Islands Zuki - Hojas de Otoño

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HOJAS DE OTOÑO ZUKI ISLANDS

1. El otoño había decidido entrar con fuerza en Berlín ese año. Apenas había pasado una semana desde el cambio de estación y ya se hacía imposible salir a la calle sin abrigarse a conciencia. A Lucy este tiempo le gustaba. Esa sensación de frío en la cara mientras el sol aún le ganaba la batalla a la oscuridad y la nieve del invierno le parecía la mezcla perfecta. Andaba embelesada observando los árboles que teñían de marrón el parque que dividía su casa de su escuela de baile. Detrás de esa mirada de infinito azul aparecía una mujer independiente y fuerte, aunque de aspecto frágil. Ese aspecto de niña que tantos papeles de chica buena le había conseguido años atrás se resistía a marcharse, y con su nuevo corte de pelo más aún. No le había hecho mucha gracia cambiar su preciosa melena larga y ondulada por ese corte infantil de flequillo a un lado que requería su nuevo personaje. Siempre que estaba fuera del teatro se lo alborotaba con los dedos intentando recuperar algo de su rebeldía oculta por las trabas de quinceañera que necesitaba su personaje, y así se sentía un poco más ella. Se cruzó con una pareja que sentados en un banco frente al lago, se susurraban lo que parecían palabras de amor. Lucy los miraba escondida tras sus gafas de sol, envidiando sin darse cuenta, esa relación tan increíble que ella no había conseguido tener con ninguna de sus parejas pasadas. En estos momentos de su vida su pareja era la soledad, soledad casi auto-impuesta por la falta de emoción que había llegado a experimentar con su último novio. Después de Louis, un bailarín francés que conoció durante un curso en París, había decidido que no estaría con nadie que no amara, que no hiciera erizar su piel con un sólo roce, que no le provocara esa expresión tan manida pero tan hermosa de “mariposas en el estómago”. No se sentía infeliz, simplemente “no había tenido suerte en el amor” – pensaba mientras seguía su paseo matutino. Hacía dos semanas que la habían confirmado el papel protagonista de la adaptación de un musical emblemático en Broadway, Rebecca. Era un personaje complicado, bastante alejado de ella misma, debía trabajar el drama y a la vez cantar, bailar y desenmarañar su personaje sobre las tablas: se trataba de una mujer dulce, ingenua y apasionada, enamorada de un hombre atormentado por la pérdida de su primera esposa y su pasado. Y en medio de todo, debería conseguir que su amor superara todas las barreras, al precio que fuera. Todo esto a Lucy le resultaba ajeno… ese amor incondicional, ese batallar sin descanso por la persona amada le parecía algo más cercano a la ciencia ficción, pero estaba dispuesta a lograrlo porque sabía que este era el papel de su vida, el que podía consagrarla entre las grandes de los escenarios alemanes. Las dos últimas semanas las había pasado en su escuela de baile e interpretación de los últimos

años, en la que había creído y crecido como artista y donde encontraba ese aire familiar que tanta falta le hacía en determinados momentos. Se había esforzado mucho en su preparación para que, llegado el primer día de ensayos, tener parte del trabajo andado. Después de la última clase se despidió de todos, llamó a Sara, su mejor amiga, y quedó con ella para comer y despedirse entre abrazos y con la promesa de viajar pronto a verla. Organizó su casa y la dejó lista para estar una larga temporada cerrada. Su madre le aseguró que sus plantas seguirían vivas a su vuelta y que todo iba a estar bien en su ausencia. La besó con infinito amor durante la cena y se despidieron con la sensación de un “hasta luego” porque sabían que en poco más de tres meses sería el estreno y allí estarían todos para apoyarla. La mañana siguiente se iría a Stuttgart … la esperaba su nuevo destino.

2.

Cayó al suelo sin poder evitar el golpe y la risa se hizo aún más sonora. Lloraba y el estómago endurecido y la presión en la cabeza le decían que era hora de parar de reír. Acababan de ver en el proyector de la clase el resultado de un ejercicio de improvisación que había sido un completo fracaso, pero tan divertido que Alice creyó morir. La clase entera se había contagiado de su risa, lo que hacía más complicado parar. Alice era alegría, un pequeño torbellino rubio de energía infinita, de constancia y ganas. Su trabajo la apasionaba y siempre parecía feliz. Era pequeña, pero no menuda, de rasgos finos, pero no afilados, de mirada de miel y largas pestañas y constelaciones de lunares que adornaban su cuello. De carácter abierto y sencillo, había dejado la interpretación, donde había conseguido algunos éxitos en un pasado no muy lejano, por la enseñanza y la preparación de actores. Cuando logró calmarse y recuperar la compostura despidió hasta la semana siguiente a sus alumnos y recogió el equipo de clase. Salió corriendo porque llegaba tarde … ser impuntual era una de sus señas de identidad, pero intentaba corregirse corriendo más rápido en lugar de salir cinco minutos antes. Había quedado para ver un estreno con una pareja amiga suya, Sophie y Sam, que conociéndola, ya habían comprado su entrada y esperaban en la puerta como si fueran una posta de relevos más que otra cosa. Llegó a tiempo. Y aunque no lo hubiese hecho, enfadarse con Alice resultaba tarea imposible porque ponía ese gesto, mitad chiquilla traviesa, mitad gato desamparado que conquistaba los corazones más duros. En estos momentos no tenía ningún corazón a sus pies, al menos, que ella supiera. Acaba de terminar su relación con Eva y no tenía ningunas ganas de volverse a enamorar después de haber vivido una traición como la de Eva. Alice sentía que le había dedicado sus mejores años con toda la entrega de la que era capaz, y sin embargo, para Eva nada era suficiente. Era demasiado ambiciosa, la presionaba para que volviera a actuar y la negativa de Alice la enfurecía, era como si quisiera vivir bajo los focos de la fama… así que decidió cambiarla por una modelo de carrera ascendente. Le había costado mucho tiempo y muchas lágrimas apartarse de esa historia de amor, pero Alice habría reconocido tiempo después a sus amigas, que hacerlo era lo mejor que podía haber hecho, que imaginaba su vida con alguien a quien entregar todo su amor a cambio de nada, una relación donde la base fuera el amor y no el maquillaje y las invitaciones a premiers y fiestas caras. Después de su fracaso, Alice había decidido volver a Stuttgart, la ciudad de su adolescencia y de sus mejores años. Allí había sido completamente feliz, se sentía arropada por la gente que más la había querido en la vida, su familia y sus amigos, y tenía la sensación de que era el sitio perfecto para empezar de nuevo. Había montado la escuela de actores y de vez en cuando trabajaba como escenógrafa en obras de teatro y musicales de la ciudad. Se había convertido en un valor en alza en la escena teatral de la ciudad.

3. Su avión aterrizó sorprendentemente con puntualidad británica. Se sentía emocionada y algo nerviosa, esta nueva aventura lo suponía todo para ella y quería empezar cuanto antes, a pesar del miedo que casi la paralizaba, de la incertidumbre y de todo. Recogió su equipaje y buscó el cartelito que llevara su nombre: producción la había llamado para confirmarle que enviarían a alguien a buscarla. No tardó demasiado en ver a un hombre alto y corpulento con un cartel con su nombre entre las manos. Se acercó y le brindó una sonrisa. − Bienvenida a Stuttgart señorita Silken – dijo amablemente. − Muchas gracias por venir a recogerme, desplazarme por una ciudad desconocida con tanto equipaje habría sido algo complicado. Por favor, llámame Lucy, no estoy acostumbrada a que me llamen por mi apellido – comentó sonriendo. − Como prefiera Srta. Silk..., digo, Lucy – ese hombre tan grande pareció sonrojarse, y a Lucy ese gesto le pareció entrañable – soy Manuel, seré su asistente personal si no tiene inconveniente. Bueno, el suyo y el de medio elenco, no se ofenda ... – dijo divertido. Lucy abrió los ojos sorprendida y todo el aeropuerto pareció llenarse del azul cristalino de sus ojos. “Asistente personal … ¡¡si yo nunca he tenido de eso!!” pensó, dándose cuenta por primera vez el nivel de la obra en la que estaba. Intentó recomponer su cara de asombro. − No, claro, ¡cómo iba a tener inconveniente!, perdóname Manuel, me has pillado desprevenida – sonrió desviando la vista al suelo un instante en un precioso gesto de timidez – pero si vamos a ser amigos, no puedes tratarme de usted, ¿ha quedado claro? su intento de parecer amenazante resultaba evidentemente fingido. − ¡Hecho!, nada de usted … a cambio, llámame Manu, ¿ok?, todavía no me he acostumbrado al tono alemán con el que dicen mi nombre – rió sonoramente – y es hora de marcharnos o cogeremos el atasco de la hora punta. Manu resultó ser todo un descubrimiento. Detrás de ese atractivo español de metro ochenta y músculos esculpidos se encontraba un personaje de lo más divertido. No dejó de hablar en todo el trayecto dando datos increíbles sobre lo que se iban encontrando a su paso por la ciudad y Lucy tenía la sensación de ir subida en un autobús turístico de lo más ameno. Llegaron a una zona residencial de casas pequeñas con vistas a un parque enorme. Lucy sintió que no había salido de Berlín y estaba en casa. Manu seguía con su disparatado monólogo: − Y no, no he trabajado con Almodóvar, que sé que te mueres por preguntarme; la mitad de las películas que hace ni las entiendo, y soy demasiado guapo como para salir con vida de un rodaje con ese señor, y mira que en peores plazas he toreado … ay, si yo te contara ... – reía a carcajadas con sus propias ocurrencias y Lucy no podía evitar contagiarse. - Bueno, ya hemos llegado. Bienvenida a tu nueva casa, si todo va sobre lo previsto, los próximos dos años. Yo ya la he visto, es maravillosa, te va a encantar, de verdad. Cada mañana a las 7 habrá un coche para recogerte y llevarte al teatro, no tienes que preocuparte de nada, el equipo es espectacular y si eres la mitad de buena de lo que dicen, la obra va a ser un exitazo. Y ahora te dejo antes de que acabe con tu paciencia y yo me quede sin aire, que

hemos empezado muy bien – guiñó un ojo, dejando el equipaje dentro de la casa y volviendo a su coche. - ¡Hasta el lunes! - gritó mientras se subía. − ¡Hasta el lunes!, estoy deseando empezar – le contestó. “¿Siempre será así este hombre?”, se preguntó divertida mientras cerraba tras de sí la puerta de su nueva casa. La casa era, simplemente, perfecta. La luz que atravesaba los ventanales del salón le debió parecer lo más increíble que había visto en mucho tiempo porque Lucy fue incapaz de moverse de la entrada del salón en un buen rato. Se quitó los zapatos, jamás entraba con los zapatos en casa, y notó el agradable tacto del parquet bajo sus pies. No era una casa muy grande: un salón comedor con una pequeña chimenea el entrar en la casa te recibía como un hogar confortable. Le seguían la cocina con acceso a un patio trasero y un aseo no muy grande. Arriba, un inmenso dormitorio con un vestidor de ensueño, el baño y un despacho amplio y acogedor. Era sábado, tenía dos días para hacerse a su nueva casa y a la ciudad y el lunes comenzaría su vida en Rebecca. Pasó el día colocando el equipaje y descubriendo cómo funcionaba la casa: televisión por cable, acceso a internet, calefacción central … nada le resultó complicado hasta que vio la lavadora ultra moderna que le habían colocado. Aquella máquina infernal tenía botones de más, y Lucy estaba convencida de que le perdería las medias de tres en tres en cada lavado. La miró con desconfianza y decidió que la llamaría “Dark Vader” mientras buscaba el botón de encendido del equipo de música. En la radio sonaba algo que Lucy no conocía pero que le resultaba perfecto para la tarea de ordenar y colocar. Subió el volumen y bailó sacando toda la energía que llevaba dentro. Era feliz. “Esta emisora seguro que es cosa de Manu” pensó mientras subía corriendo a su dormitorio. Colocó toda su ropa por estaciones en el vestidor. Sabía que estaría una larga temporada y se lo había llevado prácticamente todo. Aún así, sobraba espacio por todos lados: era un vestidor para dos. “No debo olvidarme de enseñarle esto a mamá, así podré decirle al fin con un motivo, que nunca se tiene demasiada ropa” - pensó observando el resultado final. Adaptó el despacho a su trabajo, sacó guiones, colocó las partituras cerca del pequeño piano situado en frente de la mesa y enchufó su Mac a internet. Miró un momento si tenía alguna indicación nueva del director o de producción en el plan de trabajo y vio que todo estaba en orden. Algunos mensajes de sus amigos y su facebook repleto de buenos deseos. Contestaría más tarde. Era media tarde cuando terminó y cayó rendida en su confortable sofá. Durante un segundo miró por la ventana del salón para darse cuenta de que empezaba a oscurecer. De la emoción no se había dado cuenta de que no había comido, y la casa tenía de todo … menos comida. “Debo buscar un supermercado antes de que anochezca y no sepa regresar” - cogió su abrigo y el bolso y salió dispuesta a la calle. Se detuvo un momento y miró a los lados … nada. Un chico que paseaba su perro le sirvió de GPS particular y así encontró un pequeño centro comercial a la vuelta de la esquina. Compró lo necesario para el fin de semana y ya el lunes iría con más tiempo. Regresó a casa con una sonrisa de satisfacción propia de un boy scout que ha logrado una medalla, se preparó algo de comer y se relajó en el sofá para llamar a casa. Se sintió agotada, era temprano aún, pero decidió darse una reparadora ducha e irse a dormir. Iría a correr la mañana siguiente y se propuso descubrir el otoño en ese nuevo parque y esa nueva ciudad.

4. El ruido de una sirena en la calle la despertó de un agradable sueño. Alice, acostumbrada a levantarse temprano los sábados y salir a montar en bicicleta por la ciudad, que la despertaran no la puso de mal humor. Le gustaba la sensación de pedalear por la ciudad casi vacía y la proximidad del frío invierno pronto la dejaría sin ese placer. Necesitaba un café. No es que fuera adicta, pero era incapaz de salir a la calle sin el café de la mañana. “Suele pasar que los adictos son los últimos en reconocer las adicciones” - pensaba mientras comprobaba que no había café en casa. Torció el gesto un instante, “mañana lo dejo, pero hoy lo tomaré de camino al parque”, se dijo mientras se calzaba las deportivas junto a la puerta. Pasó por delante de un Starbucks. “No estoy tan desesperada, puedo esperar por un café de verdad” y siguió a un pequeño café al que solía ir de vez en cuando al regresar del trabajo. Apoyó su bicicleta junto a los grandes maceteros de flores que bordeaban la terraza y se sentó en una de las mesas. Una de las camareras, una preciosa pelirroja de ojos verdes se acercó feliz de verla. − ¡Buenos días!. ¿Tan temprano y ya con la bici? - sonrió amablemente mientras le acercaba el periódico. Alice la miró de arriba a abajo desde su posición. Que era hermosa era innegable, y juraría que sus atenciones no eran las mismas con ella que con los demás clientes, pero era demasiado joven y además estaba el hecho de que no estaba por la labor de tener nada con nadie. “Todavía debo tener algunos encantos” pensó mientras la veía acercarse. − ¡Buenos días!. Me desperté un poquito más temprano que de costumbre y decidí aprovechar el día tan increíble que tenemos hoy. Ya sabes que soy un poco caracol, que es ver el sol y salir de casa. - le hizo un gesto agradeciendo la prensa – por favor, un café con leche cargadito y un zumo de naranja, cuando puedas. − Enseguida … no podemos permitir que dejes de disfrutar la mañana – le guiñó un ojo y se giró coqueta. “Es muy joven ...” se repitió abriendo el periódico. Alice era una mujer resuelta y abierta, su sexualidad nunca había sido un problema para ella y la había vivido con completa normalidad. Es cierto que había tenido algunos problemas por ello, pero nada demasiado grave. Desde que supo que le gustaban las mujeres, decidió que jamás mentiría sobre sus sentimientos; para vivir otras vidas ya estaba el cine y el teatro. Había salido del armario hacía muchos años y, aunque su representante siempre estuvo en contra, ella decidió hacer su vida con Eva aunque le costara su carrera. En un principio, su trabajo se resintió un poco por este hecho, pero era muy buena actriz y pronto descubriría que ser lesbiana era casi más un valor añadido que un problema. No le gustó que explotaran su vida sentimental – Eva estaba de acuerdo en ello – sólo quería ser fiel a sus sentimientos pero manteniendo su intimidad a salvo. Todo el circo que se formó a su alrededor terminó por decidirla a abandonar la interpretación y optó por lo que realmente le gustaba; la enseñanza.

La camarera trajo su pedido. -

Vaya, ¿no me has hecho esa cosa tan chula que haces con la espuma del café?, no sé … una hoja o algo – Alice no pudo evitar coquetear con ella.

-

Pensé en hacerte un corazón, pero no quería que te ilusionaras – contestó decidida la camarera.

“Vaya con la niña, vienen fuerte las nuevas generaciones” pensó mientras soltaba una carcajada. -

Has hecho bien, nunca se sabe qué clase de desaprensivas pueden pedirte un café – respondió Alice algo intimidada por la fija mirada de la pelirroja.

-

Ya sabes que cuando quieras un corazón sólo tienes que pedírmelo. Estaré encantada de hacértelo – se mordió el labio mientras la miraba de una forma un tanto lasciva y se fue a atender a la mesa de al lado.

“Madre mía, ya no me hace falta el café para pedalear a gusto”, pensó repasando de memoria los gestos de la chica. Leyó el periódico. Había una reseña en el apartado de cultura: el lunes empezaban los ensayos de un nuevo musical, muy ambicioso, llamado Rebecca. “Vaya”, pensó, “debe ser realmente ambicioso para que el inicio de ensayos sea noticia”. Terminó de tomarse el café y pidió la cuenta. Detrás del ticket había una nota: “Mel, titulada en corazones de espuma, servicio a domicilio, tlf. 555397223”. Alice abrió los ojos al leer la nota, la buscó con la mirada y la vio tras la barra, le enseñó la nota y se la guardó en el bolsillo. Pagó la cuenta, le pidió un bolígrafo a un señor que hacía un crucigrama en la mesa de al lado y escribió detrás del ticket, “gracias, nunca se sabe cuándo puedo necesitar un corazón de espuma, lo tendré en cuenta”. Devolvió el bolígrafo y se fue. Cuatro manzanas al sur de su casa había un parque que a Alice le resultaba precioso: tenía un circuito para bicicletas de una media hora a buen ritmo, árboles centenarios, un lago con patos e incluso podías ver algunas ardillas si te detenías en alguno de sus bancos el tiempo suficiente. Siempre había mucha gente haciendo deporte y paseando a sus perros, padres con sus hijos en la zona infantil de juegos e incluso un gimnasio al aire libre que todavía algunos osados se atrevían a usar a pesar de las temperaturas. Era su “Central Park” particular. Dio un par de vueltas al circuito y se detuvo a beber agua. Hoy debía ser su día de suerte; delante de ella, lo que creyó era un reflejo de sus propios sueños: una preciosa mujer de ojos azules y pelo castaño hacía estiramientos con aspecto de cansada. Aún así, sudada y agotada, a Alice le pareció que era la mujer más hermosa que había visto jamás. Era algo más alta que ella, de pelo largo recogido en una cómoda cola, por su postura erguida y su estructura recta y músculos formados, se podía adivinar que era o había sido bailarina y sus manos finas y dedos alargados la delataban como músico de carrera. Aquella maravilla se giró y se tropezó con la mirada de una embelesada Alice y lanzó una sonrisa en un ataque frontal al corazón. “Los ángeles sonríen”, pensó Alice devolviendo el gesto amable sin ser consciente de ello. Esa sonrisa ... su sonrisa … su sonrisa habría podido derretir los polos sin el más mínimo esfuerzo.

5. Lucy despertó temprano. Había dormido diez horas seguidas y se sentía como nueva así que saltó de la cama. Bajó a la cocina y encendió la televisión para ver las noticias mientras desayunaba: ensalada de frutas y té con leche. En las noticias, nada bueno, como de costumbre. Se puso unas mallas deportivas, una de sus camisetas y algo de abrigo y se dispuso a salir. Para su primer día en la ciudad, el sol se dibujaba en lo alto como los focos en las grandes ocasiones. La luz de Stuttgart no era como la de Berlín, o eso le parecía a Lucy. Quizás el estar un poco más al sur era el motivo, fuera como fuese, le gustaba lo que veía y le gustaba como se sentía … empezaba a tener la firme sensación de que esa ciudad se convertiría en su hogar, de que estaba en el lugar adecuado en el momento preciso. La entrada norte del parque estaba justo en frente de su casa, como una invitación formal a que pasara. Era un lugar hermoso; estaba perfectamente cuidado y el caer melódico de las hojas lo convertían en un sitio mágico. Estiró sus adormilados músculos un buen rato, no quería lesiones, se colocó su iPod y le dio al play. Rebecca llegó a sus oídos. Podía ser terriblemente perfeccionista con su trabajo y escuchar su trabajo mientras corría la ayudaba a concentrarse. Anduvo unos diez minutos y empezó la carrera. Se sentía bien… respiraba sin dificultad y sentía que nada la podía parar… observaba todo a su alrededor sin nada que la hiciera detenerse. Para cuando lo hizo se sintió morir, tenía que aprender a controlar esa nueva energía o en una semana la tendrían que ingresar por agotamiento. Volvió a estirar intentando a la vez relajarse mientras observaba cómo un pequeñín que apenas sabía caminar alimentaba a un par de patos en el lago. La ternura que le provocó la hizo sonreír. Desvió la vista y se tropezó con una mirada increíblemente dulce, era como si dos faros con luz de color miel decidieran que ella era el barco que debían salvar del acantilado. Sonrió sin saber muy bien por qué y descubrió que a aquella mirada la acompañaba una sonrisa como un río de sueños, tierna y sincera como ninguna que hubiera visto antes. Se detuvo un segundo más de lo que se podía esperar de ella en aquellos labios, aquellos labios que Lucy imaginó de piel de melocotón y , por un instante, sintió el deseo de comprobar si estaba en lo cierto. De repente la lucidez. “Qué demonios...” pensó sin poder dejar de mirarla. Tan sólo habían pasado dos segundos desde que se habían encontrado y parecía una eternidad en el paraíso. − Hola – aquellos labios, aquella boca … Lucy la miraba incapaz de moverse - ¿necesitas agua?, pareces algo cansada – terminó por decir Alice. Por un momento, Lucy quiso ser ceniza y que el viento la perdiera entre las hojas. ¿Qué le pasaba?. − Eh … esto … hola. La verdad es que me vendría bien un poco de agua, creo que me he pasado corriendo hoy – dijo intentando recomponerse y tratando de resultar un ser de este mundo. − No te preocupes, yo llevo en la mochila – contestó Alice rebuscando en su bolsa. Alice no entendía por qué no podía ser la misma chica elocuente de siempre delante de esos ojos que parecían albergar todos los océanos en ellos. Torpe sacó la botella y se la acercó a Lucy. Sus manos se rozaron sólo un segundo: Alice pensó que la tierra se movía bajo sus pies y podía volar y

Lucy no supo entender el mensaje que le enviaba la piel erizada bajo la camiseta. Tomó un largo trago y no pudo evitar soltar un suspiro al terminar. A Alice ese suspiro la hizo reír. − Vaya … ¿de dónde vienes corriendo? - dijo algo más relajada. A Lucy descubrir esa risa la hizo sentir feliz y rió también. − Pues como desde Berlín, más o menos – siguió la broma. − Ahora lo entiendo todo. ¿Sabes que existen vehículos a motor para esos trayectos, verdad?. − ¿Acaso te parece que vengo del pasado? - contestó Lucy burlona. − ¡Touché!!- hizo el gesto de quitarse una espada del estómago y soltó una carcajada. Iba a contestar pero sonó su teléfono. − ¿Sí? … Mamá?, ¿cómo...?, ¿qué Baloo se metió dónde ...?, vale, vale, estoy con la bicicleta, llego en cinco minutos – colgó contrariada. - Perdona, una emergencia … y eso que el traje de super-heroína lo uso sólo por las noches, pero ya sabes, madre no hay más que una… Puedes quedarte el agua, y no vuelvas a Berlín corriendo, eh? - dijo subiéndose a la bicicleta. − Te lo prometo – Lucy cruzó los dedos divertida – espero que no sea grave.

6. Verla desaparecer montada en su bicicleta y esquivando obstáculos hizo que Lucy volviera a la tierra. ¿Qué diablos había pasado ahí?, ¿por qué se había instalado en ella una sonrisa eterna sólo de pensar en el brillo de esos ojos?. “Pero qué demonios!!”, se repitió mirando al horizonte intentando entender. “Vamos por partes: te acabas de tropezar con una mujer y, ¿te has sentido como una colegiala atravesada por Cupido?, ¡una mujer!” - sus pensamientos estaban desordenados, enfrentados y sin atisbo de tregua entre ellos. Lucy cortó por lo sano. “Fue el desvanecimiento por la carrera, ¡claro!” - se rió de sí misma “¡desde luego, vaya tontería!”. Decidió creerse esta última teoría y zanjar el tema. A veces, lo que quieres creer no es siempre la realidad. Alice volaba en su bicicleta. Acababa de tropezarse con una mujer absolutamente preciosa, como esas mujeres que llegan a tus sueños para que sientas que todo es perfecto. “¡Oh, dios, es tan hermosa!, y esa sonrisa que dibuja ese hoyuelo podría ser mi perdición” - sonreía de pensarla. “¡Arrrgggh!, ¡no le pregunté su nombre!”, caer en ese detalle casi le cuesta atropellar a una señora con un carrito. Definitivamente, estaba bien de reflejos. Llegó a casa de su madre con la sonrisa instalada en sus labios. Su madre no pudo evitar darse cuenta. − ¡Cariño!, qué bien que has llegado, Baloo se ha puesto perdido persiguiendo al gato del vecino. Este endemoniado perro no puede evitarlo, y ya sabes que es imposible bañarlo si no estás tú para imponer autoridad – se fijó en su hija – espera… te conocí una sonrisa parecida hace unos años, y se llamaba Eva. En esta ocasión tus ojos brillan aún más, ¿cómo se llama? - estaba entusiasmada. − Mamá, ¿pero qué estás diciendo?, anda … vamos a bañar al pequeño Lucifer antes de que el aire sea irrespirable y tengamos dos problemas en lugar de uno – contestó. Quería sacar esas elucubraciones de la mente de su madre porque sabía lo insistente que podía llegar a ser. − ¡Alice!, no llames así al perro, mira que te lo digo siempre – fingió enfadarse – Baloo tiene sus debilidades, pero es un gran perro. Alice soltó una carcajada. Cuando Baloo llegó, su madre no quería saber nada de él y ahora, lo suyo con el enorme mastín era casi devoción. Se dirigieron al patio y Alice llamó al perro. Apareció una enorme mancha negra maloliente y sólo con la mirada de su dueña, el animal supo lo que le esperaba. Alice sujetó la manguera del jardín y lo bañó a conciencia. Baloo volvió a su color natural, el castaño, y la joven rubia terminó empapada. − ¿Te paso el champú antipulgas y así ya terminas el baño? - le preguntó riendo su madre. Sin duda, el sentido del humor lo había heredado de ella y Alice no pudo más que reír. Le vino a la memoria la hermosa morena del parque. ¿Cómo haría para volver a verla?, no sabía

nada de ella, y aunque lo hiciera, lo más probable es que ni siquiera tuviera el más mínimo interés en ella. Sólo había sido cordial y agradable, nada más. Debía olvidarse de ese encuentro, por muchas ganas que tuviera de encontrarla. Lucy llegó a casa y se metió directa en la ducha. Estaba decidida a borrar todas las sensaciones que le había provocado aquella preciosa rubia de la bicicleta. “¿Preciosa?, vamos Lucy, recupera la cordura” - pensaba mientras se duchaba. Al salir, pensó que lo mejor era estar ocupada todo el tiempo posible hasta que se pasaran todos esos pensamientos estúpidos. El resto del día lo dedicó a contestar sus correos, a ver una vieja película mientras cenaba y a disfrutar de su estrenada soledad. Alice se obligó a olvidar y salió a cenar con sus amigas. No les dijo nada del incidente del parque, de alguna forma quería meter ese momento en un cofre y guardarlo como un tesoro. Sin embargo les contó el coqueteo con la camarera del desayuno. Sophie, que era una alocada directora de documentales, insistió que le vendría muy bien tener algo sin ataduras. Mientras tanto, Sam, psicóloga y conocedora del carácter de Alice, aconsejó no involucrarse en relaciones superficiales cuando ella nunca se había sentido cómoda en ese tipo de relaciones. A su manera, las dos tenían razón. El domingo decidió volver a su particular oasis en medio del desierto, con la esperanza de volverla a ver. Ella no apareció. No pudo evitar sentirse algo decepcionada, pero de alguna manera le sirvió para convencerse de que aquello era una completa locura y que no había significado nada. Verse en esa situación la hizo dibujar una media sonrisa mientras negaba con la cabeza pensando en su estupidez. Montó en la bicicleta y salió de allí. Lucy observaba la entrada al parque con detenimiento. Desde que se despertó esa mañana, una fuerza la movía hacia el mismo lugar dónde se había tropezado con ese mundo de sensaciones nuevas e increíbles. No podía evitarlo, no podía arrancarla de su cabeza. No pensaba, se movía por impulsos, pero fue incapaz de atravesar el marco de la entrada. ¿Qué buscaba entrando allí?, ¿no tenía que dedicar todos sus pensamientos a la oportunidad de su vida?. Retrocedió y siguió su camino a un nuevo destino.

