KERSHAW - La Dictadura Nazi

Traducción de J U L I O S IE R R A ¡ 4/1949 222 cop. Contemporánea (Bibliografía obligatoria para el final) LA DICTA

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Traducción de J U L I O S IE R R A

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4/1949 222 cop. Contemporánea (Bibliografía obligatoria para el final)

LA DICTADURA NAZI Problemas y perspectivas de interpretación

pm-

Ia n Kershaw

m Siglo veintiuno editores Argentina

IIVJIV/ W I I I l f u i aw

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ÍCUMÁN 1621 7s N (C1050AAG). BUENOS AIRES, REPÚBLICA ARGENTINA

íiglo veintiuno editores, s.a. de c.v. :RRO DEL AGUA 248, DELEGACIÓN COYOACÁN, 04310, MÉXICO, D. F.

940.53 CDD

Kershaw, Ian La dictadura nazi : problemas y perspectivas de interpretación. - I o ed. - Buenos Aires: Siglo X X I Editores Argentina, 2004. 440 p.; 21x14 cm. - (Historia y cultura ; 9) Traducción de: Julio Sierra



ISBN 987-1105-78-9 1. Nazismo-Historia I. Título

The Nazi Dictatorship - Fourth edition was originally published in English In 2000 by Edward Arnold Publishers Limited (first edition, 1985) ”

Portada: Peter Tjebbes © 2004, Ian Kershaw © 2004, Siglo X X I Editores Argentina S. A.

ISBN 987-1105-78-9 Impreso en Artes Gráficas Delsur Alte. Solier 2450, Avellaneda, en el mes de agosto de 2004 Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en Argentina - Made in Argentina

Prefacio a la cuarta edición

9

Abreviaturas

13

1. Los historiadores y el problema de explicar el nazismo

15

2. La esencia del nazismo: ¿una forma de fascismo, un tipo de totalitarismo o un fenómeno único?

39

3. Política y economía en el estado nazi

73

4. Hitler: ¿“ amo del Tercer Reich” o “ dictador débil” ?

101

5. Hitler y el Holocausto

131

6. Política exterior nazi: ¿“ un programa” o “ una expansión sin sentido” de Hitler?

181

7. El Tercer Reich: ¿“ reacción social” o “ revolución social” ?

217

8. ¿“Resistencia sin el pueblo” ?

245

9. “ Normalidad” y genocidio: el problema de la “ historización”

287

10. Cambios de perspectivas: tendencias historiográficas en el período posterior a la unificación

309

Notas

349

Lecturas recomendadas

427

2 de 222

Prefacio* a la cuarta edición

Siem pre im agin o que los historiadores escriben libros sobre com plejos asuntos, en prim er lugar, para resolver problem as para sí mismos; es una suerte que los demás se interesen en sus m edi­ taciones. Ciertam ente, ha sido una fuente de persistente placer pa­ ra m í que este lib ro haya dem ostrado ser útil para aquellos que buscan una guía en las miríadas de intentos p o r parte de los estu­ diosos, a lo largo de más de m edio siglo, de abordar algunos de los más difíciles — e im portantes— temas de com prensión histórica. Cuando com encé a trabajar sobre la era nazi a fines de los años setenta, de inm ediato me interesé en estos temas y tuve acceso a las amargas disputas, sobre to d o en tre los h istoriadores de A le m a ­ nia occiden tal, en una co n feren c ia in tern acion a l a la qu e asistí en 1979. M i e x p e rien c ia en esa c on feren cia m e p ro p o rc io n ó el estím ulo para escrib ir este lib ro (q u e fue red a ctad o en su fo r ­ m a o rigin a l a principios de los años o ch en ta ). El nudo central del libro, tal com o sigue sién dolo ahora, es, en este sentido, una pièce d ’occasion: una evaluación del punto alcanzado p or la investigación histórica acerca d el T ercer Reich en aquel m om en to. A lgun os de los debates que analicé ya n o resultan tan decisivos com o parecían entonces: las investigaciones continúan, las condiciones externas cambian, aparecen nuevos problemas y los viejos pierd en su inten­ sidad. T o d o esto es n orm al en los estudios históricos. M enos n or­ mal es la velocidad d el cam bio y decididam ente anorm al es el m o­ d o com o los escritos sobre temas históricos han sido acompañados y afectados p or la con cien cia pública acerca del legad o del pasa­ do. L a historiografía sobre el T ercer Reich ha seguido reflejan do las dim ensiones m orales y políticas de ese trabajo (así com o las di­ visiones teóricas acerca del m étod o y del e n fo q u e ), que señalé en el p rim er capítulo. L a “Historikerstreit” (disputa de historiadores) de los años ochenta y el “debate G oldh agen ” de la década siguien­

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1U

IAN KERSHAW

te son tal vez las más espectaculares ilustraciones de esto. P ero más allá de las controversias públicas, la investigación misma ha segui­ do avanzando com o el torrente de un río desbordado más que co­ m o los suaves rem olinos de una lenta corrien te de agua. Es difícil, incluso para los especialistas, mantenerse al día con tod o lo que está ocurriendo. Pero, tal vez, p or lo m enos el intento justifica una nueva edición de este libro. H e tratado de actualizar el texto d on d e ha sido necesario, y he ajustado Jas notas y la guía de lecturas recomendadas. De todos los temas dé los que m e he ocupado, ninguno ha sido objeto de tan intensas investigaciones — ni ha p rodu cid o tan rápidam ente cambiantes interpretaciones— com o el capítulo sobre “H itle r y el H olocausto” . Ya había vuelto a escribir partes de él para la terce­ ra edición y he considerado ahora necesario, a la luz de im portan­ tes publicaciones recientes, reescribir diversas secciones para esta edición. El capítulo final estaba com puesto, para la edición ante­ rior, p o r varias secciones especulativas acerca de cóm o la historio­ grafía p od ría cambiar después de la unificación. Cuando volví a m irar ese capítulo, record é las razones p o r las que m e va m ejo r ateniéndom e a la historia que especulando acerca de tendencias futuras. Esta parte del libro también tuvo, necesariamente, que ser reescrita en gran parte para poder incluir el “fenóm eno Goldhagen” y también para volver a considerar las cambiantes tendencias en las investigaciones acerca del Tercer Reich a m edida que, con el paso de las generaciones, H itler y su régim en pasan a la historia (dejan­ do la conciencia histórica de una generación que, afortunadamen­ te, nunca experim entó el nazismo, aparentem ente tan lastimada com o las anteriores p or su legado m oral). D ebo agradecer profundam ente, ahora com o antes, a amigos y colegas en varios países, p ero sobre tod o en Alem ania y en Gran Bretaña. Los trabajos de todos ellos sobre un régim en que de ma­ nera tan fundamental y tan negativa m arcó el siglo que se acerca a su fin constituyeron un gran estímulo para mí. Seleccionar algu­ no; de ellos resulta, tal vez, odioso, p ero m e gustaría, de todos m o­ dos, agradecer particularmente a Hans M om m sen p o r las ilim ita­ das discusiones, consejos y aliento (aun cuando n o estuvimos de acuerdo) a lo largo de muchos años. T am bién le estoy especial­

PREFACIO A LA CUARTA EDICIÓN

11

m ente agradecido a la A lex an d er von H um boldt-Stiftung p o r su infatigable apoyo. P or últim o, m e alegra ten er la oportunidad de expresar m i agradecim iento, com o ed itor a la vez que com o ami­ go, a Christopher W h e e le r p o r su continu ado interés en este li­ bro. N i su aliento ni su p o d e r de persuasión han dism inuido con el paso del tiem po. Ia n K e r s h a w

Sheffield/M anchester, septiem bre de 1999

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Abreviaturas

AfS

Archiv fü r Sozialgeschichte

AHR

American Historical Review

APZ

Aus Politik und Zeitgeschichte (Beilage zur Wochenzeitung ‘das

BAK

Bundesarchiv, K oblenz

CEH

Central European History

Parlament’)

E cH R Economic History Review GG

Geschichte und Gesellschaß

G W U Geschichte in Wissenschaft and Unterricht HW J

History Workshopfo u m a l

HZ

Historische Zweitschrift

IM T

International M ilitary Tribunal ( Trial o f the M a jor War Criminals [Nuremberg, 1949], 42 vols.)

JCH

fo u m a l o f Contemporary History

fM H

Journal o f Modern History

MGM

Militärgeschichtliche Mitteilungen

NPL

Neue Politische Literatur

PVS

Politische Vierteljahresschrift

VfZ

Vierteljahrshefte f ü r Zeitgeschichte

5 de 222

1. L o s historiadores y el problem a de explicar el nazismo

Más de m e d io siglo después de la destrucción d el T ercer R eich, los principales historiadores están lejos de pon erse de acuerdo sobre algunos de los problem as más fundam entales de la interpretación y explicación del nazismo. P o r supuesto, se han he­ cho grandes progresos a partir de los textos sobre temas históri­ cos de la era de la inm ediata posguerra, cuando los historiadores trataban de escribir “la historia con tem porán ea” aun antes de que el polvo hubiera com en zado a asentarse sobre las ruinas de la Eu­ ropa de H itler, en un clim a d efin id o p o r las horribles revelacio­ nes de los juicios de N u rem b erg y el desenmascaramiento total de la bestialidad del régim en. En semejante clima, n o debe sorpren­ der que las recrim inaciones d el bando aliado y la ten den cia a la disculpa del lado alemán fueran los aspectos principales en los es­ critos acerca del pasado inm ediato. U n a perspectiva más extensa en el tiem p o y una vasta produ cción de eruditas investigaciones de alto nivel realizadas p o r una nueva generación de historiado­ res — especialm ente desde los años sesenta en adelante, después de la apertura de los registros alemanes incautados, que para ese m om en to ya habían regresado a Alem ania— introdujeron im p o r­ tantes avances en el con ocim ien to de muchos aspectos esenciales del go b iern o nazi. P ero en cuanto las detalladas y eruditas m o n o ­ grafías son colocadas en el con texto de las amplísimas cuestiones interpretativas acerca d el nazismo, los lím ites del consenso se al­ canzan con rapidez. U n a síntesis de interpretaciones polarizadas, con frecuencia defendidas y justificadas, n o aparece en el h orizon ­ te. El debate continúa firm e, llevado adelante con gran vigor y tam­ bién, frecuentem ente, con un ren cor que va más allá de los límites de la controversia histórica convencional. Esto fue muy vividam en­ te ilustrado con la explosión de sentimientos que acom pañó a la “Historikerstreit” (o “disputa de historiadores”), una im portante con­

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1AJN KfcKSHAW

troversia pública acerca del lugar que ocupa el T ercer Reich en la historia alemana, que involucró a los principales historiadores ger­ manos y que se encend ió en 1986. P o r supuesto, el debate y la controversia constituyen la esen­ cia misma de los estudios históricos; son el prerrequisito para el p rogreso en la investigación histórica. Sin em bargo, el nazism o plantea interrogantes de interpretación histórica que, o bien tie­ nen un sabor particular, o bien destacan de una manera muy mar­ cada temas más amplios de la explicación histórica. Las caracterís­ ticas particulares de los desacuerdos fundam entales en tre los historiadores acerca de la in terpretación d el nazism o se encua­ dran, en mi opinión, den tro de la inevitable fusión de tres d im en ­ siones: una'dim ensión histórico-filosófica, una dim ensión p olíti­ co-ideológica y una dim ensión moral. Estas tres dim ensiones son inseparables tanto del tema propio del historiador com o de lo que el historiador o la historiadora entienden es su papel y su tarea en la actualidad, al estudiar el nazismo y escribir sobre él. Estas carac­ terísticas especiales, com o yo p od ría además argum entar, están condicionadas p or un elem en to central en la conciencia política de ambos estados alemanes de la posguerra, que a la vez es un re­ flejo de él: dom inar el pasado nazi, Vergangenheitsbewáltigung, ha­ bérselas con la historia reciente de A lem ania y apren der de ella. Los abordajes radicalm ente diferentes del pasado nazi en la A lem an ia oriental y la A lem an ia occidental con fieren , sin duda, un tono especial a los escritos sobre temas históricos acerca d el na­ zismo, en la m edida en que los dos estados alemanes con filoso­ fías políticas totalm ente contrastantes se enfrentaban uno al otro. P ero dado que el problem a de enfrentar el pasado ha sido abor­ dado de una manera menos lineal en la República Federal de lo que fue en la República Dem ocrática Alem ana, las controversias acerca de cóm o interpretar el nazismo han sido sobre todo contro­ versias germ ano-occidentales. Esto, p o r supuesto, n o significa de ninguna manera subestimar la importante, y con frecuencia inno­ vadora, contribución hecha a la historia alemana p o r historiadores no alemanes. N o pocas veces, en realidad, esa misma distancia (con la correspondiente perspectiva diferen te) de los historiadores ex­ tranjeros respecto tanto del peso de “dom inar el pasado” com o de

LOS HISTORIADORES Y EL FR U B LLM A U L L A T U L A K t.L INA^ISMU

las corrientes intelectuales de la sociedad de A lem ania occidental ha sido la que ha p rop orcion a d o el tram polín para nuevos im pul­ sos y nuevos m étodos. La im portante marca dejada p o r la eru di­ ción internacional se verá con toda claridad en los p róxim os capí­ tulos. De todas maneras, es un punto de vista básico de este libro que los contornos de los debates han sido p or lo gen eral estable­ cidos p o r historiadores alemanes, en especial los de la R epública Federal, y han sido m oldeados en gran m edida p o r la visión que los historiadores alemanes occidentales han tenido de su propia tarea al ayudar a dar fo rm a a la “conciencia p olítica” y con ello, a superar el pasado. ¿j

Se ha d ich o de la República Federal que, m ucho más que Is­

rael o Vietnam d el Sur, es un “estado nacido de la historia contem ­ poránea, un producto de la catástrofe para superar la catástrofe”.1 En esta sociedad, los historiadores del pasado reciente claramente juegan un papel político m ucho más desem bozado que, p or ejem ­ plo, en Gran Bretaña. N o es ir demasiado lejos decir que con la in­ term ediación de sus interpretaciones d el pasado reciente los his­ toriadores son vistos y se ven a sí mismos, de alguna manera, com o los guardianes o críticos del presente. La inseparabilidad de la in­ vestigación histórica acerca del nazismo respecto de la “educación política” contribuye en parte al sentim iento latente de algunos his­ toriadores en el sentido de que, sobre tod o en lo que se refiere a la com prensión profunda de la esencia del sistema nazi, la claridad es un deber. Este sentim iento fue expresado p or el entonces can­ ciller de la R epública Federal, H elm u t Schmidt, cuando se dirigió a la C on feren cia An u al de H istoriadores Alem anes en 1978 y se quejó de que un exceso de teoría había produ cido para muchos alemanes actuales una im agen del nazismo a la que todavía le fal­ taba “un claro c o n to r n o ” .2 El m ism o argum ento m arcó el ton o - ‘r-una m ezcla de en o jo y tristeza— de algunos historiadores, cuya interpretación d om in ó los años cincuenta y sesenta, al reaccionar a un desafío “revisionista” para establecer una ortod oxia que llega a som eter a un cuestionam iento radical “descubrimientos eruditos que han sido considerados ciertos y hasta indiscutibles”.3 La c on ex ión entre la cam biante perspectiva de la investiga­ ción histórica y la form ación de la conciencia política del m om en ­

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1A 1\ 1ULKSHAW

to es reconocida com o algo obvio, tanto p or los “tradicionalistas” com o p or los “revisionistas”.4 C om o la “Historikerstreit” lo dem os­ tró claramente, las interpretaciones contradictorias del nazismo son parte de una perm anente reconsideración de la identidad po­ lítica y del futuro p olítico de Alemania. Los historiadores contem ­ poráneos y su trabajo son p ropiedad pública. Esto da form a al marco de referencia e influye en la naturaleza de las controversias sobre asuntos históricos que vamos a evaluar. L a literatura sobre el nazismo es tan vasta que incluso los ex­ pertos tienen dificultades para abordarla. Y resulta claro que los es­ tudiantes que se especializan en historia alemana contem poránea con frecuencia no pueden asimilar la com pleja historiografía del nazismo, ni seguir las controversias sobre interpretaciones desarro­ lladas en su m ayor parte en las páginas de las pu b licacion es o m on ografías eruditas alemanas. M i lib ro fue escrito con esto en mente. N o ofrece una descripción del desarrollo de la historiogra­ fía, ni una historia de la historia del nazismo, p or decirlo de algún m odo.5 Se trata, más bien, de un intento de analizar la naturaleza de numerosos problemas centrales de interpretación, relacionados específicamente con el p eríodo mismo de la dictadura, con los que se enfrentan los historiadores actuales de la Alem ania nazi.6 La estructura del libro está en gran m edid a prefigurada p o r los temas interrelacionados y entrelazados que dan consistencia a la base de las controversias. El siguiente capítulo trata de analizar las muy diversas y firm em en te opuestas interpretaciones de la na­ turaleza del nazismo: si puede ser satisfactoriamente considerado una form a de fascismo o un estilo de totalitarismo, o com o un pro­ ducto único de la historia reciente de Alem ania, un fen ó m en o p o ­ lítico “único en su especie” . Directam ente relacionada con el de­ bate sobre fascismo está la acalorada controversia sobre nazismo y capitalismo, en particular acerca del papel de la industria alema­ na, que constituye el tem a del capítulo siguiente. U n tema clave que surgió fue el de cóm o interpretar la posición, el papel y el sig­ nificado de H itler mismo en el sistema nazi de gob iern o, un com ­ p lejo problem a explorado más adelante en tres capítulos separa­ dos sobre la estructura de p od er del Tercer Reich y la preparación de la política exterior y de la política antisemita. El fo c o de aten­

LOS HISTORIADORES Y EL PROBLEMA L)L L A rL iw vK

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1 Zf

ción fue lu ego trasladado desde el g o b iern o del Tercer Reich a la sociedad bajo el go b iern o nazi, tratando de exam inar hasta dón ­ de el nazismo alteró, y hasta revolu cionó, a la sociedad alemana, y de evaluar el com plejo tema de la resistencia alemana a Hitler. A esto le sigue un análisis del im portante debate que se desarro­ lló acerca de la “historicización” del Tercer Reich, o sea, si a la era i . ■ nazi se la puede tratar en tod o sentido com o cualquier otro p erío ­ do del pasado, es decir, com o “historia”. Finalmente, trato de con ­ siderar algunas de las maneras en que las tendencias historiográficas han cam biado (y siguen cam biando) desde la unificación de Alem ania. D entro de cada capítulo, p reten d o sintetizar adecuada­ m ente las interpretaciones divergentes y el estado actual de la in­ vestigación, para lu ego o frecer una evaluación. N o he considera­ ndo que sea tarea m ía tratar de colo carm e com o espectador y adoptar una posición neutral al pasar revista a las controversias, lo cual, de todas maneras, sería im posible. Espero presentar las opi­ n io n e s que sintetizo lo más adecuadam ente posible, p ero también voy a ser partícipe del debate, n o “árbitro”, p o r lo que daré mi p o ­ sición en cada caso. Los distintos enfoques respecto de la historia del Tercer Reich que se encuentran en este lib ro com parten un mismo objetivo: o frecer una adecuada explicación del nazismo. Explicar el pasado es la tarea de los historiadores, p ero la intim idante naturaleza y la com plejidad de esa tarea en el caso del nazismo se harán obvias en las páginas que siguen. En efecto, se p od ría decir que una ade­ cuada explicación del nazismo es una im posibilidad intelectual. El nazismo constituye un fen óm en o que apenas si parece posible que sea som etido a un análisis racional. C on un líd er que hablaba en tono apocalíptico de p o d er m undial o destrucción y con un régi­ m en basado en una id eo lo g ía de o d io racial totalm ente repulsiva, uno de los países más avanzados cultural y econ óm icam en te de Europa se preparó para la gu erra y dio lugar a una conflagración mundial que m ató alrededor de 50 m illones de personas y perpe­ tró atrocidades — cuya culminación fue el asesinato masivo y meca­ nizado de millones de judíos— , de una naturaleza y en una escala que desafía a la im aginación. Frente a Auschwitz, la capacidad de explicación del historiador resulta insignificante. ¿Cóm o es posi-

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IA N K E R S H A W ^ Ó S HISTORIADORES Y E L PROBLEMA DE EXPLICAR EL NAZISMO

ble escribir adecuada y “objetivamente” acerca de un sistema de SeTuéTn mente T 1 f *3° nf las fuentes el

'‘ ‘ T Í U" h,°rr0r ^ Semejame " “ "M entalidad? ' T ZaC SU trabaJ° el hi«oriador? Difícillmltarse’ en Orminos neorrankeanos, a recoger de relato de -cómo fueron realmente las c j ^

ti

más allá de la m era p érd id a física d el m aterial archivado. L le g a hasta los enorm es vacíos en las fuentes docum entales con respec­ to a los puntos más críticos y sensibles, que son, ellos mismos, un producto inevitable del m od o en que el sistema de g o b iern o nazi funcionaba. En ninguna parte esos vacíos son más evidentes o más

históric.U sa )eunaS' ° el hÍSt° riad0r BcomPrender” (en la tradición' A“ , U,\reg,men a " y a su tan inhumano líder?" ¿O es su tarea desnudar la maldad del nazismo para dar testimo-'

frustrantes que en lo que tiene que ver con H itle r mismo y con su

10 en el presente y una advertencia para el futuro? Si es así ¿de

lizado en el T ercer Reich, ju n to con el estilo de g o b iern o extraor­

que minera podría hacerlo? ¿Acaso el historiador puede o debe esforzarse por lograr “distanciarse” de su tema, d is o c ia conside^

dinariam ente no burocrático de H itler —-en el que las decisiones

da habituajmente la esencia misma de la “objetividad” en los escritos sobre temas h.stóricos? El solo hecho de plantear estas p r e g u n t a

cum entación de la esfera central de tom a de decisiones. Los in­

giere algunas de las razones por las que ninguna explicación del na-' zismo puede ser del todo intelectualmente^Lfactoria. Sin em bú­

p or lo tanto, antes de llegar a H itler. Es d ifíc il saber qu é m ate­

dete" "’' ' f " 01“'1' d mérit° * cual,5uier e«f°q u e interpretativo debe reposar en la medida en que podría ser visto como una contriH a on a. una^interpretación del nazismo potencialmente mejorada. El objetivo de este hbro habrá sido alcanzado si su evaluación de

sulta saber si lo leía o no y cuál era su reacción. C o m o dictad or

a:

