Juan Radhames Fernandez La Honra Del Ministerio

155-HONRA_MINISTERIO.indd 1 30/9/09 16:40:30 155-HONRA_MINISTERIO.indd 2 30/9/09 16:40:31 Juan Radhamés Fernández

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Juan Radhamés Fernández

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El llamamiento según Dios O

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© 2009 La Honra del Ministerio – El Llamamiento Según Dios Autor: Juan Radhamés Fernández Edición: Marítza Mateo-Sención Diseño de Cubierta: Arturo Rojas Diseño Interior: Grupo Nivel Uno Inc. Reservados todos los derechos. Ninguna parte de este libro se puede reproducir, guardar en un sistema electrónico o transmitir en forma alguna sin el permiso escrito de Vida del Reino Publicaciones. ISBN: 978-0-9841373-0-5 Categoría: Ministerio Cristiano / Liderazgo Impreso en Estados Unidos de América Printed in the United States of America

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Índice





Dedicatoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Prólogo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Capítulo I - Nadie Toma para Sí esta Honra. . . . . . . . . . . . . . 1.1 Los Ministros son de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.2 Dios es de los Ministros. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.3 La Heredad de un Ministro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . A) El Sacerdocio. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . B) Los Sacrificios. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C) Los Diezmos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.4 El Propósito de la Honra. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1.5 “… como lo fue Aarón” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Capítulo II – El Llamamiento es Conforme al corazón de Dios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 2.1 “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?”. . . . . . . . . . . 109

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2.2 Los Dos Reinos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128 2.3 “¿Por qué no levantas descendencia a tu hermano?” . . . . . . . 156

Capítulo III – El Llamamiento es Conforme al Propósito Suyo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.1 “¿He de Dejar?” . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.2 La Gloria del Llamamiento. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3.3 “Porque para esto He Aparecido a Ti” . . . . . . . . . . . . . . . . .

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Capítulo IV – El llamamiento es Conforme a Su Procedencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.1 “El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres?” . . . . 4.2 Si no Lucha Legítimamente. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.3 El Profeta de Bet-el. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.4 Encontrando el Libro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4.5 Si la Trompeta Diere un Sonido Incierto. . . . . . . . . . . . . . . .

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Capítulo V – El llamamiento es Conforme a Su Honra. . . . 5.1 “… y antes que la lámpara de Dios fuese apagada”. . . . . . . . 5.2 Cuando Dios nos Engrandece . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5.3 Toma la Vara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

381 384 411 430

Capítulo VI – El llamamiento es Conforme a Su Soberanía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.1 Los Vestidos de José. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.2 La Rencilla por los Pozos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6.3 Amalec: enemigo del Trono de Dios. . . . . . . . . . . . . . . . . . .

451 456 474 508





Epílogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 525



Bibliografía. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 535

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Dedicatoria

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edico esta obra a los hombres y mujeres llamados por Dios al santo ministerio, pero de manera especial, y por mandato del Señor, a Domingo Aracil, siervo de Dios, quien pastorea la iglesia evangélica “Casa de Oración”, en Cartagena, España. Él fue el instrumento que Dios usó para establecer esa congregación, y de la misma han salido una docena de pastores al ministerio. El pastor Aracil ha servido en el ministerio pastoral (junto con su esposa Josefa Moreno) durante treinta y seis años. Ellos están casados por cincuenta y un años, y han procreado ocho hijos, los cuales les han dado veintiséis nietos. Este hombre no posee ni fama ni renombre, pero su servicio ha logrado agradar al Señor. Dios le dice al pastor Domingo: «Tu labor ministerial ha sido para mí como el perfume de nardo puro, de mucho precio, con el cual aquella mujer ungió mi cuerpo y me preparó para la sepultura. Por tanto, digo de ti como dije acerca de ella:“…dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que [éste] ha hecho, para memoria de [él]” (Mateo 26:13)». Dios me ha elegido a mí y a este libro para honrar públicamente un ministerio que le ha honrado a Él, y decirle a su siervo Domingo: “… para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:4). En este tiempo existen dos clases de ministros: los que se ocupan de vender su ministerio, y los que hacen del ministerio su ocupación (Lucas 2:49).

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Los que se dedican a vender su ministerio logran, a través de la publicidad, el respeto y la admiración de los hombres. Pero los que hacen del ministerio su ocupación, con el fin de honrar a Dios, como ha hecho el hermano Aracil, serán aprobados por el Señor; “porque no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:18). Lo que el Señor quiere testificar por medio de esta dedicatoria es que el ministerio de los hermanos Aracil es como una ofrenda grata que ha “subido para memoria delante de Dios” (Hechos 10:4).

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Prólogo

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e es imposible prologar esta obra sobre la honra del ministerio, sin quedarme abismada como le ocurrió a Job y de igual manera exclamar: “¡En Dios hay una majestad terrible!” (Job 37:32). ¿Quién con labios inmundos podría invocarle? ¿Muéstrenme aquel que pudiera nombrar ese nombre admirable y magnífico, sin antes caer postrado ante Su excelsitud? Por la grandeza de Su poder y lo asombroso de sus obras se da a conocer el Dios Altísimo, cuya magnificencia no tiene límites. Quien le conoce no puede hacer otra cosa que no sea adorarle. Él se viste de honra y hermosura, y desde sus alturas visita a sus criaturas. Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, cuya grandeza es inescrutable. Con todo, eso que lo hace a Él el Dios vivo y verdadero es lo que más cuestionan los hom“Estar bres. Ellos no pueden comprender que siendo el conscientes de Dios grande, se haga pequeño; que Aquel que habita en las alturas se acerque a los contritos nuestra propia de espíritu; que siendo el Santo, salve a los quepecaminosidad brantados de corazón; que Aquel que los cielos es un paso y los cielos de los cielos no lo pueden contener, gigante hacia pueda habitar en medio de los hombres; que siendo el Invisible, se haga tangible; que sienla santidad” do el Inmarcesible y habite en santidad se haga

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uno con el hombre pecador y mortal. Y como su mente no alcanza a entender la obra que ha hecho el Dios de toda la tierra, desde el principio hasta el fin, orillan al creyente y lo condenan a un ostracismo religioso, despojándolo de toda autoridad, para que no pueda ministrar con toda la libertad que el Señor de los cielos le ha dado. Entiendo que estar conscientes de nuestra propia pecaminosidad es un paso gigante hacia la santidad, pero también es absolutamente necesario reconocer la obra de Dios en nuestras vidas, para poder actuar conforme al llamamiento santo. Por eso, este libro no persigue convencer al que cuestiona y duda sobre la intervención divina en la vida del hombre, sino que viene a arrancar y a destruir, para arruinar y derribar todo argumento y altivez que se levanta en contra de la obra que Dios ha hecho desde antes de los siglos. Pero también viene a edificar y a plantar aquello que Dios ha establecido en Su perfecta voluntad a favor de sus escogidos (Jeremías 1:10). Disertar sobre la honra que hay en el llamamiento del Dios que en sus santos no confía y que ni aun los cielos son limpios delante de sus ojos (Job 15:15), parecería una osadía de Juan Radhamés Fernández. Mas, sus referencias biográficas y trayectoria cristiana han sido reseñadas en sus “La honra no libros anteriores, por lo que prefiero en esta es un asunto ocasión ahondar un poco más en el tema que qué resolver nos ocupa, lo que necesariamente te hará conoo un tema qué cer un poco más a su autor. Nadie puede dar lo que no tiene ni hablar de lo que no entiende, debatir, sino en su caso, su ejemplo es una lección que todos un misterio los hombres pueden leer. Con esto no digo que que hay que sea el héroe de esta historia ni tampoco él me vivir” lo permitiría, pues ninguno es más consciente que él de su propia humanidad. No obstante, es tan grande su deseo de honrar al Dios de su llamamiento, que la experiencia de su sumisión y entrega es el aporte más valioso que él puede hacer a esta exposición literaria. Con este libro, Fernández viene a completar la trilogía del consejo divino para un hombre de Dios: primero en su andar (en el espíritu), luego en su obrar (siendo Dios el todo en todo y en todos), y ahora en su servir (honrando el llamamiento). En esta oportunidad nos enseña tres aspectos fundamentales de la honra que da Dios: Primero es el llamamiento; luego la visión; y finalmente la instrucción, lo que a su vez implica autoridad, propósito y obediencia,

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prólogo

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respectivamente. Es decir, en el llamamiento se recibe la autoridad del cielo, con el propósito de que se cumpla la visión y se obedezca la instrucción, a fin de que todo se haga según y conforme a la perfecta voluntad de Dios. Por tanto, la honra no es un asunto qué resolver o un tema qué debatir, sino un misterio que hay que vivir, pues siendo necios nos hizo sabios, siendo débiles nos hizo fuertes, siendo viles y menospreciados nos escogió y nos dio un linaje superior, para que podamos llevar con honra el santo llamamiento. Su primera enseñanza es que la honra es el distintivo del llamamiento ministerial, debido a que esa honra viene de Dios y esa honra es Dios. Ser honrado por Dios no es como ser alguien conocido o ser un magnate o potentado. La honra es mucho más que eso. Es una clase de vida que “La carta de solo se aprende por nacimiento, y en esa encarrecomendación nación espiritual hay que sacrificar quién tú de un hombre eres, para ser lo que Dios te llamó a ser. Dios llamado por es luz y a los que llamó los hizo luminares, Dios no es carne, para iluminar a un mundo que está en tinieblas, siendo las lámparas que emitan Su luz o sino fruto, no los espejos que la reflejen. Ahí no hay espacio son cualidades, para el “yo”, por eso el apostolado de Pablo fue sino carácter” en función al propósito y no a un puesto o a un título honorífico. Dicen que la capacidad del donante mide generalmente el valor del regalo, por eso la vida nueva que hemos recibido de Dios tiene doble valor: el valor del que la da y el valor del que se dio, porque sin Cristo nada de eso hubiese ocurrido. Entenderás entonces que recibir la honra de Dios es recibirlo a Él mismo. De hecho, un ministerio sin Dios no es honroso. Puedo decir que cuando somos llamados, somos vestidos de honra, por eso el llamamiento es un revestimiento: Ya fuimos vestidos de salvación, ahora somos vestidos de honra. Reconocer esa vestidura trae a mi memoria un relato que recibí hace ya un tiempo (en inglés), el cual, desde que lo leí, ha quedado en mi mente y como un grito en mi corazón, por lo que lo traduzco a continuación: «Cuentan que una noche, en un servicio de adoración en una iglesia, una joven mujer entregó su vida a Cristo, respondiendo al llamado de salvación. Aquella mujer, a pesar de su juventud, había tenido un pasado muy turbulento, el cual envolvía drogas, alcohol y hasta prostitución. Mas, su cambio fue tan evidente que los frutos de su arrepentimiento y conversión les eran

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de testimonio e inspiración a otros. Pasado el tiempo, ella era uno de los miembros más fervientes y tesoneros de aquella congregación donde, eventualmente, empezó a envolverse en la obra del ministerio, enseñando a niños y a jovencitos. Y no pasó mucho tiempo, cuando esta devota mujer cautivó el corazón del hijo del pastor, cuarta generación de cristianos, cuyas vidas habían sido entregadas completamente a la obra del ministerio. Su relación creció y los “tortolitos” empezaron a hacer planes de boda, pero también empezaron unos graves problemas. »Sabrás que cerca de la mitad de la congregación consideraba que esa mujer, con un pasado tan pecaminoso, no era la apropiada para el hijo del pastor, quien se perfilaba a ser un gran ministro. Por lo que la iglesia se dividió en opiniones, argumentos y disensiones acerca de aquella “Lo que cuestión. Era tanto el problema que decidieron determina hacer una reunión para ponerle un punto final la honra del a la contienda. Mientras la gente iba exponiendo sus argumentos, las tensiones aumentaban, ministerio no hasta que la reunión se convirtió en un caos, es el servicio yéndose completamente fuera de las manos. La ni la función, mujer estaba sumamente avergonzada y abosino por quién chornada, viendo como toda su vida pasada había sido ventilada en público, por lo que no llamó” podía contener el llanto, quería esfumarse, huir de aquel lugar y no volver a aparecer jamás. »En medio de todo aquel escándalo y el llanto incontrolable de aquella mujer, y las voces acaloradas de los que juzgaban el asunto, el hijo del pastor se levantó y tomó la palabra. Él no podía aguantar más el dolor tan grande que se le estaba ocasionando a la mujer que pronto sería su esposa, por lo que empezó a decir: «¡Escuchen todos! El pasado de mi prometida no es lo que está hoy aquí en disputa. Lo que ustedes están cuestionando es el poder de la sangre de Cristo para limpiar el pecado. Eso es lo que está en juicio, la sangre de Jesús. Por tanto, yo les pregunto: ¿la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado, si o no? ¡Respóndanme! ¿Es poderosa, si o no?». La pregunta cayó como un rayo en aquel lugar, y la iglesia entera empezó a llorar, realizando que ellos habían estado menospreciando la sangre de Jesucristo nuestro Señor en la vida de aquella mujer. Frecuentemente, aun los mismos cristianos, traemos el pasado y lo usamos como un arma en contra de nuestros hermanos. Mas, el perdón es

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un elemento fundamental del evangelio, pues si la sangre de Cristo no limpia completamente la vida de las otras personas, tampoco las nuestras. Y si ese es el caso, todos estamos ante un gravísimo problema». Esas palabras finales fueron las que constriñeron aún más mi espíritu, pensando precisamente en la honra de ser llamados al ministerio, de la cual hay quienes dudan, y te llevan a ti mismo, en un momento, a dudar también. Algunos esperan ver en ti el mismo resplandor que hubo en el rostro de Moisés debido a que estaba en la presencia de Dios (Éxodo 34:30,33); o se refieren a tu ministerio como a la calabacera de Jonás, que en una noche creció y a la siguiente noche se secó, como diciendo: «Vamos a ver si ese llamado o ministerio permanece, de lo contrario no es de Dios» (Jonás 4:6,7). Mas, conoce Dios los que son suyos, así que en lugar de detenerte por los perros que ladran, debes seguir al blanco de la soberana vocación, creyendo en “No es tan el poder de la sangre del Hijo de Dios, y de la sabiduría de Aquel que te llamó. Tu lealtad es importante en al Dios de tu llamamiento. qué servimos,

Una de las características relevantes de este sino a quién libro es que, precisamente, renueva nuestra digservimos” nidad en Cristo y constituye un fortísimo consuelo de amor en el conflicto grande que se padece por la visión (Daniel 10). Daniel, por ejemplo, quedó solo, mudo y sin fuerzas, sintiendo que moría (Daniel 10:711); y Moisés, frente al monte que humeaba, exclamó: “Estoy espantado y temblando” (Hebreos 12:21). Entender las cosas de Dios es superior a nuestras fuerzas. Alguien, muy cercano a mí, me dijo una vez, en medio de una gran tribulación: «Marítza, tú has sido honrada, y honra son las cicatrices que sufres en el camino». Sí, con el ministerio también se llevan las marcas de quien te constituyó, por causa de aquellos que te persiguen y menosprecian, y que a pesar de que se benefician de tus capacidades, te tratan como a un cualquiera. A esos tienes que tomarles las manos, y descubriendo tus pechos decirles, como dijo el Maestro a Tomás: «Ven, “Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado” (Juan 20:27). ¡Ven, hermano mío, hermana mía, acércate!, ¡atraviésame y cree!, no en mí, sino en quien me llamó, a cuyos ojos he sido alguien honorable y de gran estima (Isaías 43:4)». Mas, ¡bienaventurados son los que no vieron y creyeron! (Juan 20:29), aquellos que no te conocen en tu humanidad, sino en el Espíritu que les da testimonio de tu llamamiento. ¡Benditos sean! Son como el bálsamo de Galaad,

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precioso ungüento, aceite suave que cura la dolorosa llaga y venda las profundas heridas. ¡Ay, qué consuelo de amor! ¡Qué fortísima esperanza! ¡Ay, qué misericordia! ¡Qué inmensa ternura! ¡Qué confortamiento en Cristo Jesús! En este libro solo hay un vivo pensamiento y es que nadie puede estar en el ministerio, si no es llamado por Dios. En esta afirmación, aunque el pastor Fernández denuncia una práctica que viene escalando cada día más en la vida eclesiástica, no es confrontativa, sino apelativa, llamando a la iglesia a volver al orden, a seguir y a respetar lo que Dios estableció. Cuando Israel bendijo a los hijos de José cambió la posición de las manos, y su diestra puso en el menor, dándole la bendición de la primogenitura que pertenecía a Manasés, lo cual trató de impedirlo José más de una vez (Génesis 48:14). Así hay quienes llaman personas al ministerio que Dios no ha señalado, y se disgustan cuando ven que el llamado al ministerio es otro que él no escogió, por lo que tratan de impedirlo, cruzándose en el medio y tomando las manos antes que les sean impuesta, y gritan: «¡Nooo! no hagas eso, Señor. “No así, padre mío, porque éste es el primogénito; pon tu mano derecha sobre su cabeza” (Génesis 48:17,18). Pero, lo que ha determinado Dios “¿… quién lo impedirá? Y su mano extendida, ¿quién la hará retroceder?” (Isaías 14:27). Ayúdenos Dios a corresponderle a tan alto llamamiento, pues como dijo Simón Bolívar: “dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto”. El apóstol Pablo, por causa de su llamamiento, sufrió muchas penalidades, hasta prisiones, y ser tratado como un malhechor (2 Timoteo 2:9), pero lo que es de Dios está por encima de todas las cosas. ¿Acaso de Nazaret podría salir algo bueno? Pero Dios lo hizo (Juan 1:46), por tanto, la carta de recomendación de un hombre llamado por Dios no es carne, sino fruto, no son cualidades, sino carácter. Es cierto que Su llamamiento nos desnuda, pero para Él revestirnos; Su llamamiento nos quita las fuerzas, pero Su poder se perfecciona en nuestra debilidad; Su llamamiento nos trae grandes conflictos, para Él darnos Su paz; Su llamamiento nos enmudece, para Él hablar; Su llamamiento nos hace desfallecer, al punto que no podemos estar en pie, para Él levantarnos. Sí, a pesar de nuestras circunstancias, de nuestras caídas, la Palabra de Dios sigue firme, erecta, indemne, incólume. Nosotros no somos el modelo, la estampa es Jesús; Él es el molde. Mirémosle a Él como la esfinge levantada en nuestro desierto, para ser salvos y librados de toda caída y tentación. Nunca olvidaré el día de mi ordenación, el consejo que recibimos, junto a otros ministros, del presbiterio de la iglesia, de la boca del pastor Juan

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prólogo

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Radhamés Fernández, cuando con grande súplica elevaba su voz y clamaba al cielo, rogando al Señor que nos bañara con Su agua limpia, nos purificara, nos vistiera y nos ungiera. Él dijo: «Hay dos maneras de orientarte, para retomar de nuevo el rumbo cuando lo hayas perdido. La primera es que lleguen a tus oídos las palabras que el Señor le dijo a Saulo de Tarso cuando se le reveló: “Yo soy Jesús de Nazaret” (Hechos 22:8), y luego que oigas la voz del que llama, escuches la voz del que dijo para qué te llamó (Hechos 26:16). Esa es la brújula de un ministro para retomar la ruta y reorientarse, el fijar sus ojos en su elección divina y en el propósito de su llamamiento. Las dos preguntas de Saulo cuando el Señor lo llamó fueron: “¿Quién eres, Señor?” y “(….) ¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:5,6), primero quiso conocer quién le llamaba y luego se interesó en saber el propósito de su llamamiento. ¡Ay de aquel que se enfoca en los hombres!, pues un día llorará por experimentar la traición de aquel en que se apoyó, pues los hombres siempre le acusarán, y nunca le van a comprender; un día le alabarán y otro día le crucificarán, como hicieron con Jesús. Fácilmente se pierde el rumbo cuando enfocamos el ministerio hacia nosotros o como una plataforma o un medio para lograr cosas. Es necesario tener claridad en tiempos como éste, y saber a quién servimos y para qué le servimos». Quedó claro entonces que el compromiso de todo ministro es con Dios, porque Él fue quien lo constituyó. Mas, el Señor le dijo a Saulo de Tarso: “… levántate, y ponte sobre tus pies” (Hechos 26:16). Es necesario que el que es llamado se levante, aunque lo haga temblando (Daniel 10:11) y en su interior siga humillado y postrado. El Señor no quiere autómatas, tampoco necios ni insensatos, sino entendidos de cuál sea Su voluntad (Efesios 5:17), de otra manera Él no podría revelarnos Su propósito. Por eso requiere de nosotros un servicio racional y un sacrificio vivo. Luego, ya conscientes de quién es el que llama y a quién servimos, recibiremos la instrucción bendita para servir y testificar de Su poder y sublimidad. Hecho así, no serviremos más al hombre. Algo que el autor deja claro en esta obra es que si buscamos honra no vayamos por el camino de la altivez y el orgullo, sino por el del abatimiento y la humildad (Proverbios 18:12; 15:33). Entiendo entonces que todo aquel que es llamado al ministerio debe guardar su corazón de dos excesos: del espíritu de altivez, que lo lleva a la soberbia, y del espíritu de humildad extrema que

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lo lleva al servilismo. Hemos sido honrados, sacados de detrás de la manada y puestos en un lugar de preeminencia, eso nos distingue y nos destaca de los demás. Pero si nos enaltecemos puede que nos ocurra como a Uzías y tomemos atribuciones en el ministerio que no nos corresponden (2 Crónicas 26:1617); o si nos sentimos al menos como Saúl, nuestra preferencia será el favor del pueblo antes que el de Dios (1 Samuel 15:17,30). Abraham Lincoln dijo: “casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder”. He visto quienes toman el ministerio con halagos, mas tienen la posición, pero no reciben la honra que solo da Dios (Daniel 11:21). En el índice de este libro el pastor Fernández revela una gran verdad: todo ministerio para ser honroso debe ser conforme a Dios, es decir, según Su corazón, Su propósito, Su procedencia, Su honra y Su soberanía. Es preferible ser un clavo en la casa de Dios, por asiento de honra, que una hermosa y decorada columna en un castillo de arena a la orilla del mar. Lo que determina la honra del ministerio no es el servicio ni la función, sino por quién llamó. La sencillez no es sinónimo de insignificancia, como lo pequeño no implica algo insulso y sin importancia. Una vez leí que pequeño es el niño y encierra al hombre; estrecho es el cerebro y cobija el pensamiento; y que el ojo no es más que un punto y abarca leguas de distancia. No es tan importante en qué servimos, sino a quién servimos. De hecho, la gloria de Dios es nuestro honor. Cuando Moisés le pidió a Jehová que le mostrase su gloria, en ese momento tan glorioso, descendió la nube y se oyó una voz proclamando el nombre de Jehová que decía: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7). Eso fue lo único que Moisés escuchó en el monte santo, pues la mano de Dios le cubría en la hendidura de la peña. El siervo de Dios pidió ver la gloria, pero Dios proclamó Su nombre, es decir Su carácter, Su dignidad. Esa es la gloria de Dios, lo que Él es, por tanto nuestra gloria no es lo que poseemos, sino lo que somos en Él. Es indudable que la honra del ministerio trae gloria y hermosea al que la recibe, pero hay un lugar donde se lleva toda honra y toda exaltación. Cuando Juan vio la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, no vio en ella templo, sino que el Señor Dios Todopoderoso era el templo de ella y el Cordero. Ese es el lugar donde debemos llevar la gloria y la honra del ministerio: al Señor, al único digno y a quien pertenece (Apocalipsis 21:22, 24,26).

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En definitiva, estoy convencida que todo aquel que quiere corresponder a la honra que le ha dado Dios, tendrá este libro como su gran aliado, para retomar la senda de sus mandamientos, si la ha perdido o para mantenerse en ella, de manera que lo cojo no salga del Camino. Indudablemente, la honra es algo ajeno al hombre. Alguien dijo que nunca nadie ha pagado el precio de un libro, sino su costo de impresión. No sé cómo ha llegado esta obra a tus manos, pero espero que encuentres en ella las abundantes riquezas que con temor y temblor su autor ha compilado en ella, y luego como sabio, tu corona sea vivir para honrar al Dios cuyo llamado te dignificó. En Dios está el poder, vivamos pues, para darle siempre gloria y honra a Él. Marítza Mateo-Sención Editora

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uando el Señor instruyó a Moisés con relación a la consagración de Aarón, y de sus hijos, Él le dijo: “Esto es lo que les harás para consagrarlos, para que sean mis sacerdotes (…) llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua” (Éxodo 29:1,4). Aunque lo primero que menciona es lavarlos, está sobreentendido que antes fue necesario desnudarlos o desvestirlos. Esto nos enseña que antes de ser ceñidos de la vestidura de la honra ministerial es absolutamente necesario que seamos despojados de nuestras vestiduras viles o comunes. De la misma manera que para vestirnos del nuevo hombre es menester despojarnos del viejo, que está viciado conforme a sus deseos engañosos (Efesios 4:22-32), así también para vestirnos de las vestiduras santas del ministerio, Dios requiere que seamos desnudados de toda vestimenta común o humana. El apóstol Pablo dijo: “y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). Debido a que el nuevo hombre fue creado “según Dios”, “conforme a Dios” y “en conformidad a la naturaleza divina”, lleva en sí mismo el carácter de Dios: justicia y santidad de la verdad. Notemos como lo explica el apóstol Pablo a los colosenses: “Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno (…) Vestíos,

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pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia (…) Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto” (Colosenses 3:8-10, 12,14). Según Pablo, el vestido del hombre renovado, que no es otra cosa que la nueva naturaleza, no solo fue creado por Dios, sino que lleva la “imagen del que lo creó” (v. 10). Así que los creyentes en Cristo, cuando somos vestidos del nuevo hombre, no cambiamos de forma, religión o hábitos, sino de naturaleza. Lo mismo debe suceder cuando somos consagrados al ministerio de Dios. El ministerio es un oficio santo, porque el que nos llamó es santo (1 Pedro 1:15,16). Dios capacita incapacitando, y a Moisés lo sometió a este proceso durante cuarenta años. Entiendo que aquel día de su llamamiento, en el monte Horeb, fue su graduación. El Señor vio que Moisés todavía seguía impulsivo e intrépido y lo manifestó en la manera en que se acercó a la zarza: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodo 3:3). Entonces, Jehová le dijo: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (v. 5). Nadie debe acercarse al llamamiento ministerial con las sandalias polvorientas de sus propias andanzas, es necesario cambiarse de vestidura y de calzados antes de acercarse al servicio y llamamiento divinos. El Señor quiso enseñar a Moisés que la empresa que iba a realizar en su servicio era santa y, por consiguiente, no la podía llevar a cabo con nada que fuera humano. El camino del Señor se recorre con el apresto o calzado de Dios. “Nadie debe Esta misma lección la aprendemos en el acercarse al incidente con los hijos de Aarón, Nadab y Abiú, llamamiento quienes ofrecieron en el santuario fuego extraministerial ño que Jehová nunca les mandó. Por lo cual, la con las Biblia dice que salió fuego de delante de Jehová y los quemó, y allí murieron delante de Jehová. sandalias La narración bíblica añade: “Entonces dijo Moipolvorientas sés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: de sus propias En los que a mí se acercan me santificaré, y andanzas” en presencia de todo el pueblo seré glorificado. Y Aarón calló” (Levítico 10:3). A Moisés le dijo: “No te acerques”, y aquí dice: “En los que a mí se acercan” (los sacerdotes), los que entran a ministrarme en el Tabernáculo “me santificaré”. Cuando nos acercamos a Dios para ministrarle, ni nuestra vestidura ni nuestro fuego deben ser extraños. El ministerio es un oficio para

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santificar el nombre del Señor. Los ministros son consagrados para ocuparse del servicio a Dios, y a través del santo oficio que ellos ejecutan, el Señor es santificado y glorificado delante del pueblo. Solo con lo que es de Dios se debe hacer lo de Dios. ¿Qué es fuego extraño? La Escritura responde: aquel “que él nunca les mandó” (Levítico 10:1). ¿Qué es vestidura común? Aquella que no es sacerdotal, la nuestra, la humana, la que usamos para las actividades personales. Notemos lo que el Señor dijo a Aarón, después de la muerte de sus dos hijos: “Tú, y tus hijos contigo, no beberéis vino ni sidra cuando entréis en el tabernáculo de reunión, para que no muráis; estatuto perpetuo será para vuestras generaciones, para poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (Levítico 10:8-10). Es evidente que estos hombres estaban ebrios cuando se atrevieron a cometer esa locura en el santuario de Dios. Se necesita sobriedad espiritual para “poder discernir entre lo santo y lo profano, y entre lo inmundo y lo limpio” (v. 10). Creo que lo que hizo errar a Nadab y Abiú fue el efecto del vino y la sidra en ellos. Muchas veces estamos intoxicados con vino de nuestro ego y emborrachados con la sidra de nuestra autosuficiencia. Entonces, deliramos y nos despojamos del efod sacerdotal y nos vestimos con el atavío del humanismo, el atuendo de nuestra iniciativa, la indumentaria del intelectualismo, y la ropa de nuestras convicciones, para entrar al santuario de Dios a realizar el santo oficio. Sin embargo, el Señor nos enseñó que cuando Él consagra a un ministro, primero lo desnuda y lo despoja de toda ropa suya: humana y terrenal. No se debe entrar al santuario de Dios o acercarnos a su presencia con vestiduras comunes y viles. Ninguna vestidura es adecuada para ministrar a Dios, ni aun las finísimas de los reyes de la tierra, sino solo el efod, diseñado exclusivamente para el oficio ministerial. David entendió tanto esta enseñanza que se despojó aun de su vestidura real –que en el caso de él era común-, para vestirse con el efod de lino y ministrar al Señor (2 Samuel 6:14-23). Para Mical, la esposa de David, él se había deshonrado, porque “se descubrió” o se despojó de la ropa real. Para ella, por su miopía, su esposo se hizo vil, pero era todo lo contrario, lo vil hubiera sido ministrarle a Dios con vestidura común, aunque fuera real. David fue honrado, no solo por sus criados, sino por Dios, y aun por la posteridad. Hoy sucede lo mismo, los ministros que se despojan de todo lo humano y se visten de lo divino, para realizar con santa dignidad el ministerio de Dios, son tratados con menosprecio y vistos como ridículos, pero a los ojos de Dios son muy honrados y estimados.

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La segunda cosa que Dios ordenó a Moisés, con relación a la consagración de los sacerdotes, fue: “Y llevarás a Aarón y a sus hijos a la puerta del tabernáculo de reunión, y los lavarás con agua” (Éxodo 29:4). El bañar a los sacerdotes o lavarlos con agua nos habla de limpieza e higiene. Para llevar a cabo el ministerio divino no solo es necesario desnudarnos y despojarnos de nuestro atavío común, sino también lavarnos de nuestras inmundicias. El apóstol Pablo dijo: “Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19). Isaías escribió: “purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová” (Isaías 52:11). El que no recibió primero el llamado a la santidad, jamás debe aceptar la consagración al ministerio. Nadie está “El día que apto para ministrar al Santo si antes no se ha violamos santificado. Ningún hombre debe ceñirse el nuestro voto de efod ministerial si primero no lava su vida en la fuente de la santificación. La transpiración consagración a humana expele el hedor de las inmundicias Dios, la fuerza adánicas, y es necesario lavarnos y purificarque hayamos nos en las aguas sagradas, antes de ataviarnos recibido por con el vestido sacerdotal. La tercera cosa que el Señor ordenó, el ungimiento tocante a la consagración sacerdotal, fue la divino se aparta siguiente: “Y tomarás las vestiduras, y vestirás de nosotros, y a Aarón la túnica, el manto del efod, el efod y somos “como el pectoral, y le ceñirás con el cinto del efod; y todos los pondrás la mitra sobre su cabeza, y sobre la mitra pondrás la diadema santa (...) Y harás hombres” que se acerquen sus hijos, y les vestirás las túnicas” (Éxodo 29:5-6, 8). La vestimenta de los sacerdotes no era simplemente una forma o hábito religioso, sino una distinción divina que los hacía diferentes a los demás. De la misma manera que este atuendo se diferenciaba de las demás, en su color, forma y diseño, así también era su representación. La ropa de los sacerdotes era un símbolo de su santo oficio. El sacerdocio era un ministerio consagrado a Jehová. Por ejemplo, el borde del vestido del sumo sacerdote tenía unas campanillas o cascabeles (Éxodo 28:33-35), que cuando este se aproximaba al pueblo, su caminar emitía un sonido muy peculiar, y la gente decía: «Viene hacia nosotros el santo de Dios». Aun el mismo Señor lo identificaba por ese sonido, cuando él entraba a su presencia (v. 35). Es propósito de

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Dios que el manto ministerial represente la pureza y dignidad del servicio que desempeñamos para Él; y que nuestro caminar produzca notas y sonidos que hagan recordar a la gente lo celestial. El policía y el bombero visten uniformes que lo identifican con su institución, el ministro también posee una representación, de forma que todo lo que él es y realice lo identifica con Dios. Los ministros son de Dios, y Dios es de los ministros. La consagración de un ministro es una dedicación a Dios. Cuando Ana ofreció a su hijo Samuel a Jehová, ella dijo: “Por este niño oraba, y Jehová me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová” (1 Samuel 1:27, 28). La palabra “dedicar” significa literalmente “transferir”. Ella lo transfirió a Jehová y por eso también dijo: “todos los días que viva, será de Jehová” (V. 28). En la consagración u ordenación al ministerio, somos transferidos al Señor, eso significa que ya dejamos de ser nuestros o de los demás, y pasamos a ser exclusivamente para Dios y su propósito (Números 8:11-17). La vestimenta ministerial que recibimos no es más que la representación de la consagración a Dios y a su servicio. La vestimenta de Aarón y de los sacerdotes es una tipología perfecta de lo que representa el ministerio para Dios. De la misma manera que la salvación está simbolizada con el manto inmaculado de la justicia del Señor Jesús, así también la vestidura sacerdotal es una representación del oficio ministerial. El vestido representa el ministerio, porque el ministro representa a Dios. La mitra del sumo sacerdote -que era parte de su ornamento-, tenía una lámina de oro fino, con una grabadura de sello que decía: “SANTIDAD A JEHOVÁ” (Éxodo 28:36). Esto nos sirve de ilustración de la consagración a Dios y a su servicio. La santidad es más que un requisito de Jehová para sus ministros, constituye una insignia distintiva, una señal visible y manifiesta del carácter de la persona que los ministros representamos, esto es a Dios y a Su reino. La ordenación de Aarón y sus hijos terminó con el ungimiento con el aceite de la consagración. La instrucción divina continua diciendo: “Y harás vestir a Aarón las vestiduras sagradas, y lo ungirás, y lo consagrarás, para que sea mi sacerdote. Después harás que se acerquen sus hijos, y les vestirás las túnicas; y los ungirás, como ungiste a su padre, y serán mis sacerdotes, y su unción les servirá por sacerdocio perpetuo, por sus generaciones” (Éxodo 40:13-15). Podemos decir que cuando Aarón y sus hijos fueron desnudados y bañados estaban siendo preparados para la consagración. El acto de ser vestidos con los ornamentos sacerdotales era una señal de idoneidad para la hermosísima investidura. Ellos recibieron la honra de representar a Dios y además fueron delegados y autorizados para ejercer el santísimo oficio. El ungimiento con el aceite de la

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consagración era un símbolo de la impartición de Dios, que los capacitaba para poder llevar a cabo el santo servicio con eficacia. Nota que lo último que recibe un ministro en su ordenación es el ungimiento, que en el Nuevo Pacto va acompañado de la imposición de manos de parte del presbiterio (Hechos 13:2,3), y que según el apóstol Pablo, en este acto había una impartición de dones y capacidades ungidas (1 Timoteo 4:13,14). Hoy el énfasis está concentrado en la unción. Todos hablamos de recibir unción, y oramos por ella, nos enamoramos de esta bendición y esto es bueno, siempre y cuando no olvidemos que el ungimiento tiene el propósito de capacitarnos, para llevar a cabo la obra del ministerio. También es necesario recordar que la unción es lo último que Dios imparte. En el orden de Dios, debemos recibir antes la preparación, o sea, ser probados y aprobados, lo cual está representado por el desnudamiento y el lavamiento, en la enseñanza de la consagración. Moisés duró cuarenta años siendo despojado y lavado, antes de ser investido por Dios. Podemos mencionar el caso de Eliseo que, por años, fue siervo de Elías antes de recibir el manto profético. Lo mismo ocurrió con David, que por mucho tiempo sirvió a Saúl antes de servir a Dios, cuando entonces fue desvestido y lavado. Los apóstoles duraron tres años y medio, en este proceso, antes de ser ungidos. Saulo de Tarso fue discípulo un largo tiempo, antes de ser el gran apóstol (Gálatas 1:16-18; 2:1). Luego el Espíritu Santo ordenó: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:1,2). La Escritura añade: “Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron” (v. 3). Después de ser aprobados por el Espíritu Santo, a través del presbiterio de la iglesia, recibimos la investidura, la cual nos autoriza para representar y ministrar a Dios. En la imposición de las manos del presbiterio (que equivale al ungüento del Antiguo Testamento) recibimos impartición de capacidades ungidas. Nunca debiéramos desear el ungimiento, si antes no hemos sido desnudados, lavados y vestidos con el ornamento sagrado. Cada vez que la iglesia ha sido ligera en imponer las manos antes de tiempo ha expuesto el ministerio a la deshonra y al descrédito (1 Timoteo 5:22). La vida de Sansón es quizás el ejemplo más revelador para nosotros, los ministros, de tan aciago desliz. Sansón reconocía que su fuerza y poder radicaban en su consagración a Dios. Él le dijo a Dalila: “Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me debilitaré y seré como todos los hombres” (Jueces 16:17), pues él estaba convencido que lo que le hacia diferente a los demás hombres era su voto de nazareo. Ojalá que todos los ministros del mundo entendiéramos

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y reconociéramos que el día que violamos nuestro voto de consagración a Dios, la fuerza que hayamos recibido por el ungimiento divino se aparta de nosotros, y somos “como todos los hombres”. ¡Qué revelación tan gloriosa! Cuando violamos el compromiso de consagración, nos debilitamos e incapacitamos para hacer aquello para lo cual fuimos apartados por Dios y para Dios. Sansón entendía y reconocía que su fuerza y unción eran resultado de ser consagrado a Dios, pero nunca respetó el voto de consagración. Miremos su ejemplo: a) Violó la ley de Moisés tomando mujeres extranjeras (Jueces 14:1-4; 16:1-4); b) Comió miel del cuerpo de un animal muerto, algo inmundo y cosa prohibida a los nazareos y a todo israelita (Jueces 14:5-14; Números 6:1-8; Levítico 11:8, 24, 26-27,39); c) Posiblemente en el banquete, ingirió bebidas alcohólicas, también prohibido a los nazareos (Jueces 14:10; Números 6:1-8; Jueces 13:14); d) La quijada de asno que tomó para matar a los filisteos era inmunda, por proceder del cadáver de un animal muerto, por lo que en esta ocasión tampoco respetó el voto (Jueces 13:14; 15:15-17; Levítico 11:8, 24-26); e) Los mimbres verdes, con los cuales él sugirió que lo atasen, no eran hechos de plantas, sino que constituía una cuerda nueva, hecha de los intestinos de un animal (Jueces 16:7), lo que era una violación a la ley de Moisés y también al voto que le prohibía tocar cosas inmundas, como lo era todo cadáver de animales o seres humanos (Jueces 13:14); y f) Cuando cortó su cabello, violó también su voto (Jueces 13:5; 16:15-20; Números 6:1-8), pues la fuerza de Sansón no estaba en su cabello, sino en su consagración a Dios. Su pelo solo era una representación, como lo son las vestiduras y el aceite de la unción, en el caso de los sacerdotes. Sansón representa al ministro lleno de “La fuerza del unción, pero vacío de carácter. Aplicando nuestra enseñanza, diríamos que Sansón ministro es su tenía el ungimiento, pero necesitaba ser desconsagración pojado de sus ropas viles, y ser lavado de sus al Señor; solo inmundicias. No hay nada más peligroso en cuando vivimos el servicio de Dios que un “carnal ungido”. el propósito La ironía más incomprensible de la vida de Sansón es que Dios empleó más sus debilidade nuestro des que su fuerza. Por ejemplo: a) Se enamollamamiento ró de una mujer filistea, lo cual Dios usó para somos hermosos vengarse de sus enemigos (Jueces 14:1-4); b) y fuertes” Mató a un león para hacer una apuesta,

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comió miel de su cuerpo, violando su voto; dio de comer a sus padres y los hizo violar a ellos también la ley. Aún así, el Señor halló en esto ocasión, para destruir a los adversarios de su pueblo (Jueces 14:1-5; 15:20). c) Se enamoró de Dalila, y le reveló el secreto de su fuerza. El nombre Dalila significa “languidez”, “debilidad”, “flaqueza”, “de poca fuerza”. Esto revela que la debilidad venció su fuerza, pero Dios venció, no con la fuerza, sino con la debilidad de Sansón. d) El león que Sansón mató lo representa a él: fuerte, pero muerto. Mas, fue después de muerto que del león salió la dulzura de la miel (Jueces 14:14,18), y en Sansón aconteció lo mismo: muriendo logró más que viviendo (Jueces 16:28-30). Su enigma decía: “Del devorador salió comida, Y del fuerte salió dulzura” (Jueces 14:14). Sansón era fuerte y devorador como león, pero con las mujeres era tierno y dulce como la miel, y esto se convirtió en debilidad (Jueces 14:15-17; 16:6-19). Dios lo ungió con fuerza para vencer a los enemigos y tuvo que debilitarlo hasta la muerte, para poder lograr su propósito con él. Solo así salió miel del fuerte y del devorador. La fuerza del ministro es su consagración al Señor; Solo cuando vivimos el propósito de nuestro llamamiento somos hermosos y fuertes. Jehová dijo a Moisés: “Y harás vestiduras sagradas a Aarón tu hermano, para honra y hermosura” (Éxodo 28:2). Este texto nos sirve de conclusión y confirmación de que la vestidura sagrada de la consagración representa la honra y hermosura de Dios en el ministerio. Por tanto, quiero terminar esta introducción con la experiencia de Josué, el sumo sacerdote del tiempo de la restauración. Leamos, a continuación, lo que aconteció a este hombre de Dios: “Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. 2 Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio? 3 Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. 4 Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles. Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir de ropas de gala. 5 Después dijo: Pongan mitra limpia sobre su cabeza. Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas. Y el ángel de Jehová estaba en pie. 6 Y el ángel de Jehová amonestó a Josué, diciendo: 7 Así dice Jehová de los ejércitos: Si anduvieres por mis caminos, y si guardares mi ordenanza, también tú gobernarás mi casa, también guardarás mis atrios, y entre éstos que aquí están te daré lugar” (Zacarías 3:1-7). Este pasaje está lleno de enseñanzas, pero me gustaría connotar algunas interrogantes de esta abstracción. ¿Cuándo Satanás lanzó sus dardos acusadores contra el sumo sacerdote? ¿Qué momento aprovechó el adversario para acusar al ungido de Jehová?

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Notemos lo que dice: “Y Josué estaba vestido de vestiduras viles” (v. 3). Esto quiere decir que no estaba vestido de su ropa de sumo sacerdote, sino de su ropa común; o estaba vestido de sumo sacerdote, pero con su ropa sucia. Pongamos atención a la orden del ángel: “Quitadle esas vestiduras viles” (v. 4), y después dijo: “Pongan mitra limpia sobre su cabeza” (v. 5), y añade: “Y pusieron una mitra limpia sobre su cabeza, y le vistieron las ropas” (v. 5). Infiero, entonces, que el diablo lo acusaba porque Josué estaba con su ropa común o tenía las vestiduras sacerdotales ensuciadas. Esto nos revela que hay dos ocasiones en el ministerio cuando somos vulnerables: primero, cuando estamos vestidos con nuestra indumentaria humana, ya sea porque no hemos sido desnudados y bañados, como hemos enseñado, o porque después de haber sido vestidos del manto de la consagración, preferimos ministrar a Dios con la ropa del humanismo, y con “… filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8). La segunda manera que somos vulnerables a las acusaciones de Satanás y nos exponemos a la vergüenza, es cuando vestidos de las vestimentas ministeriales, las ensuciamos viviendo de una manera que no es digna de lo que somos y representamos. El ángel dio dos instrucciones a favor de Josué, las cuales poseen la fórmula restauradora de Dios para los ministros que han perdido su dignidad, por haber obrado de las dos maneras mencionadas. La primera es “Quitadle esas vestiduras viles”, lo que significa ser desvestido, entonces El Señor nos dice: “Mira que he quitado de ti tu pecado y te he hecho vestir de ropas de gala” (v. 4). La segunda es “Pongan mitra limpia sobre su cabeza” (v. 5). La orden del ángel fue obedecida, y a Josué lo vistieron con toda la vestimenta de sumo sacerdote, pero lo que Jehová empleó para representar el cambio de indumentaria fue la mitra. Era en la placa de la mitra que el sumo sacerdote tenía grabada la inscripción: SANTIDAD A JEHOVÁ (Éxodo 28:36-38). En ese grabado estaba no solo lo que Dios esperaba del sumo sacerdote, sino lo que este representaba delante del pueblo. ¡Qué glorioso mensaje para todos los ministros de esta generación!, sobre todo para aquellos que por alguna debilidad no han vivido de acuerdo a la honra de la dignidad recibida del cielo. Yo bendigo al Señor porque nos brinda una manera honrosa de ser vindicados y restaurados. Nuestro Dios es Dios de restauración. Él nos ofrece, a través del mensaje de este libro, una oportunidad de volver a ataviarnos nuevamente con el ornamento sagrado de la “ honra y hermosura” (Éxodo 28:2). El propósito de este libro es revelar cómo es el llamamiento según Dios, y de acuerdo a la naturaleza de Su reino, porque creo que es la única manera de restaurar la honra del ministerio.

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Una cosa es el ministerio según los hombres, donde todo se realiza de acuerdo al criterio, idea y experiencia de los seres humanos, y otra cosa es el ministerio según Dios. En el ministerio de acuerdo al Señor todo se hace y se ministra en conformidad estricta a su naturaleza y a su Espíritu; de acuerdo a las instrucciones de su voluntad, reveladas en su Palabra y ministradas a través del Espíritu Santo a nuestras vidas. Mientras el ministro que no teme a Dios no distingue entre lo santo y lo profano (Levítico 10:9-11), y solo le importa el resultado, el éxito visible, sin tomar en cuenta el medio cómo lo logre; en el ministerio según Dios toda diligencia y recursos son utilizados para agradar a Dios y hacerlo todo conforme a su designio. Solo lo que es como Dios agrada a Dios, así como solo lo que baja del cielo sube al cielo (Juan 3:13, 31). Una cosa es entrar al reino de Dios y otra diferente es que Su reino entre en nosotros; una cosa es haber salido de Egipto y otra que Egipto haya salido de nosotros (Hechos 7:39). Todos los creyentes cuando se convirtieron entraron al reino de los cielos, pero no en todos ellos ha entrado el reino de Dios. El reino de Dios entra a nosotros cuando comenzamos a “El reino de vivir en la tierra como se vive en el cieDios entra lo. El Señor Jesús nos enseñó a orar así: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así a nosotros también en la tierra” (Mateo 6:10). En el reino de cuando los cielos todo se hace según Dios, conforme a su comenzamos voluntad, y de acuerdo a su carácter, naturaleza y a vivir en la propósito. El reino de los cielos es santo, porque Dios es santo. El reino es verdad y justicia, portierra como que nuestro rey es justo y verdadero. Jesús dijo: se vive en el “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en cielo” el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21). ¿Quién entra y ha entrado al reino de Dios, según la enseñanza del maestro? El que hace la voluntad de su Padre que está en los cielos. Aun Dios hace “todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11). Un ministro es alguien llamado por Dios para realizar un propósito divino para Su reino. Dios nunca llamó a alguien a hacer algo y le permitió hacerlo conforme a su idea o criterio personal. A todo hombre que Jehová llamó, le reveló su voluntad y le exigió que lo haga todo de acuerdo al diseño de su

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propósito. Por tanto, ¿cómo será que Dios nos llama para hacer algo para Él y lo estemos haciendo de acuerdo a la invención de nuestro propio corazón? Por eso, en este tiempo que Dios está restaurando todo en conformidad a Su reino y a Su corazón, se ha propuesto también devolver la honra al ministerio de la iglesia. El Señor nos muestra que solo hay una manera de devolver al ministerio cristiano la honra que ha perdido y es regresando al camino de los apóstoles y profetas que nos ministraron la Palabra de Dios. Ellos vivieron y nos enseñaron lo que es el llamamiento según Dios. Es necesario que encontremos el camino, para no seguir extraviados. Regresemos y busquemos cuidadosa y exactamente el lugar donde comenzó nuestro extravío, y desde allí retomemos nuevamente la senda de nuestro caminar. El propósito de este libro es justamente ese, enseñarnos a regresar al camino de la honra, realizando un ministerio según y conforme a la voluntad de Dios. Existe un animal carnívoro, muy pequeño y delicado, que habita en ciertos lugares de Europa y Asia, llamado armiño. Su piel suave y apreciada, parda en verano y blanquísima en invierno, es símbolo de lo puro e inmaculado. Debido a que ésta es muy valiosa, los cazadores la procuran, y han descubierto un método fácil para cazarlos por lo siguiente: cuando el armiño se ve frente al lodo, para evitar ensuciar su linda y nítida piel, se paraliza y permanece inmóvil, convirtiéndose en una presa fácil para los cazadores. El armiño prefiere la muerte antes que manchar su precioso traje con el cual Dios lo ha vestido. Con esta misma determinación, los ministros debiéramos cuidar y preservar nuestro atavío. Por lo cual, a todos los hombres y mujeres que han recibido la honra del ministerio y han sido consagrados a Dios, a través de la vestidura sacerdotal y el ungimiento por el aceite de la unción, el Señor les dice: “En todo tiempo sean blancos tus vestidos, y nunca falte ungüento sobre tu cabeza” (Eclesiastés 9:8). Amén Juan Radhamés Fernández Enero 2009

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Capítulo I

NADIE TOMA PARA SÍ ESTA HONRA

“Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” -Hebreos 5:4

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o hay sobre la tierra una honra más grande que ser un ministro de Dios. No se puede comparar el ministerio cristiano con nada que exista en este mundo, y eso no es un concepto personal, sino algo que se establece en la Palabra de Dios, cuando dice: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy” (Hebreos 5:4- 5). Esto quiere decir que toda persona llamada por Dios al santo ministerio recibe la insignia distintiva de la elección divina. Todo aquel que reconozca a Dios como la persona más importante del universo, considerará también su elección como la más honrosa. La distinción del elegido radica en la importancia del que lo elige, así como la honra del individuo honrado la determina el grado de dignidad de la persona que lo honra. No es lo mismo ser honrado por un siervo que por un rey. Si el que nos honra es digno, así será lo que recibimos de él.

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La honra del insigne nos hace ilustres; la honra del noble nos da prestigio; la honra del célebre nos proporciona renombre. Lo que distinguió a Ester de las demás doncellas fue ser preferida por el rey Asuero. Ella, la elegida entre miles, se convirtió de huérfana adoptada a reina del imperio persa por la predilección del rey. Lo que le da valor a algo o a alguien es la manera que se le estima o valora. El oro no sería diferente a otros metales si no fuera por el aprecio que le ha dado el hombre. El oro es mejor conductor de electricidad que el cobre, pero no se le aprecia por su utilidad, sino por “Nadie puede su belleza y apariencia. El hombre ha determinado usarlo mejor para lucir, decorar y estimar el representar, pues considera que es el don con ministerio si no el cual el oro ha sido dotado por la naturaleestima a Dios” za. Hay metales que posiblemente sean más útiles que el oro, pero no contribuyen a la vanidad del ser humano. Por lo cual, el oro es un símbolo de valor al que el hombre ha honrado a tal punto que lo ha transformado en el metal más preciado. Este metal, después de ser procesado, tiene sus méritos, tanto en el aspecto de la estética como en la utilidad, pero su verdadero valor estriba en la forma como el hombre lo ha estimado y valorado. Indudablemente que el elemento tiene sus cualidades, mas su verdadera honra no radica en sus méritos, sino en ser preferido por el hombre. Si fueran los perros que lo prefirieran ¿cuál sería su honra o cuánto su valor? Aplicando estas comparaciones al ministerio, te diré que lo que hace distinguido a un ministro no son sus méritos personales, sino el ser elegido por Dios para realizar un servicio a favor de su santo propósito. La preferencia de Dios sobre la vida de un ministro es lo que le da honra y distinción a su existencia. La dignidad del ministerio está en lo que hacemos, pero sobre todo para quién lo hacemos. Nadie puede estimar el ministerio si no estima a Dios. Si alguien no aprecia el ministerio es porque nunca ha valorado a Dios. El que subes­tima el llamamiento es porque menosprecia o desconoce al que llama. La honra del ministerio es el mismo Dios. La distinción del ministerio se encuentra en el prestigio de Dios. La Epístola a los Hebreos destaca que nuestra salvación es grande (Hebreos 2:3), y me pregunto: ¿por qué es grande la salvación que hemos recibido del Padre? El escritor bíblico responde diciendo que la salvación es grande, primeramente, por el precio imponderable que se pagó para lograrla; segundo, por su resultado, ya que logró reconciliar al

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hombre con su Creador; y tercero, por su motivación, pues se manifestó el amor de Dios por un mundo que no le amaba. Pero para mí, lo que hace grande la salvación de Dios es su autor. Si hubiera sido un ángel, un querubín o un serafín el autor de la redención del hombre, hubiera sido importante, pero jamás se podría comparar con la salvación de Jehová. La salvación posee la anchura, longitud, profundidad y altura del amor de Dios, el cual es inigualable y excede a todo conocimiento (Efesios 3:18,19). Lo mismo podemos decir del ministerio. La honra del ministerio excede a cualquier otra, porque el que nos llamó supera en honor, prestigio, excelencia y perfección a todo lo creado. El nombre del que nos llamó es “el Admirable” (Jueces 13:18; Isaías 9:6). Él no solo es digno, sino que es el digno; Él no solo es Dios, sino que es el Dios (1 Reyes 18:39). Lo que nos hace honorables es “La honra del la honorabilidad del que nos llamó a su servicio. Por lo tanto, el oficio más honroso y digministerio no al cual puede dedicarse un hombre es excede a servir a Dios, en cualquier área ministerial. cualquier Sin embargo, en la actualidad, al ministro de otra, porque el Dios se le ve como un profesional, pues el ministerio lo han convertido en una profeque nos llamó sión; y para la mayoría de las personas en el supera en honor, mundo secular, un ministro es un cualquieprestigio, ra. Incluso, el oficio ministerial no se honra, excelencia y pues hasta nosotros, los mismos consiervos, perfección a no tenemos convicción de la honra que es el llamamiento, y para poder honrar la vocatodo lo creado” ción a la que fuimos llamados, tenemos que estar llenos de esa certeza. Muchos siervos de Dios ministran en lugares donde ser ministro es ser un empleado, y eso lo viví en carne propia. En esos círculos le dicen al pastor: «A usted le damos un salario para que predique». Por eso, cuando se le pregunta a alguno de esas congregaciones: «Hermano, ¿por qué usted no predica?» «Oh, no –responde- nosotros le pagamos al pastor para que lo haga». También existen las llamadas “juntas” que emplean al pastor y se sienten como los que tienen autoridad sobre el siervo de Dios y lo tratan como su asalariado, y le dicen, por ejemplo: «Pastor, sus vacaciones son dos semanas; ¿qué pasó que usted no vino ayer?; ¿quién le dijo que usted podía tomar alguna decisión en ese asunto?, etc.». Por tanto, esas y otras

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conductas, no menos ofensivas, han desvirtuado la naturaleza del servicio a Dios y la dignidad de dicha vocación. En consecuencia, muchos pastores se sienten como empleados en su ­ministrar, y entonces buscan agradar a la gente, haciendo una serie de cosas, las cuales Dios quiere romper y desarraigar de su santo ministerio. Sabemos que el Señor destruye, pero para edificar. Dios nunca va a construir sobre un cimiento humano, por eso dijo en Jeremías 1:10: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar”. Por tanto, si hay un área que marcó mi vida espiritual es esta. Ojalá Dios me ayude a comunicarte esto, para que tú sepas quién eres como ministro de Dios y entiendas lo que el Señor revela en su Palabra con respecto a lo que es un ministro para Él. Deseo con todo mi corazón que lo que te diga a continuación vaya más allá de un concepto, sino que el espíritu de estas palabras llegue al asiento de tus pensamientos, intacto, tal como el Señor me lo reveló y salió de Su corazón. El versículo con el cual hemos dado inicio a este capítulo definió mi vida ministerial, por lo que quiero además, reproducirlo a continuación en la versión “Biblia de las Americas 1986” para que nos arroje más luz a este respecto: “Y nadie toma este honor para sí mismo, sino que lo recibe cuando es llamado por Dios, así como lo fue Aarón” (LBA Hebreos 5:4).

El que tiene el llamado tiene la honra. El llamado es un honor, una honra de Dios. Ahora, aplica eso a Jesús: “De la misma manera, Cristo no se glorificó a sí mismo para hacerse sumo sacerdote, sino que lo glorificó el que le dijo: HIJO MÍO ERES TÚ, YO TE HE ENGENDRADO HOY; como también dice en otro pasaje: TÚ ERES SACERDOTE PARA SIEMPRE SEGÚN EL ORDEN DE MELQUISEDEC” (LBA Hebreos 5:5-6). Entiendo entonces que la honra la recibe únicamente aquél que es llamado por Dios como lo fue Aarón. En otras palabras, yo no me llamo a mí mismo, a mí me llama otro. Cristo, el Hijo de Dios, no se llamó a sí mismo, siendo Dios y coeterno con el Padre. Él pudo decir: «Yo Soy el que soy y puedo hacer aquí lo que yo quiera», sin embargo no lo hizo, pues aun el llamamiento mesiánico de Jesús fue un llamamiento de Dios. El Padre decidió que el Hijo descendiera y fuese el Mesías de Israel. Dios lo decidió y lo decretó en el Salmo Segundo: “Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra” (Salmos 2:7-8).

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También, la Biblia dice: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos” (1 Corintios 15:24-28). Y yo pregunto, ¿quién determinó eso? El Padre. En el caso de Aarón es lo mismo, pues él no dijo: «JAH, recuerda que yo no solamente soy el hermano de Moisés, sino también su profeta; definitivamente el sacerdocio me corresponde a mí». Eso era lo que creían Coré, Datán y Abiram cuando se rebelaron, porque pensaban que Moisés y Aarón estaban monopolizando el ministerio de Dios (Números 16:3). Pero Jehová no entró en discusión con ellos, sino que dijo a Moisés: “Habla a los hijos de Israel, y toma de ellos una vara por cada casa de los padres, de todos los príncipes de ellos, doce varas conforme a las casas de sus padres; y escribirás el nombre de cada uno sobre su vara. Y escribirás el nombre de Aarón sobre la vara de Leví; porque cada jefe de familia de sus padres tendrá una vara. Y las pondrás en el tabernáculo de reunión delante del testimonio, donde yo me manifestaré a vosotros. Y florecerá la vara del varón que yo escoja, y haré cesar de delante de mí las quejas de los hijos de Israel con que murmuran contra vosotros” (Números 17:2-5).

La honra se recibe, no se exige. La vara de Aarón reverdeció porque tenía el llamamiento de Dios. Cuando Dios llama, Él hace reverde“La honra se cer la vara de tu llamamiento. No hay que recibe, no se pelear por un ministerio, pues todo aquel que exige” disputa por un llamamiento es porque no lo tiene. El que es llamado simplemente recibe la honra, y dice: «Yo no me llamé a mí mismo, el Padre lo determinó». A veces andamos como el que está pidiendo permiso y tiene que dar explicación a la gente. ¡NO! Tú tienes que tener seguridad de quién te llamó. Lo que Dios no quiere es que tú uses mal esa autoridad, para hacer daño, sino para edificación, que tengas la certeza de que Él te llamó.

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Por eso, a mí, personalmente, me ministra como Pablo empieza, casi todas sus epístolas, diciendo: “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios…” (…) Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, (…) Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que lo resucitó de los muertos), (…) Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad…” (1 Corintios 1:1; Romanos 1:1; Gálatas 1:1; Tito 1:1). Y cuando tuvo que defender su ministerio apostólico, lo hizo con una santa dignidad, sin ofender o estropear a nadie, sino diciendo: “… por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. Me he hecho un necio al gloriarme; vosotros me obligasteis a ello, pues yo debía ser alabado por vosotros; porque en nada he sido menos que aquellos grandes apóstoles, aunque nada soy. Con todo, las señales de apóstol han sido hechas entre vosotros en toda paciencia, por señales, prodigios y milagros” (2 Corintios 12:10-12).

Este hombre también dijo: “Ciertamente no me conviene gloriarme; pero vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre (si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe), que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré; pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades” (2 Corintios 12:1-5). Pablo estaba seguro de quién era en Dios, tenía confianza en el amor del Padre, pero también certeza de que Dios lo llamó. El que no tiene la convicción de su llamado andará siempre con doble ánimo,

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“Hay dos cosas que siempre deben ser la brújula de un ministro para retomar la ruta y reorientarse, y es fijar sus ojos en su elección divina y en el propósito de su llamamiento”

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oscilando y retrocediendo. Por el contrario, no hay nada más poderoso que un hombre convencido de su llamamiento. Es importante que recuerdes cuando Dios te llamó, pues hay momentos en que el diablo viene a ti, no a decirte: «Si eres hijo de Dios…», pues quizás tú tienes esa seguridad en tu espíritu, pero sí a preguntarte, como cuestionaron a Jesús: “¿Con qué autoridad haces estas cosas? ¿y quién “Solo cuando te dio esta autoridad?” (Mateo 21:23)» Segurarecibimos una mente, él te cuestionará y te traerá a memoria revelación de la tus fracasos, las veces que te has equivocado, de la forma en que te han tratado aquí, allá; gloria de Dios, tratará de infiltrar dudas en tu corazón en aprendemos a cuanto a tu relación y función en la iglesia, servirle como es y en cuanto a lo que tú eres en Dios. Pero digno de Él, y a cuando tú sabes que fuiste llamado, dirás: « ¡No, yo no tomé esta honra, Dios me la dio! humillarnos en ¡Yo no me glorifiqué a mí mismo!, a mí me Su presencia” glorificó Dios, como glorificó a Aarón cuando hizo reverdecer su vara, así hizo reverdecer mi vida». Nota que cuando la Palabra menciona a Jesús, está diciendo que él fue llamado por el Padre, entonces, no hay llamamiento que no proceda de Dios. El Hijo podía llamarse a sí mismo, pues poseía las prerrogativas divinas, pero el Padre se lo pidió, por lo cual Jesús dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre. (Juan 10:17-18). Él se dispuso a obedecer al tiempo que cumplía un mandamiento de su Padre. Saber quién eres en Dios te va a evitar un montón de tropiezos y sinsabores, especialmente el estar a expensas del diablo, quien tiene muchas estratagemas para hacerte dudar. ¿Quién no necesita a veces pararse frente a la adversidad, y frente a los enemigos de la causa del reino de Dios, cuando hay cuestionamientos, y sin estropear a nadie, sin altivez, con la humildad de Jesús, pero también con su seguridad y poder decir: «Yo sé quien soy; y sé que el Señor me llamó desde el vientre de mi madre; mi embrión vieron sus ojos»? De hecho, Dios quiere que tú tengas esa certeza, pues la vas a necesitar, y más en un tiempo donde lo que Dios nos mandó a predicar es opuesto a lo que se está practicando en la cultura eclesiástica. Por eso dicen: «Y éste,

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¿quién es?; a éste ¿quién lo envió? ¿por qué está aquí, por qué predica?». Cuando Pablo fue a Atenas, dijeron: “¿Qué querrá decir este palabrero? Y otros: Parece que es predicador de nuevos dioses” (Hechos 17:18). De la misma manera, la gente te va a cuestionar, te va a retar, van a dudar del mensaje, posiblemente dudan de ti, hablan de ti, pero eso no te debe importar tanto, sino lo que tú sabes que eres para Dios. Cuando vivimos una crisis personal, ministerial o de la índole que fuere, nos desorientamos y tendemos a concentrarnos en nosotros mismos, en cómo nos sentimos, qué están diciendo de nosotros; y para defendernos, argumentamos, reaccionamos, tomamos decisiones, etc. Pero hay dos cosas que siempre deben ser la brújula de un ministro para retomar la ruta y reorientarse, y es fijar sus ojos en su elección divina y en el propósito de su llamamiento. Las dos preguntas de Saulo cuando el Señor lo llamó fueron: “¿Quién eres, Señor?” (….) ¿Qué quieres que yo haga?” (Hechos 9:5,6). Es decir, primero quiso conocer a quién le llamaba y luego se interesó en saber el propósito de su llamamiento. Conocer quiénes somos para Dios, nos permite saber quiénes son los demás, y podemos presentar todo hombre perfecto en Cristo Jesús (Colosenses 1:28). El saber quiénes somos para Dios nos va a dar una actitud de gratitud, dependencia, diligencia, y seriedad, algo que trascenderá en nuestra vida y cambiará la forma de ministrar a Dios y a los hombres. También nos evita complejos, y muchas de esas cosas que nuestra alma -por emociones- priva y obstruye la libertad que tenemos para ministrar la Palabra de acuerdo al don que hemos recibido. A veces, por ejemplo, somos tímidos o tenemos un problema de estima propia o estamos bajo la tensión del “qué dirán”, todo eso impide que nos atrevamos a tomar las decisiones de Dios en nuestro liderazgo, porque no sabemos quiénes somos. Otra cosa igualmente importante en el llamamiento es el corazón. Si no hay corazón no se puede entrar en la vida del reino de los cielos, porque para servir al Señor hay que amarle. Para darle esa distinción a Dios, de que Él sea el todo en nuestras vidas es necesario que le amemos como Él merece ser amado. Dependiendo el concepto que tenemos de Dios, así es la manera en que le amaremos y le serviremos. Por tanto, si el criterio que tienes de Dios es pequeño, así va a ser tu adoración a Él. Si Dios para ti es alguien más, un simple dios y no el Dios, pues igualmente a ese nivel será tu adoración, limitada, y tu servicio escaso. Por eso, el apóstol Pablo habló de andar de acuerdo a la vocación (Efesios 4:1). El que conoce la dignidad de Dios, a esa altura le adorará.

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En ocasiones, cuando he estado orando le he dicho al Señor: «Mi Dios, ¿qué te puedo dar yo? ¿Qué tipo de adoración te puedo rendir que sea digna de ti?» Pues, ¡jamás!, por excelso que sea, podremos alcanzar el grado de sublimidad de Dios. Nadie puede darle algo a Dios que esté al nivel de su dignidad, fuera de Jesucristo. Pero, nuestro Señor, por el Espíritu Santo, puede darnos la revelación y meternos en la dimensión de su grandeza. Esa es la razón que cuando Él se manifiesta y vemos su majestad, entonces pasa algo en nosotros: vemos nuestra pequeñez. Cuando Jehová le mostró la semejanza de gloria a Ezequiel (Ezequiel 1:28), y él vio los querubines y todas aquellas cosas, quedó impresionado, y cayó postrado, y oyó una voz que le dijo: “… hijo de hombre” (Ezequiel 2:1), como diciendo: «Yo Soy el que soy y tú eres simplemente un hijo de hombre». No fue que el Señor quiso humillar al profeta, sino que le quiso revelar su grandeza, para que éste conociera quién le hablaba y a quién le servía. Solo cuando recibimos una revelación de la gloria de Dios, aprendemos a servirle como es digno de Él, y a humillarnos en Su presencia. Dios da gracia a los humildes. El imán que atrae a la gloria de Dios es el espíritu manso de un corazón humillado. Esta no es una ley religiosa, como el que dice: «Me humillo y Dios desciende; me doblego y el Altísimo baja a vivificar mi espíritu quebrantado», no, porque no es una fórmula. El asunto es que Dios es humilde, tan simple como eso. Aunque Él es el Alto y el Sublime, también es humilde, pues hay algo en su carácter que lo hace manso y fiel. Cuando el Señor ve a alguien que tiene su sentir y su naturaleza, quebrantado y humillado, desciende a identificarse con esa persona. Así es su carácter y su conducta, por eso el que le conoce puede caminar con Él y no tropezar jamás. “El imán que El llamamiento es una honra que ninatrae a la gloria gún hombre merece. La frase que el Señor de Dios es el le dijo a David, el hombre conforme a su espíritu manso corazón, nos puede ilustrar aún más sobre este pensamiento. Él le dijo: “Yo te tomé del de un corazón redil, de detrás de las ovejas, para que fueses humillado” príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2 Samuel 7:8). Aunque aquí Él se está refiriendo a que sacó al hijo de Isaí de pastar las ovejas de su padre, y lo hizo príncipe sobre su pueblo, el Espíritu me hizo ver que nosotros los ministros somos también tomados de entre las ovejas del redil divino. En otras palabras, tú eras una oveja como todas las demás, pero

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Dios te dijo: «Hijito mío, eres uno más entre todas mis ovejas, pero yo te tomo de entre ellas para que seas mi ministro, mi servidor. Ven hijo mío». De esta misma manera Dios tomó a los levitas entre todas las tribus de Israel para que sirvan delante de Él. Jehová dijo a Moisés: “He aquí, yo he tomado a los levitas de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos, los primeros nacidos entre los hijos de Israel; serán, pues, míos los levitas. Porque mío es todo primogénito; desde el día en que yo hice morir a todos los primogénitos en la tierra de Egipto, santifiqué para mí a todos los primogénitos en Israel, así de hombres como de animales; míos serán. Yo Jehová” (Números 3:11-13). Por tanto, tú eres de Dios, porque así a Él le plació. En este capítulo, te invito a que estudiemos juntos, no tanto lo que hace honroso al ministerio, sino lo que considero es, en sí misma, la honra de nuestro supremo llamamiento.

1.1  Los Ministros son de Dios “Así apartarás a los levitas de entre los hijos de Israel, y serán míos los levitas” Números 8:14

En Egipto, Jehová redimió a todos los primogénitos, por eso instauró como mandamiento a las tribus de Israel que sería de “El llamamiento Él todo aquel que abriere matriz, así como hace a los todo primer nacido de sus animales (Éxodo ministros 13:12). Por tanto, de una redención viene el llamamiento al ministerio. Dios intercamofrendas” bia, en su propósito, a los primogénitos por una tribu completa, la tribu de Leví. Eso tiene una enseñanza también para nosotros, porque en el Nuevo Testamento todos los creyentes son sacerdotes y todos los salvados son también primogénitos, pues Cristo es el primogénito de Dios (Colosenses 1:15), y a nosotros se nos llama la congregación de los primogénitos (Hebreos 12:22,23). La Palabra nos enseña que Jesús es el principio de la creación de Dios, el primero de entre los muertos; Él es la primicia de la resurrección y luego todos nosotros en Él. Así que esto se aplica también a nosotros como creyentes y como sacerdotes, en el aspecto de la redención, pues fuimos redimidos para servirle al Señor.

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En el aspecto del ministerio, los primogénitos son míos, dijo Dios, y yo pregunto: ¿Acaso es poca honra que Dios te reclame como suyo y diga: «Los ministros son míos, de mi propiedad, porque yo los redimí del mundo (Egipto) para que me sirvan a mí»? Por tanto, nuestra primera honra es que somos de Dios, le pertenecemos al Padre. Si tú eres ministro de Dios, puedes decir: «Yo soy de Dios, pertenezco a Él». Entendida esta verdad, veamos detalladamente, en los siguientes versículos, cómo Jehová estableció el oficio: “Y cuando hayas acercado a los levitas delante de Jehová, pondrán los hijos de Israel sus manos sobre los levitas; y ofrecerá Aarón los levitas delante de Jehová en ofrenda de los hijos de Israel, y servirán en el ministerio de Jehová. Y los levitas pondrán sus manos sobre las cabezas de los novillos; y ofrecerás el uno por expiación, y el otro en holocausto a Jehová, para hacer expiación por los levitas. Y presentarás a los levitas delante de Aarón, y delante de sus hijos, y los ofrecerás en ofrenda a Jehová. Así apartarás a los levitas de entre los hijos de Israel, y serán míos los levitas. Después de eso vendrán los levitas a ministrar en el tabernáculo de reunión; serán purificados, y los ofrecerás en ofrenda. Porque enteramente me son dedicados a mí los levitas de entre los hijos de Israel, en lugar de todo primer nacido; los he tomado para mí en lugar de los primogénitos de todos los hijos de Israel. Porque mío es todo primogénito de entre los hijos de Israel, así de hombres como de animales; desde el día que yo herí a todo primogénito en la tierra de Egipto, los santifiqué para mí. Y he tomado a los levitas en lugar de todos los primogénitos de los hijos de Israel. Y yo he dado en don los levitas a Aarón y a sus hijos de entre los hijos de Israel, para que ejerzan el ministerio de los hijos de Israel en el tabernáculo de reunión, y reconcilien a los hijos de Israel; para que no haya plaga en los hijos de Israel, al acercarse los hijos de Israel al santuario. Y Moisés y Aarón y toda la congregación de los hijos de Israel hicieron con los levitas conforme a todas las cosas que mandó Jehová a Moisés acerca de los levitas; así hicieron con ellos los hijos de Israel. Y los levitas se purificaron, y lavaron sus vestidos; y Aarón los ofreció en ofrenda delante de Jehová, e hizo Aarón expiación por ellos para purificarlos. Así vinieron después los levitas para ejercer su ministerio en el tabernáculo de reunión delante de Aarón y delante de sus

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hijos; de la manera que mandó Jehová a Moisés acerca de los levitas, así hicieron con ellos” (Números 8:11,13-14, 21,22). ¡Oh, qué hermoso! El pueblo ofrendaba una de sus tribus al Dios de Israel, reconociendo la propiedad divina sobre los levitas. Ellos fueron apartados y Aarón, como sumo sacerdote, los santificó. El pueblo ofreció a Jehová a sus hermanos, los levitas, como una ofrenda apartada, santa, para que ellos le sirvan todos los días de sus vidas. Mi hermano, ¡qué cosa preciosa es reconocer que los ministros son de Dios y como ofrenda son entregados a Él! Ellos ofrecieron vidas consagradas al Señor, por eso el llamamiento hace a los ministros ofrendas. Eso es lo que hace la iglesia cuando ordena a sus ministros, significando que ese hombre o mujer ya no pertenece al pueblo, porque son de Dios, Él los hizo ofrendas. Piensa en el día que se te ordenó o consagró al ministerio, en el momento en que la iglesia te sacrificó para Dios y te hizo ofrenda para Él. Qué lindo cuando el Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hechos 13:2) y los ancianos y líderes, en representación de la iglesia, pusieron las manos sobre Saulo y Bernabé, y el pueblo se los dio como ofren“Para que lo da al Señor. Desde entonces, hasta el último aliento que salió de sus narices, Pablo y Bercomún se nabé fueron de Dios. convierta en Una ofrenda para Dios significa que ese algo superior o algo fue dedicado a Él, y por tanto es de su extraordinario propiedad y Él puede disponer de ella como Él quiera y cuando Él quiera. Es el Señor tiene que pasar quien define cada ministerio, pues llevanpor un proceso do cautiva a la cautividad dio dones a los de santificación” hombres, y a unos hizo apóstoles, a otros profetas, evangelistas, pastores y maestros, repartiendo dones como Él quiso, para su provecho y propósito (Efesios 4:8-11). Dentro de las ofrendas apreciadas por Dios están las primicias, pues Él merece lo primero y lo mejor. Las primicias son de Jehová, y como los ministros reemplazan a “lo primero” delante de Dios, constituyen en sí mismos una primicia. Lo que sustituye lo primero, se constituye en primero. Dios dijo que lo primero nacido es el primer fruto, es el primer vigor, cuyo producto Él merece, porque de Él “es la tierra y su plenitud; El mundo, y los que en él habitan” (Salmos 24:1). Por tanto, esa es la honra de

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un ministro, que Dios a los primeros frutos de la tierra, de los animales, y de todo lo más escogido, los haya cambiado por él. Jehová lo prefirió sobre todo lo demás, por eso representa lo primero, una ofrenda enteramente para Él. Cuando Ana dedicó a Samuel a Dios, ella dijo: “… todos los días que viva, será de Jehová” (1 Samuel 1:28). Luego ella, de vez en cuando, iba a las fiestas y le llevaba un efod a Samuel, su muchachito, pero reconociendo que no era suyo, y que ni ella ni él podían disponer de vivir juntos de nuevo, o hacer planes para el futuro, pues ya él le pertenecía a Dios. El apóstol Pablo ilustró hermosamente este pensamiento cuando dijo: “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:4). Por tanto, un ministro no se agrada a sí mismo, sino que vive para agradar a aquél que lo reclutó. Ana, como madre, se tuvo que olvidar de Samuelito como algo que era de ella, de su posesión. Ella lo visitaba, le llevaba regalitos, y en verdad, Samuel seguía siendo su hijo, pero sin olvidarse que él era de Jehová. Si un ministro entiende esto lo disfrutará aquí en la tierra, pues no tiene que esperar llegar al cielo para cuando le den el galardón decir: « ¡Aleluya! Yo soy de Dios». No, amado, regocíjate de tu llamado aquí y ahora, ¡disfrútalo! Tú eres de Dios. Ahora, todo lo que es ofrenda a Dios tiene que ser purificado y santificado, como leímos: “Y los levitas se purificaron, y lavaron sus vestidos; y Aarón los ofreció en ofrenda delante de Jehová, e hizo Aarón expiación por ellos para purificarlos” (Números 8:21). Para que lo común se convierta en algo superior o extraordinario tiene que pasar por un proceso de santificación. Así los levitas, como eran comunes, tuvieron que ser primeramente purificados y luego santificados, para entonces ser ofrecidos a Dios. Después que ellos estuvieron purificados y lavados vinieron a ejercer su ministerio en el tabernáculo, como había mandado Jehová, no antes. Entonces, queda claro que un ministro pertenece a Dios enteramente, pues ni siquiera una hebra de su cabello es de su posesión ni de nadie, pues totalmente es de Jehová. Por tanto, tú eres ministro de Dios completamente, y eso significa íntegramente, todo tu cuerpo, alma y espíritu, tiempo, talentos, energía, recursos, todo es del Señor. Los ministros somos de Dios y Él nos reclama como suyos. La primera honra del llamamiento es ser de Dios. ¿Sabes la importancia de reconocer algo tan sencillo como que somos de Dios? ¡Cuántos problemas enfrentamos cuando no entendemos esa verdad o se nos olvida! ¿Sabes tú que el ministro, aunque le ministra al pueblo, no es del pueblo? El ministro es de Dios. El ministro es un esposo, se debe a su esposa; el ministro es un padre, se debe a sus hijos; el ministro es un pastor, pastorea a sus ovejas, sirve

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a los santos, pero sobre todo eso, el ministro pertenece a Dios. Por tanto, es necesario que establezcamos una diferencia y digamos: «Yo le sirvo al pueblo por llamamiento, pero no pertenezco al pueblo, sino a Dios; soy de su propiedad privada». Eso hay que entenderlo, pues cuántas cosas se generan de esta verdad: ¡Yo soy de Dios! Incluso el pueblo debe estar consciente de ello ya que muchas veces manipula a sus ministros y los lleva, los trae, los empuja, los pisa, y cree que les pertenecen, pero hay que pararse y decir: «Estoy aquí, sirviendo a ustedes, pero antes que todo, yo soy siervo de Dios». Así tú, ten claro que antes de ser de alguien, tú eres de Dios. Una vez, una hermana profeta me dijo: «Usted no sabe quién es usted», y yo sé lo que ella quiso decir, y los espirituales también entienden este lenguaje. Pero yo sí sé quién soy: Yo soy un hombre honrado por Dios. Desde los dieciséis años que el Señor me llamó, para mí no ha existido honra más grande que esa, por eso he vivido para cuidarla. Ya no estoy aguardando que Dios me dé honra algún día, ¡ya me la dio desde que me llamó al ministerio! Eso es tan valioso para mí que en una ocasión, cuando Dios me metió en una crisis, para tratar conmigo y lograr ciertas cosas en mi vida personal, lo que me pidió fue el ministerio, porque Él sabe que para mí es algo muy elevado, de mucha estima y de gran valor. El honrar a Dios para mí ha sido todo, y no escatimo nada, absolutamente nada, por el ministerio. A mí no me importa el sacrificio que sea, lo que haya que hacer, a lo que haya que renunciar, lo que tenga que entregar, con tal de honrar el llamamiento de mi Dios, y valorar que Él haya puesto en mí sus ojos y que me haya tomado junto con mi esposa, y mi familia, para apartarnos de la congregación de Jehová, entre sus ovejas, para servirle a Él. En estos treinta años como ministro, y más de treinta y siete como creyente, he tenido que decir: «Yo soy de Dios». Hay momentos que se entra en conflicto entre el pueblo, al cual nosotros servimos, y el propósito al cual Dios nos llamó, y tenemos que decidir a quién le debemos más lealtad, a quién le debemos más tiempo. Pero, por encima de todo, yo soy propiedad privada de Dios, por consiguiente a Él me debo, y eso grábalo en ti, pues vive Jehová en la presencia de quien estoy, que un día vas a necesitar de esa convicción. El Espíritu de Dios, como saeta encendida del cielo, iluminará tu entendimiento y este rhema traspasará tu mente, como la Palabra traspasa y divide el alma del espíritu. Entonces, habrá ocasiones en que la autoridad de Dios vendrá sobre ti, y dirás: «Un momento, yo soy de Dios», pero no lo dirás con orgullo ni altivez, sino por convicción, por reclamo de un derecho por el cual, aun el mismo Dios te pedirá cuenta.

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Estamos viviendo en un tiempo en que la iglesia está andando en democracia, un sistema donde el pueblo gobierna y manipula a sus dirigentes, y éstos, a su vez, dependen de la opinión del pueblo para dirigir a la nación. Eso es democracia, agradar a aquellos que nos han elegido. Pero a ti, siervo de Dios, si el Señor te eligió, tienes que saber que tú eres primeramente de Él, y tu primera lealtad debe ser al Dios que te honró poniéndote en el ministerio, no al pueblo. Sabemos que Jeremías, aunque fue rechazado y puesto en el calabozo, y hasta lo secuestraron, llevándolo a Egipto en contra de su voluntad, aun así el profeta se mantuvo con el pueblo. A Dios no le enoja que tú ames a su pueblo. Cuando un hombre intercesor se mete en la brecha a favor del pueblo y dice, como dijo Moisés: “Te ruego, pues este pueblo ha cometido un gran pecado, porque se hicieron dioses de oro, que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito” (Éxodo 32:31-32), Jehová ve a un hombre que tiene su Espíritu, pues el Espíritu de Cristo estaba en los profetas (1 Pedro 1:11), y no era Moisés intercediendo, sino el Espíritu de Jesús en él (Hebreos 11:24-25). Entendamos que cada vez que algo bueno brota en nosotros es porque Dios lo pone. Nadie tiene nada que no haya recibido (1 Corintios 4:7). Así que ministro: ama al pueblo, dirige al pueblo, ten paciencia con el pueblo, ten misericordia con el pueblo, dedícate a servir al pueblo, pero sin olvidarte que tú eres propiedad privada de Dios. Cuando entiendas esto dirás: «Mi primer compromiso es amarlo, servirle, obedecerle, honrarle; y si un día me tocare decidir entre el pueblo y Dios, aunque se pierda todo, yo seré honesto y leal a Aquél que me tuvo por fiel sin serlo, poniéndome la investidura de honra para que yo sea su sacerdote». ¿Has oído hablar de Guillermo Carey (1761-1834)? Este hombre fue un zapatero, quien empezó lo que en la iglesia se llama “obra foránea” o misionera. Él fue un instrumento para que la iglesia fuera a las naciones, por eso es considerado el padre de las misiones modernas. Leí una anécdota y te la compartiré parafraseada, de alguien que un día refiriéndose a él, cínicamente preguntó: « ¿El gran señor Carey no era zapatero?», a lo que este hombre de Dios, al oírlo le respondió: «No, amigo mío, zapatero no, era apenas un remendón». Este siervo del Señor tenía en su taller un mapa del mundo, bien grande, pues él oraba por las naciones y, como un estratega, marcaba las naciones donde había más necesidad misionera. Se cuenta que en una ocasión un amigo le dijo: «Guillermo, no puedo entender que tú descuides tu trabajo por estar predicando, pues vives con la Biblia en la mano todo el día y frente a ese bendito mapa. Atiende tu trabajo». Y él le respondió: «Un momento, ¿cómo que atienda mi trabajo? ¿Quién te dijo a ti que el trabajo mío es esto

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que estoy haciendo? Este trabajo es simplemente un medio de vida para sostenerme, pero el oficio mío es servirle a Dios». Este hombre tuvo una lucha tremenda con la iglesia, para que ésta pudiera ver la importancia de enviar misioneros al mundo. Finalmente, cuando logra convencer a la iglesia y empezaron a enviar misioneros, él decidió dejarlo todo e irse a la India, como misionero, y allá fue un instrumento poderoso, usado por Dios por más de cuarenta años, sin un día de descanso. Él tradujo la Biblia a más de treinta dialectos de la India y estableció la primera escuela cristiana en este país (el colegio Serampore). Estoy compartiéndote esta historia porque cuando Carey estaba en la India, su hijo Félix, el cual era un ministro de Dios como su padre, también había adquirido mucho prestigio, y sucedió algo muy significativo. El gobierno inglés le pidió al joven que aceptara ser embajador de Inglaterra en cierto lugar, y él se sintió muy honrado por el imperio británico, y quiso aceptar esa posición. Pero cuando Guillermo Carey oyó que su hijo había dejado el ministerio para ser embajador de una nación, le escribió una carta diciéndole: “Si Dios te ha llamado a ser misionero, no te rebajes a ser embajador del rey de Inglaterra”. Le quiso decir, en otras palabras: «Hijo, tú te has degradado, creyendo que has ascendido. ¿Cómo vas tú a cambiar el ser un ministro de Dios, para ser un siervo de los hombres?» El hijo de Carey pensaba que había ascendido, como les pasa a muchos pastores que andan buscando posiciones políticas, que tienen aspiraciones presidenciales, que quieren ser gobernadores, senadores, etc., porque ignoran la dignidad que hay en el llamamiento de Dios. Estamos en un tiempo de restauración, y como ministros, hemos sido restaurados para ser restauradores, y lo primero que hay que rescatar del ministerio es la honra. Tenemos que admitir que el ministerio ha caído en deshonra, en escándalos, en vergüenza. La Biblia dice que cuando Esdras habló a la nación de Israel, estaba más alto que todo el pueblo, pues estaba en una tarima que lo hacía más alto, sobresalía entre “El ministerio ellos (Nehemías 8:5). Eso tiene un signifino está en cado. El ministro está en una plataforma o competencia tribuna, para que todos puedan verlo y con ninguna escucharlo, y en el sentido de honra, tamprofesión, pues bién está por encima del pueblo. Charles Spurgeon dijo que el ministro de Dios es nada se compara como el reloj de la plaza. Y tiene razón, pues a ser llamado si tu reloj de pulsera está fuera de tiempo, por Dios” solamente tú serás el que estarás desorientado, pero si es el reloj de la plaza, todo un

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pueblo estará confundido. Así mismo, los ministros somos como los relojes de la plaza, estamos en un pedestal de honra, lo cual es una de las cosas que ahora hay que rescatar. ¿Por qué? Porque los ministros están pensando en ser famosos, en llenar estadios, en tener la iglesia más grande de la ciudad, y otras muchas cosas. Yo digo: «Dios mío, ¿pero qué le está pasando a esta gente?, ¿cómo se han dejado llenar la cabeza de la corriente del mundo, del comercio, del mercantilismo, de la oferta y la demanda, de cosas que sólo corresponden a estrategias modernas de crecimiento empresarial?». Muchos se hacen llamar reverendos, pero en realidad son políticos, cuyos pensamientos no están en Dios, sino en cómo hacerse grandes, famosos y ricos; y su énfasis es almacenar, hacer, ganar y competir. Ese no es el llamado de Dios para un ministro, sino ser de Dios y que Dios sea de Él. Si tuviera un hermano o una hermana que fuese abogado, ingeniero, médico, empresario, enfermero, rico, famoso, etc. me alegraría y diera gloria a Dios por su éxito, sus triunfos y superación. Ahora, yo, mi única posesión que tengo de valor es mi herencia con Dios, saber que yo soy de Jehová y que él es mi Señor. Esa es mi honra, independientemente que pueda yo también ostentar cualquier título profesional. Cuando eres llamado, servirle al Señor es tu único sueño y tu única ambición. El ministerio no está en competencia con ninguna profesión, pues nada se compara a ser llamado por Dios. ¡No hay comparación! Así como los cielos son más altos que la tierra, así es el ministerio con relación a cualquier oficio sobre la tierra. Pero, los ministros tenemos que vivir con esa dignidad, esa es nuestra honra, y hay que dignificarla, y vivir a esa altura. Tenemos que creerlo con todo nuestro corazón. Eso no significa que vamos a ser orgullosos, altivos, ni que estaremos en la plataforma para estar por encima, como diciendo: «Mírenme, apláudanme, pongan la alfombra roja, no, mejor la verde o la azul», no, no, no. Estamos hablando de honra que trae gloria al nombre de Dios, honra que pone demanda en nosotros, que nos hace asumir responsabilidad, que establece orden en nuestras vidas, que representa dignamente a Dios. Honrar el ministerio es hacer todo lo que da alabanza a Dios, todo lo que es digno del llamamiento, de la vocación a la cual hemos sido llamados. La honra no es para pretender, sino para ejemplificar, para representar honrosamente a Dios. En algunos de nuestros países hispanos y en Estados Unidos, los pastores están dejando el ministerio para ser senadores, concejales, alcaldes, etc., lo que considero una vergüenza, pues manifiesta una franca ignorancia acerca de la honra que es ser llamado por Dios al ministerio. No hemos entendido, por qué para algunos el ministerio es una plataforma para darse a conocer, una tarima para hacer muchas cosas. Hay quienes están en el ministerio para escalar a la política, para tener influencia, para realizar obras sociales y hacer

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un montón de cosas, menos ministrarle a Dios. Hay una gran diferencia en ser un cristiano que ostenta un cargo público, a ser un cristiano que deja el ministerio para servir en un cargo gubernamental. Si bien, todas las autoridades por Dios han sido establecidas (Romanos 13:10), hay un llamamiento superior en el establecimiento del santo ministerio. La honra más grande que algún mortal haya podido recibir sobre la tierra es ser un ministro llamado. El propósito de esta distinción debe ser, usar el ministerio como un medio para honrar a Aquél que le llamó. No cambies el ministerio, hombre y mujer de Dios, ni por ser presidente de una nación, ni por ser embajador, ni por ninguna posición en la tierra. El que es llamado por Dios jamás cambia la honra del ministerio por nada en la vida. Eso no significa que no valoremos los oficios de los hombres, pero nada es superior a servirle a Dios. Somos enteramente de Dios, y Él nos reclama como suyos (Números 8:15-16).

1.2  Dios es de los Ministros “De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel. (…) Mas a la tribu de Leví no dio Moisés heredad; Jehová Dios de Israel es la heredad de ellos, como él les había dicho” Números 18:20; Josué 13:33

Hemos visto que el primer principio de la honra del llamamiento es saber que los “La herencia de ministros son de Dios (Números 3:11-13). Pero, así como Él les ha dado honra en un un siervo de Dios ministerio, también les ha dado herencia. es Dios mismo” ¿Sabes cuál es la herencia de un siervo de Dios? Dios mismo; los ministros son de Dios y Dios es de ellos. Jehová le dijo a Aarón: “De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel” (Números 18:20). Concluimos entonces que el primer aspecto de la honra es que los ministros son de Dios, y el segundo es que Dios es de los ministros. Al principio Dios dijo: «Yo los he tomado, míos son» (Números 3:12), y ahora dice: «Yo soy tu parte y tu heredad» (Números 18:20). Por lo cual, los ministros pertenecen a Dios y Dios pertenece a ellos. ¿No es una honra que yo sea de Dios y que Dios sea mío? A las once tribus de Israel, Dios les

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repartió tierras, heredades; pero a Leví le dijo: «Yo soy tu heredad, yo soy tu parte, yo Jehová, soy tu herencia». Por eso es tan triste ver ministros tan preocupados por usar el ministerio para adquirir dinero, para obtener propiedades, que codician alcanzar prestigio, ganar fama, y se disputan espacios en los medios masivos de comunicación, porque quieren ser “conocidos”, anhelan ser famosos. Éstos ignoran que la herencia de un ministro es Dios, y que servirle al Señor es y debe ser su todo. El verdadero ministro del Señor vive enamorado de Dios, buscándole, porque Él es su parte y su riqueza; su anhelo es adorarle, alabarle, servirle; su concentración es Dios, no puede hablar de otra cosa, ni tiene otro tema. Ahora comprenderás el por qué nos vamos de vacaciones y estamos hablando de Dios; estamos celebrando y nos gozamos en el Señor, 24 horas sin otras preferencias, sin ningún otra aspiración que no sea darle el todo a Él. Ahora, como Jehová es la herencia de un ministro, en consecuencia el ministerio es su heredad. Cuando Josué estaba repartiendo la tierra que Jehová les había prometido, le dio a cada tribu y a cada “Tener tierra familia de Israel su porción de tierra en su y posesiones orden, de acuerdo a la demarcación que es poseer algo hizo Dios a través de Moisés (Josué 13:32). limitado, pero Mas, ocurrió algo muy singular, la Biblia dice: “Mas a la tribu de Leví no dio Moisés tener a Dios es heredad; Jehová Dios de Israel es la heredad poseerlo todo” de ellos, como él les había dicho” (Josué 13:33). ¿Qué hubieras pensado tú, si hubieses estado allí, en lugar de los levitas? ¿Te hubiese molestado que a todos tus hermanos les dieran grandes y fértiles terrenos, donde pudieran disfrutar de hermosos olivares, jugosas vides y siendo propietarios de sus propias cisternas, y a ti no te den nada, porque Dios sea tu parte, tu heredad? Por eso cuando Pablo sufría su aguijón y pedía a Dios que lo quitase de él, el Señor le dijo: “Bástate mi gracia” (2 Corintios 12:9), en otras palabras: «Pablo, ¿qué quieres, prefieres liberación o me quieres a mí?», y aplicándolo en este sentido: No tienes tierra, pero me tienes a mí; no tienes salud, pero me tienes a mí». Siervo de Dios, puede ser que tú no tengas nada, pero si tienes a Dios tú lo tienes todo. Cuando nadie te entienda, te entiende Dios; cuando todos se alejan, se acerca Dios; cuando no haya provisión de ningún lugar, Jehová enviará a los cuervos como los envió a Elías (1 Reyes 17:4), porque

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Dios tiene un compromiso con aquel al que llama. Él dice: «Ocúpate de mis asuntos que yo me ocupo de los tuyos, yo Jehová» (Mateo 6:31-33) Cuando Dios dijo: “Yo soy tu parte y tu heredad” (Números 18:20) quiso decir, por ejemplo, la tierra tenía que producir para las otras tribus, pero a los ministros o levitas los sostenía Dios. Mientras el pueblo dependía de la lluvia temprana y de la lluvia tardía, los levitas dependían de Jehová. Las demás tribus tenían que esperar que la tierra les diera el fruto, pero los sacerdotes dependían del Señor de la tierra (Deuteronomio 11:14). Por eso, los ministros solamente deben ocuparse en los asuntos de Dios, porque Él se ocupa de los de ellos; los levitas deben ocuparse sólo en servirle, porque Jehová les sirve a ellos, pues es su herencia. El proverbista dijo: “El caballo se alista para el día de la batalla; Mas Jehová es el que da la victoria” (Proverbios 21:31); y el salmista dijo: “No confiéis en los príncipes, Ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación” (Salmos 146:3). La salvación viene de Jehová, y habrá momentos que Él te va a probar a ver si crees esta palabra. Y te profetizo que si no lo ha hecho lo hará, porque nuestro Dios quiere que tú creas que Él es tu heredad. No sé que sientes al leer esto, pero a mí el saber que Jehová es mi heredad me consuela. Tener tierra y posesiones es poseer algo limitado, pero tener a Dios es poseerlo todo. El hecho de que Dios reparta dones de gracia y prosperidad a la iglesia es una bendición, pero que también diga: «Yo no te doy cosas, yo me doy a ti por entero» eso mi hermano, es mucho más excelente, mucho más admirable y significa mucho más que cualquier dádiva que Él nos pueda dar, es muchísimo más que una dosis o grado de fama, eso no tiene precio. Amado, ministro de Dios, esto no es un tipo de mensaje de inspiración o de motivación para regalarte el cielo, porque no es del cielo que estoy hablando, es del Dios del cielo que es tu dueño y tu heredad. Recibe esto, hermano de mi alma, no solamente para que subas tu estima, sino para que asciendas a la dimensión que ya Dios te puso, porque tú no te llamaste a ti mismo. ¡Qué poderoso! Estoy que me tiembla el corazón, pues esto no lo ministro solo a ti, sino que yo mismo estoy siendo ministrado por el Espíritu. ¡Qué bueno cuando la palabra pasa por nosotros primero! Cuando Ana lloraba su desgracia de no concebir y a la vez sufría por las constantes humillaciones de Penina, su rival, su amado esposo Elcana la consolaba diciéndole: “Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?” (1 Samuel 1:8). De esa manera les dice Dios a todos sus ministros: «Mi siervo, ¿por qué lloras? ¿por

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qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que tierras, posesiones, propiedades, riquezas, fama y renombre? Yo soy tu heredad». ¿Cuántos ministros no reciben de parte de la iglesia una remuneración justa por su labor ministerial? ¿Cuántos hay que tienen que realizar un trabajo secular para poder sostener a su familia? Son innumerables los siervos de Dios que, por circunstancias o por ignorancia de la iglesia, están viviendo en necesidad y en limitación. A los tales, el Señor les dice: «Yo soy tu heredad». Hay muchos otros que son ignorados y que sufren por no ser estimados. En vez de honra reciben rechazos, incomprensiones y menosprecio, a pesar de que se dan por entero y se gastan en el servicio de Dios. Solo sus almohadas son testigos de sus lágrimas. Constantemente sus corazones son lastimados con el cruel y despiadado aguijón de la ingratitud. Su única recompensa, de parte del pueblo al cual sirven, es presión, demanda y murmuración. La voz del Señor se deja oír a los oídos de estos santos y les recuerda: “Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel (…) No temas,… yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande” (Números 18:20; Génesis 15:1). La riqueza del ministerio no son los logros, las realizaciones o los reconocimientos, sino Dios. El Señor es la heredad del ministro, y su grande galardón.

1.3 La Heredad de un Ministro “… fueron todos los contados seiscientos tres mil quinientos cincuenta. Pero los levitas, según la tribu de sus padres, no fueron contados entre ellos; porque habló Jehová a Moisés, diciendo: ­solamente no contarás la tribu de Leví, ni tomarás la cuenta de ellos entre los hijos de Israel…” - Números 1:46-49

Iniciamos este capítulo diciéndote que los ministros son de Dios y Dios es de los ministros. Esta verdad toma una trascendencia enorme tomando en cuenta que los levitas no se entregaron a Dios, digamos, voluntariamente, sino que Dios los escogió para sí, y también Él se entregó a ellos. ¡Cuán grande manifestación de amor! Entender esto nos debe conmover hasta las entrañas y cual cantora enamorada, henchida de amor exclamar: “Mi amado es mío, y yo suya” (Cantares 2:16). El Señor eligió a los ministros para tener una relación más íntima con ellos, y no conforme con haberlos hecho su posesión

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exclusiva (Deuteronomio 14:1-2), también Él se entregó a ellos totalmente, manifestando la esencia misma de su amor. Aparentemente, los levitas fueron limitados en sus posesiones terrenales en comparación con las demás tribus, sin embargo, Jehová le dio todo lo que era suyo. Veamos a continuación lo que Jehová les dio en heredad a sus ministros: A) El Sacerdocio

“Pero los levitas ninguna parte tienen entre vosotros, porque el sacerdocio de Jehová es la heredad de ellos” -Josué 18:7

El ministerio sacerdotal pertenece al Señor, pero Dios se lo dio en don a los levitas (Números 8:19). Ministrar es servir, por tanto, la riqueza de un ministro no es un invaluable patrimonio, sino servir a Jehová en la tierra de los vivientes, esa es su riqueza y su verdadera herencia. ¡Oh, si todos los ministros de Dios entendiéramos eso de verdad, y viéramos la fortuna que hay en el servir a Jehová, nos sintiéramos completos en Él! ¿Qué tienes tú Juan Radhamés? Tengo a Jehová y tengo su ministerio, el servirle a Él es mi herencia. Acostumbro a decir que no me considero ser un hombre con muchos dones ni talentos, pero sí estoy convencido que mi única honra es que Jehová me tomó para Sí. A mí no me importa si no soy el ministro más grande del mundo, tampoco si en lo humano reciba poco reconocimiento, simplemente el ser un siervo de Jehová, ya yo tengo mi todo, Él es mi vida. Nota que Dios a los levitas no les dio tierra, porque el ministerio era su heredad. Por eso, Josué dijo a toda la congregación de los hijos de Israel: “Vosotros, pues, delinearéis la tierra en siete partes, y me traeréis la descripción aquí, y yo os echaré suertes aquí delante de Jehová nuestro Dios. Pero los levitas ninguna parte tienen entre vosotros, porque el sacerdocio de Jehová es la heredad de ellos…” (Josué 18: 6 – 7). Concluimos entonces que si el sacerdocio o ministerio es la heredad del ministro, su herencia es servirle a Dios. Entiende amado, tu riqueza, gracia y bendición es servirle al Señor, ¿lo estás captando como el Espíritu me lo está revelando? Si le sirves a Dios ya lo tienes todo, ¿o acaso es poca cosa servirle al Rey del Universo? Puede que llegue la ocasión que todos te abandonen y te quedes sin nada y hasta tu cabeza ruede por el cadalso, como la de Juan el bautista, pero si honraste tu llamamiento, te llevarás la honra de que le serviste a Jehová Dios de Israel. Esa es tu recompensa en la tierra de los vivientes, por tanto,

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¡defiéndela, valórala, aquilátala! Esa es tu riqueza en este mundo, y no la casa que Dios te dio, ni el auto, ni el tener una congregación grande. Tampoco es ser amado, ni aclamado, ni invitado, eso es algo más que se añade, pero la verdadera riqueza es servirle a Dios. No tienes otra cosa más importante que servirle a Él. El sacerdocio es tu heredad, no la tierra, ni bienes, ni honores, ni nada. Servirle a Dios es lo máximo, y punto. Si lo valoras, vas a decir: «Yo no quiero más, es suficiente; servirle a Dios es todo». No obstante, y también por orden de Jehová, a los levitas les dieron ciudades de refugio, seis lugares para que los homicidas se refugien en ellas. De esta manera, si una persona mataba a alguien por error, se podía refugiar en ese lugar hasta la muerte del sumo sacerdote. Igualmente, cada tribu debía donar ciudades con abrevaderos (ejidos) para que los levitas tengan un lugar donde habitar y cuidar su ganado. Notemos lo que dice en Josué: “Y todas las ciudades de los levitas en medio de la posesión de los hijos de Israel, fueron cuarenta y ocho ciudades con sus ejidos. Y estas ciudades estaban apartadas la una de la otra, cada cual con sus ejidos alrededor de ella; así fue con todas estas ciudades” (Josué 21:4142). Es interesante, porque los levitas tenían dos lugares donde vivir, estaban frente al tabernáculo, para cuidar la casa de Jehová, y estaban entre el pueblo, para reconciliar a los hijos de Israel, y que no haya plaga en ellos al acercarse al santuario (Números 8:19). Es decir, su habitación era cerca de Dios y cerca del pueblo; para servirle a Dios, y también al pueblo. Cerca del tabernáculo para cuidar de las cosas de Dios y entre el pueblo para ministrar al pueblo. Esas son nuestras dos áreas de servicio, pero la herencia primordial es servirle al Señor. Los levitas fueron esparcidos por toda la tierra y ocuparon lugar en el territorio de las once tribus hermanas, para que estuvieran cerca del pueblo, aunque no se contaban entre ellos (Números 1:49-50). “Dios al pueblo le Una cosa es que yo te sirva a ti y otra cosa dio tierra, pero a que yo sea tuyo. El profeta Elías le dijo al los levitas se dio pueblo: “Acercaos a mí. Y todo el pueblo se a Sí mismo” le acercó” (1 Reyes 18:30). ¿Por qué? Porque el profeta debe estar cerca del pueblo no solamente físicamente, sino padeciendo por él, sintiéndose como parte de él, pues es su representante. Si el pueblo peca no puedes decir: «Ellos pecaron», sino decir como dijo Daniel en su oración intercesora: “… hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas” (Daniel 9:5). El ministro debe sentirse parte del pueblo aunque es de Dios.

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Nuestro Señor dijo muy claramente refiriéndose a sus discípulos: “No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 17:16). Mas tú, ¿qué aspiras: la tierra o a Dios? ¿Qué tu anhelas: prosperidad o a Dios? ¿Qué tu ambicionas: viñas, olivares, lagares o quieres a Dios? Mi hermano, medita en eso, pues esta es otra verdad que si la recibimos en espíritu nos va a sacudir, y va trascender de manera que nos resolverá un montón de problemas en el ministerio. Muchos ministros han pasado por estrechez y necesidad en el ministerio, esperando ayuda de los príncipes de la iglesia, de fulano, de perencejo, y Dios dice: «Yo Jehová fui el que te llamé, fui yo el que te honré y te hice mío, por tanto, yo soy el que te sostengo, yo Jehová. Tú eres mi ofrenda y yo soy tu herencia. Yo me dispongo para ti, me entrego a ti y soy enteramente tuyo y tú mío. Yo Jehová». Esa fue la distinción que hizo Dios entre el pueblo y los levitas: al pueblo le dio tierra, a los levitas se dio a Sí mismo. La herencia de un ministro es Jehová, “La herencia y su riqueza es servirle. Conociendo esta de un ministro verdad, podemos entender al apóstol Pablo es Jehová, y y su devoción por el ministerio, cuando su riqueza es dijo: “… prefiero morir, antes que nadie desvanezca esta mi gloria. Pues si anuncio el servirle. evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Corintios 9:15-16). Y en otra ocasión dijo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él…” (Filipenses 3:7-9). Pablo todo lo desestimó con tal de honrar al Dios que lo llamó. Meditemos en ello mi hermano, pues lo que fuimos ya pasó, ahora somos de Dios. Le doy gracias al Señor por su misericordia, pues, siendo yo de temprana edad, comencé a entender algo de esto, de tal manera que en aquel tiempo tan difícil que viví, en el cual fui probado por el Señor en grado superlativo, Él me pidió que le entregara el ministerio y entendí el porqué. La razón era porque yo lo había idealizado demasiado, pero no dudé en entregárselo. Tengo que confesarte que, primero el amor a Dios, segundo el temor reverente, y tercero lo que represento, han sido los frenos que me han librado de muchas tentaciones. El hecho de que Juan Radhamés Fernández quede mal es uno más que queda mal, pues ¡cuántos santos mejores que yo, estando en más honra, han

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caído! Así que el que yo caiga no se pierde mucho, pero que el nombre de Dios sea blasfemado por causa mía, eso sí es grave. Yo soy un hombre, pero que sea también un ministro ya es otra cosa. Yo puedo ser el esposo de Migdalia, padre de dos hijos, abuelo de mis nietos, tener padres, hermano y hermanas, también amigos, etc., ese soy yo, un hombre que de seguro encontrarás defectos en él. Mas, lo que represento para Dios, cambia totalmente el asunto. ¿Por qué? Porque llevo una investidura que no es mía, una honra que no me pertenece, un llamamiento que no es de mi propiedad, una confianza que no me merecía “Procuremos al tenerme por fiel cuando yo no lo era. que nuestro Entonces ¡qué se enlode lo que es mío, pero ministerio no que no se me ensucie la vestidura sacerdotal que Él me dio! ¡No cuidemos tanto nuestra traiga oprobio reputación, sino guardémosla en pureza, y vergüenza al por causa de su gran nombre! Procuremos nombre de Dios, que nuestro ministerio no traiga oprobio y sino que añada vergüenza al nombre de Dios, sino que gloria a Su añada gloria a Su alabanza. Coré, Datán y Abiram se rebelaron conalabanza” tra Moisés y Aarón, acusándolos de enseñorearse del pueblo y monopolizar el liderazgo levítico (Números 16:1-14). Según ellos, toda la congregación de Jehová era santa y Dios estaba en medio de ellos (v. 3). Con esto quisieron decir que todos eran iguales y que Moisés y Aarón se estaban levantando sobre la congregación. Pero Moisés, que conocía la intención y motivación de estos levitas que ambicionaban ser sacerdotes, ya que todos los sacerdotes eran levitas, pero no todos los levitas eran sacerdotes (solo los hijos de Aarón), les dijo: “Oíd ahora, hijos de Leví: ¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles, y que te hizo ­acercar a ti, y a todos tus hermanos los hijos de Leví contigo? ¿Procuráis también el sacerdocio?” (Números 16:8-10).

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Los levitas servían en el tabernáculo, aunque no ministraban en el culto a Jehová. Pero Moisés les hizo ver que ningún oficio o servicio hecho en el ministerio es insignificante. En el ministerio de Dios no hay posiciones, ni escalafones, sino grados de honra. Nadie debe subestimar ningún servicio de Dios por pequeño que este parezca. La honra estri“En el ministerio ba en servir a Dios, y no en ninguna otra de Dios no hay cosa. Esta verdad es muy importante para nosotros hoy, pues en la actualidad se apela posiciones, ni mucho a la grandeza en el ministerio. Viviescalafones, sino mos en el tiempo de la fiebre apostólica. grados de honra” Muchos quieren ser apóstoles, no necesariamente por las funciones de dicho ministerio, sino porque interpretan que un apóstol es pastor de pastores. Ellos ven el apostolado como un nivel jerárquico, y aspiran estar sobre sus hermanos. No obstante, el Señor Jesús enseñó que el grande en el reino de Dios no es el que ocupa una posición eclesiástica, sino el que más y mejor sirve. El apóstol Pablo enseñó que en el ministerio se crece en honra, y se alcanza un grado honroso, cuando vivimos y servimos como es digno de Dios (1 Timoteo 3:8, 12,13). Y de los ancianos también dijo: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (1 Timoteo 5:17). Por tanto, a todos aquellos siervos de Dios que no estiman su servicio, el Señor les dice: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado (…) acercándoos a él para que ministréis en el servicio (…), y estéis delante de la congregación para ministrarles?” (Números 16:9). Nota como el Señor consoló a su siervo, cuando este consideraba su esfuerzo vano y sin provecho: “Mi siervo eres, oh Israel, porque en ti me gloriaré. Pero yo dije: Por demás he trabajado, en vano y sin provecho he consumido mis fuerzas; pero mi causa está delante de Jehová, y mi recompensa con mi Dios. Ahora pues, dice Jehová, el que me formó desde el vientre para ser su siervo, para hacer volver a él a Jacob y para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza); Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra. Así ha dicho Jehová, Redentor

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de Israel, el Santo suyo, al menospreciado de alma, al abominado de las naciones, al siervo de los tiranos: Verán reyes, y se levantarán príncipes, y adorarán por Jehová; porque fiel es el Santo de Israel, el cual te escogió. Así dijo Jehová: En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé; y te guardaré...” (Isaías 49:3-8).

Meditemos en eso, porque el tiempo de restauración de estos días demanda hombres como los santos profetas y apóstoles que nos hablaron la Palabra de Dios. Tenemos que desenredar el ministerio de todas esas telarañas engañosas que han limitado a los siervos de Dios, a tal punto que hay ministros acomplejados que no se atreven a decir: «Soy ministro», pues no son tratados como tales. Estos son empleados de denominaciones que los estropean, y los hacen sentir miserables. Les presentan el cheque, y a través del salario los persuaden a servir a su institución a costa de deshonrar el nombre del Señor, pues dejan de ser obedientes al Dios de su llamamiento para servirles a ellos. Yo ruego a Dios que con humildad y sabiduría sepamos vivir y enseñar la honra del ministerio en la dignidad y altura en que revela la Palabra de Dios. B) Los Sacrificios

“Pero a la tribu de Leví no dio heredad; los sacrificios de Jehová Dios de Israel son su heredad, como él les había dicho” -Josué 13:13-14

La otra parte de la herencia de un ministro son los sacrificios de Jehová. Cuando Josué hizo la repartición fue estricto con la tribu de Leví y no le dio heredad, porque los sacrificios de Jehová eran su heredad, como Él les había dicho (Josué 13:13-14); y aquí llegamos a un clímax de este mensaje. Permita el Señor que tú no limites el concepto de ofrenda a algo que se le da a Dios, para que luego Él lo use en su servicio o lo invierta en su causa. Cuando alguien da una ofrenda a Dios le está expresando en ella su amor; lo está distinguiendo, le está obedeciendo, le está creyendo y le está dando junto a su corazón, su convicción. Por tanto, para el Dios del universo, la ofrenda tiene un gran valor y le es de sumo agrado. Una ofrenda a Jehová es la devoción de alguien que le ama, que le reconoce, que le teme, que le cree, que le obedece; que voluntariamente,

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por honrarle, le da algo que Él le pide y se lo da de corazón. Y, ¿sabes lo que dijo Dios? “Y el sobrante de ella lo comerán Aarón y sus hijos; (…) la he dado a ellos por su porción de mis ofrendas encendidas; es cosa santísima, como el sacrificio por el pecado, y como el sacrificio por la culpa” (Levítico 6:16,17). O sea, Jehová dijo, en otras palabras: «Ya sea ofrendas de flor de harina o del holocausto, la que sea, sacrifíquenme la parte mía, y luego, tomen del animal esta parte, para que sea comida por el sacerdote y su familia. De lo mismo que me dan a mí, de aquello que me queman en el altar y asciende a mí en olor suave, corten una parte para el ministro y su familia, para que él coma de lo mismo que me ofrecen a mí». ¡Qué dignidad! Jehová comparte lo que para Él es santísimo, conmigo y mi familia, porque le sirvo, porque soy suyo y Él es mío. No hay forma de evaluar lo que es una ofrenda para Dios, tomando en cuenta que por ella perdonaba pecados y tenía misericordia; sin embargo, Él la comparte con sus siervos. El que Dios tome de lo que se le da a Él, para que tu familia sea sostenida, eso es demasiada honra, si lo entiendes con el espíritu de esta palabra. Veamos los siguientes versículos: “Mas tú y tus hijos contigo guardaréis vuestro sacerdocio en todo lo relacionado con el altar, y del velo adentro, y ministraréis. Yo os he dado en don el servicio de vuestro sacerdocio; y el extraño que se acercare, morirá. Dijo más Jehová a Aarón: He aquí yo te he dado también el cuidado de mis ofrendas; todas las cosas consagradas de los hijos de Israel te he dado por razón de la unción, y a tus hijos, por estatuto perpetuo” -Números 18:7-8

De lo anterior podemos decir, que así como los levitas son un regalo de Dios para su pueblo, ellos en sí mismos recibían como don el servir delante de Jehová. Estar delante de la presencia de Jehová es algo tan santo que Dios mismo advertía al pueblo no acercarse para que no muriesen (Éxodo 19:12). Por tanto, ningún extraño podría ni siquiera acercarse y mucho menos realizar el servicio sacerdotal sin haber sido llamado por Dios, como lo fueron ellos. Mas, a los sacerdotes se les dio el servicio en el tabernáculo como regalo, así como también el cuidado de las ofrendas y todas las cosas consagradas del pueblo, ya que sólo ellos, por causa de la unción, podían tocar las cosas santas.

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“Esto será tuyo de la ofrenda de las cosas santas, reservadas del fuego; toda ofrenda de ellos, todo presente suyo, y toda expiación por el pecado de ellos, y toda expiación por la culpa de ellos, que me han de presentar, será cosa muy santa para ti y para tus hijos. En el santuario la comerás; todo varón comerá de ella; cosa santa será para ti” -Números 18: 9-10

En otras palabras, las ofrendas del pueblo eran los sacrificios a Jehová, y los mismos Dios se los dio a los sacerdotes. Por ejemplo, cuando el pueblo iba a sacrificar un animal por el pecado, había una parte que se le sacrificaba a Jehová y otra que el sacerdote se llevaba a su casa para él y “Una ofrenda su familia. Los sacerdotes tomaban parte de no es solo algo la misma ofrenda, y de los mismos sacrificios que se le daba a Jehová, porque Él compartía que se ofrece al su ofrenda con ellos. ¿Sabes lo que signifiSeñor, mejor aún, ca que la misma carne que se le presentaba es una represena Dios para honrarlo y servirle, el sacerdote tación de lo que comiera una parte de ella? Eso quiere decir Dios es para el que los ministros tienen parte de lo que es de Dios. Por eso, escrito está: “¿No sabéis que los adorador” que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan?” (1 Corintios 9:13). Mas, detengámonos a pensar en lo que significa que de la misma carne que se le daba a Dios como ofrenda, aquella que subía en olor suave y grato a Él, de esa tenían parte los sacerdotes y su familia. Es algo sumamente hermoso que de lo más santo y sublime, Dios autorizaba a los sacerdotes a tomar una parte. Y yo pregunto: ¿es poca cosa comer de lo que fue dedicado a Jehová? ¡Es una honra! Pero nadie toma para sí esa honra, si no le fuese dada como se les fue otorgada a los ministros de Dios. Por lo cual, mi amado, la honra del ministerio no es llevar una túnica como la de Aarón, o una mitra en la cabeza; tampoco es simplemente ministrar, es tener parte de lo que pertenece sólo a Dios. Es entender con temor y temblor que Jehová es mi herencia, que el ministerio y los sacrificios de Jehová son mi heredad. Dios le da parte a su sacerdocio de lo que el pueblo le ofrenda, y especifica:

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“En el santuario la comerás; todo varón comerá de ella; cosa santa será para ti. Esto también será tuyo: la ofrenda elevada de sus dones, y todas las ofrendas mecidas de los hijos de Israel, he dado a ti y a tus hijos y a tus hijas contigo, por estatuto perpetuo; todo limpio en tu casa comerá de ellas. De aceite, de mosto y de trigo, todo lo más escogido, las primicias de ello, que presentarán a Jehová, para ti las he dado. Las primicias de todas las cosas de la tierra de ellos, las cuales traerán a Jehová, serán tuyas; todo limpio en tu casa comerá de ellas. Todo lo consagrado por voto en Israel será tuyo. Todo lo que abre matriz, de toda carne que ofrecerán a Jehová, así de hombres como de animales, será tuyo; pero harás que se redima el primogénito del hombre; también harás redimir el primogénito de animal inmundo. De un mes harás efectuar el rescate de ellos, conforme a tu estimación, por el precio de cinco siclos, conforme al siclo del santuario, que es de veinte geras. Mas el primogénito de vaca, el primogénito de oveja y el primogénito de cabra, no redimirás; santificados son; la sangre de ellos rociarás sobre el altar, y quemarás la grosura de ellos, ofrenda encendida en olor grato a Jehová. Y la carne de ellos será tuya; como el pecho de la ofrenda mecida y como la espaldilla derecha, será tuya. Todas las ofrendas elevadas de las cosas santas, que los hijos de Israel ofrecieren a Jehová, las he dado para ti, y para tus hijos y para tus hijas contigo, por estatuto perpetuo; pacto de sal perpetuo es delante de Jehová para ti y para tu descendencia contigo. Y Jehová dijo a Aarón: De la tierra de ellos no tendrás heredad, ni entre ellos tendrás parte. Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel” -Números 18:10-20

“La ofrenda mide el grado de amor, la medida de obediencia y el nivel de respeto del adorador”

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Nota que lo que se le ha dado a los levitas no es cualquier cosa, sino cosa santísima, algo sobre lo cual Dios es la única autoridad, como son ofrendas mecidas, votos, ofrendas elevadas de las cosas santas, primicias para Jehová, de las cuales Él les daba parte. Una ofrenda no es solo algo que se ofrece al Señor, mejor aún, es una representación de lo que Dios es para el

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adorador. Así como el dinero es la representación del valor de los artículos, de la misma forma, una ofrenda expresa en sí misma lo que significa Dios para el dador. La ofrenda mide el grado de amor, la intensidad de obediencia y el nivel de respeto del adorador. Por tanto, la ofrenda no es cualquier cosa. Judas valoró en dinero el perfume derramado por aquella mujer en trescientos denarios (Juan 12:4,5). Para los otros discípulos fue un desperdicio, pero para ella fue la máxima expresión de amor y gratitud para su Señor. El Maestro, que conocía su corazón y lo que ella quiso manifestar, consideró como olor grato y algo de alta estima aquel ungüento. Tengo que decir con suma tristeza que la mayoría de los ministros no sabemos lo que es una ofrenda para Jehová. La manera trivial y vergonzosa que se usa para pedir ofrendas; el énfasis en la cantidad y no en el corazón; la manipulación que se emplea para aumentar los fondos de la tesorería de la iglesia que no es otra cosa, sino “simonía” (que es la práctica de ofrecer los dones o bendiciones de Dios a cambio de una “Dentro de recompensa económica o de cualquier otra cada ofrenda índole -Hechos 8:9-24), solo revelan que ignoramos la santidad de la ofrenda del se oculta el Señor. Es bueno que sepamos que todas corazón del estas praxis y muchas otras que se usan adorador, por hoy, desvirtúan la esencia del ofrendar y lo que puedo manifiestan claramente que los que minisafirmar que tramos desconocemos lo que significa dedicar algo a Dios. tal como es la Cuando aquella mujer derramó el frasofrenda, así es el co de alabastro con perfume a los pies de adorador” Cristo (Lucas 7:37-38), los ojos avaros de Judas solo vieron el valor monetario de la esencia derramada; la vista corta de los demás discípulos vieron en ello solo un desperdicio; pero Aquel, a quien se le quiso expresar el amor y la gratitud, sí supo ver e interpretar la representación de tan apreciado ungüento. Él no vio el valor del perfume en el mercado, sino el precio del amor que se le quiso manifestar. El Señor lee el corazón en cada ofrenda que se le trae a Él. Dentro de cada ofrenda se oculta el corazón del adorador, por lo que puedo afirmar, que tal como es la ofrenda, así es el adorador. Esa es la razón por la cual, la Biblia dice: “Y miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero no miró con agrado a Caín

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y a la ofrenda suya” (Génesis 4:4,5). Nota que primero vio a Abel y luego a su ofrenda, así también ocurrió en el caso de su hermano; Jehová vio a Caín y después la ofrenda que le trajo. ¿Quieres conocer quién es Dios para el adorador? Mira su ofrenda. Hay quienes dan ofrendas, y quienes son ofrendas. En cada ofrenda se oculta la expresión del corazón, por lo que en ella hay amor, gratitud, cariño, obediencia, respeto, abnegación, entrega, sacrificio, intimidad, voluntad, disposición, etc., todo lo que un adorador quiere dar al Señor. Fuera de eso, aunque sea una fortuna cuantiosa, no es ofrenda. Espero que entiendas ahora lo que significa que Dios comparta parte de la ofrenda ofrecida a Él con los sacerdotes o ministros. Comprenderás, entonces, por qué a la tribu de Leví no se le dio heredad, porque los sacrificios de Jehová Dios de Israel son su heredad (Josué 13:14). “Hay quienes La tribu de Leví, aparentemente no poseía dan ofrenda, nada, pero en realidad con Jehová lo tenía y quienes son todo. Veamos en el siguiente segmento, otra cosa que nos pertenece como minisofrendas” tros, según la Palabra de Dios. C) Los Diezmos

“Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión. (…) a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel, que ofrecerán a Jehová en ofrenda; por lo cual les he dicho: Entre los hijos de Israel no poseerán heredad” -Números 18:21,24

Dios quiere restaurar el ministerio y tiene que comenzar con nosotros, sus ministros. A veces andamos como mendigos, pero Dios instituyó que los diezmos fueran nuestros, por causa del ministerio, como les dio a los levitas todos los diezmos, porque no poseerían heredad como las demás tribus (Números 18:21,24). Jehová estableció que nuestro oficio es servirle a Él en el ministerio, por lo que no podemos ocuparnos en otros trabajos, sino que nos dio los diezmos para sustentar a nuestras familias. Yo te quiero confesar -y lo digo como testimonio- que no ha sido una, sino una veintena de veces, las ocasiones que le he dado gracias a Dios por

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sostenerme con sus diezmos. Muchos de mis hermanos en el ministerio conocen mi historia, que duré cerca de ocho años rehusando tomar salario como pastor, pues tenía el ideal de ser misionero, y quería vivir una vida sacrificada, como los que viven en privación, aun viviendo en el país más rico del mundo, donde no era necesario. La razón era porque pensaba que privándome de tomar un salario de los diezmos, estaba bendiciendo a la iglesia, hasta que el Señor me dijo: «Estás totalmente equivocado, y con tu actitud lo que estás haciendo es empobreciendo a mi iglesia». Reaccioné escandalizado, pues en mi mente estaba convencido que mi ideal era espiritualmente sublime y justo. Y para hacerte breve esta historia, desde el día que Jehová me ordenó tomar salario, la iglesia ha sido bendecida en el aspecto financiero de una manera milagrosa. En otros ámbitos también ha sido asombroso la honra y favor que Él nos ha dado. La bendición de Jehová es la que enriquece (Proverbios 10:22). Yo estuve engañado, envuelto en un ideal, creyendo que estaba bendiciendo a la iglesia, economizándole un gasto, y lo que estaba era privándola de una gran bendición. Realmente, estaba renunciando a mi herencia, pero la herencia es santa, y también es mía. El que determinó que el que trabaje, viva del altar fue el mismo Dios, no yo. Incluso, el apóstol Pablo dijo: “¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Corintios 9:13-14). Por tanto, el salario que recibe un ministro no es una limosna que le da la iglesia, sino algo que Jehová les confiere a sus servidores. El pueblo se lo da a Dios y Él te lo da a ti. Es como que mi esposa me regale algo a mí y yo te lo regale a ti, ¿quién te lo regaló? ¿Mi esposa? No, te lo di yo. Ella me lo dio a mí y yo te lo di a ti. Cuando el pueblo te diga: «Yo te sostengo», tú tienes que decir: «Un momentito, aclaremos esto: ustedes no me sostienen; a mí quien me sostiene es Dios. Ustedes dan ofrenda al Señor y Él me da una parte a mí. Nadie me dio un cheque para yo depositarlo en el banco, y dar de comer a mí y a mi familia, sino que se lo dedicaron a Dios como ofrenda y Jehová me da de lo suyo, porque Él me llamó para servirle a Él. Por tanto, el recibir salario de sus ofrendas y diezmo me corresponde, porque eso es mi honra y mi heredad». No obstante, también debo decir que hay quienes abusan de este principio. Hombres carnales, cuyo dios es el vientre, y cuya gloria es su vergüenza, pues sólo piensan en lo terrenal (Filipenses 3:19). Ellos sólo buscan lo suyo, los cuales no son pastores, sino trasquiladores. A veces pensamos que el pecado de la casa de Elí fue que ellos vivían con las mujeres del templo, y es verdad

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que lo hacían (1 Samuel 2:22), y eso fue algo terrible, pero ¿sabes cuál fue el pecado más grave de ellos delante de Dios? El hecho de que por su causa, los hombres menospreciaran las ofrendas de Jehová (v.17). ¿Sabes por qué? Observa lo que dice la Palabra que hacían los hijos de Elí: “… cuando alguno ofrecía sacrificio, venía el criado del sacerdote mientras se cocía la carne, trayendo en su mano un garfio de tres dientes, y lo metía en el perol, en la olla, en el caldero o en la marmita; y todo lo que sacaba el garfio, el sacerdote lo tomaba para sí. De esta manera hacían con todo israelita que venía a Silo. Asimismo, antes de quemar la grosura, venía el criado del sacerdote, y decía al que sacrificaba: Da carne que asar para el sacerdote; porque no tomará de ti carne cocida, sino cruda. Y si el hombre le respondía: Quemen la grosura primero, y después toma tanto como quieras; él respondía: No, sino dámela ahora mismo; de otra manera yo la tomaré por la fuerza” (1 Samuel 2:13-16).

Este triste incidente lo podemos aplicar de muchas maneras, y una de ellas es que cuando los ministros no viven bien, la gente menosprecia la ofrenda a Dios. Si llevamos esto al tiempo de hoy, podemos recordar el caso de un famoso evangelista, quien era reconocido mundialmente como un fenómeno televisivo, y la gente mandaba cuantiosas ofrendas, para contribuir con su ministerio internacional. Pero, ¿qué ocurrió cuando los medios de prensa lo sacaron en primera plana, por estar envuelto en un tremendo escándalo de prostitución? Se vació no solo su congregación, sino también las de otros, y la gente no volvió a dar ofrendas en muchas partes, porque decían que no creían en ningún evangelista, pues para ellos todos eran unos charlatanes. Entonces, los evangelistas serios sufrieron, la televisión cerró sus puertas a los programas cristianos en horario estelar, donde dicho evangelista “Cuando los tenía su programación, y también otros, los ministros no cuales pasaron a horarios de madrugadas. viven bien, Nadie quería escuchar nada, es la verdad. Todos perdimos por ese mal testimonio, y la gente ahora la gente desconfía y ofrenda con mucho menosprecia la

ofrenda a Dios”

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cuidado. Cuando los ministros no vivimos bien, la gente pierde el respeto, la devoción y la entrega desinteresada al Señor. Los hijos de Elí dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión, y la gente se quejaba de su mal comportamiento y su mala fama aumentaba, haciendo pecar al pueblo de Jehová (1 Samuel 2:22-24). Estas cosas, cuando la leemos, entristecen nuestro corazón, pero peores cosas estamos viviendo en estos tiempos. Muchos ministros han sobrepasado la medida de los hijos de Elí, con cosas que hacen en oculto que no se deben decir públicamente. Y esto lo digo, no para criticar o exponer la iglesia, sino para que tú y yo honremos a Dios, y los demás respeten el ministerio y lo que representa. ¿Por qué cuando los ministros viven mal el pueblo peca? Porque la gente se enoja con Dios, se apartan de sus caminos y justifican el pecado, pensando esto: «Si aquél que supuestamente debe enseñarme a mí, está viviendo en pecado, ¡ya qué importa que yo también haga lo que quiera!» Así reacciona la gente, y cuántos se van al mundo por esos escándalos. Ahora, no es cierto que haya evangelistas ladrones, sino ladrones que se hacen pasar por evangelistas. Es mucha la diferencia. Un evangelista nunca será un ladrón. Por tanto, entendemos que hay necesidad de un ministerio serio, porque hay muchos charlatanes que se han vestido de ministros y no lo son, pues no fueron llamados por Dios al ministerio. Nota que la Escritura describe a los hijos de Elí como hombres impíos que no tenían conocimiento de Jehová (1 Samuel 2:12), y sin embargo, fungían como sacerdotes. La ley establecía que todo sacerdote debía conocer la ley, pero estos hombres no tenían ese conocimiento. ¿Cuántos pueden ser doctores en teología y no conocer a Dios? ¿Por qué? Porque a Dios no se le conoce sabiendo mandamientos de memoria o recitando salmos o por saber cuántas yardas tiene la falda que llena todo su templo, no, no, no. El conocimiento de Dios no viene por información, sino por revelación, teniendo un corazón como el Suyo y participando de lo mismo que Él participó. La Palabra dice: “Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz…” (Génesis 4:1), es decir, intimó Adán con Eva; algunas versiones bíblicas en lugar de “conocer” usan “entró” para referirse a la relación sexual. En otras palabras, ya sea que entró o la conoció, entendemos que dos llegaron a ser uno. Por tanto, conocer a Dios es ser uno con Él. El que no vive a Dios no conoce a Dios, aunque tenga un montón de información acerca de Él. Y ese es el problema ahora en el ministerio, hay una gran cantidad de gente que predica de una manera tan elocuente, y te citan los términos originales del griego y el hebreo, conocen las costumbres

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bíblicas, hacen un despliegue de su tremenda erudición, pero su vida personal está seca, no han tenido intimidad con el Rey del universo. Y eso es lo que quiero enseñar a través de estas páginas; esa es la restauración que requiere el ministerio. Puede que nuestras palabras suenen un tanto raras, extrañas; que nuestras expresiones no se usen en el lenguaje “positivista” de la iglesia, el cual es muy bonito, pero está haciendo un considerable daño a los creyentes. La Palabra dice que Elí amonestó a sus hijos, pero ellos no oyeron la voz de su padre (1 Samuel 2: 23-25). No obstante, el pecado era muy ofensivo delante de Dios, por lo que pienso que no era suficiente con una simple reprimenda. Hay gente que quiere ser tan buena, incluso hasta más buena que Dios, cuando el único bueno es Él. Mas, yo te digo amado, si amas a Dios y a su iglesia, pero vives en pecado, apártate, deja el ministerio, pues con tu conducta no sólo te estás haciendo daño a ti mismo, sino que le haces mucho daño a la iglesia, al ministerio y al nombre del Señor. El ministerio no es un lugar de ensayo, para ver “si funciono o no”. Cuando alguien llega al ministerio es porque ha pasado por etapas, y se sobreentiende que está apto para servir. Dios no llamó nunca a nadie e inmediatamente lo puso a servir, sino que lo pasó por un proceso. Un ministro, primeramente, debe ser maduro, tener control, ser un buen administrador de su vida y gobernador de su casa, para poder cuidar la vida de “El que no vive a los demás (1 Timoteo 3:5). Tiene que haber Dios no conoce vencido la carne y ser un maestro de piea Dios, aunque dad, para enseñar piedad; maestro de domitenga un montón nio propio, para enseñar dominio propio y estar lleno del fruto del Espíritu, para poder de información impartirlo. acerca de Él” En cambio, lo que veo hoy es que si una persona habla bonito, tiene talento, predica bien, tiene unción, la apartan inmediatamente para el ministerio. Luego, como esa persona trae sus debilidades que todavía no ha vencido, hace pecar al pueblo. La gente cuando lo ve pecar se desanima y se desenfrena. ¡Quiera Dios que esto lo lea toda la iglesia de Cristo en el mundo, a ver si tenemos todos un nuevo comienzo! Cuando un hermanito cae, nos duele a todos, pero cuando un ministro cae no sólo nos duele, sino que le hace daño a toda la iglesia, y eso es lo que no podemos permitir. Por eso le dijo Pablo a Timoteo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en

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pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Timoteo 5:22), aun a los diáconos hay que probarlos primero. Volviendo al caso de los hijos de Elí, ellos no necesitaban amonestación, sino ser echados del ministerio. Eso era lo que tenía que hacer su padre, levantarse con autoridad, y decirles: « ¡Se me van de aquí! Ustedes son unos corruptos, no son dignos de estar en la casa ni en el servicio a Jehová», eso era lo que esperaba Dios de Elí. Puede que todos estemos de acuerdo con que la actitud de Elí fue tolerante y dúctil con sus hijos, sin embargo, si te levantas e impides a alguien que continúe con una mala conducta en el ministerio, encontrarás quien diga: «Ay, pero que tipo inflexible ese. Lo que nosotros necesitamos es restauración». Y yo digo, sí, vamos a restaurar al hermano, pero fuera del ministerio, en su casa. La iglesia no es un lugar para pecar, sino para ministrar, aunque esté llena de pecadores. El ser débil, puede que le luzca al débil, al niño en Cristo que cayó, pero que una persona que está en autoridad, enseñando santidad, enseñando carácter, esté patinando en lodo es intolerable, ¡por favor, eso no es posible! Alguien dijo que para tú sacar a los pecadores de las aguas resbaladizas del pecado, tienes que estar bien firme en la roca. Conozco lugares donde se han cometido cosas abominables y terribles, y para no traer escándalo al ministerio y evitar problemas con esas personas y sus familias, los dejan en sus funciones, aunque son ellos que con sus vidas, no tan solo dañan su propio ministerio, sino a toda una congregación. Yo creo en la restauración, pero diciéndole al hermano: «Siéntate, deja de ministrar. Comencemos un proceso de restauración. Tú no puedes estar ministrándoles a los santos, porque en tu ministrar también va incluido tu ejemplo, y no se lo puedes dar». Eso fue lo que Pablo le dijo a los judíos: “Tú, pues, que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti mismo? Tú que predicas que no se ha de hurtar, ¿hurtas? Tú que dices que no se ha de adulterar, ¿adulteras? Tú que abominas de los ídolos, ¿cometes sacrilegio? Tú que te jactas de la ley, ¿con infracción de la ley deshonras a Dios? Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros” (Romanos 2:21-24). Y no es que lo mandemos al infierno, no, pero sí debe salir del ministerio, porque no está apto. Por tanto, en ese momento la amonestación de Elí no resultó como un regaño, sino como una honra a sus hijos, a los ojos del Señor. Es como el padre consentidor, que al saber que sus hijos están haciendo cosas indebidas que afectan a otros, les da un discursito, y les dice: «Mis hijos, por favor, dejen eso, miren que hay personas que eso les molesta [no que está mal]» y no les impide seguir haciendo lo mismo ni toma el control. Por lo cual, es como si no hubiese hecho nada. Los hijos de Elí se excedieron, pasaron el límite, y es

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lo que pasa hoy también en el ministerio. Jehová nos da honra y ya queremos ocupar el lugar de Dios; le quitamos los aplausos, la alabanza, la admiración y todo lo que pertenece sólo a Él. El ministro recibe honra, pero es la misma de Dios, porque llevamos su nombre. Al representarlo, el Señor comparte de lo que Él recibe (la ofrenda, los diezmos, etc.) y como Dios está en honor, el que está sirviéndole a Él también recibe honor. Pero no honor de ser un dios, sino el honor compartido de servirle al grande y al poderoso que es el Señor. El ministerio no es una plataforma para que el ministro se haga grande ni famoso, no me cansaré de repetirlo hasta el cansancio. Los ministros estamos en una tribuna que la gente le llama altar, pero altar es donde está el Dios Altísimo, quien también puede estar ahora mismo ahí junto a ti, donde estás leyendo este libro. Él es omnipresente, por lo cual, el altar no es un lugar geográfico o un lugar específico en la casa de oración, así como el templo no es un lugar con cuatro paredes, sino la morada de Dios con su pueblo. Somos morada de Dios en el Espíritu, y nuestro cuerpo templo del Espíritu Santo (Efesios 2:22; 1 Corintios 6:19). El púlpito, que está ubicado en una plataforma, no es un lugar más “Que el ministro santo que otro, aunque sí es santo, porque se tome el altar apartó para Dios. En él se ministra a Dios, pero no es santo en el sentido místico ni como lugar religioso, estemos claro en eso. donde exhibirse, Se coloca al ministro un poco más no es solamente arriba para que los que serán edificados no una prostitución les sea difícil tener un contacto visual con al propósito del él, a través del cual pasa la bendita gracia de Dios. Pero que el ministro tome el ministerio, sino altar como lugar donde exhibirse, una usurpación no es solamente una prostitución al al lugar de Dios” propósito del ministerio, sino una usurpación al lugar de Dios. Eso es violentar y adueñarme de la ofrenda, antes de que sea dedicada a Dios. La honra del ministerio es solo de Dios, aunque el Señor la comparta con nosotros; Él la da, nosotros no la tomamos. Con todo, hay ministros que están dependiendo de otras cosas para vivir, porque tienen vergüenza de vivir del altar. El mundo ha logrado que el ministro crea que es un ladrón porque vive del diezmo de Dios. Pero, si una persona

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va donde un abogado y le pide un servicio, él le cobrará sus honorarios y ésta lo pagará sin pensar que ese hombre es un farsante porque le cobró. De la misma manera, cada vez que alguien va al médico, sea la visita de rutina o no, tiene que pagar. También se paga al barbero, al peaje cada vez que cruza un túnel o un puente; se paga por usar la transportación pública; por estacionar su vehículo en áreas comerciales (ya sea en la calle o en un estacionamiento); incluso por mirar el paisaje a través de unos binoculares. Mas, dar a la iglesia los diezmos y ofrendas, no lo hace, porque considera que el ministro no merece nada. Pero si el médico que cuida el cuerpo y el psiquiatra que trata la mente, reciben una recompensa por su servicio ¿por qué el ministro que nutre, alimenta y cuida nuestro espíritu no merece una retribución? ¿en tan poco valoramos a nuestra alma y espíritu? Igualmente, hay ministros que no entienden ni han aceptado su heredad, y por eso el pueblo tampoco lo ha aceptado. No vivir ese principio divino ha empobrecido a la iglesia, y los ministros que no lo han entendido están enseñando al pueblo a negociar con Dios. El pueblo ha aprendido a mercadear con cosas tan sagradas, como ofrecer una ofrenda a cambio de una bendición. Ahora sé que muchos entenderán por qué digo que la iglesia no se sostiene ni vendiendo arepas, ni haciendo rifas, ni vendiendo videos, ni DVD, CD o libros. Mucho menos se sostiene la casa de Dios vendiendo adoración, ni cobrando para que la iglesia asista a ver el show del “artista cristiano”, o por las comisiones dejadas por un viaje turístico a Israel, para ver los lugares sagrados, etc., porque eso no fue lo que instituyó el Señor. Jehová dijo que de los sacrificios del pueblo, y sus diezmos, lo que produce el mismo altar, deben vivir los que trabajan en el altar. Ningún ministro debe avergonzarse por ello, porque eso lo dijo Dios, es un mandamiento. El Señor bendice y prospera al pueblo a través de su Palabra predicada, y ellos le devuelven de corazón, los diezmos y ofrendas de lo que Él les dio, lo cual Jehová comparte con sus ministros. El apóstol Pablo tiene muchas enseñanzas acerca de esto en el Nuevo Testamento. Quizás haya algún ministro que nunca reciba algún salario por servirle a Dios, pero hay otros que cuando el Señor le dice: «Deja tu trabajo, te quiero en el ministerio a tiempo completo», debe hacerlo con toda honra. Él no debe sentirse mal o deshonesto, como el que está robando, ya que está sirviendo al Dios Altísimo y el pueblo está dando ofrendas a Dios para sostenerle. De acuerdo a la bendición que Dios da debe ser su salario y debe ser su recompensa. Pero ojo, ningún ministro debe usar el ministerio para lucrarse, porque el ministerio no es un medio para enriquecerse, como está pasando hoy en muchos lugares.

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Había una parte del animal sacrificado que Dios había asignado para el sacerdote y su familia, como dice la Escritura: “Comeréis asimismo en lugar limpio, tú y tus hijos y tus hijas contigo, el pecho mecido y la espaldilla elevada, porque por derecho son tuyos y de tus hijos, dados de los sacrificios de paz de los hijos de Israel” (Levítico 10:14). Así que de acuerdo al tamaño del animal era la porción del sacerdote. Si se ofrecía un buey, por ejemplo, la parte del sacerdote era mayor que si se hubiese ofrecido una oveja. Aplicando, podemos decir que el salario del ministro deber ser proporcional a lo que la congregación ofrece a Dios, de acuerdo a la membresía de la grey y a la cantidad de dinero que el pueblo diezme. Conocemos de hombres que sirven en la iglesia, quienes han inventado un montón de medios para hacerse ricos, y siempre están en medio de escándalos. Y esto lo digo, porque estamos en un tiempo de restauración y Dios quiere hombres que con su vida puedan dar un buen testimonio. Yo ahora, con amor y autoridad, puedo instruir esta enseñanza, porque cometí el mismo error al negarme a recibir parte de los diezmos y ofrendas de la grey que pastoreo. Mas, actualmente vivo de mi herencia honrosamente, y lo hago con la frente en alto, con dignidad y con integridad, sabiendo que soy un administrador de Dios. Tristemente, en este tiempo, la honra de un ministro se mide por cuánta gente convoca, cuántas invitaciones tiene, qué tan conocido es, cuántas empresas e iglesias ha levantado, etc. pero eso no es la honra de un hombre o mujer de Dios. Jehová, el ministerio, los sacrificios y los diezmos son nuestra herencia; no nos avergoncemos, por el contrario, honrémoslo. Concluyamos este tema, entonces, volviendo al relato bíblico y miremos como termina la vida, en el aspecto económico, de un sacerdote que no honró su ministerio: “Jehová el Dios de Israel dice: Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco. He aquí, vienen días en que cortaré tu brazo y el brazo de la casa de tu padre, de modo que no haya anciano en tu casa. Verás tu casa humillada, mientras Dios colma de bienes a Israel; y en ningún tiempo habrá anciano en tu casa. El varón de los tuyos que yo no corte de mi altar, será para consumir tus ojos y llenar tu alma de dolor; y todos los nacidos en tu casa morirán en la edad viril. Y te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos,

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Ofni y Fines: ambos morirán en un día. Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días. Y el que hubiere quedado en tu casa vendrá a postrarse delante de él por una moneda de plata y un bocado de pan, diciéndole: Te ruego que me agregues a alguno de los ministerios, para que pueda comer un bocado de pan” (1 Samuel 2:31-36)

Jehová castiga la casa de Elí de tres maneras: Primero, le quitó la honra y la herencia que recibía por estar en el ministerio (vv. 31-34). Sabemos que cuando Dios colmaba de bienes a Israel, los sacerdotes tenían en abundancia, porque recibían el diezmo y las ofrendas de acuerdo a como Dios había bendecido al pueblo. Mas, para la casa de Elí esa bendición fue cortada. Segundo, puso a otro en su lugar, para que haga fielmente todo confor“Llevar el me al corazón y alma de Dios (v. 35). A ese, arca significa Dios le daría casa firme y estaría lleno de su unción y de su presencia. El profeta predice administrar el traspaso del sacerdocio de la casa de Elí a honrosamente la familia de Sadoc. Esto se cumplió parcialtodo lo que el mente cuando Saúl mató a los sacerdotes de Señor ha puesto Nob, descendientes de Elí (1 Samuel 22:1119), y se terminó de cumplir cuando Salosobre nuestros món destituyó a Abiatar del sacerdocio, y en hombros” su lugar estableció a Sadoc (1 Reyes 2:26-27, 35). Tercero, la casa de Elí fue empobrecida y humillada al punto que sus hijos tendrían que mendigar ministerios (v. 36). Sabemos de ministros que antes llenaban lugares, eran poderosos en palabra y tenían unción, pero se vieron envueltos en escándalos, y ahora andan por ahí pidiendo ayuda, y predicando por las iglesias a cambio de una “ofrendita”. El Dios Vivo solo honra a los que le honran. Y aunque estamos en medio de crisis, y andemos como Lot, abrumados por la vergonzosa conducta de los réprobos, afligiendo cada día nuestras almas viendo y oyendo todos sus hechos inicuos (2 Pedro 2:7-8), sabemos que Dios está en control. Óyelo bien, Dios está levantando un sacerdocio santo, y solo ministrarán para Él aquellos que

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tengan el corazón conforme al Suyo. El brazo de Dios no se ha acortado, y el Señor hará que queden ministros dignos de Él, que honren su ministerio.

1.4  El Propósito de la Honra “He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor de mí mismo lo haré, para que no sea amancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro” -Isaías 48:10-11

Existe un solo propósito en el ministerio y es servir a Dios, honrarle, traer gloria a su nombre y bendecir a los hombres con lo que hemos recibido de Él. Conocer el oficio sacerdotal, por tanto, nos ayuda a entender aun más el propósito de Dios con nuestro llamamiento. En el libro de Deuteronomio encontramos una descripción sumariada de las funciones de los levitas, y es la siguiente: “En aquel tiempo apartó Jehová la tribu de Leví para que llevase el arca del pacto de Jehová, para que estuviese delante de Jehová para servirle, y para bendecir en su nombre, hasta hoy…” (Deuteronomio 10:8). Es decir, tres cosas mandó Dios a sus sacerdotes, según este versículo: • A que llevasen el arca del pacto de Jehová; • A que estuviesen delante de Jehová para servirle; y • A que bendijeran en su nombre.

“Nuestra concentración no debe estar puesta en la manifestación espiritual, sino en la complacencia al Padre”

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Nota que en estas tres funciones, el pueblo es el último, no el primero. ¿Sabes lo que es llevar el Arca en el lenguaje bíblico? El arca representa la presencia y la gloria de Dios. En el Nuevo Pacto, la gloria no se limita a la presencia manifiesta del Señor, sino que abarca todo lo relacionado con su persona, sus caminos y su propósito; pero sobre todo, implica sus atributos divinos (su amor, su misericordia, su justicia, su verdad, etc.). Ese es el carácter de la vida nueva que hemos recibido en Cristo. Así que llevar el arca significa administrar honrosamente todo lo que el Señor ha puesto sobre

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nuestros hombros. La manera digna y correcta de cargar el arca de Jehová es haciéndolo de acuerdo a sus instrucciones. El arca no debe cargarse con bueyes o carros nuevos, como hizo David (2 Samuel 6:3,6). Es una ofensa al Señor cargar su gloria empleando medios humanos. Dejar las instrucciones divinas para implementar los sistemas y métodos del hombre es un menosprecio a la Palabra de Dios y una prostitución del ministerio. Solo hay una manera de hacer las cosas del Señor y es conforme a lo ordenado por Él. Estar delante de Jehová para servirle es dedicar nuestra vida a Él en el servicio. Un ministro no puede estar enredado en las cosas de la vida, ya que su único negocio es servirle a Dios y estar delante de su presencia (2 Timoteo 2:4; Lucas 2:49). ¿Por qué Dios nos ha honrado? Para que le honremos. Dios nos ha dicho -a mí como líder de nuestra congregación, y a los ancianos como gobierno- que toda nuestra atención debe estar en agradarle a Él. Por tanto, todo esfuerzo de nuestra parte, de la índole que sea, debe ser para agradar y honrar a nuestro Señor. Por ejemplo, nuestros servicios de adoración deben estar concentrados en deleitar a Dios; por eso nuestro énfasis en la iglesia no está en sanidad divina ni en otras cosas, sino en satisfacer a Jehová y que Él haga en el culto lo que Él quiera. Toda nuestra atención está en Dios, solo en Dios y únicamente en Dios. Ahora, ¿Él quiere sanar? Que sane; ¿Dios quiere salvar? Que haga todo lo que esté en su perfecta voluntad. No estamos minimizando la supereminente operación del poder de su fuerza (Efesios 1:19), sino que nuestra concentración no debe estar puesta en la manifestación espiritual, sino en la complacencia al Padre. Todo nuestro culto y todas nuestras actividades deben enfocarse en agradar a Dios y en obedecerle. Nada ni nadie debe ser más importante para nosotros que Dios. Hay iglesias que se concentran en añadir miembros a sus congregaciones, por lo que todo el servicio es evangelismo y reclutamiento, y el culto a Dios está enfocado en cómo se debe tratar a la gente, para que vuelvan o no se vayan, tal como hace el comerciante con sus vendedores a los cuales les enseña el lema “el cliente siempre tiene la razón”. Así los diáconos y servidores en las iglesias están enfocados en las visitas, cuando lo importante de un servicio de adoración no son los visitantes, sino Dios. La latria o adoración -que es una de las seis funciones de la iglesia- nos enseña que la reunión de los santos es para adorar a Dios, como la koinonia o compañerismo es parte de la reunión de los santos, pero ellos se reúnen para adorar al Señor, y glorificar su nombre en la unidad de su relación. ¿Sabes dónde la iglesia primitiva ganaba las almas? Siendo testigos de Cristo en todo lugar. Si estaban en las casas o andaban por las calles, en las

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plazas y donde quiera que se reunieran, mostraban a Cristo y así ganaban las almas. Pero cuando se congregaban no era con el objetivo de salvar almas, sino que su único fin era adorarle, y recibir palabra de Dios. El culto no es para salvar gente, mas, si el Señor muestra que hay un llamado de salvación se hace, pero ese no es el propósito de la reunión. Dios debe ser el centro, el objeto de la alabanza, y todo tiene que estar enfocado hacia Él. ¿El hermano fulano cumplió años? ¡Qué bueno que Dios le añadió un año más de vida! ¿Este hermanito es nuevo en la congregación? Sí, bienvenido, por todo eso le damos gloria a Dios, pero en el servicio de adoración el TODO es Dios. En el evangelismo, como también en el servicio, en la proclamación, en la enseñanza y en toda función y actividad de la iglesia, debemos estar enfocados en el Señor, porque el único propósito del ministerio es la gloria de Dios. Ahora, ¿cuál es la causa por la que muchas iglesias concentran los servicios de adoración en la gente? La razón es porque se han dejado influenciar por la época que estamos viviendo. En la actualidad todo es mercadeo, las ventas, el crecer, el “Así como los multiplicar, pues dicen que el éxito visible es el que confirma lo que tú eres. Entonces, nos querubines hemos envuelto en estadísticas y nos hemos del Arca y el olvidado de las prioridades del reino. En propiciatorio muchos lugares, el ministerio se ha convertieran de una do en cualquier cosa. Podemos afirmar, sin misma pieza, el temor alguno, que el ministerio se ha prostituido y necesita restauración. Los ministros sacerdote y la hemos llegado a ser simplemente profesionaofrenda deben les del púlpito, administradores de iglesias, ser de la misma etc. No sé qué ocurre cuando un ministro naturaleza” empieza su ministerio que se enfoca sólo en números y estadísticas, y se enfila solamente a ser grande, famoso, y en lo menos que está pensando es en la naturaleza santa y en el propósito de su ministerio. Por eso escribo este libro, porque Dios nos llama a restaurar, a que volvamos al orden original. Y sé que nos considerarán ridículos, atrasados, místicos, puritanos, retrógrados, reaccionarios a los cambios, etc. Mas, el Señor no nos llamó para agradar a los hombres, sino a Él. Cuando Jesús subió al cielo y dio dones a los hombres, dejó muy claramente constituidos los ministerios. Si bien en el ejercicio de nuestras funciones, honramos a Dios y le servimos, y en consecuencia también a los hombres, nuestro objetivo no debe estar concentrado en nada ni en nadie que no sea en el Señor que nos llamó.

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Toda acción que se tome en el ministerio que desvía la atención de Dios es una apostasía. La honra y la gloria pertenecen a Dios, pero hay quienes que, como los hijos de Elí, se la arrebatan, pues la quieren para ellos. Ya vimos que Dios compartía los sacrificios con sus ministros, y aunque la ofrenda era heredad de ellos, no debían olvidar que antes era de Jehová. El que yo tenga algún derecho en las cosas sagradas, no me da lugar a tomar la honra de Dios, ni Su ofrenda ni mucho menos Su lugar. ¡Cuántas personas están hoy, por la fuerza, llevando al pueblo a honrarles y servirles a ellos, y no a Dios! Jehová le dijo a David: “Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2 Samuel 7:8). Nota que Él no le dijo a David que lo llamó para que fuese “rey”, sino “príncipe”, porque el Señor es el único Soberano, Rey de reyes y Señor de señores. También la Palabra nos muestra que cuando al apóstol Pablo y a Bernabé les querían hacer culto y ofrecerles sacrificios, ellos rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces diciendo: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (Hechos 14:15). Eso es lo que hace un sacerdote, un ministro de Dios. Tenemos que aprender a lanzarnos sobre la muchedumbre y parar su locura de adorarnos. La adoración y la admiración pertenecen solo a Dios. Estos siervos de Dios resistieron a ser adorados, sin importar qué la multitud pensara de ellos y que al final los apedrearan hasta dejarlos como muertos (v. 19). Y sé que así heridos, sangrando, con sus ropas hechas trizas y con sus labios partidos, sólo musitaban estas palabras: «No, no a nosotros, hónrenlo a Él, al Dios vivo; Él es el único digno, adórenlo a Él, no a nosotros, no, no a nosotros, no, no, no…a Él únicamente a Él, adórenlo sólo a Él…». El Señor me ilustró la similitud que hay entre la ofrenda y el sacerdote con algo muy sublime. Él me dijo: Así como los querubines del Arca y el propiciatorio eran de una misma pieza, el sacerdote y la ofrenda deben ser de la misma naturaleza (Éxodo 25: 17-19). ¿Por qué? Porque los querubines son los que cuidan la gloria de Dios. En el libro de Génesis aparecen los querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el acceso al árbol de la vida (Génesis 3:24). También, vemos que en el libro de Ezequiel se nos habla de querubines en la entrada de la puerta oriental de la casa de Jehová, donde estaba la gloria (Ezequiel 10:9). Los querubines representan a los guardianes de la adoración, los cuidadores de la gloria, y los ministros, como adoradores que ministramos en el altar, somos los celadores de la gloria, para que lo que llegue a Dios sea lo mejor.

