La Biblia y la Ciencia Tomo I CARDENAL GONZALEZ

LA BIBLIA y LA CIENCIA POR EL CARDENAL GONZÁLEZ D E L A O R D E N D E S A N T O D O M IN G O TOMO PRIMERO S E G U N D

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LA BIBLIA y

LA CIENCIA POR EL

CARDENAL GONZÁLEZ D E L A O R D E N D E S A N T O D O M IN G O

TOMO PRIMERO S E G U N D A

E D T C í O N

SEVILLA im p re n ta

d e

m q u lu r d o A

C a lle Francos,

Go

; co\nj.a

LA BIBLIA

LA CIENCIA P O R EL

CARDENAL GONZÁLEZ D E L A O R D E N D E S A N T O D O M IN G O

TOMO PRIMERO SEGUNDA

EDICIÓN

CORREO-IDA Y AU MENTADA POE E L AUTOR

INDICE DEL TOMO PRIMERO

Págs.

P

rólogo

,

.

...................................................................V

C A P ÍT U L O PR IM E R O . . L A BIBLIA EN L A IGLESIA CATÓLICA.

| I .— Idea general de la B iblia.

.

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52

I I . — L a autenticidad de la Biblia. . . . 56 I I I . — L a profecía en la B ib lia ............................. 59 I V . — L a inspiración en la B ib lia ........................ 66 V .— Loa límites de la inspiración b íblica. . . 72 V I . — L a inspiración divina en la Biblia, con res­ pecto á las citas y á las versiones de la misma...................................... ....

78

C A P ÍT U L O II. L A BIB LIA E N L A IGLESIA PROTESTANTE.

I.— L a B iblia para el protestantismo ortodoxo. II.— L a Biblia según el protestantismo liberal.

86 92

Págs-

I I I .— Continuación del movimiento bíblico-racionalista entre los protestantes: fase natu­ ralista de su exegesis............................. 100 I V . — L a ..exegesis mítica de la Biblia entre los protestantes............................ .... 109 V . — Continuáción d é la exegesis mítica: Strauss. V I .— L a exegesis histórico-crítica de la Biblia

115

entre los protestantes......................... .... 123 V I I .— Últimas manifestaciones del racionalismo b íb lic o -p ro te s ta n te ..................................131 V I I I .— Ojeada retrospectiva y conclusión.

.

.

. 151

| I .— L a ciencia según la filosofía cristiana.

.

. 167

C A P ÍT U L O

III.

L A CIENCIA.

I I . — L a ciencia según la filosofía racionalista. 178 I I I . — L a ciencia según la filosofía monista. . . 192

C A P ÍT U L O IV .

RELACIONES GENERALES ENTRE LA BIBLIA Y LA CIENCIA.

| I .— L a B iblia y las ciencias humanas conside­ radas en general. . . . . . . . . 207 I L — Éelaciones especiales entre la B iblia y la ciencia ...................................................... 220 I I I .— Los límites de la ciencia en sus relaciones con la B i b l i a ............................................241 I V .— E l.método' exegético y las ciencias natu­ rales .......................................................... 249

CAPÍTULO y. RELACIONES GENERALES DEL HEXAMERON BÍBLICO CON LA CIENCIA MODERNA Y CON L A TRADICIÓN CRISTIANA. A r t íc u lo

p r i m e r o . — El

Hexam eron bíblico y la

ciencia moderna en general , . .. . , 260 § L — L a enseñanza moral y religiosa contenida . ‘260 en el H exam eron ............................. .... I I .— Teorías é ideas principales de la ciencia acerca de los elementos primeros y cons­ titución íntima del universo m aterial.

. 262

a ) L a materia ponderable . . . b) L a materia im ponderable

.

. 264 . 268

.

e) L a fuerza ....................................... 270 I I I . — Las teorías y conclusiones más autorizadas de la geología y paleontología. . . . 274

I V .— L a .teoría astronómica del universo

.

.

. 279

A r t . I I .— El H exam eron biblieo y la tradición cris­ tiana . . . . . . 285

C A P ÍT U L O Y I . L a c ie n c ia

y la

verd ad

r e lig io s a d e l h exa m ero n

B Í B L I C O ........................................................................ 2Í)Í>

C A P IT U L O V II. El

hexam eron

b íb l ic o

y la

a s t r o n o m ía

C A P IT U L O V III. E L '[fEXAMEBON

Y LAS CIENCIAS FISICAS.

.

.

.

.

.119

CAPÍTULO IX. E

l

h e x a m e r o n b í b l i c o t l a g e o l o g í a . — l o s d ía s d e L A CREACION................................................................... 359

C A P IT U L O X. L a t e o r í a h e x a m é r [0 a d e c l i f f o r d ......................... ...

383

C A P ÍT U L O X I. EL HEXAMERON BÍBLICO Y L A BIOLOGÍA. — EL DARWINISMO.

A r t í c u l o I .— Origen y naturaleza del darwinismo .

404 A k t . I I . — E l darwinismo y la B i b l i a ........................ 418 | I ,— El darwinismo evolutivo monista . . . . 418 A ), V alo r científico de la hipótesis d é l a generación e s p o n t á n e a ................... 432 B ) L a generación expontánea y la Biblia.

437 I I .— El darwinismo selectivo...........................443 A r t . I I I . — E l darwinismo antropológico

A r t . I V . — E l darwinismo antropológico y la Biblia,

464 495

V . — E l darwinismo antropológico y el origen de las almas h u m a n a s................... .... .

518

A rt.

. . . .

A ) L a teoría de la preexistencia

, . . 519 B ) L a teoría tra d u c c ia n is ta ................... 524 Q ) L a teoría g e n e ra e ia n is ta ................... 525

D ) T eoría de R o s m in i............................. 529 JE) Sistema ó teoría creacianista . . . A r t . V I .— Ojeada retrospectiva y crítica gon eral

del darwinismo

. . .

.

.

.

.

.

581 537

PROLOGO IIoc imhthiUtnler ttmemlum /rs/i ni (¡uidquid strpitnUs fn/jirs uiuudi de na lar a rernm verm iUr demonstrare poluerunt^ osft-iidamus nostris ¡ihris non esse conlrarium. Hs m u y p o s ib le p r ob iir q u e Lodo a q u e l l o q u e los sabios de este m u n d o lian p o d i d o d e m o s ­ tra r co n v e r d a d a ce rc a de hi tütlu rale za d e las cosas, n o es c o n t r a r i o á n uestros libros. S a n A g u s t í n : D e G e u e s i arf H it., l i b. t, cap. x x i .

In Im quae de nccestiltile fid e i no» sttni, ¡ia iil Snnctis dwtrsinwde opinaría sicut el uohis. L ícito fue á los Santos Padres, com o tam ­ bién nos es lícito ;í nosotros, abrazar op in io ­ nes d iferentes en las cosas no pertenecientes á la fe. S e k t e n t ,, l i b . I I , dist.

2.“, L-uesl. i . “, ;irt.

II!.

la vida y a larga de la Iglesia cató­ lica á través de diez y nuevo siglos, fué en todo tiempo y sigue siendo hoy una v i­ da de luchas y combates perennes, es una de aquellas verdades á las que la historia y la ex ­ periencia conceden con justicia de consuno autoridad y fuerza de cosa juzgada. Y que esa lucha la rga y persistente de la Iglesia funda­ da por Jesucristo constituye y representa la ue

VI

L A 1ÍIHLIA V L A C I E N C I A

lucha del bien contra el mal en sus variadas manifestaciones, cosa es á que los hijos del Evangelio conceden igualm ente autoridad de cosa juzgada, ó si se quiere, fuerza y valor de verdad axiom ática; mientras que para los ene­ migos de la Iglesia, para los representantes de la incredulidad y de la idea racionalista, esa lucha constituye y representa, por el con­ trario, la lucha contra el bien, la lucha con­ tra la virtud y la verdad, la lucha contra el progreso, la civilización y la ciencia. En lo que no cabe duda, en lo que unos y otros están de acuerdo, es en que esa lucha, siempre antigua y siempre nueva, entre la Iglesia de Cristo y sus enemigos, es lucha so­ bremanera accidentada, como acontecer debe por necesidad de naturaleza cuando se trata de luchas y combates en que toma parte la humanidad entera ó al menos grandes fraccio­ nes de la misma, sus razas superiores, y , so­ bre todo, cuando so trata de problemas cuya solución afecta profundamente el corazón y la inteligencia del hombre; entraña relaciones íntimas con el orden moral y el orden m ate­ rial en sus múltiples manifestaciones huma­ nas; interesa vivam ente el pasado, el presente y el porvenir del individuo y de la sociedad. Así se comprende y explica que en la historia do la Iglesia aparezcan esas alternativas de

PRÓLOGO

conquistas y ele pérdidas, de persecución y de paz, de preponderancia político-social y do abatimiento y decadencia, de triunfos y de humillaciones, de victorias y derrotas, en fin, en el sentido que es lícito hablar de derrotas cuando se trata de la Iglesia fundada por el Yerbo de Dios, contra la cual no prevalecerán nunca las puertas del infierno, en expresión de la Escritura. Quienquiera que con reflexiva atención, con im parcial y sereno juicio haya reparado la marcha y vicisitudes de esa gigantesca cuan­ to accidentada lucha á través del espacio y do los siglos, no podrá menos de haber observa­ do que la batalla entre la Iglesia y sus enemi­ gos ofrece dos manifestaciones ó fases funda­ mentales. Al afirmarse y desenvolverse de una ma­ nera paulatina pero enérgica, como el grano de mostaza del E vangelio, la Iglesia de C ris­ to encontró en su camino, unas veces la fuer­ za y el poder, que pretenden aniquilarla y destruirla, ó por lo menos detener su marcha; y otras veces la razón y la ciencia, que aspi­ ran al mismo resaltado, ora levantando cáte­ dra contra cátedra, ora afirmando idea contra idea, ora combatiendo de frente ó de soslayo los hechos y verdades que sirven de cimiento á la verdad cristiana, á la institución de la

VIII

LA BIBLIA y L A CIEKCIA

Iglesia. En los albores mismos de ésta, la fuer­ za y el poder, representados por los fariseos y príncipes de la Sinagoga, persiguen de muer­ te á los apóstoles y discípulos de Cristo. No mucho después, la violencia y la tiranía, re­ presentadas por los Césares y procónsules ro­ manos, riegan las provincias todas del vasto Imperio con sangre de mártires cristianos; y no hay para qué recordar que, andando el tiempo, la misma Iglesia vióse duramente per­ seguida y humillada por esa fuerza y tiranía de los hombres del poder, bien sean éstos los Emperadores germánicos de las investiduras, y a se trate de los hombres y soldados de la Revolución francesa, ahora se hable de los políticos de la Italia moderna con sus despo­ jos y persecuciones contra la Iglesia de Cristo y su Vicario en la tierra. Preciso es reconocer, sin em bargo, que si son ciertos y gravísim os los peligros y daños que en las épocas citadas experimentó y e x ­ perimenta la Iglesia cristiana por parte de la primera fase de la lucha entre el hombre y el Evangelio, ó sea por parte de la fuerza y del poder, son más incuestionables y de trascen­ dencia m ayor los males y peligros que á la sociedad católica y á la fe divina amenazaron y amenazan por parte de la segunda m anifes­ tación de la lucha indicada, ó sea por parte de

fllÓ L O U O

la lucha trabada en el orden intelectual entre el hombre y la Iglesia, la lucha y batallar in­ cesante entre sistema y sistema, entre una ciencia y otra ciencia, entre una idea y otra idea. Y que la lucha entre las ideas entraña de suyo importancia superior á la que encierran las luchas representadas por las pasiones, los hechos, la fuerza y el poder, sólo es dado ne­ garlo ó desconocerlo á quien desconozca ó nie­ gue que la inteligencia es la parte más noble de la humana naturaleza, que la razón, progenitora y depositarla de la idea y de la cien­ cia, es la manifestación suprema de la a ctivi­ dad y de la vida del hombre, siendo tan gran ­ de su virtualidad que toca los límites de lo infinito, en sentir de Santo Tomás: potentia quodammodo infinita. Así es que para el hom­ bre pensador es verdad inconcusa y , en cier­ to modo, vu lgar, que la trascendencia real que encierran las luchas provocadas por las pa­ siones y la fuerza bruta, es inferior, muy in ­ ferior á la que consigo llevan las luchas y b a ­ tallas que se traban y riñen en la esfera de las ideas. Por esta causa, á no dudarlo, la Ig le ­ sia católica, que reúne y armoniza en su seno las iluminaciones superiores de la razón del Verbo y las previsiones propias de la razón del hombre, el sentido de las cosas divinas y

X

L A B il l LI A Y JjA U I EN C IA

el sentirlo de las cosas humanas, dedicó en to ­ do tiempo y lugar atención preferente á las Indias del orden intelectual, á las cuestiones doctrinales, á la marcha y desarrollo de las ideas. Quien sepa leer en la historia de esa Iglesia, hallará en sus páginas una prueba irrefragable de esta verdad; tropezará á cada paso con hechos que demuestran hasta la e v i­ dencia qne, lo mismo en la época prim itiva que en la Edad Media y en nuestros dias, á la Iglesia cristiana preocuparon siempre más las luchas y ataques que venían del campo de las ideas, que las luchas y ataques que venían del campo de la fuerza y las pasiones. Aquellos fa ­ riseos y escribas, aquellos príncipes de la Si­ n agoga de los primeros años del Cristianism o, apedreando á san Esteban por mano de las tur­ bas, y arrojando fuera de Jerusalén y la Judea á los apóstoles y discípulos del Señor, des­ pués de encarcelarlos y m altratarlos, preocu­ paban á la naciente Iglesia mucho menos que aquellos judíos obscuros y anónimos que, convertidos primero á Cristo, pretendían iden­ tificar y am algam ar el judaismo con la religión fundada por Jesús, considerando á ésta como una especie de apéndice, como una transfor­ mación accidental del mosaismo. Herodes, dando muerte violenta á Santia­ go el Mayor y encarcelando al Príncipe de los

PK Ú U H iÜ

XI

apóstoles, ocasionó á la sociedad cristiana pe­ ligros mucho menores que los que entrañaban las predicaciones de ciertos herejes, de nombre apenas conocido en la historia, que negaban la divinidad de Jesucristo, predicaciones que pusieron la pluma en la mano del profeta de Patmos para escribir su Santo E vangelio, y al frente de éste aquel adm irable In principio erat Verbum et Verbiim erat apud Deitm et Deus erat Verbum: palabras de supremo sen­ tido teológico, como las empleadas por Moisés en los primeros versículos del Génesis, lo son de supremo sentido filosófico. L a sangre por Nerón derramada dentro de los muros de Roma, con ser la sangre del V i­ cario de Cristo en la tierra, del supremo Je­ rarca de la Iglesia; con ser también la sangre de San Pablo, el grande Apóstol de las gentes y Doctor de las naciones, preocupa y conmue­ ve á la Iglesia por ellos mismos fundada, me­ nos, mucho menos que las teorías de los neoplatónicos alejandrinos y las concepciones de los gnósticos, por medio de las cuales desapa­ recía la nota divina y sobrenatural de la Re­ ligión cristiana, convertida, bajo la pluma de aquellos doctores de la Grecia y el Oriente, en am algam a informe de elementos cristianos, judaicos, mitológicos y filosóficos. Serena y tranquila se mantiene la Iglesia de Cristo du-

XII

LA ÜIBL JA Y L A CIKN OÍA

rantc los dos primeros siglos, en presencia de millares y millares de mártires cristianos, cu­ y a sangre riega las provincias todas del Im­ perio romano y mancha los tribunales de los Césares y procónsules; pero al propio tiempo acude ansiosa y diligente á rechazar y comba­ tir los errores y calumnias con que se preten­ día deshonrar al Cristianismo, y Arístides y San Ireneo, y San Justino y Tertuliano, des­ vanecen esas calumnias del gentilism o, mien­ tras que Orígenes refuta victoriosam ente el Discurso verdadero del filósofo Celso. ¿Qué más? la persecución de Diocleciano y Maximiano, con sus innumerables víctim as, con sus ho­ rrores inauditos, produjo en el seno de la so­ ciedad cristiana perturbación menos honda y menos peligrosa que la producida por la con­ cepción arrian a, d éla cual pudiera decirse que, amenazó seriamente la existencia misma de la Iglesia, si la existencia de la Iglesia no estu­ viera garantida por la palabra omnipotente de Dios. Si fuera necesario llevar más adelante la demostración histórica de la m ayor transcen­ dencia, de la importancia especial que la Ig le ­ sia católica ha concedido en todo tiempo á las luchas intelectuales y científicas sobre las lu­ chas materiales y de fuerza, bastaría recordar que esa misma Iglesia de Cristo, víctim a por

PIÍÚLOGO

XIII

espacio de siglos enteros de las asechanzas y violencias délos emperadores germánicos, es­ carnecida después y m altratada en su Cabeza augusta por los ministros de Felipe el Hermo­ so, no experimentó entonces peligros tan g ra ­ ves ni sufrió perturbaciones, tan profundas y funestas, como cuando el padre de la Reforma proclamó la interpretación privada de la E s­ critura divina, cuando lanzó sobre la Europa y sobre el mundo la idea del libre examen en materia de fe y de religión; idea que entraña ó lleva en su seno, por inevitable deducción lógica, la ruina y negación del Cristianismo como Religión divina y revelada. Ahora bien: lo que fué ayer verdad en esta materia, lo es también hoy: el hecho atesti­ guado por la historia pasada del Cristianis­ mo, es hecho de actualidad en la hora presen­ te. Persecuciones, despojos, violencias de to­ do género viene sufriendo la Iglesia en sus bienes y derechos, en sus miembros y en su Cabeza, principalmente de un siglo á esta par­ te, y, sin em bargo, los danos y males produ­ cidos por esas persecuciones, violencias y des­ pojos, son menores sin duda alguna, infini­ tamente menores, que los producidos por las ideas. El hombre pensador y reflexivo, que ahora sea desde el fondo de su gabinete, aho­ ra sea. desde los centros sociales, lance una mi­

XI V

LA BIBL ÍA Y L A CIENCIA

rada escrutadora sobre el mundo que le rodea de cerca ó de lejos, y sobre la situación de los espíritus en sus relaciones con la Religión de Jesucristo, no puede desconocer que, en este orden de ideas y de hechos, la situación pre­ sente es por todo extremo grave y desconso­ ladora para el hombre de fe, de celo y de amor á esa Religión santa y á la Iglesia católica, que es su viva encarnación sobre la tierra. Por causas múltiples y de índole compleja, que no es posible desentrañar aquí, la atmós­ fera científica que nos rodea hállase saturada de ideas, aspiraciones y tendencias anticris­ tianas y antibíblicas. Y no es raro descubrir esas ideas y aspiraciones en el libro de hom­ bres de talento y saber indisputables, pero que, arrastrados por lo que pudiéramos llam ar la pasión de los hombres de ciencia contra la R e­ ligión de Jesucristo, subordinan la in vestiga­ ción científica á la negación religiosa, y bus­ can en las indagaciones y teorías de la cien­ cia, 110 el conocimiento de la verdad, sino el argumento contra la fe cristiana y contra la Biblia, que le sirve de norma y fundamento. En una de sus Conferencias hablaba Lacordaire á sus oyentes de la pasión de los hom­ bres do Estado y de los hombres de genio con­ tra la doctrina católica. Si viviera hoy, les hablaría de la pasión de los hombres de cien­

PH íiLO GO

XV

cia contra esa doctrina católica, de la repul­ sión que ésta les inspira; pasión y repulsión que, si á prim era vista parecen entrañar un verdadero fenómeno, un misterio inexplicable, dejan de ser tales cuando, penetrando en el fondo de las cosas, descubrimos la solución del difícil problema en la naturaleza misma del hombre y de la verdad católica, como la des­ cubría el ilustre apologista de Nuestra Señora de París, cuando decía á sus oyentes: “ En to­ da doctrina, considerada intrínsecamente, no descubriréis sino dos elementos: el error ó la verdad. L a verdad, que da valor á la doctri­ na, y el error, que se lo quita. De aquí es que, para explicar el fenómeno de la oposición del espíritu humano con respecto á la doctrina católica, sólo tenemos dos elementos de que podemos valernos: el error ó la verdad. Digo, pues, que el error no explica esta oposición, ó, si os place más, no puede producirla, por­ que el error no produce certidumbre racional, es decir, una convicción madura, soberana, inmutable, como he demostrado antes. En se­ gundo lugar, el error no produce tampoco es­ ta repulsión profunda y perseverante que se manifiesta en la humanidad con respecto á la doctrina católica, porque el error lisonjea al hombre; porque jam ás, en ningún, tiempo ni lugar, lo ha aborrecido vigorosam ente y con

XVI

L A BIJÍLÍA Y L A C I E N C I A

perseverancia, como lo lia hecho con la doc­ trina católica. Resta, pues, que sea la verdad la causa de la oposición que nos preocupa. Y, en efecto: la verdad debe engendrar, por una parte, la certidumbre y el amor, pero tam ­ bién la repulsión más porfiada. Si el hombre tiene un alma inteligente, tiene también un cuerpo corrompido que ama su libertad, sus vicios, y no puede sufrir que se le condene; y como nada h ay más puro en el mundo que la doctrina católica, como que es la santidad por excelencia, debe excitar naturalm ente contra sí una repulsión tan fuerte como el amor que inspira y obtiene. „Iíé aquí, en dos palabras, la solución del problema. Tenéis dentro de vosotros mismos dos polos: el uno que mira á la verdad, y el otro que es su antípoda. Este es el pensamien­ to de San Pablo cuando dice que siente en sí dos hombres, uno que se conforma con el es­ píritu de Dios, y otro que se subleva contra él. Lo que prueba la verdad de la doctrina ca­ tólica, no es solamente la certeza racional que entraña, sino también la repulsión que hace nacer. Si no produjera estos dos fenómenos contradictorios en el estado actual del hom­ bre, no sería santa, verdadera, divina.,, Prosiguiendo ahora nuestro camino, con­ viene recordar que, dados los medios de vu l­

XVII

garización y propaganda que hoy existen, na­ tural es que esas ideas y aspiraciones anti­ cristianas y antibíblicas, después de pasar por el gabinete del naturalista, por el laboratorio del químico y por el libro del sabio, no sola­ mente hayan tomado carta de naturaleza, si­ no que reinen como soberanas en la que pu­ diéramos llam ar literatura científico-popular, representada por revistas, por los centros de reunión popular, por las asociaciones instruc­ tivas para todo género de personas y clases, y, sobre todo, por los periódicos. En estos, co­ mo en las revistas literarias, como en los di­ ferentes centros de instrucción popular, es co­ sa corriente dar por cierto y demostrado que la doctrina católica en general, y con especia­ lidad muchas de las ideas y enseñanzas con­ tenidas en la Biblia, no pueden conciliarse con los descubrimientos de la ciencia, con los gran ­ des progresos por ésta realizados, siendo pre­ ciso elegir entre la fé católica y la verdad científica, entre la Biblia y la ciencia. Así y solo así se concibe y explica el éxito fabuloso alcanzado por esa H istoria de los conflictos entre la Religión y la Ciencia, que en son de triunfo ha dado vuelta á la tierra toda. A la manera que en los primeros años de nuestro siglo, la predisposición general de los espíri­ tus fué causa y como la razón suficiente de 2

XV I II

L A B IBLIA Y L A CIENCIA

que E l Genio del Cristianismo alcanzara po­ pularidad grande y ejerciera influencia deci­ siva y superior sin duda al mérito real, al v a ­ lor intrínseco del libro de Chateaubriand, así también el estado presente de los espíritus y las corrientes de incredulidad y escepticismo religioso que surcan hoy la atmósfera intelec­ tual y científica, representan la causa verda­ dera del éxito extraordinario y de la influen­ cia que ha obtenido el libro de Drapper, sien­ do así que los hombres serios é im parciales, siquiera sean partidarios de las ideas y ten­ dencias del autor, reconocen que se trata de un libro, cuyo valor realmente científico es bastante escaso, y cuyo mérito intrínseco ó real, no está en proporción con la im portancia que se le ha concedido. A ser otras las condi­ ciones del medio ambiente, el libro del profe­ sor americano, después de dar ocasión y m a­ teria para un artículo de revista ó periódico de circulación m ayor ó menor, habría entrado en la corriente general de las publicaciones contemporáneas, que en su m ayor parte n a­ cen, se m architan y desaparecen, después de pasar por un círculo de lectores más ó menos reducido. En vista délas reflexiones que anteceden y de los hechos históricos y de actualidad á que hacen referencia, procede preguntar: ¿Cuáles

PILÓLO GO

XI X

la marcha, cuál es el procedimiento que debe adoptar hoy e-1 exegeta y el teólogo cristiano en presencia del absorbente movimiento cien­ tífico que invade todas las esferas de la vida intelectual en el hombre, que penetra todas las capas sociales, y en cuyo fondo palpitan, fermentan, y hasta puede decirse que predo­ minan ideas y tendencias opuestas á la Biblia y á la doctrina católica? ¿Habrán de encerrar­ se aquéllos en el círculo de la revelación divi­ na, ó al menos en el de la antigua exegesis, contentándose con negar y rechazar a p rio ri los descubrimientos y las conclusiones ó afir­ maciones todas de la ciencia moderna por el solo hecho de presentarse como en desarmo­ nía con la enseñanza bíblica? Marchar por semejante camino, sería hacer traición á la verdad y á la causa misma de la fe. El escritor amigo de ésta, el apologista cristiano tiene hoy el deber de indagar si esos descubrimientos, de que la ciencia y el hombre justamente se enorgullecen en nuestros dias, contradicen realm ente y se oponen á la verdad revelada, según pretenden algunos enemigos de ésta; y tiene igualm ente la obligación de discutir y resolver si determinadas afirm acio­ nes de la antigua exegesis pueden y deben ó no mantenerse en presencia de los descubri­ mientos y progresos realizados por las ciencias físicas y naturales en nuestro siglo.

XX

L A B IB L IA Y L A CIENCIA

Y al obrar así, al m archar por este camino, obrará de conformidad con las máximas y la enseñanza de los antiguos doctores de la Ig le ­ sia, y de una manera especial, con las de San­ to Tomás de Aquino; porque este y no otro es el pensamiento que palpita en el fondo de las palabras del Doctor Angélico que sirven de epígrafe á este prólogo. Si esas palabras repre­ sentan una de aquellas sentencias gráficas y do profundo sentido filosófico que no es raro en­ contrar en el autor de la Sumrna theologica, representan hoy una afirmación de importan­ cia capital por su alcance práctico, por la am ­ plitud de criterio cristiano que encierran y au­ torizan. Y esta amplitud de criterio, recomen­ dada aquí por el Doctor de Aquino, y aplicada con fidelidad y exactitud m ayor ó menor por muchos Padres de la Iglesia y, no pocos escri­ tores católicos en las edades pasadas, se im po­ ne hoy más que nunca en el terreno exegéticobíblico, á causa de los nuevos horizontes y caminos abiertos á estaexegesis por los descu­ brimientos y progresos incuestionables de la ciencia durante los últimos años. Los amantes ilustrados y sinceros de la fe católica y de la Iglesia de Cristo, deben tener m uy presente que si el círculo d élas verdades teológico-dogmáticas se halla, por decirlo así, relativam en­ te completo y cerrado, en atención á lo cual

PRÓLOGO

XXI

nada tiene que temer y poco que esperar de los progresos de la ciencia, no sucede lo mismo con respecto á las ideas y cuestiones exegéticas, cuyo campo invade por diferentes puntos la ciencia moderna, introduciendo en la exege­ sis bíblica cambios radicales, modificaciones importantes, puntos de vista nuevos, y que no sospecharon ni pudieronsospechar siquiera los que en épocas anteriores dedicaron sus vigilias á comentar determinados textos bíblicos, á descubrir y fijar su sentido. Ciertamente que- el exegeta moderno no de­ be echar en olvido las excelentes máximas de hermenéutica enseñadas y aplicadas por los antiguos Doctores, ni tampoco deberá menos­ preciar á sus antepasados, siquiera tropiece en sus escritos con cuestiones más ó, menos pue­ riles, con interpretaciones inaceptables hoy. “Nosotros, escribe á este propósito Motáis, honramos, veneramos, admiramos á nuestros antepasados en la empresa difícil de la exeg e­ sis y de la hermenéutica bíblica. Desconocer que fueron grandes la sagacidad, la elocuencia y el genio de que dieron muestra al defender el depósito sagrado de la revelación escrita, sería algo más que una falta. No pocos de esos campeones antiguos se nos presentan en la arena como verdaderos gigantes. Pero al pro­ pio tiempo, en vista de las puerilidades que en

XXII

L A BIBL IA Y L A CIENCIA

los mismos vemos mezclarse á todas las cues­ tiones de carácter m ixto, en cuya solución en­ tra como factor el conocimiento délas ciencias naturales; al ver la facilidad con que, en oca­ siones, se dan por satisfechos en estas m ate­ rias; ¿no hay motivo para sospechar que exis­ te allí un progreso realizable? F ija r la tienda en el campo de su exegcsis, equivale á tomar por término final lo que puede ser un alto, y detenerse con ellos en un camino cubierto to ­ davía de tinieblas, es hacer posibles sorpresas funestas. En casos semejantes, la confianza se asemeja á la im previsión y la seguridad á la apatía.,, Si es una verdad incontestable, y, digam os, casi de sentido común, que los siglos no pasan en vano sobre los hombres y los pueblos, lo es igualm ente que tampoco pasan en vano sobre las ciencias, aun cuando se trata de aquellas que por su propia naturaleza entrañan carac­ teres de cierta inm utabilidad, como sucede con la m etafísica y la teología; porque sabido es que esta última ha debido modificar el sentido y alcance de algunas de sus conclusiones, ayer, como quien dice, á causa y en relación con re­ cientes definiciones dogm áticas. Y si esto tie­ ne lugar y razón de ser en el terreno propia­ mente teológico, con m ayor m otivo debe v e ­ rificarse en el terreno exegético, en razón á

PRÓLOGO

xxm

que la exegesis bíblica encierra relaciones múltiples, necesarias y permanentes con las ciencias físicas y naturales, las cuales, en fuerza de su carácter experim ental, están sujetas á cambios y progresos continuos. L a geología y la paleontología, la antropología prehistóri­ ca, la etnología y la lingüística con sus gran ­ des ramas ó manifestaciones, la egiptológica y la asiriológica, ciencias son nacidas ayer, como quien dice. Y en la Sagrada Escritura existen no pocos pasajes y textos que se rozan de una manera bastante directa con estas cien­ cias, lo cual quiere decir que 110 sería pruden­ te prescindir de los descubrimientos y datos suministrados por aquéllas, cuando se trata de indagar y reconocer el sentido y alcance real de los textos aludidos. Quienquiera que se ha­ lle al corriente de los grandes y numerosos descubrimientos, de los progresos novísimos realizados en las ciencias citadas, así como también en la m eteorología, la física del glo­ bo, la historia natural, la biología, la astrono­ mía cósmica, habrá de tomar en consideración las ideas y teorías de la ciencia moderna al leer y juzgar el contenido de los antiguos co­ mentarios de la Escritura, habrá de reconocer la conveniencia y hasta necesidad de introdu­ cir modificaciones profundas en el sentido y alcance que los Padres y e x e g e ta s de anterio­

