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Segunda edición: Solticio de invierno austral/ 2013. Titulo: El jardín de las peculiaridades. Autor: Jesús Sepúveda.

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Indice - Bella, libre y alegre. ( Conversación con Jesús Sepúlveda)................6 -El jardín de las peculiaridades ….............................................................42

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Bella,

libre y alegre. ( Conversación con

Jesús Sepúlveda)

C

onversación del poeta con influencias acrata Raimundo Nenen con

Jesús Sepúlveda, el autor del jardin de las peculiaridades



(RN) El Jardín de las Peculiaridades” me parece una muy buena iniciativa, un buen texto. Teniendo a las ideas, la cultura, por formas de vida, le decía a un amigo que lo propuesto en “El Jardín…” es una linda adaptación del ideario anarcoprimitivista a los ecosistemas culturales latinoamericanos. Aún así me gustaría conversar algunas de tus afirmaciones de “El Jardín…”, del Foro que hicimos en el Centro Cultural Patio Petrarca y otras cosas. En “El Jardín…” te manifiestas contra el patriarcado y el género, pero no te refieres explícitamente a la familia patriarcal monógama moderna ni a otras alternativas ¿Cuál es tu opinión al respecto? (JS):

Antes de responder específicamente a tu pregunta, me gustaría

ampliar un poco lo que dices en relación a El jardín de las peculiaridades. Creo que efectivamente es un libro que se podría 6

contextualizar en el ecosistema latinoamericano, en la medida que incorpora el ideario indigenista a la discusión anarcoprimitivista. En tal sentido, abre un espacio en la subjetividad anarquista. Porque ya no se trata sólo de demostrar que la vida en la horda primitiva “europea” era infinitamente más libre y justa que en la familia civilizada, sino que también ahora podemos comenzar a mirar hacia las comunidades autóctonas del continente, que han mantenido cierto grado de autonomía y libertad frente al proceso civilizatorio. Ésa es la perspectiva que aporta este libro. En junio de 2001 publiqué en el número 6 de Green Anarchy [Anarquía verde] un texto titulado “Resisting Western Civilization. Notes on the Zapatista Army of National Liberation: EZLN” [”Resistiendo la penetración occidental. Notas sobre el Ejército Zapatista de Liberación Nacional-EZLN”], a propósito de una discusión que se dio en los círculos antiautoritarios norteamericanos. Allí planteaba que el anarquismo era una respuesta occidental a los sistemas políticos de occidente; mientras que el movimiento zapatista era la respuesta actual de los pueblos mesoamericanos a la penetración occidental en sus comunidades. Obviamente, hubo mucho debate al respecto: se organizaron foros y mesas redondas, me invitaron al programa comunitario de televisión cerrada Cacadia Alive, que se transmitía entonces en Eugene, y a la Radio Anarquista, que todavía conduce John Zerzan. La idea de que la anarquía y los movimientos indígenas lucharan contra el orden civilizatorio y sus prácticas estandarizadoras causó revuelo. Theodore Kaczynski envío una carta desde la cárcel rebatiendo mi punto de vista, y el ambiente se animó con inteligencia y pasión. Al mismo tiempo, el mundo indígena, con su sabiduría ancestral, se instaló en la palestra de la discusión anarca, ampliando los marcos teóricos y el radio de preocupaciones de la anarquía verde. Ese mismo año escribí El jardín de las peculiaridades (entre abril y ocubre de 2001), que luego se publicó en Buenos Aires en febrero de 2002, meses después del estallido argentino. En tal sentido, mi labor como escritor y pensador latinoamericano no ha sido adaptar un pensamiento primermundista a un contexto latinoamericano, como ha ocurrido en la mayoría de los procesos de colonización intelectual, sino que ha sido aportar, en medio de la discusión y elaboración del corpus teórico 7

de la anarquía verde, una perspectiva peculiar, desde el punto de vista de un latinoamericano inserto en el contexto antiautoritario estadounidense. De hecho, El jardín… se ha ido publicando parcialmente en cada número de Green Anarchy desde el año 2001 hasta la fecha (ahora la revista ya va en el número 20 y ha alcanzado un tiraje cercano o superior a los diez mil ejemplares). Por lo mismo, El jardín…ha devenido en un libro que ya es parte de los planteamientos de la anarquía verde, y que al mismo tiempo, ha ido contribuyendo a elaborar esos mismos planteamientos. Respecto al tema de la familia moderna, hay varias cosas que decir y que se han quedado en el tintero. La primera es que la familia moderna ha constituido el núcleo central de la expansión en occidente, tanto mediante su labor económica de producción y reproducción, como mediante su presencia instrumental en el ejercicio de la soberanía nacional en aquellos territorios ocupados por los estados modernos en formación (siglos XVIII y XIX). Es decir, la familia ha cumplido el rol del estado allí donde el estado no ha podido tener mayor presencia, deviniendo en uno de los tentáculos del estado moderno incipiente. La familia patronal -latifundista y colonizadora- era el centro social alrededor del cual giraban las empobrecidas familias de los peones. El fundo, institución heredera del sistema de encomiendas, fue el feudo a través del cual se territorializaron los estados modernos en América Latina. En muchos casos la monogamia no tuvo mayor importancia para la familia patronal. Por el contrario, a fin de perpetuar el sistema ideológico patriarcal, se aceptaba -a veces a regañadientes y otras con orgullo y admiración- la promiscuidad del padre, que sembraba hijos y violaba mujeres en la medida que se llevaba a cabo el proceso de acumulación de capital en el latifundio. Sabido es que la “bastardía” mestiza devenía en mano de obra necesaria que, no sólo enriquecía a la “sacrosanta” familia patronal, sino que también blanqueaba la “raza”. Por otro lado, en el siglo XX, se comienza a proyectar la familia pequeñoburguesa con pocos hijos (máximo tres), destinados a ser parte del engranaje burocrático del estado o de la maquinaria productiva industrial. Esta familia realza la monogamia como valor imperioso, pero promueve la promiscuidad masculina como valor viril, al tiempo que castiga, incluso con severas leyes, el adulterio femenino. 8

O sea, la idea de la monogamia tiene que ver con una imposición machista para controlar a las mujeres y perpetuar el patriarcado. No se ha probado que los seres humanos seamos monógamos o polígamos. Sólo sé que los cisnes de cuello negro -aves en peligro de extinción por los efectos contaminantes de la celulosa Arauco en el río Cruces de Valdivia- son una especie monógama. Me imagino que hay otras. Pero los seres humanos no somos ni monógamos ni polígamos. Optamos. Además, la poligamia institucional también tiene sus fuertes raíces en el patriarcado. Hay comunidades indígenas en que el cacique adquiere esposas como si fueran caballos. Algo similar ocurre en algunas tribus beduinas. Pero también hay otros casos de comunidades tribales matriarcales africanas donde la mujer es la que tiene varios maridos. Obviamente, el matrimonio es una institución social que enjaula el amor y nada dice respecto a la desenfrenada líbido y a las verdaderas emociones que habitan en cada individuo. Creo que los seres humanos debiéramos ser lo bastante libres como para elegir acostarnos con una persona por el resto de nuestras vidas o con muchas si así lo quisiéramos, siempre y cuando no se dañe el sentimiento y la autoestima de los otros u otras, ni se actúe en forma encubierta mediante tretas embusteras que niegan nuestra conducta sexual frente a nuestras compañeras o compañeros. La libertad significa optar por tener abiertamente relaciones monógamas, polígamas, heterosexuales u homosexuales, sin que ello implique escándalo, trauma, persecución o culpa alguna. Si hay quienes prefieren la orgía o los ménage à trois a una relación de pareja, es una cuestión del cuerpo de los involucrados en aquellos actos de placer y nadie tiene la autoridad para reprimir -o reprender- lo que el cuerpo ajeno hace. Hay que recordar que el cristianismo controla mediante la flagelación del cuerpo. Cuerpos ascépticos, limpios, sin tatuajes ni perforaciones, es lo que la iglesia le exige a sus feligreses. La liberación pasa por aceptar nuestro cuerpo y nuestros deseos como elementos constitutivos de nuestra naturaleza y nuestra conciencia. Lo que hagamos en la cama, o en la calle, en los hoteles parejeros, en los bosques o donde sea, es una cuestión de opción personal. La libertad no radica en ver con quién nos encamamos o cuántas veces lo hacemos y de qué forma. La libertad radica en el tipo de relaciones 9

que establecemos: autoritarias y jerárquicas, reproductores de las dinámicas de poder, o libertarias y frescas, que apuntan a la liberación individual y colectiva. Nadie debiera prescribir recetas de comportamiento sexual: ni el teólogo, ni la matrona, ni el dentista, ni el suegro. El estado chino, por ejemplo, prohibió durante muchos años tener más de un hijo. Para tal control el estado comunista chino forzaba a la mujeres a abortar, las esterilizaba o, simplemente, practicaba el infanticidio. Los laicos entregan condones. Los curas ofrecen el infierno. La liberación sexual tal vez pase por etapas que desencadenen otras liberaciones. Quizás el amor libre sea una fase de liberación de las marcas coercitivas que la sociedad impone mediante sus procesos de adoctrinamiento y domesticación. Freud ya lo dijo: para que haya civilización se debe reprimir el canibalismo y el incesto, los dos temas realmente de tipo tabú del mundo civilizado. Todo lo demás es negociable: la poligamia, la monogamia, el bisexualismo, el sadomasoquismo e, incluso, la violación; pero ni el canibalismo ni el incesto son aceptados por la conciencia civilizatoria. Éste es el límite último de la civilización. Liberarse entonces implica sacarse la camisa de fuerza de la represión mental, a veces con cuidado sutil y extremo erotismo, otras con pasión feral, llena de fruición y deseo. La imaginación no sólo es mental sino que corporal. Y no estoy proponiendo comernos entre nosotros. Lo que digo es no dar pábulo a discusiones que conlleven a convicciones estériles. En última instancia, depende de cada cual donde tira el cuerpo y se acuesta. El resto es paja volátil.

¿

(RN) Cómo sientes el anarquismo aquí? ¿Sientes en Chile una crítica anarquista a la civilización y al progreso? (JS)

Creo que el anarquismo en Chile tiene una larga historia a través

de sus diversas prácticas libertarias. Los mapuches, por ejemplo, lograron cierta autonomía en su territorio a través de la guerra de guerrillas que condujo al tratado de Quilín de 1641, en el cual los españoles se vieron forzados a reconocer la nación mapuche. A pesar 10

de las permanentes incursiones hispanas en territorio mapuche, esa autonomía no fue quebrantada sino hasta 1810, año en que la naciente república incorporó como chilenos a toda la población territorial al estado nacional. También hubo conatos libertarios en las mancoumunales mineras y en los sindicatos de artesanos del siglo XIX. Fuertes huellas dejaron en el imaginario libertario los españoles Antonio Ramón y Buenaventura Durruti a principios del siglo XX. Uno apuñaló al general Silva Renard por haber asesinado a su medio hermano, y el otro realizó el primer atraco a mano armada a un banco chileno. Varios escritores nacionales también abrazaron la causa anarquista y vivieron como pájaros libres, a pesar del infortunio y la poca solidaridad del medio literario. Durante la primera mitad del siglo XX, la izquierda tuvo el triste honor de hundir al movimiento anarquista, cooptando a sus seguidores, reprimiendo a sus activistas y sembrando un discurso antianarquista que prendió como maleza en la falsa conciencia popular. El marxismo militante impuso la dicotomía idiota entre proletario y pequeñoburgués, adjudicando a este último un valor negativo que representaba la supuesta falta de disciplina revolucionaria. Dicha disciplina –coercitiva y comunista- azotó las experiencias libertarias con el látigo de las purgas y creó desconfianza en los obreros que simpatizaban con el anarcosindicalismo. Creo, sin embargo, que en los útimos cinco años el anarquismo ha resurgido de las cenizas con muchísima fuerza a nivel mundial. Esto tal vez se deba a la batalla de Seattle de noviembre de 1999, que recoge la tradición de mayo del 68, actualizando y renovando la revuelta. Grupos de choque que aparecieron en Praga, Quebec y Génova después de Seattle, se expandieron como flor que poliniza en primavera, mientras el colectivo Bloque Negro fue adquiriendo presencia internacional. Santiago tuvo su breve revuelta en noviembre de 2004 contra la cumbre APEC. Y a pesar del control policíaco y las restricciones del Foro Social Chileno, hubo una marcha de 60 mil personas con quebrazón de ventanales de bancos y un asalto al hotel donde se alojaba la delegación rusa. Cabe mencionar que un elemento importante del anarquismo de nuevo cuño es su antiindustrialismo. En tal sentido, el lema de la Comuna de París de 1871: “Nous avons le droit à la paresse” (tenemos derecho al ocio), se ha revitalizado con 11

toda su potencia antiesclavizadora. La idea marxista de que el trabajo desaliena y dignifica ha fomentado el paraíso industrialista con obreros estandarizados de falsas sonrisas tras el mostrador de la producción en serie. No importa si son obreros con mameluco azul y chapita de oro en el pecho, o si son robustos labradores con overol rojo. El industrialismo que promueve este proyecto de socialización conduce por distintos caminos a la misma cárcel del espíritu y al mismo modelo societal estandarizador, ecocida y alienante. El progreso organiza masacres sofisticadas y acelera la devastación del planeta mediante una ética del trabajo que fomenta la producción en masa, ya sea calvinista o socialista. Y esto, poco a poco, comienza a ser más evidente. Incluso algunos jerarcas incorporan hoy en día el tema del cambio climático en sus agendas demagógicas para ganar votos y simpatizantes. Claro está que el fin de la era del petróleo se aproxima. Así, en mi última estadía en Chile, vi el surgimiento de voces acráticas de tonalidad bella, libre y alegre, que tienen plena conciencia de lo que pasa. Y a pesar del control al que ha sido sometido el país mediante el discurso mesocrático de los medios masivos y de la conciencia centrófila hegemónica, que privilegia la cretinización y la automatización por todos sus poros, noté un bello revuelo contracultural que se esparce como micelio en el bosque. Algo que me llamó la atención fueron los centros contraculturales que abren espacios de encuentro y de inquieta subjetividad peculiarizadora. En Niebla, por ejemplo, mi compañera (Janine) y yo tuvimos contacto con los protagonistas del Centro Maldito País, que organizan actividades comunitarias en una ruka que ellos mismos construyeron. En Valparaíso fui invitado por ti y los otros compañeros salvajistas a parlotear en el patio Petrarca en el cerro Los Lecheros, que funciona -me parece- como un centro contracultural cuasi-okupado. Allí conocí a hermosas personas y especialmente a un niño de dos años llamado Libertad, que miraba y sonreía bajo la luz malva de la tarde valparaísina. En marzo de este año (2005) se hizo el primer Foro Anarquista en pleno barrio Brasil de Santiago, después de décadas y décadas de atomización y desamparo. Anarquistas de distinto lomo y pelaje se reunieron para intercambiar ideas, conocernos y echar a rodar la bola disensual y antiautoritaria. Incluso llegaron compas de otras landas del continente. El Foro se 12

llevó a cabo en el Centro Manuel Rojas, que con su solo nombre brinda tributo a ese gran escritor anarquista que estuvo a uno y otro lado de la cordillera. Obviamente, he visto una fuerte crítica a la civilización en el grupo salvajista al que tú adscribes. Y eso me parece excelente. Creo que mi libro, El jardín de las peculiaridades, comienza a tener lectores en este nuevo circuito contracultural que no existía hace tres o cuatro años en Chile. Sin embargo, intentos de reconexión con el planeta y la pachamama registrados como aventura intelectual en sendos y dinámicos textos ya han habido desde mucho antes. Tal vez no han sido bien leídos hasta la fecha, porque el ambiente de conciencia imperante ha sido incapaz de recepcionarlos. Pero eso no implica su inexistencia, sino su invisibilidad en el mundo mesocrático, que intenta borrarlos y ningunearlos. Pienso, por ejemplo, en los planteamiento endiobióticos anticivilizadores de Rodrigo Gaínza y Jimena Jerez, o en el nihilismo oscuro de Rodrigo Naranjo. También habría que mencionar la labor de Rodrigo Vicuña Navarro, que en la década del noventa tradujo y editó La sociedad del espectáculo de Guy Debord y publicó el pasquín libertario Nexo, incorporando la crítica situacionista al medio local. Noto también el surgimiento de una actividad de difusión de literatura anarquista por medio de editoriales intermitentes. Las ediciones Pensamiento Libertario y Pájaro Negro son prueba de ello. Esta última editorial publicó en noviembre de 2004, durante la coyuntura de la marcha anti APEC, el manual anarquista Historia sin cadena que, según mi hermano -uno de los editores- ha estado circulando con gran fluidez en aquellos centros alternativos de difusión que sirven de intercambio y espacio de convivencia. Tal es el caso de las librerías ácratas del mercado persa de Bío-Bío. Hay que rescatar además la actividad solitaria e incansable de íntegros resistentes que disparan en la red como francotiradores, sin haberse transformado necesariamente en ciberántropos u émulos decaídos de los antiguos linotipistas del barrio San Diego. Pienso, por ejemplo, en el infatigable Lagos Nilsson, autor del folleto Contracultura y provocación y editor de El jardín de las peculiaridades, que hace un año se mudó a Santiago, luego de haber publicado 16 títulos en Buenos Aires. Su trinchera www.pieldeleopardo.com ha estado abierta sin sectarismo al pensamiento libre y a la literatura, pero 13

con mucha cautela y rigor. Lindo también es ver que hay otro tipo de preocupaciones en la mente juvenil. Supe que en el paraninfo de la Universidad Austral se realizó hace poco un panel para hablar sobre las propiedades medicinales de la marihuana, y que el 15 de mayo de este año se hizo una marcha en el Parque Forestal por el millón de pitos. Me preguntas cómo siento el anarquismo en Chile. Lo veo fluir, sano y fresco, haciendo revivir las cajas de las mentes muertas.

(RN)

En “El Jardín…” propones sobre todo una toma de consciencia, “el resto

vendrá después” dice Álvaro Leiva en la contratapa. ¿Que opinión tienes de Theodore Kaczynski y de los atentados que se le atribuyen? (JS)

Ted Kaczynski tiene una personalidad compleja. Su análisis de la

civilizacón es correcto, pero su enfoque casi exclusivo en la tecnología lo hace algo obseso. Claro está que la tecnología no es neutral, por cuanto produce jerarquías que nutren la opresión y el control, obedeciendo a una ideología colonizadora de la mente y del planeta. La maquinaria tecnológica está absorviendo nuestro espíritu y transformando a los seres humanos en autómatas y ciberántropos, sin conexión ni con la Tierra ni con otros seres vivos. La tecnología ha devenido en la summa mediatizadora de la alienación. Pero la tecnología es también la manifestación de la razón instrumental que, siguiendo a Heidegger, es un módulo (Ge-stell) que opera como sistema de mediación entre la conciencia y el entorno, y que filtra la percepción de la realidad. Dicho filtro establece justamente el pedestal racional para que exista el pensamiento tecnológico y la racionalidad instrumental. En tal sentido, el módulo “Ge-stell” puede ocultar o permitir que las presencias se ofrezcan como apariencia. Éste es el 14

sentido de la “tecnê”: fundamento de la tecnología. Pero la apariencia de la presencia se puede constituir a través de una planta nuclear con fines armamentísticos que encarne el conocimiento de la física cuántica y de la relatividad, o a través de un poema, que le brinde una forma verbal a la emoción: tecnê versus poiêsis, instrumentalidad versus estética. Éste es el dilema. Obviamente, la funcionalidad del pensamiento instrumental ha desplegado un complejo militar e industrial sin precedentes. En el uso de la yesca para producir fuego ya hay un pensamiento tecnológico, pero sería exagerado compararlo al pensamiento tecnológico industrial. Los homo erectos, homo faber y homo sapiens hemos convivido con nuestra racionalidad por mucho tiempo, pero no ha sido sino hasta la revolución industrial que el proceso de estandarización humana y planetaria se ha acrecentado a niveles monstruosos. Evidentemente, es necesario hacer algo para detener esta megamáquina egocrática, pero mandar cartas-bombas no es mi modo de hacer las cosas. En tal sentido, me siento más cercano al Frente de Liberación de la Tierra (Earth Liberation Front), que propone el sabotaje a la infraestructura industrial sin poner en riesgo ninguna vida humana ni animal. Por lo mismo, creo que si hablamos de ética, ésta tiene que ver con el respecto más estricto y absoluto por todas las criaturas vivientes. Y no lo digo en el sentido de los monjes Jaїn de la India, ni tampoco en un sentido budista ni hinduista, sino que de un modo claro y directo: mi idea de anarquía es hacer florecer la vida y no derrumbarla en su relación especular con el sistema. Me opongo a la muerte, a menos que sea natural. Los indios navajos oraban por cada búfalo muerto que los alimentaba, honrándolos por medio de una celebración ritual de la caza. Los hoopas le agradecían al mar cada vez que pescaban. Los mayas todavía realizan rituales de retribución por cada cosecha anual. Cuando depositemos nuestro cadáver en la tierra y el ciclo natural de la vida se reanude habremos cumplido con nuestra última retribución. Lo mismo ocurre cuando lloramos a nuestros seres queridos que han partido al corazón de la Tierra, porque a través del duelo emocional realizamos un acto de retribución por todo lo que el planeta y el difunto nos han brindado. Pero extraer la energía del planeta, que nos da la vida, sin devolverle nada, es un acto de vampirismo que conduce a la autodestrucción. 15

Uno puede tener análisis correctos, pero eso no es todo. La actividad mental e intelectual es una parte de nuestro ser, que no está completo si olvidamos nuestro espíritu y nuestro corazón. Matar por convicciones es perpetuar el modelo ideológico civilizatorio. Es prolongar la guerra. Tratar de convencer a otro a como dé lugar, es comportarse como misionero cristiano o militante mormón. La mejor manera de defender la Tierra y autodefenderse de la agresión política, policial, militar, imperial, industrialista, desarrollista, invasora, conquistadora, ecocida, genocida, etcétera, es respetar la vida a ultranza, sin prestar oídos a la bocaza de los comisarios. En mi texto “Antiegótico” (inédito) digo que un ser liberado refulge. Cuando uno trata de liberarse de las atrofias y traumas inoculados por el orden civilizatorio y la cárcel de lo simbólico, está actuando de un modo radical, porque rompe la cadena opresiva que impone la dialéctica de los dominadores. Chellis Glendinning ha escrito respecto a los traumas que engendra la civilización occidental y sus posibles vías de sanación a través de un proceso espiral que reestablezca nuestras relaciones con la Tierra, la comunidad y nuestro ser interno. Creo que el resplandor de la liberación se proyecta en el tramado cósmico donde se hila la vida interdependiente que percibimos en este ambiente de conciencia que forma la realidad. Allí no hay control, ni voluntad, sino intención. Por supuesto, en el terreno cotidiano hay que desafiar a la autoridad a fin de ir debilitándola poco a poco, ya sea a través del sabotaje en la noche clandestina, o pasando la valla del metro sin pagar el boleto, haciéndole así mella al estado, al fisco y al gran patrón. Buscar la independencia económica es otra forma de liberarse. Negarse a la participación en el mundo social son formas pacíficas de resistencia que aceleran la presión arterial de los mandamases. Rechazar sus argumentos, no ver el mundo que presentan, rechazar sus periódicos, no prestar oídos a sus noticias, libera y sana. Comenzar a cultivar el propio alimento, enlodando las manos en la tierra, llena de gusanos saltarines y primordiales, es un acto más poderoso que pegarle un tiro a un cabrón. Esto no niega la autodefensa, necesaria para romper la dialéctica del esclavo y del patrón en ciertas ocasiones. Pero hay que vivir y continuar el ciclo de la vida con ternura y pasión. La urgencia puede ser pura paranoia y malsana obsesión, que en vez 16

de liberar tiende a abrir nuevos conductos en la mente para que entre el tubo grosero de la locura, la política y la alienación. (RN)

Propones lo estético, el arte, como algo que debiese fundirse con la vida.

Hakim Bey pareciera tener una visión similar. ¿Qué opinas de sus propuestas, con cabida en lo urbano, como la TAZ, el Inmediatismo o el Tong? (JS)

En El jardín… propongo que la aparición de la conciencia,

manifestada por medio de la interioridad y la verbalización, constituye el primer paso de desconexión entre los seres humanos y el planeta. Para mí el dilema está en que sólo a través de la conciencia, que es la fuente primigenia de separación, podemos darnos cuenta de este proceso, albergando la esperanza de volver algún día a reconectarnos con el planeta antes de sucumbir y extinguirnos como especie. John Zerzan sostiene que esa separación proviene de la división del trabajo: fuente de la domesticación y la agricultura, y con ellas, del pensamiento simbólico. Barbara Ehrenreich sugiere que la transformación del ser humano de presa en depredador habría iniciado las guerras y acabado con el matriarcado. También se ha señalado el descubrimiento del fuego como percutor de la conciencia racional, funcional y ambiciosa del ser humano. Obviamente, todas estas ideas son discutibles por su carácter hipotético, lo que está muy bien porque nos hace soñar y divagar. Hay, sin embargo, algo en común en todos estos planteamientos: la aceptación de que existe una racionalidad operando en la conciencia humana, ya sea con fines de sobrevivencia o de dominio. Ese raciocinio puede ser instrumental. Para la escuela de Frankfurt, la razón instrumental se vuelve dominante con el decurso de la historia. Tal vez su aparición hegemónica se manifiesta primeramente con el surgimiento del logos griego, o quizás antes, con la invención de la escritura y el comienzo de la agricultura, hace unos 10 mil años atrás. Probablemente ya existía en la mente de los primeros homínidos del paleolítico inferior que construyeron herramientas mediante la talla de la piedra. Lo 17

importante es entender que la razón instrumental no es el único raciocinio humano existente. También existe la razón estética. Lo que propongo entonces en El jardín… es el reemplazo de la instrumentalidad intelectual por la contemplación estética. En tal sentido, la separación entre arte y vida impuesta por la civilización tendería a desaparecer. Está claro que si la vida no estuviese mecanizada en forma alienante, sujeta a la tiranía del reloj y al látigo salarial, no habría motivo para buscar aquello que le falta en el arte y la estética. Justamente aquello que le falta a la vida alienada –la maravillaes lo que engendra descontento. Por lo mismo, si en vez de filtrar nuestra relación con el todo mediante el quehacer funcional, nos mimetizáramos con la naturaleza a través de una práctica creadora y autosustentable, embelleciendo la vida en vez de buscar mecanismos de control debido al miedo que tenemos de vivir y morir, nuestra existencia en la esfera azul sería mucho más placentera y plena. Esta fusión de arte y vida coincide con lo que plantea Hakim Bey. En tal sentido, ambos buscamos una suerte de inmediatismo; vale decir, aspiramos a la realización de la vida sin mediación, aunque el arte ya es en sí una apropiación de la realidad mediante el filtro simbólico mediatizador. Sin embargo, el inmediatismo es también la sincronía existencial: la vida ocurre simultáneamente como un mandala vivo, mientras todo pasa en seguida y al tiro, con inmediatez, en un presente permanente que forma cada situación. Coincido además con Bey en la importancia dada a las fiestas a fin de catapultar la ocurrencia de un cierto inmediatismo liberador. Él propone la cena –o el potlatch, que es una ceremonia practicada por los indoamericanos de Oregón y Washington- como táctica de liberación. Yo he hablado de los carnavales y los malones, que son ceremonias y actos festivos más cercanos a la sensibilidad de América Latina, como formas celebratorias de reconexión con la tierra, la comunidad, la pachamama y el presente (hic et nunc). A pesar de que el catolicismo ha tratado de cooptar estas prácticas celebratorias, hay un elemento liberador que tiene que ver con la comprensión de la inmediatez de nuestro cuerpo, que está presente aquí, ahora y siempre, con toda su cruda materialidad. Así como los situacionistas y los anarcoprimitivistas han propuesto el rechazo y la no participación en el sistema, negándose a 18

cooperar con la máquina domesticadora, la celebración festiva tiene la gracia de permitirnos vivir libre y alegremente en esas ranuras intersticiales que la maquinaria estandarizadora no ha logrado normalizar. Además, la liberación mediante la fiesta ociosa, que niega la productividad y el trabajo funcional, tiene la gracia de permitirnos vivir sin tener que estar confrontándonos a la maquinaria bélica del sistema en forma cotidiana. Esto nos libera de la paranoia y del miedo, además de que nos vuelve sujetos más sensibles. Pero ojo que no estoy hablando de la pachanga donde el macho se sienta a comer y tomar, mientras la dama le sirve entremedio de cada bravuconada. Estoy hablando de prácticas celebratorias comunitarias y sensibles que liberen a cada cual para que el espíritu de la libertad florezca. Esos intersticios de libertad son los que Bey llama zonas de autonomía temporal, donde brotan espontáneamente áreas liberadas, ya sean territoriales, temporales o imaginarias. Para ocupar dichas zonas se crean conexiones clandestinas de funcionamiento, que pasan en forma invisible ante los ojos cansados del pesado Moloch babilónico, cuya expresión moderna es la sociedad panóptica de control –o la sociedad del espectáculo y de la simulación, según las jergas debordiana y beyana-. Bey busca en las prácticas de los Tong –sociedades secretas decimonónicas chinas- un modelo operativo para que los activistas contraculturales de las zonas temporalmente autónomas y salvajes puedan vivir, sin tener que lidiar con el sistema y las amarguras que éste provoca. A mi modo de ver, estas prácticas ya existen y funcionan bellamente, sin necesidad de reproducir la jerarquía de las sociedades secretas. Los casos de las resistencias chiapaneca y mapuche son reveladores. Las casas de los okupas, los centros contraculturales, las comunidades intencionales, son todas formas de liberación que apuntan hacia la autonomía. Y en tanto zonas autónomas, traspasan el esquema binario campo-ciudad impuesto por la modernización industrialista. Por consiguiente, la urbanidad o ruralidad de sus entornos no las determinan. Eventualmente, el planeta se llenará de zonas liberadas que constituyan una constelación de comunidades libertarias y antisistémicas que terminarán cercando el rostro opaco de la cloaca industrialista sobreimpuesta como segunda naturaleza. Si eso llegara a ocurrir, el arte se transformaría en una práctica vital cotidiana, 19

borrando la línea divisoria que le permite al arte cosificar la vida. En tal sentido, Bey recoge ciertos planteamientos vanguardistas de transformación de la vida en arte y viceversa. Así, las zonas temporalmente autónomas (TAZ, por sus siglas en inglés) -que recrean el término “interzona” de William Burroughs- no son sólo el instersticio sicológico que se alcanza mediante la apertura mental (sicotrópica y creativa) ni la zona movediza de frontera en los contextos biculturales, sino que también son el desplazamiento agitanado del ser que deviene permanentemente en artista. Para Burroughs, la interzona es el cruce de la realidad empírica y estandarizada con la irrealidad que provoca la percepción abierta por la alteración sicodélica. Para entrar en dicha irrealidad, es necesario alterar los estados de conciencia mediante el puente alucinógeno. Los surrealistas planteaban que la alteración de los estados de conciencia se logra a través de la ensoñación que habita en el inconciente. El estado de ensoñación cuenta con el poder de subvertir la realidad conciente del mundo en vigilia hacia un estado suprarreal. Tal estado se manifiesta en la escritura automática que produce imágenes oníricas y que acerca a la maravilla. La técnica de la escritura automática es recogida por Burroughs en su escritura de frases cortadas. Luego Kerouac la recrea en su prosodia rítmica jazzística. Y Carlos Castaneda propone el estado de ensoñación como fase de aprendizaje para que el brujo comience a conducir sus sueños lúcidos. Sin embargo, el gran proyecto surrealista, más allá de sus técnicas específicas, era transformar la realidad a través del arte. Para ello, era necesario desmantelar la esfera institucional del arte, que fomentaba –y fomentala separación arte-vida, manifestando el arte en la praxis cotidiana (de ahí la abundancia de los manifiestos vanguardistas). El propósito surrealista era devolver el arte a lo cotidiano. Peter Bürger habla del principio de eliminación del arte en la vida, porque al romper la institución del arte, éste se manifiesta en la vida, confundiéndose con ella a tal extremo que el arte se elimina. Así sólo queda la vida, que es arte y maravilla al mismo tiempo. No obstante, un concepto que a mí me parece crucial de Hakim Bey, y que lo separa de los vanguardistas, es la autonomía. En tal sentido, hay una cercanía entre el “presente permanente” de El jardín… -que yo incluyo a propósito del poema de 20

Octavio Paz- y su concepto de zona autónoma transitoria. Dicha noción de autonomía rompe con el concepto vanguardista de novedad y tiempo lineal, puesto que los vanguardistas querían realizar el futuro en el presente. Para Bey la autonomía no existe necesariamente en relación a un espacio físico o territorial, sino que también en relación al tiempo, que es transitorio y presente. La idea de abrir entonces espacios transitorios de autonomía en un ámbito temporal es un concepto liberador. La comunidad libertaria existe en un presente transitorio, que muta en la medida que transcurre el tiempo a través de nuestro cuerpo. Es justamente en la revalorización del cuerpo -en tanto constelación de una materialidad caótica y festiva- donde los planteamientos de Bey y los míos se entrecruzan, por cuanto coincidimos en que el conocimiento taxonómico descompone la realidad material, extirpándole –paradójicamente- la materialidad a lo real. No comparto, empero, su visión sobre las sociedades secretas, porque no creo que la clandestinidad conduzca necesariamente a la invisibilidad. En cuanto a la geografía (rural o urbana), no pienso que prime sobre el tiempo, sino más bien -me parece- que es un accidente circunstancial que desenrolla situaciones. Al respecto, quisiera llamar la atención sobre el “Proyecto A” de Horst Stowasser, que propone copar pueblos pequeños mediante un trabajo de hormigas, a fin de poder implementar lo que él llama la “anarquía vivida” en oposición a la “anarquía panfletaria”. Su modelo es, fundamentalmente, de carácter urbano, y está pensado para comunidades de hasta 50 mil personas, con un sistema de cooperativas o economatos y microeconomías solidarias. Este modelo se ha experimentado en Neustadt, y tengo la impresión que también ha contribuido ideológicamente a la consolidación de la comunidad autónoma de Christiania, que funciona en pleno corazón de Copenhague. Lo liberador entonces del aspecto temporal de la TAZ, es que millones de seres humanos no tendrán que imaginar sus vidas en zonas ideales, geográficamente hablando, para ser libres y autónomos, sino que lo podrán hacer donde estén vía una conexión con la inmediatez del presente que, como sabemos, nos libera del corrupto tiempo y su tiránico vástago: el progreso.