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Hay un propósito en el ministerio y es buscar la gloria de Dios. En el libro de Levítico hay dos capítulos que a mí me ministran de forma muy especial, y Dios me hizo ver algo muy importante, si lo aplicamos al tema que nos ocupa. En su capítulo 21, se nos habla de que una persona que tuviera un defecto físico no podía ministrar delante de Jehová (Levítico 21:17-23). Es decir, el hecho de tener algún impedimento o defecto, descalificaba al individuo para ser sacerdote. Por tanto, el sacerdote no podía tener defectos. Apliquemos este pensamiento espiritualmente. Si el ministro es ciego hay escasa visión y eso no santifica el nombre de Jehová; si es sordo, no tiene oídos para oír la palabra de Dios, y eso impide que pueda obedecer y seguir las instrucciones de la voluntad del Señor. Si tiene los testículos magullados o amputado su miembro viril, tampoco representará bien a un Dios que da vida, pues es incapaz de reproducirse; si es enano, su crecimiento será limitado, por tanto no va a representar dignamente a Dios, porque hay una estatura, una plenitud a la que debe llegar cada ministro (Efesios 4:13). Entendamos entonces que de acuerdo como el ministro viva, vivirá el pueblo, pues éste representa a Dios. El capítulo 22 de Levítico nos habla de esta misma manera de la ofrenda a Jehová, ya que el animal ofrecido al Señor debía ser sin defecto (vv. 17-22). Y le pregunté al Señor, ¿por qué tanto el sacerdote como la ofrenda debían de ser sin defectos?, y Él me dijo: «Porque tanto el animal como el ministro son ofrendas». Entien“El ministerio do, entonces, que un ministro es para únicamente Dios lo mismo que una ofrenda: cosa permanece santísima para Jehová (Levítico 27:28). Sólo de pensar lo que soy para Jehová, tiemcuando honra a blo, considerando que no somos perfectos. Dios” Entonces, es en ese momento que doy con más fe gracias a Cristo, porque Él es el Cordero sin mancha y sin contaminación que fue ofrecido a Dios por nosotros y por medio de Él, puedo ministrar delante de Jehová. Cuando Jesús dijo: “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Juan 20:21-23). Es decir, «Yo los envío a ustedes, y respaldaré lo que ustedes digan y lo que ustedes hagan», somos una representación. Por tanto, cuando decimos: «En el nombre de Jesús» estamos diciendo: No vengo en mí nombre, sino en el nombre de Jesús. Por eso vemos que cuando Moisés se cansaba, el pueblo se cansaba (Éxodo 17:11), porque tanto la impartición

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como la unción vienen por la cabeza (Salmos 133:2). Tenemos que saber quiénes somos para Dios, para que sepamos cómo debemos representarlo dignamente y cumplir el propósito del ministerio. Hemos sido honrados por Dios, pero esto no debe envanecernos, sino hacernos deudores. Debemos vivir de tal forma que el resto de la iglesia de Jesucristo, que esté debilitada o desanimada, sea estimulada a hacerlo por causa nuestra. Esto no se consigue estrujándole en la cara a la gente que no está viviendo según el reino de Dios, ni señalándole –con un espíritu de crítica- que no están viviendo de acuerdo a los principios divinos. Lo digo, porque todos hemos cometido ese error, llevados por el celo de que todos conozcan a Dios. El Señor quiere que todos lo conozcan y lo conocerán, pero a través de nuestro ejemplo, de vidas consecuentes con la verdad. El ministerio fue dado para honrar a Dios. ¿Cuál fue el reclamo de Dios a Elí? Analicemos de nuevo estos versículos, pero aplicándolo ahora al propósito del ministerio y a su honra, aunque todo en Dios es una sola cosa: “¿No me manifesté yo claramente a la casa de tu padre, cuando estaban en Egipto en casa de Faraón? Y yo le escogí por mi sacerdote entre todas las tribus de Israel, para que ofreciese sobre mi altar, y quemase incienso, y llevase efod delante de mí; y di a la casa de tu padre todas las ofrendas de los hijos de Israel. ¿Por qué habéis hollado mis sacrificios y mis ofrendas, que yo mandé ofrecer en el tabernáculo; y has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel? Por tanto, Jehová el Dios de Israel dice: Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 Samuel 2:27-30).

El ministerio es una honra para honrar a Dios y no un medio para adquirir fama, dinero, posición, y tantas otras cosas. El Padre te honra para que tú le honres a Él. El ministerio es como un intercambio de honra, donde entre más tú le honras, más Él te honra. Pero si la honra que Dios te da, tú no la usas para honrarle, ¿qué te vendrá después? Mira lo que le dijo Dios a Elí: “Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 Samuel 2:30). En otras palabras, Dios le dijo: «Yo te honré

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dándote el ministerio, las ofrendas, los diezmos, todo, y ahora mira lo que tú me haces: con la misma ofrenda con la cual yo te honro, con esa misma ofrenda tu me deshonras». Lo que fue la causa de su honra, la convirtió en el motivo de la deshonra del Señor, por eso Dios lo deshonró. ¡Qué nunca tal cosa hagamos nosotros, mi hermano! Andemos en integridad, no nos llevemos de las modas de esos movimientos, que son solo telarañas, mucho entusiasmo que no llevan a nada; ilusionan a la gente por un tiempo, por dos días, pero al final… nada, no permanecen. El ministerio únicamente permanece cuando honra a Dios. El ministerio subsiste y se mantiene cuando tiene cimientos fundamentados en Cristo, en palabra, consejo e instrucción de Dios. Hay ministerios que crecen mucho, y logran que todos hablen de ellos, pero búscalos diez años después, ya no están. Imperios grandes, ministerios titánicos que sufren la misma suerte que aquel famoso barco, pues navegan por poco tiempo y luego naufragan. En las últimas décadas, ¿cuántos ministerios grandes han caído en descrédito y escándalos? ¿Cuántos famosos evangelistas han naufragado? no importa que un hombre esté en el lugar más encumbrado, si deshonra a Dios cae. Lo más lamentable es que esta situación continúa sucediendo, y no podemos rescatar a la iglesia de sus manos, porque se han hecho “dueños vitalicios de sus ministerios”. Escuchamos de la iglesia tal, que su fundador, fulano de tal, está preparando la iglesia para dejársela al hijo. El ministerio para ellos es una patrimonio personal, y no les importa si el hijo tiene o no un llamado de Dios. Sin discusión, para ellos la iglesia les pertenece como legado familiar. Por eso es que estamos sufriendo esta situación de incredulidad, porque estos individuos se apoderan de las iglesias, y ¿quién puede quitárselas de las manos? Ellos dicen: «El que quiera que se vaya, pero aquí mando yo, pues soy el fundador, o mi padre la fundó; han sido muchos años de sacrificio, no los voy a regalar». ¡Basta ya! Las cosas tienen que cambiar le afecte a quien le afecte, y aunque estas palabras suenen fuertes, no es menos lo que Dios requiere de nosotros hoy. La muerte de los hijos de Aarón, por ofrecer un fuego extraño delante de Jehová que Él nunca les mandó, nos ilustra estos pensamientos (Levítico 10:1-2). Aplicamos como “fuego extraño” todo lo que se hace en el ministerio, en el área que sea (en la adoración, en la mayordomía, en la predicación, en establecer alianzas, en dar ministerios, en comprar, vender, en las toma de decisiones, etc.), que el Señor nunca ha mandado. Observa que en este hecho, Jehová dijo: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (v. 3), refiriéndose a los sacerdotes. Ellos se acercaban a

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Jehová a ministrarle y a traer la ofrenda, para que en ella Dios se santificara, o sea, cause temor y reverencia a Su santidad y gloriosa majestad. En otras palabras ¿de qué manera Dios es santificado? A través de los ministros. Él los llamó, los apartó, los santificó, los hizo ofrendas para Él, para entonces, Él, a través de ellos, santificarse delante de todo el pueblo. Por lo cual, por la forma de nosotros vivir, Dios es glorificado, de manera que si los ministros no vivimos bien, mi hermano, el nombre de Dios en vez de ser santificado será blasfemado. La vida de los ministros afecta la devoción del pueblo. Si un ministro no vive de acuerdo con el propósito de Dios, se le nubla la visión, se oscurece el consejo y no santifica el nombre del Señor. Al principio, hablamos del honor y de la honra de ser ministro, y sé que si recibiste esas palabras en tu corazón, tanto como yo, te gozaste, pero también te digo ahora: Teme, porque eso no es cosa liviana. El ministro ha recibido honra, pero todo eso tiene un propósito, y por ende encierra un gran compromiso, ante Dios y ante los hombres. Si volvemos al caso de los hijos de Aarón -Nadab y Abiú- los cuales podemos afirmar que usaron el ministerio para deshonrar a Dios (Levítico 10:1-3), veremos ciertas instrucciones que recibe Aarón y los hijos que le quedaron, de parte de Jehová. Eso traerá más luz en cuanto a la honra del ministerio, para verla no tanto como algo elevado, sino como el propósito y nivel espiritual que hay en ello. Veamos exactamente lo que les dijo Moisés, en los siguientes versículos: “Y llamó Moisés a Misael y a Elzafán, hijos de Uziel tío de Aarón, y les dijo: Acercaos y sacad a vuestros hermanos de delante del santuario, fuera del campamento. Y ellos se acercaron y los sacaron con sus túnicas fuera del campamento, como dijo Moisés. Entonces Moisés dijo a Aarón, y a Eleazar e Itamar sus hijos: No descubráis vuestras cabezas, ni rasguéis vuestros vestidos en señal de duelo, para que no muráis, ni se levante la ira sobre toda la congregación; pero vuestros hermanos, toda la casa de Israel, sí lamentarán por el incendio que Jehová ha hecho” -Levítico 10:4-6

Lo primero que noto es que no se le permitió a Aarón tocar ni enterrar los cuerpos de sus hijos muertos, sino que Moisés llamó a otros, de su familia, para que llevaran los restos fuera del campamento (v. 4). Lo segundo es que se les prohibió guardar luto. ¿Por qué Jehová trató a Aarón con tanta dureza? Porque en los que se acercan a Dios, Él se santifica. Santificar significa

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apartar, que Dios los puso aparte para su servicio, para que santifiquen y glorifiquen su nombre delante del pueblo. Es la razón por la que Dios reaccionó de esta manera, porque los medios que Él había dado para honrarle, se usaron para deshonrarle. Pero hay algo más aquí que llamó mucho mi atención, en las instrucciones que les dio Moisés. Él les dijo: “Ni saldréis de la puerta del tabernáculo de reunión, porque moriréis; por cuanto el aceite de la unción de Jehová está sobre vosotros” (Levítico 10:7).

Hay un cuidado que todo ministro debe tener al momento de conducirse, no tan sólo por la honra, sino por lo que Dios ha puesto en ellos: la unción del Santo (1 Juan 2:20). Por tanto, por causa de la unción que está sobre el ministro, este no puede hacer lo que hacen los demás, “Hay quienes aunque tenga el mismo derecho. Hay cosas se sienten muy que a otros les es lícito hacer, y a cualquiera especiales por se le pasa por alto, pero a ti no, porque tieser llamados nes el aceite de la unción encima. Amado, eso implica mucho. Todo aquél que se le por Jehová, pero muere un familiar tiene el derecho de endepocos quieren charlo, de llorar a sus muertos juntos a sus el compromiso familiares y amigos, pero Aarón no pudo que implica el ser hacerlo, por causa del aceite de la unción de ungido” Jehová. Veamos esto con más detalle en el libro de Levítico, en las leyes tocantes a la vida del sacerdote: “Y el sumo sacerdote entre sus hermanos, sobre cuya cabeza fue derramado el aceite de la unción, y que fue consagrado para llevar las vestiduras, no descubrirá su cabeza, ni rasgará sus vestidos, ni entrará donde haya alguna persona muerta; ni por su padre ni por su madre se contaminará. Ni saldrá del santuario, ni profanará el santuario de su Dios; porque la consagración por el aceite de la unción de su Dios está sobre él. Yo Jehová” (Levítico 21:10-12).

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Aunque era común en Israel descubrirse la cabeza y rasgar el vestido cuando una persona estaba en duelo o en dolor, el sumo sacerdote no lo podía hacer por causa del aceite de la unción. Podemos decir que permanentemente el sacerdote tenía que mostrarse y estar disponible tal como Dios lo llamó. Su vida había sido consagrada para llevar las vestiduras sacerdotales, por tanto no podía comportarse como cualquier mortal. Nota otras cosas que se les exigía a los sacerdotes: “Tomará por esposa a una mujer virgen. No tomará viuda, ni repudiada, ni infame ni ramera, sino tomará de su pueblo una virgen por mujer, para que no profane su descendencia en sus pueblos; porque yo Jehová soy el que los santifico. Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Habla a Aarón y dile: Ninguno de tus descendientes por sus generaciones, que tenga algún defecto, se acercará para ofrecer el pan de su Dios. Porque ningún varón en el cual haya defecto se acercará; varón ciego, o cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga quebradura de pie o rotura de mano, o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que tenga sarna, o empeine, o testículo magullado” (Levítico 21:12-14).

Un ministro tiene que ser diferente a los demás. Las cosas que Dios no le requiere a otra persona, se las requiere a él, porque sobre él está el aceite de la unción. Hay quienes se sienten muy especiales por ser llamados por Jehová, pero pocos quieren el compromiso que implica el ser ungido. Existe una implicación muy grande en esto, y eso es lo que Dios quiere restaurar en nosotros; que entendamos que esa honra conlleva una responsabilidad. Cualquiera en Israel podía tener un defecto físico, pero no un ministro de Dios. El apóstol Pablo, en el lenguaje del Nuevo Testamento, escribió: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para ­enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga

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en la condenación del diablo. También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo. Los diáconos asimismo deben ser honestos, sin doblez, no dados a mucho vino, no codiciosos de ganancias deshonestas; que guarden el misterio de la fe con limpia conciencia. Y éstos también sean sometidos a prueba primero, y entonces ejerzan el diaconado, si son irreprensibles” (1 Timoteo 3:1-10).

El hombre de Dios tiene que ser un hombre crecido, maduro, porque lleva el aceite de Jehová. Hay gente que anda detrás de la unción, y todos quieren el aceite, ambicionan el poder, pero observo que en los requisitos mencionados por el apóstol, no aparece poder ni dones espirituales, sino madurez y santidad. Hoy el énfasis de la unción es el poder, pero en los tiempos bíblicos no era así. Ser ungido representaba ser apartado para servir al Señor en algún oficio, por ejemplo: como rey, profeta, apóstol, anciano, etc. El poder y los dones eran el resultado, la manifestación de que esa persona fue capacitada por Dios para realizar dicha función. Una cosa es la unción y otra el poder de la unción, y lo último es un resultado de lo primero. La Palabra de Dios nos manda a procurar los dones y entre ellos los mejores, pero también dice que hay un camino aun más excelente (1 Corintios 12:31). Los ministros tenían que ser irreprensibles, por causa del aceite de la unción de Jehová, por ser hombres apartados para uso exclusivo del Señor. Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48). Lo que pertenece y es apartado para Jehová debe ser lo mejor. El sacerdote tenía que ser como la ofrenda ofrecida a Jehová, sin defecto. Jehová dijo a Moisés: “Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros. (...), para que sea aceptado será sin defecto” (Levítico 22:20, 21). Ambos, tanto el sacerdote como la ofrenda son santificados para Jehová. Los ministros podían comer de la ofrenda y participar del altar, porque eran una misma cosa con la ofrenda y el altar. Ellos pertenecían a Jehová y fueron consagrados a Él. Apliquemos eso al ministerio en el tiempo presente. Sabemos que el dinero para muchos representa un gran tropiezo; y hay quienes evangelizan su vida, pero no el bolsillo, de manera que no son fieles con sus diezmos y ofrendas. Es tanto su endurecimiento que, en muchas congregaciones, venden e intercambian incentivos por ofrendas. Jehová nos ha enseñado que no nos conduzcamos de esa manera, porque una ofrenda que viene por manipulación

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es una ofrenda corrompida, como un animal sarnoso, y su corrupción está en ella (Levítico 22:22-25). Por tanto, si yo predico un sermón para que me den una ofrenda y comienzo a manipular y a maniobrar, llevando a los que escuchan a culpabilidad, pero les digo que si dan ofrenda, Dios les abrirá la puerta de los cielos, y ellos motivados ofrendan, eso es traficar con la Palabra. Eso es una ofrenda magullada, porque vino de una manipulación y no de un corazón agradecido a Dios, por lo cual no es acepta. Este principio está tan claro en la Biblia que incluso el sanedrín, cuando Judas, “arrepentido” por haber entregado al Hijo de Dios, les devolvió las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, ellos las tomaron y dijeron: “No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre” (Mateo 27:3,6). Entonces, compraron con ellas un campo para sepultura de los extranjeros y le llamaron: Campo de sangre (vv. 7,8). Y si esa gente que no tenía escrúpulos, que por envidia mataron al autor de la vida, entendían que una ofrenda a Jehová debe ser santa, resultado de un corazón que ama a Dios y le quiere honrar, ¡cuánto más debiéramos valorarla nosotros que hemos recibido la vida del Espíritu! Por lo cual, toda nuestra ministración debe ir encaminada para que la gente, voluntariamente, ofrezca a Dios cosas por amor, dedicación y entrega, con buena motivación, con santidad, y no por intereses mezquinos. Es importante connotar que dependiendo como ministremos será lo que recibiremos, por lo que si nuestra ministración es engañosa, y en ella se esconde avaricia, recibiremos del pueblo mezquindad. ¿Qué quiere Dios decirnos con eso? Que si los sacerdotes somos sin defectos, las ofrendas también serán perfectas. Aclaro que cuando decimos “sin defecto”, nos referimos a pureza, integridad y madurez espiritual, no estamos hablando de impecabilidad, cualidad única de Jesucristo. Es notorio que cuando el pueblo menospreció la ofrenda de Jehová fue porque los ministros la habían menospreciado primero. Recapitulemos entonces, iniciamos este segmento enumerando los tres oficios principales -registrados en Deuteronomio 10:8- para los cuales Jehová apartó a los sacerdotes: 1. “A que llevasen el arca del pacto de Jehová”, lo que nos habla de la carga, del peso de la gloria de Dios, y lo que significa representar al Señor como es digno de Él, asumiendo el compromiso que El ministerio es implica llevar sobre nuestros hombros la un oficio de honra del llamamiento. 2. “para que estuviehonra para sen delante de Jehová para servirle”, lo que implica todo lo que es ministrar al Señor: honrar a Dios” encender la lámpara, poner los panes,

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quemar el incienso y entrar al Santísimo (su presencia) para estar con Él; y 3. “… para bendecir en su nombre”, esto quiere decir que los sacerdotes bendigan al pueblo con lo que llamamos “la bendición aarónica”, declarando las promesas del pacto. Pero la bendición más poderosa que el pueblo pudiera recibir de sus ministros es el testimonio de vidas que los motiven, guíen e inspiren a amar, temer y servir a Dios. Si las dos primeras funciones se ejecutaban dignamente, la tercera sería solo una consecuencia. De hecho, si los sacerdotes llevan el arca de Jehová y están delante de Él para servirle, es seguro que el pueblo será bendecido y edificado. El ministerio es una honra que involucra cosas santas que nos elevan al santísimo, porque su propósito es honrar a Dios. Él nos honra, para que lo honremos, así como lo amamos, porque Él nos amó primero (1 Juan 4:19). Por tanto, siervo de Dios, siéntete honrado, ama esa honra, pero vive para honrar a Aquel que te honró primero: a Dios. Es importante que recibamos la unción de esta palabra, que nos sintamos honrados por Dios, pero a la vez que eso nos lleve a una responsabilidad muy grande, a un deseo inmenso de honrar a Aquel que nos honró. Es necesario que sepamos administrar nuestra herencia, sabiendo que la primera heredad es Dios, la segunda es el ministerio, la tercera los sacrificios y las ofrendas de Jehová y la cuarta los diezmos. El ministerio es un oficio de honra para honrar a Dios, no lleguemos al punto que Dios nos reclame como lo hizo a Elí y a los hijos de Aarón, quienes con el mismo ministerio le deshonraron. Las implicaciones de esta enseñanza y sus solemnes demandas me obligan y me motivan a caer a los pies del Señor y a orar con deprecación y súplicas en el Espíritu, por nosotros los ministros del Señor.

1.5  “… como lo fue Aarón” “Luego habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a los hijos de Israel, y toma de ellos una vara por cada casa de los padres, de todos los príncipes de ellos, doce varas conforme a las casas de sus padres; y escribirás el nombre de cada uno sobre su vara. Y escribirás el nombre de Aarón sobre la vara de Leví; porque cada jefe de familia de sus padres tendrá una vara. Y las pondrás en el tabernáculo de reunión delante del testimonio, donde yo me manifestaré a vosotros. Y florecerá la vara del varón que yo escoja, y haré cesar de delante de mí las quejas de los hijos de Israel con que murmuran contra vosotros. Y Moisés habló a los hijos de Israel, y todos los

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príncipes de ellos le dieron varas; cada príncipe por las casas de sus padres una vara, en total doce varas; y la vara de Aarón estaba entre las varas de ellos. Y Moisés puso las varas delante de Jehová en el tabernáculo del testimonio. Y aconteció que el día siguiente vino Moisés al tabernáculo del testimonio; y he aquí que la vara de Aarón de la casa de Leví había reverdecido, y echado flores, y arrojado renuevos, y producido almendras. Entonces sacó Moisés todas las varas de delante de Jehová a todos los hijos de Israel; y ellos lo vieron, y tomaron cada uno su vara. Y Jehová dijo a Moisés: Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de mí, para que no mueran. E hizo Moisés como le mandó Jehová, así lo hizo. Entonces los hijos de Israel hablaron a Moisés, diciendo: He aquí nosotros somos muertos, perdidos somos, todos nosotros somos perdidos. Cualquiera que se acercare, el que viniere al tabernáculo de Jehová, morirá. ¿Acabaremos por perecer todos?” -Números 17:1- 13

Empiezo esta sección reproduciendo esta narración bíblica del capítulo 17 del libro de Números, la cual se ha aplicado, generalmente, como ilustración de rebelión a lo establecido por Dios. También se ha empleado como tipología del ministerio de Jesús, a su resurrección, etc., y está bien, pues toda Escritura representa a Jesús. Él está en la ley, en los profetas, en los salmos, y Él es el espíritu y la esencia de la profecía, pero ninguna Escritura es de una sola aplicación. En la misma también hay un mensaje glorioso para nosotros en el contexto de lo que es el ministerio dado por Dios. Sucede que en el capítulo anterior de esta cita (Números 16), hubo una rebelión en el pueblo, donde tres hombres de la tribu de Leví: Coré, Datán y Abiram, vinieron a Moisés y a Aarón, acusándolos de querer enseñorearse del pueblo de Dios. Ellos estaban celosos, por lo que dijeron: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:3). Moisés -que vivía el gobierno de Dios, y no una democracia, que no estaba ahí para escuchar voz de hombre, sino voz de Dios- al oír esas palabras, se postró sobre su rostro y les dijo: “Mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a él; al que él escogiere, él lo acercará a sí” (Números 16:4,5).

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Luego vemos que Moisés los envió a llamar, pero ellos no quisieron ir, diciendo: “¿Es poco que nos hayas hecho venir de una tierra que destila leche y miel, para hacernos morir en el desierto, sino que también te enseñorees de nosotros imperiosamente? Ni tampoco nos has metido tú en tierra que fluya leche y miel, ni nos has dado heredades de tierras y viñas. ¿Sacarás los ojos de estos hombres? No subiremos” (Números 16:13-14). Entonces, el siervo de Dios que siempre estaba intercediendo por el pueblo, en esa ocasión, oró a Jehová diciendo: “No mires a su ofrenda; ni aun un asno he tomado de ellos, ni a ninguno de ellos he hecho mal” (v. 15). Estos hombres habían llegado al límite de la paciencia de Moisés. La situación era bastante tensa, en medio de un desierto abrasador y un pueblo que se rebelaba contra la voluntad de Dios. Por lo cual, era necesario detener el descontento antes que Jehová los consumiera en un momento, por ser tan duros de corazón. Así que Moisés les dijo: “En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciese todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad. Si como mueren todos los hombres murieren éstos, o si ellos al ser visitados siguen la suerte de todos los hombres, Jehová no me envió. Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová” (Números 16:28-30). Y dicen las Escrituras que cuando Moisés calló, al instante, se abrió la tierra y todos los rebeldes fueron tragados (pues ellos lograron llevar el descontento a toda la congregación) y murieron más de veintitrés mil personas ese día. Pero la intención de Jehová era acabar con todos ellos y levantar para sí un nuevo pueblo. La mortandad paró cuando Moisés, por iluminación del Espíritu, dijo a Aarón: “Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado” (Números 16:46). Y dice que el sacerdote tomó el incensario, y se metió entre los vivos y los muertos, como el que se mete en medio de la balacera en un campo de batalla. Así se metió Aarón en medio de la ira de Dios y de gritos de pavor, llanto de dolor, gente que caía a un lado y otros que corrían aterrados, mientras él, con el incensario en mano, atravesaba el campamento herido. Mientras, Moisés intercedía con gran imprecación delante de Jehová a que cesase la mortandad, y siendo el incienso tipo de la expiación del ministerio de Cristo, Jehová oyó y la mortandad cesó. Hecho así, después que enterraron a todos los rebeldes, y se tranquilizó todo, Jehová entonces habló a Moisés y le dio una instrucción especial. Él le mandó a que tomara una vara por cada casa de los padres de cada tribu, y escribiera el nombre de cada uno sobre su vara, pero sobre la vara de Leví

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escribiera el nombre de Aarón. Luego, las doce varas serían colocadas en el tabernáculo de reunión delante del testimonio, donde Dios se manifestaría a ellos. Y la vara del varón que Jehová escogiera, sería la que florecería. Con eso, Él haría cesar de delante de su presencia las quejas de ellos, pues saldría la confirmación de la familia que sería elegida para el santo sacerdocio. Así, cada jefe de familia de cada tribu trajo su vara (doce varas en total) y la depositaron en la presencia del Señor, y al día siguiente aconteció que la vara de Leví floreció y Aarón fue confirmado en el ministerio sacerdotal. Aplicando esto a los creyentes, y entendiendo que en Cristo hemos sido hechos “linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 Pedro 2:9), como lo fue la tribu de Leví en Aarón, puedo decirte que Dios no te llamó a ti simplemente para ocupar un banco en una iglesia. El Señor a cada persona que llama no solamente lo libra del infierno y de la muerte y lo traslada al reino de los cielos, por la redención en la sangre del Hijo, sino que lo llama con un propósito. El Señor siempre salva con un fin, pues la gracia se manifestó por una causa. La Palabra dice que Dios “a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:30). Todo lo que Dios hace, lo hace con un propósito, lo que llama la Biblia el designio de su voluntad, la predestinación, el plan creado antes del principio de los siglos (Efesios 1:11; Tito 1:2). Así que ahora mismo tú puedes palparte y decir: «Yo estoy aquí en el reino, porque el Dios del cielo se propuso en Él salvarme, para la alabanza de su gloria y para mostrar en mí su clemencia, su amor y su misericordia. Pero antes que todo, me llamó para desarrollar una función en su Cuerpo que es la iglesia». Por eso, lo más importante para mí desde que creí, después de mantener la comunión con mi Padre (haciendo de Él el todo en mi vida) y servirle, es que me sea revelado el propósito por el cual yo fui llamado y salvado de este mundo. Todos los santos fuimos llamados a servir y a desempeñar una función en el Cuerpo. La palabra ministerio significa servicio, y si todos fuimos llamados, todos debemos ser servidores en el reino. Sabemos que unos son apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pas“Todo aquel que tores, maestros, etc. (Efesios 4:8, 11-12), y Dios llama, lo que también entre ellos, muchos han sido hace reverdecer, apartados a tiempo completo para dedicarse a Dios, de forma particular y exclusiva. florecer Otros fueron apartados en forma parcial, y dar frutos” pues se dedicaban a algún tipo de empleo,

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pero en sentido general, todos fuimos llamados a desarrollar un ministerio o a participar en alguna función. Por eso el Señor derramó dones, ministerios y funciones, que no es otra cosa que la gracia bendita de Dios manifestada, a través del Espíritu Santo. Así que es muy importante para la iglesia, y para el creyente, de manera individual, conocer acerca de lo que Dios revela en este incidente. Hay muchas lecciones que espigar de esta enseñanza, y lo primero que voy a decir es que nadie debe pugnar ni reñir por tener un ministerio. En el ambiente donde yo me formé creen que “el llamado” lo hace la iglesia. Por tanto, su énfasis es preparar individuos (en el seminario) para servir a la iglesia, pero no al cuerpo de Cristo, sino a la institución, lo que ellos llaman “estructura”. Esto último también es un error, pues la iglesia de Cristo no es una estructura, aunque sí, la iglesia debe estar organizada, pero no es una organización, sino un organismo viviente en el que cada uno de sus órganos están funcionando de manera coordinada, para que el Señor realice lo que Él quiere hacer. Recuerdo que en aquel lugar, ellos enseñaban de manera enfática que nos estábamos formando en el ministerio para servir a la institución. De esta manera, había muchos que querían ganarse la buena voluntad de los maestros para que dieran de ellos un buen reporte, y cuando se graduaran, pudieran ser empleados por la organización. Entonces venía una etapa, después de la graduación, en la que todos preguntaban: « ¿llamaron a fulano? ¿Llamaron a perencejo?», porque las instituciones o campos locales llamaban a los ministros de acuerdo a los criterios que ellos tenían. Pero como no había cupo para todos, muchos temían graduarse y luego quedarse desempleados, y por eso trataban de “servir al ojo”, durante el período que estaban formándose, para ganarse la posición o nombramiento. Como resultado, ellos se formaban para tener un empleo y no para servir a Dios. De eso, alguien entre nosotros originó el siguiente dicho: «el que busca un llamado de los hombres es porque no tiene el de Dios». Y eso es una gran verdad. Coré, Datán y Abiram eran levitas, pertenecían a la tribu elegida por Dios para ministrarle solo a Él, sin embargo, a sus ojos, lo que ellos tenían no les era suficiente. Por eso, Moisés les dijo: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles…?” (Números 16:9), porque ellos no eran sacerdotes, pero sí levitas. Toda la tribu de Leví fue llamada a servirle a Dios, pero no todos los levitas eran sacerdotes; solamente la familia de Aarón. Los levitas

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trabajaban cargando el agua, sirviendo en muchos menesteres en el santuario, pero ellos menospreciaban su ministerio. ¿Cuántos hay que están enamorados del ministerio, de lo que llamo “el romance del ministerio”? El romance es anhelar estar en el púlpito, predicar -y ahora- mostrarse en televisión, ser popular, que lo amen, que lo aprecien, que lo soliciten, que lo busquen, que le den honra, etc. Los ministros somos honrados por Dios y por el pueblo que ama a Dios, y hay quienes son atraídos por eso. Lo segundo que aprendemos es que Dios es el que llama. No hay necesidad de envidiar ni de altercar con otros por ministerio, pues el que llama es Dios. Es una honra servirle a Dios, es una honra llevar sus “vasos”, pero el que llama es Él. Cuando el Señor llama a una persona, da señal de alguna manera de que Él lo llamó a desempeñar esa función. No hay tal cosa como que Dios llame a alguien y pase desapercibido. Todo aquel que Dios llama, lo hace reverdecer, florecer y dar frutos. Dios de una manera u otra le “Dios no llama a hace ver a todos: «A ese lo llamé yo». No es nadie necesario buscar el destacarse y sobresalir, y mucho menos rebelarse contra el liderazgo, capacitado, contra aquellos que están en autoridad y que todo lo ya están sirviendo (como era el caso de Moicontrario, Él sés y Aarón). Si usted es llamado, tarde o lo capacita temprano, el Dios del cielo se va a encargar incapacitándolo” de decirle a la congregación de Jehová: «Este es mi sacerdote, este es mi ministro, a este lo llamé yo». En el relato bíblico vemos que había un espíritu de rebelión, de celos y envidia, y eso no viene del cielo. No hay necesidad de que envidies el ministerio de otros, porque tú también has sido llamado por Dios. Podemos decir que, en el contexto ministerial o funcional, Coré, Datán y Abiram no eran sacerdotes, pero sí eran levitas, pertenecían a la tribu sacerdotal. Los levitas eran siervos de Dios, solamente que ellos no ministraban en el culto y las ofrendas, sino que esa función se la dio Jehová a los sacerdotes solamente. Los levitas no oficiaban, pero sí facilitaban el trabajo a los sacerdotes. Pero tanto los sacerdotes como los levitas tenían el mismo propósito: servir a Dios. Cuando nosotros venimos a Dios, y somos llamados al ministerio, somos como esas doce varas secas (y nuestro ministerio también) hasta que Dios hace su obra en nosotros. Por tanto, nadie tiene de qué gloriarse. Hay un principio del reino que dice que Dios no llama a nadie capacitado, todo lo

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contrario, Él lo capacita incapacitándolo. Cuando yo estaba en el seminario escuché con frecuencia que decían que Dios usó más a Pablo que a Pedro, porque Pablo estaba más capacitado que Pedro, pero hoy entiendo que eso es totalmente falso. Él no usó más a Pablo que a Pedro, por su capacidad, todo lo contrario, Pablo sufrió más que Pedro porque tuvo más que desaprender. Ahora podemos entender mejor por qué Pablo dijo: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:4- 8). Pablo tuvo que desaprender totalmente todo lo que aprendió con Gamaliel, como Moisés tuvo que desaprender todo lo que aprendió en la corte de los egipcios. Cuando Dios llamó a Moisés, él le dijo: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua. (...) ¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (Éxodo 4:10,13). Dios cuando va a elegir a un hombre, primeramente lo busca incapaz, para que nadie se jacte en Su presencia. Me imagino que si tú hubieses estado en el lugar de Jesús, no hubieras elegido ni a Pedro, ni a Santiago ni a Juan como tus discípulos; hombres del vulgo, pescadores en el mar de Galilea. Mucho menos hubieses escogido a Mateo que era un publicano, visto como ladrón, para honrarlo en el ministerio, tampoco a todos los demás, pero el Señor así lo hizo. Cuando Dios llama a alguien lo llama para hacer una obra nueva, pues Él no edifica sobre un fundamento humano. Por eso le dijo a Jeremías: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10). Por tanto, lo primero que Dios hace es que te arranca todo lo que aprendiste de los hombres (humanismo, intelectualismo, etc.), para luego comenzar a edificar lo suyo en ti. Todavía hoy, no conozco a un ministro, en persona ni en las Escrituras, que haya venido capacitado a los pies de Cristo. Todos somos varas secas. Con esto no digo que el Señor menosprecie lo que hacen los hombres o que algunas cosas no sean beneficiosas, claro que sí, para lo secular tienen reputación y son de gran utilidad, pero en las cosas de Dios no. Para ver, creer y entender al Señor, tenemos que poseer sentidos espirituales; la carne no tiene parte ni herencia en el reino de los cielos. Por tanto, no tomes tus ojos naturales para

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ver algo que pertenece o está relacionado con la obra de Dios, porque lo espiritual es invisible a esos ojos. Hay algo que está muy claro aquí y es que la vara que reverdeció la hizo reverdecer el Señor. Cuando vienes al ministerio no vienes florecido, aunque seas el psicólogo más consultado, el teólogo más reputado o el filósofo más escuchado, porque en el reino sólo representas un palo que golpea las piedras y levanta polvo del camino. En ti, por ti mismo, no hay vida. Por ejemplo: un cero a la izquierda equivale a nada; y si lees en un termómetro de mercurio la ausencia del calor, verás que la unidad de temperatura desciende totalmente hasta llegar a menos cero, y si continúa descendiendo todos los números serán negativos. Pues, fíjate, así estamos tú y yo, bajo cero, que para llegar a Dios tenemos que desplazarnos hacia arriba, pasar el cero y subir, subir y subir muy alto, hasta llegar a sus alturas. Por tanto, si tú estás capacitado, y en cierta manera, te sientes “enriquecido” por el montón de títulos que has podido lograr, déjame darte una noticia: En el reino de los cielos eres más pobre que aquel que no ha podido obtener ni siquiera el diploma de primaria. ¿Por qué? Porque vas “El evangelio a tener que desaprender para aprender. Ser viene a cambiar un profesional según los hombres es algo de el hombre, no a valor y muy beneficioso, pero en Dios es tomarle alguna como la armadura de Saúl, que impide cosa prestada” pelear bien las guerras de Jehová (1 Samuel 17:38). David le dijo a Saúl: “Yo no puedo andar con esto, porque nunca lo practiqué” (1 Samuel 17:39), y quitándosela de encima, tomó su cayado y escogió cinco piedras lisas del arroyo, y las puso en el saco pastoril, y con su honda en su mano, se fue a enfrentar al filisteo (v. 40). El hijo de Isaí prefirió ir de esta manera, porque al final de cuentas sabía que no era ni la armadura ni la honda lo que le darían la victoria, sino el nombre de Jehová de los Ejércitos, pues “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4). No es la sabiduría de este siglo, ni los príncipes de este siglo los que hacen sabio al sencillo. Al contrario, ese es uno de los grandes problemas que el ministerio cristiano está enfrentando hoy. Muchos acuden a los seminarios para prepararse y poder servir al Señor, y ocurre a veces que el seminario en vez de capacitarlos los incapacita, pues en lugar de fe, aprenden incredulidad y en lugar de devoción, aprenden confianza en su preparación teológica. Por

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ejemplo, hay quienes tienen doctorados en teología, pero cualquier niño les puede enseñar las Escrituras, porque saben un montón de letras, pero no poseen ni la “F” de fe. Ellos no pueden inspirar a nadie, porque están secos como el desierto. No tienen nada espiritual, pues el Señor no ha pasado por ahí ni ha caminado con ellos, son varas secas. Por lo cual, Dios no toma nada humano para hacer algo de él, pues lo suyo es santo, justo, verdadero y está en otra dimensión que no es la humana. El evangelio viene a cambiar el hombre, no a tomarle alguna cosa prestada. El reino de los cielos no necesita ninguna realización humana para hacer algo divino. Sabemos que la enseñanza del evangelio es que el hombre es trapo de inmundicia, cojo, miserable, ciego y desnudo. Por eso, el Señor le dice: “yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego” (Apocalipsis 3:18) que simboliza excelencia. Así que si quieres ser un ministro, un servidor en el reino de Dios, despójate, abre tus ojos y mira lo que eres, una vara seca, y luego dile a Dios: « ¡Méteme en tu santuario y hazme reverdecer!». Hay cuatro cosas que ocurrieron con la vara del ministerio que Dios había elegido, como cuatro cosas suceden cuando Dios llama a un hombre. Lo primero que ocurre es que reverdece, señal de vida, fuerza y juventud. El Señor te llama al ministerio y hace que de ti empiece a brotar el verdor, la vida, la fuerza y el poder de Dios. Lo segundo que le sucede a la vara es que florece. En muchas plantas, la flor es el órgano sexual reproductor, por lo que donde hay flores seguro que veremos fruto. Se puede afirmar que el futuro de un árbol está en que florezca y salgan renuevos. Dios hace florecer y hace reverdecer el ministerio y luego salen los renuevos que son los vástagos, como hablaron Isaías y Jeremías acerca de Jesús, el Mesías: “renuevo de Jehová”, “renuevo justo” (Isaías 4:2; 53:2; Jeremías 23:5). Nota la siguiente expresión que dijo el profeta Isaías: “Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces” (Isaías 11:1). Cuando un tronco es cortado, lo que se espera es que se pudra o lo tomen como leño para encender alguna fogata, pues ya de él no se espera nada. Pero en el momento que del palo seco sale un renuevo, hay esperanza, pues sabemos que hay vida. Jesús fue un renuevo que salió de un tronco cortado, como vástago de Dios, y por Él, de nosotros también, siendo varas secas, salió el verdor, brotó la vida, y han comenzado a salir las flores, señal de que vendrá fruto. Después, seremos árboles frondosos, y echaremos renuevos y más vástagos, hijos del árbol, como sucede ahora con los ministerios que tienen discipulados, y están saliendo ramas, y más renuevos, flores, y al final muchos frutos.

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Lo tercero que salió de la vara de Aarón fue fruto. Y ¿cuál fruto? Almendras. Quiere decir entonces que la vara provenía de un almendro. La versión Biblia de Las Americas agrega algo más, y es que dice que la vara produjo “almendras maduras” (LBA Números 17:8). Lo destaco porque más adelante verás que Dios no pudo elegir otro árbol mejor para representar su elección que el almendro. Un ministerio poderoso en Dios comenzó como una vara seca, como el de Jeremías. El profeta Jeremías era una vara seca, un niño que no sabía ni hablar, como él mismo le dijo: “¡Ah! ¡ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño” (Jeremías 1:6). Mas, Dios le dijo: “No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mandé. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca” (vv. 7-9). En otras palabras, Jehová le dice al profeta: «No digas que eres una vara seca, porque yo te haré florecer, y pondré mi palabra en tu boca». Un ministro florece cuando Dios pone su palabra en su boca, porque en la palabra está la vida, está el fruto. Como el agua que baja del cielo y hace producir a la tierra, y da fruto al que siembra y granos a los que almacenan, así es la palabra de Dios, una buena semilla que fructifica donde quiera, pues hace lo que Dios le mandó a hacer, y nunca regresa a Él vacía (Isaías 55:10,11). La palabra es la que tiene vida, y nos hace renacer cuando florece en nosotros. Ahora, nota lo que le dijo Jehová a Jeremías: “Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar” (Jeremías 1:10). Pero también le dice: “¿Qué ves tú, Jeremías? Y dije: Veo una vara de almendro” (v. 11). ¿Acaso crees tú que es una casualidad que cuando Dios llama al profeta siendo un niño, y éste se siente incapaz, como una vara seca, Jehová le muestra una vara de almendro? El almendro representa lo que es el ministerio de la Palabra de Dios. En lo que a mí se refiere, puedo decir que cuando yo tenía dieciséis años también Dios me mostró la vara de almendro. Yo iba a ser médico, tenía todos los planes para entrar a la universidad y Dios me dijo: « ¿Qué ves tú Radhamés?, y yo le dije: «Padre, veo una vara seca», mas Él me dijo: «Sí, pero tú vas a florecer para mí, y yo pondré mi palabra en tu boca». Por eso es que tengo mensaje de Dios, antes de eso, yo era simplemente una vara seca que se estaba preparando para ser más seco, porque me estaba disponiendo para vivir para mí, pero ahora estoy viviendo para Dios. En esta porción bíblica, el ministerio es representado con una vara de almendro, y cuando conocemos este árbol nos damos cuenta por qué Dios

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lo eligió para representar su llamamiento. Primeramente, el almendro se adelanta a todos los demás árboles y florece comenzando el año, antes que todos los demás. Así es un hombre llamado, se adelanta a los demás, y florece como la vara de Aarón floreció. Otra cosa interesante del almendro es que echa las flores antes que las hojas, cosa muy extraña, pues, entiendo que ese proceso se realiza a la inversa. Cuando Jesús encontró a la higuera llena de hojas, pero sin frutos, la maldijo (Mateo 21:19). Asimismo, hay muchos que reverdecen pero es simplemente apariencia, no encuentras nada en ellos. ¿Sabes cómo compara el escritor de Eclesiastés al almendro cuando florece, por sus lindísimas hojas blancas? Él dice que son como las canas de los ancianos (Eclesiastés 12:1-5). ¿Y de qué nos hablan las canas de los longevos? De madurez, de virtud, de pureza, de honra (Tito 2:2-5). Así como el almendro florece antes que todos los árboles, todo aquel que tiene un ministerio del Señor, florece donde nadie florece, y brota primero que todos, porque es vara de Dios. El Señor llama al ministerio para florecer, porque tiene su vida y su propósito. Cuando Dios pone su propósito en ti, todo lo que es de Él tiene que adelantarse como el almen“Ningún dro, no con hojas, pero sí con flores. ministerio Jehová le dijo a Jeremías: “Bien has florece fuera de visto; porque yo apresuro mi palabra para la presencia de ponerla por obra” (Jeremías 1: 12). ¿Sabes Dios” qué significa esto? Aquí hay un juego de palabras, porque la palabra almendro significa en hebreo “velar”, pero también significa “amanecer” (la primera parte del día). Por lo que, dicho de otra forma, Dios le dice al profeta: «Bien has visto, pues así de rápido tu ministerio de la palabra va a florecer, porque yo velo por mi Palabra hasta que se cumpla». El almendro (hebreo shaqed) aseguraba al profeta Jeremías que Dios no estaba dormido, sino que velaba (hebreo shoqed) para apresurar su palabra y hacerla cumplir. En otras palabras, de la manera que el almendro se adelanta a los demás árboles en su florecimiento, así la Palabra de Dios se iba a adelantar, pues Él la apresuraba, para que produzca y florezca. ¡Qué glorioso es ser ministro de Dios! Florecemos, no simplemente para ser señalados entre diez mil y que la gente sepa que somos llamados por Dios, sino que florecemos para traer Su fruto. Nuestro florecimiento es la Palabra, y sus frutos son las obras magníficas que realizamos en el nombre de Jesús y el Padre nos las concede (Juan 15:16).

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Ahora, hay una cosa importante que llama mi atención, y es que Dios mandó a que las varas sean puestas en su presencia, adentro, en el tabernáculo. Dios pudo ordenar que se presenten todos los príncipes, cada uno con su vara y luego reverdecer la de Aarón, a la vista de todo el pueblo. Mas, Él no lo hizo así, sino que ordenó que sean colocadas en el santuario, por lo que entiendo que ningún ministerio florece fuera de la presencia de Dios. Esa vara reverdeció porque estaba delante de Él. Las varas que son llamadas por Dios reverdecerán en su presencia. ¿Cuántos hay que están tratando de florecer de otras maneras? Bebiendo de la savia de los hombres, del humanismo y la teología filosófica que ha invadido a la iglesia. Por eso muchos están secos o, posiblemente, dando una apariencia de que están florecidos, como la higuera, pero lo que tienen son solo hojas. Mas, la vara que hace florecer Dios, no tan sólo recobra la vida, sino que se llena de flores, da renuevos y frutos incluso ya maduros. Una almendra verde es sumamente amarga, pero las maduras son exquisitamente dulces y sabrosas. Un ministerio para Dios reverdece, y luego salen los renuevos, señalando no solamente que está floreciendo, sino que se está reproduciendo. Ahora, si falta el fruto, para nada sirve. ¿Para qué un árbol reverdece y echa flores, si no tiene fruto? Jesús dijo que por el fruto se conoce el árbol, no por las hojas (Mateo 12:33). También dijo que lo que agrada a Dios es el fruto (Juan 15:2, 5,8), por eso es que quiere que llevemos Fruto (treinta), más fruto (sesenta), y mucho fruto (cien por ciento), en eso es glorificado el Padre (Mateo 13:23). Quiere decir entonces que mi Padre celestial quiere que yo me reproduzca al cien por uno. Él no quiere que me quede al treinta, ni que me quede al sesenta, sino que mi ministerio llegue al cien por uno, para que todo el que se acerque a mi árbol reciba sombra y fruto, y sea alimentado. Nunca veremos un árbol comiendo sus propios frutos, el árbol da frutos para que se los coman otros. Si nadie los toma, caen, y los consume la tierra, los pájaros u otros animales e insectos. Quién coma de nuestros frutos no debe ser nuestra preocupación, sino fructificar como quiere el Señor. Las cuatro fases que sufrió la vara seca de Aarón en su transformación a rama reverdecida, florecida y parida, ocurrieron de un día a otro (Números 17:8), lo cual no es el proceso natural de un árbol. Eso sucedió porque Dios quería mostrar algo y no podía dejar que pasen muchos días, pero para que haya fruto en un árbol deben darse ciertas fases de crecimiento. Un árbol primero reverdece, después echa flores, luego brotan sus renuevos y por último da el fruto. Por tanto, la primera enseñanza es que en Dios tenemos que pasar

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por un proceso; y lo segundo es que transcurre un tiempo, como pasaron las varas secas un día en la presencia de Dios. ¡Cuánto sucede en nuestras vidas en una noche con Dios! Un ministro llamado aprovecha más en un día con Dios que mil años aprendiendo de los hombres. En mi experiencia personal, duré muchos años aprendiendo de los hombres y lo único que conseguí fue incapacitarme para aprender de Dios. Recuerdo que yo, decepcionado, lloraba como un niño, hasta un día que le dije al Señor: «Padre mío, ¿por qué otros que comenzaron después que yo se han ido adelante y yo todavía estoy aquí, en medio de este dolor y esta frustración?» y Él me respondió: «Porque ellos no tienen casi nada que desaprender, en cambio tú tienes que dejar todo ese arsenal de información que te dieron los hombres». ¡Cuánto tiempo perdido! Un día con Dios no son necesariamente veinticuatro horas. Cuando la Biblia habla del día de Jehová o del tiempo de Jehová, no se refiere a un tiempo de veinticuatro horas, sino de un tiempo con Él. La vara para reverdecer necesitó de ese tiempo. El que hace florecer es Dios, y el que produce el fruto también es Él. El hombre no puede hacer florecer un árbol seco, solamente el Creador tiene esa capacidad, pero se la da a aquellos que Él llama. Por tanto, Nadie crece, sino en la presencia, nadie reverdece sino en la presencia, nadie florece, sino en la presencia, nadie da fruto, sino en la presencia. Luego que Moisés mostró la vara al pueblo, y con ello definió a quién Dios tenía por digno de su llamamiento (a Aarón), Jehová le dio otra instrucción. Entonces, Moisés sacó todas las varas de delante de Jehová y les retornó a cada uno de ellos, excepto a Aarón (Números 17:9), porque Jehová le había dicho: “Vuelve la vara de Aarón delante del testimonio, para que se guarde por señal a los hijos rebeldes; y harás cesar sus quejas de delante de mí, para que no mueran” (Números 17:10). Esa vara que reverdeció delante de Su presencia en el tabernáculo del testimonio, ahora Jehová quería que permaneciera adentro, en el arca con Él. Entiendo entonces que lo de Dios no está en exhibición, sino para testimonio. Jehová no quiso que la colocara al lado del arca, sino adentro, porque de ahí es que sale su gloria, su shekiná, su unción. ¡Qué tremenda enseñanza para los hombres que florecen! Los ministros de Dios no estamos en una vitrina para ser vistos de los hombres, sino que después que florecemos tenemos que quedarnos en oculto, para ser su testimonio: a la vista de Dios, pero fuera de la mirada de los hombres. Hoy, tristemente, el ministerio se ha utilizado para exhibición, cuando en realidad ha florecido para testimonio del Dios vivo. Pablo dijo: “ habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia

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porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. (…)… y no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo; solamente oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba. Y glorificaban a Dios en mí” (1 Timoteo 1:13; Gálatas 1:22-24). ¿Qué hacía la gente? Glorificaba a Dios en él, no a su persona. Hoy no sucede así, pues apenas comenzamos a florecer, nos damos a conocer, y repartimos tarjetitas de presentación, volantes de promoción donde nos presentaremos, y un listado largo de referencias y títulos, para mostrar quienes somos. Si navegamos en la Internet para conocer algunos ministros, lo primero que vemos cuando se abre su página es la foto de ellos y todo lo que hace su ministerio, y a veces al Señor ni se menciona. Eso me indica a mí que no es Dios el que lo ha hecho florecer, porque cuando Dios hace florecer, lo esconde en el arca, tipo de presencia, para sacarlo luego como testimonio. Mas, yo prefiero ser “Un ministerio una vara seca en la mano de Dios, que una no se mide por florecida para ser exhibida por los hombres. la cantidad de Yo quiero florecer para servir de testimonio de que el ministerio mío viene de Dios, y éxito visible, ni que Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por lo conocido que los siglos (Hebreos 13:8). pueda ser, sino ¡Qué interesante es ver que el ministro por el grado de reverdece, florece y produce fruto, manteniéndose oculto en la presencia de Dios! honra que dé Nota que el Señor Jesucristo cuando queal nombre del rían hacerlo rey se escondía (Juan 6:15). Señor. También, cuando entró a Jerusalén y la gente con ramas de palmera salió a recibirle, clamaban: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel!” (Juan 12:13); la multitud se iba tras él, y había quienes le rogaban a los discípulos diciéndole: “... quisiéramos ver a Jesús” (Juan 12:20-21). Pero cuando ellos se lo dijeron al Señor, él no les dijo a sus discípulos: «Pero, ¿qué hacen que no los han hecho pasar?; rápido traigan esos hombres a mí, no los hagan esperar. Entiendan que son gente importante que viene a conocerme, ¿dónde están? ¡Eh, estoy aquí! ¡Shu-shu, muévanse, quítense del medio, abran paso por favor, ¿no ven que me buscan? ¡eh, aquí estoy!» Tampoco la Palabra dice que salió al encuentro de ellos, con los brazos abiertos y esbozando una sonrisa de político, tratando de conquistar prosélitos, ¡no! Él se detuvo en medio del camino y levantó sus ojos al cielo, adorando a quien pertenece toda

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la gloria, y todo el honor y exclamó: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado. (…) Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:23,28). Jesús desvió la alabanza hacia Dios, por eso se oyó una voz del cielo que dijo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (Juan 12:28). La epístola a los Hebreos dice: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón” (Hebreos 5:4), y en seguida dice: “Así tampoco Cristo se glorificó a sí mismo haciéndose sumo sacerdote, sino el que le dijo: Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy” (v. 5). Quiere decir que él glorificó al que lo llamó al ministerio, y toda su vida fue para dar testimonio de Aquel que lo llamó. Hay tres cosas que Jehová pidió se colocaran dentro del arca: el maná, la vara de Aarón que reverdeció, y las tablas del pacto (Hebreos 9:4). Esas mismas cosas señalan a Cristo como: el maná escondido (Juan 6:58; Apocalipsis 2:17); el renuevo (la vara) sin parecer ni hermosura para que le deseemos (Isaías 53:2) y el Cordero Inmolado, cuya sangre sin mancha y sin contaminación, representa el nuevo pacto (1Pedro 1:19; 2 Corintios 11:25; 2 Corintios 3:6). ¡Oh, bendito Dios! Así estaba Jesús como raíz, escondido, como todo ministro debe estar oculto de los hombres, pero a la vista de Dios, para que sus ojos estén sobre el ministerio y lo haga florecer, y le dé más y más, y más. En cambio, hoy no esperamos que Dios sea el que testifique de nosotros, sino que usamos los medios propagandísticos, para que la gente sepa quiénes somos. Puede que tú le preguntes a alguien: ¿Conoces al pastor Juan Radhamés Fernández? Y él te responda: «No, nunca he oído de él», y yo digo: « ¡Gracias Padre, porque los hombres no me conocen, pero tú sí sabes quién soy!». Un ministerio no se mide por la cantidad de éxito visible, o lo conocido que pueda ser, sino por el grado de honra que dé al nombre del Señor. Cuando Dios hizo reverdecer a Jesús, salió del sepulcro victorioso diciendo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11:25). Cuando María lo encontró, lo quiso detener, pero Él le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). En otras palabras: «Este es un momento de gloria, no voy a estar con ustedes ahora, sino que iré después a Galilea. Ve y di a mis hermanos que primero voy a mi Padre, pues florecí y tengo que presentarme a Él como testimonio». Así tú, ¡ocúltate de los hombres, escóndete, guárdate, sal de la vista! Nosotros no somos nuestros, mi hermano, somos de Dios, y cuando un vaso cumple con su deber, el Señor le dice: «Ya te usé, ven ahora, métete conmigo, te sacaré la próxima vez que te vaya a usar». Somos de Dios, no somos de los hombres, y ese es el precio que hay que pagar por ser de Él.

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Aprendamos de Jesús. Cuando sus hermanos le dijeron: “Sal de aquí, y vete a Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces. Porque ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo” (Juan 7:3-4), él les respondió: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto. Subid vosotros a la fiesta; yo no subo todavía a esa fiesta, porque mi tiempo aún no se ha cumplido” (Juan 7:6,8). Cuando un ministro se gobierna a sí mismo va donde quiera, y hasta se aparece sin invitación, y dice: «Aquí estoy yo». Su tiempo siempre está disponible para toda actividad, porque su interés es darse a conocer, mostrarse, pero la vara de Aarón no era para ser vendida ni exhibida, era un testimonio del sacerdocio de Dios. Jehová no te honra en el ministerio para hacerte grande, ni para darte a conocer, sino para que seas de Él. La honra de Leví era Dios (Josué 13:33), como la honra de un ministro es Dios. El ministro que no conoce la honra de Dios no sabe cuál es su riqueza. Observa que cuando traían las diferentes ofrendas y mataban el animal, del Cordero había una parte presentada a Dios, y otra parte que se la comía el sacerdote (Deuteronomio 18:1). Dios compartió todo con los sacerdotes, los diezmos, la herencia, las ofrendas del pueblo, como diciéndole a Leví: «Las otras tribus tendrán herencia en la tierra, pero tú me tendrás a mí; esa es tu honra y tu riqueza». El ministro no fue llamado a andar por ahí, buscando aplausos ni halagos, ni ningún reconocimiento (¡qué ungido eres tú; qué elocuente, no hay quien hable como tú!), para que no ande envanecido, pues como bien dijo el apóstol Pablo: “… ¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7). Por eso, yo quiero estar adentro, allá, escondido en Él, para ser un testimonio oculto de servicio, y la gloria sea de Dios. La riqueza de un ministro es Dios, la herencia de un ministro es Dios, la recompensa de un ministro es Dios. El que no se conforme o quiera más que eso no ha entendido el valor de ser llamado por Dios. Sé que muchos ministros lo que han recibido del pueblo es dolor, sufrimiento e incomprensión, como Jeremías recibió odio, azotes y prisión (Jeremías 37:15). Si Jeremías hubiese estado pendiente a lo que el pueblo le pudiese dar, no hubiera podido levantar la voz, por la aflicción que estos le causaban. Mas, cuando el profeta se iba y se ocultaba, encontraba consuelo y gozo en Aquel que lo llamó y lo floreció. ¿Qué recibió Pablo, sino azotes sin medida, cárceles, prisiones, peligros en el mar, amenazas de muerte de su propia nación, oposición de los hermanos de algunas iglesias a su apostolado? ¡Cuántas cosas le hicieron al apóstol! Pero él no buscaba lo suyo, sino la honra de

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Aquel que lo llamó. El mensaje para los creyentes es el mismo: “Porque el amor de Cristo nos constriñe, pensando esto: que si uno murió por todos, luego todos murieron; y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos […] Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (2 Corintios 5:13-14; Gálatas 2:20). Digamos nosotros también: ya no vivo yo, pues estoy oculto y enterrado, para que viva Cristo en mí. Ya no me veo yo, sino el que me honró. ¿Cómo es posible que una vara seca, que por misericordia la hicieron reverdecer, ahora quiera estar en el medio exhibiéndose y quitándole la gloria al Rey? El pueblo de Dios tiene que orar por nosotros los ministros, pues hay mucha deshonra y pleitos en el ministerio, de gentes que dicen, como le dijeron a Moisés y a Aarón: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:3). Es difícil ahora encontrar el espíritu de aquellos santos, hombres que se ocultaban en Dios, para que el que brillara fuera el Señor. Es cierto que tenemos un llamado para estar al frente, pero también no hemos de temer dejar el lugar, para estar delante del Rey. Nuestra salvaguardia es la obediencia. Cuando tú andas en obediencia no tienes que preocuparte por nada, porque cuando Dios te dice: « ¡Ocúltate!», Él mismo te hará saber en el lugar que debes estar, en tal o cuál día, sin temor a errar, por lo que tú dirás: «Señor, como tú digas». Aunque en ausencia tuya el pueblo haga becerros, no temas, ocúltate. No digas: «Es que el pueblo se va a desviar…», ocúltate; «es que el pueblo necesita al mensajero», ocúltate; «Pero, ¿quién le va a dar la palabra?», ocúltate; «es que sin mí las cosas no van bien», ¡ocúltate!, porque el único que tiene que ser visto es Dios. En el desierto, por cuarenta años estuvo Jehová de los ejércitos en la columna de nube de día y en la columna de fuego de noche (Éxodo 13:21) y el pueblo lo veía; también el pueblo veía el maná que caía todos los días desde el cielo, pero a Moisés Él lo llamaba al monte y lo ocultaba en Su presencia. El salmista dijo que Jehová a los hijos de Israel notificó sus obras, pero a Moisés sus caminos (Salmos 103:7). Una de las grandes herencias que el ser humano ha recibido del pecado de Adán es la idolatría. A diario vemos cómo la gente corre detrás de los artistas famosos, a quienes llama “ídolos”. La corriente de este mundo a cualquier cosa (sea persona, animal o cosa) convierte en su “salvador”, lo levanta, exhibe y reverencia. Entonces, algunos ministros dicen: « ¿Y por qué a nosotros no

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nos hacen lo mismo, cuánto más si somos los hijos de Dios?», y yo les digo, porque no hay nadie que se exhiba más que el diablo. Ese es el espíritu que dice: “… sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (Isaías 14:14). Pero tú no, tu belleza es Dios, y si Él aparece, apareces tú, porque estás en Él. El deseo del apóstol Pablo era ser hallado en Él (Filipenses 3:8,9), y ese debe ser nuestro deseo también, pues así renacemos, florecemos y damos fruto en el secreto, delante del que nos hizo florecer. No obstante, hay quienes dicen que el testimonio es darse a conocer, algo totalmente contrario a lo que ya hemos visto. La vara fue mostrada, pero luego fue guardada, para testimonio en el secreto con Dios. Si no lo ves de esa manera, ve a los evangelios y lee cuántas veces Jesús despedía a la multitud y luego se ocultaba a orar (Mateo 6:46; 14:23). Luego, vemos a los apóstoles recorriendo las ciudades, haciendo milagros y maravillas, pero cuando oyeron que la gente decía: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros” (Hechos 14:11), y que trajeron animales y guirnaldas para ofrecerles sacrificios (v. 13), ellos rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud gritando que no lo hagan (v. 14). Cuando la gente ve el poder de Dios manifestado en algunos hombres, los idolatran, y eso solo acarrea confusión y caída. Recuerdo que cuando aquel evangelista famoso cayó y confesó llorando su pecado, se lamentaba y decía que hubiese podido vencer esa debilidad antes, si la hubiera confesado a la iglesia, para que sus hermanos orasen y le ayudaran a vencer esa atadura que traía desde su niñez. Pero como se había engrandecido y todos los ministros venían a él, por ser la “estrella que más brillaba”, se consideró a sí mismo un hombre muy elevado para pedirle consejo a otros. ¿Sabes quién tiene una gran responsabilidad en que estas cosas ocurran? El pueblo que idolatra a los ungidos y anda corriendo detrás de ellos, y halagan al que canta bonito, adulan al que salmea, lisonjean al que predica, y veneran al que tiene el don de sanidad. Andan detrás de ellos para adorarles, como los licaonianos a los apóstoles (Hechos 14). Pero cuando Bernabé y Pablo oyeron eso, gritaron a la multitud: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (v. 15). Así también a nosotros nos ha llegado la hora de lanzarnos sobre ellos, y gritarles: « ¡No, no, por amor a su nombre, no lo hagan, yo soy un hombre semejante a ustedes, adoren a Dios! ». Algunos dicen al ser halagados: «Pobrecitos, es que nos aman y no saben lo que hacen», pero yo digo, sí saben lo que hacen, eso no es más que un espíritu de idolatría que los lleva a adorar a las criaturas antes

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que a Dios. Sin embargo, pienso que peor es aquel que lo permite y alimenta el monstruo del yo. ¡Bienaventurado aquel que está alerta para decir: «No, a mí no, yo soy un hombre, alaben a Dios»! ¿Te digo algo? Nadie está libre de la idolatría, y cuando digo nadie es ninguno. Ni Juan, el discípulo amado, fue exento de estas cosas. El que se recostaba en el pecho de Jesús y que por tanto tenía mejor intimidad; al que se le mostró el Apocalipsis y lloró porque no había nadie digno de desatar los sellos; el que oyó que solamente había uno digno, el León de la tribu de Judá; el que vio la visión en la que todos decían: « ¡Gloria al Cordero! ¡Gloria al Cordero!» y vio a Jesús; pero no vio en el cielo a Pedro diciendo: «A mí me crucificaron con la cabeza para abajo por causa del Señor», sino que todos decían « ¡Gloria al Cordero! ¡Gloria al Cordero!» Tampoco vio que se levantara Pablo diciendo: «Miren todas mis cicatrices de tantos azotes, miren las marcas de las cadenas», sino que oyó decir: « ¡Gloria al Cordero! ¡Gloria al Cordero!»; el que escuchó a los veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivientes, los ciento cuarenta y cuatro mil, y que todos adoraban al Cordero, ese hombre también falló. Y eso para mí es contunden“El antídoto te, pues Juan que vio todo eso, y que entencontra el dió que los únicos que perseverarán son los germen de la que no adoran a la bestia ni a su imagen, sino al Cordero, aún así, cuando vio al ángel idolatría, que en esa gran revelación se le tiró a los pies reside en nuestra para adorarlo, no una, sino dos veces. carne, es recibir Entonces ese ser celestial, al ver a Juan posel testimonio trarse para adorarle, le dijo: “Mira, no lo de Jesús” hagas; yo soy consiervo tuyo, y de tus hermanos que retienen el testimonio de Jesús. Adora a Dios” (Apocalipsis 19:10). Quiere decir entonces que todavía le faltaba a Juancito la vacuna contra la idolatría, para matarle ese germen maldito que está en la carne, y que no puede ver tanta gloria y revelación sin postrarse a adorar al que ha sido usado como instrumento, quitando la vista de Dios, quien es el que realmente hace todas las cosas. Nota que el ángel le habló a Juan de que él era consiervo de los que retienen el testimonio de Jesús, por tanto, ¿para qué es el ministerio? Para testimonio de Jesús; ¿para qué hay que predicar el evangelio a toda tribu, pueblo, lengua y nación? Para testimonio. Pero yo no soy el testimonio, sino aquel de

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quien Dios testificó (1 Juan 5:9-11). Dios no me dio el testimonio para que lo tenga en mí, ni simplemente para honrarme, sino para que yo sea un instrumento de Él, para llevar su gloria y darlo a conocer, para que todos digan: ¡Gloria al Cordero que fue inmolado! Amado hermano y consiervo, tú eres una vara que ha sido reverdecida, y has florecido, y llevas renuevos; una vara que ha producido almendras, y éstas maduras. Por la gracia bendita del Señor somos lo que somos, y tenemos que orar para que el Señor levante una generación de ministros como los de aquellos días. Ellos florecían en la presencia, y cuando estaban bien florecidos, seguían delante de la presencia, para testimonio de la gloria de Dios. El Señor no quiere que le hagamos culto a ningún ministerio ni a ningún hombre, pues hay quienes no adoran a la bestia, pero adoran a la imagen. No te pierdas, la imagen proyecta a la bestia. A veces estamos adorando imágenes que hemos creado de los hombres. Y si Juan con toda esa revelación, no estuvo libre de la idolatría, yo tengo que tirarme a los pies de mi Dios, y decirle: «Señor, líbrame de la gloria humana a mí también». El antídoto contra el germen de la idolatría, que reside en nuestra carne, es recibir el testimonio de Jesús. Es mi deseo que Dios nos desanime de la gloria humana, al punto de sentir un aborrecimiento por ella, pensando en esto: No puedo recibir un honor que le pertenece a mi Señor o consentir que me halaguen a mí y se olviden de Él. Yo quiero ser como Jesús, que cuando lo estaban honrando, Él desviaba la gloria al Padre diciendo: “Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:28); y cuando le pidió al Padre que le glorificara era para luego glorificarle a Él (Juan 17:1). El propósito de nuestra elección y llamamiento se logra solo cuando nuestro ministerio honra a Dios y añade gloria a su alabanza.

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Capítulo II

EL LLAMAMIENTO ES CONFORME AL CORAZÓN DE DIOS

“Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días” -1 Samuel 2:35

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al como son los pensamientos del corazón de Dios, así es Él. El Señor siempre actúa en conformidad con su carácter y nunca realiza nada que no armonice perfectamente con su forma de ser. Nuestro Dios es fiel consigo mismo, por lo que si hay algo que la Biblia revela consistentemente acerca del Señor es su integridad para con su naturaleza divina. Es notable por todas las Sagradas Escrituras el celo de Dios por todo lo que es digno de Él, por eso, todas sus obras están en armonía con sus atributos divinos. Por ejemplo, Él reina en santidad porque Él es Santo; la justicia es el cimiento de su trono, porque Él es justo; su palabra es verdadera porque Él es la verdad; y la fidelidad le rodea porque Él es el Fiel y el Verdadero. Lo que el salmista dice acerca de la Palabra de Dios es que la misma es una manifestación de los pensamientos de su corazón. El dice: “La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; El testimonio de Jehová es fiel, que

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hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; El precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; Los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado; Y dulces más que miel, y que la que destila del panal” (Salmos 19:7-10). La ley de Jehová es perfecta porque el Señor es perfecto; el testimonio de Jehová es fiel, porque así es Él; los mandamientos de Jehová son rectos, porque expresan su manera de ser; y sus preceptos son puros, porque revelan la pureza de su carácter. Cuando Moisés contempló su gloria en el Monte Sinaí, también oyó su potente voz describiéndose a sí mismo: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:5-7). Dios no solo está interesado en revelar sus atributos y carácter, sino que es celoso con su naturaleza divina, y esto lo hace notable en toda la revelación bíblica. Él no solo actúa siempre en conformidad con los pensamientos de su corazón, sino que exige a los que son llamados a su servicio a vivir en perfecta armonía con todo lo que es Su santidad. Notemos, por ejemplo, la siguiente exhortación del apóstol Pedro: “… sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación” (1 Pedro 1:15)

¿Por qué debemos ser santos, según el apóstol? La respuesta es porque el que nos llamó es santo y todo lo que está relacionado con Él también lo es: Sus cielos son santos (Salmos 20:6); su templo es santo (Salmos 11:4); su morada es santa (Salmos 68:5); su monte es santo (Salmos 2:6); su nombre es santo (Levítico 20:3); su camino es santo (Salmos 77:13); como su ley y mandamientos son santos (Romanos 7:12). Por eso, la santidad conviene a su casa (Salmos 93:5), pues nuestro Dios es santo, habita en santidad, ama la santidad, demanda santidad y solo le agrada lo que es santo. Del mismo modo, este principio es aplicable a cualquiera de sus atributos divinos.

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La creación testifica de esta verdad. Decimos con frecuencia que el Señor creó todo de la nada, pero eso que llamamos “nada” en realidad es el todo de Dios. Afirmo esto porque la Biblia enseña que el Creador se tomó a sí mismo para crear todo lo que existe. Por ejemplo, Él tomó su imagen, para hacer al hombre (Génesis 1:26); también tomó su aliento para impartir vida a Adán (Génesis 2:7). Hay una palabra de Dios en el sol, en la luna, en las estrellas; igualmente hay una Palabra suya en el mar, en la flora, en la fauna (Génesis 1), “… él dijo, y fue hecho; El mandó, y existió” (Salmos 33:9). El Creador tomó de la esencia de sí mismo para crear todo lo que hay (Su voluntad, Su poder, Su sabiduría, Su perfección, Su aliento, Su vida, etc.) y esta es la causa por la cual la Biblia dice que Él puso su gloria en los cielos (Salmos 8:1). También afirma que la tierra está llena de su gloria (Isaías 6:3), y que hizo todo con sabiduría (Jeremías 51:15). Por tanto, “Los cielos cuentan la gloria de Dios, Y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmos 19:1). Lo que quiero enseñar es que Dios no creó ni una sola cosa de su creación separadamente de Él. Este principio de la conducta divina no se limita a la creación natural, sino que Él actúa de la misma manera en la dimensión espiritual. Por ejemplo, la Biblia dice que el hombre nuevo que Él creó en nosotros fue “creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4:24). Las Escrituras afirman, además, que nuestro hombre espiritual es participante de la naturaleza divina (2 Pedro 1:4). Nota lo que el apóstol Pablo escribió a los efesios: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados…” (Efesios 4:1). Pablo ruega a sus hermanos de Éfeso a andar como es digno de la vocación a la cual fueron llamados. Esta forma de caminar, según el apóstol, no es más que vivir conforme a la vida y naturaleza de Dios, cuando actuamos: “… con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:2-3). Todas estas son virtudes o cualidades del carácter divino. Escribiendo a Timoteo, el apóstol le dice: “… quien nos salvó y llamó con llamamiento santo…” (2 Timoteo 1:9). ¿Por qué el llamamiento es santo? La respuesta es simple: porque procede del Santo de los santos. Charles Spurgeon dijo: «El que no es llamado primero a la santidad, jamás ha sido llamado por Dios al ministerio». Esto no solo debe ser dicho con relación a la santidad, sino también a la verdad, a la justicia, a la integridad, etc. Si estudiamos todos los llamamientos que Dios hizo a sus santos hombres en la historia bíblica, veremos que todos fueron llamados a hacer algo específico para Dios, pero también a todos, sin excepción, se les exigió hacerlo conforme al corazón, a

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la naturaleza y al propósito divinos. Los que obraron de esa manera fueron aprobados por el Señor, los que no lo hicieron, fueron desaprobados. Es notorio en las Escrituras que Jehová dio testimonio de Moisés como siervo suyo. Él destacó que Moisés fue el hombre más manso de la tierra (Números 12:3); que no hubo profeta como él (Deuteronomio 34:10); y que fue fiel como siervo en la casa de Dios (Hebreos 3:5). Mas, cuando en su representación delante del pueblo, no actuó conforme al carácter de Dios, y no santificó el nombre del Señor, fue desaprobado y casti“Los hombres gado (Deuteronomio 32:51-52). De la miscreerán de Dios ma manera aconteció con David, a quien lo que vean y Dios mismo señaló como un hombre conforme a su corazón (1 Samuel 13:14; 16:7; oigan de los que Hechos 13:22), al cual tampoco le encubrió fueron llamados su falta. Cuando David tomó una mujer que a representarlo y no era la suya y mató a su esposo (Urías darlo a conocer” heteo, un hombre leal), Jehová lo castigó severamente y sentenció que la espada no se apartaría de su casa (2 Samuel 12:10). Aunque el Señor perdonó a David, notemos lo que la Biblia dice acerca de la reacción de Dios ante su pecado: “Mas esto que David había hecho, fue desagradable ante los ojos de Jehová” (2 Samuel 11:27). Y cuando Dios reprendió a su amado rey, a través del profeta Natán, le dijo: “Yo te ungí por rey sobre Israel, y te libré de la mano de Saúl, y te di la casa de tu señor, y las mujeres de tu señor en tu seno; además te di la casa de Israel y de Judá; y si esto fuera poco, te habría añadido mucho más. ¿Por qué, pues, tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos? A Urías heteo heriste a espada, y tomaste por mujer a su mujer, y a él lo mataste con la espada de los hijos de Amón. Por lo cual ahora no se apartará jamás de tu casa la espada, por cuanto me menospreciaste, y tomaste la mujer de Urías heteo para que fuese tu mujer” (2 Samuel 12:7-10). Fíjate como el santo del cielo catalogó el pecado de David, en las siguientes expresiones: “… tuviste en poco la palabra de Jehová, haciendo lo malo delante de sus ojos (…) me menospreciaste” (v. 9,10). El Señor considera un menosprecio y tener en poco su palabra cuando, realizando un ministerio en su nombre, hacemos lo malo delante de sus ojos. El adulterio, el homicidio, la injusticia, la traición y la maldad obrada por David en perjuicio de Urías heteo, en nada representaban el carácter y el corazón de Dios. El Señor rechaza con gran desagrado, todo lo que se ministre para Él que no esté en armonía con su pureza y santidad.

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¿Por qué Dios consideró un menosprecio a su persona la conducta de David? La respuesta está explícita: obrar en representación de Dios de una manera contraria a quien es Él es un menosprecio a su persona. Hacer algo indigno de Dios, ministrando en nombre del Señor es menospreciarlo a Él. La razón es simple: los hombres creerán de Dios lo que ven y oigan de los que fueron llamados a representarlo y a darlo a conocer. Israel menospreciaba la ofrenda de Jehová en los días que ministraban los hijos de Elí, porque ellos también la tenían en poco (1 Samuel 2:12-17). Cuando el ministerio sacerdotal de la casa de Elí le falló al Señor, obrando en una manera que no era digna de su santo llamamiento, Él anunció: “… yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón…” (1 Samuel 2:35). Por tanto, quiero invitarte a que estudiemos juntos lo que es un llamamiento conforme al corazón de Dios, a través de las siguientes enseñanzas bíblicas.

2.1  “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” “Entonces Abisai hijo de Sarvia dijo al rey: ¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza. Y el rey respondió: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” - 2 Samuel 16:9-10

Antes de entrar en el tema, quiero decirte que este mensaje acerca de los hijos de Sarvia, y otros, contenidos en esta obra, tienen un sentido profético. Los mismos, Dios me los reveló en momentos proféticos, para exhortar y revelar Su corazón. Este en particular, inicialmente el Señor me lo dio para un ministerio radial, muy conocido en mi ciudad, y desde entonces han transcurrido cerca de doce años, y es increíble cómo el mismo reveló los pensamientos de muchos corazones (Lucas 2:35). De hecho, cuando este mensaje fue ministrado causó tanta conmoción y lágrimas que algunos no se atrevieron a predicar por días, pues sus corazones fueron reprendidos. Con todo, este mensaje fue grabado y reproducido y ha circulado por muchos países, y he sabido que conocidos predicadores lo han oído y también lo han predicado. Por lo cual, me siento honrado que hombres de Dios prediquen mensajes que originalmente el Señor me los haya revelado a mí. Solo pido que todo aquel que repita cualquiera de estos mensajes sea sincero con

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esta palabra y se disponga de corazón a vivirla. El que predica está comprometido con el mensaje que anuncia, pues predicar este mensaje solo porque constituye una poderosa y sorprendente revelación, y no desear vivirlo manifiesta automáticamente que tenemos el espíritu de los hijos de Sarvia. Aclarado esto, entremos al tema en cuestión. En nuestro versículo tema, vemos que David responde al requerimiento de Abisai con una pregunta: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 16:10). Sarvia era una mujer, hermana de David, la cual tuvo tres hijos -Joab, Abisai y Asael- (1 Crónicas 2:16), quienes pertenecían al ejército de Israel, y eran considerados entre sus valientes. Conozcamos primero a Joab, y luego a sus hermanos, en cada uno de los incidentes donde la Biblia nos deja ver el perfil de estos hombres. “Entonces se fue David con todo Israel a Jerusalén, la cual es Jebús; y los jebuseos habitaban en aquella tierra. Y los moradores de Jebús dijeron a David: No entrarás acá. Mas, David tomó la fortaleza de Sion, que es la ciudad de David. Y David había dicho: El que primero derrote a los jebuseos será cabeza y jefe. Entonces Joab hijo de Sarvia subió el primero, y fue hecho jefe” (1 Crónicas 11:4-6). Nota que Joab llegó primero a conquistar la ciudad de los jebuseos y por mérito militar y valentía llegó a ser general del ejército de David, su tío. Veamos ahora la segunda hazaña de Joab: “Joab peleaba contra Rabá de los hijos de Amón, y tomó la ciudad real. Entonces envió Joab mensajeros a David, diciendo: Yo he puesto sitio a Rabá, y he tomado la ciudad de las aguas. Reúne, pues, ahora al pueblo que queda, y acampa contra la ciudad y tómala, no sea que tome yo la ciudad y sea llamada de mi nombre. Y juntando David a todo el pueblo, fue contra Rabá, y combatió contra ella, y la tomó. Y quitó la corona de la cabeza de su rey, la cual pesaba un talento de oro, y tenía piedras preciosas; y fue puesta sobre la cabeza de David. Y sacó muy grande botín de la ciudad” (2 Samuel 12:26-30).

¡Qué gesto de lealtad tuvo Joab con su rey! Observa que la palabra hebrea “Rabá” significa grande o grandeza, bien podemos aplicar entonces que los pensamientos de este hombre eran conferir todo dominio a su rey. Joab dijo con esta acción: « ¡Yo no quiero que la ciudad lleve mi nombre, sino el nombre de mi rey! Toda la grandeza de mi conquista es para él». Así pensaba Joab, con lealtad

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a favor de quien se esforzaba y arriesgaba su vida. Él no quería para sí grandeza, logros ni conquistas, sino para el rey. Confirmémoslo en este otro incidente: “Conociendo Joab hijo de Sarvia que el corazón del rey se inclinaba por Absalón, envió Joab a Tecoa, y tomó de allá una mujer astuta, y le dijo: Yo te ruego que finjas estar de duelo, y te vistas ropas de luto, y no te unjas con óleo, sino preséntate como una mujer que desde mucho tiempo está de duelo por algún muerto; y entrarás al rey, y le hablarás de esta manera. Y puso Joab las palabras en su boca. (…) Entonces David respondió y dijo a la mujer: Yo te ruego que no me encubras nada de lo que yo te preguntare. Y la mujer dijo: Hable mi señor el rey. Y el rey dijo: ¿No anda la mano de Joab contigo en todas estas cosas?” (2 Samuel 14:1-3, 18-19).

Destaquemos algunas cosas de este relato. Joab sabía que David estaba muy deprimido por la ausencia de su hijo, después de la desgracia que había sucedido en la familia. Ocurrió que Absalón había huido después de haber dado muerte a su medio hermano, para vengar la honra de Tamar su hermana a quien Amnón había violado (2 Samuel 13:22, 28). El hijo de Sarvia vio que David quizás ni comía por estas cosas, y para consolarle, tramó un plan para que el rey hiciera volver a su hijo sin que con eso mostrare, digamos, una debilidad de carácter que no correspondía a su dignidad como monarca. Por tanto, podemos afirmar que Joab siempre estaba pensando en el bienestar del rey, y se compadecía y hacía cosas para resolver sus problemas y evitarle tristezas. En este otro relato notemos otra cualidad de Joab a favor de su líder: “Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá. Y dijo el rey a Joab, general del ejército que estaba con él: Recorre ahora todas las tribus de Israel, desde Dan hasta Beerseba, y haz un censo del pueblo, para que yo sepa el número de la gente. Joab respondió al rey: Añada Jehová tu Dios al pueblo cien veces tanto como son, y que lo vea mi señor el rey; mas ¿por qué se complace en esto mi señor el rey? Pero la palabra del rey prevaleció sobre Joab y sobre los capitanes del ejército. Salió, pues,

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Joab, con los capitanes del ejército, de delante del rey, para hacer el censo del pueblo de Israel” (2 Samuel 24:1-4).

Hicieron el censo, Jehová se enfureció, y mandó una plaga y murieron como setenta mil hombres (2 Samuel 24:14-15). Subrayemos ahora la intervención de Joab, el cual trató de impedir que David hiciera algo en contra de la voluntad divina, ya que sólo se contaba el pueblo cuando Jehová así lo ordenaba, pues el único que tenía el derecho de saber su número era Dios. El pecado de David con esta acción podía ser grave, tal como él mismo lo definió, pues en última instancia fue una conducta impropia de parte del rey, ya que sus victorias se las había dado Dios y no la fuerza ni destreza de su ejército. Por eso, Joab le advirtió como diciendo: « ¡Que Jehová aumente aún cien veces más del número de la población de Israel y que tú lo puedas ver!, pero ¿para qué un censo? Eso te traerá problemas». Este hecho nos muestra a un Joab preocupado por los asuntos del reino, tratando de evitar que David pecara o que le sobreviniera un gran dolor. Ahora miremos este hombre como militar, en el siguiente relato: “Viendo, pues, Joab que se le presentaba la batalla de frente y a la retaguardia, entresacó de todos los escogidos de Israel, y se puso en orden de batalla contra los sirios. Entregó luego el resto del ejército en mano de Abisai su hermano, y lo alineó para encontrar a los amonitas. Y dijo: Si los sirios pudieren más que yo, tú me ayudarás; y si los hijos de Amón pudieren más que tú, yo te daré ayuda. Esfuérzate, y esforcémonos por nuestro pueblo, y por las ciudades de nuestro Dios; y haga Jehová lo que bien le pareciere” (2 Samuel 10:9-12).

¡Tremendo estratega! Un hombre que sentía carga por la causa de Israel, el cual peleaba sus guerras y se esforzaba y celaba las ciudades de su Dios. Aplicando, podemos decir que este hombre era un siervo leal, esforzado y valiente cuya vida exponía para su rey y que temía a Dios. Ahora, mi pregunta es si Joab tenía tantas cualidades e hizo todas esas cosas para complacer al rey, por qué David dice: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 26:10). Antes de responder a esta interrogante, conozcamos ahora a su otro hermano, el segundo hijo de Sarvia llamado Abisai, el cual también era contado entre los valientes de David. Veamos ahora una de sus hazañas:

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“Además de esto, Abisai hijo de Sarvia destrozó en el valle de la Sal a dieciocho mil edomitas. Y puso guarnición en Edom, y todos los edomitas fueron siervos de David; porque Jehová daba el triunfo a David dondequiera que iba. Reinó David sobre todo Israel, y juzgaba con justicia a todo su pueblo. Y Joab hijo de Sarvia era general del ejército, y Josafat hijo de Ahilud, canciller” (1 Crónicas 18:13-15).

Es decir, Abisai era un hombre valiente, de logro militar y esforzado, como sus hermanos. Él, junto con ellos, contribuía grandemente al reino de David, para que Dios pudiera hacer lo que quiso hacer con el hijo de Isaí. Mirémoslo en este otro incidente: “Y se levantó David, y vino al sitio donde Saúl había acampado; y miró David el lugar donde dormían Saúl y Abner hijo de Ner, general de su ejército. Y estaba Saúl durmiendo en el campamento, y el pueblo estaba acampado en derredor de él. Entonces David dijo a Ahimelec heteo y a Abisai hijo de Sarvia, hermano de Joab: ¿Quién descenderá conmigo a Saúl en el campamento? Y dijo Abisai: Yo descenderé contigo” (1 Samuel 26:5-6).

¡Valiente ese Abisai! Él sabía que iba a arriesgar su vida, pero con arresto y bravío se ofreció voluntariamente a acompañar a su rey. Delineemos su carácter con este otro relato: “David, pues, y Abisai fueron de noche al ejército; y he aquí que Saúl estaba tendido durmiendo en el campamento, y su lanza clavada en tierra a su cabecera; y Abner y el ejército estaban tendidos alrededor de él. Entonces dijo Abisai a David: Hoy ha entregado Dios a tu enemigo en tu mano; ahora, pues, déjame que le hiera con la lanza, y lo enclavaré en la tierra de un golpe, y no le daré segundo golpe” (1 Samuel 26: 7-8). Nota la actitud de Abisai, él pensaba que había llegado el momento de que su rey, el ungido de Jehová, reine, por eso no dudó en acompañarlo. De hecho, este incidente no fue algo simple como decir que David junto con uno de su ejército hizo un sencillo reconocimiento al lugar donde acampaban sus perseguidores, no. Entrar al campamento enemigo mientras éstos dormían era como “meterse en la boca del lobo” o “ponerle el cascabel al gato”. Abisai estaba consciente del riesgo que tomaba, por eso dijo que daría un golpe, uno solo, pero fatal y certero que no necesitaría otro más. Sin embargo,

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David le respondió: “No le mates; porque ¿quién extenderá su mano contra el ungido de Jehová, y será inocente? Dijo además David: Vive Jehová, que si Jehová no lo hiriere, o su día llegue para que muera, o descendiendo en batalla perezca, guárdeme Jehová de extender mi mano contra el ungido de Jehová. Pero toma ahora la lanza que está a su cabecera, y la vasija de agua, y vámonos” (1 Samuel 26:9-11). David, que era el perseguido, no quiso hacerlo, pero vemos a Abisai, que no era el objetivo ni el blanco de estos enemigos, y no le importaba perder su vida al intentar matar a aquel que quería impedir que su rey reinara. Miremos la actuación de este valeroso hombre de guerra, en este otro incidente: “Volvieron los filisteos a hacer la guerra a Israel, y descendió David y sus siervos con él, y pelearon con los filisteos; y David se cansó. E Isbi-benob, uno de los descendientes de los gigantes, cuya lanza pesaba trescientos siclos de bronce, y quien estaba ceñido con una espada nueva, trató de matar a David; mas Abisai hijo de Sarvia llegó en su ayuda, e hirió al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David le juraron, diciendo: Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel” (2 Samuel 21: 15-17). Esta gente sabía lo que era cuidar la cabeza y defender el reino. Cuando Abisai notó que su rey estaba cansado y que aquel gigante, con ferocidad, trataba de matarle, salió en defensa de David, ayudándole y quitándole la vida al descomunal filisteo. Y dice la Escritura: “Y Abisai hermano de Joab, hijo de Sarvia, fue el principal de los treinta. Éste alzó su lanza contra trescientos, a quienes mató, y ganó renombre con los tres” (2 Samuel 23:18). Conozcamos ahora a Asael, el tercer hijo de Sarvia. Él era uno de los treinta valientes del ejército de Israel bajo cuyo mando había veinticuatro mil hombres (2 Samuel 23:24; 1 Crónicas 11:26; 27:7). Las Escrituras describen a Asael como un hombre sumamente veloz y aguerrido en las batallas de Dios, muy similar a sus hermanos. Mirémosle en la última de sus intervenciones, en la cual no obtuvo, tristemente, un buen fin: “La batalla fue muy reñida aquel día, y Abner y los hombres de Israel fueron vencidos por los siervos de David. Estaban allí los tres hijos de Sarvia: Joab, Abisai y Asael. Este Asael era ligero de pies como una gacela del campo. Y siguió Asael tras de Abner, sin apartarse ni a derecha ni a izquierda. Y miró atrás Abner, y dijo: ¿No eres tú Asael? Y él respondió: Sí. Entonces Abner le dijo: Apártate a la derecha o a la izquierda, y echa mano de alguno de los hombres, y toma para ti sus despojos. Pero Asael no quiso apartarse de en pos de él. Y Abner volvió a decir a Asael: Apárta-

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te de en pos de mí; ¿por qué he de herirte hasta derribarte? ¿Cómo levantaría yo entonces mi rostro delante de Joab tu hermano? Y no queriendo él irse, lo hirió Abner con el regatón de la lanza por la quinta costilla, y le salió la lanza por la espalda, y cayó allí, y murió en aquel mismo sitio” (2 Samuel 2:17-23).

Asael, como hemos visto, era un soldado valioso para la armada de David y fueron muchas las victorias que obtuvo para su reino. Sin embargo, el intentar matar a Abner en aquel lugar que llamaron “Helcat-hazurim” o “el campo de espadas” fue una osadía de parte del muchacho, ya que los generales al mando de cada grupo -Joab y Abner- habían decidido que solo los jóvenes pelearían en ese encuentro (2 Samuel 2:14). Y a pesar que los hombres de David ganaron frente al ejército de Is-boset, hijo de Saúl, matando como a trescientos sesenta hombres, el cronista bíblico destacó que al pasar revista al ejército de David faltaron diecinueve hombres y Asael (2 Samuel 2:30), destacando su nombre, por lo que entendemos entonces que fue una gran pérdida. En síntesis, muchas fueron las contribuciones de estos hombres, valientes y meritorias, las cuales los llevaron a un merecido lugar de honor en la guardia del rey. No obstante, insisto, por qué David dice de ellos: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 16:10). Mas, luego de haber visto tantas acciones valerosas de los hijos de Sarvia, creo que ya estamos listos para dar respuesta a nuestra repetida pregunta. Empecemos entonces analizando la misma interrogante. Analicemos lo que significa la expresión “¿qué tengo yo con vosotros?” La preposición “con” significa estar al lado de, juntamente, unión, cooperación, por lo que entiendo que David quiso decir: « ¿Qué relación tengo yo con ustedes, qué armonía, en qué me parezco yo a ustedes; por qué estoy yo junto a ustedes, por qué ustedes están junto a mí?» Expresión muy parecida a la que Jesús le dijo a su madre María, cuando ella le pidió que hiciera el milagro en las bodas en Caná de Galilea: “¿Qué tienes conmigo, mujer? Aún no ha venido mi hora” (Juan 2:4). Aunque María tenía el corazón de Jesús, en esta ocasión, por causa de ignorar el plan de Dios, se distanció del sentir de su hijo. Por eso, Jesús le quiso decir, en otras palabras: «Tú no estás sintonizada conmigo, mujer; no ha llegado mi hora, todavía no comprendes ni entiendes mi tiempo, y el propósito del Padre conmigo». Algo semejante, le dijo Pablo a los corintios: “… ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué

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parte el creyente con el incrédulo?” (2 Corintios 6:14-15). Así dijo David: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia?” (2 Samuel 16:10). La gran enseñanza es que Joab, Abisai y Asael eran parientes del rey, le servían al rey, conquistaron reinos para el rey, eran leales al rey, celaban y protegían las cosas del rey, pero no tenían el corazón ni el espíritu del rey. Ellos tenían sus propias agendas, sus propias aspiraciones en el reino, y actuaban en consecuencia. De la misma manera, tú puedes estar peleando las guerras de Dios, hacer muchas aportaciones a Su reino, y no tener el corazón del reino. Se pueden hacer grandes esfuerzos en el reino de Dios y no tener nada que ver con Dios. ¡Ojalá Dios nos haga entender lo que estamos diciendo! Han habido hombres que se han esforzado de forma profusa para Dios, que han dado sus vidas enteramente, desde niños hasta adultos, esforzándose con mucho celo y, sin embargo, es como si no hubiesen hecho nada, pues no tienen Su corazón. Éstos ignoran por qué Dios hace las cosas ni por qué las quiere hacer; no conocen los Caminos de Dios, ni tienen la intención ni la motivación de Él; están siempre equivocados, andan errados, haciendo esfuerzos inútiles, porque son como los hijos de Sarvia, no tienen el corazón del Rey. Tomemos ahora a David como un tipo del Señor, ya que el mismo Dios lo describió como un varón conforme a su corazón (Hechos 13:22), y veamos cómo él consideraba a estos hombres que habían arriesgado tantas veces sus vidas por su reino, pero que no tenían ningún parentesco con él ni en carácter ni en espiritualidad. ¿Fue David injusto al expresar su descontento y rechazo a estos valientes de su armada? Bueno, respondamos esa interrogante con el último incidente que hemos visto de los hijos de Sarvia, donde perdió la vida Asael, el menor de ellos. Para tener un contexto, recordemos a Abner (quien mató a Asael), general del ejército de Saúl, el cual hizo rey a Is-boset hijo de Saúl, sobre todo Israel, a excepción de la casa de Judá la cual siguió a David (2 Samuel 2:8,9). Sucedió que después de un tiempo, Abner se enojó con Is-boset porque éste le reclamó que había tomado como mujer a Rizpa, concubina de Saúl su padre (2 Samuel 3:8), así que decidió hacer pacto con David. Con ese fin subió Abner a Hebrón, para reunirse con David, y luego que acordaron y comieron juntos se fue en paz (vv. 12, 20, 21). Mientras esto ocurría, Joab no estaba en el campamento, pero cuando llegó, alguien le dijo que Abner había estado allí (vv. 22-23), por lo que fue y le reclamó a David diciendo: “¿Qué has hecho? He aquí Abner vino a ti; ¿por qué, pues, le dejaste que se fuese? Tú conoces a Abner hijo de Ner. No ha venido sino para engañarte, y para enterarse de tu salida y de tu entrada, y para saber todo lo que tú haces” (vv. 24-25). Hasta este momento, vemos a Joab reaccionando y

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advirtiendo a su rey lo peligroso que podía ser la unión con Abner. Aparentemente, su enojo era justificado, ya que Abner fungió como jefe de la armada del bando contrario. Mas, ¿serían su enojo y su rabia motivados por esa sola razón? Veamos ahora cómo sus hechos nos muestran su verdadera motivación y nos acercan, aún más, al rhema de esta ministración. Joab, inmediatamente que salió de la presencia de David, decidió actuar por su propia cuenta y mandó a alcanzar a Abner. Las Escrituras relatan que cuando éste se devolvió a Hebrón, Joab lo llevó aparte para hablar con él en secreto y que allí, en venganza de la muerte de Asael su hermano, lo mató (2 Samuel 3:26-27). ¿Cuál fue el móvil de esta muerte? ¿Las guerras de Jehová? ¿Asegurar el reinado de David su rey? No, el motivo que llevó a Joab a matar a Abner fue la venganza. Miremos ahora como reacciona David a estos hechos: “Entonces dijo David a Joab, y a todo el pueblo que con él estaba: Rasgad vuestros vestidos, y ceñíos de cilicio, y haced duelo delante de Abner. Y el rey David iba detrás del féretro. Y sepultaron a Abner en Hebrón; y alzando el rey su voz, lloró junto al sepulcro de Abner; y lloró también todo el pueblo. Y endechando el rey al mismo Abner, decía: ¿Había de morir Abner como muere un villano? Tus manos no estaban atadas, ni tus pies ligados con grillos; Caíste como los que caen delante de malos hombres. Y todo el pueblo volvió a llorar sobre él. Entonces todo el pueblo vino para persuadir a David que comiera, antes que acabara el día. Mas David juró diciendo: Así me haga Dios y aun me añada, si antes que se ponga el sol gustare yo pan, o cualquiera otra cosa. Todo el pueblo supo esto, y le agradó; pues todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo. Y todo el pueblo y todo Israel entendió aquel día, que no había procedido del rey el matar a Abner hijo de Ner” (2 Samuel 3:31-37).

David lloró esta muerte, y con él también todo el pueblo, porque se dieron cuenta que del rey no procedió ninguna estratagema para quitar del medio a Abner. También dijo David: “¿No sabéis que un príncipe y grande ha caído hoy en Israel? Y yo soy débil hoy, aunque ungido rey; y estos hombres, los hijos de Sarvia, son muy duros para mí; Jehová dé el pago al que mal hace, conforme a su maldad” (2 Samuel 3:38-39). ¡Qué expresión! Los hijos de Sarvia ¡son duros! Esa palabra “duro” se traduce en la Biblia como brusco, cruel, insensible, terco, obstinado. Esa expresión implica algo nocivo, dañino, desfavorable, en

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sentido figurado bien pudo decir el rey: « ¡Me son como una mala noticia!». Por tanto, podemos concluir que los hijos de Sarvia no tenían el mismo sentir que David ni sus corazones iguales al corazón de su rey. Sabemos que Abner era enemigo de David, sin embargo, David lloró su muerte, mientras Joab lo mató por venganza, envolviendo sus asuntos personales con los del reino. Y aquí vemos otra gran diferencia entre ellos: mientras David amaba a sus enemigos, Joab les hacía pagar implacablemente sus discrepancias. Como David lloró a Abner, también lloró a Absalón (2 Samuel 18:14, 33), y a Amasa, otro general del ejército enemigo que Joab mató y David endechó, pues tampoco lo consintió (2 Samuel 20:10; 1 Reyes 2:32). David era amigo de sus enemigos, porque era un tipo de Cristo (Mateo 5:44; Lucas 23:34), pero ese no era el sentir de Joab, por eso eran duros los hijos de Sarvia, obviamente no tenían nada que ver con el corazón de David y mucho menos con el de Dios. Cuando se lee todos esos logros y todo lo que hicieron esos hombres, para contribuir en el establecimiento del reinado de David, luce como si estuvieron unánimes sintiendo una misma cosa o con una misma mente y un mismo corazón, sin embargo no fue así. Por tanto, ¡qué importa que contribuyan si sus obras no son hechas según Dios! No es hacer obras para Dios, sino andar en sus Caminos. El éxito de un ministerio no se mide por las tantas cosas visibles que se hagan para el reino de los cielos, sino que aquel que las hizo tenga el corazón del rey, para andar en obediencia y de acuerdo a su sentir. Dios es misericordioso, David fue misericordioso; Dios es justo, David amaba y se esforzaba por la justicia; Dios ama a sus enemigos, David amaba a sus enemigos. Pero eso no pasaba con Joab. “No es hacer En el reino de Dios, dejemos a un lado obras para Dios, las agendas y asuntos personales, los cuales sino andar en sus no tienen ninguna relación con el propósito divino. Si algún hermano tiene alguna cosa Caminos” contra ti y tú tienes que juzgar algún asunto donde él esté implicado, deja tus prejuicios a un lado, porque ahora tú estás como representante de Dios y tu juicio debe ser imparcial. El problema que tengas con tu hermano resuélvelo con Dios, pero si el Espíritu Santo dice: “Apártame a fulano” hay que apartarlo, aunque no sea amigo ni alguien de nuestra predilección. Igualmente si eres profeta, no des bendiciones a raudales únicamente a los tuyos, y maldiciones a aquellos que no lo son. ¡Cuídate de esas cosas! Profetiza, predica y ministra de acuerdo al corazón de Dios.

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El ministro de Dios dice como el Señor Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen” (Lucas 8:21). En el reino de los cielos no hay preferencias ni simpatías personales. Actúe de acuerdo al corazón de Dios, no importando lo que se sienta en ese momento. Puede que tu deseo sea estallar en ira, pero debes actuar de acuerdo a como Dios actuaría, con su mansedumbre. Eso no lo tenían los hijos de Sarvia, por eso para David eran duros, nocivos, desfavorables como malas noticias. Cuando Absalón se rebeló contra su padre, David fue traicionado no tan sólo por su propio hijo, sino también por sus mejores amigos, incluyendo a su consejero personal, Ahitofel (2 Samuel 15:12). Por lo cual, al ver el hijo de Isaí que el complot en su contra se hacía más fuerte, decidió huir con unos cuantos fieles. Esta penosa situación vino a consecuencia de su pecado contra Urías heteo, por “No es tener cuya causa Jehová juró que la espada no se apartaría jamás de su casa (2 Samuel 12:9,10). celo de Dios, Y como el rey estaba consciente de estas cosas, sino tener Su lloraba amargamente sus culpas. Así, abandocorazón” nando el trono, subió David la cuesta de los Olivos, descalzo y llorando, junto al pueblo que le seguía (2 Samuel 15:30). Mas, al llegar David hasta Bahurim sucedió el incidente, donde sale por primera vez la expresión que nos ocupa, veámoslo: “… y he aquí salía uno de la familia de la casa de Saúl, el cual se llamaba Simei hijo de Gera; y salía maldiciendo, y arrojando piedras contra David, y contra todos los siervos del rey David; y todo el pueblo y todos los hombres valientes estaban a su derecha y a su izquierda. Y decía Simei, maldiciéndole: ¡Fuera, fuera, hombre sanguinario y perverso! Jehová te ha dado el pago de toda la sangre de la casa de Saúl, en lugar del cual tú has reinado, y Jehová ha entregado el reino en mano de tu hijo Absalón; y hete aquí sorprendido en tu maldad, porque eres hombre sanguinario. Entonces Abisai hijo de Sarvia dijo al rey: ¿Por qué maldice este perro muerto a mi señor el rey? Te ruego que me dejes pasar, y le quitaré la cabeza” (2 Samuel 16:5-9).

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Nota como los fieles valientes protegían a David, rodeándolo, estando a su derecha y a su izquierda. Abisai no pudo sufrir el insulto y las maldiciones que Simei decía contra David y estalló en celo: « ¿Qué se cree este perro muerto que maldice a mi rey? ¡Déjenme que le arranque la cabeza!» Mas, David quien era el blanco de todas aquellas maldiciones reaccionó diciendo: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Si él así maldice, es porque Jehová le ha dicho que maldiga a David. ¿Quién, pues, le dirá: ¿Por qué lo haces así?...” (2 Samuel 16:10).

Al analizar este incidente, es lógico que alguien diga: «Pero, ¿por qué David reaccionó así contra Abisai? ¿Por qué él se enoja contra un hombre que lo está defendiendo? Este hombre ha arriesgado su vida por él; en el momento que todos sus amigos lo traicionaron, él permaneció; y todavía marchando hacia su exilio, aparentemente derrotado, su celo no merma y demanda respeto para su rey». Es cierto, parece leal y noble la reacción de Abisai a favor del rey, sin embargo, David se enoja y en su expresión denota descontento por su manera de obrar y reaccionar. En otras palabras, David le dice: «Pero, ¿qué tengo yo con ustedes? Esa no es mi forma de resolver los problemas. Yo no necesito que nadie me defienda, ¡a mí me defiende Dios! Yo no resuelvo los problemas con mis manos ni con violencia. Mi vida está sometida a la soberanía de Dios». David, más que a un enemigo que lo maldecía, veía a Dios que lo estaba disciplinando, tal como lo expresara el salmista: “Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Salmos 119:71). Todo lo que le ocurría a David, él se lo atribuía a Dios, de manera que si un hombre se atrevía a maldecirle, seguramente era porque Jehová lo permitía. Y si así ha sido ¿quién lo puede impedir? David era un hombre maduro que aceptaba la disciplina del Señor, porque sabía que nada ocurre sin que Dios lo sepa o lo haga. Por eso, él se sometía a la soberanía de Dios y como hombre maduro se dejaba disciplinar. En cambio, este hijo de Sarvia vino con su celo sin ciencia, obviamente con otro espíritu y con violencia. Muchas veces en nuestro celo por Dios se cuelan otras cosas. Por tanto, lo importante aquí no es tener celo de Dios, sino tener Su corazón. El celo según su corazón se define en un andar en el consejo de Dios, en su voluntad, en su intención y con su mismo Espíritu. Es un celo que se manifiesta en el fruto del Espíritu, en amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, etc. (Gálatas 5:22,23). En la madurez hay sujeción a

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la voluntad de Dios, y sometimiento a la disciplina del Señor. Ese era el corazón de David, pero no el de los hijos de Sarvia. Meditemos en estas cosas. Hay ocasiones que manifestamos celos, pero es de nuestra carne, basado en otras cosas menos en Dios. Jesús le dijo a Pedro, cuando intentó defenderlo de la turba que vino con Judas a aprehenderlo en el huerto de Getsemaní: “… Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?” (Juan 18:11) Y en Mateo dice: “¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga?” (Mateo 26:53, 54). Y lo que ocurre es que con nuestro celo entorpecemos los caminos rectos del Señor, porque no tiene ciencia ni está de acuerdo a Dios. El que tiene el corazón de Dios actúa siempre sometido a la voluntad del Señor y no a la suya propia. Si continuamos delineando el carácter de David versus los hijos de Sarvia, reafirmaremos la gran diferencia de espíritus: el del rey apacible, mientras el de ellos vengativo y sanguinario. Cuando muere Absalón, su padre lo llora y vuelve a Jerusalén para restablecerse en su trono, pero cuando David estaba cruzando el Jordán, Simei, el que le había maldecido corrió a recibirle junto con los de Judá y el pueblo (2 Samuel 19:16). Entonces, Simei se postró delante de él y le dijo: “No me culpe mi señor de iniquidad, ni tengas memoria de los males que tu siervo hizo el día en que mi señor el rey salió de Jerusalén; no los guarde el rey en su corazón. Porque yo tu siervo reconozco haber pecado, y he venido hoy el primero de toda la casa de José, para descender a recibir a mi señor el rey” ((2 Samuel 19:19-20). Vemos aquí un hombre que reconoce haber pecado, y se arrepiente y se humilla delante de su agraviado. Mas, antes que David pudiera articular una palabra nuevamente, le salió al encuentro Abisai y le dijo: “¿No ha de morir por esto Simei, que maldijo al ungido de Jehová?” (v. 21). Vemos otra vez la actitud de Abisai, el cual no había entendido y por segunda vez David le reclama: “¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversarios? ¿Ha de morir hoy alguno en Israel? ¿Pues no sé yo que hoy soy rey sobre Israel? Y dijo el rey a Simei: No morirás. Y el rey se lo juró” (vv. 22-23) ¡Qué corazón tenían estos hombres que no podían discernir el tiempo ni las sazones de su rey! ¿Cómo puede David, en un día de gozo y de victoria, en que Jehová le ha restaurado en el reino, ajusticiar a los que fueron sus contrarios? Hagamos una retrospección e imaginemos el gozo que podía haber sentido David al ver que Jehová lo había sacado de la humillación y de la vergüenza… Él volvía con alegría a la tierra que tiempo atrás había dejado con lágrimas. Y para coronar su victoria, los que habían quedado en Jerusalén vienen a recibirle,

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a rendirle honor, incluyendo sus enemigos, que ahora venían a humillarse delante de él. Aquel que había sido más osado y se había atrevido a maldecirle, ahora se adelanta para ser el primero en recibirle, y postrado pedirle perdón. Pero Abisai, impulsivo y vengativo, abre la boca para clamar venganza, insensible al corazón del rey donde hay perdón, agradecimiento y gratitud a Jehová que nuevamente le honró. ¿Cómo podría derramar sangre en el día del gozo y de la restitución? Definitivamente, no había concordia entre ellos, por eso de colaboradores pasan a ser adversarios. Existen cuatros palabras hebreas que son traducidas como “adversario”. David pudo usar tres palabras de estas, pero la que usó es raramente usada en el Antiguo Testamento. La palabra que utilizó David fue “satán”, de donde viene el nombre Satanás. David les dijo: «Ustedes me son Satanás». En otras palabras: «¿Qué tengo yo con ustedes? ¿Qué armonía? ¿Qué acuerdo? ¿Cómo es que estamos juntos? ¿Por qué estamos unidos en una causa común si ustedes no se parecen a mí? ¿Qué espíritu hay en ustedes que me es contrario, que me adversa, que se me opone, que me es Satanás?» Y es que podemos hacer un montón de cosas, pelear las guerras del reino, hacer proezas, conquistar naciones, ser leales a nuestro rey, cuidarle, celarle, exponernos por él, gastar nuestras vidas y recursos y al final todo se convierte en algo vano, si no tenemos su Espíritu ni su corazón. ¡Oye, iglesia de Jesucristo, tú siempre tendrás que ser un pueblo conforme al corazón de Dios! Entiende que el hecho no es pelear, ni conquistar, ni guerrear, ni darse, ni entregarse, ni esforzarse, es tener el corazón y la motivación correcta. Tener su corazón es tener el mismo Espíritu, actuar en el fruto del Espíritu, en todo lo que es Él y obrar como Él lo haría. El que no tiene el corazón del rey siempre andará desorientado, “fuera de foco” y nunca dará en el blanco del propósito divino. Revalidemos este pensamiento en uno de los relatos del Evangelio. Para tener un contexto, Pedro le dijo a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16), expresando una verdad que sólo podía ser revelada por el Padre que está en los cielos. Mas, luego que Jesús comenzó a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día, entonces dice el evangelio que Pedro le tomó aparte y comenzó a reconvenirle diciéndole: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo 16:22). La actitud de Pedro no dista mucho de la Joab, Abisai y Asael, tratando de evitarle un dolor a su líder. Pero Jesús reacciona a esto y enfrentando a Pedro, le dice: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me

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eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mateo16:23). Jesús también usó la palabra tropiezo del griego skandalon que en su uso original es un tipo de trampa que se usaba en aquellos días. Por lo cual, la enseñanza es esta: cualquiera se puede convertir en un Satanás -no importa el nivel espiritual ni la revelación más elevada que haya recibido- si pone los ojos en las cosas de los hombres y no en las de Dios. De nada sirve que un hombre dé su vida y se esfuerce en las guerras de Dios, cuando su fin es algo terrenal y no celestial. El que tiene el corazón del reino, también tiene sus ojos puestos en las cosas del reino, actúa en el Espíritu del reino, con la motivación del reino, en el propósito del reino, en el consejo del reino, y sometido al plan de Dios y en lo que Él quiere hacer en ese momento en beneficio de su reino. ¿Cómo es posible que personas que pasan su vida sirviéndole a Dios, como estos hijos de Sarvia, que dirigieron hombres de guerra, conquistaron reinos y ganaron batallas, al final le sean “satanás” al rey? Por tanto, no es hacer, sino ser. Obrar correctamente es poseer el verdadero espíritu. Me llama la atención la actitud de Pedro al reconvenir al Maestro, rogándole que no se entregara porque temía por su vida, con la cual no es difícil estar de acuerdo. ¿Quién quiere que se muera un amigo, que desaparezca su compañero o que se tronche la vida de su líder? Pero la preocupación del discípulo era falsa, pues en ella se escondían ciertos pensamientos que eran contrarios al plan de Dios y propósito celestial. Pedro pensaba que si Jesús moría no habría reino, y todo lo que había dejado por obtener una vida mejor se podía venir al suelo con la muerte del Hijo de Dios. Este cristiano quería un reino sin cruz, pero la Palabra de Dios dice que sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados (Hebreos 9:22). La gloria se escribe con sangre. Si Cristo no muere no hay gloria. ¡Sin la muerte del que era la muerte de la muerte no habría reino de vida en la tierra! La palabra reconvenir (gr. epitimao) significa juzgar, reprender, amonestar duramente, mostrar el honor, levantar el precio. Aplicando, vemos que Pedro comenzó a reprender a Jesús y también a halagarle, a mostrarle lo mucho que valía para dejarse crucificar. Podemos decir que Pedro le prestó la boca a Satanás, diciéndole: «¡Reacciona! ¿Es que te has vuelto loco? ¡Tú vales mucho! ¡Tú no puedes dar tu vida! ¡Que eso no te ocurra, tu vida vale más que tu muerte! ¡No te entregues, ten compasión de ti!» Increíble, Pedrito el pescador, reprendiendo al Hijo de Dios. Satanás quería ponerle tropiezo a Cristo, para que no muriera y se aprovechó de esa falsa compasión. Hay celos que se convierten en tropiezo, que hacen caer, que perturban el plan de Dios y hacen de la persona que los siente un adversario del propósito eterno del Señor.

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Cuando no tenemos el corazón de Dios, ni el Espíritu del reino, aunque realicemos muchas cosas y nos esforcemos, somos adversarios. Por eso, Jesús dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30). Estar con Jesús es tener su mismo corazón, porque el que no está con él, está contra él. Podemos tener muy “buena intención” y decir: «Mira Señor he ganado tantas almas para el reino [conquista, esfuerzo]; vivo para ti [entrega]; quiero que reines, cuido celosamente que se cumplan tus mandamientos y no acepto que nadie te maldiga [celo]», y todo eso suena bonito, pero cuando vamos a su esencia, a la verdadera motivación, puede que todo eso sea un tropiezo, algo adverso al corazón de Dios. Finalmente, volviendo a los hijos de Sarvia, cuando el ejército de David salía a perseguir a Absalón, David quiso acompañarles pero el pueblo se lo impidió, entonces él les recomendó a los capitanes y a los que estaban al mando (Joab, Abisai e Itai): “Tratad benignamente por amor de mí al joven Absalón” (2 Samuel 18:5). Mas, cuando Absalón se encontró con la armada de David, el mulo en el que andaba se entró debajo de unas ramas fuertemente tupidas de una encina, y su larga y hermosa cabellera se le enredó en las mismas, por lo que el mulo pasó, pero el joven se quedó suspendido en el aire, colgando de las ramas y sin poder librarse ((2 Samuel 18:9). Uno de los soldados de David que lo vio, fue y avisó a Joab, y éste le dijo: “Y viéndolo tú, ¿por qué no le mataste luego allí echándole a tierra? Me hubiera placido darte diez siclos de plata, y un talabarte” (vv. 10-11). El hombre sorprendido le respondió: “Aunque me pesaras mil siclos de plata, no extendería yo mi mano contra el hijo del rey; porque nosotros oímos cuando el rey te mandó a ti y a Abisai y a Itai, diciendo: Mirad que ninguno toque al joven Absalón” (v. 12), entonces Joab “Cuando no le respondió con desdén: “No malgastaré mi tiempo contigo” (v. 14). Hecho así, Joab tomó tenemos el tres dardos en sus manos y los clavó directacorazón de Dios, mente en el corazón de Absalón, luego diez ni el Espíritu del de sus escuderos le rodearon y terminaron reino, aunque de matarle (v. 15). ¡Qué duro ese Joab! ¿Qué realicemos tenían estos hijos de Sarvia con David que ni siquiera a su propio hijo perdonaron? muchas cosas Aparentemente, Joab había matado a y nos esforcemos, Absalón por haberse rebelado contra el rey, somos pero la verdadera razón fueron otras. Nota adversarios” que si Absalón reinaba era probable que

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Joab no fuese el general de su armada, por lo que había sucedido entre ellos. Sucedió que cuando David hizo volver a Absalón, después de haber sido echado de su presencia por haber matado a su hermano, el joven trató de reunirse con Joab y le mandó a buscar en dos ocasiones y éste no quiso ir, por lo que Absalón mandó a prenderle fuego a un campo propiedad del general para ver si así reaccionaba (2 Samuel 14:29-30). Entonces, Joab fue a verle y le pidió explicaciones a Absalón, pero no hizo nada en su contra ni profirió palabra, pero aparentemente le guardó la cuenta para otra ocasión, y se la cobró con creces. Por tanto, la muerte de Absalón fue un ajuste de cuentas entre Joab y el engreído jovencito, más que protección al reino. Es evidente que todo lo que amenazaba a Joab, él lo incluía en su agenda militar sin importar rango (2 Samuel 3:27), ni relación familiar (2 Samuel 17:25; 20:20) ni mucho menos orden recibida (2 Samuel 18:5). Todo lo que le estorbaba o fuera una amenaza a sus intereses lo quitaba del medio. Cuando el rey supo la noticia que Absalón había muerto, turbado lloró amargamente y gritaba: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel 18:33). ¡Qué dolor! El cuerpo de David temblaba, sus piernas flaqueaban, pero el rey seguía gritando, sin importarle que vieran su humillación… tan sólo quería ver a su hijo… tocar su larga cabellera … No importaba la vergüenza que le había ocasionado, el dolor que le había causado, la traición que había orquestado, todo eso quedaba atrás, en un segundo lugar frente aquella hermosura inerte en Aquel que desde la planta de su pie hasta su coronilla no había defecto (2 Samuel 14:25), pero que ahora reposaba extinto e indiferente a sus pies. No… su corazón ahora estaba traspasado de dolor, y de lo profundo de su ser solo salía un punzante clamor: “¡Hijo mío Absalón, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (2 Samuel 19:4). Mas, cuando le dieron aviso a Joab de las condiciones en que estaba el rey, el general se enojó. Luego, sin mostrar un hálito de respeto al luto de aquel por quien tantas veces se había esforzado, y sin ningún vestigio de arrepentimiento por lo que había hecho, con gran desfachatez lo reprendió: “Hoy has avergonzado el rostro de todos tus siervos, que hoy han librado tu vida, y la vida de tus hijos y de tus hijas, y la vida de tus mujeres, y la vida de tus concubinas, amando a los que te aborrecen, y aborreciendo a los que te aman; porque hoy has declarado que nada te importan tus príncipes y siervos; pues hoy me has hecho ver claramente que si Absalón viviera, aunque todos nosotros estuviéramos muertos, entonces estarías contento.

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Levántate pues, ahora, y ve afuera y habla bondadosamente a tus siervos; porque juro por Jehová que si no sales, no quedará ni un hombre contigo esta noche; y esto te será peor que todos los males que te han sobrevenido desde tu juventud hasta ahora” (2 Samuel 19:5-7).

¡Qué cinismo! Pero, ¿cómo podía entender este Joab que el rey estaba llorando, no tanto a su hijo muerto, sino a las consecuencias de su pecado. Sin dudas se había cumplido lo que Jehová sentenció por boca del profeta Natán: “He aquí yo haré levantar el mal sobre ti de tu misma casa, y tomaré tus mujeres delante de tus ojos, y las daré a tu prójimo, el cual yacerá con tus mujeres a la vista del sol. Porque tú lo hiciste en secreto; mas yo haré esto delante de todo Israel y a pleno sol. […] También Jehová ha remitido tu pecado; no morirás. Mas por cuanto con este asunto hiciste blasfemar a los enemigos de Jehová, el hijo que te ha nacido ciertamente morirá” (2 Samuel 12:11-14). David no sólo lloraba la muerte de Absalón, sino: a) El pecado de Amnón, quien violó a su hermana Tamar (2 Samuel 13:14); b) La posterior muerte de este a manos de Absalón (2 Samuel 13:32); c) La revuelta de Absalón contra él (2 Samuel 15:12); y d) La toma de Absalón de sus concubinas a quienes violó a la vista de todo Israel (2 Samuel 16:22). Tal como él mismo había sentenciado, pagó cuatro veces tanto (2 Samuel 12:6). David era amigo de sus enemigos y lloraba también por sus hijos rebeldes, como llora Dios. Nunca podría entender estas razones el general asesino, poseedor de impulsos locos y maquiavélicos, porque obviamente pensaba que el fin justificaba los medios. Hay cosas que parecen de Dios pero no son de Dios, sino que son adversas y causan tropiezo. Sería terrible que nos convirtamos en adversarios de Dios sin saberlo; que nos pasáramos toda la vida sirviéndole y que al final todo ese esfuerzo haya sido inútil, porque no lo hicimos de acuerdo con el corazón de Dios, el cual paga a cada uno conforme a sus obras (Romanos 2:6). Por tanto, para tener el corazón de Dios hay que conocer a Dios y luego someterse a Él. Veamos ahora cómo terminó Joab. Al paso del tiempo que David había envejecido, Adonías, uno de sus hijos nacidos después de Absalón, dijo: “Yo reinaré” (1 Reyes 1:5), y se puso de acuerdo con Joab hijo de Sarvia y con el sacerdote Abiatar (v. 7). Sabemos que Jehová había dicho a David que Salomón reinaría después de él, y David se lo había prometido a Betsabé la madre de Salomón (v.13), pero ellos intentaron ignorar estas cosas. Cuando David fue alertado sobre eso, llamó al sacerdote Sadoc, al profeta Natán, y a Benaía hijo de Joiada, y les dijo: “Tomad con

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vosotros los siervos de vuestro señor, y montad a Salomón mi hijo en mi mula, y llevadlo a Gihón; y allí lo ungirán el sacerdote Sadoc y el profeta Natán como rey sobre Israel, y tocaréis trompeta, diciendo: ¡Viva el rey Salomón! Después iréis vosotros detrás de él, y vendrá y se sentará en mi trono, y él reinará por mí; porque a él he escogido para que sea príncipe sobre Israel y sobre Judá” (1 Reyes 1:32-35). Ellos hicieron como David había ordenado y entonces Salomón fue confirmado en el trono de su padre, y todo el pueblo clamaba: ¡Viva el rey Salomón! Y todos le seguían y la gente cantaba con flautas, y era notoria la algarabía que había en Israel (vv. 39-40). Cuando Adonías, Joab y los que con ellos estaban oyeron lo que había ocurrido, dice la Biblia que se estremecieron y cada uno se fue por su lado. Adonías se refugió lleno de miedo en el templo, y se asió de los cuernos del altar (1 Reyes 1:49-50). Todo eso se lo hicieron saber a Salomón y éste dijo: “Si él fuere hombre de bien, ni uno de sus cabellos caerá en tierra; mas si se hallare mal en él, morirá” (v. 52). El rey lo perdonó (v. 53), pero no corrieron con la misma suerte aquellos que anduvieron fuera de foco y “No es hacer, que en el momento que tuvieron que ungir sino ser” al que sustituirá al rey, se pusieron departe de los rebeldes, siguiendo a aquel a quien Jehová no eligió. Entre ellos estaba Joab. ¿Por qué Natán no se puso de parte de Adonías, sino de Salomón aunque era un joven? Porque el corazón del profeta estaba de acuerdo con el corazón de Dios, y por consiguiente en armonía con su propósito. Los que son como Dios dicen: «Al que elija Jehová a ese voy a seguir, a ese voy a ungir y a ese me voy a someter». El pueblo de Israel le dijo a Josué, después de la muerte de Moisés: “De la manera que obedecimos a Moisés en todas las cosas, así te obedeceremos a ti; solamente que Jehová tu Dios esté contigo, como estuvo con Moisés” (Josué 1:17). Estemos siempre de parte de Dios. Luego vemos, cuando llegó el tiempo que David había de morir, llamó a su hijo Salomón para aconsejarle, pero también le advirtió: “Ya sabes tú lo que me ha hecho Joab hijo de Sarvia, lo que hizo a dos generales del ejército de Israel, a Abner hijo de Ner y a Amasa hijo de Jeter, a los cuales él mató, derramando en tiempo de paz la sangre de guerra, y poniendo sangre de guerra en el talabarte que tenía sobre sus lomos, y en los zapatos que tenía en sus pies. Tú, pues, harás conforme a tu sabiduría; no dejarás descender sus canas al Seol en paz” (1Reyes 2:5-6). Con estas palabras, David sentenció a muerte a Joab, y no lo mató cuando él reinaba, porque David es un tipo del Padre, y la Palabra dice que “el

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Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo…” (Juan 5:22). Luego vemos que Salomón ordenó: “… mátale y entiérrale, y quita de mí y de la casa de mi padre la sangre que Joab ha derramado injustamente. Y Jehová hará volver su sangre sobre su cabeza; porque él ha dado muerte a dos varones más justos y mejores que él, a los cuales mató a espada sin que mi padre David supiese nada: a Abner hijo de Ner, general del ejército de Israel, y a Amasa hijo de Jeter, general del ejército de Judá. La sangre, pues, de ellos recaerá sobre la cabeza de Joab, y sobre la cabeza de su descendencia para siempre; mas sobre David y sobre su descendencia, y sobre su casa y sobre su trono, habrá perpetuamente paz de parte de Jehová. Entonces Benaía hijo de Joiada subió y arremetió contra él, y lo mató; y fue sepultado en su casa en el desierto” (1 Reyes 2:31-34).

Joab murió, sin pena ni gloria, como un villano fue cortado, porque en todo lo que hizo nunca tuvo el corazón del rey. Y fueron puestos otros en lugar de todos aquellos que obraron fuera de la voluntad de su señor (1 Reyes 2:35). Cuando lleguemos a la presencia de Dios puede que nos parezca injusto ver a muchos grandes, que hicieron proezas para Dios y Él les diga en aquel día: “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). ¿Cómo puede ser, si esos hombres dedicaron toda su vida a Dios? “Conoce el Señor a los que son suyos” (2 Timoteo 2:14). No es hacer, sino ser, pues los que son como Dios actúan como Dios y nunca andan errados o equivocados, ni motivados por un mal espíritu, pues tienen el corazón del rey. A esos, Dios nunca les dirá: «¿Qué tengo yo con ustedes?». Que Jehová nos bendiga y que haga que esta verdad quede para siempre en nuestros corazones, para que todas nuestras obras sean hechas en Dios y de acuerdo a su corazón.

2.2  Los Dos Reinos “Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos”

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-1 Samuel 8:6-7

Dios es soberano, Su poder es ilimitado y su dominio absoluto sobre todo lo creado. Con todo, el hombre ha desechado a Dios de su vida y vive fuera de su control, estableciendo en este mundo su propio reino. Esta actitud humanista se ha fortalecido, aún más, a través del tiempo, de manera que se ha infiltrado incluso en la iglesia, y se puede ver en ella claramente estos dos reinos: el reino de los hombres y el reino de Dios. Es posible que para algunos esta verdad resulte un tanto inconveniente, pero conociendo que ningún ministerio es de Dios si no ha sido establecido por Él y dirigido por su Santo Espíritu, esta aseveración en vez de escandalizarnos debiera preocuparnos. En nuestro versículo tema, vemos como el pueblo de Israel pide a Samuel un rey, desechando al Rey de reyes y Señor de señores. Pero, para tener una perspectiva más clara del asunto, veamos el contexto en estos versículos: “Aconteció que habiendo Samuel envejecido, puso a sus hijos por jueces sobre Israel. Y el nombre de su hijo primogénito fue Joel, y el nombre del segundo, Abías; y eran jueces en Beerseba. Pero no anduvieron los hijos por los caminos de su padre, antes se volvieron tras la avaricia, dejándose sobornar y pervirtiendo el derecho. Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones. Pero no agradó a Samuel esta palabra que dijeron: Danos un rey que nos juzgue. Y Samuel oró a Jehová” (1 Samuel 8:1-6).

Seguramente, has escuchado muchos sermones acerca de este incidente, pero te aseguro que lo que vamos a estudiar en este segmento es distinto a lo que hemos escuchado con relación a la aplicación de este pasaje bíblico. Por tanto, la primera enseñanza de este mensaje es la causa por la cual Israel deseó el reino de los hombres y no quiso más el de Dios. El motivo por el cual ellos pidieron rey fue porque el ministerio profético y sacerdotal se había corrompido. Los que conocen la historia saben que, tristemente, en la iglesia cristiana ha ocurrido lo mismo. La causa por la cual la iglesia dejó la teocracia -el gobierno de Dios-, para tomar la democracia –gobierno de los hombres- fue

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porque perdieron la confianza en sus líderes. Los obispos y ministros mancillaron el oficio y empezaron a hacer política, a manipular con la Palabra, entonces el pueblo les perdió el respeto y ellos perdieron el temor de Dios. Ellos se apartaron de la dirección del Espíritu Santo de tal manera que tuvieron que fomentar el gobierno de los hombres, para poder gobernar la iglesia. Igualmente pasó en Israel. Samuel fue un hombre muy íntegro como profeta y sacerdote, y también como juez de Israel, pero sus hijos eran corruptos, y aunque él los amonestó, ellos no siguieron su camino, y el pueblo no soportó dicha conducta Por eso, ministros, ancianos, diáconos y servidores todos de la iglesia, los que sirven a Dios deben ser íntegros, amando, respetando y viviendo los principios del reino de los cielos, para que nunca el pueblo pierda el amor y el respeto al Señor. Cuando la iglesia ve que no puede confiar en sus líderes como guías espirituales, entonces busca el sistema de los hombres. Nota la petición del pueblo: “He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1 Samuel 8:5). Es triste reconocer que la iglesia vive hoy en esa realidad. Y lo digo no como una crítica, sino con “El que se hace mucho dolor, porque la iglesia representa el rey en la iglesia, cuerpo de Cristo, y nosotros somos parte de a Cristo se opone” ese cuerpo, así que no podemos decir “ellos”, sino “nosotros”, pues somos una sola cosa. La iglesia, desde hace muchos siglos, ha dejado el reino de Dios y le ha dicho al Señor con sus obras: «No queremos que tú reines, sino que un hombre reine entre nosotros». De la forma como Israel menospreció el reinado de Jehová, y prefirió sobre Él al sistema de los hombres para parecerse a las demás naciones, así la iglesia ha apostatado de su confianza del principio. Hasta ese momento, Israel nunca había tenido un rey humano, sino un líder espiritual, un juez o profeta que los guiaba bajo la dirección de Jehová. Así gobernaba Dios en Israel, pero ellos menospreciaron Su forma de gobierno y lo desecharon como soberano de Su reino (1 Samuel 8:7). El sistema de Dios se define como teocrático (del gr. theos, Dios y cracia dominio) que significa “gobierno de Dios”, por lo que en otras palabras, ellos dijeron: «No queremos teocracia sino democracia (del gr. demo, pueblo y cracia, dominio)», que gobierne el pueblo.

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Trasladémonos en este instante al momento de la crucifixión, y observemos al pueblo de Israel frente a Pilato, pidiéndole a gritos que crucificase a Jesús. Pilato luchaba por librarse de condenar a un justo, por eso les dijo: “¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César” (Juan 19:15). También dijeron: “Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone” (Juan 19:12). Y yo tomo esta última frase para decir lo que me dijo el Espíritu Santo: el que se hace rey en la iglesia, a Cristo se opone, porque la iglesia tiene un solo rey, y es nuestro Señor Jesucristo. Ahora, ¿cuántos están reinando en la iglesia hoy con la llamada democracia? En el tiempo antiguo, Dios tomó a Moisés para dirigir al pueblo, pero quien gobernaba era Dios. Él escuchaba lo que Jehová le decía, lo cual se lo expresaba al pueblo, quien a su vez obedecía, y Dios reinaba. Moisés sólo era el mediador del pacto, el caudillo. Por tanto, sí, había un líder, pero era Dios el que reinaba. Cuando hubo la necesidad de escoger setenta varones entre los ancianos de Israel, la Palabra dice que Dios tomó del espíritu de Moisés y los repartió sobre ellos (Números 11:24-25). Jehová dijo: “… yo descenderé y hablaré allí contigo, y tomaré del espíritu que está en ti, y pondré en ellos; y llevarán contigo la carga del pueblo, y no la llevarás tú solo” (Números 11:17). Ellos no eran una junta ni se reunían para discutir los asuntos que Jehová les había encomendado. Tampoco los ancianos levantaban las manos para ver quienes estaban de acuerdo o en desacuerdo y tener un consenso para tomar la decisión, sino que Jehová les dio el mismo espíritu y la misma dignidad, para que ayuden a Moisés en la tarea que Él le había encomendado a su siervo. No para ellos gobernar, sino para ayudar al líder en la ejecución de la voluntad de Dios. Así nosotros somos cola-boradores, ayudantes en el gobierno de Dios. El Señor va al frente, porque es el líder y nosotros detrás, como “cola”, porque le seguimos a Él. En el reino de los hombres se les llama servidores públicos a aquellos que tienen una posición en el Estado o en alguna institución gubernamental; en el reino de los cielos se les llama siervos, a los que tienen alguna función en el reino, a través de los cuales Dios hace su voluntad. Si volvemos al pasaje bíblico que nos ocupa, veremos que a Samuel no le agradó el deseo del pueblo de tener un rey, y oró a Jehová y Él le respondió: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan” (1 Samuel 8: 6-7). El Señor es experto en oír y cumplir las oraciones de su pueblo. Recordemos cuando el pueblo de Israel se preparaba para entrar a la tierra prometida, que Jehová envió hombres a reconocer la tierra y los doce espías volvieron a dar su informe. Estos dijeron a Moisés que no podían subir contra ese pueblo porque ellos

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eran más fuerte, que la tierra se tragaba a su moradores y que había gigantes, hombres tan grandes que delante de ellos el pueblo de Dios era como insectos y que así también ellos los verían (Números 13:31-33). Al oír ese informe el pueblo se desanimó y lloró toda aquella noche (Números 14:1), y se quejaron contra Moisés y contra Aarón diciendo: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos!” (v. 2). Y Dios oyó y les dijo: “Vivo yo, dice Jehová, que según habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. En este desierto caerán vuestros cuerpos; todo el número de los que fueron contados de entre vosotros, de veinte años arriba, los cuales han murmurado contra mí” (vv. 28-29). De esta misma manera dijo Jehová a Samuel que escuchara todo lo que dijeran, porque exactamente lo que pidieran, eso les daría. ¿Sabes lo que hizo Dios frente a la petición de que les diera un rey? Se convirtió en un demócrata, porque todo el que escucha al pueblo para actuar se vuelve un demócrata. Los gobiernos democráticos con que se rigen la mayoría de las naciones en este mundo gobiernan de acuerdo a la opinión pública o presión del pueblo. Las naciones ya no se dirigen por firmes principios, sino por la variable opinión del pueblo. Apenas la gente protesta, el que está en autoridad hace sus arreglos, porque su interés es estar bien con el pueblo, para mantenerse en la posición, a pesar que el deseo de las masas sea incorrecto. Así Dios oyó la oración, pero antes de dejarlos a su libre albedrío, Dios le dijo a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos. Conforme a todas las obras que han hecho desde el día que los saqué de Egipto hasta hoy, dejándome a mí y sirviendo a dioses ajenos, así hacen también contigo. Ahora, pues, oye su voz; mas protesta solemnemente contra ellos, y muéstrales cómo les tratará el rey que reinará sobre ellos” (1 Samuel 8:7-9). Entonces Samuel tomando la palabra les dijo: “Así hará el rey que reinará sobre vosotros: tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro; y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas; los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras. Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y

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vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día” (1 Samuel 8:11-18).

Esta es una perfecta descripción del gobierno de los hombres en el mundo y también en la iglesia. Lamentablemente, en las iglesias donde no hay gobierno de Dios, los hombres colocan sus pólizas y constituciones por encima de la Biblia, y toman sus decisiones de acuerdo a sus leyes. De esta forma, aquel que sea más político o tenga más argumento para convencer al grupo, reinará sobre todos. Entonces, después de haber discutido y de faltarse el respeto los unos a los otros, tratando de imponer su punto de vista, se logra una decisión a favor -aunque manipulada- y luego dicen: «Dios nos dirigió». De hecho, en muchos círculos de la iglesia, cuando entras ya no tienes nada qué pensar ni qué hacer, pues ellos deciden todo, incluso lo que debes comer y hasta cuántas veces debes masticar la comida antes de tragártela. Te prohíben ir a la playa, al cine, etc.; también te dicen cómo debes vestirte, con quién te tienes que casar, cuántos hijos debes tener y quiénes podrían ser tus amigos. En conclusión, te hacen un plan familiar y programan tu vida a tal punto que ¡ay de ti si no te sometes!, porque te pasan juicio y te discriminan, y hasta te excomulgan. Es un control total sobre las personas. Así que en la iglesia donde veas que hay un líder y una junta apropiándose de la gente, de sus bienes y de su voluntad, allí está el reino de los hombres, y no el de los cielos, pues Dios no reina de esa manera. El Señor toca y llama (Apocalipsis 3:20) y el Espíritu Santo nunca obliga ni se impone, sino que convence (Juan 16:8). En cambio, el hombre se adueña de las almas y las considera como si fueran un ganado, y dice: «Tengo tantas almas» como si dijeran “vacas”. También dice: «Mis arcas están llenas. Ellos diezman y dan tanto semanal, y con eso pienso invertir en tal cosa», dándose ínfulas de grande inversionista y habla en estadísticas, como si los creyentes fueran números o cosas. Con lo dicho estoy describiendo una realidad vivida, por lo que no estoy en contra de nadie, sino a favor del reino de Dios. Los que han estado en iglesias religiosas e institucionalizadas saben ciertamente sobre lo que estoy hablando. Hace muchos siglos que la iglesia está desviada por el gobierno de los hombres, y es necesario que ahora nos volvamos a Dios. Por lo cual, apliquemos cada advertencia que hizo Samuel a la iglesia de hoy, y veamos qué ocurre cuando el hombre reina en la iglesia y no Dios:

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1. “tomará vuestros hijos, y los pondrá en sus carros y en su gente de a caballo, para que corran delante de su carro” En el reino de los hombres, todo esfuerzo o beneficio es para el que reina y para los suyos. Ellos toman tu “ministerio” y lo ponen en sus “organizaciones”, bajo “su gente que está a cargo”, para que “les sirvan y corran delante de su [carro] organización. Para ellos lo más importante es la organización, aunque se violen los principios divinos. Ellos predican la doctrina, pero cuando hay dinero envuelto o un escándalo que pueda perjudicarles, prefieren hacer cualquier otra cosa con tal de mantener el statu quo de la organización. Se comenten injusticias, y si tienen que expulsar a algún obrero de Dios, no les importa, lo hacen con tal de que la organización no sufra, sacrificando al individuo para salvar la institución. En el gobierno de los hombres todos trabajan para la organización y las personas no valen nada, sino su sistema, sus intereses. Hacen trampas para salvar y mantener la estructura, y dominan la vida de los creyentes a tal punto que así como los casan también los divorcian, para hacer una nueva “pareja “En el reino de perfecta”. Dios no hay jefes, Mas, en el reino de Dios ocurre todo lo sino siervos, contrario. En el reino de Dios todos trabajan para el Señor, para Su reino y para Su tampoco posición, gloria sine qua non. Lo más importante no sino función” es la organización, sino Dios y el Cuerpo de Cristo. No se usan las personas para fines mezquinos o personales, sino para propósitos benditos. Muy contrario a la ideología del reino de los hombres, que como Caifás dicen: “Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Juan 11:49,50). Aunque él no lo dijo por sí mismo, pues estaba profetizando que Jesús no sólo había de morir por la nación, sino también para congregar en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos (vv. 51-52). Pero lo que verdaderamente Caifás pensaba en su corazón era matarle para preservar su organización, para mantenerse siendo el principal. Al hombre le gusta ser el primero, el “ungido” que va al frente, y si te pone enfrente es para que le vayas abriendo el paso, para anunciar su llegada, y todo el mundo sepa que alguien importante llegó, pues necesita ser visto, quiere darse a conocer.

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2. “… y nombrará para sí jefes de miles y jefes de cincuentenas” A estos nombramientos, en el reino de los hombres se les llama el “equipo”, un grupo de gente que trabaja para mantener su sistema. Entonces nombra para sí jefes y organiza la cosa de tal manera que a cada quien le da una posición: este me manda la correspondencia, este otro me coordina los eventos, este se encargará de llevarme la agenda, este me programa las vacaciones, etc. y mezclan su organización con la iglesia, ya que la consideran una misma cosa. También ama los títulos, por lo que a sus jefes les llama: “director”, “presidente” “coordinador”, etc., reservando para él aquellos más llamativos: “reverendo”, “apóstol”, “doctor”, “superintendente”, etc., so pena de ofenderse si no le dices el título antes que el nombre. Ellos son jefes y lo enseñan, por lo cual en sus iglesias la gente anda detrás de ellos para que los pongan en puestos. Por el contrario, en el reino de Dios no hay jefes, sino siervos, tampoco posición, sino función. Jesús dijo: “Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse “En el reino grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros se llega a ser será vuestro siervo” (Mateo 20:25-27). En autoridad el reino de Dios se crece sirviendo, no por por elección rango. En el reino se llega a ser autoridad divina, honra y por elección divina, honra y testimonio. testimonio” Por lo cual, para alguien ser líder en Dios, antes tiene que ser probado y aprobado (1 Tesalonicenses 2:4; 1 Timoteo 3:1-15), pues la autoridad se basa en la honra y no en la posición o título. 3. “… los pondrá asimismo a que aren sus campos y sieguen sus mieses, y a que hagan sus armas de guerra y los pertrechos de sus carros. Tomará también a vuestras hijas para que sean perfumadoras, cocineras y amasadoras” En el reino del hombre se convierte a los creyentes en esclavos, poniéndoles cargas que les corresponden a ellos llevar en el ministerio. Todos sus asuntos giran en torno al culto al hombre, al ego y a sus intereses. Así que orquestan tremendos montajes y crean numerosas actividades para involucrar a toda la

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familia, y mantenerlos ocupados. Y para que el creyente no extrañe nada del mundo, traen el mundo a la iglesia. Se la pasan imitando todo éxito visible, porque lo que quieren es captar a las personas, para fortalecer su organización y convertirse en un gran emporio. Así vemos que tienen escuelas, universidades, hospitales, clubes, librerías, etc., y no es que haya algo malo en eso, el asunto es su motivación, pues su único objetivo es hacerse grandes y no para engrandecer el nombre de Dios. Se benefician de los creyentes y los despojan, diciéndoles: «Yo necesito tal cosa y hace tiempo que no me dan una ofrenda. ¡Cuidado si les están dando ofrendas a fulano o mandándolas a tal ministerio. Sólo aquí usted debe ofrendar porque esta es su iglesia». Así les toman sus posesiones para hacer sus obras, pues el fin es hacerlos suyos, no de Cristo. 4. “Asimismo tomará lo mejor de vuestras tierras, de vuestras viñas y de vuestros olivares, y los dará a sus siervos. Diezmará vuestro grano y vuestras viñas, para dar a sus oficiales y a sus siervos. Tomará vuestros siervos y vuestras siervas, vuestros mejores jóvenes, y vuestros asnos, y con ellos hará sus obras. Diezmará también vuestros rebaños, y seréis sus siervos” El reino del hombre toma lo mejor de tus dones, de tus capacidades, de tus bienes, etc., y los da a los de su círculo, a su grupito, solo a los que son como ellos y mantienen la organización. De esta manera, sus oficiales y los que le sirven (que son como ellos) son los que salen en misiones, en “Para el reino de giras, los que predican, los que tienen autorilos hombres, lo dad, etc. y no precisamente aquellos a quieque importa no nes el Señor llamó y capacitó para ello. Te es lo que diga la sacrifican a ti y te exigen todo lo tuyo, para Palabra de Dios, hacer lo suyo. Luego salen los grandes titulares de lo mucho que han hecho, pero en versino lo que le dad, no han movido ni un dedo. Hecho así, conviene a la tú tienes la visión, pero ellos la toman para sí; institución” tú escribes el libro, pero ellos son los autores; tú el que trabaja, ellos se toman el crédito; tú tienes el don, pero ellos son los “ungidos”; tú eres el dueño de la hacienda, pero ellos te la quitan para la institución; tú tienes tus hijos espirituales, ellos toman los mejores para que sirvan a su institución, y al final también te convierten a ti en su servidor. Ellos hacen de los escogidos sus sirvientes y los humillan, les imponen castigos y los ponen en disciplina si

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no se someten, convirtiendo en esclavitud la libertad que les ha dado Cristo Jesús. Para el reino de los hombres, lo que importa no es lo que diga la Palabra de Dios, sino lo que le conviene a la institución. Alguien escribió una sátira refiriéndose a la manera cómo la iglesia evolucionó de Cuerpo de Cristo a institución eclesiástica, de organismo viviente a organización religiosa, la cual te la compartiré, de manera parafraseada, a continuación: «Cuentan que en el principio todos los cristianos eran pescadores de hombres. Cuando salían al mar a pescar, pescaban muchos peces, pues Dios los bendecía. Pero cuando la iglesia comenzó a crecer, algunos del gobierno de los hombres comenzaron a decir: “En verdad, hay que ser conscientes. Miren esos hombres que pasan el día entero pescando con esas redes anticuadas. Vamos a hacer redes modernas para facilitarles el trabajo”. Así lo hicieron, pero después se fijaron que los botes eran muy pequeños e inseguros y decidieron hacer grandes barcos de pescas. Ya tenían redes modernas, poseían trasatlánticos para pescar, pero luego dijeron: “Oye, ¿y por qué no les hacemos escuelas a los hijos de los pescadores? Eso es justo, porque ellos trabajan en el altar”. Entonces hicieron escuelas para los hijos de los pescadores, también colegios y universidades. »Luego dijeron: “¿Por qué no escogemos entre ellos a los más destacados y los llevamos a nuestras universidades para que enseñen a pescar?” De ahí surgieron los llamados seminarios. Después dijeron: “Pero los pescadores se enferman, vamos a hacer hospitales para sanarlos cuando se enfermen, ¡es justo!”. Y llegó un momento que la iglesia tenía de todo: modernas redes para pescar, flamantes barcos para navegar, destacadas escuelas y seminarios para enseñar, avanzados hospitales donde se podían sanar, etc. pero el resultado de todo eso fue que ya nadie salía a pescar, ya que todos estaban ocupados en distintos quehaceres burocráticos. Había tiempo para todo, menos para la pesca [hoy en día ocurre lo mismo. Hay tantas instituciones, pero no hay quien salga a hacer la obra]. »Sucedió entonces -continúa la sátira- que al paso del tiempo un visionario se lanzó a alta mar y tiró sus redes. Este hombre pescó muchos peces e inmediatamente lo supieron los hombres de los seminarios, y alarmados dijeron: “¿Cómo puede ser que fulano está en alta mar y haya pescado una gran camada de peces?”. Cuando el hombre llegó a la orilla lo estaban esperando y comenzaron a preguntarle: “¿Cómo fue que los pescaste? ¿de qué forma tiraste la red? ¿qué método empleaste? ¿quién te mandó a que lo hicieras? ¿a qué concilio perteneces?” Y el hombre respondía: “Bueno, yo quería pescar, y tiré la red así, y después hice así y luego así y así…”. Entonces ellos respondiendo: “No, tú no puedes estar pescando. Eres algo prodigioso. A ti hay que llevarte

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como catedrático de la universidad para que enseñes a los demás a pescar”. Así lo hicieron, y al único que salió y pescó también lo reclutaron». Esa es la iglesia hoy, donde hay un sinnúmero de organizaciones, un montón de burocracia, tecnología y equipos modernos, pero no hay quien haga la voluntad de Dios, pues nadie hace nada en el sentido espiritual, y al que hace algo, también lo reclutan para la organización. Conocemos una gran cantidad de hospitales famosísimos que eran “cristianos”, incluso algunos se identifican todavía con el nombre de la denominación que lo fundó, pero lo que era una casa de salud se ha convertido en un emporio de salubridad que toma muchas cuadras, pero si llegas allí enfermo (seas cristiano o no), si no tienes un plan médico no te atienden. Y me pregunto, ¿dónde está la piedad, la compasión y los principios de Dios? Allí no tienen cabida, pues esa organización ya no tiene nada de Dios, y es gobernada por el hombre. También hay iglesias que se dedican “Una cosa es la a guardar dinero y llega un momento iglesia y otra el que sus cuentas están tan repletas que el institucionalismo estado tiene que decirles que inviertan ese eclesiástico; dinero, porque al gobierno no le conviene que instituciones sin fines de lucro y exenla iglesia solo es tas de impuestos, mantengan su dinero la víctima detenido en el banco. Entonces, el dinero secuestrada por de la iglesia, en lugar de ir a la casa de ese tirano” los pobres, va a la bolsa de valores, y se compran acciones en compañías que si estuviéramos conscientes a qué se dedican, lloráramos de dolor. Algunas inversiones se han hecho en empresas cuya especialidad es en la venta de armas de fuego, por ejemplo, y sin embargo, sé de iglesias que no les interesa invertir en la visión de Dios. Alegan que no hay dinero para predicar, no hay dinero para ayudar al necesitado de la iglesia, no hay dinero para hacer la obra de Dios, pero sí para todo aquello que mantiene la organización. Eso es lo que pasa hoy y pasará siempre donde gobierne el hombre y no Dios. Todo lo que pasa y se mueve en el reino de los hombres es para promover sus nombres y darse a conocer. Gastan millones en promoción para pedir ofrendas monetarias y mantener su institución, pero cuando les escriben pidiendo oración, abren el sobre, toman la ofrenda y tiran la carta a la basura. ¡No hay corazón! No les importa las almas, sino hacerse grandes y ser

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conocidos. Igualmente, cuando les viene abundancia por causa de la unción, se dicen: «Hasta el perro de mi casa, debe comer en tazón de oro, pues yo soy el ministro de Dios. Mi Padre es el dueño del oro y de la plata, yo merezco lo mejor, por eso vivo en una mansión, porque yo soy el de la unción. Y si no me rentan o compran un jet, no iré a ninguna misión». El tiempo de ellos siempre es, pero el de Dios nunca llega. Asimismo, ellos se dan las ínfulas de ser grandes autores, pero lo que realmente hacen es que se adueñan del derecho de autor, aunque otros sean que hayan escrito los libros. Ellos echan a un lado al “hermanito” que Dios usó y no le dan ningún crédito- y se justifican en que ellos son la lámpara donde Dios puso la revelación para levantar esa organización en la que han “gastado su vida”, y que por su nombre estar en la portada es que la gente comprará el libro. Y puede que alguno haya escrito alguna obra, pero ¿quién les dio la inspiración y la gracia para escribirlo? ¿Para qué lo escribió, cuál fue su motivación? ¿No se lo dio Dios para la edificación de su iglesia? ¿de qué se glorían? Porque, como bien dijo Pablo: “¿quién te distingue? ¿o qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Corintios 4:7). Mientras escribo esto, mi corazón sangra, pues nunca ha sido mi motivación criticar a la iglesia. Una cosa es la iglesia y otra el institucionalismo eclesiástico; la iglesia solo es la víctima secuestrada por ese tirano. Hoy los hombres de Dios se sienten obligados a negociar y a cumplir las exigencias y demandas de los secuestradores, con tal de no hacer daño a la iglesia cautiva. La razón por la cual el Señor te habla a ti de aflicción y persecución por causa de la Palabra es por esa. Hay intereses demasiados poderosos para que el gobierno de los hombres quiera oír el mensaje de Dios. Los puedo escuchar decir: «Reconocer ese mensaje como de Dios haría que todo nuestros esfuerzos se vengan al suelo. Yo no puedo entregar mi iglesia a lo “espiritual”, para que, supuestamente, el Espíritu la guíe, no, eso jamás. Yo también tengo el Espíritu de Dios y sé lo que hago». A ellos no les resulta fácil, después de tener una plataforma establecida donde eran las estrellas, dejar que el que brille sea Dios y ellos desaparezcan; les es muy difícil soltar a aquellos de quienes se benefician, se nutren y se mantienen. El apóstol Pablo usó esta expresión: “mis colaboradores en Cristo Jesús” (Romanos 16:1); sí, colaboradores del apóstol, pero en el Señor. Es decir, la razón por la que sirves no soy yo ni es para mí, es para Dios y en Dios. Por eso, no debo apropiarme de tus dones ni beneficiarme de ellos, sino junto contigo dar honra al único digno, al Señor nuestro Dios. A ellos y a sus colaboradores hay que hacerles todo y darles de todo, pero es para su beneficio personal y no

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para honrar a Dios. Y aquí no estoy diciendo que pongamos bozal al buey que trilla, porque el obrero es digno de su salario (1 Timoteo 5:18), a lo que me he referido -y quiero que quede claro- es que te hacen “trabajar para Dios”, pero al final, el fruto de su trabajo es para ellos, para la organización. Eso es algo muy penoso, porque como bien dijo el predicador: “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír” (Eclesiastés 1:8). Por eso, el reino de los hombres tipifica el andar en la carne, donde sólo hay demandas, exigencias, un apetito insaciable de placeres y mucha presión. Todo eso se convierte en un gran suplicio, algo muy distinto a cuando reina Dios que hay paz, reposo, y toda buena obra. Por eso el profeta termina advirtiendo: 5. Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día” Esa es la razón por la que vemos cómo la iglesia gime, clama y lamenta con muchas lágrimas y lloro por todas estas injusticias, pero es como si los cielos fueran de bronce y su clamor no se escuchara. Mas, ¿cómo Dios va a oír si a Él no lo tienen como rey ni lo dejan gobernar? Mientras los hombres reinen, el cielo va a estar cerrado, porque Jehová no puede contestar las oraciones de la iglesia para que los hombres la administren para su propio peculio. El reino de Dios es de Dios y para Dios, no para los hombres. Por eso Dios cerró el oído, pues ellos lo desecharon y aunque clamen a Dios e invoquen su nombre Él no los oirá. “Mientras los No obstante, a pesar del cuadro tan hombres reinen, realista que el profeta le expuso sobre el reiel cielo va a estar no de los hombres, el pueblo no lo quiso cerrado” escuchar, sino que dijo: “No, sino que habrá rey sobre nosotros; y nosotros seremos también como todas las naciones, y nuestro rey nos gobernará, y saldrá delante de nosotros, y hará nuestras guerras” (1 Samuel 8:1920). En otras palabras: «No nos importa como el hombre gobierna, ya te dijimos, queremos ser como las demás naciones; elígenos un rey». Eso lo está diciendo la iglesia desde hace mucho tiempo: «No podemos estar llevándonos por profecías y luego esperar también un tiempo para confirmación, si ya sabemos lo que tenemos que hacer. Nosotros también tenemos el Espíritu de Dios y hemos organizado todo en nuestra constitución. Tenemos que tener un líder que nos represente. La iglesia está muy anticuada y es necesario que

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se modernice al nivel de cualquier institución del mundo. No podemos quedarnos atrás, tenemos que ir a la par del mundo. Elegiremos uno que nos represente (el más inteligente y dotado) a ese seguiremos y él se encargará de todo nuestros asuntos». Mas, cuando la iglesia desecha a Dios y prefiere al hombre, no solamente se aparta del Señor, sino que también se desliga de todo lo relacionado con Él. Por tanto, como el pueblo insistió en su descabellada idea, Jehová le dijo a Samuel que hiciera lo que ellos le pidieran. Por lo cual, el profeta ungió a Saúl como rey de Israel (1 Samuel 10:1). ¿Sabes qué significa el nombre Saúl? Pedido. El pueblo deseó un rey y Dios le buscó uno conforme al corazón del pueblo. ¿Fue Saúl elegido por Dios? No, fue señalado por Dios, pero “pedido” por el pueblo. Por eso le dijo a Samuel: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan” (1 Samuel 8:7), porque Jehová haría exactamente lo que ellos querían. El pueblo quería un rey alto, fuerte, robusto, guerrero y valiente, como los reyes de las naciones, y eso mismo le dio Jehová, un tremendo ejemplar. Por eso, vemos más adelante cuando Samuel va a la casa de Isaí a buscar el rey conforme al corazón de Dios, pensaba: «Bueno, este hombre deberá superar en todo a Saúl», y al ver a Eliab, el hermano mayor de David, por su buen parecer y lo grande de su estatura, dijo: “De cierto delante de Jehová está su ungido” (1 Samuel 16:6), y si Dios no lo refrena, él lo unge. Esta es la única vez que la Biblia muestra que este profeta se equivocó. Él sabía encontrar las burras y hasta las agujas que se perdían, pero al hombre de Dios, no lo pudo identificar. Samuel estaba buscando un rey de acuerdo a las características de los hombres, pero el elegido era conforme al corazón de Dios. Saúl fue pedido por el pueblo y Dios lo eligió para el pueblo. Jehová no le puso tropiezo a Saúl ni al pueblo, todo lo contrario, les apoyó en sus decisiones. Lo único que Dios pedía era obediencia, por eso Samuel les advirtió en su discurso de despedida: “Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón…” (1 Samuel 12:24). Esto quiere decir que Dios no eligió a Saúl para fracasar, aunque lo eligió con dolor. Veamos ahora como reinó Saúl, el “pedido” por el pueblo. Leamos el siguiente incidente, que retrata muy bien el perfil de este hombre que era semejante a los reyes de las naciones: “Y se juntó el pueblo en pos de Saúl en Gilgal. Entonces los filisteos se juntaron para pelear contra Israel, treinta mil carros, seis mil hombres de a caballo, y pueblo numeroso como la arena que está a la orilla del mar; y subieron y acamparon en Micmas, al oriente de Bet-avén. Cuando los hombres de Israel vieron que estaban

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en estrecho (porque el pueblo estaba en aprieto), se escondieron en cuevas, en fosos, en peñascos, en rocas y en cisternas. Y algunos de los hebreos pasaron el Jordán a la tierra de Gad y de Galaad; pero Saúl permanecía aún en Gilgal, y todo el pueblo iba tras él temblando. Y él esperó siete días, conforme al plazo que Samuel había dicho; pero Samuel no venía a Gilgal, y el pueblo se le desertaba. Entonces dijo Saúl: Traedme holocausto y ofrendas de paz. Y ofreció el holocausto. Y cuando él acababa de ofrecer el holocausto, he aquí Samuel que venía; y Saúl salió a recibirle, para saludarle. Entonces Samuel dijo: ¿Qué has hecho? Y Saúl respondió: Porque vi que el pueblo se me desertaba, y que tú no venías dentro del plazo señalado, y que los filisteos estaban reunidos “Cuando se en Micmas, me dije: Ahora descendeobedece la rán los filisteos contra mí a Gilgal, y voluntad de Dios yo no he implorado el favor de Jehová. se paga el precio Me esforcé, pues, y ofrecí holocausto. Entonces Samuel dijo a Saúl: Locade esperar en Él, mente has hecho; no guardaste el aunque tomemos mandamiento de Jehová tu Dios que el riesgo de él te había ordenado; pues ahora Jehoquedarnos solos” vá hubiera confirmado tu reino sobre Israel para siempre” (1 Samuel 13:4-13).

