Juana de Arco Mark Twain

MÁRK TWAIN Juana de A rco (NOVELA EDITORIAL EDICIONES HISTORICA) TESORO SIGLO XX Avda. José Antonio, 43 MADRID

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MÁRK

TWAIN

Juana de A rco (NOVELA

EDITORIAL EDICIONES

HISTORICA)

TESORO SIGLO

XX

Avda. José Antonio, 43 MADRID

TITU LO O R IG IN A L

Personal RecolUctions o f Joan o f Are VERSION

ESPA D O LA ,

FROLO G O Y NOTAS DE

MARIA

DEL

PILAR

GANOSE

Primera edición - Octubre 1949 Segunda edición - Febrero 195$

Reservados todos ios derechos Copyright by Clara Clemens Gabrilovitch N ew -Y o rk 1910

INDICE Pófí.

P ró lo g o ......................................................................

5

Mork Twain, genio y figura de un coloso norte­ americano ...............................................

7

P refacio..................................................................

19

Primera porte.............................................................

23

Segunda p a r te .........................................................

79

Tercera p a rte .....................................................

287

Conclusión ...............................................................

^97

PROLOGO El año 1896 publicó por primera vez Mark Twain la presen te obra, cuyo título inglés original es así: €Personal RecollecU ons o f Joan o f A r o , y que nosotros ofrecemos, vertida al español, por vez primera en nuestra patria, con el compendiado m em brete del n om ­ bre de la protagonista: €Juana de Arco*. A gran parte del público causará sorpresa— agradable sorpresa, sin duda— esta novela, de am biente histórico, del brillante escritor norteam ericano, cuya fama, de todos conocida y reconocida, se cim enta en la gracia y la personalidad de su gran humorismo, tierno y sencillo, grato y pintoresco. Es esta *Juana de A rco> esa salida de tono de quien tan acostumbrado nos tenia al ingenio y al gracejo de la sonrisa, que siempre surge de la lectura de sus populares novelas y cuentos. Y es una obra perfecta m ente serta. Difícilm ente ha podido escoger Samuel Langhorne Clem ens tem a más atrayente y sugestivo, más em otivam ente universal, que el reflejo de la vida heroica y llena de humanidad, dentro de su extraordinaria gesta, de Santa Juana de Arco. En la DonceUa de Orleáns, que nos presenta este ilustre escritor, hay calidades fabu ­ losas de narrador atrayente y episodios de reconocida em oción . Hay capítulos que tienen la vibración épica de las viejas epopeyas de la historia. Pero todo ello con un calor de vida, con una identidad tan realista, que la propia protagonista parece escaparse de los capítulos con una corporeidad física y espiritual que nos hace com ­ partir con ella sus em ociones y sus inquietudes, sus anhelos y sus ideales, sus esperanzas y sus temores... El propio estilo de la novela tiene un rico sabor de época, que sirve perfecta y colosalmente el propósito del novelista. Una con s­ trucción de características romancescas rezuman un puro sabor caballeresco. Y un perfum e de ingenuidad, de relato de gesta, aroma la marcha ascendente de la Doncella liberadora de Francia desde las verdes praderas natales hasta las horas infam antes del m arti­ rio... Mark Twain, que ha estudiado sobre el terreno y en los docu­

mentos de la época, en las bibliografías lejanas y en el cercano sentimiento tradicional vernáculo, todo el mundo circundante de Juana de Arco, ha salido victorioso de su difícil em presa, ya que esta versión biográfica—hoy podríamos Warnarlsk haQioorática, pues a la heroína se la reza en los ali&rñs de la catolicidad— es una de las mejores interpretaciones de la Doncella que hayan imaginado los literatos que pusieron su pluma a su leal servicio. El mismo m éto ­ do de poner en boca de su fiel escudero el relato de la gesta de la heroína gana en interés directo y em otivo. Respecto a su versión al español no quiero terminar estas pa­ labras preliminares sin decir algo, que tiene acentos de disculpa y ruegos de benevolencia. El inglés que usa, que emplea y recrea la vida de Juana de Arco, de Mark Twain, es un inglés difícil, por­ que el escritor ha querido vestir su relato con las galas de un len­ guaje,de la época. En una palabra, es un inglés de reconstrucción clásica. Al modo de esas estatuas de genios modernos a los que se quiere perpetuar con indumentarias convencionalm ente helénicas —para evitar que las modas las dejen inactuales y propensas al ridiculo, con el paso del tiempo— , la construcción estilística de esta novela histórica se salvará en muchos años de las naturales evohídones del lenguaje inglés. Hasta donde mi admiración por el autor vertido y mi buena voluntad han podido, he tratado de hacer 'ina versión tan escrupulosamente fiel como verdadera, intentando sortear todos los peligros del exceso de la libre interpretación cas­ tellana o los defectos de la fidelidad al pie de la letra. Mi m ayor satisfacción será, lector benévolo, haberlo conseguido hasta el pun­ to de ser dian a de la admiración que siento por Mark Twain, y de la aprobación ri* quien se disponga a leerme. M.

