Joko_lecturas de Budismo Zen

FRAGMENTOS DEL LIBRO “ZEN AHORA” DE CHARLOTTE JOKO BECK Prefacio La simplicidad del Zen resplandece desde el corazón de

Views 150 Downloads 8 File size 114KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

FRAGMENTOS DEL LIBRO “ZEN AHORA” DE CHARLOTTE JOKO BECK

Prefacio La simplicidad del Zen resplandece desde el corazón de las enseñanzas de Charlotte Joko Beck: llano, transparente, libre de paradojas y oscuridades innecesarias. Joko muestra que la práctica espiritual significa trabajar con nuestra vida tal como es, con nuestros amores y pérdidas, nuestras relaciones y anhelos, nuestro trabajo y nuestro ocio. Su aguda inteligencia y su manera de expresarse, directa y cautivadora, atraviesan la ilusión para llegar a la propia realidad. En el espejo de sus palabras nos vemos a nosotros mismos más claramente y cobramos valor para afrontar la verdad. La práctica del Zen es un tomar conciencia plenamente de nuestra vida, aquí y ahora. En un proceso de crecimiento orgánico - desde la raíz hasta la flor pasando por el tallo descubrimos lo que está oculto, ensanchamos nuestra capacidad de aceptación y llegamos a reposar en el momento presente. La experiencia vital de Joko como música, madre, secretaria, administradora y finalmente como maestra de innumerables estudiantes de Zen durante años le proporciona una preparación espléndida para ayudarnos a seguir nuestro camino personal y único. La sabiduría es la verdad que alimenta. Las palabras que contiene este libro no son más que dedos que señalan a la luna: encontrarán su verdadera justificación en unas vidas más realizadas de compasión, servicio y alegría. Steve Smith Claremont, California Marzo de 1994

1

Remolinos y aguas estancadas Somos como remolinos en el río de la vida. En su curso hacia adelante, un río o un torrente puede chocar con rocas, ramas o irregularidades del terreno, haciendo que surjan remolinos espontáneamente aquí y allá. El agua que entra en un remolino pasa por él rápidamente y vuelve a unirse al río, para entrar más adelante en otro remolino y seguir adelante. Aunque durante cortos períodos parece poder distinguirse como un hecho aparte, el agua de los remolinos no es otra cosa que el río. La estabilidad de un remolino sólo es temporal. La energía del río de la vida forma cosas vivientes - un ser humano, un gato o un perro, árboles y plantas -, después lo que mantenía en su sitio lo al remolino se ve alterado y el remolino desaparece y vuelve a entrar en la corriente mayor. La energía que era un remolino determinado se desvanece, y el agua sigue adelante, tal vez para ser atrapada de nuevo y convertirse por un instante en otro remolino. Sin embargo, preferimos no pensar en nuestra vida en estos términos. No queremos vernos simplemente como una formación temporal, un remolino en el río de la vida. La realidad es que tomamos forma por un tiempo; después, cuando las condiciones son las adecuadas, desaparecemos. No hay nada malo en desaparecer; es una parte natural del proceso. No obstante, queremos pensar que este pequeño remolino que somos no forma parte del río. Queremos vernos como algo permanente y estable. Toda nuestra energía se invierte en tratar de proteger nuestro supuesto carácter separado. Para protegerlo erigimos límites artificiales y fijos; en consecuencia, acumulamos un exceso de equipaje, cosas que se introducen en nuestro remolino y no pueden salir. De este modo las cosas obstruyen nuestro remolino y el proceso cae en el desorden. La corriente necesita fluir de forma natural y libre. Si nuestro remolino particular queda empantanado, también perjudicamos a la energía del río. No puede ir a ninguna parte. Los remolinos vecinos pueden recibir menos agua porque la retenemos frenéticamente. Lo mejor que podemos hacer para nosotros mismos y para la vida es mantener el agua de nuestro remolino clara y fluida para que entre y salga sin dificultad. Cuando todo se obstruye, creamos problemas - mentales, físicos y espirituales -. Somos más útiles a los demás remolinos si el agua que entra en el nuestro es libre de pasar y seguir adelante fácil y rápidamente para llegar hasta cualquier cosa que necesite ser agitada. La energía de la vida busca una rápida transformación. Si podemos ver la vida de este modo y no aferrarnos a nada, la vida simplemente viene y va. Si la corriente es estable e intensa, cuando algún desecho entra en nuestro pequeño remolino da vueltas en él durante un tiempo y luego sigue su camino. Pero no es así como vivimos nuestra vida. Al no comprender que no somos más que un remolino en el río del universo, nos vemos como entidades separadas y necesitamos proteger nuestros límites. El propio juicio de «me siento herido» ya establece un límite al nombrar a un «yo» que exige ser protegido. Sea cual sea la basura que se introduce en nuestro remolino, hacemos grandes esfuerzos para evitarla, para expulsarla o para controlarla de un modo u otro. El noventa por ciento de una vida humana típica se dedica a tratar de poner límites alrededor del remolino. Estamos constantemente en guardia: «Él podría herirme», «esto podría ir mal», «no me gusta en absoluto». Éste es un uso completamente erróneo de nuestra función vital; y no obstante todos lo hacemos hasta cierto punto. 2