21

(RN)

Existe cierto misticismo, por así llamarlo, entre la crítica a la civilización.

En “El Jardín…” se ve. Cierto sentimiento religioso, en el sentido de releer el origen. También están los que esquivan todo esto. Tú dices que la cultura simbólica no necesariamente nos atrapa en las carreteras de la alienación. El cristianismo, el judaísmo, religiones de la línea recta ¿crees que deben ser combatidas? ¿La moral judeocristiana, que prescinde de la iglesia, es algo por lo que haya que preocuparse? (JS)

No creo, en absoluto, que haya misticismo en la crítica a la

civilización, en el sentido original de la palabra: mysticus, que en su primera acepción implica misterio o razón oculta. Creo eso sí, que se peca de mesianismo y, además, de una visión apocalíptica, que a veces casi raya en lo religioso. El escudriñamiento de los orígenes tiene que ver con el fuerte énfasis dado a las perpectivas antropológicas, que han transformado el paradigma de los homínidos cavernarios de seres brutales en seres relajados, ociosos y libres. Ciertamente, en El jardín…hablo del origen de nuestra separación y desconexión: la conciencia, esa escurridiza noción que tiene tantas acepciones. En fin, trataré de esquematizar brevemente el modelo que presento en el libro. Primero, la conciencia humana habría sido el filtro primigenio de separación de la conciencia cósmica planetaria (Gaia). Segundo, esta primera separación –o alienación- se habría manifestado con la verbalización (gritos, sonidos y gruñidos con significantes distintivos que significan) y con la construcción de una cierta subjetividad primitiva: espacio de interioridad que nos distinguiría de lo externo (el mundo natural y el resto de los seres vivos, incluyendo a nuestros pares). Tercero, esto habría generado la primera versión del “otro”, reforzada primariamente a través del canibalismo, y luego a través del carnivorismo. Generalmente, nos comemos al “otro” antes que a los miembros de nuestra propia horda, tribu o clan. Sin embargo, en los casos de endocanibalismo, la antropofagia también se practica con fines rituales de ratificación simbólica de la identidad. El cadáver del ser querido es digerido por el comensal para ser honrado, deviniendo 22

no sólo en alimento sino que también en parte del familiar antropófago. Cuarto, estas prácticas dietéticas -simbólicas y alimentarias- estarían conectadas con la razón instrumental y, por tanto, con el pensamiento simbólico. De esta racionalidad – instrumental y simbólica- habrían derivado la división del trabajo, el lenguaje socialmente articulado, la agricultura, la escritura, la noción de tiempo histórico, las jerarquías, etcétera; vale decir, la civilización. Con el tiempo, la razón instrumental y el pensamiento simbólico han invadido nuestra conciencia virgen a tal extremo que nos han puesto definitivamente en la autopista de la alienación, rumbo a la extinción como especie. Adorno y Horkheimer entienden la civilización como la extensión del dominio humano sobre la naturaleza con fines de sobrevivencia, lo que, paradójicamente, nos lleva al autoexterminio. Esta situación nos obliga a renunciar a la libertad. Para mí, la paradoja reside en la conciencia. Por ella nos alejamos, nos ensimismamos, nos volvemos recoletos y perdemos toda conexión. Pero por ella también nos damos cuenta de lo que nos pasa -cuando somos seres concientesy aspiramos a reconectarnos. Obviamente, el pensamiento simbólico y sus prácticas culturales son una apropiación de la realidad mediante su representación. Dicha representación cosifica –y/o reifica- la realidad representada, convirtiéndola en una cosa muerta. El proceso es similar a la labor taxidérmica de los entomólogos que, en su intento de conocer la belleza de las mariposas, por ejemplo, las disecan y perforan con prendedores para fijarlas en sus muestrarios como artículos mórbidos -cadáveres- de lo que fue la belleza viva y en movimiento. Luego se jactan de estudiar y conocer la naturaleza. La conciencia nos permite pensarnos a nosotros mismos. Ese acto conciente y lúcido nos cosifica en tanto objetos de estudio y reflexión. Nos quita lo que tenemos de sujetos. Nos desindividualiza, y nos transforma en una estadística más de la estandarización. Yo no digo que la cultura simbólica no nos atrape necesariamente en las carreteras de la alienación. Lo que digo es que no es el punto de partida de la alienación. Abolir la cultura simbólica, o la división del trabajo, que es para el anarcoprimitivismo lo que abre la caja de pandora del monstruo civilizatorio, no es radicalmente enfrentar el problema que tenemos los seres humanos y la sociedad moderna: nuestra tendencia a 23

cosificar y a categorizar todo, destruyendo y matando todo aquello que tocamos. Éste es el síndrome negativo de Midas, que nos envuelve y asfixia. Incluso este diálogo escrito y virtual es un modo de poner en un frasco letrado el pensamiento vivo. Por eso yo propongo la distinción entre cultura y civilización. Para mí, la civilización tiene el efecto negativo de Midas, que estandariza todo cuanto toca. ¿Para qué vamos a hablar del proceso de mallización del mundo vía su globalización imperial? Creo que en esto estamos todos de acuerdo. Lo que digo es que la cultura es una forma de ser, y que si hay alguna naturaleza humana, ésta es anárquica. Mi diálogo en este apartado específico de El jardín… es con mi buen amigo John Zerzan, a quien estimo y admiro mucho. Él tiende a identificar cultura y civilización como una misma entidad en oposición a la naturaleza, cuestión que ya había hecho Marcuse al oponer historia versus naturaleza. Yo no creo que cultura y civilización sean lo mismo. Y éste es uno de nuestros puntos de desacuerdo. Por el contrario, me parece que se oponen, porque la civilización trata de estandarizar las culturas, produciendo un choque entre el modelo normalizador y las peculiares y diversas formas de ser. En tal sentido, para mí la cultura es una forma de ser, una idiosincracia, puesto que el ser es cultural: lo modela su entorno y su medio. Negar esto es querer estandarizarlo, categorizarlo en relación a una norma estándar. Además hay una verdad irreductible: no todos somos iguales. Cada ser es peculiar, ni mejor ni peor, sólo peculiar. La cultura “simbólica”, no obstante, es la mediación establecida entre el ser y la realidad. Dicha mediación se lleva a cabo -valga la redundancia- mediante los símbolos de representación. Tal representación coloniza la cultura del ser, por cuanto le extirpa su materialidad a fin de proyectarla en el terreno de lo abstracto. Esta representación niega la presencia física, corpórea y material del ser, que no es sino una criatura con conciencia. La representación, en tanto artefacto de mediación, constituye el núcleo de lo que John Zerzan llama “imperialismo de lo simbólico”. Sin embargo, la cultura “simbólica” no debe ser confundida con cultura, que es un modo de ser. Y, como ya fue dicho antes, el modo de ser más liberado es anárquico. El ejemplo más claro de todo esto es el de la conquista. La civilización europea llegó al continente a homogeneizar la realidad vía 24

su evangelio y el filo de su espada y su pene. Las culturas nativas que opusieron resistencia -y que siguen resistiendo-, contrapusieron sus formas de ser a esa imposición civilizatoria, que les fue quitando el ser y las fue estandarizando. La niña o el niño anárquicos, por ejemplo, quieren ser, pero son reprimidos con pastillas, castigos y escuela para amoldarse a la norma estándar que requiere la socialización. La socialización impone la normalización y la estandarización de los individuos, que quieren ser y vivir a su pinta. Por eso yo busco una fuerza mágica y poderosa de liberación en la peculiaridad, que no sólo desmantela la estandarización y la normalización impuestas a punta de órdenes, adiestramiento, adoctrinamiento y balas, sino que también desarticula la competencia y la comparación: pilares del funcionamiento económico. Ahora bien, yo me opongo radical y concientemente a todos los dogmas. Rechazo de plano todo aquello que huela a cristianismo, judaísmo, moral, islam o la vaina religiosa que sea. Me opongo a los fundamentalismos, aunque se invistan de carácter libertario –o libertino-. Tal vez los fundamentalismos de los mundos hinduista, budista y pagano me llamen un poco más la atención, porque -en mi fuero interno- los considero un poco más atractivos en términos antropológicos. Pero en general, creo que el dogmatismo es sinónimo de estulticia y estrechez mental. A mí me interesa la flexibilidad. La experiencia me ha enseñado además que sólo los santones practican al pie de la letra lo que predican, aunque no siempre sea así. Por eso hay que tener cuidado con el fanatismo ideologizante. Vallejo dice: “todos saben…y no saben / que la Luz es tísica, / y la Sombra gorda… En nuestro ser reside la contradicción. Y no hay drama en reconocerlo. Por eso también soy crítico de la política y de sus actores discurseantes: izquierdistas, derechistas, centristas, filisteos espirituales, mercanchifles religiosos, traficantes del apocalipsis o mercenarios de la redención. Me preguntas si hay que combatir o no esa moral cartucha y monolítica que ofrece el infierno o el cielo en los confesionarios pederastas o en la muerte suicida de los fieles que oran cinco veces al día. Cuando niño lo hice. Ahora ya no me interesa siquiera pensar en esos dogmas terribles de alienación. Conmigo no cuajan en lo más mínimo. Más que combatirlos hay que liberarse de ellos. Mejor ni pensar en ellos. Aunque claro, todo 25

depende del estado de conciencia al que uno haya arribado. ¡Vade retro beatos! (RN)

Creo que es importante para el biocentrismo comprender que la vida se

alimenta de la vida y que ésta no es ni buena ni mala. Existe una tendencia a ver la naturaleza como amor y paz. Pero cada vez que el conejo sale de su madriguera se enfrenta a la muerte, que usualmente cae del cielo y tiene alas y pico. Afuera de la madriguera está la vida, pero también está la muerte. Es el temor morboso a la muerte lo que lleva al hombre a la cultura de la trascendencia, a encerrarse en el domo y a crearse una segunda naturaleza. Los caranchos negros se alimentan robando crías de otras aves. Siento que a veces se cambia al dios del amor cristiano por la madre naturaleza, como también que se identifica muy fácilmente naturaleza con anarquía. Es cierto que existe el mutualismo o el comensalismo en la naturaleza, pero también existe el parasitismo y la depredación. ¿Qué opinión te merece esto? (JS)

Comparto plenamente tu opinión. La bondad o la maldad son

términos dualistas de invención humana que corrigen la conducta y reprimen el deseo y la irrefrenable líbido. No hay ni maldad ni bondad en la naturaleza. Hay ciclos naturales, equilibrios internos, fluidez energética, cadena alimenticia, naturalidad silvestre, muerte y vida. El amor es una fuerza energética que ronda en el universo y que lamentablemente no somos capaces de captar lo suficiente. Creo que el uso del modelo de la naturaleza en la crítica a la civilización humana tiene que ver con la ratificación de algo que todos más o menos presentimos: la especie humana ha roto el ciclo natural y ha creado un desequilibrio planetario que tarde o temprano afectará a todos los seres del planeta de modo inexorable, si es que ya no lo está haciendo. Probablemente, la generación de nuestros hijos sea la última generación que pueda hacer algo antes de que la vida humana –sino terrícola- se extinga o se vea seriamente afectada. Hacer algo implica abandonar la carretera industrialista y desarrollista basada en el petróleo. Implica abandonar la vida centrada en la producción y en la 26

adquisición de dinero para poder comprar bienes y productos vendibles. Implica desarrollar una nueva sociabilidad y sensibilidad basadas en la cooperación y la compasión para ayudar y sentir pasión con el otro. Implica volvernos más concientes a fin de tolerar más y entender cuál es el impacto de nuestra existencia en el medio. Implica reaprender a soñar y jugar a fin de desbaratar la socialización que impone roles inflexibles al ser bello, libre y alegre que en realidad somos. Implica desafiar a la autoridad a como dé lugar y vivir más en armonía con los que nos rodean y lo que nos rodea. Lo ideal sería vivir en una comunidad intencional o en una ecoaldea con autosuficiencia permacultural, autonomía a escala humana e independencia del estado y del mercado mundial, que basa su existencia en la producción e intercambio de petróleo y sus derivados -y en las guerras que agilizan la economía-. En realidad, lo que ha ocurrido es que el pensamiento anarquista de las últimas décadas ha buscado en la naturaleza –y en las culturas y cosmogonías indígenas y primitivas- modelos para la construcción de un paradigma biocéntrico. Hay quienes, por cierto, extrapolan el pensamiento maniqueísta de la razón positivista marxista o socialista para elaborar juicios esencialistas que operan con la falsa lógica de la naturaleza buena versus la civilización mala. Esto es como ver a satanás y cristo en todo lo que nos ocurre a nivel cotidiano. El dualismo maniqueo es opresor y en nada aporta a los procesos de liberación. Obviamente, la naturaleza es mucho más compleja que dicho binarismo idiotizante y tiene multitud de matices. Yo utilizo la metáfora del jardín para explicar el sentido de la peculiaridad que percibo en la naturaleza a fin de desarrollar mi crítica contra la estandarización y la homogeneización civilizatoria. En un jardín, cada flor, planta e insecto tiene una función y razón de ser, incluso la maleza, que crece en aquellos espacios sin cultivar, porque todo brota, florece y se marchita cíclica y permanentemente. En ese mismo jardín, cada flor, planta e insecto es único e irrepetible y jamás habrá otro igual, aunque lo clonen. Ésta es la base de la peculiaridad, en tanto fundamento filosófico y ontológico, que he tratado de establecer en mi libro. La naturaleza no es vista como algo bueno per se, sino como una constelación de peculiaridades, ajena al modelo societal civilizatorio occidental. En la naturaleza habita nuestra vida y nuestra 27

muerte, porque los seres humanos no somos sino naturaleza. Internalizar esta idea implica desenchufarnos de la maquinaria desarrollista e industrial que robotiza a la gente como si fuese un ejército de autómatas clonados, bueno sólo para producir y comprar. Esa maquinaria es la que, a mi modo de ver, estandariza y se sustenta en siglos de bagaje intelectual taxonómico e instrumental. Aunque si bien es cierto, la muerte y el marchitamiento son parte de la naturaleza, hay que reconocer que los genocidios, la bomba atómica, los campos de concentración, la represión, la tortura, las masacres, etcétera, son actos antinaturales, naturalizados por la mente domesticadora, que adoctrina para que “el pueblo” crea que la naturaleza humana es intrínsecamente malvada y perversa. Ojo que también hay que tener presente esto: los seres humanos no somos sino naturaleza, y nuestra naturaleza no es ni perversa ni divina, sino que se modela de acuerdo a las circunstancias en que a cada uno le ha tocado existir. Hay seres, de todas maneras, con una naturaleza más liviana que la de otros. En el jardín planetario cada uno carga con su propia savia. (RN)

Dices que la concepción dualista estandariza, entonces propones la

peculiaridad en contraposición a lo estandarizado. La peculiaridad desmantela el dualismo mismo peculiar/estandarizado, como doméstico/salvaje que proponemos aquí. Pero ¿por qué dices que la única taxonomía posible son las drogas? Entiendo la diferencia entre químicas y naturales, pero ¿por qué la única taxonomía posible son las drogas? (JS)

Ciertamente,

busco

en

la

noción

de

peculiaridad

el

desmantelamiento de todo: la estandarización, el dualismo, la competencia, la comparación y la categorización taxonómica misma. Frente a la homogeneización y la uniformación del mundo vía clasificaciones técnicas y expertas, yo propongo la peculiaridad, que es la condición de cada individuo y ser vivente que habita el planeta, incluyendo a las plantas. La peculiaridad ratifica nuestra condición de 28

seres únicos, irrepetibles y genuinos. Como ya lo he dicho en otras ocasiones, no hay dos tallos idénticos ni iguales. Las clonación es la utopía de la pulsión civilizatoria, que se realiza mediante la estandarización que achata la realidad y la mecanización de la vida que transforma a los humanos en autómatas. El lenguaje, en tanto vehículo de la cultura simbólica, nos atrapa y engatusa, haciéndonos cómplices del proceso de categorización, por cuanto se apropia de la realidad, nombrándola, categorizándola, representándola y cosificándola. Pero también a través del lenguaje se puede despertar a la mente obnubilada para que adquiera conciencia de este proceso. Esta entrevista es un ejemplo de ello. O por lo menos a ello aspira. Así, a través del lenguaje, se puede descosificar la realidad: desrepresentarla, desnombrarla, decuartizarla y darla vuelta, para que surja una relación inmediata con ella a través del uso creativo del lenguaje espontáneo y caótico que crea nexos y conexiones. Por ejemplo, con mis seres queridos y cercanos hablo un idioma peculiar, lleno de inventos y neologismos que sólo es entendido por nosotros. En tal sentido, el lenguaje puede peculiarizar al ser. El asunto de las drogas es un poco más simple y lúdico. Si es que hay alguna taxonomía posible, válida y natural, ésta tiene que ver con los efectos que producen las distintas plantas medicinales, hojas y flores sicotrópicas, lianas alucinógenas, hongos mágicos y cactáceas iluminadoras. Creo que una necesidad humana de la que poco se ha hablado es la intoxicación. Históricamente, se puede rastrear el uso de sustancias alteradoras de la conciencia en casi todas la culturas previas a la modernidad. Antonio Escohotado, entre otros, ha estudiado acuciosamente el tema. Yo propongo que las así llamadas drogas naturales tienen un efecto de sanación radical porque: uno, liberan al dejar ver en la oscuridad de la alienación, dos, son altamente subversivas porque desenchufan de la maquinaria cretinizante y estandarizadora que achata la realidad y, tres, despliegan los pétalos de la imaginación, permitiendo que aflore la peculiaridad de cada cual en cualquier circunstancia. En tal sentido, es posible establecer una taxonomía al respecto; o sea, una clasificación del tipo de efecto que cada sustancia natural produce en el proceso de sanación y/o iluminación –léase, ampliación de la conciencia- de cada individuo. Ahora bien, que esa taxonomía se pueda universalizar, es 29

otro cuento. No voy a especular al respecto. Sin embargo, en un sentido general, podríamos decir que el peyote es iluminador o que la ayahuasca es visionaria. La marihuana mejora, pacifica y agudiza la conciencia, la salvia divinorum potencia las facultades adivinatorias, los hongos abren las puertas de la percepción (tal como lo quería William Blake), el hachís limpia la mente y transmuta el ego, el mate estimula el cerebro, el toronjil relaja, etcétera. Además, hay una gran taxonomía general: las drogas químicas entorpecen, alienan, controlan y destruyen, mientras que las drogas naturales fomentan la creatividad y permiten soñar. (RN)

Dices que el carnivorismo se originó por razones simbólicas y que

deriva de la antropofagia, que “somos la única especie de animales que siendo herbívoros, prefiere alimentarse de criaturas muertas” y argumentas en nuestra anatomía y la necesaria cocción y aliño de la carne en contraste al consumo de frutas. Sin embargo, homínidos de anatomía tan y más herbívora que la nuestra practican la caza y se alimentan de carne. Los chimpancés, por ejemplo (aunque tengan caninos más grandes que nosotros) o los bonobos y su pacífica sociedad al sur del Zaire. ¿Dirías que ellos han pasado también por el canibalismo hasta llegar al carnivorismo en modo ritual?. Dices que el carnivorismo fue una ceremonia para distanciar a los seres humanos de los animales, no sé si haya sido así, lo que si es cierto es que hoy en día el carnivorismo justifica la domesticación a escala industrial tanto como el consumo de vegetales monocultivados, transgénicos. (JS)

Efectivamente, el carnivorismo moderno justifica y mantiene la

domesticación a escala mundial, al tiempo que devasta el planeta. El ganado no sólo requiere de grandes extensiones de terreno para pastar, que generalmente se talan con este fin, sino que también domestica a través de la dieta globalizada. Las hamburguesas, por ejemplo, han devenido en el símbolo del capital que sisea cada vez que la mangosta trata de sacudirlo. Pero el canivorismo al que yo me refiero tiene que ver con razones simbólicas de construcción de la sujetividad. Lo que planteo es lo siguiente: la conciencia surge con la 30

construcción del espacio interno –o interioridad- del individuo, que se distingue a sí mismo del resto de los seres vivos y del medio que lo rodea. Esto ocurre en una fecha indeterminada. Probablemente, la interioridad subjetiva emerge con la verbalización, que conlleva también a la aparición de cierta racionalidad. Los primeros homínidos que emitieron sonidos para comunicar sus emociones y comenzaron a cazar para alimentarse, fabricaron herramientas y armas de caza, tallando piedras. Estamos hablando de seres de la era del paleolítico inferior: los australantropos, cuyos restos se remontan a tres millones de años. Luego vendrían el paleolítico medio con el hombre de Neanderthal, el paleolítico superior con los hombres de Cromagnon, Chancelade y Grimaldi, situados aproximadamente entre 35 y 10 mil años atrás y, finalmente, los homo sapiens de nuestra era neolítica, surgida con la pulimentación de la piedra y la dependencia de la agricultura (siglos IX y VIII a.c., aproximadamente). En el neolítico se aceleran y exacerban los procesos de especialización, sedentarización y domesticación. Es además el comienzo de la civilización, la historia y sus taras castradoras. Yo propongo, sin embargo, que el punto de alienación se remonta al origen de la conciencia, que separa la interioridad de la exterioridad, desprendiendo al ser humano de su primigenio estado salvaje de completa compenetración con la conciencia planetaria y cósmica. Sin lugar a dudas, para reafirmar la interioridad y, de paso, diversificar la dieta vegetariana, los australantropos deben haber comenzado a comer carne. Ideológicamente, esto habría reforzado la idea del yo, y por tanto, la noción de un nosotros, en oposición al concepto del “otro”, que es comido. Sabido es por los antropólogos que el canibalismo es una práctica ceremonial que refuerza simbólicamente la identidad grupal. La bacanal caníbal reafirma la identidad de la horda, que legítimamente se comía a los que no pertenecían a ella, puesto que eran considerados “otros”. En los casos de antropofagia interna con fines rituales, también hay una ratificación simbólica de la identidad grupal y/o familiar, puesto que se estrechan los lazos de unión entre los comensales y los comidos. Uno es lo que come, bebe, fuma o inhala. El canibalismo interno permitió que los seres queridos muertos pasaran a formar parte de los sobrevivientes de la tribu. Estas 31

prácticas caníbales derivaron en algún momento en el carnivorismo, que vino a reafirmar una nueva noción: la humanidad. Así, mediante el carnivorimo reafirmamos que lo humano es distinto a lo animal; por tanto, los humanos comemos animales sin culpa ni pena. En realidad, los humanos somos animales mamíferos que racionalizamos nuestras conductas atroces y crueles. Yo argumento que fisiológicamente los seres humanos somos vegetarianos, aunque claramente tengamos una capacidad omnívora. Baso mi afirmación en tres puntos centrales: transpiramos por lo poros, al igual que todos los mamíferos herbívoros, y no por la lengua, como lo hacen los animales carnívoros (los perros, por ejemplo). Nuestro intestino es doce veces más largo que nuestro cuerpo, por tanto digerir carne nos lleva mucho más tiempo que digerir verduras y legumbres. Costumbre es que después de un asado opíparo, el comensal deba tenderse a dormir siesta o a reposar larga y tendidamente. El mamífero carnívoro no tiene este problema. Su intestino es sólo tres veces más largo que su cuerpo, por tanto el bolo alimenticio de carne deglutado pasa con mayor facilidad y rapidez por los intestinos grueso y delgado. El tercer punto dice relación con nuestros dientes y uñas, infinitamente menos poderosos que los caninos, colmillos y garras de los mamíferos carnívoros, que no necesitan cuchillos para cortar la carne. Fisiológicamente, ya están diseñados para ello. Ahora bien, algo tiene que haber ocurrido en el paleolítico que hizo que nuestros antepasados se pusieran a cazar y comer carne. Probablemente, hubo hambruna. Y probablemnete también, se dieron cuenta de su capacidad omnívora para alimentarse. Yo agrego un nuevo elemento. Junto a esas probabilidades -que no discuto y que tienen que ver con el descubrimiento del fuego y la cocción de la carne para volverla más tierna y comestible- hay un elemento simbólico de reafirmación de la identidad grupal e individual. Tal elemento simbólico es producto de la racionalidad surgida de la talla de la piedra para fabricar herramientas y objetos de caza. Por lo mismo, no hay razones para suponer que los primeros homínidos paleolíticos no hayan tenido un pensamiento simbólico engendrado por la razón instrumental primitiva. Creo que si hay fabricación de herramientas, hay racionalidad instrumental y, por tanto, alguna forma de pensamiento simbólico mediatizador de la 32

identidad. En este caso, la representación simbólica del yo -y por extensión de la noción de un nosotros- debe haber sido -entre otras prácticas rituales- el canibalismo. Aunque la domesticación haya comenzado en la era neolítica, creo que el pensamiento simbólico ya existía desde hacía mucho antes. Según la antropología moderna, los vestigios más antiguos de pinturas rupestres se hallan en Australia y tienen una data de hace 50 mil años. O sea, estamos hablando del paleolítico superior. En esta medida, tu pregunta sobre los chimpancés viene al callo. Jane Goodall asegura que los chimpancés cazan y comen carne y que también construyen y usan herramientas. Hay, por tanto, una relación clara entre el carnivorismo y la razón instrumental. No sólo modifican objetos naturales con fines instrumentales (usan troncos y ramas como armas, pescan termitas con tallos, toman agua en hojas que usan como recipientes, construyen lechos en los árboles con hojas y ramas), sino que también se comen a los babuinos, una especie africana de monos cinocéfalos, que constituyen el otro para el mundo chimpancé. Además, tienen guerras entre ellos mismos por razones territoriales (los machos de una comunidad atacan a los miembros de otra a fin de obligarlos a abandonar el territorio). Esta modificación (control) de la naturaleza con fines instrumentales y funcionales no sólo los ha llevado a las prácticas caníbales de reafirmación identitaria grupal y/o familiar (documentado está el caso de dos hembras -madre e hija- que se comieron a los recién nacidos de otra familia de chimpancés), sino que también los ha llevado a instituir jerarquías basadas en la estructura familiar por edad, tamaño y destreza. Las hembras de los chimpancés paren cada cinco o seis años, y un chimpancé promedio vive entre 40 y 50 años, pemitiéndoles mantener un control natural de la sobrepoblación y una cierta armonía con el territorio donde viven. Es, por lo mismo, plausible inducir que, según las leyes de la evolución y de acuerdo a los vestigios de su raciocino instrumental, desarrollen eventualmente una suerte de civilización. Aunque esta potencialidad no es determinante para que ello ocurra. Los orangutanes, por otro lado, también tienen un racionamiento deductible básico, mientras que los gorilas, que son esencialmente vegetarianos y extremadamente gentiles, han desarrollado una forma de lenguaje. Dian Fossey, asesinada en África 33

en 1985 por los cazadores furtivos de gorilas, pudo documentar hasta 17 sonidos distintivos significativos usados por los gorilas para comunicarse. Indiscutiblemente, el uso de este lenguaje implica un alto grado de abstracción y un pensamiento simbólico más o menos desarrollado. Los bonobos, hasta donde sé, son gentiles y vegetarianos, y tienen una vida plena de erotismo. Hay incluso bonobos homosexuales. O sea, cuando hablamos en general de los homímidos contemporáneos al homo sapiens, que están en un estado precivilizado, primitivo y predomesticado, estamos también hablando de seres que cuentan con un raciocinio instrumental: cazan, se comunican, construyen lechos, usan armas, tienen guerras y, además, son carnívoros y caníbales. ¿Qué me dice todo esto? Que los primitivos australantropos, que desarrollaron el primer arte lítico, probablemente también cazaban, se comunicaban, construían lechos, usaban armas y tenían guerras (obviamente sus guerras no eran similares a los conflictos organizados que mantienen los homínidos civilizados y domesticados del neolítico). ¿Qué más me dice esto? Que eran caníbales y carnívoros, y que probablemente el canibalismo fue una práctica de reafirmación identitaria grupal y/o familiar, mientras que el carnivorismo se ejerció sobre el “otro”. Posteriormente, la domesticación civilizatoria multiplica estas prácticas en forma más sofisticada y masiva, mediante racionalizaciones ideológicas altamente elaboradas, pero no las funda. Yo no sé cómo acabar con la conciencia alienante que también nos libera. Es probable que la conciencia del yo y la racionalidad estén intrínsecamente unidas. El planteamiento que hago en El jardín… es reemplazar la razón instrumental por la razón estética, que nos permita vivir en armonía con la naturaleza, en forma bella, libre y algre, construyendo comunidades autosustentables y autónomas, basadas en la horizontalidad y el biocentrismo. ¿Qué se puede hacer con la conciencia entonces? Nada. Tal vez limpiarla, mejorarla, talarla y pulirla, tal como lo hicieron los antiguuos primitivos. He ahí donde esta pregunta se relaciona con tu pregunta anterior, porque para pulir la conciencia, las drogas naturales son cruciales. Y ésa es la única taxonomía posible.

