, y al propio tiempo sin poder instruir y gobernar á éstos, sin poder en ­ señarles los principales deberes morales y religiosos, á la vez que los medios de conservar su vida y de­ fenderla de los peligros. Esto, - concretándonos al orden de la naturaleza y haciendo abstracción del orden de la gracia. En todo caso, ¿dónde están las pruebas científi­ cas de esa teoría que afirma que todos los hombres y todos los pueblos pasaron por el estado salvaje, que semejante estado es la condición originaria de todos aquéllos, y que sólo en virtud de Ja ley del progreso continuo pudieron salir de aquel estado? Exam inan­ do esta cuestión de cerca, vemos que los defensores de esa teoría son, en su m ayor parte, representantes y secuaces del darwinismo antropológico, sistema sin negarle en todo caso los con ocim ien tos oportunos para conservar, d iri­ gir y educar á sus hijos, dándoles enseñanza moral y religiosa. Santo T om ás concede mayor extensión á los conocim ientos naturales del primer hom bre, atribuyéndole una ciencia com prensiva de las cosas que por sus fuerzas pro­ pias, ó, mejor dicho, según el curso y orden regular, puede adquirir el hom ­ bre con el estudia. U n a de las razones en que se apoya el Doctor A n gélico para atribuir al primer hombre una ciencia relativam ente perfecta de las cosas naturales, es la im posición de nombre á los anim ales que le atribuye la Escritura, según se ve por el sigu ien te pasaje, qne contiene el pensam ien­ to de Santo Tom ás en esta cuestión. Después de alegar, según su costumbre, algunos argum entos contrarios á su tesis, añade: «Sed contra est quod ipse (Adam) ¡m posuit nomina animalibus; ut dicitnr Genes. 2.'‘ N om in a autem debent naturis rerum congruere; ergo Adam seivit naturas om nium anim alium, el pari ratione habuít oranium aliovmn scientiam . »R espondeo dicendum , quod naturali ordine perfec.tum praecedit ¡mpei'fectum, sicut et actus potentiam , quia ea quae sunt in potencia non reducuntur ad actiini nisi per aliquod in actu. Et quia res prim itus a D eo institutae sunt, non sohim ut in seipsis essent, sed etiam ut essen t aliorum

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que, como es sabido, lleva en su seno esa teoría, si ha de responder á las exigencias lógicas que le im­ pone la procedencia simia del hombre. Si salimos de este terreno hipotético y teórico p ara colocarnos en terreno científico ó de la observación y la experien­ cia, vemos que enfrente de las observaciones y datos de todo género que contradicen esa teoría, ésta sólo alega en su favor la existencia y sucesión de las tres edades de la piedra, del bronce y del hierro en de­ term inadas regiones de la Europa. Pero de que éste fenómeno haya tenido lugar en esas regiones, ¿sí­ guese necesariam ente que se haya realizado en todas las demás regiones del globo? ¿No hemos visto, por el contrario, que la arqueología y la historia, si no dem uestran con toda evidencia, hacen, cuando me­ nos, muy probable que en determinadas y extensas regiones del Oriente no tuvo lugar esa sucesión de edades, ni menos esa época paleolítica, ligada con el estado salvaje del hombre? principia, id eo prnductae sunt in statu perfecto, in quo possent esse princi’ pia aliorum; hom o autem potest esse principium alterius, non solum per generationem corporakm , sed etiam per instructionem et gubernationem : et ideo sicut primus hom o institutus est in statu perfecto quantum ad corpus, u t statim posset generare, ita etiam institutus est in statu perfecto quantum ad antmam, u t statim posset aliss instrnerc et gubernate; non potest autem aliquis ínstruere nisi habeat scientiam ; et ideo primus homo sic institutus est a D eo, ut haberet om nium scientiam , in quibus homo natus est instruí: et haec sunt om nia illa quae vittunliter existunt in prim is principiis per se notis, quaecum que scilicet nattiraliter hom ines cognoscere possunt. A d gu bernatíouem autem vitae propriae et aliorum non solum requiritur cogn itio eorum quae naturaliter cognitioneni exccduut, eo quod vita hom inis ordinatur ad quendam finein supernaturalem; sicut tiobis ad gubernationem vitae nostrae necessarium est cognoscere quae íidei sunt. U n d e et de h is supernaturaübustantam cognitionem primus homo accepit, quanta eratnecessaria ad gubernationem vitae hum anae secundum statum illum . A lia vero quae nec naturali hom inis studio cognosci powsunt, nec sunt necessaria ad gub eniationem vitae humanae, primus hom o non cognovit.» Sum TheoLt cuesl. 94, art. 3.“

CAPÍTULO III.

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Asi no es de extrañar que cuando á los defenso­ res de esa hipótesis se les piden pruebas experim en­ tales, pruebas científicas de su teoría, en vez de adu­ cir esas pruebas, limítanse á exponer y n arrar lo que debieron ser nuestros padres, ó sea los prim eros hom­ bres, á juzgar por lo que son los salvajes de nuestros días, dando por supuesto que las condiciones de aquéllos fueron idénticas á las de éstos, y por añadi­ dura que nuestros antepasados, ó, si se quiere, los primeros hombres, comenzaron á salir de su estado salvaje y de ignorancia absoluta á virtud de lo que aprendieron de los monos y otros animales. Tal es el procedimiento adoptado generalm ente por los defen­ sores de la teoría del progreso continuo sobre la base del absoluto salvajismo, inicial de la humanidad to­ da. Y entre los representantes de los procedimientos indicados para afirmar dicha teoría, ocupa lugar preferente Lubbock, el cual, después de trazar á grandes rasgos los progresos que debió realizar el hombre primitivo, gracias al aprendizaje, ó digamos enseñanza que recibió de ciertos animales (1 ), pasa (i] «J’aí deja exprimé mon opinion que les arts et les I n s t r u m e n t s les plus s im p le s ont.été i n v e n t e s séparément par divers peuples et dans les parties du monde tres-differentes. Méme a.ujourd’hui nous pouvons, je crois, nous faire une idee de ia maniére dont ils ont été, ou dont ils ont pu Stre inventds. Cerhiins sin ges se servent, d it-on , de m assues et jetent des bátons ou de pierres ;i ceux q ui les dérangent. N ou s savons qu'ils em p loient des p ie rre s rondes pour buiser les coquilles de noix; de lá ii faire usage du.fne pierre tranchante pour couper, il n’y a assurém ent pas loin. Quand le t r a n chant s’est ém oussé, on jette la pierre et L’on en choit une autre, mais au baut de q u e l q u e tem ps le hasard, sinon la réflexion, montre qu’une p i e r r e ronde brise d ’autres pierres aussi bien que des noix, et ainsi le sauvage apprend á a i g u i s e r des pierres pour son usage.... »Le cliimpanzé se batit une m aison ou un abri qui ne le efedegufere k celui de cert&íns sauvages. N os aucStres prim itifs peuvent done a v o irp o sséd£ cet art; mais en adm ettant qu’ils ne L'aient pas eu, quand ils s’adonnérent it la cliasse, et, com me nous voyons que c'est le cas pour tous les peu-

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á fijar lo que debieron ser los hombres primeros ó las condiciones de su estado salvaje, tomando por medi­ da las condiciones de los salvajes modernos. «Supo­ niendo la unidad de la especie humana, dice (1 ), es evidente que las razas más inferiores entre los sa l­ vajes modernos deben estar tan adelantadas al me­ nos, como lo estaban nuestros antepasados cuando se esparcieron por la superficie del globo. »¿Cuál debió ser, por consiguiente, su estado? Ignoraban por de pronto la alfarería, porque la des­ conocen ó no la han conocido hasta estos últimos tiempos los esquimales, los polinesios, los australia­ nos, muchos pueblos de la América y otras muchas razas salvajes. No poseían arcos ni flechas, porque estas armas eran desconocidas á los moradores de la A ustralia y Nueva Zelanda. Andaban desnudos y no conocían el arte de hilar... La lanza, que es una pro­ longación del cuchillo, y la maza, que es un martillo largo, he aquí las únicas armas que esta argum enta­ ción dej a subsistir. . . . . »La misma argumentación puede aplicarse á la condición intelectual de los salvajes. Es poco proba­ ble que nuestros primeros antepasados hayan sido capaces de contar hasta el número diez., cuando se tiene presente que muchas razas de las que hoy exis­ ten no pueden pasar del número cuatro.» N ada hay de extraño ciertam ente, antes parece cosa natural, que los partidarios más ó menos explípl'es chasseurs, qu’iüs suppléerent á J’im puissance de leurs armes par une counaissance étonnante des moeurs et des coutum es des anim an* dont ils faisaient leur proie, ils n e mauquferent point sans doute d’observev, et peutÉtre de copier les dem eures que diverses espéces d'anim aux construissent pour elles-m étnes.» L'Homme avant r/iisívire, irad. Barbier, cap, XIV, pági­ na 486, (1) íb id ., p ág . 488-89.

CAPÍTULO III.

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citos de la teoría antropológico-darwlnista, que los que, á ejemplo de Hseckel, sólo ven en el hombre al descendiente legítimo, directo y n atural del mono y demás animales, antecesores y progenitores de este último á su vez. consideren muy natural y lógico que esos animales sean también los primeros maestros y fautores del progreso y del bien en el hombre, toda vez que son sus verdaderos progenitores y padres. Como también es natural y lógico admitir, en dicha hipótesis, que las condiciones de salvajismo en los primeros hombres debieron ser tan aparentes y acen­ tuadas como las que existen hoy en los salvajes mo­ dernos, Esto no impide que el citado Lubbock se extrañe de que seraejaute teoría sea considerada por algunos «como contraria á los principios del cristia­ nismo ó á los intereses de la verdadera religión», cuando se tra ta precisam ente de una teoría que nos enseña la humildad p ara lo pasado, la fe para lo p re ­ sente y la esperanza para el porvenir: Nous enseigm Vhumüité p o u r le passé, la foi p o u r le p résen t, et Vesp e r anee p o u r Vavenir.

Si no es extraño, sino antes bien n atu ral y lógi­ co, que los representantes más ó menos genuinos de Hysckel en cuestiones antropológicas no oculten sus simpatías y su aprobación respecto de la teoría que nos ocupa, no sucede ciertam ente lo mismo cuando se tra ta de escritores que hacen profesión de catoli­ cismo y de respeto á la Biblia. Decimos esto, porque no es posible evitar cierta impresión de extraüeza al ver á un escritor católico tan notable como M. Lenormant aceptar y defender el estado salvaje de la humanidad prim itiva y la consiguiente teoría del progreso continuo aplicada á la misma, Y no es que on esta cuestión se halle interesada ó comprometida

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la revelación bíblica ni la fe católica, al menos si se tra ta de sociedades posteriores á los prim eros des­ cendientes de Adán. Ahora se diga con Le norm an t que los primeros pobladores del globo vivieron en estado salvaje; ahora se diga con el conde de M aistre que vivieron en medio de una civilización esplenden­ te y avanzada; ahora se diga que el estado de aqué­ llos no fué ni el salvaje ni el de perfecta civilización; que es lo más probable, la verdad católica perm ane­ ce incólume é independiente, siempre que se reco­ nozca la elevación del prim er hombre al orden sobre­ natural y d éla gracia original, á la vez que la pérdida de ésta por el pecado y la consiguiente decadencia del mismo. Así, pues, la razón natural y la ciencia quedan libres p ara discutir y resolver este problema; y la razón y la ciencia presentan como solución la más probable de ésto la que, alejándose por igual de los dos extremos, y colocándose en el medio, ni admi­ te para las prim eras familias la civilización perfecta que supone el autor de las Veladas de San P eter¿bur­ go, ni tampoco el estado salvaje que les atribuye el autor de L a s p r im e r a s civilizaciones , sino que antes bien establece y afirma que los prim eros hombres, las familias procedentes del prim er hombre, y que en unión con la prim era pareja, formaron las prim eras sociedades humanas, sin alcanzar una civilización muy adelantada, poseían conocimientos é ideas que las alejaban del estado verdaderam ente salvaje. Dada la creación del hombre por Dios, ya hemos visto que la razón natural y la ciencia de consuno exigen en aquél una perfección relativa por parte del cuerpo para engendrar hijos, y por parte del alma para educarlos, gobernarlos é instruirlos, en orden á las cosas necesarias p ara la conservación de la

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existencia y en orden á las necesidades ó deberos do la vida moral y religiosa. L a misma razón n atu ral y la ciencia enseñan igualmente que las ideas morales y el sentimiento religioso constituyen un factor im ­ portante de toda civilización, un factor más im por­ tante que la industria y las artes m ateriales, las cuales vienen á ser como el cuerpo de la civilización, al paso que el sentimiento religioso y las ideas mo­ rales representan come el alma y la fuerza viva in­ terna de aquélla. Sin salir, pues, del orden puram ente natural; sin salir del terreno de la razón y de la ciencia, es muy probable, por no decir ciorto, que existió un foco de civilización más ó menos perfecta, á contar desde Adán y Eva; que en las familias y tribus que recibieron la enseñanza de esos prim eros padres, y que se organizaron en sociedad en las cer­ canías de la residencia de aquéllos, debió existir y conservarse una civilización relativa, principio y antecedente de otras civilizaciones posteriores que se desarrollaron, en medio acaso de vicisitudes des­ conocidas, hasta dar origen con el tiempo á esas grandes civilizaciones que aparecen desde tiempos remotísimos en determ inadas regiones del Asia, ofre­ ciendo vestigios de otras civilizaciones más antiguas aún,'lo mismo que de la que^aparece en el Egipto muchos siglos antes de la E ra cristiana, con indicios igualmente de haber sido im portada por hombres ó pueblos anteriorm ente civilizados (1 ) que se estable­ cieron en eí valle del Nilo, Todo induce á creer que el estado primitivo de ia humanidad no fué, ni el de civilización perfecta, ni el de completo salvajismo, (l) «On se dem ande, escribe á este propósito el m ism o R enán, si la race qni á peuplé l ’E gypte, dans ce passé si lom tain, n ’est pas arrívée dans la v a llé e d u N il avec une civilisation formée, avec une histoire, avec des arts, avec des coim aissances acquises; tout ce qui fait un gran peuple.»

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sino el intermedio de una civilización relativ a, cuyo desarrollo, más ó menos lento, más ó menos compli­ cado por la mezcla, choque y contacto con otras razas ó familias, dió origen á las civilizaciones antiquísi­ mas que aparecieron en el Oriente y el Egipto, pre­ cedidas de otras anteriores, cuyos vestigios nos re ­ v elan hoy monumentos históricos y arqueológicos de todo género, y con especialidad la escritura cunei­ form e. Y no se diga que en esta hipótesis 110 es fácil concebir y señalar razón suficiente de la extensión y predominio que adquirió el estado salvaje en regio­ nes vastas de nuestro globo, según se colige de lo que se ha dicho acerca de las edades de la piedra, del bronce y del hierro en la mayor p arte del Occi­ dente, sin contar la persistencia de ese estado, aun hoy día, entre numerosas tribus de la Oceanía, del Africa y de la América. Lejos de haber contradicción entre la hipótesis indicada y la existencia, en lo an ­ tiguo y en la actualidad, del estado salvaje, la exis­ tencia de éste es perfectam ente compatible con aque­ lla hipótesis. Al crecer y m ultiplicarse el género humano en Los prim eros siglos y en los lugares cerr canos al ocupado por el prim er hombre y sus des­ cendientes es de creer que algunos de éstos, más apartados del tronco primitivo en lugar y tiempo, ora por necesidades y exigencias de la vida m aterial, ora por enemistades entre familias, ora por espíritu de aventuras, hayan emigrado en dem anda de nuevos países, viéndose precisados á ocupar regiones incul­ tas, pobladas de bosques y animales feroces, y vi­ viendo sujetos á las dificultades y luchas de todo género con el clima, las bestias y la tierra, á la vez que aislados de sus antiguos compañeros y separados

del país que sirvió de cuna al género humano. Esta separación y el género de vida que se vieron obliga­ dos á adoptar en vista de las condiciones especiales de su nueva patria, y , en determinados casos, el contacto con otras razas ó familias más ó menos de­ generadas ya en virtud de emigraciones anteriores ó simultáneas, son causas más que suficientes para de­ term inar un movimiento de retroceso en la civilización relativa que reinaba en la región que abando­ naron al em igrar, una decadencia progresiva en el conocimiento y uso de las artes industriales, una obliteración de las ideas y sentimientos morales que poseían antes de entregarse á los azares y peligros inherentes á la emigración, la guerra y las condicio­ nes de la nueva patria, obliteración que debió llevar consigo inevitablem ente la decadencia paulatina y la desapaz’ición final de la civilización relativa que consigo trajeran. No es fácil formarse idea de la pro­ funda degeneración que en el hombre produce el ais­ lamiento de otros hombres, aun cuaildo se quiera prescindir de las otras concausas arriba m enciona­ das, y pudieran citarse ejemplos notables de ello. No tememos afirmar, y los hombres reflexivos opinarán como nosotros, que si hoy mismo, en plena y casi universal, civilización, se diera el caso de que una colonia de ingleses, alemanes ó franceses, fuera arro ­ jad a á una isla desierta poblada de selvas impene­ trables, ocupada por bestias feroces, escasa de re ­ cursos para satisfacer las necesidades de la vida, esos colonos, á la vuelta de muy pocos siglos, y tal vez antes de uno solo, verianse reducidos á las con­ diciones de una vida más ó menos salvaje. Y si esto acontecería en una colonia que llevaba consigo los principios, los elementos, los recuerdos, enseñanzas

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y prácticas propias de una civilización tan adelantada como la de Inglaterra, Francia ó Alemania, fácil es calcular lo que debió acontecer en colonias que, sa­ liendo de una sociedad menos civilizada, se dispersa­ ron por lejanas é inhospitalarias regiones, aisladas del centro civilizado, y en continua y difícil lucha por la existencia, en medio de bosques, de animales da­ ñinos y feroces, de climas duros, de campos estériles é incultos. Conviene no perder de vista que los restos y ob­ jetos registrados hasta la fecha por la paleontología y antropología prehistórica, en los cuales pretenden apoyar sus conclusiones y afirmaciones los p artid a­ rios de la humanidad originaria y um versalm ente salvaje y del progreso continuo de la misma, perte­ necen á tribus y familias aisladas y dispersas en re ­ giones separadas por el tiempo y el espacio de las tribus prim eras, de las familias y sociedades que vivieron y se desarrollaron en la comarca que p re­ senció la aparición, ó, digamos mejor, la creación divina de la prim era pareja humana, y no en las re ­ giones ó comarcas próximas á aquélla. Mientras esto último no se verifique; mientras las exploraciones de la antropología arqueológica y paleontológica se h a­ llen circunscritas, como lo están hoy, á contadas regiones separadas por largas distancias de la cuna del género humano; mientras la antropología prehis­ tórica, en fin, 110 extienda sus investigaciones á esa comarca originaria, la ciencia no tiene derecho algu­ no para afirmar que los hombres primeros, las fami­ lias y sociedades que ocuparon la región-cuna de la humanidad durante las prim eras etapas de su exis­ tencia y multiplicación, fueron familias y sociedades en estado salvaje.

CAPÍTULO III.

Veamos ahora si lo que la razón natural y la ciencia nos presentan como más probable acerca de las relaciones de los primeros representantes de la humanidad con la civilización, se compadece con la enseñanza bíblica, ó si se halla en contradicción con ésta. Ya hemos indicado arriba que mientras el autor de las V d a d a s de San Petersburgo admite en las p ri­ meras generaciones y sociedades humanas un estado de perfecta 'civilización, el autor de Los orígenes de la H istoria según la B ib lia las supone, por el contra­ rio, en estado perfectam ente salvaje, extrañando al propio tiempo la repugnancia con que algunos cató­ licos m iran semejante opinión, y más todavía que sea considerada por algunos como contraria á la re ­ ligión. «Cuando la Biblia, dice (1 ), describe en té r­ minos tan formales la vida de las prim eras genera­ ciones humanas como la vida de puros salvajes, ¿de dónde viene la repugnancia que hoy tienen tantos católicos en admitir esta noción? ¿De dónde viene la preocupación, tan generalm ente extendida, de que esa opinión es contraria á la religión y la Escritura?» Sin duda que los católicos á quienes alude aquí Lenormant, no tienen derecho p ara calificar su opi­ nión de contraria á la fe ni á la Escritura, porque ya se dijo arriba que una y otra son independientes de las diversas teorías que en esta cuestión pueden de­ fenderse, en el sentido y con las limitaciones arriba expresadas. Pero en cambio, tampoco tiene derecho el sabio orientalista francés p ara afirmar que la Biblia enseña en términos formales el salvajismo de las prim eras generaciones humanas, como tampoco lo tiene para añadir, como añade, que la teoría del con(I)

Les Primiéres CivükaHons, t. I, pág. 66.

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de de Maistre está en contradicción formal (1) con el testimonio de la Biblia. ¿Qué nos dice ésta, ó mejor dicho, qué nos indica acerca de esta cuestión'? Que si es dudoso que las prim eras generaciones humanas poseyeron la civili­ zación adelantada que les concede el autor de las Veladas , lo es más todavía que se hallaron en el es­ tado salvaje que les atribuye Lenorm ant. Consta, en efecto, de la Sagrada Escritura: a) que de los dos primeros hijos de Adán, el uno fué pastor de ovejas y el otro agricultor; b) que no mucho después del fratricidio, Caín edificó una ciudad; c) que entre los hijos de Lamech, uno de ellos, llamado Tubal, in­ ventó la cítara y el órgano, m ientras que el otro, llamado Tubalcaín, trabajaba el bronce y el hierro. Ahora bien: el pastoreo y el ejercicio de la ag ri­ cultura, aunque compatibles por sí solos con un organismo social imperfecto, no son propios ni ca­ racterísticos de un estado puram ente salvaje, como el que Lenorm ant atribuye á las prim eras generacio­ nes humanas, sobre todo cuando se tiene en cuenta que ese mismo Caín, prim er agricultor, edificó des­ pués una ciudad, lo cual supone indudablemente un estado relativo de civilización, conocimientos indus­ triales ó relativam ente perfectos de ciertas artes in ­ dustriales, por más que la ciudad por Caín edificada no sería seguramente un París ó un Londres. Lo que á continuación consigna la Biblia en orden á los ins­ trumentos músicos impropios de salvajes, y en orden (i) Aludiendo á la. doctrina de D e M aistre en este punto, eseribe lo siguiente: «Appuyé sur les faits constatés par la Science, je tiens ses rSveries sur la civilisation des prem ieres generations hutnaines, au lendem ain du jonr oíi l’liomme fut chassé de l ’Eden, pour radicalem ent fausses au point de vue hístorique, et, recourant k la. B ible, je les trouvé en contradiction (ornadle avec son tém oignage.» lóid,, pág. 67.

CAPÍTULO III.

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á la elaboración del bronce y del hierro por parte de los hijos de Lamech, parece, si no demostrar, hacer por lo menos muy probable y verosímil que por aquel entonces el estado sglvaje no reinaba entre ios des­ cendientes de Adán, de Caín y de Lamech. Y cuenta que se tra ta precisam ente de los hijos de un hombre en cuyas palabras se apoya Lenormant para establecer su teoría del estado salvaje y progreso continuo de la humanidad prim itiva, En efecto: las palabras de Lamech (1), objeto y m ateria de interpretaciones múltiples y diversas por p arte de los esegetas antiguos y modernos, judíos y cristianos, son p a ra Lenorm ant un testimonio feha­ ciente del salvajismo de los hombres de aquel tiem(i) Las palabras de Lam ech á que se refiere Lenormant, 5011 las si­ gu ien tes: «Dixiiqite Lamech vxonbirs swcs Adae et Sellas: Audite vareta meam uxores Lamech, cmscnUnte sermonem memn: quomam oendi vivían in vuhius nteum, el adolesctniuhim ni livorem mev.m. Sepivplum nitio dabitar de Cara; de Lamech vero sepíuagtes sepiles.* Genes., cap. IV, Kstas palabras de Lam ecli h an sido consideradas en todo tiem po com o grandem ente enigm áticas y de interpretación m uy difícil. «H ic Lam echi sermo, escribe á éste proposito W estenauer, aenigm a est tam in tric a tu m , ut sum m i quique Interpretum id, nec soluLum a se vcl alíis, nec solvi posse, nitro confiteantur, U trum Lam echus per virum hunc designet Cainum, an aliu m ; unum ne an d úos o cciderit; p rovocatus et neL'essit.ate ad actu s hom icidiuni perpetraverit, atine sua sponte, an per im pm dentiam ; cur tanto gravior vindicta de sua quam de Caini caede a D co judlce co n stitu ía sit, tenebris circumfusa sunt omnia, et incertis merisque coiijecturis nituntur: hoc tamen relitiquunt solatii, quod sitie utiliü itis nostrae morumque dispendio ignorantur » Entre las numerosas interpretaciones á que ha dado ocasión el cántico de Lamech, es de notar una adoptada por Herder, R osem nuller, D elitsch, Ewald y otros exegetas modernos, afiliados en su mayor parte al protestan­ tism o, los cuales, relacionando dicho cántico con la invención del arle de trabajar el bronce y el hierro, suponen que las últim as palabras de Lam ech expresan la confianza que las armas de bronce y de hierro le inspiraban pa­ ra defenderse contra los que quisieran tomar venganza de los hom icidios por él perpetrados. Pocos textos hay en la B iblia más obscuros, y que liayau dado margen á interpretaciones tan numerosas y diferentes com o las pala­ bras de Lamech.

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¡30. Después de citar aquellas palabras, nuestro au­ tor añade que en el canto de Lamech «respira tal acento de ferocidad prim itiva, que de buena gana se le colocaría en la boca de un salvaje de la edad de piedra, bailando en torno del cadáver de su víctima, blandiendo á la vez su m acana de sílex ó la quijada de un oso de las cavernas, con la cual supo hacer un arm a terrible.» Y, sin embargo, la verdad es que las palabras de Lamech, ora se interpreten en el sentido de que con ellas amenaza con su cólera al que intentare vengar las muertes por él efectuadas; ora se interpreten, con el Crisóstomo, en el sentido de que Lamech quiso aliviar su conciencia haciendo confesión pública de su crimen; ora signifiquen que por haber cometido dos asesinatos en lugar de uno solo como Caín, sería castigado más gravem ente que éste, como quiere San Basilio; ora se refieran á la introducción de la poli­ gamia, como pretenden algunos, sin contar ciertas interpretaciones más ó menos extrañas de los antiguos rabinos (1 ), aceptadas por algunos cristianos de los prim eros siglos, según San Jerónimo, siempre resul(I) Cita algunas de éstas el m ism o Lenormant, en los térm inos si­ gu ien tes: «Le cbant de Lam ech a donntí aussi carriére aux bizarres im aginations des rabhins. Saint-Jerem e raconte que c'etait de son tem ps une tradition, chez les Juifs, adoptée dejá par un certain nombre de Chrétiens, que Lamech avait tué Q aín par accident. Le fameux Raschi donné á ce sujet une histoire com plete avec de bien autres développem ents. S u ivan t luí, l'occasion du petit paem e a Été le refus des femm es de Lam ech de s'associer ;l lui pour porter le poids d e son double meutre, dont les victim es n'ont été ríen m oins que son ancéítre Q aín eL son fils T ub alq aín . Lam ech, d it-il, était aveugle et ne marchait que conduit par son fils; cd u i-ci crut voir une beLe sauvage s’agiter dans un foret, il dirigea le trait de son pí¡re de ce coté et ce trn.it viril frapper m ortellem ent Q aín. Quand il s'aperr.ut d’une telle erreur, Lamech, dans le troublc de sa premiere colére, tua á son tour Tubalqaín. C’est ainsi qu'il tua un hom m e et un enfant.» Origines de !'h en su Cronología reform ada, se expresaba en los térm i­ nos siguientes: «Según el texto hebreo y nuestra Vulgata, el número de años transcurridos entre la crea­ ción de* Adán y el nacimiento de Jesucristo parece haber sido cuatro mil ciento ochenta y cuatro; pero parece más probable que esos años deben elevarse, de conformidad con los Setenta, á cinco mil seiscien­ tos treinta y cuatro». Recorriendo las obras citadas, no es difícil con­ vencerse de que lo que movió principalm ente á sus autores á preferir á la de la Vulgata la cronología de los Setenta, fué la dificultad de hacer entrar dentro

CAPÍTULO III.

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de los limites de la cronología ordinaria de la Vulgata los datos suministrados por la historia y la litera­ tura de ciertas naciones acerca de su antigüedad. Se­ gún la exacta observación de Prichard, no pocos es­ critores, aun entre aquellos que no abrigaban p re­ venciones contra la Biblia, sentíanse embarazados á vista de la duración que la cronología bíblica vulgar señalaba, á contar desde el Diluvio, no viendo modo de conciliaria con la historia de ciertos pueblos. Sin duda que las pretensiones de éstos á una antigüedad de centenares de miles de años que les atribuían cier­ tos historiadores es evidentemente fabulosa; pero es­ to no impide que la historia, al menos probable, de ciertas naciones, como de la China, la India y el Egip­ to, exija períodos de años que no caben dentro de la cronología de los Escalígero, Usher, Petau y demás partidarios de la cronología hebrea, Los trabajos de los misioneros acerca de la his­ toria de los chinos contribuyeron también al mismo resultado, ó sea á dar la preferencia á. la cronología bíblica de los Setenta. «La antigüedad de los tiem­ pos, escribía ya k fines del siglo xvn el P. Pezron, es mayor de lo que hoy se cree generalmente. Todos los cristianos de los primeros sigtos contaron cerca de seis mil años desde Adán hasta la venida del Mesías. La historia de los caldeos, de los egipcios y de los chinos confirma esta cronología, y no puede concillar­ se con la del texto hebreo de hoy.» «El cómputo ju ­ daico, añadía no muchos años después el P. Tournemine, me ha parecido siempre demasiado corto y poco en relación con los monumentos ciertos de la histo­ ria: quita á los cronologistas muchos siglos necesarios p ara establecer conformidad entre la historia profa­ na y la historia sagrada.»

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Aquí nos sale al paso una dificultad grave. El Con­ cilio de Trento comunicó autoridad especial á la Vul­ gata, declarándola auténtica ( 1 ), y, lo que es más grave, extendiendo esta autenticidad, su autoridad divina y sagrada, á todas (2 ) y cada una de sus p a r­ tes. Y si esto es asi, si nuestra Vulgata debe consi­ derarse como libro canónico y sagrado en todas sus p a rtes, como dice el Concilio, canónica, sagrada y auténtica con autenticidad divina será también la cronología que resulta de los números contenidos en las dos listas genealógicas del Génesis, relativas á los Patriarcas; y como quiera que esos números re s­ ponden á los del texto hebreo, no será permitido á los católicos adoptar, la cronología contenida en la versión de los Setenta, la rnisma que, según se ha vis­ to, discrepa no poco de la anterior. P a ra desvanecer esta objeción, que no'carece de fuerza á prim era vista, bastará fijar ei sentido en que el Concilio declaró auténtica la Vulgata, y el objeto que los Padres conciliares se propusieron al an ate­ m atizar á los que negaran la canonicidad y. el carác­ ter sagrado de los libros d é la Vulgata con todas sus partes. Cuál fué el sentido y el objeto que se propu­ sieron los Padres tridentinos al declarar auténtica la Vulgata, dícenoslo Andrés Vega, que se halló p re­ sente, y que afirma que la Vulgata fué declarada (1) «Sacrosanta Sytiodus..... statuit et declara!, ut haec ipsa vetus et Vulgata e d itio , quae longo tot saeculorum usu in Ecclesia proíiata e st, iii p u b lic is lectionibuSj d isp u ta tio n ib u s, p ra ed ica tio n ib u s et e x p o sitio n ib u s, pro a u tlien tica habeatur, et u t nemo illam reficere, q u o v is p ra etex tu a u d en i vel praesum at.» Sess. 4.* (2) «Si quis libros ipsos Íntegros cum óm nibus suis pai tibus, prout in Ecclesia catholica legi consueverunt, et in Veteri V ulgata latina ecliíione habenlur, pro sa c m et canonicis non susceperit, anathema sk .» Ibid.

CAPITULO III.

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auténtica por el Concilio por cuanto y en cuanto no contiene error alguno pernicioso ó que afecte al dog­ ma y las costumbres: Vóluit authenticam ■haberi, ut certum ómnibus esset, nullo eam fmdatam errore, ex (¡no perniciosum, aliquod dogma in fide et moribus colligi posset.

Las declaraciones de Salmerón, uno de los p ri­ meros exegetas del siglo xvi, y que asistió, además, á las discusiones del Concilio sobre la m ateria, no son menos explícitas. Según el exegeta español, el objeto del Concilio en el decreto' arriba citado fué declarar cuál era la edición latina á que debía darse la p refe­ rencia entre las muchas que por aquellos tiempos y antes se habían dado á luz, sin pretender por eso prohibir que teólogos, filólogos y exegetas consulten las fuentes griegas y hebreas, á fin de corregir y en­ mendar los defectos y errores que, ó por negligencia de .los libreros, ó por las vicisitudes de los siglos (1 ), hayan podido introducirse en la edición Vulgata. Los teólogos y exegetas posteriores al siglo del Concilio se expresaron generalm ente en el mismo sentido que Vega y Salmerón, pudiendo decirse que la interpretación por aquéllos dada al decreto del Tridentíno, se ha perpetuado hasta nuestra época con matices más ó menos amplios. Así vemos que, en nuestros mismos días, el Padre Vercellone afirma que el objeto y el sentido del Concilio al declarar autén. tica la Vulgata, fué garantizar que 110 contiene error alguno ó defecto en cosas substanciales, como tam ­ poco contiene cosa alguna que se halle en contradie(l) «In ttr tot latinas editiones quot riostra saecula. parturiebant, quaenam ex iliis praesuiret, sermo eral:,... Líber um autem reliquit óm nibus, qui Scripturara profundíus m editantur, fontes graecos, aut hebraeos, quatenus opus sit consulere, quo nostram , librarionim vitiis vel temporum injuria c o i T u p t a t n , emendare valeanL.» Prole?., t, n t, p á g . 24,

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ción con la doctrina revelada ó con la piedad: Nunquam in subsíantialibus deficere, n ih ü a divina doctrina absonum continere , nihilque a p ie ta te alienum. Por lo que concierne al canon en que se declaran canónicos y sagrados todos los libros de la referida Vulgata con todas sus partes (Íntegros cum ómnibus suis partibus), diremos con el P. M ariana, que si bien algunos pretendieron que la canonicidad debía apli­ carse á todas y á cada una de las palabras ó voces de la Escritura, otros, con mejor acuerdo, entendían, y entienden que las partes de los libros canónicos á que alude el Concilio son aquellas que podrían deno­ m inarse mayores, por comprender capítulos, n a rra ­ ciones, períodos, en atención á que las palabras sueltas, más bien que el nombre de partes, m erecen el nombre de partículas: M ajores p a rtes intelligim t capita, narr aliones¡ periodos; nam voces singtdce v ix p artiu m nomen merentur, cum sint potiuspartícula?, uti in corpore humano unguium et capiUorum segmenta .

En todo caso, y cualquiera que sea la opinión que se adopte acerca de la interpretación y alcance que debe darse á las palabras del Concilio de Trento en orden á la autenticidad de la Vulgata é integridad canónica de sus libros, es incontestable que en la cuestión concreta de la cronología bíblica nada in­ tentó definir, dejando amplia libertad p a ra atenerse á la de la Vulgata, á la de los Setenta, ó á otra más ó menos fundada en el texto bíblico. En corroboración de esto, basta recordar que á raíz del Concilio, Onufrio Panvinio, cronologista de los más autorizados y competentes de aquel siglo, y encargado que fué de la Biblioteca Vaticana, admitía un período de seis mil trescientos once años entre la creación do Adán y la venida de Jesucristo, período que excede en

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ochocientos años los limites que se atribuyen á la cronología de los Setenta, y en muchos más los de la Vulgata. Y, sin embargo, ni la Iglesia, ni los Papas, ni los teólogos y exegetas acusaron al sabio agustino de quebrantar los decretos del Concilio de Trento, ni las definiciones de la Santa Sede acerca de la auten­ ticidad de la Vulgata. Otra prueba más convincente, si cabe, porque es más práctica, de que ni en el Concilio de Trento ni la Santa Sede se propusieron conferir autenticidad alguna á la Vulgata en la cuestión cronológica, os que, á ciencia y paciencia de la Iglesia toda y de la Silla Apostólica, se conserva en el Martirologio Ro­ mano, al señalar la fecha del nacimiento de Jesucris­ to, un cómputo que está en relación con la cronología de los Setenta más que con la de la Vulgata, toda vez que allí se estampa que el nacimiento de Cristo en Belén tuvo lugar en el año 5199 de la creación dei mundo, ó digamos del prim er hombre; Anno a creationfí M undi .... qumquies mülesimo centesimo nonagé­ simo nono.

Cierto es que algunos partidarios de la cronolo­ gía bíblica correspondiente á la Vulgata pretenden explicar esto diciendo que la Iglesia y la Santa Sede, al autorizar ó permitir el cómputo indicado del Marti­ rologio, lo hace con el objeto do que se conserve esa especie de monumento de la antigüedad (1 ) y del senf u Tal es la opinión y la explicación que del hecho da M alvenda, H e aquí cóm o se expresa el dom inico español en su curiosa cuanto poco leída obra D e Árlichrüto: «Quod Ecclesia Rom ana in publicis tabu lis eam annorurti rationem laudare videatur, quam L X X dederunt, id quidem non facit, quod veram e l incorruptam eamdam existim e!, cum huic c diámetro adveraantem, ut veram et gen u in am eam su mmam, quae in ed iü ou e Vulgata es consignata óm nibus recipiendam propon ni; sed id lantum salubri tem pera­ m ento c a v it,u t v elu s aliquod venerandae vetustatia m onum entum , tam etsi, lacerum et deforme, et pannis annisque obsitum exhiberet, om nibusque pa-

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tir de los Padres y Doctores eclesiásticos de los primeros siglos. La verdad es, sin embargo, qué si el Concilio y la Santa Sede hubieran tenido intención de comunicar autenticidad divina ó revelada á la crono­ logía de la Vulgata, nunca hubieran permitido los Papas leer públicamente en las iglesias el M artirolo­ gio con fechas cronológicas contrarias á las de la Vulgata. En conclusión: el decreto por el cual el Concilio Tridentino declaró auténtica la Vulgata, si bien sig­ nifica que ésta se halla exenta de error en las m ate­ rias pertenecientes á la fe y buenas costumbres, y también que su texto no contiene adiciones ó subs­ tracciones fraudulentas en lo que se refiere á los misterios de la fe, según discreta y exacta observa­ ción del P. Bonfrére, no significa en m anera alguna que se halle libre de errores é inexactitudes proce­ dentes de la infinidad de copias, versiones, comenta­ rios y vicisitudes de todo género atravesadas por la Biblia, errores é inexactitudes inevitables’ de todo punto, á no admitir una asistencia perm anente y mi­ lagrosa del Espíritu Santo con respecto á cuantos se ocuparon en aquellas versiones y copias, no ya sólo en las cosas pertenecientes á la fe y la moral, sino hasta en las que no atañen á dichas m aterias, hipó­ tesis que si en algún tiempo pudo ser y fué defendida por ciertos protestantes bibliolátricos, no entra nunca ni entrará en las corrientes de la teología católica. La cual, lo mismo en los tiempos de Vega, Mariana y Konfrére, que en nuestros días, se apartó siempre lam faceret, quam rationem secuti fuer h it antiqui Paires enumerandis ex Saci a Scriptim i annis ab orbe creato ad Christum nascenteno, cum soleant vetera antiquitatis memumenta, quantnm vis corrosa et attrita, gratu m sp ectandbus inlu itu m praestare.» De Avtichrísto, lib, V, cap. XYI.

