JEAN LUC NANCY. ¿Por qué Obedecemos?

Jean-Luc Nancy ¿Por qué obedecemos? Traducción de Silvio Mattoni b u Capital intelectual Nancy. Jean-Luc ¿Por qué o

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Jean-Luc Nancy

¿Por qué obedecemos? Traducción de Silvio Mattoni

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Capital intelectual

Nancy. Jean-Luc ¿Por qué obedecemos? / Jean-Luc Nancy.-l a ed. - Ciudad Autònoma de Buenos Aires: Capital Intelectual, 2016 64 p.; 1 8 x1 2 cm. Traducción de: Silvio Mattoni. ISBN 978-987-614-522-0 1. Ensayo Filosófico. I. Mattoni, Silvio, trad. II. Título. CDD 190

Diseño de colección y de tapa: Javier Vera Ocampo Diseño de interior: Ariana Jenik Traducción: Silvio Mattoni Coordinación: Inés Barba

Título de la edición original: Tu vas obeir! © Editions Bayaid, 2014

© Jean-Luc Nanoy, 2016 © Capital Intelectual, 2016

Capital Intelectual S.A. Paraguay 1535 (1061) • Buenos Aires, Argentina Teléfono: (+54 11) 4872-1300 • Telefax: (+54 11) 4872-1329 www.editorialcapin com.ar • info@capin com.ar

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Queda hecho el depósito que prevé la Ley 11723, Impreso en Argentina. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida sin permiso escrito del editor.

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ontaigne escribió que enseñar a un niño no es llenar un vacío, sino en­ cender un fuego. En 1987 el filósofo

francés Jacques Rancière publicó un peque­ ño libro titulado "El maestro ignorante. Cinco lecciones sobre la emancipación intelectual”. Allí retoma la experiencia de Joseph Jacotot, un revolucionario exiliado, que hacia 1818 co­ menzó a enseñar aquello que ignoraba y a pro­ clamar la igualdad de las inteligencias, en un gesto pedagógico, filosófico y político radical. En las conferencias que dan origen a esta colección, dirigidas a grandes y chicos, la función del maestro ignorante será entonces recuperar aquel gesto y proponer, en un mo­ mento dado, un objeto singular, un pasaje un tanto misterioso, una pregunta que se nos viene

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encima y ante la cual hay que reaccionar. Sin embargo, para el maestro ignorante la expe­ riencia de no entender es fundamental y en­ contrar un obstáculo sin perder la esperanza de superarlo es decisivo, porque nos pone en estado de desafío. La infancia en este caso no se refiere a un momento de la existencia ni a un estado psi­ cológico. Hay viejos que tienen apenas veinte años. Se trata de un impulso de insumisión re­ pleto de paciencia, un amor del riesgo cargado de memorias. De allí, y de la experiencia inicia­ da hace varios años en un teatro de las afueras de París, surgió el proyecto de esta colección. Los temas no tienen límites, pero hay una re­ gla de juego, que consiste en que los oradores se dirijan efectivamente a los niños, ¡no impor­ ta la edad que tengan!, en un gesto de amistad y compromiso que atraviese las generaciones.

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Primera Parte El m aestro ignorante presenta: | [H j| H j

Advertencia Al Igual que en las conferencias precedentes, me atengo a la transcripción que se hizo a partir de la grabación. Hablé sin texto, a par­ tir de notas, y prefiero conservar ese tono, con sus incertezas, en la publicación. J.-L. N.

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Jean-Luc Nancy: (llega desde el fondo del escenario, separa de­ trás de la mesa de conferencista) Levántense. (la audiencia está un poco sorprendida pero la mayoría de los niños se levantan enseguida y todo el mundo los sigue, incluso los adultos) Siéntense. (todos se sientan) Ya lo ven. Se levantaron de todos modos, al principio un número determinado, otros no entendían muy bien. Vi niños que se levanta­ ron en las primeras filas. ¿Por qué se levanta­ ron? Niño: Por respeto.

