JUSTO SIERRA (1848-1912)

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Descripción: He aquí una pequeña antología de los autores del modernismo, para todos aquellos que gustan de la buena lectura, también contiene obras literarias de cada uno.

JUSTO SIERRA (1848-1912) Justo Sierra Méndez nació en el puerto de Campeche, estado de Campeche, el 26 de enero de 1848. Fue hijo del abogado yucateco don Justo Sierra O'Reilly, (1814 1861), eminente jurisconsulto, novelista, historiador y escritor, y de doña Concepción Méndez. Principió sus estudios en la ciudad de Mérida, estado de Yucatán y los terminó en México a donde se trasladó su familia a la muerte de su padre, en el Liceo franco-mexicano, y más tarde en el Colegio de San Ildefonso, donde realizó brillantes estudios se reveló su vocación literaria. Se recibió de abogado en 1871. Publicó sus primeros ensayos literarios a partir de 1868, y poco después entró en la vida pública. Probó suerte en el drama con su obra "Piedad" y en la novela con "El ángel del provenir". Fue varias veces diputado al Congreso de la Unión, y magistrado de la Suprema Corte de Justicia. Se da a conocer en 1868 con "Playera" y las "Conversaciones del domingo" que aparecen en El Monitor Republicano. Ocupó durante algunos años la cátedra de Historia en la Escuela Nacional Preparatoria, para la que escribió un libro de texto bien conocido. Fue uno d los directores de la Revista Nacional de letras y Ciencias (1889-1890) y colaboró en las principales publicaciones periódicas de su tiempo. Ejerció una influencia muy grande en los medios intelectuales y una vez muerto Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), fue el maestro que orientó a las nuevas generaciones. En la antigua Secretaría de Justicia e Instrucción Pública y Bellas Artes (1905) fue nombrado titular de ella, cargo que desempeñó hasta 1911, cuando fue designado Ministro Plenipotenciario de España. A él se debió el establecimiento del primer sistema de educación pública en México, y la reorganización de la Universidad Nacional (1910). Dirigió la publicación de México, su evolución social (1900 -1902) y de la Antología del Centenario (1910). Presidió la Academia Mexicana correspondiente de la Española desde 1919. Murió en Madrid el 13 de septiembre de 1912. Su cadáver fue traído a México y sepultado con grandes honores públicos. En el primer centenario de su nacimiento la Universidad le declaró Maestro de América y sus restos fueron trasladados a la Rotonda de los Hombres Ilustres. La obra de Justo Sierra es una de las más ricas y caudalosas de su tiempo. Registra las manifestaciones espirituales y culturales más significativas de la época de grandes cambios que le tocó vivir. Narraciones, poesías, discursos, doctrinas políticas y educativas, viajes, ensayos críticos e historia, forman el valioso material de la obra de Sierra. Se reúne con los poetas de

la Revista Azul y de la Revista Moderna e influye en sus discípulos como Urbina, González Obregón, Urueta. Comenzó a escribir poesía desde 1868, ésta, el teatro y la prosa narrativa, son obras de su juventud; la historia y la educación de su madurez; el periodismo político y la prosa literaria, ejercicio constante a lo largo de toda su vida.

Obras Literarias

PLAYERA Baje a la playa la dulce niña, perlas hermosas buscaré, deje que el agua durmiendo ciña con sus cristales su blanco pie . . . Venga la niña risueña y pura, el mar su encanto reflejará y mientras llega la noche oscura cosas de amores le contará. Cuando en levante despunte el día verá las nubes blanco tul - como los cisnes de la bahía rizar serenos el cielo azul. Enlazaremos a las palmeras la suave hamaca y en su vaivén las horas tristes irán ligeras y sueños de oro vendrán también. Y si la luna sobre las olas tiende de plata bello cendal, oirá la niña mis barcarolas al son del remo que hiende el mar, mientras la noche prende en sus velos broches de perlas y de rubí, y exhalaciones cruzan los cielos lágrimas de oro sobre el zafir! El mar velado con tenue bruma te dará su hálito arrullador, que bien merece besos de espuma la concha nácar, nido de amor. Ya la marea, niña, comienza, ven que ya sopla tibio terral, ven y careyes tendrá tu trenza y tu albo cuello rojo coral. La dulce niña bajó temblando, bañó en el agua su blanco pie,

después, cuando ella se fue llorando, dentro las olas perlas hallé.

Funeral Bucólico Su esfera de cristal la luna apaga En la pálida niebla de la aurora Y la brisa del mar fresca y sonora Entre los pinos de la costa vaga. Aquí murió de amor en hora aciaga Mirtilo, y bala su rebaño; llora La primavera y le tributa Flora Rústico incienso cuyo olor embriaga. Allí la pira está; doliente y grave Danza emprenden en torno los pastores Coronados de cipo y de verbena; La selva plañe con murmurio suave Y yace, de Mirtilo entre las flores, Oliendo a mil aún la dulce avena. II Mas llegan los pastores en bandadas Al reír la mañana en el Oriente; Mezclan su voz al cántico doliente Y se abren las violas perfumadas. Ya se tornan guirnaldas animadas Las danzas; ya las mueve ritmo ardiente Al que hacen coro en la vecina fuente Faunos lascivos y risueños driadas. Vibra Febo su dardo de diamante; El baile raudo gira, el seno opreso De las pastoras rompe en delirante Grito de amor que llena el aire en ceso. Mirtilo, el boquirrubio, en ese instante Vuelto habría a la vida con un beso. III Únase a los sollozos convulsivos De los abiertos labios, el sonoro Choque, ya recogen el caliente lloro Las rojas bocas en los ojos vivos. ¡Homenaje a Mirtilo! ¿Cómo esquivos

podrían ser sus manes a ese coro? Al soplo del amor y en barca de oro Su alma huía los cármenes nativos. Las tazas nuevas en que hierve pura La leche vierten del redondo seno A torrentes su nítida blancura. Sobre el fúnebre altar de aromas lleno El fuego borda al fin la pira oscura Y asciende el sol en el zafir sereno. IV Crece la hoguera, muerde con enojo Las ramas cuya esencia bebe el viento Y el baile muere al exhalar su aliento La última llama en el postrer abrojo. En un vaso de arcilla negro y rojo, Recogen las cenizas al momento Los pastores y en tosco monumento Guardan píos el mísero despojo. Duerme Mirtilo; floresta Umbría Que en tu sepulcro abandonado vierte Su inefable y serena poesía, No olvidará tu dolorosa suerte: Ni de tu amor la efímera elegía, Ni tus bodas eternas con la muerte. Tres Cruces I Leónidas Murieron, su deber quedó cumplido; Mas del paso del bárbaro monarca Guardaron las Termópilas la marca Clavando en una cruz al gran vencido. Cadáver que bien pronto ha repartido A jirones el viento en la comarca Y en cuyo pecho roto por la Parca El águila del Etna hace su nido. La sangre de Leónidas que gotea En la urna de bronce de la historia, A todo pueblo en lucho por su idea Ungirá con el crisma de la gloria, Como a Esparta en el día de Platea

Al compás del peal de la victoria. II Espartaco De los buitres festín los gladiadores Y harto de sangre el legionario, al frente De las enseñas tornase impaciente A Roma, Craso, en pos de sus lictores. De la matanza envuelto en los vapores Yace Espartaco de la cruz pendiente; Y es su can de combate solamente Testigo de sus últimos dolores. Sobre aquella pasión callada y tierna Lenta cae la noche hora tras hora; Cuando la sombra por el mar se interna Y el lampo matinallas cimas dora, La cruz se yergue oscura, pero eterna En el vago apoteosis de la aurora. III Jesús En la cruz del helénico guerrero La Patria , santo amor, nos ilumina; La libertad albea matutina Del tracio esclavo en el suplicio fiero. Uno hay mayor del Gólgota el madero; Porque en el ser de paz que allí se inclina El alma en sus anhelos se adivina Que está crucificado en el hombre entero. De esas tres hostias de una gran creencia, Sólo Jesús resucitó y alcanza Culto en la cruz, señal de su existencia. Es que nos ha dejado su enseñanza, Un mundo de dolor en la conciencia Y en el cielo una sombra de esperanza.

Salvador Díaz Mirón (1853-1928) Nació en el puerto de Veracruz (Estado de Veracruz), el 14 de diciembre de 1853. Estudio en dicha ciudad y en Jalapa. Hijo del periodista y político que fuera gobernador de su estado, Manuel Díaz Mirón, siguió los pasos de su progenitor, pero con fuerte inclinación hacia las letras. A los 14 años se inició en el oficio de periodista. Ya para 1874 era reconocido como poeta. De hecho su obra se divide en tres etapas: la primera de 1874 a 1892; la segunda de 1892 a 1901;y la tercera

de 1902 a 1928. La primera etapa se enmarca en la corriente del romanticismo, y a ella corresponden obras como Oda a Víctor Hugo, Gloria, Voces interiores, Ojos verdes y Redemptio, entre otras. En 1874 fueron incluidas algunas de sus piezas literarias en la antología titulada El Parnaso Mexicano. En 1876, cuando escribía el periódico El Pueblo, fue deportado a Nueva York, Estados Unidos por razones políticas. A su regreso, colaboró para diversas publicaciones y dirigió El Veracruzano, que era propiedad de su padre, El Diario, El Orden y El Imparcial. En 1878 representó al Distrito de Jalancingo en la legislatura de Veracruz. En 1884 va como diputado al Congreso de la Unión y actúa valiente y brillantemente con la minoría independiente. En 1892, en vísperas de las elecciones generales, mata en legítima defensa a Federico Wólter. Es absuelto después de más de cuatro años de reclusión. Se radica en Jalapa. En 1904 vuelve como diputado al Congreso de la Unión. En 1910 es desaforado y puesto en prisión por haber atentado contra la vida del diputado Juan C. Chapital. Al triunfar la revolución contra Porfirio Díaz es puesto en libertad. En 1912-13 es director del Colegio Preparatorio de Jalapa. Bajo el general Victoriano Huerta dirige el diario "El Imparcial" en la ciudad de México; poco antes de la caída de este gobierno es exiliado a Europa. En la segunda etapa de su producción, publicó en Estados Unidos (1895) y el París (1900) su libro Poesías. Un año después, en Xalapa, publica Lascas, obra considerada su principal libro, que contenía un total de 40 poesías inéditas. A este período corresponden piezas literarias como: El fantasma, Paquito, Nox, A Tirsa, A una araucaria, Claudia e Idilio, entre otras. Después de una corta estancia en Santander (España) se radica en La Habana (Cuba) en donde enseña francés, Historia Universal y Literatura. El presidente Carranza autorizó su regreso al país y la restitución de sus bienes. En 1921 rehúsa una pensión que le ofreció el gobierno del presidente Obregón; y en 1927 declina el homenaje nacional que organizaba un grupo de escritores. El mismo año es nombrado director del Colegio Preparatorio de Veracruz. El 12 de junio de 1928 muere en el puerto de Veracruz. El 14 del mismo mes se trae su cadáver a México D.F. para darles sepultura en la Rotonda de los Hombres Ilustres, por acuerdo del presidente de la República. De la última etapa del trabajo poético de Salvador Díaz Mirón, sólo se conocen 24 piezas, aunque la realidad es que su producción fue mucho mayor y él mismo pensaba reunirla en varios libros que nunca publicó. Los peregrinos, Al buen cura, A un profeta, La mujer de nieve, A un pescador y El ingenioso Hidalgo, son sólo algunas de las poesías que se conocen de este período.