7. A las 7 de la mañana Lucy salió de su casa rumbo al teatro. Al fin había llegado el día que llevaba un mes esperando y tal como Manu le había comentado, su coche la esperaba en la puerta. Era feliz, por fin empezaba el trabajo. A Lucy el trabajo duro de los inicios de todo espectáculo era lo que le apasionaba por encima de todo. Sí, sentir el aplauso y el cariño de la gente cada noche era algo maravilloso, pero disfrutaba casi más el duro trabajo necesario para llegar a ese nivel. El primer día de trabajo se había planificado en el teatro donde estrenarían el musical tres meses después, para sentir las tablas y el espacio; para presentarse y hacer piña ... era importantísimo el buen ambiente para que todo fuera sobre ruedas. Después de ese día ensayarían en las instalaciones del propio teatro, que en la parte trasera contaba con una serie de inmensas salas preparadas para llevar a cabo todo el trabajo necesario. El teatro estaba a casi una hora de su casa, pero el trayecto no se hacía nada pesado así que apenas notaba la distancia. En la entrada la esperaba uno de los directores de la obra, conocido de Lucy y buen amigo. − ¡Por fin estás aquí!, eso sólo puede significar que este sueño es una realidad – le dijo abriendo los brazos para recibirla con un cálido abrazo. − ¡Por fin Markus!, no sabes las ganas que tenía de verte y empezar – respondió a su afectuoso amigo dándole dos besos después de alargar el abrazo un instante. El calor de alguien que quieres siempre viene bien para soltar nervios. − Vamos, te enseñaré este teatro tan fabuloso y te presentaré al equipo, ¿te parece?. Por cierto, estás guapísima, radiante – dijo mientras echaba un vistazo a todo el conjunto. Ciertamente, Lucy esa mañana estaba espectacular. Le enseñó los salones de ensayos y los camerinos mientras le contaba cómo se habían tomado los medios de comunicación el estreno. La repercusión estaba siendo muy buena y estaban pensando hacer una pequeña presentación del musical al aire libre, con prensa y entrada libre cuando ya estuvieran cerca del estreno. Lucy no terminaba de creerse su suerte. Dieron la vuelta al teatro para entrar por la entrada principal en el patio de butacas. El personal de la obra estaba reunido en pequeños corrillos y no notaron que entraban. Lucy miraba a su alrededor, le gustaba la energía que podía sentir. Encima del escenario, uno de los músicos tocaba al piano lo que Lucy describió como algo parecido al jazz cubano. Por su corpulencia, Lucy adivinó que era Manu el que bailaba con una mujer algo más baja que él. Hacían muy buena pareja: reían divertidos mientras Manu la llevaba como alguien que domina esos ritmos caribeños. Ella movía sus caderas al ritmo de “calabazas” imaginarias y resultaba terriblemente sexy. Era ella. Lucy podía sentir que alguien le hablaba, estaba segura de ello, pero no podía quitar los ojos de aquel cuerpo en movimiento. Se la veía preciosa, naturalmente feliz, y por un momento sintió celos de no ser Manu en ese momento. Intentaba sacar ese tipo de pensamientos que la invadían desde el instante en que la conoció, pero era imposible viéndola así, riendo mientras un flequillo se colocaba travieso delante de aquellos ojos que tanto la habían embriagado cuando se habían encontrado con los suyos. La música se detuvo. Manu le dio una vuelta de más y Alice se fue de bruces contra él. Su risa llenó el teatro y Manu la abrazó separando sus pies del suelo.

− Ohhh, Al, ¡qué ganas tenía de verte!. Estás increíble, yo incluso diría que estás muy buena, que viniendo de alguien como yo debería valer doble, ¿verdad? - ambos rieron. − Yo también estaba deseando verte, ya sabes que eres mi Adonis, no puedo vivir sin ti – le guiñó un ojo – me encanta este tema, ¡es genial Manu!. Lucy escuchaba. Se habría quedado allí una o dos eternidades. − ¿Verdad que sí?, es de una artista, medio española medio africana, que no puedo quitarme de la cabeza. Mañana te traigo el CD y así seremos dos adictos, que para estas cosas, siempre viene bien – pasó su brazo por encima de sus hombros y se giraron hacia el patio de butacas. Alice la vio y su cara de asombro no pasó desapercibida para Lucy que le brindó una de sus sonrisas. Por un instante Alice pensó que sus rodillas flaqueaban … no, no era un pensamiento: sus rodillas le jugaron una mala pasada y Manu anduvo rápido para sujetarla y evitar la caída. La miró entre extrañado y confundido, pero no dijo nada. − ¡Lucy!. Buenos días, ¿qué tal el fin de semana y la casa?, ¿todo bien? - Manu saltó al patio de butacas evitando las escaleras para encontrarse con ella. − ¡Hola!, sí, todo muy bien – Lucy sonrió sin quitar los ojos de Alice. − ¡Al!, mira, ella es Lucy Silken, hace el papel protagonista – atrajo consigo a Alice que bajaba los escalones – y ella es Alice Bonnie, será la ayudante del director de escena. Verás qué talento tiene, no es porque sea mi amiga, que también, ya sabes Al que no puedo evitar decir lo buena que eres en tu trabajo – la verborrea de Manu amenazaba con volver. − Tú... - Alice quería que su corazón parara de latir de esa forma, pero no llegaba a dominarlo – veo que no regresaste corriendo a Berlín, – quiso disimular sus nervios tras una de sus fabulosas sonrisas. Parecía conseguirlo. Manu no entendía nada, pero no pensaba moverse de allí hasta enterarse. − Al final pensé que era mejor quedarme, y ya ves, aquí estoy – Lucy había olvidado la última vez que había procesado uno de sus pensamientos. − Pero... ¿es que os conocéis? - preguntó el español. − Bueno, en realidad no… Alice hizo de buena samaritana el sábado conmigo y evitó que la deshidratación convirtiera mi estancia en la más corta en la historia de esta ciudad – contestó Lucy. − Nada, te vi un poco cansada y creí te podría venirte bien el agua, sólo eso – contestó mientras se perdía en sus ojos del azul de la primavera. Markus reclamó la atención de todos los presentes y la magia se desvaneció al girarse todos hacia él.

− Creo que tienes algo que contarme – le susurró Manu a Alice al oído. − Shhhhh, presta atención – se burló la rubia.

8. Era el momento de las presentaciones oficiales. En primer lugar, el elenco protagonista. Alice se había retirado a una cierta distancia para poder perderse en Lucy sin que nadie lo notara. Lucy la buscó con la mirada pero no la encontró. Era mejor así, hasta ahora se había mantenido serena, pero cada vez necesitaba más y más la presencia de esos ojos miel junto a ella. Mientras presentaban al que sería su galán, Lucy reflexionó sobre lo que estaba sintiendo y no lograba entenderlo, no podía ponerle nombre, pero sabía que fuera lo que fuese no se sentía mal, quizás un poco desbordada por una intensidad que nunca había conocido. Alice la observaba y cada muro que su sentido común construía, la sola visión de esa mujer hacía que esos muros cayeran como aviones de papel. No era posible, no se podía estar enamorando de ella habiendo compartido apenas cinco minutos de su vida. “No es buena idea, pedazo de idiota” se dijo a sí misma intentando que ese músculo alocado que latía acompasado sólo cuando la tenía en su campo de visión, recuperara la cordura. Pero allí estaba ella, escondida tras una de las columnas del patio de butacas, trazando un plan de fuga de aquella mujer, de aquella mirada que la atrapaba, para que la próxima vez que se enfrentara a ella, su corazón pudiera salir indemne. Markus comenzó a presentar a directores y asistentes. Cuando llamó a Alice, tuvo que salir de su pequeño escondite improvisado y Manu saltó de su butaca aplaudiendo como una “groupie” alocada. Todos rieron. − Después te pago, mi apolíneo amigo – le dijo haciendo una mueca de burla y encaminándose a donde estaban los demás. − Sé que en especias no será … ¿me vas a comprar el Cartier que vimos hace un par de meses? - siguió la broma. − ¡Ni loca!, es más… ¡ni muerta!. Y déjalo ya, que tengo una reputación que mantener – lo mandó callar con un gesto de silencio y se colocó junto al director de escena. - Hola, como ha dicho él – miró al director - me llamo Alice, estoy aquí para ayudaros a preparar vuestros personajes y siempre estaré disponible para discutir cualquier tema relativo a ellos, ¿ok?. Sé, por lo que me ha dicho Markus, que sois brillantes, así que tendré muy poco trabajo, ¡qué bien!. - sacó una sonrisa a los que la escuchaban y se retiró a un lado. − Así que ahí estabas… - un susurro tibio, extremadamente sensual y femenino llegó bailando hasta su oído derecho. Alice se giró pero a su lado sólo estaba el director musical, un señor de sienes blancas, de unos sesenta, algo adormilado por la duración de las presentaciones. Miró hacia la izquierda y bastante lejos, Lucy hablaba despreocupada con su compañero de reparto. “Dios, ¿lo he soñado?… tienes que calmarte o perderás el poco juicio que te queda” se ordenó a sí misma. No podía ser un sueño: había sentido el calor de unos labios muy cerca de su piel y esa voz no la había soñado, esa voz había sacudido sus deseos y los había despertado… ¿había sido Lucy?.

Lucy la vigilaba ahora desde su posición y podía comprobar cómo la rubia se ordenaba mentalmente algo de calma. ¿En qué estaba pensando para hacer eso?, ¿qué pretendía jugando con excitantes mensajes al oído para luego desaparecer?. Se había acercado a ella con una excusa ensayada sobre su personaje, pero se colocó tras ella y al acercarse para hablar muy bajo y no interrumpir la charla se sintió completamente embriagada por su aroma. Su olor impregnó sus fosas nasales y traspasó su piel… olía a noches de amor y mañanas de domingo de verano… la locura y el deseo hablaron por ella y la hicieron susurrar. El pánico la hizo huir. Mientras, Alice intentaba recobrar la compostura. Aquel susurro que creyó escuchar la había hecho vibrar entera, habría dado media vida porque no hubiera sido un sueño, y la otra media por averiguar la portadora de esos calurosos labios que le hablaron. Sacudió la cabeza y respiró. Volvió la calma. Markus indicaba que las dos primeras semanas, los protagonistas estarían trabajando todo el aspecto musical de la obra y coro y suplentes trabajarían con Alice y el escenógrafo la parte interpretativa. Era una forma de delimitar bien el trabajo y concentrar la preparación en cada apartado para después trabajar juntos y empezar los ensayos grupales. La joven de ojos azules se sintió decepcionada, pensaba que podrían trabajar juntas y así llegar a conocerse mejor. Quería descifrar todos los sentimientos, todas las sensaciones, y darle forma alrededor de aquel cuerpo que la atraía, de aquellos ojos que la llamaban a permanecer cerca, muy cerca… de aquellos labios que se antojaban deliciosos. Otra vez esa sensación en la piel. Lucy empezaba a entender el mensaje y se asustó. Alice suspiró. Este margen de tiempo la salvaba del caos, así podía ordenar esos pensamientos que la nublaban y ese corazón loco e irresponsable.

9. Desde que terminó la reunión, Alice intentó huir de allí. Necesitaba trazar un plan: Lucy era la protagonista del musical, un personaje público, tan hermosa que probablemente tuviera una docena de parejas y, un pequeño detalle sin importancia… completamente heterosexual. No podía entrar en su vida para ponerla patas arriba a los cinco minutos, tenía que hacer lo posible para verla como una compañera de trabajo y nada más. “¡Coño Alice, que llevas repitiendo que no quieres saber nada del amor más de un año!”, se repetía mirando al suelo e intentando salir de allí. El torbellino español detuvo su huida. − ¡¡Al!!, Lucy me ha preguntado si tenía algo que hacer, que me invitaba a comer a cambio de enseñarle los sitios que merece la pena conocer de la ciudad. Tranquila, no pensaba llevarla a ninguno de nuestros antros, quiero mantener el trabajo – sacó la lengua y la sujetó del brazo – tú te vienes con nosotros, que algo me dice que es “necesario” este encuentro lejos del teatro. Alice quiso protestar. Tapó su boca con una de sus enormes manos y no la dejó hablar. − Te callas … hoy por mí y mañana por mí, ya lo sabes. ¡¡Venga, Al!!, Lucy es increíble, te va a encantar, en serio. Porque ya la volvía loca era que no quería arriesgar más su destartalado corazón. − Manu, no. No pienso discutir contigo, y sólo te digo que justo ahora es muy mal momento, necesito salir de aquí, ¿puedes entender eso? – Alice quería resultar especialmente borde, así la dejaría tranquila. − ¡Bah!, ¿te piensas que puedes intimidarme con ese metro y medio? - le hizo el abrazo del oso. Manu podía ser odiosamente persuasivo. - Lo pasarás bien, y si no lo haces, mmm, prometo… prometo no pedirte nada en toda la semana, ¿hay trato? - estiró su mano buscando un apretón que cerrara el trato. La voluntad de Alice era débil. En realidad moría por estar cerca de ella, por adivinar su perfume y aprender el lenguaje de sus ojos al hablar. Estarían semanas sin coincidir y quizás esta iba a ser su oportunidad de eliminar sus dudas y regresar a su estado anterior de cordura o de perder los papeles y morir por el amor de una mujer una vez más. Pero esta vez no se trataba de una vez más, jamás se había sentido así de atraída por alguien que apenas conocía. ¿Y si se trataba de ella?. “Serendipity, Al”, se dijo, y aceptó con la cabeza. Al diablo con su plan de fuga. Lucy los miraba desde lejos y su nerviosismo iba creciendo conforme comprobaba por los gestos como Alice pasaba de un no rotundo a asentir con la cabeza. ¿Significaba que ella iría con ellos?. Su corazón se aceleró, esta parte no entraba en sus planes. Le había pedido a Manu que la

acompañara a conocer la ciudad porque temía que si volvía a su casa, inevitablemente se pasaría la tarde entera en aquel parque esperando que ella apareciera y no quería cometer una estupidez, necesitaba desintoxicarse de aquellos pensamientos como fuera. Estaba perdida, los dos se acercaban a ella: Manu con una sonrisa vencedora y Alice con un gesto que Lucy no lograba descifrar. Se resistía a mirarla a los ojos, estaba tan preciosa así, tímida e insegura… que Lucy sintió la necesidad de abrazarla y desaparecer con ella en ese abrazo. El miedo no existía cuando la tenía cerca. − ¡Mira a quién traigo!, Al se viene con nosotros que ella se conoce la historia de la ciudad y es mucho mejor guía que yo. − Espero que no te moleste – Alice de repente se había metido en un caparazón y Manu se dio cuenta enseguida de que su amiga se sentía atraída por Lucy. − ¡¡¿No jodas?!! - exclamó soltando una carcajada. Las dos lo miraron sin entender nada. − Esto... es que acabo de caer en que viniste en la moto esta mañana Al, y pensaba ir en tu coche, que me encanta que me dejes conducirlo – salvó la situación como pudo. − ¿Por qué tengo la sensación de que en lugar de un amigo tengo un “chupa sangre”? preguntó Alice fijando la atención en su amigo. − Al, que podría hacer un chiste fácil con eso que me has dicho y no quiero que te pongas colorada – Alice automáticamente se sonrojó. Lucy sacó la bandera blanca y se rindió al mirarla. Oficialmente había perdido cualquier defensa disponible y quedaba a merced de lo que ella quisiera hacer con sus sueños. − Bueno, bueno, vamos que si no perderemos toda la tarde – Alice quería salir de allí y dejar de ser el centro de atención. − ¡Sí, vamos!, ¿a dónde me vas a llevar? - Lucy le preguntó feliz. − Mmm, deja que piense – hizo un gesto deliberadamente coqueto ladeando la cabeza pensativa y apretando una sonrisa traviesa. - Creo que podemos ir al edificio de la Ópera Nacional y a la Plaza del Palacio, allí tenemos el Palacio Nuevo y el Castillo Antiguo. Otro día te llevo al Castillo Rosenstein y sus alrededores que son espectaculares y al Museo Nacional, ¿te parece? Manu podía haber desaparecido y no lo habrían notado. Sólo estaban ellas. − ¡Ah!, y si se hace tarde, te invito a cenar al Markplatz, que Manu y yo solemos ir a un sitio muy bonito cuando estamos en época de vernos, ¿verdad trasto?. − Bueno, ya sabes que cuando el amor me alcanza pierdo el norte y la brújula entera, pero que me quiten lo bailao - dijo en español mientras hacía un gesto flamenco.

− Lucy, por favor, no dejes que te cuente sus aventuras amorosas, de verdad, saldrás ganando – dijo pasando el brazo por su espalda en un gesto cariñoso. Alice había olvidado por un segundo todo lo que le provocaba Lucy y había conseguido comportarse de una manera natural. Los ojos azules se posaron en los suyos, muy cerca, brillantes… habría firmado la condena de vivir en ellos y entonces habría descubierto lo que es ser feliz. − Después me traes a recoger la moto, no creas que la voy a dejar aquí – dijo subiendo en la parte de atrás del coche. Lucy subió al coche repasando en la memoria la sensación de ese brazo rodeándola. La cordura perdió la cobertura al sentirla y notó que su corazón tenía latidos de más: estaba perdida.

10. La ciudad cayó rendida a sus pies. Recorrieron cada rincón, comieron los mejores perritos de la ciudad, que Alice había descubierto en un puesto callejero en la Plaza del palacio. Lucy estaba entusiasmada, se sentía viva, estar a su lado la hacía reír, vibrar... Alice conseguía que se olvidara de cualquier cosa que no fuera ella. Sus gestos, sus sonrisas, sus ojos… esos preciosos ojos con esa hermosa capacidad de hablar sin necesidad de palabras, la traían de cabeza. Sentía que todo a su alrededor era nuevo, y no porque estuviera en una nueva ciudad, era algo más que eso... se sentía fuerte, invencible, habría podido vencer a un ejército de dragones con sólo tener esos ojos posados en ellos. Alice por su parte había intentado, por todos los medios, parecer una chica normal. Se propuso no rozarla siquiera, estaba concentrada en enseñarle la ciudad y en hacer que se sintiera bien, pero no quería hacerse daño aceptando la cercanía que Lucy le ofrecía con cada sonrisa, con cada una de sus miradas azules. Hasta el momento parecía tener la situación y su corazón bajo control. Avanzada la tarde visitaron el edificio de la Ópera. Alice conocía a uno de los conserjes del edificio y les pidió que los dejara entrar antes de que empezara la ópera. Hizo algo más que eso. Les contó la historia y los secretos del edificio y les guardó un rincón entre bambalinas para que vieran el inicio de la obra. Los tres amigos estaban entusiasmados; podían ver una nueva y moderna adaptación de La Traviata, que venía precedida del éxito en el festival de Salzburgo, con una de las mejores sopranos del momento, Anna Nebrebko. Cuando la orquesta comenzó, el vello de la piel de Lucy se erizó, le apasionaba la ópera y, sin quererlo, le habían hecho un maravilloso regalo. Alice estaba delante, ventajas de ser la más baja. Lucy detrás, intentando resistir la tentación de volver a impregnarse de su olor, pero se antojaba prueba imposible. Cada vez más embriagada por la música y aquel brillo en la piel que podía observar desde su posición, de aquel aroma de pasión que la enloquecía, sintió la necesidad de atraerla hacia ella. La soprano había comenzado “È strano! - Ah, fors'è lui" y Lucy arrastró suave y muy lentamente su mano por la cintura de aquella que se había convertido en el reflejo de su deseo. No quería perderse ni un milímetro de placer. Su mano parecía moverse con la cadencia de la música hasta que terminó por abrazarla. Acercó sus labios a su oído, esta vez sin riesgo de fuga. Se llenó de aquel aroma una vez más. Sus labios gustosamente habrían besado y lamido exhaustivamente cada uno de aquellos inspiradores lunares y se habrían perdido en ellos camino al paraíso de su boca. − Gracias. No sabes lo que significa esto para mí, me has hecho increíblemente feliz – susurró muy muy bajo, una vez más cerca de aquella piel que la quemaba aún sin rozar con los labios, delatándose y asumiendo su culpa. Alice observaba la calidad interpretativa de la soprano mientras disfrutaba como una niña pequeña cuando sintió una mano que le encendía la piel a su paso. Permaneció inmóvil y cerró los ojos, no

quería despertar si era un sueño. Un cuerpo que se pegaba al suyo y el suave calor de un aliento en su nuca. Un susurro. ¡Era ella!, sabía que no había sido un sueño y aquí tenía la prueba. Su corazón galopante, ese abrazo que permanecía activo después del susurro provocando mil sensaciones… la soprano hablaba de pasión, banda sonora perfecta para aquel momento. Alice se negó a pensar y se giró sobre ese abrazo para quedar frente a aquella boca, aquellos labios que ansiaban los suyos sin ella saberlo, de aquellos ojos que bañaban de azul su vida. Se miraron un instante… respiración acompasada… ¿era inevitable?. Lucy susurró y se quedó un instante con la cabeza casi apoyada en su hombro. Decidió que no quería apartar su brazo, aquella mujer era suya y la quería para sí en aquel preciso momento. La sintió girarse en su abrazo tan suavemente que tuvo la sensación de que ella tampoco quería deshacer aquel nudo formado entre las dos. Allí estaba, tan cerca que podía compartir su aire. Esos ojos miel se habían detenido en su boca, ¿acaso sus deseos coincidían en ese instante?. Abrió un instante sus labios, entre solícitos y demandantes, no se atrevía a dar un paso más allá pero ansiaba que ella fuera capaz. Otra vez el pánico. Sus ojos se encontraron, brillaban y como la música, hablaban de pasión. Era tan hermosa… Lucy que siempre había reconocido la belleza de la mujer, pensaba en esta ocasión en la belleza femenina desde el deseo, algo nuevo y mágico que la atropellaba y no podía apartar. Milímetros de separación entre sus bocas que parecían millas y ansias de recorrer el mundo en un parpadeo que las acercara. De repente, la bofetada de la realidad. Manu aprovechó el aplauso del final de acto para tirar de Lucy y ésta a su vez de Alice, hacia la salida de atrás. Fuera del embrujo del teatro, las dos mujeres se vieron invadidas por una extraña timidez que se empeñaba en hacer que el momento vivido hacía sólo un instante entre ellas, fuera fruto de imaginaciones demasiado vivas. − Lo siento chicas, pero creo que es parte de mi trabajo sacaros de ahí. Mañana empiezan los ensayos, y si Markus se entera que he tenido a Lucy hasta las tantas por ahí me va a liar una gorda – el español no había notado nada entre las dos mujeres, pero sus palabras provocaron el alivio en ellas sin él saberlo. Por un momento, cada una en su cabeza, habían pensado en una reprimenda por un acercamiento entre ellas poco adecuado y muy poco profesional. − Tienes razón, menos mal que te tenemos a ti – respondió Lucy mientras le regalaba una sonrisa cómplice a Alice. − Sí, sí, será mejor que nos vayamos que mañana empieza el trabajo, y yo además tengo trabajo doble: con el musical y la escuela. Cogeré el metro hasta el teatro y así recojo la moto, no te preocupes cariño, no hace falta que me lleves - quería huir. Lucy la miró algo decepcionada, no quería separarse, pero entendió su mirada. No era buena idea seguir el juego, ambas lo sabían, pero ambas también sabían que no era sólo un juego, y precisamente eso lo hacía mucho más peligroso. − ¿Estás segura Al?, a mí no me supone nada desviarme diez minutos. No seas tonta, te llevo – insistió Manu. − No, no, en serio. Es hora de que Lucy descanse, que los dos sabemos lo duro que puede ser Markus, debe descansar – lo decía en serio. − Está bien. Nos vemos mañana entonces – claudicó el joven.

− Claro que sí – regaló una sonrisa – Me ha encantado enseñarte un poquito de la ciudad, otro día te llevamos a cenar al sitio que te dije esta mañana, ¿ok?. Espero que los ensayos vayan muy bien, y prepárate que luego te tocará conmigo, ¿eh? - dijo amenazante. − Muchísimas gracias, de verdad, ha sido un día increíble – Lucy se perdió una vez más en sus ojos, memorizándolos – y te aseguro que estoy deseando comprobar lo buena que eres – esa última frase resultó tan sexy que Alice no pudo evitar soltar un resoplido. Lucy sonrió satisfecha de haber conseguido su propósito. Manu dio dos besos a Alice y se metió en el coche. Lucy la miró desde la puerta sin saber si acercarse o no. Alice no dudó y abandonó las trincheras. Apoyó una mano suave en su cintura, se quedó a pocos centímetros de aquel cuerpo que tanto deseaba y levantó la barbilla para quedar a su altura. La joven de ojos azules tembló pensando que iban a terminar la escena que habían dibujado en el teatro hacía unos minutos, pero Alice posó sus labios en la mejilla, peligrosamente cerca de la comisura de sus labios y respiró profundo por la nariz, llevándose consigo todo el aroma de la joven castaña. Un beso ralentizado a propósito; apretó un segundo la mano en la cadera y se separó de ella con una sonrisa y muy pocas ganas. − Nos vemos pronto – dijo mientras se marchaba. − Hasta pronto – contestó Lucy subiendo al coche. La noche se abalanzó sobre la ciudad y ambas mujeres tomaron caminos diferentes. Alice nunca había sido tan precavida en sus relaciones. Normalmente, en una situación como la de la ópera, no habría dudado un instante en saborear los labios de su acompañante en un largo y húmedo beso. Pero Lucy no era como ninguna de aquellos amores pasados, no era igual a ninguna. Su brazo rodeándola le había producido más placer y excitación que cualquier beso apasionado que hubiera recibido antes. Soñó que viajaba con ella abrazada a su cintura mientras volvía a casa. “Vas a tener que trabajar muy duro para controlar esto”, se dijo bajando de la moto frente a su casa. Se detuvo en seco. Su casa estaba encendida y ella no esperaba a nadie.

11. Abrió la puerta y pudo divisar las largas piernas de una mujer enfundadas en unas sensuales medias negras. La esperaba tranquilamente sentada en el sofá de su salón pero desde la puerta no podía adivinar de quién se trataba. Se acercó molesta y confusa por esta invasión de su intimidad, se sentía violada en su privacidad de una forma que no toleraba. Allí estaba ella, arrebatadoramente sexy y provocadora. Sin nada más que sus medias, su lencería de encaje y sus tacones, desnudándola con la mirada como si aún tuviera derecho a hacerlo. − Cariño, deberías cambiar el sitio de la llave de emergencia – dijo dando un trago a su copa. Alice maldijo no haber tenido en cuenta ese detalle cuando se marchó de allí un año antes. La había dejado entrar de nuevo en su vida por un desliz. − ¿Qué demonios haces aquí Eva?, ¿por algún extraño motivo piensas que esta es tu casa y lo que habita dentro tu propiedad?. Hazme el favor y vete de mi casa – dijo sin ningún tipo de emoción, como si de repente la que hablara fuera una mujer vacía. − Mi vida – sus palabras sonaban más falsas que nunca – en todo este tiempo no he podido olvidarte. Llamé a Sophie y me contó que no había nadie en tu vida, así que he vuelto… para quedarme – intentó poner su mejor pose seductora. Alice fue a su dormitorio y salió un par de minutos después. Soltó un par de sábanas y una manta sobre el sofá. − Mañana cuando me levante no quiero verte aquí y cuando te vayas deja la llave en la mesa – y sin mirarla volvió a su dormitorio cerrando la puerta tras de sí. Se sentó en el borde de la cama tapándose la cara con las manos. Podía notar cómo su temperatura subía y cómo su cabeza tenía toda la intención de estallar de un momento a otro. Había dejado atrás la maravillosa tarde con aquella increíble mujer que la enloquecía para, tras pasar el umbral de su casa, caer al mismísimo infierno. Respiró profundamente calculando posibilidades: ¿cuánto de agresiva necesitaba ser con su inquilina para lograr que abandonara su casa?. Alice esperaba que su actitud distante e inerte fuera suficiente. Manu dejó a Lucy en el portal y se marchó.