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J.-L. N.: Pero hizo falta que les dijera "levántense”. No te dijiste de inmediato que ibas a levan­ tarte por el conferencista. En la escuela, ya no se ponen de pie cuando llega el maestro o la maestra. ¿No? Ah, todavía, bueno. Que­ ría entrar en este jueguito para mostrarles que obedecemos bastante fácilmente a una orden enunciada por alguien que de antemano tie­ ne autoridad. Sin embargo, no estamos en la escuela. El respeto siempre se dirige de algu­ na manera a quien detenta una posición de autoridad. El conferencista tiene cierta autori­ dad, porque habla de algo que se supone que conoce mejor que aquellos que vienen a es­ cucharlo. Se supone que tiene algo que ense­ ñarles. La idea del maestro, el que sabe más, implica una idea de autoridad. Se obedece. Al mismo tiempo, algunos se manifestaron no moviéndose de inmediato y los padres duda­ ron mucho. Precisamente porque los padres se dicen que se trata de una conferencia para los niños, pero vieron que muchos niños se levantaban y entonces se dijeron que tal vez fuera mejor jugar el juego, pero no pensaban

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¿Vas a obedecer? Breve conferencia

que obedecían, que respetaban al conferen­ cista. Esto no quiere decir que no lo respeten moralmente. Con este jueguito, estamos de inmediato en el núcleo del tema, la extraordinaria ambi­ güedad de la obediencia. Hay que someterse a una orden y hacer que esa orden ordene, al mismo tiempo hay que obedecer según las justificaciones de esa orden. Las justificacio­ nes a veces ya están dadas. Llega el señor que da la conferencia, posee cierta autoridad, im­ pone cierto respeto, se obedece a lo que dice. Obviamente, esto es un tanto limitado, por­ que no puedo darl bs cualquier orden. Si ahora digo que se pongan de cabeza con las piernas para arriba, en primer lugar no todo el mundo puede hacerlo, y se dirán que estoy loco o que bromeo. Verán que esto surge de un orden ge­ neral determinado. Esa es toda la cuestión de la obedienciaySío podemos decir que sea mala en sí, pero tampoco podemos decir que sea completamente buena.^Obedecer sin saber por qué, sin comprenderlo, sin integrarlo, sin que tenga sentido para el que obedece, ¿qué quiere decir? Por eso es que la obediencia

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conlleva una gran ambigüedad. Para obede­ cer, para que obedecer se justifique, hace fal­ ta que tenga sentido. Por otra parte, obedecer significa entender, no solamente entender la orden sino el sentido. Obedecer viene del la­ tín ob audire que quiere decir aguzar el oído, escuchar bien. No es en primer lugar ejecutar bien sino entender bien. Un poco por eso la pregunta de esta conferencia podría ser “¿Vas a obedecer?". No es la orden misma, la orden ya fue dada, “¿Vas a obedecer?" supone que aquel a quien se dirige la orden no obedeció, es preciso volver a empezar. Me gustaría mu­ cho saber si un solo niño o un solo adulto aquí -cuando fue niño o cuando se relaciona con jefes- ya escuchó esta frase. “¿Vas a obede­ cer?” se formula como una pregunta: “¿Es que al fin vas a obedecer?”. Esta pregunta es una falsa pregunta, quiere decir que si no obede­ ces viene la cachetada, la echada a la calle, el despido. Podemos pronunciar esta frase, y el otro la puede entender, al menos de dos ma­ neras diferentes. “¿Vas a obedecer por fin?” . Entonces ya estamos a punto de zarandear al otro que entiende que ese “por fin" no

está lejos. Si no ocurre como obediencia, va a ocurrir como castigo por la no obediencia. Pero sigue estando dentro de la pregunta. El otro tono da a entender lo mismo de manera un poco más desplazada hacia la afirmación : “Vas a obedecer”. En ese momento, el signo de interrogación desaparece. “Te aseguro que vas a obedecer y verás lo que va a pa­ sar". Ya tienes tu cachetada o tu Playstation ya fue suprimida, lo que es peor que una ca­ chetada y dura más. ¿Por qué analizar esas dos maneras? Por­ que en la primera hipótesis, cuando la frase sigue siendo pregunta, dice: vas a terminar comprendiendo que hay que obedecer. Lo que implica, según el grado de desobediencia o de enervamiento de quien manda, que to­ davía queda un margen. ¿Vas a terminar por entender que es tu deber y por qué se trata de tu deber? Vas a hacer ese ejercicio de cien­ cias naturales porque el ejercicio forma parte de la tarea del colegio y hay que hacerlo. Lo que remite a algo que tiene sentido. Si que­ remos desarrollar todo el sentido, es mucho, pero los niños saben bien que tiene sentido ir

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a la escuela o que no tiene ningún sentido, o algo de sentido. No supongo que haya alguien para quien todo el sentido sea ir a la escuela. Mientras que en la segunda manera de enten­ der esa no pregunta, esa afirmación que pue­ de ser un grito, afirmo en lugar del otro que va a obedecer y que de todos modos verán quién es el más fuerte. Ya se vio de antemano. A partir de cierta edad esa frase no puede decir­ se más, y no solamente porque el otro enfrente es igual de fuerte o incluso más fuerte, aun cuando eso también pueda tenerse en cuenta.