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(RN)

Hubo momentos bastante apocalípticos en el foro de diciembre en

Valparaíso. En “El Jardín…” te refieres al calentamineto global y a la posibilidad de que los mayas hayan abandonado sus ciudades al caer en cuenta que el progreso tecnológico no les permitiría devolverle a la tierra lo que le quitarían. Después de todo, los mayas eran una peculiar civilización. En el Popol Vuh, en uno de los intentos fallidos de creación, artefactos y animales domesticados se revelan contra el hombre, así también el resto de la naturaleza. Creo no haber visto algo así en otra narración cosmogónica. Te sugiere algo el final del calendario maya para el 2012 de la era cristiana. (JS)

Para las culturas mesoamericanas, el año 2012 será el fin del

quinto sol o quinto ciclo. En el mito de creación maya, luego del fracaso de los hombres de tierra, los dioses deciden crear a los hombres de madera –o de palo- que son atacados por los animales domésticos y, finalmente, destruidos por el diluvio universal. Según el Popol Vuh, los seres de madera que sobrevivieron al diluvio se transformaron en monos y viven actualmente en los árboles. El año 2012 me sugiere la posibilidad de una gran transmutación mundial. No soy pitoniso, así que no puedo predecir el futuro. Algunos anarquistas verdes desearían ver concretadas sus teorías primitivistas en una suerte de fin del mundo o catástrofe mundial para terminar de una vez por todas con la civilización, pero eso es parte de la ciencia ficción y de los ecorrelatos voluntaristas. Sin embargo, es totalmente plausible inducir futuros escenarios sobre la base de lo que ya sabemos. Y generalmente, esos escenarios pueden derivar tanto en el fin de la civilización industrial que conlleve a la creación del jardín de las peculiaridades como en una dictadura panóptica global hipertecnologizada, con todas las terribles consecuencias que ello implique. En el texto “11 de septiembre: Globalización, imperio y resistencia”, escrito el año pasado para una antología del pensamiento libertario que Amado Láscar y yo estamos editando, me refiero un poco a este futuro escenario basado en lo que ya sabemos. Por 35

ejemplo, sabemos que entre este año y el 2007 la producción de petróleo alcanzará su punto más álgido, y que a partir de ahí su producción, y por tanto, su suministro, comenzará a decaer. Según la CIA, los recursos acuíferos se volverán cada vez más escasos y hacia el año 2015 la mitad de la población del mundo vivirá en regiones con difícil o nulo acceso a agua potable. Y según el informe de la Red Mundial de Negocios (GBN, por sus siglas en inglés) redactado para el Departamento de Defensa de los Estados Unidos, sabemos que habrá un cambio climático abrupto debido al calentamiento global del planeta entre los años 2010 y 2020. Esto producirá la desalinización del océano en la parte norte del planeta, afectando las corrientes submarinas que regulan la temperatura y hacen posible la vida en el Atlántico Norte. Este cambio climático también acelerará el proceso de congelamiento de las regiones septentrionales -y tal vez australes de la Tierra- además de aumentar el número de tifones y huracanes en las regiones tropicales. Se predice que África sufrirá de sequías y que el complejo agroindustrial se verá altamente afectado, generando una escasez mundial de alimentos. Se calcula también que el calentamiento global afectará la temperatura del mar, que subirá en unos 4 o 5 grados, generando mareas rojas y otras anomalías que afectarán la actividad pesquera y el suministro de alimentos marinos. Otros informes también estiman que para el 2070 tanto la capa polar ártica como la Antártica se habrán derretido completamente. Si eso ocurre, el nivel del mar subirá dramáticamente, haciendo desaparecer muchas ciudades costeras. Bueno, con esto que ya sabemos, tenemos un panorama bastante alarmante, y quizás esto sí signifique el fin de la civilización agroindustrial moderna. Claro está que el modelo industrialista de desarrollo no es viable. No sólo por sus consecuencias nefastas en términos ecológicos, sino también porque no hay suficientes recursos en el planeta para mantenerlo. Se calcula que para el año 2030, China estará emitiendo el mismo volumen de gases contaminantes y tóxicos que emite EE.UU.: país rector que ha devenido en el modelo estandarizador a seguir. Pero incluso si todos los países del mundo tuvieran el mismo nivel de consumo que hoy tiene Estados Unidos, se necesitarían al menos cuatro planetas como la Tierra para satisfacer dicha demanda. Por otro lado, sabemos 36

también que los gases tóxicos emitidos a la biosfera no sólo devastan la salud de la pachamama, sino que también minan la salud de todos lo seres vivos. El cáncer y otras enfermedades industriales siguen subiendo de modo apresurado en el gráfico de las estadísticas de la salud mundial. El capitalismo y el industrialismo han llegado a su tope porque han agotado vertiginosamente los recursos del planeta. Mantener esta maquinaria productiva funcionando es irresponsable y fatal. Personalmente, no creo en el Apocalípsis ni en las revelaciones de San Juan; no obstante, sí veo que la civilización industrialista occidental adoptada por el mundo civilizado está llegando a su recta final. Confío, sin embargo, en que los distintos experimentos comunitarios actualmente existentes se conviertan en un ejemplo para la vasta población que vive forzadamente bajo el yugo alienante del trabajo asalariado. Confío también en que los pueblos originarios que aún preservan su sabiduría ancestral nos permitan aprender de su experiencia. En este contexto, los discursos desarrollistas neoliberales y los proyectos centralizadores estatistas siguen desconociendo la cruda realidad: esta máquina productiva industrialista no da para más. No sé cuándo vaya a ocurrir el gran cambio que todos notemos, tipo espectáculo televisivo, como el manufacturado para el 11 de septiembre de 2001. No soy un profeta del apocalipsis. Creo, sin embargo, que el cambio ya lo estamos viviendo. Hoy en día el planeta se ve amenazado mortal y nuclearmente por un tiranillo que se enreda al hablar, pero que cuenta con la astucia de su padre y sus tíos tras bambalinas para organizar su opereta política y así apropiarse de las últimas reservas de petróleo que quedan en el mundo. El estado liberal ha muerto y con él todos los sueños democráticos. Cualquiera sea, en todo caso, el cambio que vaya a ocurrir, sucederá dentro de los próximos diez años. Como yo tampoco creo en las soluciones políticas, no pienso que haya redención social alguna que pueda ser dirigida por los politicastros de turno ni por sus científicos iluminados. Espero sí -y en esto soy optimista- que la creación de pequeños y múltiples bolsones libertarios en zonas liberadas comiencen a proyectarse desde ya como una multitud de oasis de verdor, salud y esperanza en medio de la desolación moderna. Hay que seguir viviendo y, ojalá, continuar liberándose, que es justamente lo que más 37

les duele a aquellos que creen tener la sartén por el mango. Hay que empezar a vivir la transmutación desde ya, partiendo por lo concreto, lo local y lo comunitario. Todo el resto corre el riesgo de transformarse en simple retórica. Por eso hago la siguiente pregunta: ¿Cuántos almácigos y cajones de cultivo tienes en casa y sistemas de captación filtrante de agua de lluvia y muladares para producir abono orgánico y bicicletas de transporte y amigos en la cuadra o en el vecindario con quienes puedas contar cuando ya no haya más luz eléctrica ni cajeros automáticos ni agua potable ni tiendas de supermercado y las bencineras no sean sino tristes lápidas modernas abandonadas y oxidadas por la lluvia ácida y el frío amenace penetrar en tus huesos? Bueno, de eso es de lo que estoy hablando. (RN)

Por otro lado, entre los simpatizantes de la llamada anarquía verde se

siente bastante confianza en que la máquina domesticadora, la civilización acabe por su propio peso. Colapse. Quienes no lo advierten abiertamente, al menos lo insinúan. Desde mi punto de vista la tierra es un organismo viviente que alberga multiplicidad de otros organismos que la conforman. Uno de esos organismos es la máquina domesticadora, que sería algo así como una enfermedad, un cáncer (bastante similar en sus intenciones por lo cierto). La tierra tiene sus defensas. Esto puede llevar a la inacción, por ejemplo, a rechazar el concepto de revolución. ¿Y si no sucediera? (JS)

De algún modo, esta pregunta se responde con lo que hemos

dicho arriba. Obviamente, la máquina domesticadora puede no colapsar, y en vez de eso, puede readecuar sus garras de opresión en escenarios incluso mucho menos amables que el actual. Esperar que colapse y quedarse postrado frente a la tele hasta que den la noticia de su colapso es una burrada. Como dice Gil Scott-Heron, la revolución no será televisada, pero la revolución tampoco será un espectáculo de simulación de la vida ni un evento emblemático de toma del poder o de asalto al estado. La revolución no es un evento espectacular ni el acto heroico de un día. Los marxistas nos hicieron creer que la 38

revolución era el triunfo en las urnas o la entrada triunfante con uniforme verde oliva a la ciudad sitiada. La revolución es un acto de todos los días. La revolución es ir liberándose, jodiendo al sistema como se pueda y creando redes libertarias contraculturales que promuevan la rebeldía, el desafío permanente a la autoridad y el rechazo del poder. La revolución es comer comida del huerto, aunque se tengan los morlacos necesarios para comprarla en un supermercado. Es aprender a amar y a desarrollar otras formas de sociabilidad. Evidentemente, en la cuerda floja de la revolución cotidiana habrá momentos de revuelta. Entonces habrá que estar ahí, tal vez con bototos y pañoleta al cuello, listo para destruir la propiedad corporativa o estatal, o simplemente acompañando a aquellos aventados a hacerlo. Pero la revolución no es una meta, sino un proceso. Si uno no se revoluciona por dentro y por fuera, limpiando el corazón, la mente y el espíritu para reconectarse con el planeta y el resto de los seres vivos, entonces no hay revolución posible. No importa lo que se diga en el discurso, que a la larga es pura palabrería hueca. Lo fundamental es la energía que emana de nuestras acciones. Si es una energía liberadora, entonces la revolución está fluyendo. Si esa energía se estanca, y petrifica la mente y el espíritu, entonces estamos frente a un complot antilibertario. Cuando comencé a participar en las primeras barricadas antidictatoriales en 1983, vi a mucha gente desesperada y esperanzada que creía que en Chile iba a haber una revolución. Lo curioso es que esa misma gente prefería abandonar su propia libertad para delegársela a sus representantes políticos: “los líderes de la vanguardia”. Primero que nada, hay que entender que una revolución no tiene líderes. Sólo el rebaño necesita que lo saquen a apacentar. La anarquía tiene que ver con la libertad y no con el poder. Si a lo que la revolución aspira es al poder, entonces estamos hablando de cosas distintas. La libertad no tiene dueño ni color, ni insignia ni organización. Para mí lo importante de la revuelta de Seattle fue su espontaneidad. Allí vi a obreros organizados que trataban de controlar a la turba joven y enardecida, siguiendo al pie de la letra las instrucciones de sus sindicatos. En diciembre de 2002 vi en Argentina una concentración multitudinaria frente a la Casa Rosada, cuyo fin era emplazar al gobierno para dar soluciones generales. Esta 39

forma dialéctica de operar por oposición al poder y al gobierno encasilla el espíritu libertario, volviéndolo antes un agente político que un factor de liberación. El eslógan revolucionario me parece propio del ego megalomaníaco. Naturalmente, para un anarquista es imposible rechazar el concepto de revolución, porque ésta es parte constitutiva de la revuelta catártica, que libera el espíritu y saca a relucir la potencia de la libertad. Los zapatistas han estado realizando una revolución cotidiana que no aspira al asalto del estado mexicano, sino a la autonomía chiapaneca. He ahí la fuerza de su espíritu. Si uno camina por las calles de San Cristóbal de las Casas o se interna en la selva lacandona notará una atmósfera muy distinta al resto de México. La libertad se huele, a pesar de la presencia militar intimidante del estado mexicano. Y aunque podamos hacerle muchas críticas a la estructura militar jerarquizada del ejército zapatista o a sus reivindicaciones demoliberales, hay que tener en cuenta que su proyecto rebelde indígena se centra en la sobrevivencia cotidiana y en la autogestión, que son formas de resistencia y autonomía. El Proyecto A en Alemania es otro modo de resistir y practicar la anarquía viva, permitiendo crear una red contracultural libertaria para que muchos compas puedan vivir con independencia y autonomía. Eugene, Oregón es una pequeña ciudad universitaria llena de permacultores y hippies que hacen florecer el pensamiento y la energía. Vivir aquí se siente casi como una burbuja ecolibertaria en plena panza imperial. La autonomía brinda dignidad, tranquilidad y ocio. Aunque claro, la liberación total implica la libertad de todos. Pero soy optimista. Los comuneros bolivianos, por ejemplo, se están oponiendo a los centralizadores de cualquier tipo y laya (neoliberales, socialdemócratas y trotskistas) para defender su modo de ser a ultranza, a pesar de las amenazas y los 500 años de opresión occidental que no han logrado doblegar su orgullo amerindio. He ahí otro bolsón libertario. La máquina domesticadora no se acabará de un día para otro: mutará, transmutará y desaparecerá poco a poco –si tenemos suerte-. Lo importante es lo que hagamos mientras su desvanecimiento esté ocurriendo. El Foro de Valparaíso de diciembre y el Foro Anarquista de Santiago en marzo fueron actos de revolución, engendradores de energía y liberación espontánea de libertad. La revolución es eso: dar 40

la mano, estar juntos, dar un beso, sentir el viento, ver las estrellas: comenzar a sentir que la vida nos pertenece y aprender a soñar nuevos sueños. Eugene, Oregón, junio 2005.

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EL JARDÍN DE LAS PECULIARIDADES Jesús Sepúlveda

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1 L

a ideología se cristaliza como un mapa en la memoria. Se legitima

propagando la falsa idea de que el mundo en que se vive es el mejor de los mundos posibles, o el sistema que mejor funciona, sin importar sus falencias. Por eso, no es extraño escuchar decir que el socialismo es mejor que el capitalismo, el libre mercado mejor que el estado proletario, la democracia mejor que el fascismo, la dictadura militar mejor que el comunismo, la república mejor que la monarquía, el feudo mejor que la esclavitud, la ciudad mejor que el campo, etcétera. Cualesquiera sean los argumentos que se esgriman, todos caen en última instancia en el disparate, porque tienden a justificar la represión en aras de un supuesto orden necesario. De este modo, la ideología demoniza a sus opositores como partisanos del -también supuesto y construido- caos, alabando la mesura y fomentando la resignación. Así, la ideología paralogiza y engatusa a los incautos para que acepten todo el mal como algo inevitable, ya sea con un dejo de fatalidad u orgullo, pero siempre con renuncia y sacrificio. Por lo mismo, no es raro oír decir que los cambios son imposibles, o que ya no hay ideales por qué luchar ni esperanzas qué abrazar. La ideología planifica la desesperación colectiva: Aliena. Derrota. Es tanto o más recalcitrante que un dogma, porque su finalidad no es otra que perpetuarse. Para ello despliega todo el abanico de instrumentos que tiene a su alcance: el genocidio, el ecocidio, las elecciones, o simplemente el miedo, que fija la imaginación, o la borra. La ideología opera como una narrativa que domestica a través de su lógica sistémica estandarizadora. Se expande como un virus -o plaga transparente y mimetizante- que se expresa en las modas o en las 43

identidades con etiqueta. Así nadie la ve, nadie la siente, nadie la toca: pero todos hablan por su boca. Asfixia la mente, que se conecta a un servidor -o a una máquina-madre- y enchufa los ojos. Luego se reproduce mecánicamente y acumula el deseo insatisfecho que rueda en una espiral oscilante, como si fuesen los pliegues de un acordeón o el corazón artificial que bombea agónico, hasta que el imperio se rearme, el gobierno se reagrupe, la casta reviva, o el sistema fallezca por propia decadencia. La ideología se cristaliza como un mapa. Da una falsa noción del mundo, como si fuese una creación mental, o un escenario construido sobre la base del engranaje productivo: la burbuja ideológica y material que funda los llamados sistemas políticos y económicos que organizan las formas de dominación ecosocial. La ideología se justifica propagando la falsa idea de que éste es un mundo feliz -y viable- y que a pesar de sus falencias es mejor cerrar los ojos para acostumbrarse a sobrevivir y evitar cualquier sueño disruptivo. Cuando un sujeto sueña, se acaban las pesadillas y la fantasía florece. Esto puede ser altamente subversivo, porque además de echar a volar la imaginación, borra las narrativas y da vuelta a los mapas, que quedan arrumbados en el fétido vertedero de los despojos.

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2 L

a domesticación es un proceso que sufren algunos animales en

este planeta. Reduce lo silvestre y acostumbra a la ausencia del jardín natural de seres vivos en este planeta. Elimina cualquier rasgo salvaje que se niegue con naturalidad díscola a la estandarización de este planeta. Borra lo agreste y lo espontáneo que hicieron posible este planeta. Homogeneiza a todas las criaturas en grupos de criaturas y uniforma la vida en unidades que categorizan todo lo que vive y respira en este planeta. Clasifica a los seres humanos fuera del reino animal, creando las categorías de reinos y ordenando a las plantas e insectos como objetos de vida muerta en este planeta. La domesticación es un proceso que se sufre como extraña enfermedad que arrasa la vida a lo largo y ancho del planeta, amenazando destruir la existencia de todos lo que habitamos su relieve mágico.

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3 E

l cariño da fuerza. Sin él es muy difícil lidiar con experiencias

demasiado intensas que duele soportar. La ternura es un modo de vida, opuesta a la automatización del reloj y del trabajo forzado. La robotización es un modo de muerte, opuesta a la liberación del tiempo y del ocio, que le permiten al cariño crecer como un tallo saludable en el huerto de todos y así extender su aroma entre los seres vivos que habitamos el jardín planetario. La globalización, por el contrario, impone un molde automatizador a nuestro jardín. Se manifiesta en un proceso triple, que comprende la expansión imperial del capital, la estandarización mundial a través del control económico de las empresas transnacionales y la domesticación del suelo por medio del monocultivo, destruyendo la variedad natural y pavimentando la tierra. Su avaricia atenta contra todo ciclo natural. El suelo es la piel y la carne que cubre a nuestro planeta. El aire limpio es el paisaje que nos brinda oxígeno y nos protege de morir quemados por la penetración de los rayos ultravioletas. Los cóndores y las ovejas magallánicas se han enceguecidos a causa del debilitamiento de la capa de ozono. El agua nos da la vida. Tierra, aire y agua son partes del un ciclo natural que la contaminación interrumpe. Luego el fuego nos da la energía que necesitamos y el sol nos nutre de compasión y ternura. Ciertamente todos necesitamos ternura. El gato que se restriega entre las piernas de los invitados, o que ronronea en las faldas de quien se sienta. El perro que salta entusiasmado y mira, esperando su reconocimiento. La ternura nos reconecta a todos y nos hace bien. ¿Quién no ha sentido gusto al pasar la mano por el rostro de un ser amado o ha gozado sus caricias sobre el cuerpo?

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Las réplicas robóticas cibernéticas sólo trabajan. Perciben falsamente el tiempo, que habitan como una línea continua donde el pasado, el presente y el futuro se entrecruzan y existen simultáneamente, pero de un modo irreal. La noción de tiempo es una imposición autoritaria del orden social y se justifica con la falsa idea del progreso, que no es sino un modelo de legitimación del orden dominante: la industrialización, el encarcelamiento y la delimitación territorial. Materialmente vivimos en el presente, que no es sino la existencia misma. “Hic et nunc”, dice el refrán latino, aquí y ahora. Por eso, la memoria -siempre activa y arbitraria, cambiante y selectiva- nos entrega una percepción de nuestra propia experiencia. La experiencia amplifica la peculiaridad, que es distinta a la historia, es decir, a la estandarización de lo oficial. El único factor común a todas las peculiaridades que hay en la Tierra es la ternura. El afecto es una necesidad primaria del ser humano. Sabio es entender entonces que sin cariño ni amor, no hay revolución que sea posible.

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a eficiencia es inflexible. Un cobrador automático procesa

solamente la cantidad exacta para imprimir un boleto de microbús, de otro modo no funciona e invalida la operación. El cajero automático se alarma ante un guarismo no programado y rechaza la tarjeta de plástico. Ésa es la lógica de la eficiencia, o la razón de la inflexibilidad. Por lo mismo, ante esa lógica, ser indeciso es un signo de ineficacia, que marca y quema con la mácula de lo flexible. La savia que fluye en la naturaleza se desparrama sin un patrón estable de identidad. Su fluir corre espontáneamente, a borbollones. No se reproduce de modo idéntico y rechaza los moldes de la mecanización. El fluido es el movimiento constante. Mientras el río corra, las gotas que lo constituyen no tienen réplica posible. Por lo mismo congelar una gota, apartarla, aislarla es un acto contra natura. Clonar la naturaleza a fin de verter su réplica en un tubo de probeta es un acto reificador. La naturaleza es peculiarísima y frágil como cada copo de nieve. Su espíritu es flexible. La lógica de la estandarización, en cambio, se articula a través de los mecanismos de la eficiencia. Un experimento no puede flexibilizarse, ya que requiere de un patrón estable que sea puesto a prueba bajo condiciones y coordenadas inflexibles. La vida que fluye de modo orgánico, como la savia de las plantas, no es un experimento de laboratorio bajo control científico. Por el contrario, florece con la flexibilidad de un capullo. La savia riega el mundo por medio de cada una de sus peculiaridades. La eficiencia niega la naturaleza, puesto que trata de imponer un panel de control sobre el jardín que brota espontánea y orgánicamente. La eficiencia se expande y coloniza, ignorando toda peculiaridad. Por ello, su función es construir categorías que operen con la lógica de la estandarización 48

taxonómica. Así diferencia y crea conjuntos, a la vez que niega las diferencias de esos mismos conjuntos, que tampoco logran resistir la luz y la organicidad de sus propias peculiaridades. La realidad es un jardín de peculiaridades labrado en una constelación de otras peculiaridades, que a su vez se deshacen en el universo propio de sí mismas, al ritmo de la savia que fluye y florece. El fluido no se organiza ni se representa. Es sólo un flujo. Todo lo que lo habita es su organicidad, que crece en el movimiento constante de cada constelación, única e irrepetible. La organicidad de los cambios -que a veces se expresa a borbotones como agua hirviendo- surge cuando los seres humanos concentran su energía -que se vuelve conciencia autorreflexiva- y corrigen el curso de los hechos cotidianos. Pero la organicidad también es natural e independiente a la conciencia. El calentamiento global causado por la tecnología humana, hará que el planeta se enfríe a fin de contrarrestar el calor espantoso y artificial de los gases fósiles. Esto causará inundaciones, maremotos y hasta la desaparición de poblados costeros. No entender esto es alienarse del curso de la vida que fluye entremedio de nosotros mismos. Es caer en la cosificación, es decir, en esa lógica que pone a los sujetos como objetos muertos en un panel de control. Ése es el tablero que enciende y apaga los sistemas maquínicos, negando con su tic-tac pausado el permanente derivar de la vida.

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5 H

ay pocas cosas ciertas, o por lo menos, casi irrefutables.

Una de ellas es que siempre la vida florece alrededor de los árboles. Otra, que los árboles no viven sin agua. Al contrario, se secan. La tala forestal y las represas no sólo implican el dominio humano y corporativo sobre la naturaleza, sino que también la destrucción de toda fuente de donde emana la vida. La defensa del planeta, por todos los medios posibles, no es sólo una cuestión de autodefensa, sino que también de sobrevivencia. La autopreservación de la especie humana ha llevado al dominio de la naturaleza. Pero este mismo dominio atenta contra cualquier autopreservación. Esto es un círculo vicioso que tarde o temprano deberá ser roto. De otro modo, el único derrotero será la destrucción total. Su ruptura es mental y material. Tiene que ver con los modos de percibir la realidad y también de interactuar en ella. El dominio del medio ambiente y de las criaturas que lo habitamos no lleva a la preservación, sino que a la colonización. Su efecto es concreto: la conquista del planeta, de los animales, de las plantas, de los insectos y, por cierto, de los seres humanos. Las personas reales que aún no han sido alienadas de sí mismas -por fortuna o resistenciatodavía sienten una fuerte relación con la tierra y mantienen una estrecha conexión con sus ancestros. Los pueblos originarios tienen un sentido de sensatez que no se observa en las culturas civilizadas. La población primitiva todavía conserva su sabiduría atávica. A sus ojos, comprender que los seres humanos no somos sino naturaleza, es un acto de simple lucidez.

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Esta revelación radical desconstruye cualquier taxonomía -y clasificación epistemológica- tendiente a justificar la objetivación de la gente en categorías reificadoras: reinos, clases, razas u órdenes de cualquier tipo. Los seres humanos no somos sino naturaleza. Cada criatura es auténtica e irrepetible. La clonación colonizadora y la noción de una identidad monolítica -en tanto identidad subjetiva idéntica a la de sus semejantes y, por lo mismo, petrificada- niega la peculiaridad de cada ser. La civilización -y su expresión sublime: las ciudades- encarna dicha negación. Su tendencia apunta a la expansión, que trae consigo el colonialismo o la guerra santa. Las civilizaciones cristiana, musulmana, inca, azteca, nipona, otomana, greco-latina o china, entre otras, han sido proclives a la invasión y a la conquista. La civilización -vista como segunda naturaleza- ha legitimado la destrucción de todo aquello que no es sino la propia naturaleza. La negación de lo natural fundamenta el orden civilizado, que se expande como dominio y se manifiesta de modo sanguinario en el exterminio de los pueblos indígenas y de las culturas autóctonas. Para la civilización, todo acto de destrucción de sus íconos es un acto iconoclasta o terrorista. Cuando la civilización destruye la vida y la cultura -ajena a su orden civilizado- deviene acción civilizadora. Ésta ha sido la lógica de la colonización. El exterminio de los pueblos colonizados no se ha llevado a cabo solamente a través del restallido del látigo o del disparo del cañón, sino que también a través de la tala de los bosques y de la construcción de represas.

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l individuo tiende a verse a sí mismo como un sujeto

individual. Esto es, como un ser indivisible, único y monolítico. Dicha visión ha generado una falsa conciencia del ser que justifica tanto el individualismo pragmático, como la incorporeidad cartesiana del ser: “Cogito ergo sum”, la mente sobre el cuerpo, el mundo virtual, el espacio propio, etcétera. La propaganda institucional de las escuelas y el autoritarismo de la voz científica de los expertos, han impulsado a la población civilizada a internalizar la noción de un sujeto monolítico, cuya identidad incorpórea se cosifica en un ego expansivo, reproduciendo la lógica instrumental del pensamiento colonizador de Occidente. El yo expansivo se asume en tanto individuo único e indivisible, negando con ello su multiplicidad, su pluralidad y su flexibilidad. Todo lo cual constituye lo peculiar de sí. Por lo mismo, mientras la identidad monolítica niega la multiplicidad, lo incorpóreo rechaza la realidad. Así, la identidad indivisible se reifica por medio de la conciencia incorpórea del yo. Y esa conciencia se nutre y se forma a través de los mecanismos estandarizadores del conocimiento taxonómico. El individuo no es un ser aparte de la totalidad, ni está fragmentado entre su cuerpo y su conciencia. El individuo es parte de la totalidad y su cuerpo interactúa en la realidad. Desconocer esto es justificar la alienación. Sentir el viento, por ejemplo, que cruza los poros cuando nos detenemos bajo la noche a mirar las estrellas, es prueba suficiente de que la totalidad existe. Creer lo contrario, es estar tristemente enajenado. La poesía y el arte evitan la estandarización de la peculiaridad. El lenguaje artístico sugiere, en vez de describir comprehensivamente, la presencia inmediata del ser. El arte y la poesía desbaratan la reducción 52

a que somete el control intelectual, permitiendo que sus cultivadores devengan parte de la totalidad. A este devenir se le llama autenticidad o voz propia, o sea, lo genuino que existe en cada cual. Dicha autenticidad no es sino la peculiaridad de cada ser: aquello que se opone a su estandarización, expresada -entre otras formas- a través de la reificación del yo. Pensar, por ejemplo, que uno es una imagen proyectada en un espejo, o creer en la combinación formal y pictórica de un retrato, o en la imagen reproducida por medios mecánicos -la fotografía, el video o el celuloide- representa el distanciamiento alienante entre la realidad del ser y la conciencia cartesiana reificadora a que somete el mundo civilizado. Las imágenes como constructos ideológicos mediadores de las relaciones humanas constituye lo que Guy Debord llamó tempranamente “la sociedad del espectáculo”. Desde entonces, el mundo se ha conglomerado como un enjambre de abejas alrededor de centros panópticos de domesticación: la tele, Hollywood, la fama. Sin contar la vigilancia y el control. Las imágenes llevan masivamente a los individuos a verse a sí mismos como sujetos individuales. Esto es, como seres indivisibles, únicos y monolíticos, ignorando con ello su flexibilidad, su pluralidad y su multiplicidad. Ésta última trilogía es la que conforma la peculiaridad innata de cada ser.