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de los dos extremos, afirmando y defendiendo la au ­ tenticidad de la V ulgata en las cosas pertenecientes ¿i la substancia de la historia sagrada, á la fe y á las costumbres, pero no en cosas más ó menos acciden­ tales pertenecientes á otras m aterias, como son la gram ática, la poesía, la historia natural, la elocuen­ cia, la cronología, geografía con otras análogas, con relación á las cuales la Vulgata, sin dejar de ser au­ téntica, puede contener errores ó inexactitudes, pro­ cedentes, ora de los intérpretes ó traductores, ora, y más frecuentemente, de los libreros y tipógrafos, según advierte Brunati (1) en su notable libro rotulado De nomine, auotor&, emendatoribus et authentia Vidgatm.

Lícito es, por lo tanto, á los hombres eruditos, añade éste, cuando se tra ta de las m aterias y cuestiones indicadas, preferir, sin incurrir la nota de temeridad, la lección del texto original ó de alguna versión an­ tigua, á la lección contenida en la Vulgata, según vemos que lo verifican intérpretes, apologistas y a r­ queólogos: quod ab interpretibus, apologistis et archmologis} vulgo fieri mdemus.

Mientras la Iglesia 110 lo haga, no condenaremos nosotros la doctrina de Brunati, por más que la con­ sideremos algo avanzada, ó, digamos mejor, falta de algunas restricciones y aclaraciones.

(i) «D ixisse sal erit, escribe este profesor del seminario de Brixeis, V u lgatain ¡rutilen tieam esse, nerape inexpugnabilis auctoritatis in iís solum , quae fidem, mores et substantiam. historiae respicivint. Quae gram maticam , eloquentiam , poesim , historiam naturalem ,geograpliiam , chronologiam , vel criticam adiaphoram nec dogma, nec substantiara historias attinentem , incUidunt, C oncilii definitionibus obnoxia non sunt. In recensitis rebus ergo V ulgata, quamvis authentica, erroribus ct n egligen tiis, fortasse aliquando ab interprete, plerum que vero a librariis et typograph is profectís, non caret.»

T omo i i .

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L a exegesis cristiana en sus relaciones con la antigüedad del hombre.

¿Cuál es la tesis ó conclusión final que resulta com probada por las consideraciones y datos que de­ jam os expuestos? Hela aquí en pocas palabras: «La Iglesia ha permitido en todo tiempo completa liber­ tad de opinión en las cuestiones referentes á l a cro­ nología bíblica, y hasta la hora presente no ha fijado fecha alguna para la creación del prim er hombre co­ mo conforme ó contraria á la Biblia.» Quienquiera que haya recorrido las páginas que anteceden, 110 podrá menos de confesar que la tesis indicada resume el pensamiento de teólogos, exege­ tas y apologistas católicos, así antiguos como m oder­ nos. Que si en nuestros días uno de éstos pudo decir que la Iglesia concedió siempre libertad en las cues­ tiones cronológicas, y otro añadió que 110 existe cro­ nología bíblica,—por más que esta afirmación nos parece exagerada y demasiado absoluta,—en lo anti­ guo vemos á hombres tan competentes como Pagi afirmar que es incierto el número de años que media­ ron entre la creación y el nacimiento de Cristo (annorum ab orbe condito ad Christum natum seu ceram christianam numerus incertus), mientras que Petau

afirmaba á su vez que el número de años transcurrí-

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dos desde el origen del mundo—para Petau como p a­ ra Pagi, el origen del mundo coincide con el del hom­ bre—no es averiguado ni se puede averiguar si Dios no quiere manifestarlo (1 ) ó significarlo de alguna m anera, debiendo por lo mismo reprobarse el proce­ der de aquellos que combaten con arrogancia á los que aum entan ó disminuyen la suma de afios por ellos defendida. La discreta y atinada advertencia del sabio autor de los Dogm ata Theologica, parece escrita en pre­ visión del proceder de ciertos representantes de la moderna geología y de la arqueología prehistórica, que con exactitud m atem ática señalan el número de siglos y las fracciones de siglo que transcurrieron desde la aparición del prim er hombre en la tierra h asta nosotros, tratando con desdeñosa lástima á los que no aceptan sus cálculos como otras tantas tesis científicas. Si los representantes de la ciencia m oder­ na se lim itaran, como se limitan aquellos que observan las condiciones propias del método científico, á decir que, según los datos y descubrimientos de de­ term inadas ciencias naturales y aun históricas, la an ­ tigüedad probable del hombre es superior á la que se le concedía generalmente antes, de conformidad con la llam ada cronología bíblica, estarían dentro del te ­ rreno católico á la vez que dentro del terreno cientí­ fico, teniendo presente en todo caso que lo que se llama cronología bíblica recibe esta denominación, (i) «Annorum ab orbe condito, escribe en su concienzuda obra De Doc­ trina temporuni) ad liase témpora numerum , ñeque certa ratione com pertum esse, ñeque citra divinatn signi ficationem posse comperiri. Errare proinde qui id non m odo arte definire audent, sed qui alios insuper, quod ad sum m im suam aliquid adjecerint auL detraxerint, proterve atque arroga.nter in sectantur.»

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no porque esté contenida taxativam ente ó revelada en la Biblia, sino porque y en cuanto representa cál­ culos y sistemas cronológicos que tom an por base y punto de partida algunos datos ó hechos narrados en la Biblia. Aquí pudiéramos dar por terminado este párrafo, toda vez que la Biblia nada fijo y concreto nos ense­ ña acerca de la antigüedad del hombre sobre la tie­ rra, tanto más cuanto que la Iglesia, órgano auténtico de interpretación bíblica para el católico, no solamen­ te no ha definido nada en la m ateria, sino que hasta la hora presente ha dejado completa libertad acerca de las cuestiones cronológicas. Hoy por hoy, los hom­ bres de la ciencia tienen expedito el camino por parte de la Iglesia y de la Biblia p ara investigar y discutir la antigüedad del hombre', la fecha de su aparición sobre la tierra. Y el día en que, por medio de proce­ dimientos verdaderam ente científicos lleguen á des­ cubrir y fijar de una m anera sólida, irrecusable y realm ente científica aquella fecha, la Iglesia no re ­ chazará,, antes acogerá con satisfacción semejante descubrimiento, y los datos y descubrimientos de la ciencia servirán tal vez á los hombres de la exegesis y de la teología p a ra descubrir y fijar el sentido v e r­ dadero de textos bíblicos, antes de sentido dudoso ó inexactam ente interpretados. Aunque es bastante di­ fícil, atendida la índole especial del problema, no es del todo imposible que con el tiempo se verifique con J a cuestión eronológico-bíblica algo parecido á lo que se verificó con la cuestión cosmogónico-biblica, en la que los datos y descubrimientos de la ciencia sirvie­ ron de auxiliares y como de hilo conductor á la exe­ gesis cristiana para penetrar el verdadero sentido de algunos textos del hexámeron mosaico, ó, cuando me­

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nos, p ara darles una Interpretación diferente de la que antiguos exegetas le habian dado, porque no co­ nocieron ni podían sospechar las recientes investiga­ ciones geólogo-paleontológicas y sus resultados. Lo único que pudieron hacer, y que hicieron algunos de esos antiguos exegetas y teólogos, y con especialidad San Agustín y Santo Tomás, fuá advertir, con p ru ­ dente-previsión, que al interpretar ó fijar la signifi­ cación de determinados textos de la Escritura Sagra­ da, debía dejarse la puerta abierta ó en disposición de recibir y acoger los descubrimientos posibles, las ideas nuevas que el progreso de las ciencias en el porvenir pudieran aportar á la exegesis de los textos aludidos. Hay más todavía: admitiendo, como admitimos, la posibilidad de que el progreso y desarrollo de la ciencia nos traiga en el transcurso de los años datos y elementos para fijar la antigüedad del hombre, y por consiguiente el sentido de este ó aquel texto bí­ blico, debemos consignar al propio tiempo que hoy mismo, y sin salir de las condiciones generales de la exegesis cristiana antigua y moderna, cabe interpre­ ta r los textos bíblicos referentes á la cronología hu­ mana en sentido perfectam ente compatible, no ya só­ lo con la antigüedad del hombre que ciertos historia­ dores modernos reclam an para el Egipto y la Asiría, sino con la que parecen reclam ar como probable la geología, la paleontología y la arqueología prehistó­ rica en sus conclusiones legítimas y verdaderam ente científicas, no en sus conclusiones aventuradas, p re ­ m aturas y sistemáticas. En efecto: sin salir de las condiciones y reglas generales de la exegesis cristiana, así en lo antiguo como en lo moderno, cabe suponer que las listas ge­

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nealógicas de los P atriarcas anteriores y posteriores al Diluvio, base de la cronología llam ada bíblica, no carecen de lagunas, siendo, por consiguiente, incom­ pletas y parciales. Admitida esta hipótesis, que, co­ mo veremos pronto, tiene en su favor serios funda­ mentos, los horizontes y términos de la mencionada cronología bíblica se ensanchan considerablemente, ó, digamos mejor, de una m anera indefinida é indefi­ nible hoy por hoy. Y cuenta que p ara ensanchar de este modo los horizontes cronológico-bíblicos b asta­ rá no perder de vista lo que acerca de la posibilidad y probabilidad de lagunas en las listas patriarcales nos dicen teólogos, apologistas y exegetas católicos en nuestro siglo, como en siglos anteriores, sin necesi­ dad de recurrir álas ideas atrevidas de Lenorm ant (1), i

(i) Sabido es que este ilustre orientalista, además de establecer cier­ tas relaciones y afinidades entre los diez Patriarcas an tediluvianos m encio­ nados por M oisés, y los diez monarcas prim itivos m encionados en las leyen ­ das de los caldeos y otros pueblos antiguos, concluye afirmando que los n ú ­ meros á que se refiere la lista gen ealógica anterior al D ilu vio, son números de carácter cíclico. «II est probable, escribe, il parait m cm e certain que ¡es nombres de la B ib le pour la période an tedilu vien n e ont dü avoir un caractere cyclique, aussi bien que ceux qu’adm ettaient les chaldéens et ceux que nous trouvons dans la cosniogonie m azdeenne. Ou ne saurait adm ettre raisonnableraent une révélatíon chronologique d’origine d ivin e. L e s origines de l'hisloirt d'apris la Bihle, pág. 270. Más adelante, después de citar las leyendas antiguas sobre la decaden­ cia sucesiva de la humanidad, las aplica en sentido sim bólico ni D ilu vio y sus causas, en los térm inos sigu ien tes: «C et encliainem ent successit, cctte marche pejorative se reflfete dans la con stm ction de la gén ealogie des Patriarclies antediluvíens de la lign e de Scheth... Ce qui était l’expresion des pilases de la révolution solaire dans lacycle des dieux des mois chez les chaldéens, ce qui dans leur tradition sur l'histoire antediluvienne était une ív o lution fa ta le e t principalem ent physique de l'éxistence du monde, devient une décadence purem ent morale... L'dvoluiion p^ssc dans l’ordre spivituel et devient l’occasion d’un en seignem en t de la plus hnute portée. Le vétem en t aymboltque est resté le mSme; inaís au lieu de couvrir, com me ches les chald éen s,d esm y th es naturalistes, il est l ’enveloppe ftgurée de vérités de l ’ordre moral», I&id., pág. 260-61.

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ni menos de considerarnos «precisados á rehusar todo carácter histórico á las cifras de duración con­ signadas en la Biblia con ocasión de los P atriarcas antediluvianos, y á reconocer allí números cíclicos». Porque si es cierto que las listas genealógicas del Gé­ nesis no nos sum inistran prueba alguna positiva, in­ dicios aparentes de lagunas, también lo es que no nos será difícil descubrir estos indicios en otros lugares de la Biblia. Es cosa sabida que el Evangelista San Lucas, al reseñar la genealogía de Jesucristo, menciona entre los antepasados de éste á Cainán, nombre que se h a­ lla omitido en la lista genealógica de los Patriarcas antediluvianos, en la cual se dice que Arphaxad en­ gendró á Sale ó Sela, mientras que, en San Lucas, Arphaxad aparece como padre de Cainán, y de éste se dice que engendró á Sale. Todavía es más patente y decisiva la prueba que en favor de la existencia de adiciones y omisiones en las listas genealógicas resulta del Evangelio de San Mateo. Porque si San Lucas añadió, según acabamos de ver, un nombre omitido en la lista genesíaca, en cambio San Mateo, al reseñar la genealogía de Jesu ­ cristo, omitió por lo menos tres antepasados, toda vez que en el cuadro genealógico del citado E vange­ lista se pasa desde Jorán á Ozías, constando cierta­ mente por la misma Biblia, que entre los dos media­ ron Ocozías, Joas y Azarias. De m anera que de h a­ berse propuesto San Mateo consignar los nombres de los progenitores del Mesías sin omisión alguna, en lu­ gar de Joram genuit Oziam> debió escribir: Joram ge­ nuit Ochoziam , Ochozias gem át Joas, Joas genuit Asariam , A zarias genuit Oziam. Si San Mateo pasó en silencio tres nombres al

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menos (1). al reseñar la genealogía de Jesucristo, no hay razón alguna para negar la posibilidad ni siquie­ ra la probabilidad de que Moisés haya omitido igual* mente algunos nombres en las listas genealógicas de los P atriarcas, sobre todo cuando vemos la omisión del nombre de Cainán en aquellas listas, comprobada por el Evangelio de San Lucas, y cuando vemos tam ­ bién que aquellas listas constan precisam ente de diez nombres cada una, circunstancia que induce á sos­ pechar que el número de generaciones allí consigna­ das obedece á propósito deliberado, ora por parte de su autor, Moisés, ora por parte de los que intervinie­ ron en las copias, versiones y arreglos de los libros sagrados. «Los escribientes descuidados, dice á este propósito Ricardo Simón, omiten algunas veces pe­ ríodos enteros, principalmente cuando se presentan dos palabras semejantes y algún tanto separadas una de otra.» Así se comprenden y explican las diferencias que se notan entre ciertas listas genealógicas contenidas en los libros de Esdras y de los Paralipómenos, sien­ do fácil observar que en el capítulo vi del libro i de los Paralipómenos se hace mención de seis nombres ó generaciones que se ven omitidas en el lugar corres* pondíente ó paralelo de Esdras. Añádase á lo dicho que no es raro en la Biblia dar el nombre de hijo al que sólo es nieto, biznieto, etc. Así, por ejemplo, vemos que en el libro m de los Reyes se llama á .Jehú hijo de Namsi, siendo así que fué su nieto. Esté ejemplo, con otros análogos que (I) Decim os al menos, porque es bastante probable que om itió algu­ nas otros, principalm ente después de Zorobabd, toda ve?, que entre áste y San José m énciona nueve nombres ó generaciones solam ente, m ientras que Sítn Lucas las enumera en do Die número para et mism o período, ó.sea entre Zorobabel y Jesucristo.

sería fácil aducir, demuestran que la palabra genuit contenida en las listas genealógicas de los P a tria r­ cas anteriores y posteriores al Diluvio, lo mismo pue­ de aplicarse á los hijos propiamente dichos que á los nietos, biznietos ó á otros descendientes más remo­ tos, según la oportuna observación de Patrizzi (1), al ocuparse de la genealogía de Jesucristo según San Mateo, y de las objeciones á que había dado ocasión. En el Génesis mismo encontramos un ejemplo prácti­ co de lo dicho, puesto que, después de enumerar y nom brar los hijos y los nietos de Lia, añade: estos son los hijos que engendró en la Mesopotamia: Hi filii quos genuit in Mesopotamia.

Resulta, pues, evidente, que es muy posible, por no decir muy probable, que las listas genealógicas de los Patriarcas anteriores y posteriores al Diluvio, contenidas en el Génesis, contienen lagunas, y 110 ex­ presan todos los descendientes y ascendientes, todas las generaciones realizadas entre Adán y Noé, y en­ tre éste y A brahan respectivam ente, y que, por con­ siguiente, no es posible calcular ni medir el tiempo representado por esas listas genealógicas, de m anera que todo cómputo cronológlco-bíblico que se refiera á los tiempos anteriores á la vocación de Abraham (1) H e aquí cómo se expresa este en su excelente tratado De Evangeliis: «Ñ eque majus regotiu n i praebei verbum genuit in hoc loco usurpattiríi. Vlrn ertim et signifieationem verbovum ex usu pendere nenio negabit. U sus autem hujus verbi quam late pateat, recte in telligi posse videtur ex usu nominum puíris et filii. Jam vero H ebraei quoslibet postaros, etiam rem oiissimos, nomine fihorwn, majo res vero patrum nom ine designaban t. Prioris nppellationis exem pla affatim suppeditunt ipsum initium E van geiii [Sti. M attliei), tic oranes libri Scripturarum sacrarum,,, Ñ eq u e nUilto rariora sunt exem pla appellatiom s alterius... Si igitur nom ina haec p aíeret film s tam late patent in H ebraeorum sermone, cur verhum genuit m inus patere credamus? Cur non dici queant avus, proavus, abavus, atavus, nepotem , pronepotem, abnepotern geuttisse, cum eurn genuerint a quo reltqui, alius ex alio originen» ducunt? Obra citada, tom o ir, págs. 6 l y 62.

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adolece de incertidumbre, tanto más cnanto que los mismos judíos, como advierte Ricardo Simón (1), tie­ nen como incompletas ó abreviadas las listas genea­ lógicas del Grénesis. En su virtud, opinamos que los católicos, lo mismo que los hombres de ciencia, tie­ nen perfecto derecho para decir, como M. Wallon: “La cronología de la Biblia no puede establecerse más que por medio de listas genealógicas. Ahora bien: en sus genealogías, los oriéntalos no atienden más que á una cosa: seguir la línea recta sin preocu­ parse de las intermedias; es claro que generaciones suprimidas son años y hasta siglos que escapan al cálculo. No existe, pues, ni para el Diluvio ni p ara la creación del hombre, fecha alguna sólidamente esta­ blecida, y la Biblia admite toda la duración que la ciencia se creerá con derecho á señalar al hombre y á la tierra. „ No faltará acaso quien pretenda desvirtuar el valor de esta conclusión y de las consideraciones que le sirven de premisa, diciendo que los teólogos y apo­ logistas católicos, al acudir á ellas, se baten en re ti­ rada, toda vez que si admiten lagunas en las listas genealógicas del Grénesis hoy día, es con el objeto de evitar la contradicción entre los descubrimentos re ­ cientes de la ciencia y la enseñanza bíblica. Aunque así sucediera efectivamente, la teología y la exegesis cristiana estarían en su perfecto derecho al utilizar los descubrimientos de las ciencias naturales para p enetrar el sentido y alcance de los textos bíblicos, procedimiento muy conforme á las tradiciones de la Iglesia y sus Doctores en la m ateria, según repetidas veces hemos indicado. ( i) «Les juifs sont persuadas que Ies gén ealogies de leurs premiers Patriarches so n t abregées.» Histoire crü. du Vimx Test,, lib. I, cap. XXIII.

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La verdad es, sin embargo, que antes, mucho antes de que la geología y la arqueología prehistó­ rica form ularan sus exageradas conclusiones en favor de la antigüedad del hombre; cuando esas ciencias y sus afines eran desconocidas por completo, el P. Lequien indicó ya la posibilidad y la sospecha de la existencia de lagunas en las listas genealógicas de los Patriarcas anteriores y posteriores al Diluvio. A propósito de lo cual el sabio orientalista dominico se expresa en los términos siguientes: “Es muy posible que Moisés haya juzgado con­ veniente no hacer mención más que de diez P a triar­ cas principales que precedieron al Diluvio, y de otros diez entre éste y Abraham, omitiendo los nombres de otros Patriarcas, por razones que nos son desco­ nocidas, como lo verificó San Mateo en la genealogía de Nuestro Señor; el autor del libro de Ruth y el del prim er libro de los Paralipómenos en la genealogía de David y de los Sumos Sacerdotes; porque no es probable ciertam ente que seis generaciones, desde Naasson, jefe de la tribu de Judá á la salida de.Egipto, hasta Salomón, y otras ocho desde E leázar, hijo de Aarón, hasta Sadoch, hayan podido llenar el es­ pacio de más de quinientos años que transcurrieron hasta la fundación del templo de Salomón, tanto más cuanto que desde Core, que se rebeló contra Moisés en el desierto, hasta Hernán, que servía de cantor en el Tabernáculo, viviendo David, habían transcurrido diez y ocho generaciones. El mismo Josefo nombra muchos de los antecesores de Sadoch, de los cuales no se hace mención alguna en la Escritura, afirmando á la vez que el número de los que se sucedieron en el cargo de gran Sacerdote, desde Aarón hasta el re in a ­ do de Salomón, fueron en número de trece.»

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No son, pues, las necesidades de la polémica con­ temporánea; 110 son loa descubrimientos recientes de la ciencia los que han dado origen á la teoría de las lagunas en las listas patriarcales, las que han suge­ rido la idea de que las listas genealógicas consigna­ das por Moisés 110 contienen los nombres todos de los P atriarcas anteriores y posteriores al Diluvio. Porque sin necesidad de recurrir á las atrevidas opiniones de Lenorm ant en la m ateria, arriba apuntadas; sin necesidad de considerar como cíclicos los números contenidos en las listas genealógicas del Génesis, ni menos quitar á éstas todo carácter histórico, y sin necesidad también de admitir ia teoría recientem en­ te excogitada por Rioult de Neuville (1), por más que no carece de ingenio y que no puede rechazarse como absolutamente improbable, los teólogos, apologistas y exegetas cristianos, pudieron ensanchar y ensan­ charon los límites posibles y probables de la crono­ logía bíblica, ateniéndose á los principios generales de hermenéutica bíblica, á máximas y reglas p ra c ti­ cadas por los antiguos Padres y Doctores de la Iglesia. (1} M. d'Estienne resume en los térm inos sigaien tes esta teoría: «D'aprés M. Rioult d e N eu ville, mi copiste aurait ajouté une glose m argínale qui plus tard introduite dans le corps du texte par un copiste sub ssq u en t, aura i t complfetement modifié le sens des d é u ils de la gén ealogie d’Adam a Ñ oé: les chiffrea qui y representaient la durfee de la vie dss Patriarches auraient ¿té appliqués li leur propre existence; leurs descendaiits á un degré indeterm iné, mais restes ¡Ilustres, devenant ainsi leurs enfants directs. Exem ple: au verset 6,u du chapitre v d e la G enése, on lit: «Et Seth vecut 105 ans et il engendra E nos.— Et apiés l’avoir engendré, »il vecut 807 ans et il engendra des fils et des filies. Et Lous les jours de Seth »furent 912 ans, et il niourut (moytuus est).* »Dans l’hypoth&se, le texte prim itif aurait été celui-ci: »Et Seth vecut 205 ans et il engendra des fils et des filies. Et touK les jours de Seth fiuent 912 ans et il était mort ( moríuus erat).» »La conjugaison hdbrai'que necom ptant qu'un seul et m éme tem ps pour

capítulo

m.

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Á ser verdadera la hipótesis citada de Eioult de Neuville, sería más que suficiente para llenar, no ya solam ente las exigencias históricas de la India, de la China, y tam bién del Egipto y la Asiría, sino hasta ciertas exigencias más ó menos razonables de la p a­ leontología y de la arqueología prehistórica en su estado actual, toda vez que si á los nueve mil ocho­ cientos años que, según la expresada hipótesis, tran s­ currieron desde Adán hasta el Diluvio,- añadimos los cuatro mil trescientos quo la misma señala entre aquel cataclismo y el p atriarca Abraham, más los dos mil años transcurridos desde el hijo de Tare hasta nos­ otros, tendremos que desde la creación del prim er hombre hasta nuestros días transcurrieron cerca de diez y seis mil años. Y la ciencia, hoy por hoy, no ha demostrado, ni mucho menos, que la antigüedad ó existencia dei hombre sea anterior y superior á ese espacio de tiempo. En. todo caso, lo que aquí no debe perderse de vista, y lo que en realidad representa el pensamiento cristiano con relación á este problema, es que ni la Biblia ni la Iglesia enseñan nada concreto y fijo acerle prétérit et le plus-que-píufait, il faudrait traduire iléiait morían lieu de ilmourut. Le raot jours tie s'appliquerait pas á la vie du Patriarelie, mais á I’époque qui su n rit sa mort et que rem plirent ses descendants non nominativem ent d esignes.... Dans ce systém e, les mots et tous les jours ds Seth, etcé­ tera, signifieraient: «Et íous les jours (de l’époque) de S eth furent 912 ans »(pendant lesquels) il était mort » »Sur cette base..,, la vie d ’Ad;tm n’aurait été que d e 230 ans, et ¿'époque d ’Adam entre sa mort et la naissance de son descendant S eth, aurait été de 930 ans; en sorte que 1160 ans se seraieut écoulés entre la création d'Adam et la. naissance de Seth. De m ém e pour les suivants. On arrive ainsi á nn total de 9843 ans,,,. » U n e conjecture tout k fait ideiHique peut £tre faite pour la suite des Patriarches postdiluviens depuis Sem , dont l'ipvque aprés le déluge aurait duré 600 ans, jusqu’á Thare o u T erah qui aurait vecu 145 ans.» Revue des üucsíions scieiitifiqiies, Octubre, 1882.»

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ca del tiempo transcurrido desde Adán hasta nos­ otros, y que, por consiguiente, hoy por hoy la cien­ cia, por este lado, tiene el camino expedito para entregarse á sus investigaciones propias, formular hipótesis, y sobre todo, acumular hechos y datos que puedan conducirla á la solución definitiva del p ro ­ blema. Entretanto, es prudencia, no sólo cristiana, sino científica, suspender el juicio en cosa tan dudosa de conformidad con el consejo de San Agustín: Sér­ vala semper moderalione pica gravitatis} nihil credere de re obscura temere debemus.

GAPÍTULO IV.

EL DILUVIO.

i se exceptúa la creación del mundo y del hom­ bre, pocos hechos habrá, si es que hay algu­ no, en el Antiguo Testamento que entrañen trascendencia tan grande como el Diluvio, ó que se presten á disquisiciones exegético científicas de m a­ yor importancia. Como base general y elemento p re ­ ferente de los que en este capitulo nos proponemos p lantear y resolver, parécenos oportuno, y hasta in­ dispensable, tra e r á la memoria la narración que del Diluvio hace Moisés, narración que servirá de punto de partida para plantear y resolver los problemas relacionados con este grande acontecimiento,

ARTÍCULO I. EL DILUVIO SEGÚN LA BIBLIA.— EL AKCO IM S.

La narración que Moisés hace del Diluvio puede dividirse en tres partes ó secciones, que son: A) los

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preliminares; B) la realización; C) las consecuencias. A) Prelim inares del Diluvio. «Viendo, pues, Dios que era mucha la malicia de los hombres en la tierra, y que todos los pensamien­ tos de su corazón se dirigían continuam ente á lo m a­ lo, pesóle de haber criado al hombre en la tierra; y penetrado su corazón de un íntimo dolor: borraré, dijo, de sobre la faz de la tierra al hombre por mi creado, desde el hombre hasta los animales, desde el reptil hasta las aves del cielo, pues me arrepiento de haberlos criado. Mas Noé halló gracia delante del Señor.... »Viendo, pues, Dios que la tierra estaba corrom­ pida (por cuanto que toda carne había corrompido su camino en la tierra), dijo á Noé: llegó el fin de toda carne por mí decretado.... Haz para tí una arca de maderas-acepilladas: en el arca prepararás celditas, y las calafatearás con brea por dentro y por fuera. La longitud del arca será de trescientos codos; la la­ titud de cincuenta, y de treinta su altura.... »Y de todos los animales de toda especie meterás dos en el arca, macho y hembra, para que vivan con­ tigo. De las aves, según su especie; de las bestias, según la suya, y de todos los que se arrastran por la tierra, según su casta: dos de cada cual entrarán con­ tigo p ara que puedan conservarse. Por tanto, tomarás contigo de toda especie de comestibles, y los pon­ drás en tu morada, y te servirán, tanto á tí como á ellos, de alimento. Hizo, pues, Noé todo lo que Dios le había m andado.... »Y p ara salvarse de las aguas del Diluvio entró Noé en el arca, y con él entraron sus hijos, su mujer y las mujeres de sus hijos. Asimismo de los animales puros y no puros, y de las aves; y de todo lo que se

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CAPÍTULO IV.

mueve sobre la tierra se le entraron á Noé en el arca de dos en dos, macho y hembra, como el Señor lo tenía ordenado á Noé.» tí) Realización del Diluvio y efectos inmediatos del mismo. «Pasados siete días (1 ), las aguas del Diluvio inundaron la tierra. A los seiscientos años de la vida de Noé, en el mes segundo, á diez y siete dias del mismo mes, se rompieron todas las fuentes del gran­ de abismo, y se abrieron las cataratas del cielo, y estuvo lloviendo sobre la tierra cuarenta días y cua­ renta noches.,,.; y crecieron las aguas é hicieron su­ bir el arca muy alto sobre la tierra; porque la inun­ dación de las aguas fué grande en extremo, y éstas lo cubrieron todo en la superficie de la tierra; míentras tanto el arca flotaba sobre las aguas. Y estas aguas crecieron desmesuradamente sobre la tierra, y vinieron á cubrirse todos los altos montes bajo del cielo; y alzóse el agua quince codos sobre los montes (11 10,

Cwmque transissent septem dies aquae dilu vii inundaverunt super

terram , 1 1. Anno sexceníesimo vilas Noe, mense secundo, septimodecimo die mensis ru p ti sunt omnes fonte.s ahyssi magnas, et catar actas coeli apEtiae sunt: 12. E t / acta est pluvia super terram quadraginia diebus e t quadr aginia noclibus,.. 17. E t nmltiplicaiae sunt aquae , et slevaverunt arcam in sublime a térra. 18. Vehementer cnim inundaverunt: et omnia repliverunt in superficie ie­ rr a s: porro arca ferebaiu r super aguas. 1 9. E t aquaepraevaluerm it nimis super terram , o-pertique sunt omnes mon­ tes excehi sub universo coeio. 2a. Qm ndedm m bitis altior fu ií aqna supo• montes, quos operuerat, 2 1 . Conmmptaque est onmis caro, qw is movebatur snptr terram , volucrum, animantium, bestiarttm , omniumque reptilium , quae reptant super terram : itniversi homines. 22. E t cunda in quilms spiraculum vitae esi in térra marina sunt. 23. E t delevil omnetn substantiam , quae erat super terram , a i homine tts~ que adpecus, tam reptile qiiam vulneres coeli; et deleta sunt de térra.; m m ansit autem solus Noe, et qui cum eo erant in arca. 24. Oblinueritntqne aquae terram centum qum quagm ia dubas, T o m o ii,

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que tenía cubiertos. Y pereció toda carne que se mo­ vía sobre la tierra, de aves, de anim ales, de fieras y de todos los reptiles que se arrastran sobre la tierra: los hombres todos; y todo cuanto en la tierra tiene aliento de vida, todo pereció: y destruyó todas las criaturas que vivían sobre la tierra, desde el hombre hasta las bestias, tanto los reptiles como las aves del cielo, y todos desaparecieron de la tierra; sólo que­ dó Noé y los que con él estaban en el artía. Y las aguas cubrieron la tierra por espacio de ciento cin­ cuenta días.» C) Cesación y consecuencias del Diluvio. «Acordándose entonces Dios de Noé y de todos los animales y de todas las bestias mansas que esta­ ban con él en el arca, hizo soplar viento sobre la tie­ rra , con lo cual se fueron disminuyendo las aguas, y se cerráronlos m anantiales del abismo y las c a ta ra ­ tas del cielo; y se atajaron las lluvias que caían del cielo; y las aguas, yendo y viniendo, se fueron re ti­ rando de. la tierra, y comenzaron á m enguar después de los ciento cincuenta días, Y á los veinte y siete días del mes séptimo, reposó el arca sobre los montes de Armenia. Las aguas fueron menguando continua­ mente hasta el décimo mes, pues en el prim er día de este mes se descubrieron Las cumbres de los montes. Pasados después cuarenta días, abriendo Noé la v en ­ tan a que había hecho en el arca, soltó un cuervo, el cual no volvió á entrar hasta que las aguas se seca­ ron sobre la tierra. Envió después una paloma para ver si habían desaparecido ya las aguas de la super­ ficie de la tierra; y aquélla, no hallando donde repo­ sar, se volvió al arca, porque todavía estaba la tierra cubierta de agua... Transcurridos otros siete días, soltó de nuevo la paloma fuera del arca, y por la ta r­

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de volvió á Noé trayendo en el pico un ramo de olivo con las hojas verdes; por donde conoció Noé que las aguas habían cesado de cubrir la tierra. Con todo eso, aguardó otros siete dias, y echó á volar la palo­ ma, la cual ya no volvió más á él. Así que en el año 601 (de la vida de Noé), en el mes prim ero, el prim er día del mes, se re tirá ro n la s aguas de la tierra, y abriendo Noé la cubierta del arca, miró y vió que se había secado la superficie de la tierra... «Dijo también Dios á Noé, y juntam ente á sus hijos: Sabed que yo voy á establecer un pacto con vosotros y con vuestra descendencia después de vo­ sotros, y con todo animal viviente y con todas las bestias de la tierra. Estableceré mi pacto con voso­ tros, y no perecerá ya más toda carne con aguas de diluvio, ni habrá en lo venidero diluvio que destruya la tierra. Y dijo Dios: esta es la señal de la alianza que por generaciones perpetuas establezco entre mí y vosotros, y con todo animal viviente que mora en­ tre vosotros. Pondré mi arco en las nubes (1), y será señal de la alianza entre mí y la tierra..., y ya no h a­ brá más aguas de diluvio que destruyan todos los vi­ vientes.» Según se vé por el extracto anterior de la n a rra ­ ción mosaica acerca del Diluvio, consecuencia fué, y como corolario de éste, el arco iris colocado en las nubes y tomado por Dios como señal y prenda de que la tierra no se volvería á ver envuelta en las aguas de un diluvio semejante al que acababa de realizar­ se. Y como quiera que algunos sabios, más ó menos dignos de este nombre, se apoyan en este hecho p ara ( i ) A rcum meilrti ponant m nubilus, et e rit sigitttm facderis Ínter me et Ín­ ter terram ,,, 15 . E l non eruni ultra aquae diluvii a d delm dum universam carnem.

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desprestigiar y hasta poner en ridículo la verdad bí­ blica y la verdad cristiana, bueno será decir algunas palabras acerca de este punto, antes de en trar de lleno en el examen y solución de los graves proble­ mas exegético-científicos relacionados con el Diluvio, tal cual es narrado por Moisés. En uno de sus libros físico-astronómicos, que lle­ va por título Les Terres du Ciel, Si famoso Flammarion, después de aludir en términos tan inconvenien­ tes como inexactos á la entrada de los animales en el arca de Noé, da por cosa segura y cierta que para Moisés y para los católicos es una especie de verdad dogmática que el arco iris comenzó á existir después del Diluvio (1), y que, por consiguiente, fué descono­ cido con anterioridad á la grande catástrofe. Por más que el lenguaje empleado por Fiammarion, al ocuparse en esta m ateria, parece más propio de un dilettanti de la ciencia que del amante serio y legítimo de la misma, todavía podría perdonarse se­ m ejante lenguaje, si al menos el autor de Las Tierras del Cielo hubiera alegado ó citado siquiera los textos conciliares ó pontificios en que se apoya para suponer que el arco iris comenzó á existir después del D ilu­ vio, según la fe ó creencia de los católicos. Tan lejos está de ser esto así; tan lejos están los católicos de tener como verdad de fe la aparición prim era del iris después del Diluvio, que antes, por el contrario, en (i)

H e aqu í cóm o se exp resa el escrilo r citado: «N ous n’avon s p lu s de

raisons hypocrites pour paral tre croíre que chaqué esp&ce an im ale d ep iiis l’éléplian t jusq a la puce et siu de lá ait été l’objet d’une iu te rve n tio n d irccte d ’uu puissan t m agicien , faisant .«ortirles couples de La terre et des eau x au sig n a l d’une b ag u e tte féerique, les faisant ensuite tous p é n e ü e r dan s un b a teau pour les sau ver du d éluge et le s ie ra e tta n t de nouveau en liberté en d e p loyan t dans le firm am ent l'arc-en ciel ytii, avani cetlc cpoqm\ n'anrah pas

exisíétt.