Las preocupaciones económicas reflejan nuestro esfuerzo por mantener unos límites fijos. «¿Qué pasará si mi inversión no resulta? Podría perder todo mi dinero». No queremos que nada amenace nuestras reservas de dinero. Todos pensamos que esto sería terrible. Con esta actitud protectora y ansiosa de aferrarnos a nuestros bienes obstruimos nuestra vida. El agua que debería fluir rápidamente, para ser útil, se queda estancada. Un remolino que levanta una presa a su alrededor y se aísla del río se estanca y pierde su vitalidad. La práctica consiste en no dejarse atrapar en lo particular y verlo, en cambio, como lo que es: una parte del todo. Sin embargo, empleamos la mayor parte de nuestras energías en crear agua estancada. Esto es lo que ocasiona el hecho de vivir con temor. El temor existe porque el remolino no comprende lo que es: la propia corriente. Hasta que no vislumbramos esta verdad, todas nuestras energías van en dirección equivocada:. Creamos muchos charcos estancados, que producen contaminación y enfermedades. Los charcos que tratan de rodearse de muros para protegerse empiezan a disputar entre sí. «Hueles mal. No me gustas». Los charcos estancados causan muchos problemas. El frescor de la vida desaparece. La práctica del Zen nos ayuda a ver cómo hemos creado el estancamiento en nuestra vida. «¿He sido siempre tan colérico, y no me había dado cuenta?» De modo que nuestro primer descubrimiento con la práctica es el reconocimiento de nuestro estancamiento, creado por nuestros pensamientos egocéntricos. Los problemas mayores los crean actitudes nuestras que no podemos ver. La depresión, el temor y la cólera no reconocidas crean rigidez. Cuando reconocemos la rigidez y el estancamiento, el agua empieza a fluir de nuevo, poco a poco. Así, la parte más esencial de la práctica es desear ser la vida misma - que es simplemente las sensaciones que nos llegan -, aquello que crea nuestro remolino. A lo largo de los años nos hemos adiestrado en hacer lo opuesto: crear charcos estancados. Este es nuestro falso logro. De este esfuerzo progresivo proceden todos nuestros problemas y nuestra separación de la vida. No sabemos cómo ser íntimos, cómo ser la corriente de la vida. Un charco estancado con límites protegidos no está cerca de nada. Atrapados en un sueño egocéntrico *, sufrimos, como afirma uno de los votos diarios de nuestro Centro Zen. La práctica es la lenta inversión de esta situación. Para la mayoría de los practicantes, esta inversión es la tarea de toda una vida. El cambio a menudo es doloroso, especialmente al principio. Cuando estamos acostumbrados a la rigidez y a la inflexibilidad controlada de una vida protegida, no queremos dejar penetrar corrientes nuevas en la conciencia, por muy refrescantes que puedan ser. La verdad es que no nos gusta mucho el aire fresco. No nos gusta mucho el agua fresca. Se necesita mucho tiempo para ver la protección y la manipulación de la vida que realizamos en nuestras actividades cotidianas. La práctica nos ayuda a ver estas maniobras más claramente, y este reconocimiento siempre es desagradable. Sin embargo, es esencial que veamos lo que hacemos. Cuanto más tiempo practicamos, más fácilmente reconocemos nuestros esquemas defensivos. Sin embargo, el proceso nunca es fácil ni está exento de dolor, y los que esperen encontrar un lugar de descanso rápido y fácil no deberían emprenderlo. Con la práctica conseguimos estar más despiertos. Más vivos. Llegamos a conocer tan bien nuestras tendencias dañosas que no necesitamos infligírselas a otros. Aprendemos que nunca es correcto gritar a alguien sólo porque estamos preocupados por algo. La práctica nos ayuda a ver dónde está estancada nuestra vida. A diferencia de los rápidos torrentes de montaña, con el agua maravillosa que fluye sin cesar, nosotros podemos llegar a una detención total a causa de los «No me gusta... El hiere mis sentimientos» o «Tengo una vida muy dura». En realidad, sólo existe el fluir continuo del agua. Lo que llamamos nuestra vida no es más que un pequeño rodeo, un remolino que aparece y luego desaparece. A veces los rodeos son minúsculos y muy breves: la vida remolinea durante un año o dos en un sitio y 3