del

P. G.

MARK

T W A I N

GENIO Y FIGURA DE UN COLOSO NORTEAMERICANO

Stuart P. Sherman, en el estudio que hace de Mark Twain en «Tke Cambridge History of American Literature» (III, 1-20), inicia el aná­ lisis de este gran escritor norteamericano con las siguientes palabra*: «Samuel Langhorne Clemens, más conocido por Mark Twain, es el «co­ loso de la raza» que Whiteman había predicho, no tardaría en mani­ festarse.» Y más adelante añade: «Mark Twain es una de muestra* grandes figuras representativas. Al conjuro de su plu./nr. se ha hech® tangible la gran promesa de la vida americana. Con el se manifiestan todas las virtudes de la tierra y de la sociedad, en que ha nacido y se ha desarrollado. Encarna fielmente el espíritu de una época de la his­ toria de América, cuando la nación ensanchada territorial y espíritualmente cruza alegremente el umbral de nuevas aventuras. En una proyección retrospectiva presenta para nosotros, al lado de Whiteman • Lincolu, sus conciudadanos, aparte de las sombras de la guerra civil, un hijo nativo inconfundible de un pueblo que avanza hacia el Oeste, lleno de nobles anhelos y aspiraciones, sin convencionalismos, confiad# en sí mismo, alegre, profano, realista cínico, ruidoso demócrata, gene­ roso, caballerosidad y gentileza, empapado por el sentimiento de la soctdad filial y la lealtad a las instituciones americanas.» W. F. Taylor señala a Twain como escritor esencialmente regionalista. Es decir, surge como primer prosista exclusivamente americano y privativamente inspirado en sus valores y suelo. Por ello, Howells halla un término de comparación feliz al definirle como el Lincoln de la literatura americana, ya que con él se Inicia la verdadera independencia de las letras estadounidenses, frente a extrañas influencias; Lincoln, como sabemos, dió a su nación las actuales características políticas. Su fuen­ te de inspiración es nueva: el hombre y el suelo americano, el «pio­ neer» que ha conquistado su querida independencia con su esfuerzo propio. El mismo es uno de ellos; con ellos comparte etapas de su vida en la marcha heroica hacia el Oeste. Su literatura es un tanto anti­ académica, pero tiene alta significación: la de un pueblo que ha lo­ grado su libertad en medio de la rudeza y en lucha con la vida, feta lucha por la vida-selección natural—, que habrá de conocer Twain ea todo su apogeo, en la América aún irredenta de los albores de su ca­ rrera. le hará un tanto escéptico y un mucho determinista, «obre tod* en sus últimos años.