Miró una vez más la entrada al parque, buscando la cerradura de la entrada al paraíso, porque sin duda en algún momento tuvo que atravesarla sin ella saberlo. Era feliz, habría sido completamente feliz de haber probado sus labios, ahora lo sabía… le quedaban las ganas de descubrir su sabor, su ternura al rozarlos, el calor de su piel desnuda. Ya no había dudas: aquella mujer, ¡sí, mujer!, le había robado la sensatez a cambio de una renovada alegría, le había borrado el miedo dibujando la forma del deseo y le había demostrado el placer de las pequeñas caricias en dos cuerpos que se atraen irremediablemente. Un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo y entró en casa. El teléfono parpadeaba con mensajes desde Berlín. Su madre quería saber qué tal había ido el primer día de trabajo y su amiga Sara confirmaba que la siguiente semana iría a verla. ¡Lo había olvidado por completo!. Sara venía a verla, su amiga venía justo en el momento que más le apetecía estar sola. Necesitaba trazar un plan, necesitaba a Alice cerca, no podía permitir que se quedara en una tarde mágica. Quería, al menos, un intento de seducción que la atrajera a su bando. Quería morir de amor. Se tumbó en el sofá para llamar a casa y le contó todo a su madre, salvo la parte de su reciente enamoramiento. Su madre notó la alegría en su tono y le preguntó si había alguna otra novedad, pero ella negó rotunda cualquier otra noticia. Si ni siquiera ella sabía lo que pasaba… no podía contar algo así por teléfono. Colgó y llamó a Sara. Demasiado tarde. Ya tenía los billetes a Sttutgart y estaba emocionada, no podía hacerle eso. Pensó que igual, estando su amiga allí, tendría una opinión más objetiva de su situación y terminó por confesar que estaba deseando verla. Cuando colgó con su amiga, comprobó la agenda del musical: quería saber el horario de Alice. Las noticias no eran buenas, no coincidirían en toda la semana, ella trabajaría por las mañanas y Alice iría por las tardes. Necesitaba una buena excusa, y tramando su siguiente movimiento se fue a dormir. A la mañana siguiente, Alice madrugó más que de costumbre para evitar a Eva que dormía plácidamente en el sofá. Era incapaz de despertar antes de las 10 y Alice sabía que eso era imposible cambiarlo en su ex. Escribió una nota: “deja las llaves aquí y no te molestes en buscarme” y se fue a la escuela. Sabía que no coincidiría con Lucy, pero deseaba verla, así que pensó en llegar temprano al teatro con la excusa de preparar el material de trabajo. Así podría provocar un encuentro “fortuito” y comprobar si tenía alguna mínima posibilidad con ella. Los primeros ensayos fueron realmente bien. Se notaba el trabajo de Lucy y las correcciones con ella eran mínimas. Tras una dura mañana se fue feliz al camerino. No se le ocurría ninguna excusa creíble con Alice para quedarse a verla salvo las ganas y no quería resultar tan obvia. Decidió, muy a su pesar, que era mejor marcharse y dejar pasar unos días. Le puso un abrigo, cogió su bolso y salió del teatro. Allí estaba ella, bajando de la moto y quitándose el casco con prisa. Lucy la miró detenidamente antes de que Alice notara que estaba allí: sus vaqueros gastados y su chaqueta de cuero se

amoldaban a su cuerpo como una segunda piel. Por un instante Lucy soñó con bajar esa cremallera despacio, mientras disfrutaba de sus labios, para descubrir su cuerpo con sus manos. Sintió que el calor se apoderaba de ella y Alice la vio sonrojarse. Sonrió feliz de haber llegado a tiempo. − ¡Hola! – exclamó Alice desde su posición acercándose a ella - ¿qué tal ha ido el día?, quería saber si todo había ido como esperabas y si no te causamos mucho problema llevándote a casa tan tarde – al diablo la excusa, necesitaba saber de ella. −

¡Qué va!, todo ha ido muy bien… si no fuera porque trabajas ahora, te secuestraba para que siguieras enseñándome la ciudad – dijo sin pensar.

“Lucy, por dios, procura ser sensata”, se dijo avergonzada. No podía, no era dueña de sus palabras con ella cerca. Alice quiso contestarle que el fin de semana lo harían cuando se abrió la tierra y volvió al infierno. − ¡Mi amor!, aquí estabas – dijo Eva abrazándola por la espalda.

12. Esa frase entró por los oídos de Lucy como una tormenta que destruye a su paso todo lo que toca. Su estómago dio un vuelco y un extraño dolor se apoderó de su pecho. Pensó que no tenía porqué sentirse así, aquella mujer no era nada suyo: era divertida, absolutamente preciosa e inteligente, era lógico que tuviera alguien en su vida. Sin embargo ese abrazo ajeno alimentaba su enfado y se reflejó sin remedio en sus ojos. Alice advirtió la mirada de Lucy mientras debatía si discutir con Eva o explicarle a ella. Notó la decepción en su rostro pero no supo adivinar si era porque estaba interesada en ella de algún modo más allá de la amistad o si era por descubrir que su amiga más reciente era lesbiana. Alice no podía saber qué era pero tenía que arriesgarse o podría perderlo todo con ella. − ¡Qué diablos estás haciendo aquí Eva, creo que te dije muy claramente lo que quería que hicieras! – le dijo mientras arrancaba aquellos brazos de su piel rompiendo el abrazo. − Pero… cariño… necesitamos hablar – intentó suavizar Eva. − Yo no tengo nada que hablar contigo desde hace muchísimo tiempo, ya te lo he dicho, ¡vete de mi vida! – Alice no pudo evitar elevar el volumen de su voz. Lucy se sintió terriblemente incómoda. − Esto… debo marcharme o llegaré tarde. Hablamos en otro momento, ¿vale? – dijo huyendo de la escena. − ¡No!, por favor Lucy, déjame que te explique algo… - intentó Alice. − No necesito ninguna explicación, todo está bien, de verdad – y sonrió alejándose e intentando zanjar la conversación. Necesitaba huir de aquella imagen lo antes posible. Alice la observó marcharse. No era buena idea que se fuera así, necesitaba decirle que Eva no era nadie, que su vida había tomado el color de la mañana desde que la vio en aquel parque. Aunque ella no quisiera nada, necesitaba decírselo. Y corrió tras ella. Llegó a su altura y la tomó del brazo

sujetándola suavemente para detenerla. La giró y la hizo mirarla a los ojos. − Lucy, por favor, déjame explicarte cómo son las cosas. De verdad que necesito decirte algo – sus ojos pedían una oportunidad y Lucy pudo verlo. − Tranquila Al, no necesitas explicarme nada, en serio… no nos conocemos apenas pero siento que te conozco y sólo quiero que tú seas feliz al lado de quien desees – no era cierto, quería que fuera feliz a su lado, pero aún así lo dijo. − Ella no es nadie, ya hace mucho que no es nadie en mi vida Lucy, y siento mucho no haberte dicho nada de esto… - se sonrojó – no había encontrado el momento, no es porque quisiera ocultarte nada… ¿me crees? – la miró directamente a los ojos pidiendo amor. Lucy tuvo el deseo de besar sus labios, de perderse en ellos en un beso largo y apasionado. Quería que Eva comprobara por sí misma que ella no tenía nada que hacer en su vida, que aquella mujer que la enloquecía no era ya nada suyo, que ahora ella era la que ocupaba su corazón. Quería blandir sus armas por ella… pero le faltó valor. − La que no es nadie en tu vida aún soy yo – dijo enfatizando ese “aún” con una sonrisa – tenemos muchísimo tiempo para conocernos, no pienso desaparecer. Pero creo que necesitas un espacio para solucionar algunas cosas y creo que está bien que me retire. Lucy guardó la espada, no era el momento de batallas, aunque por un instante había perdido la perspectiva de las cosas. − Nos vemos otro día, ¿de acuerdo? – sonrió y besó su mejilla lanzando a la vez una mirada a la inoportuna compañera de Alice. Había guardado las armas, pero quiso decirle a Eva que no había ganado ninguna batalla, sólo le daba la oportunidad de rendirse. − Está bien – susurró mientras sentía los labios de Lucy en su mejilla – tienes razón, debo zanjar este tema de una vez. − Así me gusta – sonrió una vez más y sus ojos volvieron a mostrarle el camino a su corazón – nos veremos pronto. Se alejó andando decidida y Alice vio cómo se le caía el pañuelo que llevaba amarrado a su bolso. Se acercó a recogerlo pero cuando se levantó ya Lucy se había perdido por la boca de metro. Respiró su aroma en el pañuelo y lo guardó en su bolso volviendo con Eva. − Así que Sophie estaba equivocada y sí tienes a alguien, ¿me equivoco? – dijo Eva de una

forma fría y calculada. − Pues sí Eva, efectivamente, tengo a alguien y no tengo porqué darte ninguna explicación – no era cierto, Lucy no era nada suyo, pero tampoco era una mentira como tal – y te he dicho de todas las formas posibles que no quiero nada de ti, que no quiero verte, que estés en mi casa, que me toques… saliste de mi vida hace mucho y por nada del mundo voy a dejar que entres de nuevo, ¿te queda más claro ahora?. Eva rompió a llorar sin consuelo y Alice se asustó. − Lo siento, de verdad… lo siento tanto – la joven sollozaba intentando encontrar el aire suficiente para hablar – te he hecho muchísimo daño Al, lo sé, y me arrepiento muchísimo, porque sé que has sido la única persona que me ha querido como soy, con todas mis miserias y aún así has estado incondicionalmente conmigo. He metido muchísimas veces la pata en mi vida, tú lo sabes, pero si de algo me arrepiento es de haberte echado de mi vida, ahora lo sé – no podía parar de llorar. Alice la abrazó, no podía verla sufrir de esa forma. − Tranquila, ya eso pasó. Yo estoy bien, no debes preocuparte por nada – intentó consolarla. − Estoy sola Al, estoy tan sola… Marie me echó de casa y no tengo donde ir. Ya sabes que la relación con mi familia es muy mala, y no tengo amigos. A todos los que han estado a mi lado los he lastimado, y nadie quiere saber nada de mí. No tengo dónde ir, por eso volví a tu casa. La joven rubia no podía creer lo que escuchaba. Había desperdiciado el último año y medio de su vida yendo de un lado a otro del mundo con Marie para ahora verse en la calle. No sabía qué hacer. − He encontrado un trabajo como encargada de tienda de YSL, de algo me tenía que servir saber tanto de moda, pero no tengo para pagar un piso hasta que cobre el primer mes. No puedo llegar pidiendo adelantos. Son dos semanas Al, te lo juro. En dos semanas me ingresarán y podré irme de tu casa y de tu vida. Por favor… − Está bien Eva, dos semanas. Después te irás de casa. Ni un día más. Y ahora debo entrar al teatro que al final llegaré tarde. Alice entró en el teatro pensando en todo lo que había pasado. Dos semanas con Eva en su casa: debía hablar con Lucy y contarle toda la historia, debía ser sincera o todo lo que pudiera surgir entre ellas se iría al traste. Pero serían las dos semanas que no coincidirían en los ensayos, así que

quizás no fuera necesario explicarle nada. Cuando se reencontraran ya todo habría pasado y las dos podrían seguir su vida. “Dos semanas, y todo volverá a la normalidad” – pensó entrando al salón de ensayos.

13. Había pasado una semana. Al contrario de lo que podía parecer, la convivencia entre Eva y Alice era de lo más sencilla, incluso agradable. Apenas se encontraban y a Alice eso la liberaba: la chica no causaba problemas, era ordenada y parecía bastante centrada en sacar adelante su vida de una forma independiente. Alice se habría sentido feliz salvo por el detalle de la ausencia de Lucy. No la veía desde aquel encuentro en la puerta del teatro. No había vuelto a verla en los ensayos y con el trabajo en la escuela no podía salir temprano para esperarla a la salida. Tampoco la había visto en el parque, sus horarios eran muy distintos, y ese fin de semana había aprovechado para buscar piso con Eva en el que mudarse después de cobrar su primera nómina. La echaba de menos, y el aroma del pañuelo era la conexión con su mundo. Había pensado que podía servirle de excusa para pedirle a Manu su dirección, pero sabía que no era lo suficientemente buena. Nadie se creería que iba a verla sólo para devolverle el pañuelo y, además, Eva seguía en su casa, era mejor esperar aunque se muriera por verla. La joven de ojos azules se sentía perdida. ¿Cómo era posible aquella añoranza si apenas se conocían?. No podía quitarse de encima la imagen de Alice. Su nombre salía solo de sus labios cuando estaba sola. Había pensado pedirle a Manu su teléfono para llamarla y escuchar su voz. La impaciencia se apoderaba de ella conforme pasaban los días y su estado de nerviosismo se reflejaba en ocasiones en su trabajo, algo que la molestaba muchísimo. Encima había perdido un pañuelo que adoraba, se lo había regalado su padre un día que habían quedado para comer. No era un día especial, pero su padre pensó que aquello lo haría especial y ese gesto hizo que Lucy jamás olvidara aquel momento. Lo echaba de menos, los separaban muchos kilómetros y unas agendas muy ocupadas, pero siempre intentaban sentirse cerca. Esa mañana llegó al teatro algo cansada. Pensar demasiado no la ayudaba a concentrarse y sentía que no podía seguir así. En una semana estaría en el mismo horario que Alice y podría verla y sentirla a su lado. Entró en su camerino a cambiarse y vio una pequeña caja sobre su tocador. No había tarjeta, así que la abrió... dentro, su pañuelo estaba perfectamente doblado con una nota al lado: “Me ha salvado de tu ausencia estos días, pero creo que es momento de que vuelva a tu lado”. ¿De quién era esa nota?, ¿acaso era Alice la que la echaba de menos?, no podía ser de otra persona salvo que de repente un admirador surgiera de la nada. Lucy inspiró el aroma del pañuelo intentando reconocer el olor de aquella piel que ansiaba tocar, pero seguía impregnado por su propio olor. Deseó que fuera ella y una sonrisa volvió a sus labios al anudarse de nuevo el pañuelo. Eva pensaba en secreto sus posibilidades. Sabía que no podía insistir en la idea de quedarse en la casa. No podía tensar más el afecto que desde una cierta distancia le ofrecía la rubia. Eva

descubrió que volver a su vida era lo mejor que le había pasado en meses. Era una mujer maravillosa y sabía que no encontraría tan fácilmente a nadie como ella. Empezaba a enamorarse de nuevo de ella, pero ¿qué podía hacer?, ¿cuál sería el siguiente paso?. No mentía cuando le pedía a Alice dos semanas, pero ahora quería estar a su lado, recuperar su amor y volver a ser feliz con ella. Pero Eva sabía que estaba la actriz... Alice no le había dicho absolutamente nada de ella, pero la notaba nerviosa por no verla, con la mirada perdida, seguramente, porque andaba perdida en sus pensamientos con ella. Tenía celos de ese sentimiento, pero debía hacer las cosas bien o no tendría posibilidad alguna. La siguiente semana pasó rápido. Alice porque seguía enfrascada es el trabajo y en buscar un piso para que Eva se marchara y Lucy porque recibió la visita de Sara. Marcus le comentó a Alice que Lucy había llevado a los ensayos a una chica de Berlín muy atractiva esa semana y la joven de ojos miel no pudo evitar la punzada de los celos. No sabía de quién se trataba y ese desconocimiento la alteraba. Ese sábado Alice tenía la mañana libre, Eva había encontrado un piso bastante interesante y estaba cerrando el contrato, así que era prácticamente libre. Montó en su bicicleta rumbo al lago del parque esperando verla al fin. No estaba allí y otra vez el pensamiento de esa atractiva mujer atacó su cordura. Decidió dar un par de vueltas en lugar de esperar allí sentada. Lucy y Sara salieron a pasear por el parque. Su amiga llevaba cuatro días en la ciudad y aún no se había atrevido a contarle lo que pasaba por su mente el ochenta por ciento del tiempo. Siempre la misma idea: Alice. Llegaron al lugar donde la vio por primera vez y se sentaron frente al lago. − Sara, necesito contarte algo – se atrevió a decir al fin. − ¡Bueno, ya era hora!. Está claro que te pasa algo Lu, nos conocemos muy bien, y no es el trabajo porque he podido comprobar que eres la mejor de todos ellos. El musical es genial y te tratan maravillosamente bien, así que tiene que ser otra cosa. − Vale, es cierto que me conoces – bajó la cabeza buscando la manera de seguir – ni yo misma sé qué me pasa Sara, sólo sé que es algo muy especial, algo que no había sentido nunca y que me hace infinitamente feliz cuando estoy a su lado – se atrevió a decir. − ¡Acabáramos!, Lu, te has enamorado!, pero si sólo llevas dos semanas en Sttutgart, ¿cómo es posible?, ¿quién es él?, ¿es uno de los chicos de la obra que me has presentado?. Manu no puede ser querida, se le ve a la legua que lo suyo son los chicos – dijo temiendo lo peor. Lucy respiró profundamente. − Ella, Sara. No es él, es ella – dijo, mientras observaba como los ojos de su amiga se abrían conforme el cerebro iba asimilando la información.

− ¿Ella?... vaya, eso sí que no me lo esperaba – acertó a decir. − Ni yo, créeme, no sé lo que me pasa con ella. Desde que la vi por primera vez me perdí en sus ojos, en su sonrisa serena, y no puedo dejar de pensar en ella. Es increíble, si la conocieras sabrías a lo que me refiero. Es hermosa, dulce, inteligente, ocurrente, divertida... es, inspiradora. Creo que me he enamorado sin remedio y no sé qué hacer. − Pues es bien sencillo; buscarla. Lu, jamás me habías hablado así de nadie, da igual quién sea, algo así sólo puede provocarlo alguien hecho para ti. Y si piensas que ella puede sentir lo mismo, no la dejes escapar – dijo regalándole una sonrisa tranquilizadora. − Tenía miedo de que no lo entendieras Sara – le dijo acariciando la mejilla de su amiga. − Soy tu amiga, te quiero como eres y sólo quiero que seas inmensamente feliz. Qué lastima que me vaya mañana, me habría encantado conocerla – le dijo sonriendo y ofreciendo un largo abrazo a su amiga. − Pensaba que vendría y que podría presentártela – dijo acurrucada en su abrazo. Le contó cómo la había conocido, la visita por la ciudad, los susurros en la ópera, sus labios a milímetros de distancia... Le contó lo que sentía al oler su piel, lo que la echaba de menos, lo que ansiaba que aquello que Alice le dijo fuera verdad y Eva hubiera salido al fin de su vida. Alice observaba la escena. La vio sentada y quiso acercarse, pero estaba con ella. Era muy atractiva, Manu no mentía. Lucy la acariciaba y se dejaba querer entre sus brazos. Alice no pudo avanzar, sus pies se habían convertido en hormigón armado y se había quedado sin palabras. Ella tenía a alguien, ahora lo veía claro, y tenía que aprender a vivir con ello.

14. El sol de la mañana lucía espléndido. Lucy lo interpretó como la suerte de tener un día perfecto para reencontrarse con Alice. Al fin podía verla sin tramas ni excusas, comprobar si Eva había desaparecido y descubrir hasta dónde la llevaban los sentimientos por aquella mujer. Tardó más de lo normal en elegir el vestuario para ese día, quería estar espléndida para ella, provocar una sacudida de placer y obligarla a confesar. Quería obligarla porque ella no sería capaz de hacerlo. Alice pensaba en cómo afrontar el día. Tenía que poner una distancia con Lucy porque no quería hacerse ni hacerle daño. Esperaba poder encargarse de cualquier cosa que no fuera trabajar con ella porque sabía que aún era débil, aún tenía el calor de sus palabras demasiado presentes en su piel como para borrarlas, y no quería, por ningún motivo, meterse en medio de una relación. Odiaba la traición y la mentira, no pensaba formar parte de ello. Se antojaba muy difícil porque no podía olvidar lo que Lucy la hacía sentir, no podía olvidar sus ganas de ella, de su piel, de su cuerpo, de sus labios recorriéndola, todo lo que su cabeza podía imaginar llevaba su nombre. Alice ya estaba en el salón de ensayos con el director cuando llegó Lucy. La joven asistente hablaba con el director intentando aunar notas e ideas de los personajes para trabajar en una misma dirección. − Al, trabajarás con Lucy y con Thomas la parte del inicio de la relación, ya sabes... El personaje de Thomas está obsesionado con su mujer fallecida y el de Lucy vive su primer gran amor por este hombre fascinante. Tienen que quedar muy marcados los sentimientos, ¿vale?, ya sabes que en el teatro hay que llegar hasta la última fila – concluyó el director. El director de escena no le dio oportunidad a decir que no, así que tendría que aceptarlo. Algo contrariada levantó la cabeza y la vio. Llevaba un vestido negro ajustado con un marcado escote. Bufanda para protegerse del frío, una chaqueta de cuero marrón ajustada y unos leggins negros diseñando cada línea perfecta de sus piernas. Alice volvió a resoplar en un acto instintivo que no podía controlar y Lucy volvió a darse cuenta de lo que provocaba satisfecha una vez más. − Bueno chicos, ¡empezamos!. Lucy y Thomas con Alice y el resto conmigo, ¿ok?. Vamos allá que hay mucho trabajo – indicó el director. − ¿Así que por fin trabajaremos juntas? - Lucy estaba pletórica, si Thomas hubiera desaparecido habría sido aún más perfecto. − Sí, hoy trabajareis conmigo. Vamos a empezar – Alice quiso poner distancia en sus palabras y Lucy pudo notar su tensión, su gesto serio... algo andaba mal.

− Me alegra volver a trabajar contigo – Thomas tenía voz y se hizo presente. − Gracias Thomas, a mí también. Vamos a ver, empezaremos por la escena en la que vuestros personajes se conocen. Lucy, tú no sabes nada de su historia, eres una dama de compañía extremadamente ingenua que se ha enamorado de un hombre elegante y muy atractivo, el sueño de cualquier mujer. Thomas, tu pasado te persigue, no puedes borrar ni un segundo de tu mente a tu mujer fallecida, pero haces el esfuerzo porque piensas que es lo mejor para tu familia. Se debe notar el dolor de estar atrapado en el pasado, ¿Ok?. Pues venga, empecemos. No hace falta que cantéis, en esta parte nos interesa la interpretación, ya iremos introduciendo la parte musical para que físicamente podáis con todo. Lucy pensó en la ironía de la obra. Su realidad debía ser algo muy parecido: ella se enamora de alguien que vive con un amor pasado pegado a su corazón. No quería salir lastimada. − Bueno, vamos desde arriba – dijo Alice sacándola de sus pensamientos. Los dos actores comenzaron mientras Alice los observaba y tomaba notas. Lucy estaba preciosa y no podía quitar sus ojos de ella. La joven asistente se maldecía por no poder ser completamente profesional con ella, por perderse en sus gestos y sus miradas, por odiar al pobre Thomas por ser él el que la tenía en sus brazos en ese momento. Alice reconocía el talento innato de Lucy, era brillante también como actriz y parecía sentir realmente esa sensación de enamorarse de alguien que tiene un pasado que no lo deja avanzar. − Bien, bien, está realmente bien. Ahora vamos a darle matices a la escena – dijo acercándose a ellos. - Veamos, Lucy, tu problema es de intensidad, necesitas darle más intensidad a lo que sientes porque si no el teatro se te va a hacer muy grande, ¿me entiendes? - Lucy asintió – Y tú Thomas, necesito que se note que aunque la tienes en tus brazos, es Rebeca la que ocupa tus pensamientos. Cuando te acerques, ella te esperará con la ilusión de una joven enamorada pero tu obsesión debe notarse, algo así … Alice se acercó a Lucy que creyó morir a verla ir hacia ella. La joven rubia la abrazó con fuerza y colocó una mano sobre su nuca atrayendo su cuerpo hacia sí. Se acercó peligrosamente a sus labios traspasando fronteras y Lucy no pudo más que perderse en aquella boca, en aquel lunar de su labio inferior que ansiaba besar. Alice dudó un instante si hacerlo pero no podía evitar la necesidad de tocarla así que la abrazó y puso una mano suave en su espalda y otra sujetando su cuello acercando sus cuerpos. Ese cuerpo que se dejaba le quemaba en sus manos, su aroma la enloquecía y Alice tenía la sensación de perder el control y que iba a besarla allí mismo si no se detenía. La miró a los ojos y se encontró con aquellos dos luceros azules, enseñándole el camino, y cualquier ruido a su alrededor desapareció. Notó un instante sus cuerpo tembloroso y dócil y tuvo que parar. Alice se separó resoplando. − ¿Ves?, soy mucho más baja que tú, así que a ti se te tiene que ver mucho más imponente

en este abrazo y no lo veo. Venga, vamos a repetir – dijo intentando volver a la normalidad y evitando la mirada de Lucy. La joven de ojos azules pensó por un segundo en susurrarle, en rogarle que la besara y en su mente su escena continuaba con un largo beso que borraba a Thomas de la faz de la tierra. Tenía que ser fuerte o esos ensayos serían una tortura insoportable. Debía rescatar de su cerebro su capacidad como actriz, este era su futuro y no podía olvidarlo. Tenía que recomponerse y seguir con el trabajo. Thomas era un buen tipo. Consiguió relajar el ambiente con sus bromas y lograron avanzar en el texto. Los dos actores entendían lo que Alice les pedía y estaba muy orgullosa de ellos. − ¡Genial, muy bien trabajado chicos!. De verdad, da gusto trabajar con vosotros. Estoy por llevaros un día a la escuela para que mis alumnos logren entender lo que es ser actor o actriz. Os tendré que apuntar para una master class – dijo sonriendo – nos vemos mañana. Que descanseis. − Hasta mañana Al, me encanta el rumbo que está tomando esto, y encantado iré a tirar de las orejas a esos alumnos tuyos – contestó amable Thomas marchándose a su camerino. − Te tomo la palabra, ya sabes lo poco que me cuesta aprovecharme – guiñó un ojo y fue a recoger sus cosas. − Alice, ¿te importaría pasar por mi camerino un minuto?, necesito repasar un par de puntos de mi personaje que no consigo entender – Lucy pasó al ataque. No podía estar un minuto más separada de aquella mujer y decidió jugársela. Alice la miró extrañada y asustada. No podría contenerse lejos de las miradas indiscretas, no sería tan fuerte. Y no quería hacer nada de lo que pudiera arrepentirse. − Bueno, eh… tengo algo de prisa, ¿no podríamos dejarlo para mañana? - contestó sonrojándose y bastante nerviosa. − Será un minuto, te lo prometo – le dedicó la sonrisa más hermosa que guardaba y Alice cayó rendida. Lucy sabía que no sería fácil, pero no podía y no quería echarse atrás. − Está bien, vamos – tragó saliva y la siguió. El ambiente del camerino era muy especial. Alice podía oler a flores frescas, una luz tenue amarillenta le daba el calor necesario al ambiente ahora que llegaba el invierno. Era como viajar a

los años veinte: peluca con flequillo en un lado, bombillas en el tocador, un sofá morado en el centro y un enorme biombo decorado en un lado. − Me encanta trabajar contigo, eres como un soplo de aire fresco, nada encorsetado... la verdad es que lo agradezco mucho – comentó Lucy desabrochando la camisa que llevaba en el ensayo para cambiarse por algo más abrigado. Alice quiso evitar mirarla pero lo hacía con tanta naturalidad que apartar la vista habría sido incluso más llamativo. Observó su cuerpo: su vientre plano, sus brazos formados a base de horas de ballet... pudo detenerse en sus pechos, ocultos bajo un sensual sujetador negro que dibujaba un escote de infarto. Alice reaccionó como lo había hecho en situaciones anteriores con ella, soltando un resoplido y girándose. Ya no podía mirarla más o no sería capaz de hablar. − Y bien, ¿qué necesitas aclarar de tu personaje? - consiguió decir mirando al frente. Un pequeño espejo era su aliado y desde esa posición podía seguir observándola. Lucy sonrió satisfecha de que su plan funcionase. Fuera lo que fuera que a Alice la paraba, Lucy estaba dispuesta a evaporarlo como se evaporan en el cielo las nubes de viento. − Bueno, es que no termino de entender a mi personaje – dijo acercándose a ella tal como estaba – es decir, no consigo que resulte creíble que sea tan sumamente idiota – y se colocó detrás suya. − Ingenua. No es idiota, es sólo una joven muy ingenua que nunca ha vivido el amor. Es su primera vez y no entiende que, aunque ella muera de amor por él, él jamás podrá corresponderla de la misma manera – la notó detrás suya y no pudo moverse. − ¿No es un poco difícil de entender algo así hoy en día?. Hoy día las chicas no son tan ingenuas, ¿no te parece? - rodeó con sus brazos desnudos la cintura de Alice y acercó sus labios a su cuello. Jamás habría creído que sería capaz de hacer algo así, pero no podía evitarlo, lo que sentía era más fuerte que ella misma – es que creo que igual no debería ser tan ingenua y deberíamos plantearlo desde una perspectiva de una mujer fuerte – susurraba cerca de su oído, inspirando su aroma con cada palabra, contando lunares a su paso y aferrando su cuerpo al suyo. − Bue... bueno... tu personaje se convertirá en una mujer muy fuerte – trató de controlar su respiración para que su voz temblorosa no la delatara – de... debemos reflejar el cambio – su calor iba en aumento. El calor de aquel abrazo encendió todos sus sentidos. No era capaz de pensar, sólo existía el fuego del deseo que ardía en su vientre y subía hasta sus sienes. Se giró en sus brazos como lo había hecho en la oscuridad de la ópera para mirar una vez más aquellos ojos de azul cielo. Brillaban y

hablaban para ella. Aquella mujer que la enloquecía mordió su labio inferior tratando de buscar la fuerza para atreverse a besarla y ese gesto volvió loca de deseo a Alice. Se acercó un poco más, lentamente... provocando que el deseo fuera en aumento. Subió sus manos a su cuello y sujetó su cabeza suavemente, enredando sus dedos en su pelo. Sus dedos acariciaron su nariz y bajaron a sus labios que, entregados, se abrieron para sentir el calor de su piel. Alice no esperó más y acercó su boca a aquella que la solicitaba ardiente. Sus labios se encontraron al fin, como ambas lo habían deseado desde la primera vez que se vieron. Alice recorrió su boca con sus labios, atrapando uno y otro y subiendo en deseo. Su lengua rozó sus labios y Lucy creyó morir. La atrapó aún más en sus brazos y abrió la boca dejando paso a su lengua para reconocer la fuente de su placer. Se reconocían, se entregaban y eran incapaz de separarse de aquel beso. Ambas habían llegado al paraíso que anhelaban y tocaban con sus labios la felicidad. Lucy necesitaba respirar y tomar aire o las piernas le jugarían una mala pasada. Se separó un instante de los labios de Alice sonriendo y mirándola con deseo. − No sabes lo que he esperado por ti – dijo Lucy, acariciándola una vez más.