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r ° r S “ ene Un mej° r P° tencial en d a c ió n con los d e n ¿

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CS ‘,Ue,prmCÍOn tenido, com o su esencia. Como resultado, ignora del todo los diferentes objetivos e intenciones del nazis­ mo y el bolchevismo, objetivos que fueron totalmen­ te inhumanos y negativos en el caso del primero y en última instancia humanos y positivos en el caso del se­ gundo. La objeción no es del todo convincente. Co­ mo lo ha señalado Adam,38 el argumento se basa en í. ; una deducción a partir del futuro (que no es ni verificable ni falsificable) hacia el presente, un procedi­ miento que en estricta lógica no es permisible. Hay también la presunción de que forma y contenido pue­ den estar disociados entre sí, de tal manera que un co­ mentario sobre la forma nada dice acerca del conteni­ do, un punto rechazado hasta por la dialéctica materialista. Además, el acento sobre la humanidad en última instancia del bolchevismo contrastada con la in­ humanidad del nazismo, pone en comparación una

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I

IAN KERSHAW |

f supuesta intención idealista de un sistema con la rea- i lidad conocida del otro, y evade la cuestión de las po- ■: sibles similitudes concretas en las técnicas de domina- * ción entre los regímenes estalinista y hitlerista. El punto puramente funcional de que el terror comunis­ ta era “positivo” porque estaba “dirigido hacia un completo y radical cambio en la sociedad”, mientras que “el terror fascista (es decir, nazi) alcanzó su pun­ to más alto con la destrucción de los judíos” y “no hi­ zo intento alguno de alterar la conducta humana o de ^ construir una sociedad genuinamente nueva”39 es, además de una afirmación discutible en su última par.• te, un cínico juicio de valor acerca de los horrores del terror estalinista. (b) Quienes no rechazan de plano el modelo del concepto de totalitarismo, pero ven su aplicación como algo muy limi­ tado, hacen cuatro críticas sustanciales: (i) El concepto de totalitarismo, sea como fuere que se defina, puede sólo de manera insatisfactoria com­ prender las peculiaridades de los sistemas que trata de clasificar. Broszat señalaba, por ejemplo, en los co­ mentarios introductorios a su magistral análisis del “estado de H itler”, la dificultad de ubicar la amorfa falta de estructura del sistema nazi en cualquier tipo­ logía del gobierno.40 El concepto de totalitarismo puede, de hecho, sólo hablar de una manera general y limitada acerca de las similitudes de los sistemas, los cuales al ser examinados más de cerca están estructura­ dos de maneras tan diferentes, que las comparaciones por fuerza deben ser sumamente superficiales. Hans Mommsen ha indicado, por ejemplo, lo diferentes que eran el uno del otro en estructura y en función, el par­ tido Nazi y el partido Comunista Soviético, y lo poco que se dice al referirse tanto a la Alemania nazi como a la Rusia soviética (aun limitando el tratamiento al período estalinista) como “estados de partido úni­ co”.41 Igualmente significativas fueron las importan-

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LA ESENCIA DEL NAZISMO

61

S~V Ífc-. '■ v < -..,t yji> . -;>

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'; terio de la Producción de Guerra y la de los hombres de negocios que lo manejaban se volvió cada vez más débil que la de las partes más profundamente fascistas de la administración. Los círculos de, negocios que habían buscado controlar al movimiento en 1933, al final vieron sus más pesimistas temores cumplidos: se habían con­ vertido ellos mismos en títeres de una revolución política.57 Hasta los últimos estadios de la guerra, los beneficios del Terv cer Reich para todos los sectores de la industria y las finanzas re­ lacionados con la producción de armamentos fueron colosales. Las ganancias no distribuidas de las compañías de responsabilidad limitada fueron cuatro veces más altas en 1939 de lo que habían sido en 1928.58 Las empresas monopólicas fueron las más grandes beneficiarías individuales — y en primer lugar, el gigante de la in­ dustria química IG-Farben, cuya ganancia neta anual, que había estado detenida entre 1933 y 1935, se duplicó en 1936, de 70 mi­ llones a 140 millones de marcos alemanes, y saltó a 300 millones para 1940, y sin duda alguna, alcanzó niveles estratosféricos, aun-

POLÍTICA Y ECONOMÍA EN EL ESTADO NAZI

99

que no están documentadas— a partir de ese momento.59 Las gi­ gantescas ganancias de las principales empresas no eran un pro­ ducto colateral incidental del nazismo, cuya filosofía estaba estre­ chamente ligada a la total libertad para la industria privada y la santificación del espíritu emprendedor.60 La industria privada era indispensable para el esfuerzo del rearme, lo cual les dio a sus re­ presentantes un muy considerable poder de negociación, que ellos no vacilaron en usar para su beneficio en todo el Tercer Reich. Sin embargo, es importante recordar la distinción entre el inicio, la ejecución y la explotación de una política. H e afirmado acá que mientras que las grandes empresas capitalistas pudieron incrementar enormemente sus ganancias gracias a las políticas na­ zis, el control sobre la ejecución de la política se inclinó de maneraúnequívoca y específica hacia el “bloque nazi” en el “cártel de poder”. Y como los grupos en el “bloque nazi” llevaron la mejor parte en cuanto a la ejecución de las políticas, así también las po­ líticas en áreas cruciales que tenían directamente que ver con la economía se desplazaron de manera inexorable para alejarse de los “grandes intereses”, aunque sólo en un estadio muy posterior llegaron a estar en una posición diametralmente opuesta al prin­ cipal interés capitalista en su propia reproducción. Para ese en­ tonces, el nivel de intervención por parte del estado nazi en los mercados tanto de trabajo como de capitales, unido a la exclusión autárquica del nuevo imperium germánico de los mercados mun­ diales, habían sin duda promovido un capitalismo estructurado de una manera totalmente diferente del analizado por Marx.61 Sin embargo, toda especulación acerca de la naturaleza y el papel fu­ turos del capitalismo en un victorioso “nuevo orden” nazi parece hueca. En última instancia, la dinámica nihilista enloquecidamente creciente del nazismo era incompatible con la construcción per­ durable y la reproducción de cualquier orden económico. [.. En los análisis que anteceden, he tratado de separarme de las que son, en mi opinión, interpretaciones alternativas demasiado simplistas — la “primacía de la política” o “la primacía de la econo­ mía”— de la compleja relación del nazismo con los “grandes inte­ reses” en el Tercer Reich. Insistir en que, “en última instancia”, los factores económicos son los determinantes parece efectivamente

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IAN KERSHAW

— como mínimo— una explicación inadecuada de la creciente preeminencia del profundo nihilismo del nazismo por sobre el in­ terés económico “racional”. Al mismo tiempo, la interpretación “liberal” clásica de la “primacía de la política”, aplicada explícita o implícitamente a conceptos de control “totalitario” sobre una economía “al servicio” de una dictadura obcecada, es apenas más convincente en su simplificación de la estructura de poder del Ter­ cer Reich y en su constitutivo y exagerado acento puesto en la per­ sonalidad e ideología de Hitler. Sin embargo, esto, sumado a la contrastante interpretación ofrecida acá, basada en una compren­ sión del carácter “policrático” del “cártel de poder” en el Tercer Reich, plantea una nueva serie de preguntas que giran alrededor del lugary la función de Hitler en el gobierno de la Alemania na­ zi. Los siguientes capítulos se ocupan de este problema central de interpretación.

4. Hitler: ¿“amo del Tercer Reich” o “dictador débil”?

Ubicar el papel y la función de Hitler dentro del sistema na­ zi de gobierno es menos sencillo de lo que inicialmente podría pa­ recer. Es más, el asunto se ha convertido en un problema central de interpretación en un debate entre importantes historiadores del Tercer Reich. Este debate, dadas sus complejidades, se ha di­ cho que a veces se parece a las disputas teológicas de la Edad Me­ dia1y que ciertamente contiene un grado de rencores que van más allá de los desacuerdos convencionales de los historiadores.2 El inusualmente encendido y en ocasiones amargo tono del debate3 refleja de alguna manera las tres dimensiones — histórico-filosófica, político-ideológica y moral— de los escritos sobre el nazismo (especialmente en Alemania occidental) que fueron tratadas en el capítulo 1. Sobre todo el tema moral — el sentimiento de que el mal de la figura central del Tercer Reich no está siendo retrata­ do adecuadamente, así como de que Hitler fue subestimado por lo's contemporáneos y ahora está siendo trivializado por algunos historiadores— está en la raíz del conflicto y determina el carác­ ter del debate. El tema moral es en sí mismo inseparable de las cuestiones acerca del método y la filosofía de la historia — cómo escribir la historia del nazismo— , lo cual, a su vez, es inseparable de los juicios de valor políticos e ideológicos, también relaciona­ dos con la sociedad de hoy en día. El tema clave en lo que a lo histórico-filosófico se refiere es el papel del individuo en la conformación del curso del desarrollo histórico, frente a las limitaciones a la libertad de acción del indi­ viduo impuestas por los impersonales “factores estructurales deter­ minantes”. En este caso, esto apunta a la cuestión de si los terri­ bles acontecimientos del Tercer Reich deben ser principalmente explicados por medio de la personalidad, la ideología y la volun­ tad de Hitler, o si el dictador mismo no era, por lo menos en par-

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mi . . . - II te, un “prisionero” (voluntario) de fuerzas de las que él era un ins- „ mejor de ellos, el texto de Joachim Fest, estuvo muy cerca de reemtruniento más que el creador y cuya dinámica lo arrastraba a él v , % ;■plazar al ya anticuado clásico de Bullock de los años cincuenta.9 también en su impulso. Las posiciones historiográficas están grá­ Aun así, como críticos sensibles señalaron « n medio de los coros ficamente polarizadas en el citado comentario del historiador laudatorios, el estudio estilístico de Fest revelaba algunas de las de­ norteamericano Norman Rich, en cuanto a que “es incuestiona- ¿ bilidades intrínsecas del método biográfico, en particular cuando ble: Hitler era al amo del Tercer Reich”,4 y en la diametralmente 5 el tema de estudio es una “no persona” como Hitler.10 El trabajo opuesta interpretación de Hans Mommsen, de un Hitler “no dis- vi de Fest es bastante desequilibrado, ya que, por ejemplo, dedica de­ puesto a tomar decisiones, con frecuencia indeciso, exclusiva- ^ ¥ masiada atención a los primeros años de Hitler; ignora o minimi­ mente^preocupado por mantener su prestigio y autoridad perso­ za los temas socioeconómicos; está excesivamente preocupado por nal, influido de la manera más fuerte por el entorno de turno, en ^ cuestiones históricamente fútiles con respecto a si a Hitler se le algunos aspectos, un dictador débil”.5 Antes de tratar de evaluar pueden atribuir cualidades de “grandeza negativa”; y en general su estas interpretaciones, es necesario trazar los contornos del de7 postura es mucho menos segura cuando relaciona a Hitler con los bate a la luz de la historiografía sobre Hitler y la estructura del es­ más amplios desarrollos de la sociedad y la política alemanas que tado nazi.6 f. cuando se ocupa de su personalidad. La dificultad del enfoque bio­

Personalidad, estructura y “el factor Hitler’ Los estudios que se basan en la posición central de la perso: ,: nalidad, las ideas y la fuerza de voluntad de Hitler para cualquier explicación del nazismo, toman como punto de partida la premi- J sa de que, dado que el Tercer Reich surgió y cayó con Hitler y fue dominado todo el tiempo por él, el “nacionalsocialismo puede. efectivamente ser llamado hitlerismo”.7 Detrás de este tipo de in? terpretación, se encuentra en general una filosofía que destaca la . “intencionalidad” de los actores centrales en el drama histórico, atribuyendo el peso total a la libertad de acción del individuo y la singularidad de su acción. Este tipo de pensamiento obviamente caracteriza las biografías de Hitler, así como a los estudios “psicohistóricos”. Y también, por otra parte, subyace en algunos de los más notables estudios no biográficos sobre el nazismo. *,«' En los años setenta, aparecieron numerosas biografías de Hi­ tler, en medio de una excesiva producción de textos sin valor en lo que se llamó “la ola Hitler”, que manifestaba una macabra fascina­ ción con la extraña personalidad del líder nazi.8 Algunos de esos descubrimientos parecían agregar poco más que minucias de an-, ticuario al ya existente conocimiento acerca de Hitler, aunque el

gráfico al tratar de evitar la extrema personalización de los temas complejos, reduciéndolos a cuestiones de la personalidad e ideo­ logía de Hitler, caracteriza, también, a un muy leído y muy influ­ yente texto de buen periodismo de Sebastian Haffner, que aborda el nazismo únicamente a partir de los “logros”, los “éxitos”, los “errores” y otras peculiaridades de Hitler.11 ■> El apogeo del “Hitlercentrismo” se alcanzó en el enfoque psicohistórico que caracterizó numerosos estudios nuevos en los años setenta y que llegó casi a explicar la guerra y el exterminio de los judíos por la psicopatía neurótica de Hitler, su complejo de Edi­ po, la ausencia de uno de sus testículos, su perturbada adolescen­ cia y sus traumas psíquicos (supuestamente coincidentes con la psicología del pueblo alemán).12Si bien los descubrimientos eran menos dependientes de la conjetura y la especulación, resulta di­ fícil ver de qué manera este enfoque podría ayudar de manera más amplia a explicar cómo una persona semejante pudo convertirse en gobernante de Alemania y cómo su paranoia ideológica llegó a ser transformadora en política de gobierno por personas no pa­ ranoicas y no psicópatas, en un sistema burocrático moderno y ela­ borado. El sarcasmo de Wehler — y él es uno de los pocos historia­ dores que seriamente ha probado la aplicabilidad del psicoanálisis al método histórico— es acertado: “¿Acaso nuestra comprensión de la política nacionalsocialista realmente depende de si Hitler te-

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nía un solo testículo? [...] Tal vez el Führer tenía tres, lo cuál le complicaba a él un poco las cosas, ¿quién sabe? [...] Aun cuando Hitler pudiera ser considerado de manera irrefutable como un sadomasoquista, ¿cuál sería el interés científico de ese dato? [...] ¿Acaso la ‘solución final de la cuestión judía’ se vuelve de esa ma­ nera más fácilmente comprensible o el ‘retorcido camino a Ausch­ witz se convierte en el camino de una sola mano de un psicópata en el poder’?”13 Los más importantes estudios que toman la centralidad de la perso'na e ideología de Hitler como punto focal de interpretación son de mejor calidad, y no están biográficamente orientados de ninguna manera. A diferencia de la mayoría de las biografías (ex­ cluyendo a Bullock y a Fest), la amplia diversidad de trabajos de Bracher, Hillgruber, Hildebrand y Jáckel — para nombrar sólo a los más importantes— ha hecho una importante contribución a la comprensión del nazismo. Lo que une sus diferentes enfoques es la idea de que Hitler tenía un “programa” (aunque no un tosco anteproyecto para la acción), que en todo lo esencial él respetó consistentemente desde principios de los años veinte hasta su sui­ cidio en el búnker de Berlín en 1945. Sus propias acciones esta­ ban dirigidas por sus obsesiones ideológicas. Dado que el Tercer Reich fue dirigido por Hitler, la ideología del Führer llegó a con­ vertirse en política de gobierno. Resumido de manera rápida, és­ ta es la base del tipo de interpretación “programática”. La idea de Hitler como un hombre que fanáticamente perse­ guía ciertos objetivos definidos con implacable coherencia (aun­ que con flexibilidad táctica) — que reemplazó hasta bien entrado el decenio de 1960 la opinión de que no era más que un oportu­ nista sin principios y sediento de poder— produjo en trabajos muy elaborados como los de Andreas Hillgruber una imagen de un Hi­ tler “programático” que torció la política exterior de Alemania con su férrea voluntad para cumplir a largo plazo sus bien definidos ob­ jetivos.14Esta imagen dependía, a su vez, de la correspondiente per­ cepción del papel desempeñado por Hitler en la política interior como un mecanismo de supremo maquiavelismo, cualquiera que haya sido la astucia táctica, que seguía una idea preconcebida y empujaba, en una perniciosamente lógica e internamente racio-

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nal serie de pasos, hacia el poder total para así convertir sus obje­ tivos ideológicos como prácticas de gobierno. El desarrollo de es­ ta interpretación de Hitler se debió sobre todo al trabajo de Karl Dietrich Bracher. Para Bracher, un dentista político, la pregunta clave era cómo la democracia liberal se desintegró y dio lugar a una dictadura “tota­ litaria”.15 Su exposición del funcionamiento de la dictadura “to­ talitaria” alemana, que surgió en medio de una corriente de estu­ dios muy importantes desde mediados de los años cincuenta en adelante, atribuía un papel central a Hitler y destacaba la fuerza motivadora de la ideología de Hitler.16 En un interesante puente con el acento “estructuralista” puesto en la “anarquía institucio­ nal” del Tercer Reich, Bracher ya estaba escribiendo en 1956 que “el antagonismo entre los organismos rivales era resuelto única­ mente en la omnipotente posición clave del Führer”, que “deriva­ ba precisamente de la compleja existencia y oposición de los gru­ pos de poder y de lazos personales conflictivos”.17 Sin embargo, el hecho de poner el acento en la real omnipotencia del Führer dis­ tingue claramente la posición de Bracher de la de los posteriores “estructuralistas”. Además, el título del ensayo de Bracher — “Eta­ pas de una totalitaria Gláchschaltung'*— reflejaba el acento que po­ ní^ en el avance esencialmente planificado, regulado y “racional”, hacia objetivos preconcebidos, un argumento que consistente­ mente reformuló en sus trabajos más importantes. Por una vía di­ ferente, Bracher había desarrollado una interpretación de Hitler que claramente se unía al enfoque “programático” de la política exterior, y también al Hitlercentrismo de las mejores biografías. Bracher afirmó su posición en un ensayo interpretativo a me­ diados de los años setenta, que se ocupaba del problema del “lu­ gar del individuo dentro del proceso histórico-político”.18 Argu­ menta con vehemencia que Hitler fue fatalmente subestimado en su propio tiempo, y que los nuevos patrones de investigación que rechazaban el “totalitarismo” com o concepto y veían al nazismo, en cambio, como una variante alemana del fascismo corrían el pe­ ligro de repetir aquella subestimación. Hitler, en su evaluación, * Gleichschaltung. consolidación, sincronización. [T.]