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nuestros días, lo mismo que en épocas anteriores, siempre han considerado esta cuestión como cuestión opinable y dudosa. Tan es así, que antes, mucho an­ tes que las ciencias físicas y naturales trajeran A la escena datos nuevos é im portantes para la solución del problema, Cornelio Alápide (1 ) y otros comenta­ ristas de la E scritura habían opinado que las p ala­ bras de la Biblia que presentan á Dios poniendo en las nubes el arco iris para que sea señal del pacto es­ tablecido allí en favor del hombre y demás vivientes (2 ), no significan que el arco referido comenzó á exis­ tir entonces, sino que Dios lo eligió, después del D i­ luvio, p ara que sirviera de señal y testimonio del pacto ó promesa divina de no tra e r sobre la tierra un (1) V éase en qu é térm in o s se expresa este ilu stre ex egeta, so b re este p u n to : « N o ta se cu n d o c o n tra A lcuinum et G lossara, an te D ilu v iu m e t N o é fuisse irid em . E st enim n a tu ra lis ejus g en e ra d o et causa, scilicet rev erb eratío rad io ru m solis in n u b e rorida, Cum ergo h&ec fu e rit a n te D ilu v iu m , aeque u t n u n c , se q u itu r et iridem fuisse a n te D ilu v iu m ... F u it ergo iris a n te Diíuvivim, sig n u m n a tu ra le nub iam ro rid aru m ..,. P o st D ilu v iu m vero e tp o s t hoc p actu m Dei cum N oe, iris a D eo in s titu ta est in sig n u m su p e rn a tu ra le h u ju s p acti, de n on fu tu ro d einccps diluvio.» Commmt. m Ganes., edic. de V enec., 1717, p ág . 100. E l fam oso T o stad o m en ciona ig u alm en te diferentes o p in io n es y te o ría s de los P ad res y ex eg etas acerca de este p u nto, o p inando a lg u n o s q u e el iris n u n ca h a b ía ap arecid o a n tes del D iluvio, y ad o p tan d o otro s la o pinión c o n ­ traria. « D u b itari solet, escribe, cura iris sit a liq u id n a tu ra lite r cau satu m , quom odo p o tu it d a ri in sig n um dikivii n o n fu tu ri? A liqui resp o n d en t, q u o d b ene p o tu it d a ri in sig n u m , q u ia a n te d ilu v íu m , nec fu e rit p lu v ia , n ec iris..., A lii d icu n tj quo d licet fu e rit pluvia a n te d ilu v iu m n u n q u a m turnen fu it iris; d icu n t eu im q u o d in toto illa tem p ere n im q u am talis d isp o sitio cau sata fu it.... Sed e tia m hoc. n o n e st virisim ile, quod in ta n to te m p o re non fucr it talia d isp o sitio , cum nu n c tam fre q u e n te r fíat, et res n a tu rales a D eo n a ­ tu ra lite r ag ere p erm ittu n tu r.... E t cum causae istiu s írid is saepe esse d eb u etin t, ideo Iris etiam saepe (ante diluvium ) esse d eb u it» . Comment, in Genes., edic. V enec., T727, t. 1. p ág . 150. (2) «A rcum raeum ponam in n u b ib u s, et e rit sig n u m foederis Ín ter m e e t ín te r terram . C um que obduxero n n b ib u s coelum , ap p a re b it arcus m eus in n u b ib u s... et non e ru n t u ltra sq u a e d ilu v ii ad d elen d u m u n iv ersam carnem .» Genes., cap, IX. v ers. 13-15.

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nuevo diluvio, sin que de aquí deba inferirse que an­ tes no hubiera aparecido en las nubes, según observa uno de los exegetas á que hemos aludido. Non tune efficitur, escribía W eitenauer en el pasado siglo, nuÜum -unguam antea ccel&sí&m arcum in nubibus msum esse , sed illud solum , Deum elegisse hoc signum numquam deinceps fu tu ri diluvii.

Lo dicho hasta aquí es más que suficiente para hacer palpable la ligereza con que procede Flam m arion, como proceden con frecuencia los librepensa­ dores, al ventilar cuestiones relacionadas con la v e r­ dad bíblica y la verdad católica, porque quienquiera que haya recorrido sus libros habrá observado la frecuencia y facilidad con qne—de buena ó de mala fe—confunden é identifican las cuestiones opinables con las afirmaciones dogmáticas, las teorías y opi­ niones más ó menos probables y libres de ciertos exegetas y teólogos con las definiciones y verdades de fe. Be aquí la frecuencia con que el polem ista cristiano se ve en la precisión ineludible de discernir y separar lo que pertenece al terreno de la revela­ ción y del dogma, de lo que pertenece á la ciencia libre, al terreno de las opiniones y teorías compati­ bles con las verdades reveladas. Volviendo ahora y concretándonos á la cuestión del arco iris mencionado en la Biblia con motivo del Diluvio, debemos añadir que, en opinión de hombres competentes en m aterias científicas, es, no sólo po­ sible, sino bastante probable que la existencia del arco referido sea verdaderam ente postdiluviana, siendo posterior á la gran catástrofe su prim era apa­ rición en las nubes. Sin contar la opinión de los que suponen que no existió lluvia antes del Diluvio, sien­ do suficiente entonces p ara la fertilidad de la tierra

CAPÍTULO IV,

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la existencia de bram as ó nieblas, basta tener p re­ sentes las diferentes teorías excogitadas por los sa­ bios y exegetas para explicar las lluvias violentas y extraordinarias que constituyeron el Diluvio, p a ra reconocer la posibilidad y hasta la probabilidad cien­ tífica de que el iris debió aparecer después del D ilu ­ vio, porque sólo entonces la atmósfera y la tierra adquirieron las condiciones necesarias para su cons­ titución y aparición. Las causas naturales—cualquie­ ra que ellas sean—que produjeron ó determ inaron las lluvias torrenciales y persistentes del Diluvio, á la vez que la existencia de la tie rra por espacio de muchos meses debajo del agua, parecen indicar que' en el cielo, en la tierra ó en la atmósfera, debieron existir condiciones y causas capaces de producir di­ cha universal inundación, las cuales hoy no existen, siendo, por consiguiente, muy posible que las condi­ ciones atmosféricas, y acaso también la constitución física de nuestro globo, cambiaron radicalm ente con el Diluvio, y que hoy son diferentes de lo que fueron antes de aquel acontecimiento. Si el fenómeno del Diluvio mosaico, sin dejar de ser un hecho providen­ cia^ fué natural con respecto á sus causas inmedia­ tas, se concibe perfectam ente la posibilidad y exis­ tencia de un cambio radical en orden á las condicio­ nes atmosféricas, meteorológicas y climatológicas producido por el Diluvio, ó, digamos mejor, por la de­ saparición de las causas naturales que influyeron en el mismo. «Es posible, escribe Reusch (1), que precisam en­ te en la época del Diluvio las leyes atmosféricas h a­ yan experimentado modificaciones de im portancia; hasta puede sospecharse que el Diluvio fué causa (i)

L a BiMe el la Natur#, p á g . 3^6.

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principal de esto... Esta modificación producida en el estado atmosférico, que yo sólo considero ahora co­ mo una hipótesis, es posible que tenga alguna rela­ ción con una palabra de Dios que cita el Génesis. D es­ pués del Diluvio, declara Dios que este aconteci­ miento no se repetirá en lo sucesivo, y que en las estaciones del año no habrá perturbación. ¿No po­ dríamos ver en esta declaración la indicación que, á p artir desde aquel momento, quedaron fijas las leyes atmosféricas de tal m anera, que, según dicen los na­ turalistas, ya no existían las condiciones naturales que se requieren p ara producir semejante catástrofe? El iris es colocado en el firmamento como señal de esta promesa divina: Pondré mi arco en las nubes, co­ mo signo de la alianza que hice con la tierra...

»No pretendo afirmar que estas palabras nos obliguen á creer que el arco iris apareció entonces en el cielo por vez prim era; la verdad es, sin em bar­ go, que este es el prim er sentido que se ofrece al es­ píritu. Ateniéndonos á esta interpretación, podemos afirmar ó concluir, no precisam ente que no cayó llu­ via alguna en la tierra antes del Diluvio, sino que la acción combinada del aire, el agua y la luz que deter­ mina la aparición del arco citado, 110 podía re a liza r­ se todavía por aquella época, y que, por consiguien­ te, las leyes y las condiciones físicas, entonces rei­ nantes, no eran, las mismas que las que hoy existen en esta m ateria... No puede ponerse en duda que las circunstancias y leyes, de las cuales depende la apa­ rición del arco iris, entrañan cierta relación con las demás leyes físicas de la tierra, acerca de las cuales es preciso admitir igualmente alguna modificación por la época de Noé.» El escritor alemán, después de corroborar estas

ideas con nuevos datos, observaciones y citas, term i­ na apuntando una idea que bien merece tom arse en consideración, á saber: que es posible que la no exis­ tencia del iris (1) antes del Diluvio y su formación después de éste, junto con el cambio y variación que éste supone, por parte de las condiciones físicas, a t­ mosféricas y climatológicas, explique, en parte al menos, la longevidad extraordinaria de los hombres antediluvianos. De todas m aneras, lo que aquí debemos y quere­ mos consignar como resultado exegético científico de la breve discusión que antecede, es que ni la Biblia, (i) Es de n o ta r ciertam en te la a m p litu d de criterio que en esta m a te ­ ria ad o p taro n alg u n o s teólogos escolásticos. A p rin cip io s d e l sig lo XiV, cuando las ciencias físicas y n a tu ra le s p u ed e d ecirse que no e x istían , H e rv e o N a ta l, no so lam en te h ace co n star la lib erta d d e op in io n acerca de la e x is te n ­ cia del iris a n te s ó d esp u és del D iluvio, sin o que po r su p a rte e m ite la o p i­ nión de qu e el iris existió a n te s y después del D iluvio, p ero en co n d icio n es diferen tes en relació n con el cam bio y m odificaciones producidas por el D i­ luvio. A v irtu d de estas m odificaciones atm osféricas y físicas, el arco iris, qu e si ex istió an tes d el D ilu v io , sólo debió ap arecer m u y raras veces, d es­ pués d e éste ap areció y ap arece con frecuencia, y en este concepto c o n s titu ­ ye realm en te u n a señal de q u e no se rep ro d u c irá el D ilu v io , en aten ció n á qu e la fo rm ació n frecu en te del iris excluye las m asas de a g u a y las lluvias to rren ciales'q u e e x ig iría u n d iluvio se m ejan te al d escrito p o r M oisés. «Dico, escribe, q uod iris dari in sig n u m diluvii, p o test in tellig i trip lic ite r... T e rtio m odo q u o d fre q u e n tia irid u m sem per usq u e ad finem c o n tin u ata, sit sig n u m D ilu v ii n u u q u a m p o stea fu tu ri,.. T e rtiu m etiam de iacili p atet, q u ia illud c u j l i s c o n tin u a ta fre q u e n tia usque in finem , e st sig n u m D ilu v ii n u n q u am fu tu ri, p o te st p raeced ere d ilu v iu m , dum m odo n on p ra e c e sse n t isto m odo, scilicet cum c o n tin u a ta fre q u e n tia usq u e ad finem . Sed iris, isto m odo, 11011 fuit an te d ilu v iu m ; q u ia ante d ilu v iu m non. fuit c o n tin u a ta fre q u e n tia ejus... p ro p ter aeris co n trariam d íspositionem .» Qitodíib , I, cuest. ü lt. De conform idad con estas ideas, que no dejan de ser n o tab les en un es­ c rito r d e p rin cip io s d el siglo XIV, el ¡lustre teólogo dom inico afirm a ig u a l­ m en te qu e cuando en la E sc ritu ra se dice que eL arco iris es señal de que no se re p e tirá el D iluvio, no debe e n ten d erse que es u a signo a rb itra rio , sino m ás b ien n a tu ral, com o relacionado con causas y efectos n atu rales: Ir is dicitur signum diluvii non fu tu ri, non quidem adplacitu m , sicut voces sunt signa ren tm , sed naturaliter, eo modo quo una res naturahs d u a l in cogmtionem altérius, sicut fu m a s est signum tgnis vel p ra e ttr ü i vtlpraesen tis.

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

ni la Iglesia, ni la exegesis tradicional, ni la teología católica nos obligan á creer ni admitir que el arco iris, que Dios toma en la narración mosaica como se­ ñal del pacto ó promesa que hace al hombre de no repetir el Diluvio, comenzó á existir entonces y no antes, según supone Flam m arion, como tampoco nos obligan á tener por cosa cierta que el referido arco iris existió antes del Diluvio, ó comenzó después de éste. Y como quiera que la ciencia no ha demostrado, ni hoy por hoy se encuentra en condiciones de de­ m ostrar ninguno de los extremos indicados, síguese de ésto que se tra ta aquí de una cuestión libre y opi­ nable, lo mismo en el terreno de la exegesis cristiana que en el terreno de la investigación científica; hasta más amplia información, la' Biblia y la ciencia p e r­ m anecen libres en sus movimientos en las soluciones posibles de este problema.

ARTÍCULO II

E L D I L U V I O COMO IIEOH O H I S T Ó R I C O .

Al extractar en el artículo anterior la narración qne Moisés hace del Diluvio, fué nuestro propósito, entre otros, llam ar la atención sobre la naturaleza especial de esta narración bíblica, en la cual se vis­ lum bra y palpita el carácter histórico, á través de su claridad y precisión, de las vicisitudes y sucesos, del lujo, por decirlo así, de circunstancias y detalles que en la misma resplandecen. Así no es de ex trañ ar que escritores y críticos de nota, como Kurtz y H erder, hayan considerado la narración mosaica del Diluvio como el extracto de un diario escrito durante la gran catástrofe, al paso que algunos teólogos y exegetas opinan, acaso con mejor acuerdo y m ayor funda­ mento, que Moisés no hizo más que redactar y con­ signar, en los capítulos que tratan del Diluvio, la relación que de éste hiciera Noé de palabra ó por es­ crito, transm itida de generación en generación hasta el legislador del pueblo hebreo. En todo caso, y cualquiera que sea el origen in­ mediato de la narración que Moisés hace del Diluvio, es lo cierto que la tradición referente á este ex tra­ ordinario acontecimiento es la tradición más univer­ sal, más fija, más concreta, y, por consiguiente, más histórica, entre cuantas tradiciones dicen orden á la

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

humanidad prim itiva. Si se exceptúa la raza negra —la más imperfecta de todas,—en todas las restantes de la humanidad, que son á la vez las que represen­ tan y constituyen las razas superiores y más civili­ zadas del género humano, aparece y se perpetúa la tradición diluviana con circunstancias y rem iniscen­ cias más ó menos explícitas y numerosas en relación con el diluvio narrado en la Biblia.

§

1.

E l diluvio entre loa descendientes de Noé.

Exponer aquí y n arrar las múltiples tradiciones de los pueblos acerca del Diluvio, nos llevaría dema­ siado lejos y nos colocaría fuera del terreno y límites prefijados á este libro. Quien quiera conocer circuns­ tanciadam ente dichas tradiciones, puede consultar los escritos de Lenorm ant, y principalm ente el titu­ lado Los orígenes de la historia según la B iblia, libro que contiene un resumen concienzudo y relativam ente completo de las tradiciones diluvianas existentes en las principales naciones y pueblos desde la antigüe­ dad más remota, y, pudiéramos decir, prehistórica. Por nuestra parte y p ara nuestro objeto, será suficiente comprobar la existencia de esa tradición en las tres grandes razas de la humanidad: en las razas semítica, lcuschita y ariana. Por lo que hace á las dos prim eras, representa­ das por los antiguos moradores de la Mesopotamia, reem plazados por los caldeos y después por los asi­ rios, y sin contar los egipcios pertenecientes también

CAPÍTULO IV.

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á la ra z a kuschita, no cabe poner en duda la exis­ tencia de la tradición diluviana, sobre todo después que los recientes descubrimientos asiriológicos han venido á confirmar, por medio de los escritos cunei­ formes, que la narración del Diluvio contenida en los Fragmentos de Beroso responde con bastante exacti­ tud á las antiquísimas tradiciones del pueblo caldeo, y, consiguientemente, del asirio, sucesor y heredero del caldeo en la Mesopotamia, con respecto á un Diluvio que destruyó casi por completo al género humano. La prueba más convincente de la existencia de la tradición diluviana en las naciones citadas, á la vez que de su analogía con la narración bíblica del mismo fenómeno, será transcribir, ó, mejor dicho, extractar con Polyhistor la relación que de aquel acontecimiento hacía Beroso en su historia. Al llegar en su narración al décimo rey antediluviano de ía Caldea ó Babilonia, el sacerdote de Bel escribe io siguiente: «Habiendo muerto Obartés, su hijo Xisouthros reinó por espacio de diez y ocho saras. En su reinado tuvo lugar el gran diluvio, cuya historia se cuenta del modo siguiente en los documentos sagrados: Cronos, apareciendo en sueños á Xisouthros, le anunció que el día 15 del mes de daisios (poco antes del sols­ ticio de verano, segím Lenormant) todos los hombres serían destruidos por medio de un diluvio. Le ordenó, por lo tanto, tomar el principio, el medio y el fin de todo lo que estaba consignado por escrito, y ente­ rrarlo en Sippara, la ciudad del Sol; construir des­ pués una nave y entrar en ella con su familia y sus íntimos amigos; reunir en la embarcación las provi­ siones necesarias p ara comer y beber, y hacer entrar

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en la nave los animales volátiles y cuadrúpedos; re ­ cibió orden, en una palabra, de prepararlo todo p ara la navegación. Y cuando Xisouthxus preguntó hacia qué lado debía dirigir la m archa de su nave, se le respondió que «hacia los dioses,» debiendo él orar porque no sobreviniera mal á los hombres. »Xisouthros obedeció y construyó una nave que tenía cinco estadios de largo y dos de ancho; reunió las cosas que se le había mandado, y embarcó á su mujer, sus hijos y sus amigos íntimos. »Habiendo sobrevenido el diluvio, y disminuyen­ do después las aguas, Xisouthros dió libertad á algu­ nos de los pájaros, los cuales, no habiendo encontrado ni alimento ni sitio para descansar, volvieron á la nave. Algunos días después dióles Libertad de nuevo; pero volvieron á la nave con los pies llenos de lodo. Soltados, en fin, por tercera vez, ya no volvieron más. Comprendió entonces Xisouthros que la tierra estaba ya descubierta; practicó una abertura en el techo de la embarcación, y vió que ésta se había de­ tenido sobre una montaña. Salió, pues, con su mujer, su hija y su piloto; adoró la tierra, levantó un altar, y sacrificó en él á los dioses: en este momento des­ apareció juntam ente con los que le acompañaban. »Sin embargo, los que habían quedado en la em­ barcación, viendo que Xisouthros no volvía, salieron á su vez y se pusieron á buscarle, llamándole por su nombre. No volvieron á ver nunca á Xisouthros, pero se dejó oir una voz del cielo que les ordenaba ser piadosos p ara con los dioses; que Xisouthros habia sido arrebatado p ara m orar en adelante en compañía de los dioses, y que de este honor participaban su mujer, su hija y el piloto de la nave. Dijo también la voz á los que quedaban que debían regresar á Babi­

CAPÍTULO IV.

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lonia, y de conformidad con los decretos del destino, desenterrar los escritos sepultados en Sippara para transm itirlos á los demás hombres. Añadió que el país en que se hallaban era la Armenia. Los compa­ ñeros de Xisouthros, después de escuchar esta voz, ofrecieron sacrificios á los dioses, y á pie regresaron á Babilonia. Por lo que hace á la nave de Xisouthros, que por fin se había detenido en la Armenia, una parte existe todavía en los montes Gordianos, de la citada región, y los peregrinos suelen traer asfalto recogido ó raído de sus restos; y suelen servirse de este asfal­ to p ara rechazar la influencia de los maleficios. Los compañeros de Xisouthros volvieron á Babilonia: desenterraron los escritos depositados en Sippara, fundaron gran, número de ciudades, edificaron tem ­ plos y restauraron á Babilonia.» Tal es la relación que hace Beroso del Diluvio, de conformidad con las antiguas tradiciones del pue­ blo caldeo, pueblo que representa ima de las ram as principales, si no es la más im portante, de la raza de Cham, como representa también una de las civiliza­ ciones más antiguas del mundo, tan antigua acaso como la del Egipto. Porque no hay que perder de vista que los novísimos descubrimientos históricos, lingüísticos y etnográficos, realizados á la sombra y por medio de la interpretación de los caracteres y monumentos cuneiformes, tienden á probar que entre los primeros moradores de la Caldea y del Egipto, unos y otros de raza kuschita ó camitica, se desarro­ llaron las prim eras civilizaciones, civilizaciones que casi merecen el nombre de prehistóricas, y civiliza­ ciones á las que se sobrepusieron después, sobre todo con respecto á la de los caldeos, las civilizaciones de los pueblos semíticos y jaféticos, De lo dicho se infle-

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re legítimamente una consecuencia im portante, á saber: que la tradición auténtica del Diluvio, y de un diluvio que ofrece muchos puntos de contacto y evi­ dentes analogías con el Diluvio bíblico, se encuentra ya en los pueblos más antiguos que aparecen en la historia, en las civilizaciones prim itivas y semiprehistóricas. Y no se diga que la narración de Beroso no m e­ rece crédito por tratarse de un historiador y de una historia en que abundan las fábulas, leyendas y m i­ tos; porque sin contar que las fábulas, leyendas y mitos suelen llevar en su seno un fondo de verdad y realidad histórica; sin contar que de tratarse de una fábula inventada á capricho, sería muy extraña é inexplicable la coincidencia substancial y circunstan­ cial que existe entre la narración de Beroso y la de Moisés; sin contar, repito, estas consideraciones, si en algún tiempo pudieron abrigarse dudas acerca de la veracidad de Beroso en la m ateria, y sobre el valor histórico y la autenticidad tradicional del diluvio mencionado por el historiador caldeo, hoy no es po­ sible abrigar dudas en la m ateria. Gracias á los es­ tudios y descubrimientos asiríológicos, sabemos hoy que el fondo de la narración que del Diluvio hace Beroso, existía ya por escrito mil setecientos años antes de la E ra cristiana, y por consiguiente antes que"Moisés la consignara en el Génesis. Lo que forma p arte de la historia escrita por el sacerdote caldeo, forma el episodio de un poema antiquísimo, según se ve en las tablillas cuneiformes exhumadas en Nínive por Smith, y descifradas en parte por éste, por Le­ normant, por Oppert y otros orientalistas. En el pueblo egipcio, perteneciente á la raza kuschita como los primitivos caldeos, y depositario

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de una de las más antiguas y esplendentes civiliza­ ciones del género humano, existió igualmente el fon­ do y como la esencia de la tradición diuviana, ó sea la destrucción de los hombres en castigo de sus m alda­ des, el perdón de algunos, el sacrificio ofrecido por éstos para apaciguar la cólera de los dioses y la pro^ mesa, por p arte de éstos, de no destruir en lo sucesi­ vo al hombre. Sólo que el exterminio ó destrucción que, según la tradición de otros pueblos, se llevó á cabo por medio del diluvio ó de una inmensa inunda­ ción, en la tradición de los egipcios se verificó ma­ tando á los hombres. E sta variante se comprende y explica fácilmente teniendo en cuenta las circuns­ tancias especiales, ó sea que la inundación del Nilo era la fuente principal de sus bienes y riquezas, razón por la cual no podían considerar un diluvio ó inun­ dación como el medio de que se sirvió Dios p ara cas­ tigar á los hombres. Asi no es de extrañar que los sacerdotes y el pueblo del Egipto modificaran y al­ teraran ciertas circunstancias de la tradición refe­ rente al Diluvio, al propio tiempo que conservaban su fondo substancial, como se ha dicho, ó sea la des­ trucción de los hombres á causa de sus malas obras, la salvación de algunos, la promesa divina de no repetir aquella destrucción, á virtud de sacrificios (1) ofrecidos á los dioses después de realizado el ex ter­ minio casi completo de la humanidad. (i) En el sepulcro de Seti I, descubierto en la antigua Thebas, existe una inscripción referente al suceso ó sucesos m encionados, la cual contiene las sigu ien tes indicaciones, según la traducción ó interpretación del texto publicada por N aville; «D ít par Rtí á Noun: T oi, f’ainé des dieux, de qui je suis né, et vous dieux antiques, voici les homm es qui sont nés de moi-méme; ils prononcent de paroles contre m oi.. . »Dil par Ies dicux: Que ta face le p e n n e t t e , el q u ’on fruppe ces homT

om o i i .

30

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Antes de pasar á exponer, siquiera sea sum aria­ mente, las tradiciones diluvianas por parte de la ra ­ za aria ó ja f ética, debemos advertir que la especial analogía que se nota entre la tradición semítica re ­ presentada por la narración bíblica y la tradición ca­ mitica representada por la narración de Beroso y la contenida en las tablillas cuneiformes, ha dado oca­ sión á ciertos exegetas y orientalistas, así católicos como protestantes, para plantear el siguiente proble­ ma: la narración genesíaca del Diluvio, ¿presupone y se refiere de alguna m anera á la tradición caldeobabilónica del mismo, ó es independiente de esta tra ­ dición? En otros términos: la tradición caldea y la tradición israelítica, ¿proceden una de otra, ó son dos tradiciones paralelas? Por nuestra parte, tenemos por cosa cierta el segundo extremo, como más en arm onía con las condiciones de verdad de los libros bíblicos. Añadamos ahora, que, aun manteniéndonos en el terreno propio de la ciencia y de la crítica, te ­ nemos por más probable y verosímil que la narración bíblica y la narración caldeo-babilónica representan dos tradiciones independientes la una de la otra, dos corrientes paralelas que arrancan de una tradición mea qui trament des choses m auvaises, tes ennetnis et que personue ne sub­ siste parmi eux.... »C ette déesse partit, et elle tua les hom m es sur la terre.,.. » V o ic iq u e la m ajesté de R í le roi de la H au te et de la B asse-E gip te, vínt avec les dieitx en trois jours de navigation, pour voir ces vases de boisson, aprfes qu’il eut ord en n éá laddesse d etu er les homm es. »D ít par la m ajesté de Rá: C ’est bien cela; je vais proteger les homm es á cause de cela. D it par Rá: J ’éléve ma tnain a cet sujet, pour jurer que je ne tuerai plus ¡es homm es.» L os que lean ó hayan leído la tradición diluviana con ten id a en la ya citada epopeya caldeo-babilónica, notarán fácilm ente las analogías que exis­ ten entre el carácter y los efectos que la inscripción griega atribuye á Rá, y los que en la epopeya, ó, mejor dicho, en el episodio referente ai diluvio de Xisoítlkrox ó H asisatra se atribuyen á Bel, el dios principal de la Caldea.

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prim itiva, anterior á las dos. Sólo asi se com prenden y explican las variantes principales que entre una y otra narración se observan, por ejemplo, que en la narración caldea se habla de piloto, de nave y em­ barque, mientras en el Génesis sólo se habla del a r­ ca (1 ) ó de un cofre de m adera destinado á flotar sobre las aguas, pero no á navegar. La tradición del Diluvio existió igualmente en los pueblos pertenecientes á la raza aria. Los descen­ dientes de Jafet, lo mismo que los descendientes de Sem y Cham, conservaron la memoria de la grande inundación que había hecho perecer á casi, todos los hombres, sin perjuicio de introducir en la descripción del acontecimiento circunstancias y modificaciones más ó menos numerosas é im portantes, las cuales no afectan ni destruyen el fondo substancial de la tr a ­ dición diluviana. Conviene tener presente, además, que los pueblos de raza aria, aunque superiores á lo s de raza semítica y camitica, vinieron á la civilización más tarde que aquéllos, y así no es de ex trañ ar que sus narraciones del Diluvio ofrezcan entre sí, y sobre todo con relación á las narraciones de Beroso y de la Biblia, variantes más numerosas y de m ayor trascen­ dencia. Esto sin contar que en todas las razas se ob(i) La narratíon biblíque, escribe á este propósito Léuormant, porte Tempieinte d'un peuple qui vit au milieu des terres et ignore les choses de ]a navigation. »Dans la Genese le nom de l’arche, téhákx signifie, «coffre» etnon «vaisseau»; il n'y est pas question de la mise s l’eau de arche; aucune mention ni de la mer, ni de la navigation: point de pilote. Au cotitraire, dans la rédaction d'Erech, tout indique qu’elle a été composée chez un peuple maritime; chaqué circonstance porte le reñüt des moeurs et descoutumes des riverains du golfe- Persique. »Sisithru5 monte sur un navire formellement designé par le mot proprie; ce navire est mis á l’eau; il est éprouvé par une navigation d'essai; toutes sea fentes sont caífatées avec du bitume; il est confié á un pitóte. Et comme l'a judicieusement remarqué le savaut ecclésiastique qui déguise mo-

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serva una especie de necesidad, una propensión irre ­ sistible á revestir de color local la tradición referente al Diluvio, como sucede tam bién con las tradiciones referentes al origen y constitución del mundo y del hombre. Teniendo esto en cuenta, no es difícil reco­ nocer que el fondo substancial del Diluvio bíblico forma p arte de las tradiciones y leyendas prim itivas de los pueblos pertenecientes á la raza ó familia aria, bastando citar al efecto: A ) los moradores del Indostán, B ) los iranios, C) los griegos, y D ) los celtas. A ) El Indostán. Uno de los escritos que incluye la colección que lleva el nombre de R ig- Veda, escrito conocido pol­ los indianistas con el título de C atapatha B ráh am an a , y cuya antigüedad se supone de mil doscientos años antes de la E ra cristiana, contiene la siguiente n a­ rración ó leyenda: «Una m añana trajeron á Manou agua p ara lavarse, y cuando concluyó de lavarse se le quedó en las manos un pez, y éste le dijo: Protége­ me, y yo te salv a ré .—¿De qué me salvarás tú?—Un diluvio a rra stra rá todas las criaturas, y de este dilu­ vio te salvaré yo.—¿De qué m anera debo protegerte? El pez respondió:—Guárdame primero en un vaso; cuando habré crecido, me colocarás en un pozo... Él destement son nom dans la Revuc des.questiom historiqm s sous le pseudonyme de F. Gregoire, la couleur particulifere que le rédacteur de la Genese a laissé empveinte de cette manifere dans le récít du déluge est un exemple frappant de lafidélité avec laquelle il reprodnisait la forme méme des traditions et des documente antérieurs qu’il mettait en convre: car la Genese n’ignore pas ailleurs ;i te degré les termes propres aux dioses maritimes: on y trouve des mentions de la mer, des ports, et des navires,.,. j>Mais ce qui est tout á Fait serieux et décísif pour l'indépendance des deux versions dans les rédaciions que nous en possédons, c’est qu'elles ne s'accordent pas sur la durée du déluge et l’époque de l’aiuiée oii il se produit. Le récit biblique et celui du vieux poéme d’Erech portent ici la trace manifesté de 1‘application d'idées calendaires différentes ii l’antique tradition.» Les Premieres Civilistüiom , t. II, pág. 53 y sigs.

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dijo á Manou:—En el año mismo en que yo habré al­ canzado el término de mi crecimiento, vendrá el di­ luvio. Construye entonces un barco, y adórame; cuan­ do se eleven las aguas, entra en este barco, y yo te salv aré.... »E1 pez dijo:—Yo te he salvado; am arra el b a r­ co á un árbol, para que el agua no lo arrastre mien­ tras que estás sobre la m ontaña... Manou bajó con las aguas, y esto es lo que se llam a el descenso de M a­ non sobre la m ontaña del Norte. El diluvio había des­ truido todas las criaturas, y quedó sélo Manou.» La circunstancia de que la divinidad que avisa y salva á Manou—el Noé de la India—del diluvio r e ­ viste en la leyenda india la forma de un pez, hace sospechar á Burnouf, Lenorm ant y algunos otros orientalistas, que la leyenda citada acerca del dilu­ vio es de importación semítica, y probablem ente un eco, una derivación de la tradición babilónica. En to­ do caso, es incontestable, y así lo reconocen los orien­ talistas aludidos, que se tra ta aquí de una leyenda muy antigua. Tampoco es imposible que la tradición diluvia­ na, revestida de circunstancias de color local y com­ binada con leyendas y tradiciones cosmogónicas, constituyera el fondo de esas destrucciones y reno­ vaciones periódicas del mundo, de aquellas famosas m an va n ta ra s que representan papel tan importante en los V edas primitivos. En esta hipótesis, la trad i­ ción diluviana en el Indostán se rem ontaría á una an­ tigüedad no inferior á la que se atribuye generalm en­ te á la tradición camítico-caldea. B) Si de la India braliam ánica pasamos á la p a ­ tria del zoroastrismo, veremos que los libros sagra­ dos del antiguo Irán contienen una leyenda ó trad i­

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ción que implica el fondo esencial del Diluvio bíbli­ co, ó sea la destrucción de los hombres junto con la conservación ó renovación de algunos, á consecuen­ cia y por medio de una inundación, sólo que en la tra ­ dición irania, el arca de Noé es reem plazada por nn jardín de forma cuadrada. Cuentan, en efecto, los li­ bros sagrados del Irán, que Yíma, el padre del géne­ ro humano, fué avisado por el dios bueno Ahuramazda que la tierra iba á ser devastada por una grande inundación, mandándole, por lo mismo, que constru­ yera un refugio que pudiera salvarle de las aguas, á saber: un jard ín de forma cuadrada y rodeado de fuerte muro, y que hiciera en trar allí gérmenes de hombres, de animales y de plantas p ara p reserv ar­ los de la destrucción. Cuando tuvo lugar la inunda­ ción, quedó en pie y libre et jardín de Yima con todo lo que encerraba dentro. El dios Ahuramazda envió al pájaro K arschipta p ara anunciar á Yima su salva­ ción y la de los seres que estaban en su jardín. G) La superioridad intelectual y la brillante imaginación de los griegos échase de ver en la trad i­ ción referente al Diluvio, como en tantas otras m a­ terias. Además de recoger y conservar las leyendas fenicias, asirías, caldeas y persas con relación al Di­ luvio, afirmaron y transm itieron esta tradición con rasgos característicos y rem iniscencias evidentes de la prim itiva fundamental tradición. Sirve ésta de b a­ se y fondo común á las dos leyendas principales que encontramos en la literatura, y que resumiremos di­ ciendo que la prim era afirma la existencia de un di­ luvio que destruyó la humanidad en tiempo de Ogyges, el más antiguo de los reyes de Beocia (1) ó del (i)

«Son tiom meme paiait derivé de celui qui clesignait primitivement

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Atica, según otros. Las aguas se elevaron hasta el cielo durante esta inundación, pereciendo todos los hombres, á excepción del citado Ogyges, que en com­ pañía de algunos pocos, se salvó en una enbarcación. La segunda tradición greco-diluviana, ó sea la leyenda tesalia referente al diluvio en tiempo de Deucalion, contiene lo siguiente: Las muchas y grandes maldades cometidas por los hombres de la edad de bronce provocaron la cólera de Zeus, y habiendo és­ te resuelto exterm inarlos á todos, Prometeo aconse­ jó á su hijo Deucalion que construyera un cofre, den­ tro del cual se refugió junto con su mujer P yrrha. Al verificarse el diluvio anunciado, el cofre que contie­ ne á Deucalion y su mujer flota sobre las aguas por espacio de nueve días y nueve noches, después de lo cual es llevado y dejado por las aguas en la cima del monte Parnaso; en la del monte de Opunte, según los Locrienses; en la del monte Othrys, según Helánicos; en la del Etna, según los moradores de Sicilia; en otras m ontañas, según las aficiones ó intereses de los diferentes pueblos. A pesar de esta variedad de opi­ niones acerca del monte en que se detuvo el cofre ó arca, todos convienen en que Deucalion ¡y Pyrrha, al salir, ofrecieron un sacrificio á los dioses, y que, por orden del mismo Zeus, qué había exterminado á los hombres por medio del Diluvio, poblaron de nuevo la tierra. En suma: la tradición de un diluvio, con analogías y reminiscencias más ó menos explícitas respecto del narrado en la Biblia, constituye una v e r­ dadera tradición nacional entre ios pueblos de ori­ gen griego, y en su mitología, y en su historia, y en su religión, y en toda su literatura, aparecen vestile d é lu g e dan s le s id io m e s a ry en s, en sa u sc r it áHgha.i> L íN O liM A N T: Les ori­

gines de

r/iisl. d'ciprés la B íile ,

pág. 432,

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LA BIBLIA Y LÁ CIESTCIA

gios de esa tradición nacional. Sabido es que en Ate­ nas tenía lugar una ceremonia religiosa con el nom­ bre h ydroph ora (1 ), cuyo objeto preferente era a p a ­ ciguar los manes de los hombres que perecieron en el diluvio de Deucalion. Hermann y Mommsen obser­ van, con razón, que la citada ceremonia religiosodiluviana de los atenienses, ofrece notable analogía con la que al mismo objeto se celebraba en una ciu­ dad de la Siria denominada Hierápolis, deduciendo de aquí que es preciso admitir cierta analogía y co­ mo asimilación importada desde remotísima antigüe­ dad entre el diluvio del Deucalion griego y el diluvio del H asisatra ó Xisouthros de los caldeo-babilonios, siendo de notar que Plutarco, al n a rra r el diluvio de Deucalion, indica que éste envió una paloma p ara ex­ plorar si había cesado el diluvio, lo cual constituye un indicio más de la comunidad prim itiva de origen por p arte de esas tradiciones y leyendas referentes al exterminio de los hombres por medio de una gran­ de inundación, y la restauración del género humano j)or medio de pocos que se salvaron del cataclismo, ora en un cofre ó arca, según la tradición griega y la bíblica, ora en una embarcación, según la tradición caldeo-babilónica. San Agustín y algunos otros escritores elesíásticos opinaron que el diluvio qne lleva el nombre de (i) No era esta la única ceremonia religiosa con que los griegos con­ memoraban el diluvio mencionado, «Auprés du temple de Zeus Olympien, escribe Lenormant, l'on montra.it une fissure dans le sol, longue d’une coudée seulement, par laquelle on disa.it que les eaux du déluge avaient été englouties dans la terre. La chaqué alinée, dans le trosi&me jour de la fÉte des Antesthéries, jour de deuil, consacré aux morts... on vénait verser dans la gouffrc de l'eau, comme á Bombyce, et de la faríne melée de miel, ainsi qu’on íaisíút dans la losse que l’on creusait á l'occident du tombeau, dans les sacri­ ficas fúnebres des Athéniens.» Origines, etc,, pág, 435.

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Deucalion no alcanzó á toda la tierra (1), sino á una p arte de la misma. La verdad e s/sin embargo, que la idea dominante entre los antiguos escritores que trataro n del asunto, es la universalidad del Diluvio como castigo de la humanidad pecadora, y la salva­ ción de muy pocos individuos, destinados á renovarla y como reproducirla de nuevo. Tal es, además, el sen­ tido y alcance que á la tradición griega concedieron los poetas latinos, herederos legítimos y testigos au­ torizados á la vez de aquella tradición, bastando al efecto recordar las palabras de Ovidio, cuando, alu­ diendo al mencionado diluvio, escribe: «.Jamque mcire et tellus nullum discrim en hcibebant Omnia pontus erant , deerant et littora pontos.