La vida de Samuel L. Clemens tiene mucho de aventurera, y ha sido trazada magistralmente, en la plenitud de su significado, por Albert Bígelow Paine en su admirable biografía. Pertenece por su naci­ miento al Middle West, ya que nace el 30 de noviembre de 1835, en florida Missouri por su herencia paterna era virginiano. Su padfe había recorrido paulatinamente, en compañía de familia y esclavos, todo el Kentucky y el Tennessee, buscando una mejor fortuna. Sus más cortos años transcurren en Hannibal, Missouri, pequeña ciudad ador­ mecida. según sus propias palabras, como un gato enroscado al sol, pero en contraste con la desdeñosa población, el pequeño Clemens verá algo majestuoso, supremo e inmarcesible en el patriarca fluvial Mississipí, surcado por las balsas y los barcos, haciendo entrever a su infantil pero gigantesca imaginación nuevos e inexplorados horizontes: Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el vivir, pencaría el pequeño gran rebelde, alzándose ante el pensamiento del gran poeta castellano Jorge Manrique. En 1847 pierde a su padre, sin poder ver cumplido el gran sueño de su vida. Salir de su «pobre miseria» con la venta fructífera de unos acres de suelo de Tennessee que posee. El futuro Mark Twain tiene que abandonar la escuela y aprender a ganar su vida. Su hermano Orion es propietario del Journal, periódico de Hannibal; en el pequeño taller aprenderá el oficio de tipógrafo, ayudándole en la composición del mismo. Años más tarde, en 1853, con la garantía de su buen apren­ dizaje. después de haber jurado solemnemente a su madre, puesta la mano sobre las Sagradas Escrituras, «no jugar a los naipes ni beber alcohol*, sale de su ciudad natal, buscando vida y trabajo. Como tipó­ grafo i -¿correrá o cuatro años las ciudades de San Luis, Nueva York, Filadelña, Keofruk y Cíncinnati. En el invierno ¿e 1856-57 nos lo encontraremos en las fuentes del Amazonas, acariciando el problemático proyecto de hacer fortuna con la recolección de cacao, y en la primavera de 1857 toma pasaje en el «Paul Jones» rumbo a Nueva Orleáns, para desde allí embarcarse hacia el Brasil. En este viaje conocerá al piloto náutico Bixby, decidiéndose repentinamente por otra idea, que había acariciado desde la niñee. Por quinientos dólares que pagaría con sus dietas, Bixby se compromete a X o roR n^vesar por el caudaloso Mississipí y a sortear sus dtaip ?8HC ?e^ e Orleáns hasta San Luis. Acabado el aprendSvpp .wí díplT a de pUoto- Y en este trabajo reunirá, y sin tlrM 7 ° men0S lejana utlllzacK>n, el más valioso may u i i r / T 11? 1*8 fluvlales’ 8U conocimiento del paisaje

rador más valioso, su filón áureo, por llamarlo asi; él mismo nos Id narra con sencillas palabras en su autobiografía. Como también nos dice que este período de su existencia va a ser interrumpido al estallar la guerra civil, cesando por ello como piloto. Por su situación entonces, se tuvo que alistar a uno de los contendientes; lo hace sin mucho en­ tusiasmo en la Confederación, apartándose al poco tiempo de ella. Dos años después nos narrará su experiencia militar en una pequeña obra, Prívate History of a Campain that Failed. Eventualmente el general Ulysses Grant se convertirá en su ídolo, y esto, unido a su manera de pensar, completamente contraria a la tesis esclavista le llevará a apa­ sionarse por la causa de la Unión. El 26 de julio de 1861 lo encontramos en Carson City, Nevada, me­ tido en un negocio de paquetería. Precisamente su hermano Orion, del cual figura como ayudante, ha pasado a ser secretario del territorio, gracias a los buenos oficios de amigos influyentes en el Gabiente Lincoln. Twain, sin tener otra cosa que hacer en esa ciudad que dedicarse a explo­ rar yacimientos mineros, movido por la pasión que había enfebrecido * su padre, que enfebrecía a su tío, el mayor Sellers, y que impelía a todos los americanos en aquellos días de creación, no ve en la quimera de! oro resultados prácticos, por la cual, al brindársele ocasión al año si­ guiente de hacer de corresponsal del Enterprise, con veinticinco dólares semanales, lo aceptará a ojos cerrados. Este será el principio de su carrera literaria. Sus primeras crónicas irán en forma epistolar, diri­ gidas al editor del periódico bajo el seudónimo de J osh . Y cuando lleva la corresponsalía de su periódico en las sesiones de legislatura de Carson City, empleará por vez primera la firma de Mark Twain, un nombre que usara anteriormente un piloto del vapor correo «Picayune», de Nueva Orleáns, pero que hace evocar el grito tradicional usado en­ tre los ribereños y marinería del Mississipí (1). Su gran talento e In­ discutible vivacidad e ingenio le abrirán por entonces las puertas del Mercury, de Nueva York. Su pluma, que alguna vez deja deslizar es­ tupendos sarcasmos, le acarreará un duelo, el cual describe graciosa* mente en su Autobiografía, y en 1864, a consecuencia de este incidente, marchará a San Francisco, donde escribe notas típicas para diversos periódicos y diarios ( The Moming Cali, The Golden Era, The Califfornian), y que llamarán la atención pública. Su popularidad se extender* con sus artículos en el Saturday Press, de Nueva York, y en 1866 será enviado especial por la Unión, de Sacramento a las islas Hawai: allí entablará amistad con los ministros americanos en China y Japón, y después de una arriesgada exploración al cráter del volcán Kiiauet, podrá interviuvar a un grupo de marineros náufragos en el hospital de Honolulú. La emoción de este relato, aparecido en el Harper Magazine (1866), marca un debut único en el mundo literario de su país. (1) Entre los ribereños y tráfico fluvial del caudaloso Mississipi aún se grita ¡Mark Tree\ (¡Tres brazas!), \Mark Ttoainl (iDos brazas!), en las operaciones de anclaje.