después es arrastrada a lo lejos. La gente se pregunta por qué hay bebés que mueren a tan tierna edad. ¿Quién sabe? No sabemos por qué. Forma parte de este infinito fluir de energía. Cuando sabemos unirnos a él, estamos en paz. Cuando todos nuestros esfuerzos van en la dirección opuesta, no estamos en paz.

Las experiencias y el experimentar. A cada segundo estamos ante una encrucijada: entre la inconsciencia y la consciencia, entre la ausencia y la presencia - o entre las experiencias y el experimentar-. La práctica consiste en pasar de las experiencias al experimentar. ¿Qué quiere decir esto? Tendemos a utilizar demasiado la palabra experiencia, y cuando decimos «Tienes que estar con tu experiencia» hablamos de forma imprecisa. Puede que no sea útil seguir este consejo. Habitualmente vemos nuestra vida como una serie de experiencias. Por ejemplo, tengo una experiencia de una persona u otra, una experiencia de mi almuerzo o de mi oficina. Desde este punto de vista, mi vida no es más que el hecho de tener una experiencia tras otra. Cada experiencia puede llevar estrechamente asociado un ligero halo o un velo emocional neurótico. A menudo el velo adopta la forma de recuerdos, fantasías o esperanzas para el futuro - las asociaciones que introducimos en la experiencia como resultado de nuestros condicionamientos pasados -. Cuando hacemos zazen nuestra experiencia puede estar dominada por nuestros recuerdos, que pueden ser irresistibles. ¿Hay algo malo en esto? Los seres humanos tienen recuerdos, fantasías, esperanzas; es natural. No obstante, cuando recubrimos nuestra experiencia con estas asociaciones, la experiencia se convierte en un objeto: un sustantivo más que un verbo. Así, nuestra vida se convierte en una serie de encuentros con un objeto tras otro: personas, mi almuerzo, mi oficina. Los recuerdos y las esperanzas son similares: la vida se convierte en una serie de «esto» y «aquello». Habitualmente vemos nuestra vida como una serie de encuentros con cosas que están «fuera», La vida se vuelve dualista: sujeto y objeto, yo y eso. No hay ningún problema con este proceso, a menos que nos lo creamos. Porque cuando creemos realmente que estamos encontrando objetos durante todo el día, quedamos esclavizados. ¿Por qué? Porque cualquier objeto «externo» tendrá un ligero velo de contexto emocional. Y entonces reaccionamos en función de nuestras asociaciones emocionales. Según la enseñanza clásica del Zen, estamos esclaviza dos por la codicia, la cólera y la ignorancia. Ver el mundo exclusivamente de este modo es estar encadenado. Cuando nuestro mundo consiste en objetos, orientamos nuestra vida según lo que podemos esperar de cada objeto: «¿Le gusto?» «¿Gano algo con esto?» «¿Debo tener miedo de ella?» Nuestra historia y nuestros re cuerdos toman las riendas, y nosotros dividimos el mundo entre cosas que hay que evitar y cosas que hay que buscar El problema de esta forma de vivir es que lo que ahora me beneficia, puede perjudicarme más tarde, y viceversa. El mundo cambia constantemente, y por lo tanto nuestras asociaciones nos descarrían. No hay nada seguro en un mundo de objetos. Recelamos constantemente, incluso de las personas a quienes decimos amar y que nos son próximas. Mientras otra persona sea un objeto para nosotros, podemos estar seguros de que no hay un amor o una compasión genuinos entre nosotros. Si el tener experiencias es nuestro mundo habitual, ¿qué es el otro mundo, el otro ramal de la carretera? ¿Cuál es la diferencia entre experiencias y experimentar? ¿Qué es el genuino escuchar, tocar, saborear, ver, etc.? Cuando se produce, en ese mismo momento, el experimentar no está en el espacio ni en el tiempo. No puede estarlo; pues cuando está en el espacio o en el tiempo, hemos hecho de 4