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as mónadas -según el sistema filosófico de Leibniz- son

sustancias indivisibles de naturaleza distinta que componen el universo. El neutrino -según las ciencias físicas que especulan con pozos negros y universos paralelos- es una partícula eléctricamente neutra de masa inapreciable. Los seres humanos somos parte del universo. Y cada cual tiene una naturaleza distinta a la del otro. La personalidad no se reproduce, sino que se crea. Y esto ocurre porque somos seres divisibles, múltiples y flexibles: el niño que fue, no es el anciano que será pronto. La personalidad testaruda también varía. Es única y polidimensional. Cada dimensión del ser es divisible por el todo que lo constituye: mente, cuerpo, experiencia, memoria, etcétera. Inclinarse por la neutralidad también es negar una parte del ser. Irradiamos vibraciones negativas o positivas. También podemos ser magnéticos y arbitrarios. Nuestra masa corpórea es vista, palpable y disfrutable. Se aprecia. El cuerpo es real. Ni el neutrino ni las mónadas pueden describir al ser humano a cabalidad. Menos los genes. La multiplicidad que nos agobia o da plenitud describe a escala humana esa misma multiplicidad del universo: la multitud de universos múltiples. Por cierto, todo habita en todo, aunque sin carencias de contradicciones. Los universos múltiples son una realidad. Es como ir a una fiesta y encontrarse con personas múltiples, paralelas a sí mismas. Probablemente, la colisión de dos universos provocó otros universos, que nacieron, crecieron, se desarrollaron, maduraron, envejecieron y murieron con el tiempo. En algún punto de ese acertijo estamos nosotros, como la vida microscópica que hospedamos adentro. La expansión del universo representa su crecimiento y 54

envejecimiento. Y tendrá la edad suficiente al momento de morir o concentrar su todo múltiple en un agujero vacío. Nosotros nada podemos hacer al respecto, porque no existe ninguna máquina que pueda llevarnos de este universo a otro -aunque tal vez la muerte no sea sino un viaje a otros cuadrantes donde aún cruza la estampida de aquella energía que nos mantiene vivos. Retomar el camino a fin de corregirlo es lo que piensan los sabios indoamericanos. Tal vez eso sea volver a un estado preneolítico sabiendo lo que ya sabemos. ¿Es eso un dilema? No hay drama en nacer, crecer, desarrollar el cuerpo, madurar, envejecer y tal vez morir. Lo importante es que en el intertanto podamos vivir en un estado de permanente celebración. La vida organizada como un acto carnavalesco -y prolongado de ser- es una manera inteligente de paliar el dolor. Celebrar nuestra estadía en este astro rotatorio estimula el afecto comunitario. Todos tenemos que vivir alrededor de todos y con todos. No tenemos otra opción. La festividad permanente lleva al jolgorio del ser y éste tiene un movimiento liberador. Por eso, la pulsión parrandera, desjerarquiza y alegra. Y en los momentos de tranquilidad, silencio y ocio, bueno es apreciar la expansión de la noche y el crecimiento nuestro entremedio de la madurez de todo lo que habita el planeta. El domo astral que nos brinda alero y nos hace vivir.

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a belleza es frágil. Y esto es otra verdad casi irrefutable. A las

orquídeas calipsos que crecen bordeando los senderos en el bosque templado les lleva por lo menos nueve años regenerarse. Esto es un acto heroico de palingenesia que se da entremedio del bosque. Su color rosáceo estalla en primavera en las faldas de los pinos. Pero si un intruso palpa sus tallos mueren instantáneamente . No así si sólo se tocan los pétalos. Esa es la belleza de la vida: frágil y delicada, como todo lo que pasa por nuestras manos. Los seres humanos no somos sino naturaleza. Pretender lo contrario es caer en la alienación. Es olvidar la belleza. Cuando niños, o niñas, los peques van al zoológico. Esa experiencia es parte de un primer entrenamiento: distanciarnos del resto de los animales. Todos habitamos este planeta, que nutre y brinda alero a todas las criaturas vivientes. El balance entre todos y el planeta, es frágil y precario como una orquídea. No buscar la función de la naturaleza, a fin de hallar su utilidad para controlarla y dominarla, parece ser un desafío crucial. En cambio, observarla para apreciarla, es buscar la plenitud. De ello depende nuestra existencia y la de muchos otros. Por eso, desaprender el primer entrenamiento de la infancia para poder disfrutar la belleza que hay en lo natural, es una necesidad primordial. Los seres humanos podemos ser criaturas hermosas. Para ello es necesario traslocar nuestra percepción de lo real, e ir desde lo utilitario a la apreciación. Esto es: sustituir lo instrumental por lo estético. El módulo ideológico que hace aparente lo presente desencadena la razón tecnológica, pero también despliega la creación. Heidegger le llama “poiêsis” a esta última agitación mental. Pero para reemplazar la pulsión por dominar, expandir y colonizar -en virtud de desmantelar 56

radicalmente las economías basadas en la competencia y la comparación- es absolutamente necesario almendrar el ojo. Esto es, remodelar la mirada a fin de apreciar el día, la noche, las estaciones, el oleaje, la potencia de los ríos, el canto de los pájaros, el desplazamiento de los animales, el bosque, las abejas, la mujeres, los hombres y todas las constelaciones de peculiaridades que forman otras constelaciones de peculiaridades y que brotan salvajemente como orquídeas en el bosque.

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l Estado existe porque se territorializa. Esto es, se materializa

mediante su expansión colonizadora territorial. Dicha expansión se lleva a cabo a través de la desterritorialización forzada de los habitantes originarios de las tierras, que el Estado se ha ido apropiando. Toda apropiación implica movilizar la fuerza militar que el Estado pueda ejercer, a fin de ampliar o mantener su dominio. Esto ha significado guerras y genocidios. El Estado también tiene sus expertos que escriben la historia. Así, tergiversan los hechos, justifican sus atrocidades y obligan a las nuevas generaciones a repetir en letanías sin sentido la narrativa oficial que escriben los expertos. La educación, por tanto, no es sino la institucionalización de los campos de adiestramiento y domesticación donde los niños y los jóvenes perpetúan el sistema dominante. Allí acceden al orden simbólico y comienzan su proceso de cosificación. En estos campos -o escuelas de adoctrinamiento social- se reproduce la ideología que legitima al sistema. Los nuevos miembros de la sociedad internalizan la falsa conciencia que bombea como un pulmón artificial, a fin de que todos repitan con más o menos eficacia el mismo discurso. Su idea es que todos digan, sueñen y piensen que éste es el mejor de los mundos posibles. Y que si tiene fallas, no importa porque es mejorable. Pensar lo contrario, es militar en las filas del anarquismo, caer en la locura o llamar a la insurrección. La estandarización, a decir de Adorno, obliga al sujeto a elegir entre la mercantilización o la esquizofrenia. No hay salida fuera de este molde binario. En esta sociedad preferir el jardín al cemento es visto con desconfianza. Y dependiendo de quién ocupe el 58

poder de turno, esa preferencia puede costar la vida. Cuando el sistema cruje y los borregos se desprenden del rebaño, surgen con eficiencia criminal las cárceles, los golpes de Estado, los allanamientos, las bombas lacrimógenas, las fuerzas represivas, la guerra, etcétera. Mientras eso ocurre, el Estado refuerza la propaganda radial, televisiva y periodística. Así se materializa en la mente de los individuos Los Estados nacionales congregan hoy en día sus aparatos represivos -policíacos y militares- para proteger a las compañías transnacionales que expanden un modo de vida de estandarización basado en la reducción humana a unidades económicas de producción y consumo. Con esto se produce un nuevo tipo de territorialización y esclavitud laboral. La tecnología y los bienes que un grupo minoritario de la población mundial usufructua, son manufacturados en galpones fabriles que operan con la lógica de la explotación. Las escuelas y las fábricas son centros de control que imponen los Estados. Para abolir el Estado hay que abolir las fábricas y las escuelas. El autoritarismo que el orden civilizador reproduce en estas instituciones es el responsable de los exterminios étnicos, de los genocidios políticos y de la explotación social. Para construir un mundo sin jerarquías, ni cárceles, ni propaganda, ni golpes militares, hay que barrer el Estado. Y depende de nosotros borrarlo de la faz de la tierra.

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ualquier intento de estandarizar la vida es una forma de

dominación que impone un modelo alienante sobre la gente. La colonización europea y la transnacionalización norteamericana imponen patrones estandarizadores sobre las diferencias y las peculiaridades del planeta y de la gente. Cada patrón estandarizador es el subproducto de la planificación estatal y empresarial que opera en términos témporo-lineales: la progresión hacia metas macroestandarizadoras que privan de toda libertad. La colonización impulsada por el llamado mundo civilizado anula la peculiaridad de la naturaleza -personas, animales, vegetación, suelo, etcétera- y destruye la libertad de la vida. Defenderse contra estas perpetraciones es una voluntad vital que requiere pensar -con imaginación y audacia- un mundo distinto. Por eso, a falta de centros escolásticos, bienvenida sea la educación personalizada: de uno a una, de una a uno y todos al mismo tiempo. Si la mitad del mundo le transfiere su sabiduría a la otra mitad, no hay porqué desear campos autoritarios de estandarización. La educación institucional reproduce en las nuevas generaciones la falsa idea de que éste es el mejor de los mundos posibles, o al menos, el sistema que mejor funciona, sin importar sus falencias. Así, el proceso de normalización del conocimiento a través de los textos escritos -en desmedro de la oralidad- no es sino el proceso de estandarización de una cierta percepción del mundo. En tal sentido, la 60

educación tiene una función ideológica: reproducir un discurso estandarizador normado por las reglas del Estado. Se autolegitima por medio de la coincidencia que fabrica entre el poder y el conocimiento. Vale decir, entre el control estatal y el campo profesional de los expertos. Por eso, la apropiación de uno no existe sin la apropiación de otro y viceversa. Sólo cuando los grupos humanos vivan orgánicamente en comunidades y cultiven el alimento necesario, a fin de disfrutar del ocio liberador en un estado de carnaval permanente y de apreciación estética prolongada, la educación formal -así también como la explotación del noventa por ciento de la población humana y la destrucción del planeta- no tendrán cabida en la realidad. El garante de la represión destructiva es el Estado. Y depende de nosotros desmaterializarlo.

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a noción de raza está vinculada a las prácticas colonizadoras.

Occidente se construyó sobre la base de la distinción entre un nosotros y un ellos. O sea, entre lo que constituye la etnia propia -que por arte de birlibirloque deviene el patrón estandarizador racialmente neutro- y los otros: aquello que se asocia a los bárbaros, o lo étnico en terminología moderna. El etnocentrismo desplegó la lógica esclavizadora, imponiendo las categorías supremacistas eurocéntricas. El maquiavélico concepto de superioridad racial se perpetuó mediante la equivalencia de lo europeo-caucásico con lo civilizado. Así, la noción de raza justificó -y justifica- la colonización, que no es sino el dominio etnocéntrico sobre la naturaleza y las otras etnias. La expansión colonial de Occidente clasificó y categorizó lo colonizado -grupos de gente, animales, plantas, suelo, etc.- a través de sus taxonomías técnicas autojustificatorias. De este modo se fue imponiendo la racionalidad científico-instrumental que autojustifican las prácticas colonizadoras y sus modelos universalistas. El capitalismo mercantil desplegó los mapas e imprimió los diccionarios, acelerando la marcha de la máquina aplanadora. Dicha expansión étnica, fue la expansión del ego colonizador autolegitimado en las diversas narrativas históricas con el mote de civilización. En nombre de la civilización se ha construido la noción de raza. Y esta noción es una consecuencia directa del mecanismo instrumental del pensamiento tecnológico que categoriza la experiencia humana y estandariza la realidad.

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a noción de humanidad está ligada a la noción de mundo. Su

origen es religioso. En Occidente, por ejemplo, Dios creó al hombre y luego a la mujer. Cuando ambos comieron del fruto del árbol del conocimiento, Dios encolerizado los arrojó fuera del paraíso, obligando a la humanidad a vivir fuera del jardín del edén y a buscar incansablemente un salario y un domo donde protegerse. Esa es la narrativa justificatoria de la domesticación. Así, Dios puso a la humanidad en el mundo. Y así también, el mundo europeo fue caracterizado por la presencia humana. A esa narrativa se le llamó Sagrada Escritura o Biblia. Los libros sagrados del Medio Oriente tuvieron otros nombres: Corán, Talmud o Tora. En estas narrativas, la coincidencia humanidad y mundo fue elaborada sobre la base del concepto del pueblo elegido: los hijos de Alá o de Jehová. Esta visión religiosa también se encuentra en algunas cosmologías indígenas. Por ejemplo, en el libro maya Popol Vuh, el Creador pone a los “hombres de maíz” sobre la tierra. De este modo, el triunvirato creación, humanidad y mundo forman parte de un triángulo discursivo -ideológico y religioso- que explica la vida por medio de fantasías y mitologías fundacionales. Estas nociones entraron en crisis con la conquista europea. Para los conquistadores, la posibilidad de que existieran otros seres humanos en territorios desconocidos era algo complicado, puesto que rebatía las doctrinas teológicas y desconstruía la visión oficial impuesta por el clero. Para los indígenas, los barbados de ultramar eran semidioses. Lamentablemente descubrieron su verdadera naturaleza demasiado tarde. 63

En este contexto de conflictos ideológicos, la idea de Nuevo Mundo vino a solucionar la crisis ideológica europea, comenzando de paso, la larga y triste crisis cosmogónica, social y vital de los pueblos indígenas. La colonización se inicia con las nociones de humanidad y de mundo. Y estas nociones son las que galvanizaron el empuje de la modernidad que -entre otras cosas- humanizó la naturaleza, mientras naturalizaba el control ecológico.

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a colonización no ha sido sino la expansión del capital y del

pensamiento tecnológico por medio de la cultura de la estandarización a escala mundial. Esta práctica alcanzó su punto cúlmine con la expansión europea. Luego, a partir del siglo XX, desató todo su poder destructivo y condujo a la aparición del imperialismo: fase oligopólica del capitalismo. No es, sin embargo, un fenómeno ligado exclusivamente a las construcciones nacionales y étnicas (por lo menos no en esta etapa caracterizada por la llamada globalización). Por primera vez en la historia -que repetimos y recordamos- un grupo de individuos controla a escala transnacional una maquinaria mundial capaz de destruir severamente el planeta y extinguir la vida de muchas criaturas, entre ellas, la de los seres humanos. Esta etapa colonizadora tiene una pulsión monetaria cuya base es ideológica. El capital requiere estandarizar los estilos de vida, los valores culturales, la arquitectura, el idioma, el paisaje, el pensamiento, etcétera. Busca, en suma, uniformar la percepción de la realidad, asegurando así su permanente expansión. Su fundamento ideológico, que racionaliza la conquista como índice de crecimiento, le asigna un valor positivo a la pulsión expansionista. Crecer por la razón de crecer, invadir por invadir y expandirse para siempre es el raciocinio de la expansión. Es también la lógica del capital, que crece y se extiende hasta consumir y destruir a todos los organismos anfitriones que permiten y amparan la vida en el planeta. Es, sin lugar a dudas, la ideología del cáncer, que no se detiene hasta alcanzar la implacable metástasis.

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n el folleto “¿Reforma o revolución?”, escrito a finales del siglo

XIX, Rosa Luxemburgo aboga por el fin del sistema de salarios, en contraposición al programa reformista de Bernstein, centrado en la lucha sindical a fin de lograr mejoras salariales por medio de reformas al sistema. La historia de las luchas sociales de los últimos siglos ha dividido sus rumbos en dos tendencias totalitarias: aquellas que privilegian los fines a los medios -o viceversa- impulsando políticas sectarias o ingenuas, o cayendo, según sea el caso, en el fanatismo o en la vacilación. Lo radical, ciertamente, es abolir el sistema de salarios. No obstante, frente a una situación de subsistencia y de agobio material, cada chaucha -o centavo- marca una diferencia substancial en la sobrevivencia cotidiana de los desposeídos. Negarles esto a aquellos que mueren de hambre día a día es caer en el mesianismo vanguardista. Es negar la solidaridad. El capitalismo -empresarial o estatal- ha usufructuado de esta reducción de la vida humana al ámbito de lo material. En virtud de mejorar los estándares de vida, se ha estropeado la calidad de la existencia y se han destruido a gran escala los recursos naturales. En las sociedades dependientes de la producción en masa, la noción de un buen estándar de vida funciona como mecanismo de ajuste a fin de compensar la alienación provocada por la vida industrial, a la vez que crea la fantasía del consumo. Ser capaz de acceder a los productos manufacturados -por obreras y obreros forzados a una dependencia económica- es visto como un ejercicio de la libertad. Y claramente ésta es una estrategia de estandarización. En el modelo actual, el papel de los trabajadores es formar parte de un engranaje sistémico que limita las posibilidades de imaginación y esclaviza la vida humana por medio 66

de la dependencia salarial. El sueldo es una cuantificación del valor que el sistema le asigna a cada vida humana. Así se lleva a cabo el proceso de mercantilización de los seres humanos. Y en este proceso, cada individuo deviene una suerte de unidad económica -o mercancíacuya labor es producir y consumir. De esta forma el sujeto opera como un insumo más de la parafernalia productiva que impone la maquinaria social. Las diferencias establecidas en grupos y clases no sólo están en relación al puesto y al rol asignado en dicha parafernalia, sino que también en la capacidad de consumo y adquisición de bienes y servicios. Esta acción está destinada a descomprimir la presión laboral, la locura burocrático-administrativa y las injusticias del proceso de venta de la fuerza de trabajo. Los ingredientes que garantizan esta sumisión al sistema social son dos. Por un lado, la dependencia forzada de poblaciones enteras de las empresas productoras y distribuidoras de los productos de consumo masivo. Por el otro, la manutención de un alto número de personas marginadas del sistema -cesantes temporarios y desempleados permanentes- que operan, según decía Marx, como “ejército de reserva”. En este caso, la consecución de un empleo es a veces un privilegio por cuanto permite la subsistencia. Así se borra y encubre su carácter esclavizador y domesticador. Se refuerza además el sedentarismo y subyuga a un horario rígido, simbolizado por el acto de “marcar tarjeta”, o el pito de la sirena que anuncia la vuelta al trabajo después de la hora de colación. En las lenguas románicas la palabra trabajo proviene del latín "tripalium": nombre dado a un instrumento de tortura usado por los romanos, que consistía en un armazón de "tres palos". En el mundo anglosajón, la palabra "work" proviene del escocés “weorc”, que en términos teológicos refiere a todas aquellas actividades morales consideradas como una justificación de la vida. Usualmente, su uso contrasta con las nociones de “destino” o “gracia”. Así, la imposición del trabajo como actividad torturante -o acción justificadora del pragmatismo mojigato y santurrón- es una forma de asegurar la domesticación. Por medio del trabajo asalariado se asegura la 67

territorialización de poblaciones enteras en una zona delimitada por las instituciones autoritarias. Así, el Estado garantiza el sedentarismo y el control social, necesarios para administrar la producción. El latín “domus” significa casa, raíz etimológica de domesticación y domiciliación: dos procesos que se articulan conjuntamente en la medida en que el Estado extiende su presencia material para establecer su dominio. Un ejemplo claro de territorialización son las reservaciones indígenas, que emulan abiertamente a los campos de concentración o a los centros de relegación estatal. Otro ejemplo son los guetos. También existe la represión contra todos aquellos que están en movimiento permanente: los nómadas, los gitanos, los vagabundos, etcétera. En las actuales circunstancias, la legalidad dominante no prevé espacio para los “sin techo”: indigentes que el sistema desecha y desconoce porque alteran el proceso de domiciliación. El toque de queda y el estado de sitio son dos manifestaciones crudamente represivas que ha creado este proceso. Por cierto, junto a la domiciliación viene la numeración. Primero fue de las casas, luego de los individuos: número de teléfono, contraseña cibernética, número de identificación nacional, social o de afiliación laboral, etcétera. Así es cómo la ideología construye sus métodos de identificación e inserta la noción de identidad, a la vez que agiliza la mercantilización humana. Cada criatura se convierte entonces en un guarismo fácil de ser archivado, categorizado y cosificado. Los animales domésticos son numerados y devienen artículos de fetiche casero. Las personas se transforman en pura mercancía de identidad numérica. Su rol social es mediado por el mercado, a través de la asignación de dígitos que clasifican a cada cual en tanto unidad productora, consumidora, rentable o desechable: el sueldo. Por eso, el sistema de salarios y la valoración monetaria son inherentes al sistema. Para deshacerse de uno hay que destruir el otro. La ideología utilitaria que reduce la vida humana al ámbito de lo material y económico es la matriz del sistema. Su base teórica se haya en las distintas narrativas elaboradas por la razón instrumental. Su 68

práctica política es la domesticación, que se apoya en los escuadrones de represión estatal y en el cuerpo legal autojustificatorio. Su objetivo es la perpetuación del orden civilizado. Esto falsifica el mundo, promoviendo una percepción de la realidad ajena a la totalidad y reduciendo la vida humana a cifras artificialmente construidas (p.e. gráficos y estadísticas) Para desmantelar dicha ideología hay que evitar la reducción estandarizadora y fomentar el florecimiento de las peculiaridades de cada criatura que habita el planeta. Tal vez un primer paso sea aprender a apreciar aquello que se halla fuera del orden civilizado, eludiendo el gesto civilizador tantas veces inculcado en el hogar y en la escuela. Tal vez sea necesario imaginar una existencia plena de medios y de fines que se intersecten -a decir de Octavio Paz- en un “presente perpetuo”. Tal vez no sea tan difícil reconocer la necesidad del ocio. Tal vez la solidaridad sea posible sin tener que elegir a, b, c o d: base de la lógica cretinizante de la selección múltiple. La contradicción entre revolución o reforma no es del todo exacta y, ciertamente, varía de acuerdo al estado del presente perpetuo. Un individuo es revolucionario solamente cuando hay revolución, el resto del tiempo resiste o provoca. Y en ninguno de ambos casos la solidaridad debe retractar los fines y los medios. Si así fuera, quiere decir que todo lo humano -y también lo natural- ha sido reducido al ámbito de lo económico. Quiere decir también que nada ha cambiado, salvo la jerga que acelera o aminora la retórica de la fricción y que juega al paredón de la muerte en el muro de la guerra o de la lucha de clases.

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l patriarcado se manifiesta claramente en la interacción

humana cotidiana. Si un hombre tiene una personalidad fuerte es considerado carismático. Pero si es una mujer, el sistema la marca peyorativamente como casquivana, marimacho o entrometida. El patriarcado es una realidad de opresión y de control. Se reafirma con la violación y la violencia física. Y existe en la medida en que hay categorías de género separatistas, cuyo meollo ideológico radica en la presunción de ciertas características físicas, sicológicas, sociales, emocionales, intelectuales, morales, etcétera, distinguidas por género. Pensar, por ejemplo, que las mujeres son en general de una forma y que los hombres son en general de otra, presupone la existencia de perfiles humanos determinados categóricamente por el sexo de cada cual: mujeres a un lado, hombres al otro. El patriarcado es, por un lado, el discurso escrito por los hombres para justificar los privilegios masculinos y, por el otro, una práctica política represiva. Es ideología y poder. Y depende de la separación genérica. De otro modo, todo el mundo se degeneraría. Para desmantelarlo, es necesario recrear otro tipo de discurso que no sólo degenere la ideología, sino que también establezca una nueva forma de relación política. La política es una noción proveniente del concepto de “polis”: la antigua ciudad griega, germen de la civilización occidental. Su organización se configura definitivamente con la idea romana de “cosa pública” (del latín “res publicus”). En la antigua Roma, los asuntos públicos -o comunes- estaban en manos de un grupo de varones patricios. Son ellos los que escribieron tempranamente la ley que relega a las mujeres a un espacio otro, fuera de lo público. En Grecia, los poetas también fueron expulsados de ese espacio público. El 70

proyecto platónico de “República”, no consideraba ni a los artistas ni a los poetas con méritos suficientes como para integrar los asuntos de Estado. Por supuesto, las mujeres estaban relegadas al domo. En realidad, todos fueron expulsados de tamaña cosa pública, menos los patricios. Para justificar la expulsión de lo estético del ámbito público, Platón repetía insistentemente que “los poetas eran mentirosos”, puesto que no se ajustaban a su lógica sofista. Por lo mismo, acaso también eran considerados mujeriles y sensibleros. Esto es algo que aún se repite y piensa en variados círculos, especialmente en aquellos ligados al poder. La infantilización de las mujeres, de los poetas y artistas, de los indígenas, de las minorías, las culturas primitivas, etcétera, se ha llevado a cabo por medio de su exilio al llamado “mundo de lo femenino”. Éste se asocia peyorativamente a lo débil, lo emocional y lo ilógico. Dicha noción fue tempranamente aprendida a la fuerza por los pueblos colonizados y universalizada luego por el logos civilizador: el pensamiento lógico instrumental. Así, la “res” pública cosifica los modos de interacción social e intersubjetivos entre los seres humanos y acelera el proceso de reificación. En castellano, hablar de reses -para referirse al ganado vacuno- es hablar de cosas. Para el logos, la naturaleza es una cosa que se instrumentaliza. El patriarcado ha instrumentalizado a las mujeres, pero también a los hombres. Es, en rigor, una ramificación ideológica de la razón instrumental, porque construye categorías genéricas entre hombres y mujeres, para suprimir y controlar. La peculiaridad desmantela estas categorías. Una mujer es una criatura peculiar e irrepetible. Un hombre es otra criatura peculiar e irrepetible. Las categorías “mujer” y “hombre” tienden a anular esa peculiaridad, a la vez que generan el separatismo. Tal vez la única política posible que anule las formas de interrelación social e intersubjetiva jerárquicas, sea a través del carnaval. Éste es un festival donde todos los pétalos de las peculiaridades humanas se desplieguen sin bases sistémicas, salvo las que ordene la propia naturaleza. Y se debe practicar todos los días. Todos tenemos un lugar en el jardín del planeta: hombres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas. 71

Nuestras diferencias biológicas o preferencias amatorias no han de ser motivo alguno para que alguien quede proscrito del huerto planetario. La distinción entre lo privado y lo público ha sido construida artificialmente para garantizar el funcionamiento represivo del control patriarcal. Abolir dicha distinción, significa abolir también las nociones genéricas que marcaron el inicio de esta civilización.

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a división del trabajo no es en sí la noción que produjo el

pensamiento tecnológico-instrumental. Fue un tipo de división del trabajo, organizada en forma tal que unos comenzaron a usufructuar de la fuerza laboral de otros y de otras. La división del trabajo no es sino una práctica. Por el contrario, la razón instrumental es producto de una práctica de control que genera formas de división laboral sofisticadas, puestas en escena en las sociedades de producción masiva donde se cristaliza la estandarización del mundo: las ciudades. En comunidades construidas a escala humana -con relaciones sociales directas y personales, cara a cara- las prácticas de control instrumental no tienen cabida. Pero sí caben las prácticas de convivencia mutua. Así, por ejemplo, mientras alguien cocina, otro prepara los almácigos para cultivar las hortalizas. O labra la tierra de la era, donde se creará el arriate. Otros reúnen la leña para el fuego o recogen los alimentos del pomar. Mientras una mujer pare un crío, otros ayudan con agua y cuidados. Mientras unos tienen más energía, los otros caminan lento, como los ancianos. Así es el curso de la vida y el movimiento orgánico de la naturaleza: se divide en estaciones, días y noches. Hay una temporalidad pendular. La división del trabajo puede ser el comportamiento orgánico de las actividades sociales, en vez de una imposición salarial que acondiciona la vida. En una comunidad construida a escala humana es imposible hacer de todo. La ubicuidad nos ha sido negada. Cuando todos hagan de todo, simultáneamente, o con ritmos paralelos, sin especializarse, será posible vivir en un presente perpetuo. Sólo así se transgrede la noción lineal del tiempo planificado. Cuando nuestra existencia logre expresarse en la forma verbal del presente progresivo: estaremos viviendo en el aquí y ahora. Eso implicará abrir los grilletes de la estandarización. 73

El carnaval es un “memento vivere”: nos recuerda que hay que vivir y celebrar el viaje de la vida con dignidad, integridad, solidaridad, amor y ternura. Es también una práctica, que puede transformarse en la política del bien común.