De vuelta a San Francisco, empieza un ciclo de conferencias hu­ morísticas acerca de las islas Hawai, que harán las delicias de su pubüe¿ arrancándole espontáneos aplausos. Es entonces cuando veri­ fica el verdadero descubrimiento del «yo* y conoce cuál ha de ser el verdadero significado de su vida. Pleno de verdadero entusiasmo, inicia una nueva etapa de su exis­ tencia: los libros y las conferencias. Será el proveedor de optimismo, jovialidad y alegria del pueblo americano. Funda una casa editorial, establece librerías, colabora en distintas publicaciones y revistas, y como antiguo tipógrafo se interesa en un proyecto de composición auto­ mática por medio de una máquina: la idea-germen de la moderna linotipia. Sus libros y charlas le proporcionan pingües beneficios. La primera de sus obras, The Celebrated Jumping Frog of Calaveras and other Sketches («La celebrada rana saltarina del Condado de Calave­ ras y otras historietas»), se publica en mayo de 1867. Dichos cuentos habían sido leídos en el Cooper Institute. El 8 de junio de ese misma año sale en el «Quaker City» para realizar una excursión de cinco meses y en travesía por el Mediterráneo hasta los Santos Lugares. Di­ cho viaje se hizo célebre gracias a sus crónicas, enviadas a The Alta California y a la Tribune, de Nueva York, refundidas e inmortalizadas en su libro Innocents abroad, su primer éxito editorial. Se casó en 1879 con Olivia Langdon, de Elmira, Nueva York, hermana de uno de los pe­ regrinos del «Quaker City^ y uno de sus más simpáticos lectores y crítiecs. Ensaya la publicación de un diario en Buffalo; sin embargo, en 1871, y después de un semifracaso, se traslada a Hartford, Connecticut; allí, en 1874. asentará su hogar durante diecisiete años, anudando amis­ tades, entre las que cuenta a Charles Dudley Warner (1) y a William Dean Howells (2). Asimismo, trabaja intensamente para The Atlantic Monthly, Harper’s Magazine y The North American Reweiv. Durante varios años le cuesta adaptarse al ambiente fabril de las grandes ur­ bes del Este; pero en ellas también conseguirá imponerse, convirtién­ dose en el león literario que había sido en Carson City y San Fran­ cisco. y poco a poco se irá elevando a la categoría de una personalidad naeional aclamada y respetada. En distintas épocas residirá en Ingla­ terra, Francia, Italia, Alemania y Austria, principalmente en sus últimos afios, en períodos de estrechez económica. En su Autobiografía (editada por A. 8. Paine) encontraremos diversos matices de sus viajes y que le dieron abundante material para sus narraciones y para la riPi i ^ í ! i d?nSUS 3u! ? os de 1004 clase- La publicación de las Memorias « « ^ 1 ^ t’ verlflcada Por su compañía editora, le pro^ lortuna, empero, al lado de este acierto, tuvo no ligeros S e d e d o /d e máquina de composición tipográfica le costé alrededor de los 200.000 dólares. A los sesenta aftos fué declarad# m m e n i, c a p * x m * Carabrld«* HtetorJ •* American Literatura. T .(2) rbid. Tomo IH, Cap. "XI.