o de otra manera. Hay que obedecer a perso­ nas que mandan pero también a situaciones. Por ejemplo, le obedecemos a la lógica de la máquina. Cuando aprendan a manejar, no sólo tendrán que obedecerle al instructor sino tam­ bién a la manera en que los autos están fabri­ cados, al hecho de que un cambio de marcha se realiza de un modo determinado. Es preci­ so que obedezcan porque si confunden el pe­ dal del freno con el del acelerador, no se puede manejar en absoluto. Tal vez no llamen a eso obedecer espontáneamente, pero se trata de

^Tenemos pues dos orientaciones para la obediencia. La primera orientación se dirige más bien al niño o a quien tiene que seguir algo en lo cual es natural que ingrese, que avance, que sería, el camino de la escuela, la educación, saber comportarse en general. Esa orientación también puede existir para un adulto que por ejemplo emprende una forma­ ción para desarrollarse en otras competencias distintas a las que ha desempeñado hasta el momento. También debe seguir determina­ do camino, determinado aprendizaje y para aprender siempre hace falta obedecer de una

plegarse a cierto orden de cosas. Digamos que se trata de un orden que podemos considerar como natural. « ^ l segundo tono de mando, la afirmación, es diferente porque la coacción, la obligación, la exigencia de sumisión del otro dominan. El modelo de esa orden es la obediencia del soldado. El primer artículo del reglamento del ejército, al menos tal como yo lo conocí du­ rante mi servicio militar, decía: la obedien­ cia constituye la fuerza principal del ejército y por ende es importante que cada superior obtenga de sus subordinados una obediencia

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inmediata y en todo momento. La obediencia no es una nadería porque constituye la fuerza principal del ejército. Es entendible. Es pre­ ciso que un ejército funcione completamente de acuerdo a las instrucciones de sus jefes, que sus órdenes no se discutan de ninguna manera. Pasa algo semejante en cierto núme­ ro de fábricas. En la medida en que nos rela­ cionamos con grandes conjuntos que deben funcionar de tal o cual manera, hace falta que la coacción esté primero. En el reglamento mi­ litar, el siguiente artículo estipulaba que no se podía discutir una orden sino una vez que se había ejecutado. Si se empieza discutiendo la orden, todo el tejido se deshace. En este se­ gundo caso, el objeto del acto por realizar y de la orden, el objeto de la exigencia de obede­ cer, se sitúa por fuera de la persona a la que se manda. El soldado o el obrero deben obe­ decer en aras de la eficacia, para que la tarea sea realizada bien. Mientras que en el primer caso, si los obligan a hacer sus deberes para el colegio, no es para que el colegio funcione, sino que para ustedes funcionen a través del colegio. Son dos cosas diferentes.

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Existe pues una obediencia natural y una obediencia técnica, ya que siempre se opone la técnica a la naturaleza. Se trata en efecto de una técnica determinada que debe funcio­ nar. La obediencia es natural cuando la per­ sona que debe obedecer es afectada a su vez en su vida, en sus intereses por aquello que le dicen que haga. El que manda entonces debe estar orientado hacia ese interés que no es el suyo. Por tal motivo, resulta muy difícil ser educador, o director de colonia de vacaciones. También los médicos están obligados a hacer­ se obedecer. Si alguien dice que no le gustan las inyecciones, el médico o los enfermeros son a veces un poco autoritarios para hacer que ceda una resistencia que desatiende el interés de la persona. Al mismo tiempo, hay que saber de manera precisa, delicada en qué radica verdaderamente el interés de la perso­ na. Es posible que a veces la resistencia de un niño ante la escuela, de un enfermo ante ciertos tratamientos, tenga sentido para esa persona. En determinados casos, hay que sa­ ber comprender por qué él o ella se resiste, y si hace falta orientarlo hacia otra cosa. Mien­

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tras que en la obediencia técnica, el resultado esperado está en otro sitio. En el ejército, por ejemplo, está en la guerra. Actualmente ya no estamos en una época en que podamos hablar de la guerra en el antiguo sentido de la pa­ labra, una guerra legítima entre los Estados. ¿Qué justifica ese combate en última instan­ cia? Tal vez no lo que dicen los jefes. Tal vez existan entonces razones para resistirse a la guerra. En la primera de las guerras llamadas mundiales, desde 1914 hasta 1918 en Europa, un determinado número de soldados se rebe­ laron contra lo que les hacían hacer cuando descubrieron el horror que era. Fueron fusi­ lados por no haberse plegado al principio de obediencia que constituye la fuerza principal de los ejércitos, y también para dar el ejemplo a los demás. Actualmente, con toda la pers­ pectiva, es muy difícil simplemente justificar esa guerra y tal vez ninguna guerra. De una sola vez, la obediencia nos conduce hasta un extremo, hasta la cuestión de saber lo que es una guerra justa. La obediencia técnica remi­ te a algo más que la persona que debe obe­ decer. Se trata de saber cómo la persona se