A GLORIA No intentes convencerme de torpeza con los delirios de tu mente loca: mi razón es al par luz y firmeza, firmeza y luz como el cristal de roca. Semejante al nocturno peregrino, mi esperanza inmortal no mira el suelo; no viendo más que sombra en el camino, sólo contempla el esplendor del cielo. Vanas son las imágenes que entraña tu espíritu infantil, santuario oscuro.

Tu numen, como el oro en la montaña, es virginal y, por lo mismo, impuro. A través de este vórtice que crispa, y ávido de brillar, vuelo o me arrastro, oruga enamorada de una chispa o águila seducida por un astro. Inútil es que con tenaz murmullo exageres el lance en que me enredo: yo soy altivo, y el que alienta orgullo lleva un broquel impenetrable al miedo. Fiando en el instinto que me empuja, desprecio los peligros que señalas. "El ave canta aunque la rama cruja: como que sabe lo que son sus alas." Erguido bajo el golpe en la porfía, me siento superior a la victoria. Tengo fe en mí; la adversidad podría, quitarme el triunfo, pero no la gloria. Deja que me persigan los abyectos! Quiero atraer la envidia aunque me abrume! La flor en que se posan los insectos es rica de matiz y de perfume. El mal es el teatro en cuyo foro la virtud, esa trágica, descuella; es la sibila de palabra de oro, la sombra que hace resaltar la estrella. Alumbrar es arder! Estro encendido será el fuego voraz que me consuma! La perla brota del molusco herido y Venus nace de la amarga espuma. Los claros timbres de que estoy ufano han de salir de la calumnia ilesos. Hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan... Mi plumaje es de esos! Fuerza es que sufra mi pasión! La palma crece en la orilla que el oleaje azota. El mérito es el náufrago del alma: vivo, se hunde; pero muerto, flota! Depón el ceño y que tu voz me arrulle! Consuela el corazón del que te ama! Dios dijo al agua del torrente: bulle!; y al río de la margen: embalsama! Confórmate, mujer! Hemos venido a este valle de lágrimas que abate,

tú, como la paloma, para el nido, y yo, como el león, para el combate.

OJOS VERDES Ojos que nunca me veis, por recelo o por decoro, ojos de esmeralda y oro, fuerza es que me contempléis; quiero que me consoléis hermosos ojos que adoro; estoy triste y os imploro puesta en tierra la rodilla! Piedad para el que se humilla, ojos de esmeralda y oro! Ojos en que reverbera la estrella crepuscular, ojos verdes como el mar, como el mar por la ribera, ojos de lumbre hechicera que ignoráis lo que es llorar, glorificad mi penar! No me desoléis así! Tened compasión de mí! Ojos verdes como el mar! Ojos cuyo amor anhelo porque alegra cuanto alcanza, ojos color de esperanza, con lejanías de cielo: ojos que a través del velo radian bienaventuranza, mi alma a vosotros se lanza en alas de la embriaguez, miradme una solo vez, ojos color de esperanza. Cese ya vuestro desvío, ojos que me dais congojas; ojos con aspecto de hojas empapadas de rocío. Húmedo esplendor de río que por esquivo me enojas. Luz que la del sol sonrojas y cuyos toques son besos, derrámate en mí por esos ojos con aspecto de hojas.

José Asunción Silva

(Colombia, 1865-1896). Con la excepción de algunas breves temporadas en el extranjero en Europa (París, Suiza y Londres) y en Venezuela, como secretario de la Legislación de su país en Caracas -, la vida de Silva transcurre en el ambiente cerrado y nada estimulante del Bogotá de sus años. De ningún modo un neurótico, pero sí un desajustado y un inconforme, su existencia estuvo marcada por el fracaso y las frustraciones: continuas ruinas en sus empeños comerciales, en los cuales ha de actuar para salvar los negocios de la familia; la muerte de su querida hermana Elvira (a quien va dedicado el famosísimo "Nocturno"), el naufragio de un barco en el que viajaba, el regreso de Venezuela, y donde pierde "lo mejor de mi obra"; la hostilidad de una sociedad estrecha ("José Presunción", le llamaban) que le obliga, por pudor y altivez, a casi esconder su vocación literaria. Todo ello, obrando sobre un espíritu sensible en alto grado, culminó en el temprano suicidio - antes de cumplir los treinta y un años -, sin que su genio poético hubiese llegado a madurar plenamente. A pesar de que aún en vida algunas de sus composiciones fueron muy populares, publicó poco; y la primera edición de su obra poética, parcial y muy adulterada, es póstuma, de 1908 (realizada en Barcelona, con un prólogo fervoroso de su gran admirador Miguel de Unamuno). De su breve labor en prosa hay que destacar el cultivo de las transposiciones artísticas donde a palabra intenta expresar los matices del claroscuro y el color - , de tan fecunda práctica en la literatura modernista posterior. Incursionó en la narrativa: De sobremesa, escrito en forma de diario íntimo, más que una novela, es un libro que hay que leer como el testimonio atormentado pero impecable de aquel "fin de siglo angustioso", como allí lo calificara justamente sus autor. En sus páginas, de mucho interés para calar en la visión del mundo de Silva, están las conflictivas reacciones, y las contradicciones esperables, de un protagonista sufridor de los innúmeros problemas - de todo tipo: artísticos, morales, religiosos y aún políticos - que aquel tiempo de crisis planteaba al espíritu del hombre finisecular americano. Su producción poética conservada, no abundante, ha venido a quedar agrupada en tres núcleos muy distintivos: El libro de versos, lo más granado de esa producción - el mejor Silva - , que él mismo ordenó y tituló; Gotas amargas, conjunto que parece tenía destinado a mantener siempre inédito; y Versos varios, miscelánea del resto de su obra. Entre las diferentes opciones estéticas que convergen y se entrecruzan en el período modernista, este poeta colombiano apenas aparece tocado por el parnasismo y aún menos por el preciosismo exterior que tanto proliferó en los comienzos de la década del 1890 (léase su satírica "Sinfonía de color de fresa en leche"). Por el contrario, su temperamento poético, y sus lecturas y preferencias principalmente Poe, Bécquer, el Martí de Ismaelillo (presente en su poema "Mariposas"), y en otras que más adelante mencionarán - hacen de Silva el poeta de su generación que más intuitivamente, y con mayor lucidez crítica a la vez, se entra en el ámbito del simbolismo. José Fernández, su alter ego en De sobremesa, define su poesía como "la tentativa mediocre de decir en nuestro idioma las sensaciones enfermizas y de sentimientos complicados que en formas perfectas expresaron en los suyos Baudelaire y Rossetti, Verlaine y Swinburne" (definición y nómina que incluyen algunas notas decadentistas, inseparables del simbolismo en sus inicios, y que revelan también el conocimiento por parte de Silva de algunos nombres capitales en otro de los ismos que se manifiesta en su obra: el prerradaelismo). O propone, ya más concretamente, algo en sí de naturaleza simbolista pero que la modernidad acentuará por cuanto literalmente reclama la participación activa de un lector-colaborador: "Es que yo no quiero decir sino sugerir (el subrayado es suyo) y para que la sugestión se produzca es preciso que el lector sea un artista". Como los simbolistas, y como todos los modernistas que a aquellos siguieron, profesó un respeto sagrado al ejercicio de la poesía: para él, dirá, el verso es vaso santo ("Ars"); y hasta desplegó, en pareados alejandrinos de dicción e intencionalidad característicamente modernistas, una poética (de arte nervioso y nuevo) que resume la naturaleza novadora y sincrética de este modo de sensibilidad y expresividad, pero con claro énfasis en el ocultamiento y la sugestión propios del simbolismo ("Un poema"). Y es en la atmósfera de la estética simbolista, con su gusto por la expresión misteriosa, vaga, sugerente y de cadenciosa musicalidad, donde hay que inscribir sus más intensos momentos poéticos, teñidos de una profunda vibración elegíaca. Esos momentos aparecen dominados temáticamente por la obsesión del tiempo, el recuerdo y la muerte, y devueltos simbólicamente en un aura condicionada de veladuras y de sombras. Son sus conocidas elegías personales "Poeta, di paso…", y "Nocturno" (Una noche…).O las elegías de alcance universal: el no menos impresionante y contrapuntístico, por la sutil irrupción de la ironía, "Día de difuntos",

que es un espléndido ejercicio de polimetría. Y a la fusión de su romanticismo esencial y su capacidad ya simbolista de depuración poética, cabe adscribir también dos voliciones señaladas de Silva: el refugio en las cosas frágiles y en las cosas viejas, embellecidas y dignificadas por el tiempo ("La voz de las cosas", "Vejeces"); y el regreso al mundo ideal de la pureza que únicamente en la niñez se da ("Infancia", "Los maderos de San Juan"). Y al lado de todo ello - o mejor, en el reverso -, su contracara. Recortados sobre tal fondo elegíaco (la nada: única verdad), los esfuerzos y las acciones de los hombres, vistos realísticamente, son gestos dignos sólo de ser dibujados en inversión paródica y en trazos sarcásticos o caricaturescos. Y surge entonces la sátira: Gotas margas, donde las presencias son muy otras: Heine, Bartrina, Campoamor. De valor poético ciertamente muy inferior, estos textos no dejan de tener una relevante significación histórica: de un lado, porque fueron escritos en el corazón de la época modernista y acreditan así la carga contradictoria de posibilidades que la misma permitía (además de que reflejan fielmente el profundo escepticismo del autor); y de otro, porque adelantan, en opinión compartible de Eduardo Camacho Guizado, toda la caudalosa corriente de antipoesía que conocerá nuestro siglo. De todos los poetas modernistas es Silva quien, por las vicisitudes de sus manuscritos y las irregularidades consecuentes de las primeras publicaciones, presenta mayores problemas y dificultades textuales. En la reproducción de sus poemas se ha seguido aquí la lectura propuesta por el crítico recién citado, Camacho Guizado, y por Gustavo Mejía, en la cuidadosa edición que ambos han realizado de la Obra completa de Silva, y la cual se consigna en la Bibliografía. (Agradezco al profesor Mejía el haber podido consultar el original de esa edición, libre de algunas erratas con que pasó al libro).