Destaquemos ciertas enseñanzas que se desprenden de este relato. Nota que Saúl esperó siete días según el plazo que el profeta le había dado, antes de proceder, pero como Samuel no llegaba, el pueblo se le desertaba. Cuando se obedece la voluntad de Dios se paga el precio de esperar en Él, aunque tomemos el riesgo de quedarnos solos. Saúl comenzó a ver que el pueblo se le iba y cometió el gran error de hacer algo que no le correspondía, y ofició a Jehová. Esta función era exclusiva de los sacerdotes que Jehová había apartado para el santo oficio. Pero este hombre hizo esa locura, no porque quería adorar a Dios, sino porque veía que el pueblo se le escapaba, y para Saúl el pueblo era más importante que obedecer una ordenanza de Dios. Por eso, Samuel le dijo: “Locamente has hecho” (v. 13), lamentablemente Saúl era un gobernante del pueblo y únicamente le importaba complacer al pueblo, no a Dios.

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Eso es, justamente, lo que pasa hoy en día en la iglesia. Cuando los que dirigen se dan cuenta que el pueblo no quiere algo en particular o que los miembros se les están yendo de la iglesia, inmediatamente comienzan a cambiar las cosas, para que no les deserten ni les abandonen. A ellos no les interesa obedecer ni agradar a Dios, sino complacer al pueblo. En el reino de los hombres la elección de la mayoría es la que gana, porque son elegidos por el pueblo y para el pueblo. En cambio, en el reino de Dios las cosas ocurren totalmente contrario. Cuando a Jesús los discípulos le dijeron que la gente se estaba ofendiendo y que muchos se volvían atrás, luego de escuchar el mensaje que predicaba, él les dijo: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67). Jesús no iba a cambiar aunque les pareciera a ellos duras sus palabras. En el gobierno de Dios no importa el pueblo, sino Dios. La Palabra de Dios dice: “… todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Timoteo 3:12), por lo que entiendo que cuando sacrificamos el deseo del hombre por obedecer la voluntad de Dios, seremos perseguidos. Son muchas las voces que se levantan en contra, pero Jesús dijo: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo” (Mateo 5:11). Si murmuran de un mal testimonio, eso es otra cosa, pero si viene la persecución por causa de la palabra, y nos acusan mintiendo, Dios será nuestro defensor. Por eso, amado, óyelo bien, a la iglesia lo que le debe importar es agradar a Dios haciendo su voluntad. Como “oveja”, eres importante en el redil, para alimentarte con sus delicados “pastos”, pero no te seguimos a ti, sino al pastor que es Dios. En una ocasión alguien me compartió una anécdota de un judío que fue a un restaurante y el mesero estaba prejuiciado contra él, porque había leído que los judíos habían matado a Jesús. La molestia del mesero era tan grande que le dijo a su jefe: «Usted me va a perdonar, pero yo no voy a atender a ese judío, porque ellos mataron a Jesucristo», a lo que el dueño del restaurante le contestó: «Si tú no le sirves, estás despedido». Presionado por la condición, decide de mala gana atenderle, y el judío cuando se fue le dejó una jugosa propina. Cuando el mesero va a limpiar la mesa, se encuentra con la generosa suma, la toma y la introduce en su bolsillo. El dueño del lugar, al verle, se le acerca y le cuestiona con un gesto, a lo que el mesero rápidamente le responde: «Bueno, los judíos no fueron tan malos; ellos no mataron a Cristo, solo lo torturaron». Así es el reino del hombre, por intereses cambia rápidamente su convicción. Igualmente, cuando el hombre gobierna la iglesia y ve que no hay ofrendas y se están bajando las arcas del tesoro, ponen a todo el mundo a orar y a ayunar y buscan que el profeta les hable. Mas, una vez que tienen el dinero,

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ya no hay tiempo para las cosas del Espíritu y ni caso les hacen a los profetas de Dios. En mis tiempos de estudiante tuve un maestro que decía a la clase: «por la plata baila el mono, y si no baila el mono, baila el dueño del mono», y todo eso, por intereses. Hay que estar bien convencidos en Dios para mantenerse en sus principios, a pesar de ver que el pueblo se va y que nos quedamos solos. A Juan el bautista sus seguidores se le fueron también (Juan 3:26), pero él dijo: “No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:27-30). Así habla un hombre que está claro y comprometido con la verdad, el cual no le importa quedarse solo, sino cumplir lo que Dios le mandó a hacer. Los siervos de Dios son discriminados en el reino de los hombres y nunca son bienvenidos en su círculo. Nosotros lo hemos vivido en el medio donde Dios nos ha puesto, pues algunos consiervos ni te miran y te evitan, porque por tu lenguaje saben que no simpatizas con la política ni con los intereses humanos en que están sumidos en sus congregaciones. Pero un día, todos le veremos la cara a nuestro Señor. El apóstol Pablo decía que quería ser aprobado delante de Dios (2 Timoteo 2:15) y que si en su ministerio buscara agradar a los hombres no sería siervo del Señor Jesucristo (Gálatas 1:10). A pesar que a Saúl le importaba más el pueblo que Dios, vemos más adelante que Jehová le da otra oportunidad y envía al profeta a ungirle y a advertirle que esté atento a sus palabras (1 Samuel 15:1). Dios es santo y es bueno, y a pesar que el pecado de Saúl le dolió en su corazón le da una nueva misión: “Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (vv. 2,3). Saúl, entonces, salió a la batalla y derrotó a los amalecitas (v. 7), pero la Biblia dice que: “tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron. Y vino palabra de Jehová a Samuel, diciendo: Me pesa haber puesto por rey a Saúl, porque se ha vuelto de en pos de mí, y no ha cumplido mis palabras. Y se apesadumbró Samuel, y clamó a Jehová toda aquella noche” (vv. 8-11). Una vez más, Saúl desagradó a Dios y ya ni las intercesiones y clamor de sus santos podrían cambiar sus resoluciones. Dios no reina, sino en Su reino. Él no se sienta en

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sitial humano, sino en su propio trono para gobernar a los hombres. Son vanas las oraciones en las iglesias mientras no haya en ellas un cambio de gobierno. Hay quienes invocan a Dios con sus labios, pero andan en sus propios caminos, y luego cuando les viene juicio son muy idealistas, y apelan por la misericordia divina. Sin embargo, la Biblia dice que la justicia y el juicio son el cimiento del trono de Dios, y así como Él es tardo para la ira, no tendrá por inocente al culpable (Salmos 89:14; Nahum 1:3). Dios “… no es hombre, para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Números 23:19); Él es Dios. Hay que dejar que Él reine, sólo así lo veremos actuando a favor del pueblo. Sin embargo, hay muchos que, aun estando en el camino, siguen perdidos. Es el caso de Saúl, según vemos en la continuación del relato: “Madrugó luego Samuel para ir a encontrar a Saúl por la mañana; y fue dado aviso a Samuel, diciendo: Saúl ha venido a Carmel, y he aquí se levantó un monumento, y dio la vuelta, y pasó adelante y descendió a Gilgal. Vino, pues, Samuel a Saúl, y Saúl le dijo: Bendito seas tú de Jehová; yo he cumplido la palabra de Jehová” (1 Samuel 15:12-13).

Así como Saúl dicen todos los líderes en el gobierno de los hombres: «Mira lo que hemos hecho. Estamos trabajando: hicimos un templo, hicimos una catedral, levantamos una iglesia en tal parte, estamos preparando tal cosa, etc.» Muestran un montón de cosas que ellos hicieron, pero no pueden mostrar nada que Dios les haya mandado a hacer. Samuel no tuvo que inspeccionar el campamento para comprobar si Saúl le estaba mintiendo o no, sino que el mismo anatema se manifestó en balido de ovejas y mugidos de vacas, a lo que Saúl respondió:”De Amalec los han traído; porque el pueblo perdonó lo mejor de las ovejas y de las vacas, para sacrificarlas a Jehová tu Dios, pero lo demás lo destruimos” (1 Samuel 15:14-15). Nota el énfasis: “el pueblo los trajo” y “el pueblo perdonó”, pero a quien Jehová mandó no fue al pueblo, sino a Saúl. Él era el líder, pero gobernaba conforme al pueblo y no conforme al mandato de Dios. Hoy también decimos “la junta decidió” y “el concilio resolvió”, y yo me pregunto: ¿en todo eso, dónde está Dios? En el gobierno de los hombres la mayoría gana, pero en el gobierno de Dios lo que vale es la voluntad del Señor. Por eso, cuando Samuel escuchó la razón que le dio Saúl, le respondió:

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“¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros. Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación. Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey” (1 Samuel 15:22-23).

Este era un momento crucial en el reinado de Saúl, porque a pesar que fue el pueblo que lo pidió como rey, dependía de Dios que él permaneciera en el trono. Jehová le había dado una nueva oportunidad a este hombre, ¿por qué no siguió su instrucción? Saúl le dijo a Samuel: “Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras, porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos. Perdona, pues, ahora mi pecado, y vuelve conmigo para que adore a Jehová” (vv. 24, 25). Es decir, Saúl no obedeció a Dios porque temía al pueblo, pero “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis…?” (Romanos 6:16). Saúl se había sometido totalmente al pueblo, le cedió su voluntad a tal punto que se hizo su esclavo, y sin autoridad, no podía establecer la voluntad Jehová. En cambio, en el reino de los cielos, se le teme a Dios, no al pueblo, porque el que le puso en autoridad es el Señor para que le obedezca, no el pueblo para que se le someta. Vemos entonces que Samuel acababa de dictarle a Saúl prácticamente una sentencia, la cual revelaba el desagrado que Jehová sintió por su desobediencia. Era el tiempo para Saúl humillarse, para reconocer y rendirse a la voluntad de Dios. Mas, esa no fue su actitud, sino muy al contrario, trató de “echarle agua al vino”, minimizando el asunto, como diciendo: «Mira, lo que pasa es que el pueblo lo decidió, y es un poco delicado contradecir al pueblo; ellos eran la mayoría y temí por eso; y los dejé que hicieran las cosas como ellos creían. Reconozco que fallé, pero ven, no te pongas así, cálmate ¿sí?, volvamos y adoremos juntos a Dios». Mas, un hombre que teme a Dios ve las cosas como Dios las ve, y no se une a lo mal hecho, por eso Samuel le respondió: “No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová, y Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel” (1 Samuel 15:26). En ese momento, Saúl se desesperó, pues no pudo soportarlo y mira lo que ocurrió:

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“Y volviéndose Samuel para irse, él se asió de la punta de su manto, y éste se rasgó. Entonces Samuel le dijo: Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú. Además, el que es la Gloria de Israel no mentirá, ni se arrepentirá, porque no es hombre para que se arrepienta” (1 Samuel 15:27-29).

Amado de mi alma, tú y yo nunca debemos estar con alguien que deseche la palabra de Jehová, aunque no lo tengamos como enemigo (2 Tesalonicenses 3:14-15). El Señor nos ha hablado bastante y nos advierte que no apoyemos ningún proyecto si no estamos seguros que venga de Dios. No colaboremos con hombres que no obedecen, pues perderemos el tiempo, y no seremos eficaces. Jehová es el que quita reyes y pone reyes, y aquellos que creen que pueden gobernar fuera de Él, el que mora en los cielos se reirá y se burlará de ellos (Salmos 2:4), porque sus pensamientos son vanidad y Dios los turbará con su ira. Jehová estaba airado con Saúl y por eso decidió darle el reino de Israel a otro. Cuando Saúl fue escogido como rey ni él mismo se consideraba digno, se sentía pequeño ante sus propios ojos, por eso cuando iba ser presentado delante de las tribus de Israel se escondió en el bagaje (1 Samuel 15:17;10:22), pero Dios lo ungió como rey, lo hizo jefe, lo hizo grande entre los hombres. ¿No era momento para Saúl honrar con su obediencia la honra que recibió? ¿No era ese el tiempo de humillarse delante del Señor? Obviamente, Saúl tenía los ojos puestos en los hombres, no en Dios, pues nota lo que él le respondió al profeta: “Yo he pecado; pero te ruego que me honres delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel, y vuelvas conmigo para que adore a Jehová tu Dios” (1 Samuel 15:30).

¡Qué terrible! Lo que le importaba a Saúl era estar bien delante del pueblo, pues para él valía más la honra de los hombres que la de Dios. Él aceptaba que le había fallado a Jehová, y que el Señor estaba disgustado y que a sus ojos no era digno, por eso aceptaba su castigo. A Saúl no le importaba que Dios lo deshonrara, pero que no lo hiciera el pueblo. ¿Notas el espíritu del gobierno de los hombres? Es muy grande el dominio que ejerce el pueblo sobre sus líderes, los cuales, por temor a la reacción y al peligro de perder su simpatía, cometen los más terribles pecados y desobediencia a Dios.

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Sabemos lo que pasó luego, Samuel cortó en pedazos a Agag rey de Amalec, después se fue a Ramá y nunca más volvió a ver a Saúl. Sin embargo no dejó de orar y llorar por él (1 Samuel 15:33-35), hasta un día que Jehová le dijo: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel? Llena tu cuerno de aceite, y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de sus hijos me he provisto de rey” (1 Samuel 16:1). Así fue como el hijo de Isaí fue escogido por Dios y ungido para ser rey de Israel (1 Samuel 16:10:13). Ahora, nota algo; la primera vez que Saúl desobedeció y locamente ofició sacrificios a Jehová sin ser él un sacerdote, el profeta le dijo algo muy importante: “Mas ahora tu reino no será duradero. Jehová se ha buscado un varón conforme a su corazón, al cual Jehová ha designado para que sea príncipe sobre su pueblo, por cuanto tú no has guardado lo que Jehová te mandó” (1 Samuel 13:14). Este verso nos declara abiertamente que Saúl no tenía el corazón de Dios, porque sólo palpitaba por el pueblo. Sin embargo, David fue escogido por Dios porque era conforme a su corazón. Esta verdad, nos lleva a otro nivel en esta enseñanza, la de conocer la vida de dos hombres que representan dos reinos: Saúl el de los hombres y David el de Dios. Ahora, ¿qué es tener el corazón de Dios? Busquemos la respuesta en el Nuevo Testamento, donde el apóstol Pablo se refiere a este incidente: “Luego pidieron rey, y Dios les dio a Saúl hijo de Cis, varón de la tribu de Benjamín, por cuarenta años. Quitado éste, les levantó por rey a David, de quien dio también testimonio diciendo: He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:21-22). Por tanto, un hombre conforme al corazón de Dios es el que hace todo lo que Dios quiere, así como un hombre conforme al corazón del hombre hace todo lo que el hombre quiere. Y yo te pregunto, ¿tú que corazón tienes, el del pueblo o el de Dios? De manera perfecta, esta pregunta reflexiva nos pudiera servir como final a este segmento, pero es necesario conocer profundamente la intención del Señor con esta enseñanza. Hemos hablado detalladamente del reino de los hombres y no fue nada difícil ver la iglesia retratada allí, porque es algo que vivimos a diario, hombres que quieren vivir en el reino de Dios, pero siendo gobernados por los hombres. Ya vimos que Saúl es representativo de esta forma de pensamiento, pero ¿cómo era David? Empecemos delineando su perfil con el siguiente relato: “Envió, pues, por él, y le hizo entrar; y era rubio, hermoso de ojos, y de buen parecer. Entonces Jehová dijo: Levántate y úngelo, porque éste es. Y Samuel tomó el cuerno del aceite, y lo ungió en

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medio de sus hermanos; y desde aquel día en adelante el Espíritu de Jehová vino sobre David” (1 Samuel 16: 12-13).

Mientras el nombre de Saúl significa “pedido”, David significa “amado”. Él no era tan gallardo ni tan alto como Saúl, aunque sí era de un hermoso aspecto. Mas, lo más importante que tenía David era que el Espíritu de Jehová estaba sobre él. Nota que desde ese mismo momento, en que David fue ungido como Rey, el Espíritu de Jehová se apartó de Saúl y un espíritu malo lo atormentaba (1 Samuel 16:14). Veamos qué ocurrió: “Y los criados de Saúl le dijeron: He aquí ahora, un espíritu malo de parte de Dios te atormenta. Diga, pues, nuestro señor a tus siervos que están delante de ti, que busquen a alguno que sepa tocar el arpa, para que cuando esté sobre ti el espíritu malo de parte de Dios, él toque con su mano, y tengas alivio. Y Saúl respondió a sus criados: Buscadme, pues, ahora alguno que toque bien, y traédmelo. Entonces uno de los criados respondió diciendo: He aquí yo he visto a un hijo de Isaí de Belén, que sabe tocar, y es valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso, y Jehová está con él” (1 Samuel 16:15-17).

David era un adorador, y adoraba a Dios de manera tan sublime que al tocar con su arpa, Jehová sanaba, restauraba, aliviaba. Pero nota cómo aun los mismos criados de Saúl lo percibían: “He aquí yo he visto a un hijo de Isaí de Belén, que sabe tocar, y es valiente y vigoroso y hombre de guerra, prudente en sus palabras, y hermoso, y Jehová está con él” (1 Samuel 16:15-18). El verso se explica por sí mismo. Ahora veamos cómo el hombre de guerra, entre otras cualidades, se manifiesta en David, en el conocido relato, cuando Goliat tenía aterrorizado al pueblo de Israel: “Dijo Saúl a David: No podrás tú ir contra aquel filisteo, para pelear con él; porque tú eres muchacho, y él un hombre de guerra desde su juventud. David respondió a Saúl: Tu siervo era pastor de las ovejas de su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la manada, salía yo tras él, y lo hería,

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y lo libraba de su boca; y si se levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba. Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, él también me librará de la mano de este filisteo. Y dijo Saúl a David: Ve, y Jehová esté contigo” (1 Samuel 17:33-37).

Es notable el celo de David por Dios. Al hijo menor de Isaí no le importaba enfrentarse a aquel gigante que se había atrevido a desafiar al ejército del Dios viviente (v. 36). También vemos cómo le atribuye a Jehová todas sus proezas (v. 37), porque aunque él mataba las fieras con sus propias manos, atribuía a Jehová haberlo librado de morir en esos salvajes enfrentamientos. David estaba consciente de que su fuerza, su habilidad y destrezas venían de Dios. En otras palabras, este hombre decía: «Yo soy valiente, porque Jehová me da valentía; yo mato leones, porque Jehová me da la fuerza; y a este lo voy a matar, porque Jehová también me ayudará». En el gobierno de Dios no se habla tanto de las cualidades de los hombres (si es ungido, si tiene dones, si es profeta, si hace esto, aquello o lo otro, etc.), sino que únicamente se le da gloria al nombre de Dios. Sabemos que David mató a Goliat, pero te reto a que me muestres uno de sus salmos donde el salmista se ufana de haber matado a un gigante, porque el único gigante para David era Dios. Observa ahora sus palabras, cuando se enfrentó al corpulento filisteo: “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has provocado. Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos” (1 Samuel 17:45-47).

El líder según el reino de Dios, confía en Jehová, le atribuye las proezas de sus triunfos y cuando sale a pelear no se fía en sus armas, sino en el poder del nombre de Dios. Lo que a él, principalmente, le motivaba a la batalla no era

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defender al pueblo ni al rey, sino hacerle frente aquel que se atrevía a provocar y blasfemar el gran nombre de su Dios. David entendía que las guerras eran espirituales, no carnales, eran peleas entre dioses, no entre pueblos. El apóstol Pablo lo definió así: “no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Observa, por la expresión de David, que en el reino de Dios, todo es Dios: El arma es Dios, el que pelea es Dios, el triunfo es de Dios, el que gana es Dios, el celo es por Dios y toda la gloria es para Dios. Este pensamiento contrasta con el reinado de Saúl cuyo énfasis era el pueblo, y todo lo hacía: por temor al pueblo, para retener al pueblo, para complacer las decisiones del pueblo y para tener el favor del pueblo. En cambio, David todo lo hacía por el Dios del pueblo. Para él, Jehová iba primero, y por eso recibió no tan sólo el favor del pueblo, sino hasta la simpatía de los siervos del propio Saúl: “Y salía David a dondequiera que Saúl le enviaba, y se portaba prudentemente. Y lo puso Saúl sobre gente de guerra, y era acepto a los ojos de todo el pueblo, y a los ojos de los “Cuando siervos de Saúl” (1 Samuel 18:5). Cuando honramos a Dios honramos a Dios como primero y único, todo lo demás viene por añadidura (Lucas como primero y 12:31). Para David, honrar a Dios fue un único, todo lo principio de vida, pero para Saúl que lo desdemás viene por echó, sólo fue una dolorosa experiencia lo añadidura” que, precisamente, recibió de aquellos de quienes buscaba reconocimiento. Veámoslo una vez más en los siguientes versículos: “Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, Y David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino. Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David” (1 Samue118:6-9).

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¿Sabes cuál es la diferencia entre el reino de Saúl y el reino de David? Que Saúl hiere sólo a miles, pero David a diez miles. Saúl peleaba con la fuerza del pueblo y para el pueblo, pero David peleaba con Dios y para Dios. Aquí hay una gran diferencia, y lo vemos en la iglesia en el reino de los hombres que sólo hay triunfos de miles y en la que reina Dios hay triunfos de diez miles, así es la brecha: de diez a uno. Ahora, lo más importante de esto es que aunque David no obraba para ganar al pueblo, Jehová le dio el corazón del pueblo. David no vivía para ganarse al pueblo, pero el que tiene a Dios, Dios le da el corazón de su pueblo, porque el que inclina los corazones es Dios. La Palabra dice: “Mas todo Israel y Judá amaba a David, porque él salía y entraba delante de ellos” (1 Samuel 18:16). También dice: “Y salieron a campaña los príncipes de los filisteos; y cada vez que salían, David tenía más éxito que todos los siervos de Saúl, por lo cual se hizo de mucha estima su nombre” (1 Samuel 18:30). Cuando un hombre vive para Dios, Él le honra, haciéndolo acepto delante del pueblo y engrandeciendo su nombre incluso entre los enemigos. Puede que alguien que desconozca diga: «Bueno, David era así porque todavía no era rey sobre Israel, pero cuando esté al frente puede que otras sean sus preferencias». Sin embargo, comprobemos que no era así en el siguiente versículo, cuando David ya reinaba en Israel dice que: “Todo el pueblo supo esto, y le agradó; pues todo lo que el rey hacía agradaba a todo el pueblo” (2 Samuel 3:36). Lo de David era carácter, corazón conforme al de Dios, por eso todo lo que él hacía como rey agradaba no a unos cuantos, sino a todo el pueblo. Bien aplica aquí el refrán que dice: “más vale caer en gracia que ser gracioso”. El proverbista dijo: “Cuando los caminos del hombre son agradables a Jehová, Aun a sus enemigos hace estar en paz con él” (Proverbios 16:7), ¡cuánto más a su pueblo! Otra diferencia entre Saúl y David que muestran las Escrituras era que: “… a todo el que Saúl veía que era hombre esforzado y apto para combatir, lo juntaba consigo” (1 Samuel 14:52). En cambio, de David dice: “Vinieron todas las tribus de Israel a David en Hebrón y hablaron, diciendo: Henos aquí, hueso tuyo y carne tuya somos. (...) Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel al rey en Hebrón, y el rey David hizo pacto con ellos en Hebrón delante de Jehová; y ungieron a David por rey sobre Israel” (2 Samuel 5:1,3). Nota que Saúl “juntaba” y a David se le “juntaban”, “venían” a él; Saúl reclutaba soldados, a David le seguía el ejército de Jehová (1 Crónicas 12:22,38). Mientras Saúl fue pedido por el pueblo, reinaba y gobernaba para el pueblo, no obstante, el pueblo se le iba; David amaba a Dios y era amado de Dios, todo se lo atribuía a Dios, peleaba las guerras de Dios, tenía celo por Dios, obedecía a Dios, todo era para Dios y no le importaba ganarse la voluntad del pueblo, pero

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Dios se la dio. ¿Cómo es posible que al que reina para el pueblo, el pueblo se le deserte y al que no reina para el pueblo, el pueblo lo siga y lo apoye? Eso está pasando hoy en la iglesia y seguirá pasando. Aquellos que gobiernan para el pueblo se van a quedar sin el pueblo, y los que gobiernan para Dios tendrán a Dios y al pueblo de Dios. Ahora veamos otra cualidad de David, en el siguiente relato: “Después subieron los de Zif para decirle a Saúl en Gabaa: ¿No está David escondido en nuestra tierra en las peñas de Hores, en el collado de Haquila, que está al sur del desierto? Por tanto, rey, desciende pronto ahora, conforme a tu deseo, y nosotros lo entregaremos en la mano del rey. Y Saúl dijo: Benditos seáis vosotros de Jehová, que habéis tenido compasión de mí. Id, pues, ahora, aseguraos más, conoced y ved el lugar de su escondite, y quién lo haya visto allí; porque se me ha dicho que él es astuto en gran manera” (1 Samuel 23:19-22).

Saúl dice que David era muy astuto, porque aun teniendo informe donde el hijo de Isaí se encontraba, él no lo podía hallar. La causa era que David, antes de hacer cualquier movimiento, consultaba a Jehová y Dios le avisaba cuando venía Saúl. Comprobemos esto en el siguiente relato: “Dieron aviso a David, diciendo: He aquí que los filisteos combaten a Keila, y roban las eras. Y David consultó a Jehová, diciendo: ¿Iré a atacar a estos filisteos? Y Jehová respondió a David: Ve, ataca a los filisteos, y libra a Keila. Pero los que estaban con David le dijeron: He aquí que nosotros aquí en Judá estamos con miedo; ¿cuánto más si fuéremos a Keila contra el ejército de los filisteos? (…) Mas entendiendo David que Saúl ideaba el mal contra él, dijo a Abiatar sacerdote: Trae el efod. Y dijo David: Jehová Dios de Israel, tu siervo tiene entendido que Saúl trata de venir contra Keila, a destruir la ciudad por causa mía. ¿Me entregarán los vecinos de Keila en sus manos? ¿Descenderá Saúl, como ha oído tu siervo? Jehová Dios de Israel, te ruego que lo declares a tu siervo. Y Jehová dijo: Sí, descenderá. Dijo luego David: ¿Me entregarán los vecinos de Keila a mí y a mis hombres en manos de Saúl? Y Jehová respondió: Os entregarán” (1 Samuel 23:1-3; 9-12).

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David todo lo consultaba con Jehová y el Señor le respondía a su siervo. Así nosotros debemos consultar con Él todas nuestras decisiones, porque nuestro Dios es el Dios Vivo, no es un ídolo. El que va de la mano de Jehová camina seguro, ni sus pies tropiezan en piedras ni nadie lo arrebatará de su mano. David se salvó de ser entregado a sus enemigos, no tan sólo porque consultó a Jehová, sino porque estuvo atento a sus instrucciones. Por eso, dicen las Escrituras: “… y lo buscaba Saúl todos los días, pero Dios no lo entregó en sus manos” (1 Samuel 23:14). Ahora veamos cómo reaccionaba David ante la adversidad, cuando él y sus hombres llegaron a Siclag y los de Amalec habían invadido y asolado el lugar, prendiéndole fuego y llevándose cautivos a sus mujeres y a todos los que estaban allí, desde el menor hasta el mayor: “Entonces David y la gente que con él estaba alzaron su voz y lloraron, hasta que les faltaron las fuerzas para llorar. Las dos mujeres de David, Ahinoam jezreelita y Abigail la que fue mujer de Nabal el de Carmel, también eran cautivas. Y David se angustió mucho, porque el pueblo hablaba de apedrearlo, pues todo el pueblo estaba en amargura de alma, cada uno por sus hijos y por sus hijas; mas David se fortaleció en Jehová su Dios” (1 Samuel 30:4-6).

Este fue unos de los momentos más difíciles en la vida de David, el ver a sus hombres desesperados y que el pueblo hablaba de apedrearlo. David estaba angustiado, como quizás pudo estar Saúl cuando vio que el pueblo se le desertaba, pero ¿qué hizo David? Él no vino con diplomacia al pueblo, a prometerle cosas para que ellos creyeran que él tenía el control; tampoco trató de justificarse ante ellos, al verlos en amargura de alma y temía que no le siguieran apoyando más. Tampoco David hizo como Saúl que dijo: «Déjame oficiar un sacrificio, para que ellos crean que Jehová está conmigo, y que yo sigo aquí, siendo el ungido». Él no trató de manipular al pueblo, ni tampoco de impresionarlo; su angustia no llegaba a hacerle olvidar quién era él ni cómo a Jehová se le obedecía. David se fortaleció en Jehová, y siguió las instrucciones (1 Samuel 30:7-8). Ahora, yo te pregunto, si a ti te secuestran a tus hijos y a tu esposa, ¿consultarías a Jehová si puedes salir a buscarlo o si denuncias a la policía que han sido raptados? ¿te pondrías a orar en ese momento, y a titubear si llamas al número de emergencia 911? Eso es lo que procede, pero ¿para qué hemos de consultar a Dios en algo que, obviamente, requiere nuestra acción? Sin

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embargo, aun eso David lo consultaba a Jehová. Continuemos viendo esa misma actitud de David, en otras situaciones: “Después de esto aconteció que David consultó a Jehová, diciendo: ¿Subiré a alguna de las ciudades de Judá? Y Jehová le respondió: Sube. David volvió a decir: ¿A dónde subiré? Y él le dijo: A Hebrón” (2 Samuel 2:1).

El que David era el rey de Israel estaba sobreentendido, porque Dios le había dicho a David que cuando Saúl muriese, él sería su sucesor. Mas, cuando mataron a Saúl, en vez de David correr al trono, antes que apareciera alguno, de parte de la familia de Saúl, a heredar la corona, David consultó a Jehová para buscar su voluntad. Luego que Jehová le respondió “sube”, tampoco se apresuró a ir, sino que preguntó a dónde. Por lo que aprendo, que no es sólo preguntar qué hago, sino consultar a Dios por específicas instrucciones: «¿qué hago?, ¿cómo lo hago?, ¿cuándo lo hago? y ¿a dónde lo hago?» Ese es el gobierno de Dios. Ahora, el fin de todo discurso es este, el relato de oro que está contenido en el siguiente versículo, porque revela el fin de los dos reinos. Ruego a Dios que abra tus sentidos espirituales para que veas y entiendas lo que el Espíritu nos muestra: “Hubo larga guerra entre la casa de Saúl y la casa de David” (2 Samuel 3:1)

Amada iglesia de Dios, siempre habrá guerra entre el reino de Dios y el reino de los hombres por largos días, hasta que Cristo se apodere de su iglesia, rescatándola de las manos de los hombres. Así que no te extrañes, ni te asombres ni te deprimas, porque Jehová nos muestra hoy que habrá larga guerra entre la casa de Saúl, que es el reino de los hombres, y la casa de David, que es el reino del Señor Jesucristo. Solo no olvides la segunda parte de ese versículo: “… pero David se iba fortaleciendo, y la casa de Saúl se iba debilitando” (2 Samuel 3:1)

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¡Gózate en el Señor, porque ese será el resultado de este conflicto! Siempre hay guerra y habrá guerra en contra de los siervos de Dios. Nosotros lo hemos vivido, cuando en medio nuestro llega alguien del reino de Saúl y se resiste a la unción profética y no tolera el mensaje del reino. También hemos sufrido el menosprecio de quienes se sacuden y se burlan del mensaje, como fue David menospreciado, no nos asombremos por eso. Pero, aunque haya guerra y pareciera que ésta nunca vaya a terminar, consuélate en saber que el reino de Dios empezará a fortalecerse. Eso es lo que está pasando hoy donde hay guerra, el reino de Dios está tomando auge y ya en los avivamientos se está hablando en otro lenguaje diciendo que Dios es el todo, que Su reino debe establecerse, y se habla de propósito, de principios, etc. El Señor está derribando la casa de Saúl y pronto vendrá a nuestros oídos la noticia de que “Saúl” ha muerto y su reino ya es parte del pasado. Los que conocen la historia de la iglesia, saben que esto es verdad. Esta es una revelación que Dios nos da para que veamos la diferencia en estos dos reinos. Desde ahora en adelante el Señor cambiará tu lenguaje, y cuando te refieras al reino de los hombres vas a decir el reino de Saúl, y cuando te refieras al reino de Dios dirás el reino de David que es el ungido de Jehová, Jesucristo. Es necesario iglesia que veas si has dejado a Dios, para irte a los hombres, y digas: «Yo prefiero a Cristo, yo me decido por el gobierno de Dios y no el de los hombres; yo no pertenezco a Saúl, sino al David del cielo, a Jesús el ungido de Jehová, el amado del Padre». Obedezcamos a Dios, dejemos de hacer elecciones ni pongamos al pueblo a elegir, porque el que elige sus instrumentos, para edificación de la iglesia es Dios. No nos desviemos, sino establezcamos el reino de Dios.

2.3  “¿Por qué no Levantas Descendencia a Tu Hermano?” “Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano” -Génesis 38:8-9

En el reino de Dios todo se hace según la naturaleza y el corazón del Gran Rey. A Dios nadie jamás lo ha visto, pero el Hijo lo ha dado a conocer (Juan

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1:18). ¿De qué manera Jesús ha revelado al Padre (Mateo 11:27)? Observemos cuidadosamente las enseñanzas del maestro y veremos que Él no hizo nada que no vio hacer al Padre (Juan 5:19), y que sus obras las hacía el Padre, no Él (Juan 14:10). El afirmó que aun las palabras que hablaba no eran suyas, sino del que le envió (Juan 14:24). No olvidemos que Jesús vino del cielo y desde la eternidad vive en el “seno del Padre” (Juan 1:18). Vivir de acuerdo al cielo no era para Jesús una opción o una meta, sino su naturaleza misma. El Padre le pidió que se despojara de su gloria, pero nunca que renunciara a su naturaleza celestial. En lo físico fue desfigurado (Isa 52:14,15), pero en lo espiritual no perdió la belleza de Su santidad. Puede que como humano no tuviera atractivo (Isa 53:2), pero en su carácter espiritual, aun los demonios reconocieron que Él era “el santo de Dios” (Lucas 4:34). Jesús vivió la naturaleza del reino de los cielos y el carácter del Padre, porque Él vino del cielo, así como nosotros debemos vivir el reino porque hemos entrado en él. La vida del reino de Dios no es cultura, sino naturaleza y carácter. Para entrar al reino, tuvimos que nacer del Espíritu, el cual es la naturaleza del reino. Dios nos hizo nacer en Su reino para que vivamos en conformidad a su naturaleza divina (2 Pedro 1:4). A Dios únicamente le agrada lo que es como Él, por eso solo aprueba lo que tiene la naturaleza de Su persona y de Su reino. Por lo cual, si recibimos con sinceridad de corazón lo que Dios revela en este segmento, cambiará nuestra manera de vivir y aun nuestra motivación ministerial será transformada, según y conforme al corazón de Dios. “Aconteció en aquel tiempo, que Judá se apartó de sus hermanos, y se fue a un varón adulamita que se llamaba Hira. Y vio allí Judá la hija de un hombre cananeo, el cual se llamaba Súa; y la tomó, y se llegó a ella. Y ella concibió, y dio a luz un hijo, y llamó su nombre Er. Concibió otra vez, y dio a luz un hijo, y llamó su nombre Onán. Y volvió a concebir, y dio a luz un hijo, y llamó su nombre Sela. Y estaba en Quezib cuando lo dio a luz. Después Judá tomó mujer para su primogénito Er, la cual se llamaba Tamar. Y Er, el primogénito de Judá, fue malo ante los ojos de Jehová, y le quitó Jehová la vida. Entonces Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu hermano, y despósate con ella, y levanta descendencia a tu hermano. Y sabiendo Onán que la descendencia no había de ser suya, sucedía que cuando se llegaba a la mujer de su hermano, vertía en tierra, por no dar descendencia a su hermano. Y desagradó en ojos de Jehová lo que hacía, y a él tam-

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bién le quitó la vida. Y Judá dijo a Tamar su nuera: Quédate viuda en casa de tu padre, hasta que crezca Sela mi hijo; porque dijo: No sea que muera él también como sus hermanos. »Y se fue Tamar, y estuvo en casa de su padre. Pasaron muchos días, y murió la hija de Súa, mujer de Judá. Después Judá se consoló, y subía a los trasquiladores de sus ovejas a Timnat, él y su amigo Hira el adulamita. Y fue dado aviso a Tamar, diciendo: He aquí tu suegro sube a Timnat a trasquilar sus ovejas. Entonces se quitó ella los vestidos de su viudez, y se cubrió con un velo, y se arrebozó, y se puso a la entrada de Enaim junto al camino de Timnat; porque veía que había crecido Sela, y ella no era dada a él por mujer. Y la vio Judá, y la tuvo por ramera, porque ella había cubierto su rostro. Y se apartó del camino hacia ella, y le dijo: Déjame ahora llegarme a ti: pues no sabía que era su nuera; y ella dijo: ¿Qué me darás por llegarte a mí? Él respondió: Yo te enviaré del ganado un cabrito de las cabras. Y ella dijo: Dame una prenda hasta que lo envíes. Entonces Judá dijo: ¿Qué prenda te daré? Ella respondió: Tu sello, tu cordón, y tu báculo que tienes en tu mano. Y él se los dio, y se llegó a ella, y ella concibió de él. Luego se levantó y se fue, y se quitó el velo de sobre sí, y se vistió las ropas de su viudez. Y Judá envió el cabrito de las cabras por medio de su amigo el adulamita, para que éste recibiese la prenda de la mujer; pero no la halló. Y preguntó a los hombres de aquel lugar, diciendo: ¿Dónde está la ramera de Enaim junto al camino? Y ellos le dijeron: No ha estado aquí ramera alguna. Entonces él se volvió a Judá, y dijo: No la he hallado; y también los hombres del lugar dijeron: Aquí no ha estado ramera. Y Judá dijo: Tómeselo para sí, para que no seamos menospreciados; he aquí yo he enviado este cabrito, y tú no la hallaste. »Sucedió que al cabo de unos tres meses fue dado aviso a Judá, diciendo: Tamar tu nuera ha fornicado, y ciertamente está encinta a causa de las fornicaciones. Y Judá dijo: Sacadla, y sea quemada. Pero ella, cuando la sacaban, envió a decir a su suegro: Del varón cuyas son estas cosas, estoy encinta. También dijo: Mira ahora de quién son estas cosas, el sello, el cordón y el báculo. Entonces Judá los reconoció, y dijo: Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo. Y nunca más la conoció. Y aconteció que al tiempo de dar a luz, he aquí había gemelos en

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su seno. Sucedió cuando daba a luz, que sacó la mano el uno, y la partera tomó y ató a su mano un hilo de grana, diciendo: Éste salió primero. Pero volviendo él a meter la mano, he aquí salió su hermano; y ella dijo: ¡Qué brecha te has abierto! Y llamó su nombre Fares. Después salió su hermano, el que tenía en su mano el hilo de grana, y llamó su nombre Zara” (Génesis 38:1-19)

He reproducido todo el relato, con la finalidad de que tengamos un contexto de esta historia, a la verdad muy triste, pero muy edificante para nuestra vida espiritual. Entendemos que Dios había determinado que de la descendencia de Judá viniera Jesús, por eso, ninguna descendencia del pueblo de Israel era más importante que la de Judá. De esa tribu nacería Siloh, como profetizó Jacob antes de morir: “No será quitado el cetro de Judá, Ni el legislador de entre sus pies, Hasta que venga Siloh; Y a él se congregarán los pueblos” (Génesis 49:10). También, cuando Balaam quiso maldecir a Israel que la maldición se le convertía en bendición, dijo en su profecía: “Lo veré, mas no ahora; Lo miraré, mas no de cerca; Saldrá ESTRELLA de Jacob, Y se levantará cetro de Israel, Y herirá las sienes de Moab, Y destruirá a todos los hijos de Set” (Números 24:17). Esta es una alusión profética al “Mesías” y también figura o personificación del Dios Omnisciente. Esa estrella nació de Judá y es Jesucristo. Por tanto, la descendencia de Judá era muy significativa y trascendental para Dios, por eso lo juró y lo dejó establecido en el pacto que hizo con Abraham: “Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Génesis 28:14). De Judá entonces vendría el cumplimiento de esa palabra, el nacimiento del Mesías, donde surgiría la simiente a través de la cual Dios cumpliría su propósito eterno en la tierra. Esa es la importancia de este pasaje de la Escritura, porque se refiere a la descendencia de un hombre de donde vendría el Hijo de Dios. Tristemente, Judá no se quedó en Canaán ni se casó con una de las mujeres del santo linaje, sino que se fue a la tierra extranjera y escogió de allí mujer. Con ella, tuvo su primer hijo llamado Er, a quien la Escritura lo describe como un hombre malo y Dios lo mató, dejando viuda a su esposa Tamar (Génesis 38:7). En aquellos días era costumbre hacer un matrimonio por levirato, una ley que establecía que si un hombre moría antes de tener un hijo, uno de sus hermanos, en orden de edades, debía tomar la viuda como mujer y hacerla concebir, de manera que el primer hijo que naciera de esa unión se le consideraba legalmente

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como hijo del difunto, y así su generación no sería cortada. Este acto se llamaba redención, redimir a su hermano, levantarle descendencia. Para los antiguos era algo deshonroso el no tener hijos, pues consideraban muy importante la descendencia. Esa es la razón por la que encontramos en las Escrituras, capítulos enteros de genealogías, donde se dejaba por escrito récord exacto de sus antepasados, ya que Jehová les había dicho que en la descendencia estaba la bendición. Se debía mostrar que se pertenecía al pueblo de Dios, mostrar quienes eran sus antepasados, para tener parte de la promesa. Hoy en día todo es diferente, ni sabemos quienes fueron nuestros abuelos, y mucho menos nuestros bisabuelos; y son muy pocos los que se interesan por sus raíces. Aunque la experiencia de Judá aconteció siglos antes de la ley de Moisés, todo lo que narra el relato está basado en la costumbre del levirato. Jehová estableció que todo el que infrinja la ley sería cortado de Israel, de la congregación o de entre su pueblo (Éxodo 12:15, 19; 30:38). La expresión “ser cortado” significaba quedarse sin descendencia y por ende no pertenecer a ninguna tribu de Israel, lo que representaba perder la bendición, y la posteridad. Por tanto, la descendencia de Judá, la simiente de donde vendría el Mesías era muy importante guardarla, protegerla, mantenerla y levantarla. Esa es la razón por la que Jehová fue tan severo con estos hombres de la casa de Judá, cuyo comportamiento denotaba no importarle su descendencia. Veamos realmente, cuál fue la voluntad del legislador al establecer la ley de redención: “Cuando hermanos habitaren juntos, y muriere alguno de ellos, y no tuviere hijo, la mujer del muerto no se casará fuera con hombre extraño; su cuñado se llegará a ella, y la tomará por su mujer, y hará con ella parentesco. Y el primogénito que ella diere a luz sucederá en el nombre de su hermano muerto, para que el nombre de éste no sea borrado de Israel” (Deuteronomio 25:5-6).

Nota cuál era el propósito de casar a una mujer con el hermano de su esposo muerto: que el nombre del esposo no sea borrado de la descendencia de Israel. Continuemos: “Y si el hombre no quisiere tomar a su cuñada, irá entonces su cuñada a la puerta, a los ancianos, y dirá: Mi cuñado no quiere suscitar nombre en Israel a su hermano; no quiere emparentar conmigo. Entonces los ancianos de aquella ciudad lo harán venir, y

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hablarán con él; y si él se levantare y dijere: No quiero tomarla, se acercará entonces su cuñada a él delante de los ancianos, y le quitará el calzado del pie, y le escupirá en el rostro, y hablará y dirá: Así será hecho al varón que no quiere edificar la casa de su hermano. Y se le dará este nombre en Israel: La casa del descalzado” (Deuteronomio 25:7-10).

Así se trataba al hombre que no quería levantar descendencia a su hermano, se le humillaba delante de todos, se avergonzaba públicamente y se le ponía un nombre a su egoísmo: Casa del descalzado. ¿Cuántas casas de descalzados conocemos? ¿Cuántos hombres andan por ahí, espiritualmente, con un pie descalzo, por no querer levantar descendencia a su hermano, por no importarle el nombre ni la honra de su hermano? Algo totalmente contrario al espíritu del evangelio (Romanos 12:10). Dirijamos ahora nuestra mirada, primeramente a Onán, al que su padre le pidió que se llegara a la mujer de su hermano muerto, para levantarle descendencia, el cual aceptó, y sin embargo vertía en tierra, porque la descendencia no sería suya (Génesis 38:8-9). Onán, aparentemente, se sometió a la ley del levirato, y se casó con la viuda de su hermano. La llevó a su casa, la hizo su mujer, y delante de todos estaba “calzado”, como alguien que honró a su hermano, que pensó en su hermano, alguien que se dispuso levantar descendencia a su hermano, se veía bien. Onán, delante de los ojos del pueblo, era el hombre que cumplió, porque amó a su hermano y se dispuso para que su nombre no fuese borrado del pueblo de Israel. Eso era lo que parecía delante de todos, en apariencia, pero en la intimidad con Tamar, nos dice la Palabra que en el momento de la consumación de este compromiso, cuando iba a eyacular, Onán derramaba el semen afuera, para que no hubiese fecundación (Génesis 38:9). Es decir, Onán perversamente vivía con la mujer, pero vertía en tierra para no levantar descendencia a su hermano, pues sabía “que la descendencia no había de ser suya” (v. 9). Él no quería darle un hijo a Tamar porque no tendría ningún beneficio en ello. Según la ley, el primer hijo que nacía de esa relación pertenecía al muerto y representaba la descendencia del difunto, y eso era un sacrificio bien grande. Imagínate, que tú te debas casar con alguien que tú no hayas elegido, pero que debes hacerlo por causa de un compromiso o por la cultura del pueblo; y que, luego, la mayor bendición de esa relación -el primer hijo- no te corresponda a ti, es un gran sacrificio. Me figuro lo que Onán se preguntaba: « ¿Dónde está mi parte en este asunto? ¿Qué gano yo con eso? ¿cuál es mi ganancia?» El primogénito heredaba la mitad de la

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riqueza de su padre, por lo que –automáticamente- a falta del patriarca, él se convertía en el sacerdote de la familla y sustituto del Padre. Así que, por todos esos beneficios y honra, los padres siempre buscaban tener su primogénito, y que ellos recibieran de Jehová la bendición. Ahora ya entendemos por qué también los hijos, no sólo anhelaban ser primogénitos, sino que codiciaban ese lugar. Conocemos la historia de uno que le dijo a su hermano: “Véndeme en este día tu primogenitura” (Génesis 25:31,33), y lo que pareció un juego de niños, un intercambio por pan y guisado de lentejas, llegado el tiempo se convirtió en la gran usurpación (Génesis 27:16-29), como ya muy tarde reconoció el mismo Esaú: “Bien llamaron su nombre Jacob, pues ya me ha suplantado dos veces: se apoderó de mi primogenitura, y he aquí ahora ha tomado mi bendición” (Génesis 27:36). También comprendemos por qué José se turbó y se enojó tanto cuando presentó delante de su padre a sus hijos, Manasés y Efraín, para ser bendecidos, y adrede, Israel extendió su mano derecha, y la puso sobre la cabeza de Efraín, que era el menor, y su mano izquierda sobre la cabeza de Manasés, aunque Manasés era el primogénito y le correspondía la diestra (Génesis 48:14). José trató de impedirlo “Es necesario tomándole la mano a su padre, y reclamándole le dijo: “No así, padre mío, porque éste es consumirse para el primogénito; pon tu mano derecha sobre su dar lo mejor de cabeza” (Génesis 48:17,18), pero Israel no nuestras fuerzas, quiso, sino que le dijo: “Lo sé, hijo mío, lo sé; desprenderse también él vendrá a ser un pueblo, y será tampara que otro sea bién engrandecido; pero su hermano menor será más grande que él, y su descendencia foralcanzado” mará multitud de naciones” (v. 19). Jacob bendijo al menor porque ese era el elegido. Todos querían la bendición para el hijo mayor. Así que, el que redimía a su hermano se privaba del primogénito, ya que no pertenecería a su descendencia, pues tenía que ceder también el hijo de la bendición al muerto. ¿Qué dirías tú?: « ¡Qué injusticia! Tras que me caso con su mujer, -a quien ni sé si algún día la llegue a querer- ahora también tengo que darle el primer hijo a mi hermano muerto; no el último o el que quiera darle, sino ¡el primero!, el hijo que -según nuestras costumbres- es el que lleva la bendición, se lo tengo que dar a un muerto». Es por eso que Onán vertía afuera, porque sabía que la herencia no iba ser suya.

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No obstante, delante de los ojos de todos, Onán se veía muy bien, pues nadie sabe lo que pasa después que una pareja entra a su recámara y cierra la puerta tras sí. Generalmente, por prudencia y delicadeza, nadie habla de intimidades abiertamente a no ser que sea una persona descarada y desinhibida que no tenga el más mínimo pudor de exponer a los demás sus relaciones íntimas, y mucho menos en aquellos días, cuando el hombre tenía todo el dominio sobre la mujer. Por consiguiente, Onán andaba tranquilo sabiendo que nadie lo iba a saber, sabía que Tamar no iba a decir nada, y los demás creerían que él estaba cumpliendo, y que era un hombre de respeto, que seguía sus tradiciones. Nadie podía imaginar que, en el secreto de la intimidad del lecho donde supuestamente subía para honrar la memoria de su hermano, Onán orquestaba una gran falsa. Por tanto, podemos decir que Onán andaba muy bien, pero hipócritamente. Todos pensaban que él se estaba sacrificando, pero la verdad es que todo era un engaño. Y aquí hay una tremenda enseñanza para nosotros, pues cuántos “onanes” no habrá hoy en la iglesia que no quieren levantar descendencia a sus hermanos. Estos dan la apariencia que están sirviéndoles, amándoles, que quieren el bienestar de su ministerio; y aparentemente están llevando las cargas de ellos, pero nada es genuino. La verdad es que ellos no quieren el éxito de sus hermanos ni su prosperidad, sino borrar y anular sus nombres. El que tiene el espíritu de redención es una persona que ama a su hermano. En el cumplimiento del levirato, el que ama genuinamente a su hermano se casa con su mujer, porque siente un inmenso deseo de ver a su hermano siendo parte de la santa genealogía de Israel. Y su sentir es que en la posteridad, cuando se hable de las descendencias también se hable de su hermano; desear que el plan de Dios se cumpla con su hermano; sacrificarse y llevar la carga de su hermano y darle el primogénito de su fuerza a su hermano. Pero para poder hacer eso, hay que anularse. Es necesario consumirse para dar lo mejor de nuestras fuerzas, desprenderse para que otro sea alcanzado, tal como hizo Jesús. Cuando Adán pecó, murió para con Dios, y no podía dar descendencia porque su naturaleza se había corrompido, y todo lo que provenía de él era pecado (Romanos 3:11-12), y la descendencia de Dios tenía que ser santa, como Dios es Santo. Por tanto, Cristo vino a redimir a Adán y ocupó su lugar casándose con su mujer –que era la humanidad- para levantarle descendencia a su hermano. Adán fue redimido por un hermano que lo amó, pues Jesús le levantó simiente, y con ella llenó la tierra. El que no tenía pecado se hizo pecado por nosotros, llevando la vergüenza, la ignominia, el castigo de

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nuestra paz, con tal de dejarle descendencia santa a Adán, para que sus hijos sean contados, como dice la Palabra: “Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham” (Hebreos 2:16). El Espíritu del que redime es un espíritu de abnegación, de entrega, de menguar para que su hermano crezca. Por eso la Biblia nos amonesta: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:5-8). Jesucristo se anonadó y dejó de ser lo que era para ser lo que tú eras, y ahora puedas ocupar su lugar y ser contado en la descendencia de la familia de Dios. ¡Eso es redimir! Tú y yo ahora somos contados en las tribus de Israel y tenemos herencia con Dios, porque hubo uno que no vertió en tierra. Hay uno que no nos amó en apariencia, sino en verdad. Cuando fue llevado a la cruz, Jesús fue desnudado públicamente (porque a los crucificados, para avergonzarlos se les quitaba la ropa), y delante de todos fue humillado, escupido, escarnecido y afrentado (Lucas 18:32). Él no hizo nada en secreto, sino públicamente, a la vista de todos. De tal manera te amó que te redimió, para que tú no seas anulado y tu nombre vaya a la posteridad y esté escrito en el libro de la vida “Hay que ser y tengas descendencia y parte con Dios. Pero borrado para primero Él tuvo que ocupar tu lugar y tomar tu vergüenza. Jesús tomó los decretos que que Cristo sea estaban en tu contra, la condenación de la escrito” ley, la maldición, la ira que estaba destinada a caer sobre ti, cayó sobre él, con tal que no desaparezcas de la genealogía divina. Él dijo: “He aquí, vengo; En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:7-8). Por eso Él es tú redentor. El espíritu de la redención es el mismo espíritu de Cristo, es el espíritu de la cruz, el espíritu del Reino de Dios. Ese espíritu es el que la iglesia de hoy necesita. La iglesia precisa del espíritu de Cristo que toma la carga de su hermano, que se echa sobre sí la vergüenza de su hermano, que se anula para confirmar a su hermano, que muere para que su hermano, en Él, tenga fruto. El Señor nos llamó a vivir en Su reino, pero para eso necesitamos el correcto espíritu. Por eso veo el énfasis del Señor y en su Palabra de mostrarnos la esencia del reino y que reconozcamos su soberanía.

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El espíritu del reino es un espíritu en donde yo me quito para que el Señor aparezca. Él dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame” (Lucas 9:23). La esencia del Evangelio se resume en este versículo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). ¿Por qué? Porque Él ocupó mi lugar; Él me llevó a la cruz y fui clavado con él en el madero, luego fui enterrado con él en la tumba, y cuando Dios Padre lo levantó del Seol y lo glorificó, Él nació en mí dándome una nueva naturaleza, para llevarme a la glorificación eterna. Ahora yo soy en el Cristo glorificado, como Él fue en mí en su muerte. En el evangelio yo cada día muero, para que Cristo sea el que viva en mí. En el reino de Dios la carne constantemente está desapareciendo para que aparezca el Espíritu, y cada día muere, para que viva el Espíritu. Hay un deseo en nosotros de que Dios sea todo en todos (1 Corintios 15:28), pero para que eso ocurra, yo tengo que ser nada, “El espíritu del pues mientras yo sea algo, Él no puede ser reino piensa en todo. El todo significa sin excepción de nada. Dios primero” Mi gloria tiene que ser revolcada en el polvo para que solo aparezca la gloria de Dios. Por eso es que muchos no entran en el espíritu del reino, porque hay que morir, desaparecer, hay que ser borrado para que Cristo sea escrito. Lamentablemente, ese espíritu es absolutamente extraño para nuestra naturaleza carnal. La mayor resistencia que tiene la iglesia de Cristo para funcionar de acuerdo al plan divino es verse como Él la ve, como un cuerpo, miembros los unos de los otros. La iglesia no es una organización, sino un organismo vivo, un cuerpo cuyos miembros, aunque sean muchos, representan una sola cosa. A pesar que la mano tiene más independencia que el cuello, por ejemplo, ésta no le puede decir a la nuca: «no te necesito», pues ningún miembro del cuerpo trabaja independientemente, sino que lo hace en unidad, para contribuir al bienestar de todo el organismo. Dios le dio al cuerpo un sistema nervioso para que cada miembro sienta una misma cosa. Por eso, cuando nos duele el dedo meñique de un pie, se afecta todo el cuerpo. Igualmente, cuando en la espalda hay un picor, esta no le dice al brazo: « ¿Me puedes ayudar?», sino que el brazo, sin que le pregunten, dirige la mano, automáticamente, al lugar donde necesita que se rasque, porque tienen el mismo sentir.

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Un organismo es un conjunto de órganos que funcionan como un todo, para beneficio de uno solo: el cuerpo. Así la iglesia es una sola cosa en Cristo Jesús. Mas, ¿qué ha pasado? Aparentemente, los miembros se han salido del cuerpo y cada uno anda por su cuenta. Por un lado está el brazo que se hace llamar “asamblea tal”, por el otro está el pie que cambió su nombre a “misión tal”; por acá está el corazón que ahora se llama “bautista”; más allá están los riñones que se hacen llamar “metodistas”; un par de extremidades que se hacen llamar “reformadas”, por aquí el hígado que dice que su nombre es “Pentecostal”, etc. Así estamos todos, esparcidos, tratando de triunfar solos, autoproclamándonos cuerpo en nosotros mismos, siendo cada uno de nosotros simples partes de un todo. El reino de Dios es todo lo opuesto a eso. En el cuerpo de Cristo sus miembros trabajan para un solo reino, no para muchos reinos. En el reino, se predica y si se convierten setenta personas, aunque se haya invertido treinta mil dólares para organizar esa campaña de evangelización, y todas esas almas no vengan a congregarse en la iglesia que pastorea el predicador, por encima de todo eso, se goza, porque el reino de Dios se estableció en esas vidas. Esas personas irán a sus comunidades, y asistirán a la iglesia donde el Espíritu Santo las añada, y aunque ya no las vea más, el gozo estriba en saber que fueron salvas, que el sacrificio de Cristo fue efectivo en sus vidas y que ahora pertenecen al reino de Dios. La gente se salva para pertenecer al Señor y a Su reino, no a un pastor o a alguna iglesia específica. El espíritu del reino piensa en Dios primero, no importándole quién se favorezca visiblemente, porque al final de cuentas lo que interesa es colaborar, contribuir con la obra divina. En el reino no se vierte en tierra ni se da la apariencia que se está apoyando, cuando en realidad no lo estamos haciendo. Tristemente, tenemos que decir que el espíritu de Onán es el que está gobernando en la iglesia de Cristo hoy. Cuando no queremos levantar simiente a un hermano; cuando no estamos dispuestos a hacer cualquier sacrificio o una inversión para beneficiar a la iglesia de la esquina o al ministerio tal, porque no administraremos el resultado, somos un “Onán”. El negarnos a ayudar o a apoyar algo, porque no va aumentar las estadísticas de mi congregación, o no van a contar como mío dicho esfuerzo, o porque no voy a recibir crédito, eso no representa el espíritu del reino de Dios. Personas que piensan y se conducen así se olvidan que la iglesia no es suya ni mía, sino de Cristo, y que todo beneficio pertenece al reino de Dios. A Onán, Jehová le quitó la vida y también la descendencia (Génesis 38:10), y eso mismo le ocurrirá a todo aquel que tenga su mismo espíritu, no entrará al reino, pues allí solo

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entrarán los que hacen la voluntad de Dios (Mateo 7:21). Y no estoy hablando de la salvación o vida eterna, pues está segura en Cristo, sino, ser cortado en bendición, pues su egoísmo malsano lo va a destruir, lo va a paralizar y no lo dejará disfrutar de las bendiciones celestiales. Onán no le levantó descendencia a su hermano, porque el muchacho no llevaría su nombre. Así andan muchos, buscando su propio nombre, levantando iglesias que lleven su nombre, cubriéndose con la sombrilla llamada “fundador”, cuando el verdadero autor y fundador de nuestra fe es Cristo Jesús (Hebreos 12:2). Asimismo noto que algunos cantores, cuando sacan una producción musical, por ejemplo, ponen su foto en la carátula, con poses de artistas, porque ambicionan la descendencia, se deben a su público. Ellos dicen: «Es mi voz, por tanto, mi nombre y mi foto deben aparecer ahí, para que la gente me reconozca; ¡debo darme a conocer!, pues para qué entonces tanto sacrificio y costosas inversiones, si al final nadie sabrá quién soy yo». Mas, ¿y las almas que se benefician por esas alabanzas, y la gente que se acercan a Dios, a través de las canciones? ¡Ese es el fruto! No tu nombre. Ese era el problema de Onán, que pensaba que si él no aparecía, si el niño no llevaba su nombre, no valía la pena procrearlo. Dios aborrece a ese espíritu, porque es el espíritu de Satanás, a quien también cortó del reino de los cielos y lo dejó sin descendencia. La palabra Onán significa “fuerza”, “agilidad”. Aplicando, vemos que los que tienen la fuerza y agilidad no quieren usarla para bendecir a sus hermanos, sino que la usan para levantar su propio nombre, su propia descendencia, su propio reino, y para su propia bendición y honra. Por eso, Dios confundió a los hombres en Babel, porque ellos querían hacer su propio nombre (Génesis 11:4,9). La Biblia dice que solo hay un nombre que el Padre exaltó hasta lo sumo y lo puso sobre todo nombre, “para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” (Filipenses 2:10-11). Esa es la lucha de hoy, el pensamiento que vemos a diario, en todos lados: «Si yo no tengo parte, si mi nombre no aparece, si no hay para mi ministerio ningún reconocimiento, entonces ¿de qué vale el sacrificio?» Como dice un dicho popular: «Si yo no juego, qué importa que se rompan las cartas». Ese es el espíritu de Onán, pero no de Cristo. Por eso, el Señor va a cortar a los “onanes”, ese espíritu tiene que desaparecer de la iglesia, y en cambio, todo el que levante simiente a su hermano tendrá parte con Dios. Te aseguro que la iglesia no está ya en el cielo, porque estamos buscando el beneficio personal y de nuestros ministerios. John Wesley en su tremendo

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avivamiento decía: «mi parroquia es el mundo”. Esto quiere decir: “Mi parroquia es la iglesia en toda nación, tribu y lengua y pueblo. Yo tengo que pensar en mis hermanos que están en Rusia, en Turquía, en Argentina, en India o en Japón. En donde quiera que haya un creyente, aunque esté solitario en una montaña, allí está el cuerpo de Cristo, que es mi cuerpo también». Si yo puedo edificar aquella congregación de Dios que está allá, aunque nunca vea el fruto, y ellos nunca sepan quién fue que los bendijo, yo lo debo hacer. ¡Qué importa que nos reconozcan o no, lo que vale es que seamos bendición a los demás! El Espíritu del reino consiste en que me anulo yo, para bendecir a los hermanos y levantar el nombre de Cristo. Es por eso que algunos no quieren la vida del reino de Dios, porque en el reino se funciona como un cuerpo, y allí no hay posición ni jerarquía, sino función. En el reino de Dios el pastor cuida a las ovejas, el maestro enseña la Palabra, el profeta da el mensaje de Dios, el apóstol equipa a toda la iglesia y sirve como “Hay personas autoridad, pero ninguno es mayor que el otro; simplemente tienen una función difeque nunca rente los unos de los otros. Tú me profetizas, aparecen, sin yo te enseño la Palabra; tú predicas para salembargo, son las vación de las almas, yo las apaciento. Somos más importantes” un equipo, cada uno juega una base y cada uno desarrolla una función. Cuando he tenido la oportunidad de disfrutar viendo un partido de fútbol, he visto que cada equipo tiene jugadores que son profesionales, armando el juego de manera que facilitan a sus compañeros el anotar los goles. Todos conocemos a los famosos goleadores de los partidos, y la emoción que generan cuando patean la bola y anotan un gol. Los medios de comunicación al otro día sacan un gran titular con el nombre y la foto del jugador que hizo la jugada, pero al que proporcionó el lance ni se le menciona. ¡Qué tremendo!, diría este jugador: «Si yo no le paso el balón, él no anota el gol, y sin embargo, a él le dan toda la gloria, y yo ni cuento». Pero, lo que debe pensar es que aunque al jugador que anotó el gol lo saquen en primera plana, el titular también dice que “ganó el equipo” y si ganó el equipo, entonces él también ganó. Alguien tiene que colocar la bola para que se haga el gol, no puede ser uno solo el que lo haga todo, si son siete los jugadores en el terreno del juego. Mi trabajo no es ser reconocido, sino jugar para que gane mi equipo. Así también es en el reino de Dios, alguien tiene que colocar el balón (la Palabra), en el centro del terreno, para que otro venga y le de un puntapié que

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atraviese el campo contrario, traspase la línea de meta entre los postes y pase por debajo del larguero y haga el gol en el corazón del que escucha. Y para lograr eso, hay que escoger al mejor, aunque ese no sea yo, porque lo importante es que ganemos el partido al equipo contrario. Mas, el espíritu egoísta piensa: «Yo quiero patear esa bola, aunque no ganemos. Yo prefiero que no gane nadie a que este sea la estrella del equipo y no yo». En ese momento, tenemos que pensar en qué le conviene al equipo y no en nuestros intereses personales. Hay personas que nunca aparecen, sin embargo, son las más importantes. Por conducirse de esta manera egoísta, Dios cortó a Onán y como resultado ni él ni su hermano tuvieron descendencia, así que su equipo perdió. Ahora veamos un ejemplo positivo de alguien que cumplió la ley del levirato y redimió. Sabemos la historia de Rut, la moabita, nuera de Noemí, quien al morir su esposo quiso quedarse en la casa con su suegra. Noemí era viuda, y al morir también sus dos hijos, ella decidió regresar de la tierra de Moab a Judá, y las viudas de sus hijos quisieron regresar con ella, pero ella les dijo: “Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Esperanza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos, ¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos? No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mí” (Rut 1:11-13). Pero Rut le respondió: “No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que sólo la muerte hará separación entre nosotras dos” (vv. 16-17). Así esta mujer, aun siendo extranjera, decidió unirse con Israel, y se fue sin esperanza (ya que Noemí no tenía más hijos que la pudieran redimir) a una tierra extraña, dispuesta a quedarse viuda, junto a la mamá de su marido muerto. Al llegar a Judá, Rut empezó a trabajar en el campo de Booz, pariente de Noemí, ya que la suegra aconsejó a la moabita acercarse a él, aunque había otro pariente que era más cercano que Booz e incluso también más joven, al cual le correspondía redimir al esposo de Rut. No obstante, Booz prometió a Rut que si éste se negaba a hacerlo, él asumiría la responsabilidad y redimiría a su pariente. Así Booz preparó todo para el contrato, conforme a la costumbre y a la ley. Leámoslo a continuación, en la narración bíblica:

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“Booz subió a la puerta y se sentó allí; y he aquí pasaba aquel pariente de quien Booz había hablado, y le dijo: Eh, fulano, ven acá y siéntate. Y él vino y se sentó. Entonces él tomó a diez varones de los ancianos de la ciudad, y dijo: Sentaos aquí. Y ellos se sentaron. Luego dijo al pariente: Noemí, que ha vuelto del campo de Moab, vende una parte de las tierras que tuvo nuestro hermano Elimelec. Y yo decidí hacértelo saber, y decirte que la compres en presencia de los que están aquí sentados, y de los ancianos de mi pueblo. Si tú quieres redimir, redime; y si no quieres redimir, decláramelo para que yo lo sepa; porque no hay otro que redima sino tú, y yo después de ti. Y él respondió: Yo redimiré. Entonces replicó Booz: El mismo día que compres las tierras de mano de Noemí, debes tomar también a Rut la moabita, mujer del difunto, para que restaures el nombre del muerto sobre su posesión. Y respondió el pariente: No puedo redimir para mí, no sea que dañe mi heredad. Redime tú, usando de mi derecho, porque yo no podré redimir” (Rut 4:1-6).

No es una casualidad que a este hombre que se negó a redimir a su hermano, se le llame “fulano” y se omite su nombre, pues ese es el destino de todo aquel que, por cuidar su nombre, no le levanta descendencia a su hermano; su nombre será borrado de la genealogía y del propósito de Dios. Nota como cambió el tono del pariente cuando se le dijo que también tenía que tomar a la extranjera por mujer. Mientras se le habló de las tierras, sin titubear dijo: “Yo redimiré”, pues cuando nos conviene queremos redimir. Mas, cuando se le habló de casarse con la viuda y restaurar el nombre del muerto sobre su posesión, o sea, levantarle descendencia a su hermano, para que su hijo reciba su heredad y no él, este se negó. La avaricia es algo malsano, que no nos permite actuar si no sacamos provecho de las cosas. Si no tenemos parte, preferimos no participar, algo totalmente contrario al espíritu de la redención, al Espíritu de Cristo, el cual dice: «Muero yo, para que mis hermanos vivan». Nota como continuó el asunto: “Había ya desde hacía tiempo esta costumbre en Israel tocante a la redención y al contrato, que para la confirmación de cualquier negocio, el uno se quitaba el zapato y lo daba a su compañero; y esto servía de testimonio en Israel. Entonces el pariente dijo a Booz: Tómalo tú. Y se quitó el zapato. Y Booz dijo a los

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ancianos y a todo el pueblo: Vosotros sois testigos hoy, de que he adquirido de mano de Noemí todo lo que fue de Elimelec, y todo lo que fue de Quelión y de Mahlón. Y que también tomo por mi mujer a Rut la moabita, mujer de Mahlón, para restaurar el nombre del difunto sobre su heredad, para que el nombre del muerto no se borre de entre sus hermanos y de la puerta de su lugar. Vosotros sois testigos hoy” (Rut 4:7-10).

¡Para redimir hay que sacrificarse! Hay que llevarse a la cuñada y casarse con ella, aunque sea fea, y cumplir con ella de manera que quede encinta, y cuando nazca el hijo, aceptar que no es tuyo, sino del muerto. El que hace eso no está descalzo, sino que anda bien calzado, con sus pies bien calzados, con el apresto del evangelio de la paz (Efesios 6:15). El que redime a su hermano tiene el espíritu del evangelio, que es la redención. En cambio, los que no quieren redimir al hermano andarán con un solo zapato, y un pie descalzo; y su casa será conocida como “la casa del descalzado”, casa que no amó ni redimió (Deuteronomio 25:10). Considero sumamente interesante y creo que es una intención de la providencia de Dios que las palabras hebreas “Onán y Booz” significan exactamente lo mismo. Los nombres Onán y Booz significan en el idioma hebreo “fuerza” y “agilidad”. Nota que Onán, a diferencia de Booz, no quiso usar ni su fuerza ni su agilidad para beneficio de su hermano, sino para su nombre. ¿Para qué somos fuertes? ¿Para el provecho de los demás o el nuestro? Mahlón se llamaba el fallecido esposo de Rut, cuyo nombre significa “enfermizo” en el lenguaje hebreo, pero el fuerte Booz le curó su descendencia, levantándole un hijo sano al hermano debilucho. Así hizo Jesús, ayudó al débil Adán y usó sus fuerzas para levantarle descendencia al que no quería ni podía tener descendencia (Romanos 8:7). Booz tomó por mujer a la moabita, no tomando en cuenta que por ser extranjera podía dañar su descendencia (como había alegado el pariente). De la misma manera, Jesús no tomó en cuenta ser igual a Dios, algo tan supremo como para aferrarse, sino que, para redimirlos, se despojó de sí mismo, y se hizo semejante a los hombres (Filipenses 2:6). ¿Hay en nosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús? Meditemos en eso, y leamos ahora lo que respondieron a Booz los que fueron testigos de estas cosas: “Y dijeron todos los del pueblo que estaban a la puerta con los ancianos: Testigos somos. Jehová haga a la mujer que entra en

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tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales edificaron la casa de Israel; y tú seas ilustre en Efrata, y seas de renombre en Belén. Y sea tu casa como la casa de Fares, el que Tamar dio a luz a Judá, por la descendencia que de esa joven te dé Jehová” (Rut 4:7-12)

Fíjate la bendición que por boca de los ancianos dio Dios a Booz, porque se casó con Rut para restaurarle el nombre a Mahlón. Y nota ahora como terminó el asunto: “Booz, pues, tomó a Rut, y ella fue su mujer; y se llegó a ella, y Jehová le dio que concibiese y diese a luz un hijo. Y las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel” (Ruth 4:13-14). ¿Sabes qué nombre fue celebrado en Israel y ahora en toda la tierra? Jesucristo, pues de la descendencia de Rut nació Jesús. ¿Sabes como el nombre de Booz tomó renombre en Efrata? Cuando del hijo de Booz, Obed, nació Isaí, el padre de David. Es decir, el hijo de Booz fue el abuelo de David, y de David vino Cristo (vv. 15-17). Y esa fue la bendición de Booz, ser contado en la descendencia de Jesús, porque redimió a su hermano, y lo que salió de él se convirtió luego en el restaurador de su alma. A Booz no le consumió el celo de que el hijo que tuvo con Rut fuera contado como primogénito de otro, sino que disfrutó del niño en su ancianidad. Después de ser un hombre solitario, Jehová le restauró dándole una compañera, y fructificándole en su vejez, dándole paz a su alma (Salmos 92:14). Ahora la descendencia de Booz era la misma de Cristo, porque tenían el mismo espíritu. Nota que en la bendición que recibió Booz se menciona a Tamar, quien no concibió de Onán porque vertía en tierra, pero ella tuvo gemelos con Judá (Génesis 38:11,18, 26). Como los hijos de Judá no la redimieron, ella se disfrazó de prostituta y convivió con Judá, el cual ya había enviudado. De esta relación nació Zares, a quien también vemos en la genealogía de Jesús: “Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos. Judá engendró de Tamar a Fares y a Zara, Fares a Esrom, y Esrom a Aram. Aram engendró a Aminadab, Aminadab a Naasón, y Naasón a Salmón. Salmón engendró de Rahab a Booz, Booz engendró de Rut a Obed, y Obed a Isaí. Isaí engendró al rey David, y el rey David engendró a Salomón de la que fue mujer de Urías. Salomón engendró a Roboam, Roboam a Abías, y Abías a Asa. Asa engendró a Josafat, Josafat a Joram, y Joram a

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Uzías. Uzías engendró a Jotam, Jotam a Acaz, y Acaz a Ezequías. Ezequías engendró a Manasés, Manasés a Amón, y Amón a Josías. Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos, en el tiempo de la deportación a Babilonia. Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró a Salatiel, y Salatiel a Zorobabel. Zorobabel engendró a Abiud, Abiud a Eliaquim, y Eliaquim a Azor. Azor engendró a Sadoc, Sadoc a Aquim, y Aquim a Eliud. Eliud engendró a Eleazar, Eleazar a Matán, Matán a Jacob; y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo” (Mateo1:1-16).

Tamar y Rut, estas dos mujeres extranjeras, bien representan a la iglesia gentil, la iglesia que fue añadida por Cristo (Hechos 11:18). Tamar, especialmente, no se quería quedar sin descendencia, y andaba detrás de Judá para que le diera a Sela, el hijo menor, quien tampoco se interesó. Entonces, ella se entregó al “padre” y de allí nació el descendiente de Cristo. Pero aquellos que antepusieron sus intereses personales, aquellos que no quisieron ampliar su “zona de comodidad”, porque les importó más lo suyo que lo de sus hermanos, sus nombres fueron cortados y no aparecen en la genealogía de Cristo. Es curioso que el nombre de Booz, que no buscaba lo suyo, aparezca en la genealogía del Señor Jesús y no el nombre del difunto, Mahlón. Booz apareció por su generosidad y buen corazón. Este hombre no pensó en sí, pero Jehová sí, y lo contó en la descendencia de Cristo, así como incluye a todo el que no piensa en sí mismo, sino en su hermano; esos serán contados también en él. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o

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desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna” (Mateo 25:31-46).

Jesús llama a aquellos que cubren a sus hermanos a tener nombre con Él, y a ser parte de su descendencia. Por eso les dijo: “… el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo. (…) Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:27,33). El que se niegue a levantarle descendencia a su hermano, “El Señor no y a honrar el nombre de su hermano, le ocurealiza nada rrirá como a Onán, se va a quedar sin nomen su eterno bre y sin descendencia. Pero al que tenga el mismo espíritu de Cristo, como lo tuvo propósito que sea Booz, será contado en la santa descendencia; ajeno a su tendrá renombre en Efrata y en Belén, y va carácter, ni ser parte de la descendencia de Aquel que ejecuta ninguna restauró su alma: Cristo Jesús. acción que esté El Señor tiene misericordia de nosotros, y una vez más nos ilustra lo que es el divorciada de tener el espíritu del reino de Dios. Por tansu naturaleza to, amado mío, recibe esta enseñanza en tu santa” corazón y empieza a entregarte, comienza a servirles a los hermanos, no importando que tu nombre no aparezca, porque un día sí aparecerá en el registro del cielo. En ese libro celestial están los nombres de todos aquellos que vivan

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con el espíritu de Cristo, quien no vivió para agradarse Él, sino al Padre: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8). Esos y los que son como ellos tendrán herencia en el reino de Dios. Este es un mensaje para todos los creyentes en el Señor Jesucristo, pero sobre todo, está dirigido a los que, por su gracia, fuimos llamados a servirle en el sagrado ministerio. Dios reina de acuerdo a como Él piensa, y sus pensamientos son conforme a como Él es. El Señor no realiza nada en su eterno propósito que sea ajeno a Su carácter, ni ejecuta ninguna acción que esté divorciada de Su naturaleza santa. Todas sus obras revelan los pensamientos de su corazón. De acuerdo a la naturaleza de sus atributos es el designio de su voluntad. Dios hace y aprueba solo aquello que es conforme a su corazón, por lo que solo lo que está en armonía con su carácter y naturaleza tendrá siempre el sello de su aprobación. El Señor nunca dará el visto bueno a nada que no esté perfectamente de acuerdo a su manera de ser o pensar. Es una locura obrar o ministrar en el servicio de Dios de una manera diferente o con un espíritu contrario a lo que es la esencia misma del sentir de su corazón. Es un atrevimiento que no “En el reino quedará impune, obrar en el ministerio de Dios damos independientemente de su voluntad y vida cuando de su carácter. El Señor ha revelado a morimos, y sus ministros en las Sagradas Escrituras y a través del ministerio del Espíritu descendencia Santo, no solo su voluntad y propósito, cuando sino también la pureza y la santa motidesaparecemos” vación de su corazón. El llamamiento que Él nos ha hecho siempre debe ser conforme a su corazón. Esa es la razón por la cual, antes de llamarnos a su servicio, nos llama primero a estar con Él (Marcos 3:14). Por ese motivo, a todos los que llamó antes los capacitó, para que fuesen idóneos para el ministerio. Los ministros son probados, para ser aprobados (1 Tesalonicenses 2:4). Nadie debe comenzar a ministrar, o ser aprobado por el presbiterio de la iglesia, si antes no ha alcanzado la madurez necesaria. Cuando el apóstol Pablo escribe acerca de la idoneidad para el ministerio, él no habla ni de los dones ni del poder del ministro, sino de su madurez y carácter (1 Timoteo 3:17). Los ministros somos llamados y capacitados por Dios, para ser maestros

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de piedad. Solo el que tiene el corazón de Dios, le conocerá, le entenderá y actuará siempre en conformidad con la naturaleza de sus pensamientos y la motivación y la pureza de su alma. Amado ministro, hay una sola manera de honrar el llamamiento celestial y es ministrando en armonía con el corazón del Padre: restituyendo el agraviado, haciendo justicia al desamparado y aprendiendo hacer el bien, sin esperar ninguna recompensa que no sea la gloria de Su nombre. Jacob le dijo a José: “… ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos. Y los que después de ellos has engendrado, serán tuyos; por el nombre de sus hermanos serán llamados en sus heredades” (Génesis 48:5-6). Al Jacob hacer suyos a los dos hijos de José, como los hijos que engendró, aparentemente, estaba dejando a José sin descendencia, pues le quitó incluso su primogénito. En Israel había doce tribus, pero no había una llamada “la tribu de José”, sino las tribus de sus dos hijos, Efraín y Manases. Cuando José dio a sus hijos por él, su nombre desapareció de Israel, pero se perpetuó en su descendencia. El mensaje es que José tuvo que borrar su nombre; dar “su parte”, para “tener dos partes” con Jacob. Así Jesús fue el grano de trigo que tuvo que ser sepultado, y gustar de la muerte para llevar a muchos hijos a la gloria (Hebreos 2:9,10). Así vive un llamado conforme al corazón de Dios, muriendo para que otros vivan, mermando para que otros crezcan. Concluyo entonces con este pensamiento: En el reino de Dios damos vida cuando morimos, y descendencia cuando desaparecemos.

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Capítulo III

EL LLAMAMIENTO ES CONFORME AL PROPÓSITO SUYO

“… quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos…” –2 Timoteo 1:9

E

n el capítulo anterior enfaticé que nuestro Dios siempre obra en conformidad con su forma de ser y pensar. Él nunca ha obrado en desarmonía con su carácter divino. Es imposible en la conducta del Señor, realizar cualquier acción que sea contraria o ajena a Su naturaleza santa. Por ejemplo, la Escritura dice: “Palabra fiel es ésta: Si somos muertos con él, también viviremos con él; Si sufrimos, también reinaremos con él; Si le negáremos, él también nos negará. Si fuéremos infieles, él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo” (2 Timoteo 2:11-13). Dios permanece fiel aunque nosotros seamos infieles. Lo que entiendo es que si Él, como una reacción por nuestra infidelidad, y para devolvernos de la misma manera, llegara a actuar con infidelidad, se negaría a Sí mismo, dejando de ser quién es: el “Fiel y Verdadero” (Apocalipsis 19:11).

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Otro principio importante en la conducta del Padre Celestial es que Él todo lo realiza según su propósito. Podemos afirmar que tal como es Dios también es su propósito y el designio de su voluntad. La Biblia revela que su propósito es eterno (Efesios 3:11), porque Él es eterno; y su designio es santo, porque Él también lo es (Lucas 1:49; 1 Pedro 1:15). Notemos lo que afirma el apóstol Pablo: “En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad” (Efesios 1:11). Es decir, Dios todo lo ejecuta en conformidad a Su propósito, y nunca actúa en forma contraria a Su voluntad, ni se aparta un ápice de Su santísimo designio. Todas sus obras, sus leyes, sus caminos, como también sus mandamientos, preceptos, juicios y testimonios, están en perfecta armonía con el propósito de Su voluntad. Veamos algunos ejemplos en las enseñanzas paulinas: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. (…) (pues no habían aún nacido, ni habían hecho aún ni bien ni mal, para que el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama), (…) En él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su voluntad, (…) conforme al propósito eterno que hizo en Cristo Jesús nuestro Señor, (…) quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos” (Romanos 8:28; 9:11; Efesios 1:11; 3:11; 2 Timoteo 1:9).

El llamamiento de Dios es según su propósito. A todos los hombres que el Señor eligió para su santo servicio, los llamó con un propósito, para un propósito y conforme a su propósito. Cuando Saulo de Tarso oyó la voz que lo llamaba, mientras iba camino a Damasco, él formuló dos preguntas: “¿Quién eres, Señor?” (Hechos 9:5) y, “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (v. 6). Estas deben ser las dos preguntas que debe hacer todo aquel que es llamado por Dios. Primero, debe tener seguridad que el Señor es quien lo llama. Pero la segunda pregunta es tan importante como la primera, y es conocer cuál es el propósito de su llamamiento. Te lo voy a decir redundantemente: el propósito de esta pregunta es conocer el propósito del que llama. El Señor a todos los que llamó les asignó una labor dentro del propósito de su voluntad. La respuesta

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del Señor a la interrogante de Saulo fue esta: … para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados. (…) [Dirigiéndose a Ananías] Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel” (Hechos 26:16; 9:15). Desde que el Señor le reveló al apóstol el propósito de su llamamiento, él no vivió para otro motivo, sino para realizarlo y terminarlo cabalmente, conforme a lo diseñado y planificado por el supremo designio del Eterno. Cuando se trataba del propósito de Dios en su vida y ministerio, Pablo era obstinado e inflexible. Notemos su actitud en su último viaje a Jerusalén: “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”(Hechos 20:22). El verbo griego que “Cuando algo se usa en este versículo, para la palabra está en el “ligado” es deo que se traduce “ligar, atar, propósito de Dios aprisionar”. Así que Pablo quiso decir, en otras palabras, que él iba «aprisionado en “es necesario” espíritu» a Jerusalén, por lo que no tenía manera de librarse ni de ser librarlo. El apóstol estaba “atado” voluntariamente y por convicción a todo lo que era parte del propósito de Dios con él. En este caso, el Espíritu Santo le daba testimonio que era necesario que él fuese a Roma, pero antes tenía que pasar por Jerusalén, donde le esperaban prisiones y tribulaciones (Hechos 20:22). Unos días después de esto, Pablo y sus compañeros llegaron a Cesárea, y en casa de Felipe el evangelista, vino a ellos el profeta Agabo y le profetizó a Pablo acerca de su viaje a Jerusalén. Observemos las expresiones del narrador bíblico en los siguientes versículos: “Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el

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Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor” (Hechos 21:10-14)

Las tres formas del verbo “atar” que se usa en este pasaje es el mismo verbo “ligado” de Hechos 20:22. Así que Agabo solo hizo una “representación profética” de la manera como Saulo iba a ser atado en Jerusalén. Pablo fue a Jerusalén y “El llamamiento tal como había sido anunciado por el Espíritu, fue arrestado por los judíos y encarcelano es algo do por aproximadamente dos años. Padeció optativo o mucho, pero allí testificó a Félix, a Festo y a discrecional en Agripa, y más tarde al emperador. Eso era cuanto a parte del propósito y de la visión celestial, pues el Señor le dijo que él iba a ser su testipredilección, go delante de los reyes y gobernadores sino según el (Hechos 9:15), pero no le dijo cómo. propósito Estando preso en Jerusalén, también de Dios” el Señor se le apareció a Pablo y le habló diciendo: “Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma” (Hechos 23:11). Por lo cual, viendo Pablo que no iba a recibir un juicio justo entre los judíos, apeló a César (Hechos 25:11,12). Entonces, el apóstol fue enviado en un barco a Roma con muchos otros prisioneros. Este viaje fue horrible, y Pablo se salvó por la intervención del Señor. Los capítulos 27 y 28 del libro de los Hechos, narran esta pesadilla que vivieron aquellos hombres en alta mar. Mas, en el momento más difícil, en medio de la tormenta, cuando todos estaban resignados a morir, el Señor volvió y apareció al apóstol y le habló diciendo: “Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo” (Hechos 27:24). He citado las dos ocasiones que el Señor se le apareció a Pablo en este viaje para hacer notar que el verbo que se usa en los

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dos incidentes “es necesario”, es el mismo verbo “ligar, atar, y aprisionar” que estamos estudiando, y que también el Señor usó cuando le dijo a Ananías el propósito que tenía con la vida de Pablo (Hechos 9:16). Analizando este verbo griego “deo”, en sus diversas traducciones y significados, el Señor me reveló esta gran verdad: Cuando algo está en el propósito de Dios “es necesario”. No importa el precio ni el dolor que tengamos que padecer es necesario sufrirlo con tal que se logre el propósito. Por consiguiente, así como el apóstol Pablo, debiéramos nosotros “ligarnos” y “aprisionarnos” a esa determinación del Señor; “atarnos” al propósito, como las víctimas son atadas con cuerdas a los cuer“El ministro nos del altar (Salmos 118:27), porque hay que no se ata una causa, una razón, un fin. El llamavoluntariamente miento no es algo optativo o discreal propósito, cional en cuanto a predilección, no terminará sino según el propósito de Dios. Para arrojar más luz a este pensamiento, el Señor su carrera con me reveló un contraste entre dos hombres gozo, sino con que tenían un propósito santo, y que se perjuicios” embarcaron en dos naves diferentes. Estos viajantes eran Jonás y Pablo. Veamos: 1. Jonás se embarcó en la nave para huir del propósito, por su propia decisión. A Pablo lo obligaron a embarcarse por causa del propósito (Jonás 1:3; Hechos 23:11). 2. Jonás iba suelto, porque no quiso ligarse al propósito. Pablo, en cambio, viajaba encadenado, porque voluntariamente se ató al propósito (Jonás 1:3; Hechos 27:1,6). 3. Pablo embarcó en aquella nave porque estaba ligado al propósito. Jonás viajaba porque se había desligado o desatado del propósito. 4. En el caso de Jonás, Dios tuvo que desencadenar una tormenta para atarlo al propósito (Jonás 1:4). En cuanto a Pablo, por circunstancias, el viento huracanado que dio contra la nave no logró desatarlo del propósito (Hechos 27:14). 5. Ambos durmieron en el barco, solo que a Jonás lo despertaron los hombres, para regañarlo por su indiferencia y apatía ante la adversidad (Jonás 1:6); a Pablo lo despertó el ángel, para darle un mensaje de ánimo y salvación, para él y sus compañeros (Hechos 27:24).

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6. La nave de los que iban hacia Tarsis se salvó porque tiraron a Jonás al mar (Jonás 1:15), en cambio, la gente que viajaba con Pablo a Italia se salvó, porque él iba a bordo (Hechos 27:24). 7. Dios “preparó” cinco cosas para ligar a Jonás al propósito: a) Un gran viento en el mar (Jonás 1:4); b) Un gran pez que lo tragase (v. 17); c) Una calabacera que le dé sombra (Jonás 4:6); d) Un gusano, para que hiriera la calabacera y esta se secara (v. 7); y e) Un recio viento solano que permitió que el sol hiriera a Jonás, de tal manera que este se deseó la muerte (v. 8). En cambio a Pablo, el diablo trató varias cosas para desligarlo del propósito, las cuales fueron inútiles, pues el apóstol se determinó y se dijo con firmeza: “… de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). 8. En lo único que se asemejan es que en los dos estaba el poder de salvar las embarcaciones. En el caso de Pablo, se perdió la nave por error del piloto y el patrón, los cuales no escucharon al hombre ligado al propósito, quién tenía instrucción y revelación de cómo evitar pérdidas y salvar la tribulación (Hechos 27:41-44). Con relación a Jonás, la nave se salvó al lanzar al mar al hombre que no se quiso “ligar” al propósito, pues cuando le preguntaron cómo salvar la embarcación, él respondió con desdén (Jonás 1:11-15). El ministro que no se ata voluntariamente al propósito, no terminará su carrera con gozo, sino con perjuicios. Tanto Jonás como Sansón, por causa de su actitud, terminaron sus carreras sin gozo, y con mucha pérdida y vergüenza (Jueces 16:30; Jonás 4:11). Cuando el amor de Dios en nuestra vida excede a nuestros temores y conveniencias, decidimos, por convicción, atarnos a Su propósito. Bienaventurado el ministro que entiende que el llamamiento es según el propósito de Dios, y se liga a él con firmeza y decidido corazón.

3.1  “¿He de Dejar?” “... ¿He de dejar (...) para ir a ser grande...?” -Jueces 9:9

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Esta sección la empezamos con un relato del libro de Jueces, el cual es muy revelador en cuanto al propósito de Dios en la función de autoridad. El personaje principal es Abimelec (hijo que tuvo Gedeón con una concubina (Jueces 8:30-31) el cual, a la muerte de su padre, quiso usurpar el trono. Veamos: “Abimelec hijo de Jerobaal fue a Siquem, a los hermanos de su madre, y habló con ellos, y con toda la familia de la casa del padre de su madre, diciendo: Yo os ruego que digáis en oídos de todos los de Siquem: ¿Qué os parece mejor, que os gobiernen setenta hombres, todos los hijos de Jerobaal, o que os gobierne un solo hombre? Acordaos que yo soy hueso vuestro, y carne vuestra. Y hablaron por él los hermanos de su madre en oídos de todos los de Siquem todas estas palabras; y el corazón de ellos se inclinó a favor de Abimelec, porque decían: Nuestro hermano es. Y le dieron setenta siclos de plata del templo de Baal-berit, con los cuales Abimelec alquiló hombres ociosos y vagabundos, que le siguieron. Y viniendo a la casa de su padre en Ofra, mató a sus hermanos los hijos de Jerobaal, setenta varones, sobre una misma piedra; pero quedó Jotam el hijo menor de Jerobaal, que se escondió. Entonces se juntaron todos los de Siquem con toda la casa de Milo, y fueron y eligieron a Abimelec por rey, cerca de la llanura del pilar que estaba en Siquem” (Jueces 9:1-6).

Retrocedamos un poco en tiempo y recordemos al padre de estos dos hombres, a Gedeón, aquel hombre que Dios usó como instrumento, para libertar a Israel de la opresión y el cautiverio del pueblo de Madián (Jueces 7:15). En este relato se refieren a él, como Jerobaal, nombre con que fue llamado cuando derribó el altar de Baal (Jueces 6:32; 8:35). Luego de esta gran victoria, Gedeón estuvo como juez de Israel y en todo ese tiempo el pueblo se sometió a su guía. Pero a su muerte, uno de sus setenta hijos debía sustituirle, pero el hijo que Gedeón tuvo con la concubina, en Siquem, llamado Abimelec (quien no era contado entre los setenta) vio la oportunidad para él reinar. Entonces, este muchacho buscó el apoyo de todos los de Siquem, y de los familiares de su madre, y alquiló a una turba de hombres ociosos, mercenarios, quienes le acompañaron a la casa de su padre, y mató a sus setenta hermanos, con excepción de Jotam, el menor, el cual escapó, porque se escondió. Así se apoderó Abimelec del poder y comenzó a reinar sobre Israel.

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Jotam era el digno para reinar, alguien que podía representar bien a su padre Gedeón, pero los de Siquem se identificaron con Abimelec, porque lo vieron como uno de ellos, por lo que se reunieron en una llanura para confirmarlo en el reino. Al oír sobre esto, Jotam se puso en la cumbre del monte de Gerizim, para advertirles a ellos que su elección no era buena. Mas, ¿cómo podría Jotam hacerle entender al pueblo que uno de entre ellos no era digno? Solamente ilustrándoles, por medio a una parábola, podrían ellos pensar que habían elegido a un asesino, a un hombre que no le importó matar a sus propios hermanos con tal de reinar. Ese es el contexto histórico, de esta ingeniosa parábola que les dijo Jotam a Israel, de la cual obtendremos una gran enseñanza; leámosla a continuación: “Oídme, varones de Siquem, y así os oiga Dios. Fueron una vez los árboles a elegir rey sobre sí, y dijeron al olivo: Reina sobre nosotros. Mas el olivo respondió: ¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Y dijeron los árboles a la higuera: Anda tú, reina sobre nosotros. Y respondió la higuera: ¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron luego los árboles a la vid: Pues ven tú, reina sobre nosotros. Y la vid les respondió: ¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles? Dijeron entonces todos los árboles a la zarza: Anda tú, reina sobre nosotros. Y la zarza respondió a los árboles: Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano. Ahora, pues, si con verdad y con integridad habéis procedido en hacer rey a Abimelec, y si habéis actuado bien con Jerobaal y con su casa, y si le habéis pagado conforme a la obra de sus manos (porque mi padre peleó por vosotros, y expuso su vida al peligro para libraros de mano de Madián, y vosotros os habéis levantado hoy contra la casa de mi padre, y habéis matado a sus hijos, setenta varones sobre una misma piedra; y habéis puesto por rey sobre los de Siquem a Abimelec hijo de su criada, por cuanto es vuestro hermano); si con verdad y con integridad habéis procedido hoy con Jerobaal y con su casa, que gocéis de Abimelec, y él goce de vosotros. Y si no, fuego salga de Abimelec, que consuma a los de

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Siquem y a la casa de Milo, y fuego salga de los de Siquem y de la casa de Milo, que consuma a Abimelec” (Jueces 9:7-20).

Alguien dijo que donde comienza la aplicación comienza el mensaje, así que empezaré aplicando la tipología de los árboles. La Biblia compara a los creyentes como árboles del bosque (Mateo 3:10), como palmeras, cedros del Líbano y plantíos (Salmos 92:12; 104:16; Isaías 61:3). El salmista dijo que el hombre que sigue a Dios es “como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará (Salmos 1:3). Esta parábola nos habla de los tres árboles más importantes de la tierra prometida: el olivo, la vid y la higuera. Estos árboles no solamente eran una bendición para Israel, sino que constituían su base económica. La Biblia muestra, por ejemplo, cuando Salomón edificó casa a Jehová, él le daba a Hiram rey de Tiro, entre otras cosas, veinte mil batos de vino, y veinte mil batos de aceite, a cambio de madera de cedro y de ciprés (2 Crónicas 2:10). Es decir que Israel hacía intercambio con otras naciones a base de esos productos. En la actualidad, todavía el aceite de olivo es muy importante en Israel, así como el producto de la vid y de la higuera. Recordemos las palabras que usó Habacuc para mostrar su confianza incondicional en Jehová: “Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Habacuc 3:17-18). Habacuc menciona los tres árboles de la parábola, porque eran los tres más importantes de Israel, pues no solamente nutrían a la gente en alimento, sino que les servían como negocio con otras naciones. La Biblia nos habla del olivo, como tipo del creyente. El salmista dijo, comparando su riqueza de servirle a Dios con el poder de los “poderosos de la tierra”, que ellos serían destruidos, mientras él podrá decir: “… yo estoy como olivo verde en la casa de Dios” (Salmos 52:8). Otro salmo que ilustra la bendición de Dios en la vida de los que siguen su Camino y le temen, dice: “Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa” (Salmos 128:3). En otras palabras, ¡qué bueno es tener la vid cerca de la casa!, pues no hay que molestarse mucho para comer de sus frutos, porque está accesible, sólo hay que extender el brazo y tomar de él. Así es la mujer del creyente, ¡qué bueno que está cerca y es llena de fruto del Espíritu! También dice que sus hijos serán como plantas de olivo alrededor

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de su mesa, porque el cristiano estará rodeado de sus hijos, y verá fruto en ellos. También somos el fruto del sacrificio de Jesucristo, quien nos comparó con el fruto de la vid, cuando dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). La higuera, por su parte, que da un fruto dulcísimo que es el higo, representa en la Biblia seguridad, paz y reposo (1 Reyes 4:25; Miqueas 4:4). Muchos ven en las siguientes palabras de Jesús una alusión a la nación de Israel, pues interpretan que es la higuera profética, él dijo: “De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas” (Mateo 24:32-33). En fin, esos árboles somos nosotros y nos representan en la parábola. Por eso, si los árboles del bosque representan a los hombres, y entre ellos necesitan buscar a alguien para que los dirija, tienen que buscar aquellos que son los más importantes, los más útiles, los que tienen mucho que dar. En la parábola, el olivo, la vid y la higuera eran los candidatos idóneos para reinar entre ellos. Ahora, cuando fueron a proponerle al olivo que reine, él respondió con una pregunta: “¿He de dejar mi aceite, con el cual en mí se honra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9: 9). El olivo dijo: «Dios no me llamó a mí a ser grande, ni a reinar, Dios me llamó a servir. Él no me creó para ser grande, por consiguiente, la grandeza no es el propósito de Dios conmigo. En el plan de mi Creador con mi vida no incluye que yo reine o me enseñoree de los demás árboles. Dios, en su designio, me diseñó de acuerdo a su elección para que de mí se sustrajese un producto llamado aceite, el cual bendice a los hombres y honra a Dios. Yo para eso he nacido y para eso he venido al mundo, no a reinar, sino a servir. La razón de mi existencia es servir con lo que Dios me ha dado, con lo que yo soy». El olivo habló de acuerdo a lo que dijo el apóstol Pedro: “Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da...” (1 Pedro 4:11). Así tú, hombre y mujer de Dios, eres árbol de Dios, un olivo verde que llevas en ti el aceite de la unción (1 Juan 2:20). De hecho, la palabra Cristo significa Ungido; por tanto cristianos” significa ungidos. Dios llamó a Ciro “mi ungido” y también a Zorobabel y a Josué hijo de Josadac, sumo sacerdote (Hageo 1:14; 2:4; Isaías 45:1-5). En el libro de Zacarías, se nos habla de dos ungidos representados por dos ramas de olivo que vierten de sí aceite. El profeta dijo: “Hablé más, y le dije: ¿Qué significan estos dos olivos a la derecha del candelabro y a su izquierda? Hablé aún de nuevo,

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y le dije: ¿Qué significan las dos ramas de olivo que por medio de dos tubos de oro vierten de sí aceite como oro? Y me respondió diciendo: ¿No sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: Éstos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra” (Zacarías 4:11-14). En el lenguaje hebreo, la frase “los dos ungidos” se puede traducir, literalmente, como “los dos hijos del aceite”. De la misma manera, los creyentes somos los ungidos, “los hijos del aceite”, las ramas que fueron injertadas al olivo Cristo, y del cual recibimos la unción del santo, el óleo superior. La Palabra, refiriéndose al Señor expresa que: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, Y dio dones a los hombres. Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo...” (Efesios 4:8-12). Pero también dice el apóstol Pablo que no todos son profetas, ni todos evangelistas, ni todos maestros, ni todos hacen milagros, ni todos tienen dones de sanidad, ni tampoco todos hablan lenguas, ni todos interpretan, pues el Señor a todos nos dio diferentes dones (Romanos 12:4) y capacidades ungidas, desde que creímos y nacimos de nuevo, para edificación de la iglesia (1 Corintios 12:29-30; 14:12,26). Como ministro, tú eres un olivo, hay unción en ti, un tipo de aceite que brota de tus grosuras, el cual deleita al Señor. Por tanto, no fuiste ungido para que seas grande, sino para edificación del cuerpo de Cristo y dar gloria al nombre de Dios. Los dones de Dios no son para buscar grandeza. El ministerio de Dios no es una plataforma para hacernos famosos o ser reconocidos, sino un instrumento para cumplir su santo designio, de acuerdo al llamamiento recibido. Los dones espirituales son para honrar a Dios y bendecir a los hombres. Según el propósito de Dios contigo es la unción que recibiste. Ya seas olivo, higuera, o un fruto de la vid, en ti hay una bendición divina que te impulsa a servir, no a reinar. Debiéramos rehusar a ser grandes, pues ya hemos recibido la más alta jerarquía, y es ser llamados “hijos de Dios” (1 Juan 3:1). Poseemos la imagen de su Hijo, quien no vino para ser servido, sino para servir (Marcos 10:45). Cuando el sanedrín forzó a Pilato a que crucificase a Jesús, y él les dijo: “¿A vuestro Rey he de crucificar?” ellos respondieron “No tenemos más rey que César” (Mateo 18:15). Los judíos mintieron, pues odiaban a César, a quien consideraban un déspota, un tirano, pero prefirieron que reine sobre ellos antes que Jesús. Cambiaron al Hijo de Dios por César. Mas, hay algo que ellos dijeron en ese momento que quiero parafrasearlo. Ellos dijeron: “… todo el que se hace rey, a César se opone” (Juan 19:12), y yo voy a decirte lo mismo:

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todo olivo que quiera reinar, a Cristo se opone y contra Cristo se levanta, porque la iglesia solamente tiene a alguien grande y a un único rey: Jesucristo. Todo aquel que use su unción para hacerse grande, para destacarse, para ser famoso y enseñorearse de los hermanos, está contradiciendo la Palabra de Dios. Solamente hay uno que el Padre exaltó hasta lo sumo y le dio un nombre que está sobre todo nombre: a Cristo (Filipenses 2:9-10). La iglesia solamente tiene un rey, y una sola corona monárquica, la cual pertenece a Él. El Padre eligió a Cristo como rey por sus méritos, por su dignidad y por su vida perfecta. Dios lo exaltó hasta lo sumo, porque Él se humilló hasta la muerte. Entonces, el Padre haciéndolo su rey y su ungido, dio un decreto: “… te daré por herencia las naciones, Y como posesión tuya los confines de la tierra” (Salmos 2:8). Cristo es el rey en los cielos y en la tierra, porque no se glorificó a sí mismo, sino quien le dijo: “Tú eres mi Hijo, Yo te he engendrado hoy” (Hebreos 5:5). Él recibió la honra, Él no la tomó. Nota que el Padre honró tanto al Hijo que, como a él no le correspondía ser sacerdote porque era de la tribu de Judá y no de la tribu de Leví (de donde procede el sacerdocio levítico –Hebreos 5:4), inició un nuevo sacerdocio, eterno e inmutable, para declarar a Jesús sacerdote para siempre: “Juró Jehová, y no se arrepentirá: Tú eres sacerdote para siempre Según el orden de Melquisedec” (Salmos 110:4). Dios cambió todo para darle la preeminencia en todo al Hijo, y para que toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor (Filipenses 2:11). Te diré que yo crecí en un ámbito religioso, donde se alimenta el deseo de tener un ministerio grande. Recuerdo cuando Dios me llamó al ministerio, siendo un jovencito de diecisiete años, al ver a Billy Graham en los estadios, la gran multitud que convocaba, yo anhelaba ser como él, pero era para destacarme, para estar en el medio, tener muchas personas siguiéndome y que, por mí, vinieran a Cristo. Nunca pensé que en ese ideal no había un sentimiento noble, pues sentía que yo ayudaba a Dios, que era, digamos, un “redentorcito”. Pero cuando Dios me reveló la vida del Reino, el andar en el Espíritu, me di cuenta que mi aspiración no era espiritual ni santa, y que en ese percibirme como un “redentor” -ya sea mediano o pequeñito- había una escondida intención de tomar el lugar del Señor Jesús. Mas, ahora solo quiero ser lo que Dios quiere que yo sea; vivir de acuerdo a la función a la cual me llamó a desempeñar en el cuerpo, sea la que sea. Y cuando alguien es impactado por la vida de Jesús en mí y me quiere hacer grande y me quiere hacer “rey”, yo digo como el olivo: « ¡No! ¿He de dejar lo que Dios me dio, con lo que agrado al Padre y bendigo a los hombres, para ser grande entre los hombres? ¡Jamás! Yo quiero que mi aceite honre a Dios y bendiga a la gente».

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Por eso, considero que este mensaje lo necesita toda la iglesia de Jesucristo y todos los que estamos en autoridad, porque hay algo en nuestros días que no existía en aquellos tiempos. En la iglesia siempre ha habido pleitos por el primer lugar, como lo hicieron los apóstoles cuando no entendían (Mateo 20:22), pero nunca he visto en el ministerio más fiebre de poder, de autoridad y de grandeza que ahora. ¡Basta ya de que la iglesia funcione como las empresas multinacionales!, con “sucursales” donde quiera, y hasta vendiendo la “franquicia”, ofertando beneficios para que ministros entren bajo su cobertura. Se nos enseña a producir, a crecer, a ser grandes, a reinar, a tener autoridad, a ser conocidos, pero no fuimos instruidos así por Cristo. Él nos envió a predicar el evangelio, las buenas nuevas de salvación, en la autoridad de Su nombre, y para gloria de Dios Padre, no nuestra. El mensaje es acerca del Señor, porque únicamente Él tiene qué dar. El mundo necesita oír de lo que él hace por nosotros, no se lo neguemos. El evangelio es: Cristo crucificado y resucitado para dar vida. Debemos proclamar las buenas nuevas de salvación, y llenar la tierra de su conocimiento, no del nuestro. El olivo de nuestro relato estaba claro de su propósito y función. Él dijo, en otras palabras: «La razón de mi vida es vivir para aquello que Dios me creó, y ser de bendición de acuerdo a mi capacidad ungida, y a lo que Dios me ha dado. Soy olivo, produzco aceite, si hago otra cosa, dejo de ser quien soy». Con el aceite se ungía a los reyes y a los profetas, ¡qué uso más excelso! A ti también, Dios te ha hecho un olivo para que le honres y bendigas a los hombres. ¿Qué sería de la iglesia si el olivo se pusiera a reinar? ¡Faltaría su unción! ¡Qué terrible! La iglesia sin unción, sin Espíritu, porque el olivo quiso reinar, y está concentrado en otras cosas. Tristemente, conozco lugares donde hay carencia de aceite, porque han dejado de ser “olivos”, para seguir una agenda que los lleve a hacerse grandes y famosos. Es lamentable buscar grandeza y dejar de ser lo que somos de acuerdo al plan de Dios. Por eso, yo te aconsejo mi hermano que avives el don de Dios que está en ti y no dejes de ser lo que Dios ha hecho que tú seas. Comprométete, delante del Señor y di: «No dejaré jamás de ser lo que soy por andar buscando grandeza y posición». No obstante, como el olivo se negó a reinar entre los hombres, los árboles decidieron acudir a otro árbol importante, la higuera, y le dijeron: “Anda tú, reina sobre nosotros” (Jueces 9:10). Pero ésta también respondió con una pregunta: “¿He de dejar mi dulzura y mi buen fruto, para ir a ser grande sobre los árboles?” (v. 11). El ministerio de la higuera es dar dulzura, pues no hay un fruto más dulce que el higo, es delicioso. Así hay ministerios de dulzura, gente llamada, cuya unción es endulzar, dar aliento y esperanza al débil y al

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que esté pasando por diversas pruebas. Pero, ¡cuántos amargados hay en la iglesia!, ¡cuántos hay que cuando abren sus bocas, de su bóveda palatina (la parte interior y superior de su boca) lo que sale es bilis, pura hiel. Estos siempre están recordando las cosas negativas, las malas experiencias; todo les sabe mal, sólo ven mal tiempo, mala gente. Parece que se alimentan de ajenjo, pues todo en ellos es amargo. Recordemos a los dos que iban camino a Emaús hablando y discutiendo entre sí de todas aquellas cosas que habían acontecido (Lucas 24:4), pero lo hacían de un modo, que Jesús al acercársele y escuchar lo que decían tuvo que decirles: “¿Qué pláticas son estas que tenéis entre vosotros mientras camináis, y por qué estáis tristes?” (v. 17). Ellos le respondieron: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?” (v. 18). Pero, cuántos hay que sí saben qué aconteció, y aún así viven amargados, apocados de espíritu, y necesitan del fruto de la higuera, su dulzura. La iglesia precisa de esos hermanos que dicen: “Gustad, y ved que es bueno Jehová; Dichoso el hombre que confía en él” (Salmos 34:8); esos hermanos que vienen a tu vida a endulzarte con las promesas de Dios, y te dicen: «Hermano confía en Dios y en su Palabra y nadie te podrá hacer frente, porque Él está contigo. Él no te dejará ni te desamparará. Echa sobre Jehová tu carga, y él te sustentará. Sé que lo que estás pasando no es fácil, pero nuestro Dios no deja para siempre caído al justo, pues siete veces cae el justo, y vuelve a levantarse (Proverbios 24:16)». La iglesia requiere de gente como esa, que endulce el ambiente, que llegue a los lugares cuando se esté murmurando o hablando cosas impropias y diga: « ¡Ea, mis hermanos!, ¿qué conversaciones son esas? Paren eso ahí porque no edifica» y con amor les hace memoria del mandamiento, que con misericordia y verdad se corrige el pecado; bendiciéndoles, inspirándoles, llenándoles de esperanza, despertándoles a la fe y a las buenas obras. ¿Sería justo que teniendo alguien un don como ese, deje de ministrarlo a las vidas, para irse a reinar y hacerse grande? Nota que los tres árboles dijeron: « ¿he de dejar?». Así también esa persona debiera decir: «No, yo no voy a dejar lo mío, lo que Dios me encomendó, para hacer lo que Él no me ha mandado a hacer. Si Dios me ha dado un ministerio de dulzura, para dulcificar la vida de los amargados, y atenuar la aflicción de los tristes y abatidos de su pueblo, si lo dejo, los privo de la bendición y desecho mi utilidad». De igual manera, nosotros tenemos que vivir para hacer lo que Dios nos envió a hacer. Hace un tiempo, mientras estaba en uno de los discipulados de la iglesia, el Señor me hizo decir a los hermanos: «Amados, nosotros no los estamos preparando para que ocupen una posición ministerial, aunque sabemos que hay lugares

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que lo hacen así, pero nosotros no lo hacemos con ese fin. Ustedes están siendo capacitados, para servir a Dios y ser idóneos para desempeñar el lugar donde el Espíritu Santo quiera usarlos. No esperen de nosotros un nombramiento, sino capacitación». El maestro dijo: “… quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto. (…) pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Lucas 24:49; Hechos 1:4,8). Los discípulos no estuvieron en el aposento alto esperando una posición, sino una capacitación, para, por el poder del Espíritu, ir a servir y ministrar por medio de los dones recibidos. Sin embargo, veo que hay ambientes, según la cultura eclesiástica, donde se predica solamente cuando llega el evangelista. Pero el que anda en el Espíritu es un testigo las veinticuatro horas del día: si está en la oficina del dentista, está testificando, si está en un avión a treinta mil pies de altura, allá habla de Cristo, porque lo que más abunda es gente que necesita oír las buenas nuevas. Cuando el Señor está en el corazón es como un volcán en erupción, no se puede callar, y está en constante ebullición. Así como tú recomiendas una cosa que te fue de bendición, así debes recomendar a Cristo que te fue de salvación. Hay quienes están esperando que la iglesia los organice para trabajar, y los manden de dos en dos, mientras las almas se pierden. Hermano, ¡déjese de organización y predique! No espere que lo manden, ya Cristo lo mandó, ¡vaya!, haga lo que Dios le mandó a hacer. El Señor le mandó a servir, no espere que un día lo nombren y lo pongan en una posición. Tampoco la iglesia es el único lugar de servicio para un enviado de Dios; váyase al hospital más cercano, donde hay un montón de personas enfermas que necesitan servicio, ancianitos que están en las casas y no tienen quién los asee, ni asista ni visite. Existen un montón de cosas pendientes para hacer. La lista puede ser interminable, pero preferimos esperar el “nombramiento”, que me “pongan”, para salir a hacer algo. Pero sea lo que Dios le dijo que sea, bendiga a la gente con lo que Dios le ha dado. La gente necesita su dulzura; su sonrisa puede cambiar muchas cosas. Hay lugares con personas tan amargadas, que cuando ven a un cristiano sonriendo, dando gozo, alegría, felicidad en Cristo, se inspiran, se despiertan, se les abren los ojos para ver que hay una esperanza, que existe un camino mejor. Doy gracias a Dios de que en la narración bíblica, del libro de los Hechos de los apóstoles, se nos habla de aquel barco donde iba Pablo y que estaba a punto de naufragar (Hechos 27:10, 22). Y me pregunto, ¿qué hubiera sido de

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esa gente, en ese momento tan crucial, si en vez de ir con el apóstol hubiesen ido con alguien pesimista e incrédulo? Ellos tenían catorce días sin comer; todos estaban temerosos y hambrientos. Pero en ese momento, Dios levanta a su “higo” Pablo a llevarles paz, sosiego y tranquilidad. Él les dijo: “Habría sido por cierto conveniente, oh varones, haberme oído, y no zarpar de Creta tan sólo para recibir este perjuicio y pérdida. Pero ahora os exhorto a tener buen ánimo, pues no habrá ninguna pérdida de vida entre vosotros, sino solamente de la nave. Porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, diciendo: Pablo, no temas; es necesario que comparezcas ante César; y he aquí, Dios te ha concedido todos los que navegan contigo. Por tanto, oh varones, tened buen ánimo; porque yo confío en Dios que será así como se me ha dicho” (Hechos 27:2125). ¡Oh, gloria Dios! Yo quiero ir en un barco con un hombre así, y no uno que diga: « ¿sabes lo que va a pasar? Que el tiempo empeorará y este barco no llegará a ningún lugar. Pero es bueno que pase, porque yo les dije que no zarparan, y ahora miren que si Dios no mete su mano, ninguno saldremos vivo». Igualmente, ¿qué me dices de los hermanos que tienen el don de fe, otra dulzura en la congregación? A veces hay hermanos que atraviesan grandes pruebas y se acercan a un hermano y le dicen: «Sabes, los exámenes aquellos que me hicieron dieron positivo… no sé qué pasará con mi vida de ahora en adelante». Si se lo dijo a uno de los amargados puede que éste le responda: « ¡Qué pena, mi hermano! pero, ¿qué puedes hacer contra la voluntad de Dios? Voy a estar orando por ti»; y se va pensando: «Míralo ahí, ahora está llorando, pero seguramente es juicio de Dios en su vida, ¡quién sabe qué hizo!». En cambio, aquel cuyo ministerio es higuera le diría como “higo” de Dios: «Mi hermano ¿eso te dijeron en el hospital? Acuérdate que el médico lo analiza todo de acuerdo al conocimiento, por lo que ha estudiado, pero el que hizo el cuerpo te puede dar vida, no temas. El doctor te analizó anatómica y fisiológicamente y te dio el diagnóstico, pero ahora espera a lo que dice Dios, el que te creó. Mientras tengas una obra que hacer para Dios eres inmortal. Tú eres importante para el Señor, ten paz. Ven oremos juntos al que te puede salvar». ¡Ay, qué higo dulce, qué palabras hermano, qué ungüento para esa herida! ¿Es justo que alguien deje de endulzar para reinar? No, mi hermano, mi hermana, deja el Reino a Jesús; que reine Él, y tú vete a servir. Recuerdo una vez, apenas comenzando mi ministerio pastoral, se me acercó una hermana de la iglesia, madre de dos niños, con una terrible crisis. Ella me dijo: «Pastor, mi esposo está sirviendo en el ejército de los Estados Unidos en Alemania, pero tenemos una grave situación entre nosotros y he decidido divorciarme». La hermana me compartió el problema y mientras

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hablaba, yo oraba a Dios sobre cuál era su voluntad en este asunto, pues la mujer estaba férrea en su decisión de separarse. Entonces, el Señor me dio sabiduría y me hizo un higo dulce, ante un problema tan amargo y que parecía sin solución. En aquel momento, pude darle a la hermana la palabra que Dios me dio, y ella, entre sollozos, se persuadió de no divorciarse. Luego, al ella enviarle un mensaje al esposo diciéndole que no se divorciarían, parece que él pidió un permiso para ver a su familia, y cuando vino, ese hombre andaba buscando quién fue la persona que convenció a su esposa de que no se divorciase de él. El soldado vino buscándome a la iglesia, y acercándose, con una amplia sonrisa, me dijo: «Pastor, gracias. Gracias a Dios y a usted mi esposa no se divorciará de mí». Así que ellos se juntaron de nuevo, y ahí están en un hogar feliz y sus hijos más felices todavía. Pasado el tiempo, un día, mientras meditaba en las cosas del Señor, me conmoví en mí espíritu, recordando aquel caso y pensando que si mi vida sirvió para devolverle la felicidad a un hogar que estaba ya perdido, ha valido la pena servir a Jehová. Yo le dije: «Padre, gracias por hacerme tu ministro. Soy útil; di felicidad perpetua a un hogar que estaba roto». Por eso digo: ¿He de dejar esto para hacerme grande? No, no quiero ni puedo dejar mi vocación. La feli“Nuestro cidad de un ministro es dar dulzura, honllamado no es rando a Dios y bendiciendo a los hombres. reinar, sino Volviendo a nuestra parábola, vemos que servir” los árboles, ante la negativa de la higuera acudieron entonces a la vid, y le dijeron: “Pues ven tú, reina sobre nosotros”, pero ella les respondió: “¿He de dejar mi mosto, que alegra a Dios y a los hombres, para ir a ser grande sobre los árboles?” (Jueces 9: 12,13). La vid produce uvas de donde hacen el vino. En la Biblia el vino es un tipo de gozo y el salmista dijo que el vino alegra el corazón del hombre (Salmos 104:15). La Palabra registra que cuando no había uvas, en los lagares había tristeza; pero cuando había el fruto de la vid, había gozo. También el vino es un tipo de pacto. Vemos que Jesús levantó la copa y dijo: “Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada” (Marcos 14:24). En la iglesia está el gozo del Espíritu Santo, y hay hermanos cuyo don es como la vid, producen mosto de alegría y dan gozo. Ellos llegan y con sus alabanzas alegran el ambiente, hacen reír hasta a los moribundos, transmiten alegría y gozo. Si esa gente deja de ser lo que es para hacerse grande ¡ay de la iglesia!, pues precisa de esa unción. Cada don, cada capacidad ungida que Dios da a los santos, provoca algo; produce honra, dulzura, gozo, unción que fortalece el espíritu de los que los

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rodean. Podemos hablar de otros árboles también, pero el mensaje es el mismo. Mi hermano, nuestro llamado no es reinar, sino servir. Como una confirmación del uno al otro, los tres árboles más importantes dijeron: « ¿he de dejar?», lo que significa que tenían algo, que habían recibido algo y podían dar. Ellos prefirieron servir antes que reinar. Pero, a cuántos les apela más ser grandes que servir, ocupar una posición y estar en autoridad sobre los demás que ser usado por Dios, en humildad y sencillez. La palabra “dejar” implica que si decido reinar y ser grande, entonces debo renunciar a mi oficio o propósito. Por lo cual, aprendo que no se puede aspirar a ser grande y reinar, sin poner en riesgo lo que fuimos llamados a hacer que es honrar a Dios y dar el fruto “La grandeza en que bendice a los hombres. Cuando tú el cielo no es una dejas de ser lo que eres, de dar lo que reciposición, sino biste de Dios, para ser grande entre los una aprobación” hombres, estás poniendo en riesgo el propósito divino en tu vida. Incluso, en el reino de los cielos el que quiera hacerse grande entre nosotros será nuestro servidor, y el que quiera ser el primero será nuestro siervo, dijo el Señor (Mateo 20:26-27). Entiendo, entonces, que el que sirve es el grande. La grandeza en el cielo no es una posición, sino una aprobación: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25:21). El gozo del Señor es el servicio a Dios. Miremos a Jesús “el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (Hebreo 12:2). Volviendo a nuestra parábola, indudablemente que los árboles tenían tremendo problema. Ellos querían rey, pero los tres árboles principales, que tenían mucho que dar, no quisieron reinar. Por lo cual, no les quedó otra opción que ir a la zarza y decirle: “Anda tú, reina sobre nosotros” (Jueces 9:14). Me imagino lo contenta que se puso ella, pues seguramente pensó: « ¡Al fin se han dado cuenta quien soy! ¡Todos lo árboles por unanimidad me han elegido, me quieren como rey!». Así que en seguida ella respondió: “Si en verdad me elegís por rey sobre vosotros, venid, abrigaos bajo de mi sombra; y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano” (v. 15). ¿Has visto alguna vez una zarza? Es un arbusto pequeño y espinoso, cuyas ramas son como aguijones. Prácticamente es una maleza del desierto, que absorbe el agua y daña el terreno y le quita el lugar a otros árboles que sí son productivos.

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En el libro de Isaías dice: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantarán canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso. En lugar de la zarza crecerá ciprés, y en lugar de la ortiga crecerá arrayán; y será a Jehová por nombre, por señal eterna que nunca será raída” (Isaías 55:12-13). Es decir, cuando Dios anuncia el tiempo de prosperidad, de bendición para su pueblo, dice que en el lugar de la zarza crecerá ciprés. ¡Qué buena noticia, que en el lugar de un arbusto tan feo y seco, crecerá un árbol hermoso y productivo! El ciprés es un árbol de 15 a 20 metros de altura, que aunque por fruto da gálbulas o conos, su madera es duradera. Además, a diferencia de la zarza, el ciprés sí puede abrigar y dar sombra. ¡Oh, qué bendición! Jesús dijo: “Porque cada árbol se conoce por su fruto; pues no se cosechan higos de los espinos, ni de las zarzas se vendimian uvas” (Lucas 6: 44). Si cada árbol se conoce por su fruto, la zarza se conoce porque, prácticamente, no tiene ninguno. La vendimia es la cosecha y recolección de las uvas, pero también podemos aplicarla como el provecho o fruto abundante que se saca de alguna cosa, y la zarza no tiene mucho de aprovechamiento en ella; solo espinas. Me llama la atención que los tres árboles que tenían qué dar, dijeron: « ¿he de dejar?» y en cambio la zarza, que no tenía nada, quería reinar (Jueces 9:15). La zarza no tenía algo con que agradar a Dios y bendecir a los hombres, y ahí se mide su espíritu. El que tiene mucha unción dice: «Yo no voy a renunciar a mi unción para ser grande. A mí no me apela la grandeza, a mí me apela vivir el propósito de mi llamamiento». ¿No fue eso lo que dijeron los tres primeros árboles? Sin embargo, la zarza y los que son como ella, reinar es precisamente lo que andan buscando. Mas, ¿sabes lo que me dice el Espíritu Santo? Que en la zarza se revela un espíritu que hay en la iglesia, el cual no tiene nada que dar y sin embargo quiere reinar. Ese mismo espíritu, también se encuentra en el hombre, un espíritu de grandeza, de posición, que procura enseñorearse de los demás. Por causa de la ambición de reinar y enseñorearse de los demás se pierde el interés en ser lo que Dios nos mandó a ser, manifestándose otro espíritu que no es el de Cristo. Jesús estaba reinando en el cielo y dejó de reinar para venir a servir al Padre (Filipenses 2:6-7). Él dijo: “En el rollo del libro está escrito de mí; El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:7-8). El Señor dejó de ser rey, para servir, y lo hizo de forma tan excelente que Dios le devolvió la corona. El que se despojó fue revestido, el que se humilló hasta lo más bajo, fue levantado hasta lo sumo. Nota que la primera palabra que la zarza dijo fue “venid” (Jueces 9:15), o sea, dio una orden, un llamado imperativo. Pero ¿que vengan a dónde? A

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abrigarse bajo su sombra, ¡qué arrogancia, qué cinismo! En otras palabras: «Si en verdad ustedes me quieren como rey, sométanse a mí, y mi primera orden es venir y ponerse debajo mío». Cuidado con el espíritu de la zarza, porque no es según el Espíritu de Cristo, pues Él no se hizo rey para hacernos vasallos, sino para que reinemos con Él (Apocalipsis 20:6). Ese espíritu de la zarza lo conocí en la religión, en aquellos que dicen: «Si me eligieron a mí, sométanse a mí; yo soy el que estoy aquí en autoridad y a mí hay que obedecerme.. ¡Eh, a ti! ¿qué miras, qué buscas? ¡Sal de ahí! Esa es mi oficina y mi función, eso lo hago yo. No toques ni te metas en lo que hago». ¡Qué espíritu! Todavía no la habían elegido bien, sólo era una propuesta y ya la zarza estaba dando órdenes. Solamente hay uno que dijo venid, y fue el rey Jesús, y nota el espíritu de sus palabras: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. (…) Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos. (...) Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. (...) Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que a mí viene, no le echo fuera. (...) Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. (...) Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Mateo 11:28; 19:14; Juan 6:35, 37; 7:37; 14:3).

Jesús tiene mucho que ofrecer, por eso puede llamar y decir: « ¡Vengan a mí, síganme! Yo los haré descansar; les doy mi reino; les doy de comer; les sacio su sed; les doy paz, salvación y los llevo al Padre». La zarza ofrecía abrigo y sombra, pero no tenía ninguna de las dos cosas. Imagínate que vas caminando bajo un sol abrasador y vayas a cobijarte debajo de una zarza, ¡qué sombra te va dar si sus hojas son arqueadas y divididas, y para colmo hincan! Creo que más que recibir un alivio, saldrías bien lastimado. De hecho, en la Biblia la palabra zarza tiene el mismo significado que espinos y abrojos, y me pregunto, ¿cómo podría ofrecer cobertura un arbusto tan pequeñito y sarmentoso? Y pensar que eso es lo que está pasando en la actualidad, gente con “apostolados” que quieren dar cobertura sin tenerla. Por eso, Dios está restaurando el ministerio apostólico. Todos quieren ser apóstoles, pero sin pagar el precio del apostolado, ni llevar las señales que Pablo describió:

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“… en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; (...) por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo. (...) De aquí en adelante nadie me cause molestias; porque yo traigo en mi cuerpo las marcas del Señor Jesús. (...) en el cual sufro penalidades, hasta prisiones a modo de malhechor; (…) Por tanto, todo lo soporto por amor de los escogidos, para que ellos también obtengan la salvación que es en Cristo Jesús con gloria eterna” (2 Corintios 6:5,8-10; Gálatas 6:17; 2 Timoteo 2:9,10).

Los falsos apóstoles dicen como la zarza: «Métete bajo mi cobertura, cobíjate bajo mi autoridad; seamos socios». Ellos andan buscando iglesias para meterlas debajo de su sombrilla ministerial y dicen a los pastores: «Si tú quieres ser parte de esto, envíame los diezmos de tu iglesia y te pongo bajo mi cobertura ministerial». ¡Santo Dios! Una zarza tirando manto. Pablo les llamó: “ falsos apóstoles, obreros fraudulentos” (2 Corintios 11:13-14), y yo les llamo “el manto de Drácula”, pues así como ese personaje siniestro, estos hombres te envuelven con su manto y después ¡yack! te dan el mordisco. La zarza tiene espinas y Drácula tiene tremendos colmillos para succionar sangre. Es notable que tanto el olivo, la higuera, como la vid te bendigan, pero la zarza te lastima. Abre tus ojos y tus oídos, porque aquí hay una muy grande enseñanza. Cuando una persona está llena de orgullo, arrogancia y autosuficiencia, cree que puede dar algo, pero no tiene nada, porque el orgullo la incapacita para ver su deficiencia. El amor edifica, pero el orgullo infla, destruye y estorba. A Jesús le decían “maestro bueno”, pero él respondía: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo Dios” (Lucas 18:19). Y cuando entró en Jerusalén que lo aclamaron diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9), lo hizo cabalgando en un pollino, como se había profetizado: “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zacarías 9:9). ¡El rey en un pollino de asna y prestado (Mateo 21:2)!, y sus “siervos” ahora andan en aviones y jet privados; eso suena raro. Salomón dijo: “Hay un mal que he visto debajo del sol (…) Vi siervos a caballo, y príncipes

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que andaban como siervos sobre la tierra” (Eclesiastés 10:5, 7). Así, Jesús el grande, el que cabalga sobre los querubines, y vuela sobre las alas del viento, el que ha puesto las nubes por su carroza y que ha hecho en el mar su camino y sendas en las muchas aguas, cabalgó en un burrito prestado, porque aunque era rey, su objetivo era servir, no reinar (Salmos 18:10; 104:3; 77:19). La zarza también quería reinar a la fuerza. Ella dijo: “… y si no, salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano” (Jueces 9:15). En otras palabras: «Si no me ponen de rey, aquí se acabará el reinado; reino yo o nadie». Increíble, cómo hablaba la zarcita, siendo tan pequeñita. Apenas le estaban ofreciendo reinar y ya estaba mandando y amenazando. La zarza y la lengua tienen muchas cosas en común: primero, se jactan de grandes cosas; y segundo, las dos encienden tremendos fuegos (Santiago 3:5). Ellas tienen el espíritu de fuego que destruye y que condena, como dice la Palabra: “… la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno” (Santiago 3:6). Lo peor es que con ese espíritu se logran muchas cosas hoy en día. Supe que un pastor le dijo a alguien: «Uso mi autoridad apostólica para decirte que si te vas de esta iglesia, ¡pierdes el Espíritu Santo, y hago que ni en lenguas hables!». ¡Santo, Jehová! Este hombre se ufanaba de tener poder para quitar no solo los dones -que son irrevocables (Romanos 11:29)-, sino hasta el Espíritu Santo con el cual Dios nos selló (2 Corintios 1:21-22). Y pensar que todas esas amenazas eran para que no se vaya y siga debajo de su cobertura, pues cuando no pueden retener a la gente con promesas, lo hacen con amenazas y condenación. Los tres primeros árboles tenían que dar y querían vivir dando fruto de lo que recibieron del Señor. El apóstol Pablo escribió: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado...” (1 Corintios 11:23); y Pedro dijo: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10). Por tanto, si tenemos algo que dar, porque Dios nos ha dado, no lo retengamos, pero si no tenemos para dar, no caigamos en la arrogancia y petulancia de la zarza, ofreciendo lo que no tenemos. Seamos lo que somos y demos lo que hemos recibido, en la humildad del Señor Jesucristo. La única verdad que dijo la zarza fue al final, cuando amenazó darle lo que podía: fuego, y no del Espíritu, sino con el único que tenía, fuego destructor. Está claro que el mensaje de Jotam a los habitantes de Siquem a través de esta fábula fue que Abimelec, a quien ellos habían elegido rey, era como una

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zarza, pues no les podía ofrecer ninguna seguridad, por el contrario, sería causa de destrucción e instrumento de muerte para ellos. Estas palabras fueron proféticas, pues Dios para vengar la sangre de la casa de Jerobaal (Gedeón) que había derramado Abimelec, envió un espíritu de hostilidad entre éste y los de Siquem (Jueces 9:22-24), y tal como él enseñó en la alegoría, Abimelec prendió fuego a Siquem. Veamos la narración bíblica: “Y fue dado aviso a Abimelec, de que estaban reunidos todos los hombres de la torre de Siquem. Entonces subió Abimelec al monte de Salmón, él y toda la gente que con él estaba; y tomó Abimelec un hacha en su mano, y cortó una rama de los árboles, y levantándola se la puso sobre sus hombros, diciendo al pueblo que estaba con él: Lo que me habéis visto hacer, apresuraos a hacerlo como yo. Y todo el pueblo cortó también cada uno su rama, y siguieron a Abimelec, y las pusieron junto a la fortaleza, y prendieron fuego con ellas a la fortaleza, de modo que todos los de la torre de Siquem murieron, como unos mil hombres y mujeres” (Jueces 9:47-49).

Es notable lo que dice el verso 23 de este capítulo: “Y tuvo Gedeón setenta hijos que constituyeron su descendencia, porque tuvo muchas mujeres. También su concubina que estaba en Siquem le dio un hijo, y le puso por nombre Abimelec” (jueces 8:30-31). La aplicación espiritual es que el espíritu de la zarza que ha entrado en la iglesia, y que está dañando el propósito de Dios en el ministerio apostólico, nace de la misma manera que Abimelec, o sea, de una relación ilícita entre el verdadero ministerio apostólico y el falso. Es el resultado de una alianza parecida a la que hubo entre la casa de Josafat y la casa de Acab y Jezabel (2 Crónicas 18:3). Este espíritu viaja por el mundo, tirando mantos, ordenando al apostolado a personas no aprobadas por la iglesia; asimismo ha usurpado la autoridad apostólica y no la usa para edificación, sino para que todos se cobijen bajo la “sombra” de su cobertura ilegítima. El espíritu de la zarza está encendiendo “los bosques” y trayendo consigo destrucción y confusión a la iglesia. El Señor revela que en este espíritu se esconde avaricia, orgullo y rebelión. El Espíritu Santo lo desenmascara y nos hace conocer que su maligna intención, a parte de traer confusión es, que la iglesia (afectada por sus vicios y excesos), deje de creer en el verdadero ministerio apostólico, el cual el Señor está restaurando en estos días. Veamos cómo termina esta historia y cuál el fin de Abimelec:

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“Después Abimelec se fue a Tebes, y puso sitio a Tebes, y la tomó. En medio de aquella ciudad había una torre fortificada, a la cual se retiraron todos los hombres y las mujeres, y todos los señores de la ciudad; y cerrando tras sí las puertas, se subieron al techo de la torre. Y vino Abimelec a la torre, y combatiéndola, llegó hasta la puerta de la torre para prenderle fuego. Mas una mujer dejó caer un pedazo de una rueda de molino sobre la cabeza de Abimelec, y le rompió el cráneo. Entonces llamó apresuradamente a su escudero, y le dijo: Saca tu espada y mátame, para que no se diga de mí: Una mujer lo mató. Y su escudero le atravesó, y murió. Y cuando los israelitas vieron muerto a Abimelec, se fueron cada uno a su casa. Así pagó Dios a Abimelec el mal que hizo contra su padre, matando a sus setenta hermanos. Y todo el mal de los hombres de Siquem lo hizo Dios volver sobre sus cabezas, y vino sobre ellos la maldición de Jotam hijo de Jerobaal” (jueces 9:50-57).

Esta mujer que Jehová usó para acabar con la vida del fratricida Abimelec es un tipo de la iglesia valiente y osada que el Señor está usando para detener y destruir ese espíritu, que tanto daño está causando al ministerio de Dios. La iglesia es el medio que el Señor ha elegido para destruir el pernicioso espíritu de Abimelec (zarza). Añade más luz a nuestra enseñanza el hecho de que el instrumento que aquella mujer usó para matar a Abimelec fue un pedazo de rueda de molino. El Señor dijo: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que “La zarza y la se le colgase al cuello una piedra de molino de lengua tienen asno, y que se le hundiese en lo profundo del muchas cosas en mar” (Mateo 18:6). Hacer tropezar es igual a hacer caer, inducir a pecar, tentar, seducir, común: primero, etc., y esto es lo que este espíritu está rease jactan de lizando en la iglesia. Dios ha determinado grandes cosas; que sea con una piedra o rueda de molino y segundo, las que se le rompa el cráneo y se haga morir al dos encienden espíritu que dijo: “salga fuego de la zarza y devore a los cedros del Líbano” (Jueces 9:15). tremendos Los cedros del Líbano son tipos de los jusfuegos” tos (Salmos 92:12). Así que la guerra de este

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principado es contra los santos de Dios. Por esa razón, el Señor usará a la iglesia (la mujer) para romper la cabeza de este adversario del propósito divino. Hay otro asunto muy curioso de la zarza que nos muestran las Escrituras. ¿Sabías que Moisés no era el hombre más manso de la tierra, sino que llegó a serlo? Cuando Moisés vio a sus hermanos en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de ellos, dice la Palabra que miró a todas partes, y creyéndose que nadie lo veía, mató al egipcio y lo escondió en la arena (Éxodo 2:11-12). Aquí yo veo una reacción violenta ante una injusticia. Moisés no era un hombre manso, pero ¿sabes cómo Dios logró que lo fuese? Lo mandó a pastorear ovejas por cuarenta años, y en ese trabajo cualquiera se vuelve manso. Las ovejas son los animales más torpes de que yo tengo referencia, pues nota que todos los animales corren cuando ven a un depredador, “Cuando pero las ovejas dicen ‘bee, bee’ como dicienDios se quiso do: «Veen, veen, comemeeeé, comemeeeé», y hacer nada, se no saben qué hacer. Así que cualquiera aprenmanifestó en una de paciencia pastoreando ovejas. Cuando Jehová llamó a Moisés para zarza, pues para enviarlo a liberar a su pueblo de las manos lo único que del Faraón, le dijo: “¿Quién soy yo para que sirve la zarza es vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de para representar Israel?” (Éxodo 3:11). Jehová insistió, pero él la nulidad” le contestó: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10). No obstante, Jehová todavía le habló de todo lo que iba a hacer, y él volvió e insistió: “¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (Éxodo 4:13). Entonces Jehová se enojó y le dijo: “¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer” (vv. 14-15). Bien humilde estaba Moisés y con una estima bien baja, como la de una oveja, la cual tuvo Dios tuvo que levantar prácticamente a gritos. Pero, ¿sabes cuando, realmente, Dios le enseñó a Moisés humildad? El día en que Jehová se le apareció en una zarza. Cuando Dios se quiso hacer nada, se manifestó en una zarza, pues para lo único que sirve la zarza es para representar la nulidad. El único que le dio importancia a la zarza fue Dios, porque a la zarza todo el mundo le prendía

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fuego, pero Jehová le dio el fuego divino que quema, pero no consume (Éxodo 3:2). Hay esperanza para “las zarzas”; pues aunque no dan fruto, Dios le puede dar fuego para que alumbren. Tanto fue la importancia que Dios le dio a la zarza en ese momento, que cuando Moisés bendijo las doce tribus de Israel, y le iba a dar la bendición a José, dijo: “Con el fruto más fino de los montes antiguos, Con la abundancia de los collados eternos, Y con las mejores dádivas de la tierra y su plenitud; Y la gracia del que habitó en la zarza Venga sobre la cabeza de José, Y sobre la frente de aquel que es príncipe entre sus hermanos” (Deuteronomio 33:15-16). Nota que Moisés habló de frutos y dádivas de la tierra, pero cuando mencionó a la zarza no pudo hablar nada de lo que ella diera, sino de la gracia del que habitó en ella. En otras palabras, el Señor manifestó la gracia cuando se apareció en una llama de fuego en medio de la zarza. Eso nos habla de la humillación de Jesús, pues gracia fue lo que en su Hijo, Dios nos manifestó. El Creador del cielo y de la tierra, habitó en una zarza. Qué tal si la zarza, de la parábola de Jotám, hubiera dicho a los árboles: « ¿Ustedes me están pidiendo a mí que reine? ¿Pero qué tengo yo que ofrecer? ¿qué tengo para dar? No tengo fruto, no tengo abrigo, no tengo sombra, soy una maleza del desierto ¿Cómo voy a reinar? Si yo para lo único que sirvo es para que me quemen. Lo único bueno que ha pasado en la historia de nosotras las zarzas fue que un día el Santo de Israel, cuando quiso hacerse nada y decirle a Moisés: “Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados” (Isaías 57:15), se manifestó en una zarza. Yo no soy como el olivo que puede dar honra con su aceite, ni soy como el higo que puede dar dulzura, tampoco soy como la vid que puede dar alegría con el mosto, no sirvo para nada. Ahora, una cosa sí puedo hacer: servirle a mi Dios, para que la gracia del Señor se manifieste, y habite en mí el fuego que nunca consume». Entiendo, entonces, que la historia de la zarza hubiera sido totalmente diferente.

3.2  La Gloria del Llamamiento “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” -2 Corintios 3:18

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La gloria de Dios está manifestada en todo lo que Él es y hace. Mas, la sublimidad de esa gloria y la manifestación de la misma es algo que no todo el mundo puede ver. El profeta Ezequiel tuvo esa bienaventuranza de ver en visiones cosas muy extrañas, asuntos que sólo son entendibles en el Espíritu, por aquellos que Dios les abre el entendimiento para que puedan comprender esos misterios. Si lees el primer capítulo del libro de Ezequiel, en sus primeros versículos, encontrarás que el profeta vio cuatro seres vivientes semejantes a hombres, pero con un aspecto muy extraño, que cuando corrían eran como relámpagos (Ezequiel 1:5-13). También vio ruedas dentro de ruedas con ojos que se movían y se levantaban junto a los seres vivientes, porque el espíritu de los seres vivientes estaba en las ruedas (v. 20). Eran visiones muy extrañas, pero eran revelaciones de la semejanza de la gloria del Señor y Ezequiel la describió de esta manera: “Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Ésta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová. Y cuando yo la vi, me postré sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba” (Ezequiel 1:28)

A mí, particularmente, me gusta la expresión “la semejanza de la gloria”, porque todo lo que Dios le puede mostrar al hombre, y aquello que el hombre sea capaz de ver, acerca de la gloria de Dios, es una semejanza. Todas las cosas que nosotros vemos en la Biblia que ilustran la gloria, o que Dios usa para dar a conocer su gloria, son simplemente una semejanza, porque ¿quién en realidad ha visto la verdadera gloria, o sea, la plenitud de Su gloria? Naturalmente, sabemos que Jesucristo es el resplandor de su gloria, pero me refiero más bien a la gloria manifestada en una visión. Por tanto, todo lo que se muestra en la Palabra sobre la gloria de Dios es una semejanza. Por ejemplo, cuando Israel estuvo en el monte Sinaí, para encontrarse con Jehová, que descendió en aquel monte, las Escrituras describen aquel momento glorioso, como una majestad terrible, donde hubo truenos y relámpagos, y dicen que una espesa nube cubrió el monte, y el sonido de bocina era tan fuerte que estremeció todo el lugar. El monte Sinaí humeaba porque Jehová había descendido sobre él en fuego, y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía, así como el sonido de la bocina iba aumentando en extremo, mientras Moisés hablaba a Jehová y Dios le respondía con voz tronante (Éxodo 19:16-20). Por eso el cántico: “A

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la presencia de Jehová tiembla la tierra…” (Salmos 114:7), pues fue algo tan extremadamente impactante que el pueblo no pudo resistirlo. Israel temblaba, y hasta en el libro a los Hebreos se registra que era tan terrible lo que se veía, que Moisés dijo: “Estoy espantado y temblando” (Hebreos 12:21). Era un momento de gloria, donde el pueblo vería cara a cara a su Dios Inmortal e Invisible. Mas, no pudieron salirle al encuentro y le dijeron a Moisés: “Habla tú con nosotros, y nosotros oiremos; pero no hable Dios con nosotros, para que no muramos” (Éxodo 20:19). Y esa era simplemente una apariencia, una semejanza, pues la Biblia dice que los cielos de los cielos no lo pueden contener (1 Reyes 8:27). La zarza fue otro lugar en que se mostró la gloria de Dios, pero también fue una semejanza (Éxodo 3:1-5). Toda visión de la gloria es una seme“Cuando Dios janza de la gloria, pero la realidad de la glose manifiesta, ria sabemos que es Jesucristo. Él no es una no solamente semejanza, pues podemos decir que la gloria revela su gloria, descendió en semejanza de Hombre, y aunsino también lo que Jesucristo era cien por ciento Dios, lo vimos en carne. Solamente aquellos tres que que el hombre es” lo vieron en la transfiguración lo vieron glorificado, y todavía eso fue una limitación (Mateo 17:2). La gloria, gloria, esa verdadera gloria, ningún hombre la puede ver. Esa fue la razón por la cual, el Señor se negó a mostrar su rostro a Moisés, pues no hay hombre que vea su rostro y continúe viviendo (Éxodo 33:20). Por tanto, las visiones de su gloria son una semejanza nada más. Sin embargo, todos aquellos que han visto esa semejanza han sido cambiados, jamás fueron los mismos después de ese día, porque la gloria de Dios transforma. Eso es lo incomprensible del misterio de la iniquidad, que alguien que siempre veía la gloria y que estaba lleno de la gloria, perdió la gloria, y en vez de ser cambiado de gloria en gloria, lo que hizo fue que descendió y tuvo que ser arrojado de su presencia, por rebelarse contra el Señor (Ezequiel 28:15-19). Ahora, hay algo que a mí me llama la atención, después que el Señor le mostró a Ezequiel esa visión. Vemos que el profeta se postró para oír la voz de uno que le hablaba (v. 28), pero es interesante que la voz lo primero que le dijo fue: “Hijo de hombre” (Ezequiel 2:1), y estoy seguro que el profeta pudo entender la intención del que le hablaba. Con esa expresión daba a entender: «Hombre, te habla el Altísimo, el Todopoderoso, el Grande, el Admirable. Y

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aunque tú estás viendo mi gloria, yo quiero decirte que tú eres un Hijo de hombre». Porque cuando Dios revela su gloria, nos hace ver lo que somos, ya sea con la Palabra o con el sentir que produce en nosotros al ver lo pequeñísimo que somos. Cuando Dios se manifiesta, no solamente revela su gloria, sino también lo que el hombre es. Únicamente a través del espejo de la gloria de Dios se ve lo que es el hombre. Por eso, inmediatamente el hombre ve la gloria, se postra, porque es un hijo de hombre. A Isaías cuando Dios le mostró la gloria, escribió: “… vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:1-5).

Nota la expresión del profeta cuando le fue revelada la visión de la gloria que en su sentir de indignidad, creyó que ya estaba muerto. Él se sentía tan inmundo, tan poca cosa delante del Rey, Jehová de los ejércitos, que su mente no concebía que pudiera estar vivo. El apóstol Pedro, cuando el Señor hizo la pesca milagrosa y vio que Jesús era más que un hombre, pues contempló la gloria de Su poder, cayó de rodillas ante sus pies, “La humildad es diciendo: “Apártate de mí, Señor, porque soy la señal que te hombre pecador” (Lucas 5:8). Al ver la glomuestra si esa ria de Dios en Jesucristo, Pedro se sintió indigno y reconoció que era un pecador. persona ha visto Cuando un hombre en realidad, no en apaverdaderamente riencia, tiene un encuentro con la gloria, le la gloria, y pasa lo mismo que a estos hombres: ve su cuánto ha indignidad, se siente sucio, y descubre su pequeñez, reconociendo lo que es: simpleasimilado de ella” mente un hijo de hombre.

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Cuando Daniel tuvo aquella visión en el río Hidekel, los que le acompañaron no la vieron, pero se apoderó de ellos un gran temor y huyendo despavoridos, se escondieron (Daniel 10:7). Daniel se quedó solo, mudo y sin fuerza, sintiendo que desfallecía (vv. 8-11). El ángel tuvo que tocarlo para devolverle la fuerza y el habla (vv. 16-18). La gloria de Dios debilita y eso nos confirma que el hombre es nada frente a la majestad “La gloria de de Dios. Y qué decir de Juan, quien escribió Dios no te en el libro de la gran revelación: “Cuando le aplasta, para vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su dejarte en el diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo polvo, sino que te soy el primero y el último” (Apocalipsis 1:17). A veces decimos: «Señor, muéstrame tu glohumilla para que ria», y me pregunto: ¿sabemos lo que estadejes de ser lo mos pidiendo? El Señor dice: « ¿quieres que eres y desees saber quién eres?» Todo aquel que pida la ser lo que es Dios” gloria tiene que estar dispuesto a cuando vea la gloria, también verse a sí mismo y saber en realidad quién es él. Por tanto, todos los que han visto “la semejanza de la gloria de Dios” caen como muertos, pero también algo físicamente les afecta. En el caso del sacerdote Zacarías, temporalmente se quedó mudo, cuando dudó de la visión y el propósito con el hijo que había de tener (Lucas 1:18-20). A Moisés la voz desde la zarza le advirtió: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5), por lo que podemos decir que la gloria le mostró cómo eran sus pies, tipo de humanidad y corrupción, ante la perfección y santidad de Dios. A Isaías, por su parte, le mostró lo que eran sus labios, inmundos (Isaías 6:5). Vemos a Josué, que al ver la visión se postró y adoró, pero tuvo que despojarse, quitar el calzado de sus pies (Josué 5:15). A Saulo de Tarso la visión lo dejó ciego, le afectó los ojos (Hechos 9:8). Por lo cual, podemos decir que la visión de la gloria afecta el cuerpo, por eso cuando la gloria se manifiesta afecta la iglesia. Cuando alguien habla de sí mismo con jactancia, o está tan admirado de sí que no se calla de decir lo que ha logrado, puedes estar seguro que ese no ha pasado ni siquiera a diez millas de distancia de donde estuvo la gloria de Dios. Todas las personas que viven en la presencia se sienten más pecadores que los demás, más pobres y limitados. Esos reconocen la gracia de Dios en sus hermanos, y constantemente le dicen al Señor: « ¡Ay mi Dios! Mira mi limitación,

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mira mi pobreza, yo no sé qué pasa, no me siento digno, no me siento suficiente». La humildad es la señal que te muestra si esa persona ha visto verdaderamente la gloria, y cuánto ha asimilado de ella. Ahora, cabe destacar que hay quienes siempre se sienten miserables y pobres, pero no es porque han visto la gloria, sino porque tienen problemas emocionales y una autoestima muy baja. Distingamos una cosa de la otra. La Biblia dice que hay dos tristezas, una emocional que te lleva a sentirte inferior a los demás, que viene de la carne, y otra que es según Dios, la cual te lleva a arrepentimiento, porque te hace ver que eres pobre, desnudo, desvalido, miserable, pero no te sume en depresión ni en culpabilidad. La tristeza según Dios, te lleva a una búsqueda de Su presencia y a una actitud correcta, la cual es deberle todo a la gracia del Señor Jesucristo (2 Corintios 7:10). Puedo imaginarme cómo el Señor se siente -conociendo los corazones- al oír ciertas oraciones nuestras: « ¡Señor, muéstrame tu gloria! ¡Ábreme los cielos! ¡Úsame!». Pero Él dice: « ¿Y para qué quieres la gloria? ¿Para tener un ministerio grande; para ser conocido por todas las naciones como fulano y perencejo; para tener costosos edificios; para hacerte de un grande nombre, el tuyo? ¡Ay, pero cuán lejos de mí está tu corazón! Yo no muestro mi gloria para engrandecer al hombre; yo muestro mi gloria para engrandecerme yo, y mostrarle al hombre quién es él delante de mí y cuánto me necesita». La gloria de Dios no te aplasta, para dejarte en el polvo, sino que te humilla para que dejes de ser lo que eres y desees ser lo que es el Señor. Por tanto, reconocer lo que somos es una bienaventuranza, pues nos hace aborrecer lo nuestro, para amar lo que es Dios. Cuando un hombre está bien humillado frente a la gloria es cuando ésta lo levanta, pero debe estar tan aplanado que su yo desaparezca, para poder volar entonces en las alas de su Espíritu. Solo la humildad nos muestra a Jehová, porque nos da los ojos para ver al Alto y Sublime, al que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo, al que habita en la altura y la santidad, pero desciende para habitar con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados (Isaías 57:15). ¡Oh, si entendiéramos lo que produce la gloria! A veces hablamos tanto de la gloria, de avivamiento para ver la gloria, pero lo que queremos ver es la manifestación de la gloria, el poder de la gloria, para recrearnos, saltar, y tener buenos momentos, pero no sabemos lo que estamos pidiendo. Cuando Dios manda la gloria es para producir un efecto en nosotros. Ninguno de esos hombres fueron los mismos después que contemplaron la gloria de Dios.