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relaciona con ese algo más. Un soldado puede relacionarse con el objetivo de la guerra como un asunto personal. Alguien que ejecuta tal o cual tarea técnica puede pensar que eso vale la pena, desea que eso funcione. Pero no siempre ocurre, la obediencia técnica no es lo mismo que el hecho de aprender en la escue­ la lo que hay que saber para vivir como una persona completa, independiente en nuestra sociedad. En principio, pareciera que los problemas sólo se plantean en el segundo caso, el de la obediencia técnica. Por lo tanto, les estaría di­ ciendo que la escuela es natural, que hay que aprender en la escuela la limpieza, la buena educación, el código vial, la ley del Estado en el que viven, las leyes que sobrepasan los Estados, etc. ¿Por qué hay que ser educado? Aunque algunos estén dispuestos a decir que no ven para nada el porqué, de hecho percibi­ mos la razón bastante rápido. Es el funciona­ miento de nuestras relaciones entre nosotros, mientras que el funcionamiento de una obra en construcción en la cual yo trabajo no de­ pende forzosamente de mi propio interés. Pero

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si bien esto parece evidente, de todos modos hay que aclarar enseguida el término “natural" que elegí un poco a propósito. Tal vez algunos de ustedes pensaron que la escuela no era tan natural. Lo natural es una muy mala idea. No existe en el mundo humano una naturaleza propia. Un árbol tiene una naturaleza propia, y además, siempre que no sea un árbol que sea en exceso el resultado de selecciones, de injertos. En la naturaleza, no existe verdadera obediencia sino más bien adiestramiento. Un animal adiestrado por un hombre no obede­ ce, aun cuando por supuesto digamos que un perro le obedece a su dueño. Muy a menudo decimos que este gato nunca obedece. En general, los gatos por otra parte no obedecen. Verán que no tiene mucho sentido decir que los perros obedecen mientras que los gatos no obedecen. Son especies animales que tienen comportamientos diferentes. Entre los anima­ les existe el adiestramiento. Una madre perra les da golpes a sus crías, los adiestra para que no coman en su plato. Conocí a una perra que vivía con una de sus hijas y que toda la vida le impidió que comiera de su plato. No le daba

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a entender nada porque no hablaba, la gol­ peaba, es todo, o le mostraba los dientes. Eso no se llama obediencia sino adiestramiento y apunta a formar reflejos. Cuando se exige obe­ diencia, siempre podemos preguntarnos si se trata solamente de fabricar reflejos o de algo más. Por ejemplo: la tarea de ciencias natura­ les está indicada en el libro de texto. Hacer de inmediato la tarea durante toda su vida estu­ diantil no produce forzosamente a los mejores alumnos, los que más éxito tendrán, si lo que se han forjado son sencillamente reflejos. Du­ rante mucho tiempo, en la escuela y en la so­ ciedad, obligaban a todo el mundo a escribir con la mano derecha. Los zurdos no debían escribir con la mano izquierda, escribir con la mano derecha se consideraba como una regla natural. Tal vez sea cierto que las dos mitades del cuerpo y del cerebro no son completamen­ te equivalentes, así como tenemos el corazón a la izquierda y el hígado a la derecha, pero la manera de considerar esa clase de cosas se ha transformado. Hoy ya no contrariamos a los zurdos. Seguramente algunos de ustedes son zurdos. En un momento determinado nos

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dimos cuenta de que lo que habíamos hecho durante mucho tiempo, desde la Edad M e­ dia, no estaba bien. Eso quiere decir que la mano derecha no es el órgano natural para escribir, así como tampoco es tan natural escribir de izquierda a derecha. La escritu­ ra de derecha a izquierda, como en el árabe, puede requerir o favorecer otro uso de las manos. Hay algo relativo allí, lo que parece natural no es completamente natural. Po­ demos extender esto a todo lo que ustedes hacen en la escuela. En la escuela es natu­ ral aprender el uso de la lengua, las mate­ máticas. Pero no podemos estar seguros de que un determinado nivel de matemáticas, tal como se enseña hasta el final del cole­ gio, sea forzosamente necesario para todo el mundo en nuestra sociedad. Aun dentro de lo que consideramos como natural, muchos elementos son relativos, son códigos, mane­ ras, hábitos. La manera de escribir por ejem­ plo. Cuando aprendí a escribir, había que escribir siguiendo líneas, se enseñaba que tal letra debía subir hasta la segunda línea y luego volver a bajar. Actualmente, todo eso

