Juego de Seduccion

JUEGO DE SEDUCCIÓN, Melanie George 1 JUEGO DE SEDUCCIÓN, Melanie George ARGUMENTO: Cuando el reconocido y acaudalad

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JUEGO DE SEDUCCIÓN, Melanie George

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JUEGO DE SEDUCCIÓN, Melanie George

ARGUMENTO:

Cuando el reconocido y acaudalado sexólogo británico Dexter Harrington le ofrece a la novelista neoyorquina Mallory Ginelli un jugoso salario para que viaje a Inglaterra y le ayude con un proyecto sobre sexualidad humana, ésta no se lo piensa dos veces y acepta. Mallory necesita el dinero para hacer frente a las últimas deudas contraídas por su hermana, pero no se atreve a contarle a Dexter que es virgen y que todas las escenas eróticas de sus libros son sólo producto de su imaginación. Dexter está a punto de casarse con su prometida Sarah, una antigua amiga de la infancia, y quiere que le aconsejen sobre cómo seducir a una mujer, así que ha pensado en Mallory para tal cometido. Y mientras ambos comienzan su particular curso de seducción, el amor tejerá sus hilos para que terminen juntos.

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ÍNDICE CAPÍTULO 1..............................................................................................................................................4 CAPÍTULO 2............................................................................................................................................15 CAPÍTULO 3............................................................................................................................................20 CAPÍTULO 4............................................................................................................................................25 CAPÍTULO 5............................................................................................................................................31 CAPÍTULO 6............................................................................................................................................38 CAPÍTULO 7............................................................................................................................................43 CAPÍTULO 8............................................................................................................................................49 CAPÍTULO 9............................................................................................................................................57 CAPÍTULO 10..........................................................................................................................................63 CAPÍTULO 11..........................................................................................................................................69 CAPÍTULO 12..........................................................................................................................................76 CAPÍTULO 13..........................................................................................................................................82 CAPÍTULO 14..........................................................................................................................................87 CAPÍTULO 15..........................................................................................................................................94 CAPÍTULO 16........................................................................................................................................103 CAPÍTULO 17........................................................................................................................................107 CAPÍTULO 18........................................................................................................................................118 CAPÍTULO 19........................................................................................................................................123 CAPÍTULO 20........................................................................................................................................131 CAPÍTULO 21........................................................................................................................................142 CAPÍTULO 22........................................................................................................................................151 CAPÍTULO 23........................................................................................................................................161 CAPÍTULO 24........................................................................................................................................170 CAPÍTULO 25........................................................................................................................................180

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CAPÍTULO 1 Caliente y arrollador deseo. Eve se retorcía con él, su cuerpo estaba resbaladizo por el sudor, un hambre salvaje surgió en su interior, el rugido de su sangre mantuvo el ritmo de la palpitante oleada mientras la perfumada noche la envolvía en su dulce abrazo. Llamaradas de líquida seducción la lamieron, unas esposas de seda le rodeaban las muñecas, encarcelándola en el interior de un beso de oscuro y salvaje fuego. No pidió clemencia. Nadie iba a dársela. En lugar de eso, aceptó el calor, se ahogó en él, se dejó llevar por el fuego. Sus pestañas se abrieron con un aleteo. Quería ver la cara del fieramente hermoso bucanero que la había capturado, y cuyo amor la había liberado. La pasión vidriaba los azules ojos de él, tan oscuros como el corazón del océano. Una pasión que ella conocía y entendía. Cuánto había ansiado ese momento. Aquel hombre estaba en su corazón. En su misma alma. Él le rodeó los pechos, jugando con sus doloridas cumbres, una tortura lenta y exquisita. Bajó la cabeza y atrajo el duro capullo al interior de su boca. Ella gimió, un profundo y gutural sonido sacado de un lugar que no sabía que existía. No dejó sitio sin tocar, aliviando cada lugar con sus labios, su lengua, deslizando su piel sobre la de ella, lo que era un placer en sí mismo. Ella presionó sus labios contra los de él, la necesidad de culminar la desesperaba. Deslizó un dedo entre sus húmedos pliegues y afirmó su derecho sobre la hinchada protuberancia de ella, acariciándolo, provocando, dándole pequeños toques hasta que en los ojos cerrados de ella brillaron rayas de colores. Cuando creyó que no aguantaría más, él se movió entre sus muslos, envolviéndole las piernas alrededor de su cintura, el miedo y la excitación se enfrentaron en el interior de ella mientras él acomodaba su dura longitud dentro de ella y... —¿Dura longitud? Caramba, Mal, ¿no puedes simplemente decir pene por una vez? Mallory dio un salto ante el estruendo de la voz de su hermana en el oído, los dedos se sacudieron sobre las teclas del portátil, su concentración se hizo añicos totalmente. Mallory cerró los ojos brevemente y tomó una calmante aspiración, sabiendo que necesitaría cada gramo de valor que pudiese reunir. Entonces se giró para encontrarse con la cabeza de Genie cerniéndose sobre su hombro, sus ojos verdes escaneaban las palabras que Mallory acaba de escribir, los labios de su hermana se movían a medida que iba leyendo. —Tengo un timbre, ¿sabes? —dijo intencionadamente Mallory. —Y yo tengo una llave. —Genie balanceó la llave del apartamento de Mallory frente a ella—. Me la diste, ¿recuerdas? ¿Cómo podría olvidarlo? Genie la usaba con entusiasmo. No importaba si Mallory estaba en casa o no. Ni parecía importar que Genie viviese tan sólo a la vuelta de la esquina con la madre de ambas. Era como si su hermana estuviese intentando batir algún tipo de record sobre cuánto tiempo pasaba de verdad en casa. Su hermana se dejó caer en la silla al lado del escritorio de Mallory. Cuatro pequeños aros adornaban la oreja izquierda de Genie, y cuatro aros y un clavo de oro la derecha. Su lápiz labial era azul para hacer juego con sus uñas. A los diecisiete años, Genie aún se revelaba en su papel de inconformista. —¿Y bien? —insistió su hermana, explotando la bomba de chicle en su boca. 4

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—¿Y bien qué? —¿Puedes decir pene? Mallory reunió paciencia. —No, no puedo. —¿Por qué no? —Porque escribo novelas de romance histórico, y esa palabra no es apropiada. —Bueno, ¿puedes decir…? —No. —¿Y qué hay de... ? —No. —Entonces, ¿qué tal... ? —No. Genie alzó las manos. —Tío, estás tensa. Tómate una pastilla, ¿vale? Mallory suspiró. —Lo siento, Genie. Estoy ocupadísima ahora mismo. —Menuda novedad —musitó su hermana, con un indicio de amargura en su voz. Mallory sintió remordimientos de culpa. Sabía que tenía tendencia a dejar a todo el mundo fuera cuando estaba en mitad de una de sus novelas, y durante los últimos años parecía que estar en mitad de una era la base constante de su vida. No le había pasado inadvertido que su hermana se había vuelto más beligerante; los problemas de Genie habían aumentado constantemente con cada año pasado. La habían pillado robando en varias ocasiones y casi había sido arrestada por juego ilegal hacía un mes. El pensamiento hizo que Mallory mirara con más atención a su hermana. Genie roía una de sus uñas azules, un claro indicio de problemas asomaba por el horizonte. —¿Ha pasado algo, Genie? —¿Qué te hace pensar que ha pasado algo? —le contestó a la defensiva su hermana. —No sé. Llámalo un presentimiento. Un desazonador presentimiento que Mallory deseó que no fuese un barómetro tan exacto. Su hermana pareció como si fuese a continuar con la farsa, pero entonces se encogió de hombros. —Está bien. Tengo un pequeño problema. La definición de Genie de pequeño estaba generalmente en desacuerdo con la de cualquier otra persona. —Continúa. —Bueno… —Alargó la palabra—. Creo que he… En ese momento sonó el teléfono, cortando a Genie. La mirada de Mallory fue hasta el identificador de llamadas, reconociendo el número instantáneamente. Karen Warner, su editora. Mallory vaciló, no estaba de humor para discutir de qué forma estaba progresando el manuscrito, ya que no estaba progresando nada bien. El contestador cogió la llamada, y la voz de “nacida y criada en Boston” de Karen se filtró en la habitación. —Hey, Mal, pensé que querrías oír lo de la inusual llamada de teléfono que he recibido esta mañana de uno de tus fans -un fan masculino- y uno muy interesante además. Hombre e interesante. Parecían términos opuestos. Mallory había empezado a pensar que sólo podría encontrar uno de esos entre las páginas de un romance. 5

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—Incluso aunque sea un poco excéntrico —añadió Karen. Ah, ahí estaba la pega. —Pero es británico y rico, así que, ¿a quién le importa? Aquello despertó su interés. —Llámame cuando vuelvas… Mallory cogió el teléfono. —¿Karen? No cuelgues. Dedicó a su hermana una mirada de disculpa que prometía que estaría con ella en un minuto. —¿Otra vez filtrando las llamadas? —preguntó Karen. Estaba claro que la mujer la conocía demasiado bien. —¿Yo? Por supuesto que no. Yo, ah, acabo de llegar de sacar a pasear a los perros. —Bajó la mirada hasta sus dos cachorros pequineses, Duque y Daisy, que dormían sonoramente debajo del escritorio entre un montón de libros y papeles—. Bueno, ¿quién es el rico británico? —Su nombre es Dexter Harrington. Mallory frunció el ceño. —¿Quién es Dexter Harrington? —¿No sabes quién es Dexter Harrington? De verdad, Mallory, tienes que salir más. Ahí estaba otra noticia de última hora, pensó Mallory poniendo los ojos en blanco. —Dexter Harrington es un aristócrata con título de nobleza cuya familia hizo fortuna con el carbón antes de finales de siglo. Se graduó el primero de su clase en Oxford y se dice que tiene un coeficiente intelectual de más de doscientos, lo que casi garantiza que está más chiflado que una caja de Goobers. Pero el hombre tiene unos pómulos con los que podrías cortar un queso y una sonrisa que ha sido registrada por el F.B.I. como arma letal. —Eso es toda una recomendación —murmuró Mallory divertida—, ¿cómo sabes tanto sobre él? —¿Nunca lees el Newsweek? ¿Con qué tiempo? ¿Cinco minutos? Casi replicó Mallory. Su vida parecía moverse de una fecha de entrega a otra, con intervalos de llamadas de su madre para quejarse sobre Genie y de Genie para quejarse de su madre. Sí, su vida era una vida realmente encantadora. —En fin —continuó Karen—, pasa la mayor parte de su tiempo escondido en la propiedad de su familia en Gales y puede ser más escurridizo que el monstruo del Lago Ness por lo que se dice. —Pareció a punto de desmayarse cuando dijo—. ¿Quieres intentar adivinar qué hace para ganarse la vida? En realidad no. —¿Por qué tiene que hacer nada un rico aristócrata para ganarse la vida? —El suspiro de impaciencia de su editora obligó a Mallory a seguirle el juego—. Mmmm. ¿Es un viejito que vive en una caja de zapatos cuya mujer le dejó con tantos niños que no sabe qué hacer? ¿O sopla y sopla y tira las casas de la gente? ¿O quizás es carnicero, o panadero, o fabrica velas? —¿Vas a tomártelo en serio? —Bien. Me rindo. ¿Qué hace para ganarse la vida el aristócrata británico cuya familia se ganó la vida con el carbón? —Es científico. —Qué encantador por su parte. Entonces Karen terminó: 6

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—Especializado en sexualidad humana. Ahora empezaban a calentarse las cosas. —¿Un científico sexual? —Eso es. Mallory detectó un claro regocijo escondido en las palabras de Karen, lo que probablemente era el resultado del hecho de que su editora tenía las narices hondamente metidas en manuscritos románticos a diario, lo que le daba una mentalidad tipo “aquí hay una historia”. Por otro lado, Mallory dependía de su hiperactiva imaginación para dibujar una imagen mental de un hombre que era una mezcla entre el Dr. Sentirse Bien y el Dr. Amor Raro. Hizo una mueca. —Entonces, ¿qué quiere? —Bueno, en realidad la llamada era de su secretario, Cummings —todo ¡chao! y ¡hala! 1 —, quién preguntó cómo podía ponerse en contacto con una tal Zoë Wilde, el ardiente hervidero de pasión. Mallory se rió entre dientes. —¿Ardiente hervidero de pasión, eh? —Zoë Wilde era el seudónimo de Mallory y su alter ego—. Llama a los del Guiness. Esto es todo un récord para su libro. —Por supuesto, no podía darle esa información, así que me preguntó si sería tan amable de extenderte la petición del conde. Mallory sacudió la cabeza. Un rico y excéntrico científico tenía una petición. Eso podía superar al borracho de setenta años que le echaba miraditas cada mañana cuando iba a recoger su sándwich de beicon, huevos y queso al restaurante de la esquina, y a los hombres de Cro-Magnon de la construcción al otro lado de la calle que asumían que el día de Mallory no estaría completo sin que le regalaran silbidos, gritos y el siempre popular “hey, nena”. Mallory estaba empezando a creer que los hombres de verdad eran cosa del pasado. —¿Y cuál es la petición del conde? Karen no titubeó en contestar: —Que vayas a Inglaterra inmediatamente. Durante diez auténticos segundos los músculos faciales de Mallory se negaron a funcionar. Entonces sus labios se abrieron para formar las palabras: —Estás bromeando, ¿verdad? —Sé que parece una locura… —¿Parece una locura? Es una locura. ¿Qué demonios le hace pensar a ese tío que iba a considerar algo tan extravagante? —Oh, creo que me salté esa parte, ¿verdad? —¿Qué parte? —La parte sobre el proyecto, y pagarte generosamente por tu tiempo, volando en primera clase, y dejándote usar su extensiva librería, diez mil libros por lo que tengo entendido. Bastante impresionante. —¿Proyecto? ¿Qué tipo de proyecto? —No lo sé. Su secretario dijo que era confidencial. Al tío le faltaba un tornillo. ¿Esperaba que volara al otro lado del mar con cualquier pretexto sin decirle nada sobre lo que quería? —Dijo que te lo explicaría todo cuando estuvieses allí —añadió Karen, como si intuyese los pensamientos de Mallory; una tendencia que estaba empezando a volverse un poco 1

En inglés se hace referencia a palabras típicas que usan los británicos como: pip-pip y tallyho.

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escalofriante. —Entonces va a tener que esperar bastante. —Siempre dijiste que querías ir a Inglaterra. Bien, he aquí tu oportunidad. —E iré a Inglaterra. —Algún día—. Pero no vía Lunatic Express. No puedo siquiera creer que sugieras algo así. ¿Olvidas que tengo un libro que terminar? —Pues claro que no lo he olvidado. —Oigo un claro “pero” tras esas palabras. —Bueno —Karen alargó la palabra—, sería todo un éxito si consiguieras que este tío te contase su historia cuando nadie ha sido capaz ni de sacarle la hora. Las biografías no autorizadas son ahora mismo un terreno reñido. Y el tío es un aristócrata británico. Quizás conozca rumores sobre la familia real. Podrías ser la próxima Kitty Kelly.2 Mallory se apartó ligeramente el auricular de la oreja y lo miró, esperando que su incredulidad se trasportara a través del cable. —Escribo novelas románticas. ¿Qué iba a importarme a mí la vida de ese tío? Karen continuó como si no hubiese dicho nada. —Dicen que está desarrollando una nueva pastilla tipo Viagra, pero ésta está dirigida a las mujeres. Imagina la publicidad que conseguirías si tuvieses esa información antes que nadie. De lo sublime a lo ridículo a velocidad de vértigo. —No me interesa. Como siempre, Karen oía sólo lo que quería. —Te daré algún tiempo para que te lo pienses antes de llamar al secretario del conde con tu respuesta final. —Esa es mi... —Ups. Tengo una reunión. Tengo que irme. Llámame más tarde. El siguiente sonido que oyó Mallory fue el tono de la línea. —Ir a Inglaterra —musitó, colocando el teléfono en el soporte—. Ridículo. —¿Quién es Dexter Harrington? —preguntó Genie, recordándole a Mallory su presencia. Mallory se encogió de hombros, más que dispuesta a despachar aquel tema en particular. —Sólo un rico científico británico que obviamente delira. Genie la miró socarronamente. —No importa. Bueno, ¿por dónde íbamos? El recuerdo de la interrumpida conversación de ambas hizo que Genie se mordiese de nuevo las uñas. —Tengo un pequeño problema. —Eso ha quedado claro. —Bueno, quizás un poco más grande que pequeño. Aquello no era nuevo. —¿Cuánto más grande que pequeño? Su hermana pareció incómoda. —¿Más grande que una panera? —la presionó Mallory. Genie asintió. Allí estaba aquel presentimiento de nuevo. —¿Exactamente cómo de grande, Genie? 2

Escritora estadounidense que ha publicado un libro llamado “The Royals” destapando escándalos de la monarquía británica.

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Un súbito golpear en la puerta delantera interrumpió la respuesta de Genie mientras una nueva voz vociferaba: —Eh, Genie, ¿estás ahí? La mirada de Genie voló hasta la puerta y luego de vuelta a Mallory, mientras contestaba avergonzada: —Así de grande. Mallory gimió para sus adentros, reconociendo la voz masculina que gritaba en un tono que no era cantarín como la primavera en las Tierras Altas, sino que era tan tosco como un capo de la mafia cuyas mejillas estuviesen llenas de cannolis. 3 Bruno, el corredor de apuestas. Y el vecino rompepiernas. Cuando era niño, el juego preferido de Bruno había sido retorcer pulgares y había sido conocido por meditar sobre todas las preguntas importantes que habrían puesto a prueba a un hombre con un coeficiente intelectual de seis años: Cuando llueve, ¿por qué no se encogen las ovejas? Mallory se dio cuenta de pronto en lo que se estaba hundiendo. Arenas movedizas. —¿En qué has apostado esta vez? —Bueno, podría jurar que el Spitfire de Sassy, en la larga carrera en Belmont, vencería al Misfortune de Mónica. Las probabilidades eran de diez a una. —Se encogió de hombros—. Creo que mi suerte se acabó. —Eh, Genie, sé que estás ahí. Déjate de rodeos. —Me esconderé en el armario de la ropa blanca —dijo Genie, poniéndose en pie de un salto—. Líbrate de él. —Eh, espera un minuto… Pon. Pon. Pon. —Será mejor que abras o voy a soltar un puto aluvión de golpes sobre esta puerta. Golpes. Qué manera más encantadora de empezar el día. —De acuerdo —le dijo a Genie—. Escóndete. Su hermana corrió hasta el armario como si poseyese miembros biónicos, las palabras “Podemos reconstruirla. Tenemos la tecnología”, saltaron en el cerebro de Mallory. Lanzó una mirada a Duque y Daisy, ambos se pusieron en pie de un salto sobre sus torcidas patas de cinco centímetros y empezaron a ladrar con fuerza, pareciendo dos pequeños Twinkies4 saltarines. Sus ladridos nunca habían asustado a nadie. Lo que daría Mallory por una cinta grabada de pit bulls gruñendo en aquel momento. —Quedaos aquí, los dos —les dijo, levantándose de la silla—. Vuelvo enseguida. Ambos la miraron con idénticas expresiones de Oh-no-no-lo-harás que fueron seguidas de cerca por nuevos ladridos, cuando cerró la puerta de la habitación. —Ok, Genie. Voy a contar hasta tres y ¡luego voy a entrar! Mallory comenzó a cruzar la habitación de mala gana, esperando que Bruno estuviese bien inclinado sobre la puerta cuando ella la abriese, lo que, sucesivamente, lo mandaría derecho a la ventana. Sonrió, imaginándoselo volando a través del cristal. Una pena que el toldo del restaurante indio en la calle debajo de su ventana se rompiese con la caída. La idea de ver el hombre con el cuerpo escayolado le resultaba atrayente. Mallory hizo girar la puerta en el momento exacto en que Bruno ladeaba el hombro para embestirla. Perdió el equilibrio y se cayó en un montón de cadenas de oro y un traje 3 4

Cannoli (rollo dulce de ricotta) Famoso bollo esponjoso relleno de crema.

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barato de seda. No era exactamente lo que Mallory había esperado, pero sin embargo era gracioso. La fulminó con la mirada. —Tus lo hiciste aposta. Mallory lo miró de modo desapasionado. —Se dice tú, no tus. El singular es el contrario del plural. Bruno se sacudió el polvo y se levantó en sus fornidos 1.70 centímetros de altura. Era un matón de pecho fuerte y ancho sin cuello, sus fuertes brazos estaban permanentemente apretados hacia fuera. Parecía uno de los gángsteres que había abatido a tiros a Sonny Corleone en un peaje en la autopista de Nueva Jersey. —Cierra la boca —gruñó—. No estoy de humor. Mallory se cruzó de brazos. —¿Qué quieres, Bruno? La biliosa mirada de él bajó hasta los pechos de Mallory, lo que desvió su cerebro del tamaño de un guisante hasta recolocarlo tras la cremallera de sus pantalones. —¿Por qué te haces la difícil, nena? ¿Necesitaba una razón? Además del hecho de que su aliento apestaba a ajo y su cara parecía como si le hubiese pasado un tren por encima. Varias veces. —Repito, ¿qué quieres, Bruno? Él se acercó lentamente. —Si tus eres buena conmigo, quizás me piense el reducirle la deuda a tu hermana. —No estoy en venta. Mallory hundió la mano en el bolsillo de su Levis azul desteñido favorito y sacó un billete de diez y dos de veinte. Arrojó el dinero a las manos de Bruno. —Eso debería aplazar la deuda unos días. —¿Cincuenta piojosos pavos? ¿Estás bromeando? Tu flaca e idiota hermana me debe veinte mil trescientos ochenta y un dólares…con veintiséis centavos. Los intereses se agravan diariamente. Los dos sabemos que no tiene el dinero, lo que significa que tienes que pagar. Mallory se tambaleó. ¿Dos mil trescientos ochenta y un dólares…? Se dijo a sí misma que debía respirar. —Si sabías que no tenía el dinero, ¿por qué la dejaste apostar? —Eh, ¿soy cuidador de hermanos? —arrugó la frente, lo que le hizo parecer una morsa a mitad de faena—. ¿O sería cuidador de hermanas, incluso aunque no estemos emparentados? —se encogió de hombros—. No cambia nada. Aún me debe dos mil trescientos ochenta y un dólares… —Y veintiséis centavos. Lo sé. —Mallory negó con la cabeza—. No tengo todo ese dinero. Él acercó su cara a la de ella. —¿Sabes qué le pasó a la última persona que no me pagó? Mallory no lo sabía, afortunadamente. Era una imagen mental sin la que podía vivir. Desafortunadamente, tenía otras imágenes mentales en las que caer, todos aquellos recuerdos nítidos de la obra de Bruno. Podría pensar con el pene, pero no necesitaba un graduado en Harvard para saber cómo manejar un bate con infalible exactitud. —Conseguiré el dinero —prometió—. Pero tienes que darme algo de tiempo. —Tienes tres días. —Levantó dos dedos—. Y volveré para cobrar. —Luego se fue pavoneándose. Mallory decidió que no le diría lo del papel del baño que tenía pegado en el dorso del zapato. 10

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Suspiró y se inclinó pesadamente contra la puerta cerrada. —Ya puedes salir, Genie. No hubo respuesta. Mallory se acercó al armario de la ropa limpia y se encontró con la puerta ligeramente entreabierta. Miró dentro. Ni rastro de Genie. Entonces notó que la ventana del cuarto de invitados estaba abierta y comprendió que su hermana se había escabullido usando la salida de incendios. Regresaría, era un hecho. Como también lo era el hecho de que su hermana se invitaría a entrar, usando la llave de repuesto de Mallory. Mallory se acercó a cerrar la ventana. Una ventana abierta en Nueva York era una clara invitación al robo, a la violación y al homicidio, y a veces, no todas a la vez. Mientras se alejaba, vislumbró la enmarcada foto de Genie, su madre y ella, que estaba en el escritorio. La levantó, estudiando las caras felices, los brazos envueltos en la cintura de la otra. Era una foto vieja, y una de las últimas que se habían sacado juntas y sonrientes. Su madre tenía una hermosa sonrisa, llena de calidez. Sin embargo, ahora sonreía raramente, y la calidez parecía haberla abandonado el día en que su marido salió por la puerta y nunca volvió. Quizás si Mallory se permitiese mirar en su interior, quizás descubriría sus propias cicatrices, que las acciones de su padre habían determinado su vida tanto como la del resto de su familia. A lo mejor era por eso que prefería los personajes ficticios a las cosas reales. Podía modelarlos para que sirviesen a sus necesidades. Nunca eran ordinarios o crueles. Ni cobardes o deshonrosos. Los hombres siempre eran héroes, y los finales felices para siempre. Colocó de nuevo la foto con cuidado y cogió su fiable bola Mágica del 8 de la esquina del escritorio, recordando todas las preguntas que le había planteado cuando era una jovencita, buscando respuestas cuando no había nadie para contestarle. Mallory agitó la bola, observando el pequeño cubo rodar en el oscuro líquido. —¿Volverá a ser feliz mi familia alguna vez? —preguntó tímidamente. El cubo giró hasta pararse. Perspectiva poco clara. ¿Qué había esperado? Los milagros estaban reservados para otras personas. Se preguntó si se atrevería a hacer otra pregunta. Se mordió el labio, temiendo la respuesta, pero temiendo aún más lo desconocido. Agitó la bola otra vez. —¿Seré capaz de encontrar el dinero que Genie le debe a Bruno? Contuvo el aliento, esperando a que el cubo se parase. Cuando lo hizo, el corazón le dio un vuelco. No. —Hmm. Viajar a Inglaterra para ser el juguete de un conde asquerosamente rico adicto al sexo con una licenciatura en zonas erógenas que está escribiendo su tesis doctoral sobre el punto G, o quedarme aquí en Nueva York y arriesgarme a ser atracada, tirada enfrente de un tren en marcha, bombardeada, expuesta a mosquitos mortíferos y guerras biológicas. No veo cómo puede ser difícil para ti esta decisión, cariño. Mallory dejó de pasear y se giró para mirar a su mejor amiga desde su nacimiento, Freida Feldman, una princesa judía-americana dura como el acero. Si alguien se parecía menos a Frieda, era la chica rubia que estaba delante de Mallory, a quien ella llamaba Freddie, para consternación de la señora Feldman. 11

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Ella y Freddie eran un abanico de contrastes. Mallory medía apenas 1.61 frente a los 1.79 de Freddie. Mallory tenía la tez color aceituna. La piel de Freddie era de un cálido marrón que duraba todo el año. Mallory había sido maldecida con un largo y liso pelo, mientras Freddie había sido bendecida con unos rubios y ondulados rizos perfectos para un anuncio de L’Oreal. Los dones del cielo de Freddie también incluían unas largas piernas sin fin, un abundante busto, una sonrisa Colgate, y una ronca voz que podía seducir tan fácilmente como podía reducir a un hombre a una pila de ardientes escombros con sólo pronunciar una palabra. —No dije que estuviese considerando la idea —dijo Mallory, deseando que fuese mentira. Pero lo cierto era que sus opciones habían caído hasta el punto más bajo. Se había estado devanando los sesos toda la tarde, encontrado algunas pocas ideas. Pensó en vender algo, pero no tenía nada propio que pudiese vender por tanto dinero. Y su cuenta corriente no estaba en mejor forma. ¿Quién creería que la semi-triunfante novelista de romances, Zoë Wilde, tenía una suma total de sólo cuatro mil dólares en el banco? Y la mayoría del dinero estaba destinado a pagar las facturas y el alquiler. Había tenido más dinero hasta que había pillado a Genie robando -por tercera vez- y había tenido que pagar una fianza de quince mil dólares o dejar a su hermana en el talego. —No mires la oferta del conde como un trabajo —dijo Freddie alargando las palabras mientras admiraba su manicura—. Míralo como sexo a cambio de arrendamiento. —¿Quieres ponerte seria? Si no le doy ese dinero a Bruno, Genie se levantará del suelo sólo hasta las rodillas en concreto. —O por debajo con Jimmy Hoffa.5 —Gracias por hacer que una mala situación parezca aún peor. —Soy judía. Llevo en la sangre lo de ser cínica. Viene de miles de años de esclavitud y persecución. —¿Podemos ceñirnos al tema? ¿Cómo voy a poder echarle mano a tanto dinero tan rápido? —¿Robando un mini-market? No. —Freddie negó con la cabeza—. Olvídalo. No habría suficiente dinero en metálico. Necesitas birlar un banco. Tu madre sabe pasar desapercibida, así que mi consejo sería que la dejases entrar y atracar al cajero mientras esperas en el coche de huída. —Oh, es una idea original. Mi madre y yo podemos compartir la celda. Freddie hizo una mueca. —Me dan escalofríos tan sólo pensar en compartir una celda con mi madre. Tendría que escucharla regañarme durante los próximos diez o veinte años porque no me casé con Marty Klein, el rey charcutero. Veintidós tiendas en el área de los tres estados 6. Uno pensaría que con todo ese dinero el hombre se podría haber circuncidado. —¿Podemos volver al tema? Bruno. Dinero. Nudilleras. —¿No puedes simplemente pedirle a Bruno una prórroga? —Estoy segura de que accederá. Entonces sólo me destrozará una rótula como garantía. Freddie pareció horrorizada. —¿Y dejarme a mí el trabajo de empujarte por ahí? No creo. Simplemente solucionemos el problema de forma fácil y rápida. Te dejaré el dinero. 5 6

Sindicalista estadounidense que murió en misteriosas circunstancias. Su cuerpo nunca fue encontrado. Área alrededor de Nueva York donde se encuentran Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut.

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Mallory ya había contemplado pedirle a su amiga un préstamo. Freddie era una niña de papá que nunca había tenido que trabajar ni un día de su vida mientras Mallory había tenido que arrastrarse por cada moneda. Sabía que llegado el momento, podría devolverle a Freddie el dinero, pero sería demasiado parecido a aceptar caridad. Mallory suspiró. —Te lo agradezco, pero no. No puedo esperar que arregles el problema. —Entonces, ¿por qué no aceptar la oferta del profesor de sexo? Dios sabe que podrías conseguir un buen polvo. Había que dejarle a Freddie lo de ser directa. —Esto es estrictamente negocios. Freddie ladeó una perfectamente depilada ceja rubia. —¿Oh? Bueno, si ese es el caso, ¿de qué te preocupas? Claro, de qué, pensó Mallory. Pero, siendo honesta consigo misma, tenía que confesar cierto grado de curiosidad por el hombre que había hecho un pedido tan insólito. Imaginaba que tenía que ser el misterio que significaba el hombre, como si fuese una concursante de “Let’s Make a Deal” 7 esperando a saber qué había tras la puerta número tres. Era bastante triste el decir que la poco ortodoxa oferta del conde era la cosa más interesante que le había pasado en mucho tiempo. Su vida personal se había deteriorado hasta el punto que escuchar una charla sobre la historia del fertilizante se consideraba apasionante. Podría escribir sobre escalar el Everest, ¿pero lo había hecho alguna vez? ¿Había explorado las pirámides? ¿Visto los blancos acantilados de Dover? ¿Tirado una moneda en la Fontana Trevi? ¿Comido fondue en Suiza? No, no y otra vez no. —¿Entonces cómo es físicamente este tío del hunka-hunka amor ardiente8? —inquirió Freddie—. Personalmente, me imagino a Johnny Wad9 con un abrigo de tweed. Mallory imaginaba que con su suerte Dexter Harrington recordaría a los Son of Sam 10 y que probablemente estaba maquinando llevar a cabo con ella experimentos sacados de Hitchcock. —No lo sé. Busqué una foto suya en internet, pero todo lo que pude encontrar fueron unas pocas páginas con algunos de sus ensayos publicados. ¡Y menudos ensayos aquellos! Fisiología y Patología de la Erección del Pene. Sobre Ratas y Hombres: Aproximación Comparativa a la Sexualidad Masculina. El Mecanismo de la Excitación Humana Femenina. Y el favorito de Mallory y más espantoso: Esquizofrenia y Sexualidad. Qué tenían que ver la una con la otra era algo que Mallory no quería investigar demasiado a fondo. Después de aquellas pequeñas aclaraciones, debería haber telefoneado a Kate y exigirle que le dijese al sin duda lacayo del conde que su patrón podía quedarse su billete de primera clase, el substancial dinero que le había ofrecido por su valioso tiempo, y su biblioteca con casi cien mil libros, y zambullirse de cabeza en su trabajo sobre Contribuciones Cognitivas y Afectivas de la Función Sexual. Por otra parte, la realidad de su situación actual era perder el tiempo en las calles llamando a una adolescente que se había ido a paseo, quien, Mallory notó con una 7

Programa estadounidense “Let’s Make a Deal” en el que se ofrecían tratos a los concursantes. Famosa canción de Elvis: “Hunka-Hunka Burning Love” 9 Famoso rey del porno 10 Supergrupo de Horror punk/Death Rock ideado por Todd Youth 8

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sonrisa de satisfacción, le había hecho un corte de mangas a Bruno por encima del hombro. Chicas de Nueva York, dos. Bruno el gilipollas, cero. Ahora, si tan sólo Mallory pudiese librarse de Bruno igual de fácil. Puesto que la posibilidad parecía altamente improbable, tenía que considerar la única opción presente. La oferta del conde. Si aceptaba el trabajo del misterioso Dexter Harrington, podría pagar a Bruno con el anticipo que le pediría al conde que le diese, condición número uno, y todavía mantener el orgullo intacto, al igual que Genie sus miembros. Mallory tomó la decisión. ¿Qué otra elección tenía? A menos que apareciera un mágico corredor de apuestas e hiciera que Bruno desapareciese en un soplo de humo, regresaría. Como decía el Padrino, le habían hecho una oferta que no podía rechazar. —Iré —Freddie simplemente la miró—. ¿Me oíste? Dije que iré. —Te oí. —¿Y? ¿No tienes nada que decir? —Sí… pero estoy esperando a oír la voz de Dios saliendo de una zarza ardiente puesto que éste es un día de milagros. Mallory ignoró la nada atractiva ocurrencia de su amiga. —Quiero que vengas conmigo. Freddie era como un bulldog en lo referido a hombres. Si las cosas se le iban de las manos con el conde, Freddie lo trataría con brusque… al estilo Feldman. —¿Ir contigo? ¿A la tierra del té, los bollos y Sir Elton John? Mallory asintió. —Siempre hemos hablando de ir a Inglaterra juntas. Ahora podemos. Lo quisiera el conde o no. Condición número dos. Freddie se reclinó contra los cojines del sofá y la miró durante un rato. —Sabes, cariño, no puedes usarme siempre como apoyo. Algún día tendrás que levantarte tú solita sobre tu pequeña talla 36 de pie. —No te estoy usando como apoyo. —Pero una pequeña voz le preguntó a Mallory si no estaba haciendo justamente eso—. Y gasto un 37 de pie. —Sólo señalo la posibilidad de tu sofocante dependencia hacia mí. Mallory se permitió una fulminante mirada hacia su amiga. Freddie se encogió de hombros. —De acuerdo. Iré. No me vendría mal un cambio de escenario. Pero me niego a viajar contigo con ese aspecto. Mallory bajó la vista a sus desgastados vaqueros y a su camisa rosa ligera extra larga con las sucias huellas de un perrito en ella, adquirida cuando Duque había decidido tomar el sol en un charco de lodo en el parque amotinándose cuando ella había intentado engatusarlo para salir. Aún así, dijo: —¿Con qué aspecto? —Contigo llevando ropa dos tallas más grande. Tu ardiente conde va a pensar que tienes alguna enfermedad genética. —¡No es mi ardiente conde! Una maliciosa sonrisa encendió la cara de Freddie. —Pero podría serlo.

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CAPÍTULO 2

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Mallory sonrió entumecidamente a la expertamente peinada azafata mientras desembarcaba del vuelo 178 de British Airways, el cual había renombrado como Vuelo 666, paseo por el infierno Arrastró su maleta de mano con ruedas tras ella, se sentía en buena medida como si el autobús del centro le hubiera pasado por encima, dado marcha atrás y vuelto a atropellar. Su vuelo en el aeropuerto Kennedy se había demorado tres dolorosamente largas horas. Sentada sobre la pista. Mallory había pasado el tiempo mirando fuera, hacia el asfalto, un negro mar infinito puntuado por guiones amarillos que parecían torcerse hacia arriba en caras sonrientes, burlándose de ella. El retraso le había dado mucho tiempo para pensar sobre lo que estaba haciendo. En su interior se había establecido dudas sobre su salud mental, así que para el momento en el que estaban rodando por la pista, Freddie se había visto obligada a refrenarla físicamente para evitar que se lanzara por la salida de emergencia hacia el asfalto que conocía tan bien. El primer vislumbre de Mallory con ojos legañosos de Londres había sido una capa de oscuridad con pequeños puntos de luz, que muy bien podrían haber sido causados por el dolor de cabeza que se le estaba formando detrás de los ojos. Se sentía malhumorada, despeinada, y completamente desanimada en el momento en que aterrizaron. Se bajaron del avión en la Terminal 4. El aeropuerto de Heathrow aún estaba rebosante de actividad, aunque fuera casi medianoche. Todo parecía surrealista, misterioso, le recordaba a Mallory la película de Stephen King, los Langoliers. Miró por encima de su hombro y hacia fuera, por la ventana para asegurarse de que no había alguna entidad invisible tragándose grandes pedazos de tierra y dejando un enorme abismo detrás. Tranquilizadoramente, todo parecía igual. Oscuro. Le echó un vistazo disimuladamente a Freddie. Después de pasarse casi un día viajando, Freddie todavía mantenía una apariencia perfectamente conservada mientras que Mallory se sentía como una deshilachada fregona con pechos. No podría hacer girar una cabeza en ese momento aunque su cabello estuviera en llamas. Resistió la infantil urgencia de sacarle la lengua a su amiga cuando ésta no miraba. —¿Dónde está el gurú del coito? —preguntó Freddie mientras su mirada vagaba alrededor—. No veo a nadie jadeando o usando un abrigo arrugado. —Me gustaría que dejaras de hacer eso. —No puedo evitarlo, ya sabes el perverso sentido del humor que tengo. Mallory lo sabía. —¿Puedo al menos saber cómo luce esa máquina a base de carbón sexual? Buena pregunta. Mallory negligentemente había olvidado conseguir una descripción de Dexter Harrington. —No lo sé con exactitud. —Esto es maravilloso, viajamos a un país del tercer mundo y ¿no sabes qué aspecto tiene nuestro amistoso tratante de carne? El pervertido local podría conducirnos como corderos, llevarnos a algún sórdido motel en Villa Acechadores, atarnos a una cama que rechine, y hacer estragos a nuestros firmes y núbiles cuerpos. No es que esté en contra de la idea, ¿sabes? —En primer lugar, Inglaterra no es un país del tercer mundo. Y segundo, voy a estrangularte. Freddie le lanzó su cegadora sonrisa Cosmopolitan. —¿Lo harías antes o después de la violación? —¿Señorita Ginelli? —interrumpió una voz profunda. 16

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Mallory no se dio cuenta de que alguien le hablaba mientras su cerebro calculaba las repercusiones de golpear a Freddie con su propio zapato. Freddie movió la cabeza hacia algún punto detrás de Mallory. —Te están llamando, Bubee11 Los anudados músculos de Mallory provocaron que se diera la vuelta con un tirón. Su bolso golpeó al hombre de detrás de ella. —¡Oh, lo siento! Él se frotó el brazo y sonrió. —No se disculpe querida muchacha. La he asustado. Hablaba con un preciso acento inglés y Mallory se dio cuenta con sobresalto que ese hombre debía ser Dexter Harrington. El alivio corrió a través de ella. Su imagen mental había estado del todo equivocada. No era ningún demonio con la palabra "sexo" tatuada en la frente con grandes letras y baba goteándole de la mandíbula. Sus ojos no eran saltones como los del asistente del Dr. Frankenstein, Igor. Y refutaba completamente la predicción de Freddie de que tendría una joroba y destacaría como un ministro Baptista en el Mardi Gras. En lugar de eso, sus facciones eran bastante agradables. Pulcro pelo castaño, corto. Amistosos ojos café con leche. Sus dientes eran el sueño de un ortodontista, derechos y blancos. Una mandíbula cuadrada hablaba de una naturaleza sensible. Y tenía una constitución delgada. Se detuvo a sólo una pulgada de Freddie, quién, según Mallory notó, miró su región inferior más bien abiertamente. Mallory clavó el tacón de su zapato en el pie de su amiga. —¡Uy! ¿Por qué hiciste eso? Habló por encima de la queja de Freddie: —Encantada de conocerlo, Señor, er, digo, Lord Harrington. —Extendió la mano. Una cálida mano la agarró. —Mi nombre es Cummings. ¿Cummings? ¿Cómo el del secretario del conde? ¿El que la proveería de sus servicios? El enojo hizo vibrar los nervios de Mallory. ¿Había viajado todo este camino y sufrido las agonías del vuelo 666 para no ser recibida por Dexter Harrington sino por su empleado? —El conde tenía negocios que atender y les manda sus disculpas por no venir el mismo —dijo Cummings, como si le leyera la mente. —Lo entiendo. —Aquí, permítame. —Tomó su maleta. —Hola. —Freddie le tendió la mano, algo que no podía ignorar—. Soy la torpe asistente de la Señora Ginelli y persona non grata, Freddie Cummings le sacudió la mano y sorpresivamente no se demoró como la mayoría de los hombres. —Encantado de conocerla Freddie… Qué nombre tan insólito. —Antes de que Freddie pudiera formular una réplica, dijo—. Por favor síganme —y comenzó a caminar alejándose. Freddie frunció el ceño. —¿Qué quiso decir con insólito? Mallory se encogió de hombros. —No lo sé ¿Qué significa para la demás gente insólito? —¿Es alguna mancha británica en mi reputación que se lee entre líneas en mi nombre? 11

Anglicismo de índole sexual mezcla de las palabras boobs (tetas) y pubes (pubis).

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Mallory escondió una sonrisa. Claramente su amiga estaba perturbada por algo más que el comentario inocente de Cummings. Freddie había recibido la primera dosis de esa fea medicina llamada indiferencia. Cummings no lo sabía aún, pero había sido consignado a la condenación eterna, porque no había babeado como el perro de Pavlov a ver a Freddie. Mallory sospechaba que Cummings era de la clase de hombre que miraba bajo la superficie y buscaba la belleza interna en lugar de la externa. Vaya, eso era insólito. Con un sobresalto Mallory comprendió que estaban aún plantadas en la desgastada alfombra azul del aeropuerto mientras Cummings se desvanecía en la distancia. Con paso rápido, se lanzaron tras él. —Buen culo —Freddie se sintió inclinada a apuntar antes de agregar—, para un engreído inglés. Mallory fulminó a su amiga con una mirada de enojo. —¿No tienes vergüenza? —Ninguna en absoluto —replicó ella, entonces suspiró—. Qué mal que sólo sea el secretario. Probablemente es gay. —Sólo porque sea el secretario no quiere decir que sea gay. —Bueno, tampoco le da un alto puesto en la escala de la heterosexualidad. —¿En qué siglo vives? Hay enfermeros hombres, bibliotecarios hombres, estilistas hombres. —Cierto. Y todos se lo hacen salvajemente con otros. —¿En qué momento tu cerebro se redujo al tamaño de una nuez? ¿No sabes que una mente cerrada es una mente vacía? —Muy bien Señorita Todos Somos El Mundo. ¿Conoces alguna mujer que salga con alguno? —No, pero… —He demostrado mi caso. Eso debería haberlo terminado. Pero eso no evitó que señalara a Cummings. —Mira cómo camina el hombre. Mallory se dijo a sí misma que fingiera tener una reacción retrasada a la presión de cabina y que había perdido temporalmente el oído, pero su instinto de conservación la había abandonado cuando el vuelo del infierno había tomado un desvío sobre el Triángulo de las Bermudas. —¿Qué pasa con su manera de caminar? —Es demasiado erguida. —La mejor lógica de Feldman. —¿A diferencia de otros Homo sapiens que se deslizan por el suelo sobre sus vientres? —Sus hombros están muy rectos, como si tuviera una barra de acero metida en el… —Eso, se llama buena postura. —Va demasiado tieso. Mallory sacudió la cabeza. —Sólo porque su lengua no salió fuera de su boca e hizo un charco en el suelo cuando te vio no significa que el hombre sea gay. Freddie la ignoró. —En cualquier caso, ¿qué hombre de pelo en pecho lee novelas románticas? Si eso no es un medidor de maricas, no sé qué lo es. Mallory comprendió que no podía razonar con su amiga, Además estaba demasiado cansada para argumentar. Finalmente, Freddie se calló. 18

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Cuando alcanzaron el exterior del aeropuerto a Mallo le palpitaban los pies como si hubiera andado sesenta kilómetros con tacones. Ahora entendía lo que el hombre al otro lado del pasillo en el avión había querido decir cuando dijo que la Terminal 4 estaba sobre la franja de los límites exteriores, y que era un universo en sí mismo. Totalmente cierto. Cummings le hizo señas a un despampanante Rolls Royce gris pizarra estacionado junto a la acera. Un hombre con una prístina chaqueta y pantalones negros se apoyaba contra la puerta del conductor. Se quitó la gorra negra de chofer revelando una pálida calva. —Bienvenida a Inglaterra, Señorita Ginelli. —¿Gracias…? —Wheatley, señorita. —Gracias Wheatley. —¿Es que nadie tenía nombre de pila?—. Por favor, llámeme Mallory. Wheatley asintió con la cabeza, entonces les pidió los resguardos del equipaje y desapareció dentro. Cummings abrió la puerta trasera del Rolls. —Después de ustedes, señoritas. Tan pronto como se sentaron en el lujoso interior del coche, Freddie, siempre a la ofensiva, le preguntó a Cummings directamente: —¿Eres gay? Mallory gruñó. Cummings elevó una ceja con la diversión merodeando en su mirada. —No, ¿y usted? —¿Yo? —Freddie pareció como si Cummings la hubiera acusado de comprar en la tienda de todo a un dólar—. ¡Por supuesto que no! —Presumo que eso da el tema por concluído, entonces… Antes de que Freddie pudiera plantear una pregunta más provocativa que la última, Mallory dijo: —¿Cuánto tiempo ha estado con el conde, Cummings? —Cerca de quince años. Fuimos juntos a Oxford. Casi pudo escuchar al cerebro de Freddie zumbar cuando la pregunta escapó de labios de su amiga. —¿Fuiste a Oxford? —Efectivamente —replicó Cummings claramente sin la intención de explicarse más. —Como si eso lo explicase todo —aulló Freddie—. Un secretario hombre, lector de romance con un título de Oxford. Ahora lo he escuchado todo. —Sí… imagino que lo ha hecho. La sonrisa de Freddie se vino abajo. —Escucha… Mallory rápidamente le colocó una mano sobre la boca de a amiga antes de que una letanía de palabras de cuatro letras12 saliera de ahí. —Discúlpela, bebió mucho en el avión. La expresión de Cummings demostró claramente sus dudas sobre la validez de su explicación y expresó la sospecha sobre que la locura recorría a la familia de Freddie Le lanzó a Freddie un último vistazo antes de posar sus agudos ojos castaños en Mallory. —Estoy seguro de que tiene curiosidad acerca del por qué ha sido convocada. 12

Los tacos o palabrotas en Inglés se dice que suelen tener siempre cuatro letras.

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¿Convocada?¿Había sido convocada? Decidió no discutir el asunto. —Se me ha pasado por la cabeza. —El conde se le explicará a su tiempo. —Se inclinó hacia delante y agregó—. Se encuentra muy feliz de que viniera. ¿Feliz? Mallory no sabía que sentir acerca de eso. Si él se encontraba feliz, ¿por qué no se había encontrado con ella en el aeropuerto? Por otro lado, no deseaba que él se encontrara demasiado feliz. Aquello era estrictamente negocios. Esperaba. En ese momento regresó el chófer, y se pusieron en marcha a través del laberinto aeroportuario. Freddie miraba furiosa por la ventanilla, los ojos entrecerrados. Mallory sabía que su amiga no había terminado con Cummings. De ninguna manera. Se mantuvieron en un silencio pensativo. Mallory trató de mantener los ojos abiertos, pero la píldora que Freddie le había dado para relajarle los nervios por fin había hecho efecto, y pronto se le cerraron los párpados, dejándola levemente consciente de los fuertes brazos que la sacaron del coche y la acunaron contra un amplio pecho.

CAPÍTULO 3

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El ruido de una animada cháchara despertó a Mallory de su feliz somnolencia, perturbando su dulce sueño. Maldito ratón. Pensó que había visto el último cuando los nuevos inquilinos se trasladaron al apartamento que estaba al lado del suyo. Eran suizos y aficionados al queso. —¡Chitón!, ratón —refunfuñó con voz soñolienta, acurrucándose más profundamente en la mullida almohada bajo su cabeza y retorciéndose más en el cochón de plumas bajo su cuerpo. Frotó su mejilla de acá para allá contra la funda de la almohada, pensando que era la suave camisa del hombre misterioso de su sueño. La visión era tan viva que podría jurar que olía su sutil colonia. La cháchara aumentó. —Basta ya con eso, ¿quieres? En vez de obedecer, algo peludo le tocó la cara y luego cayó haciendo plaf al otro lado. Demasiado grande para ser un ratón. Tenía que ser Duque. Siempre que sabía que estaba despierta, mostraba su afecto tratando de asfixiarla. Igual que un hombre. —Bájate, Duque. No se movió. —¡Ah, por el amor de Dios! —lo cogió y lo movió hacia su pecho, preguntándose sobre la extraña sensación de su pelaje. Levantó la cabeza, apartó la oscura cortina de pelo que cubría su cara... Y se encontró cara a cara con una horrenda criatura con la cara de un león que decidió chillar en ese momento. —¡Rosie! —ladró una voz masculina, elevándose sobre el estruendo de la histeria de Mallory. El pequeño mono catapultado desde su pecho, se lanzó a través de la alfombra, y se arrojó sobre el hombre que estaba de pie en el umbral. El mono envolvió sus largos brazos delgados alrededor del cuello del hombre y escondió la cara en su camisa. —Silencio, mi chica —apaciguó el hombre... ¡al mono! El terror de Mallory claramente carecía de importancia. Dos cosas se hicieron evidentemente obvias en aquel momento. Una, Dorothy ya no estaba en Kansas dormida en su habitación en la desvencijada granja de la Tía Em y el Tío Henry. Y dos, el gigante altísimo que la contemplaba no era el Mago de Oz. Quizás por eso no podía dejar de gritar. El hombre avanzó a zancadas, cogió el vaso de agua al lado de su cama... ¡y le arrojó el contenido de éste a la cara! Mallory escupió y se limpió el agua de los ojos. —¿Por qué pedazo de imbec... ? —Las palabras retrocedieron en su garganta cuando dio su primera buena mirada a su atacante. Decir que su cara era una obra maestra esculpida y su cuerpo un monumento a la perfección masculina parecía de algún modo inadecuado. De hecho, podría pasar por Kevin Sorbo, el de“Hércules”, si se quitara esa ridícula, y torcida, pajarita y la chaqueta de tweed con las coderas de cuero y aquellas horribles gafas con el borde delgado que lo hacían parecer como un científico...de finales de siglo. Las palabras de Freddie regresaron a ella. Me imagino a Johnny Wad con un abrigo de tweed. No, era imposible que ese hombre fuese Dexter Harrington. No lo creería. —Mis disculpas, madam. Trataba simplemente de aliviar su ataque de histrionismo. Sus chillidos asustaban a mi mono. 21

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Aquel comentario sacó a Mallory de su aturdimiento. —¡Tu mona me asustó primero! —De manera totalmente involuntaria, le aseguro. Rosie es muy amistosa. Nunca le habría hecho daño. —¡Por supuesto! Tonta de mí. Debería haberlo sabido. ¡Imagino que es un hecho cotidiano tener a una mona sentada en la cara de uno! —A menudo juega en este cuarto. Su animal de peluche está debajo de su almohada. Estupendo. Dormía en el cuarto de juegos de la mona. ¿Qué sería lo siguiente? ¿Una tortuga en la bañera? —Mira, tío. Mejor sales de aquí antes de que llame al conde. —Eso no será necesario. —¿Ah? —Cruzó sus brazos sobre el pecho, pero no podía calmar la sensación de temor que le revoloteaba en el estómago—. ¿Y por qué es eso? —Porque yo soy el conde. De mal en peor, pensó Mallory con un gemido, lanzándose la colcha sobre la cabeza. —¿Mal? ¿Estás bien? Oí un grito y... Vaya, hola. Mallory bajó una esquina de la colcha para ver a Freddie enmarcada en la entrada vistiendo su atuendo de hacer footing, un escaso sujetador de deporte rojo y a juego unos pantalones cortos de ciclista, luciendo su cuerpo perfectamente tonificado. ¿Qué pasó con el jet lag? La muchacha parecía inmune a las fuerzas externas. Cummings apareció en la entrada tras ella, dándole a Freddie sólo un vistazo superficial, lo cual le granjeó una burla inmediata. —Oh, mira. El Bigfoot existe realmente. —Todavía estamos animados y risueños, ya veo —Cummings arrastró las palabras antes de volver su atención a Mallory—. ¿Confío que durmiera bien, Señorita Ginelli? —Sí, lo hice. —Hasta hace unos minutos, añadió silenciosamente —. Y por favor, llámeme Mallory. Cummings asintió con la cabeza y luego se volvió hacia Freddie. —Si viniera conmigo, estaría encantado de dibujarle un mapa para que pueda encontrar el camino de vuelta aquí una vez que haya terminado... —Su mirada captó su figura escasamente vestida sin un parpadeo de interés—. O una vez que haya hecho lo que tenga planeado hacer con ese atuendo. La espalda de Freddie se convirtió repentinamente en una rígida línea. —Puedes coger tu mapa y metértelo por ... —¡Freddie! —advirtió Mallory. Cummings arqueó una ceja hacia Freddie, una indirecta de diversión en sus ojos oscuros. Entonces giró sobre sus talones. —Acompáñeme —Encabezó la salida hacia el pasillo, obviamente esperando que Freddie le siguiera. Freddie le mostró a Mallory su pasmada expresión. —¡Acompáñeme! Quién se... cómo se atreve... si piensa... ¡Ah, ahora sí que la ha fastidiado! —Salió como un huracán del cuarto, pisándole los talones a Cummings. Dejando a solas a Mallory con el profesor chiflado. Mallory se encontró siendo escudriñada por un par de redondos globos oculares negros cuando la mona entornó los ojos hacia ella por encima de los demasiado amplios hombros del conde, su mirada indecisa y aún así curiosa. La propia mirada indecisa pero aún así curiosa de Mallory se desplazó desde la cara de la mona bajando a lo largo de la espalda del conde. Arrugando la nariz ante la fea chaqueta de tweed marrón que llevaba puesta, que cubría lo que sospechaba eran unas 22

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nalgas fabulosas. Protestó Silenciosamente. Estaba bien, si a una le gustaba el tipo de dios Griego. A ella no. Prefería hombres que no tuvieran los hombros de un defensa. —Intrigante —refunfuñó el hombre, dando vuelta para afrontarla con algo zumbando detrás de aquellos extraños ojos azul grisáceos. En vez de exigirle que sacara su persona de su cuarto, Mallory dijo concisamente: —¿Qué te intriga? —¿Hmm? —Su mirada se centró en ella, un ceño levemente fruncido arrugaba su frente como si apenas hubiera sido consciente de su presencia. —Te pregunté qué te intriga tanto. —Su amiga. Mallory no se sorprendió. Los hombres no podían resistirse a Freddie. Obviamente el profesor del sexo había sucumbido en el mismísimo instante en que había estado en su presencia. Mallory no podía entender por qué se sintió molesta por aquel descubrimiento. Bien, al menos no tenía nada por lo que preocuparse. No sería sometida a ningún inesperado avance sexual o a insinuaciones lujuriosas ni sería perseguida alrededor de un escritorio. Y así era exactamente como lo quería. Sólo negocios. ¿No? —¿Qué pasa con ella? —preguntó Mallory, esperando que comenzara a ensalzar la belleza de los ojos de Freddie, la plenitud exuberante de sus labios. En cambio, él contestó: —Parece que su amiga está enamorada de Cummings. Las cejas de Mallory se elevaron hasta el nacimiento de su pelo. —¿Freddie? Enamorada de... ¿Mi Freddie... la única que precisamente... y Cummings? —¿Tienen usted y la señorita Feldman alguna clase de dificultad en el habla? Podría ayudarles con eso si les parece. Es simplemente una cuestión de... —¡No tengo ninguna dificultad en el habla! —Mallory tiró con tanta fuerza de la colcha que la sacó del final de la cama—. Estoy simplemente asombrada por su ridícula observación. —Tú, gran payaso hermoso—. Esto es tan absolutamente descabellado que no requiere comentario. —Pero lo comentó de todos modos—. Si alguien está enamorado, ése es Cummings. Todo hombre cae enamorado de Freddie tan pronto como ella parpadea con esos ojos azules. Con el dedo índice, su anfitrión deslizó de un empujón sus gafas hacia arriba y luego colocó bien la mona. —Tonterías, madam. Como puede haber notado, yo no he sucumbido. Quizás si usted comprendiera la forma psicológica detrás de esa emoción llamada “amor”, podría reconocer las particularidades y matices del lenguaje corporal. ¿Esa emoción llamada amor? Eso sí que era desagradablemente frío e impersonal. —Sospecho que su reacción guarda correlación con una, más fundamental, línea de pensamiento de estilo lineal —continuó—. Y quizás no observa la escena como un todo cohesivo. ¿Un todo cohesivo? ¡Ah, ella le daría un buen todo cohesivo, uno que no olvidaría enseguida!. —Si Freddie tuviera un hacha, Cummings tendría una cabeza menos ahora mismo. El conde la contempló con expresión aburrida. —Si insiste, pero déjeme concluir mi analogía. —Cuán grosero por mi parte interrumpir. Como si no fuese grosero el que hubiera sido repentinamente despertada, empapada con un vaso de agua fría, o tuviera a cualquiera sugiriendo que soy estúpida o que no conozco a mi mejor amiga... y todo antes del desayuno, nada menos. 23

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—Trataba simplemente de decir que creo que la tendencia pasiva-agresiva de las demostraciones de su amiga encubren su inseguridad, la cual muy probablemente proviene de sentimientos de ineptitud mucho tiempo reprimidos. ¿Sentimientos de ineptitud? ¿Freddie? Mallory apretó los dientes. —¿Has terminado ya? —Completamente. —Bueno. Ahora tengo una refutación. —¿Una refutación? —Una única ceja oscura se elevó despacio por encima del borde de sus gafas, su mirada era de incredulidad, como si cualquier opinión además de la suya no pudiera posiblemente tener mérito—. ¿Y cuál es, madam? —¡Ésta! —Mallory tiró con fuerza de la almohada de detrás de su cabeza y se la lanzó, satisfecha cuando ésta lo golpeó directamente en la cara. La mona graznó y escaló a lo alto de su cabeza. El hombre parpadeó, su mirada se desplazó entre ella y la almohada a sus pies. Su sedoso pelo castaño estaba desordenado, tenía las gafas inclinadas hacia un lado, y su ya ladeada pajarita ahora estaba aún más torcida. —Si no lo supiera mejor —dijo en un tono mesurado—, uno podría creer que está descontenta con mi conclusión, madam. ¿Descontenta? ¿Cuán corto de entendederas era este tipo? —¡Llámame madam una vez más y te juro por todo lo sagrado que te aporrearé! —La violencia no es necesaria, ma... —Hizo una pausa cuando capturó su mirada—. Señorita Ginelli. Arrancó a la mona de su cabeza y la acarició, calmando sus inquietos nervios. Mallory no pudo menos que fijarse en sus manos mientras se movían sobre la espalda de la mona. Eran grandes aunque delgadas, fuertes aunque curiosamente suaves. Manos que Paganini envidiaría. Manos que podrían hacer maravillas en una mujer mientras acariciaban su cuerpo. ¡Dios mío, lo que estaba pensando! Dexter Harrington era un memo de primera clase y un patán desconsiderado. Sospechaba que su idea de la diversión era jugar a charadas de astrofísica. Libros sobre la teoría de la relatividad y mecánica cuántica y la historia íntegra del lanudo mamut probablemente conseguirían que su sangre bombeara. Mallory no podía comenzar a entender cómo un hombre tan absolutamente almidonado podía ser un experto en sexualidad humana. —¿Por qué tienes una mona en casa? —preguntó cuando la mona en cuestión comenzó a revolverler el pelo. —Actualmente estoy investigando a Rosie mientras pasa por el proceso de elegir a un compañero. Los monos son, en muchos aspectos, como los seres humanos en sus métodos de unirse a una pareja. Y el tamarín, como su primo el mono tití, generalmente elige a un único compañero de por vida. Esto era lo que conseguía preguntando. Sólo podía alegrarse de que no se lo hubiera explicado con detalle. —Pero me estoy desviando del tema. Tenemos negocios que tratar. —Consultó su reloj —. Quick, mi mayordomo, le traerá una bandeja de desayuno y luego volveré a por usted en aproximadamente una hora. —¡Caramba!, ¿una hora entera? Qué amable de tu parte. —No tiene importancia —dijo, obviamente dejando pasar el sarcasmo de ella. Entonces, mona y amo se dirigieron hacia la puerta. Cuando el conde la abrió, la mona se tiró sobre su hombro—. Y no se preocupe por el test. Estoy seguro de que lo hará 24

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bastante bien. Cummings tiene mucha fe en usted, y a su vez, yo tengo mucha fe en Cummings. ¿Test? —¿Qué test? —En realidad es más una encuesta. ¿Había venido hasta Inglaterra para una encuesta? —¿Y de que va exactamente ese test-encuesta? En el umbral, él se dio la vuelta, y encarándola directamente contestó: —¡Vaya! De sexo, por supuesto.