En sentido análogo se expresan Horacio (1) con otros poetas y escritores romanos. Aquí pudiéramos añadir que sólo la existencia de un diluvio universal puede satisfacer las condiciones y exigencias de la critica histórica, según la cual p a ­ rece poco menos que demostrado que los pueblos, al separarse del centro común primitivo, al dispersarse (i) «El obispo de Hipona hasta pretende que el citado Diluvio no al­ canzó al Egipto y los países cercanos. Refiriéndose á los tiempos primeros de la monarquía ateniense, ei autor de la Ciudad de Dios escribe lo siguiente: «H is temporibus, ut Vavro scribit, regnante Athenis Crimno succesore Cecropis, ut autem nostri Eusebius et Hieronimus, adhuc eo Cect'ope perma­ nente, diluvium fuit, quod appellatum est Deucalionis, eo quod ipse regnabat in earum-temirum partibus, ubi máxime factum est. Hoc antera diluvium nequaquam ad Egyptum atque ad ejns vícina pervenit.» De Civil. D¿t} lib. x v n i, cap, x. Es muy posible que San Agustín, como los demás antiguos defensores de esta opinión, fundaran ésta en la ausencia de tradiciones diluvianas en­ tre los egipcios, pero ya hemos visto arriba que el fondo de la tradición bí­ blica y de las demás tradiciones referentes al Diluvio se ha descubierto en nuestra época en el hipogeo de Seti. (i) Lib, i, oda. 2.*

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por las diferentes regiones del globo, llevaron consi­ go la memoria de un diluvio ó inundación general que había exterminado á la humanidad, dejando sólo sub­ sistir escasas reliquias de la misma. La narración de este acontecimiento tan extraordinario, al pasar de boca en boca y de pueblo en pueblo, sufrió alteracio­ nes más ó menos profundas por parte de las circuns­ tancias que precedieron, acom pañaron y siguieron al gran cataclismo, resultando de aquí que al e n tra r la narración en el dominio de la historia, venía ya am al­ gam ada y desfigurada con elementos maravillosos, le­ gendarios y mitológicos, en relación con el genio, las vicisitudes y las condiciones físicas, geográficas y políticas de los diferentes pueblos. Entre éstos distin­ guiéronse los griegos, los cuales, llevados de sus as­ piraciones á lo bello, desnaturalizaron la verdad, co­ mo dice Lam bert, para encerrar las tradiciones p ri­ mitivas en agrupamientos fantásticos y heterogéneos, que participan del romance más que de la historia, En las tradiciones diluvianas de la Grecia antigua, como en las tradiciones de la Mesopotamia,.la Persia, el Indostán y otras regiones, existe siempre, como fondo común é invariable, la realidad de una inunda­ ción exterm inadora del género humano, junto con la conservación de algunos hombres, al lado de la mul­ titud y diversidad de circunstancias que acom pañan esas tradiciones en cada país y en cada raza. Si de los griegos pasamos á los celtas, también entre éstos descubrimos la tradición diluviana en cuanto á su fondo ó esencia. En la obra titulada Los D ru id a s (1), Buche de Cluny expone en los siguientes términos la indicada tradición: «Reinaba en la ciudad llam ada Is, un rey, de nombre Gralon, el cual tenía (i)

Píígs, 20-27,

CAPÍTULO IV.

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una hija única, cuyo nombre era Dahu. El lujo y el libertinaje reinaban en esta ciudad vasta y opulenta, y la hija del rey, olvidando la modestia natural á.su sexo, daba ejemplo de la depravación más repugnan­ te. Sólo Grraion lam entaba en silencio los extravíos de su hija y de su pueblo, y pedía á Dios que Ies abriera los ojos. Pero había llegado la hora de la jus­ ticia divina. En medio de un festín, m ientras que en el palacio de Gralon resonaban los gritos de tumul­ tuosa alegría, déjanse oir de repente voces siniestras que se mezclan con los gritos prolongados de la or­ gía. La tierra se estremece, profunda obscuridad reina por todas partes; los hombres y los animales quedan poseídos de estupor, retum ba el trueno, acércase la tempestad, crece, y cerniéndose sobre Is, estalla con todo su furor y derram a sobre ella torrentes de agua: la mar embravecida, elevándose por grados, no re ­ conoce sus limites antiguos, rompe sus diques, y todo queda sepultado en las aguas. La justicia divina so aplaca después, apaciguase el m ar, y la atmósfera recobra su calma y serenidad.,, En los lituanios, que representan otra ram a de la familia jafética, encontramos igualmente la tradición referente al Diluvio en una leyenda curiosa, según la cual el dios Pramzimas, viendo que la tierra toda estaba llena de maldades y desórdenes, envió dos gigantes llamados Wandou (el agua) y W ejas (el vien­ to), p ara que la asolaran. Los dos gigantes lo tra s­ tornaron y destruyeron todo en su furor, y sólo algu­ nos pocos hombres se salvaron .sobre una montana. Compadecido entonces Pramzimas que estaba para comer nueces celestiales, dejó caer una concha ó cás­ cara de éstas cerca de la montana en la que se habían refugiado algunos hombres, los cuales se metieron y

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salvaron en aquella concha, siendo respetada por los dos gigantes. Los hombres que se libraron de la ca­ tástrofe se dispersaron luego, dando origen á la re ­ población de la Lituania y de la tie rra toda. No estará por de más recordar aquí que, según testimonio de los filólogos más competentes de nues­ tra época, la lengua de los lituanios es, entre todas las congéneres, la que más se acerca á la prim itiva de los arias. Lo cual constituye un indicio más de la antigüedad, ó digamos, como realidad prehistórica de la tradición diluviana en la familia aria, que es la más noble é inteligente de todas.

§ II. E l D ilu vio entre los antiguos pueblos am ericanos.

No es sólo en los pueblos que pueden apellidar­ se representantes y descendientes directos de los tres hijos de Hoé donde encontramos las tradiciones refe­ rentes al Diluvio, sino que las encontramos igual­ mente en los pueblos americanos, importadas sin du­ da por las familias que del Asia, ó de la Europa, ó de ambas, emigraron ó fueron arrojadas al Nuevo Mun­ do en época desconocida, pero de remotísima fecha sin duda. Hoy, después de los concienzudos trabajos que sobre la América han sido publicados por Humboldt (1 ), Clavigero (2), Girad de Bialle (3), Mac-Culloch {i) (2)

(3)

V u¿ des Cordillib-es et monumenis des peuples indighies de VAmériqne. Storia aitüca del Messico. L a myt/iologie comparte,

CAPÍTULO I V .

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(1), Kohl (2), Hecken W elder (3) y otros que pudieran citarse, no cabe poner en duda la existencia de la tra ­ dición diluviana en casi todas las naciones y tribus am ericanas de alguna importancia. Siendo imposible, á la vez que innecesario, ex­ poner todas esas tradiciones, liaremos únicamente mención de las que conservaban los indígenas de Guatemala y de Méjico. La de Guatemala consta de una m anera auténtica, gracias al libro que el P. F ran ­ cisco Jiménez, de la Orden de Santo Domingo, escri­ bió en el siglo pasado con el título de L a s h istorias del origen de los In d io s de esta p ro v in c ia de G uatem ala, tra d u c id a s de la lengua quiche al castellano. En este

curioso libro, escrito en el siglo xvi por un sectario secreto de la religión antigua de Guatemala, y que el citado P. Jiménez tuvo la fortuna de descubrir, tra ­ duciéndolo del quichés al castellano en el pasado si­ glo, se dice, entre otras cosas, que después de la crea­ ción, habiendo visto los dioses que los animales que habían producido no eran capaces ni de hablar ni de rendir adoración á sus autores divinos, formaron p ri­ meramente hombres de barro á su imagen, pero es­ tos hombres, además de no tener consistencia, no p o ­ dían volver la cabeza, y aunque hablaban, no com­ prendían nada. Entonces los dioses destruyeron esta su obra tan im perfecta por medio de un diluvio. Des­ pués de esto fabricaron un hombre de m adera y una mujer de resina, los cuales, aunque eran más perfec­ tos que los anteriores, vivían como animales y no (1)

Researchés p/tilosopkiaii and aniiquariam concerning ihe nhorigenal

kislory of America. E rzoelungm von Obern-sa. Histoire., moeurs el touimnes des naitons indianés qui hahiiamií ctutre fois ia P¿HsyivaHÍa et les Etais voisins. (2)

¡3)

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pensaban en los dioses. Entonces Hourakan, el dios de la tempestad, sacudió la tierra con espantosos te­ rremotos, é hizo llover sobre la misma llamas de re ­ sina. Los hombres que descendían de la p areja de m adera y resina perecieron entonces todos, á ex­ cepción de algunos pocos, que se transform aron en monos. En 1566 otro religioso dominico, el P. Fr. Pedro délos Ríos, recogía y enviaba á Europa uno de los documentos más notables y preciosos para conocer la mitología y las prim itivas tradiciones ó leyendas de los moradores del Imperio mejicano. Tal es el fa­ moso Codex V aiicanu s de la Biblioteca pontificia, el cual contiene cuatro cuadros simbólicos, acom paña­ dos de nna explicación ó comentario por el citado P. Pedro de los Ríos. De estos cuadros y pinturas sim­ bólicas que contiene el citado Codeso V aticanus, re ­ sulta que, transcurridas las cuatro épocas cosmogó­ nicas que precedieron á la quinta, ó sea la presente, ó mejor dicho, al term inar la cuarta de las épocas mencionadas, tuvo lugar una inundación general, un verdadero diluvio, durante el cual todos los hombres se transform aron en peces, á excepción de un solo individuo y su mujer, que se salvaron en una em bar­ cación heclia con un tronco de ciprés. La em barca­ ción que llevaba las reliquias del genero humano de­ túvose en las cercanías de una montaña, á la que die­ ron el nombre de Colhuacán. Esta pareja que se salvó del diluvio en una embarcación, y cuyos nom­ bres eran Coxcox, el del hombre, y Xoehiguetz;al, el de la mujer, tuvo muchos hijos, que nacieron todos sin habla, hasta que una paloma les comunicó los idio­ mas, pero tan diversos, que ninguno podía compren­ der á los otros.

CAPÍTULO IV-

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Como se ye, la tradición del diluvio se halla aquí amalgamada con la referente á la confusión de las lenguas, siendo también innecesario añadir que la tradición mejicana, sin perjuicio del fondo substan­ cial, reviste caracteres particulares y sufre a ltera­ ciones de nombres y circunstancias en las diferentes tribus ó familias que componían la nación. Así, por ejemplo, los indios de Mechoacán decían que el Coxcox, á quien ellos daban el nombre de Tezpi, al me­ terse en una embarcación p ara salvarse del diluvio, había embarcado en su compañía, no á su mujer so­ la, sino á sus hijos también, á la vez que varias es­ pecies de animales y semillas, cuya conservación es muy útil para los hombres. Añadían que cuando el. Grande Espíritu Tezcatlipoca mandó á las aguas que se retirasen, Tezpi hizo salir de su em barcación un buitre, el cual 110 regresó k la embarcación, entrete­ niéndose en devorar los muchos cadáveres que y a ­ cían en la tierra recientemente libre de las aguas. Tezpi soltó otros diferentes pájaros, entre los cuales sólo el colibrí volvió á la embarcación, trayendo en su pico una ram ita con hojas. Entonces filé cuando Tezpi,—el Coxcox de otros mejicanos,—viendo que el suelo comenzaba á cubrirse de verdor, abandonó su embarcación cerca de la montaña de Oolhuacán. En la reseña que hace Humboldt de las tradicio­ nes y leyendas d é la s tribus mejicanas, apoyándose principalm ente en el manuscrito del P. Pedro de los Ríos, contenido en el Godex V aticanas ya citado, descúbrense indicios y reminiscencias de otros sucesos mencionados por Moisés, y principalmente del Edén ó vida feliz de los primeros hombres, de la torre ó pi­ rámide levantada por éstos y que provocó la cólera

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divina, de la existencia de gigantes (1 ), sin contar las tradiciones relativas á la creación y al Diluvio. Otro religioso de Santo Domingo, el P. Bobadi11a, descubrió también la tradición del Diluvio entre los indios de Nicaragua. Poco después de la conquis­ ta, el citado P. Bobadilla verificó minuciosas y con­ cienzudas investigaciones acerca de las tradiciones é ideas religiosas que poseían los indígenas de N icara­ gua, informándose, al efecto, de los jefes ó caciques. Según confesión explícita de uno de éstos, el mundo, con todos los hombres que lo poblaban, fué destrui­ do por medio de una inundación, hasta el punto de que todo quedó convertido en mar, salvándose de la destrucción en el cielo un hombre y una m ujer, los cuales, bajando á la tierra después, la repoblaron, y restauraron las demás cosas que habían sido ane­ gadas . En suma: la tradición del Diluvio, bajo una for­ ma ú otra, con circunstancias más ó menos locales, más ó menos análogas y reminiscentes del Diluvio bí­ blico, se encuentra en todas las grandes tribus y n a­ ciones del Nuevo Mundo, lo mismo al pie de las cor­ dilleras de los Andes que á orillas de los grandes (r)

V éa se lo que el citado H um bcddt y B on p la n d escrib en en l a y a c i­

tada obra Vue des Cord¿Hieres des Andes: «.Le régn e de Q u etza lco a lt, était l’ áge d ’or des peuples d 'A nahuac. A lo rs tous les aniin aux, les hom m es m em e, v iv a ie n t en paix; la terre produisait sans cu ltu re les plus rich es m oissons; I’air était rem pli d'une m u ltitu d e d'oiseaux que Ton a d m iraít á cause de leurs chants et de !a beauté de le u r ph im age. M ais ce ré g n e , sem blab le á celu í de S atu rn e, et le b o n h e u rd u m onde, ne furen t pas de lo n g u e durée... » I 1 existe encore uujourd’hui parm i les in d ien s de C h o lu la une autre tradition tre-rém arquable, d ’aprés laqu elle la gran de pyram ide n ’au raít pas été destinée prim itivem en t ;i servir au cu ite de Q u etzalco alt... A v a n t ¡a g r a n ­ de inondation qui e u tlie u quatre-m ilLe-huit ans aprfes la création du m on­ de, le pays d ’A n ah u ac était h ab ité par les géíints,.. » U n de ces géants, X e lliu a , surnom m é 1‘ArcliitecLe, alia á C h o lo llan , oíii eu m ém oire de la m on iagn e T la lo c , qui a va it servi d'aaile á Lú

et á. six de

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CAPÍTULO IV.

lagos del Canadá, en las tribus d é la América central, como en el Imperio mejicano, en el Brasil, como en la Florida. La reseña, siquiera compendiosa, que acabamos de hacer en orden á las tradiciones conservadas y transm itidas entre los hombres con relación'al Dilu­ vio, nos conducen á las siguientes conclusiones: 1.a La narración bíblica del Diluvio entraña y representa una tradición de carácter universal en to­ das las ram as principales del género humano, excep­ ción hecha de la raza negra. 2.a Este carácter de universalidad, unido á la precisión y concordancia fundam ental que se obser­ va en las tradiciones referentes al Diluvio, revelan que se tra ta aquí, no de un mito inventado arb itra­ riam ente ó á capricho, sino de un acontecimiento real y de efectos bastante desastrosos y terribles p ara he­ rir de una m anera viva y poderosa la imaginación de los hombres que repoblaron la tierra después del gran cataclismo. 3.a El grande Diluvio debió realizarse antes que las familias^madres, las razas prim itivas progenitoras de los diferentes pueblos y familias que hoy habitan el globo se dividieran y alejaran unas de otras, lle­ vando consigo el recuerdo y la idea de la gran catásses fréres, il con stru isit une co llin e a rtifid e lle en form e de pyram ide. I] fit fa b riq u er les b riq u es daos la provin ce de T lem an a lco . L e s d ieu x v ire n t avec coürroux cet édifice d on t la cim e d évait attein dre les nués. Irrite s con tre

1’a.udace de X e lh u a , ils lan céren t du feu sur la p yram ide. B eau co u p d’ou vríers périrent, l'o u v rag e ne fue poin t con tin ué, et on le consecra dans la su ite au d ie u de 1‘air Q u etzalcoalt.» H u m b o ld t añade que, en opinión del citado P. R ío s, esta leyen da de la pirám ide en trañ a caracteres de a n tigü ed ad rem otísim a, en atención á que el cántico que la con tien e, el ú n ico q ue los indios de C h o lu la cantaban b ailan ­ do alrededor de aqu élla, com ienza con las palabras Tulantand hnlulaez, q u e no pertenecen á n in gu n a de las len gu as conocidas de la A m érica.

T omo i i .

Ü1

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trofe. Así lo exigen las leyes de la sana crítica y de la lógica más rudim entaria, en atención á que no es posible en otro caso comprender ni señalar razón su­ ficiente á la existencia en todas las razas—exceptua­ da la negra—y en todos los pueblos de una, tradición que reviste tales caracteres de universalidad, identi­ dad substancial, antigüedad y persistencia á través del espacio, délos siglos y délas revoluciones ó tran s­ formaciones profundas y radicales del género humano. 4.a Es muy probable, aun ateniéndonos á los elementos propios de la crítica histórica, que la tra ­ dición del Diluvio, que hemos visto persistente y co­ mo encarnada en los pueblos pertenecientes á la raza semítica, camitica y jafética, que son las tres razas que arrancan de los tres hijos de Noé, no fué comu­ nicada ó transm itida de una á otra de estas razas, si­ no que fué tradición prim itiva, y como propia é in­ dependiente en cada una de ellas. 5.a Luego sin salir del terreno propio d é la c rí­ tica histórica, y ateniéndonos á ios monumentos, indicios y tradiciones que encontramos por todas p a r­ tes, es preciso admitir que el Diluvio bíblico, el Di­ luvio cuya descripción hace Moisés en el Génesis, no es ni puede ser un mito arbitrario, una ficción imagi­ naria, sino un hecho real é histórico, un fenómeno extraordinario que los progenitores y representantes primeros de la raza semítica, de la aria y de la lcuschifca ó camitica debieron presenciar y transm itir á sus descendientes, los cuáles llevaron consigo la me­ moria del acontecimiento al diseminarse por el mundo y dar origen á las diferentes tribus, familias y nacio­ nes que poblaron en lo antiguo nuestro globo. La universalidad de la tradición diluviana revela igual­ mente que el suceso que le sirve de base y constituye

CAPÍTULO IV.

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su esencia debió realizarse antes que los progenitores ó patriarcas de las tres razas mencionadas se separa­ ran unos de otros emigrando á otros países. La realidad histórica que palpita en el fondo de la universal tradición diluviana entre los hombres es tan patente, que no han podido menos de reconocerla hasta los representantes de la incredulidad y del vol­ terianismo del siglo pasado. Sin contar al famoso Bailly, que en sus Cartas sobre la s ciencias admite la realidad de un Diluvio universal, encarnada en la tradición diluviana de to­ dos los principales pueblos, F reret y Boulanger re ­ conocen explícitamente la realidad histórica del he­ cho narrado en la Biblia. “La idea del Diluvio, escribe el prim ero, tal cual la hemos recogido en los diferentes pueblos, es la tradición de un hecho histórico. No se trabaja para p erp etuarla memoria de una cosa que no ha sucedido. Estas historias, diferentes por parte de la forma, pe­ ro idénticas en su fondo, que nos presentan un mismo hecho, siempre alterado, pero siempre conservado, este consentimiento unánime de los pueblos, parece una prueba de la verdad de este hecho.„ “Preciso es, añade Boulanger, descubrir en estas tradiciones de los hombres un hecho cuya verdad sea um versalm ente reconocida. ¿Cuál es este hecho?..... El Diluvio parécem e que es la verdadera época de la historia de las naciones. La tradición que nos ha transmitido este acontecimiento, no solamente es la más antigua de todas, sino que,- además, es clara é inteligible, nos ofrece un hecho que puede justificarse y confirmarse: 1 .°, por la universalidad de los sufra­ gios, puesto que la tradición de este suceso se encuen­ tra en todas las lenguas y comarcas del mundo; 2 .°,

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

por razón del progreso sensible de las naciones y la perfección sucesiva de todas las artes; 3.°, el ojo del físico ha señalado los monumentos auténticos de estas antiguas revoluciones, quedando grabados por todas partes con caracteres indelebles. Así, pues, la revo­ lución que sumergió nuestro globo, ó sea lo que se ha llamado Diluvio universal, es un hecho que no se puede recusar, y que sería preciso admitir, aun en el caso de que las tradiciones de los pueblos nada nos hubieran, dicho acerca del mismo.» Según parece desprenderse de las últimas p ala­ bras, Boulanger e ra de los que creían que ciertos fe­ nómenos geológicos debían su origen al Diluvio, opi­ nión en que nos ocuparemos en el artículo siguiente, y opinión que no excluye la prueba que en favor del Diluvio bíblico resulta de las palabras de Boulanger, como de las de F reret y Bailly, toda vez que convie­ nen en reconocer la realidad histórica del Diluvio.

ARTÍCULO III.

E L D IL U V IO BIB LIC O Y L A G E O L O G ÍA ,

Hubo un tiempo, no muy lejano de nosotros, en que algunos sabios, y sabios de prim era fila, preten­ dieron descubrir en el Diluvio bíblico la explicación científica, la razón suficiente de determinados fenó­ menos relacionados con la geología, y hasta de cier­ tas capas ó formaciones propiamente geológicas. Cuvier, el que pudiéramos llam ar padre de la paleontología, escribe lo siguiente en su D iscu rso so­ bre la s revoluciones de la superficie del globo: “Opino, con Deluc y con Dolomieu, que si hay alguna cosa comprobada en geología, es que la superficie del glo­ bo fué víctima de una revolución grande y repentina, cuya fecha no puede subir mucho más allá de cinco ó seis mil años; que esta revolución sepultó é hizo desaparecer los países que habitaban antes los hom­ bres y las especies de animales más conocidas hoy; que, por el contrario, dejó seco el fondo del mar que entonces había, formándose con aquel fondo los paí­ ses hoy habitados; que después de la citada revolu­ ción fué cuando el pequeño número de individuos que de ella escaparon, se extendieron y propagaron en los terrenos desecados, y, por consiguiente, sólo des­ de aquella época nuestras sociedades emprendieron su m archa progresiva, formaron establecimientos,

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

levantaron monumentos, recogieron hechos naturales y combinaron sistemas científicos (1 )». De conformidad con estas ideas de Cuvier, alg u ­ nos otros geólogos, y entre ellos Buckland en sus E eliquice diluvian te , pretendieron explicar por medio del Diluvio bíblico algunos im portantes fenómenos geológicos y hechos paleontológicos, como son: a) los huesos de los animales que se ven acumulados en ciertas cavernas generalm ente calcáreas; b) las b re­ chas huesosas, ó sea las hendeduras que existen en determinadas rocas muy antiguas, y que están llenas de fragmentos de huesos y dientes de mamíferos, con­ chas, al menos restos de plantas, etc., objetos que parecen transportados y amalgamados allí por co­ rrientes é infiltraciones de agua; c) lo que los geólo­ gos llam an va lles de denudación; d) los cantos -erráti­ cos ó rodados, ó sea las piedras y fragmentos de roca que se encuentran esparcidos y solitarios en parajes que distan muchas leguas de las rocas y montañas en que debieron existir antes de ser transportados á los lugares que hoy ocupan. Pero los argumentos cientí­ ficos y convincentes que contra su teoría expusieron Jameson, Fleming y otros geólogos, obligaron áBuckland á modificarla radicalm ente, opinando que los fenómenos indicados no habían sido producidos por el Diluvio narrado en la Biblia, sino por una inundación, ó, mejor dicho, por una total inmersión de la tie rra bajo las aguas del m ar, sumersión que, según W agner y Burmeister, es anterior á la creación del hombre y coincide ó se halla significada por lo que se dice en el versículo segundo del G-énesis: Tenebra; eran t su per fa c ie m abyssi et sp iritu s D e l ferebatu r su ­ p e r aquas; de manera que, según el primero de los ( i)

DÍSCÚW7S cit., p;íg. 138, edic. París, 1826,

escritores citados, cubierta la tierra por las aguas di­ luviales ó del m ar, desapareció toda vida orgánica durante un periodo de tinieblas, de aguas y de hielos, y «cuando llegó el momento en que un nuevo orden de cosas debía salir de aquel estado caótico que tenía la tierra, Dios hizo aparecer de nuevo la luz, y ésta, unida al calor que de la misma emanaba, contribuyó á derretir el hielo que cubría la haz de la tierra. E n ­ tonces fué cuando tuvo lugar el nuevo arreglo de la tie rra que se describe en el Hexámeron». Lo cual quiere decir que para W agner, como para Burmeister y Buckland, los fenómenos geológicos y paleonto­ lógicos que este último atribuyó en un principio al Diluvio de Noé, deben atribuirse á un diluvio más extraordinario y más perm anente, anterior á la crea­ ción del hombre y significado por las palabras del segundo versículo del Génesis, ya citado, por más que Burmeister no se explica con bastante claridad y precisión acerca de la naturaleza y la época del di­ luvio ó inundación á que atribuye los hechos geológi­ cos mencionados, y que Buckland intentó explicar al principio por el Diluvio bíblico. La teoría del geólogo inglés en lo concerniente al fenómeno geológico de los cantos erráticos, fué adoptada y defendida, no sólo por Pallas y Buch de la Béche, sino también por el célebre explorador de las Cordilleras peruanas, Humboldt, los cuales a tri­ buyeron al Diluvio de IsToé el transporte de esos can­ tos, diseminados en llanuras distantes muchas millas del sitio de origen de los mismos. Hoy, sin embargo, parece cosa averiguada que la distribución y tra n s­ porte de los cantos erráticos, al menos en su m ayor parte, reconocen por causa los grandes glaciares, las grandes masas de hielo que llenaron en otro tiempo

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

los valles y cubrieron inmensas zonas de la tierra. A virtud de la teoría que acerca del Diluvio, co­ mo causa y razón suficiente de los fenómenos m en­ cionados, dominó al principio entre los geólogos, die­ ron éstos el nombre de dilu viu m á los terrenos que presentaban caracteres relacionados con los indica­ dos fenómenos geológico-paleontológicos. A medida, sin embargo, que los hechos fueron mejor observados, y que la ciencia geológica realizó nuevos progresos, se vino en conocimiento de que el Diluvio bíblico no fué ni pudo ser la causa de los hechos geológicos y paleontológicos que antes se le habían atribuido; y los hombres de la ciencia proclam aron casi por voto unánime, que no en el diluvio narrado por Moisés, sino en otras causas debía buscarse y señalarse la r a ­ zón suficiente de las llamadas cavernas de huesos, de los valles de denudación, de la situación de los cantos erráticos, con otros fenómenos análogos en que los geólogos habían'visto antes la acción del Diluvio bí­ blico. En suma: los progresos de la ciencia trajeron consigo una modificación ó cambio radical en las teo ­ rías geológico-diluviales, hasta el punto de ser estas últimas abandonadas por los mismos que antes las habían patrocinado. «Apoyándome, escribe uno de éstos (l), en razones exclusivamente físicas y geoló­ gicas, adopté antes la opinión de que toda la tierra fué cubierta por una inundación general, aunque de poca duración, en una época que sería difícil fijar con exactitud. Muchos hechos nuevos, comprobados des­ pués, me ponen en el deber de re tra c tar mi prim era explicación. Abrigo la convicción de que, si una inun­ dación sumergió toda la tierra hace más de cinco mil (r)

i ociefy.

(J-REENOUCf-I: A d d r tiS ai ¡he fínnüwsmy meetmg o f Hit geologkal

años, no es posible hoy distinguir sus vestigios ó se­ ñales de las que otras perturbaciones locales más re ­ cientes han podido dejar en pos de sí. Demás de esto, nuevos estudios han probado que es necesario referir á dos ó tres períodos diferentes los animales que en otro tiempo eran considerados como diluviales.„ En sentido análogo al de Greenough se expresa sa com patriota Sedgwick, el cual califica de «herejía on historia natural» la opinión que antes había pro^ fesado en la m ateria, reconociendo á la vez que las formaciones geológicas que se referían al Diluvio y que recibían de éste la denominación, entrañaban di­ versidad de naturaleza, de tiempo y de origen. Y ciertam ente que el geólogo inglés tenía razón sobra­ da al expresarse en estos términos, porque hoy no es posible ya poner en duda que los terrenos á los que los antiguos geólogos daban el nombre de dilu viu m , los mismos á que hoy damos el nombre de terreno cu atern ario, no pueden proceder del Diluvio bíblico, de una inundación relativam ente breve y pasajera, toda vez que se tra ta de terrenos que representan formaciones geológicas que debieron verificarse de una m anera lenta, gradual y sucesiva, exigiendo, por lo mismo, el concurso de muchos años y ánn siglos para la constitución y organización, por decirlo así, que ofrecen en la actualidad. Que 110 es posible con­ cebir ni explicar de otra m anera la existencia en el terreno cuaternario de capas sedim entarias, debidas indudablemente á la acción lenta del agua, tanto más cuanto que la geología parece, si no dem ostrar ple­ namente, al menos hacer muy probable que durante dicho período cuaternario las llanuras y terrenos ba­ jos estuvieron cubiertos mucho tiempo por el agua, y que el mar cubrió también una parte de nuestros

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

actuales continentes por aquella época, saliendo des­ pués de su fondo y quedando á descubierto algunas regiones de esos continentes. Añadamos ahora que, en opinión de los geólogos más recientes y autorizados, es muy probable que du­ rante el período de las formaciones cuaternarias tu ­ vieron lugar—además de los grandes glaciares que influyeron eficazmente en esas formaciones—diferen­ tes invasiones y retiradas de los mares respecto de los continentes; pero sobre todo tuvieron lugar v a ­ rias inundaciones locales, más ó menos extensas y du­ raderas, que pudieron dar origen á algunos de los fe­ nómenos ó hechos que antes fueron considerados co­ mo efectos y manifestaciones del Diluvio de Noé, siendo á la vez causa de que los efectos por éste pro­ ducidos se confundan ó no puedan hoy separarse y distinguirse de los producidos por esas inundaciones locales más ó menos violentas, de mayor-ó menor du­ ración, y probablemente anteriores y posteriores á la que se n arra en el Génesis. Cierto es que la geología no reconoce los efectos de aquel Diluvio de una m anera exacta y precisa; p e­ ro la ;>verdad es que el período cuaternario entero, período de extrem ada humedad atmosférica, e n tra ­ ña precisam ente una larga serle -de invasiones suce­ sivas de las aguas sobre los continentes. Ora sea que los mares canibien de lecho; ora sea que sus aguas evaporadas formen capas gigantescas de hielo sobre todas las alturas de la tierra firme en nuestro hemis­ ferio; ora sea que se precipiten en las bajas regiones y en las llanuras, bajo la forma de lluvias intensas, siempre tendremos que el elemento húmedo es el que tritu ra las capas superficiales, segrega, reúne, tra s­ torna y confunde sus restos con fragmentos de orga­ nismos distintos,

c a p ít u l o

iv

.

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En realidad de v erdad,'la ciencia no puede'pro­ bar directam ente la existencia real del Diluvio mo­ saico, pero tampoco es mayor el derecho ó fundamen­ to que tiene para negarlo. En las más altas montañas de la Europa, la América y el Asia, encuéntranse de­ pósitos de huesos que sólo las aguas pudieron llevar alli. En las cordilleras existen restos de mastodontes á una altura de 2,500 metros; vense en el Himalaya fósiles petrificados á 6,000 metros de altura. No hay ciertam ente, seguridad de que estos efectos deben atribuirse de una m anera especial y exclusiva al Di­ luvio histórico ó bíblico; pero en cambio tampoco puede desconocerse que los hechos mencionados cons­ tituyen una prueba perentoria de que nuestro esfe­ roide ha sido teatro de grandes inundaciones. Al mencionar arriba el cambio radical de ideas realizado entre los sabios en orden al origen y cau­ sas de los terrenos denominados antes d ilu v iu m , y después cuaternarios, indicamos que los progresos de la ciencia habían inducido á los geólogos á proclam ar casi por voto unánime la imposibilidad de que las for­ maciones ó terrenos que constituyen la zona cuater­ naria de nuestro globo debieran su origen y consti­ tución al diluvio narrado por Moisés en el Grénesis. Y decíamos por voto casi unánime, porque todavía en nuestra época, ó al menos con bastante posterioridad al cambio de ideas á que aludimos, no han faltado defensores, siquiera en escaso número, de la prim i­ tiva teoría. El más notable, y acaso también el más competente y científico entre éstos, es el abate Lambert. En su libro Le D éluge m osatque, V histoire et la géologie sostiene y pretende probar que los terrenos diluviales ó cuaternarios deben su origen y formación al Diluvio de Noé, ó, mejor dicho, á una serie de di­

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LA BIBLIA X LA OII5NOIA

luvios que fueron inundando sucesivamente y por partes la superficie de nuestro globo, produciendo así las capas ó terrenos de aluvión, con las demás que constituyen el terreno cuaternario, la reunión de hue­ sos y fósiles en las cavernas y cimas de las monta­ ñas, la diseminación de los cantos erráticos junto con los restantes fenómenos que ciertos geólogos atribu­ yeron primero al Diluvio mosaico. Quienquiera, sin embargo, que se halle al corriente de los progresos realizados en las ciencias físicas y naturales, no po­ drá desconocer que sem ejante teoría es hoy muy po­ co probable en el terreno de la ciencia, siquiera h a­ ya sido más ó menos verosímil en otro tiempo, es decir, cuando las investigaciones geológico-paleontológicas eran incompletas y relativam ente inexac­ tas. La magnitud y diversidad d élos hechos y for­ maciones pertenecientes al terreno cuaternario, ó en relación con el mismo, no permiten, en m anera al­ guna, atribuirlos al Diluvio mosaico, no ya sólo con­ siderado éste en la significación que generalmente se le atribuye, ó sea como hecho especial y único, sino aun admitiendo la hipótesis gratuita de varios dilu­ vios sucesivos, á los que Lam bert se ve obligado á recu rrir p ara salvar su tesis. Porque la verdad es que estos supuestos diluvios sucesivos no podrán explicar el conjunto de fenómenos que ofrece y revela el p e­ ríodo cuaternario, el número, formación sedim enta­ ria, constitución, organismo y fosilificación de los te ­ rrenos que pertenecen al citado período geológico^ paleontológico. Por nuestra parte, en lugar de la hipótesis g ra ­ tuita de diluvios mosaicos sucesivos, excogitada por el abate Lam bert para dar razón de las formaciones diluviales ó cuaternarias, preferimos, y creemos inás

CAPÍTULO IV.

498

en armonía con los derechos é intereses de la razón y de la fe, atribuir esas formaciones con los fenóme­ nos que con ellas tienen conexión al levantam iento de cadenas montañosas, á la elevación y depresión de mares y continentes, á los grandes glaciares, con otras causas que suelen señalar los geólogos m oder­ nos más autorizados é imparciales. Tampoco podemos aceptar sin reservas la afir­ mación que, á m anera de consecuencia lógica y nece­ saria, pretende deducir M. Lam bert de ciertos hechos geológico-paleontológicos en favor de una dem ostra­ ción científica de la verdad ó existencia del Diluvio mosaico. Porque ni en buena lógica ni en buena cien­ cia es lícito afirmar que la existencia de capas de aluvión, la coexistencia de ciertos animales en el d ih w iu m gris, y la existencia de sílex y de huesos hu­ manos en determ inadas cavernas, constituyen una demostración científica, según da á entender el citado autor (1 ), una especie de prueba geológica de la re a ­ lidad del Diluvio de Noé, narrado en el Génesis. Cier­ to es que la geología, lejos de presentar argumentos (i)

Al resu m ir loa argu m en tos y co n clu sio n es de su libro, e l abate

L a m b e rt escrib e: « P ren an t, done, la science sous ce poin t de vue, et arm é de son ñam beau, nous avons rech erch é si les faits natu rels p rou vaien t la réa lité d u d élu g e raosaique, et s'il était possihle d’en re tro u v er les traces a la surface du glo b e , » L e s faits que nous avons rapporté nous ont am ené & ce tte

con clusión

rig ou reu se, que, sur tou te la terre et dans tou tes les parties d u g lo b e , il éxistait un terrain de transport appelé diluvium , dont la form ation lie sa ti­ ra n rem onter a u -d elá de la pério de qu atern aire. V oilá, done, un fait établi u n iversellem en t et un prem ier élém ent de p reu v e. i l est im portant aussi que nous trou vion s dans le d ilu viu m gris d es étres organisés, id en tiq u es on analogu es a u x espéces actu ellem en t v iv a n te s: c e tte preuve ne nous m anque p as..... » C h ase rém arquable, les gen res au xq u els cex anim au x ont appartenu , v iv e n t tous de nous jou rs; les espéces soules ont d isparu a l ’excep tion de q u elqu es unes, ou ont été m odifiées. C ’est, done, la une p reu ve de la p p a ri-

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

eficaces y valederos contra la realidad del Diluvio mosaico, tiende más bien de suyo á reconocer y afir­ m ar la realidad de este fenómeno, aun cuando se pres­ cinda de 4a narración bíblica y de la tradición histó­ rica; porque sabido es que la geología, en su estado actual, admite y supone que en el período cu atern a­ rio, durante el cual debió verificarse el Diluvio, la superficie de nuestro globo debió ser teatro de e x tra ­ ordinarias inundaciones, las cuales dieron origen y contienen la razón suficiente de la posición relativ a y de la constitución mineralógica y paleontológica de las capas pertenecientes al período mencionado, á la vez que de algunos otros fenómenos relacionados con el mismo. Pero por más que los descubrimientos y teorías más racionales de la geología nada contienen que se oponga á la realidad del Diluvio mosaico, sino que, antes bien, son favorables á la misma, no por eso debemos forzar las deducciones; no por eso hay derecho—-al menos en el estado actual de la ciencia —para decir y afirmar en absoluto que la geología nos ofrece una demostración directa y concluyente de la existencia del Diluvio bíblico, según la narration récen te de ces espéces, de ieur ré la iio n in m ed iate avec Ja faune actu elle , et de l’áge rélativem en t m oderne du dépñt d ilu vien e t des cá ve n le s ii ossem ents que luí sont contem poraines.

»11 est in d ispen sable

aussi, pour com pleter notre con clu sión , que nous

reCrouvions dans les terrains d ilu v ie n s des traces de i’éxisten ce de l'hom ine. ü r , uous avons vu que dans le d ilu viu m g ris et dans les eavern es á ossem ents on reneontre en abonclance des sile x ta illé s de juain de l’hom m e et des osse­ m ents lium ains. L ’évid en ce est com pléte, et nous pou von s h ard im ent conclure que l'hom ine est contcm porain des gran ds paquiderm es, des ru m inan ls et des carnassiers d ilu vie u s; q u ’il a vecu ava n t la d ép osition d u d ilu viu m , et que lui aussi a été victim e d'une in o n d a tio n , d’uu en vab issem en t des eaux, dont l'e ffet s’est í'ait ressen tir sur tou t le globe. » 0 r M oise nous d it-il autre d io se , si non q u ’il fut k l ’origin e des tem ps un e époque oú l’hom m e a été surpris par une inondation qui a e n v a h i toute la terre?» Le Déluge mosdiqite, tktsi. el la géologü, pás;. 460-61.

CAPÍTULO IV.