quiebra; pudo haberse acogido, como hicieron tantos otros, a la legis­ lación dictada para los efectos de bancarrota. Sin embargo, en noble gesto, rehusó: se hizo cargo de sus deudas y volvió a sus viajes y a sus jiras de conferencias, escribiendo más libros y artículos periodís­ ticos, hasta que volvió a salir a flote; pudo pagar a sus acreedores y todavía pudo volver a reunir los fondos suficientes para construir Stornfield House, en Redding Connecticut. En sus últimos años pasaba largas temporadas en Nueva York y en Wáshington, en contacto permanente con su público y con aquellas figuras del mundo de la política, las artes y las letras representativas de su tiempo y de su país. Su notoriedad y viveza le obligaban en mul­ titud de ocasiones sobre los asuntos políticos del día; si hubiese pre^sentado su candidatura a la Presidencia, es probable que hubiera lo­ grado unos cuantos centenares de miles de votos. Dió también a la publicidad algunos framentos de su Autobiografía, y recibió múltiples honores. La Universidad de Yale, en 1901. y la de Missouri en 1902, le concedieron el grado de doctor en Letras «honoris causa». La de Oxford le invistió gloriosamente y entre aclamaciones de entusiasmo, Doctor en Literatura, en 1907. La muerte le sorprendió a la altura de las Bermudas, el 21 de abril de 1910, cuando regresaba a su patria. Lionel Elvin señala en Mark Twain tres clases de humorismo: 1) La broma, el chiste, la chuscada y hasta la astracanada. Tal es el caso cuando fué castigado por la tía Polly, en Tom Saywer, a enca­ lar una pared y se las compuso de forma que excitó la envidia entre sus amigos, niños como él, haciéndose pagar por ellos para concederles el honor de ejecutar parte de esa tarea. 2) El sentimiento de hostilidad burlona contra instituciones y sen­ timientos generalmente aceptados, de lo que abundan los ejemplos en sus escritos, a través de sátiras de gran ingenio y personalidad. 3) Los ataques a instituciones e ideas que le eran repelentes, don­ de el humorismo está ligado a una cierta misantropía, que recuerda a Jhonatan Swift, como en A Connecticut Yankee, como en Hucklébery Finn. Una página maestra al respecto se encuentra en su Autobiogra­ fía, en el ensaño de defensa de su amigo Twichell. Sin embargo, y expresándonos literariamente, Mark Twain era un solitario. Tras él no se ha señalado movimiento alguno de epígonos. La independencia de las Letras y de las Artes empezaba con él en su país. Por eso, él en su tiempo mantuvo la lucha solo, como un caballero medieval solo y sin tacha, sin más espada que su pluma y sin más escudo que su honestidad a toda prueba. Realmente, y pese a las amis­ tades que sostuvo, no se ha señalado todavía relación alguna entre Mark Twain y los escritores contemporáneos. Unicamente, quiaá, cabria ha­ cer una pequeña excepción con The Güded Age (1873), en donde el lector podría descubrir cierta influencia de Dickens; y esa obra fué escrita en colaboración con Charles Dudley Warner. Realmente, Twain