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fue Air- i a i n°™ eno P artlcularmente alemán: la expresión más u- ferl. ¡es análisis publicados por Ernst Fraenkel y Franz Neumann en los dical de las ideas del nacionalismo alemán extremo y un auténti* años cuarenta.23 Fue sólo durante los años sesenta, sin embargo, co revolucionario, aun cuando los cambios que al final produjo Icyandp el desafío a las ideas de estado “monolítico”, “totalitario”, fueron lo contrario de lo que se proponía. El nazismo, por lo junto, con la influencia teórica de una nueva y todavía en desarro­ to, no puede estar divorciado de la persona de Hitler, y, en con­ llo “historia estructural” y del análisis de los sistemas, derivado de secuencia, es legítimo llamarlo “hitlerismo”: “Fue efectivamente' |la ciencia política, gradualmente fue afectando los trabajos sobre la Weltanschauung de Hitler y nada más lo que importaba al final** el Tercer Reich. como se ve en las terribles consecuencias de su antisemitismo .a. . Para fines de los años sesenta, varios estudios habían dejado cista en el asesinato planificado de los judíos”.19 , ,' 5j. al desnudo el “caos de dirigencia” de la Alemania nazi para estaes -propuesta en forma menos^compromet , ^sta interpretación . . * -----------fc-’blecer la base de lo que iba a convertirse en la idea de gobierno ---- 1 t--- - * a en el trahctin A~ - , q n* e• ",traj t - , e Eberhard Jäckel y Klaus ^ policrático, una multidimensional estructura de poder, en la que -----------Hildebrand. u n a in u iu u m,Siet,-i i;a i w £un la ODimon d*» Tar-toi _______ ;. . «■ P r -iri a i c s u u ^ i u i a u c j j u u c i , t i l la l r - » n — un elemento mo u ;‘M// " I 1 e '|aC ,,e^’ r^ men «azi podría ser rotulado ,cq^ s la propia autoridad de Hitler era sólo (aunque uno t “Alleinherrschaft” para él s' T af t literalmente gobernante único”— , que J ij,;;de capital importancia).24 Importantes trabajos sobre, por ejerci­ s decisione da« n ^ni l \a

del régimen no fue simplemente vina cuestión de derrota externa, sino que estaba implícita en su esencia; de hecho, estaba V.stuicturalmente condicionada” por sus contradicciones internas., 4 , N o hay escasez de pruebas para ilustrar la aguda sensibili-, dad de Hitler respecto de cualquier señal de amenaza a “larpaz social”. Speer registró en sus memorias las manifestaciones de : preocupación en privado por una pérdida de popularidad que pu- ; diera provocar crisis internas.70 La preocupación por la disconfpr-,.; midad social que podría producirse después de la suba de precios en JL934 instó a Hitler a restaurar la Comisaría del Reich para el coñtrol de precios y a mantenerla puramente con propósitos propagandísticos mucho tiempo después de que su titular, Cari Goerdeler, hubiera solicitado su disolución con el argumento de que no había nada que efectivamente ese organismo pudiera ha­ cer/1Ante los crecientes problemas de consumo y preocupantes in- ¡ formes de creciente tensión en las áreas industriales en 1935-193.6, Hitler estuvo incluso dispuesto — temporalmente— a renunciar a importaciones para la producción de armamentos para impedir las consecuencias sociales indeseables del racionamiento de alimen­ tos.72 En 1938, a pesar de los desesperados ruegos del ministerio de Alimentos y Agricultura, Hitler categóricamente se negó a subir losv precios de los alimentos, debido a los dañinos efectos sobre el nivel de vida y la moral de los trabajadores.73 En los primeros meses de la guerra, el régimen retrocedió en cuanto a sus planes para la movilización obrera al comienzo de la protesta de los trabajado­ res ante el impacto sobre los salarios, las condiciones laborales y los niveles de vida.74 Y la renuencia del régimen a impulsar la movilización masiva de las mujeres para el esfuerzo de guerra probablemente debe ser ubicada no simplemente en las opinio­ nes de Hitler acerca del papel de la mujer, sino en los temores nazis a las posibles repercusiones sobre la moral y la disciplina del trabajo.75 Las conclusiones de gran alcance que Masón saca de esas pruebas sobre la “debilidad” de Hitler y del régimen han sido, sin embargo, sometidas a minuciosas críticas desde diferentes direc­ ciones, y la tesis general de Masón ha encontrado poca aceptación. Se ha afirmado, por ejemplo, que, sean cuales hayan sido los pro-

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|sblemas objetivos que existían en la economía de 1938-1939, la di|¡ rigencia nazi — y en particular Hitler— no dio muestras de concien\ da alguna de una crisis política general del sistema al forzar la ne| cesidad para la inminente guerra como la única salida.76 Hay que ^ agregar que se podría afirmar que Masón exageró el significado ^ político y hasta la escala del malestar industrial, rotulando como [ oposición obrera al sistema lo que no era específico del nazismo si­ no un aspecto (como en Inglaterra durante la guerra) de las eco. nomías capitalistas en períodos de empleo total.77 La interpretación de una crisis política en el sistema nazi en 1938-9 provocada ^por la oposición en la industria es, sobre esta base, por lo tanto su; mámente dudosa. En lo que se refiere a los tiempos de la guerra, |se ha afirmado con firmeza que, importante como era la situación i interna, el factor decisivo fue el equilibrio internacional de podeI- res y, en particular, la posición comparativa de armamentos de las : potencias rivales de Alemania. La compulsión a actuar no fue, por ,; lo tanto, condicionada por el temor al descontento interno, sino ; por el estado de la carrera armamentista que Alemania había de­ satado.'8Mientras que los críticos alemanes occidentales sostenían que Masón subestimaba “los objetivos políticos autónomos” de Hi­ tler, y que las decisiones de Hitler “para la guerra surgieron sólo • de motivos políticos”,79 los historiadores de la RDA afirmaban al subestimar los agresivos objetivos imperialistas, las intenciones y las políticas del capital monopólico, que Masón estaba elevando a Hitier al nivel de “única fuerza activa en la decisión”.80Ambos grus pos de críticos compartían, por lo tanto, desde perspectivas total­ mente opuestas, la intranquilidad de que la atribución que hace Masón de debilidad a Hitler y al régimen nazi llevara a una inter­ pretación donde las intenciones del régimen fueran subestimadas vse considerara erróneamente que se habían lanzado a la guerra , desde una posición de debilidad y sin una clara dirección.81 Estas críticas son fuertes, aun cuando en ocasiones parecen distorsionar un poco las afirmaciones de Masón, quien, por ejem­ plo, destacaba que la causa primaria de la guerra debía ser busca­ da en los objetivos raciales y anticomunistas de la dirigencia nazi )'el imperialismo económico de la industria alemana, no en la cri­ sis del sistema nazi.82 Señalan, sin embargo, la necesidad de bus­

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car una síntesis de “intención” y “estructura”, más que verlas sólo : como opuestos polarizados. Parece claro, efectivamente, que las l intenciones de Hitler y los “factores estructurales” socioeconómi- r eos del gobierno nazi no eran polos antagónicos que empujaban f, en direcciones opuestas, sino que actuaban en una relación dia- l léctíca que empujaba en la misma dirección. En consecuencia, re- F sulta imposible separar como un factor causal la “intención” de las % condiciones impersonales que dan forma al marco de referencia 4 dentro del cual las intenciones pueden volverse “operativas”. Al mis- í mo tiempo, parece importante reconocer que una “intención” nó F es úna fuerza autónoma, sino que es afectada en su ejecución por ^ circunstancias que ella misma puede haber sido funcional para su r creación, pero que han desarrollado un impulso propio. En el pre* í sente caso, Hitler y la dirigencia nazi (activamente apoyada por ^ importantes sectores de las elites militar y económica) indiscuti- 3 blemente tenían intenciones de hacer la guerra, la cual, en su opi- p nión, resolvería los problemas de Alemania. Pero la guerra sólo t gradualmente adoptó una forma y un perfil concretos, y de nin- f guna manera fue lo que Hitler había imaginado. Tan tardíamente como en el otoño de 1935, la directiva de Hitler a los ministros y a los jefes del ejército, según el informe de Goebbels, fue bastan- r te indefinida: “reármense y estén listos. Europa está en marcha j| otra vez. Si somos astutos, seremos los vencedores”.83 La prioridad E absoluta otorgada al rearme, una decisión política tomada al prin- ? cipio mismo del Tercer Reich, estaba en la raíz de una tensión im- ‘ posible de resolver en la economía entre las medidas para la pro- . ducción de armamentos y el consumo. Desde 1936 en adelante, la suerte estaba echada y no podía haber marcha atrás si el régi- : men quería sobrevivir. El rumbo estaba marcado y, a pesar de la •, preparación para una larga guerra que se esperaba que comen- i zara a mediados de 1940, en la práctica el único tipo posible de ; guerra que Alemania podía pelear era una Blitzkrieg en un futu- i ro cercano más que distante. Los problemas económicos se in- ^ tensificaron rápida y enormemente en 1937-9. H itler poco pudo \ hacer por evitarlos, aunque la impresión que se puede recoger de ' las fuentes es que él tenía poco interés por hacer cualquier cosa. ; De manera fatalista, consideraba que la situación se podía resol-

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ver sólo después de la victoria final en la guerra que él siempre ha­ bía considerado inevitable. Para esa fecha, de todas maneras, a H i­ tler le preocupaban más las cuestiones estratégicas y la política ex­ terior. El impulso que se aceleraba rápidamente empeorando la situación internacional confirmaba los temores de Hitler de que el tiempo jugaba en contra de Alemania, de que la única esperanza de éxito estaba en obtener la ventaja con un golpe anticipado. La diplomacia, la estrategia y los factores económicos estaban para ese entonces tan entremezclados que es imposible tomar a uno o a otro como el único factor determinante.84Juntos, todos ellos significa­ ban que para 1939, Hitler tenía la guerra que él había imaginado, pero,desde su punto de vista “programático” se trataba del enemi­ go “equivocado” (Gran Bretaña) y en la mejor situación disponible para Alemania, pero de ninguna manera ideal. Una vez en guerra, una cadena de éxitos de la Blitzkrieg ocultó durante un tiempo la subyacente debilidad de la economía de guerra alemana que los na­ zis füeron incapaces de movilizar y que sólo comenzó a operar con alguna eficiencia cuando ya el país tenía la espalda contra la pared. Las “intenciones” de Hitler son indispensables para explicar el curso del desarrollo en el Tercer Reich. Pero ellas no constitu­ yen por sí mismas, de ninguna manera, una explicación adecua­ da. Las condiciones en las que la “voluntad” de Hider pudo ser implementada como “política” de gobierno fueron sólo en escasa medida moldeadas por Hitler mismo y, además, hicieron que el fracaso final de sus objetivos y la destrucción del Tercer Reich fue­ ran casi inevitables. El hecho de que poco de lo que ocurría en la política interior antes de por lo menos la mitad de la guerra estu­ viera en contra o contradijera la ‘Voluntad” y las “intenciones” de Hitler hace difícil imaginarlo como un “dictador débil”, por útil que el concepto pueda haber sido desde el punto de vista heurís­ tico. Por otra parte, la instrumentación de la ‘Voluntad” de Hider no es un asunto tan directo y una conclusión previsible como los “intencionalistas” hubieran querido. Si no fue un “dictador débil”, tampoco Hitler fue el “amo del Tercer Reich” con el implícito sig­ nificado de omnipotencia. “Intención” y “estructura” son ambos elementos esenciales pa­ ra una explicación del Tercer Reich, y necesitan una síntesis más

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que ser puestos en oposición uno con el otro. Las “intenciones" de Hitler parecen sobre todo importantes para dar forma al clima en que la dinámica desatada las convirtió en profecías autocumpüdas. El Tercer Reich provee una clásica demostración de las pa­ labras de Marx, citadas por Masón: “Los hombres hacen su piopia historia, pero no la hacen como les place ni en las condiciones por '• ellos elegidas, sino más bien en las circunstancias que encuen ti an ’ Explicar el Holocausto obliga al historiador a estirar hasta los ante sí, en condiciones dadas e impuestas”.85 1 1límites lo que constituye su tarea principal: proveer explicaciones En los dos siguientes capítulos necesitamos preguntarnos por ¡ racionales a desarrollos históricos complejos. El solo hecho de la Relevancia que estas conclusiones tienen respecto de la política plantear la pregunta de cómo un estado moderno, sumamente antisemita y la política exterior, áreas donde las obsesiones ideo-" educado y económicamente avanzado pudo “llevar a cabo el ase­ lógicas de Hitler fueron más obvias que en el terreno interno. sinato sistemático de todo un pueblo sin razón alguna aparte del hecho de ser ju d ío ” sugiere una escala de irracionalidad apenas comprensible por la explicación histórica.1 El nombre mismo, “Holocausto” — que comenzó a ser aplicado de manera específi­ ca al exterminio de los judíos sólo a fines de los años cincuenta y i ¡> principios de los sesenta, apenas fue adoptado (al principio por escritores judíos) en reemplazo del preciso y descriptivo término “genocidio”— adquirió la implicación de casi la sagrada singulari­ -É l dad de los acontecimientos terribles que ejemplifican el mal abso­ ; J lf luto, un destino específicamente judío que en efecto se alza fuera del proceso histórico normal. “Un misterioso acontecimiento, un milagro al revés, por decirlo de algún modo, un acontecimiento de significación religiosa en el sentido de que no ha sido hecho por el hombre como ese término es normalmente entendido”.2 La “perplejidad” y la escatología religioso-cultural que, para algunos escritores, han terminado incorporadas al término “H olo­ causto” no han contribuido a facilitar la tarea de los historiadores judíos acerca de un tema comprensible y justificadamente “carga­ ' do de pasión yjuicio moral”.3 Dada la naturaleza altamente emo­ tiva del problema, los historiadores no judíos enfrentan proble­ áf mas todavía más grandes, se podría decir, al intentar encontrar el ítf lenguaje sensible y adecuado para el horror de Auschwitz. La sen­ sibilidad del problema es tal que las reacciones exageradas y las reacciones contrarias rápidamente surgen con fuerza a partir de una palabra o una frase mal ubicada o mal entendida.

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La perspectiva de los historiadores no judíos es, sin embargo, inevitablemente diferente de aquella de los historiadores judíos. Y si algo vamos a “aprender” del Holocausto, entonces — con el to­ tal reconocimiento de su singularidad “histórica” en el sentido de que hasta ahora no han existido siquiera hechos paralelos pareci­ dos— parece esencial aceptar que hechos paralelos podrían poten­ cialmente llegar a ocurrir en el futuro, y entre pueblos que no sean el alemán o el judío. El problema más amplio, por lo tanto, cambia en esencia. Del intento de “explicar” el Holocausto espe­ cíficamente por medio de la historia judía o incluso de las relaciones-germano-judías, se pasa a la patología del estado moderno y al intento de comprender el delgado barniz de “civilización” en las sociedades industriales avanzadas. Específicamente aplicado a la dictadura nazi, esto requiere un examen de los complejos pro­ cesos de gobierno, y una rapidez para colocar la persecución de los judíos en un contexto más amplio de creciente discriminación racial y tendencias genocidas dirigidas contra varios grupos mino­ ritarios. Esto no significa olvidar el muy especial lugar que los ju­ díos ocuparon en la doctrina nazi, sino afirmar que el problema del Holocausto es parte del problema mayor de cómo funciona­ ba el régimen, en particular de cómo se tomaban las decisiones y cómo se las implementaba en el estado nazi. De todas maneras, el tema central sigue siendo cómo el odio nazi por los judíos fue trasplantado para convertirse en práctica de gobierno, y cuál fue precisamente el papel de Hitler en este proce­ so. Esta pregunta, si bien puede parecer engañosamente simple, es el punto focal de la actual controversia sobre el “Holocausto” y forma la base de la siguiente investigación, que trata de relevar y luego evaluar las investigaciones e interpretaciones recientes.

Interpretaciones Los historiadores en ambas partes de Alemania después de la guerra muy lentamente fueron comenzando a ocuparse del anti­ semitismo y la persecución de los judíos. Fue sólo al comienzo del juicio de Eichmann en Israel y las revelaciones de los juicios sobre

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los campos de concentración en la República Federal que avanza­ ron los estudios históricos serios sobre el Holocausto en Alemania occidental. Aun entonces, los estudios históricos y la “difusión” pú­ blica sobre el destino de los judíos encon traron una opaca res­ puesta én el pueblo alemán, y la conciencia popular sólo fue con­ movida con la exhibición de la dramatización norteamericana del Holocáusto, en formato de telenovela y difundida en la televisión de Alemania occidental en 1979.4 En la RDA, también, el trabajo erudito sobre la persecución de los judíos efectivamente se inicia en los años sesenta, aunque el hecho de colocar el odio racial, se­ gún el concepto de historia del marxismo-leninismo, dentro de la naturaleza de la lucha de clases y del imperialismo hizo que hasta los desórdenes de 1989 fueran pocos los trabajos importantes es­ pecíficamente dedicados al Holocausto que se publicaron.5 Las publicaciones de Kurt Pátzold, si bien firmemente ancladas den­ tro del marco marxista-leninista, implicaron un avance significa­ tivo en los estudios de la RDA en este campo.6 Los impulsos más grandes para la investigación y el debate erudito comenzaron, por lo tanto, fuera de Alemania. En primer lugar, los realizados por los estudiosos judíos en Israel y en otros países, y en segundo lugar, por historiadores no judíos fuera de Alemania. Sin embargo, aun cuando el estímulo inicial para el debate surgió de escritores no alemanes — y las controversias alentadas por la publicación de Hannah Arendt sobre el juicio a Eichmann,7 los intentos de David Irving de exonerar a Hitler del conocimiento de la “solución final”,8 y más recientemente con el “debate Goldhagen” (analizado al final del capítulo) constitu­ yen los más espectaculares ejemplos— , la consiguiente discusión en la República Federal ha sido fuertemente influida por el cli­ ma intelectual de los escritos históricos sobre el nazismo que ya hemos examinado. Por lo tanto, los contornos del debate sobre Hitler y la ejecución de la “solución final” — tema de este capítu­ lo— son, una vez más, algo peculiarmente germano-occidental, aun cuando valiosas contribuciones hayan sido hechas por estu­ diosos extranjeros. La divisoria en la interpretación de este tema nos lleva otra vez a la dicotomía de “intención” y “estructura” con la que ya nos

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eraos encontrado. El enfoque convencional y dominante, tipo h tlensmo , arranca de la suposición de que Hitler mismo,'dese fecha muy temprana, seriamente consideró, persiguió como objetivo pnnapal y luchó de manera implacable para lograr la ani­ quilación física de los judíos. Según esta interpretación, las diver­ sas etapas de la persecución de los judíos directamente derivan de la inflexible continuidad de los objetivos e intenciones de Hitfcr' y la sojuaon final” debe ser vista como el objetivo central del dic­ tador desde el principio mismo de su carrera política y como el resultado de una mas o menos consistente política (sujeta sólo a ckv viaciones tacticas”), “programada” por Hitler y en última instancia implementada siguiendo las órdenes del Führer. En contraste el tipo desenfoque “estructuralista” pone el acento en la manera im­ provisada y no sistemática de dar forma a las “políticas” nazis rey pecto de los judíos, viéndolas como una serie de respuestas adhm e una maquinaria de gobierno resquebrajada y desordenada. Aun­ que, se afirma, esto produjo una inevitable escalada de radicali/acion, el exterminio físico concreto de los judíos no fue planificado* ‘ anticipadamente; en ningún momento antes de 1941 esto pu-' do, en ningún sentido realista, ser predicho o previsto, y surgió ' como una solución” ad h oc, los autoprovocados y enormes p L ' blemas administrativos del régimen. La interpretación de la destrucción de la judería europea co­ mo la ejecución “programada” de la inflexible voluntad de Hitler.' tiene un atractivo y una plausibilidad inmediata (aunque superfi-' cía ). Se adapta bien a la visión de aquellos historiadores que se mclinan por las explicaciones del Tercer Reich que recurren al de­ sarrollo de una ideología específicamente alemana, en la que se les concede gran importancia, como un factor causal del éxito del nazismo, a la difusión de las ideas antisemitas y a un clima ideoló­ gico en el que el propio antisemitismo radicalizado de Hitler habna encontrado su lugar.^ N o hay, por supuesto, ninguna dificul­ tad en demostrar la continuidad básica y la coherencia interna del violento odio a los judíos por parte de Hitler - e s obvio desde su ingreso en la política en 1919 hasta la preparación de su testamen­ o político en el bunker a fmes de abril de 1945— , expresado en todo momento con el lenguaje más extremista imaginable La in-

h uler y el h o l o c a u s t o

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terpretación corresponde, también, al m odelo basado en el con­ cepto de “totalitarismo”, en el que estado y sociedad estaban “coorH diñados” como ejecutores de los deseos de Hitler, el indiscutible t' “amo del Tercer Reich”, quien decidía la política desde arriba, al i menos en esas esferas — como la “cuestión judía”— en las que él tenía especial interés. Visto de esta manera, la lógica del curso de " la política antisemita desde el boicoteo y la legislación de la pri| ; maverá de 1933 hasta las cámaras de gas en Treblinka y Auschwitz parece clara. Dicho con palabras ásperas, la razón por la que los 1;."judíos de Europa fueron asesinados por millones fue que Hitler, el dictador de Alemania, lo quiso. De hecho, fue así desde que hubo entrado en la política dos décadas antes.10 Es, en suma, una explicación del Holocausto que se apoya fuertemente en la acep­ tación de la fuerza motora y la autonomía de la voluntad indivi­ dual como los factores determinantes del curso de la historia. Numerosos e influyentes trabajos sobre la destrucción de los judíos han propuesto este u otros tipos similares de enfoques “hitleristas”. Lucy Dawidowicz, en su muy aclamado libro The War against theJews, por ejemplo, declara que la idea de Hitler para la “solución final” se remonta a su experiencia en el hospital Pasewalk en 1918, y que para la época en que escribió el segundo vo­ lumen de M i lucha en 1925, él “abiertamente adoptó su programa de aniquilación” en palabras que “se iban a convertir en la marca registrada de sus políticas cuando llegó al poder”. Ella escribe acer­ ca del “gran diseño” en la mente de Hitler de “los planes a largo plazo para realizar sus objetivos ideológicos” con la destrucción de los judíos en el centro, y que la implementación de su plan es­ tuvo sujeta al oportunismo y la conveniencia. Y concluye: “A tra­ vés del laberinto del tiempo, la decisión de Hitler de noviembre de 1918 condujo a la Operación Barbarroja. Jamás hubo la menor desviación ideológica ni vacilación en las decisiones”.11 Similar inclinación por una explicación personalizada del H o­ locausto puede encontrarse, naturalmente, en las principales bio­ grafías de Hitler. Toland muestra a Hitler defendiendo, ya en 1919, la eliminación física de la judería y transformando su odio hacia los judíos en un “programa político positivo”.12Haffner, tam­ bién, habla de un “cultivado deseo de exterminar a los judíos de