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También me he dado cuenta que dependiendo de la semejanza de la gloria o el aspecto de la gloria que Dios quiere mostrarme, dependerá el efecto que esta produzca en mí. Por ejemplo, cuando Dios le mostró a Isaías la gloria, le mostró Su santidad, por eso los querubines decían: “Si me dices lo “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; que has visto de toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3). Y el profeta Isaías en espíritu entendió Dios, yo te diré que lo que Dios le quería mostrar no era lo que Dios ha tanto el poder, porque temblaran los quiciahecho en ti” les de las puertas o que aquella casa se llenara de humo y las faldas del Señor llenaban el templo, mostrando su majestad (Isaías 6:4,1). Lo que Jehová le quería mostrar a Isaías en esta visión era lo que decían los querubines, que Dios es santo. Por lo cual, al contemplar el aspecto de Su santidad en la semejanza de su gloria, el profeta sintió lo inmundo que él era, y por eso dijo: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (Isaías 6:5). Mas, uno de los serafines voló hacia él con un carbón encendido en sus manos, que tomó del altar con unas tenazas y tocando con él sus labios, le dijo: “He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado” (Isaías 6:6-7). Después de ese momento, el profeta nunca más fue el mismo. Si estudias la vida de Isaías, verás que a partir de ese incidente, hubo un antes y un después. La gloria lo marcó y afectó su vida de tal manera que cambió su lenguaje. Nota que el profeta, en sus escritos, usa una expresión como si fuera un estribillo: “El Santo de Israel”. Si tomas una concordancia bíblica y buscas las palabras “santo” y “santidad” comprobarás que Isaías es el profeta que más las usa. De veinticinco versículos bíblicos en que se usa la expresión “El Santo de Israel”, veintiuna corresponden al libro de Isaías, porque el profeta jamás pudo hablar de la persona divina, sin decir: Él es el Santo. También es el profeta que habla de la morada santa, del templo santo, de los cielos que son santos; y todo su libro está lleno de lo santo y de la santidad de Dios. ¿Por qué? ¿Qué fue aquello que él vio, que Dios le quiso manifestar? Su santidad. Por tanto, cada uno habla de lo que ve y oye de Dios. ¿Qué has visto tú de Dios, mi hermano? Si me dices lo que has visto de Dios, yo te diré lo que Dios ha hecho en ti. Ver a Dios no es contemplarlo con nuestros ojos físicos, Él dice: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los

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términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22). Cuando tú miras como debes mirar, a cara descubierta como en un espejo la gloria de Dios, serás transformado de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18). Mirar, desde el punto de vista espiritual, no es darse una ojeada, pues el que contempla la gloria, dependiendo de lo que vea eso va a recibir. Por tanto, la arrogancia en una persona me muestra que no ha visto nada de Dios, porque el que lo ve anda quebrantado, y se siente pequeñito, pues ha sido impactado por la grandeza divina. Cuando el Señor muestra algo de Su gloria es para hacerte de acuerdo a aquello que Él te quiso mostrar de Su persona. Es por eso que el Señor se levanta en medio de su pueblo y dice: « ¿Qué quieres de mí? ¿Por qué oras diciendo: “lléname Señor”? ¿Para que?». El Señor da su gloria solo a aquellos que quieran ser como Él. No pidas gloria para exhibición, ni para fama, ni para ser conocido; tampoco para destacarte o por curiosidad o por satisfacción personal, sino pídela para ser como es Dios. Él es santo y porque has visto Su santidad, la admiras y la anhelas. Es como cuando te enamoras de un lindo vestido, de un buen auto, de una casa, de algo que deseas para ti, no por pretensión, sino porque darías lo que no tienes por adquirirlo, porque sea tuyo. ¡Ay, desea ser como Él!, ¡anhélalo a tal punto que vendas todo lo que tengas, a cambio de su amor, de su esencia y de su ser! Generalmente, cuando queremos avivamiento y llenura del Espíritu es cuando oramos. También oramos para pedir sanidad, para ser libres, para tener unción, para hacer milagros, etc., y eso no es malo. El Señor nos manda a pedir y a procurar los mejores dones (1 Corintios 12:31), pero cuando tú pidas gloria, trata de hacerlo como Moisés. Él dijo primero: “… te ruego que me muestres ahora tu camino” (Éxodo 33:13); y luego dijo: “Te ruego que me muestres tu gloria” (v. 18). Primero una cosa y luego la otra. La gloria de Dios tiene un camino y al hombre que lo transita, Él le abate por el polvo su orgullo, mostrándole su condición. Y si ese hombre tiene el verdadero espíritu, y frente a la gloria reconoce su pobreza, su limitación y su inmundicia, algo pasa: es levantado, transformado y dignificado. Observa que los caminos de Dios tienen que ver con conocer la conducta divina y nuestra relación con él. La palabra “camino” en la Biblia se traduce de muchas maneras, pero lo que más revela es conducta. Por ejemplo, la Palabra habla del camino de Balaam (2 Pedro 2:15), el camino de Jehová (Génesis 18:19), el camino de Caín (Judas 1:11); el camino de su padre (1 Reyes 15:26), implicando conducta. Dijo el salmista: “¿Con qué limpiará el joven su camino [su conducta]? Con guardar tu palabra” (Salmos 119:9). En el caso de Dios es lo mismo, camino es conducta, pero también propósito, intención. Todo Él lo revela en sus caminos.

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Tenemos que entender la conducta del Señor, y ver que su gloria la revela para alcanzar un fin. ¿No dice la Biblia que Jesucristo es el resplandor de su gloria y la misma imagen de su sustancia (Hebreos 1:3)? La Palabra dice que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos “conformes a la imagen de su Hijo”, y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó (Romanos 8:29-30). Es decir que la gloria de la elección tuvo como propósito que tú lleves la imagen del Hijo, así como la gloria del llamamiento, la gloria de la justificación, y la gloria de lo que la Biblia llama glorificación, tienen ese mismo propósito, librarte de la presencia del pecado y darte lo excelso que está en el Señor. Por tanto, la elección consiste en que Dios se propuso darte Su gloria en Su amado Hijo. El llamamiento significa que Él te llamó para que la imagen perdida de Adán, la recuperes en Jesucristo. La justificación es cuando eres librado de la condenación del pecado y recibes la justicia del Hijo de Dios. La santificación es librarte del poder del pecado, para que tú seas semejante al Santo de Israel. Y finalmente, la glorificación que se realizará en el futuro, en un abrir y cerrar de ojos, el día de su venida, cuando esto corruptible será vestido de incorrupción, y esto mortal de inmortalidad. Por tanto, seremos transformados. La glorificación significa que Él va a desarraigar el pecado de ti, para que todo lo adánico que tengas salga, y solamente te quede lo que tienes de Cristo. Dios envió a Jesucristo, el cual es el resplandor de su gloria, para darte su imagen. Por lo cual, cuando Dios manifiesta su gloria es con el fin de restaurarte, para producir en ti la imagen que fue dañada por el pecado. Dios tomó al hombre caído en el polvo -porque polvo era y al polvo volvió (Génesis 3:19), y en la resurrección, lo levantó en el cuerpo de su Hijo y lo llevó a su gloria. Cuando entendemos estas cosas, necesariamente tenemos que decir: «Señor, perdónanos, hemos deseado tu gloria, la hemos anhelado para tantas cosas… para tener buenos momentos contigo, para crecer en cantidades, para ser vistos de los hombres, para que digan de mí, para que hablen y resalten mi ministerio, y no para lograr Tu propósito». ¡Oh, amemos ser como Dios, deseemos ser como es Él! No es suficiente pasar buenos momentos con el Señor, lo mejor es ser transformados a su semejanza. La gloria es todo lo que Él es y no simplemente el fuego de la plataforma de su trono o el embaldosado de zafiro que haya debajo de sus pies. La gloria no es meramente el resplandor del universo o la luz que pueda emanar de Él, porque Dios es luz (1 Juan 1:5). Su gloria son sus atributos: Su santidad,

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Su verdad, Su misericordia, Su justicia, Su poder, Su carácter, Su ternura, Su amor, Su paternidad, Su esencia. En eso consiste su gloria, en todo lo que Él es. Isaías vio Su santidad (Isaías 6:5) y de eso habló y profetizó; Moisés vio su justicia y misericordia, lo cual escribió en leyes y estatutos (Éxodo 34:67); y así cada uno miró algo y lo testificó. Pero Jesucristo no solamente miró algo, sino que era el mismo Dios en Él (Juan 14:10,11). Por eso de su plenitud tomamos todos, gracia sobre gracia (Juan 1:16) y hemos visto su gloria, la gloria del Verbo de vida (1 Juan 1:1). Eso no es una gloria cualquiera, sino la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (Juan 1:14). ¡Hay tantas cosas qué escribir de la gloria que nos quedamos cortos! Pídele a Dios que te las revele; desea ver su verdad, su misericordia, todo lo que es Suyo, pero no sólo para verlo o contemplarlo o decirlo a los demás. Al contrario, es mejor callar lo que viste y que la gente lo vea en tu vida. Con eso no estoy diciendo que no hables de lo que viste, porque la visión hay que entenderla, escribirla y comunicarla. Pero lo más importante es vivirla. Cuando vivo la visión significa que la he asimilado, y soy parte de ella; que está en mí y vivo para ella. Cuando hablamos de la visión es como si expusiéramos la teoría de la visión, pero cuando la vivimos, mostramos su resultado. Nuestra vida es el laboratorio de la visión, donde se combina su fórmula, se prueba su combinación y se asimila, para luego poder ver el resultado. La gente tiene que ver que no solamente vi la gloria, sino que ella me tocó a mí primero. Pedro, Jacobo y Juan vieron la gloria de Jesús, pero no salieron glorificados del monte de la transfiguración (Marcos 9:2). Mas, ya vendrá el día, dice Su Palabra, cuando contemplaremos su gloria y seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es (1 Juan 3:2). Naturalmente, entiendo que a Pedro le sirvió mucho estar con el Maestro en el monte santo, para poder ser testigo de estas cosas, como luego escribió: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:19). ¡Claro que sirve tener la convicción de que vimos a Dios y que adoramos a un Dios vivo, real! Pero lo más importante de Dios no es hablar de Él, sino vivirlo. Esa es su intención al revelarse. Él no se revela para decir: «Mírame como soy; ven que quiero mostrarte mi espalda; mira qué lindas mis faldas; mira qué bien me veo, adórame». Por eso, hay ocasiones que nos cansamos de rogar: «Señor revélate, Señor manifiéstate…», pero Él dice: «¡Cálmate! ¿Todavía no te has dado cuenta que yo desde antes de los tiempos me he manifestado (Romanos 1:19) y lo que pasa es que no tienes el corazón para verme, y en esa condición

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no puedo mostrarme a ti? ¿Para qué me quieres ver? ¿Para escribir un libro y hacerte famoso? ¿Para jactarte que me viste y que todos te admiren? ¿O es que estás dispuesto a ver la gloria y ser transformado por ella? Dime, ¿quieres ser como la gloria y luego callarte y que nadie lo sepa, porque lo que estés buscando es que la gloria te cambie a su semejanza? Entonces sí te la doy, para que contemples su hermosura, y tu vida sea de testimonio de la obra que he hecho en el hombre desde el principio hasta el fin». Tenemos que orar por toda la iglesia de Jesucristo, y el mover de Dios en este tiempo, pues todo el mundo habla de la gloria, cantan de la gloria, adoran para que caiga la gloria, pero sus corazones están muy lejos del Dios de la gloria. Ellos llaman a Dios, como hacen los encantado“La gloria da a res que tocan la flauta, para que salga la serconocer a Dios y piente, y empiezan a proferir palabras, a hace notorio Su hablar en lenguas para elevarse y tener una propósito” experiencia extrasensorial y salir del mundanal ruido, del estrés y la tensión. Luego dicen: « ¡Ay que elevado estoy, qué paz!» Pero eso es carne y sangre, mejor que se vayan a los yogas para que reciban algunas técnicas de relajación, pero si buscan a Dios, no vengan con sus expectativas, sino con corazones anhelantes de ser transformados. Acércate al Señor cuando hayas entendido quién es Él y desees ser como Él. Créeme que digo esto y siento ese mismo anhelo en mi corazón, pues, también la Palabra pasa por mí, mientras la transmito, y mi espíritu le ruega: «Señor yo quiero eso, quisiera ser el primero en vivir esa gloria, pues ahora entiendo el resultado de la gloria y el propósito de la gloria». Y te pregunto: ¿todavía quieres la gloria? ¿Quieres ver la gloria o quieres la gloria de la gloria? La gloria de la gloria es lo que produce la gloria, especialmente en tu carácter. ¡Cuántos hay que se sientan en el banco de una iglesia por años, y la gloria no les hace nada!, siguen siendo los mismos hombres, carnales, porque sólo han pasado buenos momentos con Dios y nada más. Como la mujer que pasa buenos tiempos con el amante que la lleva al hotel, le da regalos, pero luego que la pasión es satisfecha, ella no lo vuelve a ver hasta después de muchos meses. Con él, ella solo tiene buenos momentos, pero no lo posee a él. Así hay quienes quieren tener buenos momentos con Dios, pero no quieren a Dios; desean sus cosas, pero no lo desean a Él; se pasan buscándolo, pero Él no se ve en ellos.

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Algo notable es que cuando se entra a la gloria turbado, se sale en paz; cuando se entra con un conflicto, se sale ministrado; cuando se entra con un problema con un hermano, se sale reconciliado; con un deseo inmenso de perdonarlo, de abrazarlo y de amarlo, porque la gloria produce en nosotros amor. En ocasiones, entramos a su presencia afectados, con amarguras, y el Señor sabe lo que estamos sintiendo, y comienza su gloria a ministrarnos, a cambiar nuestras actitudes hacia los demás. Lo he vivido, cuando he entrado obstinado, con una tremenda convicción, pero la gloria me hace ver que mi argumento no vale nada, y salgo tragándome las palabras y diciendo: «no hablo más; tuyo es el reino, el poder y la gloria por los siglos de los siglos; y tuya también la sabiduría, amén». Después de leer lo escrito, ¿todavía deseas la gloria? El propósito de Dios no es “Los cuarenta desanimarte, todo lo contrario, Él desea que años en el le apetezcas y le anheles de corazón. Por lo desierto le cual, te pido que en este momento unas tu enseñaron a alma con tu espíritu y le pidas a Dios, con todas tus fuerzas, ser como Él. Entra ahora Moisés algo, pero en la presencia del Señor y lava tu conciencia la revelación con el agua limpia, para que fluya la fuente de la gloria le que salta para vida eterna. Deja que te limenseñó todo” pie de toda mala motivación, para que tú no pidas la gloria como un modismo, sino por un anhelo ardiente en tu corazón. La gloria da a conocer a Dios y hace notorio Su propósito. Cada vez que el Señor ha revelado su gloria es justamente para darnos su esencia misma, por eso su gloria tiene mucha relación con el llamamiento. Es notable que la mayoría de los hombres que recibieron el llamado al ministerio tuvieran, simultáneamente, una visión de la gloria de Dios, como Moisés, Samuel, Isaías, Saulo de Tarso, etc. A otros les fue revelado el propósito de Dios a través de una revelación de la gloria celestial, por ejemplo a Josué (Josué 5:13-15), a Manoa (Jueces 13:8-25), a Zacarías (Lucas 1:5-25), entre otros. Luego, las Escrituras nos muestran cómo la experiencia con la gloria divina transformó las vidas de esos hombres, los cuales nunca más volvieron a ser los mismos. Pensemos en Moisés, quien tuvo que quitar el calzado de sus pies (Éxodo 3:4-6), y en cómo este hecho cambió su camino. Desde aquel día, Moisés no anduvo de acuerdo a lo que él era o según había aprendido en Egipto, sino conforme a lo que recibió de Dios. En Peniel, por ejemplo, la

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gloria de Dios convirtió a Jacob en un cojo (Génesis 32:24-32), pero también lo mudó en otro hombre. Su nombre fue cambiado de Jacob (usurpador) a Israel (el que ha peleado con Dios y venció). El cambio de nombre representó un cambio de carácter y de naturaleza. También la gloria transformó la boca de Isaías de inmunda a proclamar la santidad de Jehová. De la misma manera, la gloria del Señor derritió las escamas de los ojos de Saulo, y mudó su visión de farisaica a celestial (Hechos 9:18). Por tanto, Así como la Palabra de Dios hace aquello para lo cual fue enviada, de la misma manera la gloria afecta la vida de los hombres llamados. Nota que Moisés era autosuficiente, emprendedor (Éxodo 2:11-14) y se acercó a la visión celestial con “La gloria no osadía, con curiosidad (Éxodo 3:1-3), pero solo embellece el después de la visión, confesó que no era rostro, sino que nadie (Éxodo 3:11), que no sabía hablar (Éxodo 4:10) e incluso, pidió a Dios que transforma el mandase al que debía, al que a sus ojos era corazón” el capaz (Éxodo 4:13). ¿Qué sucedió con Moisés? La gloria lo convirtió en el hombre más manso de la tierra (Números 12:3). Aquel que sin ningún temor ni miramiento dijo: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodo 3:3), después que oyó la voz de Dios que le advertía: “¡Moisés, Moisés! (...) No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:4,5), entonces con aprensión cubrió su rostro “… porque tuvo miedo de mirar a Dios” (v. 6). La gloria cambió su actitud y su corazón. Sin duda que Moisés fue mudado en otro hombre. Los cuarenta años en el desierto le enseñaron a Moisés algo, pero la revelación de la gloria le enseñó todo. Así aconteció con todos aquellos a quienes Dios les reveló su gloria. Todo aquel que ore como Moisés: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxodo 33:18), debe antes pedir lo primero que pidió este siervo de Dios. Él rogó: “Ahora, pues, si he hallado gracia en tus ojos, te ruego que me muestres ahora tu camino, para que te conozca, y halle gracia en tus ojos; y mira que esta gente es pueblo tuyo” (v. 13). Cuando un hombre como Moisés está enfocado en el Dios de la gloria y no en la gloria en sí misma, la refulgencia de la misma le hace brillar el rostro, pero el último que lo nota es él (Éxodo 34:29). Mas, cuando se percata que su cara resplandece, entonces se pone el velo de la humildad, para ocultar la gloria de los curiosos y admiradores

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del hombre (Éxodo 34:33). Empero, cuando vuelve a la presencia de Dios, se descubre el rostro, para continuar contemplando la gloria y seguir siendo transformado por ella (Éxodo 34:34,35). La gloria no solo embellece el rostro, sino que transforma el corazón (Éxodo 34:29-35; Salmos 104:15; 1 Corintios 3:18), pues la intención de Dios es revelarse Él mismo y, a través de su gloria, realizar su voluntad en sus escogidos.

3.3  “Porque para Esto he Aparecido a Ti” “Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío…” -Hechos 26:15-17

Una visión celestial es una aparición de Dios a una persona, a la cual le revela algo específico, para que esta realice una misión especial dentro de su propósito eterno. Cada vez que el Señor se reveló, tenía un propósito, porque la Palabra dice que Dios todo lo hace de acuerdo al propósito de su voluntad (Efesios 1:11). Connotamos entonces que, el Señor nunca revela nada para satisfacer la curiosidad de nadie, pues siempre hay algo particular que Él quiere alcanzar. En ocasiones, la persona no entiende cuando es llamada, como en el caso de Samuel, que oía la voz de Dios que le llamaba, pero pensaba que era Elí, pues no conocía aún a Jehová ni su Palabra le había sido revelada (1 Samuel 3:7). Pero cuando él corrió donde su padre espiritual por tercera vez, Elí se dio cuenta de que Dios le quería hablar al muchacho, y le dijo: “Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye” (v. 9). Después de eso, Jehová volvió a llamar a Samuel y en una visión le dijo: “He aquí haré yo una cosa en Israel, que a quien la oyere, le retiñirán ambos oídos. Aquel día yo cumpliré contra Elí todas las cosas que he dicho sobre su casa, desde el principio hasta el fin. Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado. Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas” (1 Samuel 3:11-14). Luego vemos que Dios restauró el sacerdocio, el altar, el templo y el culto a Dios en Israel, conforme a la visión que le había revelado a Samuel.

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Cuando Jehová se le apareció a Abraham le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:1-3), y luego que él obedeció se le apareció de nuevo y le dijo: “A tu descendencia daré esta tierra” (v. 7). En otras palabras, ¿para qué se le apareció Dios a este hombre? ¿Simplemente para que le vea? No, sino para dejar ver un propósito, pues la visión tiene un fin. La visión celestial con Abraham fue sacarlo de su tierra y de su parentela, y llevarlo a un lugar donde tratar con él, para hacerlo grande como nación y en su simiente (o sea, en Jesucristo) bendecir a todas las familias de la tierra. Abraham vivió para eso, pues todo su peregrinaje y ministerio, el trato de Dios con él y “los desiertos” que recorrió, al final eran para cumplir ese propósito. Luego, Abraham pudo decir como Cristo: “Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo…” (Juan 18:37) para dar testimonio de esa visión, ese es mi propósito y razón de mi existir». Por tanto, el Señor para cada persona tiene una “Lo que te hace visión, para cada congregación, y para la igleeficaz en la sia también, de manera universal. Y el primevisión celestial, ro que se adapta a esa visión es Dios, pues Él no es lo que tú trabaja con esa visión, respeta esa visión y no eres ni lo que se sale de esa visión, porque en ella está su santa voluntad, lo que quiere que ellos realicen en puedas hacer, Su reino y en su propósito general. sino el propósito Dirijamos ahora nuestra mirada a que Dios tenga Moisés, a la luz de esta enseñanza. Jehová contigo” comenzó a tratar con este siervo desde antes de nacer. Recordemos la historia: Primero, le preservó la vida en el vientre de su madre, a través de unas parteras que temieron a Dios y no mataron los niños de la hebreas, como había ordenado el rey de Egipto (Éxodo 1:17). Segundo, fue criado por su madre, y adoptado por la hija del Faraón, en el tiempo en que los niños hebreos eran echados al río para que se ahogasen, por orden de Faraón (Éxodo 2:1-10). Tercero, crecido ya, Moisés mató a un egipcio cuando maltrataba a uno de sus hermanos hebreos, por lo que al ser descubierto tuvo que huir y habitar en el desierto (Éxodo 2:11-15); y cuarto, estuvo apacentando las ovejas de su suegro Jetro, hasta que Jehová se le apareció en visión en una zarza ardiendo (Éxodo 3:3-4), y dio un nuevo curso a su vida.

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Cuando Moisés vio la maleza ardiendo dijo: “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodo 3:3). Pero al ver Jehová su intención le dijo: “¡Moisés, Moisés! (…) No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es. Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob” (Éxodo 3:4, 5,6). Moisés cubrió su rostro, entendiendo que estaba frente a Dios, y Jehová continuó diciendo: “Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel, a los lugares del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo. El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel. (…) En verdad os he visitado, y he visto lo que se os hace en Egipto; y he dicho: Yo os sacaré de la aflicción de Egipto a la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del ferezeo, del heveo y del jebuseo, a una tierra que fluye leche y miel. Y oirán tu voz; e irás tú, y los ancianos de Israel, al rey de Egipto, y le diréis: Jehová el Dios de los hebreos nos ha encontrado; por tanto, nosotros iremos ahora camino de tres días por el desierto, para que ofrezcamos sacrificios a Jehová nuestro Dios. Mas, yo sé que el rey de Egipto no os dejará ir sino por mano fuerte. Pero yo extenderé mi mano, y heriré a Egipto con todas mis maravillas que haré en él, y entonces os dejará ir. Y yo daré a este pueblo gracia en los ojos de los egipcios, para que cuando salgáis, no vayáis con las manos vacías; sino que pedirá cada mujer a su vecina y a su huéspeda alhajas de plata, alhajas de oro, y vestidos, los cuales pondréis sobre vuestros hijos y vuestras hijas; y despojaréis a Egipto” (Éxodo 3:7-10, 16-22).

Esa fue la visión de Dios con Moisés, la cual, al principio, él rehusó y dijo: “¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? (...) He aquí que llego yo a los hijos de Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? (…) He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque

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dirán: No te ha aparecido Jehová” (Éxodo 3:11,13; 4:1). Pero Dios le insistió y le dijo: “¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara” (Éxodo 4:2), entonces Jehová le mostró varias señales sobrenaturales con las cuales podría convencer a Israel que él venía de parte de Dios. Mas, Moisés volvió y le objetó diciendo: “¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (v. 10). No obstante, Jehová lo tranquilizó diciendo: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (vv. 11-12). Sin embargo, Moisés se negó diciendo: “¡Ay, Señor! envía, te ruego, por medio del que debes enviar” (v.13). En ese momento, Jehová se enojó y le contestó: “¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón. Tú hablarás a él, y pondrás en su boca las palabras, y yo estaré con tu boca y con la suya, y os enseñaré lo que hayáis de hacer. Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios. Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales” (vv. 14-17). ¡Qué infructuosa es la ineptitud de un hombre y su negativa, frente a lo irreversible del propósito divino! Todos los impedimentos que Moisés pudo mostrar a Dios para declinar a llevar a cabo ese plan divino, fueron pocos e insignificantes ante la grandeza de la soberanía de Dios. El hombre no podía, pero Jehová dijo: “YO SOY EL QUE SOY” (Éxodo 3:14). Y así partió Moisés, con un sentir de incompetencia, pero con la vara de Dios en la mano, a realizar la misión, para la cual Dios le había llamado en Su reino (Éxodo 4:20). Por tanto, lo que te hace eficaz en la visión celestial, no es lo que tú eres ni lo que puedas hacer, sino el propósito que Dios tenga contigo. En tiempos de los jueces, también una mujer tuvo una visión celestial, donde se le apareció el ángel de Jehová y le dijo: “He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda. Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza, porque el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos” (Jueces 13:35). La mujer quedó impresionada con esta visión y se la compartió a su marido Manoa, quien entonces oró a Jehová, para que le explicase a él (como cabeza de la familia) lo que ellos habían de hacer con el niño que había de nacer (v. 8). Dios oyó su oración y se le apareció de nuevo a la mujer, y ella corrió a buscar a su marido y éste vino y le preguntó al ángel: “¿Eres tú aquel varón que habló a la mujer? Y él dijo: Yo soy. Entonces Manoa dijo: Cuando tus palabras se cumplan,

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¿cómo debe ser la manera de vivir del niño, y qué debemos hacer con él? Y el ángel de Jehová respondió a Manoa: La mujer se guardará de todas las cosas que yo le dije. No tomará nada que proceda de la vid; no beberá vino ni sidra, y no comerá cosa inmunda; guardará todo lo que le mandé” (vv. 11-14). Pasado el tiempo, nació Sansón para salvar a Israel de mano de sus enemigos, y para eso vivió. Toda la vida de Sansón fue dedicada a cumplir la visión celestial, y cuando se desvió de ella, Dios permaneció. Jehová nunca cambia su propósito. Nadie puede inventar una visión, ni tampoco añadirle o quitarle, pues la visión es de Dios, y si Él no se sale de su visión, el que la recibe no debe salirse tampoco. Vemos que cuando el profeta Isaías tuvo la visión del trono de Dios y de Su santidad, temblaba de miedo y pensaba que ya estaba muerto. Pero oyó la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?” (Isaías 6:8). Y aún sobrecogido de temor, el profeta respondió: “Heme aquí, envíame a mí” (v. 8). Isaías no sabía si estaba muerto o si vivía, pero una cosa sí sabía: Dios no le estaba mostrando simplemente sus faldas ni a los seres celestiales, tampoco conmovió los quiciales de las puertas y llenó toda aquella casa de humo, para asustar a una criaturita con Su fuerza y Su grandeza. El profeta entendió que Dios le mostró una manifestación de su gloria, porque necesitaba enviar a alguien a mostrar a Israel y a las naciones el designio de su voluntad. Por eso se apresuró a contestar, para que el Señor no mandase a otro, sino a él, porque sólo aquel que pudo ver la visión de su majestad podía hablar de acuerdo a lo que vio, y decir a viva voz: “Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel” (Isaías 48:17). Asimismo, cuando el ángel Gabriel se le apareció a María, le dijo: “¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1:28), ella se asombró de ese saludo, a tal punto que se turbó. Esta salutación llenó de temor a María, porque ella sabía que el único ser digno de adoración y alabanza es Dios. Por eso, el ángel le dijo: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (vv. 32-34). Luego, el ángel, le manifestó como ocurriría todo eso (v. 35). No obstante, cuando el ángel le dijo a María que era favorecida y bendita entre las mujeres no lo hizo para halagarla, ni para subirla en un pedestal, como la reina de los cielos, como piensan los que la adoran, sino para manifestarle que, como mujer, Dios la había escogido como instrumento para engendrar al Santo Ser que sería llamado Hijo de Dios (Mateo 1:21). ¡Qué privilegio!

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Veamos también lo que le sucedió al sacerdote Zacarías. Él entró al santuario, para ofrecer el incienso delante de Dios, y se le apareció el ángel de Jehová y le dijo: “Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:13-17). Zacarías al verle se turbó, y le sobrecogió temor, no lo podía creer, por lo que le preguntó: “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer es de edad avanzada” (v. 18). Zacarías entendió que aquel varón venía de parte de Dios, porque le habló de una oración que quizás por años o décadas él había puesto delante del Señor y que por el paso del tiempo ya había olvidado, pero en vez de decirle: «heme aquí» empezó a presentarle impedimentos. De hecho, ¿no eran él y su mujer ya viejos para procrear? ¿Acaso no era ya tarde para revertir en el cuerpo de una mujer, avanzada en años, la esterilidad? ¿Quiénes eran él y su casa, para que Jehová hiciera con ellos algo semejante a lo que hizo con su siervo Abraham? Quizás esa visión celestial sólo era un simple consuelo, pensaría. La Biblia destaca la vida de esta pareja y dice que tanto Zacarías como su mujer Elisabet eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Ellos habían llegado a viejos sirviendo al Señor, pero con el peso de la maldición de no tener linaje (Lucas 1:6-7). Por lo cual, ¿cómo creer después de tantos años? Zacarías había perdido toda esperanza, por eso sus palabras, su cuestionamiento y su impedimento. Pero el ángel le dijo: “Yo soy Gabriel, que estoy delante de Dios; y he sido enviado a hablarte, y darte estas buenas nuevas. Y ahora quedarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto se haga, por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo” (Lucas 1:19-20). Por el efecto de la visión, Zacarías no podía salir del templo, y cuando pudo, salió mudo, no podía hablar, sino que hablaba por señas, y al permanecer mudo, el pueblo comprendió que había visto visión en el santuario (Lucas 1:21-22). Es interesante ver que el hombre que se quedó mudo por incrédulo era sacerdote, un ministro. Por lo que entiendo que hay ministros que están mudos, que no tienen palabra de Jehová, porque son incrédulos y no le creen a la visión celestial ni a Dios, entonces tienen que callarse la boca, pues no tienen nada qué decir. El que no le cree a la visión se queda mudo. Ahora,

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hay algo que me gustó de esta historia y es que nuestro Dios es un Dios de restauración, y restauró a Zacarías. Vemos que el niño nació y estaba todo el mundo contento, pasándolo de brazos en brazos, y alabando a Dios porque tuvo misericordia del sacerdote y su mujer, y los honró dándoles un hijo. Y llegado el octavo día, fueron a circuncidar al niño, al que le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías (Lucas 1:59), pero Elisabet que sabía de la visión dijo: “No; se llamará Juan”, y ellos, extrañados le preguntaron: “¿Por qué? No hay nadie en tu parentela que se llame con ese nombre” (Lucas 1:60-61). Juan significa “Jehová es bueno”, y claro que para ellos fue buenísimo, pero no era un nombre que poseía ninguno de sus parientes. Luego, cuando le fueron a preguntar al padre cómo le quería llamar al niño y expresara su voluntad aunque sea por señas, Zacarías pidió una tablilla y escribió: “Juan es su nombre” (v. 63). Todos se maravillaron en que ambos escogieran el mismo nombre, pero en ese mismo momento fue abierta la boca de Zacarías y suelta su lengua, habló bendiciendo a Dios (v. 64). ¡Qué momento! Zacarías tuvo que mostrar señales de su fe, para recobrar el habla. En la familia de Zacarías no había nadie con ese nombre, pero en la visión sí. Dios dijo que se llamaría Juan y los padres de ese niño querían seguir todo de acuerdo a la visión celestial. No nos salgamos de la visión, porque solo en ella Dios da la instrucción, la forma y también el resultado. Hoy se acostumbra a ponerle al ministerio el nombre del ministro “fundador”, por ejemplo: “Ministerio fulano de tal”, “Perencejo Ministries”, pero Zacarías le puso el nombre de acuerdo a la visión, y no como querían todos que se llamase, como el padre. El nombre que el ministerio debe llevar es el nombre que Dios le dio en la visión, y no el nombre que suene más bonito o el que se suele poner por tradición. Cuando una visión es humana debe llevar el nombre del ministro que la forjó en su mente, pero si es divina, debe denominarse con el nombre de Dios y de su propósito. El apóstol Pedro un día subió a la azotea a orar, y sintió hambre, y mientras le preparaban qué comer, de momento le sobrevino un éxtasis, y vio el cielo abierto, y que descendía algo parecido a un gran lienzo, una sábana que, atada en las cuatro puntas, era bajada a la tierra y estaba llena de animales terrestres, reptiles y aves del cielo (Hechos 10:11-12). Entonces, le vino una voz que dijo: “Levántate, Pedro, mata y come” (v. 13), pero Pedro no obedeció, sino que dijo: “Señor, no; porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás” (v. 14). La voz volvió y le dijo: “Lo que Dios limpió, no lo llames tú común” (v. 15) y lo repitió tres veces. Pedro se quedó maravillado de esa visión y perplejo dentro de sí de su significado (v. 17), pensando quizás: « ¿Cómo

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que mate y coma? ¡Jamás he comido cosa inmunda! ¿No nos prohibió Él, por boca de Moisés, que no tan solo que no la comiésemos, sino que ni siquiera la tocásemos por ser algo inmundo, pues nos haríamos inmundos también? (Levítico 11); y ahora me pide, no tan solo que lo toque, sino que ¡lo ingiera! No, no, no… ¿será esa voz de Dios? No, no lo haré, no comeré…». Así estaba de perplejo el apóstol, pero una cosa estaba clara: a Moisés, Jehová le dijo “no comas ni siquiera toques”, pero a él le estaba diciendo “mata y come”. En la nueva dispensación hay que olvidarse de Moisés y ver a Jesús sólo (Marcos 9:8). Muchos no hemos entendido todavía que Jesucristo cumplió el Antiguo Pacto y comenzó uno mejor. Y en este Nuevo Pacto no se llama inmundo ni común a lo que ya Dios limpió. Sin embargo, todo eso parecía demasiado para Pedro, quien, turbado, ya se había olvidado del hambre, pues toda su mente estaba en la visión. Entonces, el Santo Espíritu le dijo: “He aquí, tres hombres te buscan. Levántate, pues, y desciende y no dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado” (Hechos 10:19-20). Cuando Pedro bajó, ya lo estaban esperando; por lo que los hospedó en su casa y al otro día se fue con ellos a la casa de Cornelio, pero llevándose consigo a algunos hermanos como testigos. Al llegar a la casa de Cornelio, éste al verle se postró y le adoró, pero Pedro lo levantó diciéndole: “Levántate, pues yo mismo también soy hombre” (v. 26) y en seguida dijo: “Vosotros sabéis cuán abominable es para un varón judío juntarse o acercarse a un extranjero; pero a mí me ha mostrado Dios que a ningún hombre llame común o inmundo; por lo cual, al ser llamado, vine sin replicar. Así que pregunto: ¿Por qué causa me habéis hecho venir?” (vv. 28-29). Pedro tenía prisa, pues pensaba que pecaba por estar haciendo algo que la ley prohibía (Éxodo 34:15-16), pero por causa de la visión obedeció, aunque se hizo acompañar incluso de testigos, y le urgía pasar rápido la prueba. Cornelio, entonces, explicó enseguida a Pedro el asunto, diciendo: “… hace cuatro días que a esta hora yo estaba en ayunas; y a la hora novena, mientras oraba en mi casa, vi que se puso delante de mí un varón con vestido resplandeciente, y dijo: Cornelio, tu oración ha sido oída, y tus limosnas han sido recordadas delante de Dios. Envía, pues, a Jope, y haz venir a Simón el que tiene por sobrenombre Pedro, el cual mora en casa de Simón, un curtidor, junto al mar; y cuando llegue, él te hablará. Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado” (Hechos 10:30-33). Y cuando Pedro oyó aquello, dijo, maravillado: “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia” (vv. 34-35). En

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ese instante, Pedro entendió la visión y vio que Dios tenía un pueblo entre los gentiles y que todo aquel que le ama y le sirve, Él lo hace Suyo. Por tanto, aunque para un varón judío era algo terrible entrar en la casa de un pagano incircunciso, ya Pedro sabía -porque Dios se lo había mostrado antes- que no debía llamar a ningún hombre común o inmundo. No obstante, el Señor no le mostró a Pedro en la visión hombres, sino animales, ¿por qué él entonces dijo “hombres”? Porque con la visión, el apóstol comprendió que los judíos consideraban como animales inmundos a los que no eran judíos, pero que Dios en Jesucristo cambió esa percepción. Ahora Él prohibía llamar inmundos a los gentiles que fueron lavados por la sangre de Jesús, y predestinados para tener herencia entre los santificados (Hechos 26:18). Con todo, este incidente llegó a los oídos de los judíos de Judea, de cómo los gentiles habían recibido la Palabra de Dios y que Pedro los había visitado e incluso comido con ellos, por lo que el apóstol Pedro tuvo que acudir donde ellos a darles explicación del asunto. Así que, inmediatamente llegó Pedro, comenzaron a disputar con él los que eran de la circuncisión, diciéndole: “¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos, y has comido con ellos?” (Hechos 11:3). Entonces, Pedro les relató cada detalle de lo sucedido, desde su visión en la azotea, hasta cómo también sobre los gentiles se había derramado el don del Espíritu Santo (Hechos 10:45). Pedro les dijo: “Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si “Hacer las cosas Dios, pues, les concedió también el mismo don diferente a como que a nosotros que hemos creído en el Señor ha sido revelado Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a en la visión Dios?” (Hechos 11:15-17). ¡Ah! Pedro es rebelarse entendió la visión, y transmitió el mismo espíritu a aquellos hermanos que al escuchar contra ella” esas cosas también callaron, y glorificaron a Dios (v. 18). Desde ese momento, vemos más adelante que la iglesia se reunió y decidieron no ponerles cargas a los gentiles de guardar la ley, como Dios había mostrado en la visión, solamente que se abstuvieran de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación (Hechos 15:27-29; 21:25). La iglesia se guió por la visión celestial, y no hubo más problemas, porque ya Dios había hablado y mostrado que las cosas se debían hacer como Él las mandó,

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pues ¿quiénes somos nosotros para estorbar la voluntad de Dios? Entendido esto, veamos ahora lo que le ocurrió al apóstol Pablo, inicialmente conocido como Saulo, el que asolaba la iglesia y entraba a las casas y sacaba a hombres y a mujeres arrastrándolos, para entregarlos en las cárceles (Hechos 8:3). Todo eso, Pablo lo hacía voluntariamente, pues respiraba amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, a tal punto que iba donde el sumo sacerdote a pedir cartas para las sinagogas, con la finalidad de que si hallaba algunos hombres o mujeres del Camino, tener la autorización ya lista, para traerlos presos a Jerusalén (Hechos 9:1). En ese plan andaba este hombre, cuando le rodeó un resplandor de luz desde el cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (vv. 3-4). Entonces él preguntó: “¿Quién eres, Señor?”, y él le contestó: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón” (v. 5). Pablo estaba atónito y temeroso - el encuentro le quitó la fiereza- y temblando dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”, como un manso corderito. En otras palabras, Pablo dijo: «Yo, que en cuanto a la ley pertenecí a la más rigurosa secta de nuestra religión, viví fariseo, celoso, buscando ocasión; hacía mis propios planes para hacer cumplir la ley, pero ahora entiendo que mientras más los persigo más se multiplican, y mis esfuerzos se desvanecen, porque Tú eres el que manda. Dime, Señor, ¿qué quieres que yo haga?». Sí, había entendido, por eso el Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (v. 9). Ahora Pablo debía seguir una instrucción y obedecer a una autoridad, pues hacer las cosas diferente a como ha sido revelado en la visión es rebelarse contra ella. Por eso Pablo, cuando estuvo frente al sanedrín dijo: “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial” (Hechos 26:19). Luego, todo lo que el Señor le dijo a Pablo en la visión se cumplió, no tan solo porque Dios cumple su Palabra, sino porque este hombre también obedeció. Pablo estaba ciego, pero se levantó, y aunque tuvo que ser llevado de la mano, se fue a Damasco y allí esperó por la siguiente instrucción (Hechos 9:8-9). El apóstol no se quedó en el desierto, en el lugar de la visión, sino que prosiguió adelante a cumplir la voluntad de Dios. Por tanto, lo primero que debemos hacer cuando recibimos una visión de Dios es levantarnos y seguir la instrucción, pasando por encima de cualquier impedimento. No hagamos como Pedro en el monte de la transfiguración que dijo: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas…” (Lucas 9:33), porque el Señor está revelando algo para que hagamos, no para que nos quedemos paralizados en la impresión. Digamos como dijo Jesús, luego de

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explicarles a sus discípulos la promesa del Espíritu Santo: “Levantaos, vamos de aquí” (Juan 14:31), pues hay un trabajo que hacer. También, Dios le dio instrucción al hombre que usaría como medio para devolverle la vista a Saulo. El Señor le dijo a Ananías: “Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora” (Hechos 9:11). Imagínate que Saulo se hubiese quedado en el desierto o se hubiese marchado a su casa y no siguiera la dirección divina. ¿Qué tal que en vez de ir a la casa en Damasco a humillarse en ayuno y oración, se hubiese ido a ver si encontraba a un médico que le curase? Posiblemente se hubiese quedado ciego. Ananías lo encontró porque Pablo fue fiel a la visión y permaneció en aquella casa. Meditemos en eso. Ahora repasemos, detalladamente, sobre la instrucción que Saulo recibió de parte del Señor: “… levántate, y ponte sobre tus pies” (Hechos 26:16). Pablo se paró, se sacudió el polvo con todo y ceguera, y obedeció. Luego el Señor le reveló el propósito de esa manifestación divina, diciéndole: “porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti…” (Hechos 26: 16). No sé si a este punto he logrado transmitirte el rhema de Dios, pero yo estoy impactado en mi espíritu, porque estoy entendiendo que cuando Dios me revela algo, Dios me va a decir el “para qué”, el propósito de su aparición. Ese encuentro con Dios no será en mi vida algo fútil, vano, infructuoso, un momento para recordar en un día de ociosidad, sino que tiene un fin, un resultado para la gloria de Su nombre. Por tanto, la visión hay que creerla. Zacarías se quedó mudo por no creer a la visión (Lucas 1:20), y así hay ministros que aunque la vean y la escuchen no la creen, y luego no pueden hablar la Palabra, porque no tienen nada qué decir de Dios, pues son incrédulos y rebeldes a Su consejo. Ora porque nunca haya incredulidad en ti frente a una visión celestial, porque mientras haya esa fe dada por Dios en nuestros corazones, nuestra boca no cesará de decir las cosas que hemos visto y oído tocante al Verbo de vida. Así como estuvo el pueblo esperando que saliera Zacarías (Lucas 1: 21), hay un pueblo que está esperando a los ministros que están en el santuario que salgan, para a ver si traen visión de adentro. Por tanto, los ministros deben estar como Zacarías, adentro con Dios, para cuando salgan al pueblo lleven la visión celestial. Hay un pueblo que espera para oír Palabra de Dios, y por eso los ministros tenemos que estar en el santuario, en la intimidad con el Señor, para que nos dé la gracia de que siempre cuando salgamos lo hagamos con una visión. Y aunque Zacarías salió mudo, y les hablaba por señas, ellos comprendieron que había tenido una visión (v. 22). El pueblo verá y sabrá si tú tienes visión celestial.

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La Palabra dice: “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Daniel 12:3). La gente está esperando, porque está cansado de religión, hastiada de liturgias. Hay un pueblo que enciende el televisor, sintoniza una emisora de radio, se conecta a la Internet, compra libros, ve videos, DVDs, oye CDs, Mp3s, lo que sea y como sea, porque necesita “pastos”, quiere oír Palabra pura, y beber el agua que brota de la peña, y no la que algunos tienen posada en estanques. Me pregunto cuánto tiempo el pueblo de Israel estuvo esperando. Ellos tenían años afuera del templo, orando, esperando que saliera el sacerdote, y terminara la oración, la liturgia muerta, sin sentido, pura rutina que abrumaba el alma y que no llenaba el corazón. Y se iban a sus casas con las mismas cargas, las mismas dolencias. Pero, cuando Dios en su gracia tocó a Zacarías y le dio una visión celestial, el pueblo recobró la vida. La iglesia de Cristo está esperando también, por años, para ver hombres de fuego, llenos del Espíritu Santo. La iglesia quiere ver hombres que tengan visión de Dios. La iglesia ya está hastiada de palabreros y religiosos que la tienen como Faraón, edificándoles “palacios y monumentos” y haciendo “ladrillos con paja”, para construirse ciudades, de almacenaje. Cuántas iglesias están construyéndoles tumbas a sus líderes, que como faraones, buscan inmortalizar sus cuerpos muertos, como lleno está el Museo del Cairo de momias y esqueletos. Pero el Señor no dio su vida para que la iglesia construya ciudades de almacenaje, ni tampoco nos dio vida eterna para inmortalizar el nombre de una institución, ni de ningún hombre. Dios le dijo a Moisés que dijera al Faraón: “Deja ir a mi pueblo, para que me sirva” (Éxodo 8:1). La iglesia no existe para construir monumentos para “faraón”, sino para levantar altares para Jehová Dios de Israel. El pueblo está afuera esperando y sabrá si nosotros, los ministros, tenemos visión de Dios. Yo no quiero que el pueblo se quede esperando por mí, afuera, y tampoco el Señor así lo quiere. Él tiene hombres como Zacarías, que le están ministrando en su santuario, y a quienes en estos últimos tiempos les ha dado visión celestial. Y esos “Zacarías” deberán ministrar y testificar de acuerdo a la visión. No hablarán de la mudez o cómo se sintieron con la aparición, ni por qué a ellos se les reveló Dios, sino del propósito y del entendimiento de la visión. Si algo tengo claro en cuanto a la visión que Dios nos dio como ministerio es que el Señor nos llama a servirle y a ser testigos de lo que hemos visto. Por tanto, debemos ministrar de acuerdo a lo que recibimos de Dios y testificar

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según la visión. Yo no puedo salir hablando lo que yo quiero decir, ni lo que se me antoje, ni lo que me gustaría decir, sino ser un ministro fiel a la visión y al Señor que me la dio. Tenemos que dar gracias a Dios, porque Él se encarga de que eso se cumpla, aunque nos obligue. Lo digo por mí, porque a veces me gustan ciertos temas que sé que han sido de bendición para quienes los escucharon, pero no puedo predicarlos, pues termino diciendo lo que Dios me envió a decir, hablando de lo mismo: de la visión. No hay otro tema, no hay otro asunto, no hay otra cosa más importante que la visión. Entonces entiendo que nosotros no estamos para entretener a la gente, somos mensajeros y heraldos de un mensaje, de la visión que Dios nos dio. ¿Por qué Pablo hablaba tanto de la gracia? Porque Dios le había dicho que lo había llamado para la defensa y confirmación del evangelio (Filipenses 1:7). Nadie lo defendió como él, al punto que tuvo que romper la hipócrita ética religiosa de algunos que fingían y simulaban una cosa, arrastrando a otros. Él tuvo que decirle a Pedro públicamente: “Si tú, siendo judío, vives como los gentiles y no como judío, ¿por qué obligas a los gentiles a judaizar?” (Gálatas 2:14). Pablo amaba y respetaba a Pedro, pero cuando vio que no se conducía de acuerdo a la verdad del evangelio, salió el hombre en defensa de la visión de la gracia. Nosotros también sabemos lo que tenemos que defender, lo que Dios nos ha revelado, eso es lo que vamos a defender. Aunque nos llamen “los hombres de un solo tema” eso es lo que hablaremos y testificaremos públicamente. Dios nos ha instruido sobre la visión, nos ha hecho entenderla, nos da su unción, y nos usa en eso que nos reveló, por eso somos efectivos. Por lo cual, te advierto que el día que vayas a predicar otra cosa que no sea la visión, no serás eficaz, si no hablas de lo que Dios te reveló. Ah, pero cuando hables de las cosas que has oído y visto del Verbo de Dios, entonces sí serás un verdadero testigo, pues tienes el poder y la autoridad para ministrarlo. Dios te respalda porque tú estás siendo fiel a lo que él te reveló, pues para eso se te apareció, no lo olvides. En ocasiones, es difícil andar apegado a la visión celestial, y decir la palabra de acuerdo a lo que el Señor habló, pero hay que hacerlo. Veo cómo actuó el profeta Natán frente a la inquietud que le manifestó David, de construir casa a Jehová, porque no soportaba vivir en una casa de cedro mientras el arca de Jehová estaba entre cortinas. Natán le respondió: “Haz todo lo que está en tu corazón, porque Dios está contigo” (1 Crónicas 17:2). Entre el profeta y el rey había una linda relación, pues Natán amaba a David porque sabía que era un hombre de Dios, y el mismo Jehová daba testimonio de su agrado por él. Por eso, el profeta, sin consultar, le dio el visto bueno, dando por sentado que el

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Señor estaría de acuerdo. Mas, esa noche Natán tuvo una visión y una palabra de Jehová que contradecía todo lo que él ya le había dicho al rey. Mas Natán no dijo: «Yo lo siento, pero no iré a darle esa palabra a David, pues contradice todo lo que le dije, y hará que pierda su confianza», sino que se presentó y le dijo: “Así ha dicho Jehová: Tú no me edificarás casa en que habite” (v. 4). Me imagino como era el sentir de estos dos hombres de Dios, uno por haberse equivocado y el otro por no poder realizar algo para su rey que le salía de su corazón. Pero ambos entendieron, respetaron y obedecieron a la visión. En todo tiempo es difícil dar una mala noticia al hombre que está en autoridad, pero si esa es la visión, de acuerdo a ella es que debemos hablar. No importa lo que sea, incluso una amonestación hay que decirla. Natán también lo hizo cuando tuvo que enfrentar a David por el pecado que cometió contra Urías heteo. Estoy seguro que él hubiese querido que fuera otro el que tuviera que enfrentarlo, pero Jehová a quien le había dado la visión y por consiguiente había enviado era a él. ¿Cómo corregir el pecado de un rey? Con sabiduría. El profeta usó un incidente en el que ocurrió una gran injusticia, y cuando David, apelado por su sentir justiciero, y lleno de furor le dijo a Natán: “Vive Jehová, que el que tal hizo es digno de muerte” (2 Samuel 12:5), el profeta le contestó: “Tú eres aquel hombre” (v. 7), y entonces le dio la palabra completa que Dios le había enviado. La palabra fue dura, cortante, verdadera, definitiva, pero Natán lo hizo, porque esa era la visión que Dios le dio. Hay cosas de la visión que no son fáciles comunicarlas, pero debemos decirlas, porque tenemos que ser fieles, y ¡ay de nosotros si no damos el mensaje completo! Isaías escribió: “Visión dura me ha sido mostrada” (Isaías 21:2). El profeta dijo que la visión era dura, severa, pero hay que decirlo todo conforme a la visión. Tratemos de entenderla y hablar de acuerdo a ella. Por eso, cuando cualquier ministro de nuestra congregación es enviado a ministrar a otras iglesias, su trabajo es implantar los principios de la vida del reino de Dios, porque esa es nuestra visión. Si fuera predicar por predicar, hay un montón de cosas de la que podemos hablar, pero Dios solo nos revela lo que él quiere, de acuerdo al propósito que tiene cada día, como parte del desarrollo de la visión. El apóstol Pablo nunca se salió de la visión celestial, al contrario, él pagó el precio de estar encadenado y ser llevado como preso de un lugar a otro, pero lo que le mandó a hacer el Señor eso hizo. El Señor le dijo: “ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26: 18). ¿Qué hizo Pablo? Arremetió contra el espíritu religioso para abrirles los ojos a los judaizantes; y

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escribió la epístola a los gálatas y también una a los romanos, ¿por qué lo hizo? Porque esa fue la revelación que Dios le dio, para que a los que tienen un velo, y están apegados a la ley y al Antiguo Pacto, él les abra los ojos a través de la revelación de la gracia. Satanás les había cegado el entendimiento (v. 18), pero Dios ahora se los abría por la fe en el Hijo. Finalmente, quiero compartirte una enseñanza que Dios me dio de la visión, pues sé que todos hemos sufrido por eso. La misma está contenida en los siguientes versículos: “Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? (…) Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo” (Hechos 22:6-7,9). Cuando la visión se manifiesta, solo permanecen aquellos a quienes Dios se la da. Nota que Pablo dice que cuando el resplandor le rodeó, cayó al suelo, y los que con él andaban, también vieron la luz, pero no entendieron la voz. Eso me explica por qué muchos salen con nosotros y permanecen junto a nosotros en la visión, por un tiempo, pero luego se apartan, porque “vieron la luz”, sus espíritus fueron impactados y cegados por el resplandor, a tal punto que se espantan, pero tristemente se marchan. Vieron, oyeron, pero no entendieron. Por tanto, el que nosotros hayamos permanecido es pura gracia de Dios, porque vimos, oímos y entendimos. Hay muchos que andan con nosotros cuando Dios nos revela algo, pero no captan nada y eso nos frustra, no lo entendemos ¡cómo puede ser! Pero no debemos sentirnos mal, posiblemente no era para ellos esa visión, pues ¿sabes quién oyó al Señor? Aquel a quien Dios se la dio. Alguien que no oiga la visión, aunque la vea, no puede seguirla, por eso es que esa persona se rebela y sigue sus propios caminos. Ellos dicen: « ¿Qué es eso de visión? Hay una sola visión y todo el mundo la tiene», no entienden y se van. A lo mejor, Dios a ellos les dará otra visión, y no es que se van a perder, pues todos estamos seguros y salvos en Jesucristo, pero no permanecerán en el ministerio nuestro. Eso es muy importante que lo aclaremos. Dios a cada uno le ha dado una visión celestial individual dentro del Cuerpo. El Señor le habla a la mano como mano, al pie como pie, al ojo como “Alguien que ojo, al oído como oído, etc., pero el Cuerpo no oiga la en conjunto también tiene que obedecer a visión, aunque una voz que le habló. Hay una visión indivila vea, no puede dual dada a los profetas, otra a los evangelisseguirla” tas, otra a los apóstoles, etc., que conforma y

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es de acuerdo a ese propósito general que Dios da a un ministerio en particular. En cuanto a la visión que el Señor nos dio a nosotros, como iglesia local, por ejemplo, aunque muchos vieron, no la recibieron, porque no la oyeron, y por ende, no entendieron. Mas, a quienes Él llamó, a esos que la luz derribó a tierra, a quienes el Señor les hizo ver y oír, no solo tienen la responsabilidad, sino el compromiso de servir y testificar de lo que han visto y oído (Hechos 22:15). Cuando Pilato le preguntó a Jesús: “¿Luego, eres tú rey?”, Él le contestó: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Juan 18:37). El maestro estaba claro en cuanto a la visión, al propósito que Dios tenía en la tierra con Él. Yo bendigo al Señor por esto, pues esa revelación me ha consolado, cuando miro hacia un lado, y veo el lugar vacío de hermanos preciosos que hoy no están con nosotros por no haber entendido. Igualmente, cuántas veces yo con mi idealismo he querido que todo el que escuche nuestra programación de radio y televisión o nuestros mensajes en la congregación o los libros que hemos escrito, acepte o entienda la visión, y no ocurre de esa manera. Nota que aquellos que iban con Saulo, vieron el resplandor, vieron a Pablo humillado, hablando con el Señor, vieron su ceguera e incluso lo ayudaron a llegar a Damasco, pero no siguieron con él, se quedaron tan sólo en el espanto (Hechos 22:9). Tampoco Pablo fue entendido por sus hermanos. Él tenía una visión dada por el mismo Señor, pero algunos lo veían como un rebelde que se rebeló contra el judaísmo y que quería sacar a los judíos de ser judíos, para volverlos gentiles, alguien que quería cambiarles su visión. No entendían que él era el hombre a través de quien Dios iba a dar a conocer el Nuevo Pacto, que iba a dar a conocer el evangelio a los gentiles, al tiempo de bendecir también a Israel que confiaba mucho en la Ley y en las letras del Antiguo Pacto. Era a través del apóstol y sus epístolas que Dios iba a revelar aquellas cosas que Jesús dijo, pero cómo él mismo escribió: “Os di a beber leche, y no vianda; porque aún no erais capaces, ni sois capaces todavía…” (1 Corintios 3:2). Pablo fue juzgado como un falso apóstol (1 Corintios 9:2); otros estaban con él, como Demas, y luego lo abandonaron (2 Timoteo 4:10); en el caso de Himeneo y Alejandro, no mostraron su fe ni mantuvieron buenas conciencias, por eso se separaron (1 Timoteo 1:19-20). Y los otros, que anduvieron con Pablo, que estaban inclusive en el mismo equipo, sin embargo, no entendían la visión y le causaron muchos males (2 Timoteo 4:14). Nosotros también, como iglesia, en este caminar con el Señor a través de los años, hemos tenido muchas rebeliones. No creo que haya una iglesia que no las haya tenido, aunque unas más que otras. Con todo, eso nos dolió

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y fuimos muy afectados al ver hermanos que -en nuestra forma de ver las cosas- fueron llamados junto a nosotros, pero después se rebelaron, dándonos cuenta que estaban contra la visión, y se fueron. Les pasó como a Caín que se enojó contra Abel (Génesis 4:5), así éstos se enojaron contra los instrumentos cuando ellos fracasaron, y no aceptaban que eso les ocurrió, porque siguieron sus propias voces, no la voz de Dios. Mas, al final de cuentas, lo que quiero destacar es que en el corazón de ellos lo que había era rebelión en cuanto a la visión que Dios había dado a este pueblo. ¡Cuántos trataron de conducir a nuestra iglesia por otro camino! Muchos llegaban de otros lugares con una maleta llena de planes, incluso yo mismo tenía la mía; la visión que traje de la otra iglesia, que ahora iba a perpetuar, pues ya tenía la libertad de hacer las cosas, pensaba. “Cuando se Por eso sufrí muchos chascos, y a veces me entiende la comportaba como Balaam, que cuando el visión, se toman asna veía el ángel y retrocedía, golpeaba al las armas que animal, porque no veía e insistía que la bestia lo llevara por un camino que Jehová no el Señor ha quería que él pasara (Números 22:27). Así proporcionado duré como cinco años, en una amargura de y se siguen las espíritu buscando una explicación, porque instrucciones yo sentía que había perdido algo, y anhelaba aquellos tiempos donde Dios me usaba que Él ha dado” de cierta manera, en la otra denominación donde estaba, y quería que esa gracia siguiera. No entendía que no era la misma visión, que allá era una visión y aquí era otra. Por eso, cuando me decían a mí que no estaban de acuerdo con la visión, yo les respondía: «Yo tampoco estoy de acuerdo, porque yo tengo una visión y el Señor me la está desbaratando». Y ellos se espantaban y entendían mucho menos. Y así duró Dios años tratando con mi vida para forjar la visión, y ahora que pensaba que ya la tenía, me estaba diciendo que esa no era, porque apenas empezaba… Se enfrentan problemas y se sufre por seguir la visión. Vemos a Jesús en su angustia, que clamaba a Dios diciendo: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Juan 12:27,28). Y dice Juan que vino una voz del cielo que dijo: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v.28), pero la multitud que estaba allí, que incluso oyó la voz, decía que había sido un trueno y otros

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que era un ángel que le había hablado (v. 29). Nota que éstos sí oyeron, pero a algunos les pareció como un trueno, y otros no reconocieron la voz del Padre, ¿por qué? Porque no entenderán la voz, aunque la escuchen, aquellos que no han sido llamados. Pero Dios te ha dado a ti el entendimiento y también a los que se añaden a la visión, de abrir sus corazones y seguirla; de buscar, en los anales de la historia de la congregación, aquellos mensajes que muestran la manera en que Dios ha guiado a su pueblo. Porque cuando se entiende la visión, se toman las armas que el Señor ha proporcionado y se siguen las instrucciones que Él ha dado. Ahora, ¿cuál es la actitud que debe tener aquel que recibe una visión celestial? Una actitud de acercamiento. Cuando Moisés vio la zarza ardiendo, ¿qué dijo? “Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema” (Éxodo 3:3). ¿Qué quiere Dios contigo, ministro? ¡Que te acerques! Que tú veas -si es que estás convencido que es una gran visión de Dios- no a cuatro paredes o el espacio X que ocupa la iglesia, sino que mires a un Dios que está ardiendo en fuego y no se quema. En aquel tiempo era una zarza que ardía y no se quemaba, y la visión de Moisés estaba puesta en un árbol, pero ahora la visión no está puesta en un arbusto, sino en un Dios sentado en el trono, y al Cordero. Y si Moisés se sintió maravillado, impactado por la grande visión y se acercó, tú también debes acercarte. Acerca tu corazón a la visión, porque donde está el tesoro está también el corazón (Mateo 6:21). Mira la gran visión y, como Moisés, medita también sobre por qué causa la “zarza” no se consume. Escucha los mensajes, para que sepas qué Dios está ministrando, oye las profecías para que recibas lo que Dios está revelando. ¡Acércate! El Señor no está diciendo una cosa ahora y dentro de dos meses o un año va a decir otra, sino que nos conduce, según el propósito, en una sola dirección. Otra correcta actitud hacia la visión celestial es considerarla e intentar entenderla, como hizo Daniel: “mientras yo Daniel consideraba la visión y procuraba comprenderla…” (Daniel 8:15). El considerar una cosa es lo contrario a ignorarla, a no prestarle atención, sino inquirir en ella, desear entenderla, prestarle la atención debida, para discernir y conocer la sabiduría que hay en ella. Daniel, a quien Dios le había dado tanto discernimiento, no dijo: «Oh, sorprendente la forma como sacrifican en el cielo… ¡Tremendos cuernos los de esos carneros!», sino que la tomó en serio, como diciendo: « ¿Qué es lo que Dios me quiere mostrar con todo eso? ¿Cuál es su significado?». También María tuvo una actitud correcta hacia la visión del Salvador del mundo. Dice la Biblia que ella guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón

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(Lucas 2:19,51). Ella no se vanagloriaba al ver reyes y sabios adorando a su niño en un pesebre (vv. 17-18). Tampoco se burló en el templo de aquellos doctores de la ley, que se sentaron a oír y a preguntarle a Jesús, siendo un niño, maravillados de su inteligencia y de sus respuestas, sino que María lo mantenía y lo meditaba constantemente en su corazón (Lucas 2:46-51). También Daniel procuró entenderla, y esa igualmente debe ser nuestra actitud: « ¿Qué es lo que Dios me quiere decir?». Nota que al ver esa actitud en él, entonces se oyó la voz del Señor diciendo: “Gabriel, enseña a éste la visión” (Daniel 8:16), porque Gabriel era el ángel revelador de los mensajes de Dios, como ahora para nosotros es el Espíritu Santo (Juan 16:13). Por tanto, ¿quiénes van a tener al Espíritu Santo al lado? Los que consideran la visión, los que procuran entenderla. Así hará Dios contigo, cuando te vea inquiriendo delante de Él el significado de lo que Él está mostrando. Fue tanto el deseo de Daniel de entender la visión que hasta se enfermó, como tal escribió: “Y yo Daniel quedé quebrantado, y estuve enfermo algunos días, y cuando convalecí, atendí los negocios del rey; pero estaba espantado a causa de la visión, y no la entendía” (Daniel 8:27). ¿Quién que tenga una revelación de la voluntad de Dios se quedará igual y no se quebrantará o enfermará por entenderla? No hay quien al tener una revelación no caiga en una crisis por no entenderla, o sienta una carga, o una aflicción por causa de la visión. Hay un peso muy grande para ministrar esas cosas, para que no se malogre el plan de Dios en tu vida, pues, como bien dijo el apóstol: “Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?” (2 Corintios 2:16). Daniel se enfermó porque no entendía. Posiblemente, muchos de nosotros al no entender el trato de Dios, por el propósito, nos ponemos tan susceptibles, y nos quebrantamos y lloramos, a punto de enfermarnos. Estamos perplejos, pero, como Dios nos ama, así como a Daniel, dará la orden a nuestros sentidos espirituales de entender y como a Pablo, caerán las escamas de nuestros ojos. Me llama la atención que Daniel no solamente se enfermó, sino que con la visión le sobrevino dolores, y se quedó sin fuerza (Daniel 10:16). Hay quienes deseamos la visión sin dolores, pero la visión viene en un kit, en un equipo completo, pues junto con la visión viene el padecimiento. La visión de Dios es como una mujer en parto, que junto con el niño, también vienen dolores. Hay quienes quieren parir sin dolor, pero la Biblia dice: “con dolor darás a luz los hijos” (Génesis 3:16), por tanto, no hay quien se escape. Así también la visión viene con dolores, y si queremos ver el muchachito -la visión-, y soñamos con palparlo, hay que estar dispuesto a sufrir los dolores, a pujarlo y a parirlo.

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La visión también trae un conflicto grande. Daniel escribió: “En el año tercero de Ciro rey de Persia fue revelada palabra a Daniel, llamado Beltsasar; y la palabra era verdadera, y el conflicto grande; pero él comprendió la palabra, y tuvo inteligencia en la visión” (Daniel 10:1). Todo lo que Dios muestra es verdadero, por eso el conflicto es grande, muy grande. Hay quienes se sienten honrados por la visión de Dios, se sienten privilegiados por esa gracia, pero se asombran cuando tienen que vivir el conflicto de la visión, y muchos no están dispuestos a sufrirlo. El conflicto viene porque hay que obedecer a Dios y eso pone presión sobre nosotros. Son muchos los aprietos que trae la visión, además de largas noches de insomnio, porque el sueño huye de nuestros ojos, tratando de entender. También se crean crisis con los hermanos, porque casi nunca entienden y nos juzgan y nos ven mal. Una de las cosas que sufren las iglesias y los hombres de Dios, a quienes Dios les da visión celestial, es el dolor de la amputación que tienen que sufrir. Jesús, al ver que muchos de sus discípulos volvieron atrás, les dijo a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” (Juan 6:67). Los que se fueron y lo dejaron no eran de la visión, pero los que se quedaron, participaron de la visión. Nuestra congregación también ha sufrido y sé que no hay iglesia que se haya escapado de sufrir la amputación de muchos de sus miembros, que estuvieron en el momento en que Dios da la visión, pero no la oyen ni la entienden. Nosotros nos asombramos cuando vemos que se espantan y se van; y lo sufrimos, porque deseamos que ellos también participen, pero la Palabra es muy clara, solamente van a entender aquellos que han sido llamados a la visión, los demás no serán ni ministros ni testigos de la misma. Dios quiere que entendamos eso, y yo soy el primero que debo entenderlo, porque me aflijo cuando veo que los que están alrededor no entienden. Mi espíritu se entristece porque considero que el deseo de todo hombre de Dios es que todos entiendan la visión, que a todos les sea revelada, que todos participen, pero no sucede así. Ese es el conflicto, ese es el gran dolor. Pero Daniel comprendió la visión de Dios y tuvo inteligencia acerca de ella, o sea, entendió el significado plenamente. Jesús dijo: “La mujer cuando da a luz, tiene dolor, porque ha llegado su hora; pero después que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya nacido un hombre en el mundo” (Juan 16:21). Es decir, que mientras dura el parto hay dolor, hay conflicto (¿qué será, cómo será, cuándo nacerá?), pero luego que ha dado a luz al bebé, la mujer ni se acuerda del dolor, porque siente un gran gozo y toda su atención está en “el niño”, es decir, que el propósito de Dios se cumpla en la tierra.

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Personalmente, he notado que aquellos que como Daniel estén dispuestos a sufrir los dolores por la visión, el quebranto por la visión, la debilidad por la visión y se atrevan a meterse en el conflicto por la visión, tendrán comprensión y sabiduría acerca de ella. Es una conducta de Dios que cuando Él quiere hacer algo grande en medio de su pueblo, trae quebrantamiento, como dijo el proverbista: “antes de la honra es el abatimiento” (Proverbios 18:12). Cuando Dios derrama su presencia, trae un tiempo de quebrantamiento, para preparar a su pueblo para una gran bendición. Entonces viene su Palabra como fuego y como martillo que quebranta la piedra (Jeremías 23:29), revelando aquellas cosas que están de acuerdo con la visión y lo que hay que padecer por ella. No obstante, hay quienes cuando les tocan sus “becerros de oro” reaccionan contra el mensaje y no estiman el consejo, sino que lo aborrecen y se rebelan contra él. Entonces se levantan con su trompeta, dando sonido incierto, y cuando Dios dice quebrantamiento, ellos dicen gozo, para cambiarle el rumbo al pueblo. Y dicen: «Qué tanto lloriqueo, “Una visión vamos a gozarnos; Cristo ya venció», divorcelestial es una ciados totalmente del sentir del Espíritu aparición de Dios Santo, y llevando al pueblo por un lado que a una persona, no es el lado que el Señor está indicando. ¿Por qué? Porque no oyeron ni entendieron para revelarle la visión y no pueden fluir en ella, y en vez algo específico, de humillarse delante de Dios y pedirle la a fin de que revelación, se levantan contra ella. realice una Entender las cosas del Señor es miserimisión especial, cordia de Dios. La Biblia dice que es el soplo del Omnipotente lo que hace que el hombre dentro de Su entienda las cosas que son del Espíritu (Job propósito eterno” 32:8). Si tú eres creyente, y escuchas de la visión, pero no la entiendes, lo que debes hacer es hablarle al Señor y pedirle: «Revélame la visión de este pueblo, porque yo no quiero simplemente leer una profecía de un libro sellado; yo no quiero ser un profeta de esos que están dormidos, porque Jehová ha derramado espíritu de sueño sobre ellos y cerró sus ojos y puso un velo en sus cabezas (Isaías 29:10), y ¡no disciernen! No quiero estar embriagado con el vino de la ignorancia, y no poder comprender la visión. ¡Yo quiero ser parte de eso que estás haciendo y vas a hacer! Déjame ver la visión, permíteme escuchar la voz». ¿Para qué andar, simplemente, espantado con el

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pueblo que tiene la visión, o acompañar a los hombres a quienes Dios se la ha revelado, y no tener nada que ver con ellos? Como los hijos de Sarvia, que andaban junto a David, pero no tenían su espíritu ni su corazón (2 Samuel 16:10; 19:22). Nadie puede entender si Dios no abre los ojos. A la visión hay que acercarse, hay que entenderla, hay que considerarla, hay que amarla, hay que desear más de ella, hay que entregársele con toda la pasión y seguirla. Cuando te metes en la visión, te sometes a ella y la sufres, como Daniel. Se fluye en la visión, cuando la entiendes y puedes expresar su significa“Si la visión no do. He visto personas que tienen tremendos dones y predican muy lindos mensajes, pero vino de Dios, lo que están predicando no es lo que Dios el resultado quiere que se predique, por eso no fluyen ni tampoco se ve la gracia en ellos, pues es como si vioserá de Él” lentaran el plan de Dios. Por eso, mis consiervos en el ministerio, y yo preferimos pagar el precio de pasar el tiempo que fuese necesario, buscando la voluntad de Dios en cuanto al mensaje, antes de predicar cualquier sermón. A veces estamos todo el día preparando nuestro corazón y el Señor no nos da nada y todavía ya estamos en el servicio de adoración y estamos inquiriendo: «Señor, por favor ¿qué es lo que tú quieres que yo predique?» Porque hemos entendido que si vamos a predicar debe ser lo que Dios quiere decir, de otra manera no vamos a fluir. Puede ser que el mensaje sea muy bueno, pero no vamos a exponerlo en el Espíritu. Lo he visto, cuando he preparado un mensaje y digo: «Tremenda revelación. Esto va a impactar a la iglesia», lo predico y sin embargo nadie reacciona. Luego, con un tema sencillo que Dios me lo ha dado prácticamente antes de ir al púlpito, noto lo mucho que fueron bendecidos los hermanos. Por lo que aprendo que si Dios quiere en ese momento hablar y tú le prestas tu boca, entonces Dios fluirá a través de ti y su pueblo será edificado y bendecido. El Señor dijo: “Porque a vosotros os es dado saber los misterios del reino de los cielos” (Mateo 13:11), ¿a quiénes? A los que aman y celan la visión. A esos se les van a abrir los tesoros de la sabiduría de Dios para ver el propósito. No tanto la forma (cómo lo voy a decir ni cómo lo voy a ilustrar en la Biblia, pues eso también viene en la bendición), sino que lo más importante es describir lo que está en el corazón de Dios y transmitirlo. Entiendo que a veces no tenemos las palabras para comunicarlo, solo la idea y el corazón que está lleno de su revelación, pero Dios nos va a dar la dicha que cuando salga el mensaje, aunque sea

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por señas, Él abrirá el oído y el entendimiento de su pueblo para que entiendan. Por tanto, primeramente acércate a la visión, después considera la visión, incluso ora y ayuna como Daniel (cuando procuraba entenderla), y disponte a sufrir los dolores, la debilidad y el quebranto, por entender la visión. Luego, sométete a la visión y déjate guiar por ella, así Dios va a ser glorificado, pues su plan se va a cumplir y tú serás un instrumento efectivo en sus manos. Finalmente, antes de terminar esta parte y este capítulo, considero necesario hacer algunas aclaraciones, para que se entienda claramente este mensaje y seamos verdaderamente edificados. Comencé este segmento definiendo lo que era una visión de Dios y dije que una visión celestial es una aparición de Dios a una persona, para revelarle algo específico, a fin de que realice una misión especial, dentro de Su propósito eterno. Esta definición está basada en la experiencia de los hombres que Dios llamó o se les apareció, según los relatos bíblicos que ya hemos visto. Nota que la visión es una aparición de Dios, donde Él se revela, habla, instruye, ordena, etc. Hoy se llama visión a los ideales ministeriales y a las metas, proyectos y sueños del ministro de la iglesia o denominación. A la luz de esta enseñanza bíblica, queda claro que estas no son visiones celestiales, sino humanas, por consiguiente, cuando se logran se constituyen en las “plantas que no plantó mi Padre”, como dijo el Señor (Mateo 15:13), visiones de sus propios corazones (Jeremías 14:14). Dios no respalda las buenas ideas, sino sus ideas, y sólo está comprometido con su propósito, no con sueños, proyectos ni delirios de los hombres. No obstante, el hecho de que una idea o iniciativa nuestra se realice con resultados admirables o asombrosos, no significa que era de Dios o que Él la haya respaldado. La inteligencia e ingenio, junto a la disciplina del hombre siempre han logrado grandes realizaciones. Pero, si la visión no vino de Dios, el resultado tampoco será de Él. Las visiones humanas, al final, han traído deshonra al nombre de Dios y confusión al pueblo. Alguien dijo: «una visión, más otra visión, más otra visión es igual a una división». Esto es cierto y así sucede cuando las visiones proceden del hombre. Lo segundo que quiero aclarar es que la iglesia de Cristo en el mundo, en cuanto al propósito general de Dios, solo tiene una visión. ¿Nos estamos contradiciendo? No. Lo que estamos diciendo es que una cosa es el propósito general de Dios con la iglesia, como cuerpo universal, y otra el propósito específico o individual que Dios asigna a una congregación local, a un ministro o ministerio. Lo voy a ilustrar con el siguiente ejemplo: El propósito general de Dios es semejante a un proyecto grande de construcción, mediante el cual, Él está haciendo un edificio o templo espiritual. Él es el perito arquitecto, pues

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creó el diseño y asigna a unos la estructura (apóstoles y profetas -1 Corintios 3:10- ), a otros la electricidad, a otros la plomería, a otros la carpintería, a otros la pintura, a otros la decoración, etc. Todos trabajamos en ese propósito general, cuando realizamos nuestras asignaciones o funciones específicas. Esas asignaciones distintas o funciones diversas las podemos considerar como “las visiones de Dios”, en cuanto a nuestras tareas particulares. Por ejemplo, a Moisés le dio la visión de sacar a Israel de Egipto y pastorearlo por el desierto. A Josué le asignó la visión de sacar a los cananeos de la tierra y darle heredad a Israel en la tierra prometida. A Jeremías le delegó el anunciar el castigo del cautiverio; a Saulo ser el apóstol de los gentiles, y a Pedro el de la circuncisión “Todo aquel que (Gálatas 2:7-8), etc. En resumen, la suma de ha sido llamado “todas las visiones” debe reflejar y constitupor Dios al ye el propósito general de Dios con su ministerio pueblo. Nuestro fin, en lo que hemos cristiano, expuesto, es mostrarte que el lladebe guiarse mamiento siempre será de acuerdo al estrictamente propósito de Dios. La visión celestial nos por la ha servido como ilustración o ejemplo, para hacer entender este tópico. Cada vez que instrucción de Dios se apareció a alguien le dio una visión Dios” celestial, pues tenía el propósito de que esa persona entendiese y realizara algo específico, de acuerdo al plan divino. Así, cada aparición o visión de Dios, generalmente, viene acompañada de instrucciones, para que la persona llamada realice la encomienda divina. Todo aquel que ha sido llamado por Dios al ministerio cristiano, debe guiarse estrictamente por la instrucción de Dios. Así como ninguno se llamó a sí mismo al ministerio, tampoco nadie debe realizar su propia visión. Dios, el que llama, es el único que nos puede decir: “… para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto” (Hechos 26:16).

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Capítulo IV

El LLAMAMIENTO ES CONFORME A SU PROCEDENCIA

“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús” –Hebreos 3:1

C

uando el Señor Jesús enseñó a sus discípulos a orar, les dijo: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:9-10). Por tanto, todo aquel que ame y desee el reino de Dios, debe amar y desear todo lo que pertenezca a ese reino. ¿Por qué dice: “como en el cielo”? la respuesta es simple, el reino que estamos pidiendo que venga a nosotros es el de los cielos. El Padre, a quien se le hace la petición, es el Rey de ese reino que habita en el cielo; Su trono y Su morada están en los cielos, por tanto, Su reino es celestial. Dios reina en conformidad a Su manera de ser y pensar, por lo cual, tal como es el pensamiento de Dios, así es Él (Isaías 55:8-9). De acuerdo a Su naturaleza así es Su reino, por ejemplo, Su reino es santo porque Él es santo; Dios reina en justicia porque Él es el justo; Su reino es eterno porque Él también lo es.

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Nuestro Señor Jesucristo, revelándoles el reino de Dios a sus discípulos, usó muchas veces la metáfora: “El reino de Dios es semejante a…” (Mateo 13:24, 33,44-45,47). Esto nos enseña que el reino de los cielos tiene una naturaleza que lo caracteriza. El apóstol Pablo escribió: “…porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). También dijo: “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1 Corintios 4:20). Los apóstoles enseñaron que lo que no es compatible con el reino de los cielos ni es de acuerdo a su naturaleza, no tiene parte ni herencia en él. La Palabra dice: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, “En las ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que enseñanzas se echan con varones, ni los ladrones, ni los bíblicas, el lugar avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, de procedencia ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. (...) Pero esto digo, hermanos: que la carne y la de las cosas sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni define la la corrupción hereda la incorrupción.(...) Pornaturaleza de que sabéis esto, que ningún fornicario, o las mismas” inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (1 Corintios 6:9-10; 15:50; Efesios 5:5). La naturaleza del reino de los cielos repele todo lo que es contrario a ella, por ejemplo, el pecado. La Biblia nos enseña que los creyentes en el Señor Jesucristo hemos sido trasladados de la potestad de las tinieblas al reino de la luz (Colosenses 1:13). El Maestro enseñó que es necesario nacer del Espíritu para entrar en el reino de Dios (Juan 1:5). En el mismo contexto, en su diálogo con Nicodemo, al contestar a su pregunta“¿Cómo puede hacerse esto?” (Juan 3:9), Jesús le dijo: “Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (v. 12). Y más adelante, aplicando la enseñanza dice: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos” (Juan 3:31). Es notorio que en las enseñanzas bíblicas, el lugar de procedencia de las cosas define la naturaleza de las mismas. Las cosas de abajo son terrenales, por tanto, su naturaleza es terrenal. De la misma manera, las cosas de arriba son celestiales y su naturaleza es celestial. El apóstol Pablo escribió: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial” (2 Timoteo 4:18). El adjetivo “celestial” no sólo define la procedencia o el lugar

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geográfico de dicho reino, sino su naturaleza. La Biblia llama a Dios “Padre Celestial” (Mateo 6:14, 26,32; 15:13; 18:35; Lucas 11:13); a Su reino celestial (2 Timoteo 4:18); a las cosas de arriba, celestiales (Juan 3:12); a la imagen del hombre resucitado, celestial; y al cuerpo que traeremos, celestial (1 Corintios 15:48,49). La Palabra también se refiere a nuestra habitación que será celestial (2 Corintios 5:2), y nos habla del don celestial (Hebreos 6:4), de la “patria celestial” (Hebreos 11:14-16); de “Jerusalén, la celestial” (Hebreos 12:22); de “los ejércitos celestiales” (Apocalipsis 19:14), y de la visión celestial (Hechos 26:19). En el versículo con que presidimos este capítulo, el escritor de la epístola dice: “Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial…” (Hebreos 3:1). Nota que al llamamiento del cual participamos se le llama celestial. ¿Por qué nuestro llamamiento es celestial? Busquemos respuesta a esta interrogante en el testimonio de Saulo de Tarso acerca de su llamamiento, en el cual él mismo relata: “Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor?” (Hechos 26:12-15). El apóstol cuenta que la luz que le rodeó provenía del cielo y también la voz que le habló (Hechos 26:13), y por esa razón, el apóstol llamó celestial a aquella visión (v. 19). Mas, la visión no solo era celestial porque procedía del cielo, sino porque poseía la naturaleza, el carácter y el propósito del reino celestial. Notemos lo que dijo la voz del que hablaba desde el cielo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados” (Hechos 26:15-18)

El mensaje que anuncia el llamamiento celestial convierte a los hombres de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios. Cuando el apóstol escribió a los gálatas acerca de la manera en que recibió el evangelio y el

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llamamiento divino les enfatizó: “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí, no es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo. (…) Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles, no consulté en seguida con carne y sangre…” (Gálatas 1:12,15-16); fíjate en sus expresiones aclaratorias destacadas en negritas. La frase “carne y sangre” en el lenguaje del Nuevo Testamento no solo se refiere al hombre en sí, sino también a la naturaleza adánica que reina en él, la cual es contraria al reino de Dios y a su llamamiento. Si el llamamiento que hemos recibido es celestial, entonces no es de hombre ni por hombre, ni tampoco posee la naturaleza de la “carne y la sangre”. Nuestro llamamiento es celestial porque procede del cielo y se originó en Dios “Cuando no (Hebreos 3:1; Gálatas 1:15), por lo que en su contenido, carácter y propósito, necesariaandamos como mente, refleja la naturaleza del Padre celeses digno del tial y Su reino de gloria. El Señor espera que llamamiento los que somos participantes del llamamiencelestial, to celestial andemos como es digno de él. El nos hacemos apóstol inspirado por el Espíritu dijo: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis indignos del como es digno de la vocación con que fuisteis mismo” llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:1-3). Nota que andar como es digno del llamamiento es lo mismo que andar de acuerdo al carácter o naturaleza de Dios y a Su reino que es humildad, mansedumbre, paciencia, amor y paz. En otra parte dice, enfatizando el mismo pensamiento: “Por lo cual asimismo oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento, y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder” (2 Tesalonicenses 1:11). De esta palabra inspirada, podemos deducir que el llamamiento de Dios nos lleva a Su propósito de bondad y a Su obra de fe con Su poder. Si combinamos estas dos porciones bíblicas, podemos concluir que cuando no andamos como es digno del llamamiento celestial, nos hacemos indignos del mismo. Entender esto es de suma importancia para los que somos participantes de ese honroso llamado, por lo que te invito a que estudiemos el significado del

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llamamiento celestial y sus implicaciones en las secciones en que hemos dividido este capítulo.

4.1  El Bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? “Jesús, respondiendo, les dijo: Os haré yo también una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme” -Marcos 11:29-30.

La porción bíblica que nos sirve de tema y que también titula este segmento, nos habla de un incidente que ocurrió a nuestro Señor cuando al volver de Jerusalén se le acercaron los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos de Israel, y le preguntaron: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?” (Marcos 11:27-28). Nota quiénes le formularon la pregunta al Señor: los líderes religiosos de aquel tiempo, aquellos que habían sido puestos en autoridad. Sin embargo, es el espíritu de Satanás que pone la pregunta en la boca de ellos, porque al diablo le gusta hacer preguntas para sembrar duda e incredulidad, de la misma manera que él acosó a Jesús en el desierto. Allí, varias veces le dijo con insinuaciones: “Si eres Hijo de Dios…” (Lucas 4:3,9), ahora, con su acostumbrada astucia y doble intención, le dice: “¿Con qué autoridad haces estas cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas? (Marcos 11:28). La Biblia dice que Jesús fue llevado al desierto para ser tentado por el diablo (Mateo 4:1), así Dios nos pondrá en esa situación, para que veamos cómo el diablo y sus demonios, a través de la boca de cualquier hombre contrario a la verdad, pudiera venir directamente a cuestionarnos sobre nuestro llamamiento. Mas, como el Señor, también nosotros tenemos que tener respuestas para el diablo, respuestas para los enemigos, y respuestas para nosotros mismos en nuestra conciencia, si queremos ser transparentes delante de Dios. No obstante, para poder responder adecuadamente y callar la boca de esos espíritus inmundos, tendríamos que estar seguros de nuestro llamamiento. ¿Cuál era la intención de estos hombres al formular dicha pregunta al Señor? No es difícil saberlo, los evangelios muestran que ellos estaban envidiosos, por el ministerio de Jesús (Mateo 27:18). Les preocupaba sobremanera que la multitud le siguiera y decían: «Este hombre no estudió en la escuela de los rabinos, no pertenece al sanedrín, ninguno de nosotros lo ha apartado

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para que sea un rabí, pero anda enseñando, obrando y predicando, y le llaman “maestro”. Si nosotros somos las autoridades espirituales en esta nación, ¿cómo es que no le conocemos? ¿Con qué autoridad él hace estas cosas?». Obviamente, los líderes de Israel, los principales sacerdotes y los fariseos se sentían amenazados con el ministerio de Jesús, pues eran muchos sus milagros y señales, y la multitud que le seguía, para negar el poder que se manifestaba en Él. Mas, no hay autoridad que no venga de arriba, porque la autoridad la da Dios, y esa autoridad la recibió Jesús. Él dijo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mateo 28:18). Por eso, cuando Poncio Pilato trató de avergonzarlo, y quiso reaccionar frente al silencio de Jesús, pues estaba confundido al ver su serenidad y templanza, quiso hacerlo hablar cuando él quería callar, le dijo: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:10). Jesús, que hasta ese momento no había hablado -pues Él no hablaba si el cielo no se abría y había instrucción de Dios- alzando la cabeza lo miró, y vio que debajo de esa aparente firmeza y voz dura, en los ojos de este hombre se escondía un gran temor, entonces le dijo de manera categórica: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene” (v. 11). Y si Pilato estaba temeroso por la situación, al oír sus palabras se le acrecentó el miedo, y empezó a buscar todos los medios para soltarle (v. 12). De hecho, los líderes de Israel y los principales sacerdotes tenían cierta potestad, pero solamente era la autoridad que da la posición. Es innegable que la posición da una autoridad, y el primero que la respeta es Dios. Digamos que ellos tenían la credencial eclesiástica, pero no tenían la autoridad divina. Así en este tiempo, también, existen dos autoridades: la autoridad que da la posición y la autoridad que da la unción; la autoridad que da la institución y la autoridad que da el llamado de Dios. Una vez, estudiando sobre la autoridad, me quedé perplejo y maravillado, porque yo era uno de los que reprendía al diablo e insultándole le decía: «Mira tú, diablo mentiroso, diablo sucio, vete al infierno», etc., pero ese día el Señor me reprendió diciendo: «No vuelvas más a dirigirte a Satanás de esa manera», y me dije: «¿Será Dios que me está hablando?, ¿es mi mente o es Dios que está abogando por el diablo?», pero el Señor me dijo: «Soy yo el que te hablo y te digo una cosa: el diablo me blasfema, induce a los hombres a que me nieguen, y pequen contra mí, y tiene sus métodos para hacerlo, pero yo soy Dios, el Santo de los santos, y nunca he usado insultos. El insulto es un recurso del que

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está vencido, y yo no lo estoy, pues aun sobre el infierno tengo la autoridad». También el Señor me dijo: «Nota que cuando hubo la pelea por el cuerpo de Moisés, el arcángel Miguel no se atrevió a proferir maldición contra el diablo, sino que solo lo reprendió (Judas 1:9). Mira como mi siervo Pedro y Judas se refieren de los que no temen decir mal de las potestades superiores, los llaman blasfemos, atrevidos y contumaces (2 Pedro 2:10; Judas 1:8)». Al escuchar esto, yo temblé, porque vi que el maldecir no era una conducta del reino de los cielos, entonces cambié mi lenguaje para seguir el método de Dios. El Señor nos enseña a respetar toda autoridad, no importa si es ilegítima. Todo aquel que basa su autoridad en una credencial o posición no tiene la autoridad espiritual. De hecho, cuando un ministro se aferra a la autoridad de la posición es porque ha perdido la de su llamamiento. Al darnos cuenta que hemos perdido la autoridad divina, nos parapetamos en la posición, y decimos: «Yo estoy aquí porque a mí me mandó Dios; yo soy el pastor, el líder en este ministerio y hay que sujetarse a mí». Entonces, a todo el que viene diciendo “en el nombre del Señor” lo cuestionamos y nos oponemos, porque nos sentimos con derecho para hacerlo. Mas, en el “Cuando un fondo lo que nos mueve actuar de esta ministro se manera es el miedo de saber que no teneaferra a la mos la autoridad espiritual que nos había autoridad de dado Dios, sino la de los hombres. Es por la posición eso que nos preocupa todo movimiento espiritual, todo lo que nos pueda sustituir, y es porque ha nos metemos en competencias, asumiendo perdido la actitudes y neutralizando el ministerio de autoridad de su los otros, porque lo vemos como una amellamamiento” naza para el nuestro. Mas, el que sabe quién es en Dios, y tiene la seguridad de la autoridad recibida, no obra de esa manera. Hoy en día la iglesia está viviendo lo mismo. El “sanedrín” que tiene la posición eclesiástica se siente amenazado cuando ve a Dios que levanta sus profetas, a sus ungidos, que no están necesariamente sometidos a una organización, y que no ministran por la posición, sino por la autoridad que Él les dio. Entonces, se preguntan lo mismo: « ¿Y este de dónde salió? ¿En qué seminario estudió? ¿A qué concilio pertenece? ¿bajo qué cobertura está ministrando? ¿Cuál es su posición? ¿Con qué autoridad hace estas cosas y quién se la dio?», de la misma manera que para los líderes de Israel, Jesús no estaba

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autorizado a predicar, porque no estaba bajo la cobertura de su autoridad. Esa fue la razón por la que Jesús no les contestó sus preguntas, pues vio en ellos una solapada intención, y por eso les dijo: “Os haré yo también una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los hombres? Respondedme” (Marcos 11:29-30). La Biblia describe a Jesús como alguien que tenía autoridad divina. Los evangelios registran que Jesús: “… les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. (...) Y todos se asombraron, de tal manera que discutían entre sí, diciendo: ¿Qué es esto? ¿Qué nueva doctrina es ésta, que con autoridad manda aun a los espíritus inmundos, y le obedecen? Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad” (Mateo 7:29; Marcos 1:27; Lucas 4:32). Él hablaba con autoridad y no como los escribas y fariseos que se basaban en interpretaciones nada más, y no en la Palabra ungida de Dios. Jesús hablaba aplicando la Palabra de Dios, por eso nadie podía resistirle. De hecho, los evangelios registran que incluso, aquellos alguaciles que fueron enviados a aprehender a Jesús dijeron a los principales sacerdotes, que le reclamaron el no haberlo traído preso: “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!” (Juan 7:46), porque nunca ningún hombre había hablado como Él. La autoridad de su vida sometida al Padre, se manifestaba en sus palabras, pero, ¿qué hablaba Jesús? El maestro hablaba la Palabra de Dios y no tradiciones humanas. Él aplicaba la cátedra de Moisés, en cambio los escribas y los fariseos “se sentaban” en ella, es decir, solamente la citaban, pero no la creían, no era parte de sus vidas (Mateo 23:2). Jesús sabía quién él era y lo decía constantemente, porque era algo que todos debíamos saber. El Señor dijo: “Yo soy el pan de vida;(...) Yo soy el pan que descendió del cielo (...) Yo soy la luz del mundo; (...) Yo soy el que doy testimonio de mí mismo, y el Padre que me envió da testimonio de mí. (...) Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. (...) si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis. (...) Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo. (...) De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. (...) De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. (...) Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. (...) Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. (...) Yo soy la resurrección y la vida; el que cree

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en mí, aunque esté muerto, vivirá. (...) Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. (...) Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. (...) Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. (...) el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo” (Juan 6:35,41; 8:12,18,23,24,28,58;10:7,9,11; 11:25;14:6,11;15:1;17:1).

Todo lo que Jesús era lo basaba en el Padre. Inclusive, él dijo refiriéndose a Juan el Bautista: “Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz. Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan; porque las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado. También el Padre que me envió ha dado testimonio de mí. Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto, ni tenéis su palabra morando en vosotros; porque a quien él envió, vosotros no creéis. Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Gloria de los hombres no recibo” (Juan 5:35-41). Aunque el Señor daba testimonio de Juan como profeta, no era tanto el testimonio de Juan lo que podía determinar si Jesús era quién era, sino Dios. Por tanto, Jesús no basaba su autoridad por las palabras de Juan, sino por las palabras de su Padre que está en los cielos, porque estaba consciente de que el testimonio de Dios es mayor que el de un hombre. Su mayor testimonio era la voz celestial que varias veces se oyó desde el cielo, decir: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17; 17:5;). Nota que Jesús basó su autoridad en tres cosas. 1. Que Dios lo envió; 2. Obediencia absoluta al Padre; y 3. El cumplimiento de las Escrituras. Él no basó su autoridad en testimonio de hombres, aunque los hombres dieron testimonio de él. La ley, los Salmos, los profetas hablaron de Él. Juan fue el último de los profetas y no solamente habló, sino que señalándolo, dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Sin embargo, para Jesús su mayor testimonio en la tierra fue el de Dios. No es suficiente que los hombres den testimonio de nosotros, aunque es bueno que lo hagan, pero no nos aferremos a la autoridad de la posición, sino a la autoridad del llamado de Dios. Todo el pueblo sabía que Juan el Bautista era profeta de Dios (Lucas 20:6). Los profetas Isaías y Malaquías hablaron de Juan, diciendo: “Voz que clama en el desierto: Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios” (…) He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de

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mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos. (…); “La voz de Jehová clama a la ciudad” (Isaías 40:3; Malaquías 3:1). Ellos hablaron de él como mensajero que anunciaría al que había de venir a salvar al mundo. Por tanto, para los judíos, Juan tenía autoridad divina, y sin embargo, no lo escucharon cuando dio testimonio de que Jesús era el Cristo. El mismo Jesús dijo: “Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan (…) las obras que el Padre me dio para que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado” (Juan 5:36). Los fariseos aparentemente bus“Nadie tiene caban respuesta acerca de la autoridad de Jesús, pero en realidad lo que querían era autoridad si negar que Él venía de Dios; y el Señor, conoDios no lo llama, ciendo su verdadera intención, los llevó a tampoco tiene mirar el ministerio de Juan, el cual tenía honra si de Dios mucha similitud con el de Él, ya que: a) El no la recibe” anuncio del nacimiento de Juan vino por una visión celestial, el de Jesús también (Lucas 1:13; 30-33); b) Los dos nacieron por un milagro de Dios, Juan del vientre de una mujer estéril y un hombre mayor, y Jesús de una virgen, por obra y gracia del Espíritu Santo (Lucas 1:13, 35); y c) Las Escrituras daban testimonio de ambos nacimientos (Isaías 40:3, 9:6). Sin embargo, Jesús tenía algo más que Juan no tenía, y era que sus obras eran poderosas, hacía grandes señales y bautizaba con el Espíritu Santo. A parte de que el mismo Dios, con voz audible, lo declaró su Hijo. Por tanto, si los fariseos respondían Su pregunta, darían respuesta también a las suyas. Mas, ¿quién envió a Juan? Dios. El apóstol Juan escribió: “Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan” (Juan 1:6). Esa expresión a mí me sacude internamente, pues hemos creído, y si mi vida está escrita en el libro de la vida yo quiero que se diga: «Juan Radhamés Fernández fue un hombre enviado por Dios…». No quiero que se escriba de mí como un hombre que se auto llamó, ni que emprendió el ministerio por su propia iniciativa, sino uno que obró, porque tuvo el llamamiento santo de Dios. Recuerda que nadie tiene autoridad si Dios no lo llama, tampoco tiene honra si de Dios no la recibe. Antes de que Juan conociera a Jesús y diera testimonio de Él, dijo: “… yo no le conocía; pero el que me envió a bautizar con agua, aquél me dijo: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios” (Juan

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1:33-34). Nota que en su expresión, Juan no dijo: «El que me envió a predicar», sino que dijo: “el que me envió a bautizar con agua” y la pregunta que hizo Jesús fue: “El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o era de los hombres?”. Sabemos que Juan fue un hombre llamado de Dios, y su primera experiencia con el Espíritu Santo empezó desde el vientre de su madre. Antes de que Juan naciera, el ángel de Jehová se le apareció a su padre Zacarías y le anunció su nacimiento y el ministerio al cual había sido llamado (Lucas 1:13). Por eso, desde antes, su embrión fue lleno del Espíritu y su ministerio fue tan poderoso que la Palabra registra que todos lo tenían como un verdadero profeta de Dios. Mas, Juan bautizaba porque Dios le dijo que lo hiciese y daba testimonio de Jesús, porque también el Padre le dio testimonio de quien era su Hijo, aunque los principales sacerdotales, sobre esto último no le reconocían a Juan dicha autoridad profética, ya que de otra manera tendría que aceptar a Jesús como Hijo de Dios (Marcos 11:32). Y yo me pregunto, ¿será posible que el pueblo tenga más visión que sus líderes? ¿No será que los líderes tienen conflictos de intereses y por eso es que no les conviene aceptar a quienes tienen el llamamiento divino? ¿No será que el apego y el temor de perder la posición es lo que les impide ver a los que son llamados por Dios? El pueblo que no tenía intereses ni posiciones veía a Juan como un profeta, de manera que a su llamado los hombres “Ninguno puede se arrepentían. Él vino a unir el corazón decir que está del pueblo con el de Dios y mediante su haciendo algo anuncio poderoso y profético hablaba de la para Dios si Él no venida del Señor, y decía: “El tiempo se ha lo envió” cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). Entonces, lo torcido fue enderezado, lo alto fue allanado, lo que estaba bajo se levantó, se hizo camino para el Rey Jesucristo, nuestro Salvador. Los líderes no le reconocieron, pero sus obras dieron testimonio de que Juan sí procedía de Dios. El apóstol Pablo dijo: “Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia” (Gálatas 1:15), ¡bendito sea el ministro de Dios que se aferra a la autoridad espiritual y tiene convicción de su llamado! Tú también debes hacerlo, para que puedas decir con autoridad: «A mí me llamó Dios», como dijo Juan: “… el que me envió a (…) aquél me dijo…” (Juan 1:34), y como él, dar razones por lo que haces. Tu autoridad es la que Dios te dio el día que te llamó al ministerio, adminístrala en santidad de la verdad, haciendo buen uso de ella, como aquellos que han de dar cuenta (Hebreos 4:13).

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Existen dos cosas que deben ser fundamentales en la convicción y defensa de nuestra autoridad ministerial: Primero es la seguridad de que hemos sido llamados por Dios; y segundo, el propósito para el cual nos llamó. Cuando Jesús cuestionó a esos hombres, les confrontó dos veces diciéndoles: “respondedme”, así nosotros también vamos a tener que responderle, no al diablo, sino al Señor acerca de si nuestro ministerio es del cielo, o es de los hombres. Recuerda que Jesús dijo: “ las mismas obras que yo hago, dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado” (Juan 5:36), y que el bautismo de Juan era del cielo, porque Dios lo envió. Detente por un momento, piensa en tu ministerio y luego responde, ¿con qué autoridad tú haces lo que estás haciendo? Tu ministerio, ¿nació del ideal materno de tener un hijo pastor o por la predestinación de Dios? Es posible que tu madre te haya inculcado esas ideas, hasta que tú mismo consideraste que era una buena posición, y te fuiste al seminario, y te formaste, pero a ti, realmente, ¿quién te llamó, tu madre o Dios? O puede que tu caso sea que no diste el grado para una carrera universitaria tradicional, y consideraste que era más fácil estudiar teología que estudiar otra cosa, por lo cual, tu ministerio, ¿viene de los hombres o viene de Dios? Si el cielo no te mandó a hacer lo que haces, entonces ni tu ministerio ni tus obras son hechas en Dios. Puede que tus obras no sean malas, pero no tienen el respaldo ni la autoridad del cielo. Si mis obras son hechas en Dios, entonces son del cielo, pero si son iniciativas mías o de alguien más, entonces son de los hombres, no de Dios. En otras palabras, ninguno puede decir que está haciendo algo para Dios si Él no lo envió. Observa que Juan vino por estas dos cosas: Primero, a preparar el camino del Señor; y segundo, a bautizar con agua, y no hizo otra cosa, fuera de esas, porque a eso fue que lo envió Dios. Incluso, cuando vinieron sus discípulos, con celo, a quejarse diciendo: “Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él” (Juan 3:26), él les dijo: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (vv. 28-30). Y me pregunto, ¿podrías tú decir lo mismo? ¿Conoces tú la obra que en el ministerio, específicamente, Dios te mandó a hacer? El sacerdote Zacarías, padre de Juan, tuvo la visión del ángel en el templo, quien le dijo: “… tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan. Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán de su nacimiento; porque será grande delante de Dios. No beberá vino ni sidra, y será lleno del Espíritu

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Santo, aun desde el vientre de su madre. Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Lucas 1:13-17). Esa era la misión de Juan, y el niño fue criado en la manera que les dijo el ángel en aquella visión, y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel (v. 80). Dios es específico, y esa claridad en sus propósitos nos da la seguridad y autoridad espiritual para hacer lo que nos mandó. Jesús dijo: “… el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Juan 3:21), y aunque en el contexto de este verso, aparentemente, él no está hablando del llamamiento, pero sí especifica algo importante para nosotros, y es que las obras hay que hacerlas en Dios. Ahora, ¿quié“¿Por qué hemos nes pueden hacer obras en Dios? Únicamente aquellos que Él llamó y envió. Si alguien le de oír la voz hubiera dicho a Juan: «A ti, ¿quién te envió a de los hombres, predicar?», sin titubeos, él hubiese respondicuando la voz de do: «Dios» (Juan 1:6-7). Antes de que Juan Dios está audible conociera a Jesús y diera testimonio personal para la iglesia?” de Él, el que lo envió le había dicho: “Sobre quien veas descender el Espíritu y que permanece sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo” (Juan 1:33-34). Es decir, que Juan bautizaba porque Dios le dijo que lo hiciese, y daba testimonio de Jesús, porque también Él le dio testimonio de quién era. Por lo cual, si en la iglesia el ministerio carece de poder y de autoridad es porque estamos haciendo las obras de los hombres, y no las de Dios; si es lo contrario, digo como dijo Jesús: «respondedme». Esa pregunta que hizo Jesús a los fariseos juzga toda obra ministerial que nosotros realizamos, porque define si son del cielo o si son de los hombres. Por tanto, responde, no a mí, sino al Señor: Ese proyecto que tú estás haciendo ¿es del cielo o de los hombres? Responde. ¿El ministerio que tienes, ¿es del cielo o es de los hombres? Responde. Vender cosas en la iglesia, para recaudar fondos y hacer proyectos ¿de dónde viene? ¿Del cielo o de los hombres? Responde. Realizar viajes para recaudar fondos para la iglesia ¿viene del cielo o de los hombres? Responde. La música con la cual alabamos a Dios ¿es del cielo o de los hombres? responde. El método que usamos en la iglesia, para hacer evangelismo ¿viene del cielo o de los hombres? responde. El plan misionero que tenemos en la iglesia, ¿viene del cielo o de los hombres? responde. Las

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decisiones que toma la junta, el comité o el concilio ¿viene del cielo o de los hombres? responde. La forma como dirigimos nuestros cultos a Dios ¿viene del cielo o de los hombres? Responde. La lista podría ser interminable, pero sé que tú entiendes la intención del Espíritu y en ese temor debes responder. Ahora, vayamos más lejos, ¿de dónde vino el fuego que consumió el sacrificio de Elías en el monte Carmelo? La Biblia dice que “Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja” (1 Reyes 18:38). ¿De dónde vino el fuego que consumió el holocausto en la dedicación del templo? La Escritura narra que “salió fuego de delante de Jehová, y consumió el holocausto con las grosuras sobre el altar; y viéndolo todo el pueblo, alabaron, y se postraron sobre sus rostros” (Levítico 9:24). Esos fuegos procedieron del cielo, así también quiero yo fuego que venga del cielo en lo que ofrezca a Dios. Los hijos de Aarón introdujeron fuego extraño en el altar, que Jehová nunca les mandó (Levítico 10:1), y ya conocemos las consecuencias de sus hechos (v. 2). Cuidémonos de ser movidos por emociones y por iniciativas propias, y al no haber fuego del cielo ofrezcamos el nuestro. La Biblia nos enseña que el fuego de Dios viene del cielo, por lo que no debe haber en la iglesia fuego que no venga de Dios. ¡Dejemos de estar prendiendo fuego que Él nunca nos mandó! ¿De dónde vino la voz que se oyó en el Jordán, el día del bautismo de Jesús? ¿Del cielo o de los hombres allí reunidos? El evangelio narra “y vino una voz del cielo que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia” (Lucas 3:22). Así tampoco se debe escuchar voces en la iglesia que no vengan del cielo. Mis ojos siempre deben mirar hacia arriba, porque Cristo vino desde el cielo, y él dijo: “De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre” (Juan 1:51). Y si el cielo está abierto, ¿por qué hemos de oír la voz de los hombres, cuando la voz de Dios está audible para la iglesia? Yo no quiero oír voces, solo quiero escuchar una voz y es la que viene del cielo, para tener la convicción de que a mí me llamó y me habló Dios. Y el día que el diablo venga a preguntarme, con qué autoridad hago las cosas que hago, con seguridad le diré: «Con la autoridad del que me llamó, el Señor». Nota que el diablo vino con su vocecita en el desierto, y le dijo a Jesús: “Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan” (Lucas 4:3). Jesús sabía que el Espíritu Santo no lo llevó al desierto para que convirtiera piedras en pan, sino para que, a través de la victoria sobre la tentación, se afianzase en el propósito (v. 1). Así que Jesús no convirtió las piedras en pan porque no sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (v. 4); ni se

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echó abajo del pináculo del templo, porque no tentaría al Señor su Dios (v. 7); ni tampoco postrado adoró al diablo para tener la gloria de los reinos del mundo, pues solamente al Señor nuestro Dios se ha de adorar, y a él sólo se servirá (v. 10). Así que con las mismas Escrituras que el diablo lo tentó, con su aplicación, Jesús le resistió, y por eso él huyó (Mateo 4:11). Nadie podía sorprender a Jesús en palabras o hechos, pues Él estaba bien claro de quién era, así como para qué y por qué Él decía o hacía lo que hacía. Jesús dijo: “... la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió. (…) Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre; ¿por cuál de ellas me apedreáis? (…) Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre. (…) ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. (…) Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre” (Juan 14:24; 10:32, 37-38; 14:10-11; 15:24)

Jesús no hablaba cualquier palabra, o argumentaba con ellos sólo por discutir, sino que aun en eso hacía la voluntad de Dios, para dejar un precedente de que Él habló. Por eso, el Señor también decía: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra” (Juan 4:34). Y a todos les hizo entender que esa era su negocio, su vida, su razón de ser (Lucas 2:49). Así también nosotros debemos usar ese poder y la autoridad que ya Él nos dio, para ser ejemplo de buenas obras; enseñando una palabra sana e irreprochable, de manera que el adversario se avergüence, y no tenga nada malo que decir de nosotros (Tito 2:7,8). La autoridad del diablo estaba basada en un reino de mentiras, porque él es un mentiroso desde el principio (Juan 8:44), pero cuando Jesús abrió su boca, lo hizo con la misma Palabra creadora, la cual sustenta también todas las cosas. La Palabra se hizo vida en Él y habitó entre nosotros (Juan 1:14). Por eso, todo aquel que crea a la Palabra, y se impregne de ella, tendrá autoridad de Dios. Esa es la razón, hermano de mi alma, que nosotros los ministros de Dios no podemos venir a la gente diciendo: «Yo leí…». ¡Benditos son los

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escritores cristianos!, pero lo que debe de salir de nuestra boca es la Palabra de vida, aquella que Dios ponga en nuestros labios. ¿De dónde vino aquel estruendo como viento recio que soplaba y que llenó la casa y la estremeció en el día de Pentecostés? Dice la Palabra: “Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados” (Hechos 2:2). Sabemos lo que son vientos fuertes cuando cada año confrontamos temporadas ciclónicas y sufrimos los embates del mal tiempo, que dejan a su paso las tormentas y huracanes. Y qué decir de ciertos vientos fuertes que hacen ruidos, como los tornados, los cuales estremecen y producen mucha gritería, y dejan un surco de dolor y destrucción. Mas, yo prefiero el mover de Dios y su sacudimiento, y no el temblor de miedo por mis emociones. La ciudad de Dios es la iglesia, por lo tanto, el que tiene que mover los cimientos de su ciudad es Dios. La gente tiene que verme temblar en el Espíritu, porque Dios está sacudiendo la casa con el viento del cielo, y no porque piense que así debo comportarme en un ambiente espiritual. ¿De dónde vino aquella luz repentina que rodeó a Saulo de Tarso y lo cegó, cuando iba camino a Damasco? Respondedme. La Biblia dice: “… aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo” (Hechos 9:3). Así quiero yo que me rodee la luz del cielo, y no bombillas ni lámparas de la tierra. Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Mi hermano, nuestro ministerio y nuestras vidas tienen que ser rodeadas con la luz del cielo, con la revelación celestial y la luz del Espíritu Santo. Solo la luz de Dios nos hace resplandecer como luminares en medio de un mundo que está en tinieblas (Filipenses 2:15). ¿De dónde vino el pan de Dios, que da vida al mundo? Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. (…) Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás” (Juan 6:32-35). El maná vino del cielo, pero Cristo vino del tercer cielo, de la diestra del Padre,. Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Éste es el pan que desciende del cielo, para que el que de él come, no muera” (vv. 49-50). Por eso, su carne es verdadera comida y su sangre verdadera bebida, porque nos da vida eterna. Ahora, ¿cuántos están dando, por ahí, panes gabaonitas, que simulan ser frescos y que vienen de lejos, pero están secos y mohosos (Josué 9:5)? Deseemos el pan que desciende del cielo y da vida, no nos dejemos engañar por los hombres.

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Nuestra ciudadanía espiritual, ¿de dónde procede? La Palabra dice: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). A veces nos sentimos muy orgullosos de ser de la nación de donde nacimos, y sentimos una honra vernácula, lo cual es bueno, amar y respetar el suelo que nos vio nacer, pero no nos apeguemos a ninguna ciudadanía terrenal, siendo nosotros extranjeros y peregrinos sobre la tierra (Hebreos 11:13). Es sabido que para ejercer algún derecho en el orden civil o sustentar algún cargo público, debemos ser ciudadanos de ese país. Nota que cuando Jesús fue llevado por los judíos para ser juzgado, Pilato entró al pretorio, y le dijo: “¿Eres tú el Rey de los judíos?” (Juan 18:33), y Jesús le respondió: “¿Dices tú esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mí?” (v. 34). Pilato le dijo: “¿Soy yo acaso judío? Tu nación, y los principales sacerdotes, te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?” (v. 35). Ahora nota lo que Jesús le respondió: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. (v. 36). Entonces Pilato le dijo: “¿Luego, eres tú rey? Respondió Jesús: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (v. 37). De que era Rey sí que lo era, y su dominio trascendía a lo celestial, de la misma manera, la ciudadanía nuestra es la celestial, por lo cual, debemos amar a los hombres, respetar a los hombres, cumplir con los requisitos cívicos, ser buenos ciudadanos, como Dios manda (1 Pedro 2:13), pero entendiendo que nuestro reino no es terrenal. También a Pablo, un oficial le preguntó si era ciudadano romano, y él le respondió que sí, y el tribuno le dijo que él también había adquirido la ciudadanía por una gran suma de dinero, a lo que el apóstol le respondió: “Pero yo lo soy de nacimiento” (Hechos 22:28). Así también debemos decir nosotros: «Yo soy del cielo, pero no compré mi ciudadanía, sino que lo soy de nacimiento, pues no fui engendrado “de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13). Soy el resultado de la unión de un espermatozoide y un óvulo espirituales. El espermatozoide es la voluntad de Dios, que desde la eternidad me trazó el destino glorioso; y el óvulo es el poder de Dios por el Espíritu, que vino a obrar en mí. Por eso vivo en el reino, porque soy el fruto de la voluntad y del poder de Dios». Sabemos que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, por tanto, para entrar al cielo es necesario nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, siendo engendrados por Él (Juan 3:3-8; 1 Corintios 15:50). Así que nuestra ciudadanía es del cielo, y en la tierra simplemente somos peregrinos y extranjeros (1 Pedro 2:11).

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La esperanza a la cual hemos sido llamados ¿en dónde está guardada? La Biblia responde: “ habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio” (Colosenses 1:4-5). Nuestra esperanza viene de arriba en donde está Cristo sentado a la diestra del Padre. Y pregunto, la puerta, a través de la cual Juan, en Espíritu, pudo ver al que estaba sentado en el trono con aspecto de piedra de jaspe y de cornalina, y recibió la revelación de lo que sucederían en el futuro (Apocalipsis 4:1-3), ¿se abrió en la tierra o en el cielo? Juan escribió: “Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo” (Apocalipsis 4:1). Ahora, ¿de dónde espera la iglesia que venga Jesucristo, de arriba o de abajo? La Palabra dice que el que está en el cielo, “descenderá del cielo” (1 Tesalonicenses 4:16). Cristo no va a salir del mar como salen los demonios, sino que descenderá del cielo, porque subió al cielo, luego de haber descendido (Hechos 1:11). El Señor dijo: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo”. (Juan 3:13). Y cuando subió a lo alto dio dones a los hombres (Efesios 4:8), es decir que nuestro ministerio también es del cielo. Por eso es que Dios quiere que todo lo nuestro proceda del cielo, aun nuestra adoración debe ser celestial, porque el Padre busca que le adoren en Espíritu y en verdad (Juan 4:23). Con todo, la mejor alabanza es la que viene del cielo, y el apóstol Pablo dijo: “¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1 Corintios 14:15). Cuando lo hacemos con el entendimiento usamos nuestro lenguaje natural, pero cuando lo hacemos en el Espíritu hablamos en lenguas espirituales, misterios a Dios (1 Corintios 14:2). Para el Señor, la mejor alabanza es la que procede del Espíritu, aquella que nace en un canto espontáneo o que fluye en gemidos indecibles, por el impacto de lo que es Dios. Y son a esos adoradores a los que Dios busca que le adoren (Juan 4:23). No obstante, hay una causa mayor por la cual Dios quiere que todo lo nuestro proceda del cielo, y es porque solo lo que viene del cielo sube al cielo. Jesús vino a los suyos, sin embargo, ellos no le recibieron, pero a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Juan 1:11,12). Tenemos la gran comisión, esa visión celestial de ir y predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15), pero, nada puede recibir el hombre, si no le fuere dado del cielo (Juan 3:27). Nuestra eficacia en el apostolado es hacer esas buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas (Efesios 2:10) y no hacer aquellas que nosotros

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creemos que son buenas o que darían un mejor resultado. Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Por tanto, si la iglesia lo ha recibido todo del cielo, ¿por qué está tan cautivada y enamorada con las cosas de los hombres? ¿Por qué tengo yo que ir a la democracia representativa o usar los métodos parlamentarios para gobernar a la iglesia? ¿Por qué tengo que guiarme a través de constituciones hechas por hombres para obedecer, cuando tengo la Biblia, la Palabra de Dios, y la palabra profética más segura, a la cual hacemos bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en nuestros corazones (2 Pedro 1:19)? Entendamos que los procedimientos de las compañías multinacionales funcionan bien para los hombres, pero son inútiles e inoperantes en el reino de Dios. Jesús dijo: “Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será desarraigada” (Mateo 15:13). La iglesia no necesita más nada, sino lo que procede de Dios. No importa que nos tilden de ignorantes, porque no tomemos en cuenta las formas humanas (aunque no menospreciamos las obras de los hombres, avances científicos y estudios de la psicología). Pero se ha de estar muy ciego para no ver que la obra de Dios es superior. Ellos estudian para ayudar a los hombres, pero Dios ha hecho más que eso: ¡Él los salvó! La iglesia ha recibido un llamamiento y una unción del cielo para ministrar a los hombres, así que la psicología para las ciencias, pero la iglesia para Dios. En otras palabras, “… dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Lucas 20:25), dad al hombre lo que es de hombre, y a la iglesia lo que es de Dios. Se ha hablado de mezclar unciones, y de hecho, el Señor los envió de dos en dos (Marcos 6:7); pero hay una cosa que nunca podrá mezclarse y es lo del hombre con lo de Dios. Pablo dijo: “… temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo” (2 Corintios 11:3). Es ridículo y hasta chocante que la iglesia ande detrás de los hombres para alcanzar sabiduría, cuando Cristo nos ha sido hecho por Dios “sabiduría, justificación, santificación y redención” (1 Corintios 1:30). Y esto lo digo no como crítica, sino con mucha tristeza, pues soy parte de la iglesia y me duele cuando tengo que decir estas cosas, pero tengo que decirlo, porque si me callo ofendo al que me envió. Como ministros, tenemos que decir la Palabra como Dios se la da a la iglesia. Está claro que Cristo no necesita ayuda de los hombres de ningún tipo, por el contrario, nosotros lo necesitamos a Él. Hay muchos encantamientos en el reino humano, pero no podemos apoyar algo que no sea de Dios. Si alguien viene y me dice: «Pastor Fernández, voy a

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hacer esto y lo otro», yo le voy a preguntar: «¿Quién lo mandó a hacer?» Y si su respuesta es: «La junta decidió o lo decidimos en una reunión que hicimos», diré: «¡Olvídalo! No voy a poner mi energía en despropósitos, en cosas que no son hechas por Dios». Si Dios lo confirma y te lo dice, entonces sí, entrega todo y apoya lo que es de Dios, pero si es humano, ¡huye de esas cosas! Aprendamos de lo que le pasó a Jonatán por no pelear a favor del ungido. Él era un hombre sincero, sin ambición, amigo de David, al punto que se quitó el manto, sus ropas, su espada, su arco y hasta su talabarte, para dárselo a él (1 Samuel 18:4). Podemos decir que implícitamente, Jonatán le cedió el trono a David, pero fue notable que siempre se mantuvo al lado de su padre, peleando a favor de él, hasta que murió también con él. Y así como Jonatán, todo aquel que se ponga a pelear del lado del que tiene el espíritu de Saúl, por más sincero que sea, perecerá como él. Sus cabezas serán trofeos y despojos en el campamento del enemigo (1 Samuel 31:8-9). Finalmente, quiero preguntarte, esta amonestación que estoy compartiendo contigo, ¿viene del cielo o viene de los hombres? Respóndeme. Los que son espirituales saben cuando Dios está hablando y cuando no. La Escritura dice: “Mirad que no desechéis al que habla. Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos” (Hebreos 12:25). Así nosotros, cuidémonos de desechar al que nos habla. Hay un mover de Dios por doquier, pues Él está restaurando su iglesia, pero también está siendo severo, pues está poniendo a sus enemigos por estrado de sus pies (Hebreos 1:13). En una ocasión que participé en una actividad multitudinaria, en un estadio, orábamos preparando nuestro corazón para la misma, y le preguntábamos al Señor: ¿Qué es lo que tú quieres que hagamos? Entonces, el Espíritu vino con una fuerza que nos estremeció y nos dijo: «Honradme, honradme, honradme». También me dijo que como ministros somos sacerdotes, y tenemos dos trabajos: primero traer el pueblo al Señor; y segundo llevar las ofrendas a Dios. Y yo me pregunto, ¿hacia dónde estamos llevando al pueblo de Dios? ¿A los cielos o hacia los hombres? ¡Cuidado que no nos pase como los hijos de Elí! Estos hombres, exigían su pedazo de carne antes que se sacara el de Jehová o de lo contrario amenazaban con tomarlo a la fuerza. Sabemos que el sacerdote tenía el privilegio de comer parte de lo ofrendado, pero la ofrenda era de Dios. Cuidémonos de no hacer nosotros lo mismo, robándole a Dios lo que es suyo. Nosotros estamos viviendo en un tiempo de cielos abiertos. Lo que está pasando ya en la tierra, irá en aumento como la luz de la aurora hasta que se

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haga perfecto (Proverbios 4:18). Es una gran responsabilidad hablar la Palabra de Dios; personalmente, tiemblo y gimo al hacerlo. En ocasiones le he dicho: « ¿Señor, quién soy yo para hablar a los príncipes de tu pueblo y un mensaje como este? Ellos quizás prefieren oír otro tipo de mensaje, por ejemplo sobre unidad o acerca de tantas otras cosas que se pueden hablar». Pero Dios me dice: «Yo amo a mis ministros y porque los amo y no hay mucho tiempo, habla de aquello que les es necesario oír». Por tanto, como si Dios rogara por medio mío, te ruego y te digo, en el nombre de Aquél que nos llamó: es tiempo de definición, y de arrepentirnos de todas las obras que no fueron hechas en Dios. El Espíritu Santo me dijo que, muy pronto, ministerios de cuarenta años, que sacrificadamente han obrado con celo y esmero, serán avergonzados, porque aunque lograron mucho e hicieron bien, Dios no los mandó a hacer tales cosas. Por tanto, si tú lo hiciste por celo, porque querías hacer crecer la obra de Dios, lamentablemente tengo que decirte que nuestra autoridad se sustenta únicamente en hacer aquello que Él nos mandó. Por eso, el Señor está llamando a su pueblo al arrepentimiento, pues hemos puesto la mano en cosas donde Él no la ha puesto; y hemos hecho cosas que Dios no nos mandó. Arrepintámonos, para que el temor de Dios caiga en nuestros corazones, y nos libre de no introducir fuego extraño en el altar, como Nadab y Abiú, pues el incienso tiene que ser de Dios. El Señor está estableciendo Su reino, y lo hace para decirte: «Mira, yo soy el Señor de la iglesia, dámela, porque ella no es tuya, sino mía; fui yo que la redimí con mi sangre, por lo cual a mí pertenece. A mí hay que consultarme todas las cosas, por ínfima que sea, porque yo soy el amo y Señor, tú solo eres el siervo llamado». Dios quiere que todo lo nuestro proceda del cielo, y que reconozcamos el Señorío de Cristo en todo nuestro hacer. Juan dijo: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Juan 3:28-30). ¡Qué hermoso es cuando podemos reconocer nuestra función en el cuerpo! Juan no tenía una posición, sino una función, la misma nuestra, prepararle el camino al Señor. ¿Quién tiene la esposa? El esposo, que ahora viene y te dice: «Tú eres el amigo, no me la coquetees, no me la quieras llevar al hotel, es mía, es mi iglesia. Yo te la di para que me la prepararas, la pusieras hermosa para mí, y tú estás usando tu autoridad para poseerla, para adueñarte de ella. Deja que yo haga la obra que yo quiero hacer en ella, a través de ti, no te metas en el medio, no me estorbes». El que tiene la esposa es el esposo, no el ministerio ni

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el concilio, ni la junta ni la organización. Nosotros, siendo amigos, actuamos como “esposos” y decimos, por ejemplo: «La iglesia de Radhamés, la iglesia del fundador fulano de tal», pero la esposa pertenece a su esposo; ella únicamente es de Él. Debemos de quitarnos del medio para que el esposo y la esposa entren en amores. A veces interrumpimos la relación de una pareja porque nos creemos parte. Como le ocurrió a un pastor amigo nuestro y a su esposa, cuando sus suegros les subieron las maletas al cuarto del hotel, en su luna de miel, que se quedaron allá, platicando con la pareja. Ellos se sentaron en la cama y no se iban, a pesar que el tiempo transcurría, pues se les olvidó para qué estaban allí; perdieron la sensibilidad del momento, la prudencia de saber que no era su momento, sino el de ellos. No se crea con tanto derecho y autoridad para interrumpir a Cristo con su amada en la intimidad. En ocasiones, nos sentimos los amos y dueños, y decimos: «No, mi iglesia no va para allá». También hay quienes dicen: “El siervo de Dios «Yo no apoyo esa campaña», y yo pregunno se guía por to: ¿quien es usted para apoyar o desaprobar necesidad, ni por algo de Dios? Lo que usted debe hacer es presiones, ni por tirarse de rodillas y preguntarle al esposo si él quiere que su esposa se mueva para aquel oportunidades lugar. ¿Quién es el que le da permiso a la ni conveniencia, iglesia, usted o su dueño? De seguro que es sino por un “así el esposo, usted sólo lo representa. Cuando ha dicho Jehová” usted habla por Dios, es porque primero le preguntó a Él: «Cristo ¿tú quieres que la iglesia vaya o nos quedamos?». El que tiene la esposa es el esposo. Los ministros estamos a su lado, no en su lugar. Recuerda que el Señor nos sacó del chiquero, de la mazmorra, de la perdición, porque tuvo misericordia. Él nos lavó, nos limpió, nos vistió de salvación y nos dio parte con él, ¿cómo es que ahora le vamos a quitar lo que le pertenece sólo a Él? Él me llevó al palacio, ¿cómo podría sentarme en su trono y quitarle a la reina? Conozcamos cuál es nuestra posición y sabremos cuál es nuestra función en el reino de Dios. Tenemos una función y una posición. La función es prepararle el camino al esposo; y la posición es estar a su lado, sirviéndole a Él. No hay una cosa que nos de más gozo, que orar por algo y que Dios nos hable. Igualmente, cuando nos invitan a ministrar a algún lugar y vemos la necesidad, pero preferimos sufrir el conflicto de que si Dios no nos manda no

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iremos, no nos moveremos, aunque el Arca se esté cayendo (2 Samuel 6:6-7). El siervo de Dios no se guía por necesidad, ni por presiones, ni por oportunidades ni conveniencia, sino por un “así ha dicho Jehová”. Dios me ha hecho entender la diferencia entre ser invitado y ser enviado por Dios: cuando somos invitados, podemos dar una linda ministración, pero cuando somos enviados transmitimos vida de Dios. Deseemos ser ministros de cosas celestiales, y no de las terrenales, especialmente en este tiempo donde el cielo ya está abierto. Ahora no se justifica andar implementando cosas humanas, ni imitando los métodos del mundo, los cuales pueden tener cierta reputación en la carne, pero no tienen nada que ver con el Espíritu. El Señor no necesita la obra del hombre, cuando en Él está escondida toda la sabiduría de los cielos (1 Corintios 1:29-31; 2:7). Nuestro ministerio debe ser de cielos abiertos y enfocado en asuntos celestiales, para cuando lleguen los “nicodemos” podamos decirles: “De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro testimonio. Si os he dicho cosas terrenales, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” (Juan 3:11-12). Asimismo, el Señor dijo: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos” (Juan 3:31). Parafraseando esta expresión, podemos decir que la obra en el ministerio que viene de arriba está sobre todas las cosas. ¿Por qué crees que los científicos exploran la tierra desde arriba? Porque de lejos se ve mejor. Ellos ponen satélites en órbita alrededor de la tierra, y construyen tecnología en la comunicación constantemente, para investigar e indagar desde los cielos lo que hay en la tierra. La vista desde las alturas les da a los estudiosos una comprensión de los problemas medioambientales, que sus explicaciones por sí solas no les pueden proporcionar, pues se basarían en el plano real, limitado. Mas, al mirar hacia abajo desde las plataformas espaciales, obtienen datos cruciales respecto a lo que sucede en nuestro ecosistema, en un panorama muchísimo más amplio y extenso. Y a pesar que el objetivo científico es aumentar su conocimiento para sustituir “creencias”, es innegable que tienen una mejor perspectiva desde arriba, aunque sólo confirman y reconfirman lo que, desde hace tiempo, está escrito en la Biblia. Alguien dijo que la ciencia es orgullosa por lo mucho que ha aprendido, y los científicos se ufanan de lo que han alcanzado, mas “El que mora en los cielos se reirá; El Señor se burlará de ellos” (Salmos 2:4). Dios tiene el control del cielo, de la tierra y de debajo de la tierra; Él es Dios. El que es de la tierra y del reino de los hombres, las cosas terrenales habla (Juan 3:31). Fíjate que cuando llegas a un lugar, por lo que escuchas, puedes

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saber si lo que se está hablando es terrenal o celestial. El lenguaje deja ver, inmediatamente, cuando lo que se habla es carne y sangre, pues se cambian los términos, y ya no es pecado o iniquidad, sino errores o debilidad; ya no se alude al Espíritu, sino a la psicología. Al hermanito se lo pueden estar comiendo los demonios, pero lo niegan y dicen: «Olvídate, eso es cuestión de temperamento; es un problema químico que tiene él; lo que en realidad necesita son vitaminas»; y en sus conversaciones sólo se oye: «Yo hice; yo levanté; yo llené; yo vendí; yo compré; yo, yo, yo…» y en todo eso, me pregunto: ¿dónde está Dios? Entendamos que lo terrenal no subsiste con lo celestial, porque lo que es del cielo es superior en fuerzas y en naturaleza. Observa que cuando un astronauta sale de su estación espacial al exterior, tiene que usar un traje especial y portar un tanque de oxígeno para poder respirar, porque en el espacio sideral no hay oxígeno. Así ocurre cuando se entra en la presencia del Señor, hay que ponerse un traje especial (Jesucristo) y portar oxígeno (Espíritu Santo), de otra manera seríamos consumidos. Por tanto, ¿qué prefieres? ¿Lo carnal y terrenal o lo espiritual y celestial? ¿Ambicionas tener un ministerio del cielo, o de los hombres? ¿aspiras una autoridad terrenal o celestial? ¿Deseas poseer sabiduría terrenal o espiritual? Medita en ello, porque lo que viene del cielo es sobre todo. Considera que el acertado golpe que le dio David a Goliat, en una confrontación tan desigual, solo pudo ser logrado por algo superior a lo humano. Es notable que David, a pesar de su juventud, fue muy sabio, y en el momento del enfrentamiento con el enemigo escogió ir sin nada que no fuera el nombre de Jehová de los Ejércitos (1 Samuel 17:45). De hecho, nadie creía que David pudiera enfrentar al gigantesco paladín que con fiereza desafiaba y provocaba al pueblo de Israel. Ni sus hermanos (que incluso se enojaron con él), ni los varones de Israel ni el mismo Saúl (quien lo veía como un muchacho sin experiencia frente al gigante y experimentado filisteo, el cual era un hombre de guerra desde su juventud), ninguno pensaba que el hijo menor de Isaí, ese que ni su mismo padre tomaba en cuenta, pudiera vencer en tan temible lid (1 Samuel 17:28, 33). Mas, al ver Saúl la determinación del pastorcito, le dijo: “Ve, y Jehová esté contigo” (v. 38), no sin antes vestir a David con sus ropas, y poner sobre su cabeza un casco de bronce, y armarlo de coraza y ceñirlo con su espada, probablemente, para que no muriera tan desprovisto. Mas, David se negó, despojándose de toda la armadura y la espada, para tomar su cayado y cinco piedras lisas, escogidas del arroyo (v. 40). Así fue David hacia Goliat, con su saco pastoril, y la honda en su mano, porque sabía que la pelea no era terrenal, sino celestial, pues el “filisteo incircunciso” había provocado no tanto a Israel, sino a los escuadrones del Dios viviente (1 Samuel 17:26).

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Nota lo que le dijo Goliat a David, al verle: “¿Soy yo perro, para que vengas a mí con palos? (…) Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las bestias del campo” (1 Samuel 17:43,44). David fue, prácticamente, desarmado, porque iba en nombre de Jehová de los ejércitos. La piedra fue tan sólo un instrumento, pero el arma era Jehová. No hay ejércitos, ni armamentos ni pertrechos humanos que venzan en una pelea espiritual, pues la victoria únicamente la da el Señor. Juan escribió de Jesús: “El que recibe su testimonio, éste atestigua que Dios es veraz” (Juan 3:33). La palabra “atestigua” es el término griego sphragizo que se traduce como “sellar”, “confirmar la autenticidad de algo”; un ejemplo es el trabajo que realiza un notario “El que de arriba público, quien con un sello certifica y da fe es enviado, solo de que un documento es verdadero o auténtico. Por tanto, el que recibe el testimonio habla Palabra de que Jesús es el Cristo está poniendo un de Dios” sello de que Dios es verdad. Es con la fe que tú sellas la veracidad de la salvación que has recibido de Dios en Jesucristo. Ahora, ¿qué habló el que vino de arriba? La Palabra de Dios. Jesús dijo: “Muchas cosas tengo que decir y juzgar de vosotros; pero el que me envió es verdadero; y yo, lo que he oído de él, esto hablo al mundo” (Juan 8:26). Es decir, Jesús hablaba lo que Dios le mandó a hablar, y te pregunto: si Dios a ti te envía, ¿qué vas a hablar? El que de arriba es enviado, solo habla Palabra de Dios. Es como el vendedor que recibe entrenamiento e información acerca del producto que va a comercializar, para cuando salga a vender sepa lo que va a decir y a responder. Como empleado, él tiene que someterse y hacer lo que le digan que haga, de acuerdo a las pólizas y normas de la empresa, aunque sepa que el producto no es bueno. Ahora, el cristiano no vende, sino que anuncia al mundo la gracia, la buena voluntad de Dios para con los hombres, la cual no sólo es verdadera, sino también gratuita (Romanos 3:24). Por tanto, si somos enviados por el Padre, las palabras que hemos de hablar son las que el Hijo nos habló. Jesús le pidió al Padre: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20-21). Por eso es inadmisible que en la iglesia se pongan en práctica ciertas técnicas, pólizas de ventas y estrategias de mercado para atraer a las almas. El esposo de la iglesia, nunca le dio esas armas a su amada, sin embargo las están usando. Mas,

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ha llegado el tiempo de que abramos nuestros ojos y nuestro entendimiento a lo verdadero. Hemos sido llamados a atestiguar, y solo se atestigua la verdad. Desde ahora en adelante, cada vez que se vaya a hacer algo en el ministerio para Dios, preguntémonos: ¿esto viene de los hombres o viene de Dios? Finalmente, no quiero terminar sin compartir fielmente lo que el Señor me dijo acerca de esto. Cuando Jesús le hizo la pregunta a los que le cuestionaban sobre su autoridad, dice la Palabra que ellos discutían entre sí, diciendo: “Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? ¿Y si decimos, de los hombres...? Pero temían al pueblo, pues todos tenían a Juan como un verdadero profeta” (Marcos 11: 31-32). Mi hermano, como ministro que soy tengo tu mismo corazón, por lo que puedo decir y entender lo que siente un siervo de Dios. Cuando el Señor me llamó, hace treinta y nueve años atrás, estaba a punto de entrar en la universidad, a la escuela de medicina, porque quería ser médico, y yo no tenía edad ni experiencia con Dios, y estaba en una iglesia que no creía en el ministerio del Espíritu Santo. Sin embargo, Él puso palabras en mi boca, cuando le dije: «Si yo voy a dejar de hacer lo mío (ser médico) para hacer lo tuyo, úsame o déjame, porque no quiero ser un pastor “apaga fuego”, uno más que se pase la vida entera resolviendo minucias. Anhelo ser un hombre usado por ti, que la última partícula que yo tenga de energía, tú la uses para tu obra, de lo contrario, déjame hacer lo mío, pues prefiero servirte en el banco de la iglesia como un laico, que esforzarme vanamente sin ti». Desde entonces, esa oración está siempre delante de mi Dios. Las lágrimas que han salido de mis ojos solamente mi Señor y yo las conocemos. En ocasiones, he tenido que interceder delante de su Presencia, llorando, como David y como Moisés, diciéndole: «Señor, si he encontrado gracia delante de tus ojos, acuérdate del pacto que tú hiciste conmigo, cuando me llamaste, siendo yo un niño». Comparto esto contigo, porque yo sé lo que sufre un ministro, conozco su dolor, el afán y lo que tolera con tal de ver realizada la obra de Dios. Sé cómo la Palabra lo traspasa, y cómo nos sentimos reprendidos, y cómo, por más que hagamos, siempre nos sentimos siervos inútiles. Por tanto, jamás me atrevería a golpearte sin necesidad, porque me golpearía a mí mismo, y peor aún, a mi Cristo amado. Mas, sé que Dios quiere poner una demanda delante de ti, a través de este mensaje, dirigiendo tu atención a que el pueblo sí sabía de donde venía el bautismo de Juan, pero los líderes no. Lo dicho constituye un problema en la iglesia en la actualidad. ¿Cuál es el problema? Que Dios es un Dios de orden, y quiere derramar su unción por la cabeza (Salmos 133:2), pero lo que está pasando es que el pueblo está más a la expectativa de Dios que sus líderes. Y yo digo: «Señor, ¿cómo es esto?» Pero

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como Dios es el alfarero que hace y deshace, según su soberana voluntad, y cambia sus patrones, pero no sus propósitos, le digo: «Señor, ¿será que ahora el aceite va comenzar a fluir desde los pies? Pero, ¿con qué fuerza puede llegar hacia arriba?». Y dime tú si no es así, cuando vemos hermanos que están con un deseo tremendo de ver a Dios reinar, y quieren orar, se reúnen y todo lo que es de Dios lo quieren seguir, en cambio, vemos a muchos ministros rezagados, lentos, y cuestionándolo todo. Mas, el que tiene visión de Dios sabe lo que es de Dios. Jesús dijo: “El que es de Dios, las palabras de Dios oye” (Juan 8:47). Sin embargo, entendemos que hay muchos que la oyen, pero se hacen los sordos, porque el precio que hay que pagar es tan grande y ellos no están dispuestos a renunciar a lo suyo. Entonces, como el joven rico, se van tristes, porque oyendo la Palabra, no están convencidos ni persuadidos de que lo de Dios tiene más valor que lo suyo y todo lo que hay en el mundo (Mateo 19:22). Personalmente, cuando salí de la denominación donde estaba, tuve que dejar una maleta bien grande, un equipaje bien formadito, el cual –a mis ojos- era todo un éxito. Pero Dios se tomó el tiempo de romper todos mis moldes, y se aseguró de sacar, a través de los años, todas esas cosas de mí. El proceso fue tan doloroso que consideré hasta dejar el ministerio, porque pensaba que el Señor me había abandonado, que había cometido un error al salirme de aquella denominación. Pero Dios tuvo misericordia de mí y me dijo: «No, hijo mío, yo estoy contigo, lo que pasa es que tengo que romper tu vaso para hacer el mío en ti. Tú tienes que deshacer todas esas obras humanas, para hacer las obras divinas. Yo quiero hacerte un ministro conforme a mi corazón». Amado, no resistamos al que habla. Dios al que ama, disciplina, y “azota a todo el que recibe por hijo” (Hebreos 12:6). Él ama a sus ministros y honra a sus siervos, y nunca les faltaría el respeto ni los golpearía innecesariamente. Por tanto, Su llamado, primeramente, es de amor para ti, porque Dios va a hacer una obra grande en las naciones de la tierra, y no te quiere excluir de esa bendición, por eso te habla de esta manera. El Señor quiere sacudir a sus siervos, pues “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Lucas 3:17). Por lo cual, Él va a soplar, para llevarse todo lo que es paja en nosotros, y quede solamente el trigo. Y en ese proceso, muchas veces, Jehová va a tener que decirnos como le dijo a Pedro: “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo” (Lucas 22:31). Yo prefiero que sea Dios que me zarandee y no el diablo. El Señor quiere separar el trigo de la paja, y Pedro tenía mucha paja, de tal forma que la confianza en sí mismo era el forraje que no le permitía sacar la pureza en su ministerio.

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De hecho, esa actitud de Pedro es el pecado de los ministros que confiamos mucho en nuestro aprendizaje, en nuestra experiencia, en nuestras capacidades y unciones y no en Dios. El deseo de ser originales, hace que nos afanemos por fomentar nuestros métodos, para mostrar que tenemos una iglesia más grande que otros, y decir: «A mí sí me usa Dios», como si estuviéramos en competencia. Ignorando que solo hay una sola obra, un solo trabajo, y un solo Señor, al que al final daremos cuenta. Así que el triunfo que te da a ti en tu ministerio, también es el mío, de otros y viceversa, porque es una sola obra, la de Dios, y un solo llamamiento, el de Dios. Por tanto, debiéramos gozarnos al ver la prosperidad de la obra del Señor, no importando a quien Él use, porque no es algo personal, sino divino. Como siervo inútil de Dios, termino este segmento con temor y temblor, encomendando la palabra a Aquel que la envió, para que Él haga. Nada es el que siembra y tampoco el que cosecha, sino Aquel que da el crecimiento, y que envía Su Palabra y la hace germinar. Todos sembramos, pero si el grano se queda debajo de la tierra no pasa nada, pero si este se levanta, como se levantó el bendito grano de trigo, Jesús, traerá vida a los hombres. Entiendo que con esta palabra, los ministros han sido confrontados por el Señor, y yo ruego a Dios que reciban este mensaje, que aunque luzca duro, no es severo, sino fuerte como es el amor, porque ha sido hecho en amor (Cantares 8:6). El Señor tiene derecho sobre sus servidores, y puede venir y reprendernos cuando quiera, y decirnos: «No estás haciendo las cosas bien». Y ¡bendita sea la disciplina! Pues, aunque en el momento no nos causa gozo, después da fruto de justicia para gloria de Dios. Por tanto, como ministros maduros que somos en Cristo, recibamos la amonestación y demos gracias al Señor por ella. Reconozcamos nuestros errores y pidamos perdón por toda obra que no ha sido hecha en Dios; por todas las veces que nos hemos aferrado a la posición eclesiástica y no a la función espiritual, cuando lo terrenal está subordinado a la espiritual. La iglesia está y debe estar organizada, porque el tiempo moderno así lo requiere, pero entendiendo que ella no es una organización, sino un organismo viviente. La institución debe ser una herramienta, esclava del organismo, y no lo contrario, como está ocurriendo. No nos aferremos a la identificación que nos dé el concilio, aunque es necesario en estos días, ya que hay tantas personas que se hacen pasar por lo que no son (y Dios lo ha permitido por algo). Pero vuelvo y te digo, sin menospreciar la credencial, no nos aferremos a ella, pues nuestra autoridad no nos la da un carné o documento, sino Dios. Por lo cual, cuando venga alguien de parte del Señor, sea quien sea, aunque no pertenezca a ninguna

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organización, no lo rechacemos, como le dijo Jesús a uno de sus discípulos que se quejó de que había uno que en su nombre estaba echando fuera demonios, pero se lo prohibieron porque no le seguía, y él le dijo: “No se lo prohibáis; porque ninguno hay que haga milagro en mi nombre, que luego pueda decir mal de mí. Porque el que no es contra nosotros, por nosotros es” (Marcos 9:38-40). Así la iglesia llamará a muchos en los últimos días, que no portan ninguna credencial, de los cuales dirán: « ¿De dónde salió este? ¿De dónde vino?» Pero ellos son mensajeros de Dios, “Juanes” que ministrarán con el espíritu de Elías, para amonestarnos y mostrarnos el camino de la vida, y la instrucción de Su santa voluntad para estos días. Pidamos a Dios un corazón sensible, para quebrantarnos en su presencia y podamos todos arrepentirnos, desde el mayor hasta el menor. El arrepentimiento es el atrio para entrar al Santísimo, así como el altar de bronce es representación de la cruz, antes de entrar al Lugar Santo y al Santísimo. Todos tenemos que pasar por el espíritu de la cruz, espíritu de abnegación y de entrega, para poder estar delante del Señor; que haya en nosotros el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús, y renunciemos al orgullo, para que suene la voz que habla en Isaías: “Da voces. Y yo respondí: ¿Qué tengo que decir a voces? Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isaías 40:6-8).

Esa misma voz que se oyó en el desierto que dijo: “Preparad camino a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios. Todo valle sea alzado, y bájese todo monte y collado; y lo torcido se enderece, y lo áspero se allane. Y se manifestará la gloria de Jehová, y toda carne juntamente la verá; porque la boca de Jehová ha hablado” (Isaías 40:3-5), está hablando a nuestro espíritu hoy. Y la tercera voz dice: “Súbete sobre un monte alto, anunciadora de Sion; levanta fuertemente tu voz, anunciadora de Jerusalén; levántala, no temas; di a las ciudades de Judá: ¡Ved aquí al Dios vuestro! He aquí que Jehová el Señor vendrá con poder, y su brazo señoreará; he aquí que su recompensa viene con él, y su paga delante de su rostro” (vv. 9-10). Iglesia, ministros de Dios, señálalo a él y di: « ¡He ahí al Señor, mírenlo a él!». Escóndete en el Señor, y que el Espíritu Santo sople sobre nuestras vidas y se lleve toda gloria humana; y venga con el viento

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caliente y abrasador del desierto y consuma todo lo que es confianza en la carne; y todo lo que hemos aprendido de los hombres desaparezca, para que comencemos a fomentar y a hacer las obras de Dios. Le pido al Señor que tenga misericordia de nosotros, y que su temor caiga sobre nuestro corazón, porque un día tendremos que verle el rostro a Jesús y darle cuenta de nuestro ministerio. En realidad, no daremos cuenta por la salvación, porque ya Cristo dio cuenta por ella, pero sí hemos de dar cuenta de lo que el Señor nos ha encomendado, de nuestra mayordomía. Anhelemos ser aprobados en Jesús, y que nos presentemos allí como un obrero que no tiene nada de qué avergonzarse, que ha trazado bien la palabra de verdad, que no ha acudido al lucro y al cohecho, que no ha vendido la convicción del Espíritu, por una posición o la buena voluntad de los hombres, porque cuando queremos agradar a los hombres no somos siervos del Señor Jesucristo (Gálatas 1:10). Es mi oración que el Dios de los cielos y de la tierra tenga misericordia de sus ministros y de sus hogares, y abra sus ojos para ver cuánto hemos pecado al seguir tradiciones de hombres sin detenernos a reflexionar si el Señor se agrada en ello... Es necesario que Dios quebrante nuestros corazones ahora, en este instante, de manera que cuando pasemos al siguiente segmento lo hagamos renovados espiritualmente. Así, reconociendo nuestras flaquezas, que somos polvo, débiles, con pasiones semejantes a la de Elías (Santiago 5:17), sabremos que por encima de todas esas cosas, nuestro Dios nos sostiene y nos toma de la mano y no nos deja a expensas de nuestras iniciativas. Este mensaje también lo aplicamos a las autoridades en el ámbito secular (presidentes, gobernadores, militares, policías, todo el cuerpo castrense, funcionarios públicos, empresarios, etc.) que están leyendo este libro, y se preguntan: «Pero, ¿qué hago yo leyendo este tipo de libro, qué significan estas palabras para mí?» ¡Quién sabe lo que en este momento está inquietando a sus corazones! Pero la Palabra de Dios dice que ellos son ministros de Dios, y su autoridad ha sido establecida por Dios, para nuestro bien (Romanos 13:1,4). Por tanto, si tú eres una autoridad en el área que sea, entiende que has sido puesto por Él, para mantener un orden que beneficie a las familias de la tierra, y debes gobernar bien, con temor y temblor delante de Dios. Ya seas un oficial del orden o Primer Ministro para dirigir a una nación, te ruego doblegues tu ser frente a la autoridad de Cristo. Entiende que a ti no te eligió nadie, ni te ascendió de rango un superior, sino que Dios te puso, porque Él es el que quita y pone gobiernos, y los que están son puestos por Él, por tanto, a ti también te eligió Jehová. Pídele al Señor que te dé una revelación de este mensaje y lo que significa verdaderamente autoridad, para que el temor de Dios caiga en

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tu corazón y digas como todo ministro de Dios: «Desde ahora en adelante, yo voy a gobernar en el temor de Dios, y usaré mi autoridad sujeto a la autoridad del cielo, para que el Señor comience a engrandecer Su nombre en donde estoy y en todos los confines de la tierra». Y yo digo: Amén. Es necesario que Dios derrame en todos los ministros, servidores y dignatarios de la tierra, espíritu de sabiduría, de ciencia y de consejo, y tape sus oídos a los consejos de los hombres, para que el temor divino caiga en sus corazones y gobiernen a su nación en el temor de Dios. Los antiguos consultaban en todo a Dios, así ellos busquen al Señor, y usen consejeros espirituales –no gurú ni adivinos- sino siervos de Dios, hombres llenos del Espíritu Santo, que los orienten. Asimismo, que cada ministro gubernamental, militar o político se sujete a Dios, para que no prevalezca la desunión ni la ambición política por el poder, sino el deseo de gobernar bien, como aquellos que han de dar cuentas al Dios del cielo, por la autoridad que Él ha puesto en sus manos (Romanos 13:1). Es imperioso que haya conocimiento de Dios en todos los ámbitos de la tierra, y sea echada fuera la ignorancia, para que reine la iluminación del eterno. Conviene que se conozca el evangelio de Jesús en toda nación, tribu, lengua y pueblo, para que los principados de maldad en las regiones celestes y demonios, que quieren enseñorearse de los pueblos, ¡desaparezcan!, y el señorío de Cristo se implante en cada lugar, por pequeño que este sea. Toda clase profesional y poder gubernamental necesita a Cristo. Igualmente aquellos que aplican y promulgan leyes, que hagan leyes justas, y apliquen la justicia sin cohecho, para que no hagan daño al pobre ni se inclinen al favor del rico. Es apremiante que haya unidad entre las autoridades y la iglesia, porque cada uno de ellos suple una necesidad, en lo secular y en lo espiritual, respectivamente. Así, juntos podremos hacer frente a los males que afligen al mundo, y se pueda ver la diferencia entre el reino del diablo y el reino de Dios. El diablo vino para matar, hurtar y destruir, pero Jesús vino para darnos vida, y vida en abundancia (Juan 10:10). ¡Qué reine la justicia en la tierra, que es la gloria y la autoridad de Jesucristo, la cual viene de los cielos y no de los hombres! Indudablemente, si nuestro llamamiento procede del cielo, entonces nuestra obediencia y lealtad deben ser al Rey de las alturas y a Su reino celestial.

4.2  Si no Lucha Legítimamente “… el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente” -2 Timoteo 2:5

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Todo cristiano tiene el ideal de vivir la vida del reino de los cielos, lo cual no es una utopía, sino algo posible, pues Jesús y los apóstoles vivieron así. Por consiguiente, nosotros también podemos porque al igual que ellos, tenemos como ayudador al Espíritu Santo. El Señor quiere que vivamos de esta manera, especialmente en un momento donde todo va de mal en peor, y la humanidad está llegando a rebasar el límite del pecado, excediéndose en toda clase de vicios y perversiones. No obstante, sabemos que Dios siempre tiene instrumentos en cada generación y personas para cada situación. Así, algunos van al frente, otros abren el camino para los que vienen detrás, y a cada uno lo entrena de acuerdo a su utilidad, y según la misión que se le vaya a asignar. De la misma manera, Dios repartió dones a la iglesia, capacidades ungidas, ministerios, operaciones y funciones, para que seamos aptos y capaces de hacer la obra que nos encomendó. En este segmento veremos un instrumento escogido, muy útil del Señor, al apóstol Pablo (Hechos 9:15), cuya vida llegaba a su fin. En la última carta que escribió a su hijo espiritual, Timoteo, antes de ser ejecutado, encontraremos la esencia de lo que Dios quiere decirnos en este segmento. En esa carta, el apóstol Pablo expresa que tiene una cita con la muerte, y que el tiempo de su partida estaba cercano (2 Timoteo 4:6). Él estaba preso en Roma, posiblemente ya había sido juzgado y condenado, y esperaba, solamente, el día de la ejecución. Ahora imagínate a un hombre que tiene ese ¡ay!, esa imposición, esa necesidad de compartir lo que ha recibido, un hombre que debido a la gracia que Dios le dio se sentía deudor, por eso había escrito años antes: “A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor. (...) me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” (Romanos 1:14; 1 Corintios 9:19-23). Pablo entendía que él fue llamado a un propósito, a ser eficaz, a agradar a Aquel que lo había tomado. Él quería asirse de aquello por lo cual Dios lo tomó también a él. Ese hombre estaba bien enfocado, sabía lo que era, pero ahora tenía una cita con la muerte, lo que significa que su fin estaba cerca y sus días estaban contados. Pablo sabía la importancia de los padres que engendran hijos por medio del evangelio, de los cuales no abundan muchos (1 Corintios 4:15), por eso sentía un gran conflicto dentro de sí y escribió: “Mas si el vivir en la carne

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resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros. Y confiado en esto, sé que quedaré, que aún permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe…” (Filipenses 1:22-25). Por tanto, para él no era poca cosa el ser relevado en esa obra, dejarle a alguien la antorcha para que siga la carrera, desde donde él la dejó. Piensa ahora en el atletismo, en una carrera de relevos, donde alguien corre un tramo y le entrega la antorcha al que sigue, y ese, a su vez, hace su recorrido y se la da al que lo está esperando, para emprender también su carrera y llegar a la meta. ¿Sabes cómo le llaman al tubo que se pasan los corredores después de correr cada uno la distancia determinada? Testigo. ¡Tremendo! No sé cómo lo ves tú, pero ese tubo bien puede tipificar la Palabra de Dios, que también es un testigo que se levanta a legitimar la justicia divina revelada en Jesucristo (Romanos 3:21). ¿Qué “testificó” Jesús cuando estuvo entre nosotros? Lo que vio y oyó del Padre (Juan 3:11, 32); y ¿qué “testificó” el concilio celestial en la tierra? Que Jesucristo es el Hijo de Dios (1 Juan 5:5-6); ¿cuáles otros tres concordaban como “testigo” de esa verdad? el Espíritu, el agua y la sangre (1 Juan 5:8). Ahora dime, ¿cuál fue el “testigo” de la iglesia primitiva? Testificar que Jesús era el Cristo a toda nación, tribu, lengua y pueblo (Marcos 16:15). ¿Cuál fue el “testigo” que usó Pablo? Testificar a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesucristo (Hechos 20:21); ¿cuál fue el “testigo” que usaron los apóstoles? Que el Padre envió al Hijo, para salvar al mundo (1 Juan 4:14). Y me pregunto, ¿qué “testificamos” nosotros? ¿Cuál es el “testigo” que pasaremos a las generaciones que nos releven? ¿Hemos corrido bien nuestro tramo? ¿Conservamos el “testigo” que nuestros antepasados, a precio de sangre, pasaron a nuestras manos? El correo en la antigüedad, por ejemplo, usaba “mensajeros”, los cuales contaban con caballos y estaciones de cambio. En esas estaciones conocidas luego como postas (de donde proviene la palabra “postal”) había grandes caballerizas y jinetes para agilizar el correo de manera que el mensaje llegara más rápido, ya que el mensajero que estaba en la estación, relevaba al que llegaba, marchando de inmediato con un caballo descansado, por lo que avanzaba con más rapidez. Los mensajeros vivían para eso, y luchaban contra las inclemencias del tiempo hasta cumplir su propósito. Ese empeño y constancia se han extendido hasta el día de hoy, de tal manera que ya se da por entendido que “Llueva, truene o relampaguee” una carta se recibirá en dos o tres días, no importa de donde provenga.