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L A BIBLIA Y L A C IEN CIA

res épocas solían dar á determinados textos bíblicos, como los referentes, por ejemplo, á la creación del mundo, al orden y proceso de la constitución de los seres que forman parte principal de nuestro globo, á la creación del hombre, á la antigüedad de éste sobre la tie­ rra, á la naturaleza, causas y efectos del dilu­ vio de Noé, con algunos otros problemas de índole, por decirlo así, exegético-ciontíñca. ¿Qué más? Hasta la historia, la historia, que parecía condenada á no traspasar los lí­ mites bosquejados en la Biblia acerca de los antiguos imperios d e l. Oriente, ha venido á descubrir en nuestros dias datos y elementos, que, si por un lado afirman y corroboran la verdad y exactitud de los Libros Sagrados, por otro modifican el sentido y alcance que solía darse antes á algunos de sus textos, relacio­ nados con la edad de algunos imperios y na­ ciones. “En otro tiempo, escribe Hulst á nuestro propósito, la Biblia era mirada como el más antiguo de los libros, y no se sabía acerca del antiguo Oriente más que lo que aquélla refe­ ría de paso. H oy el Egipto y la Caldea nos en­ tregan los secretos de sus monumentos sepul­ tados. La ortodoxia, sin abandonar cosa alguna de su dominio, siente la necesidad de cam biar su línea de defensa. No tenemos derecho á per­

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mitir que se vuelva contra nosotros una cien­ cia nueva, la cual puede acaso desconcertar ciertas antiguas concepciones, pero que no encuentra en su camino ninguna enseñanza de la Iglesia para cortarle el paso, dependiendo de nosotros hacerla servir al triunfo de la v e r­ dad revelada.,, Pero es el caso que, aun dejando á un lado y prescindiendo de los hombres de reconocida incompetencia en estas cuestiones, no es raro tropezar con hombres de ilustración y de sa­ ber, pero tan tímidos y de criterio tan estre­ cho, que suelen preguntar con cierta irritación y no menor espanto: ¿Adónde vamos á parar con semejantes audacias exegéticas? Á los cua­ les puede y debe responderse: Vamos á parar á una exegesis idéntica á la de los antiguos Padres y Doctores de la Iglesia, en cuanto á su fondo, en cuanto á los principies, máximas y procedimientos esenciales, pero diferente en sus aplicaciones; á una exegesis más amplia y de horizontes más vastos que la do los anti­ guos, en relación con los datos y elementos nuevos de indagación suministrados por las ciencias físicas y naturales de nuestros dias; á una exegesis que pudiéramos llam ar bíblicocientífica, encaminada á investigar, descubrir y probar la armonía que existe entre la pala­ bra de Dios y la palabra de la ciencia; á una

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L A BIB L IA Y L A CIENCIA

exegesis, en fin, que escrute y fije las relacio­ nes que existir pueden, y existan de hecho, entre las apreciaciones reales de la Biblia y las afirmaciones legítim as de la ciencia. “Si sucede, escribe d’Estienne, que un he­ cho, considerado anteriormente como m ilagro­ so, encuentra explicación natural á virtud del desarrollo de los conocimientos, y si se prueba que semejante hecho, sin perder su carácter providencial, no necesitó de la derogación de la marcha ordinaria de las cosas físicas, según hasta entonces se había creído, ¿será necesa'rio admitir un m ilagro allí donde Dios no ha querido ponerlo, por el temor de hacer conce­ siones al escepticismo?En nuestros Libros San­ tos quedarán siempre hechos esencialmente milagrosos más que suficientes para que las pretendidas concesiones no traspasen ciertos límites; y , por lo que hace á los misterios, trá ­ tase aquí, no de hechos m ateriales sujetos á interpretaciones más ó menos fundadas, sino que se trata de dogmas positivos, que ningu­ na exegesis puede falsear sin dejar de ser ca­ tólica.,, En todo tiempo, y más todavía en el nues­ tro, aconsejó y aconseja la prudencia, que pu­ diéramos llam ar científico-cristiana, 110 lanzar gritos de alarma prematura en presencia de cualquiera teoría, de cualquier descubrim ien­

l’ R Ó L O O O

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to, de cualquiera hipótesis que á primera vis­ ta ofrezcan oposición más ó menos aparente á textos bíblicos. E l escritor cristiano no debe perder la serenidad de espíritu por tan poca cosa. Que la ciencia remueva su suelo propio; que lance en todas direcciones sus miradas y sus investigaciones; que, usando de su le g íti­ mo derecho, marche á la conquista de ta v e r­ dad por medio de la observación y del trabajo experim ental. Nada de esto debe infundir te­ mor al hombre de la verdad católica, porque el hombre de la verdad católica sabe m uy bien que la fe nada tiene que temer, sino antes bien mucho que esperar de la ciencia desinte­ resada é imparcial, de la ciencia que busca la verdad por amor á la verdad sola, sin inten­ ciones antirreligiosas, sin prejuicios en pro ni en contra de la idea cristiana. Por otra parte, conviene no echar en olvido que la exegesis cristiana, considerada en sí misma, no es ne­ cesariamente la verdad, sino que es in vestiga­ ción, de la verdad; este carácter, en el cual se asemeja á otras ciencias, entraña cierta am pli­ tud é independencia en el criterio exegótico. Y en verdad que esta amplitud de criterio, esta relativa libertad exegética, nunca ha si­ do tan conveniente y hasta necesaria como en nuestros días. L a ciencia anticristiana y libre­ pensadora se levanta de todos los puntos del

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horizonte para rechazar nuestros Libros San­ tos, para combatirlos rudamente, ahora con las armas del ridículo, ahora con argumentos más ó menos especiosos, tomados generalm en­ te de las ciencias físicas y naturales. Pero el procedimiento más frecuente, á la vez que el más peligroso— al menos con relación á la g e ­ neralidad de las gentes que leen,— -de que sue­ len echar mano los representantes de la críti­ ca racionalista y librepensadora, es rebatir y condenar en nombre de la ciencia antiguas in ­ terpretaciones de algunos textos bíblicos, hoy olvidadas y abandonadas, ciertas opiniones particulares de este ó aquel comentarista, pre­ sentando esas opiniones é interpretaciones co­ mo otras tantas enseñanzas de la Iglesia, insi­ nuando como de paso y dando á entender que ésta impone á los fieles la obligación de admi­ tirlas, creerlas y defenderlas. Deber es, por lo tanto, y deber preferente del exegeta y del apologista católico en la actualidad, desvane­ cer esas equivocaciones, voluntarias ó invo­ luntarias, rectificar semejantes ideas y apre­ ciaciones, estableciendo oportuna separación y distinción entre la verdad dogm ática conte­ nida en el texto bíblico, entre la interpretación auténtica del mismo por la Iglesia, y la/opinión más ó menos probable, la interpretación más ó menos autorizada y aceptable del texto

PRÓLOGO

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aludido, expuesta y defendida por tal ó cual exegeta, siquiera se trate de alguno de losPadres y doctores más caracterizados do la Iglesia. Ni basta esto tampoco en las presentes con­ diciones de la controversia cristiana; es pre­ ciso demostrar á seguida que, entre la inter­ pretación auténtica y dogmática' del texto y las afirmaciones comprobadas de la ciencia, no existe contradicción alguna. Á quien no acepte este procedimiento, á quienquiera que no adopte y aplique este, que pudiéramos lla ­ mar método exegético-eientífico, no le será hoy posible, ni atraer á la doctrina católica al hombre que de buena fe se levanta contra ella en nombre de la ciencia, ni tampoco disipar las dudas, vacilaciones y ansiedades que las objeciones científicas, presentadas por el libre­ pensamiento, producen en el espíritu de cier­ tos católicos, pero principalmente en el de aquellos que tropiezan con semejantes argu ­ mentos y objeciones contra la Biblia en aca­ demias, ateneos, revistas, periódicos, folletos de propaganda y demás elementos ó medios de cultura literaria general, pero no sólida ni cristiana, que hoy abundan. Por eso hemos dicho y volvem os á repe­ tir, que al exegeta y al apologista católico es absolutamente indispensable no perder de v is­

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ta las circunstancias especiales de nuestra época y la situación presente de los espíritus con relación á la idea cristiana. Cierto que to­ davía existen entre nosotros representantes gcnuinosde esa fe sencilla, tranquila y serena, .que acepta sin dificultad alguna todas las enseftanzas que se le dan á nombre de la reli­ gión, sin discutir ni razonar sobre ellas; pero no es menos cierto que, ora nos sea grato ó desagradable, ora nos alegrem os de ello ó lo sintamos, es un hecho palpable, evidente, in­ discutible, que el hombre de nuestros dias, sa ­ bio ó ignorante, erudito ó sin cultura, hombre de la ciencia ú hombre del trabajo, y a perte­ nezca á ésta ó aquella clase social, quiere sa­ ber, por punto general, el porqué de las cosas, y no se resigna á creer y aceptar la doctrina católica sino á condición de darse cuenta y razón délo que cree. Verdad es de común sen­ tido que debemos tomar y tratar las cosas se­ gún son en sí mismas, y no como deseamos y sería conveniente que fueran. Lo cual quiere decir que el escritor cristiano, si ha de llenar su misión de tal en nuestros días, si desea que sus trabajos sean útiles á las almas y á la I g le ­ sia de Cristo, debe dar satisfacción, en lo po­ sible, á ese deseo, más ó menos legítim o en determinadas materias, pero siempre noble de suyo, de conocer el porqué y el cómo de las

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cosas, de conocerlas y asentir á ellas racional­ mente, según lo permita la naturaleza propia de las mismas. De aquí la necesidad imperiosa, la ob liga­ ción ineludible que tienen los sacerdotes cató­ licos, y con particularidad los teólogos y exegetas, de poseer conocimientos más ó menos extensos y relativam ente profundos acerca de las ciencias físicas y naturales. Sin esta con­ dición, sin cultivar esas ciencias con m ayor esmero y perfección que los antiguos teólogos y exegetas, no podrán defender la verdad re­ ligiosa de una manera conveniente y digna de causa tan noble; porque vivim os en época en que el estudio y cono.cimientos referentes á las ciencias naturales han llegado á adquirir ca­ rácter de relativa universalidad; en que todo el mundo se ocupa, con m ayor ó menor com­ petencia, en cuestiones que en épocas anterio­ res á la nuestra sólo se ventilaban y discutían en los anfiteatros y museos, en las aulas uni­ versitarias, en el gabinete de los sabios. Del exégeta y del teólogo que, haciendo caso omiso de las ciencias físicas y naturales, lo mismo que de las históricas y filológicas, se atuviera sólo á los antiguos argumentos y co­ mentarios en la lucha entablada hoy día entre la fe y el racionalism o, en general, entre la Biblia y la ciencia, en particular, podría de­

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LA B IBLIA Y L A C IEN CIA

cirse con sobrada razón que sólo m anejaba en la pelea canas largas — arundines longas, — como decía Melchor Gano de ciertos teólogos de su tiempo, con motivo de la polém ica en­ tablada por aquel entonces entre el C atolicis­ mo y la Reforma de Lutero. En el terreno exeg’ético, sobre todo, las condiciones de esa lucha, siempre an tigua y siempre nueva, entre la Iglesia y el raciona­ lismo han cambiado radicalm ente, y el hom­ bre de la fe y de la ciencia cristiana, si ha de honrar y defender la Iglesia de Cristo en la forma que necesita y aspira á ser defendida, ha de echar mano de armas nuevas en re la ­ ción con las empleadas por el enemigo para el ataque. Sin abandonar ni rechazar las pruden­ tes máximas exegóticas que los antiguos P a ­ dres de la Iglesia y los doctores de la Escue­ la enseñaron y practicaron; sin abandonar ni rechazar, antes bien siguiendo los principios que aquellos maestros formularon, preciso es modificar las aplicaciones de esos principios y máximas, poniéndolos en relación armónica con los elementos nuevos de exegesis bíblica, suministrados por las ciencias en tiempos pos­ teriores. y sobre todo, en nuestros días. En las guerras intelectuales, como en las m ate­ riales, la estrategia debe cambiar con el cam ­ bio de las armas. Empeñarse hoy en pelear y

l'RÓIiOCiO

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vencer, conservando y defendiendo soluciones determinadas de la exeg'esis antigua, inter­ pretaciones dadas á ciertos textos bíblicos re­ lacionados con la naturaleza, cuando ni si­ quiera se sospechaba la existencia y progresos de no pocas ciencias físicas y naturales de re­ conocida importancia, sería lo mismo que em­ peñarse en pelear y vencer en campal batalla á enemigos que m anejaran armas de precisión y cañones rayados, haciendo uso de los arca­ buces que dieron á los soldados de O arvajal la victoria de Huarina. Despréndese de lo dicho, que, si no deben prescindir de las ciencias físicas y naturales en su estado actual, los escritores católicos que traten de historia, de filosofía, de contro­ versia, de antropología, etc., mucho menos pueden excusarse de adquirir conocimientos de aquella índole el teólogo y el exegeta. P or­ que si la historia eclesiástica debe estudiar, analizar y fijar el sentido y alcance de los do­ cumentos nuevos que se refieren á la Iglesia de Cristo; si la dogm ática especulativa debe seguir paso á paso los desarrollos seculares de la metafísica, y tener conocimiento de los prin­ cipales sistemas y tesis pertenecientes al ci­ tado orden metafísico; si la filosofía cristiana debe tomar en consideración los descubrimien­ tos realizados en la psicología, la fisiología, la e

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L A B I B L I A Y L A OIEÍTCIA

biología, con otras ciencias experim entales, que encierran con aquélla relaciones más ó menos directas, así como también de los sis­ temas cosmológicos y de las recientes teorías astronómicas y geogénicas, parece indudable que la exegesis y la teología, cuyos puntos de contacto con las mencionadas ciencias físicas y naturales, á la vez que con la filología ensus múltiples é importantes manifestaciones modernas, son evidentes, se halla en el caso, ó, digamos mejor, tienen el deber de no en­ trar en liza con los enemigos de la fe y de la Iglesia, con los representantes de la moderna idea racionalista, sin poseer conocimientos re­ lativam ente extensos y sólidos en las ciencias citadas. Para el escritor cristiano en general, pero m uy especialmente para el teólogo y el exegeta, es hoy cuestión capital y de prefe­ rente importancia demostrar en teoría, y pro­ bar, sobre todo, con ejemplos y soluciones prácticas, que no existe contradicción alguna real entre la ciencia y la Biblia, entre las afir­ maciones legítim as de la primera y las ense­ ñanzas auténticas de la segunda, y que toda tesis verdaderam ente científica, ó sea demos­ trada par la observación y la experiencia, es perfectamente compatible y conciliable con la tesis teológico-exegética, siempre que esta última no se obstine en conservar intactos los

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moldes que sirvieron á los hombres de la an­ tigua exegesis para indagar el sentido y fijar el alcance de determinados textos bíblicos. Sin dnda que la Apología major y la minor del m ártir San Justino, y la Legatio pro Ghristianis de Atenágoras, lo mismo que el Liber apologetizas de Tertuliano, contienen ideas y pensamientos utilizables por los mo­ dernos apologistas de la R eligión santa de Je­ sucristo; pero no por eso habremos de negar que hoy se concedería poca im portancia y es­ caso valor real á una apología del Cristianis­ mo que estuviera calcada sobre las que se han mencionado, con otras semejantes de los p ri­ meros siglos de la Iglesia, ó que se atu viera á las ideas y argumentos de que echaron ma­ no sus autores. No de otra manera habrá de concederse im portancia escasa y no grande valor científico á un libro ó tratado de teolo­ gía,, cuyo autor, al plantear y resqlver los pro­ blemas que dicen relación á determinados te x ­ tos bíblicos, en que se trata de la creación del mundo y de su proceso, del diluvio de Noé, de la producción del hombre, de su an tigü e­ dad sobre la tierra etc., hiciera caso omiso de los descubrimientos llevados á cabo en g eo lo ­ gía y paleontología, en física del globo y as­ tronomía, en etnología y antropología prehis­ tórica, eiCL historia antigua y lingüística, ate-

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L A B IBLIA Y L A CIEN CIA

niéndose exclusivam ente á las ideas, teorías y afirmaciones contenidas en elH exam éronde San Basilio, en el de San Ambrosio, ó en el tratado que escribió San Agustín con el epí­ grafe D e Genesi ad littermn, siquiera este li­ bro revele un progreso real sobre los dos an­ teriores. Pero ahora séanos lícito observar, que si es conveniente y hasta indispensable h oy día que el hombre de la exegesis y de la teología cristiana marche á su objeto sin olvidar ni perder de vista los descubrimientos realizados por la ciencia y las conclusiones legítim as de ésta, no es menos necesario ni menos justo que los representantes de la ciencia procedan de buena fe, y sobre todo en armonía con las le­ yes de la razón y de la lógica, al discutir y resolver los problemas científicos que se ha­ llan colocados en las fronteras ó confines, por decirlo así, de la teología católica y de las ciencias físicas y naturales. Porque h ay a lg u ­ nos sabios que, apoyándose en la popularidad legítim am ente adquirida por esas ciencias, y hasta abusando en cierto modo de esta popu­ laridad, no menos que del prestigio y autori­ dad que sobre las masas y sobre lo que pu­ diéramos llam ar vulgo ilustrado han llegado á poseer esas ciencias á causa de sus aplica­ ciones utilitarias y prácticas, rechazan y com­

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baten la verdad bíblica en nombre de las c i­ tadas ciencias físicas y naturales, con dudosa buena fe por parte de algunos, (1) y por par­ te de la generalidad con lógic.i deficiente. Por­ que defectuosa es y será siempre la lógica de aquellos sabios que, como Biichner, V ogt, Híeckel y otros, sin excluir á H uxley, á pe(1)

D ifíc il es ciertam ente evitar toda sospecha de m a­

la fe, cuando vem os á F lam m arió n , por ejem plo, p re se n ­ tar y com batir como creencias y enseñanzas de la Ig le s ia católica, que "e l g lo b o terrestre filé rod ead o de nueve cie­ los,, en los días de la creación , lo mismo que cuando v e ­ mos á D ra p p e r afirm ar con im p e rtu rb a b le seren id ad que “no fueron los godos, ni los ván d alo s, iñ los norm andos, ni los sarracen o s, sino los P a p a s y sus sobrinos, los que causaron la destrucción de Roma,,, y rep etir con M aq u iavelo que “casi todas las invasiones b á r b a r a s de Ita lia fu e ­ ron d eb id as á invitaciones de los Pontífices,,. Sin d u d a que A la ric o , con sus b á rb a ro s g u errero s, vino á sa q u ear á R om a por in vitación de los Pontífices, y seguram ente que A tila, con sus fero ces hunos, debió ser llam ad o por San L eó n , á fin de tener el gusto de sa lirle al en cu en ­ tro, y evitar que la c iu d a d de Kóm ulo fu e ra pasto de las llam as. D espués de afirm ar m ás adelan te el autor de los C o n * ftictos entre la R eligión y la Ciencia que la Ig le s ia “n a d a h a b ía Lecho p a ra d ifu n d ir la instrucción,,, y que una de sus m áxim as e ra que “la ig n o ra n c ia es m ad re de la p ie­ dad,,, añ ade que “cuando se aplicó el descubrim ien to am e­ ricano d é lo s anestésicos á los partos dolorosos, se r e p r o ­ b a b a esta p r á c t ic a .... p orque se v e ía en ella una tentativa im oía p a ra lib r a r á la m u jer de la m aldición p ro n u n c ia d a contra ella en el Génesis,,. ¿Dónde y cuándo ha o rden ado la Ig le s ia que se tonga

L A BIBLIA Y L A CIENCIA

X X X V II I

sar de su moderación relativa, (1) confunden é identifican los inmensos y desconocidos espa­ cios intersiderales, con la infinidad actual y absoluta del espacio, la serie de siglos trans­ curridos desde la primera producción de la m ateria, cuyo número no podemos determi­ nar, y que por esta razón se dicen innumera­ bles, con la eternidad real y efectiva de esa materia, su indestructibilidad presente, con su existencia ah ceterno. Para quienquiera que no h aya olvidado las máximas más vulgares de lógica, es á todas luces evidente que se tra­ ta aquí de inducciones, ó digamos de conclu­ siones inductivas que van más lejos que sus por su ya sem ejan te doctrina? ¿Dónde y cuándo proh ibió el uso de los anestésicos en la form a y por los m otivos que supone el p ro feso r am ericano? L o que h a y a q u í es una confusión, v o lu n taria ó in volu n taria, de b u en a ó de m ala fe, entre la en señ an za doctrin al auténtica de la Ig le s ia y la opinión p a rtic u la r de tal ó cu al m oralista. (1)

L o s astrónom os (e sc rib e éste) han dem ostrado la

inm ensidad infinita del espacio y la eternidad de la d u r a ­ ción del un iverso; los físicos y los quím icos nos han de^. m ostrado la eternidad de la m ateria y de la fuerza.,, P o r las p a la b ra s su b ra y a d a s se v e claram en te que H u x le y , olvidan do y con culcan do las r e g la s m ás elem entales de la argu m en tación ló g ic a , con fu n d e é identifica la im nensipd'B del espacio, quoad nos, con su in fin id ad re a l; los si­ glos, p a ra nosotros, en el estado actu al de los con ocim ien ­ tos, in n u m erables ó irre d u c tib le s, á núm ero fijo, que tra n s­ c u rriero n desde la creació n del m undo, con la e tern id ad real de éste.

PRÓLOGO

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premisas científicas. De aqní es que el mismo Littré, á pesar de sus conocidas ideas positivis­ tas y m aterialistas, no pudo menos de recono­ cerlo así y confesarlo en su buena fe científica. “Conocemos, escribe, la materia como un fe­ nómeno y no como una substancia; por consi­ guiente, no estamos autorizados para hablar de la eternidad pasada, ó de la eternidad fu ­ tura, de una cosa de la cual sólo conocemos el lado fenoménico.,, No llevarem os más adelante este género de reflexiones, porque no es esta ocasión opor­ tuna para exponer y discutir las objeciones de la ciencia moderna contra la verdad revelada en la Biblia, toda vez que el examen de esas objeciones constituye objeto preferente y par­ te principal de este libro. En él verá también el lector que la citada ciencia moderna ha v e ­ nido á corroborar y esclarecer con sus descu­ brimientos algunas verdades bíblicas, comba­ tidas antes en nombre de esa misma ciencia. Así, por ejemplo, los que negaban la veraci­ dad, ó mejor la exactitud histórica de Moisés cuando habla del copero de Faraón que le pre­ sentaba el vino, alegando que la viña fué des­ conocida en E gipto antes del reinado de Psammético, vense hoy confundidos y desmentidos por los papirus y monumentos pertenecientes al antiguo Egipto, según los cuales no cabe

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LA BIB L IA Y L A CIENCIA

poner en duda que la viña era cultivada y que abundaba el vino en aquel reino con anterio­ ridad á Moisés y José. Y esos mismos monu­ mentos, ó digamos mejor los curiosos é intere­ santes papirus conservados en los museos de la culta Europa, constituyen fehaciente prue­ ba de que la escritura -era conocida y usada en las ciudades y provincias sujetas á los F a ­ raones, antes, mucho antes que viviera Moisés; lo cual quiere decir que no tenía ni tiene v a ­ lor alguno la objeción que contra la autenti­ cidad mosaica del Pentateuco formularon al­ gunos, suponiendo y afirmando que en la época de Moisés el arte de escribir era desconocido, y que el único modo de conservar y transm i­ tir la memoria de los hechos pasados era el uso de jeroglíficos grabados en la piedra pulimen­ tada. Resumiendo en parte y ampliando ahora las observaciones que anteceden, diremos que el libre pensamiento, representado por las di­ ferentes formas del racionalismo, viene diri­ giendo rudos y persistentes ataques contra la Biblia, porque el libre pensamiento sabe m uy bien que la Biblia es la base escrita y contiene en cierto modo la substancia de la Religión ca ­ tólica. Por eso vemos que, á contar desde Celso hasta Renán, no ha cesado de com batir y re­ chazar la autoridad y verdad de los Libros

Santos con todo género de argumentos, y echando mano al efecto de toda clase de a r­ mas. Desde los primeros siglos de la Iglesia hasta nuestros días, el pensamiento raciona­ lista sostiene encarnizada lucha y presenta ra ­ dicales negaciones contra la verdad bíblica, contra la autenticidad y verdad de la palabra de Dios contenida en la Biblia, Celso y Porfi­ rio, como los representantes modernos del po­ sitivismo m aterialista, del monismo heckeliano y del criticismo histérico-religioso de P e ­ nan, rechazan y niegan ¿i priori lo sobrenatu­ ral y el m ilagro. Para aquellos dos filósofos del paganism o, como para los representantes de los diferentes sistemas exegético-racionalistas de los Eichhorn, Paulus, Strauss, W ette, etc., la producción de Adán, la foi'mación de Eva, la tentacióii de ésta por medió de la ser­ piente, lo mismo que la historia del D iluvio, con sus episodios del arca, la paloma y el cuer­ vo, etc., son meras fábulas, ó cuando más le­ yendas míticas, eco y reproducción más ó me­ nos genuina de análogas leyendas greco-orien­ tales y egipcias. Para aquellos dos primeros enemigos del naciente Cristianismo, los m ila­ gros que los E vangelistas atribuyen á Jesús, ó son la obra de un impostor, como lo fueron después para el autor de los famosos F ra g ­ mentos de W olfenbüttel, ó fueron efectos pu­

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L A B IB L IA Y L A OlENOIA

ramente naturales y fenómenos físicos, ó son leyendas populares y concepciones míticas, según repitieron y afirmaron muchos siglos después las escuelas exegético-racionalistas que aparecieron en Alemania y Francia. L a verdad es, sin embargo, que este gén e­ ro de ataques é impugnaciones contra los L i­ bros Sagrados de la Iglesia ha perdido su v a ­ lor y fuerza á los ojos de los mismos partida­ rios del libre pensamiento; los cuales, aban­ donando sus antiguas y derruidas posiciones, establecen hoy sus trincheras do ataque al abrigo, ó, digamos mejor, á la sombi'a del progreso científico, porque, según arriba que­ da indicado, desde el campo de las ciencias fí­ sicas y naturales, acudiendo al tei'xeno de és­ tas é invocando el nombre simpático de la ciencia, es como vemos hoy surgir y afirm ar­ se las objeciones más serias é importantes con­ tra la Sagrada Escritura. “Las objeciones científicas, escribe á este propósito el abate Vigouroux (l), raras y de 110 grande alcance en otros tiempos, hanse m ultiplicado en nues­ tros dias, adquiriendo importancia á causa de los extraordinarios progresos verificados en el terreno de las ciencias. Á exponer y desarro­ llar estas objeciones se han dedicado los ad(1)

L es Ubres Saints et la critique rational.

T. 1, pa-

PKÓLOOO

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versarios de la revelación para batir en bre­ cha nuestros Libros Santos. En nombre de la geología impugnan el relato de la creación del mundo, pretendiendo que es inconciliable con los descubrimientos geológicos; en nom­ bre de la astronomía sostienen que Moisés y los demás autores sagrados atribuyen á la tierra, en el sistem a del universo, un papel que no le corresponde; en nombre de la pa­ leontología quieren retirar los orígenes de nuestro globo y del hombre mucho más allá de los límites que se les habían señalado; en nombre de la historia natural tachan de erró­ neos ciertos pasajes de nuestros Libros San­ tos.,, A las ciencias citadas por el ilustre publi­ cista de San Sulpicio, pueden y deben añadir­ se otras varias, que hoy entran en el cuadro extenso de las ciencias físicas y naturales, porque del fondo de todas ellas, y con espe­ cialidad desde el campo de la lingüística, de la etnología y de la antropología prehistórica, vemos levantarse cada día ataques y objecio­ nes de trascendencia indisputable acerca de la creación, de los orígenes del universo, pro­ ceso y constitución de sus grandes cuerpos, producción del hombre, antigüedad del mis­ mo sobre la tierra, unidad de la especie hu­ mana, existencia, causas y condiciones deuni-

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.L A B I B L I A Y L A C I E X C I A

venialidad respecto del Diluvio deN oé, y , en general, acerca de varios problemas que pu­ diéramos llam ar bíblico-científicos. Lo liemos dicho ya , y volvemos á repetir­ lo: en el último tercio del siglo x ix en que v i­ vimos, es deber preferente del teólogo cristia­ no y del apologista de la Iglesia de Cristo dis­ cutir y resolver esos problemas, teniendo la vista fija simultáneamente en la Biblia y en la ciencia; y esa discusión, si es seria, im parcial y sólida, servirá á la vez para descubrir y fi­ jar el sentido verdadero del texto bíblico, y para demostrar que éste es perfectamente com­ patible con los grandes descubrimientos rea­ lizados. en las ciencias físicas y naturales de medio siglo á esta parte, con las conclusiones inductivas y deductivas de la ciencia, siempre que sean legítim as, y en relación con las pre­ misas que les sirven de base. Cumplir y lle­ nar de algún modo, siquiera sea imperfecto, ese deber del teólogo cristiano, esa misión del apologista de, la Iglesia en nuestros días, es el objeto y fin de este humilde trabajo (1), cu(l)

Es cabido que con título sem ejante ó ig u a l al de

este libro publicó uno S ch afer y otro el italiano C u ltrera; pero por más

d iligen cias que hicimos, no hemos podido

a d q u irir ni leer L a Jí iblia e la se tanza del segun do, ni la obra, que con el título de B ibel u nd Wissenschaft, dio á luz el citado S ch afer,

PRÓLOGO

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y a publicación obedece, ante todo, al deseo y propósito de que hombros más competentes que el que esto escribe, salgan á la palestra para defender y afirmar la verdad cristiana, tan odiada y combatida hoy por todas partes y en todos los terrenos. Entretanto, el autor de este ensayo se propone plantear, discutir y resolver los principales problemas bíblicocientíficos, conservando y defendiendo la v e r­ dad de la palabra de Dios contenida en la B i­ blia, sin negar ni desconocer las grandes con­ quistas llevadas á cabo por la ciencia, ni tam ­ poco los derechos legítim os de ésta. Porque el autor de este pobre libro abriga la convicción de que la ciencia verdadera y legítim a, como el legítim o y verdadero pro­ greso, no están ni estarán en contradicción con la verdad religiosa contenida en los Lif bros Santos. Esta y aquella son dos fases, dos manifestaciones igualm ente legítim as de la razón divina; y si alguna vez se presenta opo­ sición entre una y otra; si el espectro de la contradicción parece interponerse, en ocasio­ nes, entre la voz de la ciencia y la voz de la Biblia, al penetrar en el fondo de las cosas, al indagar y discutir los fundamentos de la pre­ tendida contradicción, descubriremos allí al­ guna deficiencia, ó por parte de la exegesis é interpretación del texto bíblico, ó por parte

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L A BIBLIA Y L A CIENCIA

de las deducciones y aplicaciones científicas con relación al mismo; ó por parte del hombre de la teología, ó por parte del hombre de la ciencia. Cuando esto suceda, cuando se pre­ sente á nuestro espíritu una contradicción más ó ménos aparente entre la ciencia y la Biblia, podemos y debemos estar seguros de que la contradicción desaparecerá con el progreso simultáneo de la ciencia y de la exegesis, se­ gún ha sucedido y a en varias materias y cues­ tiones de esta índole. En casos semejantes, mientras esperamos la solución incubada por la marcha progresiva de la exegesis y por los descubrimientos siempre crecientes délas cien­ cias físicas y naturales, debemos recordar y repetir las palabras siguientes de San A gu s­ tín: I b i, si quid velut absurdum movent, non licet dicere:- Auctor hujus libri non tenuit veritatem, sed: aut Codex mendosus est, cmt interpres erravit, aut tu non intelligis. Eco, á la vez que ampliación exegético-científicade es­ tas palabras del obispo de Hipona, son las del Doctor Angélico, cuando en sus comentarios sobre el Libro de las Sentencias escribe Jo si­ guiente: C u 7n Scriptnra divina m ultipliciter cxponipossit, n u lli expositioni aliqiús itaprceeise inhcereat, \bt si certa ratione constiterit hoc esse falsum, quod aliquis sensum Scripturce esse credebat, id nihilom inus as-serere prcesumat.