ello un objeto. Cuando tocamos, miramos y oímos, estamos creando el mundo del espacio y el tiempo, pero la vida real que llevamos no está en el espacio ni en el tiempo; es simplemente experimentar. El mundo del espacio y el tiempo surge cuando el experimentar se reduce a una serie de experiencias. En el preciso momento de oír, por ejemplo, sólo existe el oír, oír, oír, que crea el sonido del avión o de lo que sea. Tap, tap, tap ... : hay un espacio entre cada uno; y cada uno es un absoluto oír, oír, oír . Esta es nuestra vida, tal como creamos nuestro mundo. Lo creamos con todos nuestros sentidos tan deprisa que es imposible seguir su rastro. El mundo de nuestras experiencias es creado a partir de nada, segundo a segundo. Uno de los votos de nuestra ceremonia declara: «El cambio incesante hace girar la rueda de la vida». Experimentar, experimentar, experimentar; cambio, cambio, cambio. «El cambio incesante hace girar la rueda de la vida, y así la realidad se muestra en todas sus numerosas formas». «Vivir apaciblemente como el propio cambio libera a todos los seres sensibles que sufren y les lleva al gran gozo». Vivir apaciblemente como el propio cambio significa sentir el dolor palpitante de mis piernas, oír el ruido de un coche: simplemente experimentar, experimentar. Simplemente vivir con la experiencia. Incluso el dolor cambia continuamente, segundo a segundo. «Vivir apaciblemente como el propio cambio libera a todos los seres sensibles que sufren y les lleva al gran gozo». Si este proceso fuese absolutamente claro no necesitaríamos practicar. El estado iluminado no es tener una experiencia, sino la ausencia de toda experiencia. El estado iluminado es un experimentar puro y no adulterado. Y esto es completamente distinto de «tener una experiencia de iluminación». La iluminación es la demolición de toda experiencia construida a base de pensamientos, fantasías, recuerdos y esperanzas. Francamente, no estamos interesados en demoler nuestra vida tal como la hemos conocido habitualmente. Demolemos las falsas estructuras de nuestra vida al calificar nuestros pensamientos, al decir por milésima vez: «Tengo el pensamiento de que pasará tal o cual cosa». Cuando lo hemos dicho mil veces, lo vemos como lo que es. No es más que energía vacía que surge de nuestros condicionamientos, sin realidad de ninguna clase. No hay en ello ninguna verdad intrínseca; no es más que cambio, cambio, cambio. Es fácil hablar de este proceso, pero no hay nada que nos interese menos que demoler nuestras estructuras fantásticas. Tememos secretamente que, si las demoliéramos, nos demoleríamos a nosotros mismos. Un antiguo cuento sufí habla de un hombre a quien se le cayeron las llaves en el lado oscuro de la calle por la noche y luego fue a buscar las llaves al otro lado de la calle, junto a la farola. Cuando un amigo le preguntó por qué buscaba bajo la farola en vez de donde le habían caído las llaves, el hombre contestó: «Busco aquí porque hay más luz». Esto es lo que hacemos con nuestras vidas: queremos buscar en el marco familiar. Si tenemos un problema seguimos un marco familiar: pensar, preocuparnos, analizar, continuar con los locos asuntos de nuestra vida porque esto es lo que estamos acostumbrados a hacer. No importa si no funciona- Aún estamos más decididos, y seguimos buscando bajo la farola. No nos interesa esa vida que está fuera del espacio y el tiempo, creando constantemente el mundo del espacio y el tiempo. No nos interesa esto; en realidad, nos da miedo. ¿Qué es lo que nos empuja a abandonar este melodrama, a intentar salir de la confusión? En el fondo, resulta del malestar que nos causa el modo en que vivimos nuestra vida. Más allá de una vida compuesta de experiencias está una vida de experimentar, una vida de compasión y gozo. Pues la verdadera compasión y el verdadero gozo no son cosas que se experimenten. Nuestro verdadero maestro no es sino éste: cambiar, cambiar, cambiar; experimentar, experimentar, experimentar. El maestro no está en el espacio y el tiempo - y, sin embargo, no es otro que el espacio y el tiempo -. Nuestro experimentar la vida es también nuestro crear la 5