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toda Europa” como el objetivo de Hitler “desde el principio”.13 Fest vincula la primera ejecución de judíos con gas cerca de Chelmno, en Polonia, en 1941, con la propia experiencia de Hi­ tler en la primera guerra mundial y la notable lección que extra­ jo de ello, como se registra en M i lucha, de que tal vez un millón de vidas alemanas se habrían salvado si 12 000 o 15 000 judíos hu­ bieran sido eliminados con gas venenoso durante la guerra o al comienzo de la guerra.14 Y el estudio “psicohistórico” de Binion afirma que la misión de Hitler de “extirpar de Alemania el cáncer judío-f de sacar con veneno de Alemania el veneno ju d ío ” provie-; ne de sus alucinaciones mientras se recuperaba del envenena­ miento con gas mostaza en Pasewalk, cuando, supuestamente trau­ matizado por la muerte de su madre, que estaba siendo tratada por un médico judío, relacionó este hecho con su trauma por la derrota alemana de 1918. Hitler “emergió de ese trance resuelto a entrar en política para matar a los judíos como manera de cum­ plir con su misión de deshacer y revertir la derrota alemana”. Es­ ta era la “línea principal de su camino político” que fue desde Pa­ sewalk hasta Auschwitz.15 La misma premisa básica de una temprana formulación e in­ conmovible voluntad de Hitler de exterminar a los judíos como explicación suficiente del “Holocausto” subyace el estudio de Gerald Fleming, que busca documentar lo más exhaustivamente po­ sible la responsabilidad personal de Hitler con respecto a la “so­ lución final”. Aunque se concentra casi exclusivamente en el período del exterminio mismo, los capítulos introductorios se ocu­ pan del crecimiento del antisemitismo de Hitler. En ellos se repi­ te la afirmación de que un “camino recto” conducía desde el an­ tisemitismo personal de Hitler y el desarrollo de su odio original por los judíos hasta sus órdenes personales de destrucción duran­ te la guerra: “Un camino recto desde el antisemitismo de Hitler que tomó forma en Linz en el período 1904-7 hasta los primeros fusilamientos en masa de judíos alemanes en el Fuerte IX en Kowno el 25 y el 29 de noviembre e 1941”. El exterminio físico, según la visión de Fleming, fue el objetivo que Hitler mantuvo perma­ nentemente desde su experiencia de la revolución de noviembre de 1918 hasta su final en el búnker, y a comienzos de los años vein-

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te “Hitler desarrolló... un plan estratégico para la realización de su objetivo político”.16 Los más influyentes trabajos de los principales expertos ger­ mano-occidentales sobre el Tercer Reich también le atribuyen a Hitler una infatigable continuidad en sus objetivos, dominio en la conformación de políticas antisemitas desde el principio hasta el final, y un papel decisivo en la iniciación y la instrumentación de la “solución final”. Aunque dispuesta a atribuirle a “la situación histórica un rango comparativamente alto en la aplicación de la ‘política judía’ nacionalsocialista”,17 la línea de tipo “programáti­ co” (como se la ha llamado) considera que los objetivos y las me­ didas antisemitas estaban integralmente ligados a la política exte­ rior, que fueron preparados junto con la política exterior en cuanto a los “objetivos finales” a largo plazo y que avanzaron “con lógica interna, consistencia y en etapas”.18 Klaus Hildebrand resu­ me la posición de manera clara y concisa: “Fundamental para el genocidio nacionalsocialista fue el dogma de raza de Hitler... To­ davía hay que entender que las ideas programáticas de Hitler acer­ ca de la destrucción de los judíos y la dominación racial fueron primarias y, además, fueron causa, fueron motivo y dirección, in­ tención y objetivo ( Vorsatz andFluchtpunkt)” de la “políticajudía” del Tercer Reich.19Para el historiador suizo Walter Hofer, “es sen­ cillamente incomprensible que alguien pueda afirmar que la po­ lítica racial del nacionalsocialismo no era la realización de la Weltanschauung de Hitler”.20 Los comentarios de H ofer eran parte de una crítica particu­ larmente agresiva al enfoque “estructuralista” de los historiadores “revisionistas”. El blanco particular de ataque en esta instancia era Hans Mommsen, a quien se acusaba de no ver porque no quería las obvias conexiones entre el anuncio del programa de Hitler (en M i lucha y en otros lugares) y su posterior realización.21 Momm­ sen mismo ha argumentado con vigor en varios de sus ensayos que la implementación de la “solución final” de ninguna manera pue­ de atribuírsele solamente a Hitler, así como tampoco a factores pu­ ramente ideológicos en la cultura política alemana.22 La explica­ ción tendría, más bien, que buscarse en los peculiarmente fragmentados procesos de toma de decisiones en el Tercer Reich,

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favorables a las iniciativas burocráticas improvisadas con su,pro-*!! pió impulso interno, que fueron promoviendo un proceso diná-u.J mico de radicalización acumulativa. En su opinión, la suposición de que la “solución final” debió partir de una “orden del Führe/*. es equivocada. Aunque es indudable que Hitler conocía y aproba- , ba lo que estaba ocurriendo, semejante suposición, afirma Momm- . sen, se desvanece ante su conocida tendencia a dejar que las co­ sas siguieran su propio curso y a posponer decisiones siempre que. „ le fuera posible. Además, ello no sería compatible con sus inten­ tos coñscientes de ocultar la propia responsabilidad, ni con su to- _ davía más subconsciente supresión de la realidad concreta inclu­ so para sí mismo — con toda la violencia de sus declaraciones propagandísticas, él jamás habló en términos concretos acerca de,T_. I 1 la “solución final”, ni siquiera en su círculo más íntimo— ni tam­ poco con el mantenimiento de las ficciones del “traslado de ma­ no de obra” y de “desgaste natural” a causa del trabajo. En conse­ cuencia, concluye Mommsen, no pudo haber habido una formal “orden del Führer” — escrita o verbal— para la “solución final” de “la cuestión judía europea”. Las referencias en las fuentes a una “orden” o “comisión” a diferencia de un vago “deseo del Führer“ _ se refieren invariablemente al complejo de órdenes de la Knmmissarbefeht de la primavera de 1941. Aunque los fusilamientos en masa de los judíos rusos emanaron del grupo de directivas de la Kommissarbefehl, éstos deben distinguirse de la “solución fi- , | nal” propiamente dicha: la exterminación sistemática de la ju- J í dería europea. Y que ésta última se basara en una orden de Hitler, en opinión de Mommsen, no es confirmada por las pruebas, ni es coherente internamente. Más bien, aunque Hitler era el “genera­ dor ideológico y político” de la “solución final”, un “objetivo utó­ pico” podía ser traducido a una dura realidad “sólo a la incierta, luz de las manifestaciones de propaganda fanática del Dictador, ansiosamente tomadas como órdenes para la acción por hombres. deseosos de demostrar su fidelidad, la eficiencia de su maquinaría y su indispensabilidad política”. * Kommissarbefehl: ordenanza que disponía fusilar a los comisarios políti­ cos del ejército soviético. [T.] ]

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*, Una interpretación esencialmente similar fue propuesta por J Martin Broszat en su agudo análisis de la génesis de la “solución ¡f; * final”.23 Broszat afirmaba que “no habíahabido absolutamente ninguna orden general de exterm inio”, pero que “el ‘programa’ de exterminio de los judíos gradualmente se desarrolló de ma­ nera institucional y en la práctica a partir de acciones individuaJes hasta principios de 1942 y adquirió un carácter determinan­ te te después de la construcción de los campos de exterm inio en ?£• Polonia (entre diciembre de 1941 y ju lio e 1942)”. En opinión \ de Broszat, la deportación de los judíos era todavía un objetivo hasta el otoño de 1941. Fue sólo después del inesperado fracaso de la invasión Blitzkriega. la Unión Soviética que los problemas con los planes de deportación más la incapacidad de los 5' Gauleiter, de los jefes policiales, de los amos de la SS y de otros líderes en los territorios ocupados, para manejar las enormes .. cantidades de judíos transportados hacia sus dominios conduje~ ron a la adopción de una creciente cantidad de “iniciativas loca­ les” para liquidar a los judíos, iniciativas que luego recibieron una aprobación retrospectiva “desde arriba”. Según esta inter­ pretación, por lo tanto, “la destrucción de los judíos parece que surgió no sólo de la voluntad preexistente de exterminarlos, si­ no también como una ‘ salida’ al callejón sin salida en el que [el mismo régim en] se había metido. Una vez comenzada e institu­ cionalizada, la práctica de la liquidación ganó de todas maneras un peso dominante y condujo al final a un ‘ programa’ general defacto'. Broszat se esforzó mucho en este ensayo (com o lo había he­ cho Mommsen en sus escritos) por destacar que no podía de nin­ guna manera considerarse que su interpretación eliminara des­ de un punto de vista moral la responsabilidad y la culpa de la “solución final” de Hitler, quien aprobó, sancionó y dio fuerza a los actos de exterminio “quienquiera que los haya sugerido”. Sin embargo, lo que sí se quiere decir es que en lo que se refiere a la práctica concreta de la ejecución de la “solución final”, el pa­ pel personal de Hitler sólo puede ser deducido indirectamente.24 Y moralmente, esto se extiende con toda claridad a los grupos y agencias del estado nazi más allá del Führer mismo.

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El papel de Hitler es todavía más reducido en el análisis del historiador de la RDA Kurt Pátzold, quien también demuestra cla­ ramente el gradual y tardío surgimiento de una “política” de ex­ terminio que viene de los no coordinados pero cada vez más bár­ baros intentos de expulsar a los judíos de Alemania y de los territorios gobernados por los alemanes.25 Mientras que su des­ cripción del proceso que condujo desde el objetivo de la expul­ sión hasta el genocidio coincide con las explicaciones “estructuralistas” de los historiadores occidentales, Pátzold relaciona esto con yn sentido de “propósito” dinámico y de una dirección del ré­ gimen nazi que en ocasiones parece estar faltando en los trabajos “estructuralistas” . A pesar de una ritualista exageración acerca del propósito funcional de las medidas antisemitas al servicio de los intereses del capital monopólico, el modo de tratar el tema por parte de Pátzold tiene el mérito, me parece a mí, de ubicar la des­ trucción de los judíos como un elemento dentro del contexto ge­ neral del implacable y deshumanizado impulso expansionista del estado nazi. Esto es dar vuelta la interpretación “hitlerista”, don­ de el objetivo es atribuida de manera prácticamente exclusiva a la ideología del Führer, y donde las ambiciones nazis del Lebensraum son consideradas parte de la maníaca decisión de H itler de des­ truir a los judíos. La ausencia de un programa a largo plazo de exterminio ha llegado también a ser aceptada por los principales expertos is­ raelíes en el “Holocausto”. Yehuda Bauer, por ejemplo, escribe que “la política nazi respecto de los judíos se desarrolló en eta­ pas, pero eso no quiere decir que en cualquier recodo del cami­ no no hubiera otras opciones abiertas a los nazis que hubieran sido seriamente consideradas; en la Alemania nazi sólo se desa­ rrolló una idea clara respecto de los judíos que fue aceptada por todos los diseñadores de la política, o sea, la idea de que en úl­ tima instancia los judíos no tenían un lugar en Alemania”.26 Se­ mejante posición es un reconocimiento a los descubrimientos de la detallada investigación histórica acerca del curso de las políti­ cas antisemitas durante los años treinta, donde el completo aná­ lisis sugería que “el camino a Auschwitz” era un camino “sinuo­ so” y de ninguna manera el “sendero recto” que Fleming y otros

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vieron.27 La conclusión de Rarl Schleunes fue, en realidad, que “la figura de A d o lf H itler durante esos años de búsqueda es un tanto borrosa. Su mano sólo raramente aparece en el diseño con­ creto de la política judía entre 1933 y 1938. Uno puede sólo con­ cluir que él dedicaba su tiempo a preocupaciones más importan­ tes. En parte, las excentricidades e inconsistencias de la política judía durante los primeros cinco años del gobierno nazi surgen de su incapacidad para ofrecer guía alguna”.28 La ausencia de claros objetivos condujo a “políticas” diversas y rivales entre sí, todas las cuales enfrentaron obstáculos. Pero no hubo marcha atrás en cuanto a “la cuestión judía”. Fue de esta manera que la conpcida obsesión ideológica de Hitler con los judíos tuvo la fun­ ción objetiva — sin que H itler mismo tuviera que levantar ni un dedo— de impulsar el fracaso en una sola dirección (boicoteo, legislación, “arianización”, o emigración): hacia el renovado es­ fuerzo para “resolver el problem a”.29 Una vez más, no caben du­ das acerca de la responsabilidad moral de Hitler, ni del papel que sus intenciones — reales o supuestas— desempeñaron. Pero pocos rastros o casi ninguno existen de que hubiera una implementación consistente de prerrogativas ideológicas: “La solución final tal como surgió en 1941 y 1942 no fue el producto de un gran plan”.30 , La exploración de Uwe Dietrich Adam, que tuvo la ventaja adi­ cional de continuar la investigación entrando en el período de la guerra hasta la implementación de la “solución final” misma, lle­ gó a conclusiones similares: “Los datos empíricos confirman ante todo que no se puede hablar de una política planificada y dirigida en este terreno; un plan general para el método, el contenido y la amplitud de la persecución de los judíos jamás existió y la matan­ za masiva y el exterminio tampoco fueron muy probablemente bus­ cados a priori por Hitler como un objetivo político”. A diferencia de Broszat, Adam atribuye el comienzo de la “solución final” a una orden personal de Hitler en el otoño de 1941. Sin embargo, en su opinión ésta debe colocarse en el contexto de un “desarrollo inter­ no, que delimitó Hitler también en no menor medida”.31 En la raíz de la divergencia en cuanto a explicaciones históri­ cas del “Holocausto” resumidas acá yace la básica dicotomía entre

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“intención” y “estructura”. ¿Fue el exterminio sistemático de laju­ dería europea la realización directa del “plan para la destrucción” ideológicamente motivado por Hitler, quien, después de varias eta­ pas de un proceso inexorable de desarrollo, puso en funciona," íí?: miento por medio de alguna “orden del Führer” escrita o, más ¿ probablemente verbal, en algún momento de 1941? ¿O la “soluO ción final” surgió poco a poco y sin ninguna orden de Hitler co-v mo “un imperativo resultado del sistema de radicalización acumu­ lativa”?2 en el Tercer Reich? Pasemos ahora a una breve evaluación & i de estas posiciones y a analizar también algunas de las pruebas dis­ ponibles sobre las cuales debe basarse una interpretación. Desde la caída del bloque soviético, se han abierto algunas nuevas pers­ pectivas a partir del acceso a fuentes en Europa oriental.33 ■" ' f *-■■r.-’X . It i "

Evaluación zh"' F Parece importante destacar otra vez desde el comienzo que. a pesar de las afirmaciones que a veces hacen quienes adoptan una interpretación “hitlerista”, no están enjuego en el debate ni la res­ ponsabilidad moral de Hitler por lo que ocurrió, ni su permanen­ te odio personal por los judíos, de especial y central importancia para el sistema nazi en general y para el desarrollo de su política antisemita en particular. '' Los historiadores que se inclinan por un enfoque “estructuralista” de buena gana aceptan la abrumadora cantidad de pruebas de que Hitler alimentó un odio personal, patológicamente violen- ; to por los judíos (cualesquiera que hayan sido sus orígenes) a lo largo de su “carrera” política, y reconocen también la importancia de aquella obsesión paranoica en la formación del clima en el que ; ocurrió la creciente radicalización de las políticas antisemitas. Pa­ ra expresar la posición contraria en los términos más ásperos: sin Hitler como jefe del estado alemán entre 1933 y 1945, y sin su fa­ natismo acerca de la “cuestión judía” como impulso y aprobación, piedra de toque y legitimación, de la creciente discriminación y persecución, parece difícilmente imaginable que la “solución final” se hubiera producido. Este único pensamiento es suficiente para

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afirmar un lazo fundamental entre Hider y el genocidio. Además, el alegato moral contra los historiadores “estructuralistas” — en el sentido de que “trivializan” la maldad de Hider— es también erró­ neo. El enfoque “estructuralista” de ninguna manera,niega la res­ ponsabilidad personal, política y moral de Hider respecto del “H o­ locausto”. Lo único que hace es ampliar esa culpabilidad para implicar directamente y como agentes activos y decididos a grandes sectores de las elites alemanas no nazis en el ejército, en la indus­ tria y en la burocracia, junto con la dirigencia nazi y las organizacio­ nes partidarias. En realidad, lo que se acerca a la trivialización en lo que a una explicadón histórica se refiere es la aparente necesidad de en­ contrar a un supremo culpable, ya que distrae la atención de las fuerzas activas en la sociedad alemana, que no necesitaban recibir una “orden del Führer” para dar una vuelta más de tuerca a la per­ secución a los judíos hasta que el exterminio se convirtió en la “so­ lución” lógica (y la única disponible). La cuestión de distribuir cul­ pas, pues, distrae de la verdadera pregunta que el historiador tiene que responder: precisamente cómo fue que el genocidio llegó a ocurrir, cómo fue que un odio desequilibrado, paranoide y una vi­ sión milenaria se convirtió en realidad y fue implementada como horrible práctica de gobierno. Las ideas centrales del debate entre historiadores son las si­ guientes: si las pruebas del continuo y consistente odio personal de Hitler constituyen por sí mismas suficiente explicación del H o­ locausto (dado un escenario de amplia difusión de racial antisemi­ tismo y odio ideológico por los judíos, y la correspondiente dispo­ nibilidad para obedecer las “órdenes del Führer”) ; si el exterminio físico era el objetivo de Hitler desde fecha muy temprana o emer­ gió como una idea concreta sólo en 1941 aproximadamente — la última opción posible para “resolver la cuestión judía”— ; y final­ mente, si fue necesario para Hitler hacer algo más que establecer el objetivo subyacente de “deshacerse de los judíos” en territorio alemán, y luego sancionar los no coordinados pero crecientemen­ te radicalizados pasos de los distintos grupos dentro del estado que buscaban, con frecuencia por razones que les eran propias y de ninguna manera motivadas por ideología antisemita alguna, con­ vertir ese distante objetivo en una realidad concreta. Estas son pre-

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guntas abiertas, y no conclusiones apresuradas ni afirmaciones dogmáticas. Un problema con la posición “intencionalista” — en particu­ lar con su variante extrema, la del “gran plan”— es la teleología implícita que toma a Auschwitz como un punto de partida y mira en retrospectiva hacia la violenta expresión de los primeros dis­ cursos y escritos de Hitler, para tratarlos como una “seria declara­ ción de intenciones”.34 Como Hitler hablaba con frecuencia de destruir a los judíos, y la destrucción de los judíos efectivamente se prédujo, se saca la lógicamente falsa conclusión de que la “in- : tención” expresada por Hitler tiene que ser la causa de la destruc­ ción. Visto en retrospectiva, es fácil atribuir un significado concre­ to y específico a las bárbaras, pero difusas y bastante comunes generalidades acerca de “deshacerse” (Entfernung,) y hasta del “ex­ terminio” ( Vernichtung) de los judíos, que formaron parte del len­ guaje de Hitler (y de muchos otros en la derecha völkisch) desde principios de los años veinte en adelante. Unido a esto está el pro­ blema de establecer empíricamente la iniciación o la directa ins­ tigación de Hitíer para producir los deslizamientos en la política para satisfacer sus objetivos. Este problema se acentúa por el ob­ vio deseo de Hitler de no quedar públicamente asociado con me­ didas inhumanas y brutales, además del secreto y el lenguaje eufemístico que camuflaba la “solución final” misma. Para que las palabras “programa”, “plan” o “designio” en el contexto de la po- ¡ lírica nazi antisemita tengan un verdadero significado, entonces ellas deberían implicar algo más que la mera convicción, por muy fanáticamente que se haya sostenido, de que de alguna manera los judíos iban a “ser eliminados” del territorio alemán y de Europa* en general, y que la “solución final” quedaba resuelta. Antes de"'3 1941, las pruebas de que Hitler tenía más que esas vagas e impre-> ^ cisas convicciones son débiles. Finalmente, la “lección” moral ques se puede extraer de la posición “hitlerista” — aparte de la “coarta* da” que les brinda a las instituciones no nazis del Tercer Reich-^4^ no es de ninguna manera obvia. La más bien insípida conclusión^ de Fleming basada en su visión “intencionalista” de la “solución fi-?j| nal” es que el odio alimenta el instinto animal de destrucción dei la vida humana que existe en todos nosotros”.35 *

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„ Más importante que una tan débil moralización, es la cuestión propuesta por los enfoques “estructuralistas”, acerca de cómo y por qué un sistema político con toda su complejidad y refinamiento puede en el término de menos de una década volverse tan corrup­ to como para llegar a considerar la ejecución del genocidio una " dé sus supremas tareas. El tema central aquí gira en torno a la na' túraleza de la política “carismàtica”: cómo la difusamente expre­ sada “intención” de Hitler fue interpretada y convertida en rea­ lidad por el gobierno y las agencias burocráticas que llegaron a desarrollar su propio ímpetu e impulso. El tipo de interpreta­ ción “estructuralista” también tiene algunas debilidades. Los da­ tos empíricos rara vez son tan buenos como para perm itir una detallada reconstrucción de los procesos de toma de decisión, sobre la que buena parte de los argumentos se apoyan. Y desta­ car la improvisación, la falta de planeamiento, la ausencia de coordinación, el caos gubernamental y la “emergencia” ad hoc de la política a partir del desorden administrativo posibilita, en oca­ siones, pasar por alto la fuerza motora de la intención (p or difu' sámente que sea expresada) y distorsionar el foco del impulso dé raíz ideológica y el impulso dinámico del régimen. Sin em­ bargo, el enfoque “estructuralista” efectivamente provee la opor­ tunidad de colocar las “intenciones” de Hitler dentro del marco dé referencia gubernamental que perm itió la implementación Burocrática de un difuso imperativo ideológico, que convirtió el eslógan de “deshagámonos de los judíos” en un programa de ani­ quilación. Y al concentrarse en la cuestión histórica de cóm o el “Holocausto” ocurrió, en lugar de, implícita o explícitamente, tratar de distribuir culpas, hace que el tema de si Hitler tomó la ^iniciativa en cada momento, o si una decisión en particular fue k: sólo suya, parezca menos relevante y menos importante. ' Durante los años anteriores a la guerra, como demuestran de manera convincente las pruebas reunidas y analizadas por Schleunes y Adam, parece claro que Hitler no tomó ninguna iniciativa específica respecto de la “solución final” y reaccionó ante las confuJl’sas y a veces conflictivas líneas de “política” que emergían, más que instigarlas.36 Los principales impulsos provenían de la presión “desde abajo” de los activistas del partido, de la organización in-

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terna y el dinamismo burocrático del bloque SS-Gestapo-SD., de las rivalidades personales e institucionales que encontraron un cape en la “cuestión judía” y, en no menor medida, de los intere^ ses económicos deseosos de eliminar la competencia judía y de propiar los capitales judíos. ~f El boicoteo nacional a los negocios judíos que ocurrió el l^.cle: abril de 1933 fue organizado principalmente como respuesta.a la^ú presión de los elementos radicalizados del partido, especialmen^ te dentro de la SA, durante la ola de violencia y brutalidad desa­ tada, por la “toma del poder”. Los únicos planes del NSDAP* p a r^ tratar la “cuestión judía” que había sido formulada antes de que , Hitler se convirtiera en canciller eran los que se referían a la-disj criminación legal y privación de los derechos civiles.37 Estos : nes” administrativos tan difusos y tan poco detallados difícilmg% ^ , te se puede decir que concordaran con el salvaje y peligroso estado,^ ; de ánimo de los activistas del partido inmediatamente después de ^ la euforia por la “toma del poder” en la primavera de 1933. En esas^ ‘ semanas, de hecho, no se produjo ninguna directiva referida a la ^ . “cuestión judía” ni en la Cancillería del Reich ni en el cuartel g^j, neral del Partido Nazi.38 Mientras tanto, la SA, cuyo “entusiasmo,. tf apenas si se podía detener en ese momento, había c om en za d o ^ , propia campaña antisemita de boicoteos y violencia. Cuando el je­ fe de la Gestapo, Rudolf Diels, se quejó por los excesos de la SA. ^ de Berlín, se le informó que “por razones muy humanas, se verá que ciertas actividades satisfarán los sentimientos de nuestros camaradas”.39 Bajo presión, Hitler reaccionó hacia fines de marzcj, con un llamado a un boicoteo general contra los negocios y pro­ fesionales judíos, que debía comenzar el l e de abril y sería orga­ nizado por un comité de dirección de catorce personas bajo la conducción de Julius Streicher. Como es bien sabido, el boicoteo fue un notable fracaso, y a la luz de las negativas repercusiones en el exterior, la falta de entusiasmo entre importantes sectores de la elite de poder conservadora (incluido el presidente Hindenburg) y la fría indiferencia del pueblo alemán fue cancelado después de * NSDAP: Nationalsozialistische Deutsche Arbeitpartei, partido Nacionalso­ cialista Laborista Alemán (el partido nazi). [T.]