PRÓLOGO

XLVII

Antes de poner fin á estas líneas en forma de Prólogo, séanos permitido invocar las g ra ­ cias y bendiciones de Dios, para que este hu­ milde ensayo no resulte del todo estéril para su causa y para la causa de su Iglesia. Pleg'ue al cielo que contribuya eficazmente á acortar las distancias que separan á muchos hombres de la ciencia moderna de los hombres de la fe antigua, á que unos á otros se aproxim en más y más y á que se den am iga mano. Los que en nombre de la ciencia, y abusando de la misma, dirigen violentos ataques contra la Religión de Jesucristo, debieran conservar en su memoria, en su lengua y en su pluma, el noble y levantado deseo de Tyndall, es decir, de uno de los sabios más autorizados y compe­ tentes de nuestros días, el cual, militando co­ mo m ilitaba y m ilita todavía por desgracia, en las filas del librepensamiento, se expresaba en los siguientes términos en su discurso de Norwich: “Yo quisiera ver grabarse profun­ damente en el espíritu de los que se dedican á estas investigaciones la convicción de que es muy de desear que la R eligión y la Ciencia ha­ blen el len guaje de la paz, dándose la mano en los días y generaciones del porvenir.,, Esta aspiración honrada y generosa de Tyndall, si es á la vez sincera, vcríase reali­ zada y satisfecha seguram ente con el trans­

X LV IU

L A BIBLIA Y L A CIENCIA

curso de los años, si los sabios dignos de este nombre, los hombres de verdadera ciencia, si­ guieran el ejemplo de su celebrado predece­ sor Bacón, el cual, al dar principio á s u Novum Organon, rogaba á Dios que no permi­ tiera que los nuevos conocimientos adquiridos por vía de los sentidos y de la experiencia, al comunicar á la humana razón m ayor amplitud y brillo, le arrastraran, en aras de la ilusión y de la vanidad, á negar á la fe divina la obe­ diencia y homenajes que le son debidos. Y aludo aquí y me refiero exclusivam ente á los hombres de verdadera ciencia, á los sabios dignos de este nombre; porque si se trata de los sabios de revista y de salón, de los hom­ bres de media ciencia, es de temer que no po­ cos de ellos se manifiesten refractarios á los nobles deseos y aspiraciones expresadas por T yn d all en el discurso de Norwich. L a razón y la experiencia enseñan de consuno q u e ' el ahora citado autor del Novu-m Organon, era eco fiel de la verdad y realidad de las cosas cuando escribía: Verum est, parum philosophice na tur a lis homines inclinare in atheismum, at aliiorem scieniiam eos ad religionem circumagere. ¿Podremos abrigar la confianza de que los hombres de ciencia seguirán los consejos y se­ cundarán las indicaciones de Tyndall? Por des­

PRÓLOGO

X LI X

gracia para la religión y para la ciencia m is­ ma, no es posible abrigar semejante confian­ za , porque ¿quién no ha encontrado en su camino hombres y libros que poseídos y satu­ rados de lo que pudiéramos llam ar el orgullo de.la ciencia, investigan, razonan y discuten no para descubrir la verdad, sino para encon­ trar razones y argumentos contra Dios y las cosas divinas. Arrastrados por su odio secre­ to contra estas y rechazando todo freno reli­ gioso, esos hombres no estudian por amor á la verdad sino contra ella, como dice Lacordaire: tiénense por felices cuando descubren un grano de arena que poder arrojar contra el cielo. Si observan los astros es para descu­ brir en ellos el secreto de la eternidad del mun­ do; si descienden á las entrañas de la tierra es para buscar en ellas armas contra la narra­ ción mosaica de la creación ó contra algún otro hecho bíblico; si interrogan las necrópolis de Egipto, sus zodiacos y papirus, ó las ruinas de Babilonia con los monumentos cuneiformes de la antigua Asiria, es para escuchar alguna voz que entrañe dudas ó argumentos contra los relatos y tradiciones de la Biblia. Para los sabios de esta escuela es inútil es­ te libro y cuantos se escriban con el mismo criterio. Pero puede ser más ó menos útil y provechoso para aquellos hombres de ciencia

L

L A B I B L I A Y L A C IE N C I A

que siquiera se muevan todavía fuera de la órbita cristiana, piden á Dios y desean con sincera mente y voluntad entrar en posesión de la verdad plena y real: que por algo dijo el Verbo de Dios: pedid y os será dado; bus­ cad y encontrareis; llamad y se os abrirá. Y ésta petición humilde, y ésta investigación sincera de la verdad alcanzarán el objeto que persiguen, si el hombre que pide y que busca, obra á la vez el bien que y a conoce, practica la virtud en la medida de sus fuerzas y cono­ cimientos. Porque escrito está: qui facit veritatemy venit ad lucem. El que obra el bien en la medida y forma que le es conocido, alcan­ zará conocimiento más perfecto de la verdad y del bien: el hombre que con rectitud y sin­ ceridad de corazón realiza y lleva á la prác­ tica la verdad incompleta y natural que po­ see, será conducido por Dios á la posesión de una verdad más completa, de la verdad sobre­ natural; entrará en posesión de la luz de la fe: qui fa cit veritatem, venit ad lucem.

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

CAPÍTU LO PRIMERO L A B IB L IA E N L A IG L E S IA C A T Ó L IC A .

de entrar en el examen directo de la na­ turaleza de las relaciones que existir pueden y existen, de hecho, entre la Biblia y la Cien­ cia, ó, digamos mejor 3 entre la Biblia y determinados problemas científicos, parece conveniente fijar los términos de la cuestión, con lo cual quedará desem­ barazado el camino para llegar á la solución del pro­ blema trascendental y complejo, que constituye el fondo y el objeto de este libro. Al efecto, después de exponer el concepto católico de la Biblia, ó sea lo que es la Biblia en la Iglesia de Jesucristo, tratarem os de la misma en sus relaciones con el principio protes­ tante; emitiremos algunas reflexiones acerca de la ciencia considerada en sí misma y en sus relaciones con las diferentes escuelas filosóficas, y se hablará, por último, de las relaciones generales entre la Biblia n te s

52

L A B IB L IA Y L A CIE N CIA

y la Ciencia, con lo cual pondremos término á esta especie de disertación preliminar.

§ I. Idea general de la Biblia. E l conjunto ó colección de libros que la Iglesia católica reconoce como inspirados por Dios, consti­ tuye el libro, ó mejor dicho, los libros que, con ma­ yor ó menor propiedad etimológica, reciben el nom­ bre de Biblia (1), siendo también designados frecuen­ temente con los nombres de Sagrada Escritura, T ex ­ to Sagrado, Sagradas Letras, Escritura, Libros San­ tos, denominaciones todas que presuponen como base la inspiración divina. Constituye esta inspiración la nota más caracte­ rística y esencial de los libros que componen la Bi­ blia, y merece por lo mismo que en ella nos ocupemos más adelante con el detenimiento que exige. Pero al lado de esta nota fundamental, ofrece la Biblia algu­ nas otras que bien merecen sería atención por parte de los hombres pensadores, siquiera se trate de aque­ llos que no conceden al Texto bíblico el origen d ivi­ no que le atribuyen y conceden los hijos d é la Iglesia, y siquiera dirijan contra ella rudos ataques en nom­ bre también de los derechos de la razón humana. E l genio de Lacordaire resume con su acostum­ brada elevación de ideas las notas principales á que hemos aludido, apellidándolas la nota tradicional, la (i)

D ecim os esto, porque

es cosa sabida que este nom bre, de p lu ral

neutro que era para los griego s, se con virtió para los latin o s en sin g u la r fe ­ m enino, p o r v irtu d de una transform ación in sen sib le lle v a d a á cabo d u ran ­ te la Edad M edia.

C A P Í T U L O I.

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nota constituyente y la nota profética. Después de consignar que las dos primeras corresponden á con­ tados libros, que fueron y son tenidos y venerados como divinos por pueblos numerosos (1); y después de afirmar que la nota tradicional y la fuerza constitu­ yente que en aquellos libros, tenidos por sagrados pe­ ro no bíblicos, tienen su razón de ser en la tradición prim itiva realmente divina, pero desfigurada ó incompleta, que en los mismos se contiene, el insigne orador de Nuestra Señora de París pone de manifies­ to la superioridad de la Biblia, aun con relación á aquellos libros que fueron y son tenidos como sagra­ dos por pueblos numerosos y en grandes imperios. “¿En qué consiste, pregunta el elocuente apolo­ gista del Catolicismo, en qué consiste la fuerza cons­ tituyente del Corán, de los Vedas, que miráis como fabulosos? ¿De dónde le viene tanta autoridad á la mentira? L a respuesta es fácil, señores; sin duda los libros que se llaman sagrados, no son todos libros v e r­ daderos y divinos: fuera de los libros cristianos, nin­ guno está exento de fraude y de error, pero tan des­ figurado, que allí está la tradición; ella respira allí y allí anuncia que el hombre depende de Dios, que es gobernado por sil providencia, y que Dios debe ser honrado por un culto interior y exterior que es la ba­ se de todos los deberes de los hombres entre sí. L a tradición sostiene estos libros, por más imperfectos que sean; les comunica el peso del tiempo y el peso (i)

« E x iste en el m undo, escrib e el ilu stre D om in ico francés, u n a ca n ­

tidad innum erable de libros, pero en tre todos no hay m ás q u e seis que sean venerados de los pueblos com o sagrados: los K in g s de la. C h in a , los V ed a s de la Ind ia, [os Z e n d -A v e sta de los Persas, el C o rán de los A rab es, la L e y de los Judíos y e l E v a n g e lio d e los C ristia n o s; y no puedo m enos d e a d m i­ rarme d e 'q u e sean tan raras las escritu ras sagradas.» (Con ler., t. i ; C o n f .

10.»)

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L A B IB L IA Y L A CIENCIA

del cielo: son una verdad que nace de este origen, aunque haya sido viciada en el camino. “Pero si todas las escrituras sagradas 110 son d i­ vinas; si sólo una es la que debe serlo, ¿por qué se­ ñales la reconoceremos? Por las señales que hemos indicado ya: por la señal tradicional y constituyente, y además por la señal profética. “¿Qué libro sagrado ostenta en el grado que la Biblia de los cristianos el carácter tradicional? Es verdad que el Corán, el Zend-Avesta, los Vedas y los Kings son un conjunto de tradiciones; pero tradicio­ nes sin vínculo histórico, en donde nada se sostiene por la sucesión de las cosas y la relación manifiesta con todos los puntos del tiempo. L a Biblia, desde su primer versículo hasta el último, desde el fíat lux has­ ta el Apocalipsis, es un encadenamiento magnifico, un progreso lento y continuo, en el que cada oleada impele á la que precede y lle va á la que sigue. Los siglos, Los acontecimientos, las doctrinas se entrela­ zan allí, desde el centro á la circunferencia, y en su tejido'ain costura no dejan ni vacío ni confusión. L a antigüedad y la realidad derraman allí un perfume igual; es un libro que se forma cada día, que crece naturalmente como un cedro, que ha sido testigo de todo lo que dice, y que no dice jam ás nada sino con la presencia del todo y la lengua de la eternidad. Es imposible, aunque sea á un niño, confundir la Biblia con ningún otro libro sagrado; la diferencia es tan sensible, que casi es una blasfemia el pronunciar su nombre al lado de cualesquiera nombres que preten­ diesen imitar el suyo. uL a superioridad de este libro es todavía más clara, si es posible, considerada bajo el aspecto cons­ tituyente. ¿Quién se atreverá á comparar ninguna so­

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ciedad constituida por un libro sagrado con la socie­ dad cristiana? Mirad desde luego la China. ¿Qué ha hecho? ¿Por medio de qué obras se ha revelado al mundo? ¿Dónde están los vestigios de sus armas? ¿Dónde las rutas de sus naves? ¿Dónde su propagan­ da doctrinal? ¿Habéis encontrado jam ás al chino en los grandes derroteros de la humanidad? Pueblo muerto en un orgullo sin actividad, se encerró en sí mismo, y en el espacio de tres mil quinientos años no ha experimentado nunca una sacudida eléctrica del amor y del genio. Acercaos á considerar la India: to­ dos los conquistadores y todos los mercaderes han ido á ella: ella ha dado el oro, las perlas, los diaman­ tes, el marfil, á quien lo ha querido; todavía mantie­ ne con sus fáciles riquezas la ambición del pueblo británico; pero, ¿conocéis de ella otra cosa que su voluptuosidad, igual á su servidumbre?... Miraos aho­ ra á, vosotros mismos, hijos de la Biblia; miraos; vo s­ otros no sois nada por vuestro territorio: la Europa es un puñado de tierra en comparación del A frica y del Asia, y con. todo, vuestros colores y vuestros p a ­ bellones son los que yo encuentro en todos los mares, en las islas y en los puertos del mundo entero; vo s­ otros estáis presentes del uno al otro polo por medio de vuestros navegantes, de vuestros mercaderes, de vuestros soldados, de vuestros misioneros, de vu es­ tros cónsules; vosotros sois los que dais la paz ó la guerra á las naciones, los que lleváis en las telas de vuestro estrecho vestido los destinos del género hu­ mano. Descended á la plaza pública y levantad vues­ tra voz: hé aquí que á esa voz se remueven los con­ tinentes antiguos y nuevos, Esa palabra que va tan lejos, es vuestra palabra; esa palabra tiene herma­ nos y hermanas en todas las capitales, reúne en tor­

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L A BIBLIA Y LA CIE NCIA

no suyo tedas las pasiones y todos los sacrificios. ¡Qué actividad! ¡Qué imperio! ¡Qué gloria! Y todo es­ to sois vosotros, y á vosotros quien os ha formado es la Biblia. Si pues la constitución de los pueblos está en razón de la verdad contenida en sus libros sagra­ dos, y si los pueblos cristianos sobrepujan á todos los demás, como los ángeles sobrepujan á todas las na­ turalezas criadas, se sigue de aquí que el más alto grado de verdad se halla en los Libros cristianos. „

§ II. L a a u ten ticid a d de la B ib lia .

Aun considerada la Biblia desde un punto de v is ­ ta puramente humano, será difícil encontrar libro a l­ guno que posea en tan alto grado como ella el ca­ rácter de autenticidad. Porque si la existencia de és­ ta es tanlo más difícil cuanto que se trata de mayor antigüedad, ¿qué libro hay en el mundo que á una antigüedad de más de treinta siglos para algunos de sus libros reúna tantas y tan respetables pruebas de autenticidad? Dejando á un lado los libros del Nuevo Testamen­ to, relativam ejite modernos con respecto á la mayor parte de los del Antiguo Testamento, es sabido y cons­ tante para quienquiera que haya hojeado la Biblia, que los libros de la misma que fueron escritos con posterioridad relativa contienen citas y alusiones á los anteriores. L a tradición permanente de la na­ ción judaica acerca de la divinidad é inspiración de los libros que forman el Testamento antiguo se halla atestiguada y comprobada, no y a sólo por el testimo­ nio de los Padres de la prim itiva Iglesia, sino por el

de los talmudistas y por el del historiador Josefo, que es, á 110 dudarlo, de mucho peso en la materia. “Entre nosotros los judíos, escribe, 110 existe esa innumerable multitud de libros que disienten entre sí, y se contradicen unos á otros, sino solamente vein ti­ dós (1) libros que abrazan la historia de todo el tiem­ po pasado, los cuales con razón se cree que son d ivi­ nos. Cinco de éstos tienen por autor A Moisés, y con­ tienen las leyes, á la vez que la historia de los hechos realizados desde el origen del género humano hasta la muerte del mismo Moisés. Desde la muerte de éste hasta el reinado de A rtajerjes, el cual reinó entre los persas después de Jerjes, los profetas que suce­ dieron á Moisés consignaron en trece libros las cosas acaecidas en su tiempo; los cuatro libros restantes contienen himnos en alabanza de Dios y preceptos de vida útilísimos á los hombres... Cuán grande sea la veneración en que tenemos estos libros, es cosa bien patente; pues á pesar del transcurso de tantos siglos, nadie se ha atrevido todavía á quitar ó añadir (1)

T é n g a se presente que Josefo om ite ó prescinde a qu í de Jos libi os

llam ados Denterccnnónicos, y que e l núm ero 32 , más bien q u e al de los libros sagrados, correjp o n d e al de las letras del alfabeto. D e a qu í es que los a n ti­ guos .escritores, las escuelas ju d aicas, y especialm en te la de B ab ilon ia, e n u ­ m eraban g e n eralm en te 24 en lu gar de de los 22 de Josefa, considerando como libros aparte el de R u th y las Lam en tacion es de Jerem ías, A b u n d ab an en la misma opinión algu no s doctores y Padres de la an tigu a Igle sia , entre ellos T ertu lia n o , según se desprende de los sigu ien tes curiosos versos d e su libro

Advérsiis Marciomm'. «As f qitater ahie

s p .x

, velcrs pracconiti v eril,

Testificante ea Ijw.ie poslea j a d a docemur. M is alis volitaut coeleslia verba p er oriieni; H ü etiam C kristi ¡anguín ccntectus habetur, Ohscttre váiurn praesago dictus ah ore. A la n tm mtmerus antiqua volwntna signal E n e satis certa vigñiti (juatiw)' isla Otiae domini cecinen vías et témpora pacis Hagc coSbierere novo cura fardesr cunda vuiewus ,i>

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cosa alguna en los mismos. Lejos de esto, á todos nosotros se nos inculca desde la infancia lo que de­ bemos creer, que son estos preceptos del mismo Dios; que debemos guardarlos constantemente, y su­ frir la muerte por esta causa, si necesario fuere. „ Aunque Josefo no incluye, como hemos dicho, en el canon judaico los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento, más bien que á la razón que alega en el pasaje citado (1)3 debe atribuirse á las ideas farisaicas en que se hallaba imbuido; porque es sabido que los fariseos y talmudistas propendían á rechazar los libros escritos después de la cautivi­ dad. Pero el hecho indiscutible de encontrarse estos libros en la versión alejandrina ó de los Setenta, prueba que la Sinagoga y la generalidad de los ju ­ díos los tenían y veneraban como canónicos y sa­ grados. Prueba inconcusa también de la autenticidad de los libros del Antiguo Testamento es el hecho de que ni Jesucristo ni los Apóstoles echaron jam ás en cara á los fariseos la corrupción de aquéllos, según ob­ serva San Jerónimo (2), al paso que en los mismos re­ prendieron otros pecados de menor gravedad y tras­ cendencia. (1) «C eteru m , escribe, ab im perio A rta x e rx is ad nostram usque meraortam, sunt quidem sin gu la litte ris man data, sed n equaquam tantam fidem et a u ctorilatem m eruerunt, quantam superiores ii lib ii, propterea quod m inus exp lórala fuit successío prophetarum .» (C o n t. A p ., i , 8.> (2)

Quod s i ahquis dixertl, escribe éste al com en tar á Isaías, hebraeos li­

bros postea ájvdaeis essefdsatos^ mtdiiü Qrigenem^ qutd in adato volumine explaiiahonum h a ia e hitic respondeai quaestiimculae: quod nunquam Dominus et Aposloli, qu i castera crimina arguunt inscribís et pharisaeis^ de koc crim inet quod erat máximum,, rethuissent. Sin autem dixerit, pos i advmtíim, D . Salva ta­ ris et prtiedicatlanem aposioiorum, libros hebraeos fu isse falsatos, cackinnitm tenere m n patero nt Saivaior, et evangelistas et apostoli ita testimonia protuleriuf, nt J'ndaei f u h a tu r i erant.

C A P Í T U L O I.

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L a autenticidad humano-divina de la Biblia en­ cuéntrase realzada y corroborada por la admirable unidad de plan que en la misma resplandece. A tra­ vés de esos setenta libros, tan diferentes entre sí, no y a sólo por el estilo, sino por los autores y por el ob­ jeto directo é inmediato de los mismos, palpita un pensamiento fundam ental, una idea madre, que le comunica m aravillosa unidad. Ora se trate de libros históricos, ora de libros sapienciales, ora de libros proféticos, ora de libros legales,, en todos ellos apa­ rece el pensamiento fundamental de la redención, todos se subordinan á la idea mesiánica, cuyo g er­ men aparece en los primeros capítulos del Génesis, para continuarse, desenvolverse, manifestarse y re ­ cibir cumplimiento pleno en los Evangelios después de no pocos siglos. Como el Cristo representa el cen­ tro dé la historia general de la humanidad, así re ­ presenta el centro de los libros bíblicos. Si el Anti­ guo Testam ento contiene el germen, la profecía, la preparación, la esperanza de Jesucristo, el Nuevo Testamento contiene la manifestación del mismo, su revelación humano-divina, su acción redentora. Finís legis Christus, decía el Apóstol San Pablo; y los antiguos Escolásticos, que poseían el secreto de las fórmulas doctrinales, solían expresar la unidad subs­ tancial délos dos Testamentos con lasiguiente fórmu­ la concisa y rítmica: Novum Testamentum in Vetere latetj Vetus Testamentum in Novo patet.

§ III. La profecía en la Biblia. Con la unidad substancial del contenido de la B i­ blia que acabamos de ver, se halla íntimamente reía-

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cionado el carácter profético de la misma, carácter que no ha podido ser imitado, ni aun de lejos, por los demás libros d éla humanidad que se dicen sagrados, y que constituye uno de los signos más brillantes de la divinidad de nuestras Escrituras, según observa el ya citado Lacordaire. “Como historia, añade éste, co­ mo ciencia, como arte, como legislación, como filoso­ fía, como poder tradicional y constituyente, la Biblia tiene sin duda una perfección eminente que ningún libro ha tenido jam ás; sin embargo, todas estas cosas son humanas, por decirlo así, en el sentido de que no sobrepujan las facultades del hombre más que por su grado y no por su esencia. Necesitaba, pues, la Biblia otro carácter, y Dios leb a dado uno que es propio su­ yo; este es el carácter profético. “Dios sólo ve el porvenir; Él sólo penetra con una m irada en la profundidad infinita de las causas, y allí descubre los efectos que salen de ellas hasta los lími­ tes más remotos de las edades. Por lo que hace á no­ sotros, no conocemos ni aun el día de mañana; noso­ tros 110 somos más que una causa, esta causa se reduce á nosotros, y nos es imposible prever los efec­ tos más próximos de ella. Si pues hubiese allí una pa­ labra fija por la Escritura, la cual hubiera contado con antelación no sólo el destino de los imperios, sino el destino del género humano, que hubiese previsto des­ de el principio la m archa de los siglos, esta palab ra y esta escritura serian necesariam ente divinas. “Ahora bien: ¿qué otra cosa es la Biblia sino una profecía que se cumple á nuestra vista? Y como una profecía tiene dos términos, el pasado y el porvenir, ved aquí con qué cuidado la Providencia ha separa­ do el uno del otro, á fin de que no se les pudiera acu­ sar de connivencia. Eligió un pueblo para que fuese

CAPÍTULO I.

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el depositario de la historia dél mundo, esto es, de la noción de Dios, de la creación del mundo por Dios, de la caída del hombre y de la esperanza que se ledió de una redención; porque esta es la verdadera h isto ­ ria del mundo; lo demás no es más que un juego. De este pueblo y con este pueblo constituye un monumen­ to vivo que cree y que repite sin cesar esta historia, que se le incorpora, que vive en él, que saca de él to­ da su gloria, y que espera con una paciencia, de que somos testigos todavía, el cumplimiento de la reden­ ción prom etida á sus padres. Diréis á los judíos que no han esperado esto, y ellos os responderán por su esperanza presente que no han turbado veinte siglos. Ellos os m ostrarán sus Escrituras traducidas en grie­ go y esparcidas por el mundo antes de Jesucristo. Es­ te es un hecho m aterial, superior á todas las críticas. “He aquí en cuanto á lo pasado. En cuanto á lo venidero, esto es, en cuanto á lo que estaba escrito y esperado tanto tiempo antes, la Iglesia católica está ahíparaensefíaros que se ha verificado un gran perdón por medio de un gran sacrificio. El pueblo judío y la Iglesia. ¿Quién atac a rá estos dos monumentos que se sostienen uno por otro, tanto mejor cuanto que son irreconciliables enemigos? Los dos son los elementos del carácter profético de la Escritura: el uno es el del término pasado, y el otro el del término venide­ ro; y á fin de que 110 se les pueda acusar de haberse entendido entre sí p ara engañar al universo, se re ­ chazan mutuamente con objeto de perm anecer dos hasta el fin, hasta el día en que, estando próxim a to­ da consumación, lo pasado y lo futuro se abrazarán para m ostrar á las últimas generaciones el último cumplimiento de las profecías que en el pueblo anti­ guo, como en el pueblo nuevo, anunciaron este óscu­ lo de p a z .n

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LA ÉIB LIA Y LA CIENCIA

Las palabras que acabamos de transcribir con­ tiene] i, á nuestro modo de ver, una de las pruebas más convincentes, una verdadera y sólida dem ostra­ ción de la divinidad del Cristianismo, y consiguien­ temente de la Biblia. No se tra ta aquí de esta ó aque­ lla profecía; no se tra ta del sentido ó cumplimiento de determinadas profecías contenidas en la Biblia y sujetas á discusión, más ó menos razonada, en orden á mu existencia, á su sentido, á su aplicación y cum­ plimiento: se tra ta de un hecho público y tangible, de un hecho solemne y palpable, por decirlo así, de un hecho atestiguado constantem ente y en la misma forma por espacio de muchos siglos; de un hecho ates­ tiguado por judíos y cristianos, por dos pueblos que viven el uno al lado del otro, odiándose y rechazán­ dose mutuamente. La Biblia de los prim eros entraña la profecía, y anuncio claro y constante de lo que la Biblia de los segundos nos ofrece realizado, pero con realidad evidente é indiscutible. Difícil nos parece que el incrédulo, de buena fe no sienta vacilar su in­ credulidad después de leer las profundas reflexio­ nes de Lacordaire sobre el carácter profético de la Biblia. El racionalismo de nuestros días, siguiendo en esto, como en tantas otras cosas, el ejemplo de Cel­ so, pretende desvirtuar la fuerza dem ostrativa que consigo llevan las profecías para establecer la divi­ nidad de la Biblia y del Cristianismo, alegando las profecías y vaticinios de las religiones y oráculos gentílicos; pero nunca ha podido ni podrá desvirtuar la fuerza inherente á la profecía de conjunto y total, por decirlo así, que entraña la realización del A nti­ guo Testamento en el Evangelio y por medio del E van­ gelio. ¿Hay algo en las religiones paganas que se ase­

CAPÍTULO I.

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meje, ni aun de lejos, á esta grande y universal pro­ fecía bíblica, contenida en uno de los Testamentos, y realizada en todas sus partes en el otro? En resumen: aun en el caso de que profecías determinadas y v a­ ticinios particulares del Antiguo Testamento pudie­ ran en trar en comparación con las profecías y v a ti­ cinios del gentilismo, cosa ciertam ente inadmisible en buena crítica histórica (1), siempre resultará in­ contestable que el conjunto de profecías del Antiguo Testamento realizadas en el Nuevo, ó, mejor dicho, la realización perm anente, histórica y visible del p ri­ mero en el segundo, constituye una prueba irrefra­ gable de la acción de Dios en la Biblia, Aquí 110 so trata de profecías realizables en el porvenir; se tra ­ ta de profecías realizadas ó presentes á nuestra vista, pues, como escribe con su acostumbrada ener­ gía Tertuliano: Q uidquid agitur¡prm n un ciabatur; quidquid vid etu r, au diébaiur... Jdoneum , opinor , testim onium D im n iia tis, ve rita s divin ation is.