CAPÍTULO 4 25

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—La muchacha no servirá —le dijo Dexter a Cummings, mientras buscaba sus notas sobre frigidez e impotencia escondidas en algún sitio entre los ordenadamente desorganizados montones que parecían reproducirse cada varios días. Cada vez que entraba en su oficina, tenía que conducirse por un laberinto para encontrar el escritorio—. No sé en qué podías estar pensando. Parece una niña. Como podría ayudarme con mi... —limpió su garganta—... problema. —No es una niña, Dex. Tiene veintiséis años. Y tú tienes sólo treinta y dos. No eres Matusalén. Dexter resopló. —Tengo un par de mocasines que parecen más viejos que ella. ¡Al demonio con todo! ¿Dónde diablos están esos papeles? Cummings se levantó de su asiento delante del macizo y desordenado escritorio de Dexter y recuperó una carpeta de en medio de un montón desordenado de papeles y recortes de artículos de periódico. —Aquí. Ahora, sobre la Señorita Ginelli... —incitó Cummings, volviendo a su silla. Dexter hojeó la carpeta. —¿Qué pasa con ella? Como dije, no veo cómo podríamos funcionar bien como un equipo, considerando el proyecto. Esperaba a una mujer madura. No a una niña que parece como si debiera estar en una de mis clases de estudiantes de primer año. —¿Por qué tiene importancia lo que parezca o su edad? Si puede ayudarte con tu, er, problema, entonces no veo la cuestión. Dexter frunció el ceño, pensando en la mujer tamaño duende que lo había desafiado mientras yacía en medio de una cama que casi la engullía. No había pensado invadir su intimidad, pero Rosie había saltado de sus brazos y entrado como una flecha en la habitación antes de que pudiera detenerla. Sus paseos por delante de la puerta del dormitorio de su invitada durante media hora no habían tenido nada que ver con el comportamiento inquieto de Rosie, se aseguró a sí mismo. Quizás había estado levemente curioso por verla a la luz de día, solamente para asegurarse de que su mente había exagerado lo que sus manos habían sentido cuando llevó su figura durmiente a uno de los dormitorios libres la noche anterior. Una masa sedosa de mechones negros había velado su cara cuando se acomodó contra su pecho, frotando su mejilla de acá para allá sobre su camisa y ronroneando como una gata contenta. Se dijo que fue simplemente la dinámica del macho de la especie y la necesidad inherente de ser el protector lo que había hecho que su corazón diera un redoble cuando la sostuvo. Tales sacudidas no eran nada más que una reacción biológica y un componente de miles de años del comportamiento del macho adaptado. A pesar de eso su conciencia lo aguijoneaba, diciéndole que era más que esto. Algo en Mallory Ginelli le asustaba de muerte y de aquel miedo había nacido la ridícula idea de hacerla participar en un examen sexual. Ésta era la única cosa que su mente aturdida había podido componer con tan poca antelación. Quizás pensó que su petición la ofendería y se marcharía. ¿Quizás estaba llamando al aeropuerto en aquel mismo instante? Una parte de él se sintió aliviada por la perspectiva. Pero una parte más grande estaba frustrada, advirtiéndole de que tomaba otra vez la salida fácil y no afrontaba el problema. —¿Leíste el libro que te dejé? —preguntó Cummings—. Marqué capítulos específicos. La mirada de Dexter fue hasta el libro en rústica titulado Ahora y para Siempre, por Zoë Wilde. Había alargado la mano para cogerlo algunas veces, pero no podía justificar la 26

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lectura de algo que no tenía ninguna base en el hecho teórico, y que era, a pesar de sus intenciones y objetivos, ficción. ¡Ficción! ¿Qué podía aprender de tal asunto? La idea de recabar alguna cosa incluso remotamente útil de una publicación que sacaba las hipótesis del aire parecía evidentemente ridícula. Y él era profesor. Un hombre conocido por hablar eruditamente sobre aquellas cosas impregnadas en rigor. Si no podía ser pesado o medido, simplemente no existía. Sin embargo, para su gran consternación, las novelas románticas se deslizaban en el estudio de la sexualidad de un modo indirecto, Mallory Ginelli y él tenían algo en común. Ambos trataban con los misterios del comportamiento humano. Un ejemplo de ello era el archivo que sostenía en su mano, un estudio a fondo de Madame Bovary. Emma Bovary habría sido una ávida lectora de novela romántica. Vivió de cita en cita, de amantes a escondidas, sedienta de la excitación de un toque secreto, un abrazo prohibido. A pesar de esto, su obsesión sería finalmente su perdición. Adoraba amar y fue por lo tanto cegada por aquella necesidad oscura, permitiendo a la insinuación verbal y al engaño deliberado romper su resistencia, haciéndola capitular al hambre primitivo en su interior. —“En mi alma, pareces una Virgen en un pedestal, reverenciada, pura, e inmaculada”. Dexter no se dio cuenta de que había recitado las palabras en voz alta hasta que Cummings murmuró con sequedad: —Bueno, Dex, me siento halagado. Dexter frunció el ceño. —No seas tonto. —Pero es para lo que vivo. ¿Por qué negármelo? —¿No tienes nada que hacer? —¿Sabes, Dex?, si te pusieras así de poético con una mujer, podrías descubrirte siendo llamado el doctor del sexo por más de una razón. El ceño de Dexter se hizo más profundo, pero no hizo ningún comentario. ¿Qué podía decir? Cummings había acertado. Hablar. Eso era parte del problema. No era que no hubiera tratado de decir sus pensamientos a una persona para la seducción femenina, pero siempre que abría la boca para decirle a una mujer que era bonita, lo qué salía era: “¿Por qué algunas mujeres dotan a los hombres con el poder de dominarlas?” Huelga decir que la conversación terminaba rápidamente después de eso. Simplemente no sabía qué decir o hacer con las hembras. Difícil de creer considerando su campo de estudio. Aunque la fría verdad era, que era inmensamente mediocre y fascinantemente tedioso, que era por lo que siempre lo sorprendía cuando una mujer se acercaba a él de un modo puramente hormonal. Y lo hacían. De hecho, en número considerable. Una buena cantidad comentaron que se parecía a algún individuo llamado Kevin Sorbo, quienquiera que fuera. A pesar de eso, siempre que Dexter intentaba deslumbrar a una fémina con su brillante replica ingeniosa y el encanto de Ernest Rutherford, todo que le salía era una observación clínica. Podra hablar durante horas del fenómeno del síndrome del macho “suave” causado por el alejamiento de la figura del padre y el papel predominante de una madre demasiado protectora. Pero las mujeres, había descubierto, no querían oír sobre ciencia, y la ciencia era todo lo que él conocía. 27

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Ellas esperaban a Casanova con bata de laboratorio. Se encontraban con un Elmer “Fiasco” con tirantes. —Si te concentraras en el cortejo de una mujer con el mismo vigor que pones en tus estudios —siguió Cummings—, podrías superar esa etiqueta de “enigma envuelto en misterio” que se adhiere a ti con un hedor que podría ofender, ¡uh! —Cuán elocuentemente expresado —murmuró Dexter con sequedad. —La presentación lo es todo. —¿Necesito recordarte que tengo un doctorado en Filosofía? Conozco cada modo posible de complacer a una mujer. —El problema era, que no había tenido muchas posibilidades para practicar lo que predicaba. —El cortejo y el placer son dos cosas diferentes, muchacho. Y, ¿necesitas que te recuerde, que es necesario ponerse cerca de una mujer para darle placer? —¿Por qué te contaré nada? —Porque eres un gilipollas solitario, y los gilipollas solitarios no tienen muchos amigos. Cummings dijo las palabras tan directamente encaradas que Dexter no pudo remediar mostrar una sonrisa a regañadientes. —Un gilipollas, ¿yo? Eso suena sorprendentemente impropio de ti, y sorprendentemente como la lengua mordaz de la Señorita Feldman. Aquello borró la sonrisa de la cara de Cummings. —¿Y cómo lo sabes? —Vuestras voces llegaban bastante claras hasta el vestíbulo, haciéndo que me enterara de un interesante planteamiento. —Bienvenido a mi pesadilla —refunfuñó Cummings con los labios apretados en una línea severa—. Por lo visto, a la muchacha nunca le enseñaron el valor de usar un tono confidencial cuándo uno está... ¿Cómo lo diría? —Bajo techo, ¿quizás? —Exactamente. Ella no es la Señora Whimsy. —Pero debes confesar que es bastante atractiva. —Aunque no era su tipo. Una visión de Mallory Ginelli surgió en la mente de Dexter. Encendidos ojos color avellana con manchas doradas, una nariz coqueta, y los labios exuberantes con un asediante pequeño lunar negro en la esquina superior derecha, que, para su gran irritación, había capturado su mirada una y otra vez durante su “menos que amistoso” primer encuentro. —¿Has visto la ropa que la muchacha lleva puesta? —preguntó Cummings, pareciendo repugnado—. Una envoltura de salchicha le quedaría más suelta. Puedes ver... No importa. ¿Y qué quieres decir con que es atractiva? ¿Por qué la miras? Eh, quiero decir, que está buena. Ahora, si quieres atractivo, entonces la Señorita Ginelli sí lo es. Puede no ser una mujer hermosa en el sentido clásico, lo confieso, pero... —¿Qué quieres decir con que no es una mujer hermosa? Eh, quiero decir, estás dejando que la desconcertante Señorita Feldman te haga perder tu habitual comportamiento flemático. —Dios, hombre, ¿puedes culparme por mi comportamiento flemático? —respondió Cummings, claramente descontento—. Ahora sé cómo se sentía Superman en presencia de la Kriptonita, cómo se sintieron los egipcios cuando Moisés mandó sobre ellos las plagas. Sencillamente preferiría langostas, ranas, y agua hirviendo antes que a esa mujer. —Estoy seguro de que podría arreglarse. Cummings le lanzó una mirada que podría haber desintegrado a una piedra. —Figúrate, podría estar relajándome en los baños calmantes de Bath si no fuera por la necesidad de hacer de niñera de una gata de lengua bífida que hace que mi cuero 28

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cabelludo arda como si estuviera siendo masajeado por Lucifer. ¿Sabes qué me dijo la mujer cuándo imprudentemente -y nunca más, tenlo en cuenta- traté de elogiarla? —Estoy del todo expectante con el asombro. —Dijo que vomitaría, pero que eso sería un derroche de buen vómito. ¡Las malditas cosas que hago en nombre de la ciencia! Dexter se rió silenciosamente entre dientes, disfrutando de la consternación de su amigo, sobre todo porque Cummings estaba un poco perturbado. —Hmm. Me parece recordar un intrigante sobrenombre que te dio. Pero, ¿cuál era? Cummings frunció el ceño. —¿Jefe Nube Negra? —No, ese no. —¿El eslabón perdido? —No. —¿Sabelotodo? —No. —¿Calígula? —No. —¿Una gran bolsa de ¡no me digas!? Dexter sacudió su cabeza y luego se rascó la barbilla pensando. —¡Ah sí! Ahora lo recuerdo. Arándano Bobo. Bastante divertido, ¿no crees? —No, juro que no—dijo Cummings con los dientes apretados—. Y no me reiría tan rápidamente, amigo mío. Dijo que tú parecías una bolsa de gas sobrehinchada y que probablemente eras tan divertido como nadar desnudo en un barril lleno de medusas vivas. —¡Al infierno con lo que dice! —¡Ah! No es tan agradable, entonces, ser el receptor final, ¿verdad? No, pensó Dexter, pero esto probablemente no le picaría tanto si no fuera la verdad. —Claramente la muchacha no ha resultado ser un enigma encantador. —Una obra maestra de subestimación si alguna vez escuché una. Pero basta de intentar cambiar de tema. ¿Leíste el libro de la Señorita Ginelli o no? —O no —contestó Dexter bruscamente, sintiéndose inclinado a no hablar de ese tema —. No he tenido tiempo. Tenía una conferencia que preparar sobre Madame Bovary, definiendo la dinámica del comportamiento sexual y social aberrante que se manifiesta en una disfunción femenina. Con un suspiro apenado, Cummings se levantó de la silla. —Te quedaste sin tiempo, Dex. Tienes que dejar de evitar la cuestión. La muchacha está aquí. Y tu futuro está en juego. —Dicho esto, su amigo se dio vuelta y dejó la habitación. Dexter bajó la carpeta en su mano y contempló la puerta, reflexionando sobre las palabras de Cummings. Se te acabó el tiempo. Condenado hombre, ¿por qué tenía que tener razón? Echó una mirada al libro de Mallory, su mano apretándose y aflojándose en su costado. —Demonios —murmuró y lo agarró. Se sentó hundiéndose en la silla detrás de su escritorio, abrió el libro de golpe por el capítulo que Cummings había marcado y comenzó a leer.

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La tocó suavemente, casi reverentemente, su pulgar barriendo ligeramente sobre su pezón, sacando un gemido de pura dolorosa necesidad que brotó de las mismas profundidades de ella. —Me está dando toda una lección de humildad, señora —dijo él, su voz enronquecida con la promesa mientras la bajaba lentamente a la cama, su cuerpo envolviendo el suyo, el calor consumiéndoles, arrastrándolos en una dulce conflagración. Su espalda se arqueó cuando él tomó la punta dentro de su boca, elevándolo más y más arriba con cada tirón, su lengua rodeándole y chasqueando sin soltar su agarre. Sus dedos provocaron el otro apretado brote. Ella se retorció contra él, echando leña al fuego de su deseo, empujando su pasión hasta el borde y su control al límite de la resistencia. Ella separó los muslos voluntariamente, y él se movió entre ellos. Sus dedos buscaron el dilatado punto pulsante y la encontró caliente, mojada y preparada. Gimió profundamente en su garganta cuando la acarició, rápido y después despacio, de atrás a adelante, conduciéndola a un extremo febril. Lanzó un grito cuando él resbaló un dedo dentro. Su cabeza cayó en el hombro de ella, su gemido mezclándose con el suyo cuando ella se convulsionó alrededor de su dedo. Nunca se había sentido tan vivo, tan poderoso como lo hizo en aquel momento. Lo completaba. Fortaleciéndole. Aleccionándole en el verdadero sentido de ser un hombre. Ella movió sus caderas en silenciosa súplica, quizás sintiendo que había más, queriendo la consumación tanto como él lo hacía, buscando acabar en la unión. Él colocó su dura longitud donde había estado su dedo, hundiéndose en su calor sólo un poquito, muerte y renacimiento en conflicto mientras sus labios interiores se apretaban alrededor de él. —¿Estás segura? —preguntó, su control ganando fuerza. Ella sonrió. Eso lo devastó, lo dividió y lo aumentó otra vez. El corazón martilleó contra las costillas mientras algo que nunca había sentido antes, se reavivaba dentro de él, despertándose como un dragón largo tiempo dormido. Ella ahuecó sus mejillas. —Sí —suspiró—. Estoy segura. —Los embriagadores ojos le miraron fijamente mientras decía las palabras que él sabía estaban reflejadas en sus propios ojos—. Te amo, sólo a ti. Ahora y para siempre. Despacio, Dexter cerró el libro, llenó lentamente los pulmones de aire, e hizo su primera observación. Estaba sudando.

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CAPÍTULO 5 Mallory observó sin parpadear las dos hojas de papel situadas delante de ella que componían tan importante encuesta, cuyo propósito todavía tenía que descubrir, pero que sospechaba no tenía nada que ver con sus opiniones sobre el sexo -especialmente cualquier noción preconcebida que pudiera tener sobre la longitud media del pene de un hombre, la primera cuestión-, y más bien con poner a prueba su entereza. No debería enfadarse por el infantil intento del conde de ponerla nerviosa. Pero lo estaba, y mucho. Sin duda. —En realidad no puedes querer que responda a estas preguntas, ¿verdad? — preguntó, complacida de que su tono hubiera alcanzado el perfecto equilibrio de indignación, resentimiento y censura. Unos ojos que parecían azul plateado en la apagada luz, se elevaron con ociosidad para encontrar los suyos. —¿No puedo? —Su cara presentaba su habitual máscara de seriedad—. Oh, pero le aseguro, Señorita Ginelli, que puedo… y lo hago. —Como si el asunto estuviera decidido, bajó la mirada de nuevo a sus papeles. —¿Para qué? La miró por encima de la montura de sus gafas. —¿Perdón? —¿Para qué necesitas mis respuestas? —Para nuestro proyecto. —¿Qué es…? —Lo explicaré a su debido momento. A este paso, estaría curándose las heridas que le infligiría ella antes de que tuviera la oportunidad. Mallory suspiró interiormente. ¿De qué servía discutir? ¿No era un poco demasiado tarde para protestas? El Adonis de metro noventa con gafas se había mostrado reservado desde el principio mismo. Así que, ¿por qué debería esperar más ahora? Además, de alguna manera, había vendido su alma al Doctor Dexter Harrington. El precio de venta: unos meros veinte mil dólares. Sin embargo, pensó Mallory con una lenta sonrisa, eso no significaba que tuviera que hacer las cosas a su manera. Afortunadamente, el Buen Señor la había bendecido con una mente creativa. Usando esa imaginación, tomó bolígrafo y papel en la mano y realizó la encuesta en tiempo récord. —Acabada —gorjeó, poniéndola de golpe encima del material que el conde estaba examinando concienzudamente. Mallory arqueó esa ceja que decía “las payasadas infantiles no son necesarias” y entonces se volvió a sentar en la silla. Esperó su primera reacción. No tardó mucho. Lentamente, Dexter dirigió la mirada hacia la parte de arriba de los papeles, con aspecto nada satisfecho. —¿Pasa algo? —inquirió ella con fingida inocencia. —Por supuesto que no. ¿Por qué tendría que pasar algo? No lo sé. ¿Tal vez porque puse que la longitud media de un pene erecto son 55 centímetros? Nunca había dicho que ella no pudiera escribir sus propias respuestas. —Sus respuestas son de lo más originales. Lo obsequió con una brillante sonrisa. 31

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—Vaya, gracias. Intento ser diferente. —Y hace un trabajo encomiable, se lo aseguro. —El sarcasmo goteaba de sus palabras—. Sin embargo, si vamos a avanzar, necesito que explique una de las respuestas dadas. Mallory cruzó los brazos sobre el pecho. —¿Y si no lo hago? —preguntó con tono desafiante. Dexter se encogió de hombros. —Está en su derecho, por supuesto. Pero entonces no tendré más remedio que invalidar nuestro contrato. Ése es mi derecho. Seguro que lo entiende. Oh, lo entendía perfectamente. O lo hacía a su manera o se acababa el trato. Mallory le lanzó una mirada enfurecida que esperaba transmitiese lo que pensaba de sus tácticas ambiguas, incluso mientras de mala gana le daba un punto por mantenerse firme. Rápidamente, estiró la mano. Él dejó caer las hojas de papel con gentileza en su palma. Una vez más, agarró el bolígrafo y se puso a responder las preguntas. Entonces, de mala gana, le pasó los papeles y frunció el ceño hacia su cabeza inclinada. Durante cinco minutos enteros, su anfitrión soltó varios “hmm” y “aah” ante sus respuestas, y cada sílaba que pronunciaba hacía vibrar hasta el último nervio de Mallory. —¿Y bien? —exigió cuando él no dijo nada. Él entrelazó los dedos bajo la barbilla. —¿Y bien qué? —¿Cómo lo hice? —¿Hice? —¡En el test! La observó con esos ojos azules implacables. —No era tanto un test como una encuesta. —¿Y la encuesta dice? —Nunca había esperado decir esa frase acuñada, sin importar lo adecuada que fuera la ocasión. —Bueno, si está segura de que quiere saberlo… Eso no sonaba muy prometedor. Mallory se preguntó si realmente quería saberlo. Pero era demasiado tarde. Había exigido respuestas, y era una Ginelli que nunca se retiraba de la verdad. —Claro que quiero saberlo. Ahora, ¿qué te ha dicho —ondeó un dedo hacia el papel— esa cosa? —Debo confesar que fue bastante intrigante. Si no hubiera estado sentada enfrente de mí, habría pensado que estaba leyendo las respuestas de una soltera de sesenta años del Medio Oeste de los EE.UU. con afiliaciones religiosas. Una respuesta equivocada más, y habría pensado que eras británica, ya que tenemos tendencia a ser mojigatos ¡Mojigata! ¿Ella? ¿El ardiente hervidero de pasión? ¿Qué pensarían sus legiones de fans si oyeran que Zoë Wilde era una mojigata? No, no Zoë Wilde, se corrigió. Mallory Ginelli. Saltó del sofocante abrazo de la silla de respaldo alto. —¡Debo haberla leído mal! —Un raro acontecimiento, se lo aseguro. Llevo haciendo esto desde hace bastante tiempo. Mallory caminó airada hacia la ventana. —Una vieja de sesenta años, ni de coña —refunfuñó—. Simplemente estaba nerviosa. Nunca se me dieron bien los tests. Me pongo tensa… ¿y por qué te estoy explicando esto? —Comprendo su disgusto… 32

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—¡No estoy disgustada! —No obstante —continuó en tono incrédulo—, sus respuestas le hacen a uno preguntarse como usted… —se detuvo. Con las manos en las caderas, se giró para encararlo. —¿Cómo yo qué? Si Mallory no lo supiera mejor, habría pensado que parecía inseguro. —Como escribe semejantes… —se aclaró la garganta—… escenas de amor. La curiosidad sobrepasó el enfado de Mallory. —¿Has leído mis libros? —Eso la sorprendió mucho. No lo habría imaginado ni en un millón de años. —No, no he leído sus libros… exactamente. —¿Qué quieres decir eso? Ahora el hombre definitivamente parecía incómodo. Se removió en la silla. —Leí unas pocas páginas hace un rato. —Abrió el primer cajón y sacó su libro Ahora y para Siempre, una de sus novelas más tórridas. Además de una de sus favoritas. Cada vez que Mallory veía el libro, sonreía… una pequeña y secreta sonrisa de alegría que ella y probablemente otros escritores poseían. Y la alegría no era por la bonita portada o el reto que había supuesto la historia, o simplemente por estar agradecida que otro libro estuviera finalmente completo. No, la sonrisa era por el amor de la historia, por unir a dos personas que desesperadamente habían estado hechas la una para la otra. Aunque los nombres cambiaran y los escenarios fueran diferentes, el mensaje seguía siendo el mismo. El amor lo conquistaba todo. Ahí era donde vertía su pasión, su deseo, su anhelo, su pesar. Cada emoción fluía de un lugar que sólo exhibía en sus libros, una parte de ella que nunca había dado a nadie. Despacio, se movió de nuevo hacia la silla, poniendo las manos encima. —Tú… ¿leíste una de esas escenas de amor? Dexter asintió con la cabeza. Que hubiera leído esas escenas se sentía muy íntimo, aunque sabía que miles de personas habían leído lo mismo. Pero nunca había pensado sobre ello, nunca había visualizado a un hombre leyendo sus palabras. Y nunca había pensado que sería un hombre con el aspecto que tenía éste… o que tuviera la capacidad de ver lo que otros no podían, reconocer que la pasión entre las páginas no era pretendida, sino real y existente dentro de ella. ¡Baja de las nubes! ¡Este es el doctor cerebrito, sexólogo, por amor de Dios! El sexólogo… que eligió ese momento para recordarle su profesión al decir: —Estoy interesado en saber lo que piensa acerca de la copulación. Mallory se atragantó. Él se levantó de la silla, probablemente con la intención de golpearla en la espalda con esas manos de Paul Bunyon13. —¡Estoy bien! —prácticamente chilló, aliviada cuando él se encogió de hombros y volvió a sentarse, con sus palabras repitiéndose en su cabeza como un disco rayado. Estoy interesado en saber lo que piensa sobre la copulación… copulación… copulación. Sonaba como si estuviera hablando del tiempo. ¿Una mañana deliciosa, verdad? ¿Te gustaría un poco de leche en el té? ¿Limón? ¿Azúcar? ¿Copulación? 13

Paul Bunyon es un mítico leñador de gran tamaño y fuerza, que aparece en relatos del folklore norteamericano.

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¿Le estaba preguntando su opinión sobre el tema o invitándola a que se permitiese un pequeño placer por la tarde? Mallory tragó. —¿Copulación? —La palabra salió como un chillido. Él se metió un dedo en el cuello de la camisa, como si de repente le apretara demasiado. —Es sólo que escribe tan… con tanto… con bastante… —Frunció el ceño y luego carraspeó—. Uno no puede evitar comparar sus respuestas en la encuesta con los tórridos pasajes de su libro. Si uno no lo supiera con seguridad, se pensaría que son dos personas diferentes. Y uno tendría razón, replicó Mallory silenciosamente. En muchas maneras, eran dos personas diferentes. Zoë escribía sobre la ardiente pasión, el anhelo. La lujuria caliente y sudorosa. Mallory, por otra parte, se aseguraba que el manuscrito le llegara a Karen a tiempo, se ocupaba de las facturas, y mantenía a su familia fuera de la cárcel. Decidió darle la vuelta a la tortilla, preguntándole: —¿Qué piensas tú de la copulación? Él juntó las cejas en un ceño apretado. —La pregunta es discutible. Estábamos hablando sobre usted. —No, tú estabas hablando sobre mí. Ahora yo estoy haciendo las preguntas. Esos hombros de defensor trasero de fútbol americano se encogieron bajo la chaqueta de tweed de ese día. —Yo soy el científico y usted es el sujeto de estudio. —Aclaremos algo ahora. No soy tu sujeto de estudio. Y ya que estamos discutiendo quién desempeña ese papel, creo que es un buen momento para que me digas lo que estoy haciendo aquí. Mi editora me dijo que era un fan. —¿Un fan? —se mofó él—. En mi poco frecuente tiempo libre, he disfrutado los ofrecimientos de gente notable como John Locke14 y Bertrand Russell15, cuyos trabajos en epistemología, la filosofía de cómo-sabemos-lo-que-sabemos, también denominada teoría del conocimiento, es de lo más estimulante. Si me siento particularmente cerebral, me recreo en Platón16 y el Sánscrito17. Como bien puedes ver, las novelas románticas no están muy altas en mi lista de material para leer. Cummings, por razones desconocidas, parece disfrutar esa absurda frivolidad. ¡Absurda frivolidad! Oh, cómo le gustaría lanzar sobre él a toda la institución de Romance Writers of America18. Le golpearían los huesos hasta convertirlos en humus y esparcirían sus restos profanados alrededor de sus arbustos para mantener lejos los dientes de león. —A veces —continuó—, creo que Cummings se cree un vikingo llamado Thor el Poderoso, solo en un barco lleno de voluptuosas muchachas que se lanzan a sus pies. Le dicen que ya no pueden resistir su abrumadora virilidad y que simplemente debe 14

John Locke (1632-1704), fue un pensador inglés considerado el padre del empirismo y del liberalismo. Bertrand Russell (1872-1970), tercer conde de Russell, fue uno de los más distinguidos filósofos y matemáticos del siglo XX. Ganó el Premio Nobel de Literatura en 1950. 16 Platón (427a.C. - 347 a.C.), fue un filósofo griego, uno de los pensadores más originales e influyentes en toda la historia de la filosofía occidental. 17 El sánscrito es un idioma de la familia indoeuropea. Es utilizado principalmente como lenguaje ceremonial en los rituales hindúes, en la forma de himnos y mantras. 18 Romance Writers of America (RWA), es la asociación nacional norteamericana para autores de novela romántica, tanto publicados como los que aspiran a ello, que cuenta con más de 9.500 miembros. 15

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mostrarles las delicias de la carne. —Su señoría lanzó una mirada avergonzada en su dirección—. Eh, o al menos eso es lo que creo. —Ya veo. ¿Y fue alguna extraña fantasía que tuviste la que me trajo aquí? Si es así, ya puedes olvidarla. No soy el juguete sexual de ningún hombre. Él enarcó una ceja. —¿Juguete sexual? Por primera vez, Mallory vio algo más que una insulsa mirada científica. ¡Había sido reemplazada por diversión! ¡Se estaba riendo de ella! —Madam, no tengo intención de atacarle. Le doy mi palabra de erudito y caballero que hacer el amor con usted es la última cosa que tengo en mente… la última. La última, imitó interiormente. Había dejado claras sus intenciones. ¿Era necesario que se las lanzase con un golpe frontal? —¡Bien! Porque de todos modos, estoy pillada. —La mentira salió de la nada. Pero tenía que salvar su orgullo. Además, se alegraba de haber aclarado ese asunto. Que este tipo supiera que no iba a haber sexo… aunque se preguntara si su torso era tan sólido como parecía bajo la camisa de sarga de color azul claro que llevaba. —¿Está pillada? ¿Por qué tenía que sonar tan incrédulo? ¿Era tan difícil imaginarla con un novio? ¿Tal vez incluso con un prometido? Era guapa. Era alegre. Tenía mucho que ofrecer. Entonces, ¿por qué estás sola? —¡Es cierto, estoy pillada! Así que guárdate las manos para ti mismo. Se reclinó en la silla y la observó. —No sabía nada de eso. —¿Y por qué deberías saber algo de esto? No es como si mi vida fuera asunto tuyo. Tú tienes sus secretos. Bien, ¡yo tengo los míos! El buen humor de él se fue ante su comentario. —Esto será todo por ahora —masculló él, inclinando la cabeza de nuevo sobre sus papeles. ¿De verdad le estaba mandando irse? ¿Cómo a una sirvienta? —Puede que tú hayas acabado conmigo, pero yo no acabé contigo. Quiero algunas respuestas. Ya he tenido suficiente de intrigas y misterios. Quiero saber cuál es este “trabajo” —Lo sabrá. Todo a su… —Debido tiempo. Me estoy cansando de oír eso. Sólo porque pagaras por mis servicios no significa que tenga que aguantar ser tratada como ayuda contratada. —Ciertamente ésa no es mi intención. —¿Cuál es tu intención? —Todo… —No lo digas —le advirtió ella con los dientes apretados—. Cada vez que escucho esas cinco palabras, me siento como la gente en ese sketch de Abbott y Costello19, que se vuelve loca cuando Costello menciona la Compañía de Sombreros Susquehanna. —¿Abbott y Costello? —No me digas que tú… no importa. Mire, quiero saber por qué estoy aquí. Mi tiempo es muy valioso. 19

Abbott y Costello fueron los componentes de un dúo cómico estadounidense que trabajaron en la radio, televisión y cine, representando papeles muy variados. Es una de las parejas más populares en la historia de la comedia.

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Dexter observó a su invitada de temperamento apasionado, un músculo latiéndole en la barbilla. Sabía que si no fuera por su dinero, Mallory Ginelli no estaría ahora delante de él. Bajo circunstancias normales, no habría atraído la atención de alguien como ella, una mujer que escribía sobre hombres excitantes. Hombres con encanto e ingenio infinito que podían derretir el corazón de una mujer con una simple sonrisa de chiquillo. El tipo de hombre que él nunca había sido. Podía ver en sus ojos que ella también lo sabía. Por alguna razón, saber eso lo enojaba. —Creo que ha sido bien compensada por su tiempo. Pero, de todos modos, siéntase libre de marcharse si lo cree conveniente. Mallory lo observó con cautela. —¿Así de simple? —Así de simple. No es una prisionera. Simplemente devuélvame el dinero que le adelanté, y podremos seguir por caminos separados. Dexter vio que su cara se nublaba al nombrar el dinero. Lo sabía todo acerca de su desencaminada hermana. No se metía en una empresa sin estar preparado. Había investigado a la mujer que ahora tenía enfrente, y había concluido que dinero y una librería llena serían sus mejores oportunidades para que viniera a Inglaterra. Ella se mordisqueó el labio inferior, lo que atrajo su atención hacia su plenitud… y más abajo, a donde la elevación de sus pechos atormentaba el ojo bajo la larga camiseta de manga corta lavanda que llevaba. Se imaginó que tenía hermosos pechos, descarados, perfectamente proporcionados a su delgada forma, pero suficientes para llenar las manos de un hombre. Su piel sería suave, cálida, su cuerpo firme… Santo Dios, ¿qué le pasaba? No era un colegial cachondo que no se podía controlar. Incluso en presencia de Lady Sarah, con sus llamativos ojos violeta, cabello caoba y figura de modelo, sus impulsos animales eran mínimos en el mejor de los casos. No había experimentado nada como lo que sentía en este momento, mirando a la chica con cola de caballo de Nueva York. Dexter recordó lo que le había dicho más temprano a Cummings, que él y aquella pícara no encajarían, pero no era por las razones que le había dado. La verdad era que, cuando Mallory había apoyado la cabeza contra su torso mientras dormía, él había sentido algo, como una puerta oxidada crujiendo al abrirse. Si retiraba las capas, reconocería que ella lo atraía. Ciertamente no era una reacción extraña. Si hubiera sido cualquier hombre menos él. Con su línea de trabajo, entraba en contacto con un montón de mujeres, pero había empezado a creerse inmune a ellas, como si hubiera sido vacunado contra los sentimientos que la presencia de una mujer hermosa despertaban normalmente en un hombre. Pero Mallory no era una mujer hermosa. Por lo menos, no en el sentido clásico. Era bajita, con facciones suaves pero normales, nada que destacara… salvo sus ojos. Eran fascinantes, su claro color en contraste con su cabello oscuro y espeso. Sus comisuras estaban ligeramente inclinadas, insinuando algo exótico. Se preguntó por su motivación de no contarle la razón por la que la había traído a Inglaterra. No tenía motivo para retrasarlo más. ¿Por qué, entonces, quería esperar unos pocos días más antes de revelarle la verdad? —Así que, Señorita Ginelli, ¿qué va a ser? ¿Debo hacer que Cummings reserve billetes de avión? —A Dexter no le gustaban sus tácticas severas, aunque sabía que haría lo mismo si se le presentase el mismo problema.

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La vulnerabilidad destelló en los ojos de ella durante un breve momento, antes de que levantara la barbilla, mostrando una buena cantidad de orgullo junto con su temperamento ardiente. —He llegado hasta aquí. Bien podría quedarme unos cuantos días más. Dexter asintió, preguntándose el porqué del alivio que sentía. —Nos dirigiremos a Braden Manor, mi casa de campo en Gales, por la mañana. Por favor, esté lista para salir a las nueve. —¿Salir? —Sí. ¿Es eso un problema? —Esperaba que no armara otro alboroto. Como Cummings le había indicado de forma muy elocuente, se estaba quedando sin tiempo. Y Braden Manor estaba de lo más recluida, sin nada alrededor durante kilómetros. Sin rumores. Podía llevar a cabo su proyecto en completo secreto. Y si la joven decidiera de nuevo que quería marcharse, no le sería tan fácil. Se preguntó por el razonamiento de no querer que ella huyera, y se dijo que sus acciones no tenían nada que ver con la atracción, y todo con la simple lógica. Un hombre con los días contados no tenía tiempo que perder. —Bien —dijo ella en tono cortante—. Hasta la mañana, entonces. Dexter inclinó la cabeza. —Hasta la mañana. —La vio marcharse, perplejo ante la necesidad de llamarla—. Mujeres —farfulló, recogiendo sus papeles, preparado para apartar a la Señorita Ginelli de su mente… lo que consiguió durante cinco segundos. Lentamente, levantó la mirada y la deslizó hacia la puerta cerrada de la oficina, mientras regresaban las palabras que había dicho antes. Hacer el amor con usted es la última cosa que tengo en mente. Esa debería ser la verdad. Pero no lo era. Las palabras que había dicho ella lo persiguieron al momento siguiente. Tienes tus secretos. Los tenía. La cuestión era, ¿cómo se habían multiplicado tan repentinamente?

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CAPÍTULO 6 —Los hombres son como los perros. Puedes castrarlos o dejar que jodan tu pierna. Prefiero castrarlos; les enseña quién es el jefe. Mallory suspiró mientras Freddie le tiraba otra pulla gratis a Cummings, lo mismo que había estado haciendo durante una hora. Estaban de camino a la propiedad de Dexter en Gales, y durante todo el viaje Freddie había sido implacable en sus intentos de obtener una respuesta de Cummings... pero todos en vano. El hombre simplemente le había sonreído como un padre benevolente a una hija rebelde o la había ignorado del todo... incluso después de que Freddie le preguntara si había comprado su perfume en el matadero. Mallory tenía que admirar a Cummings. Poseía una gran energía y fuerza de voluntad para desviar lo peor de Freddie Feldman. Despues de pasar tiempo con Cummings el dia anterior, Mallory había descubierto que el secretario de Dexter tenía tambien otras buenas cualidades, entre ellas encanto, ingenio y sobre todo la lealtad hacia su amigo. Desde que Dexter se había metido en su oficina el dia anterior en lo que Mallory sospechaba era un intento de ignorarla para evitar que lo acribillara a preguntas, lo cual había hecho en varias ocasiones, Cummings había actuado de amable anfitrión. De hecho, de no haber sido por Cummings, probablemente Mallory habría cedido ante su hiperactiva imaginación y su creciente cólera para disuadir al profesor y meterse su "proyecto" debajo de los calzoncillos. —Dex no es mal tipo cuando lo conoces —le había dicho Cummings el día anterior cuando estudiaba el tablero de ajedrez situado enfrente de ellos, mientras estaban sentados en una gran mesa de hierro forjado debajo de un viejo roble con grandes ramas. Había derrotado a Cummings dos veces, y o bien era un jugador realmente malo, o era su forma de ser un caballero o, lo que era más probable, estaba intentando calmar el enfado hacia su jefe dejándola ganar. Capturó el caballo de él con su peón. —No sé si estaré aqui el tiempo suficiente para conocerlo bien. Él respondió comiéndose su torre. —Tiene muchas cosas en la cabeza en este momento. —¡Oh! ¿Cómo qué? —No estoy autorizado para contárselo. ¿Qué pasaba con aquellos hombres? ¿Estarían jugando una versión complicada del juego de las cincuenta preguntas? —Bien, desearía que alguien me dijera algo. Él debió sentir la frustración en su voz porque se reclinó en la silla, reflexionando por un momento como si sopesase lo que iba a decir. —Dex es un hombre complejo. No deja que mucha gente se acerque a él. Mallory no tenía que ser miembro de un grupo de expertos para darse cuenta de que Dexter raramente se abría para que la gente lo conociera. Mantenía su actitud distante como una muestra de orgullo. Se preguntaba qué es lo que tendría que hacer una persona para conseguir entrar en su santuario interior. —Si me quedo, me acordaré que debo guardar las distancias. Cummings sacudió la cabeza casi imperceptiblemente. 38

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—Eso es lo que todo el mundo hace —dijo, con una nota sombría en su voz—. Si la gente llegara a conocerlo, descubrirían un hombre capaz de andar sobre el fuego por ayudarles, que sería capaz de darles hasta su camisa si fuera necesario, y que se arriesgaría a la burla de sus colegas para salvarle la vida a una pequeña mona. —¿Rosie? Asintio. Mallory recordó la manera en que la monita habia trepado por Dexter aquella mañana en su dormitorio. Había estado demasiado enfadada para darse cuenta de que Rosie era más que un proyecto de investigacion para Dexter. —¿Por qué me estás contando esto? —pregunto ella. —No lo sé. Tal vez sea porque presiento que usted y él son almas gemelas. —¿Almas gemelas? —se burló Mallory—. Somos como la noche y el día. No podrías encontrar dos personas más diferentes. —Quizás. —Se encogió de hombros—. Por otra parte, quizás le sorprenda lo que descubre si se acerca más. En ese momento el Rolls pasó por un bache, haciendo que Mallory volviera abruptamente al presente. Su mirada se deslizó hasta el hombre que ocupaba su cabeza en aquellos momentos. Mirándolo bien. ¿Podría haber más en Dexter de lo que había visto? Lo estudió disimuladamente. Estaba sentado al otro lado, llevaba unos mocasines marrones adornados con borlas, calcetines, pantalones caquis con la raya perfectamente planchada, camisa blanca abotonada hasta el cuello, y se adivinaban unos tirantes azul marino debajo de su chaqueta de tweed moteada verde y azul. Un poco pasado de moda, pero el conjunto le parecía apropiado para él. El color acentuaba el color oliváceo de su tez y la fuerte mandíbula que parecía como si nunca hubiera visto barba de un día. En vez de disfrutar del hermoso paisaje, sostenía entre las manos un viejo tomo mohoso, obviamente no podía perder la oportunidad de estudiar. La mirada de Mallory fue atraída por la vista que se veía por la ventana, viendo pasar el siempre cambiante paisaje, pequeñas aldeas, ondulantes colinas verdes, caballos y pastos para ovejas. La vida parecía moverse hacia atrás, como si estuvieran en el pasado, un tiempo diferente, un tiempo de reyes, damas a la espera y leyendas. La tierra era hermosa de un modo tosco, sencillo, pero eso era lo que le daba encanto. Tierras altas interrumpidas por repentinos riscos irregulares y picos. Colinas imterrumpiendo el horizonte. Rocas de toda dimension y variedad: en grupo, nudosas, grises, verdes, salpicadas de púrpura. Un lugar que parecía al mismo tiempo trágico, y a la vez heroíco y decisivo. Aquélla era la tierra del rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda. Excálibur. El hogar de los Celtas, de los Normandos, de la Nueva Cristiandad, la Roma pagana y la tradición Druida. Mallory sintió que la magia de ese lugar la conmovía. Algo en él le llegaba hasta los huesos. —¡Oh, Dios...! —gritó ella. —¿Qué es? —preguntó Freddie sonando brusca ahora que había perdido el juego, el set y el partido con Cummings. —Ese castillo. Es....precioso. Freddie se colgó sobre su hombro y juntas miraron boquiabiertas al castillo en lo alto de la colina. La estructura parecía elevarse desde la mismísima tierra, fundiéndose con su 39

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entorno, siendo uno con la tierra. No había ninguna ciudad ni pueblo agazapado delante de él. Permanecía erguido como una solitaria figura. —El precipicio debe tener al menos quinientos pies de altura —reflexionó Freddie, un toque de temor en su perfecta voz neoyorkina. —Novecientos pies para ser exactos —corrigió el conde. Mallory echó un vistazo a Dexter para descubrir que no tenía la mirada puesta en el paisaje sino en ella. Parecía enfadado, si bien no podía comprender el porqué. Ésta era la primera vez que lo había visto desde que le había echado un vistazo fugaz a su imponente figura en una ventana de la primera planta mientras Cummings y ella jugaban al ajedrez el día anterior. Freddie se arrojó hacia atrás contra el asiento. —Probablemente pertenece a algún pobre viejo, que ansía un poco de emoción en sus últimos años... Cummings parecía listo para darle la replica, pero Mallory se dio cuenta del codazo que le dio Dexter. La mezcla de aquel gesto, lo que había dicho Freddie, y el hecho de que algo de lo que había dicho Freddie había sacado a Cummings de la reserva de los días anteriores, le dijo a Mallory todo lo que necesitaba saber. —Ésa es tu casa, ¿verdad? —le preguntó a Dexter. Dexter había vuelto a poner su atención en el libro y sólo levantó la cabeza para encontrarse con la incrédula mirada de ella. —Qué astuta, Señorita Ginelli. Sus bruscas maneras acallaron cualquier pregunta que hubiera pensado hacer. Si era posible, parecería como si él se hubiera vuelto aún más distante. ¿Por qué? Diez minutos después, en silencio, pasaron por delante de la enorme puerta de entrada a Braden Manor. Para sorpresa de Mallory, Dexter le ofreció la mano para ayudarla a bajar del coche. Momentaneamente perdió el equilibrio y cayó contra él. Las largas manos la aferraron por los brazos, sosteniéndola firmemente. Oscuros, impenetrables ojos azules escudriñaban su rostro. Entonces, como si de pronto se hubiese convertido en Medusa, la soltó bruscamente. Recogió la jaula de Rosie colocada en el asiento delantero del Rolls, y desapareció dentro de la casa. Mallory lo siguió con la mirada, los brazos aún hormigueándole allí donde la había tocado. —No se lo tenga en cuenta. Mallory levantó la vista para encontrar a Cummings a la altura de su hombro, con la mirada fija en la puerta por la que acababa de desaparecer Dexter. Entonces se volvió y le dedicó una tranquilizadora sonrisa. Freddie se colocó de pie al lado de ella. —¿Podríamos estar más aislados? —se quejó. —Siempre está Siberia —refunfuñó Cummings entre dientes, incapaz de mantener su lengua quieta más tiempo. Antes de que Freddie pudiera dar una réplica mordaz, Cummings señaló el gran maletín de maquillaje Gucci que ella raramente dejaba fuera de su vista. —¿Qué guarda ahí? ¿El Peñón de Gibraltar? —Peñón de... Oh, estás pidiendo ser arrojado al foso, Kato. Con una mirada que decía que ya había oído eso antes, Cummings le arrancó la maleta de la mano de Freddie y se dirigió hacia la puerta de entrada con un conciso: —Síganme. La mirada feroz de Freddie dio la impresion de que iba a taladrar la espalda de Cummings. 40

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—Dos palabras: muerto viviente. Con esta promesa en los labios, Freddie caminó echando pestes detrás de la persona que había cogido la cosa que más quería en el mundo. Sus cosméticos. Mallory rió entre dientes y les siguió, tomándose su tiempo para admirar la arquitectura del castillo, intimidada por toda la historia que representaba. Casi podía ver a caballeros con cota de malla sentados alrededor de una mesa de caballete en la enorme habitación que espiaba mientras subía las escaleras de piedra. Imaginaba grandes platos de pierna de cordero amontonados, copas llenas de oscuro y delicioso vino, un fuego ardiendo intensamente en el hogar y dos o tres sabuesos esperando con impaciencia sobre el piso para coger un trozo de carne. Mallory alcanzó a Cummings cuando estaba cerrando la puerta detrás de una furiosa Freddie. —Un hombre podría morir desangrado al cortarse con la lengua de esa chica — refunfuñó poniendo la única expresión que parecía ostentar en presencia de Freddie: irritación. Mallory se aguantó la sonrisa y siguió a Cummings. Atravesaron un pasillo lateral. Enormes y antiguas tapicerías colgaban de las paredes, los colores todavía notablemente vivos. Sabía por su investigación que aquellas tapicerías habían sido usadas para más cosas que como decoración. También tenían la práctica intención de mantener fuera el frío que se filtraba a través de las piedras. Boquiabierta, Mallory casi chocó contra la espalda de Cummings cuando éste se paró delante de una de las numerosas puertas situadas a lo largo del hall. —Ésta es su habitación. Avergonzada, Mallory lo rodeó y pasó dentro. Apenas había dado tres pasos cuando se paró para admirar la hermosura extendida ante ella. Había una gran cama con dosel en mitad de la habitación, envuelta en rico damasco burdeos. Al lado había una mesa donde habían situado un alto florero de cristal lleno de rosas, poleo, e hinojo dulce, su dulce fragancia llenaba el aire. Una ojiva embellecía un gran asiento situado en el alfeizar de la ventana que daba a una espectacular vista, y el fuego ya crepitaba en la chimenea de piedra. —¿Le viene bien esta habitación? —inquirió Cummings. —¡Oh, sí! —murmuró ella. Cummings sofocó una risita. —Entonces la dejaré para que se instale. Tengo algún trabajo que hacer para Dex. Volveré a verla en un rato. La mención de Dexter recordó a Mallory la pregunta que quería hacerle a Cummings, la soltó en cuanto él se dio la vuelta para irse. —¿Por qué sigues aquí? —¿Qué quiere decir? No había querido ser tan brusca, pero era demasiado tarde para retirar sus palabras. —Obviamente tienes una buena educación y podrías encontrar trabajo en cualquier sitio. Así que, ¿por qué trabajas para tu mejor amigo? Una extraña y casi dolorosa expresión cruzó la cara de Cummings. —Quizás porque es mi mejor amigo. —Se encogió de hombros—. Y a lo mejor porque se lo debo. Su respuesta le pareció extraña. —¿Debérselo? —Dex ha hecho mucho por mí. 41

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—¿Cómo qué?—no podía evitar seguir preguntando. La miró como si no pudiera decir nada más, pero entonces metió las manos en los bolsillos y se apoyó contra el marco de la puerta. —Durante años, Dex pensó que el único modo que tenía de tener amigos era comprarlos. Aprendió del ejemplo. Sus padres estaban demasiado ocupados para darle el amor y la atención que ansiaba, así que a cambio le dieron todos los bienes materiales que pudieron. —Entonces, ¿te hiciste amigo de él? Cummings apenas podía mirarla a los ojos mientras le contestaba. —Fui uno de los "amigos" que Dex compró. —¡Oh! —murmuró sintiendo una repentina punzada de dolor por Dexter, pensar que tuvo que comprar la amistad de alguien, menos que nadie de Cummings, que le había parecido tan auténtico. Como si hubiera sentido su decepcion, Cummings dijo: —Crecí muy pobre en una granja no lejos de aquí. Muchas noches escuchaba a mi pequeña hermana llorar porque tenía hambre. Siempre estábamos hambrientos, cansados y sucios. Me juré que algún dia encontraría una salida. Entonces conocí a Dex y supe que era el billete para una vida mejor. —¿Oxford? —dijo ella suavemente. Cummings asintió, su expresión se ensombreció. —Lo pagó, los cuatro años salieron de su fondo fiduciario. Dios, fui un imbécil. Casi me alejé del mejor amigo que había tenido nunca. Pero mi mayor pesar será siempre el no haberme dado cuenta hasta que era demasiado tarde de lo mucho que me quería mi familia... y de cuánto les dolió mi abandono. —Sacudió la cabeza y se pasó la mano por el pelo—. Lo siento, me tengo que ir. Mallory miró fijamente el vacío umbral, las palabras de Cummings seguían en el aire, haciéndola pensar en un niño tan solitario que había necesitado tan desesperadamente un amigo que había tenido que comprarlo. Le hizo preguntarse si Dexter la habría comprado. Y si había sido comprada, ¿en qué la convertía eso? Mallory no lo quería saber. Sólo una cosa estaba clara en ese momento. Antes de que acabara el día, sabría lo que Dexter quería de ella.

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CAPÍTULO 7 —¿Nos retiramos a mi estudio para una copa? La profunda voz de Dexter sacó a Mallory del trance en el que había vivido durante toda la cena. Había estado repitiendo las palabras de Cummings mientras robaba miradas a hurtadillas a Dexter, buscando señales que pudieran confirmarle que no era el genio estirado que parecía. No había sido la única persona en la mesa ocupada en sus propios pensamientos. Sus tres compañeros de cena también habían estado extrañamente silenciosos; la conversación se mantuvo al mínimo. —¿Señorita Ginelli? —insistió Dexter. Para su vergüenza, Mallory se dio cuenta de que estaba mirándolo fijamente. —Lo siento. ¿Qué has dicho? —Pregunté si le gustaría una copa. Mallory se preguntó por qué la idea de tomar una bebida con Dexter la ponía nerviosa. Aún no había hecho nada siquiera remotamente impropio. —A menos que esté demasiado cansada —dijo estudiándola. No podía distinguir completamente la expresión de sus ojos. ¿Preocupación, tal vez? ¿Era posible que estuviera receloso de ella? —No, no estoy demasiado cansada. —Y aunque lo estuviera, necesitaba respuestas y tenía intención de conseguirlas. Tendió la mano hacia ella y con renuencia Mallory la tomó. Por segunda vez ese día, ninguno de ellos se movió una vez que estuvo de pie frente a él. Mallory no entendía por qué se sentía tan extraña cuando aquellos ojos azules se fijaban en ella, o por qué era repentinamente difícil coger aire. Él volvió en sí mismo primero, dejando caer su mano como si sostuviera un atizador al rojo vivo. Ninguna palabra pasó entre ellos mientras se movían por una red de corredores parecidos a un laberinto, pasando armaduras, espadas cruzadas, viejos escudos de batalla y retratos de parientes muertos cuyos ojos seguían a Mallory como si le preguntaran si sabía lo que estaba haciendo, de lo cual tenía algunas dudas en ese momento. Había averiguado esa tarde por uno de los sirvientes que el castillo consistía en cuarenta y dos habitaciones en total, y al menos quince generaciones de Harringtons habían ocupado Braden Manor en un tiempo u otro. Dexter se detuvo frente a un juego de dobles puertas talladas con muchos adornos que parecían gruesas y pesadas. Aún así, sorprendentemente, se abrieron con un rápido giro del pomo. Mallory entró en la habitación y jadeó. Un techo abovedado se elevaba sobre su cabeza. Figuras que no podía distinguir totalmente estaban esculpidas en las molduras de las esquinas. Estiró el cuello hacia atrás para admirar los frescos e hizo contacto con el sólido muro del pecho de un hombre. Concretamente, el profesor. Sus miradas conectaron, y Mallory pensó que tenía una cara de lo más increíble. Altos pómulos esculpidos, una nariz aquilina perfecta, oscuras cejas oblicuas que exhibían aquellos ojos más que azules, una mandíbula fuerte con una interesante muesca en su centro, y labios llenos que parecían sorprendentemente suaves para un semblante tan masculino. Tuvo el extraño impulso de tocar aquellos labios y ver si eran tan suaves como parecían. 43

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¡Basta de eso! Se regañó a sí misma, poniéndose derecha y alejándose rápidamente de él. En el centro de la habitación, hizo un lento círculo. Fila tras fila de libros cubrían las paredes, desde el suelo hasta el techo, largas escaleras de mano deslizantes daban acceso a las estanterías más altas. —Cuántos libros —murmuró con asombro. Cuando era niña, siempre había adorado el olor de los libros, sintiéndose como una extraña adicta mientras permanecía de pie en una esquina apartada y sostenía un libro contra su nariz, como si haciéndolo pudiera respirar las palabras que contenía, absorber el conocimiento, encontrar el olvido en sus páginas. Los libros se habían convertido en su consuelo; escribir en su vía de escape. Dexter apareció tras ella, y el fino vello de su nuca se puso de punta como con la electricidad estática. —¿Le gusta? —preguntó haciendo un gesto hacia los libros. Su voz era grave, un murmullo vibrante, profundo y muy masculino. Nada remotamente sabiondo. ¿Por qué no se había dado cuenta antes? —Creo que es maravilloso. Una tímida sonrisa curvó las comisuras de la boca de él, vacilando ligeramente como si no sonriera a menudo y se le hubiera olvidado. —Puede usar cualquiera de los libros que quiera. Están a su disposición. El extraño tinte juvenil de su sonrisa hizo que Mallory pensara en el jovencito que había vivido en un castillo sin hermanos y cuarenta y dos habitaciones, que había llevado una existencia solitaria, un chico que muy posiblemente todavía vivía dentro del imponente científico que ahora la miraba tan atentamente. —¿Así que creciste aquí? —le preguntó esperando saber más de él. La sonrisa se deslizó lentamente de su cara. —La mayor parte del tiempo. Poseemos varias casas solariegas además de esta. ¿Varias casas? Mallory finalmente comenzaba a ver la extensión de su riqueza. Pero su dinero era lo menos importante para ella en ese momento. Era el hombre lo que la intrigaba más. —Imagino que tú y tus amigos pasaban horas jugando al escondite. —Quería oír la verdad sobre su niñez de sus labios en vez de depender exclusivamente de la versión de Cummings—. Con todas ésas habitaciones, apuesto a que el juego podía durar días. Él apartó la mirada. —A mis padres no les gustaban las alteraciones. ¿Cómo podía nadie considerar los juegos de un niño como algo negativo? ¿Especialmente un padre? Para Mallory, los niños eran maravillosos. Desinhibidos y libres. A ella le encantaba verlos jugar, incluso aunque las alegres risas y las caras llenas de vitalidad a menudo la pusieran triste, preguntándose si alguna vez tendría niños propios o si estaría condenada a cuidar de su familia para siempre. —De todas formas no me divertían esos juegos —añadió como si fuera una ocurrencia tardía—. Eran bastante inútiles. —Pero eso es lo divertido. El placer de no tener nada más que hacer que el tonto. —Nosotros los Harringtons no somos conocidos por nuestra estupidez. —Sus palabras fueron secas, aunque un indicio de dolor pasó fugazmente por sus ojos. —No puedo imaginar a un niño no siendo siquiera un poquito absurdo. —Y odió pensar en cualquiera aplastando esa tendencia natural, aniquilándola hasta que no existiera. 44

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—Las cosas son un poco diferentes aquí en Inglaterra, Señorita Ginelli. Creemos en mantener un cierto decoro, refrenando nuestro comportamiento. —Chorradas. Una sola ceja oscura se elevó ante su comentario. —¿Perdone? —He dicho chorradas. No creo eso ni un poco. He visto niños jugando en un arroyo cuando pasamos en nuestro camino hacia aquí. No les vi demasiado preocupados por el decoro. —Son diferentes. —¿Diferentes? ¿Cómo? —Son plebeyos. La espalda de Mallory se puso derecha ante su actitud esnob. —¡Si esa no es la cosa más elitista que he oído nunca! Aquellos niños y sus familias no son diferentes de ti o de mí. —Me ha malinterpretado. Lo que debería haber dicho es que esos niños pueden actuar diferente. Sus familias no tienen títulos de nobleza. No tienen las mismas restricciones sobre ellos. —Una mueca tocó los bordes de su boca—. No tienen cientos de años de tradición que les dicten cada movimiento. Pueden crear su propio camino. Si no le conociera mejor, podía pensar que sonaba resentido con la vida para la cual había nacido. —¿Y tú no puedes? —No —murmuró—. No puedo. Mallory no podía entender esa clase de lógica, no podía llegar a entender estar atrapado en una vida que no habría elegido para sí misma, obligada a andar un camino que no era propio. —¿Cómo eran tus padres? —le preguntó, sorprendida al descubrir un deseo bastante fuerte de entender las fuerzas que habían moldeado a Dexter. Un ceño arrugó su frente, la pregunta le ponía claramente incómodo. —¿Por qué quiere saber sobre mis padres? Mallory se encogió de hombros, sin querer que su curiosidad la acercara a él. —Soy una escritora después de todo, y nos gusta investigar. Él hundió las manos en los bolsillos. —¿Qué quiere saber? Lo pensó durante un momento, una multitud de preguntas se agolpaban en su mente. Eligió un tema inocuo, esperando hacer que saliera de sí mismo. —¿Tus padres trabajaban? Asintió. —Mi madre era una antropóloga especializada en el estudio de momias egipcias, y mi padre era un físico nuclear y destinatario de un premio Nobel. —Todo esto fue dicho sin inflexiones. Una antropóloga y un físico ganador del premio Nobel. Eso explicaba el misterio tras el hombre. Dexter no era una anomalía, sino el producto de su educación. —¿Dónde están tus padres ahora? —Murieron hace un año y medio en un accidente de avión. —Lo siento. Dexter se encogió de hombros y apartó la vista, mirando por las enormes ventanas de múltiples cristales que daban al magnífico jardín. Mallory lo había visto esa tarde, un brillante y bello lugar que parecía incongruente en la sombría atmósfera que impregnaba el interior de Braden Manor. 45

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Pero el jardín no era ni la mitad de fascinante que Dexter mismo, el cual mostraba una cosa en el exterior pero algo completamente diferente en el interior. Un hombre que salvó a una mona de una muerte segura, que mandó al hijo de un granjero a Oxford, que escondía su masculina belleza tras pajaritas y tweed en vez de alardear de ello. Extraordinario. Incluso más extraordinario era el hecho de que Dexter no parecía saber o importarle el hecho de que las mujeres pagarían un buen dinero por verle desnudo. Mallory podía imaginarle adornando la portada de una de sus novelas románticas, blandiendo una brillante espada y llevando un corto kilt sin camisa. O tal vez llevaría un par de ceñidos pantalones negros y una camisa blanca, abierta y ondeando al viento, un brazo estirado sobre su cabeza agarrando un trozo de cuerda, el otro enroscado alrededor de alguna esbelta rubia. La cual se parecía horriblemente a Freddie. Mallory frunció el ceño. —¿Se siente bien, Señorita Ginelli? —¿Qué? —Un embarazoso rubor calentó las mejillas de Mallory mientras se daba cuenta que su mirada había estado fija en el torso de Dexter, sus pensamientos menos que puros—. Sí, estoy bien. Sólo estaba… —Preguntándome como te verías bajo todos esos botones—. Puedes llamarme Mallory, ya sabes. No es necesario ser tan formal. —Gracias, pero por ahora prefiero Señorita Ginelli. No nos conocemos el uno al otro lo suficiente para ser informales. ¿Prefería Señorita Ginelli? ¿No se conocían el uno al otro lo bastante bien? Increíble. Con toda probabilidad no podía existir sobre la faz de la tierra otro hombre como Dexter, lo cual le hacía totalmente único, y quizás más que un poco especial. —Bien —dijo—. Llámame como quieras, pero me niego a seguir refiriéndome a tu como su Señoría. —O Doctor Lovejoy como le llamaba Freddie—. Y Dexter, bueno… — No parecía un Dexter. Parecía más Eros, el dios del amor—. Te llamaré simplemente Profesor. —Como desee. ¿Le gustaría tomar algo de beber ahora? —Sí. —Tengo una bodega de vino bien surtida —dijo—, pero imagino que no es una entendida, así que déjeme que le ofrezca alguna sugerencia. ¿Cómo era que un hombre la hacía querer consolarlo un momento y abofetearlo al siguiente? ¡No una entendida! ¿Cómo sabía que no era una entendida? No lo era naturalmente. Raramente bebía. Pero él no lo sabía. —Puedo ofrecerle un Cantermerle del 62 o un Gruaud Larose del 53 con mucho cuerpo o un Bourgonge del 73, el cual es terriblemente difícil de conseguir pero bien merece el esfuerzo de adquirirlo. Ah, y hay un Marquis de la Cases del 96, poderoso en su complejidad con una insinuación de mora y… —¿Y una cerveza? —Eso le cortó en el acto. —¿Cerveza? Ella asintió. —Una Corona con un trozo de lima, si tienes. —Mallory nunca había bebido una cerveza en su vida y no distinguiría una Corona de un coco. —No creo que tenga ninguna… cerveza —dijo la palabra como si fuera una enfermedad altamente contagiosa. Cerveza convertida en la peste bubónica o el virus Ébola o un caso fatal de diarrea. —Muy bien, entonces, tomaré un vaso de whisky. —Como si hubiera bebido alguna vez whisky. Sólo sonaba bien y aplacaba su necesidad de pellizcar su arrogante y 46

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perfecta nariz. ¿Qué se creía? ¿Qué sólo porque era de Nueva York no tenía clase? ¿O que porque era alguien que no poseía un doctorado en investigación? —¿Whisky? ¿No es un poco fuerte? —No —mintió ella. —Muy bien. —Se encogió de hombros—. Whisky pues. Le observó caminar hacia el aparador, intentando no admirar el modo en que se movía o preguntarse por qué simplemente mirarle le hacía un nudo en el estómago. Su reacción hacia el profesor era completamente ilógica. Aún así… no podía negar que sus modales anticuados la intrigaban. Tal vez era porque escribía sobre hombres como Dexter en sus novelas. Hombres que eran galantes, refinados. Algo en esa pajarita torcida, su pelo ligeramente despeinado y las gafas de delgada montura, la hacían querer tocarle, revolver las manos por aquellos sedosos mechones largos hasta los hombros y lanzar sus gafas a los cuatro vientos. El hombre era un póster esperando ser desplegado. —Aquí tiene. Mallory sacudió la cabeza y se dio cuenta de que él estaba enfrente, y ella estaba boquiabierta. Otra vez. Le arrancó el vaso de la mano y se dirigió hacia la pared de libros más cercana, sacando un volumen gordo de la estantería y abrazándolo como un salvavidas. Desgraciadamente, cuando se giró, se encontró a Dexter cerrando filas. Trató de moverse hacia atrás, pero descubrió que escapar era inútil cuando la estantería presionó sus omóplatos. Cuando se paró frente a ella, incluso su sombra la empequeñeció. —¿Le gusta Molière? —preguntó. —¿Molière? —repitió, sonando como una bisagra oxidada. El nombre le sonaba familiar, pero su normalmente aguda memoria estaba fallando repentinamente. Suavemente, él deslizó el libro de su agarre, los largos dedos rozaron ligeramente los suyos, enviando un inesperado escalofrío de electricidad chisporroteando por su brazo. Levantó el libro que ella había estado apretando. —Molière. Su mirada se precipitó hacia el título del libro. El Misántropo. —Oh, ese Molière... —Gruñó para sus adentros. ¡Ese Molière! ¡Sonaba como una imbécil!—. Sí, me gusta. Sonrió, y ella se dio cuenta de que con un poco de práctica, sus esfuerzos por tener una sonrisa que desarmara completamente habían mejorado mucho. Su corazón era testigo de ello. Buscó su voz y la encontró a medio camino de su garganta. —Creo que es hora de que me digas por qué estoy aquí. Su mirada se movió rápidamente hacia sus labios, estudiándolos atentamente, con curiosidad, antes de que sus ojos se elevaran lentamente hacia los de ella. En vez de contestarle, dijo: —Sabe que estamos muy aislados aquí, ¿verdad? ¿Aislados? ¿Qué quería decir con eso? Un borbotón de pánico se disparó a través de ella. ¿Había estado acertada en sus suposiciones? ¿Tenía intención de utilizarla en algún raro experimento? ¿Se convertiría en el sujeto de su próximo trabajo de investigación? Los Efectos del Aislamiento en una Escritora Romántica Virgen Retirada con un Modelo Masculino Disfrazado. 47

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—Sí. —Tomó aire—. Sé que estamos aislados. —Verá, es necesario por privacidad. Necesito llevar a cabo mi investigación sin interrupciones. ¿Su investigación? Buen Dios, ¡había estado en lo cierto! —¿Investigación? —chilló, y entonces se aclaró la garganta—. ¿Y qué investigación es esa? —Es bastante simple —murmuró, moviéndose más cerca de ella—. Necesito aprender lo que las mujeres desean… y necesito que usted me enseñe.

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CAPÍTULO 8 Mallory parpadeó tres veces antes de que retornara algún pensamiento coherente, y cuando lo hizo, se alegró de que las estanterías la sostuvieran derecha. —¿Acabas de decir que quieres que te enseñe qué es lo que desean las mujeres? Él cambió ligeramente de posición y se pasó un dedo por el cuello de la camisa. —Entre otras cosas. ¿Entre otras cosas? ¡Entre otras cosas! Había logrado atontarla otra vez con otro comentario del tipo “Qué piensas acerca de la copulación”. La evaluaba con una expresión que no había cambiado ni un poco desde el momento en que hizo la petición. ¡El hombre realmente consideraba esta... esta noción absurda como investigación! ¿Por qué no escuchó a su sentido común y se quedó en casa donde pertenecía? Te daré veinte mil pequeñas razones. —¿A q-qué… “otras cosas” te refieres? —tartamudeó. Como si él pudiera decir algo más que sobrepasara su primera e impactante declaración. ¿Y por qué se quedaba simplemente allí parada en vez de salir como un huracán del cuarto, en la mejor escena de salida de su vida entera? Curiosidad. Y demasiada imaginación desbocada. Él devolvió el libro que había tomado de sus manos a su lugar en la estantería. Después removió el brandy en su copa de coñac, mirándola sobre el borde mientras contestaba: —Una de ellas es el cortejo. Ése parece el lugar lógico para empezar. —¿El cortejo? —De todas aquella era la petición más excesiva, intrigante, demente... Como si pudiera hablar de cómo cortejar con él o siquiera hacer otra cosa con él en realidad. Y de todas maneras, ¿quién en todo el mundo decía cortejar? —¡Si piensas durante un minuto que seré tu… tu juguete o juego sexual… o tu gatita de amor o como quiera que la gente lo llame, estás m-a-l-d-i-t-a-m-e-n-t-e equivocado! —¿Gatita de amor? —¡Sabes lo que quiero decir! —No hay necesidad de ponerse histérica, Señorita Ginelli. —¡No estoy histérica! Una sola ceja caprichosa articuló su duda. Entonces tomó la copa de ella, y como si fuera un niño, la sostuvo sobre los labios de Mallory. Con la mente en otro lado, ocupada con los vestigios de su resentimiento, ella tomó un saludable trago… Y se sintió amordazada como si el whisky escocés hubiera cauterizado el esófago. Una larga e impersonal mano la aporreó en la espalda y casi la manda volando. —Ahora bien —dijo secamente—. Entiendo que esté un poco nerviosa, y eso ha podido contribuir a esos ataques de drama inútil a los que parece propensa; pero no tengo ninguna pista sobre lo que habla. Ilumíneme, si quieres. Ah, ella lo iluminaría bien. ¡Directamente a Urano! —No haré el amor contigo o el cortejo20 como lo llames. Así que puedes quitártelo de la cabeza ahora mismo. Un extraño sonido, como de ahogamiento o balbuceo provino de él. 20

En inglés Pitching Woo, que significa cortejar pero también hacer el amor.