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Apliquemos eso ahora a esa carrera que se refería Pablo, cuando le ilustraba a Timoteo la importancia de la predicación del evangelio, en un momento tan crítico como el de su partida. Este hombre estaba al punto de morir, y necesitaba transmitirle al que le sustituiría lo básico y primordial del ministerio que había recibido del Señor. En ese momento no podía detenerse en contarle historias ni sueños, ni hablarle de sus grandes victorias y experiencias espirituales, sino que estoy seguro que Pablo quería fundirse con Timoteo en el encargo. Sus palabras estaban llenas de una gran carga emocional, cuando le decía: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé “El ministerio es sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz un llamamiento obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Timoteo 4:1-5). Pablo le suplicaba, pero del Padre a dar” también le encarecía y recomendaba con empeño el ministerio. Es notable que en ese tiempo, a pesar de que el evangelio se había extendido por todo el mundo conocido en aquellos días, había en la iglesia mucha gloria, pero también mucha apostasía. Pablo en esa epístola mencionó a ministros que lo habían abandonado, no para ir a predicar a otro lugar, sino porque se habían desviado de la verdad, enseñando doctrinas extrañas como que la resurrección ya se había realizado (2 Timoteo 2:18), y otros, como Demas, se fueron porque amaron más al mundo que al Señor (2 Timoteo 4:10). El tono de la carta expresaba la preocupación del apóstol por la situación que había enfrentado y que pudiera repetirse en el futuro en la vida de otros creyentes, si no eran alertados. En ese contexto, es como si Pablo le dijese a Timoteo: «Timoteo, Cristo llegó a mí y me pasó la antorcha; yo llegué a ti, a través de la predicación del evangelio, y te enseñé lo mismo que recibí del Señor. Ahora ha llegado el tiempo de mi partida y tú eres quien tomará la antorcha en mi lugar. Por tanto, lo primero que te digo es: “… esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Timoteo 2:1)» O sea: «Para tú seguir haciendo la obra que Dios te dio, siendo fiel en esta generación infiel, y lograr pasar la antorcha a la generación que sigue después de ti; para tú prevalecer frente a todos estos

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movimientos de apostasía y situaciones que hay en la iglesia, y puedas hacer la obra del ministerio y guardar el depósito, retener la doctrina, y todas las instrucciones que tú has recibido, Timoteo, tienes que esforzarte en la gracia». Y me pregunto, ¿cómo es posible esforzarse en algo que se recibe?La gracia es gracia precisamente por ser inmerecida, algo que se obtiene sin haber producido ningún trabajo para alcanzarlo. La gracia es lo que Dios hace en mi vida, no yo en mí. Mas, luego entendí lo que Pablo quiso decir y es que se tome la fuerza de la gracia, el amor de la gracia, el poder de la gracia y todo lo que implica y contiene la gracia, para poder permanecer en ella. Eso es como el vuelo del águila, la cual no se pone a pelear con el viento para remontarse en él. El águila con sabiduría observa hacia dónde sopla el viento, entonces abre sus alas y con la fuerza del viento, sin hacer ningún esfuerzo, se deja guiar y vuela bien alto. Eso mismo es lo que Dios quiere que hagamos con el “Solo el hecho Espíritu Santo, que dejemos que él nos guíe, de que alguien que permitamos que su fuerza nos impulse, no haya sido fiel que tomemos de lo que hemos recibido de la gracia, con toda su implicación y sigamos y no pase bien nuestra carrera de relevo. lo que recibió, Lo segundo que le dijo Pablo a Timoteo echa a perder fue: “Lo que has oído de mí ante muchos testitotalmente a una gos, esto encarga a hombres fieles que sean idógeneración” neos para enseñar también a otros” (2 Timoteo 2: 2). Es decir, lo que Pablo recibió se lo pasó a Timoteo, y ahora le dice que él haga lo mismo con otros, para que lo que les dio el Señor vaya de mano en mano. Esa acción no es extraña en el Señor, pues veo en la multiplicación de los panes que la Biblia dice en todas las narraciones: “tomando los siete panes, habiendo dado gracias, los partió, y dio a sus discípulos para que los pusiesen delante; y los pusieron delante de la multitud” (Marcos 8:6). El libro de Apocalipsis comienza diciendo: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan…” (Apocalipsis 1:1). O sea, la revelación que Dios le dio a Jesucristo, él se la pasó al ángel, y el ángel se la pasó a Juan y este a nosotros, y nosotros se la comunicamos al mundo. Hay una cosa que Dios te puso en la mano, y algo que alguien te dio, que lo recibió de Dios. El ministerio es un llamamiento del Padre a dar. Esto es un asunto de “mano a mano”, de manera que lo que me pasaron a mí, yo te lo paso a ti, tú se lo pasas a otros, sabiendo que todo es del

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Señor, y de lo recibido de Su mano le devolvemos a Él, y damos a los hombres (1 Crónicas 29:14). Es importante connotar que si tú detienes lo que se te ha entregado, no va a continuar la cadena, y se perderá en tu mano. Como sucedió con el maná, cuando algunos, desobedeciendo a Moisés, guardaron para otro día, y se pudrió, hedió, y crió gusanos, ¡no se pudo comer! (Éxodo 16:19-20). Lo que Dios da no es dado para detenerse, sino para ministrarse. Por eso es que tenemos que abrir los ojos para mirar la importancia de la fidelidad individual. La iglesia es un cuerpo, pero está formada por miembros y uno solo que se paralice, puede detener a todos. Es necesario que asumamos nuestra responsabilidad individual y digamos: «Yo recibí, debo dar; si soy riñón junto con mi compañero voy a filtrar la sangre, para quitar los desperdicios que eliminaré por la orina; si soy corazón voy a latir para distribuir la sangre por todo el cuerpo, etc. No se puede quedar en mí lo que yo recibí, lo tengo que pasar; soy deudor a aquellos que lo necesitan». ¿Por qué crees que Pablo le dijo a Timoteo que busque hombres fieles y aptos (2 Timoteo 2: 2)? Porque eran los requisitos para ser ministro del Señor. Él dijo: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado, buena obra desea. Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción…” (1 Timoteo 3:1-4). En fin, la lista de requisitos previos era larga para que una persona sea apta para el ministerio y Timoteo debía ordenar o consagrar a aquellos en lo que se vieran esos frutos. Por eso, Pablo también le advirtió a Timoteo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Timoteo 5:22). Por tanto, tengamos sumo cuidado a quien le pasemos el manto, porque si no es llamado ni es apto, esa persona va a hacer daño en vez de hacer bien, algo que está causando mucho perjuicio al ministerio cristiano en la actualidad. Y me pregunto, ¿dónde se perdió el camino? ¿Cómo nos desviamos de la bendita y trazada senda? Fácil, solo el hecho de que alguien no haya sido fiel y no pase bien lo que recibió, echa a perder totalmente a una generación, pues se pierde el depósito. Si los que nos antecedieron no siguieron instrucciones, posiblemente ordenaron ministros basados en parentescos, simpatía o porque tenían unción o algún don, obviamente se desvió y se detuvo el propósito. Pero Dios no quiere que vuelva a pasar lo mismo, por eso está restaurando y creando una nueva generación, con su santo celo y devoción. Por

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tanto, con lo que se nos dio, seamos fieles y leales, consecuentes con la verdad. Pasemos bien a la próxima generación lo que sabemos que es el ideal de Dios, aunque no lo hayamos alcanzado. Pablo dijo: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12). Debemos seguir su ejemplo, para que Dios haga lo que quiere hacer. Hay una responsabilidad en la imposición de manos, por eso Pablo le advierte a Timoteo que no le imponga las manos a nadie con ligereza, pues imposición de manos es transferencia de autoridad. Cuando Moisés le puso la mano a Josué dice la Palabra que le transfirió de su mismo espíritu (Deuteronomio 27:19). Jehová le dijo a Moisés: “… pondrás de tu dignidad sobre él” (v. 20). Y la palabra “dignidad” en hebreo implica majestad, gloria, autoridad, unción. Todo lo que poseía Moisés se lo dejó caer encima a Josué cuando lo apartó. Por eso, cuando Moisés murió, dice la Palabra: “Y Josué hijo de Nun fue lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él; y los hijos de Israel le obedecieron, e hicieron como Jehová mandó a Moisés” (Deuteronomio 34:9). Por tanto, apartar a una persona es transferirle autoridad, dones, capacidades, unciones, espíritu, es darle todo lo que Dios te dio y más. Por eso digo que todos somos responsables de todo lo que está pasando en la iglesia (los malos testimonios, abusos, prevaricación en los ministerios, escándalos, etc.), porque es obvio que en algún momento, en la transferencia, no seguimos la instrucción que nos dio el Señor. Hay quienes abusan de la confianza y hay a quienes los estimula la confianza. Honremos con obediencia a Aquel que nos honró, que nos confió, que nos tuvo por fiel poniéndonos en el ministerio. Continuando con el consejo de Pablo a Timoteo, él le dijo: “Tú, pues, sufre penalidades como buen soldado de Jesucristo. Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Timoteo 2:3-4). Nota que el apóstol compara a un ministro con un soldado, porque un militar no se va a enredar en los asuntos civiles, porque su propósito es ser leal y agradar a aquel que lo reclutó para un fin. Un soldado es alguien que siempre está “presto a”, “listo para”, “alistado exclusivamente en el servicio de”, y por eso no puede decir: «Me voy a tomar el día libre hoy, no tengo ánimos de hacer guardia. Me voy a compartir con mis amigos y quizás me reporte mañana», ¡jamás! Los que han militado en cualquier cuerpo castrense o conocen la profesión militar saben que eso es algo imposible e inadmisible en dicha institución. El soldado se debe a la milicia y está sujeto a un orden y a un comando.

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Supe de un joven que estuvo en el ejército y, cuando estaba en entrenamiento, un maestro, apenas verlo entrar al salón de clases, le dijo: «Soldado, usted debe recortarse el pelo. Aquí siempre debe andar rasurado, y su pelo llevarlo más bajito, así que recórteselo». El recluta lo escuchó y al llegar a su habitación se miró al espejo y dijo: «Mmm..., yo me veo bien, ¿quién le dijo a él que mi pelo está largo? No, no, olvídalo, me quedo así como estoy». El muchacho no le dio mayor importancia, y otro día, estando en la clase, el maestro lo vio y simulando no haberlo visto dijo: « Está aquí un soldado a quien le dije que debía recortarse el pelo, ¿quién fue?», fingiendo que no se acordaba de él. Pero el joven, tratando de mostrar integridad, se levantó y dijo: «Yo soy, fue a mí al que usted le dijo», entonces el maestro le respondió: «Véame después de la clase». Cuando terminó el período, se fue con el joven a la oficina y expuso delante de los superiores la observación que le había hecho al recluta, y se le anotó en su record una nota: “desobediencia”. De ahí en adelante, el joven aprendió, no tan solo a seguir órdenes, sino a cumplirlas, estuviera de acuerdo o no, por simples que parecieran. Nota que algo tan sencillo como haberse negado a cortarse el pelo, fue una anotación a destacarse en el record de ese aspirante a soldado. Aplica ahora esa misma enseñanza al ministerio. Los cristianos tenemos la libertad que nos dio Cristo y debemos estar firmes en ella (Gálatas 5:1), pero también el apóstol Pablo dijo: “Todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica (...) yo en todas las cosas agrado a todos, no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Corintios 10:23,33). Es decir, que aun su libertad, lo que le era lícito en Cristo Jesús, él lo sometió a Dios, para que haya edificación en la iglesia. Aunque el ministro tenga libertad, no pertenece a sí mismo, no es independiente, pues aun su cuerpo fue redimido, su mente, su vida, todo le pertenece al Señor. Hay cosas que yo digo que nunca en mi vida las haría, y el Señor me dice: «Si yo no te lo pido…», y he tenido que decir: «Señor, si tú me lo pides, aunque sea comer excremento yo lo hago». No somos nuestros, somos soldados, y no podemos hacer nuestro propio itinerario, nuestros propios planes, como decir: «Me voy acá, voy allá; voy a hacer esto, etc.», no, no, no. Estamos bajo la autoridad del Señor, y lo que Él diga, cuando Él diga, sea sencillo o complicado, hay que hacerlo; no estamos para agradarnos a nosotros mismos, sino para agradar a Aquel que nos llamó. Es imposible ser un buen ministro si no se es un buen soldado de Cristo, de ninguna manera. ¡Cuántas cosas nos gustaría a nosotros hacer, también emprender, pero no nos gobernamos, no somos nuestros, somos del SEÑOR!

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El compromiso que tenemos con Dios requiere una disciplina militar, pero la encomienda no es legalista, sino espiritual. Sabemos que en la milicia hay un montón de cosas que lucen arbitrarias, y lo son, pero independientemente de eso, estas prueban un punto y es que hay una disciplina, un orden al que un soldado ha jurado obediencia incondicional y lealtad a los superiores a quien él se sometió. El apóstol primeramente le dijo a Timoteo que se esfuerce en la gracia, como se esfuerza un soldado en el servicio militar en una sujeción absoluta. Así se sujetó Jesucristo, toda su vida, a Aquel que lo reclutó. Desde niño sorprendió a sus padres cuando les dijo: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49). Así como Jesús, necesitamos la sujeción y la abnegación de un soldado, para vivir y poder pasar la encomienda a la próxima generación. No obstante, el apóstol le hace otra comparación a Timoteo, diciéndole: “… también el que lucha como atleta, no es coronado si no lucha legítimamente” (2 Timoteo 2:5). Un atleta es un luchador que se prepara física y mentalmente para lograr una meta. Su vida está supeditada a ganar en todos los órdenes. Por tanto, lo que come, lo que entrena, lo que duerme, lo que bebe, en lo que se abstiene, en lo que invierte el tiempo y con quien lo comparte, todo tiene que contribuir a que él logre la victoria. El atleta está sometido a una disciplina física, para ganar una carrera. También, la vida cristiana es una carrera que el creyente debe correr, pero necesita hacerlo legítimamente, de acuerdo “Es imposible ser a las regulaciones de la carrera, a las que sometido, debe entrenar como buen atleta. un buen ministro A mí, particularmente, me llama la atensi no se es un ción la expresión adverbial que usa Pablo al buen soldado de referirse al atleta: “legítimamente”, la cual Cristo” considero muy interesante. La palabra “legítima” corresponde al vocablo griego ennomos (en, preposición que indica posición o relación; nomos es ley), que significa de acuerdo a la ley o según la ley, según lo establecido. “Legítimamente” corresponde al vocablo griego nomimos que se traduce como un adverbio de modo que modifica el verbo luchar. Aplicando, preguntémonos entonces ¿cómo, de qué modo o manera, el atleta debe luchar para ser coronado ganador? El atleta debe luchar de acuerdo a la ley, según la ley y bajo la ley. Esa palabra también la encontramos en aquel incidente que tuvo Pablo en Éfeso, por causa de un platero llamado Demetrio. Este hombre vio que por la

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predicación del evangelio en Asia, su negocio de ídolos y platería se le estaba yendo abajo, entonces incitó a los de su mismo oficio en contra de Pablo y sus seguidores. Estos hombres se llenaron de tanta ira, que alborotaron y llenaron de confusión a toda la ciudad y se reunieron en el teatro -aunque muchos no sabían ni siquiera por qué estaban allí- gritando y tratando de apresar a los macedonios, Gayo y a Aristarco, compañeros de Pablo (Hechos 19:23-32), hasta que un escribano los apaciguó y les dijo: “… si demandáis alguna otra cosa, en legítima asamblea se puede decidir. Porque peligro hay de que seamos acusados de sedición por esto de hoy, no habiendo ninguna causa por la cual podamos dar razón de este concurso” (Hechos 19:35-40). Nota que la palabra en cuestión contenida en la expresión “en legítima asamblea”, no es que niegue que haya algún problema o le quite la razón, sino que sugiere que el asunto se exponga en un tribunal competente, para poder decidir de acuerdo y según la ley. Eso es actuar legítimamente. La ley hay que usarla legítimamente. Pablo enseñó: “Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente” (1 Timoteo 1:8), refiriéndose a la ley de Moisés. Los legalistas no la usan legítimamente, porque la utilizan para poner cargas sobre los demás y condenar a los hombres. Pero la ley hay que usarla siguiendo un proceso, de acuerdo al Espíritu con que ha sido promulgada por Dios. Es muy parecido a la expresión que Pablo usa cuando se refiere a la nueva dispensación y dice: “… para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:4). La palabra conforme, implica “de acuerdo a”, “según”. Cuando actuamos de acuerdo a las emociones (todo lo que somos en Adán no necesariamente tiene que ser pecaminoso), andamos según la carne, en lo que es natural en nosotros, en lo adánico, conforme a la carne, de acuerdo a la ley de la carne que se manifiesta en nuestros miembros (Romanos 7:23). Pero hay una ley en mi mente, que es la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús, que lleva mi hombre interior a Dios (v. 20). Cuando andamos de acuerdo a esa ley espiritual hacemos todo de acuerdo al Espíritu, en conformidad al Espíritu. Por tanto, para participar en la carrera de la fe y luchar legítimamente hasta ser coronados, debemos correr conforme al Espíritu. Esa es nuestra ley. Continuando con la ilustración de la competencia atlética, sabemos que hay reglas que seguir en sus rondas y categorías. Por lo cual, un atleta es eliminado por su retiro voluntario, o descalificado según sus faltas sucesivas al reglamento establecido de la competencia. Por ejemplo, un deporte tan popular como el boxeo, tiene un código de conducta, para suavizar la rudeza de los combates,

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como por ejemplo: se prohíbe golpear al oponente cuando ha caído, dar un golpe bajo o tirar del cabello. Así, si tu competidor es más fuerte que tú, no intentes morderle una oreja, pues no ganarás legítimamente. Nota que en el boxeo, lo primero que en el cuadrilátero les leen a los pugilistas son las reglas. Por tanto, cualquier conducta impropia de los contendientes no es legítima, ni aceptada por el árbitro ni los jueces, pues no está de acuerdo a la ley. El reglamento boxístico establece que usted es un campeón de los pesos completos, cuando derrota a su contrincante a puñetazos en el rostro y al torso, al punto que le cause una caída y lo deje incapaz de volver a ponerse en pie para defenderse, antes de transcurrir diez segundos. Esa es una pelea limpia y legítima. ¿Y qué decir en el béisbol? Recuerdo algo que le ocurrió a un niño y que causó un gran revuelo, en el ámbito deportivo de la Serie Mundial 2001 de las ligas menores, en la ciudad de Nueva York. Sucedió que en esa ocasión, uno de sus más destacados jugadores, su lanzador estrella, quien lanzó un juego perfecto e hizo a su equipo ganador nacional, asombrando a todos los amantes de ese deporte, tenía catorce años y no doce, como requería el reglamento. ¿Era un niño? Sí lo era, pero no con la edad requerida para participar en la liga y competir con otros niños dos años menores que él, pues siempre este lanzador destacado tendría más ventajas que los demás jugadores. Por lo cual, al ser descubierto, le quitaron el premio al equipo, y a él lo descalificaron. Igualmente, ¿no te causaría tristeza que la indiscutible brillante carrera de un beisbolista destacado se vea afectada o cuestionada, por usar un bate relleno de corcho en un partido oficial de Grandes Ligas? Eso le ocurrió a un beisbolista muy conocido, quien se había convertido en uno de los máximos embajadores de dicho deporte a fuerza de cuadrangulares; cuyo record de más de seiscientos imparables, lo hicieron uno de los astros indiscutibles entre los “jonroneros” (toletero o slugger). El corcho saltó al aire cuando su bate se partió en dos al él golpear la bola en un juego oficial, tirando casi a pique su carrera. Tan desafortunado hallazgo trajo al escrutinio todos los bates que tenía en uso en la batera, en ese momento, dicho jugador. Así como la decisión de examinar con rayos X los bates que él había donado al Salón de La Fama. Toda una carrera de record tan perfecto, al punto de ser descalificada, por la violación de una regla. ¿Quién no ha oído acerca de los escándalos en el deporte por causa del uso de esteroides, esas sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el rendimiento de los jugadores? Esta situación ha hecho que aun el Congreso de los Estados Unidos intervenga, y algunos deportistas tuvieron que presentarse ante los tribunales para ser juzgados por

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esa práctica, mientras que a otros el Comité Internacional Olímpico (CIO) decidió retirarles las medallas logradas en los juegos olímpicos, al ser condenados en los casos de dopaje en que se vieron envueltos. ¿Qué ocurrió con la reina de belleza que a los cuatro meses de ser coronada tuvo que devolver la corona? La señorita fue destituida por el comité organizador del evento, por supuestamente incumplir el contrato que implicaba ostentar el título. El mismo estipulaba que la ganadora debía ser soltera y tener una vida moral “ejemplar”. Por cuestiones de ética y por no dañar la reputación del concurso, no se divulgaron claramente las razones de su descalificación, pero una cosa quedó clara y es el hecho que si violamos las reglas, aunque hayamos ganado, nos convertimos en perdedores. Ahora, aplica todos los ejemplos que te he dado a hacer las cosas legítimamente en el ministerio, y notarás cuántas cosas se “Cuando estoy hacen contrario a la regla y no conforme al en la iglesia Espíritu. Pablo le dijo a Timoteo que apartara a ministros idóneos, por tanto, cuando para que me no lo hago de esta manera, como presbítero, vean; participo no estoy actuando de acuerdo a la regla. Si en todo para Dios estableció algo y yo estoy haciendo lo que me llamen; contrario, no estoy actuando legítimamenobro para que me te. Aplica este mismo pensamiento a todas las funciones de la iglesia y verás cuánto nos consideren; y me hemos desviado de la senda antigua. sacrifico para En mi libro anterior “Para que Dios sea que me halaguen, el Todo en Todos” detallé las funciones de es porque mi la iglesia, cada una en su orden, para que motivación no es entendamos cuál es el deseo de Dios. ¿Para qué es la predicación? ¿Por qué la adoración? legítima” ¿Para qué el servicio? ¿Cuál debe ser nuestra motivación? Si todas las cosas que hago para el Señor, las hago sin Él, estoy obrando ilegítimamente. Y quiero que esa palabra se grave en nuestras conciencias y corazones, para que nos ayude a identificar lo que no es legítimo en las cosas que hacemos para Dios. Cuando estoy en la iglesia para que me vean; participo en todo para que me llamen; obro para que me consideren; y me sacrifico para que me halaguen, es porque mi motivación no es legítima. La genuina voluntad de estar en sus atrios es porque Dios nos llamó, porque tenemos la necesidad de estar en su

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presencia, porque le amamos y queremos agradarle en el servicio. Piensa en cualquier función de la iglesia, y aplica esta verdad. Te aclaro que mi fin no es criticar a los que perseveran en el error, pues yo hice mucho más que eso y Dios ha tenido misericordia de mí, y ahora me permite compartir esta enseñanza contigo. Ansiamos lo verdadero, anhelamos conocer lo que Dios quiere con nosotros, y saber en qué barco nos hemos embarcado en el reino. Como atleta, yo quiero ser legítimo. No quiero llegar a la meta y me pase algo como esto: - ¡Llegué, soy un campeón! Señor, ¿dónde está mi corona?-, y sorprendido, Él me diga: - ¿Tu corona? Espera… Gabriel, pásame el libro de la regla del Camino, donde están las buenas obras que preparé de antemano para que este atleta corriera por ellas. El arcángel abre el libro, y el Señor dice: - ¡Pero la lista está incompleta, no hay nada hecho! Él no hizo esto, ni aquello, ni esto otro, ni eso, ni tampoco esto, ni… pero… ¡pero qué es esto! ¿una broma? Todo está incompleto, dime entonces, ¿cuál fue la carrera que tú corriste? -Bueno, yo iba por la pista, pero noté que era interminable y quería llegar a la meta, así que al ver una veredita más corta, la tomé, y aquí estoy, lo importante era llegar y lo logré, ¿no? Lo otro no lo hice, porque pensé que esto era más importante, y traería más gloria a Tu nombre. Considera que por ese caminito, establecí más de quinientas iglesias, y no podría contar los muchos sermones que prediqué. Seguramente esas cosas no están apuntadas ahí, porque hice tantas que no cabrían en ese libro. Esa iglesia que se menciona al principio fue la que me diste cuando empecé, pero un ministro de mi categoría no se podía quedar ahí toda su vida, es lógico que quisiera superarme, ¿no? Así que levanté otra en un lugar mejor, me sacrifiqué de tal manera que llegué hasta enfermarme e invertí todo lo que tenía, y… -Espera, espera… detente un momento y respóndeme: ¿te mandé yo a ti hacer eso? -No, pero… -Lo siento, pero tú no ganaste ninguna corona. Tú no corriste legítimamente, tampoco hiciste nada de lo que debiste haber hecho. Las obras que preparé de antemano para que anduviese en ellas, específicamente,

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son las que te coronarían, pero son ellas mismas las que testifican hoy contra ti. Quedas descalificado. ¡Qué terrible mi hermano!, ¡después de tantos sacrificios y esfuerzos, encontrar que hemos corrido en vano! Meditemos en eso. Jesús dijo: “Yo te he glorificado en la tierra; he acabado la obra que me diste que hiciese” (Juan 17:4); nota que el Señor no hizo las que no le dijeron que hiciese, siendo Dios. Y yo te pregunto: ¿cómo acabarás la carrera tú? ¿Estás corriendo legítimamente, o estás corriendo una carrera que a ti no te dieron a correr? El hacer algo legítimamente no es legalismo, porque estamos en el nuevo pacto, y ahora no son letras, sino Espíritu. Cuando te sientas impotente frente a la Palabra, acosado por la Palabra, preso por la Palabra, golpeado por la Palabra, aturdido por la Palabra, que ya no puedes con la demanda de la Palabra, no te enojes contra el profeta, ni contra aquel que te la da, sino ve al trono de la gracia y dile a tu Dios: «Dame esa capacidad, Señor ¡por favor, ayúdame! ¡Ayúdame, a vencer! Me sumerjo, no estoy corriendo legítimamente, y yo quiero llegar, yo quiero correr bien». Eso lo debemos hacer todos, para poder estar en el reino de Dios, pues allí todo es legítimo. Jesús nos enseñó a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 6:10). La palabra “como” es también “legítimamente”, por lo cual, cuando deseamos que se haga su voluntad en la tierra, en nuestras vidas, como se hace en el cielo, estamos pidiendo legitimidad en nuestras acciones; que todo sea aquí como está establecido allá. No hay reino de los cielos en la tierra, si todo lo que se hace abajo, no es igual a como se hace arriba. El reino se puede convertir en una religión, en formas, en una vara seca, como ha sucedido con casi todos los movimientos espirituales cuando pierden la frescura de la legitimidad celestial. Te preguntarás, ¿cómo puedo yo evitar que la vida del reino se convierta en una religión? Cuando pones el ingrediente del nuevo pacto, el Espíritu. Si no hay Espíritu, hay religión, formas, mandamientos de hombres. La vida en el reino no es algo forzoso, ni mucho menos un despotismo religioso, sino algo voluntario; algo que no se impone, sino que se siembra en el corazón. Asimismo, Pablo compara la vida de un creyente con la de un ladrador. Él dijo: “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero” (2 Timoteo 2:6). Nota que ya no habla del soldado ni del atleta, sino que ahora nos ilustra la enseñanza con algo tan natural como la labor de un agricultor. Nadie puede forzar a la tierra para que le dé su fruto si no ha hecho algo tan sencillo como sembrar la semilla, y depender que Dios la haga germinar, para cosechar.

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El granjero, por ejemplo, no puede esperar que la gallina le ponga más de tres o cinco huevos a la semana, porque eso es algo ilegítimo, ya que lo natural es que sean de veinte a cien huevos, máximo, al año. No obstante, en la actualidad, sabemos que los avicultores en sus granjas industriales han hecho que las gallinas ponedoras saquen, aproximadamente, más de doscientos sesenta y cinco huevos al año, a base de fórmulas químicas, medio ambientes preparados y un trato, que algunas instituciones han denunciando, como cruel y despiadado. No quiero emitir ningún juicio a ese respecto, pero no tengo que investigar una granja avícola o algunas “instalaciones en batería” (como también se le conoce a las instalaciones repletas, hasta el techo, de jaulas metálicas), para saber que forzar a un ave a producir huevos de esa manera es algo ilegítimo, pues una gallina no fue hecha para poner doscientos ni trescientos huevos en un año. Sólo meditemos en el resultado de estas acciones: las gallinas son destinadas al matadero, después del año, y mucha gente se está enfermando por la cantidad de hormonas que ingieren al consumir los huevos. Ahora traslademos esta enseñaza a lo espiritual. Todo creyente es un labrador, pues el Señor lo mandó a sembrar la semilla del evangelio. Un ministro es un labrador, porque siembra la semilla en la viña del Señor, y sea en el campo, en el valle, en el monte, en el collado, donde quiera la deja caer. Pero sucede que hay quienes quieren ver el fruto y ni siquiera han sembrado, o apenas han sembrado y ya quieren ver el fruto. Pero, lo legítimo es que yo are la tierra, la prepare en surcos, eche la semilla, la cubra con la tierra, y espere con paciencia la lluvia del cielo, ya sea temprana y tardía, hasta verla crecer. Luego, comience a podar, a velar y a orar para que Dios dé fruto, eso es lo legítimo. Así que si no has cosechado, posiblemente es que no has sembrado, o puede que ilegítimamente quieras cosechar antes de tiempo. Pero recuerda que en la ley de la siembra hay que esperar para cosechar. El reino de Dios es naturalmente espiritual. Con esta afirmación lo que quiero decirte es que nuestro Dios no es un mago que con su varita hace aparecer las cosas ya hechas. Hay un espíritu que se ha infiltrado en las predicaciones que nos quieren motivar tanto, que nos dan una sobredosis de entusiasmo que nos matan, pues nos ponen a soñar con cada cosa… que nos sacan del propósito. Puede que Dios te mandó a ser capitán de quinientos, y al oír ciertas cosas cae en tu corazón la semilla de la ambición ministerial, la cual te pone a soñar en ser capitán de cincuenta mil, y eso es irreal e ilegítimo, si no está de acuerdo con el propósito que Dios tiene contigo. Sin embargo, puede que ya estés frente a una congregación de quinientas almas, y estés

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desanimado, insatisfecho, te sientes frustrado, porque estás soñando con algo que Dios no te piensa dar. La Palabra de Dios dice que lo que vemos fue hecho de lo que no se veía (Hebreos 11:3), por lo que entiendo que lo natural refleja una gran enseñanza espiritual. Nota que, en el principio, Dios dijo: “Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra. Y fue así” (Génesis 1:11). Mas, hay un orden natural que Dios estableció, donde se debe trabajar la tierra, sembrar la semilla, y lo sembrado tiene que recibir el agua, para que germine, y luego se levante en una planta y posteriormente brote la flor y finalmente el fruto. El agricultor puede arar bien la tierra, depositar la mejor semilla, y regarla, pero hasta ahí llegó su trabajo. Ahora tiene que esperar y orar -aún haciéndolo todo legítimamente- para ver el fruto de su trabajo, porque la semilla se puede pudrir, se puede secar, o ya crecida, la planta se puede enfermar o no dar fruto. Hay que esperar, porque la bendición viene del Padre celestial. La siembra es un proceso legítimo, no es magia, donde se truenan los dedos y ¡param!, aparece una fruta deliciosa, lista para degustar, no, hay que esperar para ver fruto. El mundo espiritual también tiene un proceso, donde, aún obrando legítimamente, hay que esperar en Dios. Pero, ojo, no es nuestra obediencia la que da el fruto, ella sólo facilita a Dios lo que Él quiere hacer, mas no hace ni determina sus propósitos. Tu obediencia hace que Dios bendiga la obra de tus manos. Pablo concluye diciéndole a Timoteo: “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2 Timoteo 2:7). Igualmente te digo yo a ti, y me gusta la expresión de Pablo, porque no impone ni demanda, sino que su consejo está lleno de gracia, de benevolencia, de dulzura, como diciendo: «Hijito mío, no te enojes, no te sientas presionado a hacer eso, toma tu tiempo si todavía tú no lo has asimilado, pero no lo deseches, sino considéralo y ruego a Dios que Él te dé entendimiento en todo». Tratar de presionar a alguien a hacer algo de lo cual no está convencido, es una violación a su conciencia, y el evangelio es libertad en Cristo Jesús. Presentemos la carga en el espíritu, pero no obliguemos a nadie a hacer algo de lo cual no tiene convicción, primeramente porque si lo hace, ya no agrada a Dios, porque todo lo que no proviene de fe, es pecado (Romanos 14:23); y segundo, si no es voluntario tampoco agrada a Dios, porque Él escudriña los corazones (1 Crónicas 28:9), y si tu motivación no es correcta Dios la desechará. En cambio, cuando lo hacemos de buena voluntad, recompensa tendremos (1 Corintios 9:17). Pablo dijo a Timoteo: “Considera lo que digo” (2 Timoteo 2:7), por lo que entiendo que como ministros del reino no debiéramos de someter ni

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imponer nada a los demás. Nuestra actitud como profeta, por ejemplo, es decir: «Mira, esto fue lo que Dios me dijo para ti, considera lo que te digo, y que Dios te dé entendimiento en todas estas cosas». Si usted profetizó y la gente no quiere escuchar, tranquilo, no se deprima. Sé que es muy difícil divorciar el mensaje del mensajero, pues son como el fondo y la forma, no se pueden separar. Eso no es una relación mecánica, un acto sin reflexión, como decir: «Bueno, eso fue lo que dijo el Señor, yo lo digo y ya no me importa lo demás », no, no, a ti sí te debe importar que la gente acepte a Jesús, que las almas se conviertan, que la iglesia escuche el mensaje. Pero si no lo acepta, tampoco debes frustrarte tanto que deseches el Camino, y desees inclusive que se cumpla la profecía, para probar tu punto. Ese no es el Espíritu del Señor. ¿Ya la sometiste?, pues cumpliste el cometido, ahora ruega para que Dios dé entendimiento. No obstante, hay algo más que Pablo dijo a Timoteo, y es lo siguiente: “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15). Nota que ahora compara al ministro como un obrero que trabaja con diligencia, porque quiere ser aprobado. El consejo bíblico nos habla de procurar con diligencia. Si se procura de acuerdo a la ley, es legalismo, que Dios me apruebe con mi propio esfuerzo, pero procurarlo de acuerdo al pacto nuevo es ir a la gracia, sumergirse en ella. Es de la gracia donde debemos sustraer la diligencia, la fuerza, el valor, la determinación, el denuedo, el esmero, todo lo que se necesita, para ser un obrero que no tenga nada de qué avergonzarse, cuando venga la persona a la cual le sirve. En nuestro caso, tengo que darle cuentas al Señor, así que cuando me pregunte por la obra que “Dios prueba me encomendó yo pueda decirle: «Sí, Señor, para aprobar” lo hice todo como me mandó, legítimamente». De otra manera, tendría que alejarme de Él avergonzado (1 Juan 2:28). Dios prueba para aprobar. La palabra “aprobar” equivale al vocablo griego “dokimos” que se traduce propiamente como algo que se acepta como auténtico, legítimo, particularmente en el caso de monedas y dinero. Por ejemplo, para tú poder comprar algún bien en cualquier tienda en Estados Unidos, debes pagar con la unidad monetaria que se acepta en este país, el dólar, así que si usas “peso”, “euro” o alguna otra moneda, no es aprobado, no se acepta. El vocablo “ dokimos”, se deriva de la palabra “dokimazo” que significa examinar, pasar por un escrutinio para ver si el asunto es legítimo o no,

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así como se prueba un metal para ver si es genuino. Por ejemplo, el oro para probarse se pasa por el fuego, a fin de quitar las escorias e impurezas y salga lo que tiene valor. Sin embargo, nosotros vemos la prueba como ver al diablo y decimos: «Hermano, ore por mí porque estoy siendo probado, para que Dios me libre de esta prueba», pero la prueba es para que salga de ti lo impuro, y quede lo bueno, lo que verdaderamente tiene valor. La prueba es para saber cuándo tú estás listo y apto, para hacer lo que Dios quiere que tú hagas. Es como que alguien se enliste en el ejército y después termina deprimido porque está en constante entrenamiento. ¡Cómo es posible, si eso precisamente es lo que te capacitará para ser un buen soldado! La prueba capacita. La prueba es el proceso de Dios para quitar todo lo que no sirve, todo lo que representa un impedimento o incapacidad, para que quede solamente lo que faculta, lo que hace apto para el propósito. Cuando una persona no entiende la prueba, se porta como el muchacho que hace rabietas porque no quiere ir a la escuela, que dice: «¿Para qué tantas matemáticas, cálculos y trigonometrías? Ocho horas ahí sentado y luego esos exámenes que son unos verdaderos dolores de cabeza, ¿para que?», y la madre le dice: «Mi hijo, ahora no lo entiendes, y no quieres hacer los deberes, y te levantas con pesadez para ir a la escuela, pero aunque no lo creas, lo que estás haciendo hoy te va ayudar en el futuro». El niño no sabe ni quiere saber, y se pregunta qué tiene que ver el Teorema de Pitágoras con medicina que es la carrera que él le gustaría estudiar. Y me pregunto, ¿pensará lo mismo el anestesista que calcula con mucho cuidado la dosis de la sustancia anestésica que va a suministrar a un paciente? Y el cirujano plástico ¿considerará los ángulos, catetos e hipotenusa como simples rayas encontradas en el momento de usar el bisturí? El niño juega a ser doctor y se ve en la imagen, con la bata blanca y el estetoscopio, pero no quiere atravesar el proceso que lo llevará a serlo. Mas, eso es comprensible porque es niño, en cambio nosotros sí debemos entender, pues somos maduros en Cristo, y por eso somos ministros. El niño ve la prueba como un mal, una causa de reprobar, pero el que tú la veas de esa manera, quiere decir entonces que, en ese aspecto todavía eres niño e ignoras. Aquellas cosas que consideras fuertes, sólo te preparan y son un ensayo para enfrentar las que en realidad lo son. Hay gente que quiere reprender al diablo, pero no quiere tener disciplina para resistirle de manera que él huya, y eso se aprende con pruebas. Ya vimos que Dios prueba para aprobar. Sin embargo, veo que en la iglesia es el único lugar donde se aprueba sin probar. En el mundo secular para darte un trabajo, si tú no tienes experiencia no

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te dan el puesto; por eso requieren tu hoja de vida, para ver tu preparación y si calificas para el empleo; y ni hablar de las instituciones castrenses, donde nadie llega a un rango superior si primero no ha pasado por un entrenamiento. En cambio, vemos que la iglesia cuando ve que alguien tiene unción y en él se manifiestan los dones, no toma en cuenta si tiene un buen testimonio, si es íntegro y maduro, y si el Señor lo ha escogido para que desempeñe una función de autoridad, sino que lo ponen en alguna función inmediatamente. Imagínese ahora que esa persona tenga una atadura en su carne, que sufra, por ejemplo, de paidofilia (gr. páis-paidós, “muchacho” o “niño”, y filia, “amistad), y como pedófilo, le consuma esa atracción sexual hacia niños, pero lo pusieron a “funcionar” en la iglesia como consejero familiar. Te pregunto, ¿qué crees que ocurrirá? Posiblemente esta persona seguirá cometiendo sus crímenes, pero ahora detrás de la autoridad ministerial. Luego se suscitan los escándalos donde la imagen eclesiástica se va desgastando, y perdiendo dignidad frente a los ojos del mundo. Un ministro es un maestro de piedad, una persona que por haberlo alcanzado puede enseñar. Cuando hablo de haberlo alcanzado, no me refiero a impecabilidad, sino que si no soy humilde no puedo enseñar humildad; si no soy recto, no puedo enseñar rectitud; si no soy íntegro, no puedo enseñar integridad. Puedo predicar y hablar acerca de eso, pero no lo puedo enseñar, pues nadie podrá “Un ministro aprenderlo de mi ejemplo. ¿Qué dijo Pablo? es un maestro “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” de piedad, una (1 Corintios 11:1), entendiendo que se imipersona que tan acciones, no palabras. Uno de los aforispor haberlo mos que escribió el insigne educador cubano, José de la Luz y Caballero dice: alcanzado puede “Instruir, puede cualquiera, educar, quien enseñar” solo sea un evangelio vivo”. Es necesario ser maestros en fe y en verdad, para enseñar a otros el camino de piedad. De hecho, nota lo que escribió Pablo a la iglesia en Tesalónica: “Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño, sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros corazones” (1 Tesalonicenses 2:3-4). Observa que Dios aprobó a Pablo antes de confiarle el evangelio. Nunca debemos confiarle a alguien algo si no está listo; todos los días

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me convenzo más de esta verdad. Cada vez que yo he hecho una excepción y he puesto a alguien que no está listo a funcionar, sufro una decepción, y me doy cuenta de que el error fue mío y no de ellos, por no haber esperado más tiempo. Es como el que se come un mango o un aguacate cuando la fruta todavía está en el proceso de maduración, ¡qué desagradable! Aquello que precisamente hace de estas frutas la delicia de cualquier paladar exigente es justamente lo que en ese momento nos hace execrarlas. Así, cuando una persona no está lista todavía, falla exactamente donde se le requiere. Pero la Palabra nos muestra que Dios para confiarle el evangelio a Pablo, lo probó primero, para luego aprobarlo, y cuando lo aprobó, solo entonces le confió. Hay dos palabras que Pablo expresa en el verso, y son: “según” y “así”. Él dijo: “… según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así hablamos” (1 Tesalonicenses 2:4). Es la misma expresión “legítimamente”, pues según recibí así doy, según fui aprobado así me comporto, legítimamente, “de acuerdo a”. Pablo no vivía para agradar a los hombres, porque el entrenamiento que Jesús le dio empezó cuando él cayó al suelo, cegado por el resplandor de luz que le rodeó (Hechos 9:3-4). El iluminado que fue circuncidado al octavo día, que procedía del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, el que era hebreo de hebreos y en cuanto a la ley, fariseo; el que se consideraba irreprensible, instruido a los pies de Gamaliel (uno de los maestros más destacados en aquellos días), ahora estaba ciego, porque la gloria de Cristo lo abatió. De hecho, el Señor no le mostró en visión a Pablo a ninguno de los apóstoles, para recibir la sanidad de sus ojos y el bautismo con el Espíritu Santo (Hechos 9:17-18). Él no vio en visión a Pedro, ni a Jacobo, ni a Juan, como instrumentos de sanidad, sino a Ananías, un hermanito de esos que no se mencionan, uno que no estaba en la escuela rabínica, sino que era simplemente un discípulo del Señor (Hechos 9:10). Por eso, Pablo decía que su exhortación no procedía de la carne, sino como resultado del entrenamiento por el cual fue aprobado por Dios (1 Tesalonicenses 2:3-4). Fue ese trato con Dios, duro en la carne, pero vivificante en el Espíritu, lo que le enseñó a él cómo dirigirse a los hombres, con respeto, con honra, pero sin lisonja. El siervo de Dios necesita reconocimiento, pero no un ensalzamiento que lo lleve a la carne, sino un incentivo que lo estimule a ser mejor, como las palabras del ángel a Gedeón: “Jehová está contigo, varón esforzado y valiente” (Jueces 6:12), lo llevaron a creerle a Dios y a salvar a Israel de las manos de ese pueblo opresor. Nota los mensajes del ángel a las iglesias, en Apocalipsis, que empiezan diciendo lo bueno de cada una de ellas, para luego decirles aquello

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que tenía contra ellas. Así también nosotros, seamos justos en el juicio, con palabras de verdad, que salgan del Espíritu. No ocultemos nuestra envidia y celo ministerial en “espiritualidad”, para no dar la honra al que la merece, como enseñó Pablo: “Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto; al que respeto, respeto; al que honra, honra” (…) Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar” (Romanos 13:7; 1 Timoteo 5:17). Podemos decirle algo hermoso a una persona sin usar lisonjas, como también podemos usar palabras muy atinadas para decir algo y la intención es lisonjearle. Por eso, es mejor hacer como Pablo y como nuestro amado Jesús, que lo que según les enseñó Dios, así hablaron, de acuerdo a lo establecido, a la regla, a lo legítimo. Lo dicho por Pablo en cuanto a que no escondió avaricia (1 Tesalonicenses 2:5), toma una gran relevancia en la actualidad, cuando a la iglesia ha entrado una ola muy dañina, que llamamos el movimiento de la súper fe o de la prosperidad, la cual nos está haciendo un gran daño. La misma consiste en una enseñanza bíblica, legítima, correcta, pero se usa con un espíritu equivocado, nocivo, lleno de avaricia y mezquindad. Toma en cuenta que en la predicación no solamente comunicamos palabras, sino espíritus. Si yo estuviera lleno de orgullo, aunque me tirara al piso y llorara con “humildad”, de todas formas transmitiera orgullo, porque eso es lo que hay en mí. Igualmente cualquier otra cosa, si es rebelión aunque hable de la mejor manera, transmitiré rebeldía, porque las palabras son espíritus. En el libro de Job, podemos ver el mejor ejemplo de eso. Si los amigos de Job vivieran en este tiempo se les diera un doctorado en teología o divinidad, pues hablaban con una profundidad tremenda y sus pensamientos acerca de Dios estaban llenos de verdad. De hecho, muchas de las cosas que ellos dijeron se usan como que Dios las dijo, pero fueron ellos a Job para acusarlo. Y aunque toda la Biblia es palabra de Dios inspirada, en ese contexto estuvo incorrecto el espíritu con que ellos ministraron a su amigo. Las palabras estaban correctas, pero la motivación estaba equivocada. Ellos ignoraban el propósito de Dios con Job y la causa que había ocasionado esta situación, que no era algo terrenal, sino un asunto divino entre Dios y el diablo. Ellos no lo sabían y estaban juzgando lo que no conocían. Por eso, no es bueno juzgar, sino dejarle todo juicio a Dios. El que conoce todas las cosas es el que juzga, por eso sus juicios son justos. Pero nosotros al juzgar erramos, porque lo que vemos con los ojos que parece que es, casi siempre no es.

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En el mensaje de la súper fe y de la prosperidad se esconde un espíritu de avaricia. Esto lo digo con el denuedo que me da, primeramente, el que el Señor me lo haya revelado, y que también yo lo he visto. Hablar constantemente de dinero, posesiones materiales, y visualizarse como todo un potentado, muestra que hay un problema de codicia, una avidez de riquezas, pues de la abundancia del corazón habla la boca (Mateo 12:34). No niego que el dinero es importante, pero no es lo más importante. La prosperidad es una promesa del pacto, significativa, pero no primordial. ¿Acaso, el mismo Jesús no les advirtió a sus discípulos cuando les dijo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:24-25). No hay quien no haya caído en esa doctrina de la prosperidad, todos hemos bebido de esa fuente, pero lo que se esconde en ella es avaricia. Se dice: «El ministro debe vivir bien, pues representanta a Dios, el cual es el dueño del oro y la plata. Este debe tener el mejor automóvil, último modelo, y también la mejor casa, etc.». Eso puede ser verdad, porque Dios comparte la ofrenda con el ministro y hasta más, pues de acuerdo al tamaño del animal sacrificado era la porción del sacerdote; así que si era un toro grande, le daban la espaldilla. Por tanto, de acuerdo al tamaño de la iglesia debe ser la ofrenda para el pastor, pues su salario debe ser proporcional a la bendición. Por ejemplo, yo no puedo recibir lo mismo que “Una motivación Benny Hinn, porque Dios lo ha bendecido equivocada te grandemente a él, con un ministerio de lleva a un fin muchedumbres. La espaldilla de él es granequivocado” dísima, y la mía es más pequeña, pero todos estamos comiendo del altar, ¡bendito sea Dios! Esa es la honra del ministerio. Nosotros como restauradores tenemos que enseñarle a la gente la verdad: es una honra vivir del altar, y tomar la bendición del tamaño de la ofrenda que se le dedicó a Dios, porque Él así lo dispuso. Pero de ahí, a que llegue al ministerio pensando en la “porción”, y en enriquecerme, es porque no tengo claro que no soy un empresario, sino un servidor. Si yo quisiera dinero y hacerme rico, me dedicara al negocio, no al ministerio. Yo me ocupo de los asuntos de

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Dios, y él se encarga de los míos. Él me bendecirá económicamente si quiere hacerlo, y si no lo hace ¡como quiera le he de servir! Una motivación equivocada te lleva a un fin equivocado. El salmista dijo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno” (Salmos 139:23-24). La palabra “examíname” significa “investigar” “explorar”, es como buscar para encontrar algo; y la palabra “pruébame” es “examinar para probar”, es un escrutinio que comprueba algo. Así nosotros también debemos decir: «Señor, ven examíname, me someto a prueba, a tu escrutinio, pues quiero ser aprobado. Yo quiero correr legítimamente; quiero como agricultor sembrar legítimamente, deseo como soldado obrar legítimamente y anhelo como obrero servir legítimamente, para que nadie me avergüence, y ni el diablo tenga nada que decir de mí. Quiero ser aprobado por Ti». Otro de los consejos que Pablo le dio a Timoteo fue acerca de la conducta de hombres, a los cuales llama: “… corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales” (1 Timoteo 6:5). Tomemos también nosotros ese consejo. Todo el que quiera usar la piedad, la cual representa todo lo que es el reino de Dios, todo lo que es santo (devoción, santidad, temor a Dios, etc.), para lucrarse, no es digno del reino de Dios. El que tome el don como fuente de ganancia, como esos profetas que hoy profetizan según el tamaño de la ofrenda, de manera que hay profecías de mil dólares, así como de quinientos y hasta de cien. Esta situación es deplorable, y lo triste es que no estoy exagerando, y sé que como yo, hay testigos que han sufrido en carne propia esas atrocidades. Videntes que dicen cosas que te dejan perplejo, pues tienen un espíritu de pitonisa; “Balaamitas” que usan el don para avaricia. Si Dios te ha dado el dinero de la ofrenda, ¡no cometas el pecado de los hijos de Elí! Esos hombres tomaban la ofrenda antes de Jehová, y partes que no les correspondían. Lo que es de Jehová pertenece a Jehová, y lo que es nuestro es nuestro. La gloria de Dios no la toquemos. La iglesia debe apartarse de los hombres que usan la piedad como fuente de ganancia. En tiempos de la reforma, cuando era prohibido predicar el evangelio, al que encontraban con una Biblia o predicando en la calle (especialmente a los de la fe evangélica), era reo de muerte. Dada las circunstancias, ¿sabes lo que hicieron los cristianos? Dibujaron dos fotos, una del papa sentado en su trono lleno de joyas y de pompa, y una de Jesús, el Hijo de Dios, entrando en un burro a Jerusalén, y las exhibían por todos lados. La gente que veía eso, obligatoriamente se tenía que preguntar: «¿Cómo puede ser que el que

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inventó esto andaba en burro y prestado (Marcos 11:3), y el que lo representa ahora está lleno de oro y grandeza?» A Dios no se le representa con opulencia, a Dios se le representa reflejando su propia imagen. Nota que antes de que el divino Creador le diera su autoridad a Adán, lo hizo a su imagen; y Jesús recibió toda autoridad después que fue aprobado por Dios (Mateo 28:18-20). Él era la imagen del Dios Invisible, y por eso el Padre le entregó todo. Por tanto, Dios primeramente te hace nacer de nuevo y te da la imagen de Él, para luego delegarte todo lo que le entregó a la iglesia. El que no tiene la imagen, va usar mal los dones de Dios, pero el que tiene la imagen los usará bien, y será un fiel mayordomo del Señor. Otra cosa que el apóstol Pablo dijo que aprendió del Señor fue a no buscar lo suyo, por eso dijo: “… ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros carga como apóstoles de Cristo” (1 Tesalonicenses 2:6). Es decir, Dios le enseñó a hablar sin lisonjas y sin codicia encubierta, pero también a no buscar gloria de los hombres. Estas son tres cosas que se juntan y describen la iglesia de hoy: Primero, en los ministerios se están logrando cosas a fuerza de lisonja, diplomacia y manipulación; segundo, la avaricia es el motor, y el ministerio el medio, para hacerse grandes, famosos y adquirir todas esas cosas de las que nos creemos merecedores; y tercero, buscar la gloria de los hombres, fama, etc. es lo que nos incentiva a obrar y no Dios. Analízalo. Ahora, solo Dios conoce los corazones, por eso Pablo pone a Dios de testigo, veámoslo: “Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos comportamos con vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:10). En otras palabras, Pablo dice: «Ustedes saben cómo me comporté entre ustedes, así como el Señor me enseñó, cuando me probó y me aprobó: no busqué avaricia, no halagué a los hombres, ni busqué gloria de ellos, sino que anduve irreprensiblemente. Si a ustedes no les parece, pongo a Dios como testigo». Sabio ese Pablo, pues no hay una cosa más contundente cuando tú quieres decir una verdad a una persona y no la cree, que poner a Dios como testigo de que es verdad. El hombre no puede leer la intención de tu corazón, pero Dios sí. Poner a Dios como testigo, no es jurar, es llamarlo al juicio entre los hombres. El siguiente punto es muy importante en lo que estamos tratando, en razón de la comparación que le hace Pablo a Timoteo de lo que debe ser un ministro. Él le dijo: “Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido” (2 Timoteo 2: 24). Ahora Pablo compara a un ministro con un siervo. ¿Qué hace un siervo? Servir, y eso significa metafóricamente, someterse y obedecer. ¿Por qué un siervo para ser siervo debe ser sometido y obediente? Por causa del servicio. El que sirve

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no hace lo que quiere, sino lo que otro le mandó a hacer. Por eso, cuando se habla del servicio se habla de ser sufrido. Esto no quiere decir que sirva con dolor, sino que sin contender, sin pelear, ni resabiar, tiene paciencia con los problemas o errores en el servicio y no guarda rencor. Por lo cual, sufrido no es que sufre mucho, sino que sufre y no se queja; sabe sufrir porque le está doliendo y está tranquilo, no reacciona. Claro, cuando comienza el dolor es insufrible, pero después, ya el Señor va fortaleciendo esa área, y como los boxeadores (que a base de golpes endurecen las partes más susceptibles de su cuerpo) pueden enfrentar cualquier golpazo que reciban en el servicio, de manera serena y templada. ¡Ay, si enseñáramos a los discípulos a sufrir, cuando salieran al campo misionero, no se quejaran tanto! Hay quien dice: «¿Qué hay otra vigilia esta noche?, ¡ay mi madre!, y ¿para qué tanta oración? ¿Es que no tengo derecho ni a dormir? Mira la cama qué incomoda, no puedo descansar, y este lugar sin luz, sin agua caliente ¡es una calamidad! No sé a quién se le ocurrió hacerme reservación en este lugar. Yo nunca me hospedo en sitios de esta categoría, sino en hoteles de cinco estrellas, por esa misma razón». Y dice el que observa desde los cielos: «Bueno, como a ti te preocupan tanto las estrellas, ¿qué tal si te saco al parque, para que duermas en un banco? Allí no vas a ver una ni cinco, sino todas las estrellas que tus ojos puedan ver. ¡Ese va a ser un hotel de las mil estrellas!». También se quejan acerca del ministerio cuando no los reconocen, o porque los rechacen, etc. ¡Ah, si ya estuviéramos acostumbrados a todas esas cosas, ya no nos sorprendería nada! Un siervo de Dios aprende a no ser contencioso, sino sufrido, dispuesto a soportarlo todo sin quejarse, cuando resiste tantos golpes que termina sin sentir nada. En conclusión, el entrenamiento te hace salir de esas ataduras, de todo lo que es de la carne, y la niñería que te enseñó tu mamá, con tanto consentimiento, para llevarte a la etapa del morir al yo, para que reine Cristo. Nota como Pablo continúa diciendo cuál debe ser la actitud del siervo: “que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a voluntad de él” (2 Timoteo 2:25–26). Meditemos lo que era ser un siervo en aquellos días, donde no se le tenía misericordia, sino que lo humillaban y por eso se vivían quejando. Cuando veas en la Biblia a un siervo que sea consecuente como el de Abraham, aprende, porque los siervos antes no eran así. Imagínate a un esclavo trabajando todo el día como una bestia, y recibiendo tantos maltratos, sin ningún tipo de beneficio ni de derecho, sin salario y sin futuro, pues hasta su mujer e hijos también eran esclavos del amo,

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quienes los vendían y los mandaban lejos, según les pareciese. El que no se queje de una situación así es porque está muerto. Por tanto, para uno ser un siervo del Dios del cielo y no contender, ni pelear ni quejarse, sino ser amable y sufrido, se necesita estar muerto a la carne, de otra manera, ¡que Dios nos ayude!, pues de lo contrario es algo imposible. Puede que un esclavo para no ser castigado con el látigo se porte bien, pero por dentro debe sentir un gran resentimiento, ¿o es que tampoco tienen sentimiento? Mas, cuando se tiene un entendimiento de su rol y función, el camino se hace más fácil. Con esto, ya podemos tener una idea de lo que es ser sufrido. Quiere decir que aunque me humillen, a pesar que me golpeen, aunque no tenga derecho, aunque no me reconozcan, aunque me calumnien, aprendo a sufrir por causa del que me enseñó. Pero no me voy a desviar, sino que voy a seguir la ruta, legítimamente, nada me va a condicionar, y de ninguna cosa haré caso para poder llegar hasta el final. Ahora, el fin de todo discurso oído es este: de esas cinco comparaciones u oficios que Pablo usó como ejemplo para ilustrar nuestra actitud en el reino (soldado, atleta, labrador, obrero y siervo), para vivir como Dios demanda en este tiempo, sin perder la fe y poder pasarla a la próxima generación, tú necesitas ser esas cinco per“El evangelio no sonas. Sí, mi hermano, ve a la gracia, sumérson las derrotas gete en ella, toma de ella y equípate, del diablo, sino tomando lo que es del soldado, adquiriendo todo lo que es de un atleta, poseyendo todo los triunfos lo que es de un buen labrador, echando de Cristo” mano de todo lo que es de un obrero, y apropiándote de todo lo que debe ser un siervo. Eso es necesario, porque como bien le advirtió Pablo a Timoteo, muchos se van a ir a las fábulas (2 Timoteo 4:4). Las fábulas se van a predicar tanto que ya la gente no va a creer en la Palabra, sino en cuentos de viejas, como está pasando actualmente. Si le dices a la gente que Cristo salva, y que volverá en gloria, ni caso te hacen; si les muestras el verdadero evangelio, te tildan de ingenuo, fanático o anticuado, ¡no hacen caso! En cambio, ve y diles que les vas a dar “el agua milagrosa”, “el manto sagrado”, la “rosa bendecida”, y promételes un milagro, para que veas como te rodean. ¿Por qué? Porque andan detrás de fábulas, y han cerrado sus oídos para no oír a la verdad. Ahora, ¿qué vas hacer tú como ministro de Dios, cuando la gente no quiera oír? ¿Qué harás cuando le hablas de la verdad, y ellos te tilden de cuentista

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y prefieran escuchar cuentos de viejas, a los cuales consideran como la verdad legítima? ¿Qué vas a hacer? Precisamente, tienes que ser un soldado para sufrir esas penalidades y no enredarte en los negocios de esta vida; tienes que ser un atleta y actuar en todo legítimamente, para que puedas correr bien en el camino de la justicia; tienes que ser un buen labrador, entendiendo que si no trabajas primero, no podrás comer del fruto; tienes que ser un obrero que trabaje y no un palabrero; y finalmente, tienes que ser un siervo sufrido, no contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar y con mansedumbre corregir a los que se oponen. Y sobre todo eso, hacerlo todo legítimamente. Aprobado y legítimamente son dos palabras que encierran la enseñanza mayor del servicio a Dios. Para yo ser aprobado tengo que pasar el entrenamiento de forma legítima, y después que esté en la tarea, tengo que continuar haciendo las cosas tal como lo aprendí en el entrenamiento, legítimamente. Pablo le dijo a Timoteo: “Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús.(...) Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (2 Timoteo 1:13; 4:16). En otras palabras: «guarda el depósito; lo que yo te enseñé, enseña también a otros; retén la doctrina, no la adulteres; consérvala como la recibiste, pues si así lo haces, estarás actuando legítimamente». Hay algo de lo que yo tengo testimonio en mi espíritu y es que sé que Dios no nos quiere desanimados en este tiempo, viendo las circunstancias que nos rodean. Sabemos que cuando se sirve a la verdad, causa indignación ver lo que está pasando en la iglesia, y que el celo de Jehová nos consume, pero no podemos poner los ojos en eso. Cuando los setenta discípulos llegaron contentos, y le dijeron a Jesús: “Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre” (Lucas 10:17), el maestro le contestó: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (vv. 18-20). En otras palabras, no nos alegremos tanto por la derrota del diablo, sino por el triunfo del reino de Dios. El evangelio no son las derrotas del diablo, sino los triunfos de Cristo. Piensa en los triunfos de Jesús, mira allá, al autor de la fe, sigue adelante, en el entrenamiento, peleando legítimamente, caminando legítimamente, adorando legítimamente, predicando legítimamente, haciéndolo todo legítimamente, como lo hemos aprendido del Señor.

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De hecho, si nos comportamos legítimamente, podremos pasar a la próxima generación, intacto, lo que recibimos. Y cuando llegue el final de la carrera de relevo, y sea a Jesús al que haya que pasarle la antorcha encendida, Él se alegrará en su corazón al ver que ha recibido, exactamente, lo que nos dio. Entonces dirá: «Espíritu Santo gracias. Iglesia has sido fiel; guardaste el depósito. Ven, entra conmigo. Ya puedes administrar cosas grandes, porque en lo pequeño fuiste fiel». ¿O no crees que aquel día el Señor vaya a comparar lo que dio con lo que recibió? No sé tú, pero yo quiero ser fiel, y dar lo mismo que recibí. Por eso, quiero preservar lo mismo que los otros preservaron para mí, aun dando sus vidas. No me importa lo que pase en este siglo, yo quiero llegar al final. Medita en tu corazón en esta hora, mi hermano, y te ruego como si Dios rogara por medio mío, no mires al “vaso” ni a las circunstancias, ni a cualquier otra cosa. Si consideras que he dicho algo que no debí decir, perdóname a mí, pero recibe la esencia de este mensaje. No te desvíes por un detalle, no vaya a ser que por una minucia pierdas algo mayor, como es el depósito que Dios sacó de su corazón. Cuando Moisés metió la mano en su seno y la sacó leprosa, la volvió entrar y la sacó limpia (Éxodo 4:6-7). Ahí están las dos naturalezas: de la primera sale lepra, pero la segunda sale nueva y limpia, como es el hombre nuevo, perfecto en Cristo Jesús. Miremos de acuerdo a como Dios ve; entremos a lo legítimo. Dios nos ha hablado, recibe la Palabra, pues yo que soy el instrumento, por dentro estoy estremecido. Esto no lo digo para estimularte, Dios sabe, sino que estoy recibiendo esta palabra de parte del Señor al igual que tú, y no quiero olvidarla jamás. Quiera Dios que mañana, si quisiera ser contencioso como siervo, porque esté siendo provocado, que el Señor me ayude a ser amable, a no quejarme cuando sufra. Espero que en la carrera no tenga que empujar a otro hermano, para yo llegar primero a la meta, sino correr legítimamente, porque todos tenemos un carril y una carrera que correr. Dios nos facilitó un carril a cada uno, para que no tropecemos los unos con los otros, como dice del ejército en el libro de Joel: “Ninguno estrechará a su compañero, cada uno irá por su carrera; y aun cayendo sobre la espada no se herirán” (Joel 2:8). Por tanto, corramos legítimamente, y no obtengamos las cosas a fuerza de avaricia, lisonjas, ni manipulación. El Señor nos ayude, para no pasar al próximo segmento sin que Él haya obrado esto en nuestro corazón. No nos cansemos de oír su Palabra; no la menospreciemos, para que no se pierda nada de la intención santa. Necesitamos en este tiempo, ese consejo que Dios le dio a la iglesia, a través del

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apóstol, por tanto, ¡qué prevalezca lo de Dios y no lo nuestro! Venga el reino de los cielos sobre todos nosotros, y sobre aquellos que han de adoptar la vida del reino en su ministerio, en el nombre de Jesús. Oro por aquellos que están en las naciones, a los que conocemos y a los que no conocemos, pero que han abierto el corazón al reino de Dios, para que formemos un frente unido, para que Dios pueda hacer lo que Él quiere hacer en estos días, y podamos vivir legítimamente y en paz.

4.3  El Profeta de Bet-el “He aquí que un varón de Dios por palabra de Jehová vino de Judá a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso, aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová…” - 1 Reyes 13:1,2

Cuando Jehová dividió el reino de Salomón, en el año 931 a. C., a causa de sus pecados e idolatría, se formaron dos reinos: el reino del norte (Israel) que lo componían diez tribus, y el reino del sur (Judá), al que lo representaban dos tribus (Benjamín y Judá). De hecho, Dios permitió que existiera el reino del sur, por amor a Jerusalén, y por las misericordias fieles a David (1 Reyes 11:9-13). Jehová quitó el reinado de la mano del hijo de Salomón, Roboam, y lo dio a Jeroboam, pero no destruyó la casa de David su siervo. Sin embargo, para Jeroboam no bastó que Dios le haya entregado Israel, pues el hecho de que quedaran dos tribus conformando el reino del sur, lo llenaba de un gran temor e inseguridad. Esa inquietud de que no permanecería, hizo que Jeroboam dijera en su corazón: “Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá” (1 Reyes 12: 26-27). Por tanto, por el temor de perder el reino, Jeroboam tomó una decisión, en este caso, no solamente de apartarse del reino de Judá, sino también de Dios y de sus mandamientos y del pacto que Jehová había hecho con Israel. Él no buscó refugio ni consejo en Jehová, sino que fue a los hombres y estos le aconsejaron muy mal. La primera mala decisión que Jeroboam toma es hacer dos becerros de oro y decirle al pueblo: “Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en

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­ et-el, y el otro en Dan” (1 Reyes 12: 28-29). Esto fue una abierta violación al B mandato de Jehová, quien había puesto su nombre, sus ojos y su corazón en el templo y lo declaró el lugar de adoración, como pacto perpetuo entre Él y David. Así que si el pueblo se trasladaba a otro lugar, se estaba apartando de ese mandamiento. De hecho, no solamente el reino del norte se apartó en cuanto al lugar de adoración, sino que Jeroboam cambió totalmente el culto a Dios, y en su lugar se adoraron ídolos. Él sustituyó la adoración a Jehová por dos becerros, como diciendo: «Estos son los dioses que debemos adorar, los que he puesto aquí». Y no tan sólo cambió el culto a Dios, sino también el sacerdocio, ya que más adelante dicen las Escrituras que él hacía sacerdote de los lugares altos a todo aquel que lo quería (1 Reyes 13:33), levantando un sacerdocio contrario al de la casa de Leví. También instauró fiestas solemnes que Jehová no mandó (1 Reyes 12:32). Así que, primeramente el objeto de adoración era absurdo, luego el lugar de adoración estaba equivocado; el culto estaba errado; el ministerio sacerdotal desviado; y la adoración era idólatra y pagana. Más adelante hubo una guerra, entre la casa de Jeroboam y la casa de David (Roboam) en el tiempo que reinaba Abías, su hijo. Abías quería convencer a las diez tribus de que se volvieran a Jehová y al reino de Judá, por lo que comienza a hablar de la apostasía de Jeroboam y nota como la describe: “Y ahora vosotros tratáis de resistir al reino de Jehová en mano de los hijos de David, porque sois muchos, y tenéis con vosotros los becerros de oro que Jeroboam os hizo por dioses” (2 Crónicas 13: 8). Por las palabras de Abías, entendemos que el atentado de Jeroboam básicamente no era contra la casa de David, sino contra el reino de Jehová. Ya vimos que la intención de Jeroboan, al hacer los becerros, fue no perder su reino y tomó todas esas medidas apóstatas, cambiando el lugar de adoración, el objeto de la adoración, el sacerdocio y la ofrenda a Dios, simplemente para asegurarse el reino. Por tanto, si Jeroboam estaba resistiendo el reino de Jehová, también se podía afirmar que quería usurpar el reino de Dios. Sigamos leyendo la alocución de Abías: “¿No habéis arrojado vosotros a los sacerdotes de Jehová, a los hijos de Aarón y a los levitas, y os habéis designado sacerdotes a la manera de los pueblos de otras tierras, para que cualquiera venga a consagrarse con un becerro y siete carneros, y así sea sacerdote de los que no son dioses?” (2 Crónicas 13:9). Nota que él hizo una imitación del culto a Jehová para que el pueblo no bajara a la casa de Dios (al reino del sur) a adorar a Dios. Pero ocurrió que Dios mandó a un profeta a profetizar al reino del norte, al altar que había en Bet-el.

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Detengámonos brevemente en este pensamiento, y meditemos acerca de Bet-el, un lugar muy importante en la Biblia. Primeramente, Bet-el fue el segundo lugar donde Abraham hizo altar a Jehová e invocó su nombre (Génesis 12:8). Quiere decir que desde entonces se convirtió en un lugar de adoración. De hecho, cuando Jacob corría de la casa de sus padres por haber usurpado el lugar de su hermano (Génesis 27:36,41), se detuvo en el camino, y se acostó en aquel lugar, tomando una piedra como cabecera, y tuvo aquel gran encuentro con Dios, donde vio la escalera, y a los ángeles que subían y bajaban. También fue ahí donde Dios se le apareció y le habló (Génesis 28:12-15). Y cuando Jacob despertó de su sueño, se levantó conmovido y dijo: “Ciertamente Jehová está en este lugar, y yo no lo sabía. (…) ¡Cuán terrible es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (vv. 16-17). Y entonces él “… tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella. Y llamó el nombre de aquel lugar Bet-el” (vv. 18-19). Jacob adoró allí a Dios, convirtiendo a Bet-el por segunda vez, en un lugar de adoración. Más adelante, el mismo Dios se le aparece a Jacob y le dice: “Yo soy el Dios de Bet-el, donde tú ungiste la piedra, y donde me hiciste un voto” (Génesis 31:13), como diciendo: «Yo soy aquel que adoraste y le levantaste altar en Betel, tu Dios, el Dios de Bet-el». Tiempo después, cuando Israel conquistó a Canaán, Bet-el llegó a ser el lugar del tabernáculo, antes de que pasase a Silo y de Silo a Sion. Por tanto, el primer lugar donde estuvo el tabernáculo, después que cruzaron, fue Bet-el. Jehová toma ese lugar y lo hace suyo, porque donde hay adoración a Dios, Él la convierte en su casa. Por eso Bet-el muy bien representa a la iglesia, casa de Dios y lugar de adoración. Mas, cuando el reino se dividió, Bet-el deja de ser lo que era antes, y todos los profetas hablaban de Bet-el como el lugar de la apostasía, el sitio donde el pueblo se apartó de Dios. El profeta Amós dijo sarcásticamente: “Id a Bet-el, y prevaricad” (Amós 4:4). Por lo cual, luego que Bet-el fuera conocido como un lugar de adoración, con el reino dividido, se convirtió en el lugar de la prevaricación. Mientras estudiaba sobre este tema, el Señor me dijo que Bet-el representa aquí a la iglesia del principio, aquella de la edad apostólica que era casa de Dios y puerta del cielo. Allí había sacerdocio para ministrar a Dios, también ofrenda y libación para Él. Pero después, la iglesia dejó de ser la “desposada del Cordero” y se casó con el reino de los hombres (el imperio romano, a través de Constantino). De ahí en adelante, la iglesia se comprometió en pacto con el gobierno humano, y se mezclaron las cosas y este es el resultado que tenemos hoy. Así que Bet-el no tan sólo representa a la iglesia,

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anticristo se suba al altar y le usurpe la adoración a Dios. En vez de toda la gloria, y la honra, y la alabanza sea a Dios, se le da al altar que está en Bet-el, donde está el “becerro”, el dios que sustituye, el ungido “plenipotenciario”, el usurpador. Por eso, Dios nos dice amados ministros: «¡cuidado con el espíritu de Jeroboam que esta en Bet-el!». ¡Qué pena que en Bet-el, lugar donde Dios dijo: «Yo soy el Dios de Bet-el“, ahora haya un becerro; que donde hubo adoración al Dios vivo, ahora se haga culto al hombre; y lo que fue casa de Dios ahora se practican cosas que Él no instituyó, sino las que han sido establecidas por el hombre! Ministro de Dios, el Dios a quien tú y yo le servimos se ha propuesto derribar el altar que esta en Bet-el, y por eso le dice a su iglesia: «Yo he puesto mi rostro enojado hacia al altar que está en Bet-el, hacia la apostasía que ha desviado a mi pueblo del propósito. Y enviaré mensajeros poderosos contra el altar que está en Bet-el». Y así lo hará, como lo hizo ayer cuando envió a ese profeta joven a Jeroboam. Y me gusta la palabra joven, porque representa al nuevo pacto; joven porque es el vino nuevo; joven porque esto es lo último que Dios está haciendo en la restauración de Su reino en “En la iglesia debe la tierra. Nosotros no somos ministros de la levantarse la vieja dispensación, sino que somos minisvoz profética en tros competentes de un nuevo pacto (2 contra de todo Corintios 3:6). Ahora, quiero que tú veas lo que hizo altar usurpador Dios. El Señor mandó a este profeta que nos que pretenda representa a nosotros, los hombres a quien quitarle la Dios ha enviado a destruir el espíritu de Jerogloria y el boam, el usurpador, con una sola orden: «Ve honor al Señor” profetiza contra el altar que me sustituye». El profeta fue y se paró frente al altar y clamando empezó a profetizar diciendo: “Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres. Y aquel mismo día dio una señal, diciendo: Ésta es la señal de que Jehová ha hablado: he aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará” (1 Reyes 13:1-4)

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En la iglesia debe levantarse la voz profética en contra de todo altar usurpador que pretenda quitarle la gloria y el honor al Señor. Déjame decirte mi hermano que tu primer trabajo es levantar tu voz, y profetizar contra ese altar que está en Bet-el, y contra ese espíritu que desvía al pueblo de Dios y de su alabanza. Nosotros estamos comprometidos como ministros de Dios del nuevo pacto, de lo nuevo que Dios está haciendo. Como participantes de la restauración de todas las cosas, Dios nos manda a profetizar contra ese altar y vamos a alzar nuestra voz para que se quiebre, porque todo lo que quiere ocupar el lugar de Dios ¡debe desaparecer de la iglesia! El joven profetizó y puso una señal, y la señal vino del cielo y se cumplió en esa misma hora, veámoslo: “Cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar. Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová” (1 Reyes 13:4-5)

Esto es palabra profética de Jehová para la iglesia del reino de Dios que está en las naciones. Dios te manda con autoridad a decirle a ese altar que está en Bet-el, en la casa de Dios, instituido por el espíritu de Jeroboam: «Altar, altar, así ha dicho Jehová, tú te vas a quebrar y tus ceni“El que perturba zas van a ser derramadas». Llénate en esta hora de esa palabra profética, llénate de ese a la iglesia no es celo, porque este es un mandamiento para el que la acerca a nosotros. Así como Dios mandó a ese profeDios, sino el que ta, nos manda ahora a nosotros. la aleja de Él” Después que el joven profetizó y dio la señal, el altar se rompió en dos. Y cuando Jeroboam vio su altar destruido, lugar donde el convocaba al pueblo, se llenó de ira. ¿Cuántos saben que los que apartan al pueblo de Dios lo reúnen alrededor de la adoración al hombre? El altar hoy es el culto al hombre que ha sustituido el culto a Dios. El becerro es el culto al hombre que le dice a la iglesia: «¡Estos son los que han hecho por ti, nosotros los ungidos, no Dios!». Jeroboam no pudo soportar su altar quebrado, pero al ordenar que apresaran al joven, la mano que extendió se le

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secó. Dios dijo: “No toquéis, dijo, a mis ungidos, Ni hagáis mal a mis profetas” (1 Crónicas 16:22). Cuando un hombre va en nombre de Dios, óyelo bien, el diablo y el infierno levantarán su mano contra él, pero no prevalecerán. Te advierto que el espíritu de Jeroboam va a levantar su mano contra ti, ministro de Dios, así como el rey actúo en contra del joven, con autoridad, y usó su mano (lo que nos habla de obras) en contra del mensajero. Por tanto, cuando el espíritu de Jeroboam se sienta amenazado, y vea su altar quebrado y las cenizas volando por el aire, hará obras contra los siervos del Dios Altísimo. Ese espíritu se levanta contra los ungidos, de manera personal, pero Dios dice que toda mano que se levante contra los enviados del cielo se secará. Luego vemos que Jeroboam tuvo que rogarle al profeta que orase por él para que se restableciera su mano, y él oró (1 Reyes 13:6). Yo me acuerdo de Acab, del cual dicen las Escrituras que no hubo lugar en la tierra donde no buscó a Elías, y cuando le encontró le dijo: “¿Eres “Tenemos un tú el que turbas a Israel?” (1 Reyes 18:17). Pero su intención era matarle. Y el profeta llamado a volver le contestó: “Yo no he turbado a Israel, sino el pueblo a Dios y tú y la casa de tu padre, dejando los mandaderribar el altar mientos de Jehová, y siguiendo a los baales” del culto al (vv. 18). Así los siervos de Dios, óyelo bien, hombre” seremos acusados de perturbadores, pero el que perturba a la iglesia no es el que la acerca a Dios, sino el que la aleja de Él. Elías se enfrentó al rey, y en vez de rematarlo, le dio una orden: Envía, pues, ahora y congrégame a todo Israel en el monte Carmelo, y los cuatrocientos cincuenta profetas de Baal, y los cuatrocientos profetas de Asera, que comen de la mesa de Jezabel” (1 Reyes 18:19), porque cuando un hombre va en nombre de Dios, y en su autoridad, el Señor respalda su Palabra y a sus mensajeros. La autoridad que está con nosotros es más poderosa que toda oposición del diablo, por eso, Dios nos dice a los ministros, que no temamos a lo que nos puede hacer el hombre (Lucas 12:4; Isaías 51:7). No tengamos miedo a ninguna amenaza, tenemos un compromiso con Dios y con Su reino de restaurar el altar. Tenemos un llamado a volver el pueblo a Dios y derribar el altar del culto al hombre, por eso ese profeta nos representa a nosotros.

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Nota la claridad profética que tenía este hombre, los oráculos que había en su boca, el respaldo, la señal que se cumplió de inmediato. También su profecía fue correcta, y se cumplió trescientos años después, cuando un hijo de David, llamado Josías, al ver los sepulcros que estaban en el monte, envió a sacar los huesos de los sepulcros, y los quemó sobre el altar para contaminarlo, tal y como el profeta lo había anunciado (2 Reyes 23:16). Es decir, el joven profeta poseía autoridad profética, unción y poder, pero todo se dañó cuando desobedeció. Veamos qué ocurrió con el profeta, después de haber orado por el rey, y que Jehová le restauró la mano: “Y el rey dijo al varón de Dios: Ven conmigo a casa, y comerás, y yo te daré un presente. Pero el varón de Dios dijo al rey: Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres. Regresó, pues, por otro camino, y no volvió por el camino por donde había venido a Bet-el. Moraba entonces en Bet-el un viejo profeta, al cual vino su hijo y le contó todo lo que el varón de Dios había hecho aquel día en Betel; le contaron también a su padre las palabras que había hablado al rey. Y su padre les dijo: ¿Por qué camino se fue? Y sus hijos le mostraron el camino por donde había regresado el varón de Dios que había venido de Judá. Y él dijo a sus hijos: Ensilladme el asno. Y ellos le ensillaron el asno, y él lo montó. Y yendo tras el varón de Dios, le halló sentado debajo de una encina, y le dijo: ¿Eres tú el varón de Dios que vino de Judá? Él dijo: Yo soy. Entonces le dijo: Ven conmigo a casa, y come pan. Mas él respondió: No podré volver contigo, ni iré contigo, ni tampoco comeré pan ni beberé agua contigo en este lugar. Porque por palabra de Dios me ha sido dicho: No comas pan ni bebas agua allí, ni regreses por el camino por donde fueres. Y el otro le dijo, mintiéndole: Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua. Entonces volvió con él, y comió pan en su casa, y bebió agua. Y aconteció que estando ellos en la mesa, vino palabra de Jehová al profeta que le había hecho volver. Y clamó al varón de Dios que había venido de Judá, diciendo: Así dijo Jehová: Por cuanto has sido rebelde al mandato de

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Jehová, y no guardaste el mandamiento que Jehová tu Dios te había prescrito, sino que volviste, y comiste pan y bebiste agua en el lugar donde Jehová te había dicho que no comieses pan ni bebieses agua, no entrará tu cuerpo en el sepulcro de tus padres. Cuando había comido pan y bebido, el que le había hecho volver le ensilló el asno. Y yéndose, le topó un león en el camino, y le mató; y su cuerpo estaba echado en el camino, y el asno junto a él, y el león también junto al cuerpo. Y he aquí unos que pasaban, y vieron el cuerpo que estaba echado en el camino, y el león que estaba junto al cuerpo; y vinieron y lo dijeron en la ciudad donde el viejo profeta habitaba. Oyéndolo el pro“Con la unción feta que le había hecho volver del podemos camino, dijo: El varón de Dios es, que impresionar fue rebelde al mandato de Jehová; por tanto, Jehová le ha entregado al león, a los hombres, que le ha quebrantado y matado, pero con la conforme a la palabra de Jehová que obediencia él le dijo. Y habló a sus hijos, y les agradamos a dijo: Ensilladme un asno. Y ellos se lo ensillaron. Y él fue, y halló el cuerpo Dios” tendido en el camino, y el asno y el león que estaban junto al cuerpo; el león no había comido el cuerpo, ni dañado al asno. Entonces tomó el profeta el cuerpo del varón de Dios, y lo puso sobre el asno y se lo llevó. Y el profeta viejo vino a la ciudad, para endecharle y enterrarle. Y puso el cuerpo en su sepulcro; y le endecharon, diciendo: ¡Ay, hermano mío! Y después que le hubieron enterrado, habló a sus hijos, diciendo: Cuando yo muera, enterradme en el sepulcro en que está sepultado el varón de Dios; poned mis huesos junto a los suyos. Porque sin duda vendrá lo que él dijo a voces por palabra de Jehová contra el altar que está en Bet-el, y contra todas las cosas de los lugares altos que están en las ciudades de Samaria” (1 Reyes 13:7-32)

Creo que la enseñanza es mucha, pero hay algo que quiero enfatizar. ¿Cuántos sabrán que todo se pierde cuando se pierde la obediencia? Ministro

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de Dios: con la unción podemos impresionar a los hombres, pero con la obediencia agradamos a Dios. Tenemos el ejemplo de Sansón y de otros, los cuales usaron mal la unción. El hecho de ser ungidos, en ocasiones, nos hace aparecer fuertes delante de la vista de los hombres, pero la desobediencia nos hace débiles delante de Dios. Un hombre puede ser muy ungido, pero si es desobediente tarde o temprano mostrará su pie de barro, su inmadurez. La unción no vale nada si no está respaldada de obediencia y sujeción a Dios y a Su reino. Aunque tengamos unción, nuestro ministerio será impedido, neutralizado e ineficaz, si carecemos de obediencia a Dios. Si queremos ser ministros competentes contra el espíritu usurpador de Jeroboam, no podemos apartarnos ni un ápice de la voluntad divina. La obediencia es mejor que los sacrificios (1 Samuel 15:22), pues sacrificios sin obediencia es ritualismo. Hay muchos que han caído en ritualismo en su adoración a Dios, porque su adoración es como la de Caín: tiene belleza, tiene excelencia pero le falta sujeción, amor, obediencia y fe en Dios. Ministro de Dios, no perdamos nuestra eficacia en nuestro llamamiento; seamos obedientes a la voluntad del Rey y Señor, si queremos tener poder y autoridad contra los enemigos del reino, para restaurar a la iglesia, volviéndola a Dios. La iglesia cristiana debe seguir, precisa y exactamente, las instrucciones de Dios, quien no cambia su voluntad ni tampoco acepta sugerencias, sino que sigue al pie de la letra lo que se dispuso hacer. La obediencia facilita a Dios ejecutar lo que se ha propuesto hacer en “Sacrificios sin nuestro ministerio. obediencia es ¡Que triste ha sido la historia de este ritualismo” joven profeta! Él tuvo el poder, el respaldo, la unción, la autoridad, la gloria de Dios manifiesta, y cuando este hombre se marcha con la satisfacción del propósito cumplido, viene y desobedece a Dios, cerrando con luto, acontecimientos tan gloriosos. Me llama la atención algo muy importante, pues Dios nos habló de cuidarnos en nuestras relaciones, y a este hombre le hicieron dos ofertas. La primera se la hizo el rey, diciéndole: “Ven conmigo a casa, y comerás, y yo te daré un presente” (1 Reyes 13:7). Cuidado con “trabarnos” en relaciones que no vienen de Dios, simplemente porque veamos a una persona con una posición o un status superior. Josafat era un hombre de Dios y ¿sabes cómo cayó su reino y sus hijos? Cuando se unió en pacto con la casa de Ocozías. La Biblia dice que se “trabó” en amistad con él (2 Crónicas 20:35). ¿Cómo se traba uno en amistad?

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Es como cuando un animal se traba en un lazo y se dice que cayó en una trampa, se entrampó, se enredó. Toda relación con el reino de los hombres es una traba para un hombre de Dios. Estos dos hombres comenzaron una compañía para construir naves que fuesen a Tarsis a buscar oro y mercancía para enriquecerse. Pero dice que vino Eliezer hijo de Dodava, de Maresa, y profetizó contra Josafat, diciendo: “Por cuanto has hecho compañía con Ocozías, Jehová destruirá tus obras” (v. 37). Las naves se rompieron, y no pudieron ir a Tarsis, pues Jehová le acabó el negocio, y así también hará con todo siervo suyo que haga alianza con “la casa de Ocozías”, con “la casa de Jeroboam”, y con todos los que apartan al pueblo de Dios, y usurpan su gloria. Los barcos (en este contexto tipo de ministerios), serán destruidos y no irán a ningún lado, quedarán allí también trabados. Esa oferta puede llegar a ti, pues el espíritu del reino de los hombres siempre está tratando de llevarnos a su casa. “Casa” significa su lugar de morada, su cobertura, estar bajo su techo, estar bajo su gobierno. ¿Cuántas ofertas nos han hecho para que aceptemos relaciones y coberturas que no son de Dios? Y ahí está la trampa, en ese «Yo reconozco que tu eres de Dios, ven a mi casa y te honraré; te voy a dar lo que mereces; voy a satisfacer tu necesidad. Únete conmigo, ven a mi cobertura, enrédate en mi red, y yo te voy a honrar». Ya los oigo: «Tú eres un ministro que apenas lo que tie“Toda relación nes son setenta miembros, únete a una orgacon el reino de nización fuerte y tú verás como vas a ser los hombres es grande en la ciudad; relaciónate con cientos de ministros para que tengas puertas abieruna traba para tas y tengas muchos púlpitos. ¿Quieres preun hombre de dicarles a los ministros? Pues ven, únete Dios” conmigo, entra en la cobertura, entra bajo mi gobierno, bajo mi autoridad». ¡Dios tenga de ellos misericordia! Ahora, nota como el profeta respondió al rey: “Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo, ni comería pan ni bebería agua en este lugar. Porque así me está ordenado por palabra de Jehová, diciendo: No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres” (1 Reyes 13:8-9). El profeta estaba firme y claro en la instrucción que debía seguir, algo que nos enseña que mientras él fue fiel, fue un buen testimonio para nosotros. Así que le dijo, en otras palabras: «Con todas tus instituciones y coberturas y todo lo que tú me ofreces, reuniones, pólizas, manuales, tarjetas y credenciales –esto último

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que apela tanto a los ministros- mejor obedezco a mi Dios». Yo he escuchado tantos ministros decirme: «Hermano, me voy a unir a ellos, porque no tengo credencial y ellos me la están ofreciendo, y usted sabe, sin eso no se puede hacer nada». También supe de un ministro, bien reconocido en su localidad, al que el concilio le negó la credencial, porque no había enviado la cuota en la fecha indicada, y ellos exigían sin falta la cuota y el diezmo, para mantener la credencial. Y me pregunto: ¿cuántos hay que han accedido a entrar en la “casa” de esos movimientos con el espíritu de Jeroboam, por una credencial, un título, un reconocimiento, por facilidades en el ministerio, por púlpitos? Mas, el hombre de Dios dice: «Me puede dar administrar todo lo que hay en la institución, hacerme parte de la junta o la presidencia del comité directivo, pero mi vocación, y mi fidelidad a Dios no tienen precio». Los hombres de Dios no se venden ni comprometen el propósito divino bajo ningún precio. Un hombre llamado no solo ama a Dios, sino que está comprometido con Él y con su llamamiento, pues sabe lo que significa que Dios haya puesto los ojos en él, al tenerlo por fiel poniéndolo en el ministerio. Que un hombre sea tomado del pueblo, para ser apartado y recibir la encomienda de Su propósito, es demasiada honra para cambiarla por un plato de “lentejas” y ponerse debajo de una cobertura enemiga de Dios. Por eso, los verdaderos “israelitas” dicen: «Dígale a “Jeroboam”: Aunque me des lo que me des, no entraré en tu casa ni comeré de tu pan». Podemos aplicar que comer el pan significa comer de sus enseñanzas, como beber su agua es beber de su espíritu. El agua es símbolo del Espíritu Santo, pero esta agua contaminada es símbolo de los espíritus de la enseñanza y de la apostasía contra Dios. Esa agua representa una falsa unción, la cual se parece a los que se llaman apóstoles y no lo son, pero que hay una iglesia que los prueba y sabe que son mentirosos (Apocalipsis 2:2). Hay una iglesia restaurada que tiene discernimiento espiritual, y no aprueba sin probar, y cuando prueba los haya mentirosos. Cuidado con la falsa comida, la falsa enseñanza y la falsa unción en una cobertura que contradice el reino de Dios. Ellos cambian el ministerio de Dios e instituyen lo que les da la gana, en contra de lo que Dios estableció, apartando al pueblo de la verdadera adoración. El joven profeta dejó ver claro al rey, quién lo había enviado y a quién él debía obedecer. Con todo, había una razón por la que Dios le dijo al profeta: “No comas pan, ni bebas agua, ni regreses por el camino que fueres” (1 Reyes 13:9). Jehová vomitaba de su boca lo que estaba pasando en Bet-el, así como aborrece lo que está aconteciendo en la iglesia hoy, ¿o no dice en Apocalipsis:

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“aborreces las obras de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco” –Apocalipsis 2:6? Jehová aborrece a Jezabel, y a los que se dicen ser apóstoles y no lo son. En la Bet-el apóstata hay inmundicias, por eso Dios le dijo al profeta: «No te contamines con la comida ni la bebida, apártate de las inmundicias; no participes de los pecados ajenos». También Jehová le advirtió al profeta sobre el camino. El camino hacia Bet-el en esa condición es un camino de apostasía, de rebelión contra Dios, por eso le indicó otra ruta. Nota que a Israel, después que cruzó el mar rojo, Jehová le prohibió volver por ese camino, porque Él lo abrió y luego lo cerró, para que no hubiera camino de regreso a Egipto, y ellos no pudieran devolverse (Deuteronomio 17:16). Y a nosotros que hemos salido del Bet-el que ha apostatado del Señor (porque todos hemos salido de esos lugares), Dios nos dice: «Devuélvete, ni siquiera pases por ese camino; toma otro sendero». Por tanto, ni siquiera debiéramos frecuentar esos lugares, sino tomar otro camino. ¿Sabes cuál fue ese camino? El camino que manda Dios, el de la obediencia. Así que si alguno pregunta acerca de ti: «¿Por qué camino se fue?», alguien también pueda responder: «Él se fue por la vía del reino, el camino de la obediencia a la instrucción que recibió de Dios». Ese es el camino que Dios te encomienda, el de la absoluta sujeción a la voluntad del Señor. Hasta el momento, el joven profeta había actuado según lo que Jehová le mandó, pero algo improvisto aconteció. El viejo profeta lo siguió por el camino que tomó, hasta que lo alcanzó (1 Reyes 13:11-12). A mí me llamó la atención que el profeta dijo a sus hijos que ensillasen el asno; ellos se lo ensillaron, y él lo montó (1 Reyes 13:13). Y le pregunté a Dios qué significaba eso, y él me dijo: «En este caso en particular, el asno de este profeta representa el ministerio de los viejos profetas, aquellos ministros que están en Bet-el, que se han aclimatado al ambiente, que pudiendo levantar la voz para defender a la verdad, se callan, porque le importa más la gloria del hombre que la de Dios». El burro en el lenguaje bíblico es un animal que representa a los que no tienen entendimiento (Isaías 1:3,4). Los ministros viejos que siguen el camino viejo, el vino viejo de las tradiciones religiosas, de los espíritus que han cautivado a la iglesia, adaptándose a los sistemas humanos, son profetas que antes tenían revelación, pero ahora son mentirosos, que apartan a los hombres de Dios; por lo cual, sus ministerios lo representa un burro y están montados en él. Dios nos ha indicado que donde tú te montas es tu ministerio. La zarza era insignificante y Dios moró en ella; Jesús entró en una asno como “el rey humilde y sin corona”, pero al cielo se fue en una nube y escoltado por los ángeles (Hechos 1:9).

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Cuántos viejos ministros, acondicionados y comprometidos con el sistema apóstata de la iglesia, están ensillando sus ministerios, para ir por el camino donde va el profeta de Dios, a tratar de desviarlo del propósito santo. Cuídate de esos viejos profetas, los cuales representan las tradiciones, los ritos, los manuales, las pólizas, el vino viejo, las formas humanas, el culto a los hombres, y el intelectualismo (el espíritu de Grecia). También ellos representan al espíritu de Babilonia, el cual cambia la dieta espiritual, y levanta la imagen del hombre, y obligan a los siervos de Dios que le adoren, o los amenazan con echarlos a los leones. Continuando con el relato, vemos que el viejo profeta halló al joven sentado debajo de una encina (1 Reyes 13: 14). El Señor llamó mi atención en la actitud del hombre de Dios, a quien encontramos ahora sentado, descansando a la sombra de un árbol. Es decir que no estaba activo, sino que hizo una pausa en el camino para descansar, y relajarse. Estaba como David en aquella tarde, cuando se paseaba sobre el terrado de la casa real; y vio desde allá a una hermosa mujer que se estaba bañando y por estar de ocioso, ya sabemos lo que sucedió, y en vez de estar peleando junto a su ejército, pecó (2 Samuel 11:2, 4-17). Pero este joven, estaba bajo una encina, meditando, descansando, cuando vino el engaño del viejo profeta, Él no estaba caminando, sino que se había detenido en el camino de la obediencia. Dios le había dicho en otras palabras «Muévete, rápido, sal corriendo de ahí», pues si “El camino de no puede comer, ni beber agua, ni regresar la obediencia por el mismo camino, no es difícil deducir no es para que tampoco podía detenerse. Por tanto, descansar, sino tristemente, el hombre no siguió al pie de la letra toda la instrucción. para seguirlo El camino de la obediencia no es para hasta llegar descansar, sino para seguirlo hasta llegar a Su perfecta a Su perfecta voluntad. El joven fue engavoluntad” ñado en el lugar donde él estaba recreándose, paralizado, posiblemente en ociosidad. ¡Abre los ojos y toma consejo! Fíjate que el que sembró cizaña en el campo esperó que todos estuvieran dormidos (Mateo 13:25). ¡Cuídate ministro de Dios! Que en la carrera que llevas en tu ministerio, no te detengas debajo de ningún árbol; Dios te mandó a que corras por el camino de la obediencia, sigue corriendo. “Ven conmigo a casa, y come pan” (1 Reyes 13:15), le propuso el viejo profeta al joven. Los ministros compañeros donde estábamos antes, nos llaman

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y nos invitan, y dicen: «Vuelve con nosotros, participa con nosotros», pero te voy a compartir -pues quiero ser fiel- exactamente, con las palabras textuales que Dios usó cuando me aplicó este mensaje. Este profeta viejo, que desvió al profeta nuevo, representa a los ministros que usan su reputación y su experiencia para convencerlos de que deben seguirlos a ellos, pero su experiencia y su reputación no son más que mañas antiguas, métodos trillados y formas repetidas (tradición y religión) que no tienen ninguna eficacia en la vida del reino. El viejo profeta le dijo al joven profeta, mintiendo: “Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua” (1 Reyes 13:18). Una de las características que se destacan en los profetas viejos -que representan a aquellos que les sirven a los sistemas eclesiásticos- es que comprometen el llamamiento por un salario, haciéndose mercenarios asalariados y no ministros de Dios. Éstos prefieren servirle a un sistema, aplacando sus conciencias, que ser fieles al Dios que los llamó. Estos ministros viven siempre invitando a los hombres de Dios, con una falsa revelación, diciendo que Dios les habló. Ya vimos que “casa” representa una cobertura, por lo que aplicamos que este hombre estaba dándole una orden al joven profeta, como de parte de Dios, de que entrara bajo su cobertura, para que coma pan y bebiera agua. Entonces vemos cómo el joven volvió con él e hizo lo que el viejo profeta le había dicho, lo que en otras palabras se puede interpretar como que se unió a su ministerio -entró a su casa-, recibió de su enseñanza, de su ministración -comió pan- y recibió de su unción -bebió agua- (1 Reyes 13: 19). Ahora, ¿qué pudo recibir este joven profeta de un ministro mentiroso? ¿Qué pudo comer de su mesa? ¿Qué pudo beber bajo su techo? ¡Cuántos ministros del reino de Dios están caminando bien y se meten bajo el techo de los zorros viejos, para comer su comida y beber su bebida, y después terminan matados por un león, como terminó aquel joven que era boca de Dios (1 Reyes 13:24)! La Biblia habla de un león que anda rugiente buscando a quien devorar, y el viejo profeta le sirve a ese león. Cuidado con las coberturas de viejos mentirosos, cuya experiencia son trucos ministeriales antiguos y cuya autoridad torcida es basada en los años de servicios y en la mentira de que Dios les habló. Ese es el truco de muchas organizaciones eclesiásticas, que usan el instrumento de la seducción para apartar a los hombres de la visión del reino de Dios. Este viejo, farsante y embaucador, vivía en Bet-el y era testigo de los horrores de la apostasía, y de ningún modo levantó su voz profética para exhortar ni combatir el pecado; en ningún tiempo hizo algo para enderezar el camino

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torcido del reino del norte. Pero cuando sus hijos le contaron todo lo que Dios había hecho a través de ese joven, posiblemente sintió envidia, celo y vergüenza y se consideró retado. Así hay muchos ministros que se han adaptado a los sistemas antiguos por interés y conveniencia, y nunca levantan sus voces, mas cuando ven a alguien que le sirve al reino de Dios con integridad, tratan de acallarlos o desviarlos, para que los dos estén iguales. El viejo profeta al ver a uno que supo ser fiel a Dios quiso buscar parentesco y relación con él, a tal punto que al morir dejó establecido que lo enterrasen con el joven, para descansar los dos en el mismo hoyo (1 Reyes 13:31). Por tanto, te advierto que si oyes los trucos de los viejos profetas mentirosos (que dicen que Dios les ha hablado, pero no saben levantar la voz contra la inmoralidad, contra la apostasía y contra el reino que está contra Dios), no solamente te va a comer el león, sino que vas a ser enterrado con él, pues irán los dos al mismo agujero. Ministro de Dios, cuídate que nadie te cambie el mensaje, porque la estratagema del profeta viejo es tratar de cambiarte la instrucción, modificarte la enseñanza y variarte el mandato divino. Jehová el Dios de Israel te hizo su ministro, y te dio la dulzura para que los hombres se acerquen a ti, por lo que entiendo que para ser fiel al llamamiento hay “Lo importante que pagar un precio muy elevado. Mas, la no es hacer unción santa está en ti, úsala para el reino muchas cosas de Dios. Jehová tiene un camino para ti y es el camino del reino y te dice: «Cuídate bien, sino de los profetas viejos, tus antiguos amigos, hacer bien la los cuales pretenderán apartarte del camino instrucción que que Jehová Dios ha trazado para ti, tu casa, se recibió de Dios” tu iglesia y tu ministerio». El apóstol Pablo decía: “Mas si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gálatas 1:8). ¡Nadie nos va a cambiar el mensaje de Dios! No importa que tenga apariencia de profeta, no importa que venga con unción falsa, no importa que diga que Dios le habló, no nos apartemos de la primera instrucción. Ese joven vio un altar quebrarse y la ceniza derramarse; también presenció cuando se secó la mano del que se levantó contra él y vio como por su boca, Dios se la restauró, ¿cómo entonces pudo creer a una tonta mentira? ¿Dónde está nuestra convicción del reino de Dios? La Palabra dice: “Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocediere, no agradará a mi alma” (Hebreos 10:38). El camino del

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reino no es para retroceder “el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11:12). El Dios del cielo nos llamó como ministros y nos eligió de en medio de todos esos ministros viejos y de todo lo que ellos representan, para poner en nosotros su confianza, así que no vayamos a fallarle al que nos honró. Cuando un hombre ha visto a Dios, y recibe una instrucción divina, no debe cambiarla, no importa que el diablo se vista de ángel de luz, para tratar de apartarlo del camino. El ministerio cristiano no es una carrera de velocidad, sino de resistencia: “el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Marcos 13:13). La mujer de Lot miró atrás y se convirtió en una estatua de sal (Génesis 19:26), el joven profeta dejó el camino por donde iba, y se convirtió en comida de león (1 Reyes 13:24). Pablo le dijo a los Gálatas: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado? Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe? ¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora vais a acabar por la carne?” (Gálatas 3:1-3). Necio es el que deja el camino de Dios. Óyelo bien, podemos durar cuarenta años en el ministerio, caminando bien, pero si te desvías pierdes la honra de Dios, no importa cuántas cosas tú hayas hecho correctamente en el servicio. Lo importante no es hacer muchas cosas bien, sino hacer bien la instrucción que se recibió de Dios. La Palabra dice: “con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:24). El fin es terminar la carrera, no tan solo correrla; es llegar hasta el fin, no recorrer solo un tramo; es correr hasta alcanzarlo. Cuídate que nadie te cambie el mensaje. No fui yo el que te enseñó el reino, ni el predicador que visitó a tu iglesia, sino el mismo Dios (Juan 6:45). El reino no es un dogma religioso que se enseña con una instrucción humana, el reino de Dios se recibe por revelación, aunque Dios use un vaso para instruirte. Conozco ministros que tienen años predicando el reino de Dios, pero si les preguntaras cuántos lo han recibido, te dirán «solamente unos pocos, muy pocos», así que “… no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Romanos 9:16). Y si Dios te ha llamado a ti y te ha abierto el entendimiento, entonces sé obediente al que te llamó. No dejemos este camino de vida por uno que nosotros mismos ya hemos rechazado. El joven profeta dejó el otro camino, pero tú y yo ya dejamos aquel camino, ahora andamos por la senda de la obediencia del reino, ¿por qué volver al camino que ya hemos recorrido? Cuando el hombre se devolvió,

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ya estaba en Bet-el otra vez, ya estaba en la apostasía, para meterse bajo un régimen de letras, dejando al del Espíritu (Romanos 7:6). Tú ministro, que por gracia de Dios estás leyendo este libro, haz el compromiso de ser fiel a Dios que te llamó, de no cambiar el mensaje, de no dejar el camino. Ve ahora, delante de la presencia de Dios, búscale en oración y haz un voto de lealtad a Él y a Su reino, confesándolo con tu boca. Pero no hagas un voto a la ligera, sino de convicción. Dejemos de aclimatarnos a los viejos sistemas y alianzas, y seamos los profetas fieles que el Señor ha enviado a la iglesia a restaurarla.

4.4  Encontrando el Libro “Y al sacar el dinero que había sido traído a la casa de Jehová, el sacerdote Hilcías halló el libro de la ley de Jehová dada por medio de Moisés” - Crónicas 34:14

La iglesia está en el mundo, pero no pertenece al mundo. Los cristianos somos peregrinos que andamos por la tierra, siendo un pueblo entre los pueblos. Mas, esa nación santa fue enviada por Dios a cambiar al mundo, por tanto, no debe suceder lo contrario; el mundo no puede cambiarla a ella. El Evangelio hace al hombre a la imagen de Dios, no a la inversa: Dios a la imagen del hombre. La iglesia fue escogida por Dios como un instrumento para impactar al mundo, no para dejarse cambiar por este. Así que lo que viene de arriba es sobre todos (Juan 3:31), y solo cuando Dios es el todo de todos, puede prevalecer el pensamiento de Su corazón por encima de lo que llamamos el pensamiento humano y cualquier otra cosa. Sin embargo, la Palabra de Dios ha sido muy criticada, ignorada y muy ridiculizada, a través de los siglos, justamente por eso, porque ésta no se conforma a los pensamientos del hombre, sino que es contraria. Hay quienes han tratado de reconciliar el pensamiento de la Palabra con el pensamiento del hombre, y han sido tan positivos, y quieren ser tan aceptados, tan “buenos”, que reconcilian la luz con las tinieblas y el error con la verdad. Ese fue el caso de algunos padres de la iglesia, en su afán por ganar el mundo griego, comenzaron a decir que Platón, Aristóteles, y otros, fueron los pioneros, los precursores del cristianismo. También hicieron muchas cosas con tal de poner la fe accesible a los hombres, para que vean que puede ser para todos, pero no es de

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todos la fe (2 Tesalonicenses 3:2). No todos los hombres tienen el corazón de Dios ni están dispuestos a pagar el precio por la Palabra. Espero que nosotros, como ministros de Dios, nos sintamos honrados porque nos salvó, y nos llamó a esta bendita gracia, y que además tuvo la amabilidad y gentileza celestial (permíteme esta expresión) de encomendarnos su obra en la tierra. No hay honra más grande, después de la salvación que Dios ha dado a los hombres, en el plano espiritual, que ser ministros de Dios, ser dispensadores de su bendita gracia, al encomendarnos el ministerio de Cristo. Nosotros somos la extensión de su ministerio, pues Él dijo: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). Cómo no sentirnos honrados al saber que el Señor al irse, envió al Espíritu Santo, y nos llamó como representantes de una generación que recibió la antorcha ministerial en la carrera de relevo, y nos confió una encomienda tan santa. Estamos ahora en el siglo XXI, donde los retos son muchos, y el mal se ha multiplicado en todas sus formas. La sutileza y estratagema del error se han aumentado grandemente, y la iglesia atraviesa por desafíos muy difíciles, pero nosotros estamos acá y Dios espera de nuestra parte una postura firme. Es muy difícil en tiempos como estos, vivir sin convicción, pues si hay una época donde se necesita entereza, valor, y estar de parte del reino de los cielos, con determinación, en una búsqueda profunda del corazón de Dios, es esta. Nosotros no podemos ser indiferentes, ni apáticos, como el que dice: «¡Allá ellos!» ¡No! Somos deudores, tenemos un compromiso con Dios, y Él quiere que hagamos bien nuestro papel, que cumplamos nuestra responsabilidad como ministros en este siglo. Digo como el apóstol Pablo: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo, de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra” (Efesios 3:14). Sí, yo doblo mis rodillas, levanto mi corazón, y elevo mi súplica delante del Señor a Dios por nosotros y por la iglesia de Jesucristo que está en las naciones. Mi petición es que el Espíritu de Dios pase por nosotros y la luz que viene del trono nos ilumine y todos caigamos a los pies del Señor en este día, entendiendo aquello para lo cual Él nos llamó. Es mi deseo que el Dios del cielo nos revele la preocupación de su corazón, para que nosotros olvidándonos de todo lo nuestro, pensemos en todo lo que es de Él. Siglos han pasado después que hombres de Dios dieron sus vidas hasta la muerte, porque creyeron en el Hijo de Dios, cuyas voces oímos a gran voz, en el libro de Revelación diciendo: “¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?” (Apocalipsis 6:10). Ellos dieron sus vidas porque creyeron a aquella fe bendita que una vez fue

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dada a los santos, a esa fe sencilla, sana, no contaminada. Los mártires en el coliseo romano dieron sus vidas y morían apretujados como gavillas, siendo comida de las fieras, y burla de los hombres; sin privilegios en el mundo, pero nunca protestaron por ser discriminados. Ellos nunca fueron a un tribunal a reclamar su derecho humano, pues sabían que al ponerse de parte de Cristo iban a ser odiados y aborrecidos, y no les importó. Nuestra fe ha sido preservada de una manera digna, ganada con la vida y la sangre del Hijo de Dios. Esto comenzó en la eternidad en el corazón del Padre, quien, abnegadamente, en su gran misericordia, al ver a los hijos de Adán extraviados, lejos de Él y sin esperanza de poder regresar por su condición pecaminosa, envió a su Hijo. Mas, cuando Jesús vino se sometió al Padre, pues fueron de Él las palabras del Salmo 40: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón” (Salmos 40:8), y se entregó. Luego vemos cuando llegó el momento del conflicto, Jesús dijo: “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora” (Juan 12:27). Y se dispuso a hacer la voluntad del Padre, con dolor extremo, y gran conflicto, al punto que tuvo que decir: “Mi alma está muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38), y en ese instante sudaba sangre, pues sufrió una extravasación sanguínea, y salió de sus poros sangre en lugar de sudor. Su sangre tomó otra ruta que no era la normal, de tan fuerte que fue el conflicto que vivió Jesús, para que hoy nosotros gozásemos de esta salvación tan grande. Mas, esta redención es grande por el costo altísimo que se pagó, pues aunque a nosotros no nos costó nada, a Dios le costó la vida del Hijo. No hay alguien que le sea indiferente y se quede incólume ante una injusticia. Es molesto e inadmisible ver testigos falsos que inclinan la justicia humana a su favor, ahora imagínate lo que significa eso para la justicia celestial. Aquel que era en el principio con Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, y que sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho; el que era la vida del universo, y los hombres dependían de Él, estaba siendo juzgado por los seres humanos. Eso fue demasiada ignominia, vergüenza y afrenta para Jehová-Sidkenu, nuestra justicia. Mas, ahí estaba el santo de Dios, siendo expuesto a los juicios humanos, a la intriga, a la traición, al boicot de los envidiosos e intimidadores. En el momento de la crucifixión se movieron todas las artimañas del error, fraguándolas de muchas maneras, y cumpliendo así el Salmo 2, que dice: “Se levantarán los reyes de la tierra, Y príncipes consultarán unidos Contra Jehová y contra su ungido, diciendo: Rompamos sus ligaduras, Y echemos de nosotros sus cuerdas” (Salmos 2: 2-3). Pero él venció los criterios humanos, la envidia, el celo, el humanismo, el odio, el prejuicio religioso. También, Jesús venció la muerte, quitando de en

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medio el acta de los decretos que había contra nuestra, anulándola y clavándola en la cruz (Colosenses 2:14), y se levantó triunfante de la tumba, llevando cautiva la cautividad, y nos dio vida en Él cuando resucitó. De hecho, cuando Jesús se presentó en el aposento alto a sus discípulos, Él sopló sobre los doce, y al soplar sobre ellos, también sopló sobre nosotros. Así como Moisés les dio de su espíritu a los setenta ancianos de Israel, así Jesús les dio de su mismo espíritu y dignidad a sus doce discípulos. Luego, aquellos soplaron sobre nosotros; y hoy tenemos el soplo de Cristo, a través de esa cadena genealógica ministerial-apostólica. Cuando Cristo le dijo al Padre “Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo” (Hebreos 10:5), estaba refiriéndose a su cuerpo físico, pero espiritualmente lo podemos aplicar a la iglesia, pues ésta es el Cuerpo de Cristo, quien es la cabeza de ese cuerpo. Y así como un cuerpo sin espíritu está muerto (Santiago 2:26), el día de Pentecostés le dio su Espíritu a la iglesia, para que su cuerpo no anduviese sin vida en la tierra. También nos dio la palabra profética “más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pedro 1:19); para darnos el depósito del tesoro celestial y de los secretos muy guardados (Isaías 45:3); para darnos la sabiduría que no es de este siglo, ni de los príncipes de este siglo (1 Corintios 2:6). Todo lo hizo para que descansemos en Él, quien es nuestro campeón, que venció y traspasó los cielos, y está sentado a la diestra de Dios en las alturas. Tenemos a Jesús de nuestra parte, también al Padre, y al Espíritu Santo guiándonos a toda verdad. Tenemos la Palabra bendita, que como martillo se ha gastado rompiendo los yunques de los hombres; criticada, rechazada, a la cual emperadores han tratado de destruirla; ideologías y filosofías han tratado de borrarla de la faz de la tierra, sin embargo permanece, porque es la Palabra de Dios. La Biblia es la primera obra que salió de la imprenta, y desde entonces ha sido el libro más traducido de toda la historia, a casi todos los idiomas del mundo. Es la Palabra más amada de la tierra, y ha vencido lo alto y lo bajo de la crítica de aquellos que la han analizado como si fuera un libro secular o común, y sin embargo sigue siendo la inspiración de los hombres, y la única esperanza del mundo. Y todo ese depósito, tan glorioso, Dios se lo ha dado a Su iglesia a ministrar. ¡Oh, mi hermano, si no encontramos inspiración en ello, dónde la vamos a encontrar! Dios necesita que nosotros andemos de acuerdo a lo que hemos recibido, por eso clama proféticamente y dice: “¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?” (Isaías 53:1).

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Somos deudores a esa encomienda. Dios anda buscando hombres y mujeres que tengan su corazón, que abran los ojos y vean que hay una amenaza, no contra Dios ni contra su Palabra (porque Dios no puede ser vencido de lo malo), sino contra la iglesia, contra los santos de Dios. La amenaza es contra el propósito que nosotros hemos sido llamados a preservar: la fe, la doctrina, y el depósito de generación a generación. Es una honra ser un ministro. Personalmente considero que no hay, después de la salvación -en lo que se refiere a dádiva de Dios- algo más honroso como que el Señor nos haya constituido a nosotros y que nos haya confiado su depósito. Sin embargo, hay un gran atentado contra Su voluntad, y tenemos que abrir los ojos para ver esto. Ya no es un asunto encubierto, sutil, no, ya es algo abierto y desafiante. Se están promulgando leyes para boicotear a la iglesia y su fundamento. El salmista dijo: “Si fueren destruidos los fundamentos, ¿Qué ha de hacer el justo?” (Salmos 11:3). Nosotros nos sostenemos con los fundamentos, pero si estos son quitados de nuestros pies, andaremos flotando en el aire y eso no es lo que Dios quiere. El Señor desea que preservemos todo aquello que Él ha instituido. Ahora vemos que donde quiera se promulgan leyes contra el matrimonio, a favor del aborto, y se hacen cambios en las esferas de educación, en contra de los principios divinos, aparte de todas esas iniciativas encaminadas a contradecir lo que Dios ha dicho. ¿O es que acaso ellos no han leído lo que ha sido dicho desde el principio? “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. [...] Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Génesis 1:27; 2:24). Sin embargo, hoy se dice que es lo mismo ser homosexual que heterosexual, que no hay diferencia, solo es cuestión de preferencia sexual, pero que es la misma cosa. Incluso, esto se enseña usando la Biblia, diciendo que al principio el hombre tenía los dos sexos. ¡Se oyen tantas cosas aberrantes en estos días!, y dos o tres las están imponiendo en la sociedad como algo respetable y de buen nombre. Entonces, ellos dicen: «Estas personas son gente importante, dueños de negocios, ciudadanos activos y trabajadores esforzados, excelentes artistas, etc.». Mas, lo que estoy diciendo no es que no merezcan respeto, sino que su conducta está al margen de la voluntad de Dios. Bien dijo el maestro que “… los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz” (Lucas 16:6), y mientras tanto la iglesia duerme... ¿Qué se hace en un tiempo como este? Ester era una mujer huérfana, sin distinción, alguien que inclusive tenía que ocultar su linaje, porque si decía

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quien era la iban a discriminar (Ester 2:10), pero Dios la puso en la corte y le dio gracia para ser reina. En el momento que se levantó una gran amenaza para el pueblo judío, ella temió por ella y casi se niega a defenderlo, pero su tío Mardoqueo le dijo como le dice Dios a ti, iglesia: “No pienses que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío. [...] Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis. ¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?” (Ester 4:13,14). Así dice el Espíritu a la iglesia: «Hay un decreto, una amenaza contra el pueblo de Dios y el Señor te preparó, y te ha dado la autoridad para preservar sus principios. Tú no estás en la iglesia simplemente por gracia, sino para restablecer el reino de Dios». Hoy enfatizamos la gracia, y bendita gracia, pero nos olvidamos que la gracia implica propósito. Dios nunca depositó su excelencia en vaso de barro, para que éste se exhibiera, o meramente para honrarlo y que fuese visto, no, no ¡no! El Señor puso su excelencia en vasos de barro, para que el vaso glorifique al dador de tan gran generosidad. En el tiempo de Ester hubo un decreto contra el pueblo de Dios, como lo hay contra de la iglesia hoy. Se necesita ser muy escaso de conocimiento para no ver el peligro, las amenazas, y las sutilezas que se están fraguando en el mundo infernal, contra el propósito del Padre. Y Dios te llamó para esta hora. Mientras otros siguen muertos en sus delitos y pecados, a ti Dios te dio vida. No te has preguntado, ¿por qué vives tú en este tiempo? Esto no es una casualidad que hayas nacido en esta generación y Dios te haya dado una vida en el Espíritu. ¡Eso no es algo fortuito o aleatorio! Los hombres de Dios que vivieron en los siglos anteriores, entendieron y asumieron responsabilidad. Por el vivo celo de Jehová que estaba en ellos, tomaron una postura firme. Dios espera lo mismo de nosotros. Hoy es un tiempo en donde no podemos estar entre dos pensamientos. El Espíritu de Dios me habló acerca del hombre que es de doble ánimo. El apóstol Santiago lo comparó a las olas del mar, oscilantes, que van y vienen a los antojos del viento, de los caprichos de la brisa que las mueve de aquí para allá, y de allá para acá (Santiago 1:8; 4:8). Elías dijo al pueblo de Israel: “¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos?” (1 Reyes 18:21). El que anda entre dos pensamientos nunca se define, y siempre anda titubeando, cojeando con la muleta de la fluctuación, porque no sabe hacia dónde va. Pero hay un pueblo que anda seguro, que sabe hacia donde va. Santiago dijo: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Santiago 1:8). La palabra “ánimo” en griego se traduce (aparte de pensamiento, mente) como “alma” o “aliento de vida”. Si aplicamos, estaría diciendo que anda en incertidumbre, dividido

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entre dos almas, entre dos alientos, entre dos pensamientos, entre dos intereses, ya que no está en uno ni en el otro. De esta manera, ni siquiera con Dios se consigue nada, sino que Él dice: “… por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Apocalipsis 3:16). Por eso, en este tiempo, Él pide de nosotros entereza, valor, pues nos quiere hacer columnas en su templo. Yo ruego al Dios eterno, al Creador de los cielos y de la tierra, el Dios de nuestro llamamiento, que Él pueda -usando el lenguaje que usa la iglesiavisitarnos, pues sé que Su Presencia está siempre con nosotros. Mas, cuando hablo acerca de que Él nos visite, lo que digo es recibir algo más allá de lo que nos ha dado hasta ahora. Mi deseo es que Él nos arrope y nos dé un lavado de mente, y nos alinee y nos meta en la órbita de su propósito, para que no andemos entre dos pensamientos; para que no seamos movidos por ninguna corriente de pensamientos que nos quiera llevar de aquí para allá y de allá para acá, sino que estemos alertas y no sigamos en ignorancia. Recibe estas palabras como un pensamiento de Dios. Cuando fluye la unción del Espíritu, una cosa es lo que uno puede decir, y otra lo que Dios quiere comunicar. Mas, el que tiene el Espíritu Santo sabe cuándo Dios habla, y cuándo Él está conduciendo nuestros pensamientos. El Señor quiere sacudir nuestras conciencias y no podemos ser indiferentes, hay pérdida por doquier. Estamos en un mundo totalmente hostil, pero nuestros padres, los que nos dejaron la fe, vivieron las mismas circunstancias que nosotros, o parecidas, y ellos vencieron, porque guardaron el testimonio de la fe con limpia conciencia. Por tanto, Dios espera de nosotros que le pasemos a la próxima generación la antorcha, y que podamos decir a nuestros hijos amados en el ministerio, así como también a nuestros hijos naturales, como dijo Pablo a Timoteo, cuando tenía la cita con la muerte: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Timoteo 4:1-2). El apóstol habló de esta manera, porque sabía que vendrían tiempos en que ya los hombres no resistirían la sana doctrina, sino que buscarían a quienes les hablen lo que ellos quieren oír; entonces se amontonarían maestros conforme a esos pensamientos que los apartarán de la verdad, y no la escucharán, se reirán, se burlarán de ella, y preferirán las fábulas (2 Timoteo 4:3,4). Por eso Pablo fue enfático con Timoteo cuando le dijo: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. […] tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones,

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haz obra de evangelista, cumple tu ministerio. Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida” (1 Timoteo 6:11; 2 Timoteo 4:5-8). En otras palabras: «Pero tú, hombre de Dios, guarda el mandamiento sin mácula que te fue dado, retén lo que tienes. Yo ya tengo mi cita con la muerte, ya terminé mi carrera, y en ella te preparé a ti. Ahora yo desaparezco del escenario de Dios, pero mi manto cae sobre ti, Timoteo, hazlo bien, corre bien, como yo corrí. ¡ Guárdate, mantente puro!». Esos fueron los términos con los que Pablo se dirigió a Timoteo. Si analizáramos la voz profética y apostólica de esos días, veremos que ella describe lo mismo que está pasando en este “Todos hemos tiempo: “Porque habrá hombres amadores de dar cuenta de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingrade nuestra tos, impíos, sin afecto natural, implacables, mayordomía, y calumniadores, intemperantes, crueles, aboen ese momento, rrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, no será infatuados, amadores de los deleites más que recompensada la de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos eviindiferencia ni ta” (2 Timoteo 3:2-5). Hoy más que nunca la apatía” el énfasis no es Dios, pues el hombre se ha olvidado que son criaturas y que se deben a su Creador. Lo segundo es la avaricia, el amor al dinero. Todo se hace por interés, por una búsqueda constante de ganancias: «¿Cuánto es mi parte de esto? ¿En qué me beneficio? ¿Qué gano yo?» Yo no tengo que detallarte lo que es el mundo y su corriente, porque tú estás en el mundo y lo conoces también como yo. Por tanto, no podemos ser como el avestruz que mete la cabeza en la arena, como que no está pasando nada, pues somos responsables delante de Dios. Hay algo que hemos olvidado, pero vive Jehová, en la presencia de quien estoy, que así como creemos que Dios habló a través del apóstol Pablo, esta palabra se hace presente en el día de hoy: “… todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10); todos hemos de dar cuenta de nuestra mayordomía, y en ese momento, no será recompensada la indiferencia ni la

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apatía. No será bien vista la indolencia frente a la pérdida que hay para nuestros hijos, y para aquellos que han de venir después de nosotros. Dios espera que nos levantemos, con una postura firme, determinada, y si no tenemos esa postura, doblemos nuestras rodillas delante del Señor. La Palabra advierte y nos manda a que nos apartemos de los hombres que usan la piedad como fuente de ganancia, pues se usa la fe y se trafica con la Palabra. Hoy se necesita más que nunca los látigos que Jesús tomó para sacar a los cambistas del templo (Juan 2:14,15), pero eso requiere de hombres de Dios, comprometidos con la verdad y que la amen más que a una posición, y la pongan sobre cualquier interés personal. Eso demanda hombres que no les importe ser impopulares, porque amen más a Dios que al mundo y sus engaños, porque el tiempo así lo requiere. Ester podía rechazar el involucrarse con el problema judío, porque no sabía hasta qué punto esto le haría perder su posición en la corte. Bien pudo decir: «Yo llegué a ser reina, hay un decreto contra el pueblo judío, pero a mí nadie puede tocarme, ya soy reina y no me conviene meterme en ese lío, so pena perder mi sitio de honor delante del rey». Pero Mardoqueo fue usado por el Espíritu Santo y la sacudió despertándola a la realidad de que ella también era judía y no será excluida de la matanza, aunque fuese esposa del rey, porque el decreto era en contra de todos los judíos y ella era una de ellos. El decreto no sería abrogado, así que también se iría Ester y su corona, y le iría peor que a Vasti, pues perdería la vida (Ester 1:19). Eso podía pasarle a la iglesia, si no se levanta en esta hora, porque ella es el instrumento de Dios. La iglesia ha sido edificada por Dios. Y Él nos ha llamado por gracia, pero para un propósito, porque la gracia siempre tiene un fin, un objetivo. Dios espera de ti, y de mí, que no durmamos, sino que velemos y seamos sobrios, entendidos de cuál sea Su voluntad (1 Tesalonicenses 5:6; Efesios 5:17). Perdóname, si consideras duro el tono de mis palabras, pero quiero ser un buen comunicador del corazón de Dios para su iglesia. Ojalá pudiera subirme a un monte alto y fuese amplificada mi voz, y estas palabras pudieran ser oídas por todos los siervos de Dios en la tierra. ¡Qué se oiga la voz de Dios, porque se escucha la voz profética!, y que se oiga la voz de Jesús sentado en el trono de Dios, intercediendo delante del Padre, porque la iglesia está orando conforme a su voluntad. Hay comunicación entre el Hijo con el Padre y el Espíritu Santo; el Hijo hablando al Padre, el Padre hablando al Espíritu, y el Espíritu hablando a la iglesia. La trinidad está hablando en estos días y nos muestra que hay mucho que hacer, por la gran destrucción que hay en nuestro

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alrededor, y también nos muestra un camino por la Palabra, el cual empecemos a verlo a través de esta narración: “De ocho años era Josías cuando comenzó a reinar, y treinta y un años reinó en Jerusalén. 2 Éste hizo lo recto ante los ojos de Jehová, y anduvo en los caminos de David su padre, sin apartarse a la derecha ni a la izquierda. 3 A los ocho años de su reinado, siendo aún muchacho, comenzó a buscar al Dios de David su padre; y a los doce años comenzó a limpiar a Judá y a Jerusalén de los lugares altos, imágenes de Asera, esculturas, e imágenes fundidas. 4 Y derribaron delante de él los altares de los baales, e hizo pedazos las imágenes del sol, que estaban puestas encima; despedazó también las imágenes de Asera, las esculturas y estatuas fundidas, y las desmenuzó, y esparció el polvo sobre los sepulcros de los que les habían ofrecido sacrificios. 5 Quemó además los huesos de los sacerdotes sobre sus altares, y limpió a Judá y a Jerusalén. 6 Lo mismo hizo en las ciudades de Manasés, Efraín, Simeón y hasta Neftalí, y en los lugares asolados alrededor. 7 Y cuando hubo derribado los altares y las imágenes de Asera, y quebrado y desmenuzado las esculturas, y destruido todos los ídolos por toda la tierra de Israel, volvió a Jerusalén. 8 A los dieciocho años de su reinado, después de haber limpiado la tierra y la casa, envió a Safán hijo de Azalía, a Maasías gobernador de la ciudad, y a Joa hijo de Joacaz, canciller, para que reparasen la casa de Jehová su Dios” (2 Crónicas 34:1-8).

Quiere decir que después que Josías derribó y destruyó todo lo de afuera, entró al templo y dio un decreto, al mayordomo, a los líderes y a los cancilleres, para que reparasen la casa de Jehová, y ellos empezaron la obra de restauración del templo (2 Crónicas 34:9-13). Luego, ocurrió algo que nosotros hemos leído muchas veces, pero desde hace un tiempo el Espíritu de Dios me inquietó, y es sobre la reacción que tuvieron aquellos, ante ese acontecimiento, veamos: “Y al sacar el dinero que había sido traído a la casa de Jehová, el sacerdote Hilcías halló el libro de la ley de Jehová dada por medio de Moisés. 15 Y dando cuenta Hilcías, dijo al escriba Safán: Yo he hallado el libro de la ley en la casa de Jehová. Y dio Hilcías el libro a Safán. 16 Y Safán lo llevó al rey, y le contó el asunto, diciendo:

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Tus siervos han cumplido todo lo que les fue encomendado. 17 Han reunido el dinero que se halló en la casa de Jehová, y lo han entregado en mano de los encargados, y en mano de los que hacen la obra. 18 Además de esto, declaró el escriba Safán al rey, diciendo: El sacerdote Hilcías me dio un libro. Y leyó Safán en él delante del rey. 19 Luego que el rey oyó las palabras de la ley, rasgó sus vestidos; 20 y mandó a Hilcías y a Ahicam hijo de Safán, y a Abdón hijo de Micaía, y a Safán escriba, y a Asaías siervo del rey, diciendo: 21 Andad, consultad a Jehová por mí y por el remanente de Israel y de Judá acerca de las palabras del libro que se ha hallado; porque grande es la ira de Jehová que ha caído sobre nosotros, por cuanto nuestros padres no guardaron la palabra de Jehová, para hacer conforme a todo lo que está escrito en este libro” (2 Crónicas 34:14-21).

¿Qué es esto? ¿Es que acaso no se leían las Escrituras en el templo? Entonces, ¿por qué tanta sorpresa? ¿cuál es la razón para tan grande alboroto y movilización? ¿Qué fue lo que produjo en el rey esa reacción de contrición y humillación cuando le leyeron el rollo? Josías era un joven de tan solo dieciocho años de edad, para preocuparse por el templo y por el sacerdocio. Eso significa que debía tener algún tutor o maestro, alguien que le estaba guiando y que conocía la Palabra de Dios. De otra manera, jamás él hubiera actuado así. Por tanto, vuelvo y pregunto ¿qué significa este hallazgo, y por qué aparece así de momento? Quizás no entiendes mi desconcierto por el encuentro de estos rollos y la reacción que produjo en ellos, la cual no veo normal. Imagínate que en las excavaciones de la Catedral de San Juan el Divino, en Nueva York (la catedral más grande del mundo, cuya primera piedra fue puesta en 1892 y todavía sigue en construcción), alguien encuentre una Biblia. ¿Piensas tú que esto, hoy en día, causaría en la ciudad, sorpresa, temor, y motivaría al arrepentimiento o a la contrición? No creo, porque en la actualidad casi todo el mundo tiene una Biblia en su casa, incluso en diferentes versiones, idiomas y dialectos. Por tanto, el encuentro de estos rollos me deja ver que en este hecho había algo más. Me explico, sabemos que Deuteronomio es una repetición de la ley, pero a partir de su capítulo 31, hasta terminar, se reproduce el cántico de Moisés que es una palabra profética sobre Israel. Si estudiamos este cántico veremos que Moisés fue inspirado doblemente, pues es imposible no maravillarse con la claridad y exactitud con que describió el futuro de Israel, su expulsión a las

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naciones y su regreso. También, Moisés describió cómo iban a ser los sitios de la ciudad de Jerusalén, y de cómo las madres se comerían a los hijos, algo que pasó en los sitios a Jerusalén, por parte de Babilonia y Roma respectivamente. Así, en medio de esa inspiración poética, preciosa, donde también bendice a las tribus, habla igualmente de la rebelión de Israel. Observa, entonces, lo que dijo Moisés: “Ahora pues, escribíos este cántico, y enséñalo a los hijos de Israel; ponlo en boca de ellos, para que este cántico me sea por testigo contra los hijos de Israel. Porque yo les introduciré en la tierra que juré a sus padres, la cual fluye leche y miel; y comerán y se saciarán, y engordarán; y se volverán a dioses ajenos y les servirán, y me enojarán, e invalidarán mi pacto. Y cuando les vinieren muchos males y angustias, entonces este cántico responderá en su cara como testigo, pues será recordado por la boca de sus descendientes; porque yo conozco lo que se proponen de antemano, antes que los introduzca en la tierra que juré darles. Y Moisés escribió este cántico aquel día, y lo enseñó a los hijos de Israel” (Deuteronomio 31: 19-22).

Dios le dijo a Moisés que le cantase a Israel el cántico, pero que también se los escribiera y se los enseñara, pues este cántico vendría a ser como un testigo de las cosas que iban a suceder. También dio orden a Josué hijo de Nun diciéndole: “Esfuérzate y anímate, pues tú introducirás a los hijos de Israel en la tierra que les juré, y yo estaré contigo” (Deuteronomio 31:23). Josué representaba la segunda generación, aquellos que entrarían con la lanza a sustituir la vara de la autoridad, la vara de apacentar. Jehová les cambió el arma, para Moisés era una vara, pero a Josué le dio una lanza porque iba a conquistar. El relato bíblico dice también que Moisés dio órdenes a los levitas que llevaban el arca del pacto de Jehová, diciéndoles: “Tomad este libro de la ley, y ponedlo al lado del arca del pacto de Jehová vuestro Dios, y esté allí por testigo contra ti. Porque yo conozco tu rebelión, y tu dura cerviz; he aquí que aun viviendo yo con vosotros hoy, sois rebeldes a Jehová; ¿cuánto más después que yo haya muerto? Congregad a mí todos los ancianos de vuestras tribus, y a vuestros oficiales, y hablaré en sus oídos estas palabras, y llamaré por testigos contra ellos a los cielos y a la tierra. Porque yo sé que después de mi muerte, ciertamente os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado; y que os ha de venir mal en los postreros días, por haber hecho mal ante los ojos de Jehová, enojándole con la obra de vuestras manos”

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(Deuteronomio 31: 24 –29). Luego les cantó el cántico (v. 30). Una copia de este libro fue el que apareció en los días de Josías. Así como Moisés, el caudillo, entregó a Josué su ministerio, lo mismo hizo Pablo con Timoteo, al cual, solemnemente, lo llevó al tribunal de Dios, como vimos anteriormente. Todos los hombres de Dios, cuando despidieron su ministerio, hicieron lo mismo. Samuel, por ejemplo, llamó a todos los ancianos de Israel y dijo: “He aquí, yo he oído vuestra voz en todo cuanto me habéis dicho, y os he puesto rey. Ahora, pues, he aquí vuestro rey va delante de vosotros. Yo soy ya viejo y lleno de canas; pero mis hijos están con vosotros, y yo he andado delante de vosotros desde mi juventud hasta este día. Aquí estoy; atestiguad contra mí delante de Jehová y delante de su ungido, si he tomado el buey de alguno, si he tomado el asno de alguno, si he calumniado a alguien, si he agraviado a alguno, o si de alguien he tomado cohecho para cegar mis ojos con él; y os lo restituiré” (1 Samuel 12:1-3). Luego los confrontó poniendo a Dios de testigo y a su ungido (Saúl) de cómo se condujo delante de ellos (v. 5), y finalmente les hizo un recuento desde que Moisés y Aarón los sacaron de Egipto hasta ese día, advirtiéndoles y rogándoles que no se aparten de Jehová su Dios (vv. 6-25). Igualmente, cuando Pablo iba para Jerusalén y que el Espíritu Santo le advertía por todas partes de grandes tribulaciones y no sabía si viviría o moriría, al despedirse de los ancianos en Mileto, les dijo palabras muy similares a estas (Hechos 20:24-35) ¿Qué hizo nuestro Señor Jesús en su despedida? La Palabra dice que oró, no solamente por los doce, sino por los que iban a recibir el patrimonio de la verdad, para que fuese conservada la fe, para que fuese conservado el bendito evangelio (Juan 17:426). Las mismas palabras, el mismo Espíritu, la misma motivación de que no se pierda nada, y que la siguiente generación conserve el depósito del santo propósito. Por eso, Jehová mandó a Moisés a escribir el libro y que le añadiera aquel cántico, y lo colocara en el arca del Testimonio y permaneciese allí como testigo (Deuteronomio 31:26). Sabemos que el arca tipificaba la presencia de Dios, y nos habla de tres cosas: de la presencia, de la gloria y del pacto. Y en su interior estaba el testimonio de lo que Dios había sido para Israel: 1. la vara de Aarón (el ministerio); 2. el libro de la ley (la Palabra de Dios); y 3. El maná (el testimonio), el pan del cielo que sustentó a Israel por cuarenta años, en el desierto. Sin embargo, el libro no estaba allí como una amenaza, aunque Dios había dicho que se colocara allí como un testigo contra el pueblo, porque anunciaba, antes que aconteciese, que Israel se iba a rebelar. El libro representaba la conmemoración del pacto de Jehová con su pueblo. El cántico profético anuncia lo que

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El libro se pierde cuando el pueblo se pierde, pero también el pueblo se pierde cuando desaparece el libro. La consternación que causó en aquel tiempo el hallazgo del libro mostró cuán lejos estaba el pueblo de Dios. El que pierde el libro pierde a Dios, porque el libro habla de Dios y te acerca a Dios. Te aclaro que el asunto no es tener la Biblia constantemente en la mano, sino andar en la Palabra, y de acuerdo a la Palabra y con el corazón de Dios. El libro se perdió, porque el pueblo se distanció de Dios, y no tuvo más interés por el libro, y ya no se guiaba por él. Los reyes que sucedían uno tras otro, con contadas excepciones, concentraron su reinado en otras cosas, por tanto, ya el pueblo no se guiaba por el libro, se conducía por lo que el rey decía, y el rey andaba aprendiendo de los pueblos extranjeros, aquellos semejantes a los que Jehová había destruido y que también les había advertido, que no se mezclasen. Entiendo entonces que se habían cansado del libro, y querían algo más novedoso, posiblemente, por lo que comenzaron a imitar todas las cosas que veían de los pueblos adyacentes. Por lo cual, al apartarse del libro, este se desapareció en su olvido y relegación. Así que el hecho mismo de que el libro se perdiera es una ilustración de lo perdido que estaba el pueblo. ¡Gloria a Dios que cuando apareció el libro, apareció el pueblo!, porque el pueblo aparece cuando aparece el libro. Cuando el libro estaba perdido, el pueblo estaba perdido, y cuando el libro no se encontraba, tampoco se encontraba al pueblo; mas cuando apareció el libro, apareció el pueblo, y también la Palabra de Dios. Ese libro representaba a Dios, a su Palabra, al legado divino, al depósito santo, al pacto, a la instrucción, al todo de Dios para su pueblo. Perdido el libro, Jehová desaparece del escenario como guía, y en consecuencia, ya no hay esperanza para el pueblo, de justicia y de salvación. Lo vemos en el tiempo de los jueces, donde cada uno hacía lo que quería (Jueces 21:25), porque no había gobierno, no había brújula, ni manera de guiarse: el libro estaba perdido. Es curioso que el libro apareciese en las siguientes circunstancias. Josías quería reparar la casa de Jehová, o sea el aspecto físico del templo. Y pienso que no existe un pastor sobre la tierra que no quiera reparar la casa de Dios. En mi caso, estamos preparándonos para hacer un edificio mayor, porque no cabemos ya en el local que tenemos. Los niños tienen que adorar aparte, los jóvenes también, y aún así estamos saturados, al punto que hemos tenido que redoblar los servicios de adoración, entre otros ajustes. Asimismo ocurre en otros lugares, cuando he hablado con los pastores, casi todos tienen un proyecto de construcción o de reparación, para ampliar el lugar, porque la

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iglesia está creciendo, porque las necesidades constantemente se aumentan, y eso es noble y justo delante de Dios. Considero que el lugar donde se adora a Dios debe ser el mejor, el sitio más limpio y santificado. Es inconcebible que el lugar donde se adora a Dios esté sucio y descuidado, pues ha sido un lugar apartado para Él. Por tanto, en lo que dependa de nosotros debe ser el lugar más hermoso, más limpio y digno, obra primorosa para el Rey. Es laudable que Josías tratara de mejorar la parte externa del templo. Sin embargo, aprendo que espiritualmente nos puede ocurrir que estemos muy ocupados y excesivamente preocupados, por la parte externa de la iglesia (cómo se ve, cuánto está creciendo la grey), entre otros aspectos que son naturalmente importantes en una congregación, y descuidemos el edificio espiritual, ese que no se ve. Los pastores tenemos retos constantes, todavía más cuando la iglesia está creciendo, y hay que proyectarse, pues no podemos quedarnos rezagados, a los retos hay que hacerles frente, como Josías le hizo frente a la ruina y destrucción del templo de Dios. Pero lo que llama mi atención es que tratando de reparar lo externo, apareciera lo único que puede arreglar lo interno: el libro. Por lo que entiendo que Dios estaba diciéndoles: «No, no, no, hijitos, lo interno va primero; antes de arreglar este edificio, este caparazón, yo quiero arreglar otro más importante y es el templo espiritual, porque sin eso toda edificación es vana e ineficaz». Cuando David estuvo preocupado por hacerle una casa a Jehová, Él le dijo: «No, no, David, tú no me edificarás casa en que habite, el que te va hacer una casa a ti soy yo. Y no una casa cualquiera, sino una que permanezca para siempre» (1 Crónicas 17:4,10). Esa casa era espiritual, donde también Dios moraría (v 12). La casa que Dios le hizo a David representaba un parentesco con él, de manera que un hijo de David sería hijo de Él, tal como le expresó: “Yo le seré por padre, y él me será por hijo; y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que fue antes de ti; sino que lo confirmaré en mi casa y en mi reino eternamente, y su trono será firme para siempre” (vv. 13-14). En otras palabras, Jehová le dijo a David: «El hijo tuyo va a ser hijo mío también, tú pones su parte humana para que sea llamado hijo de David; y yo pongo la parte divina y por eso será llamado Hijo de Dios (Lucas 1:35). Según la genealogía humana va a ser hijo tuyo, pero según la genealogía celestial va a ser Hijo mío. Así que seremos parientes». Y Dios cumplió su palabra en Jesús, siendo humano y divino. Esa es la casa espiritual que Jehová le prometió a David, de la cual todos somos miembros y hemos sido hechos hijos de Dios (Juan 1:12). Mas, conociendo lo que somos, entiendo por qué Jehová le dijo a Josías: «Está muy bien que tú estés reparando mi casa y poniendo atención a las cosas

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diciendo que sea malo buscar dinero, recibir las ofrendas que el pueblo da para las cosas del Señor, pero de mano de aquellos a quienes el Señor impulse de corazón, y no como resultado de una persuasión humana. Bendigo a Dios que, cuando apareció el libro, había un muchachito de dieciocho años en el trono; un joven sin experiencia, pero con corazón. La providencia del Padre llegó cuando hubo uno en el trono que tenía su corazón; ese podía recibir el libro. Pero, ¿qué tal que hubiese sido a Manasés al que le digan: «Mira apareció el libro?» (2 Reyes 20, 21). Estoy seguro que hubiese respondido: «¡Qué me importa a mí el libro! Creo que fui muy claro cuando les ordené que buscasen los tesoros del templo, no pergaminos y otras cosas», y sé que lo mismo hubiese respondido Acaz, el padre de Ezequías (2 Reyes 16). ¡Gloria a Dios que -aunque muchacho- tenía el corazón de Dios! La Biblia dice que “Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo” (Gálatas 4:1); también dice: “¡Ay de ti, tierra, cuando tu rey es muchacho, y tus príncipes banquetean de mañana!” (Eclesiastés 10:16). Pero sucede que aquí en la providencia del Señor, el príncipe era un muchacho, pero que al tener el corazón de Dios superaba a muchos mayores en el ministerio, en la administración y en la mayordomía. Cuando el líder tiene el corazón de Dios, y lo que le importa es Dios y entiende que el que lo constituyó fue Dios, y que lo que hace no es un proyecto personal, se quita sus zapatos, porque reconoce que en el lugar que está tierra santa es. Delante de la zarza, Moisés no andaba con el calzado de estadista que usaba en Egipto, como futuro heredero del trono de Faraón. El siervo de Dios andaba con sandalias, pues para eso lo preparó Jehová por cuarenta años, para que pastoree a Su pueblo, y eso tenía que hacerlo con el calzado adecuado. En el propósito santo, las normas las pone Dios, así que si te quieres graduar, estar apto a los cuarenta años, acércate descalzo a la visión y deja que Dios te calce con el apresto del evangelio. Había un hombre en el trono, puesto por Dios, a los ocho años de edad (anunciando un reinicio, un tiempo nuevo) y preparado en su providencia por diez años (tiempo de prueba), para cuando apareciese el libro, hubiera un corazón preparado para obedecer su voluntad (1 Reyes 13:2; 2 Reyes 22:1,3, 8-10). Mi ruego a Dios por la iglesia es que aparezca el libro. Y profetizo, en el nombre del Señor, que en las iglesias también habrá hombres y mujeres de Dios, como Josías y Ester, preparados para esta hora. Dios está haciendo aparecer el libro, para que su pueblo se vuelva a Él, pues todos nuestros tropiezos se deben a que el libro se perdió.

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Algo que me gustó de la actitud de Josías, es lo que describe el cronista: “Luego que el rey oyó las palabras de la ley, rasgó sus vestidos” (2 Crónicas 34:19). La impresión de Josías fue grande, al escuchar al escriba Safán leer aquel libro. Me imagino la solemnidad del momento, la presencia que cayó en medio de aquel silencio de manera que se podía palpar; aquella voz grave, colmada de temor y reverencia para un Dios, que aún sabiendo lo que ellos harían y cómo lo dejarían, les revelaba lo que acontecería y cómo luego también les perdonaría y restauraría. Era algo para caer postrado y rasgar el corazón, clamando por perdón. Pienso que Josías mientras escuchaba, iba meditando en sus caminos y hasta dónde había llegado la dureza de su corazón, y sabiendo sobre la condición del pueblo, rasgó sus vestidos, quizás pensando: «¿Quedará para nosotros misericordia, en el corazón de Jehová, siendo que nuestros padres no guardaron su Palabra?». Era un momento de decisión, pues antes no había quién atestiguara en contra de sus malas acciones, pero cuando aparece el libro, ¿quién podrá mantenerse en pie delante de tan gran testimonio? En aquel tiempo se acostumbraba a rasgarse el vestido cuando alguien estaba indignado, avergonzado, triste o enlutado. Por eso, bendigo a Dios por esta reacción de aquel hombre, pues al rasgar sus vestiduras mostraba los primeros signos de arrepentimiento delante de Dios. Esa debe ser nuestra actitud cuando somos confrontados con la verdad, rasgar nuestro “vestido-orgullo”, nuestro “vestido-indiferencia” a las cosas de Dios. No podemos quedarnos igual, cuando leemos la voluntad de Dios para su pueblo, en el libro, y vemos cómo se está guiando, de manera que tú tienes que decir: «Pero Dios mío, ¡qué claro está el camino que nos trazaste, y mira por donde estamos nosotros andando, tan distanciados de ti!». Con esto no me estoy refiriendo solamente a cuestiones doctrinales ni dogmáticas, sino aquellas pequeñas cosas que corresponden a nuestra mayordomía, como administradores de Dios. Todo cristiano está claro en cuanto a quién es Dios, a la trinidad divina (Padre, Hijo y Espíritu Santo), sobre que Cristo vino en carne, murió y resucitó, y que viene por nosotros. Hasta ahí todo está bien, pero ¡eso no es todo! Hay muchas cosas que Dios nos ha manifestado a través de su Palabra, instrucciones, mandamientos que no estamos obedeciendo fielmente y de acuerdo con Su corazón, pues hemos echado a un lado a Su Espíritu Santo, el que fue enviado para llevarnos a toda verdad. Cuando tú lees y entiendes, en Espíritu, cada palabra expresada en el libro, tienes que decir: ¡Dios mío, cuán lejos estamos de ti! Algunos dicen: «Hay que entender que estamos en el siglo veintiuno, la iglesia debe cambiar, no se puede ser tan fanáticos, tan radicales, tan místicos; hay muchas

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nueva generación, en cuanto al futuro, pero en Josías veo a alguien que está pensando en el pasado, y considerando que sus padres no vivieron conforme a lo estipulado por Dios, y no quería reincidir en el mismo error. En otras palabras, ellos fallaron, pero que no nos pase a nosotros lo mismo. Josías bien pudo decir: «Bueno, yo desde que he estado reinando he hecho las cosas bien, y no me he desviado ni a derecha ni a izquierda. Si las cosas no están andando como debieran, no es culpa mía, ahí está el sumo sacerdote, Hilcías, responsable mayor de nuestra condición espiritual. También los profetas Jeremías y Sofonías [quienes fueron sus contemporáneos –Jeremías 1:2; Sofonías 1:1] deben ser llamados a cuentas, no nosotros. Mi trabajo es dirigir al pueblo, el de ellos es, en lugar nuestro, servirle a Jehová». Todo lo contrario, él dijo, en otras palabras: «El rey aquí soy yo; Dios me puso a mí para dirigir a Su pueblo, tengo que asumir responsabilidad. Vamos a consultar a Jehová, porque de lo que de mí dependa, como instrumento de Dios, haré y buscaré que se haga Su voluntad». No obstante, me llama la atención que el rey no mandó a consultar a los profetas, sino a una mujer profetiza: “Entonces Hilcías y los del rey fueron a Hulda profetisa, mujer de Salum hijo de Ticva, hijo de Harhas, guarda de las vestiduras, la cual moraba en Jerusalén en el segundo barrio, y le dijeron las palabras antes dichas” (2 Crónicas 34:22). Es raro que fueran a ver a una mujer, y no a Jeremías que era el profeta grande de aquellos días, ni tampoco a Sofonías. Ellos acudieron a una mujer, y una mujer del segundo barrio, la cual ni siquiera era profeta menor, sino simplemente una profetisa. No sé como lo consideres tú, pero te pregunto, si tuvieras un grave problema, ¿irías a consultarle a una hermanita que a veces profetisa, teniendo acceso a un reconocido profeta? Mas, el Espíritu Santo mostró quién tenía la palabra, porque Jehová elige al que quiere, cuando quiere, a la hora que quiere, para hacer lo que quiere. Lo importante es saber quién es el instrumento para esa hora. Por lo cual, la palabra estaba depositada en esa mujer llamada Hulda del segundo barrio, cuyo padre era guarda de las vestiduras. ¡Qué lindo cuando hay visión y sabemos dónde está la palabra de Jehová! A este punto, vemos la mano de Dios obrando a favor de Su pueblo, pues: 1. Aparece el libro (2 Crónicas 34:15); 2. Hay corazón humillado y entendido para buscar a Dios (v. 19-21); 3. Iluminación del sacerdocio para buscar el instrumento con quien se ha de consultar a Jehová respecto al libro (v. 22); y 4. Está quién tiene palabra de Jehová (v. 23). Pienso que nosotros no hubiésemos actuado así en su lugar. ¿Sabes por qué sufrieron tanto los que iban en el barco con Pablo hacía Roma (Hechos 27:18-44)? Porque consultaron a los que ellos creían que “sabían” del mar, a los expertos, al piloto y al patrón de la nave,

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pues por su experiencia de tantos años en navegación, sabrían qué hacer en el caso de confrontar problemas con la nave en alta mar (Hechos 27:11). Pero Pablo, aunque no sabía ninguna técnica de navegación marítima, les advirtió por el Espíritu de Dios que no debían moverse del puerto, pues entonces habría mucha pérdida, no tan solo de cargamento, sino incluso de vidas. ¿Cómo estos hombres le harían caso a uno que no tenía ninguna destreza en conducir una embarcación y que inclusive llevaban preso, frente al veterano piloto? Pues, así la iglesia también busca a los expertos, a los que saben, a los que estudiaron, pero que no necesariamente son los instrumentos de Dios en este tiempo. Cuando Jehová habló y manifestó su voluntad, lo hizo de muchas maneras, usando los instrumentos que eran –digamos- “convencionales” de “reputación” delante del pueblo, empezando por Moisés y los que le prosiguieron. Pero ahora usaría a alguien de “segunda” (por lo del segundo barrio) para humillar la soberbia y la altivez de corazón, y acabar con todas las concepciones y prejuicios humanos y mostrar que Él es Dios. Así como le plació a Dios enloquecer la sabiduría del mundo, y callar la boca al disputador de este siglo, con la locura de la predicación, por medio de gente vil y menospreciada, y no con los que se consideran sabios y entendidos (1 Corintios 1:20-21). Veamos ahora qué les dijo a ellos Hulda: “Jehová Dios de Israel ha dicho así: Decid al varón que os ha enviado a mí, que así ha dicho Jehová: 24 He aquí yo traigo mal sobre este lugar, y sobre los moradores de él, todas las maldiciones que están escritas en el libro que leyeron delante del rey de Judá; 25 por cuanto me han dejado, y han ofrecido sacrificios a dioses ajenos, provocándome a ira con todas las obras de sus manos; por tanto, se derramará mi ira sobre este lugar, y no se apagará. 26  Mas al rey de Judá, que os ha enviado a consultar a Jehová, así le diréis: Jehová el Dios de Israel ha dicho así: Por cuanto oíste las palabras del libro, 27 y tu corazón se conmovió, y te humillaste delante de Dios al oír sus palabras sobre este lugar y sobre sus moradores, y te humillaste delante de mí, y rasgaste tus vestidos y lloraste en mi presencia, yo también te he oído, dice Jehová” (2 Crónicas 34:23-27).

¿A quién oye Dios? Al que siente como él, al que le interesa lo de él, al que le importa su corazón. En otras palabras: «Te preocupa lo mío, pues a

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mí me preocupa lo tuyo; me oyes, te oigo; te humillas, yo te levanto». Esa es la correcta actitud frente a la amonestación y Palabra de Dios. Cuando somos confrontados con la verdad, porque apareció el libro, asumamos primeramente responsabilidad; segundo, humillemos nuestro corazón; y tercero, consultemos a Jehová. En la narración de 2 Reyes, refiriéndose a este hecho, el escritor usa la palabra ternura, cuando dice: “y tu corazón se enterneció, y te humillaste delante de Jehová” (2 Reyes 22:19), una expresión todavía más profunda, la cual nos revela a un corazón que se suavizó, que se debilitó, que se afinó a las palabras que Dios había hablado sobre ese lugar. ¡Ay mi hermano! Necesitamos el corazón de Dios para conmovernos y para enternecernos frente a lo que es de Dios. Después de esto, vemos como Josías recibe la instrucción y comienza a tomar medidas (2 Crónicas 34: 28). ¿Qué hizo el rey? Reunió a los príncipes, a los que estaban en autoridad, a los ancianos, a los sacerdotes, a los levitas y a todo el pueblo, desde el mayor hasta el más pequeño, no se quedó uno que no convocara para escuchar la lectura del libro, “Solo hay una acerca de lo que Jehová había dicho y haría manera de (v. 29-30). Y no conforme con eso, él hizo pacto y obligó a todo el pueblo a actuar regresar al conforme al mismo (vv. 31-32). Luego, limcamino, y es pió y destruyó todas las abominaciones de yendo al lugar su tierra e hizo que todos le sirvieran a Dios donde lo de acuerdo a como Él lo había establecido perdimos” en el libro. Pero además, cuidaba que no se apartaran del libro, porque era lo que los preservaría, y los mantendrían en pacto con el Dios de Israel (v. 33). Josías no se quedó con los brazos cruzados, en un idealismo, llorando y frustrado, sino que dijo: «El libro apareció para que andemos conforme a lo escrito; así que vamos a arreglar todo de acuerdo a la Palabra de Dios. Es bueno confesar, y reconocer, pero también actuar». Es notable que tanto en 2 de Reyes como en 2 Crónicas, en la narración de este incidente del hallazgo del libro, diga que Josías comenzó a hacerlo todo en conformidad a lo que decía el libro. Tanto es el énfasis, que el Señor me dio un mensaje, el cual titulamos: “Como, Según y Conforme”, basando la enseñanza en la repetición de estas tres palabras que, en forma de estribillo, se repiten en estos capítulos. Josías todo lo que realizó en su reforma, lo hizo “conforme al libro”, “según el libro” y “como estaba escrito en el libro”. Solo

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hay una manera de regresar al camino, y es yendo al lugar donde lo perdimos. ¿Acaso no es lo que hacemos cuando nos perdemos en una ruta, o nos pasamos de la salida en la autopista? Regresamos al punto de partida. Pues, eso es lo que logra el libro, volvernos al camino, porque tiene la instrucción de Dios. Tomemos esta aplicación y veámosla a la luz del Nuevo Testamento, en un pasaje muy conocido de nosotros: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; 2 por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. 3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; 5 y que apareció a Cefas, y después a los doce. 6 Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos viven aún, y otros ya duermen. 7 Después apareció a Jacobo; después a todos los apóstoles; 8 y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios 15: 1 – 8).

En otras palabras, Pablo dice: «Yo les comuniqué lo que recibí», y veinte siglos después el mensaje sigue siendo el mismo, no tiene nada de novedoso, pero sigue igual de efectivo: Jesucristo es la salvación. El problema de nosotros es que se nos hace difícil repetir lo mismo, nos cansamos de las cosas y queremos algo nuevo. Pero lo que hace nueva todas las cosas es la revelación de Dios. Personalmente, me ministra que un hombre como el apóstol Pablo diga que él les enseñó lo que a él le enseñaron, y no fue precisamente un camino de rosas, sino a Cristo, y a éste crucificado. Eso no era nada llamativo, ni siquiera usó palabras persuasivas, pero una cosa sí tenía, la cual se manifestó: la unción y el poder del llamamiento divino (1 Corintios 2:4). Eso debe manifestarse en todas nuestras predicaciones o temas. Hablando de la santa cena, el apóstol también dijo: “Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí; Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí. Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que

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él venga” (1 Corintios 11:23-26). Es decir, lo que le dio el Señor, eso es lo que da a los demás. Ni más ni menos. ¡Qué tal, un hombre que llegó al tercer cielo y que escuchó cosas inefables y gloriosas, limitándose a lo que le fue indicado! ¡Mi hermano, eso es humildad y sometimiento! Pablo fue fiel en retener y pasar lo que recibió del Señor Jesús. Esa obligación la tenemos todos los ministros de Dios, de todos los siglos. De hecho, ahora constantemente recibimos revelaciones, pero las mismas deben estar sometidas al Espíritu y a lo que Dios ya ha dicho en el libro. Yo creo en las revelaciones y tengo por cierto que Dios también me las da, pero yo no voy a sacrificar el fundamento que Dios ha puesto, para innovar e impresionar a la gente con algo nuevo. Mi trabajo no es quitar la gloria a Dios ni brillar como Herodes para que la gente diga: “¡Voz de Dios, y no de hombre!” (Hechos 12:22). Mi propósito es ser fiel a lo que se me encomendó y llevar a la gente a Dios, conforme a lo que está en el libro. Un verdadero profeta no es tanto el que anuncia el futuro y se cumple, sino el que lleva al pueblo al corazón de Dios. Moisés le dijo a Israel: “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma. En pos de Jehová vuestro Dios andaréis; a él temeréis, guardaréis sus mandamientos y escucharéis su voz, a él serviréis, y a él seguiréis. (…) Congregad a mí todos los ancianos de vuestras tribus, y a vuestros oficiales, y hablaré en sus oídos estas palabras, y llamaré por testigos contra ellos a los cielos y a la tierra. Porque yo sé que después de mi muerte, ciertamente os corromperéis y os apartaréis del camino que os he mandado; y que os ha de venir mal en los postreros días, por haber hecho mal ante los ojos de Jehová, enojándole con la obra de vuestras manos” (Deuteronomio 13:1-4;31:29).