propia vida. «El cambio incesante hace girar la rueda de la vida y así la realidad se muestra en todas sus numerosas formas». Hay un poema de W.H. Auden que refleja muy bien nuestro estado ordinario: Preferimos arruinarnos a cambiar, Preferimos morir en nuestro miedo A subirnos a la cruz del momento Y dejar morir nuestras ilusiones *. Preferimos arruinarnos a cambiar - aun cuando no somos sino el cambio -. Preferimos morir en nuestra ansiedad, nuestro temor, nuestra soledad, a subirnos a la cruz del momento y dejar morir nuestras ilusiones. Y la cruz es también la encrucijada, la elección. Estamos aquí para hacer esta elección.

La mente simple La única mente que puede percibir la vida de una forma transformada es una mente simple. El diccionario define simple como «que posee o está compuesto sólo de una parte». La conciencia puede acoger una multiplicidad de cosas, tal como el ojo puede captar muchos detalles a la vez. Pero la conciencia en sí es una sola cosa. Permanece sin cambios, sin adiciones ni modificaciones. La conciencia es completamente simple; no tenemos que añadirle nada ni cambiarla. Es modesta y sin pretensiones; no puede evitar ser así. La conciencia no es algo a lo que pueda afectar esto o aquello. Cuando vivimos en la pura conciencia no nos afecta nuestro pasado, nuestro presente o nuestro futuro. Como la conciencia no tiene nada que pueda pretender, es humilde. Es modesta. Simple. La práctica pretende desarrollar o descubrir una mente simple. Por ejemplo, a menudo oigo quejas de personas que se sienten abrumadas por su vida. Estar abrumado es estar atrapado por todos los objetos, pensamientos y acontecimientos de la vida, y estar afectado emocionalmente por ellos, por lo que nos sentimos enfadados y alterados. Cuando nos sentimos así, podemos hacer y decir cosas que nos hieran o hieran a otras personas. A diferencia de la mente simple de la pura conciencia, estamos confusos por la multiplicidad de lo que nos rodea. Entonces no podemos ver que todas las cosas externas son nosotros. No podremos ver que todo existe en nosotros hasta que podamos vivir en un ochenta o noventa por ciento con una mente simple. La práctica pretende desarrollar esta clase de mente. No es fácil. Exige una paciencia, una diligencia y una determinación infinitas. Dentro de esta simplicidad, de esta conciencia, comprendemos el pasado, el presente y el futuro, y empezamos a estar menos afectados por el alud de experiencias. Podemos vivir nuestra vida con apreciación y un poco de compasión. Nuestra vida ya no gira en torno a juicios como: «Oh, es tan duro conmigo, soy una víctima», «hieres mis sentimientos», «no eres tal como yo quiero que seas». A veces la gente me dice que, después del sesshin, la vida fluye con facilidad, sin ningún problema. Existen las mismas cuestiones, pero presentan menos dificultad. Esto ocurre porque en el sesshin la mente se vuelve más simple. Por desgracia, solemos perder esta simplicidad, porque de nuevo quedamos atrapados en lo que aparece como una vida muy compleja que se desarrolla a nuestro alrededor. Creemos que las cosas no son como queremos que sean, y empezamos a luchar y a ponernos a merced de nuestras emociones. Cuando esto ocurre, a menudo nos comportamos de forma destructivo. 6