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l arte opera como una apropiación simbólica de la realidad. Al

representar la realidad o mediar nuestra relación con el mundo -a través de un objeto o un producto de arte-simbólico- se refuerza el proceso de reificación. El arte es una representación que reemplaza a la realidad. Es, por lo tanto, una forma de mediación de las relaciones sociales e intersubjetivas. Dicha mediación se produce a través de una razón cognitiva que filtra los modos de apreciación de la realidad. Al interiorizar la realidad, el sujeto la internaliza. Esto es una apropiación, que ocurre colando la realidad por medio de un cedazo funcional y utilitario. Los códigos del filtro que cuela, son los códigos de la racionalidad instrumental, que proyecta la expansión de la interioridad del sujeto sobre la exterioridad del mundo. Esto desarrolla los mecanismo cognitivos de apropiación, categorización y control del otro: lo siempre desconocido y poco familiar . Estos mecanismos son producto del temor que infunde la exterioridad. Por eso, la proyección de la interioridad sobre el mundo exterior, se produce con un afán expansivo y colonizador que proyecta el ego sobre el otro: el mundo externo (la naturaleza) y las criaturas que lo habitamos (los seres humanos, los animales, las plantas y el suelo). La proyección expansiva del yo sobre la naturaleza acelera el proceso de reificación de ésta. Kant se extasiaba frente al espectáculo majestuoso de la naturaleza. Esta emoción le producía una suerte de “agitación mental”, a cuya experiencia le llamó “sublime”. Pero dicha emoción también es una vivencia del temor que se sublima a través del arte: la petrificación del espectáculo natural del mundo. Cuando el arte es una institución o un mero objeto -simbólico y separado de la vida- se convierte en un símbolo del proceso de reificación. El sofisticado meta-arte no es sino 75

un símbolo del símbolo, o una reificación de la reificación. Este proceso agudiza el mecanismo ideológico de cosificación del propio sujeto, que al mercantilizarse se aliena de la realidad y pierde la perspectiva. Sustituir la razón instrumental por la razón estética no significa reemplazar los mecanismos de cosificación. La cosificación en el arte existe porque éste simboliza aquello que se le ha quitado a la vida: la experiencia de la belleza. El arte y la vida han sido divididos en dos planos paralelos, sin interconexión real entre sí. Esto hace que el arte sea la institución de lo sublime, mientras que la vida es la praxis de la esclavitud. El arte ha sido la válvula de escape de la alienación. Tradicionalmente ha albergado a todos aquellos valores y energías enajenados de la vida, permitiendo mantener a lo largo de la ‘historia’ la ilusión de humanidad. La separación entre el arte y la realidad, ha hecho que ambos planos de experiencia sean vividos como esferas aisladas, sin espíritu, ni emoción. El arte se petrifica en los museos, en las galerías, en los salones y en las bibliotecas, mientras que la existencia transcurre al ritmo del minutero que subyuga al trabajo asalariado. Allí la belleza se suprime, el jolgorio se domestica, el ocio se esclaviza y la peculiaridad se uniforma. El arte es un espejo negativo de la realidad, que compensa las miserias de la vida con la ilusión de la libertad. Remover el arte de la esfera de la institución, significa vivir el arte en la vida y viceversa. Significa destruir la alienación que implica la distinción entre lo artístico e intelectual y lo burdo y manual. Significa embellecer la vida y vivificar el arte, pero ambos como un todo unitario y orgánico. Significa también crear una humanidad de artistas, humanizando a los artistas que ya lo son.

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os militantes de todas las épocas se han preguntado cómo

será la revolución y qué sucederá después de que acontezca. Tal vez ese futuro -mediato o inmediato- no sea tan sangriento ni impertérrito como algunos profetas lo visualizaron. Tal vez sea calmo como un arroyo fresco y fértil como una vega. Tal vez sea como un jardín cultivado con paciencia y manos que distingan la peculiaridad de cada cepa. El jardín de las peculiaridades se manifiesta en aquello que algunos confunden con la identidad. La identidad se conforma de modo reflejo y reactivo en relación a modelos que integran las categorías identitarias dominantes. Dichas categorías forman parte de un mapa: el eje Sur-Norte, Latinoamérica, África, Primer Mundo, etcétera. Son las categorías simbólicas del orden civilizador. Por lo mismo, dichas categorías son construidas de acuerdo a patrones estructurales. Así funciona la estandarización. La identidad entonces refleja una serie de otras identidades que se erigen como paradigmas, pero que en la práctica son impuestas al sujeto sin previo aviso: nacionalidad, raza, clase, sexualidad, ideología, idioma, papá, mamá, etcétera. Esas nociones -que generalmente se dan por sentado y que el individuo aprende casi por osmosis- son las etiquetas de la estandarización. La identidad es identificarse con algo, hacerse idéntico, ya sea a un tipo, un modelo, una norma, un patrón, un nivel o una referencia. La estandarización ajusta al modelo, tipifica. La peculiaridad, en cambio, escudriña en esas zonas subjetivas que sitúan al sujeto como un todo que habita la totalidad y se relaciona con otros sujetos en tanto otras peculiaridades. La noción de peculiaridad desmantela la estructura de 77

poder, que promueve la homogeneización y el autoritarismo, porque no cabe ni en el orden jerárquico ni en la enfermedad de la competencia. El sujeto es capaz de relacionarse con todas las otras criaturas del orbe sin necesidad de estandarizar a nadie. Reconocer la peculiaridad de otras criaturas permite la coexistencia. Esto desvanece el módulo mental, aplacado por la máscara de hierro de la razón instrumental. Si se observa cuidadosamente la peculiaridad del otro, el sujeto no lleva a cabo el proceso de otrocización, porque se le revela el entendimiento de que ese otro es tan peculiar como el yo mismo, que constituye el sujeto y la totalidad. Reconocer que ese otro no es sino un yo, un otro-peculiar que también existe en el mundo, libera. A través de la otrocización se cosifica al otro -o a la otra- y al medio ambiente. Este mecanismo de reificación fragmenta al sujeto interno, arrancado de la totalidad desde su nacimiento. Cuando el ser y el todo conforman una totalidad, la cosificación desaparece. Entonces, el sujeto -que constituye la peculiaridad de un ser- aprende la magia de la apreciación artística. Esto sustituye el módulo de la razón instrumental y plantea un nuevo desafío: la razón estética. Lo anterior no niega la necesidad de crear bloques identitarios a fin de resistir la penetración cultural, económica y militar del orden civilizador. De hecho, existen -desde el punto de vista político- las identidades subalternas y los movimientos libertarios. Un ejemplo claro son los movimientos de las minorías étnicas en el Primer Mundo, el movimiento indígena en Latinoamérica, los movimientos por la libertad de las opciones sexuales, el movimiento feminista, el movimiento obrero, los movimientos independentistas y anti neocoloniales, la resistencia urbana anarquista, el movimiento de los okupas, los movimientos contra la globalización neoliberal, el movimiento ecologista y verde, las organizaciones de derechos humanos, los movimientos artísticos, los movimientos rebeldes, etcétera. O sea, la problematización de la identidad como noción es discutible desde el punto de vista de los movimientos antiautoritarios que oponen resistencia al proceso de estandarización. No obstante, desde un punto de vista también político, es preferible entender esos 78

movimientos como constelaciones de peculiaridades que habitan el jardín de la realidad y resisten los embates de la aplanadora instrumental. La máquina ideológica de la estandarización uniforma con sus motes identitarios. Cuando el jardín se desjerarquiza, cada aroma, cada color, cada forma, cada gusto y cada murmullo, crea el paisaje cuya pulsión -única e irrepetible- abre las puertas a la apreciación de la belleza. Esto sustituye el módulo de la razón instrumental por una visión estética que desbanca en forma radical la lógica funcional y utilitaria del sistema. Es el primer paso hacia la peculiarización del orbe. Y no sólo abre el mate y desenchufa el cerebro humano de la máquina de la ideología, sino que también rompe las vitrinas de todas las cadenas comerciales, niega la autoridad y grita con voz clara y prístina: ¡Ya basta!

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l “instrumentum” es un dispositivo mental que modula el

pensamiento tecnológico. Opera como herramienta y hace posible los mecanismos de la operación técnica. En griego, la palabra “tecnê” tiene un doble significado: manufacturación y revelación. Ésta última es la capacidad de hacer aparente lo presente. Para Heidegger, la “tecnê” deriva en un doble sentido: hacia la tecnología o hacia la “poiêsis”. El arte también hace aparente lo presente, pero sin la lógica instrumental de la eficiencia ni la ideología económica de la competencia y la comparación, cuyo eje lo constituyen las transacciones. Cuando el arte sea removido de la esfera institucional para ser (re)instalado en la praxis de la vida, no habrá más separación entre el arte y la vida. Por supuesto, la vida debiera vivirse como si fuese una obra de arte. Y el arte debiera experimentarse en la vida: no en los salones, ni en las bibliotecas, ni en los museos, ni en las casas muertas. Cuando el arte se experimenta en la vida -y viceversa- se evita el surgimiento de mercados “sui generis” desarrollistas, promotores de los procesos de producción de arte en masa a través de medios mecánicos. El arte se realiza en forma artesanal e implica una apreciación estética genuina. Esta apreciación no es sino la manifestación de un módulo mental diferente a la instrumentalización que, en cierta medida, aún puede resucitar la ilusión de humanidad. Por lo mismo, la razón estética puede ser una esperanza. De otro modo, todos los caminos conducen a la destrucción total. Ya sean las autopistas de la razón instrumental o la caverna prehistórica (que dio origen al arte simbólico y a la representación de la realidad). Evitar la cosificación es desear la vida. La representación de la realidad -como 80

mediación entre la naturaleza y la conciencia- produce un efecto cosificador. La reificación total ocurre cuando esa representación sustituye a la realidad. Así se inicia una escalada cosificadora infinita, que sólo se detiene con la muerte. El arte simbólico transformó la práctica estética artesanal en un fetiche, separando aguas entre la “poiêsis” (que es el acto de creación de la apariencia de lo presente) y la vida (donde se expresa el acto creador) Al mantener el arte y la vida en esferas disímiles, el pensamiento instrumental despoja a la vida de ciertos valores básicos tales como la solidaridad, la integridad, la dignidad, la ternura, etcétera. De hecho, a veces sólo es posible hallar dichos valores en el arte o en la praxis vital no alienada, fragmentando la vida humana de modo radical y sentando las bases para la producción del mercado artístico lucrativo. Con esto se autojustifica la alienación de la vida humana moderna y se desnaturaliza todo lo que proviene de la naturaleza; naturalizando -como contrapartida- el tubo de la alienación.

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ara desterritorializar al Estado hay que oponerse al militarismo

y a su base ideológica: la idea de estado-nación. Si fuera posible suprimir lo imaginario de las comunidades imaginadas, existentes en los diversos proyectos de construcción nacional, la comunidad devendría en un grupo real de personas con rostros y nombres identificables. Su interacción diaria sería a escala humana y la comunidad sería verdadera. Así se desterritorializa al Estado. A la idea de estado-nación se le liga la noción de raza: fundamento de la xenofobia y del racismo. El Estado nunca ha dejado de ser un instrumento clasista y racista de control y opresión. Su territorialización ocurre mediante el movimiento de tropas y el despliegue militar. Para desmaterializar al Estado hay que desmantelar el militarismo y el armamentismo. El Estado opera como si fuese un gran galpón nacional, que invierte en terrenos de ensayo bélico: las guerras. Con la desmaterialización del Estado se desterritorializa la nación y las fronteras limítrofes pierden realidad, deviniendo lo que son: límites artificiales construidos por los predicadores de todo tipo de nacionalismos y regionalismos, responsables de los vínculos políticos impuestos por el Estado a los sujetos. El nacionalismo persigue subyugar a la gente bajo las prácticas sedentarias derivadas tanto del control urbano como de la economía territorial agropecuaria. El efecto de esas prácticas es la domiciliación, que trae aparejada la acción domesticadora del Estado. No obstante, cuando el dispositivo que promueve el concepto de territorio nacional se disuelve, uno de los mecanismos de la estandarización también deja de funcionar. Desplazarse libremente de una zona a otra -de comunidad a 82

comunidad- sin ser controlado por los sistemas aduaneros ni por las intendencias policiales, conlleva a que la libertad se corporeice en una práctica cotidiana. El movimiento constante es una fuerza incontrolable. Su carácter libertario radica en su capacidad de abolición del sedentarismo y de la domiciliación, desbaratando todo control estatal. Desplazarse es desdomesticarse. Ir de un lugar a otro, conocer gente, aprender sus idiomas y entender otras visiones de mundo, es una praxis libertaria. Dicha praxis agudiza la peculiaridad. El fascismo es fomentado por el nacionalismo: sentimiento de propiedad nacional que exacerban las clases poseedoras y adineradas. Ese sentimiento es transferido a los desposeídos y pobres de la ciudad por medio de los mecanismos de propaganda y adoctrinamiento cívico, oficial y nacional. Algunas personas, por ejemplo, repiten discursos -que publicitan la ideología- en la primera persona plural. Se conjuga el verbo en la forma del nosotros, promoviendo el control idiomático y reforzando las identificaciones entre patria, bandera, gobierno y gente. Decir por ejemplo: “tenemos un parque, una cordillera, un buen equipo o una economía estable”, implica un grado lingüístico de aceptación de cierta identidad colectiva nacional asignada y/o impuesta. Éste es el nosotros de la realeza, adaptado a los tiempos modernos para hacer pensar a la gente que el gobierno y sus instituciones financieras representan al individuo común. La gente habla de las acciones del gobierno como si hubiese tenido alguna participación en la decisiones gubernamentales o en la represión militar. Ésta es la alienación nacionalista que facilita la aparición del fascismo. El adoctrinamiento se reproduce a través de las escuelas, el deporte, los valores tradicionales, las reglas, las narrativas oficiales y los medios de control. La propaganda se aviva a través de las pantallas lumínicas (p.e. la televisión, el cine, la informática, etc.), los medios impresos, la radio, la educación, etcétera. El fascismo se cristaliza en la noción de nación. Por ello, toda identidad comunitaria asignada y/o impuesta tiende a reforzar dichas nociones: nacionalidad, regionalismos, idioma, rol social, colegiaturas, creencias religiosas, 83

clanes familiares, hermandades, relaciones de trabajo, oficio o profesión, etcétera. La comunidad real no transita por el sendero de estas aplicaciones identitarias. La comunidad real tiene que ver con el compañerismo y la amistad. Y no es difícil imaginarla. La constituyen todos aquellos familiares, amigos y amigas que vemos a diario y con quienes preferimos relacionarnos y disfrutar cada día. Allí se vivencia la solidaridad cotidiana y se le niega presencia al Estado. Allí hay reconocimiento mutuo y respeto a ultranza. Allí también se desterritorializan las fronteras y se arrían con bravura las torpes banderas de la xenofobia.

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a única taxonomía posible son las drogas. Hay dos tipos de

drogas: químicas y naturales. Unas dependen de la producción industrial en masa. Las otras son parte de la naturaleza. Y se cultivan, recogen o encuentran a campo abierto (prados, montañas o desierto). El uso de las drogas naturales se remonta a una época de sabiduría ancestral, en que se practicaba la medicina natural y holística. El uso de las drogas químicas, en cambio, se masificó con la revolución industrial y con el ascenso de los médicos al poder. Ése fue el comienzo de la tiranía de los hombres de delantal blanco. Las drogas químicas controlan la paciencia, el ritmo y la pasión. Su objetivo es que el sujeto disfuncional se readecúe al sistema para que siga produciendo sumisamente. Pero si los sacerdotes de toga blanca fallan en su intento y pierden el control sobre el paciente, terminan arrojándolo a los centros ideológicos de reclusión social: los manicomios, los asilos, los albergues de caridad, los hogares de ancianos, etcétera. Estos centros son los vertederos para el enfermo terminal. Las drogas químicas legales -que administra el Estado a través de sus Ministerios de Salud- tienen sus pares gemelas: las drogas químicas ilegales. Además de ser un gran negocio lucrativo, éstas le permiten al Estado justificar la represión en zonas consideradas fuera de control: los guetos urbanos, las barriadas marginales o la selva guerrillera. En otros casos, las drogas duras ilegales también se usan como pretexto cuando la justicia y sus guardias pretorianos persiguen a aquellos individuos subversores del orden impuesto. Justamente es su ilegalidad la que genera el lucro y racionaliza el autoritarismo. 85

Las drogas naturales, en cambio, liberan porque dejan ver en la oscuridad de la alienación. Ayudan al cuerpo. Son biodegradables y fuentes energéticas. La planta de cáñamo, por ejemplo, atenta contra las industrias que ejercen el control ideológico y energético. La industria farmacológica impone una visión de realidad. Luego, las industrias petrolera, minera y forestal -el triunvirato de la sociedad de producción y consumo masivos- llevan a cabo la concreción material de esa visión de realidad. Las drogas naturales, por el contrario, curan. Mientras que cualquier alteración de la conciencia en las sociedades altamente alienadas permite un escape hacia la apreciación de la naturaleza, en las sociedades primitivas -no alienadas ni alienantes- las drogas naturales son una ratificación de que la realidad no es lineal ni se manifiesta en un solo plano. En efecto, a través de las drogan naturales los pueblos primitivos han experimentado el carácter múltiple de la realidad. Así como la tierra no era plana, la realidad no es una. Al contrario, está poblada con tantos pliegues y multiplicidades, como peculiaridades tenga la naturaleza. Los surrealistas señalaron que el mundo de los sueños también era parte de la realidad, tal como lo es la percepción del mundo en vigilia. La posibilidad de que haya otros mundos, sin la lógica lineal tridimensional, ha sido probada por la sicodelia. Los doctores y expertos -que trabajan para la sociedad de producción y consumo masivos- le llaman escapismo a cualquier alteración de la conciencia producida por las drogas naturales. Cuando el escape hacia la apreciación de la naturaleza deviene fuerza energética, los doctores y los expertos dejan su trabajo en manos del ejército o de la policía. Ésa es la llamada guerra contra las drogas. Las drogas naturales son altamente subversivas. Cada hoja y tallo que libera y alivia ya existe previamente en el jardín planetario. Por lo mismo, no hay necesidad de manufacturarlos. Es un hecho que la sabiduría ancestral está relacionada a la medicina natural. Muchas mujeres fueron acusadas de brujas -por los médicos y expertos de la época- y quemadas vivas en las hogueras de la Inquisición católica, protestante y patriarcal. He ahí la civilización. 86

Comer, fumar, hervir y deglutar las drogas naturales son actos de convivencia solidaria. Su ocurrencia depende de los niveles de salud de las personas. Cuando el ritmo de la vida está controlado por el tic tac automático de la máquina estandarizadora, los niveles de salud disminuyen. La alienación y la ideología son una enfermedad. Las drogas naturales escardan el jardín y labran la tierra. Cada vez que se ingieren drogas naturales -orgánicas como nosotros mismos- nos recuperamos de las enfermedades biológicas y sociales que producen la alienación y la ideología. La humanidad necesita recuperarse del trauma de la civilización. Para Chellis Glendinning, la civilización es un estado del que hay que mejorarse. El trauma del primer día de clases, el nerviosismo causado por las amenazas de expulsión del colegio, los dolores de estómago, los castigos irracionales, o el impacto de la represión institucional contra la manifestación libertaria del ser que quiere huir de la alienación y de la ideología, son la consecuencia de una experiencia traumática que tratamos de ignorar cada día. La civilización es el fundamento del entrenamiento forzado para privilegiar lo simbólico sobre lo imaginario y así domar el estado de ‘salvajería’ natural que nos habita. Las drogas naturales despliegan los pétalos de la imaginación. Y ése tal vez sea el efecto que producimos nosotros, toda vez que interactuamos orgánicamente con el medio y ampliamos nuestro universo hacia lo que todavía no hemos soñado, pero que aún podemos imaginar. Nuestra presencia tiene un efecto alucinógeno. Somos, en efecto, una droga poderosa que puede iluminar todo lo que imaginemos. Y una vez liberados, no hay droga química, ni pantalla, ni ejército que puedan detener el efecto seductor y opiáceo que provoca nuestra aparición. Para construir un nuevo mundo hay que imaginarlo. Y para imaginarlo hay que liberarse. Esa liberación conlleva a la creación de una nueva humanidad. He ahí la importancia de las drogas naturales.

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l impacto de la vida humana sobre el planeta y el resto de las

criaturas vivientes tiene un carácter ineluctable. Las consecuencias de cada vida es inevitable: caminamos y destruimos. El efecto destructor que produce nuestra existencia se amplifica a través de la razón instrumental. Ésta no es sino un módulo mental que opera como ideología obnubilante: no permite ver ni sentir ni entender. Una vez atrapada por esta armazón, la conciencia se enrosca como un tejido duro cosificado. Para sensibilizarse, hay que explorar en lo estético. El arte y la poesía ayudan a ver en medio de la alienación. Abolir la razón instrumental no significa abolir los pensamientos lógicos y analógicos, ni mucho menos la inteligencia, ni la capacidad práctica. La analogía y la lógica conviven en la naturaleza y en la mente humana como un todo inseparable. Asociar, por ejemplo, el chirrido de los grillos al ronroneo de la naturaleza, como si ésta fuese un gato feliz y satisfecho, es parte del pensamiento estético. La analogía se manifiesta a través de los procedimientos lógicos, intelectuales y lingüísticos, pero su aproximación es estética antes que instrumental. Privilegia la apreciación del mundo natural y su belleza, en vez de la funcionalidad que se pueda extraer de la naturaleza. Para abolir la razón instrumental hay que desalienarse y desaprender el entrenamiento ideológico y social. Dicho desafío radica en la desarticulación de las herramientas que lo permiten: el lenguaje que constituye al sujeto. Sin lenguaje la noción de sujeto se desvanece. Las razones instrumental, estética y ética -divididas en esferas aparte entre la economía y la política, el arte y la poesía, la ética y la religiónpermitieron la aparición del lenguaje. La razón instrumental se apoderó del lenguaje, generando formas de explotación humana y natural que la civilización impulsó por medio de un sofisticado sistema 88

de división laboral. Los antropólogos creen que ese momento fue el comienzo de la historia, de la agricultura y del sedentarismo. Tal vez también fue el inicio del lento proceso de objetivación del sujeto y de la aceleración del movimiento expansivo de la civilización, racionalizado a través de la noción de progreso. La máxima socrática: “conócete a tí mismo” obligó al sujeto a reificarse filosóficamente a fin de transformarse en su propio objeto de estudio. De paso, esto significó la disección y separación del sujeto de la realidad, convirtiéndose en una entidad aparte, distinta y extraña del todo que forma la naturaleza.

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ohn Zerzan plantea que el lenguaje se apropia de la realidad para

luego sustituirla. De acuerdo al pensamiento anarco-primitivista, la división del trabajo produce una secuencia reificadora que termina construyendo lo simbólico. Para Zerzan, lo simbólico no sólo reemplaza a la realidad sino que también la sustituye. Esta sustitución es una forma de alienación y constituye el principio de la civilización, donde la razón instrumental amplifica los mecanismos de control del lenguaje, estandarizando absolutamente todo y rechazando completamente cualquier peculiaridad. Así, la realidad se transforma en un conjunto de objetos, donde el sujeto es un objeto más que ocupa el espacio de una categoría. La civilización y la alienación son entonces dos quistes de la misma naturaleza que es necesario extirpar.

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n 1987 J.A. Lagos Nilsson publicó en Buenos Aires el

manifiesto anarquista “Contracultura y provocación”, en oposición a los manidos términos cultura y civilización utilizados por las dictaduras del cono sur para autojustificarse y racionalizar sus prácticas genocidas. Para Lagos Nilsson el mundo cultural es un modelo, un patrón, un marco o una referencia: es lo que estandariza. Así, la cultura estandarizadora y la civilización son el producto de la expansión de la razón instrumental, que sicológicamente se manifiesta como proyección del ego sobre la naturaleza. La alienación produce el extrañamiento del sujeto en el mundo, que se vuelve extraño a lo externo y a sí mismo. Ésa es la enfermedad transmitida en el tubo de la ideología. Y en ese remolino, sólo el arte y la poesía liberan y desalienan. Dicho acto liberador tiene sus raíces en la contracultura, que no es sino una forma de provocación significativa. Por obvias razones, la contracultura niega la cultura oficial y aboga por el derecho a la peculiaridad. Evidentemente, la contracultura no pacta ni convive con el poder, aunque éste trate de cooptarla. Si lo logra, la contracultura deviene en un puro fetiche de consumo, o un artículo de museo que el poder se cuelga de la solapa de su chaqueta como si fuese una medalla de guerra. El poder se perpetúa a través del ejercicio represivo y de la enfermedad de la alienación. Si bien ésta es un práctica de lo simbólico, no es necesariamente expresión de la cultura simbólica. La diferencia entre lo simbólico y la cultura simbólica permite distinguir entre la representación y sustitución reificadora de la realidad y la manifestación estética del ser. Confundir civilización con cultura significa mezclar dos manifestaciones equidistantes. La civilización es 91

la proyección de la razón instrumental. Su expresión sublime son las ciudades que, legitimadas como segunda naturaleza, organizan el proceso de entrenamiento ideológico y social en los modernos campos de concentración subliminales. La cultura, en cambio, cuando emana del sujeto es una forma de ser, o una contracultura. La cultura se autorregula por medio de la interacción del ser. Por el contrario, en la civilización, cuyo tablero de interacción es el mercado, no existen verdaderos mecanismos autorregulatorios, ya que su base de apoyo es la utilidad, la ganancia o el lucro. La civilización es, por tanto, unidimensional. Al contrario, la cultura es múltiple, peculiar y multifacética. Lo que orienta las formas de manifestación cultural es el ser. El hacer se relaciona a la manipulación y a la producción. Y aunque también pueda ser un acto de creación, está profundamente ligado a la operatividad instrumental. El ser y la creación entretejen la hebra de la cultura. En rigor, todos tenemos cultura, esto es, una forma de ser. Y si bien la cultura mediatiza nuestra experiencia, nuestro ser es cultural. La lucha de los pueblos originarios en América Latina no es sino la lucha por la defensa de sus culturas contra la penetración de la máquina civilizadora y la cultura estandarizadora. La cultura de un pueblo es la manifestación estética de su ser comunitario. Esa es su cultura simbólica. Los Neanderthal, desparecidos aproximadamente hace unos treinta mil años, pulieron figuras de piedra y construyeron flautas talladas en huesos de osos, capaces de tocar hasta tres notas musicales: do, re, mi. También contaron con una forma de comunicación y con actividades espirituales y artísticas. La cultura simbólica no necesariamente conduce a una autopista civilizadora sin salida. Los mayas, por ejemplo, abandonaron sus ciudades sin explicación alguna. Es probable que hayan entendido en algún momento, que su civilización era insostenible, aunque no hay pruebas concretas de ello. Es posible también, que hayan tenido conciencia plena de que su tecnología se desarrollaría de un modo tan drástico que no habrían sido capaces de retribuirle a la tierra todo cuanto le hubieren extirpado. Esta 92

cosmología de la retribución aún forma parte de la cultura simbólica actual maya, cuyo entendimiento de la naturaleza sobrepasa con creces a las cosmologías modernas occidentales. Al contrario de la cultura maya, la civilización occidental y sus réplicas no han provocado sino la destrucción acelerada de la naturaleza. Cuando Marcuse propone que la historia niega la naturaleza, se refiere a la cultura civilizadora -la estandarización- y no a la cultura humana como expresión del ser. La manifestación del ser es estética y cultural. Esa manifestación se radicaliza cuando deviene expresión peculiar del ser. Por eso, negarle a una persona su forma de ser, es colonizarlo. Dicha práctica reproduce la pulsión expansiva de la civilización, que no es sino la destrucción de la naturaleza y de los seres humanos. La civilización, por tanto, coloniza la cultura y la domestica, volviéndola una categoría estándar: la cultura oficial. Desconocer que cada criatura en el planeta tiene una forma de ser: cada gato, cada ave, cada planta, cada flor, nosotros mismos, es negar la peculiaridad de la naturaleza. Negar la cultura es estandarizar. Los seres humanos tenemos distintas formas de ser. Cada cual ve el mundo, lo siente y lo aprecia culturalmente. Cada cultura es peculiar. Las constelaciones de peculiaridades son formas culturales que devienen en idiosincrasias de sujetos. Los genocidios y ecocidios en el norte y sur del continente americano han tenido una línea directriz: negar la cultura indígena. La cultura, por consiguiente, se contrapone a la civilización. No son sinónimos, sino territorios distintos. La civilización implica estandarización; la cultura, peculiaridad.

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l lenguaje cumple una doble función: estandariza e impone

significados, pero también libera. A través del lenguaje el sujeto resiste la objetivación que produce la razón instrumental mediante sus prácticas estandarizadoras: las categorías ideológicas, el monocultivo industrial, la ganadería, etcétera. La conversación desaliena y congrega, desmantelando las políticas sistémicas que tienden al aislamiento individual. La estandarización, por el contrario, cretiniza. Para ello simplifica el lenguaje, reduciendo la capacidad de reconocer la realidad. Esta simplificación deviene en la neolengua orwelliana, que reduce la conciencia y atrofia la imaginación. El sujeto no es la conciencia en sí, como tampoco el lenguaje es la comunicación. Si confiamos en los resultados de la ciencia, es posible establecer que la escritura apareció hace 60 mil años o incluso antes. Las marcas calcáreas dejadas por los aborígenes australianos en las rocas es prueba de ello. Obviamente no es la escritura occidental, pero sí son inscripciones gráficas significativas. Es probable también que el lenguaje siempre haya acompañado a los seres humanos, ya sea como una forma de verbalización gutural, que poco a poco se fue articulando con mayor claridad, o como simple comunicación gestual. Hay textos antropológicos que sostienen que el lenguaje y el pensamiento simbólico han existido por un millón de años. Las herramientas de piedra cuya data se remonta a dos millones y medio de años, evidencian la existencia de mecanismos racionales que no sólo se relacionan a lo simbólico, sino que también a la evolución biológica bípeda, al uso del pulgar y a la organización grupal. Marcel Griaule señala que para los miembros del pueblo 94

africano Dogon, habitantes de Mali, la primera palabra enunciada por los seres humanos fue el “respiro”. Esto sugiere que el origen del lenguaje no fue la articulación, sino la respiración misma. En efecto, la peculiaridad del habla se caracteriza por el biorritmo inhalante y exhalante de cada cuerpo. El habla es propia y única como el acento que cada uno tiene en su propia lengua. El sujeto organiza su personalidad estructuralmente. Así anula la conciencia, aunque también la puede amplificar a través del lenguaje. Por lo mismo, crear conciencia significa darnos cuenta de nuestra existencia en el cosmos: la totalidad. A través de la conciencia creamos el mundo. Esto es, señalamos y puntualizamos eventos o problemáticas que de otro modo se mantendrían en la oscuridad o en el silencio. Por el contrario, la alienación enceguece, forzando a los individuos a seguir una carrera con anteojeras o a encerrase en sus cubículos. El lenguaje es, por tanto, una herramienta de entrenamiento, pero también es un arma de liberación. En las actuales condiciones de domesticación humana, animal y ecológica, la separación alienante del sujeto de la totalidad se ve como un proceso irreversible. Volver a un estado primitivo anterior al lenguaje articulado, implica desaprender los idiomas (cuestión que es prácticamente imposible, a no ser que se elimine a toda la población humana de la faz del planeta) Abolir la noción de lenguaje, sin un genocidio exhaustivo de toda la humanidad, es una tarea irrealizable y siniestra. No hay garantía además de que el aspecto instrumental del pensamiento simbólico no vuelva a aparecer en algún momento del desarrollo de la vida. Y con ello surjan nuevamente formas de alienación y de dominio funcional de la naturaleza y de control normalizador de los seres humanos. Esperar, por tanto, utópicamente la construcción sintética de un orden comunista primitivo -basado en la recolección y en la caza, que por extensión garantice la sobrevivencia sólo a los más fuertes y reemplace el lenguaje por formas telepáticas de comunicación- también parece lejano. La vida ha perdido su valor mismo mediante el control simbólico de la razón instrumental. En las sociedades alienantes y alienadas, sólo 95

el arte y la poesía pueden devolverle su valor original a la vida, puesto que la esfera estética ha sido separada del ámbito de lo vital. Esta separación no es sino una estrategia de compensación de lo que se ha perdido. Para que el arte le devuelva su valor a la vida, es necesario destruir esa línea divisoria entre la creación simbólica y la existencia, mixturando vida y estética en un solo ciclo. Así, combatir lo simbólico con lo simbólico implica una contradicción, pero también una posibilidad de emancipación ideológica y de abolición de la razón instrumental. Orientar las actividades humanas en torno a la razón estética, puede corregir el curso de la vida sobre el planeta y salvar a muchas criaturas -y a nosotros mismos- de la extinción total.