Es de notar aquí que los antiguos Padres de la Iglesia concedían mayor valor é im portancia á las (1)

L os profetas q u e m e n c io n a la H isto r ia S a g ra d a , esc r ib e B er g ie r ,

n o só lo fu eron r esp e ta b les por el d is tin g u id o lu g a r que ocupab an en e l m u n ­ d o , sin o ta m b ién , y aún m u ch o m ás, por s u s v irtu d es, su valor, su am or á la verdad y su su m isió n á las órd en es d e D io s. Famás abusaron de su s lu c e s s o ­ brenatu rales para liso n jea r las p a sio n e s de lo s reyes, de lo s gra n d es ni de los p u eb lo s; c o rreg ía n sev e r a m e n te su s v ic io s y les a n u n cia b a n el c a stig o de D io s con ig u a l firm eza q u e su s b en eficio s. M uchos fu eron v íc tim a s de su celo, com o lo h a b ía n p r e v isto , y arrostraron lo s to rm en to s y la m u e r te por decir la v erd a d q u e D io s le s había rev e la d o . N o e s m en o s p a ten te la d ifer e n c ia en tre los o rá cu lo s g e n tílic o s y lo s b í­ b lico s por p a rte d el o b jeto ; p u es m ien tra s k'S p rim ero s tie n d e n ¡i sa tisfa c er la cu rio sid a d particular, ó se refieren á in ter e se s p e r so n a les y d e p o co m o ­ m en to , lo s b íb lic o s tie n e n por o b jeto la o b serv a n cia de la ley m oral, la e v o ­ lu c ió n del r ein a d o de D io s en el pu eb lo ju d ío y en las dem ás n a c io n e s, la re­ d e n c ió n y s a n tific a d o » d e l hom bre. A ñ á d a se á esto e l uso de m e d io s y for­ m as extrañas y su p e r sticio sa s, la tr íp o d e de la P ita , el v u e lo d e la s a v e s, la in sp e c ció n de las v isce r a s de lo s a n im a le s, las v o c es fo r tu ita s, e tc ., á virtu d

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profecías que á los milagros, para establecer y pro­ bar la divinidad de Jesucristo y de su Iglesia. El mi­ lagro, decían, es confirmado por la profecía, y no la profecía por el milagro: además, la realización his­ tórica de la profecía ofrece mayores caracteres de certeza y evidencia que el m ilagro, el cual es, .de su naturaleza, más difícil de apreciar, siendo, como es; un hecho singular, aislado y más sujeto á dudas y equivocaciones. £:Q,uesi alguien nos responde, escri­ be San Justino en su A pología , si alguien nos respon­ de que nada impide que el Oristo de los cristianos haya obrado sus pretendidos milagros por medio de artes mágicas, queremos probar la verdad de nuestra fe, no solamente porque con razón damos crédito álos que nos refieren estos milagros, sino porque nos ve­ mos precisados á creer aquellos que de antemano anunciaron lo que debía acontecer, y nos vemos pre­ cisados á darles crédito, porque vemos con nuestros propios ojos que lo que aquellos anunciaron en épo­ cas pasadas, ó se ha realizado ya, ó está realizándo­ se á nuestra vista.,, d e lo cual, cu a n d o se d ifu n d ió la ilu str a c ió n y con é sta d ism in u y ó la cred u ­ lid ad d e l v u lg o , los v a tic in io s y o rá cu lo s ca y ero n en c o m p le to d e sp r ec io , y el orador rom ano p u d o escrib ir sin reparo ni m ira m ien to s: Oráculopartim fa ls a , partim casu vera, partim flexihqaa et obscura.»

N o por e so d eb em o s afirm ar qu e to d o s lo s v a tic in io s y o rá cu los de los g e n tile s hayan sid o falsos, B ajo la in sp ira ció n del d e m o n io , p u d ieron a n u n ­ ciar d e a n tem a n o d eterm in a d o s su c eso s; p o r q u e, en virtud de la s u p e r io ri­ d ad de su naturaleza y d e su in te lig e n c ia , e l d e m o n io p o se e c o n o c im ie n to s m ás perfectos qu e e! hom bre acerca d e las rela cio n es qu e e x iste n en tr e d e ­ te r m in a d a s causas y sus efecto s, com o enseña. S to .T o m á s: Manifestum est, e s ­ crib e el D o c to r A n g é lic o , quod intellectus supérioris ordinis alíqua cognoscere paUst, quae suat remota á cognitwne inUliectus infermris. Supra inUller.tum auteui httmanum esi efmm mtdUctus angelorum bonorum et malorum secundum nalurne ordincm.

E i ideo

quaedam cogtiascunt daemones, etiam sita naíitrali cog-

iritions, tjutie possimt hominilms revelaré..., non quidem per iliummalwjutn ink~ Ikctus, sed p^r aliquam imagiuariam vismiein, aiti ¿tiani sensibtliter colloqutn-

í/¡j, (Sin/!, l'h i 'i i l2 ." 2." , C u est, c l x x í , art. 5, 6.)

CAlHTUtTKk-____ __ ___ 65

Abundaba en el mismo sentido Lactancio, quién, después de echar en cara, á los gentiles que obraban con poca prudencia al conceder carácter divino á sus dioses, sólo por algunos pequeños portentos (ób e x i­ gua p o rten ta ) ó efectos más ó menos prodigiosos, que se les atribuían, añade: D isca ig ltu r, non idcivco á nobis Dfmifi creditu m C hristum guia m ira b ilía fecií, sed quia vid im u s in eo fa c ía esse om nia, quae nobis ann u n tiata su nt va ticin io proplietaru n i. F ecit m iv á b ilia \ m agnm n p u ta v isse m u s , u t ei vos nunc p u ta tis } ei Judcei h in cp iita verim t, si non illa ip sa factu ru m C hrisíum p ro ph etae omnes tino s p iritu p ra e d ix isse n t.

Á decir verdad," algunos escritores eclesiásticos de los primeros siglos parece que exageran la im­ portancia y superioridad de las profecías sobre los milagros. La explicación de este fenómeno debe bus­ carse en el liecho de que los escritores aludidos se hallaban en presencia de gentiles, que oponían á los milagros del Evangelio los hechos prodigiosos y p o r­ tentos atribuidos á sus Divinidades. Sin perjuicio de probar que estos portentos eran inferiores en todos conceptos y no admitían comparación con los de J e ­ sucristo y los Apóstoles, como quiera que esta p ru e­ ba llevaba consigo la necesidad de una discusión eno­ josa, prolija y científica, preferían generalm ente los apologistas primitivos, para establecer la divinidad del Cristianismo, acudir á las profecías, cuya exis­ tencia y realización saltaba á la vista, y que por es­ ta. razón y porque nada semejante ó parecido podía alegar en su favor el paganismo, hacían innecesaria ■.relativamente la discusión de los portentos atribui­ dos á los Dioses del Olimpo pagano.

§ IV. L a inspiración en la Biblia.

Aunque, según arriba dejamos apuntado, la ins­ piración divina constituye el carácter fundamental y como la nota esencial que distingue y separa la Bi­ blia de todos los demás libros del mundo, sin excluir aquellos que fueron y son tenidos por sagrados y di­ vinos por pueblos y naciones importantes, no es nuestro ánimo discutir y comprobar la existencia de la inspiración divina con respecto á los libros ca­ nónicos que componen nuestra Biblia, porque no en­ tra esto en nuestro propósito, ó, digamos mejor, en el plan y objeto propio de este libro. Pero si esta discusión está fuera del objeto y condiciones de este libro, no lo está ciertam ente la necesidad de exponer y fijar la naturaleza y límites de la inspiración divina con relación á la Biblia, to­ da vez que en más de una ocasión sucede que las objeciones de la ciencia moderna contra aquélla, tie­ nen por base, con h arta frecuencia, conceptos más ó menos inexactos de la naturaleza, condiciones y a l­ cance de la inspiración divina y de lo que la Iglesia reconoce y afirma como verdad revelada en la Sa­ grada E scritura. De cuatro m aneras puede influir Dios para que un escritor no se aparte de la verdad: a) Por medio de un m ovim iento p ia d o so , en v ir­ tud del cual el hombre es excitado por Dios de una m anera particular para escribir cosas espirituales y ascéticas, encaminadas á la santificación de las al-

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CAPÍTULO I.

mas: las obras de Santa Teresa y el libro de la I m i­ tación de Cristo, pueden considerarse como manifes­ taciones de este movimiento piadoso y divino. b) Por medio de revelación , la cual consiste en una manifestación ó declaración que Dios hace al hombre de alguna cosa, antes desconocida por éste, como sucede generalm ente (1), aunque 110 siempre, cu las profecías, y también cuando se tra ta de los mis­ terios principales de la fe, que sólo llegan hasta noso­ tros por medio de la revelación. c) Por medio de una asistencia especial del E s­ píritu Santo, en virtud de la cual éste afirma y dirige la mente del escritor, de m anera que le impide cacr en error. Esta asistencia, que, en opinión,de algu­ nos teólogos, basta p ara constituir la inspiración ne­ cesaria en los libros canónicos de la Escritura (2), es (1) D e cim o s generalmente t porqu e no siem p re el profeta c o n o c e ó se da ■cuenta d e l c o n te n id o y sig n ifica c ió n real de la profecía, q u e D io s p o n e en su s lab ios. Sob re e sta m ateria es preciso no p erd er J e v is ta la s ig u ie n te n o ­ ta b le doctrina. d e S a n to T o m ís : «7 ti reve¿atiene propketica.,. quandoque movetnr mens prophHae fid aliquid lorjuendum, ita quod inlelligat id quod per haec verba

Spirtíus Sanctm mtendit.

Quandoque aittcm ¡lie, cttjus m an movciur

ad ahqua v¿rba exprimenda^ non inielligil quid Spirilns Stmctus per haec verba intendaf, sicut pat.tt de Caipká...

Cum ergo aliquis cognoscit s¿ moveri a Spiritu Sánelo ad aliquid neslimandum val stgniftcandum verbo vel fa d o , hoc proprie a l propheliam per tiñe t; cum autem movetur, sed non cognoscit, non est perfecta prophetía, sed quídam instinctnspropheticns. Saendum lame», quodqma. mens propketae est instrttmcntnm deftciens, etiam veri prophetat non omnm cognoscnnt, quae in eorum visis ant verbis, ant etiam factisSpirtíus Sancius intendil.t> (S a m . Thcol, 2." 2.7,r'¡ Cuest. CLXXin, art. 4.v] El jesuiU i B ou frcriu s

parece

adop tar e sta o p in ió n

cuand o

es­

cribe: Hoc modo poíest Sancius Spirtíus Scriplorcm Hagfographtim dirigere, ut

in millo eum errare fallive permitía1; cum emm praesciat- quid Ule scripturus s/t, ita r.t adstat, id sicubi videret eum erralnrum , inspirnlions siut illi csacl adfulurus. Hic modas vidciur a Spiritu Sítnclo consérvalas in kisloriis, diclis alionim^ fncthque refertndis, quae vel vtsu cognita, vel audita ah Aemmilms fide dignis acceptafuer ant. Ita Evangelia, ita Acia npvsiQlortim, ita Mazhabatvrum Ubri ( Praehqnm in lot.. S. Script., c, 8, sec . 3.}

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

la que Dios tiene prometida á su Iglesia y al Romano Pontífice, para no e rra r en la determinación y defini­ ciones solemnes de las verdades de fe. d) Por medio de in spiración , la cual entraña una asistencia positiva y directa por parte del E spí­ ritu Santo, el cual sugiere al escritor las cosas que debo poner por escrito, y, en caso necesario ó en de­ terminadas circunstancias, se las revela Según las decisiones de la Iglesia en el Concilio de Trento, y más explícitamente en el Vaticano, hay que reconocer con los teólogos y exegetas católicos, que la inspiración divina que, según queda indicado, constituye la nota característica y esencial de la Bi­ blia, no es lo que hemos llamado m ovim iento p ia d o so } ni aun en el caso ó hipótesis de que el libro asi escrito fuera aceptado después por el Espíritu Santo y reci­ biera como una especie de sanción divina, según opi naron en el siglo xvi algunos teólogos (1), toda vez que no existe aquí acción ó influencia directa espe­ cial del Espíritu Santo, sobre el entendimiento en or­ den al conocimiento y elección de m aterias, sino más bien una excitación de la voluntad para tra ta r de co­ sas piadosas. Tampoco basta la simple asisten cia para consti­ tuir la inspiración que la Iglesia y la teología cató­ lica conceden á los Libros sagrados; porque la asis­ tencia, como tal, se limita á excluir ó evitar el error, (i)

E s sabido q u e lo s P P . L essiu s y H a m el afirm aron á d efen d iero n

por alg ú n tiem p o la s ig u ie n te p ro p o sició n ; Libtr alignh , qualü esifortasse secundas Machabacorttm, humana

industria, sitie assislentia SpirUus Sancíi

scvipltis, s i Spiriíus Sanctus postea iestetur ibi nihtlessefaIntuí, efficilttr Seriptu­ ra Sacra.

teo ría , q u e d ió o r ig e n e n to n ce s ;'! v iv a s co n tro v ersia s y severas cen su ras por parte de a lg u n o s te ó lo g o s y u n iv er sid a d e s, n o pu ed e ad m itirse d esp u és d e las d e c isio n e s te r m in a n te s d el C o n c ilio V a tica n o , áun tom an d o en cuenta las e x p lic a c io n e s y a ten n a cio n es a d u n d a s por su s a u to res.

c a p ít u l o i .

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de m anera que envuelve influencia negativa más bien que positiva. En cambio la revelación v a más lejos que la ins­ piración, porque la revelación expresa ó entraña la manifestación sobrenatural de alguna cosa descono­ cida é ignorad^ por el escritor, y no hay p ara qué decir que no todo lo que los autores bíblicos consig­ naron en sus escritos lo conocían sólo por revelación divina. Ni el autor del libro de los Macabeos, ni el Evangelista San Mateo, ni San Lucas al escribir los Actos de los Apóstoles, necesitaron de revelación di­ vina para consignar por escrito lo que sabían por re­ laciones fidedignas, ó lo que habían visto con sus p ro ­ pios ojos. Resulta de todo lo dicho que la inspiración divi­ na, que la Iglesia católica reconoce y afirma en los libros de la Biblia, entraña una acción especial de Dios sobre la inteligencia y la voluntad del escritor sagrado, en virtud de la cual mueve y determ ina á é ste á escribir determinadas cosas, las cuales, ó le son reveladas por el mismo Dios, si las desconoce ó son superiores á la razón humana, ó en el caso de que el escritor posea ya el conocimiento de las mis­ mas, le asiste y ayuda, ya para que 110 incurra en erro r al consignarlas, ya también p ara que sólo con­ signe las que Dios quiere, y esto en la forma, condi­ ciones y circunstancias que quiere. De este concepto de la inspiración divina con res­ pecto á los libros que componen la Biblia, concepto que se halla en perfecta consonancia con las recien­ tes declaraciones del Concilio Vaticano (1), se dedu(1)

E n la Constitución dogmática d e é ste, d e sp u é s d e recordar la d o c tr i­

n a d e l T r id e n ü n o acerca d e la r e v e la c ió n so b ren a tu ra l c o n te n id a en la s tr a ­ d ic io n e s y en lo s e sc r ito s sa g ra d o s, a ñad e: Oía quidem iVeteriset -Novi Tesa

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

ce, que aunque los libros sagrados contienen v erd a­ des reveladas, no todo lo que contienen puede llam arse revelado en el sentido riguroso de la palabra, por más que todo puede y debe llamarse inspirado. En cambio, tampoco podemos decir que todas las verdades reve­ ladas están contenidas en los libros sagrados é'inspi­ rados, porque existen verdades reveladas que no cons­ tan en esos libros, sino en la tradición; pues como dice el Concilio Vaticano: S itp ern a tu ra lis rev ela tio } secum dum u n iversalísE cclesioefidem , continetur in lib ris scrip tis, et sine scrip to tra d itio n ib u s. De m anera que«)

los libros canónicos ó inspirados no contienen toda la revelación; b) toda revelación presupone y entraña la inspiración; c) pero no toda inspiración presupone y entraña revelación propiamente dicha. Siendo, como es, la inspiración divina un hecho mentí libri, integri cum ómnibus sais par i¡bits, pront in ejusdem Concilii decreto recemetur ei in veteri Vnlgata latina editione kabentur pro sacris el canonicis suscijnsndisunt. Eos vero Ecchsia pro sacris et canonicis Imbet, non ideo qued sola humana industria concinnati sua deinde andariiate smrt approbah ncc ideo duntaxal qtiod revelationem sine ert'ore contineant¡ sed profiterea quod Spirilu Sancto inspirante conscripta Deum habent auclorem, atque vi tales ipsi Ecr.lesiae tradili sicnt.

,

,

,

;

D e sp u és d e e ste d ecreto d e l C o n c ilio V a tic a n o , parece in a d m isib le la o p in ió n del P . V e r c e llo n e , q u ien , e n u n a d ise r ta c ió n p u b lica d a en 1866, s o s ­ te n ía q u e el te x to

ó d e c re to

del T r íd e n ú n o referen te

á la

a u te n tic id a d de la

V u lg a ta , no s u p o n e d is tin c ió n entre lo s te x t 03 d o g m á tic o s y no d o g m á tic o s. S e g ú n el sa b io b a rn a b ita , sin

c o n tr a v e n ir s la s d e c isio n e s d e l C o n c ilio de

T re n to , se p u ed en a d m itir en la V u lg a ta in ter p o la cio n es, a u n co n r e s p e c to á lo s te x to s d o g m á tic o s; de m an era q u e, en o p in ió n d e V e r c e llo n e , cu a n d o el C o n c ilio T r id e n tin o m a n d a , b a jo p e n a de e x c o m u n ió n , a d m itir lo s lib ros c a ­ n ó n ico s d e la V u lg a ta con todar sus partes, p o r esta ú ltim a p a la b ra lo s P a ­ dres d e l C o n c ilio s ó lo se p r o p u sie r o n d e sig n a r a lg u n o s pasaj es q u e lo s p r o ­ te sta n te s rechazaban ó co n sid era b a n a p ó crifo s, c o m o c ie rto s pasajes d e u ter o ca n ó n ic o s de D a n ie l y d e E ste r , E n terreno m ás s e g u r o y m ás e n a rm o n ía con la s p o ste r io re s en señ an zas d e l C o n c ilio V a tica n o , se c o lo c ó e l C a rd en a l F ra n zelin , c u a n d o , al refu tar la teo ría de V ercello n e, escrib e: Unde dicimus: a) dogma qitod expressiim extat m editmie Vulgata, non deerat in Soripturaprimitiva; b) adeoque ettam non erat

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, CAPÍTULO I,

interno y sobrenatural, 110 puede caer en la, esfera de la crítica humana; y de aquí la necesidad de una crítica sobrehumana para reconocer esa inspiración, crítica cuyo depositario y órgano es la Iglesia cató­ lica. Por eso los teólogos y exegetas católicos, en sus definiciones y descripciones de la Sagrada Escritura, incluyen siempre el testimonio de la Iglesia en orden á la oánonicidad é inspiración de sus libros. Siib no­ mine S crip tu ra e, dice Lamy, intelU gim us U bres ab auctoribus sa cris, afjlante D e o , conscriptos, et qua tales ab E cclesia receptos. “A b E cclesia est determ in andu m , escribe á sil vez Melchor Cano, quisnam liber sit canonicus, et illíu s a u cto rita s certa regu la est a d lib ro s , vel in sacrorum num erum recip ien d o s , vel etiam ex eo m tm ero rejicien clos (1). expressitm aititd dogma in textil ¿i ahudinloco resboudevie cdittouís Vulgatae; cj multo mmus dogma quod in Vulgata afjinnatiii\ ibi erat negatum asti v:cissim. (D e S c r i p t p lg . 535, e d it. 2 .'}

R e sta b le cid o e l se n tid o verd adero de la d e fin ició n d e l C o n c ilio de T i en ­ to , setitid o q u e, s eg ú n q u ed a in d ica d o , e stá en c o n so n a n c ia con lo qu e d e s ­ p u és d ecretó el V a tica n o , el C a rd en a l cita d o a ñ a d e que no por e so es n e c esa r io creer q u e c u a lq u ie r d o g m a c o n te n id o en la V u lg a ta se h a lb en e lla expresado de la misma matura q u e en la E scritura p rim itiv a , co n ta l q u e e l d o g m a p e r ­

m an ezca id é n tic o en su parte e se n c ia l: S e d non d ic im u s: d ) V i d e c r e ti C o n c ilii c red en d u m esse d o g m a in V u lg a ta eodem modo expressum, u t e ra t in S crip tu ra p r im itiv a , d u m m o d o d o g m a m a n e a t íd em : p r o p terea ñ e q u e d ic im u s: ^

in liu ju sm o d i lo co n u llu m p o sse e sse error em v e r sio u is, d u m m o d o

n o n s it h u ju sm o d i qu i su b sta n tia m d o g m a tis m u te t v e l o b lite r e t, i t a u t e tia m a d h ib itis p ra e sid ü s n e c e ssa r iis e t o p o r tu n is in t e llig i n e q u e a t, S ic n o n c e n s^ndus e sse t contra d ecretu m

T r id e n tin u m rejiccre a u th e n tia m

V u lg a ta e ,

qu i veram le c tio n e m in te x tib u s q u ib u sd a m etia m d o g m a lic is p u ta r et cssíj aliam , qu a íd em d o g m a , sed n o n eo d em m o d o , ut in V u lg a ta é n u n cia retu r. ( i)

E l m ism o

M elch or C an o, al d e s e n v o lv e r y probar e sta te sis, se e x ­

presa en lo s s ig u ie n te s térm in o s: « D e ñ n itio d u b io ru m , q u a e circa fid em m o ­ do ex o riu n tu r ad p r a e se n tem E c c le sia m p e r tin e t:

op o rtet en im ju d ic e m v i-

vu m in E c c le sia e sse , qu i Edei c o n tro v ersia s decidera p o s sit; siq u id em D e u s in n e c e ssa r iis E c d e s ia e suae n o n d e fu it . A t lib ru m e sse ca n o n ic u m n e c n e , fidem m á x im e t a n g it j a d E cc le sia m ig itn r hu jus tem p oris, hu jus r e iju d ic iu m

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

Es esto tanta verdad, que San Agustín solía de­ cir que no daría fe al Evangelio si á ello no le impul­ sara la autoridad de la Iglesia: E vangelio non crederem n isi me E cclesiae C atholicae com m overet a u c to rita s .

§ v. L os lím ites de la in sp ira ció n bíblica.

Expuesta ya la naturaleza de la inspiración di­ vina con respecto á la Biblia, conviene ahora fijar sus límites verdaderos; cuestión que debe ventilarse con todo esmero, porque es de importancia suma p a ­ ra resolver las dificultades y problemas que suelen suscitarse acerca de la conformidad ó contradicción entre la Biblia y la ciencia, objeto capital de este libro. L a prim era cuestión que en este punto se p re­ senta es la siguiente: La inspiración divina en la Bi­ blia, ¿se limita á las cosas, ó sea á Las sentencias é ideas, ó se extiende también á, las palabras? Aquí conviene distinguir: si por palabras se entiende sim­ plemente la expresión externa adecuada de la idea ó sentencia inspirada, es evidente que la inspiración se extiende á las palabras, toda vez que la inspira­ ción de la sentencia lleva consigo la necesidad de que su manifestación externa por la palabra respon­ da con exactitud y ñdelidad á la cosa revelada ó inspirada. Empero si por palabra inspirada se entiende que p e r tin e b it; nam sí errores qu i sim ae d o ctrin a e ad versan tur, E c d e s ia qu ae n u n c e st, con d em n are n e q u it, p r o fe c to ju d k ib u s d e m e d io su b la tis, h u ju s sa ec u li h aeretici im p u n e v iv e r e , a tq u e a d eo regim re p o ssu n t» , {De Loe. Titeóla lib , ii, cap. v n .)

la inspiración divina lleva consigo- la necesidad de usar de tal ó cuál palabra m aterial, ó de combinar las palabras de esta ó aquella m anera y no de otra, en este sentido, la inspiración divina en la Biblia no es verbal, ó no se extiende á las palabras. Cierto es que algunos y graves teólogos, especialmente entre los antiguos, se inclinaban á esta opinión (1); pero la mayor parte de éstos, lo mismo que los Padres de la Iglesia, enseñan generalm ente que la inspiración divina no excluye la elección y orden de las p a la ­ bras, la elocución y el estilo peculiares de los es­ critores bíblicos, excepción liecha de algunos casos especiales y extraordinarios; y decimos especiales, porque, según la oportuna observación de Vigouroux, puede suceder que una expresión ó palabra determ i­ nada sea inspirada directa ó indirectam ente, como cuando se tra ta de una palabra que sea esencial p a­ ra la expresión ó significación de una verdad dogmá­ tica, ó de una significación directam ente intentada por Dios (2), que ilumina al efecto la inteligencia y mueve la voluntad del escritor sagrado. Como prue(1) E ntre ésto s p u ed eu citarse T o le d o y Su á rez, et ú ltim o de lo s c u a le s escribe: E st Scriptnra inslinctu Sane ti Spiritus ¡cripta dictan tu non ianhtni sensitm sed ctíam verba. E s p o sib le , sin e m b a rg o , q u e Su árez afirm e la in s p i­

ración verb a l en el s e n tid o q u e en el te x to q u ed a in d ica d o . (2) S e g ú n el c ita d o V ig o u r o u x , a c o n te c e esto en dos casos princip a 1m e n te: « i.0

C u a n d o se trata de u n a r e v e la c ió n , en e l se n tid o r ig u r o so c íe la

palabra, de un d e ta lle, d e un n om bre, etc.¡ y e sta

rev e la c ió n e s p r e se n ta d a

com o tal; por e je m p lo , lo s n o m b res d e A braham , d e Israel, el n o m b r e de D io s m a n ife sta d o á M o isé s: Ego sum qui mm. B ie n qu e aun en e ste cu so n o c o n v ie n e ex p rim ir d em a sia d o las p a la b ra s. i>2.°

E l seg u n d o caso es cu a n d o la palabra es a b so lu ta m e n te e se n c ia l

para la exp resió n del d o g m a , d e la v erd a d r ev e la d a ó e n señ a d a , de ta l m a n era, q u e n in g u n a otra pod ría co n te n e r co n ta n ta e x a ctitu d

el p e n sa m ie n to ,

se g ú n se v erifica e n la palabra est, p r o n u n c ia d a en la in s titu c ió n d e la E u c a ­ ristía.» {Manuelhibliqite, to m o r, cap . r, art. 2.')

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

ba y confirmación délo dicho, puede alegarse la di­ ferencia de estilo y elocución que se nota en los es­ critores bíblicos, y especialmente en los profetas, cuyas diferencias de estilo y de lenguaje explican los Padres de la Iglesia y los exegetas por la diferen­ cia de instrucción; de saber, de trato y condición so­ cial (1) entre los mismos: Isa ía s p ro p h e tis a liis eloquentior ex titit, escribe San Gregorio Magno, quia nec, ut Jerem ía s A nath otites, nec ut A m os, arm en tarm s, sed nobilitev. in stru etu s atqiie urbanus fu it.

Análogas diferencias se observan en los escrito­ res del Nuevo Testamento, y hasta entre los mismos cuatro Evangelistas, no siendo difícil advertir la su­ perioridad de estilo que la patria, la lengua y la lite­ ra tu ra griegas dieron á San Lucas sobre los demás Evangelistas. Por otra parte, es incontestable que los cuatro Evangelistas, al referir los hechos y discursos del Sal­ vador, emplean palabras y frases diferentes, sin con­ ta r que algunos omiten ó modifican circunstancias expresadas por otros, lo cual demuestra claram ente que salva la identidad de la doctrina, y salva la ins­ piración en orden á la misma, la elección de palabras, su composición, m anerayestilo responden á la volun­ tad, condición y circunstancias particulares de los Evangelistas. Otra prueba de que la inspiración divina en laBiblia debe entenderse quoad sensum y no quoad singula verba, es la práctica de los escritores del Nuevo Tes(i)

D e fsaia sciendum, escrib e San

J eró n im o , quod in sermone sito di­

sertas e¡¿, quippe ut virnobilis et urbanae eloqucnliae¡ nec liabens quidquam tn eloquio i'ustic ¡tafos admixtum. Jsremiw, añad e el m is m o , sermoné quide.ni apud Hebraeosi Isaia et

Osea

el qiiibusdciin aliis prophetis videtur esse ruslicior, sed sensilms p a r, quippe qm todon Spiritu prophetaverit.

CAPÍTULO I.

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tamento al citar ó referirse al Antiguo, siendo incon­ testable que en muchos casos estas citas expresan las sentencias ó sentido, pero no las palabras mismas de los autores citados (1), lo cual no hubieran hecho, sin duda,si hubieran estado persuadidos de que las p ala­ bra» misma?*, y no el sentido solo, respondían á la inspiración divina. De lo dicho acerca déla inspiración 110 verbal en la Biblia, podemos inferir con Vigouroux que siem­ pre que la expresión 110 determina necesariam ente el sentido de la frase, no puede decirse directam ente inspirada, y que no es Dios mismo quien ha hecho emplear tal palabra sinónima ’en lugar de tal otra, por ejemplo, au dite en lugar de atten dite, cuando el sentido perm anece idéntico. C011 m ayor razón no se pueden sacar de las palabras bíblicas consecuencias que de ellas no se desprenden necesariam ente. Por ejemplo, no debe m irarse como una verdad revelada que la cigüeña es tierna ó piadosa para sus hijos, por que la E scritura la llam a Jchasidáh (pullorum ) am ans. (Job., xxxix, 13.) El autor sagrado empleó la p ala­ bra usada en Palestina p ara designar la cigüeña, sin que por eso Dios se pronunciara sobre la verdad de la etimología. Tampoco puede decirse que el sitio de la estupidez está en los riñones, porque la lengua he­ braica se sirve de la palabra Tcésel, riñones, p ara de­ signar la estupidez, la locura.... Los antiguos comen­ tadores griegos y latinos, según los cuales la Biblia enseña que el firmamento es un cuerpo sólido...., p o r­ que la traducción latina le llam a fírm am entum , dieron (i)

Hoc in ómnibuspene ¿estimomis, e scrib e S an J erón im o, quae de veteri-

l»ts hbris in Novo assumpta sunt Testamento^ observare cleiemus, quod memoriae crtdiderinl evangelhtae et aposiolt; et tanhtm sensu explícalo, saepe ordinem com~ mutavurmi, nonnumqiiam vel deltaxerint verba vel addiderml. ( Comment. m JSpist. ad Galat.)