NOCTURNO Oh dulce niña pálida, que como un montón de oro de tu inocencia cándida conservas el tesoro; a quien los más audaces, en locos devaneos jamás se han acercado con carnales deseos; tú, que adivinar dejas inocencias extrañas en tus ojos velados por sedosas pestañas, y en cuyos dulces labios -abiertos sólo al rezojamás se habrá posado ni la sombra de un beso... Dime quedo, en secreto, al oído, muy paso, con esa voz que tiene suavidades de raso: si entrevieras en sueños a aquél con quien tú sueñas tras las horas de baile rápidas y risueñas, y sintieras sus labios anidarse en tu boca y recorrer tu cuerpo, y en su lascivia loca besar todos sus pliegues de tibio aroma llenos y las rígidas puntas rosadas de tus senos; si en los locos, ardientes y profundos abrazos agonizar soñaras de placer en sus brazos, por aquel de quien eres todas las alegrías, ¡oh dulce niña pálida!, di, ¿te resistirías?...

A VECES, CUANDO EN ALTA NOCHE A veces, cuando en alta noche tranquila, sobre las teclas vuela tu mano blanca, como una mariposa sobre una lila y al teclado sonoro notas arranca,

cruzando del espacio la negra sombra filtran por la ventana rayos de luna, que trazan luces largas sobre la alfombra, y en alas de las notas a otros lugares, vuelan mis pensamientos, cruzan los mares, y en gótico castillo donde en las piedras musgosas por los siglos, crecen las yedras, puestos de codos ambos en tu ventana miramos en las sombras morir el día y subir de los valles la noche umbría y soy tu paje rubio, mi castellana, y cuando en los espacios la noche cierra, el fuego de tu estancia los muebles dora, y los dos nos miramos y sonreímos mientras que el viento afuera suspira y llora! ··················································· ¡Cómo tendéis las alas, ensueños vanos, cuando sobre las teclas vuelan sus manos!

BIOGRAFIA DE MANUEL G. NAJERA

Hace algunos meses se cumplieron cien años del fallecimiento de Manuel Gutiérrez Nájera, quien, como Mozart, murió a los 36 años de edad. Este gran hombre de letras fue originario de la Ciudad de México en la que transcurrió la totalidad de su existencia ya que, como afirma José Emilio Pacheco, tan sólo se ausentó de ella para realizar cortas visitas a Querétaro y a Veracruz, si bien habrá ido ocasionalmente a la hacienda que unos familiares suyos tenían en el estado de Puebla. Hacienda en la sitúa la dramática acción de uno de sus cuentos, La Mañanita de San Juan. Escritor desde temprana edad, Gutiérrez Nájera cultivó diversos géneros literarios en prosa y en verso. Entre los primeros destaca su multifacética labor periodística en varias publicaciones dedicada, casi toda, a información y comentarios sobre

sucesos, costumbres y personajes de la Ciudad de México que en conjunto constituye, al igual que la que habían cultivado antes Altamirano y contemporáneamente Sierra, una vívida crónica mundana y finisecular de la capital. Esta ciudad se había afrancesado marcadamente en el primer cuadro tanto en su arquitectura., comercio, modas y gastronomía como en el pensamiento, la literatura. el empleo de términos en la lengua de Descartes y las corrientes artísticas que, no sin cierto snobismo, guiaban a su elite social e intelectual. En este medio se desenvolvió la creatividad literaria de Gutiérrez Nájera que en su poesía siguió inicialmente modelos de Gautier y Musset para inclinarse, en su madurez, por los parnasianos v por algunos asomos al simbolismo y al modernismo, al que le abrió las puertas en su revista Azul . De su poesía de intención cercana a la crónica destaca por su amable y elegante frivolidad La Duquesa Job., la cual en sus cuatro quintetos y catorce sextetos decasílabos elabora un simpático recorrido de un extremo a otro de las calles de Plateros y de San Francisco, las que desde 1915 son una sola: Madero, y que hasta los años cincuenta fueron las más refinadas y las más transitadas por la gran sociedad citadina. De todos es sabido que Gutiérrez Nájera se sirvió de varios seudónimos, pero de ellos el más popular fue el de “Duque Job”. La Duquesa Job (1884) es, consecuentemente, el nombre que el poeta le dio a una joven mujer de la que estaba enamorado, cuya vida se desenvolvía a lo largo de Plateros y San Francisco, circunstancia que aprovecha para salpicar al poema con los sitios y personas locales en su quehacer cotidiano. Estoy persuadido de que si el autor hubiera vivido unos meses más y de haber compuesto su Duquesa Job a fínales de 1895, en sus estrofas hubiera incluido también el Salón Rojo, primera sala cinematográfica que se estableció precisamente en México en una de dichas calles en ese año. Como quiera que sea, La Duquesa Job es, también según José Emilio Pacheco "el primer poema hispanoamericano en el que frívolamente aparece lo que entonces era el mundo moderno". Este poema se ha hecho sumamente popular por la juguetona y pegajosa quinteta: Desde las puertas de "La Sorpresa” hasta la esquina del Jockey Club no hay española, yanqui o francesa Ni más bonita ni más traviesa que la duquesa del Duque Job.

Ahora bien, durante mucho tiempo me pregunté, al igual que lo habrán hecho muchas otras personas, ¿qué cosa es La Sorpresa que remata el primer verso? Tardé mucho tiempo en comprender que tenía que tratarse de un establecimiento de alguna de las citadas calles que servía de referencia al poeta para indicar el predominio de la Duquesa de un extremo a otro de aquellas y que, puesto que el Jockey Club ocupaba la Casa de los Azulejos en San Francisco y el callejón de la Condesa, La Sorpresa tenía que encontrarse en el extremo opuesto.

Tuve la suerte de localizar un grabado publicitario de hace un siglo, mismo que reproduje en mi libro México 1900 ya publicado. En él aparece el gran edificio del almacén de ropa y novedades La Sorpresa que pertenecía a la firma francesa A. Forcaude y Compañía, y se ubicaba en la esquina sureste de la Primera Calle de Plateros (ahora sexta de Madero) con la de La Palma. Un mapa con directorio comercial del centro de la capital, editado en 1883, lo confirma. “Desde la esquina de La Sorpresa (sic) hasta las puertas del Jockey Club… " “Así demarcó el ilustre Duque Job una zona de la geografía metropolitana donde, a la manera de los mapamundis antiguos podría inscribirse como título genérico Hic est vanitas (“aquí se halla la vanidad”) "Pero en unos cuantos años que mirando hacia atrás me parecen otros tantos días, las cosas han cambiado tanto que no sólo esa zona urbana ha dejado de ser lo que fue, sino que aún los lugares que la demarcaban han desaparecido." "Puede decirse que, con excepción hecha de los templos y uno que otro edificio del trayecto, todos los demás han cambiado, y aún dejado de ser. " De esta manera se expresaba en sus Memorias José Juan Tablada, otro grande y polifacético escritor, refiriéndose al Duque Job y a las calles de Plateros y de San Francisco en los tiempos del refinado poeta modernista, hacia 1890, cuando el veinteañero Tablada acababa de conocerlo. Este comparaba el aspecto que tenían entonces las dichas aristocráticas calles con el que presentaban un cuarto de siglo después, ya rebautizadas con el único nombre de Avenida Madero, una de cuyas placas identificadoras fue colocada personalmente por Pancho Villa.

Por una singular coincidencia, el año de 1995, el del centenario de la muerte de Manuel Gutiérrez Nájera, lo fue también del cincuentenario de la de José Juan Tablada quien, en su mencionado libro, más adelante anota: "Conocí a Gutiérrez Nájera cuando vivía en el archimexicano rumbo de la calle de las Rejas de Balvanera, donde pude visitarlo gracias a nuestras relaciones de familia, pues la esposa del poeta, Cecilia Maillefert, era sobrina de mi hermano político, Manuel de Olaguíbel... " "Dos o tres veces a la semana, mientras mis ocupaciones me lo permitieron, lo acompañé ... atravesando la Plaza de Armas... por Plateros en camino hasta la redacción de El Partido Liberal”

Para la segunda fecha a que hace referencia en sus Memorias, José Juan Tablada dice que "...el Jockey Club ha cambiado y dejado de ser..." y, efectivamente, en 1915 ya funcionaba en la Casa de los Azulejos un conocido y favorecido café restaurante y tienda de regalos. Empero, no menciona el escritor que para entonces La Sorpresa había cambiado su nombre por el de La Ciudad de Londres, si bien seguía siendo "un almacén francés" de ropa y novedades. Con la primera de las razones sociales, y fundada por A. Fourcade hacia 1880, se mantuvo hasta principios de 1910 cuando la adquirió la firma J. Ollivier y Compañía mismo que la llamó La Ciudad de Londres unos meses después nombre que conservaría hasta su extinción en 1930 como una consecuencia del reflejo de la crisis desatada por la Gran Depresión. Ahora que, si bien se extinguió como giro mercantil, el viejo inmueble de La Sorpresa no se destruyó sino parcialmente, y la fracción de la esquina suroriental de Madero y Palma, que es la que sobrevive, permanece con prestancia en nuestros días por sus valores intrínsecos, como edificio destinado a comercios y oficinas. Resulta así muy satisfactorio el comprobar que, tras una supervivencia de por lo menos 125 años, todavía se tiene un buen edificio del Centro Histórico ubicado en el área que antaño se designaba como Primer Cuadro. Sin duda reemplazó, y esto es lamentable, a una casa virreinal, pero por lo menos estuvo dignamente construido. El que ya existía hacia 1870, aunque con una fachada más sencilla en sus acabados exteriores, lo demuestra una vieja fotografía de esa época que corresponde al paramento sur de la primera calle de Plateros, foto que reproduce Guillermo Tovar de Teresa en su revelador y concientizador libro Historia de un Patrimonio Perdido.