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—¿Hacer el amor… usted y yo? ¿Nosotros? —Agitó un dedo entre los dos—. ¿Nosotros dos? —Inclinó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas, con alegría desenfrenada. Cuando su humor, aparentemente interminable, disminuyó finalmente, le dijo—. No sea absurda, madam. No tengo intención de hacerle el amor. Estaba hablando metafóricamente y en el sentido más amplio del término, podría añadir. Pensé que había dejado mi posición clara en este asunto previamente. Sacudió la cabeza, la diversión todavía merodeando por sus ojos. —Realmente, ¿qué hay entre usted y esa preocupación que tiene con meterse en la cama? Si uno no lo supiera mejor, podría pensar que nunca ha tenido sexo antes. ¡Y tendría razón! replicó Mallory silenciosamente, su cara cubierta de color. —¡Mi vida sexual no es de tu incumbencia! —Ni quiero que lo sea, gracias. Dudo que pudiera mantenerme al corriente de las historias de sus escapadas de dormitorio. —Antes de que Mallory pudiera sacar a relucir su indignación, Dexter continuó enérgicamente—. Ahora, para clarificar mi posición, yo seré el pupilo y usted la maestra. —¿Y precisamente qué se supone que te tengo que enseñar? —Creí que ya había respondido a eso. Mallory rechinó los dientes. —Estaba farfullando incoherentemente en ese momento. Si fueras tan amable de exponer tus… er… —¿Deseos? ¿Tenía que ponerlo de esa manera? —Plan —corrigió enfáticamente. Él cuadro sus hombros, su expresión seria. —Bueno, quiero aprender cómo complacer a una mujer, quiero averiguar qué es lo que una mujer realmente ansía de un hombre. Como se habrá dado cuenta, no poseo el encanto urbano de Francis Crick. ¿Francis Crick? ¿Quién demonios era Francis Crick? Mallory buscó en su mente, regresó a los días de las clases de ciencias del Señor Prescott en la PS 92. Había sido su mejor estudiante. Él no sabía que ella había perdido la chaveta por él. Ésa fue la única razón por la que aprendió algo sobre la ciencia de la vida, que podía ser la razón por la que podía recordar a alguien con el dudoso nombre de Francis Crick. —¿Te refieres al tipo que descubrió el ADN? Su anfitrión levantó una ceja. Sólo este Mensa lummox haría una analogía usando a Francis Crick en vez de a Brad Pitt, incluso aunque el Señor Pitt no se pudiera medir con la ruda belleza masculina delante de ella. —Disculpa por ser tan densa, pero todavía no entiendo cómo puedo ayudarte. ¿Por qué lo seguía escuchando? La miró impaciente. —Quiero que me enseñe cómo hablarle a una mujer, er, y otras cosas relacionadas con las mujeres. ¿Enseñar al maestro? —Ya veo. —Pero no lo hacía. Y ahí estaban esas misteriosas “otras cosas” otra vez —. ¿Puedo preguntar por qué? Él vaciló al contestar. —Investigación. —Parecía como si tuviera la intención de decir algo más, pero en cambio selló sus labios. —Déjame ver si lo he entendido. Quieres que te enseñe. 50

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—Sí. —Sobre mujeres. —Sí. —Y “otras cosas” relacionadas con las mujeres. —Por fin estamos llegando a alguna parte. —Sólo una pregunta —¿Sí? —¿Estás loco? ¿Completamente disparatado? ¿Loco de remate? ¿Tocado de la cabeza? ¿Escuchas campanas? ¿Estás DEMENTE? ¿Qué te hace pensar por una milésima de segundo que consideraría una petición tan escandalosa? ¡Soy una escritora! Tengo cosas que hacer con mi vida. Cosas serias. Cosas de escritora. —¿Cosas de escritora? ¡Ah, eso suena inteligente! No pareció afectado ni un ápice por su vehemente denuncia. —Bueno, en realidad fue idea de Cummings. Parece creer que un hombre puede aprender sobre el gran asunto de qué quieren las mujeres leyendo novelas románticas. —Las últimas tres palabras hicieron que sus labios se fruncieran en un gesto de desdén. ¡Finalmente, algo lógico! ¡Ciertamente a los hombres les había llevado un largo tiempo deducir lo obvio! Desde los días de los antiguos dibujos en las cuevas, las mujeres habían tratado de trazar qué deseaban de su contraparte masculina. Y durante todo ese tiempo, los hombres se habían rascado las cabezas y se habían mirado unos a otros estupefactos. Mallory dejó escapar un suspiro para calmarse. —¿Entonces por qué no lees una novela romántica? Yo sólo las escribo. No las vivo. —Cosa que no podía decir que no lamentara la mayoría de las veces. —Creo que ya aclaré mi punto sobre esa cuestión. —Oh, sí. Eres fan de Bertrand Russell y el Sánscrito, no de las novelas románticas. —Asintió—. ¿Y qué opinas de la Biblia? La miró socarronamente. —¿Qué tiene que ver la Biblia con esto? —Es un libro, ¿correcto? —Por supuesto, pero... —Bueno, hay romance en la Biblia. O cortejo, como alguna gente se refiere a ello. — Su mirada le dijo claramente a qué “gente” se refería. —¿Se está burlando de mí, Señorita Ginelli? ¡Sí! —Sólo establezco un hecho. Él cruzó esos brazos de leñador sobre su macizo pecho y la miró con incredulidad. —Hay partes de la Biblia que podrían ser consideradas como romance. —¿Y esas partes serían? —Salomón. —Eso no es lo mismo —¿Has leído alguna de las Canciones de Salomón? —Lo he hecho. —Bien, déjame plantearte esta pregunta… ¿Por qué crees que el hombre cantaba todo el tiempo? ¿Hmm? No era sólo porque el vino y la fruta fueran abundantes. Los labios de él se apretaron. —Ha demostrado su razonamiento. 51

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—Bien. Ahora déjame exponer otro. No soy tu chica para todo o tu chica nada. Soy una escritora romántica respetada y... —Yo la respeto. Eso cortó por la mitad la diatriba de Mallory, incluso cuando su mente clamaba que muchas mujeres se habían enamorado de esas pequeñas tres palabras viniendo de los labios de un hombre. Virgen, tal vez. Pero era una virgen neoyorquina, que automáticamente la ponía tres pasos por delante de sus contrapartes, y cinco pasos por delante de aquellas del medio oeste y los países subdesarrollados. —Me alegra oírlo —dijo—, pero eso no cambia mi posición en esta cuestión. En el fondo de su mente, comprendió otra razón, no podía obligarlo, si estaba lo bastante loca para considerar su propuesta. Excéntrico como era, incluso con toda su arrogancia y sus pajaritas, la conmovía de un modo indefinible. Sus campanas de advertencia resonaban siempre que él se acercaba, y el robot loco de “Perdidos en el espacio” vociferaba: ¡Peligro, Mallory Ginelli! ¡Peligro! No era una revelación en particular reconfortante o una que quisiera explorar. Despreocupadamente, él bebió su bebida. —¿Está diciendo que su respuesta es no? Mallory vaciló, preguntándose cuál sería la reacción a su respuesta, al decirle que estaba en lo correcto, y que no tenía intención de complacer su absurda propuesta. Enseñarle a él que quiere una mujer. ¡Ridículo! Pero, ¿esperaría que le devolviera su dinero por no estar conforme, cuando ella se había plantado proverbialmente en cuanto a su altamente inexacta encuesta sexual? Así que en vez de contestar, dijo: —¿No entiendes lo descerebrado que parece que necesites mi ayuda considerando tu línea de trabajo? Él se rascó la barbilla y ella esperó que hiciera una observación sustancial o algún comentario prolijo contra sus antecedentes y credenciales. No obtuvo nada de eso. En cambio contestó: —Sí. —¿Sí? ¿Eso es todo? —¿Qué más quiere que diga? —Bueno, tal vez que me expliques por qué necesitas que te enseñe algo sobre las mujeres, sería un comienzo. Creo que alguien como tú debe conocer todo lo que debe saberse sobre el asunto. —Y, desde el punto de vista clínico, es correcto, entiendo las necesidades físicas de una mujer. Conozco las zonas erógenas, dónde tocar y cuánto tiempo, cómo construir el deseo, qué cosas hacer para traer el máximo placer —se encogió de hombros—, que culminaría, por supuesto, en múltiples orgasmos. —¿Múltiples —tragó— orgasmos? Las palmas de Mallory se pusieron incómodamente húmedas y pegajosas, y sentía las rodillas como si estuviesen hechas de gelatina. Si sobrevivía a esta conversación, escribiría una oda a la estantería de libros. Si no hubiera estado a su espalda, estaría ya en el piso. Dexter se aclaró la garganta y se alejó. ¡Al fin! Su cercanía combinada con palabras como erógeno y orgasmo hacían que Mallory se pusiese a temblar. Ella estudió su perfil y su mirada moviéndose sin rumbo sobre los libros, que le negaba ver la mayor parte de su expresión. 52

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—De cualquier manera —continuó—, me han dicho que… bueno, que carezco de pasión y que no siento cosas aquí. —Apuntó a su corazón—. También, no sé… —y murmuró el resto de las palabras. —¿Puedes repetir la última parte? —Dije que no sé… —Tienes que hablar alto. No puedo oírte. —¡Dije que no sé cómo decir palabras de amor a una mujer! —prácticamente gritó, claramente descontento—. Ahí está. ¿Es feliz ahora que la casa entera conoce mis asuntos privados? Mallory trató de reprimir una sonrisa. Con cuarenta y dos cuartos, sospechó que las únicas que habían oído su confesión además de ella eran las armaduras del pasillo de abajo. —¿Palabras de amor? ¿Quieres decir palabras sensibles que dicen a una mujer cuán hermosa es y lo que ella te hace sentir a ti? ¿Esa clase de palabras? —Sí, sí —contestó él bruscamente, pareciendo completamente miserable y encantadoramente vulnerable. Su corazón voló hasta él. Se dio cuenta que su admisión tenía que ser difícil para un hombre así. Pero por extraño que pareciera, ahora que la sorpresa inicial de oír al doctor sexual admitir que no sabía actuar con una mujer se había terminado, no podía decir que estuviera sorprendida. En los temas que entendía, se imaginó que podía expandirse durante horas. También, si se asociaba la arrogancia con un hombre de alta inteligencia que también resultaba ser un científico, era una combinación que podría repeler a mujeres que quisieran cenas a la luz de las velas y que no consistieran en tener que escuchar fechas detallas de la revolución sexual y la contrarrevolución. Ejemplificadas con casos clínicos. —¿Por qué yo? —preguntó ella. Se encogió de hombros, todavía sin mirarla. —Como dije, fue una idea de Cummings. Consideró que usted es la opción perfecta para ayudarme con mi... —se aclaró la garganta y murmuró—... problema —Se agarró las manos por detrás de la espalda, después, nervioso, las empujó dentro de los bolsillos del pantalón—. Dijo que con la forma en que escribe, tienes que ser un hervidero... —¿De pasión? Él asintió. Increíble. Si las personas creyeran todo lo que escribía. Tendría que ser cinco pulgadas más alta, con cintura pequeña, pelo rubio y grandes… ojos azules. Como Freddie. —¿Y tú le creíste? Se giró a mirarla con una mirada perpleja en el rostro. —Por supuesto. Es mi mejor amigo, después de todo. ¿En quién puede confiar uno si no es en su amigo más cercano? En quién, en efecto, pensó Mallory. Las palabras de Cummings regresaron muy claramente. Durante años, Dexter pensó que la única forma en que podía tener amigos era comprándolos. Yo fui uno de los amigos comprados de Dex. ¿Sabría Dexter cómo se sentía Cummings? Pensó ella. ¿O lo que había hecho? ¿Y permanecía Cummings en el puesto de Dexter por un sentido de culpa por sus 53

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acciones o porque se había convertido en un amigo de Dexter en el verdadero sentido de la palabra? Una vez más, Mallory encontró a sus emociones cambiando la balanza, viendo otra pieza del hombre dentro del científico y encajando la pieza en el rompecabezas. Cuando creaba a los personajes para sus historias, tenía que entender sus historias, lo que los hacía ser como eran. Ella quería entender que hacía a Dexter tal y como era. O tal vez era sólo esa extraña deficiencia dentro de ella que tendía a arreglar lo que estaba roto, corregir lo que estaba mal. Siento que vosotros dos sois almas gemelas, había dicho Cummings. Almas gemelas. Dudoso. No tenían nada en común, ni siquiera se gustaban realmente el uno al otro. Al menos, Dexter había dado esa impresión. Mallory se preguntó si él se había dado cuenta de las contradicciones dentro de ella. La diferencia entre el hervidero de pasión y la mujer de sesenta años con afiliaciones religiosas. ¿Qué importaba si él veía la verdad o no? Ella era sólo otro de sus proyectos. En cambio, él había sido un inconsciente benefactor en el Fondo de Apuestas de Genie Ginelli. ¿Además a quién le podría gustar aquel hombre? Era demasiado convencional. Demasiado estridente. Demasiado arrogante. Investigación. Eso era todo lo que ella era para él. La pregunta era, ¿por qué tenía que ser ella? ¿Y cuán lejos iría la investigación cuando comenzara en la vida real? —Tengo que pensar sobre esto —le dijo finalmente. Pero ya sabía cuál sería su respuesta. No. Y no era sólo por las razones obvias, como el plan era completamente una locura. Estaba también el hecho de que no sabía nada acerca de la primera cosa a enseñar, sobre cómo debía comportarse un hombre con una mujer. Sólo sabía lo que esperaba ella de un hombre y lo que esperaba era amor. No podía hablar por todas las mujeres. —Entiendo —dijo, evaluándola intensamente, y ella sabía qué cuantiosos pensamientos pasaban atrás de esos intensos ojos. Ahora bien, no sabía si él estaba calculando la ecuación de Fermat o pensando en cómo se veía ella desnuda, aunque sospechaba que la primera tenía más posibilidades que la segunda—. ¿Y cuándo tendría una respuesta para mí? —le preguntó. ¿El veintisiete de nunca? Casi respondió ella. —Por la mañana —dijo en cambio. —Hasta entonces. —Sostuvo la copa en alto, en reconocimiento y bebió el contenido restante, dejando a Mallory admirar la elegante línea de su musculoso cuello y el fuerte contorno de su mandíbula. Ella tomó un sorbo de su bebida y trató de mantener la expresión serena en su cara. Después puso la copa en la mesa a un lado de ella. —Si me disculpas. Me encuentro muy cansada. —Ha tenido un largo día. Totalmente cierto. —No hay necesidad de que me acompañes a mi cuarto. Puedo encontrarlo sola. — O eso esperaba. Podía imaginarse pérdida, sola y a la deriva a través de los interminables pasillos y los cuarenta y dos cuartos antes de morir de hambre. Condenada a vagar eternamente por aquel lugar. Se estremeció—. Buenas noches. —Buenas noches —murmuró. Había llegado a la puerta cuando le dijo—, ¿Señorita Ginelli? Ella se dio la vuelta, pomo en mano. 54

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—¿Sí? —Independientemente de cuál sea su decisión de mañana, la acataré. —Gracias. —Y no se preocupe del reembolso de los veinte mil dólares. Mallory suspiró aliviada. Había estado preguntándose qué sería de su soporte sin el dinero, y ahora sin esa preocupación añadida, la decisión sería mucho más fácil de toma. Su alivio, sin embargo, fue breve cuando él dijo: —Quince mil dólares serán suficientes. Considere los otros cinco mil como mi forma de agradecerle por su tiempo Imperturbable, Mallory lo miró fijamente. —¿Quieres que te devuelva quince mil dólares? —Claro que sí. Ciertamente no tenía la intención de quedárselos, ¿verdad? Ése era el pago por servicios aún no dados. Le habría pagado per diem21, pero pidió un adelanto. Si se va… Bueno, estoy seguro que entiende lo que quiero decir. Lo entendía. Demasiado bien. Demasiado aturdida para hacer algo menos que asentir, Mallory se dirigió a la puerta, pero no antes de escuchar a Dexter añadir: —Duerma bien, Señorita Ginelli. Destex miró la puerta cerrarse detrás de Mallory e hizo una mueca de auto-disgusto mientras pensaba en su táctica menos que caballerosa y que por su causa, probablemente ella no dormiría bien en absoluto, en conflicto entre el deseo de marcharse y la necesidad de quedarse. Esta noche había hecho algo que no podía recordar haber hecho antes. Manipular a alguien. Tenía más dinero del que pudiera llegar a saber qué hacer con él. Ciertamente no necesitaba esos quince mil dólares. Pero sabía que ella los necesitaba. Cabía siempre la posibilidad de que le mandara a hacer puñetas o que le confesara que no podía devolverlo enseguida y esperara que él actuara honorablemente. Aunque tenía mucho orgullo, y algo le decía que no era del tipo que esquiva una responsabilidad, un hecho con el que él había contado para conseguir lo que quería. Dexter se acercó al aparador y volvió a llenar la copa, tratando de encontrar la causa de su inquietud, para acabar con pensamientos sobre que sus motivos de no dejarla ir no eran completamente puros. A pesar de que era verdad que necesitaba su ayuda, también era cierto que ella lo intrigaba, de una forma puramente científica, por supuesto. Definitivamente no era un hombre al que le atraía aquella clase de mujer vivaz, testaruda, tenaz y excitante. Por ese camino le esperaba la locura. Pero él había ido por él y tenía que ver qué pasaba. Su futuro muy bien podría depender del resultado. Su futuro. Ahí estaba el problema Tenía todo para conseguirlo. Una carrera exitosa, riqueza, una biblioteca bien abastecida, una impresionante colección de vinos, la versión original de los conciertos de Brandenburgo de Bach. Sólo faltaba un obstáculo por saltar. Entonces, ¿por qué la perspectiva de ese obstáculo le hacía sentirse pesado como una piedra de molino excepcionalmente pesada?

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Frase latina que significa por día.

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¿Y por qué no le había dicho la verdad completa a Mallory sobre por qué necesitaba su ayuda? Había tenido toda la intención de hacerlo, pero cuando el momento llegó, había permanecido extrañamente mudo. Trató de consolarse en el hecho de que realmente no había mentido. Todo de lo que era realmente culpable era de no ser completamente comunicativo. Además, no era como si debiera darle ninguna explicación. Era sólo su empleada. ¿Qué le importaba a ella si él se casaba?

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CAPÍTULO 9 —Te digo ahora que ese hombre va a llevarse un rápido golpe en su pomposo trasero británico si no deja de provocarme —dijo Freddie echando humo, deslizándose en un par de vaqueros muy ajustados—. Es tan jodidamente superior. Cree que lo sabe todo. — Metió a la fuerza el botón superior de los vaqueros en el ojal y los abrochó con un furioso tirón—. Es tan hombre que no puede aceptar el hecho de que tal vez sé más que él... lo que es patentemente obvio. Y también tengo mucho más mundo. Después de todo, vivo en Nueva York. Sé cosas. ¿Pero ve él eso? No. Piensa que todo lo que hago es ir de compras y que me arreglen el pelo y las uñas. —Se dio la vuelta—. ¿Puedes creerte eso, Mal? ¡Como si yo fuera tan poco profunda y superficial! —Señaló a la mesilla de noche—. ¿Puedes pasarme la laca de uñas? No, ésa no. La Rojo Extremo que está al lado. Mallory le pasó la laca a Freddie, que rápidamente se colocó en un asiento acolchado enfrente del tocador y empezó a aplicarse la laca rojo brillante a las uñas de los pies, todavía farfullando sobre ese hombre, que no podía ser otro que Cummings. Mallory escuchaba a medias, su mente estaba ocupada con pensamientos sobre Dexter. Se le había concedido un aplazamiento para darle una respuesta respecto a si se quedaría o se iría. A él lo habían llamado para todo el día y no volvería hasta más tarde. Eso le daba tiempo para considerar una excusa convincente. Había pensado presentar una fuerte apariencia y decirle que no iba a intimidar a una Ginelli, que si quería su dinero, la tendría que llevar a los tribunales. Todo muy bien, por supuesto, excepto que no sentía un particular deleite en estar sujeta a los caprichos del sistema judicial. Había tenido suficiente de eso con Genie para que le durase una vida. —¿Qué pasa contigo? —preguntó Freddie, observándola—. Estás terriblemente silenciosa. ¿Qué pasó? ¿El doctor Amor Alegre intentó ligar contigo? —¿Intentar ligar? —¿El hombre que le había dicho que no la conocía lo suficiente como para llamarla por su nombre? Mallory casi se rió. —No, no intentó ligar conmigo. —Qué pena. Si no tuviera aversión al tweed, me enroscaría a su alrededor como una gran Venus atrapamoscas22. Mallory dudaba que a Dexter le importase ser enroscado en la trampa de Freddie. —¿Realmente piensas que es guapo? —Que si pienso... ¿Has visto ese físico? ¿Quién diría que levantar libros produce músculos como ésos? —Freddie se inclinó hacia delante, considerando a Mallory con su mirada de rayos X—. ¿No crees que es atractivo? Mallory se encogió de hombros. —Está bien, supongo. —¿Bien? —Freddie la miró fijamente como si hubiera perdido la cabeza—. Mirarlo es como beber un vaso de Tequila. Ambos tienen un efecto boomerang. —Es sólo que no creo que el físico sea todo lo que importe en un hombre. —Te comportas como si eso te sacara los ojos o algo así. Entonces, ¿qué más es importante? ¿Cerebro? —Hasta un cierto... 22

La Dionaea muscipula (dionea o Venus atrapamoscas) es una de las plantas carnívoras más conocidas. Consta de un rizoma, del cual salen las hojas en forma de roseta, que crecen al nivel del suelo. El final de las hojas se encuentra formado por dos lóbulos, que forman la trampa o boca.

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—E imagino que es importante que tenga trabajo... o que por lo menos sea económicamente independiente. —Bueno, creo... —Y tendrá que querer a los animales, ¿no? —Ciertamente, pero... —Uh-huh. ¿Y alguien que aprecie el interior de una casa tanto como tú? —Eso es... —Tal y como lo veo, tú y el profesor encajáis perfectamente. Mallory miró a su amiga con el ceño fruncido. —Gracias por tu consejo, Querida Abby23, pero creo que puedo escoger un hombre por mí misma. Freddie se encogió de hombros. —Soy judía. Llevo lo de ser casamentera en la sangre. —Entonces usa esas habilidades en ti misma. —No, gracias. No estoy preparada para someterme a esa santificada institución erróneamente denominada “felicidad doméstica”. —Pero, ¿no quieres tener un hombre que venga a casa todas las noches? ¿Alguien con quien planificar tu futuro? ¿Con el que soñar? ¿Que sepas que sólo te ama a ti? Eso era por lo que Mallory se había contenido. Ella quería su alma gemela. Su otra mitad. Simplemente cualquiera no serviría. Freddie se encogió de hombros y bajó la vista a sus uñas pintadas. —No lo sé. Tal vez quiero esas cosas. Pero el matrimonio no es tan estupendo como se cree. Mallory entendía el dolor persistente de Freddie. Su amiga se había casado con su novio de la universidad y había quedado destrozada cuando el matrimonio se vino abajo apenas un año después. Freddie nunca había conocido el fracaso. Desde esa vez, Freddie había levantado barreras, usando su ingenio cortante y su comportamiento altivo para mantener una distancia emocional, nunca permitiendo que un hombre se acercara demasiado. —El amor te encontrará otra vez, Freddie... si se lo permites. Freddie volvió a su forma normal, algo no sorprendente. —Anda, Mal, no te me pongas sentimental. —Sacudió la cabeza—. Debe ser todo este aislamiento que nos está volviendo loco24... y el hecho de que los hombres o son frígidos o son secretarios arrogantes y fanfarrones que están pidiendo ser aplastados. —Cummings no es tan malo. —Y Mallory dudaba mucho que Dexter fuera frígido. —¡Ja! Al hombre no se le debería permitir poder hablar en cualquier día que tenga una a25. —Entonces, en un estilo totalmente Freddie, cambió a su tema favorito: los asuntos de otras personas—. Sabes, estoy empezando a creer que si no echas un polvo a cierta edad, te vuelves de género neutro. Mejor que tengas cuidado, Mal. Lo último que oí es que no había una píldora para curar el entumecimiento bajo la cintura. —¿Tienes que ser tan grosera? —¿Tienes que ser tan medieval? La virginidad puede que fuera la moda en los días de Rapunzel26, pero éstos son tiempos modernos; las mujeres están liberadas y disfrutan de 23

Dear Abby, traducido como Querida Abby, es un consultorio en la prensa americana, empezado en 1965 por Pauline Phillips y continuado por su hija Jeanne. Es uno de los más leídos del mundo. 24 En español en el original. 25 Hace referencia a que en inglés, todos los días de la semana tienen como última sílaba day, con lo que el comentario de Freddie los incluiría a todos.

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libertad sexual. Si queremos llevar espuelas y cabalgar un poni salvaje gritanto: “¡Adelante, vaquero!”, podemos. —No estoy preparada para espuelas, gracias. —Aún así, Mallory sabía que en muchos sentidos, Freddie tenía razón. Vivía en un mundo de fantasía, esperando por ese galante caballero que viniera y se la llevara, esperando que un Príncipe Encantador la encontrase y la transformase de ser una plebeya a su princesa. —Así que, ¿cuál es el problema? ¿Irritada porque el doctor amor no te ha hecho ninguna insinuación poco apropiada? Puedo hacerle un poco de Tae Bo27. Te puedo garantizar que no estará erecto durante una semana. —No son necesarios pinchazos en los ojos y patadas en la entrepierna. Es simplemente un poco... reservado. No hay nada malo en eso. De hecho, es bastante refrescante. —¿Refrescante, eh? —Sí—dijo Mallory con énfasis, sorprendida al encontrarse defendiendo a Dexter. —Bueno, por mi parte esperaba más de él. Por lo que dice ese imbécil inflado de Cummings, las mujeres se muestran todas anhelantes hacia el profesor. Sus clases están siempre llenas y deja a las mujeres jadeando en las gradas. Mallory se preguntó si alguna de sus estudiantes había ido a su casa a hacer “investigación”. Visualizó a Dexter y cómo había actuado hacia ella desde que había llegado y decidió que la posibilidad de que fuera un Don Juan disfrazado era muy improbable. —Dexter es un tipo anticuado —dijo—. No creo que reconozca el efecto que tiene en la población femenina. —¿Anticuado, mmm? Bueno, hay otra razón por la que sería perfecto para ti. Ambos vivís en la Edad de Piedra sexual. —¿Perfecto? ¿Para mí? —Mallory resopló—. No estoy interesada en él. Simplemente estoy aquí para... eh, ayudarle con una investigación. —¿Investigación? —Freddie elevó una perfecta ceja arreglada—. La cosa se complica. Suéltalo, chica... y sin medias verdades. Te conozco demasiado bien para que me engañes. Mallory soltó un suspiro. Freddie tenía razón. No le podía esconder nada. Se preguntó por qué había querido hacerlo. Por la naturaleza del asunto, probablemente... y nada que ver con el sentimiento de que estaba violando la confianza de Dexter al contárselo a Freddie. Mallory se levantó de la silla y se movió a la ventana, sabiendo que, a propósito, estaba evitando mirar a Freddie a los ojos. —Quiere que le enseñe algunas cosas. —¿Enseñarle cosas? ¿Qué puedes saber tú que no sepa él? ¿Cómo escribir una novela romántica? —No escribirlas, exactamente —dijo Mallory, sintiéndose extraordinariamente como Genie en aquel momento que se mordisqueó una uña, esperando a que el otro zapato cayera. —¿No exactamente? Chica, estás siendo evasiva. —Freddie se acercó para colocarse a su lado en la ventana—. ¿Cómo uno “no exactamente” escribe un romance? 26

Rapunzel es un cuento de hadas recogido en la colección de los Hermanos Grimm, publicado por primera vez en 1812. 27 Tae Bo es una rutina de ejercicios. La palabra es un acrónimo de Total Awareness Excellence Body Obedience (Total Conocimiento de la Excelencia de la Obediencia del Cuerpo). Incluye muchos golpes de Karate, pero no está ideado para pelear, sino que persigue el aumento de la salud a partir del movimiento.

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Mallory deslizó una mirada a su amiga. —Viviéndolo, en cambio. —¿Cómo vive uno... ? Oh, Buen Señor, ¡estás de coña! No quieres decir que él... que tú... —Se rió—. ¡Esto es divertidísimo! ¿Quiere jugar a las casitas contigo? ¿Ser Hansel y tú Gretel28? ¿Él Jack y tú Jill29? ¿Cómo una fantasía rarita? —¡No! Quiere que le enseñe a ser romántico. La risita de Freddie sólo aumentó. —¿Enseñarle a ser romántico? Tu idea de romance es sentarte sola un sábado por la noche con un paquete de Kleenex viendo Casablanca y sollozando lastimosamente. Se te pone la mirada vidriosa si oyes a alguien decir “A tu salud”30. —No lo hago. —Te olvidas de que te he visto derrumbarte viendo Bambi. —Cualquiera con corazón habría sentido pena por Bambi. —Tengo corazón —contestó Freddie defensivamente, ya sin reírse—. Pero no me pongo a llorar por un ciervo de ficción. Y no cambiemos de tema. Lo que quiero saber es por qué el hombre te elegiría a ti para enseñarle sobre romance, por encima de los millones de mujeres de este planeta. Primero, tendría que haberle preguntado a una de las ansiosas Barbies de su clase... y segundo, eres la candidata menos probable. La actitud de Freddie fastidió a Mallory. —¡Resulta que sé bastante de romance! —Sólo porque lo escribas no quiere decir que lo vivas. Mallory recordó haberle dicho casi las mismas palabras a Dexter el día anterior. —Eso no significa que no pueda —replicó Mallory—. Simplemente he estado ocupada. Ocupada, sí. Escribiendo sobre romance. Escribiendo sobre ello en vez de vivirlo. Freddie ondeó una mano desdeñosa. —Estás tan reprimida en tu vida personal que apostaría hasta mi último dólar que escuchar la palabra orgasmo te avergüenza. Mallory frunció el ceño, recordando a otra persona que recientemente había usado esa palabra. —¿Ves? —¡No estoy avergonzada! ¡Y tampoco reprimida! —Si tú lo dices... —Freddie se encogió de hombros—. Ahora, ¿qué quieres decirle al profesor? ¿Que nos reserve un vuelo a casa en el Concorde que salga más pronto? —No. Sí. ¡No lo sé! —Ya veo. Bueno, imagino que tienes mucho en lo que pensar. —Freddie volvió a la silla enfrente del tocador y se puso zapatos de tacón bajo—. Me voy al pueblo. Necesito un día de salud mental fuera de este sitio. ¿Estás segura de que no quieres ir al pueblo conmigo? Mallory sabía que Freddie sentía abstinencia por la gente. Ambas estaban acostumbradas al ajetreo de Nueva York, una masa de humanidad por todas partes, cosas para ver y hacer. Olores invadiendo los sentidos. Un estilo de vida completamente 28

Hansel y Gretel es un cuento de los Hermanos Grimm, protagonizado por una niña y un niño, ambos hermanos. 29 Jack y Jill es una serie de televisión que narra la relación entre Jacqueline 'Jack' Barrett, y David 'Jill' Jillefsky, su joven y atractivo vecino. 30 La frase original de la película Casablanca es “Here's lookin' at you, kid”, algo así como “Aquí me tienes mirándote, chica” que, tal y como fue traducida al español, no produce tanto impacto como en el original. Ha sido seleccionada como la quinta frase más célebre de la historia del cine según el Instituto Americano del Cine (AFI).

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diferente al que tenían ahora, donde el mayor ruido eran los balidos ocasionales de las ovejas que vagaban por la ladera y el viento de la tarde que rozaba el castillo. —Ojalá pudiera, pero tengo mucho trabajo pendiente. Me estoy quedando retrasada en lo que estoy escribiendo. —Lo que era verdad, pero no la razón por la que Mallory no quería ir. Necesitaba algo de tiempo sola para pensar—. Que lo pases bien. —Lo intentaré. Pero dudo que esta gente conozca el significado de divertido. Probablemente la mayor excitación que tienen es sacarse pelusas del ombligo. Mallory sacudió la cabeza, sabiendo que el Señor había roto el molde cuando hizo a Freddie. Gracias al cielo.

Sola en la cavernosa biblioteca, Mallory se sentía completamente enana. Tenía el portátil delante, en la mesa redonda de caoba, donde había estado completamente absorta mirando al parpadeante cursor durante un cuarto de hora, sin haber escrito ni una palabra desde que entró en la habitación. Retrocedió unas páginas para ver lo que había escrito el día que Genie se había colado en su apartamento y Karen le había hablado acerca de un noble del reino británico con un doctorado y que ejercía, con una petición increíble. Las palabras virilidad sobresaliente saltaron hacia ella. Irónico. ¿Qué sabía realmente sobre virilidades sobresalientes? Tenía que ser la única virgen de veinticinco años de Nueva York... si uno se creía que alguna virgen todavía existía allí. ¡Pero eso no quería decir que estuviera reprimida! ¡O que fuera mojigata! ¡O una señora de sesenta años con afiliaciones religiosas! Inquieta, Mallory se levantó de la silla, necesitando estirar las piernas, esperando un estallido de inspiración. Caminó el perímetro de la biblioteca, pasando un dedo por los libros, sintiéndose cada vez más a gusto con cada minuto que pasaba. La habitación poseía un sentimiento de “vivir en ella” del que carecía el resto de la casa. Fornidas sillas de respaldo alto en colores variados estaban esparcidas alrededor, con pequeñas mesas auxiliares colocadas al lado. Viejos tomos se tambaleaban en todos los puntos imaginables. Enfrente de una gran ventana panorámica estaba un enorme escritorio de madera burl31, una pesada pieza que, por la calidad, sospechaba que no había venido de un artesano moderno o un almacén. Se imaginó a Dexter sentado en la silla gigante de cuero situada detrás del escritorio leyendo algún libro o trabajando en uno de sus papeles, con la cabeza inclinada, con el sedoso cabello cayéndole sobre la frente, con aspecto muy erudito. Mallory frunció el ceño, preguntándose por sus pensamientos sobre el profesor y porqué no parecía poder sacudírselos. —Tal vez porque estás en su casa. —Encantador. Ahora estaba hablando consigo misma. Esperaba que las paredes no tuvieran oídos. 31

La madera burl, o burl wood, ya que no existe un término específico en español, es un tipo de madera empleada por artistas y artesanos para esculturas y otros artículos como relojes o incluso piezas de mobiliario. Es un tipo de madera de crecimiento rápido y anormal en algunos árboles, que se caracteriza por las extrañas vetas que forma. Normalmente se produce porque el árbol ha sufrido alguna alteración, tanto ambiental como por hongos o insectos.

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Un libro atrajo su mirada y lo deslizó del estante. Sexo: Una historia oral. El calor sonrojó sus mejillas y Mallory pudo escuchar a Freddy diciendo, “Estás tan reprimida”. Ella no estaba reprimida. ¿Verdad? Mirando fijamente el libro, una idea se empezó a formar en el cerebro de Mallory... una idea que podía ser la respuesta a cómo manejar a Dexter y su petición. Quería considerar su tiempo juntos como una investigación. Bien, pues ella también. Todo el tiempo hacía investigaciones para sus libros, aunque raramente tenía la oportunidad de investigar en tiempo real... o usando personas reales. Ahora podía. Podía tener una experiencia verdadera, genuina, de “ensúciate las manos”, y usar esta oportunidad única para ventaja suya, coger lo que aprendiera y poner esa chispa extra en sus libros. Ahora la única cuestión era, ¿por dónde empezar?

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CAPÍTULO 10 —¿Que quiere que haga qué? Mallory frunció el ceño en dirección a Dexter porque él estaba haciendo lo mismo. —Quiero que dejes de pelear conmigo; eso es lo que quiero. Simplemente pongámonos a trabajar. ¿De acuerdo? Sacudió la cabeza, testarudo. —Tengo una reputación que proteger. Mi buen nombre podría quedar mancillado si alguien descubriese lo que pasa detrás de estas puertas cerradas. —¿Mancillado... ? Estás de broma, ¿no? —Mallory alzó la mano para evitar la respuesta que sabía que iba a llegar—. Ya sé. Usted no haces bromas. Pero está haciendo una montaña de un grano de arena. Todo el mundo lo hace a diario. —Bueno, yo no. —No seas mojigato. —Soy británico. Llevamos la mojigatería en la sangre. Mallory resistió la urgencia de reír. Recordaba a Freddie categorizándola a ella bajo un estereotipo similar. —Simplemente sácala, métela y empecemos. —Claro, sáquela —se quejó él—. ¿Por qué los americanos siempre tienen prisa? ¿No pueden hacer nada con calma? La anticipación es un placer para los sentidos, debo recordarle. —Deja de perder el tiempo y dámela. —¡Por dios, mujer, qué impaciente es usted! —jadeó él—. A ver, veamos —Buscó algo con las manos durante un minuto, tocándolo todo, ajustándose las gafas y acercando la cara para poder ver mejor. Mallory suspiró impaciente. —Entra en el agujero. Sólo hay uno. La miró con el ceño fruncido. —Lo evidente no es necesario, madam. Lo obvio basta. Claramente, no llevaba bien que le dieran órdenes. Un rasgo masculino. Pero cuanto antes comenzaran las lecciones, mejor para los dos. Mallory se había levantado aquella mañana sorprendida de descubrir su resolución intacta. De hecho, había estado de alguna forma ilusionada por comenzar la investigación. —Oh, maldita sea —se quejó él—. Se ha atascado. —Empuja más fuerte. —¡Estoy empujando! —¿Cuándo fue la última vez que la usaste? —No sé. Hace un año, quizás. Mi horario no me permite tales frivolidades. —Quizás si te relajas, podremos hacer que funcione. La ignoró y manoseó un poco más. Entonces negó con la cabeza. —Es demasiado grande. No cabrá. —No seas ridículo. No he oído de nadie a quien no le quepa. —Voy a sacarla. Podría romperse. —¡No se romperá, por amor de dios! Simplemente dale un buen empujón. Le dirigió una dubitativa mirada. Entonces, con un gruñido, empujó y entró. Mallory sonrió con satisfacción. —¿Ve? Te dije que cabría. 63

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—Sonreír con satisfacción es impropio de una mujer, Señorita Ginelli. —Y el mal humor es impropio de un hombre, profesor. Dexter soltó un bufido y recolocó su enorme cuerpo, cruzando los brazos sobre el pecho. Ella bufó y también cruzó los brazos sobre el pecho. Juntos, giraron la mirada hacia el aparato de televisión. Una película en blanco y negro pasó hasta que apareció el título de la cinta que acababan de meter en el vídeo. —¿Casablanca? —dijo Dexter con un tono despectivo que Mallory no percibió—. ¿Qué tipo de programación de calidad es ésta? —De la mejor. Cuando Freddie había vuelto a casa temprano, le había dicho a Mallory lo sorprendida que estaba de haber encontrado no sólo un restaurante decente en aquella “ciudad inglesa rodeada de montañas”, sino que, había añadido con cierta alegría, también había un videoclub. Imagínate, había dicho su expresión. Dexter resopló. —Nunca he oído hablar de esta película. Mallory lo miró boquiabierta. —¿Nunca has oído hablar de Casablanca? ¿Quién no había oído hablar de Casablanca? Era un clásico. —¿Debería? —preguntó en tono aburrido. —Bogie y Bergman, ¿te suenan? —Ni siquiera un poco. —Increíble. —¿Por qué tenemos que verla? Hay un buen documental en el History Channel. —Querías aprender sobre el romance, lo que las mujeres desean de un hombre. ¿Verdad? Bien, así es como vamos a empezar. —No puedo ver cómo puede esto ser de ayuda. —Bueno, si no quieres mi ayuda... —Comenzó ella levantándose para presionar el botón de stop. Una larga y cálida mano envolvió su muñeca, empujándola de vuelta al sillón, prácticamente en el regazo de su estudiante. La mano libre de Mallory cayó sobre el pecho de él. Sintió los músculos flexionados de él bajo su palma, y le dio un vuelco el corazón. Alzó la vista para encontrarse con la de Dexter fija en su cara y no puedo hacer nada excepto mirarlo. Siempre se había sentido fascinada por los ojos de la gente, y los de él era verdaderamente inusuales. Mallory realmente creía que los ojos eran el espejo del alma. Y mirar aquellos la hizo sentir calor desde los pies hasta la cabeza. Cuando se fijó en el interrogador alzamiento de las cejas de él, se dio cuenta, para su mortificación, que estaba pegada a su regazo como una lapa. Aún ardiendo de pasión, se levantó con dificultad y volvió a su antigua posición, mirando a la pantalla sin desviar la vista, las manos aún le hormigueaban por el contacto con sus duros músculos. —Luego veremos “Un tranvía llamado deseo” —dijo un poco jadeante. Él no contestó, y ella no se preocupó de mirarlo para verle la expresión—. Después veremos “Bambi” Un buen grito habría hecho relajar su rígido porte. —¿Bambi? Eso es una película para niños. Olvidando su promesa de sólo mirar hacia adelante, Mallory se giró para mirarlo. Error. 64

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¿Por qué le parecía que estaba más cerca que antes? ¿Y por qué aquellos ojos, centrados tan intensamente en su cara, le hacían sentir cosas extrañas? Tenía que ser un virus estomacal. Quizás algo que había comido no le había sentado bien. Probablemente el pato a l’orange que le habían servido para cenar, o quizás los huevos benedict que habían comido para desayunar, o quizás el salmón hervido en salsa de eneldo que habían tomado en la comida. Fuese lo que fuese, ¿le habría pasado con un bollo con crema de queso? ¿O con un tazón de Cheerios? ¿O quizás con un buen sándwich de pavo a la vieja manera de Nueva York, con un poco de mayonesa, extra de tomate, lechuga, sin cebolla y con pepinillos? No era que no le gustase la cocina de lujo, teniendo en cuenta que normalmente lo más cerca que estaba de aquella comida era cuando olía el aroma al pasar por el restaurante francés a la vuelta de la esquina de donde vivía pero, ¿todo tenía que estar hervido, salteado o a l’orange? —¿Por qué me mira así? —preguntó él, con expresión recelosa. Porque te estaba imaginando como una Whopper con queso, casi contestó Mallory. Por supuesto, no lo dijo, y quién sabía qué tipo de mensaje Freudiano podría enviarle con aquella respuesta. —Quizás porque me deja muda de asombro que hayas oído hablar de Bambi pero no de Casablanca. —Contrariamente a la creencia popular, una vez también fui niño. —Simplemente lo encuentro poco común. Eso es todo. —¿Qué haya visto Bambi o que fuese un niño? Ambos, quiso decir ella. ¿Cómo había pasado él de ser un amante de Bambi a... qué? ¿Un amante de los monos? ¿Un amante del tweed y las pajaritas? ¿Un fan de John Lock y Platón? La conexión parecía haberse perdido en alguna parte de camino, lo que sólo consiguió que Mallory sintiese más curiosidad por saber exactamente cuándo habían cambiado las cosas. —No puedes culparme por estar sorprendida de que alguien como tú haya visto Bambi —dijo—. No parece exactamente de esa clase. Él arqueó una ceja. —¿Y qué clase es ésa, Señorita Ginelli? Oh, genial. Ahora tenía esa expresión ofendida. O bien el hombre tenía el rostro frío como la piedra, o se enfadaba. —Simplemente digamos que puedo imaginarte con más facilidad estudiando “La Teoría de la Relatividad” de Einstein que dejándote caer frente a la TV y disfrutar las payasadas del conejo Thumper y la mofeta Flower. —Bueno, entonces se equivoca. Encontraba a Bambi bastante instructivo, si quiere saberlo. ¿Instructivo? Mallory nunca había oído aquella expresión referida a Bambi, pero claro, así era el profesor con el que tenía que tratar. Raro era su segundo nombre. Aún así, se le hacía difícil creer que a Dexter le había gustado Bambi y que lo había visto cuando era pequeño. Era una historia fantástica. Y él con sus esculpidos pómulos, su firme mandíbula, su ancha frente y sus penetrantes ojos, junto con libros con títulos como “La vida de las Células”, “La doble hélice” y “La teoría del Caos”, no parecía del tipo fantástico. —¿Podemos continuar? —preguntó él impaciente. Mallory refrenó el impulso de enseñarle la lengua. A cambio, pulsó el play. Bogie y Bergman iluminaron la pantalla. 65

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Para el momento en que Rick e Ilsa se separaban en el aeropuerto, Mallory tenía una caja de Kleenex en el regazo. No sabía cómo habían llegado hasta allí. Siempre nos quedará París, dijo mudamente moviendo los labios, sorbiendo patéticamente mientras alargaba la mano en busca de otro pañuelo para descubrir que no le quedaban. Un pañuelo apareció en su línea de visión borrosa por las lágrimas. Lo cogió de manos de Dexter con un débil: —Gracias. —Luego se sonó. Una vez controladas sus emociones, se giró para mirarlo, ansiosa por descubrir si Dexter había aprendido algo de su primera clase de Romance 101. Su mirada de insulsa interrogación no prometía nada bueno. —Bueno, dime, ¿qué piensas de Rick? Quiero saber la primera cosa que te venga a la mente. Él le dirigió una mirada ladeada y se encogió de hombros. —Me parece bastante insípido y temerario. Mallory parpadeó. ¿Bogie? ¿Insípido y temerario? —Bromeas, ¿verdad? —No estoy seguro de qué le lleva a preguntarme eso una y otra vez. Pero no, no bromeo. Hablo completamente en serio. —¿Por qué crees que es insípido y temerario? No podía esperar a oír la respuesta de él. —Bueno, mírelo. Claramente, está torturado, es completamente miserable, y todo parece ser por una mujer. Si quiere mi opinión, eso es irracional. Mallory estaba conmocionada. —¡Están enamorados! —Ya veo. ¿Y eso es igual a estar en el infierno? Toman decisiones ilógicas. Por ejemplo, ¿por qué Rick hurga en la herida pidiéndole a Sam, el pianista, que toque esa canción? Es obvio que le causa dolor. —Quiere recordar a la mujer que ama. —Lo que me lleva a otra cuestión. Si él hubiese sido inteligente, nunca la habría perseguido cuando sabía que nunca sería suya. —Así que lo que quieres decir es, ¿qué no harías lo que fuese para estar con la mujer que amas? ¿Para no perder a la persona que en el fondo de tu alma sabes que es la adecuada para ti? ¿No estarías dispuesto a arriesgar nada y todo por conservar la dicha, no importa lo fugaz que sea, porque sabes que eres uno de los afortunados, uno de los bendecidos que encuentran un raro tipo de amor que se da una vez en la vida? Mallory respiró hondo, sorprendida ante su apasionada declaración. Aún así, sentía cada palabra. Esperó a que Dexter le diese un terminante “no” en respuesta a todas las preguntas o que le dijera que estaba hablando de tonterías femeninas o que sus comentarios era el resultado de la escritora de romances que habitaba dentro de ella. En lugar de eso, él la miraba como si la viese por primera vez, con un poco de tristeza en los ojos. Pero su respuesta no reflejó nada de lo que ella había sentido que yacía tras la máscara de indiferencia que llevaba tan bien puesta. —A veces —murmuró—, hay que jugar con las cartas que te da la vida. ¿Podía ser más críptico? Se preguntaba Mallory, frustrada. El hombre se aferraba a cualquier cosa más que Scrooge. ¿Qué cartas le habían dado a él? Tenía dinero, fama, era increíblemente guapo, tenía una casa del tamaño del sur de Manhattan. ¿Qué le faltaba? 66

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Amor, le contestó su voz interior. Le faltaba el amor. Mallory echó un vistazo de soslayo a aquellos rasgos implacablemente cincelados. ¿Era eso lo que quería el profesor? ¿Amor? Parecía improbable... aunque de alguna manera no lo parecía tanto. Él era un puzzle, un puzzle que por alguna razón que no comprendía, Mallory quería resolver. Iba a preguntarle, cuando él se levantó del sofá, sacó Casablanca del vídeo y metió Un Tranvía Llamado Deseo, cortando de raíz cualquier pregunta, lo que ella estaba segura había sido su intención. Y mientras los tormentosos gritos de Stella y Brande llenaban la habitación, Mallory se preguntó si alguna vez habría habido una Ilsa en la vida de Dexter. —No puedo creer que le sometieras al tratamiento Casablanca / Bambi —dijo Freddie, sacando a Mallory de sus meditaciones—. No podía ser menos romántico. —No intento ser romántica —le contestó Mallory a la defensiva—. Intento ser práctica. Es la mejor forma que conozco de enseñarle. —Siempre he preferido el método personal. —Le guiñó el ojo Freddie. —Esto es un acuerdo de trabajo. No habrá nada “personal”. Mallory sólo deseó que la idea que Freddie le había presentado no se le hubiese pasado ya por la cabeza. Cuanto más tiempo pasaba con Dexter, más llegaba a entender sus matices, su sutil encanto juvenil. Lo bien formados que estaban los músculos de sus muslos. Dexter podía ser verdaderamente distrayente. Cada vez que se había inclinado hacia delante para cambiar la película en el video, Mallory había tenido libre visión a sus nalgas, y menudas nalgas. No podía creer lo fuerte que era su reacción hacia él. Si no se conociese bien, habría podido pensar que se sentía atraída por el profesor. Absurdo. No se sentía más atraída de lo que él se sentía por ella y él no se sentía para nada atraído por ella, eso estaba clarísimo. Frunció el seño. ¿Por qué no se sentía atraído por ella? No era fea ni gorda. De hecho, algunos hombres le habían dicho que era bonita. Una vez, uno hasta le había dicho que tenía unos ojos preciosos, algo que Dexter nunca había notado. La mirada de él nunca se movía sobre ella de la forma en que la mirada de un hombre acariciaba a una mujer que encontraba deseable, con mirada acariciante y persistente. Ardiente. Simplemente, Mallory no evocaba pasión, al contrario que Freddie y los personajes femeninos de sus libros. —Si estás empeñada en hacerle ver películas —dijo Freddie, acicalándose delante del espejo—, entonces por qué no le enseñas algo que valga la pena como “Querido Detective”, “9 semanas y media” o “Nola Darling”. ¿Nola Darling? Mallory no podía imaginar qué implicaría esa película. —Eso le pondrá a punto el motor. —No quiero ponerle el motor a punto —replicó Mallory un poco con demasiada vehemencia. Captó la mirada de Freddie en el espejo, decía: Pobre, pobre chica. Necesitas ayuda, ¿no es así? Mallory quiso cambiar de tema. —¿Puedo preguntarte qué haces en mi habitación en ropa interior? 67

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—Es mi ropa para dormir —le contestó Freddie, luciendo un ceñido chaleco cerrado de color gris y un bikini debajo a juego. —Perdóname. ¿Qué haces en mi habitación en ropa de dormir? Freddie echó un vistazo al reloj que estaba sobre la repisa. —Lo descubrirás en unos momentos. Un momento después, llamaron a la puerta. Freddie sonrió. —Justo a tiempo. Se acercó sin prisas a la puerta y la abrió, colocándose en el umbral como una modelo de portada de Victoria’s Secret. Al otro lado estaba Cummings. Se hizo el silencio. Durante casi un segundo. Entonces Cummings inclinó la cabeza hacia Freddie y pasó a toda velocidad junto a ella con apenas una segunda mirada. —Buenos días, Mallory. —Buenos días, Cummings. Al menos una persona en la casa de Dexter que la llamaba por su nombre. Desde que había llegado había sido la Señorita Ginelli. —Te traje el periódico de hoy. Mallory sonrió. —Gracias. —De nada. ¿Y puedo decirte que estás realmente atractiva esta mañana? ¿Atractiva? A diferencia de Freddie, quien, Mallory notó, fulminaba la espalda de Cummings como si se preguntase cómo luciría con un afilado objeto saliendo de ella, estaba todavía con su bata de levantar adornada con pequeñas capullos de rosa rojos, el pelo desaliñado, y las bolsas bajo los ojos gritando que las disimulara. —Creo que necesitas que te revisen la vista, Cummings —le dijo Mallory con una risita. —No subestimes tu inconmensurable encanto, muchacha. Eres tan refrescante como un día de primavera. —Oh, por favor —musitó Freddie, poniendo los ojos en blanco—. No había visto tantas gilipolleces desde que el circo abandonó la ciudad. Si Mallory no lo hubiese conocido bien, habría pensado que Cummings estaba provocando adrede a Freddie y que lo había conseguido. De camino a la puerta, Cummings se paró cerca de Freddie, que lo miró como si estuviese contemplando cómo luciría su cabeza en lo alto de una pica. —Quizás quiera cubrirse —comentó secamente—. Podría pillar un resfriado. Salió de la habitación, las manos sujetas detrás de la espalda. Con las manos apretadas en puños a ambos lados, Freddie se dio la vuelta, los ojos lanzando llamas, y se fue hacia la puerta que unía ambas habitaciones, murmurando algo sobre echarle cicuta a Cummings en el té, antes de cerrar la puerta tras ella con un estruendoso portazo.

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CAPÍTULO 11

Una semana después, Mallory miraba por una ventana de una de las habitaciones de la torre, dando vueltas de forma ausente a la rosa roja que había cogido del jardín aquella mañana. No veía el paisaje que tenía delante; el exuberante valle verde que se extendía en todas direcciones o las aguas contorneadas de plata del ilimitado arroyo, o el grupo de patitos que andaban tras su madre. Tenía la mente demasiado ocupada con otras cosas. Se sentía frustrada con el buen doctor. El mismo tipo de frustración que sentía cuando se quedaba atascada en mitad de un manuscrito y quería tirarlo desde lo alto del apartamento, gritando con regocijo psicótico cuando los papeles llovieran sobre Times Square como si fuesen confeti. Su plan de usar el acercamiento visual con Dexter no estaba funcionando como había esperado. De hecho, la idea estaba comenzando a parecer tan insípida y temeraria como la visión de Bogie que tenía Dexter, y había puesto al profesor en ambos frentes. Habían visto Cumbres Borrascosas, Tú y yo, Love Story, Una Ventana al Cielo, y Lo que el Viento se Llevó. La última película lo desconcertó por completo. Le dijo que parecía que Escarlata quería más a Tara que a su marido y, ¿dónde estaba el romance ahí? Ningún hombre quería a una mujer que quisiera más a una casa que a él. Mallory había intentado explicarle que tanto Escarlata como Rhett eran unos testarudos, orgullosos, y que aunque parecieran tan diferentes en realidad eran muy parecidos. Pero la discusión se había convertido en un estudio de puntos y contrapuntos. Aún así, si lo volvía a pensar, Mallory no podía decir que no hubiese hecho ningún progreso. Lo había hecho. Dexter había sonreído, una genuina sonrisa, un par de veces, aunque inseguro, y le había oído por casualidad silbando “As Time Goes By”32. Incluso habían cenado pizza una noche, aunque había insistido en que tuviese anchoas. Mallory hizo una mueca al recordarlo. Pero el mayor avance había sido cuando él había llegado a la mesa sin atarse la corbata. Si aquéllo no era un milagro, entonces tampoco lo eran las ventas multimillonarias a dos céntimos la pieza de espuma gris moteada que los constructores de juguetes etiquetaron como Pet Rock33. Mallory había comenzado a pensar que Dexter dormía con aquellas corbatas. Se preguntó con qué más dormiría, entonces frunció el ceño ante el pensamiento, algo que se descubría haciendo a menudo recientemente. No había buscado un lugar donde estar sola para poder vivir su creciente fascinación por Dexter. No, tenía otros asuntos más importantes en los que pensar. Como Genie. Su hermana había empezado a llamar más a menudo a cada día que pasaba, sin tener nunca realmente mucho que decir, y sin admitir nunca que simplemente quería hablar. Su razón era siempre algo tan tonto como: “Por cierto, tu microondas ha explotado”. Por supuesto, el microondas no se había estropeado solo. Genie había metido una lasaña entera forrada en aluminio en el aparato. Mallory se imaginaba la destrucción resultante que había dejado su cocina como el Día de la Masacre de Halloween. De alguna forma, dudaba que el resto del apartamento estuviera en mejor situación. 32 33

Canción de Casablanca. http://www.petrockbiblebuddies.com/pet2.jpg (ver imagen)

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Mallory se daba cuenta de que estar lejos de su hermana era duro para Genie. Podía actuar y sonar como si fuese fuerte y resistente, pero no lo era. Quizás era por eso por lo que Mallory continuaba haciendo cualquier cosa que pudiese para ayudar a su hermana, porque sentía que Genie estaba gritando en silencio en busca de ayuda. Aún así, cuanto más lo intentaba Mallory, más la alejaba su hermana. Mallory pensó en la llamada de teléfono que había recibido de su madre hacía una hora para contarle que Genie había sido vista con Bruno. Las noticias no habían sido únicamente inesperadas, sino increíbles. Su hermana no se atrevería a volver a meterse en problemas con Bruno después de que Mallory acababa de sacarla de uno, ¿verdad? Le asustaba demasiado la pregunta como para buscar con interés la respuesta. —Ah, aquí está, Señorita Ginelli. Mallory se sobresaltó ante el sonido de la voz de Dexter. Lanzó un vistazo sobre el hombro para verlo andando a zancadas hacia ella, devastadoramente atractivo como siempre. El estómago le dio un pequeño y extraño vuelco. —La he buscado por todas partes —le dijo. Estiró la cabeza hacia detrás mientras él se paraba cerca de ella, sintiéndose ligeramente abrumada por la altura y la anchura de él. —Oh, ¿de verdad? ¿Y por qué? —Bueno, faltó a nuestra reunión diaria. La reunión. Así era como Dexter llamaba al tiempo que pasaban juntos profundizando en los misterios del galanteo. Con un suspiro, Mallory devolvió su mirada al paisaje fuera. —Lo siento. Lo olvidé. —Estábamos a punto de discutir los méritos y dificultades de Romeo y Julieta — continuó como si ella no hubiese hablado—. Leí la obra la noche pasada, y aunque hay varios elementos atrayentes, encuentro molesta la escena de la muerte. Las acciones de Romeo parecen precipitadas y altamente irregulares para un hombre que posee una razonable cantidad de sentido común. —Creyó que la mujer que amaba estaba muerta, así que quiso morir. Estaba incompleto sin Julieta. —Todos tenemos decepciones en la vida, cosas que deseamos haber hecho de forma diferente, cosas que deseamos poder cambiar. —Lo grave de su tono de voz la hizo girarse y mirarlo. Él miraba por la ventana, aparentemente como si estuviese en algún lugar interior, ¿quizás recordando una de sus propias decepciones? ¿Algo que quería cambiar? Debió haber sentido que ella lo miraba porque entonces añadió de forma algo brusca—. Sin embargo, no vamos por ahí suicidándonos. —Romeo era el alma gemela de Julieta —intentó explicar Mallory—, su otra mitad y viceversa. Uno sin el otro eran como… una galleta con trozos de chocolate sin trozos de chocolate. Algo falta. —¿Una galleta con trozos de chocolate? —le regaló una burlona sonrisa. —¿Qué puedo decir? Me gustan las galletas con trozos de chocolate. Él soltó una suave risa, pero se detuvo abruptamente como si recordara que había estado en mitad de una conversación seria, incluso aunque él fuese el único serio. —Lo que quiero decir es que Romeo y Julieta vienen de familias que tienen un alto sistema de honor, respeto y deber, un sistema que muchas familias de hoy en día todavía mantienen. Sabían que sus acciones podrían afectar a un gran número de personas y causar un gran dolor. —No creo que les importase. Querían estar juntos, y nada más importaba. Frunció el ceño hacia ella, como si estuviese hablando en una lengua extraña. 70

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—¿Qué bien les hicieron todas esas maquinaciones al final? Los dos murieron. —Es amor, Dexter, y el amor a menudo no tiene mucho sentido, como a quién elegimos para ofrecerle nuestro amor y por qué. Es… así. Parecía encantadoramente perplejo, pensándolo todo demasiado, como siempre. Entonces se encogió de hombros, bien rechazando las explicaciones de ella como romanticismo femenino o recordándose que Romeo y Julieta eran ficticios y, por lo tanto, no se merecían más comentario. —Bueno, al menos “El sueño de una noche de verano” era divertido —dijo—. Toda esa idea de la poción de amor era bastante cómica y una idea muy moderna. —Su expresión se volvió contemplativa—. Si hacer que alguien te amase fuese así de fácil… Ojalá, pensó Mallory. —El amor puede ser una experiencia de lo más maravillosa, o de lo más desgarradora. —Había pasado mucho tiempo desde que ella había sentido la parte maravillosa del amor, en cualquier aspecto de su vida. Había querido a su padre, y de aquel amor habían resultado heridas irreconciliables. Quería a Genie, pero su hermana se escapaba de su control un poco más cada día. —¿Ocurre algo, Señorita Ginelli? No parece demasiado usted misma hoy. —Tengo un montón de cosas en la cabeza. —¿Quiere contármelas? Por raro que fuese, quería hacerlo, pero había guardado silencio sobre su familia durante demasiado tiempo y su reticencia ahora parecía una parte natural de sí misma. —Gracias… pero no. Pensó que la cosa se quedaría ahí, pero él se acercó más, descansando un hombro contra la pared. Mallory podía sentir su mirada sobre el rostro, pero no quiso mirarlo. —¿Su tristeza tiene algo que ver con su hermana? Mallory no estuvo segura de por qué se sorprendía ante su astucia. Habían estado juntos durante algunas de las llamadas de Genie. Y aunque Mallory nunca había divulgado nada sobre su hermana, claramente Dexter había oído suficiente. Vaciló y luego dijo: —Quiero a mi hermana, pero en ocasiones puede ser… —Mallory buscó la palabra adecuada. —¿Traviesa? —sugirió Dexter. Eso era decirlo con suavidad. —Para alguien que no tiene hermanos, pareces entender muy bien cómo pueden llegar a actuar. —No es la única que tiene una vívida imaginación, Señorita Ginelli. Cuando se es hijo único en una casa con cuarenta y dos habitaciones, terminas creándote hermanos. La admisión de él fue tan franca, tan honesta, que fue casi dolorosa oírla. De todas formas, Mallory no quería entrar en una discusión respecto a su hermana. —Creo que te debo una lección en romance, profesor. —Pensó durante un momento que él le permitiría cambiar de tema. No lo hizo. —No es necesario. —El día es demasiado agradable para malgastarlo. Así que sugiero que vayamos al jardín donde podré enseñarte la forma adecuada de presentarse a una mujer con flores. Requiere una ejecución delicada que muchos hombres no dominan. —¿Flores? —El sereno hombre de momentos antes de pronto parecía listo para echar a correr—. ¿No es demasiado pronto para eso? Mallory ocultó su sonrisa y le dio una palmadita en la mano. —No te preocupes. Iremos pasito a pasito. 71

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—Tiene unos ojos encantadores. Me recuerdan a pedacitos de… er… vidrio de mar. Sí, Verdes vidrios de mar, para ser más exactos. —Dexter la miró, pareciendo complacido del cumplido que acababa de lograr. Mallory le dirigió una sonrisa alentadora, bastante segura de que nadie había descrito sus ojos como pedacitos de vidrio de mar. Claro que sólo había un Dexter Harrington, e intentar enseñarle cómo ser un hábil ladrón de corazones era una tarea que comenzaba a parecer tan enorme como la de Moisés de sacar a los Hebreos de Egipto. Habían pasado tres días desde su conversación en la habitación de la torre, y las cosas había cambiado sutilmente entre ellos. Aunque Dexter aún se quejaba y disfrutaba la ocasión de oponer resistencia y algunas veces soltaba un comentario que hacía que Mallory quisiese ponerle una X en la frente y usarlo como diana para practicar con el arco, de alguna forma, Dexter se había relajado. De hecho, estaba llegando a disfrutar pasando tiempo con él. Cummings le había dicho que se acercase más, que quizás vería algo que no había esperado. Aquello se estaba volviendo verdad. —Eso está muy bien, profesor. ¿En qué más puedes pensar? El placer de él se marchitó, como sabía ella que pasaría si insistía, y musitó: —Aprender cómo ser un maldito romántico es más difícil que cuantificar la mitad de la vida de un núcleo radioactivo. Mallory se mordió el interior de la boca para evitar reír. —Estoy segura de que tienes razón, Profesor. Quizás deberías parar por esta noche. —Ella tampoco podía aguantar más. El hombre tenía como tres licenciaturas, y aún así se desconcertaba por completo cuando tenía que pensar en palabras dulces que decir a una mujer—. Ya son pasadas las diez. Dexter echó un vistazo a su reloj. —Es cierto. —Dirigió a Mallory una mirada indecisa—. No creo que lo esté consiguiendo, Señorita Ginelli. ¿Cree que podríamos practicar un poco más? El hombre era un perfeccionista. No había duda sobre ello. Disfrutaba claramente también de la tortura. —De acuerdo. Un poco más. Eso le hizo ganar una sonrisa. —Veamos. ¿Por dónde iba? Ya hicimos los ojos. —Sí, eran vidrios de mar. —Y también las pestañas. —Eran como dos cañas arqueadas de color marrón. —No, no. Cañas no, Señorita Ginelli. Dos esbeltos tallos marrones, de la variedad botánica. Hay una diferencia, ¿sabe? —Gracias por aclarármelo. —Mallory se contuvo de poner los ojos en blanco—. ¿Qué más? —Bueno, el color de su pelo me recuerda al mismo negro profundo que se encuentra en los asfaltos de primer calidad. Aunque, debo añadir, que el asfalto no brilla con reflejos rojos cuando le da el sol. Mallory intentó alejar la afligida expresión de su cara. —Eso es muy dulce. ¿Algo más? Esperaba que no. —Hmmmm. —La escrudiñó como si fuese un fósil particularmente interesante cuyos orígenes eran desconocidos—. Su piel es como... la masa de un pastel, perfecta, una 72