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LA BIBLIA Y LA CIEN OIA

& la etimología de esta palabra un valor que no tiene en. realidad.,, Otra cuestión relacionada con la inspiración di­ vina es si ésta se extiende á las teorías ó cuestiones científicas; es decir, si una teoría contenida en la Bi­ blia debe tenerse por revelada ó inspirada, y, por consiguiente, como verdadera. La respuesta á esta cuestión es sencilla para el católico. Si constara de una m anera indubitable que tal ó cual teoría científi­ ca fué enseñada por el autor bíblico, sem ejante teo­ ría dejaría de serlo para convertirse en una verdad científica y real, toda vez que, según las decisiones de los Concilios y de la Iglesia, la Biblia no contiene error alguno de importancia, ó en cuanto á las cosas y sentencias, ni en el texto original, ni en la Vulgata. La inspiración divina, y. por consiguiente, la v er­ dad en los libros sagrados, no se limita á las cosas doctrinales, como opinaron algunos teólogos (1); opi­ nión que carece de toda probabilidad hoy después de las recientes decisiones del Concilio Vaticano; como parece insostenible también la del P. Vercellone, re­ ferente á la existencia de interpolaciones en los tex­ tos dogmáticos de la Vulgata. Lo que real y verdade­ ram ente está contenido en los textos originales, el sentido que real y verdaderam ente dieron á sus p a­ labras los escritores bíblicos bajo la inspiración del Espíritu Santo, debe creerse con fe divina y adm itir­ se como verdad inconcusa, aunque no pertenezca di­ rectam ente á los misterios de fe ni á las verdades morales (res fidei et m orum ), que constituyen el obje­ to principal y preferente, pero no i\nico, de la fe y (i)

Advertendum e$ty escrib ía H oLden, quod aitxiiium sfieciale divinitiis

pracstiium auclori cu}aslibet scripii\ quod pro

Verbo I) si reclpit Eccfrsia, ad ea

sohtmimdo se porrigai, quae vel shüpure doclrinalia}velproximum aliqutm ant neceisarium habennt ad doctrinalia respecitmi,

CAPÍTULO I ,

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de la revelación, según enseña la teología católica, siguiendo las huellas del que es su principal jefe y representante; Santo Tomás de Aquino: el cual afir­ ma que todo cuanto conste por la E scritura merece fe divina, como dictado por el Espíritu Santo, siquie­ ra se trate de cosas no pertenecientes al objeto p ri­ mario, ó p e r se (1) de la fe católica; pero 110 perdien­ do de vista que esto sólo tiene lugar cuando se trata de cosas que consten ciertam ente como contenidas ó enseñadas en la Escritura, y 110 de cosas-sujetas á in­ terpretaciones diferentes y no auténticas de textos bíblicos. Es decir, que lo dicho hasta aquí procede en la hipótesis de una cuestión científica resuelta por el autor bíblico en determinado sentido; pero como quie­ ra que por punto general las cuestiones científicas que se pretenden resueltas por la Biblia no lo están en realidad, porque los textos bíblicos que á ellas so refieren son susceptibles de sentidos diferentes y de interpretaciones diversas — in his etiam san cti d iversa senserunt, scrip tu ra m divin am diversim ode exponentos

—resulta que es preciso proceder con suma pruden­ cia y con exquisita precaución al tratarse de pasajes bíblicos relacionados con las ciencias naturales. El pasaje bíblico, considerado en cuanto al sentido quo le daba el autor al escribirlo bajo la influencia del Espíritu Santo, es ciertam ente inspirado, y por lo mismo verdadero; pero el mismo pasaje ó texto, con­ siderado por parto de las interpretaciones partícula(i)

« Q u a cd a m etiím su n t per s e sub stan cia f id e i, ut D e u m e s s e Ir iu u m

e t u n u in , e t h u ju sm o d i, in qu ib u s n u lli lic c t íiliter o p ín a ri..,. Q u a ed am vero per accid en s ta n tu m , in q u a n tu m sc ü ic e t, in S c iip tu r a trad u n tu r, quam /id u s su p p o n it S p ir itu S n n cto d ic ta n te p rom u tgfitam e ss e ,... et in h is e tia m

rau -

cti d iversa sen se r u n t, S criptu ram d iv in a m d iv e r sim o d e e x p o líe n le s .* Sent. líb . n , c u e st. x n , art. 2.")

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

res de que es susceptible, es independiente de la ins­ piración divina hasta tanto que la Iglesia fije su sen­ tido auténtico. Una cosa es la inspiración de un te x ­ to biblico, y otra cosa es la interpretación del mismo. Teniendo presente esta distinción, juntam ente con la multiplicidad y variedad suma de interpretaciones y sentidos á que se prestan los textos sagrados que en­ trañ an alguna relación con los problemas científicos, se desvanecen casi siempre y sin dificultad las obje­ ciones y ataques que contra la Biblia se dirigen en nombre de las ciencias, según se v erá cuando llegue el caso de exam inar dichas objeciones. P a ra enton­ ces recordam os y recomendamos desde ahora á nues­ tros lectores, y con mayor razón á los que en nombre de la ciencia m oderna atacan á la Biblia, la hermosa doctrina de Santo Tomás, cuando nos dice que el E s­ píritu Santo dotó á la Sagrada Escritura de un fondo de verdad superior á las interpretaciones ó invencio­ nes del hombre: m a jo ri ve rita te eam S p iritu s Sanctus fa icu n d a vit , quam a liqu is homo adinven ire p o s sit; y so­ bre todo cuando nos dice que en nada se perjudica ó deroga á la autoridad de la Sagrada E scritura cuan­ do, dejando á salvo la fe, se interpreta ó expone de diferentes m aneras: A u c to rita ti ScripturcB in nullo dero g a tu r , diim d iversim ode expon itu r, sa lva tam en fide.

.

§ VI.

L a in spiración d ivin a en la B ib lia , con respecto d las citas y d las version es de la m ism a.

wLa inspiración (escribe Vigouroux) (I) no se ex­ tiende á los d icta aliorum , es decir, á las palabras ( I]

M a n u e lB M ., t o m o I, ar t. V

CAPÍTULO I.

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aducidas por los escritores sagrados, al menos en un gran número de casos. Pueden estas palabras ser verdaderas ó falsas; pero su verdad ó falsedad deben ser apreciadas por otro criterio, y no por el de su mera mención en la Sagrada Escritura. Las palabras citadas en el Salmo x m : N on est D eus, son cierta­ mente impías. Las palabras de los amigos de Job no son todas laudables, puesto que el mismo Dios les di­ ce: N on estis locuti rectum . Tampoco puede decirse, sin embargo, que todas sean vituperables, en aten­ ción á que San Pablo aprueba las siguientes palabras de Eliphaz: Qui a ppreh en dit sapien tes in a stu tia eor u m ,...

“Por lo demás, cuando se tra ta de palabras ci­ tadas por los escritores sagrados, no es fácil en la práctica distinguir las que son inspiradas y las quo no lo son. La única regla general que es posible señalar es la siguiente: las palabras de los hombres v ir­ tuosos son laudables generalm ente, pero no las de los impíos. Esto no obstante, impíos, como Balaam y Cai­ fas, decían verdad, al paso que Elias se engallaba.. “Cuando las palabras reproducidas por el autor sagrado reciben su aprobación, entonces no hay du­ da acerca de su veracidad; pero no sucede lo mismo cuando no se pronuncia ni en favor ni en contra. En este caso, la presunción está en favor de los santos y en contra de los malos. Los discursos de los Apósto­ les en los A ctos son inspirados, porque sabemos que entonces estaban llenos del Espíritu Santo. En los Evangelios, San Pedro fué inspirado cuando confesó la divinidad de Jesucristo, pero no cuando le negó. “Por punto general, se pueden considerar como inspiradas las palabras, cuando están precedidas de la fórmula S crip iitm est, ú otra equivalente.,,

80

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

Por lo que hace á las versiones de la Biblia, 110 llevan consigo inspiración divina, al menos conside­ radas como meras versiones ó traducciones. Si algu­ na de éstas se considera como auténtica é inspirada, según sucede con la Vulgata, no es como simple v e r­ sión, sino en virtud de su conformidad real y subs­ tancial, con el texto original, definida y atestiguada por la autoridad infalible de la Iglesia, A causa de las narraciones que corriéron con más ó menos crédito, acerca de circunstancias pro­ digiosas y extraordinarias en orden al modo y forma en que se verificó la versión de los Setenta (1), algu­ nos padres y escritores eclesiásticos de los prim eros siglos, concedieron á dicha versión autoridad excep­ cional, considerándola como inspirada por el Espíri­ tu Santo, llegando alguno de ellos (2) á considerar como verdaderos profetas á los autores de aquella versión. San Jerónimo, sin embargo, á quien es preciso conceder competencia especial en la m ateria, des(1)

S e g ú n e l te stim o n io de F iló n , lo s setenta, y dos ju d ío s e n v ia d o s á

T o lo m e o F ila d e lfo para traducir al g r ie g o lo s lib ros sa g ra d o s, íu e r o n a lo ja ­ d o s en o t ras ta n ta s celd a s, y p ro ced ien d o á la v e rsió n sep a ra d a m en te, sin r eu n ir se n i co n su lta r u n o s con otros, r e s u ltó la v e rsió n e x a cta m e n te ig u a l por parte de to d o s, d e tal m anera, q u e, c o m o

esc r ib e e l cita d o F iló n : non-

alia alii, sed anines ad verbum ¿vidan, qitasi quopiam dictante singulis invisilíliter.

S an J u stin o , San Iren eo , C le m e n te d s A leja n d ría , S a n

E p ifa n io , con

a lg u n o s otros P ad res de la a n tig u a ig le s ia , d iero n créd ito á esta rela ció n , añ a d ien d o ó su p o n ien d o a lg u n o s de e llo s que lo s se te n ta y d o s in tér p r e te s j ud íos e stu v ie ro n encerrados de d o s en d os en celdas. (2)

E n con firm ación d e e sto , v é a se có m o se e x p r esa San

A g u s tín en

su fam osa obra D e Civilale D ei , al hab lar de la in terp reta ció n de lo s S e t e n ­ ta : Nano, qttac L X X est, tanquam sola esset, sic recepit Ecclesia caque utuntur graecipopitlichnstvmi, quorumpleriqne, uirum aliquasitalia, i g n o r a n ! ,.. , Spinltts enini qai tn firophHn eratt guando illa dixeruní, idem ipse eral in septteaginia viris quando illa interpretan san i.,,, S i igitur, nt oportet, mhít aliud intueanmr in Scriptaris illis n hi quid per ¡lamines dixerii D ei Spiriiits. quidqtrid

CAPÍTULO i;

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pués de vacilar al principio, niega inspiración divi­ na á la versión de los Setenta, á los que acusa ade­ más de haber quitado y añadido (longum est nune r e ­ volvere quania S ep tu agin ta de suo a d d id erin t, quania dim isserin t) al texto hebraico, y de haber ocultado su

ignorancia acerca del sentido de pasajes determ ina­ dos por medio de interpretaciones ó sentencias dudo­ sas: l i l i in te rp re ta ti sunt ante adventu m Christiy et quod n escíebant du bn s p ro tu le ru n t sen ten tiis . En arm onía con este modo de juzgar la versión de los Setenta, el mismo San Jerónimo rechaza tam ­ bién como fabulosa la leyenda de las setenta celdas en que se suponía que habían permanecido los in tér­ pretes hebreos durante su trabajo: N escio q u isp rim u s ctuctor 70 cellulas A le x a n d ria e m endacio suo extru xerit, quibus d iv isi eadem serip tita re n t, cum A riste a s et Josephus n ih il tale retu lerin t; s e d in una basílica con­ grégalos contulisse scriban t, non proph etasse.

Entre los teólogos y exegetas católicos de los tiempos posteriores á los Padres de la Iglesia no han faltado algunos que se inclinaban á conceder inspira­ ción divina á los Setenta, contándose entre ellos nues­ tro P. Mariana: E rgo eo in clin at anim us, ut, divino Nu~ m ine in sp ira n te } septu aginta In terpretes opus p erfecisse credam .

Antes de pasar á exponer el concepto protestan­ te de la Biblia, bueno será resumir y am pliar las ideas que hemos apuntado acerca de la naturaleza y est in hebraeis codicdnts el non est apud interpretes sepluaginla, noiuit m per istos, sed p e r tilos propicias D ei Spiritus dicere; qttidqmd vero est apud stpiuaginta, m hebrae.is autem codicibus non est, per islos en malmi, quam per Hilos, ídem Spiritus dicere, síc ostendetis ulrosque fuisse prophelas.

E sto n o o b sta n te , en o tro s lu g a res de su s obras, S an

A g u stín parece

atenu ar e sta o p in ió n y co n ced er á la v e rsió n de lo s S e te n ta , no un a v e rd a ­ dera in sp ir a c ió n d iv in a , sin o cierta a u to rid a d p r e em in e n te y e sp e c ia l.

6

82

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

condiciones de la inspiración divina en los libros ó textos bíblicos, exponiendo á la vez sumariamente las principales opiniones y teorías excogitadas y de­ fendidas por teólogos y exegetas que supieron discu­ tir y resolver el gran problema en diferentes senti­ dos, pero rechazando siempre el principio genera­ dor y las audacias consiguientes de la exegesis pro­ testante de que hablaremos oportunamente. Y ante todo, conviene no perder de vista la dis­ tinción profunda que es preciso admitir entre la re ­ velación y la inspiración divina cuando de la Biblia y sus libros se trata. La revelación , según se dijo a rri­ ba, implica la manifestación por parte de Dios de al­ guna verdad oculta ó desconocida al hombre que re­ cibe la revelación, ya se trate de una verdad superior á la razón humana, ya se trate de verdades conoscibles en absoluto por ésta, pero desconocidas de hecho al hombre á quien son reveladas por Dios. La in sp ira ció n , que también suele llam arse a sis­ tencia p o s itiv a , entraña y significa una impulsión y dirección divina, mediante la cual el Espíritu Santo gobierna y dirige la voluntad y la razón del escritor, p ara que no incurra en error y escriba aquello que Dios quiere é intenta. En este sentido y desde este punto de vista enseña hoy la teología católica, que los libros todos de la Escritura tienen á Dios por autor, toda vez que fueron escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, como enseña el Concilio Vaticano: S p i­ r itu Sancto in sp ira n te con scripti D eum habent m tetorem .

Por lo demás, no han faltado en épocas anterio­ res opiniones y teorías diferentes en la m ateria, se­ gún dejamos apuntado; opiniones y teorías que la Iglesia ha tolerado con su acostum brada prudencia, dejando en libertad á sus defensores p ara discutirlas,

c a p ít u l o i

.

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mientras no traspasaran los límites de las definicio­ nes dogmáticas. La historia de estas teorías y discusio­ nes es interesante si* duda, pero no entra en el plan y objeto directo de este libro, razón por la cual nos li­ mitaremos á indicar las principales, exponiendo suma­ riam ente su origen, desenvolvimiento y vicisitudes. a) L a in sp ira ció n verbal, teoría que pretende y afirma que todo cuanto se contiene en la Escritura fué inspirado por Dios, ora se tra te de las sentencias y conceptos, ora del estilo, la forma y las palabras m ateriales. b) La revelación d iv in a , en cuanto distinta de la simple inspiración y superior á ésta, de m anera que, según esta teoría, la revelación propiam ente dicha se extiende, si no á las p alabras, al menos á las co­ sas todas, sentencias y conceptos que se hallan en la Biblia. c) La a sisten cia p o s itiv a , ó sea la inspiración divina, según arriba queda explicada y definida, la cual, aunque no se extiende á cada palabra, se ex­ tiende á todas las sentencias, conceptos y noticias, sin excluir aquellas cosas que el escritor sagrado co­ nocía por medios naturales y humanos. d) La a sisten cia n egativa , que reduce la inspi­ ración divina de un libro sagrado á que su autor sea preservado de caer en error al escribir las cosas que conoce por medios naturales. De m anera que, en re a ­ lidad de verdad, la inspiración divina p a ra los libros de la E scritura en esta teoría, se confunde é identifica con su infalibilidad. Á esta opinión, defendida por Ri­ cardo Simón y Dupin en el siglo x v n , parecen adhe­ rirse en el nuestro algunos exegetas, entre los que sobresalen Janssens (1) y Jahn. ( i)

D e sp u é s de a sen ta r qu e la a sisten cia d iv in a c o n s is te e n el a;¡xi!io

LA BIBLIA Y LA C IE S OIA

84

e) La a sisten cia n egativa lim ita d a , ó particular, opinión que circunscribe la asistencia negativa de que se ha hablado á aquellas partes de la Escritura que son d o ctrin a les , ó tienen conexión con las partes doctrinales. Según esta teoría, más propia de protes­ tantes (1) que de católicos, en las cosas de la Sagra­ da Escritura que son ajenas al propósito ó intento principal del escritor, éste no recibe de Dios auxilio alguno especial al efecto, sino el general que conce­ der suele á los escritores piadosos, si hemos de dar crédito á Holden: In iis vero , quee non sím t de in stitu to scrip to risj ved ad a lia ref&runtur , eo tantu m subsidio Dernn illi a d fu isseju d ic a m u s, qwod p iis s im is au ctoribus com m une sit. f) La in sp ira ción subsiguiente ó posterior, teo­

ría según la cual, p a ra que algún libro de la Biblia se diga canónico é inspirado, no se necesita ni si­ quiera la asistencia negativa del Espíritu Santo p re ­ servando al autor de e rra r ó equivocarse al escribir cosas naturalm ente conocidas, sino que basta que después de escrito el libro, Dios declare, ó por sí mis­ mo, ó por medio de la Iglesia, que no contiene error alguno. En esta teoría, como en la de la asistencia negativa, se confunde ó identifica la inspiración divi­ na de un libro canónico con su infalibilidad, pero en con qu e D io s preserva de error a l autor q u e escribe cosas c o n o c id a s por otro co n d u cto (qtio Dcus auclorem res ilh aliunde notas scriheniem ah errore praeservatj, J an ssetis c o n c lu y e d ic ie n d o qu e la in sp ira ció n d iv in a

tie n e lu g a r en

lo s v a tic in io s y m iste r io s, pero en orden á lo s lib ro s d o c tr in a le s é h istó r ic o s e s s u fic ie n te la a s isten cia en e l se n tid o arriba in d ica d o : Inspiralioproprie dic­ ta adest m vatkiniis ac mys tenis , adnstentia Spintus Sanctí est iu historias ac doctrinalibus, quae scriptonhus sacris alinnde cogulla ¿rant.

(I)

A d em ás d e E rasm o, qu e parece haber o p in a d o de esta m an era por

a lg ú n tie m p o , esta teo ría íu é d e fen d id a por el fam oso A n to n io de D o m in is en su República CAristia?ial que e scrib ió d e sp u é s de su a p o sta sía , y tam b ién por H u g o G rocio y p o r S p in o za .

85

CAPÍTULO I.

la última se supone y admite que Dios ó el Espíritu Santo preserva de error al autor mientras escribe el libro, al paso que en la de la inspiración subsiguien­ te basta que, después de escrito éste con entera in­ dependencia de asistencia especial de Dios, conste por autoridad competente divina que no contiene error. Esta teoría, que durante el siglo xvi fué obje­ to de vivas y animadas controversias (1), fue m irada siempre con desvío por la casi totalidad de los exege­ tas y teólogos católicos; desvío justificado, no sola­ mente por las razones poderosas que en contra mili­ tan, sino principalm ente por las decisiones conciliares do la Iglesia, y, sobre todo, por la del reciente Conci­ lio Vaticano. Los términos relativam ente generales que empleó el Concilio deT rento al afirmar y definir que los libros que constituyen é integran la Biblia católica, deben ser tenidos por sagrados y canónicos (2), sin descender á detalles acerca de las condiciones y razón suficiente de su carácter sagrado y canónico, dejaron el camino abierto á diferentes opiniones y teorías, y entre ellas á la que aquí nos ocupa, cuya defensa es ciertam ente difícil, si no imposible, para fi)

S a b id o es q u e e sta teo ría fu é en sen a d a por los te ó lo g o s je s u íta s

L essio y D u -H a m e l, en la tercera d e las tres p r o p o sic io n e s c e n su ra d a s p o r la U n iv e r sid a d d e L o v a in a . Líber aliqitis, se d ecía en la c ita d a p r o p o sic ió n (qitahsforte est secundus Machabaeontm) , humana industria, sitie assistenl'ia Sprri/.tts Sanch scripins, si Spiritns Sanchts postea les tetur nihil ihi esse falsttm , efficitur Scriphtret sacra.

A c o n sec u e n c ia de las p o lé m ica s en ta b la d a s con e s t e

m o tiv o , e sc r ib ió

L e s s io un a e sp e c ie d e v in d ic a ció n d e su do ctrin a en tr e in ta y cu a tr o te s is , y en e lla aLetiúa, en p a rte, la cru d eza d e la p ro p o sició n m e n c io n a d a . (2)

« S i q u is a u tem lib ro s ip so s (V . e t V . T e s ta m e n ti a n tea n u m éra lo s)

ín te g r o s cum ó m n ib u s su is partibus^ prout in E cc le sia C a ih o lic a le g i

con -

su e v er u n t, et in v e te ri V u lg a la la tin a e d itio n e .h a b e n tu r , pro sa cris e t canon ic is n o n su sc e p e r it..,. a n a th e m a sit.» (S e ss.

86

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

cualquier católico, después de las palabras con que el Concilio Vaticano expone y deñne que los libros de la Escritura se dicen sagrados y canónicos, entre otras razones, porque tienen á Dios por autor, habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo (1), además de contener la revelación divina: P ro p terea quod S p ir itu Hanoto in sp ira n te conscripti, D m m hábent auctovem .

Veamos ahora lo que es la Biblia p ara el protes­ tantismo y en el protestantismo.

(i)

H e a q u í e l te x to d e l C o n c ilio : « E o s v ero E cc le sia pro sacris et ca-

mmith h * b et, non id e o qu od so la h u m a n a in d u stria c o n c in n a ti, su a

d e in d í

au c to r ita te sin t ap p ro b a ti, n ec id eo d u m ta x a t, q u od r ev e la tio n e m sin e e n o re co n tin ea n t; sed p r o p terea q u o d S p iritu S a n c to in sp ir a n te c o n s c r ip ti D eu m h a b en t auctorem .» (S ess. 3.a C o n st. D o g r a a l. D e i Films, cap. 11.)

CAPÍTULO II

LA BIBLIA EN LA IGLESIA PROTESTANTE.

virtud del principio disolvente del libre exa­ men aplicado á la Biblia, principio que constituye, como es sabido, la idea madre del p ro ­ testantismo, éste debía dar entrada y m ateria á teo­ rías y opiniones múltiples y encontradas acerca de la Biblia y su contenido, teorías y opiniones que pueden refundirse y condensarse en dos fundam enta­ les, que son la teoría bíblica del protestantismo orto­ doxo, y la teoría bíblica del protestantism o liberal, que también pudiera denominarse exegético-naturalista y racionalista.

§ I. L a B ib lia p a r a el pro testa n tism o ortodoxo.

P a ra Lutero, Calvino y sus primeros discípulos, ó sea p a ra el protestantism o en la prim era etapa de su existencia y evolución, la Biblia, no solam ente es un libro inispirado por Dios en todas sus partes, sino

88

LA BIBLIA Y LA ÜIEJíCIA

que contiene clara y evidentemente cuanto es preciso creer, obrar y esperar para conseguir la vida eterna. Nada de verdades concernientes á la fe ó la mo­ ral contenidas en la tradición, porque la Bibla basta p ara todo y lo contiene todo. Nada de interpretacio­ nes bíblicas por medio de una Iglesia ó de una auto­ ridad infalible asistida al efecto por el Espíritu Santo. La conciencia propia, el examen personal, la inspi­ ración privada, bastan para descubrir y conocer las verdades dogmáticas y morales contenidas en la Bi­ blia. En el presente, lo mismo que en los siglos pasa­ dos y en los futuros, no hay más autoridad competente que la Biblia, interpretada según las luces é inspira­ ciones de cada cual. En m aterias religiosas, la Biblia y nada más que la Biblia. Entre el hombre y Dios no hay más que la Biblia sometida al libre pensamiento. Tal es el dogma fundam ental del protestantismo primitivo, del protestantismo tal como le concibieron y enseñaron Lutero, Calvino y sus discípulos primeros. Con el objeto de sostener este dogma fundamental del protestantismo que sometía la Biblia al examen y juicio de todo el mundo, fué necesario conceder á la misma una claridad de ideas y una facilidad de inter­ pretación al alcance del hombre rudo lo mismo que del sabio. Así lo hicieron los primeros secuaces del protestantismo, los cuales, impulsados por las leyes de la lógica, á la vez que por los ataques de los ca­ tólicos, convirtieron la Biblia en una especie de divi­ nidad, y cayeron en la bib lio la tría , en expresión de un protestante contemporáneo, cuyas palabras m ere­ cen citarse y son dignas de reflexión por parte de los protestantes de buena fe:“L a Biblia, escribe Fontanés en E l C ristianism o m odern o , fué investida (por los primeros protestantes) de atributos que ciertam ente

CAPÍTULO I!

89

no era fácil justificar. Ensenaron entonces que era perfecta, sin obscuridad, inteligible para todos, y que contenía cuanto era necesario p ara la salvación. Lutero declaró que la E sc ritu ra no pu ede equivocarse, y que es una im p ie d a d y una blasfem ia sostener que las E sc ritu ra s son obscuras. La Biblia se convirtió bien

pronto en una especie de papa de papel, y como el Soberano Pontífice, vino á ser el representante de Dios y de Cristo. El rígido ortodoxo Calow, sostenía que los escritores sagrados sólo habían llevado á las revelaciones divinas sum anoy su boca... A principios del siglo x v n i, el superintendente de Grotha', Jorge Nitsche, componía una obra con el siguiente título: L a /Santa E sc ritu ra es el m ism o D io s ó es una c ria tu ra ? Y ciertam ente que cuando se sabe á qué grado de biblio­ latría ha podido descender el protestante, no hay motivo p ara extrañarse que un pobre salvaje, viendo pasar á uno de nuestros misioneros con la Biblia de­ bajo del brazo, haya exclamado: “Ved allí el Dios de este hombre, y ¡qué Dios!; lo lleva en el bolsillo, mientras que nosotros tenemos los nuestros en el tem plo. „ Cuán infundada sea la teoría del protestantismo ortodoxo acerca de la Biblia sometida al examen y juicio de todos los hombres, pruébalo bien claram en­ te la obscuridad de la misma, reconocida y confesada por cuantos de buena fe han tratado esta cuestión (1), (i)

Dico ergo, escrib e B rou ferio á e ste p ro p ó sito , Soriplnram esse admo-

durn obscurani et difficilem. Prohnt id primo evidenter cxpermüia; quot.ns cniui quisque esí, licet doctissimus, et mitUum diuqnt cum sudare in Scripturis versatus qui non se eorum^ qitae in Scriphtra sunl, vix minimam par U n í capere, ubique ohscuritates éís¿t ubique diflicultales suóoriri, e qmhus íxíricare se non possit, expenaiur, ut v d stolidus esse debeat qui hoc neget, vel extreme sttperfuts, qui id de sepraesumat^vel sunime maliliosus, qui hoc sen¿o utatnr ad defendendam snam impietalemveloppugnandam veriM pn.

( Praeloq, in tot. S a i p l . s a c c. IX seo. 2,")

90

LA BIBLIA T LA CIEKCIA

y, sobre todo, por los que se han ocupado en comen­ ta r la Sagrada Escritura. La existencia sola de tan numerosos comentarios de ésta, publicados por los varones más doctos de todos los siglos desde los p ri­ meros tiempos de la Iglesia hasta nuestros días, cons­ tituye una demostración palpable de la obscuíidad y dificultades que ofrecen los textos bíblicos, cosa de­ mostrada además por la variedad y diversidad de in ­ terpretaciones de un mismo texto por parte de muchos Padres de la Iglesia y de com entaristas los más doc­ tos y competentes. Yese por lo dicho hasta aquí, que el concepto del protestantismo ortodoxo respecto de la Biblia convie­ ne con el concepto del catolicismo en orden á la exis­ tencia de la inspiración divina; pero al propio tiempo se separa radicalm ente de este último en orden á la interpretación de la Sagrada Escritura, y también en orden á la autenticidad canónica de la misma. P ara el primero, el sentido de los textos bíblicos escritos bajo la inspiración de Dios, es claro y evidente de su­ yo, al menos en las cosas relacionadas con la fe y las costumbres, y, en todo caso, pertenece al hombre fi­ ja r aquel sentido de los textos en arm onía con sus propias inspiraciones y liices. P a ra el segundo, el sentido de muchos textos bíblicos, aun entre los que dicen relación al dogma y la moral, es obscuro, difícil y ocasionado á diversidad de interpretaciones: si la Biblia, pues, como libro destinado á enseñar al hom­ bre las verdades necesarias á su salud eterna, ha de llenar este objeto, es preciso qué haya alguien encar­ gado por el autor de la Biblia de fijar el sentido y alcance de su contenido; este alguien íes la Iglesia católica, órgano vivo, perm anente é infalible en la m ateria.

CAPÍTULO II.

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Análoga es la diferencia de opinión y procedímiento que existe entre el protestantismo y el catoli­ cismo en orden á la autenticidad canónica de la Bi­ blia, pues, mientras el último tiene criterio fijo y se­ guro en la autoridad de la Iglesia, el primero carece de toda seguridad y de criterio fijo, pudiendo decirse que para los protestantes el criterio, en orden al ca­ rácter canónico de los libros bíblicos, se subordina generalm ente á las opiniones doctrinales de cada in­ dividuo y á las teorías, ora dogmáticas, ora exegcticas, formuladas á p r io r i. Bien puede decirse que este criterio es el que domina y prevalece entre los rep re­ sentantes del protestantism o, desdeL uterohastaB aur. Si el padre de la Reforma negaba autenticidad canó­ nica á la Epístola católica de Santiago el Menor, por­ que ésta es incompatible con la doctrina luterana acerca de la justificación por la fe sola sin obras, el jefe de Ja escuela de Tubinga, á su vez, rechaza co­ mo apócrifas varias epístolas de San Pablo, negándo­ les autenticidad canónica-, lo mismo que á otros libros del Nuevo Testamento, sin más razón que el no h a­ llarse en arm onía con su famosa teoría sobre el paulinismo y pctrinismo de los primeros tiempos de la Iglesia. Las exageraciones del protestantismo ortodoxo acerca de la Biblia, debían producir naturalm ente una reacción en sentido contrario, en virtud de la cual la Biblia, después de haber sido considerada po­ co menos que como una divinidad, debía descender al rango de obra puram ente humana. Por otra parte, el principio disolvente del libre examen, aplicado á la Biblia, debía producir, más tarde p más tem prano, sus consecuencias naturales, La lógica es inflexible en sus leyes y deducciones, y

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

si la razón individual es el único juez competente p a ­ r a desentrañar el contenido de la Biblia, ¿por qué no ha de serlo igualmente para reconocer y juzgar su naturaleza, su origen, y los fundamentos en que des­ cansa la creencia en su inspiración divina? Luego, en fuerza del principio mismo substancial del protestan­ tismo; en virtud de su dogma fundamental, la razón humana individual está en su perfecto derecho cuan­ do discute, critica y consiguientemente se entrega á dudas y negaciones respecto de la inspiración y o ri­ gen divino de la Bibiia. Y hé aquí ya al racionalism o exegéfcico llamando á las puertas del protestantismo ortodoxo. E ra el protestantismo ortodoxo un edificio asentado sobre la movediza arena del libre examen bíblico, y la idea racionalista, al ponerse eu contacto con ese principio, y desenvolver sus lógicas conse­ cuencias, debía arrancar y arrancó de hecho uno á uno los sillares de aquel edificio, apesar de haberse levantado repentinam ente en medio de la Europa, atrayendo sobre sí las miradas de los reyes y los pue­ blos, y apesar de su aparente fuerza y solidez.