Fue posiblemente en 1880 cuando el señor A. Fourcade adquirió el inmueble, entonces lo remodeló interior y exteriormente y le añadió un cuarto nivel con el frontil redondeado, el cual se interrumpía con los vanos verticales de varias ventanas características de una mansarda. Toda la fachada fue revestida de hermosa y bien trabajada cantera de chiluca, se la cortó en pancupé, y en éste se abrieron elegantes balcones en cada nivel. A lo largo de las cornisas del tercero de estos niveles se instaló un vistoso rótulo con la inscripción Sorpresa y Primavera, nombre que mantuvo hasta principios de 1910, la citada empresa J. Ollivier y Compañía adquirió los almacenes para llamarlo meses después La Ciudad de Londres. La mapoteca Orozco y Berra cuenta con un magnífico plano del Primer Cuadro de la Ciudad de México elaborado en 1883 por la benemérita imprenta de Víctor Debray instalada, por cierto, a pocas calles de La Sorpresa, en la que ahora es la tercera de 16 de Septiembre. Este curioso y útil mapa tiene como novedosas características. por un lado, que presenta muy bien delimitados todos los lotes de cada una de las manzanas con el

nombre del propietario o el de la razón social que ostentaban, y por otro en el que en sus márgenes aparecen enlistados unos y otras por orden alfabético. Es así como pueden verse en el lote de la esquina sureste del vértice de las calles de Plateros y La Palma y en el directorio marginal las inscripciones de Almacenes La Sorpresa. En 1910, durante las fiestas del Centenario de la Independencia, el edificio de La Sorpresa, al igual que otros inmuebles notables de la ciudad capital, lucieron una novedosa iluminación nocturna a base de e series de bombillas eléctricas. Con motivo de tales festejos, el almacén en cuestión ostentaba su nueva razón social: La Ciudad de Londres. Los anuncios publicitarios y los hermosos membretes de papel impreso para la correspondencia de la casa comercial de principios de siglo muestran la bella y sólida arquitectura de La Sorpresa, que tanto atrajo la atención y movió la sensibilidad de Manuel Gutiérrez Nájera, al grado que la utilizó como punto de referencia en la calle de Plateros inmortalizándole por medio de la famosa quinteta que le resultó tan traviesa como su propia amada: la Duquesa Job.

LA DUQUESA JOB En dulce charla de sobremesa, mientras devoro fresa tras fresa y abajo ronca tu perro "Bob", te haré el retrato de la duquesa que adora a veces al duque Job. No es la condesa de Villasana caricatura, ni la poblana de enagua roja, que Prieto amó No es la criadita de pies nudosos, ni la que sueña con los gomosos y con los gallos de Micoló. Mi duquesita, la que me adora, no tiene humos de gran señora. Es la griseta de Paul de Cock. No baila bostón y desconoce de las carreras el alto goce, y los placeres del five o'clock. Pero ni el sueño de algún poeta, ni los querubes que vio Jacob, fueron tan bellos cual la coqueta de ojitos verdes, rubia griseta que adora a veces al duque Job. Si pisa alfombras no es en su casa; si por Plateros alegre pasa y la saluda Madam Marnat, no es, sin disputa, porque la vista, si porque a casa de otra modista desde temprano rápida va. No tiene alhajas mi duquesita,

pero es tan guapa y es tan bonita y tiene un perro tan v'lan, tan pschutt, de tal manera trasciende a Francia que no la igualan en elegancia ni la clientela de Hélene Kossut. Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club, no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni mas traviesa que la duquesa del duque Job. ¡Cómo resuena su taconeo en las baldosas! ¡Con qué meneo luce su talle de tentación! ¡Con qué airecito de aristocracia mira a los hombres, y con qué gracia frunce los labios - ¡Mimí Pinsón! Si alguien la alcanza, si la requiebra, ella, ligera como una cebra, sigue camino del almacén; pero, ¡ay del tuno si alarga el brazo! Nadie se salva del sombrillazo que le descarga sobre la sien! ¡No hay en el mundo mujer más linda! Pie de andaluza, boca de guinda, sprint rociado de Veuve Clicquot talle de avispa, cutis de ala, ojos traviesos de colegiala como los ojos de Louise Theo. Agil, nerviosa, blanca, delgada, media de seda bien estirada, gola de encaje, corsé de "¡crac", nariz pequeña, garbosa, cuca, y palpitantes sobre la nuca rizos tan rubios como el coñac. Sus ojos verdes bailan el tango; nada hay más bello que el arremango provocativo de su nariz. Por ser tan joven y tan bonita, cual mi sedosa, blanca gatita, diera sus pajes la emperatriz. ¡Ah! Tú no has visto cuando se peina, sobre sus hombros de rosa reina caer los rizos en profusión. Tú no has oído qué alegre canta mientras sus brazos y su garganta de fresca espuma cubre el jabón.

Y los domingos, ¡con qué alegría!, oye en su lecho bullir el día y hasta las nueve quieta se está! ¡Cuál se acurruca la perezosa bajo la colcha color de rosa, mientras a misa la criada va! La breve cofia de blanco encaje cubre sus rizos, el limpio traje aguarda encima del canapé. Altas, lustrosas y pequeñitas, sus puntas muestran las dos botitas, abandonadas del catre al pie, Después, ligera, del lecho brinca, ¡oh quién la viera cuando se hinca blanca y esbelta sobre el colchón! ¿Que valen junto de tanta gracia las niñas ricas, la aristocracia, ni mis amigas del cotillón? Toco; se viste; me abre; almorzamos; con apetito los dos tomamos un par de huevos y un buen beefsteak, media botella de rico vino, y en coche, juntos, vamos camino del pintoresco Chapultepec. Desde las puertas de la Sorpresa hasta la esquina del Jockey Club no hay española, yanqui o francesa, ni más bonita ni mas traviesa que la duquesa del duque Job.

PARA ENTONCES Quiero morir cuando decline el día en alta mar y con la cara al cielo, donde parezca sueño la agonía y el alma un ave que remonta el vuelo. No escuchar en los últimos instantes, ya con el cielo y con el mar a solas, más voces ni plegarias sollozantes que el majestuoso tumbo de las olas. Morir cuando la luz, retira sus áureas redes de la onda verde, y ser como ese sol que lento expira: algo muy luminoso que se pierde.

Morir, y joven; antes que destruya el tiempo aleve la gentil corona, cuando la vida dice aún: "Soy tuya", aunque, sepamos bien que nos traiciona.

LEOPOLDO LUGONES (1874 – 1938) Nació en 1874 en Villa de María en el departamento cordobés del Río Seco. Fue el primogénito del matrimonio de Santiago Lugones y Custodia Argüello. En su niñez, la familia se trasladó primero a Santiago del Estero y posteriormente a Ojo de Agua, una villa con pocos habitantes, donde cursó sus estudios primarios. A los diez años, se destacaba por su memoria, gusto por la lectura e interés por las ciencias naturales. Se cuenta que lo llamaban para amenizar las "tertulias" familiares. Sus padres decidieron enviarlo a Córdoba con su abuela materna para que siguiese los estudios superiores. En 1892 Leopoldo volvió a vivir con su familia que se había trasladado a Córdoba después de haber perdido su estancia. La crítica situación económica lo llevó a tener que comenzar a trabajar y convertirse en un autodidacta. En esta época dio con éxito sus primeros pasos en la vida pública. Recitó su primera composición en el Teatro Indarte, dirigió el periódico liberal y anticlerical "El Pensamiento Libre" y se alistó voluntariamente para enfrentar a las fuerzas radicales sublevadas en Rosario. En Córdoba, Lugones se fue convirtiendo en un personaje popular capaz de ser contrapunto de los payadores del barrio, publicar versos controvertidos con el seudónimo Gil Paz, promover huelgas estudiantiles y fundar un centro socialista. El año de 1896 fue decisivo para Lugones: se instaló en Buenos Aires y se casó con Juana González. En la gran ciudad se unió al grupo socialista de escritores integrado por José Ingenieros, Roberto Payró, Ernesto de la Cárcova, escribió en el periódico socialista "La Vanguardia" y en la "Tribuna", órgano del roquismo y se ganó al distinguido auditorio del Ateneo. A los 22 años comienza a escribir en "La Nación", promovido por su amigo Rubén Darío. Publicó su primer libro "Las montañas del oro" (1897), basado en una influencia tardía del Romanticismo Francés. El "novecientos" fue una época de intensa producción en la que escribió muchas de sus obras más valoradas como "Crepúsculos del jardín" (1905) donde se acerca al modernismo hispanista y a las nuevas corrientes literarias francesas: simbolismo, decadentismo, parnasianismo. Esta tendencia alcanza su máxima expresión en "Lunario sentimental" (1909). En su obra "Las fuerzas extrañas" (1906). Lugones plasmará sus habilidades para escribir cuentos de misterio. Este trabajo junto con los "Cuentos fatales" (1926) renuevan el género de la forma breve e inician una fecunda tradición en el Río de la Plata, en la que se inscribirán escritores como Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar.

En 1901 ocupó el cargo de inspector de secundaria y normal bajo las órdenes de Pablo A. Pizzurno y Virgilio Magnasco. Posteriormente asumió la inspección general donde concretó varias de las ideas plasmadas en su estudio sobre la "Reforma educacional": cursos especiales en vacaciones, fundación del Instituto Nacional del Profesorado Secundario, creación de las cátedras de Educación Física y Dibujo, reglamentación para el ingreso de alumnos a la enseñanza secundaria. Más adelante fue comisionado en viaje a Europa para estudiar las novedades pedagógicas. En 1915 se hizo cargo de la dirección de la Biblioteca Nacional de Maestros que ejerció hasta su muerte. En 1910, la conmemoración del Centenario de Mayo representó el cenit del movimiento de afirmación de los valores y tradiciones nacionales. Bajo ese impulso, Lugones publicó varios trabajos: "Odas seculares" (1910) y la "Historia de Sarmiento" (1911). En "El Payador" (1916), reúne una serie de conferencias sobre "Martín Fierro" de José Hernández que rescatan la obra, calificándola de "Cuento Homérico de la Cultura Argentina"... Este particular enfoque instaló en la crítica una fructífera polémica que se prolongó por décadas y cuyo resultado fue la aceptación del Poema como la obra emblemática de la identidad literaria Argentina. La lectura que Lugones hace deja entrever otro de sus principales puntos de interés intelectual; la cultura clásica. En este campo su producción incluye las obras "Didáctica" (1910); "Las limaduras de Hephaestos" (1910), "Estudios Helénicos" (1924) y "Nuevos estudios Helénicos" (1928). En Europa se vivía un tiempo de incertidumbre instalado con la guerra mundial, la revolución de los "soviet" y el fascismo italiano, mientras en Argentina se sentía la crisis económica y la inestabilidad política. Lugones fue un observador atento de la situación internacional y un hombre de acción en su país. Lentamente, su visión socialista fue dando paso a un pensamiento nacionalista de originales matices, crítico del liberalismo y alejado de las posiciones católicas. Este Lugones maduro fue igual de controvertido que en sus posiciones juveniles al apoyar el militarismo de la década del treinta. Su trabajo incesante se plasmó en numerosos escritos, artículos de prensa y conferencias que le merecieron el nombramiento en la Asamblea de Cooperación Intelectual de la Liga de las Naciones (1924), el Premio Nacional de Literatura (1926) y la presidencia de la Sociedad Argentina de Escritores, fundada con su impulso (1928). En esta etapa, aumentó con ritmo vertiginoso su ya cuantiosa producción intelectual entre la que se encuentra "Poemas solariegos" (1928) uno de sus títulos más elogiados y los ensayos "La patria fuerte" (1930) y "La grande Argentina" (1930), indispensables para comprender la época y la generación de Lugones. Puso fin voluntariamente a su vida en una isla del Tigre. Los boletines informativos sorprendieron a la opinión pública tanto como a quienes lo trataban cotidianamente en la Biblioteca Nacional de Maestros.