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masa no demasiado terrosa; ni demasiado pastosa ni demasiado seca. Una masa que ha sido extendida con el rodillo hasta quedar en finas y manejables tiras y modelada sobre su cráneo por el mejor... el mejor... —Colocó la barbilla sobre la palma de su mano, un ceño aunaba sus cejas mientras buscaba la palabra correcta. —¿Chef, quizás? Sacudió un dedo hacia ella. —Eso funcionaría. Aunque un criminólogo forense también me vino a la mente. Ya que ven tantas calaveras, imagino que son adeptos a la reconstrucción facial. —Qué... interesante. —Algún día cuando tuviese noventa, echaría la vista atrás y recordaría al hombre que había descrito su piel como masa para bizcochos—. Dame un poco de relleno de tarta de cerezas y algo de crema batida y te haré un fabuloso postre. —Ups. ¿Lo había dicho en alto? Por la enfurruñada expresión de la cara de Dexter, obviamente sí. —Si va a burlarse de mis intentos, Señorita Ginelli, no creo que quiera seguir. —Sólo bromeaba. Lo estás haciendo muy bien. —Si simplemente pudiese relajarse, llegarían a algún sitio. Se le ocurrió una repentina idea—. Cierra los ojos. —¿Por qué? —Consiénteme. Vaciló, luego se encogió de hombros y cerró los ojos. —Ahora, imagina una mujer que hayas visto y pensado que era hermosa, alguien a quien hayas deseado decir algo pero las palabras se te hayan embrollado en la garganta. Te acercas a ella. Ella te sonríe. ¿Qué le dirías? —Hace buen tiempo, ¿no? Los hombros de Mallory se hundieron. —Quiero decir, hazle un cumplido. ¿Cuál de sus rasgos atrae más tu atención? Pasó un momento hasta que murmuró. —Sus labios. —¿Y qué pasa con sus labios? —La mirada de Mallory fue atraída a los labios de Dexter ahora que podía escudriñarlo sin ser observada. Observó su boca mientras hablaba, la forma en que formaba las palabras, encontrando que su acento era algo más que añadir a su atractivo. —Tiene una boca preciosa —dijo. —Bien. ¿Y? —Sus labios son llenos, ricos. Los dedos de Dexter acariciaban su propio pulgar como si ardiera por tocar los labios que imaginaba. Quizás ella estaba consiguiendo algo. —¿Algo más? —Son labios para ser besados. Mallory parpadeó, sin esperar aquella clase de admisión. —¿Besados? Dexter asintió, un sedoso mechón de pelo le cayó sobre la frente. —A menudo y concienzudamente... muy concienzudamente. Mallory tragó con dureza. —Bien, creo que esto es suf... —Parecen tan dulces como las fresas mojadas por la lluvia —siguió con voz ronca—. Del tipo de las que quieres hundir los dientes porque son tan rellenas, tan maduras que sabes que van a ser lo mejor que nunca has probado. Quieres saborear esa dulzura, explorarlas con tu lengua y lamer cada gota. 73

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Mallory se presionó un dedo contra los labios, preguntándose por qué le hormigueaban de pronto. Dexter abrió lentamente los ojos, y Mallory se sintió capturada por la soñolienta mirada en su cara. La mirada de él cayó sobre su boca. Sin duda alguna no se había referido a sus labios. ¿Verdad? Dándose cuenta de que todavía tenía los dedos contra los labios, fingió un bostezo. —Creo que estoy más cansada de lo que creía. Si me perdonas. —Se levantó de la mesa. Él también se levantó. —¿Qué opina de mi descripción? ¿La que le había hecho sudar las manos? —Fue muy... eh... descriptiva. —Otra fabulosamente ingeniosa respuesta—. Reanudaremos esto mañana. —Si es que no pensaba en un nuevo plan para ese entonces, añadió en silencio, algo que no pareciese tan... íntimo. ¿Pero qué? Considerando la naturaleza de las investigaciones, no sería tarea fácil—. Buenas noches, profesor. —Se apresuró hacia la puerta y salió al vestíbulo. —Quizás querría esperar unos minutos antes de irse, Señorita Ginelli. Mallory hizo un alto en el último escalón, vaciló, se dijo que no mirara, y luego tiró la lógica a los cuatro vientos y lanzó un vistazo sobre su hombro hacia Dexter. Estaba fuera de la puerta de su oficina, la cara parcialmente en las sombras, haciendo ilegible su expresión. —¿Y por qué? —preguntó ella, intentando sonar despreocupada y fallando miserablemente. En ese momento, las luces de un coche brillaron a través de una de las rectangulares ventanas del vestíbulo. —Por eso —contestó, caminando hacia la ventana para mirar fuera. La curiosidad sacaba lo mejor de Mallory, y se movió hacia la ventana que flanqueba el otro lado de la puerta, en el lado opuesto de Dexter. Vio a Wheatly salir de un salto del Rolls y abrir con rapidez la puerta de atrás del coche. Un segundo después, emergió una cabeza, aunque Mallory no vio su cara. Pero no necesitaba hacerlo para saber inmediatamente quién era. Reconoció el peinado. Su madre había llevado aquel peinado desde que Mallory era una niña. Antes de que Mallory pudiese decir nada, otra persona salió del coche, meneándose con una energía frenética que conocía bien. Su hermana Aturdida, giró la cabeza y miró a Dexter. —¿Qué está haciendo mi familia aquí? Él no la miró. —Creí que podría gustarles ver Inglaterra. —Creiste... ¿qué te hizo creer que querrían ver Inglaterra? La respuesta de él fue un encogimiento de hombros. Pero Mallory no necesitaba oír su respuesta. Ya sabía cuál sería. —Los invitaste por lo que le dije hace unos días, ¿no es así? —No. —Entonces se encogió de hombros, admitiendo de mala gana—. Bueno, quizás. Mallory no podía creer que Dexter hubiese traído a su familia a Inglaterra sólo porque había sentido que ella estaba preocupada por su hermana. Las palabras de Cummings volvieron a ella. Si la gente consiguiera conocerlo, descubrirían a un hombre que les daría su propia camisa si la necesitasen. 74

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Dexter ni siquiera había sabido la razón por la que había estado preocupada por su hermana, ni conocía los problemas de Genie; aún así la había invitado a su casa. Mallory se mordió el labio, preguntándose qué pasaría ahora que su hermana estaba allí. Contempló la idea de contarle a Dexter la historia de Genie, o quizás “advertirle” fuera más oportuno. Mallory se decidió en contra, con algunas reservas. Podría tener un ojo en Genie y asegurarse de que no se metía en problemas. —Fue muy dulce de tu parte invitarlos. Gracias. Claramente, su elogio lo incomodaba. Se metió las manos en los bolsillos. —No hay necesidad de dar las gracias. Mis acciones fueron provocadas por nada más que la lógica común. Ella frunció el ceño. —¿Lógica? —Sí. —La cara de él era una pizarra limpia, sin dejarse nada fuera—. Si su mente estaba preocupada por su hermana, entonces no habría conseguido su total atención para nuestras investigaciones. Mallory no supo por qué le hirió su respuesta. —Ya veo. Ciertamente no podemos dejar que nada interrumpa nuestra investigación, ¿verdad? —Creyó verlo estremecerse, pero se figuró que había sido sólo un truco de luces. —Después de todo, ésa es la razón por la que está aquí. —Prometo no volver a olvidarlo —dijo firmemente—. ¿Debo suponer que pagaste sus billetes de avión? —Las invité —contestó, que era su forma de decir que sí. ¿Por qué había pensado ella ni por un minuto que sus acciones habían sido provocadas por otra cosa que no fuese la fría y dura lógica? —Te lo devolveré. —No espero reembolso. Son mis invitadas y se las tratará como tal. —Bueno, recibirás tu dinero te guste o no. —Creo que está agotada —dijo en aquel tono de superioridad que chirriaba sobre los nervios de Mallory—. ¿Por qué no discutimos esto mañana cuando esté un poco más calmada? Creo que las cosas se verán más claras entonces. —¡No te atrevas a tratarme como a una niña! —No actúe como una. —No soy una de tus sirvientas para que me despidas con un gesto de tu mano. —Tan sólo he dicho que deberíamos tener esta discusión mañana. —¡No hay nada que discutir! —Su frío e imperturbable comportamiento enfadaba a Mallory—. ¡No puedes seguir usando el dinero para comprar a la gente! ¡Si quieres algo, abre la boca y pídalo, y deja de tomar el camino más fácil! —Lamentó sus palabras tan pronto como dejaron su boca. Los labios de él se comprimieron en una fina línea. —Pido perdón si mi decisión la ofende. Mallory se sentía horrible. Había arremetido contra un hombre cuya verdadera naturaleza era ser lógico, de quien había esperado que actuase de forma diferente tan sólo porque eso era lo que ella quería. Lo había culpado por ser él mismo, y lo había hecho de la peor forma posible. —Dexter... —comenzó, sólo para ser cortada por la puerta principal al abrirse de un golpe, dejando entrar a su madre y a su hermana, abandonando la disculpa en los labios de Mallory,... y dejándole un dolor sordo en el corazón. 75

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CAPÍTULO 12 Al fin privacidad. Mallory se permitió un momento para regodearse en la paz, ahora que su madre y hermana habían ido al cine, dejándole la tarde para ella. Durante dos días había hecho de guía, como si fuera la señora de la casa en vez de una invitada, visitando el mismo vestíbulo tres veces en un momento porque se había perdido. Todavía había lógica en su locura. Siendo el objetivo crucial continuar manteniendo a Genie ocupada. Mallory quería asegurarse de que su hermana se mantenía fuera de problemas. Aunque se preguntaba si la preocupación era innecesaria, considerando que la mente de Genie estaba perfectamente ocupada con otros pasatiempos. Concretamente, Dexter. Genie estaba completamente encaprichada con su anfitrión. Cuando Mallory había presentado a Dexter a su hermana, Genie lo había mirado boquiabierta de la manera más inapropiada, hasta el punto de que Mallory tuvo que darle un codazo. Incómodo aunque divertido, Dexter había aceptado la adoración juvenil de Genie con aplomo, lo cual sólo consiguió hacer que Mallory se sintiera todavía peor ante su horroroso comportamiento. Cuando finalmente se marchó para hablar con su madre, que caminaba a través del vestíbulo admirando una enorme pintura al óleo, el zombi en el que el trance de Genie había desembocado acabó... y el homenaje a toda la persona de Dexter comenzó. —Oh... Dios... Mío. !Es un pedazo de hombre! ¿Has visto esos ojos? —preguntó, como si Mallory hubiera estado todo ese tiempo viendo la cabeza sin ojos de Dexter—. Juro que puede ver a través de mis ropas. —Evidentemente a Genie no le importaba la perspectiva—. ¡Vaya cuerpo! Los músculos de ese hombre tienen músculos. Se fue dando la tabarra. Ni siquiera en el dormitorio, Mallory tuvo alivio temporal del vivo recuerdo de Dexter por parte de Genie, ya que su hermana (con una abundancia de habitaciones entre las que escoger) decidió instalarse con Mallory, creyendo que un castillo tan viejo como Branden Manor tenía que estar embrujado por los fantasmas de los no muertos. —Debe haber conocido a Cummings —había sido la mordaz adición de Freddie a la conversación. Al menos, el tiempo pasado con su hermana le había dado a Mallory algún espacio con Dexter. No habían tenido ningún “encuentro” desde que la familia había llegado, pero sospechaba que él la evitaba. ¿Le podía culpar? Sin embargo, tenían una investigación que realizar. Le había prometido que no era lo bastante tonta como para olvidarlo de nuevo. Además, le debía una disculpa. ¿Entonces cuál era el siguiente movimiento? Estaba considerando cuidadosamente la respuesta a esa pregunta cuando oyó un ruido sordo que provenía de algún lugar de la casa. No podía suponer exactamente qué era. El castillo tenía tendencia a captar el sonido y distorsionarlo, Mallory abrió la puerta de la habitación y trató de ver. El pasillo estaba desierto, pero no era nada nuevo. Podía recorrer los pasillos durante media hora sin toparse con otra alma. La casa estaba más vacía de lo normal, ya que los pocos sirvientes que había se habían tomado el día libre y Freddie se había marchado horas antes al pueblo, para conocerse mejor con un “exquisito pedazo de hombre” que había visto el día anterior. 76

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—Juro que debe haber algo en el agua de los alrededores —había remarcado Freddie, los ojos azules le destellaban con malvado placer—. Deberías haber visto los brazos de ese chico. Como dos cañones. Sin embargo, apuesto a que tiene el intelecto de un vegetal. —Sonrió—. Mudo y cuadrado. Justo como me gustan. —¿Oh, de verdad? —entonó Mallory—. Creía que preferías a los hombres educados... como Cummings, por ejemplo. Eso borró la sonrisa de la cara de Freddie. —El hombre tiene la personalidad de un orinal —murmuró y rápidamente se fue. Poco tiempo después, Dexter también salió de la casa. Adonde había ido, Mallory no tenía ni idea. Lo más probable es que se estuviera abasteciendo de pulverizadores de pimienta, para protegerse de otro de sus arrebatos. Mallory se dio cuenta que había caminado sin rumbo por los pasillos y que el sonido que la había arrastrado fuera de su habitación se estaba debilitando. Giró y se dirigió hacia las escaleras que conducían al nivel inferior. Bajó hasta el descansillo de la segunda planta, que daba a un gran recibidor con un oscuro suelo de madera brillantemente pulido, una actualización obviamente moderna, cuando una puerta se abrió repentinamente y derramó el sonido que había estado siguiendo. Música. Un cuerpo extrañamente vestido se deslizó fuera del estudio, unos pies descalzos lo llevaron hasta la mitad del piso donde procedió a sostener un destornillador inalámbrico convertido en micrófono y canturreó. —Sólo toma esos viejos discos del estante...34 —Cummings se detuvo abruptamente cuando la divisó. Mallory disimuló una sonrisa tras la mano cuando Cummings se arregló rápidamente el cuello de su prístina, blanca y abotonada camisa y trató de fingir que no había estado actuando como Tom Cruise en el papel de “Negocios de Riesgo”. —Buenas noches —dijo cuando se la encontró al pie de las escaleras. —Buenas noches —respondió ella, rezando por mantener a raya la risa. El pobre hombre parecía tan incómodo que no quería hacerle pasar más vergüenza. Mallory no podía entender por qué a Freddie le disgustaba tanto Cummings. Era inteligente, guapo, divertido y claramente desinhibido, si su actuación musical era un indicador. El tipo de hombre que a cualquier mujer le enorgullecería nombrar como suyo. De todas formas a Mallory le gustaba sólo como amigo. Recorrió el estudio con la mirada y divisó la fuente de la música; un estéreo portátil, el cual descansaba sobre una cara mesa junto al sofá. —Voy a apagarlo —dijo Cummings yendo hacia la habitación. Mallory le detuvo. —No. Me gusta. Solía escuchar música todo el tiempo, disfrutando los ritmos, sintiendo las pulsaciones penetrándole en la sangre. Durante años, había tomado clases de baile, pero las había dejado cuando el dinero escaseó, teniendo que decidirse entre mantener las clases o ayudar a la familia con el aumento constante de facturas que su padre les había dejado. En realidad sólo había tenido una opción. —Hay algo en escuchar buena música que me alivia la tensión —dijo Cummings. —A mí también. 34

Famosa canción de Bob Segel :“Old Time Rock&Roll”

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Sonrió y le extendió la mano, diciéndole con victoriana galantería, —Mi señora, ¿quiere honrarme con un baile? La mirada de Mallory se movió rápidamente de la mano hacia la cara. —¿Aquí? ¿Ahora? ¿Así? —Aquí. Ahora. Así. Empezó a protestar, pero una conmovedora abertura de acordes de guitarra llenó el aire cuando la canción de Santana, “María”, empezó a sonar, rogándole a quien fuera que se balanceara con su apasionado ritmo. Mallory le devolvió la sonrisa contagiosa a Cummings y tomó su mano. —Me gustaría mucho, amable caballero. Fue arrastrada por el ritmo, cerrando los ojos y permitiéndole a la música fluir a través de ella y dejando atrás las preocupaciones. Entonces encontró la respuesta a su pregunta sobre qué hacer con Dexter. Si la música podía apaciguar a la bestia salvaje, seguramente podría relajar a un muy tenso profesor y si estaba relajado, quizás sería capaz de enseñarle lo que él quería saber. Cuando había cerrado los ojos mientras estaban en la oficina, se había relajado durante unos pocos minutos y había hecho una descripción remarcablemente buena de los labios de la mujer misteriosa... demasiado buena, de hecho. Por eso, si podía liberarlo completamente, podría finalmente conseguir algo. Le podría mostrar algunos movimientos de baile... los que no requirieran manoseo, por tanto de acuerdo con la línea de la aproximación visual. Se sentía bastante satisfecha con la solución, visualizando escenarios, lo cual pudo ser la razón por la que no se dio cuenta de que ella y Cummings tenían audiencia hasta que una voz familiar tronó. —¿Qué demonios está pasando aquí? Sobre el hombro de Cummings, los ojos de Mallory colisionaron con unos fascinantes ojos azules... ojos que hasta ahora la habían mirado sólo con insípido interés, confusión o cuestionando su cordura. Nunca había visto esos ojos mirándola como ahora. Con furia. Mientras la sensual canción terminaba, Mallory pensó que Dexter era una bestia lejos de ser apaciguada. —Señorita Ginelli, mientras sea mi empleada, espero que refrene sus flirteos con mis asociados. Mallory miró a Dexter con furia y se restregó el brazo por dónde la había agarrado cuando despóticamente la había arrastrado a su oficina, dando un portazo tan fuerte que esperaba que una de las cuatro torrecillas que adornaban las esquinas del castillo se desplomaran como un cohete entrando en la atmósfera terrestre. Pero no le importaba en ese momento. Las piedras podrían desplomarse a su alrededor como los muros de Jericó y eso no cambiaría un simple hecho. Ella, también, estaba enfadada. Cuando Dexter había ido furioso hacia ella, Mallory había tenido un asomo de la persona que había estado escondida tras su forma maciza. Freddie. Bella, despeinada por el viento, Freddie, la chica Coppertone.35 35

Coppertone es una marca de bronceador que hizo famoso su anuncio introduciendo a la chica Coppertone, una joven rubia con coletas a la que un Terrier Escocés le bajaba el bañador azul dejando expuesto su trasero blanco en contraste con su bronceada piel.

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¿Se habían encontrado en algún lugar? ¿Quizás habían pasado algún tiempo juntos? ¿Conociéndose mejor? ¿Compartiendo unas risas? ¿O había sido simple coincidencia que llegaran a casa al mismo tiempo? Mallory frunció el ceño. ¿Por qué tenía importancia si había sido coincidencia o habían estado juntos? Lo que hiciera Dexter no era de su incumbencia. No tenía ningún derecho sobre él, ni él sobre ella. Y eso, se dijo a sí misma, era la verdadera razón por la que estaba furiosa. ¡No tenía ningún derecho a actuar como si ella fuera de su propiedad! —¿Me está usted escuchando, Señorita Ginelli? —preguntó bruscamente—. No toleraré su falta de atención... o que hechice a Cummings con sus artimañas femeninas. ¿Está claro? Mallory podría haber sentido algún placer en la suposición de que ella tuviera artimañas femeninas si no hubiera dicho las palabras como si fueran una maldición. ¡Hechizar a Cummings! Los hechizos eran el territorio de Freddie, no el suyo. ¿Y además, quién se creía el hombre que era? Evidentemente ella no se doblegaría ante ese tono de voz autocrático de “yo estoy al mando”. ¡Se estaba buscando un labio hinchado! —Hago lo que quiero cuando quiero —replicó tirante, plegando los brazos sobre el pecho. Estaban frente a frente en su escritorio. Mallory rehusó el echarse atrás, incluso aunque la mirada que le echó él era suficiente como para helar el agua. Sabía que el escritorio no sería un elemento disuasorio si el tumulto estallara... y con cada momento que pasaba, las probabilidades de un estallido aumentaban considerablemente. —Mientras esté en mi casa, se comportará. Guarde las citas para sus amigos en Nueva York. —¿Mis citas? —espetó Mallory, una cornucopia de palabras se le atascaron en la garganta; ahogada como estaba con ardiente indignación. ¡Cómo se atrevía ese hombre a acusarla de algo tan... vil! ¡Pensar que ella tontearía con Cummings (el dulce, encantador y caballeroso Cummings) era absolutamente absurdo! Nunca en su vida había tenido una cita. Necesitaba dar rienda suelta a su temperamente, la mirada de Mallory recorrió el escritorio de Dexter, buscando un objeto para arrojárselo a la cabeza con la esperanza de darle algún sentido. Divisó el pisapapeles. Un bonito y fornido pisapapeles de mármol. Lo birló del escritorio y lo levantó en la mano. —¿Qué está usted haciendo con ese pisapapeles, Señorita Ginelli? Bájelo antes que alguien se lastime. Oh, estaba claro que alguien iba a lastimarse. —¿Estás preocupado? —No, por supuesto que no. —Sin embargo parecía preocupado—. No haría algo tan infantil como tirarme eso. Ahora, si fuera tan amable... —¿Eso crees? —Mallory empezó a rodear el escritorio. Él a su vez empezó a retroceder. —Si sólo pudiéramos hablar de esto como adultos racionales. —Soy racional. Ahora estoy disfrutando de un ataque de irracionalidad. Dexter continuó retrocediendo. Si ella se tomara una pausa para pensar en ello, se podría dar cuenta de lo completamente ridículos que parecían. Un metro noventa y cinco de hombre, de unos noventa kilos de sólidos y compactos músculos siendo perseguido por una mujer de la mitad de su tamaño. 79

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Mallory se detuvo en seco cuando un solo pensamiento se precipitó en su mente: ¡Estaba persiguiendo al profesor alrededor del escritorio! Oh, Dios mío, se había vuelto loca. El último agarre a la realidad se había deslizado al borde del precipicio para una muerte prematura. Se sacudió mentalmente, incapaz de creer en lo que había estado a punto de hacer, que había dejado a ese hombre controlarla tan fácilmente. ¿Qué le estaba pasando? Tomó aliento profundamente, intentando poner el pisapapeles en su sitio... hasta que él dijo: —Si pudiera aprender a subyugar sus impulsos de furia, Señorita Ginelli, no habríamos tenido esta discusión o esta subsiguiente actuación infantil. ¿Impulsos de furia? ¿Actuación infantil? ¡Le enseñaría a él! ¡Infantil! Levantó el brazo, terminando el lanzamiento, apuntando... y en el siguiente instante, se encontró en el suelo. No podía comprender cómo había acabado encima del profesor. Pero el cómo y el por qué de su apuro actual quedó relegado a un segundo lugar por el casi pecaminoso placer de tener la sartén por el mango. Las gafas de Dexter habían volado hacia alguna parte y por primera vez, Mallory pudo mirar directamente esos ojos azules. Él, a su vez, la estudió, con la mirada examinando su frente, bajando hasta su nariz, el contorno de los labios, su mandíbula... y luego regresó a los labios; cada recorrido de su mirada era como una cálida caricia. El pelo de él parecía suave y rico, y Mallory tenía un ardiente deseo de enterrar los dedos a través de las sedosas hebras y descubrir la verdad por sí misma. —¿Te estoy lastimando? —preguntó ella, maravillándose por la jadeante textura de su voz. —No —replicó, la voz igualmente grave y ronca, el sonido la empapaba como un cálido viento. —¿Quieres... que me mueva? Mallory no sabía qué la poseyó para preguntar eso en vez de simplemente quitarse de encima. Pero fue así. La verdad. No quería moverse. Todavía no. Todavía no. Él dudó, luego lentamente negó con la cabeza. —No. Esa única palabra le disparó un estremecimiento hasta los dedos del pie. Ella le afectaba. Y por eso, estaba más que agradecida, porque Dios sabía que él la afectaba. De hecho más bien apasionadamente. Tanto que sintió una fuerte urgencia de besarle, tiernamente, saborear los labios con la lengua y rozar la sensitiva piel de su boca sobre la suya. La necesidad zumbaba tan fuerte en su interior que se sintió sucumbiendo a la tentación. —Voy a besarte, profesor —murmuró, las palabras salieron de sus labios antes de que pudiera detenerlas, antes que pudiera pensar qué estaba diciendo. Antes de que le volviera la sensatez y arruinara el momento. Él tragó saliva. —¿Lo harás —Umm—hmm. —¿Cree que es prudente? La pregunta la hizo querer reír y llorar al mismo tiempo. No, por supuesto que no era prudente. Era completamente alocado, temerario, y muy, muy irresponsable, especialmente para una chica que nunca había sido nada más que responsable. Quizás fue por eso que dijo. 80

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—Sí, es totalmente prudente. Aunque la expresión de Dexter parecía contener no menos que curiosidad, sus ojos se oscurecieron sutilmente. —¿Para qué propósito servirá el besarme? —¿Qué propósito? —Mallory tuvo que reforzar su orgullo femenino ante esta pregunta—. Para fomentar nuestra investigación —replicó. —¿Esto es una investigación? Asintió y deseó que parara de hablar. —La acción de besar es parte del cortejo, una parte muy importante. Demasiado importante en ese momento. —Parece bastante descarado besar a alguien a cuya familia acabo de conocer. Increíble. ¿Cuándo fue la última vez que a un hombre le parecía necesario conocer a la familia antes de besar a una mujer? —Ni conozco su color favorito —añadió. Mallory no pudo ocultar una leve sonrisa. —Es el turquesa. —¿El turquesa? —Arrugando la frente—. Nunca la he visto llevar nada de ese color. —Quizás porque no me sienta bien. —Lo encuentro difícil de creer. —¿Vaya, profesor, eso fue un cumplido? Dexter frunció el ceño, claramente sin agradecer la diversión a su costa. —Simplemente una observación, Señorita Ginelli —respondió ásperamente. —¿Crees que podrías llamarme Mallory esta vez? Después de todo te he dicho mi color favorito... y has conocido a mi familia. La miró como si le hubiera preguntado si tenía unas últimas palabras antes de que el pelotón de fusilamiento acribillase su cuerpo. Luego, dudando, dijo: —Bien... Mallory. El nombre en sus labios sonó tan dulce, tan intenso y perfecto, que le rozó suavemente la boca sobre la suya antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo. —Entonces, ¿ya está? —preguntó él cuando Mallory se echó hacia atrás. A ella le llevó un momento el darse cuenta de lo que estaba preguntando. —¿Quieres decir el beso? Asintió. —No. No, no, no. —Ésa fue una clase diferente de beso. Un beso de agradecimiento. —¿Qué me estabas agradeciendo? —Es complicado —se evadió. Pero una cosa estaba clara: el beso había sido algo más que simple agradecimiento. El qué, precisamente, no estaba segura. —Entonces, ¿vas a besarme otra vez? ¿Quería él que le besara de nuevo? No podría decirlo. Su cara era completamente inexpresiva. ¿Y por su parte? ¿Quería besarle de nuevo? —Sí —contestó a ambos—. Ahora relájate y piensa que esto es como un examen. —¿Un examen? —Más que una investigación, realmente —dijo, provocándolo con sus propias palabras—. Para propósitos puramente científicos, por supuesto. 81

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La miró durante un largo instante y luego se encogió de hombros. —De acuerdo. Adelante. Yo, por supuesto, conozco el valor de la investigación. — Cerró los ojos y dijo, como un mártir en la estaca—. Estoy listo. Aquella había sido la invitación menos romántica e impersonal para compartir un beso que nunca hubiera oído... Mallory casi esperó que añadiera, lamento que sólo tenga una vida para entregar por mi país. Mallory vaciló, luego cerró los ojos y descendió la cabeza, presionando los labios contra los de Dexter en una exploración tentativa. La invadió una sensación de lo más embriagadora y exquisita, no conocía las palabras para describirlo. Sus labios eran cálidos, flexibles y sabían como el brandy que había tomado tras arrastrarla a su oficina para acusarla de corromper a Cummings con sus artimañas femeninas. Lo que se suponían que eran “artimañas femeninas”… como ella seguía sin verlas, Mallory no tenía ni la más remota idea, no estaba como para importarle mientras Dexter inclinaba la cabeza para profundizar el beso y su lengua avanzaba tentativamente dentro de la boca. Una estremecimiento la sacudió mientras sus labios se envolvían alrededor de su lengua y la succionaban suavemente, inclinó la boca a través de la suya, causando una vorágine de calor líquido creciendo rápidamente, extendiéndose y propagándose. Un único pensamiento acudió a su mente. El profesor besaba estupendamente. Ciertamente no necesitaba instrucciones. ¿Era su técnica perfecta algo natural? ¿O había perfeccionado sus habilidades con montones de práctica? Mallory prefirió pensar que era una habilidad natural. Sucumbió a su anterior deseo y le peinó el pelo con los dedos, deleitándose con su textura, las sedosas hebras acariciándole las palmas. Él, a su vez, alcanzó y quitó la goma que le aseguraba la cola de caballo, provocando que una masa de trenzas oscuras bajaran en cascada, envolviéndolos en el aislamiento y el deseo creciente. Los dedos trenzaron su pelo, una mano se deslizó hacia la nuca para ahuecarle la cabeza, atrayendo su boca todavía más contra la suya. Mallory se movió desasosegadamente contra él, presionando su cuerpo más cerca para acunar la dureza en la coyuntura de sus muslos. Un bajo gemido retumbó desde el interior del pecho de él, el sonido fue una combinación de placer y dolor. Creyó que había murmurado su nombre, pero sea lo que fuera que hubiera dicho murió ahogado por el sonido de un golpeteo, el cual su difusa mente reconoció un momento más tarde como el de alguien golpeando la puerta de la oficina. Mallory salió despedida por un pánico nacido de la culpabilidad, gateó lejos de Dexter, pero el destino conspiraba contra ellos ese día, enredando sus extremidades así que él estaba medio encima de ella cuando la puerta se abrió repentinamente.

CAPÍTULO 13

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Ese beso. Dexter no podía dejar de pensar en él. El recuerdo había invadido sus sueños y todavía lo importunaba, pareciendo aún más obsesionante en las tempranas horas de la mañana, con la luz entrando por la ventana de la oficina, mientras miraba el lugar sobre el escritorio donde el cuerpo de Mallory había estado presionado contra el suyo... hasta que habían sido descubiertos con las manos en la masa, como dos adolescentes besándose detrás del granero. Cummings. El maldito sinvergüenza. Él y su infortunado sentido de la oportunidad. Generalmente, Dexter no estaba inclinado a la violencia, pero se había sentido muy tentado de estrellarle el puño en la cara a su amigo, cuando Cummings había aparecido en la puerta luciendo demasiado satisfecho, por decir poco. Pero, ¿qué habría pasado si Cummings no los hubiera interrumpido cuando lo hizo? Dexter quería creer que nada habría sucedido entre él y Mallory, que la habría apartado y hecho lo correcto. Sin embargo, a decir verdad, no podía asegurar que hubiera sido capaz de dejarla ir. Santo Cristo, había perdido el control y era un hombre conocido por su dominio de sí mismo, por su determinación de hierro y su pensamiento lúcido. Y no obstante, con Mallory en sus brazos, había sido cualquier cosa menos lúcido. —Debo recordar interrumpirte más a menudo, Dex —señaló Cummings, con una actitud creída, mientras se sentaba en una silla enfrente del escritorio de Dexter, con una sonrisa sarcástica de oreja a oreja… y su barbilla suplicando por un puñetazo. Claramente era un hombre con una misión. —Sólo Dios sabe qué podría ver la próxima vez. —¿Estás aquí por algún motivo en particular? —preguntó Dexter tan serenamente como le fue humanamente posible, sabiendo que no debía alimentar la necesidad de aguijonearlo de Cummings. —Sólo pensé que debía dejar las cosas claras y decirte que fue culpa tuya que anoche me entrometiera entre tú y Mallory. —¿Fue culpa mía? Bueno, esto seguramente va a ser algo interesante de oír. —Debes admitir que no estabas actuando como tú mismo. Por Dios, hombre, parecías un nubarrón, las venas se te sobresalían del cuello. Pensé que ibas a reorganizar mis órganos internos. —Trata de no comportarte como un asno. No estaba enfadado contigo. —Podrías haberme engañado. Pero no estaba preocupado por mí. Cuando todo se quedó en silencio poco después de que arrastraras a Mallory… y ten en cuenta que golpeaste la puerta de tu oficina tan fuerte que las reverberaciones todavía se sienten… me imaginé que algo horrible había pasado. —Sabes que nunca hubiera lastimado a una mujer. Lastimar a Mallory era lo último que se le hubiera ocurrido, pero a Dexter le molestaba que su amigo pudiera pensar que podría haberlo hecho. Cummings ondeó una mano, desestimando el hecho. —No tenía ninguna duda de que ella iba a estar bien. Era por ti por quien estaba preocupado. Me imaginé que cuando entrara te iba a encontrar doblado sobre ti mismo a causa de una rodilla descargada contra tu ingle. Estaba seguro de que ella te la daría… lo cual dicho sea de paso, te merecías enteramente. Dexter no necesitaba que le recordaran su altamente irregular y extremo comportamiento furioso de la noche pasada. Todavía no había podido dejar de pensar en ello. 83

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—¿Sabes? —siguió Cummings en un tono que no presagiaba nada bueno para la paz mental de Dexter—, no creo que esta habitación haya sido testigo de tanta acción desde que esas dos momias que tu madre trajo del museo se cayeran una encima de la otra. La ira de Dexter estaba comenzando a desbordarse desde sus estrechamente controlados confines. —No estaba pasando nada —rugió—. La Señorita Ginelli sólo estaba… —¿Viendo cuán profundamente podía meterte la lengua en la garganta? —¡Mira, deja a la Señorita Ginelli fuera de esto! —¿No crees que a estas alturas podrías llamarla simplemente Mallory? Dexter se enfurruñó, al recordar que Mallory le había pedido lo mismo. Y recordó bastante claramente cual había sido la respuesta de ella cuando dijo su nombre. Un dulce roce de sus labios contra los de él… seguido de una buena mañana de amigdalectomía que no olvidaría en mucho tiempo. —La puerta está allí. Úsala —dijo Dexter. Cummings lo ignoró. —Ya que obviamente te sientes algo susceptible, voy a apresurar este proceso haciéndote la siguiente pregunta… ¿Le hablaste a Mallory acerca de Lady Sarah? Sabiendo que eres un sujeto muy noble, ¿debo asumir que la contestación es sí? Cummings, el cabrón, tenía que sacar el único tema del que Dexter no quería hablar. Sus procesos mentales estaban aún muy enredados para cualquier clase de conversación racional acerca de ese tema. —No —contestó concisamente—. No se lo conté. Pero lo haré. —¿No se lo dijiste? —Cummings se enderezó en la silla—. ¿Y puedo preguntar por qué? —No, maldición, no puedes. —¿Por lo que asumo que se lo dirás ahora? —Continuó Cummings como si Dexter no hubiera hablado—. Considerando la pasión que compartieron, es lo más correcto. Dexter levantó el pisapapeles que Mallory había tratado de arrojarle a la cabeza la noche pasada. Ahora podía ver cómo ese objeto podía resultar útil. —Estábamos investigando. —¿Así lo llaman en estos días? —dijo Cummings, con una sonrisa impenitente. —No hay nada entre la Señorita Ginelli y yo. Cummings no pareció convencido. —Entonces, ¿cuándo planeas decirle a Mallory que te vas a sacrificar, ah, quiero decir, que te vas a casar? —Pronto. —Nunca le sonaba mejor. —¿Pronto, hmm? Bueno, eso es un brillante monumento a la vaguedad si alguna vez oí de alguno. —Cummings lo miró fijamente—. ¿Realmente tienes intenciones de decírselo? —Por supuesto. Debía hacerlo, aún más después del beso que compartieran. Entonces, ¿por qué era renuente a hacer lo que sabía que debía hacer? No tenía ninguna excusa plausible para no decirle a Mallory todas las razones por las cuales había solicitado sus servicios. Ninguna excusa para no explicarle por qué quería aprender a ser más apasionado y encantador. En realidad, la razón era simple. Necesitaba aprender cómo ser el tipo de hombre que haría a su futura esposa feliz, y ese hombre no era el aburrido científico. Ese hombre era un desastre en lo que se refería a las mujeres. 84

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Su matrimonio con Lady Sarah Benton había sido planeado desde que tenía quince años y Sarah cinco, siguiendo una tradición Harrington de doscientos años de matrimonios arreglados. Para algunas personas, era una tradición anticuada. Y había habido un tiempo en el que Dexter había pensado de la misma forma, cuando se había sublevado contra las cadenas invisibles que lo ataban a una mujer que no había escogido por sí mismo. Pero con sus padres muertos y siendo el único hijo, se sentía obligado a cumplir sus deseos. Le había llevado casi dos años llegar a esa conclusión, y pensaba que finamente se había resignado a la idea. —Así que no has cambiado de opinión, entonces, ¿no has decidido no seguir con esta farsa, quiero decir, este fiasco, er, quiero decir matrimonio? —preguntó Cummings, aunque no por primera vez desde que había sabido la decisión de Dexter. —No, no he cambiado de opinión. Pero quería cambiar de tema. No quería pensar en Sarah. Y estaba endemoniadamente seguro de que no quería pensar en el matrimonio. Se volvió y miró a través de la ventana, divisando a Mallory que vagaba por el jardín. La siguió con la mirada. Se sentía atraído hacia ella, no podía negarlo. Tenía una especie de brillo que iluminaba cualquier habitación en la que entrara, aliviando la nube gris que había perseguido a Dexter durante demasiados años. Su espíritu era indomable; su fuerza de voluntad, una fuerza invisible pero igualmente palpable. Francamente la admiraba. Sin embargo, no podía dejar que su admiración lo llevara a descarrilarse como había sucedido ese día. —Sabes, Dex, nadie te culparía por no proseguir con los planes de matrimonio. —Lo sé —murmuró, apartando a desgana la mirada de Mallory y dejándose caer sobre la silla detrás del escritorio. La mayor parte de su vida no había logrado llegar a los estándares requeridos para un heredero y un Harrington. Se preocupaba demasiado por cosas que para sus padres no eran tan importantes, y le daba poca importancia a cosas por las cuales sus padres se inquietaban mucho. Había estado buscando su lugar desde que tuvo la suficiente edad para entender por qué no encajaba completamente. Había empezado a creer que al menos si se casaba con Lady Sarah, encontraría la paz. —Si sabes que no estás obligado a declararte a Sarah… —dijo Cummings—, entonces… ¿por qué demonios lo estás haciendo? Te ves malditamente miserable. —No quiero volver a discutir acerca de esto contigo. Sólo acepta el hecho y tratemos de seguir adelante. —¿En algún momento has pensado en cómo se siente Sarah? —¿Cómo se siente acerca de qué? Cummings sacudió la cabeza. —¿Acerca de tener un esposo que no la aprecia? —La aprecio. —Como un amigo. Dexter no podía negar esa verdad. Había conocido a Sarah desde que era una niña y aún la veía con sus largas coletas castaño rojizas. Ella lo había visto como su protector, y él la había tratado como la hermana que nunca tuvo. Había pensado que tal vez sus sentimientos por ella madurarían cuando creciera, pero eso no había sucedido. No obstante, no podía lastimarla. Ella nunca se había quejado de su compromiso desde la infancia, y ésa era otra razón por la que debía 85

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seguir con ello. Tal vez con el tiempo llegaran a quererse de la forma en que un hombre y una mujer deberían. —Pareces olvidar por qué traje a Mallory aquí —dijo Dexter—. Todo esto lo estoy haciendo por Sarah, para tratar de ser un mejor esposo para ella. —¿Crees que Sarah te ama, Dex? —preguntó Cummings, planteando la única pregunta que Dexter jamás se había hecho a sí mismo, ya que sospechaba que el único sentimiento de Sarah hacia él era de admiración malentendida. —Como yo, Sarah, entiende el deber y la tradición. —¡Tradición un cuerno, hombre! —exclamó Cummings con una vehemencia que sorprendió a Dexter. —Hubo un tiempo en que solías escuchar a tu corazón, y no al maldito deber. ¿Qué pasó con ese hombre? Dexter sintió la antigua frustración y dolor hervir dentro de él… y sí, la furia. Qué no daría por ser tan libre como Cummings. Por poder vivir su propia vida y no verse enredado por la carga de su nacimiento. —No lo entiendes —dijo enfadado—. Nunca has sido… Dexter se interrumpió, dándose cuenta de lo que había estado a punto de decir, de cómo iba a sonar. —¿Yo nunca qué, Dex? Escúpelo. ¿Fui privilegiado como tú? Tienes toda la maldita razón, no lo he sido. Tengo mucho menos. Dexter siempre había sabido que muy en el fondo Cummings se resentía por su pobreza y la riqueza de Dexter, aunque dudaba que Cummings albergara esos sentimientos a un nivel consciente. Dexter no sentía ese tipo de resentimiento hacia su amigo, porque sabía que Cummings no podía cambiar los orígenes de su nacimiento tanto como Dexter no podía cambiar los suyos. —Sólo quise decir que a veces desearía que mi vida hubiera sido muchísimo más simple —contestó. —¿Cómo la mía, por ejemplo? —La voz de Cummings tenía un deje de amargura—. No desees algo que no te gustaría tener. Una vez viví de cierta forma que no podrías comprender, que los de tu clase aborrecerían. —¿Mi clase? —Dexter se lanzó hacia delante en la silla—. ¿Qué demonios significa eso? ¿Mi clase? ¿Dime cuándo he trazado una línea entre nosotros dos? Cummings apartó la mirada de la suya. —Nunca. Pero tal vez deberías haberlo hecho. —¡Maldición, hombre! ¿De qué estás hablando? Eres mi mejor amigo. Siempre lo has sido. —Lo sé —murmuró Cummings. Lentamente, se volvió a mirar a Dexter, la mirada velada, su expresión impenetrable—. Puedo no saber acerca de lo que es tener una vida privilegiada, pero sé mucho acerca de errores y aún más acerca de culpas. Y te pido que pienses en lo que estás haciendo, a lo que puedes estar renunciando… y en definitiva, a lo que quizás estés perdiendo por tratar de ser el hijo perfecto. Dexter apretó la mandíbula al escuchar esas dos últimas palabras. —Sugiero que terminemos esta conversación ahora, antes de que ambos digamos algo que luego podamos lamentar. Pareciendo harto del mundo, Cummings se puso de pie y permaneció allí mirando fijamente a Dexter. —No tienes idea de cuantas cosas lamento, cosas que desearía poder cambiar. Lo que daría por volver y arreglar esas cosas. —Un músculo le saltó en la mandíbula—. 86

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Deja de comportarte como un maldito mártir, Dex. Dile a Mallory la verdad o déjala ir… antes de que se te escape la oportunidad de hacer las cosas bien. Y con esa proclama, Cummings giró sobre la cadera y salió de la habitación, dejando las palabras resonando detrás de él. Dile a Mallory la verdad o déjala ir. Dexter se levantó de la silla, esperando acallar esas palabras. No tendría remordimientos con Mallory porque no permitiría que sus emociones se vieran involucradas. Permanecería neutral. Era excelente siendo neutral, dejando que nada lo afectara nunca, que nada lo tocara. O que lo lastimara. Las inquietudes de Cummings eran innecesarias. Dexter sabía lo que estaba haciendo. Estaba decidido a continuar con todo ello y cumplir con la tradición. Sólo una cosa se interponía en su camino. ¿Cómo podría olvidar ese beso alguna vez?

Mallory vagaba por el jardín, buscando esa paz mental que no había encontrado en el sueño. Toda la noche había tratado de bloquear el recuerdo del beso de Dexter, sacudiéndose y dando vueltas en la cama hasta que un nuevo día había trepado por el horizonte, el sol bañando su habitación, aguijoneándola con sus rayos, preguntándole si tenía la intención de esconderse como una gallina o enderezar los hombros y enfrentar al mundo como una mujer. Se estaba comportando ridículamente, lo sabía. Su reacción hacia Dexter era completamente normal. Después de todo era una mujer… una que actualmente estaba encerrada en un aislado castillo con un hombre que podía pasar por un chico de calendario del Playgirl. Se deslizó detrás de un amplio roble y miró hacia el cielo. —Querido Dios, ¿por qué me castigas de esta forma? Se lamentó, permitiéndose un rato de animosa autocompasión. ¡Se suponía que el hombre debía ser como Horshack de “Bienvenido a casa Kotter 36”, y no como un moderno Adonis de un Catálogo de J. Crew37! Presuntamente Ph.D38 no quería decir Perfectamente Hermosos Deltoides39. Mallory se sacudió sus patéticos pensamientos, recordándose a sí misma que era una segura y exitosa mujer que podía controlar sus instintos básicos. Y era por eso que tenía todas las intenciones de continuar con el plan que había madurado la noche anterior. Sin importar cuán intimidante pudiera ser la tarea.

CAPÍTULO 14 —¿Que quieres que haga qué? 36

Welcome Back, Kotter serie norteamericana de los años 75 a 79 donde Arnold Horshack (Ron Palillo), hacía el papel de un tonto simple conocido por su risa jadeante 37 Una tienda de ropa de muy buena calidad para hombres elegantes. 38 PhD En inglés Doctor of Philosophy que en español es Doctor en Filosofía 39 Deltoides. [Músculo] triangular elevador y abductor del brazo, situado en el hombro entre el omoplato y el húmero:

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Mallory observó las cejas de Dexter escalar un poco más alto con cada palabra que pronunciaba, elevándose junto con el volumen de su voz, por lo que la última palabra rebotó a través de la habitación como un cañonazo, mandando a los mirlos que descansaban en un árbol, fuera de la ventana de su oficina a un confuso éxodo masivo que aterradoramente evocó una escena de la película de Hitchcock, Los Pájaros. Evidentemente al profesor no le gustaba la idea. Pero ser la maestra le daba algunas ventajas. O lo hacía a su manera o no lo hacía. Y si no cooperaba, bueno, entonces no podía esperar que ella se quedara, ¿verdad? Subrepticiamente, Mallory observó su semblante reflexivo. ¿La dejaría ir esta vez si fallaba en su misión? ¿O insistiría para que continuara intentándolo, prolongando, de esa forma su tiempo con él, condenándola a permanecer bajo la sombra de su corpulenta presencia, forzándola a mirarlo a los ojos… día tras día? ¿Aún quería irse? Mallory frunció el ceño. ¿De dónde había venido ese pensamiento? Por supuesto que quería irse, terminar con esta extraña y exasperante investigación y este extraño y exasperante científico. Tenía un libro que terminar. Entonces, ¿qué había de nuevo en eso? Y un plazo que cumplir. ¿Acaso el mundo dejaría de girar si te atrasas una vez? Y una vida que vivir. Tendrías que tener una vida para poder vivirla. Mallory alejó esos pensamientos a la fuerza, aún así una pregunta subsistió. ¿Estaría Dexter pensando aún en el beso compartido? Probablemente no. Entonces, ¿por qué ella sí? No era como si no hubiera sido besada antes. Cierto que había sido un acontecimiento infrecuente. Y era cierto que esos besos no habían sido tan sensuales ni la habían afectado tan profundamente. Pero realmente, sólo había sido un beso… un simple, dulce e intrascendental beso. ¡Dios, tenía que detener aquello! Mallory se sacudió a sí misma y deslizó una cinta en el estéreo portátil. Luego, se volvió para enfrentar a Dexter, que permanecía allí como una esfinge de cera, mirándola con rebeldía. Esto no iba a ser fácil. —No actúes como si te acabara de sentenciar a ser ejecutado. —Preferiría la ejecución —murmuró—. Y de todas formas, ¿qué demonios es un bonbon? Está bien, decirle que le iba a enseñar a sacudir su bon-bon como Ricky Martin no había sido la mejor aproximación, considerando que el profesor sólo parecía entender aquellas cosas que estaban encuadradas dentro de la más clínica de las maneras, pero se había estado sintiendo bastante caprichosa en ese momento. Su error. Pero no tenía intenciones de explicarle a este gran y bello Doctor Tonto lo que era un bon-bon, aunque tuviera el más espectacular que ella hubiera tenido el privilegio de ver alguna vez. —No importa —se evadió—. Ahora, ¿puedes sentir el ritmo de la música? Bufó. —¿Llamas a esto música? Si quieres música, podemos escuchar a Mozart o a Beethoven o a Haydn. O a mi favorito. Bach. Soy particularmente fanático de sus conciertos. Su Tocata y Fuga en D Menor es de lo más atrayente. —Necesitas un poco menos de Fuga y más de Funk. Ahora, déjame ver cómo meneas las caderas. 88

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Dobló sus indecentemente largos brazos sobre su indecentemente amplio pecho y la miró ferozmente. —No menearé mis caderas, madam. El hombre era la personificación de la testarudez. —Si no meneas tus caderas, te irás a dormir sin el postre después de la cena — Ciertamente insulso. Pero funcionaba con los niños. Sólo que este niño en particular era extremadamente alto y bien formado. —Puedo sobrevivir sin postre, te lo aseguro. —No sé. A mí me pareces un poco endeble. Frunció el ceño y luego se miró a sí mismo. —¿çEso crees? Dios querido, ¿acaso el hombre podía pensar que ella creía que era endeble? Sólo su pecho parecía estar hecho de un metro de sólido titanio. En realidad no sabía lo atractivo que era. Y maldición, si sólo eso lo hacía mucho más atractivo. —Estoy bromeando. Ya sabes, ja-ja. —Pero evidentemente no lo sabía. El humor era una pérdida de tiempo con este hombre. Una completa pérdida. —No entiendo esa propensión que tienes a decir tonterías sin sentido. Mallory tenía la intención de alargarle el discurso “podrías relajarte un poco”, pero se detuvo preguntándose por la dosis extra de meditación que emanaba de él esa mañana. Como si fuera posible, parecía más reprimido, más parco de lo habitual. Si no supiera que era imposible, podría pensar que estaba enfadado. Pero, ¿por qué iba a estar enfadado? ¿Sería posible que todavía estuviera molesto por el inocente baile en el que había participado con Cummings? No debería estarlo. Claramente nada había pasado entre ella y su amigo. Y de todas formas, ¿qué derecho tenía a sentirse molesto? Había salido con Freddie. Freddie se lo había confirmado. Había dicho que se habían encontrado por casualidad en la ciudad y que habían ido juntos a la tienda de vídeos. Freddie había dicho que había elegido unas pocas películas para Dexter. Mallory sólo podía imaginar qué clase de películas eran. Frunció el ceño ante su suposición, reprendiéndose a sí misma por dejar volar su imaginación. ¿Qué le pasaba? ¡Freddie era su mejor amiga! Y aún así, se sintió compelida a decir: —No seguirás disgustado porque haya bailado con Cummings, ¿verdad? —Nunca estuve disgustado —replicó, sonando, bueno, disgustado—. Sólo estaba trazando los límites aceptables. Trazando los límites aceptables, ¿eso hacía? —Soy una mujer adulta. Puedo trazar mis propios límites, gracias. Él no dijo nada, pero su mirada era patentemente escéptica. Mallory decidió dejar pasar el asunto. Por el momento. —¿Vas a cooperar o a actuar como un niño caprichoso? Le frunció el ceño y murmuró: —Cooperaré… pero nada de menear ningún bon-bon. —Está bien. —De todas formas era demasiado temprano para sufrir palpitaciones—. Empecemos con un pequeño giro de caderas. Pareció que estaba a punto de protestar, aunque preguntó a regañadientes: —¿Por qué hacemos esto? ¿Qué tiene que ver el giro de caderas con el cortejo? —Si quieres cortejar, debes relajarte un poco. 89

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Se tomó el comentario textualmente, haciendo sonar cada vértebra de su espina dorsal. —Estoy relajado. Una burbuja del tipo de risa que provocaba “eso es la cosa más graciosa que he escuchado desde que vi que las extravagantes permanentes estaban de moda otra vez” se formó en el pecho de Mallory. —El rigor mortis es más relajado que tú. Un esqueleto de animal congelado desde hace tres mil años está más relajado. Una capa polar de hielo en la tundra de Alaska… Dexter levantó la mano, con obvio enfado. —Lo entiendo. Luciendo como un hombre al que le acaban de pedir que vaya a comprar zapatos con su esposa, el profesor reluctantemente comenzó a girar sus caderas… o era eso o estaba haciendo una imitación de un ya muy olvidado ritual de apareamiento de la jungla. El hombre podía haber sido bendecido con una pelvis cinco estrellas, pero claramente el meneo no estaba en sus genes. Parecía una versión a tamaño real de una estatuilla giratoria a control remoto. —¿Crees que podrías ponerle algo de ritmo a eso? —preguntó Mallory, esperando que su expresión dijera, “lo estás haciendo bien” en vez de “creo que ese movimiento ha sido prohibido en cuarenta y ocho Estados y también en Canadá”. Él se detuvo. —No puedo hacer esto. —Puedes. —¿Tienes algún dato estadístico que apoye ésta altamente irregular forma de enseñar? —¿Contigo todo tiene que ser cuándo, por qué, cómo y las razones de todo ello? Se ajustó las gafas y ella deseó que se las quitara. Mejor aún, que las tirara al suelo y las pisoteara hasta hacerlas pedazos. —Sí —contestó, con el rostro imperturbable. Luego hizo un gesto en su dirección—. Quiero verte menear las caderas a ti. —Oh, no. Esta lección es para ti, no para mí. —Si no lo haces, entonces yo tampoco lo haré. —Sí, señor. Un gran niño testarudo. Mallory pensó en negarse, pero se imaginaba que eso era exactamente lo que él esperaba. —Está bien. Que sea a tu manera. —Se dirigió hacia el estéreo portátil, sacó a Madonna, que de todas formas le estaba crispando los nervios, y escogió la primera cinta que estuvo a su alcance. Estaba deslizando la cinta dentro del estéreo cuando él dijo: —Quiero que bailes la misma canción que bailaste anoche. Mallory detuvo la mano, pero no se dio la vuelta. —¿Por qué? —Porque sí. ¿Porque sí? ¿Qué clase de respuesta era esa? De cualquier forma, no quería bailar la canción de Santana, no enfrente de él. La música le sacaba las inhibiciones, la hacía sentir el ritmo en la sangre. —No quiero. —¿Por qué no? —Simplemente no quiero. —¿Porque esa canción la bailaste con Cummings? —preguntó él, sonando disgustado. Mallory se volvió bruscamente. 90

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—¡Aha! ¡Sabía que todavía estabas enfadado a causa de eso! ¿Por qué no lo admites de una vez? —Ya te lo dije, no estoy enfadado. —Su fiero ceño le advirtió que no le presionara—. A mí… a mí sólo me gustaría… quiero decir, creo que tú… —Su ceño se hizo más pronunciado mientras trataba de encontrar las palabras—. Bailas bien —dijo finalmente con tanta emoción como un insulso trapo de cocina. Mallory no pudo evitar esbozar una leve sonrisa. —¿Eso crees? Él parecía confundido. —Acabo de decirlo, ¿no? Decidió no presionarlo más. Al profesor no le salían los cumplidos fácilmente. Tal vez era por eso que se sentía tan halagada. —Está bien. Bailaré. Pero quiero que le prestes mucha atención a mis caderas. —Lo haré —prometió con un tono algo ronco. Mallory levantó la vista y notó que tenía la mirada fija en sus caderas. Fue en ese momento, que repentinamente, fue agudamente consciente que toda la atención de ese hombre iba a estar enfocada en ella. Apartó la maraña de nervios que amenazaban su resolución, recordando algo que la Señora Feldman siempre decía cuando Freddie la irritaba, un sentimiento que era a la vez simple pero apropiado para la actual situación de Mallory. ¡Oye, tía! Con un ligero temblor en las manos, Mallory deslizó el CD de Santana, y por segunda vez en pocos días, sintió el bajo retumbar de tambores y el dulce rasgueo de una guitarra llenar el aire. Tomó un profundo aliento y cerró los ojos, permitiendo que la música se sobrepusiera a los nervios mientras fluía por sus pantorrillas y su espina dorsal. Lentamente, comenzó a moverse, perdiendo las inhibiciones ante el ritmo sensual y, por el momento, tomándose la libertad de olvidar que estaba siendo observada tan intensamente. Aunque se hubiera estado incendiando, Dexter no podría haber apartado la vista de Mallory cuando empezó a oscilar con la música, sus movimientos guardando una perfecta consonancia con el seductor ritmo de la canción. Él sólo había vislumbrado esta parte de ella la noche anterior… La noche anterior, cuando había estado en los brazos de su mejor amigo, un hombre que parecía como si disfrutara al tenerla allí. En los pocos minutos que Dexter había permanecido en silencio y enfadado en el umbral observándolos, había deseado que su amigo se fuera al infierno. ¡Maldición! ¿Por qué no podía poseer el suave encanto que tenía Cummings? Durante todo el período en el colegio, Cummings había tenido a todas las mujeres mientras que Dexter había tenido sus libros de texto y el laboratorio científico para ocupar las noches, viendo sus propios fallos a través de los ojos de aquellos que lo rodeaban. ¡Bien, por Cristo, que esta vez ganaría él! Había aprendido todo lo demás en su vida sin ningún problema, había llegado a dominar cada cosa que se había propuesto hacer. ¡Dominaría esto o moriría en el intento! ¡Deseaba a Mallory, y Cummings bien podía irse al demonio! Ese pensamiento hizo que Dexter se parara en seco. ¿Deseaba a Mallory? No, eso debía haber sido un desliz mental. Era a Lady Sarah a la que deseaba. Después de todo sería su esposa. Mallory sólo era el instrumento para convertirlo en el hombre que 91

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necesitaba ser para que Lady Sarah fuera feliz. Eso era de lo que se trataba todo esto, la razón por la que necesitaba la ayuda de Mallory. Trató de mantener ese pensamiento en su mente aunque su mirada vagaba lentamente sobre el cuerpo de Mallory. Los brillantes rayos de sol que se colaban por las muchas ventanas se posaban en su cabello, tiñendo los oscuros rizos de rojo y dorado y enfatizando su perfecta complexión y el rastro de pecas que tenía en el puente de la nariz. Sus labios estaban levemente abiertos, tenía una expresión extasiada en el rostro, y sintió el fuerte deseo de tomarla entre sus brazos, de saborear sus labios nuevamente, de descubrir si se había imaginado esa sensación de excitación que lo había invadido cuando esa dulce boca se había posado sobre la de él. Se le apretó el estómago, la excitación lo recorrió en oleadas. No se había sentido tan vivo en mucho tiempo ni disfrutado el poder de ser un hombre… o sentido el ansia de poseer algo efímero y profundamente hermoso tanto como lo hacía en ese momento. La luz se movía con ella, acentuando su pequeña cintura, una que podía rodear con ambas manos. Dorados rayos rozaban los contornos de sus esbeltas piernas y la parte de abajo de la curva de su perfectamente formado y firme trasero. Su cuerpo ondeaba en círculos completos, la turgencia de sus senos le atormentaba, dulces esferas que podrían llenar sus palmas, que imaginaba que eran respingones y que estaban coronados por lujuriosos y rosados pezones… pezones que ansiaba saborear. La imagen hizo que gruñera en voz alta. Abruptamente, Mallory dejó de moverse. Sus ojos se abrieron repentinamente trabando la mirada con la de él. Demasiado tarde. No podía ocultar el deseo que sabía que ardía en sus ojos. ¿Cómo lo vería ella en ese momento? ¿Cómo un escolar enamorado? La furia creció dentro de él. Furia… y esa antigua desesperación que nunca había podido sujetar completamente, una desesperación tan ilógica como una parte de él, un dolor que lo había perseguido desde el momento en que se dio cuenta que no era digno de ser amado, que era diferente, que estaba marcado, y emocionalmente desolado. ¿Qué veía ella…? Tal vez si hubiera sabido la respuesta a esa pregunta no se hubiera sentido tan indigno, ya que Mallory vislumbró la vulnerabilidad y el deseo y al hombre escondido detrás del aburrido científico. Lo que vio hizo que contuviera el aliento y que se le apretara el estómago. Dolorosamente, alegremente. Lujuriosamente. El ardor en su mirada se derramó sobre ella, exaltando la sensualidad que sentía dentro en ese momento, exaltando el deseo que había florecido el día anterior cuando se habían besado. Aún así, detrás del ardor y el deseo acechaba el dolor que había avistado en otras ocasiones. Dolor que él no quería que nadie viera. Ella entendía ese dolor. A cierto nivel reconocía una inexplicable conexión entre ellos. Sin ser consciente de ello, avanzó hacia él. No sabía que pretendía, ni quería saberlo. Todo lo que sabía era que necesitaba estar cerca de él, tocarlo. Se detuvo a una pulgada de distancia, con la mirada recorriendo lentamente la oscura y firme piel de su cuello, junto con el perfil de la esculpida mandíbula, notando el músculo que saltaba en su mejilla, una palpable tensión en el aire. Quería frotar el pulgar sobre ese músculo y apartar sus preocupaciones, posar los labios sobre su mejilla y abrirse camino lentamente hacia su boca. Levantó la mirada despacio, sabiendo que mirar los ojos azul oscuro de Dexter sería su perdición, y cuando encontró su mirada… el mundo se inclinó. Trató de hablar, pero no le salían las palabras. 92

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Lentamente, se puso de puntillas, dejando que todas las preguntas y preocupaciones se alejaran, queriendo saber si la electricidad que había experimentado el día anterior había sido real… Hasta que él habló y rompió el hechizo. —Estás sudando, Señorita Ginelli. ¿Le digo a Quick que te traiga una toallita mojada para limpiarse la frente? La euforia de Mallory se evaporó en el tiempo que dura un latido. El amor se convirtió en un furioso caso de mujer resentida por su obvio desinterés. ¡Una toallita mojada! ¡Irritante Payaso! —No —dijo a través de dientes apretados—. No quiero nada para mi frente, gracias. — Preferiría transpirar hasta convertirse en un avergonzado charco en el suelo. Se apartó un paso, maldiciendo la sacudida magnética que había provocado que se acercara a él, mientras al mismo tiempo le confundía el cerebro, barriendo la lógica y el sentido común. ¡Eran esos condenados ojos! Debía comprarle unas Ray-Ban. Y obligarlo a usar una bolsa sobre la cabeza. Y que rodara sobre un corral de cerdos. Y cubrir su cuerpo con sanguijuelas. Pero por el momento, tendría que bastarle una rápida salida. —Espero que hayas aprendido algo. —Dios sabía que ella sí—. Podemos seguir con esto más tarde o mañana. —O preferiblemente, nunca. —Oh. ¿Eso es todo? —Sonaba casi… ¿cómo? ¿Desilusionado? ¿Cómo si no quisiera que se fuera? Mallory decidió que analizar a Dexter era una hazaña demasiado colosal para abordarla en ese momento. —Lo próximo en lo que trabajaremos será en tu vestimenta. —Eso le daría una oportunidad de reprenderse a sí misma por sugerirle al hombre que meneara alguna parte de su cuerpo. Él frunció las cejas, y extendió los brazos. —¿Qué hay de malo en mi ropa? Mi familia ha acudido al mismo sastre durante años. La familia de Mr. Henry ha estado en el negocio desde 1885. Mallory le echó una ojeada. Otro error. Vívidas imágenes del día anterior recorrieron su mente… la mirada en sus ojos y la sensación de su cuerpo debajo del de ella. Mentalmente se sacudió a sí misma. —Aparentemente el estilo de vestir no ha cambiado desde ese entonces. El siguió frunciéndole el ceño, y ella se preguntó si alguna vez llegaría a ver una verdadera sonrisa en su rostro. —Me siento cómodo con esta ropa —dijo resistiéndose. —Y admito que estar cómodo es importante. —Conocía el valor de la ropa cómoda. ¿Freddie no estaba siempre regañándola acerca de su elección de atuendos?—. Pero si no quieres lucir como un científico… —Soy un científico. —Y uno muy bueno, estoy segura. Pero quieres cortejar, y esas no son ropas de cortejo. La miró por un largo momento. —¿No te gusta mi apariencia? ¿Por qué tenía que decir esas cosas? ¿Permitiendo que por un momento viera algo vulnerable dentro de él? ¿Algo que pedía aprobación? 93

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—Creo que te ves bien. —Y realmente lo sentía. Le gustaba la forma en que se vestía Dexter… con corbatas de lazo, trajes de tweed, y todo eso. Realmente no se lo imaginaba vestido de otra forma—. No obstante, esto no se trata acerca de lo que me guste a mi. — Y eso era lo que tenía que recordar. Olvidarlo podía ser desastroso—. Te dije cuando empezamos esta… investigación que tenía que permanecer imparcial. —Algo que parecía ser cada día más difícil—. Siendo así, tengo que pensar acerca de lo que la mayoría de las mujeres desean de un hombre. —Mujeres como Freddie, por ejemplo. —Ya veo. —Se ajustó la corbata de lazo… verde cazador con pequeños puntos negros —. De todas formas no voy a cambiar de forma de vestir. Puede hacer que coma pizza con anchoas, hacerme menear las caderas, y hasta beber una botella de… Bud. Pero me niego a capitular a cada loca sugerencia que se sientas tentada a arrojar sobre mí. ¡Pongo a Dios como testigo, no cambiaré mi forma de vestir!