15. Alice no podía creer la suerte que tenía. Entre sus brazos tenía a la dueña de sus sueños, aquella que creía imposible y que soñaba cada día. La tenía delante suya, sonriéndole ansiosa de sus labios. Volvió a sujetarla entre sus brazos y a besarla. Cada beso aumentaba sus ganas y sus manos buscaron expertas la apertura de su sujetador. Acarició su espalda hasta llegar a ella y un gemido de placer como respuesta a sus caricias, le pedía que siguiera. Lucy se perdió por su cuello, lamía la parte inferior de su oreja bajando por su cuello para volver a su boca. Alice estaba a punto de perder el sentido y toda voluntad posible. − No, Lucy, debemos parar – sacó fuerzas de lo más profundo y soltó el enganche del sujetador dejándolo como estaba – no quiero esto para ti, me importas demasiado y no es así como quiero que pase – volvió poco a poco a serenarse. − ¡Ohh, Al!, no sabes todo lo que me provocas, las ganas de ti que me nublan el entendimiento, estos labios que me pierden – se acercó para robar un beso una vez más. − No puedo, no puedo hacer esto... no puedo ser parte de una traición – de repente la culpa, la culpa por la atractiva joven que estaba con Lucy en el parque atizó su memoria. Su gesto tornó triste y frío. Lucy pensó en Eva. No había sido capaz de sacarla de su vida, estaba claro, por eso hablaba de traiciones. Había sido una estúpida pensando que era libre para amarla. − Lo... lo siento, de verdad que lo siento – dijo sintiéndose culpable la joven de ojos azules. − No tienes que disculparte, las dos hemos querido exactamente lo mismo. Malditas circunstancias – Alice la miró una vez más – creo que te quiero desde el primer día que te vi, eso no es fácil de controlar. Pero trabajamos juntas y este proyecto es muy importante para tu carrera, no podemos permitir que algo salga mal – se arrepentía de sus palabras conforme salían por su boca, pero creía que era lo mejor para ambas. − Alice... has hecho que sienta cosas que jamás he sentido, no puedo controlarlo, es más fuerte que yo, así que necesito que me ayudes – comprendía las palabras de la rubia de ojos miel, pero era incapaz de dejar pasar la oportunidad de ser feliz – Sólo quiero estar contigo, en este preciso instante nada me importa más que eso. − Mi niña hermosa, necesitamos un tiempo para solucionar todo a nuestro alrededor. Y si hemos de estar juntas, nada lo podrá evitar – se acercó una vez más con un beso

hambriento, cargado de ansias por recorrer su piel y Lucy la recibió encantada, dispuesta a jugarse la vida por estar una noche en sus brazos. Ambas se separaron jadeantes, si seguían un minuto más en ese camerino, la excitación haría el resto del trabajo dejándolas desnudas de piel y sentimientos. − Está bien, será mejor que paremos. En el fondo creo que tienes razón, necesitamos un tiempo que nos pruebe que no estamos equivocadas, pero qué difícil se me hace ahora que por fin te tengo. − Será mejor que me vaya – Alice se acercó a la puerta sujetándola con una mano – te prometo que pronto vendré a buscarte y no dejaré que te vayas de mi vida jamás. Lucy se acercó a ella y la besó una vez más. Quería mantener el recuerdo de sus besos y la atrapó una penúltima vez. − Pronto. Pronto nada podrá separarme de ti. Hasta mañana, gracias por tus anotaciones con mi personaje, señora directora – dijo guiñando un ojo. − Hasta mañana mi talentosa primera actriz – lanzó un beso al aire y cerró la puerta tras de sí. Lucy se quedó un instante mirando la puerta, esperando que volviera diciendo que no podía esperar para estar con ella. Pero no ocurriría, Alice aún tenía que liberarse de su relación con Eva para poder comenzar algo con ella. Bajo la puerta rodó una nota. La letra era la misma que había en la nota del pañuelo: “No temas, aunque me pierda, siempre me encontraré contigo. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y sólo deseo amarte. Pronto. A.” Releyó la nota una vez más observando cada trazo. Eran como ella misma, sinuosos y sensuales. La joven castaña estaba completamente atrapada en ella, no habría podido imaginar cuando llegó a Sttutgart que esa ciudad iba a cambiar tanto su vida. Pero debía ser paciente, Alice le había demostrado sus sentimientos envueltos en aquellos besos sinceros. Había visto el esfuerzo que tuvo que hacer aquella mujer, poseedora de los ojos que la guiarían por el camino de la felicidad, para detenerse y no continuar con sus caricias. Sabía que, en algún momento, sus caminos se reencontrarían en un punto que marcaría su destino juntas. A la salida Alice se encontró con Manu. − Oh, Al, no me digas que … - no terminó la frase y la abrazó – espera, esto tienes que contármelo.



No hay nada que contar, pequeño cotilla – Alice intentó zafarse de la conversación.

− ¡Venga ya!, te conozco demasiado bien como para saber lo que sientes, y esa chica te vuelve loca, lo puedo ver desde el primer día. Me he estado calladito, y ya sabes como soy, ha sido un auténtico milagro que no te obligara a confesar antes. ¿Vamos a tomar un café y me cuentas?, ¡anda!, necesito amor en mi vida, aunque sea oyendo tu historia. − Eres imposible, venga… vamos a por ese café. Necesito despejarme o me arrepentiré de lo que acabo de hacer demasiado pronto.

16. Los viejos amigos se sentaron en un pequeño café-teatro situado en una preciosa plaza detrás del teatro donde ensayaban. Alice no estaba muy segura de contar nada, pero podía confiar en su amigo, jamás la delataría en asuntos de amores, era leal y fiel como pocos en cuestiones de afectos. En el café había un improvisado concierto de fados a cargo de una jovencísima intérprete portuguesa. El embrujo de la música y el calor de los ojos de Manu hicieron hablar a la joven de mirada de miel. − Mi querido amigo, creo que esta vez he perdido el juicio por completo. Ya puedo decir que me he enamorado irremediablemente de ella, no puedo hacer nada para evitarlo, ni el razonamiento más despiadado haría que cambiara de opinión – dijo dando un sorbo a su café. − Ya sabía que pasaba algo, desde la primera mirada que vi entre vosotras sabía que algo pasaba. ¡Qué fuerte Al!, y ella, ¿siente lo mismo? - preguntó su amigo. − Pues parece que sí, pero no sé si está confundida. Es muy importante lo que está pasando ahora mismo en su carrera, no creo que deba involucrarse con nadie del equipo, ni siquiera aunque ese nadie sea yo, que me muero por ella. Además, está lo de su pareja – se entristeció recordando la escena del parque. − Ah, pero... ¿que tiene novio?, tenía entendido que nadie ocupaba su vida – contestó Manu extrañado. − Novio no Manu, pero novia tiene una – le dolía pensar que aquella hermosa mujer por la que soñaba cada minuto de su vida tuviera un compromiso tan serio con alguien, porque eso significaba sentimientos importantes de por medio – la vi con ella hace un par de días en el parque del lago que está junto a mi casa. − Espera un momento – Manu cada vez entendía menos - ¿tú estás segura?, ¿se ha traído a la novia?, pero si en el aeropuerto venía sola – sin entender nada, intentaba cavilar y atar cabos. − Vendría sola, pero luego llegó ella, porque las vi en el parque abrazadas... estoy segura Manu, el infarto que casi sufrí es mi prueba – intentó disimular su tristeza con una broma.

− ¡Claro!, ya lo tengo – una bombilla se encendió – te has equivocado preciosa, no era su novia, era Sara, su amiga de Berlín, que vino a verla. Hay que joderse, ¿por qué siempre damos las cosas por hecho en lugar de hablarlas? - terminó por decir Manu. Alice tuvo el impulso de salir corriendo de allí para buscarla, para decirle que se había equivocado por completo, que nadie se interponía en su historia. Quiso correr hasta sus brazos para hacerle el amor una y otra vez hasta caer exhaustas, hasta que no quedara un milímetro de piel por recorrer por sus manos, por sus labios. Pero también pensó en su futuro. Quizás esta confusión era la excusa perfecta para retrasar sus planes, al menos hasta que estrenaran la obra. No quería perjudicarla por ningún motivo, y no estaba segura de que Markus tomara a bien la relación por mucho que las quisiera a las dos. − Pero... ¿qué haces todavía aquí?, ya te he dicho que no era su novia, es su amiga de la infancia, son como hermanas Al, nada más. Ve a verla, vive en los dúplex que hay frente a la entrada principal del parque del lago, en el 22. No pierdas un minuto, yo pago – insistió Manu. − No, no puedo hacer eso aunque me muera por hacerlo y esté allí ahora mismo con mi cabeza, tocando esa puerta y atravesándola para conseguir al fin ser feliz – la posibilidad de no tenerla le dolía profundamente – sabes cómo es Markus, se juega mucho con esta historia como para darle complicaciones. A la mínima no dudaría en sacarnos de la producción y no puedo permitir que pase eso, es su sueño. Una vez que estrenemos y Lucy se consagre como lo que es, una primera actriz maravillosa, todo será distinto, pero debo aguantar por su bien. − De verdad que no te entiendo, y mira que te quiero. Jamás dejes pasar la oportunidad de ser feliz, me lo has dicho siempre, y ahora vas tú y es lo primero que haces – le reprochó su amigo. − No me lo hagas más difícil Manu, que sabes que tengo razón – escondió su rostro entre sus manos de la frustración que sentía. − Cariño, venga, no te pongas mal, ya no queda nada para el estreno. − No, sólo dos meses y medio, ¡no te digo! - dijo la rubia enterrando aún más la cara en sus manos. − Jodía chiquilla, ¿por qué diablos tienes que ser tan buena en cálculo? - quería hacerla reír, y lo consiguió. Alice respondió con una carcajada a la ocurrencia de su amigo. – Venga, seguro que pronto acabarás rendida a sus pies, que te conozco muy bien, no vas a ser capaz de verla cada día sin tocarla ahora que has probado la fruta prohibida.

− Por favor Manu, recuérdame porqué somos amigos, en serio... - fingió estar enfadada – ¿esa es toda la fe que tienes en mí?. − Porque en el fondo, cada uno a su manera, nos parecemos, y lo primero siempre, siempre, es el amor – se levantó apoyándose en la mesa y se acercó para dar un suave beso en los labios a su amiga. − Anda, vamos, que se ha hecho tarde y mañana tengo mucho trabajo. No sé cuándo se me ocurrió la brillante idea de montar una obra con los chicos de la escuela y llevarla al espacio cultural de la Plaza del Mercado. Como se ve que no tengo complicaciones, pues me complico un poco más, y tengo mucho que hacer con los chicos – dijo cansada Alice. − ¡Qué bien, eso no me lo pierdo!, si ahí no pierdes la poca cordura que te queda será por intervención divina – se burló su amigo. Alice le dio un coscorrón a modo de venganza y se puso la chaqueta. − Tú pagas, por gracioso – dijo dirigiéndose a la puerta.

17. La mañana siguiente llegó entre nervios y noches en vela. Lucy no había conseguido pegar ojo practicamente en toda la noche, pensando y repasando segundo a segundo el sueño que había vivido en su camerino. Se había sorprendido de su capacidad para lanzarse al vacío, jamás lo había hecho, seguramente porque jamás había tenido delante a una persona como Alice. Había repasado sus besos, provocando la humedad de su deseo y había repasado sus palabras una y mil veces buscando el sentido y la cordura. “Lucy, piensa en tu futuro, te has dicho mil veces que es la oportunidad de tu vida... pero no puedo tenerla a costa del amor, es un coste muy alto”, discutía sin llegar a ningún acuerdo. “Veremos cómo de fuertes son nuestras barreras”, se dijo saliendo rumbo al teatro. Alice estaba especialmente nerviosa. Llevaba un día de perros, no dejaba de pensar en ella y encima la mañana en la escuela había sido una tortura. No sabía cómo actuar con ella, si tratarla desde una cierta distancia, si alejarla, evitarla... cualquiera de estas posibilidades tenían en contra la posibilidad de perderla y no quería ni pensar en ello. Markus apareció en el salón de ensayos. − ¡Buenas tardes!, ¿qué tal el día?. Al, hoy te encargas de los sustitutos, ¿vale?, yo me quedo hoy con Lucy y Thomas a ver cómo van – dijo el director. La joven asistente respiró aliviada. Era una solución temporal, tarde o temprano tendría que enfrentarse a ella, pero necesitaba tiempo para lograr hacerlo sin cometer una locura. − ¡Ah, se me olvidaba!, antes de empezar, nos reuniremos todos un par de minutos aquí, ¿ok?, tengo algo que comunicaros – dijo Markus despertando la curiosidad de todos. Diez minutos más tarde llegaba Lucy, tan hermosa que Alice pensó que quería someterla a algún tipo de tortura por haberse resistido a sus encantos. Resopló y se apoyó en Manu. − Por favor, si ves que me muevo un sólo paso, agárrame como si te fuera la vida en ello, ¿vale? - suplicó Alice a su amigo – en serio Manu, no dejes que me quede a solas con ella. ¿Tú has visto cómo viene?, ¡uf! – inspiró profundamente intentando que con el aire entrara la fuerza de voluntad. − Sí que la he visto, como veo también cómo te mira. Que sepas que te ha contado todos los lunares del cuerpo, ¡vamos, qué barbaridad!, qué ganas te tiene – Manu hizo un ademán de asombro excesivo, como todos los suyos. Lucy quiso alejarse pero sus pies la llevaron hasta aquellos ojos que la embrujaban. Manu pasó disimuladamente el brazo por encima de Alice sujetándola.

− Buenos días chicos – sonrió deliciosa - ¿qué hacemos todos aquí? - preguntó mirando a la rubia. Alice quiso acercarse a ella y Manu la paró sujetándola y sonriendo. − Buenos días jefa. No tenemos ni idea, pero ahora lo sabremos, ahí viene Markus – dijo Manu riendo. Le gustaba lo ridículo de la situación, resultaba de lo más divertido. − Ya estamos todos, ¿verdad?. Bueno, no tardaré nada. Sabéis que el musical ha tenido muy buena acogida por parte de la prensa, así que me han propuesto hacer una presentación aprovechando la noche de compras de Sttutgart el próximo sábado. Vamos a hacer dos o tres números del musical, alguno fuerte como el de Pia y Lucy, en los balcones del ayuntamiento, con una iluminación genial, ¡va a ser la leche! - Markus estaba entusiasmado y todos aplaudieron la idea. – Hay que trabajar mucho y muy bien esta semana. Tranquilos, será playback, no pienso jugarme una afonía por diez minutos. Habrá prensa, así que además hemos conseguido un patrocinador fijo. Desde hoy mismo, en cada acto público, el elenco irá vestido por YSL – Alice palideció al oír el nombre – y para cerrar el acuerdo tenemos aquí a la directora de la firma en la ciudad, Eva Heinlsh. Todos aplaudieron la entrada de Eva mientras Alice miraba cómo Lucy no podía evitar el gesto serio y algo triste. Miró a la rubia buscando una explicación y Alice negó con la cabeza. − No tengo nada que ver con esto, estoy tan sorprendida como tú, por favor, créeme – le susurró muy cerca para no llamar la atención. Lucy sonrió amargamente. − Está claro que no es nuestro momento, tenías razón – dijo alejándose mientras le regalaba una sonrisa triste pero llena de amor. Eva buscó a Alice con la mirada y la vio susurrando algo al oído de aquella hermosa morena. Vio cómo se alejaba de ella y sonrió satisfecha. Se había propuesto entrar en la vida de su ex como fuera y el contrato de patrocinio era la excusa perfecta. − ¿Qué demonios hace la psicópata esta aquí? - preguntó Manu indignado a su amiga. − No tengo ni idea, pero no pienso dejar que vuelva a arruinarme la vida. Voy a dejarle un par de cosas claras – contestó Alice mirando fríamente a Eva. Markus se despedía cordialmente de su nueva socia y Alice esperó tranquila su turno. Eva lucía como una sexy y arrebatadora mujer de negocios. Podía ser la mujer más bella sobre la tierra, que

Alice la habría visto como una columna de mármol. − ¡Hola, Al! - se acercó para abrazarla y la rubia detuvo sus intenciones – ya es casualidad que la firma para la que trabajo decida patrocinar la obra en la que participas, ¿verdad? - ni ella se creía que no tuviera nada que ver y se notaba en sus palabras. − Sólo he venido a dejarte algunas cosas claras: adoro este trabajo, dios sabe que sí, pero si te inmiscuyes en mi vida, si noto que te acercas más de lo que lo haría un patrocinador... si tengo la sensación de que vuelves a las andadas, no tendré compasión de ti, ¿me entiendes?. No tengo la más mínima intención de repetir errores del pasado, por si has pensado en algún momento que sí. Te ayudé porque pensé que debía hacerlo, para sentirme bien conmigo misma, pero no quiero nada contigo, me has demostrado una vez más que no puedo fiarme de ti. Lucy las miraba de lejos, ansiosa y muerta de miedo. No se sentía capaz de ver un gesto de cariño entre ellas pero no podía evitar mirarlas. Pudo ver en la actitud corporal de Alice que no quería tener nada que ver con aquella mujer. Lucy volvió a respirar... había dejado de hacerlo cuando vio que aquella mujer que amaba se acercaba a esa mujer tan sofisticada y sexy que la miraba con deseo. Sabía que había llegado allí por ella y daría la batalla. Manu la vio observando la escena y se acercó a ella. Le dio un cálido abrazo y Lucy volvió a sentir que su corazón incluso latía. Estaba aterrada, aún no la había tenido y ya sentía que la perdía. − No tienes que preocuparte de nada, lo sabes, ¿verdad? - le dijo Manu sosteniendo el abrazo. Lucy no se deshizo de sus brazos. − No sé a qué te refieres Manu – trató de mentir. − Bueno, tú déjame que diga disparates que no van contigo – seguía abrazándola – Alice no quiere saber nada de ella desde hace mucho tiempo, no porque le haga daño y sufra por ella, simplemente no quiere tener a alguien así en su vida, ni siquiera como amiga. Al está ahora en otro mundo, en un mundo donde las miradas azules hacen de su vida un lugar mejor. Nunca la he visto tan feliz, sólo necesita un tiempo para asegurarse de que esas miradas azules miran al futuro que siempre soñaron – la besó en la mejilla – pero, ya sabes, no me hagas caso, soy un español algo loco. Lucy no pudo evitar soltar algunas lágrimas. La presión que sentía en el pecho la hizo sentirse débil y pequeña. Quería que Alice estuviera con ella, que la abrazara y le dijera que todo iba a estar bien. La rubia no permitió a Eva contestar y se giró buscando a Lucy con la mirada. La vio abrazada a Manu mientras él le hablaba bajito. Creyó verla llorar y quiso acercarse pero se mantuvo quieta hasta que sus ojos se encontraron. Se encontró una vez más en aquellos dos luceros azules y se

repitió una y otra vez en la cabeza: “te quiero, te quiero... no dudes que te quiero”. Lucy pareció entender a lo lejos lo que pensaba y sonrió.

18. El resto de la semana las chicas apenas coincidieron. Lucy tenía muchísimo trabajo pendiente para la presentación: voz, interpretación, grabación de temas, elección de vestuario... No trabajaron juntas porque el trabajo de los protagonistas lo quería llevar Markus personalmente, y Alice por su parte, se dedicó al resto de actores y a su escuela, en pleno montaje de su obra. Eva cada día aparecía con una excusa nueva en el teatro y cada vez que lo hacía, Lucy perdía toda la concentración inevitablemente. No quería que aquella mujer le afectara, pero no podía dejar de hacerlo, tenía ganas de matarla por irrumpir así en su vida sin permiso, por no rendirse ante la evidencia, por complicarle la vida a la mujer que quería. Sus miradas celebraban duelos sin armas y Lucy sacaba un carácter guerrero desconocido por la mayoría. Eva sabía que no podía acercarse a ella aunque siempre trataba de ser políticamente correcta para no poner en riesgo su trabajo, y Alice prácticamente desaparecía desde que la veía. La joven rubia estaba muy pendiente de los movimientos de su ex para proteger a Lucy de cualquiera de sus artimañas. Alice la conocía muy bien y sabía que intentaría algo tarde o temprano. La frustración de no poder hacer nada la consumía y echaba muchísimo de menos esos ojos azules que la reconfortaban y la mecían en el mejor de los sueños. El viernes decidió enviarle un ramo de rosas blancas a su casa para darle ánimos ante su presentación. Había hecho un gran esfuerzo para no llevárselas ella misma y pedirle que la dejara pasar, pero se resistió y esperó a ver su reacción desde una farola situada en la acera de enfrente de su casa. El chico tocó en la puerta y salió Lucy algo confundida, no esperaba a nadie. Vio las flores y sonrió deseando que fueran de ella. No sabía nada de Alice desde la reunión con Markus, pero tenía siempre la sensación de que ella estaba cerca. Junto al precioso ramo, una nota: “Mañana brillarás como sólo tú puedes hacerlo (ventajas de ser una estrella). Estoy muy orgullosa de ti, una de esas personas que te mirarán mañana enamorándose de tu voz y tu presencia seré yo, no lo olvides. Pronto tumbaremos las barreras que nos separan. A.” Lucy abrazó la nota sonriendo y mirando a su alrededor. Le pareció ver al otro lado de la calle a alguien subiendo en una moto muy parecida a la de Alice. Tuvo la tentación de gritar su nombre, de detener a aquel motorista y secuestrarla si finalmente se trataba de ella. La habría querido para ella en aquel preciso momento, la habría hecho suya y se habría jugado el futuro a cambio de uno sólo de sus besos. Estaba más convencida que nunca de no esperar hasta el estreno. Nada impedía que estuvieran juntas, ya lo sabían, se amaban... aún sin haber disfrutado un día entero juntas sabía que ella era esa persona única que existía por y para ella. De nada le servía el prestigio y su carrera como actriz si no la tenía a ella.

Llegó el día de la presentación. Los cálculos de cifras de asistentes hacían temblar a cualquiera y los nervios subían de intensidad conforme avanzaba el día. Durante la mañana ensayaron en el edificio donde harían la presentación. Probaron iluminación y sonido, nada podía fallar. Lucy estaba con Pia en el balcón central del ayuntamiento esperando a que los de iluminación les dieran el visto bueno y Lucy acertó a mirar hacia abajo. Allí estaba ella, absolutamente preciosa y dulce mirándola embelesada desde el suelo. Llevaba unos pitillos negros, una camiseta marinera a rayas ajustada, un gran pañuelo negro alrededor del cuello y una chaqueta tres cuartos cruzada para combatir lo que parecía sería una noche bastante fría. Lucy se había olvidado de que tenía a Pia al lado hablándole y fijó su vista en ella. Hizo un gesto con la mano para saludarla y Alice le devolvió el saludo. − Ahh, ha llegado Alice – dijo Pia mirando a quién saludaba su compañera – eso sólo puede significar que ya estamos a punto de que abran la plaza para que entre el público, ¡qué nervios, no me acostumbro! - dijo la veterana actriz. − Sí, nos queda una hora y media, creo que debemos ir a prepararnos – contestó Lucy sin apartar los ojos de aquella rubia tan hermosa. Abajo Alice las esperaba junto a la puerta sonriendo. − ¡Aquí estáis!, tranquilas, esto será un exitazo. Ya me han confirmado incluso la presencia de medios británicos, austriacos e incluso suizos. Tienen muchísimas ganas de veros – dijo Alice entusiasmada – pero tranquilas, ¿eh?, que no lo digo para poneros nerviosas, ya para eso estoy yo aquí – sacó su mejor sonrisa. Lucy no pudo reprimirse y se abrazó a ella. − Menos mal que estás aquí – le dijo bajito al oído – me muero de miedo. Alice sonrió al notarla tan nerviosa entre sus brazos. Se separó un momento de ella y abrazó a Pia para desearle que todo saliera bien. − Me voy al camerino, después nos vemos Al– dijo Pia amablemente. − Hasta después, súper diva – le guiñó un ojo riéndose. − Ya verás lo diva que soy cuando me caiga por esas escaleras sin iluminación, en fin – se fue resignada.

− Tranquila mi amor – no pudo evitar que esas palabras salieran de su boca y se sonrojó al darse cuenta – piensa que toda la parte musical está grabada y está más que comprobado que todo está bien, puedes salir completamente tranquila. − No sabes lo que significa para mí escucharte y sentirte aquí, conmigo – Lucy empezó a relajarse – sólo quiero que todo salga bien – tomó con sus manos las de Alice y la miró fijamente a esos ojos miel que brillaban por ella. − Aquí estaré, no pienso moverme, pero es hora de que vayas a prepararte – la rubia buscaba la fórmula que la calmara y evitara que la besara allí mismo. Eva las miraba detrás de la valla de seguridad con el vestuario de la firma en las manos. La rabia y los celos se mezclaban con sus ganas de destruir a aquella actriz de quinta que le había robado el amor de Alice, sin saber que ese amor lo había aniquilado ella misma tiempo atrás. Ciega de ira cogió el vestido y el abrigo de Lucy y los arrojó al contenedor. Lucy se separó de Alice besando tímidamente su mejilla. − Me voy, o Markus montará en cólera. Nos vemos después, tengo algo que pedirte – dijo mirándola fijamente con aquellos ojos azules. − Claro, nos vemos cuando termine. Mientras, seré una fotógrafa más, aquí traigo la cámara – dijo señalando su bolso. La joven actriz se dirigió al camerino. Descubrió que no estaba el vestuario y llamó a Manu. − Cariño, no está mi vestido, ¿puedes ir a ver qué ha pasado? - le pidió a su amigo. − Claro, vuelvo enseguida. Un revuelo se formó alrededor de los camerinos. Había desaparecido el vestuario de Lucy. − Markus, esto es una negligencia por vuestra parte. No puede salir sin vestir por YSL, lo pone muy claro en el contrato, y es muy tarde para ir a la tienda a por otro vestido, está en la otra punta de la ciudad. Lo siento mucho, es vuestro problema que haya fallos de seguridad – dijo Eva con sus palabras cargadas de cinismo. − ¡Pero qué dices!, Lucy es la protagonista, TIENE que salir – Markus montó en cólera.

− Markus, el contrato es meridianamente claro en esto, y ya sabes la cláusula que estipula la cuantía a pagar por incumplimiento del mismo. Lucy estaba a punto del llanto y su director a punto del colapso cuando apareció Alice extrañada por el barullo. − ¿Qué ha pasado?, ¿está todo bien? - preguntó preocupada al ver a Lucy tan mal. Se acercó a ella y la abrazó llena de amor - ¿qué ha pasado Lu?, dímelo, por favor. − Pasa que ha desaparecido el vestuario de Lucy y que no puede salir porque firmé un contrato de mierda con la firma que representa Eva – dijo Markus fuera de sí. − No es mi culpa Markus, tú lo firmaste – dijo Eva impasible. − Bueno – interrumpió Alice – como tenía mis dudas con la “seguridad” del evento, quise prevenir cosas como estas. Vuelvo en un minuto, tengo que ir a buscar algo al coche – dijo de una forma pausada clavando sus ojos en Eva. Los tres la miraron extrañados, incapaces de decir nada porque la seguridad de Alice era suficiente explicación. A los cinco minutos apareció Alice con una funda de vestido de la marca en sus manos, sonriente. − Bueno, quizás no es el mismo modelo, pero creo que te irá muy bien – dijo mirando a Lucy, calmándola con su mirada y su sonrisa de sueños – confío en haber acertado con la talla – guiñó un ojo. − Pero… - intentó decir Eva. − Pero nada – la mirada furiosa de Alice la calló sin posibilidad de decir nada – el vestido es de la firma, aquí puedes verlo, y ahora vas a dejar que Lucy se prepare en paz para que pueda concentrarse. Se acercó a Lucy, aún nerviosa y tensa por la situación. Alice sabía que Eva intentaría algo, la conocía demasiado bien, así que esa tarde fue a la tienda y compró el vestido que más le gustó para esa mujer que ansiaba. Pensó que si no hacía falta, se lo regalaría en alguna ocasión especial. Se alegró de no dejar nada al azar y le pasó el vestido. − Estarás preciosa con él – le susurró acariciando disimuladamente su espalda y dándole el vestido – Ve, que se hace tarde. Manu, ayúdala, por favor – dijo mirando a su amigo que llegaba en ese momento.

− Sí, vamos, que Al tiene un ojo que verás como no hay que hacerle nada – Manu estaba por atizar a Eva pero se controló, ya su amiga se encargaría de ella. − Bueno, todo arreglado – Markus hiperventilaba apoyado en un rincón – pues, ¡que comience el espectáculo!. Muchísimas gracias Alice, has sido como un ángel – besó a su asistente y se fue. − Mucha suerte, nos vemos después – dijo, saliendo de la zona de actores. De camino a la salida agarró a Eva del brazo sin ninguna delicadeza y la arrastró con ella a la salida. − ¿Qué te dije Eva? - la furia iba en aumento – te dije bien claro que no quería que interfirieras en mi vida para nada. Hasta aquí llegó mi paciencia contigo, si descubro cómo hiciste que desapareciera su vestido pienso decírselo a quien haga falta para que desaparezcas de esta obra – no le gustaba el juego sucio pero Eva la obligaba. − No sé de qué me hablas, estás cegada por esa niña malcriada. Estoy segura de que fue ella misma la que boicoteó mi trabajo para poner en peligro mi trabajo – contestó impasible. − No me interesa lo que tengas que decirme, sólo quería que estuvieras advertida, no vayas a llevarte una sorpresa – Alice no podía encontrar nada de la mujer que un día quiso. Esta Eva era una mueca desvirtuada de aquella mujer – y ahora desapareceré de tu vista, haz tú lo mismo. Una vez más Eva: déjanos en paz. Alice fue a su lugar junto a unos amigos de la prensa. Sacó su cámara expectante y comenzó la música. El aplauso multitudinario confirmó el lleno absoluto. Lucy salió al escenario extraordinariamente bella, segura y feliz.