Cuanto más practicamos, más tenemos períodos - al principio breves, después más largos en los que percibimos que no necesitamos oponernos a los demás, aun cuando sean personas difíciles. En vez de verlas como problemas, empezamos a gozar con su manera de ser, sin necesidad de corregirla. Por ejemplo, podemos disfrutar del hecho de que sean demasiado silenciosos, o demasiado habladores, o de que se pongan demasiado maquillaje. Una vida realizada es gozar del mundo sin hacer juicios. Se necesitan años y más años de práctica. Y no quiero decir que, ni siquiera entonces, pueda experimentarse cualquier problema sin reacción; no obstante, se produce un cambio y nos apartamos de una vida puramente reactiva, en la que todo lo que sucede puede disparar nuestra defensa favorita. Una mente simple no es una cosa misteriosa. En una mente simple, la conciencia simplemente es. Es abierta, transparente. No hay nada complicado en ello. Aunque para la mayoría de nosotros es inalcanzable durante la mayor parte del tiempo. Pero cuanto más contacto tenemos con una mente simple, más nos damos cuenta de que todo es nosotros y más nos sentimos responsables de todo. Cuando sentimos nuestra conexión con todo, tenemos que actuar de modo diferente. Cuando quedamos atrapados en nuestro propio pensamiento, no hacemos nuestro trabajo sentimos el pasado y el futuro, todo en el presente -. Incluso imaginamos que si estuviésemos aislados en una habitación con nuestro enfado, estaríamos muy bien. La verdad, sin embargo, es que cuando nos permitimos actuar de este modo, no estamos haciendo nuestro trabajo, y ello afecta al conjunto de nuestra vida. Cuando mantenemos la conciencia, lo sepamos o no, se produce la curación. Si practicamos lo suficiente empezamos a percibir la verdad: llegamos a comprender que el «ahora» abarca el pasado, el futuro y el presente. Cuando somos capaces de practicar con mente simple, sin estar atrapados por nuestros pensamientos, algo aparece lentamente, y una puerta que estaba cerrada empieza a abrirse. Para que esto ocurra, tenemos que trabajar con nuestra cólera, nuestro enfado, nuestros juicios, nuestra autocompasión, nuestras ideas de que el pasado determina al presente. Cuando la puerta se abre, vemos que el presente es absoluto y que, en cierto sentido, todo el universo empieza ahora mismo, cada segundo. Y la curación de la vida está en ese segundo de simple conciencia. La curación es siempre estar simplemente ahí, con una mente simple.

El gozo A menudo se me acusa de insistir en las dificultades de la práctica. La acusación es cierta. Creedme, las dificultades existen. Si no las reconocemos, a ellas y a las razones por las que surgen, nos engañamos a nosotros mismos. Sin embargo, la realidad fundamental - no sólo en nuestra práctica, sino también en nuestra vida - es el gozo. Por gozo no quiero decir felicidad; no son lo mismo. La felicidad tiene un opuesto; el gozo, no. Mientras busquemos la felicidad, encontraremos infelicidad, porque siempre oscilamos de un polo al otro. De vez en cuando experimentamos de verdad el gozo. Puede surgir accidentalmente o en el transcurso de la práctica, o en cualquier momento de nuestra vida. Después del sesshin podemos experimentar el gozo durante un rato. Al cabo de años de práctica, nuestra experiencia del gozo se hace más profunda - es decir, si comprendemos la práctica y tenemos voluntad de llevarla a cabo. La mayoría de las personas no la tienen -. El gozo no es algo que tengamos que encontrar. El gozo es lo que somos si no estamos preocupados por otra cosa. Cuando tratamos de encontrar el gozo, no hacemos más que añadir un pensamiento - y, además, completamente inútil - al hecho básico de lo que somos. No necesitamos ir a buscar el gozo. Pero necesitamos hacer algo. La pregunta es: ¿qué? 7