CAPÍTULO 15

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Al día siguiente, Dexter cambió su guardarropa. Pero lo hizo bajo protesta, refunfuñando un montón sólo para asegurarse de que la mujer que le inflingía esa tortura supiera lo poco que le gustaba aquella medida en particular, que él pensaba que era absolutamente innecesaria. ¿Qué importaba lo que usara? Seguía siendo el mismo hombre debajo de la ropa, ¿verdad? La idea de creer que la ropa hacía al hombre era completa y absolutamente absurda. —¡Ow! ¡Maldito infierno, eso dolió! —gruñó cuando accidentalmente el sastre lo pinchó con un alfiler al ponerle el último en el dobladillo de los pantalones de Dexter… pantalones que no eran hechos a medida. Nunca había usado nada pre-hecho en su vida. —Deja de refunfuñar —le dijo Mallory, denotando claramente que se estaba comportando como un bebé. Por Dios, la mujer tenía el poder de hacerlo sentir como si se estuviera portando peor que un niño al que le acababan de decir que tenía que terminar sus coles de Bruselas si quería pastel de chocolate de postre. —No estoy refunfuñando. —Casi me engañas. Le frunció el ceño, pero maldita fuera, fruncir el ceño nunca funcionaba. Ella sólo le devolvía el gesto. —Te dije que esto era completamente innecesario. —Hmm. Eso sonó como refunfuñar. —Mallory bajó la mirada hacia el sastre—. ¿No es verdad que eso sonó como si estuviera refunfuñando, Señor Henry? El Señor Henry levantó su cabeza casi calva, sólo lo suficiente para dedicarle una sonrisa y decir: —Prefiero mantenerme al margen en este asunto. —Un hombre sabio este Señor Henry, pensó Dexter. Lástima que su tutora de ojos castaños no tomara ejemplo del sastre y refrenara esos absurdos métodos de enseñanza. ¿Qué podía conseguir un cambio de ropa? —Date la vuelta, profesor —pidió la maldita mujer, lo que sonó más como una orden a sus oídos. Mujer mandona. ¿De dónde venían? No de suelo inglés. De eso estaba seguro. De mala gana, Dexter se giró sobre la cadera con una decidida falta de gracia, la cual, de haber estado allí su madre, le hubiera valido una reprimenda. Un Harrington, diría, se movía con elegantes pasos largos, mostrando el máximo decoro en toda ocasión. Uno nunca se balanceaba por ahí. Ni pisoteaba. Ni comía con los codos sobre la mesa. Ni hablaba con la boca llena. Ni forcejeaba con una mujer que le tiraba un pisapapeles de mármol a la cabeza. Y un Harrington nunca se aprovechaba de una mujer. Como si él se hubiera aprovechado de la Señorita Ginelli. Y nunca se mezclaba ese pecado con el de disfrutar del acto de aprovecharse. —Bueno, ¿qué opinas? —apuntó Mallory. La mirada de Dexter se disparó hacia ella. Ella tuvo la desfachatez de sonreírle, una sonrisa que transformaba su rostro y que tenía el poder de hacerle echar raíces donde quiera que estuviese. ¿Qué tenía que lo afectaba tanto, que lo hacía olvidar la causa por la cual ella estaba allí y lo que tenía que hacer dentro de unas pocas semanas? ¿Por qué esta escritora romántica de rostro travieso con sus pecas, sus grandes camisetas, e irritantes opiniones lo hacía desear…? 95

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Dexter se interrumpió a sí mismo. Camino equivocado a seguir, Harrington, se dijo a sí mismo. Tenía que mantenerse concentrado y recordar su objetivo. Dexter le dedicó a su torturadora un último ceño fruncido para que se comportara. Luego se volvió para mirarse en el espejo… y se preguntó a quién demonios estaba mirando. ¿Ciertamente este hombre elegantemente vestido de negro no podía ser él? Como siempre, el Señor Henry lo había equipado a la perfección, pero Dexter nunca había usado el color negro. Se vestía como su padre se había vestido… y el padre de su padre… y el padre de su padre de su padre. Frunció el ceño, pensando en lo que Mallory había dicho, que su estilo de ropa estaba algo pasado de moda. ¿Podría haber tenido razón? —¿Qué piensas? Se acercó para pararse junto a él, y captó una insinuación de la fragancia a lilas que ella usaba, que olía mejor que las mismas lilas. El suave perfume importunaba a sus fosas nasales y nunca fallaba a la hora de espesarle la sangre. Se puso delante de él, cepillando motas imaginarias de sus hombros, arreglándole como una mamá gallina. Descubrió que le gustaba bastante. Se sentía, bueno, se sentía bien ser mimado un poco. Mallory se detuvo abruptamente, tal vez dándose cuenta de lo que estaba haciendo, y le echó un vistazo a través de un abanico de espesas pestañas negras. —¿Te gusta? —Había un deje de incertidumbre entretejido en su voz. Sonrió, algo que había hecho más a menudo en presencia de esta muchacha de lo que recordaba haber hecho en muchos años. —Sí. Me gusta. Ella le devolvió la sonrisa, vacilante al principio, pero luego se hizo amplia y cálida… y endemoniadamente seductora. Y en ese momento, Dexter supo que quería besarla otra vez. Parecía que no podía dejar de pensar en besarla. Se había despertado en mitad de la noche con su nombre en los labios y la manta amontonada en el suelo. Había tratado de aferrarse a los retazos del sueño sólo para que se le resbalara de las manos, dejándolo sintiéndose vacío y con la esperanza de que el sueño le volviera a traer las calientes imágenes de vuelta. Posó la mirada en sus labios, preguntándose si en ese momento estaba despierto o si tal vez todavía estaba atrapado en la trama del sueño, porque nunca antes se había sentido tan intrépido, tan temerario y decidido. Ella se mojó los labios con la lengua, y su estómago se contrajo en respuesta. Luego el Señor Henry se aclaró la garganta… y Mallory se separó precipitadamente de él. ¡Demonios! Enfurruñado, Dexter fijó la mirada en el sastre teniendo en mente varias escenas de tortura que podía inflingirle al hombre. Dexter no se dio cuenta de lo feroz que se veía hasta que el Señor Henry se levantó y dio un paso atrás. Dulce Jesús, ¿qué estaba haciendo? Estaba actuando como un demente. Todo por una mujer. Una hermosa, seductora, incitante, vivaz… Una mujer prohibida. —Todo listo, milord —balbuceó el hombre velozmente, guardando los útiles de sastre tan rápido como un relámpago. Dexter quería decir algo, disculparse por su loco comportamiento pero, ¿qué palabras podía usar? ¿Perdón por haber querido derribar tu frágil figura a golpes? ¿Por desear que fueras un espejismo? ¿Por sentir lujuria por una mujer en tu presencia? 96

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El Señor Henry se apresuró a ir hacia la puerta. —No es necesario que me acompañe a la puerta, milord. —Se puso el bombín de color gris en la cabeza casi calva—. Le mandaré la cuenta. Buen día a los dos. —Luego se marchó. Y una vez que Dexter estuvo a solas con Mallory, descubrió que su deseo no había disminuido. Al contrario, la necesidad parecía haberse incrementado. ¿Podía ser que las ropas lo hicieran sentir como un hombre diferente? Un hombre que tuviera el poder de cautivar, de atraer… ¿De seducir? Mallory estaba a la distancia de un brazo, con sedosos rizos de cabello escapando del nudo flojo que se había hecho en la parte de atrás de la cabeza, enmarcándole el rostro, enfatizando la perfección de la piel, la luminosa calidad de sus ojos… y la roja plenitud de sus labios. —Me gustaría seguir investigando —murmuró, preguntándose si ella sentía lo mismo que él. Las manos hormigueándole por las ansias de tocarla. La tensión en el pecho que bordeaba el dolor. El calor ardiendo a fuego lento buscando una salida. —¿Q-Qué clase de investigación? —preguntó ella en un susurro que tuvo el poder de hacer que los latidos de su corazón se aceleraran. —De la clase que involucra besos —murmuró. —¿Besos? —La palabra salió como un chillido. Él asintió. —La práctica hace la perfección. La alcanzó y tiró de ella hacia él, cuidadosamente, despacio, temiendo que se diera a la fuga. Temiendo que tal vez pudiera perder el valor si lo hacía. Sus palmas le quemaron el pecho. Los pequeños alientos que tomaba equiparaban los suyos propios. Inclinó la cabeza, cada fibra de su cuerpo surgiendo a la vida. Ella observó como descendía, y él la observó a ella, viendo que sus ojos castaños se oscurecían, sabiendo como un hombre lo sabía por instinto que la estaba afectando. El saberlo le hacía sentir poderoso. Cuando sus labios tocaron los de ella, sintió como si un relámpago le hubiera alcanzado entre los omóplatos. Nunca había experimentado esa sensación, un fuego que ardía pero que no se consumía. Y mientras todo pensamiento coherente abandonaba a Dexter, se preguntó cómo esta escritora romántica yanqui podía hacer asomar al hombre que tenía dentro, el hombre enterrado bajo los datos estadísticos. El hombre que siempre había querido ser. Con la lengua le barrió la boca para enredarse con la de ella. Se sintió conquistador y conquistado al mismo tiempo. Ella hizo un suave ruidito en la garganta, y el ardor bajó en espiral hacia su ingle, ardor que parecía haberse instalado allí desde la noche en que había traído a Mallory a la casa, con la cabeza acunada contra su hombro y los sedosos mechones de cabello acariciándole el brazo. Le rodeó la cintura con las manos, queriendo atraerla más cerca, necesitando comprobar si se amoldaba tan bien a él como recordaba. Que Dios le ayudara, pero sí, en efecto, lo hacía. Abruptamente, ella se separó, con una mirada conmocionada en el rostro, haciendo sentir a Dexter como el peor tipo de degenerado, especialmente debido a que había saboreado cada momento que habían estado en contacto. 97

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Una voz interna, oxidada por el desuso, le decía que la atrajera nuevamente para que terminara ese beso que merecía tener un principio y un fin. Pero la voz no fue lo suficientemente fuerte para erradicar al científico… o al hombre que tenía obligaciones. Ahora necesitaba distanciarse, decir algo que no sentía para poner este momento en el lugar que le correspondía. En el pasado. Estaba mejor olvidado. —Sus aptitudes son loables en esta área en particular de enseñanza, Señorita Ginelli, y definitivamente debo recomendar sus servicios a aquellos que puedan necesitarlos. Mallory no pudo hacer otra cosa que mirar fijamente a Dexter, dolida por sus palabras casuales, y aún así preguntándose por qué debía esperar algo más de él. No era como si tuviera un corazón. Eso era pedir demasiado. Si, él estaba aprendiendo. Demasiado rápido. Y demasiado bien. Había querido quedarse en sus brazos y gozar con ese beso… y era por eso que no podía hacerlo. Era su empleador. Había pagado por su tiempo, por sus “servicios”, como tan adecuadamente lo había dicho. ¿En qué se hubiera convertido si hubiera dejado que ese beso la llevara a algo más? Peor, ¿por qué había querido que llevara a algo más? Nunca se había sentido tan decidida a pasar al próximo paso con un hombre, a viajar a un lugar en donde nunca había estado antes. Pero la virginidad era la única cosa preciada que tenía, y no la vendería, ni permutaría, ni rebajaría. Le daría ese regalo al hombre que amara, un hombre que apreciara lo que tenía para ofrecer. Ese hombre no era Dexter Harrington. Sin importar cómo la hiciera sentir. Era una investigación para él, otro fragmento de datos que añadir a su ecuación. Distancia. Necesitaba distancia. Una distancia de unos cinco mil kilómetros, para ser exacta. Por el momento, lo mejor que podía esperar era la otra punta de la habitación. Abandonarla se parecería mucho a una huida. Por lo que se apartó, tratando de dar la impresión de que simplemente estaba explorando los alrededores mientras buscaba algo trivial de lo que hablar. —Me acabo de dar cuenta de que nunca me has contado nada acerca de tu investigación. Sabiendo que tan íntimo mantenía todo, esperaba una respuesta evasiva. En vez de ello, la sorprendió, diciendo: —¿Qué es lo que quieres saber? Todo, pensó, dándose cuenta de que estaba genuinamente interesada. Quería saber más acerca del tema que consumía la vida de Dexter, lo que sospechaba que siempre sería más importante para él que cualquier otra cosa. O persona. Si no hubiera sido por su trabajo, no estaría con él en ese mismo momento. Se preguntaba cuándo había dejado de sentirse agraviada por la intrusión en su vida, sin importar que tan oportuna había sido esa intrusión, y había empezado a disfrutar de la situación. Y de él. —Bueno, para empezar, ¿en qué estás trabajando? —¿Qué te hace pensar que estoy trabajando en algo? Mallory detuvo su vagar sin sentido por la habitación y miró por sobre el hombro. Dexter permanecía en el mismo lugar, con la mirada intensa, las manos metidas en los bolsillos de sus nuevos y perfectamente ajustados pantalones negros. La camisa de seda blanca moldeaba su torso, delineando los músculos del pecho y estómago. Era tan apuesto que hacía que apretara los dientes. Casi deseaba no haber sugerido el cambio. Quería que la chaqueta de tweed y la corbata de lazo regresaran. 98

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—¿Acaso no estás siempre trabajando en algo? —Generalmente —contestó él con un encogimiento de hombros. Mallory deseaba saber a qué se debía la mirada en sus ojos, una mirada que decía que tal vez deseaba algo más además de trabajo en su vida. Pero, ¿qué? ¿Una esposa? ¿Hijos precipitándose a través de las cuarenta y dos habitaciones? ¿O tal vez ella estaba viendo, otra vez, lo que quería ver en vez de lo que realmente era? —Entonces, ¿en qué estás trabajando en este momento? —Dudo que quieras que te cuente eso. —¿Por qué no? Desvió la mirada, mirando fijamente hacia abajo a sus nuevos zapatos como si de súbito, algo acerca de ellos le fascinara. —La ciencia aburre a la mayoría de las mujeres. Mallory se dejó caer en la gran silla de cuero negro que estaba detrás del escritorio, sintiendo placer por la intimidad robada que compartían. —Yo no soy la mayoría de las mujeres. Lentamente, Dexter levantó la mirada hacia ella, estudiándola por un largo momento antes de murmurar: —No, no lo eres, ¿verdad? Sus palabras la calentaron desde dentro hacia fuera, pero tuvo poco tiempo para saborearlas ya que le dio la espalda, dejándola para que se preguntara si había entendido mal lo que había querido decir. Fue hacia una mesa redonda que había en una esquina de la habitación y recogió una carpeta color borgoña. Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia ella. No pudo evitar admirar la forma en que se movía. Nunca había notado el sensual ritmo de su andar, la gracia y el balance que poseía. Por primera vez, se dio cuenta de que Dexter no necesitaba que ella le enseñara lo que las mujeres deseaban en un hombre. Reunía todo lo que una mujer pudiera desear. ¿Ciertamente no podía ser la única que se diera cuenta de ello? Se detuvo frente al escritorio, sus ojos indescifrables. Dudó un momento y luego dejó la carpeta enfrente de ella. —Habitualmente no comparto mi trabajo con nadie —confesó, metiéndose las manos en los bolsillos nuevamente, revelándole ese lado aniñado e inseguro que la hacía desear inclinarse sobre el escritorio, capturarle el rostro entre las manos, y besarlo como si no importara nada más en el mundo. —¿Por qué me muestras esto? Se encogió de hombros. —Quizás porque me lo pediste. O quizás porque sé que entiendes el valor de la investigación. Sintiéndose humilde por su confianza, Mallory le dedicó una sonrisa agradecida y luego miró hacia abajo a la carpeta que tenía como título: Los efectos de la impotencia en la mujer. Abriendo la tapa, comenzó a leer. Durante décadas, el campo de la investigación sexual había sido un remanso para los científicos. El gobierno había cerrado los ojos a este vital elemento humano, y muchos profesionales consideraban como un suicido en su profesión dedicarse a una especialidad que tenía tal carencia de financiación y provocaba risas burlonas por parte de los otros investigadores. Pero el anticipado renacimiento de ese campo lleva largo tiempo retrasado. 99

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Especialmente para la mujer. Los estudios indican claramente que los problemas sexuales son más corrientes en las mujeres que en los hombres, y ya es tiempo de considerar esto como un verdadero problema en vez de una enfermedad psicosomática. La disfunción sexual puede ser devastadora. Mallory leyó durante otros diez minutos, subyugada por el tema tanto como por la convicción que impregnaba las palabras de Dexter. Finalmente, levantó la vista hacia él, sorprendida por este hombre que estaba más preocupado por cómo sufrían las mujeres debido a la impotencia, por encima de los hombres que sufrían el mismo mal, un científico que había elegido no hacer la vista gorda ni ignorar a la otra mitad de la ecuación. El dolor de la mujer. —Esto es maravilloso. —¿En serio? —En ese momento parecía tan inseguro de sí mismo, haciéndole recordar un comentario que había hecho Cummings una vez. De cierta forma, Dex es un ingenuo, ansioso por agradar. Mallory se había mofado de esa opinión cuando la había oído por primera vez. Sin embargo, en este momento, no parecía tan increíble. —Sí, lo creo. Estás inmerso en una admirable y valiosa misión. —Creo que los problemas de las mujeres en esta área han sido largamente ignorados, y quiero equilibrar el campo de juego. Los investigadores parecen satisfechos con haber aliviado el problema masculino de la impotencia, pero no se han aplicado a un estudio en profundidad del problema femenino. El rostro de Dexter se animaba mientras hablaba, y Mallory no podía sacarle los ojos de encima. —El sexo es muy importante en las relaciones. Las personas necesitan esa proximidad, ese contacto físico, y aún así en términos de investigación se ha diluido en la vaguedad, pareciendo casi un tabú. Mallory se preguntaba si habría una mujer con la que Dexter hubiera compartido ese tipo de intimidad. ¿Había amado a alguien alguna vez? ¿Importaba? ¿Podría ella dejar que le importara? —La Viagra —continuó—, fue un error, fue descubierta por accidente. Los científicos estaban buscando una droga que aliviara el dolor en el pecho relacionado con las enfermedades del corazón. Mallory sabía todo esto, pero escuchar a Dexter hablar acerca de ello tan apasionadamente, hacía que el tema le resultara completamente nuevo. —Se sabe endemoniadamente poco acerca de la función y disfunción sexual de las mujeres, y quiero cambiar eso. Aún cuando francamente pienso que tenemos que enfocar nuestra atención en los sentimientos y componentes de las relaciones hombre/mujer, creo que asimismo debemos observar los mecanismos y la fisiología. Por lo tanto, usando una serie de donaciones y mis propios fondos, he estado trabajando en una forma femenina de Viagra, ya que creo que una combinación de tratamientos es la llave para dar con el equilibrio justo. Todo está detallado en esa carpeta. Un huidizo recuerdo que había estado cosquilleando en el fondo de la mente de Mallory la golpeó en ese momento al darse cuenta de la importancia de la información que Dexter le estaba impartiendo, la investigación que ahora sostenía entre sus manos. Recordó las palabras de Karen.

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Le había dicho que se estaba desarrollando una píldora de tipo Viagra, pero que esta vez apuntaba hacia las mujeres. Imagina la publicidad que conseguirías si tuvieses esa información antes que nadie. Mallory no podía creer que Dexter le acabara de confiar algo que nunca le había dicho a ninguna otra persona, que sencillamente le había dado el material por el que Karen y muchas otras personas pagarían considerablemente por tener en sus manos. Todo estaba detallado en esa carpeta. Como si la carpeta hubiera estallado formando una gran bola de fuego, Mallory la dejó caer en el escritorio y la miró como si le hubieran brotado alas. —Te estoy aburriendo, ¿verdad? Mallory levantó la vista hacia Dexter, sintiéndose culpable cuando no había hecho nada por lo que sentirse culpable. No tenía ninguna intención de usar la información contenida en esa carpeta. —No. —Se las arregló para sacudir la cabeza—. No me estás aburriendo. —Sé que no soy el conversador más entretenido. —Yo te encuentro muy entretenido —dijo antes de tener tiempo de pensar cómo podían ser interpretadas sus palabras—. Quiero decir, que encuentro que tu investigación es entretenida. —Es muy amable de su parte decir eso, pero escuchándome a mí mismo, me doy cuenta de cuánto necesito tu ayuda. —No necesitas mi ayuda. Lo estás haciendo muy bien tú solo. Un asomo de sonrisa elevó el borde de sus labios. —¿Tal vez tus enseñanzas estén dando resultado? Lo que Mallory veía en Dexter no tenía nada que ver con sus enseñanzas. Cuando se permitía relajarse, podía ser encantador y dulce… y muy, muy perturbador para la paz de su mente. Tal vez era por eso que súbitamente dijo: —Creo que es hora de que me vaya. Su sonrisa se evaporó lentamente. —¿Irte? Pero… ¿Por qué quieres irte? Santo cielo, ¿por qué tenía que hacerlo sonar tan personal? ¿Cómo si ella lo estuviera abandonando? —Sólo creo que ya no me necesitas más. —Pero más que eso, lo que pasaba era que no sabía cómo gobernar los sentimientos que se inflamaban dentro de ella. Su mirada azul oscura la mantuvo cautiva. —Estás equivocada. Yo sí te necesito. De hecho, te necesito bastante más de lo que pensaba. Un diminuto escalofrío recorrió a Mallory tras oír esas palabras, pero no podía permitirse a si misma titubear. —Tengo responsabilidades. Mi libro… —Puedes escribir aquí. Mandaré a Wheatley a Londres para que te traiga lo que sea que necesites. —Mi familia… —No será ningún problema. He descubierto que me gusta bastante tener gente a mí alrededor. Esta casa ha estado en calma durante demasiado tiempo. Mallory sabía que estaba inventándose excusas. Apenas había pensado en su libro. La vida real le consumía la mente. Y Dexter tenía razón acerca de su familia. No habían sido un problema, salvo por Genie actuando algo distante con ella. Pero su hermana podía ser 101

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muy caprichosa a veces. Después de todo todavía era una adolescente, una cuyas hormonas habían estado haciendo estragos desde que había pisado la casa de Dexter. Debido a la adoración que Genie sentía por él, Dexter se había visto obligado a esconderse detrás de las puertas y detrás de varias grandes plantas de interior, espiando a través del follaje como un animal que está siendo cazado. Mallory sabía que Dexter se había visto liberado cuando su hermana había encontrado a otro hombre al que perseguir… aunque cómo se sentiría el mayordomo de Dexter, Quick, acerca de ser el actual objeto de la atención de Genie era enteramente otro asunto. En lo que concernía a su madre, había hecho amistad con Adele, la cocinera. Eran casi de la misma edad y parecían tener un gran número de cosas en común, como el amor al gin rummy… y al gin sin el rummy en alguna ocasión. Mallory estaba contenta de que las cosas estuvieran saliendo tan bien… pero, ¿y ella? ¿Podría mantener las cosas a un nivel estrictamente profesional con Dexter? —De todas formas, no puedes dejarme ahora —le dijo él, llamando su atención al hecho de que ahora estaba de pie junto a su silla, mirándola, y lo que vio en sus ojos casi le quita la respiración. —¿Por qué no? —preguntó, más que un poquito agitada por esa mirada. —Porque he hecho un avance importante. —¿Un avance importante? Él asintió, y con una sonrisa cariñosa ensanchándose en el rostro dijo: —Sí. Después de todo he decidido que quiero aprender como sacudir mi bon-bon.

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CAPÍTULO 16 —¿Tienes un mapa? Me estoy perdiendo en tus ojos. Mallory se paró en la puerta de la oficina de Dexter la mañana siguiente, segura de que sus oídos la engañaban. ¿No era el profesor quien había hecho ese comentario? ¿No era el Doctor en Filosofía que había necesitado su nombre, rango y número de serie para besarla? —Tus labios son como vino y quiero emborracharme. Mallory parpadeó. ¡Era Dexter! —El nombre de tu cuerpo debe ser VISA porque es todo lo que yo quiero ser. Una ronca risa femenina siguió a esa observación. Mallory reconoció la voz inmediatamente. Freddie. ¿Qué hacía Freddie con Dexter? Y, ¿por qué? —Me recuerdas a una multa de aparcamiento porque tienes "buena" escrito por todas partes.40 ¿Había invitado a Freddie a su oficina? Pero, ¿por qué haría eso? Había mostrado nada más que interés superficial en Freddie y eso fue simplemente para descubrir qué forma de tortura intentaba ella inflingirle a Cummings ese día. —Tú con esas curvas y yo sin frenos. De hecho, Dexter era el primer hombre que Mallory podía recordar que estando ambas, Freddie y ella, en una habitación, había pasado más tiempo mirándola a ella que a Freddie. —¿Te dolió cuando te caíste del cielo? Aquello era ridículo. No había nada entre Freddie y Dexter. Pero él no necesitaba ninguna distracción cuando debía acabar su investigación, al menos ninguna que se pareciera a Freddie. —Deberías alegrarte de que no sea un vikingo o ya habrías sido devastada y saqueada. ¡Vale! ¡Se acabó! Mallory había oído suficiente. La lógica la abandonó, y la invadió la cólera. Entró furiosa en la habitación, despotricando. —¡Oh, ya es suficiente! ¿Por qué vosotros simplemente no... ? Sus palabras murieron cuando dos pares de ojos miraron en su dirección. Ojos inocentes. Ojos que se preguntaban si se sentía bien. Freddie estaba sentada en el sofá. Dexter reclinado detrás de su escritorio. Sostenía una hoja de papel entre las manos, y Mallory tuvo la agobiante sensación de haber juzgado mal la situación. —¿Por qué nosotros no… qué? —preguntó Freddie llena de curiosidad. —¿Y por qué no... —Pones algo de miel en mi cabeza y me entierras en un hormiguero —. …desayunáis conmigo? —Ya hemos comido —dijo Dexter—. No quisimos despertarte, espero que no te moleste. Nosotros. Mallory lo oyó alto y claro. —Naturalmente que no. —Freddie solamente me estaba haciendo compañía hasta que llegaras.

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En inglés Fine: que significa, tanto bien, bueno, como multa.

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—¡Qué amable! —dijo Mallory con una falsa sonrisa, reprochándose rápidamente a sí misma por sus pensamientos que eran del todo menos solícitos sobre su mejor amiga. Sólo porque Freddie era coqueta, tenía una cara y un cuerpo estupendos, y había confiado a Mallory que pensaba que Dexter era atractivo, no significaba que Freddie hubiese puesto los ojos en él. ¿Verdad? —Dex y yo sólo nos estábamos riendo de algunos de los chistes que encontré en Internet la pasada noche —dijo Freddie, dirigiendo una sonrisa a Dexter que sólo podría llamarse de complicidad—. Él, desde luego, no necesita semejantes cosas. Es encantador por sí mismo. Sí, era encantador, a veces. Así que, ¿por qué lo notaba ahora Freddie cuando no lo hacía antes? Cuando no había visto la vulnerabilidad y la tristeza como Mallory lo había hecho. Esas benditas ropas, pensó malhumorada. Vestía uno de los nuevos atuendos. Un par de pantalones color gris pizarra, una chaqueta a juego y un cómodo jersey tejido color gris paloma que le envolvía la parte superior del torso como las manos de una amante. Rezumaba bastante testosterona. ¿Y cuándo había comenzado Freddie a referirse a él como “Dex”, como si fueran viejos e íntimos amigos? Freddie se levantó del sofá con su gracia habitual. —Bien, tengo que irme. —Se situó cerca de Mallory, en el umbral de la puerta, y dijo con una voz que sólo Mallory pudo oír—. Estaba esperando por ti como un sabueso enfermo de amor. ¿Un sabueso enfermo de amor? No había ni un asomo de enfermedad de amor en la cara de Dexter. —Tengo que encontrarme con Simon en la ciudad —continuó Freddie en un tono plano de voz—. Quiere que le ayude a elegir algunas prendas de ropa. Mallory frunció el ceño. —¿Quién es Simon? —Te hable de él el otro día. Mallory recordó que Freddie había mencionado algo. No el nombre, solamente una breve descripción de sus atributos. —¿Quieres decir el hombre con los cañones? —El mismo —Freddie guiñó el ojo. —¿Cañones? —Dexter las miró con perplejidad—. Nadie por aquí tiene cañones. La risa de Freddie habría vencido la de un sátiro. —Éste sí. —Con un ondeo de su mano sobre el hombro, salió de la habitación, dejando a Mallory sola con el profesor, un hecho que la dejó tan desconcertada que casi olvidó la razón por la que estaba ahí. Entonces la recordó. Tenía que enseñar al profesor a bailar. La mirada insegura de Mallory se encontró con la mirada llena de confianza de Dexter. —¿Estás listo para comenzar? —Sí, profesora. —Estaba evidentemente de humor alegre. ¿Era debido a Freddie? Mallory lo llamó con el dedo. —Ven aquí. Él levantó una ceja, obviamente tan sorprendido como ella por el tono autoritario de su voz, pero aún así obedeció, levantándose de su mesa con una fluidez de movimiento que era difícil no admirar, y yendo hacia ella. Mallory no habría podido mirar hacia otro sitio incluso si la parca le hubiera ofrecido ventaja para salvarse de una muerte segura. 104

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Se paró delante de ella y la mirada de sus ojos calentó a Mallory hasta los dedos de los pies. Ella tragó y se volvió bruscamente, buscando las cintas que había dejado cerca del estéreo portátil la noche anterior. —Freddie ya puso una cinta —le dijo—. Dijo que te gustaría. Mallory no podía pensar teniéndolo tan cerca. Música. Encender la música. Presionó play, y el ritmo caliente de Donna Summer inundó la habitación. Quiero algo caliente, baby, esta noche... Mallory dejó caer la mano de golpe sobre los botones del estéreo. ¡Condenada Freddie y su retorcido sentido del humor! —¿Qué pasa? —preguntó Dexter. —Esta canción es... demasiado rápida. —Y demasiado llena de descarados mensajes sexuales que Mallory no quería oír en ese momento. Sin embargo, parecía que era la única cinta disponible. Todas las otras habían desaparecido y estaba bastante segura de quién las había cogido, cierta chica judía que se la iba a ganar cuando Mallory la arrinconara. Aquello debería enseñar a Mallory a guardar ella misma las cosas. Con un resignado suspiro, Mallory sacó la cinta y miró el índice de canciones escrito con la letra florida de Freddie. Cada canción era tan mala como la primera. “Dámelo, baby”, “Siente cómo hacemos el amor”, “Sacúdete como un huracán”, “Tócalo”, “Curación sexual”, “Toca mi campana”, “Agárrate, estoy llegando”, “La forma que yo siento es sexual”, “Jungla de amor”. Obviamente Freddie había hecho más que buscar chistes en internet la pasada noche. Había descargado canciones desde Napster, su pasatiempo favorito. Eso podría explicar el ruido que Mallory había oído saliendo desde la habitación de Freddie. Mallory decidió que la radio era su mejor apuesta. Interferencias estáticas en la mayoría de los canales cuando la encendió le recordaron que estaban en mitad de ninguna parte. Sólo una estación entró claramente. Una lenta y apasionada canción de amor llenó la habitación. Fue a apagarla, pero Dexter extendió la mano y la detuvo; grandes y calientes dedos se cerraron alrededor de su muñeca. —Déjala —dijo, con una nota ronca en la voz. Mallory miró fijamente la mano. Tan grande, y aún así delicada. Tan capaz de inflingir heridas, aunque más probablemente de administrar ayuda. Esas manos la habían fascinado desde el principio. La fascinaban ahora. Suspirando, echó un vistazo por encima de su hombro. Dexter estaba justo detrás de ella, tan cerca que podía sentir su caliente aliento contra el pelo, cosquilleando los rizos que escapaban de su clip. —Quiero bailar esta canción —murmuró, su profunda voz vibraba por su cuerpo—. Contigo, por favor —añadió cuando ella vaciló. Mallory consintió, sin fuerza para hacer nada más con sus brazos alrededor de su cintura y apretándola. Puso una mano sobre su hombro, la otra en su pecho. Su corazón latía regularmente bajo su palma; haciendo que el momento pareciera mucho más real. Sus movimientos eran pequeños, apenas perceptibles, pero era el contacto físico que la música requería, colándose en su sangre, haciéndola sentir su seductor calor, los brazos de Dexter alrededor de ella hacían sentir a Mallory segura, protegida. Nunca antes había estado tan contenta de ser una mujer como lo estaba en ese momento.

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Y nunca había entendido el significado de una canción más de lo que lo hacía entonces, en los brazos de Dexter, con una conmovedora emoción dentro de su corazón, una nueva y floreciente sensación que la asustaba. —¿Alguna vez has amado a alguien así? —murmuró él, refiriéndose a la romántica letra mientras bajaba la vista hacia ella con sus ojos de un azul intenso, penetrantes e intensos—. Como si fueras a ser consumida por él, ninguna palabra capaz de describir cómo te hace sentir esa persona por dentro. La manera en que habló, tan sincera, hizo que Mallory anhelara esa clase de amor, la clase que había estado esperando toda su vida. —No... nunca. —Y tu novio, ¿qué? ¿No lo amas? Mallory lo miró fijamente, confundida. —¿Qué novio? —Cuando nos conocimos, me dijiste... ¿Cómo lo dijiste? Oh, sí. Me dijiste que me guardase las zarpas para mí mismo. Que estabas “pillada” Mallory gimió para sus adentros, recordando la conveniente pero completamente falsa observación. Titubeó buscando una respuesta. —Bien, yo... —Me mentiste, ¿verdad? —¿Mentir? —Freddie siempre había dicho que era una mala mentirosa, y la mirada de los ojos de Dexter decía que él también podía ver a través de ella—. De acuerdo — confesó con un suspiro—. Mentí. La honró con una bonita media sonrisa. —No tenías que hacer eso, sabes que no hubiera intentado nada si eso era lo que te tenía preocupada. Mallory apartó la mirada, recordando también demasiado claramente la observación de Dexter acerca de la posibilidad de que ocurriera algo entre ellos dos. No tengo ninguna intención de hacer el amor contigo. ¿Aún se sentía él así? —La canción ha terminado —murmuró él, las palabras sonaron conmovedoras a los oídos de Mallory, como si él estuviera diciéndole que había acabado algo más que la canción. La soltó y la alejó, metiendo las manos en los bolsillos. Distanciándose como siempre hacía. Cada vez su deserción dolía un poco más. —¿Y tú? —preguntó Mallory suavemente —Y yo, ¿qué? —¿Has amado así a alguien? Durante un largo momento, la miró como si quisiera memorizar su cara. Entonces se dio la vuelta y anduvo hacia la ventana, posando una mano contra el alfeizar, una solitaria palabra rompió la completa calma en la que habían caído. —Sí. Mallory no había esperado que su respuesta fuera como un golpe. Sin embargo, saber que había amado a alguien con toda su alma y corazón desgarró un pedazo de ella. Vamos, se dijo a sí misma, vete antes de que tu corazón esté involucrado. Demasiado tarde, susurró su corazón. Demasiado tarde.

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CAPÍTULO 17 El sobre estaba apoyado sobre la almohada. Mallory reconoció inmediatamente la escritura elegante y fuerte. Dexter. Con manos temblorosas, recogió el sobre color crema, su corazón comenzó a palpitar, queriendo saber y no saber al mismo tiempo. Lo abriría. Vaciló, y luego le dio vuelta, la solapa había sido sellada con cera roja, con la impresión de la insignia de la familia Harrington Suspiró, rompió el sello y despacio sacó la invitación que se hallaba dentro. Lord Dexter Spencer Harrington, quinto Conde de Braden, ruega la compañía de Mallory Anne Ginelli para cenar, esta tarde a las siete. El profesor la invitaba a cenar. No podía creerlo. Era un gesto poco habitual en él, y sin embargo, después del baile, y de las palabras que había dicho, no era tan difícil de imaginar. Algo intangible e inherente a la dulzura de Dexter se abría camino en ella, decidió averiguar qué había más allá de la superficie, qué había cambiado. ¿Podría haber sido aquella mujer a la había amado, a quién puede que todavía quisiera, la que le había hecho daño? ¿No lo había amado ella a cambio? ¿Era el tipo de hombre que daba su corazón sólo una vez? ¿Era esto por lo que él se escapaba de ella siempre que se acercaba o sondeaba con detenimiento? Apartó la vista de la nota, diciéndose que lo mejor sería rehusar la invitación aún sabiendo que no lo haría. Quería cenar con Dexter. Ellos dos solos. Esta noche sabría qué demonios atormentaban al profesor… Dexter paseaba a lo largo del cuarto, oyendo cada tictac del reloj de la chimenea, moviéndose nervioso como cuando era joven y había recibido su primer premio de Sexualidad Humana en el campo científico. Lo habían etiquetado como un experto, pero nunca lo había sido. Sólo Dios sabía que no lo era en aquel momento. Aún se sentía sorprendido por lo nervioso que se había puesto al invitar a Mallory a cenar. Nunca había invitado a cenar a ninguna mujer. Ni siquiera a Lady Sarah. Dexter frunció el ceño. Sarah. La había relegado a un rincón de su mente ya que al entrar Mallory en su vida, se permitió el lujo de olvidarla temporalmente, dejando de lado el deber que se había impuesto. La revelación de esa mañana lo hizo comprender que los sentimientos hacia Mallory podrían acarrear consecuencias desastrosas para ambos. Había permanecido en la ventana de su oficina durante mucho tiempo después de que Mallory se hubiera marchado, pensando en Sarah, sabiendo que estaría trabajando en alguna obra benéfica o asistiendo a algún evento social. Dexter se sentía culpable por haberle dado tan poco de su tiempo. Aún cuando sabía que Sarah siempre lo había entendido. La jovencita se había convertido en una mujer hermosa. Pero lo que era más importante, era hermosa por dentro, una mujer de la que cualquier hombre se sentiría orgulloso. Se merecía un marido cariñoso. ¿Podría él ser aquel marido? ¿Alguna vez sentiría algo más que afecto fraternal hacia ella? 107

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Había observado el modo en que los hombres la miraban y coqueteaban con ella, notó cómo ella había florecido bajo su cuidado. La había protegido siempre, y nunca se había enfadado por las atenciones que le brindaban, no como la cólera que había sentido al ver bailando juntos a Mallory y Cummings. Dexter se consideraba a sí mismo un hombre no violento, pero había querido poner el puño en la cara de su amigo Cummings hasta que se le separara la cabeza de la espalda y luego lanzar a Mallory sobre su hombro como un... troglodita neolítico. Hasta ese exacto momento si él hubiera imaginado esa escena, se habría reído de ello, pero ahora todo estaba fuera de su comprensión. Agradecía el haber recobrado sus sentidos y reconquistado un mínimo de salud mental. No podía permitir que sus emociones gobernaran su cerebro, borraran años de tradición y de deber impuesto. Había jurado esforzarse por hacer feliz a Sarah. Y aquella promesa era la que había introducido a la incontenible Mallory en su vida. Cada día se repetía que tenía que hablar con Mallory acerca de Sarah, y esto hacía que cada vez fuera más difícil hacerlo. Al principio, se había convencido que no era pertinente que Mallory supiera de Sarah, que ella era parte de su vida íntima y por lo tanto de su privacidad. Y lo seguía diciendo para poder creer sus propias excusas. Esta noche le diría la verdad a Mallory. Esta noche terminaría con esa fascinación extraña que sentía por ella. El reloj de la chimenea dio las siete campanadas, alertando a Dexter de que la hora había llegado Suspirando, comprobó su aspecto en el espejo por centésima vez. Tenía puesto su nuevo traje azul marino. Mallory había dicho que el color combinaba con sus ojos. Pero esto no significaba que lo hubiera hecho a propósito para que jugara a su favor o que esperara que su mirada lo acariciara del modo en que lo había hecho esa mañana, hasta que ella le había preguntado si él alguna vez había estado enamorado. Había pensado en mentir y decirle que no, pero dudó tener la capacidad para hacerlo mirándole a la cara. Cuando vio sus ojos, quiso que ella conociera la verdad. Un ruido hizo que enfocara su mirada sobre el reloj. Casi eran las siete y cinco minutos. ¡Maldición, llegaba tarde! Rápidamente, cruzó el recinto y el largo pasillo que llevaba al cuarto de Mallory. Nervioso otra vez, se ajustó la chaqueta, se pasó los dedos por el cabello, y luego levantó la mano para llamar a la puerta. Ésta se abrió antes que sus nudillos hubieran tocado la madera. Y allí, enmarcada en la entrada, estaba Mallory. Pero no la Mallory que él conocía, llevando sus vaqueros descoloridos y camisetas, con su sedoso cabello negro recogido en una cola de caballo. No, a esta Mallory nunca la había visto antes, enfundada en un pequeño vestido negro de tirantes casi invisibles, luciendo hombros hermosos, brazos bien torneados, y la piel cremosa, impecable. Cubriendo sus delgadas piernas con medias negras, y zapatos de ante negro embelleciendo sus pequeños pies. Su cabello lucía suelto sobre sus hombros, delineando su esbelto y flexible cuello, la suave mandíbula, y los altos pómulos. La luz de la lámpara teñía su cabello con vetas doradas. Dexter deseaba tomar las guedejas de seda y sentir la frescura en sus dedos. Parecía plenamente deliciosa y completamente fuera de su alcance. —Hola —murmuró, su voz ronca despertó algo primitivo dentro de él, algo que lo hizo susceptible a las demandas de una cierta parte de su anatomía. Dexter finalmente entendía la teoría tras la proverbial “otra cabeza”, y de cómo el deseo podía usurpar el 108

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funcionamiento normal del cerebro. Por el momento llamarlo apéndice le pareció sumamente adecuado. Buscaba las palabras adecuadas, pero hablar le resultaba de repente muy difícil. Mallory no pareció notar su carencia de respuesta, ni como su mirada la acariciaba, pareciendo tomar en cuenta cada detalle. Cuando sus ojos finalmente se encontraron, ella sonrió. —Estás muy guapo. Dexter deseó sentir un puñetazo contra el estómago para recomponerse de su estupor. —Cómo tú. Ah, quiero decir, que estás muy hermosa. Un leve rubor coloreó sus mejillas. —Gracias. Creo que debería estar agradecida a Freddie que me hizo comprar algunos trajes nuevos antes de que viniéramos. Dijo que rehusaba viajar con alguien que pareciera un deshecho de la moda. Al oírla, Dexter frunció el ceño. —Me gusta el modo en que vistes. —Y era lo que pensaba. Verdaderamente Mallory lucía magnífica en aquel momento, descubrió que le gustaba mucho, tanto así como con sus vaqueros gastados y las camisetas grandes. Podría estar ataviada con una bolsa de basura plástica y probablemente le gustaría también. —Debo confesar que me siento algo incómoda —confió ella—. No estoy acostumbrada a llevar esta ropa. Dexter entendió a lo que se refería. Él se sentía expuesto sin su ropa habitual, como una almeja sin su cáscara. Su honesta declaración hizo que disminuyera su incomodidad y comenzara a relajarse. Mallory tenía un modo de ser que lo hacía sentirse a gusto. Esa era una de las cosas que más le gustaban de ella. Él le ofreció su brazo. —¿Vamos? Mallory asintió y apoyó su mano en el brazo. —¿Dónde vamos? —preguntó cuando se dirigieron en dirección opuesta al comedor. —Ya verás. Dexter la guió hacia abajo por una serie de corredores hasta que ella pensó que estaban en un callejón sin salida. Podía sentir la confusión de Mallory, pero quiso mantener la sorpresa. Aunque no estaba bastante seguro de por qué. Liberó su brazo, y la colocó frente a él. Ella frunció el entrecejo. —¿Qué es... ? —Ya verás —repitió él, levantando su mano hacia el candelabro de la pared... bajándolo. Un ruido como de un leve rasguño se oyó cuando el candelabro se giró en la pared levemente hacia adelante, revelando un panel oculto en lo que parecía ser una sólida pared de ladrillos. Mallory parpadeó, claramente aturdida. Entonces giró en su dirección los excitados ojos color avellana. —Es... —¿Un pasaje oculto? —terminó por ella—. Sí, lo es. Ella avanzó y metió la cabeza dentro del corredor, sus ojos se iluminaron con la misma clase de admiración que él sentía; la promesa de desenterrar secretos era un señuelo demasiado fuerte para no hacerle caso.

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Había usado el pasadizo a menudo cuando era un muchacho, desapareciendo entre las piedras mohosas como si estuviera entrando en otro reino, donde se confundía con los demás, como alguien que pertenecía a ese lugar. No había permitido que nadie tuviera acceso a este lugar. Pero por la tarde, cuando se puso a pensar, supo que quería compartirlo con Mallory. —¿Dónde va? —preguntó ella, su voz haciendo eco en la escalera. —A las almenas. El castillo data de mucho tiempo, más de lo que la mayoría de la gente cree. Una vez fue una fortaleza normanda de significativa importancia. Los caballeros montaban guardia en cada una de las cuatro torres y los hombres eran colocados estratégicamente a lo largo de la pared para defender su hogar, incluso si esto implicaba morir. La leyenda cuenta que el Rey Arturo se refugió aquí dentro poco antes de su última batalla con Mordred. —¿El Rey Arturo? —Con algo semejante a una reverencia, ella puso una mano sobre la pared—. Qué días debieron haber sido aquellos, cuando la gente se reunía por una causa, creyendo en ello tan profundamente que la defendían a toda costa. Había una expresión lejana en su rostro y Dexter se preguntó si estaría añorando los días de los caballeros galantes que habían luchado por su hogar, su honor... el amor de una mujer. Un extraño deseo de mostrarle que aquellas cosas todavía existían lo removió profundamente, una necesidad de demostrarle por una vez que esta poderosa fortaleza todavía conservaba aquel poder especial, un poder que trascendía en el tiempo... Ella le había permitido ver a través de sus ojos, recordar por qué una vez le había gustado esta casa, un amor que databa de muchos años. Ese desliz imaginativo y orgulloso de la muchacha le hizo recordar su magia. Dexter luchó contra el impulso de abrazarla y que ella pusiera sus manos sobre él en lugar de la pared. —¿Vamos? Ella asintió y luego miró el pasadizo. —Está oscuro. Él se le aproximó, dejando sólo un dedo de espacio entre ellos. —¿Tienes miedo a la oscuridad? Ella se dio la vuelta y lo miró. —No contigo dirigiéndome —murmuró, mirándole fijamente los labios. Aquella mirada avivó su apetito que parecía intensificarse con cada encuentro… Dexter supo entonces que había tomado la decisión correcta al traerla aquí. —No tengas miedo. Tengo algo que facilitará nuestro camino. —Retiró con ligereza del bolsillo de su chaqueta un encendedor de plata labrado, la llama parpadeante iluminaba una larga escalera que conducía hacia arriba—. Después de ti. La escalera era demasiado estrecha para que pudieran bajar los dos juntos, así que Dexter se vio forzado a andar detrás de Mallory, atormentado por el seductor balanceo de las caderas, recordando sus manos rodeando la pequeña cintura, y lo firme que era su carne, pensando en lo liviana que se sentiría encima de él, sus pechos presionando contra su pecho, sus labios, calientes y mojados, moviéndose sobre los suyos... Dexter estaba tan imbuido en las imágenes que apenas registró el jadeo de Mallory cuando llegaron a lo alto de la escalera y desembocaron en las almenas. —Nunca he visto nada igual. ¡La vista es magnífica! —Sí —murmuró—, la vista es bastante impresionante. Su mirada acarició el perfil de Mallory. 110

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Ella se acercó a el alto muro que protegía la almena y puso sus manos sobre la cima. El sol caía detrás del horizonte, iluminando el cielo en una franja de vivo carmesí y oro. Debajo de ellos, el Río Crennen serpenteaba por el camino, pareciéndo fuego fundido cuando los rayos de la tarde se reflejaban en su vidriosa superficie. El aire estaba todavía sorprendentemente templado, y con un insinuante perfume a jazmines que florecen con la noche... Mallory cerró los ojos y respiró profundamente. —Si este fuera mi hogar, trabajaría directamente aquí, entonces podría ver estas hermosas puestas de sol día tras día. Dexter tuvo que sofocar el impulso de decirle que le construiría una oficina justo aquí entonces podría mirar aquellas puestas de sol y él podría mirarla a ella. Día tras día. Metió sus manos en los bolsillos, maldiciéndose por su falta de control. No estaba seguro qué le ocurría cuando estaba con Mallory, por qué olvidaba lo que tenía que hacer, lo que debía hacer. El sentimiento se hacía más fuerte cada día. —¿Tienes hambre? —preguntó. Despacio, ella abrió sus ojos y sonrió. —Estoy famélica. —Bueno. Espero que disfrutes lo que el cocinero ha preparado. —Señaló con la cabeza un punto detrás de ella. Sorprendida, Mallory giró, insegura ante la expectativa. Al costado había una mesa redonda y dos sillas. Había estado tan concentrada que lo había omitido completamente. La mesa estaba arreglada maravillosamente con un mantel de lino adamascado. Las servilletas a juego, arregladas como cisnes, posadas sobre el centro de la fina porcelana. Colocados al lado de los platos, habían tenedores y cucharas bañados en oro. Las copas de vino de cristal embellecían el frente de los platos, y una serie de carros rodantes traían abundantes bandejas de plata con altas y abovedadas tapas. En medio de la mesa había dos altas velas blancas en recipientes de plata rodeados por globos de cristal que reflejaban los rayos dorados del sol que caía. Se giró para alzar la vista hacia él. —Es encantador. Gracias. Dexter asintió, no fue capaz de mirarla. No quiso ver la suave expresión de sus ojos. Esto casi había sido varias veces su perdición. En lugar de ello, abrió el encendedor y encendió las dos velas. Entonces le retiró la silla a Mallory. Ella se sentó, y él se mantuvo de pie, paralizado, mirando fijamente la cremosa suavidad de su cuello y hombros, sintiendo el impulso de presionar sus labios contra el pulso que revoloteaba en la base de su garganta. Bruscamente, se alejaó y se encaminó hacia su propia silla. —¿Qué tenemos? —preguntó ella. Dexter le sonrió. En poco tiempo había descubierto los alimentos que le gustaban a Mallory y los que le producían aversión, sardinas y aceitunas encabezaban su lista de aversión. También había descubierto algo sobre sí mismo. Que disfrutaba de las sorpresas. Levantando la tapa de la primera bandeja observó su cara. Parpadeó y luego sonrió, el placer bailaba en sus ojos al mirarlo. —¿Hamburguesas? —No cualquier hamburguesa. Whoppers41. —¿Dónde consiguió estas Whoppers? 41

Whopper es una hamburguesa comercializada por la cadena de restaurantes de comida rápìda Buger King.

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—Envié a Wheatley a Londres por ellas. Mallory lo miró boquiabierta. —¿Le envió camino a Londres para conseguir Whoppers? Dexter asintió, tratando de discernir si ella estaba contenta o pensaba que él había perdido el juicio. —¿No te gustan? —Sí, desde luego, pero… Que lo condenaran por su estupidez. Ella pensaría que era un idiota. —Lo siento. Me equivoqué. —Volvió a colocar la tapa—. Pediré al cocinero que nos consiga alguna otra cosa. Comenzó a levantarse, pero ella extendió su mano y tomó la de él. —No lo hagas —dijo suavemente—. Creo que es maravilloso. ¿Trataba ella de salvar su orgullo? —¿Estás segura? —Sí. Solamente estaba sorprendida. Esto es todo. ¿Cómo sabías que me gustaban las Whoppers? —Te oí por casualidad diciéndole a Freddie que darías tu brazo derecho por una de ellas con ración extra de pepinillos. Al parecer no estás demasiado impresionada con la comida que se sirve aquí. Mallory le concedió una sonrisa apologética. —No es eso. Lo que pasa es que yo... Él levantó una mano. —No son necesarias las explicaciones mientras la disfrutes. —Lo hago —murmuró, mirando tan desgarradoramente el hermoso y suave resplandor de la luz de la vela, que Dexter sintió que algo se abría dentro de su pecho, protección, posesividad, todo combinado en un intenso dolor que quemaba por dentro. —La sorpresa no ha terminado aún. —Levantó la tapa de otra bandeja—. ¿No pensarás que olvidaría las súper patatas fritas, verdad? —¡Eres increíble! Él sonrió, revelando su obvia alegría. —No puedo hacer nada con eso. Estoy maldecido por la perfección. Ella inclinó ligeramente la cabeza, causándole un efecto devastador con el centelleo de sus ojos color avellana. —Si no te conociera creería que estás bromeando conmigo, profesor. —Parece que poseo un mínimo de humor después de todo. —Añadió solemnemente —. Tengo que agradecértelo a ti. —¿A mí? ¿Qué hice? —Me hiciste ver que hay más cosas en la vida aparte la ciencia. —Sacó la botella helada de la hielera y vertió el líquido en su copa. Entonces sosteniéndola, dijo suavemente—: Que la vida te brinde todo lo que desee, Señorita Ginelli. Mallory sintió algo intenso e inesperado cuando levantó su copa y brindó con Dexter sobre la llama de la vela. —Te deseo lo mismo para, profesor. —Posó sus labios sobre la copa y tomó un sorbo de bebida—. Oh... eres malvado —sonrió—. ¡Esto no es vino! Dexter aparentó ser tan malo en aquel momento como acababa de acusarlo. —No. Es Pepsi. La elegida de la nueva generación, según me he enterado. — Entonces, ¡le hizo un guiño! ¡Un guiño!—. A propósito, no olvides el postre. —Levantó la tapa de la tercera y última bandeja—. Una porción de pastel de manzana para cada uno. —Escogió uno y lo estudió—. Bastante inventiva para poder ponerlos a presión en esta 112

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caja. —Se encogió e inclinó para juguetear con algo que estaba sobre el anaquel inferior del carrito. Mallory se enderezó en la silla, tratando de observar lo que hacía. Cuando él alzó la mirada y la descubrió, arqueó una ceja. Sonrió avergonzada, y él sonrió, un cálido estremecimiento la recorrió de los pies a la cabeza. Finalmente dignándose a terminar con la curiosidad de ella, levantó lo que había estado ocultando. El estéreo portátil de Cummings. —No habrás pensado que olvidaría la música, ¿verdad? —¿Yo? Desde luego que no. —De algún modo esta canción parecía la adecuada. Presionó el botón de inicio, y Mallory esperó oír los conciertos de Bach favoritos de Dexter. En cambio, escuchó la voz rockera de Steve Tyler de Aerosmith cantando. “Ella me dijo ve por aquí, habla así...” Mallory lo miró fijamente durante un segundo, parpadeó, y luego se derrumbó en un ataque de risa cuando comprendió la razón de escoger esta particular melodía. Después de que cualquier tensión que pudiera haber existido entre ellos se esfumara, el tiempo voló. Dexter más abierto de lo que alguna vez había estado, y yendo más lejos de lo que era su trabajo, le habló de las payasadas que él y Cummings habían hecho en la universidad. Nunca se hubiera imaginado que Dexter tuviera una pequeña veta salvaje o que hubiera participado en el robo de los pantalones favoritos del rector y de colgarlo del aparejo durante la regata anual entre Oxford y Cambridge. Aún con todo su candor, había dos asuntos de los que él se mantuvo alejado. Sus padres y su niñez. Su reticencia sólo la volvió más interesada en averiguar sobre ambos. Con el gemido de alguien que se había excedido, Mallory se inclinó hacia atrás en la silla, doblando los brazos sobre la mitad de su cuerpo cuando la Whopper, las patatas fritas extra grandes, y el pastel de manzanas colisionaron en su estómago. —Parezco la carroza del pavo en el desfile del Día de Acción de Gracias de Macy’s. —Ciertamente no lo pareces—murmuró Dexter, su mirada acariciándola. Sus palabras la calentaron y confirmaron lo que Mallory siempre había pensado, que Dexter poseía un encanto oculto. Casi lamentaba que lo tuviera. Eso le hacía mucho más difícil pensar correctamente. Y tenía que hacerlo. No podía permitir perderse en sus ojos, en la curva de su hoyuelo, o en el camino que la suave brisa reflejaba en su pelo. —Me gustaría saber más sobre tus padres —dijo, consciente de que su petición se salía de su ámbito. Habría querido ser más sutil, y ante su lánguida mirada, prefirió no haber tocado un tema tan delicado. —¿Qué quieres saber? —Sus palabras lo habían alejado, y su manera antes despreocupada había cambiado a una expresión cautelosa. Mallory se encogió. —No sé. Quizás averiguar qué sientes por ellos. ¿Los echas de menos? —Eran mis padres —contestó enigmáticamente, lo que le demostró que no tenía la intención de ponérselo fácil. El tema claramente lo había incomodado. ¿Por qué?—. Ellos tenían sus vidas. Yo tenía la mía. —Parece bastante triste. —Quizás para alguien que no entiende el modo de vida británico. —¿Cuál es exactamente el modo de vida británico? Su mirada se fijó en el cielo nocturno tachonado de estrellas. —Toma un cierto camino y nunca te desvíes del rumbo. 113

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—Esto no es el siglo diecinueve, profesor. Lo que dices parece na escena sacada directamente de Charles Dickens. Su mirada bajó para encontrarse con la suya. —Algunas cosas no cambian, Señorita Ginelli. —¿Qué quería decir él con esto? ¿Y por qué no confiaba en ella contestándole la verdad?—. Mi tía una vez me dijo que no podemos escapar de nuestro destino. Que éste nos escoge. Y que eludirlo puede ser tan difícil como esquivar gotas de lluvias. Mallory casi le preguntó qué ocultaba, pero calculó que todo lo que lograría sería que dejara de hablar completamente. En cambio, alargó la mano a través de la mesa y la colocó sobre la de él. —Siempre creí que al menos existen dos caminos que se nos abren y que nos dan la opción de qué sendero tomar. A veces tomamos la opción incorrecta y transitamos el camino equivocado. —¿Y alguna vez has elegido tú el camino incorrecto? —preguntó él, extendiendo sus dedos y entrelazándolos con los suyos, haciendo lentos círculos en su palma con el pulgar. Mallory pensó que él no sabía lo que hacía, y ella no tenía la intención de decírselo. —Tengo algunos remordimientos —contestó. Los cuales no se habían marchado aún después de todos estos años—. Pero tenemos que continuar porque hacerlo de otra manera sería como admitir la derrota. Él asintió, mirando fijamente dentro de su copa, pensativo y distante. —¿Qué lamentas, profesor? Durante un largo momento permaneció callado, y pensó que había sobrepasado la línea que él había trazado, la que no había permitido cruzar a nadie. Entonces habló, permitiéndole vislumbrar una parte de él que dudaba que muchas personas conocieran. —Durante meses después de la muerte de mis padres, me molestaron las pesadillas, las visiones del humo abarcando la cabina como un veneno negro, el avión rompiéndose a pedazos. Me pregunté si mis padres habían muerto enseguida o si habían vivido el suficiente tiempo para saber que las esperanzas y sueños que abrigaban estaban más allá de su alcance. No habíamos sido íntimos, pero no quería pensar que habían sufrido. Mallory sufrió por él, entendiendo su dolor. No tenía palabras mágicas para aliviar su lucha, sólo las que se había dicho durante años para aliviar la propia. —No puedes permitirte vivir con eso para siempre. Tienes que dejar ir al pasado y liberarte de la carga. El pulgar seguía en su palma. —Liberarme —dijo él, con un matiz burlón en su voz—. Qué interesante elección de palabras. —Alzó la vista hacia ella, y entonces confesó—. ¿Sabes que siempre tuve miedo a volar? —Eso no es para avergonzarse. Mucha gente tiene miedo a volar. No pareció oírla. —Mis padres pensaron que mi miedo era un signo de debilidad, y Dios no permita a un Harrington ser débil. Solía temer venir a casa de la escuela durante las vacaciones de verano. Poseíamos un pequeño chalet en el sur de Francia, y aún cuando podíamos tomar el tren o un barco, mi padre, en cambio, fletaba un avión. ¿No es irónico que mis padres murieran en un accidente de aviación? —Dejó caer su mano entonces y se levantó de la silla, moviéndose hacia la pared y mirando fijamente hacia fuera en la noche.

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Mallory se dijo que debía dejarlo solo, pero no pudo. Se puso de pie al lado de él, buscando las palabras exactas para aliviar su angustia. Pero a veces no había palabras. A veces no había nada más que un silencio enorme. —No quiero ni necesito tu compasión —le dijo él, como si estuviera obligada a ello. —No te compadezco. —Antes de que comiences a atribuirme admirables cualidades, creo que deberías saber que no soy un hombre admirable. —Te subestimas. —Soy un científico, Señorita Ginelli. Trato de nunca subestimar nada, menos aún a mí mismo. Habiendo dicho esto, creo que es momento de ir al punto de por qué le pedí cenar conmigo esta noche. Su observación hizo comprender a Mallory lo tonta que había sido en pensar que aquella cena significaría algo decisivo entre ella y Dexter, que él había reconocido que había algo entre ellos. Estaba escrito, buscaba el significado donde no había ninguno. —Dime —dijo en voz baja. —Creo que nuestro mayor interés es el de concluir rápido nuestra investigación... de modo que puedas irte a casa. Mallory sabía que su partida era inevitable, pero ¿por qué no estaba preparada para ello? Quizás porque se había permitido relegar el por qué estaba allí, olvidando que entre ella y Dexter habían negocios y nada más. —Quieres irte a casa, ¿no? —preguntó él, un parpadeo de incertidumbre y quizás de aflicción cruzó su cara. La expresión pasó tan rápido que Mallory se preguntó si no lo habría imaginado. —Desde luego que quiero irme a casa. —Pero sus palabras carecieron de convicción —. No hay nada que me retenga aquí... ¿cierto? La fragancia del jazmín que florecía con la noche sopló como suave brisa, cubriéndolos en su oscura belleza, grabando el momento en el tiempo, agridulce y tirano, cuando él murmuró: —No... nada en absoluto. —¿Quién ha muerto? La cabeza de Mallory se giró bruscamente, mirando a través de la oscuridad para ver a Freddie, enfundada en su pijama de seda, enmarcada en el umbral de la entrada que separaba sus dormitorios. Mallory estudió sus rasgos, no queriendo que Freddie supiera que había estado llorando. —¿Qué estás haciendo? —Habló en un susurro para impedir que se despertara su hermana que dormía sobre un catre en la esquina del cuarto. —No estoy cansada —contestó Freddie con un encogimiento, entrando para sentarse al lado de Mallory sobre la cama—. ¿Qué pasó con Dexter esta noche? —No pasó nada —mintió, sin humor para hablar de los acontecimientos de la tarde, no cuando estaban tan frescos, las palabras todavía sonaban en sus oídos—. Cenamos. Eso es todo. Freddie receló. —Un hombre que se toma tantas molestias como Dexter esta noche lo hace por una razón.

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—Entonces, ¿por qué no preguntar a Dexter en lugar de interrogarme a mí? —Mallory inmediatamente lamentó su tono hosco. Suspiró pensadamente—. Tuvimos una encantadora cena de negocios. ¿Satisfecha? —¡Um!, una cena de negocios. ¿Y había cebolla en la comida? —No. ¿Por qué? —Porque tus ojos están rojos. Supongo que no hubieras llorado, no por una cena de negocios. Mallory pensó en negar la exacta evaluación de Freddie respecto de la situación. Pero, ¿de qué serviría? Nunca convencería a Freddie de que no había estado llorando... como una niña. ¿Cómo había llegado a esto? Durante años, Mallory se había dicho que nunca sería una de aquellas mujeres tontas, llorosas que se enamoraban de un hombre que no les correspondía. No había sabido hasta esta noche cuán profundos eran aquellos sentimientos. Se preguntaba cuándo había pasado, cómo la emoción la había inundado sin advertirla. Recordó el tiempo en que se había preguntado qué podría pasar si ella dejaba a Dexter que investigara algo más. Se había mofado, jurando que no pasaría, que nunca sentiría nada por Dexter. ¿Tanto se había equivocado? —Estás enamorada de él, ¿verdad? Las palabras de Freddie interrumpieron sus reflexiones. —¿Qué? —Amas a Dexter. —¡En absoluto! ¡No seas ridícula! —No creo que yo sea ridícula. Creo que lo amas. Y es más, pienso que él te ama. Mallory abandonó la cama como un resorte. —No lo amo. —Sentía algo por él, seguro. Pero no amor. No por el profesor—. Y definitivamente, él no me ama a mí. Freddie se apoyó en el dorso de su mano. —¿Ah, no? ¿Cómo llamas a que un hombre comparta contigo su investigación privada, la investigación que no ha compartido con nadie? —No debería haberte hablado sobre la carpeta. —Quizás no. —Freddie se encogió—. Pero lo hiciste. Y ahora tengo curiosidad en cuanto a por qué te alteras tanto por ello. —¡Porque estás tergiversando las cosas! —contestó Mallory en un susurro vehemente, no queriendo despertar a su hermana. —A propósito, ¿qué hiciste con aquella carpeta? —La dejé sobre la mesa, en la oficina de Dexter. ¿Por qué? —¿Eso fue antes o después de que la leyeras? —¿Importa eso? —¿No la leíste, verdad? Mallory miró airadamente a su amiga, y luego su enojo se fue desinflando como si se escapara despacio por un agujero. —No. No la leí. —¿Podría deberse a lo que Karen te pidió que hicieras? Mallory se dejó caer en la silla que estaba junto a la puerta. —Te dije que no lo haría, ¿recuerdas? No me preocupa el dinero o la supuesta fama. No invado la vida privada de alguien por una historia. —¡Qué noble! ¿Pero quieres saber por qué pienso que no la leíste? —No. Pero estoy segura de que me lo vas a decir de todos modos. 116

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Freddie exhibió una sonrisa. —Eres una muchacha intuitiva. —Se inclinó hacia adelante y dijo—. Creo que no la leíste porque sentiste que si lo hacías, violarías la confianza de Dexter, que él te culparía por asociarte con ese tipo de cosas. Mallory se maravilló de lo cerca de la verdad que había estado Freddie. Admitir que tenía razón sería como admitir que sentía por Dexter más de lo que debería. —Lo aplacé porque no estaba interesada en leerla. Es tan simple como eso. Ahora, si no te importa, estoy cansada y me gustaría acostarme. —Yo también estaría cansada si pasara todo mi tiempo luchando en una batalla perdida. Mallory le lanzó a Freddie una mirada de advertencia. Freddie levantó una mano. —Bien. Veo que estás siendo obstinada, así que lo dejaré pasar hasta mañana. Pero no pienses que me olvidaré. —Desde luego que no —refunfuñó Mallory en voz baja. —Dulces sueños —dijo Freddie con una sonrisa traviesa, tarareando, mientras se dirigía hacia la puerta contigua. Sólo después de que la puerta se cerrara el cerebro de Mallory registró la melodía que su amiga Freddie había estado tarareando. “Aquí Viene la Novia”.