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se ha olvidado, y muy tempranamente uste­ des escriben con teclados. No existe una sociedad natural ni una cul­ tura natural. La cultura designa el conjunto de la lengua, las costumbres, los hábitos, las leyes, las religiones, los juegos, los deportes. Cada cultura, cada sociedad tiene sus parti­ cularidades y se transforma con el correr del tiempo. ¿Qué podemos observar dentro de esas sociedades? Observamos que numero­ sas transformaciones de esas sociedades se deben a desobediencias. ¿Cómo se suprimió poco a poco la imposición de la mano de­ recha? Porque algunas personas, maestros, educadores empezaron a resistirse, desobe­ decieron. No conozco la historia exacta, pero tal vez empezó con escuelas un tanto espe­ ciales. Algunas desobediencias o indiscipli­ nas a veces son muy fecundas, corresponden a una invención. Numerosas invenciones se relacionan con indisciplinas, con maneras de no seguir lo que estaba presente en el or­ den general. En la Francia del Renacimien­ to, Bernard Palissy fue un grandísimo crea­ dor de cerámicas. Era un loco manso que,

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para calentar sus hornos y hacer cocinar sus cerámicas, quemó los muebles de su casa. La señora Palissy y los niños no estaban muy contentos. Pero ese comportamiento aberran­ te, que se resiste a un determinado número de obligaciones naturales, evidentes, corres­ pondió a una creación. Aquel que no hace sus deberes y juega a la Playstation puede corres­ ponder a dos casos. O bien lo hace porque se ha forjado reflejos distintos de los reflejos es­ colares, es como un idiota que ya no puede despegarse de su consola. Sabemos que un poco nos idiotizamos ahí adentro, pero a pe­ sar de todo seguimos, es terrible porque eso puede crear una adicción de la que ya no se puede salir. Lo importante no es que desobe­ dezcamos al orden escolar y social, sino que obedecemos de manera aún más terrible a la consola. También podemos imaginar un caso donde el que permanece en su consola in­ venta cosas. Existen inventores de juegos, de programas informáticos que crearon entrando allí profundamente. Los dos casos son muy di­ ferentes-. el que se idiotiza al obedecer a una forma de impulso mecánico y el que inventa,

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que penetra en los secretos, los arcanos de los programas informáticos y que tiene ideas de juegos. ¡Todos los fanáticos de la consola van a volver a casa y les dirán a sus padres que están inventando! Pero la invención se ve, se siente, se muestra. No existe un criterio sim­ ple. Esto nos remite al que manda. Debe saber, sentir a qué responde esa desobediencia. Puede corresponder a una creación o a otra cosa. Desobedecemos porque estamos preocupados por otra cosa, tenemos otra cosa que pensar, que encontrar. Esa otra cosa puede librarse de un problema, llegar a comprender lo que se quiere hacer en la vida. Es totalmente comprensible que se resista a la escuela, a todas esas obligaciones. Por principio, la escuela no es más que un gran marco que acarrea obligación y requiere obediencia. Por lo tanto, podemos sustraernos a esas obligaciones porque carecemos de medios para encontrar allí nuestro lugar y un sentido. La desobediencia entonces puede ser aquello mediante lo cual buscamos ese sentido. Desde que existe

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la escuela, existió hacerse Ja rata.1 Esta expresión hoy ya no se usa tanto, porque nuestra cultura es tan urbana que ustedes no saben lo que es un matorral... Hacerse la rata quiere decir ir a pasear por los campos en lugar de ir a la escuela, y paseando por los campos se pueden aprender muchas cosas. Hacerse la rata muestra en verdad que la escuela siempre impulsó a desobedecer al menos un poco porque la desobediencia /puede ser el camino del descubrimiento, de I la invención antes que de la repetición de lo que ya está adquirido. A l mismo tiempo, . de todos modos hay que repetir lo que ya está adquirido. Cuando desobedezco, en un momento determinado, es preciso que sea capaz de preguntarme lo que hago. Si no hago más que desobedecer, eso siempre da placer, pero, ¿qué hago con ese placer? No digo que podamos responder a esta pregunta, lo que estoy tratando de contar es incluso absurdo. Si nunca voy a 1

Expresión que en francés se dice faire ¡'école buissonnière, que significa justamente faltar a clases a escondidas, pero literalmente podría -iocirse ’ asistir a la escuela del matorral", de allí la explicación subsiguiente del autor (N