Nuestra vida no es gozosa, y no dejamos de buscar para encontrar un remedio. Nuestra vida gira básicamente en torno a la percepción. Por percepción quiero decir todo lo que los sentidos recogen. Vemos, oímos, tocamos, olemos, y así sucesivamente. Esto es lo que la vida es realmente. Sin embargo, la mayor parte del tiempo sustituimos la percepción por otra actividad; la cubrimos con otra cosa, a la que llamaré evaluación. Con evaluación no quiero decir un análisis objetivo y desapasionado - como, por ejemplo, cuando examinamos una habitación desordenada y consideramos o evaluamos cómo vamos a limpiarla -. La evaluación a la que me refiero está centrada en el ego: «Este nuevo episodio de mi vida, ¿va a darme algo que me guste, o no? ¿Va a herirme, o no? ¿Es agradable o desagradable? ¿Me da importancia, o no? ¿Me da algo material?» El hecho de evaluar de este modo forma parte de nuestra naturaleza. En la medida en que nos entreguemos a evaluaciones de este tipo, el gozo estará ausente de nuestra vida. Es asombroso ver lo deprisa que podemos caer en la evaluación. Tal vez estemos funcionando muy bien, y de pronto alguien critica lo que hacemos. En una fracción de segundo, nos lanzamos de cabeza a los pensamientos. Siempre estamos dispuestos a entrar en ese interesante espacio del juicio a los demás o a nosotros mismos. Hay mucho drama en todo esto, y nos gusta, más de lo que creemos. Si el drama no se vuelve demasiado duradero y severo, entramos en él con gusto, pues, en cuanto seres humanos, tenemos una tendencia básica hacia el drama. Desde un punto de vista corriente, estar en un mundo de pura percepción es bastante insulso. Supongamos que hemos estado fuera de vacaciones durante una semana y volvemos. Quizás hayamos disfrutado, o creamos haberlo hecho. Cuando regresamos al trabajo, hay un montón de cosas por hacer que nos esperan y, esparcidos sobre la mesa, hay pequeños mensajes referentes a «mientras estabas fuera». Cuando la gente nos llama al trabajo, suele ser que quiere algo. Tal vez la tarea que dejamos al cuidado de alguien no se ha hecho. Inmediatamente, evaluamos la situación. «¿Quién ha cometido un error?» «¿Quién ha sido negligente?» «¿Por qué llama? Apuesto que es el problema de siempre». «Es responsabilidad suya. ¿Por qué me llaman?» Del mismo modo, al finalizar el sesshin podemos experimentar el flujo de una vida gozosa; entonces nos preguntamos adónde va. Aunque no va a ninguna parte, algo ha sucedido: una nube cubre la claridad. Hasta que no sepamos que el gozo es exactamente lo que sucede, menos nuestra opinión sobre ello, sólo vamos a tener una pequeña cantidad de gozo. Sin embargo, cuando nos mantenemos en la percepción en vez de perdernos en evaluaciones, el gozo puede ser la persona que no hizo su trabajo mientras estábamos fuera. Puede ser el interesante encuentro por teléfono con todas las personas a las que tenemos que llamar, sea lo que sea lo que quieran. El gozo puede ser tener anginas; puede ser el que nos despidan; puede ser, inesperadamente, tener que hacer horas extras. Puede ser tener un examen de matemáticas o tratar con la ex esposa que quiere más dinero. Por lo general, no pensamos que estas cosas sean ocasión de gozo. La práctica quiere enseñarnos a afrontar el sufrimiento. No es que el sufrimiento sea importante o valioso en sí, sino que es nuestro maestro. Es la otra cara de la vida, y hasta que no sepamos ver la vida en su totalidad no habrá gozo alguno. A decir verdad, el sesshin es sufrimiento controlado. Se nos ofrece una oportunidad de enfrentarnos con nuestro sufrimiento en una situación de la práctica. Mientras practicamos, todos los atributos tradicionales del buen discípulo zen se ponen a prueba: resistencia, humildad, paciencia, compasión. Estas cosas suenan muy bien en los libros, pero no son tan atractivas cuando nos causan sufrimiento. Por esto el sesshin no debería ser fácil: necesitamos aprender a estar con nuestro sufrimiento y al mismo tiempo actuar del modo apropiado. Cuando aprendemos a estar con nuestra experiencia, sea cual sea, somos más conscientes del gozo que es nuestra 8