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CAPÍTULO 18 Dexter se sentía como si estuviera en el fondo de una pila de cincuenta coches. Miraba fijamente por la ventana de su oficina, siguiendo los pasos de Mallory a cada momento, mi entras daba su paseo por el jardín, como hacía todas las mañanas. Y cada mañana se situaba en la ventana, para mirarla, sin permitir que lo viera, ocultándose detrás de una pared autoimpuesta, condenado a pasar su vida mirando hacia afuera, limitado a las restricciones de su nacimiento. Se atormentaba. Lo sabía, pero no podía parar. Se había convertido en una especie de hombre poseído, aprendiéndose de memoria detalles insignificantes; Mallory inclinándose para oler una rosa y rozar con la yema del dedo la suavidad de sus pétalos; en ese instante, haciéndolo morir un poco más por dentro, deseando que le tocara de la misma forma, anhelando poder sentir sus dulces caricias otra vez. Durante tres largos días, había intentado sacudirse el dolor extenuante que le invadía el cuerpo por entero. Tres días desde la noche que estuvo con Mallory en las almenas y le había mentido haciéndola creer que deseaba que se marchara. Tres días en que había tenido que vivir con su cercanía, la insinuación de su suave perfume perturbando su olfato, la manera que seductoramente movía los labios al hablar o la forma en que oscilaban sus caderas al caminar. Tres días de soportar el aire formal cuando le enseñaba nuevos movimientos de baile, o le hacía leer unas líneas de poesía, o mirarlo sin decir nada cuando se probó el primer par de lentes de contacto. Tres días de comprender lo que significaba vivir en el infierno. ¿Desde cuándo iban las cosas tan mal? ¿Y por qué quería tan desesperadamente llenar aquel vacío? —¿Qué pasa, muchacho? Pareces preocupado. Dexter se estremeció de forma imperceptible al recordar que no se encontraba solo con sus pensamientos. Se giró para enfrentar a la persona que le hablaba, reprendiéndose por olvidarse de su invitado, un hombre que, en muchos sentidos, había sido más padre para él que el verdadero. Gustav Renker había sido su profesor de ciencias en sus días de estudiante solitario en Eton. Con frecuencia, Gustav había sido su única compañía, su único amigo. Aunque estuviera llegando a su septuagésimo año, con canas que le sobresalían en lo alto formando un copete de algodón -lo que le hacía parecer a Albert Einstein- y un ojo que comenzaba a nublarse con principios de cataratas, el hombre seguía siendo todavía listo como un coyote y tan activo como siempre Le había dicho más de una vez durante todos estos años que los austriacos estaban hechos de material de calidad. Eso, en efecto, resultaba ser cierto en su caso. —Lo siento, Gustav —dijo Dexter—. Tengo muchas cosas en mente en este momento. Gustav asintió. Sus ojos grises, aunque más viejos y fatigados, habían visto mucho y pasado por alto poco. —¿Estás seguro que no te molesta que me quede unos días? Pasé por una posada encantadora por el camino de venida. Me imagino que tendrán una habitación para un pobre anciano. —Tengo tantos habitaciones que no sé que hacer con ellas. —Y con el distanciamiento de Mallory, la casa parecía dos veces más grande—. Doy la bienvenida a tu compañía, y 118

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la oportunidad de ganarte al ajedrez. Tengo que salvar mi orgullo de la última derrota que me diste. —Acepto tu oferta y tu desafío —respondió Gustav. Entonces dirigió a Dexter una mirada que éste conocía muy bien, una mirada que había hecho que muchos muchachos traviesos confesaran sus más oscuras fechorías. —Así que dime, muchacho. ¿Qué te preocupa? La pregunta sólo sorprendió a Dexter a medias. Nunca se habría esperado menos de Gustav. —¿Por qué piensas que algo me preocupa? —Pude deducirlo por el tono de tu voz durante nuestra última conversación telefónica, y puedo verlo en tu semblante ahora mismo. —¿La razón de tu visita imprevista es ésa? ¿Para ver si me he derrumbado? —¿Acaso un maestro no puede visitar a su alumno favorito? —Ex-alumno. Ha pasado mucho tiempo desde que estuve en la escuela. —Ah, pero eso no significa que no haya más por aprender. Ahora, dile a tu viejo profesor en qué piensas. ¿Acaso es la investigación? Dexter pensó en mentirle, pero Gustav tenía una facilidad única para percibir los engaños, como en los días en que había pertenecido a sus clases, un chico que nació demasiado listo para su propio bien, viéndose con los ojos de los demás, sabiendo que nunca encajaría. —No. No es la investigación. Dexter casi deseó que fuese eso. No podía sacar de su mente a Mallory. La forma en que le había mirado cuando le informó que quería terminar el proyecto, para que ella pudiera irse a casa, lo había lastimado de forma directa, hiriéndolo como nunca antes. Se maldijo por bajar la guardia siquiera un segundo y permitir que ella se introdujera en su corazón, haciéndolo querer lo que nunca podría tener. Haciéndolo desear que doscientos años de tradición Harrington nunca hubieran existido. Una semana. Solamente una semana para que lo dejara y él pudiera arrodillarse ante Sarah, y le prometiera su corazón para siempre. Siete malditos días para que Mallory saliera de su vida, odiándolo por lo que descubriría… Mientras tanto él se aborrecería con desesperación por ser un maldito cobarde y no poder decirle la verdad. Una mano, marcada por la edad, reposó en el hombro de Dexter, consolándolo con un apretón sorprendentemente fuerte, —¿Qué tienes muchacho? ¿Acaso es la joven encantadora que miras tan atentamente por la ventana? Dexter se encogió y se alejó de Gustav aliviado, temiendo dejarle ver a su mentor la perdición del hombre que alguna vez había llamado su estudiante más talentoso, quien creía tenía mucho que ofrecer, no sólo al mundo de la ciencia, sino a la vida. A Dexter le parecía que había ofrecido poco a ambos mundos. —He cometido un terrible error —murmuró Dexter, su mirada vagó por los estantes interminables de libros; libros que cubrían cada asunto razonable en el campo de la sexualidad humana. Aunque todos ellos carecían de un elemento muy importante, un controversial elemento humano. El amor. El elemento que Mallory había usado para llenar aquel vacío en su educación. —¿Qué error has cometido? No me puedo imaginar nada tan grave. Dexter deslizó una mano a través de su cabello, formando una mueca cuando encaró a su amigo. —Creo que estoy enamorado. 119

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Los ojos del anciano se iluminaron. —¡Vaya, eso es maravilloso! El amor es una cosa gloriosa muchacho. Si lo has encontrado, deberás sostenerlo con ambas manos. Gustav juntó sus pequeñas manos firmemente para enfatizar su visión. Dexter se dejó caer en la silla de al lado y suspiró. —No es tan simple —vaciló—. Me he enamorado de la mujer equivocada. —Si la amas, ¿cómo puede ser la mujer equivocada? —¡Porque no puedo casarme con ella! Las palabras salieron de su boca de manera inconsciente, haciéndolo detenerse. ¿Deseaba casarse con Mallory? ¿Lo haría si fuese libre para vivir como quisiera? ¿Ella lo querría? Sacudió su cabeza. ¿Realmente importaba la respuesta que pudiera darle? ¿O la suya? Tenía una responsabilidad que mantener, una tradición que honrar, el último deseo de sus padres que cumplir, y no podía lastimar a Sarah dejándola en este momento. Su amistad significaba demasiado para él. La frente arrugada de Gustav se frunció con el pensamiento. —¿Y por qué no puedes casarte con esta joven? —Estoy comprometido con otra mujer. —¿Comprometido con quién? Dexter se encogió de hombros. —Mis padres. Mi nombre. Doscientos años ancestrales de tradición. —Ah, la tradición. —Comentó Gustav sentándose en el sofá—. Mi familia tenía muchas tradiciones, un estilo de vida al que nosotros nos apegamos vigorosamente. Pero todo eso cambió cuando nos encontramos presos en los campos de concentración, cautivos de los caprichos de los soldados, sin derechos propios. Aprendes a sobrevivir, a hacerte fuerte, viviendo para el día en que serás libre una vez más. Gustavo extrajo una pipa de madera antigua del bolsillo interior de su chaqueta. Dexter recordaba esa pipa muy bien. Cómo había consolado el olor del tabaco al joven chico que estaba lejos de casa, olvidado por sus padres. Gustav rellenó el tazón de la pipa, metódicamente como siempre. Dexter sonrió cuando vio lo que su mentor usaba para encender el tabaco: el encendedor de plata grabado que Dexter le había dado como regalo el día que se graduó en Eton, una reproducción exacta del que él mismo usaba, y que había utilizado para alumbrar su ascensión y la de Mallory a través del pasadizo secreto. Gustav resopló con satisfacción por un momento, con expresión lejana. —La libertad. No te das cuenta de lo apreciada que es hasta que ya no la tienes. — Miró a Dexter por un momento mientras aspiraba su pipa—. ¿Sabes cuál fue la única cosa que juré que nunca le cedería a nadie al ser liberado de aquel campo? —¿Qué? —La satisfacción de tomar mis propias decisiones. Nunca voy a dejar que otra persona dicte mi vida. Y he vivido mucho tiempo creyendo en esta afirmación. Dexter entendió lo que su amigo trataba de decirle, pero eso no cambiaba la situación. —Ojalá las cosas fueran más simples, pero no puedo dejar mi deber de lado tan fácilmente. Gustav agitó desdeñoso la mano. —¡Pssh! El inmundo deber. Siempre fuiste un joven cabeza dura, y para colmo testarudo. Dexter frunció el ceño. — No creo ser un cabeza dura. 120

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—Cabeza dura y serio. Necesitas relajarte, muchacho. Experimentar nuevos horizontes. —Gustav se inclinó sobre el brazo del sofá, sus ojos brillaron cuando señaló con un susurro conspirador—. Puedo haber alcanzado el ocaso de mi vida, pero existe todavía fuego en mi interior y brío. No me paso todo el tiempo contemplando recombinaciones de ADN y las maravillas del pulgar oponible, lo sabes. Dexter sonrió, contento de que su viejo amigo hubiera ido a visitarlo. Gustav le había revitalizado el espíritu. Pero más que eso, le había renovado la esperanza. —Nadie puede decir que no eres inigualablemente único, Gustav. Gustav asintió sabiamente e hizo un anillo de humo que le formó una aureola de santo alrededor de la cabeza en contradicción con el brillo malicioso de sus ojos. —Gracias, muchacho. Hago lo que puedo. Te impartiré otro pedacito de la sabiduría que aprendí de un hombre culto y sabio llamado Forrest Gump. Dijo: “La vida es como una caja de chocolates. Nunca sabes lo que te va a tocar”, he descubierto que pude ser muy cierto. —Hmm —asintió Dexter—. Una analogía interesante. —En efecto —aspiró Gustav—. ¡Ah, pero no debo olvidar lo más importante! Algo que mis estudiantes me enseñaron y que me ha funcionado muy bien durante todos estos años, sobre todo cuando necesito olvidarme de mis preocupaciones. —¿Y qué es? —respondió Dexter. El rostro de Gustav se trasformó en una máscara de formalismo, y le respondió: —“La vida es corta, así que diviértete al máximo”. Dexter enarcó una ceja. —Una idea interesante —murmuró, contemplando la definición de divertirse al máximo. La puerta de su oficina se abrió de repente. —Ay, perdón —se disculpó una voz femenina—. No quería interrumpir. —Dexter levantó la vista y encontró a la madre de Mallory en el marco de la entrada, con la mano en el pomo, el desconcierto había ruborizado sus mejillas. Podía ver de donde había heredado Mallory su belleza. Su madre seguía siendo una mujer atractiva. Sospechaba que Bárbara Ginelli tenía alrededor de cincuenta años. Su cutis estaba marcado por ligeras arrugas en el contorno de los ojos y la boca. Y como Mallory, su madre también era pequeña, quizás incluso un poco más que Mallory. Sin embargo, era la tristeza en sus ojos lo que Dexter notaba con más fuerza, una tristeza que parecía adherírsele, una que reconocía porque la había percibido en los ojos de Mallory un par de veces. Dexter se levantó de su silla, Gustav lo siguió. —¿Ocurre algo malo, Señora Ginelli? —Preguntó, sintiéndose extraño al llamar por ese nombre a otra persona que no fuera Mallory. —No, no. Todo está bien. —Su rubor se enfatizó—. Acabo de perderme otra vez. — Sacudió la cabeza—. Pensaba que ya conocía bien el camino. Dexter sonrió. —Toma tiempo, confíe en mí. ¿Puedo ayudarle en algo? —Bueno, me comprometí a acompañar a Adele en el solar para tomar nuestro café matutino. Pero creo que tomé el lado izquierdo cuando debía ir hacia la derecha. Regresaré sobre mis pasos. Estoy segura que tendré más éxito en esta ocasión. Y otra vez les pido disculpas por interrumpir. Se dio la vuelta para marcharse. Dexter abrió la boca para volver a llamarla, pero Gustav habló primero. 121

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—No es necesaria ninguna disculpa, mi estimada señora. Acabamos de terminar nuestra conversación, ¿no es así, Dexter? Gustav se giró hacia él, y su mirada le advirtió que conviniese o aceptase las consecuencias. Dexter sonrío para sí mismo. Claramente su amigo tenía fuego en su corazón y sospechaba que Bárbara Ginelli era quien había encendido las llamas. —Gustav tiene razón. Ya hemos terminado. —Entonces, para molestar a su amigo dijo —. Me complacería poder mostrarle el camino al solar. Dexter se dirigió hacia ella, pero Gustav le colocó la mano sobre el brazo, bastante enérgicamente, de hecho. —No, quédate aquí, muchacho. Sé que tienes muchas cosas de las que ocuparte. Yo le puedo enseñar a la dama el solar. —Mostrándose encantador se dirigió a la dama en cuestión—. Si a usted no le importuna la compañía de un anciano decrépito —¿Usted? ¿Decrépito? —dijo dedicándole una brillante sonrisa—. A mis ojos, usted está en la flor de la vida. Gustav miró brevemente a Dexter y movió las cejas antes de atravesar la habitación con energía decidida. —Hablaré contigo más tarde, muchacho. —Agitó una mano sobre su hombro, su mirada concentrada en la encantadora señora que lo esperaba en la entrada, a quien él muy galantemente le ofreció el brazo—. ¿Quizás después de encontrar el solar, le gustaría dar una vuelta por el jardín conmigo? Se encuentra espléndido en esta época del año. La madre de Mallory inclinó la cabeza y colocó su brazo en el de él. —Me encantaría. Juntos, la pareja salió rumbo a su destino. Dexter sólo podía preguntarse dónde acabaría todo aquello y esperaba que Mallory no lo culpara si resultaba terminar en la cama de su amigo. Mallory. Ahora que estaba solo, Dexter recordó las sabias palabras que su consejero le había mencionado. “La vida es corta, así que diviértete al máximo”. Quizás era exactamente lo que tenía que hacer. Divertirse. Pero lo más importante, debería tratar de disfrutar cada momento que le quedase con Mallory. Desde que había llegado, él solamente le había mostrado su lado formal, el cual, reconocía, era la mayor parte. Pero ésta sería la última oportunidad de demostrarle que podía ser diferente, entretenido, y no deseaba perderla. Ya era tiempo de poner en práctica todo lo que había aprendido.

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CAPÍTULO 19 Mallory sólo pudo quedarse boquiabierta ante el extraño que tenía frente a ella, ciertamente su barbilla podía haber llegado a tocar la parte de atrás de su cabeza si su pecho no se hubiera interpuesto en el camino. No todos lo días el Conde de Braden lucía un adorno de diamante en el lóbulo. Un verdadero y genuino, sólo-dolerá-por-un-minuto, pendiente de diamante. El profesor. Su profesor. El juicioso, nada-de-tonterías, no-te-conozco-lo-suficiente-para-sertan-informal profesor… ¡estaba usando un pendiente! ¡Un pendiente! ¡Desafiaba la lógica! —¿Qué te has hecho? —preguntó, la brillante gema le hacía guiños mientras permanecían en el vestíbulo, un rayo de sol del atardecer derramándose por la abierta puerta principal. —Es un pendiente —respondió. Mallory sacudió la cabeza. A veces el hombre podía ser tan denso como la jungla del Amazonas. —Sí, puedo ver que es un pendiente. La pregunta es, ¿por qué tienes uno? ¿Se había despertado en una dimensión paralela? ¿Si miraba por la ventana, estarían las vacas flotando en el aire? ¿Sería el cielo verde y el césped azul? ¿Habría una nave espacial flotando sobre el camino de entrada? Se encogió de hombros. —Deseaba uno. Como si el pendiente no fuera suficiente, todo su aspecto exterior había cambiado, como si una Campanita42 de la moda hubiera espolvoreado polvo de hadas sobre él convirtiéndolo en Ceniprofe43. Usaba una ajustada camiseta blanca que exhibía su musculoso pecho y sus bien formados abdominales, y un par de cómodos jeans indecentes acariciaban su mitad inferior. Mallory esperaba que no se volviera. El trasero del hombre empaquetado en unos Levis azules desgastados seguramente sería su ruina. Dexter también tenía el honor de ser el primer conde que hubiera conocido que usara un par de botas de vaquero… negras, para hacer juego con la chaqueta de cuero de motociclista que completaba el atuendo. Su sedoso cabello oscuro rozaba el cuello de la chaqueta, y un embriagador rizo le cruzaba la frente. —No entiendo esto, profesor. ¿Qué está sucediendo? —¿Qué es lo que hay que entender? Hice un cambio. ¿No te gusta? ¿Por qué tenía que mirarla de esa expectante y vulnerable manera a lo James Dean? La clase de expresión que decía, estoy al límite y soy frágil. Sé dulce. —Sí, me gusta mucho —contestó Mallory, su voz falta de convicción, lo que él notó. —¿Pero? —Bueno, es que no eres… tú con esa ropa. Realmente no sé quien eres. —En el fondo sigo siendo el mismo. Qué pensamiento. Ahora no sólo era rico, inteligente, dulce, encantador, infantil, generoso, compasivo y mejor formado que los dioses del Olimpo, sino que también era sexy, apuesto, desinhibido, y se vestía mejor que ella. ¡Dónde… oh… dónde estaba la justicia en eso! 42 Campanita el hada de Peter Pan. 43 Usa la palabra Cinderfella. Es un juego de palabras intraducible mezclando las palabras Cinderella (Cenicienta) y Fella (que es una forma de decir

profesor)

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—¿Cuándo lo… ? —¿Hice todo esto? —terminó la frase por ella. Asintió. —Ayer. Así que era por eso que no lo había visto en todo el día. Había estado fuera convirtiéndose en un nuevo hombre. Se había sorprendido cuando Cummings había ido a decirle que Dexter tenía que cancelar la reunión. Dexter nunca había faltado a una de sus reuniones y le fruncía el ceño cuando ella llegaba dos minutos tarde a una. —La muchacha que me perforó la oreja me sugirió otras partes que podía perforarme —dijo entablando conversación. Mallory bien podía imaginárselo. En Nueva York, la gente era muy inventiva, y un poco minuciosa, acerca de perforarse partes del cuerpo. —Por favor, dime que no te perforaste nada más. —No. Muchos piercings se verían gratuitos, además de ser bastante dolorosos. Mallory se aflojó aliviada. Podría haberse desmayado si descubría que tenía aretes en las tetillas. —Sin embargo —continuó—. Me detuve en el salón de tatuajes después de hacerme el piercing, que está convenientemente ubicado en la parte de atrás del establecimiento de piercings. Hice que el tatuador… que a propósito, se llamaba Malice… me tatuara Malo hasta los Huesos sobre mi brazo derecho. —¡No lo hiciste! La esquina de su boca se curvó hacia arriba en una media sonrisa burlona. —Sólo estoy bromeando. ¡Bromeando! El hombre que una vez había dicho, “no entiendo esa propensión que tienes a decir tonterías sin sentido”. ¿Estaba la luna en la séptima casa? ¿Se había alineado Júpiter con Marte? ¿Y por qué repentinamente tenía esa canción extendiéndose por la cabeza? —Todavía no entiendo qué te hizo llegar a estos… extremos. Miró hacia abajo, a sí mismo. —No creo que sea extremo. —Para un hombre cuya familia no ha cambiado su estilo de vestir desde antes de que se hundiera el Titanic, yo diría que es extremo. Dexter le frunció el ceño. —Freddie dice que luzco genial. —¿Freddie? —¿Cuándo había empezado a llamarla Freddie en vez de Señorita Feldman?—. ¿Freddie fue contigo? —Sí. Parece que tiene una fijación con la ropa. También recuerdo que dijo algo acerca de ir de compras con ese tipo Simon. Tú sabes, el de los cañones. ¿Cómo podría olvidarlo? —Bueno, parecía lo correcto preguntarle a una experta, tal como la gente me consulta a mí como un experto en el campo de… Mallory levantó la mano. —Lo sé. —¿Por qué tenía que continuar mencionando su maestría? Sólo tenía que mirarlo a la cara para pensar en ello… y volver a pensar en ello. Mallory sintió resurgir una punzada de dolor. Cada día desde la noche en el muro almenado, encontraba más y más difícil estar con Dexter. Y cada día desde ese entonces, él había sido dulce con ella, y odiaba eso. Pero no lo odiaba a él. Tal vez sería más fácil si lo hiciera. 124

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Ahora, viéndolo cambiado, sabía que ya no la necesitaba. Había logrado lo que se había propuesto. ¿Era esa su forma de decirle que podía irse? Durante cuatro días, se las había arreglado bastante bien para reprimir sus sentimientos. Ahora todas las emociones que había reprimido amenazaban con abrumarla. Abruptamente, giró sobre la cadera y se encaminó de regreso al camino por el que había llegado, sin estar exactamente segura de lo que pretendía hacer. ¿Sentarse en su habitación y llorar todo el día? No, ya había habido suficiente de eso. Se rehusaba a convertirse en una de esas llorosas mujeres que estaban perdidas sin un hombre… y para empezar, este hombre en particular jamás había sido suyo. Apenas había dado tres pasos cuando una gran y cálida mano la agarró por la parte superior del brazo, deteniéndola antes de que empezara a subir las escaleras. Cuando se encontraron cara a cara otra vez, un ceño fruncía la usualmente lisa frente de Dexter. —¿A dónde vas? —¿Acaso importa? —Sí, yo… yo pensé que íbamos a seguir haciendo, er, investigaciones. Para ese entonces, Mallory estaba completamente harta de las investigaciones. ¡Quería ser más que una simple investigación para este hombre! —¿Por qué no le pides a Freddie que sea tu profesora? —Mallory odió como sonaba: petulante, mezquina y celosa. Pero no podía evitarlo. —No quiero a Freddie. Te quiero a ti. Te quiero a ti. Mallory nunca había escuchado esas palabras dirigidas a ella. Deseaba poder saborearlas, pero sólo servían para confundirla. Por momentos pensaba que le agradaba a Dexter, que tal vez le tenía cariño, y al siguiente él se apartaba. Mallory no estaba exactamente segura de cuándo había comenzado a encariñarse con él, pero había descubierto lo profundos que eran sus sentimientos hacia él la noche en que le confirmó que su trabajo todavía era lo más importante para él. Se había desmoronado por dentro. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que lo amaba. Mallory se sobresaltó cuando los largos y delgados dedos le tomaron la barbilla e inclinaron su cabeza hacia arriba, la mirada de Dexter buscando la suya. Su corazón comenzó a latir más rápido, dando dolorosos golpes al pensar en el día en que debiera dejar a este hombre, un día que parecía muy cercano. —Lo siento —murmuró, apartándole suavemente el cabello del rostro. Esas dos palabras golpearon a Mallory. —¿Por qué pides disculpas? La mirada en sus ojos era de tanto dolor que Mallory deseó que la dejara ayudarlo, que confiara en ella, aunque fuera un poco. —Por lo que sea que haya hecho para contrariarte. Por cosas que he dicho. Cosas que no he dicho. —Bajó la mirada a sus labios—. Cosas que desearía poder decir. Mallory sintió que las lágrimas anegaban sus ojos. ¿Qué era lo que deseaba poder decir? ¿Y por qué no podía decirlo? Debía saberlo. Fuera lo que fuera. Un sonoro estallido de risas hizo eco a través de la puerta principal, interrumpiéndola. Cuando, un momento después llegó un segundo estallido, preguntó: —¿Qué está pasando allí fuera? Descubrió que Dexter continuaba mirándole los labios. —¿Qué? —murmuró, pareciendo ajeno al ruido. Mallory tragó cuando se acercó un poco más a ella. —Fu…fuera. 125

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—No es nada —dio otro paso acercándose. Dos de los nada de Dexter pasaron volando a través de la puerta principal abierta, una sonriente mujer eludiendo las manos de un hombre que la perseguía y gritaba: —No te preocupes, amor. ¡No dolerá ni un poco! Mallory enarcó una ceja. —¿Nada, eh? Dexter suspiró, la expresión desamparada de su rostro era casi cómica. Luego la tomó de la mano. —Ven conmigo —dijo, y tiró de ella saliendo por la puerta principal. La visión que recibió a Mallory hizo que se detuviera abruptamente, lo que casi la arrancó de sus pies ya que Dexter continuó avanzando. Apenas notó que le ponía las manos en la cintura, para enderezarla, mientras enfocaba la atención en el Rolls Royce… que en ese momento estaba atestado por al menos veinte personas. Las extremidades sobresalían por todos lados, brazos colgando de una de las ventanillas, piernas de otra, y lo que parecía sospechosamente como el trasero de alguien estaba presionado contra el vidrio de la ventanilla de adelante. —¿Qué está sucediendo? —preguntó, mirando al apuesto extraño que estaba junto a ella, que parecía estar divirtiéndose muchísimo con el maltrato que estaba recibiendo su coche—. ¿Qué están haciendo? —Cuando veníamos de regreso a casa de nuestra excursión de compras, Freddie me preguntó cuánta gente pensaba que cabía en el Rolls. No tenía ni idea, así que sugerí que recogiéramos algunas personas y lo comprobáramos. —¿Esto fue idea tuya? —Mallory sabía que su expresión era de incredulidad. Él asintió. —Pensé que sería divertido. De cierta forma, obtuve la idea de ti. —¿De mí? Nunca atiborré un coche de gente. —Una vez me preguntaste si alguna vez había hecho algo absurdo. Mallory recordó cuál había sido su respuesta y cómo le había dado un vuelco el corazón por un tierno niño cuyos padres le habían negado la oportunidad de ser un niño. —¿Así que esta es tu idea de ser absurdo? —Bueno, es bastante ridículo. ¿No estás de acuerdo? No sería tan ridículo si la payasada hubiera sido hecha por otro que no fuera Dexter. —No puedo creerlo. —Sacudió la cabeza—. Sencillamente no puedo creerlo. —Tal vez podamos batir un nuevo record mundial. —Le dio un suave codazo en el costado—. ¿Quieres ver si cabemos? ¿Ver si cabían? Que el Señor la perdonara. Había creado un monstruo. Sin embargo, no podía negarse. Su sonrisa era demasiado dulce. Sus ojos demasiado encendidos con promesas. Su cuerpo vibraba por la excitación de una restringida juventud. —¿Por qué no? —dijo Mallory, alzando las manos. Él sonrió y volvió a tomarla de la mano. Al acercarse al lado del coche, Mallory divisó un gran número de los empleados de Dexter, vislumbró el rostro de Quick que estaba entre una pila de cuerpos, y una manga color borgoña con un reborde dorado que parecía pertenecer a Henley, el ayuda de cámara de Dexter. ¿Y era ese … el cabello rubio de su madre asomando cerca de la ventana trasera? ¿Y era de Genie esa mano con uñas pintadas de azul que estaba tanteando el trasero de alguien? 126

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Mallory se sobresaltó cuando Dexter le puso las manos en la cintura. Miró sobre el hombro. Le dedicó una inclinación de cabeza, para tranquilizarla… y luego la empujó dentro del coche. Mallory rió cuando las voces masculinas lanzaron risotadas y las voces femeninas se rieron tontamente, y varios gruñidos y quejidos se alzaron cuando se encontró apiñada entre un montón de gente mucho más de lo que hubiera experimentado en un subterráneo en Nueva York. Cuando giró el cuerpo, vio que Dexter continuaba fuera, aún sonriendo pero viéndose algo inseguro de sí mismo. Se estiró por encima de tres personas y le agarró la mano. —Si yo lo hago, tú lo haces. Su sonrisa se ensanchó. —Si insiste, señorita Ginelli. —Luego, ese gran y hermoso físico se acercó a ella, los cuerpos culebrearon, hubo más risas y gruñidos y sana diversión. Mallory se sintió apenada por quien quiera que hubiera subido primero al coche. Suponía que encontrarían al menos una persona que iba a necesitar atención médica. Ya podía ver a alguien tratando de explicarle a los paramédicos cómo habían ocurrido las heridas. —Bueno, um… veintiocho personas estaban sobre él. Mallory se rió ante el pensamiento, pero su entretenimiento fue descentrado cuando el cuerpo de Dexter se apretó en toda su longitud contra el de ella. Sus brazos le rodearon la cintura, haciendo que sus cuerpos quedaran muy juntos. No sabía si lo había hecho por la falta de espacio o porque quería hacerlo. Lo que sí sabía era que se sentía bien. Él le miraba la boca, y se preguntaba si querría besarla tanto como ella quería ser besada. Él acercó la cabeza. Y ella cerró los párpados… Y luego un tenue gemido de alguien que decía que se estaba sofocando puso fin al momento y a la jarana. Mallory trató de ocultar la desilusión que sintió. Les llevó al menos diez minutos desenlazar la masa de humanidad metida en el Rolls de Dexter, todo el mundo riendo y aplaudiéndose unos a otros hasta que fueron contadas veinticuatro personas. Ahora Mallory sabía la respuesta a la pregunta… ¿Cuánta gente puede caber en un Rolls Royce? Pensó que tenía la cuenta final hasta que dos desgreñados y algo achatados cuerpos fueron sacados del piso del coche. Dos cuerpos que habían estado yaciendo cara a cara, muslo a muslo. Dos personas que ahora se tambaleaban lado a lado. Freddie y Cummings. Cuando recobraron el sentido, los dos enemigos se enfrentaron, sus movimientos coordinados como si se estuvieran midiendo antes de un duelo. Ojos azules estrechándose al mirar los marrones. Los marrones igualando el gesto. —Pagano —provocó Freddie —Arpía —devolvió Cummings —Pomposo tragón de bollos. —Pequeña bruja insegura. —Muérdeme el trasero, Británico —Prefiero morir de hambre, Yankee. Pasó otro momento de miradas enfurecidas que prometían justo castigo. Luego ambos se dieron la vuelta y se encaminaron en direcciones opuestas. Mallory sacudió la cabeza y se echó a reír. —Eso fue agradable.

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Miró sobre el hombro, para encontrar a Dexter parado detrás de ella, tan cerca que podía oler el sutil aroma de su colonia, y sentir su cuerpo rozando el suyo, recordándole el momento en el coche, el deseo que la había inundado… que todavía la inundaba. Cómo deseaba reclinarse hacia atrás contra su pecho y sentir esos brazos envueltos alrededor de su cintura, saber lo que se sentía al ser apreciada y protegida, aunque fuera en su mente. Aunque fuera por un momento. —¿Qué fue agradable? —le preguntó, al darse cuenta que estaba allí de pie mirándolo fijamente. —Tu risa —contestó en un tono ronco—. Es bella. —Gracias —murmuró Mallory, temerosa de decir algo más, de observar demasiado estrechamente como se sentía en ese momento. Sus emociones estaban todas alborotadas, como un barco inclinándose salvajemente lanzado de un mar embravecido a otro. —Vayamos a algún lugar —dijo súbitamente—. Sólo nosotros dos. ¿Ellos dos? ¿Solos? No podía hacerlo. —Quiero hacer algo contigo —continuó, como sintiendo su renuencia—. Algo que no sea investigación. Algo que no fuera investigación. Mallory nunca había oído nada tan encantador. —¿Cómo qué? Frunció el ceño, como si la respuesta a esa pregunta fuera el problema más difícil que alguna vez le hubieran pedido que resolviera. Luego, súbitamente, sonrió... y fue devastador. —¿Que te parece un picnic? Haré que el cocinero nos prepare algo de ese pollo que comimos anoche junto con un poco de pan francés y queso de Brie. Tomaré una botella de vino del sótano, y partiremos. ¿Qué te parece? Una tarde a solas con Dexter. Había pasado tantas tardes a solas con él, pero nunca sin la investigación. Siempre estaba instalada entre ellos como una pared. Mallory pensó en preguntarle por qué quería ir de picnic cuando solo hacía unos días parecía como si estuviera desesperado por verla partir. Pero, ¿deseaba dejar pasar la oportunidad de estar con él, sin barreras, sólo un hombre y una mujer en una cálida tarde de verano? Tal vez el nuevo Dexter sentía de forma diferente acerca de ella. Tal vez... —¿Mallory? —preguntó, doblando las rodillas para mirarla a los ojos, con esa sonrisa seductora en el rostro—. ¿Vendrás conmigo? La forma en que la miraba, tan expectante… ¿Cómo podía decir que no? —Sí —contestó—. Iré contigo. Se frotó las manos. —Quédate aquí. Iré a buscar todo lo que necesitamos y volveré al instante. —Luego salió trotando hacia la puerta principal, el sedoso cabello oscuro flotando con la brisa, con los rayos del sol sacándole destellos dorados. Mallory lo miró fijamente, perdida en sus pensamientos. —¡Buu! Sobresaltada, Mallory se llevó una mano al pecho y se volvió rápidamente para enfrentar al responsable. Su hermana… que claramente todavía poseía el hábito de acercarse inesperadamente. —¡Genie! ¡Me diste un susto de muerte! —Si no hubieras estado mirándole el trasero a Dexter, podrías haberme escuchado acercarme a ti —respondió Genie bruscamente. Mallory frunció el ceño. —No estaba mirando… No importa. ¿Qué estás haciendo? 128

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—Hablando con mi hermana. ¿Es eso un crimen? Mallory se preguntaba por la actitud nada amistosa de su hermana. Podría haber pensado que Genie estaba enfadada porque no habían pasado mucho tiempo juntas desde que había llegado. Pero era Genie la que había estado demasiado ocupada para hacer algo con ella y no viceversa. Genie había vislumbrado a Quick, y las hormonas la habían golpeado. Cada vez que Mallory veía a su hermana, ésta estaba con el joven y apuesto mayordomo. Claramente, Genie estaba enamorada. Otra vez. Aún así, desde el principio, su hermana no había estado actuando como ella misma. Mallory estaba preocupada… y cuando se trataba de Genie, parecía como si se hubiera pasado la vida entera en ese mismo estado. Sin embargo, por un corto tiempo Mallory sólo se había preocupado por sí misma, y sentía una punzada de culpa por habar disfrutado tanto de su libertad. —¿Pasa algo, Genie? —¿Qué podría pasar? —La apenas reprimida rabia en los ojos verdes de Genie desmentía sus palabras—. Estoy aquí en Inglaterra con mi hermana, la famosa escritora de romances. Durmiendo en un castillo, comiendo como una reina, siendo servida de cabo a rabo, y básicamente recibiendo un tratamiento real, gracias a ti. Siempre gracias a ti. ¿Así que, qué podría ir mal? —Obviamente algo está yendo mal. —Y si fuera así, ¿Lo vas a solucionar como lo solucionas todo? —La animosidad que radiaba de Genie era como una fuerza física, que abofeteaba a Mallory. —¿Es por Bruno? ¿Ha habido más problemas? Mamá dice… —¡Mamá dice! ¡Mamá dice! ¿Desde cuando se volvieron tan compinches las dos? ¿Compinches? ¿Era eso lo que eran? Ciertamente había habido un tiempo cuando Mallory podría haber dicho que ella y su madre eran amigas, pero esos días habían pasado hacía mucho, enterrados bajo el peso de los viejos recuerdos. —Está preocupada por ti, Genie. Yo también lo estoy. —Bueno, podeis dejar de preocuparos. Ya no soy una niña pequeña. No necesito que vengan a rescatarme. ¡Así que dejadme malditamente tranquila! —Empujó a Mallory para pasar y corrió hacia la puerta principal, casi tirando a Dexter que salía con una gigantesca canasta de picnic en una mano y una gran manta doblada metida debajo del brazo. —¿Qué pasa con ella? —preguntó, mirando sobre el hombro mientras continuaba avanzando. —Nada —murmuró Mallory, tratando de contener el torrente de enterradas emociones que amenazaban con desbordarse del lugar donde las había encerrado durante diez largos años. ¿Es que acaso los recuerdos siempre la perseguirían? ¿Nunca podría librarse de ellos? —¿Estás bien? Mallory asintió, forzando a retroceder la necesidad que sentía de ir tras Genie. Por lo que podía recordar, siempre había sido la que solucionaba las cosas, la que las corregía. Bueno, no ese día. Ese día era para ella. —Entonces, ¿dónde vamos? —Conozco un lugar que está cerca del río a unas cinco millas de aquí. Solía ir cuando era niño. Me tiraba sobre una larga y chata roca y pretendía que era un lagarto tostándome al sol. Mallory enarcó una ceja. —Pensaba que los Harrington nunca hacían nada tonto. 129

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—Y hace una semana hubiera estado dispuesto a apostar que nunca lo había hecho. Pero hoy me acordé de ello. Cuando pensé en el picnic, el recuerdo regresó. Extraño, ¿eh? No tan extraño, pensó Mallory. Algunos recuerdos eran así, volvían cuando menos los esperabas… y a veces cuando menos lo deseabas. Desterrando el pensamiento, le sacó la manta de debajo del brazo. —¿Listo para irnos? —Más que listo. Sólo tenemos un pequeño problema. ¿Sólo uno? Quiso preguntar. —¿Qué es? Le dirigió una tímida sonrisa. —No sé conducir.

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CAPÍTULO 20 —¡Ten cuidado con ese —Mallory dio un salto en el asiento— bache! Se agarró al salpicadero con todas sus fuerzas, luchando para ser oída por encima de la radio del coche que cantaba a voz en grito algún repetitivo estribillo que era totalmente irreconocible en el idioma inglés. ¿Por qué le había dicho a Dexter que le enseñaría cómo conducir? ¿Qué locura la había poseído para responsabilizarse de un hombre que trataba de cambiarlo todo sobre sí mismo en un día y luego complicar el asunto saliendo en su muy caro coche? ¡Estaba loca! —¡Gira la rueda a la izquierda! ¡La izquierda! Casi se estrellaron contra un impresionante árbol que parecía como si hubiera sobrevivido a muchos años de desastres naturales... hasta que Dexter vino y espantó a las hojas hasta el punto de caerse anticipadamente. Mallory agarró el borde del volante cuando Dexter decidió apretar el acelerador. —¡Baja la velocidad! ¡Vas a matarnos! —No estás en el asiento del conductor. —¡Es el asiento del copiloto! —No si estás en el asiento de delante. —Volvió la cabeza y le guiñó un ojo, su momentánea falta de atención enseguida les causó el apartarse de la carretera otra vez. —Déjame conducir. ¡No tienes permiso! —No era que ese pequeño hecho le hubiera detenido cuando instaló su gran cuerpo tras el volante y rehusó moverse—. ¡Nos arrestarán! —Luego ella y su hermana podrían comparar los antecedentes penales. —Relájate. Casi hemos llegado. —¡Relájate! —Mallory miró boquiabierta al hombre cuya espalda estaba, hasta hoy, tan rígida que no podía ser doblada por vendavales—. Creo que he envejecido diez años. Una malvada sonrisa curvó sus labios cuando la recorrió con la mirada. —Y puedo decirte que luces bastante atractiva para tu avanzada edad. Oh, ¿por qué había decidido ahora el hombre volverse despreocupado? —Si no te detienes... —Bien, quieres mirar eso —dijo, cortándola con efectividad. Mallory miró alrededor, esperando ver a su espíritu flotando sobre su muerto cuerpo. La alivió no ver nada fuera de lo normal. —¿Mirar qué? Dexter rió entre dientes. —Estamos aquí... y de una pieza. —Detuvo el coche en una denominada parada chirriante—. No está mal para un novato, ¿eh? —Conduciré de camino a casa —le dijo con una voz que no admitía ninguna discusión, pero no la escuchó. Había salido del coche y sacado la cesta de picnic del asiento trasero. —Han pasado años desde que estuve aquí. Le oyó decir Mallory mientras salía del coche con las piernas temblorosas y se encaminaba hacia su lado. —Recuerdo marcar mis iniciales en un árbol abajo, hacia el riachuelo. Ahora que el ritmo de su corazón había vuelto a la normalidad, Mallory se tomó un momento para mirar alrededor, sobrecogida por la belleza. Nunca había visto sombras tan intensas de verde, ondulantes verdes tan lejos como el ojo podía ver y árboles que llegaban al cielo, la moteada luz del sol filtrándose a través de las altas ramas formando un calidoscopio de dorados mosaicos en el suelo del bosque. 131

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—Vamos —la instó—. Vamos a buscar ese árbol. Diez minutos más tarde, extendieron la manta próxima al riachuelo al lado de una larga y plana roca que Dexter había mencionado, la cesta del picnic sin tocar mientras buscaban el árbol infame. —¡Está aquí! —gritó Mallory—. ¡Lo encontré! Dexter fue hacia ella, y uno a lado del otro, examinaron la obra de un joven. —Bien, caramba —dijo—. Está aquí. Pensaba que quizás lo había imaginado. Mallory se acercó al árbol, tratando de descifrar las palabras escritas bajo el nombre de Dexter. —Atreverse a soñar. —Miró sobre su hombro—. ¿Escribiste eso? No hizo caso, pareciendo incómodo. —Garabatos de juventud. Una juventud muy inteligente, filosofó Mallory, recorriendo cada letra con el índice. Atreverse a soñar. ¿Qué le había ocurrido al joven que había escrito esas palabras? Mallory volvió la cara hacia él y se inclinó contra el árbol. —¿Por qué no volviste aquí si te gustaba tanto? —preguntó, sin embargo sospechaba que sabía la respuesta. —¿Quién dice que me gusta? —Puedo verlo en tus ojos. Metió las manos en los bolsillos, un rasgo entrañable que siempre delataba su reticencia a hablar sobre algo. —Mis padres no querían que viniera aquí. Mi madre decía que el hijo de un conde no jugueteaba en un riachuelo como un golfillo. Tampoco le gustaba que me ensuciara las ropas. Mallory odiaba pensar en eso, pero sabía que si la madre de Dexter estuviera viva, no le gustaría mucho. La mujer había tratado a su hijo de forma tan impersonal, casi como si fuera otro de sus productos... uno en el que hubiera perdido el interés. —Cuando tenga niños, los dejaré jugar en la suciedad. —Sonrió para sí misma—. Podremos hacer juntos pasteles de barro. Siempre quise hacer pasteles de barro. —¿Por qué no lo hiciste? Se inclinó y arrancó un ranúnculo. —No es fácil encontrar barro en Nueva York. Agua embarrada, sí. Permanece cerca de la cuneta en un día lluvioso y conseguirás una saludable dosis de fango de ciudad en la cara. Una sonrisa curvó una esquina de sus labios, mostrando el hoyuelo de la mejilla. —Si alguna vez voy a Nueva York, recordaré no permanecer demasiado cerca de la cuneta. La diversión del día se desvaneció con sus palabras. Si alguna vez iba a Nueva York. Realmente iba a ser el fin, ¿no? Se apartó del árbol. —Mejor vamos a comernos ese pollo antes de que se enfríe. La mano de Dexter en el brazo la detuvo. —Ya está frío. —Oh. Es verdad. —Mallory miró hacia abajo a las diminutas flores amarillas y púrpuras bajo los pies, esperando que la soltase. No podía soportar estar tan cerca... no podía soportar querer tocarlo y saber que sería un recuerdo más cuando volviera a Nueva York mientras él se quedaba en Inglaterra—. Estoy famélica —mintió, el apetito la había abandonado. 132

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Él dudó y luego la soltó. Mallory se escapó, preguntándose cómo compartiría la manta con él, observándole comer, hablando de tonterías, y pensando sobre el camino que había escogido, el único que tenía la había llevado a Dexter... el mismo que la alejaría. Se arrodilló y se mantuvo ocupada extrayendo la comida y los platos de la canasta. Sentía su presencia tras ella. Las manos se quedaron quietas un momento antes de sacudirse y continuar. Preparó un plato para él y lo puso tan lejos de ella como pudo. —Más lejos y me sentaré en el riachuelo. Mallory alzó la mirada para encontrar a Dexter en la manta frente a ella, un indicio de diversión en los ojos. —¿Qué? Señaló al plato. —¿Estás segura qué lo quieres allí? ¿Por qué no otro metro? Entonces podré comer en el agua. —Lo siento. Supongo que mi mente está... preocupada. Él se sentó, el antebrazo apoyado sobre la rodilla doblada. —Me he dado cuenta. ¿Quieres contármelo? ¿Contárselo? ¿Decirle que él era la razón por la que estaba preocupada? No, no era el lugar apropiado. —No hay nada que contar. —Se mantuvo ocupada removiendo la comida en el plato. El pequeño estallido del corcho de la botella de vino la hizo saltar. —Lo siento. —Él le echó una mirada de disculpas mientras servía el vino rosado en un vaso y se lo daba. Luego alzó su vaso—. ¿Por qué brindamos? Mallory dio vueltas al vino y luego chocó el vaso contra el suyo. —Por aquellos que se atreven a soñar. Los ojos de él atraparon y retuvieron los de ella. —Por aquellos que se atreven a soñar —murmuró, tintineando los vasos, sus ojos nunca dejaron de mirarla mientras se ponía el vaso en los labios—. ¿Así que quieres decirme que te ronda por la cabeza? Mallory había deseado que hubiera dejado correr el tema. —Realmente nada. —¿Es por tu libro? —dijo como si no hubiera hablado. Su libro. Apenas lo había mirado desde que había llegado. Por una vez, había estado enfrascada en algo más, descubriendo una necesidad que los libros nunca podrían llenar. —No, no es el libro. —Mordisqueó la corteza del pan francés, pero no podía saborear nada. Su mente estaba en otra parte, dando vueltas al asunto que tenía que abordar, un asunto que ambos habían evitado—. Me preguntaba que día harás las reservas de avión. Dexter dejó de comer, pero no alzó la mirada. —No hay prisa —dijo él en voz baja. No hay prisa. ¿Por qué persistía en confundirla? ¿No le había dicho hacía unos pocos días atrás que quería terminar el proyecto con toda prontitud porque quería irse a casa? —No puedes decir que me necesitas. Simplemente mírate. Eres el hombre que querías ser. Ninguna mujer podría resistirse a ti ahora. Alzó la mirada, unos enfadados ojos azules la atravesaron. —No hice esto para ser irresistible a las mujeres. —Entonces, ¿por qué lo hiciste? Nunca me lo contaste. Él miró a lo lejos. —Te lo dije.

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Sí, lo hizo. La investigación. Siempre la investigación. Quizás estaba buscando otra razón, algo que diera más sentido a su viaje... y que había encontrado una vez había llegado. —¿Así que nuestro proyecto será el tema del siguiente artículo? —No. Nunca haría nada así. Por supuesto que no lo haría. Lo había sabido mientras hacía la pregunta. —Debes amar mucho el trabajo si te tomas todos esos gastos y molestias. —Valió la pena. —Sus palabras parecían tener un doble significado, pero él siempre había sido un acertijo, uno cuyas piezas nunca encajaban juntas dos veces—. Pero hay cosas en este mundo que amo además de mi trabajo... cosas bellas y raras. Mallory miró fijamente sobre la brillante agua del riachuelo, sorprendiéndose al darse cuenta de que le gustaría ser una de las cosas que Dexter quería, darse cuenta que era digna de amor era lo que más había anhelado en la vida, no parecía ser merecedora de amor desde que su padre se había ido. Enfrente de ella, Dexter empujó lejos el plato y se estiró, apoyándose en un codo, con la copa de vino agarrada en la mano. Mallory trató de concentrarse en los trozos de sandía que complementaban la comida, pero no podía apartar la mirada de él, las largas piernas extendidas, el gran cuerpo abarcando gran parte de la manta, el perfecto perfil como una moneda griega. Lentamente giró la cabeza hacia ella, la cristalina agua azul del riachuelo no combinaba con el brillo de sus ojos, dejándola desprevenida para la pregunta, pero sin sorprenderse de que se hubieran girado las tornas. —Háblame sobre tus padres. Como él, Mallory no tenía deseos de hablar sobre sus padres. —No hay nada que contar. —Fingió gran interés en el muslo de pollo de su plato. —Me parece recordar decirte lo mismo, pero mi respuesta no te satisfizo. Lo justo es justo, le estaba diciendo él. Bien. —Mi padre se fue cuando tenía quince años, y ya conoces a mi madre. Era camionero, y ella era profesora suplente. Y eso es todo. Como puedes ver, mis padres no son tan interesantes como los tuyos. —No creo que mis padres sean interesantes. —Su mirada cambió de dirección—. Creo que los padres de los demás son interesantes... o quizás la palabra sea normal. —La última palabra tenía un punto amargo. Normal. Parecía haber pasado una eternidad desde que la vida de Mallory había sido normal. Dexter levantó la botella de vino y lo vertió en el vaso de ella, rellenando lo poco que había bebido. —Tu madre es muy simpática. Mallory asintió y tomó un sorbo de vino, pensando sobre lo que Genie había dicho, cómo había preguntando cuando se habían hecho amigas Mallory y su madre, como si hubieran sido enemigas. Una vez, habían estado muy cerca. Pero una parte de su madre había muerto el día en que su marido se había ido sin avisar, sin un adiós. Después de eso, una parte de ella había muerto, y había cerrado su corazón a ser demasiado cariñosa. Quizás todas lo habían hecho. Mallory alzó los ojos para encontrar a Dexter mirándola intensamente. —Tu madre y Gustav disfrutan de su mutua compañía —le dijo, la voz sonaba indecisa, los ojos vigilantes, quizás preguntándose qué pensaría ella sobre que su madre y el antiguo profesor de Dexter pasaran el tiempo juntos. 134

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—Me he dado cuenta. —Mallory había notado el cambio en su madre, una disminución de la tristeza, una reducción de la guardia. Pero Mallory no pensaba que el cambio fuese solamente debido a la recién nueva amistad con Gustav de su madre. Había veces en que Mallory pensaba que quizás su madre quería hablar, intercambiar más que la cuota normal de palabras sin sentido. Pero habían estado encubriendo asuntos tan importantes durante tanto tiempo que Mallory no sabía si quería abrirse, tener la oportunidad de escarbar en viejas heridas, exponer a su corazón casi recuperado. —¿Te molesta la idea de Gustav y tu madre? —preguntó Dexter. —No —respondió honestamente. No importaba lo sucedido a través de los años, su madre merecía algo de felicidad. Mallory no podía negarle eso. Un considerable silencio cayó sobre ellos. Luego Dexter se sentó abruptamente. —¿Qué pasa? —preguntó—. ¿Qué ocurre? —Vamos a nadar. Mallory no podía estar más sorprendida si le hubiera sugerido que se comieran un ratón. —¡Un baño! —Exactamente. —¡Pero no podemos! —¿Por qué no? —Para empezar, no llevamos bañadores. —Y ver a Dexter con el agua brillando sobre su cuerpo era una imagen de la que podía prescindir. —Todo lo que tenían Adán y Eva eran hojas de higuera —dijo, levantándose, sacándose primero una bota y luego la otra. Después, se sacó la negra chaqueta de piel, dándole vueltas sobre su cabeza, y arrojándola como un bailarín de Chippendale* 44 haciendo un striptease. La chaqueta aterrizó en una pila innoble al lado de un tocón. Cuando fue a sacarse la camisa, tartamudeó. —¿Qué… qué estás haciendo? —como si fuera algún tipo de misterio. —Voy a nadar. —Tiró de la camisa sobre la cabeza y la envió volando hacia el mismo lugar que la chaqueta de piel, quedándose desnudo de cintura para arriba... y dejando a Mallory tratando de respirar. Una larga banda de músculos le atravesaban el pecho, enrollados y flexibles bajo la suave piel estrechándose bajo un tenso estómago donde los vaqueros abrazaban las caderas. Apoyó los puños en esas caderas, y sus brazos le recordaron una cadena de montañas, altos picos y bajos valles, las venas rozando la superficie como corrientes escondidas. —Te propongo un trato —dijo. La fascinada mirada de Mallory recorrió desde las sedosas tetillas marrones hasta la cara, rogando que creyera que el color de sus mejillas se debía al calor del día. —¿Un trato? —chilló, y luego se aclaró la garganta. —Si me lanzas primero, soy tuyo para lo que ordenes luego. Pero si te tiro yo primero, luego tienes que contarme todo lo que quiera saber. ¿Qué me dices? Mallory parpadeó. ¿Quién era ese hombre? —¿Qué te ha pasado? —¿Qué quieres decir? —Quiero decir, ¿quién eres tú y qué has hecho con el verdadero Dexter Harrington? Se rió. 44

Chippendale es una cadena de night clubes de Estados Unidos para mujeres.

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—Soy un científico, señorita Ginelli. He mejorado la fórmula original, eso es todo. Mejorado. ¿Cómo si fuera una botella de champú o una lata de sopa? La gente siempre estaba mejorando las cosas que ya le gustaban exactamente como eran. —No entiendo cómo esta transformación sucedió tan rápidamente —dijo—. Si recuerdas, eras reticente sobre el proyecto desde el principio. —Supongo que puedes decir que encontré mi motivación. —¿Tú motivación? ¿Qué significaba eso? ¿Y por qué tuvo que clavar la mirada en ella? Con los ojos diciéndole que podía saber algo que no sabía. ¿Podía haber sido Freddie la que había llevado a ese súbito cambio en Dexter? Se preguntó Mallory, experimentando una saludable dosis de celos. Freddie tenía esa manera de ser, una habilidad para dominar la atención de los hombres, como una Cleopatra moderna. Dexter se encogió de hombros. —Un amigo me contó algo que me dio mucho sentido. Me abrió los ojos... y la mente. He sido como una esponja después de eso. Una cosa que aprendí me sorprendió mucho. —¿Qué fue? —Las revistas de mujeres pueden ser herramientas perspicaces de utilizar en el entendimiento de la mente femenina. Mallory quedó con la boca abierta. —¿Me estás diciendo que has estado leyendo revistas de mujeres? Asintió. —He aprendido varias cosas útiles. Por ejemplo, en un artículo, una mujer decía que sus relaciones eran como los Porsche, fáciles de entrar pero difíciles de salir. Encontré esto bastante intrigante... sin embargo, no creo que hubiera usado un Porsche para mi analogía cuando un Rolls es de lejos un automóvil mejor. Mallory no pudo reprimir una sonrisa cuando una insinuación del viejo profesor llegó a través de sus palabras. —Ya veo. ¿Qué más aprendiste? —Bien, parece que las mujeres tienen fascinación por los pechos de los hombres. Los encuentran sexualmente atractivos, siendo el debate entre salpicados de vello o sin vello. —Bajó la mirada hacia su pecho y luego hacia ella—. ¿Qué opinas? —¿Opinar? —¿Quería qué usara su cerebro en un momento como ése? ¿Con él estando medio desnudo frente a ella como un modelo masculino esperando el disparo de la cámara? —¿Sobre qué? —Sobre mi pecho —Los músculos se ondularon con el ligero movimiento de los brazos —. ¿Lo encuentras sexy? ¿El hombre tenía que preguntar? Incluso las mujeres a las que les gustaban otras mujeres cambiarían de parecer al ver el pecho desnudo de Dexter. —Es un pecho muy bonito. —Más que bonito, pero ni los caballos salvajes podrían obligarle a decírselo. Él asimiló la respuesta con un “Hmm”, y luego frotó una mano contra el pecho en cuestión. Mallory tragó saliva. El hombre no era consciente de su atractivo. —Hay otras cosas que las mujeres quieren aparte de pechos atractivos —dijo ella, sin embargo dudaba que muchas mujeres descartaran al hombre que justamente podía probarlo. —Sí, lo sé. También lo he leído. Quieren una sensación de seguridad, autoestima, y amor incondicional. 136

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De nuevo, parecía ver las cosas como científico y no como hombre, reconociendo los componentes, pero quizás sin entender cómo encajaban juntas las piezas. —Un poquito de misterio también es bueno —le dijo. Un leve ceño le frunció la frente. —Allí no hablaba de misterio. Tendré que ponerlo por escrito. Mallory se rió interiormente. —No escribas nada. Sólo sé tu mismo. —Ser yo mismo es lo que me ha llevado... —Se detuvo, con el ceño más acentuado—. Es lo que pretendía esta transformación —dijo, con un tono áspero en la voz—. Así que considéralo como un éxito. ¿Un éxito? No lo consideraba como un éxito. —No te lo hice yo. —Quizás no completamente. —La voz baja, los ojos buscándole la cara—. Pero sin ti, nunca habría ocurrido. ¿Por qué deseaba que no hubiera ocurrido, y que las cosas volvieran de la forma en que estaban? La alcanzó con la mano, transportándola sobre sus pies. —Ahora, nademos. ¿Volvía con eso otra vez? —Creo que te has vuelto loco. —No. —Sonrió—. No estoy loco. Sólo tengo calor. Vamos. —La arrastró hacia el agua. —No voy a entrar. —Prepárate para perder la apuesta. — ¡Dexter! ¡Para! Se detuvieron al borde del agua, y se puso frente a ella. —Me gusta cómo suena. — ¿Qué? —preguntó, diciéndose a sí misma que sólo era el esfuerzo lo que la dejó sin aliento. —Mi nombre en tus labios. Creo que es la primera vez que te oigo decirlo. Quizás ya no pensaba en él como el profesor o el conde, y empezaba a pensar en él como hombre. Sin aviso, la levantó en sus brazos y caminó con dificultad dentro del agua. — ¡Bájame! —gritó. —Cómo desees, mi señora. —La soltó de golpe, zambulléndose en el agua fría, la goma se soltó, enviándole las negras trenzas sobre la cara así que emergió a la superficie como si un enorme montón de algas la hubiera succionado hacia arriba. Barboteó sacándose el pelo de los ojos, mirando furiosamente a su torturador. —¡Tú... tú... oooh! Las esquinas de los labios de Dexter se movían nerviosamente; luego perdieron la batalla para contener su diversión y echó atrás la cabeza, su estallido de risa hizo eco a través del bosque. Mallory trató de permanecer enfadada, pero realmente era demasiado gracioso. Una pequeña risa ahogada burbujeó. Se tapó la boca con la mano, pero la risa no podía ser contenida. Dexter se puso serio primero, encantado con la sonrisa de Mallory y la forma en que sus ojos se encendían cuando estaba feliz. En todos estos años siendo un científico y en todas sus investigaciones y con todos los elogios que había recibido, nada era comparable a la alegría que sentía haciendo reír a Mallory. Ese dulce sonido le llenó un vacío como nada lo había hecho nunca. 137

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La deseaba, el corazón, el cuerpo y el alma. Estaba tan cerca, las ropas empapadas y pegadas a cada curva, la camiseta de NYU45 moldeándole los senos, duros picos tensando el material, le apretaba el estómago de deseo. Una gota de agua le resbalaba por el cuello torturándolo. Vio como se deslizaba por la curva de su garganta, sumergiéndose en el hueco de la base, demorándose por un momento, y luego lentamente se movió sobre la clavícula y avanzó camino abajo hacia el pecho, desapareciendo en el valle entre sus senos. Cómo anheló seguir esa gota de agua con la lengua. Quizás Mallory sintió su desenfrenada necesidad porque retrocedió en el agua, eludiendo las manos que querían alcanzarla para acercarla más. Se movió hacia la orilla contraria y se sentó en una roca cerca del borde del agua, sin apartar los ojos de él. Luego dijo algo que sabía no iba a olvidar jamás. —Eres tan hermoso. Sus palabras lo golpearon, haciendo estallar la última capa que encerraba en su corazón. Se levantó delante de ella, humilde, intimidado... y tan malditamente asustado que lo arruinaría todo. —Mallory... —su nombre fue un sonido ronco y áspero. Le recorrió el cuerpo con la mirada, provocándole que la sangre corriera hirviendo por sus venas. El deseo que correspondía al suyo se reflejó en sus ojos cuando se encontraron. —Tus padres deben haber sido magníficos para haberte hecho. Dexter se tensó con sus palabras. ¿Por qué siempre volvía a sus padres? No importaba lo reservado que fuera con el tema o lo obvio que fuera que no quería hablar de ellos, no lo dejaría en paz. Lo intentaría hasta que se enfureciera con ella para detenerla, o la besara para que lo olvidara. Nunca nadie había tenido ese interés... en él, su vida, su trabajo. Y nunca había querido compartir nada de eso. Hasta ahora. Y sabía que, para bien o para mal, tenía que compartir su secreto y exorcizar esa influencia de su vida, un secreto que nunca había contado a nadie, ni a Cummings. —No sé cómo eran mis padres —dijo, dando el primer paso. Un perplejo fruncimiento se tejió en su frente. — ¿Qué quieres decir con que no sabes? —No lo sé porque nunca los conocí. —Dexter se quedó mirando su reflejo ondulante en el agua cerca de su cintura, preguntándose si alguien en el mundo tenía una cara similar a la suya. —¿Estás diciendo que eres adoptado? —No... sólo deseo haberlo sido. Quizás entonces me sentiría normal, como si encajara en algún lugar en el esquema de la vida, tener raíces, incluso si eso significara que mis padres biológicos no me querían o no podían criarme por alguna razón. —¿Qué estás diciendo? —Estoy diciendo que lo que tienes ante ti es un experimento. —¿Un experimento? Dexter pasó los dedos sobre el agua, borrando su imagen. —Fui creado en un laboratorio, muy similar al monstruo de Frankenstein. Mis padres no podían tener hijos. Pero no adoptaon ningún niño necesitado. No, ellos tenían que fabricar uno. Querían construir al hijo perfecto. Alguien que tuviera el cuerpo de un atleta y la materia gris de Einstein. Después de todo eran científicos. No estaba en su naturaleza hacer algo a medias... o esperar algo menos que la perfección. 45

New York University: Universidad de Nueva York.

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Preparándose, Dexter miró hacia Mallory. Lo que vio lo abofeteó. No había horror en sus ojos, ni piedad. Simplemente curiosidad. — ¿Así que eres un niño probeta? No es tan raro. —No, soy lo que llamarías un batido biológico. Mezclaron un poco de esto, un poco de aquello, lo agitaron todo junto y esperaron a ver si su creación tendría éxito. Mis padres estuvieron felices con el resultado general... aunque decepcionados en algunos aspectos. Decepcionados por tener un hijo que no quería andar por el camino que ellos habían elegido, que no quería cargar con la responsabilidad de ser hijo único, el único que tendría que acarrear con la tradición de los Harrington. Después de todo no era realmente un Harrington. No sabía qué era. —¿Creías que me horrorizaría con tu revelación? —preguntó. La suavidad en su voz y la comprensión en sus ojos sólo intensificaron el dolor. No quería su bondad. Quería que se fuera, dejándole, deteniendo los anhelos por cosas que no podría tener. —Pertenezco a la atracción científica —dijo con voz amarga—. Pueden ponerme entre la oveja clonada y los siameses. Conozcan al vástago de la manipulación genética. —La verdad, es que actúas como si fueras medio hombre, medio caballo, tuvieras un tercer ojo u otra cabeza creciendo en el hombro. Mírate, estás hecho de carne y sangre como el resto de nosotros. —No lo entiendes. —Entonces explícamelo, porque lo único que veo ante mí es un hombre... un excepcional, dotado y compasivo hombre. Las palabras de Mallory alcanzaron ese frío lugar en su interior, un lugar que él había deseado que alguien tocara. Aunque llegaba demasiado tarde para cambiar lo que sentía sobre sí mismo. —No sabes lo que es preguntarte por todo lo que haces, preguntarte si tus pensamientos son tuyos o si fueron creados como todo lo demás. Tuve múltiples donantes femeninos y masculinos. Gente sin nombre, sin caras. Especímenes escogidos cuidadosamente a los que no conozco, a quienes les importa menos el conocerme. —Se pasó la mano por el pelo—. ¿Quién soy? Esta pregunta me ha acosado toda mi vida. —Yo sé quien eres —fue la simple y tranquila respuesta de Mallory—. Eres un científico brillante, un hombre que se preocupa por sus amigos, que ama a los animales, que no aprendería la rumba aunque su vida dependiera de ello, pero que sería el favorito en la Indy 500. En resumen, un hombre que tiene un gusto terrible con las pajaritas... y quiero decir terrible. Dexter no quería sonreír. No quería que sus palabras aliviaran una parte de su dolor. Aunque siempre se las arreglaba para hacer justo eso. — ¿Terrible, eh? Se encogió de hombros, con los ojos traviesamente iluminados. —Bueno, quizás la roja no está tan mal. —Entonces, tendré que acordarme de llevarla más a menudo. Dios, cómo la deseaba, la necesitaba. Fue atraído hacia ella, como una polilla hacia una muy bonita aunque muy escurridiza llama. No quería negarlo más. Era como una droga sin la que no podía vivir. Caminó a través del agua hacia ella, su racional y científica mente nublada por la pasión, un dolor que sólo esta mujer podría aliviar. Con los ojos abiertos, y levantó la vista hacia él a través de una cortina de gruesas y húmedas pestañas cuando se detuvo frente a ella. 139

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No pensaba sobre lo que estaba haciendo, y no necesitaba ninguna instrucción. Había descubierto el secreto oculto de lo que una mujer deseaba de un hombre. Su corazón. Y Mallory tenía el suyo, no importaba lo que les deparara el futuro. Le tomó la mano y la levantó hasta el pecho. Luego le ahuecó la parte de atrás de la cabeza y la inclinó para acariciarle los labios con los suyos, el corazón golpeándole las costillas mientras su lengua le encontraba, un chorro de pasión lo atravesó en un torrente de necesidad sexual. Le pasó un brazo alrededor de la cintura. Levantándose lentamente, su pecho rozando a lo largo del suyo mientras se ponía de pie, los pezones torturándolo incluso a través de la camiseta. Le ahuecó las nalgas y la empujó fuertemente contra su excitación, para que supiera lo que le hacía. La besó, la besó de una forma que nunca había besado a otra mujer, la besó de la forma que había soñado desde la primera vez que ella presionó los labios contra los suyos en la oficina. La boca se movió sobre la suya con urgente exigencia, profundamente, un duelo de lenguas, queriendo probarse, tocarse. No podía tener suficiente de ella. Un ligero gemido se registró en su cerebro. Era un sonido de lo más dulce, pero lo trajo de vuelta a la realidad con precipitada fuerza. No podía hacer esto. No podía tomar nada de Mallory, no la merecía. La soltó y retrocedió. Vio el dolor en sus ojos, la confusión. La necesidad. Correspondiendo a la suya, pero se sentía impotente para hacer algo al respecto. —Lo siento —dijo, con la voz ronca de deseo. Apretó las manos para evitar tocarla—. Por favor, perdóname. No sé qué me ha pasado. Se dio la vuelta, con el agua cayéndole en cascada, sonando fuerte y rudo mientras se empujaba hacia la orilla contraria, tratando de dejar atrás el hambre ardiendo como el ácido a través de sus intestinos. —Dexter. —Se tensó, su suave voz le detuvo. Pero no podía mirarla, no podía permitirse el ver la pasión inducida en sus ojos. Se preguntaba qué había hecho para que Dios le castigara así, llevándole a Mallory cuando no podía tenerla, para torturarlo con un destello de algo que no podía ser—. Mírame —le suplicó quedamente. Dexter se armó de valor mientras lentamente se volvía hacia ella. Pero no había suficiente preparación mental o física que pudiera salvarle del poder de esa mujer. Un leve estremecimiento la sacudió, pero algo le dijo que no era la frialdad del agua. Mallory no apartó la mirada mientras se movía hacia él, su valiente e indomable espíritu brillaba como un faro. Le tomó toda la fuerza que poseía el no asustarse, por miedo a que lo tocara. Por miedo a que no lo hiciera. Se detuvo frente a él. Le recorrió la cara con la mirada, como si memorizara cada rasgo antes de toparse con sus ojos. —¿Recuerdas cuándo te hablé sobre escoger un camino? —preguntó. Asintió, recordando cada palabra, cómo todas las cosas que le decía. —Donde sea que la vida te lleve —murmuró ella—, será porque tomaste la última decisión. Y no importa cómo llegaste aquí. Sólo importa que estés aquí. Nunca dejaba de sorprenderlo, esta chica de ciudad con cara de ángel. Había pensado siempre que era inteligente, creyendo que era la única cosa tangible en su vida, y aún no podía ver la misma simple verdad que Mallory veía tan claramente. Le hacía querer creer en sí mismo... el hombre, no el científico. Lo desafiaba a tratar de alcanzar lo que quería.