§ II. L a B ib lia según el pro testa n tism o liberal.

D urante los siglos xvi y xvii conservó el protes­ tantismo cierta unidad externa, á la vez que suficien­ te energía para m antener en sus secuaces el concepto bíblico enseñado por sus fundadores. Debida aquella unidad y esta energía en gran parte á las luchas con­ tinuas y tenaces contra la Iglesia católica, cuando cesaron éstas, y la llam ada reform a adquirió carta de naturaleza en la Europa, consolidando su posición

CAPÍTULO ir .

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y sus aspiraciones á la sombra de la monarquía p ru ­ siana y de la revolución inglesa, el protestantismo, al replegarse sobre sí mismo, observó con espanto que en su rededor, y también en su seno, se cruzaban co­ rrientes de irreligión y de racionalismo, y, lo que era más grave todavía, advirtió que estas corrientes fu­ nestas brotaban de una m anera espontánea y lógica de aquel libro esam en bíblico que constituía su dog­ ma fundamental. Los ensayos exegético-racionalistas verificados en Inglaterra por los Collins, los Wolston y los Chubb, á la vez que las teorías deístas y naturalistas de Toland, Shaftesbury, Morgan,Bolingbroke y tantos otros, transportadas por Voltaire y vulgarizadas por sus amigos en Francia, encontraron acogida favorable en -la corte de Federico II dePrusia, desde la cual se extendieron y propagaron por las. comarcas germ á­ nicas. Así sucedió que, mientras á la sombra de las escuelas, de los periódicos, y, sobre todo délos ejem­ plos de la corte de Federico, se extendía silenciosa­ mente la indiferencia religiosa en las clases popula­ res, el virus racionalista había penetrado lentam ente y como á la callada en la inteligencia y corazón de las clases superiores é ilustradas. Las publicaciones de Nicolai, y principalm ente su b ib lio te c a alem ana u n iversal, contribuyeron no poco á la propagación in­ sensible de la indiferencia y del racionalismo bíblico en los espíritus, cuyo estado general en Alemania, en este orden de ideas, puede compararse á una mina que sólo esperaba una chispa para hacer explosión repentina y producir incendio pavoroso. Esta chispa fueron los famosos F ragm entos de W olfenbüttel (í), cu­ li) E sto s fragm enLos son com o otra s ta n líis d ise rta cio n e s, qu e llevan lo s s ig u ie n te s títu lo s : i . ® D e la to lera n cia de los d eísta s, z. ° D e l uso ó

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

y a historia y efectos resume con acierto Vigouroux (1) en los siguientes términos: “Si el F ragm entista de W olfenbiitteí suscitó tempestades tan violentas entre los protestantes de Alemania, es porque les descubrió que eran menos cristianos délo que creían. La prim era parte de los célebres F ragm entos fué publicada en 1774. Esta fecha es la del nacimiento de los ataques serios y razonados de la critica germ áni­ ca contra la Biblia. El que comenzó entonces la obra que Strauss debía consumar, era Lessing, G-ozaba Lessing en su país de una grande reputa­ ción, debida á sus talentos literarios y al vivo impul­ so que había comunicado á la literatura nacional. Ejercía por lo mismo sobre los espíritus una conside­ rable influencia. Sus ideas filosóficas estaban lejos de ser sanas, y sus ideas religiosas no tenían de cristia­ nas más que el nombre. Spinoza, según su propia confesión, era su hombre,,, y había adoptado una parp ráctica de desacred itar l¡i razón. 3. 0 D e !a im p o sib ilid a d de a d m itir u n a r e ­ v e la c ió n ú n ica para to d o s lo s hom bres. 4 . 0 D e la im p o sib ilid a d d e ad m itir e l paso d e l M ar R o jo por lo s hebreos, 5, 0 D e la im p o sib ilid a d de e n con trar u n a r elig ió n en' el A n tig u o T e sta m e n to . 6. 0 D e las narraciones e v a n g é lic a s sob re la resurrección de J esu cristo , 7 - 0 E l plan d e J e sú s y d e su s d isc íp u lo s. E l autor de esto s Fragmentos, tan tr iste m e n te c éleb re s, fu é H . S a m u e l R e i m a n ís, seg ú n se d ic e en

el tex to , y form an parte de su Apología de los

adoradores de Dios según la razón, q u e d e jó escrita á su m u erte, au torizan d o

su p u b lica ció n bajo cierta s c o n d ic io n e s. U n a hija d e l autor c o m u n icó el m a­ n u scrito de R eim a ru s á L e ssin g , e l eual p u b lic ó e l p rim er tratad o ó fra g m en ­ to en 1774, y lo s s e is r esta n te s en 1777 y 78, bajo ei e p íg ra fe d e Fragmentos de un desconocido. E l p ú b lic o a trib u y ó ésto s al m ism o L essin g 1, con tan ta m a­

y o r ap arien cia de verdad, c u a n to q u e v e ía á é ste d e fe n d er lo s con e l m ism o tesón é in te r é s qu e si fu ir a su autor, sien d o d e notar q u e supo guardar el secreto de ta l m anera, q u e por e sp a cio de cerca de m e d io s ig lo la o p in ió n p ú b lica s ig u ió co n sid erá n d o lo com o autor d e a q u e llo s e scrito s. S ó lo en 1814 s e supo con certeza que el autor verd adero d e lo s Fragmentos de un desconoci­ do hab ía sid o R eim arus, g ra cia s á ¡as r e v e la c io n e s h ech a s por G u r lítt, p r o fe ­

sor en H am b u rgo. (1)

La Bihle et ¿es Dér.mnertes m o d e r n to m o 1, p á g in a s 18 y s ig u ie n te s.

CAPÍTULO II.

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te notable de sus opiniones.,, Creía que el Cristianismo es independiente de la Biblia, y pretendía que se po­ día negar la autoridad de ésta sin rechazar su fondo. No había creído conveniente, sin embargo, rev elar al público sus sentimientos teológicos. Una circuns­ tancia fortuita le permitió darlos á conocer bajo la salvaguardia de un desconocido. En 1768 habia muerto en Hamhurgo un profesor de filosofía llamado Samuel Reimarus. Dejó éste en­ tre sus papeles un manuscrito titulado A pología en f a v o r de los a d o ra d ores de D io s, según la razón (1). Sus herederos comunicaron una copia del manus­ crito á Lessing, bibliotecario á la sazón del duque de Brunswick en W olfcnbüttel. Este publicó un prim er extracto del mismo en 1774, con el título de F ragm en­ tos de un desconocido , en sus D ocum entos p a r a serv ir d la lite ra tu ra . En 1777 publicó otros cinco extractos, y al año siguiente apareció el séptimo y último. En la historia son conocidos estos extractos con el nom­ bre de F ragm entos de W olfenbüttel. L a publicación de Lessing estalló en Alemania como un rayo. E ra aquella una ruptura completa con la Biblia, Lutero nos ha libertado del yugo de la tra ­ dición, escribía el mismo Lessing contra G-otze: ¿quién nos libertará del yugo de la letra, que es más inso­ portable todavía? Contaba trabajar eficazmente para realizar esta emancipación haciéndose editor de Sa­ muel Reimarus, y en verdad que no se equivocaba. (I)

E l m a n u scrito d e R e im a r u s era latí e x te n so , que p o d ía form ar cu a ­

tro m il p á g in a s en cu a rto . S i se h u b iera p u b lica d o ín teg ro , 110 h u b iera p ro­ d u cid o p r o b a b lem en te ta n to ru id o ni tan d esastrosos efecto s, porqu e pocos le c to r es se hab rían e n co n tra d o con fuerza y v a lo r su ficien tes para leer e ste e n orm e facíum . L e s s in g , a l ex tra cta rlo y p u blicar só lo d eterm in a d o s lin i m e n ­ to s, e lig ió el c a m in o m ás s e g u ro para fa c ilita r la propagan da d e bus ideas an lib íb lic a s y r a cio n a lista s.

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LA B IBL IA Y LA CIENCIA

Todos los extractos ó fragmentos que había sa­ cado de la A pología estaban elegidos con gran arte, y, al publicarlos, había seguido una sabia gradación. Comenzó por reclam ar la tolerancia en favor de los deístas en 1774, pero sin atacar todavía directam ente á la religión revelada: después, en 1777, dirigió sus ataques contra la revelación en general, y á seguida contra el Autiguo Testamento, abordando en último lugar la lucha contra el Nuevo Testamento. El p ri­ mer F ragm ento había producido ya una viva emoción, pero la indignación no conoció límites cuando se le ­ yeron las objeciones acumuladas contra la revelación y contra la resurrección de Jesucristo... Como si hu­ biera querido echar aceite en el fuego, en medio de esta irritación universal, Lessing publicó el séptimo y último F ragm ento, el más violento de todos, el P lan de Jesús y de sus discípu los.

No contento con haber tratado á Moisés de impostor, el desconocido , que la mayor p arte de las gen­ tes creían que era el mismo Lessing, no se avergon­ zaba de lanzar la misma acusación contra Nuestro Señor Jesucristo. Pretendía, sin embargo de esto, se­ gún lo han hecho después la mayor parte de los r a ­ cionalistas alemanes, que no dejaba de ser cristiano, y hasta ser el verdadero cristiano.... Se proclam aba á sí mismo partidario de Cristo, y al propio tiempo reducía á su maestro á las proporciones de un patrio­ ta que no había rehusado apelar al engaño para con­ seguir sus fines. El designio de Jesucristo era noble y generoso: quería animar al pueblo judío con una nue­ va vida y restituir su antiguo esplendor á la teocra­ cia: para alcanzar estos fines, todos los medios le parecieron buenos. Se entendió con Juan Bautista, que se hizo su cómplice. Convinieron en recomendarse

CAPITinCOTL

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mutuamente, y duplicar de esta suerte su populari­ dad y su influencia sobre las masas. El momento fija­ do para la ejecución del plan de Jesús era la fiesta de Pascua. En el día que llamamos Domingo de Ramos, ol reform ador excitó á la muchedumbre contra los príncipes de los sacerdotes y los grandes de la na­ ción, por medio de su entrada revolucionaría en Jerusalén; después, por un acto de una tem eridad y de una audacia inaudita, violó la m ajestad del templo. Esto era demasiado; su ardor le arrastró más allá de los justos límites; fué arrestado, condenado y ejecu­ tado. Todos sus magníficos proyectos de regeneración social del pueblo judío vinieron así á estrellarse con­ tra un obstáculo que 110 había previsto, contra la cruz. Se arrepintió entonces de su empresa, y expi­ ró, quejándose de que Dios le había abandonado. P a­ ra salir de la situación crítica en que el suplicio de su Maestro los había metido, los Apóstoles inventaron el cuento de su resurrección y espiritualizaron la doc­ trina del reino de Dios. Como se ve, era imposible negar de una m anera más insolente la autoridad de las Santas Escrituras y la fe que se les debe. Llevar la audacia hasta ne­ gar la sinceridad de Jesucristo, pasaba todos los lí­ mites. Todavía no se habían habituado en Alemania á escuchar tales blasfemias. Cuanto m ayor había sido hasta entonces el respeto á la palabra de Dios, tanto fué mayor el escándalo, sobre todo, procediendo el ataque de un hombre célebre, como lo era Lessing: desde el establecimiento del Cristianismo, jam ás la religión había sido atacada é insultada tan grosera­ mente. Así es que la reacción fué violenta. Por todas partes se levantaron grandes gritos y protestas. Los mismos racionalistas, que comprendieron que el len­

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guaje insolente del fragm entista comprometía mucho su causa, lo combatierom con vehemencia. Semler, que pasaba por jefe de los racionalistas, escribió que Lessing merecía ser encerrado en una casa de de­ mentes. „ Las ideas del que pudiéramos llam ar editor res­ ponsable de los Fi'agmentos, no deben confundirse ni identificarse con las del autor de aquellos, por más que con ellas tienen muchos puntos de contacto y afi­ nidad innegable. Reimarus, al acometer su em pre­ sa, al escribir sus famosos F ragm entos , ó, mejor di­ cho, su A p o lo g ía de los adoradores de D io s según las luces de la ra zó n , si por un lado suscitaba contradic­ ción y escándalo en la inteligencia y en el corazón de las muchedumbres, ó del vulgo, y entre la generali­ dad de los pastores protestantes, por otro lado se con­ virtió en cco fiel de las aspiraciones é ideas, más que racionalistas, puram ente naturalistas, que palpitaban en el fondo de no pocas inteligencias, pertenecientes á las clases ilustradas y á las de alta sociedad. El amor y respeto que profesaba á su maestro Wolf, no 1c impidieron refutar y rechazar la distinción que éste solía establecer entre la religión natural, que se p u ed e dem ostrar (1), y la religión revelada, que no se p u ed e demostrar. De aquí á rechazar y negar en nombre de la razón natural y de la ciencia los ele­ mentos sobrenaturales en religión, no había más que un paso, y el autor de la A pología no tardó en dar ese paso, despojando al Cristianismo de todo elemento sobrenatural y verdaderam ente revelado. Obligado por las exigencias ineludibles de la lógica, el profe­ sor del gimnasio de Hamburgo pretende explicar y (i)

Vid. F o n t a n a s : Le Chrislianisme moderne^ páginas 43 y siguie nte s.

CAPÍTULO

ir.

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atribuir al fraude y la impostura los elementos sobre­ naturales y los heelios milagrosos de que se nos h a­ bla en la Biblia. Hay que reconocer que Lessing es más circuns­ pecto en la forma y en el fondo que su amado autor de los F ragm entos, no ya sólo porque evita ciertas frases excesivamente crudas de Reimarus, sino porque re­ chaza su hipótesis del fraude é impostura por parte de los escritores bíblicos, sustituyendo á aquella hipóte­ sis la teoría menos violenta y radical de los m itos, la hipótesis de la formación sucesiva de la leyenda. De aquí es que rechaza y desaprueba la opinión del autor de los Fi'agmentós cuando, para explicar la resurrec­ ción de Jesús, supone que los discípulos robaron su cuerpo, observando con justicia que existe verdadera “incompatibilidad entre la perpetración de semejante superchería y el entusiasmo de los Apóstoles al pro­ clamar en el mundo la realidad de la resurrección,,, El concepto de la personalidad.de Jesús y de las relaciones entre el Cristianismo y el Judaismo es tam ­ bién diferente en Reimarus y Lessing, pues mientras para el primero Jesús 110 es más que un Ráblri más ó menos sabio y virtuoso, y el Cristianismo una prolon­ gación accidental del Judaismo, el segundo, sin admi­ tir la divinidad de Jesucristo, coloca en pedestal p re ­ eminente y excepcional su personalidad, concede á la religión por él fundada caracteres de originalidad, y de religión fundada para traspasar los estrechos lími­ tes, 110 ya sólo de la nacionalidad, sino de toda la raza semítica. Lo cual, lo mismo que otras discrepancias en el terreno religioso, no impiden que exista identi­ dad real y substancial de pensamiento entre los dos escritores, toda vez que uno y otro coinciden en des­ pojar á la religión de Jesucristo de su carácter sobre­

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natural, en negar la revelación divina externa, en rechazar el milagro. Y digo revelación extern a, porque aunque Lessingnos habla algunas veces de revelación, ésta no es más que la evolución progresiva de la in­ teligencia humana: se tra ta de una revelación que n a ­ da com unica al género humano, d g u ela ra zó n del hombre no p u ed e llegar p o r s í m ism a} en expresión del mismo

Lessing; resultando de aquí que la religión es un he­ cho inmanente en el hombre, y no una cosa producida por la acción de Dios sobre la humanidad. Cuando la razón humana, á virtud de su evolución progresiva, habrá llegado Á transform ar en verdades racionales y naturales lasque hoy llamamos vérdades reveladas, habrá llegado el tiempo d éla consumación, la era del E vangelio eterno, presentido y anunciado por algunos místicos de otros tiempos. ílJl vien dra, il vien dra certainem ent l e jo u r de la conson im ation, le jo u r d ’uu nouvel E va n g ile étern el .„ y

§ nr. Continuación del m ovim iento bíblico-racion alista entre los protestan tes: fase n a tu ra lista de su exegesis.

En medio y á pesar deL escándalo grande produ­ cido en las clases populares por la publicación de los F ragm entos, y, especialmente por la del último, y en medio y á pesar también de las impugnaciones escri­ tas por las clases ilustradas del protestantismo y has­ ta por los partidarios más ó menos encubiertos del ra ­ cionalismo, es lo cierto que las ideas de Reimarus y Lessing produjeren honda impresión y arraigaron con rapidez en la inteligencia y corazón de los hombres de letras, sin excluir á los ministros y pastores de la

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iglesia protestante. Ya queda indicado arriba que la una y el otro, la inteligencia y el corazón, estaban de antemano convenientemente preparados p ara el in­ cendio, gracias á las ideas deístas, unidas á la co­ rrupción de costumbres y á la indiferencia religio­ sa, que irradiando desde la corte del rey filósofo, se extendieron por los diferentes países germánicos. A estas causas generales, bien puede añadirse otra especial que contribuyó, acaso con más fuerza que aquellos, á la propagación del incendio iniciado por los F ragm entos de W olfenbiittel. Tal es la doctrina de Spinoza, la cual contiene, en germen unas veces, y otras de una m anera explícita, la mayor parte de las teorías exegético-racionalistas que han venido sucediéndose en Alemania (1), según veremos en los lu­ gares correspondientes. La consecuencia inmediata de los F ragm entos pu­ blicados por Lessing, fué la duda primero, la atenua­ ción después, y por último la negación real de la ins­ piración divina en la Escritura, inspiración que hasta entonces había sido dogma fundamental y creencia inconcusa p ara los protestantes. Lessing había escri­ to: “La letra no es el espíritu, y la Biblia no es la re ­ ligión: por consiguiente, las objeciones contraía letra y contra la Biblia no son objeciones contra el espíritu y contra la religión. La religión no es verdadera por­ que la enseñaron los Evangelistas y los Apóstoles, sino que éstos la enseñaron porque es verdadera.,, Las ideas de Lessing no podían menos de encon­ trar eco en inteligencias saturadas de antemano por ji] E n su Introducción ti ¿as obras de Spinoza, S a is s e t escribe lo s ig u ie n ­ te: « E x iste n dos h om bres en S p in o z a : e l lib re p ensador d e l tratad o Teotógico-polüicQ, para el cual la s p ro fecía s no son m ás que ilu sio n e s ó sím b o lo s; los

m ilagros, parábolas ó h ech o s n atu rales; M oysés, un gran p o lític o ; J esu cristo un alm a s a n ta y el prim ero de lo s sa b io s,» {Q jiw res de Spinoza, t. I, pág. n .)

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

las doctrinas deístas y spinozistas, a la vez que en con­ ciencias enervadas y corroídas por la indiferencia re ­ ligiosa. Á la poderosa y súbita repercusión producida en los espíritus por las publicaciones del editor de los F ragm entos de Reimarus, respondió instantáneam ente en el seno del protestantism o un movimiento de exe­ gesis naturalista, á virtud del cual la religión cristia­ na quedó separada de la Biblia, ésta quedó reducida á las condiciones de una obra puramente humana, y su interpretación debíasujetarse á las reglas genera­ les de critica aplicables á cualquiera producción lite­ raria, pudiendo decirse que desde entonces el protes­ tantismo dejó de existir como religión; porque el protestantismo, ó es nada como sistema religioso, ó es la Biblia considerada como libro inspirado por Dios y como expresión de la revelación sobrenatural. Los principales representantes de la exegesis n a­ turalista de la Biblia, incubada por el deísmo y Spi­ noza, é impulsada por Lessing, fueron Eichliorn (Juan G-odofredo, 1752-1827), y P au lu s (Enrique Eberhardo, 1761-1851), los cuales, al propio tiempo que re ­ chazaban ó atenuaban las afirmaciones más brutales del editor de los F ragm entos, entraban en la corrien­ te de sus ideas y legitim aban hasta cierto punto sus negaciones de lo sobrenatural y divino en la Biblia. Eichhorn rechaza con indignación las ideas de Rei­ marus y de Lessing referentes á la im postura por p a r­ te de los autores bíblicos, y sobre todo, por parte de Jesucristo; pero al propio tiempo sostiene y afirma que lo que llamamos milagros y lo que los Libros Santos nos presentan como tales, no son efectos ex­ traordinarios ó sobrenaturales debidos á la acción de Dios, sino efectos puramente naturales, manifestacio­ nes determinadas de las fuerzas do la naturaleza,

CAPÍTULO II.

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bien que expresadas por medio de símbolos/ de me­ táforas, de alegorías é imágenes, que comunican á la narración de ciertos hechos carácter fantástico y m a­ ravilloso. La índole propia de las lenguas orientales, por un lado, y por otro, la necesidad de acomodar el lenguaje con frecuencia á las ideas y preocupaciones del vulgo, son suficientes p a ra explicar la existencia y condiciones de lo que en la Biblia se llaman m ila­ gros, y p ara despojar á éstos del carácter sobrenatu­ ral que se les atribuía. En suma: los hebreos, como todos los pueblos antiguos, sin excluir la Grecia, a tri­ buían á Dios todos los efectos y fenómenos más ó me­ nos extraordinarios y cuyas causas no alcanzaba su inteligencia; y de aquí las interpretaciones naturales que damos á sus mitologías. Si á esto se agrega que las razas semíticas, por naturaleza y por hábito, lo exageran todo y propenden á la hipérbole y á la me­ táfora, será fácil despojar á los milagros bíblicos de todo carácter sobrenatural, reduciéndolos á las p ro­ porciones de fenómenos naturales, sobre todo si se tiene en cuenta que en estas narraciones milagrosas los autores y protagonistas debieron acomodarse en su lenguaje (1) á las ideas del vulgo.Por este camino, (i)

E sta id e a , q u e preparó e l c a m in o á E ichhorn para su e x p lic a c ió n

n atu ralista d e lo s m ila g ro s, h a b ía sid o apuntada, a n tes por S e m le r , el cu al, en u n a d iserta ció n qu e lle v a por tít u lo D e daemmiacísquorum in Novo Testa­ mento fit mentía, en señ a b a q u e lo s q u e son lla m a d o s e n e l E v a n g e lio d e m o ­

n ía c o s, y se nos p resentan c o m o ta les, eran s im p le m e n te en ferm o s e p ilé p tic o s, fr e n é tic o s, y q u e si J esticristo y los A p ó s to le s lo s habían d e n o m id a d o y tra­ tad o co m o p o seíd o s d e l d e m o n io , fué so la m e n te para conform arse al le n g u a je de la ép oca . S i en e ste c o n c e p to S e m le r es e l precursor de E ich h o rn , cu an d o é íte n o s d ice q u e los m ila g ro s del A n tig u o T e s ta m e n to tie n e n un s en tid o y e x ­ p lica c ió n n atu ral, y q u e su carácter m a ra v illo so só lo proced e d e la ig n o r a n ­ c ia d e los h om bres acerca d e sus ca u sa s, e s tam b ién e co lie l d e S p in o za . « L a n a tu re, e scrib e é ste, garde é te r n e lle m e n t un ordre fixe e tim m u a b le ; il s ’en s u it tres cla ir em en t q u ’un m ira cle ne p e u t s'en ten d re qu 'au regard d es o p i-

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LA BIBLIA Y LA CIENCIA

para el autor de la Introducción al A ntiguo T estam en ­ to , desaparece la realidad del milagro, y con ella lo sobrenatural bíblico. Aplicando su teoría á la narración mosaica de la creación de Eva, caída de Adán y expulsión del p a­ raíso, Eichhorn nos dice que la creación de Eva de una costilla de Adán significa que este soñó que había sido dividido en dos, y que después de este sueño, recorriendo varios sitios del paraíso que todavía no había registrado, encontró en ellos á Eva, y en este sentido dice la Escritura que D io s la llevó á A dán . Con respecto á la caida y sus resultados, no son menos peregrinas las interpretaciones del exegeta protestante, el cual nos dice: “He aquí que, en la ta r­ de del dia en que Adán y Eva comieron del fruto pro­ hibido, estalló una violenta tempestad, la prim era acaso de que habia sido testigo el hombre después de su aparición sobre la tierra. Oyeron la voz de D io s que se p a sea b a en -el ja r d ín ,.. ¿Quién ignora que esta expresión magnífica ha sido empleada mil veces para designar el trueno? El ruido prolongado del trueno es la vos de D ios, y porque este ruido resuena por largo tiempo en el oído de Adán, D io s se p a s e a en el j a r d ín , Un nuevo trueno estalla detrás de los árboles, y Adán cree entonces oir: A dán , ¿dónde estás? Las justificaciones suceden á las justificaciones. El diálo­ go de Dios con Adán y Eva no es otra cosa, en mi opinión, más que los remordimientos que agitan la mala conciencia del culpable__Como el trueno conn io n s d es hornm es, ou du m o in s de celu i qtii r a c o n te le m iracle, q u an d ils ne p e u v e n t e x p liq u e r la ca u se n a tu relle par a n a lo g ie a v e c d ’a u ír e s é v é n e m e n ts sem b la b le s qu'ila s o n t h a b itu é s á o b serv er..... C óram e Jes rairacles o a t é té FuiLs pou r le v u lg a ir e ... il e s t certa in qu e le s a n c ie n s c o n sid e ra ien t c o m m e m iracu leu x to u t ce q u ’ils n e p o u v a ien t e x p liq u e r d e la facón d o n t le v u lga ire e x p liq u e les c h o ses.» fO E uw es de Spmoza, to m o I. p á g in a s 145.46.)

CAPÍTULO II.

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tinuó retumbando, los culpables huyeron del paraíso, por lo cual se dice que D io s los ex p u lsó .„ A este tenor son explicados por Eichhorn los su­ cesos m aravillosos contenidos en la Biblia, al n arrar la historia y vicisitudes de Noé, Abraham y Moisés, sucesos en los cuales no ve más que, ó fenómenos producidos por causas naturales, á ejemplo de Spinoza (1), ó los mismos fenómenos naturales converti­ dos en prodigiosos por medio de metáforas é' h ip é r­ boles. Ora fuera por un resto de veneración hacia Jesu­ cristo y sus obras, ora porque echara de ver la difi­ cultad de aplicar su concepción exegético-naturalista á los milagros contenidos en los Evangelios y demás libros del Huevo Testam ento, Eichhorn se limitó por punto general á los contenidos en el Testamento An­ tiguo, al ensayar y aplicar su sistema puram ente n a ­ turalista. Pero su contemporáneo y sucesor Paulus (1761-1850), entró resueltam ente en el terreno que ha­ bía respetado Eichhorn, y sustituyendo á la in terp re­ tación histórica de éste la interpretación psicológica, trató de explicar en sentido puram ente naturalista los m ilagros contenidos en los cuatro Evangelios y demás libros del Nuevo Testamento. Así es que, dejando á un lado las ideas exegéticas de Eichhorn, y pasando por encima de sus temo­ res y vacilaciones al aplicar su teoría á los milagros ■ ( i)

S e g ú n q u ed a in d ic a d o , e l au tor d el Tratad» Teológico-fiolitico h a b ía

e n sayad o y a ex p lica r lo s a c o n te c im ie n to s á qu e se alu d e por m e d io de cau sas n atu rales. « A in si, escrib e é ste , q u a n d Mo'íse v o u lu t q u e les lig y p tie n s fu sse n l dévords d ’u lceres, il r ep a n d it dan s I’air de la cen d re ch a u d e. C e fu t sm ssi..... par u n v e n t d ’O r ie n t qu i so u fla n u it e t jo u r, q u e les sa u te r e lle s c o u v r h e iit l’E g y p te , e t ilf a llu t un v e n t im p é lu e u x d 'O ccid en t pou r les chassei-. D u m ém e en core, le d^cret d iv in qu i o u v r it la m er a u x H eb r e u x ne íu t rien au lre c h o se q u ’un v e n t d ’O r ie n t q u i souHa a v ec v io le n c e p en d a n t to u te la n u it.» (Loe. c i t piíg. 153.)

iOtí

LA BIBL IA Y LA CIENCIA

evangélicos, Paulus creyó camino más seguro y acep­ table buscar la razón suficiente de lo que se llama y considera ordinariam ente sobrenatural enlos aconte­ cimientos de la vida de Jesús y sus obras, no en los mismos acontecimientos y obras, no en su naturaleza real, sino en el espíritu ó imaginación de los que n a­ rraron y comentaron aquellos sucesos. En su virtud, procede admitir y afirmar que los acontecimientos todos que en la vida de Jesús se presentan como mi­ lagrosos, fueron sucesos y efectos naturales, á los cua­ les dieron visos milagrosos y extraordinarios los que se encargaron de narrarlos y describirlos. En suma: según Eichhorn, las metáforas é hipérboles inheren­ tes á la raza hebrea contienen, explican y reducen á efectos y fenómenos de la naturaleza lo que en el An­ tiguo Testamento se nos presenta como milagroso y sobrenatural. Según la teoría de Paulus, lo que en el Nuevo Testamento se nos presenta y n a rra como mi­ lagroso y sobrenatural, debe este carácter á ilusiones é imaginaciones, al modo de ver subjetivo de los que tomaron parte en su narración é interpretación. De conformidad con esta teoría, en el anuncio del nacimiento del Bautista, Paulus 110 ve más que un anciano que, debilitado por la edad y teniendo la ima­ ginación exaltada por el deseo de tener un hijo, y ex­ citados á la vez sus sentidos por el aroma acre del in­ cienso que le rodea, se figura ver en la semiobscuridad del santuario lleno de humo del incienso, una forma indecisa y vaporosa, semejante, en su imaginación, á un ángel que le anuncia el nacimiento de un hijo. Todo se reduce, pues, á u n a alucinación imaginaria, provo­ cada por determinados fenómenos externos en rela­ ción con determinadas preocupaciones internas ó sub­ jetivas, y con afecciones psicológicas especiales. Á

CAPÍTULO II.