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ción de Moisés. Hoy por hoy, la ciencia geológica nos suministra datos y elementos suficientes p ara afirmar la posibilidad y también la verosimilitud del Diluvio mosaico; pero no datos y elementos suficientes para constituir una demostración concreta y precisa del hecho narrado en la Biblia. El autor del libro E l D ilu v io m osaico} la h istoria y la geología , acude á una serie de inundaciones ó diluvios sucesivos y locales para explicar los fenómenos y for­ maciones pertenecientes al período cuaternario, pero sin decir nada concreto y fijo acerca del lugar que al Diluvio mosaico corresponde en esa serie de inunda­ ciones. Á juzgar por el conjunto de las ideas y afir­ maciones que contiene su teoría, parece desprender­ se de ésta que el Diluvio de Noé debió ser la última de aquellas inundaciones, tanto más cuanto que la aparición del arco iris y la promesa de no renovar un diluvio destructor del hombre difícilmente pueden concebirse y explicarse en sentido natural, si no se concede que el Diluvio mosaico representa el último eslabón de la serie, aun en el caso de admitir la hipó­ tesis del abate Lambert. Supone éste en su teoría que durante los diluvios parciales que sucesivamente inundaron y asolaron la superficie de la tierra, las aguas no llegaron á cubrir las montañas más altas, y hasta que su elevación máxima sobre el nivel del mar fué de seiscientos metros poco más ó menos. Suposi­ ción es esta que, aparte de otros graves inconvenien­ tes relacionados con la universalidad del Diluvio, de que hablaremos más adelante, tropieza con la difi­ cultad, no despreciable en el terreno científico, de 110 señalar razón suficiente á la existencia de fósiles y huesos de animales depositados en sitios cuya altura sobre e] nivel del m ar mide dos mil quinientos me­

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tros, como suc.ede en los Andes, y hasta cuatro mil, como acontece en el Himalaya, si hemos de dar cré­ dito.al testimonio de Humboldt y de Lyell, Otro sacerdote francés, el abate Hamard, sin ad­ mitir la teoría de Lam bert acerca del Diluvio mosai­ co, se aproxim a á la misma en alguno de sus puntos. H am ard reconoce que la m ayor parte de las forma­ ciones geológicas, llamadas antes diluviales, 110 deben ni pueden atribuirse al Diluvio bíblico, pero al propio tiempo se inclina A creer que el llamado d ilu ­ viu m gris debe su origen y formación al gran cata­ clismo narrado por Moisés. Los argumentos que en pro de su tesis aduce el sabio abate francés condu­ cen, en nuestro sentir, á una conclusión análoga á la que antes hemos sentado como expresión legítima de las relaciones entre la ciencia geológica y la n a rra ­ ción bíblica sobre el Diluvio mosaico, á saber: la for­ mación geológica llam ada diluvium gris parece en­ trañ ar alguna relación con la inundación diluviana en tiempo de Noé, pero no entraña una demostración científica, precisa y directa de aquel grande aconte­ cimiento.. Permítasenos poner término á este artículo tran s­ cribiendo las siguientes palabras de Reusch, porque, á la vez que resumen y sintetizan las reflexiones que anteceden, son expresión genuina de nuestro pensa­ miento, de nuestro modo de ver en la cuestión pre­ sente. El autor del libro L a B ib lia y la N a tu ra le za , después de aducir la autoridad de Humboldt, Lyell y otros geólogos de nota en favor de la existencia de huesos, restos y fósiles en sitios de extraordinaria elevación sobre el nivel del mar, concluye en los si­ guientes términos: «Por punto general, encuéntranse depósitos do

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CAPÍTULO IV.

huesos de animales antediluvianos en las montañas más elevadas de las tres partes del m anda^el monte Blanco, el Himalaya y las Cordilleras. No podemos citar estos hechos como pruebas geológicas directas de la realidad de un diluvio verificado en tiempo de Noé; pero bien podemos decir que estos hechos de­ m uestran la posibilidad geológica de una inundación semejante á la que Moisés describe en el Génesis. No podemos decir con la seguridad de los antiguos exe­ getas y naturalistas que los fósiles y otros fenómenos existentes en tan grandes alturas sobre el nivel del m ar, confirman lo que nos dice el Génesis acerca de un gran diluvio que tuvo lugar en tiempo de JSToé, pe­ ro nos es permitido decir: Los naturalistas deducen de aquellos hechos que estas montañas debieron ser cubiertas por las aguas en otro tiempo: luego cuan­ do Moisés refiere que esto se verificó en tiempo de Noé, los naturalistas deben convenir en que la geo­ logía no puede apoyarse en ningún hecho p a ra r e ­ chazar esta narración, ni alegar nada que pueda de­ m ostrar que dicha narración encierra alguna cosa im­ posible. Y esto nos basta perfectamente. Las pruebas geológicas no constituyen el fundamento de nuestra fe en la realidad histórica del suceso narrado por Moisés; sírvennos sólo para el relato mosaico contra las objeciones que se quisieran oponerle en nombre de la geología.» En sentido análogo al de Reusch se expresa en la m ateria su compatriota Pfaff. «No tenemos nece­ sidad, escribe éste en su H isto ria de la creación (1), de pedir á la ciencia natural pruebas positivas en fa­ vor de la realidad del Diluvio; la verdad de la n a rra ­ ción bíblica está suficientemente protegida contra los (ij

Schopfungigesckkhte, pag\ 66o, apud. Reusch,

T om o ii.

32

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ataques dé la ciencia desde el momento en que nada existe en esa narración que envuelva oposición á los hechos comprobados científicamente ó que pueda de­ m ostrarse ser imposible según la geología. Ahora bien, ésta no puede ofrecernos esta clase de hechos, antes por el contrario, los hechos por ella compro­ bados presentan indicios evidentes de inundaciones que tuvieron lugar en diferentes comarcas y alcan­ zaron grandes alturas; de m anera que es preciso ad­ m itir al menos inundaciones relativam ente generales, las cuales, si no se confunden ó identifican con el Di­ luvio bíblico, presentan, sin embargo, no poca analogia con el mismo.»

ARTICULO IV

LA UNIVERSALIDAD DEL DILUVIO.

Si se nos pregunta ahora cuál es el alcance y el sentido real del Diluvio mosaico, considerado en el orden moral, como manifestación especial de la pro­ videncia y de la justicia de Dios con respecto al hom­ bre, responderemos que en ésta, como en algunas otras cuestiones de índole científico-exegética, los descubrimientos y progresos novísimos de la ciencia han dado origen y sanción relativa á diferentes teo­ rías relacionadas con la exegesis bíblica.

§ I. A ntecedentes y estado de la cuestión.

Los descubrimientos y progresos llevados á ca­ bo en las ciencias físicas y naturales, y con particu­ laridad los referentes á la geografía, la zoología, la lingüística, la etnología y la antropología, han susci­ tado en la mente de teólogos y exegetas fundadas du­ das acerca de la universalidad completa del Diluvio bíblico, generalm ente aceptada en siglos anteriores, bien así como los descubrimientos y progresos d élas ciencias mencionadas, y principalm ente los de la geo-

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logia y paleontología, abrieron nuevos horizontes á la exegesis bíblica acerca de la antigüedad del hom­ bre con relación á la de la tie rra y de algunos anima­ les, épocas, que, en la exegesis antigua y tradicio­ nal, solían confundirse é identificarse. Mientras no hubo fundamentos racionales ni da­ tos científicos que otra cosa indicaran, fue cosa natu­ ral, y hasta cierto punto lógica, ver en el Diluvio de Noé una inundación verdaderam ente universal, un cataclismo que extendió su acción destructora á toda la tierra, á todos los animales, excepción hecha de los que viven en el agua, á todos los hombres; por­ que esto y no otra cosa daban á entender los térm i­ nos generales, absolutos y comprensivos de que se ■■valió Moisés al relatar la historia y los efectos del -'Diluvio mencionado. Om nis té r r a .— O perti sunt omnes m ontes excelsi qui sub codo sunt.— D elebo hom inem quem crea vi a f a c ie terree, ab Jiomine usque ad a n im an tia, a r e p tili usque a d volucres cteli.— D e le m t omnem substantia m quae era t sup&r faciem terree ... et rem an sií tan tu m N oe et qui cum eo eran t in arca.

A virtud de estas y otras frases análogas que abundan en la narración mosaica del Diluvio, cierta­ m ente que no hay motivo para extrañar que la gene­ ralidad de los teólogos y exegetas antiguos, los que se ocuparon en esta cuestión antes de los grandes descubrimientos y progresos realizados en las cien­ cias físicas, naturales, antropológicas y lingüísticas, concedieran carácter de universalidad al Diluvio de Noé; porque tal era el sentido natural y obvio de las palabras empleadas por el autor del Génesis. Pero una vez llevados á cabo los referidos descubrimien­ tos científicos, fué y es igualmente natural y lógico que los teólogos y exegetas cristianos introdujeran

CAPÍTULO IV.

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modificaciones más ó menos profundas en la exegesis referente al Diluvio bíblico, de conformidad y en a r ­ monía con los datos é indicios suministrados por la ciencia. De aquí la diversidad de opiniones y teorías que sobre esta cuestión reina hoy día entre los mis­ mos teólogos y exegetas cristianos, entre los hombres doctos afiliados al catolicismo; pues m ientras que al­ gunos de éstos siguen defendiendo todavía la univer­ salidad absoluta y completa del Diluvio de ISToé, afir­ man y enseñan otros que los efectos destructores del cataclismo fueron universales con relaciónalo s hom­ bres, pero nó con relación á los animales, ni p o r j consiguiente á todas las regiones de la tierra, no fal-jí tando tampoco quien opina y sostiene que la acción|T destructora del citado Diluvio no alcanzó tampoco á \ todos los individuos de la especie humana, salvándo­ se del cataclismo algunos hombres y probablemente algunas razas, sin contar á Noé y su familia. Resulta de las indicaciones que anteceden, que las teorías referentes á la naturaleza y efectos del Diluvio pueden reducirse á cuatro, que son: a) Teoría de la universalidad simultánea. b) Teoría de la universalidad sucesiva, c) Teoría de la universalidad restringida, ó sea de la universalidad respecto del hombre, pero nó de los animales. d) Teoría de la no universalidad, ó sea la que excluye de la acción destructora del Diluvio hombres y familias humanas diferentes de Noé y su familia. Antes de entrar en el examen ó discusión concre­ ta de cada una de estas cuatro teorías, parécenos oportuno y hasta necesario sentar, ó, si se quiere, recordar las observaciones siguientes, en concepto de bases prelim inares para la discusión mencionada:

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1.a Según las máximas exegéticas proclam adas por los Padres y Doctores de la Iglesia, y con espe­ cialidad por San Agustín y Santo Tomás, según en yarios lugares de este libro hemos visto transcribien­ do sus palabras, la interpretación de los pasajes y textos de la Sagrada E scritura debe verificarse sin perder nunca de vista las exigencias de la razón n a ­ tural y las enseñanzas presentes y futuras, actuales y posibles de las ciencias, ora filosóficas, ora físicas y naturales, sin adherirse con pertinacia ni con ex­ clusivismos á una interpretación determ inada del texto, cuando éste puede recibir interpretaciones y sentidos diferentes. Los que en cuestiones de índole exegético-científica olvidan máximas y reglas tan prudentes y racionales, corren grande riesgo, no sola­ mente de incurrir en error en el terreno bíblico, con interpretaciones inexactas de los textos, sino de fa­ cilitar á los incrédulos ocasión y motivo p ara b u rlar­ se de la Sagrada Escritura: S ic S cripturce, dice el Doctor Angélico, expon an iu r, quod ab infidelibus non irrid e a n tu r.

2.a Los tratadistas de herm enéutica sagrada, lo mismo en los antiguos tiempos que en los modernos, sientan como máxima y regla fundamental de exege­ sis bíblica, la siguiente: P a ra reconocer y fijar, el sentido literal y propio de un texto bíblico, es preciso tener en cuenta la época en que se escribió, las ideas que sobre la m ateria poseía el autor, y las ideas tam ­ bién de aquellos á quienes se dirigía el autor al escri­ bir el texto aludido. Omnis S crip tu ra , dice Reithmayr, in tellig en d a est ó x m ente auctoris vel scrip to ris: Om nis S c rip tu ra , vel locus etiam S criptu rm in te rp re ta ri débet ex mente eorum, quos scrip to r próxim a- vel m áxim e inten d it. Y el autor del M anual de H erm enéutica bíblica ,

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al escribir esas palabras, es eco flel de la exegesis tradicional, á la vez que racional y científica, y es­ tablece ó recuerda una regia, un principio elem ental de interpretación bíblica, que desempeña papel im­ portante en las cuestiones referentes al Diluvio. 3.a L a cuestión de lo sobrenatural ó del m ilagro palpita realm ente en el fondo de todas las cuestiones que agitan y conmueven á los sabios de nuestra épo­ ca, establece entre éstos profundas y múltiples divi­ siones, y m arca, por decirlo así, la fundamental línea divisoria entre la ciencia cristiana y la ciencia racio­ nalista y librepensadora. Los hombres del pensa­ miento libre, si m archan por las corrientes del rad i­ calismo científico, ó sea del panteísmo monista, del ateísmo y del materialismo, suprimen el problema del milagro en vez de resolverlo, toda vez que niegan la esencia y la existencia de Dios, único autor posible de la obra milagrosa: el procedimiento no es ni r a ­ cional, ni menos científico, pero es cómodo, porque evita entrar en discusión y aducir pruebas de lo que se niega. Los hombres del pensamiento libre que, rechazando las ideas de las escuelas radicales, se co­ locan en la corriente del teísmo, si no han de saltar por encima de las leyes más elementales de la lógica, deben admitir la posibilidad al menos del milagro, toda vez que en buena lógica no es dado rechazar la posibilidad de éste, después de admitir y afirmar la existencia dé un Dios personal, todopoderoso, dota­ do de inteligencia infinita, providente, autor y crea­ dor del Universo mundo, de sus ieyes y de todos los seres: sentar estas premisas y negar después que Dios puede suspender en momentos dados las leyes por Él mismo impuestas al mundo, es conculcar las leyes de la lógica é incurrir en manifiesta contradicción. Des­

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de este punto de vista y en este concepto son más consecuentes y proceden con más lógica los rep re­ sentantes de las escuelas radicales y negativas. 4.a El milagro, que p ara las escuelas monistas, ateístas y m aterialistas, es un mito, una hipótesis, una ficción, y que para el teísmo racionalista es una cosa posible, al menos, según las leyes de la lógica, por más que los representantes de este racionalismo teista suelen rechazarlo y negarlo á p r i o r i como las escuelas radicales, es p ara el católico, no solamente una cosa posible, sino un hecho histórico, un hecho realizable y realizado, no ya sólo en las antiguas épocas, sino en la nuestra; un hecho, sobre todo, que se presenta en la Biblia con relativa frecuencia y con caracteres de incontestable autenticidad. Esto quiere decir que p a ra el teólogo cristiano, p ara todo escri­ to r católico, el milagro representa y constituye un elemento legítimo de la exegesis bíblica, porque nin­ gún exegeta cristiano puede prescindir del milagro cuando se tra ta del contenido de la Biblia. Pero si no es raro tropezar en la Biblia con narraciones y he­ chos que no pueden concebirse ni encontrar razón y explicación satisfactoria sino en el milagro y por el milagro, no por eso debemos abusar de semejante elemento exegético, admitiendo y multiplicando mi­ lagros sin necesidad reconocida y comprobada, antes al contrario, las leyes y reglas de la hermenéutica cristiana, de conformidad con las máximas de los an­ tiguos Padres y Doctores de la iglesia, y de confor­ midad también con la recta razón y la práctica se­ guida por los más autorizados exegetas y teólogos de nuestro siglo, piden y exigen que cuando se tra te de explicar un acontecimiento más ó menos extraordina­ rio contenido en la Biblia; cuando se tra te de señalar

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las causas, los efectos, los fines, medios y elementos con que se llevó Á cabo este ó aquel suceso, siquiera ofrezca proporciones y manifestaciones especiales, no debe echarse mano del milagro, no debe acudirse á intervenciones sobrenaturales, sino cuando no sea posible en m anera alguna explicar el fenómeno por medio de causas naturales, cuando éstas sean abso­ lutam ente insuficientes para dar razón del suceso n arrad o . A la luz de estas observaciones prelim inares, y sin perderlas de vista, vamos ahora á exponer y dis­ cutir con la brevedad posible las cuatro teorías que dejamos apuntadas acerca del Diluvio de Noé. § II. L a teoría de la tm iversa lid a d absoluta sim ultánea.

Consiste esta teoría, según hemos visto, en afir­ m ar que, durante el Diluvio de Noé, la tierra toda quedó sumergida bajo las aguas, de m anera que no quedó parte ni rincón alguno, por decirlo así, de nues­ tro globo libre de inundación, sin excluir las más a l­ tas montañas, sobre las cuales se elevaron las aguas muchos codos durante el Diluvio. Como consecuencia legítima de esta teoría, suponen y defienden los p a r­ tidarios de la misma que perecieron, no solamente todos los hombres, exceptuando á Noé y su familia, sino los animales todos, volátiles, reptiles y cuadrú­ pedos, excepción hecha de los que se salvaron en el arca de Noé, ó sea algunas parejas de todas las es­ pecies. Dos son las razones principales en que se apo­ yan los defensores de esta teoría universalista, entre

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los cuales vemos con cierta extrañeza el nombre ele Lamy, canónigo de Lovaina y autor de un libro titu­ lado L a u n iv e rsa lid a d del D ilu v io , y el nombre también de Moigno, quien en su obra Los esplendores de la fe se m uestra partidario de esa teoría. Es la prim era de aquellas razones la estructura misma de las frases empleadas por el autor del Génesis al n a rra r el D i. luvio de Noé; y es la segunda el sentido tradicional de esta misma narración bíblica, ó, en otros términos, la opinión unánime de los Padres, Doctores, teólogos y exegetas eclesiásticos antiguos, ál hablar ó referir­ se al Diluvio de Noé, puesto que todos lo considera­ ron como universal y simultánea inundación de toda la superficie de la tierra, sin excluir los montes más altos. Y comenzando por esta última razón, bueno será observar que no existe realm ente en la m ateria esa completa unanimidad de la tradición eclesiástica que suponen y afirman los representantes de la teoría universalista. Sin contar que el Tostado en el siglo x v ?y el cardenal Cayetano en el siguiente, apuntaron dudas y opiniones acerca de la sumersión diluvial de todos los montes (1 ); sin contar también que elp ri(i) Si el último en sus Comentarios sobre el Génesis, reconoce como posible y probable que las aguas del Diluvio no cubrieron las cimas de las montañas más altas:— cacum¿na montium sujieremiuentium;—el primero, des­ pués de apuntar algunas dudas sobre esto mismo, afirma resueltamente que el monte del Paraiso terrestre quedó libre de aquellas aguas, «An aquae di­ luvii ascenderint Olympum, non est certum, sed potius est tenendum quod ascenderint.... Sed locus Paradisi non debuit laedi, quia esset habitatio sane* torum; ideo non debuit illue intrare diluvium. De montibus tamen aliis mi­ lla dubitatiü esse debet, quia ascenderit aqua snper illos, quia non subest causa dubitandi.» O/, Omn., t. i, pág. 137, edic. Venec., 1728. Vése por las últimas palabras del Abulense que si en su época se hu­ bieran realizado siquiera algunos de los descubrimientos y progr&sos pos­ teriores de las ciencias físicas y naturales, no habría tenido dificultad en ad­ mitir que no todos los montes fueron anegados durante el -Diluvio.

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mero de éstos consigna que en su tiempo había ya variedad de opiniones en la m ateria (aliqu i dicu nt quod non ascen deru n t aguce su per m ontem Olym pum , qui est mons á ltissim u s in Thessalia) que nos ocupa, es

de notar que ya en los primeros siglos del Cristianis­ mo no faltaban opiniones acerca de la extensión m a­ yor ó menor de la inundación producida por el Dilu­ vio de Noé, Así se desprende del pasaje siguiente contenido en el libro titulado Qucestiones etrespon siones a d orthodoxos , obra de autor desconocido, pero que pertenece indudablemente á los prim eros siglos de la Iglesia: «Si, como algunos pretenden, se dice en di­ cha obra, el Diluvio no inundó más que la p arte ha­ bitada del mundo, ¿cómo puede ser verdad que sus aguas se elevaron quince codos sobre todas las mon­ tañas? »No parece cierto que el Diluvio no abrazó el mundo entero, á 110 ser que se diga que inundó sola­ mente las regiones más bajas del mismo.» Á falta de otras razones, bastaría este testo para probar que la unanimidad de la tradición en la m a­ teria no es tan completa como algunos suponen y afirman, tanto más cuanto que en el siglo xvir, y por consiguiente antes de que los progresos posteriores de la ciencia ofrecieran al teólogo y al exegeta datos y elementos especiales para la interpretación bíblica referente al Diluvio, no faltaron autores que consi­ deraron compatible con la Biblia y con la fe católica la no universalidad de aquél, no ya sólo con relación á las altas montañas, sino con relación á las llanuras, circunscribiendo á determinadas partes del globo la inundación diluviana. Sabido es, en efecto, que en el último tercio del siglo x v n fueron denunciados y sometidos á la censu­

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ra de la Congregación del In dice varios opúsculos de Issac Voss (Vossius)j en uno de los cuales el escritor alemán enseñaba que el Diluvio de Noé había limitado su acción y sus efectos destructores á la Siria y á la Mesopotamia, únicas regiones pobladas entonces por el hombre. Inclinábanse á proscribir y condenar es­ tas ideas algunos miembros de la citada Congrega­ ción; consultó ésta y pidió parecer en la m ateria al P. Mabillón, el cual opinó que no había motivo b as­ tante p ara condenar la sentencia de Voss, ya porque el cardenal Cayetano y otros doctores católicos ad­ mitían que no todas las cimas de los montes fueron cubiertas por las aguas del Diluvio ( C ajetanus, et nonnulU a lii doctores cathoUci, qucedam cacam ina m ontium su perem in en tiu m , a N oem i D ilu v io ex cip m n t), ya por­ que las palabras omnes m ontes, om nis caro, empleadas

por Moisés en la narración del Diluvio, pueden re ­ ferirse sin diñeultad á la tie rra habitada á la sazón (commode r e fe r r i p o s s im t ad terra m tune h abitatam ),

sin necesidad de concederles el sentido riguroso de que nada fué exceptuado del Diluvio, quedando re ­ ducida la controversia al más y menos en la cuestión, punto acerca del cual nada definió explícitam ente la Iglesia: S o la p r o in d e con troversia e r it circa p lu s vel m inus; ja m vero E cclesia nihil unquam hac de re d is e r ­ te definivit.

Si á lo dicho se añade que Voss citaba la au to ri­ dad de Teodoreto en favor de su opinión, y qué se­ gún historiadores y escritores católicos, San Efrén, el Orisóstomo y Teodoro de Mopsuesta, exceptuaron algunas partes de la tierra de la inundación diluvia­ na, resulta comprobado que la tradición eclesiásti­ ca acerca de la universalidad absoluta del Diluvio de Noé no reúne los caracteres de unanimidad perfecta

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que suponen los defensores de la teoría universalista. Pero hay más todavía: áun en el caso hipotético de que la uniformidad de la tradición eclesiástica con respecto á la universalidad absoluta del Diluvio, fuera tan completa como suponen los partidarios de la citada teoría, no por eso constituiría prueba cier­ ta é irrefragable de ia verdad de la misma, sin salir del terreno católico. La autoridad de los Santos Padres, escribe Mel­ chor Cano, aunque sea de muchos, no entraña argu­ mento cierto de verdad, cuando se tra ta de cuestio­ nes ó m aterias cuyo conocimiento entra en la esfera de las ciencias naturales. Ahora bien: la cuestión re ­ ferente á la universalidad del Diluvio, si bien por uno de sus aspectos pertenece al orden divino y en cierto modo revelado, á causa de sus relaciones con la palabra de Dios contenida en la Biblia, pertenece por otro lado, y desde otro punto de vista, al orden n atu ral y científico, según que la humana razón y la ciencia tienen perfecto derecho para investigar y de­ term inar las causas, los medios, los resultados, las manifestaciones posibles del gran cataclismo narrado en el Génesis, en relación con los descubrimientos modernos, en relación con la verdad científica, sin perjuicio del fondo substancial y real del texto bíbli­ co, sin perjuicio de la autoridad que corresponde á la Biblia como depositaría de la palabra de Dios. Na­ da. extraño es, por lo tanto, que los antiguos Padres y Doctores eclesiásticos, al ocuparse en el texto b í­ blico referente al Diluvio de Noé, aceptaran y si­ guieran el sentido obvio, toda vez que no podían to­ mar en cuenta á la sazón descubrimientos y p ro g re­ sos realizados posteriormente en las ciencias físicas y naturales; es decir, en las ciencias que ofrecen relacio-

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lies más numerosas y estrechas con la explicación posi­ ble de la naturaleza, causas, efectos y manifestaciones del Diluvio bíblico. Y mal podían hacer uso de estos descubrimientos posteriores, cuando, según observa el mismo Melchor Cano, algunos de ellos, ó estaban ayunos en m ateria de física y metafísica, ó poseían escasos conocimientos de estas ciencias (A ccedit quod ex san ctis an tiquis n onnulli physicern et m etaph ysicem , vel non habuere qu idem , ver certe leviter attig eru n t)} y,

por punto general, los citados Padres y Doctores an­ tiguos pusieron más empeño en buscar y saborear los misterios de la ciencia divina y de la piedad cristia­ na que en penetrar los dogmas filosóficos y registrar los libros de los filósofos, resultando de aquí que, ai tropezar con problemas filosóficos, ó se lim itan á re ­ producir las opiniones que habían recibido de los platónicos, ó siguen las opiniones del vulgo y de los retóricos (1 ), aplicándolas y acomodándolas á las (i) H é aquí algunas palabras del sabio teólogo dominico Melchor Ca­ no, que no han'perdido su oportunidad después de tres siglos que han pasa­ do sobre ellas, y que corroboran la exactitud de nuestras ideas y observacio­ nes en la, materia: «Sanci-vnim aitclorilas, sive p&ucorum sitié pluriutncum ad eos facúltales ■ affertiir, quae naturali lamine c.ontmeniur certa argumenta non suppiditaí, sed tantmn pollet, quantum vatio naturae consentctfiea persuaserit. i>Prunuíii quidem^ quoniam sancti Auctores non erant adeo soliciti in Phihsophiac dogmatispericrutandis, quinphílcsophúrunt lihroi, ut tolos Seíe divínete sapüntiae dedereni, aut valere sinebant, aut etiam interdum a limine sahitabant. Gregorito qmppe Nazianzenus et Basihus¡ tredecim annos ómnibus libris saecularium remotis, solis divinae Scripturae volummibus operam dudase referuntur . E t HieronimiíS: Plttsquam quindecim anni sunt, inquitt ex quo in >¡tanas meas nusquam gentilinm liíterarum qiiilibet aticlor aseendit. Qnoíusquisque, ait¡ mine Aristotelem legit? Quanli Plalonis vel libros uoi’ere?,.., »Accedit, quod ex sanctis antiquis nonnulli physicern et metaphysicem, vel non habuere qmclem (téngase presente que en la época de Melchor Cano la

física comprendía todas las ciencias físicas y naturales entonces conocidas), vel certe leviter atligerunl. A lii vero magna ex parte fuere Platcnici, priusqmint umverterentur adfidem. Qaamol/rem cum in Pkilosophiae qiiaestiones incidunt,

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cuestiones cristianas, sin discutirlas ni examinarlas. Alguien tal vez pudiera objetar, contra lo que dejamos expuesto, que el mismo teólogo español, cu­ ya doctrina alegamos para probar que la autoridad de una tradición eclesiástica unánime, dado caso que existiera, no tendría fuerza suficiente p ara dar ca­ rácter de certeza á la teoría universalista, enseña también que cuando se tra ta de la exposición ó inter­ pretación de la Sagrada Escritura, el consentimiento de los Padres y Doctores antiguos de la Iglesia re ­ presenta y constituye un argumento ó prueba irrefra­ gable—certissim u m a rg u m en tu m —de verdad. Alo cual contestaremos que esta doctrina de Melchor Gano se reñere sólo á. las cuestiones propiamente teológicas — a d theologicas assertion es covrdbor a n d a s ,—y en re a ­ lidad sólo tiene aplicación cuando se tra ta de in te r­ pretar ó exponer la Sagrada E scritura en m ateria de fe y de costumbres pertenecientes á la edificación de la doctrina cristiana, según se expresa el mismo con­ cilio de Trento, en el cual se apoyan los que aducen en favor de su téoria el consentimiento de los Padres, al interpretar los textos bíblicos referentes al Diluvio: In rebus fidei et m orum ad m diftcatíonem doctrinas christiance p e rtin e n tiu m .... nem ini licere contra unanim em consensum P a fru m ipsa/m S ríp tu ra m in te rp re ta r i.

Luego áun en el caso—más ó menos hipotético —de que existiera realm ente unanimidad de consen­ timiento en los Padres de la Iglesia al exponer el tex ­ to bíblico referente al Diluvio de Noé, no p or eso sería lícito deducir de semejante unanimidad argua¡ti -oulgi et Rhetorum opiniones segttuntw, mu etiam quas á Ptalonicis acceperant, in Chrisliancrum scltdam mvekunt. Jta v iri docti errores forte quosdam (quod ad PhiJosophiam quidem humanam attinet), in sanciis aniiquis depreheuduni. Atque ¡wjiis rsiexempiaproferrefac-illimum esse/., sed nm li&et, etíam in kií parvis, majores nostros designare.» De. Locis th eo io g lib, VII, cap, ¡n.

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mentó cierto en favor de la teoría universalista, sien­ do, como es, incontestable que la universalidad geo­ gráfica del Diluvio no constituye en m anera alguna una verdad dogmática ó revelada, un dogma de fe ó de moral católica, m aterias y cuestiones únicas en que tiene lugar y aplicación conveniente la ley tridentina (1) referente á la exposición auténtica de la Sagrada E scritura de acuerdo con los Santos Padres. Resulta de lo dicho, que la uniformidad más ó menos completa de los Padres y Doctores eclesiásti­ cos, al interpretar ó entender la narración bíblica del Diluvio en el sentido de la universalidad geográfica de éste, ó sea en el sentido de la teoría universalista, no impide ni coarta la libertad de movimiento que justam ente puede reivindicar y reivindica el escritor cristiano al discutir este problema, y esto por tres razones: 1 ,a Porque no se tra ta de una cuestión pertene­ ciente á la fe católica y moral cristiana, ni siquiera de una aserción ó conclusión propiamente teológica. 2.a Porque al leer y comentar los textos bíbli­ cos referentes al Diluvio de ISToé, los antiguos escri­ tores católicos carecían de los conocimientos cientí­ ficos adquiridos con posterioridad, y que, á haber (i) He aquí cómo se expresa acerca de este punto el P. Patrizzi en sus fnslüuíiones da Inierpret. b'ibhonmi al cap. v: «Quando autem verbis quae interpretamur aliae res dicuntur, ut sunt quae ad historiam pertinent, tune locus non est iegi tridentinae, quae de rebus fidei ct morum ad aedificationem doctrinae christianas ptrtinentium , lata solummodo est,» En sentido análogo se expresa el cardenal Franzelin, cuando escribe: «Si Patres unánime:;, constanter et asseveranter, atque ita consentiunt, ut vel diserte, vel modo tractandi prodant eas haberí tamquam veritates fidei in praedicatione apostólica, ei in intellectu catholico comprehensas», con las cuales palabras determina y fija las condiciones que debe reunir el consenti­ miento unánime de los Padres en la interpretación de la Escritura para que constituya un sentido auténtico, necesario para el católico.

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existido en su época, hubieran suscitado indudable­ mente dudas é hipótesis diferentes sobre la inteligen­ cia del testo bíblico, y habrían dado origen á diver­ sidad, de opiniones, teorías y sistemas. 8 .a Porque la mencionadauniformidad de in terp re­ tación con respecto á la universalidad geográfica del Diluvio, sería en todo caso uniformidad, no de afirma­ ción dogmática ó interpretación auténtica, sino de afir­ mación probable, de sentencia opinable— opinan tium modo ,—como escribe Pallavicini, y, por consiguiente, dejando el campo libre p ara otras opiniones é in terp re­ taciones del texto bíblico: T am etsi co n co rd a rm t in ter se (los Padres de la Iglesia) de aliqua Scripturoe interpr& tatione, sed opinan tium modo7ja m exem plo suo doceren t etiam , a lio s opinare adeoque p a r ite r du bitare.

De estas palabras del ilustre historiador del Con­ cilio de Trento parece deducirse que nuestro Melchor Cano se dejó llevar algún tanto de las vehemencias de su carácter al rechazar.la doctrina de su correli­ gionario el cardenal Cayetano en m ateria de libertad é independencia acerca de la interpretación de la E s­ critura. Había dicho éste que si alguna vez se p re ­ senta algún sentido nuevo conforme aL texto bíblico, no debe rechazarse al punto, aunque se aparte del torrente general de los Doctores (/Si quando occurrer it novus sensus tex tiíi consonus, quam vis a torrente D óctoru m sacrorm n alienus} mqimm seprcébeat lector censorem) ó Padres de la Iglesia; porque Dios, añadía,

no ligó la exposición de la Escritura á lo s sentidos de los antiguos Doctores, sino á la misma Sagrada Es­ critura bajo la censura de la Iglesia católica: N on enim a llig a v it D eus ex p o sitio m m Scriptura,rum S acraru m p risco ru n i doctorum sensibus, sed /S criptitrceipsi in teg n e sub Gatholicm JScclesice censura. T om o i i .

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Es posible que el insigne comentador de la 8um m a Theologica, haya llevado demasiado lejos en la práctica las ideas que anteceden, según se ve en sus Com entarios a l Génesis, donde concede excesiva im­ portancia y exageradas aplicaciones á la in terp reta­ ción alegórica; pero consideradás en sí mismas, esas ideas exegéticas de Cayetano no merecen las reite­ radas censuras é invectivas de Melchor Cano (1), to­ da vez que Cayetano, además de poner á salvo la autoridad suprem a de la Iglesia en este punto, no se refiere á la interpretación patrística en las cuestio­ nes pertenecientes al dogma y la moral. Tanto es así, que el citado Pallavicini, testigo de excepción en la m ateria, afirma terminantemente que no existía in­ compatibilidad alguna entre el decreto del Concilio y la doctrina de Cayetano: Á ffirm o C ajetanum , guam vis a su is i n hoc dicto licen tiw n ota reprehensum , nunquam fl) En el libro V 7 F de su obra De Locis iksologicis, el teólogo español, después de tributar grandes elogiosa Cayetano, añade: «Nisi quibusdam erroríbus doctrinam suam, quasi cujusdam leprae admixtione foedasset, et vel curiositatis libídine affeetus, vel certe ingerrii dexteritate confisus, litte ras demum pacras suo arbitratu exposuisset... Nam et vetustae traditionis parum tenax, et in Sanctorum lectione parum quoqne versatus, librí signatí mysteria ab áis noluít discere,.qui non suo sensn illa, sed raajorura traditione,,. aperuerunt, Itá, cum plurima scripsisset egregíe, vertit ad extremum omnia, et novis quibusdam Scripturae expositionibus, aliorum, quae vel gravissime dixerat, aut elevavit, aut imminuit certe auctoritatem,,. »Te nunc Cajetane pater... appello, te in conciíium voco, te nori in Lycaeum aut Academiam induce, sed in Sanctorum Patrum pacificum hofiorandumque conventum... Aspice illos, obsecro te, quodammodo aspicientes te, et mansuete ac leniter dicen tes tibí, ltane nos, fili Cajetaue, in Sacrarum expositione litterarum simul omnes errumus? Itane nobis ómnibus, quos Ecclesiae Christus praeceptores dedit, spiritus intelligentiae defuit? ltane, tu unus adversum nos pugnare sudes, et Ecclesiam credis unius sensum hominis secuturam, hujus vero gravissimi sanctissimique Senatus cDmmune judiciura deserturam? Utrum plus tribuendum esse judicas, tot eruditorum, sanctorum, martyrumque praejudiciis, an tuo siugulari privatoque indicio? Respondebisne ad haec, aut omnino hiscere audebis?»

CAPÍTULO IV.

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p r o tu lis s e sensa T riden tin o D ecreto in hac p a r te adversa n tia .

Hay más todavía. El mismo Síelchor Cano, que con tanta vehemencia y dureza combate la doctrina exegética de Cayetano, viene á coincidir en el fondo con las ideas de este. Dos géneros de cuestiones, di­ ce, pueden suscitarse y ventilarse entre los Doctores y Padres de la Iglesia, á saber: cuestiones que p erte­ necen realm ente á la fe y doctrina católica,—quce vere a d fidem sp ectan t doctrinam que cath olicam , —y cues­ tiones qué, ni son dogmas de la fe, ni se deriban de éstos,—n ecfid ei dogm ata sunt, ñeque ex illis derivan tu r,— la s cuales pueden ser ignoradas hasta por los hombres doctos, como son algunas cuestiones p erte­ necientes á las ciencias filosóficas y físicas ó n atu ra­ les. Cuando se tra ta de estas últimas, el teólogo cris­ tiano puede aducir razones en pro y en contra, y adoptar uno ú otro extremo sin perjuicio de la fe: utrinque ralion es a fferre p o te rit, et sa lva ¡ñde u tru m libet , vel p ro b a re, vel im probare.

§ m. Continuación. L a u n ive rsa lid a d absoluta sim ultánea y el texto bíblico.