Lugones aún hoy genera controversias por su cambiante temperamento político. El tiempo, sin embargo, lo ha destacado como una figura central de la cultura argentina y como uno de sus más grandes escritores DELECTACIÓN MOROSA La tarde, con ligera pincelada que iluminó la paz de nuestro asilo, apuntó en su matiz crisoberilo una sutil decoración morada. Surgió enorme la luna en la enramada; las hojas agravaban su sigilo, y una araña en la punta de su hilo, tejía sobre el astro, hipnotizada. Poblóse de murciélagos el combo cielo, a manera de chinesco biombo; sus rodillas exangües sobre el plinto manifestaban la delicia inerte, y a nuestros pies un rií de jacinto corría sin rumor hacia la muerte. A LOS GAUCHOS Raza valerosa y dura que con pujanza silvestre dio a la patria en garbo ecuestre su primitiva escultura. Una terrible ventura va a su sacrificio unida, como despliega la herida que al toro desfonda el cuello, en el raudal del degüello la bandera de la vida. Es que la fiel voluntad que al torvo destino alegra, funde en vino la uva negra de la dura adversidad. Y en punto de libertad no hay satisfacción más neta, que medírsela completa entre riesgo y corazón, con tres cuartas de facón y cuatro pies de cuarteta. En la hora del gran dolor que a la historia nos paría, así como el bien del día trova el pájaro cantor,

la copla del payador anunció el amanecer, y en el fresco rosicler que pintaba el primer rayo, el lindo gaucho de Mayo partió para no volver. Así salió a rodar tierra contra el viejo vilipendio, enarbolando el incendio como estandarte de guerra. Mar y cielo, pampa y sierra, su galope al sueño arranca, y bien sentada en el anca que por las cuestas se empina le sonríe su Argentina linda y fresca, azul y blanca. Luego al amor del caudillo siguió, muriendo admirable, con el patriótico sable ya rebajado a cuchillo; pensando, alegre y sencillo, que en cualesquiera ocasión, desde que cae al montón hasta el día en que se acaba, pinta el cub de la taba la existencia del varón. Su poesía es la temprana gloria del verdor campero donde un relincho ligero regocija la mañana. Y la morocha lozana de sediciosa cadera, en cuya humilde pollera, primicias de juventud nos insinuó la inquietud de la loca primavera. Su recuerdo, vago lloro de guitarra sorda y vieja, la patria no apareja preocupación ni desdoro. De lo bien que guarda el oro, el guijarro es argumento; y desde que el pavimento con su nivel sobrepasa, va sepultando la casa las piedras de su cimiento.

Biografía de José Santos Chocano

JOSÉ SANTOS CHOCANO (1867-1935) Nació en Lima, Perú. Fue gran defensor del americanismo, revolucionario ardiente, protector de los indios y opositor del imperialismo estadounidense. Tras muchas detenciones, fue asesinado en Chile. Cantó a su América con exuberante lirismo y con las nuevas técnicas poéticas, en particular modernistas, aunque ensayó nuevos ritmos y formas. También tiene poemas íntimos que no tienen nada que ver con su ideología política y social. .... A pesar de las tempranas innovaciones de González Prada — versos pulidos en talleres cosmopolitas, con facetas del Parnaso, con luces del simbolismo, con técnicas polirrítmicas — , el Perú acogió el modernismo muy tarde. Pero los dos nombres que ofrece son de importancia: Chocano y Eguren. El viento se ha llevado casi toda la obra de José Santos Chocano (Perú, 1875—1934) porque tenía la elocuencia de las palabras declamadas en la plaza pública. Estaba más cerca de Díaz Mirón que de Rubén Darío; y si se lo agrupa con Darío y otros modernistas es porque era un visual que había aprendido a pintar lo que veía con el lenguaje parnasiano. Lo que vio, sin embargo, fue diferente de la realidad de los modernistas. Chocano se dedicaba a cantar los exteriores de América: naturaleza, leyendas y episodios históricos, relatos con indios, temas de la acción política. Se puso a la cabeza del movimiento modernista en el Perú. Tenía, para ello, la egolatría de un caudillo y un verbo torrencial. Además, su dominio de las técnicas nuevas del verso servía en el fondo a temas fáciles y populares. Un poeta de la elite, pero en la calle. Es natural que lo ap1audieran. Sus libros más famosos — Alma América, poemas indo-españoles, 1906, y Fiat Lux, 1908 — fueron expresión de lo objetivo, nacionalista de la poesía de esos años. BLASÓN Soy el cantor de América autóctono y salvaje: mi lira tiene un alma, mi canto un ideal. Mi verso no se mece colgado de un ramaje con vaivén pausado de hamaca tropical... Cuando me siento inca, le rindo vasallaje

al Sol, que me da el cetro de su poder real; cuando me siento hispano y evoco el coloniaje parecen mis estrofas trompetas de cristal. Mi fantasía viene de un abolengo moro: los Andes son de plata, pero el león, de oro, y las dos castas fundo con épico fragor. La sangre es española e incaico es el latido; y de no ser Poeta, quizá yo hubiera sido un blanco aventurero o un indio emperador.

LOS CABALLOS DE LOS CONQUISTADORES ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Sus pescuezos eran finos y sus ancas relucientes y sus cascos musicales... ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! ¡No! No han sido los guerreros solamente, de corazas y penachos y tizonas y estandartes, los que hicieron la conquista de las selvas y los Andes: Los caballos andaluces, cuyos nervios tienen chispas de la raza voladora de los árabes, estamparon sus gloriosas herraduras en los secos pedregales, en los húmedos pantanos, en los ríos resonantes, en las nieves silenciosas, en las pampas, en las sierras, en los bosques y en los valles. ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Un caballo fue el primero, en los tórridos manglares, cuando el grupo de Balboa caminaba despertando las dormidas soledades, que de pronto dio el aviso del Pacífico Océano, porque ráfagas de aire al olfato le trajeron las salinas humedades; y el caballo de Quesada, que en la cumbre se detuvo viendo, en lo hondo de los valles, el fuetazo de un torrente como el gesto de una cólera salvaje,

saludo con un relincho la sabana interminable... y bajó con fácil trote, los peldaños de los Andes, cual por unas milenarias escaleras que crujían bajo el golpe de los cascos musicales... ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Y aquel otro, de ancho tórax, que la testa pone en alto cual queriendo ser más grande, en que Hernán Cortés un día caballero sobre estribos rutilantes, desde México hasta Honduras mide leguas y semanas entre rocas y boscajes, es más digno de los lauros que los potros que galopan en los cánticos triunfales con que Píndaro celebra las olímpicas disputas entre el vuelo de los carros y la fuga de los aires Y es más digno todavía de las odas inmortales el caballo con que Soto, diestramente, y tejiendo las cabriolas como él sabe, causa asombro, pone espanto, roba fuerzas, y entre el coro de los indios, sin que nadie haga un gesto de reproche, llega al trono de Atahualpa y salpica con espumas las insignias imperiales. ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! El caballo del beduino que se traga soledades. El caballo milagroso de San Jorge, que tritura con sus cascos los dragones infernales. El de César en las Galias. El de Aníbal en los Alpes. El Centauro de las clásicas leyendas, mitad potro, mitad hombre, que galopa sin cansarse, y que sueña sin dormirse, y que flecha los luceros, y que corre como el aire, todos tienen menos alma, menos fuerza, menos sangre, que los épicos caballos andaluces en las tierras de la Atlántida salvaje, soportando las fatigas,

las espuelas y las hambres, bajo el peso de las férreas armaduras, cual desfile de heroísmos, coronados entre el fleco de los anchos estandartes con la gloria de Babieca y el dolor de Rocinante. En mitad de los fragores del combate, los caballos con sus pechos arrollaban a los indios, y seguían adelante. Y, así, a veces, a los gritos de "¡Santiago!", entre el humo y e fulgor de los metales, se veía que pasaba, como un sueño, el caballo del apóstol a galope por los aires ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles! Se diría una epopeya de caballos singulares que a manera de hipogrifos desolados o cual río que se cuelga de los Andes, llegan todos sudorosos, empolvados, jadeantes, de unas tierras nunca vistas, a otras tierras conquistables. Y de súbito, espantados por un cuerno que se hincha con soplido de huracanes, dan nerviosos un soplido tan profundo, que parece que quisiera perpetuarse. Y en las pampas y confines ven las tristes lejanías y remontan las edades y se sienten atraídos por los nuevos horizontes: Se aglomeran, piafan, soplan, y se pierden al escape. Detrás de ellos, una nube, que es la nube de la gloria, se levanta por los aires. ¡Los caballos eran fuertes! ¡Los caballos eran ágiles!

JULIO HERRERA Y REISSIG (MONTEVIDEO 1875-1910) Uruguayo. Nació en Montevideo el 9 de enero de 1875, Murió en la misma capital el 18 de marzo de 1909. Animó el grupo de escritores reunido en torno a "La Torre de los Panoramas". Ediciones de sus obras completas: Montevideo, 1910-1913; Buenos Aires, 1942. "Poesías Completas", Madrid, 1951. Julio Herrera y Reissig, de noble familia y débil corazón, fue autor de sonetos tan delirantes como los que aparecen en la siguiente obra.

LOS PEREGRINOS DE PIEDRA (1909)

LOS ÉXTASIS DE LA MONTAÑA Eglogánimas

El despertar Alicia y Cloris abren de par en par la puerta y torpes, con el dorso de la mano haragana, restréganse los húmedos ojos de lumbre incierta, por donde huyen los últimos sueños de la mañana La inocencia del día se lava en la fontana, el arado en el surco vagaroso despierta y en torno de la casa rectoral, la sotana del cura se pasea gravemente en la huerta... Todo suspira y ríe. La placidez remota de la montaña sueña celestiales rutinas. El esquilón repite siempre su misma nota de grillo de las cándidas églogas matutinas. Y hacia la aurora sesgan agudas golondrinas como flechas perdidas de la noche en derrota.

El regreso La tierra ofrece el ósculo de un saludo paterno Pasta un mulo la hierba mísera del camino y la montaña luce, al tardo sol de invierno, como una vieja aldeana, su delantal de lino. Un cielo bondadoso y un céfiro tierno... La zagala descansa de codos bajo el pino, y densos los ganados, con paso paulatino, acuden a la música sacerdotal del cuerno. Trayendo sobre el hombro leña para la cena, el pastor, cuya ausencia no dura más de un día, camina lentamente rumbo de la alquería. Al verlo la familia le da la enhorabuena... Mientras el perro, en ímpetus de lealtad amena, describe coleando círculos de alegría.