vida. El sesshin es una buena ocasión para aprender esta lección. Cuando estamos preparados para la práctica, la presencia del sufrimiento puede ser una suerte. Ninguno de nosotros quiere reconocer este hecho. Por supuesto, yo intento evitar el sufrimiento; hay muchísimas cosas que no quiero que sucedan en mi vida. Sin embargo, si no aprendemos a ser nuestra experiencia incluso cuando es dolorosa, nunca conoceremos el gozo. El gozo es ser las circunstancias de nuestra vida tal como son. Si alguien ha sido injusto con nosotros, no pasa nada. Si alguien cuenta mentiras sobre nosotros, tampoco pasa nada. La riqueza material de este país nos hace más difícil en ciertos aspectos experimentar el gozo fundamental que somos. Los que viajan a la India cuentan a veces que, junto con la inmensa pobreza, hay una alegría extraordinaria. Enfrentada todo el tiempo a la vida y a la muerte, la gente ha aprendido algo que para la mayoría de nosotros es difícil: ha aprendido a apreciar cada momento. Nosotros no sabemos hacerlo muy bien. Nuestra misma prosperidad - todas las cosas que damos por sentadas y todas las cosas de las que queremos más - es en cierto modo una barrera. Hay otras barreras, más básicas. Pero nuestra riqueza es ciertamente una parte del problema. En la práctica, volvemos una y otra vez a la percepción, al mero hecho de estar sentados. La práctica consiste en oír, ver, sentir, simplemente. Es lo que los cristianos llaman la faz de Dios: tomar el mundo simplemente tal como se manifiesta. Sentimos nuestro cuerpo , oímos los coches y los pájaros. Esto es todo lo que hay. Pero no estamos dispuestos a permanecer en este espacio más que unos pocos segundos. Huimos de ello precipitadamente recordando lo que nos ocurrió la semana pasada o pensando en lo que nos ocurrirá la próxima. Nos obsesionamos con personas con las que tenemos problemas, o con nuestro trabajo, o con lo que sea. No hay nada malo en el hecho de que surjan estas ideas, pero si nos adherimos a ellas entramos en el mundo de la evaluación efectuada desde nuestro punto de vista egocéntrico. La mayoría de nosotros pasamos la mayor parte de nuestra vida en este punto de vista. Es natural pensar: «Si no hubiese tenido una pareja tan difícil (o un compañero de habitación difícil o cualquier otra cosa difícil), sé que mi vida hubiera sido mucho más tranquila. Sería mucho más capaz de apreciarla». Esto podría ser cierto durante un breve período. La vida sería mejor durante un tiempo, naturalmente. Pero esta comodidad no es tan valiosa como el hecho de enfrentarnos a lo que nos altera, porque esta alteración (la tendencia a apegarnos a nuestros dramas, a implicarnos en ellos y a dejar que nuestra mente se desboque y nuestras emociones se inflamen) constituye la barrera. No hay verdadero gozo en semejante vida, no hay gozo en absoluto. Así, huimos de las dificultades; tratamos de eliminar algo nuestra pareja, nuestro compañero de habitación, o lo que sea - a fin de poder encontrar un lugar perfecto donde nada pueda molestarnos. ¿Tiene alguien un lugar así? ¿Dónde podría hallarse? ¿Qué podría siquiera parecérsele? Hace años solía permitirme soñar diez minutos al día acerca de una isla tropical, y todos los días proveía mi pequeña cabaña. Mi vida fantástica era cada vez mejor. Finalmente tuve todas las comodidades. Unos alimentos maravillosos aparecían por sí solos, y estaba el mar apacible y una laguna, ideal para nadar, justo al lado de la cabaña. Es bonito soñar conscientemente si se pone un límite de tiempo. Pero mi sueño no podía existir, salvo en mi mente. No hay ningún lugar en la tierra donde podamos ser libres de nosotros mismos. Si estuviésemos sentados meditando en una cueva, todavía pensaríamos en alzo: «Qué noble soy por estar en esta cueva». Y al cabo de un rato: «¿Qué excusa puedo inventarme para salir de aquí y no parecer malo?» Si nos detenemos y descubrimos lo que realmente sentimos o pensamos, nos daremos cuenta - aunque estemos trabajando intensamente - de un leve velo de egolatría que recubre nuestra actividad. La iluminación es simplemente no hacer esto. La iluminación es simplemente hacer totalmente lo que estamos haciendo, respondiendo a las cosas a medida que aparecen. La expresión moderna es «fluir». 9

El gozo no es más que esto: algo aparece; lo percibo. Algo se necesita, y lo hago, y luego lo siguiente y lo siguiente. Dedico cierto tiempo a pasear o a conversar con mis amigos. No hay problemas en una vida vivida de este modo.

10