Si la fuerza ó valor del argumento tradicional que los partidarios de la universalidad absoluta del Diluvio suelen alegar en favor de su teoría carece de la importancia que aquellos le atribuyen, ciertam en­ te que 110 es mayor la importancia y fuerza del argu­ mento tomado del texto bíblico, ó digamos de los ca-

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ractores y notas de universalidad que se observan en la narración mosaica. Constituye esto la prueba prin­ cipal y como el argumento A g id les de la universali­ dad perfecta del Diluvio, aun por p arte de los rep re­ sentantes más recientes y autorizados de esa teoría. Véase, en prueba de ello, en qué términos se expre­ sa el celebrado a-utor de los E splen dores de la fe: «¿Fué el Diluvio universal, es decir, cubrieron las aguas la tie rra toda, el globo entero, ó no inun­ daron más que la tierra á la sazón habitada por el li­ naje humano? La respuesta á esta cuestión' no puede ser dudosa: la universalidad absoluta del Diluvio se halla proclam ada en alta voz por el texto del Géne­ sis ó la narración de Moisés, por la tradición de los pueblos y por la imposibilidad de conciliar el diluvio parcial con los hechos del relato bíblico. »E1 testo del Génesis. Moisés, para describir su Diluvio, hace uso de términos tales, que en el caso de que hubiera querido expresar su universalidad abso­ luta, no hubiera podido inventar otros más significati­ vos y enérgicos. Moisés, en efecto, hace decir á Dios que quiere exterm inar de la faz de la tierra á los hombres, los animales, los reptiles, y hasta las aves del cielo . Pues bien: ese exterminio sólo podía tener lugar bajo la condición de una inundación general que cubriese todos los lugares en que los animales terrestres y las aves del cielo hubieran podido encon­ tra r un refugio. Así es seguramente, siguiendo la afirmación de Moisés, cómo el Diluvio envolvió en sus estragos toda la substancia que vivía en la super­ ficie de la tierra, desde el hombre hasta el animal, desde el reptil hasta el ave del cielo..... ¿Es posible, por ventura, afirmar con mayor claridad la universasalidad del Diluvio, que diciendo: «L a s elevadas m on­

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tañas fueron 'cubiertas de agua debajo del cielo todo en­ tero ? ¿Bajo toda la bóveda del cielo? ¿Qué más pudie­

ra decirse? (1}.„ Ciertamente que si hubiéramos de atenernos al sentido literal del testo, bíblico referente al Diluvio, á la significación obvia é inmediata de las palabras que emplea en su narración el autor del Génesis, se­ ría preciso aceptar la teoría universalista en todo su rigor; porque en este concepto, y desde este punto de vista, es incuestionable la universalidad absoluta del Diluvio de ISToó. B orraré ó exterm inaré, dice Dios en el texto, al hombre por mí creado; lo borraré de la superficie de la tierra, desde el hombre hasta los ani­ males, desde el reptil hasta las aves del cielo. Llega­ do es el fln de toda carne—universce carn is —en mi presencia. Y pereció toda carne—orarais ca ro — que se movía en la tierra, aves, animales, bestias, los rep ti­ les todos con todos los hombres: Omniumgfue rep tiUum.... u n iversi homines.

Si al propio tiempo fijamos la consideración en las palabras referentes á las causas, modo y condicio­ nes del Diluvio, vemos que sus aguas lo inundaron y llenaron todo sobre la superficie de la tierra (inu n dav e ra n t et om nia rep leveru n i in superficie terree), hasta el punto de quedar cubiertos y sumergidos por ellas los montes todos, sin excluir los más altos del univer­ so: O pertigue sunt omnes m ontes excelsi sitb universo codo.

Todo esto es cierto y no hay p ara qué negarlo; p3ro no es menos cierto que, según las reglas más elementales de la hermenéutica, y según las máximas enseñadas y practicadas por San Agustín y Santo Tomás en m ateria de exegesis bíblica, el sentido li(r)

Los exphndm-es, etc,, edic. Barcelona; i88r, t. ni, pág, 179.

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teral de un texto puede modificarse y restringirse en determinados casos, y que al efecto debe atenderse, a) á la mente ó ideas del escritor sagrado y de los hombres á quienes se dirige; b) á no m ultiplicar los milagros sin necesidad; c) á procurar y establecer armonía entre el texto bíblico y las ciencias humanas, y d) á los textos bíblicos análogos y paralelos, que pueden servir p ara reconocer y fijar el sentido de un pasaje determinado. Ahora bien: ora consideremos la mente é ideas del escritor del Grénesis y de los hombres á quienes se dirigía, ora tomemos en consideración pasajes bí­ blicos paralelos ó análogos al texto sobre el Diluvio, ofrece grandes caracteres de probabilidad la opinión de que á los términos generaes y labsolutos usados por Moisés en la narración del Diluvio, debe darse una significación más ó menos restringida. Á no su­ poner y admitir que Moisés recibió de Dios noticia y conocimiento de todas las partes que componen el globo, por medio de una revelación especial a d ftoc, revelación cuya necesidad no se alcanza, lo natural y lógico es suponer y admitir que el autor del Géne­ sis, al hablar de toda la tierra, y de todos los montes, y de todos los animales, se refería solamente á toda la tierra y todos los montes y todos los animales de que él y su pueblo tenían noticia, pero no á la tierra, los montes y los animales pertenecientes á la Améri­ ca, por ejemplo, de los que ninguna idea ó noticia podían tener, salva una revelación divina especial. En confirmación de lo dicho puede alegarse que no es raro ver al autor mismo del G-énesis hacer uso de palabras y frases cuyo sentido literal y obvio ofre­ ce caracteres de universalidad, á pesar de que no es posible, en buena exegesis, dejar de restringir y p a r­

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ticularizar aquel sentido universalista. El hambre crecía diariamente en toda la tie r ra , se dice en el ca­ pítulo x l i del Grénesis:— Crescebat autem qu otidie fa mes in omni té rra . —Y más adelante: Entretanto el hambre afligía grandemente toda la tierra: In te rim fa m es omnem terra m vehem enter prcem ebat.

Excusado parece advertir que la palabra om nis térra , empleada aquí por el autor del Grénesis, lo mis­ mo que las palabras omnes p r o v in c ia (1), allí también usadas, no pueden recibir la significación literal y obvia que les corresponde, debiendo restringirse su sentido á las regiones y provincias que rodeaban al Egipto, siendo de notar que no faltan tampoco en el Nuevo Testamento ejemplos de esto mismo. Al dar cuenta el autor de los A ctos de los A póstoles de los su­ cesos que' tuvieron lugar con motivo de la venida del Espíritu Santo en la fiesta de Pentecostés, dice, entre otras cosas, que se encontraban á la sazón en Jerasalón hombres de todas las naciones que están bajo el cielo,—ea; omni ncitione qum siib emlo est, —y no es fá­ cil que exegeta alguno, por am ante y apegado que se le suponga al sentido literal, admita que había enton­ ces en Jerusalén hombres venidos de la China ó de la Australia. Despréndese de lo dicho que no entraña grande im portancia el argumento que los partidarios de la teoría universalista, y principalm ente el abate Moigno, pretenden deducir del «texto del Grénesis ó la n a­ rración de Moisés», Y esa importancia, y la fuerza de ese argumento disminuyen más y más, si se tiene en cuenta que sólo rechazando esa teoría universalista es posible concebir y explicar el Diluvio de Noé, sin (i)

Omnesqueprovincias vemebemt in Aegypinm ut emereni escás.—Genes.,

c a p . XLt, V. 57,

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recu rrir á una serie de milagros, superior á la que, en buena crítica exegético-bíblica debe admitirse en la m ateria; porque ya se ha dicho arriba que entra en las condiciones de la buena hermáfifiutica, así co­ mo de la buena teología, no m ultiplicar los milagros sin necesidad. Y en la teoría de la universalidad ab­ soluta, además del milagro del anuncio y revelación á Noé del Diluvio futuro, cuyo carácter milagroso y sobrenatural en este concepto deben reconocer todos los católicos, sería preciso admitir, por lo menos, un nuevo milagro para dar razón de la existencia sobre toda la superficie de la tie rra de una masa de aguas que se elevara quince codos sobre los montes más altos, y otro no inferior para dar razón de la venida, . entrada y conservación de todos los animales en el a rca fabricada por Noé. Supone y admite la teoría universalista que toda la superficie de nuestro globo quedó cubierta de agua, incluyendo los montes más elevados^ Esto vale tanto como decir que la capa de agua que durante el Dilu­ vio cubrió la tierra toda, debió tener cerca de nueve kilómetros de espesor, toda vez que la cima del mon­ te G-adrisankar mide una altura de S,800 metros sobro el nivel del m ar. Veamos ahora la cantidad de agua que se necesita p ara inundar la tierra en las condi­ ciones indicadas. Toda vez que el semidiámetro de la tierra es de 6,371 kilómetros, resulta que á la superficie de la misma corresponden más de quinientos diez millones de kilómetros cuadrados. Si colocamos ahora sobre esa superficie una capa de agua de nueve kilómetros de espesor, resultará que la masa ó cantidad de agua que se necesita p ara cubrir toda la tierra hasta la altura expresada se eleva, en números redondos, á 4,397 millones de kilómetros cúbicos.

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Ahora bien: si doblamos la cantidad de agua arrojada por las lluvias torrenciales más violentas entre cuantas han sido observadas y medidas, sólo resultará u n a ^ p a de unos ochocientos metros, supo­ niendo que esa lluvia perseveraba cayendo sobre to­ da la tierra por espacio de cuarenta días con sus no­ ches, sin interrupción alguna. R esultará de esto que, áun haciendo caso omiso de la dificultad no pequeña de señalar origen y alimento á semejante lluvia to­ rrencial por espacio de tantos días y noches seguidas, habremos de tropezar siempre con una dificultad ma­ yor, con la grave dificultad de bascar aguas para Henar la diferencia que existe entre 800 y 9.000, entre la masa y cantidad de agua que se necesita para for­ m ar alrededor de toda la tierra una capa de ochocien­ tos metros de espesor, y otra de nueve mil. P ara satisfacer á esta dificultad, los partidarios de la teoría universalista recurren á las aguas del m ar. Cierto es que estas aguas cubren aproxim ada­ mente las tres cuartas partes de la superficie total del globo terrestre, y concediendo á las mismas una pro­ fundidad media de cinco mil metros, resulta una m a­ sa de agua equivalente ámil novecientos once millones de kilómetros cúbicos, masa más que suficiente para cubrir la cuarta parte de la superficie terrestre hasta la altura de los nueve mil metros necesarios en la teoría de la universalidad absoluta. Pero esto sólo podría verificarse á condición de que «toda esta agua, dice J. d'Estienne, de los océanos dejara enseco sus lechos y se levantará verticalm ente sobre las tierras como una terraza de agua de nueve kilómetros do altura con relación á sus playas normales, y de ca­ torce kilómetros con relación á la profundidad media del lecho oceánico». Y aquí tropezamos ya con la se-

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ríe de milagros que exige la teoría universalista, por­ que milagro grande seria que las aguas del m ar, con­ tra todas las leyes del equilibrio, se m antuvieran levantadas hasta la altura de nueve kilómetros sobre los continentes, abandonando y dejando en seco el fondo de los mares. Esto sin contar que admitiendo semejante hipótesis con el milagro especial que con­ sigo lleva, resultaría, después de todo, que el Diluvio no había sido universal en la forma que pretende la teoría universalista, toda vez que la mencionada ca­ pa de agua de nueve kilómetros de espesor cubrió so­ lo los continentes, y no el lecho de los mares, es de­ cir, la cuarta parte de la superficie total del globo, y no toda la superficie, según supone y exige la te.oría de la universalidad absoluta. vCon el fin de evitar la objeción que contra la teo­ ría universalista, en el sentido que se acaba de indi­ car, resulta de las leyes de la hidrostática, algunos partidarios de aquella teoría suponen que las aguas del mar cubrieron los continentes, haciendo sobre és­ tos una irrupción violenta y repentina, gracias á la cual pudieron sumergir por completo, y hasta g ran ­ de altura, la superficie terrestre, sin necesidad de m antenerse en equilibrio sobre ésta contra las leyes de la hidrostática. Observaremos ante todo que esa invasión repen­ tina y violenta de los mares sobre los continentes, no se halla en armonía ni mucho menos, con el texto do la narración bíblica en su sentido natural y obvio, al que tanta importancia conceden los partidarios de la teoría universalista. Quienquiera que sin prejuicios fije la vista en el texto aludido, entenderá que se tra ­ ta allí de aguas abundantes y torrenciales que caen sin cesar, y, si se quiere, de aguas que van inundan­

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do sucesivamente la tierra; pero sin hacer mención ni alusión á oleadas violentas del mar, que todo lo hubieran trastornado y destruido, y no hubieran permitido que el arca se levantara y flotara sobre las aguas paulatinam ente (1), según indica la Escritura. Pero supongamos la realidad del fenómeno; ad­ mitamos que en un momento dado las aguas todas de los mares hicieron irrupción sobre los continentes ó tierras hasta entonces descubiertas. Necesario será señalar una causa capaz de producir y determinar semejante acontecimiento, y causa proporcionada á la magnitud del efecto, á no ser que se acuda á la acción sobrenatural de Dios, á un nuevo milagro del Creador, con lo cual se explica todo y no se explica nada. Algunos representantes de la teoría universa­ lista, y entre ellos Moigno, pretenden cortar el nudo de la dificultad y salir del paso admitiendo un cam ­ bio repentino producido en la posición del eje del globo terrestre con relación á la eclíptica, siendo, co­ mo es, evidente, que semejante cambio ó variación del eje, sobre todo de verificarse repentinam ente, se­ ría más que suficiente para determ inar una invasión (11 Esto y no otra cosa es Lo que espontáneamente se desprende de las palabras y frases de que hace uso el autor del Génesis al relatar el diluvio de Noé: «Faetumque est diluvium quadraginta diehus super terramjet multiplicatae sunt aquae, et ehvaverunt arcam in sublime a ierra... porro arca ferehatnr super aptas,,,

»Obtinueruntque aquae tertam centum quinquagmta diebus... ¡idduxit spiritum super terram, et imminutae snnt aquae... »Reversaeque sunt aquae de térra eunteset redeuntes... At vero aquae ibant et decrescebani usque ad dec.imum juenseLii; décimo enim mense, pri­ ma die mensis, apparuerunt cacumina montium.» Es fácil ver que aquí se trata de una inundación producida por ía lluvia, á la vez que par el desbordamiento mayor ó menor del mar, pero que sube y aumenta gradualmente, y no con sacudidas ó invasiones violentísimas.

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extraordinaria y violenta del Océano sobre los con­ tinentes. Por más que esta teoría de las variaciones del eje con respecto á la eclíptica haya tenido p artid a­ rios en años anteriores (1), y los tenga todavía en nuestros días, es lo cierto que los sabios más com­ petentes y autorizados consideran hoy como inadmi­ sible, y como una hipótesis completamente g ratu ita en el terreno de la inducción y de la analogía cientí­ fica, ese cambio repentino del eje de la tierra con res­ pecto á la eclíptica. Por otra parte, aun admitiendo sem ejante hipó­ tesis, la explicación del Diluvio absolutamente uni­ versal, y cubriendo toda la tierra por espacio de cien­ to cincuenta días, no habría adelantado mucho á los ojos de la razón y de la ciencia. Porque, en la teo­ ría mencionada, el cambio brusco del eje terrestre hubiera producido una especie de ola ó m area gigan­ tesca y violentísima, que arrojando sobre la tierra el contenido de los grandes océanos, lo habría tra sto r­ nado y destruido todo á su paso, volviendo al cabo de poco tiempo á depositarse en las profundidades ó sitios que le correspondían según las leyes de la hi­ drostática. El arca misma de Noé habría corrido gran riesgo—sin un nuevo m ilagro—de ceder al violento empuje de esa ola gigantesca, de ser arrojada con(i) «Un savant de índrite, dice Estierme, l’ingénieur des mines Félix de Bouchcporn, écrivit, en 1846 une théorié des révohtüons de la surface du globe, comme l’on Jisaic alors, fondée toute entiére sur une série de brusques changements dans In directíon de l’axe de la terre. Le choc des come­ tes rencontrant violenunent la surface terrestre sous différents angles, dans diverses directions et avec une forcé plus ou moins grande, amait amené ces déplncemants, et l'auteur n'en compte pas moins de quatorze. Les différents syslémes des chaines de montaignes correspondraient aux positions succéssives que l'équateur aurait, par suite, occupées.» Revne des quesl, scient. Abril, 1SS1,

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tra m ontanas y rocas, de experim entar conmocio­ nes y agitaciones vehementes, en lugar de lev an tar­ se paulatinam ente y flotar sohre las aguas del D ilu­ vio, que es lo que indica con bastante claridad la narración bíblica: m ultipUcatce szm t aqtia?, et elevaveru n t arcam in sublime, a térra ; p o rro arca ferebatu r su ­ p e r aquas.

Añádase á esto que la fuerza extraordinaria de esa inundación repentina y universal habría dejado en la corteza terrestre rastros y vestigios de los gran­ des trastornos que debió producir un fenómeno de semejantes proporciones, cuya acción debió sentir­ se en toda la superficie del globo. Y, sin embargo, la geología no ha hecho constar hasta hoy los efec­ tos y manifestaciones de esa violentísima inundación universal en las capas ó rocas por ella reconocidas y clasificadas en el terreno cuaternario, ni en el te r­ ciario. Haciendo caso omiso de la teoría del levanta­ miento brusco de la zona ecuatoxial, á que algunos recurrieron p ara explicar la invasión mencionada de los continentes por los mares, diremos que tampoco puede señalarse y admitirse como razón suficiente de la invasión oceánica, violenta y universal, el levantamiénto de las grandes cadenas de montanas. P ara que esta teoría fuera aceptable, sería preciso a) que las principales cordilleras y montañas del globo se hubieran levantado repentinam ente; b) que todas se hubieran formado y aparecido hacia la época del DilubiOj y casi simultáneamente. Pero la ciencia, en su estado actual, no admite ni el levantamiento repen­ tino de las grandes'm ontañas, en la forma que p re­ tendía y afirmaba años atrás Elias Beaumont, tenien­ do por mucho más probable la formación sucesiva,

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el levantam iento relativam ente progresivo y más ó ménoa lento de aquéllas; ni tampoco admite que la formación y aparición de montañas se verificó simul­ táneam ente, sino en diferentes épocas geológicas. Los datos é inducciones de la ciencia indican que las mon­ tañas, en su mayor parte, son anteriores al Diluvio de Noé, acontecimiento que, según todas las probabi­ lidades, debió tener lugar durante la época cuater­ naria. El ya citado abate Moigno, acosado por la nece­ sidad de encontrar agua suficiente para sum ergir la tierra toda hasta cubrir las cimas de las montanas más elevadas, acude también á las aguas superiores ó intersiderales. «En mi convicción personal, escribe (1), las fuentes del grande abismo y las cataratas del cielo son manantiales de agua tomados fuera de aquellas que se encuentran en la superficie de la tie ­ rra. En el lenguaje del Grénesis, la palabra abism o significa una aglomeración de m ateria disgregada: las aguas del Diluvio comprenden, así las aguas in ­ feriores esparcidas en la atmósfera de la tierra, como las aguas superiores esparcidas en el firmamento ó los espacios celestes. El texto sagrado dice, en efec­ to ,....: «Todas las fuentes del grande abismo y las «cataratas del cielo se abrieron, y la llu v ia cayó sobre y>la tierra . Las fuentes del grande abismo y las cata­ r a t a s del cielo se cerraron, y la llu v ia del cielo cesó». Lo que dan cabalm ente las cataratas y los abismos, es, por lo tanto, la Uuvia del cielo} una lluvia ex trao r­ dinaria, divina, cuyos elementos naturales en aque­ lla época de la constitución de la tierra existían en la atmósfera y en el espacio. Hé aquí, según el Génesis, el agente de la inundación mosaica.» (i)

Obra citada , t. III, pág. 175-

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Esta teoría del autor de los E splen dores de la fe, aparte de otros, y sin contar que en el terreno cien­ tífico representa una hipótesis gratuita, tiene el in­ conveniente, no despreciable en los tiempos que corren, de aum entar ó multiplicar los milagros sin necesidad verdadera. Porque dicho se está que seme­ jante teoría lleva consigo: a) el milagro de la creación ó formación al menos, en un momento dado, de las aguas intersiderales; b) el milagro de su reunión p re­ cisamente en el punto délos espacios inmensos, sidera­ les, correspondiente á nuestro globo; c) su caída sobre ésta en forma de lluvia por espacio de cuarenta dias; y, sobre todo, d) el milagro de su desaparición al cabo de cinco meses, desaparición que sólo pudo verificar­ se, ó volviendo á subir á los espacios intersiderales, ó siendo aniquiladas por Dios. Sin duda que todos y cada uno de esos milagros son absolutamente posibles á la omnipotencia divina, pero también es incontes­ table que, 110 siendo necesarios p ara dar razón del Diluvio de Noé, es más conforme árazó n prescindir de ellos, y así lo aconsejan tam bién la ciencia, la teología y la misma exegesis bíblica. Resulta d é la s observaciones y consideraciones que anteceden que los partidarios de la universalidad absoluta y simultánea del Diluvio se hallan imposibi­ litados, ó cuando menos rodeados de dificultades casi insuperables, p ara señalar razón suficiente de la can­ tidad inmensa de aguas diluviales que exige su teoría, so pena de acudir á una serie de milagros que no ju s­ tifican ni las ciencias físicas y naturales, ni las teoló­ gicas, ni tampoco las máximas y principios que en cuestión de exégesis bíblica enseñaron y practicaron San Agustín y Santo Tomás con otros Padres de la Iglesia. Así, podemos decir con el P. Pianciani: «La

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opinión que no quiera exceptuar del Diluvio región alguna, ninguna isla, ninguna montaña, de m anera que el agua haya subido quince codos sóbrelas mon­ tañas de la Armenia, y también sobre los más altos montes del Asia y de la América, con dificultad g ran ­ de encontrará una explicación satisfactoria con res­ pecto al origen de la cantidad inmensa de agua nenesaria al efecto». Si es difícil señalar una razón suficiente acepta­ ble de la cantidad de agua que se necesita p a ra la inundación de la tierra en los términos que supone la teoría universalista, no es más fácil explicar satis­ factoriam ente, en la misma teoría, la conservación de los animales. Porque la verdad es que, á no hacer intervenir una nueva serie de milagros, no es posible darse cuenta de la forma y condiciones en que debió verificarse aquella conservación de todos los anim a­ les, aun excluyendo del número de éstos, no ya sólo los peces propiam ente dichos, sino tam bién los cetá­ ceos, moluscos, crustáceos, radíarios, zoofitos, etcé­ tera, en atención á que, después de descartados éstos, todavía quedan en pié dificultades que no es fácil re ­ solver en la teoría universalista. He dicho aun exclu yendo del número de éstos, es decir, de los animales salvados por Moisés, los peces, cetáceos, moluscos, etc., porque en la teoría de la universalidad absoluta del Diluvio no es fácil expli­ car tampoco satisfactoriam ente la conservación de los mismos. Los partidarios de esta teoría suponen y admiten generalm ente que las aguas que inundaron y sumergieron toda la tierra, procedían, parte de la lluvia torrencial, y parte del desbordamiento é inva­ sión de los mares sobre la tierra, resultando de aquí naturalm ente una mezcla de aguas dulces y saladas,

impropias p a ra la conservación de la vida de la m a­ yor parte de esos animales, más ó menos propiam en­ te acuáticos. Demás de esto, es sabido que estos ani­ males no son capaces, por su organización, p a ra re ­ cibir y soportar cualquier grado de presión, y los hombres de la ciencia no ignoran que tales ó cuales especies no se encuentran más allá de cierta profun­ didad en el Océano, mientras otras sólo viven en una profundidad mayor. Es, por consiguiente, muy pro­ bable que una gran parte de los animales indicados no hubieran podido conservarla vida bajo un aumen­ to de presión representada por una capa de agua de ocho ó nueve mil metros de espesor. Pero dejando á un lado la conservación de los animales mas ó menos acuáticos, y concretándonos á los terrestres y aéreos, vamos á exponer y resumir con Estienne las dificultades que para la conserva­ ción de los mismos envuelve la teoría universalista. «Estos animales, dice el citado escritor (1), no pue­ den vivir en el agua ni bajo presión alguna. Si el Di­ luvio sumergió el globo entero sin excluir las ci­ mas más elevadas, será preciso que hayan sido in­ troducidas en el arca las especies todas que hoy exis­ ten, sin excepciones de ningún género. «Dejemos á un lado las dificultades procedentes de las dimensiones del arca, dimensiones que por otra p arte nos son desconocidas, puesto que no poseemos dato alguno acerca del valor del codo mencionado por Moisés. Hagamos igualmente caso omiso de la cuestión de arreglo interior para colocar tantos ani­ males desde el elefante y el rinoceronte hasta la hor­ miga; desde el buey á la tortuga; desde el águila, el condor y el avestruz hasta la paloma, el pájaro mos(i)

üsvue des questions scienti/,, Octubre, 1885.

T om o ii.

Si

sao

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ca y el colibrí; desde el tigre, el león, el boa, el cró­ talo hasta la araña, la abeja; del erizo al puerco es­ pía; de la jirafa al dromedario, etc. No nos ocupe­ mos en las provisiones gigantescas que son necesa­ rias para alim entar por espacio de un año estómagos de necesidades, exigencias y dimensiones tan varia ■ das. Todo esto ofrece seguram ente inauditas dificulta­ des; pero se concibe que pueda alcanzarse su re a li­ zación dentro del orden de las cosas naturalm ente posibles, mediante la inteligencia de un poderoso ge­ nio organizador, y nada nos impide admitir que Noé fuó un hombre de genio, »Para lo que el genio humano, por grande que se le suponga, resultaría impotente, es p ara reunir en un solo punto del globo representantes de toda su fauna. Subdiviré ésta en tantas faunas particula­ res cuantas son las regiones y los climas diferentes. Aun en nuestros días, cuando los progresos referentes á locomoción, á los medios de comunicación y de acli­ matación han repartido en cierto modo por todas p a r­ tes los animales domésticos ó útiles al hombre, suce­ de que cada región tiene todavía su fauna especial. Con m ayor razón, sin duda, debía suceder esto en tiempo de Moisés. Diferente era la fauna pertenecien­ te al Asia central de la que existía en la Corea y el Japón, en la Australia, en las islas del Pacífico, en M adagascar, en las diversas zonas del continente afri­ cano, en la Europa central, m editerránea y báltica, en las regiones polares ó ecuatoriales y en las dos Américas. Si la universalidad del Diluvio fué absolu­ ta, preciso fué sin embargo, que, movidos por m ila­ groso instinto, p artieran de todos los puntos del glo­ bo suficientes representantes de las diversas faunas,

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atravesando brazos de m ar y océanos, á nado segu­ ram ente, desafiando sin novedad las diferencias y variaciones de climas para colocarse alrededor de Noé, como rebaño inofensivo y dócil, la pantera al lado del carnero, la zorra cerca de la gallina, la go­ londrina y la perdiz jugando pacificamente con el buitre y el milano, el ratón con el gato. >5Hay más todavía. Encerrados durante un año machos y hembras de cada especie, estos animales debían reproducirse y pulular en el arca. Laprolificación de gran número de esas especies se repite muchas veces cada año. ¿Dónde hallar el sitio nece­ sario p ara este aumento de población animal en una embarcación que estaba ya completamente llena? »Los partidarios de la universalidad absoluta no se apuran por tan poca cosa. Puesto que el Dilu­ vio bíblico, dicen, es un hecho milagroso, m ilagro­ sas son también todas las circunstancias que á él a ta­ ñen. P ara Dios no era difícil reunir en torno de Noé los representantes de todas las especies animales, suprimir los obstáculos que se presentaban en su via­ je, modificar temporalmente sus temperamentos y sus instintos, hacerlos entrar, en fin, y mantenerlos milagrosam ente en el arca, como tampoco lo era m ultiplicar las aguas ó form ar otras nuevas para su­ m ergir el globo. »Lo cual equivale á decir: calesquiera que pue­ dan ser las imposibilidades m ateriales de todo género y casi innumerables contra las cuales choque la hi­ pótesis de un diluvio absolutamente universal, este fenómeno fué, 110 obstante, posible, porque nada, hay imposible p ara Dios. »Preciso es reconocer que semejante proposición es inatacable en el terreno de la metafísica. F altaría

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exam inar ahora si este procedimiento, que abraza nna serie indefinida de milagros, es igualmente acep­ table desde el punto de vista de una sana exegesis, así como respecto de la Sabiduría divina y de la pro­ porción que el Todopoderoso mantiene siempre entre las causas que pone enjuego y los efectos que in ten ­ ta producir; si, porque dicho procedimiento es posi­ ble á la omnipotencia de Dios, es motivo suficiente para que haya convenido á la Razón divina.» Excusado parece añadir que la dificultad de con­ cebir y explicar el regreso á lejanos lugares y la dis­ persión de los animales salidos del arca por la super­ ficie toda del globo no es menor que la que se acaba de indicar, en orden á la venida é ingreso en el arca de Noé. Aludiendo á las dificultades é inconvenientes que en este concepto entraña la teoría universalista, el P.Pianciani observa, con razón, que si todas las es­ pecies de animales terrestres y aéreos entraron y sa ­ lieron del arca, no es posible concebir por qué no se descubre vestigio alguno de aquéllos en las regiones interm edias que algunos de ellos debieron atravesar, después de salir del arca, para llegar y establecerse en la comarca donde hoy tienen su domicilio propio y como exclusivo. La geografía zoológica entera, añade á su vez el abate Motáis (1), protesta contra la (i) «Tandis que l'ours comtnun se trouve a la fois en Europe, en A sie , et peut-étre dans le Nord de 1‘ours rongeur estpropre á l‘Inde C o n tin e n te le, l'ours de S yrie au m ont Liban et au territoire environnant. T andis que le chacal habite 1‘Afrique tout-entifere, 1‘Asie m éridianale, la G réce, la Turquie d'Eurape, ie Caucase, l‘aye-aye n ‘a. été trouvé que dans le Madagascar, Les éléphants, les rinocáros, les hippopotam es, les chameaux, les girafes, les lionsj tigres, panthéres, léopards, ete., ne se reucontrent que dans les contrées de 1‘ancien monde. Le continent am éricain posséde, de son c6té, nom ­ bre d ‘espfeces qui luí sont propres. L es singes amferieains forment un groupe distinct de ceux de T a rd en m onde par leur dentition, Tabsence de callosité au síége: 1‘absence d'obajoues, ¡‘éxistence constante de la queue. L'uneau,

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unidad de foco y centro respecto de la vida animal, en un momento dado, de la existencia del mundo. En sentido análogo se expresa sobre este punto Pfaff, el cual pregunta oportunam ente por qué y có­ mo los animales más tardos en sus movimientos, co­ mo el bradipo, por ejemplo, habrían recorrido tan largo camino para llegar al arca y p ara regresar después al punto de partida, sin dejar en el antiguo continente representante alguno de su especie, al paso que, animales de locomoción muy rápida, como los caballos, quedaron todos en aquel continente. «Por cualquier lado, añade, que se mire la hipótesis relativ a á la descendencia de todos los animales per­ tenecientes, ora á los climas cálidos, ora á los fríos, de una sola pareja, y su propagación desde un solo punto central, preséntase como evidente su imposibi­ lidad.» Lo que dejamos apuntado acerca de la fecundi­ dad grande de algunos animales, y de las consiguien­ tes dificultades para proporcionar hospedaje y facilil'ai, les tatous, le chlamyphore, les fourm iliers.les pécaris, les lamas, le bison le boeuf musqué, sont des anim aux exclusivem ent américains. L egrou p e des lem uriens, celui des indris, celui des cheirogoles, celui des tenrecs, sont propres á l'íle de Madagascar. La girafe, le couagga, le daw, la aébre, lescliim panzés, etc., sont exclusivem ents africains; les orangs, les g ib b o n s,les sem nopitliéques ont peur centre d'h abiu tion Sumatra, Borneo, java. L*Australie semble avoir le monr-pole presque exclusif des marsupiaux. »D e tous ces faits et de ceux du ménie genre, il sem ble resulter c¡ue les diversés espéces anim ales, souvetit m em e les divers groupes, (wcupent gén éralem ent des cantonnem ents divers i la surface du globe et sem blent g én éraleraent originaires de bereeaux m últiples et nombreux plut6t que d ‘un seu l ou d ‘un petit nombre de points. Dans 1‘éta.t actuel de la Science, il parait difficile de préctser ces divers foyers. On peut, cependant, sigaaler com ­ me foyers zoologíques probablement distints. En A sie, la Sibérie, le grand plateau tliibetain, 1‘In d e, U M alaisie, puis l'Afrique, Madagascar ct les íle s voisines, 1‘A m ériquedu sud, l'Australie. Les autres grandes contraes du g lo ­ be sem blent avoir été peuplées par suite d'ém igrations » L e Déluge. bibliqut devant la l E d itare et la Science, pág, 45.

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ta r alimento á la nueva prole, prueba que á la teoría de la universalidad absoluta del Diluvio le saldrían al paso objeciones é inconvenientes de ■explicación difícil, por no decir imposible, áun en el caso de que fueran exactos los cálculos, y seguras y ciertas las medidas y conclusiones de Silberschlag (1), al ocu­ parse e n poner en relación y armonía la capacidad del arca construida por ISToé con el número y n a tu ra ­ leza de los animales que debieron su conservación á la misma. Pero la verdad es que los cálculos y medidas de Silberschlag- no pueden salir del terreno puram en­ te hipotético, en atención á que no conocemos el v a­ lor real del codo á que se refiere el autor del Génesis al describir la construcción y magnitud del arca. .Ante la dificultad de explicar la distribución geo­ gráfica de los animales, á la vez que la venida y r e ­ greso á sus propios centros y climas de todas las es­ pecies de animales respecto del arca de Noé, Ebrard, con algunos otros sabios, opinaron que después del (i) Sabido es que este arquitecto de Berlín formó un plano ó idea del arca de N o é, con el fin de probar prácticamente que podía recibir, y dar hos­ pedaje á todos los anim ales Lerrestres y aéreos. «11 a tracé, escribe ReuscJj, de l ’arche un plan com plet qui atteínt jusq u ’aux plus p etits détails, et dant lequel toutes Ies dispositions nécéssaires ont été prévues. H y trouve une place pour toutes les espéces anim ales du systéine de Linné, les especes aquatiques exceptées. Les plus grands anim aux sont placés a l'étage inférieur avec les provisions qui leurs sont nécéssaires, afm qu‘on n ‘eu t pas besoin de les leurs apporter d’un autre endroit, afín aussi que cette cale inférieure füt assez lestée pour garantir le plus possibie Parche contre les roules, et íurtout pour l’em pecher de verser. Les anim aux plus p etits ha b iten t a coté de l'homme, á l’étage du m ilieu, et les oiseaux se tm uvent a l’étage supérieur. D ’aüléurs, Silberschlag a disposé Ies d ioses de m aniére que, com m ’il le dit, les animaux qui ne peuvent 5e souífrir n e fussent point dans le roSme endroit afin d’éviter, dansl'arche, les coipbats et d ’autres épouvantables desordres.... »Silherschlag a porté la précaution jusqu’á partager convenablem enentre les huit personnes qui étaient dans l’arche le S ervice que réclaraaient la noutriture et l’entretien des animaux.» La fíible el [a Nalure. p;Ig. 409.

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Diluvio tuvo lugar una segunda creación de animales; pero esta hipótesis se considera generalm ente como destituida de fundamento, y cuenta hoy muy pocos partidarios, si es que cuenta con alguno. Síntesis de lo que en este párrafo dejamos ex­ puesto es la siguiente conclusión: En el Diluvio de Noé hubo seguram ente una parte milagrosa y sobre­ natural, como es, por lo ménos, la profecía, el anun­ cio y comunicación que del gran cataclismo y de su objeto hizo Dios á Noé; pero no será conforme á las exigencias de la razón, de la ciencia y de la pruden­ te exegesis bíblica, añadir y multiplicar milagros in­ necesarios p ara dar cuenta del fenómeno y sus efec­ tos, Luego la teoría de la universalidad absoluta no reúne grandes elementos de probabilidad en su favor, y es justam ente rechazada hoy por los sabios, los teó­ logos y los exegetas católicos más autorizados, toda vez que 110 se halla en armonía, ni con los principios y máximas de exegesis bíblica que enseñaron y p rac­ ticaron los Padres dé la Iglesia, y principalm ente San Agustín y Santo Tomás, ni mucho menos con los des­ cubrimientos y progresos realizados posteriorm ente en las ciencias físicas y naturales. Por nuestra parte, abrigamos la convicción de que, si el grande Obispo de Hipona y el Doctor de Aquino vivieran hoy, 110 serían partidarios y defensores de la teoría universa­ lista: uno y otro ensenaron con la palabra y con el ejemplo que al investigar el sentido de la Sagrada E scritura, y p ara fijar el alcance de sus palabras, es conveniente y necesario no perder de vista la ense­ ñanza de las ciencias naturales y filosóficas. A bando­ n ar hoy opiniones profesadas por los antiguos docto­ res eclesiásticos, opiniones que ellos rechazarían tam ­ bién hoy, no implica irreverencia ni menosprecio

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hacia los mismos. “El niño del Catecismo, escribe Motáis, que rep iteh o y que los días mosáicos no son días de veinticuatro horas, ó el escolar que sabe que el sol no gira en torno de la tierra, y que existen an­ típodas, ¿se atreverá por esto á medirse ccn esos co­ losos que fueron en otro tiempo obispos de Cesarea y de Hipona?„

§ IV. L a u n ive rsa lid a d com pleta sucesiva.

Diremos pocas palabras acerca de esta teoría que carece hoy de representantes autorizados; al menos en la forma y sentido que le daba su fundador, al exponerla y defenderla años atrás en su libro E l D i ­ luvio m osaico, la h istoria y la geología. Porque, si bien es cierto que en un artículo publicado en los últimos años se habla algo de diluvio sucesivo, ó, digamos mejor, de la inundación sucesiva de la superficie de nuestro globo (1), sin salir del Diluvio de Noé, salta á la vista que sólo se tra ta de un expediente encami­ nado á evitar los graves inconvenientes con que tro ­ pieza la teoría propiamente universalista. La cual teoría, según la atinada observación del abate Motáis, (i) A ludim os aquí al artículo que sobre el D ilu vio vió la luz publica en eí número de La Ccntrovérsia, correspondiente al mes de Septiem bre de 1883, en el cual se hace m érito de las hipótesis suficientes para dar razón de ta cantidad de agua que ex ige la teoría universalista, en defecto de las cua­ les, y com o á mayor abundam iento, añade su autor: «En outre le déluge a duré prés d'un an; durant ce tem ps lts eaux allaient et revenaient; elles ont pu couvrír successivem ent Ies differentes contrdes de m anilre á détruire partout les hamm es et les animaux. II n ’est pas nécéssaire que la pluie soit tom bée partout en m em e tem ps, ni que l’Am érique ait été couverte d ’eau le m em e jour que l'Europe et l’Asie»,

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pierde con esto su triple base. üLa base física, puesto que se disminuye la cantidad de agua producida por la lluvia, la cual se convierte en una lluvia parcial y local; »La base tradicional, toda vez que la tradición toda entera admite la simultaneidad del hecho; »La base escrituraria, en atención á que el tex ­ to declara positivamente que la invasión diluviana es ­ tuvo completa al cabo de cuarenta días, y que sólo comienza á disminuir después de ciento cincuenta: lo cual excluye evidentem ente esa pretendida sucesión diluvial.» Ya se ha indicado arriba que el representante principal, y, podemos añadir, genuino de la teoría que nos ocupa, es el abate Lam bert. «Moisés, dice éste (1), escribía p ara los hebreos; se proponía especialmente recordar á su pueblo la historia de sus p a ­ dres y m ostrarle la acción de la Providencia. En el Génesis no encontramos historia alguna de los pue­ blos extranjeros, sino aquello que dice relación á la historia de los judíos. En su pensamiento, lo mismo que en el pensamiento del pueblo al cual se dirigía, podía n arrar sólo un hecho particular á la nación ju ­ daica, un accidente'local de la grande inundación que sumergió la tierra toda por medio de una sucesión, no interrum pida, si se quiere, pero no simultánea. En este sentido, todos los hechos contados por Moisés son absolutamente verdaderos con todas sus circuns­ tancias de lugar, tiempo é intensidad. Con esta ex­ plicación no se ataca en m anera alguna la universa­ lidad del Diluvio, toda vez que la inundación habría tenido lugar, bien que sucesivamente, en todas las de­ más regiones del globo. (i)

Le Déluge mosáique, l ’histoire el la géologk, p:ig. 4S1.