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jf;un solo día y nunca más se intentó un boicoteo de alcance nacioJnal. La vergonzosa legislación discriminatoria de los primeros me­ lles de la dictadura, dirigida a los judíos en la administración púiblica y a los profesionales, surgió en ese mismo clima y bajo las ^mismas presiones. El papel directamente desempeñado por Hitler sera limitado y dictado sólo por la necesidad que él sentía, a pesar íde su obvia aprobación del boicoteo, de evitar que se lo asociara con los peores “excesos” de los más radicalizados del partido. Pef ro el ritmo fue forzado por el impulso de la violencia y las ilegalidades, las que, a su vez, produjeron su propia compulsión para 15^ brindar legitimación y aprobación post Jacta, este proceso se iba a repetir en etapas posteriores de la persecución a los judíos.40 ¡g?,. *' Después de un período relativamente tranquilo entre el verano de 1933 y comienzos de 1935, se inició una nueva ola antisemita que duró hasta el otoño de 1935. Una vez más, la agitación fue I*', puesta en marcha y sostenida “desde abajo” por medio de la prer sión en el nivel de los Gau y de los activistas del partido, de las ju¡§ ¿ ventudes hitleristas y de las unidades de la SA en las diferentes loV calidades. Uno de los Gauleiter anotó en su informe que reactivar „ la “cuestión judía” había sido útil para revitalizar la caída moral de k; la clase media baja.41 La agitación estaba, por supuesto, apoyada >■• por la propaganda del partido y del estado. Pero aparte de esto, ■ hubo escasa intervención tanto del cuartel general del partido co‘ mo del gobierno del Reich antes de agosto, cuando los boicoteos y la violencia comenzaban a mostrarse obviamente contraprodu­ centes, tanto por sus repercusiones en la economía alemana co­ mo por la impopularidad de las frecuentes interrupciones de la paz. Hitler mismo difícilmente estuvo involucrado de manera di­ recta. A pesar de sus instintos más radicales, estaba en esta etapa efectivamente compelido — en interés del “orden”, la economía y las relaciones diplomáticas— a reconocer la necesidad de hacer que la dañina campaña cesara.42 Esto tenía que ser equilibrado por la necesidad de no quedar mal con los activistas del partido y la presión para cumplir con las exigencias de “acción” por parte del partido — en particular de legislación alineada con el progra* Gdu: distrito. [T.]

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m adel partido— respecto de la “cuestión judía”. El “compromiso” resultante fue efectivamente la promulgación de las notables “Le­ yes de Nuremberg” en septiembre de 1935, a la vez que se respon­ día a los pedidos de una clara guía y “regulación” de la “cuestión judía”, y se daba una vuelta más a la tuerca de la discriminación. La sanción de las Leyes de Nuremberg demuestra a las claras de qué manera Hitler y la conducción nazi respondieron a las con­ siderables presiones que venían desde abajo en su formulación de la política antisemita en ese momento. jt. La agitación y la violencia de la primavera y el verano de 1935 revivieron las expectativas dentro del partido de una incisiva legis­ lación antisemita.43 Además, el ministro del Interior del Reich, Frick, y étros dejaron entrever sugerencias y promesas a medias, los burócratas se apresuraron a regular la discriminación que ya estaba ocurriendo y la Gestapo introdujo de manera independien­ te prohibiciones a numerosas actividades judías. Todo esto forzó a los administradores a aprobar retrospectivamente lo hecho. Un área de descontento entre los agitadores del partido fue la no aprobación de la muy esperada exclusión de los judíos de la ciu­ dadanía alemana. A pesar de las señales dadas por el ministro de! Interior del Reich en cuanto a que se estaban preparando medi­ das, el verano nada trajo consigo para satisfacer a los más exalta­ dos. El otro tema importante que fue muy usado por la propagan­ da y los agitadores fue el de los matrimonios mixtos y las relaciones sexuales entre “arios” y judíos. Una vez más, acciones terroristas ilegales, pero aprobadas en casos de “contaminación” racial, for­ zaron los acontecimientos y prepararon el clima. La urgente ne­ cesidad de una legislación fue aceptada por los líderes del régi­ men en una importante reunión de ministros presidida por Schacht el 20 de agosto. Sólo el momento de entrar en acción que­ dó sin decidir. En realidad, ya había rumores en la prensa extran-; jera a fines de agosto de que la proclama oficial podría producir­ se en la multitudinaria reunión del partido en Nuremberg, que se realizaría en septiembre. Si bien esos rumores resultaron ser cier­ tos, es posible que en aquel momento no fueran más que especu­ laciones inteligentes, ya que la decisión de promulgar las leyes en una reunión especial del Reichstag convocada en Nuremberg só-

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lo fue tomada después de que la reunión hubiera efectivamente comenzado. Esto sucedió probablemente a causa de la renovada Opresión del “líder de los doctores del Reich”, Gerhard Wagner, í quien, aparentemente después de conversaciones con Hitler, anunció el 12 de septiembre la intención de promulgar una “ley para la protección de la sangre alemana”. A partir de este momen­ to, como es bien sabido, las cosas se movieron con rapidez. Los “expertos” en la “cuestión judía” fueron súbitamente llamados a -■Nuremberg el 13 de septiembre y se les dijo que prepararan una ley que regulara el matrimonio entre “arios” y judíos. La súbita de­ cisión de promulgar leyes antisemitas durante la reunión parece sS» haber sido principalmente decidida por cuestiones de propagan■j,da, presentación e imagen. El Reichstag había sido convocado a .£■Nuremberg, donde la intención original de Hitler había sido ha­ cer; una importante declaración sobre política exterior en presen­ cia del Cuerpo Diplomático, aprovechando el conflicto de Abisii nía para presentar las exigencias revisionistas de Alemania. Por consejo del ministro de Relaciones Exteriores, von Neurath, este plan fue abandonado el 13 de septiembre. Un conveniente pro­ grama sustituto para el Reichstag y el partido debía encontrarse rápidamente.44 La bastante poco impresionante “ley de la bande­ ra” difícilmente satisfaría las exigencias de la ocasión. Por lo tan­ to,, la “ley de sangre”, que se estaba redactando a toda velocidad, y la ley de ciudadanía del Reich, redactada en una hora el 14 de septiembre, fueron propuestas como una sustancial ofrenda al Reichstag y a los fieles del partido reunidos. Hitler mismo, quien eligió el más suave de los cuatro proyectos de la “ley de sangre” que se le presentaron, aparentemente prefirió permanecer en se­ gundo plano durante la redacción, empujando a la Oficina de Po­ lítica Racial a la primera fila. Su propio papel fue característicamen­ te difuso y elusivo respecto de cómo definir a “un ju d ío”, cuando una reunión con ese propósito fue convocada en Munich a finales del mes. H itler se limitó a un largo m onólogo sobre los judíos, anunció que el problema de la definición sería resuelto entre el ministro del Interior del Reich y el partido, y dio por terminada la reunión. A mediados de noviembre, los funcionarios del estado yJos representantes del partido pudieron arribar a una solución i»

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lANÍtg RSiljj t }ffl LERY EL HOLOCAUSTO

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de compromiso, después de que H ide h u¿ nueva reunión prevista • r nublera cancelad o jnaTKfatirósfera que explotó en el pogromo llamado “Noche de los Crisesperaba que se había pnnapios de noviej ’ Hitler siguió sin tomar iniciativa ái reS° ^ era asunto.l:’ ^de esto fue Goebbels, quien trató de explotar la situación en un judía” durante los años relativa ^ a.Cerca “cu^uón* ^intento por restablecer su desvanecido lugar de privilegio e inque las rivalidades aumentamn ^ran9 ^ os de 1936-7, en losf ¡fluencia con Hitler. Aparte de darle luz verde verbalmente a Goebls¿|íitler cuidó muy bien de permanecer en segundo plano, sin teman algo que ver con los asunlos'inrl'8 dlf° rentes ag encias que itnir responsabilidad alguna por acciones que eran a la vez im­ el de Economía, el de f c “ 1“ d . « * * - r i o del putares entre la gente y castigadas (aunque por supuesto no por c o n del Plan Cuatrienal, la agenda ad," in **'' otivos humanitarios) por los dirigentes nazis.48 portante, el aparato de la SS v la r n Cr^ no menos Las secciones antes faltantes de los diarios de Goebbels, des­ esí&ba tan le jo 's como s i e r r e s S X ' «N J cubiertas en archivos en Moscú, arrojan nueva luz sobre la instiGoebbels de aquellos años Hitler ‘ nf° rmativos d i a r i o s « mentf acerca de los judíos muv no hab|ado directi ] |§ición al pogrom o y sobre los respectivos papeles desempeñados pir Hitler y por Goebbels. “Le presenté el asunto al Fúhrer”, esen términos generales como P s veces- f cuando lo lii/0 f¡* ¡pibió Goebbels en su descripción de la reunión de los seguidouna larga conversación'con G o l T a c ” c l ^ l ’ « 37' " se le atribuye haber dicho: “Los iudí™ !l k ,cuesu™ judía1, JpS'/del partido en la vieja alcaldía de Munich la noche del 9 de es mas, de toda Europa. Eso todavía llevará ^ Alemania>' noviembre de 1938. “El decide: que las demostraciones conti­ núen. Retiren a la policía. Los judíos deben sentir de una vez por sera porque así debe ser”. S ertn Goehh ? P° 1Pero -i memente decidido” para que ^ fuera « " N i*todas la total furia del pueblo”. Y continúa el ministro de Propa­ E stos---• ’ A ganda: “Eso está bien. De inmediato di instrucciones en ese senc o m en tario s fu e ro n registrad o s -;tido a la policía y al partido”. Inmediatamente después, Goebbels después de que Hitler hubiera hechoTu Z i T ™ Seman* pronunció su discurso para enardecer a la multitud y a los líde­ los judíos al cabo de algún tiemno d i F atací Ue público a res del partido, quienes luego se lanzaron a los teléfonos para po­ tórico de propaganda contra ■ e f j u d l T o 'l T ’ ™ d¡SCUrSO ' ner la acción en marcha. “Ahora el pueblo actuará”, escribió mundo”, durante una multitudinariareun ón H T " “ “ ’'S0' * ' Goebbeis. Hitler, resulta claro por los diarios, también dio la or­ tiembre de 1937.« Esto fue suficiente para7 Pam d ° “ ^ den para el arresto esa misma noche de unos 20 000 o 30 000ju ­ reanudación de la actividad antisem a e “ marCha díos.49 A la mañana siguiente, 10 de noviembre, cuando Goebbels go, Hitler mismo no necesitaba hacer m ál que" e$Ca‘a' ^ Cmbar‘ informó acerca de los avances del pogromo, Hitler se mostró to­ el proceso de “arianización” de las em 650 estimukr talmente de acuerdo. “Sus opiniones son muy radicales y muy “grandes intereses” que se inició a r PFe' aSJudlas en favor de los agresivas”, com entó Goebbels. H itler también aprobó “con co­ ring fue ,a p r in c ip a ,L r z a de e m ^ i t T 7“ ^ rrecciones m enores” el decreto que Goebbels preparó una vez creciente ola de violencia que sigtóó ala A u™ ^ dÍrigÍrla que se sintió que había llegado el momento de detener la “ac­ convirtió en algo más grande durante 9ue lueg ° * ción”, y también expresó su deseo de que se tomaran “medidas verano. La agitación y el terror gene^H “ Sudetes del muy severas” contra los judíos en la esfera económica, para la re­ del partido en el verano y el otoño de ° m 8 t0d° S' ° Sm ‘ embros construcción compulsiva de sus negocios dentro de cualquier pa­ gó de seguros, y su subsiguiente expropiación gradual. Una vez para negarles el reingreso a ; más, Goebbels entregó los “decretos secretos” para que esto fue­ ra puesto en práctica ” 50

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“La Noche de los Cristales”, concluye Schleunes, “fue el-resul* tado de la falta de coordinación que caracterizó la planificación nazi de la política antisemita y también el resultado de un último > esfuerzo por parte de los radicales para arrebatar el control a la policía”.51 En lo que a la propaganda se refiere, fue un fracaso. Pe­ ro, como de costumbre, los líderes nazis, aunque con propuestas diferentes para resolver el problema, estuvieron de acuerdo en la opinión de que eran necesarias medidas radicales. Los judíos fue­ ron así excluidos de la economía, y la responsabilidad por “la so­ lución de la cuestión judía”, aunque formalmente entregada a Góring, fue efectivamente puesta en manos de la SS. La emigración, que había aumentado significativamente en medio del pánico des­ pués dél pogromo, siguió siendo el principal objetivo, e iba a ser canalizada por una oficina central creada en enero de 1939. El co­ mienzo de la guerra no alteró este objetivo. Pero sí alteró las po­ sibilidades de su implementación. La guerra misma y la rápida conquista de Polonia produjeron una transformación en la “cuestión judía”. La emigración forzada ya no era una opción posible y los planes, por ejemplo, de tratar de “vender” judíos a cambio de moneda extranjera ya no eran fac­ tibles. Después de trabajar sobre la idea de hacer que el territorio alemán quedara “libre de judíos”, los nazis de pronto se encontra­ ron, por supuesto, con que tenían un adicional de tres millones de judíos de los cuales tendrían que ocuparse. Por otra parte, ya no había demasiada necesidad de tener en cuenta las reacciones en el extranjero, de modo que el tratamiento recibido por los judíos po­ lacos — particularmente deshumanizados y despreciados como ‘ju­ díos orientales”, la forma más baja de existencia en medio de un enemigo ya por sí mismo desvalorizado— alcanzó niveles de bar­ barie que en mucho excedía lo que había ocurrido en Alemania o en Austria. Además, la libertad de acción relativa otorgada al par­ tido y a la policía, sin restricciones legales ni preocupaciones por la “opinión pública”, dejó un amplio margen para las “iniciativas” autónomas e individuales en cuanto a la “cuestión judía”. Antes de considerar el debate acerca de si la “solución final” fue instigada por una sola y general “orden del Führer”, y cuándo esa orden podría haber sido dictada, parece importante echar una

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| breve mirada al proceso de radicalización que cobró impulso en| > e 1939 y 1941.52 Ir Un decreto administrativo del 21 de septiembre de 1939, en el F que Heydrich trazaba los lincamientos generales de la persecución í; a los judíos en Polonia, distinguía entre un “objetivo final” a largo plazo o “medidas generales planificadas” — sin ser mayormente dilucidadas y que iban a permanecer estrictamente secretas— y medidas preliminares” a corto plazo, con la intención de concentrar : alosjudíos en grandes ciudades cerca de los cruces de ferrocarri; les.53 Sería equivocado sacar la conclusión de que el difusamente * indicado “objetivo final” significaba la aniquilación programada, f la real “solución final” que más adelante se desarrolló. Sin embar­ go, claramente la parte operativa del decreto se relacionaba con \ la provisional concentración de judíos para su posterior transpor| te. Por una orden de Him m ler de unas semanas más tarde, el 30 í de octubre, todos los judíos en la parte occidental de Polonia, que ; había pasado a llamarse Warthegau al ser anexada al Reich, iban : a ser deportados hacia el llamado Generalgouvernement— el centro ; de^olonia, ocupado bajo el gobierno de Hans Frank— para de­ jar disponibles casas y trabajos que serían ocupados por alemanes ¡ que, se asentarían allí. Por lo tanto, Hans Frank tenía que estar i preparado para recibir varios cientos de miles de judíos y polacos > deportados desde Warthegau.54 La política de expulsión forzosa ■ condujo inevitablemente al establecimiento de guetos, el prime: ro de los cuales fue levantado en Lódz (Litzmannstadt) en diciem* br£ de 1939. Casi al mismo tiempo, el trabajo obligatorio fue im■ plernentado para todos los judíos en el Generalgouvernement. Los f pasos simultáneos de formar guetos y el trabajo obligatorio pro^ porcionaron parte del impulso que más tarde culminaría en la “solución final”.55 En esos momentos, se supuso que las depor­ taciones de las áreas anexadas conduciría al rápido final en ellas de : la “cuestión judía”, y que en la Generalgouvernement aquellos judíos (incluyendo mujeres y niños) que no estuvieran en condiciones de trabajar debían ser confinados de los guetos; además, losjudíos dis­ ponibles para el trabajo forzado deberían ser enviados a campos de trabajos forzados. Esta decisión, tomada en una reunión de al­ tos jefes de la SS en enero de 1940, y la aceptación de las inevita-

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bles muertes por agotamiento, hambre y enfermedades, marca un punto en el que “la idea asesina de antisemitismo, que antes exisia de una manera general, abstracta, comenzó a tomar forma e un proyecto concreto. La decisión de asesinar a millones en e momento todavía no había sido tomada. Pero en la práctica y en4 el pensamiento un paso en esa dirección ya estaba dado”.56 ^

nial era lo que el gobierno tenía en mente.63 Unos días antes, Franz Rademacher, je fe del departamento de judíos del Ministe£rio de Relaciones Exteriores, había presentado planes para crear .esa reserva en Madagascar. Esta sugerencia fue aparentemente iAprobada por Himmler, mencionada por H itler en conversacior nes con Mussolini y Ciano ese mismo mes, y finalmente abandoprincipios de 1940, había todavía diferencias sustanciales" ’Jiada a comienzos de 1942.64 Los planes de una reserva fueron de opinión sobre cómo encontrar una “solución a la cuestión W ' dcrtamente tomados en serio por un tiempo y, a la luz de investi­' día , y no habla señal alguna de un programa total y claro. O b i ’" gaciones recientes, no pueden ser considerados simplemente un mei|te sin prever una pronta “solución”, Hans Frank indicó en un ' ¡camuflaje para las primeras etapas de la “solución final” misma, raunque es indudable que cualquier plan de reserva territorial ha­ mbría conducido al exterminio físico, equivalente al genocidio por ;un camino diferente.65 f / Hacia fines de 1940, no había un final para los guetos judíos en Polonia que pudiera preverse para un futuro cercano. Al mis­ m0 tiempo, las condiciones de los habitantes empeoraban día a ~ia ^ iba _ 8’< ' i día, y se acercaban a parecerse a la desagradable caricatura de la a a tener que resolverse resolversede de alguna alguna manei manera”.5 La “política ju d ía” a mediados de 1940 - m o m e n to para el existencia judía retratada en la nauseabunda película de propacual losjudios de Europa occidental también habían caído ganda de 1940, The Eternal Jew.66 Desde el punto de vista de los ---- v-aiuu en ma­ . ■ ‘^ Ur! ° , en marzo 'l ue el Reich no iba a poder quedar “libre de judíos durante la gu erra .« Unos meses más tarde, Frank se en.: frentaBa a la exigencia de recibir un cuarto de millón de habitan-' tes del gueto de Lódz, de los que el GauUter Greiser de Warthe-'' gau quena librar a sus dominios. Cuando Frank se negó, uno de ~ los iva equipos equipos de cíe Greiser Greiser declaró declaró ominosamente ominosamenteque la “cuestión iu- ft

nos alemanas y la real posibilidad de una “solución” general euro pea se había abierto— estaba todavía en estado de confusión,

Eichmann toda™ alimentaba ideas de un amplio plan de emigra cion a Palestina.59 Intentos de continuar con la emigración de judios de la misma Alemania (sobre todo vía España y Portugal) si­ guieron siendo alentados hasta bien entrado 1941.60 Sin embargo la deportación arbitraria de judíos de las áreas orientales del Reich deTo/n f neral^