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l eslovaco Slavoj Zizek señala que cada proyecto ecológico

orientado a cambiar la tecnología para mejorar el estado de nuestro ambiente natural se delegitima a sí mismo, por cuanto cada iniciativa de este tipo confía en la misma fuente del problema: el modo tecnológico de relacionarnos con todas las otras entidades a nuestro alrededor. Ésta es la misma contradicción que se repite al combatir lo simbólico con lo simbólico: la escritura, el pensamiento articulado, el lenguaje. Ambas contradicciones, sin embargo, son falsas, porque operan como trampas sistémicas que promueven la inacción: el silencio en un caso, la complacencia en el otro. Ciertamente, los efectos de la vida humana sobre el planeta son ineluctables: caminamos y destruimos, respiramos y aniquilamos. Ese impacto destructor se amplifica a través de la razón instrumental: el modo tecnológico de relacionarnos con todas las otras entidades a nuestro alrededor. Y se multiplica por medio de los mecanismos masivos de producción y reproducción mecanizantes. La razón instrumental es, por tanto, una ideología funcional y obnubilante, que le arranca lo estético a la vida en virtud de imponer un proyecto civilizador sobre el planeta. Este proyecto media la vida social, humana y animal a través de la domesticación. La razón instrumental es un amansamiento ideológico que aletarga, apoltrona, borra la imaginación y atrofia los sentidos. Cuando el animal chúcaro es domado, deja de ser animal y se transforma en un ser doméstico: la mascota. Estar domesticado y dominado es estar recluido al domo: repetición arquitectónica que estandariza el paisaje. El domo de los animales chúcaros es el corral, el rancho, el establo, la porqueriza. El domo humano son las habitaciones solitarias, o cohabitadas en contubernio, que dibujan el gris panorama de la ciudad. 97

La alienación en las ciudades -espacios al borde del colapso fatal- y la destrucción que genera la producción en masa, son características propias de la vida bajo el control de la acción domesticadora de la razón instrumental. La razón estética no propone el dominio humano sobre la naturaleza. Por el contrario, vislumbra la existencia humana de modo interdependiente con y en la naturaleza, sin control alguno. La vida es una red flexible y orgánica de sucesos cotidianos. La razón estética amplía la conciencia, amplifica la imaginación y promueve la integridad y la responsabilidad como éticas necesarias. Es un proyecto que no carece de elasticidad, ni de sentido práctico, ni de inteligencia. Pero privilegia lo artístico sobre lo funcional. Su finalidad entonces es el despliegue radical de todas las peculiaridades antiautoritarias que habitan el planeta. Un mundo orientado en torno a la razón estética sugiere una vida artesanal y comunitaria. La cosmovisión que integra dicha razón es biocéntrica. Y escarda el antropocentrismo del jardín planetario, mientras deposita el humanismo ilustrado en el arcón del abono. El biocentrismo no es sino la revelación de que la vida es la esfera incluyente de la realidad, sin descontar por ello que existan otras realidades y percepciones de realidad. El jardín de las peculiaridades es un proyecto de humanidad: construir la vida en un jardín planetario poblado de comunidades desjerarquizadas, autónomas y libertarias, que operen con el pensamiento analógico y estético. La analogía permite establecer asociaciones y conexiones en forma simultánea, múltiple, flexible, transparente e interdependiente, desmantelando la lógica lineal y el aislamiento, para combatir -en el mismo flancocontra todas las formas perversas de alienación. Tal vez en ese jardín sea posible volver a comunicarnos cabalmente por medio de ciertas facultades perdidas y atrofiadas por la domesticación. Tal vez desarrollemos otros sentidos. Las gallinas, por ejemplo, son capaces de reconocer hasta un máximo de cincuenta miembros en su comunidad. Su sistema organizacional está basado en el reconocimiento mutuo. Así evitan 98

cualquier conflicto surgido por la pugna de los granos y establecen una dinámica social basada en la empatía con las otras gallinas, dando preferencia a las aves mayores al momento de picotear. Con la domesticación industrial, los gallineros se llenaron con cientos de gallinas que fueron forzadas a olvidar su sabiduría natural y a desconocer a las otras formas de su especie, despertando la violencia, si es que no la locura. Los seres humanos hemos perdido y olvidado nuestra sabiduría natural. Los aborígenes australianos que se marchan al desierto aún son capaces de comunicarse telepáticamente a varios kilómetros de distancia. Cuando la poesía y el arte devienen en una contraideología asistémica, nuestras facultades reviven. Entonces somos capaces de crear el mundo y expresar libremente nuestra peculiaridad que el sistema niega. Algunas peculiaridades tienen los pétalos más abiertos que otros. Eso no importa. La estandarización igualatoria es una treta socioliberal, que cínicamente deniega el igualitarismo social, dado que existe en virtud de las diferencias jerárquicas. Lo importante es que cada pétalo brote, siempre a su ritmo y condición, estableciendo una íntima sincronía con el mundo de los seres vivos. La máquina igualatoria es injusta con la peculiaridad. La vida es una energía que permite recrear el mundo en diferentes mundos peculiares. La libre creación de constelaciones de peculiaridades -la libre asociación, en idioma socioliberal- es una noción que puede ayudar a describir mejor las condiciones de vida bajo el movimiento orgánico de comunidades autosuficientes. La comunidad fluye en la convivencia gregaria -lo social, en idioma socioliberal- haciendo florecer la peculiaridad de cada criatura. Dicho florecimiento no es sino el despliegue total y libertario de nuestro ser, permitiendo así una interacción orgánica entre los seres humanos y el planeta. En el jardín de las peculiaridades, las flores y las plantas realizan el proceso de fotosíntesis al ritmo de su propia savia. Nadie las detiene. Nadie las retrasa. Nadie las apura ni controla. Los animales e insectos que se desplazan con sigilo por el huerto, cruzan el breve latido del presente. Así se mantiene vivo el movimiento perpetuo de la tierra. 99

Así también pervive el planeta: el domo astral que nos brinda alero y nos hace vivir.

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¿

Hubo prácticasantropofágicas durante la época en que los

humanos recolectaron y cazaron, o incluso anterior a ello? ¿Ha sido la carne humana alimento de otros humanos? ¿Tenemos un pasado caníbal? Al parecer todo indica que sí, aunque no sabemos si con fines de sobrevivencia o puramente simbólicos. El estudio de los molares de los restos de cráneos encontrados en algunas cuevas de Gran Bretaña demuestra que los antepasados de los ingleses fueron caníbales. En los siglos XVII y XVIII los médicos de algunas cortes europeas solían prescribir como dieta curativa órganos humanos para aliviar ciertas enfermedades. Los bancos de órganos no fueron inusuales en aquella época, ni lo fueron tampoco las ejecuciones, necesarias para abastecer las bodegas de riñones, hígados, intestinos y otras partes del cuerpo que demandaban los cortesanos ávidos de curación. La guillotina se desaceleró al momento en que Europa borró su historia antropofágica y comenzó una nueva etapa: atribuir el canibalismo a los pueblos dominados, que no eran vistos sino como buenos salvajes o peligrosos bárbaros “comehombres”. En la novela “El entenado”, basada en las memorias del español Francisco del Puerto (que llegó a la costa oriental del cono sur con la expedición de Díaz de Solís el año 1516), Juan José Saer relata en bella prosa la experiencia de un cautivo en territorio guaraní. El canibalismo indoamericano no estuvo sustentado en la necesidad de la supervivencia, sino más bien en un ritual simbólico: distinguir al otro del nosotros y así afirmar el orden precario del universo. Toda vez que los tupis guaraníes realizaban una fiesta de la carne -o carnavalreafirmaban su rol en la preservación del frágil balance cósmico. Esta visión etnicista y antropocéntrica, filtrada a través de la práctica 101

caníbal, no tenía sino un fin simbólico y ceremonial: sostener que la verdadera gente no se come a sí misma. Por el contrario, los caníbales sólo saboreaban a los forasteros, u otros, que ante los ojos de la aldea etnocéntrica, no existían ni formaban parte de la verdadera gente. La dialéctica ejercida entre el canibalismo y la autoidentificación grupal, como estrategia de construcción identitaria, habría sido la base de toda expresión simbólica. La noción del nosotros se distingue de este modo de la noción de ellos. Y dicha distinción se ratifica de modo ritual mediante la práctica caníbal. Es, en cierto modo, una mitología que explica el cosmos y afianza la convicción de pertenencia, pero que carece de una verbalización articulada. Eso es tal vez lo que Francisco del Puerto presenció mientras estuvo en cautiverio por casi 10 años. Y ésa es la razón también por la cual los charrúas del Río del Plata lo mantuvieron cautivo. El testigo del acto caníbal era el observador necesario para ratificar la existencia de los guaraníes entre los miembros de otras aldeas. Pero para el imperio español, el canibalismo fue utilizado como argumento para demonizar a las culturas indígenas y así justificar la carnicería genocida. La noción de un nosotros proviene de otra noción previa: el yo. La noción del yo surge de la conciencia de la propia condición mortal, que vislumbra en una situación hipotética, futura e impertérrita, la muerte. Esta visualización del futuro es la que separa a la conciencia humana del instinto de supervivencia, o de la hipersensibilidad para adivinar el riesgo, o de cualquier otro tipo de conciencia animal. Cuando el soldado Bernal Díaz del Castillo entró bajo las órdenes de Hernán Cortés en la ciudad de Tenochtitlán, construida en el lago Texcoco, su asombro ante el mercado y la grandeza imperial azteca se vieron disminuidos por el terror sentido ante la presencia de cadáveres apilados en el interior de los templos sagrados. Los aztecas no sólo practicaban sacrificios humanos sino que también fueron caníbales. En su relato, Bernal Díaz rememora cuando Moctezuma se sirve en su plato de monarca, pequeñas criaturas humanas que no son sino niños y guaguas. Así Bernal Díaz demoniza al otro y escandaliza a los españoles, cuyo temor se vehicula a través del discurso religioso. La distinción que hacen los europeos es establecer la diferencia entre un 102

ellos y un nosotros. Esto es, entre la barbarie -atea o endemoniada que fomenta la antropofagia- y la civilización católica que, no obstante, también bebe y come simbólicamente el cuerpo de Cristo. Dicho racionamiento es utilizado por el imperio para justificar el genocidio practicado en las Américas y así reafirmar el supuesto derecho a la conquista. La cruz cristiana y la liturgia son todavía formas simbólicas de sacrificio y canibalismo. Los sacrificios y las prácticas antropofágicas de los aztecas fueron formas simbólicas de reafirmación identitaria, cultural y colectiva, como también consecuencia de su cosmovisión. Otros pueblos sudamericanos también practicaron sacrificios rituales, aunque aún se discute si fueron caníbales o no. Dichos sacrificios eran ofrendas a los dioses. Y su objetivo era alimentar el espíritu de los elementos en busca de protección. Los mapuches del sur de Chile -uno de los pocos pueblos no conquistados por los españolessacrificaban corderos en sus rituales de curación. La hechicera -o machi- extraía el corazón del animal y se bañaba en su sangre. Y éste no era sino un acto simbólico de redención con las fuerzas de la naturaleza. Lo simbólico aparece con el surgimiento de la conciencia, por cuanto representa a la muerte. El reconocimiento de nuestra condición mortal sería la pulsión generadora de la confección de la noción de lo humano y de lo no-humano, de lo animado y de lo inanimado, de lo crudo y de lo cocido. En tal contexto, el canibalismo y el sacrificio animal no fueron sino prácticas de reafirmación de lo humano. Comerse al otro, ya fuere humano o animal, era ratificar la existencia de un nosotros: la horda primitiva o la tribu original. Freud plantea que la civilización se basa en lo reprimido. Esto es, en el tabú del canibalismo y del incesto. Esa represión es la que origina las bases de la civilización occidental. Lo civilizado es lo reprimido. La cultura también reprime, puesto que debe ocultar su carácter antropofágico: el plagio, la cita, la mera referencia. Simbólicamente, la cultura se engulle a sí misma en una red de conexiones que se expanden como reacción en cadena. El vampirismo mercantil y esclavista se basa culturalmente en una pulsión caníbal, cuya 103

representación más acertada es la expresión popular “chupar la sangre de otros”: los dominados. Por cierto, cuando la cultura representa al canibalismo, lo hace con el sesgo del espectáculo. Lo vuelve caricatura o le asigna características de aberración. Es un “tango desnudo” o una distorsión individual de quien ha perdido toda noción de humanidad. En el primer caso, el canibalismo es un espectáculo que contradice la contradanza de la carne. Cuando los guaraníes realizaban sus bacanales, lo hacían al ritmo de la danza y de los tambores y se suponía que era una celebración recordatoria de su propia humanidad. Cuando los cristianos esperaban la cuaresma, realizaban primero un carnaval, que también era la fiesta de la carne, pero sublimado por lo simbólico. El “tango desnudo” es la espectacularización estilizada, pero también cruda, del evento antropofágico. Se manifiesta en el fascismo, en la tortura y en la vejación. Por el contrario, la imagen del canibalismo como aberración individual, es una trampa ideológica que refuerza la propaganda que auspicia el autocontrol, la autocensura y la fuerza opresora. En ambos casos, se reprime la peculiaridad múltiple que habita en la naturaleza. Ése es el velo que niega el origen de la idea de humanidad. Es probable que la cultura simbólica y sus ramificaciones reificadoras hayan provenido de una primera conciencia: la certeza de la muerte. Dicha certidumbre genera, por medio de los mecanismos autorreflexivos de la conciencia, el reconocimiento de la propia existencia. Esto conlleva a la visión de un yo-nosotros, en oposición a un otro-ellos. En tal sentido, el canibalismo fue una práctica de afirmación simbólica de la cosmovisión beligerante entre nosotros versus ellos. La antropofagia selectiva (comerse al desconocido pero no al prójimo) es el establecimiento primigenio de un asco diferenciador y autoconciente racionalizado mediante la noción de lo humano y de lo no-humano. No es seguro, en todo caso, que los humanos seamos carnívoros. Al parecer, todo indica lo contrario. Somos seres herbívoros, vegetarianos o veganos, que todavía comemos carne o preparamos asados como inercia metabólica debido a una dieta 104

impuesta ancestralmente por razones simbólicas. Cuando el comensal ingiere carne no-humana, es recompensado con el estatus de lo humano. Las variantes geográficas también han influido en las dietas regionales. La alimentación de los esquimales, por ejemplo, es casi cien por ciento carnívora. Sin embargo, su ubicación en una zona de difícil sobrevivencia obedece a un desplazamiento previo, determinante de su dieta. Muchos pueblos nómades se mantuvieron en movimiento al seguir la ruta de los búfalos u otros animales. Los recursos marítimos hicieron que muchos de estos grupos tribales se asentaran cerca de las áreas polares y se dedicaran a la pesca como prolongación de una práctica carnicera anterior. Ése fue también el caso de los Alacalufes o Selknam en Sudamérica. Hoy totalmente desaparecidos. Asumir nuestra naturaleza animal implica entender que la sociedad actual está reproduciendo una forma ancestral de canibalismo. Somos animales que comemos otros animales. Somos animales herbívoros que comemos la carne de otros. Por supuesto que las tribus cazadoras y pescadoras del paleolítico y del neolítico fueron consumidoras de carne. Pero esas sociedades ya habían tallado y pulido la piedra, lo que implica el uso de cierto pensamiento tecno-instrumental para construir herramientas. Es muy probable también, que esa aplicación incipiente de la razón instrumental haya surgido luego de la aparición de la conciencia: la revelación de la propia muerte. También es probable que la instrumentalidad haya aparecido luego del surgimiento de las nociones de un yo y un tú colectivos. Dichas nociones son los embriones del canibalismo, que no es sino un símbolo de ratificación de la identidad comunitaria en la horda primitiva, en el clan o en la tribu. En tal sentido, es probable que el consumo de carne animal nohumana haya perpetuado un mecanismo simbólico de autoafirmación, que fue imponiendo, poco a poco -y quizás por razones de supervivencia- la dieta carnívora a seres con muelas planas y poros en la piel.

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isiológicamente, los humanos somos seres herbívoros. No

tenemos garras, transpiramos por los poros -a diferencia de los carnívoros que lo hacen a través de la lengua- y nuestros pequeños incisivos no son afilados como los de los animales carnívoros. Además, tenemos muelas planas para masticar y triturar y nuestro intestino es doce veces más largo que el total de nuestro cuerpo, similar al de los otros herbívoros, cuya longitud fluctúa entre diez y doce veces la longitud corporal. Si eso lo comparamos al intestino de los carnívoros, cuya extensión es sólo tres veces la longitud del cuerpo -lo que permite un veloz procesamiento de la carne descompuesta que pasa rápidamente por del sistema digestivo- y a la presencia de fuertes ácidos estomacales que ayudan a digerir la carne, siendo veinte veces más potente que los ácidos estomacales presentes en los humanos y en los herbívoros, no hay razones de tipo fisiológico para suponer que los humanos necesitemos comer carne. Las razones que alega el carnivorismo son ideológicas. Y no tienden sino a justificar la supremacía humana sobre el mundo animal. Michael Klaper asevera que los humanos no somos carnívoros ni por anatomía ni naturaleza. En uno de sus libros sobre dieta vegana, señala que efectivamente los seres humanos no podemos comer carne cruda con gusto -eso en caso de que lo hiciéramos- y contrapone el placer de comer una manzana, una sandía o una ensalada al acto carnívoro, que generalmente requiere de aliño y cocción a fin de volver lo comestible lo más distante posible de su verdadera naturaleza: carne y nervios muertos. En tal sentido, la dieta carnívora es una suerte de necrofagia que se ha ido imponiendo socialmente y que deriva de la práctica antropofágica. Ambas dietas no fueron sino actos simbólicos 106

rituales. El canibalismo sirvió como rito de distinción entre la identidad tribal y la de los otros, mientras que el carnivorismo fue una ceremonia necesaria para distanciar a los seres humanos de los animales. En efecto, a través del carnivorismo se ha perpetuado la visión antropocéntrica que garantiza ideológicamente la “superioridad” humana sobre los animales y justifica valóricamente el control humano sobre la naturaleza. En ambos casos se objetiva lo comestible. Y en ambos casos también, hay símbolo y cosificación. Las tribus cazadoras prehistóricas expandieron su territorio buscando animales para la caza. Tallaron herramientas y pulieron piedras como armas de defensa y ataque. Diseñaron tácticas de cercamiento, de control territorial y de asalto. Esto fue la base del desarrollo de la lógica de la agresión instrumental que dio origen al combate y al almacenamiento. Empero no fue un proceso homogéneo. Los indios de las praderas norteamericanas, por ejemplo, respetaban al búfalo -que era sagrado en sus culturas- y no lo mutilaban a gran escala ni lo domesticaban. En las civilizaciones carnívoras, sin embargo, aún pervive este primer movimiento expansivo. Es un hecho que la caza es una de las piedras angulares sobre la cual se levantan los cimientos de la civilización carnicera. La irracionalidad asesina de la civilización opera como paralelo de la irracionalidad humana. En efecto, somos la única especie de animales, que siendo herbívoros, prefiere alimentarse de criaturas muertas. Eso es la locura total.

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a ciencia actual y la cosmología dominante no sólo buscan

sumir al máximo -por medios representacionales- el pasado caníbal de la humanidad, sino que también tienen un ingrediente funcional instrumentalizador. La utilización de embriones y fetos humanos en la medicina biogenética, el uso de órganos animales y no-animales en los implantes al cuerpo humano, la expansión “macdonalizadora” de la dieta carnicera, la producción biotecnológica de alimentos transgénicos, la biopiratería, el deporte de la caza, la compraventa de recién nacidos, etc., son todos modos ideológicos de reconstrucción simbólica de una nueva noción de sujeto: los autómatas. Los autómatas son seres robotizados que se conectan gran parte del día a diversas máquinas (computadoras, televisores, celulares, contestadoras, teléfonos, automóviles, audífonos, escaleras mecánicas, marcapasos, relojes, alarmas, etc.) Los autómatas surgen como consecuencia directa de la ciencia actual y de la cosmología moderna. No recuerdan porque su pensamiento describe la ruta programada por la idea del tiempo lineal. Carecen de espontaneidad, aunque improvisan. La espontaneidad detiene la programación porque privilegia el presente orgánico y natural. Así prevé el decurso de la vida. La improvisación, en cambio, se centra en su accionar inmediato y no previene sus consecuencias. Es la lógica lucrativa, la urgencia cibernética, el deseo de la ganancia. El autómata es fome y poco sincero. Carece de transparencia y responsabilidad. Su comida se basa en la gaya ciencia, que fabrica organismos genéticamente manipulados y modificados, ocultando lo que son con su apariencia: legumbres falsas, hortalizas que dejaron de 108

ser hortalizas, alimentos de plástico, fruta enlatada, etcétera. Todo esto responde a una planificación del futuro y de la vida estrictamente reglamentada de acuerdo a modelos y metas también estrictamente diseñados. El autómata, por tanto, es incapaz de vislumbrar el efecto destructor y violento de su accionar. Más bien lo niega. Así como la dieta carnívora y la religión fueron intervenciones culturales naturalizadas, que representaron simbólicamente una forma de represión causada por la acción civilizadora, cuyo fin no era sino construir una identidad humana, así también, las ciencias y las máquinas modernas son intervenciones culturales naturalizadas, que representan la represión de la noción de humanidad, cuyo fin no es otro sino construir un mundo de autómatas. El autómata es el modelo de la estandarización moderna. Su integridad es el doble estándar: defiende la violencia ejercida por los represores y ataca la autodefensa de los dominados. Su dieta ideal son las píldoras. Y su ideología, la alienación.

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ualquier intento de estandarizar es una forma de dominio

porque impone un modo único de ser sobre la peculiaridad. Toda matriz valórica e ideológica es un ejemplo de este dominio, puesto que la única integridad posible se haya conectada al florecimiento múltiple, simultáneo y peculiar de la naturaleza. La estandarización es una forma de colonización que impone un patrón uniformador sobre las diferencias y las peculiaridades de cada cual. Todos los modelos esconden un sistema de planificación que organiza al modelo mismo. Cada plan requiere de la linealidad temporal a fin de “progresar” e impulsar la moción desarrollista. La ciencia actual y la cosmología moderna dominante justifican la colonización de la peculiaridad de la naturaleza -gente, bosques, plantas, animales, aves, suelo, etc.mediante los índices del llamado ‘estándar de vida’. Aquellos que se acomodan a los distintos estándares de vida devienen autómatas. El autómata se opone a la naturaleza, perdiendo su humanidad -construida tal vez por el canibalismo en la horda primitiva- y devanando su memoria como una cinta de video para volver a ser programada por la máquina estandarizadora. Luego sobrevive rebobinando la misma cinta. Ése es el aburrimiento. Por lo mismo, el autómata borra su pasado, se obnubila con el presente y pierde su historia, la que en otras circunstancias habría sido ancestral como la de los humanos. El autómata valora sólo lo que recuerda: las contraseñas electrónicas, los dígitos de su patente de auto, los números de código y de barra que le asigna la gran máquina-madre, etcétera. Carece, por tanto, de historia. Ése es su orgullo y también su perdición.

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n un lugar del noroeste americano, en las afueras de Eugene,

Oregon, se celebra anualmente un pipiripao jipón. Este pipiripao no alcanza a ser un quilombo, aunque podría serlo. Los quilombos son desordenados, rebeldes, revueltos y dionisíacos. Le permiten a las peculiaridades su reencuentro en un estado natural de anarquía que se manifiesta en el presente perpetuo. El pipiripao del noroeste, sin embargo, induce a cada participante a resaltar un aspecto de su individualidad, normada por una variada gama de tipos culturales previamente conformados: la moda, el fetiche, la apariencia. Esto estandariza el jolgorio e impide la verdadera celebración, uniformando el divertimento . Al contrario, el verdadero carnaval es un ritual recordatorio, que tañe las campanillas de alerta sobre nuestra propia realidad y resume una sabiduría primigenia: los seres humanos no somos sino naturaleza. Y la muerte es prueba suficiente de ello. El pipiripao, en cambio, necesita reglas, sistemas de seguridad, guardias y policías secretos, todo lo cual atenta contra la naturaleza, el planeta y la expresión divertida del ser. Hoy, por ejemplo, es ilegal fumarse un pitillo de marihuana. Aunque no siempre fue así. De hecho, la feria de Oregon comenzó como un festival sesentista para emular los carnavales del medioevo, siendo altamente contestataria en un principio. Allí acudían jipitecas y papachos de todas partes del mundo, desplegando colores y sonrisas opositoras a la uniformidad. Los lugareños forman combos de música y tocan una suerte de cueca larga que se identifica con la música del campo. Lo curioso es que cantan historias que a veces pueden parecerse demasiado a las historias personales de quien los escucha. En realidad, esto no es extraño. Es el producto de la estandarización. Los héroes y personajes que destacan sus canciones, devienen estereotipos producidos, administrados y 111

masificados por la cultura simbólica que reproduce el control a través de la imagen. De este modo, la estandarización se apropia de la peculiaridad y la transforma en una tipología reconocible: arquetipos, fisiotipos, estereotipos, etcétera. Los estereotipos son formas chabacanas de entender la estandarización y existen en virtud de ella. Por ejemplo, los choferes de microbuses se saludan siempre al cruzarse en un camino. Dicha conducta ocurre en todos los territorios donde la civilización haya tenido un impacto homogeneizante y uniformador. Mientras más estereotipos tengan las sociedades, mayor será su grado de estandarización y alienación. El estereotipo es una imagen cargada sígnica y semánticamente por las categorías. Su acción -que se proyecta sobre la realidad- se impone sobre los grupos dominados en las formas del exotismo o de la demonización. Lo exótico es una categoría construida por lo dominante a fin de infantilizar lo otro y apropiárselo. La demonización autojustifica la agresión sobre el otro. Sin categorías, las tipologías y las imágenes colectivas no podrían ser reconocidas ampliamente. El estereotipo espectaculariza lo uniforme. Esto es obvio en la cultura de masas: la cultura de los medios masivos de comunicación audiovisual o la cultura del “mainstream” norteamericano, por ejemplo. Su ideología es la mediocridad y su propósito apunta a que todos los seres humanos integren el engranaje social y productivo como tuercas de un mecanismo mayor e incomprensible. Por eso, la estandarización es un proceso de cretinización humana a través de los formatos estándares promedio. Dichos formatos contienen los valores de la democracia plutocrática que se parapeta tras los logros del sistema de mediocracias. Esto es, el gobierno estandarizador, sin contar -por cierto- a las ideologías: concepciones democráticas que se encarnan abiertamente en el fascismo. Para que el pipiripao devenga en algún tipo de quilombo, hay que desplegar todas las plumas silvestres de la peculiaridad. De otro modo, la fiesta se transforma en un campo de concentración con challas y con globos, pero sin comensales ni risas ni contertulios. Esto no es muy distinto a lo que ocurre en los fomenajes, eventos oficiales 112

que se repiten una y otra vez en las escuelas, en las instituciones públicas y privadas, en las ceremonias laborales, etcétera. Por cierto, el objetivo de esas seudo celebraciones es preparar el terreno ideológico y emocional para el entrenamiento-propagandístico y el control represor: las dos armas que el sistema utiliza para mantener la inmovilidad. Al contrario, el quilombo -en tanto carnaval verdaderoes una forma de escenificación social de la conciencia, cuya práctica dionisíaca libera y aparta de la máquina de adiestramiento y de control conductual. Lo dionisíaco, en este caso, no sólo desbarata la cultura de la “razón” al oponerse antitéticamente a lo apolíneo, sino que también desvanece la norma instrumental al desmantelar la dualidad entre Baco y Apolo que se esfuma en el carácter rebelde de la celebración.

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oda revolución tiene reformas, aunque sin revolución nunca se

aceleran las reformas. Los medios y los fines se encuentran en un presente perpetuo en el que coinciden la realidad y la imaginación, el deseo y su realización, el arte y la vida. Por lo mismo, borran la línea divisoria que limita los órdenes de lo imaginario y lo simbólico, lo orgánico y lo estructurado, lo animado y la totalidad. Esta combinación binaria de asuntos diversos -que imponen generalmente una placa a la conciencia de entendimiento del mundo- se desmantela cuando se percibe la táctica del segundo como parte de la estrategia global. Por lo mismo, la comprehensión de la totalidad como un todo interdependiente borra la línea divisoria entre la libertad y el temor, mellando la cáscara que separa a los seres humanos del mundo natural. En la tierra se halla contenida la noción de toda libertad. Y tras las barras de acero surge la desafortunada experiencia de la prisión y del enjaulamiento. La revolución debiera transformar lo cotidiano en una ética que se realice en el presente perenne. Pero esto es algo especulativo, ya que se basa en la urgencia ética de transformar. La inmovilidad, en todo caso, rinde homenaje a la represión. Sólo el movimiento libera.