¿Por qué el siervo de Dios les aconsejó que a esos profetas no les oyeran? Porque los llevarían a los ídolos y no a Dios. No importa que el mensaje tenga unción y mucha revelación, el asunto es si su predicación me conduce a más

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inspiración y a más y más temor de Dios. Yo veo el ejemplo de Pablo, el hombre de más revelación de la iglesia primitiva, que incluso fue llevado al tercer cielo, instruyendo a la iglesia a celebrar la santa cena levantando los emblemas del principio. Esto es extraño porque la tendencia humana es que cuando una persona ha crecido mucho, el crecimiento se le sube a la cabeza y su corazón se llena de orgullo y altivez. Por eso, Dios le puso un aguijón en su carne (2 Corintios 12:7), para que se mantenga de acuerdo al libro. ¿Para qué ser tan originales? Volvamos al libro, incrustémonos en él. La tendencia es ser cristiano, pero también ser parte de algo novedoso, diferente, tomar partido en algo más. Sin embargo, lo esencial de un cristiano es parecerse a Dios, porque apegado a Él siempre será nuevo e incomparable. ¡Eso es algo elemental que enseña la Palabra! ¿Por qué el Señor, cuando se le apareció a Pablo camino a Damasco [de manera tan sobrenatural que lo cegó] no le dio esa gran revelación en ese momento? El Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:6). Y el apóstol, ahora ciego, se fue allá y oró y ayunó hasta el tercer día –no antes- que el Señor le mostró en visión a Ananías, por medio a la imposición de sus manos recibiría la vista (v. 12). Y cuando el Señor se le apareció en visión a su discípulo Ananías, y él le obedeció y oró por Saulo para que recobrara la vista y sea lleno del Espíritu Santo (v. 17), dice la Palabra que de sus ojos cayeron como escamas y recibió la vista (18). Las escamas representaban todo lo que era el judaísmo en la vida de este hombre, perseguidor de la iglesia. Pablo pudo decir: «¡Ah, Dios se me ha aparecido, y me ha dado algo sobrenatural! Tengo que empezar a testificar en todo Jerusalén y en las naciones lo que he recibido». Pero Pablo ahora era miembro del cuerpo del Señor, y pertenecía a su iglesia, por tanto, había ministros en Damasco, autoridades espirituales de ese organismo vivo que tenían el mismo depósito y él debía coordinarse con ellos. Entendamos el corazón de Dios y cómo se revela en su Palabra. Nota que el Señor usa a uno de sus discípulos -ni quiera uno de los doce- para que vaya a instruir a Pablo y a unirlo con la iglesia del lugar (Hechos 9:19). Y el apóstol, a pesar de su juventud, asimiló de inmediato como se actúa en el reino de Dios. Por eso, cuando él testifica que subió al tercer cielo y fue llevado al paraíso, donde escuchó cosas inefables y gloriosas que no puede el hombre expresar, acudió a los apóstoles y les expuso en privado lo que recibió, y ellos, reconociendo la gracia que le había dado Dios, le dieron la diestra de compañerismo (2 Corintios 12:2,4; Gálatas 2:2, 9). ¿Hubieras hecho tú lo mismo, después de una experiencia tan gloriosa? Alguien que no tenga su estatura, en su lugar hubiese dicho:

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«A qué voy yo a consultarle esto a Pedro, un pescador ignorante que ni siquiera cerca ha estado de Gamaliel, ni mucho menos a Santiago o a Juan, hombres sin estudio, remendones de redes a los cuales no les cabrá en sus cabezas que un hombre haya llegado al tercer cielo». Pero no, Pablo dijo: «Ellos son los ancianos, considerados columnas de la iglesia, a los que se les encomendó la palabra, iré allá a exponerles la visión que Dios me ha confiado». Nota cómo al final de cada uno de sus viajes alrededor del mundo, Pablo pasaba por Jerusalén y daba cuenta a los apóstoles, igualmente a su congregación local, Antioquía, pues esta fue la iglesia que lo apartó y lo envió a las naciones (Hechos 13:2, 3), porque Pablo entendía lo que era mayordomía, lo que era estar bajo autoridad. Él entendía que no era cuestión de «yo soy el apóstol, a mí es que todos debieran darme cuenta», sino que en el cuerpo de Cristo todos estamos sujetos los unos a los otros. Así que Pablo daba cuenta a las iglesias, porque él seguía la instrucción de apegarse al cuerpo, adherirse a la palabra, consolidarse donde está el depósito, unirse a sus hermanos, a los que tienen su misma creencia, su mismo espíritu, aquellos que como él, hablan la misma cosa, porque eso preserva y mantiene en el Camino. A mí me ministra profusamente lo que le dijeron los hermanos de la iglesia de Jerusalén a Pablo, pues a parte de reconocer la gracia que Dios le había dado, y darle la diestra en señal de compañerismo, para que fuese a los gentiles, y ellos a la circuncisión, el apóstol dice que le dijeron: “Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gálatas 2:9). En otras palabras: «Pablo, eso que nos has compartido viene del cielo y es exactamente lo que Dios nos ha revelado, solamente que has tenido la gracia de recibirla de manera más poderosa y profunda. Él te llevó a sus alturas, hasta el tercer cielo, pero a nosotros antes de irse nos dijo que cuidáramos de los pobres, así que administra bien tus revelaciones, pero acuérdate de los necesitados de la tierra. Cuida de ellos, no te olvides». Respecto a este consejo, Pablo dijo: “ lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gálatas 2:10), así que estuvo atento para recoger ofrendas para los santos necesitados de muchos lugares. ¿Por qué hacía eso? Porque aunque experimentó el grado más elevado de la vida en el Espíritu, no podía olvidarse del sentido práctico. El propósito es llevarnos al cielo, pero no debemos desconocer que estamos en la tierra. El Señor Jesús se compadecía de los pobres, de los enfermos; se entristecía al ver la multitud, desamparada y dispersa, como ovejas sin pastor. Cuando les seguían a Él no le pasaba desapercibido, luego de tres días, que no tenían qué comer, y procuraba alimentarlos. Y, antes de irse, nos encomendó

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en el libro, incluso, a las viudas y a los huérfanos (Mateo 14:14; 9:36; Marcos 8:2; Mateo 25:35; Santiago 1:27). La iglesia es un cuerpo, formado por miembros, por lo cual no existe iglesia independiente. Puede que haya muchas no afiliadas, en el sentido de organización, pero nunca autónomas, pues ¡somos un cuerpo! Si tú eres una célula de ese cuerpo no puedes estar fuera del mismo, porque te mueres. Por eso, el libro dice que somos miembros los unos de los otros (Efesios 4:25). No importa el nombre de tu iglesia o denominación, pues somos uno delante de Dios. Aquí abajo hemos vivido fragmentados por veinte siglos, pero el Padre nos ve a todos iguales. Así como cuando los hijos se pelean, y uno no quiere estar cerca del otro, o que la esposa de éste no se lleva con la de aquél, y que si el tío no quiere que su hijo se junte con el sobrino, porque es una mala influencia. Pero el padre, como los ama, media por todos. Luego, el día de alguna fecha especial, los reúne para fortalecer la unidad familiar. Lo mismo hace el Señor con nosotros, cuando nos ve peleando por teologías, metidos en énfasis; o que cuando uno llega el otro se va, o que si sabe que alguno está invitado a algún lugar mejor no asiste, etc. Por eso, Él dejó este ruego en el libro: “Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros. (…) Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:11-20-21).

¡Ay mi hermano!, yo te aseguro que si estuviéramos unidos, el mundo estuviera temblando. El último ruego de Jesús fue que estemos unidos, pero ¿estamos dispuestos a pagar el precio de la unidad? En el libro dice que estemos unidos a pesar de todo, y eso es señal de madurez, de entendimiento, de perfección en Él. La madurez espiritual se prueba cuando yo renuncio a mi criterio para unirme con el cuerpo. Asimismo, observa lo que le dice Pablo a Tito: “Por esta causa te dejé en Creta, para que corrigieses lo deficiente, y establecieses ancianos en cada ciudad, así como yo te mandé; el que fuere irreprensible, marido de una sola mujer, y tenga hijos creyentes que no estén acusados de disolución ni de rebeldía. (…) retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen” (Tito 1:5-6,9).

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¿De dónde aprendió Pablo a establecer ancianos en la iglesia? Él no estaba haciendo nada novedoso ni inventando funciones, sino ejecutando algo que el Señor había dejado instituido en el libro. Ahora, hay algo que Pablo le advirtió a Timoteo que tiene mucho que ver con las instrucciones que le dio a Tito, él le dijo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (1 Timoteo 5:22). Con la imposición de manos se consagra un ministro. Por eso, comprendo y comparto, personalmente, el temor de Pablo en cuanto a establecer ancianos, pues son las columnas de la iglesia. Cuando usted le pone la mano a un ministro, usted tiene la responsabilidad de percatarse bien de que él va a cuidar la doctrina con celo, pues una de las seis encomiendas más importantes que tiene un anciano es cuidar la doctrina, no adulterarla. Por tanto, hay una intención de Dios, una encomienda apostó“El fin de la lica de que lo que salió originalmente, lleenseñanza gue puro hasta el fin. cristiana no es Debo decir que la encomienda de transmitir lo recibido no es fácil, pues para que tan solo instruir se mantenga puro, apegado a lo original, o enseñar no podemos añadirle ni quitarle nada. Un doctrina, sino juego de niños nos ilustra muy bien este transmitir pensamiento. En una ocasión, hice el expeel temor y la rimento y formé una línea de veinte personas y le dije algo al oído a la primera para devoción a Dios que le diga el mensaje exactamente como como Creador, se lo di al que le sigue, y así sucesivamente como Padre y una a la otra hasta que el mensaje llegara como Señor” a la última persona. Y ¿qué crees que pasó cuando el mensaje llegó al último de la fila? Estaba totalmente distorsionado. Cuando se le preguntó al hermano qué le dijeron, respondió: «Mañana llega la hermana Argentina» ¿¿queeé?? ¿Y qué le habían dicho al tercero antes que a él? «Hay que buscar a Argentina », y a los dos más atrás: «Argentina se marchó», y al cuarto después que el mensaje salió: «Argentina se fue con Luz» cuando el mensaje original fue «Argentina está en el Sur». Ahora, ¿qué realmente ocurrió? Algunos admitieron no haber escuchado bien, y solo dijeron lo que para ellos tenía sentido; otros consideraron el mensaje incompleto y le añadieron, y varios simplemente no entendieron, por eso elaboraron uno nuevo. Ahora,

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aplica eso a la responsabilidad que tenemos con el Evangelio y medita cómo ha sobrevivido y darás gloria a Dios por su bendito libro. El evangelio ha sobrevivido por veinte siglos, batallando contra las corrientes de este mundo y la sabiduría humana. Esto para mí es sumamente serio, y te lo digo como un testimonio, pues a veces tiemblo y lloro como un niño. Incluso, en mi comunión personal con el Señor, en sollozos le he pedido que no me suelte, y le he hecho prometerme que impida que yo le falle, o me deslice, porque sé que si dependiera de mí haría lo mismo que los demás, porque fui hecho del mismo material. Por lo cual, vivo rogándole: «Compadécete de mí, Señor, para siempre serte fiel, porque no confío en mi firmeza, sino en tu fortaleza». Generalmente el que viene después quiere ser original, quiere implementar cosas nuevas, por eso se hace casi imposible retener la palabra como fue enseñada. Y no hablo de un dogma, pues teológicamente la iglesia lo ha cumplido, está en el libro, a lo que me refiero es a retener el espíritu de esa palabra, la intención, el temor a Dios y el respeto a su voluntad. Pablo advirtió: “Si alguno enseña otra cosa, y no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad, está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras” (1 Timoteo 6: 3,4). La palabra “doctrina” corresponde al vocablo griego didaskalía que significa enseñanza, y lo que dice es que la misma es conforme a la piedad. La palabra piedad, en griego, expresa la devoción, reverencia y respeto que los paganos les daban a sus dioses o ídolos. Pablo toma esa palabra y le da una connotación espiritual, ampliando su significado y llevándolo al nivel de sumisión, acatamiento y adoración que debe ir junto a la Palabra. El fin de la enseñanza cristiana no es tan solo instruir o enseñar doctrina, sino transmitir el temor y la devoción a Dios como Creador, como Padre y como Señor. La doctrina no debe ser solamente letra, aunque la letra es importante, pero esa información tiene que ir cargada del espíritu de la Palabra, porque entonces se queda coja, no hay vida, así como el cuerpo sin espíritu está muerto. El libro también dice por qué la doctrina debe ser conforme a la piedad, pues de otra manera nacen: “envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, disputas necias de hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad, que toman la piedad como fuente de ganancia; apártate de los tales. 6 Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; 7 porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. 8 Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. 9 Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6:4,5-9). Creo que los versos se explican

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por sí mismos, ahora ¿qué más nos enseña el libro? “porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores. Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos” (vv. 10–12). Es decir, la razón por la que nos extraviamos es por la codicia que hay en nuestro corazón, por eso, debemos huir de esas cosas y seguir el legado, el depósito que nos dejó el Señor. Nota cómo el apóstol cambia el tono; ya no es una súplica, sino una ordenanza y en un tono muy solemne le dice a Timoteo: “Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato, que guardes el mandamiento sin mácula ni reprensión, hasta la aparición de nuestro Señor Jesucristo, la cual a su tiempo mostrará el bienaventurado y solo Soberano, Rey de reyes, y Señor de señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1 Timoteo 6: 13 – 16). Esto es algo serio, amado, aquí Pablo no estaba dándole sugerencias a su hijo espiritual, ni tampoco un simple discurso, sino que lo hacía responsable de lo que le estaba delegando. Pablo le pone como ejemplo a Jesús, como Hijo de Dios, quien dio testimonio de la buena profesión cuando fue juzgado delante de Pilato. Jesús cuando hubo que callar, calló, aun siendo acusado por testigos falsos, ante los gritos ensordecedores de la multitud que decía: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!” (Juan 19:6). Tanto así que el mismo Pilato le tuvo que decir: “¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” (Juan 19:11), entonces sí habló y le dijo: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba; por tanto, el que a ti me ha entregado, mayor pecado tiene” (Juan 19:12). Mas, observa que Él contestó, no para defenderse, sino para una vez más glorificar a quien lo envió. Igualmente, cuando Pilato le preguntó si era verdad que era rey, arriesgándose a ser acusado además de sedicioso y oponerse al Cesar, no calló, sino que admitió: “Tú dices que yo soy rey. Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Juan 18:37). Entonces, ¿cómo hizo Jesús su profesión delante de Pilato? De acuerdo a la Palabra, según Dios, y en conformidad al legado y a la fe. El Señor hizo una buena defensa de lo que profesaba, viviendo y muriendo, de acuerdo al propósito del Padre. Pablo dice que hagamos lo mismo,

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que defendamos ese patrimonio conservando la verdad, testificando de ella, siguiéndola y obedeciéndola. Nuestro Señor Jesús soportó todo frente a la autoridad; no usó diplomacia ni dobles juegos, para que le suelten. Él se calló frente a los testigos falsos, también ante el sanedrín, pero cuando el sumo sacerdote, exasperado por su silencio, le confrontó diciendo: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios” (Mateo 26:63), aun sabiendo que lo iban a condenar, le dijo: “Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (v. 64). Jesús habló, porque se lo demandaron en el nombre del Padre, y no pudo negar lo que era, pues era negar la obra de Dios. Asimismo, el Señor le advirtió a los que le seguían: “… el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Marcos 8:38). Eso es una buena profesión, declarar nuestra convicción sin temor. Yo no puedo, por ejemplo, negar mi fe porque voy a perder mi empleo; tampoco voy a usar astucia y mentira para recibir una ayuda del gobierno o hacer cualquier otra cosa ocultando lo que soy. Por el contrario, tengo que mantener mi fe y mi integridad, porque yo represento el reino celestial. Eso es lo que está diciendo el apóstol cuando dice que demos testimonio con una buena profesión de fe, tal como Jesús lo hizo. Iglesia de Dios, ¿hasta cuando hay que conservar la fe y retener la doctrina? Hasta la aparición de Jesucristo (1 Timoteo 6: 14). Cuando el Espíritu Santo suba al cielo con la iglesia arrebatada, es posible que le tenga que decir a Jesús en el aire: “Ahí están todos los que me diste, difíciles, terribles, a quienes por veinte siglos los soporté. En ocasiones, tuve que sentarme en el último asiento, porque me excluyeron de su adoración, de su evangelismo, de su gobierno, y de todo. Sin embargo, me mantuve en el lugar, porque tú me diste la encomienda que los cuidase; pues mira, aquí están, ninguno se perdió». Sí, estoy seguro que el Santo Espíritu se esforzará en hacer su trabajo, hasta el fin, pero yo le quiero colaborar. Como pastor, si te dieron cincuenta ovejitas a cuidar, cuídalas, no estés preocupado por tener cien; y si te dan cien, ¡gloria sea al Señor! Eso significa que te asignó más responsabilidad, que confió más en ti. Pero no lo lleves al plano personal, pues no significa que eres un súper ministro o el pastor plenipotenciario. En realidad, se puede decir que es más trabajo, aunque sea una bendición, porque Dios nos está honrando, pero al mismo tiempo eso conlleva una gran responsabilidad, pues por cada alma tenemos que dar cuenta (Hebreos 13:17). Muchos se admiran y dicen:

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mensaje, no fue añadir más páginas a este capítulo, sino traer un mensaje de Dios para ti, sustraído de la misma Palabra, para hablar a tu corazón. El Señor quiere que aparezca el libro en tu vida y en la mía, y en su iglesia de hoy también. Nota mi hermano que el sumo sacerdote fue que lo encontró, por tanto, los ministros son los que tienen que encontrar el libro, porque ellos son la autoridad que Dios ha delegado. El libro está allí, al lado del Arca, al lado de la presencia, y si lo mudaron de ahí, vamos a virar la casa, pero debemos encontrarlo, ¿o no dijo el Señor que cuando la mujer perdió las dracmas, encendió la lámpara, y barrió la casa, buscando con diligencia y presteza, hasta encontrarlas (Lucas 15:8)? Vamos a virar la iglesia, vamos a voltear lo que haya que voltear, porque hay una necesidad apremiante, hay una urgencia: ¡Encontremos el libro! No sé qué función desempeñas en tu iglesia, en tu congregación, si eres anciano, diácono o un fiel servidor, un adorador, pero lo que sea que representes, Dios te dé la gracia de ser el Hilcías que encontró el libro, y le digas a tus hermanos: «Miren, aquí está el libro; vengan y confirmemos en él, si estamos en lo verdadero». Eso fue lo que hicieron nuestros antecesores, Lutero, Wesley y otros. No quiero hablarte de la historia de la iglesia, en este momento, sino rogar que el Espíritu te dé testimonio y seas responsable del tramo que tienes que recorrer. Solo una cosa te aconsejo: todo lo que tú fomentes en la iglesia, llámese como se llame, llévalo al libro, consúltalo con el libro, para que no corras o sigas corriendo en vano. Toma como modelo la interrogante que les hizo Jesús a los principales sacerdotes y ancianos del pueblo, y pregúntate: «Lo que estoy haciendo, ¿de dónde es? ¿Del cielo, o de los hombres? (Mateo 21:25)». Todo lo que se hace en la iglesia y que promueven o fomentan, y tú aceptas; aquellas cosas que tú recibes de los libros que lees y de las prácticas de la iglesia de hoy, ¡somételas al libro!, y cuestiónate a ti mismo diciendo: «Yo fui llamado a preservar lo de Dios, quiero saber si lo que estoy haciendo está de acuerdo, no solamente con el logos de la Palabra, sino con el espíritu correcto de la Palabra, si es conforme con el libro». ¡Hazlo mi hermano! Personalmente, no puedo añadirle más a este consejo, aunque quisiera. Mi consuelo es que el intérprete, el Espíritu Santo, que me ha hablado a mí de esta manera, ahora te hable a ti. Por lo cual, lo único que me queda es continuar orando, para que esta verdad, no tan solo logre acogida en tu vida, sino en todo ministerio de la iglesia de nuestro Señor Jesucristo.

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4.5  Si la Trompeta Diere Un Sonido Incierto “Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” -1 Corintios 14:8

La frase con la que iniciamos esta sección es una figura que usó el apóstol Pablo para hablar del uso del don de lenguas en los servicios, y en las asambleas públicas de la iglesia. Pablo, con sabiduría, les explicó que los instrumentos musicales transmiten diferentes notas y acordes, sin embargo, cada sonido emitido se realiza en observancia, en dependencia, para enviar un mensaje musical en consonancia, que guarde las reglas de la armonía. En la música, la regla a seguir es la combinación del sonido y el tiempo, para producir una melodía cuya estructura unitaria, al ser percibida por el que escucha, le sea dulce y agradable al oído. El apóstol Pablo toma esta ilustración para decir, que si hablamos en lenguas, pero sin revelación, ciencia, profecía o doctrina, de nada aprovechará, sino que será como metal que resuena, o címbalo que retiñe; un ruido y nada más (1 Corintios 14:6; 13:1). No obstante, Pablo connota que cada sonido que da la trompeta comunica algo. Jehová instruyó a Moisés lo siguiente: “Hazte dos trompetas de plata; de obra de martillo las harás, las cuales te servirán para convocar la congregación, y para hacer mover los campamentos” (Números 10:1 – 2). Es decir que las trompetas, primeramente, eran utilizadas para convocar y movilizar el campamento. También dice: “Y cuando las tocaren, toda la congregación se reunirá ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión” (Números 10:3). Quiere decir que cuando sonaban las dos trompetas, se estaba enviando una instrucción, un mensaje, una convocación. Veámoslo a continuación: “Y cuando las tocaren, toda la congregación se reunirá ante ti a la puerta del tabernáculo de reunión. Mas cuando tocaren sólo una, entonces se congregarán ante ti los príncipes, los jefes de los millares de Israel. Y cuando tocareis alarma, entonces ­moverán los campamentos de los que están acampados al oriente. Y cuando tocareis alarma la segunda vez, entonces moverán los campamentos de los que están acampados al sur; alarma tocarán para sus partidas. Pero para reunir la congregación tocaréis, mas no con sonido de alarma. Y los hijos de Aarón, los sacerdotes, tocarán las trompetas; y las tendréis por estatuto perpetuo por vuestras generaciones. Y

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cuando saliereis a la guerra en vuestra tierra contra el enemigo que os molestare, tocaréis alarma con las trompetas; y seréis recordados por Jehová vuestro Dios, y seréis salvos de vuestros enemigos. 10 Y en el día de vuestra alegría, y en vuestras solemnidades, y en los principios de vuestros meses, tocaréis las trompetas sobre vuestros holocaustos, y sobre los sacrificios de paz, y os serán por memoria delante de vuestro Dios. Yo Jehová vuestro Dios” (Números 10:3-10).

Es decir, cuando sonaban las dos trompetas el pueblo era convocado (v. 3); cuando sonaba una sola trompeta se llamaba a los príncipes y a los jefes de los millares de Israel (v. 4); si el sonido era de alarma era una señal para mover solo los campamentos de los que estaban acampados al oriente (v. 5); pero si sonaba una segunda vez era para movilizar los campamentos de los que estaban acampados al sur (v. 6); se daría sonido de alarma solo para partir (v. 7); asimismo, se sonaría alarma para ir a la guerra, pero también se tocarían las trompetas en las fiestas solemnes y en momentos de alegría (vv. 8-10). El salmista dijo que al principio del mes séptimo, cuando se celebraba la fiesta de los tabernáculos, se tocará “ la trompeta en la nueva luna, En el día señalado, en el día de nuestra fiesta solemne. Porque estatuto es de Israel, Ordenanza del Dios de Jacob” (Salmos 81: 3–4). El día señalado era el día en que la luna estaba nueva, lo cual marcaba el día de su festividad. Por tanto, era importante dar la nota correcta, emitir el sonido de la ocasión, para que no hubiese confusión y cada uno pudiera prepararse para lo que seguía. Algo interesante es saber que Dios también oiría los sonidos de las trompetas para favorecerles y bendecirles. Ahora, identificar el sonido de las trompetas era algo fundamental, pues si la trompeta daba un sonido incierto, ¿quién se prepararía para la batalla? Nota como Jeremías, conmovido en el éxtasis de sus visiones proféticas, deliraba por la inminente venida de Nabucodonosor rey de Babilonia, y anunciando el ineludible cautiverio del pueblo de Judá, exclamaba: “¡Mis entrañas, mis entrañas! Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de mí; no callaré; porque sonido de trompeta has oído, oh alma mía, pregón de guerra. Quebrantamiento sobre quebrantamiento es anunciado; porque toda la tierra es destruida; de repente son destruidas mis tiendas, en un momento mis cortinas. ¿Hasta cuándo he de ver bandera, he de oír sonido de trompeta?” (Jeremías 4:19-21). El profeta distinguía el sonido de las trompetas, y se conmovía al escuchar la alarma de guerra, la invasión de los enemigos. Luego, él escribe

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en el libro de Lamentaciones lo que le ocurrió a la hija de su pueblo; y como un arcángel lloró el castigo de Dios sobre Sion, la ciudad del gran Rey; y gime por lo que le pasó a la casa de David, por el pecado de Manasés. De hecho, el profeta Jeremías no gemía porque era un alarmista o un emocional, sino porque al escuchar la alarma sabía lo que se avecinaba. Meditemos en ello un momento y pensemos cuál sería el resultado si los enemigos tomaran a un pueblo desapercibido, cada quien haciendo lo suyo: los niños jugando, las madres en sus afanes, los hombres: algunos durmiendo la siesta, otros tomando un baño o algunos volviendo de sus trabajos. Las ciudades antiguas estaban rodeadas de un muro o muralla, donde sobre sus torres había centinelas y atalayas que estaban vigilando todo lo que salía o entraba a la ciudad. El atalaya miraba y anunciaba, a grandes voces, lo que veía, o tocaba la trompeta en caso de que fuese un enemigo que se aproximara (Isaías 52:8; Ezequiel 33:6). Recordemos lo que sucedió con aquel que venía corriendo a darle el mensaje a David cuando murió su hijo Absalón. El rey se había sentado en medio de las dos puertas, esperando las noticias, mientras el atalaya le informaba quién se aproximaba, y le decía: «Veo a alguien que viene solo o veo a alguien que viene corriendo y su correr se parece a tal persona (2 Samuel 18:24-28; 2 Reyes 9:20)», David respondía “Si viene solo, buenas nuevas trae” o “Éste también es mensajero” , “Ése es hombre de bien, y viene con buenas nuevas” (2 Samuel 18:25, 26). Igualmente cuando ellos veían las banderas o veían el polvo que se levantaba, sabían si eran dos o tres o era una tropa que se aproximaba (2 Reyes 9:27). También podían ver, por la impetuosidad, si venían en pos de guerra o venían en paz, y ¿qué hacían? Tocaban la trompeta y el pueblo se apercibía para la batalla. Qué tal que esos atalayas fueran tan optimistas que dijeran: « ¡Ah! Ellos vienen, pero no van a llegar acá; yo tengo fe, en el nombre de Jesús, que ya están vencidos los enemigos, el Señor los va a paralizar allá», en lugar de dar el sonido de trompeta que alerte al pueblo y a la ayuda de Dios. ¿Qué crees que le pasará a una ciudad asediada por sus enemigos, si todos sus ciudadanos están en sus menesteres, ocupados en sus asuntos personales? Cuando sonaba la trompeta con alarma de guerra había instrucciones y cosas que hacer. En la actualidad, con la perenne amenaza terrorista, en la ciudad de Nueva York se hacen simulacros, y en ocasiones se moviliza toda una ciudad, bomberos, policías, ambulancias, etc., para simular situaciones de emergencias y aprender qué hacer si se enfrentan a una realidad similar. Por ejemplo, ¿qué haces tú cuando vas en tu automóvil por la carretera y escuchas la alarma de la ambulancia de un hospital, del camión de bomberos, o la patrulla policial? Disminuyes la velocidad y te echas a un lado del camino, porque ya sabes

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qué tienes que hacer cuando oyes ese tipo de sonido. Ellos con su alarma te están enviando un mensaje: «Hazte a un lado, llevo prisa, hay una emergencia y no puedo detenerme, necesito llegar». Hay personas que se turban cuando escuchan la sirena y no saben qué hacer y han ocasionado accidentes, porque se quedan en el medio. Por eso, en situaciones de emergencia también se usan agentes de tráfico para que ordenen las vías y se les dé paso a los vehículos que llevan la muy esperada ayuda. Pues así sucedía en las ciudades antiguas, donde era una responsabilidad de los centinelas dar el sonido de alerta. ¿Qué sucedería si en lugar de dar sonido de alarma, el atalaya diera el sonido de fiesta, porque se levantó contento o porque piensa que el sonido es más bonito y menos estrepitoso? Te imaginas que el atalaya diga: «Mi Dios, por ahí vienen esos caldeos a quienes les tenemos tanto miedo por ser tan belicosos y sanguinarios… Mejor yo, en vez de tocar la trompeta, con esa alarma tan ruidosa, toco la flauta, porque el sonido es más suave y así el pueblo estará más calmadito y podrá encontrar las armas para la batalla de forma menos atolondrada». ¡No quiero ni pensar qué pasará con ellos! Por tanto, es responsabilidad del centinela dar el sonido que corresponde en el momento preciso; no puede equivocarse, debe ser firme y exacto: si es guerra, de guerra, si es de convocación, de convocación. Sin embargo, en la Palabra también encontramos otro tipo de alarma, cuyo sonido considero muy extraño, y espero que tú nunca toques esa trompeta, porque es la trompeta de los hipócritas. Mira lo que nos advirtió el Señor: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa” (Mateo 6:1-2). ¿Has oído alguna vez el sonido de esa trompeta? Esa trompeta no es de metal, sino el sonido de los hipócritas que sirven al ojo para ser vistos de los hombres, y el que es espiritual distingue ese sonido. Ellos dicen: «Hermanos, para la gloria de Dios, ayer me pasé el día entero visitando los enfermos, gloria a su nombre. El otro día cancelé una importante cita que tenía y preferí -para la honra y gloria de nuestro Señor- irme a la casa del ancianito fulano que estaba enfermo y le cociné, le lavé y le limpié la casa». Pero el Señor dice que cuando tú hagas algo que no sepa tu izquierda lo que hace la derecha, porque si tú lo haces y eres alabado por los hombres por tu generosidad, esa es tu recompensa (Mateo 6:3-5). Por tanto, cuando esos hombres se mueran se acabó tu

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alabanza y reconocimiento, pero si es Dios que toca la trompeta por ti en el cielo, grande será tu galardón, y eterno. En el libro de Apocalipsis, por otra parte, podemos ver que después del sonido de la trompeta se oyen voces y se ven escenas, y revelación de sucesos futuros: “Yo estaba en el Espíritu en el día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz como de trompeta, que decía: Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último. Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia: a Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Y me volví para ver la voz que hablaba conmigo; y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego” (Apocalipsis 1:10-14). Es decir, Juan “Cada mensaje estaba en el Espíritu, allí temblando, reverberando, cuando en medio de ese trance de Dios tiene su santo oyó una voz detrás de él como de propio sonido, trompeta. Esa voz aerófana, cuyo aire no especial y solo vibraba, sino que hacía temblar todo el distintivo, al lugar, por su tono agudo y sostenido, declaque luego le raba que era la persona divina y le daba una instrucción. Pienso que Juan nunca olvidasigue una gran ría el sonido de aquellas palabras que estrevisión” mecían su fuero interno, pues al voltearse y ver al que hablaba, vio al Señor glorificado. Era un sonido diferente, que poseía ciertas características tonales tan peculiares y graves que lo hacían único. Cada mensaje de Dios tiene su propio sonido, especial y distintivo, al que luego le sigue una gran visión. Juan vio escenas que se sucedían unas tras otras en la gran visión, las cuales eran representaciones visuales de acontecimientos futuros. Sin embargo, me llama la atención el que Dios anuncia estos siete mensajes a través de sonidos de trompetas. Por ejemplo, cuando una persona no puede hablar, ya sea porque es sorda-muda, no emite sonidos para poder comunicarse, sino que usa un lenguaje dactilológico, icónico o signado, para con las manos hacer señas, gestos, toques o indicación de objetos, y hacerse entender. Este lenguaje es visual, cuyas imágenes sustituyen el sonido. Pero aquí las siete trompetas son el preámbulo del anuncio de lo que acontecería. En vez de decir: «Esto va a acontecer; va

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a suceder aquello», las imágenes muestran el hecho en sí. Pero, ¿por qué una trompeta precede a estos mensajes? Veamos cómo Juan describió los mismos: “El primer ángel tocó la trompeta, y hubo granizo y fuego mezclados con sangre, que fueron lanzados sobre la tierra; y la tercera parte de los árboles se quemó, y se quemó toda la hierba verde” (Apocalipsis 8:7).

Luego, la segunda trompeta tenía otro mensaje (v.8), la tercera también (v. 10), la cuarta (v. 12), y así sucesivamente. Cada trompeta emitía un sonido, y estoy seguro que cada sonido era diferente, anunciaba un mensaje distinto, una época, un tiempo en el futuro. Eran visiones, pero después se dejaba oír el sonido de trompeta. Veamos que mostró la última trompeta: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 11: 15).

¡Qué mensaje poderoso! La séptima trompeta anunciaba que los reinos del mundo pasaron a ser de Dios y de su Cristo. Por tanto, la trompeta en la Biblia nos habla de mensajeros y de mensajes; nos hablan de sonidos y alarmas; nos hablan de señales y anuncios, de acontecimientos futuros. El apóstol Pablo escribió: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:16–17). Me gusta cuando dice que el mismo Señor será el que tocará la trompeta. Él no dará ese trabajo a ningún ángel, sino que la tocará Él mismo. La Biblia usa más de una vez esa expresión y por algo lo dice. Por eso, Jesús dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:1-3). Él se tomará a sí mismo, para que no haya dudas, y donde Él esté, nosotros también estemos.

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se va a regocijar viendo a Dios recompensando a los que en Él han creído. ¡Sonido de trompeta que anuncia vida! Sonido que confirma que la muerte fue vencida en la cruz, y que aquellos que creyeron en Él y murieron en Él, ahora resucitarán. El profeta Ezequiel dijo: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, habla a los hijos de tu pueblo, y diles: Cuando trajere yo espada sobre la tierra, y el pueblo de la tierra tomare un hombre de su territorio y lo pusiere por atalaya, y él viere venir la espada sobre la tierra, y tocare trompeta y avisare al pueblo, cualquiera que oyere el sonido de la trompeta y no se apercibiere, y viniendo la espada lo hiriere, su sangre será sobre su cabeza. El sonido de la trompeta oyó, y no se apercibió; su sangre será sobre él; mas el que se apercibiere librará su vida” (Ezequiel 33:1-5). O sea, el que oye la alarma de guerra y no se apercibe para tomar medida, y muere, es responsable de su propia muerte, por negligente. Esta persona murió porque no respondió al sonido de la alarma, sino que hizo caso omiso a ese sonido, lo ignoró y pagó con su vida su descuido. También dijo Ezequiel: “Pero si el atalaya viere venir la espada y no tocare la trompeta, y el pueblo no se apercibiere, y viniendo la espada, hiriere de él a alguno, éste fue tomado por causa de su pecado, pero demandaré su sangre de mano del atalaya. A ti, pues, hijo de hombre, te he puesto por atalaya a la casa de Israel, y oirás la palabra de mi boca, y los amonestarás de mi parte. Cuando yo dijere al impío: Impío, de cierto morirás; si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, pero su sangre yo la demandaré de tu mano. Y si tú avisares al impío de su camino para que se aparte de él, y él no se apartare de su camino, él morirá por su pecado, pero tú libraste tu vida” (Ezequiel 33: 6-9).

Aquí está clara la enseñanza, y la aplicación para nosotros. Todo atalaya tenía una trompeta en la mano, para advertir al pueblo cuando se aproximaba el enemigo y así pudieran salvar sus vidas. De la misma manera, llama Dios a su mensajero y le dice: «Si tú vieres la espada, o sea, el ejército enemigo que viene, y tocas la trompeta, todos los que escuchen el sonido y no se apercibieren para la batalla, y perecieren, son responsables de sus propias muertes; pero si tú, viendo al invasor que viene, no tocas la trompeta, la sangre de todos los que murieren

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caerá sobre ti». A eso se refiere el apóstol Pablo cuando dice: “Y si la trompeta diere sonido incierto, ¿quién se preparará para la batalla?” (1 Corintios 14:8). Leyendo el pasaje, en el libro de Lamentaciones, donde el profeta se lamentaba de la tragedia y destrucción de Jerusalén por Nabucodonosor, me sacudió la manera como Jeremías describía todos aquellos hechos. Él relató: “Mis ojos desfallecieron de lágrimas, se conmovieron mis entrañas, Mi hígado se derramó por tierra a causa del quebrantamiento de la hija de mi pueblo, Cuando desfallecía el niño y el que mamaba, en las plazas de la ciudad” (Lamentaciones 2:11). Él veía niños abandonados por sus madres en la confusión y la huida de la gente, aterrados en el desconcierto de la guerra, huyendo de los enemigos que invadían cada lugar, apoderándose de cada rincón, entre tanto mataban hombres, mujeres y niños, abrían vientres de mujeres embarazadas, violaban niñas, mataban jóvenes y asesinaban bebés. Dura era aquella visión que destruía la confianza de un pueblo que se había ensoberbecido, por sentirse protegido detrás de sus fortalezas y el muro de sus palacios. Pero, tanto el muro y el antemuro cayeron, mientras los hijos decían a sus madres: “¿Dónde está el trigo y el vino?”, para luego desfallecer y agonizar en sus regazos (Lamentaciones 2:12). Oh, el profeta se estremecía y clamaba: “¿Qué testigo te traeré, o a quién te haré semejante, hija de Jerusalén? ¿A quién te compararé para consolarte, oh virgen hija de Sion? Porque grande como el mar es tu quebrantamiento; ¿quién te sanará?” (v. 13). Sí, se oyó el llanto y el grito desesperado de un pueblo que no creyó al anuncio, que no se quebrantó en el día de la humillación, ni se convirtió de sus malos caminos, cuando fue amonestado con voz como de trompeta, por su rebelión y su pecado. Entonces, su tierra fue teñida con sangre y la voz de júbilo fue acallada por los gritos exasperados, por el llanto grande, los alaridos y el clamor espeluznante de un pueblo que, abandonado por su Dios, había sido entregado a sus enemigos. ¿No era aquella la ciudad del gran Rey, donde, para siempre, Dios había dicho que había puesto su nombre, sus ojos, y su corazón (2 Crónicas 7:16)? Eso no correspondía a las promesas fieles ni mucho menos al pacto de las misericordias firmes a David. Todo estaba confuso, equívoco… Por eso al profeta le dolían las entrañas mirando el futuro que les esperaba a esos que hoy reían, pero que mañana llorarían y con llanto amargo. Así también transmitió Jeremías el mensaje: con énfasis, con ruegos y suplicas, con advertencia, dando el sonido cierto de que el peligro era inminente, y que el invasor irrumpiría y les haría grandes violencias, mas nadie escuchó. El pueblo había escuchado a otra voz. Por eso, él les dijo:

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que fuiste enviado ni empieces el discursillo con tu muletilla: «así te dice Jehová el Señor», no lo digas, por favor, ten temor en tu corazón. Moisés fue una trompeta para Israel, cuyo sonido era enseñar al pueblo la ley de Jehová; el sonido de Jeremías fue anunciar la proximidad de un cautiverio y el consecuente castigo para la casa de David, por los pecados de Manasés. No creo que Jeremías quiso tocar esa trompeta. Isaías, por su parte, anunció el final de los impíos y la restauración final del pueblo de Dios, y desde el capítulo 40 al 66 de su libro, todo lo que nos habla es de restauración: “quítate el llanto”, “quítate el cilicio”, “vístete de gozo”, ¿quién no da un mensaje así? Esa trompeta cualquiera desearía tocarla. ¿Y la trompeta del evangelio? Es un trompetazo de buenas noticias, ¿quién no quiere tocarla? Es casi imposible callar una buena noticia. Si usted no quiere que una buena noticia se sepa, no la diga, pues aun los grandes, con una buena noticia, se ponen como niños, y les es casi imposible ocultar en sus caras la alegría. La reacción de la gente al mensaje no es un problema del mensajero, sino tocar el sonido que Dios le dio. No siempre, la gente reacciona a los sonidos de la trompeta como se espera. Hasta el mismo Jesús dijo: “¿a qué compararé esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, y dan voces a sus compañeros, diciendo: Os tocamos flauta, y no bailasteis; os endechamos, y no lamentasteis. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: Demonio tiene. Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores” (Mateo 11:16-19). ¡Madre mía!, les tocan la flauta y no bailan, les ponen una endecha y no lloran, ¡esta gente no reacciona a nada! Y esa es la preocupación de muchos mensajeros, la tensión para que la gente los escuchen, los sigan, los oigan, los inviten de nuevo. ¿Quién no quiere ser conocido y aclamado? El asunto es que si somos instrumentos, lo primero es la responsabilidad que tenemos delante de Dios. El sonido de cada trompeta lo da Dios, por lo que no importa el sonido que sea, si el sonido viene de Él. Entiendo que hay sonidos que no son agradables darlos. Jeremías dijo, en cierta ocasión: “No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre” (Jeremías 20:9). En otras palabras, era tan desagradable dar ese sonido que no quería hablar más de él, ni mencionar el mensaje; prefería renunciar a él, pero entonces también dijo que tenía dentro de su corazón como un fuego ardiente, tan fuerte que lo sentía dentro de sus huesos, y que trataba de sufrirlo, pero no podía (v. 9). Por eso, tuvo que clamar: “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí” (v. 7). Para el profeta fue

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quebrantamiento para andar en integridad; amonestaciones de ser sinceros delante de su presencia; de la importancia del quebrantamiento como instrumento divino, para preparar el corazón de los creyentes para la gloria que venía. Esa era la trompeta que Dios quería que se sonara, para preparar el camino para un sonido mejor, pero vinieron unos cuantos mensajeros con otra melodía, y desviaban el propósito divino cuando les tocaba su programación. Ellos exclamaban: « ¡Qué tanto lloro y lamento! El Señor no nos llamó a nosotros a este lloriqueo, sino a mostrar el gozo del evangelio. ¡Gocémonos hermanos que Dios nos salvó y estamos en victoria!». Entonces, ponían música rítmica, daban saludos de cumpleaños, se lisonjean unos a otros, detallaban sus itinerarios y actividades de las iglesias, etc., convirtiendo aquello en un desastre… ¡Qué dolor mi hermano cuando al que le dan la vara de la autoridad no la sabe usar! Pudo más la agitación y la presión de algunos líderes, que la obediencia a lo que Dios estaba diciendo y haciendo. Mis huesos se consumían al ver como hollaban aquel lugar que Dios había convertido en un santuario. En una ocasión no me pude contener, y le dije al que presidía: « ¡Ay de ti si apagas el fuego que Jehová encendió!, pues no se podrá encender más esta hoguera, y tú también vivirás las consecuencias». Y así fue, tristemente, cuando todo pasó, quedó el lugar desierto y él nunca más ha sido el mismo, ni lo será, porque se dejó presionar y escuchó aquellas voces. Tiempo después, cuando ya se había apagado el fuego, de aquel avivamiento, en el año 2001, vino alguien y convocó a los pastores de la ciudad en un lugar bien grande, porque según él, iba a traer el arca de Jehová (incluso preparó un arca y todo), ya que tenía la seguridad que la gloria que veríamos sería mayor que la primera. Hasta ese momento, meditaba esas cosas en mi corazón, pero como profeta tuve que decirles: «Hagan lo que sea, pero esto no vuelve a renacer hasta que el corazón no cambie. Dios tocó una trompeta y ese sonido no se escuchó, aún más, lo silenciaron. Dudo que mi Dios cambie de trompeta». Sin embargo, como Jeremías, no rehusé, sino que asistí, aunque me negué a tomar alguna parte, como ellos querían, pero les dije: «Mis hermanos, yo vine porque, como Jeremías, me toca estar con el pueblo de Dios en toda situación, pero el Señor me dijo que me calle la boca, porque esto no fue lo que Él mandó a hacer, sino que nos humillemos y pidamos perdón por lo que hicimos, y eso no es lo que se ha hecho. A Dios se le calló la voz cuando estaba preparando el corazón de su pueblo, mediante el llanto y el quebrantamiento, y ustedes comenzaron a levantar otras voces para quedar bien con la gente, dando un sonido incierto». No obstante, la actividad se inició a las doce de la noche, en aquel lugar donde había como tres mil personas.

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La actividad se inició y pasaron toda la madrugada orando, todo el día cantando, alabando, pero aquello parecía el monte de Gilboa (2 Samuel 1:21), no había nada, ahí todo era árido. A las once de la noche del día siguiente -veintitrés horas después- a una hermana que Dios usa en la adoración, la pusieron a cantar, pero ella se humilló y tirada de rodillas, gimiendo, comenzó a adorar al Señor, y entonces la gloria de Dios invadió todo aquel lugar. Yo mismo dije: «Dios mío, esto es gracia y misericordia tuyas», y me tiré también como todos los demás, de rodillas, a alabar al Señor. En esa hora undécima, faltando sesenta minutos para que terminase la actividad de veinticuatro horas, porque había que desocupar el lugar, ya que era rentado, cuando estaban todos en el piso, humillados, alguien vino y se levantó, y dijo: «Hermanos, en el nombre de Jesús, el Espíritu me dice que nos levantemos todos con gozo». Esto ocasionó una confusión grandísima en el pueblo, pues todo el mundo se levantó en medio de un gran alboroto y se desvaneció el momento glorioso. Este siervo hizo esto porque estaba anunciando que el arca que habían construido (tipo de la “gloria”) estaba entrando en ese momento. ¡Qué tristeza! Después de veintitrés horas orando, y cuando llega el instante del toque de su presencia, de estar callados bajo la sombra de sus alas, y el peso solemne de Su santidad, viene alguien y descorre bruscamente la cortina. ¡Oh, qué falta de sensibilidad! Pasa a veces en las iglesias, donde estamos adorando en un silbo apacible, en silencio ante su presencia, abruptamente alguien grita: « ¡Ay Santo, ay Señor!» o habla unas lenguas raras en alta voz, o se levantan y caminan, hablan, dan aplausos fuera de lugar, ¿qué es eso, Padre mío? ¡Qué violación a la sublimidad que hay en Dios! Todo tiene su tiempo y todo tiene su hora, dijo el Predicador (Eclesiastés 3:1). Los que son del Espíritu conocen el momento, y saben comportarse y qué sonido deben emitir y también cuándo deben callar. El propósito de esa actividad era tocar una trompeta diferente a la que Dios había tocado hasta ese momento, y cuando Dios en su misericordia, les dio el único momento de gloria en todo ese día, también se lo dañaron emitiendo un sonido que estaba en desarmonía con el concierto del Espíritu. Espero que con ese ejemplo hayas entendido lo que es un sonido incierto. Ahora quiero que en el libro de Jeremías veas un retrato de nosotros, los mensajeros de Dios hoy día, para que el Señor te abra el entendimiento y sepas, por qué estoy compartiendo este mensaje contigo: “¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice Jehová. 2 Por tanto, así ha dicho Jehová Dios de

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Israel a los pastores que apacientan mi pueblo: Vosotros dispersasteis mis ovejas, y las espantasteis, y no las habéis cuidado. He aquí que yo castigo la maldad de vuestras obras, dice Jehová. 3 Y yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. 4 Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten; y no temerán más, ni se amedrentarán, ni serán menoscabadas, dice Jehová. (…) 9 A causa de los profetas mi corazón está quebrantado dentro de mí, todos mis huesos tiemblan; estoy como un ebrio, y como hombre a quien dominó el vino, delante de Jehová, y delante de sus santas palabras. 10 Porque la tierra está llena de adúlteros; a causa de la maldición la tierra está desierta; los pastizales del desierto se secaron; la carrera de ellos fue mala, y su valentía no es recta” (Jeremías 23:1-4, 9-10)

La porción bíblica habla de los pastores y a los pastores. En la tipología, las ovejas representan al pueblo, y los pastos a la Palabra, al mensaje de Dios. Los pastores que no guían al redil a fuentes de agua, y a pastizales que las alimenten, sino que las dispersan, las amedrentan y las menoscaban, la Palabra los acusa de maldad. Entonces, vemos a Jeremías consumido en un gran dolor por causa de los profetas. Así deberíamos estar nosotros hoy, como él. Si tú eres un hombre de Dios, si tú le amas y tienes el celo de Finees (Números 25:11), debes estar ahora mismo quebrantado delante de Su presencia. Lo digo porque a mí me duelen las entrañas de ver a los profetas que hablan de parte de Dios, viendo el peligro que se aproxima, hablando de gozo y celebración. Jeremías les dijo a los profetas: “¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó?” (Jeremías 23:18), porque quien está en el secreto de Dios, no da otro mensaje ni toca otro sonido que no sea el que Dios le dio. Pero, como quieren agradar los oídos de la gente, y no le advierten del peligro al pueblo, y eso duele en el corazón, y lastima las fibras del alma. Cuando el profeta es de Dios y ve la condición de la iglesia, se quebranta, se tira a los pies del Señor y en su espíritu siente el anhelo de querer vivirlo. Entonces, cree que como él, los demás temen a Dios, y escucharán y recibirán el mensaje de la misma manera, compungidos y arrepentidos, ansiosos por obedecer y cumplir la voluntad de Dios, pero no sucede así. Por el contrario, muchos reaccionan al mensaje de exhortación y amonestación, y dicen como

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Quiero decirte que yo no necesito tu ayuda, tú fuiste llamado a hacer lo que yo te mandé, porque tú eras siervo mío, y no yo el siervo tuyo. Así que siervo malvado ¡sal de mi presencia, vete de aquí!» ¡Qué dolor hermano, qué frustración!, pues no es hacer mucho, sino hacer lo que Dios mandó a hacer. Ese es un siervo fiel, el que hace lo que Dios le mandó y cuida lo que Dios le puso en las manos. La porción bíblica definió como maldad el no hacer lo que Dios ha encomendado a hacer. También Jeremías habló del pecado de los profetas en cuanto a su ministerio profético. Él dijo: “En los profetas de Samaria he visto desatinos; profetizaban en nombre de Baal, e hicieron errar a mi pueblo de Israel” (Jeremías 23:13). Estos profetas, hicieron errar al pueblo por su desatino, y este punto es muy importante, por lo cual lo debemos destacar. En mi pueblo dicen, cuando una persona se comporta de manera errática: “ese tipo no tiene tino”, implicando que no tiene juicio, cordura, que anda en desatino, fuera de la realidad, está loco. Pero en Dios también hay una realidad, y andar fuera de ella es una locura. Jehová se lamentó por la vanidad y locura que esa gente le habían predicado a su pueblo, haciéndolo errar, conduciéndolo por un camino de extravío. ¿Por qué lo hicieron? Por querer agradar a los oídos, para que ellos se sientan bien “con nosotros”, y ese impulso lo sufrimos todos, como mensajeros de Dios. ¿Cuál es la tónica de este tiempo? La prosperidad, las “megas” iglesias, de manera que las voces que se levantan hacen sentir acomplejados a los que tienen iglesias pequeñas. Entonces, los siervos se dicen: « ¿Qué hago yo aquí? Me dicen que si la congregación no crece es porque Dios no está conmigo». Y nos metemos en una clase de complejos y de situaciones, hasta que finalmente orquestamos un plan de crecimiento, una estrategia de mercado, para superar las supuestas limitaciones de –llamémosle ya- “empresa” cristiana, no iglesia. Pero, la manera de evaluar tu ministerio (en el aspecto reflexivo), no es comparándote con los demás, sino yendo al Dios de tu llamamiento y preguntarle si aprueba o no lo que estás haciendo. Pablo decía: “en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida” (1 Corintios 14:19), y yo, parafraseando, digo: prefiero hablar cinco palabras de Dios, aunque el sonido no sea agradable, que diez mil fantasías con desatino que hacen errar a la iglesia. En nuestro ministerio, cuando instruimos a los profetas, siempre les decimos que distingan entre lo que es Palabra de Dios, y lo que es bendecir al pueblo. Nosotros fuimos llamados a bendecir al pueblo, y si quieres bendecir a tu hermano, ve y dile: «Yo te bendigo en el nombre de Jesús, y pido a Dios que

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te dé esto, y aquello», abre tu boca y échale todas las bendiciones que puedas. Cuando mi padre era católico, cuando iba de viaje, solía decir: «Voy para tal pueblo, échenme todos los santos atrás», y salía, queriendo decir que se iba de viaje y para que le vaya bien, no tan solo pedía oración, sino también los santos, por si acaso se quedaba alguna bendición afuera. En mi caso particular, a mí me gusta bendecir, porque no tan solo fuimos llamados a bendecir, sino también a ser bendición. Mas, cuando usted dice: «Así ha dicho Jehová» tenga cuidado, no use el nombre de Dios en vano (Éxodo 20:7). Hay muchos que dicen: «Así ha dicho Jehová...», y Dios no ha dicho nada, porque solo es para que la gente se sienta bien y digan: « ¡ah, me profetizaron!». Y la gente llora o se goza, y usted contento porque profetizó, pero el asunto es si verdaderamente habló Dios. Entiendo que en ocasiones hay un gran sentir de dar bendición, pero no se tiene seguridad de que Dios esté hablando, bendiga lo que tenga que bendecir, no hay nado malo en bendecir, pues bendecir es desear de acuerdo a las promesas. Échele a Dios encima y deje que el Señor lo arrope, pero no tome el nombre de Dios, si Él no ha hablado, pues la bendición se puede convertir en maldición. ¡Temamos! Cuando alguien menciona el nombre de Dios, aunque yo sepa que el profeta es falso, pero por razón de ese nombre, yo callo, por respeto a mi Señor. También Pablo dijo: “ los profetas hablen dos o tres, y los demás juzguen” (1 Corintios 14:29). Cuidado con el desatino, en este tiempo hay que tener mucha prudencia, para no caer en lo mismo. Nota en el siguiente versículo las consecuencias de los desatinos proféticos: “Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra” (Jeremías 23: 14). Primero, andan en torpezas; segundo, cometen adulterio (que también puede ser idolatría); tercero, andan en mentiras; y cuarto, fortalecen las manos de los malos, para que ninguno se convierta de su maldad. Eso es muy común en estos días, decirle a una persona que está bien lo que hace, de manera que fortalecen “sus manos”, o sea, sus obras, sus malas acciones; por eso siguen obstinados en sus pecados. Creo que somos predicadores para que la gente se arrepienta y se convierta de sus malos caminos. La Escritura advierte de no recibir prebendas “porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos” (Éxodo 23:8). Si alguien te hace un regalo, porque quiere honrarte, acéptalo, y con eso no estoy contradiciendo el mandamiento, pues Pablo hablaba de aceptar las ofrendas de los gentiles, de aceptar sus bienes materiales, así como ellos participaban de los bienes espirituales que se les ministraban (Romanos 15:25-26). Pero el día que

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Dios te dé un mensaje de amonestación, también debes darlo a aquel que te haya bendecido, porque quien gobierna la vida de un profeta –si es de Dios- es Dios y no el vientre (Filipenses 3:19). Natán era amigo de David, y no cualquier amigo, era como su padre, alguien muy íntimo; incluso entre los hijos del profeta había uno que fue de los treinta valientes del ejército de Israel (2 Samuel 23:36), también otro fue gobernador, y otro ministro principal y amigo del rey Salomón (1 Reyes 4:5). Es decir que había una relación estrecha entre ellos, no obstante, cuando David pecó, Natán no titubeó, sino que obedeció a Jehová y le dijo al rey, luego de haberlo llevado a reconocer lo malo de la “Un hombre acción: “Tú eres aquel hombre” (2 Samuel de Dios sabe 12:7). Más adelante, vemos que Natán recodistinguir y nocía que David era un hombre que le había caído en gracia a Dios, y cuando éste le separar la expresó su deseo de construirle casa a Jehoamistad del vá, él le dijo: “Haz todo lo que está en tu coraministerio que zón, porque Dios está contigo” (1 Crónicas ha recibido del 17:2). Sin embargo, en la noche, cuando Jehová le dijo: “Ve y di a David mi siervo: Así Señor” ha dicho Jehová: Tú no me edificarás casa en que habite” (1 Crónicas 17:3,4), Natán no se puso a discutir con Jehová ni pensó en cómo vería David esta contradicción, si afectaría su estrecha relación, o qué pensaría de su credibilidad, de su reputación, de su prestigio como profeta, ¡no! Él fue y profetizó y dijo todo lo que tenía que decir de parte de Jehová. Allí habló el profeta, no el amigo. Por lo cual, entiendo que un hombre de Dios sabe distinguir y separar la amistad del ministerio que ha recibido del Señor Personalmente, y lo digo muchas veces, cuando se trata de Dios y de Su reino, yo no tengo amigos, ni esposa, ni hijos, ni nada que pueda impedirme o entrarme en el conflicto de no obedecerle. Yo tengo que ser fiel a mi Señor, pues el amor de Él es supremo y está por encima de cualquier relación. Daniel estaba en la corte de Babilonia, cuando Belsasar lo llamó y le dijo: “Yo, pues, he oído de ti que puedes dar interpretaciones y resolver dificultades. Si ahora puedes leer esta escritura y darme su interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de oro llevarás en tu cuello, y serás el tercer señor en el reino” (Daniel 5:16), a lo que Daniel respondió: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación” (v. 17). Este hombre tuvo

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como basura los tesoros del rey, porque no quería nada de alguien que había blasfemado el nombre de su Dios, tomando los vasos de Jehová y dándoselos a las prostitutas en su banquete (Daniel 5:22-23) Asimismo, cuando Saúl se asió de la punta del manto de Samuel, fue porque era lo único que pudo alcanzar, ya que el profeta se negó acompañarle, y luego de decirle lo que tenía que decirle de parte de Jehová, se marchó (1 Samuel 5:26-27). Esto lo leemos y parece como una pequeña diferencia, algo simple, pero si pesáramos la gravedad del momento y quién se negaba a quién, tembláramos, considerando lo que era un rey en aquel tiempo. A eso añádele el gran cariño que sentía Samuel por Saúl, lo duro que fue para él decirle aquellas palabras, pues vemos como después que Saúl fue desechado, Jehová tuvo que decirle al profeta: “¿Hasta cuándo llorarás a Saúl, habiéndolo yo desechado para que no reine sobre Israel?” (1 Samuel 16:1). Y a pesar que Samuel tampoco estuvo de acuerdo en que haya un rey que no sea Jehová en Israel, también tuvo que llenar su cuerno de aceite, y trasladarse a Belén, a la casa de Isaí para ungir uno de sus hijos, de los cuales Jehová se había provisto de rey. Pienso que por la aflicción que tenía Samuel, y por su conflicto con la palabra recibida, bien pudo negarse, pero no, este hombre obedeció aún estando en desacuerdo. Es importante que un profeta distinga los tres aspectos más importantes de la profecía, con los cuales está comprometido en la misma magnitud. Estos son: consolación, edificación y exhortación (1 Corintios 14:3). A veces somos tan diplomáticos, aunque hay que tener sabiduría, y saber decir las cosas, ministrando en el espíritu del Nuevo Pacto que es la misericordia, gracia y restauración, pero diciendo las cosas tales como son, dependiendo el sonido que Dios dé. No hay necesidad de ofender o condenar a alguien, porque el mensaje del evangelio no es de condenación, sino de restauración. Los que cierran sus oídos para no escuchar el consejo de Dios, el Señor deja que anden en sus propios caminos, hasta que se hastíen de sus propios consejos, dice Proverbios 1:31. Por tanto, no es del mensajero regir lo que el destinatario hará con el mensaje recibido, sino asegurarse de que éste lo reciba, exactamente, como el Señor se lo dio. Dios es verdad, y todo lo que es contrario a su carácter es engaño e hipocresía. Nota lo que dijo el profeta: “Por tanto, así ha dicho Jehová de los ejércitos contra aquellos profetas: He aquí que yo les hago comer ajenjos, y les haré beber agua de hiel; porque de los profetas de Jerusalén salió la hipocresía sobre toda la tierra” (Jeremías 23: 15). Cuando se está diciendo algo que Dios no dijo, para que la gente se sienta bien, se está hablando engaño. Y como las palabras son espíritus, eso sale y cubre la tierra con hipocresía y engaño. Da tristeza escuchar muchas cosas que se dicen y se escriben, engañando al pueblo de Dios.

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Existe una carencia de mensajeros genuinos, mensajeros íntegros, fieles, como los del pasado, porque nos hemos conformado a este siglo, y por ello tenemos que pedir perdón a Dios. ¿Y qué ha de hacer la iglesia ante tanta apostasía y engaño? No escucharlos, cerrar los oídos, porque de lo contrario nos engordaremos de vanidad y falsas esperanzas. Jeremías dijo: “No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová” (Jeremías 23:16). Y pregunto, ¿solamente yo escucho los mensajes hoy? ¿No están cargados los púlpitos de mensajes de vanas esperanzas? Hay un mensaje que tiene décadas en la iglesia, llamado el mensaje de la prosperidad. Sí, reconozco que el mensaje de Dios es prosperidad, tanto en el Antiguo Pacto como en el Nuevo, y en este último se añaden también las promesas espirituales. Por ejemplo, en el Antiguo Pacto dice que si tú obedeces y guardas la ley de Jehová, Él te da largura de días, por lo que no serás cortado a la mitad de tus años. También dice que ninguna de las enfermedades que envió a los egipcios sufrirás, porque Jehová será tu sanador. Además te dará victoria contra los enemigos, y serás cabeza y no cola, ninguna plaga tocará tu morada, serás bendito en el campo, en la ciudad, bendita la canasta para amasar, las crías de tus ovejas; todo va a ser bendito en tu casa, Jehová será contigo. Eso es prosperidad, pero en el Nuevo Pacto se añade aún más, porque se añaden otras cosas. Dice Juan: “Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma” (3 Juan 1:2). Hay una prosperidad espiritual que no se compara a la terrenal, promesas gloriosas de bienes venideros que son más valiosos que los terrenos, pues en el nuevo pacto todo es nuestro, nosotros de Cristo y Cristo de Dios (1 Corintios 3:23). Por lo antes dicho, la prosperidad es de Dios, y meditando en eso y en la manera que el hombre tergiversa las dádivas divinas, un día dije: « ¡Dios mío, qué es esto!», y Él me dijo: «hijo, el error no está tanto en el mensaje, sino en el espíritu del mensaje que es de avaricia; distínguelo». Luego, me trajo el siguiente versículo: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre. (…) porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6:11,10). Cuando Jesús predicaba en contra de la avaricia, dice que los fariseos se reían de él, pero Jesús dijo: “Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Lucas 12:15). Abraham era riquísimo y nunca habló de riquezas, ni tampoco quiso los despojos de la guerra aunque le

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pertenecían, sino que dijo: “He alzado mi mano a Jehová Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra, que desde un hilo hasta una correa de calzado, nada tomaré de todo lo que es tuyo, para que no digas: Yo enriquecí a Abram; excepto solamente lo que comieron los jóvenes, y la parte de los varones que fueron conmigo, Aner, Escol y Mamre, los cuales tomarán su parte” (Génesis 14:22-24). Él no tomó nada para sí, aunque por ley militar le correspondía, y en cambio dio los diezmos de todo a Jehová (v. 20), pues sabía que su bendición venía de lo alto. Luego vemos a este hombre, a quien Jehová le había entregado la tierra, comprando una cueva en su propia tierra, para enterrar a su muerta, en Macpela, aunque Efrón el dueño de aquella propiedad no solo le estaba dando la cueva, sino regalándole toda su heredad (Génesis 23:9,11). Abraham bien pudo decir: « Cómo puedo yo, que dejé mi tierra y mi parentela, para salir de Ur de los caldeos a una tierra que Jehová me prometió, y un día me dijo: “Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Génesis 13:14-15), voy a comprar una cueva para enterrar a mi amada Sara, siendo yo el dueño de todo esto» Pero no, el reconocía que todavía Jehová no se la había entregado en sus manos, por lo que optó por comprar la cueva. No había confusión en su cabeza, sino que por el contrario, su fe estaba bien clara, puesta en el Señor y no en su prosperidad. Cuando Isaac se enriqueció y fue prosperado de tal manera que se engrandeció, hasta hacerse muy poderoso (Génesis 26:12,13), se tuvo que marchar de Gerar porque los filisteos le tuvieron envidia (v. 14). Pero luego, los reyes y principales de Gerar se fueron tras él a pedirle que sean amigos y que haga pacto con ellos de no hacerles mal, porque sabían que él era un bendito de Jehová (v. 29). Por lo cual, concluyo que no es el lugar que hace a la persona, sino Dios. Si Él está contigo, hace del lugar inhóspito e infructífero, un sitio de prosperidad y mucha bendición. No pongamos el corazón en las riquezas. Es mejor tener un buen hogar y buenos hijos en el temor de Dios, que ser dueño de toda una ciudad. No te equivoques, hay quienes ven como una carga a la familia, pero la Biblia dice que herencia de Jehová son los hijos y cosa de estima el fruto del vientre (Salmos 127:3). Lamentablemente, los verdaderos valores, las virtudes que hacen a un humano, un ser superior con respecto a las otras especies, en el modernismo se están perdiendo. Sabemos que hay comerciantes avaros, pero que un hombre de Dios lo sea, es una calamidad. El apóstol Pablo le advirtió a Timoteo: “También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes

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a los padres, ingratos, impíos” (2Timoteo 3:1-2). Pienso que Pablo se refería al mundo, pero es triste también encontrar en la iglesia a hombres que andan en codicias locas, y usan a la iglesia para despojarla. Y de eso, hermano mío, todos somos responsables delante de Dios, cuando su codicia les sea manifiesta a todos, y no hagamos nada para pararlos. Eso no se detiene con lamentaciones, sino levantando la voz y confrontándolos con la Palabra de Dios. Otra cosa, la Biblia no habla de “sembrar” una ofrenda a Jehová. Decir que una ofrenda de Jehová es “siembra” es una mentira satánica, porque todo pertenece a Dios y de lo recibido de sus manos le damos (2 Corintios 9:1-15; 1  Crónicas 29:14). Cuando Pablo habló de sembrar, se refería a una colecta para los santos. La generosidad a favor de los demás es siembra, pero nunca lo será la ofrenda para Jehová. Nadie que tema a Dios le ha dado algo, para que Él le dé más después; eso es un engaño satánico. De Dios son todas las cosas, el primogénito de las ovejas, las más gordas, lo mejor y lo primero. Cuando David ofrendó lingotes de oro y plata y todos esos tesoros que ahora bien pueden ser valorados en billones y billones de dólares, no lo hizo esperando algo a cambio, sino porque tenía su “afecto”, su cariño, su satisfacción en dar para la casa de Dios (1 Crónicas 29:3). A los ojos de David esto no era un gran y costoso sacrificio, ni mucho menos un gasto oneroso en el que tenía que incurrir, para recibir un beneficio luego, al contrario, era su delicia. Mira lo que él expresó: “Bendito seas tú, oh Jehová, Dios de Israel nuestro padre, desde el siglo y hasta el siglo. Tuya es, oh Jehová, la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y tú eres excelso sobre todos. Las riquezas y la gloria proceden de ti, y tú dominas sobre todo; en tu mano está la fuerza y el poder, y en tu mano el hacer grande y el dar poder a todos. (...) Porque ¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos. (…) Oh Jehová Dios nuestro, toda esta abundancia que hemos preparado para edificar casa a tu santo nombre, de tu mano es, y todo es tuyo. Yo sé, Dios mío, que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada; por eso yo con rectitud de mi corazón voluntariamente te he ofrecido todo esto, y ahora he visto con alegría que tu pueblo, reunido aquí ahora, ha dado para ti espontáneamente” (1 Crónicas 29:10-12, 14, 16-17 ).

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Jehová escudriña los corazones, y para que una ofrenda le agrade, la misma debe poseer dos atributos: rectitud y voluntad de corazón. Esos dos elementos están ausentes en la “doctrina de la prosperidad”, pues su motivación no es recta y nadie da espontáneamente, sino como resultado de una manipulación. Ellos dicen: «Dale todo, vende tu casa y tráela, para que Dios te bendiga». Así se llevan la herencia, y despojan a las ovejas, y nosotros nos quedamos mirando, contemplando con indolencia. Pero no es tan solo negarse a eso, sino también, donde yo esté, levantar mi voz aunque no me quieran escuchar, sabiendo que soy responsable delante de Dios y debo tocar la trompeta. Vamos a ponerle freno a los engañadores de este siglo, que están despojando a la iglesia, predicándole un falso mensaje, escondiendo avaricia, para luego llevarse las riquezas y reírse de ellos. Lo digo porque he visto pastores literalmente pelearse por recoger la ofrenda del día, y dicen: «Déjamelo a mí que en el evento pasado yo recolecté treinta mil dólares, y en este te apuesto que te voy a sacar cuarenta mil, ahora mismo». Solo dije: « ¡Dios mío ten misericordia!, pero en esto no voy a participar. Prefiero ser impopular, que no me inviten, que no me quieran en ciertos ambientes, pero me quedo con Cristo, ¡prefiero a mi Dios! Lo otro que señaló Jeremías fue: “No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan; os alimentan con vanas esperanzas; hablan visión de su propio corazón, no de la boca de Jehová” (Jeremías 23: 16). Por eso vemos como se levantan y andan ungiendo a mujeres y a hombres como apóstoles, y “ordeñando” ministros. Sí, y perdona mi lenguaje, quizás es de mal gusto escucharlo, pero tengo responsabilidad delante de Dios, y una cosa es ordenar y otra cosa “ordeñar”. Ellos “ordeñan” porque le exprimen toda la leche a la “vaquita”, pero el que ordena es porque el Espíritu Santo le ha señalado a aquellos que han de ser apartados, para la obra a que los ha llamado (Hechos 13:2). Por eso tiemblo al hablar tan francamente de estas cosas, porque sé que el mensaje puede ser rechazado o que alguien piense que lo preparé con intención, pero a mí esto me lo reveló Dios, y por eso tengo el denuedo de expresarme de esta manera. Otro de los puntos que señaló el profeta es que: “Dicen atrevidamente a los que me irritan: Jehová dijo: Paz tendréis; y a cualquiera que anda tras la obstinación de su corazón, dicen: No vendrá mal sobre vosotros” (Jeremías 23: 17). Es atrevimiento hablar de parte de alguien sin éste autorizarlo y peor aún, decir todo lo contrario a lo que esa persona considera y piensa. Es una osadía que estando Jehová enojado, ellos digan: «No se preocupen, tranquilos, tengan paz, no les vendrá ningún mal; Dios está con ustedes». A veces queremos ser más misericordiosos que Dios.

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También los profetas profetizan el engaño de su corazón, diciendo: “Soñé, soñé. ¿Hasta cuándo estará esto en el corazón de los profetas que profetizan mentira, y que profetizan el engaño de su corazón? ¿No piensan cómo hacen que mi pueblo se olvide de mi nombre con sus sueños que cada uno cuenta a su compañero, al modo que sus padres se olvidaron de mi nombre por Baal?” (Jeremías 23: 25 – 27). A mí me llama la atención que sus sueños, a pesar de decir cosas dulces y agradables al oído no acercaban al pueblo a Dios, al contrario, lo alejaban. Por eso entiendo cuando Pablo le advirtió a Timoteo: “… vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Timoteo 4:3-4). Moisés le dijo a Israel: “Cuando se levantare en medio de ti profeta, o soñador de sueños, y te anunciare señal o prodigios, y si se cumpliere la señal o prodigio que él te anunció, diciendo: Vamos en pos de dioses ajenos, que no conociste, y sirvámosles; no darás oído a las palabras de tal profeta, ni al tal soñador de sueños; porque Jehová vuestro Dios os está probando, para saber si amáis a Jehová vuestro Dios con todo vuestro corazón, y con toda vuestra alma” (Deuteronomio 13:1-3). De ahí aprendo que un profeta verdadero es aquel que lleva la gente a Dios. Sé que abundan muchos, aparentemente, muy “ungidos”, que se cae la multitud tan solo de escucharlos, que dicen palabras muy lindas y profetizan cosas específicas y se cumplen, pero eso no te debe impresionar. El asunto es si el mensaje y el espíritu del mensaje te conducen a amar, a temer y a obedecer a Dios. Discierne de esta manera: «Lo que dijo, ¿me está llevando a Dios, a su persona, o a fantasías ministeriales?». Si con sus sueños hacen que el pueblo se olvide del Señor, el mensajero no es de Dios, no lo debemos escuchar. Nota lo que el versículo bíblico revela acerca de lo que hacen estos profetas, con tal de ser escuchados y oídos: “No envié yo aquellos profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, mas ellos profetizaban” (Jeremías 23: 21). Sorprendente, Dios no los envió, pero ellos corren; el Señor no les habló, pero ellos profetizaban. ¡Qué terrible! Corren a dar el mensaje, porque quieren predicar; también pelean por el mejor horario en los medios de comunicación, pero Dios no los envió, tremendo tiempo perdido. Entonces, el púlpito se corrompe y la predicación pierde la eficacia, porque no hay fruto. Observa este punto tan importante que señaló el profeta: “Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras” (Jeremías 23: 22). Es bueno escuchar palabra de Dios, oír a aquellos de los que el Espíritu nos da testimonio, pero nada substituye el estar a solas con Dios, en su secreto,

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para desarrollar sensibilidad espiritual y saber lo que Él está diciendo, y poder transmitírselo al pueblo. Los profetas reciben de Dios -junto al mensaje- una gran carga espiritual, por lo que en ocasiones se desalientan al no ver los frutos en quienes escuchan. Recuerdo que en uno de mis viajes a Bonaire, una isla bendecida por Dios, sufrí un momento de aflicción en mi espíritu. Estando allá, y viendo que ellos recibieron la palabra con toda solicitud, no sé por qué me sentía sumamente triste y desalentado. Y lo que me entristecía era saber que el mensaje que les compartía era tan de Dios, y sin embargo, cuando lo habíamos predicado en otras naciones del lugar, la gente no lo escuchó de acuerdo a la veracidad del mismo. Para mí, el mensaje era para que todo el mundo se tirara a los pies del Señor y diga: «Esto es de Dios, queremos obedecer a esa palabra, hacer lo que el Señor quiere que hagamos», pero no, esa euforia se ve en los que prefieren seguir a los que andan en desatino, y les endulzan los oídos. Sin embargo, el que es de Dios, la palabra de Dios oye, pues no es de todos la fe. Luego de una reunión con los pastores y líderes del lugar, se nos acercó a mí y a mi compañero de milicia, un pastor y su esposa, muy conmovidos, y nos dijeron: «Gracias amados que como mensajeros de Dios han venido a nuestra isla, a traer un mensaje del Señor a la iglesia. Esta mañana, les escuchamos y Dios nos habló de cuidar la casa, su iglesia, y la obra que el Señor nos encomendó. Mi esposa y yo nos arrodillamos aquí, en el lugar de adoración y dijimos: «Señor, esta es tu casa, te la entregamos, enséñanos a cuidarla». Y después que ustedes se vayan, en los próximos servicios, le vamos a resumir a la congregación el mensaje, para hacer partícipe a todo el pueblo de los mensajes que Dios nos trajo a los pastores de esta ciudad a través de ustedes». Mi hermano, ¡qué consolación! Nos fuimos de allí diciendo: «Dios mío, estábamos desanimados, al ver la actitud de la gente, pero he aquí una pareja de pastores que no solamente escucharon, sino que le van a enseñar en los próximos cultos a toda la iglesia lo que Dios les dijo. Perdónanos, porque nos desalentamos por los que no oyen, y debemos alegrarnos por los que sí escuchan». Desde entonces, le ruego al Señor no desanimarme más; quiero salir del templo como Ana, que al dejar la casa de Dios, comió y no estuvo más triste (1 Samuel 1:18), porque creyó que Jehová escuchó su oración. Cuando los setenta vinieron contentos porque los demonios se sometían en el nombre del Señor, Jesús les dijo: “Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). En otras palabras, no se alegren tanto de la derrota del diablo, sino del triunfo

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de Dios. No nos deprimamos por los que no escuchan, sino alegrémonos por aquellos que oyen y quieren obedecer la Palabra de Dios Si continuamos reflexionando sobre lo que dijo el profeta Jeremías, notaremos la conducta de esos falsos profetas y por qué Jehová estaba en contra de ellos: “ hurtan mis palabras cada uno de su más cercano. [y]… endulzan sus lenguas y dicen: El ha dicho” (Jeremías 23:30-31). ¡Tremenda osadía! Como no tienen mensaje, se roban uno del más cercano y entonces endulzan su lengua y dicen: «Así ha dicho Jehová». Por eso es que, en ocasiones, oímos profecías y el mismo mensaje en boca de diferentes predicadores, hasta con las mismas ilustraciones y ejemplos, porque no son confirmaciones, sino burdas copias. Y ¿sabes por qué endulzan sus lenguas? Porque quieren ir sin ser enviados, y tocar una trompeta agradable a los oídos de la gente, para ser bienvenidos. Pero si la trompeta diere un sonido incierto ¿qué sucederá con el pueblo? Ojalá tuviese yo siempre la boca dulce, pero si Dios me la pone amarga, no tengo la culpa, debo ser fiel y decir lo que Dios habló. Todo lo que procede de Dios es bueno, la exhortación es buena, la amonestación también. Solamente para el que deja el camino es que la reconvención es molesta y aburridora (Proverbios 15:10). Pero el que ama el camino, el que es de Dios, la Palabra de Dios oye, y el que es de la luz se expone a la luz, para que se vea que sus obras fueron hechas en Dios (Juan 3:21). Personalmente, yo vivo entre profetas, pues nuestra congregación es un ministerio profético, por lo que constantemente estoy recibiendo palabras, sueños, visiones, etc., que han tenido sobre mi persona. Si yo me alimentara de esas cosas, ya tuviera un tronito al lado del de Jesús, de tantas cosas lindas que me dicen. Pero, por la misericordia de Dios eso no se me ha subido a la cabeza, y he podido hacer como María, las he guardado, meditándolas en mi corazón (Lucas 2:19). La expresión mayor de ella fue: “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lucas 1:38). Tampoco ella salió corriendo ni endulzó su lengua: «Así me dijo el Señor… Yo soy la séptima trompeta de Dios», ¡no! María solo creyó (Lucas 1:45). Hace un par de décadas atrás, casi todas las sectas cayeron en el mismo error, diciéndose poseedoras del último mensaje de Dios al mundo; que ellas eran la séptima trompeta. De hecho, alguien me regaló un libro acerca del Apocalipsis, y lo comencé a leer y me llené de estupor. Su autor, un predicador americano, exponía los principios del Reino, con una claridad tremenda que me dije: «Dios mío, ¿quién es este, y por qué nunca había oído acerca de él?». Seguí leyendo su mensaje sobre las siete iglesias del Apocalipsis, de cada período y sus interpretaciones correspondientes, donde aplicaba que ciertos

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hombres de Dios representaron ciertas trompetas. Así fue detallando a cada uno, con su respectiva trompeta. Pero cuando llegó a la séptima, dice que esa trompeta era él. Entonces, ahí fue cuando más me interesé acerca de este hombre, y empecé a inquirir sobre él. Supe que sí, que fue hombre bien conducido, pero que al final comenzó a hablar de sí mismo, sobre lo que él era, sobre cómo Dios lo usaría, hasta que su lámpara se apagó. Mi hermano, Jehová cela su gloria y sale en defensa de ella. El hombre de Dios tiene que ser como Pablo y Bernabé que cuando la gente vio los milagros que hacían, y los quisieron endiosar diciendo: “Dioses bajo la semejanza de hombres han descendido a nosotros” (Hechos 14:11) ellos rasgaron sus ropas, y se lanzaron entre la multitud, dando voces diciéndoles: “Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros también somos hombres semejantes a vosotros, que os anunciamos que de estas vanidades os convirtáis al Dios vivo, que hizo el cielo y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay” (vv. 14-15). Así nosotros debemos tirarnos sobre la multitud que nos quiere endiosar y decirle a voces: « ¡Adoren a Dios!» Cuidado con los que alegran los oídos con todas esas cosas y se les sube el ego, pues “Mejor es humillar el espíritu con los humildes Que repartir despojos con los soberbios” (Proverbios 16:19). En las iglesias de Galacia, cuando el apóstol Pedro estaba allí, comía con los hermanos gentiles, y compartía todo con ellos. Pero cuando comenzaron a llegar los hermanos judíos, Pedro empezó a simular, y Bernabé junto con él. Estos eran dos apóstoles, con una conducta digna de amonestar delante de Dios. Si estuvieras en la posición de Pablo ¿qué hubieras hecho tú? Dirías: «Bueno, en el seminario aprendí, según la ética ministerial, que debo respetar al que está en autoridad, y mucho menos debo amonestar públicamente a un apóstol». Mas, para el apóstol Pablo eso era medrar, brillar falsificando la Palabra, por lo que prefería expresarse con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablando en Cristo (2 Corintios 2:17). Por tanto, no titubeó, y como él mismo narra, esto fue lo que hizo: “… cuando Pedro vino a Antioquía, le resistí cara a cara, porque era de condenar. 12 Pues antes que viniesen algunos de parte de Jacobo, comía con los gentiles; pero después que vinieron, se retraía y se apartaba, porque tenía miedo de los de la circuncisión. 13 Y en su simulación participaban también los otros judíos, de tal manera que aun Bernabé fue también arrastrado por la hipocresía de ellos. 14 Pero cuando vi que no andaban rectamente conforme a la verdad del evangelio, dije a Pedro delante de todos:

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dar, la gente se va a maravillar, y los que son de Dios sabrán que el mensaje no es tuyo, sino de Dios. Pero cuando tú quieres impresionar a la gente con un sonido que no es el tuyo, se oirá desentonado, desafinado, porque el que es del Espíritu, distingue los sonidos. No obstante, hay una cosa muy importante que Jesús les dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7: 16 – 17). Por tanto, no debemos preocuparnos tanto si la gente escucha, si recibe el mensaje o no, pues el que quiere hacer la voluntad de Dios sí sabe si estamos hablando por nuestra propia cuenta. Eso debe consolarnos y ministrar a nuestro espíritu, muchas veces lastimado y rechazado, cuando esperábamos cierta reacción. Cuando alguien en realidad está interesado, ama a Dios, le respeta, le quiere agradar, el Espíritu le da testimonio si el mensaje del mensajero es de Dios o no lo es. Solamente el que no le interesa vivirlo, porque tiene otros intereses, porque prima más su carnalidad que la Palabra de Dios, es que tiene conflicto con el mensaje, y prefiere pensar que Dios no “Si mi empeño está hablando. es agradar a la Por la situación y confusión que reina en la iglesia hoy, pareciera que hubiese más gente y no a Dios, falsos profetas que verdaderos, pero el verestoy buscando sículo que veremos a continuación es como mi propia gloria, un rayo x para escudriñar el corazón. Jesús no la del Señor” dijo: “El que habla por su propia cuenta, su propia gloria busca; pero el que busca la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia” (Juan 7:18). Es decir que si mi empeño es agradar a la gente y no a Dios, estoy buscando mi propia gloria, no la del Señor. Un mensajero que quiere agradar a los hombres con lo que predica y no a Dios, esconde el deseo de ser admirado, de ser halagado, de ser invitado de nuevo. Su actitud revela el corazón, porque quiere ser original, quiere atribuirse gloria de la predicación. Nota su vocabulario: “yo investigué”, “yo hice”; también destaca su elocuencia, su retórica, su talento, su unción, y hace despliegue de todos sus recursos y habilidades. Generalmente, cuando ellos predican la gente dice como dijeron de Herodes, cuando se puso sus ropas reales y dio tremendo discurso, el pueblo le aclamó y gritó: “¡Voz de Dios, y no de hombre!” (Hechos 12:22). El historiador judío Flavio Josefo (38-94 d.C.), refiriéndose a ese hecho, dice que Herodes,

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ese día, se puso un vestido con muchas piedras preciosas, y en ese lugar había una ventana por la que entraba la luz del sol, cuyos rayos hacían brillar toda aquella pedrería de una manera tan impresionante, que unido al discurso que Herodes arengó, dio al momento un toque casi divino. Me imagino la gente toda impresionada, anonadada de aquel lenguaje y esas vestiduras finas que brillaban de una manera sobrenatural, diciendo: «¡Esto es voz de Dios y no de hombre!». Pero Herodes no tuvo mucho tiempo de disfrutar de su esplendoroso estrellato, ya que la Biblia dice que al momento “un ángel del Señor le hirió, por cuanto no dio la gloria a Dios; y expiró comido de gusanos” (v. 23). Lamentablemente, nosotros hemos de soportar esos “payasos”, sabiendo que a su tiempo recibirán su justa retribución (2 Tesalonicenses 1:8) Es doloroso ver como muchos juegan con sus “dones” y se olvidan lo que le pasó a Sansón, por estar jugando con la unción. Pero antes que la fama y la gloria del mundo, “téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios” (1 Corintios 4:1). El que busca la gloria del que lo envió, se preocupa por dar el sonido que se le mandó, para edificar al pueblo y que este glorifique a Dios. Hasta aquí llega la nota de esta trompeta, al sonido de la cual uno mi ruego al Señor, de que Su amor prevalezca, para que esta palabra no sea ignorada. La misma no fue expresada en ánimo de criticar ni juzgar a nadie ni mucho menos de mostrar que los demás están mal y el que está bien soy yo. Ese no es el espíritu de este mensaje. Esta palabra viene del cielo, revelada por el Espíritu del Señor, el cual nos advierte del peligro que hay en la iglesia hoy, por el tipo de mensajeros y de mensajes que la están inundando y conduciéndola a muchas cosas, menos a Su voluntad y a Su corazón. Que ahora Dios ministre a nuestro espíritu y que esta palabra afecte el corazón de tal manera, que la gloria de nuestro Señor y la verdad sean los sonidos que permanezcan.

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Capítulo V

EL LLAMAMIENTO ES CONFORME A SU HONRA

“… prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” –Filipenses 3:14

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n el contexto de este pasaje, cuyos versos dan inicio a este capítulo, el apóstol Pablo se está refiriendo a su vida cristiana y experiencia con Cristo, lo cual ilustra como una carrera. Él dice: prosigo a la meta, y también alude a un premio que le será otorgado al final de la misma. Él llama a este galardón -que es la corona que recibirá del Señor Jesús- el premio del supremo llamamiento. En su caso, esa carrera comenzó con el llamamiento que recibió de parte del Señor, cuando iba camino a Damasco (Hechos 9:120). El “polo terrenal” de ese llamamiento se inició en el desierto, cuando Saulo, henchido de judaísmo y blasfemando el nombre de Cristo, perseguía a la iglesia (Gálatas 1:13,14; 1 Timoteo 1:12,13); y terminará en el “polo celestial” con su coronación final, cuando reciba de parte del Señor, el premio que él denomina “del supremo llamamiento”.

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Aunque el apóstol no está hablando en este pasaje directamente del ministerio, está sobreentendido que su carrera cristiana incluye no solo su llamado a salvación, sino al propósito de Dios con su vida, en este caso, el ministerio. De hecho, en el caso de Saulo, ambos llamamientos fueron simultáneos (Hechos 9:1-20). Por tanto, sea que lo consideremos una misma cosa, o que lo separemos, el resultado es el mismo: el llamamiento de Dios es supremo. En el original, la palabra griega “supremo” significa “por encima”, “hacia arriba”. Literalmente, la traducción puede ser “llamamiento arriba”. Aquí se “El llamamiento traduce supremo, porque esta palabra signifique hemos recica “altísimo”, lo que no tiene superior en su bido de Dios debe línea, algo soberano, que tiene preeminencia, ser realizado y que es superior a todo. Por eso, el llamamiento se le llama celestial, porque está arriba, está administrado por encima de todo. Así como Dios es supreen conformidad mo y está arriba, por encima de todos y de con la honra de todo, de la misma manera es el grado de honSu procedencia” ra, excelencia y superioridad del llamamiento que de Él hemos recibido. Pongamos un ejemplo bien conocido por nosotros: la Corte Suprema, la máxima autoridad judicial de una nación. Sus jueces tienen una investidura más elevada que los demás; su grado de autoridad y jerarquía está “por encima” de los otros. Así también, bíblicamente, lo celestial es supremo con relación a lo terrenal, no solo en cuanto a la posición o ubicación (arriba, abajo), sino también en naturaleza o carácter. Miremos como lo expresa el profeta Isaías: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:7-9).

El profeta contrasta que de la manera en que son más altos los cielos que la tierra, así son los caminos de Dios, más altos que nuestros caminos, y sus pensamientos más que los nuestros. También, les advierte al hombre ateo e

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incrédulo que deje su camino, y al hombre malo y perverso sus pensamientos y que se vuelvan a Jehová, porque los pensamientos de Dios no son como los de ellos, ni sus caminos como los de Él. Nota que no solamente es un asunto de ubicación -más alto o más bajo-, sino una definición de carácter o naturaleza. Los caminos y los pensamientos de los que están abajo, en la tierra, son inicuos, pero los pensamientos y los caminos del que está arriba, en lo alto, son santos y puros. Dios no solo mora en “la altura”, sino también en “la santidad” (Isaías 57:15). Él no solo es el Alto y Sublime y el que habita en la eternidad, sino que su nombre es “el Santo” (v. 15). Realmente, todo lo que proviene de Dios es supremo, y está “por encima”. Refiriéndose al Señor Jesús, Juan el bautista dijo: “El que de arriba viene, es sobre todos; el que es de la tierra, es terrenal, y cosas terrenales habla; el que viene del cielo, es sobre todos” (Juan 3:31). Por tanto, el llamamiento que hemos recibido de Dios debe ser realizado y administrado en conformidad con la honra de Su procedencia. Así como Dios es supremo, de la misma manera es su llamamiento y todo lo que procede de Él. Por lo cual, todo ministro que conoce a Dios y le teme, sabrá diferenciar entre lo santo y lo profano, entre lo terrenal y lo celestial. Cuando administramos el supremo llamamiento como si fuera algo común, es por una de dos razones: Primera, porque ignoramos quién es Dios; o segunda, porque menospreciamos el don celestial. Después del regalo de la salvación en Cristo Jesús, no hay otro don dado por Dios a los hombres que sea más valioso y honroso que el llamado al ministerio. La honra de la virgen es su virginidad (2 Corintios 11:2), y la honra de un ministro es su llamamiento celestial (1 Samuel 2:27-35). Cuando un ministro es ordenado o consagrado al ministerio, recibe de parte de Dios, mediante la imposición de las manos del presbiterio, tres cosas muy santas: delegación, autorización e impartición. 1) Delegación para ir en nombre del Señor, pues a través de ésta se nos encomienda la realización del propósito; 2) Autorización para llevar a cabo con aprobación divina todas las funciones ministeriales; y 3) Impartición, a través de la cual recibimos la dignidad de la investidura celestial (Números 27:18-20), que son la unción (1 Samuel 16:13) y los dones necesarios para hacer la obra del ministerio (1 Timoteo 4:14,15). La manera cómo entendamos la gracia de esta condescendencia y el valor y el precio de estos dones encomendados a nosotros, determinará el grado de honra con el cual los administraremos para Dios. Cuando decidimos honrar a Dios como es digno de Él y administrar lo Suyo conforme a Su dignidad y carácter, entonces, en la delegación representaremos Su nombre con el testimonio de sus atributos santos (Efesios

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4:1-3); Su autorización la realizaremos para edificación (2 Corintios 10:8; 13:10); y la impartición la ministraremos según el don y el poder que hemos recibido, con humildad, mansedumbre y sabiduría (1 Pedro 4:10,11). Por tanto, te invito a que estudiemos juntos, más ampliamente, lo que significa administrar el llamamiento conforme a la honra suprema de Dios, en las siguientes enseñanzas.

5.1  “… y antes que la Lámpara de Dios fuese apagada” “Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel…” -1 Samuel 3:3-4

La Biblia dice que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía, por eso lo que se ve ilustra lo que no se ve (Hebreos 11:3). Lo que no percibimos con nuestros ojos físicos es el mundo espiritual, así como lo que vemos y palpamos es la materia. Dios es Espíritu y también el Invisible, y nos ha revelado en su Palabra que lo que sucede en lo natural es una revelación de lo que está sucediendo en lo espiritual. Recuerdo que cuando yo no conocía la vida en el Espíritu, desde niño me preguntaba: «Si Dios hizo el espacio ¿Qué existía antes en su lugar?» Y cuando leí en la Biblia que a Dios ni los cielos de los cielos lo pueden contener (1 Reyes 8:27), me rompía la cabeza pensando qué tan grande puede ser Dios que no se puede acomodar, porque el vasto Universo es muy pequeño para Él. Así me debatía en estos pensamientos, hasta que Dios me reveló que antes de que existiera lo material, aun el espacio y el tiempo, Él existía en el mundo espiritual, el cual es ilimitado. Desde ese mundo espiritual, Dios hizo el mundo físico. Eso que puede sonar tan simple, para nosotros es una revelación muy importante, porque lo que se ve y nos rodea, revela lo que no se ve. De hecho, cuando entramos en la vida del Espíritu comenzamos a relacionar todas las cosas. Por eso, el hombre espiritual todo lo discierne en el Espíritu y todo lo relaciona con el Espíritu (1 Corintios 2:14). A veces ocurren situaciones a nuestro alrededor que son revelaciones de lo que está pasando espiritualmente y, aunque lo experimentamos constantemente, no nos percatamos, porque no tenemos los ojos abiertos para mirar esas cosas. Hay que tener los ojos abiertos para ver (2 Reyes 6:17). El Señor

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nos habla por revelaciones, por sueños, por visiones, y a través de Su Palabra. Por medio de ella, nos muestra ciertas cosas, a veces en símbolos, en sombras, en tipologías, que por algunos detalles y repeticiones en la narración, podemos discernir que hay una intención de Dios en ellas. En la Palabra de Dios están contenidas cosas que si el Señor no nos las revela mientras leemos, no las podríamos entender, pues contienen mensajes y misterios que van más allá de las letras, pues la Palabra es Espíritu y vida (Juan 6:63). Podemos, inclusive, hacer una exégesis de las Escrituras, estudiando y analizando exhaustivamente cualquier pasaje bíblico, y hasta estudiar cada palabra, una por una, en su raíz original, de tal manera que no se nos escape ni siquiera una tilde ni una coma, y todavía pasar por alto una inmensidad de cosas profundísimas, pues la Palabra es un océano de verdades y revelaciones que nuestra mente no puede, por sí misma, ahondar ni explorar. Partiendo de esa premisa, si estudiamos en la Biblia el sacerdocio de Elí y el llamamiento de Samuel, encontraremos una gran enseñanza para nosotros, la cual se revela en este tema, veámoslo: “Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada, Jehová llamó a Samuel; y él respondió: Heme aquí. Y corriendo luego a Elí, dijo: Heme aquí, ¿Para qué me llamaste? Y Elí le dijo: Yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y él se volvió y se acostó. Y Jehová volvió a llamar otra vez a Samuel. Y levantándose Samuel, vino a Elí y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Y él dijo: Hijo mío, yo no he llamado; vuelve y acuéstate. Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada. Jehová, pues, llamó la tercera vez a Samuel. Y él se levantó y vino a Elí, y dijo: Heme aquí; ¿para qué me has llamado? Entonces entendió Elí que Jehová llamaba al joven. Y dijo Elí a Samuel: Ve y acuéstate; y si te llamare, dirás: Habla, Jehová, porque tu siervo oye. Así se fue Samuel, y se acostó en su lugar. Y vino Jehová y se paró, y llamó como las otras veces: ¡Samuel, Samuel! Entonces Samuel dijo: Habla, porque tu siervo oye” -1 Samuel 3:3-10

Al leer estos versos, el Señor llamó mi atención en la expresión: “y antes que la lámpara de Dios fuese apagada…” e inmediatamente abrió mi entendimiento para comprender algunas cosas acerca de lo que estaba ocurriendo en la vida natural en ese tiempo. Pero, antes de profundizar en la cuestión, quiero guiarme

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por el Espíritu, y estudiar un poquito sobre el significado que la Biblia revela acerca de la lámpara de Jehová. La cita bíblica se refiere, en lo natural, al candelero en el Lugar Santo, pero la Biblia usa esa tipología para darnos también un significado espiritual de la lámpara. Lo vemos en el incidente que le ocurrió a David, cuando al luchar contra los filisteos se cansó (2 Samuel 21:15), tal como le pasó a Moisés cuando sus manos se cansaron, peleando contra Amalec y hubo que sostenérselas para que tengan firmeza (Éxodo 17:11-12). En el caso del rey David, sus hombres le hicieron el siguiente juramento: “Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel” (2 Samuel 21:16-17)

En otro texto, también el pueblo de Israel le dijo a David: “No saldrás; porque si nosotros huyéremos, no harán caso de nosotros; y aunque la mitad de nosotros muera, no harán caso de nosotros; mas tú ahora vales tanto como diez mil de nosotros” (2 Samuel 18:3). De estas expresiones podemos afirmar que estos eran hombres de visión, los cuales poseían la sabiduría de cuidar siempre a su líder, porque sabían que la unción desciende por la cabeza (Salmos 133:2). De la misma manera, una iglesia entendida sabe que lo natural ilustra lo espiritual, por lo que cuida a su líder, pues cuando él recibe, la iglesia recibirá lo mismo, de manera que si él está próspero, la iglesia va a prosperar; si la “cabeza” está descansada, la iglesia -como cuerpo- también va a descansar; y si él recibe unción y revelación, la iglesia también. El ejército de David, dice la Biblia, era como el ejército de Jehová (1 Crónicas 12:22), así que eran personas de visión que habían visto la gracia de Dios que estaba en él, y lo consideraban como a una lámpara. De ahí podemos aprender que la lámpara representa el ministerio, el liderazgo, el propósito del llamamiento de Dios. En este caso, Jehová hizo un pacto con David, lo que la Biblia llama, el pacto de “las misericordias firmes a David” o “misericordias fieles de David” (Isaías 55:3; Hechos 13:34), mediante el cual Dios le iba a dar un reino eterno, de manera que Dios se iba a mezclar con la descendencia davídica. Por eso le dijo: “Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres, levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino. Él me edificará casa, y yo confirmaré su trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por hijo; y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que

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fue antes de ti; sino que lo confirmaré en mi casa y en mi reino eternamente, y su trono será firme para siempre” (1 Crónicas 17:10-14).

En otras palabras: «Un varón de tu casa, será hijo tuyo y a la vez Hijo mío, y de esa manera, uniré mi casa con la tuya, porque tú me querías edificar casa, pero seré yo el que te edificará casa a ti. Así que vamos a combinar la casa que tú me quieres preparar, con la que yo te voy a dar. Tú vas a poner tu tabernáculo y yo voy a poner el mío, y lo juntaremos de manera que de dos, haremos uno». Por eso es que en Cristo Jesús están unidas la casa de David y la casa de Dios, pues Él es cien por ciento humano -Hijo de David (Mateo 1:1; 21:9)-, y cien por ciento divino -Hijo de Dios (Lucas 1:35; 3:32-38). Por tanto, como el propósito de Dios estaba en David, él era la lámpara de Dios en esos días. Por eso, estos hombres dijeron: «No queremos que se apague… ¡vamos a cuidar la lámpara!» Entendamos que el ministerio de David, como rey, representaba la lámpara, la luz de Dios en Israel, por lo que si David moría eventualmente la lámpara se apagaría, y con ella todo Israel, porque él era el ungido, el elegido de Dios y en él estaba la bendición en ese tiempo. David era la vara del tronco de Isaí de cuyas raíces, dijo Dios, un vástago retoñaría (Isaías 11:1). Jehová soportó reyes en Judá que no tenían el corazón perfecto para Él, pero por amor a David su padre, Jehová continuó sosteniendo lámpara en Jerusalén (1 Reyes 15:4). ¿Por qué y para qué? Por el propósito que había en David y en sus hijos, para que se cumpliera el tiempo en que llegara Jesucristo, quien ya no fue una lámpara, sino la luz del mundo (Juan 8:12), pues por Jesucristo “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; Y a los asentados en región de sombra de muerte, Luz les resplandeció” (Mateo 4:16). David dijo: “Tú encenderás mi lámpara” (Salmos 18:28), y Job, cuando atravesaba su prueba exclamó: “¡Quién me volviese como en los meses pasados, Como en los días en que Dios me guardaba, Cuando hacía resplandecer sobre mi cabeza su lámpara, A cuya luz yo caminaba en la oscuridad; Como fui en los días de mi juventud, Cuando el favor de Dios velaba sobre mi tienda (…)!” (Job  29:2-4). Este hombre estaba añorando la época en que él gozaba de mucho respeto entre jóvenes y viejos, y aun los príncipes detenían sus conversaciones de sólo verlo pasar (vv. 7-10). Job lo atribuía a que el favor de Dios velaba sobre su tienda (v. 4), y su luz resplandecía sobre su cabeza. Como Job describía en su discurso sobre toda la honra que Dios le había dado, entendemos que para él, el favor y la honra de Dios era su lámpara.

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Como hemos dicho desde el principio, ningún siervo de Dios tiene nada, si no tiene la honra de Dios. Podemos poseerlo todo, ser prósperos económicamente, pero nuestra mayor riqueza es servirle al Señor, porque ahí radica nuestra honra y dignidad como individuos. Nuestra herencia es esa distinción, el que Dios nos haya separado para Él; que nos haya tenido por fieles poniéndonos en el ministerio, que nos haya hecho lámparas, y nos haya dado su gracia y su favor. Por tanto, aplicando, podemos decir que el ministerio, el propósito de Dios con mi vida, el favor que me ha concedido y la honra que me ha dado, todo eso constituye mi lámpara. Observemos que Jehová había establecido como estatuto perpetuo en el sacerdocio levítico, que las lámparas del tabernáculo de reunión tenían que arder continuamente, y ser colocadas en orden, desde la tarde hasta la mañana (Éxodo 27:20-21). Por tanto, el trabajo del sacerdote era evitar que esa lámpara se apagase, porque la luz tenía que ser permanente, ya que ese fuego lo había encendido Jehová. Cuando se dedicó el tabernáculo del testimonio y los levitas fueron dedicados, se presentó el primer holocausto a Jehová, y dice la Palabra que salió fuego de la presencia de Jehová que consumió todo lo que estaba sobre el altar, hasta las grosuras (Levítico 9:24). Por lo cual, se cree que ese fuego continuó y el trabajo del sacerdote era mantenerlo encendido, y de allí tomar las brasas de fuego para llenar su incensario (Levítico 16:12). De hecho, se cree que el pecado de Nadab y Abiú (hijos de Aarón), fue el haber puesto en sus incensarios fuego que Jehová nunca les había mandado (Levítico 10:1). A ese fuego Dios le llama “fuego extraño” por ser un fuego que Él no mandó, sino que ellos mismos introdujeron. Por lo cual, salió fuego de la presencia de Jehová que los mató, pues como luego Dios sentenció: “En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (v. 3). Ahora que tenemos un poco más claro el concepto de “lámpara” en la tipología bíblica, como propósito, honra y favor de Dios, entremos en tema y miremos de nuevo en el libro de Samuel, qué ocurría con esa lámpara en el templo de Jehová, y por qué se estaba apagando. En tiempo de Samuel, la lámpara era Elí y su casa. Pero, como dijimos al principio, lo que pasa en la vida natural es un reflejo de la vida espiritual, consideremos que la misma actitud que Elí tenía hacia el ministerio y hacia el oficio santo, representaba su lámpara. Meditemos en algunos detalles que nos dicen el por qué la luz de su lámpara se estaba extinguiendo. “El joven Samuel ministraba a Jehová en presencia de Elí; y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con

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frecuencia. Y aconteció un día, que estando Elí acostado en su aposento, cuando sus ojos comenzaban a oscurecerse de modo que no podía ver, Samuel estaba durmiendo en el templo de Jehová, donde estaba el arca de Dios; y antes que la lámpara de Dios fuese apagada” (1Samuel 3:1-3).

Destaquemos tres aspectos importantes, de estos versículos: 1. La Palabra escaseaba y no había visión con frecuencia; 2. Al líder se le estaban oscureciendo los ojos; y 3. La lámpara de Dios se estaba apagando. El relato bíblico nos está hablando de Elí, quien era el juez y sumo sacerdote en aquel tiempo. Por tanto, si había una lámpara que tenía que estar bien encendida -porque era una lámpara experimentada- era la de este hombre, sin embargo, la Biblia dice que la Palabra escaseaba y no había visión con frecuencia, y aquél que era la “lámpara” se estaba quedando ciego… ¡Qué triste mi hermano cuando la lámpara o ministerio se está apagando!, cuando ya no se escucha “En el oficio Palabra de Dios, ni hay manifestación del sacerdotal hay Espíritu y comienza a nublarse la visión, pues el que veía ya no ve como veía antes! ¡Cuánque poner amor tos ministerios y movimientos de Dios e interés en lo comenzaron con sus lámparas bien encendique se hace, y das y hoy son pábilos que ya ni humean! En ver la gloria este caso, el ministerio comenzó a envejecer como envejecía Elí, pues aparentemente, llede ello, de lo gó un momento en que para ellos todo se contrario, puede volvió rutinario y aburridor. convertirse en Meditemos en esto mi hermano, pues una carga” pienso que un sacerdote en aquellos días tenía que amar a Dios y a su oficio para poder ejercerlo, ya que tenía que hacer lo mismo todos los días, hasta siempre, pues así como los dones, el llamamiento de Dios es irrevocable (Éxodo 29:9; Romanos 11:29). Pensemos en todo el ritual levítico, desde el sacrificio de animales, hasta poner sobre el altar el holocausto y verlo consumir. Sabemos cómo las bestias berrean y dan mugidos de dolor en el momento de su degüello, y estos hombres tenían que decapitar al becerro, derramar su sangre y rociarla alrededor del altar (Levítico 1:5). También, tenían que meter sus manos en el cuerpo del animal sacrificado, dividirlos en pedazos, y tomar las grosuras que cubren los intestinos, el hígado y los riñones y ponerlas

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sobre el altar. A parte de tomar la carne del becerro, su piel y su estiércol, y quemarlas a fuego, fuera del campamento (Éxodo 29:14). Esos eran sacrificios diarios, en los cuales el sacerdote tenía que poner su corazón porque eran cosas santas, donde había imposición de manos y también ellos debían comer de aquellas cosas, como parte del ritual (Levítico 4:4; Éxodo 29:33). Pienso en algunas personas que por tan sólo cocinar comidas en grandes cantidades se les quita el apetito, ahora imaginemos estos hombres de Dios, entre mugidos y olor de sangre, comiendo a la puerta del tabernáculo de reunión, a la vista de todo el pueblo, la carne del animal degollado y del pan que estaba en los canastillos (Éxodo 29:32). ¡Ellos tenían que amar lo que hacían!, y entender su significado espiritual, y su trascendencia que iba más allá de un mandamiento. Estos hombres, necesariamente, tenían que ver lo que significaban esas cosas; entender lo que representaba una ofrenda, apreciar aquello que se le estaba dando a Jehová; conscientes de que era una representación, y ellos los mediadores. En el oficio sacerdotal hay que poner amor e interés en lo que se hace, y ver la gloria de ello, de lo contrario, puede convertirse en una carga. Si no amamos el servicio de Dios, nos puede ocurrir como el que duerme y despierta cansado, que no quiere levantarse; así todo lo del ministerio nos resulta gravoso y no podemos soportar sus responsabilidades. Imaginemos por un momento el trabajo pastoral, lo que es predicar en la mañana, luego en el servicio de la tarde; ir de aquí para allá; bregar con personas que siempre están descontentas, que se resisten a seguir instrucciones, y se rebelan contra la autoridad puesta por Dios. Si no hay amor en ello, llegamos al punto donde el ministerio se vuelve rutinario, insípido. Entonces, cansados, no hay frescura de Dios y ni siquiera nos animamos a tomar el aceite para nuestras lámparas. Nota que el aceite de las lámparas era algo superior, pues representaba la unción santa (Éxodo 30:25). El aceite también puede representar energía, poder, virtud para obrar, capacidad para realizar la obra. Fíjate que Jehová dijo que el aceite del alumbrado debia ser puro, de olivas machacadas, (Éxodo 27:20). Es decir que era algo espeso, que no se consumía tan fácilmente, pues las lámparas tenían que arder continuamente. Lamentablemente, y lo digo con mucha tristeza, no es para nadie desconocido que en muchos lugares la lámpara se está apagando, y en otros hace tiempo ya está apagada, y ni siquiera lo han notado. Eso le ocurrió a Sansón, quien fue el último que se dio cuenta que había perdido la unción, pues hasta sus enemigos ya estaban al tanto de que no tenía fuerzas, menos él (Jueces 16:20-21).

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En el texto que nos ocupa, vemos que, primeramente, a Elí se le comienzan a oscurecer los ojos. Jesús enseñó: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mateo 6:22-23). Por lo cual, El Señor me mostró que esa expresión referente a Elí era una representación de que sus ojos espirituales también se habían oscurecido, y además me dijo: «Un líder está perdiendo la visión, cuando ve a alguien orando y piensa que está borracho». Lo que sucedió con Ana, nos ilustra esta verdad. Esa pobre mujer derramaba su alma delante de Jehová, con llanto amargo, pidiéndole un hijo a Jehová, porque su esterilidad la tenía afligida, y sentía que su Dios la había olvidado. Según el pacto antiguo, Ana era una mujer maldita, porque carecía de la bendición de procrear hijos y darle descendencia a su marido (1 Samuel 1:10, 12). Ella oraba en el templo, y me imagino, cómo en su dolor, ladeaba su cuerpo, mientras sus labios jadeantes, a penas musitaban las palabras que su alma con gran dificultad formaba en oración. Pero Elí la creyó borracha, y pensando que estaba ebria, la reprendió. ¿No pasa hoy de la misma manera? En ciertos lugares donde se apagó la lámpara y ya no hay aceite, ven las personas en el Espíritu, gimiendo, clamando, y dicen: «¿Qué le pasa a esta gente?, ¿por qué son tan exagerados? ¡Parecen locos o borrachos!» Como no hay visión de Dios en ellos, no pueden ver al Espíritu Santo, y aunque se manifieste, no lo reconocen. Así pasó el día de Pentecostés, cuando los reunidos en el aposento alto fueron llenos del Espíritu Santo y un estruendo estremeció el lugar, y empezaron hablar en otras lenguas (Hechos 2:1-4), una multitud atónita se juntó allí. Entre la muchedumbre confusa, muchos decían: “¿Qué significa esto?” (v. 12). Y otros se burlaban diciendo: “Están llenos de mosto” (v. 13). Así que Pedro, junto a aquellos hombres de visión, les tuvo que decir que ellos no estaban borrachos, sino llenos del Espíritu Santo, hablando las maravillas de Dios (vv. 14-36). Esa multitud bien puede representar a los movimientos de hoy, que al ser testigos de la reacción de aquellos que son impactados por el Espíritu de Dios, interpretan que están locos o borrachos. Ellos no entienden y nos consideran fanáticos al ver que Dios no es para nosotros un programa ni una rutina de domingo, sino la vida misma. El que tiene el Espíritu tiene vida; y lo que está vivo se mueve. No hay nada que Dios haya hecho que no se mueva, desde lo más grande que pueda existir, hasta el átomo que es considerado como la partícula material de pequeñez más extrema. Sabemos sobre la Vía Láctea y de las galaxias, que son unidades dinámicas cuyos centros galácticos, llamados también núcleos

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activos, son una fuente de energía excepcionalmente intensa, viva. Así también en nuestro cuerpo, la sangre que es vida está en constante circulación y los órganos están en movimiento. El Dios Vivo es energía viva, por tanto, el que lo sigue se tiene que mover. En Dios no hay inercia, porque Él no es Dios de muertos, sino de vivos (Lucas 20:38). Mencioné la palabra energía, y puede que te suena muy moderna, o un término un tanto místico, pues ha sido muy manoseada tanto por el círculo “científico” como por los que se hacen llamar “iniciados” de una nueva forma de pensamiento filosófico -que no son otra cosa que huecas sutilezas (Colosenses 2:8) – pero debes saber que ellos la sacaron de las Escrituras, aunque dejaron al Dios de la Biblia que la generó. Nota como es usada la palabra energía en algunas exposiciones doctrinales del apóstol Pablo. En una ocasión que él rogaba al Padre de gloria, para que alumbrara los ojos de nuestro entendimiento y nos diera espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él, dijo: “… según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales…” (Efesios1:19-20). Las palabras “poder” y “operación” corresponden a los vocablos griegos dunamis y energeia, respectivamente (de donde proviene la palabra que conocemos como energía), y denotan algo que contiene un poder inherente y una virtud poderosa, para realizar milagros y cosas sobrenaturales que exceden a todo conocimiento. Asimismo, cuando en la Biblia dice que la Palabra de Dios es viva y eficaz (Hebreos 4:12), la palabra eficaz en griego es energes, porque energía no es solamente poder, sino eficacia, actividad. De hecho, cuando el apóstol Pablo se refirió a su obra apostólica dijo: “… para lo cual también trabajo, luchando según la potencia de él, la cual actúa poderosamente en mí” (Colosenses 1:29), lo que entiendo es que esa “potencia” (gr. energeia), tal como actuó en nuestro Señor Jesucristo, así operaba en él, como también opera en nosotros y en el que es de la fe de Jesús. Dios es energía y nos hace energía en Él. Pero como la lámpara de Elí se estaba oscureciendo, él miró a Ana, no como una mujer tocada en la presencia de Dios, sino como una borracha, y por eso la reprendió. Ese incidente me deja ver que Elí hacía tiempo que ya no oraba así. Quizás cuando comenzó su ministerio tenía el primer amor y había fuego en él, como comienzan todos los movimientos de Dios, con la lámpara bien encendida, y después comienzan a institucionalizarse, y todo se convierte en burocracia e inercia. ¡Y pensar que Elí fue juez de Israel cuarenta años! Eso me acuerda al viejo profeta de Bet-el, que vimos en el capítulo anterior, quien se avivó cuando le contaron la llegada de un joven varón de Dios, una

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lámpara encendida a quien Dios usó con poder y grandes señales, para clamar contra el altar de Bet-el que había fabricado Jeroboam (1 Reyes 13:1-6). Pero vimos que ese profeta viejo, institucionalizado, tenía años viviendo allí, y fue testigo de cómo Jeroboam (tipo del anticristo -Daniel 7:25; 2 Tesalonicenses 2:4) cambió los tiempos y modificó todo lo que Dios había instituido, por miedo a perder el reino (1 Reyes 12:26, 28, 31-33), y él moraba en Bet-el, sin embargo, nunca levantó su voz en repudio ni clamó a Dios por esas cosas. Hoy pasa lo mismo, iglesias que andan con alcaldes y gobernadores, porque lo que quieren es la reputación política y obtener poder, pero ya no son profetas de Dios. Estos ya no hablan de justicia divina, ni de santidad, mucho menos de lo santo ni de lo profano, ni de lo que está incorrecto ni de lo que se opone al propósito de Dios y a sus principios, pues tienen sus almas vendidas. Mas, el viejo profeta, al ver esa lámpara encendida, corrió para alcanzarlo antes que el joven se fuera, y pedirle que le siguiera (1 Reyes 13:18). Al joven seguramente le resultó extraña la invitación, ya que Dios le había advertido que no se detuviese (v. 17), pero el viejo profeta le persuadió con mentiras, mostrándole su experiencia, diciéndole en otras palabras: «Yo, como tú, soy profeta y ministro de Dios desde hace mucho tiempo; ven a mi casa, métete bajo mi techo, entra bajo mi cobertura que yo tengo más años de experiencia con Dios y en estas cuestiones que tú». Así también Elí se hizo viejo juzgando a Israel, y me pregunto: ¿cuántas personas presentan su experiencia como credencial? ¿Cuántas dicen: «yo tengo tantos años de experiencia en el ministerio», y no son más que un año repetido muchas veces, porque en sus vidas no hay nada de Dios y sus corazones están endurecidos y se mantienen cerrados a la renovación por el Espíritu Santo? A ellos ya no les habla Dios, sino que su revelación le viene como al viejo profeta, a través de un “ángel de luz” (2 Corintios 11:14). Sus ministerios se han apagado, pero Dios quiere que sean lámparas de Su templo, y estén ardiendo todo el tiempo. Por eso, Jesús dijo de Juan el bautista que era antorcha que ardía y alumbraba (Juan 5:35), y a sus ministros llamó llamas de fuego (Hebreos 1:7). Dios quiere que el favor y la honra que nos ha dado resplandezca y arda en Su fuego consumidor. A pesar que Elí no podía ver, porque sus ojos se empezaron a oscurecer, no es una casualidad que en el mismo capítulo donde dice: “y la palabra de Jehová escaseaba en aquellos días; no había visión con frecuencia”, también dice: “Y Samuel no había conocido aún a Jehová, ni la palabra de Jehová le había sido revelada” (1 Samuel 3:1,7). Pero luego dice: “Y vino Jehová y se paró, y llamó… (…) Y Jehová dijo a Samuel” (vv. 10, 11). Vemos aquí, entonces, que comienzan las visiones, y empieza Dios a encender una lamparita antes que la

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otra se apague. Cuando la lámpara vieja se está apagando, Jehová levanta por otro lado una nueva, porque el Señor siempre quiere mantener Su favor para Su pueblo. Por tanto, Dios estaba levantando un nuevo ministerio en Samuel, una nueva lámpara para Israel. Mas, algo muy extraño ocurrió aquí, algo que la Biblia nos muestra que no es usual en la conducta divina. Jehová nunca violenta sus órdenes, y cuando tiene un líder no le habla a otro por detrás. El ladrón viene por detrás, pero el pastor viene por el frente, por la puerta (Juan 10:1-2). Sabemos que Jehová nunca se dirigió a Josué mientras existió Moisés, ni nunca habló con Aarón mientras vivió Moisés, sino que siempre lo que les decía o les ordenaba, lo hacía a través de su líder (Éxodo 7:19; Números 6:23; Éxodo 17:14, Deuteronomio 31:14). Dios no le pasa por encima a un líder, pero a una lámpara apagada, ¿quién le hace caso? Jehová es misericordioso, pero cómo ha de seguir confiando en alguien que lo deshonró, alguien que amó a sus hijos más que a Él; alguien que permitió que prostituyeran su ofrenda, y no hizo caso. Algunos dicen: «Ah, pero fue que Elí no amonestó a sus hijos», pero la Palabra dice que sí los amonestó, y les dijo: “¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?” (1 Samuel 2:23-25). El asunto fue que Elí no los paró, no los detuvo. La Escritura dice: “… sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (1 Samuel 3:13). La palabra “estorbar” es el vocablo hebreo kahah que significa debilitar, refrenar, contener o reprimir su fuerza. En otras palabras, Elí debió debilitar sus fuerzas, quitándoles la autoridad; debió refrenarlos, meterse en el medio y decirles: «Ustedes no van a seguir haciendo lo que hacen; o dejan eso o abandonen el ministerio ahora mismo». ¡Ah, pero no!, su actitud fue como la de muchos padres que dicen: «¡Ay, esos muchachos están dañando mi reputación! Pero ¿qué voy hacer? Son mis hijos, quizás llamándoles la atención puede que recapaciten: ¡A ver, hijitos míos, mis muchachitos, no me hagan eso…!» Sí, en Elí pesó más su reputación y el vínculo que tenía con sus profanos hijos que la honra y el temor que le debía a Dios. Hay quien les aplica a los demás la disciplina de manera inflexible e inclemente, pero cuando se trata de su persona siempre encuentra argumentos para justificarse muy generosamente. Elí debió pararse y decir: « ¿Qué es lo que ustedes están haciendo? ¿Acaso piensan que por ser mis hijos yo voy a respaldar su conducta irreverente y pecaminosa, en el servicio a Dios? Escúchenme bien, cuando se trata de la honra de Dios, no hay esposa, no hay hijos, ni tampoco

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amigos ni nada ni nadie. ¡Primero Dios, luego Dios y después Dios! Él es el todo en todo. Así que se terminó esa conducta. ¡Salgan ahora mismo del santuario, y no se atrevan ni siquiera a asomarse por aquí!». Tristemente, este hombre que representaba el sacerdocio y la ley de Dios, no estorbó a sus hijos ni le dio el carácter que requería tal proceder; su lámpara estaba apagada, y no había celo de Jehová en él. Su ministerio estaba como su vida, envejecido y sin fuerzas. Sin embargo, vemos que se comienza a encender una nueva lámpara, con visión y Palabra de Dios. Es interesante notar que mientras para la visión de Dios, los ojos de Elí (la lámpara) se estaban cerrando (apagando), los de Samuel (la nueva lámpara), se estaban abriendo (encendiendo). ¿Sabes cómo se le llamó posteriormente a Samuel en Israel? El vidente. ¡Qué lindo que en un tiempo donde no hay visión, Dios levante un vidente! No solamente con revelaciones de sus propósitos, sino con la certidumbre de ver cosas naturales que a ojos de los comunes están ocultas. Un vidente era un profeta, pero Samuel, aparte de profeta, fue un vidente tal que hasta cuando las asnas se perdían, él decía dónde estaban (1 Samuel 10:14). Los hombres de visión, cuan“Se pierde la do tienen los ojos abiertos, hasta a los animavisión, cuando les perdidos encuentran, y esa lámpara de se honra más a Samuel estaba bien encendida. El muchachilos hombres to llegó a ser el vidente más famoso, de maneque a Dios” ra que todo Israel, “… desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová” (1 Samuel 3:20). No obstante, –y eso también es otra enseñanza- llegó el tiempo que Samuel se sintió tan experimentado en la visión, que cuando fue a buscar al ungido de Jehová, no lo encontró. Algo tan importante, como identificar al escogido por Dios, él no pudo hallarlo. El vidente, en lugar de decir: «Déjame consultar a Jehová y no confiar en mis habilidades, para seleccionar al hombre que como rey, Él ha escogido, en esto no quiero equivocarme», prefirió confiar en su don. Él se apresuró, como el que dice: «No tengo que consultar con nadie, pues de esto sé yo. Yo soy un experimentado vidente, tengo años haciéndolo, así que hasta con los ojos cerrados sabré quién es quién». ¡Ah, pero lo que no estaba tomando en cuenta Samuel es que Jehová no mira como mira el hombre (1 Samuel 16:7)! A veces nos creemos tan entendidos que ni consultamos a Jehová. Incluso, hay quienes se ríen de ti cuando no se ofenden, si les dices: «Hermano, déjame orar antes de ir a predicar a tu iglesia, a ver lo que Dios quiere». Y te dicen en tono de burla: «Espérate un momento,

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¿tú me estás diciendo que vas a orar para eso? ¡Por favor!» En otras palabras: «Yo no necesito al Espíritu Santo, para que me diga lo que tengo que hacer. Yo sé lo que tengo que hacer». Y por ahí andan, supuestamente en el nombre de Jesús, pero llevando su propio mensaje, andando de su propia cuenta, ya que el mensajero de Jehová es el que el Señor envía. El Hijo de Dios dijo: “Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar” (Juan 12:49). En el reino de Dios hay enviados, no “llaneros solitarios”. De hecho, eso es lo que ha pasado con las denominaciones que han perdido la lámpara, que confían más en su organización, en sus instituciones, pólizas, y constituciones que en la Palabra de Dios. Ellos predican los domingos una homilía, para entretener a la gente, nada más, pero no hay Espíritu de Dios en sus palabras. Ellos han perdido la esencia misma y son como los saduceos, ignoran el poder de las Escrituras (Marcos 12:24). Ellos han limitado la Palabra al logos, a letras solamente y han perdido el rhema, la esencia de vida que hay en ellas. La Biblia es la lámpara, ¿o no dice la Escritura: “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino” (Salmos 119:105)? Mas, esa lámpara solo se enciende con la visión, pues únicamente alumbra con el aceite de la santa unción. Por tanto, hay dos maneras de perder la visión, las cuales explicaré con detalle a continuación: 1. Se pierde la visión, cuando se honra más a los hombres que a Dios. El sacerdocio de Elí ilustra muy bien este enunciado, pues sabemos que honró más a sus hijos que a Dios. Aplicándolo ahora a nosotros, perdemos la visión cuando lo que más nos importa es la reputación, nuestro “dios imagen”, el quedar bien delante de los demás, ser invitados, ser aplaudidos, ser vistos, ser considerados y recibir deferencia, por encima del honrar a Dios. Yo no tengo problemas con la prosperidad cuando es Dios que la da, para su gloria y honra, y administrada en su temor. Lo que yo no tolero es que se introduzca ideas mercantilistas a la iglesia; que los mismos conceptos de las empresas multinacionales que fueron escritos en libros, les pongan textos bíblicos, y vengan y nos los enseñen en seminarios, a un costo de $200 dólares; vendiéndolos como Palabra de Dios. El problema mío es cuando, al ver que ciertas compañías en poco tiempo se hicieron grandes empresas, y famosas por sus acertadas técnicas de mercadeo, que sus estrategias se implementen en la iglesia para salvar almas. ¡Por favor, nosotros no necesitamos nada del hombre, tenemos a Dios y a su Espíritu Santo, y con eso basta!

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La prosperidad del hombre es una bendición, y sé que todos nos beneficiamos con los logros humanos. A lo que me opongo es a depender del genio y progreso humanos, teniendo un Dios Todopoderoso que me ha enseñado que si vivimos su bendita Palabra, el mundo entero va a decir: “Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta” (Deuteronomio 4:6). Entiende mi hermano que son los hombres de empresa que deben venir a la iglesia a aprender cómo un negocio es bendecido o cómo se prospera, no al revés. Por eso digo, si somos la luz del mundo, pero el mundo es nuestra luz, entonces eso me indica que algo no está bien. Entiendo que cuando a alguien se le apaga la luz, le pasa como a las cinco vírgenes fatuas, que después que descuidaron sus lámparas, al no hacer provisión, porque vivieron en indiferencia, a última hora cuando vieron a las demás encendidas, entonces quisieron tener luz, pero no tenían aceite, y ya era muy tarde para conseguirlo (Mateo 25:3, 8,10) ¡Que Dios nos libre! No perdamos la visión, honrando más a los hombres que a Dios; dando más importancia, en nuestro ministerio, a lo que dicen los demás que a Su Palabra. A veces, hemos escuchado a pastores decir: «Eso no lo puedo hacer aquí, porque los hermanos no están de acuerdo»; o «Yo quiero hacerlo, y el Señor insiste en que lo haga, pero la congregación se opone»; cuando lo que debería importarle es si Dios le mandó a hacerlo o no. Si Dios te dio la orden de hacerlo es porque tú eres la lámpara, el hombre escogido y no el pueblo. Mas, la pregunta mía para ti es: ¿el pueblo te dirige a ti o tu diriges al pueblo? Eso es lo que encuentro absurdo, en los lugares donde la lámpara se ha apagado, que el pueblo es el que dirige al líder. En toda la Biblia veo que los instrumentos escogidos por Dios eran quienes dirigían. En el Antiguo Testamento, por ejemplo, sobre Israel regía Moisés, posteriormente Josué, Samuel, David, entre otros, cada uno en su tiempo. En cambio, ahora noto que en muchos lugares hay un montón de gente, a veces hasta familiares, que se adueñan de iglesias, manipulan al líder, hacen y deshacen (imitando la democracia representativa), y se la pasan peleando, cambiando de dirección, dando tumbos, porque no tienen luz, ¡andan a oscuras! En Estado Unidos, por ejemplo (que bien podría ser un modelo de la democracia representativa), cada cuatro o seis años se eligen nuevos senadores y llevan más de doscientos años promulgando y modificando leyes, pero realmente, nada de eso resuelve sus problemas. Luego del ataque terrorista, ocurrido el 11 de septiembre del 2001, en la ciudad de Nueva York y otros estados de la unión americana, son muchas las leyes que se han promulgado para seguridad nacional, y libertades civiles que han sido restringidas, de manera que ahora los ciudadanos se sienten limitados y un clima de inseguridad flota

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en el ambiente. Sin embargo, todas estas cosas las autoridades las hacen para tener control en la defensa de la nación. Por lo tanto, el que haya muchas leyes no significa necesariamente orden, sino muchas complicaciones. No obstante, ¿cuál es el censor en la toma de decisión de los que, en la actualidad, dirigen las naciones? Su censor es la opinión pública, lo que dice el pueblo en las encuestas. Los políticos asumen el rol que los haga lucir mejor delante de todos. Por otro lado, el pueblo, con tal de tener una buena economía, sigue a aquel que diga que subirá el salario mínimo, disminuirá la tasa de impuestos, rebajará el alquiler y dará seguro médico gratuito, sin importarle que sea un sinvergüenza, que legalice el aborto y apoye los movimientos homosexuales, ¡no les importa! Para ellos es su ganador, pues les asegura su estabilidad económica y les abarata el costo de la canasta familiar. Por eso, el que está presidiendo y quiere reelegirse en el próximo período, no importa que no haya trabajado, que la agenda no cumpliera y no conservara los principios morales de la nación, solo tiene que empezar a prometer todas esas cosas que desean las masas, participar en desfiles con las minorías, y exhibirse, en caminatas, con homosexuales. Entonces ¿quién dirige a quién? Cuando en una nación la lámpara de Dios está apagada, no hay liderazgo ni quién guíe. En cambio, la Biblia me enseña que Dios elige sus instrumentos. Al que es su siervo, Dios lo hace un líder y le da visión e instrucción para que dirija al pueblo, no el pueblo a él. Pero muchos se han refugiado en el sistema democrático, porque no tienen visión celestial y no encuentran otra forma para dirigir. Ya Dios no les habla, entonces dicen: «¡Bah, eso de los dones fue para el primer siglo, eso ya no es necesario! Ahora lo que cuenta es trabajar con las almas». En otras palabras, ellos aluden que la primera iglesia necesitaba el Espíritu Santo, pero que la de ahora no. ¡Oh, Señor, ignoran las Escrituras! ¡La iglesia de hoy necesita mil veces más al Espíritu Santo que la del tiempo de los apóstoles! Nuestro Señor Jesucristo que es la sabiduría en persona, dijo: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 16:13). Lo que ocurre es que se han inventado una teología donde los dones, milagros y maravillas eran señales para los inconversos de aquellos días, porque supuestamente ya Dios todo lo dijo en la Biblia, y no hay necesidad del Espíritu. Pero el autor y consumador de la fe, nuestro Señor Jesucristo, dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le

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conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. (…) él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. (…) el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir” (Juan 14:16-17, 26; 16:13).

Y me pregunto: ¿cómo el Espíritu Santo nos consolará; cómo nos enseñará; cómo nos recordará todo lo que Jesús ha dicho; cómo nos guiará o nos hablará? ¿No es a través de los dones o capacidades espirituales? ¿Tan ciegos estamos? ¿Tan necios somos? ¿Acaso no ha resplandecido la luz de Cristo en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios (2 corintios 4:6)? ¿Cómo entonces pueden estar pasando estas cosas en la iglesia de Jesucristo? Sin ojos espirituales, ¿Cómo guiaremos a los que nos precederán? “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán ambos en el hoyo?” (Lucas 6:39). ¿No es el Espíritu Santo nuestra promesa, nuestro investidura de poder (Lucas 24:49)? ¡Cuántos hay que llamándose “creyentes”, y siendo parte del cuerpo de Jesucristo, rechazan los dones espirituales! Tenemos que orar donde quiera que las lámparas ya se han apagado, para que el Espíritu Santo arda en ellos. En el año 1995, el Señor nos mandó, como congregación, a orar, específicamente, en puntos estratégicos en las naciones, y obedecimos. Esta era una misión de fe, la cual consistía en proclamar vida sobre aquellos lugares, en los cuales hubo avivamientos de Dios. En Europa, por ejemplo, entramos a la región piamontés (ubicada en la frontera entre Francia e Italia) donde estaba el templo de los “valdenses” (seguidores de Pedro Valdo o Waldo, de donde toman ese nombre) los cuales fueron muy perseguidos. Allá oramos, profetizamos y confesamos vida sobre aquellos “huesos secos”. Estos cristianos del siglo XII, llamados también “los pobres de Lyon”, hacían voto voluntario de pobreza, para ejercer la vida sacerdotal. Los valdenses fueron hombres que desafiaron al sistema religioso de su época, por causa de la Palabra de Dios, su celo por el evangelio, y su franca oposición al clero papal, los desvinculó de la iglesia católica, haciéndolos víctimas de una cruel persecución. Se cuenta que, cuando la Biblia impresa no existía ni era asequible de la manera que la tenemos hoy, los valdenses copiaban a mano las porciones bíblicas e iban por las ciudades, como hacen los comerciantes y, clandestinamente, le pasaban pedazos de papel a la gente, para cuando llegasen a su casa tuvieran algún capítulo del evangelio de Juan o cualquier otro texto bíblico. Se hicieron “traficantes de la Palabra”, en el buen uso de esa expresión. El papa

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Inocencio III mató ciento de miles de ellos, dicen los historiadores, aunque se cree que quedan algunas ramificaciones en ciertas áreas de Italia y Francia, pero muy mínimas, ni tampoco con la presencia y fuerza que tenían antes. De igual manera, fuimos a la casa de John Wesley y comenzamos allí a proclamar que el Señor levante el espíritu que Dios había derramado en este hombre. Cuando fuimos a Turquía (antigua Asia menor) allá rogamos al Señor por el espíritu de las siete iglesias (Éfeso, Esmirna, “Se pierde la Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laovisión cuando se dicea), pidiéndole al Dios que traiga vida, envejece, pero no que resucite el espíritu de esas iglesias. Y se madura creemos por fe que Dios las está encendienen Dios” do, porque Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Te comparto esto, no con la intención de criticar las lámparas apagadas, sino para animarte, a ti lector, para que no te apagues y para que oremos donde quiera que el Espíritu muestre lámparas extinguidas, sofocadas, apagadas. Entiende que cuando se apaga una lámpara es prácticamente un propósito del reino de Dios que se sofoca o extingue. Una hoguera se enciende con leñas, y una llama enciende la otra, por lo que no me puedo alegrar, ni criticar a alguien que se le haya apagado la lámpara, porque se puede apagar la mía. Ahora, con esos ejemplos quiero alertarte que la iglesia tiene veinte siglos de historia y su lámpara, tristemente, no está resplandeciendo, sólo humea. La vida en el Espíritu no es una forma religiosa, es un Camino (Hebreos 10:20). Cuidémonos del fanatismo religioso, de creer que el movimiento nuestro es lo último que Dios va a hacer, y se va a quedar aquí, en este “monte Sinaí” o en nuestra “enramada” (Mateo 17:4), ¡por favor! Dios no se detiene, Él sigue adelante. Su Palabra dice que Él nos lleva de gloria en gloria (2 Corintios 3:18); Dios no hace lo mismo todos los días, su gracia es multiforme (1 Pedro 4:10). Ni siquiera un árbol tiene dos hojas que sean exactamente iguales; Dios es creativo, en cambio el diablo es un imitador. ¡Cuidado con honrar más a los hombres que a Dios!, pues ahí comienza a perderse la visión. A los hombres hay que darles el grado de honra que Dios manda que se les dé, si están en autoridad (Romanos 13:7); especialmente a los que gobiernan bien, a los que respetan a Dios. Esos tienen autoridad porque la fe ha funcionado en ellos y por eso pueden enseñar. Los ancianos que gobiernan bien deben ser tenidos por dignos de doble honra, y los diáconos también (1 Timoteo 5:17). Todo el que gobierna bien en Dios tiene autoridad,

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porque lo que da autoridad es vivir a Dios. Si la fe funciona en ti, tú puedes ser un maestro de piedad; yo puedo aprender de ti, porque tu vida me inspira, por lo que tú puedes enseñarme, y ser una autoridad para mí. La autoridad del reino no se impone, pues en el cielo los niveles de honra no son jerárquicos, en el sentido de escalafón o categorías, aunque sí hay un orden. Pero existe una gran diferencia entre la autoridad en Dios y la autoridad del mundo. Por ejemplo, en la tierra hay reyes, presidentes, cancilleres, y grados en el ejército (comandante en Jefe, generales, almirantes, capitanes, oficiales subalternos y suboficiales), pero en el reino de Dios no es así. En los cielos no se crece con escalafones ni en jerarquías, sino en cuánto amo yo al Señor, cuánto le creo, en qué medida me someto, cómo reflejo su carácter y si mi corazón es conforme al Suyo. Cuando la fe funciona en mí, y es manifiesto cómo Dios me respalda porque le creo, y tengo una relación con Él, y vivo una vida consecuente con la verdad, entonces la gente observa y quiere someterse a nuestra autoridad, porque sabe que está en buenas manos. En nuestra congregación, por ejemplo, hay hermanos que no son ancianos, ni apóstoles, ni profetas, que no tienen ninguna función, digamos ministerial en la iglesia, pero cuando veo sus testimonios, con tan solo observar sus vidas, no puedo contener las lágrimas de lo mucho que soy ministrado. En ocasiones, hasta les he pedido que oren por mí, porque aman tanto a Dios, y su relación con el Santísimo es de 24 horas al día, que Dios los respalda de tal manera, que yo digo: « ¡Yo quiero eso Señor!» Ellos no son autoridad ministerial en la iglesia, pero tienen toda la autoridad del cielo. A esos hermanos hay que honrarlos, pero sin perder de vista que toda adoración pertenece a Dios, eso nos preservará de perder la visión. 2. Se pierde la visión cuando se envejece, pero no se madura en Dios. La madurez es muy importante, algo primordial en un servidor de Dios. No podemos envejecer en el ministerio, de tal manera que los años en Dios nos pasen por encima, sin haber crecido en el Señor. Envejecer y no madurar, eso le pasó a Elí. Cuarenta años sirviendo a Dios, pero se quedó siendo el mismo hombre, sólo que había envejecido. Las canas cayeron sobre él, pero su corazón era el mismo de un hombre indolente que veía el mal y ¡no hacía nada! Es necesario que crezcamos en Dios; que mañana yo sea más maduro que hoy, y el año que viene debo ser más maduro que el año anterior. Nuestra vida espiritual debe ir de gloria en gloria, porque vamos de la mano de Dios y caminamos con Él, y Su divina presencia no se detiene, crece y asciende.

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Cuando hablo de madurez, me refiero a la madurez bíblica que es igual a perfección. Pero esa perfección de la que nos habla la Biblia no implica impecabilidad -pues nadie es impecable, sólo Dios-, sino que se refiere a un nivel de estar completo, de llegar a una plenitud espiritual. Por ejemplo, una persona llega a la madurez física, cuando desde niño, pasa por las diferentes fases de desarrollo y llega a ser un adulto. Un árbol llega a la madurez, cuando usted siembra su semilla, ésta germina, brota el tallo, nacen las hojas, después florece y de las flores surge el fruto. El fruto pasa también por un proceso de maduración, hasta estar apto para ser comido. Todo este proceso resume la madurez de un árbol ¿Cómo sé que el árbol está maduro? Cuando “La profecía puedo comer de su fruto. Ningún fruto se no se da para come a sí mismo, sino que nace para que los amedrentar, sino demás coman de él. Por tanto, cuando la vida tuya es útil para Dios, y los que te rodean para que se haga comen del fruto del Espíritu que hay en ti, provisión” podemos decir que estás maduro. Pero si no hay utilidad, ni edificación en tu vida, no has madurado. De hecho, cuando nos mantenemos en los asuntos de niños, y nos detenemos en el Camino por pequeñeces, por mirar cositas que paralizan, estamos retardando el proceso de madurez de nuestra vida espiritual. El hombre maduro no está pensando en el medio que le circunda, sino que pone los ojos en el objetivo, como Jesús. Dice la Palabra que “Cuando se cumplió el tiempo en que él había de ser recibido arriba, afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lucas 9:51). La ciudad santa no representaba para el amado del Padre el cumplimiento de un sueño, sino dolor, sacrificio, humillación, separación, muerte. Pero Jesús no consideró nada de eso para volverse atrás, sino que a todo aquello que podía estorbarle le dijo: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo… (…) Yo para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad” (Mateo 16:23; Juan 18:37) ¡Él no se amedrentó!, sino que se dispuso a cumplir la voluntad del Padre, la cual a ninguno nos ha quedado dudas de que estaba por encima de la de Él. Cuando Agabo tomó el cinto del apóstol Pablo, y atándose los pies y las manos, le dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles” (Hechos 21:11); y aquellos que lo escucharon quisieron persuadirlo y le rogaban al siervo de Dios que no fuese a Jerusalén (v. 12), Pablo les respondió: “¿Qué

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hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (vv. 13-14). Y antes de eso, dijo a los hermanos de Éfeso, con los cuales se reunió brevemente, pues se apresuraba por llegar el día de Pentecostés a Jerusalén: “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios” (Hechos 20:22-24). Esto debería ser una gran lección para nosotros, pues algunos piensan que la profecía es para detenernos en el propósito si anuncia dificultades u obstáculos, como diciendo ‘eso no es de Dios’. Pero la profecía te anuncia lo que va a venir para que tomes postura y te definas en fe, ante el anuncio que viene una tormenta. La profecía no se da para amedrentar, sino para que se haga provisión. En la actualidad existen tecnologías sofisticadas, equipos de radares que te dejan saber cuándo viene un huracán o un mal tiempo, pero antes no habían esas cosas, y a la gente le sorprendía los fenómenos atmosféricos y perdían sus vidas. Sin embargo, el Espíritu Santo es una revelación superior, él no sólo nos advierte de tempestades, sino de problemas, y nos dice: “Alístate, confírmate, establécete, sumérgete en Dios, porque vienen crisis”. ¡Gloria a Dios por el Espíritu Santo! Es necesario que crezcamos en el Espíritu Santo y en la relación con Dios. Ahora quiero que veas algo que considero tremendo en el relato bíblico que nos ocupa. Ocurrió que los hijos de Israel salieron a pelear contra los filisteos, pero estaban perdiendo la batalla y se les ocurrió traer el Arca de Jehová al campamento, como un recurso de guerra (1 Samuel 4:6). Eso mismo sucede ahora, cuando una iglesia está en derrota, que pretende traer la gloria, a ver si la gloria los libra, y cantan a la gloria, gritan que quieren la gloria, llaman a la gloria, dicen que tienen la gloria y que sienten la gloria. Ellos dicen: “Tenemos el Arca, ¡aleluya! Ahora si es verdad que estamos en victoria, porque sentimos la gloria, la presencia de Dios”. Pero Dios les dice: “¡NO!, mi gloria pelea únicamente a favor de mi propósito, y si mi voluntad no se obedece, mi gloria no funcionará”. Entiende que Israel estaba lejos de Dios, porque el ministerio o sacerdocio estaba distanciado del Señor. Los pecados de la casa de Elí hicieron que el pueblo perdiera el respeto por la ofrenda de Jehová, y como ya no confiaban en ese sacerdocio infiel, pensaron que trayendo el Arca de Dios los libraría de la derrota. Pero los filisteos ganaron la batalla, y se llevaron junto con ellos, no solo la victoria, sino también el Arca.

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Luego vemos qué sucedió: “Y corriendo de la batalla un hombre de Benjamín, llegó el mismo día a Silo, rotos sus vestidos y tierra sobre su cabeza; y cuando llegó, he aquí que Elí estaba sentado en una silla vigilando junto al camino, porque su corazón estaba temblando por causa del arca de Dios. Llegado, pues, aquel hombre a la ciudad, y dadas las nuevas, toda la ciudad gritó” (1 Samuel 4: 12-13). En verdad yo no entiendo como Elí vigilaba junto al camino, si este hombre estaba ciego y temblaba de miedo. No cuidó el Arca y ahora estaba preocupado por ella. ¡Qué triste!, pues cuidar el Arca era como cuidar la gloria, y ese era el primer trabajo de los sacerdotes, velar por las cosas santas. Continuemos viendo este penoso acontecimiento: “Cuando Elí oyó el estruendo de la gritería, dijo: ¿Qué estruendo de alboroto es éste? Y aquel hombre vino aprisa y dio las nuevas a Elí. Era ya Elí de edad de noventa y ocho años, y sus ojos se habían oscurecido, de modo que no podía ver” (1 Samuel 4: 14-15).

Al principio dijimos que a Elí se le estaban oscureciendo los ojos (1 Samuel 3:2), pero en este punto ya el viejo sacerdote estaba ciego. Cuando Dios permitió que su Arca cayera en manos de los enemigos, ya Elí no tenía visión. Podemos decir entonces que en ese momento, la lámpara de Elí se apagó. Sus oídos sólo oían la gritería, el pánico, la incertidumbre de un pueblo que había perdido la representación y se quedó sin la divina cobertura. El pueblo sin visión, sin profecía y sin revelación se desenfrena (Proverbios 29:18). Al viejo profeta le pasó como a Sansón, quien usó mal la unción y se quedó sin visión; Elí no usó su lámpara para la gloria de Dios, y se le apagó. “Dijo, pues, aquel hombre a Elí: Yo vengo de la batalla, he escapado hoy del combate. Y Elí dijo: ¿Qué ha acontecido, hijo mío? Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años” (1 Samuel 4:16-18).

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Viejo, pesado, y ciego, así terminó el ministerio de Elí. En él se cumplió lo negativo de la vejez, un sacerdocio en decadencia que pierde las facultades. ¡Ay del ministerio que pierde el temor de Dios!, ¡Ay de los que predican palabras de lisonjas y mentiras, haciendo errar al pueblo!, ¡ay del ministerio y la congregación cuando ya el pecado se le llama “falta” y no se quiere hablar públicamente las cosas como son, porque les suena a condenación! (Juan 18:20; 1 Timoteo 5:20). Mas, pecado significa errar el blanco, y se peca cuando Dios no es el blanco de nuestras acciones. Asimismo, cuando digo viejo, refiriéndome a un ministerio rancio y trasnochado, no aludo a un tiempo cronológico, pues en Dios no hay edad. Moisés comenzó su ministerio a los ochenta años y Aarón a los ochenta y tres (Éxodo 7:7). También vemos que en el libro de los Salmos dice: “Aun en la vejez fructificarán; Estarán vigorosos y verdes” (Salmos 92:14). Por tanto, digo, por el Espíritu Santo, a cualquier hermano lector que tenga cierta edad, que la vejez no es un impedimento para servir a Dios. Caleb tenía ochenta y cinco años y le dijo a Josué: “Tú sabes lo que Jehová dijo a Moisés, varón de Dios, en Cades-barnea, tocante a mí y a ti. (…) Ahora bien, Jehová me ha hecho vivir, como él dijo, estos cuarenta y cinco años, desde el tiempo que Jehová habló estas palabras a Moisés, cuando Israel andaba por el desierto; y ahora, he aquí, hoy soy de edad de ochenta y cinco años. Todavía estoy tan fuerte como el día que Moisés me envió; cual era mi fuerza entonces, tal es ahora mi fuerza para la guerra, y para salir y para entrar. Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí, y que hay ciudades grandes y fortificadas. Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como Jehová ha dicho” (Josué 14:6,10-12). Por tanto, un hombre de Dios, no importa la edad física que tenga, si su espíritu está vivo y le cree a Dios, su lámpara permanecerá encendida. Nunca es tarde para comenzar un ministerio, pues con Dios haremos proezas. Así que si por las circunstancias llegaste a viejo, y aparentemente no se ha cumplido el propósito divino en ti, levántate ahora en el nombre de Jesús y di al Señor: «Padre, renuévame; aumenta mis fuerzas como las del búfalo y úngeme con aceite fresco; eleva mi espíritu como el águila para comenzar el ministerio ahora, no con el sentimiento de una vida frustrada, sino tomando ese arsenal de experiencias vividas, y aplicándolo a la vida espiritual. De esta manera, lo que viví servirá como enseñanza para los nuevos. Ayúdame a sacar provecho a mis malas experiencias, para que lo que me pasó a mí no les pase a los jóvenes, y con mis canas dar gloria a Tu nombre». Sí, amado, tú no estás acabado, la iglesia necesita tus canas. Sabemos que el mundo tira a sus envejecidos al olvido, cuando debiéramos honrarlos y sentarnos a sus pies, para que nos enseñen.

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Tampoco el problema de Elí era la edad física, porque esta solo era una representación de su indolencia, pues realmente donde él se había añejado era en desidia y apatía espiritual. Su ministerio no tenía vida ni fuerzas, ¡se había engordado!, por lo que aparte de desgastado estaba muy pesado. El hombre había crecido en grasa, pero no en gracia. Sabemos que “En todo lugar cuando una persona está en sobrepeso, un donde se honre simple movimiento se constituye en un gran más al hombre esfuerzo, figúrate entonces tener que mover todo el peso de su cuerpo. Pero, Elí no tan que a Dios, sólo estaba pesado, sino que estaba viejo y ¡nacerá un ciego; tenía tres impedimentos: no veía, Icabod!” tenía poca movilidad y padecía los achaques propios de la edad. ¡Qué podía hacer un hombre en esas condiciones! Ahora, lo antes dicho no es para que te preocupes o te llenes de ansiedad, sino que lo escribo para sacudirte, de manera que digas: «¡Señor, líbrame de caer en rutina espiritual y en dejadez! A veces me siento decaer, pero me voy a levantar en el nombre de Jesús, porque soy un ministro del Nuevo Pacto; yo tengo la renovación por el Espíritu, yo tengo el perdón de Dios. En la fe del Hijo, yo puedo decidir cambiar esta situación en mi vida, porque es Su voluntad, por eso me hace esta advertencia. Me levantaré, alzaré mis ojos a ti, ¡Oh Señor, porque Tú encenderás mi lámpara! ¡Enciende mi lámpara Dios!, ¡aumenta su llama, qué no se apague mi lámpara, por favor!». Sí, amado, sé prudente y vela, y no seas insensato. Toma tu lámpara y juntamente con ella, llena tu vasija de aceite, para que no te falte (Mateo 25:3, 4, 8). Veamos como sigue el relato bíblico: “Y su nuera la mujer de Finees, que estaba encinta, cercana al alumbramiento, oyendo el rumor que el arca de Dios había sido tomada, y muertos su suegro y su marido, se inclinó y dio a luz; porque le sobrevinieron sus dolores de repente. Y al tiempo que moría, le decían las que estaban junto a ella: No tengas temor, porque has dado a luz un hijo. Mas ella no respondió, ni se dio por entendida. Y llamó al niño Icabod, diciendo: ¡Traspasada es la gloria de Israel! por haber sido tomada el arca de Dios, y por la muerte de su suegro y de su marido. Dijo, pues: Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios” (1 Samuel 4:19-22).

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Escúchalo bien, en todo lugar donde se honre más al hombre que a Dios, ¡nacerá un Icabod!, porque el Arca será trasladada y su lámpara no alumbrará más. No tendrán luz, porque “Arca” representa la gloria de Dios, y sin el Señor no hay quien resplandezca. Por eso, ninguno de los avivamientos en la iglesia ha podido permanecer, porque comienzan con Dios y terminan con el hombre; se le da más culto al ungido en vez de al que unge. Nota que Dios prefirió (y esto quiero que lo grabes en tu corazón) que Su gloria estuviera en un templo pagano, a que permaneciera en un lugar donde le deshonraron. El Señor permitió que la representación de su gloria estuviese en un templo pagano, junto a Dagón (cosa que aborrece su alma -Deuteronomio 16:22), y habitar en tierra extraña con el enemigo, que estar un día más junto a quienes con sus labios le honraban, pero en sus corazones lo desechaban. ¿Recuerdas la historia de Ana y de Penina (1 Samuel 1:2)? Pues bien, la misma nos habla de dos mujeres, que a su vez representan dos tipos de iglesias y el contraste de dos ministerios. Mientras Ana representa el alma humillada -que posiblemente por cierta situación no había parido- pero sabe humillarse delante de Dios, sabe buscarle y anda siempre buscando su favor; Penina representa la iglesia arrogante, prepotente, la que porque tiene “mucho” menosprecia, hasta llevar a la ira y al complejo a la que no tiene nada (1 Samuel 1:6). Penina usaba la bendición de Jehová para confrontar a Ana su impedimento, su esterilidad, como símbolo de maldición. Como diciendo: «Yo, cuyo nombre significa “joya”, “piedra preciosa”, tengo hijos, muchos hijos, soy fructífera, en cambio tú, aunque tu nombre significa “gracia”, eres una maldita, no tienes nada, ¡estás seca!». Así hay iglesias que tienen mucha prosperidad económica, grandes coros, muchos miembros, etc. y menosprecian a las congregaciones pequeñas. Pero Ana, aunque no tenía nada, tenía el amor del esposo, de lo que carecía Penina (1 Samuel 1:5). También ella sabía humillar su alma delante del Fiel Creador, porque, en última instancia, sabía que el deseo de su corazón dependía de Su favor (v. 6). Y cuando Dios le concedió tener un hijo se lo dedicó a Él. La palabra dedicar significa transferir, apliquemos entonces que Ana deseaba bendición, pero para transferirla a Dios, y no para ella. Por eso, ella oraba agradecida, diciendo: “Los arcos de los fuertes fueron quebrados, Y los débiles se ciñeron de poder. Los saciados se alquilaron por pan, Y los hambrientos dejaron de tener hambre; Hasta la estéril ha dado a luz siete, Y la que tenía muchos hijos languidece. Jehová mata, y él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir. Jehová empobrece, y él

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enriquece; Abate, y enaltece. Él levanta del polvo al pobre, Y del muladar exalta al menesteroso, Para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor” (1 Samuel 2:4-8).