El almuerzo Llovió. Trisca a lo lejos un sol convaleciente,

haciendo entre las piedras brotar una alimaña y al son de los compactos resuellos del torrente, con áspera sonrisa palpita la campaña... Rumia en el precipicio una cabra pendiente; una ternera rubia salta entre la maraña, y el cielo campesino contempla ingenuamente la arruga pensativa que tiene la montaña. Sobre el tronco enastado de un abeto de nieve, ha rato que se aman Damócaris y Hebe; uno con su cayado reanima las pavesas, otro distrae el ocio con pláticas sencillas... Y de la misma hortera comen higos y fresas, manjares que la Dicha sazona en sus rodillas.

La siesta No late más un único reloj: el campanario, que cuenta los dichosos hastíos de la aldea, el cual, al sol de enero, agriamente chispea, con su aspecto remoto de viejo refractario... A la puerta, sentado se duerme el boticario... En la plaza yaciente la gallina cloquea y un tronco de ojaranzo arde en la chimenea, junto a la cual el cura medita su breviario. Todo es paz en la casa. Un cielo sin rigores, bendice las faenas, reparte los sudores... Madres, hermanas, tías, cantan lavando en rueda las ropas que el domingo sufren los campesinos... Y el asno vagabundo que ha entrado en la vereda huye, soltando coces, de los perros vecinos.

La velada La cena ha terminado: legumbres, pan moreno y uvas aún lujosas de virginal rocío... Rezaron ya. La Luna nieva un candor sereno y el lago se recoge con lácteo escalofrío. El anciano ha concluido un episodio ameno y el grupo desanudase con un placer cabrío... Entre tanto, allá fuera, en un silencio bueno, los campos demacrados encanecen de frío. Lux canta. Lidé corre. Palemón anda en zancos. Todos ríen... La abuela demándales sosiego.

Anfión, el perro, inclina, junto al anciano ciego, ojos de lazarillo, familiares y francos... Y al son de las castañas que saltan en el fuego palpitan al unísono sus corazones blancos.

El alba Humean en la vieja cocina hospitalaria los rústicos candiles... Madrugadora leña infunde una sabrosa fragancia lugareña; y el desayuno mima la vocación agraria... Rebota en los collados la grita rutinaria del boyero que a ratos deja la yunta y sueña... Filis prepara el huso. Tetis, mientras ordeña, ofrece a Dios la leche blanca de su plegaria. Acongojando el valle con sus beatos nocturnos, salen de los establos, lentos y taciturnos, los ganados. La joven brisa se despereza... Y como una pastora, en piadoso desvelo, con sus ojos de bruma, de una dulce pereza, el Alba mira en éxtasis las estrellas del cielo.

La vuelta de los campos La tarde paga en oro divino las faenas... Se ven limpias mujeres vestidas de percales, trenzando sus cabellos con tilos y azucenas o haciendo sus labores de aguja en los umbrales. Zapatos claveteados y báculos y chales... Dos mozas con sus cántaros se deslizan apenas. Huye el vuelo sonámbulo de las horas serenas. Un suspiro de Arcadia peina los matorrales... Cae un silencio austero... Del charco que se nimba estalla una gangosa balada de marimba. Los lagos se amortiguan con espectrales lampos, las cumbres, ya quiméricas, corónanse de rosas... Y humean a lo lejos las rutas polvorosas por donde los labriegos regresan de los campos.

La huerta Por la teja inclinada de las rosas techumbres descienden en silencio las horas... El bochorno sahúma con bucólicas fragancias el contorno

ufano como nunca de vistosas legumbres. Hécuba diligente da en reparar las lumbres... Llegan por el camino cánticos de retorno. Iris, que no ve casi, abandona su torno, y suspira a la tarde, libre de pesadumbres. Oscurece. Una mística Majestad unge el dedo pensativo en los labios de la noche sin miedo... No llega un solo eco, de lo que al mundo asombra, a la almohada de rosas en que sueña la huerta... Y en la sana vivienda se adivina la sombra de un orgullo que gruñe como un perro a la puerta.

Claroscuro En el dintel del cielo llamó por fin la esquila. Tumban las carrasqueñas voces de los arrieros que el eco multiplica por cien riscos y oteros, donde laten bandadas de pañuelos en fila... El humo de las chozas sube en el aire lila; las vacas maternales ganan por los senderos; y al hombro sus alforjas, leñadores austeros, tornan su gesto opaco a la tarde tranquila... Cerca del Cementerio -más allá de las granjas-, el crepúsculo ha puesto largos toques naranjas. Almizclan una abuela paz de las Escrituras los vahos que trascienden a vacunos y cerdos... Y palomas violetas salen como recuerdos de las viejas paredes arrugadas y oscuras.

La iglesia En un beato silencio el recinto vegeta. Las vírgenes de cera duermen en su decoro de terciopelo lívido y de esmalte incoloro; y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta... Sedienta, abre su boca de mármol la pileta. Una vieja estornuda desde el altar al coro... Y una legión de átomos sube un camino de oro aéreo, que una escala de Jacob interpreta. Inicia sus labores el ama reverente. Para saber si anda de buenas San Vicente con tímidos arrobos repica la alcancía...

Acá y allá maniobra después con un plumero, mientras, por una puerta que da a la sacristía, irrumpe la gloriosa turba del gallinero.

El cura Es el cura... Lo han visto las crestas silenciarías, luchando de rodillas con todos los reveses, salvar en pleno invierno los riesgos montañeses o trasponer de noche las rutas solitarias. De su mano propicia, que hace crecer las mieses, saltan como sortijas gracias involuntarias; y en su asno taumaturgo de indulgencias plenarias, hasta el umbral del cielo lleva a sus feligreses... El pase del hisopo al zueco y la guadaña; él ordeña la pródiga ubre de su montaña para encender con oros el pobre altar de pino; de sus sermones fluyen suspiros de albahaca; el único pecado que tiene es un sobrino... Y su piedad humilde lame como una vaca.

La llavera Viste el hábito rancio y habla ronco en voz densa; sigue un perro la angustia de su sombra benigna; mascullando sus votos, reverente, consigna un espectro achacoso de rutina suspensa... Al repique doméstico de sus llaves, se piensa en las brujas de Rembrandt... sin embargo, es tan digna que Luzbel la chamusca, por lo cual se persigna y con aguas benditas neutraliza su ofensa... Ella sabe la historia de los Santos Patrones, de Syllabus, de ritos y de Kirieleysones... Ella sufre nostalgias sordas del Santo Oficio. En la gloria del Padre será libre de expurgo. Y se tiene por cierto que en la Noche del Juicio dará fe de los buenos moradores del burgo...

El consejo El astrónomo, el vate y el mentor se han reunido... La montaña recoge la polémica agreste; y en el aire sonoro de campana celeste, las tres voces retumban como un solo latido.

Conjeturan fiebrosos del principio escondido... Luego el mago predice la miseria y la peste; el poeta improvisa, mientras, vuelto al Oeste, el astrónomo anuncia que en Hispania ha llovido. Ebrios de la divina majestad del tramonto, los discursos se agravan.,. Es ya noche. De pronto, arde en fuga una estrella... interrogan sus rastros cual mil ojos abiertos al Enigma Infinito: se hace triple el silencio del consejo erudito... Dedos entre la sombra se alzan hacia los astros.

La noche La noche en la montaña mira con ojos viudos de cierva sin amparo que vela ante su cría; y como si asumieran un don de profecía, en un sueño inspirado hablan los campos rudos. Rayan el panorama, como espectros agudos, tres álamos en éxtasis... Un gallo desvaría, reloj de medianoche. La grave luna amplía las cosas, que se llenan de encantamientos mudos. El lago azul de sueño, que ni una sombra empaña, es como la conciencia pura de la montaña... A ras del agua tersa, que riza con su aliento, Albino, el pastor loco, quiere besar la luna. En la huerta sonámbula vibra un canto de cuna... Aúllan a los diablos los perros del convento.

El ángelus Salpica, se abre, humea, como la carne herida, bajo el fecundo tajo, la palpitante gleba; al ritmo de la yunta tiembla la corva esteva, y el vientre del terruño se despedaza en vida. Ímproba y larga ha sido como nunca la prueba... La mujer, que afanosa preparó la comida, en procura del amo viene como abstraída, dando al pequeño el tibio, dulce licor que nieva. De pronto, a la campana, todo el valle responde: la madre de rodillas su casto seno esconde; detiénese el labriego y se descubre, y arde su mirada en la súplica de piadosos consejos...

Tórnanse al campanario los bueyes. A lo lejos el estruendo del río emociona la tarde.

Las horas graves Sahúmase el villaje de olores a guisados; el párroco en su mula pasa entre reverencias; laten en todas partes monótonas urgencias, al par que una gran calma inunda los sembrados. Niñas en las veredas cantan... En los porfiados cascotes de la vía gritan las diligencias, mientras en los contornos zumba hacia las querencias, el cuerno de los viejos pastores rezagados. Lilas, violadas, lóbregas, mudables como ojeras, las rutas, poco a poco, aparecen distintas; cuaja un silencio oscuro, allá por las praderas donde cantando el día se adormeció en sus tintas... Y adioses familiares de gritas lastimeras se cambian al cerrarse las puertas de las quintas.

La flauta Tirita entre algodones húmedos la arboleda... La cumbre está en un blanco éxtasis idealista; y en brutos sobresaltos, como ante una imprevista emboscada, el torrente relinchando rueda. Todo es grave... En las cañas sopla el viento flautista. Mas súbito, rompiendo la invernal humareda, el sol, tras de los montes, abre un telón de seda, y ríe la mañana de mirada amatista. Cien iluminaciones, en fluidos estambres, perlan de rama en rama, lloran de los alambres... Descuidando el rebaño, junto al cauce parlero, Upilio se confía dulcemente a su flauta, sin saber que de amores, tras un álamo, incauta, contemplándole Filida muere como un cordero.

Los perros El olivo y el pozo... Dormida una aldeana en el brocal... A un lado la senda viajadora, y un hombre paso a paso: todo lo que a la hora suspira una evangélica gracia samaritana...

El sol es, miel, la brisa pluma y el cielo pana... Y el monte, que una eterna candidez atesora, ríe como un abuelo a la joven mañana, con los mil pliegues rústicos de su cara pastora. Pan y frutas: ingenuos desayunos frugales. Mientras que los pastores huelgan de sus pradiales fatigas o se lavan en los remansos tersos, maniobran hacia el valle de tímpanos agudos los celosos instintos de los perros lanudos, de voz ancha, que integran los ganados dispersos.

Idilio La sombra de una nube sobre el césped recula... Aclara entre montañas rosas la carretera por donde un coche antiguo, de tintinante mula, llena de ritornelos la tarde placentera. Hundidos en la hierba gorda de la ribera, los vacunos solemnes satisfacen su gula; y en lácteas vibraciones de ópalo, gesticula allá, bajo una encina, la mancha de una hoguera. Edipo y Diana, jóvenes libres de la campiña, hacen testigo al fuego de sus amores sabios; con gestos y pellizcos recélanse de agravios; mientras él finge un largo mordisco, ella le guiña: y así las horas pasan en su inocente riña, como una suave pluma por unos bellos labios.