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l sistema estandarizador domestica. La domesticación es una

forma de dominio que vuelve a las criaturas vivientes en seres caseros que se apoltronan en sus domos. Fuerza así a la domiciliación, cuya expresión cúlmine de represión es el toque de queda. Como todo sistema, éste genera sus anticuerpos: los cesantes que operan como ejército de reserva laboral y los vagabundos sin techo que el sistema desecha. La producción en masa genera crisis de sobreproducción y estancamiento: desempleo, pobreza, distinción entre clases sociales, etcétera. Además galvaniza la lógica de la acumulación y de la racionalidad reificadora a través del control masmediático, produciendo como consecuencia una suerte de plusvalía masiva de imágenes que refuerzan el consumo y aceleran la propia acumulación. Para desmantelar el sistema estandarizador y la producción industrial en masa es necesario resolver dos puntos radicales: los modos de relación societal y las formas de alimentación y manufacturación de artículos. Claro está que para construir un jardín planetario es menester proponer formas de relación social desjerarquizadas, que se esparzan orgánicamente como una red de constelaciones de peculiaridades. Esto es, como un conjunto de comunidades o agrupaciones similares a las bandas tribales. El eje alimentario debiera estar basado en la horticultura y la permacultura, practicadas en huertos comunitarios autosustentables y mantenidos única y exclusivamente para la satisfacción mediata e inmediata (y no para la venta ni la acumulación de bienes o dinero) Por supuesto, nadie debiera regular el trabajo de otro -u otra- mientras las decisiones se tomen en conjunto. La responsabilidad es un acto conciente de 115

solidaridad. El tiempo ocioso debiera ser altamente valorado, lo mismo que la capacidad de apreciación de la naturaleza y del universo, que son fuentes de energía vital. En efecto, el corazón del planeta y del cosmos merece ser celebrado tanto en lo cotidiano como en lo colectivo. De este modo, la holganza, lo estético y la vida social pueden ser hilvanados fuera de toda jerarquía, construyendo una política basada en la celebración y en la convivencia ritual carnavalesca. El consumo puede ser mediado a través de una suerte de cooperativas donde cada cual aporte con lo suyo. Obviamente, en el jardín planetario no habrá dinero ni trueque valorativo que dé pábulo al valor de cambio. No obstante, la producción de artículos manufacturados es inevitable. Los seres humanos manipulamos y fabricamos herramientas. Ésa es la naturaleza de nuestro pulgar opuesto al resto de los dedos de la mano. Así fue en el paleolítico y así es ahora. La función que cumple nuestra capacidad de asir objetos y de crear belleza, se representa en dos prácticas vitales: la recolección de alimentos y la entrega de amor cuando brindamos y recibimos cariño. En tal sentido, la utilización de tecnologías apropiadas independientes de los procesos de producción industrial masivos puede ser clave a la hora de la sobrevivencia. La ingeniería basada en el corazón humano, como las bicicletas, o en la energía eólica o solar son alternativas concretas al industrialismo poluto. Si la vida societal se visualiza en comunidades abiertas -en contacto cotidiano con la naturaleza- el riesgo a la cosificación se desvanece. La naturaleza no sólo nos cuida, sino que también nos libera y sana, evitando que caigamos en las trampas de la alienación. La palabra “foresta” proviene del latín “foris”, que en rigor significa “puerta de entrada al aire libre”. La desdomesticación implica un abandono del domo para internarse al aire libre: la selva o el bosque. Ese abandono es la quintaesencia de toda liberación. Por lo mismo, cruzar el umbral del inmovilismo significa echar abajo las puertas del domo y barrer todas las entradas de auto, disminuyendo el concreto. Requiere también deshacerse de todo cuanto nos ate al palenque de la

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civilización, que no sólo niega la animalidad humana, sino que desmiente su naturaleza lúdica y díscola.

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ohn Trudell propone la distinción entre autoridad y poder para

aludir, por un lado, a la naturaleza del sistema estandarizador que encarna la civilización y sus prácticas domesticadoras y, por el otro, a la capacidad de resistencia contra dicho sistema. Ciertamente, toda práctica autoritaria proviene de la noción de autoridad, que no es otra cosa sino que el ejercicio del poder ejercido para subordinar y forzar al acatamiento de su investidura. El poder es un medio de represión que perpetra el autoritarismo. La autoridad somete a través del poder. Así, el poder autoritario no es sino la fuerza que ilusamente trata de utilizar la energía vital contra la vida. La autoridad carece de poder, pero utiliza la fuerza. El poder, en cambio, puede ser autoritario o liberador. La estructura del poder perpetúa la autoridad e irremediablemente neutraliza, controla, doma y corrompe. Por eso, la resistencia contra ese poder a través de los mismos mecanismos de poder puede ser nefasto para cualquier movimiento de resistencia. Esa ha sido la triste y cándida historia de las revoluciones nacionales de independencia política, social o económica. Autoridad y poder están entonces en una relación de círculo vicioso que cerca cualquier intento de ida al aire libre. Curiosamente, en la corrupción del poder y la pérdida de autoridad radica la fuerza de la energía. La corrupción del poder le permite a la resistencia romper conjuntamente el cerco obnubilante de la autoridad, que se materializa en la arbitrariedad de los discursos, de las reglas y de las leyes. Su falta de consistencia es su debilidad. Por eso, en una sociedad libertaria el ejercicio de la autoridad societal debe ser evitado a toda costa. Cualquier condena o sentencia que culmine en el encierro o en la privación de libertad de un individuo, tiende a construir nuevamente ese cerco autoritario que el sistema estandarizador ha perfeccionado mediante sus técnicas de ultra 118

sofisticación represiva y que ha dado origen a la actual sociedad panóptica de control. En las comunidades -o constelaciones de peculiaridades- dispersas al aire libre, el poder se diluye en fuerza, deviniendo en un medio de acción y movilidad. Eso es la energía o materia negra que, según la física cuántica, no emite ningún tipo de radiación y se distribuye en forma similar a la materia visible, estando cada una al tanto de la presencia de la otra. Esto hace que contra la fuerza energética del cosmos no haya poder ni autoridad que valgan. El dilema consiste en no reproducir la lógica dominante. Por eso, la aplicación del ostracismo es una defensa grupal que no daña la integridad de la libre creación de constelaciones de peculiaridades. La decisión de alejar temporal o indefinidamente a un miembro de la comunidad -en caso de haber conflictos irresolutos- son mucho más sanas y menos atentatorias contra la praxis vital que cualquier otro tipo de pena. Obvio resulta contraponer el ostracismo a la aberración de las ejecuciones: práctica institucional horrorosa de exterminio, genocidio y represión. El medio de acción y movilidad en el que radica la fuerza energética proviene de la vitalidad, que emana del planeta y de los seres vivos. Su fuente es la naturaleza, que mantiene a todas las criaturas que habitan el jardín de la Tierra. Es por lo tanto, una energía magnética, concentrada e indestructible, que puede desmantelar la autoridad y la estructura del poder sin mayor esfuerzo. Por lo mismo, pensar en el sistema como algo poderoso es irrisorio. La capacidad de destronarlo está en nuestro espíritu. Y ni con todos sus aparatos técnicos de intimidación, control y muerte podrán detener la avalancha de la fuerza energética cuando ésta erupcione. Ése es el verdadero poder humano. Huelga decir que antes de que se extinga la vida en este planeta, producto de la contaminación y de la irresponsabilidad del actual modelo autodestructivo, todo rastro humano -y por cierto el de la civilización misma- desaparecerá de la faz de la tierra. Eso ocurrirá inexorablemente si no corregimos lo antes posible el rumbo siniestro que marca el timón de la estandarización. De otro modo, no quedará 119

nada, salvo un par de cráneos en cuyos molares se adivine una naturaleza herbívora con un pasado carnívoro.

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o estar civilizado significa estar fuera de la estandarización.

Pronunciar, por ejemplo, una palabra erróneamente a lo dictado por los diccionarios -en oposición al sentido común, al ritmo fonético de un idioma o al uso que le da una determinada comunidad lingüísticaes atentar contra el minutero tiránico de la uniformidad. La televisión ha sido en los últimos cuarenta años el vehículo siniestro de la estandarización. No sólo ha impuesto una forma de decir, sino que también una manera de ver el mundo y de soñar. Incivilizarse es romper con la homogeneidad mediocrática. Para liberarse hay que asir lo propio de cada cual: aquello que conforma la peculiaridad innata del ser. La pobreza del progreso es producto de la autoestandarización. Ideológicamente, la autoestandarización significa aprender exitosamente el entrenamiento moderno para pensar el curso de la vida en términos lineales y progresivos. Dicha visión del tiempo, determinante de la percepción moderna de la realidad, hace que el sujeto viva su vida planificando metas y compromisos que nunca se acaban de cumplir. Esto genera ansiedad: primer paso hacia la alienación y hacia el vacío posmoderno, que se lanza al abismo del sin sentido. Otra forma de autoestandarización es internalizar el control del poder autoritario mediante una vida paranoica y autorrepresiva. Esto refuerza la autocensura y lleva a rechazar la espontaneidad, sindicándola como parte de algo nocivo e inconveniente. Como contrapartida, conduce a la improvisación: conducta que no pondera ni dimensiona los efectos de la acción humana sobre el planeta y el resto de los seres vivos, negando así el ritmo de la vida que exhala e inhala permanentemente. La ‘salvajería’ es liberarse de la pobreza del progreso, que no es sino una mezcla simbiótica de pobreso: la marca registrada del producto civilizador, cuyo matasellos y código de barras 121

ha sido estampado en la oficina de la estandarización. La ‘salvajería’ es, entre otras cosas, la única riqueza posible, porque rebosa en paz, abunda en tiempo y le sobra vida y espontaneidad. La ”salvajería” enriquece el espíritu.

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l mundo es la proyección de la conciencia. Un mundo sin

conciencia es un mundo unidimensional. La máquina estandarizadora tiende a uniformar la conciencia a fin de anularla. El autómata carece de conciencia, porque también carece de realidad. Cuando las conciencias proyectan sus peculiaridades en la realidad, se crea la noción y la sensación de mundo. Dado que el lenguaje configura la conciencia, ésta se proyecta por medio de la forma del lenguaje. La importancia del lenguaje radica tanto en su capacidad de construcción del mundo como en su talento para verbalizar la experiencia. Por lo mismo, argüir contra la lingüística generativa, que aboga por una “estructura profunda” en todos las lenguas, a fin de probar la existencia de un mecanismo innato en el cerebro humano, que le permite a cualquier sujeto aprender idiomas y crear neologismos, resulta inútil. Si el lenguaje es o no innato carece de relevancia. Lo que importa es que a través del lenguaje el sujeto se libera, porque así logra verbalizar y construir su experiencia de acuerdo a su imagen de mundo. Este texto es prueba de ello. Otros textos que lo refuten también serán prueba de lo mismo. Lo contrario sería el mutismo, la censura, el silenciamiento, la persecución o la cárcel, prueba suficiente de que el lenguaje verdadero atenta contra el control. Cuando la máquina estandarizadora entra en acción impone un lenguaje sin sentido -la neolengua orwelliana- y una conciencia y un mundo irreales. En esa realidad estandarizada, tanto el lenguaje como el mundo y la conciencia, parecen entidades alienantes y reflejo de la estandarización. Pero esa es la trampa que esparce la ideología. Su objetivo es mantenernos tensos, nerviosos e inseguros, además de 123

faltos de amor y de esperanza. Por cierto, eso lo lograrán si nos quedamos mudos e incapaces de articular nuestra experiencia. La autocensura y la lengua trabada que trastabilla por su falta de elocuencia tienen su origen en la acción del control. Las palabras pueden ser serias -y también mágicas- porque concentran la energía que permite el movimiento del mundo, como el viento que baila en las hojas de los árboles. Y eso no es sino arte y poesía. La contradanza del paisaje que brilla en nuestros ojos y nosotros mismos que bailamos en medio del follaje.

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i la identidad separa al sujeto de los otros sujetos y de la

naturaleza, la conciencia lo religa. Claro está que sin conciencia no hay cambio posible. La claridad y la sensatez son actos de conciencia porque permiten una comprehensión de la propia existencia en el marco de la totalidad de la vida. La conciencia alimenta la imaginación que opera bajo procedimientos creativos. La inteligencia, por el contrario, procede racionalmente puesto que archiva datos, procesa información, establece asociaciones, se intelige a sí misma, problematiza y da respuestas. También se adapta, cuestiona y fantasea. La fantasía es el producto de una creación peculiar: “Alicia en el país de las maravillas”, por ejemplo. La imaginación, en cambio, abre las posibilidades para el abanico eterno de la creación. La conciencia también puede ser autodestructiva y conducir al suicidio. El cese de la vida por “motu proprio” sólo es posible mediante un acto de conciencia. Es, según Albert Camus, un acto de libertad absoluta. Generalmente esto ocurre cuando la conciencia se ve paralizada por la acción estandarizadora que desvanece la imaginación. Cuando la conciencia no imagina se autodestruye, puesto que la imaginación es la que le permite a la conciencia expresarse. La manifestación estética del ser es imposible cuando se anula la imaginación.

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os aparatos tecnológicos parecen neutrales. Pero en realidad no

lo son porque tienen un propósito. En efecto, si se usan imprimen una marca indeleble en la conciencia. Por lo mismo, vuelven al sujeto dependiente: lo dominan, lo cretinizan y lo infantilizan, arrojándolo al pozo de la alienación. Por el contrario, si los aparatos tecnológicos no se usan: se deterioran, se oxidan, los corroen las hormigas o simplemente desaparecen para la conciencia. En tal sentido, todo artefacto tecnológico divide a los seres humanos entre usuarios y no usuarios. Y quienes abogan por su uso, no dudarán en utilizar sus armas tecnológicas de destrucción y de guerra para dominar a aquellos que no tienen comercio con la tecnología. Así ha sido y así es ahora. La tecnología también divide mediante su efecto domesticador. La gente trabaja para comprar los aparatos electrodomésticos o los artículos que promueve la tecnología. O simplemente para poder tener acceso a los servicios que ésta ofrece y que generalmente brindan entretención y comodidad, además de mayor capacidad para realizar ciertas acciones (p.e. volar de un continente a otro, pegotear documentos en un procesador de textos, grabar con una cámara de video lo que ocurre en la vida diaria, o documentar la brutalidad policíaca para denunciarla) La tecnología media las relaciones humanas. Enloquece, aísla o conecta, dando un referente cultural común a mucha gente que habla, vive y se comunica entre sí a partir de la cultura tecnológica. Así, la realidad y el mundo se homogeneizan de acuerdo a los diferentes programas de turno que tenga la agenda estandarizadora. Dicha uniformidad se refuerza a través de la tala de bosques, la construcción de centros comerciales, el encarcelamiento racialmente selectivo, etcétera. En todos estos procesos interviene la 126

tecnología, que sin la destrucción acelerada del medio ambiente no sería posible. Lo anterior parece inargüible: la tecnología es un aparato que se usa, se desecha, se desconoce o es inaccesible. La tecnología aliena. La tecnología consume y mediatiza la vida humana. Pero también la tecnología es una forma de aproximación a la realidad, filtrada por medio de un módulo mental funcional que deviene en ideología. Esa es la razón tecnológica. El cedazo que separa al sujeto del entorno y hace estallar el capullo de la conciencia, construye la racionalidad humana. El anquilosamiento de la razón en sus prácticas instrumentales desarrolla el filtro tecnológico. Y éste petrifica la conciencia. La conciencia tiene un efecto inmediato que afecta a otras conciencias, produciendo una conciencia social o general. De este modo, no hay conciencias aisladas, porque del momento que un sujeto se relaciona con otro, la conciencia se modifica, alterando, al mismo tiempo, la conciencia global. La razón tecnológica ha hecho que la conciencia se autoestandarice, estandarizando todo, simultáneamente. Para que se autopeculiarice, peculiarizando simultáneamente el todo -hacia una comprehensión mayor de sí: la totalidad y el sujeto- es necesario conducir a la conciencia hacia la razón estética. En una realidad estética se abrirán las posibilidades para la imaginación, mientras que la conciencia social será creada de un modo distinto a la manera ciega y obnubilante que fomentan las sociedades de masas. Esto debería llevar a reestablecer las relaciones sociales por medio del raciocinio lógico y analógico que hay en cada peculiaridad de la naturaleza. Para eso, es primordial darle rienda suelta a nuestro ser y dejarlo que se exprese en el presente perenne, como simple manifestación estética. Cada peculiaridad brilla con su luz propia en el encuentro de cada cual que se conecta al todo y a la vida.

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odas las criaturas vivientes tienen un impacto sobre la

naturaleza, incluso las plantas y las flores, que permanecen mudas ante la noche y el día pendular. Las hormigas no sólo afectan a la naturaleza sino que también a los seres humanos. De las 7.600 especies clasificadas, hay un pequeño número que causa una infinidad de daños, tanto picando, mordiendo e invadiendo el hábitat humano, como horadando jardines, desfollonando árboles y plantas, deteriorando construcciones, telas, madera, instalaciones eléctricas, equipos electrónicos, etcétera. Las hormigas esclavizan a otros insectos y atacan violentamente a sus enemigos. Cada hormiguero funciona colectivamente. Así trabajan en armonía, alimentando a la hormiga-reina y defendiéndola en caso de agresión extranjera. Su belicosidad es producto de un sistema organizacional altamente sofisticado que incluso las lleva a perpetrar guerras contra hormigas de otros nidos. Para tal efecto, las hormigas obreras limpian los senderos por donde se desplazan las atacantes, mientras que las hormigas soldados levantan ramas y otros matojos que interrumpen la huída, o el regreso triunfante con termitas u otras criaturas que son almacenadas como alimento o energía para el invierno (época en que las hormigas hibernan). Algunas especies de hormigas soldados tienen un tamaño superior al resto de la colonia, lo que conlleva a una clara división de funciones y labores. El sistema de castas es tremendamente inflexible y eficientemente rígido. No hay movilidad de ningún tipo. Así, la jerarquía comienza con la hormigamadre, cuyo matriarcado continúa con las obreras y soldados. Las hormigas más pequeñas y ágiles son generalmente las obreras y sobre ellas recae casi todo el peso del trabajo. Por lo general, son hembras atrofiadas que en ocasiones desarrollan las mandíbulas más de lo normal, dedicándose también a la defensa del hormiguero. 128

Las hormigas aparecieron en el período cretácico, hace unos 100 millones de años. Habitan todos los continentes y viven en las condiciones climáticas más diversas. Son esencialmente insectos sociales y se comunican con sus hermanas por medio de una sustancia química llamada ‘feromona’. Dicha forma de comunicación o transferencia de información -que funciona como lenguaje- se lleva a cabo mediante el roce de sus antenas, o a través del intercambio de comida u otros objetos. El tacto es muy importante, puesto que la vista de las hormigas es deficiente. Su visión no alcanza más que a unos cuántos centímetros, pero su olfato tiene una gran efectividad. Según los entomólogos, el vocabulario de las hormigas comprende entre diez y veinte signos químicos (los ‘feromonas’). A través de dichos signos, las hormigas son capaces de identificar la casta de sus compañeras, alertar sobre situaciones de riesgo, dirigir de un lugar a otro, mantener unida a la colonia y reconocer enemigos, alimentos o alguna otra situación inesperada. Muchas colonias de hormigas viven dentro de nidos hechos en la tierra o en madera. Allí se protegen contra sus enemigos y contra las inclemencias del clima. Además almacenan alimentos y otros recursos energéticos, como insectos que aprisionan y mantienen en cautiverio. Thomas Belt estudió en Nicaragua un cierto tipo de hormigas que suelen saquear las plantaciones de café y los naranjales hasta arrasarlos por completo. Otras hormigas observadas fermentan hojas y encierran un tipo de pulgones en corrales. Esta práctica es decidora de su civilización. Cito: “Algunas [hormigas] se ocupan de cortar pedazos de hojas con sus mandíbulas en forma de tijeras, mientras otras en el suelo van recogiéndolos para transportarlos al hormiguero. Pero estos fragmentos de hojas no constituyen el alimento de las hormigas, sino que los dejan pudrirse y fermentar para formar una base fértil en la que insertan, cuidadosamente, pedazos de hebras de micelio. Así cultivan los hongos de que se alimentan. Pero aún es más sorprendente el caso de las llamadas hormigas ganaderas. Ellas cuidan y vigilan las poblaciones de pulgones que se reproducen a ritmos vertiginosos hasta cubrir por entero las plantas sobre las que se fijan. 129

Les regalan caricias y carantoñas que son recompensadas rezumando un líquido dulzón que para las hormigas es un alimento exquisito. A veces, incluso, les fabrican pequeños corrales en los hormigueros, donde los ceban a ellos y a sus crías, que vigilan con esmero”. Esta práctica se asemeja con creces a la civilización humana. Las hormigas son depredadoras. Las marabuntas, por ejemplo, atacan a todos los organismos vivos que hallan a su paso. Las hormigas de fuego atacan y matan a otros insectos o animales pequeños y suelen alimentarse de animales muertos. Hay otras hormigas que son nómades y habitan el desierto. En la foresta también existen hormigas jardineras. En efecto, la mitad de los bosques del continente americano ha sido plantado por esta especie. Ellas cuidan las plantas y los árboles de ciertos insectos nocivos y también de las plagas. En las riberas del río Amazonas, por ejemplo, el llamado jardín colgante que brota en las ramas de los árboles, no es sino una maravilla natural creada enteramente por las hormigas jardineras que transportan hojas y flores a la copa de los árboles y troncos para construir sus nidos. Indiscutiblemente, esta modificación del paisaje tiene un efecto positivo en la naturaleza. El domo de las hormigas es el llamado hormiguero. Allí pueden habitar cientos de miles de hormigas. Sin embargo, cuando dos de ellas se cruzan, sólo les basta entrechocar sus antenas para identificarse. Las hormigas acumulan los huevos que ponen las hormigas fértiles en un lugar asignado del hormiguero. Algunas obreras hacen las veces de nodrizas, alimentando a las larvas que tejen a su alrededor una tela de seda para convertirse en ninfas y terminar su desarrollo en total inmovilidad. Cuando las ninfas rompen sus capullos, ya son hormigas formadas que en pocas horas comenzarán el trabajo común y social del hormiguero. En los hormigueros hay túneles y pasadizos que se comunican unos con otros, denotando una conciencia arquitectónica que recuerda a las ciudades humanas. Si el hormiguero se sitúa en terrenos secos, algunas hormigas se sacrifican durante la estación húmeda, llenando de agua sus vientres que se dilatan enormemente. Así se pueden mantener por meses -incluso 130

hasta por un año- a fin de proveer el agua que la comunidad necesite. Si sus compañeras acuden en busca de agua, ellas mismas se la sirven gentilmente en sus propias bocas. En una conferencia celebrada en agosto del año 2001 en Sudáfrica, el antropólogo Richard Leakey señaló que el mundo está sufriendo la pérdida de 50 a 100 mil especies cada año debido a la actividad del ser humano, lo que pone en serio peligro el equilibrio del ecosistema planetario. Esta extinción masiva es comparable a la que afectó a los dinosaurios hace 65 millones de años. Claro está que todas las criaturas vivientes tienen un impacto sobre la naturaleza. Pero el efecto que la civilización humana tiene sobre el planeta es altamente destructivo. Se calcula que el peso de todas las hormigas del mundo es equivalente al peso de los 6 mil millones de seres humanos que habitamos el planeta. Pero el impacto de la civilización humana es radicalmente distinto al efecto que producen las hormigas. De hecho, si los seres humanos desaparecemos en este instante, probablemente las hormigas y muchas de las miles de especies que se extinguen cada año, sobrevivirían. En cambio, si las hormigas desaparecieran, la vida no sería posible en este planeta. La actividad de las hormigas es esencial para las salud de la Tierra. No sólo horadan y airean la tierra, sino que también la remueven y fertilizan, teniendo incluso un efecto mayor que el de los propios gusanos de tierra. Las hormigas pueden remover hasta veinte toneladas de tierra durante la vida total de un hormiguero. En cambio, los efectos enajenantes, destructivos y contaminantes de la vida total de una ciudad aún son inconmensurables.

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as termitas -también conocidas como hormigas blancas- son

enemigas mortales de las hormigas. Las hormigas capturan a las termitas y mantienen una guerra a muerte contra ellas. Ambas especies compiten por el mismo espacio vital. Las termitas roen madera y materia vegetal. Las hormigas pueden ser carnívoras, e incluso pueden llegar a devorar a otros congéneres si así lo requieren. Durante el verano, las hormigas acumulan granos y semillas como previsión para el invierno. Las termitas provienen de una familia distinta a la de las hormigas (son lejanas parientes de las cucarachas), pero tienen un sistema de organización social muy similar al de sus enemigas. Ambas especies construyen nidos para habitar y desarrollar sus modos de vida social, modificando la naturaleza. Algunas especies de hormigas fabrican sus nidos en troncos de árboles, otras uniendo y doblando hojas para habitar el interior. La mayoría de las hormigas excava la tierra para formar galerías y estancias perfectamente organizadas. Ése es el terreno modificado donde crían su civilización. Las termitas también construyen sus termiteros -que asemejan domos isópteros- en vigas o en el suelo. Los termiteros del suelo son montículos de tierra que pueden alcanzar gran altura y adquirir formas que estimulan la imaginación. De hecho, los termiteros parecen diseños artificiales que hacen pensar que el mejor paisajismo se haya en la naturaleza misma. Sólo basta aprender a mirar. Esto borra la línea divisoria entre el mundo y el arte, contrapuestos tempranamente por la instrumentalización ideológica y sus metodologías taxonómicas. La naturaleza es estética en sí misma. 132

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speculemos un rato. Junto a la hipótesis de las desaparición de

los Neanderthals como linaje aparte de la especie de los Sapiens, ocurrida hace unos 30 mil años, existen otras dos hipótesis. Una de ellas arguye que en realidad hubo un proceso de mestizaje entre los Neanderthals y los Sapiens, lo que habría significado la desaparición paulatina de los Neanderthals debido a un lento hibridismo hegemonizado por la especie Sapiens. Otra hipótesis, un poco menos optimista, sostiene que los Neanderthals desaparecieron cuando fueron privados por los seres humanos de sus territorios tradicionales, adonde practicaban la caza y la recolección. Tal vez ambas tesis sean correctas. Especialmente a estas alturas, que es casi imposible sostener posiciones de purismo racial o evolutivo de los especimenes homínidos que una vez habitaron el planeta y que, según parece, remontan sus orígenes al australopiteco aparecido hace unos cinco millones de años en África. Es lógico, sin embargo, pensar que todos los seres humanos estemos mixturados entre sí. El rostro de un niño Neanderthal, recreado computacionalmente por los paleoantropólogos de la Universidad de Zurich, Marcia Ponce de León y Christoph Zollikofer, arroja algunos datos sobre esta especie de homínidos que se supone habitó en el Norte de Europa, el Cercano Oriente, Asia Central y, probablemente, el Oeste de Siberia. La mandíbula de los Neanderthals -que eran de escaso mentón y tenían dientes y muelas fuertes, bien equipados para desgarrar carnes y moler raíces- señala que estos homínidos tenían una dieta carnívora. Es probable que debido a su conformación maxilofacial no hayan poseído un rico lenguaje verbal, pero sí contaban con otras formas de comunicación y tenían actividades rituales, tanto espirituales como 133

artísticas. A diferencia de las hormigas y la termitas que mantienen una guerra implacable, u otras especies también beligerantes, como los moscardones con las abejas, que en vez de libar las flores y polinizar el jardín atacan a éstas últimas y se comen a pedazos las flores, es muy posible que efectivamente haya habido hibridismo entre los Sapiens y los Neanderthal. Es posible también que ese primer mestizaje haya provocado una transformación genética que hiciera que este nuevo grupo de seres híbridos no sólo adoptara la dieta carnívora como forma de subsistencia, sino que también tuviera una influencia crucial en el viraje hacia el cultivo de la tierra: la agricultura. Sabemos que eso significó el sedentarismo y la domesticación, procesos que devinieron posteriormente en todas las formas homogeneizantes de organización de la vida colectiva. Y aunque los seres humanos seamos seres sociales, también necesitamos de la soledad y de la holganza. A diferencia de las hormigas y de las termitas, el mundo humano no se construye sólo por medio del trabajo. Tampoco andamos buscando comida todo el tiempo. A veces, descansamos, nos reímos o jugamos. Necesarios son la diversión, el esparcimiento y el ocio. En el mundo de los himenópteros, en cambio, el rígido sistema de castas impone a cada miembro activo del hormiguero estar siempre cumpliendo una función: la reina-madre (como la máquina-madre), las obreras, los soldados, los machos y los esclavos. Este sistema ultra jerárquico de organización social carece completamente de imaginación. Y se asemeja demasiado a las sociedades eficientes e inflexibles que promueve la estandarización, donde cada sujeto desarrolla una labor a fin de mantener vivo un engranaje mayor e incomprensible. Allí la máquina-madre incuba sus huevos y el sistema se perpetúa. Por eso, eslóganes tales como: “la imaginación al poder”, “a imaginar lo imposible”, o la máxima einsteiniana “la imaginación es más importante que el conocimiento”, no pierden validez mientras la represión ideológica y el panel de control continúen dominando a la raza humana. Aunque claro, todo esto es pura especulación.

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l jardín burgués se expandió como plaga durante el

colonialismo. Es muy bonito pero irreal. Los escenarios que instala la civilización, por artísticos que sean, carecen de realidad. En rigor, requieren del espacio y de la erradicación de especies indeseadas, cosificando el tablado sobre el cual se emplaza el jardín (como si fuese una fotografía instantánea) El jardín civilizador esclaviza, mortifica y tarde o temprano se marchita. Esto ocurre porque el jardín burgués tiende a la estandarización del terreno, antes que a la apertura de sus límites hacia un espacio abierto y horizontal. Además su objetivo es el lujo, aborreciendo del huerto comestible y austosustentable. El jardín burgués tiende al encierro. Por lo mismo, con la ilusión de iluminar los territorios civilizados, mata la noche. El jardín de la peculiaridades desterritorializa y desjerarquiza. Ésa es su naturaleza. Deja que el jardín crezca, orgánicamente, bajo el concepto de un reconocimiento mutuo entre el jardinero o la jardinera y el jardín. La idea no es uniformar el terreno, ni controlarlo. Por el contrario, el punto es aprender a vivir con la naturaleza y en medio de ella, orientando el efecto humano hacia una práctica estetizante antes que estandarizadora. Dicho aprendizaje parte por concebir la otredad de la naturaleza como la propia otredad del sujeto. Sólo así es posible desvanecer el ego entre el follaje de lo que siempre crece, para amparar y no para conquistar.