19. El espectáculo fue todo un éxito, la ovación al final fue la prueba evidente de que el musical funcionaría maravillosamente y que el elenco de protagonistas era perfecto para hacerlo. Pia y Thomas ya eran dos consagrados artistas dentro del panorama teatral, pero Lucy aún no había conseguido ese reconocimiento. Después del dúo con Pia en el balcón del ayuntamiento, nadie dudaba que era una nueva figura emergente y con la calidad suficiente para crearse una historia de éxitos bajo su nombre. Alice descubrió su verdadero nivel. Era un animal de escena, se crecía y el mayor de los escenarios se quedaba pequeño. No hacía falta que ensayara, tenía un don para la interpretación y podía verlo, los matices que le había pedido en los ensayos brotaban solos ahora, sin necesidad de anotaciones, porque en ese preciso momento sentía cada una de las cosas que pedía su personaje. Esa magia era la que le faltaba a Alice en la interpretación, por eso decidió que prefería dirigir, porque le gustaba descubrir esas sensaciones mirando la escena desde fuera. Era inmensamente feliz por ella, pero el temor a que su nueva situación impidiera su relación se multiplicó. La prensa estaba fascinada con ella. Esa nueva chica que surge para cumplir un sueño, cuyo talento se había desarrollado en producciones de menor relevancia, había conseguido enamorarlos a todos, no sólo a Alice. Poco se sabía de ella, salvo que era preciosa y no se le conocía a nadie que ocupara su corazón. Cuando terminó el espectáculo, los tres actores salieron a hablar con ellos y a posar para los fotógrafos. Alice seguía sin moverse de su sitio, desde allí podía observarla desde muy cerca y disfrutar de ella secretamente. − Lucy, ¿qué te ha parecido la acogida de la obra? – preguntó uno de ellos desde que Lucy llegó a su altura. La joven castaña buscaba a Alice con la mirada, sabía que estaba por allí y se moría por verla después de la carga de adrenalina que había sufrido actuando. − Bueno, ha sido algo maravilloso. Nunca había hecho algo así y estoy fascinada, aún no me lo creo – dijo feliz. − ¿Cómo afrontas un cambio de ciudad y de residencia para llevar a cabo este musical? – un periodista salido de la nada acertó a meter el micrófono. − Hasta el momento esta ciudad sólo me ha dado momentos increíbles y gente maravillosa. Es un sueño – encontró al fin los ojos de Alice y sonrió.

− ¿No será que te has enamorado?, esos ojos brillan de manera espectacular – comentó otro reportero. − Eso, como comprenderás, no te lo voy a decir a ti – rió feliz y ansiosa por quedarse a solas con su hermosa Alice, que se había descubierto como un todo un caballero andante de apuesta armadura al salvarla del caos una hora antes. Pasó a su lado y se acercó a su oído para hablarle. − Entra a los camerinos, tengo algo que pedirte, ¿sí? – coqueteaba divertida y ansiosa de esos labios tan cercanos. Alice sintió un rayo de placer y deseo recorriendo sus terminaciones nerviosas y aguantó las ganas como pudo. – Ella es Alice Bonnie, una de nuestras directoras. Es genial trabajar con ella y con gente de tantísimo talento como ella – dijo mirando a los periodistas – y ahora tengo que irme y solucionar algunos detalles. Gracias, muchísimas gracias por estar aquí – se despidió con su mejor sonrisa y se adentró en la zona de stag. − ¿Cómo se trabaja con actores y actrices de la talla de Lucy? – le preguntó uno de los periodistas aprovechando que Alice tenía difícil la huida. − Creo que sobra comentar nada después de lo hemos visto aquí. Son profesionales asombrosos y agradezco la oportunidad de aprender y trabajar con ellos cada día. Y ahora, si me disculpan, debo marcharme – intentó ser lo más educada posible para salir de allí cuanto antes. Se debatía entre acercarse a Lucy o no. Aún le temblaban las piernas al recordar su mirada mientras le pedía que la buscara. Jamás había peleado tanto por evitar estar con alguien, porque jamás se había visto en esta situación de debate emocional. Y sobre todo, porque jamás se había sentido así de atraída por nadie. Decidió buscarla, había tanta gente alrededor que era imposible que sucediera nada entre ellas, estaba a salvo. Hablaba entusiasmada con Manu, era pura alegría y Alice disfrutaba viéndola así. No se había cambiado de ropa, sólo se había soltado el pelo y se había cambiado de zapatos. − ¡Ya has llegado!, siento haberte metido en un lío con los periodistas, pero es que eras la excusa perfecta – estaba tan feliz que contagiaba al resto. − Al, ¿has visto qué nivel tiene esta chica?, creo que tengo nueva diva desde hoy mismo, lo siento amiga – dijo Manu divertido. − No sabes lo que me alegra oír eso, como fan eres de lo peor – sacó la lengua burlándose y se abrazó a él – haces bien, yo también me rindo ante este talento.

− Ya, ya, ya sabemos a lo que te rindes tú – apretó fuerte en su abrazo. − ¿Pero qué dices? – Alice estaba a punto de matarlo con la mirada – anda, desaparece de mi vista antes de que la furia alemana haga acto de presencia – le gustaba aquel chico español, lo quería tal como era. − Está bien, pensaba irme de todas formas. ¡Ciao bella! – besó a sus chicas y se marchó. Lucy sonreía enamorada. Aquella chica rubia, preciosa y encantadora, había descubierto el camino a su corazón sin apenas esfuerzo. Poder estar junto a ella esa noche era completar un sueño maravilloso. − Veo que el vestido te quedó perfecto – Alice la miraba con deseo – cuando lo vi en la tienda no imaginé que te quedara tan… tan…, creo que debería dejarlo en bonito – rió para evitar que el rojo de sus mejillas se encendiera aún más. − ¡Me encanta, es precioso!. Este no estaba en las muestras que nos trajo Eva, si no lo habría escogido. No he podido darte las gracias como te mereces por lo que has hecho, de verdad Alice, si no hubiera sido por ti, esta noche habría sido un completo desastre. Borró la distancia entre ellas avanzando hacia la mujer que la había rescatado del fracaso y la abrazó con una ternura infinita. Relajó sus brazos en torno a aquel cuerpo que tanto deseaba y paró el tiempo para quedarse allí una eternidad al menos. Alice sintió aquellos brazos rodeándolas y tardó un segundo de más en reaccionar. Movió sus brazos a su cintura y se aferró a ella enterrando su nariz en su cuello una vez más. Sin poder evitarlo, escondida tras su cuello, lo besó, primero suavemente para después sentir que el deseo ganaba la batalla. Hubo un momento en el que se aferró al calor y sabor de aquella nuca y la besó, casi chupó, con todas las ganas que la abrasaban. Lucy se dejó hacer y no pudo evitar soltar un pequeño gemido, casi insonoro, al sentir sus labios y su lengua. Alice, borracha de pasión, volvió a la realidad y se separó bruscamente de ella. − Lo… lo siento, no sé qué me ha pasado – dijo terriblemente avergonzada. Como respuesta, una sonrisa y unos ojos que la invitaban a seguir.

20. Lucy recobró el aliento y la cordura después de aquellos besos escondidos y la sujetó de la mano impidiendo que huyera. − No me pidas perdón por algo que me hace sentir cerca del paraíso – le regaló una sonrisa pidiéndole que confiara en ella. − Lucy, yo... a veces me cuesta muchísimo controlarme contigo. De hecho creo que lo hago bastante mal – su cara de frustración hizo que Lucy riera con ganas. − No sabes lo que me gusta eso – guiñó un ojo coqueta para sonrojo de Alice. – Quería invitarte mañana a salir, ¿te apetece?. Creo que me merezco que me lleves a cenar después de la actuación de hoy, además tengo dos entradas para ver la ópera desde un sitio menos delictivo, me muero por verla entera. No puedes decirme que no, el lunes libramos, que después de esta semana viene muy bien. Venga, dime que sí – su gesto parecía suplicar por más de sus besos que por la cita en sí. Alice no podía negarse, era demasiado perfecto para dejarlo ir. Pero por otra parte sabía que no podría resistirse a aquella mujer una vez más sin perder la razón. Era una cuestión de piel, su piel necesitaba el tacto de la de Lucy para encontrar la paz necesaria. − No sé si es muy buena idea. De verdad que me encantaría, pero creo que estoy en el límite de mis fuerzas Lu, no puedo más – dijo abatida. − ¿Quién te dice que debes luchar contra lo inevitable?, ¿no ves cómo me tienes?. Sueño con tus ojos que me miran, no hago otra cosa que pensar en tus labios. Sé que sientes lo mismo que yo, deja de pelear Al– se acercó de nuevo a ella, peligrosamente cerca – queda conmigo mañana – susurró en su oído buscando excitarla, para vencer sus muros. − Está bien – aquellas palabras la habían abierto en canal dejando su corazón definitivamente expuesto – mañana te recojo en tu casa. Tienes razón, por más que quiero alejarme de ti, menos lo consigo. No quiero hacerte daño, y mucho menos quiero poner en peligro tu sueño por mi culpa, no me lo perdonaría. Pero no puedo evitar todo esto que siento, lo que me provocas desde la primera vez que te vi. − No me harás daño, lo sé muy bien. Y no hay sueño sin ti – su mirada trataba de calmar las

dudas de Alice y parecía conseguirlo. – La ópera empieza a las ocho y media, ¿a qué hora crees que deberías recogerme? - era complemente feliz con la idea. − A las ocho menos cuarto estará bien, siempre y cuando seas de las puntuales – Alice ya estaba más relajada. − Bueno, probablemente las ganas de verte harán que esté lista antes – su mirada volvía a tener ese brillo de deseo. − Está bien, probablemente esas mismas ganas a mí me hagan llegar antes a tu casa – respondió al deseo con un gesto seductor. Lucy sintió una punzada en el estómago y el calor recorriendo su cuerpo. − Sería genial – le robó un beso y sonrió. − ¡Lucy! - una voz la llamó a lo lejos – tenemos que irnos, nos espera la fiesta para celebrar la presentación – Markus se acercó a ellas. − ¿Vienes, verdad? - le preguntó Lucy a Alice. Habría pasado toda la noche hablando con ella, ahora que por fin las dos ponían las cartas sobre la mesa. − Me temo que no. Es mejor que esta noche me vaya, estoy realmente cansada del día que llevo, y es hora de que los flashes se centren en ti. Mañana nos vemos y entonces tendrás toda mi atención – intentó cambiar el gesto de decepción que se había instalado en el rostro de Lucy. − Bueno, acepto el trato. Hasta mañana entonces – no hubo acercamiento esta vez con Markus en medio. − Hasta mañana Lucy. Hasta mañana Markus, que paséis una estupenda velada, os merecéis el triunfo y el reconocimiento – dijo tomando la dirección opuesta a ellos. Cuando estuvo lo suficientemente lejos se detuvo a procesar todo lo que habían hablado en ese momento. Ya no había dudas, Lucy quería sentirla cerca a pesar de todo... aquella mujer había decidido jugárselo todo a la carta del amor. Se sentía feliz, completamente enamorada de aquella mujer maravillosa y no era momento de echarse atrás, era momento de sentir, de ser valientes y afrontar cada una de las sensaciones que le provocaba esa mujer. Se fue a casa soñando con ella una vez más, pronto ese sueño sería una realidad.

Lucy trataba de hacer caso a las palabras de Markus mientras se dirigían a la fiesta, pero sólo podía pensar en los besos de Alice. Recordaba sus besos y el calor se apoderaba de ella en un acto reflejo. Había derrumbado las barreras de la joven directora, ya no podía ni quería esperar un mejor momento, sentía la necesidad de tocarla, de acariciarla, de sentirse suya y hacerla suya. Ansiaba sus labios por todo su cuerpo, quería quemarse con ellos y morir de placer con su piel desnuda. Sólo podía desear que las horas pasasen y así, estar por fin junto a ella.

21. El día llegó al fin para ambas. Lucy recibió la llamada temprana de su madre, la había visto en las noticias y en un especial del canal por cable de cine y teatro. Estaba muy orgullosa de ella y la había visto radiante y muy hermosa. − El vestido era maravilloso, cariño – le dijo entusiasmada por el éxito de su hija. − ¿Verdad que sí?, es un regalo, y es absolutamente precioso – contestó viniendo a su recuerdo el gesto y el acierto de Alice de la noche anterior. − Vaya, un regalo... ¿tienes algo que contarme mi vida? - preguntó extrañada. − No mamá, tranquila – no era momento de dar explicaciones por teléfono – cuando haya algo que contar, serás la primera en saberlo, o la segunda, si Sara se adelanta, que ya sabes cómo es. − Bueno, decías en la entrevista que te trataban muy bien, me alegro mucho hija – las palabras de su hija la tranquilizaban. − Sí, a mi alrededor sólo hay gente maravillosa. Esta noche voy a la ópera con una de las directoras del musical. Me llevó a ver el teatro de la ópera hace unas semanas y ahora le devuelvo el favor – era mucho más que la directora del musical, pero no quiso entrar en detalles. − ¡Ahh, qué bien!, me alegro de que estés disfrutando además de trabajar tan duramente por tu sueño. Estamos muy orgullosos de ti, hija – su madre amenazaba con ponerse melancólica. − Tranquila mamá, pronto vendrás y verás que todo va muy bien, no te pongas triste. Hablamos otro día, ¿vale?, tengo algunas cosas que hacer antes de esta noche – dijo despidiéndose. − Claro que sí, hablamos en otro momento. Te quiero mucho hija.

− Yo también mamá. Bye – y colgó. Lucy había pensado en arreglar la casa para la visita de Alice. Soñaba con la idea de que pasara la noche con ella y quería que todo fuera perfecto. Acondicionó la casa y la dejó lo más confortable posible. Limpió, cambió las sábanas y las toallas, le cambió el agua al ramo de rosas blancas que seguían impecables y lo dejó todo perfecto. Se relajó tocando el piano un largo rato. No había tocado el piano desde su llegada a la ciudad y ya sentía la necesidad de hacerlo. La música la relajaba muchísimo y ejercitarse durante horas era para ella como el mejor de los sedantes. Comió ligero, durmió una pequeña siesta y se levantó lista para prepararse. Los nervios llegaron. Alice se despertó también bastante temprano y pasó la mañana en casa de su madre. Cogió a Baloo y salió con él a correr un rato, así ambos quemarían energías. Cada minuto del día pensaba en Lucy y su madre adivinó sus pensamientos durante la comida. − Cariño, a mí no me engañas, ¿tienes una nueva relación? - preguntó directa. La joven abrió los ojos sorprendida. − Mamá, ¡qué dices! - quiso mentir pero se arrepintió sobre la marcha. Ya era demasiado tarde – bueno, para qué tratar de engañarte... no tengo una nueva relación, pero me encantaría tenerla. Es una chica súper especial y estoy completamente loca por ella. − Ya sabía yo que esa mirada era culpa de alguien – dijo feliz – y ¿la conozco? − No mamá, no la conoces... ni, por supuesto, la vas a conocer de momento. Deja que defina lo que quiera que sea que tenemos y ya después veremos – Alice frenó la euforia de su madre – y ahora me voy que tengo algunas cosas que hacer antes de esta noche. − ¿Una cita? - preguntó su madre. − Algo así – y no dijo más. – Te quiero mamá, te llamo mañana – le dio un beso y salió de la casa rumbo a la suya. Alice llegó a su casa con tiempo de recoger por si Lucy quería conocer su casa y de prepararse para la ópera. Se decidió por un vestido de noche negro y verde por encima de la rodilla, un hombro al aire y escote en caída. Unas medias negras y zapato de tacón. Se veía hermosa y feliz delante del espejo, no solía usar ese look y temía la reacción de Lucy al verla. Ligero maquillaje corrector en su piel de muñeca y estaba lista. Cogió un abrigo largo entallado y su bolso y salió directa al garaje. Lucy se debatía delante de su amplio vestidor. Quería estar simplemente perfecta para ella y le

costaba decidir. Al final el vencedor fue un palabra de honor beige, plisado y ajustado a su cuerpo de estrella. Sus ojos resaltaban maravillosamente con el conjunto y Lucy le dio el aprobado frente al espejo. Miró su reloj y vio cómo el tiempo se le había echado encima, así que corrió a ponerse unas medias que la protegieran de la fría noche otoñal y un abrigo que mantuviera a salvo su garganta de oro. El timbre sonó con tres minutos de adelanto. Su corazón dio un vuelco y se aceleró como una quinceañera que tiene la primera cita de su vida. Hizo un ligero ejercicio de relajación y bajó las escaleras. Respiró una vez más junto a la puerta y abrió. Allí estaba Alice, bella como una flor de primavera, brillante y hermosa, con una sonrisa que iluminaba la noche y la vida de Lucy. El gesto en su cara cambió y recorrió con su mirada el cuerpo de Lucy. Se detuvo en sus hombros, en la forma del escote e intentó adivinar el sabor de su piel al recorrerla. De repente, creyó escuchar algo: − Alice... Al, te he dicho que estás preciosa, ¿me estás oyendo? - preguntó Lucy algo extrañada. − Yo... yo, simplemente creo que no puedo hablar. Estás... estás... - no podía apartar sus ojos. Lucy agradeció con una enorme sonrisa el visto bueno tan peculiar de su acompañante – esto, creo que soy infinitamente afortunada – terminó por decir. − Me alegro de haber acertado – dijo cerrando la puerta tras de sí con una mirada de satisfacción – es hora de marcharnos o llegaremos tarde. − Sí, será mejor que nos vayamos o me quedaré aquí la vida entera – la falta repentina de vocabulario que sufría estando delante de aquella mujer la sacaba de quicio, pero la castaña le provocaba cosas que jamás había sentido. Llegaron puntuales al teatro y ocuparon sus asientos a la mitad del patio de butacas, escoltadas a su lado por dos señores de avanzada edad con sus respectivas parejas. Las dos chicas rieron al ver la media del público, pero igualmente se acomodaron para disfrutar del espectáculo. Lucy tenía el hombro descubierto de Alice demasiado cerca como para poder concentrarse en la ópera y Alice hacía esfuerzos para no perder la razón y besarla allí mismo. Conforme avanzaba la pieza, las dos se metieron más y más en la historia hasta caer rendidas al talento de los protagonistas. Alice de vez en cuando observaba ayudada por la oscuridad, a su acompañante. Se la veía completamente feliz y parecía que ella en cierta medida era culpable de esa felicidad. La ópera avanzó a su parte más dramática y Lucy se perdió en la historia. La soprano interpretaba un maravilloso “Ámame Alfredo” y la joven de ojos azules no podía dejar de pensar en Alice. Lucy sujetó suavemente la mano de su acompañante mientras la soprano decía rota de dolor aquel “...ámame Alfredo, ámame tanto como yo te amo...”. Lucy no quería drama, pero sí quería ese amor recíproco ahora que no podía ni quería evitar un sentimiento como el que le había despertado Alice. Dejó su mano apoyada y miró a Alice directamente a los ojos para encontrarse

con los suyos que la miraban emocionados. Alice acarició su mano con su pulgar y sintió cómo Lucy se acercaba a su oído. − Jamás he sido tan feliz como ahora mismo, Al. Estoy loca por ti – le dijo en un susurro y besó suavemente detrás de su oreja. Alice creyó morir de felicidad y entrelazó sus dedos con los de Lucy en un gesto lleno de amor, y subida en una nube continuó disfrutando la ópera. Tenía la completa seguridad una vez más de que ya nada podría separarla jamás de aquella mujer.

22. La luz en el patio de butacas las devolvió a la realidad. Alice rápidamente soltó la mano de Lucy tratando de evitar miradas indiscretas. Lucy comenzaba a ser un personaje conocido en la ciudad y algunas miradas parecían reconocerla mientras se dirigían a la salida. Ya en la salida, un par de fotógrafos hicieron algunas fotos que Lucy agradeció de manera cortés para evitar problemas. Alice se sentía por primera vez como la acompañante de alguien con relativa fama, esa posición que tanto había deseado siempre Eva. Estaba un poco incómoda con la situación, pero Lucy supo salvarla rápidamente y se subieron al coche listas para escapar. − Bueno, ha sido maravillosa, tal y como pensaba después del aperitivo de hace un par de semanas – disfrutaba repasando mentalmente. Alice habría jurado que repasaba sus caricias al calor de la oscuridad – Tengo hambre, ¿dónde me llevarás? - se divertía y ver su sonrisa perpetua era un placer para la joven de ojos miel. − Pensaba llevarte a un sitio al que suelo ir con Manu, pero a esta hora estará a rebosar, así que si te gusta la comida japonesa te puedo llevar al mejor japonés de la ciudad. Voy tan a menudo que ya es como mi casa – sonrió esperando un sí de su acompañante. − ¡Sí, me encanta!. Vamos, huyamos antes de que nos vuelvan a pillar – dijo mirando preocupada por el retrovisor. − Tranquila, creo que has sabido calmar a las fieras. Siento que tu vida va a ser así de ahora en adelante. Es el precio a pagar por el triunfo. Esto lo complica todo – un cierto tono de preocupación apareció en el semblante de Alice mientras arrancaba el coche. − No te preocupes, no dejaré que nada de esto te afecte, ¿vale? - otra vez esa seguridad abrumadora. Lucy acarició su rodilla y la miró buscando tranquilizarla. Llegaron a un pequeño restaurante en una casi oculta callejuela del casco antiguo. Era sobrio y delicado y el sitio se hacía de lo más acogedor. El camarero saludó con afecto a Alice que le devolvió el saludo cariñoso invitando a entrar a su invitada. Sujetó la chaqueta de Lucy mientras se sentaba y se la dejó al camarero junto con su abrigo. Cenaron mientras hablaban y se regalaban miradas de amor, miradas sinceras, en ocasiones ardientes, acompañadas por un maravilloso vino blanco español como homenaje a Manu, aquel amigo loco que tanto adoraba Alice y que tanto empezaba a querer Lucy.

El brillo y la suavidad de la noche, ayudadas quizá por el vino, hacía que las dos mujeres sintieran la necesidad del contacto y buscaran el roce de la piel. Sus manos se habían convertido en dos pequeños imanes desde que se encontraron en la ópera y cualquier excusa servía para volver a tocarse. Salieron del restaurante rumbo al coche y Alice no pudo evitar sentirse una primeriza asustada. “Señor, deberías relajarte, que la novata si acaso debe ser ella”, intentaba reflexionar en el silencio que se hizo en el trayecto al coche. “Díselo, no te andes con rodeos. Es una estupidez pensarlo cuando sabes que se muere por ti”, Lucy también tenía su propia pelea. − Al... - dijo dentro del moderno Mini negro de su compañera - ¿te apetecería tomarte la última copa en mi casa? - Lucy terminó por atreverse. − Bueno, una última copa no sé, pero sí que sé que me muero por besarte, que ya no puedo controlarlo más y necesito un lugar en calma para las dos, para poder acariciarte como deseo... así que si no quieres que lo haga, por favor, no permitas que entre en tu casa – Alice consiguió por fin decir aquello que pensaba sin que las palabras le jugasen una mala pasada. Lucy volvió a sentir cómo subía el calor a su cabeza. − No hay nada que desee más. Vamos a casa – acertó a decir mientras controlaba las pulsaciones. El camino a casa de Lucy fue silencioso, sólo la música en el equipo proporcionaba el sonido en el vehículo y la joven de ojos azules buscaba cada cierto tiempo la mano libre de su compañera para acariciarla. Llegaron y Alice aparcó en la puerta. Lucy buscó nerviosa las llaves de su casa y sonrió por la situación. − Puedes estar tranquila, sólo quiero sentirte cerca, no haré nada que no quieras – Alice tomaba la iniciativa después de los riesgos tomados por Lucy. Había olvidado sus temores, los flashes de los periodistas y todo lo negativo que pudiera traer esa relación, sólo era capaz de pensar en ella, únicamente en esa mujer de piel bronceada que abría la puerta invitándola a pasar. Lucy le pidió el abrigo mientras Alice observaba lo acogedor de la casa. Lucy no perdió un minuto y se acercó desde atrás abrazándola y pegándola a su cuerpo. El vestido de la joven rubia permitía a Lucy disponer del camino de su hombro izquierdo hasta su cuello libre de telas así que sumergió su nariz e inspiró su olor besando cada milímetro a su paso. − Mmmm, me encanta tu olor, me vuelve loca – cuando llegó a su cuello el deseo provocó que sus besos subieran de intensidad. Alice se dejaba hacer aferrando sus brazos a los de la que se convertiría en su amante, tan excitada que no pudo evitar soltar un gemido de placer.

Alice se giró en su abrazo y colocó sus manos alrededor de su nuca mientras se acercaba a los labios que tanto ansiaba. − Tus labios son mi perdición – acertó a decir. El contacto de sus labios provocó sacudidas de placer en ambas mujeres. El tacto era suave como un manjar divino, sus labios se reconocían tímidos hasta que Alice atrapó el labio inferior de Lucy y aferró sus manos a su nuca. Su lengua acarició ardiente su labio y Lucy suspiró silenciada por la boca sedienta de Alice. Abrió su boca dejando paso a la lengua hambrienta de la rubia que aceptó gustosa la invitación. Sus leguas se encontraron y el sólo roce inicial hizo que Lucy respondiera apretando su cuerpo al de aquella mujer que la besaba. Alice encajó su pierna derecha en la entrepierna de su amante y pudo sentir el calor que emanaba ansioso de aquel cuerpo en llamas. Lucy se separó un instante buscando el aire que la ayudara a mantenerse en pie. Sujetó de una mano a Alice y la invitó a seguirla. Las dos mujeres subieron a la planta superior y Lucy la condujo a su dormitorio. De pie frente a la cama, sujetó su cara entre sus manos y volvió a besarla. − Jamás he estado más segura de nada en mi vida. Quiero sentirte y sentirme tuya – dijo en medio de los besos. − Eres maravillosa. Te quiero desde el primer día que te vi – respondió a sus besos aferrándose otra vez a ella. Alice bajó sus manos y acarició sus muslos envueltos en aquellas medias de seda. Quería sentir su piel así que se agachó lentamente y muy despacio bajó cada una de sus medias. Tan despacio que el tacto de sus dedos conforme bajaban daban pequeñas sacudidas eléctricas en el cuerpo de Lucy. Volvió a subir a su altura y besó su cuello, sus hombros, el comienzo de sus senos, mientras sus manos encontraban la cremallera del vestido. Despacio, muy despacio bajó la cremallera de aquel vestido tan hermoso para descubrir algo muchísimo más hermoso debajo. Un cuerpo de mujer envuelto en lencería, ardiente y ansioso de sus caricias. La besó una vez más e hizo que se sentara en el borde de la cama mientras se separaba a un paso de ella. Lucy se apoyó en la cama y observó detenidamente a su hermosa amante. Alice se deshizo de su vestido mientras se mordía el labio inferior y miraba el cuerpo de la joven castaña. Debajo sólo una pequeña braguita negra y sus senos firmes y sonrosados pidiendo caricias. La visión de Alice semidesnuda alimentó el deseo de Lucy y quiso incorporarse para sujetarla y hacerla suya, pero Alice se lo impidió. La tumbó en la cama y la joven rubia se colocó sobre ella. Se sentó sobre sus caderas sintiendo el calor y la humedad de Lucy debajo. La miró desde su posición un instante para disfrutar un segundo más de la visión de aquella mujer que tanto deseaba. Lucy se incorporó y se abrazó a Alice, sentada aún sobre ella. Volvieron los besos hambrientos

mientras Alice acariciaba su espalda. En un movimiento hábil se deshizo del sujetador y descubrió sus pechos duros y excitados. Acarició sus senos y un gemido voló de los labios de Lucy, dejando al descubierto la zona más erógena de la joven actriz. Alice se dio cuenta y la volvió a tumbar en la cama, sujetó sus manos sobre su cabeza y comenzó a besarla... bajó a su cuello y se deslizó peligrosa a sus pechos. Lucy movía las caderas buscando el contacto que calmara sus ganas y Alice disfrutaba en su recorrido. Su lengua se ocupó del primero de sus pezones y sus labios lo atraparon al sentirlo duro y mojado. Lucy gemía e intentaba soltar sus manos para poder tocarla pero Alice no la dejaba. La rubia cambió de presa y recorrió el otro pecho mientras liberaba del castigo a su amante. Lucy lo agradeció dirigiendo sus manos a los pechos de Alice. Era la primera vez que tenía entre sus manos un cuerpo de mujer y descubrió que las sensaciones eran absolutamente increíbles. Alice bajó lentamente por su cuerpo mientras Lucy acariciaba su pelo. Besó su estómago, la cara interna de sus muslos y llegó hasta los pies. Arrebató la prenda que protegía la fuente del placer y Lucy se removió ansiosa del contacto. Alice besó y lamió alrededor de su sexo húmedo provocando sacudidas en su amante pero se resistió un poco más. Volvió a subir a su boca y Lucy la besó con la pasión desbordada. La acariciaba con sus manos recorriéndola entera, mientras su lengua abrazaba la de Alice que provocaba que la humedad de su sexo se multiplicara. Lucy consiguió arrebatar la última prenda que quedaba y los dos cuerpos desnudos se colocaron piel con piel. El roce era simplemente abrasador y Alice supo que no podía esperar más. − Eres tan hermosa... me vuelves loca mi amor – le dijo colocándose de tal forma que su sexo empapado acariciara el de su amante – te quiero, te quiero en mi vida más que a nada en el mundo. Comenzó a moverse de manera rítmica y Lucy gimió al sentir el calor y la humedad que le provocaban ese placer que tanto ansiaba. Alice sujetó una de sus caderas y aumentó el ritmo mientras Lucy se acoplaba al ritmo y al espacio. − Oh, dios, Al... - gemía sin apenas poder articular palabra. Alice chupó de nuevo sus pezones mientras presionaba cada vez con más intensidad. Lucy se arqueó su cuerpo y un rayo atravesó su cuerpo y el de Alice llevándolas al clímax. Los dos cuerpos, sudorosos y aún jadeantes permanecieron en la misma posición. Lucy abrazó a Alice que escuchaba los latidos de su corazón apoyada en su pecho mientras intentaba recuperar la cordura. La joven de ojos azules acariciaba su pelo y la besaba cargada de emociones a flor de piel. − No dejaré que jamás te vayas de mí – le dijo subiendo a Alice a su altura. Alice se tumbó a su lado, abrazadas, besándola suavemente. − No pienso ir a ningún lugar sin ti – contestó feliz.