tiene un anego nativo a lo primario, a lo estrictamente elemental, en contraste con los sibaritismos de la era victoriana, en Plen£ apogeo en Inglaterra y en una América recién salida del cascarón. Esta ma­ nera de ser le enfrentará también a «Los Bostonianos» y a Boiiyün. Miraba con un formidable desdén a la novela moderna. Sí realmente hubo una escuela para su estilo literario, dejando apar­ te su magnífica hipersensibilidad, su captación artística de la rique­ za del mundo geográfico y social Q ue le rodeaba y en el cual vivía, hay que buscarla en Shakespeare y en la Biblia, en Suetonio, biógrafo de los Césares romanos; en Benvenuto Cellini, en Malory, en Don Qui­ jote, Gü Blas, las Memorias de Casanova, en la Historia de la civili­ zación, de Lecky. y en la Historia de la Revolución francesa, de Carlyle. El profesor Moore (1) destaca principalmente la influencia de Cer­ vantes, que se puede percibir ya en The Innocents Abroad, pero que se reconoce mejor en The Life of Mississipí, obra en la cual Mark Twain erige a Cervantes como abanderado, contra el romanticismo empala­ goso y retórieo de Walter Scott y seguidores. En el mismo Tom Saywer, y más directamente en Hucklebery Finn, parece cual si hubiese que­ rido trazar un paralelismo entre el personaje inmortal del Príncipe de nuestras Letras con el Tom Saywer devorador de novelas y deseoso de acción, mientras altera el carácter de Hucklebery, para hacer de él una especie de Sancho Panza prosaico y comodón. La obra maestra cervantina no ha estado jamás ausente del espíritu de Mark Twain cuando concibió y realizó A Connecticut Yankee in King Arthur's Court\ algunos episo­ dios de esta obra parecen, inclusive, directamente tomados de Don Qui­ jote. Pero donde resplandece realmente esta similitud es en P e r s o n a l R eoollection of J oan de A r c . Es maravilloso el espíritu que ha sa­ bido alentar a la heroina de Orleáns. Es el mismo, sin faltarle ni un punto ni una coma de valentía, idealidad y sentimiento, que el que Cer­ vantes infundió al buen hidalgo Alonso Quijano. Es el mismo en toda su intrínseca cabaliei jsidad y heroísmo; sólo existe la diferencia que en Juana el ideal quijotesco ha evolucionado hasta la sublimidad de una idea política: la salvación de Francia. Esta evolución del espíritu de nuestra raza también se exteriorizó en nosotros en momentos álgidos de nuestra historia patria. * t * metid0 de repente a hablar de esta obra, que hasta « i » «i 2 c°noeer el público de habla española. A nosotros nos n«p M ? e ser primeros en editarla en nuestra lengua, ya leneuL t r. La exal­ tación del verdadero carácter de Juana de Arco, lograr una rehabili­ tación definitiva a su memoria, fué el ideal seguido en la verificación de esta obra. El juego de la historia se desarrolla en un inmenso tablero. El es­ cenario de este tablero—una noche tempestuosa en la que parpadean algunas lívidas estrellas—está constituido por la caótica Europa del XV, con todas sus supersticiones, sus perfidias, sus abominables crueldades^ sus guerras fratricidas. Numerosas figuras menores—extras diríamos hoy, en argot cinematográfico—, ya graves, ya cómicas, la mayoría en deliberado y bien calculado contraste, para su más suprema diferencia­ ción, salen a escena. Aqui el presunto narrador, pleno de reminiscencias medievales; el paje, caballero y hombre de armas de Juana, el leal Sieur Louis de Conte; allí el endemoniado caudillo La Hire. Aqui el abú­ lico Rey y su caterva de intrigantes consejeros. Allí el fanfarrón porta­ estandarte y toda la soldadesca. Y en medio, dominando a todos con su grandioso espíritu y su voluntad férrea, dominándolos con su sublime e imperecedera figura, Juana. A q u í y allá, docenas de comparsas, de primeras, segundas y terceras figuras, que se convierten, al ser pues­ tas en escena, en pequeñas luciérnagas, en comparación con este astro esplendoroso de brillantísima luz propia que es Juana. Es difícil ha­ cerse una idea del efecto que hace Juana en toda la obra. Su presen­ cia no es constante en todas las páginas, tapizadas con uno y otro episodios; pero su hálito perfuma todo el libro, acaparando toda emo­ ción, difícil de olvidar para quien le ha sentido una vez. La Doncella de Orleáns se habrá posesionado con tal exclusividad de la mente del lector, que su sola y dulce presencia habrá borrado toda la magnifi­ cencia que exista en la cabalgata real, toda la comicidad que tenga para el lector cualquier incidente accidental de una página, y toda la pom­ pa deslumbrante de los ejércitos que se alinean para presentar batalla. La presencia de Juana lo domina todo, con suprema gracia, con gentil democracia, con estupenda cortesanía. Esta gentileza, este savoir faire, esta c&mpechania en el carácter de Juana no se encontrarán en ninguna otra novela histórica que tenga pe,: finalidad la exaltación de la figura de algún héroe universal. He aquí que Twain, con esa fuerza genial, con ese estro sobrehumano que sólo disfrutaron Shakespeare y nuestro Cervantes, ha sabido descubrir en un tema que se creia agotado valores nuevos y que hacen declinar