Ebriedad Apurando la cena de aceitunas y nueces, Luth y Cloe se cambian una tersa caricia; beben luego en el hoyo de la mano, tres veces, el agua azul que el cielo dio a la estación propicia. Del corpiño indiscreto, con ingenua malicia, ella deja que alumbren púberas redondeces. Y mientras Luth en éxtasis gusta sus embriagueces, Cloe los bucles pálidos del amante acaricia. Anochece. Una bruma violeta hace vagos el aprisco y la torre, la montaña y los lagos... Sofocados de dicha, de fragancias y trinos, ella calla y apenas él suspírala: ¡Oh Cloe! ¡Mas de pronto se abrazan al sentir que un oboe

interpreta fielmente sus silencios divinos!

Las madres Verde luz y heliotropo en los amplios confines... El cielo, paso a paso, deviénese incoloro; en la fuente decrépita iza un iris canoro la escultura musgosa de los cuatro delfines. Suena, de roca en roca, sus cándidos trintrines la vagabunda esquila del rebaño, y en coro, ante Dios que retumba en la tarde, urna de oro, los charcos panteístas entonan sus maitines. Y a grave paso acuden, por los senderos todos, gentes que rememoran los antiguos éxodos: mujeres matronales de perfiles oscuros, cuyas carnes a trébol y a tomillo trascienden, ostentando el pletórico seno de donde penden sonrosados infantes, como frutos maduros.

Los carros Mucho antes que el agrio gallinero, acostumbra a cantar el oficio de la negra herrería, husmea el boticario, abre la barbería... En la plaza hay tan sólo un farol (que no alumbra). A través de la sórdida nieve que apesadumbra, los bueyes del cortijo aran la cercanía, y en gesto de implacable mala estación, el guía salpica de improperios rurales la penumbra. Mientras, duerme la villa señorial... Los amores de la fuente se lavan en su mármol antiguo; y bajo el candoroso astro de los pastores, ungiendo de añoranzas el sendero contiguo, pasan silbidos lentos y aires de tiempo ambiguo, en tintinambulantes carros madrugadores.

La dicha Todas -blancas ovejas fieles a su pastorarecogidas en torno del modesto santuario, agrúpanse las pobres casas del vecindario, en medio de una dulce paz embelesadora. La buena grey asiste a la misa de aurora...

Entran gentes oscuras, en la mano el rosario; bendiciendo a los niños, pasa el pulcro vicario y detrás la llavera, siempre murmuradora... Se come el santuario musgoso la borrica del doctor, que indignado un sochantre aporrea. Transparente, en la calle principal, la botica sugestiona a las moscas la última panacea. Y a «ras» de su cuchillo cirujano, platica el barbero intrigante: folletín de la aldea.

Buen día «Do re mi fa» de un piano de vidrio en el follaje... Regálase la brisa de un sacro olor a hinojos; y protegiendo el dulce descanso del villaje vela el paterno cielo con un billón de ojos... Lumbres en la montaña vuelcan sobre el paisaje claroscuros cromáticos y vagos infra-rojos; pulula en monosílabos crescendos un salvaje rumor de insectos; ladran perros en los rastrojos. De súbito, el sereno, en trasnochado canto, pregona: «¡Son las cinco!» Tal como por encanto, de gárrulas comadres y vírgenes curiosas reviven los umbrales; y noche todavía, cruzan de boca en boca los ingenuos «buen día» como hilos de alegre rocío entre las rosas.

El secreto Se adoran. Timo atiende solícita al gobierno de su casuca blanca. Bion, a sus pocas reses. Y bajo la tutela de días sin reveses, Amor retoza y medra como un cabrito tierno. Con casta dicha, Timo, en el claustro materno, siente latir un nuevo corazón de tres meses... Y sueña, en sus oscuros arrobos montañeses, que la penetra un rayo del Dinamismo Eterno. Ante el amante, presa de ardores purpurinos, se turba y el secreto tiembla en sus labios rojos: huye, torna, sonríe, se oculta entre los pinos... Bion calla, pero apenas descifra sus sonrojos la estrecha, y en un beso pone el alma en sus ojos donde laten los últimos ópalos vespertinos.

El domingo Te anuncia un ecuménico amasijo de hogaza, que el instinto del gato incuba antes que el horno. La grey que se empavesa de sacrílego adorno te sustancia en un módico pavo real de zaraza... Un rezongo de abejas beatifica y solaza tu sopor, que no turban ni la rueca ni el torno... Tú irritas a los sapos líricos del contorno; y plebeyo te insulta doble sol en la plaza... ¡Oh domingo! La infancia de espíritu te sueña, y el pobre mendicante que es el que más te ordeña... Tu genio bueno a todos cura de los ayunos, la Misa te prestigia con insignes vocablos, ¡ y te bendice el beato rumiar de los vacunos que sueñan en el tímido Bethlem de los establos!...

Panteo Sobre el césped mullido que prodiga su alfombra, Job, el Mago de acento bronco y de ciencia grave, vincula a las eternas maravillas su clave, interroga a los astros y en voz alta les nombra... Él discurre sus signos... Él exulta y se asombra al sentir en la frente como el beso de un ave, pues los astros le inspiran con su aliento suave, y en perplejas quietudes se hipnotiza de sombra. Todo lo insufla. Todo lo desvanece: el hondo silencio azul, el bosque, la Inmensidad sin fondo... Transubstanciado él siente como que no es el mismo, y se abraza a la tierra con arrobo profundo... Cuando un grito, de pronto, estremece el abismo: ¡y es que Job ha escuchado el latido del mundo!

La misa cándida Jardín de rosa angélico, la tierra guipuzcoanal Edén que un Fra Doménico soñara en acuarelas... Los hombres tienen rostros vírgenes de manzana, y son las frescas mozas óleos de antiguas telas. Fingen en la apretura de la calleja aldeana, secretearse las casas con chismosas cautelas,

y estimula el buen ocio un trin-trin de campana, un pum-pum de timbales y un fron-fron de vihuelas. ¡Oh campo siempre niño! ¡Oh patria de alma proba! Como una virgen, mística de tramonto, se arroba... Aves, mar, bosques: todo ruge, solloza y trina las Bienaventuranzas sin código y sin reyes... Y en medio a ese sonámbulo coro de Palestrina, oficia la apostólica dignidad de los bueyes!

La zampoña Lux no alisa el corpiño, ni presume en la moña; duda y calla cruelmente, y en adustos hastíos sus encantos se apagan con dolientes rocíos, y su alma en precoces desalientos, otoña. Job también hace tiempo receloso emponzoña sus ariscos afectos con presuntos desvíos. Y a la luna y durante los ocasos tardíos, da en contar sus dolencias a la buena zampoña. En casa, las amigas de Lux le hacen el santo, la obsequian y la adulan... Bulle la danza, en tanto Lux ríe. Su hermosura esa noche destella... ¡Mas de pronto se vuelve con nervioso desvelo, la cabeza inclinada y los ojos al cielo, pues ha oído que llora la zampona por ella!

La escuela Bajo su banderola pertinente, la escuela bate con aleluyas de gorrión lugareño; y chatos de modorra, endosados a un leño, unos tristes jamelgos dicen de la clientela... Desde el pupitre, rígido el preceptor recela por el decoro unánime... mas, estéril empeño, amasando el «morrongo» cabecea su sueño, lo que escurre conatos sordos de francachela. Entona su didáctica de espesas digestiones, a cada rato un riego enorme de oraciones... Aunque, a decir lo justo, su ciencia es harto exigua; la palmeta y la barba le hacen expeditivo... Y entre la grey atónita, dómine equitativo, rebaña su mirada llena de luz antigua.

Galantería ingenua A través de la bruma invernal y del limo, tras el hato, Fonoe cabra la senda terca; mas de pronto, un latido dícele que él se acerca... Y, en efecto, oye el silbo de Melampo su primo. A la llama, el coloquio busca sabroso arrimo; luego inundan sus fiebres en la miel de la alberca; hasta que la incitante fruta de ajena cerca les brinda la luz verde dulce de su racimo. Después ríen... ¡de nada! ¿para qué tendrán boca? Y por fin -Dios lo quiso- él, de espaldas la choca y la estriega y la burla, ya que Amor bien maltrata... Y ella en púdicas grimas, con dignidades tiernas de doncellez, se frunce el percal que recata la primicia insinuante de sus prósperas piernas...

El guardabosque La mesnada que aúlle o la sierpe se enrosque, vela impávido, y sólo que un mal sueño lo exija, suspicaz corno un gato, duérmese el guardabosque con su brazo de almohada y el buen sol por cobija... Él se mira en su selva como un padre en su hija. Y aunque cruja la nieve y aunque el cielo se enfosque la primera instantánea del oriente lo fija como a un genio hierático, Sacerdote del bosque. Los domingos visita la cocina del noble, y al entrar, en la puerta deja el palo de roble. De jamón y pan duro y de lástimas toscas, cuelga al hombro un surtido y echa a andar taciturno; del cual comen, durante la semana, por turno él, los gatos y el perro, la consorte y las moscas...

El baño Entre sauces que velan una anciana casuca, donde se desvistieran devorando la risa, hacia el lago, Foloe, Safo y Ceres, de prisa se adelantan en medio de la tarde caduca. Atreve un pie Foloe, bautizase la nuca, y ante el espejo de ámbar arróbase indecisa; meneando el talle, Safo respinga su camisa

y corre, mientras Ceres gatea y se acurruca... Después de agrias posturas y esperezos felinos, gimiendo un ¡ay! glorioso se abrazan a las ondas, que críspanse con lúbricos espasmos masculinos... Mientras, ante el misterio de sus gracias redondas, Loth, Febo y David, púdicos tanto como ladinos, las contemplan y pálidos huyen entre las frondas.

El labrador Cual si pluguiese al Diablo -vaya un decir- engorda el granero vecino con la triple cosecha... Y aunque él jura y zuequea, esta arcilla maltrecha sigue siendo madrastra o que realmente es sorda... Mas con todo: ¡«Aires rubios!» -tesonero barbecha-, y bien que el medro esquivo no es una vaca gorda, a Dios gracias la era patrimonial desborda... cuanto para ir capeando la estación contrahecha. Y mientras el probable rendimiento calcula, con un pan de la víspera entretiene su gula... Sabe un gusto a consorte en la masa harto linda, por lo cual en domésticas bendiciones se arroba... Y con ojos de humilde Lázaro, el terranova atisba las migajas que a intervalos le brinda.