23. La mañana despertó con los rayos de sol atravesando la ventana del dormitorio brillando en las sábanas blancas que cubrían a las dos amantes. Alice se despertó con Lucy entre sus brazos, cerró los ojos un instante y los volvió a abrir para comprobar que no era un sueño. De repente los recuerdos de esa noche de amor tan increíble asomaron a su memoria y la hicieron sonreír. Lucy se veía hermosa así, dormida apoyada en ella, y Alice no hizo el más mínimo movimiento para no despertarla. La observó un buen rato, perdida en los sueños que aquella mujer la hacía vivir y con cuidado separó un mechón de pelo de su cara. Habría deseado que el tiempo perdiera su poder en ese momento y así poder quedarse así hasta que el mundo volviera a girar. Lucy sintió el sol de la mañana acariciando sus ojos pidiendo paso y lentamente los abrió. Tenía la sensación de haber dormido como nunca... jamás se había despertado con esa sensación de descanso y sonrió feliz como nunca. Poco a poco una imagen algo borrosa adquirió la forma definitiva y reconoció a Alice junto a ella, mirándola, con una sonrisa en los labios. − Estás preciosa también recién levantada, qué suerte tengo – dijo Alice acariciando su cara. Lucy respondió aferrándose a ella y enterrando la cara en su cuello algo avergonzada. − ¿Estás bien? - preguntó la rubia riendo al ver el gesto tímido de su compañera. − Buenos días, y sí, estoy mejor que bien, estoy feliz... SOY muy feliz, y tú tienes muchísima culpa de eso – la besó y la rodeó con sus brazos girando en la cama y quedándose debajo de ella. Alice acariciaba su cara desde esa posición, con su cuerpo desnudo sobre el de su amante. Lucy hacía círculos con sus dedos en su espalda y reclamaba su beso de buenos días. Alice se acercó lentamente y la besó recreándose en aquellos labios dulces como fruta fresca. Lucy disfrutó de aquellos labios de melocotón y su lengua quiso explorar más allá de la frontera de su boca, sujetó a Alice por la cintura y la hizo girar para colocarse encima triunfante. Su hermoso pelo castaño caía hacia adelante y Alice se perdió en aquella mujer como una diosa. La sujetó por su nuca y la atrajo pidiendo besos que compensaran su derrota. − No me canso de tus labios – los atrapó una vez más – no me podría cansar jamás de ti. No planeé que mi corazón se revolucionara contigo Lucy, y ahora es demasiado tarde para vivir sin ti. Apiádate de mí y dime que me quieres – suplicó en medio de caricias.

Lucy sintió que aquella mujer que estaba rendida en sus brazos era lo más maravilloso que podía haber encontrado en la vida. Por fin un día de suerte. − Te quiero, te lo dicen mis labios como lo dicen mis ojos cada vez que te miran, es inevitable – acarició su cuerpo mientras la besaba – te deseo, como la mañana desea al sol, como el otoño desea ver caer las hojas... te deseo casi hasta el dolor si no te tengo – bajó en el recorrido de sus besos mientras un suspiro salía de la boca de Alice al sentir sus labios. Cada una de las caricias de Lucy volvían de revés el mundo de Alice y creía morir lentamente de deseo. La joven de ojos azules descendió por su piel blanca y dulce como la miel de sus ojos, recorriendo cada uno de esos lunares que provocaban ser lamidos como pequeñas gotas de chocolate. Se detuvo en sus pezones sonrosados y pequeños, y descubrió que el placer que ella misma había sentido mientras Alice la recorría la noche anterior no era lejano al que ella provocaba mientras hacía círculos con su lengua alrededor de ellos. Los gemidos de su amante eran la prueba. Su mano derecha bajo a la entrepierna y comprobó que el calor y la humedad aumentaban en cada roce. Alice jadeaba excitada y se dejaba hacer y Lucy agradecía que la dejara disfrutar de cada centímetro con caricias provocadoras. Volvió de nuevo a la boca de su amante para callar sus gemidos y mirar el brillo de sus ojos una vez más. − Ojalá te hubiera encontrado antes – dijo besando sus ojos. Alice suspiró envuelta en una nube. La mujer castaña se sumergió una vez más en su cuello para atraparlo como una fiera provocando un gemido casi doloroso de Alice, que elevó sus caderas buscando respuesta a esas ganas y deseando sus labios en esa humedad sedienta de ellos. Lucy bajó hasta el sexo empapado de su amante y lo atrapó en su boca jugueteando con su lengua por cada rincón. Alice jadeaba al borde de la inconsciencia mientras la intensidad de las caricias con la lengua en su sexo subían. Lucy sintió la llegada del clímax e introdujo sus dedos sin dejar de lamer y chupar esa fuente de placer que tanto deseaba. Alice sintió una explosión de colores que pareció salir por el brillo de sus ojos y sus pupilas dilatadas. Lucy sonrió satisfecha y la besó perdiéndose en ella, guardándose su sabor en el recuerdo y reviviendo sensaciones. Alice respiraba agitadamente intentando volver a su estado natural, aunque los destellos de colores parecían permanecer un segundo más. La joven rubia soltó una carcajada feliz. − Vaya, cierro los ojos y veo un arco iris, ¿pero qué me has hecho? - probablemente el nivel de felicidad sobrepasaba el límite. Lucy no parecía entender demasiado pero sonrió ante la expresión de su amante. − ¿Realmente necesitas que te lo cuente? - dijo soltando una risa descarada.

− No, no hace falta, yo estaba presente... ven aquí – y la obligó a besarla. Las dos mujeres se quedaron abrazadas y en silencio un rato. No necesitaban más. − Al... − Mmm. − ¿Cómo lo vamos a hacer? - preguntó pensativa Lucy. − ¿A qué te refieres mi amor? - respondió Alice aún media adormilada. − A nuestra relación. Porque esto es el comienzo de una relación, ¿verdad? - de repente una duda tímida asaltó el pensamiento de Lucy. − Yo diría que es un precioso comienzo, ¿no te parece? - dijo Alice sonriente mirándola a los ojos – bueno, creo que lo mejor es tomarlo con calma y dejarlo como algo para nosotras, al menos de momento. Me da mucho miedo perjudicarte Lucy, no podría vivir con eso – no podía evitar preocuparse. − No puedo estar sin ti, ya no... Está bien, de momento será algo nuestro, sólo espero tener fuerzas para no descubrirnos durante los ensayos – hizo una mueca de inseguridad. − Bueno, todos saben mi orientación, es algo público desde mi época de actriz, así que mientras mantenga mis manos quietas, no como ahora – la acarició traviesa – todo irá bien – intentó tranquilizarla aunque ella misma tenía las dudas de si podría conseguirlo. − Vas a tener que darme una sobredosis de amor para que no la necesite en el teatro – una voz seductora susurró encendiendo el cuerpo de Alice. − Tienes toda la razón – la besó apasionadamente y volvieron al amor. Pasaron el día entre besos, caricias y sábanas blancas. Compartieron una ducha tardía mientras el agua caliente relajaba aún más los músculos de ambas y observaron abrazadas el sol en las hojas de los árboles del parque del lago. Hablaron durante horas y comieron relajadas, interrumpidas por algunos besos y caricias. El sueño las atrapó abrazadas en el sofá del salón mientras veían una película y Alice le contaba algunos detalles de su trabajo como directora de teatro.

Hicieron el amor y su amor creció, y descubrieron que lo que sentían estaba ya grabado a fuego en su piel y su corazón. La noche las abrazó y Alice decidió que era mejor idea irse a casa, no quería que la mañana siguiente llegara el coche de producción para llevar a Lucy al teatro y viera su coche aparcado en la puerta. Lucy le rogó que se quedara, Alice se iría antes y no habría problemas. − Lu, ¿qué hablamos hoy?... vamos a intentar que no se note, no podemos durar menos de diez minutos con este plan – dijo colocándose el vestido – además, no puedo ir así mañana a trabajar. Anda, ayúdame a subirme la cremallera, que ayer casi sufro una lesión haciéndolo yo sola – soltó una carcajada – y todo para causarte buena impresión. − No seas tonta, si siempre estás preciosa. Te confieso que cada vez que te veo bajar de la moto con esos vaqueros y esa chaqueta ajustada, me dan ganas de desnudarte allí mismo – besó su espalda mientras subía despacio intentando perder tiempo para quedarse un rato más allí. Alice rió enamorada al escucharla. − Bueno, pues pronto será imposible ir en moto, así que vete haciéndote a la idea de que esa estampa no se podrá repetir en una temporada – se giró pidiendo un beso más – y no puedo estar aquí toda la noche, así que termina de subir la cremallera, anda – Lucy soltó una carcajada al escucharla. − Está bien. Hasta mañana entonces. Dulces sueños – la besó abrazada detrás de la puerta. − Desde que te conozco sólo sueño contigo – respondió al beso – nos vemos mañana. Abrió la puerta y salió rumbo al coche. Lucy se despidió desde la puerta y entró en la casa absolutamente feliz.

24. La semana avanzó entre llamadas y mensajes nocturnos. Alice tenía el doble de trabajo, entre el musical y su obra de teatro y no coincidían en el horario, así que no pudieron verse hasta el fin de semana. Continuamente buscaban un minuto para llamarse y desearse un buen día, para declararse un amor eterno, para que el sonido de esa voz de las hacía temblar les dijera “te quiero”. Habían quedado para verse el sábado y pasar el día juntas, y con esa promesa cercana, los días fueron pasando. Lucy aprovechó una tarde libre de la semana para llamar a Sara y contarle lo que sentía por aquella mujer de ojos miel. Le contó cómo había sido su encuentro, sin detalles, por mucho que su amiga insistiera en lo contrario, y confirmó que estaba perdidamente enamorada de ella. − Me alegro muchísimo por ti amiga – Sara era sincera en sus palabras. − Gracias Sara, de verdad que es como un sueño. Llevo cuatro días sin verla y me parece una condena perpetua, no puedo esperar a que llegue el sábado para verla – la ansiedad se multiplicaba en el cuerpo de la morena. − ¿Y por qué no vas a verla a la escuela de teatro donde prepara la obra? - preguntó Sara notando el nerviosismo de su amiga por la espera. − Hemos decidido que no es muy buena idea. Empiezo a tener prensa alrededor mío desde que hicimos la presentación; solicitando entrevistas, pidiendo alguna sesión de fotos, vamos, un lío. Encima Alice salió del armario hace algunos años, así que para todos es conocida su orientación. Me dice que no es buena idea que nos vean mucho juntas o empezarán a especular, y no es buena idea de cara al inicio del musical, no al menos de momento. Así que aquí estoy, llamándote y muriéndome de ganas de verla. − Uff, parece un tema un poco complicado. Lu, ¿qué vas a hacer si os ven y surgen rumores? preguntó preocupada. − No te preocupes, no va a pasar. Al sabe muy bien lo que hace así que estamos a salvo. No sé amiga, sólo sé que la quiero, no he sido más feliz en toda mi vida. Todo saldrá bien, seguro – Lucy intentaba convencerse a sí misma.

− Eso espero amiga. Sabes que deseo lo mejor para ti. − Lo sé Sara. Hablamos en otro momento, ¿vale?, voy a practicar con el piano un rato – dijo a modo de despedida. − Huy, ya conozco tus ratos con el piano – se burló – Hasta pronto, disfruta del amor, no pierdas un minuto. − Eso haré. Te quiero. Adiós. Lucy sintió unas ganas terribles de ir a casa de Alice y sorprenderla con una botella de vino y ella como regalo, nada más. Respiró profundamente y el sonido del teléfono la hizo saltar. − Hola mi amor, ¿con quién hablabas que llevo intentando hablar contigo un buen rato? aquella voz de terciopelo al otro lado la hicieron sonreír de inmediato. − ¡Hola!, estaba pensando en ti ahora mismo... − ¿Ah sí?, vaya... ¿y eso? - esa voz de pronto resultaba extremadamente seductora. − Pues ya ves, estaba por amarrarme al sofá para evitar salir a buscarte. Me muero por verte Al, si por lo menos pudiera verte en los ensayos – la joven de ojos azules no podía evitar la frustración que le provocaba la situación. − Bueno, si no fueras tan buena me verías – Alice reía al otro lado del teléfono – como eres tan divina Markus no deja que me acerque. − Sé que me estás haciendo una mueca ahora mismo – fingió enfadarse – no me hace gracia. Alice soltó una sonora carcajada al otro lado. − Mi vida, el sábado vamos a pasear al parque y a pasar el día juntas, ¿vale? - intentaba convencerla – seré toda tuya el fin de semana, si es que no tienes algún acto al que asistir. − No, y aunque lo tuviera, lo habría suspendido – parecía segura de lo que decía, y más oyendo reír a aquella mujer que la enloquecía al otro lado.

− No quiero que canceles nada importante por mí, ¿vale?, hay cosas que tienes que hacer aunque no te apetezca – de repente Alice se preocupó de afectar al trabajo de Lucy. − Tranquila, todo lo que me ofrecen Manu lo coloca entre semana. Yo creo que este chico sabe algo, ¿eh? - confiaba en su ayudante. − Bueno, está empeñado en que he tenido sexo, que mis ojos y mi cutis me delatan... está completamente chiflado, ya sabes cómo es. Yo no le he dicho nada, pero cuando me lo dice no puedo evitar reírme, nunca se me ha dado bien mentir – dijo Alice avergonzada. − Vas a tener que decirle la verdad, confío en él – contestó Lucy. − Ya, sé que él será el primero en alegrarse por nosotras. De todas formas, en ocasiones no puedo evitar preocuparme por si notarán algo en mi actitud contigo que nos delate. − Me encantaría estar ahora mismo con tu cara en mis manos y tus labios esperando mis besos, así podría demostrarte que no tienes que preocuparte, yo estoy aquí para ti y siempre estaré para ti. Te quiero. − Y yo a ti, Lucy – un silencio las abrazó y las acomodó en ese “te quiero”. − Entonces todo estará bien. Ahora me voy a poner un rato con el piano. ¡Nos vemos el sábado! - contestó entusiasmada – menos mal que ya mañana es viernes – rió al darse cuenta. − Temprano estaré llamando a tu puerta. Que descanses. Te amo. − Y yo a ti. Sueña conmigo.

25. El sábado temprano Alice llegó a casa de Lucy, enfundada en atuendo deportivo, con una pequeña mochila a su espalda y todas las ganas acumuladas durante la semana. Miró a los lados en la calle buscando algún fotógrafo y bajó de la moto rumbo a su paraíso particular. Tocó el timbre y no tardó en escuchar alegres pasos golpear el parqué de la casa en dirección a la puerta. − ¡Oh, dios, por fin estás aquí! - Lucy quiso saltar a sus brazos pero vio como los ojos de Alice se abrían de par en par y detuvo su impulso. Alice entró y dejó la mochila y su casco junto al perchero de la entrada en el suelo. − Ahora sí, ¿a qué esperas para saltar a mis brazos? - y los abrió esperando la llegada de un tsunami de puro amor. Lucy se enlazó con ella en un larguísimo abrazo. Su cabeza sumergida en su nuca respirando el olor que tanto había echado de menos y sus brazos acariciando su espalda. La besó con pasión y la llevó hasta el sofá. − Espera, espera... ¿no quedamos que hoy iríamos a correr un rato? - dijo Alice mientras Lucy la desnudaba sobre el sofá llenándola de besos. − Claro, pero necesito recorrer tu piel para recuperar la cordura. Te deseo ahora mi amor – le dijo levantando sus brazos para quitarle la camiseta. Las palabras de Lucy encendieron el deseo de Alice y no pudo más que aceptar tan tentadora oferta. Ambas se recorrieron sedientas de la otra y se amaron descubriendo nuevas miradas, nuevos placeres, pequeños detalles, rincones por descubrir, en medio de palabras de amor y miradas que delatan al alma. Ambas permanecían abrazadas observando la luz de la mañana avanzando mientras las caricias mutuas las devolvían a la realidad poco a poco. − Ahora no tengo ganas de correr – dijo Alice hundiéndose un poco más en el abrazo. Lucy

sonreía encantada. − Vaya, pensé que aumentaría tu energía – mintió. − Creo que debería aclararte que en casos normales, situaciones como esta quitan las ganas de hacer otro tipo de deporte, al menos en un rato – ronroneaba de gusto sintiendo el juego de Lucy con sus dedos en su pelo. − Entonces será mejor que nos quedemos – dijo besando una de sus orejas. − Mmm, no me hagas sufrir con tus caricias y dame tu amor – levantó su barbilla pidiendo un beso que Lucy gustosa le concedió. El teléfono de Alice comenzó a sonar. − ¡Qué raro!, es muy temprano para que me llamen – miró el número – perdona, es mi madre – se separó un poco para acoplar el teléfono a su oreja y volvió a abrazarse - ¿Sí?, buenos días mamá... ¡otra vez ese endemoniado perro!, vale, vale... ahora voy – colgó visiblemente enfadada. − ¿Ha pasado algo? - preguntó Lucy. − Nada, mi madre, que el perro se ha ido corriendo detrás del gato del vecino y no aparece. Si es que no sabe vivir con él pero tampoco puedo vivir sin él, tengo que irme a buscarlo, ¿quieres venir?, mi madre es todo un personaje, no puedo asegurarte que sea discreta, pero sí es muy cariñosa – Alice no sabía muy bien cómo definirla. − ¡Sí, claro, me encantaría!, hoy no pienso separarme de ti, así saldremos a dar ese paseo que prometimos sin distracciones – le guiñó un ojo mientras le lanzaba una mirada de esas que hacen temblar el piso bajo tus pies. − Bue... bueno, será mejor que nos vayamos – Alice no podía evitar sentirse algo intimidada con esas miradas – traje un casco para ti, así que podemos ir en la moto. Lucy disfrutó la sensación de abrazar a la mujer que amaba subida en la parte trasera de la moto. Se sujetó firme a su cintura para terminar abrazándola aprovechando la posibilidad de hacerlo. Para Alice era como un sueño tenerla así de cerca y el anonimato del casco la hacía sentirse libre de miradas y objetivos indeseados. Al llegar se encontraron con la madre de Alice con la correa en mano en medio de la calle mirando a los lados.

− Menos mal que has llegado. Este perro no puede evitar las tentaciones, ya lo sabes... lo del gato del vecino es superior a él. Vaya, has venido con alguien – observó a Lucy mientras se quitaba el casco. − Mamá, esta es Lucy, amiga y protagonista del musical en el que estoy trabajando. Lucy se acercó y le ofreció la mano para saludarla. La madre de Alice la tomó del brazo y la abrazó para darle dos besos. − Buenos días Sra. Bonnie, me alegra conocerla – dijo Lucy afectuosa. − Y a mí conocerte a ti – la miró con una sonrisa buscando a su hija con la mirada – cariño, ¿tienes algo que contarme?, porque tú jamás traes a casa a tus amigas, se ve que te da miedo que me conozcan. − Mamá, deja de intentar desentramar planes ficticios porque no tiene nada que ver – evitaba mirarla para que no notara que mentía – viene conmigo porque había ido a buscarla para ir a correr, la ropa deportiva debería darte una pista. Y ahora déjame que traiga a ese perro alocado antes de que alguna pobre señora se lo encuentre en su jardín. Lucy reía divertida de escucharlas y prefería no saciar la curiosidad de la señora. Si Alice no le contaba la verdad sería por algo. No hizo falta ir muy lejos, desde que el perro escuchó la voz de Alice llamándolo salió de su escondite con cara de arrepentimiento y Lucy se enamoró de él automáticamente. El amor pareció mutuo porque el perro buscó sus caricias nada más verla. − No lo acaricies, porque encima este creerá que ha hecho algo bueno – Alice se puso en plan sargento militar con el chucho y a Lucy le pareció muy divertido. − ¡Oh, aquí estás! - dijo aliviada la señora – debes aprender que hay amores imposibles Baloo, te lo he dicho mil veces. Alice no pudo evitar mirar a Lucy y sonreír. “Menos mal que no es nuestro caso” - susurró la joven de ojos azules. − Entrar en casa, os prepararé el desayuno, acabo de sacar unas magdalenas que alimentan el espíritu. Y no Al, no admito un no – se adelantó antes de escuchar cualquier excusa.

− A mí me encantaría, Sra. Bonnie – contestó mientras se volvía para burlarse de Alice. − No puedes entrar en mi casa y llamarme Sra. Bonnie. Llámame Maggie, ¿de acuerdo?. − Muy bien, Maggie. − ¿En serio no eres la culpable del brillo en los ojos de mi niña? - preguntó sirviendo el café caliente. − Mamá... − De mamá nada, te he dicho que ese brillo y esa sonrisa tuya tienen que tener un motivo, y Lucy es realmente preciosa, sería normal tener un brillo así en los ojos por alguien como ella. Lucy sonrió comenzando a sonrojarse y miró a Alice. − Cariño, dile la verdad a tu madre – se delató voluntariamente para terminar la farsa ante la mirada atónita de su novia. − Ah, ya lo sabía yo – se abalanzó sobre Lucy y la abrazó feliz – no sabes lo feliz que me hace saber que mi niña tiene por fin a alguien que la quiera y la cuide como se merece. − Mamá, no te pongas tremenda, que con Manu tengo bastante – contestó Alice frenando la euforia. − Calla cascarrabias y dame un abrazo. Después del desayuno las chicas se despidieron de Maggie y tomaron un rumbo desconocido. Disfrutaron de un largo trayecto y terminaron en un precioso bosque con unas vistas a un lago tan imponente como un mar. No había nadie por los alrededores, una ventaja de disfrutar de un día libre en lunes, y ambas lo agradecieron, así no tenían que ocultar sus sentimientos. Era un lugar mágico, los tonos marrones se mezclaban con los verdes en las hojas de árboles milenarios y el lugar te transmitía la sensación de estar en la cima del mundo, en el lugar perfecto para el amor. Lucy se aferró a su brazo completamente enamorada mientras andaban. − Aquí solía venir con mi padre, es un sitio muy especial para mí – dijo Alice recordando momentos hermosos de su pasado – es muy bonito, ¿verdad?.

− Es precioso, gracias por traerme – la detuvo en su paseo, la atrajo hacia sí y la besó con un amor infinito, con un beso de esos que te hace perder el sentido. − Mmm – acertó a decir cuando sus labios se separaron – no sabía que te iba a hacer tan feliz conocer a mi familia – bromeó. − Tu madre es fantástica, y tu padre debía ser un tipo muy especial, está claro que tienes lo mejor de los dos – dijo y volvió a besarla. Se acomodaron sobre unas rocas para observar un largo rato el espectáculo que les ofrecía la naturaleza virgen. Lucy se colocó delante de Alice y apoyó su espalda en su pecho, quedando atrapada en el abrazo que le ofreció la mujer que amaba. Probablemente sus recuerdos teñidos de felicidad sólo podrían tener el nombre de Alice.

26. Faltaba una semana para el estreno del musical. Habían pasado casi tres meses desde que las dos mujeres se habían encontrado y nada había cambiado entre ellas. Su relación había ido creciendo y eran increíblemente felices; Alice sentía que había encontrado a la mujer de su vida, no podía imaginar un sólo minuto de su vida con ella, y Lucy se sentía capaz de cualquier cosa por ella. Lucy se había adaptado del todo a la ciudad y la sentía como su casa y sólo se había separado de Alice los días que su madre estuvo de visita en la ciudad. Alice pensó que era lo mejor y Lucy no se sentía capacitada para contarle nada de su relación con aquella mujer que la enloquecía, le faltaba ese valor necesario para hacerlo. Alice ultimaba el estreno de la obra que llevaba tiempo montando con sus alumnos. La obra había crecido y crecido en interés y parecía que sería un éxito el día de su estreno. Lucy le prometió que iría a verla, por nada del mundo dejaría de estar el día de su triunfo como directora. La joven de ojos de miel estaba muy ilusionada con este trabajo y esperaba ansiosa el estreno tanto como el musical de Lucy. Era domingo por la tarde. Las dos mujeres disfrutaban de una tranquila velada en el sofá en casa de Alice. Habían descubierto que era el mejor escondite para su amor. Alice había dejado de ser interesante para los medios y su casa estaba a salvo de la prensa, así que casi siempre iban a casa de la directora. Habían disfrutado del día haciendo el amor y sintiendo piel con piel el calor que las unía. − Esto definitivamente debe ser pecado, el placer a estos niveles seguro que es pecado – decía Lucy mientras acariciaba los pechos desnudos de su amante apoyada en ella. − Entonces, ¿no iré al cielo? - preguntó sin ningunas ganas de moverse. − No iremos cariño, ninguna de las dos – respondió besando su cuello. − Bueno, mientras estemos juntas – Alice se revolvió para subirse a sus caderas y poder besarla intensamente. − Mmmm – saboreaba sus labios... esos labios que tantas veces le habían dicho “te quiero” creo que es hora de que me vaya. Ya mañana entramos en la semana del estreno, y podría

apostar que Markus llegará al borde de la histeria. − Tienes razón. Debes estar lo más tranquila posible esta semana, nada de nervios que no queremos que te pongas afónica de estrés. El montaje es algo increíble, va a arrasar con toda seguridad, me alegro muchísimo del éxito que vas a tener – la abrazó llena de energía – vamos, te llevo a casa. − No, no hace falta, voy en metro – contestó Lucy. − De eso nada, una futura estrella de Broadway no puede ir en metro. − Cariño... ¿sabes que no estamos en New York, verdad? - puso el dorso de la mano en su frente fingiendo tomar la temperatura. − Ya me dirás eso cuando llegue la primera oferta. Se vistieron y salieron rumbo a casa de Lucy. Al otro lado de la acera una atractiva mujer salía del interior de un taxi. Pudo ver cómo Alice se colocaba el casco y cómo Lucy lo agarraba con las manos y le daba un beso a la altura de lo que podrían ser los labios. La joven de ojos azules reía feliz escuchando algo que le contaba su pareja mientras se colocaba el abrigo. Las dos subieron a la moto y Lucy se aferró en un abrazo cerrado a su conductor. Eva no podía creer lo que veía. Había dejado pasar el tiempo desde el altercado con el vestuario de Lucy con la esperanza de que el enfado de Alice se hubiera disipado con el tiempo. Quería recuperarla y había ido con una estúpida excusa sobre el musical a su casa para verla. Se había vestido de una manera sexy e irresistible con la intención de derrumbar los muros de su ex, y se había encontrado con la escena de Lucy con ella, feliz y enamorada, saliendo de su casa. Sacó su teléfono e hizo una foto, girándose de espaldas en el momento en el que la moto pasaba a su altura. A la mañana siguiente ambas mujeres llegaron al teatro por separado. En la entrada las esperaba Markus para hablar con ellas a solas. Alice llegó primero y pudo verlo apoyado en la puerta esperando. − Buenos días – dijo feliz - ¿esperamos una visita ilustre? - bromeó.

− No, en realidad te espero a ti – su tono sonaba frío y distante. − ¿Pasa algo Markus? - preguntó preocupada. − No sé Al, dímelo tú. Sabes que he confiado en ti para este trabajo, que me juego todo con este musical, absolutamente todo lo que tengo, y no puedo creer que pongas en peligro este trabajo aún sabiéndolo – Markus elevó la voz muy molesto. − No sé de qué me estás hablando – Alice empezaba a enfadarse ante la falta de confianza de su amigo. Lucy apareció junto a ellos sin que notaran su presencia. − Buenos días, ¿qué es eso tan interesante que habláis que ni os dais cuenta de que estoy aquí? - preguntó bromeando. − Me alegro de que hayas llegado – dijo Markus ciego de ira – Me han llegado noticias que confirman que entre vosotras dos hay una relación – dijo sin rodeos. Alice abrió los ojos sin poder decir palabra y Lucy palideció de inmediato colocando su cuerpo en una posición claramente defensiva. − ¿Quién te ha dicho algo así? - preguntó Alice sin rodeos – creo que tenemos derecho a saberlo. − No te lo voy a decir Al. Sólo puedo decir que sabes perfectamente los patrocinadores que tenemos en el musical, no podemos tener una protagonista lesbiana – dijo al borde del colapso. − ¡Venga ya, Markus, no seas hipócrita!. ¿La protagonista no puede ser gay pero su director sí?, ¿es así como piensas llevar tu carrera de ahora en adelante, vendiéndote a homofóbicos con dinero? - Alice no podía creer las recriminaciones de su hasta ahora amigo. − O sea, que es cierto – dijo casi asqueado. − No, no es cierto – dijo suavemente Lucy.