todo momento de aburrimiento. Juana de Arco es. desde un punto de vista objetivo el «enigma» más apasionante para la creación de una novela histórica. Su vida hubiese podido prolongar el triunfo del Romanticismo en el campo de las Letras si se hubiera sabido explotar cual cantera in­ explorada. Por otra parte, Juana de Arco, de Twain, es una de las pocas novelas en tono menor (¡entiéndaseme!) que se puedan llamar de es­ pectáculo, puesto que ha llegado a poseer la facultad de idealización de un carácter bajo un arquetipo taxativo de personalidad humana. Esto sólo lo habíamos encontrado hasta hoy en Don Quijote, en Ivanhoe y en Juan Valjean: caracteres que impusieron con fuerza expresiva y por -nedio de los personajes anteriormente citados sus respectivos autores; Mark Twain logró también este triunfo para las Letras americanas con Juana de Arco. Twain comprendió que esta obra, a la que había consagrado los mejores momentos de su vida, los momentos de máxima sinceridad espiritual, estaba fuera de lugar frente a toda su anterior producción literaria. Ante ésta, y temiendo que el público, su público, encontrase en ella un fin completamente distinto al que se había propuesto, deci­ dió publicarla anónima. Para ello preparó una pequeña farsa que le dictó ágilmente su imaginación. El libro se publicó en 1896 bajo la si­ guiente portadilla: R ECUERDO S

PERSO N ALES

D E

JUANA

DE

ARCO

POR Sieur Loim

di

Conté

Uu po¡erretc':'»)

Traducidos libremente por Jean Fran^ois Alden del francés antiguo ai inglés moderna según el manuscrito original e iné­ dito existente en los archivos Nacionales de Francia. Editado por

fiado^de

MARK TWAIN

^netraLcíón2!!610 * -t,,0bra le fué a^buída.

perspicaz, no se dió por atodldo sin «m tSU pubUco’ al Que Cfeta menos el éxito magnífico auTlSbtaí en*argo, ya en el año 1908, y visto Juana de Arco en todos los paLsef^an c w / ° S Recuercios personales de plenamente convencido que w" ? 3 ?8'. cscribía: «Estoy ahora «« que juana de Arco, el último de mis ltbros, es

el que he logrado más plenamente. El documentarme me ha llevado más de doce años y otro par de años el escribirlo. Mis obras jamás fueron meditadas y siempre las escribí intuitivamente.» Es, pues, su obra favorita y a la que pondrá por encima de todas en las reminis­ cencias autobiográficas. Con Juana de Arco, Twain logra que la historia nos fascine. Con Un yanqui en la Corte del Rey Arturo ha conseguido que nos haga reír y nos sirva de diversión... Ambos extremos sólo los puede lograr un genio. Nada más, lector amigo. Perdona toda esta mi presentación deshil­ vanada. No quiero detenerte más, pues ya estarás impaciente en seguir a Juana de Arco en sus vicisitudes. Tolle, lege. Toma, lee... y admira, pues es una de las más grandes novelas que leerás en tu vida. JOSE MANUEL GOMEZ-TABANERA.

Madrid. AgosU 1949.

RECUERDOS

PERSONALES de

JUANA DE A R C O

Considérese esta única e imponente distinción: des­ de que comenzó a escribirse la historia humana , Juana de 4reo es la tínica persona . de uno u otro sexo, que hay'a ostentado jamás el mando supre­ mo de las fuerzas militares de una nación

q

la

edad de diecisiete años.