Es decir, la estéril parió, y la que tenía muchos hijos se debilitó; la que no tenía nada, Dios la llena y multiplica, y la que poseía “mucho”, ahora Él la manda con las manos vacías. Por tanto, Penina fue humillada y Ana que estaba humillada hasta el polvo, fue exaltada y colocada en un sitio de honor. Meditemos en estas cosas. La segunda enseñanza que extraemos de la vida de Ana y Penina es que representan el contraste de dos sacerdocios, uno en decadencia y otro que está en cierne, como la casa de Elí y Samuel. Penina es un tipo de Elí, el cual tenía ministerio e hijos oficiando. Elí se enorgullecía, pues ¿qué ministro no quiere que sus hijos le sigan en el ministerio? Algunos hasta fuerzan las cosas y los obligan, para tener un buen testimonio y poder decir: «Mira a mi hijo ministrando. Tengo cuarenta años en el ministerio, ¡qué bendecido soy! no como algunos que andan por ahí, a quienes Dios no les ha dado nada». ¡Oh, Padre, libra a tu iglesia del espíritu de Penina! En cambio, Ana representa el ministerio de Samuel, el cual trae la vida, restauración y luz de Dios. La enseñanza está distribuida en los primeros capítulos del libro de 1 Samuel, veámoslo: a) Capítulo 1: Bendición trasladada: Penina que tenía mucho ahora no tiene nada, y Ana que no tenía nada, ahora tiene mucho (v. 19) b) Capítulo 2: Honra trasladada: A Elí le quitan el sacerdocio y Samuel ocupa su lugar (vv. 30, 35) c) Capítulo 3: Ministerio trasladado: Empieza el juicio contra la casa de Elí, y Jehová llama a Samuel (vv. 3-4) d) Capítulo 4: Gloria trasladada: Mientras Samuel nació para trasladar de deshonra a honra, y de humillación a gloria; Icabod nació para anunciar que la gloria fue trasladada, y que el que tenía, ya no tiene, porque no honró a Dios (vv. 21-22). ¿Cuántos saben que Dios traslada? Sí, Él traslada y lo hace de dos formas, según lo muestra en su Palabra: 1. Cuando llega el momento de la relevación, y 2. Cuando Él tiene que intervenir, porque no se está cumpliendo su propósito. Es diferente ser relevado cuando la obra termina, a ser quitado por no

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haber dado honra a Dios. Por ejemplo, Moisés fue quitado cuando su tiempo terminó y tuvo una descendencia espiritual -Josué-, el cual ocupó su lugar (Deuteronomio 34:9). Elías fue quitado cuando Dios se lo llevó con Él en vida, pero no sin antes ungir a Eliseo, para que le sustituyera (1 Reyes 19:16). También el apóstol Pablo pasó su manto a Timoteo (2 Timoteo 4:6). Pero, el traslado de la gloria de Dios en el tiempo de Elí fue porque no sirvió con temor ni honró a Dios. No sé tú, amado, pero el día que yo sea trasladado como Elías al cielo, quiero que cuando mi manto caiga, lo haga sobre un hijo, porque Dios me haya dado descendencia y no que Jehová me quite el manto, porque fui inepto e indigno delante de Él. Icabod nació para ser un estigma, un sello de oprobio toda la vida, pues para nosotros puede que sea un nombre como otro cualquiera, pero para Israel no. Llamar a Icabod era traer a la memoria cada vez que se le nombrara que la gloria de Jehová fue trasladada, por no haberle dado honra a Dios. El ministerio es para honrar a Dios. Entiendo que cuando la Biblia, dirigiéndose a David, dice: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel” (2 “Si alguien no Samuel 7:8), significa que aunque naturalsabe lo que mente David era un pastor de ovejas, Jehová lo tomó de allí y lo llevó al trono. También, significa un espiritualmente, lo podemos aplicar a que lugar de honra, David era una de las ovejas del redil de Dios, se hace indigno y de entre todas sus ovejas de Israel, el Buen de esa distinción” Pastor tomó una ovejita conforme a su corazón, llamada David y la honró poniéndola como rey, para reinar a través de él. Pues, cuando Dios pone a alguien en autoridad es para que esa autoridad le reconozca y el Señor pueda gobernar y ejercer Su voluntad a través de ella. Así, cuando Dios puso como autoridad a Adán sobre todo lo creado, no simplemente fue para honrar a Adán, sino para que Adán lo honrara a Él. Toda función de honra que Dios da es para honrarlo a Él, no a nosotros. El apóstol Pablo entendió este principio cuando dijo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero” (1 Timoteo 1:15). Pero antes había dicho: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en

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incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús” (vv. 12-14), dando a entender que además de salvarme y librarme del pecado, el Señor me tomó de entre sus santos y me puso como su ministro. Eso es una honra mayor. El ministerio no es una plataforma donde nosotros nos subimos para vernos más grandes, sino donde Dios nos pone para, a través de nosotros, dejar ver su grandeza. Y cuando alguien está en un púlpito predicando la Palabra, no significa que está más alto que los que abajo escuchan, sino que Dios está más alto que nosotros, porque el que habla no está hablando de sí, sino que fue enviado a anunciar las virtudes de Aquel que lo llamó desde lo alto. Ningún embajador en un país habla de sí mismo, sino de la nación que lo envió, a la cual representa. Cuando un embajador vive mal, es imprudente o inmoral, personifica muy mal a su nación. De la misma manera, cuando alguien en la iglesia se aprovecha de su autoridad o función en el Cuerpo para sacar provecho, está deshonrando a Dios. Si alguien no sabe lo que significa un lugar de honra, se hace indigno de esa distinción. La honra se gana por el respeto que le muestro a lo que Dios me dio. Por tanto, no es una casualidad que Dios mudara su gloria de Silo, de casa de Elí (1 Samuel 4:21). Jehová prefirió que su gloria estuviera con los enemigos, como lo dice en el Salmo: “Dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo, La tienda en que habitó entre los hombres, Y entregó a cautiverio su poderío, Y su gloria en mano del enemigo. Entregó también su pueblo a la espada, Y se irritó contra su heredad. El fuego devoró a sus jóvenes, Y sus vírgenes no fueron loadas en cantos nupciales. Sus sacerdotes cayeron a espada, Y sus viudas no hicieron lamentación” (Salmos 78:60-64). En otras palabras, Jehová optó el estar en tierra de los filisteos – tierra inmunda- que estar en la casa de este sacerdote indigno; prefirió que los filisteos tomaran el Arca como trofeo de su triunfo, antes de Él honrar con una victoria a quienes les deshonraron. Duras son estas palabras, pues ¿quién podría creer que Dios habitara en tierra del enemigo? No obstante, en tierra de los filisteos Jehová hizo estragos, con ellos y con su dios Dagón. Al pedazo de yeso, ellos lo encontraron postrado en tierra delante del Arca, en más de una ocasión, hasta que al final tropezaron con la cabeza y las dos palmas de las manos, cortadas sobre el umbral, y de Dagón sólo había quedado el tronco (1 Samuel 5:2-4). También Dios les mandó tumores a los filisteos, de tal manera que ellos dijeron: “No quede con nosotros el arca del Dios de Israel, porque su mano es dura sobre nosotros y sobre nuestro dios Dagón” (1 Samuel 5:7) Porque cuando Israel no sabe pelear, Dios sí sabe, Él no ha perdido ninguna batalla. Es notorio que la gloria no le funcionó al pueblo de Israel, cuando la usaron como amuleto, pero cuando estaba en tierra de los filisteos, funcionó de tal forma que los filisteos no encontraban qué hacer. La llevaron a Gat y se llenaron de

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tumores desde el más chico hasta el grande (1 Samuel 5:8-9); la llevaron a Ecrón y allí el clamor de muerte subía al cielo, porque los que no morían, ya estaban enfermos de muerte, así que no salieron de un “ay” hasta que retornaron el Arca en bueyes. ¿Funciona o no la gloria? ¡Claro que funciona! No funciona cuando se la usa sin Dios, como hay personas que estando en enemistad con el Señor quieren recibir Su favor. Dios te ha favorecido en Cristo, pero te salvó para que tú vivas para Él, no para que sólo te beneficies de lo Suyo, y sigas viviendo para ti. Dios traspasó su gloria y ese es uno de los episodios más tristes de toda la Biblia. Estoy seguro que el corazón de Dios como Padre fue muy herido, porque Él no actúa así. El Señor no aflige ni entristece innecesariamente a los hijos de los hombres; es algo involuntario en Él (Lamentaciones 3:33). Por lo cual, cuando Él castiga lo hace con gran dolor, como castiga un padre al hijo que ama, pero lo hace porque Jehová no va a arriesgar Su causa y propósito, por beneficiar al culpable. Jehová es justicia y el mal hay que extirparlo a tiempo para que no haga daño. Ahora, no nos impresionemos por el aspecto negativo de este mensaje, porque no está en la intención de Dios atemorizarte, jamás. Dios no quiere que se le sirva por miedo, pues al cielo nadie llegará asustado, sino enamorado del Señor Jesucristo. A Dios hay que servirle con alegría, pero conscientes que su amor no es indulgente, sino comprometido. No olvides que para poder salvarnos tuvo que entregar a su Hijo, y en Él cumplir el castigo que tú y yo merecíamos. Jehová no dijo, como dicen los políticos: “Borrón y cuenta nueva”, no, sino que dijo: «Tienes una deuda con la justicia divina y hay que pagarla, para poder perdonarte. Tú no la puedes pagar, yo la voy a pagar por ti, pero mis estándares no van a bajar para salvarte, sino que los voy a cumplir». Por tanto, “ la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23). ¡Alabemos la misericordia y gracia de Dios! Las lámparas de las vírgenes fatuas se apagaron porque se les agotó el aceite, pero la lámpara de la casa de Elí se apagó, porque tanto él, como sus hijos no ministraron en conformidad a la honra que recibieron de Dios. Que el Señor siempre mantenga nuestras lámparas encendidas y nunca quite nuestro candelero de su lugar (Apocalipsis 2:5).

5.2  Cuando Dios nos Engrandece “Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos” -Números 14:12

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Hay una intención en el corazón de Dios y es bendecir a los que son suyos, y hacerlos pueblo grande. Se lo prometió a Noé y lo preservó de una generación mala y perversa, la cual destruyó con el diluvio (Génesis 6:17-18). Igualmente, cuando hizo pacto con Abraham de hacer de él una gran nación, de un vientre estéril sacó la simiente de un pueblo, el cual -por la predicación del evangelio de Cristo (Gálatas 3:29)- se ha hecho como el polvo de la tierra, que no se puede contar (Génesis 12:2; Génesis 13:16). Por tanto, hay una promesa de Dios, una disposición del Padre divino de - por ser suyos- hacernos un pueblo bendito y distinguido entre todas las naciones de la tierra. Sin embargo, hay un momento en que Dios, por su gracia, destaca a un hombre, lo eleva y lo pone en un lugar de honra más que a los demás, y en ese instante, la reacción de aquel hombre a su propuesta revela mucho sobre cuánto este ha asimilado del carácter de su Creador. Entre los muchos hombres de Dios que fueron tocados y elevados por Él a un lugar de preeminencia, se destaca Moisés, no tan solo porque Jehová le hablaba cara a cara, ni porque fue el mediador del Antiguo Pacto, sino porque en un momento, Jehová prometió hacer de él un segundo Abraham. Jehová quiso consumir, en su furor, toda la congregación de Israel, y sacar de Moisés un nuevo pueblo. ¿Por qué Jehová quiso engrandecer a su siervo Moisés de esa manera? ¿Cómo reaccionó él a tan grande propuesta? ¿Cuáles fueron los hechos que llevaron a Jehová, el Dios que engrandece, no a empequeñecer, sino a borrar del todo a un pueblo que había hecho Suyo, para hacerse uno nuevo? Para responder estas y otras interrogantes, veamos primero los eventos que ocurrieron, los cuales muestran cómo era el carácter de ese hombre que Jehová quiso engrandecer. Empecemos con el incidente del reconocimiento de la tierra prometida, el cual tuvo Moisés que sufrir por causa de un pueblo cuya falta de fe determinó que cuarenta días se convirtieran en cuarenta años, andando errantes, en ese gran desierto, antes de entrar a poseer la tierra prometida. Ocurrió que cuando los espías regresaron de reconocer la tierra que Dios le había prometido, diez de ellos dieron el siguiente informe: ““La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes, y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos” (Números 13:32-33). Cuando las tribus de Israel escucharon eso, cayó sobre ellos un gran desánimo, y el pueblo lloró y se quejó contra Moisés y Aarón diciendo: “¡Ojalá muriéramos en la tierra de Egipto; o en este desierto ojalá muriéramos! ¿Y por qué nos trae Jehová a esta tierra para caer a espada, y que nuestras mujeres y nuestros

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niños sean por presa? ¿No nos sería mejor volvernos a Egipto? Y decían el uno al otro: Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto” (Números 14:2-4). A los doce espías, Jehová los había enviado a espiar la tierra, pero en esa diligencia, hubo diez que no espiaron la tierra, sino que la tierra los espió a ellos, mostrando que no estaban preparados para habitarla, pues en sus corazones solo había incredulidad y rebeldía (Números 14:11). Por su causa, el pueblo reaccionó en esta forma, ya que ese espíritu de incredulidad y de pesimismo entró en ellos y empezaron a ver todo turbio y a desear las cosas que ya habían dejado atrás. Se olvidaron que Jehová los había sacado de Egipto, con señales y maravillas, que abrió el mar rojo, hizo milagros “La fe verdadera para alimentarnos y protegerlos, también se basa en las peleó por ellos. Y ahora, cuando estaban a punto de pasar el Jordán, sucede que la tierra promesas de Dios, prometida estaba ocupada por un pueblo sin negar la más fuerte que ellos. Mas, en lugar de mirar realidad de las al Dios que los libertó, dejaron que ese espícosas” ritu de frustración e incredulidad corriera como una ola maligna sobre toda la congregación de los hijos de Israel. Sin embargo, el espíritu de Caleb y Josué era diferente a los de esos diez. Estos dos hombres fueron perfectos en pos de Jehová (Números 32:12), porque le creyeron. Ellos dijeron: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra en gran manera buena. Si Jehová se agradare de nosotros, él nos llevará a esta tierra, y nos la entregará; tierra que fluye leche y miel. Por tanto, no seáis rebeldes contra Jehová, ni temáis al pueblo de esta tierra; porque nosotros los comeremos como pan; su amparo se ha apartado de ellos, y con nosotros está Jehová; no los temáis” (Números 14:7-9). Ante la adversidad, ellos no desistieron, sino que se entregaron, se consagraron más y reaccionaron maduramente ante la crisis. Personalmente, siempre me ha ministrado la fe de Caleb y Josué, pues su fe no fue ilusoria, sino reflexiva; una fe que no niega la realidad de las cosas. Hoy se habla de una súper fe, de algo que no es fe, porque niega la realidad, y cuando alguien dice estoy enfermo, esa fe dice: «No, no, eso es mentira del diablo, tú no estás enfermo; declárate sano, porque tú estás sano», cuando la verdad es que está enfermo. La fe verdadera se basa en las promesas de Dios, sin negar la realidad de las cosas. Hay personas que tienen un escudo para contrarrestar la realidad, y creen que eso es fe. Mas, cuando no nos sentimos aptos para bregar con una

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situación, y preferimos negarla, eso se llama defensa sicológica, no fe. La fe dice: «Hay gigantes, hay murallas, soy como una langosta delante de esta montaña de problemas, pero Jehová dijo: “Yo estaré contigo y pelearé por ti y te voy a entregar en tus manos a los enemigos”, por lo cual, le creo a Dios y sigo adelante». Esa es una fe real, verdadera, no la fe engañosa que para sentirme bien, niego lo que estoy viviendo y digo: «Yo no soy débil, soy fuerte», no, no, no. Tenemos que decir: «Soy débil, pero Dios es poderoso», pues negando tu condición no vencerás, pero confiando en Dios sí. La fe es la certeza de lo que no se ve, y seguridad de que lo que Dios ha prometido lo cumplirá. No obstante, la reacción del pueblo al recibir el informe de Caleb y a Josué fue apedrearlos (Números 14:10), y yo me pregunto: ¿cuántas veces apedreamos a los que le creen a Dios? Los incrédulos, generalmente, sienten rivalidad y hostilidad hacia aquellos que creen. Lo contrario de fe es incredulidad. Vivimos en un mundo totalmente incrédulo, por eso nos aborrecen (Juan 15:19). Jesús dijo: “Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8). Esa pregunta no la hizo Jesús por formularla, sino porque vio nuestros días, y el montaje contra Dios y contra su ungido; lo que es algo innegable en este tiempo. Mas, volviendo a Moisés, es importante definir la actitud que asumimos ante la crisis. Cuando el siervo de Dios confrontó la rebelión e incredulidad del pueblo y la ira de Dios, se comportó como un verdadero mediador, pues estaba en medio de las dos partes. Hay diferencia entre un profeta y un sacerdote: mientras el profeta es un vocero de Dios que trae un mensaje al pueblo, el sacerdote es un representante del pueblo delante de Dios. Es decir, el profeta es un representante de Dios delante del pueblo, y el sacerdote un representante del pueblo delante de Dios, por eso intercede a su favor, es un mediador (Hebreos 5:1). Ahora, ¿qué hizo Moisés, como mediador? ¿Se enojó al ver la rebelión abierta de un pueblo completamente extraviado, que se decían unos a otros: “Designemos un capitán, y volvámonos a Egipto” (Números 14:4)? No, la Palabra dice que Moisés y Aarón “… se postraron sobre sus rostros delante de toda la multitud de la congregación de los hijos de Israel” (v. 5). Ellos no se postraron a la multitud, sino delante del pueblo a Dios, pues sabían el gran pecado que los hijos de Israel estaban cometiendo y las funestas consecuencias que esto podía acarrearles. Por tanto, la actitud de ellos ante la crisis fue humillarse y rogar por misericordia a Dios. Más adelante, en ese mismo libro, se nos habla de la rebelión de Coré, Datán y Abiram que eran tres levitas que acusaban a Moisés de monopolizar el ministerio, poniendo a Aarón por encima de ellos que eran también de la tribu de Leví (Números 16:1). Y en verdad, ellos eran levitas, pero claro, no podían

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ministrar dentro del santuario, sino que a ellos se les asignaron labores que eran prácticamente fuera del tabernáculo. Por eso, Moisés les dijo: “¿Os es poco que el Dios de Israel os haya apartado de la congregación de Israel, acercándoos a él para que ministréis en el servicio del tabernáculo de Jehová, y estéis delante de la congregación para ministrarles, y que te hizo acercar a ti, y a todos tus hermanos los hijos de Leví contigo? ¿Procuráis también el sacerdocio?” (Números 16:9-10). Hay personas que si no predican o cantan en el culto piensan que no son ministros, y en eso hay un tremendo error. En el antiguo sacerdocio todos eran levitas, porque esa fue la tribu que Dios separó para eso (la tribu de Leví), pero algunos eran además sacerdotes. La diferencia era por causa de la función, no por dignidad. Esa función sacerdotal le fue delegada exclusivamente a Aarón (sumo sacerdote) y a sus hijos Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar, llamados y consagrados por Dios, para ser sus sacerdotes perpetuamente, de entre los hijos de Israel (Éxodo 28:1; 30:30; Números 3:3). Por eso, si estudias el sacerdocio levítico, encontrarás que se repite como un estribillo la expresión “los sacerdotes hijos de Aarón” (Levítico 1:5, 8,11; 2:2,3:2; Números 10:8; 2 Crónicas 26:18). La familia de Aarón fue tomada de la tribu de Leví, para ser sacerdotes, como la tribu de Leví fue elegida entre las demás tribus, para servir en el tabernáculo, e Israel, un pueblo escogido entre las demás naciones de la tierra, para ser el especial tesoro del Dios Altísimo, no porque era más que los otros pueblos, sino porque Jehová los amó (Deuteronomio 7:6-8). Esa honra solo la da Dios. Los sacerdotes ministraban a Dios, mataban animales, encendían las lámparas, ponían los panes, quemaban el incienso, sacaban la ceniza, etc. Los levitas, por su parte, cargaban agua; desarmaban y armaban el tabernáculo del testimonio, cuando debían trasladarse de una estancia a otra; como también tenían que guardarlo, velarlo, pues ningún extraño podía acercarse ya que moriría. En otras palabras, facilitaban el servicio a Dios (Números 1:50, 51). Mas, ellos querían algo más, codiciaban el liderazgo. Por eso, le dijeron a Moisés: “¡Basta ya de vosotros! Porque toda la congregación, todos ellos son santos, y en medio de ellos está Jehová; ¿por qué, pues, os levantáis vosotros sobre la congregación de Jehová?” (Números 16:3). Y cuando Moisés los escuchó, se postró sobre su rostro, por segunda vez, ante una crisis o rebelión (v. 4). Luego, Moisés dijo a Coré y a todo su séquito: “Mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo, y hará que se acerque a él; al que él escogiere, él lo acercará a sí. Haced esto: tomaos incensarios, Coré y todo su séquito, y poned fuego en ellos, y poned en ellos incienso delante de Jehová mañana; y el varón a quien Jehová escogiere, aquél será el santo; esto os baste, hijos de Leví” (Números 16:5-7). Por su tono, era obvio que el siervo de Dios estaba irritado por la actitud de estos hombres, pero de su boca no salió ninguna palabra desmedida

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ni ofensiva hacia ellos, sino que prefería que Dios les convenciera. Pero ellos no tan solo estaban rebelados contra Moisés y Aarón, sino que convocaron y suscitaron a toda la congregación de Israel a su favor, para tomar el sacerdocio y el liderazgo del pueblo de Dios. Mas, Jehová no soportó la altivez de esos corazones y cuando apareció en su gloria, dijo a Moisés y Aarón: “Apartaos de entre esta congregación, y los consumiré en un momento” (v. 21). Si Jehová consumía a todo ese pueblo, en especial a los revoltosos, le quitaría un gran dolor de cabeza a Moisés, ¿no crees? ¡Qué oportunidad, qué respaldo para este siervo de Dios! ¿Quién no se echaría a un lado para que Dios hiciera lo que tenía que hacer? Pues, como dice el dicho popular: “Muerto el perro, se acaba la rabia”. Para Dios no era nada consumir a ese pueblo, pues podría crearse otro, sin embargo, las Escrituras dicen que Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros, por tercera vez, y dijeron a Jehová: “Dios, Dios de los espíritus de toda carne, ¿no es un solo hombre el que pecó? ¿Por qué airarte contra toda la congregación?” (Números 16:22). Entonces, Jehová oyó su voz y le dijo: “Habla a la congregación y diles: Apartaos de en derredor de la tienda de Coré, Datán y Abiram” (v. 24). Así que la congregación fue preservada por la intercesión de Moisés, aunque aquellos hombres impíos fueron tragados por la tierra, mostrando Jehová que sus siervos fueron enviados por Él a hacer todas las cosas que hacían y que aquellos hombres le habían irritado (vv. 28-33). Luego, salió fuego de delante de Jehová que consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecieron el incienso también (v. 35). A raíz de esta rebelión, Jehová levantó un memorial con los incensarios de estos hombres, y dio instrucciones a Moisés para que el sacerdote Eleazar tomara los incensarios de bronce e hiciera de ellos planchas batidas para cubrir el altar y sean como señal a los hijos de Israel de que ningún extraño que no sea de la descendencia de Aarón se debía acercar para ofrecer incienso delante de Jehová (Números 16:38-40). ¡Qué momentos tan funestos! Tres familias, con sus mujeres, hijos, animales, etc., descendieron vivos al Seol, tragados por la tierra, por causa de una ambición ministerial. Ciento cincuenta varones santificaron con sus vidas, consumidas en el fuego, sus incensarios, por acercarse a ofrecer incienso delante de Jehová, sin haber sido llamados por Él a hacerlo. Grande era el temor de aquella congregación de correr la misma suerte, por haber escuchado a hombres impíos. ¡Qué tristeza! Sin embargo, no pasaron muchos meses, ni siquiera semanas, sino un día, veinticuatro horas después de esta tragedia, cuando la rebelión se puso peor. Sucedió que el pueblo en vez de meditar en todos estos hechos, empezó a murmurar en contra de Moisés y Aarón, diciendo: “Vosotros habéis dado muerte al pueblo de Jehová” (Números 16:41). Mas, cuando ya se juntaban en contra de

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Moisés y Aarón, descendió la gloria de Dios en el Tabernáculo de Reunión, y Jehová dijo a Moisés: “Apartaos de en medio de esta congregación, y los consumiré en un momento” (v. 45). Esto parecía el cuento de nunca acabarse. ¿Cuál sería la medida de estos corazones? ¿Valdría la pena sacrificarse y sufrir por un pueblo que los despreciaba y los acusaba injustamente? ¿No sería mejor dejar que Jehová los acabase de una buena vez? En cambio, Moisés y Aarón se postraron sobre sus rostros otra vez (Números 16:41), y Moisés le dijo a Aarón: “Toma el incensario, y pon en él fuego del altar, y sobre él pon incienso, y ve pronto a la congregación, y haz expiación por ellos, porque el furor ha salido de la presencia de Jehová; la mortandad ha comenzado” (v. 47). Aarón corrió, pero la mortandad ya había comenzado y murieron catorce mil setecientos. Y mientras Aarón hacía la expiación por el pueblo, Moisés, postrado rogaba a Dios por ellos. ¡Qué gran enseñanza para nosotros! Leer estos incidentes a mí me ministra grandemente, pues si yo hubiera sabido eso años atrás, me hubiera evitado un montón de problemas. Cuando hay rebelión, el corazón del pueblo se levanta contra Dios, pero cuando esto sucede no es momento de enfrentarlos, sino de postrarnos. ¿Por qué? Porque cuando la “La mejor manera rebelión aumenta, la ira divina se acrecienta de enfrentar y cuando Dios desciende lo único que le va la rebelión, en a ministrar es ver rodillas dobladas delante medio de las de Él, pidiendo misericordia. ¿Qué piensas voces de sedición que pudo ver Dios, las veces que descendió, que impidió que los consumiera a todos? Te e incredulidad, aseguro que no fue al pueblo, con palos y es doblar las piedras en sus manos, sino a dos hombres rodillas delante postrados, tirados al piso, rogando a Dios de Jehová” por misericordia. Y me pregunto, ¿qué vería Dios en la iglesia que pueda agradar su corazón, en medio de una rebelión, cuando su ira está encendida? Ver a sus intercesores rogando por su pueblo. Nuestra tendencia es, generalmente, juzgar a los rebeldes y mostrarles que no tienen razón. Así les declaramos la guerra y los excluimos de la congregación de Jehová, y tratamos tantas cosas, para que el efecto de su levantamiento no llegue al pueblo. Sin embargo, como hemos visto, la mejor solución es doblar las rodillas delante de Dios, para cuando Él descienda, vea los mediadores, a los intercesores humillados delante de su presencia, porque al corazón contrito y humillado Dios no desprecia.

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En el tiempo de los profetas Ezequiel y Jeremías (contemporáneos), Jehová dijo: “Y busqué entre ellos hombre que hiciese vallado y que se pusiese en la brecha delante de mí, a favor de la tierra, para que yo no la destruyese; y no lo hallé” (Ezequiel 22:30). En otras palabras, cuando el pueblo completo estaba rebelde, no había nadie postrado, y cuando el Señor bajó, los encontró a todos como “lirios”, muy erguidos y paraditos, llenos de rebelión. Cuando Dios ve gente altiva, sucede como ocurría en la antigüedad cuando pasaban los reyes o un faraón, que todo el que estaba presente tenía “Mientras haya que postrarse, con rostro en tierra, pues no humillación podía ver su cara, y al que estaba con la habrá remisión” cabeza levantada, se la bajaban, por seguridad y por reverencia. De la misma manera, la Palabra dice, refiriéndose a Jesús: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Por tanto, hay una sola manera de estar delante de Dios y es de rodillas, ya sea para contemplar su hermosura o para que su ira no nos consuma. Iglesia de Dios, guarda este consejo para siempre: ¡Líbrenos Dios del espíritu de Coré, Datán y de Abiram y de los diez espías! Mas, si un día tenemos que confrontarlo, ya sabemos qué hacer: Postrémonos, rostro en tierra, entre los rebeldes y delante de Jehová, para recibir su divina misericordia. ¡Gloria a Dios que Él no vio a todos los rebeldes, sino a esos dos que estaban postrados! ¡Ay, si el Señor hubiera escuchado la multitud en la cruz que decía: “¡Crucifícale, crucifícale! (...) Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz” (Lucas 23:21; Mateo 27:40), qué hubiese sido de ti y de mí! Mas, Jesucristo guardaba silencio y cuando habló dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). La mejor manera de enfrentar la rebelión, en medio de las voces de sedición e incredulidad, es doblar las rodillas delante de Jehová. Solo Dios acaba con ella, porque Él es el único que lo sabe hacer. Jehová es un buen cirujano, Él sabe cuándo y dónde debe intervenir quirúrgicamente, y si debe hacerse una amputación. El cuerpo a veces se enferma de un tipo de cáncer que requiere cortar el miembro afectado, para no afectar a algún tejido sano o perder todo el cuerpo. Así que cuando Él ve gente humillada delante de Él, puede ser que cure la gangrena, limpie totalmente la inmundicia y no corte ningún miembro del cuerpo. Ese es el trabajo de un mediador, postrarse y

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orar; meter su rostro en sus piernas (como oraban los antiguos delante de Dios), encorvando su cerviz en señal de reverencia y rendición. Te aseguro que mientras haya humillación habrá remisión. Ahora veamos qué hizo Dios: “Entonces toda la multitud habló de apedrearlos. Pero la gloria de Jehová se mostró en el tabernáculo de reunión a todos los hijos de Israel, y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos? Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos” (Números 14:10-12). Es decir que la gloria de Dios impidió que estos hombres fueran apedreados por la multitud enardecida. Jehová estaba irritado y con razón, pues con todas las señales y prodigios que había hecho, cada día obrando a su favor, todavía no le creían ni tenían fe en lo que les había prometido. Esa actitud del pueblo es una evidencia más de que los milagros no cambian a nadie, pues el que no tiene corazón, jamás le va a creer a Dios, aunque vea lo que vea. Ese fue el error de Elías, y por eso se deprimió tanto, porque él pensaba que al descender fuego del cielo, y el pueblo ver ese gran milagro, Israel se iría en pos de Jehová. Pero cuando un pueblo no tiene corazón no creerá, aunque Él le baje el cielo. Es la misma actitud de quienes quieren ver la gloria, pero para que esta les favorezca, los satisfaga, les supla sus necesidades y les resuelva los problemas, pero aunque la vean como la vean seguirán siendo los mismos. Sin embargo, cada vez que la gloria descendió, transformó, pues mirando a cara descubierta como un espejo la gloria de Dios, somos transformados en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor (2 Corintios 3:18). Hay que tener esa imagen, ese carácter, ese corazón. Ahora, cualquiera puede molestarse con un pueblo tan incrédulo, especialmente Dios, quien solo obraba a su favor. Nota que muchos maestros se molestan con los niños, cuando les toma semanas enseñarles un concepto y no ven resultados, pues los alumnos están distraídos, y en vez de poner atención a la enseñanza, están entretenidos, y por eso no aprenden. De la misma forma se enoja Dios, pues también espera ver fruto en nosotros. Jehová tenía razón, tantas señales, tantas obras a favor de este pueblo y actuaban como si no le conociesen. Así que no era injusta Su propuesta, cuando dijo: “Yo los heriré de mortandad y los destruiré, y a ti te pondré sobre gente más grande y más fuerte que ellos” (Números 14:12). Esta fue la propuesta de Dios al intercesor Moisés. En realidad, no era ésta la primera vez que Dios le hacía esa propuesta a Moisés. Cuando adoraron el becerro de oro, Dios se molestó y dijo a Moisés: “Yo he visto a este pueblo, que por cierto es pueblo de dura cerviz. Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande” (Éxodo 32:9-10). En estos incidentes aparece Moisés como más justo

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que Dios, pues vemos a Jehová como un iracundo, que constantemente se está enojando contra su pueblo, y a Moisés el que intercede y lo aplaca. Parece así, pero no es. Lo que sucede aquí es que como dijo el apóstol Pedro, el Espíritu de Cristo estaba en los profetas (1 Pedro 1:11), por tanto, la justicia y la misericordia desde siempre han estado intercediendo por la vida de los hombres, hasta que se reconciliaron y se besaron en la cruz del calvario (Salmos 85:10). La justicia, naturalmente, reclamando lo que es de Dios, lo justo, lo recto y el castigo para el pecador; y la misericordia, por su parte, pidiendo perdón y paz para el transgresor. En Dios vemos esa actitud hasta la cruz: por un lado el Dios justo que ama la justicia, la verdad y lo recto, y que de ninguna manera tendrá por inocente al culpable (Nahum 1:3) y por otro, la misericordia diciendo: perdona, Dios, perdona. Mas, ese conflicto terminó en la cruz, cuando en el cuerpo de Cristo, la misericordia y la verdad se encontraron, y la justicia y la paz se besaron, derramando desde las alturas la buena voluntad de Dios para con los hombres (Salmos 85:10; Lucas 2:14). Cuando la justicia es satisfecha, ya no tiene que haber juicio, porque sus demandas han sido cumplidas, y se moviliza entonces la misericordia y la gracia a favor del trasgresor. Me parece insólito que estemos estudiando este tema en el Antiguo Testamento, cuya ley decía: “vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie” (Deuteronomio 19:21). Igualmente, ver a Moisés, su intermediario, (aunque sabemos que en realidad era Jesús en él), suplicando ante un Dios severo, irritado por un pueblo de dura cerviz. El que camina con Dios debe conocerlo y saber que Jehová siempre actúa de acuerdo al pacto que está vigente. La gente piensa que el Dios del Antiguo Testamento es diferente al Dios del Nuevo, pero no, es el mismo, solamente que el pacto es distinto. Por tanto, Él no ha cambiado, aunque el pacto sí cambió, y cuando cambia el pacto, Dios se comporta de acuerdo a como este se rige. Analicemos ahora en qué consistía la propuesta divina. Jehová le estaba diciendo a Moisés: «Échate a un lado, y permíteme destruir totalmente a este pueblo, y comenzar contigo una nueva nación. Voy a borrar todo lo que hice desde Abraham hasta aquí, y te convertiré en el nuevo “padre de multitudes”». Imagínate que Dios te proponga lo mismo, es para pensarlo, ¿no? Con todo, pienso que Dios no estaba hablando por hablar. Si te lees el Génesis, encontrarás que Dios, en el principio, hizo los cielos y la tierra, y al hombre; y le dijo a Adán que se multiplicase y llenase la tierra. Este comenzó a hacerlo, pero el pecado ya había corrompido a toda la creación, de manera que le dolió a Dios en su corazón ver tanta maldad y decidió raer todo lo que había creado hasta ese momento, incluyendo al hombre. No obstante, Noé había encontrado gracia ante sus ojos (Génesis 6:6,8), por lo que lo preservó

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junto a su familia, y luego de destruir el mundo antiguo con las aguas, le dijo: “Sal del arca tú, y tu mujer, y tus hijos, y las mujeres de tus hijos contigo. Todos los animales que están contigo de toda carne, de aves y de bestias y de todo reptil que se arrastra sobre la tierra, sacarás contigo; y vayan por la tierra, y fructifiquen y multiplíquense sobre la tierra” (Génesis 8:16-17), estableciendo un pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente de no destruir nuevamente la tierra con diluvio (Génesis 9:11). Podemos aplicar entonces, que Noé se convirtió en un segundo Adán, pues con el diluvio, Dios terminó con todo lo que había creado antes (desde Adán hasta ese momento), y comenzó de nuevo con él. Incluso, Jehová le dijo a Noé las mismas palabras que en el Principio dijo a Adán: “… fructificad y multiplicaos; procread abundantemente en la tierra, y multiplicaos en ella” (Génesis 9:7), y hubo un nuevo comienzo. Así que Jehová había soportado suficientemente a ese pueblo, irritante e incrédulo, pero ahora le ofrecía a Moisés ponerlo sobre gente grande, y hacer de él una gran nación. Medita un poco sobre esa propuesta, y piensa qué harías si fuese a ti que Él te la haya propuesto, como te lo planteé anteriormente, ¿qué harías tú? Es posible que alguien diga: «Esta es mi oportunidad… ¡Ahora o nunca! Dios está airado con todos, pero está contento conmigo, ¡qué bien!» ¿A quién -que esté en la carne- no le gustaría eso? Traslademos esta situación a cualquier otra que puede ocurrir cuando ministramos; qué sucedería si Dios derrama sobre ti Su unción de sanidad, y todo aquel al que le impongas las manos se sane, y empieces a hacer milagros y maravillas; qué pasaría si fueras tú el que llena los estadios y que todo el mundo hable de ti, de esa unción poderosa, de esa prédica ungida, de esa palabra profética cumplida; que tú seas la noticia en los periódicos cristianos por tener un ministerio tan grande, y en las revistas, tú estés en sus portadas por semanas; y seas el pastor de una congregación de más de cinco mil personas. ¿O no es eso lo que dice Dios cuando habla de hacer de él una gran nación? Inclusive, dijo más el Señor, pues habló de ponerlo sobre gente más grande y más fuerte que ellos (Números 14:12). Israel era un pueblo bendito, pero el nuevo pueblo en que Dios pondría a Moisés sería doblemente más bendito. Sin embargo, aunque el Fiel y Verdadero estaba actuando genuinamente, esa propuesta constituía una prueba al corazón de Moisés. Jehová no solamente prueba, como nosotros acostumbramos a verle, en cosas materiales o en asuntos que pertenecen a la carne, sino que Él muchas veces aprovecha momentos bien espirituales, propuestas en situaciones muy convenientes, para pesar lo que hay en tu corazón. Considera que cuando Jesús estaba en el Getsemaní, atravesando una tremenda agonía que hasta sudaba gotas de sangre (Lucas 22:44), que el Padre le pudo decir: «Hijo, siento un gran dolor verte en ese sufrimiento, dime

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ahora mismo si quieres que te envíe una legión de ángeles que te traigan al instante a mi presencia, y acabamos con todo esto de una vez por todas»La Biblia no registra ningún diálogo semejante entre el Padre y el Hijo, pero la oración de Jesús revela esa actitud. Jesús dijo: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (v. 42), como diciendo: «Padre, si en verdad quieres aliviarme en este sacrificio, que sea porque tú lo quieres, no porque yo te lo pido; pero si algo quieres hacer, no lo hagas porque ves que mi humanidad se resiste al conflicto, sino que se cumpla tu designio, agradable y perfecto». Cristo rogaba al Padre que no lo mirara a Él, sino al propósito, al pueblo que por su sacrificio llevaría a la gloria. Jesucristo había descendido para misericordia, no para juicio; y lo hizo voluntariamente. Este era el mismo conflicto que estoy seguro el Hijo de Dios sufrió en la cruz, viendo que todos se burlaban, y mientras unos echaban suertes, mientras repartían sus vestidos, otros decían: “Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. (…) A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él” (Mateo 27:40, 42). Y hasta los que estaban crucificados con él le injuriaban (Marcos 15:32). Mas, Él en silencio los observaba y sé que el Padre también. Era lo mismo, posiblemente mientras Jesús miraba a la multitud enardecida, oía la voz de Dios que le decía: «Tú eres justo, en ti no hay pecado, estoy complacido contigo. Permíteme que acabe con todos estos ingratos, que elimine a este pueblo que viniste a salvar y ellos mismos son los que hoy te entregan y se burlan, ¡no te han creído! Te cambiaron por Barrabás (Mateo 27:17,20), y prefirieron por encima tuyo al déspota Cesar, pues cuando Pilato procuraba soltarte, ellos gritaban: “Si a éste sueltas, no eres amigo de César; todo el que se hace rey, a César se opone. (…) ¡Fuera, fuera, crucifícale! (…) No tenemos más rey que César” (Juan 19:12, 15). Hijo mío, deja que mi ira se encienda sobre ellos y los consuma». Mas, Jesús, le decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). De igual manera, Dios le propone a Moisés ser grande y ponerlo sobre un pueblo fuerte, sobre una nación grande, mejor que Israel, a precio de dar al traste con su propósito y de destruir a ese pueblo al cual había sacado con mano fuerte de Egipto y sustentado en el desierto. Sin embargo, Jehová se dirige a un hombre que sufría como él las actitudes de ese pueblo, que hasta en una ocasión tuvo que decirle a Jehová: “¿Qué haré con este pueblo? De aquí a un poco me apedrearán” (Éxodo 17:4). Pero como también tenía el corazón de Jesús, en el momento del juicio, Moisés se iba a favor de la misericordia, así

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como Jehová es Dios clemente y misericordioso, y nunca ha pagado al hombre conforme a sus obras, sino conforme a sus muchas misericordias. No nos equivoquemos, Dios es justo como es misericordioso, lo que ocurre es que cuando lo vemos airado pensamos que es un Dios castigador, y eso no es bueno. Pues como dijo aquel ángel, cuando se derramó la tercera copa: “Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos” (Apocalipsis 16:7). Por eso, el abogado Jesús, en Moisés, pedía otra cosa -misericordia, perdón- para un pueblo que no se lo merecía, pues todo el mundo merece justicia, pero misericordia no. Para Dios la justicia es como la misericordia, son dos atributos del mismo carácter, santo y perfecto, y la justicia era lo que en este momento el pueblo merecía. Entiendo que la justicia, o la aplicación del juicio, la merece todo el mundo, pero la misericordia nadie. La aplicación de la justicia es juicio para nosotros, el cual se convierte en justificación, porque Cristo le pagó la deuda que teníamos nosotros. Leamos qué Moisés respondió a Jehová: “Lo oirán luego los egipcios, porque de en medio de ellos sacaste a este pueblo con tu poder; y lo dirán a los habitantes de esta tierra, los cuales han oído que tú, oh Jehová, estabas en medio de este pueblo, que cara a cara aparecías tú, oh Jehová, y que tu nube estaba sobre ellos, y que de día ibas delante de ellos en columna de nube, y de noche en columna de fuego” (Números 14:13-14).

También Moisés le dijo lo que pensarían los demás habitantes de la tierra que han oído sobre el Dios de Israel: “que has hecho morir a este pueblo como a un solo hombre; y las gentes que hubieren oído tu fama hablarán, diciendo: Por cuanto no pudo Jehová meter este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto” (Números 14:15-16). Es decir, este hombre, cuando Dios le propone comenzar de nuevo, haciendo de él una gran nación, ofreciéndole grandeza, en vez de pensar en él y en todo lo que Dios le estaba prometiendo, piensa en el propósito y en el prestigio de Dios, no en el suyo. Para este siervo de Dios, lo más impor“Dios es más que tante era preservar el grande nombre de Dios, todo lo que que no llegara a los oídos de otros pueblos esta situación, luego que ellos tenían tan alto ofrece, y sin Él concepto de Jehová. A Moisés le preocupaba nada tiene valor” que luego que Egipto y los demás pueblos de

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la tierra habían conocido el nombre de Jehová y sus grandes maravillas, ahora piensen que su brazo se había cortado, que ya no tenía poder, que se le agotaron las fuerzas, y para no asumir su responsabilidad, prefería matar al pueblo en el desierto. Ellos no dirían que el pueblo era desobediente ni que no tuvo fe, sino que Jehová no pudo llevar a cabo sus promesas y por eso los acabó en el camino. ¿Qué pasará con el grande nombre de Jehová? Eso era lo importante para Moisés, porque Dios para él era el todo. Moisés no enfrentó a Faraón ni atravesó con ese pueblo el desierto, para, en una nueva tierra, él hacerse grande. El deseo de Moisés era que el propósito de Dios se cumpliera; eso era lo valioso, lo importante. Él no estaba allí buscando lo suyo, sino para que Dios sea grande. Él no quería que Dios le hiciera famoso, sino que la fama que Jehová había hecho de Su nombre en las naciones no se pierda. Los pueblos de la tierra habían oído de su fama, ¿y ahora, qué iban a escuchar, que no tuvo el poder suficiente para introducir a ese pueblo? ¿Qué pensarán de Jehová Dios? Esa es la importancia de que Dios sea el Todo en todos. Cuando no miramos a Dios como el Todo, es porque solo pensamos en nosotros. Hay muchos que andan en pos de Dios y enfatizan su carácter de Dador y le siguen por los beneficios y no por Su persona, por lo que tarde o temprano terminarán saliéndose del centro de Su perfecta voluntad. Es cierto que Dios cuando te llama, te engrandece, que te pone sobre grandes hombres, y te llama para diadema y para fama, para honra y no para deshonra, para grandeza y no para pequeñez. Sin embargo, Dios es más que todo lo que ofrece, y sin Él nada tiene valor. Es increíble que Dios le diga a alguien: «Voy a acabar con todos, y voy a comenzar de nuevo contigo», y este le responda: « ¿Y todo lo que tú hiciste, se perderá para ahora comenzar conmigo? ¡No, Dios mío, olvídate de mí, considera tu prestigio, piensa en tu nombre, en tu propósito! Ya tú elegiste un padre que es Abraham; yo no quiero el lugar de mi padre; yo no quiero subir a su estrado, no lo quiero sustituir. Él es el padre de la fe y en él, Tú prometiste bendecir a todas las familias de la tierra. También, piensa en tu prestigio, en la fama de tu nombre, no permitas que todos tus hechos se pierdan por la dureza del corazón de este pueblo. ¡No te dejes provocar!» Este es un hombre según Dios, perteneciente a la generación de la que no quieren nada para ellos, sino que dicen al Señor: «Resérvate la grandeza, el poder, las bendiciones; reina tú». Mas, ¡qué corazón y qué miopía hay en aquellos que ven el cristianismo como una oportunidad para hacerse grandes! ¡Ay de aquellos que ven el ministerio como una plataforma, para que se les vea la cabeza y el pecho inflado! Moisés le dijo a Aarón de parte de Jehová: “Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Levítico 10:3). Dios se ha engrandecido en nosotros,

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pero nosotros no podemos engrandecernos sin Dios. Ten cuidado, porque esa prueba la puedes tener tú, en cualquier momento, y ¿en qué pensarías: en tu nombre o en Su grande nombre? ¿Dónde se irían tus pensamientos cuando te creas más fiel que los demás, cuando consideres que los demás merecen ira, rechazo y juicio, y tú reconocimiento? Jesús había sido perfecto hasta la Cruz; sin embargo, se olvidó de sí mismo, y dice la Palabra que menospreció el oprobio, la vergüenza de morir en una cruz, y se perfeccionó en la aflicción, para llevar muchos hijos a la gloria (Hebreos 12:2; 2:10). Jehová le dijo a Moisés que lo iba a engrandecer, pero él le contestó: “Ahora, pues, yo te ruego que sea magnificado el poder del Señor” (Números 14:17). Dios lo quería hacer grande, pero él le responde: «no, ahora yo te ruego que seas magnificado tú» ¿Qué significa magnificado? Esa palabra significa ser engrandecido, enaltecido, ensalzado, ponderado, glorificado. Por lo cual, lo que Moisés le propone a Dios -con ruego, pues es así que se intercede, y no con exigencias- que en vez de ser él engrandecido, sea Dios el grande. En otras palabras, Moisés le dice: «Mira, yo te ruego, yo te suplico, oh Dios, que no me hagas grande a mí, sino haz grande tu poder». Ese es el Espíritu de Cristo, y por tanto, el espíritu del reino. Amado, cuando le servimos a Dios ¿en que pensamos? Fíjate cómo Moisés, en ruego, le contestó, recordándole a Jehová cómo había perdonado al pueblo todas las veces que lo provocaron, incluso cuando pidieron dioses e hicieron un becerro de fundición en lugar de Dios (Éxodo 32:1-4). En aquella ocasión, Jehová había magnificado Su poder, al no consumir a ese pueblo idólatra y desobediente, sino que sus misericordias se renovaron, y Él mantuvo Su palabra de ir con ellos y meterlos en la tierra que les había prometido. En intercesión, Moisés le citó a Dios un momento muy especial, que se narra en el libro de Éxodo 34:6, cuando él le pidió que le mostrara Su gloria y Jehová, debido a que ningún hombre puede ver su rostro, le dijo que lo pondría en la hendidura de la peña, y le cubriría con su mano hasta que hubiera pasado, y cuando Él apartara su mano, no vería su rostro, sino sus espaldas (Éxodo 33:20-23). En ese momento tan glorioso, descendió la nube, y se oyó una voz proclamando el nombre de Jehová. Y cuando pasó Jehová por delante de Moisés, proclamó: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado; que visita la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos, hasta la tercera y cuarta generación” (Éxodo 34:6-7). Eso fue lo único que Moisés escuchó cuando estaba en el monte santo con Dios. De

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hecho, por mucho tiempo pensé que fue Moisés que dijo eso, pero no, sino que el mismo Dios lo dijo acerca de Sí mismo. Es interesante que en ese momento, cuando Moisés pidió ver la gloria de Dios, y lo hizo con la finalidad de confirmar que estaba en gracia con Jehová, y en consecuencia caminaría con él y el pueblo, Dios le mostró sus espaldas. Se podría decir que Moisés quiso saber el grado de intimidad que tenía con Dios, y pidió algo que ningún hombre vería, y podía seguir viviendo. El siervo de Dios “No hay nada quería ver algo más grande que los milagros y maravillas de Jehová; él quería ver Su gloque convenza ria, mirar Su rostro, conocer su majestad, más a Dios en comprender Su sustancia, entrar en lo intrínuna oración seco de Dios y contemplar su esencia. Moique lo que Él sés quería ver a Dios, pero no sabía lo que la dijo acerca de Sí gloria de Jehová implicaba o la componía. Él estaba como los niños, los cuales les gusta mismo” mucho lo sobrenatural, pero no alcanzan a entender las implicaciones de estos hechos. Sin embargo, cuando Jehová se dispuso a mostrar Su gloria, no mostró Su cara, ni hizo un destello de grandeza, tampoco sonaron truenos ni relámpagos, ni estremecimiento de tierra acompañaron ahora Su manifestación. Ahora lo que enseña el Rey del Universo son sus espaldas, tipo de carácter, de lo escondido de Su ser, que solamente Él puede revelar. Por eso al pasar, proclamó Su nombre, porque la gloria de Jehová es Su naturaleza. Jehová es fuerte, misericordioso, piadoso, tardo para la ira, grande en misericordia y verdad, ahí esta Su rostro, Su gloria y Su corazón De igual manera, cuando Jesús entró montado en el asno a Jerusalén, el Padre decidió engrandecerlo, en medio de una ciudad conmocionada y una multitud que daba voces, diciendo: “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (…) ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!” (Mateo 21:9; Marcos 11:10), y tiraban los mantos, y tendían también las ramas de palmeras en el camino. Todos hablaban de las maravillas que hacía y de cómo le dio la vista a un ciego, levantó a un paralítico y resucitó a Lázaro de los muertos. Y como la ciudad estaba llena de extranjeros que vinieron a la fiesta a adorar, unos griegos se acercaron a los discípulos y dijeron a Felipe: “Señor, quisiéramos ver a Jesús” (Juan 21:12). Mas, el Maestro, al ver todo esto se conmovió en Espíritu y dijo: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado”

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(v. 23). A pesar que Su nombre era vitoreado, que el pueblo lo veía como profeta, como Mesías, como el Rey de Israel e Hijo de Dios, había algo para Jesús con lo cual sería únicamente engrandecido, por eso dijo: “Padre, glorifica tu nombre” (28). Dios le estaba glorificando a él, le estaba engrandeciendo, dándolo a conocer, pero para Jesús su grandeza consistía en que el propósito de Dios se cumpliera y que el nombre del Padre sea glorificado. Por eso, Dios le respondió con voz audible: “Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez” (v. 28). Esas palabras que usó Moisés en su ruego a Dios: “engrandece tu poder” y “engrandece tu misericordia” no están demás en ese pasaje. Con ellas el siervo de Dios le estaba diciendo al Señor: «A mí no me tienes que engrandecer, porque yo soy engrandecido cuando Tú eres engrandecido, soy poderoso cuando Tú eres el poderoso, y soy bendecido cuando Tu misericordia se engrandece». El propósito de Dios no se va a cumplir en ti, si Dios no es engrandecido, pues en la misma nube que Él subió, subiremos nosotros, y porque Él subió, nosotros subiremos, así como Él vivió, nosotros viviremos. Todo lo que le ofrezcamos a Dios, debe ser conforme a Él mismo, pues es lo que apela a su corazón. Sólo lo que es como Dios satisface a Dios, así como solo lo que desciende del cielo sube al cielo. ¿Por qué Dios oyó a Moisés? Porque Moisés oró de acuerdo a su corazón. No hay nada que convenza más a Dios en una oración que lo que Él dijo acerca de Sí mismo. Por tanto, no lo vas a convencer con tus lágrimas, no lo vas a persuadir con tus ruegos, ni lo vas a mover mostrándole tus buenas obras. La manera de convencer a Dios es hablarle acerca de lo que Él dijo de Sí mismo. Él dijo que era tardo para la ira, por eso Moisés le rogaba que guardara la ira para otro día, o que la dejara guardada para siempre, porque eso negaba lo que había dicho de Sí mismo. El argumento para convencer a Dios es invocar lo que Él te ha revelado acerca de Sí mismo, y no conquistando lástima y compasión hacia un pueblo incrédulo y pecador. No vengas delante de Dios con rogativas como: «Mira, Señor a tu pobre pueblo, ten lástima de él, porque no ha sido tan malo; ¿quién no se equivoca? Tú sabes que este desierto es terrible, y la gente con sed se desespera. Dios mío, entiende que somos humanos, etc.» Por favor, dejemos esas intercesiones de niños y oremos eficazmente. Todos los intercesores cuando oraron, pensaron en Su nombre, eso es orar según Dios, ser maduros, reconociendo que Dios es veraz y todo hombre mentiroso (Romanos 3:4). La oración de Moisés nos muestra que él ministraba según Dios, pues aun para su intercesión y para apelar a Dios, no usó sus propias palabras, sino las palabras que Él dijo acerca de Sí mismo. Aprendamos a orar según Dios. Los hombres de Dios adoran según Dios, oran según Dios, predican según Dios,

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se relacionan según Dios, actúan según Dios, porque su todo en todo es Dios. Nuestros problemas estriban en que todo lo miramos a través de nosotros mismos. Tú no tienes problemas, tú eres tu propio problema. Cuando tú dejes de mirarte a ti mismo y a tus circunstancias, cuando dejes de aspirar lo que tú aspiras y busques a Dios, la fama de Dios, el nombre de Dios, el propósito de Dios, la gloria de Dios, la grandeza de Dios y te olvides de ti mismo, entonces tú tendrás de Dios Su plenitud. Conozco cristianos que sólo piensan en sus debilidades, y sus días gravitan alrededor de este pensamiento: «¡Ay es que soy débil! Eso lo heredé de mis padres; por más que me esfuerzo no puedo». Pero si siempre estás hablando y pensando en tus debilidades, en vez de ver la fortaleza del Señor, te acontecerá lo que temes (Proverbios 10:24). ¡Sal del mundo del ego mi hermano, y deja de ver tus circunstancias, pues mayor que todo eso es Dios! Cuando tú sales del mundo del yo y entras al de Dios, viendo todo como Él lo ve, ya no sentirás nada, sino que serás maduro y dejarás de sufrir tanto. Posiblemente, los dolores en la cruz para Jesús se volvieron nada, porque no pensaba en sí mismo, sino en los demás (Lucas 23:34). El Señor experimentó el dolor más horrible que nadie haya sufrido jamás, porque su angustia no era solo física, sino mental y espiritual. Sin embargo, Él pensó en sus enemigos y pidió perdón por ellos; también hizo memoria de su madre y la encomendó a Juan; le aseguró el paraíso a uno de los ladrones; y después que pensó en todos, entonces dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34). Esto es amor perfecto y maduro. Los estudiosos de la conducta humana dicen que cuando una persona está pasando por una crisis severa, se concentra totalmente en sí mismo, y cae en un estado depresivo. La depresión tiene como síntoma el aislamiento o lo que se llama la apatía social. Generalmente, la persona deprimida se aparta, no quiere hablar con nadie, pierde el respeto a la vida, no quiere trabajar y ni siquiera asearse. Así, deja de cumplir con sus responsabilidades, ninguna cosa para esa persona tiene sentido y lo abandona todo, por el sentimiento de pérdida y abandono que sufrió al pasar por una mala experiencia o decepción. Entonces, hace como el molusco que se mete en su cascarón, y no sale. ¿No te ha pasado que encuentras un lindo caracol en el suelo, lo tomas y dices: «¡Oh, qué lindo es este caracol que me encontré!» pensando que está vacío, pero el animalito está muy acurrucadito adentro, y solo saca su cabecita muy raramente y la vuelve a entrar? ¿Te acuerdas de Elías en la cueva? El profeta pensó que todo había terminado para él, que había fracasado en su encomienda, y se deprimió. Esa es la tendencia humana, encerrarse en sí mismo cuando no tiene salida, porque está viendo las cosas desde su limitada perspectiva.

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Elías primero se sentó debajo de un árbol, deseándose la muerte, y dijo: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 Reyes 19:4). Allí se quedó dormido, porque la depresión quita todo ánimo, toda fuerza. Jehová lo despierta, lo alimenta y le da una instrucción, la cual, el profeta aparentemente sigue, pero cuando llega al lugar, se mete en una cueva (vv. 5-8). Y cuando Jehová le preguntó que hacía allí, Elías le contestó: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos “El prestigio de Israel han dejado tu pacto, han derribado de Moisés fue tus altares, y han matado a espada a tus profeque vivió para tas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 Reyes 19:10). Jehová procurar el de aparentemente ignorando el sentir del profeDios. Por tanto, ta, lo sacó de la cueva y le dio una instrucusar la honra ción, por lo que entiendo que el remedio de Dios para infalible para la depresión es hacer la voluntad de Dios, salir de nuestro encierro y conhonrarle debe centrarnos en Él y en Su propósito. ser el propósito De hecho, cuando tú estás concentrado y la motivación en Dios no sientes nada y tu actitud cambia. del ministerio” Si están hablando de ti, tú dices: «No importa, yo seguiré levantando el nombre de Dios»; si están dañando tu testimonio, tú dices: «A Jesús nunca han podido dañarlo, Él es mi testimonio»; y cuando te sientes triste, te dices: «Yo estoy triste, pero mi Señor está contento, dame tu gozo Señor». Esto suena a fantasía, pero ahí está el secreto de la vida espiritual, una clase de vida en la cual solo se subsiste por fe. Si lees nuestro libro “Para que Dios sea el Todo en todos” te darás cuenta de cómo son las cosas cuando se miran a través de Dios y no a través de las emociones. Entonces, dejarás de pelear tus batallas con la espada “es que siento”, y saldrás de la cueva de “ya no hay esperanza para mí”. Mi deseo es que Dios le quite el techo a esa cueva, para que dejes esa cavidad subterránea y salgas al aire libre y puedas escuchar el silbo apacible y delicado del Dios de los inagotables recursos (1 Reyes 19:12). ¿Quieres ver a Dios? ¡Levántate y ven fuera! Tú estás en la cueva, pero Dios está en el cielo. ¡Sal! ¡Sal mi hermano, sal mi hermana! Te lo digo por revelación del Espíritu que dice: «No tienes que estar deprimido, ni triste, ni apocado, ni vencido, ni viendo las cosas negativas. Mira al Señor, busca Su gloria, Su fama, y poder; concéntrate en Dios y olvídate de ti». No es fácil

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para la naturaleza humana, pero ahí está todo, pues está Dios. Te aseguro que si no buscáramos lo nuestro en el ministerio, y en la vida cristiana estuviéramos concentrados en lo que se nos encomendó, estaríamos siempre gozosos (1 Tesalonicenses 5:16). Por eso es que no entiendo esas predicaciones por ahí que te motivan a ser grande, a ser famoso, y te dicen que empuñes la varita de la fe para que hagas y deshagas, pero así no vivió Jesús. Es cierto que Dios le dio a Jesús la vara de Su poder y sujetó debajo de Él todas las cosas, pero Jesús ni siquiera cuando tuvo hambre convirtió las piedras en pan, porque Él no fue al desierto a comer, sino a cumplir un propósito del Padre. El Hijo de Dios nunca actúo independientemente de la voluntad del Padre, aun ni para suplir una necesidad imperiosa. El poder de Dios no es para que tú lo uses a tu antojo. La autoridad y la unción no son para ti mismo, son para el propósito de Dios en tu vida. Eso no anula las promesas divinas, ni que estamos en autoridad, ni que somos príncipes, y reinaremos con Él. Sí, todo eso es verdad, pero todo lo que hemos recibido del Señor es para usarlo para Su propósito, para Su gloria y prestigio. Solo cuando Dios está en su lugar, nosotros estaremos en el de Él, pues cuando nuestro Señor es engrandecido, somos engrandecidos con Él. Moisés no solo vivió en conformidad con la honra que recibió de Dios, sino que prefirió honrar a Dios antes que ser honrado por Él. El prestigio de Moisés fue que vivió para procurar el de Dios. Por tanto, usar la honra de Dios para honrarle, debe ser el propósito y la motivación del ministerio.

5.3  Toma la Vara “Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias” -Números 20:9-11

El hecho de que Moisés, el siervo de Dios, no entró a la tierra prometida, se ha aplicado de muchas maneras. Entendemos que todo esfuerzo recibe una recompensa, y este hombre que pagó un precio tan elevado, parece que no obtuvo nada a cambio. Sabemos que Moisés tuvo en poco la gloria del

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antiguo imperio de los egipcios, porque como dice la Epístola a los Hebreos, se puso de parte del pueblo de Dios, y renunció a las riquezas de maldad, a la gloria mundanal, para obedecer al Dios de sus padres cuando Él lo llamó en Horeb, para que sacara a Su pueblo de Egipto. Mas, esta triste realidad, de que no entraría a la dulce Canaán, pareciera que echara por tierra todo lo que este hombre sufrió; como si su sacrificio no tuviese ningún valor (Éxodo 3:1-2). Este varón de Dios sufrió el desierto por cuarenta años, dejando la comodidad de un palacio, la vida de la corte, para apacentar las ovejas de su suegro, y sin embargo, no vio el fruto de su abnegación. A ese hombre, Jehová lo hizo desaprender lo que había aprendido y lo formó por cuatro décadas en soledad, para hacerlo pastor de su congregación, y luego de una preparación tan larga, tuvo que tolerar a un pueblo tan rebelde como Israel, por cuarenta años. El hombre que pagó el precio con Dios, porque también Jehová tuvo que tolerar, sufrir la rebelión de ese pueblo, y en ocasiones, molesto, le dijo a Moisés: “¿Hasta cuándo me ha de irritar este pueblo? ¿Hasta cuándo no me creerán, con todas las señales que he hecho en medio de ellos?” (Números 14:11), pues Israel fue un pueblo difícil, en unas circunstancias tan extremas como fue la peregrinación por el desierto. Así que fue mucho lo que Moisés tuvo que padecer y sacrificar por cumplir el ministerio de honra que Dios le dio. Por tanto, es curioso que un hombre como Moisés, tan amado, y tan respaldado por Dios, viera la tierra prometida desde lejos y no entrara. Él vivió en esos cuarenta años todas las penurias junto a sus hermanos en el desierto, en pos de esa tierra tan deseada, y sin embargo, tuvo que morir con los rebeldes que salieron de Egipto, de acuerdo a la sentencia de la ira divina. Solamente dos hombres que salieron de Egipto entraron a Canaán, porque tenían un espíritu diferente (Números 14:24). Moisés, aunque vivió para Dios, y fue obediente, pues tuvo un record -como decimos- sin tacha (no estoy hablando de impecabilidad, sino en cuanto a su obediencia, y sujeción a Dios), con excepción de un solo incidente, no entró. No importó que él fuese un hombre consecuente, lleno de gracia; alguien que cuando oraba por Israel e intercedía, Dios lo escuchaba, a tal punto que ese hecho pasó a ser un proverbio en Israel. Inclusive, cuando Dios estaba airado con Israel, en tiempo de Jeremías y de Ezequiel, Jehová dijo: “Si Moisés y Samuel se pusieran delante de mí, no estaría mi voluntad con este pueblo; échalos de mi presencia, y salgan” (Jeremías 15:1), implicando lo atento que Él estaría a sus oraciones. También en el libro de los Salmos dice: “Moisés y Aarón entre sus sacerdotes, Y Samuel entre los que invocaron su nombre; Invocaban a Jehová, y él les respondía” (Salmos 99:6). Jehová escuchaba a Moisés, el hombre que doblaba su

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rostro cuando el Señor descendía con ira, y con esa actitud humilde y reverente, pudo todas las veces aplacar la ira divina. Este hombre fue un verdadero mediador del Antiguo Pacto. El libro de Hebreos dice: “Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir” (Hebreos 3:5). Moisés llegó a ser tan admirado por Israel que Dios tuvo que enterrarlo en ausencia del pueblo, con el conocimiento de que ellos podían adorarlo. Jesús inclusive le dijo a Israel: “No penséis que yo voy a acusaros delante del Padre; hay quien os acusa, Moisés, en quien tenéis vuestra esperanza” (Juan 5:45). Así llegó a ser admirado Moisés por Israel, más admirado que el mismo Abraham que era el padre. Así que este hombre tenía honra para con su pueblo, y con Dios. Jehová dijo: “Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová” (Números 12:6-7,8). Es decir, Jehová habló con los demás profetas de diferentes maneras, pero con su siervo Moisés, hablaba cara a cara, como habla cualquiera con su compañero, ¡grandioso! Pero es extraño que el hombre que cometió un solo error -por lo menos registrado en la Biblia-, aunque rogó a Dios, siendo un intercesor como pocos, su súplica personal no fuese oída. ¿Cuál fue ese pecado tan horrible que cometió Moisés que hizo que Dios se airase tanto contra él y determinara no perdonarlo? La Biblia nos muestra que hay pecados que Dios no perdonó, como por ejemplo los pecados de la casa de Elí. Él dijo: “Por tanto, yo he jurado a la casa de Elí que la iniquidad de la casa de Elí no será expiada jamás, ni con sacrificios ni con ofrendas” (1 Samuel 3:14). Sabemos que cuando había expiación, había perdón, pero Dios dice que ese pecado no lo perdonaría jamás. Moisés era el intercesor, el mediador de ese pacto que Dios tanto escuchó; él le vio las espaldas a Dios (Éxodo 33:23), oyó Su voz, participó de Su gloria, y Dios mismo dice que a Moisés le notificó sus “caminos”, o sea, sus secretos, sus propósitos (Salmos 103:7). A David, Jehová lo perdonó, pero a Moisés lo trató como a Saúl, ya que les dio el mismo trato, aunque entre ellos había una gran diferencia. ¿Por qué fue Jehová tan inflexible? ¿Qué fue lo que hirió tanto el corazón de Dios? ¿En que consistió ese pecado? ¿Por qué Dios no perdonó a Moisés? Sobre esta situación, el mismo Moisés escribió: “Y oré a Jehová en aquel tiempo, diciendo: “Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu siervo tu grandeza, y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo ni en la tierra que haga obras y proezas como las tuyas? Pase yo, te ruego, y vea aquella tierra buena que está más allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano. Pero Jehová se había enojado

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contra mí a causa de vosotros, por lo cual no me escuchó; y me dijo Jehová: Basta, no me hables más de este asunto” (Deuteronomio 3:23-26). Nota como Moisés, con toda su mansedumbre trata de enamorar a Dios. Incluso, como Caleb y Josué, habla del poder de Dios y de la buena tierra que les prometió. Mas, Jehová le contesta como le responderías tú a un amigo, con entera franqueza: «¡Ay, ya, ya, ya, por favor, no me hables más de eso! Siempre que me has hablado te he oído y me has convencido, pero esta vez no te voy a escuchar, ya te dije que no, y te lo he repetido, así que ¡basta ya! No me hables más del asunto». Un lenguaje que se parece mucho al nuestro cuando estamos enojados y hemos determinado un asunto, el cual no vamos a variar por nada, así Dios ya lo había decretado, ya lo había decidido y no cambiaría su posición al respecto. En las palabras de Jehová a Moisés se notaba lo irritado que estuvo Dios sobre esa situación, al punto que le dijo: “Sube a la cumbre del Pisga y alza tus ojos al oeste, y al norte, y al sur, y al este, y mira con tus propios ojos; porque no pasarás el Jordán” (Deuteronomio 3:27). Como diciendo: «Lo más que te puedo conceder es que la mires de lejos, que tus ojos entren y tu mirada recorra sus llanuras y la contemples, ¿pero que tú entres? No, tú no entrarás». Me imagino las veces que Moisés le había rogado sobre eso, recibiendo la misma negativa. Meditemos en nuestro corazón e inquiramos qué fue lo que hizo Moisés, para que el hombre que Dios tanto amó y siempre escuchó, ahora recibiera tan riguroso castigo. Con esta insistencia no quiero despertar tu curiosidad, sino tus sentidos espirituales, porque en ello hay una gran enseñanza. Para encontrar estas y otras respuestas, vamos un poco atrás de esta narración, y veamos a un pueblo que viene en caravana, recorriendo el desierto, yendo de estancia en estancia, con la esperanza de llegar a una tierra que le había sido prometida. Y aunque su vestido nunca se envejeció sobre ellos, ni sus pies se les hincharon en esos cuarenta años de peregrinación, además de ser sustentados con pan del cielo (Deuteronomio 8:3, 4), ellos fueron muy afligidos en el desierto, al sufrir ciertas carencias propias del lugar. La sed de agua fue uno de los grandes sufrimientos de Israel, y por la que al padecerla murmuraron en contra de Moisés y el propósito de Dios con ellos. Siempre que le faltaba algo a lo que estaba acostumbrado en Egipto, el pueblo se comportaba incrédulo y rebelde. Por eso, casi es entendible cuando en esta ocasión, al quejarse, Moisés se haya molestado tanto. Veamos en la narración bíblica lo que ocurrió: “Llegaron los hijos de Israel, toda la congregación, al desierto de Zin, en el mes primero, y acampó el pueblo en Cades; y allí murió

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María, y allí fue sepultada. Y porque no había agua para la congregación, se juntaron contra Moisés y Aarón. Y habló el pueblo contra Moisés, diciendo: ¡Ojalá hubiéramos muerto cuando perecieron nuestros hermanos delante de Jehová! ¿Por qué hiciste venir la congregación de Jehová a este desierto, para que muramos aquí nosotros y nuestras bestias? ¿Y por qué nos has hecho subir de Egipto, para traernos a este mal lugar? No es lugar de sementera, de higueras, de viñas ni de granadas; ni aun de agua para beber. Y se fueron Moisés y Aarón de delante de la congregación a la puerta del tabernáculo de reunión, y se postraron sobre sus rostros; y la gloria de Jehová apareció sobre ellos. Y habló Jehová a Moisés, diciendo: Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias. Entonces Moisés tomó la vara de delante de Jehová, como él le mandó. Y reunieron Moisés y Aarón a la congregación delante de la peña, y les dijo: ¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña? Entonces alzó Moisés su mano y golpeó la peña con su vara dos veces; y salieron muchas aguas, y bebió la congregación, y sus bestias. Y Jehová dijo a Moisés y a Aarón: Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado. Éstas son las aguas de la rencilla, por las cuales contendieron los hijos de Israel con Jehová, y él se santificó en ellos” (Números 20:1-13)

Nota como Moisés y Aarón ante la rebelión se postraron (Números 20:6), asumiendo una actitud correcta ante la situación, como vimos en el segmento anterior. Cada vez que el pueblo se portaba mal y Jehová se airaba, estos hombres de Dios (especialmente Moisés) doblaban sus rodillas, rostro en tierra, delante de la santa presencia, humillados, pidiendo que Jehová tuviese misericordia de Su pueblo. Jehová, entonces, les dio una instrucción de que tomaran la vara, reunieran al pueblo delante de ellos, hablaran a la peña y ella daría su agua, para darle de beber a la congregación y a sus bestias. Y yo me pregunto, si Jehová le mandó a usar la vara, ¿por qué se molestó en que golpeara con ella la peña? ¿Para qué necesitaban la vara si no la iban a usar en esa ocasión? Primeramente, la vara representaba la autoridad de Dios en la mano de Moisés (Éxodo 4:20). Cada vez que Dios iba a dar una instrucción, le decía:

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«toma la vara». Cuando Moisés frente al mar rojo, tenía a los egipcios corriéndole detrás, oró a Dios, pues no sabía qué hacer y Él le dijo: “¿Por qué clamas a mí? Di a los hijos de Israel que marchen” (Éxodo 14:15). Sabemos que al principio de ser enviado, Jehová le dijo a Moisés: “Y tomarás en tu mano esta vara, con la cual harás las señales” (Éxodo 4:17), y cada vez que iba a usar su autoridad delegada, Moisés lo hacía con la vara de Dios en su mano. Ahora, no siempre que Dios le decía «toma la vara» era para usarla en una manera precisa, sino representativa, y esto es importante saberlo. Apliquemos; el Señor les da a sus ministros una “vara” que representa su autoridad y legitima sus acciones, por eso deben actuar para edificación, sometidos totalmente a su Santo Espíritu, y no usando su criterio o sus conceptos, ya que están actuando en Su lugar, en Su representación. El que Dios te diga “toma la vara” no significa que la vayas a usar de manera tácita, sino que Él va a hablarte, va a instruirte, te va a dar mandamientos y la vara representa esa autoridad que Él te está delegando, para que lo representes delante del pueblo. Es bueno que sepas que aunque “La autoridad Dios nos haya apartado para el ministerio o de Dios es como para cualquier otra función en su Cuerpo, y una vara que Él haya delegado en nosotros esa autoridad, pone en nuestra siempre debiéramos hacer diferencia entre lo que es actuar en lugar de Dios y actuar bajo mano, cuando nuestro propio criterio. A veces creemos que nos aparta y nos porque ya Dios nos hizo ministros o tenemos consagra para el la unción de la índole que sea (llámese profeministerio” ta, maestro, evangelista, pastor o apóstol), eso nos da la prerrogativa de usar “la vara” en cualquier momento. El diablo le dijo a Jesús en el desierto: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan” (Mateo 4:3), como diciendo: «Si eres Hijo de Dios, toma la vara de su autoridad como Hijo, porque tú estás aquí pasando hambre, tienes cuarenta días sin comer, toma la varita, no tienes por qué padecer necesidad, solamente di a las piedras que se conviertan en pan». Pero Jesús, que solamente obedecía al Padre, y Él no le había dicho que use la autoridad de Hijo para satisfacer sus necesidades y estaba claro que no había sido enviado al desierto a comer, así que tomó la autoridad de la Palabra y dijo: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). La vara que Dios le había dado a Jesús era para hacer los milagros y prodigios que ya haría, y Dios ser glorificado en ellos, y no para satisfacerse a sí mismo.

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La autoridad de Dios es como una vara que Él pone en nuestras manos, cuando nos aparta y nos consagra para el ministerio. Pero tenemos que usar esa autoridad cuando el Señor nos ordene usarla, pues no es algo automático, como pensar que ya una vez me apartó y ordenó al ministerio, por lo que puedo, indiscriminadamente, usarla cuando la necesite. Cuando Dios dice «toma la vara» lo que te está diciendo es: «Ahora vas a actuar en mi nombre, en mi representación, “Dios es un Dios no en la tuya». Tremenda enseñanza para nosotros, pues entiendo que aunque yo sea lo de detalles, y que soy por la gracia de Dios y haya recibido es en las cosas su delegada autoridad, no tengo la prerrogapequeñas donde tiva de usarla cuando me plazca, sino cuando Él mide las Dios me lo ordene. La autoridad que Dios grandes” nos da es delegada, representativa; no nos pertenece, sino que es Dios en nosotros facultándonos para ello. Volviendo a nuestra cita en cuestión, nota que Jehová le dio a Moisés tres instrucciones: 1. Toma la vara; 2. Reúne a la congregación, tú y tu hermano Aarón; y 3. Habla a la peña a vista de ellos (Número 20: 8). Por tanto, sí hubo una acción a tomar con la peña, pero queda claro que no era precisamente el golpearla. Jehová no le dijo a Moisés que hiera a la peña, sino que le hablase, pues ella le obedecería y daría inmediatamente lo que tenía, abundante agua para el pueblo. No había necesidad de ninguna violencia, ella daría espontáneamente con solo oír la voz de aquel que portaba la vara de Dios. Con este ejemplo, el Señor nos quiere instruir en algo que es de suma importancia para todos los que fuimos llamados a estar en autoridad. La vara representa el gobierno de Dios, a la cual, después que Él dice “tómala”, luego le siguen sus instrucciones. Por tanto, es un peligro que en ese momento, nosotros asumamos y presumamos de ser muy entendidos en las cosas, pues de seguro nos equivocaremos. Dios es un Dios de detalles, y es en las cosas pequeñas donde Él mide las grandes. Aparentemente, Moisés se dio por entendido. Seguramente pensó que era un hecho que Dios le daría de beber a la congregación, ya que en otras ocasiones Él había suplido la necesidad a Su pueblo milagrosamente. Por tanto, la asignación estaba sencillísima, sólo era reunirlos y callarles la boca a esos rebeldes de la manera que menos se imaginaban: dándoles agua de una piedra. Sí, Moisés estaba bastante molesto; y como en su aprieto frente al Mar Rojo se turbó, clamó y Dios se sorprendió que él no supiera qué hacer (Éxodo 14:15-16), ahora no

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pasaría por esa experiencia, pues ya sabía qué hacer… era tiempo de actuar él. Pero, Dios no es complicado, al contrario, es sencillo y específico, por eso el que lo conoce puede andar con Él sin tropezar. A Dios no le molesta cuántas veces tú le preguntes por lo mismo, porque Él está interesado en el cumplimiento de su propósito y por eso quiere que le entendamos. A Abraham, Jehová le dijo muy específicamente: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas” (Génesis 22:2). No hubo dudas a quién quería que le sacrificara. Tampoco a Dios le molestó cuando Gedeón le dijo: “No se encienda tu ira contra mí, si aún hablare esta vez; solamente probaré ahora otra vez con el vellón. Te ruego que solamente el vellón quede seco, y el rocío sobre la tierra” (Jueces 6:39), luego de haberle pedido, primero prueba de que era cierto lo que iba a hacer por medio de él, proponiéndole con anterioridad que el vellón estuviese mojado por el rocío y toda la tierra quedara seca. Puede que alguien diga: «Oye, pero que hombre tan incrédulo, ¿es que no ve quién es el que le habla?». Mas, en realidad lo que quería Gedeón era estar seguro de que Jehová fue el que lo envió, y que el día de la batalla Él estaría “A Dios no le peleando junto a él y sus trescientos homimporta hablar bres, contra un ejército de millares. Gedeón muchas veces quería cerciorarse que la espada de Jehová cuando en el pelearía junto a la de él, haciéndose una sola espada, y sus hombres pudiesen gritar: “¡Por corazón hay un la espada de Jehová y de Gedeón!” (Jueces verdadero deseo 7:20), el día de la batalla. Así que no se de obediencia” encienda la ira de Dios si pide que le moje el vellón, luego que lo seque, pues necesita estar seguro que Dios está con él, porque lo que iba a hacer no lo podía hacer por él mismo. Jehová no se enoja, porque se le pida confirmación, pues Él distingue cuando en un hombre hay incredulidad o cuando, por reconocer su debilidad, requiere seguridad. Jesús le dijo a Pedro: “Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Él le dijo: Apacienta mis corderos. Volvió a decirle la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro le respondió: Sí, Señor; tú sabes que te amo. Le dijo: Pastorea mis ovejas. Le dijo la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Pedro se entristeció de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y le respondió: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo. Jesús le dijo: Apacienta mis ovejas” (Juan 21:15-17). Tres veces preguntó y tres veces le dio la misma instrucción, no la cambió: “Apacienta mis corderos” porque es mejor que escuches bien antes que lo hagas mal. Por lo cual, jamás dés por sentado algo de Dios de

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manera que creas que lo mismo que hizo allí lo hará aquí, pues no siempre el propósito es el mismo, ni la meta de Dios es la misma. Es mejor vivir constantemente consultando a Jehová, que ser impulsivos y ligeros en nuestras decisiones. Tres veces habló Dios a Samuel cuando no conocía Su voz, hasta que el muchacho dijo: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10). A Dios no le importa hablar muchas veces cuando en el corazón hay un verdadero deseo de obediencia. Así que tenga cuidado con eso de “una vez y para siempre”, pues solamente lo que tiene relación con Jesús y sus logros eternos son las cosas inconmovibles: en un día terminó con el pecado de una vez y para siempre, y en otro día venció la muerte una vez y para siempre; traspasó los cielos y se sentó a la diestra del Padre para interceder, para siempre. No concluyas ni apliques la experiencia pasada en una nueva instrucción, porque aunque te diga “toma la vara”, no te está diciendo “úsala”. Frente al Mar Rojo, Jehová le dijo a Moisés: “Y tú alza tu vara, y extiende tu mano sobre el mar, y divídelo, y entren los hijos de Israel por en medio del mar, en seco” (Éxodo 14:16). Nota que ni siquiera le dijo que golpeara con la vara las aguas, sino que Moisés alzara la vara y extendiera su mano sobre el mar y lo dividiera, para que el pueblo pasara en seco. O sea, por un lado, la vara levantada en señal de autoridad, y por otro, la mano extendida para ejecutar el mandato divino. Entonces, las aguas verían la vara y acatarían la señal que con la mano extendida Moisés haría, para que el pueblo cruzara en seco. También la peña vería la vara alzada y escucharía la voz que le hablaría y daría su agua. Puede que alguien diga, como los racionalistas de hoy: «Pero, ¿qué diferencia hay? No se puede ser religioso mis hermanos, golpear la peña y hablarle es la misma cosa; ¿acaso no es un objeto inanimado?». Sí, pero en Dios las cosas toman otra connotación Cuando tú estés bregando con un semejante, haz lo que quieras, equivócate todas las veces que puedas, pero entiende que Dios es perfecto y justo en todos sus caminos, y sus instrucciones son claras y precisas: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Génesis 22:2), tampoco era en cualquier monte. Dios siempre habla específico: “Reúneme setenta varones de los ancianos de Israel, que tú sabes que son ancianos del pueblo y sus principales; y tráelos a la puerta del tabernáculo de reunión, y esperen allí contigo. (…) Toma la vara, y reúne la congregación, tú y Aarón tu hermano, y hablad a la peña a vista de ellos; y ella dará su agua, y les sacarás aguas de la peña, y darás de beber a la congregación y a sus bestias” (Números 11:16; 20:8). Cuando Dios dice: «Usa la vara» es porque Él va a legislar. Las instrucciones proceden del gobierno de Dios y nuestra

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obediencia le facilita a Dios lo que se propuso hacer en nosotros y por medio de nosotros. Una instrucción cambiada significa obstrucción en el plan divino. Respecto a Moisés, podemos decir que él obedeció a la primera y a la segunda instrucción, pues tomó la vara y reunió a la congregación, tal como Jehová le mandó (Números 20:9-10). Sin embargo, la tercera instrucción, el siervo de Dios la modificó, pues habló a la congregación, diciendo: “¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?” (v. 10) y la golpeó dos veces (v. 11), cuando debió solamente reunir a la congregación y hablarle a la peña. Moisés no solamente habló a la congregación, sino que se dirigió a ella llamándole “rebeldes”. Jehová incluso una vez le dijo a Moisés: “Di a los hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus ata“Cuando estamos víos, para que yo sepa lo que te he de hacer” representando (Éxodo 33:5), pero Moisés no les dijo nada, a Dios, tenemos sino que el pueblo oyó lo que Jehová le había dicho. Moisés perdonó al pueblo muchas que participar de veces, aun aquella vez cuando lo iban a apeSu mismo sentir” drear, y Dios le dijo: “Ahora, pues, déjame que se encienda mi ira en ellos, y los consuma; y de ti yo haré una nación grande” (Éxodo 32:10), pero él oró en presencia de Jehová su Dios, y dijo: “Oh Jehová, ¿por qué se encenderá tu furor contra tu pueblo, que tú sacaste de la tierra de Egipto con gran poder y con mano fuerte?” (v. 11). Mas, ahora fue diferente, aparentemente, Moisés tenía una espinita por dentro, una raíz de amargura, un enojo que no pudo guardar en esta ocasión. Ahora era Moisés el que estaba airado contra el pueblo y no Dios. Sin embargo, es bueno que sepamos que cuando estamos representando a Dios, tenemos que participar de Su mismo sentir. Si Él está airado, nosotros nos airaremos junto con Él, pero sin tomar cartas en el asunto. Está claro que no tenemos el derecho a enojarnos cuando Dios no está enojado; y si nos enojamos, guardemos el enojo y resolvámoslo después con el pueblo, pero no representando al Señor. Es necesario distinguir entre lo nuestro y lo del Señor, porque lo que no se hace conforme a Dios es incredulidad. Sí, la incredulidad fue el pecado de Moisés y también de Aarón. Jehová le dijo a ellos: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12). ¿Sabes por qué salieron aguas, aunque Moisés airadamente golpeó la peña y no le habló? Porque Dios lo dijo, y esto es

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una gran enseñanza para nosotros los ministros, especialmente para los que estamos en autoridad en la iglesia. Todos nosotros somos sacerdotes de Dios, y santos delante de Él; somos sus hijos, llevamos Su nombre y todos lo representamos, más aquellos que fueron llamados por Él al ministerio. ¿Cuál es la enseñanza? El cuidado que debemos tener cuando estamos representando a Dios. Moisés se airó, y se podía airar. La Biblia dice: “Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo” (Efesios 4:26). Es decir, el airarnos es algo natural, aun Dios se airó, no es malo airarse, lo que es malo es darle riendas sueltas a la ira, especialmente en el momento en que se representa a Dios. En esta ocasión, por ejemplo, Dios no mostró enojo con el pueblo, por tanto, Moisés tampoco debía tenerlo. Representar a Dios significa hacer lo mismo que Él haría. Cuando representamos a Dios estamos en Su lugar, y en vez de Él descender y hacer las cosas por sí mismo, nos manda a nosotros a hacerlas. Y si Dios te comisiona a ti y te específica bien las instrucciones y cómo Él desea que se haga, significa que tú no tienes derecho ni autoridad a añadir nada de lo tuyo a lo que es de Él. La Biblia está llena de este mensaje, “Representar a pero hemos entendido mal a Dios, hemos Dios significa mal interpretado Su gracia, y la hemos usahacer lo mismo do como excusa para desviarnos, diciendo: que Él haría” « ¡Ah! Tengo autoridad en Cristo Jesús, y puedo hacer y deshacer». Pero Jesucristo no hizo eso, y ni siquiera el diablo con sus tentaciones infernales, ni con la sutileza del mismo infierno, pudo desviarlo ni un ápice de la voluntad de Dios. Jesucristo nunca usó su autoridad como Hijo, independientemente de la voluntad del Padre. En nuestra congregación, cuando estuvimos en el desierto por ocho años (como llamamos al tiempo de trato, prueba y limitaciones, pero de intimidad que tuvimos con el Señor), hubo algunos hermanos que se rebelaron, y naturalmente, producían ira y molestias entre nosotros. A veces sus calumnias lograban dañar el ambiente, y lo que más me dolía era cuando las “ovejitas”, estando tranquilas y contentas con lo que Dios estaba haciendo en su casa espiritual, y ellos las llamaban por teléfono para indisponerlas. Entonces, ellas se desorientaban, y un espíritu de descontento se propagaba, permitiendo que los rebeldes se apoderaran de ellas. Luego, ya las ovejitas no veían las cosas tan hermosamente como las veían antes en la iglesia, y se apartaban del Señor y de su propósito, del lugar donde Dios las había plantado. Eso me dolía como pastor, pues es maldad desviar un alma del camino del Señor.

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En ocasiones, viendo sus acciones, sentía una gran ira y quería decirles, como dijo Moisés: “¡Oíd ahora, rebeldes!” (Números 20:10). Yo tenía un gran deseo de darles su merecido, y cuando me disponía a hacerlo, y ya iba a soltar la carga que sentía, Dios venía y cambiaba en mi boca las palabras y nunca fui tan amable con ellos como en ese momento; tanto así que yo mismo decía: «¿Pero, cómo va a ser? ¿Cómo puedo estar hablando así, si yo tengo algo que yo no puedo tolerar dentro de mí y lo que quiero decirles es otra cosa?» Después le decía al Señor: «¡Gracias, Padre! Porque si sale este volcán, cuánto hubiese destruido», y Él me decía: « ¿Sabes por qué tomé control? Por amor a mí mismo y por amor a ti, porque en ese momento tú no tenías derecho a enojarte, porque tú estabas en el lugar mío y el juez de la iglesia y quien la disciplina y exhorta soy yo. Una cosa es que tú vayas con el espíritu de la profecía y hables en nombre mío, si yo te mando, y otra cosa que lo hagas porque estés molesto. Tú no tienes derecho a enojarte en mi nombre; enójate en el propio tuyo, pero no en el mío que es Santo y Admirable». ¡Ah, pero si yo, como profeta, tomo esa autoridad, y hago como hizo Eliseo cuando unos muchachos se burlaron de él, que los maldijo en el nombre de Jehová y salieron dos osos del monte, y en ese instante los despedazaron (2 Reyes 2:24), te aseguro que acabaría con media iglesia. Aunque la Biblia no dice mucho acerca de este incidente, algunos piensan que Eliseo actúo por su propia cuenta, el hecho de que el escritor bíblico no añadiera algo más al respecto, puede ser cualquier cosa, pero posiblemente estuvo en el plan de Dios que él actuara de esa forma, porque ellos eran unos irreverentes y se merecían lo que recibieron. Mas, ese no es el espíritu del Nuevo Pacto, y nadie tiene el derecho, si Dios no lo envía, a hacer en el nombre de Dios lo que le plazca, siguiendo cualquier impulso de su corazón. Por lo menos, en el caso de Eliseo, él no estaba actuando en lugar de Dios. Nosotros, los que estamos en autoridad, hay ocasiones que tenemos que disciplinar a ovejas rebeldes, y como Pablo le aconsejó a Timoteo, no podemos guardar ningún prejuicio ni actuar con parcialidad (1 Timoteo 5:21). A veces estamos en el lugar de Dios, y aquellos que nos halagan, que nos apoyan, a esos siempre les profetizamos cosas muy lindas, muy buenas; a esos siempre los consideramos, los perdonamos, los toleramos; y cuando viene alguien que no nos simpatiza mucho, porque no nos aplaude, porque no nos da esa honra que otros nos dan, entonces, con parcialidad, a esos les aplicamos todo el peso de la ley. Cuando representamos a Dios, tenemos que ser justos, porque Dios es justo, y actuar con verdad porque Dios es verdadero. Aunque nuestro sentir sea totalmente contrario y un volcán en erupción haya estallado dentro de nosotros en ira, en molestia, en indignación, recordemos que estamos en el lugar de Dios,

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somos sus sacerdotes, tenemos Su vestidura, el manto y la vara de la autoridad, y que por tanto, debemos actuar de acuerdo a Su majestad y a Su investidura. Representar a Dios es hacer lo mismo que Él haría y lo propio que mandó a hacer, sin añadir ni quitar algo. La Biblia dice que “ la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20), implicando que en nuestra ira somos injustos, porque no actuamos de acuerdo a la justicia de Dios. Dejemos todo juicio a Dios. Si tienes un problema con tu hermano, percátate bien de no decir que Dios te envió si vas a confrontarlo y a desahogarte. Pero si vas en el nombre de Dios, obedeciendo su Palabra, ve entonces con amor y espíritu de mansedumbre a restaurarle, no a condenarle (1 Corintios 4:21; Gálatas 6:1) y dile: «Mi hermano, tengo un problema contigo que debo resolver. No vine a pelear, sino a decirte sinceramente, que tengo algo por dentro en contra tuya, que me está robando la paz, y Dios me manda a perdonarte, pero no puedo hacerlo si no te digo lo que siento. Yo ruego que Dios me dé lengua de sabio para hablarte en este momento, y no salga el dolor que me infringe toda esta situación, porque es un asunto personal entre tú y yo; nada de esto tiene que ver con el Señor». Queda claro entonces, que si te escucha ¡gloria a Dios, porque se restauró la relación! Pero si no hubo sanidad, la otra persona nunca podrá decir que le ofendiste en el nombre de Dios. Muchos profetas pierden credibilidad por ir donde sus hermanos con un “así te dice Jehová”, cuando Él nunca los había mandado. Ya darán cuenta a Dios por eso. Cuando Jehová le dijo a Moisés “reúneme al pueblo”, se entiende que la reunión era de Dios y no de Moisés. El siervo de Dios podía, luego, hacer otra junta para desahogar su ira y expresar lo que pensaba de ellos, pero dejándoles saber que la convocatoria no era de parte de Dios, sino de él. En el momento que se está en el lugar de Dios, la vara tiene que usarse de acuerdo a las instrucciones del Señor, aunque vaya a usarse en milagros y sanidades. Hay personas que piensan que como tienen la unción, la pueden repartir a todo el mundo, pero ¿cuántos sabemos que hay personas que no son dignas de un milagro de Dios? Aunque se dice que Jesús los sanaba a todos, en Nazaret, Él solamente pudo sanar a unos cuantos, y estaba asombrado de la gran incredulidad que había en aquel lugar (Marcos 6:5-6). Los dones de Dios no son para todos. Hay gente que son indignas, y no tenemos el derecho de ser con ellos más misericordiosos que Dios. Jesús dijo: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos” (Mateo 7:6). El apóstol Pablo aconsejó a Timoteo: “No impongas con ligereza las manos a ninguno” (1 Timoteo 5:22), porque a él le había sido dada la autoridad para ordenar ministros. ¡Cuidado, con poner las manos si Dios no ha dicho que lo hagamos!

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El pecado de Moisés se manifestó de varias maneras: Primeramente, en representación de Dios, pues actuó de acuerdo a sí mismo y no según Dios. Estaba tan molesto que ese día perdió la fe. ¿Crees tú que Moisés no le creía a Dios? ¡Claro que sí! Moisés estaba acostumbrado a ver los milagros, señales y maravillas de Dios. Sin embargo, cuando Jehová dijo que iba a dar carne al pueblo, él dijo: “Seiscientos mil de a pie es el pueblo en medio del cual yo estoy; ¡y tú dices: Les daré carne, y comerán un mes entero! ¿Se degollarán para ellos ovejas y bueyes que les basten? ¿O se juntarán para ellos todos los peces del mar para que tengan abasto?” (Números 11:21-22). Y Jehová le respondió: “¿Acaso se ha acortado la mano de Jehová? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no. Pero al pueblo dirás: Santificaos para mañana, y comeréis carne; porque habéis llorado en oídos de Jehová, diciendo: ¡Quién nos diera a comer carne! ¡Ciertamente mejor nos iba en Egipto! Jehová, pues, os dará carne, y comeréis. No comeréis un día, ni dos días, ni cinco días, ni diez días, ni veinte días, sino hasta un mes entero, hasta que os salga por las narices, y la aborrezcáis, por cuanto menospreciasteis a Jehová que está en medio de vosotros, y llorasteis delante de él, diciendo: ¿Para qué salimos acá de Egipto?” (v. 23, 18-20). Nota que Jehová incluso le instruyó a Moisés de lo que le diría al pueblo. Sin embargo, Moisés consideraba a Israel un pueblo rebelde e ignorante, que sin importarles el lugar donde estaban se atrevían a venir con tantas exigencias. Seguramente el siervo de Dios pensaba que su rebeldía había llegado al punto de ver espejismos, y en lugar de arena y piedras veían oasis, manantiales de agua donde pudieran beber. ¿Podía él darles a ellos agua de esa peña? Estaba claro que la ira de Moisés en ese momento eclipsó su fe, porque cuando estamos en la carne neutralizamos el fruto del Espíritu y los dones de Dios. Moisés se dejó provocar por el pueblo, cuya incredulidad se la transmitió a él. Otra cosa que hubo en Moisés y Aarón fue rebeldía (Números 20:24). Es considerable que en el pueblo se halle rebeldía e incredulidad, pero en los representantes de Dios no. Moisés calificó al pueblo de “rebeldes”, pero para Dios los rebeldes fueron ellos, por eso no entraron, pues con la misma medida que midieron fueron medidos (Mateo 7:2). Moisés no entró a la tierra prometida, pero Aarón tampoco. Así que Dios despidió a Aarón primero, llevándolo a la cumbre del monte de Hor, y allí murió, a la vista de todo el pueblo (Números 20:26-28). ¡Qué tremenda enseñanza! Seremos tratados por Dios como nosotros tratemos a Su pueblo. El amor al Señor se manifiesta amando aquello que Él ama. Mientras Moisés estuvo defendiendo al pueblo, intercediendo por el pueblo, humillándose por el pueblo, y usando la misericordia para el pueblo, estuvo actuando de acuerdo al carácter de Dios. Pero, cuando se apartó de lo que es la naturaleza divina no actuó como le agradaba a Dios. El Señor solamente recibe ofrenda cuando ésta tiene la naturaleza

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suya, cuando es según Él. En este incidente, Moisés no estaba actuando según Dios, ni por obra ni por representación. Cuando Eliseo hizo el milagro a Naamán y le curó de la lepra, él le rogaba e insistía que le aceptase algunos presentes, pero el profeta no los aceptó (2 Reyes 5:14-15). Él quería pagarle por gratitud, pero Eliseo no recibió nada, porque los dones de Dios no se venden, son gratis y eso Dios se lo quería enseñar a Naamán. Pero vino Giezi, y codiciando se dijo: «¡Qué tonto! Este profeta está tan espiritual que se olvida de nuestras necesidades. ¿Cómo va a dejar perder ese oro y esos mantos preciosos?», y salió detrás de él para, con engaño y mentira, lograr que Naamán le diera el doble de lo que ofreció. Después, escondió todo en la tienda, como también, encubiertamente, Acán guardó el anatema entre sus pertenencias, en el campamento (2 Reyes 5:23-24; Josué 7:11). Luego el profeta, a quien ya Dios le había mostrado la acción de su criado, lo confrontó diciendo: “¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?” (2 Reyes 5:26). En otras palabras, ¿era el momento de buscar prebendas? Por tanto, tal como profetizó Eliseo, la lepra de Naamán se le pegó a Giezi y a su descendencia para siempre, porque si tú quieres los bienes de otro cuando Dios no los quiere, entonces lo que era del otro se transfiere a ti, y así como te llevaste sus bienes, llevarás también su enfermedad. Si codiciaste la riqueza de Naamán y tomaste la ofrenda que él le quiso dar a Dios y que no fue aceptada, actuaste en tu propia cuenta, así que llévate también su lepra y tendrás todo lo que es de él, para ti y tu casa para siempre. ¿Por qué Dios en este aspecto es tan severo? Porque cuando se trata de gobierno, y ya se han dado instrucciones, son inaceptables las mentiras y el oportunismo. Aunque el juicio de Dios no caiga inmediatamente, porque la gracia está como la nube, a tu favor, un día pueda ser que veas la consecuencia de tus acciones. Dios, aunque cambió el pacto, sigue siendo el mismo. No representar a Dios dignamente, así como ser incrédulos y rebeldes contra su mandamiento es un pecado. Ese pecado Jehová le llama no santificar Su nombre cuando en la presencia de todo el pueblo Jehová debe ser santificado (Levítico 10:3; Éxodo 20:7). Este principio lo aprendieron a precio de vida Nadab y Abiú, hijos de Aarón, quienes fueron consumidos por el fuego de Jehová en juicio, cuando ofrecieron fuego extraño (Levítico 10:1-2). Por eso Jehová le dice ahora a Moisés y Aarón: “Por cuanto no creísteis en mí, para santificarme delante de los hijos de Israel, por tanto, no meteréis esta congregación en la tierra que les he dado” (Números 20:12). Aunque hubo desobediencia, ira y también rebelión, entre otras cosas, a Dios se le faltó de una sola manera, no santificando Su nombre delante del pueblo.

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¿Por qué era extraño el fuego que ofrecieron los hijos de Aarón en sus incensarios? Porque ellos usaron fuego que Jehová nunca les mandó (Levítico 10:1). Todo lo que Jehová no ha ordenado y se hace, es algo extraño, algo que Dios no aprueba ni conoce. Por eso, entendemos la expresión de Jesús cuando dijo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:22). Estas personas el Señor no las conoce, son extrañas para Él, porque todo aquel que no actúa de acuerdo a Dios y para gloria de Dios, es extraño para Él. Todo lo que no es según Dios y conforme a lo que Él ordena, Él no lo reconoce, no lo acepta, no lo recibe, ni le agrada. Moisés actúo de manera extraña en esa ocasión, y Dios con el pecado es severo. Vemos que a Saúl Jehová lo desechó (1 Samuel 15:23); a Nadab y Abiú los consumió en fuego en el santuario (Levítico 10:2); a Aarón (por la misma causa que a Moisés) murió en el desierto (Número 20:24,26); y a Moisés le prohibió que incluso le hablara de eso, pues tampoco entraría a la tierra que les prometió (Deuteronomio 3:26,27). Dios actuó con severidad, rigidez, inflexibilidad y dureza, porque Él es un Dios santo, el cual no soporta la rebelión ni el pecado, y se muestra celoso por Su santo nombre (Josué 24:19; Ezequiel 39:25). De hecho, es lo que Moisés le dijo a Aarón en medio del dolor y del luto, por la muerte de sus hijos: “Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En los que a mí se acercan me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado” (Levítico 1:3). Y Aarón calló, enmudeció, no pudo abrir su boca, porque reconoció que eso era algo que Jehová les había recalcado, que los sacerdotes son santos y que cuando se ponen la mitra y se ponen el efod, y usan las vestiduras sacerdotales, representan a Dios. Ellos tienen que santificar el nombre de Jehová delante del pueblo, porque ellos son sus representantes. Santificar el nombre de Dios es actuar de acuerdo a Él. Por eso Pablo dijo: “el fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19) A los que hacen iniquidad Jehová no los conoce, pero aquellos que son suyos, aquellos que Él conoce, que invocan su nombre, tienen que apartarse de iniquidad. Todo aquel que pronuncia el nombre, que habla en su nombre, y tiene autoridad en su nombre, no puede mezclarlo con lo suyo, porque el nombre de Dios es santo y nosotros somos pecadores. Es una honra ser sacerdote, ser ministro de Dios, haber sido sacado de entre las ovejas, como David, para representar al gran y buen pastor. Es un honor que Jehová sea la herencia de los sacerdotes, y que Él comparta de lo suyo, de los animales que le sacrificaban, y que de su misma ofrenda diera al

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sacerdote y a su familia; eso es algo demasiado elevado para nosotros. La honra del llamamiento de Dios viene con la responsabilidad de que aquel que lo representa, sin violentar su individualidad, hable como Él habla y actúe como Él actúa. Dios no puede ser representado en iniquidad, maldad, autosuficiencia, rebelión, ira, egoísmo, ni tampoco en orgullo, altivez o falso amor. El trabajo de Aarón y el oficio de Moisés era santificar el nombre de Dios delante del pueblo, ¿por qué? Porque ellos eran santos, porque Dios los santificó para que puedan servirle a Él. Moisés no actúo con santidad, porque no obró de acuerdo a Dios en el momento que lo representaba. Jehová instauró la tribu de Leví, para que le sirviera y los hizo sacerdotes para que estuvieran delante de Él. El capítulo 21 del libro de Levítico habla de cómo deben ser los sacerdotes, y que aun siendo de la familia de Aarón, si tuvieran algún defecto, no podrían acercarse a servirle. Dios dijo: “… ningún varón en el “La edificación cual haya defecto se acercará; varón ciego, o del pueblo y la cojo, o mutilado, o sobrado, o varón que tenga gloria de Dios quebradura de pie o rotura de mano, o jorobado, o enano, o que tenga nube en el ojo, o que valen mucho más tenga sarna, o empeine, o testículo magullado” que retribuir un (Levítico 21:18-20), porque no lo represenagravio” tan, Dios es perfecto. Jesús dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5:48), y si bien la perfección significa madurez, también habla de algo íntegro, completo, por lo cual, lo que está defectuoso no representa a Dios, pues requiere arreglo. En el Libro de Levítico se especifica que la ofrenda de sacrificio, para ser aceptada debía ser sin defecto. También dice: “Ciego, perniquebrado, mutilado, verrugoso, sarnoso o roñoso, no ofreceréis éstos a Jehová, ni de ellos pondréis ofrenda encendida sobre el altar de Jehová” (Levítico 22: 22), porque la ofrenda es para un santo y debe ser perfecta. Lo mismo que Jehová pedía del sacerdote, lo pedía de la ofrenda, porque así como el animal, los sacerdotes también son ofrendas de Dios. Todo lo que tiene relación con Dios, que es dedicado a Él o que lo representa, tiene que ser como Él, santo, perfecto, íntegro, completo. Por tanto, tenemos que saber que cuando hablamos en nombre de Dios, tenemos que tener cuidado, porque santificar significa “poner aparte”. En otras palabras, no mezcles a Dios con tus defectos; si eres dado a la codicia y quieres una ofrenda más grande como ministro, pídela en tu nombre, pero no uses a Dios para obtener ganancias injustas. Si vas a usar a Dios en la

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ofrenda no trafiques con la Palabra, no manipules al pueblo con argumentos, sino presenta lo que Dios dijo y deja que Su Espíritu toque el corazón de Su pueblo, porque la ofrenda tiene que ser voluntaria, para ser agradable a Dios. Los ministros de Dios deben seguir sus instrucciones. Ruego al Señor que la codicia de Giezi y de Balaam no se apodere de nuestros corazones; ni la ira de Moisés tampoco. ¡Cuidado cuando se actúa en mi nombre! , dice Dios. ¡Cuidado con el fuego extraño, con aquello que Él no ha ordenado, o que no lo representa! Puede ser que con la unción tú luzcas muy bonito y quieras robarte el show, pero Jehová te mira y te deja tranquilo, hasta que termines, pues Dios siempre dirá la última palabra. Aprendamos a temer a Dios. La gracia divina no ha cambiado a Dios, Él sigue siendo el mismo, lo que cambió fue el pacto por el cual Él se rige. El salmita dijo: “También le irritaron en las aguas de Meriba; Y le fue mal a Moisés por causa de ellos, Porque hicieron rebelar a su espíritu, Y habló precipitadamente con sus labios” (Salmos 106:32-33). Esa expresión me revela que Moisés fue provocado, se rebeló y actúo en una manera extraña que no era la de Dios. Jehová le había dicho que hablara a la peña, pero él le golpeó con ira, y dañó el ambiente en un momento tan santo. El pueblo vio el agua y glorificó a Dios, pero la actitud de Moisés constriñó al Espíritu. Es necesario entender que el Espíritu Santo es muy sensible, por lo que debemos conducirnos con mucho cuidado en los momentos espirituales. Por eso, cuando presido, prefiero pasar por alto una imprudencia y no confrontarla en ese instante, para no arruinar el ambiente. La edificación del pueblo y la gloria de Dios valen mucho más que retribuir un agravio. El que no entiende eso es porque no tiene ni su naturaleza y mucho menos su corazón. ¡Qué el Señor nos ayude a actuar en su representación de acuerdo a su naturaleza! Hasta aquí he mencionado casos donde se mostró la severidad de Dios: Nadab y Abiú murieron en el mismo altar; Moisés y Aarón no entraron a Canaán; el caso de Giezi que heredó la lepra de Naamán, porque quiso sus presentes; y a Saúl cuya desobediencia le costó el trono. A veces nos preguntamos por qué Dios perdonó a David y no a Saúl. En realidad, no era tanto porque había un pacto con David, y la gracia y el espíritu que había en él, lo hacían muy diferente a Saúl. Lo que ocurrió es que David pecó contra la santidad de Dios, pero Saúl contra su gobierno. David faltó por debilidad, codició una mujer que no era suya, cayó en adulterio y hasta en homicidio; eso es pecado de la carne, que va en contra de la santidad de Dios (2 Samuel 12:9-10). Saúl, en cambio, se obstinó y se rebeló contra la voluntad, el mandamiento de Jehová, temiendo más al pueblo que a Dios (1 Samuel 15:23). He notado en la Biblia que cada vez que se peca contra el gobierno divino, Dios es severo.

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De hecho, el profeta Samuel le había advertido a Saúl que estuviera atento a la palabra de Jehová, pues antes ya había actuado locamente, ofreciendo holocausto para que no se le desertara el pueblo (1 Samuel 13:13). Eso hizo que Jehová no le confirmara en su reino para siempre, no obstante, le iba a dar una segunda oportunidad, por lo menos para que terminara su reino con gloria. Así Jehová, como se la dio a Moisés le dio a Saúl una instrucción específica: “Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (1 Samuel 15:2-3). Esto se había profetizado a través de Moisés y ahora había llegado el tiempo de ejecutarlo y Saúl fue escogido como instrumento. Mas, ¿qué hizo Saúl? No siguió las instrucciones, y por eso el Espíritu de Dios se apartó de él. Jehová no se contradice, y cuando se trata de su gobierno… Él es inflexible. ¿Cómo he de conocer aquello que tiene que ver con el gobierno de Dios? Cuando Jehová ha dado instrucción respecto a un asunto en particular. Si Dios te manda a hacer algo y tú no lo haces, o lo haces parcialmente, cambiando las instrucciones, estás violentando Su autoridad, y eso es rebelión para Jehová. También, cuando Dios te hace un ministro y tú no representas al Señor, sino que andas por tu propia cuenta, eres juzgado según Su gobierno, y entonces te enfrentas con Su severidad. Esto es bueno saberlo, no para actuar por miedo al juicio, sino con temor reverente, reconociendo que Él es Dios, y le representamos. Eso es lo que Dios quiere enseñarnos, a santificar Su nombre y representarlo dignamente. Pablo dice que andemos de acuerdo a la vocación, de acuerdo a lo que es digno de Dios (Efesios 4:1). También el apóstol aconsejó: “no os dejéis mover fácilmente de vuestro modo de pensar, ni os conturbéis, ni por espíritu, ni por palabra, ni por carta como si fuera nuestra, en el sentido de que el día del Señor está cerca” (2 Tesalonicenses 2:2). Este mensaje no tiene el fin de asustarte ni de sembrar dudas en tu corazón en cuanto a que el Señor te pueda desechar, no. Mis palabras no tienen ese espíritu ni mucho menos la intención, aunque lo estamos diciendo con mucha convicción y mucho temor de Dios, pero no para infundirte miedo. Lo hacemos para que aprendas y digas: «Gracias Señor que, a través de esta enseñanza, me estás mostrando una parte de Tu carácter que no conocía. Ahora puedo entender un aspecto de Tu conducta que me ayudará a caminar contigo sin tropiezo, por lo que me dispongo a santificar Tu nombre en todo». Dios se merece nuestro compromiso y voto voluntario de santificarle en todo. Él es bueno, y nos amonesta, para conducirnos por el camino de sus mandamientos y de Su naturaleza, porque nos ama, y nos llamó a ser santos, como lo es Él.

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¡Bendito sea Dios que nos enseña sus caminos! ¡Bendito sea Dios que envía Su Palabra a tiempo! ¡Bendito sea Dios que toma lo que le pasó a sus santos en el pasado y lo aplica a nosotros hoy, para librarnos, porque Él no quiere que tropecemos como ellos tropezaron, sino que nos conduzcamos de una manera diferente! ¡Oh, mi alma tiembla ante Su Presencia! Hagamos lo que dijo el profeta, estemos atentos a su Palabra, porque Dios es Dios y debemos respetarle, temerle, amarle y adorarle. ¿Y cuál es la mejor manera de mostrar eso que inspira en nuestro corazón, sino representándolo dignamente, santificando Su nombre? Guardemos los mandamientos de Dios, no tomemos Su nombre en vano; no lo usemos en conversaciones como si fuera cualquier cosa, y mucho menos para engañar, o para recibir un beneficio personal. Su nombre no puede estar mezclado con nada mezquino ni con nada de nuestra naturaleza carnal, como ira, codicia, orgullo, deseo de exhibición, etc. Si represento a Dios, yo tengo que actuar siempre santificando Su nombre, de acuerdo a Él, en justicia y santidad de la verdad, en amor, en gozo y paciencia, en benignidad, en bondad, en mansedumbre, en tolerancia, en todo lo que es digno. Voy a seguir sus instrucciones, voy a poner a un lado la manera como me siento cuando esté en Su lugar. No puedo dejarme provocar cuando en mi autoridad ministerial deba juzgar un asunto que involucre a algún hermano que me haya calumniado o que me haya causado muchos males. Debo actuar consciente de que estoy representando a mi Señor, y Él es justo, santo, bueno, misericordioso y fiel, y yo debo actuar como Él. Ya Dios se encargará de pagarle conforme a sus hechos. Finalmente, Dios nos has honrado, llamándonos de las tinieblas a la luz, para que a través de la honra le honremos, y cuando estemos en el pedestal, levantemos Su nombre, para que la gente lo vea a Él, no a nosotros. Usemos el ministerio para añadir gloria a su alabanza, de manera que los hombres le amen, le admiren, le teman, le busquen y apetezcan al Señor. Líbrenos Dios del pecado de la indolencia, para que la apatía no cierre nuestros ojos. Nuestros ojos deben estar bien abiertos y la lámpara de nuestra visión debe estar bien encendida, para que podamos ver con claridad, y alumbrar a otros. Somos luz y tenemos la Palabra que es la luz del mundo, la enseñanza que ilumina, y el mandamiento que es lámpara en nuestro camino, ¡alumbremos! Jehová en estos días está restaurando el ministerio, y busca a hombres que le honren en espíritu y en verdad. Él es el Dios de misericordia, pero también es el Dios de santidad y de verdad. Aprendamos a usar bien la gracia, y no a mal interpretarla, para que produzca en nosotros más esmero, más diligencia, más dedicación, más entrega al Dios Supremo. Esta palabra viene aplicada por el Espíritu Santo para corregirnos, para redargüirnos, para que

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representemos bien su nombre, para que no relacionemos ni mezclemos a Dios con nada nuestro, pues se ha hecho tan común tomar su grande nombre en vano, y usarlo para tantas cosas. Solo apegados a Dios podremos mantener nuestros sentidos ejercitados, para librarnos de esos momentos impulsivos, de los cuales no sabemos, si podrían ser la prueba decisiva, en el examen final de nuestra mayordomía, como le pasó a Moisés. ¡Ay, si el siervo de Dios hubiese sabido que en ese instante de desahogo estaba el escrutinio definitivo de su liderazgo, no hubiera actuado impulsivamente! Ruego a Dios que ponga temor y sobriedad en nuestro corazón y su gran misericordia nos acompañe en su Camino, para transitarlo conforme a su honra y voluntad.

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Capítulo VI

EL LLAMAMIENTO ES CONFORME A SU SOBERANÍA

“…Porque irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” –Romanos 11:29

M

ientras pensaba en la afirmación que titula este capítulo y meditaba en la soberanía de Dios y su llamamiento, el Señor me reveló algo muy glorioso acerca de Su conducta, y es lo siguiente: la voluntad soberana de Dios concibe Su propósito; este, a su vez, da a luz la elección, la cual lleva en sí la gracia de Su bendición. Dicho de otra manera, la voluntad de Dios da origen a su santo propósito, y este para llevarse acabo requiere una elección, la cual acarrea o transporta una bendición. Las Escrituras revelan que Dios bendice todo lo que elige, y en todo lo que elige deposita Su propósito. Así que en la elección de Dios se encuentra Su propósito, y donde se halla su propósito, se manifiesta Su bendición. Por ejemplo, la Biblia dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y

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hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Génesis 1:26-28). Está claro que Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza, para que se enseñoreara de todo lo creado, y por eso lo bendijo. Nota que Dios aprobó todo lo que creó. Las expresiones: “Y vio Dios que era bueno” y “… y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:10, 12, 18, 21,25, 31), confirman este pensamiento. Sin embargo, es notable que todo lo que Él había hecho en la tierra, lo hizo por causa del hombre, aunque éste haya sido su última creación en el principio (Génesis 2:2; Marcos 2:27). Esto se desprende del relato de la creación y se revela por toda la Biblia, y explica el por qué Dios bendice primero al hombre antes que a cualquier otra criatura, mostrando que en él estaba el propósito del Señor, y él sería tam“La voluntad bién quien lo administraría (Génesis 1:22, 26-28). Miremos entonces este principio a la soberana de luz de Su propósito. Dios concibe Su Primeramente, Dios bendijo el séptimo propósito; este, a día porque en él reposó y le destinó el prosu vez, da a luz pósito de ser un memorial de Su creación la elección, la (Éxodo 20:8-11; 31:12-17); Dios bendijo a Noé, a su mujer, a sus hijos, y a las mujecual lleva en sí res de sus hijos, porque ellos constituían la la gracia de Su familia que serviría para cumplir el propóbendición” sito de preservación de la especie humana (Génesis 9:1,7-10); Dios bendijo a Sem, el hijo mayor de Noé, porque a través de él cumpliría el propósito de dar origen a Su linaje santo (Génesis 9:26-27;Lucas 3:23,26); Dios bendijo a Abram, porque lo haría un Abraham (padre de multitudes), pues a través de él, Jehová llevaría a cabo el propósito de bendecir, en su simiente, a todas las familias de la tierra (Génesis 12:1-3); Jehová tampoco quiso ocultarle a Abraham lo que ocurría con Sodoma y Gomorra, ya que en ese hombre reposaba el propósito de bendición para toda las naciones de la tierra (Génesis 18:16-18). Ahora veamos, en el siguiente versículo, cómo la bendición del elegido Abraham pasa a su linaje: “Y sucedió, después de muerto Abraham, que Dios bendijo a Isaac su hijo; y habitó Isaac junto al pozo del Viviente-que-me-ve” (Génesis 25:11). En el caso de Jacob, esta enseñanza se hace dramática, pues

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este, desde el vientre de su madre peleaba, innecesariamente, por una bendición que, por elección y propósito, le pertenecía (Génesis 25:21-26; Romanos 9:11-13). Ya adulto, engaña a su hermano y a su padre, para adquirir lo que por el decreto de la voluntad divina ya le correspondía (Génesis 27:1-46). Jacob tenía todo en su contra, ya que la primogenitura no le pertenecía, ni por nacimiento ni por cultura, ni por la preferencia paterna (Génesis 25:26,28). Sin embargo, nada de eso importó ya que en él estaba el propósito de Dios, y por consiguiente, era el elegido y la bendición era suya. Como la preferencia de Isaac, padre de Jacob, no era la misma que la de Dios, el Señor en su providencia decidió que estuviese ciego el día que iba decretar por su boca el designio de su voluntad, a favor de su elegido (Génesis 27:1, 23,2629). Por tanto, cuando nuestro corazón no está alineado a la voluntad de Dios, y nuestros ojos no ven la preferencia divina, Él oscurece nuestra vista y entorpece nuestro consejo, para que nuestra boca bendiga lo que Él ya bendijo, y nuestro mensaje profético confirme el depósito de Su elección y propósito. De hecho, eso fue lo que le sucedió a Balaam, cuando por ganarse el premio de la maldad quiso maldecir a Israel (Números 22:5-6,12). El Señor cambió, en su propia boca, la maldición en bendición. Ni la fuerza de la codicia, ni la brujería combinada con unción profética, ni la perfecta dosis de sincretismo infernal, pudieron revocar la bendición de Dios a favor del pueblo llamado y elegido, para cumplir el propósito de Su soberana voluntad. ¿Por qué bendijo Dios a José y a David más que a sus hermanos? La respuesta es la misma, donde está su propósito, allí se encuentra su elección y, por consiguiente, su bendición. ¿Por qué Jesús ha sido la persona más bendecida y amada por el Padre? Nota que al Hijo el Padre le ha entregado todo y lo ha puesto sobre todo, porque el Hijo es la piedra angular de la edificación de Su propósito, y el eje central y principal del designio de Su voluntad. Personalmente, considero a Romanos 8 un cántico de victoria para los cristianos, pues comienza diciendo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (v. 1). En el versículo 28 dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”, lo que bien podríamos parafrasear diciendo: «Y sabemos que a los que [tienen el propósito] de Dios, todas las cosas [se les convierten en bendición]». Observa como concluye el verso: “esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”. Es decir, lo que determina que todas las cosas se conviertan en bendición para los creyentes es que ellos, de acuerdo al propósito de Dios, son llamados. La bendición es irrevocable porque sus dones son irrevocables, así como su llamamiento es irrevocable, porque Su propósito también lo es.

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Nota en el siguiente texto que todo lo que Él comienza con “los del propósito”, también lo termina en gloria. El apóstol dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8:29-30). Observa las respuestas a las preguntas que a continuación se formula el apóstol Pablo: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros. ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; Somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:31-39).

Espiguemos de estos versos la enseñanza: 1. Si Dios es por nosotros –los del propósito-, ¿quién contra nosotros?; 2. Si Dios nos justificó, ¿quién nos acusará?; 3. Si Cristo murió por nosotros, resucitó y está a la diestra del Padre intercediendo a nuestro favor, ¿quién nos acusará?; y 4. Si somos vencedores por causa de su amor, ¿quién podrá apartarnos del amor de Dios en Cristo Jesús?. Por lo tanto, tal como lo expresa este pasaje, los llamados al propósito están expuestos y sufren tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada, etc., pero por encima de todas las adversidades y oposiciones que se levanten en contra, los escogidos somos más que vencedores por causa de la elección. Si estudiamos las vidas de los elegidos para el propósito, observaremos que sus vidas se caracterizaron por dos cosas: Dios los amó y el mundo los aborreció; fueron muy amados y bendecidos, pero a la vez, muy sufridos y atribulados.

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Pensemos en Abraham, Isaac, Jacob (Israel), José, David, Pablo (Saulo), etc. Dios aprovechó sus adversidades para perfeccionarlos y capacitarlos para el propósito, y como una oportunidad, para manifestar en ellos, Su poder, Su gracia y Su gloria. De hecho, nada que sufrieron, ni ningún error que ellos cometieron ni la oposición de ningún poder, humano o infernal, logró impedir que el propósito de Dios, conforme a la elección, se cumpliese en ellos (Romanos 11:1-36). La tendencia nuestra es buscar, proclamar y desear la bendición. También admiramos, halagamos y seguimos a los bendecidos, ya sea a los que tienen el don, la unción o llamamiento, etc. Pero Dios quiere enseñarnos que lo que llamamos gracia, don o bendición no es más que la capacitación para llevar a cabo el propósito. Todo recurso, don, oportunidad, distinción, honra, unción o cualquier otra cosa que recibe un hombre de parte de Dios -aunque no deja de llamarse gracia y bienaventuranza-, fue concedido para cumplir el propósito del Señor con esa persona. Aunque un don de Dios nos dé distinción, es bueno que sepamos que no nos fue concedido para hacernos exclusivos o para honrarnos simplemente, sino porque de esa manera Él está cumpliendo el propósito de Su voluntad. Pablo entendió muy bien este principio de la gracia de Dios, especialmente cuando lo aplicó a su llamamiento. Leámoslo: “Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna” (1 Timoteo 1:12-16).

Pongamos suma atención a este pasaje. El apóstol da gracias a Dios porque lo tuvo por fiel poniéndolo en el ministerio. Él confiesa que antes era blasfemo, perseguidor e injuriador, esto quiere decir que no merecía, si no el castigo y el rechazo de Dios. Pero él dice que la gracia tuvo que exceder y abundar en amor, para que el Señor pudiera rescatarlo. La medida de la cuerda de amor que Dios tuvo que movilizar, para sacar a Saulo del profundo abismo de la perdición, excedió a la de cualquier pecador. Esta fue muchísimo más larga, pues todos

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los pecadores son enemigos de Dios e indignos, pero Saulo, además de esto, era perseguidor del camino del Señor, blasfemo e injuriador. Nota que la palabra fiel y digna que Pablo proclama es que él era el primero de los pecadores (el peor, el más indigno), pero llegó a ser el primero en clemencia y misericordia. ¿Para qué Pablo fue recibido a misericordia? Él dijo: “para [propósito] que Jesucristo mostrase en mí [el primero] toda su clemencia, para (propósito) ejemplo de los que habían de creer en él, para vida eterna” (1 Timoteo 1:16). Pablo explica que la gracia se manifestó a su favor, con tan abundante misericordia, debido a que el propósito de Dios era tomarlo a él como un ejemplo, para los que iban a creer en el Señor. Hoy decimos: ¡cuán difícil es que un judío se convierta al Señor! La palabra fiel y digna de ser recibida de todos dice que si un judío, que se ofreció voluntariamente para perseguir y destruir a cristianos, y por ende a la causa del Señor, pudo ser salvo, entonces ¡no es difícil que un judío se convierta al Señor! Para los judíos, los gentiles no eran merecedores de nada, mucho menos de la gracia de Dios, pues los consideraban perros e inmundos. Mas, la Palabra fiel y digna les proclama a los gentiles, que el hombre llamado a cumplir el propósito de ser el apóstol de los gentiles era el primero de los pecadores, y llegó a ser el primero en clemencia y misericordia, para ejemplo de ellos. Saulo de Tarso era un presagio, una señal o ejemplo de la gracia de Dios. Él no fue rico en gracia, porque era gracioso, sino porque era el más pobre en dignidad. Dios dio la mayor medida de gracia al más desgraciado, porque Su propósito era hacerles saber a los desgraciados que donde abundó el pecado sobreabundó Su gracia (Romanos 5:20-21). El apóstol termina su argumento con esta doxología: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Timoteo 1:1216). Una cosa es el ministerio conforme a la concepción y práctica humanas, y otra, totalmente diferente, según el pensamiento y la soberanía de Dios. Afirmamos entonces, que todo lo que el Señor ha determinado con relación a Su propósito es irrevocable, sobre todo Su llamamiento (Romanos 11:29). Confirmémoslo pues en las siguientes enseñanzas.

6.1  Los Vestidos de José “… y enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y dijeron: Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no” - Génesis 37:32

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Comenzamos esta sección con uno de los pasajes bíblicos más conocido: la historia de José, el hijo de Jacob. ¿Cuántas veces hemos leído esa porción Bíblica? Personalmente, desde que yo era un joven y me convertí al Señor, no sé el número de veces que me he deleitado con este relato. Cada vez que lo voy a leer, me propongo lo mismo: no llorar, pero nunca lo logro. Recientemente, después de casi treinta y nueve años leyendo la Biblia, pensé que en esta ocasión, en la que lo estudiaba, iba a tener control de mis emociones y no lloraría, pero ¡que va!, temo que esta vez fue la ocasión en que más lloré, y sollozaba de tal manera que parecía que se me había muerto el hijo a mí y no a Jacob. Mas, lo que pasa es que realmente es una historia familiar sumamente conmovedora, con la cual es muy fácil identificarse. Sin embargo, hay un mensaje un poco extraño en este pasaje, el cual deseo compartir contigo, y que hemos titulado “Los vestidos de José”, para no circunscribirnos precisamente a su famosa túnica de colores que, con tanto amor, su padre le confeccionó, para honrarlo y distinguirlo, y que provocó tanta envidia y celos en los corazones de sus hermanos (Génesis 37:3-4). Esta porción bíblica la hemos aplicado de muchas maneras, pero ahora el Señor nos va a decir algo muy extraño, pues como revelación de Dios, no es algo común. Posiblemente, Dios se lo ha dado a muchas personas antes que a mí, pero desde que Él la puso en mi corazón he meditado en ella y creo que consolará mucho a tu corazón, tanto como al mío. Lo primero que observo es que cada vez que ocurrió algo importante en la vida de José, metafóricamente, Dios permitía que lo desvistieran, para luego, Él mismo vestirlo. Entonces, empecemos viendo a José vestido con el primer vestido, su túnica de colores que mencionamos al principio. Él era el preferido de su padre Jacob, pero tenía unos sueños muy insólitos y chocantes, con su padre y hermanos; sueños proféticos que revelaban el futuro, el propósito de Dios con sus vidas. Estos sueños, al José compartirlos con su familia, provocaron el desprecio de sus hermanos hacia él, de tal manera que le llamaban, despectivamente, “el soñador”, y hasta su padre meditaba sobre aquellos sueños, en su corazón. Muchos han juzgado a José como una persona que no fue prudente al contar esos sueños a sus hermanos, pero considero que en su inocencia, no se imaginaba lo que iba a provocar en ellos. Con todo, José también estaba contribuyendo de una manera u otra con la soberanía de Dios, pues sus acciones fungieron como detonadores en los hechos decisivos en su vida. Debemos reconocer que los hijos de Jacob no eran buenas personas, aunque luego fueron los patriarcas y conformaron las tribus de Israel, pueblo hermoso, muy amado por Dios. Sin embargo, si vamos a juzgar por la conducta

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de los que formaron la nación israelita, y leemos sobre la vida de estos hombres, con excepción de José y de Benjamín, los otros hermanos eran crueles y homicidas. Es obvio que Dios no los eligió porque eran buenos, todo lo contrario, Su gracia se manifestó en la bondad de haberlos elegidos. En realidad, ellos tuvieron la bendición de que había un pacto, porque sus padres (Abraham, Isaac y Jacob) fueron amados por Dios. Como dice Pablo cuando habla de los judíos, que ellos son enemigos de Dios por causa de nosotros (los gentiles y el evangelio), pero en cuanto a la elección, son amados por Dios a causa de sus padres (Romanos 11:28). Los hijos de Israel eran pastores de ovejas, y su padre mandó a José a ver a sus hermanos, para percatarse del bienestar de ellos y de las ovejas, pues hacía tiempo que no volvían (Génesis 37:13). José salió, entonces, por pedido de su padre, a buscar a sus hermanos; pasó por Siquem no los encontró, siguió por los demás pueblos hasta que al final le preguntó a alguien acerca de ellos, quien le dijo que sus hermanos estaban en Dotán, por lo que se dirigió hacia aquel lugar. Veamos ahora como sigue la narración bíblica: “Cuando ellos lo vieron de lejos, antes que llegara cerca de ellos, conspiraron contra él para matarle. Y dijeron el uno al otro: He aquí viene el soñador. Ahora pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus sueños. Cuando Rubén oyó esto, lo libró de sus manos, y dijo: No lo matemos. Y les dijo Rubén: No derraméis sangre; echadlo en esta cisterna que está en el desierto, y no pongáis mano en él; por librarlo así de sus manos, para hacerlo volver a su padre. Sucedió, pues, que cuando llegó José a sus hermanos, ellos quitaron a José su túnica, la túnica de colores que tenía sobre sí; y le tomaron y le echaron en la cisterna; pero la cisterna estaba vacía, no había en ella agua” (Génesis 37: 17-24).

Nota como ellos llamaron a José, “el soñador”, palabra que al final tomará mucha relevancia en esta enseñanza. Ellos querían matar a José, para que no se cumplan sus sueños y estaban dispuesto a hacerlo, incluso hasta con sus propias manos. Aparentemente, decidieron llevarse del consejo de Rubén y echarlo en una cisterna, en medio del desierto, para que allí se muriera de sed e inanición. Salida que, aunque más lenta, también conseguiría quitarlo de en medio, no sin antes, claro, despojarlo, de aquella túnica de colores, tan

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codiciada por todos. Por lo que allí quedó José, echado, en la profundidad de una fría cisterna, abandonado y desnudo. Detengámonos un momento, y analicemos, a la luz de la Biblia, el significado de estar vestido y de estar desnudo. En el libro del Génesis se nos indica tácitamente que nuestros padres estaban vestidos con la gloria de Dios, pero desnudos de acuerdo a la vista humana. Allí no había vergüenza de la desnudez, porque sus cuerpos estaban cubiertos con la gloria de Dios. Mas, cuando el hombre pecó y fue destituido de la gloria divina (Romanos 3:23), se malogró la inocencia y, por consiguiente, perdió aquel vestido glorioso de la imagen y semejanza de Dios. Lo primero que hicieron ellos, cuando se dieron cuenta de que estaban desnudos, fue huir de la presencia de Dios y hacerse vestidos de hojas de higuera. Esa actitud la interpretamos como un intento natural del hombre de cubrir su desnudez con sus propias obras, ignorando que de todos modos permanecerían desnudos. Luego vemos que Dios los cubrió con un vestido diferente, un vestido de piel. Mas, para cubrirlos con piel hubo un animal que tuvo que ser sacrificado, posiblemente fue el primer animal que murió por causa del pecado. La iglesia siempre ha interpretado que es una revelación de la justicia de Cristo, Dios cubriendo al hombre, desde el principio. Más adelante, vemos la historia de Noé que nos da otra enseñanza en cuanto a la desnudez. Pasado ya el diluvio que destruyó el mundo antiguo (Génesis 6:7), lo primero que hizo Noé cuando salió del arca fue un sacrificio a Jehová (Génesis 8:29). Tiempo después, Noé labró la tierra y también plantó una viña, y dice la Biblia que bebió del fruto de ella y se emborrachó y se desnudó en su tienda. Su hijo Cam, al entrar a la tienda lo vio, y en lugar de cubrirlo, salió y lo dijo a sus hermanos. Cuando Noé se despertó de su embriaguez y lo supo, maldijo a Cam por no tener temor, no tan solo de mirar la desnudez de su padre, sino de exponerla (Génesis 9:22,24-25; Levítico 18:7). En Apocalipsis vemos, por ejemplo, que el mensaje que el Señor le dio al ángel de la iglesia de Laodicea fue: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo. Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas” (Apocalipsis 3:17-18). Aplicando, vemos que estar desnudo, según la Biblia, es una vergüenza que debe ser cubierta, así como el vestido representa honra. En Ezequiel, por ejemplo, cuando se señala las abominaciones de Jerusalén, se habla del parto, de cómo nació y como Dios la vistió, diciendo: “Te hice multiplicar como la hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser

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muy hermosa; tus pechos se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta. Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía” (vv. 7-8). Este vestido era de honra y de misericordia, pero también Dios viste de salvación. El salmista dijo: “Oh Jehová Dios, levántate ahora para habitar en tu reposo, tú y el arca de tu poder; oh Jehová Dios, sean vestidos de salvación tus sacerdotes, y tus santos se regocijen en tu bondad (…) En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió, y como a novia adornada con sus joyas” ( 2 Crónicas 6:41; Isaías 61:10). También dijo: “Jehová reina; se vistió de magnificencia; Jehová se vistió, se ciñó de poder. Afirmó también el mundo, y no se moverá” (Salmos 93:1). Sin embargo, así como hay vestidos de gloria, también hay vestidos de amargura, de dolor, de confusión y de maldición. En el libro de Ester, vemos que al darse la orden de destruir, matar y exterminar a todos los judíos, en un mismo día, y de apoderarse de sus bienes, Mardoqueo rasgó sus vestidos, y dice que se vistió de cilicio y de ceniza, y se fue por la ciudad clamando, con amarga lamentación (Ester 3:13; 4:1). El salmista escribió: “A sus enemigos vestiré de confusión (…) Se vistió de maldición como de su vestido” (Salmos 132:18 109:18). Por tanto, la Biblia habla de muchos vestidos, y en la vida de José vemos, que cada vez “así como hay que le pasó algo importante, en cada prueba fue desvestido, pero Dios siempre volvió a vestidos de vestirle con mucho más honra. gloria, también Por tanto, podemos afirmar que el prihay vestidos mer vestido que tuvo José fue de honra. de amargura, Aquel vestido hecho por su padre como una de dolor, de distinción, indicando que José contaba y disfrutaba del amor de su padre, y que era confusión y de más amado que sus hermanos. Todos nosomaldición” tros, como hijos de Dios, también fuimos vestidos de esa misma manera, pues el Señor nos ha vestido a todos de honra. La justicia de Cristo en la vida de un creyente es un vestido que nos distingue entre toda la humanidad. Todo aquel que ha sido vestido de Cristo tiene la distinción del Padre (Efesios 6:14). El vestido de la justicia de Cristo es la manera de Dios decir: «A estos los amo, por eso he quitado de ellos el oprobio, la vergüenza y desnudez del pecado, y los he cubierto de salvación».

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Asimismo, los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, de Cristo estamos revestidos (Gálatas 3:27). Eso significa que el Padre te ama, pues la vestidura de Jesús es una distinción, es el vestido de honor, de gloria; es la manera de Dios expresar su elección, de que tú has sido elegido, has sido llamado; de que pasaste de tinieblas a luz, y de muerte a vida. Es un vestido que dice que ya no eres del mundo, ya no reina en ti el pecado, ya no eres como los demás hombres, eres amado del Padre. De tal manera te amó Dios que te vistió de Jesús; de tal manera te amó Dios que te tomó caído, te limpió del polvo, del cieno, de todo lo que es vil y bajo, y después de trasladarte al reino, cubrió la vergüenza de tu desnudez. Por eso, eres distinto, tú tienes el vestido de Dios. Así también José era el amado del padre, y él se lo quiso expresar de la mejor manera: vistiéndolo, cubriéndolo. A veces juzgamos mal a Jacob, y decimos que era un padre consentidor que no hizo bien con amar a José más que a los demás, pero el amor viene de Dios, y lo que antes fue escrito para nuestra enseñanza lo es. José es un tipo de Cristo, el Hijo amado. Si estudias la vida de José, no hay en toda la Biblia una ilustración o tipología más perfecta de lo que era Jesús, pues José fue amado de su padre, envidiado por sus hermanos y traicionado por ellos; vendido por monedas, y después llega a ser el que salva a su pueblo y también a todas las demás naciones. Y por representar a Jesús, nos representa también a nosotros, porque por fe somos hallados en Cristo. Nota que Jesús era el amado del Padre, lleno de gracia y de verdad como lo fue José, y nosotros también (Juan 1:14; Génesis 37:4; 1 Juan 4:10). José con el vestido de la honra, nosotros con el vestido de la justicia del Señor, el vestido de la distinción, de la elección, del santo llamamiento. Por eso nos aborrece el mundo, porque el Padre nos ama. Lo dijo Jesús: “ Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece” (Juan 15:18-19). No somos del mundo, somos del Padre. Mas, en el caso de José, fue aborrecido por sus hermanos, porque tenía el amor del padre, y se le reveló el propósito del Padre Celestial, de que él iba a reinar sobre sus hermanos, como un tipo del reinado del Hijo de Dios, y de nosotros los creyentes, que también reinaremos con Él (Apocalipsis 5:10). Cada vez que José se ponía aquella túnica de diversos colores (parecida a los que usaban los reyes y personas adineradas en aquellos días) estaba diciendo: «Yo soy un príncipe, el hijo de un patriarca que está en pacto con Dios; soy el amado del padre, hijo de Raquel, la elegida y amada por el esposo». Sabemos que las demás mujeres de Jacob, llegaron a él por engaño, y luego por disputas entre ellas (Génesis 29:25; 30:4); pero él eligió una y esa fue la madre de José (Génesis 29:18), así como la iglesia es la amada de Dios, y de ella nacieron los

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elegidos y amados del Padre. Es glorioso ser vestido por Dios, tener el vestido de la elección y de la distinción, pero al mismo tiempo eso implica el odio y la envidia de los hermanos. José experimentó también ese dolor en carne viva. Lo primero que hicieron los hermanos de José fue desnudarlo, despojarlo de su túnica de colores, veamos: “Entonces tomaron ellos la túnica de José, y degollaron un cabrito de las cabras, y tiñeron la túnica con la sangre; y enviaron la túnica de colores y la trajeron a su padre, y dijeron: Esto hemos hallado; reconoce ahora si es la túnica de tu hijo, o no. Y él la reconoció, y dijo: La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado. Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre. Y los madianitas lo vendieron en Egipto a Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia” (Génesis 37: 31-36). Desnudaron a José, lo despojaron de la honra, le quitaron la distinción, lo privaron del vestido que externamente lo señalaba como el amado del padre, y lo dejaron desnudo. Y aunque me imagino que ya vendido, llegó a Egipto cubierto, con algún manto beduino, en realidad sabemos que iba desnudo, porque había sido cubierto con la “desnudez-envidia”, “desnudez -odio”, “desnudez-traición”. ¡Cómo duele el trago amargo de la traición! El salmista clamó: “Porque no me afrentó un enemigo, Lo cual habría soportado; Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, Porque me hubiera ocultado de él; Sino tú, hombre, al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar; Que juntos comunicábamos dulcemente los secretos, Y andábamos en amistad en la casa de Dios” (Salmos 55:12-14). José sufrió lo indecible, y la túnica que le despojaron, la tiñeron con la sangre de un cabrito, para enviársela al padre, como prueba de que José había sido despedazado por algún animal salvaje (Génesis 37:32-33). Mas, la verdad era que la fiera de la envidia y la traición casi lo devoró. Jesús también sufrió el ser traicionado, pues la Palabra dice que a los suyos vino y los suyos no le recibieron (Juan 1:11), sino que lo cambiaron por Barrabás, un ladrón (Mateo 27:26); odiando al César, prefirieron al déspota que los oprimía antes que al Mesías de Israel que los redimiría (Juan 19:15). ¡Traición! Luego le quitaron su túnica, y le pusieron otra de color púrpura, que bien representaba su realeza, pues Él era el Mesías Rey. También le colocaron una, muy ceñida, corona de espinas (Juan 19:5). A José lo vendieron por 20 monedas de plata (Génesis 37:28), y a Jesús por treinta (Mateo 26:15).

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¿Qué paso después con José? Los mercaderes ismaelitas que lo compraron se lo llevaron a Egipto (Génesis 37:28). Me imagino cómo se sentía José, acostado en la joroba de aquel camello o caminando, a veces, por la arena, atravesando el desierto, amarrado posiblemente con cadenas, y sus lágrimas cayendo todo el camino a Egipto, mientras pensaba: «¡Increíble que mis hermanos me hicieran esto! ¡Me separaron de mi padre y de mi hermano Benjamín! Me desnudaron, me quitaron mi túnica, para vestirme con el vestido de la deshonra; me quitaron el vestido de hijo, para darme un vestido de esclavitud». Lo único bueno que hicieron ellos con la túnica de José fue que la tiñeron de sangre, anunciando algo muy importante: el sacrificio de Jesús. Cualquiera de nosotros en esa situación diría: « ¡Qué injusticia! ¿Dónde está Dios cuando más se necesita?». Sin embargo, la Biblia dice que Jehová estaba con José (Génesis 39:2). Por tanto, no importa lo que te hagan tus hermanos, que te traicionen y te desnuden, si Dios está contigo. Donde quiera que José iba, Jehová lo prosperaba, porque era hijo de los amados: Abraham, Isaac y Jacob. Él era un hijo de pacto, como nosotros somos hijos de pacto, y estamos bajo bendición. Nadie nos puede maldecir, ni siquiera los “Balaamnes” con su sincretismo religioso, mezclando lo pagano con la revelación, podrán maldecir al pueblo escogido de Dios, porque en la misma boca Él les cambiará la maldición por bendición (Números 24). Lo que es bendito por Dios es bendito para siempre, porque cuando Dios bendice, no se retracta, porque en Él no hay sombra de variación (Santiago 1:17). Dios es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8). Ya en Egipto, José llegó a la casa de Potifar “desnudado” como esclavo, ¿y qué hizo Dios? Lo vistió de mayordomo, un nuevo vestido de honra (Génesis 39:4). Y no conforme con darle un puesto de relevancia, Potifar le entregó su casa y todos sus bienes. Y como Dios bendice a los que bendicen a sus hijos, la casa del egipcio empezó a prosperar. Por tanto, no es que recibamos bendición, sino que llevemos esa bendición, que ya hemos recibido, a donde quiera que vayamos. Ese vestido de honra le dio una gran notoriedad a José, no tan solo en gracia, sino con una bella presencia (Génesis 39:6), lo que ocasionó que surgiera alguien que, otra vez, quisiera desnudarlo, veámoslo: “Aconteció después de esto, que la mujer de su amo puso sus ojos en José, y dijo: Duerme conmigo. Y él no quiso, y dijo a la mujer de su amo: He aquí que mi señor no se preocupa conmigo de lo que hay en casa, y ha puesto en mi mano todo lo que tiene. No hay otro mayor que yo en esta casa, y ninguna cosa me ha reservado sino a ti, por

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cuanto tú eres su mujer; ¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios? Hablando ella a José cada día, y no escuchándola él para acostarse al lado de ella, para estar con ella, aconteció que entró él un día en casa para hacer su oficio, y no había nadie de los de casa allí. Y ella lo asió por su ropa, diciendo: Duerme conmigo. Entonces él dejó su ropa en las manos de ella, y huyó y salió. Cuando vio ella que le había dejado su ropa en sus manos, y había huido fuera, llamó a los de casa, y les habló diciendo: Mirad, nos ha traído un hebreo para que hiciese burla de nosotros. Vino él a mí para dormir conmigo, y yo di grandes voces; y viendo que yo alzaba la voz y gritaba, dejó junto a mí su ropa, y huyó y salió. Y ella puso junto a sí la ropa de José, hasta que vino su señor a su casa. Entonces le habló ella las mismas palabras, diciendo: El siervo hebreo que nos trajiste, vino a mí para deshonrarme. Y cuando yo alcé mi voz y grité, él dejó su ropa junto a mí y huyó fuera. Y sucedió que cuando oyó el amo de José las palabras que su mujer le hablaba, diciendo: Así me ha tratado tu siervo, se encendió su furor. Y tomó su amo a José, y lo puso en la cárcel, donde estaban los presos del rey, y estuvo allí en la cárcel” (Génesis 39:7-20).

Sí, nuevamente lo desnudaron con la desnudez de la seducción y la mentira. José se quedó sin ropa, pero con una cosa se cubrió: “Es mejor estar con la integridad y el temor a Dios (Génesis desnudo con 39:9). Es mejor estar desnudo con integriintegridad que dad que vestido sin ella. José prefirió ser vestido sin ella” desnudado, a renunciar a su integridad, primeramente, para el Dios que le bendijo y le prosperó, y luego, para el hombre que confió en él. La mujer de Potifar lo asió por su ropa, pero él le resistió con el temor a Dios y el amor al prójimo. Honra para con Dios e integridad para con aquellos que nos distinguen, es lo que el Señor espera de nosotros. Bienaventurado aquel que prefiere que lo desnuden a desnudarse, dejando entre su ropa la integridad. José prefirió que lo avergonzasen y deshonrasen a renunciar a lo único de valor que poseía: su lealtad para con Dios. Ese vestido no se lo pudieron quitar en esta ocasión. José tenía

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una vestidura de príncipe, con la que su padre lo vistió, pero no sólo por el adorno exterior, sino porque tenía nobleza, porte, dignidad de príncipe. De hecho, ser un príncipe para Dios no es un hábito, sino una vida. Otra vez a José le quitaron la ropa de honra, para desnudarlo con la calumnia. Sin embargo, a José no le importó, porque él no le servía al “dios imagen” ni vivía para defender su reputación, sino para honrar al Dios de su llamamiento. En la iglesia, tristemente, hemos aprendido a vivir para defender nuestro honor. Hay quienes piensan que cuando los calumnian ya perdieron el vestido de la honra, y que el cielo les cayó encima; pero si tú eres integro, tarde o temprano Dios te vindicará, porque Jehová siempre tendrá un vestido para ti. Dios siempre vuelve y viste a sus íntegros, no importa cuántas veces sean desnudados por los hombres. Los hombres desnudan, pero Dios viste. Si el diablo te ha desnudado con calumnias dañando tu ministerio, mantén tu integridad, porque tarde o temprano Jehová enviará sus ángeles a ceñirte de la ropa de honra. Jehová callará la boca “Los hombres de los labios mentirosos, no importa que se queden con tu manto de honra, ni que lo desnudan, pero usen como evidencia contra ti. Sabe Jehová Dios viste” ser fiel con los fieles y honrar a los que le honran (1  Samuel 2:30). Por eso, Dios le dice a la iglesia: « ¡Retén lo que tienes, que nadie te quite tu honra!». No podemos impedir que hablen mal de nosotros, pero eso sí, que lo hagan mintiendo (Mateo 5:11). El apóstol Pedro escribió: “… si alguno padece como cristiano, no se avergüence, sino glorifique a Dios por ello” (1 Pedro 4:16). Si en algo nos hemos de avergonzar es de perder nuestra honra por falta de integridad, de otra manera, no importa que nos desnuden, si es por causa del Señor. Volviendo a nuestra historia, sabemos lo que representa ser un esclavo, y José, aunque mayordomo, pertenecía a Potifar, y su caso era digno de muerte, no tan solo por su condición, sino por causa de quien provenía la acusación, la esposa de su amo. Sin embargo, Dios metió su mano y este hombre, que bien pudo ser severo e implacable, por la supuesta traición, fue flexible. Alguna sospecha tenía Potifar en su interior de que José era fiel; posiblemente conocía a su mujer, pero no podía confrontarla, para no traer a su abolengo esa vergüenza, así que, por dignidad, decidió enviar a José al calabozo y no al cadalso. Así llegó José a la cárcel, desnudo, despojado de la ropa de la libertad, para ponerse el “vestido-prisión”. Quizás aquel vestido no era como el que hemos visto alguna

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vez, de rayas negras y blancas, con un número al frente, o quizás un mameluco de color chillón, pero de lo que no había dudas es que era un vestido de prisionero, de vergüenza, de dolor. Veamos ahora como Jehová lo vistió: “Pero Jehová estaba con José y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel. Y el jefe de la cárcel entregó en mano de José el cuidado de todos los presos que había en aquella prisión; todo lo que se hacía allí, él lo hacía. No necesitaba atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él hacía, Jehová lo prosperaba” (Génesis 39:21-23).

Jehová viste, nuevamente, a José con el vestido de honra. La bendición de Jehová es la que enriquece (Proverbios 10:20), y lo importante es que Dios esté con nosotros, aunque el mundo entero esté en contra. Dios siempre estará con los íntegros. A pesar que a José le quitaron la vestidura de mayordomo, para ponerle la vestidura de un presidiario, estas últimas no eran de un preso común, sino la de un hijo de Dios, lleno de gracia y autoridad. José estaba, como describió el apóstol Pablo a los corintios, preso por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañador, pero veraz; en prisión pero también en pureza, como castigado pero no muerto (2 Corintios 65:8,9). Sí, estaba en la cárcel, pero Jehová estaba con él. Ningún lugar es malo, si Dios está contigo; ninguna situación es difícil, si Dios extiende su misericordia; nada es escaso o limitado, si Dios es el que te prospera. José estaba vestido de preso, pero con honra. No obstante, también hubo allí quien quiso desnudarlo. Sucedió que tiempo después, el panadero y el copero del rey de Egipto incurrieron en serias faltas contra Faraón y él los mandó a prisión. Los pusieron en la cárcel y el capitán de la guardia encargó de ellos a José, para que les sirviera. Ocurrió entonces que un día, ambos tuvieron un sueño, en una misma noche, y muy similares, pero cada uno con su propio significado, los cuales revelaban lo que les ocurriría a estos hombres en el futuro. Cuando José fue a ellos por la mañana, y los miró y vio que estaban tristes, les preguntó y ellos le dijeron que habían tenido un sueño, se lo contaron y él les dio la interpretación (Génesis 40:1-7). Al primero que le interpretó el sueño fue al copero, a quien le dijo que sería restituido en su puesto, y al otro, lamentablemente, que sería decapitado. Pero también José le dijo al copero: “Acuérdate, pues, de mí cuando tengas ese bien, y te ruego que uses conmigo de misericordia, y hagas mención de mí a Faraón,

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y me saques de esta casa” (v. 14). A los tres días de esto, en el cumpleaños del Faraón, se cumplieron los sueños y su interpretaciones, estos hombres fueron sacados de la cárcel; el copero volvió a su oficio, pero el panadero fue ahorcado, como exactamente había interpretado José (Génesis 40: 21-22). Con todo, “el jefe de los coperos no se acordó de José, sino que le olvidó” (v. 23), quitándole el vestido de la misericordia y de la esperanza, para desnudarlo con el olvido. Otra vez, José desvestido y ahora también olvidado. El olvido es cruel, ¡oh, cuánto duele que aquel, a quien le has hecho bien, te olvide! Alguien dijo “devolver mal por mal es humano, devolver bien por mal es divino, pero devolver mal por bien es diabólico”. ¡Cuántos de nosotros hemos sufrido el olvido de personas que antes hemos favorecido! Hay personas cuando están padeciendo o te necesitan por alguna razón, no se quitan tu nombre de la boca y se acuerdan de ti y te solicitan, te buscan, no importa el día ni la hora. Mas, cuando están en gloria, en honra, en prosperidad, de ti se olvidan, ni eres tú precisamente el que le acompañas en sus buenos momentos. Pero hay alguien que no se olvida de ti, ni en las malas ni en las buenas. Esa persona que, aun te deje tu padre y tu madre, te recoge, es Jehová tu Dios (Salmos 27:10). Él dijo: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Por tanto, espera y deléitate en Él, y a Su tiempo, Él te concederá las peticiones de tu corazón (Salmos 37:4). Eso ocurrió a José, al pasar dos años, llegó el tiempo de Jehová, de cubrir de nuevo a José de la desnudez del olvido. Ocurrió que el Faraón tuvo aquellos dos famosos sueños, en una misma noche, sobre las siete vacas gordas y las siete vacas flacas; y de las siete espigas hermosísimas, gruesas y llenas, y otras siete menudas, marchitas y arruinadas por el viento (Génesis 41:1-7). Estos sueños agitaron tanto al Faraón que hizo llamar a todos los magos de Egipto, y a todos sus sabios, a quienes les contó sus sueños, mas no se encontró entre ellos quién los pudiese interpretar (Génesis 41:8). Entonces, el jefe de los coperos se acordó de José y le dijo a Faraón: “Me acuerdo hoy de mis faltas. Cuando Faraón se enojó contra sus siervos, nos echó a la prisión de la casa del capitán de la guardia a mí y al jefe de los panaderos. Y él y yo tuvimos un sueño en la misma noche, y cada sueño tenía su propio significado. Estaba allí con nosotros un joven hebreo, siervo del capitán de la guardia; y se lo contamos, y él nos interpretó nuestros sueños, y declaró a cada uno conforme a su sueño. Y aconteció que como él nos los interpretó, así fue: yo fui restablecido en mi puesto, y el otro fue colgado. Entonces Faraón envió y llamó a José. Y lo sacaron apresuradamente de la cárcel, y se afeitó, y mudó sus vestidos, y vino a Faraón” (vv. 9-14). Había llegado el tiempo, nuevamente, de José ser vestido.

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Hecho así, José fue sacado rápidamente de la cárcel, y se presentó delante del Faraón. Ahora, le quitaron la “desnudez-prisión”, para ponerle el “vestidolibertad”. Una vez más, Jehová vistió a José y lo sacó de la cárcel de la calumnia y de la mentira, y quitándole la “desnudez-olvido”, le dio un vestido de honra, para estar delante de Faraón. José interpretó los sueños de Faraón, los cuales reflejaban lo que Dios haría en Egipto, dándole primero siete años de gran abundancia y otros siete de un hambre gravísima (Génesis 41:28-32). Y como era algo firme de parte de Dios, también José le aconsejó a Faraón que escogiera un varón prudente y sabio, y lo pusiera sobre la tierra de Egipto, para que administre junto a gobernadores los siete años de abundancia, y posteriormente los siete de escasez. A Faraón le pareció excelente el consejo, pero también se dio cuenta que no había un hombre más sabio y prudente que José, quien tenía el Espíritu de Dios (v. 38). ¿Cómo lo supo Faraón? Porque José no fue en su propio nombre, sino en el nombre de Aquel que siempre estaba con él y que lo “vestía”. Por eso, lo primero que José le advirtió a Faraón antes de interpretar sus sueños fue: “No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia a “Los hombres te Faraón” (Génesis 41:16), esa fue su carta de desnudan para presentación. En otras palabras: «No soy yo, sino Dios en mí» y como era Dios en él, qué avergonzarte, mejor que entregarle todo al que tiene a Dios te viste para Dios. Entonces, el Faraón le dijo: “Pues que honrarte” Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo; solamente en el trono seré yo mayor que tú. He aquí yo te he puesto sobre toda la tierra de Egipto. Entonces Faraón quitó su anillo de su mano, y lo puso en la mano de José, y lo hizo vestir de ropas de lino finísimo, y puso un collar de oro en su cuello; y lo hizo subir en su segundo carro, y pregonaron delante de él: ¡Doblad la rodilla!; y lo puso sobre toda la tierra de Egipto. Yo soy Faraón; y sin ti ninguno alzará su mano ni su pie en toda la tierra de Egipto. Y llamó Faraón el nombre de José, Zafnat-panea; y le dio por mujer a Asenat, hija de Potifera sacerdote de On. Y salió José por toda la tierra de Egipto” (Génesis 41:39-44). El diablo te puede desvestir, pero Dios siempre te va a vestir; el diablo te desnuda, pero Dios siempre vuelve a ceñirte. Él no solamente te borra la vergüenza de tu desnudez, sino que te viste de lino finísimo. Cada vez que Satanás desvistió a José, ahí estaba Jehová con una ropa para cubrirlo. Los hombres te desnudan para avergonzarte, pero Dios te viste para

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honrarte. Posiblemente, tú estás ahora mismo “desnudo” por la calumnia y la traición; quizás perdiste la libertad, fuiste olvidado o perjudicado por alguien que quiso hacerte daño, pero ahí está Dios con su vestidura para cubrirte. Mira a José, el mismo Faraón puso collar en su cuello, se despojó de su anillo y se lo colocó en su dedo, haciendo de él, el mejor vestido y mayor en honra, después del rey en todo Egipto (Génesis 41:40). Así como el Padre toda la gloria se la dio al Hijo, por cuanto lo humillaron, Él lo “… exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:9-11). Y de la misma manera como el Padre vistió a Jesús, así te viste a ti, de lino fino. Él te ciñe de honra, de fama, de hermosura, pone collar en tu cuello, diadema en tu frente y vestido finísimo, porque honra es la herencia de los santos. De hecho, José de una cárcel llegó a ser el salvador de Egipto, y no solamente salvó a ese país, sino a toda su familia, a Palestina y al mundo de aquellos días. Fueron años de mucha gloria, donde José pudo reconciliarse con sus hermanos y volver a reunirse con su familia. Murió Jacob en Egipto después de estar con José, de ver a sus hijos, de bendecir a todos, especialmente a los hijos de José, quien él no pensaba volverle a ver, por eso le dijo: “No pensaba yo ver tu rostro, y he aquí Dios me ha hecho ver también a tu descendencia” (Génesis 48:11), pero Dios es fiel. Así, sus restos fueron llevados al sepulcro de sus padres, en Macpela, Canaán, como si fuera un príncipe (Génesis 50:1-3). Me imagino todos los que presenciaron el entierro, que vivían alrededor. La Biblia dice que los vecinos estaban asombrados, viendo toda la multitud que acompañó a José a enterrar a su padre, los cuales iban en carros, en caballos, y se hizo un escuadrón tan grande, que los cananeos dijeron: “Llanto grande es éste de los egipcios” (v. 11). Nadie podía pensar que era el entierro de aquel ancianito que vivía en aquellas tiendas con sus hijos. Tantos años que Jacob pasó llorando a su hijo, que supuestamente estaba muerto, ahora viene a ser enterrado con honores, por causa de ese hijo. Mas, al regresar a Egipto, después del entierro de su padre, a José le sucedió algo muy peculiar, veamos: “Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos. Y enviaron a decir a José: Tu padre mandó antes de su muerte, diciendo: Así diréis a José: Te ruego que perdones ahora la maldad de tus hermanos y su pecado, porque mal te trataron; por tanto, ahora te rogamos que perdones la maldad de los siervos del Dios de tu padre. Y José lloró mientras hablaban. Vinieron también sus hermanos y se postraron delante de él, y dijeron: Henos aquí por siervos tuyos” (Génesis 50:15-18). Otro sueño cumplido de José, así Dios cumplirá su propósito en tu

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vida y no se olvidará de la buena palabra que habló acerca de ti. Todos esos sueños y revelaciones están guardados en su memoria y un día se cumplirán en ti. Una de las cosas que más conmueve a mi espíritu de esta historia, es la pregunta con la que José contesta a sus hermanos: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos” (Génesis 50:19-21). Ellos creían que él tomaría represalias después de muerto su papá, pero él los consoló, y les habló al corazón, con esa sencilla pregunta: ¿Acaso estoy yo en lugar de Dios? En esa interrogante se encierra la manera como José entendió el plan de Dios. Es decir, el que juzga es Dios; “¿Quién “Me fue puede perdonar pecados sino sólo Dios?” (Lucas necesario pasar 5:21). El lugar nuestro es no guardar rencor, pero sólo de Dios es el perdonar. Muchas por el camino veces, nosotros nos ponemos en el lugar de del dolor y la Dios, cuando alguien nos traiciona; queretraición, para mos pagarle de la misma manera y vengarestar ahora en el nos. En ocasiones, cuando nos vienen las de honor” dificultades y somos desnudados, tratamos de vestirnos por nosotros mismos e intervenimos, haciendo cualquier otra cosa. ¿Acaso estás tú en el lugar de Dios? Nota que José nunca se vistió él mismo, porque no estaba en el lugar de Dios. Por eso, él no peleó contra aquellos que los desnudaban ni tampoco se vistió, estaba claro que también eso era asunto de Dios. Ruego al Señor que penetren bien estas palabras en tu corazón: Tú no estás en el lugar de Dios. Generalmente, nos ponemos en el lugar de Dios y tratamos de evitar las cosas, luchamos para que no ocurran, y usamos nuestra sabiduría, nuestros esfuerzos, nuestra astucia, todo lo que tenemos y con que contamos, para evitarlo. Mas, nos olvidamos de lo que dice la Palabra: “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Entiende que hay cosas que tienen que acontecer en tu vida, porque son necesarias e inevitables, las cuales están en el plan de Dios. No te pongas en el lugar de Dios a tratar de evitar lo que no puedes impedir, ni pelees contra aquellos que te desnudan. Ellos te quieren hacer mal, pero el Señor está tomando eso para bien, para gloria de Su nombre, para madurarte, como una ocasión para intervenir en tu vida, enseñarte y honrarte.