Alice habría peleado por ella hasta el fin de los días y escuchar esa frase de labios de la persona que más amaba, hizo que algo dentro de ella se rompiera... muy despacio y dolorosamente. − Quien te haya dicho eso miente. No estoy con Alice, no lo he estado y jamás lo estaré, porque jamás me he sentido atraída por una mujer – Lucy no sabía qué parte de su cerebro diseñaba las palabras que estaba diciendo, pero fuera la que fuese, no la conocía en absoluto, – es completamente absurdo, Alice no te ofendas, pero nunca podría estar con una mujer. La joven de ojos miel entendió la realidad. Habría sido una historia muy bonita... incluso la mejor de las historias, siempre que se quedara dentro de las paredes de su castillo, como las historias de las princesas encerradas en una torre. Sólo que en esta historia no había príncipe que las salvara, así que su historia estaba condenada al encierro. Sintió que su ilusión se esfumaba como las mariposas con el viento y no pudo soportar escuchar más palabras como esas. − Ufff, no sabes el peso que me quitas de encima Lucy – de repente Markus estaba relajado. − Me alegro de que puedas respirar tranquilo. Es momento de que me vaya, – lanzó una mirada a Lucy que la evitaba mirando al suelo – no puedo trabajar para quienes piensan que mi forma de vida es una farsa, algo que hay que ocultar bajo las piedras – las lágrimas tenían prohibida su salida, al menos hasta que estuviera a solas. − Vamos Al, no es para que te pongas así – Markus intentó calmarla. Lucy la miró un instante mientras moría por dentro. Ella, que le había dicho mil veces que lucharía por ella, que jamás permitiría que su sueño se interpusiera entre ellas, había hecho justo lo contrario sin apenas pensarlo. Pudo ver en los ojos de Alice el vacío del dolor y supo que jamás la perdonaría.

27. Alice huyó como un asesino en serie huye de la escena de un crimen, salvo que en esta ocasión ella era una de las víctimas. El dolor se hacía presente en cada músculo de su cuerpo mientras callejeaba sin rumbo fijo, haciendo imposible el control de las lágrimas, decididas a salir a pesar de su obstinación por evitarlo. Sentía vibrar su teléfono mientras conducía pero no tenía intención de detenerse. Sabía quién era, quién podía estar interesada en saber si se encontraba bien, pero no podía contestar, no era capaz de enfrentarse a esa voz sin derrumbarse, y luchaba para salir a flote de la tormenta de sentimientos que ahogaban su pobre corazón lastimado. Sin poder evitarlo llegó al parque del lago, frente a la casa de Lucy. Se detuvo y fue una vez más al lugar donde la vio por primera vez, intentando que la vida le concediera un deseo: deseaba que el tiempo retrocediera hasta el día que la vio, cansada y sudorosa, sonriendo mientras miraba a aquel niño que jugaba con los patos. Si el destino le hubiera hecho ese favor, habría seguido de largo y no la habría conocido, no habría sufrido como lo hacía en ese momento. Pero tampoco habría vivido los dos meses más felices de su vida. Alice recapacitó y decidió que la tierra debía seguir girando en el mismo sentido, sin borrar el pasado. Se sentó en un banco cercano y sacó un pequeño bloc que usaba para anotar ideas para sus guiones del bolso. Escribió un par de palabras, las leyó y decidió tacharlas. Volvió a intentarlo. Mi amor, He decidido escribirte porque necesito que sepas que no te odio, jamás podría odiarte porque en mi corazón sólo existe amor para ti. Mi corazón late por ti, y siempre será así, no habrá día en que tu recuerdo no inunde mi alma. Sé porqué lo hiciste, yo también fui cobarde y también luché hasta lograr el valor necesario hace años, pero juré que jamás viviría ocultando mis sentimientos, que sería honesta y viviría orgullosa de amar como te amo a ti. Lo siento, no puedo volver atrás. Hoy he entendido que debo dejarte marchar, que el destino nos jugó una mala pasada al reunirnos en el momento equivocado, porque tú no estás preparada y yo no quiero vivir a oscuras. Tú has sido mi luz, has iluminado mi vida como nadie lo ha hecho, pero debo dejarte ir, debo dejar que sigas tu camino y alcances el éxito que buscas, porque nadie lo merece más que tú. Sé feliz mi vida, vive y disfruta cada minuto de tu vida. No dejes de sonreír

porque tu sonrisa es mi sol de la mañana, como tus ojos son mi camino al mar de los sueños. Te amo, A. Dobló el pequeño papel y se acercó hasta su casa. Decidió pasarlo por debajo de la puerta y así no habrían miradas extrañas sobre él, sólo los maravillosos ojos de Lucy. Lo deslizó suavemente, dejando sus sueños atrapados bajo esa puerta que tantas veces cruzó para encontrarse con ella. Lucy se había encerrado en el camerino con la excusa de un terrible dolor de cabeza, aunque realmente tenía la sensación de que le podría estallar de un momento a otro. Markus se sentía culpable por haber lanzado esas acusaciones sobre ella y la dejó tranquila mientras intentaba solucionar la marcha de Alice para los últimos días. La joven castaña llamaba desesperada al teléfono de Alice muerta por la culpa, no podía imaginar el daño que le habían hecho sus palabras, pero sabía que aquella mujer que amaba se había marchado con el corazón roto. Se sentía completamente miserable por haber infligido ese dolor gratuito a la mujer que amaba, por haber faltado a su palabra, por haber sido una cobarde. Manu tocó suavemente la puerta del camerino. − Cariño, ¿estás bien?, ¿puedo pasar? - preguntó preocupado. Lucy sabía que si alguien podía hablar con Alice en ese momento era él. Abrió la puerta y Manu se quedó paralizado ante el gesto de destrucción en el rostro bañado en lágrimas de Lucy. − Pero... ¿qué te ha pasado mi cielo? - la abrazó sin esperar respuesta y Lucy se derrumbó en los brazos de aquel hombre. − Manu, acabo de destruir todo lo bueno que había en mi vida – sollozaba sin apenas poder articular palabra – y acabo de perder a la persona que más me ha amado y que más he amado. El rostro de Manu no pudo evitar reflejar preocupación. Sabía que entre ella y su amiga había una relación, no se lo habían confirmado, pero conocía demasiado bien a Alice y sabía que no se equivocaba. Que Lucy le dijera eso significaba que su mejor amiga estaba rota de dolor en algún lugar de la ciudad. Se separó dulcemente de su abrazo y la miró a los ojos. − Lu, dime, ¿qué ha pasado?, ¿dónde está Alice? - empezaba a ponerse nervioso. − No lo sé Manu, la llamo sin parar pero no contesta al teléfono. Por favor, inténtalo tú – ya

Manu tenía el móvil en sus manos sin que Lucy terminara hablar. Tono de llamada. Nada. − ¿Qué ha pasado?, cuéntame... Conozco muy bien a Alice, jamás te haría daño, estoy completamente seguro de eso. Lucy cayó rendida en el sofá de su camerino. Destruida y sin fuerzas, hundió su cabeza entre las rodillas. − Alguien le dijo a Markus que Alice y yo estábamos juntas. Alice discutió con él, le dijo que era hipócrita su actitud... ella luchaba por nosotras. Y yo sólo fui capaz de decir que eso era una mentira, que jamás había estado con ella y que jamás lo estaría – las lágrimas volvían a su rostro – vi sus ojos Manu, vi el dolor que le causaba en sus ojos. Se despidió de su trabajo y se marchó, y no pude decirle que lo siento muchísimo, que la amo y que jamás debí decir eso. Debo encontrarla y pedirle que me perdone. − ¡Ohh, mi niña, cuánto lo siento! – la abrazó de nuevo ofreciendo consuelo – ¿sabes?, Alice es una persona muy especial, aunque seguramente ya te hayas dado cuenta de ello. Estoy seguro de que entiende lo que hiciste, pero debes comprender que ella pasó por un infierno de críticas cuando decidió “salir” y se prometió que jamás viviría una vida que no fuera la suya. Ella te ama Lu, sin decirme nada lo he visto en sus ojos, en su forma de mirarte. Está completamente enamorada de ti, pero no puede arrastrarte a su vida porque tú tienes que brillar ahora mismo como Lucy Silken, la maravillosa protagonista de Rebecca. − No quiero musicales, ni éxitos, ni reconocimientos... sólo quiero estar entre sus brazos y no volver a separarme de ella jamás. Voy a hablar con Markus – dijo muy segura de sí levantándose del sofá. Manu la detuvo y la giró hacia él obligándola a mirarlo a los ojos. − Sabes que eso no es posible ahora mismo, y sabes que Alice no lo querría. Ahora no es vuestro momento Lucy, dale tiempo al tiempo y veremos cuán fuerte es vuestro amor. Ya sabes, “el espectáculo debe continuar” - había un cierto tono de amargura en sus palabras – Y ahora debo ir a buscar a Alice, conozco todos sus rincones, y si no, esperaré en la puerta de su casa hasta que regrese. Desde que sepa algo te llamo – dijo y besó su frente con un cariño infinito. − Por favor, dile que lo siento tanto... dile... dile que la amo. − Ella lo sabe, no lo dudes – volvió a besarla y se marchó. En su camino a la salida, Manu vio a Markus hablando con el director musical. Con una excusa

cualquiera, lo tomó del brazo con una furia desconocida hasta ahora en él y lo llevó a un rincón libre de miradas. − Eres un cretino y un hipócrita. ¿Quién demonios te crees que eres para juzgar a nadie?, ¿eres acaso el salvador de la moralidad?, porque te recuerdo que hace dos noches no pensabas así cuando estabas en mi cama – las ganas de golpearlo iban en aumento en el joven español. − No sé de qué me estás hablando – mintió – y no olvides quién soy Manu – sonaba amenazante. − Desde hoy puedes tener muy claro que no lo olvidaré. Estaba realmente equivocado contigo, no eres más que un insecto que se deja atrapar por las redes de la clase alta y obsoleta de esta ciudad, que vende su trabajo y su alma al mejor postor, incapaz de ser leal a las personas que han estado a tu lado toda la vida. Eres una mentira... ojalá puedas vivir tranquilo con eso – en sus ojos se veía el desprecio y Markus fue consciente de lo que había hecho – Y ahora me largo, tengo que encontrar a Alice. − Manu, yo... - intentó disculparse, pero allí ya no había nadie para escucharlo.

28. Alice llegó a casa agotada a pesar de lo temprano del día. Sólo podía pensar en tumbarse en el sofá un par de horas y descansar la irritación que sufrían sus lastimados ojos. Pero allí estaba ella, sentada en las escaleras de la entrada a su casa. Eva sujetaba una flor en sus manos y sonrió cuando vio a la joven rubia acercarse a ella. − ¿Qué haces aquí Eva?, no estoy de humor para aguantar ninguna de tus historias – dijo mientras metía la llave en la cerradura. − Lo sé, por eso he venido. Markus me llamó y me dijo lo que había sucedido – le ofreció la flor con la mejor de sus sonrisas. − Espera un momento... - Alice se detuvo un instante mirando a la puerta sin girar la llave – ¿por qué te llamó Markus a ti?, ¿qué tienes tú que ver en esto? - preguntó sin girarse hacia ella. − Cariño, sabía que esa pequeña estrellita no tardaría dos segundos en negarte. Y así ha sido, deberías agradecerme que te abriera los ojos antes de que sufrieras más – intentaba calmar la tormenta que se le venía encima. Alice entendió el sentido de todo aquello. Dejó la llave en la cerradura y se giró mirándola a los ojos con amargura. − Me estás diciendo que por tu culpa acaban de irse mis sueños por el desagüe... me estás diciendo que eres la culpable de mi pena, que tú has provocado este dolor sólo por tu estúpida idea de recuperarme, cuando te he dicho mil veces desde tu regreso que jamás, jamás volvería con alguien como tú. Eres la peor decisión de mi vida, ¿no lo entiendes? agarró la estúpida flor y la tiró dentro de una papelera de la calle. − Al, no piensas eso realmente, yo lo sé – intentaba convencerse y convencerla con ridículas explicaciones – fuimos muy felices cuando estuvimos juntas, trata de recordar, por favor.

− No, te equivocas. Hace dos meses que conocí lo que era la felicidad, lo que tuve contigo no se parece en nada a lo que es la felicidad. Lo único que tuve contigo Eva fue dolor, me hiciste sentirme terriblemente culpable por no seguir mi trabajo como actriz, me hiciste sentir que era tan poca cosa fuera de la actuación y de la fama, que sentí que jamás podría encontrar mi camino. Te abandoné porque me hiciste más daño que cualquier otra persona en el mundo, porque estar a tu lado fue un error terrible y los errores hay que arreglarlos para avanzar e intentar ser felices. El gesto de Eva cambió. Su esperanza se desvaneció mezclada con las palabras de Alice. − No sigas, por favor – sus ojos se volvieron tremendamente tristes – no digas eso. − ¿Por qué razón tendría que tener piedad contigo? - no podía parar. Eva había encendido su instinto más bajo y el dolor la atravesaba entera – te ayudé Eva, me olvidé de todo para que tuvieras un nuevo camino, y tú sólo querías arrastrarme en uno de tus nuevos planes. No sabes querer, eres incapaz de dar tu amor a cambio de nada. Eva comenzó a llorar. Había descubierto el resultado de su traición y sus juegos sucios. Ya no había oportunidad ni sitio para ella en el corazón de Alice. Había eliminado cualquier posibilidad de afecto por parte de la persona más cariñosa y dulce que había conocido en su vida, incapaz hasta ese momento, de negar afecto y amor a las personas que compartían con ella su vida. El teléfono de Eva comenzó a sonar en ese momento. Alice le quitó el bolso y rebuscó en su interior para cogerlo. Eva, paralizada por el dolor, fue incapaz de moverse para impedirlo. − Será Markus – dijo Alice triste y enfadada – voy a decirle que puede darte las gracias por destrozarme la vida. Contestó al teléfono, pero no era Markus, era la directora de la firma para la que trabajaba Eva. Alice no pensó. − Hola... sí... Eva ahora no puede ponerse, pero por favor, déjeme que le diga una cosa. Acabo de despedirme de una de las subdirecciones del musical que patrocinan para evitar un escándalo que acabaría con la obra antes de empezar, todo gracias a su encargada. Ha intentado sabotear un espectáculo maravilloso antes de su estreno, yo en su lugar hablaría con ella, porque está claro que no está capacitada para un trabajo así, y dudo mucho que quieran una publicidad así para su firma. Buenos días – y colgó. − ¿Qué has hecho? - preguntó Eva abatida. − Te lo dije muchas veces Eva, que no hicieras nada que la dañara. Lucy no te ha hecho nada,

es una persona maravillosa y tú sólo has tratado de perjudicarla. Te avisé... después del asunto del vestido te dije que era la última vez que te permitía algo así. Ahora no estaré para protegerla, pero tú tampoco estarás para hacerle daño. Déjala en paz, has conseguido separarnos, quédate con eso, porque es lo único que tendrás. Y ahora, vete de mi casa – Alice entró en su casa y cerró la puerta dejando atrás los restos de Eva. Cayó vencida en el sofá y cerró los ojos ansiando que todo fuera una horrible pesadilla. Los abrió y todo seguía igual. En la casa, los restos de su relación con Lucy que parecían dispuestos a torturarla con su recuerdo. Lloró desconsoladamente una vez más. Alguien llamó a la puerta. Se levantó como un resorte dispuesta a enviar a Eva al mismísimo infierno si no la dejaba en paz. Abrió la puerta enfurecida y vio a Manu frente a ella. Corrió a sus brazos y se abrazó como si le fuera la vida en ello. − Hueles a ella – dijo llorando. − Es que las dos tenéis últimamente la misma costumbre de abrazaros a mí... yo lo entiendo, soy irresistible – sacó a duras penas una sonrisa a su amiga – ya sé lo que ha pasado. Lucy está destrozada y no hace más que llorar porque sabe el daño que te ha hecho. Sabes que no lo hizo por dañarte Al, no lo tengas en cuenta. − Lo sé Manu, sé de sobra que ahora mismo estará como yo, porque sé lo que siente, he podido sentirlo todo este tiempo, y sé que sus ojos y sus besos no mentían. Pero en el fondo, esto es lo mejor. No puedo obligarla a dejarlo todo por mí, no sería justo. − ¿No crees que eso debería decidirlo ella? − Sabes que tengo razón, está a cuatro días de su estreno en un papel maravilloso por el que ha soñado toda su vida. Necesita hacerlo, y ahora mismo yo soy lo que la impide hacerlo. − Bueno, eso tenemos que hablarlo tranquilamente. Voy a hacer té y seguimos hablando – dijo Manu acercándose a la cocina. − Odio las infusiones. − Lo sé, pero te la tragarás – Manu no daba oportunidad de réplica. El joven español sacó su teléfono a escondidas en la cocina. Escribió un mensaje: “Estoy con ella, no me separaré de ella hasta que la vea bien. Sólo hay una cosa clara y es lo que os queréis. Por favor, trata de recuperarte. Te quiero. Bueno, te queremos”. Le dio a enviar y puso agua a hervir.

29. Los dos amigos pasaron la mañana hablando hasta que Alice se calmó y respiró algo más tranquila. Lucy pudo descansar al leer el mensaje de Manu, al menos Alice estaba bien, pero no podía evitar pensar en ella cada minuto del ensayo. Fue una mañana terrible, era incapaz de concentrarse y parecía como si de repente hubiera olvidado todo lo relativo al musical. Markus sabía que era el culpable del rendimiento tan nefasto de la joven así que decidió suspender el ensayo y mandarla a casa a descansar. Lucy huyó del teatro desde que pudo. Manu le había dicho que era mejor que no la buscara, que Alice le había rogado que no lo hiciera o no sería capaz de superarlo. Lucy se detuvo delante de la casa de Alice rota por el dolor y la necesidad de sus labios, de su cálido abrazo, pero fue incapaz de dar un paso hacia ella. ¿Acaso su historia de amor se iba a quedar así?, no podía soportar su falta de carácter ahora que lo necesitaba y se odiaba a sí misma por ello. Cabizbaja siguió su camino hasta su casa. A pie el recorrido hasta su casa era de más de una hora, pero no era capaz de entrar en aquella casa en la que sólo tenía momentos con ella, así que decidió hacerlo andando. Al llegar volvió la vista hacia la entrada del parque... soñaba con que ella saliera de allí y corriera a abrazarla, olvidando todo el daño que le había hecho, dispuesta a perdonarla y a no separarse de ella jamás. Pero nadie dijo su nombre. La tristeza se instaló en sus hombros mientras abría la puerta, haciendo presión y encorvando su espalda cansada. Al abrir vio cómo algo se movía con la puerta; un papel doblado con su nombre por fuera. Era la letra de Alice. Su cuerpo respondió temblando, temiendo su reacción en aquellas palabras. Lucy la conocía bien, tenía un corazón tan grande que sabía que sus palabras no podían herirla, pero aún así el miedo le impedía abrir el simple doblez de la hoja. Se sentó en una esquina del sofá y trató de respirar... lentamente inspiraba para lentamente expirar... poco a poco sus manos dejaron de temblar sin control y se atrevió a leer.. Dos lágrimas cayeron como un río en el papel al comenzar a leer. Lucy alejó la carta de sus lágrimas para no perder ni una sola de aquellas letras y lloró como un mar que nace al sentir todo aquel amor en tan pocas palabras. Sus palabras eran sinceras y su deseo noble, pero Lucy supo que jamás podría querer un éxito que la alejaba de la mujer de sus sueños. Releyó la carta una y otra vez hasta que memorizó cada letra, cada trazo, cada sentimiento... podía saber en qué momento Alice había parado su escritura para enjugarse las lágrimas, conocía cada uno de sus gestos al escribir cada palabra, porque ella era todo, era su amor, y la conocía como nadie se había atrevido a conocerla.

Dejó el papel sobre la mesa y se dejó caer en el sofá cerrando los ojos. Ahora sabía que no podía ir a verla, no al menos hasta que estrenaran el musical y todo se calmase a su alrededor. Ahora sabía que la tristeza de Alice venía por la sensación de tener un amor a oscuras, así que cuando se decidiera a ir a buscarla, sería para pedirle que saliera con ella de la mano a la vida, para así comenzar rozar de nuevo la felicidad. Mientras ese momento llegaba, Lucy decidió que pondría su corazón en hibernación hasta que ella volviera. Las dos mujeres pasaron el resto de la semana enfrascadas en el trabajo para evitar pensar ni sentir. Lucy volvía a encontrarse bien para hacer su papel y Alice había doblado las horas de ensayo con su compañía para agilizar el estreno de su obra. Manu había intentado hacer recapacitar a Alice pidiéndole que fuera a verla antes del estreno, pero la joven de ojos miel sabía que esa era una malísima idea. Aceptó de mala gana una entrada para el estreno que su amigo le llevó, bajo promesa de que estuviera lo suficientemente oculta para que no se notara su presencia. Había aceptado a regañadientes aunque la necesidad de verla se multiplicaba cada segundo que no estaban juntas. El sábado llegó y Alice sintió que los nervios se apoderaban de ella sin piedad. Pasó el día como un animal enjaulado en su casa, luchando contra las ganas de ir a su casa a desearle suerte y a llenarla de besos que la calmaran en la espera. Lucy sin embargo peleaba con el teléfono en las manos para evitar llamarla y rogarle que fuera, que no sería capaz de hacerlo sin ella cerca. Ninguna de las dos cedió. La joven de ojos miel, bella como pocas, llegó al teatro intentando enterrar los nervios bajo la alfombra roja de la entrada. Los fotógrafos gritaron para que se detuviera y posara pero ella era incapaz de escuchar nada. Manu la vio acercarse y fue directa a ella, la sujetó de la cintura, galán y masculino y la giró disimuladamente hacia la prensa, enseñando dientes y acercándose a su oído. − Sonríe, que hacemos una pareja divina – y le dio un suave pellizco en la cintura para que reaccionara. Alice miró hacia él sin entender y sonrió en un acto reflejo de ver aquellos dientes tan blancos indicarle la forma de hacerlo. − ¿Qué haces? - preguntó hablando entre dientes. − Evitar que parezcas la rara del estreno. Además, necesito una pareja o no saldré en la prensa mañana, y estoy demasiado guapo como para dejar que las multitudes se lo pierdan – se ajustó la pajarita – por cierto, estás preciosa, cuando Lucy te vea se va a morir. El gesto de Alice cambió por completo.

− Manu, te lo dije bien claro – hizo el gesto de salir en dirección contraria pero el español no la había soltado en ningún momento. − Tranquila, que no la verás... Jesús, cómo eres... - la besó en la mejilla – no te preocupes, está en los camerinos atacada de los nervios, creo que no reconocería al Papa aunque tuviera a ese señor de capa blanca y zapatos rojos de Prada delante. − Deberías ir con ella y tranquilizarla – Alice se preocupó. − Bueno, debería entrar antes de que me despidan, que Markus me tiene en su lista negra. Toma tu entrada. Nos vemos después, ¿ok?. Tranquila, iré solo y desarmado – la besó otra vez y Alice se dirigió a la entrada. Manu se quedó atrás un minuto y se acercó a uno de los fotógrafos. Alice pensó que su amigo era incapaz de cambiar a la hora de ligar y se adentró hacia el patio de butacas. En el camerino Lucy terminaba de arreglarse y de calentar la voz, ya en solitario para dejar atrás los nervios y concentrarse. Alguien golpeó en la puerta y dio un respingo en la silla mientras se maquillaba. − Lu, soy yo, ¿puedo pasar? - Manu estaba al otro lado. − Manu, estoy terminando de arreglarme. Venga, pasa, pero un minuto – dijo Lucy apurada. − Ya, ya, un minuto – entró y cerró la puerta – me vas a adorar cuando veas esto. ¿Qué?, ¿no te da ni un poco de curiosidad? - sacó un iPhone del bolsillo de su chaqueta. − ¿Crees que haciéndome esas preguntas puedes relajarme?, ¿pero qué clase de tácticas usas tú? - Lucy comenzaba a exasperarse. − De verdad, cómo estáis de susceptibles, ¿eh? - en el fondo Manu estaba en su salsa. − ¿Estamos?, ¿qué quieres decir? - ahora sí le picaba la curiosidad. Manu estiró la mano y le acercó el teléfono a su amiga. − Perdona, te mentí cuando te pedí que me prestaras el tuyo porque el mío se había quedado sin batería.

Lucy tomó el teléfono entre sus manos y vio una foto de Alice abrazada a Manu en el photocall de la entrada. Se acercó la imagen para verla mejor y al borde del llanto la abrazó contra su pecho. Se la veía sonriente, tan hermosa y tan cercana que Lucy se puso en pie dispuesta a buscarla. − No Lu, ¿qué haces? - Manu la detuvo. − Ir a buscarla Manu, ¿tú has visto lo hermosa que está?. Ha venido... ha venido a verme – Lucy se hundió en el abrazo. − Ha venido porque te ama, eso no ha cambiado, y porque le dije que necesitabas que estuviera aquí. Viene porque le prometí que no la verías, si se entera que he hecho esto dejará de hablarme, y yo la quiero mucho, lo entiendes, ¿verdad?. Hoy es tu día, sal ahí y demuestra que el sacrificio merece la pena, que eres la mejor.

30. Alice ocupó su asiento en el patio de butacas. Pensó en la forma que podría eliminar a Manu sin dejar pruebas. Estaba realmente cerca del escenario y a poco que iluminaran la platea, Lucy podría verla. Maldijo el día que decidió teñirse de rubio platino y se acomodó en su asiento refunfuñando para sí misma. A su derecha había una señora muy atractiva. Algo más joven que su madre, parecía que también había ido sola al estreno y a Alice le llamó la atención. − Buenas noches – la saludó. − Buenas noches – respondió cordialmente la señora. Había algo en sus ojos que le resultaba terriblemente familiar, pero no acertaba a adivinar de qué se trataba – ¿usted también viene sola al estreno? - le preguntó a Alice. − Sí, bueno, mi mejor amigo trabaja en el espectáculo, así que oficialmente mi pareja está detrás de ese telón – sonrió. − Ah, entonces estamos en la misma situación – la señora resultaba encantadora y sin esperarlo Alice se relajó. Dieron el aviso de cinco minutos y el silencio se fue haciendo cada vez más intenso. − Espero que salga bien, la verdad es que estoy nerviosa – le susurró la amable señora. − Bueno, puede estar tranquila, el espectáculo es maravilloso, el montaje espectacular y los protagonistas son increíbles, lo mejor que he visto en muchísimo tiempo – dijo Alice entusiasmada. − Ah, ¿usted ya lo ha visto? - le asaltó la curiosidad a la mujer. − Digamos que he tenido algunos privilegios – le guiñó un ojo y la mujer sonrió cómplice.

La orquesta comenzó y la música se adueñó del espacio con una fuerza que hizo que el vello se erizara. Se abrió el telón y Alice instintivamente se sujetó con fuerza a la butaca como si esperara el despegue de un avión. − Me acaba de decir que todo saldrá bien, no se arrepienta ahora – le dijo la mujer tratando de calmarla. − Lo sé, lo sé – se sonrojó – vaya, me ha pillado. Por cierto, me llamo Alice y extendió su mano para saludarla. − Y yo Martha – la señora devolvió el saludo. El escenario se llenó de artistas y el espectáculo comenzó con el coro de secundarios, que formaban un equipo fantástico. Alice no pudo ocultar lo orgullosa que estaba de ellos. Thomas salió a escena acompañado de Pia y ambos demostraron porqué eran tan respetados en el mundo teatral. Eran como dos iconos atemporales que brillaban con luz propia a pesar de los años pasados. De repente, allí estaba ella... salió como intentando pasar desapercibida, hasta que abrió la boca para su primer solo... entonces el teatro se rindió ante ella, y con él, todos los presentes. Alice no pudo reprimir una lágrima de satisfacción al verla tan grande, tan perfecta, y supo en ese preciso instante que jamás dejaría de ser tan increíblemente maravillosa para ese trabajo. Tuvo la sensación de que Lucy la buscaba con la mirada sin lograr hallarla, y Alice se hizo pequeña en aquella butaca, esperando que no pudiera reconocerla entre aquella maraña de smokings y brillantes. − ¿Es realmente buena, verdad? - susurró Martha cuando Lucy terminó su canción. − Es mejor que buena – sus palabras sonaban con un cariz de devoción que no pasaron desapercibidas para la señora – es brillante, trabajadora, fiel a su trabajo y con un don maravilloso para este oficio. Es lo mejor que he visto en mi vida, y a partir de hoy todos sabrán lo mismo que sé yo y estarán de acuerdo conmigo. La historia avanzó y llegó el drama. El personaje de Lucy vivía atormentado por el pasado de la primera esposa de su marido. Lucy debía conseguir transmitir la tristeza y el abandono producido por la obsesión de su esposo por su mujer fallecida y Alice sabía que era la parte que más le costaba a la joven de los ojos azules. En esta ocasión Lucy parecía derrumbada, con el corazón roto en tantos pedazos que era imposible volverlos a unir. Alice abrió los ojos sorprendida por la escena. El gesto abatido de Lucy era tan triste que quiso subir y abrazarla para jurarle que jamás la dejaría. Algo de lo que había pasado entre ellas esa semana estaba pasando por su cabeza en ese preciso instante, la joven de ojos miel

sabía que Lucy pensaba en ella en esos momentos, porque su mirada hablaba para ella, sólo para ella, desde lo alto del escenario. El público estaba fascinado, Alice miraba a su alrededor y sólo veía rostros expectantes y ensimismados, envueltos en un ambiente mágico. El dúo con Pia fue soberbio, sin duda lo mejor de la noche, y Thomas se había convertido poco a poco en poca cosa al lado de dos mujeres tan brillantes como ellas. El espectáculo llegó a su fin sin apenas darse cuenta del tiempo y el público aplaudió en pie demostrando el éxito total del evento. Alice no dudó y se puso en pie para aplaudir a la mujer de sus sueños, que sonreía radiante y feliz agradeciendo el aplauso. La luz descubrió a los actores al público y Lucy miró sin disimulo buscando a alguien entre el público. Tras un momento de búsqueda, encontró su tesoro y sus ojos se encontraron al fin. Alice sintió que aquellos ojos abrían su corazón en canal y se instalaban cerquita de su alma. Lucy lanzó una sonrisa tímida y la joven rubia sintió que si no huía de allí pronto, perdería irremediablemente el sentido. − Disculpa, ¿te importaría acompañarme? - Martha reclamó su atención. − Sí, claro, ¿necesita que le indique dónde están los servicios? - contestó Alice. − No, tengo un pase para ir detrás, y la verdad es que temo perderme. Como antes dijiste que conocías el teatro, pensé que podrías indicarme cómo llegar a los camerinos – la señora se veía infinitamente feliz. − Bue... bueno, no sé si será buena idea – pensó en buscar una excusa, pero no estuvo rápida. – Le seré sincera, hasta hace una semana trabajé en el montaje y me despedí, digamos que no demasiado bien, así que no sé si es muy conveniente que vaya – necesitaba huir de allí. − ¿Así que trabajaste aquí?, entonces tienes parte de mérito por este trabajo tan maravilloso. Además, tal y cómo describes este espectáculo, con la pasión que lo haces... está claro que es muy especial para ti. Por favor, acompáñame. − Está bien, la llevo a la parte de camerinos y me despido allí, ¿de acuerdo?, así aprovecho y le comento algo a mi amigo – Alice se rindió. Lucy luchaba por salir de allí y buscar a Alice, pero los abrazos y las felicitaciones le impedían avanzar. Necesitaba abrazarla y respirarla o volvería a caer. Se empezaba a impacientar entre tanto extraño que la felicitaba y le pedía autógrafos sin sentido. Se excusó y salió como pudo deseando que no fuera demasiado tarde para ellas.