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a noción de peculiaridad se opone tanto a la estandarización

como al dualismo. La estandarización aplana y borra la biodiversidad. A decir de César Vallejo, es “Lomismo que padece nombre”. El dualismo, en cambio, se ha sustentado en la genealogía del pensamiento cognitivo, que ha construido disciplinas y metodologías por medio de la oposición de términos aparentemente beligerantes o equidistantemente opuestos: A o B, bueno o malo, claro u oscuro, concreto o abstracto, general o particular, burgués o proletario, barbarie o civilización, etcétera. Ciertamente, el dualismo cumple una función simplificadora, aunque ninguna de sus oposiciones puedan considerarse del todo verdaderas, ya que son una mera representación abstracta de parcelas de la realidad y de la naturaleza. Por lo mismo, no hay oposiciones más radicales que otras, ni menos radicales, puesto que el procedimiento racional en sí está errado desde un principio. Lo que existen son oposiciones más claras que otras porque ayudan a comprender a cabalidad ciertos procesos relativamente complejos. Según lo anterior y siguiendo el modelo dualista lacaniano, que opone lo imaginario a lo simbólico, es decir, el mundo no estructurado del “niño” que proyecta imágenes sobre la realidad, contra el universo libertario y aún no-estructurado por el proceso formal de represión de los símbolos, es posible distinguir el siguiente derrotero. A lo simbólico -cuya correspondencia comprende el orden civilizado- le siguen los símbolos: la gramática patriarcal impuesta por medio de lo social. Siguiendo este paralelismo, las imágenes se derivan de lo imaginario: la proyección de la interioridad sobre el mundo. Así, las imágenes llevan a la imaginación y el símbolo a la simbolización que se manifiesta en los ritos. Lo ritual instrumentaliza la naturaleza, ya sea para dominarla por medio de la magia o por medio de la representación. Dicha instrumentalidad es funcional y coercitiva, 136

porque estructura y manipula. En efecto, a través de los diversos instrumentos simbólicos se tiende a representar la realidad, antes que a comprehenderla cabalmente. Las imágenes, en cambio, crean las percepciones de mundo que se expresan culturalmente en lo estético y fundan la cultura. Cuando esto ocurre, el ser se manifiesta estéticamente, dando curso al despliegue de todas sus peculiaridades. Al contrario, la instrumentalización conlleva a la estandarización, que esconde en su interior una pulsión controladora que lo categoriza todo mediante las variadas metodologías de clasificación taxonómica. Este proceso de estandarización produce el fetiche, que no es sino una falsa conciencia de la realidad. La falsa conciencia se fundamenta tanto en la espectacularidad de la vida como en la alienación. Hay dos tipos distintos de enajenación. Una material, que reduce la vida a la sobrevivencia económica. Y la otra ideológica, que genera la deshumanización y la robotización del sujeto. Con la automatización, el ser humano se separa de la naturaleza y de su propia condición natural. Con la peculiaridad se crea conciencia, rehumanizando y religando comprehensivamente a los seres humanos consigo mismos y con la propia naturaleza. La conciencia no es inteligencia ni conocimiento. Es el reconocimiento del otro, que no sólo ocurre en los términos dialécticos exclusivos de Hegel entre amo y esclavo. El reconocimiento también puede ser inclusivo. La conciencia permite una convivencia basada en el respeto mutuo y en el reconocimiento recíproco de los otros, que no son sino nuestros propios semejantes: el medio ambiente y las criaturas que lo habitamos y que constituyen la totalidad. La coexistencia sólo es posible mediante una comprensión correspondida de la peculiaridad de todos los otros seres, a fin de establecer una empatía radical por el derecho de todos a la vida.

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a imagen que proyecta la interioridad sobre el mundo

mantiene su carácter estético. La imagen que se refleja refuerza el proceso de reificación. En sí todas las imágenes separadas de nosotros mismos alienan. Cada imagen es una cosificación, puesto que las imágenes representan la realidad, estableciendo una mediación entre los seres humanos y entre el sujeto y el entorno natural. Dicha mediación reemplaza a la realidad. Cuando el niño prehistórico vio por primera vez su rostro en el reflejo del agua -en el lago, la poza o simplemente en el hielo- no vio sino una imagen. La ecuación que lo llevó a verse a sí mismo como esa imagen, es decir, a identificarse a sí mismo con lo que estaba viendo, despertó la noción de identidad. Dicha noción es la que produjo la separación entre el individuo y la naturaleza, dando pábulo a la fractura entre el sujeto y el objeto: fundamento original de la conciencia humana. De este modo, la conciencia es la que origina en primer término la alienación, por cuanto deviene metaconciencia: autorreflexión en torno a sí misma. No obstante, sin conciencia autorreflexiva el ser humano está indefenso frente al control imperial de la estandarización y de la máquina propagandística que falsifica la realidad y manufactura la falsa conciencia ideológica. La alienación industrial moderna opera quitándole al sujeto su presente. Para realizar dicho ataque, fuerza al sujeto a vivir en una suerte de realidad virtual que se denomina futuro. La mentalidad moderna se caracteriza por la planificación del futuro. Esta noción horada la mente humana como si fuese un hierro que atraviesa a los individuos alineados en el mostrador de la producción en serie. El horizonte del futuro se vivencia como tiempo ilimitado que avanza 138

progresivamente en una carrera a ciegas sin meta ni fin. Para la mentalidad religiosa premoderna, el futuro es finito y acaba con el juicio final o la ascención a cualquiera de los paraísos religiosos promovidos por las distintas narrativas mítico-religiosas. En tal sentido, lo moderno y lo premoderno fijan la temporalidad fuera del presente perpetuo, inscribiendo la mentalidad humana en el campo de la domesticación. Vivenciar el presente, en el aquí y el ahora, conduce a un estado predoméstico y atenta contra las ideas de planificación y de desarrollo. La noción de futuro, por tanto, es la imagen que refleja la ideología. Y para nadie es un misterio que su realización habita en el campo de lo imposible, aunque su arribo también es inevitable.

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a diferencia uniforma y homogeneiza la experiencia en dos

bloques que se suponen diferentes. Esto es parte del dualismo. “Beta” es diferente a “alfa” y viceversa. De acuerdo a esta práctica binominal, la diferencia determina la identidad. Pero ésa es la trampa de la categorización: estrategia del imperio estandarizador. Plantear la identidad de ese modo, es concebirla en términos beligerantes, antagónicos y opuestos. Así se niega la peculiaridad de cada ser. Cada criatura es peculiar y diferente a todas las otras criaturas peculiares y diferentes entre sí. La diferencia reduce la identidad a dos bloques identitarios: “alfa” o “beta”. O “gama” o “épsilon”. O cualquier otro. La peculiaridad del ser deshace el cerco binario y amplifica la conciencia autoreflexiva: puente necesario para comprehender la experiencia del ser en la totalidad. Esta comprehensión requiere necesariamente de una ‘nueva humanidad’. Ése es el ‘mundo nuevo’ que construimos cada vez que nos desconectamos de las máquinas estandarizantes y vivimos la vida de un modo distinto y más naturalmente, a fin de desalienarnos y mejorarnos de la enfermedad de la ideología. La ideología se transmite a través de la jeringa de la propaganda. Y la diferencia es una trampa más de la propaganda.

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arbara Ehrenreich propone que tanto las guerras como los

sacrificios rituales son prácticas celebratorias que reconstruyen la transición del animal humano de presa a depredador. La violencia humana rememora la experiencia reprimida de haber sido presa para los predadores: nuestro rol inicial en la cadena alimenticia. A través de la socialización y la cooperación, las bandas primitivas fueron capaces de sobrevivir frente a los ataques de los predadores. No obstante, los más débiles, lentos e indefensos eran sacrificados por el bien del resto de la horda primitiva. Una vez que los miembros más saludables y jóvenes lograban huir, las fieras se daban un festín con los rezagados del grupo que morían devorados inescrupulosamente. Esto despertó los sentidos de peligro y horror que gatillaron la conciencia de la muerte. La sociabilidad fue un primer paso en la sobrevivencia, dando origen a los sentimientos de solidaridad y cooperación comunitaria. La experiencia de ser presa es anterior a la caza. Fue la manufacturación de herramientas y su manipulación las que permitieron que el ser humano cazara a otros animales para alimentarse y autodefenderse. Así también se agudizaron las prácticas domesticadoras. El perro, por ejemplo, fue amaestrado primeramente como animal de caza. Es probable, sin embargo, que anterior a la caza haya habido prácticas carroñeras, lo cual habría sido el origen del carnivorismo. Con el tallado y el pulimento de la piedra -y la fabricación de herramientas y armas de caza- los seres humanos primitivos torcieron el curso de la naturaleza, volviéndose depredadores ellos mismos. Eso originó el pensamiento bélico, a la vez que sentó las pautas del desarrollo evolutivo instrumental del raciocinio. En este proceso, los animales carnívoros fueron vistos como deidades, representadas muchas veces en las pinturas rupestres y en los ritos simbólicos. Dicha representación está ligada a los sacrificios que, por ejemplo, los 141

antiguos griegos transformaron en hecatombes. Las guerras no son sino ritos bélicos de sacrificio humano, llevados a cabo en nombre de los ‘padres políticos’ que ha diseñado la megamáquina estandarizadora y ‘embobecedora’. Las guerras recrean el horror de la presa, cuya adrenalina le dicta huir o luchar, al mismo tiempo que realzan el espíritu conquistador del predador. En las sociedades modernas, las tabletas antidepresivas suprimen los dictámenes de la adrenalina, reprimiendo la capacidad de experimentar el riesgo y subsumiendo el instinto en la frustración autorrepresiva y estresante. La megamáquina cretiniza a la población, que se transforma en un grupo superfluo de individuos capaces de ser manipulados por medio de eslóganes nacionalistas, derivados quizás de un sentimiento primigenio socializante y prístino. El militarismo conduce a sus soldados a una hecatombe moderna cuyo único efecto es el terror. Por eso, trepar un árbol para defenderlo de la tala indiscriminada de las madereras, liberar un animal de su jaula, dejar al ciervo y sus cervatillos pastar tranquilamente, organizar ollas comunes, abrazar a los amigos y amigas, etcétera, son actos de amor que desbaratan la lógica de la presa y del predador. La guerra es la recreación material y simbólica de la transición a la predación y se cristaliza en la revivificación ‘terrorista’ del horror. El respeto más absoluto por todas las criaturas vivas es la única ética posible contra la agresión depredadora. La sobrevivencia no se sustenta en el arte de matar, ni en la política ni en la guerra. Por el contrario, la cooperación y la comunidad responsables son primordiales para garantizar la convivencia humana con el planeta. La depredación, el terror y la guerra son el tridente sanguinario con que embiste la garra de la razón instrumental. Su lógica autorracionalizante es la estulticia, que anula la conciencia e infiere miedo en la imaginación. Para amplificar la conciencia en desmedro del determinismo genético es necesario bloquear el paradigma ‘presapredador’. Oponerse a las guerras es un paso adelante.

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ara el pensamiento anarco-primitivista, la división del trabajo

produjo una secuencia reificadora que terminó construyendo lo simbólico y sus ramificaciones: numeración, arte, tecnología, agricultura, lenguaje, cultura, etcétera. El símbolo es entonces la línea divisoria que marca la diferencia entre la vida prehistórica plena de vitalismo sensual y la vida histórica actual, mediada por la cosificación y delirante por la alienación. Para el marxismo esa división se produjo por la aparición de la sociedad de clases, cuyos cimientos se remontan a la apropiación de la tierra y del conocimiento de un grupo de sacerdotes que desplegaron el mapa de la petrificación social entre clases dominantes y dominadas: amos y esclavos, señores feudales y siervos de la gleba, burgueses y proletarios, etcétera. En ambos casos se reconoce una fractura entre un tiempo prehistórico y otro histórico: el primitivismo feral contrapuesto a la civilización y a la domesticación, o el comunismo primitivo contrapuesto a la sociedades de clases y a la explotación social. Las delimitaciones históricas para señalar el momento de aquella ruptura varían según las distintas fechas que ofrezcan las fuentes antropológicas usadas y la perspectiva de los diversos programas a los que adscriban los creyentes de la gaya ciencia. Sin embargo, hay consenso en que la adopción de la agricultura fue crucial en el giro hacia una vida sedentaria, jerárquica y represiva. No obstante y, a pesar de todo el consenso establecido, es mucho más probable que la ‘expulsión’ del paraíso primitivo provenga de un momento anterior del cual ni siquiera podamos aventurar su data. Ése es el momento en que los seres humanos comenzamos a distinguirnos de la naturaleza: el punto en que la conciencia, la identidad y el lenguaje pasaron a formar el triángulo que llevó, simultáneamente, a la perdición natural y a la creación de la noción de humanidad. 143

En rigor, la conciencia humana surge de la fragmentación de la conciencia mayor de la naturaleza -y del cosmos- a la que todavía los animales, insectos y vegetales están conectados. Nuestra conciencia nos separa de la naturaleza, produciendo una división insoslayable. Surge de dos procesos que tienen que ver con la identificación y la verbalización. Lo primero hace referencia a la noción de identidad que se produce con el reconocimiento de la muerte. La conciencia de la propia mortalidad genera la noción del yo que se forma por oposición a la identidad de lo otro: los demás, la naturaleza, el mundo animal, etcétera. Esta oposición básica entre interioridad y exterioridad se intelige a través de la verbalización. El sujeto enuncia, mental o fónicamente, el significado yo, que luego deviene en la noción de lo externo y de lo otro: yo soy lo que lo otro no es. Esto inicia tempranamente la sujeción a una tabla de contenidos y de signos arbitrarios que se representan “a posteriori” en la forma de una gramática y que tienden a develar el sentido del yo y del no-yo: base sicológica de la proyección del ego sobre la naturaleza. Dicho proceso de autocomprehensión de la identidad a través del lenguaje conlleva a la vivencia animista de la naturaleza. Se percibe entonces un espíritu -o ánima- que habita todas las cosas del mundo: los elementos. Es probable que durante ese momento la dieta generalizada haya sido exclusivamente herbívora y que las formas básicas de provisión se hayan basado en la recolección de alimentos. Así, los procesos de identificación y de verbalización se fueron consolidando paulatinamente, haciendo que los forrajeros adoptaran formas rituales de ratificación de sus identidades colectivas por medio del desarrollo de prácticas caníbales que posteriormente derivaron en el carnivorismo. Ésta es la época de la caza, la pesca y la recolección, además del cambio de nuestra posición en la cadena alimenticia. El rito conduce a lo simbólico, por cuanto a través suyo surge la pulsión por dominar los ‘poderes’ de la naturaleza. Esto se hace a través de prácticas ceremoniales que se codifican en actos simbólicos de origen ritual. El símbolo es el germen de toda práctica cosificadora que deriva en el divorcio entre la apreciación de la naturaleza y la 144

convivencia práctica con ella. Dicha separación fomenta la instrumentalización del mundo natural, cuya primera manifestación se expresa en la magia chamánica que aspira a modificar la naturaleza por medio de su poder sobrenatural. El chamanismo es la práctica de invocación de los espíritus de las cosas -percibidos en la fase animistaa fin de ordenar el curso de la naturaleza según la voluntad del chamán o de la hechicera. Así, la instrumentalidad simbólica representa el mundo material de la naturaleza que, poco a poco, es reemplazado por el propio símbolo. Los Neanderthals desarrollaron figuras e instrumentos de caza y de música hace por lo menos 30 mil años. Y ciertos grupos aborígenes en Australia también desarrollaron ornamentos simbólicos hace más de 50 mil años. Dicha mediación producida por la instrumentalidad simbólica modificó el pensamiento e impuso un módulo mental, racional, lógico y funcional que se expandió sin límites por sobre lo intuitivo y lo estético. Esta razón instrumental es la generadora del pensamiento tecnológico que condujo a la categorización: base de todo proceso estandarizador. Así, la división del trabajo se hizo más compleja, dando origen a las sociedades de clases y a la civilización: la historia. Allí se enmarcan el arte, el Estado, el lenguaje, la economía, el dinero, las razas, la tecnología, la colonización, etcétera. Paralelamente, la domesticación también comienza su realización total con la historia, tanto a través de la agricultura y de la cultura simbólica, como a través de la ganadería y de la normalización de lo agreste que conduce a la tala forestal. El lucro y la alienación modernas son formas posteriores de domesticación social, masificadas por medio de la expansión de la producción en serie. Lo instrumental, por tanto, es la fuente de donde surgen las entidades jerárquicas y categóricas. Éstas no son sino un conjunto de ideas acerca de la realidad acumuladas con el tiempo. Ideas que constituyen la ideología de la historia y del progreso. Justamente es esta ideología la que ha dado pábulo al imperio de la estandarización y del pensamiento dualista. La noción de lo peculiar desmantela radicalmente el dualismo y la estandarización, ya que a través suyo el ser humano puede religarse al mundo natural por medio de la apreciación de la naturaleza y de la 145

interacción estética con ella. Esto no sólo desbanca la falsa división entre arte y realidad, que le arranca la belleza a la vida, sino que también desbarata la razón instrumental que da origen a todas las nociones enajenantes que perpetúa lo simbólico. La apreciación de la naturaleza implica su defensa como también una práctica activa de compenetración orgánica con ella. Esto comprende un respeto total por todas las criaturas vivas del planeta y una convivencia social que garantice la retribución ritual por cada materia prima extraída de la tierra y de la foresta. Comenzar desde hoy a cultivar el propio sustento en huertos ecológicos que respeten el ecosistema es una necesidad vital. La vida en comunidad garantiza la autonomía y la independencia del sistema corporativo y estatal. Valora las relaciones personales sin mediaciones jerárquicas ni burocráticas. Y estimula la camaradería y la hermandad, basadas en el principio de la cooperación. Proezas de este tipo se han llevado a cabo en distintas comunidades del planeta, tales como en Christiania (Dinamarca), Aprovecho y Alpha (ambas en Oregon, EE.UU.), Solentiname (Nicaragua), Gaviotas (Colombia), GAIA (Costa Rica), etcétera. En Norteamérica hay alrededor de cuatro mil experimentos comunitarios, sin contar las comunidades indígenas ancestrales a lo largo de todo el continente americano que todavía siguen resistiendo la penetración occidental colonizadora. La solución general frente a la agricultura industrial y el monocultivo es la permacultura, que no agota los recursos de la naturaleza y permite llevar una vida autosustentable en armonía con el medio ambiente en los diversos microclimas. El planeta es una constelación de microclimas -o peculiaridades meteorológicas- donde es posible el florecimiento de comunidades humanas rotativas y móviles. La noción de un clima óptimo y exclusivo para la sobrevivencia es una argucia de la estandarización. Así como los animales humanos somos un género peculiar de la naturaleza, así también son los climas, los valles, las cordilleras, las costas, los bosques, las sabanas, etc.. Sentir para comprender es una táctica de autosensibilización. La sensibilidad nos reconecta a la tierra y nos vuelve sabios. Vivir en comunidad implica 146

vivir en armonía con el suelo que pisamos, el aire que respiramos, la brisa que nos limpia, la foresta que nos alimenta, el agua que nos vida, etcétera. Vivir en comunidad es vivir con los otros. Pero también es vivir entremedio del ambiente y del clima que son peculiares. Sentir esa peculiaridad garantiza la supervivencia. El sabotaje contra la máquina infantilizadora y contra los campos agroindustriales que lucran a expensas de la salud del suelo y de la gente, también ha sido una táctica de autodefensa actual entre algunas comunidades del planeta. La resistencia contra la penetración de las empresas forestales y contra la construcción de represas hidroeléctricas ha sido primordial para el advenimiento de una nueva conciencia biocéntrica. Ése es el ejemplo del pueblo mapuche en el sur de Chile, o de la acción de los activistas verdes en el noroeste americano, que se encaraman a la copa de los árboles a vivir en plataformas de madera a fin de evitar la tala de los bosques templados. Este ejemplo de integridad despierta la conciencia adormecida y sometida por la aplanadora del imperio de la estandarización. Y dicha conciencia brota y se opone a la agenda monetarista de los oligopolios, reestableciendo la imaginación y abriendo las puertas a un nuevo mundo. La conciencia creativa del siglo XXI comenzó a expresarse en 1999 en la toma estudiantil de la UNAM en la ciudad de México y en la batalla de Seattle contra la Organización Mundial de Comercio. Ese mismo año ocurrió la protesta del 18 de junio en Eugene, Oregon, EE.UU.. Mientras tanto, la ofensiva campesina manifestada en los asaltos contra una tienda norteamericana de comida chatarra en el sur de Francia y contra las instalaciones transnacionales de comida transgénica en Brasil, ampliaron la conciencia creativa ecosocial a un ámbito mayor de preocupaciones. Esto ha generado un movimiento de resistencia que ha ido creciendo orgánicamente en cada protesta contra la llamada globalización, obligando a los agentes corporativos a parapetarse tras cercos protegidos por la guardia pretoriana del imperio de la estandarización. Así sucedió en Praga, en Quebec y en Génova y así seguirá sucediendo. Precisamente éste es el 147

amurallamiento que aísla al sistema que se derrumba por su propio peso y lo conduce a la autodemolición. Por lo mismo, la destrucción de los pilares de entrada al capitalismo mundial -simbolizados por el número once que formaban las torres gemelas del Centro Mundial de Comercio en la ciudad de Nueva York, el 11 de septiembre del 2001ha abierto un agujero irreparable en la burbuja del imperio de la estandarización. Y éste es el comienzo del fin que abre una nueva época en busca de la sabiduría ancestral hacia el jardín de todos y de cada peculiaridad. Cuando Colón llegó al continente ‘americano’, la empresa colonizadora europea se puso en marcha y, con ella, la estandarización. En 500 años desapareció el 75% de las plantas nativas comestibles de las Américas, entre ellas, muchas legumbres con proteínas similares a las que hoy ofrecen los productos de soya. Como una extensión del genocidio invasor, muchas plantas europeas fueron trasladadas al continente, invadiendo el suelo y destruyendo la biodiversidad de los ecosistemas. Por cierto, el conocimiento racional europeo era mucho más limitado que la sabiduría ancestral de los pueblos originarios del continente, que entendían mucho mejor los ciclos de la naturaleza. En el siglo XV, los europeos conocían sólo 17 variedades de hortalizas comestibles, mientras que ya en el siglo IV, los indios Hohokam -habitantes de la región que actualmente ocupa Nuevo Méxicocultivaban alrededor de 200 variedades de vegetales comestibles. En Sudamérica, los Incas diseñaron un sistema de cultivo en terrazas agrarias, que se extendían a lo largo de la Cordillera de los Andes, a fin de aprovechar los diversos microclimas y la variada calidad de humus, llegando a cosechar alrededor de 600 tipos de papas. Esto prueba que la horticultura no tiene nada que ver con la pulsión estandarizadora de la civilización, ya que en vez de domesticar al medio, se adapta a las características peculiares del suelo y de los microclimas, manteniendo intactos los ecosistemas y la biodiversidad. La peculiaridad estética de los diversos modos de resistencia -también peculiares- ha enaltecido la lucha centenaria de los pueblos indígenas, cuya forma más elocuente de autodefensa se ha 148

manifestado en el estado de Chiapas (sur de México), en la región de la Araucanía, o territorio Mapuche (sur de Chile), en Salta (norte de Argentina), Bolivia, Ecuador, Colombia, etcétera. Así, la conciencia de la especie humana despierta y abre los ojos para remecer la razón instrumental y tomar un atajo hacia el mundo de la peculiaridad, que es el mismo mundo de la naturaleza. A diferencia de la conciencia primigenia que provocó la fragmentación original, la conciencia colectiva actual busca la conexión con el otro a través del desvanecimiento del ego en la totalidad orgánica del planeta. La dilución del yo en el espíritu de la naturaleza permite que el ser se manifieste en toda su plenitud. Dicha manifestación es la expresión estética de la peculiaridad. Por medio de ella se crea la cultura que deshace la estandarización y arranca todas las etiquetas que fabrica el sistema de las categorías. Por cierto, cuando el ser despliega todos los pétalos de su peculiaridad para expresarse estéticamente, logra mejorarse tanto a sí mismo como también mejorar al mundo y a la humanidad. Este proceso lo acerca a la autenticidad: condición de lo ‘genuino’ que en las sociedades altamente alienadas y alienantes es un privilegio casi exclusivo de los artistas y de las personalidades de excepción. Por lo mismo, la verbalización creativa subvierte el dualismo y reconstruye la noción de humanidad. Y ésa es la razón por la cual la conversación es un acto vetado en el mundo robótico del paradigma posmoderno del autómata. En tal sentido, expresiones tales como “feral” en inglés y “bárbaro” en castellano, han ido adquiriendo una connotación positiva que disloca a partir del idioma el modelo patriarcal basado en el sistema dualista de la barbarie versus civilización. Pensar un mundo remodelado que permita una coexistencia basada en el respeto mutuo y total por todas las criaturas vivas que habitamos este planeta es vital. Cada peculiaridad es un pétalo que hay que cuidar. La horizontalidad y la ausencia de jerarquías son cruciales, ya que nadie goza con ser mandoneado, controlado o detenido. Al contrario, estas situaciones parecen un castigo. De la demolición de toda autoridad, depende la verdadera libertad. El estado natural de los seres humanos es la anarquía, que no es sino el amplio jardín libertario 149

donde se expresa el espíritu. Contra el panel de control del imperio estandarizador se yergue saludablemente el jardín de la peculiaridades. Y puesto que en la tierra radica el poder verdadero, el desafío de este siglo es volver a interactuar cotidianamente con la naturaleza, a fin de recuperarnos del trauma civilizador. Esto es, remodelarnos a fin de mejorar nuestra condición humana. Sólo construyendo una nueva humanidad será posible habitar un nuevo mundo, basado en la sensibilidad y la racionalidad estéticas. Y aunque esto sólo sea un punto de partida, el resto permanece en el misterio. Para el futuro no hay panaceas. Así como en los últimos cien años la explosión demográfica aumentó siniestramente, así también la población mundial puede disminuir en cien años. Una relación sensata con la tierra, que establezca cierta coherencia perdida entre las tendencias reproductivas y la disponibilidad de recursos locales, puede reducir notoriamente el número de seres humanos en el planeta. Y esto se puede llevar a cabo sin planes sanguinarios. Saber dónde estamos, cómo vivimos y cómo sobreviviremos, expande la conciencia global. Además nos hace partícipes activos y responsables del proceso de continuidad de la especie humana, devolviendo a la gente la independencia ancestral, tanto de los procesos de producción en masa como de la medicina industrial. A principios y mediados del siglo XX las familias solían procrear entre cinco y más hijos por pareja. En los países colonizados, especialmente en el campo y en aquellas zonas totalmente desposeídas, esta tendencia todavía perdura como forma de sobrevivencia. Cuando el abrigo, la alimentación y la vivienda vuelvan a estar en manos de la comunidad y dejen de ser monopolio de las cadenas comerciales y de la producción en serie, la responsabilidad y la autonomía comunitarias transformarán la conciencia humana en una conciencia integral, reunificando al sujeto con la comunidad y el medio ambiente. Esto transformará las tendencias reproductivas actuales. Y hará posible que en una o dos generaciones la sobrepoblación del planeta no sea más que un ‘problema’ del pasado industrialista.

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El jardín de las peculiaridades es un proyecto de humanidad. Su visualización consiste en darse cuenta de la peculiaridad de la naturaleza. Si la conciencia primigenia surgió a través del reconocimiento de la propia mortalidad, la conciencia liberadora surgirá a través del reconomiento de la propia peculiaridad. Esta revelación puede entregar una sola certeza primordial: la vida no será borrada de la faz del planeta -tal cual la concebimos hoy- mientras no le demos tregua al imperio de “Lomismo”. El asunto es aprender a vivir en este jardín planetario sin control ni autoridad. Y si la vida es un viaje, hay que dejarse llevar por la corriente del río sin imponer un control que la detenga. La corriente del río es la corriente de la naturaleza. La corriente social, estandarizadora y mediocrática, es la electricidad del control. Seguir en ella es morir de estrés, alienación, ansiedad, locura, hambre, explotación, represión, miseria. Para irse por los rápidos de un río hay que aprender a vivir. Cuando se sigue el movimiento plateado de cada gota tumultuosa y salvaje se está en contacto con el ritmo del mundo natural. Seguir esa cadencia, evitando las rocas, es un acto sabio. Caerse de la balsa o de la piragua evidencia incomodidad. Esa incomodidad es la incompatibilidad entre el control y la vida. El control engendra miedo e impide vivir. Desata la paranoia. La vida, en cambio, se ofrece hermosa e ingenua como un fruto nativo. Depende de nosotros morder la manzana y aprender a soñar. La travesía al jardín de las peculiaridades es un viaje sin regreso. Prestar oídos a los murmullos de la civilización una vez arribados al sendero correcto es caer en la trampa del temor. Significa perderse, puesto que la única salida es la puerta de escape hacia la carretera que lleva al asfalto de la estandarización. Y aunque cada criatura requiera una morada para vivir, no hay porqué pensar que el concreto deba ser necesario. El verdadero lar humano puede ser una cabaña en el bosque, que junto a otras cabañas formen una comunidad de peculiaridades. O también puede ser un barrio, que despavimente la idiotez y el aislamiento, para dejar una que otra ruta entremedio de otros barrios. Cada constelación de peculiaridades será una suerte de comuna que garantice la autonomía horizontal de cada comunidad. Sólo así se podrá abolir las jerarquías. Y como práctica social, entre 151

seres sociales, la festividad ritual y el jolgorio comunitario serán parte de la estrategia para combatir la acumulación. De este modo, todo excedente que eventualmente sea manufacturado será disfrutado como ingrediente del carnaval colectivo. El jardín de las peculiaridades es una apuesta hecha por la conservación del medio ambiente y por la supervivencia de la raza humana. Allí la intuición debe alumbrar. No extraviarse depende de nosotros. Sólo hay un sendero que conduce al corazón de la vida.

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