Vernement{ue Pr°hibida por Góring en marzo

ttd 6?’v PT dC qUC HanS Frank se neSó a aceptar más deporados. Y para los ‘judíos orientales” - l a mayoría bajo dominio eman la emigración de cualquier manera no era una alterna: tiva posible. En junio de 1940, Heydrich informaba al ministro de' elaciones Exteriores, Ribbentrop, que el “problema general” de os aproximadamente tres millones doscientos cincuenta mil ju-" ios en territorios gobernados por alemanes “ya no podía ser resuelto con la emigración” y que, por lo tanto, era necesaria “una" o ucion territorial”. A los representantes judíos se les informó de que una reserva en algún todavía no definido territorio colo-

grandes señores nazis, el agudo problema de la higiene, la provi• sión de comida, alojamiento y administración relacionado con los í guetos clamaba “un alivio de ese peso y una solución”. Ya se esta­ ban discutiendo algunas salidas posibles: en mazo de 1941, Víctor Brack, un importante funcionario de la Cancillería del Führer que ? había estado a cargo de la llamada “Operación eutanasia” por la que se habían eliminado más de 70 000 enfermos mentales y otras personas en Alemania entre 1939 y 1941, propuso métodos para la esterilización de entre 3 000 y 4 000 judíos por día.67 Para ese momento, primavera de 1941, la dirigencia nazi y los jefes militares estaban totalmente ocupados con la preparación de f la invasión a la Unión Soviética (y una esperada rápida victoria ti­ po Blitzkrieg). En la guerra contra el gran enemigo bolchevique, el “problem ajudío” iba a adquirir una nueva dimensión: la última fase antes de la “solución final” real. Los fusilamientos en masa de los judíos rusos por parte de los SS-Einsatzgruppen marcaron la ra­ - dicalización de la política antisemita, que Christopher Browning justificadamente rotuló como “un salto cuántico”.68 Esto nos de-

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vuelve a nuestra preocupación central, la del papel personal de Hitler en esta génesis de la “solución final”. La poca calidad de las fuentes, que reflejan en buena medi­ da el secreto respecto de las operaciones de matanza, y la delibera­ da oscuridad en el lenguaje empleado para referirse a ellas han lle­ vado a los historiadores a arribar a conclusiones muy distintas con respecto a las mismas pruebas, acerca del momento y la naturale­ za de la decisión o las decisiones de exterminar a los judíos. Eber­ hard Jäckel sugiere que una orden de Hitler para el exterminio de lo£ judíos europeos podría haber sido impartida ya en el vera­ no dé 1940, sobre la base de una fuente, que él mismo admite que no es buena (las memorias del masajista confidente de Himmler, Felix Keísten). Sin embargo, considera que la primavera de 1941 fue el período cuando las primeras decisiones clave fueron toma­ das, en el contexto de las preparaciones para la campaña rusa, con posteriores decisiones que se extendieron a la matanza de judíos alemanes para finales de septiembre, luego a los judíos polacos y al final (probablemente en noviembre) a todos los judíos euro­ peos.69 Richard Breitman es de la opinión de que para principios de 1941 “Hitler ya había tomado una decisión fundamental para exterminar a los judíos”.70 Helmut Krausnick escribe de un “de­ creto secreto... que dice que los judíos deben ser exterminados" dictado por Hitler no más tarde de marzo de 1941, en el contex­ to de las directivas para fusilar á los comisarios políticos del Ejér­ cito Rojo.71 Andreas Hillgruber señala una orden verbal de Hitler a Himmler o a Heydrich como muy tarde en mayo de 1941 para la eliminación sistemática de los judíos rusos, con la implicación del dictado de una orden de extender tal cosa a todos los judíos europeos antes de finales de julio de 1941. Para esta época, Hey­ drich recibió de Göring la orden de comenzar los preparativos pa­ ra “una solución total de la cuestión judía” en la esfera de influen­ cia alemana y de presentar un plan general de medidas necesarias “para el logro de la solución final de la cuestión judía que noso­ tros deseamos”.72 Los autores más importantes que se ocupan del tema (por ejemplo, Retlinger, Hilberg, Dawidowicz y Fleming) coinciden en indicar una decisión de Hitler para aplicar la “solu­ ción final” durante la primavera o muy posiblemente en el vera-

í' KL fe' Ér i. HITLER YE L HOLOCAUSTO 157 : El I, fr-í ^ no de 1941, y en verla incorporada al mandato de Góring del 31 i' de julio.73 Christopher Browning, también, destaca la importancia capital de la orden de Góring, ya que refleja una decisión que | Hitler había tomado en el verano para extender la matanza a to£ dos los judíos europeos. Sin embargo, relativiza la decisión al verf* la más como una forma de estimular la iniciativa que como una £ clara directiva que el Führer aprobó y sancionó en octubre o no­ li viembre.74 Adam razona a favor de una decisión de H itler en el f. ~ otoño, más que en el verano, en un momento en que el avance X alemán en Rusia se había detenido y las difusas ideas acerca de una s» . * í “solución territorial” al este de los Urales se había obviamente cont vertido en algo totalmente ilusorio.75 Una posición más radical es L la adoptada por Broszat, Mommsen y Streit, quienes rechazan de r plano la existencia de una sola, específica y general “orden del f Führer” — escrita o verbal— y ponen el acento en la acumula\ ción de “aprobaciones” de exterminios “de facto”, iniciados por otras agencias y en violento aumento entre en verano de 1941 y s principios de 1942, a partir de las cuales la “solución final” propia■; mente dicha — las sistemáticas matanzas con gas en los campos de L exterminio— “evolucionó”.76 Una interpretación similar es la que ; - implícitamente ofrece Hans-Heinrich Wilhelm al final de un exc haustivo estudio de los Einsatzgruppen*, cuando escribe acerca ■ de una decisión de H itler en el verano de 1941, pero que sólo M se refiere a los “judíos orientales”, con graduales extensiones posteriores y progresiva radicalización, aunque no sin el acuer! ^ do expreso de Hitler.77 i- , Algunos estudios apoyan la idea de una fecha posterior — coi mo muy temprano a fines del verano u otoño de 1941— para el deslizamiento hacia el genocidio puro y simple, mientras que arri­ ban a diferentes conclusiones acerca del papel desempeñado por Hitler. Para Arno Mayer, el umbral del asesinato en masa fue atra­ vesado cuando la “cruzada” nazi contra el bolchevismo se vio en dificultades, que comenzaron, en un sentido amplio, alrededor de septiembre de 1941. Incluso en la Conferencia de Wannsee del 20 t

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Einsatzgruppen: unidades móviles del Servicio de Seguridad de la Segu­

ridad Policial. [T.]

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/. de enero de 1942, los nazis estaban, según Mayer, todavía sólo tan­ teando el camino hacia la “solución final”.78 Hitler no desempe­ ña ningún papel específico en el enfoque de Mayer, a diferencia, de lo que sostiene el historiador suizo Philippe Burrin, que ubica, a Hitler en el centro de su interpretación y le atribuye el peso a las.., circunstancias en las que el impulso hacia una solución territorial se transformó en genocidio sistemático. En el análisis de Burrin,, las crecientes dificultades de la Operación Barbarroja son vistas, como el acicate para el salto hacia el genocidio.79 El ubica esta jur . gada alrededor de agosto en la Unión Soviética, extendida a la talidad de la judería europea más o menos un mes más tarde, coa. un cambio por parte de Hitler respecto de su anterior posición en cuanto a que los judíos sólo podían ser deportados hacia el estg^ después de la derrota de la Unión Soviética. jq Estudios más recientes tienden a dirigir su mirada a distintas^ fases de racialización más que a una decisión general, y cada vez más han llegado a fechar la extensión al genocidio extremo no an-„ tes del otoño de 1941. Gótz AJy, por ejemplo, señala los “claros sal-r tos en el desarrollo (deutlicheEntwicklungssprünge) ” en marzo,julio y octubre de 1941.80 Pero en una sorprendente — y controvertida— nueva evaluación, Christian Gerlach va más lejos y llega a precisar, la “decisión básica ( Grundsatzentscheidung) ” por parte de Hitler, de extender la matanza de los judíos ya vigente en el Este a la totali­ dad de la judería europea, en una reunión con su Gauleiter el 12, de diciembre de 1941, el día siguiente de la declaración de gue-: rra de Alemania a los Estados Unidos.81 Peter Longerich, por otra parte, rechaza la elusiva búsqueda de una única decisión (y con ■ ello también la precisa fecha de Gerlach) de instigar a la “solución,, final”. Más bien, él ve el programa de exterminar a los judíos der Europa como la culminación, alcanzada sólo durante la primave­ ra y el verano de 1942, de numerosos estadios de escalada, todos ellos con la idea del genocidio en mente.82 Como lo demuestran las diversas interpretaciones de los prin­ cipales expertos, las pruebas con respecto a la naturaleza precisa de una decisión de llevar a la práctica la “solución final”, en cuan­ to al momento en que se tomó, e incluso con respecto a la exis­ tencia misma de tal decisión son circunstanciales. Aunque los je-

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: fes de segunda línea de la SS en repetidas ocasiones se refirieron en losjuicios de posguerra a una “orden” o “comisión del Führer”, ningún testigo directo de esa orden sobrevivió a la guerra. Y a pesar de toda la brutalidad de sus propias declaraciones, no hay registros de que Hitler hablara categóricamente, siquiera en su círculo más íntimo, de alguna decisión que él hubiera tomado para matar a los judios, aunque sus comentarios no dejan la menor duda de su aprobación, amplio conocimiento y aceptación de la “gloria” de lo que se estaba haciendo en su nombre.83 La interpretación se apoya, por lo tanto, en el “equilibrio de las probabilidades”.84 Necesitamos considerar brevemente las pruebas desde este ángulo, ■ Hitler no necesitaba enunciar directivas o tomar claras iniciativas para promover el proceso de radicalización en la “cuestión judía” entre 1939 y 1941. Más bien, como hemos visto, el impulso fue en gran medida estimulado por una combinación de medidas burocráticas que emanaban del Cuartel General de Seguridad del Reich (cuyas consecuencias administrativas no fueron claramen­ te previstas), e iniciativas ad hoc tomadas “en el terreno” por indi­ viduos y agencias encargadas de ocuparse de una tarea cada vez menos manejable. Típico de la actitud de Hitler fue su deseo, expresado hacia fines de 1940, de que su Gauleiteren el Este tuviera “la necesaria libertad de movimientos”, para dar cumplimiento a su difícil tarea, y que él le iba a exigir a su Gauleiter después de diez años nada más que el solo anuncio de que sus territorios eran pu­ ramente alemanes, y no iba a averiguar acerca de los métodos usa­ dos para lograrlo.85 Su propio papel directo quedó ampliamente confinado al terreno de la propaganda: largos discursos públicos de odio, de terribles aunque difusos pronósticos acerca del desti­ no de los judíos. El más notable de ellos fue su discurso en el Reichstag el 30 de enero de 1939, cuando profetizó que la guerra produciría la “aniquilación ( Vernichtung) de la raza judía en Euro­ pa”. A esta profecía hizo frecuentes referencias en los años veni­ deros, y significativamente más tarde le puso la fecha el 1Bde sep­ tiembre de 1939, el día en que se desató la guerra.86 Este solo dato refleja la mezcla mental de la guerra y su “misión” de destruir a los judíos, que alcanzó su fatal punto de convergencia en la idea de “guerra de aniquilación” contra la Unión Soviética.87

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Las bárbaras preparaciones para el ataque a la Unión Soviéti­ ca, que implicaron también a la Wehrmacht en la serie de directi­ vas criminales relacionadas con la Kommissarbefehl — la orden de fusilar a los comisarios políticos en el ejército soviético— , incluían instrucciones verbales al líder de los Einsatzgruppen, y sus subuni-; dades, los Einsatzkommandos, dadas por Heydrich acerca del papel que ellos iban a desempeñar al comienzo del avance del ejército. Varios jefes de los Einsatzkommando aseguraron después de la gue­ rra que fue durante esas sesiones de información que se entera­ ron de., la orden del Führer de exterminar a los judíos rusos.88La mayoría de los historiadores ha aceptado que alguna directiva ge­ neral de Hitler dándoles poder para matar a los judíos rusos esta­ ba detrásf de las instrucciones verbales de Heydrich, y que la más limitada orden escrita de Heydrich a los más altos jefes de la SS y la Policía en la Unión Soviética el 2 de julio de 1941, apuntando al exterminio de los “elementos radicales” en la población con­ quistada, entre ellos “judíos con cargos en el partido y en el Esta- : do”, estaba dirigida a dar una suerte de justificación a la Wehrmacht o a otras autoridades por los fusilamientos masivos.89 Ciertamen­ te, las matanzas de los Einsatzgruppen desde el principio nunca es­ tuvieron limitadas a quienes ocupaban cargos en el partido y en el estado. Ya el 3 de julio, por ejemplo, el je fe del Einsatzkomman­ do A en Luzk hizo fusilar a unos 1 160 judíos varones para, como dijo él, poner su sello en la ciudad.90 Los escuadrones de la muer­ te del Einsatzgruppe A en el Báltico hicieron una particularmente liberal interpretación de su mandato.91 Los Einsatzgruppen, final­ mente, llegaron a hacer una importante contribución en la ma­ tanza de más de dos millones de judíos rusos; el Einsatzgruppe A solo informó acerca de la “ejecución” de 229 052judíos para prin­ cipios de enero de 1942.92 Sus detallados “informes de aconteci­ mientos” mensuales están entre las más horribles reliquias que so-, brevivieron al Tercer Reich. ’ Los vastos números de judíos rusos asesinados hablan clara­ mente a favor de la existencia de una orden desde arriba, más que de simples iniciativas locales por parte de unidades irresponsables de los Einsatzgruppen.^ Al mismo tiempo, hubo en las primeras eta­ pas de la invasión una evidente falta de claridad entre los jefes de

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los Einsatzgruppen y otros líderes de la SS, del partido y de la poli­ cía en los territorios orientales ocupados, acerca del preciso alcan­ ce de su tarea en lo relacionado con la naturaleza de cualquier so­ lución a largo plazo al “problema ju d ío ”. Parece posible que durante las varias reuniones instructivas previas a la invasión de los Einsatzgruppen se hablara de exterminar judíos en los territo­ rios rusos a los que estaban por ser enviados, pero las palabras ele­ gidas fueron suficientemente ambiguas como para ser entendidas de diversas maneras.94 De todas modos, las pruebas reunidas por Alfred Streim y ampliadas en el análisis de Philippe Burrin son di­ fíciles de reconciliar con la transmisión de una orden específica del Führer para el exterminio de la judería rusa antes del comien­ zo de la Operación Barbarroja y sugieren que las instrucciones pa­ ra matar dadas a los Einsatzgruppen al principio fueron limitadas. De hecho, es muy probable que efectivamente hayan sido del mis­ mo tenor que la directiva de Heydrich del 2 de julio de 1941. Ha quedado claro que los testimonios de losjefes de los EinsatzJwmmando ante la corte de principios de la posguerra acerca de la existencia previa de una orden del Führer eran falsos, fabricados para proveer una defensa unificada del jefe del Einsatzgruppe D, Otto Ohlendorf, en su juicio en 1947.95 Posteriores testimonios más confiables, brindados por aquellos directamente involucrados, han indicado con un alto grado de plausibilidad que no había co­ nocimiento previo de una orden para el exterminio general antes de marchar hacia la Unión Soviética, y que ese mandato fue dado apenas unas pocas semanas antes del comienzo de la campaña ru­ sa.96 Había poca lógica, como ha señalado Streim, en el hecho de tratar de estimular a la población local para desatar pogromos con­ tra los judíos (lo cual había sido parte de las instrucciones verba­ les de Heydrich) si ya existía una orden general de exterminio vi­ gente. Además, en los comienzos de “Barbarroja”, los lincamientos de la orden escrita de Heydrich del 2 de julio fueron en su mayor parte ampliamente acatados.97 Comparados con la escala de las ma­ tanzas desde alrededor de mediados de agosto en adelante, los nú.meros de fusilados por las unidades de los Einsatzgruppen en las primeras semanas después de la invasión fueron relativamente pe­ queños y abrumadoramente limitados ajudíos varones. Por ejem-

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pío, el excepcionalmente brutal Einsatzkommando 3, que operabS.del Problema j udío” que “indudablemente está por llegar”.101 Fue, en Lituania, mató a 4 239 judíos, de los cuales 135 eran mujeres^P®11embarg ° ’ más de dos meses más tarde, después de que los es­ durante el mes de julio de 1941.98 En agosto, esto se elevó a 37186* í^drones de la muerte habían estado asolando la Unión Soviétimuertos, y de éstos por lo menos 32 430 después de mediados de^ "“ durante casi seis semanas, que Heydrich recibió la orden de Go­ » 102 mes, mientras que en septiembre las víctimas llegaron a 56 459* de prepararse para “una solución total de la cuestión judía”, incluyendo 26 243 mujeres y 15 112 niños. La verdadera práctiqN fComo ya lo señalamos, esta autorización, iniciada por Heydrich y de los Einsatzgruppen corresponde, por lo tanto, a significativos ii¿Í FPrcParada Para Por Eichmann, para que la firmara Góring en el dicadores de los testimonios de posguerra y a numerosas piezas de^ contexto de la esperada inminente victoria sobre la Unión Soviéti­ pruebas documentales de que la “orden del Führer” fue transmitid ca,103 ha sido con frecuencia interpretada como dando voz a una da a ios Einsatzkommandos en algún momento durante el mes de directiva de Hitler que marca el momento de la orden para la “so­ agosto. Sin embargo, la orden de ampliar la matanza a todos los{ lución final”. Esta interpretación parece poco convincente. El hecho de que Hitler fuera directamente consultado acerca judíos, de cualquier edad y sexo — con la notable culminación .del fusilamiento masivo de 33 771 judíos, hombres, mujeres y niños^ ^ la orden de Goring a Heydrich resulta también dudoso. Dado o n V o J — TT * Ai o a que la orden técnicamente equivalía a no más que una ampliación1 • ~ nera teleológica? (3) ¿Fue el horizonte de la ambición en política e l f mento crucial y^etermTna^e en la e cu a c ió n *^ 6 ^ '^ erera *W yy exterior simplemente europeo o literalmente de dom inio mun­ dial? Las páginas siguientes proporcionan un intento de evaluar los argumentos y las pruebas para responder a estas preguntas. tima instancia a conclmioneTs, P “ ‘“ T ^ « *

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debrand, articulando como sienTpriTklí C° ” patlbles- Klaus Hil- Jfc forma más clara y directa rrrh i • program isu” en su Ü I'SÍ. Evaluación < - > o r cuatro r l o Z n ^ ' " “ ^etaciones-revisioni* do de autonomi^de^programa deHi t le formulados por el dictador mi fueron p u e s L en no fueron, en p r i » e S ^

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dustriales más que dispuestos a ofrecer planes para el saqueo eco­ ~ ~ -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- -------semita la Y lseno ° e Ia política interior, la política anti- ! n° mico de buena parte parte de de Europa. Europa. Finalmente, Finalmente, proporcionó proporcionó la la i j ara los más exacerbado^ clamores chauvinistas En cada cexter*or ^ Tercer Reich queda así completa ■ *' ' pie(^ra de toque para los más exacerbado^ clamores chauvinistas ca a caso, hemos argumentado que tanto las “intenciones" rio " I e imperialistas de la masa de los fieles del partido, cuyo objetivo Hitler 7 ¡mnprcnnni^____ ^ “Íntencio^, , ’' de * ** — i------------— a — i— .i—y la gloria de Alemania. --------------i er como las “estrucíur estructuras” era la restauración del„ poder Cada uno de estos elementos — desde las elites y desde las masas— obliga­ ron tanto a Hitler como a la dirigencia nazi a un curso de acción, ! ' cada vez más acelerado y más peligroso, que en parte ellos mismos -ihabían creado. La compleja radicalización, también en la esfera vl de la política exterior, que convirtió los sueños ideológicos de Hider en pesadillas vivientes para millones de personas puede, pues, lliser explicada sólo de manera inadecuada concentrándose fuer’W? 1teme ate en las intenciones de Hitler divorciadas de las condiciotívos requerimientos de s u l t o n z a S n ^ ^ ||gnes y fuerzas — dentro y fuera de Alemania— que estructuraron O ejecutiva; en la “cuestión i„rKo” ■ • I accion legislativa V' la ejecución de aquellas intenciones. j

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7. El Tercer Reich: ¿“reacción social” o “revolución social”? íír

Evaluar la naturaleza y el alcance del impacto del nazismo so­ mbre la sociedad alemana es una de las más complejas — y más imsfL'portantes— tareas que debe acometer un historiador del Tercer :Reich.t Y, claramente, el impacto social de un estado autoritario ^ ideológicamente doctrinario e implacablemente represivo tiene £ implicaciones potenciales que van mucho más allá de los confines /"geográficos de Alemania bajo el nazismo. i! , Una comprensión diferente de la sociedad alemana en el ^ Tercer Reich se ha hecho posible desde los años sesenta, cuando Yf se realizaron por primera vez serios estudios eruditos en este cam­ po. Los principales avances, sin embargo, llegaron en la década de 1970, cuando la base de fuentes resultó sumamente ampliada. ' La enprme difusión y el atractivo de la AUtagsgeschichte ( “historia de la vida cotidiana”) y la Geschichie von unten ( “historia desde aba­ jo ”) en Alemania occidental proporcionó una plétora de detallá­ isdostestudios empíricos — de calidad sumamente variada— de la 'experiencia de grupos sociales diferentes, frecuentemente en un contexto local o regional, durante la dictadura nazi. Existe aho­ ra, por lo tanto, una gran cantidad de material disponible para examinar el impacto social del nazismo. N o hace falta decir que con frecuencia existen importantes dificultades de interpretación inherentes a las fuentes que provienen de un sistema político co­ mo éste. N o obstante, al igual que con otros temas que hemos considerado, los problemas y las perspectivas de interpretación están mucho más íntimamente relacionados con los diferentes puntos de partida teóricos y con insalvables divisiones ideológicas entre historiadores. El debate se caracteriza por los desacuer­ dos fundamentales acerca de la naturaleza misma del nazismo, de sus objetivos e intenciones sociales, acerca de los criterios y mé­ todos que se necesitan para evaluar los cambios producidos du-