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El corazón le latía con lentos y dolorosos golpes mientras le tomaba la mano, los dedos entrelazados. Deslizó su otro brazo alrededor de la cintura, acercándola, la mano libre de ella se deslizó arriba hacia el pecho, marcando la carne con calor. —Estoy eligiendo un camino —le contó. —¿Y entre qué estás eligiendo? —preguntó, su voz entrecortada lo encendió. —Entre preguntarte si puedo tocarte, acariciar tu piel con mis labios, presionar tu cuerpo contra el mío... o alejarme y hacer lo correcto. Mallory se alzó de puntillas y enroscó la mano tras el cuello, deslizando los dedos hacia arriba en el pelo mojado mientras susurraba contra sus labios. —Déjame ver si puedo ayudarte a decidir.

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CAPÍTULO 21 Mallory nunca se había sentido tan intrépida, tan desinhibida como en ese momento en los brazos de Dexter. Deseaba aferrarse a él y nunca soltarlo. Dios, cómo amaba la sensación de él, la dura y exquisita extensión de él, el dulce y cálido sabor de sus labios, sus manos tocándola. Envolvió los brazos más firmemente alrededor de su cuello, presionando su cuerpo para acercarlo, gozando con la calidez de su boca, la fricción de su lengua, la intensidad de su deseo. Tiraba de ella, la llevaba a un remolino de intoxicantes sensaciones. El correr del agua sobre sus cuerpos era un placer en sí mismo, haciendo remolinos en sus caderas mientras él le ahuecaba el trasero y la apretaba contra la erección entre sus piernas. Él saqueó su boca, dejándola magullada e hinchada mientras se abría camino hacia abajo por el cuello, sin dejar ni un lugar sin explorar. Ella inclinó la cabeza hacia atrás para darle un mejor acceso incluso mientras una pequeña voz le preguntaba qué traería el mañana. ¿Arrepentimiento? ¿Auto recriminación? ¿O alegría de haberse extendido para tomar lo que deseaba sin importar lo que trajera el futuro? No lo sabía, ni quería saberlo. La levantó. Ella envolvió las piernas alrededor de su cintura y se frotó contra él, deleitándose con el gemido que retumbó en lo más profundo de su pecho. —Cuanto tiempo he esperado por esto… por ti. —Su aliento se sentía cálido contra su ya enfebrecida carne—. Sácate esto —gruñó él cuando encontró la camisa interponiéndose en el camino de sus labios exploradores. Mallory ya no podía negársele tanto como no podía negárselo a ella misma. Deseaba su boca sobre ella, deseaba ver su expresión cuando no hubiera barreras entre ellos. Con exquisita lentitud, se retorció para sacarse la mojada y adherida camisa, los pezones se veían oscuros contra el sencillo sostén de algodón. Un momento de inseguridad la hizo dudar. —Eres perfecta —dijo en un ronco susurro, desechando sus dudas… como sus dientes desecharon el sostén, hábilmente cerrándose sobre el broche delantero, liberándola, exponiéndola a su hambrienta mirada—. Mejor que en mis sueños más salvajes. —Pensé que eras un novato en esto —le dijo debido al nerviosismo. —No un novato. Sólo torpe. —Dijo, alzando sus oscuros y satinados ojos azules hacia los de ella. Estaba lejos de ser torpe. Todo acerca de él la seducía, la forma en que la acariciaba con los ojos, las manos, la boca… el cuerpo, la fricción era una exquisita tortura. —Las mujeres siempre me pusieron nervioso. —No estás nervioso ahora. —Lo sé, pero me siento diferente contigo, capaz de ser yo mismo. No esperas al mejor amante del mundo ni a un torpe científico. Me aceptas por lo que soy… pienso que siempre lo hiciste. —Siempre. —Mallory le pasó los dedos por el cabello. —Bien. Ahora tal vez pueda practicar alguna de las técnicas que aprendí a lo largo de los años. El ser un doctor del sexo tiene algunas ventajas. ¿Te gustaría averiguarlo? — Sonrió traviesamente. ¿Si le gustaría averiguarlo? Parecía como si hubiera esperado toda la vida para averiguarlo. Las palabras que una vez le había dicho volvieron en tropel. Conozco las zonas erógenas, dónde tocar y durante cuanto tiempo, cómo aumentar al deseo. Qué cosas hacer para dar el mayor placer. 142

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Cada pulgada del cuerpo de Mallory se incendió. Y mientras la devoraba con la mirada, encontró la fuerza para decir: —Profesor, ¿cree que esto es prudente? —Oh, sí, señorita Ginelli… muy prudente. —Luego bajó la cabeza y tomó un pezón en la boca. A Mallory le pareció que los huesos del cuerpo se le derretían cuando los labios de él se cerraron alrededor de la anhelante punta, se sintió agradecida de que sus fuertes brazos la sostuvieran firmemente. Cada tirón de su boca enviaba el placer en espiral bajando por ella, calor líquido creciendo en su mismo núcleo. Importunó cada pezón hasta que estuvieron rígidos y suplicando que los tocara. Mallory deseaba tocarlo, pasar la lengua por esas suaves tetillas marrones y hacerle lo que él le estaba haciendo a ella, pero no la dejaba. Todo lo que podía hacer era aferrarse a sus hombros mientras se amamantaba y la acunaba contra su erección. Luego deslizó la mano hacia abajo, hasta la parte delantera de sus vaqueros, desabrochándolos y bajando el cierre sin que ella siquiera lo notara. Deslizó los dedos debajo de las bragas de algodón. Mallory se arqueó hacia atrás mientras la tocaba donde ningún hombre la había tocado antes, abriéndose camino entre sus húmedos pliegues y masajeando el hinchado y sensitivo nudo, volviéndola salvaje al revolotear con la punta de la uña, para luego incrementar el ritmo y frotar en círculos, provocando aún un mayor y exquisito placer. Jadeaba como una salvaje, gimiendo su nombre, suplicando, exigiendo, sintiendo un húmedo rastro de lágrimas corriéndole por las mejillas mientras el placer crecía hasta hacerla gritar, y hundirle las uñas en los hombros mientras una oleada de placer tras otra de intenso alivio la hacían convulsionar. —Dexter —gruñó. —Ssh. Él cubrió sus mejillas con suaves besos, su boca borrando el salado camino de las lágrimas, lágrimas que no podía creer que hubiera derramado. Pero se había perdido en el momento. Sin sacar las piernas de alrededor de su cintura, él caminó hacia la orilla y hacia la gran roca chata en la que decía que había tomado el sol cuando era niño. Ahora la tendió encima y la miró. Sus pezones formaron rígidos botones ante su escrutinio. Nunca había deseado a un hombre como deseaba a Dexter. Y Mallory sabía que finalmente había llegado a ese lugar en su vida, a una encrucijada. Debía tomar una decisión: darle a Dexter su más preciado tesoro -su virginidad- o no. Siempre se había dicho a sí misma que no debía venderse barato, que le daría su cuerpo sólo al hombre que amara. En ese momento, la respuesta parecía tan clara. Quizás más clara que nada en su vida. Amaba a Dexter. Tal vez él no le correspondía. Tal vez él no sabía como hacerlo. A él nunca le habían demostrado cariño; ¿cómo podía esperarse que supiera como darlo? Extendió la mano hacia él. Un leve ceño cruzó su frente mientras la miraba fijamente, pareciendo indeciso. Rezó para que no rechazara su ofrecimiento. Dudó pero luego tomó su mano, rodeándole los dedos con la mano. Se inclinó y le besó el dorso como si pertenecieran a otra época, una época donde la galantería regía. Su corazón se hinchó con amor por él. Tiró de él queriendo sentir su cuerpo contra el de ella. Él se resistió. —Qué… —Ssh. Déjame hacerte feliz —dijo, presionándole un dedo contra los labios. —Pero tú… 143

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La silenció efectivamente al tomar un pezón en la boca. Sus palabras se quebraron en pequeños pedacitos y se fueron flotando. Esas grandes manos se movieron hacia abajo, sobre sus costillas, agarraron la cintura de sus vaqueros y comenzaron a sacárselos. Se pegaban a ella como una segunda piel. Alcanzó sus tobillos y recorrió la barrera que eran sus zapatillas. Con una pecaminosa sonrisa, le quitó primero una, luego la otra, tirándolas por encima de su hombro. Chapotearon en el río. Tiró hasta sacarle los vaqueros, dejándola cubierta sólo con las mojadas bragas de algodón y las medias blancas. Miró fijamente sus bragas, y Mallory trató de no moverse; pero no pudo contenerse. Si no la tocaba pronto, podía volverse loca. Gotas de sudor le salpicaron la frente y el valle entre los pechos cuando él le puso las manos en las pantorrillas, los dedos acariciándole la piel en un roce tan ligero como una pluma, moviéndose hacia arriba con una tortuosa lentitud, hasta que sólo usó el dedo índice de cada mano para rozar suavemente la parte interior de sus muslos. Al fin, sus manos terminaron en el nido de rizos entre los muslos. Mallory se retorció, y él complació su silencioso ruego, deslizando un dedo debajo de las bragas y apartando los húmedos pliegues. El primer roce de su dedo contra la hinchada protuberancia hizo que su espalda se arqueara, y que un bajo gemido escapara de su garganta. Mallory parpadeó hasta abrir los ojos, viendo la canopia de los árboles sobre ella a través de sus ojos nublados por la pasión. Miró el apuesto rostro de Dexter, tenía la mandíbula apretada por el control que se forzaba a mantener, todos los músculos tensos. Su mirada se deslizó hacia abajo, a su pecho y estómago, hacia la larga, y dura longitud que empujaba contra el cierre de sus vaqueros. Se estiró, queriendo acariciarlo, pero él le agarró la muñeca, deteniéndola. —Por favor —le rogó, su voz no sonaba como la propia. Él sacudió la cabeza, pero no dijo nada. Usó la mano libre para quitarle las bragas. Luego le sujetó ambas muñecas a los costados y la acercó lentamente hacia él de forma que sus piernas quedaran colgando de los lados de la roca. Luego se arrodilló entre sus muslos, y el mundo explotó en una vibrante gala de colores cuando su boca y lengua reemplazaron el dedo, acariciando, absorbiendo, revoloteando sobre la misma punta del clítoris. Mallory no supo cuándo le liberó las muñecas. Estaba perdida en las sensaciones. Pero sus manos no permanecieron ociosas. Le acariciaron el estómago y subieron pulgada a torturante pulgada hacia sus pechos, acunando, moldeando, deslizando el pulgar sobre los pezones, importunándolos. Cuando sacó las manos, pensó que moriría. Pero las necesitaba para colocarle las piernas sobre sus hombros, haciendo que su boca se apretara contra ella, abriéndola, incrementando la erótica tortura. Sus manos regresaron a los pechos, haciendo rodar los pezones entre el pulgar y el índice. Ella sacudía la cabeza hacia atrás y hacia delante, retorcía las caderas, el placer culminando hasta que el calor explotó a través de sus venas y volvió a alcanzar el clímax. La cabeza rodó hacia un costado, el cuerpo se aflojó mientras un saciado suspiro escapaba de sus labios. Se sonrió a sí misma, recordando lo impasible y clínico que había sido Dexter acerca de cómo podía hacer sentir a una mujer y cual sería el resultado. Sé qué cosas hacer para darles un gran placer, lo que, por supuesto, culminará en múltiples orgasmos. Su alarde no había sido en vano. 144

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Se estiró junto a ella sobre la roca calentada por el sol. Mallory se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro, oliendo una insinuación de colonia en su cuello. No había olvidado nada en su transición del antiguo Dexter al nuevo. Aún así, Mallory sabía que lo amaría con sus trajes de tweed y oliendo a mohosos libros antiguos. Los ojos de él estaban cerrados, un antebrazo le cubría la frente, permitiendo que ella tuviera la oportunidad de admirar los músculos de su pecho y estómago. Se encogió cuando le puso una mano sobre el pecho, abriendo un ojo y mirándola. —Hola —murmuró ella, levantándose apenas para darle un beso sobre los labios. —Hola —contestó Dexter, con la voz ronca por el control que ejercía para evitar hacerle el amor a Mallory, algo que deseaba hacer más que nada. Ansiaba hundirse en su calor, descubrir qué era lo que había estado faltando en su vida todos esos años. Sabía que la respuesta estaba allí esperando por él. Sólo necesitaba tomarla. Pero no podía. No podía hacerle el amor a Mallory, sin que ella supiera el secreto que se cernía entre ellos. Para ser sinceros, no podía tocarla como tan desesperadamente ansiaba hacer. Pero si tenía que sentir su cuerpo presionado contra el de él por mucho más tiempo, no estaba seguro de lo que haría. Su deshonestidad había causado esto, y había dejado pasar todas las oportunidades que había tenido para decirle la verdad acerca de Sarah. Sus razones habían sido absolutamente egoístas. No podía dejarla ir. Cada vez que había pensado en decírselo, se había convencido a sí mismo de que otro día no haría daño, otra hora, y ahora era otro minuto… sólo otro minuto. ¿Por qué no había escuchado a Cummings y había sido honesto con ella desde el principio? Probablemente porque había capturado su corazón desde el momento en que se había acomodado contra su pecho esa primera noche, suspirando satisfecha igual que ahora, la mejilla presionada contra su pecho, de la misma forma, haciendo que sus entrañas se contrajeran por el deseo. Quería ser el hombre del que escribía en sus libros, el hombre que existía en su mente. Quería ser su héroe. Pero no podía ser ese hombre mientras tuviera que pensara en Sarah. Sarah, que estaba esperando que él cumpliera una promesa no formulada. Dexter trató de cerrarse al ardiente deseo que Mallory provocaba en él mientras le recorría el pecho con las manos, haciendo girar un dedo contra su tetilla y luego suavemente resbalándolo por encima. Apretó los puños para evitar reaccionar, para evitar ponerla encima de él, desabrocharse los vaqueros y tomarla allí, encima de la roca salpicada por el sol, reclamándola de una forma tan antigua como el tiempo mismo. Ella se reclinó sobre un codo, sus sedosos rizos negros acariciándole el brazo, el hombro, susurrándole sobre el pecho, haciendo que cada fibra de su ser cobrara vida. Observó como su cabeza descendía, la punta de su rosada lengua deslizándose fuera de la boca para importunar su tetilla. Su cuerpo reaccionó como si hubiera sido marcado por un pincho para ganado. Afianzó la boca sobre aquel punto de placer, y él cerró los ojos apretándolos, jurándose que en un momento más terminaría ese tormento… sólo un momento más. Nunca había sido tocado de esa forma, nunca lo habían saboreado y disfrutado. Para las mujeres, había sido una especie de extraña fascinación, como una especie recién descubierta en el zoológico. Pero con Mallory, se sentía… amado. —Dexter —murmuró, mientras sus labios le recorrían el pecho ascendiendo, depositando dulces besos en la clavícula, su lengua rozando el pulso en la base del cuello, que ya latía erráticamente antes de que ella siquiera lo tocara.

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Su boca le rozó la barbilla antes de degustar su labio inferior y luego el superior. Después esa dulce boca se enfocó en la de él, importunándolo con el dulce y sedoso roce de su lengua. Aflojó los dedos, y acunó la parte trasera de su cabeza, sus labios sesgando ferozmente los de ella, tratando de transmitir lo que no podía decir. Ella se subió encima de él, los pechos rozándole levemente el pecho. Se levantó un poco y frotó los pezones tentadoramente contra su caliente piel. El sudor le empapó el cabello y le corrió por la espalda. —Mallory —gimió, tratando de encontrar las palabras que necesitaba para detener lo que estaba pasando. Estaba perdiendo el control rápidamente. Entonces, ella se montó a horcajadas sobre sus caderas, colocándose cómodamente sobre su erección, barriéndole el pecho y el estómago con el cabello mientras se sentaba lentamente. Giró las caderas, y él sintió la agonía. Pensó que había negado con la cabeza, pero no estaba seguro. Lo que sí sabía era que tenía que tocarla. Acunó sus pechos. Eran más hermosos de lo que su limitada imaginación había previsto: atrevidos, en punta, y cabían perfectamente en sus palmas. Ella tiró la cabeza hacia atrás y cuando él jugó con sus pezones, se movió más rápido sobre él. No podía hacerle el amor, pero eso no significaba que no pudiera darle placer. Amaba observar su rostro, ver el deseo en sus ojos, el leve rubor que coloreaba su piel cuando alcanzaba el orgasmo. Deslizó un dedo entre su húmeda hendidura y encontró el hinchado brote. Ella jadeó y luego gimió desde lo profundo de la garganta mientras se movía contra ella. Nunca había escuchado un sonido más dulce. Arqueó la espalda, apoyando las manos en las rodillas de él mientras él deslizaba el dedo hacia atrás y hacia delante, incrementando el ritmo con cada pasada. Gritó, su cuerpo entero tensándose, esos hermosos pechos empujando hacia el cielo, un delgado rayo de luz se arremolinó sobre las puntas rosadas. Dexter trató de resistirse pero ante la primera contracción, deslizó un dedo dentro de ella, rechinando los dientes por las ansias cuando los labios internos se cerraron en torno a él… una y otra y otra vez, húmedo calor fluyendo sobre él como la miel. Lentamente, ella abrió los párpados, y él fue golpeado por la fuerza completa de esos ojos dorados, y supo que estaba perdido, completa y absolutamente perdido. Ella llevó la mano hacia la cintura de sus vaqueros y le desabrochó el botón. Rápidamente le tomó la muñeca. —¿Qué estás haciendo? Ella lo miró, con una dulce y traviesa sonrisa en la pícara cara. —Quiero tocarte… ahí. ¿Por qué tenía que decirlo de esa forma? ¿Con un delicioso ahogo en la voz? Hacía que deseara olvidar todas sus promesas, olvidar que tenía obligaciones, olvidar su vida y quedarse con ella, aquí en estos bosques, construir una cabaña y convertirse en granjero. Era un hermoso sueño, pero era demasiado malditamente pragmático, era demasiado científico, demasiado pensador para creer que sería tan fácil. —Creo que será mejor que nos vayamos. Pronto la sonrisa abandonó su rostro. —Pero… ¿Por qué? Dexter oyó la no formulada pregunta en la voz, la que inquiría si había hecho algo mal. No sabía que el problema era él y no ella. Sabía que iba a decírselo todo; pero necesitaba encontrar las palabras adecuadas y el momento oportuno, y éste no lo era, no cuando acababan de compartir algo tan especial. 146

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No quería arruinar el recuerdo con conversaciones acerca de otra mujer ni recriminaciones. Ésta podía ser la última vez que Mallory se dignara a mirarlo, tocarlo como si le importara, y deseaba preservar ese momento. Esa noche se lo diría. Usaría el resto del día para elaborar los cómos y porqués. Una pequeña voz le advirtió que estaba evitando lo inevitable, pero se negó a creer que era eso lo que estaba haciendo. —Creo que debemos volver. Tengo algo… de trabajo que debo hacer. —Trabajo. —Esa palabra salió como una acusación, como si pudiera ver a través de él y supiera que le estaba ocultando algo, o que creyera que su trabajo era más importante que ella. Nada más alejado de la verdad. Se deslizó saliendo de arriba de él, y él se odió a sí mismo, se odió más de lo que había hecho todos esos años que había sabido que era diferente. Recogió la camisa y se la puso por la cabeza, olvidándose del sostén, que Dexter sospechaba que se había hundido en el fondo de río. Dexter trató de no mirar sus pechos, la forma en que la camisa abrazaba sus contornos, esas dulces y duras puntas presionando contra el tejido, haciéndole anhelar tocarlos nuevamente, para recordar el peso en las palmas y la sedosa suavidad de su piel. Caminaron de regreso al coche en silencio. La dejó conducir, su sentido de la aventura lo había abandonado cuando la realidad y su deshonestidad se habían interpuesto entre él y Mallory. Mallory miraba directo al frente, cada kilómetro poniendo a prueba la resistencia de sus nervios. Una vez más había abierto su corazón para ser herida. Se había ofrecido a sí misma a Dexter, y la había dejado de lado. ¿Acaso toda la emoción que había visto en su rostro y ojos era sólo parte del juego, un componente de su proyecto? No tengo intenciones de hacerle el amor. Una vez él había dicho esas palabras y las había seguido al pie de la letra. ¿El tiempo en el río había sido una forma de decirle gracias por las enseñanzas que le había proporcionado? ¿Un plus en especies? ¿Ofreciéndole una muestra de lo que no podía tener? ¿O podría haber sido su forma de probarse a sí mismo que todo en él había cambiado y que se había convertido en la fantasía de cualquier mujer? Su cuerpo todavía vibraba por el toque de sus manos y su boca. Le había impreso su recuerdo en el corazón tan indeleblemente como se lo había impreso en la mente. Aún así sólo la había dejado deseando más, anhelando la única cosa que no le daría. No a ella. El coche apenas se había detenido en la puerta principal cuando Cummings salió. Al observar su rostro, un escalofrío de presentimiento recorrió la espina dorsal de Mallory. Obviamente Dexter lo había visto también, ya que salió del coche primero. —¿Qué pasa? —preguntó, encontrándose con su amigo entre el coche y la puerta principal. —¿Has visto el periódico de hoy? —No, no tuve oportunidad de leerlo esta mañana. ¿Por qué? ¿Qué ocurre? La expresión de Cummings era torva cuando le entregó a Dexter el periódico que tenía debajo del brazo. Dexter miró aprensivamente a su amigo y luego a Mallory antes de abrir el periódico bruscamente. El titular era tan intenso como un faro en una noche sin luna. ¿UNA CURA PARA LA IMPOTENCIA DE LAS MUJERES? Mallory se sintió aterrada mientras observaba el artículo que ocupaba una página entera, en el centro y debajo del titular, había una foto a color de Dexter. Su mirada flotó 147

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hacia abajo, hacia una foto que había en la esquina del artículo, hacia un rostro que veía todos los días. El suyo. Debajo de la foto decía: El mundialmente renombrado científico sexual revela la fórmula secreta a una escritora romántica de Nueva York. —También está en la televisión —dijo Cummings. Cuando Mallory levantó la mirada, encontró a Dexter mirándola fijamente, con los ojos llenos de dolor y acusación. No le dijo nada. En vez de ello, tiró el periódico al suelo y se fue rabiando hacia la casa, dirigiéndose directamente a su estudio. Mallory lo persiguió. Su gruñido de angustia reverberó debajo del alto techo del vestíbulo, aún así entró en la guarida del león, Cummings le pisaba los talones. Dexter se dio la vuelta cuando la escuchó entrar, libros y documentos desparramados a su alrededor; la carpeta no estaba a la vista. —¿Por qué? —demandó. —Dexter, yo no… Barrió el aire con la mano, la salvaje mirada en sus ojos la interrumpió más efectivamente que cualquiera palabra. —Confié en ti como nunca había confiado en nadie más. Te dejé leer mi investigación porque tontamente creí que estabas interesada. —¡Lo estaba! —¡No me mientas! —Dex, mira, no debes… —dijo Cummings, dando un paso al frente. Apuntó con el dedo a Cummings. —¡Demonios, quédate fuera de esto! Fue por tu maldito consejo que la traje aquí. La mandíbula de Cummings temblaba furiosamente, y Mallory temió que los hombres llegaran a las manos. Sin pensar en su seguridad, se puso enfrente de Cummings. Los ojos de Dexter se estrecharon en ella, y supo que su acción sólo había empeorado las cosas. —Dexter, por favor, escúchame —suplicó—. No sé cómo han obtenido los periódicos la información acerca de tu investigación. Lo juro. —¿No lo sabes? —Tenía los labios curvados con desdén—. ¿Deberé aclarártelo entonces? ¿Recordarte la carpeta que dejé en tus manos? ¿Tal vez deba volver a revivir la escena? ¿Qué crees que hará falta? Porque yo lo recuerdo todo vívidamente. No creo que pueda olvidarlo nunca. —Sabes que nunca te lastimaría de esa forma. —Dio un paso tentativo hacia él. Él retrocedió. Ella se tambaleó como si le hubiera dado un golpe físico—. Sé cuanto significa tu trabajo para ti. —¡Nunca te importó un comino mi trabajo! Y nunca te importé un comino yo mismo, ¿no es así? Todo fue un ardid para poder poner las manos sobre ese material. —¡No! —Sacudió la cabeza—. Ni siquiera quería verlo. —Eso no es lo que yo recuerdo. A mí me pareciste muy interesada. Obviamente eres una actriz consumada. ¿Todo lo demás también fue una actuación? Mallory sabía lo que le estaba preguntando, y le dolió infinitamente. —No, no fue una actuación. Yo te… —¡No lo hagas! —le advirtió—. No lo digas. —Se pasó una mano por el cabello—. Sólo dime, ¿es esto lo que planeabas desde el principio? ¿Me has estado engañando todo este tiempo? —¡Nunca te engañé acerca de nada! —Mallory creyó ver una momentánea vacilación en sus ojos. Remordimiento, ¿quizás? ¿O algo más profundo?—. No mentiré diciéndote 148

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que no sabía nada acerca del trabajo que te ocupaba. Mi editora me dijo algo acerca de tu investigación antes de que viniera aquí. —¿Así que urdiste este plan con tu editora? —¡No! ¡Por supuesto que no! —Entonces, ¿qué fue lo que pasó? ¿Llegaste aquí y decidiste que la información era demasiado conveniente para prescindir de ella? ¿Máxime cuando puse la carpeta en tus manos y prácticamente te forcé a leerla? ¿Pensaste que era una invitación abierta a poner en conocimiento del mundo el resultado de mi trabajo? —Si sólo me escucharas. —Pero sabía que estaba más allá de la razón desde el instante en que había abierto el periódico. Aún así, tenía que intentarlo—. Admitiré que mi editora me sugirió que te entrevistara, que descubriera algo acerca de tus investigaciones, pero le dije que no lo haría. —Oh, ¿así que ahora eres noble? ¿Es eso lo que me estás diciendo? —dijo, riéndose burlonamente de ella. —Te estoy diciendo la verdad. —La verdad. —Su expresión se endureció hasta volverse un agudo filo, convirtiéndolo en un hombre que no había visto antes—. ¿Quieres decir que no te vendiste a ti misma a mí para pagarle al corredor de apuestas de tu hermana? A Mallory se le fue todo el color del rostro. —¿Cómo… cómo te enteraste de lo de Bruno? —Te lo dije una vez, soy porfiado con mis investigaciones. ¿Cómo crees que logré que vinieras aquí? Sabía que tu hermana le debía una considerable cantidad de dinero a este personaje, Bruno. No hago nada sin saber en lo que me estoy metiendo. Mallory reprimió las lágrimas que afluían a sus ojos. No lloraría. No enfrente de este hombre frío y sin corazón. —¡Cómo te atreves a acusarme de usarte! Nunca fui nada más para ti que un conejillo de indias que usar en tu preciada investigación. ¡Así que no te atrevas a señalarme con el dedo! —Nunca te mentí acerca de tu papel. Sabías lo que quería desde el principio. Las emociones amenazaban con ahogar a Mallory. —Sí… lo sabía. Y fui más tonta de lo que tú podrías ser alguna vez. El enfado en sus ojos la caló hasta los huesos. Él recogió uno de los libros desparramados en el suelo y lo tiró sobre la repisa, destrozando un reloj de teca. Mallory retrocedió cuando el reloj se rompió, y las piezas formaron un arco en el aire. Cummings se abalanzó contra Dexter y le agarró la muñeca. —¡Maldita sea, Dex! ¡No sabes si Mallory tuvo algo que ver con esto! La estás acusando sin ninguna prueba. —Entonces, ¿me estás diciendo que vendiste información acerca de mí a los periódicos, Cummings? ¿Es eso lo que estás tratando de decir? —Me conoces demasiado bien como para hacerme esa pregunta. Dexter tiró de su brazo librándose del agarre de Cummings. —Lo sé. Por lo que eso nos deja a la única otra persona a la que le mostré mis investigaciones. —Giró la mirada hacia Mallory, los ojos más fríos que el Mar del Norte y dijo—. Es decir, usted, señorita Ginelli. Un amargo viento sopló sobre el corazón de Mallory. —Detén esto antes de que sea demasiado tarde —urgió Cummings. Dexter caminó a zancadas hacia la ventana, observando el fundido globo que era el sol descender detrás del horizonte. 149

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—Ya es demasiado tarde. —dijo en una voz carente de emociones—. Ha sido demasiado tarde desde el primer momento en que posé los ojos sobre ella, desde el segundo en que me permití a mí mismo olvidar quién era y las promesas que había hecho.

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CAPÍTULO 22 Mallory miraba por la ventana de la habitación hacia el cielo nocturno sin estrellas, no había ni rastro de la luna. Se aproximaba una tormenta, el viento comenzaba a azotar los árboles, el frío se colaba por las piedras, las primeras gotas de lluvia gruesas salpicaban el alfeizar. Aún así, la tormenta en el exterior no podría igualar la tormenta interior de Mallory ante la acusación que Dexter le había lanzado, las palabras de él se repetían una y otra vez en su mente. ¿Quieres decir que no te vendiste a ti misma a mí para pagarle al corredor de apuestas de tu hermana? Había averiguado todo sobre Genie, y había usado aquel punto débil contra ella. Él no era una víctima inocente, y no le rogaría que creyese que le había dicho la verdad. De todas formas, era una batalla perdida. Todo apuntaba en dirección a ella. Además, si su palabra no era suficiente, entonces, ¿qué lo era? Apartó de un golpe las lágrimas que le caían sobre las mejillas, enfadada. No lloraría, no por un hombre que confiaba tan poco en ella como para creer que era capaz de tal traición. Ya no habría más retrasos, no más preguntarse cuándo llegaría el final. Había llegado. Era el momento de volver a casa. Hizo reservas de avión para todas, preguntando por el vuelo de ida más temprano, deseando que hubiese algo para el día siguiente, y sintiéndose decepcionada cuando descubrió que no lo había. Sin embargo, la suerte estaba de su lado. Había un vuelo disponible por la mañana temprano para pasado mañana, el avión sólo estaba lleno a medias de acuerdo a la recepcionista, porque una convención de Star Trek había sido cancelada en el último minuto. Mallory podía imaginarse pasando seis horas con un grupo de Trekkies sometiéndose los unos a los otros al Pellizco Vulcano. Se movió hasta el espejo, pasándose ausente el cepillo por el pelo, con intenciones de levantarlo como hacía siempre para mantener la inmanejable masa de pelo lejos de su cara. Su mano se detuvo cuando recordó que le había pasado a su última cinta para el pelo, cómo había sido llevada cuando se sumergió en el arroyo, yendo a parar de cara al pecho de Dexter cuando salió a la superficie. Él había deslizado una gentil mano por el pelo de ella, diciéndole lo hermosa que era, devorándola con la mirada. Mallory cerró los ojos y dejó fuera el pensamiento incluso mientras comprendía que nunca borraría el recuerdo de la caricia de Dexter o la forma en que la había hecho sentir. Bajó el cepillo y se encaminó a la puerta, dispuesta a encontrar a su familia y decirles que había llegado la hora de volver a Nueva York. Hizo una pausa, la mano en el pomo, cuando oyó un crujido desde debajo de su cama. Un segundo después, un pequeño y peludo cuerpo salió volando y se tiró hacia su pierna. El grito murió en los labios de Mallory cuando se dio cuenta de que sólo era Rosie, la mona de Dexter. Aparentemente, Rosie había decidido en renovar su relación de forma muy parecida a la que se había presentado originalmente, sólo que esta vez Mallory no estaba dormida y Dexter no estaba de pie delante de ella. Mallory arrancó a Rosie de su pierna cuando la traviesa mona comenzaba a jugar con los lazos de su zapato, probablemente con intenciones de atarlos. Alzando a Rosie en brazos, Mallory miró a su huésped no invitada a los ojos. 151

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—¿Puedo saber qué estás haciendo aquí? Ésta no es tu habitación. —Claro que tampoco era la de Mallory. Apartó a un lado el melancólico sentimiento que la sobrecogió —. Me iré pronto, y podrás recuperar tu habitación de juegos. ¿De acuerdo? Rosie parloteó sin parar, su pequeña cara en forma de león animada mientras enredaba los dedos en el collar de Mallory, tocándolo con un dedo y luego decidiendo comprobar qué gusto tenía. Mallory tiró del collar para alejarlo. —Me gustaría conservar esto, si no te importa. Rosie siguió imperturbable pese a haber perdido su juguete y rápidamente encontró otro. El pelo de Mallory. Envolvió un buen trozó alrededor de un negro aunque muy humano dedo. Entonces el pelo de Mallory siguió el mismo camino que su collar, al interior de la boca de Rosie. Mallory no pudo resistirse a sonreír. —¿Cuándo fue la última vez que comiste? —preguntó, recuperando su pelo. Rosie rebotó contra su brazo haciendo agitar el adorable vestido que llevaba, incluyendo la ropa interior a juego con un diseño de capullos de rosa de color rojo—. ¿Éste es tu vestido para tu nuevo novio? Mallory recordó a Dexter contándole que acababa de integrar a Rosie con algunos de sus compatriotas tamarindos. Había dicho que era tiempo de que volviese con los de su clase. Rosie también tenía que elegir un compañero. Dexter esperaba devolver a Rosie algún día a su territorio natal y liberarla a ella y a otros monos. Dexter podía ser un hombre de lo más amable y compasivo cuando se trataba de sus animales. Con los humanos, sin embargo, la historia era diferente. El triste pensamiento que Mallory había desterrado, descendió sobre ella una vez más. Acolchó la cama y dejó a Rosie en el medio. —Tengo que irme, pero puedes quedarte aquí y jugar si quieres. Simplemente mantente alejada de mi ropa interior, ¿vale? Mallory se giró para irse, pero Rosie le envolvió los largos y delgaduchos brazos alrededor de la cintura. —Me alegro de que ahora te guste, pero tengo que encontrar a mi familia. Quizás podamos jugar más tarde. Claramente, a Rosie no le gustaba el plan. Comenzó a dar manotazos en la cama y a parlotear de modo estridente. Luego, como un resorte, saltó de la cama de Mallory a la plegable de Genie y tiró de la manta hasta colocarla sobre su cabeza. Mallory rió mientras el pequeño cuerpo de Rosie se meneaba debajo de la manta. Mallory podía imaginarse la expresión de su hermana si entrase en la habitación en aquel momento y viese levitar la manta. Ciertamente, Genie creería que el hombre del saco había embrujado Braden Manor. —De acuerdo, señorita, es suficiente. —Mallory se acercó a zancadas hacia la cama plegable para salvar las posesiones personales de Genie de la cólera de la traviesa mona. Rosie pensó que era de lo más divertido y comenzó a agitarse como una niña hiperactiva de dos años, lo que en realidad era. Mallory iba a levantar la manta de la cabeza de Rosie cuando algo salió volando hasta el suelo, un pedazo de papel que había sido metido bajo el colchón. Mallory lo recogió, y descubrió que era una copia de una hoja de embalaje para el correo express. Reconoció la letra de su hermana inmediatamente, y casi igual de rápido notó la dirección del receptor. The London Times. Contenido: una carpeta. 152

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La sangre abandonó el rostro de Mallory. Genie había cogido la carpeta. Genie la había enviado al periódico. Genie había sido la brecha ponzoñosa entre Mallory y Dexter. ¿Cómo había sabido su hermana la importante información que contenía la carpeta? No tenía sentido. Tenía que haber un error. Mallory no había hablado del estudio de Dexter con nadie a excepción de Freddie, y Freddie no diría nada. Entonces un recuerdo le cosquilleó en la mente sobre el sitio donde Freddie y ella habían hablado de la carpeta. Allí mismo, en su habitación; Genie en la cama plegable no demasiado lejos. Pero su hermana había estado dormida. ¿O no? Mallory negó con la cabeza. Genie no haría algo tan despreciable. No caería tan bajo. Pero, ¿no había sido arrestada por robo más de una vez? Mallory quería eliminar aquel pensamiento, encontrar una excusa para las acciones de Genie como hacía siempre, pero no pudo. No esta vez. Ya no podía seguir salvando a Genie de sí misma o seguir siendo la cabeza de turco de su hermana. Los problemas de Genie se habían intensificado sin parar. Mallory nunca habría imaginado, ¿o quizás nunca había querido creer que su hermana le daría tal revés? No importaba que Genie le hubiese robado a Dexter y no a ella. Genie tenía que haber sabido que sus acciones le harían daño también a Mallory. El dolor y la rabia bullían dentro de Mallory a fuego lento. ¿Cómo podía hacerle Genie algo así después de todo lo que había hecho por ayudarla? ¿Podía su hermana haber dejado una pequeña esquina en la vida de Mallory sin manchar con falsedades y mentiras? Giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta. La añadida desesperación por la traición de Genie amontonada encima de la deserción de Dexter no dejaba que Mallory sintiera nada excepto la necesidad de dar golpes a diestro y siniestro. Abrió la puerta y estuvo a punto de chocar con su hermana. Genie saltó hacia detrás, diciendo: —Colega, Mal, ¿dónde está el fuego? El simple hecho de ver a su hermana hizo que la compuerta que llevaba tanto tiempo aislando el daño y la rabia en Mallory se abriese de golpe. —¿Es que no hay nivel al que no te rebajarías? —le dijo mordaz, cansada de ser el felpudo en el que su hermana se limpiaba los pies, cansada de esperar a que cayese el próximo zapato. Simplemente estaba cansada de todo eso—. ¿Es que ya nada te desconcierta? ¿O es que te has vuelto tan poco compasiva que todo te da igual? ¿Como joder a tu propia familia? —¿De qué estás hablando? Mallory agitó el papel ante la cara de Genie. —¿Te suena esto? Su hermana le arrancó de golpe el papel de la mano. —¿Qué haces fisgoneando en mi cama? —¡Tienes tanta cara como para castigar a otras personas por fisgonear cuando no eres más que una sucia ladrona! ¿Cómo pudiste, Genie? ¿Cómo pudiste quitarle la investigación a Dexter y dársela al periódico? Genie intentó apartar a Mallory de un empujón y entrar en la habitación, pero Mallory no se movió. —¡Sal de mi camino! —¡Vete a la mierda! —¡No te debo ninguna explicación! —No, me debes mucho más que eso. —Bien, pues únete al jodido club. 153

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Mallory se quedó anonadada ante la frialdad en el tono de su hermana. —¿Qué te pasa? Te has vuelto muy dura, Genie. ¿Ya nada te importa? —¿Dónde has estado, Mal? —Preguntó Genie con sorna—. Dejó de importarme todo hace mucho tiempo. Mallory vio la cruda realidad de aquello en los ojos de Genie. —¿Ni siquiera tu familia? Genie se mofó y se giró de espaldas a Mallory. —Especialmente mi propia familia. —¿Por qué, Genie? ¿Qué te hicimos? Hicimos lo que pudimos para ayudarte. —Quizás me cansé de intentarlo. —Algo de furia había abandonado la voz de Genie—. Quizás me cansé de todo. Mallory se movió para colocarse de frente a su hermana. —Sé que no ha sido fácil hablar conmigo estos pasados años. Unos centelleantes ojos verdes se alzaron para atravesar a Mallory. —¿Tú crees? Mallory colocó una mano sobre el hombro de su hermana. —Siento no haber tenido más tiempo para ti. Mallory se encogió de hombros para apartar la mano de Mallory. —Oh, déjalo, ¿vale? Estoy cansada del rollo de la santa. Mallory la perfecta. Mallory la talentosa. ¡Mallory, Mallory, Mallory! El despiadado rechazo de Genie reavivó la furia de Mallory. —Estoy cansada de tus trucos. No volveré a echarte un cable nunca más. —¡Entonces no lo hagas! Simplemente déjame en paz. —Bien. Pero le debes una explicación a Dexter. Sólo ha sido amable contigo, y ¿ésta es la forma en que se lo pagas? —¿Por qué le das tanta importancia a esa estúpida investigación? El mundo habría tenido noticias de ella tarde o temprano. —Genie la miró, su mirada calculadora y recelosa—. Lo quieres, ¿verdad? Por eso estás tan disgustada. —Permíteme aclararte que lo que sienta o no por Dexter no te incumbe. Estoy disgustada porque tú me importas, incluso aunque no te importes a ti misma. Genie sostuvo la mirada de Mallory durante un segundo y luego la apartó. —Bien, lo hecho, hecho está y no puede deshacerse. — Pero puedes compensarlo con Dexter. —¿Qué sentido tiene eso? —¿Auto respeto? —Auto respeto. —Genie sacudió la cabeza—. Ésa es buena. Mallory quiso sacudir a su hermana, hacerla abrir los ojos y ver de qué forma estaba destruyendo su vida. —Cada vez que creo que vas a cambiar, me decepcionas. —¿Y qué hay de nuevo en eso? —¿Fue por dinero? ¿Por eso lo hiciste? —¿Y si fuese por eso, qué? ¿Sería una sorpresa? Mallory sintió cómo se le escapaba el tenue control. —¿Vuelves a deberle dinero a Bruno, verdad? ¿Verdad? —exigió cuando su hermana apretó la mandíbula. —¡Sí! ¿Estás contenta ya? Mallory apretó los ojos cerrados. —No puedo creerlo. —Sacudió la cabeza—. Después de todas las veces que te he rescatado de ese baboso gusano, haces esto. 154

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—¡No necesito que me rescates! Puedo cuidar de mí misma. Los ojos de Mallory se abrieron de golpe. —Entonces, ¿por qué no lo haces? Por el amor de Dios, Genie, ¿por qué no puedes parar de hacer cosas así? —¡No lo sé! —gritó su hermana—. ¿Por qué no puedes parar tú de ser la Señorita Todo lo Arreglo? Eres tan recta. Crees saber lo que es mejor para todos. Bien, ¡pues no lo sabes! ¡No necesito que me digas qué hacer con mi vida! —Nunca he intentando decirte qué hacer con tu vida, pero Dios sabe que necesitas que alguien lo haga por la forma en que lo fastidias todo. —¡Quizás si no hubieses alejado a papá, no habría tenido tantos problemas! El dardo dio en la diana. Mallory sintió el ya viejo y familiar estrangulamiento en el pecho, la presión que se abría paso por ella cada vez que mencionaban a su padre. —¿Eso te deja callada, eh? —La provocó Genie con malicia—. Porque sabes que tengo razón. ¡Tu bocaza arruinó la vida de todos! —Hice lo que creí mejor. —Hice lo que creí mejor —la imitó Genie con crueldad—. ¿Quién te nombró hada madrina? Sólo tenías quince años. —¡Y tú sólo siete! —Sí, sólo tenía siete años y era huérfana de padre. ¡Gracias a ti! Nunca llegué a conocerlo. Me arrebataste eso. Mallory no sabía si era mejor sacudir a Genie o abrazarla con fuerza, recordarle a su hermana los días en que habían sido amigas o simplemente dejarla ir. Pero los días que Mallory quería revivir estaban demasiado lejos, parecía que hacía toda una vida, y ahora el regreso había vuelto para perseguirlas. —¿Es posible que no recuerdes lo que pasó? —preguntó Mallory, incapaz de creer que su hermana hubiese podido olvidar completa e irrevocablemente la fealdad que había sufrido su familia. —Sólo querías librarte de papá porque me quería más a mí que a ti. Odiabas que pasara más tiempo conmigo, que me leyera y me cantara para acostarme por las noches, que me dejase acurrucarme en su regazo y… —Las lágrimas se atascaron en la garganta de Genie, el corazón dolido—. Te odio —le dijo en un desigual susurro. Mallory se acercó a su hermana, deseando reconfortarla; pero Genie se precipitó hacia detrás, fulminándola con la mirada como si fuese su enemiga, y Mallory supo que eso es lo que era a ojos de Genie. Su hermana necesitaba descargar su rabia, y durante diez años, Mallory había aguantado los abusos, quizás esperando a que su hermana venciese su rabia. En ese momento Mallory pudo ver que la rabia sólo había aumentado. Ya no podía seguir ocultándose detrás del silencio. —Genie, tú sabes la razón por la que papá se fue. La angustia estaba gravada en la cara de Genie. —¡Déjame sola! ¡No quiero escucharte más! Mallory inspiró profundamente, buscando la fuerza en su interior, sabiendo que la necesitaría más que nunca. —Se fue porque lo amenacé con contarle a la policía lo que te estaba haciendo. Genie apretó las manos sobre sus orejas. —¡No quiero oírlo! —Le dije que si volvía a tocarte, le mataría. Genie sacudió la cabeza salvajemente. —¡No! ¡No lo hizo… yo era su princesa! 155

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Las lágrimas que Mallory se había negado a derramar aquellos años empezaron a recorrer sus mejillas. —Abusó de ti, Genie. Hizo cosas que un padre nunca debería hacerle a su hija. Un escandalizado grito ahogado llenó el aire. La mirada de Mallory se movió con rapidez hacia el sonido para ver a una figura emergiendo del abrazo de la oscuridad en el débilmente iluminado corredor. Su madre. Su madre, quién nunca había sabido nada sobre aquel horrible secreto. —¿Has notado alguna vez lo bueno que es el alcohol como antiséptico? —Preguntó Dexter pronunciando mal, mirando de forma sesgada al hombre que había aparecido detrás de él—. Especialmente si lo aplicas internamente y en abundancia. —Quizás se atara una liga alrededor del cuello y se dejase hundir hasta el fondo de una botella de corona, la bebida que le gustaba a Mallory. Parecía adecuado. —Depende de lo que estés intentando olvidar —contestó Gustav, la preocupación era evidente en sus ojos, una compasión que Dexter no quería ver—. O funciona en conciencias culpables… o un corazón herido. Un corazón herido. ¿Era por eso por lo que le dolía tanto?, se preguntó Dexter, mirando hasta el final de la cuesta que él y Gustav habían subido, su mirada fue atraída hacia el oeste, donde Mallory y él habían pasado una relajada tarde junto al arroyo, donde se había permitido acercarse a ella, no sólo físicamente, sino mental y emocionalmente. Algo que había jurado que no dejaría que pasase. No podía distinguir nada bajo el manto de oscuridad, pero podía ver el valle en su mente como si fuese de día. Podía imaginar la hermosa cara de Mallory resplandeciente por el deseo, sus pechos alzarse y caer mientras él la acariciaba, su calor líquido cubriendo sus dedos mientras la hacía tener calor… una calor que todavía bramaba en él ahora, sin amainar y haciéndolo martillear con la necesidad de alcanzar una satisfacción. El tiempo igualó su humor. El viento comenzó a silbar entre los árboles, levantándose poco a poco, el aire olía a lluvia, el trueno se avecinaba en las distantes nubes, al ritmo de las emociones que se agitaban dentro de él. Descansó una mano en el nudoso tronco de una vieja haya. En la base había dos placas conmemorativas. No estaba seguro de qué lo había atraído hasta aquel lugar, hasta las tumbas de sus padres. Quizás simplemente había sido la necesidad de salir de casa. O quizás había ido a exorcizar sus demonios. —Mi corazón no está herido —dijo por fin—. Sólo mi orgullo. —Sólo su alma. Dexter levantó la botella escocesa y la sacudió; decepcionado al ver que estaba casi vacía. No importaba. Tenía una bodega llena de alcohol. Podría permanecer borracho hasta que cumpliese los noventa y nueve o hasta que olvidase la traición de Mallory, lo que llegase primero. El pensar en ella le dolió, así que se llevó la botella a los labios para darle otro trago. —Mientes bastante bien, chico. Dexter entrecerró sus empañados ojos hacia Gustav. —No me analices, Gustav. No eres Freud. Déjame solo para emborracharme en paz. Gustav miró hacia el cielo nocturno que se extendía ante ellos como una enorme pantalla de cine. —Siempre fuiste un maestro complicando las cosas. La risa de Dexter fue una burla de sí mismo. 156

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—Dios no quiera que hiciera las cosas de la forma más fácil. ¿Verdad? O de pensar que alguien especial y raro había llegado a su vida, que quizás la felicidad estaba finalmente al alcance de la mano. Se quedaron en silencio largo rato, ambos mirando el cielo. Dexter localizó a Orión, el cazador gigante, perseguidor de las Pléyades, las cinco hijas de Atlas metamorfoseadas en estrellas. Amante de Eos, la diosa del alba, y finalmente asesinado por Artemisa, la diosa virgen de la caza y la luna. El pobre bastardo había sido eliminado por una mujer. Dexter entendía cómo se sentía. Dexter deseó que Gustav se fuese tan silenciosamente como había llegado, dejándole disfrutar su ataque de autocompasión, pero conocía demasiado a su mentor para pensar que eso pasaría. Gustav se giró hacia él. Dexter pudo sentir aquellos penetrantes ojos grises analizándole la cara, mirando bajo la superficie. —Entonces, ¿qué pasa ahora? —Nada. —¿Y con la señorita Ginelli? Dexter torció la mandíbula. —¿Qué pasa con ella? —Ya sabes que se irá. —Lo sé. Dexter apartó la mirada, no quería que Gustav viese la verdad, que supiese que una enorme pieza de su corazón se iría con Mallory cuando se fuese. Se odiaba a sí mismo por querer que se quedase, por querer decirle que él era el que se había quedado corto. —Entonces, ¿qué harás? Sí, Harrington, ¿qué harás? —Mañana voy a Londres a ver a Sarah. —¿Así que tienes intenciones de seguir con la proposición de matrimonio? —Por supuesto. —¿Pero de verdad tenía intenciones de seguir? ¿Era por eso por lo que iba a Londres? ¿O iba a decirle a Sarah que nunca sería un buen marido para ella, no cuando amaba a otra mujer? No sabía lo que le diría hasta que estuviese allí, hasta que viese a Sarah. Cualquiera que fuese su decisión, tenía que hablar con ella. Se lo merecía. Había estado huyendo cuando había ido a Gales, sabiendo que Sarah estaba en medio del remolino social londinense, demasiado ocupada para presionarle para que se comprometiese. Gustav sacudió la cabeza. —Creí que habías olvidado esa estupidez. Después del cambio que vi en todo… Dexter echó un vistazo a su ropa. No se había quitado las ropas que había llevado puestas en el arroyo. Todavía estaba en vaqueros, camiseta, y la chaqueta negra de cuero. ¿Qué había querido alcanzar en realidad con todo aquello? No parecía valer lo que había ganado… y luego perdido. —Las ropas no cambian al hombre, Gustav. Dexter lo había aprendido de la forma más difícil. —No hablaba de tu ropa. Hablaba de ti. Eres diferente. —No soy diferente a como era antes. Un aburrido científico. ¿Por qué habría creído que podría llegar a ser lo que no era? Quizás porque había deseado tanto cambiar… pero no por ninguna de las razones que había llegado a imaginar en un principio. —Quizás quieras creerte esa tontería; pero no eres el mismo hombre, y creo que tiene que ver con la vivaz señorita Ginelli. Crees que te traicionó, amigo mío, pero algo me dice 157

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que no lo crees por completo. Así que la cuestión es, ¿por qué has usado este incidente como excusa para sabotear lo que tenéis los dos? Dexter se alejó de un empujón del árbol. —No hago eso. No tenemos nada empezado, así que no hay nada que sabotear. —Oh, sin duda tenéis algo, algo muy especial. Mis ojos no me engañan. Tú la quieres. Lo dijiste. ¿Qué te obliga a negarlo ahora? Dexter abrió la boca para rebatir la afirmación de Gustav, pero nunca sería capaz de convencer a su amigo de que no quería a Mallory, no si ni siquiera podía convencerse a sí mismo. En el fondo, estaba tan endemoniadamente asustado que temblaba de miedo, miedo a no estar a la altura de las expectativas de Mallory, de no ser el hombre que ella quería, que necesitaba, miedo de decepcionarla. No quería ser el hombre que toda mujer deseaba. Sólo el que deseaba aquella mujer. Gustav puso una reconfortante mano sobre el hombro de Dexter. —Ella no te traicionó. Si hubieses visto la desconsolada mirada en sus ojos cuando pasó corriendo a mi lado en la entrada, sabrías que nunca te habría hecho algo así. Dexter vio como su mundo se derrumbaba a su alrededor cuanto más intentaba aferrarse a lo que quedaba. —Déjalo estar, Gustav. Es mi vida. Gustav asintió sabiamente. —Es verdad, y aún así no puedo ayudarte sino preguntarme cuándo lo comprenderás por fin. Dexter lo entendía. Mallory le había enseñado lo que se estaba perdiendo, lo que podría tener y a lo que estaba renunciado debido a su detestable testarudez y su inoportuno honor. Él le había devuelto el favor con acusaciones. Gustav se giró para marcharse, aunque hizo una pausa y dijo sobre su hombro. —El amor que refrenamos es el que nos sigue todos los días de nuestra vida. Recuérdalo, chico. Dexter vio cómo la noche se tragaba a Gustav, sabiendo que no habría palabras más verdaderas que las últimas que había pronunciado su amigo. Si dejaba ir a Mallory sin decirle cómo se sentía, lo lamentaría el resto de sus días. Se arrodilló al lado de las placas conmemorativas, la única cosa que tenía para recordar a sus padres, puesto que sus cuerpos nunca habían sido recobrados del mar después de que su avión se estrellara. Apartó un poco de hierba que trepaba sobre el borde de las lápidas y luego sacudió las hojas y los escombros que cubrían parcialmente las palabras, la promesa para la cual había vivido cada uno de los Harrington. Deber, honor y sobre todo, respeto. Había intentando vivir según ese credo durante tres décadas, encajar en él, deseando desesperadamente sentir que era un verdadero Harrington y no el experimento erróneo de algún laboratorio. Pero se daba cuenta ahora que no era sólo que deseara ser un verdadero Harrington lo que lo había guiado, sino el anhelo de saber a qué sitio de aquel mundo pertenecía. Después de tanto tiempo, por fin había encontrado su lugar, su razón para existir, Mallory. Había sido creado para amarla, y si ella le daba otra oportunidad, haría que cada día fuese tan maravilloso como cuando se ponía el sol sobre Braden Manor. —¿Dex? —lo llamó una voz—. ¿Estás ahí arriba? 158

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Dexter se levantó y miró la oscuridad que se había tragado a Gustav hacía poco. Cummings apareció de pronto, apresurándose bajo la cubierta protectora de los árboles cuando los cielos se abrieron, y la lluvia comenzó a caer. —¿Qué estás haciendo? —preguntó Dexter. Cummings se pasó la mano por el húmedo pelo. —Estaba planeando interpretar una vieja danza de la lluvia india, pero como ves no hace falta. ¿Qué crees que hago? Te buscaba. —Bien, me has encontrado. —Ya veo. Escondiéndote, ¿eh? Dexter suspiró para sus adentros. Al parecer su destino era no tener paz. —¿Qué quieres? —¿Tú qué crees? Dexter tenía una idea. Pero la última cosa que necesitaba en ese momento era otra persona regañándole por su comportamiento con Mallory. Había sido la estrella de su propio concurso de idiotas desde que había huido de la oficina. —Mira, sé que sólo intentas ayudarme, pero quiero estar solo. ¿De acuerdo? Necesitaba tiempo para pensar qué iba a decirle a Mallory. Cummings se frotó el pulgar y el índice juntos y los mantuvo enfrente de la cara de Dexter. —¿Sabes qué es esto? Es el violín más pequeño del mundo, y toca sólo para ti. —Capto la idea, ahora vete. —No subí esta colina sólo por mi salud, viejo. Tengo cosas que decir, cosas que debería haber dicho antes. Dexter sintió que empezaba a perder la paciencia. —No estoy de humor para lo que quiera que sea. —¡Bua!, bien. Porque no voy a irme hasta que haya dicho lo mío. Dexter cruzó los brazos sobre el pecho. —Bien, dilo. Cummings no vaciló. —Estoy cansado de tu estúpido sentido del deber. —Eso me has dicho. —Y estoy condenadamente enfadado de que hayas herido a Mallory. —Mallory no te incumbe. —Puede que ella tenga escrúpulos en defenderse pero yo no. Es una mujer maravillosa, y empiezo a pensar que no te la mereces. Dexter cerró las manos a sus costados. —Y tú sí, supongo. —Quizás sí —le devolvió Cummings, un reto en sus ojos. El simple hecho de pensar en otro hombre tocando a Mallory hacía que Dexter se sintiese inestable, como un trozo de dinamita esperando una chispa. —Si sabes lo que es mejor para ti, te mantendrás alejado de ella. —¿O qué? No puedes tenerlo todo, Dex. Quieres a Mallory o a Sarah. Elige. —Estás sobrepasando los límites dándome órdenes. Cummings apretó la mandíbula. —Oh, sí, no me permitas olvidar que soy tu empleado. Por supuesto, un empleado no debería hablarle de una forma tan directa a su jefe, ¿no es así? Por otro lado, un amigo puede decir lo que le plazca si ve que otro amigo está arruinando su vida. Dexter lo fulminó con la mirada y luego se alejó, pasándose una mano rudamente por el pelo. 159

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—¡Maldita sea! ¿Por qué me presionas? —Porque alguien tiene que hacerlo. No quiero ver que ninguno de los dos vuelve a arrepentirse. Dexter entendía de arrepentimientos; le habían perseguido desde la muerte de sus padres, y no podría soportar vivir el resto de su vida sintiéndose así con Mallory. —Mira, me he dado cuenta de que he tratado mal a Mallory, y tengo pensando rectificarlo. Sólo tengo que encontrar el cómo. —Una disculpa bastaría aunque si yo fuese ella, te usaría para practicar mi puntería. Una reticente sonrisa curvó hacia arriba las comisuras de la boca de Dexter. —Gracias por el voto de confianza —dijo secamente—. Ahora, si has terminado conmigo, tengo que ir a buscar algo. —¿A buscar qué? Dexter comenzó a bajar la colina hacia su cara. —Una bandera blanca.