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»Si se quiere sostener que la inundación produ­ cida por el Díluyio tuvo lugar simultáneamente sobre toda la tierra, se tropieza con dificultades insupera­ bles. ¿Cómo suponer, en efecto., una cantidad de agua bastante considerable p ara cubrir de una m anera uniforme la tierra toda, en la misma época y á la misma altura?» D escúbrese en las palabras transcritas, que lo que preocupa al autor, lo que le induce y obliga en cierto modo á inventar la teoría del diluvio sucesivo, es la necesidad de salvar la significación universa­ lista del texto, el sentido literal y obvio del om nis té ­ r r a y om nia a n im a n tia que aparecen en la narración del Génesis, enfrente de la imposibilidad natural de encontrar masas de agua suficientes p ara cubrir de una vez toda la superficie de la tie rra hasta determ i­ nada altura. Puede sospecharse con fundamento que si el abate Lam bert viviera en nuestros días, en que teólogos y exegetas de los más autorizados entre los católicos, defienden la no universalidad geográfica del Diluvio narrado en el Génesis, no hubiera escri­ to su D ilu v io m osáico p ara exponer y afirmar su teo­ ría de la universalidad sucesiva. Sea de esto lo que quiera, ya dejamos apuntado que según la teoria de Lambert: a) En una de las épocas pertenecientes al pe­ ríodo cuaternario, la humanidad toda, exceptuando solamente la familia de Noé, fué exterm inada y des­ truida por un diluvio que inundó y sumergió toda la superficie de nuestro globo. b) Esta inundación general, aunque alcanzó á todos los sitios habitados por el hombre, no cubrió to­ das las montañas, sino solamente aquellas cuya altu­ ra no pasaba de seiscientos metros.

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c) La, superficie de la tierra, al ser inundada y cubierta por las aguas, no lo fué de una vez ó al mis­ mo tiempo en toda su extensión, sino sucesivamente y por partes, de m anera que la inundación total de la tierra representa y responde á un conjunto de di­ luvios parciales, locales y sucesivos. d) La narración que Moisés hace del Diluvio de Noé no se refiere ni comprende la inundación to­ tal de la tierra, resultante de los diluvios parciales y sucesivos, sino que se refiere exclusivamente á uno de esos diluvios parciales y locales, que debió afec­ ta r y comprender las regiones habitadas por Noé y las comarcas próximas. Que esta teoría del abate Lam bert carece re a l­ mente de valor á los ojos de la razón y de la ciencia, pruébase ante todo por su carácter gratuito; porque ya hemos visto que semejante teoría debe su ser á la necesidad de conciliar la teoría de la universalidad absoluta del Diluvio en el orden geográfico con la di­ ficultad de encontrar cantidades de agua suficientes para producir esa inundación universal hasta cubrir las montañas más altas del globo: la concepción de Lam bert es un expediente más bien que una teoría científica. Por otra parte, esos pretendidos diluvios p arcia­ les que asolaron sucesivamente y por partes la su­ perficie de la tierra, ó fueron consecutivos ó no; es decir, ó se sucedieron unos á otros inmediatamente, ó, por el contrario, estuvieron separados entre sí por espacios más ó menos largos de tiempo. Si sucedió esto último, no se comprende cómo y por qué seme­ jantes diluvios debieron destruir la humanidad ente­ ra; porque si suponemos un diluvio que inundó, no ya una región sola ó una extensa comarca, sino aun­

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que sea la Europa toda, por ejemplo, exterminando en ella á los hombres, y suponemos después que al cabo de cincuenta ó sesenta años otro diluvio asoló el Asia en todo ó en parte, exterminando sus m orado­ res, claro es que este exterminio no alcanzaría á los hombres que durante esos cincuenta ó sesenta años hubieran emigrado del Asia, ó del Africa ó de las islas á las comarcas de Europa. Esto sin contar que semejantes diluvios locales y separados por grandes distancias de tiempo no tendrían nada que ver con el Diluvio de Noé narrado en el Génesis. Si se prefiere decir que esos diluvios particula­ res y locales fueron consecutivos y como encadena­ dos entre sí, y que el de Noé representa el último es­ labón de esta cadena, aparte de que ésta, como la anterior, es' hipótesis puram ente gratuita, tampoco sería fácil dar razón suficiente, de no recurrir al mi­ lagro, del exterminio y muerte de todos los hombres, los cuales hubieran podido refugiarse en los lugares abandonados ya, ó libres del diluvio local anterior, pasando de una comarca á otra en relación con la m archa de las inundaciones locales y sucesivas. Es­ ta argumentación tiene mayor fuerza con respecto al abate Lam bert, cuya teoría supone que todas esas inundaciones parciales que representan el Diluvio ó inundación universal de la superficie de la tierra no excedieron de seiscientos metros de altura.; resu ltan ­ do de aquí, naturalm ente, la posibilidad, y hasta la facilidad relativa para los hombres de salvarse en los sitios de las montañas que pasaban de seiscientos m e­ tros. Difícil parece concebir que cuando se verificó el Diluvio de Noé—diluvio que debió ser el último de la serie, en la hipótesis de Lam bert—no existiera

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hombre alguno en las demás regiones anteriorm ente visitadas por inundaciones sucesivas, ó que del país habitado por Noé y su familia, teatro del último dilu­ vio local, no hubieran podido refugiarse algunos hom­ bres en las comarcas vecinas, sobre todo si las aguas no se elevaron á más de seiscientos metros, como su­ pone Lambert. Hemos dicho que el Diluvio de Noé debió ser el último entre los varios parciales que supone el abate Lam bert, entre otras razones, porque de no haber sido el último, habría que torcer y violentar el senti­ do de las palabras con que Dios promete á Noé no destruir en adelante al hombre por medio del Diluvio, y que éste no volvería á inundar la tierra, poniendo el arco iris como garantía de su promesa. Al exponer las varias teorías acerca del Diluvio, y al tra ta r'd e las relaciones de éste con la geología, hicimos mérito de la opinión de algunos geólogos y naturalistas, que pretendieron descubrir en la estruc­ tura y situación de ciertas capas geológicas y de res­ tos paleontológicos señales y pruebas de la existencia . y efectos del Diluvio bíblico. Entre esos geólogosy naturalistas ocupa lugar preferente, según allí apun­ tamos, el autor del libro E l D ilu v io m osáico , la histo­ r ia y la geología, toda vez que no se limita á recono­ cer en términos generales indicios geológicos y p a­ leontológicos del Diluvio mosáico, sino que supone y admite que el terreno diluvial ó cuaternario debe su origen y constitución á ese cataclismo, teoría hoy ab­ solutamente insostenible, siquiera no sea más que en atención á los miles de años que supone y exige la formación y depósito de los terrenos llamados dilu­ viales y cuaternarios, número de años y formaciones geológicas que no se compadecen con la narración

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ciel Diluvio deNoé, aun en el caso de admitir una se­ rie sucesiva de éstos en condiciones análogas á las descritas por el autor del G-énesis. Son muy pocos ya hoy día, si es que existe algu­ no, los que descubren ó creen ver en las formaciones del d ilu viu m indicios y pruebas de la inundación des­ crita en la Biblia y perpetuada por la leyenda y la historia. “La edad, escribe á este propósito Jean d'Estienne, de lo que antes se llam aba d ilu v iu m , la edad cuaternaria en la que está comprendido el pe­ ríodo glaciario, parece haber durado no pocos miles de anos. Sobre capas más ó menos espesas de arena, de grava, de guijarros arrastrados por el hielo y de­ jados en el suelo al derretirse aquel, extendíase una vegetación, de la que salieron hullas esquistosas, cu­ biertas á su vez de m ateriales semejantes traídos por nuevos fenómenos de congelación y liquefacción. Es­ ta sucesión de alternativas, dice Credner, renovada con frecuencia hasta la fusión completa de una masa enorme de hielo de mil á mil trescientros metros de potencia, como la que cubrió todos los valles de los Alpes, la Suiza toda y el Ju ra, el valle del Rhin, la Turgovia, la Ba viera y la Suavia hasta el Danubio, y también como aquella que cubría toda la Escandinavia, debió exigir un tiempo enorm e... ¿Cuál fué la du­ ración de los vastos esteros producidos por el derre­ timiento de todas estas grandes masas congeladas, y que llenaron todas las grandes cuencas, en cuyo fon­ do vemos hoy corrientes de agua com parativam ente insignificantes?,, Si en las consideraciones que anteceden nos he­ mos ocupado en la teoría diluviana del abate Lambert, es más. bien á título de antecedente histórico, que no por la im portancia verdaderam ente científica

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que en sí contiene. Porque la verdad es que el Dilu­ vio de Noé, según lo presenta Lam bert, no es ni uni­ versal., ni particular; además de constituir una hipó­ tesis antibíblica, como dice el abate Motáis, no tiene derecho para invocar en su favor los descubrimientos y conclusiones más probables de la ciencia geológica, por más que, no ya sólo Lam bert, sino algunos otros sabios, otra cosa opinaron cuando esa ciencia daba sus primeros y vacilantes pasos. La teoría del abate G-ainet, teoría que ofrece al­ guna semejanza con la de Lam bert, pero que v a más lejos que la de éste, toda vea que pretende que los terrenos cuaternarios se form aron todos durante el año que duró el Diluvio de Noé, no merece que en ella nos detengamos; porque se tra ta de una hipótesis que la ciencia geológico-paleontológica rechaza con ju s­ ticia y razón sobrada, sin que tengan valor real en contra las consideraciones consignadas por el citado G-ainet en su libro rotulado: A cuerdo de la B ib lia y la Geología.

§ VL a teo ría de la u n ive rsa lid a d restrin gida.

Según arriba se apuntó, consiste esta teoría en afirmar que en el Diluvio bíblico perecieron todos los hombres, excepción hecha de Noé y su. familia, pero no todos los animales terrestres y aéreos, por no h a­ ber sido inundadas ó sumergidas por las aguas del Diluvio todas las regiones ó partes de la tierra en que aquéllos vivían á la sazón. En otros términos: pode­ mos y debemos atribuir ai Diluvio de Noé la univer­

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salidad antropológica, pero no la universalidad zoo­ lógica ni la geográfica. Más bien que positivas y directas, las pruebas y razones que en favor de esta teoría pueden alegarse son indirectas y negativas. Tiene esta teoría por de pronto la ventaja de po­ der explicar y dar razón suficiente del hecho, del acontecimiento llamado Diluvio de Noé, por medio de un fenómeno más ó menos extraordinario, pero del orden natural, previsto por la Providencia, sin necesidad de acudir á esa serie de grandes milagros que admite la teoría universalista; sin tropezar con esas grandes dificultades con que lucha dicha teoría, ora cuando se tra ta de arrojar sobre la tierra cerca de cuatro mil seiscientos millones de kilómetros cú­ bicos de agua, masa necesaria para sumergir la su­ perficie total del globo hasta la altura de quince co­ dos sobre los montes más elevados, ora cuando se tra ta de conducir al arca y conservar en ella las es­ pecies todas de animales terrestres y aéreos, ora cuando se tra ta de su regreso al punto de partida sin dejar rastro en su camino, ora cuando se tra ta de la conservación de las especies acuáticas en las aguas m arinas mezcladas con las dulces. Todas estas dificultades, con otras análogas, los milagros más ó menos numerosos, indispensables en la teoría universalista con respecto al hecho, á las circunstancias y á las causas inmediatas del Diluvio bíblico, desaparecen en la teoría de la universalidad restringida. Porque desde el momento que se admite que la inundación diluvial se verificó solamente en las comarcas y regiones habitadas á la sazón por el hombre, basta una lluvia más ó menos extraordina­ ria y providencial, determinada por causas n a tu ra ­

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les, junto con una invasión seguida de una retirada de las aguas del mar con respecto á determ inadas comarcas de los continentes, para darse razón y cuen­ ta de la posibilidad y hasta facilidad relativa con que pudo realizarse la destrucción ó exterminio de la hu­ m anidad en y con el Diluvio de Noé. Y téngase p re­ sente que esa invasión y retirada sucesiva de las aguas del mar respecto de algunas comarcas ó regio­ nes continentales, entran en el número de los acon­ tecimientos que pueden denominarse, no ya sólo n a­ turales, sino hasta relativam ente fáciles en el terreno de la ciencia geológica, la cual ofrece indicios eviden­ tes de inmersiones y emersiones sucesivas, á la vez que graduales y paulatinas, de regiones diversas del globo. Con la coincidencia y coexistencia de esas emersiones é inmersiones combinadas con una lluvia torrencial por espacio de muchos días seguidos en la región ocupada entonces por el género humano, se concibe perfectam ente la universalidad antropológica del Diluvio bíblico, sin salir del orden natural por lo que tocá al hecho en sí mismo y en sus efectos inme­ diatos, porque ya se ha dicho a rrib a ’ que, al menos por parte de su profecía y comunicación á Noé, es preciso reconocer en el Diluvio caracteres sobrena­ turales y milagrosos. En todo caso, y cualquiera que sea el valor que se conceda á las indicaciones consignadas acerca de las causas posibles, ó digamos, más ó menos proba­ bles del Diluvio universal con universalidad sólo an­ tropológica, es lo cierto que esta opinión es la segui­ da hoy por los teólogos y exegetas más autorizados y competentes en la materia, los cuales no pueden dejar de reconocer que es la que se halla más en a r­ monía con los descubrimientos realizados en las cienT om ou ,

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cias físicas y naturales, y á la-vez con las exigencias y condiciones de una exegesis de amplio y elevado criterio; de una exegesis bíblica que m archa y se desenvuelve, con la vista fija, de un lado en la cien­ cia humana, de otro lado en la palabra divina, apro­ ximando y armonizando estos dos grandes elementos de verdad en la forma que, con su palabra y con su ejemplo, lo verificaron San Agustín y Santo Tomás. Ya queda indicado arriba que en la teoría de la universalidad restringida desaparece, además, la difi­ cultad gravísima é insuperable—so pena de añadir y m ultiplicar milagros—de concebir y explicar satis­ factoriam ente la venida al arca de Noé; conservación en la misma, salida, dispersión y regreso á los pun­ tos más distantes del globo, de los representantes de todas las especies animales. En la hipótesis de la uni­ versalidad antropológica, combinada con la particu­ laridad geográfica y zoológica, 110 hay necesidad de nada de lo dicho; basta que Noó haya recogido en el arca los animales domésticos, y á lo más los que mo­ raban á la sazón en la comarca ó comarcas pobladas por el hombre. La distinción que el texto sagrado es­ tablece entre los animales puros é impuros, parece apoyar igualmente esta teoría; porque es de suponer que al introducir en el arca mayor número de los primeros, lo hizo con el objeto de que sirvieran, no solamente para el sacrificio ofrecido á Dios, sino también p ara el mantenimiento de su familia en el arca, y sobre todo al salir del arca, siendo de adver­ tir que algunos de esos animales debieron ser nece­ sarios á Noé y sus hijos p ara trab ajar la tierra y de­ dicarse álo s trabajos, siquiera rudim entarios, de in ­ dustria y agricultura. Y no faltan escritores cristia­ nos que limitan más todavía el número de especies

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animales que ingresaron en el arca, excluyendo los reptiles propiam ente dichos, en atención á que éstos no entrañan utilidad alguna para el hombre (1), por más que existieran en la comarca habitada por Noé. En confirmación de lo que dejamos expuesto acerca de la imposibilidad,—en el orden natural de las cosas y según el curso ordinario de la Divina Pro videncia,—de que se recogieran en el arca de Noé animales de todas las especies, aduciremos la siguiente atinada reflexión del P. Pianciani en su Cosmogonía n a tu ral: «No se mandó á Noé lo imposi­ ble, y Noé no hizo lo que era imcapaz de hacer. Si la orden de reunir todos los animales se hubiera dado á una persona que dispusiera de medios mucho más poderosos que los que tenía Noé, por ejemplo, á Ale­ jandro Magno ó al emperador Augusto, hubieran reu ­ nido ciertam ente la colección más rica que jam ás se habría visto, y, sin embargo, en esa colección habrían faltado todos los animales desconocidos entonces en Europa, y que se encuentran exclusivamente en la América y en la Australia. La colección zoológica de Noé, ¿debió ó pudo ser más completa (2) ?» (i)

« D ans les anim aux em barquds par N o é, dice E stien n e, il ne s'a git

que des anim au x so it d om estiques— le béiail— soit aya n t á q u elqu e autre titre, une u tilité d ir e c te ou in d irecte pou r 1 ‘hom m e. A la v en té , il est bien question aussi des reptiles (ex onmi reptüi i irm e — u n iversis reptilibus quae

reptant super terram ), M ais, ont l'a d it ailleuvs, le m o l íradu it par rephle , le m ot Tsmesch) n‘ a pas, en hébreti, le sens de c la sific a ro n zoologiq u e attribué au m ont «reptiles dans le fran cais du XIX siecle; ¡es reptiles, les anim aux ram pants, ce sont Ies anim au x qu i, étant d etrés petite taille ou bas su¡' pa­ ites, se m euvent prés de terre. En ce sens, un lapin , une belette, un cob aye, sont des anim aux ram pants au m em e titre qu'un lézard, un orvet ou une couleu vre. II n 'y a p a s plu s de trois s ié d e s que les n atu ralistes étend aien t aussi la sign ification de anim au x ram pants. A bien plus forte vaison M oíse pouvait-il ernployer le m ot rtmesch dans le mem e sens, trois m ille ans auparavant.» Revue des questims scieniifiques, O ctub re 1885. {2)

Cosmog, natur. cvmp. col. Gen. p á g . 552.

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

En. favor de la universalidad restringida del Di­ luvio deNoéj puede alegarse también una considera­ ción de orden moral, la cual ciertam ente 110 carece de im portancia en la cuestión presente. Tal es la con­ sideración de que el objeto que Dios se propuso al enviar el Diluvio sobre la tierra fué castigar al hom­ bre, fué exterm inar á los que se habían hecho reos de grandes crímenes, de abominable corrupción. Así, pues, los caracteres de orden moral que entraña el Diluvio, según se presenta en la narración mosaica, no exigen la universalidad absoluta del cataclismo, toda vez que para la realización del designio anun­ ciado y prefijado por Dios no era necesaria la inun­ dación de las comarcas y regiones no habitadas por el hombre, ni tampoco era necesario que perecieran todos los animales de nuestro globo. Según las reglas más autorizadas de herm enéuti­ ca bíblica, y de conformidad con lo que sobre este punto se dijo en los comienzos de esta discusión, para la acertada inteligencia de los textos bíblicos debe tom arse en cuenta la mente del autor del texto (om ­ n is S crip tu ra iníelligen da e st ex mente au ctoris vel scrip to ris) ó escritor sagrado. Ahora bien: de confor­

midad con esta regla de hermenéutica, habremos de pensar que Moisés, al hablar de hombres, de ani­ males y de la tierra en su narración del Diluvio, sólo se refería á los hombres, animales y puntos de la tie­ rra de que tenía noticia, á no ser que supongamos que Dios, por medio de una revelación especialísima —cuya necesidad no se descubre, ni es fácil señalar —le diese noticia de las dos Américas, de la A ustra­ lia, de las islas diseminadas por el Pacífico, el Cabo de Buena Esperanza, etc., á la vez que de los anim a­ les que á la sazón vivían en esas regiones tan vastas,

CAPÍTULO IV.

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tan separadas entre si y del país en que escrib ía su narración del Diluvio el autor del G-énesis. El cual ciertam ente que no debió poseer conocimientos geo­ gráficos y zoológicos más extensos y variados que los que siglos después, y en plena civilización griega y romana, poseyeron Aristóteles y Tolomeo, Plinio y Estrabón. Todo, pues, induce á creer que el Diluvio de Noé extendió su acción y sus efectos devastadores á la región ó regiones habitadas á la sazón por la hum a­ nidad (1), quedando libres de la inundación diluviana las restantes comarcas y regiones de nuestro globo. No es de extrañar, por lo mismo, que los teólogos y exegetas más competentes de nuestra época sigan y defiendan esta opinión, movidos por las razones po­ derosas que en su favor militan, á la vez que por las dificultades insuperables é inconvenientes de todo género que consigo lleva la teoría de la universalidad absoluta: razones y dificultades que G-laire resume con las siguientes palabras, en su obra Los L ib ro s S antos vin dicados:

“Las palabras de que se sirvió Moisés significan realm ente un Diluvio absolutamente universal, si se toman en su sentido natural y obvio; mas teniendo presente, por un lado, que las expresiones más gene­ rales son susceptibles de recibir alguna restricción en su sentido, toda vez que de hecho existen en la Sa[I] ■ C u á le s hayan sido esas region es, no es fácil determ inarlo, al m enos en el estado actu a l de la cien cia, no existien d o dato alguno fijo y segu ro al efecto. D e aqu í la d iversidad de o p in ion es en la m ateria; pues m ientras V o ss supone que al verificarse el D ilu v io e l hom bre sólo ocupaba la M esopotam ia y la S iria , el abate G la ire dice que «puede adm itirse que la s a gu a s d el D ilu vio cubrieron la casi to talid a d del glo b o » para q u e ios hom bres todos p ere­ ciesen, ai paso q u e M au pied se in clin a á «adm itir que e l A sia e ra la. única región h ab itad a por la especie h um an a».

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

grada Escritura muchos pasajes ó textos en los que las expresiones más universales deben restringirse necesariamente en su sentido; y que, por otra parte, la universalidad absoluta del Diluvio perm anece ro ­ deada de algunas dificultades, si no del todo insolubles, muy graves, cuando menos, como es, por ejem­ plo, la cantidad inmensa de agua necesaria para cu­ brir la cima de las montañas más altas; atendiendo, por último, á que el fin que debía alcanzarse por m e­ dio del Diluvio, ó sea el ejercicio de la justicia divina para con el género humano, se obtiene perfectam ente por medio de un diluvio limitado, que inundando el mundo habitado por el hombre entonces hubiera des­ truido la raza humana, no parece rigurosamente de­ mostrado que el relato del Génesis deba entenderse de un cataclismo universal, capaz de cubrir con sus aguas la superficie toda de la tierra.,, Si no debemos ni queremos ocultar nuestras p re­ ferencias en favor de la teoría de la universalidad restringida en el sentido que dejamos expuesto, cum­ ple también á nuestra imparcialidad científica con­ signar lealm ente que en contra de esta teoría milita una objeción muy grave, una objección cuya fuer­ za no es posible disimular, cuanto menos negar. Tal es la objeción fundada en la existencia de restos y utensilios humanos en las capas ó terrenos pertene­ cientes al período cuaternario, y esto, no con res­ pecto á determinadas regiones especiales, sino con respecto á la mayor parte de las comarcas de nuestro globo. Aludiendo á las pruebas paleontológicas de la an­ tigüedad del hombre, M. de Quatrefages, á quien no puede negarse competencia y autoridad en la cues­ tión, escribe las siguientes líneas: «Una multitud de

CAPÍTULO IV.

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hechos, más numerosos cada día y relacionados con estos diferentes géneros de pruebas, perm iten hoy afirmar que, desde los tiempos cuaternarios, el hom­ bre ocupaba las cuatro partes del mundo, que había llegado á las extremidades del antiguo continente y tocaba á las del nuevo». Es cosa sabida que el Diluvio de Noé debió v eri­ ficarse durante el período cuaternario, según parecer y opinión generalizada entre los escritores ortodoxos y heterodoxos que hablaron de la m ateria. Y si el hombre, durante el citado período cuaternario, ocu­ paba ya casi todas las regiones y partes de la tierra, como afirma Quatrefages, resulta evidente que el Di­ luvio de Noé no pudo hacer perecer á todos los hom­ bres, sino á condición de inundar y sumergir casi to­ da la tierra, y, por consiguiente, nos encontramos enfrente de las grandes dificultades y objeciones adu­ cidas contra la teoría universalista y en favor de la restringida, Confesamos y reconocemos de nuevo que la ob­ jeción es grave por de más y de solución harto difícil. Si damos crédito, ó, digamos mejor, si.aceptamos la solución de M. d'Estienne, podría decirse quo las r a ­ mas del género humano que á consecuencia dé gue­ rras, persecuciones ú otras calamidades abandonaron la cuna de la humanidad para pei’egrinar y estable­ cerse en países lejanos y más ó menos inhospitalarios, debieron caer en el estado salvaje y perecer á virtud de ios diferentes trastornos y notables transform acio­ nes que durante el período cuaternario experimentó nuestra Europa, el Africa y el Asia, acabando de pe­ recer en las comarcas habitadas por Noé y su familia á consecuencia del Diluvio que cubrió y sumergió todas las tierras vecinas, y en las regiones distantes

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LA BIBLIA Y LA CIKNCIA

de aquel centro, á virtud del trastorno producido du­ ran te el Diluvio; trastorno ó revolución que represen­ ta la últim a de la serie realizada en ópocas anteriores del período cuaternario (1), y á virtud de la cual nues­ tro globo recibió la configuración geográfica que hoy presenta, después de haber atravesado trastornos y revoluciones grandes. De conformidad con estas ideas, el citado autor concluye diciendo: “Los restos huma­ nos y los indicios de su industria que la ciencia des­ cubre en muchos parajes, pueden, por lo tanto, pro­ ceder de razas extinguidas antes ó después del naci­ miento de la generación á que perteneció Noé; y el Diluvio de que este patriarca fué testigo, parcial con respecto á las regiones enteram ente sumergidas, pero universal con relación á la humanidad tal como esta­ ba constituida en aquel momento, habría sido el últi­ mo de los trastornos que dieron al mundo antiguo la forma geográfica y su estado actual. »Es admisible igualmente que las tierras habita­ das por el hombre, las cuales fueron entonces sum er­ gidas en todo ó en parte, no salieron de debajo las aguas, elevándose de nuevo sobre éstas. Es posible que las aguas pérsicas y las del m ar de Omán—el (i)

H e a q u í el pasage en q u e d ’E stien n e expone sus ideas en la m ate­

ria: «11 est parfaitem en t adm issible que des ram eaux de l ’lm m an ité antediIuvienne s’en étaien détachds á la suite d e g u e r re s, de persecu tion s ou autres calam ités, pour a ller v ivre m iserablem ent datis des contrées

désertes, et

m oins favorisées de la n alure, m ais plu s h o s p ita lic e s , et oii ils n ’av a ien t pas tardé á tom ber dans l’état sauvage. L e s régio n s occiden tales ont pti se peupler ainsi lon gtem ps avant le d e lr g e h istoriqu e. »Les transforaiation s d estinées a doim er a nós contrdes le u r ré lie f actu el n ’étaient pas encore term inas. L 'E u ro p e, aux tem ps du q u ate m a ire ancien ava it, d’aprés Credtier, la form e d'une tle étroite étendue de l'ou est á l’est. L ’A llem ag n e d u nord, la H o llan d e, le D an em arck, la P o lo gn e et le nord de la R u ssie, la province de M oscou com prise, é taien t co u ve rts par l ’O ccean, dont le rivag e se d irigeaiU vers le nord-est, a tte ig n a it la m er G la c ia le au

o a p ít u ijO

iv

.

55B

antiguo m ar E ritreo—cubran, después de la construc­ ción del arca, la cuna de la humanidad primitiva.» Sin negar en absoluto la posibilidad de la hipó­ tesis excogitada por Estienne p a ra dar razón, ó, di­ gamos mejor, p a ra conciliar la teoría de la universa­ lidad restringida en el orden geográfico con la des­ trucción y desaparición de todos los hombres, á pesar de ocupar á la sazón, ó sea en la época del Diluvio, la m ayor parte, la casi totalidad de la superficie de nuestro globo, según parece desprenderse de las ob­ servaciones antropológico-prehistóricas y paleonto­ lógicas; sin negar la posibilidad absoluta de que las cosas hayan pasado en la forma y condiciones que supone y exige la hipótesis citada, con la serie de profundos trastornos y revoluciones extraordinarias que implica, confesamos ingenuam ente que nos p a re ­ ce poco probable é inadmisible, al menos hasta infor­ mación científica más amplia. Si suponemos la tierra toda ó casi toda poblada y habitada por los hombros, 110 es fácil concebir que todos estos, excepción hecha de los que m oraban en la región sumergida entera­ mente por el Diluvio de Noé, hayan perecido á im­ pulso de los trastornos físico-geológicos, de las transnord des m onts O tiráis. E n A friq ue, les m ers, d ’aprés d ’autres auteurs, cotiv ra ie n t la vaste p la in e du Sahara., tan dis q u e le M aroc, l'A lg e rie et la T u n isie form aient une lo n gu e presqu’íle ten an t a. l’B sp a gn e p a r G ib raltar, de m ém e que les tle s B rita n iq u es a ctu elles se ra ttach aien t au con tin ent par le nord de la F rance. L a m er N oire, la C aspten n e, les steppes d ’A strak h an , le la c d ’A ra l form aient en tre le C au case et l’O u ral, un e seule et vaste mer interieu re, la q u e lle mÉme com m u n iq uait, p e u t-itr e sans intérrupticm avec les eatix qu i cou vraien t le gra n d d ésert actu el de G obi, au nord du T h ib e t..... » Q u e de bou leversem en ts, ou to u t au m oins q u e de m odifications profondes a eu á su b ir I’écorce terrestre en tous ces points, avan t d ’a rriv e r :l la c o n fig u ra ro n que nous lu í voyons! Q u o i d ’étonnant que l'hom m e y a it s j c com bé, alors m em e q u e ses sem blables, réunis en so ciété civ ilisé e dans les contraes plus favorisées de la S y rie et de l’A sie m éridionale, co n tin uaien t ;i croilre et á jo u ir de la pvospérité m a té rie lle V

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

formaciones geográficas realizadas en el globo, antes del Diluvio y durante el Diluvio por todas partes, en todos los continentes ó islas del Antiguo y del Nuevo Mundo. Por numerosos y profundos que hayan sido esos trastornos físico-geográficos, natural es suponer que algunos individuos saldrían de ellos con vida, tanto más cuanto que nada prueba que hayan sido simultáneos en todo el globo. Si se nos pregunta ahora nuestro modo de ver en esta cuestión y la respuesta que debe darse á la grave objeción arriba indicada, diremos que hoy por hoy nos parece más en armonía con las indicaciones y descubrimientos de la ciencia, á la vez que con las exigencias de la exegesis bíblica, suponer y adm itir que los restos y manifestaciones de la industria huma­ na descubiertos en la mayor parte de las regiones de nuestro globo, sin excluir las apartadas de la que ocupaba la familia de Noé, pertenecen á hombres posteriores al Diluvio bíblico, lo cual vale tanto como decir que el Diluvio de Noé tuvo lugar en los comien­ zos, ó sea durante las formaciones prim eras del pe­ ríodo cuaternario. Ni la Biblia ni la ciencia, en su es­ tado actual, suministran datos concretos y seguros p ara fijar la época'en que tuvo lugar el Diluvio de Noé, ni tampoco para medir ó calcular, ni siquiera con precisión relativa, el número de años que tran s­ currieron desde aquel cataclismo hasta la época de Abraham por parte de la Biblia, hasta los tiempos históricos por parte de la ciencia humana. Y bueno se­ rá recordar aquí que si la última tiende á alejar de nosotros la fecha del Diluvio, ai conceder á la civili­ zación del Egipto sobre cuatro mil años de existencia anterior á Jesucristo, la prim era, ó sea la Biblia, ca­ rece de cronología segura y precisa cuando se tra ta de

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los años que separan el Diluvio de Noé de la vocación de Abraham. Según dejamos apuntado, la gravedad y fuerza de la objeción para la cual proponemos la solución ó hipótesis que antecede, afecta solamente á los que de­ fienden la universalidad restringida del Diluvio, es decir, que éste ni cubrió toda la tierra, ni destruyó todos los anímales, pero sí á todos los hombres. Con lo cual dicho se está que la fuerza de la objeción desaparece casi por completo si se acepta la teoría de la no-universalidad, la teoría que sostiene que, además de la familia de Noé, se salvaron del Diluvio otros hombres. De m anera que esta teoría podría denomi­ narse

§ VI L a teo ría d é l a n o-u n iversalidad antropológica.

Sin detenernos en citar ni discutir el valor real de los antecedentes históricos de esta teoría, objeto de animadas controversias en los prim eros siglos del Cristianismo, según testimonio de San Jerónimo en sus Quaestiones hebraica# su p er Genesim , como lo fué también en mayor ó menor escala durante la Edad Media (1), y sin detenernos tampoco en exponer y discutir si Schoebel, y Cuvler, y Le Pelletier m ere­ cen ó no de justicia el título de inventores y defenso(i)

E l céleb re T o sta d o cita y rebate la opinión de algu nos

q u e afir­

m aban en su tiem po q u e e l g ig a n te O g se había librado de la m uerte en el D ilu v io : E x hoc mendacium qm ntm dam argnitur dicentium , quod Og rex B a ­

san gigasi evaiit aquas Diluvii pfopíer magniíudmem corfioris sai: litttra enim vult^ quod ioluni Nos et qui cum eo eraní eyasent. Dato enim quod Og tantas magniludinis f m r il , quod excessise aliitudine aquas diluvii, tamen secundnm naturam vivere imposnbik erat. Loe. mp. c i t pág. 139,

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LA BIBLIA T LA CIENCIA

res de la teoría á que se refiere el epígrafe de este párrafo, diremos que entre los primeros represen­ tantes de la no-universalidad del Diluvio, ó, digamos mejor, de la no-universalidad antropológica, m erece figurar el ilustre autor de los Orígenes de la historia según la B ib lia , y de la justam ente celebrada H isto ­ r ia an tigu a del Oriente. Que si en la prim era nos dice que se «propone exam inar si, en el pensamiento de los escritores inspirados de la Biblia, el Diluvio fué realm ente universal en el sentido propio que habitualmente se le atribuye», en la segunda, despúes de h a­ blarnos de «un problema de singular gravedad», acerca dei cual se propone explicarse con entera franqueza, y sin faltar á las reservas que impone el asunto, se expresa en los términos siguientes: «Este problema es el saber si en el pensamiento del autor inspirado del Grénesis el hecho del Diluvio ofreció toda la extensión que hasta hoy se le ha a tri­ buido, á virtud de sus expresiones tomadas al pie de la letra; si el cristianismo está obligado á creer que el Diluvio fué realm ente universal, ora con respecto á la superficie terrestre, ora con respecto á las co­ marcas habitadas por los hombres, y el exterminio completo de la prim itiva humanidad adám ica. Ya hemos dicho arriba que la interpretación afirm ati­ va, á pesar de tener en su favor el peso muy conside­ rable d éla unanimidad de la tradición, no es obligato­ ria en el terreno de la fe, y que autoridades religio­ sas de consideración reconocen hoy que la tesis con­ traria puede ser defendida sin colocarse por ello fuera de la ortodoxia. Hemos añadido que, según nuestra convicción personal, áun ateniéndonos á los datos de la Biblia, el hecho del Diluvio debía restringirse; que el . conjunto del texto del Génesis, si se pesa y

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CAPÍTULO IV .

escruta hasta su fondo, si no se considera aislada­ mente el relato sobre el Diluvio, si se establece oportu­ no paralelo entre algunas expresiones muy significa­ tivas referentes á la genealogía de los cablistas, ofre­ ce la impresión que, p ara su autor, una parte de los descendientes del hijo maldito de Adán se había li­ brado del cataclismo, y estaba representada por pueblos existentes m ientras él escribía. »Preciso es reconocer, añade (1), que esto cons­ tituye la explicación más natural y sencilla de las lagunas voluntarias del cuadro etnográfico del capí­ tulo x (2)..... Sin embargo, el texto de la Biblia nada contiene que se oponga á otra hipótesis.» Como acontecer suele en ocasiones semejantes, esta teoría de la no-universalidad antropológica del Diluvio, que al principio fué m irada con desconfian­ za y rudam ente combatida, fué abriéndose paso poco á poco entre los hombres de la ciencia, de la teolo­ gía y de la exegesis, y hoy son ya no pocos los que le conceden preferencia sobre las demás, ó, por lo me­ nos, convienen en que nada hay en ella que sea in ­ compatible con el dogma católico y las decisiones doc­ trinales de la Iglesia. En este terreno merece de justicia mención pre¡t) (2)

Hisioire ancünne. de l’Gnenl , edic, 9, t.11, pág. 312. E n corroboración de este m odo de v e t L en orm an t escrib e á con ­

tin u ación : « L 'é criv ain sacré y aurait tenu certains gro up es de peuples bien determ in as en dehors de la gé n e alo g ie des fils de N o é , parce q u 'il les aurait rega rd é com m e n ‘en d erivan t pas, m ais bien se rattach an t á la souche anterieu re des Q u ín ite s.....J ‘ai dejá sin g a lé plus haut le raprochem ent si n aturel que l‘on est in d u it á faite en tre T h o u b a l-q a in au «Thottbal le forg-eron» e t le s T o u ran ie n s rnétaliurgistes, d 'a u ta n tp lu s que c ‘ est au dom aínes de la race ja u n e que parait bien apparten ir la v ille d 'H en o c h ,

fondée par Q aín

lu i-m §m e. D ‘un autre cá té les deux fils de Lam ech, que les espressions form elles du te x te b ib liq u e d estgn en t’com m e chefs de races pastorales, naissent d ‘tiiie mére d on t le nom A dah , n ’est autre que la forme fem inine de celu i du p eu p ie a b o rigen e arabe de A d .» Ibid., p ág. 313.