IOUIS KOSSUTH

P R E F A C I O

De Jean Franpois Alden (l) Para llegar a estimar justam ente el carácter de un hom bre afamado, uno debe juzgarlo por los tipos de su tiempo, no del nues­ tro. A juzgar por los tipos de un siglo, los más nobles caracteres^ de otro anterior pierden mucho de su lustre; juzgados por los patrones de hoy día, no hay, probablemente, hom bre ilustre de hace cuatro o cinco siglos cuyo carácter pueda soportar la prueba desde todos los puntos. Pero él carácter de Juana de Arco es úni­ co. Puede medirse por los tipos de todos los tiempos sin tem or o aprensión en cuanto di resultado. Juzgado por todos ellos, sigue siendo intachable, sigue siendo idealmente p erfecto; sigue ocu­ pando el más sublime lugar posible para un ser humano, más su­ blime que el alcanzado por cualquier otro mortal vulgar. Cuando meditamos que su siglo fué el más brutal, el más per­ verso, el más podrido de la historia desde las edades del oscuran­ tismo, nos sumimos en el asombro ante el milagro de sem ejante producto de tal suelo. El contraste entre ella y su siglo, es el con ­ traste entre el día y la noche. Ella era sincera cuando la m entira era el lenguaje común a los hom bres; ella era honrada cuando la honradez se había convertido en una virtud perdida; ella cum ­ plía sus promesas cuando el cumplimiento de ellas no se esperaba de nadie; ella dedicó su gran mentalidad a grandes pensam ientos y grandes propósitos, cuando otras m entes se desgastaban en m ez­ quinas fantasías o en pobres ambiciones; ella era modesta y bella y delicada, cuando el ser disoluto y rudo puede decirse que era universal; ella estaba llena de piedad cuando la crueldad despia­ dada era la regla general; ella era firm e cuando la estabilidad no se conocía, y honorable en una edad en que se olvidaba lo que era el honor; ella era una roca de convicciones, en un tiem po en (1) Este prefacio fué firmado por Jean Franqois Alden, es decir, seudónimo que tomó Mark Twain para esta obra.

que el hombre no creía en nada y se burlaba de todo ella era infaliblamente sincera en una edad falsa hasta la medula ella mantenía su dignidad personal sin par en una edad de adulacio­ nes y servilismos; ella tenia un valor intrépido cuando la esp e­ ranza y el valor habían perecido en los corazones de su nación, era intachablemente pura de m ente y de cuerpo cuando la so ­ ciedad, en los más elevados lugares, era impura de am bos. Ella fué todo esto en una edad en que el crim en era una cosa com ún i ios señores y los príncipes, y cuando los más aZtos p e r s o n a j e de la cristiandad estaban en situación de poder asombrarla y ha­ cerla quedarse atónita ante el espectáculo de sus vidas atroces, e n ­ negrecidas por inimaginables traiciones, carnicerías y bestiali­ dades. Ella fué, acaso, la única persona enteram ente sin egoísm o, cuyo nombre ocupa un lugar en la historia profana. No puede hallarse ningún vestigio o sugerencia de egolatría en ninguna de sus pa­ labras o hechos. Cuando rescató a su Rey del vagabundaje y le colocó la corona sobre la cabeza, se le ofrecieron recom pensas y honores, pero los rehusó todos y no quiso tom ar nada. Todo cuan­ to accedió a tomar para sí, si el Rey quería concedérselo, fu é permiso para regresar a su hogar pueblerino, y cuidar sus ovejas de nuevo y sentir los brazos de su madre a su alrededor, y ser su ayudante y doncella. El egoísmo de este intachable general de ejércitos victoriosos, compañera de príncipes e ídolo de una na­ ción vitoreante y agradecida, alcanzó a esto y no fu é más allá. La labor realizada por Juana de Arco puede muy bien ser con ­ siderada por el mismo nivel que cualouiera otra registrada por la Historia, si se tienen en cuenta las condiciones en que fu é em ­ prendida, los obstáculos que tuvo en su camino y los medios de que se disponía. César llevó la conquista más lejos, pero ib hizdi con los adiestrados y Heles veteranos de Roma, y siendo él mismo un soldado diestro; y Napoleón barrió a los disciplinados ejér ci­ tos de Europa, pero él también era un soldado diestro, y com enzó su a or con patrióticos batallones inflamados e inspirados por el r n i^ 'a 80 1}}Levo Atento de Libertad que soplaba sobre ellos la R e(nierrr,71’ ^°^enes ^ ansiosos aprendices del espléndido arte de la ° r bres de armas viejos y deshechos, desesperados suta