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CAPÍTULO 23 —Por favor, dime que no es verdad. Mallory sintió que se le rompía el corazón cuando vio la pálida cara de su madre. Nunca había pretendido que su madre se enterase de aquella manera. Nunca había pretendido que su madre se enterase de ninguna forma. —¡No la escuches! —gritó Genie, las lágrimas corriéndole por las mejillas mientras señalaba con dedo acusador a Mallory—. ¡Está mintiendo! —No, Genie. —Mallory sacudió la cabeza tristemente—. No miento. —Simplemente deseaba estar haciéndolo. Pero lo había visto todo, había sido testigo de cómo su padre entraba en la habitación de su hermana, una hora después de la medianoche. Mallory lo recordaba justo como si acabase de pasar. Había estado a punto de ir a la cocina a buscar un vaso de leche caliente para poder dormir cuando había reconocido a su padre en el pasillo, deslizándose silenciosamente en la habitación de Genie, la puerta hizo apenas ruido cuando la cerró. Mallory presionó la oreja contra la puerta, oyó un lloriqueo de protesta salir de su hermana, y un escalofrío de presentimiento le recorrió la espalda. Abrió la puerta de la habitación de Mallory sin hacer ruido y vio a su padre sentado en el borde de la cama de su hermana, desabotonándole la parte superior del pijama a Genie, quitándosela con deliberado cuidado. Sus manos comenzaron a acariciar a Genie de una manera en la que ningún padre tocaría nunca a su hija, y menos a una niña de siete años. Cualquier cariño que Mallory hubiese sentido hacia su padre había muerto y marchitado aquella noche. Mallory se había sentido morir con aquel secreto, deseando contárselo a su madre, pero aún así hizo un solemne voto a su alterada hermana de que nunca lo haría. Pero al ver el dolor y el retraimiento en la cara de su madre había ido minando el corazón de Mallory hasta que quedó un corazón que dudaba fuese llenado con nada. Con qué ansias había deseado que su madre supiese que no había sido una mala esposa, que no había hecho nada para empujar a su marido lejos o para hacerle marchar, sino más bien que él había sido un cobarde, una concha sin consciencia de un ser humano que se había escabullido con el rabo entre las patas. Mallory no estaba segura de dónde había sacado el valor para enfrentarse a su padre aquella noche, para decirle que se fuera y nunca volviese, a menos que quisiese que todos supiesen que era el ser humano más bajo. Más que un pedófilo, era un hombre que había caído tan bajo como para molestar sexualmente a su propia hija, cuyas acciones dejarían cicatrices que aún estaban por sanar. Quizás había sido Genie quién le había dado la fuerza a Mallory para hacer lo que había hecho. La mirada de su hermana la había encontrado de pie en el umbral, el miedo en sus jóvenes ojos, ojos que imploraban en silencio ayuda. Ojos que ya nunca más tendrían la dulce inocencia de la juventud. Aquella noche Mallory durmió en la habitación de su hermana, abrazadas, dándose consuelo en su desesperación incluso cuando comenzaron el proceso de intentar borrar el recuerdo de sus mentes, esconderlo como si ellas fueran las que debían sentirse avergonzadas. Aquella noche, Mallory se había convertido en la campeona de su hermana y en la única persona que conocería el horrible secreto de su hermana. Ahora todo había salido a la luz. 161

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—¿Por qué nunca lo supe? —preguntó su madre con voz cortante—. ¿Por qué nadie me contó que Frank... que él…? —Aspiró rápidamente, las manos le temblaban mientras hablaba—. Todos los años que he pasado preguntándome qué había ocurrido, preguntándome qué había hecho para alejarlo, y esperando como una tonta que regresara algún día. —Su voz se perdió en un sollozo—. Todo el tiempo que he malgastado queriendo a un hombre que no me quería sólo para descubrir que no se merecía mi amor y que tampoco se merecía a las dos hermosas hijas que le di. —Él ya se ha ido —dijo Mallory, tragándose sus emociones—. No podemos seguir dejando que nos afecte, que influya en nuestras vidas hasta el punto de que no podamos seguir adelante. Si lo hacemos, habrá ganado, y maldita sea si voy a dejar que eso pase. Sólo quiero que nos reconciliemos otra vez. Que estemos unidas. —Y yo —añadió su madre suavemente. Cerró brevemente los ojos, y cuando los abrió estaban encendidos por un fuego que había ardido una vez brillantemente en su interior, fortaleciéndola mientras se acercaba a Genie—. Lo siento, Genie. Lo siento muchísimo. Debería haber sido mejor madre para ti. Miró a Mallory. —Debería haber sido mejor madre para las dos. Si tan sólo hubiese abierto los ojos, quizás habría visto vuestro dolor y no habría sido tan egoísta. ¿Podréis encontrar en vuestros corazones perdón para mí? —¡No pasó nada! —gritó Genie, todavía intentando aferrarse a una mentira, la agonía grabada en su rostro, rasgando otra vez el corazón de Mallory, revelando la herida niña que había en el interior de la mujer. Las piernas de Mallory temblaban, y sentía que no podrían mantenerla erguida. Rezó por conseguir fuerza. Como si Dios hubiese escuchado su plegaria, sintió unas manos en su cintura que la estabilizaban. —Está bien —murmuró Dexter en su oreja—. No me iré. Mallory giró la cabeza y levantó la vista hacia su hermosa cara, la mirada en los ojos de él prometían sujetarla, pidiéndole que confiar en él. Él dijo moviendo sus labios: – Perdóname. Perdóname. Dos palabras que aplacaron el dolor de sus acusaciones. Dos palabras que le dieron la fuerza que necesitaba. Ahora Mallory rezó porque pudiera darle aquella fuerza a su hermana y ayudarla a sobreponerse a aquella terrible experiencia. —Se ha ido, Genie. Ya no puede volver a hacerte daño. —No es verdad. —Genie negó con la cabeza—. No es verdad. Papá no me haría eso... no lo haría. —Por favor, Genie, deja salir el dolor —le rogó suavemente Mallory—. Te ayudará. —¡Ayudarme! —la risa de Genie contenía una nota histérica—. ¡No quiero tu ayuda! ¿Me oyes? ¡Estoy cansada de ser tu débil hermana pequeña! —Nunca has sido débil. Eras una niña indefensa. ¿Cómo podías eludir a tu propio padre? Nunca debiste ser puesta en esa posición. Eras una víctima, Genie. —¡Yo era débil! ¡Lo era! —su voz terminó siendo un sollozo—. Si hubiese sido más fuerte... como tú... quizás podría haber... Dejó caer la cabeza en sus manos y lentamente se hundió en el suelo, sus sollozos profundamente salidos del corazón se clavaron en Mallory como un cuchillo. Su hermana no había llorando tan terriblemente aquella noche ni había soltado una lágrima desde entonces. Había dejado fuera y negado el recuerdo. Hasta ahora. Mallory se acercó a su hermana y se arrodilló en el suelo, envolviendo los brazos alrededor de Genie. Genie se puso tiesa y luego se relajó, colocando su cabeza contra el 162

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hombro de Mallory y llorando angustiada. Su madre se arrodilló al otro lado de Genie y presionó su mejilla contra el pelo de su hija. Y en la callada quietud del pasillo, comenzaron a redescubrir lo que habían perdido hacía tanto tiempo. Fe. Amistad. Y esperanza. Mallory se encontró a Dexter esperando fuera en el pasillo cuando cerró la puerta de su habitación, habiendo conseguido por fin que Genie se quedase dormida, las lágrimas todavía mojando las pestañas de su hermana mientras caía en un exhausto sueño. Mallory se sentía emocionalmente agotada y físicamente entumecida, nada le quedaba para dar. Aún así, por primera vez, sentía una chispa de esperanza, una sensación de que quizás todo iría bien. —No tenías por qué esperar —le dijo en voz baja. Sin embargo, estaba contenta de que lo hubiese hecho. Quería verle. Necesitaba su fuerza, anhelaba que la atrajera contra él y dejase que su calor entrara en sus helados huesos y se llevase el dolor que todavía quedaba dentro de ella. Él se alejó de la pared y se encontró con ella a mitad del pasillo. Hizo un gesto con la cabeza hacia la puerta de la habitación. —¿Genie está bien? Mallory asintió. —Está durmiendo. Creo que ahora que todo ha salido a la luz, podrá empezar a superarlo, o al menos eso espero. —Mallory bajó la vista hacia sus manos—. Tiene mucho que ofrecer. —Creo que mucho de eso te lo debe a ti. Mallory negó con la cabeza. —Me gustaría poder haber hecho más. Ni siquiera sé durante cuánto tiempo estuvo pasando. Pero debería haberlo sabido. Era su hermana. Dexter le puso un dedo bajo la barbilla y le alzó la cabeza. —Vuestra propia madre no lo sabía, así que, ¿cómo puedes culparte a ti misma? —Porque Genie y yo estuvimos una vez muy unidas. —Mallory conseguió dejar salir las lágrimas que había contenido por tanto tiempo, lágrimas que como su hermana, se había negado a derramar—. Siempre me seguía a todas partes, me admiraba. Pero yo le fallé. —No. No le fallaste. La salvaste. —Le apartó algunas hebras de pelo sueltas con los nudillos, y Mallory se estremeció con la fuerza de aquella simple caricia—. Cualquier hombre que le haga eso a los de su propia carne y sangre debería ser ahogado y descuartizado. Pero ahora debes seguir tu propio consejo. Deja ir el dolor. Te ayudaré — añadió suavemente, usando las palabras que ella le había dicho una vez para aliviar su dolor. —Creí que me odiabas. —Nunca podría odiarte. Sólo puedo odiarme a mí mismo por estar tan listo para acusarte de algo que debería haber sabido que nunca habrías hecho. Dios, lo siento tanto. No sé qué me pasó. Nunca había sido tan precipitado, nunca me había sentido tan fuera de control... hasta que te conocí. —Parece que tengo un don para la destrucción.

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—No es eso lo que quería decir. Lo que intento decir es que no había sentido mucho de nada. Existía, pero no vivía realmente. No lo sabes, pero no sólo has salvado esta noche a Genie... también me has salvado a mí. —Por favor, no digas nada más. Mallory no quería oír sus palabras. No podría soportarlo si la volvía a hacer a un lado. Él alisó un trozo de su pelo entre los dedos. —Gustav tenía razón —dijo, su voz un ronco sonido que hizo que Mallory se sintiese débil. —¿Sobre qué? —Me dijo que estaba intentando alejarte. —Ya veo. Mallory lo miró a los hombros, demasiado asustada para mirarle a los ojos, temiendo que lo que espera ver no estaría allí. —¿Quieres saber por qué estaba alejándote? —¿Por qué? —susurró ella. —Porque me di cuenta de que estaba enamorándome de ti. Sus palabras le quitaron el aire de los pulmones, dejándole la voz ruda cuando dijo: —No digas cosas que no son verdad. —Lo son. Creo que empezó cuando me golpeaste con la almohada cuando nos vimos por primera vez o quizás pasó cuando me amenazaste con dejarme sin sentido con aquel pisapapeles o quizás fue cuando prácticamente me obligaste a comer un jalapeño. —Hizo una mueca y ella rió—. O podría ser... Mallory le puso una mano delante de la boca, amortiguando sus palabras. —Capto la idea. Los ojos que la miraron se volvieron pícaros mientras la lengua de él comenzaba a dibujar círculos en la palma de la mano de ella. La boca de Mallory se le secó, y su estómago se contrajo, el deseo susurrando por ella. —Creo —dijo, intentando volver a respirar— que me mintió, profesor. —¿Sobre qué? —murmuró, claramente distraído mientras su lengua se movía por un dedo y pasaba al siguiente. —Sobre querer aprender lo que deseaban las mujeres. Creo que ya lo sabías desde el principio. —No las mujeres —la corrigió—. Sólo una mujer. —Enroscó un brazo alrededor de la cintura de ella y la atrajo contra su pecho, su boca bajando hacia la suya mientras murmuraba—. Tú. Mallory sonrió contra su boca... y luego se perdió en un beso embriagador, y ardiente con sensuales promesas de que si el mundo nunca se arreglaba, ella sería muy feliz. Y sin embargo, no podía borrar totalmente de su memoria la forma en que había actuado cuando habían estado en el arroyo, su retraimiento tanto físico como emocional. Él debió haber sentido su vacilación porque la apartó y la miró. —¿Qué ocurre? —Esta tarde tu no...no... —¿Te hice el amor? —la voz de él era tierna—. Lo deseaba tanto que me moría por la necesidad. —Entonces, ¿por qué? —Un intento de nobleza, supongo —suspiró y sacudió la cabeza—. Creo que nuestros padres nos perjudicaron más de lo necesario. Mallory asintió, aún así sentía que se había vuelto más sabia de lo que debía serlo a su edad en las pocas horas pasadas. 164

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—Puede que sea cierto, pero nosotros también podemos equivocarnos. No seríamos humanos si no cometiésemos errores. —Ella misma había cometido una buena parte de ellos—. A veces esperamos demasiado de la personas que nos importan. A veces esperamos demasiado poco. Y aquellos a los que admirábamos pueden haber admirado a alguien que también les falló, y el círculo de dolor sigue moviéndose. —Mi familia hacía las cosas siempre igual en cada generación. Cimentamos la tradición como ladrillos, apilándolos unos encima de otros hasta que los ladrillos estaban tan lejos del alcance que no había camino alrededor de la pared o sobre ella. —Lo sé. —Mallory entendía cuán destructivo podía ser un muro—. Me doy cuenta de que en realidad no conocía a mi padre, como había sido su vida. Se guardaba mucho para sí mismo. Simplemente asumí que era del tipo de hombres callados y fuertes. Ahora veo que confundí silencio por fuerza cuando no van unidos. Nunca consentiré lo que le hizo a Genie, pero no puedo decir que nunca le hubiese perdonado. Sólo espero que Genie pueda encontrar perdón en su corazón y seguir adelante. Por su propio bien. —Yo también lo espero. —Luego, casi tímidamente, dijo—: ¿Alguna vez él...? —¿Me hizo lo que le hizo a Genie? Él asintió. —No. Siempre había sido bueno conmigo. No sé qué le hizo cambiar. Dudo que yo nunca lo sepa. Pero me niego a ser otra víctima. —Genie es muy afortunada al tenerte. —Quizás sea yo la que tenga suerte por tener a Genie. Me ha enseñado mucho sobre ser valiente, y sobre sobrevivir. Pero lo que más he aprendido es que los secretos pueden ser destructivos. La cara de Dexter se emsombreció por un momento. —Sí... los secretos pueden ser destructivos. —Hizo una pausa y entonces dijo—: Tengo que confesarte algo. Ella esperó, pero cuando él no continuó, le incitó: —¿Qué? —Bueno, yo...yo te seducí. En el arroyo. Mallory intento parecer horrorizada. —¿Me sedució, profesor? Él asintió, una arrepentida aunque totalmente encantadora media sonrisa en la cara. —Ummm-hmmm. Un completo plan estratégico para asaltar tus sentidos y derribar tu resistencia. Mallory empujó hacia abajo la cabeza de él para poder susurrar en su oído. —Yo también tengo algo que confesar. No te habrías encontrado con ninguna clase de resistencia, así que tu plan era en vano. La sonrisa de él se ensanchó. —¿Ninguna? —Ninguna —murmuró ella. Deslizó sus dedos ausentes por el pelo de ella. —Quería estar a solas contigo. No podía dejar de pensar en tocarte, pero quería que todo fuese perfecto. No quería decepcionarte. —Nunca me habrías decepcionado. —No quería tener la oportunidad. No he estado con muchas mujeres, ¿sabes? Así que pensé que si investigaba más, lo haría bien. El corazón de Mallory ardía por aquel hermoso y encantador hombre que declaraba quererla. Había hecho tanto por ella, había admitido cosas que nunca ningún hombre haría. Había sido bendecida. 165

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—El día que tropecé con Freddie en la ciudad —siguió— eligió un montón de películas por mí, pelis de machos, las llamó. Y cada noche, veía una diferente. Por primera vez, la mención de Freddie en conexión con Dexter no hizo sentir celos a Mallory. —¿Eso hizo? —Sí. Vi unas cuantas con un tío de rudos modales llamado John Wayne que camina bastante raro, casi como si el suelo estuviese ligeramente inclinado. Y vi dos películas con un bruto que repetía: “Eh, Adrian”. No estoy seguro de a qué se refería con ese “eh”, pero a Adrian parecía no importarle. Mallory rió. Su profesor era un tipo raro. —¿Te refieres a Rocky? Asintió, claramente perplejo. —Qué nombre tan raro para poner a un niño. Sonriendo, Mallory sacudió la cabeza. Si alguien le hubiese dicho que algún día se enamoraría de un serio cerebrito doctorado en Filosofía, que usaba tweed y sentía la necesidad de analizar todo y a todos, le habría dicho que estaba loco. —¿Aprendiste algo nuevo de esas pelis? —preguntó, presionándose contra él. La mano de él se deslizó sobre sus nalgas mientras murmuraba. —¿Te gustaría saberlo? —Oh, sí. Totalmente. Se movió contra ella y Mallory pudo sentir la prueba de su deseo por ella. Recordó las manos de él sobre ella, su boca amamantándose de ella... luego deslizándose más abajo. Una urgencia por sentirlo dentro la hizo vibrar. Aquello estaba bien. Lo supo. —Dexter... —Colocó descaradamente una mano contra el bulto que presionaba la cremallera de los vaqueros de él. —Mallory —gimió—. Espera...tengo otra confesión que hacerte. Mallory le puso un dedo en los labios. —Shh.. No más confesiones. —Pero de verdad que debo... —Después. Ahora mismo quiero que me lleves a tu cama. —¿En serio? —Sí —susurró ella, rozando ligeramente con sus labios la mandíbula de él—. En serio. —Pero... Lo miró directamente a los ojos. —¿Me deseas? —Más de que lo que imaginas —le contestó él sin vacilar. La miró unos segundos más a los ojos, algo luchando en su interior. ¿Su propia necesidad quizás? ¿El mismo miedo a decepcionarla? Mallory no lo sabía. Todo lo que sabía era que necesitaba algo que sólo Dexter podía darle. Entonces, como si su control se hubiese quebrado por fin, la recogió en sus brazos y la llevó por el pasillo hasta su habitación, empujando la puerta con el pie para abrirla y pateándola para cerrarla con un estrepitoso golpe que le dejó claro a Mallory que no habría vuelta atrás. Con una inherente suavidad que parecía no estar de acuerdo con un hombre tan grande, Dexter la colocó en medio de la cama. El colchón se hundió cuando se colocó al lado. Mallory rodó contra él, y él no perdió el tiempo, tomando ventaja de su proximidad. Sus labios cayeron sobre los de ella con posesivo fervor, tomando y dando todo en un mismo aliento. 166

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La mitad de su cuerpo estaba frente a ella. Le tiró de la camisa, deseando sentir su piel, acariciar aquellos oscuros y suaves pezones. Los músculos de él se tensaron y flexionaron mientras la ayudaba con los botones, un ligero rastro de su colonia le hizo cosquillas en la nariz. Le besó el hombro tan pronto como él se quitó la camisa. Ella le raspó suavemente la piel con los dientes. Dexter gimió cuando Mallory apretó sus labios contra los suyos, sintiendo que estaba a punto de perder el control, el calor que había comenzado aquella tarde en el arroyo ahora estaba llegando a su punto máximo. Dios, había pensando en aquel momento durante semanas, y ahora en lugar de tomarse las cosas con calma, quería envolver las piernas de Mallory alrededor de su cintura y hundirse en ella, profundamente, duramente, oír aquel suave gemido, su nombre un gemido en los labios de Mallory. Se había prometido que no se rendiría al deseo, no hasta haber hablado con Sarah, hasta haberle explicado lo que había pasado, que otra mujer era ahora la dueña de su corazón. Rezaba porque Sarah le perdonara por caer en desgracia. Haría lo que estuviese en su poder por congraciarse con ella. La quería. Pero como un hermano quiere a su hermana. Si se casaba con ella, sólo la haría miserable, y eso no era lo que deseaba. La primera cosa que haría mañana por la mañana sería ir a Londres a hablar con ella. Aquella noche, sin embargo, le pertenecía a Mallory. Los dedos de ella seguían la forma de su pecho; luego los siguieron sus labios. Se echó un poco hacia detrás para facilitarle el acceso. Los ojos de él permanecían cerrados mientras la suave boca de ella encontraba su pezón y lo succionaba con suavidad, sus manos le masajeaban la espalda y luego se movieron para acunar sus nalgas. —Esto —murmuró roncamente— es una obra de arte. Le dio un apretón a su trasero. Dexter soltó una risita, y luego dijo con la voz más seria que pudo reunir: —Por favor, señorita, contenga sus travesuras. Esto no es un juguete. Inclinó la cabeza hacia detrás y le sonrió. —Llámame señorita una vez más y... Él arqueó una ceja. —¿Y qué? La lengua de ella se deslizó fuera de su boca y dibujó círculos sobre su pezón, besándolo suavemente antes de contestar: —Tendré que torturarte sin piedad hasta que recuerdes mi nombre. Dexter envolvió sus brazos alrededor de su cintura y la empujó hacia arriba hasta que estuvieron cara a cara. —Eres la única mujer de la que nunca me olvidaré. Mallory —susurró, su boca bajando hacia la suya, sus dedos ocupados en los botones de la camisa de ella, una cálida mano deslizó el material sobre sus hombros antes de acunar sus pechos, jugando con su pezón a través del sujetador. Cuando deslizó la mano por el sujetador, la sensación hizo que Mallory sintiese una sacudida, justo en su centro, la sangre comenzó a precipitarse por sus venas, los nervios le dieron saltos en el estómago cuando la boca de él reemplazó a sus dedos. Las caderas de Mallory se corcovearon contra las suyas. No estaba segura de si podría aguantar más de la suave tortura que él le había estado dando en el arroyo. Le necesitaba, encima de ella, profundamente en su interior, llenándola. Ahora. —Dios, me vuelves loco —dijo él, su voz ronca de deseo. Deslizó la mano por su estómago y por debajo de la cinturilla de sus holgados pantalones. La rodeó a través de 167

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su ropa interior. Cuánto había ansiado ella que la tocase allí, tanto como quería tocarlo a él... ahí. Abrió el botón de los vaqueros de Dexter y bajó la cremallera. Estaba duro y crecido, lo suficientemente grande para preocuparla momentáneamente. No era tan ingenua como para no saber cómo funcionaban las cosas, pero el dolor... El pensamiento se alejó flotando en el aire cuando las manos de él se deslizaron bajo sus bragas, un simple dedo se movió entre su hendidura para acariciarle el clítoris. Mallory sabía que nunca le haría daño, no intencionadamente, y lo deseaba tan desesperadamente que su miedo fue pasajero. Sonrió mientras deslizaba su mano sobre la erección de él, su bajo gemido causó uno de respuesta en ella. Deslizó la mano dentro de sus boxers y lo encontró, y era tal y como lo había imaginado. Seda sobre acero, y muy, muy caliente. —No —rogó él—. O no seré capaz de controlarme lo suficiente para darte placer. —Todo en ti me da placer. Dejó un reguero de besos por su mandíbula, siguió acariciándole mientras él la acariciaba, deslizando el dedo sobre su punta, encontrando la evidencia de su deseo por ella. Mallory quería saborearlo. El descaro vibró por sus venas cuando le puso las manos en los hombros y lo empujó hacia detrás. La preocupación cruzó la frente de él, pero ella susurró: —Shhh. Haz lo que te diga y no saldrás herido. Entonces tomó los mandos, exponiendo la larga y dura longitud de él, esposándole las muñecas y manteniéndolas prisioneras a sus costados, incluso aunque sabía que nunca podría igualar su fuerza. Pero él se sometió. Y ella lo saboreó, su boca envuelta alrededor de su mástil, dejando que el instinto la guiara, recordando cómo había usado él la boca de una forma similar. Necesitaba saber si a él le gustaba sentir su boca tanto como a ella le había gustado sentir la suya. El profundo y gutural gruñido de él le dijo que sí. Su cuerpo coleó cuando ella lo cogió entre sus manos. Luego él se movió tan rápidamente que Mallory apenas tuvo tiempo de parpadear antes de encontrarse acostada de espaldas, el enorme y musculoso cuerpo de él envolviendo el suyo. Y los sueños más salvajes de Mallory alzaron el vuelo. Cada caricia era pecaminosamente deliciosa, más de lo que su imaginación podría haberlas descrito cuando ponía sus fantasías escritas en sus libros. La espalda de Mallory se arqueó cuando Dexter tomó su pezón en la boca, absorbiendo el sensible pico más y más con cada tirón, su lengua dibujando círculos y dando capirotazos sin liberarlo. Sus dedos acariciaban su otro tenso brote. Se retorció contra él, alimentando las llamas del deseo de Dexter, llevando su pasión hasta el límite y su control hasta el borde de su resistencia. Dexter se sentía enloquecer, le arrancó de un tirón los pantalones, tirando de sus bragas y abriéndole las piernas para deslizar un dedo en el interior de sus húmedos pliegues. Estaba apretada. Y caliente. Comenzó a acariciarla, primero rápido y luego despacio, una y otra vez, llevándola hasta el extremo, sintiendo cómo se tensaba su cuerpo y abriendo más sus muslos para aumentar la sensación, igualando el ritmo de su lengua en su pezón con el de su dedo en la hinchada protuberancia de su montículo. 168

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Ella jadeó y lanzó un grito. La cabeza de él cayó contra su hombro, su gruñido se mezcló con el de ella cuando deslizó el dedo en su interior otra vez y sintió contraerse su interior por el orgasmo. Dexter nunca se había sentido tan vivo, tan poderoso, como en aquel momento. Ella movió sus caderas en una silenciosa plegaria, esperando la consumación tanto como él, buscando alivio en su unión. Colocó su miembro donde habían estado sus dedos, hundiéndose en su calor sólo un poco, la muerte y el renacimiento enfrentándose cuando sus labios inferiores se cerraron a su alrededor. —¿Estás segura? —preguntó, rezando en busca de fuerza mientras permanecía quieto. Mallory sonrió. Aquello lo devastó, lo venció, y le hizo levantarse otra vez. Su corazón martilleó contra sus costillas cuando un dragón largamente dormido volvió a la vida lanzando llamas en su interior. Mallory le rodeó la mejilla con las manos. —Sí. —Susurró, la pasión llenando aquellos ojos color avellana que lo miraban—. Estoy segura. Dexter cerró los ojos un momento y rezó. Por favor, Señor, déjame ser merecedor de ella. Entonces le cogió las muñecas, las inmovilizó sobre su cabeza, y se introdujo dentro de ella... para descubrir que había sido el primero. Dulce Jesús, el regalo que acababa de ofrecerle, dándole a él lo que no le había dado a ningún otro hombre. —Mallory... Dios, yo... Le colocó un dedo contra los labios, la mirada en sus ojos reflejando lo que había en su corazón, mientras murmuraba: —No pare, profesor. La clase no ha terminado todavía.

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CAPÍTULO 24 Mallory se despertó abrazando la almohada fuertemente, un pequeño y caliente rayo de sol se inclinaba sobre su cara. Se forzó a abrir un párpado, desorientada al principio. Entonces sonrió recordado dónde estaba. En el dormitorio de Dexter. Las cortinas estaban cerradas, envolviendo el cuarto en una acogedora oscuridad excepto un haz de luz que había encontrado una división entre las cortinas. Mallory rodó sobre su espalda, llevándose la almohada con ella, deseando que fuera Dexter. Lo olió, aspirando indirectamente su colonia y el olor tan suyo. Un encantador dolor se centraba entre sus piernas. Dexter había hecho el amor con ella muchas veces hasta que el alba estuvo a punto de romper sobre el horizonte. Le había mostrado cada placer que le podía ofrecer haciendo que su cuerpo zumbara con éxtasis. El hombre era insaciable. La sonrisa se convirtió en malvada sólo de pensarlo y su cuerpo vibró ante el recuerdo de las hambrientas caricias. Quería que regresara, quería pasar el día permitiéndole que le mostrara el licencioso esplendor que le había prometido cuando sus párpados iban a la deriva cerrándose. ¿Adónde había ido? Mallory se sentía demasiado lánguida como para levantarse aún. En cambio, inspeccionó la muy masculina habitación de Dexter, completa con las paredes de caoba de wainscot, un escritorio tan grande como el que tenía en la oficina, más estanterías y una serie de caro y exquisito material gráfico. El profesor tenía muy buen gusto. ―De acuerdo, perezosa ―se dijo a sí misma―. Es hora de levantarse, encontrar a tu hombre y arrastrarlo de regreso a la cama. Su hombre. Como le gustaba cómo sonaba. Pero más le gustaba la idea de seducirlo de nuevo en la cama, mucho, mucho mejor. Sonriendo ante el pensamiento, Mallory movió con cuidado las piernas hacia un lado de la cama, estremeciéndose ligeramente por las actividades amorosas de la noche. Los pies no tocaban el suelo. No era de sorprender, considerando para quien había sido hecha la cama. Entonces echó un vistazo hacia el lado izquierdo y descubrió un sobre apoyado contra la lámpara sobre la mesilla. Lo cogió de la mesa, sabiendo inmediatamente que era de Dexter. Recordó la última nota que había tenido de él. ¿Podría ser otra invitación? Quizás quería volver a salir, pero esta vez dejándole hacer cosas pecaminosas a su cuerpo. Sin atención al decoro, rasgó la solapa de atrás y sacó la nota escrita con la familiar letra de Dexter. A quien corresponda: Lego mi cuerpo, íntegramente, a Mallory Ginelli para hacer con él lo que quiera y sólo puedo esperar que lo haga una y otra vez. Todo lo que humildemente pregunto a cambio es si me ama tanto como yo la amo. Mallory sonrió, sabiendo que eran dos peticiones con las que no tendría problema en realizar. Y si la señorita Ginelli lee esta nota, me gustaría que supiera que pensaré en ella, queriendo tocarla, poner mi lengua sobre el lugar que le hace gritar mi nombre, para 170

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sentir su cuerpo presionando tensamente el mío, necesitándola como ningún hombre nunca ha necesitado a una mujer. Y me sentiré de esta manera el resto de este día y durante cada día en el futuro. A mi regreso, tendré asuntos de extrema importancia que hablar con ella. Hasta entonces, con todo mi amor, El profesor. Mallory sostuvo la nota contra su corazón, pareciendo una muchacha con las primeras agonías de su primer enamoramiento, sabiendo que plegaría la carta, sobre y todo, para mantenerla a salvo. Se preguntó brevemente adónde habría ido Dexter y por qué no le había dicho que se iba. Pero lo más importante era ¿qué quería decir con “asuntos de extrema importancia”? Podría estar refiriéndose al matrimonio… ¿podría? Mallory se levantó de la cama y fue hacia la ventana, entusiasmada por lo que comenzaba a fluir por ella mientras empujaba para abrir las cortinas. No había pensado en esa posibilidad. Pero ahora que la idea se le había presentado, su respuesta parecía clara. Si le preguntaba, le diría que sí. Pero, ¿se lo preguntaría? No tenía ninguna pista de lo que sentía él sobre el matrimonio. Quizá era uno de esos hombres que creía en la convivencia. Tal vez era de eso de lo que planeaba hablar con ella. ¿Qué le diría si sólo quería que vivieran juntos? Muchas parejas lo hacían y desde luego tenía sentido, dándole a ella y a Dexter más tiempo para conocerse el uno al otro. Sin embargo, en cierto modo, habían vivido juntos durante casi dos meses y lo amaba más cada día. Otro pensamiento la golpeó. Si él realmente le proponía matrimonio o convivencia, ¿querría que ella viviera en Inglaterra? ¿O viviría él en Nueva York? Le gustaba Inglaterra y sería feliz de quedarse con su príncipe, pero, ¿qué pasaría con su recién reestablecida obligación con su familia? Mallory quería construir esa tenue relación, pero ¿cómo podría hacerlo a esa gran distancia? Genie todavía la necesitaba y Mallory sospechaba que su madre también. Y una cosa más la atravesó. El miedo de Dexter a volar. ¿Sería capar de ir con ella cuando fuera a Nueva York a visitar a su familia? Mallory decidió que era mejor dejar de pensar y era tiempo de vestirse y averiguar adónde había ido Dexter. Sonrió cuando vio que Dexter había recogido la ropa de donde la habían lanzado en su loca carrera para estar sin ellas y las dobló muy bien sobre una silla. Así era su profesor. Mallory vislumbró unas piezas del material gráfico en mitad de su escritorio y la pared, después notó el espacio vacío que sospechaba alguna vez había ocupado. Bailó dentro de los vaqueros y se enganchó el sostén, curioseando hacia la diapositiva de una imagen fuera de lugar. Era el aturdidor óleo de una joven cuyos ojos brillaban como dos gemas de amatista. Ciertamente los ojos de nadie podían ser tan espectaculares. Un ceño fruncido arrugó la frente de Mallory y se preguntó por qué el retrato había sido ocultado. ¿Había sido ocultado? ¿O llevaba algún tiempo allí? Había estado muy metida en la corriente de su pasión la noche anterior para recordar si estaba colgado o no. ¿Podría Dexter no haber querido que lo viera? Si era así, ¿por qué? El estómago se le tensó cuando un recuerdo emergió. Bailando lentamente una canción romántica en la oficina de Dexter, él le había preguntado si alguna vez había 171

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amado a alguien con todo su corazón y ella le había preguntado lo mismo. Sí, le había contestado él. ¿Podía ser ésta la mujer a la que una vez había amado? Era hermosa, quizás incluso más que Freddie. Mallory nunca podría competir con tal mujer. ¿Pero tenía que hacerlo? Ahora Dexter la amaba. Y tal vez esta mujer no existía o sólo era alguna pariente, aunque no se pareciera a Dexter o a alguien de los numerosos retratos que honraban las paredes de Branden Manor. Mallory se deshizo de la inquietud y dejó el cuadro. Estaba permitiéndose especular, uno de sus peores hábitos. Se encogió en su camisa, determinada a enterrar sus preocupaciones. Incluso mientras abandonaba la habitación de Dexter, supo que los pensamientos sobre la misteriosa mujer le harían sombra. ―¿Dónde están todos? ―murmuró Mallory para sí misma, frunciendo el ceño mientras miraba alrededor del vacío vestíbulo. Aún tenía que ver a Cummings o a Freddie o a su madre o a Genie o Quick. ¿Habían salido todos con Dexter? Echó un vistazo a su reloj. Era casi mediodía. Había dormido hasta mucho más tarde de lo que tenía por costumbre. Probablemente todos estaban ocupados con sus asuntos durante el día. Se encogió y se dio la vuelta, dirigiéndose hacia la cocina para conseguir algo de comida. Apenas había dado diez pasos cuando sonó el timbre. ―Ya voy ―gritó, ciertamente nadie más iba a ir. Moviéndose hacia la puerta, Mallory la balanceó para abrirla y encontrar a una joven de pie allí, vestida impecablemente con un caro traje que acentuaba una buena figura, el pelo largo y castaño sobre los hombros. Pero fueron los ojos lo que capturaron la atención de Mallory. Eran, de verdad, tan espectaculares como estaban representados en el retrato del dormitorio de Dexter. ―¡Hola! ―dijo la mujer con un encantador acento inglés. ―¡Hola! ―le respondió Mallory, sintiendo como si una poderosa mano le hubiera rodeado el pecho y lo hubiera exprimido. ¿Por qué ver a la mujer le preocupaba tanto? Con retraso, recordó sus modales―. Por favor, ¿no va a entrar? ―Sus movimientos eran tensos cuando se apartó, sofocando el impulso de cerrar de golpe la puerta y echar el cerrojo. La joven sonrió. ―Gracias. ―Entonces flotó por el vestíbulo, moviéndose con un elegante paso que Mallory asociaba con la rica alta sociedad. Se dio la vuelta para enfrentarse a Mallory y le ofreció la mano―. Me llamo Lady Sarah Benton. ¿Cómo está usted? Mallory vaciló y después le estrechó la mano. ―Encantada de conocerla, Lady Benton. Soy Mallory Ginelli. ―Por favor, llámeme Sarah. Lady Benton es mi madre. La mujer era demasiado agradable para tenerle aversión. Tampoco poseía ninguno de los aires que Mallory hubiera esperado de una aristócrata. ―Llámeme Mallory. Ella asintió. ―Debo decir que la fotografía no le hace justicia. Es usted muy bonita. ¿Fotografía? ―En el periódico. ―Sarah escarbó en el monedero y sacó la primera página doblada. Abriéndola, le indicó la foto de Mallory. El periódico había usado la fotografía que estaba en todos sus libros―. Es usted, ¿verdad? 172

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―Sí. Soy yo. ―Un dolor sordo se centró en el pecho de Mallory cuando recordó el dolor que aquel artículo había causado. Sin embargo, al final el artículo había sido el impulso para la obligada renovación entre su familia, ella y Dexter. Quizás era verdad que cosas buenas podían venir de algo tan terrible. Los ojos violetas estudiaron a Mallory. ―Debo confesar que me sorprende mucho encontrarla contestando a la puerta de Dexter. Según el artículo, era usted quien dio la información al periódico sobre la investigación. El uso de la mujer del nombre de Dexter le dio indicios de una larga familiaridad. ¿Qué era ella para él? ―Aquel artículo fue todo un gran error. ―Por raro que parezca, me inclino a creerla. Me alegro de no juzgar nada previamente o podría haberme sentido en la necesidad de regañarla por hacerle algo tan despreciable a Dexter. Sé como guarda su trabajo, permitiendo muy poco acceso, incluso a mí. Hablando de él, ¿cómo está? Ésa es la verdadera razón por la que vine. Estaba preocupada por él. ―Está bien. ―¿Quién era esta mujer? Sarah echó un vistazo a su alrededor. ―¿Está aquí? Me gustaría verlo. ―No, no está aquí. No estoy segura de dónde está. Ella hizo un pequeño mohín de descontento. ―Si lo conozco, está probablemente buscando al culpable que le robó la investigación. ―movió la cabeza y suspiró―. ¿Quizás podamos hablar más tiempo después de que haya guardado en su sitio mis cosas? ¿Un bolso de noche? Un presentimiento hizo estela sobre Mallory. Esta mujer obviamente conocía a Dexter muy bien. Tenía familiaridad no sólo con la investigación, si no también con la casa. Claramente había sido invitada antes. La pregunta era, ¿se había quedado en uno de los numerosos dormitorios de invitados… o en el dormitorio de Dexter? Mallory no estaba segura de qué hacer. Parte de ella estaba desesperada por pedirle a la mujer que se marchara. Pero si Sarah era amiga de Dexter, ¿qué parecería él si Mallory la echaba? ―Me gustaría hablar más tiempo ―dijo Mallory tentativamente―. pero ésta no es mi casa. Por lo que espero que no le importe si le pregunto de qué conoce a Dexter. ―Oh, lo siento. Qué grosera soy. He pasado mucho tiempo aquí durante años, por lo que sólo espero que todo el mundo sepa que soy la prometida de Dexter. El mundo dejó de moverse en aquel momento y Mallory se tambaleó por el inesperado y devastador golpe. ¿La prometida de Dexter? ¿Iba a casarse? ¿Ese era el asunto de extrema importancia que “quería hablar con ella”? ¿Te amo, Mallory, pero me voy a casar con otra mujer? La muchacha puso su mano sobre el brazo de Mallory. ―¿Está usted bien? Se ve un poco pálida. ¿Quiere acostarse? Mallory negó con la cabeza, rezando para que le llegaran las palabras, que pudiera entender por completo después del entumecido dolor que la admisión de la mujer le había causado. ―No. Estoy bien. Gracias. ―Vaciló y luego le preguntó―. Cómo… ¿Cuánto tiempo hace que usted y Dexter están comprometidos? ―Bien, oficialmente no estamos comprometidos, pero hemos estado pensando en casarnos desde que éramos niños. 173

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Desde que eran niños. Mallory se dijo que sólo porque ella y Dexter hubiesen pasado una noche juntos, una noche monumentalmente hermosa, trascendental, la vida no cambiaba, que no significaba el final de un cuento de hadas que le hubiera dado. La gente dormía junta todo el tiempo. Las estancias de una sola noche eran la norma. ¿Por qué ella iba a ser diferente? Probablemente había sido una última aventura antes de que Dexter se asentara. Entonces, sabiendo todo eso, ¿por qué el dolor todavía era tan intenso? ¿Y por qué se sentía como si hubiera perdido el equilibrio otra vez y nunca fuera a recuperarlo? Pero más que eso, ¿por qué se había permitido creer que después de una vida esperando, finalmente obtendría después de todo la propia felicidad? ―¿Do… dónde están sus maletas? ―Le preguntó Mallory, sintiendo como si se moviera a través de una neblina. ―Sólo tengo una bolsa. Déjeme sacarla del coche. ―Comenzó a pasar delante de Mallory, pero vaciló, la preocupación era evidente en su cara―. ¿Está segura de que está bien? Mallory se obligó a poner una sonrisa en la cara. ―Bien. No viéndose completamente convencida, asintió y luego desapareció por la puerta. Mallory suspiró y cerró los ojos, relegando el dolor, deseando poder odiar a Dexter, queriendo odiarlo por su engaño, intentando obstruir cada sensible caricia y cada palabra suavemente dicha. ¿La había amado? ¿O había utilizado aquellas palabras como una astucia para llevarla a la cama? Quizás había aprendido más que ella dando clases. Lady Sarah volvió en ese momento. ―¿Puede dirigirme a mi habitación, Mallory? ―Le preguntó con una sonrisa apacible sobre la cara. Mallory asintió, demasiado entumecida para protestar. Subieron la escalera y se dirigieron hacia el largo pasillo, Sarah encabezaba el camino, sus firmes pasos confirmaban que sabía exactamente adonde iba. Después de todo, había estado viniendo a la casa de Dexter durante años. Habían estado pensando en casarse desde que eran niños. ¿Por qué Dexter se había olvidado decirle este pequeño hecho? ―¿Conoce a Dexter desde hace tiempo? ―Preguntó Sarah, la mirada ligeramente minuciosa. Mallory negó con la cabeza. ―No. Sólo hace aproximadamente dos meses. ―Incluso había creído que lo había llegado a conocer bien durante ese corto tiempo. Ahora comprendía que no lo conocía en absoluto―. Pero me marcho a casa mañana. Hasta aquel momento, había olvidado las reservas de avión que había hecho. Debería estar contenta de no haberlas cancelado. Debería estarlo. ―¿Ha estado aquí todo ese tiempo? ―Le preguntó entonces Sarah. Mallory sabía lo que quería decir. Sabía cómo se sentiría si su futuro marido hubiera tenido a otra mujer viviendo tanto tiempo en su casa. Además no quería hacerle daño a Sarah. No tenía porque arruinarse otra vida. ―Sí, pero con una amiga mía. Vino para hacerme compañía mientras Dexter y yo hacíamos algo de investigación. ―Mallory esperaba que la muchacha no preguntara sobre el tema de la investigación. Sarah soltó un pequeño suspiro. 174

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―Dexter realmente ama su investigación. A veces pienso que lo ama más que a ninguna cosa. Mallory no había esperado sentir afinidad con la muchacha. Pero no podía evitarlo. Ambas tenían un lugar posterior al trabajo de Dexter. ―Estoy segura de que la ama mucho. ―Sé que lo hace ―murmuró ella, una insinuación de tristeza grabada fuertemente en su cara―. Yo también lo amo. Lo conozco desde hace mucho tiempo. Siempre ha sido maravilloso conmigo. Las palabras hirieron a Mallory en lo más hondo, pero nunca dejaría que el engaño de Dexter le rompiera el corazón tan a fondo que dudara de que alguna vez se repusiera por completo. ―Siempre ha estado ahí para mí ―continuó Sarah―. Atendiendo mis rodillas raspadas cuando trepé tras él mientras subía a los riscos o defendiéndome cuando sus padres enloquecían contra mí por ensuciar mi vestido. ―Se giró para mirar a Mallory―. Sus padres eran bastante estrictos. ―Eso he oído. La miró sorprendida. ―¿Le habló sobre sus padres? ―Sí. Sarah la miró fijamente durante momento. ―Nunca le habla a nadie sobre sus padres. Hasta yo lo tuve difícil para conseguir que se abriera y lo conozco de siempre. Es mi mejor amigo. Mallory alejó las lágrimas que amenazaban con caer. ―Tiene mucha suerte de tener un amigo tan bueno ―murmuró, deseando que a Dexter le hubiera gustado lo bastante para haber sido su amiga. Sarah asintió con la cabeza. ―Sí, tengo suerte. Cualquier mujer estaría orgullosa de tener un marido como Dexter. ―Un indicio de algo que Mallory realmente no podía discernir persistió en el comentario de Sarah―. No he encontrado a un hombre tan sensible hacia los demás, y a la vez tan triste por dentro. Mallory lo entendía, ya que había visto lo mismo. Y ella había querido ser un bálsamo para ese dolor. Sin embargo, otra mujer ocuparía su lugar. ―A veces me pregunto si... ―Sarah vaciló. ―¿Sí? Negó con la cabeza. ―No importa. No es importante. Mallory no insistió. En cambio, miró la puerta del dormitorio de Freddie mientras Sarah y ella pasaban por él, deseando saber dónde estaba Freddie, queriendo hablar con ella, aún cuando Mallory se sentía demasiado sensible, demasiado herida, para contarle a su amiga la mayoría de cosas. De repente la puerta se abrió de golpe, la furiosa voz de Freddie hizo eco en el vestíbulo. ―¡Cómo me desafías preguntándome tal cosa, tú… tú, hombre! Cummings entró disparado en el vestíbulo. Zapatos en mano, los pantalones medio cerrados y llevando la chaqueta sin la camisa debajo. Se paró en seco sobre sus pasos al verlas a las dos. ―¿Sarah? ―La boca le caía abierta. Freddie apareció en la entrada tras él, almohada en mano. Y Mallory descubrió adande había ido la camisa de Cummings. La llevaba Freddie. ¿Qué estaba pasando? 175

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―¡Toma esto! ―Freddie le arrojó la almohada a la cabeza de Cummings―. Y no … ―Se paró bruscamente, comprendiendo finalmente que no estaban solos―. Ah, ¡hola, Mal! ―dijo, como si sólo fuera otro día y no hubiera sido atrapada en una situación delicada con un hombre al que decía detestar. Cummings se aclaró la garganta, mirando a Mallory y Sarah y luego deteniéndose por fin en la prometida de Dexter. ―¿Qué estás haciendo aquí, Sarah? ―Es agradable verte también, Jonathan. ¿Jonathan? Freddie y Mallory articularon al unísono, ¡por Dios!, Cummings tenía nombre de pila. Cummings todavía se veía desconcertado. ―Lo siento. Es sólo que estoy sorprendido de verte. ¿Tú, esto, le dijiste a Dex que ibas a venir? ―No. Pero después de ver todos los informes en televisión y en el periódico, simplemente no pude quedarme lejos. Estaba preocupada. ―Ya veo. ―Entonces Cummings echó un vistazo hacia abajo como si hubiera recordado su estado de desnudez. Hizo una mueca―. Deja que me ponga, er… ¿Por qué no vas a tu habitación? ―Pero… ―Comenzó Sarah, pero Cummings enlazó su brazo con el de ella y prácticamente la arrastró alejándola. Ella echó un vistazo sobre el hombro, una expresión de disculpa sobre la cara. Entonces desaparecieron girando la esquina. Dejando que Mallory se enfrentara a Freddie. Mallory arqueó una ceja. ―¿Piensas decirme qué ha pasado? La expresión de Freddie se volvió terca. ―No, a no ser que pienses decirme por qué parece como si se te hubiese muerto el perro. Mallory no quería hablar sobre Dexter. El dolor estaba demasiado fresco. Además, la verdad estaba en sus ojos para todos los que la quisieran ver. Las palabras eran innecesarias. ―Planeo marcharme mañana. Hice las reservas de avión para todas. ―Sin embargo, Mallory no era tan ciega, ni tan ingenua, como para no entender lo que acababa de ver entre Freddie y Cummings―. ¿Vendrás con nosotras? ―¿Qué diablos de pregunta es esa? Desde luego que voy contigo, quiero decir, que no hay ninguna razón para quedarme aquí. ―La voz de Freddie dudó ligeramente―. Ninguna razón en absoluto. Mallory asintió, preguntándose si Freddie sabía cuánto entendía ese sentimiento. No había nada más para ninguna de las dos allí. Dexter atravesó la puerta de la calle a la mañana siguiente para encontrarse con tres pares de ojos fijos en su cara: Cummings, Gustav e incluso Quick. Cada uno con idéntica expresión de acusación. ―¿Qué es lo que pasa? ―preguntó. ―Buen Dios, hombre ―rompió Cummings, avanzando con grandes pasos inquietos―. ¿Dónde has estado? Te llamé al menos veinte veces. ¿No oíste ninguno de mis mensajes? ―Primero, sabes dónde estaba. En Londres. ―Aunque su viaje había sido un fracaso. No había encontrado a Sarah en ninguna parte cuando llegó a casa, con lo que prolongó su permanencia. No había querido marcharse hasta haber hablado con ella; pero cuando 176

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volvió a su casa en Grosvenor Square, no estaba allí y todo lo que su mayordomo sabía era que algo urgente había pasado y no sabía cuándo iba a volver. ¿Por qué no la había llamado para avisarla de que iba? Probablemente, porque había esperado que estuviera en casa. Además, había estado impaciente por hablar del futuro, decirle cómo se sentía y hablarle de Mallory. Ahora que había fallado, no podía avanzar en sus proyectos de pedirle a Mallory que se casara con él. Tenía que hacer las cosas correctamente con Sarah primero. ―¿Qué hay de mis mensajes? ―Le pinchó Cummings. ―No recibí ninguno de tus mensajes porque me quedé en un hotel a una manzana de distancia de Sarah en vez de en mi casa. No quería vagar de un lado a otro por toda la ciudad. ―¿No podías habernos llamado y decirnos lo que estabas haciendo? La seria mirada en las caras de los hombres hizo que Dexter sintiera aprensión. ―¿Por qué me mirais todos así? ¿Ha pasado algo? Los hombres se miraron los unos a los otros y Cummings dijo sin rodeos: ―Las mujeres se han marchado. Le costó un momento que las palabras penetraran. ―¿Marchado? ¿Qué significa marchado? ―Que no están aquí. Se han ido. Recogieron sus cosas anoche, llamaron a un taxi y están de camino a Heathrow mientras hablamos. Dexter se pasó la mano por el pelo. ¿Qué había pasado? Se había marchado perfectamente contento, Mallory durmiendo ayer por la mañana, habiéndole hecho el amor con un fervor que nunca había experimentado, esperando imprimirlo en su memoria hasta que volviera y pudieran continuar donde lo habían dejado, pero esta vez con un anillo en el dedo. Dexter cruzó entre los hombres, inquieto y confundido. Entonces se giró para enfrentarlos. ―No lo entiendo. ¿Por qué Mallory se ha ido? ―¡Hola, Dexter! ―Una suave voz familiar lo llamó desde el descansillo detrás suyo. Despacio, Dexter se giró para enfrentarse a la mujer a la que había ido a ver a Londres. ―¿Sarah? Ella bajó la escalera, quedándose en el último escalón. Él se movió para saludarla. Le recogió las manos con las suyas. Su dulce sonrisa era algo triste. ―Vine a ver cómo estabas. Leí el artículo. ¿Estás bien? La última cosa que le preocupaba en aquel momento a Dexter era el maldito artículo sobre su trabajo. ―Estoy bien. El asunto del periódico fue un malentendido. ―Eso es lo que dijo Mallory. Mallory. Dios, ¿qué había hecho? En cuanto vio a Sarah, supo que de algún modo Mallory había averiguado su engaño. Esto explicaría que hubiese huído. Dile la verdad a Mallory o déjala marchar. Cummings había intentado advertirle, pero Dexter no había prestado atención al consejo de su amigo. Ahora era demasiado tarde. La había perdido. ―Fui a Londres a verte y tú viniste a Gales a verme a mí. Debemos habernos cruzado en el camino. ―No sintió ninguna ironía, sólo una penetrante sensación de desesperación. ¿También se había cruzado con Mallory? Había tenido prisa por llegar a casa una vez que se había hecho de día y Sarah aún no había vuelto. Quería tener a Mallory entre sus brazos. 177

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―Espero que no me lo tengas en cuenta ―dijo ella. ―Sabes que siempre eres bienvenida aquí. ―Lo sé ―murmuró―. Realmente eres mi mejor amigo. Dexter sintió una punzada de remordimiento al oír las palabras de Sarah, palabras que le hicieron más difícil hacer lo que tenía que hacer. No sólo por su felicidad, sino por la de Sarah también. Mira lo que su engaño había hecho. Mallory lo había abandonado. No pedía seguir mintiendo a Sarah y la primera mentira sería que la amaba. ―Todavía tienes tiempo de ir tras ella. Dexter rompió sus reflexiones. ―¿Qué has dicho? ―Dije que aún tienes tiempo de ir tras ella. Sólo te saca una media hora. ―Pero… ―Si no lo haces, será el error más grande de tu vida. ―¿Qué me estás diciendo? ―Dexter, te conozco de toda mi vida y todo ese tiempo he esperado para ver la mirada que tienes en los ojos ahora mismo. Pero pienso que esa mirada no es para mí. Lo que es más, vi esa mirada en los ojos de Mallory. Te ama. De verdad que lo hace. Todo lo que quiero es tu felicidad y creo que ella te hace muy feliz. ―¿Pero que hay de nosotros? Se suponía que íbamos a casarnos. Ella le dio su bendición con una tierna sonrisa. ―Lo sé y espero que no me odies si te digo que no quiero casarme contigo. Mis motivos para venir aquí no eran debidos completamente al artículo. Quería hablar contigo… sobre nosotros. Eso sí que era irónico. ―Nunca podría odiarte. ―Entonces parpadeó. ―¿No quieres casarte conmigo? Ella puso su mano con cuidado contra su mejilla. ―No ―murmuró―. Era el miedo a perder tu amistad lo que me impidió decirte algo de esto antes. No podía hacerlo si te hacía daño. Creo que esperaba que un día te amaría como una esposa debería. Pero… no creo que vaya a ocurrir. Y ahora veo que tú tampoco te preocupas por mí de ese modo. ―No entraba en mis planes enamorarme de Mallory ―le juró Dexter, tomando de la mano a Sarah―. Sólo pasó. ―Oh, Dex. ¿Piensas que creería que planeabas amar a otra mujer? Te conozco demasiado bien. ―Un poco de color le manchó las mejillas al añadir tranquilamente―. Y si nos confesamos, déjame decirte, también, que he encontrado a alguien a quien amo con todo mi corazón. ―La verdad de su declaración se veía claramente en sus ojos. Brillaban con un entusiasmo floreciente―. No puedes imaginarte lo maravilloso que es saber que has encontrado a una persona que significa todo para ti. ―Sonrió en silencio entonces―. Pensándolo bien, me imagino que puedes. Dios, una vez lo había hecho, pero temía haber fastidiado su única posibilidad. ―¿Qué ocurre con tus padres? Sabes lo que sienten sobre el deber y la tradición. ―Eran personas tan quisquillosas como lo habían sido los padres de Dexter. Sarah se enderezó, echando los hombros hacia atrás. ―Soy una mujer moderna, Dexter. Estoy lista para empezar algunas tradiciones como propias. Ahora ―le empujó por los hombros―, ve a por Mallory. Vaciló. ―¿Y si no me quiere? ―Incluso si llegaba a tiempo de pillarla no tenía ninguna garantía de que pudiera hacer que las cosas mejoraran. 178

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¿Pero que haría sin ella? No podía perderla, no cuando acababa de encontrarla, ahora que era libre de amarla como se merecía que la amara. Sarah presionó una mano sobre su pecho. ―Permítele saber lo que hay en tu corazón… y quizás llévale ese ramo grande de rosas del florero que hay sobre la mesa de ahí. Dexter se inclinó y le besó la mejilla. ―Gracias. Ella sonrió amablemente y susurró. ―Buena suerte y…que todo salga bien.

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CAPÍTULO 25 —Buenos días damas y caballeros, y bienvenidos a bordo del vuelo 175 de British Airways, directo a Nueva York. El tiempo del vuelo es de de siete horas y cuarenta minutos, y estaremos volando a una altitud de treinta y cinco mil pies. El pronóstico para el tiempo actualmente es brumoso. Ron Jacobs es su capitán, y yo soy Clarissa Markinson, jefa de auxiliar de vuelo. Saldremos en un momento, por favor, tan sólo pónganse sus cinturones de seguridad y disfruten del vuelo. Mallory extendió la mano para coger otro Kleenex, odiándose por llorar como un bebé mientras miraba hacia aquella despreciable pista. Si nunca volvía a volar... entonces probablemente nunca vería a Dexter de nuevo. Señor, ¿qué pasaba con ella? ¿Cómo podía preocuparse por el sinvergüenza sucio y malvado? Sólo esperaba que tratara a Sarah mejor de lo que la había tratado a ella. Sarah le había pedido quedarse, que esperara la vuelta de Dexter, diciendo que podría haber algunas cosas que él necesitara decirle a ella, cosas muy importantes. Pero Mallory no quería escuchar nada de lo que tenía que decirle y no podría aguantar ver a Dexter en los brazos de Sarah. Mallory se sorbió los mocos. ¿Qué había dicho el capitán sobre el tiempo? Pronóstico brumoso. Bien, no era ninguna sorpresa. Aquel sentimiento parecía englobar su vida entera. ¿No había sido lo que el genio en su bola mágica le había dicho antes de que se embarcara en este maldito viaje? Arrancó otro Kleenex del paquete y de repente encontró tres manos extendidas delante de ella. Echó un vistazo hasta que encontró a Freddie, Genie y a su madre mirándola fijamente, cada una con caras llorosas idénticas. —¿Por qué estais llorando todas? —Les preguntó Mallory. —No lloro —dijo Freddie defensivamente, aunque su voz sonaba sospechosamente atascada por las lágrimas—. Es mi, er... alergia desatada. —¿Y a qué, exactamente, eres alérgica? La mirada de Freddie revoloteó alrededor de la cabina de primera clase. —A la tapicería barata. ¿Ves el material de que están hechos estos asientos? Quién sabe qué tipo de gérmenes flotan por aquí. La mirada de Mallory se trasladó entonces a su madre. —¿Y tú, mamá? —Yo tampoco lloro. Solamente tengo algo en el ojo. —Ya veo —murmuró Mallory, su mirada recayó sobre su hermana. —¿Y en cuanto a ti, Genie? ¿Tienes alergia o algo en el ojo? Genie sacudió la cabeza. —No. Creo que huelo a cebolla. ¿Ccebolla? Bien, al menos era original. —Dios mío, ¿no creeis que parecemos unas patéticas llorando por un par de hombres? —Sí. —Asintió Genie—. ¿Quién los necesita? —Yo no, seguro —dijo Freddie en su tono No-necesito-a-nadie—. Si me preguntas te diré que son unos pesados… y unos mentirosos, también. Mallory lo entendía. Tuvo que abstenerse de decir: “Amén, hermana” Freddie, sin embargo, estaba en racha.

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—¡Te hacen pensar que es solamente un secretario inútil y resentido y luego ¡bam! Te dice que se ganó una fortuna comprando muchas papeletas de acciones de AOL46 en su infancia y es millonario. ¡Y luego tiene el valor de pensar que eso te vale hasta que te enamores de él como ese inútil, pomposo, cabezón y molesto secretario! ¡Ah! y desde luego, deberías casarte con ellos. ¡Bien, olvídalo! Si quisiera a un millonario, yo... — frunció el ceño—. Supongo que me casaría con uno. Mallory no había hecho nada más que parpadear por la diatriba de Freddie. —¿Tratas de decir que Cummings es ... rico? Freddie cabeceó y se sorbió los mocos otra vez. —Asquerosamente rico. Repugnante, ¿verdad? Cuando me gustaba el hombre tal y como era, tiene que ir y ser rico. Será rata. Mallory no podía creer lo que oía. —¿Y quería casarse contigo? Freddie parecía miserable. —¡Cómo se atreve él... o él. ¡Ah, da igual! —¿Por qué trabaja para Dexter, entonces? Ella se encogió de hombros. —Son amigos. Un par de hombres estúpidos como nunca he conocido. Era simplemente demasiado, pensó Mallory, repartiendo Kleenexs. Allí estaban. Cuatro mujeres llorando como niñas. ¿Qué pensarían los otros pasajeros?, se preguntó sonándose la nariz. —¡Mallory! Mallory saltó en su asiento al escuchar el rugido ensordecedor de su nombre. La voz era familiar. No podía ser. No. Despacio, se dio la vuelta, pero no fue capaz de ver por encima de su asiento. Se movió y se arrodilló, mirando detenidamente con los ojos muy abiertos hacia la escalera que bajaba en espiral hacia el nivel inferior del avión donde se producía el alboroto. —¡Mallory! —bramó la voz una vez más. Entonces una hermosa cara que Mallory creyó que nunca volvería a ver, apareció. Dexter estaba en lo alto de la escalera, su mirada oscilando hacia adelante y atrás, una auxiliar de vuelo pegada a sus talones. —Por favor, señor. Debe tomar asiento. Nos marcharemos en cualquier momento. Dexter la ignoró. —¡Mallory! —gritó, sonando tan torturado como Brando en Un tranvía llamado deseo47. Entonces la descubrió. No sonrió. No se movió hacia ella. No, solamente se quedó allí de pie pareciendo completamente hermoso y portando la expresión más decidida que alguna vez había visto. Mallory presionó sus labios fuertemente. No sonreiría. Y no gritaría. —¿Qué estás haciendo aquí, Dexter? —Vine por ti. —Un murmullo se extendió por la muchedumbre de pasajeros, recordando a Mallory que no estaban solos. Y cuando su mirada se arrastró poco a poco por la cabina, vio que cada ojo estaba fijo en ella y Dexter. —Y yo vine por Freddie —dijo otra voz.

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AOL (America OnLine), empresa que forma parte del grupo TimeWarner Película de 1951 protagonizada por Vivien Leigh y Marlon Brando y dirigida por Elia Kazan. N. de la T. 47

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—¿Cummings? —chilló Freddie y luego lanzó un avergonzada mirada alrededor—. Ah, sólo eres tú —enmendó en un tono normal, tratando de fingir que no le preocupaba el que él estuviera allí. —¡Demonios que sí, mujer! —gruñó Cummings—. Y ya basta de tonterías. Freddie resopló. —Márchate. Él apretó los dientes. —Juro, Freddie, que vas a casarte conmigo o... Freddie saltó de su asiento y lo miró airadamente, mientras cruzaba sus brazos. —¿O vas a qué? Cummings le devolvió la mirada enfurecida durante todo un segundo; entonces su cólera se desinfló como un globo pinchado. —O tendré que dar todo mi dinero a la caridad y coger un trabajo como barrendero. Mallory nunca pensó que viviría para ver el día en que Freddie, resistente-como-lasuñas-de-una-princesa-judía-americana, Feldman se derrumbaría. Pero hoy era el día. —¿Dejarías todo tu dinero... por mí? —Las dos últimas palabras salieron chilladas. —Si es el único modo en que puedo tenerte …—dijo Cummings con un cabeceo. —Oh —Freddie estaba llorando—. ¡Eres el hombre más maravilloso, más dulce y adorable del mundo! Corrió hacia él y le pasó los brazos alrededor del cuello, dándole un beso que provocó el suspiro de las mujeres y el abucheo de los hombres. Cuando los labios de Freddie abandonaron los de Cummings, el hombre la miró devastado. —¿Entonces, —dijo ella con una sonrisa diabólica—, exactamente de cuánto dinero estamos hablando? Cummings sacudió la cabeza y arrastró a Freddie de nuevo a su pecho. El hombre finalmente había aprendido lo que hacía falta para mantener a Freddie Feldman callada. —Por favor, deben tomar asiento —suplicó la auxiliar de vuelo, aún cuando mostrara una expresión melancólica—. Están retrasando el vuelo. —Pssh —dijo una voz—. ¿Por qué está todo el mundo con prisas estos días? —¿Gustav? —dijo su madre, parpadeando cuando un cuerpo bajito apareció entre Dexter y un ocupado Cummings. —¡Hola, querida! —Gustav sonrió, parecía completamente enano entre los dos gigantes—. No podía dejarte ir sin decirte lo que siento por ti. Verás... —Tragó y se pasó un dedo por su cuello—. Bien... Su madre se levantó de su asiento. —¿Me amas? Él sonrió abiertamente y meneó su dedo hacia ella. —Sí, muchacha. Lo hago. Desde que te conocí el fuego ha vuelto a mi corazón... y a otros sitios —añadió con un guiño, haciendo que su madre se ruborizada—. Quiero mostrarte mi país y mi casa. Quiero pasar el tiempo que me queda en esta tierra contigo. La madre de Mallory caminó hacia él, con los brazos abiertos. —Y yo quiero estar contigo también. —Ella lo abrazó. —¡Ejem! —dijo otra voz—. ¿Les importa no bloquear el pasillo? Genie surgió de su asiento. —¿David? ¡Oh, Dios mío, David! ¿David? Pensó Mallory mientras Quick le daba un codazo ligero a la azafata para que se apartase. Otra persona con nombre de pila. El mayordomo de Dexter mantuvo sus brazos abiertos para Genie. Eso fue todo lo que necesitó su hermana para atravesar el pasillo a toda velocidad y lanzarse a ellos y 182

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envolver sus piernas alrededor de la cintura de él, besándole con toda la pasión y el fervor de los dieciocho años. Y aquello dejaba sólo a Mallory y Dexter La mirada de él no se había movido de ella desde que llegó a lo alto de la escalera. La boca de Mallory se secó, el corazón le palpitaba con tanta fuerza que pensó que se le saldría Del pecho. —Si no ocupan sus asientos ahora —advirtió la auxiliar de vuelo—, voy tener que pedirles que salgan del avión inmediatamente. —Bien —dijo Dexter, y el corazón de Mallory le dio un vuelco. Iba a marcharse. Entonces añadió—. Vamos a tomar asiento, caballeros... y damas. Mallory parpadeó. No podía ser. ¿No venían con ellas, verdad? No, no era posible. —¿Qué estás haciendo? —preguntó cuando Dexter se acercó para quedarse de pie en el pasillo en medio de su asiento de ventanilla. —Si no te quedas aquí conmigo, entonces me voy a Nueva York contigo. —Entonces, de su espalda, sacó un ramo de rosas, dándoselo con toda la maestría que ella le había enseñado. Mallory lo cogió sin pensar. —Pero no puedes venir. —Oh, sí que puedo. Es un mundo libre. Varias personas se movieron de sus asientos para que las cuatro parejas pudieran sentarse juntas. Parecía que nadie quería entrometerse entre el amor verdadero, o entre cuatro hombres muy protectores. Incluso la auxiliar de vuelo ayudó a reocupar a los pasajeros sueltos. Dexter se dejó caer de repente en el lugar que Freddie acababa de desocupar y se abrochó el cinturón de seguridad. Echó un vistazo hacia a Mallory, ya que ella se encontraba arrodillada en su asiento todavía. —Bien, venga, señorita Ginelli. La gente está esperando para irse. Todavía aturdida, Mallory se dio la vuelta y se sentó, mirándole. —Pero... tienes miedo a volar. —Es cierto. —El sudor apareció en su frente como para confirmar sus palabras—. Pero un hombre tiene que hacer lo que un hombre tiene que hacer. Creo que fue John Wayne quien lo dijo. Parece apropiado para esta situación. El capitán regresó al altavoz, diciéndoles a todos que se preparasen para el despegue. La cara de Dexter palideció, y sus manos agarraron los apoyabrazos. —Dexter, es una locura. Tienes que bajarte. Él suspiró y se dio la vuelta. —La única locura para mí sería dejarte marchar sin decirte cuánto te amo. —Cogió su mano—. Eres mi Ilsa, mi Adrian, mi Stella, mi Scarlett. Mallory sacudió la cabeza, dispuesta a hacer retroceder las lágrimas. —No escucharé más de tus mentiras. Lo sé todo sobre tú y Sarah. —¿Entonces sabes que ella no quiere casarse conmigo? —¿Tan sólo por eso estás aquí? ¿Porque te rechazó? —No. Estoy aquí porque también sabe que no quiero casarme con ella. —¿No quieres? —Una sola lágrima incontrolada cayó rodando por la mejilla de Mallory. Dexter tiernamente se la enjuagó. —No —murmuró—. No quiero. Te hablé sobre mi familia y sobre cómo creían fuertemente en la tradición. Arreglaron el matrimonio entre Sarah y yo hace mucho tiempo. Pero nunca me importó más que de manera fraternal. Ella se sentía de la misma 183

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manera. Me dijo que viniera aquí, que cometería el error más grande de mi vida si te dejaba ir. No necesitaba que me lo dijese. Yo ya lo sabía. —Pero, ¿por qué no me dijiste la verdad? —Porque era un cobarde. No quería perderte, pero no sabía cómo cambiar el curso que estaba tomando mi vida. Tú me lo mostraste. —¿Lo hice? Él cabeceó, su cara palideció drásticamente cuando el avión comenzó a rodar por la pista. —Me preguntaste una vez si no haría lo que fuera necesario para estar con la mujer que amo. No querer perder a la única persona a quién sabía en mi alma que era la única para mí. —Levantó la mano de ella hacia sus labios, sus ojos azules capturando los suyos —. Bien, he encontrado el amor, y no tengo ninguna intención de dejarlo escapar. Cásate conmigo, Mallory. Estaré perdido sin ti. Las lágrimas se derramaban por la cara de Mallory. ¿Podría ser cierto? ¿Había encontrado por fin su propio final feliz? El intercomunicador crujió, y luego el capitán habló. —Buenos días, gente. Nuestro pronóstico del tiempo para el día ha cambiado. Parece que tendremos tiempo soleado y cielos azules para el resto de nuestro viaje. Mallory cerró los ojos y se rió. Tenía la respuesta. Y ya con el avión en el cielo, examinó la cara hermosa y entrañable del hombre que amaba y dijo: —Me casaré con usted, profesor..., pero sólo con una condición. —¿Y cuál es? —Que pueda enseñarle a nuestros niños a bailar. Él se rió y se inclinó para besarla. —Cualquier cosa que quiera, señorita Ginelli... Cualquier cosa.

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