La granja Monjas blancas y lilas de su largo convento, las palomas ofician vísperas en concilio, y ante el Sol que, custodia regia, bruñe el idilio, arrullan el milagro vivo del Sacramento... Una vil pesadumbre, solemne en su aspaviento suntuoso, ubica el pavo: Gran Sultán en exilio. El disco de los cisnes sueña Renacimiento, mármoles y serenos éxtasis de Virgilio. Con pulida elegancia de Tenorio en desplante, un Aramís erótico, fanfarrón y galante, el gallo erige... ¡Oh, huerto de la dicha sin fiebre! No faltan más que el agua bendita y el hisopo, para mugir las cándidas consejas del pesebre y cacarear en ronda las fábulas de Esopo.

Otoño La druídica pompa de la selva se cubre de una gótica herrumbre de silencio y estragos; y Cibeles esquiva su balsámica ubre, con un hilo de lágrimas en los párpados vagos... Sus cabellos de místico azafrán llora Octubre en los lívidos ojos de muaré de los lagos. Las cigüeñas exodan. Y los búhos aciagos ululúan la mofa de un presagio insalubre... Tras de la cabalgata de metal, las traíllas ladran a las casacas rojas y a las hebillas... El cuerno muge. Todo ríe de austera corte. El abuelo Silencio trémulo se solaza... Y zumba la leyenda ecuestre de la caza en medio de un hierático crepúsculo del Norte.

El monasterio A una menesterosa disciplina sujeto, él no es nadie, él no luce, él no vive, él no medra. Descalzo en dura arcilla, con el sayal escueto, la cintura humillada por borlones de hiedra... Abatido en sus muros de rigor y respeto, ni el alud, ni la peste, sólo el Diablo le arredra; y como un perro huraño, él muerde su secreto debajo su capucha centenaria de piedra. Entre sus claustros húmedos, se inmola día y noche por ese mundo ingrato que le asesta un reproche... Inmóvil ermitaño sin gesto y sin palabras, en su cabeza anidan cuervos y golondrinas; le arrancan el cabello de musgo algunas cabras y misericordiosas le cubren las glicinas.

La cátedra De pie, entre sus discípulos y las torvas montañas, el Astrónomo enuncia todo un óleo erudito. Él explica el pentagrama del Arcano Infinito, el amor de los mundos y las fuerzas extrañas... Con preguntas que inspiran las nocturnas campañas, lo sumerge en hipótesis el pastor favorito. El misterio, y de nuevo, en un gesto inaudito,

lo Absoluto discurre por sus barbas hurañas. De pronto, suda y tiembla, pálido ante el Enigma... El eco que traduce una burla de estigma, le sugiere la estéril vanidad de su ciencia. Su voz, como una piedra, tumba en la inmensa hora.. Arrodíllase, y sobre su contrita insolencia guiña la eterna y muda comba interrogadora.

Éxtasis Bion y Lucina, émulos en fervoroso alarde, permútanse fragantes uvas, de boca a boca; y cuando Bion ladino la ebria fruta emboca finge para que el juego lánguido se retarde... Luego, ante el oportuno carrillón de la tarde, que en sus almas perdidas inocencias evoca, como una corza tímida tiembla el amor cobarde, y una paz de los cielos el instinto sofoca... Después de un tiempo inerte de silencioso arrimo, en que los dos ensayan la insinuación de un mimo, ella lo invade todo con un suspiro blando; ¡y él, que como una esencia gusta el sabroso fuego, raya un beso delgado sobre su nuca, y ciego en divinos transportes la disfruta soñando!

Iluminación campesina Alternando a capricho el candor de sus prosas, Ruth sugiere a la cítara tan augustos momentos! y Fanor en su oboe de aterciopelamientos plañe bajo el ocaso de oro y de mariposas... Ante el genio enigmático de la hora, sedientos de imposible y quimera, en el aire de rosas, ponen largo silencio sobre los instrumentos, para soñar la eterna música de las cosas. Largas horas, en trance de eucarísticos miedos, amortiguan los ojos y se enlazan los dedos... «¡Dulce amigo!» ella gime. Y Fanor: «¡Oh mi amada!» Y la noche inminente lame sus mansedumbres... De pronto, como bajo la varilla de un hado, fuegos, por todas partes, brotan sobre las cumbres.

BIOGRAFIA DE JOSE MARTI

José Martí (1853-1895) . Patriota y escritor cubano, apóstol de la independencia de Cuba, última colonia española en América. El hecho de haber muerto en la batalla lo transformó en el mártir de las aspiraciones cubanas a la independencia. . Nació en el seno de una modesta familia española en la Habana, el 28 de enero de 1853, donde recibió su educación primaria. Fue discípulo de Mendive y de Luz y Caballero. A los 16 años por sus ideas revolucionarias fue condenado a seis años de prisión. Con la salud quebrantada, fue indultado y confinado en la isla de Pinos. Deportado a España en 1871, publicó El presidio político en Cuba, el primero de muchos folletos que abogaban por la independencia cubana de España y La República Española ante la Revolución Cubana. Terminó su educación en la Universidad de Zaragoza; donde en 1874 se licenció en Derecho y Filosofía y Letras. Años más tarde, vivió su destierro en Francia, en 1875 se trasladó a México donde se casó con Carmen Zayas Bazón, y en 1877 fue a Guatemala, donde enseñó por un tiempo en la Universidad Nacional. . Volvió a Cuba en 1878 pero fue desterrado nuevamente en 1879 por sus continuas actividades revolucionarias. . Se trasladó a EE.UU. donde vivió entre 1881 y 1895 en Nueva York, ejerció el periodismo y fundó en 1892 el Partido Revolucionario Cubano, del que fue elegido

delegado para la organización de la lucha independentista. Fue ese año cuando fundó su diario, "Patria". . En 1895 en la isla de Santo Domingo redactó el Manifiesto de Montecristi, en el que predicó la guerra sin odio, y que firmó con Máximo General Gómez y Baez, el héroe de la independencia cubana. Desembarcó con éste en Playitas, en el este de Cuba, donde murió un mes más tarde, el 19 de mayo de 1895, durante una escaramuza con tropas españoles en Dos Ríos. . Como escritor Martí fue un precursor del modernismo iberoamericano. Sus escrituras incluyen numerosos poemas, "Ismaelillo" (1882), "Versos sencillos" (1891) y "Versos libres" (1892), la novela "Amistad funesta" (1885) y ensayos. . En 1889 fundó y dirigió la revista para niños "La edad de oro" donde publicó un texto sobre San Martín. . Se destacó por su estilo fluido, simple y su vívidas imágenes personales. Sus Obras Completas, formadas por 73 volúmenes, se publicaron desde 1936 a 1953.

Cultivo una rosa blanca Cultivo una rosa blanca En Julio como en Enero Para el amigo sincero Que me da su mano franca Y para el cruel que me arranca El corazón con que vivo Cardo ni ortiga cultivo cultivo una rosa blanca

La niña de Guatemala Quiero, a la sombra de un ala, Contar este cuento en flor: La niña de Guatemala, La que se murió de amor. Eran de lirios los ramos, Y las orlas de reseda Y de jazmín: la enterramos En una caja de seda.

...Ella dio al desmemoriado Una almohadilla de olor: El volvió, volvió casado: Ella se murió de amor. Iban cargándola en andas Obispos y embajadores: Detrás iba el pueblo en tandas, Todo cargado de flores. ...Ella, por volverlo a ver, Salió a verlo al mirador: El volvió con su mujer: Ella se murió de amor. Como de bronce candente Al beso de despedida Era su frente ¡la frente Que más he amado en mi vida! ...Se entró de tarde en el río, La sacó muerta el doctor: Dicen que murió de frío: Yo sé que murió de amor. Allí, en la bóveda helada, La pusieron en dos bancos: Besé su mano afilada, Besé sus zapatos blancos. Callado, al oscurecer, Me llamó el enterrador: ¡Nunca más he vuelto a ver A la que murió de amor!

Biografía de Luis G. Urbina

Luis G. Urbina Luis Gonzaga Urbina nació en la ciudad de México, el 8 de febrero de 1868 Poco se sabe de su niñez, que parece haber pasado en la necesidad y la pobreza. Muy joven, acaso sin haber terminado más que sus estudios en la Escuela Primaria Superior, entró al periodismo. Fue cronista y crítico teatral en diversos diarios y revistas, entre otros EL Mundo Ilustrado y El Imparcial; de este último fue editorialista en 1911-12. Perteneció al grupo de la Revista Azul, fundada por Manuel Gutiérrez Nájera. Secretario particular de don Justo Sierra durante la gestión de éste como Ministro de Instrucción Pública. Profesor de Literatura Española en la Escuela Nacional Preparatoria. Director de la Biblioteca Nacional (1913). En 1915 se expatrió a La Habana (Cuba), en donde vivió de escribir en los periódicos y de clases particulares. En 1916 fue a España como redactor corresponsal de EL Heraldo de Cuba. Del 26 de abril al 2 de agosto de 1917 estuvo en Buenos Aires (Argentina) en misión oficial; en la Universidad de dicha ciudad dictó una serie de conferencias sobre literatura mexicana. Primer Secretario de Legación, adscrito a la de Madrid (desde 5 de julio de 1918 al 10 de junio de ]920). A principios de 1921 hizo un viaje por Italia. Pasó después a México, en donde fue Secretario del Museo Nacional de Arqueología, Etnografía e Historia. Regresó a España, en donde fue, primero, Secretario y, desde el 1º de enero de 1926, Encargado de la Comisión “Del Paso y Troncoso”. En un tiempo habitó en Madrid la casa número 18 de la calle de Martín Freg, Venta del Espíritu Santo. Murió en Madrid, el 18 de noviembre de 1934. El 11 de diciembre del mismo año llegó su cadáver a Veracruz. Está enterrado en la Rotonda de los Hombres Ilustres. DONES Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría ingenua; su ironía amable: su risueño y apacible candor. ¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía, tú me hiciste el regalo de tu suave dolor. Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura, el anhelo nervioso e incansable de amar; las recónditas ansias de creer; la dulzura de sentir la belleza de la vida, y soñar.

Del ósculo fecundo que se dieron dos seres -el gozoso y el triste- en una hora de amor, nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres quien me ha dado el secreto de la paz interior. A merced de los vientos, como una barca rota va, doliente, el espíritu; desesperado, no. La placidez alegre poco a poco se agota; mas sobre la sonrisa que me dio el padre, brota de mis ojos la lágrima que la madre me dio. METAMORFOSIS Era un cautivo beso enamorado de una mano de nieve que tenía la apariencia de un lirio desmayado y el palpitar de un ave en agonía. Y sucedió que un día, aquella mano suave de palidez de cirio, de languidez de lirio, de palpitar de ave, se acercó tanto a la prisión del beso, que ya no pudo más el pobre preso y se escapó; mas, con voluble giro, huyó la mano hasta el confín lejano, y el beso, que volaba tras la mano, rompiendo el aire, se volvió suspiro.