107

este tenor, y con sujeción á estos principios, el autor del Com entario de los E vangelios intenta explicar los milagros de Jesucristo, narrados por los cuatro E van­ gelistas, lo mismo que los que San Lucas refiere en loa Actos de los Apóstoles. En esta teoría de Paulus 110 es difícil descubrir una reminiscencia y aplicación de la doctrina de su maestro Kant, acerca de las formas subjetivas a p rio ri, y de la distinción fundamental entre el fenómeno y el noúmeno (1), juntam ente con su interpretación m oral del cristianismo. Spinoza, cuyas obras coleccionó y publicó P au ­ lus, y por quien sentía especial predilección, ejerció también indudable y poderosa influencia en su teoría psicológica de los milagros; teoría qué no es más que un desenvolvimiento, un corolario legitimo de la doc­ trina expuesta por aquél en su T ratado Teológico-político. P ara convencerse de ello, basta fijar la aten­ ción en el siguiente pasaje del filósofo holandés: “P ara interp retar los milagros de la Escritura y formarse (i)

S a b id o es q u e la ed u ca ció n cie n tífica de P a u lu s se v erificó en u n a

atm ósfera e se n c ia lm en te k a n tista , y q u e en r elig ió n , com o en filo so fía , a d o p ­ tó m u ch as ideas d el filósofo de K o e n is b e r g y de sus m ás fe r v ie n te s p a r tid a ­ rios, «En 1799 , P a u lu s fu é nom b rad o p rofesor d e le n g u a s o r ie n ta le s en la U n iv e r sid a d de J en a. E ra e n to n ce s el b u en tie m p o del k a n tism o en J e n a . S c h ille r , im b u id o co m p le ta m en te en la s id ea s d e l filó so fo de K o e n isb e r g , c o ­ m enzaba a llí á la sazón un curso de H isto r ia u n iv ersa l; narraba los c o m ie n ­ zos de la hu m an id ad s eg ú n las id e a s d e K a n t, y seg ú n las d e E ich h o rn y los Fragmentos de Wolfettbüitelans&ñaha. la m isió n de M oisés; F ich te , d esa rro lla n ­

d o las co n sec u e n c ia s d e la Critica de la Razón pura, in v e n ta b a el a u to te ism o ; R e in h o ld , a u to r d e las Cartas sobre la filosofía de Kant, p o p u la riza b a

a llí las

d octrin as d e é ste, q u e ta n to hab ía dado á conocer. E sta en señ a n z a p ro d u cía sus frutos; el e sc e p tic ism o prosperaba; la fe e sta b a casi e x tin g u id a ... P a u lu s, nom brado profesor de T e o lo g ía en 1793, á la m u erte d e D o d e r lein , á q u ien s u c ed ió , e n señ ó á sus d isc íp u lo s, no la te o lo g ía cristia n a , sin o la te o lo g ía k a n ­ tia n a ... A d o p tó la s id ea s tod as d el a u to r d e La Religión dentro de los limites de la razan, y no v io en J e su cr isto m ás q u e u n predicador de m oral.» (VlGOU-

ROUX: Les Livres Saints el la Cril. rallón., to m o 11, p á g in a s 385 y s ig u ie n te s .)

108

LA BIBL IA Y LA CIENCIA

justa idea de los mismos, es necesario conocer las opiniones de los primeros testigos de los hechos m ila­ grosos, y la opinión también de aquellos que nos transm itieron su testimonio, estableciendo, además, una distinción profunda entre las opiniones del testi­ go ó del escritor, y los hechos mismos, según pudie­ ron presentarse á sus ojos. Por no hacer esta distin­ ción, se confundirán hechos reales con opiniones y juicios personales. Más todavía; se confundirán estos hechos reales con otros enteram ente fantásticos, que sólo tuvieron lugar en la imaginación de los profetas. Porque no es posible poner en duda que en la Escri­ tura hay una porción de cosas que se nos dan como reales, y que efectivamente se creían reales; las cua­ les, sin embargo, en el fondo no eran más que rep re­ sentaciones imaginarias.,, No hay p ara qué,insistir sobre la perfecta seme­ janza, por no decir idenlidad, entre esta doctrina de S pinozáy la teoría de Paulus; sólo que el primero, más cauto que el segundo, procedió con cierta sobrie­ dad al hacer aplicación de la doctrina general á los diferentes y múltiples milagros narrados en la Escri­ tura; al paso que el segundo, al ensayar las aplica­ ciones de su teoría, incurrió en puerilidades y hasta en inexactitudes, según confiesan y le echaron en cara los mismos Strauss y Renán (1) en sus respecti­ vas vidas de Jesús. (rl

« P a u lu s, escribe é ste en su Vida de fásús, é ta it un tlié o lo g ie m q u í,

v o u la n t le raoins p o ssib le de m in íe les, e t n 'o sa m pas traíter le s r ée its b íb liq u es d e lé g e n ile s , Jes tortuvaít pou r le s e x p liq u e r tou s, d ’un e fa c ó n m itu relle. P a u lu s p ié te n d a it a v e c cela m a in ten ir á !a B ib le to u te son a u to rité e te n tr e r dan s la v r a ie p e n sée d es a u teu rs sa crés.... II to m b a it dan s la p u ér ilité en soutenrm t que le narrateur s a c r í n'avfiit v o u lu racon ter qu e des c h o s e s to u t e s sim p les, e t q u ’on ren d a it serv ice au te x te b ib liq u e en le débarrassant de ses m iracles.» titrau ss, á su. vez, al ex a m in a r la e x p lic a c ió n n a tu r a lista d e P a u lu s en

§ IV .

L a exegesis m ítica de la B ib lia entre los protestan tes.

El racionalismo bíblico, latente en el dogma esen­ cial del protestantism o, ó sea el libre examen aplica­ do A la Biblia, preparado é impulsado por el deísmo inglés, á la vez que por la doctrina de Spinoza, saca­ do á luz y á discusión públicas por los F ragm entos de W olfenbüttél, no pudiendo detenerse ante las flacas teorías naturalistas de Eichhorn y Paulus, entró de lleno en el mitismo ó interpretación mitológica, la cual, en unión de la escuela de Tubinga, puede con­ siderarse como la última etapa del racionalismo bí­ blico protestante. A Mytlvis, había escrito Heyne, om nís p visco ru m hominum , cuín h isto ria, tum ph ilosoph ia p r o c e d it . Esta especie de aforismo hizo rápidam ente camino en los centros literarios de Alemania, y por más que su autor había hecho excepciones y reservas acerca de la doctrina de los hebreos, estas excepciones pronto fueron echadas en olvido, y el aforismo, después de ser aplicado á la Ilíada y otras producciones de la antigüedad gentílica, y con especialidad á las mito­ logías, fué a p lic a d o también á la Biblia. Müller, distinguiendo el elemento real y el ideal en la mitología y trazando á su m anera el origen de ciertos mitos del paganismo; Wolf, aplicando la teo­ ría mítica á la lita d a y la Odisea, convertidas por él en una colección de poemas compuestos por varios orden á [a cura del lep ro so , escribe: « R em a rq u o n s q u ’i l y a ici une asserLion éirangfere ;iu te x le : c'est qu« le le p r e u x a it £ lé ju ste m e n t i Tcpoquc du Ilie n se d e sa m a la d ie » , ( Vie de ffisns. Trrtd. L itlr é .)

LA BIBLIA T LA CIENCIA

110

rapsodas y reunidos en tiempo de Feríeles; Jorge M e buhr, aplicando la misma teoría con más ó menos sobriedad y acierto á la historia romana, y Creuzer, ofreciéndonos en el paganismo símbolos religiosos de una fe y de creencias más antiguas, prepararon el camino á los teólogos protestantes, que no podían desperdiciar esta buena ocasión de quitar á la Biblia su carácter sobrenatural sin incurrir en los errores de Eichhorn y Paulus, ni aceptar sus teorías é inter­ pretaciones más ó menos pueriles del milagro. Los hombres serios y doctos rechazaban generalm ente semejantes teorías, á virtud de las cuales los pueblos y los hombres del protestantismo se alejaban más y más de la Biblia. Con el objeto de facilitar su reg re­ so y aproximación á ésta, Bauer escribió su M itología l-Iébraica , en la que pretende explicar por medio de mitos gran parte del contenido de la Biblia, y princi­ palmente lo que se presenta con el carácter de mila­ groso y sobrenatural. Schlaiermacher, con su cristianismo indeciso y sentimental, y más aún con sus afirmaciones de que el milagro es el nombre religioso de un suceso natu­ ral, y que lo que llamamos revelación viene á ser la intuición que el hombre tiene del infinito, contribuyó no poco á que la teoría mítica se extendiera y a rra i­ gara entre la gente docta, como contribuyó también al mismo resultado el teólogo Vater con sus trabajos sobre el Pentateuco, en los cuales pretende probar que Moysés no es el autor del citado Pentateuco; que éste debe ser considerado como una colección de do­ cumentos ó memorias diferentes, reproduciendo y ampliando al efecto las opiniones de Spinoza (1), las (I)

E ste filó so fo , en cu y o s e scrito s se d escu bre, com o d ejam os y a a p u n ­

ta d o , et g erm en , c u a n d o n o la su b sta n cia , de to d a s las te o r ía s r a cio n a lista s

111

CAPÍTULO i f .

del oratoriano Ricardo Simón, en su famosa, H isto ria crítica del Antiguo Testam ento, y las del médico fran ­ cés Astruc, cuyas ideas acerca del origen y autenti­ cidad del Génesis (1), y de su composición heterogé­ nea de fragmentos elohistas y jehovistas, fué aceptada y es hoy defendida por la m ayor parte de los teólogos y. exegetas de la Reforma. Sin embargo, el principal representante y el pro­ pagandista más autorizado de la exegesis mítica apli­ cada al Antiguo Testamento fué W ctte, Después de publicar en 1805 una disertación, en que ensenaba que el Deuteronomio procedía de mano diferente que los otros cuatro libros del Pentateuco, dió á luz al ano siguiente su In trodu cción al A ntiguo T estam en to , libro que viene á ser como su manifiesto en las cuesy an ticristia n a s p o sterio res á su tie m p o , en su Tratado Tealógko-poHtico, ya varias v e c e s citudo, d e sp u é s d e a d u cir v a rio s pasajes del P e n ta te u c o , c o n ­ c lu ía : «II e st plu s cla ir qu e le jo u r, par to u s ces p a ssíig es, que ce n ’esL p o in t M oíse qui a écrit ie P e n ta te u q u e, m ais un a u lre derivaiu qu i lu i

est p o sté -

rieu r d e p lu sie u r s siéc le s. «Aprfes a v o ir term in é, a ñ a d e, ce liv r e (e l D e u le r o n o m io ), eL e n s e ig n é au p e tip le Tarifique lu i, H o x r a s (lísd r a s) s'o ccu p a , si je ne m e tro m p e, d e com p o s e r u n e h isto ir e c o m p le te de la n a tio n h eb rn íq u e d ep u is le cortim encem en t du m o n d e ju s q u ’ñ la d estru ctio n de J éru sa lem , et il insera dan s cctte h is to i­ re au lie u

c o n v e n ia b le le livre p reced ém m en t é crit du Deuleronome, e t s ’il

a tla c h a au x cinq p rem iares pa rties de son liisto ire 1c nom d e Mo'ise, c ’e st p ro b a b lem en t, parce qu e la v ie d e M oiae en fa it la pnrtie p rin c ip a lc.»

Obr.

d i ,, cap. v m .)

(i)

H é a q u í c ó m o se ex p r esa sobre e ste punLo en su ob ra titu la d a :

Conjeclures sur ¿es mimoires originaux dont il pam il la positivista y monista, e] nombre de ciencia, sino de la ciencia según el concepto que le atribuye la filosofía cristiana; de la ciencia que, sin perjuicio de conceder al método experimental, á la observación, á la inducción y á la hipótesis dominio preferente en las ciencias físicas y naturales, no excluye por eso toda influencia y aplicación del método racional y de las nociones metafísicas. Esta ciencia comprensiva, la ciencia que, sin abandonar el campo de la expe­ riencia, se pone en comunicación con la metafísica, y combina los datos de La prim era con las ideas y principios evidentes de la segunda, es la que puede conocer y probar que existe un Dios infinito, quo es prim era causa del Universo. Pero si la ciencia, como tal; si la ciencia en cuanto separada é independiente de la filosofía, so-

302

LA BIBLIA Y LA CIENCIA

gún la entienden hoy generalm ente los que de ella hablan y la cultivan, es impotente p ara conocer y demostrar la existencia de Dios como ser indepen­ diente, perfectísimo, absoluto, inteligente y libre, con mayor razón debe declarársela impotente para conocer ni probar nada acerca de su causalidad con respecto al mundo, mejor dicho, p a ra afirmar ni ne­ gar cosa alguna acerca de la creación ex nihilo / por­ que esta cuestión, sobre hallarse por completo fuera de los límites de toda experiencia, es de suyo muy difícil y obscura, aun en el terreno puram ente filosó­ fico, según se colige de las diferentes opiniones erró­ neas adoptadas por los antiguos filósofos p a ra expli­ car el origen y formación del mundo, y ? sobre todo, del hecho muy significativo, de que ninguno de los grandes filósofos de la antigüedad que cultivaron y dominaron el campo de la metafísica, supo elevarse hasta el concepto de la creación ex nihilo, ó, lo que es lo mismo, hasta el concepto de la producción, de la comunicación del ser á una cosa con independen­ cia de sujeto ó m ateria preexistente; pues, como dice Santo Tomás, en eso precisam ente consiste la crea­ ción, en dar el ser á una cosa sin m ateria preyacente: nihil enim est alm d creare guam absque praijacenie ma­ teria aliquid in esse producere (1). Por eso dice con razón Delitzsch en su Comenta­ rio del G-énesis: “Sólo la cosmogonía bíblica nos pre(i) Después d éla s palabras citadas, el Doctor A ngélico añade con ra­ zón que si los filósofos antiguos adm itieron la preexistencia d é la m ateria, fué precisamente porque no supieron distinguir entre la causa primera infi­ nita y las causas segundas, entre los agentes finitos ó particulares y el agen ­ te univers.il, cuya actividad causal infinita se extiende á la producci-in de todo el ser de ias cosas, sin necesitar, por con sigu ien te, la cooperación ó participación de otra cosa. «Ex hoc autem confutatur error antiquorum phiiosophorum, qui ponebant m ateriae om nino nullam caus&m esse, eo quod in actioníbus particularium agentium semper videbant aliquid acuoni prae-

CAPÍTULO VI.

303

senta la idea de una creación salida de la nada, sin m ateria eterna y sin intervención alguna de un ser intermediario ó demiurgo; verdad es que el paganis­ mo deja entrever esta idea, pero muy obscurecida; las cosmogonías paganas, ó suponen una m ateria preexistente, es decir, el dualismo, ó sustituyen á la creación la emanación, y entonces vuelven á caer en el panteísmo.,, L a idea de creación es una idea ■esencialmente cristiana. Enseñada por la Biblia en su prim era p á ­ gina, obliterada y desfigurada por las concepciones mitológico-idolátricas del paganismo, y á la vez por sus escuelas filosóficas, fué restaurada y esparcida por el mundo con el Cristianismo y por el Cristianis­ mo, merced al cual entró á form ar p arte del torrente de las ideas humanas y de las escuelas filosóficas, aclarando con su luz muchos problemas hasta enton­ ces insolubles ó de solución muy difícil. Por eso ve­ mos á los Padres y doctores de la Iglesia, desde los apologistas de los primeros siglos hasta Santo Tomás, afirmar y esclarecer á porfía esta grande idea, con­ siderando la creación ex niMlo como la nota c a ra c ­ terística de la naturaleza divina en sus relaciones posibles con el mundo. Según Santo Tomás, la acción creadora es tan propia y característica de Dios, que ninguna substancia finita, por noble y perfecta que se la suponga, puede cooperar ó influir en la crea­ ción, ni siquiera como causa secundaria é instrum en­ tal; porque la creación es productiva del ser mismo, como si dijéramos, de todo el ser de la cosa creada, jacere, ex quo opinionem sumpserunt óm nibus com munem , quod ex «¡hilo n ih il fit, quod quidem in particulíiribus agentibus verwm est. Ad universalis autem a g en tis,q u o d est totiu s esse activum, cognitionem , nomlum pervenerant, quem nihil in actione sua praesupponere n ecesse est.» Sum, conIra Geni., líb. II, cap, l6 ,

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LA BIBLIA T LA CIENCIA

y, por consiguiente, no presupone realidad alguna, perfecta ni im perfecta en la cual otra causa cual­ quiera inferior á Dios pueda introducir alguna p re­ paración, ni obrar en ella como instrumento, toda vez que éste, tratándose de crear, carecería de sujeto ó m ateria en que ejercer su acción propia (1), y el ejercicio de la propia acción es condición indispensa­ ble p ara que una cosa pueda denominarse causa ins­ trum ental. Nuestra tarea en la cuestión presente pudiera darse por term inada aquí, toda vez que nuestro ob­ jeto en el libro que escribimos es investigar y fijar la naturaleza de las relaciones que existen entre las en­ señanzas de la Biblia y las enseñanzas de la ciencia; y esta última, según queda demostrado, nada nos di­ ce ni puede decirnos sobre la cuestión presente, sobre la existencia y naturaleza de Dios como causa crea­ dora del universo, ni sobre el prim er origen de éste, puesto que la misma ciencia reconoce que semejantes i i) H é aquí una parte del pasaje en que e! A n gélico D octor establece su opinión en la m ateria, á )a vez que refuta la opuesta: «Producere autem esse absolute, non in quantum est hoc vel tale, pertinet ad rationem creationis; unde m anifestum est quod creatio est propria actio jpsius Dei. Contin g it autem, quod aliquid participet actionem propriam alicujus alterius, non virtute propria, sed instrum entaliter, in quantum agit in vírtute altei ius, sicut aer per virtutem ign is habet calefacere et ignire. Et secundum hoc aliqui opinati sunt, quod licet creatio sit propria actio universalis causae, tam en aliqua inferíom m causarum, iri quantum agit in virtute primae causac, potest creare. E t sic posuit Avicenna quod prima subslantia separa­ ta creata a Deo creat aliam per se, etsu b stan tiam orbis, et animam ejus, et quod substantia orbis creat materiam inferiorum corporum. E t secundum hunc etiam modum M agister dicit in 4.'' S en t. quod D eus potest creaturae com m unicare potentiam creandi, u tc reet per m inisterium , non propria auctoritate. *Sed hoc esse non potest, quia causa secunda instrnm entalís non participat actionem causae superioris, nisi in quantum per aliquid sibi proprium dispositive nperatur ad efectum principalis agentis. Si igitur n ih il ibi ngeret secundum illud, quod est sibi proprium, frustra adhiberetur ad agendum;

CAPÍTULO

vn ------- ~

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cuestiones no caen dentro de sus límites propios, ni la experiencia sola puede resolverlas. Esto no obstante, como quiera que los hombres que se dicen representantes de la ciencia, los hombres de la ciencia monista y m aterialista, pretenden resol­ ver el problem a del origen del mundo y producción de las cosas por medio de hipótesis y teorías que, so­ bre ser gratuitas y nada filosóficas, salen del campo propio de la ciencia para invadir el de la metafísica, 110 queremos pasar adelante en nuestro camino sin decir algunas palabras sobre esas hipótesis y teorías de la llam ada ciencia moderna. Lo que ésta suele decirnos acerca del origen del mundo, además de ser esencialmente anticientífico y antiexperim ental en sí mismo, al invadir el terreno de la metafísica, presenta más caracteres de ficción poé­ tica que de teoría filosófica. Mientras que Strauss, en­ cariñado á última hora con el darwinismo evolucio­ nista, nos dice que “el universo es un conjunto infinito de mundos en todos los grados del crecimiento y de la decadencia, moviéndose en perpetuo cambio de ju ­ ventudes y senectudes, conservando eternam ente la misma abundancia de fuerza absoluta en esta transnec oporteret esse determ ínala instrum enta determ inatarum action u m :sic enim vídem us quod securis sctndendo lignum , quod h a b ete x proprietate suae formae, producít scamni formam, quae est eífectus proprius p rin cip áis agen tis. »Illud autem quod est proprius effectus D ei creantis, est illud quod praesupponitur óm nibus aliis, sc ilic e te sse absolute: unde non potest aliquid operari d ispositive et instrum entaliter ad hunc efectum, cum creati non sit aliquo praesupposito, quod possit dispon! per aclionem insLrmnentalis agentis. Sic igitur im posibile est, quod alicui creaturae conveniat creare, ueq u e virtute propria, ñeque instrum entaliter, sive per mínisterium . E t hoc praecipue inconveniens est dici de aliquo corpore, quod crent, cum m illum corpus agat nisi tañendo vel m ovendo, et sic requirit in su¡t actione aiiquid praeexistens quod possit tangi et m overi.» Sum, Theol., parte I, cuest. XLV, art, j."

20

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formación y movimiento eterno», concluyendo por afirmar que “el universo es un infinito m aterial que por medio de descomposiciones, transformaciones y hechos, adquiere formas y funciones cada vez más elevadas“, Büchner, á s u vez, después de afirmar so­ bre su palabra que millares de cielos y tierras se han desvanecido y a en la noche eterna, añade: “Del mis­ mo modo, el día en que nuestro universo se haga p e­ dazos, ferm entará nueva vida, y nuevos enjambres de soles y planetas surgirán llenos de seres tan des­ graciados como nosotros; pero los átomos, las ruinas mismas no conservarán más señales que si nunca hu­ bieran existido.,, Los que hayan pasado la vista por las obras de los representantes contemporáneos de la ciencia an­ ticristiana y negativa, no ignoran que su lenguaje é ideas coinciden con las de Strauss y Büchncr, cuando ese lenguaje é ideas no adoptan formas más propias de la novela (1), que de la ciencia seria y digna de este nombre. Por lo demás, no es difícil reconocer que en el fondo de ese lenguaje, tan impropio de la cien­ cia como inexacto, palpita una concepción ateo-materialista, ora se presente ésta bajo-la forma dualista, como en Flammarión, cuando afirma que el universo es coeterno con Dios é infinito como él , ora se presente bajo la forma cósmico-panteista de Taine y Yacherot, (i) T al sucede y es fácil observar en los escritos de Flam m arión. D es­ pués de consignar en su Le monde avant Itt créution de Fhomme, que millares de religion es diversas lian tenido la audacia inocente de inventar d io se sa semejanza del hombre, y después de afirmar sentenciosam ente que Dios es el infinito y io desconocido, añade: «E l universo está en creación perpetua, G é­ nesis de m undos se encienden actualm ente en los cielos, y cem enterios de p l a n e t a s m uertos circulan en las profundidades de las noches estrelladas. Los com etas vagabundos que gravitan de sistem a en sistem a, siembran á su paso las estrellas errantes, centros de mundos destruidos, y el carbono, ger­ men de organism os venideros.»

CAPÍTULO VI.

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ora bajo la forma paladinam ente m aterialista, ó, si se quiere cósmico-materialista de Strauss, Hackel, Büchner y tantos otros, para quienes no hay más Dios que el Universo, ni más creación que el movimiento de la m ateria, cuyas transformaciones producen y constituyen los seres. Todas estas teorías, que por cierto no son ni nuevas, ni menos originales, si vale el testimonio de la historia de la filosofía (1), coinci­ den en un punto capital, entrañan lo que constituye la tesis esencial del materialismo ateísta, ó sea la existencia eterna del átomo ó de la m ateria en si mis­ ma y por sí misma, con independencia de Dios. Claro es que al establecer semejante tesis, sus defensores—y así lo confiesan los que proceden de buena fe—abandonan el terreno, y aun pudiéramos decir el objeto de la ciencia, para entrar en el te rre ­ no metafísico, y por consiguiente quedan sometidos ipso fa d o á los procedimientos y método de la m eta­ física, á las pruebas y razones propias de la misma, Y la metafísica dice que un ser eterno, existente en sí mismo y por sí mismo, con independencia de todo otro ser, es un ser necesariam ente perfecto, toda vez que nada hay que pueda lim itar sus perfecciones, nada que pueda comunicarle lo que 110 tiene por sí (i) Sabem os por ésta que, sin contar las enseñanzas del Zend-A vesia y d e algunos gn ósticos después, e ld u a lism o fué enseñado por varios filóso­ fos griegos, y principalm ente por Platón, bien que en sentido más filosófico y más espiritualista que el del autor de Le mmide atañí la r.réalion de i'komme. L eucipo, D em ócríto, Epicuro y Lucrecio, explicando el origen y forma­ ción del m undo con sus seres todos por medio de los átom os y su m ovi­ m iento, son los precursores legítim os de U iickel con su transformismo evo­ lucionista; y Strauss, al presentarnos el universo com o un infinito m aterial que, conservando la mism a fuerza, absoluta, existe y existir;! eternam ente, vien e á ser eco bastante genuino, de H erád ito, cuando enseñaba que mitndum negue deorvm nullm fectí , nec homiuum, sed fu tí am per , et est, el. eril, ignis semper vivan.

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mismo ó por su propia naturaleza, puesto que se su­ pone que antes de él nada existe. Pero la m ateria no es ni puede decirse nunca ser perfecto, en atención á que, además de carecer de inteligencia y libertad, es inerte de suyo, divisible, susceptible de diferentes movimientos, modificaciones y cambios. Que la m a­ teria está sujeta á mutaciones que se miden y regu­ lan por ei tiempo, es cosa de suyo manifiesta y que la ciencia m aterialista no niega. Ahora bien: si la m ateria es eterna y al propio tiempo está sujeta á mutaciones sucesivas, la mutación A que se verifica en este instante sería precedida por un número infi­ nito de mutaciones anteriores, en relación con la du­ ración eterna de la m ateria, número que á la vez sería infinito, en atención á que se haría mayor con la mutación B verificada en el día siguiente. En otros términos: la hipótesis de una m ateria eterna lleva consigo la hipótesis del movimiento eter­ no en la misma, so pena de admitir otro ser superior á la m ateria y causa de su movimiento inicial. El movimiento eterno ó coeterno con la m ateria lleva consigo el transcurso de un tiempo infinito, puesto que es medida de los movimientos comprendidos en número infinito de días, y á la vez sería finito; in ­ finito, puesto que retrocediendo en la serie de éstos á contar desde el presente, no podemos llegar á su principio ó comienzo que, en la hipótesis ateo-mate­ rialista, se verifica desde la eternidad; finito, pues­ to que es capaz de aumento con la adición de los días siguientes. Ni vale decir que lo mismo podría aplicarse á la existencia eterna de Dios con relación al tiempo, sieudo muy evidente la disparidad: a) porque la eter­ nidad de Dios no entraña la eternidad del mundo, ni

CAPÍTULO VI.

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por consiguiente del movimiento y del tiempo; i) por­ que Dios no está sujeto á mutaciones ni movimientos sucesivos como el mundo y la materia, y por con­ siguiente tampoco al tiempo, que es de su naturaleza sucesivo como el movimiento, sino á la eternidad, que es de suyo simultánea é invisible: interminaMUs vitce tota simul et perfecta possessio , como decía Boecio. “Si la m ateria y su movimiento fueran eternos, escribe á nuestro propósito Naville, el momento que se quisiera tom ar como punto de partida tendría de­ trás de sí un tiempo indefinido. Por lo tanto; el mun­ do hubiera llegado á su estado actual en un momen­ to cualquiera de la duración, porque en un momen­ to cualquiera de la duración habría tenido el tiempo necesario al efecto. Es decir, que apenas interviene el pensamiento de la eternidad, no cabe punto algu­ no de partida. „ El autor de la Apología científica de la fñ} al exa­ minar la hipótesis m aterialista de la m ateria con mo­ vimiento eterno, escribe lo siguiente: “En el princi­ pio, antes del principio, ¿puede concebirse la m ateria en estado de movimiento? Admitir el movimiento eterno, infinito, sin motor, sin ninguna impulsión ex­ terior, es abandonar el principio de causalidad, y sin este principio preciso es renunciar á conocer cosa alguna. „Este movimiento, ¿es puram ente mecánico? En­ tonces el universo debe ser desde el prim er instante lo que será siempre; porque una molécula m aterial 110 puede por sí misma modificar su movimiento ini­ cial, ni la dirección de este movimiento: así nos lo dice la misma ley fundamental de la mecánica. „¿Es un movimiento ordenado, el processus evo­

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LA BIBLIA Y LA OIENCIA

lutivo con sus fuerzas determinadas, con. su dirección y sus leyes, tales cuales se manifiestan hoy á nues­ tros ojos? Entonces no comprendemos orden sin or­ denador, leyes sin legislador, etc.; pero pase tam ­ bién, porque nos basta con la dificultad capital é implacable, con la contradicción propiamente dicha, y la imposibilidad m atem ática que entraña sem ejan­ te concepción del universo. „E1 processus sin principio, la m archa evolutiva hacia el estado actual, hacia el perfeccionamiento, el desarrollo infinito hacia un. fin, puesto que ha te ­ nido toda la eternidad p ara realizarse, ultimado debe estar ya desde hace una eternidad. El efecto necesa­ rio de una causa eterna es necesariam ente eterno. No puede haber un solo instante en el que esta fuer­ za inherente á la m ateria no haya producido ya todo su efecto. .,Más aún: en la sucesión de seres, de fenómenos, de causas y efectos, produciéndose regular y necesa­ riam ente los unos á los otros, debiendo empezar y concluir á su vez, ningún fenómeno es actualm ente posible, puesto que, siendo su naturaleza la de em­ pezar y concluir, ser producido, producir y cesar de ser, y teniendo la eternidad para cumplir su destino, ha tenido que concluir y cesar hace ya una e te r­ nidad, „ Esto por lo que toca á la m ateria eterna, consi­ derada en y conmovimiento desde la eternidad. Que si la consideramos en reposo, la dificultad crece en lugar de desvanecerse; porque el principio de la iner­ cia de la m ateria por todos reconocido, como que constituye la ley fundamental de la mecánica, nos dice que la m ateria, una vez constituida en reposo, en reposo perm anecerá eternam ente de suyo, si no

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sobreviene algo distinto de elía, algo fuera de la m a­ teria, que la ponga en movimiento. ¿Qué contestan los representantes del m ateria­ lismo á los argumentos aducidos contra sus teorías? Nada: contentos con sentar la hipótesis de una m ate­ ria eterna, no se cuidan de robustecerla con razones convincentes, ni de contestar á los argumentos que la invalidan. Pero el materialismo no debiera olvidar que, al abandonar el terreno propio de la ciencia y el campo de la experiencia p ara invadir á mano a r ­ mada el campo de la metafísica, contrae la obliga­ ción de establecer con razones sólidas sus afirmacio­ nes, y de contestar á los argumentos del orden filo­ sófico. “La eternidad de la m ateria, diremos con Secre­ tan, no explica nada, si no sabemos como comenzó el movimiento, y si 110 se señala una razón suficiente á ese movimiento. La eternidad de la m ateria y del mo­ vimiento á la vez, implicarla la eternidad del mundo 011 la totalidad de sus disposiciones, en atención á que todos los arreglos posibles habrían tenido la eter­ nidad para verificarse. Finalm ente: áun admitiendo esta eternidad del mundo, tan difícil de conciliar con la experiencia, 110 diría su porqué, no suprimiría la cuestión del jvorqué, no haría á Dios menos necesario al pensamiento (1)„. ■ Haackel en alguna ocasión se quejaba de los que le enum eraban entre los partidarios del materialismo, (1)

Discours Laiques, p á g . 93, A ntes de la s palabras tr a n s c r ita s , el m is ­

m o autor e s c r ib e lo sigu ien te: «Le m onde dont le ddveloppem ent d a n s Je te m p s fo rm e l'o b je t d e s S cien ce s experim entales ne saurait étre c o m p r is que

*'¡1 préexiste á son

évolution com m e gem ie, comme vírtualité, com me putssance. M ais le v ra i p o in t d e départ n’cst point !a p u is á n c e . Le pDussín s o rt de l’oeuf, mais l'oeuf ni e s t pns sans la pemle. Avant le possible e st re tv e , condition de tous les possibles. Avant le m onde en puissance, il y a Dieu.»