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íVví rante el nazismo y acerca de los términos usados para definir cambio social. \n ? Parte del problema tiene su base en la naturaleza ecléctica en las contradicciones internas del Partido Nazi mismo, de su ideología y de su composición social. Existen considerables difr cultades involucradas incluso en el intento de definir claramen cuáles fueron sus metas y objetivos, y en distinguir esos fines los medios necesarios para alcanzarlos, lo cual en la práctica con frecuencia parece haber producido resultados diametralmen opuestos. De ahí que el nazismo haya sido interpretado por algu-, nos importantes historiadores como auténticamente revolucionaria^ en su contenido, y señalado por otros como contrarrevoluciona­ rio en sil esencia más profunda; algunos lo han considerado una fuerza modernizadora a pesar de los aspectos arcaicos y reaccic* ‘ narios de su ideología; para otros era violentamente antimoder­ no o — paradójicamente— era una “reacción revolucionaria"; también hay quienes no han encontrado causas para ver en el na­ zismo otra cosa que una pura y simple reacción social. 1 De todas maneras existe un verdadero signo de interrogación acerca de has-, ta dónde la “ideología social” nazi debería ser considerada una se­ ria declaración de intenciones a diferencia de mera propaganda manipuladora. f Una segunda parte del problema deriva de la complejidad de tratar de construir algún tipo de “balance general” del cambio so­ cial en Alemania bajo el nazismo. Si bien algunos aspectos del “cambio social”, como la tasa de movilidad social, pueden ser me­ didos con dificultad, los cambios en actitudes, mentalidad y siste­ ma de valores sólo pueden evaluarse cualitativamente a partir de pruebas que distan mucho de ser ideales para estos fines. Además, el margen de tiempo es extremadamente corto. El Tercer Reich duró sólo doce de los previstos diez mil años, y seis de ésos fueron años de guerra. Dado que la guerra, en especial una de la magni­ tud de la segunda guerra mundial, contiene su propio impulso pa­ ra el rápido cambio social promovido por la destrucción masiva, el desplazamiento de las poblaciones, la movilización y la desmo­ vilización, y las expectativas de posguerra, existe un obvio proble­ ma que atañe a la extrapolación de esos cambios de lo que el sis-

"tñanazi tenía intenciones de generar (incluso aceptando que la gfferra misma fuera un producto del nazismo). Es necesario, por "^¡tanto, tratar de distinguir entre los cambios que el régimen na'Fprodujo de manera directa y aquellos que indirectamente e in­ cuso sin intención se produjeron a causa de nazismo. Otra difi*tad más es la de cómo relacionar esos cambios con los cambios culares ,a largo plazo en la sociedad que se estaban producientanto en Alemania como en otras partes en la era industrial. 0 asta se ha sugerido que para poder evaluar el cambio social baIjb el nazismo sería necesario construir un modelo contrafáctico para calcular qué cambios se habrían producido para 1945 si el na­ zismojamás hubiera existido.2 Esto, a su vez, invita a una nueva pre­ gunta: ¿estamos tratando de evaluar cualquier cambio social que hugbiera ocurrido bajo el nazismo en contraste con nuestra ftomprensión de lo que suponemos que el nazismo se había pro­ puesto lograr?; ¿en contraste con lo que podría haber ocurrido sin nazismo?; ¿en contraste con el ritmo y la naturaleza del cambio fen otras sociedades industriales en ese mismo momento?; ¿o en ’ contraste con algún hipotético “tipo ideal” de desarrollo? “, La tercera parte del problema tiene que ver con las definicio­ nes. Como suele ocurrir con frecuencia en las ciencias sociales, políticas e históricas, los términos y conceptos usados con frecuen­ cia son imprecisos, susceptibles de más de una sola interpretación, o están ideológicamente “cargados”. Usar el término “revolución”, como se ha dicho, “es entrar en un campo minado semántico” , 3 y además, uno en el que las predilecciones personales con respec­ to a lo que se considera una “auténtica” revolución — en particu­ lar, una “revolución social”— evidentemente desempeñan un pa­ pel decisivo. Si bien es posible objetar que “revolución” no tiene por qué ser algo “positivo”, “progresista” o “moralmente reco­ mendable”, ni tiene por qué estar confinado a los términos marxistas de una alteración en la sustancia económica de una socie­ dad, 4 este punto negativo nos acerca un poco más a definir precisamente qué es lo que sería básicamente una “revolución so­ cial”. Casi no es necesario aclarar que “reacción” y “contrarrevo­ lución” difícilmente puedan considerarse conceptos intelectua­ les más “puros”.

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Por cierto, expresiones como “cambio social” o “desarrollo so­ cial” son más neutrales, aunque son tan imprecisas en sí mismas que sólo se vuelven operables cuando se las adhiere a alguna teo- ; ría o idea de cambio a lo largo del tiempo. Sólo las teorías marxistas y las teorías de la modernización se presentan como posibles modelos explicativos. Los teóricos marxistas tienden a restringir sus análisis de í “cambio social” primariamente a alteraciones en la estructura del modo de producción — esto es, en tiempos modernos, en la es­ tructura del capitalismo— y al estado de la “lucha de clases”, con la correspondiente tendencia a opacar el cambio en las formas so­ ciales o en la cultura, salvo que la sustancia económica de la socie­ dad haya también sido transformada. Las ideas con respecto al “cambio social” dentro de los enfoques marxistas, por lo tanto, pierden su tono de indefinición, pero también pierden sus carac­ terísticas de neutralidad intelectual. Explicaciones alternativas de “cambio social” , útiles en di­ verso grado para historiadores no marxistas o “liberales”, están vinculadas a los enfoques de “m odernización”. El concepto de “m odernización” — un producto de la ciencia social norteameri­ cana— trata de abarcar varios elementos del desarrollo cultural; político y socio-económico que obtuvieron su mayor impulso con las revoluciones industrial y francesa en la Francia occidental, quetransformaron las sociedades “tradicionales” de Occidente y tam­ bién poco a poco, de grandes sectores del mundo, en “sociedades modernas”. Esta transformación incluye un enorme crecimiento en la cantidad y disponibilidad de bienes y servicios; creciente ac­ ceso a esos bienes y servicios; aumento de la diferenciación social, una más compleja división del trabajo y mayor especialización én' las funciones; además, una enaltecida capacidad para la regulación institucional del conflicto social y político .5 Aunque los enfoques del tipo “modernización” se han refinado enormemente desde su uso inicial un tanto tosco, siguen siendo eclécticos, imprecisos y abiertos a la evaluación subjetiva de la importancia de diversos conceptos y premisas fundamentales por ellos usados. La relación explícita o implícita de los enfoques de modernización con los “ti­ pos ideales” sugeridos por las democracias liberales occidentales,

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el relativo descuido del tema del conflicto social y el hecho de ha­ ber reducido las estructuras económicas a un solo — aunque muy importante— componente del “cambio social” se suma a la extre­ madamente debatible naturaleza del concepto de “moderniza­ ción” fen sus usos convencionales, y lo hace en general inacepta­ ble para los estudiosos marxistas. Cualquier intento de evaluar el impacto del nazismo en la sociedaa alemana se enfrenta a las dificultades que hemos plantea­ do. Antes de avanzar con nuestra propia evaluación, necesitamos reseñar las principales diferencias de interpretación entre los his­ toriadores que se han dedicado al problema.

Interpretaciones Al apoyarse en la premisa básica de que el Hitler-fascismo fue la dictadura de los aspectos más reaccionarios de la clase gobernánte alemana, no debe sorprender que la historiografía de la RDA le haya otorgado poco espacio a ideas relacionadas con el he­ cho de que el Tercer Reich hubiera producido algún cambio en la sociedad alemana que significara una “revolución social”. Si bien la gran concentración de la atención en los grupos comunis­ tas de resistencia organizada imponía límites a la investigación de aspectos más amplios de la historia social del Tercer Reich, la po­ sibilidad de consecuencias “modernizadoras” a largo plazo del na­ zismo para la sociedad alemana siguió siendo, por supuesto, un tema inexistente para los historiadores de la RDA. Las teorías de la modernización eran consideradas una mera seudodoctrina bur­ guesa de la sociedad industrial, con tan poca definición que sólo podía ser puramente subjetiva en su aplicación, antimarxista en su intención e implicación, que disfrazaba al fascismo al conside­ rarlo (aun sin quererlo) un “empujón hacia la modernidad”. En la medida en que el nazismo era entendido como un instrumen­ to en la promoción de la “revolución social”, se distorsionaba con "i • ello arbitrariamente el concepto de revolución, confundiéndolo con un fenómeno que fue obviamente contrarrevolucionario.6 Las ideas de “progreso” dentro de la sociedad capitalista — en una di-

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reccion distinta del socialismo marxista-leninista— implícitas as teorías de la modernización resultaban claramente irreconcilables con el acento puesto en la continuidad del imperialismo' el capitalismo monopólico que había sobrevivido al Tercer Reich y que aseguraba el carácter reaccionario de la República Federad Con este punto de partida, es obvio que las preguntas a c e r c W un impacto perdurable o a largo plazo del Tercer Reich sobre e f esarrollo de la sociedad alemana eran irrelevantes para la íusto* nografía de la RDA. Se aseguraba que la auténtica revolución so-“

católica, comunista y socialista resultaron ser barreras relativa­ mente resistentes e impenetrables. El reconocimiento de una pe­ netración nazi considerable y amplia, que en sí misma es, por su­ puesto, perfectamente compatible con los enfoques marxistas, requiere una explicación que no bloquee la idea de impulso na­ zi pará el cambio social (aun cuando se trate de un tipo de cam­ bio negativo debido a su enorme empuje destructivo) sobre la ba­ se de que el nazismo era igual a la reacción social. Las investigaciones sobre las bases sociales del apoyo nazi antes de Fn i P^dlA a Produdrse baJ° Ia égida del marxismo-leninismo* En ^ 1 caso de Alemania, esto se suponía que había ocurrido gracias^ 1933’ en efecto, han desarticulado completamente anteriores ge­ neralizaciones acerca de la naturaleza retrógrada, reaccionaria r S F n íT d EjerClt° R°j ° 7 d Parddo de la Unidad Socialista" ( E D ); mientras que la reacción continuaba con nuevo ropaje^ ¡(en un sentido literal) del apoyo masivo al nazismo, y han desta­ bajo un sistema político diferente de dominio bunm ‘ cado la fuerte y dinámica motivación para un radical cambio so­ es en la República Federal. cial y las innegables tendencias y aspiraciones “modernas” entre Si bien no comparten esta posición fundamental, los (el socialmente heterogéneo apoyo al NSDAP .8 El apoyo al nazis­ escritos historíeos marxistes occidentales o con influencias marxistas « mo no fue una mera búsqueda del regreso al pasado, fueran cua­ han mostrado igualmente impacientes con las sugerencias de uní'-les hayan sido las tendencias restauradoras indudablemente tam­ revolución social” bajo el nazismo. El balance histórico, afirma-'''* bién presentes. Las presiones en el movimiento para el cambio ban, era claro: el nazismo destruyó las organizaciones de la clase1" social, aunque tentativas y presionando en diferentes direcciones, obrera, dio nueva forma a las relaciones de clase fortaleciendo«' *no podrían haber sido totalmente ignoradas o reprimidas des­ gran med.da la posición de los empleadores, que tenían todo el’" pués de 1933, aun si ésa hubiera sido la intención de la conduc­ apoyo de un estado policial represivo y mantuvo bajos n iv e le s V '’ 5 ción nazi. Además, aun desde el punto de vista más pedestre y su­ vida a la vez que producía crecientes ganancias.’ Por claro que es- '< ’ perficial, la Alemania — aun considerando a la naciente te balance pueda parecer, sin embargo, se puede decir que mar- * 8 - República Federal por sí sola— de finales de los años cuarenta o ca el comienzo, no el final, de la investigación. El régimen nazi in­ *’ principios de los cincuenta era, con la total aceptación de lo que discutiblemente disfrutó hasta bien entrada la guerra de un grado"^ había de elementos de continuidad, una sociedad muy diferente de 1933. Sean cuales fueren las complejidades de de popularidad y de un apoyo activo que no puede explicarse ¡¡de-?;™, de - la - Alemania - -------------------------------------------------, --------------cua ámente por medio del poder de manipulación de la propagan - la investigación, es, por lo tanto, legítim o preguntarse si el nazisda o la faene represión de un estado policial. Hay que acep u rL e' # \ mo significó una ruptura en el desarrollo social alemán, o dejó ' el nazismo penetro de verdad — aunque de manera p a rc ia l- en' un legado perdurable en su impacto sobre valores y actitudes so­ amplios sectores de la sociedad alemana, sin excluir a la clase obre­ ciales y políticas. ra, y que se logro un considerable grado de integración, tanto rqa- ;J¡¡ S Dos trabajos de estudiosos “liberales” no marxistas, el del so­ 1 terial como afectiva, con el estado ciólogo alemán Ralf Dahrendorf y el historiador norteamericano nazi, aun cuando las subculturas David Schoenbaum, aparecieron más o menos al mismo tiempo a #1 mediados de los años sesenta y trataban de responder a esa pre­ dad ¡ ^ ^ MislischeEin,uU‘Pa^ e l¡t« k h n is (partido Alemán de lalMgunta por caminos completamente diferentes. Afirmaban que el Tercer Reich, en efecto, produjo una “revolución social” cuya prinim

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cipal característica fue “romper con la tradición y producir así un fuerte empuje hacia la modernidad ” .9 Para Dahrendorf, el nazismo completó la revolución social en Alemania que se había “perdido en los errores de la Alemania im­ perial y detenido una vez más por las contradicciones de la Repú­ blica de Weimar ” . 1 0 La sustancia de la revolución era la “moderni­ dad”, que para él significaba en esencia la estructura y los valores de la sociedad liberal democrática occidental. Esa revolución, afir­ maba, naturalmente no era lo que los nazis habían buscado, pues su ideplogía social se basaba en una recuperación de los valores pasados. Pero en la práctica, su Gleichschaltung ( “coordinación”) de la sociedad alemana había destruido las “lealtades tribales” ale­ manas, rómpiendo lazos tradicionales religiosos antiliberales, re­ gionales, familiares y corporativos; había reducido las elites a una “camarilla monopólica”; y había nivelado hacia abajo los estratos sociales hasta llevarlos al estatus igualador de Volksgenosse, “camarada del pueblo”. Para retener el poder, en realidad, el “totalita­ rismo” nazi se vio compelido a volverse contra todo resto del or­ den social que proveía la base para el gobierno autoritario conservador. Con la destrucción de las lealtades, las normas y los valores tradicionales, concluía Dahrendorf, el nazismo “finalmen­ te abolió el pasado alemán tal como estaba corporizado en la Ale­ mania imperial. Lo que vino después estaba libre de la hipoteca que tuvo que soportar la República de Weimar al principio, gra­ cias a la revolución suspendida. N o podía haber una marcha atrás de la revolución de los tiempos del nacionalsocialismo” . 11 Sin que­ rerlo, por lo tanto, el nazismo había abierto el camino para una sociedad liberal democrática en la Alemania occidental de pos-; guerra. La muy influyente interpretación de Dahrendorf estaba en un solo capítulo de su análisis sociológico de la Alemania moderna. Por otra parte, el estudio de David Schoenbaum, elegantemente escrito, estaba enteramente dedicado a un examen de lo que él llamó “la revolución social de Hitler ” . 1 2 Al limitar su investigación a los años 1933-39, Schoenbaum omitió de sus consideraciones to­ dos los cambios en el período de guerra, pero en una compleja discusión, desarrolló un argumento que, aunque basado en una

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investigación más completa, se acercaba mucho al de Dahrendorf. La'tesis principal de Schoenbaum, en sus propias palabras, era la de que “el Tercer Reich era una doble revolución... de medios y de fines. La revolución de fines era ideológica: la guerra contra la socie­ dad burguesa e industrial. La revolución de medios era burguesa e industrial dado que, en una era industrial, hasta una guerra contra la sociedad industrial debía pelearse con medios industriales, y los burgueses son necesarios para enfrentar a la burguesía” . 1 3 Esta pa­ radoja recorre todo el análisis de Schoenbaum, un elemento crucial de lo que constituye la distinción entre lo que él llamaba “realidad social objetiva” y la “interpretada”. Mientras que la “realidad social objetiva”, afirmaba, “era lo opuesto mismo de lo que Hitler había presumiblemente prometido y lo que la mayoría de sus seguido­ res había esperado que él cumpliera” — con mayor urbanización, industrialización, concentración de capital, desigualdad en la dis­ tribución de ingresos y preservación de las divisiones sociales— , la “realidad social interpretada” reflejaba “una sociedad unida co­ mo ninguna otra en la historia alemana reciente, una sociedad de oportunidades para jóvenes y ancianos, para las clases y para la ma­ sa, una sociedad que era New Deal y buenos viejos tiempos a la vez” . 1 4 Sobre esta premisa, Schoenbaum argumentó que “la revo­ lución social de H itler” equivalía a la destrucción de la relación tradicional entre clase y estatus: “En el Tercer Reich, la relativa aproximación de clase y estatus llegó a su fin ”, ya que “en el país de las maravillas de la Alemania de H itler” nadie sabía “qué esta­ ba arriba y qué estaba abajo ” . 1 5 Así pues, la “pérdida de liberté ” de los trabajadores “... estaba prácticamente ligada a la promoción de la égalité", de m odo que, aunque nosotros podríamos considerar su estatus como uno de esclavitud, “no era necesariamente es­ clavitud desde el punto de vista de un contemporáneo ” . 1 6 El de­ rrumbe del sostén estatus-clase fue, en efecto, suficiente para que Schoenbaum avanzara todavía un poco más y afirmara que “en la colisión resultante de la revolución ideológica y la industrial, la tra­ dicional estructura de clases se rompió”, de modo que uno podría hablar de una “realidad sin clases en el Tercer Reich ” . 1 7 Como lo demuestran estos comentarios, Schoenbaum está argumentando a favor de “una revolución de clases y, a la vez, de una revolución

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de estatus”, lo que equivale, en lo que a clases se refiere, a una m o ­ vilidad social sin precedentes, y en lo que a estatus se refiere, in-A cluso al “triunfo del igualitarismo” . 1 8 El contraste entre una inter­ pretación como ésta y los enfoques marxistas — tipificados por la posición de Franz Neumann con respecto a que “la esencia de la, política social nacionalsocialista consiste en la aceptación y el for; talecimiento del carácter clasista de la sociedad alemana— no po­ dría ser más absoluto . 19 La “ideología social” nazi, por lo general, ha sido considerada, por los historiadores o bien como nada más que un truco propa­ gandístico, o bien como algo serio en sus intenciones pero impo-; sible de llevar a la práctica debido a sus contradicciones internas., De ahí que ios autores marxistas usualmente hayan destacado la. distinción entre la base social y la función social de un movimien-, to de masa en gran medida de clase media bzya, y un régimen que constantemente “traicionó” a la masa que lo apoyaba a favor dé­ los intereses de los grandes capitales.2 0 Asimismo, el argumento de Schoenbaum continúa destacando la paradoja de que fines so­ ciales antiindustriales necesitaron medios sociales industriales. En. un influyente ensayo, Henry Turner llevó esta paradoja todavía? más lejos de lo que Schoenbaum estaba dispuesto a hacer, al acep-., tar la ideología nazi literalmente como un intento serio de elimi- „ nar a la sociedad moderna; se utilizaron medios modernos para ¿ arribar a conclusiones antimodernas por medio de una guerra exi­ tosa.21 Turner veía que “al reducir en Alemania la necesidad de, industria, y con ello la necesidad de obreros industriales, y al pro­ porcionar tierra fértil donde estos trabíyadores desplazados y otros podían ser reubicados, se esperaba que la adquisición del Lebens­ raum abriera el camino hacia una enorme nueva ola de coloniza­ ción alemana hacia el este comparable con la producida en la ¡ Edad Media, haciendo posible un grado significativo de desurba- ■ nización y desindustrialización” .2 2 Por supuesto, la conquista del Lebensraum sólo podía producirse por medio de una vasta guerra industrial, y los nazis, por lo tanto, “pusieron en práctica la xnorv dernización pues la necesitaban para cumplir con sus propósitos; fundamentalmente antimodernos”. Una vez logrado el Lebensraum , ya la modernización sería en gran medida innecesaria. 2 3 La solu­