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¿Qué tal si José se hubiera levantado y rebelado? Estoy seguro que hubiese dañado el plan de Dios y las hermosas enseñanzas que, a través de sus tristes experiencias, hemos alcanzado. Sabemos que Dios es soberano y en Su voluntad hay poder, pero qué bueno cuando nos sometemos como se sometió José, tranquilo, humilde y mansamente a las poderosas manos de Dios. Personalmente, he sufrido como José la traición de personas que estaban muy cerca. Por eso, al recordar esos momentos, digo a veces bromeando: «Yo salí de Egipto con Coré, Datán y Abiram, y me hicieron la vida imposible en el desierto», mas ahora yo bendigo a esos hombres, porque Dios los usó para hacerme el líder que soy hoy. A mí me pulieron, me plancharon, me “lavaron” en la casa de “Labán”, y como Jacob, sufrí el engaño, pero ahora veo las cosas como José, y sé que aunque ellos pensaron mal contra mí, Dios encaminó todo a bien, para hacer lo que veo hoy en mi vida, y en aquellas almas que pastoreo (Génesis 50:20). Ayer sufrí gran dolor, pero ahora veo que me fue necesario pasar por el camino del dolor y la traición, para estar ahora en el de honor. Con todo, hay gente que quiere salir de Egipto en helicóptero, para no ver el “desierto” (tipo de trato y escuela de Dios) y caer en paracaídas en “Canaán” (tipo de promesa y propósito). Mas, nadie puede evitar el desierto, si quiere habitar en la tierra prometida, porque el desierto es la oportunidad para ver a Dios obrando en su vida, para Jehová enseñarle a “Jehová defiende vivir en “Canaán”, donde Él le va a plantar. a los que no Tú no estás en el lugar de Dios, así que no trates de impedir lo que Él quiere hacerte se defienden y vivir. El que conoce la soberanía, conoce a aboga por los Dios. José entendía que Él siempre anda businsuficientes” cando ocasión para mostrarnos su grandeza. Si bien, en este relato José fue humillado muchas veces, pero Dios fue honrado las mismas veces en su vida. Cada vez que Dios vistió a José, se glorificó en él. Si a ti no te “desnudan”, nunca tendrás el vestido de Dios. ¿Cómo sabrás que Dios pelea a tu favor, si los enemigos no te “echan en la cisterna”, te “venden como esclavo”, levantan contra ti falsos testimonios, te “ponen en la cárcel” y te olvidan, o sea “te desvisten”? Esa es la manera del Señor glorificarse en tu vida y usarte para preservar pueblos. Él quiere manifestar Su poder y Su misericordia en ti, para que lo veas, y sepas cuán amado eres. Tú no estás en el lugar de Dios, no pelees tus batallas, deja que Él pelee por ti. Jehová defiende a los que no se defienden y aboga por los insuficientes. Estar en el lugar de Dios es interferir en su propósito. Miremos a Jesús

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que como cordero fue llevado al matadero, y delante de sus trasquiladores enmudeció y no abrió su boca (Isaías 53:7). Nuestro Señor ni siquiera en su angustia y gran aflicción dijo: « ¡Padre líbrame!», sino que dijo: «Yo no estoy en el lugar de Dios» y enmudeció, no se defendió. Cuando leemos superficialmente el relato de la vida de José es natural que pensemos la gran lección que les dio a sus hermanos. Él los hizo pasar por tiempo de angustia y gran temor fingiendo que no los conocía, les habló ásperamente, los acusó de espías, los puso en la cárcel por tres días y retuvo a uno de ellos –Simeón- con la condición de soltarlo, cuando trajeran a su presencia al hermano menor, Benjamín. También puso su copa en el costal del menor y los acusó de robo, lo que fácilmente podríamos ver como una venganza y abuso de poder de parte suya (Génesis 42:7, 9, 17,24; 44:2). Mas, Jehová me reveló que el propósito de José con sus hermanos no era tanto afligirlos, para hacerlos pasar por angustias, ni tampoco era venganza, sino que buscaba lo que Dios siempre procura antes de perdonar: saber si estaban realmente arrepentidos. Nota que la primera prueba que José puso a sus hermanos era que trajeran a su hermano menor a Egipto, porque él quería comprobar que Benjamín no había corrido su misma suerte (Génesis 42:15). Y cuando volvieron, los sentó a su mesa, pero la porción de Benjamín era cinco veces mayor que la de sus hermanos, para ver si le envidiaban (Génesis 43:34). Me imagino a José observando los rostros de sus hermanos, a ver si miraban mal al hermanito menor, por todas las preferencias que estaba recibiendo. Pero no, ellos estaban contentos porque a Benjamín le habían servido cinco veces más; habían cambiado. A veces queremos ser más justos que Dios y a una persona no arrepentida -y que por tanto no merece perdón, pues tiene que haber un cambio de corazón para disfrutar de esa gracia-, la perdonamos. Pero ni siquiera Dios perdona al que no se arrepiente. José estaba pesando el corazón de sus hermanos, para percatarse si en verdad habían cambiado, y se dio cuenta que no eran los mismos cuando los escuchó hablarse entre ellos, ignorando que él los entendía: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Entonces Rubén les respondió, diciendo: ¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no escuchasteis? He aquí también se nos demanda su sangre” (Génesis 42:21- 23). Al oírlos, las Escrituras dicen que José lloró (v. 24). Más adelante, también vemos que al comprobar que no le habían mentido acerca de su hermano menor, al ver a Benjamín, José salió apresuradamente del lugar “porque se conmovieron sus entrañas a causa de su hermano, y buscó dónde llorar; y entró en su cámara, y lloró allí” (Génesis 43:29-30). Sí, fueron momentos de mucha tensión para ambos lados, pues

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José sufría con ellos al darse cuenta que tenían pesar por lo que le habían hecho. Asimismo, un día Jesús hará lo mismo con Israel. La Santa Palabra dice que el Señor subió al cielo y descenderá del cielo y ellos mirarán al que traspasaron (Juan 19:37). Sí, el Mesías volverá y se presentará como lo describió el profeta: “y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito. En aquel día habrá gran llanto en Jerusalén, como el llanto de Hadadrimón en el valle de Meguido” (Zacarías 12:10-11). Así como ocurrió con José, cuando todavía ellos no le reconocían que hizo salir de su presencia a todos los egipcios, y se quedó a solas con sus hermanos, para darse a conocer en intimidad a ellos (Génesis 45:1). Según se cree, en ese momento, José les mostró a sus hermanos su circuncisión, la señal de que era uno de ellos, prueba indubitable de su linaje y parentela. Les mostró eso que descubría que él no era un egipcio, sino José, el hijo de Israel, su hermano, y ellos lo reconocieron. Y dice la Palabra que todos juntos lloraron a gritos, tan altos que se enteraron los egipcios, y también la casa de Faraón, que José se había reencontrado con sus hermanos (Génesis 45:2). Entonces, cuando José pudo hablarles, les dijo: “Yo soy José; ¿vive aún mi padre?” (v. 3), pero sus hermanos no pudieron responderle, porque estaban turbados en su presencia. ¿Cómo articular palabra delante de aquel que ellos habían desnudado y dado por muerto, y que ahora les extendía su mano y les decía: “Acercaos ahora a mí (…) no os entristezcáis” (vv. 4,5)? De la misma manera, un día Jesús se mostrará al pueblo de Israel, y ellos verán no la señal de la circuncisión, de la ley, sino la circuncisión de la gracia que son sus heridas. Y dijo el profeta que ellos preguntarán: “¿Qué heridas son estas en tus manos? Y él responderá: Con ellas fui herido en casa de mis amigos” (Zacarías 13:6). Y también les dirá: «Yo soy Jesús vuestro hermano a quienes ustedes entregaron a los romanos, pero no se preocupen que yo no estoy en lugar de Dios. Ustedes lo hicieron para hacerme daño, pero he aquí las naciones han sido salvadas y ha venido a la tierra la gran liberación». ¿Cuántas veces nos rehusamos a sufrir? Nadie quiere ser avergonzado; solo un masoquista puede gustarle el dolor. De hecho, muchos usan la profecía para evitar la aflicción, pues si el Señor muestra que por ese camino hemos de recibir un gran dolor, no lo tomamos. Mas, vemos que el apóstol Pablo, como Jesús, no evitó el conflicto. Cuando Agabo le tomó el cinto a Pablo y se ató sus pies y sus manos y le dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles” (Hechos 21:11), dice Lucas que cuando escucharon la profecía le rogaron ellos y los de aquel lugar a Pablo que no subiese a Jerusalén, pero él les dijo: “¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy

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dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús” (Hechos 21:12,13). Pablo no se amedrentó ni tomó la profecía como pretexto de cobardía ni se puso en el lugar de Dios, sino que entendió que era necesario ir a Roma como Dios se lo había indicado. Concluyo este segmento diciéndote lo siguiente: José era un ministro del propósito de Dios, por esa razón, la experiencia de su vida nos ilustra muy bien lo que es el ministerio según la soberanía de Dios. El dolor sufrido por José cada vez que fue desnudado por los hombres, y la gracia que experimentó en cada ocasión que el Señor lo vistió de honra, para contrarrestar la actividad humana en su vida, nos sirve de ilustración a los ministros para aprender que nada ni nadie podrá impedir que el propósito que Dios determinó en nuestro llamamiento se realice. En la respuesta de José a sus hermanos: “No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios?” (Génesis 50:19), y la manera que interpretó la soberanía de Dios en su existencia, no solo debe consolar a los que hemos sido llamados al ministerio, sino darnos convicción y firmeza de que el plan de Dios, en nuestra vida y ministerio, se realizará irrevocablemente.

6.2  La Rencilla por los Pozos “Pero cuando los siervos de Isaac cavaron en el valle, y hallaron allí un pozo de aguas vivas, los pastores de Gerar riñeron con los pastores de Isaac (…) Y abrieron otro pozo, y también riñeron sobre él (…) Y se apartó de allí, y abrió otro pozo, y no riñeron sobre él” -Génesis 26:19-20, 21,22

Este mensaje lo recibí de parte del Señor de una manera muy especial. Un día en que no estaba estudiando la Biblia ni meditando en nada específico, vino Palabra de Dios a mi espíritu, llevándome a este pasaje de las Escrituras. En el trato que hemos tenido con el Señor, Él me ha enseñado a predicar por revelación, y no porque me guste un tema en particular ni porque sea un lindo mensaje. Nuestras predicaciones son revelaciones que el Señor, literalmente, nos dicta, de acuerdo al momento profético que vivimos y que vive Su iglesia. Y cuando estamos en esa comunión, no podemos detener la pluma hasta llegar al punto final, y después cuando leemos, los primeros ministrados somos nosotros, pues vemos que son palabras que salieron de su divino corazón. Este mensaje tiene esa naturaleza, esa esencia de Dios, por eso es especial, pues sale de una porción de la Escritura de la cual se ha predicado mucho. Pero como la Palabra de Dios es

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multiforme, y no existe tal cosa como que hay una sola interpretación o un solo significado para cada pasaje, sé que seremos muy edificados con él. La palabra de Dios no solamente es logos, también es rhema. Por tanto, su dimensión y su altura, su profundidad y su longitud no radican tanto en el logos (la palabra escrita), sino en el rhema que es la revelación. La palabra iluminada que Dios saca del logos cuando se aplica, nos hace ver dimensiones que nunca antes habíamos visto. Observa que cuando el pueblo de Israel estaba próximo a entrar a la tierra prometida, Moisés le aconsejó que no se olvidara de poner por obra los mandamientos que Jehová les había dado, pues todas las aflicciones que habían confrontado eran con el objetivo de hacerles saber que “no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá…” (Deuteronomio 8:3). Mas, cuando esas palabras llegaron a los labios de Jesús en el desierto (Mateo 4:4), tuvieron una trascendencia poderosa y vimos más de lo que estaba en el logos de Moisés. ¿Por qué? Porque en el momento que Jesús la aplicó nos enriqueció en significado, y ahí se formó un yunque en la predicación sobre el cual la iglesia ha usado muchos martillos, y no se ha gastado todavía. Esa es la riqueza de la revelación. Tristemente, el “espíritu de Grecia” (el intelectualismo) nos ha afectado tanto, que hemos limitado el contenido de la Palabra. Se estudian los principios hermenéuticos, y se aplican las leyes y se dice: «Este texto significa esto y se acabó», ¡caso cerrado! Y como lo hemos llevado hasta ahí, hemos perdido muchas riquezas. Pero gloria a Dios que Él está restaurando también el estudio de la Palabra, y nos está mostrando los misterios del Rey, la riqueza de Su gracia, el don de Su justicia y los tesoros de Su sabiduría. Es bueno decir estas cosas, porque el Señor en este mensaje dará un martillazo otra vez sobre lo mismo. El Dios del cielo está bajando lo que está muy elevado, levantando lo que está muy bajo, y enderezando lo torcido, porque quiere manifestar Su gloria. Para que se vea lo inconmovible, lo movible tiene que ser quitado. Empecemos entonces, viendo la vida de Isaac, en el momento en que él confronta un incidente muy parecido al que le había sucedido a su padre Abraham. Cuando Isaac llega a Gerar y decide morar en aquel lugar, los hombres le rodearon y le preguntaron acerca de su mujer, y él, temiendo que ellos le hicieran daño, o lo mataran por causa de Rebeca, les mintió y les dijo que era su hermana (Génesis 26:7). Aplicando, diremos que la mujer es un tipo de la iglesia, y la iglesia es hermosa. En el libro de Cantar de los Cantares dice: “¿Quién es ésta que se muestra como el alba, Hermosa como la luna, Esclarecida como el sol, Imponente como ejércitos en orden?” (Cantares 6:10). Para el Señor su amada iglesia es preciosa, y la compara metafóricamente de muchas maneras, para describir su belleza.

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En el libro de Apocalipsis aparece una mujer “vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas” (Apocalipsis 12:1). Esta puede ser una representación de la nación de Israel, como también de la iglesia. En ella podemos ver a la iglesia vestida con el Sol de justicia que es Cristo (Malaquías 4:2), con la luna debajo de sus pies, tipo de autoridad, restauración y pacto perpetuo (Isaías 30:26; Salmos 56:13; Génesis 8:22) y una corona, hermosísima, de estrellas, que bien pueden representar los ángeles de cada iglesia, los enviados, la utilidad, la gloria y la exaltación de la victoria alcanzada en Cristo. Por eso, el diablo siempre ha codiciado la esposa de Cristo, así como Faraón se enamoró de Sara; y Abimelec rey de Gerar (Génesis 12:14-15; 20:2), admiró la belleza de Rebeca (Génesis 26:7-8). Satanás ha querido apropiarse de la iglesia, pero no se le ha permitido ni tocarla, porque, a diferencia de Abraham e Isaac, Cristo nunca la ha negado, ni ha dicho: «Ella es mi hermana», sino que ha dicho: «Esa es mi esposa, mi amada, la cual he embellecido para mí, no para alguien más, sino para presentármela a mí mismo “una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Efesios 5:27)». Cristo no niega a su iglesia, sino que dice: «Es mía, yo la embellecí; toda su belleza es la que yo le di. Yo la encontré a ella hecha una esclava y llena de harapos, y la lavé con mi sangre, la vestí, le puse collar en el cuello, corona en su cabeza, la ceñí de verdad, de justicia, de carácter, para que sea mi esposa (Ezequiel 16:9-16)». Eso fue lo que Juan el bautista le quiso decir a sus discípulos, cuando estos le reclamaron: “Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él” (Juan 3:26). Juan había dicho que Jesús era el Cordero de Dios y dio testimonio de Él y ahora la gente ya no les seguía a ellos, y por eso sus discípulos sintieron preocupación (Juan 1:29,36). Pero Juan les dijo: “El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido” (Juan 3:29). En otras palabras, el que tiene la esposa, es el esposo, nadie es dueño de la iglesia, sino Cristo. Hay quienes se adueñan de la iglesia, y comienzan a dar mandamientos e impiden que las ovejas oigan a otros, que se mezclen, que reciban, que aporten, que ofrenden, etc. Se adueñan de la grey como si fuera una finca privada, y cuentan los miembros como si fueran cabezas de ganado. Faraón no quería dejar ir a Israel, porque creía que ese pueblo era suyo. No obstante, hizo las siguientes propuestas, con tal de que no se fueran: 1. Solamente irán los varones; 2. Que se queden las mujeres y los ancianos; 3. Que se queden los niños (Éxodo 10:11); y 4. Que se queden sus ovejas y vacas (Éxodo 10:24). ¡Cuántas cosas hizo y dijo, para retener a Israel!, pero Moisés no negoció

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con él, porque sabía que el pueblo de Dios no fue llamado a hacer ladrillos ni monumentos, ni pirámides, y mucho menos ciudades de almacenamiento, sino que este pueblo fue llamado para servir a Jehová en el desierto. Por eso le dijo a Faraón: “Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto” (Éxodo 5:1). No obstante, Faraón se rehusó y no quería dejarlos ir. También vemos en el libro de Daniel, cómo al llegar el tiempo en que se cumplió los setenta años de las desolaciones de Jerusalén, y mientras el profeta oraba y ayunaba por eso, el ángel Gabriel vino a revelarle la visión que había tenido y le dijo: “Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia” (Daniel 10:12-13). ¡Bendita sea la intercesión, porque nos permite vencer a principados que siempre han querido retener al pueblo de Dios! Estos desean adueñarse de la iglesia, porque codician la grey del Señor. Mas, Dios siempre interviene y la saca y dice: «El que tiene a la esposa es el esposo. Cristo es el esposo de la iglesia; devuelve la mujer a su marido (Juan 3:29; Génesis 20:7)». La tierra de los filisteos esconde para nosotros grandes enseñanzas. Ya vimos como los hombres de Gerar querían apropiarse de la mujer de Isaac, de algo que no les pertenecía. Luego, cuando ya Isaac “Una estaba establecido y Dios lo bendijo, y se enriqueció, y fue prosperado de manera particularidad del que se convirtió en alguien muy poderoso, institucionalismo” dueño de hato de ovejas, y de vacas, y es que siempre mucha labranza, dice la Biblia que los filisconvierte a los teos le tuvieron envidia (Génesis 26:14). El perseguidos en proverbista dijo que la envidia es carcoma de los huesos (Proverbios 14:30), y también perseguidores, y dijo “Cruel es la ira, e impetuoso el furor; a sus enemigos en Mas ¿quién podrá sostenerse delante de la sus apologistas y envidia?” (Proverbios 27:4). Los filisteos aliados” fueron los peores enemigos de Israel. El pueblo de Dios vivió en guerra permanente con esta nación, y sus conflictos con ellos fueron tenaces y constantes. De esa historia bélica, de Israel contra los filisteos, podemos sustraer una enseñanza muy útil para nosotros hoy. En el sentido espiritual, los filisteos

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representan los adversarios más peligrosos para el pueblo de Dios. Una vez predicamos un mensaje donde el Señor nos exhortaba a cuidar los límites de nuestras fronteras. La enseñanza estaba basada en la gran tarea de Israel de proteger su territorio de las amenazas de los enemigos. Uno de los límites que tenían que guardar celosamente era el de la tierra del lado de los filisteos, porque eran, geográficamente, los vecinos más cercanos de Israel, pero también eran sus más encarnizados contrincantes. Asimismo, los creyentes tenemos muchos adversarios, por causa del propósito de Dios, pero entre ellos los “filisteos” son los más hostiles, porque están tan cerca que es muy difícil hacer una demarcación en la frontera. Los filisteos, inclusive, entraban al campamento de Israel, se mezclaban y parecía que era un mismo pueblo, de tan cercanos que eran. Y el Señor me mostró que los filisteos representan el espíritu de institucionalismo, de estructura, de organización, que siempre ha sido el instrumento que ha querido arruinar y matar al organismo viviente, que es la iglesia. El término “institucionalismo” puede ser que no exista en castellano, por lo que quizás sea mejor decir: “institucionalizar” que es conferir a algo carácter de institución, o convertir algo en institucional. Sin embargo (y que me perdonen mis más férreos críticos), prefiero usar la palabra “institucionalismo” por la siguiente razón: Cuando una acción se convierte en tendencia y además se defiende y se enseña, llega a convertirse en un sistema, doctrina o filosofía, por lo que debe ser clasificada entre los “-ismos”. Por ejemplo, el vocablo “papismo” fue inventado por los protestantes, para referirse a los católicos que están gobernados por este sistema eclesiástico. El papismo no es más que el “institucionalismo católico”. En la evolución histórica de la iglesia cristiana, institucionalizar ha comenzado como una tendencia o “necesidad justificada”, pero “Cuando una siempre -sin excepción- ha terminado en acción se un sistema o régimen, o sea, en institucioconvierte en nalismo. Observo que todos los movitendencia y mientos espirituales que han salido además se defiende corriendo del institucionalismo, con la sincera y noble intención de vivir la vida de y se enseña, llega a Dios en el Espíritu, al final han sido convertirse en un alcanzados y atrapados por este monstruo sistema, doctrina infernal. La ironía consiste en que aquello o filosofía” que al principio se aborrece, al final se termina amando y defendiendo.

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Una particularidad del institucionalismo” es que logra convertir a los perseguidos en perseguidores, y a sus enemigos en sus apologistas y aliados. El institucionalismo ha sido más que una seducción para el cristianismo, algo semejante a la ley del pecado, de la cual, el apóstol Pablo escribió: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí” (Romanos 7:19, 21). Posiblemente, el engaño más sutil del institucionalismo es que cuando se apodera de la iglesia, no solo la gobierna, sino que la convence de que él, en sí mismo, es la iglesia. Te hace creer que la organización (institucionalismo), es lo mismo que el organismo (la iglesia). Martín Lutero, por ejemplo, antes de la reforma, no distinguía entre una cosa y la otra. Mas, después que Dios le abrió los ojos, y predicaba el puro evangelio, cuando los católicos le acusaban de que estaba en contra de la iglesia de Cristo, él les respondía que no estaba en contra de la iglesia, sino del papado. No se puede confundir la gimnasia con la magnesia. Una cosa es la iglesia, el Cuerpo de Cristo, los creyentes, y otra el institucionalismo. El Señor me ha hecho identificar el institucionalismo como el espíritu de los filisteos. Al estudiar las características de estos eternos rivales de la nación de Israel, veremos la increíble semejanza con el institucionalismo, como enemigo de la iglesia y su propósito. Nota que habían dos cosas que hacían los filisteos: primero cegaban y llenaban de tierra los pozos, ocultándolos (Génesis 26:15), para luego adueñase y reclamarlos para ellos (Génesis 26:20-21). Esta perversa conducta, me hizo verla el Señor en la historia de la iglesia, y también en la actualidad. Si comenzamos a mirar, desde este punto de vista, el ministerio de Jesús, veremos que el Hijo de Dios comenzó a levantar en Israel el pozo mesiánico. El Mesías vino a la tierra a cumplir todo lo que estaba escrito de él, en la ley de Moisés, en los profetas y en los Salmos (Lucas 24:44). Jesucristo era la esperanza de Israel; Él fue levantado como la aurora que nos visitó desde lo alto (Lucas 1:78), Él fue puesto para caída y para levantamiento de muchos en Israel, y para señal que sería contradicha (Lucas 2:34); y así como era luz, para revelación a los gentiles, también era gloria de su pueblo Israel (Lucas 2:32). Por lo cual, cuando Jesús comenzó a predicar y a decir: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 4:17), se levantó el sanedrín en contra del ungido de Dios, la religión institucionalizada de Israel en aquel tiempo, cuyos setenta ancianos gobernaban todo. El sanedrín tenía un control absoluto sobre la nación israelita y una total intervención sobre todo asunto religioso del pueblo. Aquel que no pertenecía a una de las sectas, aprobadas por ellos, no podía desarrollar un ministerio en Israel. Había que ser fariseo, saduceo, herodiano o escriba, para ministrar de

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Dios al pueblo, de otra manera nadie más podía hacerlo. Mas, cuando Jesús se levantó y ellos vieron que todo el pueblo le seguía, y que se estaba erigiendo un pozo de gloria, el cual no se quedó como pozo –por cierto- sino que se convirtió en una fuente de agua viva, se llenaron de envidia (Mateo 27:18). ¡No hubo un pozo como el pozo de Jesús en Israel ni en toda la tierra! Ellos no cometieron el error de reclamarlo como suyo, pero sí trataron de echarle tierra y sepultarlo. Observa que inmediatamente se enteraron de los milagros y señales que hacía Jesús, los principales sacerdotes y los fariseos reunieron el concilio, y dijeron: “¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación” (Juan 11:47-48). Entonces, Caifás, el sumo sacerdote, se levantó y dijo: “Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca” (Juan 11:49). Y si bien es cierto que Caifás, sin saberlo, estaba profetizando, porque era el sumo sacerdote en ese tiempo, no es menos cierto que su intención era arruinar la vida de un hombre a quien todo el mundo seguía, porque daba testimonio de la verdad, y eso atentaba contra la preservación de las tradiciones de su imperio religioso. Es triste, pero el Espíritu de Dios me revela que ese espíritu de Caifás todavía está en el pueblo de Israel, y en la actualidad, Jesús sigue siendo un problema para ellos. Hay dos palabras que un judío no puede escuchar: Jesús y cruz. Por eso, muchos quieren quitar la cruz de la predicación a los hebreos, pero la Biblia nos muestra que los apóstoles predicaron el men“No riñamos saje de la cruz y dijeron a Israel: “Sepa, pues, por los pozos, certísimamente toda la casa de Israel, que a este levantemos Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36). Y dice la otros” Palabra que al escuchar esto, ellos se compungieron de corazón (Hechos 2:37). De hecho, cuando llegue la plenitud de los gentiles, el Señor hará una obra a su favor (Romanos 11:25-27). Entonces, los judíos serán arrepentidos de corazón cuando vean al que traspasaron. De esta manera es que ellos se van a arrepentir, no acomodándoles las cosas, ni cambiándoles la cruz por un candelabro. La cruz es la cruz y no hay salvación sin ella, pues no hay remisión sin sangre. Claro, no vamos a cometer el pecado que ha cometido el espíritu de la iglesia gentil, que les ha recriminado a los judíos por siglos, el que hayan crucificado al Hijo de Dios. Los apóstoles no hablaron con ese espíritu, sino que les dijeron: “Este Moisés es el que dijo a los hijos de Israel: Profeta os levantará el Señor vuestro

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Dios de entre vuestros hermanos, como a mí; a él oiréis. (…) Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos” (Hechos 7:37; 10:36). Nota, es otro espíritu, no un espíritu de confrontación, sino un espíritu de consolación, restauración y perdón. El libro de Ezequiel nos muestra el dolor de Dios, por la condición de su pueblo, el buen pastor dispuesto a dar su vida por sus ovejas (Juan 10:11). Por eso, dijo: “Anduvieron perdidas mis ovejas por todos los montes, y en todo collado alto; y en toda la faz de la tierra fueron esparcidas mis ovejas, y no hubo quien las buscase, ni quien preguntase por ellas. Por tanto, pastores, oíd palabra de Jehová: (…) Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí yo, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré. Como reconoce su rebaño el pastor el día que está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré mis ovejas, y las libraré de todos los lugares en que fueron esparcidas el día del nublado y de la oscuridad” (Ezequiel 34:6-7,1112), y vino en la persona del Hijo a recoger a Su pueblo. Por eso, Jesús dijo: “Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11), y también dijo: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 15:24). Sin embargo, el espíritu de los filisteos que estaba en los judíos, los impulsó a echarle tierra a ese pozo, para silenciarlo, y buscaban cómo matarle. Por eso, Jesús les dijo: “¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, Ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mateo 21:42-43). Así, cuando Jesús se dio cuenta que no podía brotar en su plenitud el pozo de la salvación, que Él había traído a Israel, edificó Su iglesia, levantando un pueblo gentil entre las naciones. Así que los apóstoles comenzaron a abrir, primeramente, el pozo entre los judíos, pero ellos empezaron a echarle tierra, con sangrientas persecuciones y falsas acusaciones. Por lo cual, ellos sacudieron el polvo de sus pies en testimonio contra ellos, y salieron de allí en dirección a donde les recibieran (Lucas 9:5; Hechos 13:50-51). ¿Qué hizo Isaac cuando le cerraron el primer pozo? Él no se puso a reñir con ellos, como hicieron sus siervos, sino que abrió otro pozo (Génesis 26:1921). Aprendamos iglesia, no riñamos por los pozos, levantemos otros. Cuando el concilio de Constanza quiso cegar el pozo del valiente reformador Juan Huss, y el papado lo condenó a morir en la hoguera, en el año 1415, él, mientras moría consumido por las llamas, profetizó: «Ahora me asan a mí, pobre ganso –Huss, en su lengua natal quiere decir ganso), pero dentro de cien años vendrá un cisne contra el cual no prevalecerán» (Martín Lutero, Págs. 53, 54 por Federico Fliedner. Libros Clie, Terrassa, España, 1980). Esta profecía fue sorprendente, pues ciento dos años después, que este profeta de Dios dijera

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estas palabras, mientras moría cantando himnos y alabando al Señor, aquel “cisne” del cual profetizó, que fue Martín Lutero, fijó en la puerta de la iglesia de Wittenberg, sus noventa y cinco tesis, dando origen a la Gran Reforma (31 de octubre del 1517). Mas, a ese pozo, ellos no lo pudieron matar ni tampoco cegar, pues cuando a Dios le ciegan un pozo, Él levanta otro más poderoso, más profundo, que ninguna tierra podrá nunca sepultar. Jehová no se queda rezagado ni frustrado, Él defiende lo que es Suyo. Cuando el racionalismo estaba azotando la fe en Europa, muchos vinieron a decirle a Charles Spurgeon que se levante a favor de la Biblia y del evangelio, pues él era un reconocido predicador en Inglaterra; pero él les respondió -parafraseando: «¿Cuándo alguien ha salido a defender a un león? La Palabra de Dios es un león, yo no tengo que defenderla, ella se defiende sola». Efectivamente, el movimiento racionalista hoy es historia, pero la Biblia es y sigue siendo el libro más leído y más publicado en el mundo. Los apóstoles se fueron con su música a otra parte, y dejaron que ellos cerraran el pozo en Israel, y abrieron pozos en muchas naciones y el mundo fue lleno de la gloria de Dios. ¿Acaso no dijo Dios que, a través del Mesías, Él iba a llenar la tierra de Su conocimiento, como las aguas cubren el mar (Isaías 11:9)? Esto no lo hizo Israel, sino Jesús. Pasado el tiempo apostólico, se levantó una generación que comenzó a beber de los espíritus de las naciones, en lugar de la fuente de agua viva del Espíritu Santo. Algunos padres de la iglesia comenzaron a beber de fuentes filosóficas, y el mundo griego tomó apogeo. Los gentiles, aunque se convirtieron, seguían con su mentalidad griega, y mezclaron la fe pura del evangelio con la filosofía helénica, a tal punto que se “casó” la iglesia con el poder de Roma, cuando Constantino se “convirtió”, e hizo del cristianismo la religión oficial del imperio. Es digno destacar lo que ocurrió en el concilio de Nicea, en el año 325 d.C., convocado por el emperador Constantino, cuando surgió una controversia en cuanto a la naturaleza de Cristo. Algunos obispos llegaron al concilio con las marcas físicas de su fidelidad a Cristo. Habían sufrido torturas, cárceles o el exilio poco antes. Ellos llevaban las señales en sus cuerpos de que habían venido de gran tribulación, y habían sido mutilados en el campo de batalla, por defender el testimonio de la fe. Éstos habían pagado el precio por causa del Evangelio y habían sobrevivido. Ellos constituían los veteranos de la guerra del Señor. Como bien dijo el célebre historiador, Eusebio de Cesarea: “allí se reunieron los más distinguidos ministros de Dios, de Europa, de Lidia (África) y de Asia”. ¡Qué cuadro hermoso y digno de lo que era la naciente iglesia de Cristo! Pero ahora no, las cosas han cambiado, y nuestra reuniones están muy lejos de ser como estas.

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Ya sabemos lo que pasó de ahí en adelante en la iglesia, por trece siglos. El pozo se cegó, pues la Vulgata (la Biblia traducida al latín) aunque su nombre significa “edición para el pueblo”, se convirtió en un libro que casi nadie leía, pues estaba en el idioma oficial del imperio, el cual ellos no entendían. Por lo cual, eran muy pocos los que conocían las Escrituras, y por esa ignorancia prevalecieron las tradiciones, concilios, y todas esas cosas que vemos hoy. La iglesia fue institucionalizada, y en consecuencia, corrompida. Constantino comenzó a llenarla de favores, por lo que ésta, cada vez más, se comprometía con el imperio. Al final, podemos decir que la iglesia vendió su primogenitura por un plato de lentejas, por lo que su boca fue amordazada. Entonces, comenzaron a vivir en el institucionalismo, a inventarse empresas y movimientos que Dios nunca les mandó. Al paso de los siglos, ya no había un papa, sino dos, porque el emperador de Francia consideró que el papa debía estar en Avignon o Aviñón y no en Roma, así que nombraron uno también allá, por lo que cada uno se autoproclamaba como legítimo. Esto dio origen a lo que se llamó “El Gran Cisma de Occidente” o división de la iglesia. ¡Y qué decir de las llamadas “indulgencias”! Con ellas, el papa daba la remisión de las penas, absolviendo al pecador del castigo por sus pecados. Al principio las indulgencias eran gratis, pero luego cuando la iglesia cayó en problemas financieros, las vendían, incluso, a beneficio de personas ya muertas, donde familiares podían asegurarles un buen puesto a sus fenecidos familiares, en el “purgatorio”. De esta manera, las indulgencias fueron tomando el lugar de la confesión y el verdadero arrepentimiento. Fue así como el mover de Dios fue cegado por la avaricia y el engaño. Mas, en el siglo dieciséis, se levanta Dios y dice: «voy a levantar mi pozo otra vez», y comenzó a levantar el pozo de los reformadores. En Alemania levantó el pozo de Martín Lutero, en Suiza el pozo de Ulrich Zwingli, y al francés Juan Calvino, establecido en Ginebra. Todos estos movimientos predicaban lo mismo, sin haberse puesto de acuerdo. Hoy está pasando igual, donde quiera que mires, la iglesia está hablando de la gloria del Señor, y testificando en contra de todos esos espíritus que se oponen a Cristo. La iglesia está entendiendo lo que es restauración, y está cambiando su lenguaje, y estableciendo el reino de Dios en muchos lugares de la tierra. No estamos solos, el Señor está nuevamente levantando su pozo, el pozo de hoy, el pozo de esta generación. Cuando los cegadores se levantaron en Paris y España, con el espíritu de la contrarreforma, encabezado por el cura Ignacio de Loyola, en ese mismo momento, la iglesia alemana hacía comparecer a Lutero, para que se retractase de sus supuestas ideas. En la Dieta de Worms (asamblea realizada en la ciudad de Worms, Alemania, en abril del 1521) antes de condenarle y excomulgarle

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como hereje, Lutero, tomando la Biblia y colocándosela en el pecho, dijo: «Puesto que su majestad imperial y sus altezas piden de mí una respuesta sencilla, clara y precisa, voy a darla sin rodeos de ninguna clase, de este modo: ‘El Papa y los concilios han caído muchas veces en el error y en muchas contradicciones consigo mismos. Por lo tanto, si no me convencen con testimonios sacados de las Sagradas Escrituras, o con razones evidentes y claras, de manera que quedase convencido y mi conciencia sujeta a esta palabra de Dios, yo no quiero ni puedo retractarme, por no ser bueno ni digno de un cristiano obrar contra lo que dicta su conciencia. Heme aquí, no puedo hacer otra cosa; que Dios me ayude. Amén’ (Martín Lutero, por Federico Fliedner, Págs. 128, 129 Libros Clie, Terrassa, España, 1980). Este hombre tenía el pozo adentro, el pozo de la revelación, del denuedo, del celo por lo que es de Dios. Por eso, no pudieron ahogarlo, y su agua se multiplicó en los pozos de los demás reformadores; y el pueblo de Dios tuvo libertad de conciencia, saliendo del control y despotismo de la Roma de aquella época. Así comenzaron a disiparse las tinieblas, y Dios empezó a sacar de su casa las tradiciones y las supersticiones. Entonces, el pueblo comenzó a leer la Biblia en su propio idioma, y los sacerdotes comenzaron a adorar a Dios. Ya no solamente cantaban los coros en los altares, sino que el pueblo cantaba al Señor, pues les enseñaron que todos los creyentes son gente santa, real sacerdocio, adoradores de Dios (Éxodo 19:6; 1 Pedro 2:5-9). También comenzaron a decir que la Biblia es la única autoridad en asunto de fe; que la fe no la administraba la iglesia, sino que es el Espíritu Santo quien administra la salvación y que únicamente por fe es el hombre salvo en Cristo Jesús. ¡Tremendo pozo el de los reformadores, en medio de tanta corrupción y confusión! Pero, ¿sabes qué pasó? El diablo dijo: «Esto es un asunto de tiempo nada más y volveré a llenarlo de tierra. Yo sé cómo hacerlo, ya lo hice con Roma, así que también lo haré con la reforma». Tristemente, tuvo razón. ¿Qué ocurrió? Los reformadores en su buena intención de defender su fe, la escribieron, y esa fe llegó a ser, no solamente el “credo” reformado, sino la constitución de la reforma. Estos hombres se reunieron en el palacio del obispo de Augsburgo, y frente al emperador Carlos V, leyeron el documento, redactado por Felipe Melancthón (amigo cercano de Lutero y profesor de Nuevo Testamento de la Universidad de Wittenberg) al cual se le llamó “la Confesión de Augsburgo”. Al ver este documento tan correctamente redactado, con principios de fe muy teológicos y claramente expuestos, muchos dijeron: «Esa es nuestra fe y morimos por ella». Mas, cuando la fe se escribe y se vuelve una constitución o manual es como si se le hubiese puesto un límite a la revelación. Y así como en el catolicismo, mientras adoran imágenes e idolatran a sus autoridades espirituales, se han quedado recitando el credo: «Creo

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en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, y en Jesucristo, su único Hijo nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María, la virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió al infierno, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre, y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y los muertos. Creo en el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia Católica, en la comunión de los santos, en el perdón de pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amen». Y todo eso es verdad, en lo que se refiere a la persona del Padre y del Hijo, pero en cuanto a lo demás, definitivamente, hay algo más. Igualmente, los reformadores se concentraron simplemente en su confesión de fe, pues luego de que empezaron a restaurar el templo espiritual, comenzaron a institucionalizarse. Ellos dijeron: «Vamos a organizarnos», y comenzaron entonces a ordenar a los ministros, y a ponerles un nombre, sustituyendo al “papado” por el “sínodo” (junta de ministros); un cambio de nombre nada más. De esta manera, se organizaron y se constituyeron en la iglesia luterana o protestante, y con su manual de fe, empezaron a formar a los ministros como profesionales eclesiásticos, salidos de universidades, graduados en teología, filosofía, etc. Por lo cual, ese celo, esa unción, esa fe gloriosa de la reforma se volvió igual que la de Roma. Ahora vas a las iglesias luteranas, ves tremendos edificios y un pequeño grupo de personas reunidas, pero no hagas un llamado al altar, pues ellos no creen en eso. Ya tienen quinientos años haciendo lo mismo, no han cambiado en nada, ¡se estancaron! El pozo se cegó, y eso duele en el corazón de Dios. Te mencionamos anteriormente, que nuestra congregación realizó una misión para Dios, que consistió en ir a orar en todo lugar, donde en el pasado hubo avivamiento del Espíritu, cuyo propósito profético, el Señor llamó “desenterrar los pozos”. En esta actividad, a través de la autoridad y unción profética, ordenábamos con un canto de fe, sobre cada uno de estos lugares, “Sube, oh pozo…”, como hizo Israel en Beer (Números 21:16-18). En estos viajes, fuimos adonde estaban las siete iglesias del Apocalipsis (lo que hoy es Turquía). Viajamos a la Isla de Patmos, además de Europa, donde vivieron los valdenses; estuvimos también en la casa donde nació John Wesley, etc. Pero cuando fuimos a Wittenberg, donde histórica y simbólicamente comenzó la reforma, los hermanos que enviamos allá, cuando regresaron, llegaron entristecidos. Recuerdo cómo llegó el pastor Hugo Comuzzi, pero el testimonio que más me apeló fue el del pastor Francisco Sánchez, cuando llorando (porque él es bien sensible con las cosas del Señor), me dijo: «¡Qué dolor sentí, cuando fui a la iglesia donde Martín Lutero clavó las noventa y cinco tesis, y vi que era un museo! Allí pasean

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a los turistas y les dicen: «Miren, en este púlpito predicó Lutero; esta es la Biblia que él usaba; aquí él descansaba, allá se aseaba, etc.» También vi a personas ministrando como lo hacían antes, vestidos como en el siglo dieciséis, porque era parte de la exhibición. Al ver todo eso me dije: ‘¡Ay! Yo que había oído tantas cosas lindas de la reforma, y ver, quinientos años después, en lo que se ha convertido, eso duele’». Sí... duele y mucho, todavía más sabiendo que “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Mateo 22:32). Ahora, ¿quién es el enemigo? ¿Quién dañó la obra del siglo dieciséis? el institucionalismo con sus estructuras y organizaciones. Ese control se adueña de la bendición y ahora la reclama y dice: «El pozo de Lutero es nuestro; Lutero era luterano». Pero el mismo Lutero dijo que no le pongan a la iglesia su nombre, porque él no murió por la iglesia, sino Cristo, pero ellos todavía le llaman a esa iglesia “luterana”. Ellos se adueñaron del pozo, y al ponerle el nombre del instrumento, lo cegaron, por eso hoy es una galería. Pero dicen: «Esa es nuestra historia, ese es nuestro movimiento, esa es nuestra reforma y ese es nuestro reformador. El que quiera venir aquí, que pague, y le damos un tour por nuestro museo». El pozo de donde nació la reforma hoy es un salón de exhibición; le echaron tierra encima al pozo, lo cegaron, y los “filisteos” se ufanan diciendo: «Esto es nuestro». Es así como el institucionalismo se apodera de los movimientos del Espíritu, los seca y entierra, para luego levantar el orgullo histórico de “fundador”. Igualmente pasó con John Wesley (1703-1791), su padre era pastor de la iglesia de Inglaterra. Wesley era el decimoquinto hijo de diecinueve hermanos, pero el Dios del cielo en su providencia lo había elegido a él para abrir un pozo. Cuentan que diariamente se levantaba a las cuatro de la mañana a orar. Dios estaba haciendo brotar el pozo, haciendo subir sus aguas por el Espíritu Santo, sube pozo, sube... Y se levantó aquel pozo, junto a su hermano Carlos y a George Whitefield, desarrollando un ministerio como predicador popular, y se hizo famoso. Pero cuando se levantó aquel pozo, en la iglesia anglicana, (a pesar de que era hijo de un pastor), de su propia iglesia lo echaron. En el lugar donde él creció y adoraba a Dios con sus himnos, le dijeron: «Váyase de aquí, con esa música a otra parte, nosotros somos anglicanos, esa no es nuestra cultura; tampoco nosotros adoramos ni oramos así». Entonces, él se fue como Isaac, diciendo: «Si me cierran el pozo aquí, lo abrimos allá, pero esto no lo parará nadie». Así que Wesley tuvo que separarse de la iglesia que lo vio crecer, y formar la suya, y les comenzaron a llamar por el nombre de “Metodistas”, pues era notorio su capacidad de organización y los métodos que aplicaban para el estudio de la Palabra. Luego, el movimiento metodista se hizo fuerte y fue glorioso, llenando a Europa y América del conocimiento de Dios. El Señor no detendrá su obra por falta de pozos, sino que va a seguir

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abriendo pozos, y cuando le echan tierra por un lado, él lo levantará por otro, como la ardilla que se mete por aquí y sale por allá. Juan y su hermano Carlos conocieron que a través de la alabanza su fe se aumentaba, por lo que compusieron al Señor alrededor de seis mil himnos (54 himnarios) y también poemas. John Wesley escribió más de doscientos libros, también una gramática hebrea, otra latina y otra más de francés e inglés; predicó 780 sermones, lo que significa dos sermones diarios, durante cincuenta y cuatro años; visitaba a los enfermos, a los hermanitos en sus casas y disertó sobre diferentes temas en sus obras, incluyendo de la naturaleza, historia, etc. Pero cuando murieron, él y su hermano Carlos, y se evaluó el impacto espiritual que su movimiento había hecho, el pozo de agua viva que en ellos Dios había abierto, sus seguidores comenzaron a decir: « ¿Por qué no escribimos acerca de lo que pasó? ¿Por qué no hacemos un museo donde nació Wesley?», y empezaron a echarle tierra hasta que lo cegaron. Cuando nuestros misioneros fueron allá, a cumplir el mandato que Dios nos había dado de desenterrar espiritualmente, por fe, estos pozos, y llegaron a la casa de Wesley, encontraron que también estaba convertida en un museo. Y ahora los metodistas dicen: «Nosotros somos el movimiento de Wesley» y a la inspiración divina que este hombre recibió por el Espíritu Santo, le pusieron su nombre: “teología wesleyana”, aunque toda su vida este hombre la dedicó a darle gloria a Dios y a su Cristo. Sabemos que donde había fuego, cenizas quedan, pero solo eso... La iglesia metodista perdió el brillo que tuvo antes, y lo digo con dolor, porque son mis hermanos, y yo estoy hablando de nuestra historia como iglesia, recordemos que la iglesia de Cristo es una sola. El espíritu religioso se adueñó del movimiento vivo, para convertirlo en una institución. Ellos, que con su buena intención escribieron lo que habían vivido en el Espíritu Santo, igualmente hicieron una liturgia de la espontaneidad del Espíritu, volviendo a la rutina de donde el Señor los había sacado. Y no niego que sus libros sean una bendición, y que sus vidas, todavía, nos sirven de inspiración, pero ¡cegaron el pozo y se adueñaron del nombre! Ellos hicieron de todo aquello una sala de exhibición, y ahora son solo eso, parte de la historia de la iglesia. Asimismo, en Estados Unidos había un hombre llamado Jonathan Edwards (1703-1758), teólogo, filósofo y uno de los hombres más brillantes, intelectualmente, de su época. Este hombre, debido a su problema visual, usaba unos lentes con grandes aumentos y leía sus sermones, pero la gente se dormía al escucharle, y eso lo llevó a frustrarse del púlpito. Esa inconformidad lo hizo orarle a Dios: « ¡Señor, por favor! Yo quiero ser un predicador de poder», dejando el púlpito para orar, y el día que menos oraba, oraba trece

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horas. Buscó tanto de corazón a Dios, que Él lo vio y le mandó la unción, y comenzó el Señor a levantar ese pozo, pues le habían cerrado el otro. ¡Qué tremendo pozo fue Jonathan Edwards! El hombre regresó al púlpito, y sin cambiar su estilo de predicar -pues seguía leyendo los sermones- ahora cuando los leía la gente temblaba, lloraba, se quebrantaba, se humillaba, se podría decir que se agarraban de las columnas de los templos, para no deslizarse a una eternidad sin Dios. Pasaba por las aldeas, y la gente lloraba por su salvación, y comenzó una sed, un deseo de buscar a Dios y se levantó un tremendo movimiento del Espíritu. Y cuando Jonathan comenzó a predicar, y Dios a levantar este nuevo avivamiento, comenzaron a discutir que si la santa cena hay que dársela solamente a los que son de la fe que están en el templo, y otras cosas como esa, y comenzaron a echarle tierra, y ¿sabes qué ocurrió? Que el hombre fue despedido de su ministerio pastoral, y tuvo que irse como misionero, a favor de los indios americanos, porque el sistema ahogó el pozo, a pesar que fue un tremendo movimiento de Dios. Mas, aunque cerraron este pozo, Dios volvió a levantar otro, ahora en un hombre llamado Charles G. Finney (1792-1875), en Adams, una ciudad del estado de Nueva York en Norteamérica. En este hombre, el Señor levantó un tremendo pozo de predicación ungida. Su vida fue tan impactada por el poder de la Palabra que muchos lo consideraron un segundo apóstol Pablo, por el impacto que tuvo en la iglesia en lo que se refiere a la palabra predicada. Su unción fue tan poderosa, que se cuenta que una vez pasó por un lugar, en un tren, y solamente su trayecto dejó a su paso a personas que lloraban y se convertían al Señor. Dicen que una vez entró a una factoría, y los operarios en sus máquinas, al verlo, mientras trabajaban, comenzaron a llorar y a pedir perdón, ¡tremenda unción de arrepentimiento! Era tal la unción de Finney que se constituyó en el precursor de la prédica espontánea, sin notas, en un tiempo donde la mayoría de los sermones eran escritos y leídos. También fue el precursor de reuniones de oración fuera de los templos, y del llamado a conversión y el testificar en público. Él revolucionó la iglesia cristiana, pero, ¿sabes qué pasó? Igualmente, como sus antepasados, tuvo que dejar su iglesia, porque le ahogaron el pozo, cuando se originó una división entre la iglesia presbiteriana de la “vieja escuela” y la “nueva”. Sus hermanos comenzaron a espiarle en sus reuniones de oración, y se oponían a su prédica espontánea. Así que Finney se dedicó solo a la enseñanza, como profesor de teología en la universidad de Oberlin, con algunas excepciones, añadiendo un nombre más a la lista de la historia del avivamiento en la iglesia. ¿Qué pasó a principios del siglo pasado cuando Dios comenzó a levantar el movimiento Pentecostal en 1906? Recomiendo un libro que se llama “Azusa

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Street” (La calle Azusa), escrito por Frank Bartleman, un varón de Dios, quien fue testigo de este avivamiento en el sur de la ciudad de los Ángeles, el cual escribió sus impresiones acerca de ese gran movimiento que luego llamaron “Pentecostal”. Ocurrió que el hermano William Seymour, un predicador afro-americano, sin ningún atractivo, que incluso se colocaba una caja en la cabeza y se escondía, para que no lo vieran, en medio de la manifestación del Espíritu. Dios lo eligió (en el tiempo en que, aunque la esclavitud había terminado, todavía quedaba un fuerte sentir discriminatorio en Estados Unidos), para levantar y revivir la iglesia, y esta fuese guiada por el Espíritu Santo. De esta forma comenzó todo aquello, tan hermoso, donde nadie era asignado para predicar, sino que en el momento dado el Espíritu señalaba quien llevaría la Palabra de ese día, y cuando esa persona predicaba caía la gloria de Dios. Entonces comenzaron a llegar a Estados “Nadie puede Unidos del mundo entero para mirar lo que acusar a alguien estaba pasando ahí, y se acrecentó aquel poderoso avivamiento, multiplicándose en de haber cegado congregaciones avivadas. Mas, un día, y echado tierra cuenta Bartleman, pasó frente aquella vieja a los pozos casa #312, vio un letrero que habían colocaque Dios ha do afuera, donde ya le habían puesto un levantado, nombre al movimiento. Él dice que sintió que desde ahí comenzó la decadencia de ese porque es un tremendo avivamiento, cuando le quisieron pecado histórico, poner nombre a algo de Dios. Se levantaron del cual a darle nombre al pozo y también se aduetenemos que ñaron de él, pues empezaron los diferentes concilios a reclamarlo como suyo. Así, lo arrepentirnos que inicialmente fue un movimiento del todos” Espíritu en todas las iglesias, se convirtió en una tremenda denominación, dividida en un montón de pedazos llamados: “concilio” “asamblea” “misión”, etc. En fin, todo el mundo reclamando la autoría, cuando únicamente pertenece al Espíritu Santo de Dios. De hecho, todos estos pedacitos se convirtieron en instituciones que -cuando comenzaron- criticaban a los bautistas, a los metodistas y presbiterianos, pero luego se convirtieron en uno de ellos, ¡iguales! Erigieron instituciones, levantaron universidades, establecieron un sistema burocrático, emitieron credenciales, etc., igual que los demás. Nadie puede acusar a alguien de haber cegado

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y echado tierra a los pozos que Dios ha levantado, porque es un pecado histórico, del cual tenemos que arrepentirnos todos. Hay gente que no se atreve a hablar de esto, tiene miedo. Mas, nosotros lo hacemos, no por valientes, sino porque izamos la bandera del reino de Dios. El Señor conoce el espíritu con el cual estamos diciendo estas cosas. No estamos señalando, ni condenando a nadie, estamos identificando nuestros enemigos para que no reinen entre nosotros, por eso hablo y escribo lo que escribo, muy claro, porque la verdad nos hace libres. ¿Quieres saber lo más reciente, lo último que el Espíritu me está mostrando? Observando el panorama de lo que Dios está haciendo en las naciones, en unos lugares más que en otros (no sé si es porque la propaganda de algunos está por todas partes), noto que mientras Dios está levantando pozos, ya hay quienes los están institucionalizando. Veo gente que está haciendo redes apostólicas con constituciones, todo muy parecido a lo que ha pasado con anterioridad. Incluso, esto va más rápido que los movimientos anteriores, porque los luteranos duraron siglos y décadas para llegar al punto de cerrar el pozo, pero estos no. El pozo del ministerio apostólico está brotando, y ni siquiera el agua ha subido totalmente, cuando ya se están adueñando, y le están poniendo nombres, y lo están institucionalizando, ¡lo mismo! Es increíble, hermano, por eso tenemos que orar. Dios nos dio los siete espíritus y los siete ojos para velar, tenemos que cuidar la restauración que Dios está haciendo hoy en la iglesia. Es necesario que nos levantemos y digamos a la iglesia: ¡Cuidado, no cometamos el mismo pecado; dejemos que brote el pozo! Dios me mostró algo en el siguiente versículo: “Entonces dijo Abimelec a Isaac: Apártate de nosotros, porque mucho más poderoso que nosotros te has hecho” (Génesis 26:16), y él se fue (v. 17), y es que el institucionalismo tiene dos formas: o le echa tierra al pozo y lo ciega; o se adueña y te echa. A Jesús lo echaron (Lucas 4:29); a Pablo lo expulsaron (Hechos 21:30); Lutero se fue, pero primero lo excomulgaron, a Wesley también. Así echaron a Isaac y él se fue al Valle de Gerar. Y como todavía estaba en el territorio de ellos, se sentían con derecho para echarlo y adueñarse de todo, porque era su tierra. Por eso el Espíritu de Dios me dice que hay que salir del institucionalismo, de las estructuras eclesiásticas, para que no tengan derecho ni autoridad sobre nosotros ni de los pozos del Señor. El Señor me dijo: «Nota la trayectoria de Isaac, cuando lo echaron, se movió un poquito, pensando que ahí estaría bien, pero vinieron todavía allí a molestarle y a reñirle, porque él estaba en su territorio». Ellos le dijeron en otras palabras: «Todavía tú estás en el valle del institucionalismo, así que te debes a nosotros. Por lo que, aunque no quieras, tienes que darnos cuenta. Aunque eso lo hayas hecho tú, es nuestro». Personalmente, tuve esa experiencia, pues

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no pensaba salir de donde yo estaba, sino que decía: «Esta es la iglesia de Dios», porque así me enseñaron. Y cuando Dios me dijo que había una sola iglesia, en el mundo entero, de todos modos, me dije: «Sí, Señor, me quedo aquí para abrirles los ojos a todos estos», pero ¡qué equivocado estaba! En ese sentir de permanecer en aquel lugar estuve, hasta que ellos comenzaron a decirme: «Tú no vas a adorar así, porque nosotros no somos pentecostales», y me quisieron quitar la alabanza. También me dijeron: «Tú estás predicando que es por gracia y por fe, nosotros somos un pueblo de ley», y con eso me abrieron más los ojos, por lo que decidí irme. Después querían que yo me quedase, y les dije: «Hermanos, yo no soy de aquí, ni soy de ustedes, pertenezco a Cristo y soy deudor de Su gracia». Y ¿sabes por qué me querían retener? Porque Dios me estaba bendiciendo y el pueblo recibía la Palabra, y muchos de los líderes que asistían al discipulado se llenaron de temor, y me decían: «Quédate Radhamés, mira que te vamos a hacer el evangelista de la organización; permanece con nosotros y te vamos a dar una iglesia más grande; no te vayas, porque te vamos a aumentar el presupuesto para tu programa de radio; si te quedas te vamos a pagar tu doctorado en estudios teológicos». Sin dudas, ellos me querían retener para adueñarse de la corriente de agua viva, que Dios había desenterrado en mí, por eso dije: «Esta es una obra de Dios y yo no se la voy a entregar a los filisteos. Me voy de aquí, y abriré el pozo en otro lugar». Recuerdo que, a pesar de que Dios, seis meses antes, me había dicho que tenía que salir de ahí, y se lo dije a unos compañeros y se rieron de mí, después que todo pasó, ellos se dieron cuenta que todo lo que el Señor me había dicho se había cumplido. Seis meses antes, cuando lo anuncié, con todas las evidencias de que tenía que salir de aquel lugar, comenzaron a llegarme informes que aun los niños de la iglesia estaban llorando por mi salida, y el presidente de los pastores me dijo: «Radhamés, tu ida va a dejar un gran vacío en nuestro ministerio». Y al llegar a mis oídos todos esos informes, de que había otras congregaciones llorando por mi partida, mi corazón de pastor se llenó de un inmenso dolor, y tuve una necesidad, un deseo, un no sé si regresar, y de momento me tiré de rodillas llorando, y dije: «¡Señor, Dios de Israel! Háblame hoy, háblame hoy, por favor déjame oír tu voz». Entonces, el Señor me dijo: «Te voy a hablar por un método que tu criticas mucho», y le dije: « ¿Cuál es? Háblame como tú quieras». Tengo que confesarte que el método que yo rechazaba era ese que usa mucha gente que abren la Biblia al azar, y ponen el dedo sobre algún versículo y dicen: «Aquí me habló Jehová», porque yo decía que eran cristianos superficiales. Mas, Dios me dijo: «Por ese método que tú aborreces, te hablaré. Abre la Biblia». Entonces, tomé la Biblia en mis manos, y con los ojos cerrados la abrí, y

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coloqué mi dedo y cuando miré, estaba señalando el verso 9 del capítulo 18 del libro de los Hechos, donde el Señor le dice a Pablo: “No temas, sino habla, y no calles; porque yo estoy contigo, y ninguno pondrá sobre ti la mano para hacerte mal, porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad” (Hechos 18:9). Entonces, entendí aquello que, meses antes, Dios me había dicho en una profunda comunión: «Radhamés, yo te voy a mostrar mi pueblo en esta ciudad; yo te voy a llevar a todas mis ovejas», y yo decía siempre a los hermanos, predicando: «I have a dream (yo tengo un sueño)», recordándome de la frase que hizo famosa Martin Luther King Jr. Sí, yo tenía un sueño que Dios había puesto en mi corazón y era ver una iglesia enamorada de Cristo, una iglesia donde Cristo es el Rey, una iglesia que no se guía por estructuras, sino por el Espíritu Santo. Ahora mis ojos ven a ese pueblo en esta ciudad y en las naciones, y glorifico a mi Señor. Creo que la iglesia de Cristo la constituye todos los nacidos de Dios, por la obra del Espíritu Santo. El nombre del movimiento donde fueron evangelizados y el lugar donde perseveran no importa. De hecho, estoy mirando una generación que brota, estoy observando un pozo que se levanta, que busca la gloria del Rey, en un organismo viviente, no en una organización. Mas, es necesario que entendamos que mientras Isaac estuvo en tierra de los filisteos, ellos se sintieron con derecho sobre él. Por eso, dice Dios: «Sal de Babilonia, oh cautiva hija de Sion, sal de ahí, ¡sal!» Hay un llamado del Señor de salir de esos espíritus, de esas cárceles, hay que salir para que no tengan derecho en nuestras vidas. A veces se adueñan hasta del derecho de autor de los que escriben libros inspirados por el Señor, se adueñan de todo. Nota lo que dicen las Escrituras: “Y volvió a abrir Isaac los pozos de agua que habían abierto en los días de Abraham su padre, y que los filisteos habían cegado después de la muerte de Abraham; y los llamó por los nombres que su padre los había llamado” (Génesis 26:18). Generalmente, después que muere el instrumento que Dios levanta, ahí es que le echan la tierra con ganas, porque mientras está vivo el hombre que tiene la guía del Espíritu hay cierto freno, pues él no permitiría todas esas cosas, pero ya muerto, le arrebatan el nombre y le quitan el apellido de Dios, para ponerle el de ellos. Ya no se llaman iglesia de Cristo, sino concilio tal, iglesia tal, ya sea bautista, pentecostal, presbiteriana, y así sucesivamente. Y dice Dios: «Iglesia, los llamados de mi nombre no llevan el nombre de Juan el bautista, ni de ninguna doctrina, sino que llevan el nombre de Cristo, del que los redimió». Ellos se ponen el nombre de la denominación, y se llaman movimiento Luterano, movimiento reformado, pero la iglesia no, ella se apellidará con el nombre del Señor. Los engendrados de mi nombre, yo los salvé, yo los hice, y los creé, para que lleven mi nombre a las naciones, no el de ellos».

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Ya dije que el Señor nos envió a desenterrar, por fe, los pozos en las naciones, pero el que los levanta es Dios. A través de un ministro de la ciudad que nos predicó un mensaje sobre la epístola a los Hebreos 12:23, acerca de los espíritus de los justos hechos perfectos, confirmamos lo que el Señor nos había dicho antes: «Voy a resucitar el espíritu de la reforma en este tiempo, pero lo voy a hacer con mi nombre, no con el nombre de nadie. Voy a levantar el movimiento de Jonathan Edwards, el espíritu de Wesley, pero no con el nombre de una denominación, sino con mi nombre». Nosotros fuimos a la llanura piamontesa, a orar en aquel valle donde se escondían Pedro Valdo y sus seguidores, los que posteriormente fueron conocidos como “valdenses”, por el nombre de su líder. Valdo entregó todas sus riquezas a los pobres, para seguir radicalmente los preceptos de Cristo. Estos hombres pelearon contra un imperio, porque les fue negado predicar el evangelio, por ser, supuestamente, una prerrogativa de los sacerdotes, únicamente, y los excomulgaron y fueron perseguidos despiadadamente. No obstante, ellos constituyeron iglesias en aquel valle, donde también se escondían, y decían a sus hijos «Ustedes serán misioneros de Dios o no serán nada». Perdieron sus propiedades, sus derechos, vivieron como errantes en las montañas, en los valles y cuando los encontraban eran quemados, ahorcados, torturados, y ni siquiera así renunciaron a la fe gloriosa de Jesús. El sistema los destruyó casi a todos, y hoy son historia. Se dice que solo el papa Inocencio III mató cientos de miles de valdenses, en tiempo de la inquisición. Mas, la sangre de los mártires era semilla, y cuando mataban uno, por el testimonio de ese se levantaban cien y hasta mil más. Así Dios va resucitar los pozos, pero con el nombre de Cristo, no con el nombre de alguien más, pues nadie tiene derecho a apropiarse de lo que es de Dios. Meditando en el incidente de los pastores de Gerar contra los pastores de Isaac, cuando les dijeron: “El agua es nuestra” (Génesis 26:20), vino a mi mente lo que pasó, en la ciudad de Nueva York, cuando Dios le dio a la iglesia hispana un avivamiento, y le dijo: «Tú irás a las naciones». Este movimiento del Espíritu, Dios lo realizó a través de un conocido ministerio radial, al cual también le dijo: «Tú vas a ser voz mía en las naciones». El Señor levantó a sus ungidos, y la iglesia de la ciudad estaba siendo muy bendecida y ya se estaba extendiendo el fuego a las naciones, cuando el espíritu de los pastores de “Gerar” se suscitó en el ministerio, y no escucharon a Dios, sino que se alzaron en contra de sus ungidos, especialmente contra uno de ellos. A ese lo despojaron y le dijeron: «La unción es nuestra; todo lo que tú has hecho aquí es de nosotros». Así lo bloquearon y neutralizaron en la ciudad, lo despojaron y expulsaron, y se adueñaron del pozo. Entonces, comenzaron a dar decretos:

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El espíritu de los filisteos se adueña de lo que no es suyo, de la gloria, de los recursos de estos movimientos, y enriqueciéndose se hacen de un gran nombre, y lo que fue para gloria de Dios, ahora es para gloria del hombre. Secan el pozo, como seco es el monte de Gilboa. Cuando Isaac se apartó de allí y salió del territorio de los filisteos, al abrir un pozo en aquel lugar le llamó Rehoboth, que significa “lugar amplio, calles espaciosas” (Génesis 26:22). Y Dios me hizo ver y me dijo: «Cada vez que un siervo de Dios sale de la tierra del institucionalismo y ellos no tienen más el dominio sobre él, el próximo pozo es lugar espacioso». Y así le dije a ese ungido: «No temas porque vas a llegar a tierra espaciosa donde te vas a mover para el norte, para el sur, para el este y al oeste y nadie te detendrá, porque ahora es territorio de Jehová y no de los hombres». Los pastores que conocen mi trayectoria, pueden confirmar este testimonio. Antes, yo tenía un programa de radio y pastoreaba dos iglesias pequeñas, y aunque cuando convocaba a la gente recibía un gran respaldo, eso no se puede comparar con el lugar espacioso que Dios me ha dado ahora. El Señor me ha llevado a predicarle a toda la ciudad y a toda la iglesia en las naciones, teniendo un pueblo hermosísimo, fiel al Señor y a la visión que nos ha dado en el Cuerpo. Una vez, cuando por un tiempo salí del ministerio radial, vino a mí la esposa de uno de los pastores de la ciudad, llorando, al final de un servicio de adoración, y me dijo: «Yo no sé la causa por la cual usted se ha salido de la radio, pero yo le voy a decir una cosa, esa congregación que va camino a su casa, no son las únicas ovejas suyas, usted tiene un rebaño en esta ciudad. Yo, desde la primera vez que lo escuché, me dije: “ese es mi pastor”». Las palabras de esa sierva vinieron del Señor, y ahora estoy en lugares espaciosos. Dios me ha dejado conocer iglesias de las naciones, compartir con hermanos que también salieron de tierra de los filisteos y estamos aquí, disfrutando de la anchura, sin límite, sin bloqueo, en la libertad del Espíritu en Cristo Jesús. En ese lugar de esta ciudad, sufrí que el Espíritu del Señor dijera: «Hagan esto», y que los de la institución dijeran: «No, nosotros somos la junta directiva, y consideramos que eso no se hará», y como hay que someterse al que está en autoridad, bajábamos la cabeza, y en humildad respetábamos sus decisiones, pues eran el gobierno. Pero después que salí de su territorio, para estar en el territorio de Dios, en lugares espaciosos donde me gobierna el Rey de Reyes, nos dejamos guiar por un “así dijo Jehová”. Ahí le hemos dado libertad al Espíritu y Él ha hecho como ha querido, mostrando que él es Rey, Señor y dueño de todo. Por eso Dios dice a su iglesia: «Sal de Babilonia, cautiva hija de Sion». La iglesia tiene que salir de tierra de los filisteos, de otra manera no va a llegar a lugar espacioso, y será atada y amordazada.

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Un día me dijo Dios: «Hijo, yo quiero que ustedes mis siervos dejen el bozal», y yo dije: «Dios mío, ¿cuál es el bozal?». En el momento no entendí ese lenguaje tan extraño, de bozal, pues en el uso apropiado de la palabra, se define como “bozal” a una pieza o aparato que se coloca en la boca de los animales para impedir que muerdan, mamen o pasten en los sembrados. Mas, el Señor me dijo: «El bozal es la ética ministerial, la cual se usa para dar muestra de educación y de prudencia (por ejemplo: “no digo eso porque se ofenden”, “no menciono aquello porque no me vuelven a invitar”), pero no es otra cosa que hipocresía educada, para callar la boca a mis profetas». Tremenda comparación. El apóstol Pablo decía: “Pues, ¿busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10). En la restaura“El bozal es la ción, Dios nos ha dado lengua de sabios para ética ministerial, hablar al pueblo; nuestro mensaje no es de la cual se usa condenación, ni de confrontar las cosas en la cara a nadie para avergonzarle, sino para para dar muestra restaurarle. de educación y de El Señor nos dio el ministerio de la conprudencia, pero solación, donde el mensaje se da con amor, no es otra cosa anunciándole a la iglesia las cosas nuevas, que hipocresía el nuevo orden de Dios. Tenemos que decir que hay que salir a reedificar, pues en Sion educada, para va a haber un templo y un Rey. Por eso callar la boca a nuestras palabras le traen algo mejor, y es los profetas” como bálsamo que le muestran los campos floridos que Dios ha prometido: “Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa. Florecerá profusamente, y también se alegrará y cantará con júbilo; la gloria del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón. Ellos verán la gloria de Jehová, la hermosura del Dios nuestro” (Isaías 35:1-2). En el mensaje de restauración no hay condenación. Sí se exhorta, sí se amonesta, pero también se edifica, y también se consuela. Los siervos de Dios no estamos en contra de nadie, sino a favor del Señor. Se cuenta que en el tiempo de la guerra civil, en Estados Unidos, una viejita como de ochenta y cinco años estaba a favor de los estados del norte, y de momento salió de su casa, en medio de la balacera, con la bandera del ejército de la unión, hacia el campo de batalla. Un soldado que ve a la ancianita que con esfuerzo trataba de hondear la bandera de la unión, lo más alta posible,

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se le tira encima, y le dice: « ¡Abuelita!, pero… pero ¿cómo es posible? ¿Acaso usted ha perdido la cabeza? ¿Qué hace usted en este lugar arriesgando su vida? ¿Qué logra con levantar la bandera? ¿Cuál es su propósito?», y ella con una gran convicción le contesta: «Yo no tengo arma, ni tampoco sé disparar, pero quiero que todo el mundo sepa de parte de quién estoy». Intrépida la viejita, pero así tenemos nosotros que levantar la bandera del reino de Dios y decir: «Yo no tengo armas ni tampoco sé disparar, pero estoy aquí para que todos sepan de cuál lado estoy, de parte del Rey Jesús». Esforcémonos en Dios, porque al enemigo, como a aquel gigante, hay que clavarle la piedra en la frente y luego cortarle la cabeza, con su misma espada (1 Samuel 17:49,51), porque es la única manera de libertar al pueblo de Dios y que huyan los “filisteos”. Para que eso ocurra no podemos dar constantemente mensajitos de avivamiento, y « ¡aleluya, Dios nos va a dar una iglesia grande!», « ¡llenaremos el estadio!», etc. Eso no resuelve el problema, porque cuando llenamos el estadio, vienen los “filisteos” y dicen: «Usted pertenece a nuestra organización, así que todo esto es nuestro», y se adueñan de todo lo que Dios hace; ya tenemos siglos en lo mismo. Mas, ahora Dios le va a decir a la iglesia: «Tú verás como todo funcionará sin eso, quítate las armaduras de los hombres y toma la piedrita del reino, vístete con “Los siervos de la armadura de Dios, y verás que vencerás». Dios no estamos Hemos dependido tanto del hombre en contra de que ya no sabemos funcionar con Dios. Ya nadie, sino a no sabemos ni predicar, porque ensayamos tanto los sermones y lo que vamos a hacer favor del Señor” y a decir, de manera que todo está estrictamente calculado, por eso tropezamos con todo lo que encontramos. Así no podremos llegar a los lugares espaciosos, y te lo digo con todo mi corazón, rogando a Dios que recibas el espíritu de estas palabras. Las lágrimas que han salido de mis ojos, solamente Dios las conoce, y las frustraciones que viví como ministro, cuando veía que todos los esfuerzos eran en vano, espero que ahora sirvan para poder transmitirte este mensaje. Este sentir no es nuevo, pues donde yo estaba, observé que cada cuatro años cambiaban a los pastores, y yo me preguntaba el porqué. Entonces, fuimos a preguntar a la organización y me contestaron: «Lo que pasa es que cuando un pastor dura más de cuatro años en un lugar, los hermanos le toman mucho cariño, y después, las iglesias no quieren que les cambien a los pastores», y el Espíritu me dijo: «Aquí hay una estrategia, una manipulación».

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No obstante, puedo decir que fui el único pastor que duró siete años en una iglesia, en vez de cuatro, porque los hermanos comenzaron a decirles: «Dennos al pastor», y ellos comenzaron a temer, y me dejaron por un tiempo. Recuerdo que, viendo esta problemática, le dije a un compañero: «Es duro, estar siete años aquí, agonizando, para entrar a esta iglesia en el propósito de Dios y después venga un “extraño”, enviado por la organización (desconocedor de lo que Dios está haciendo en medio nuestro), y comienza a contradecir todo lo que hice, metiendo a la iglesia otra vez en “religión”». Ellos con un solo sermón acababan con toda la obra de siete años, porque son especialistas en matar todo lo que Dios hace en el Espíritu, y por eso yo gemía. El compañero me decía: «Pero, ¿cuál es tu problema? ¿Tú le estás sirviendo a Dios? Haz tu trabajo y olvídate», pero le dije: «No, yo no soy un agricul“Es bueno que tor que siembra, para que venga después un entiendas que rodillo a remover la semilla, ¡NO! Yo siembro para ver fruto; yo quiero ver a Jehová en nadie va a llegar la tierra de los vivientes; quiero terminar la a los lugares obra, correr para alcanzarlo, no correr por espaciosos, correr». El salmista inspirado dijo: “Irá mientras esté andando y llorando el que lleva la preciosa cavando pozos en semilla; Mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas” (Salmos 126:6). Por lo tierra filistea” cual, te digo que echemos fuera ese espíritu de conformismo, esa mentalidad de «no importa que luego destruyan, yo cumplí con Dios». Es posible que muchos lectores consideren esto como algo inverosímil, pues nunca han vivido situaciones similares. Esos deben darle gracias a Dios que son “vírgenes”, pero esos pastores que salieron de todos esos movimientos saben de lo que estoy hablando, porque ellos vivieron la experiencia. De ninguna manera quisiera instigarte con un espíritu hostil hacia alguien, pues no estamos en contra de nuestros hermanos ¡jamás!, porque nosotros también estuvimos esclavos e ignorábamos. El mensaje es ir con el Espíritu de Cristo y con lengua de restauración a decir a nuestros hermanos: «Jehová quiere reedificar a Sion, ya el tiempo de Babilonia terminó, ¿por qué no vamos juntos a edificar los muros y a quitar los escombros, y a quitar la vergüenza de nuestro pueblo y a cumplir el propósito de Dios en Sion?». Y estoy seguro que de esta forma no habrá que empujar a nadie. Cuando el rey Asuero hizo banquete a todos sus príncipes, cortesanos y gobernadores de provincias, para mostrar las riquezas de la gloria de su reino y la magnificencia de su poder, él brindó vino

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real, pero con ello dio una ley: Que nadie fuese obligado a beber; sino que se hiciese según la voluntad de cada uno (Ester 1: 1:3, 4, 8). Tampoco Dios obliga a nadie a beber del vino nuevo, sino que se lo da a aquel que lo desee. “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”, dijo Jesús (Juan 7:37). El Señor dice que va a levantar un pueblo que se someterá a Él voluntariamente en el día de Su poder (Salmos 110:3), no un pueblo obligado, manipulado o arrastrado por eslóganes políticos. Ese pueblo será uno que conoce el corazón de Dios; que cuando Dios le diga: «Vengan, vamos a edificar a Sion, salgamos de tierra de cautividad», ese pueblo va a entender y como nosotros y millares de iglesias cristianas en las naciones, saldrán detrás de su Señor. Es bueno que entiendas que nadie va a llegar a los lugares espaciosos, mientras esté cavando pozos en tierra filistea. Recuerdo, en mi caso, los intentos que se hicieron para neutralizarme, pero llegó un momento que ya no pudieron hacer nada, pues ya yo estaba fuera de su dominio, “La iglesia no y bajo la jurisdicción del Señor. Ahora ya podrá llegar podía hacer la voluntad de Dios libremente, a donde Dios y lo que Él había puesto en mi corazón, sin temor alguno. Por eso siento mucha compaquiere, mientras sión al viajar a las iglesias en las naciones, esté atada a un cuando veo a siervos de Dios, pastores, gente sistema humano” linda de Dios, llorando y diciendo: « ¿Qué hago? Dios me ha hablado así, yo hago el esfuerzo, trato, pero no me puedo rebelar ¿Qué me aconseja?». Y es verdad, no se pueden rebelar, porque en el reino hay que someterse a toda autoridad superior, dice la palabra de Dios (Romanos 13:1), pero eso hasta que Dios te diga: «Sal». Cuando llegue a ti la voz de Dios que te manda a salir, deja todo y huye de ahí, sin mirar atrás. Cuando yo salí, algunos me dijeron: «Tú puedes ser uno que desde la radio golpee ese movimiento», pero dije no, a mí Dios no me llamó a atacar a nadie, yo soy pastor. Dios me llamó a apacentar ovejas. Ellos son parte de la iglesia y Dios sabe como tratará con ellos. Nuestro llamado es a restaurar, no a señalar ni atacar a nadie. Espero que tú interpretes el espíritu de lo que te estoy compartiendo, el cual es un espíritu que todos conocemos, porque todos hemos participado del mismo. Mas, hay una verdad de la cual estoy convencido, porque el Espíritu me lo ha hablado repetidamente: «La iglesia no podrá llegar a donde Dios quiere, mientras esté atada a un sistema humano», no importa lo que digan. Hay personas que saben arreglar las cosas, y dicen: «Dios lo hace», sí, Dios lo hace, pero

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también dijo: «Prepárame el camino para que pase mi gloria», y ya sabes lo que es preparar el camino: es quitar la gloria del hombre para que pase Dios (Isaías 40:3-5), y tenemos que hacerlo como Cristo lo hizo, muriendo a la carne, para ser vivificados en el Espíritu. En la iglesia primitiva, Pablo no salió a desacreditar el judaísmo, todo lo contrario, él decía: “Verdad digo en Cristo, no miento, y mi conciencia me da testimonio en el Espíritu Santo, que tengo gran tristeza y continuo dolor en mi corazón. Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por amor a mis hermanos, los que son mis parientes según la carne” (Romanos 9:1-3). Pablo tenía confianza en la gracia, por eso también decía: “Así que, teniendo tal esperanza, usamos de mucha franqueza; y no como Moisés, que ponía un velo sobre su rostro, para que los hijos de Israel no fijaran la vista en el fin de aquello que había de ser abolido. Pero el entendimiento de ellos se embotó; porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado” (2 Corintios 3:12-14). El apóstol Pablo sabía, por la revelación del Espíritu, que el día llegará en que la nación de Israel será restaurada, y el Dios del cielo les quitará el velo a los hebreos. Por tanto, no digas que ellos no tienen nada, no los desprecies, son pueblo de Dios, y por causa de su endurecimiento, nosotros fuimos insertados en el olivo de Dios. Un día, ellos van a tener que ver al que crucificaron y van a tener que ir al Egipto de las naciones a ver al José que entregaron, como un malhechor, a los romanos. En ese momento, Él les va a decir: «Yo soy Jesús, vuestro hermano que ustedes entregaron a los romanos, pero salvé a las naciones y ahora vengo a darles pan a ustedes». Ellos lo verán, y Él les va enseñar las cicatrices que le hicieron en casa de sus amigos (Zacarías 13:6). Y eso lo dice Jehová, por la Palabra y por el testimonio, no yo. El tiempo ya llegó, pero Dios va a despertar el espíritu de los profetas, como Daniel se despertó cuando se cumplieron los setenta años, y va a despertar el espíritu de Ciro, y va despertar el espíritu de todos aquellos que quieren salir y van a salir. Mas, Dios no hará nada en su iglesia mientras ésta persista en permanecer en el terreno con los filisteos. El Señor me repitió varias veces una palabra, momento antes en que me disponía a expresar este mensaje, y era: «No heredará la esclava con la libre». En la actualidad, hay mucha diplomacia y se hacen muchos arreglos, pero la historia de la iglesia y la Biblia dicen otra cosa, por lo que yo me voy a guiar por la Palabra y por el testimonio de veinte siglos ocurriendo lo mismo. Oremos por el mover de Dios, continuemos orando por lo que estuvo pasando en algunos lugares donde brotaron pozos, obras lindas en peligro de convertirse en lo mismo, pues ya están preparando los títulos de propiedad. Jesús dijo a los fariseos: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17). El que

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quiere hacer la voluntad de Dios no se ofende con la verdad, muy al contrario, dice: «Dime, porque quiero corregirme, yo deseo andar en el camino de Dios». Es interesante que iglesias de cuarenta y cincuenta miembros, ahora tengan más de diez mil y realizan cultos multitudinarios. Ellos están imitando a esos movimientos de crecimiento, haciendo células en los hogares, y tratando de hacer crecer aún más la iglesia, con métodos humanos, a pesar que antes vieron la gloria de Dios manifestarse en ellos, siendo pocos. Ellos fueron testigos de cómo Dios de la nada, levantó miles y miles de vidas renovadas que vienen a adorar a Dios junto a ellos, y sin embargo quieren más, cayendo en el mismo error que hemos estudiado. Hay que orar por esos siervos de Dios, para que abran los ojos y se den cuentan que si Dios ha hecho la obra con pocos y sin nosotros, ¿por qué tenemos que ayudarle? ¿Por qué tenemos que introducir el espíritu del institucionalismo, y métodos humanos? Un método puede producir muchos prosélitos, pero nunca podrá convertir un alma de las tinieblas a la luz. Esto es obra solo del Espíritu Santo. Iglesia, paguemos el precio en oración constante por nuestros hermanos, y defendamos como siervos de Dios lo que Él nos ha dado. Oremos por esos siervos, oremos por esos movimientos, oremos, no nos cansemos de orar, para que no pase lo mismo que ha pasado siempre, que el diablo le echa tierra a lo que Dios ha hecho. Vayamos a esos pozos de Dios y clamemos al Señor para que impida que los hombres dañen su obra. Celemos lo que Dios está haciendo en ese lugar, para que el hombre no le ponga la mano y lo entierre. Oremos para que Dios abra los ojos a la iglesia, porque de otra manera no nos van a escuchar, todo lo contrario, se harán enemigos nuestros, pero no importa, continuemos orando. Ya pronto viene un tiempo donde Dios no va a transigir, ni va a negociar, y eso yo lo quiero ver, porque te aseguro en Dios, que Jehová te está hablando. Yo no quiero impresionarte, pero tengo una convicción en mi espíritu de que Jehová se levantará como león en el campo de batalla, sacudirá su melena y dirá al Hijo: «Mi gloria no me la quita nadie, descendamos y confundamos las lenguas humanas». Eso terminará con las obras del hombre, y volverá a la iglesia a su orden original. Esa es la señal, la iglesia regresará al diseño de Dios. Nota que Isaac, cuando se alejó de los filisteos, subió a Beerseba (Génesis 26:23). Los que conocen un poquito de la geografía bíblica saben que Beerseba estaba en el extremo sur de Canaán, y cuando ellos llegaron al límite sur de la tierra prometida, ocurrió lo siguiente: “Y se le apareció Jehová aquella noche, y le dijo: Yo soy el Dios de Abraham tu padre; no temas, porque yo estoy contigo, y yo bendeciré, y multiplicaré tu descendencia por amor de Abraham mi siervo” (Génesis 26:24). Jehová se le apareció cuando se acercaron a su “propósito”, ya lejos de

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los enemigos, lejos de todas esas cosas. Y aquel es el pozo del juramento, el pozo del pacto, por eso reposó el hombre y le pudo hacer un altar a Jehová sin ningún contratiempo, y adorarle con toda libertad. Es importante entender que Beerseba no era tierra de los filisteos, sino que era parte de la tierra que Dios prometió a Abraham. Mientras Isaac estaba en territorio de los filisteos (institucionalismo) aunque los pozos fueron cavados por Abraham y les pertenecían, los filisteos los reclamaban como suyos, porque estaban en su tierra. Cuando Israel estaba en Egipto tuvo que servir a Faraón, aunque no quería; cuando estuvo en Babilonia tuvo que servir a los reyes de allí, a pesar que no lo deseaba. Solamente cuando estamos en el reino de Dios podemos servir a Dios voluntariamente, con gozo y alegría. Por eso el Señor, después de los lugares espaciosos, quiere llevarte a Beerseba, al pozo del juramento y darte casa firme, pues fue allí donde Dios le juró y ratificó el pacto a Isaac, y él pudo hacerle altar a Jehová, y establecerse en aquel lugar. ¿Sabes qué ocurrió luego? el rey de los filisteos vino a ver a Isaac, porque se dio cuenta que desde que salió el hombre de la bendición se secó todo. Hay lugares que han sido bendecidos porque los ungidos están ahí, pero apenas ellos se han ido, se seca todo aquello. Lo anuncié proféticamente con relación al mencionado ministerio radial, en Nueva York, y así aconteció. Donde lo que era gloria se convirtió en vergüenza, y lo que era herramienta para equipar se convirtió en escándalo, porque no oyeron a Dios. Las instituciones se van a quedar vacías. Ya no es un secreto que ciertas iglesias están reclutando ministros, porque no tienen, y sus templos están siendo rentados a los movimientos del Espíritu. Sus edificios son monumentos majestuosos, pero cuando entras, están vacíos. Eso es triste y no me gusta decirlo, pero es la manera de que veamos y abramos nuestros ojos y entendamos. Cuando el Señor nos estableció en nuestro edificio donde hoy adoramos, recuerdo que vino a verme un líder de una iglesia en particular (me reservo el nombre de la denominación, porque mi propósito es edificar, no señalar), y me prometió tremendo sueldo, y me invitó a pasar unos meses por el seminario de ellos, para enseñarme algunas cositas que a sus ojos yo necesitaba saber, para ser un empleado de su iglesia. Yo le dije: «Mi hermano, perdóname, gracias porque he encontrado gracia delante de tus ojos, pero yo no vuelvo a ser parte de otro sistema». En ese mismo tiempo, recuerdo que también me echaron de un lugar y después me llamaron pidiendo disculpa, así harán también con todos los que decidan vivir el reino. Los van a llamar y les van a decir: «Ahora entendemos que ustedes son como ángeles de Dios entre nosotros».

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David estaba en tierra de los filisteos cuando lo llamaron, para que reinase en Hebrón y después en todo Israel. Te van a llamar, dice Jehová, y esos que creían que éramos sus enemigos se van a dar cuenta que por causa nuestra fueron bendecidos, porque la unción de Jehová y su bendición son las que enriquecen. Por tanto, la hora viene y la hora llegará en que las instituciones se quedarán con muchos escritorios, muchísimas camas de hospitales, bastantes médicos y una gran cantidad de monumentos y estructuras, pero estarán vacías, entonces ellos dirán: «¡Ay, perdónanos Señor!» y en aquel momento sus ojos les serán abiertos. Luego, ellos van a buscar a los movimientos del Espíritu que ellos criticaban y menospreciaban, y les dirán: «Hermanos, perdónennos, ahora entendemos a Dios, y los comprendemos a ustedes». ¡Vive Jehová que nos van a buscar, y van a reconocer que los pozos son de Dios y van a admitir que la tierra no es suya ni nuestra, sino de Cristo el Señor! Nota lo que le dijo Abimelec a Isaac, cuando vino a él desde Gerar, con Ahuzat, amigo suyo, y Ficol, capitán de su ejército: “Hemos visto que Jehová está contigo; y dijimos: Haya ahora juramento entre nosotros, entre tú y nosotros, y haremos pacto contigo, que no nos hagas mal, como nosotros no te hemos tocado, y como solamente te hemos hecho bien, y te enviamos en paz; tú eres ahora bendito de Jehová” (Génesis 26:28-29). De la misma manera, nos dirán: «Hagamos pacto, cuando ustedes estaban entre nosotros había ofrendas, había personas, había avivamiento, cultos gloriosos, ahora no hay nada. Ahora tenemos que vender anuncios e inventarnos distintas actividades, para facturar y poder pagar». Esto sucederá porque fue profetizado, y vive Jehová y vive mi alma, que si hay arrepentimiento genuino, vamos para allá, pues llamarán a los ungidos para decirles: «Vengan» y esa será la manera de rescatar a los Abimelec que hay en la iglesia. Ellos no verán el propósito ni los pozos hasta que no salgamos de entre ellos y vean que Jehová hace distinción entre Egipto y Gosén (Éxodo 9:26), entre un campamento y otro. Muy pronto se sabrá de parte de quién ha estado Dios; a favor de una generación de siervos y siervas que aman su corazón y quieren agradarle; de esos que no están en contra de nadie, pero disciernen los espíritus y detectan a los enemigos, y huyen de sus terrenos, porque quieren servirle al Dios vivo y verdadero. Esta es palabra profética de Dios, nuestros ojos lo han visto y lo veremos. La hora viene y ya está cerca, donde la tierra de los filisteos se va a quedar vacía. “Babilonia” quedará desierta, “Persia” estará desolada, “Roma” quedará deshabitada; y las iglesias del Espíritu estarán llenas y avivadas. Mas, ellos van a llorar y tratarán de pelear y reclamando dirán: «¿Qué está pasando que la

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gente se está yendo de aquí?», y ni siquiera así van a entender, pero nosotros sí sabremos por qué las personas están saliendo de esos lugares. La gente buscará los pozos que Dios está abriendo; pozos que sacian la sed; pozos que dan el agua gratuitamente;­ pozos que no dan agua salada y dulce a la vez; pozos de agua pura; pozos que están conectados a la fuente del agua de la vida. Hay pozos que son hondos como el de Jacob. La mujer samaritana dijo a Jesús: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” (Juan 4:11). Así hay pozos tan hondos que algunos dicen: «Ni el Señor puede sacar agua de ahí, está muy hondo», pero Dios no solamente saca agua de ese pozo, sino que hace que sus aguas salten para vida eterna. Déjame decirte que Dios va a levantar el pozo de la reforma, y va a hacer brotar el pozo de los valdenses, el pozo de Wesley, el pozo de Jonathan Edwards, de Finney, el pozo Pentecostal, etc., porque son pozos de Dios. Pero ahora éstos van a tener el nombre de Dios, porque van a pertenecer al Señor y serán administrados por los siervos de Su reino, para que hagan buen uso de ellos y cumplan el propósito para el cual Él los abrió. Cree a la palabra de Dios, mi hermano, mi hermana, y recíbela en el espíritu con el cual Dios te la está diciendo. Perdóname, si al exponerte este mensaje profético tuve que mencionar nombres, pero me he dado cuenta que con simulacros y una actitud imprecisa no vamos a llegar a ninguna parte. Tengo testimonio en mi espíritu que hablando con ambigüedad no vamos a abrir los ojos a la gente. Dios me ha dicho que hay que hablar claro para que el pueblo vea los errores, identifique los espíritus que los han esclavizado, y puedan ser libertados. Todos hemos cometido el mismo pecado, y lo que tenemos que hacer es arrepentirnos. Es mi deseo que oremos por la iglesia de Cristo, y pidamos perdón, como ya hay iglesias llorando en muchos lugares. Israel va llorar también, cuando vea la cruz, pero de arrepentimiento, no de juicio, pues solamente Cristo quita el velo (2 Corintios 3:14-18). No engañen a los judíos diciéndoles que son bendecidos, y que no importa lo que hagan, Dios está con ellos, pues no es verdad. En una ocasión que visité a Israel, estuve frente al Presidente de Israel y le di un mensaje de parte de Dios. Le dije: «Dios quiere que ustedes administren a Israel en el temor de Jehová, como reinó David, Josías y Ezequías. Siempre que Israel ha estado bien con Dios le ha ido bien. La fuerza de Israel no es su ejército, sino Dios». Yo no lo engañé, le dije la verdad, porque Israel confía mucho en su ejército, y en su linaje en la carne (porque son hijos de Abraham), y creen que por eso Dios tiene que bendecirlos, mas como dijo Juan el bautista, Dios puede levantar hijos a Abraham aun de las piedras (Mateo 3:9). Lo único que quiere Dios

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es ver fruto digno de arrepentimiento. Hablemos como hablaron los profetas antiguos, ellos no ocultaban la verdad al pueblo, ni los engañaban. Jesús tampoco engañó a Israel, sino que le dijo toda la verdad. Así también nosotros dejemos la diplomacia, la hipocresía educada y hablemos la verdad, como lo hizo el Maestro. No tenemos que hablar en el contexto antiguo-testamentario, porque tenemos el Nuevo Pacto, el lenguaje del Espíritu y las promesas, pero digámosle al pueblo quiénes son nuestros enemigos, y de dónde es que hay que salir. Hablémosles claro, no les hablemos en una manera como que se lo decimos y no se lo decimos. Si hay cosas qué corregir, hablémoslas francamente; digamos lo que hay que decir, sea lo que sea y a quién sea. Hablemos sin temor a que se ofendan, pues si nuestra motivación es en amor, corrigiendo lo deficiente, hablaremos con verdad, y no con redondeo, y al final no se le está diciendo nada, y todo se quedará igual. ¿Sabes por qué hacemos eso? Porque tenemos el problema de querer ser aceptados y “El mal en la iglesia aprobados, pero ya hemos sido aceptados no ha estado en por Cristo y aprobados por Dios, y eso es la organización más que suficiente. en sí misma, Aclaro que este mensaje no está en sino en nuestra contra de una denominación o concilio en particular, sino en contra del instituincapacidad cionalismo en la iglesia cristiana, el cual para evitar que se apodera del patrimonio de la visión y el organismo se el propósito de Dios, para luego admiconvierta en nistrar los dones, con el fin de sostener institucionalismo” los intereses de una estructura eclesiástica. Lo que ha sucedido históricamente es que el institucionalismo absorbe la visión de Dios, la anula, la neutraliza o la esclaviza, y usa todos los recursos del reino de Dios para engrandecer sus estructuras. En vez de la organización ser un instrumento de ayuda para llevar a cabo el propósito del Reino de Dios, se convierte en la usurpadora. Con el pretexto de “administrar” el propósito, se convierte en el propósito mismo. En lugar de ser una sierva del propósito, llega a esclavizarlo, y ella se convierte entonces en ama y señora. El caballo (organización) debe usar su fuerza para arrastrar a la carreta (el propósito), pero sucede lo contrario, la carreta moviliza al caballo, haciéndo ésta todo el trabajo pero cuando la organización está sometida y subordinada al propósito de Dios, usa sus medios y capacidades para servir al organismo (la iglesia),

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llega a ser una bendición. Lo contrario es lo que llamo “institucionalismo”, y que catalogo como "filisteo, enemigo de Dios". Cuando todo movimiento del Espíritu crece, considera necesario organizarse, para poder realizar el propósito de Dios eficientemente. Cuando es pequeño no se dificulta hacerlo todo en el Espíritu, pero el crecimiento trae consigo muchas demandas que requieren atención, y todo se complica. Es en este momento que la iglesia se ve obligada a depender de la organización, para poder funcionar. Pero el mal en la iglesia no ha estado en la organización en sí misma, sino en nuestra incapacidad para evitar que el organismo se convierta en institucionalismo. Solo hay una manera de lograr esto, y es sometiendo la organización al Espíritu Santo y velar para que nunca esta sustituya la obra del Consolador y guía de la iglesia. Notemos lo que sucedió con la iglesia apostólica: “En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración de los griegos contra los hebreos, de que las viudas de aquéllos eran desatendidas en la distribución diaria. Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo. Y nosotros persistiremos en la oración y en el ministerio de la palabra. Agradó la propuesta a toda la multitud; y eligieron a Esteban, varón lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Parmenas, y a Nicolás prosélito de Antioquía; a los cuales presentaron ante los apóstoles, quienes, orando, les impusieron las manos. Y crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén; también muchos de los sacerdotes obedecían a la fe” (Hechos 6:1-7).

La primera iglesia vivía en la gloria Pentecostal: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. Y

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sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hechos 2:42-47).

Pero la narración de Hechos 6:1 dice: “En aquellos días, como creciera el número de los discípulos, hubo murmuración…”, por lo que entendemos que el crecimiento trae consigo muchas complicaciones, necesidades y demandas. Pero pongamos atención como actúa una iglesia llena del Espíritu Santo ante crisis y problemas. He aquí un ejemplo de cómo el crecimiento requiere organización, y cómo esta no se convierte en institucionalismo. Es notable la claridad con la que los apóstoles juzgaron que no era justo que ellos dejaran la Palabra de Dios para servir a las mesas, por lo que era menester que varones del Espíritu Santo y de sabiduría (Hechos 6:3) se encargasen de ese trabajo (organización), para ellos persistir en la oración y el ministerio de la Palabra (propósito). Los apóstoles aprendieron del Espíritu Santo a nunca sacrificar el ministerio de la Palabra y la oración, lo cual constituye el propósito de Dios con la iglesia, para convertirse en sistema o estructura. La organización siempre debe servir al propósito, nunca lo contrario. Jehová te dé entendimiento y convicción de que esta palabra viene del cielo. Un precio muy grande vas a pagar, iglesia de las naciones, pero no te preocupes, Abimelec vendrá a decir que tú tenías razón, que Dios está contigo; y que desde que te fuiste ellos perdieron la bendición. Un día, aun el diablo le va a tener que decir a Jesús: «Venciste Nazareno, yo fui un rebelde, que no supe administrar la honra que Dios me dio en el cielo, por eso fui tirado a la huesa y al Seol. Tú eres bueno y yo un perverso». De la boca de Satanás saldrán estas palabras al fin de los días, y los malos se van a dar cuenta que Dios tenía razón, y admitirán la bondad y verdad del Señor. Ya hemos visto en este segmento que lo que Dios se ha propuesto con el ministerio de la iglesia, lo logrará en el tiempo señalado, pues Su soberanía está por encima de todas las cosas. Llegado el tiempo, ningún poder, ni humano ni infernal, podrá vencer ni alterar el designio y consejo de Su santa voluntad.

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6.3  Amalec: enemigo del Trono de Dios “Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehovánisi; y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación” -Éxodo 17:14-16

En el contexto de estos versículos hay un misterio. El mismo texto nos da a entender que hay más que un significado literal o algo más que la guerra antigua entre Israel y Amalec, ¿por qué? Porque el versículo dieciséis nos dice que Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación, o sea por siempre. Sabemos que Amalec ya no existe como pueblo, pues un poquito después del reinado de David fue destruido, por consiguiente, entendemos que aquí Jehová quiso decirnos algo más. Leamos el contexto de estos versículos: “Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano. E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada. Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi; y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación” (Éxodo 17:8-16).

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Cuando estaba recibiendo de parte de Dios esta revelación, hice cuatro preguntas que si las captas vas a entender el rhema de lo que el Señor nos quiere decir: 1. ¿Por qué dice Dios que Amalec se levantó contra su trono?; 2. ¿Por qué estará Dios en pleito con Amalec de generación en generación?; 3. ¿Por qué a Amalec se le vence sosteniendo la mano del líder?; y 4. ¿Por qué cuando se vence a Amalec es que Moisés levanta un altar y le llama JehováNissi, que significa “Jehová es mi bandera”? En el libro del profeta Ezequiel dice: “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, di al príncipe de Tiro: Así ha dicho Jehová el Señor: Por cuanto se enalteció tu corazón, y dijiste: Yo soy un dios, en el trono de Dios estoy sentado en medio de los mares (siendo tú hombre y no Dios), y has puesto tu corazón como corazón de Dios” (Ezequiel 28: 1-2). Tiro era una ciudad de los fenicios, la cual -junto con Sidón- era uno de los destinos marítimos más importante del tiempo antiguo. Pero nota lo que dice el profeta más “El que se levanta adelante: “Tú, querubín grande, protector, yo contra el te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. propósito divino, Perfecto eras en todos tus caminos desde el día se levanta que fuiste creado, hasta que se halló en ti malcontra el reino dad” (Ezequiel 28:14-15). Esto se ha interde Dios, contra pretado como una alusión a Lucifer, pero el escritor inspirado de la Biblia toma al rey de Su gobierno y Tiro (que se creía dios, porque tenía el espícontra Su trono” ritu de Satanás), y lo muestra como un principado, para revelar el inicio del misterio de la iniquidad. Según el libro de Isaías, Satanás dijo en su corazón: “Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte” (Isaías 14:13) ¿Cuál era la intención del espíritu de Satanás? Poner su trono al lado del trono de Dios y usurpar su lugar. También dijo: “sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo” (v. 14). El espíritu de Satanás es el espíritu que se levanta contra el trono de Dios, para poseer y tomar su lugar. Así como el rey de Tiro es un tipo de Lucifer, de la misma manera el espíritu de Amalec es el espíritu que está en contra del trono de Dios. Amalec es un espíritu y representa a un principado que se levanta contra el gobierno de Dios.

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Sabemos que Israel representaba el propósito eterno de Dios sobre la tierra. Detener a Israel o impedir su marcha hacia donde Dios lo llevaba (Canaán), era levantarse contra el gobierno, designio y propósito de Dios. ¿Por qué Amalec se cruzó en el camino y quiso pelear? Porque quería impedir que el designio de Dios se realizara. Pero el que se levanta contra el propósito divino, se levanta contra el reino de Dios, contra Su gobierno y contra Su trono. Por ejemplo, cuando Saulo de Tarso iba camino a Damasco y había pedido carta de recomendación al sumo sacerdote para las sinagogas de Damasco, a fin de destruir a la iglesia y a los hombres y mujeres que habían sido esparcidos por allí, el Señor se le apareció en el camino, y le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4). Por eso, cuando Pablo testificaba delante del tribuno, al pueblo en Jerusalén, les dijo: “Perseguía yo este Camino hasta la muerte, prendiendo y entregando en cárceles a hombres y mujeres” (Hechos 22:4). Es decir, Pablo quería impedir que la iglesia desarrollara su misión, que la iglesia se propagara, por tanto, no desperdiciaba ninguna ocasión para destruir el Camino, antes de que creciera. Podemos decir que Saulo tenía el espíritu de Amalec, que es el espíritu que trata de boicotear a Dios e impedir que Su voluntad se establezca. Por tanto, lo primero que aprendemos es que todo aquel que trata de oponerse al propósito divino tiene el espíritu de Amalec. Tomando en cuenta que el espíritu de Amalec está en contra del trono de Dios, Jehová luchará contra él por siempre, donde quiera que aparezca. Me llama la atención que Jehová le dice a Moisés: “ di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo” (Éxodo 17:14), y lo hace, porque Josué era el que estaba peleando en contra de su enemigo. Josué representa en este caso la iglesia que es la que está peleando en el campo de batalla, y Dios le dice a su líder: «Dile a la iglesia que yo estoy en pleito con Amalec, que yo le declaro la guerra, y yo estaré lidiando con él de generación en generación, porque se opone a mi propósito, y se ha levantado contra mi designio, resistiendo mi voluntad». De hecho, todo lo que se levante en tu vida contra la voluntad de Dios es un “Amalec”, sea algo físico, mental o espiritual; llámese esposo, esposa, hijos, amigos, trabajo, o como se llame, será raído. Todo lo que impida, incluso en ti, la voluntad de Dios en tu vida o la marcha tuya hacia el propósito, está en contra del plan de Dios y de Su trono. Ahora, lo segundo que debemos tomar en cuenta es lo que dijo Jesús: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Mateo 12:30). Nota que el no haber destruido a Amalec le costó a Saúl no solo su trono, sino su vida. Observa las palabras que le dijo Samuel a Saúl: “Jehová me envió a que te ungiese por rey sobre su pueblo Israel; ahora, pues,

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está atento a las palabras de Jehová” (1 Samuel 15:1). Juzgo por estas palabras que Samuel ya sabía que era la última oportunidad que tenía el hijo de Cis, para ser confirmado en el trono de Israel; esa era la prueba, por lo que si fallaba sería eliminado. Aquí hay una tremenda enseñanza para nosotros, porque no sabemos cuál es la última oportunidad que Dios nos está dando para hacer algo. Por eso es que siempre hay que estar atentos y hacer todas las cosas que Dios nos mande, con todo el esmero, la precisión y la perfección, pues no sabemos cuál será el día en que Dios nos va a decir: «Hijo, esa era la prueba final». Ojalá que ese día en que seamos probados demos el grado, y resultemos aprobados. Con todo, el profeta le dio a Saúl una instrucción: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo castigaré lo que hizo Amalec a Israel al oponérsele en el camino cuando subía de Egipto. Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene, y no te apiades de él; mata a hombres, mujeres, niños, y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” (1 Samuel 15:2-3). ¿Por qué Dios fue tan severo con Amalec? Nota que su pecado fue oponérsele a Israel en el camino; mas Dios consideró esto como levantarse contra su trono. Por eso, Jehová dice: «No te apiades del espíritu de Amalec, destrúyelo». Llama mi atención que la divina severidad pide que sean exterminados sin piedad, y que destruyera, incluso, hasta los mamantes (1 Samuel 15:3). Sé que esto para muchos les ha sido de tropiezo que el Dios que es amor destruya infantes, pero debemos entender que si Él dejaba vivo a los niños, era como dejar vivo a Amalec, pues ellos un día crecerán y se constituirán en otro “Amalec”. Imagínate un tumor canceroso alojado en una parte de un cuerpo, el cual se debe extirpar completamente, y limpiar los tejidos adyacentes, para que haya una total sanidad. Si queda una célula cancerosa, por minúscula que ésta sea, es como dejar el mismo cáncer que se multiplique de nuevo y aniquile esa vida. Eso representa Amalec, un cáncer que hay que extirpar radicalmente. A veces nosotros queremos ser más compasivos que Dios, pero Él nos manda a que, cuando se trata del espíritu de Amalec, no tengamos misericordia. ¿Entiendes espiritualmente lo que esto quiere decir? Cada vez que tú veas el espíritu de Amalec, aunque sea en la persona más espiritual que tú puedas conocer, o aquella a la cual estimes, no lo consideres, ¡arremete contra él! No existe alguna cosa, en esta vida ni en la venidera, que tenga mayor importancia a que se establezca la voluntad de Dios, y que Su propósito eterno se cumpla. Desecha el sentir de compasión por la maldad, por el contrario, ¡acábala! Jesús, a uno de sus discípulos más cercano, no tuvo ningún reparo en decirle: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo…” (Mateo 16:23). La

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palabra “tropiezo” en griego es “skandalon” que significa escándalo, tropiezo, trampa, impedimento en el camino, algo que te hace caer. Esta palabra se usa casi siempre metafóricamente, en situaciones que representan perjuicios o se constituyen en obstáculos. Por tanto, todo lo que se opone o representa un peligro para el avance hay que eliminarlo, venga de quien venga, aun de las personas que amas. Claro, no estoy diciendo con esto que te conviertas en un asesino, y elimines a las personas que son tropiezo para ti, sino que hablamos tipológicamente, o sea, todo lo que tenga que ver con Amalec en ti hay que destruirlo, especialmente cuando está emergiendo, para que no crezca ese espíritu y se haga más fuerte que tú. También, el espíritu amalecita puede ser un pensamiento tuyo contra el gobierno de la iglesia, contra el propósito divino en el ministerio donde tú estés. Cuando sientas que ese sentir está surgiendo dentro de ti, por ejemplo, sientas una gran oposición a algo que tú sabes es de Dios, ¡repréndelo en el nombre de Jesús! La Palabra dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). El diablo huye de nosotros, cuando estamos firmes en la fe, orando y velando, como el que está en guerra (1 Pedro 5:8-9), pues si Dios está en guerra contra Amalec, tú también debes estarlo. Hubo en Roma un senador llamado Catón (150 a.C.), que se distinguió como orador, y además era filósofo, que cada vez que iba a la tribuna, no importaba donde estuviera ni sobre qué disertara, podía estar hablando de las estrellas, pero siempre terminaba su discurso con una sola expresión: “Hay que destruir a Cartago” (“ delenda est carthago!”). Cartago era una ciudad fenicia que llegó a ser una gran potencia del Mediterráneo, pero, según los historiadores, había un odio irracional entre esa nación y Roma. Nota que la expresión de este hombre no mandaba a vencerla o a conquistarla, sino a destruirla, a borrarla de la faz de la tierra para siempre. Tiempo después, Catón obtuvo lo que se había propuesto sembrar en cada uno de los que le oían, aunque no vivió para verlo, pues Cartago fue destruida por los romanos de una manera tal que se dice que, incluso, éstos sembraron su páramo con sal, para que no volviera a crecer nada en esa tierra. De hecho, ni los arqueólogos han podido encontrar gran cosa de los restos de tan majestuosa y rica ciudad, pues ¡la desparecieron! Así Dios te dice y te repetirá sin cesar: «Hay que destruir a Amalec», al punto que aborrezcas a ese espíritu, y lo elimines hasta raerlo totalmente, de tu vida y de la de tus hermanos. Samuel le dijo a Saúl: “no te apiades de él” (1 Samuel 15:3), y nota que luego fue un amalecita el que lo mató a él, por lo que aprendo esto: si tú no matas a Amalec, él te matará a ti. Por tanto, tú decides: eliminas a ese espíritu o él te eliminará a ti.

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Ahora, el objetivo es destruir a Amalec, no a los que con él están, si no te han hecho mal. Eso hizo Saúl con los ceneos cuando les dijo: “Idos, apartaos y salid de entre los de Amalec, para que no os destruya juntamente con ellos; porque vosotros mostrasteis misericordia a todos los hijos de Israel, cuando subían de Egipto. Y se apartaron los ceneos de entre los hijos de Amalec” (1 Samuel 15:6). En otras palabras, todo lo que bendice, ayude y contribuye a que el plan de Dios se cumpla, hay que bendecirlo, amarlo y apoyarlo. Con todo, mira lo que sucedió: “Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur, que está al oriente de Egipto. Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada. Y Saúl y el pueblo perdonaron a Agag, y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor, de los animales engordados, de los carneros y de todo lo bueno, y no lo quisieron destruir; mas todo lo que era vil y despreciable destruyeron” (1 Samuel 15:7-9).

¿A quién perdonó Saúl? A la cabeza, al principal de los amalecitas, ¡qué torpeza!, pues si Dios mandó a matar hasta los niños que son la simiente, es para que jamás existiera Amalec. Por tanto, dejar viva la cabeza es darle a ese espíritu la posibilidad de resurgir. Por eso es que la Biblia cuando se refiere a Jesús (la simiente), y a la mujer, dice: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génesis 3:15). O sea, la simiente de la mujer herirá a la serpiente en la cabeza, pero ella herirá a la simiente de la mujer en el calcañar. Metafóricamente, se refería a la muerte y al pecado que serían destruidos para siempre, cuando el Señor en la cruz del calvario pisara la serpiente en la cabeza, ya no serían más. Esa es la importancia de cuidar siempre a “la cabeza”, cuando se trata del Reino de Dios. La cabeza son aquellos ministros representativos que Dios ha puesto en autoridad en Su iglesia, a los cuales el enemigo siempre intentará herirlos en el calcañar, en el talón de su pie para hacerlos caer, para detenerlos en el propósito, con su tentación y pecado. Mas, si éstos siempre miran a Cristo y lo levantan en su vida, como Moisés levantó la serpiente en el desierto, Él los levantará a ellos y permanecerán (Juan 3:14-15). Por tanto, la iglesia inteligente cuida su cabeza y entiende este principio, no como una forma de halagar al pastor o al líder, que el Señor ha puesto al frente, sino para verlo como lo que es, un príncipe de Dios, y lo respeta como tal, aunque no esté de acuerdo con su forma, entre otras cosas.

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Nota que Saúl se mantuvo siendo la cabeza, aunque ya Dios se había separado de él, y había sido ungido David para ocupar su lugar. David ya representaba la cabeza espiritual, pero no asumió esa función oficialmente, hasta que Saúl murió y Jehová le confirmó. Esto es bueno saberlo, porque hay lugares donde reina el institucionalismo, y el gobierno de Dios es sólo apariencia, pues Dios ya los ha desechado. Puede que la institución siga en pie, pero Jehová muda Su gloria, y no está en ese lugar, pues Él solo permanece con los que le oyen y le siguen. Ya vimos que Saúl perdonó la cabeza de los amalecitas, Agag, lo cual consideramos un tremendo error. La palabra “Agag” significa “yo estaré sobre la cumbre”, “sobre encabezaré”, relacionado con otro término hebreo que significa “yo me aumentaré” “prevaleceré”, como la llama de fuego ardiente, las llamas del infierno, del reino de Satanás, las cuales amenazan con aumentarse y prevalecer. Sus llamas, dijo Jesús, no pueden ser apagadas, pero aún así no prevalecerán contra la iglesia, donde está el trono de Dios (Marcos 9:45; Mateo 16:18). Asimismo, Dios detesta al espíritu de “Todo aquel Jezabel. El nombre Jezabel significa “exalque perdone a ta a Baal”, “Baal es el marido” y “sin castidad”. Esta mujer hizo gala a su nombre, “Amalec” se está pues así mismo fue su vida, conocida por confabulando su idolatría, perversidad y persecución a los con él” profetas de Dios, los cuales representaban al reino divino. Jezabel se levantó y manipuló a Acab, la cabeza del reino de Israel, para hacer cosas que lo llevaron a su destrucción (1 Reyes 21:25). El gobierno de Amalec, a través de Jezabel, entró a las tribus de Israel y se enseñoreó de ellas de tal forma que Jehová tuvo que castigarlas. Por el pecado de la casa de Acab, Dios dispersó a las diez tribus y las esparció por el mundo entero, hasta el día de hoy. Nunca perdones a la cabeza, ¡acaba con ella!, pues destruyendo la cabeza estás destruyendo a todo el cuerpo. El que no destruye a los enemigos del trono de Dios, no es amigo de Dios, y se constituye en enemigo. Saúl no mató a Amalec, y se convirtió en enemigo de Dios sin quererlo, porque fue benigno con Amalec, su peor enemigo. Todo aquel que perdone a “Amalec” se está confabulando con él, como lo hizo Saúl, para luego perecer por él, pues fue un amalecita el que lo mató. Saúl perdonó a la cabeza de Amalec, y los amalecitas le cortaron la cabeza a él (1 Samuel 31:9-10).

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Ahora mira lo que sucedió al amalecita que mató a Saúl. Cuando fue corriendo a informarle a David de su muerte, pensando que éste lo iba a condecorar por matar a su perseguidor y peor enemigo (2 Samuel 1:8-10), David llamó a uno de sus hombres y le dijo: “Ve y mátalo. Y él lo hirió, y murió. Y David le dijo: Tu sangre sea sobre tu cabeza, pues tu misma boca atestiguó contra ti, diciendo: Yo maté al ungido de Jehová” (2 Samuel 1:15-16). David no cayó en la trampa, porque sabía que el que se levanta contra el gobierno de Dios es un amalecita y Saúl –a pesar de su obstinación y rebelión (1 Samuel 15:23), pertenecía al pueblo de Dios. Por tanto, su deber era no levantarse contra el ungido de Jehová, aunque sea su adversario, pues es a Dios a quien le toca destruirlo, no a él. David no pensó en que ese hombre había matado a su enemigo, sino que este personificaba al espíritu de Amalec y había matado al que representaba al trono de Israel en ese momento. Esto no era algo personal, sino algo de un nivel más alto; algo que no tenía que ver con diferencias personales, sino con propósitos celestiales. ¿Quiénes son los instrumentos que el Señor usa para destruir a Amalec? Los “Davides”, a aquellos que tienen el corazón y alma de Dios, y sienten y padecen por Su Reino (1 Samuel 2:35). Primeramente, David mató al amalecita que mató a Saúl, antes de tomar el trono, al que poseía todo el derecho, pues era el sucesor. No obstante, aún estando Saúl en vida, David, huyendo de él, peleaba también en contra de los amalecitas. La Escritura dice que David subía con sus hombres, para hacer incursiones contra los gesuritas, los gezritas y los amalecitas que ocupaban toda esa franja de tierra (desde Shur hasta Egipto) y los asolaba y no dejaba con vida ni a hombres ni a mujeres (1 Samuel 27:8-9). Ahora, veamos lo que sucedió más adelante: “Cuando David y sus hombres vinieron a Siclag al tercer día, los de Amalec habían invadido el Neguev y a Siclag, y habían asolado a Siclag y le habían prendido fuego. Y se habían llevado cautivas a las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el menor hasta el mayor; pero a nadie habían dado muerte, sino se los habían llevado al seguir su camino. Vino, pues, David con los suyos a la ciudad, y he aquí que estaba quemada, y sus mujeres y sus hijos e hijas habían sido llevados cautivos” (1 Samuel 30:1-3).

Siclag (ciudad filistea) era la aldea que Aquis, rey de Gat, le había dado a David para que viviera (1 Samuel 27:5-6), y cuando él salía a la guerra con sus

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hombres, dejaba a su familia allí. Entonces, vinieron los amalecitas, le prendieron fuego y se llevaron cautivos a todos los que estaban allí, incluyendo a las mujeres de David y de sus hombres. No es casualidad que mientras Saúl estaba peleando contra los filisteos, en la última batalla donde lo mataron, a David lo estaban atacando los amalecitas, ¿por qué? ¿Acaso no era Saúl el rey de Israel? ¿Por qué los amalecitas no se unieron con los príncipes filisteos, para acabar con Saúl? Porque el espíritu de Amalec sabía que David era el sucesor del trono, y ellos querían destruir a Israel, para evitar que se cumpla el designo divino. Cuando David vio aquel panorama horroroso y devastador, donde no había rastros de su familia ni la de sus hombres, se echó a llorar. Las Escrituras dicen que todos lloraron hasta que les faltaron las fuerzas (1 Samuel 30:4). Amalec hace llorar; Amalec quita las fuerzas; Amalec quita la fe; Amalec da angustia; Amalec pone al pueblo en contra tuya; llena de amargura el alma y hace que cada quien piense en lo suyo, en sus circunstancias (1 Samuel 30:6). El enfrentar a Amalec, a David casi le cuesta el trono, su vida y la pérdida de su familia. Mas, dice la Palabra que David se fortaleció en Jehová su Dios, y mira lo que él hizo: “Y dijo David al sacerdote Abiatar hijo de Ahimelec: Yo te ruego que me acerques el efod. Y Abiatar acercó el efod a David. Y David consultó a Jehová, diciendo: ¿Perseguiré a estos merodeadores? ¿Los podré alcanzar? Y él le dijo: Síguelos, porque ciertamente los alcanzarás, y de cierto librarás a los cautivos” (1 Samuel 30:7-8). ¡Qué hermoso y reconfortante es consultar a Jehová, aun en situaciones que, por lógica, creemos saber el paso a dar! Eso es gobierno de Dios, y ser un verdadero líder, reconocer que el que reina en Israel, no es él, sino el Rey Jehová. David simplemente era una cabeza visible, un instrumento para hacer la voluntad del Rey de reyes, y Señor de señores. De hecho, cuando el pueblo pidió a Samuel un rey, como tenían las demás naciones, éste se entristeció, y Jehová le dijo: “Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos” (1 Samuel 8:7). Entendamos que Jehová había declarado que Israel era pueblo suyo, de su exclusiva posesión (Deuteronomio 26:18), y los redimió en Egipto, para que también le perteneciera por redención. Nota ahora lo que sucedió, cuando David fue al rescate de los suyos: “Y libró David todo lo que los amalecitas habían tomado, y asimismo libertó David a sus dos mujeres. Y no les faltó cosa alguna, chica ni grande, así de hijos como de hijas, del robo, y de todas las cosas que les habían tomado; todo lo recuperó David” (1 Samuel 30:18-19). David recuperó todo, por consiguiente, ¡todo lo que se lleve Amalec hay que recuperarlo, en el nombre de Jesús! Tú tienes que

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hacer como David: fortalecerte en Dios, consultar a Jehová, arremeter contra los enemigos y no dejar nada que pertenezca al reino de Dios en la tierra de Amalec, porque es el botín de Jehová. David fue el instrumento para debilitar a los amalecitas, mas, fueron los hijos de Simeón los que los eliminaron totalmente de la faz de la tierra. Veámoslo en los siguientes versículos: “… quinientos hombres de ellos, de los hijos de Simeón, fueron al monte de Seir, llevando por capitanes a Pelatías, Nearías, Refaías y Uziel, hijos de Isi, y destruyeron a los que habían quedado de Amalec, y habitaron allí hasta hoy” (1 Crónicas 4:42-43). Simeón significa “oído”, “oyendo” y representa, tipológicamente, la intercesión; Judá significa “alabanza”, por eso es un tipo de la adoración. Los dos habitan juntos, y también van a la guerra juntos (Génesis 29:33; Jueces 1:1-3). Hay batallas que se ganan con alabanza, pero el que rae de la tierra al espíritu de Amalec es la intercesión delante del trono de Dios, en Jesucristo. Los “simeones” destruyen a Amalec, porque son los que “oyen” la voz de Jehová, y oran como conviene. ¿Acaso no fue eso lo que le dijo el profeta a Saúl: “está atento a las palabras de Jehová” (1 Samuel 15:1), para que hubiese sido confirmado en el reino? David venció a Amalec consultando a Jehová, por medio del efod y siguiendo sus instrucciones (1 Samuel 30:7,8). El enemigo de Amalec es Jehová; es Dios el que arremete contra él, porque dijo que tendría guerra para siempre contra Amalec, entonces, vayamos a Jehová y consultémosle acerca de cómo podemos destruir a su enemigo. Hay que oír a Dios para destruir a Amalec, pues no solamente es vencerle, sino también quitarle lo que nos pertenece. Observa que David le quitó el botín, y Simeón poseyó la tierra. Es importante que no nos demos por vencidos, porque es una guerra espiritual, la cual durará hasta el fin. La Biblia dice que Simeón destruyó a Amalec hasta hoy (1 Crónicas 4:43), sin embargo, también nos advierte que Jehová tendrá guerra contra él para siempre (Éxodo 17:16). ¿Por qué? Porque el espíritu de Amalec es un espíritu que se levantará contra Dios de generación en generación (Éxodo 17:16). ¿Está o no está el espíritu de Amalec en el día de hoy? Sí está, porque es algo espiritual, no es contra un pueblo físico, ubicado en el medio oriente, sino que nuestra lucha es, como dice la Palabra: “contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Nota que el apóstol manda a la iglesia a vestirse de la coraza del Espíritu, y a orar en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, velando en ello con toda perseverancia por todos los santos, porque la intercesión es que podrá vencer y también podrá apagar todos los dardos de fuego del maligno Amalec.

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cabo el propósito. Hay que sostener el gobierno de Dios en sus representantes, para que sus manos (tipo de obras) tengan firmeza en el Señor. Ese es el espíritu del Reino de los Cielos establecido en la iglesia, un espíritu de respeto, amor y sujeción a lo establecido por Dios. La naturaleza del Reino es amor a la santidad, a lo puro, a lo que Dios ama; es un espíritu de abnegación, de entrega, de sacrificio, de no buscar lo nuestro, sino lo que es del Reino de los cielos. Cuando se ha entendido esto se vive como el apóstol Pablo expresó: “… ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Ese mismo sentir estuvo en Cristo, el cual “siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:6-7). Jesús solo pensaba que necesitaba salvar el dominio de Dios en la tierra, el cual había sido usurpado por el enemigo. A Él no le importó hacerse pecado y que sobre sí cayera todo el peso de la ira divina, con tal de restablecer el poderío de Dios en la vida del hombre. Por eso, ahora hay Reino en la tierra, porque Cristo se sacrificó y venció; hay Reino en tu vida porque Cristo murió por ti y también resucitó para darte vida nueva en Él. El Hijo de Dios vino a buscar y a salvar lo que se había perdido, y venció a Amalec diciendo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, Y tu ley está en medio de mi corazón. (…) Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. (…) Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Salmos 40:8; Mateo 6:10; 26:39). Sabemos que el diablo trató de seducirlo, pero nunca lo logró, pues Jesús, en la cruz, con su muerte lo venció. Ya vimos como el diablo tomó la boca de Pedro, cuando este llevó aparte a Jesús, y comenzó a reconvenirle y a sermonearle, diciendo: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca” (Mateo 16:22). Pero él le respondió: “¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 23). Satanás estaba en Pedro, para desviar a Jesús de la voluntad divina. Con palabras de compasión, trataba de quebrantarle el corazón, no por amor, sino para desviarlo del propósito que el Padre le había encomendado. De la misma manera, el adversario estuvo tentando a Jesús, en el desierto, con la misma Palabra, diciéndole: “Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra” (Mateo 4:6), quería apartarlo del propósito, pero Jesús le dijo: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (v. 7).

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Momentos antes, ya él le había dicho: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”, pero Jesús le respondió: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mateo 4:4). El Reino de Dios vale más que nuestro vientre y que toda necesidad perentoria. También le ofreció riquezas, y lo llevó a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: “Todo esto te daré, si postrado me adorares” (vv. 8-9). Pero el Reino de Dios vale más que el reino del mundo y todo lo que hay en él, y a Jesús no le importan los reinos del mundo, sino el Reino de Dios en la tierra. Así también a ti, el diablo te puede ofrecer los reinos del mundo, como se los ofreció al Hijo de Dios, por eso es importante que estés bien definido en cuanto a quién le sirves, pues como dijo Jesús “… donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6:21). Ahora, ¿de qué manera puedo yo identificar a Amalec para erradicarlo? Ese espíritu se puede ver en una persona que está en contra de lo instituido por la Palabra de Dios, y de Su santo consejo. Cuando veas en ti o en otros, rebelión o resistencia a los designios de Dios, a Su voluntad, a Su gobierno o a los intereses del cielo, puedes afirmar que estás enfrente de “Amalec”. También ese espíritu lo puedes ver en un libro que leas o en un sermón que escuches, si lo que lees u oigas está en contra de Dios. Por tanto, ni la auto-conmiseración ni ningún tipo de relación (familiar o personal) puede tener más importancia para ti que el Reino de Dios. Jesús dijo: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). No debe haber alguien o algo más importante para nosotros que el que se establezca la voluntad de Dios en la Tierra, porque representa su dominio entre nosotros. No aspiremos a un reino de los cielos sin Dios. ¿Cómo podemos vencer a Amalec? Apoyando al líder que Dios ha encomendado a establecer Su reino. Nota que cuando la mano de Moisés (tipo de gobierno de Dios) estaba arriba, Israel prevalecía, así debemos nosotros levantar las manos de aquel que Dios nos ha puesto por cabeza en el ministerio, y decir: «Que el Reino de Dios prevalezca». A mí me gusta esa palabra “prevalecer”, porque es la misma que usó Jesús cuando dijo: “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Apliquémoslo entonces a la iglesia, ¿cuándo las puertas del infierno no prevalecen contra la iglesia? Cuando la iglesia vive el Reino de Dios. Si la iglesia no vive el Reino de Dios, el diablo va a prevalecer contra la iglesia. Esa es la situación que está pasando con muchos ministerios, que no se sabe quién es el que gobierna, y existe una lucha por el poder, aunque se simula de muchas maneras. Por eso, escuchamos sermones donde se esconden

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tremendos intereses personales (los de “mi iglesia”, los de “mi asamblea”, los de “mi concilio”), que colocan por encima de los intereses del Reino de Dios. Mas, el trono de Dios está sobre todo y todos. Amado, veamos como Dios ve, amemos lo que Él ama, respaldemos sus obras y a los hombres que Él usa. De este mensaje tomemos la enseñanza que el trabajo nuestro –si no somos los escogidos para ello- es levantar las manos del hombre a quien el Señor le ha dado la visión, como hicieron Aarón y Hur en la cumbre de aquel collado, sosteniendo los brazos de Moisés (Éxodo 17:1012). No resistamos al hombre que Dios le ha dado la visión, sino ayudémosle. No importa qué lugar ocupemos en esa visión, si somos profetas, mensajeros, ayudantes o simples siervos, pero tengamos claro quién es el hombre de la visión en el propósito determinado por Dios. Por ejemplo, si a mí me citan a un lugar para ministrar, puede que vayan los hermanos de nuestra congregación, y uno que otro hermano de la ciudad que me conozca, pero es posible que no se reúna una gran multitud, si no soy el hombre de la visión en ese propósito. Pero si el que cita es el hombre de esa visión, te aseguro que se llena el sitio, y quizás sus más cercanos ni puedan entrar por falta de espacio, porque es el hombre que Dios escogió, es el instrumento sobre el cual el Señor ha derramado su gracia, para que la gente le siga. Eso es algo espiritual. Por tanto, cuando vayamos a los sitios a apoyar cualquier propósito de Dios, preguntémosle al Señor: « ¿Cuál es el hombre de la visión aquí? ¿Éste? Pues, me someto a él», entendiendo que no es al hombre, sino a Dios. No nos subamos a su estrado ni tratemos de empañarle, porque como dijo aquel doctor de la ley, Gamaliel, al concilio que quería matar a los apóstoles: “Apartaos de estos hombres, y dejadlos; porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá; mas si es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados luchando contra Dios” (Hechos 5:38-39). Cuando resistimos, no estamos oponiéndonos al hombre, sino a Dios. Aprendamos a vivir en el Reino de Dios. En nuestra congregación, los hermanos se someten a mí, pero cuando participo en otras actividades de la ciudad, yo me someto al de la visión, porque ese es el Reino de Dios. En el Reino divino no hay posición, sino función, por eso ninguno es más grande que otro. Como iglesia, no soy más grande que la hermana que se encarga de la limpieza del lugar de adoración o el hermano que ayuda en las labores de mantenimiento del edificio, aunque yo sea el pastor, pues cuando lleguemos al cielo, quizás ellos reciban un galardón más grande que el mío, pues Dios no juzga como nosotros juzgamos las cosas. Nota que cuando los apóstoles estaban con esa lucha por el primer lugar, como si estuvieran en el mundo, Jesús les dijo: “… entre vosotros

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no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:26-28). En el reino no hay rango, sino servicio. ¿Quién quiere ser grande en el Reino de los cielos? ¿Tú?, pues sirve. Hay algo que llamó mi atención, y es ver quiénes sostuvieron las manos de Moisés. Estos dos hombres fueron: un hermano y un amigo, Aarón y Hur respectivamente. Los que sostienen el gobierno de Dios tienen que ser un hermano y un amigo. Hermano implica que tienen el mismo linaje; amigo nos habla de lealtad, de almas ligadas (1 Samuel 18:1), de un mismo corazón. Dios nos ha hablado mucho de la lealtad que debemos a Dios y a los hombres que son del Reino. La palabra Aarón significa “iluminado” que trae luz, y Hur significa “agujero” o sea abertura, transparencia, que se puede ver lo que hay detrás. El que te levanta los brazos es un hermano que te anima, que te ilumina; y un amigo en el que puedes confiar, porque no tiene nada escondido. Entonces apliquemos, sostener el Reino y todo lo que es del Reino, destruye a Amalec, y establece el gobierno de Dios. Así que “Cuando triunfa defiende todo lo que es de Dios, Su Reiel reino de los no, Su propósito, Su voluntad, Sus designios, Sus intereses, porque haciéndolo estás cielos, se levanta contra Amalec. A veces no hay que pelear, una bandera que sino levantar la bandera del Reino, para que llevaba un solo sepan de quién eres y a quién perteneces. nombre, el del Esa es nuestra credencial, nuestro distintiSeñor” vo: el Reino de Dios. No siento que pueda morirme por ahora, pero si me muero, quiero que en mi tumba se escriba este epitafio: «Aquí yacen los restos de un hombre del Reino de Dios». Y es que no quiero ser reconocido, sino conocido por el Reino de Dios. Soy un enamorado del Reino, porque amo a mi Señor y exalto su trono, pues quiero que Su reino se establezca para siempre. Cuando triunfa el reino de los cielos, se levanta una bandera que lleva un solo nombre, el del Señor. “Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi” (Éxodo 17:15). Cuando triunfa el Reino de Dios no se levanta el nombre de ningún hombre o institución, porque el que levanta la bandera es Dios. En esta guerra el triunfo está asegurado, porque nuestra bandera y estandarte es Jehová.

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La manera como Dios se glorificó en la experiencia de José, a pesar de las adversidades que sufrió; el triunfo del Señor en la vida de Isaac, en relación a los pozos en Gerar; y cómo el Señor ha prevalecido en su guerra contra el espíritu de Amalec, nos afirma y confirma la infalible verdad de que el llamamiento de Dios es conforme a Su soberanía. Además, estos hechos muestran, de manera irrefutable, la categórica afirmación paulina: “…irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Romanos 11:29).

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a máxima condecoración y la honra más elevada que el Señor concede a un siervo fiel, es edificarle una casa firme. Muchas son las bendiciones y grandes los galardones con los que Dios recompensa a los que administran con temor e integridad los asuntos de Su reino. Pero la plena satisfacción de Su agrado se manifiesta cuando Él da a cualquier siervo suyo, que ha sido fiel, la honra de una casa firme. El que recibe de parte de Dios la remuneración de una casa firme, puede tener la seguridad que está recibiendo, no solo el mayor galardón, sino el sumo agrado del corazón del Padre. La señal más evidente de la complacencia divina en la vida de un siervo del Señor es el premio de una casa firme. De forma contraria, el castigo mayor de Dios, para un siervo infiel es cortar su casa. El Señor manifiesta su indignación y enojo con los siervos infieles, sentenciando su casa a una existencia limitada. Comprobemos las dos afirmaciones que hemos hecho, observando con atención la reacción de Dios frente a la infidelidad de la casa de Elí: “Por tanto, Jehová el Dios de Israel dice: Yo había dicho que tu casa y la casa de tu padre andarían delante de mí perpetuamente; mas ahora ha dicho Jehová: Nunca yo tal haga, porque yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco. 31 He aquí, vienen días en que cortaré tu brazo y el

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brazo de la casa de tu padre, de modo que no haya anciano en tu casa. 32 Verás tu casa humillada, mientras Dios colma de bienes a Israel; y en ningún tiempo habrá anciano en tu casa. 33 El varón de los tuyos que yo no corte de mi altar, será para consumir tus ojos y llenar tu alma de dolor; y todos los nacidos en tu casa morirán en la edad viril. 34 Y te será por señal esto que acontecerá a tus dos hijos, Ofni y Finees: ambos morirán en un día. 35 Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días. 36 Y el que hubiere quedado en tu casa vendrá a postrarse delante de él por una moneda de plata y un bocado de pan, diciéndole: Te ruego que me agregues a alguno de los ministerios, para que pueda comer un bocado de pan” (1 Samuel 2:30-36).

Nota que el deseo de Dios era que la casa de Elí anduviera delante de Él perpetuamente, pero indignado por la manera “La máxima que lo había deshonrado, dijo que nunca condecoración honrará a los que les desprecian, sino que y la honra más serán tenidos en poco. El juicio divino se elevada que el puede resumir en dos géneros de castigo: la Señor concede a casa humillada y cortada. Presta atención a estas palabras: “… cortaré tu brazo y el un siervo fiel, es brazo de la casa de tu padre, de modo que no edificarle una haya anciano en tu casa. Verás tu casa humicasa firme” llada, mientras Dios colma de bienes a Israel; y en ningún tiempo habrá anciano en tu casa. 33 El varón de los tuyos que yo no corte de mi altar [ministerio], será para consumir tus ojos y llenar tu alma de dolor; y todos los nacidos en tu casa morirán en la edad viril” (1 Samuel 2:31-33). La señal de que esta sentencia se cumpliría era que sus dos malvados hijos, morirían en un mismo día. Y así aconteció: “Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a sus tiendas; y fue hecha muy grande mortandad, pues cayeron de Israel treinta mil hombres de a pie. Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees” (1 Samuel 4:10-11). La destrucción de la familia sacerdotal de Elí se cumplió, parcialmente, cuando Saúl mató a los sacerdotes de Nob, los cuales eran descendientes de

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este (1 Samuel 22:11-20); y se terminó de cumplir cuando Salomón destituyó del sacerdocio a Abiatar, al único sobreviviente de esta matanza, y traspasó el sacerdocio a la familia de Sadoc (1 Reyes 2:26, 27, 35). Mas, después de expresar su juicio a la casa de Elí, con severidad y enojo, el Señor se consoló a sí mismo, anunciando proféticamente: “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días” (1 Samuel 2:35). El Señor se estaba refiriendo a Sadoc, su casa y ministerio. Pero esta declaración divina es aplicable a todos los ministros que sirven a Dios con fidelidad. Dios prometió casa firme a cambio de fidelidad, aun a personas tan indignas como Saúl y a Jeroboam (1 Samuel 13:13,14; 1 Reyes 11:29-31, 38). Según 1 Samuel 2:35, la promesa de casa firme es dada a aquellos que realizan para Dios un sacerdocio fiel. Pero también nos dice que solo el que tiene el corazón de Dios puede dar el grado, pues Él dijo: “que haga conforme a mi corazón y a mi alma”. Pensemos en Abraham. Dios no solo le prometió una casa firme, sino una casa numerosa y bendecida (Génesis 12:1-3; 17:1-8). El hombre que fue llamado “amigo de Dios”, tenía también su corazón y su alma. El Señor lo comprobó cuando le pidió que le ofreciese en sacrificio a su amado y único hijo, Isaac, el cual éste no le rehusó (Génesis 22:1-18). Abraham demostró con su vida que era un sacerdote fiel. Las huellas de su peregrinaje quedaron indeleblemente marcadas en los altares que edificaba en cada estancia, para adorar a Dios (Génesis 12:7-8; 13:4,18; 22:9). Este hombre administró el sacerdocio de su casa, de tal manera que el mismo Dios dio testimonio de él diciendo: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él” (Génesis 18:19). ¿Quién no aprende temor de Dios cuando lee la manera como Abraham hizo jurar por Jehová a su mayordomo, para que éste no tomara mujer cananea para su hijo Isaac? Él interpuso juramento para asegurar la pureza de su linaje. Históricamente, Israel como nación ha sido infiel. Eso quiere decir que según el pacto de la ley de Moisés no merece existir. La existencia de Israel como nación se puede considerar un milagro de la historia. Este prodigio no es otra cosa que la fidelidad de Dios a su siervo Abraham, porque le prometió casa firme. Cada vez que Israel estuvo en peligro de extinción o en aflicción ha sucedido lo mismo que dice el libro de Éxodo: “Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios” (Éxodo 2:24-25).

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Ahora consideremos a Aarón, al cual Dios prometió un sacerdocio perpetuo (Éxodo 29:1-9). Por esa razón, la vara de Aarón reverdeció (Números 17:8). De los cuatro hijos de Aarón, dos fueron infieles, y por eso fueron cortados. Estos fueron Nadad y Abiú, los cuales murieron delante de Jehová, porque ofrecieron en el altar fuego extraño (Levítico 10:1-11). El verso 12 dice que quedaron vivos dos hijos de Aarón, Eleazar e Itamar. En el caso de Baal-peor, cuando los hijos de Israel fornicaron con las hijas de Moab y adoraron sus dioses, el Señor se airó y mató miles del pueblo. Esta mortandad terminó, porque Dios contó por justicia el celo de Finees, hijo de Eleazar, el cual mató a un príncipe de Israel y a una mujer madianita, que en medio de la indignación de Jehová, se atrevieron a entrar a una tienda a fornicar (Números 25:1-9). Noten lo que el Señor dijo acerca de este varón: “Entonces Jehová habló a Moisés, diciendo: 11 Finees hijo de Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, ha hecho apartar mi furor de los hijos de Israel, llevado de celo entre ellos; por lo cual yo no he consumido en mi celo a los hijos de Israel. 12 Por tanto diles: He aquí yo establezco mi pacto de paz con él; 13 y tendrá él, y su descendencia después de él, el pacto del sacerdocio perpetuo, por cuanto tuvo celo por su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel” (Números 25:10-13). El Señor entregó el sacerdocio perpetuo de la casa de Aarón a Finees, porque mostró que tenía el corazón de Dios, al defender con celo el nombre de Dios. Esta es la línea genealógica de la casa firme y el sacerdocio perpetuo, que Dios prometió a Aarón; el Señor fue descalificando a los infieles y cumpliendo la promesa con los fieles. Cortó a Nadad y Abiú y solo quedaron Eleazar e Itamar. Eleazar fue fiel y su casa permaneció firme. De él nació Finees, el cual también fue fiel y el Señor le prometió el sacerdocio perpetuo. Del linaje de Finees nació Sadoc (1 Crónicas 6:1-12, ver los versículos 4,12). A este Sadoc se refirió Dios cuando dijo: “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días” (1 Samuel 2:35). Sadoc ministró en el sacerdocio, durante el reinado de David (2 Samuel 8:17). Este hombre a quien David llamó “el vidente” (2 Samuel 15:27), hizo alianza con David, y después de la muerte de Saúl permaneció fiel a su rey (1 Crónicas 27:17). Huyó con David durante la rebelión de Absalón (2 Samuel 15:23-29). Permaneció fiel al propósito de Dios, no se unió a Adonías cuando éste quiso usurpar el reinado que Jehová y David habían dado a Salomón (1 Reyes 1:5-8). Luego vemos que cuando Salomón fue ungido, el día de su coronación, Sadoc recibió también el ungimiento como sacerdote (1 Crónicas 29:22). Abiatar había servido junto con Sadoc, fielmente, como líder en el sacerdocio, durante el reinado de David, pero cuando Adonías, hijo de David,

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quiso usurpar el trono de Salomón, Abiatar se unió a este (1 Reyes 1:7), así que Salomón, después que fue coronado, lo quitó del sacerdocio y en su lugar puso a Sadoc. La Biblia narra así: “Y el rey dijo al sacerdote Abiatar: Vete a Anatot, a tus heredades, pues eres digno de muerte; pero no te mataré hoy, por cuanto has llevado el arca de Jehová el Señor delante de David mi padre, y además has sido afligido en todas las cosas en que fue afligido mi padre. Así echó Salomón a Abiatar del sacerdocio de Jehová, para que se cumpliese la palabra de Jehová que había dicho sobre la casa de Elí en Silo. (…) Y el rey puso en su lugar a Benaía hijo de Joiada sobre el ejército, y a Sadoc puso el rey por sacerdote en lugar de Abiatar” (1 Reyes 2:26, 27,35). Cuando Abiatar fue depuesto del sacerdocio, no solo fue cortado él, sino Elí e Itamar. Lo que quiero decir es que de los dos hijos de Aarón que quedaron, Eleazar e Itamar, el sacerdocio perpetuo fue dado a Eleazar, por la fidelidad de Finees y Sadoc. Elí pertenecía a la familia de Itamar, así que este perdió la perpetuidad de su casa cuando la casa de Elí fue infiel. La sentencia de Dios se terminó de cumplir cuando Abiatar fue echado del sacerdocio (1 Reyes 2:27). La decadencia del sacerdocio de Itamar, por causa de la infidelidad de la casa de Elí, se hace notoria en el reinado de David. La Biblia dice que David dividió el sacerdocio en veinticuatro turnos, de los cuales dieciséis pertenecían a la casa de Eleazar y solo ocho a la de Itamar (1 Crónicas 24:1-6). La Escritura dice: “Y David, con Sadoc de los hijos de Eleazar, y Ahimelec de los hijos de Itamar, los repartió por sus turnos en el ministerio. Y de los hijos de Eleazar había más varones principales que de los hijos de Itamar; y los repartieron así: De los hijos de Eleazar, dieciséis cabezas de casas paternas; y de los hijos de Itamar, por sus casas paternas, ocho” (1 Crónicas 24:3-4). El profeta Ezequiel habla de un nuevo templo, con una adoración diferente. Muchos interpretan que este templo y su servicio pertenecen al tiempo del milenio, y otros interpretan que el profeta está hablando de un sacerdocio ideal, en un tiempo de restauración. No importa cuál sea la interpretación, el profeta dice algo acerca del sacerdocio que revela mucho con relación a lo que estamos estudiando, leámoslo: “Y los levitas que se apartaron de mí cuando Israel se alejó de mí, yéndose tras sus ídolos, llevarán su iniquidad. 11 Y servirán en mi santuario como porteros a las puertas de la casa y sirvientes en la casa; ellos matarán el holocausto y la víctima para el pueblo, y estarán ante él para servirle. 12 Por cuanto les sirvieron delante de sus ídolos, y fueron a la casa de Israel por tropezadero de mal-

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dad; por tanto, he alzado mi mano y jurado, dice Jehová el Señor, que ellos llevarán su iniquidad. 13 No se acercarán a mí para servirme como sacerdotes, ni se acercarán a ninguna de mis cosas santas, a mis cosas santísimas, sino que llevarán su vergüenza y las abominaciones que hicieron. 14 Les pondré, pues, por guardas encargados de la custodia de la casa, para todo el servicio de ella, y para todo lo que en ella haya de hacerse” (Ezequiel 44:10-14).

Nota lo que afirma este pasaje, que los sacerdotes y levitas infieles serán degradados y se les asignarán labores inferiores e insignificantes, pero de los sacerdotes, hijos de Sadoc dice: “Mas los sacerdotes levitas hijos de Sadoc, que guardaron el ordenamiento del santuario cuando los hijos de Israel se apartaron de mí, ellos se acercarán para ministrar ante mí, y delante de mí estarán para ofrecerme la grosura y la sangre, dice Jehová el Señor. 16 Ellos entrarán en mi santuario, y se acercarán a mi mesa para servirme, y guardarán mis ordenanzas” (Ezequiel 44:15-16). Ezequiel profetizó aproximada“Lo más mente 380 años, después de la coronación de Salomón y del ministerio de Sadoc, sin agradable que embargo, el profeta habla de la fidelidad de un ministro le este linaje sacerdotal y de la promesa de una pueda dar a Dios, casa firme para ellos, de parte de Dios. como ofrenda También, puedo ilustrar la verdad que de servicio, es un enseño en este epílogo, mencionando el ejemplo de David, el cual fue un hombre a sacerdocio fiel.” quien Dios edificó una casa firme. La Biblia dice: “Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente. (…)Y entró el rey David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí? (…) Ahora pues, Jehová Dios, confirma para siempre la palabra que has hablado sobre tu siervo y sobre su casa, y haz conforme a lo que has dicho. 26 Que sea engrandecido tu nombre para siempre, y se diga: Jehová de los ejércitos es Dios sobre Israel; y que la casa de tu siervo David sea firme delante de ti. (…) Ten ahora a bien bendecir la casa de tu siervo, para que permanezca perpetuamente delante de ti, porque tú, Jehová Dios, lo has dicho, y con tu bendición será bendita la casa de tu siervo para siempre” (2 Samuel 7:16, 18, 25-26, 29). Dios mismo dio

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testimonio que David era un hombre conforme a su corazón (Hechos 13:22; 1 Samuel 13:14). Cuando el Señor se refirió a David como un hombre conforme a su corazón, añadió: “quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos 13:22). Esta descripción coincide con la palabra: “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días” (1 Samuel 2:35). David fue un sacerdote fiel, porque amaba a Dios, lo celaba y tenía su afecto en la casa de Dios (1 Crónicas 29:3). Era un adorador que sabía ministrar a Dios y entrar en Su santuario (1 Samuel 6:14-22). Él sirvió a su generación (Hechos 13:36); y preparó todo a su hijo Salomón para que éste pudiese continuar el plan de Dios. Los despojos de las naciones que el Señor entregó en sus manos, él los donó para la construcción del templo y no rehusó nada a Dios (1 Crónicas 29:1-5). David acostumbraba a consultar al Señor los asuntos del reino y los personales, porque quería hacerlo todo conforme a Su corazón y agrado (1 Samuel 23:2,4; 2 Samuel 2:1; 5:19, 23). David expresó el deseo supremo de su corazón cuando quiso hacer casa a Jehová. Pero sucedió todo lo contrario, el Señor le prometió que Él le daría casa a David. La casa que el Señor ofreció a su siervo no fue una construcción “Un sacerdote de cedro o pino, sino una casa firme, un linaje real que fuese eterno. Dios le concedió fiel es aquel a David lo que nunca dio a ningún otro que hace todo hombre, hizo parentesco con él. Pero la proconforme al mesa fue cumplida, a través del reino eterno, corazón y al de Jesucristo. El Señor Jesús nació del linaje alma de Dios” de David, según la carne, por eso fue llamado “hijo de David”. Pero como también era Hijo de Dios, según el Espíritu, así que a la vez fue llamado “Hijo de Dios”. En la persona de Jesucristo se unió la casa de Dios y la casa de David, y simultáneamente, el reino de David, y el reino de Dios. Al unirse el reino de David con el de Dios, en la persona de Jesús, el reino de David se hace eterno, y su casa firme y estable para siempre. Estos son las palabras del ángel Gabriel a la madre del Salvador: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lucas 1:30-33). Que Dios hiciese parentesco con una casa humana y con un reino terrenal es parte del

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misterio de la condescendencia divina. ¿Has pensado alguna vez lo que significa que la casa de Dios y el reino celestial se fusionasen por medio de un parentesco, con una casa humana y un reino terrenal? En la respuesta de esa pregunta se encuentra lo inefable e imponderable que fue la honra que el Señor concedió al siervo, que Él mismo llamó: “… varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero” (Hechos “Es imposible 13:22). Esta misericordia de Dios, maniedificar una festada a David, revela lo que Él es capaz casa firme con de hacer para hacer notoria su complacenun sacerdocio cia, cuando está agradado con un ministro infiel” que le ha honrado. Quiero terminar esta obra diciéndote que lo más agradable que un ministro le pueda dar a Dios como ofrenda de servicio, es un sacerdocio fiel. De la misma manera, también te digo que la honra más grande y elevada que Dios concede, como manifestación de agrado y aprobación a un ministro suyo, es ésta: “… y yo le edificaré casa firme” (1 Samuel 2:35). Estas son las lecciones que podemos sustraer de esta enseñanza y que Dios quiere que vivamos y siempre recordemos: 1. Un sacerdote fiel es aquel que hace todo conforme al corazón y al alma de Dios. Esto quiere decir que solo el que tiene el corazón de Dios puede ser un sacerdote fiel. 2. Es imposible edificar una casa firme con un sacerdocio infiel. 3. Lo que posibilita un sacerdocio fiel es tener el corazón de Dios, y lo que hace firme y estable a una casa es la fidelidad de su sacerdocio. 4. Siempre ha sido el propósito de Dios darnos, a todos los que le servimos, una casa firme y un sacerdocio perpetuo. 5. La gloria y la presencia de Dios estarán en la casa que le honra y le agrada. 6. Una casa firme es aquella cuyo sacerdocio es fiel a Dios. 7. Una casa firme es aquella que posee la permanencia de Dios. 8. Una casa firme es aquella cuya descendencia o linaje permanece firme y fiel en la honra a Dios. 9. Una casa firme es aquella que nunca se divorcia de Dios. 10. Una casa firme es aquella cuya genealogía es santa y permanente. 11. Una casa firme es una dinastía de Dios.

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12. Una casa firme es aquella que no solo retiene la pureza de su linaje y la fidelidad de su sacerdocio, sino también la integridad del propósito divino. 13. Hay dos cosas que distinguen todo lo que pertenece a Dios: lo primero es el fruto, el cual revela su naturaleza celestial; y lo segundo, es la permanencia, la que señala la procedencia divina de las cosas. 14. Solo lo que es como Dios agrada a Dios, y solo viviendo como Dios permanecemos en Él. 15. Solo cuando somos semilla de Dios, producimos el fruto de Su Espíritu. 16. Lo que el Señor prometió a Salomón, como respuesta a su oración, cuando dedicó a Jehová el templo, “Una casa firme constituye la mayor dádiva a la casa es aquella que que le agrada y le honra. Él dijo: “porque ahora he elegido y santifino solo retiene cado esta casa, para que esté en ella la pureza de mi nombre para siempre; y mis ojos su linaje y la y mi corazón estarán ahí para siemfidelidad de pre” (2 Crónicas 7:16). Una casa su sacerdocio, firme es aquella donde Dios pone Su nombre, Sus ojos, y Su corazón sino también la perpetuamente. integridad del

propósito divino”

La última promesa divina al sacerdote fiel, además de edificarle una casa firme es: “y andará delante de mi ungido todos los días” (1 Samuel 2:35). El sacerdote Sadoc, a quien estas palabras hacían alusión, anduvo delante de dos ungidos: David y Salomón. Hoy el ungido de Dios es el Señor Jesucristo. Todos los ministros que en este tiempo seamos fieles y honremos al Señor, en nuestro ministerio, también andaremos delante de su ungido todos los días. La Biblia termina hablándonos de un grupo de santos que disfrutarán de esta honra, cuando dice: “Después miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente. 2 Y oí una voz del cielo como estruendo de muchas aguas, y como sonido de un

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gran trueno; y la voz que oí era como de arpistas que tocaban sus arpas. 3 Y cantaban un cántico nuevo delante del trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos; y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que fueron redimidos de entre los de la tierra. 4 Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Éstos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Éstos fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero; 5 y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios” (Apocalipsis 14:1-5).

Y de manera concluyente, surge esta interrogante: ¿Por qué Sadoc y los ciento cuarenta y cuatro mil anduvieron delante del ungido de Jehová? Permíteme contestarla con la pregunta que Dios formuló a Israel: “¿Andarán dos juntos, si no estuvieren de acuerdo?” (Amós 3:32).

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Bibliografía

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Lacueva, Francisco. NUEVO TESTAMENTO INTERLINEAL GRIEGO-ESPAÑOL CLIE, España, 1984 Limardo, Miguel. VENTANAS ABIERTAS Casa Nazarena de Publicaciones, Kansas City, Missouri NUEVO DICCIONARIO BÍBLICO, Ediciones Certeza, Argentina, 1991. Seco, Manuel. Olimpia Andrés, Gabino Ramos. DICCIONARIO FRASEOLOGICO DOCUMENTADO DEL ESPAÑOL ACTUAL © 2004, Santillana Educación, S.L. España Strong, James CONCORDANCIA EXHAUSTIVA DE LA BIBLIA, Editorial Caribe, Miami, USA., 2002 Vila, Samuel. ENCICLOPEDIA ILUSTRADA DE LA HISTORIA DE LA IGLESIA, CLIE, España, 1979 Vine, W. E. DICCIONARIO EXPOSITIVO DE PALABRAS DEL NUEVO TESTAMENTO, CLIE, España, 1984. WordReference.com, Diccionario de la Lengua española Copyright© 2008 WordReference.com Wikipedia –La Enciclopedia Libre Wikipedia® 2009 Wikimedia Foundation, Inc.

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Disfrute otras publicaciones de Juan Radhamés Fernández

Este libro es una herramienta excelente para conocer más profundamente la obra portentosa que Dios ha hecho en la vida de los creyentes. Entender las cosas de Dios, sin el Espíritu de Dios, es imposible, por eso muchos han limitado el nuevo nacimiento a una simple transformación, al no poder explicar de manera racional lo que es nacer del agua y del Espíritu (Juan 3:5). A través de sus páginas, podrás entender que Dios nos ha dado una nueva naturaleza, para que podamos vivir plenamente la vida espiritual, y tener una relación más íntima con el Señor. Cada uno de sus capítulos te llevarán a entender un poco más lo que significa “andar en el Espíritu”, lo cual redundará en un notorio crecimiento de tu vida espiritual.

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Todo lo que Dios hace tiene un propósito, aun la Palabra que sale de Su boca, no regresa a Él vacía, sino que hace lo que Él quiere, y logra aquello por lo que Él la habló (Isaías 55:11). Sabemos que Dios en Su Hijo nos ha dado todas las cosas, sin embargo hay muchos que viven una vida cristiana escasa, sin fruto, y es porque no han hecho de Dios su Todo. La Palabra nos exhorta a andar en el Espíritu y que no satisfagamos los deseos de la carne, pero esto sólo podremos lograrlo cuando Dios sea el todo en todo. Sin Dios siendo el eje de las cosas, todo está destinado a fracasar. Por tanto, este libro nos muestra, a la luz de la Palabra, por qué Dios debe ser el todo en tu vida, en la iglesia y en todos. Si amas la voluntad de Dios, sé que disfrutarás su lectura, y si recibes su consejo, el Señor logrará ser el todo en ti, y por tanto, serás parte del gran propósito de los propósitos, y es que Dios sea el todo en todos.

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Nos agradaría recibir su impresión sobre esta obra. Por favor, envíe sus comentarios o testimonios de este libro a la dirección que detallamos a continuación. Gracias y que Dios le bendiga abundantemente. Juan Radhamés Fernández El Amanecer de la Esperanza Ministry, Inc. P.O. Box 70, Bronx, NY 10473 Email: [email protected] http://www.elamanecer.org

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