312

LA BIBLIA Y LA CIEKOIA

alegando que su sistema era el monismo y no el m a­ terialismo, porque en su teoría la m ateria en evolu­ ción es el principio prim ero, universal y único de to­ das las cosas. Pero la m ateria con la evolución, es la m ateria misma de los m aterialistas Büchner y Moleschotfc; es la m ateria que tiene por atributo ó propie­ dad la fuerza, como dice el primero, ó la m ateria que tiene el poder de ponerse á sí misma en movimiento, como quiere el segundo; es, si se quiere mejor, la ma­ teria definida por Tyndall: La potencia de todas lasfuerzas y de todas las cualidades de la vida. En suma: p ara la generalidad de los m aterialis­ tas, y sobre todo para Hteckel, el universo es una co­ lección de fenómenos eternos, resultado de un movi­ miento eterno, sin principio ni fin, lo mismo en el orden del espacio que en el orden del tiempo. El mun­ do, ser inmenso y sin límites, se nos ofrece como una cadena sin interrupción de fenómenos y de movimien­ tos (1), que constituyen un número infinito de fenóme­ nos, en un espacio infinito, y en una m ateria infinita. A poco que se reflexione sobre esto, es fácil des­ cubrir que en el fondo de este razonamiento hay una verdadera confusión de ideas. De buena ó de m ala fe, se confunde é identifica aquí el número infinito con el número indefinido, la eternidad con lá duración in­ calculable ó desconocida, los límites del espacio ima­ ginario con los límites reales de la extensión y de la m ateria. Esto sin contar que se afirma y se supone que la duración del movimiento es la eternidad, que el número de los átomos es [infinito, que la magnitud ó extensión del mundo carece de todo límite; pero sin aducir razón alguna que demuestre ni siquiera haga ([)

León A. Uunión: Hiickel et la Théorie de l ’évolution en Alkmag>ie-¡

cap. V, pág. 74-

CAPÍTULO VI.

313

probables esas afirmaciones. Así es que el y a citado autor de los Discursos Laicos , pone de relieve la ine­ xactitud y el error, que palpita en el fondo de las afirmaciones háckelianas, en los términos siguientes: “Este infinito de la m ateria y del movimiento, es el absurdo... El infinito matemático es una pura abs­ tracción, de la que nos servimos ventajosam ente co­ mo artificio de método, pero que jamás se tra ta de realizar cuando se sabe lo que se trae entre manos. Desgraciadamente hay muchos que no comprenden las palabras que usan. Con el nombre de magnitud infinita designan toda extensión á que no alcanza su imaginación, todo número de unidades cuya adición no pueden acabar, aun con ayuda de los métodos más breves. Pero la verdad es que semejante infinito es un verdadero finito. El número infinito es un número más grande que cualquier número. Decir que el número de los astros es infinito, es lo mismo que decir que existe actualmente un número de astros tal, que una estrella más no serla una estrella más. Decir que el tiempo es eterno, equivale á decir que m añana 110 h a ­ brá transcurrido mayor número de minutos que los que hoy existen. »En suma: suponed existente un número infinito de cualesquiera unidades, es lo mismo que decir que cierto ó determinado número no es tal número. Luego la infinidad de la m ateria ó del número de los átomos, así como la eternidad del movimiento, son falsas, de­ bemos reputarlas falsas, ó tener por verdad la con­ tradicción, Lo que hay de verdad en ésto es que el número de realidades y la duración del mundo supe­ ran á nuestro entendimiento y que jam ás conocere­ mos sus límites. Los ateos confunden estas dos co­ sas..,, amontonan al efecto millones de años. Los mi­

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llones nada les cuestan; pero aquí, como en otras ma­ terias, las cosas valen lo que cuestan. »Si se reconoce—y preciso es hacerlo—la impo­ sibilidad de que exista simultáneamente un número infinito de átomos, de seres reales, de tal m anera que este número efectivo permanezca el mismo número después de añadirle una unidad; si se admite que es­ te pretendido número infinito no es más que un nú­ mero muy grande; y si á pesar de esto, para.no verse obligado á salir del mundo, para evitar la creación, se persiste en decir que los átomos existieron siem­ pre, la contradicción no será por eso menos manifies­ ta. Si los átomos son eternos; si les son esenciales sus propiedades; si el movimiento que resulta necesaria­ mente de estas propiedades es eterno como su causa, síguese que todas las cómbinaciones que pueden re­ sultar de ese movimiento fueron realizadas ya desde la eternidad y en la eternidad... Si la m ateria es infi­ nita y el movimiento eterno, el progreso no es más que una ilusión.. El ateísmo tiene perfecta razón al desacreditar la lógica, porque la lógica nos hace to­ car con el dedo la inanidad de sus pretensiones (1).„ Las consideraciones que dejamos expuestas en el presente articulo demuestran claram ente que la teo­ ría que pretende explicar el universo por medio de la m ateria en evolución ó movimiento inicial, no merece en realidad el nombre de teoría monista, porque hay aquí dos ideas yuxtapuestas, y por consiguiente dos principios. Si á esto se añade que sem ejante teoría contradice y echa por tierra la ley de la inercia, que constituye como el fundamento esencial de la m ecá­ nica, de la astronomía y de la física, podemos con­ cluir y afirmar que el monismo m aterialista es conde(i )

Disconrs Láiques, páginas 220-21,

CAPÍTULO VI.

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nado igualmente por la metafísica y por la ciencia. L a pretensión de que la m ateria inerte posee movi­ miento en sí misma, sin más razón ni fundamento que las exigencias de sistema preconcebido y formulado de antemano con la idea de excluir y negar la nece­ sidad y existencia de un prim er motor, es pretensión no más digna de respeto, ni más científica que la p re ­ tensión de algunos antiguos Escolásticos, que, en p re ­ sencia de fenómenos cuya causa ignoraban, querían explicarlos por medio de las llamadas cualidades ocultas, tan ridiculizadas posteriormente. Esto sin contar que el procedimiento aquí em­ pleado por el monismo m aterialista echa por tierra la base misma de las ciencias experimentales. Por es­ ta razón los físicos y naturalistas más eminentes y concienzudos, los que en sus investigaciones perm a­ necen dentro de los límites y del método propios de las ciencias físicas y naturales, sin tomar á saco el campo de la metafísica en busca de aventuras im pro­ pias del hombre de la ciencia, ó reconocen la impo­ sibilidad de explicar el universo y sus fenómenos sin recu rrir á un Ser anterior y superior á la m ateria y movimiento de la misma, como Berzelius, Samuel Hangton, Chevreul, Baum gartner y tantos otros (1), (i)

«E s preciso adm itir, d ice H erzelius, la e xisten cia de una p oten cia

creadora, q u e se m an ifestó en cie rta s épocas, y que parece qu e h oy obra sólo para perpetuar las especies vivie n te s. T o d o lo qu e tien e n atu raleza or­ g á n ica nos re v ela un en ten d im ien to su perior.» « L a in te lig e n cia d iv in a , escribe á su vez el citado H a n g to n , que formó el pian de todas las cosas, presidió á la m ism a evolución.» B a u m ga rtn er sostiene que el estu dio de las cien cias n atu ra les, «sabia y con cien zudam ente d irig id o , lejos de co n d ucir al m aterialism o, con stitu ye la m ayor y más fuerte sa lva g u a rd ia con tra toda especie de errores; y más q u e cu alqu iera otra ram a de los con ocim ien tos hum anos, con d úcen os á re ­ conocer ún icam en te en la in m en sidad de la n atu raleza un m agn ífico tem p lo del D ios om nipotente.» C h e v re u l, p or su p a rte, después d e protestar con tra Ja opin ión de los qu e

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ó confiesan que la ciencia es impotente de sayo para discutir y resolver este problema, como Dumas, Baden-Powelj y hasta algunos de los representantes del materialismo, cuando no hablan ó escriben bajo la in ­ fluencia de su preocupación sistemática (1), ó apoyán­ dose en la inducción científica que es posible en esta m ateria, afirman que los átomos que el monismo ma­ terialista proclama eternoá, “conservan el carácter esencial de objetos fabricados^, como dice Herschell, y son materiales preparados , en expresión de. CierkMaxwell, en los cuales éste encuentra la base de una inducción que le permite escalar las «alturas filosófi­ cas que Kant juzgaba inaccesibles, y lanzarse lógica­ mente desde las moléculas á la creación», según re ­ conoce Tyndall. Pondremos término á este artículo con las p ala­ bras de uno de los físicos y naturalistas más eminen­ tes de"nuestra época, del celebrado Bois-Reymond, el cual, refractario como es á toda idea de sobrenaturad icen que «la cien cia m oderna arrastra al m aterialism o!» exp on e dos op i­ n ion es suyas en los sigu ie n te s térm inos: « L a prim era opin ión atañ e á la cer­ teza qu e te n g o de la existen cia de la m ateria fuera de mí m ism o.... L a se ­ g u n d a es u n a co n vicció n de la existen cia de un ser d ivin o , creador de una d o b le arm onía, la arn aon faque rig e al m un do in an im ado, y q u e revela p ri­ m ero la cien cia de la m ecánica celeste, después la cien cia de los fenóm enos m oleculares, y la arm onía que rig e al m undo v iv ie n te y organ izad o » (r)

H e aquí, en pru eb a d e esto últim o, lo q u e d ecía L ittré : «¿Q ué es

preciso pensar de la noción ele causa prim era, de causalidad suprem a? N in ­ g u n a cien cia n iega una causa prim era, no h abien do en con trado jam ás una cosa que la desm ienta; pero n in g u n a la afirm a, no h ab ien do encontrado jam ás n ada que la probase,# D um as escribe: « ¿La natu raleza de la m ateria n os es conocida? N o, ¿ C o ­ nocem os la n atu raleza de la fuerza que rig e e l m o vim ien to de los cuerpos celestes y el de los átom os? N o,» « L a idea de un com ienzo ó p rin cip io , escrib e el cita d o B a d en -P o w eli, ó de u n a creación, en e l sen tido de la operación de la d iv in a volu n ta d cons­ titu tiv a de la naturaleza y de la m ateria, hállase más a llá del dom in io de la filosofía física.»

CAPÍTULO VI.

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lismOj á toda intervención de seres extram undanos, y, lo que es más, á pesar de sus tendencias é ideas m aterialistas y deterministas, se expresa en los si­ guientes términos: “No siendo esencial el movimiento á la m ateria, la necesidad de causalidad exige, ó la eternidad del movimiento, y entonces es preciso re ­ nunciar á comprender cosa alguna, cosa ab so lu ta-' mente difícil p ara todo hombre sano de espíritu, ó una impulsión sobrenatural, y entonces es preciso admitir el milagro, dificultad desesperante para el positivis­ mo,,. A mayor abundamiento, el mismo Cotta, cuyas ideas m aterialistas son bien conocidas, confiesa que «hay un enigma indescifrable que nos obliga, aun á pesar nuestro, á apelar al poder infinito de un Crea­ dor, y es el origen de la masa terrestre». Podría r e ­ petirse aquí el apotegma vulgar: A confesión dep a rte , relevación de prueba.

CAPITULO YII

E L I-IE X A M E R O N B ÍB L IC O Y L A A S T R O N O M ÍA .

o s de ver que la ciencia, en todas sus ramas y manifestaciones más im portantes, es impotente—y así lo reconoce ella misma— para echar por tierra ni desvirtuar en lo más mínimo la esencial verdad metafísico-religiosa enseñada en el Hexameron bíblico, ó sea la existencia de un Dios soberanam ente perfecto, autor y creador del u niver­ so mundo. Pero la enunciación de esta verdad fundam ental va acompañada en el Hexameron de otras enuncia­ ciones é ideas que se relacionan más ó menos direc­ tamente con las ciencias físicas y naturales, como la producción d é la luz, el estado primitivo de la tierra, ■ la formación de los astros, la aparición de mares, plantas y animales. De aquí la conveniencia de exa­ minar si las enunciaciones é ideas contenidas en el Hexameron son compatibles con los recientes descu­ brimientos ó hechos indudables de la ciencia, y tam-

Ca b a m

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bién con las teorías é hipótesis más razonables y serias de la misma. Daremos principio por la astronomía, ó sea por las relaciones que entre ésta y los primeros versícu­ los del Génesis pueden existir. Y á fin de proceder con la debida claridad y método en la investigación de esas relaciones, comenzaremos recordando que, según la doctrina de Santo Tomás, en aquellas p ala­ bras del Génesis, en que se hace como el resumen y recapitulación de la obra creadora llevada á cabo por Dios en las palabras igitur perf&cti simt cteli, et térra et omnis ornatus eorum, signifícanse tres efectos, ó, mejor dicho, tres manifestaciones y fases de la acción divina en el universo, á saber: a) la creación propia­ mente dicha (opus creationis), ó sea la acción por me­ dio de la cual el universo fué sacado de la nada, a-1 menos por parte de su m ateria ó elementos prim or­ diales; b) la distinción ó separación (opus distinctionis) de los diferentes cuerpos, ó, como si dijéramos, partes principales del mundo, como las estrellas, el sol, la tierra, en los cuales los elementos primitivos reciben cierto grado de perfección en cuanto al modo de ser y obrar; c) las perfecciones que sobrevienen, completan y sirven de adornos (ornatus) á las g ran­ des masas formadas ya y separadas entre sí. L a crea­ ción propiam ente dicha está expresada en el prim er versículo in principio creavit Deus coslmn et terram, es decir, el universo en cuanto á su prim era m ateria, pero informe, ó sea antes que con ella se form aran los diferentes grandes cuerpos que integran el mun­ do, y antes que éstos fuesen revestidos de adornos (1) (i)

H e aquí el texto ín tegro de S an to T o m á s: « R espon deo dicenduni

2." Igitu r pe.rficti siint coeli et térra et omnis ornatus eorum, in q u ibu s verbís trip lex quod in recapitu lation e d ivinorum operum ScripLura. d icit. Genes.,

CAPÍTULO VI.

321

ó perfecciones secundarias, como los vegetales y ani­ males con respecto á la tierra. Resulta de esta doctrina de Santo Tomás, que, tomada en conjunto la obra de la creación del uni­ verso, considerada la producción de seres que con­ tiene el Hexameron, la creación propiamente dicha, la creación como acción ó fuerza que saca algún ser de la nada, se halla significada en el prim er versícu­ lo del Génesis in principio creavit D m s coelum et terr'am, es decir, el mundo, toda vez que. aun en el lenguaje vulgar decimos que el cielo y la tierra com­ ponen el mundo, y 110 es infrecuente en la misma Es­ critu ra, como observa San Agustín, significar con los nombres de cielo y tierra al universo mundo: Assidue qtiippe Scriptura is duábuspcvvtibus comme,moratis universum mundum vult intelligi. Pero el cielo y la tierra, que forman el mundo, y que fueron sacados de la nada por Dios, no son, según Santo Tomás, el cielo y la tierra como cuerpos distintos, formados ya y perfectos, según los vemos hoy, sino como cuerpos informes (sed inform ia), es opus in te llig i potest; scilicet opits cn aíim tis , per quod coelu m et térra p ro­ d u cía legu n tu r, sed in form ia; et opus distinciionis, per quod coelum et térra p erfecta sunt, sive per form as s u b s ta n tiv e s attribu tas m aterias om n in o inform i, u t A u g u stin u s v u lt, siv e q u an tum ad con ven ien tem decorem e to r d inem , ut a!ii S an cti d icu n t; et his duobu s operibus additur am atas; et d iffe rt orn atus a perfectio ne, nam p erfec tio co e li et terrae ad ea pertin ere videtur, qu ae coelo e t terrae su n t in trín seca; orn atus v ero ad ea, qu ae sunt á coelo et térra d istin cta, sicu t homo perficitur per proprias partes et formas, orn atur autem per v estim en ta, v e l a liq u id hujusm odi. D istin ctio autem aliquorum m áxim e m an ifestalu r per m otum localem , quo ab in vicem separantu r, e t id eo ad opus orn atus pertin et productio Hlarum reru m ,q u a e h ab en t mO' tum in coelo et in térra.,., E t siniilitei' in opere ornatus, prim o d ie q u i est qnaríust producun tur lum inaria, quae m oven tur in coelo ad ornatum ipsius.

Secu n d o die q u i est qttittlu s, aves et pisces ad ornatum inedii elem enti, quia habetit m otum in aere et aqua, quae pro uno accipiu n tu r. T e r tio die, qui est

sextos, p rodu cu n tur anim alia, qu ae h abent m otum ipsius.»

Sum Theol, P a rte i . fl, cuest,

in térra ad ornatum

l x x , art. i."

21

322

LA BIBLIA T LA CIENCIA

decir, sin tener la forma especial y propia que los distingue de otros cuerpos, sentido que es el adopta­ do por la mayor parte de los Padres antiguos de la Iglesia, por más que San Agustín haya manifestado en ocasiones—pero sin rechazar la interpretación indicada,—que por la palabra ccdum se designan las criaturas .espirituales, ó sean los ángeles (sive peí * ccelum et terram generaliter p riu s Jnsinuata sit spiritualis corporalisque creatura), y por la palabra terram, todas las cosas materiales. En todo caso, es incontestable que el in principio creavit Deus cmlum et terram de la Biblia, lejos de oponerse á ningún descubrimiento, á ninguna con­ clusión legítima de la ciencia experimental, ni siquie­ ra se opone á la teoría astronómica de Laplace, con la cual es compatible realm ente, por más que aqué­ lla, hoy por hoy, no pase de ser una hipótesis más ó menos fundada, una teoría más ó menos racional, pero no una verdad demostrada. Los millares y mi­ llones de años que, según la citada teoría astronómi­ ca, debieron transcurrir entre la creación de la nebu­ losa primitiva, ó sea de la m ateria difundida en la inmensidad del espacio, y la formación ó constitución definitiva de los demás astros, inclusa la tierra, por medio de las sucesivas condensaciones de la m ateria alrededor de núcleos, y á favor de las disgregacio­ nes y concentraciones necesarias para la formación progresiva de los globos del universo, debidas á la universal atracción con las fuerzas centrípeta y cen­ trífuga, cosas son que en nada se oponen al texto bíblico, dentro de los límites de una exegesis perfec­ tam ente ortodoxa. Á la voz del Omnipotente sale de la nada la ma­ teria, ó, si se quiere, los elementos primeros de la

CAPÍTULO VI.

323

m ateria, toda vez que sé tra ta de una colección de átomos invisibles, .impalpables, sutilísimos, de los cuales pudiera decirse "que son prope nihil respecto de los cuerpos que con ellos habrán de formarse, co­ mo decía San Agustín hablando de la m ateria p rim a de Aristóteles. Pero he aquí que en el seno de la nebulosa inmen­ sa formada por esos átomos de tenuidad casi infinita, dos de estos átomos se encuentran y se unen, form an­ do en su virtud una masa superior á la de los átomos prim itivos aislados. Desde este momento atrae á s i y obliga á que sobre ella se precipiten y á ella se junten los átomos más inmediatos en fuerza de la ley de la universal gravitación, en virtud de la cual la peque­ ña m asa que sirve de centro de atracción irá aumen­ tando sucesivamente hasta form ar un núcleo de re ­ lativa potencia. La precipitación progresiva de los átomos sobre esa masa central esférica debe produ­ cir en ésta un movimiento de rotación sobre sí misma. Al cabo de siglos y siglos, la fuerza centrífuga inhe­ rente al movimiento giratorio de la masa central, en combinación con el aumento de volumen y menor densidad de las capas superficiales de la misma, de­ term inarán la elevación de ésta en la parte del Ecua­ dor, y más tarde el desprendimiento ó separación de una masa en forma de anillo que, separada del núcleo central más denso, seguirá girando sobre sí misma y alrededor de la esfera central, hasta que las diferen­ cias de densidad y de atracción determínen su con­ centración en una nueva esfera, semejante á la prim i­ tiva en cuanto á la naturaleza de los átomos compo­ nentes, pero diferente en cuanto á la densidad, vo­ lumen, distancia, etc. A este tenor se concibe en la teoría de Laplace

324

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que todos los grandes cuerpos del universo, incluso el globo que habitamos, salieron y se formaron pau­ latinamente de la prim itiva nebulosa, de la m ateria prim era creada por Dios, á través de millares y mi­ llones de siglos. L a existencia misma ó producción de la luz pue­ de concebirse perfectam ente en esta teoría, sin acudir á una verdadera ó directa creación de la misma, por­ que el movimiento giratorio de la prim era esfera, ó, digamos, de la prim itiva nebulosa, junto con los pro­ ducidos y representados por la precipitación perm a­ nente y progresiva de moléculas sobre aquella esfera en estado de movimiento á la vez que de condensación progresiva, pudieron dar origen á una luz más ó me­ nos difusa, más ó menos intensa, toda vez que hoy la ciencia nos enseña la identidad ó equivalencia real de las diferentes fuerzas físicas, de m anera que el movi­ miento puede transform arse ó convertirse en luz, co­ mo se transform a en calor, electricidad, etc. Sabido es, en efecto, que, según la teoría llam ada dinámica, admitida hoy generalm ente por los representantes más autorizados de la ciencia, la luz es resultado y manifestación de los movimientos de la m ateria. Todo calor, cuando adquiere cierto grado de intensidad, produce luz; y teniendo en cuenta que no hay m ovi­ miento sin calor, resulta que la luz, el calor y el mo­ vimiento entrañan identidad real y substancial, son manifestaciones y transformaciones de una misma co­ sa. De aquí se deduce que Dios, al comunicar ó im­ prim ir el movimiento á la m ateria prim ordial, le co­ municó ipso facto la luz, siquiera la aparición actual de ésta es posible que no se haya verificado durante los primeros instantes ó etapas del movimiento, sino cuando aquella m ateria prim ordial había adquirido ya determinado grado de condensación.

CAPÍTULO VI.

325

Aludiendo á la teoría de Laplace, en. sus relacio­ nes con la palabra creadora del universo por Dios, d'Estienne escribe: “Esta elaboración lenta de nues­ tro sol, cuya ley admirable poseemos, extendámosla con el pensamiento á las estrellas todas que brillan sobre nuestras cabezas. Millares y millones de centros atractivos se formaron así bajo la impulsión divina en )a inmensidad de las profundidades cósmicas salidas de la palabra creadora. Así es cómo millares y millo­ nes de nebulosas parciales se desarrollaron en agru­ paciones más que gigantescas de nebulosas comple­ ja s. Auxiliado por este instrumento maravilloso que se llama espcctróscopo, boy el telescopio de los astró­ nomos descubre en las profundidades más inaccesi­ bles de lo infinito nebulosas de todas dimensiones y de todas formas, en todos los grados de desarrollo: des­ de la simple nube cósmica, diáfana, homogénea, dis­ tinta apenas, hasta los magníficos montones de estre­ llas, universos lejanos, cuyas nebulosas parciales, todas, ó casi todas, han llegado á su período solar. Y desde el uno al otro de estos dos términos extremos, la ciencia hace constar, registra y cataloga en ejem­ plares innumerables la serie toda de los estados in­ termedios (1).„ Así, pues, para M. d'Estienne (2), como para los (1)

Revue

(2)

E n sorte, añade éste, q u e d u sein du grain de sable qui nous porte,

de.f questions scieniif., Julio de 1377-

nous pouvons en qu elqu e m aniére étre tém oíns de cette in cubation sacrée de l’E sp rit de D ieit p lan an l sur les fluides éthérós. N o u s p ou von s assister ;i raccom p líssem ent de c e tte Parole d ivin e com m andant ;i ia ¡umifere de nnltre, de se d évelo pp er et d e se séparer d 'avec les t e r e b r e s . Par la puissance de cette Parole, ¿'im pulsión fu td o n n é e k la m atiere; im pulsión de m ouvem en ls círeulaires ici, s p im lo id e s aille u rs;-sim p le, co m p le x o leu te , rapide, vrtriée íi l'infini dans l'infinitd des centres qui lui sont assignés. » P ou r nous, pou r n otre terre, ces m ouvem ents son t parvenus au d eg ré d ’avancem ent q u i nous a fait n otre plan éte h abitable, chaufée, eclairde et re­

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teólogos y exegetas más autorizados de nuestros días, la teoría de Laplace, considerada en sí misma, es perfectam ente compatible con la palabra bíblica re ­ ferente á la creación del mundo. Es de notar que Santo Tomás, de acuerdo con San Basilio, San Ambrosio, San Crisóstomo y otros Padres de la Iglesia, enseña expresamente que la confusión y vacío á que aluden las palabras térra au­ tem erat inanis et vacua, precedieron con duración de tiempo á la belleza y ornato de la misma por medio de las plantas y animales, y que precedieron también á la aparición déla tierra por la retirada de las aguavs de su superficie; y que las palabras tenebrce erant super faciem abyssi pueden aplicarse también al cielo, ó sea á los espacios y astros celestes, por cuanto ca­ recían de la luz (1), la cual bien puede apellidarse la forma general de los cuerpos celestes, y ser consideg lé e par le soleil et les astres. AU leurs ils acco m plissen l seulem etit leurs prem iares évolution s, nébulduses naissantes rélégu ées dans les profondeurs de l ’abim e infini, et qui con tien nen t en germ e Ies u n ivers de l ’aven ir... T e 1le est l ’inepuis, sable fécon d ité des attou ch em en ls de l’K sp rit d ivin , tels sont les d éveloppem en ts de cette sim ple P aro le du M a ítre de la n atu re (i)

SU¿ux.»

«¡Alii vero sancti, a ccip iu n t inJorm itatein.... secundum quod exclu-

d lt vitam , form ositatem , e t decorem , qui nunc apparet in corporea ereatu ra; et secundutn hoc d icu n t quod in form itas m ateriae coi poralis d uration e praecessit form ationem ejusdem .... E t q uantum ex lítte ra G en esis accipi potest, trip le x form ositas d eerat, propter quod d icebatu r ereatura corporalis in fo¡m is. D eerat enim a toto corpore diaphano, quod d icitu r coelum , pulckrüiido

lucís', unde d icitu r quod lenebrae ei-ant super faciem abyssi. ^D eerat autem terrae d ú p lex p u lch rim d o : una quam hab.it ex hoc quod est aquis d iscooperta; et quantum ad hoc d ic itu r quod terr.i eral inm h, sive invisibilis, q u ia corporaíi aspectui patere non poterat propter aquas undique eam cooperien tes. A lia vero quara h ab et ex hoc quod est ornata herbiü et plan tis, et ideo d icitu r quod erat vacua, seu incomposiía, id est non ornata, » E t sic, cuna praem isisset duas n aturas creatas, scilicet coelum et lernim , inform itatem coeli exp ressit per hoc, quod d ix it: lenebrae erant super

fa á itn abyssi; inform itatem vera terrae p er hoc quod d ix it: Terra era,tinanis ft vacua.* Sin». Theul,, i . :' parte, cu est. 66, art. i , ”

CAPÍTULO VI.

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rada como un adorno de los mismos, como una mani­ festación de su hermosura. Hay en esta doctrina del Doctor Angélico una especie de presentimiento y co­ mo mía adivinación de las teorías más admitidas por la ciencia moderna, según las cuales, a) hubo una época en que el globo terrestre permaneció rodeado y cubierto por las aguas, y b) hubo otra época en que los cielos y astros perm anecieron en tinieblas y obs­ curidad, porque no habían adquirido las condiciones y transformaciones necesarias para que brillara en ellos la luz en la forma é intensidad que después tu­ vo. Además del sentido expresado, la tierra, según hS anto Tomás, se dice en el Génesis inanis et vacua , porque carecía al principio de los vegetales y plantas que posteriormente la perfeccionaron y embellecie­ ron. Lo cual concuerda con las exigencias de la teo­ ría astronómica de Laplace, y también con las indi­ caciones de la geología referentes al período, más ó menos largo, en que la tierra permaneció rodeada y como sumergida en las aguas. Es esta ocasión oportuna de recordar la hermosa doctrina del mismo Santo Tomás, que antes de ahora se apuntó en orden á la exegesis bíblica en las cues­ tiones referentes á la producción y origen del mun­ do. Después de advertir que entre las cosas pertene­ cientes á la f e , hay unas que pertenecen á la esencia misma ó substancia de la fe {sunt per se m bstantia fidei)} y otras que pertenecen á la fe accidentalm ente, en cuanto se contienen ó ensenan en la Escritura (per accidens tanima, in quantum scilicet in Scriptura traduntur), el Santo Doctor concluye diciendo: “Así, pues, con respecto al principio del mundo, hay algo que pertenece á la substancia de la fe, á saber: que el mundo comenzó por creación (rnundwm inccepisse

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creatum)} y en esto están concordes todos los Santos Padres. Mas si se tra ta del modo y orden con que fué hecho el mundo, ya esto no pertenece á la fe sino accidentalm ente, en cuanto se contiene en la Escri­ tura, cuya verdad dejaron á salvo los Santos Padres, sin perjuicio de darle interpretaciones diferentes en esta materia, ó sea en cuanto al modo y orden en que se verificó la creación del mundo: Quo autem modo et ordine factus sit non perünet ad fidem nisi per accidens, in quantum in Scriptura traditur , cujus verüatem diversa expositione sancti salvantes, diversa tradiderunt .» Despréndese de lo que antecede, que el conteni­ do de los primeros versículos del G-énesis puede resu­ mirse en las siguientes proposiciones, de acuerdo con las teorías é hipótesis más racionales y serias de la ciencia moderna, y de acuerdo también en gran p a r­ te con la exegesis de Santo Tomás y otros Padres de la Iglesia. 1.a En el principio del tiempo y cuando plugo á su voluntad soberana, Dios sacó de la nada el uni­ verso mundo, es decir, la m ateria que compone el cielo y la tierra, palabras que significan por antici­ pación el universo, en opinión bastante generalizada entre los Padres y Doctores de la Iglesia: Coelum et térra, escribe San Agustín, p o tuit dici materia, mide nondum eratfactum c