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ción nazi de escape del mundo moderno con un “desesperado sal­ to hacia el pasado” podría, por lo tanto, caracterizarse com o una “forma utópica de antimodernismo, utópica en el doble sentido de ser una panacea visionaria y de ser irrealizable ” . 2 4 El último punto parece el más importante: la visión era enteramente irrea­ lizable. Turner parece, de hecho, correr el peligro de atribuir una racionalidad y cohesión a los “objetivos antimodernos” nazis que di­ fícilmente se le puedan atribuir, a la luz de la realidad concreta del “nuevo orden” en Europa oriental y de las fantasías de Himmler o Darré; del carácter del desarrollo de la industria y la tecnología ale­ mana durante la guerra; y del hecho de que el armamento moder­ no iba a seguir siendo una necesidad absoluta para la defensa del territorio conquistado y para continuar la expansión, todo ello in­ cluido en la filosofía de Hitler. Naturalmente, por supuesto, la es4 peculación sobre el futuro ilusorio poco puede decir acerca del ' impacto real del nazismo en la sociedad alemana. ;< Un nuevo análisis de este problema, el de Werner Abelshauser ‘ y Anselm Faust, adoptó una posición no alejada de las interpre■ taciones de D ahrendorf y Schoenbaum . 2 5 También Abelshauser y Faust estaban dispuestos a considerar el efecto del nazismo co1 mo parte de una “revolución social” — un concepto que usan en el sentido de procesos de cambio de largo plazo, con influencia en la vida económica y social, com o en “revolución industrial”, • “revolución keynesiana” y “revoluciones de m odernización”— y > a atribuir al nazismo “ni más ni menos que el papel de cataliza> dor de la modernización, en cuanto hizo estallar con fuerza los lazos de tradición, región, religión y corporación que eran tan ' especialmente estrechos en Alem ania ” . 2 6 En esta interpretación, la política social y económica nazi fue en dos sentidos un medio ■ para un cambio social revolucionario: porque anticipó la “revo■ lución keynesiana” del capitalismo alemán de posguerra con sus * políticas de estímulo para controlar el hundimiento; y al des­ truir a los sindicatos, subordinó a los empleadores a la primacía de la política de un estado autoritario, y de ese m odo alteró la vida de los alemanes en el tiem po más breve posible y de una manera profunda, mayor que la que pudo alcanzar la revolución de 1918-19.27

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Siempre operando con la idea de “modernización”, pero en este caso dentro del marco de referencia de un m odelo conscien­ temente teórico, Horst Matzerath y Heinrich Volkmann llegan a conclusiones diferentes tanto de las de Turner com o de las de Abelshauser y Faust, en una estimulante conferencia convertida en ensayo polémico, publicado en 1977.28 Argumentaban fuerte­ mente a favor de la importancia de aplicar el concepto de moder­ nización al nazismo, teniendo en cuenta el grado de cambios tan­ to cualitativos como cuantitativos en lo económico y lo social, y el cambio, político entre 1933 y 1939, usando indicadores de modernizacicíh tales como los que hemos discutido anteriormente en es­ te capítulo. >, ; Sus descubrimientos sugerían una imagen de contradicciones, en la que aparecían la continuación o la acentuación de tendencias anteriores en todos los sectores de su modelo de modernización, y también contradesarrollos antimodernos, especialmente en la esfe­ ra política (tales como medidas antiparlamentarias, contrarias a la emancipación y a la participación) ,2 9 Rechazaban la idea de una “revolución social” como la propuesta por Dahrendorf y Schoenbaum, y se basaban en cambio, en algunos aspectos de las hipóte­ sis de Talcott Parsons, formuladas ya en 1942. Parsons sostenía que el nazismo surgió de un conflicto entre estructuras económicas y sociales modernas y los tradicionales sistemas de valores y esque­ mas de socialización. Esto produjo una “anomia” que no produjo ajustes a la realidad cambiante, sino un vuelo irracional hacia una negación radical de lo nuevo y lo moderno, en la que se recurría a una versión extremista de los valores tradicionales.3 0 Al llevar la hi­ pótesis de Parsons un estadio más adelante, Matzerath y Volkmann argumentaron que el nazismo estaba estructuralmente limitado por las condiciones producidas por el Movimiento: la agresiva reacción de los valores tradicionales contra la modernidad en la forma de “cambio acelerado del sistema económico, social y político, agu­ dizado gracias a una aguda crisis desatada por la guerra, la derror ta, la inflación, la depresión y el peligro de un sistema alternati­ vo”, todas cosas que se manifestaban en las ansiedades y los resentimientos sociales propios de la ideología nazi. 31 Así pues, la ideología nazi funcionaba como un “instrumento adecuado para

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la movilización de estratos sensibles de la población afectada por jF, problemas de modernización”. Sin embargo, dado que el nazismo en el poder no pudo producir ninguna idea social positiva o cons­ tructiva, sino que destruyó todos los conceptos alternativos deri­ vados del sistema previo, se hacía necesaria una nueva base de le­ gitimación. Esta fue hallada en la distracción proporcionada por los conflictos heredados frente a oponentes internos y externos, que fueron usados alternativamente para justificar los objetivos centrales del sistema: establecimiento de un aparato totalitario de dominación y preparación de una guerra de brutal conquista. Es­ to significó la destrucción de las lealtades tradicionales y la distor­ sión hasta el punto de la destrucción de los valores tradicionales. De todas maneras, la “antimodernidad” del nazismo no debería ser interpretada erróneamente como la reconstrucción programá­ tica de las condiciones premodernas (com o la vio Turner, por ejemplo), o como una “revolución conservadora”. Más bien, se­ gún Matzerath y Volkmann, el “nacionalsocialismo es el intento de hallar un sendero especial de salida de los problemas de la moder­ nización hacia la utopía de una tercera vía, más allá de las crisis so­ ciales internas y los conflictos de la capitalista sociedad democrá­ tica parlamentaria, y más allá de la idea — liberadora de ansiedades y agresión— de una total alteración comunista [de la sociedad], pero esencialmente sin abandonar las bases económi­ cas capitalistas e industriales de su desarrollo ” . 3 2 Esta definición concuerda, en opinión de los autores, con la parcialmente moder­ na, parcialmente antimoderna realidad ambivalente del nazismo. Aun así, Matzerath y Volkmann llegan a la conclusión de que los efectos parcialmente modernizadores del nazismo no pueden ser vistos com o el resultado de políticas conscientes de moderniza­ ción, la que, en realidad, sería mejor describir como “seudomodernización”. Además, un aspecto muy importante en el argumen­ to en general es que el régimen nazi fue incapaz de desarrollar estructura perdurable alguna. Debido a su incapacidad para reco­ nocer el conflicto social y ocuparse de él, el sistema fue también incapaz de producir estabilidad con cambio. Aun como una “for­ ma excepcional o de transición de organización social en una ten­ sa fase de modernización”, el nazismo fue “disfuncional”: “no fue

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una vía indirecta hacia la modernización, sino la expresión de su fracaso, el histórico callejón sin salida de un proceso cuyos proble-: mas de dirección habían sobrecargado las capacidades sociales”.33’, Al destacar la incapacidad intrínseca del fascismo para produ­ cir estructuras sociales perdurables, Matzerath y Volkmann regre­ saban por un sinuoso camino a algo que se acercaba a la posición.’ a la que Rauschning había arribado en los últimos años de la dé; , cada de 1930 de manera impresionista— y desde un punto de vis­ ta totalmente diferente— , cuando aseguraba que el nazismo po­ día prpducir “una revolución de nihilismo ” . 3 4 En su esencia, esto concuerda también con el argumento de Winkler en cuanto a que “la mayor ruptura que produjo el nacionalsocialismo es su de­ rrumbe”* y que nada del cambio social que ocurrió durante la dic­ tadura misma se compara en su significación con la devastaciónde los últimos años de la guerra y la derrota total, con sus conse­ cuencias de largo alcance para las dos sociedades alemanas que reemplazaron al Tercer Reich . 3 5 A una conclusión similar 11egó Jere my Noakes, quien, en un examen muy completo de todo el pro­ blema, afirmaba que si había algo revolucionario acerca del nazis­ mo, esto era la destrucción y la autodestrucción, que fueron los inevitables corolarios de sus objetivos irracionales: “Se podría decir razonablemente, por lo tanto, que la revolución nazi fue la guerra, no simplemente porque la guerra aceleró el cambio político, so­ cial y económico hasta un grado que no había ocurrido en tiempos de paz, sino porque en la guerra el nazismo estaba en su elemen­ to. En su esencia, el nazismo fue auténticamente lla revolución de la destrucción’, de sí mismo y de los demás en una escala sin precedentes ” .3 6 Los enfoques que hemos sintetizado rápidamente aquí pue­ den incluirse en tres categorías principales de interpretación: ñ í‘ (i) Una interpretación central, sostenida especialmente por los historiadores marxistas, aunque no sólo por ellos, es la de que, aunque se produjeron cambios su­ perficiales en las formas sociales y las apariencias insti­ tucionales del Tercer Reich, la sustancia fundamenta! de la sociedad siguió inalterada, dado que la posición

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del capitalismo fue fortalecida y la estructura social enaltecida y no desmantelada por el nazismo. (ii) En contraste, una influyente interpretación propuesta por estudiosos “liberales” sugiere que los cambios en las estructuras de la sociedad y en los valores socia­ les producidos directa o indirectamente por el nazis­ mo fueron tan profundos que no es exagerado consi­ derarlos una “revolución social”. (iii) Una tercera posición puede distinguirse de estas dos interpretaciones, aunque en la práctica está más cer­ ca de la segunda que de la primera. Se afirma que cualquier cambio que el nazismo produjo por sí mis­ mo de ninguna manera puede ser considerado una “revolución social”. Sus efectos sociales fueron, en rea­ lidad, contradictorios: algunos “modernistas”, otros reaccionarios. De todas maneras, el Tercer Reich, en efecto, tuvo importantes consecuencias para la sociedad de posguerra, especialmente en la naturaleza de su propio derrumbe y destrucción total, que arrastró consigo las estructuras autoritarias que habían domi­ nado a Alemania desde la era de Bismarck, y al desa­ tar tanto caos, tanto disloque y tanto desorden que, de maneras radicalmente diferentes, fue necesario co­ menzar de nuevo en las zonas oriental y occidental de la derrotada Alemania.

Podemos ahora considerar estas interpretaciones a la luz de las recientes investigaciones sobre la historia social del Tercer Reich.

Evaluación Una evaluación del impacto social del nazismo debe comen­ zar con la naturaleza y dinámica social del movimiento nazi. Como lo han demostrado numerosos estudios, es simplista considerar que el movimiento nazi fue apenas un producto direc­

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to y un instrumento de las fuerzas capitalistas reaccionarias. Fue más bien la consecuencia de una intranquilidad e insatisfacción sociopolítica, con una muy heterogénea masa de seguidores ideo­ lógicamente integrados sólo por medio de la protesta radical ne­ gativa (antimarxismo, antiWeimar, antisemitismo), a lo que se su­ ma una visión milenarista, seudorreligiosa, de un “despertar nacional”, socialmente expresado en la idea difusa (y en última instancia también negativa) de la “comunidad nacional” ( Volksgemeinschaft). Es innegable el atractivo que antes de 1933 ejercía el eslogan de “comunidad nacional”, que simbolizaba el hecho de ir más allá de las clases, de las denominaciones y de las divisiones po­ líticas, por medio de una nueva unidad étnica basada en los “ver­ daderos? valores alemanes. Socialmente, reflejaba no sólo el de­ seo de eliminar el cáncer del marxismo, sino también de superar la rígida inmovilidad y esterilidad del viejo orden social, al ofrecer movilidad y avance por los méritos y los logros, no por el rango so­ cial heredado ni por el nacimiento. El estado de ánimo de la pro­ testa social era más radicalizado, como es bien sabido, entre los jó­ venes alemanes, entre los que el empuje y el impulso del movimiento nazi ejercía un atractivo especial. 3 7 Antes de 1933, el único objetivo unificador del dinámico pe­ ro inestable y destartalado movimiento nazi era obtener el poder. La “toma del poder”, sin embargo, no podía lograrse con la colabo­ ración de las clases gobernantes. La fuerza relativa de estos grupos al principio del gobierno nazi, junto con la prioridad dada por el régimen al rearme, aseguró que los intereses sectoriales dentro del partido (como aquéllos de los pequeños comerciantes o de los artesanos) fueran inevitablemente sacrificados cada vez que no en­ cajaban con las necesidades de las grandes empresas de Alemania (en particular aquellas relacionadas con los armamentos). El su­ puesto y latente desafío al “orden social” que presentaba la SAfue desactivado con la eliminación de Rohm y otros jefes de la SA en la llamada “Noche de los Cuchillos Largos”, en junio de 1934. Pe­ ro aunque liberado de sus elementos socialmente más “peligro­ sos”, el partido Nazi y sus organizaciones subsidiarias difícilmen­ te eran una fuente de estabilidad. Privado de toda función real dentro del gobierno después de 1933, el papel del amorfo movi-

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miento nazi quedó confinado principalmente a proveer trabajo a los activistas, con tareas de control social, propaganda verbal y “de hecho”, y la preparación del clima para la aclamación de los “lo­ gros” del Führer. La decepción por el no cumplimiento de muchas aspiraciones sociales en el Tercer Reich fue compensada en cier­ ta medida por la canalización de energía contenida hacia el acti­ vismo dirigido contra minorías desprotegidas y despreciadas, que constituían la clase de los parias raciales y sociales de la “comuni­ dad nacional”.Junto con la creciente discriminación contra los ju ­ díos y otros “parias”, la subordinación de intereses materiales sec­ toriales dentro del partido en beneficio de los abrumadores objetivos “nacionales” del Führer fue igualmente inevitable. Todo debió ser desplazado para dar lugar a la preparación de la lucha que se acercaba de manera inexorable. Pero, obsesivamente cen­ trado en sus fines, Hitler era del todo ecléctico en cuanto a los me­ dios. Así pues, no había de ninguna manera lugar para la idea de destruir la industria de Alemania y con ello satisfacer las necesida­ des de los arcaicos intereses de la Mittelstand o de los románticos campesinos idealistas en el partido .3 8 Los ideólogos del partido y los representantes de los intereses sectoriales del partido, con sus propias ideas acerca de qué aspecto debía tener la “comunidad nacional”, fueron invariablemente dejados a un lado tarde o tem­ prano. Ese fue el destino de Feder, Wagener, Darré y Rosenberg. A diferencia de estos “teóricos” del partido, Hitler no tenía el me­ nor interés real en las estructuras sociales en la medida en que no fueran peligrosas u obstructivas. Es cierto que a la larga sus pro­ pias opiniones estuvieron dominadas por difusas nociones de una elite racial, de un gobierno ejercido por aquellos que habían de­ mostrado ser aptos para gobernar, y la desaparición de los grupos sociales por los que sólo sentía desprecio (com o la aristocracia y los “capitanes de la industria”). Pero en el mundo real del corto plazo, H itler no estaba interesado en alterar el orden social. Al igual que la industria y el capitalismo, los grupos sociales estaban para servir, cada uno a su manera, a los objetivos políticos de la lu­ cha por la “supervivencia nacional”. De todas maneras, aparte de las propias predilecciones de Hitler, el movimiento nazi era una amalgama tal de fuerzas sociales contradictorias que no podía pro-

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ducir ni la teoría ni la práctica de cualquier nueva elaboración so­ cial realista. Era tan parasitario como depredador. tí , >, En lo que sí el nazismo fue ambicioso — y, de hecho, de mane^ ra extraordinaria— fue en su intento de lograr transformaciones e la conciencia subjetiva más que en las realidades objetivas.3 9 Dado que el diagnóstico nazi del problema de Alemania era en esencia uno de actitudes, valores y mentalidades, fue en este terreno don­ de trataron de hacer una revolución psicológica reemplazando to-í da fidelidad de clase, de religión o regional por una masiva y enal­ tecida conciencia nacional, para movilizar psicológicamente al pueblo alemán para la lucha que se aproximaba y levantar su rao-' ral durante la inevitable guerra. N o se trataba de renovar las cómo-'V das y pueblerinas opiniones sobre la sociedad de la clase media ba­ ja, sino que la intención era moldear al pueblo a imagen de un? ejército: disciplinado, resistente, fanáticamente concentrado en sus; objetivos, obediente hasta la muerte por la causa. La idea de una “comunidad nacional” no era la base para cambiar las estructuras' sociales, sino un símbolo de la conciencia transformada. El intento ^ de inculcar esos valores en el pueblo alemán era, en esencia,,una tarea de propaganda más que de política social. ,yi t « Estos comentarios sobre el carácter del movimiento nazi y^sus objetivos sociales sugieren que las ideas de cambio social eran — de manera inevitable dada su naturaleza, su composición y el li­ derazgo dominante— negativas (destrucción de las organizacio­ nes obreras, aumento de la discriminación contra las minorías); también, que estaban confinadas a ambiciones a largo plazo, pe­ ro que eran vacuas, utópicas, y que tenían poca relación con la rea­ lidad o con los intereses sectoriales a corto plazo, incompatibles con los preparativos para la guerra y, por lo tanto, dispensables; y finalmente, que se basaban en ideas de una revolución de las. ac­ titudes, las cuales, dada la fuerza de las anteriores lealtades a la Iglesia, la región o la clase social, eran también ilusorias como pbjetivo de corto o mediano alcance. La naturaleza del movimiento nazi ofrece indicadores para la comprensión del impacto del na­ zismo sobre grupos sociales específicos; para las difundidas desi­ lusión y decepción durante el Tercer Reich; para los mecanismos compensatorios de la “selección de estereotipos negativos ” 4 0 co-

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Imo víctimas de una discriminación cada vez más malvada; y para |la dificultad de considerar que el nazismo fuera capaz de produIcir una “revolución social” en sus propios términos. S.- La comprensión de lo que Schoenbaum rotuló “realidad ob­ jetiva” — cambios reales en la estructura de clase y en las formacio­ nes sociales de Alemania durante el Tercer Reich-— ha progresado imucho con las investigaciones empíricas. Los descubrimientos de ?estas investigaciones han apuntado de manera inequívoca en la dierección de la conclusión de Winkler: “no puede haber duda algu­ na acerca de la realidad de una transformación de la sociedad ale­ mana entre 1933 y 1945”.41 La idea de que el Tercer Reich produjo •una revolución social fue, como lo indica Winkler, atribuible en gran medida a una más que dispuesta aceptación de la propia proLpaganda seudoigualitaria y de la exagerada difusión de los resulta­ ndos del régimen y también, en parte, a reales cambios sociales de =la era de posguerra que con frecuencia fueron proyectados hacia . atrás, hacia el Tercer Reich, aunque nada tuvieran que ver con el nazismo, ni siquiera indirectamente.4 2 El acento, por lo tanto, ha sido puesto con mucha más fuer­ za sobre las continuidades esenciales de la estructura de clases de la Alemania nazi, que sobre los cambios profundos. Schoenbaum rmismo ha aceptado que la posición social de las elites siguió rela­ tivamente incólume hasta la última fase de la guerra. Sin embar­ go, él quizás haya exagerado el alcance de la fluidez en las estruc­ turas sociales y el nivel de movilidad ascendente que se produjo. Por supuesto, es verdad que algunos avasalladores, enérgicos, im­ placables y con frecuencia sumamente eficientes “tecnócratas del poder” ,4 3 com o Heydrich o Speer, se abrieron camino hasta la ci­ ma. Además, no cabe duda de que la guerra aceleró los cambios en los altos mandos de la Wehrmacht. Pero la nueva elite política coexistió y se mezcló con las viejas elites en lugar de suplantar­ las.4 4 Areas ajenas al partido, como las grandes empresas, la ad­ ministración pública y el ejército, reclutaban a sus líderes en su mayor parte en los mismos estratos sociales que antes de 1933. La educación siguió siendo dominada de manera abrumadora por las clases media y alta. El más importante y poderoso organismo relacionado con el partido, la SS, reclutaba a sus miembros sobre

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nos, pero nada que amenazara fundamentalmente su posición. El ^número de empleados de oficina, el sector de los servicios y la bu­ «c a la social desde tos niveles más ^ T l a “ d S ^ 'b “ ¡ vieron sus avances utilizar, ^ • • sociedad, que obtu-,.rocracia se ampliaron, como en todas las sociedades capitalistas "contemporáneas, aunque a un ritmo un tanto más rápido. N o se cia política, esos cambio^ equivalíanla'do CS de-P° der * N produjeron cambios importantes en el esquema de propiedad de la tierra, a pesar de la ley para la estabilidad de la propiedad ru­ En el otro extremo de la escala sorial i i í ^ ' á¡ ral, y después de las primeras promesas de un nuevo acuerdo, los campesinos se convirtieron en una víctima más de la economía de c t d t s ;t p “ r aT e¡ la brutal explotación de i J° a.SOmbra del desempleo masivo, a $] losarmamentos, cuando sus trabajadores fueron atraídos por los salarios más altos de la industria y las mejores condiciones de vida represivo del estado p o l i c S ^ “ *P°yados Por eI “Parato -! en la ciudad. Digámoslo otra vez, todo cambio importante que primeros años delTercer ReklTaun c ^ " ocurrió en la posición social de la Mittelstand y los campesinos fue veles de,la era de la depresión « E n " P ’° Sbaj0S ^ consecuencia de la total desorganización y desarticulación de la reales a fines de la década de 193(1 f, ™ aU" ! ento de ,os neldos de los armamentos v 9 3 0 fue un subproducto del auge fase final de la guerra y — especialmente en la zona oriental— de la era de la inmediata posguerra. — física y T e “ ^ r i a “ mPa,naKd ° T U" a Pr“ * » . Finalmente, las investigaciones sobre la posición de las muje­ - i o n de dase de " ¡ndUS‘ ™ - * P » hasta la mitad de la guerra mome t asicamente sin cambios res y la estructura de sus empleos han ilustrado tanto la dimensión ción más extrema refayó s ^ T o T o b " ^ ^ ^ * - - en la que el antifeminismo nazi se correspondía con las tradicio­ nes y los patrones del antifeminismo burgués en la sociedad capi­ bios más significativos en la naturaleza^ f e ^ Cam' ' no de obra alemana