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ferente el abate Motáis, sabio oratoriano que en 1885 dió á la estam pa su libro rotulado: E l D ilu v io bíblico ante la fe, la E s c r itu r a y la ciencia, en el cual expone y discute las diferentes teorías ó hipótesis referen­ tes á la universalidad del Diluvio, concluyendo por aceptar y defenderla que aquí nos ocupa, ó sea la no-dniversalidad antropológica de aquél. Los a rg u ­ mentos y razones que en apoyo de su tesis aduce el difunto oratoriano de Kennes, provocaron serias dis­ cusiones y polémicas entre los escritores católicos, declarándose unos en pro y otros en contra del valor real de aquellos argumentos p ara establecer y pro­ bar la tesis de la no-universalidad del Diluvio. En L a C ivü tá C attolica, en L a O ontroverse y en la Hernia des qioestions scientifiques principalm ente, hanse pu­ blicado artículos de indiscutible mérito, defendiendo unos y combatiendo otros la teoría mencionada y el valor de las pruebas aducidas por Motáis en su apoyo. Por nuestra parte, opinamos que, hoy por hoy, no existen elementos de prueba suficientes p ara p ro ­ nunciarse de una m anera definitiva en favor ó en contra de ninguno de los partidos contendientes. Por esta razón nos limitaremos á exponer y resumir con la posible claridad las principales razones y a rg u ­ mentos que suelen alegarse, ya en contra, ya en fa­ vor de la hipótesis sustentada por Motáis. La Biblia y la ciencia son las fuentes á que acu­ den en busca de argumentos y pruebas, lo mismo los impugnadores que los defensores de esta teoría. Las palabras y el contexto de la narración bíbli­ ca, dicen los primeros, indican claram ente que todos los hombres perecieron durante el Diluvio, en aten­ ción á que el Diluvio es allí presentado como castigo de la maldad de los hombres, la cual era universal,

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— om nis caro co rru p era t viam m a m }—y en armoní a con esto se anuncia el exterminio de toda carne—finis universce carn is ven it coram m e ,—-y la consiguiente destrucción de todos los hombres: consum ptaque est om nis caro quee m ovebatur su per terram , volucrum , anim a n tiu m .i.. u niversi homines.

A esto contestan los defensores de la no-universa­ lidad, que las palabras om nis caro ; u n iversi homines yotras análogas contenidas on la narración del Géne­ sis pueden y deben restringirse en su significación; de conformidad y en armonía con los descubrim ien­ tos y enseñanzas de la ciencia, en relación con las máximas de exegesis bíblica, sentadas y practicadas por los antiguos Padres y Doctores de la Iglesia, y y según se ha hecho en nuestra época con la n a rra ­ ción hexam érica y otros textos de la Biblia. Robus­ tece el valor de esta respuesta la existencia de otros textos bíblicos, en los cuales, según en páginas an ­ teriores se ha visto, es evidente que las palabras om nis, u n iversa térra , universes provincioe, etc., no sig­ nifican lo que á prim era vista expresan. No falta, pues, razón á Motáis, cuando escribe: «El diluvio, se nos dice, fué universal para la especie humana, p o r­ que la corrupción era universal; y la corrupción era universal puesto que se dice: O m n i s c a r o corru perat m am suam . ¿No equivale esto á responder por la cuestión misma y levantar la tesis sobre una petición de principio, tanto más extraña cuanto que al propio ■ tiempo se proclam a que el Omnis, cuando se tra ta de las montañas, y hasta el Omnis caro, cuando se tra ta de las bestias, que figuran en las mismas circunstan­ cias de la narración y del contexto, reciben lim ita­ ción grande? La verdad es, en efecto, que no hay derecho p a­

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ra oponer á la teoría de la no-universalidad las p a la ­ bras indicadas, al menos por parte de aquellos que rechazan la universalidad absoluta del Diluvio. So pena de incurrir en palm aria inconsecuencia y a p li­ car al texto bíblico dos pesos y dos medidas, parece natural y lógico que no nieguen á Motáis y demás partidarios de su teoría el derecho de lim itar y res­ tringir la significación de la palabra Om nis, aplicada al hombre, los mismos que se creen con derecho para restringir su significación cuando se aplica á los montes y animales. Las reglas de la herm enéutica no parecen justificar este procedimiento, no muy con­ forme con los principios de la exegesis bíblica (1) más autorizados y más en uso entre los hombres doctos. Sin salir del Génesis, sin embargo, hay otro p a ­ saje ó texto favorable á los partidarios de la univer­ salidad antropológica. Tal es el que se contiene en el capítulo ix del Génesis, donde, después de nombrar los tres hijos de Noé, se añade: Estos son los tres hi­ jos de Noé, y de ellos se esparció por toda la tierra todo él género Immano (2) Si iodo el género humano, dicen los partidarios de la universalidad antropoló(1)

A lu d ie n d o el abate M otáis á este sistem a de in terpretación

a p li­

cado ¡i Ja narración de! D ilu v io , escribe: aTous les hommes, cela sign ifie tous les hom m es qui exisíení co n n u sou in con n us; «.Taits les animaux, c e la sign ifie tous les anim au x comius, non plus tous ceu x qui e xisten t;

sToates ksmonlagnes, cela signifie tou tes les nnontagnes vites, non plus toutes les m ontagnes soit connus, so it e xisten t es. » L e s interpretes de la troisiém e école,:.. se dém andent si les exp edien ts n e re m p lace n t pas ici les principes, et sj toutes ces v aria tio n s un peu capricieu ses ne sont pas nécessitées par une conclusión v o u lu e d 'av an ce m ais arb ilra ire.,,. P o u rq u oi en effet, in terpréter d iversem en t deux testes id entiques?» Obra citada, p á g 79, [2)

Tres islt surri f ih i A'W, et ab his dis.seinuiv.tum esl m m e

UHt/t s u p tr u tiiv fr s a m ¡í í v v w

w



Gen.,

c u p . IX, V, 19.

gstnts

konii-

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CAPÍTULO IV .

gica, se diseminó y propagó por toda la tierra por los tres hijos de Noé, se deduce lógicamente que sólo ellos se salvaron del Diluvio. Á esta objeción, que no carece de fuerza desde el punto de vista bíblico, podrían contestar los a d v er­ sarios: a) que á las palabras omne gem ís Jiominum, y univer&am te r r a m , puede aplicarse un sentido restrin ­ gido, análogo al que atribuyen á las palabras cu n d a a n im a n tia , omnes montes los mismos que presentan la objeción cuando tra ta n de acomodar la narración mosáica del Diluvio á la universalidad restringida del mismo, en orden á los animales y á las regiones ó partes del globo: b) que estas palabras de la Vul­ gata difieren bastante de las correspondientes en el texto hebreo, donde, después de citar los tres hijos de Noé, se dice en equivalencia literal: E t ab Ms d isp e r­ sa est om nis térra .

No es sólo en el Antiguo, sino también en el Nue­ vo Testamento, donde los adversarios de la no-universalidad antropológica encuentran pasajes contra­ rios á esta teoría. Además de algunos textos evan­ gélicos, aducen algunos pasajes bastante explícitos tomados de las epístolas de San Pedro (1), entre los (i) C ontestand o á los pasajes á que aludim os en el te sto , el abate M o ­ táis, escribe: «Lorsque, p arlan t de la ru in e fm ale, qui aura lieu par le feu, il relate égalem en t le d élu g e, dans le q u el le monde d'akrs périi mondépar i'eau c ’est un e pensée an alo gu e qu’il cherche á m ettre en lu m iére. II n 'étab lit p o in í, com m e 011 l ’a c r u , de c.omparaison en tre les d eu x acts d i r á s (el d ilu ­ v io de N o é y el ju ic io final); le second, le fléau d ilu vien est sim p lem en t donné en ga ran tie de la catastrop he finale. »S. P ierre ne traite pas plu s ici ex professo que dans les autres endrois, connus la question d u d éluge, II repond á l’in créd ulité qu i abuse de la patience de D ieu pour n ier son in terven tio n icibas, et, p artan t son avén em en t futur: « lgn o ren t-ils done ceu xlá, q u 'elle s’est m anifestee d eja, cette in te rv e n tion , par le déluge, et q u 'elle se manifestéra. encore, lors de la d ern iére catastrophe». Ob. c i t p ag. 69. O cu pán d ose después en las palabras Tulit omnes que-el E v a n g e lis ta San

T omo i i .

36

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cuales hay uno especialmente, al que los secuaces de la universalidad antropológica conceden fuerza gran­ de y consideran decisivo en contra de la teoría de la no-universalidad. Tal es el texto en que el Apóstol San Pedro, alu­ diendo á la incredulidad de los contem poráneos de Noé, y á la paciencia de Dios m ientras se construía el arca, escribe: Cum fá b rica re tu r arca , in qua p a u c i} id est ocio animce sálven factce sunt:quod et vos nunc sim ilis form ee salvos fa c it Im jjiism a.

Apoyándose en este pasaje, ó, digamos mejor, en la comparación que en él se establece entre los que se salvaron del Diluvio en el arca, y los que por el agua del bautismo se salvan entrando en la Iglesia, los impugnadores d é la no-universalidad antropológi­ ca dicen que el arca de Noé, con las ocbo personas que se salvaron en ella, es el tipo, el símbolo, según la interpretación general de los Padres, de la Iglesia católica fundada por Jesucristo, y, por consiguiente, la verdad y exactitud del tipo, exige que, asi como la entrada en la Iglesia por medio del bautismo es el medio único de salvación espiritual para el hombre, así la entrada en el arca de Noé, tipo de la Iglesia, M ate o pone en b o ca de Jesús, refiriéndose al D ilu v io , ei ovatoriano francés d ice: «On arrive á la m ém e solution en étud ian t les p a ro le j de jé su s: E t ütlit omnes. F a u t-il en déduire l'u n ive rsalité de la ilestruction?... R em arquons done de q u oi il s'agit. jé s u s ne parle pas d u d élu g e en lui-rnem e, ¡1 le rappele com m e m oyen de comparaison., O r, nous 1'avons d i t u n e com paraison n'est pas une id en tificatío n : elle ne d oít pas necésairem ent cadrer de tous p oin ts ave c l ’ob jet q u 'elle serc á m ettre en lu m iére; il suffit q u ’il y a it harm onie par le cóté ou les deux faits son t rapprochés. le í l ’étendue de l'inond ation n ’est pas eu cause: ce que Jésus ca ractérise dans l ’éven em en t, c'est u n iqu em en t sa soudainettí. N o é eut beau prtícher pendant cent ans, d it-il, on

m angeait, on buvait, on m a ria ii ju sq u ’á i ’heure oü N o é se renferm a; personne ne se tin t pour a verti et ne prévit Id catastrophe: soudain le d élu g e a rriv e et le s em porte tou s, tnlit omnts. G race á la légéreté, á la passíon, á l ’in créd ulité h um aines, le d éluge, m algré l’anaon ce, fu tu n e surprise genérale, e t ce tte sur-

CAPÍTULO IV,

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fué el medio único de salvación corporal p ara los hombres. Luego debieron perecer todos los que no entraron, en el arca, así como ahora perecen todos los que no entran en el arca de la Iglesia. Pasando en silencio, en gracia de la brevedad, las respuestas dadas á esta objeción—que ciertam en­ te entraña mucha fuerza—por Regnón, d cEstienne, Robert y otros sabios, aduciremos la que á la misma da el abate Motáis, de quien no es fácil prescindir, al discutir el problema relativo al Diluvio. En una carta publicada después de su muerto, contesta á la obje­ ción mencionada en los siguientes términos: «Admitimos de buen grado que en el pensamien­ to divino el Diluvio fué una figura profética del bau­ tismo. Sentado esto, no alcanzo á ver cómo y por qué la afirmación de San Pedro prejuzgue en m anera al­ guna la cuestión de la universalidad del Diluvio, »Si no me engaño, su pensamiento preciso es el siguiente: E n él D ilu vio , las únicas p erso n a s que en­ trando en él a rca se salvaron p o r él agua, represen tan á la s que en trarán p o r él bautism o en la Iglesia, las únicas que se sa lva n y se sa lva rá n p o r él agua.

«Fijando 1a atención, se descubren aquí dos figu­ ras, y no una, según lo advirtieron ya los Padres. El prisc se ren ou vellera á l'époque de la fin du m onde. V o ila tou te la m orale de ce passage et pensée de Jésus. II est si lo ín d e s o n g e r á identifier par ailleurs les deux faits, qu ’i.1 constate Ini-m eme une differen ce rém arq u ab le sous le rapport de la soudainetó naSme, L a surprise, d it-íl, eu t lie u au d élu g e m algré l’avertisseraent; elle aura lien á la fin du m ande pavee q u 'il n ’y aura pas d ’avertissem ent. L e F ils de ricm m e vien d ra «comme le c h ir » sicut f u ’gnr', «comme un voleur»; sicutfu r..,, Q uand des m illions d ’hom m es se séraient trou vés en dehors de rin oiid atio n , N o tre -S e ig n e u r tien drait en core le mem e langage». Ib id ,, pág, 71.» D ebem os confesar que algu n as de las ideas que aquí adm ite M otá is nos parecen in exactas y algú n tanto aventuradas, com o lo son tam bién algu n a s de las que expone al in terpretar el texto de la epístola de San Pedro.

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agua diluvial, figura del agua “b autismal; el arca, fi­ gura de la Iglesia y del bautismo. Pero es preciso ob­ servar que el agua desempeña doble papel en el Di­ luvio; pierde á los unos y salva á los otros. Ahora bien: en el texto que nos ocupa, el agua que se nos presenta como antitipo, es el agua en cuanto q u esá lva } y no el agua m cuanto que p ie r d e . No es, pues, su ac­ ción general la que entra en la figura, sino su acción restringida y excepcional. De donde resulta que San Pedro dice sencillamente: «Así como en el Diluvio hubo sólo ocho personas salvadas p o r el agua, en tran ­ do en el arca, así también ahora no se salvarán por el agua bautismal, sino aquellos que, por medio de la misma, entraran en la Iglesia. „ Y ciertam ente que el Diluvio, haya sido universal ó particular ¿no será siempre verdadero decir que sólo se salvaron p o r el agua en la inundación las ocho personas que entraron en el eirca? »Muchos intérpretes no se fijan bastante en que el agua es la que allí se toma como antitipo, y que San Pedro sólo habla de salvación p o r el agu a ..... El Apóstol no dice, en efecto, que nadie en el m undo se libró, sino los que se salvaron en el arca; dice que no hubo quien se librara p o r el agua de la inundación, sino los que entraron en el arca. Lo cual ea una v e r­ dad absoluta, cualquiera que haya sido la extensión del D iluvio..., »En resumen: arranca de un hecho histórico co­ nocido; una inundación. En esta inundación reconoce ocho personas salvadas por el agua, y nos revela que esta agua es la figura profética del agua que nos sal­ va ahora. No hay más que esto. Y no sé ciertam ente qué tiene que ver esta palabra con la universalidad del Diluvio.

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»Preveo la objeción que se puede hacer. En vista de que por institución divina el agua bautism al es el único medio de salvación p a r a el m undo entero, se di­ rá que el agua que en el Diluvio salvó las ocho p e r­ sonas no puede ser figura a d e m a d a de la prim era, si­ no á condición de haber sido el medio único de sal­ vación en &l m undo entero. »He dado ya respuesta á esta objeción en mi li­ bro, probando que no es buena exegesis atribuir á las figuras y comparaciones que hacen los escritores sa­ grados, una extensión m ayor que la que aquéllos les conceden. P ara que un suceso antiguo pueda ser fi­ gura de un suceso evangélico, basta que pueda com­ p ararse con éste desde un solo pu n to de vista ; como basta también que un hombre sea comparable á Jesu­ cristo p o r un solo rasgo de su vid a , para que sirva á éste de antitipo.... »En realidad, San Pedro no hace más que pre­ sentarnos el agua como m edio de salvación en el D ilu ­ vio, y el agua como m edio de salu d en la redención, sin m eterse á determ inar la medida de su necesidad. «Supongamos por un momento que fuera cosa averiguada, que fuera cosa enseñada explícitam ente por la E scritura que el Diluvio fué una inundación m uy parcial, ¿quién se atrevería por eso á señalar una ley, un motivo que impidiera á Dios de tomar en ese diluvio parcial la figura de un hecho general cris­ tiano? El cordero pascual sólo se comía entre los ju ­ díos, y ellos solos habían recibido orden de participar del mismo. Lo cual no impide que sea la figura de la Eucaristía, á cuya participación son llamados todos los hombres lo mismo que á las aguas del bautismo.» Gomo quiera que los partidarios de la universa­ lidad antropológica, al combatir la teoría de la no-

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universalidad en este orden de ideas, se apoyaban también en la interpretación que los Padres de la Iglesia suelen dar al texto citado de San Pedro, Mo­ táis se hace cargo de esta fase de la objeción, y con­ testa en los siguientes términos: «Los Padres declaran que las aguas del Diluvio tienen una significación típica, y se apoyan general­ mente en San Pedro. En esto tienen razón: he aquí el punto dogm ático á que se refiere el consensúa. En el mundo actual no hay salvación sino por el bautismo, así como en el mundo diluviano(es decir, en el mundo inundado) no hubo salvación sino por el arca llevada sobre las aguas. El agua fué en otro tiempo el medio providencial necesario doquiera que llegó la inunda­ ción. El agua es ahora el medio necesario, por divina ordenación, doquiera que reine el pecado original. L a existencia, el rigor y la verdad del tipo y del an ­ titipo >ó sea de la enseñanza dogmática que los P a ­ dres hallan en San Pedro existe y tiene lugar lo mismo en el caso de un diluvio patriarcal y limitado, que en el caso de un diluvio universal..... «Lo que aquí produce cierta ilusión es que no se establece la distinción oportuna entre la existencia del tipo y sus bases reales. A la lectura de los Padres se imagina en seguida que lo que sostiene ó sirve de base al tipo es la hipótesis de la u n ive rsa lid a d del Diluvio. Y 110 es así, puesto que toda la dogmática de la tradición y del Apóstol permanece intacta fue­ ra de esta hipótesis. Sin duda que los Padres m ezcla­ ron á esto la u n ive rsa lid a d del Diluvio, porque creían en su existencia. Pero esta creencia, inútil á la tesis que apoyan en las palabras de San Pedro, está tan fuera de lo que constituye la parte dogmática en el texto de San Pedro, como su interpretación del Omnes

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está fuera de lo que constituye la p arte dogmática en la narración de Moisés.» Después de estas consideraciones del ilustre autor de E l D ilu v io bíblico ante la fe, la E s c r itu ra y la cien­ cia, parócenos que m ientras la Iglesia no hable) no hay derecho p ara rechazar como opuesta á la ense­ ñanza dogmática de la E scritura y de los Padres la teoría que admite y defiende que el Diluvio no fué universal con relación á los hombres; que algunos de éstos, y probablemente tribus y razas enteras, no perecieron en el gran cataclismo diluvial narrado por Moisés en el Génesis. Los partidarios de ésta aducen á su vez, en favor de su hipótesis y en contra de la universalidad antro­ pológica, algunos textos y pasajes tomados de la Biblia. Así, por ejemplo, a l fijar Moisés los límites de la tierra ocupada por los hijos y descendientes de Chanaam, parece dejar fuera de ella, y, por consi­ guiente, fuera de la descendencia del hijo citado de Noé, á los habitantes de Gerara, Sodoma, Gomorra (1) y otras poblaciones. Lo cual parece coincidir y confir­ marse con lo que el mismo Moisés indica en el Deuteronomio al describir los pueblos que m oraban en los países ó regiones que los hebreos iban á ocupar. Al mencionar la región de Ar, poseída por los hijos de Lot, se dice que sus p r im e r o s m oradores fueron los E m in (2), pueblo grande, los cuales eran como gigan­ tes pertenecientes á la raza de Enacin. Hablando des( C)

E t post haec áisseminati suntpopuli Ckananatorum (los h eteos, jebufacitqtte sunt termini Chanaan vmientibus a Sidone Geraram nsque Gasam, doñee ingrediaris Sodomam el Gomarrkam, et Adamam, et Sé&om usque Lesa, G énesis, cap. X, V. 1S-19. seos, am orreros,

{2)

«Em im prím i fuerunt h abitatores ejus, populus m agn u s et v alíd u s,

e t t a n excelsu s, ut d e E n acim stirpe, quasi g ig a n te s cred eren tu r, et essent sím iles filiorum Enacim .» D m io r ., cap. II, v. IO-II.

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LA BIBLIA Y LA CIÉÍTCIÁ

pués de la comarca ocupada á la^azóíi por los amonitas, el autor del Deuteronor¡j?o llama tierra de gigantes, porque en tiempos antk¡*fos estuvo habita­ da por gigantes, á los que los amonitas daban el nombre de Zomzommin: In ip sa olim h ábitaveru n t g i­ gantes qitos am m onitai vocant Zom zom m in.

Si á estas y á algunas otras indicaciones refe­ rentes á pueblos extraños á la descendencia de Noé, que se observan en el Pentateuco, se añade que Moi­ sés, quien sin duda alguna tenía conocimiento de la raza negra, no hace mención de ella al describir con relativ a minuciosidad la descendencia de Noé y sus hijos, hay motivo p ara sospechar que, al tra z a r el famoso cuadro genealógico, se propuso atenerse á los descendientes de Noé, haciendo caso omiso de los descendientes antiguos de Caín, siquiera -no ignorara que algunos de éstos no habían perecido en el Diluvio. «Esto silencio de Moisés, escribe d’Estienne, no se explica de una m anera plausible y satisfactoria, p re ­ ciso es repetirlo, sino por el conocimiento que tiene del origen no noáquido do estos pueblos; de m anera que el mismo Génesis nos induce á creer que su autor, al escribir el capítulo s , no se propuso consignar la genealogía de la humanidad toda, sino que se propu­ so únicamente, y con pleno conocimiento de causa, presentar la genealogía de la raza patriarcal.» Á nuestro juicio, sin embrgo, los argumentos más concluyentes y que enfrailan m ayor fuerza en favor de la teoría d é la no-universalidad antropológica, no son los mencionados textos bíblicos y otros pasajes análogos que suelen citar ios partidarios de esa teoría, porque todos ellos son susceptibles de interpretacio­ nes diferentes, sin que resulte contradicción con una ú otra de las teorías mencionadas. Las ciencias n atu ra­

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les, y con espec^lidad la lingüística; la etnología y la antropología JfcehWórica, son las que suministran indicios más conSqgentes, razones más eficaces y es­ peciosas en favor de^a no-universalidad antropoló­ gica del Diluvio en concepto de sus defensores. A ) La lingüística. Según lo que indicamos al tra ta r del poligenismo entre los hombres doctos que se hallan al corriente de los estudios y descubrimientos filológicos es hoy una verdad elemental, un hecho incontestable, que las innumerables lenguas vivas y muertas que exis­ ten y que existieron entre los hombres, a) se dividen en tres grandes familias, á saber: lenguas m onosilá­ bicas ó aislantes, lenguas a g lu tin a tiv a s y lenguas de flexión; b) que estas tres grandes familias represen­ tan y constituyen como las tres fases fundam enta­ les de la evolución filológica. Lo cual vale tanto como decir que las lenguas en su estado perfecto, en su estado flexional, representan y suponen una serie de evoluciones lentas y progresivas, á p a rtir del len ­ guaje monosilábico, desde el cual pasaron á la forma aglutinante por medio de progresiones y lentas tran s­ formaciones, las mismas que entraña el tránsito desdesde la forma aglutinante á la flexional. El estudio y la constitución actual de las lenguas suministra pruebas é indicios evidentes de ese movimiento p ro­ gresivo, toda vez que es cosa sabida que las lenguas monosilábicas ofrecen vestigios, señales y tendencias m arcadas á la aglutinación, al paso que en las flexio­ nales se conservan restos é indicios del estado aglu­ tinante que las precedió, así como en algunas agluti­ nantes se descubren, no solamente tendencias, sino rudimentos deflexión. Infiérese de aquí que, según el orden natural do las cosas, el tránsito de una lengua

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desde el estado monosilábico al estado flexional exi­ ge períodos de tiempo muy considerables. Ahora bien: si, como quieren los partidarios de la universalid ad antropológica, en el Diluvio perecie­ ron todos los hombres á excepción de Noé y sus hijos, es necesario adm itir que éstos, al salir del arca, ó poseían, una lengua flexional, hipótesis que es sin duda la más probable, en atención á que los pueblos, razas y naciones procedentes de los hijos de Noé ap a­ recen hablando lenguas de flexión desde la antigüe­ dad más rem ota, ó sólo poseían una lengua monosi­ lábica, de la cual proceden todas las que hoy se h a­ blan. De admitir esto último, resulta dificultad suma, por no decir imposibilidad, de encontrar y señalar espacio de tiempo suficiente p ara que esa lengua h a ­ ya podido pasar desde la forma monosilábica á la fle­ xional durante la época relativam ente corta que transcurrió entre el Diluvio y los tiempos antiquísi­ mos en que los descendientes de Sem, Cham y Jafet aparecen en la historia hablando lenguas de flexión. «El sánscrito , escribe monseñor Harlez (1), era ya sánscrito dos mil años antes de Jesucrito. La lengua aria común d a ta de dos mil quinientos años, por lo menos, antes de Cristo. Por esta época, el asirio era ya una lengua distinta, y son necesarios muchos siglos p ara llegar á la lengua común y prim itiva. ¿Dónde hallar el tiempo necesario, según el orden natural de las cosas, p ara la ram ificación del primitivo idioma, del cual salieron el ario y semítico?» P a ra desvirtuar la fuerza de este argumento, no basta decir, como dicen algunos, que esa m ultiplica­ ción de lenguas, en tiempo relativam ente corto, pue­ ril Ld lim'uistiüite et la Bible, artículo publicado en La Junio, 1883.

Controverse:

CAPÍTULO IV.

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de explicarse por la confusión y diversidad de len­ guas producida milagrosamente en la torre de Babel. Sin contar que, cuando la Biblia dice que e-rat autem térra la b ii u n iu s... confusum est lábium universas terree, la significación del universas, terrm puede restringirse

á los descendientes de Sem, como se restringe la sig­ nificación del om nis té rra } c u n d a an im an tia en los tex­ tos referentes al Diluvio; y prescindiendo también de la interpretación que algunos dan á la frase lábii unius (3), bastará tener presente que, según los teólo­ gos y exegetas más autorizados y competentes de nuestros días, los hombres que intentaron la edifica­ ción de la torre en las llanuras de Senaar, no fueron todos los descendientes de Noé, sino, á lo más, los de Sem. No es creible que todos los descendientes del P atriarca diluviano viv ieran reunidos en Babilonia, después de cuatrocientos años, que, según los Seten­ ta, habían transcurrido desde el Diluvio; y ya hemos indicado más de una vez que la ciencia hoy exige p ara los antiguos tiempos un número de años muy superior al que encierra la cronología bíblica de los Setenta, á pesar de ser la más larga. Es preciso re* conocer, por lo tanto, que la razón y la ciencia en su (i) M otáis, por ejem plo, interpreta el texto bibhco aludido con rela­ ción á la diversidad de sentim ien tos y pareceres y no del lenguaje. « Touie la ierre, dit le texte, n'avait qu’une seule Lh>re. Abstractivem ent consideren la figure em ployé dans cet verset se préte á signifier égalem ent soit l'unité de langue, soit l'unité. de sentim ents,... M ais ce n ’est point abstractivem ent et en elíe-m&me qu'une expresión doit Stre étudiée, c’est dans l'usage de la langue, lc i la response du texte biblique est particuliérem ent significativa puisque le mot est em ployé cen t soixantedouze fois au m oins da.ns 1’Ancien T estam ent, Or, sur ce nombre considérable, on ne le rencontre pas tme smle fois avez le sens de langue. 11 est uniquem ent consacré á signifier la lévre com me instrument materid de la, parole, ou com me figure des sentiments qu’elle exprim e. Quand il s’a git de lidióme, les auteurs sacr'és se servent non pas du m ot Sápháh, lévre, m ais du m ot Laschón, langue.»— L e Déluge l>ibliqm} etc,, pág. 239.

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estado actual oponen serias dificultades á la hipótesis de una lengua monosilábica hablada por Noé y origen de todas las posteriores, Y estas dificultades, lejos de disiparse, se p re ­ sentan con más fuerza todavía si se acepta el otro extremo del dilema, si se afirma que la lengua habla­ da por la familia de Noé al salir del arca fué una len­ gua flexional, porque en esta hipótesis, ¿cómo se con­ cibe y explica la existencia de lenguas aglutinantes y lenguas monosilábicas en la actualidad? ¿Será, por ventura, que una lengua de flexión puede transfor­ marse en una lengua monosilábica? Esto, además de repugnar á la energía progresiva inherente á la mis­ ma naturaleza humana, está en contradicción paten­ te con lo que la historia y la filología nos ensenan acerca de las relaciones que existen entre las expre­ sadas tres grandes familias de lenguas, B ) La-etnología. Pero p ara los partidarios de la universalidad an­ tropológica es problema de solución muy difícil, no sólo el que se refiere á la existencia de esas lenguas, sino también el relativo á la existencia de las razas que las hablan. , «Los negros al menos, dice Motáis (1), eran se: guramente conocidos en Egipto siglos antes de Moi­ sés, y conocidos como raza distinta, como raza que vivia en estado de pueblo formado. No es una ano­ m alía pasajera, un accidente limitado lo que es p re­ ciso explicar; es la existencia de un hecho que exigió siglos para producirse, y que existe producido ya des­ de siglos. Según esto, ¿cuánto tiempo habría transcu­ rrido desde la existencia de esta raza... Tres mil años antes de Oristo los descendientes de Cham se hallan (I)

Ibid,,

p á g , 353.

CAPÍTULO IV.

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establecidos en las riberas del Nilo con sus lenguas flexionales, y al llegar allí encontraron, se nos dice, «toda una población negra», antigua ya, toda vez que su idioma pertenece todavía «á los aglutinantes». Abundan en las mismas ideas acerca de la raza negra, en sus relaciones con el Egipto, Lenormant, Maspero (1), con la mayor parte de los egiptólogos y orientalistas modernos, los cuales rechazan igual­ mente la pretendida identidad de raza ó de origen entre los negros y los antiguos egipcios, opinión po­ pular que, si pudo defenderse en pasados tiempos con alguna apariencia de verdad, hoy, ó sea después que la Comisión francesa dei Egipto publicó su gran­ de obra, no es posible sostener semejante opinión. Porque, según observa Maspero, al exam inar las re ­ producciones de estatuas y bajos relieves contenidos en aquella publicación, es preciso reconocer que los egipcios representados en los monumentos no presen­ tan el color ni el aspecto general de los negros, sino que, al contrario, presentan grandes sem ejanzas y afinidades con las razas blancas del Asia occidental y de la Europa, opinión que fué robustecida y poco menos que demostrada, por el estudio anatómico de las momias (2) conservadas en los hipogeos del anti­ guo reino de los Faraones. (1) A ludiendo éste á los egipcios, escribe en su Historia antigua, de las píieblos del Oriente: «V enus de l'Asie par I’isthm e de Suez, ils tronvérent établie sur les bords da N il une autre race, probabiem ent noire, qu'üs refoulérent dans Vinterienr». (2) «L 'E gyptien, escribe á este propósito el citado Maspero, était, en général, grand, m aigre, éJancé. 11 avait les ¿paules larges et pleines, les p ectoraux saillan ts, le bras nerveux et term iné par une m ain fine et lo n g n e..... La tete, sou ven t trop forte pour le corps, présente un caract&re de duuceur, irieme de tristessé m stinctive. Le fron test carré,... Ces traits communs á la plupart des statues de rancien et du m oyen em pire se retrouvent plus tard k toutes les époques.» Histoire auc. des penples de FOrúut, pág, 15.

574=

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Lo que la ciencia enseña hoy acerca del origen, proceso y constitución definitiva de las razas negra, am arilla, roja y blanca desde la antigüedad más re ­ mota y hasta con antelación á todo monumento his­ tórico; las diferencias múltiples y.profundas que se­ p aran esas razas, todo induce á creer que el tiempo transcurrido desde el Diluvio es insuficiente p ara dar razón plausible de la existencia y condiciones de se­ m ejantes fenómenos antropológicos. “Dos puntos, es­ cribe Grobineau (1), no son dudosos en esta cuestión, á saber: que las diferencias principales que separan las ram as de nuestra especie fueron fijadas en la p ri­ m era m itad de nuestra existencia terrestre; y que pa­ ra concebir en esta prim era mitad un momento en el cual hayan podido efectuarse estas separaciones fisio­ lógicas, es preciso subir hasta los tiempos en que la influencia d é lo s agentes exteriores fué más activa que la que observamos en el estado ordinario dél mundo. E sta época no pudo ser otra más que la que siguió inmediatamente á la creación.,, Las tradiciones históricas referentes al origen, y primeros pasos y vicisitudes de los grandes imperios antiguos parecen confirmar las indicaciones etnoló­ gicas que anteceden. Puede decirse que en este punto se hallan de acuerdo los egiptólogos, los asiriólogos y los indianistas de más nombre y autoridad. De los monumentos faraónicos, como de las inscripciones cuneiformes y de los primitivos libros sagrados de los arios, parece desprenderse que así como cuando los chamitas ó protosemitas invadieron el Egipto para fundar allí su imperio, encontraron en el valle del Nilo tribus de raza negra, asi cuando los kuschitas primero y después los semitas asirios ocuparon la (i)

Essaí sur l'migalüé des races llumaines, tom o r, págs. 231-32.

CAPÍTULO

XV.

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Mesopotamia, encontraron establecidas allí familias y tribus pertenecientes á la raza am arilla ó turania, denominados, por algunos délos historiadores aludi­ dos, pueblos soumerianos, por otros, accadianos y también soumero-accadianos. En los libros sagrados de la India se hace mención de ciertos hombres ne­ gros y amarillos que poblaban las orillas del Indo y del Ganges cuando los arios descendieron á conquis­ tar y ocupar aquellas comarcas, obligando á'sus mo­ radores á retirarse á las montañas vecinas. Este argumento, que pudiera llam arse históricoetnológico, entraña fuerza grande contra la hipótesis de la universalidad antropológica dei Diluvio, según Motáis; porque si todos los hombres perecieron en­ tonces, los partidarios de esta teoría, a) necesitan re ­ currir á la afirmación más ó menos gratuita de que los negros y amarillos son los descendientes de otros hijos de Noé comprendidos en las palabras gcnuit filios et filias , y &) necesitan suponer y adm itir igual­ mente que la fecha del Diluvio de Noé, debió prece­ der muchos miles de años la fecha de la vocación de Abraham; pues sólo así se puede concebir que los chamitas y. semitas de la Mesopotamia y del Egipto en­ contraran en aquellas reglones hombres negros y am a­ rillos, relativam ente civilizados, tres ó cuatro mil años antes de Jesucristo. G) La antropología prehistórica. De las investigaciones geológicas y de las explo­ raciones prehistóricas llevadas á cabo en los últimos años, resulta que el hombre existía ya y poblaba gran parte de la superficie de nuestro globo durante el pe­ ríodo cuaternario, y, lo que es más, mientras se for­ maban y depositaban Jas prim eras capas correspon­ dientes á dicho periodo, Y como quiera que el con­

576

LA

b ib l ia y l a c ie n c ia

junto de las formaciones que integran el terreno cuaternario exige y supone muchos miles de años, á los cuales hay que añadir los transcurridos desde la terminación del período cuaternario hasta hoy, r e ­ sulta que los partidarios do la universalidad antro­ pológica del Diluvio de Noé se verán precisados á retro traer la existencia de éste á una antigüedad ex­ traordinaria, á una antigüedad que concide con los comienzos del período cuaternario, al paso que en la teoría d é la no-universalidad antropológica la exis­ tencia del hombre cuaternario es perfectamente com­ patible con el texto bíblico, sin tener que violentar éste p ara conceder al Diluvio una fecha de siglos ca­ si innumerables. Al hablar del Diluvio de Noé como hecho histó­ rico, hicimos constar que entre los hombres de la r a ­ za negra no existía la tradición referente al mismo, apuntando á la vez que la tradición observada en los pueblos de raza am arilla y roja no presentaba carac­ teres de tradición prim itiva y originaria (1), sino de transmisión procedente dé la raza blanca. Este h e­ cho que no deja de ser algún tanto extraño y de ex­ plicación nada fácil p ara los que afirman que en el Diluvio de Noé perecieron todos los hombres fuera d é la familia de éste, y que por consiguiente todas las razas que hoy pueblan la tierra descienden de los tres hijos del P atriarca diluviano, suministra á los partidarios de la hipótesis contraria un argumento de relativa im portancia, un argumento que no care­ ce de fuerza para hacer probable y verosímil la opi(I) «N otons cependant que la tradition diluvienne n'est peutÉtre pas prim itive, mais importée en Amérique; qu* elle a surem ent cet caractére d'iinportation chez les rares populations de race jaune oíi on la retrouve; en fin que son existence réelle en O cceanie cliezles P olyn esien s est encore douteuf e.» — L e n O R M A N T ; 1.•:.} Origines de lkisioire d'apres la jSYíVif, pág. 490.

CAPITULO IV.

I

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nión de que no todos los hombres ni todas las razas hu­ manas perecieron en el Diluvio de Noé. Sin conceder á este argumento valor demostrativo ni mucho menos, no puede negarse que robustece y afirma las razones y argumentos que en favor de la no-universalidad antropológica del Diluvio suministran, según se ha visto, las ciencias naturales, y principalmente la an ­ tropología prehistórica, la lingüística y la etnología,' como robustece y confirma también las indicaciones contenidas en la misma Biblia acerca de la existencia de hombres y razas que no procedían de los tres hi­ jos de Noé que se salvaron en el Diluvio. Resumiendo: la teoría d é la universalidad abso­ luta ó geográfica del Diluvio, si bien fué general­ m ente admitida en pasados tiempos, como lo fué la sentencia del movimiento del sol alrededor de la tie­ rra, tiene hoy escasos partidarios, y esos no de los más autorizados y competentes en el terreno de la exegesis y en el de la ciencia. La lucha real está hoy entablada entre la teoría de la universalidad restrin ­ gida que pudiera denominarse antropológica, la teo­ ría que admite el exterminio de todos los hombres, fuera d é la familia de Noé, y la teoría de la no-universalidad antropológica, la teoría que admite que, además de la familia de Noé, se libraron otros hom­ bres del Diluvio. Considerado el problema con re la ­ ción al texto bíblico y á la tradición eclesiástica, la prim era teoría se presenta comó más probable; con­ siderado con relación á la ciencia, no carece de al­ guna probabilidad la segunda: hoy por hoy, ninguna d é la s dos pueden ser defendidas, como más ó menos probables, lo mismo en el terreno exegético que en el terreno científico. En todo casó, y cualquiera que sea la solución T omo i i .

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LA BIBLIA T LA CIENCIA

cierta y definitiva del problem a, si alguna vez llega á obtenerse, en nada afectará ni á la verdad de la Biblia ni á la verdad de la ciencia. Cualquiera que sea la solución, p ara el hombre de la fé y de la cien­ cia, p ara el escritor cristiano, la Biblia seguirá siendo depositaría de la palabra divina, la Iglesia seguirá siendo colum na et firm am entum ve rita iis, y la ciencia seguirá siendo hija predilecta del Dios délas ciencias: D eu s scien tia ru m D om in u s e st .

F I N D E L S E G U N D O Y Ú L T IM O TO M O .