− Mi vida, aquí estás. Has estado maravillosa Lucy, sublime – Martha se acercó a Lucy y Alice se detuvo en seco sin poderse creer nada de lo que veía. − Mamá, me alegro de que te haya gustado. ¡Qué pena que papá no pudo venir! - se abrazó a su madre sin apartar sus ojos de Alice. En su corazón y su mente la besaba apasionadamente y le decía cuánto la amaba. − Bueno, sí que ha sido una pena, pero por suerte he tenido la mejor de las compañías – sonrió mirando a Alice, paralizada por el pánico. − ¿Alice?, ¿has conocido a Alice? - Lucy entendió entonces que llegaran juntas. − Sí, ha sido un placer ver el musical con ella. Ha vivido y sufrido intensamente con vosotros, debo decirte – sonrió a Alice agradecida. − Es que ella es muy culpable de que haya salido así de bien. Ha trabajado muchísimo por nosotros. Espera que voy a saludarla – Lucy dejó sola a su madre y se dirigió a la dueña de aquellos ojos por los que suspiraba cada día y que tanto añoraba ver – Al, no sabes lo que significa para mí que hayas venido – se abrazó a ella con todas sus fuerzas. Algo se detuvo, Alice no podía asegurar que fuera el tiempo o los latidos de su corazón. Quizás con el abrazo una burbuja las atrapó dentro y se perdieron en ella. No supo qué hacer hasta que sintió sus brazos rodeándola. Lo deseaba tanto como ella así que se aferró a ella y se sumergió una vez más en aquel aroma que la enloquecía. − Mi amor, te quiero tanto. Yo... yo, lo siento... no sabes cómo te echo de menos – Lucy le susurraba a Alice entre lágrimas. − Shhh, cálmate. No podemos hacer una escena aquí delante de todas esas cámaras y de tu madre – Alice habría querido secar sus lágrimas con besos y caricias pero se resistió como pudo – Todo está bien Lu, simplemente no es nuestro momento – se acercó a su oído inspirando su olor – pero esperaré por ti, nada ni nadie evitará que espere por ti hasta que estés lista. Porque yo también te quiero – y la besó tímidamente, casi sin rozarla. Lucy trató de calmarse y recuperar la compostura. − Necesito que seas fiel a tus sueños Lucy, no puedes abandonarlos ahora. Te he visto al finalizar el espectáculo... estabas tan feliz... y ya los escuchaste, te adoran. Este es tu principio, no puedo ponerme en medio – se separó de sus brazos y la miró a los ojos. – Encontré a la mujer de mis sueños, soñaré con ella hasta que vuelva a ser una realidad – limpió una lágrima con uno de sus dedos. – Y ahora, vuelve ahí y sonríe. Te amo.

− Y yo a ti, no lo olvides – Lucy le dedicó una sonrisa más. Manu las vio y se acercó a ellas. − Bueno, bueno, bueno... creo que es hora de que te saque de aquí – sujetó a Alice por la espalda – antes de que hagáis algo de lo que luego os arrepintáis. − Has llegado en el momento perfecto. Necesito salir de aquí y tú vas a ser mi excusa – miró a Manu mientras acariciaba una de las manos de Lucy. – Vuelve con ellos Lu, pronto nos veremos – y la besó en la mejilla a modo de despedida, un beso dulce y pequeño, pero que contenía dentro todo su amor. Alice se acercó a Martha antes de marcharse. − No sabía que usted era la madre de Lucy. Ha sido un placer conocerla. Ahora debo marcharme, que disfruten de la velada. − El placer ha sido mío, ha sido muy agradable. Gracias. Además, se nota el aprecio que mi hija te tiene, así que todo queda en familia – sonrió y Alice pudo reconocer en esa sonrisa la de Lucy. − Hasta pronto. Felicidades otra vez Lucy, has estado maravillosa. Nos veremos pronto – se despidió y se dirigió a la salida agarrada de su amigo. − ¿No me digas que te he sentado al lado de su madre?. No me odies vale, te juro que en esto no tengo la culpa. − Tranquilo, en realidad no ha estado mal. Ah, y no creas que no me di cuenta para qué me hiciste posar delante de los fotógrafos – siguieron andando – menos mal que a estas alturas no puedo dejar de quererte, que si no. − Pues sí, menos mal, no dudaba que lo supieras, tú eres muy lista y yo muy evidente... pero vamos, que a bambalinas has ido tú solita – le dio una palmadita en el culo y los dos amigos se marcharon riendo.

31. Alice y Manu fueron a cenar a su restaurante de siempre para celebrar el éxito del musical. Se sentaron en una mesa junto al enorme ventanal que daba a la calle, alumbrados con una romántica vela en el centro, detalle que no pasó desapercibido para el español. − Lo sé, no pegamos en un sitio tan romántico, al menos juntos – soltó una risita maléfica– aunque hoy diría que parecemos heterosexuales con pedigrí – la carcajada de Alice inundó el restaurante y algunas miradas se clavaron en ella, contagiadas por la risa. − Gracias por hacerme venir Manu, realmente necesitaba algo así – se limpió las lágrimas que le provocó la risa. − ¿Y qué me dices de haber conocido a la suegra? - aún no podía creer la coincidencia de que se sentaran juntas. − No bromees con eso – se ruborizó – menos mal que me enteré cuando ya me iba que si no habría estado todo el espectáculo pendiente de decir o hacer nada que me delatara. − Seguro que se enamoró de ti, bueno, no como su hija... espero, vaya... sería un marrón... vamos, que seguro que le resultaste encantadora – Alice se adelantó un poco en su silla para golpearle en un brazo. − ¡Calla!, no digas disparates. La verdad es que es una mujer muy dulce, se ve que Lucy lo ha heredado de ella. Además es inteligente, me preguntó por Lucy como alguien ajeno para ver cuál era mi opinión real de ella. − Y claro, le dijiste que estabas enamorada de ella y que por eso no podías ser imparcial, ¿verdad? - las bromas del español no tenían fin. − ¿Tú quieres que uno de los dos termine con un ojo morado esta noche, no?. − Vale, vale, he pillado la indirecta... - desistió de sus bromas.

− ¿Indirecta? - un ataque de risa casi le provoca la muerte por ahogamiento – ¡qué tío!. − Y hablando ahora en serio... estuvo maravillosa, ¿verdad?. Algunos chicos de prensa me estaban comentando que había nacido una nueva diva del teatro. A la pobre la van a coser a entrevistas estas semanas próximas. − Sí, ha estado perfecta, increíble. Jamás pensé que pudiera a llegar al nivel que estuvo esta noche, es una delicia verla actuar – su rostro reflejaba algo de amargura – ya sé lo que le viene encima, es lo normal en estos casos. − ¿Qué te ha dicho cuando se abrazó a ti de esa forma? - Manu dio un trago a su copa de vino. − Pues... que me amaba, y que lo sentía muchísimo... que me echaba de menos – la tristeza borró cualquier sonrisa. − Y... dime algo, si tú estás igual, ¿qué sentido tiene todo esto?. − Aunque no lo creas, antes lo dijiste: el sentido es el mundo en el que se va a ver envuelta Lucy. Podemos fingir que todos somos iguales, incluso que somos progres, pero a la hora de la verdad, una actriz no puede ser lesbiana, sobre todo una primera actriz como Lucy, que siempre tendrá un galán que la enamore. Esa es la realidad Manu. Su carrera se vería resentida y se sentiría completamente infeliz. − Vamos... como ahora, sólo que por otro motivo – clavó sus enormes ojos negros en ella. − Eres injusto. − Tú también, se ve que esta es la mesa de los injustos. Yo ya sé qué pediré, ¿y tú?. Alice se había quedado pensativa un segundo, repasando las últimas palabras de su amigo. En el fondo tenía razón, por algún estúpido motivo había pensado que su carrera era más importante que ella, cuando ella hizo todo lo contrario en su vida para ser feliz. − La tierra... la tierra más sexy que has visto en tu vida, llamando a Alice – dijo Manu chasqueando los dedos para traerla de vuelta.

− ¡Señor, qué petulante eres!, cuidado, no pases muy seguido delante de un espejo, no te vayas a enamorar de ti mismo. Anda, vamos a pedir. La pequeña campanilla de la puerta sonó y Alice, instintivamente, dirigió su mirada hacia allí. Martha entraba en el restaurante y detrás Lucy le decía algo sonriente. La cara de la rubia era un poema, y al verla, Manu se giró sobre la marcha para ver qué provocaba ese gesto. − Te juro Al que no tengo nada que ver, por favor, créeme, estoy tan sorprendido como tú – a Alice eso le daba igual, el problema radicaba en no saber qué hacer. Su razonamiento le decía que hiciera como si no las viera, mientras su corazón ya estaba lanzando bengalas de salvamento y fuegos artificiales para hacerse notar. Lucy hablaba con el encargado, seguramente pidiendo mesa, pero el restaurante estaba lleno. − Al, no has dicho nada, ¿me crees, verdad? - preguntó preocupado su amigo. − Sí, sí, te creo, no te preocupes – sus ojos no podían separarse de ella. − Vale, pues ahora sí que va a ser mi culpa, perdóname – se levantó de la mesa y fue hacia Lucy con una sonrisa más o menos de un metro. La joven de ojos azules lo vio acercarse y buscó a Alice con la mirada con una cara de asombro que la absolvía de cualquier artimaña planificada anteriormente. Se encontró con sus ojos clavados en ella y un gesto de pánico que debía ser parecido al suyo en ese momento. Alice vio cómo Lucy negaba con la cabeza y cómo Manu movía incansablemente las manos intentando convencerla de algo. De repente los tres se dirigieron a la mesa, con el español apretando los dientes a la cabeza, esperando que su amiga no lo liquidara allí mismo. − Nos volvemos a ver – dijo a modo de saludo Martha. − Eso parece – Alice no sabía qué decir. − Ya le dije a Manu que podíamos esperar por una mesa, que seguro que vosotros tenéis cosas de las que hablar – Lucy se sentía avergonzada. − De eso nada – interrumpió Manu - ¿verdad, Al? - no dejó que contestara – estamos encantados de que estén aquí. Sra. Silken, siéntese aquí – la colocó deliberadamente a su lado en la mesa, dejando a las dos mujeres en el lado contrario.

− Claro, nos encantará compartir velada con ustedes – lanzó una tímida mirada a aquellos ojos que volvían a tener el azul del cielo encerrado en ellos – pero pensé que estarían en la fiesta de celebración. − No me apetece más multitudes, preferí cenar algo con mi madre y descansar para mañana – sólo quería decirle que la amaba – esto es incluso mejor. Se acomodó en el asiento al lado de Alice y la rubia sintió que necesitaba controlar los nervios o sufriría un paro en cualquier momento. Sintió su calor próximo a ella y una mano que acarició tímida su pierna proporcionándole la calma necesaria. Lucy la miraba rendida, en busca de aquellos dos faros que siempre la habían salvado del acantilado, suplicando por su ayuda una vez más. − Íbamos a pedir ahora mismo, así que perfecto – dijo Manu sonriendo descaradamente – dígame Sra. Silken, ¿qué le ha parecido el trabajo de su hija? - apoyó su barbilla en una de sus manos atrayendo toda la atención de la señora.

32. Alice quiso apartar la mano de Lucy de su pierna, pero no podía engañarse, en ese mismo momento habría dado la vida por estar a solas con ella, desnudarla y hacerla suya, para que aquella mujer supiera que ningún aplauso le iba a compensar la entrega y el amor que ella le ofrecía. Lucy acarició su piel después de comprobar que aquellos ojos de miel no reprochaban sus actos. Se humedeció los labios en un acto reflejo, consumida por el deseo y calor que se multiplicaba y atacaba sus sentidos. Alice vio cómo su lengua acariciaba aquellos labios que tanto anhelaba y sintió que sus mejillas se encendían mientras era incapaz de controlar la humedad que comenzaba a surgir sin control. Soltó un ligero resoplido y Lucy retiró la mano sonriendo, el efecto causado era el de siempre. − Hace un poco de calor aquí, ¿verdad? - dijo abanicándose con la carta de vinos mientras Manu aguantaba la risa como podía. − Sí, se ve que se les ha ido la “mano” con la calefacción – contestó su amigo haciendo una mueca divertida a escondidas. − Bueno, dime Lu, ¿cómo te has sentido en el escenario? - quiso cambiar de tema lo antes posible. − La verdad es que ha sido algo increíble. ¿Recuerdas cuando nos colaste en la ópera?, ¿la sensación de estar en el lugar más perfecto de la tierra? - Alice recordó aquel susurro y aquel abrazo, la confirmación de que el paraíso existe y asintió con la cabeza, – pues fue algo parecido, era como estar en otro mundo, no sé, fue genial. − Si hay algo claro es que naciste para esto, tienes todo lo necesario y algo más para triunfar. Me alegro muchísimo por ti – la miró con algo de nostalgia. − ¿Y tú, Alice?, ¿por qué dejaste el montaje si tanto te apasionaba? - preguntó intrigada la madre de Lucy buscando algo más de información de aquella mujer tan diferente.

− Bueno, como ya le dije no fue algo demasiado agradable – su mirada se apagó un poco – digamos que por “diferencias irreconciliables”, como se suele decir en un divorcio, con la dirección del espectáculo. No teníamos la misma visión en algunos temas muy importantes para mí. − ¿En relación a la estructura del espectáculo?, porque debo decir que mí me ha maravillado – la amable señora no terminaba de entender. − No, no, en absoluto – empezaba a ponerse nerviosa y Lucy estaba a punto del colapso. − Mamá, no creo que sea de nuestra incumbencia el motivo por el que se fue – trató de ayudar intentando que el día de su triunfo no coincidiera con una salida del armario inesperada. − Oh, lo siento si he tocado un tema delicado. Pensé por lo que me dijo Lucy de ti que debía ser algo muy injusto, porque da la sensación de que eras una parte muy valiosa. − No se preocupe – la tranquilizó – si le soy sincera fue sólo por un tema personal de percepción con el director y los patrocinadores. Digamos que no me gustó que quisieran dar una imagen tan... clasista. Creo que un espectáculo tan brillante como este debería llegar a todos los públicos, no sólo a los que llevan pajarita. No sé, creo que es una idea un tanto ingenua – mintió en parte, pero en parte creía lo que decía. − Pues siendo así, creo que la injusticia es doble, porque no puedo estar más de acuerdo contigo – Lucy respiró viendo cómo su madre veía su curiosidad saciada, mientras Manu se debatía entre aplaudir su interpretación o no. Manu salió al rescate una vez más con una conversación divertida y ajena a temas espinosos, mientras Lucy acariciaba a escondidas a Alice reclamando su mirada. Sus hermosos ojos azules agradecieron la infinita prudencia en sus palabras, sabía que Alice odiaba mentir, y más si se trataba de asuntos del corazón, y eso la hizo sentirse un poco más lejos de ella. Lucy sintió que las diferencias entre las dos se agrandaban, no podía permitir que la persona que amaba dejara de ser ella misma para protegerla, no era justo. − Discúlpenme – dijo Alice colocando su servilleta sobre la mesa – voy un segundo al baño – se sentía algo agobiada. Algo le presionaba el pecho que no la dejaba apenas respirar y necesitaba tomar distancia. Lucy la vio alejarse y sintió que una vez más le había hecho daño. Apretó los puños controlando la tristeza y miró a Manu, que con la cabeza le hizo un gesto para que la siguiera.

− Yo también voy. Vuelvo enseguida – se levantó sin pensar y fue detrás de ella. Alice se apoyó sobre el mármol del lavabo mirándose en el espejo, intentando descubrir qué debía hacer con su vida, cómo trazar un nuevo rumbo sin Lucy a su lado. Mojó una de sus manos y la pasó por su nuca intentando relajar la tensión acumulada. La puerta se abrió y Alice se irguió buscando recuperar la compostura y la firmeza en sus pies cuando la vio. Lucy abrió despacio la puerta y la vio separarse del lavabo y ponerse recta. − Lu... Lucy, no... por favor, no me hagas esto – se apoyó contra la pared intentando alejarse. − Lo siento, no podía soportar la idea de que estuvieras aquí sola, sintiéndote mal... cuando me muero por abrazarte y sentir tus labios, cuando lo único que quiero es perderme en tus ojos y no salir de ti jamás – se acercó lentamente a ella. − ¿No lo ves, Lu?, ¿no ves que tu vida y la mía no pueden ir de la mano ahora mismo? aquella mujer tan hermosa se acercaba a ella mirándola fijamente a los ojos y no sabía cómo huir – Alguna mala jugada del destino hizo que nos enamoráramos, pero es eso, un mala jugada y una mala idea. − Yo diría que fue una jugada perfecta – se colocó junto a ella, muy cerca. − Sabes a lo que me refiero – sus ojos se posaron en aquellos labios y no pudo decir nada más. − No sé nada, salvo que me muero por ti, que esta noche he cantado para ti porque sabía que estabas mirándome, que no puedo soportar la idea de que no me quieras, que me alejes de tu vida y no vuelva a sentir tus manos por mi cuerpo. Eso es lo único que sé ahora mismo. Se acercó tanto que pudo escuchar los latidos del corazón de Alice acelerados y vibrantes. − Tu corazón no me engaña – acarició su pelo y bajó por su mejilla mientras cerraba todas sus vías de escape – dime que no me quieres, que no deseas esto tanto como yo y me apartaré, te lo prometo – buscó su mirada para derretir su alma. − Yo... no... - el calor de los dedos de Lucy callaba su razón y no podía hacer nada por evitarlo. Ese calor la traspasaba y encendía el deseo irracional e incontrolable. − Dilo... - puso sus labios a un milímetro de su boca – dilo... - insistió susurrando.

− Bésame – fue todo lo que Alice pudo decir. Lucy la sujetó por la cintura y en un movimiento seco y coordinado como un paso de tango, la introdujo dentro de uno de los reservados del baño cerrando la puerta tras ella. La colocó contra la puerta y su boca la calló con un beso largo y húmedo. Alice la provocaba con el juego de su lengua, rozando sin rozar, y la excitación de Lucy se disparó entre ligeros gemidos mudos. Sus manos subieron desde sus muslos buscando su sexo ardiente bajo el vestido. Lucy lo acarició mientras Alice se aferraba a su cuello abrazada y hundiendo su boca contra su pecho para callar los gemidos. − Vamos a casa – Lucy le susurró a la oreja mientras jugaba con ella con su lengua – déjame amarte como te mereces, vuelve a mis brazos – separó su mano y la abrazó buscando sus labios una vez más. Alice estaba a punto de perder todo rastro de su voluntad y ceder al chantaje del amor por encima de cualquier cosa. La puerta se abrió. − Lucy, ¿estás aquí? - la voz de su madre la trajo de nuevo al mundo de una bofetada.

33. Lucy se retiró completamente bloqueada por el pánico, incapaz de hacer un solo movimiento y al borde del llanto. Alice la miró asustada al verla así, tan frágil y débil. − Sí, señora Silken, aquí estamos – dijo Alice sentando a Lucy sobre la tapa del water. La joven de ojos azules sólo era capaz de pensar que su vida se había venido abajo, cediendo los cimientos y aplastándola en medio. − ¿Va todo bien? - preguntó Martha mientras Alice abría la puerta. − Creo que sí. Lucy ha sufrido algún tipo de desvanecimiento, igual los nervios por todo el día de hoy y el calor le han jugado una mala pasada. La he refrescado un poco y la he sentado para que se recuperara. Parece un poco pálida todavía – acertó a decir la joven de ojos miel alejándose de Lucy y dejando paso a su madre. − Cariño, ¿te encuentras bien? - Martha se acercó a su hija y sujetó su cara con infinito amor. Lucy se veía realmente pálida y su preocupación fue en aumento. − No se preocupe, en serio, creo que ha sido sólo un bajón de toda la adrenalina que la ha llevado en volandas todo este tiempo, se pondrá bien – Alice intentaba tranquilizarla al ver que Lucy no decía nada – Voy a hacer una cosa, voy a buscar mi coche y a avisar a Manu que venga a ayudarla y las llevo a casa a que descanse, ¿de acuerdo? - ofreció Alice ante la mirada triste y hundida de Lucy. − Eso sería fantástico, te lo agradecería – dijo su madre volviéndose a mirar a la joven rubia. − No, estoy bien, no ha... sido nada – acertó Lucy a decir. − Sí que lo ha sido Lucy, es mejor que vayamos a casa – contestó su madre. − Ok, tengo el coche muy cerca, vuelvo enseguida – Alice derramó todo su amor en una lágrima ingrata y que se apresuró en ocultar, aunque demasiado tarde para los ojos de Lucy, clavados aún en ella.

Salió de allí un poco más rota, un poco más pequeña, un poco más débil, y Manu pudo ver en su cara que algo iba realmente mal. − Al, lo siento, intenté distraerla todo lo que pude – dijo el español asustado de ver a su amiga en ese estado de nuevo. − No, tranquilo, no ha pasado nada – dijo Alice muy seria – necesito que pagues, por favor, y que vayas al baño y ayudes a la madre de Lucy a sacarla de allí, ¿vale?. Lucy se ha quedado completamente paralizada cuando oyó a su madre entrar y no es capaz de reaccionar. Yo voy a buscar el coche y os espero en la puerta – cogió su abrigo y su bolso y si dirigió a la puerta. − Pero... ¿y tú?, ¿tú cómo estás?, eso es lo que a mí me interesa. − Estoy bien, no te preocupes – otra lágrima traidora – ve, por favor. Ah, y Manu, por favor, que no se note nada, no queremos que el primer día después del estreno la vayan a pillar en mal estado, ya sabes como es la prensa amarilla. − Ok, pero tú y yo tenemos que hablar. − No hay nada de qué hablar Manu... ya no – cerró la puerta y salió al mundo sola. Debía aprender que esa era la mejor forma de enfrentarse a él, aunque doliera. Alice la vio salir del restaurante sujeta de la cintura por Manu y la joven de ojos color avellana agradeció la fuerza de su amigo para que sujetando casi todo el peso de ella, apenas se notara. Manu la colocó en el lado del copiloto y esperó a que Lucy se abrochara el cinturón. − Al, lleva tú a Lucy y yo llevo a Martha en mi coche, ¿vale?, así no vamos tan incómodos. Te he dicho que el coche es muy bonito, pero si no fuera de juguete sería más interesante – intentó sacar una sonrisa a las tres mujeres – Sra. Silken, acompáñeme, que mi coche está aquí mismo. − Muy bien, nos vemos en su casa – dijo Alice intentando resultar serena. − Te sigo. Alice arrancó y salió de aquel lugar sin atreverse a mirar a su lado.

− Lo siento – dijo Lucy buscando las palabras. − No Lucy, ya no más disculpas. Ha sido una prueba más de que esto que soñábamos con que podía ser real no es más que una invención estúpida de tu corazón y, lo que es peor, del mío, que a estas alturas ya debería haber plantado batalla y hacerme entrar en razón – hablaba el desconsuelo por ella, la desolación que queda después del abandono, porque Lucy no la había abandonado una vez, sino dos. − No sé qué me pasó... - Lucy lloraba intentando dar con una explicación a su estupidez. − Te pasó lo que pasa siempre, Lu, no es algo que sea exclusivo de tu carácter. Se llama miedo, y hay que vivir con él hasta que un día descubres que ha desaparecido – más lágrimas delatadoras asaltaron sus mejillas – te lo dije, sólo quiero que seas feliz, pero no puede ser conmigo, acabas de demostrármelo una vez más. − No es cierto, quiero luchar por ti Al, te quiero – el llanto se unía a la impotencia de saberse débil. − Me quieres, sí, pero no lo suficiente para superar el pánico. Te dije que no podía vivir a oscuras, y tú aún no soportas la luz. Supongo que es cuestión de tiempo, salvo que encuentres otra salida. Yo no puedo más que desear que tu salida sea yo – la miró un instante para acariciarla una vez más y Lucy cerró los ojos para tratar de memorizar cada sensación de esa caricia. − Me gustaría ser tan fuerte como tú, ser capaz de salir al mundo como dices, de tu mano. Me odio a mí misma por ser tan cobarde. − Tú eres la princesa del cuento, y yo no soy más que una doncella, estoy muy lejos de ser tu príncipe, y tampoco quiero serlo. No quiero librar batallas contra caballeros por tu amor, quiero que la princesa se enamore de la doncella y mande al cuerno a príncipes y palacios. Eso es muy difícil Lucy, no eres tan cobarde – la amargura de Alice ensombrecía su mirada. − ¿Nos volveremos a ver? - preguntó buscando una esperanza a la que agarrarse. − Supongo que sí, tarde o temprano volveremos a encontrarnos. Volveré a verte actuar, aunque espero que no lo sepas la próxima vez que lo haga – intentó que sonriera sin éxito – y sabes que estás invitada al estreno de mi obra, si tu agenda te lo permite. − No me lo perdería por nada – dijo. Ahí tenía su esperanza.

− Pues entonces, allí nos veremos – dijo mientras aparcaba frente a su puerta. Su madre abrió la puerta inquieta. − ¿Te encuentras mejor? - preguntó preocupada. − Sí mamá, mucho mejor. El aire de la carretera me ha sentado muy bien. Ahora sólo quiero darme una ducha caliente y dormir – miró a Alice regalándole el mar de sus ojos – nos veremos en el estreno. Gracias – sonrió. − Allí nos veremos. Señora Silken, ha sido un placer conocerla, de verdad. Me encantaría que viniera al estreno de la obra de teatro en la que trabajo si está en la ciudad para entonces – le dijo estirando su mano para saludarla. − Me encantaría Alice, de verdad. − Perfecto. Que descansen. Buenas noches – dijo arrancando de nuevo su motor – Manu, hablamos mañana, ¿te parece?. Te quiero – dijo al aire, intentando que llegara a Lucy con la excusa del español por delante. − Muy bien, mañana hablamos. Un día de estos me volveré loco y te pediré que te cases conmigo – el español miró a Lucy guiñando un ojo. – Hasta mañana hermosuras. Feliz noche – se subió a su coche y ambos se marcharon. − ¿Están juntos? - preguntó Martha abriendo la puerta – yo habría jurado que Manu era gay. − Mejor vamos a dormir – fue lo que obtuvo la buena señora por respuesta.

34. Aquella noche, las dos mujeres consiguieron conciliar el sueño a duras penas. Lucy planeaba la forma de conseguir ese extra de valor necesario para pelear por Alice, para convertirse en una princesa guerrera y no en la princesa florero que sentía que era en aquel momento. Alice se sentía culpable y lamentaba haber sido excesivamente dura con ella. Probablemente Manu de haber hablado con ella, le habría dicho que debía ser un poco más paciente, que afrontar una situación tan nueva y tan difícil como la que Lucy había vivido, debía dar puntos extra para canjear por un poco de comprensión y ayuda por parte de la joven rubia. Pero no podía arrepentirse ahora de las decisiones tomadas, aunque el dolor se hiciera insoportable, porque ambas sabían que era lo mejor para ellas. Alice buceaba en sus recuerdos para lograr dormir cada noche que no estaba a su lado. Su memoria y sus sentimientos se aliaron en un plan para vencer al olvido y que el recuerdo permaneciera intacto. Nada fue sencillo para ellas las semanas que siguieron a su último encuentro: Alice trabajaba todas las horas del día y algunas más para sacar su proyecto adelante, invadida cada minuto por el nombre y la imagen de Lucy revoloteando en su alma, y Lucy no dejaba de cantar cada noche para ella, soñando con que estaba entre las butacas del teatro, echándola tanto de menos como Lucy la echaba a ella. Había pedido no librar ninguna noche para asegurarse de estar el día que ella decidiera ir, soñaba con distinguirla entre la nube de cabezas que veía cada noche al encender las luces del teatro, pero nunca lo conseguía. Lucy no sabía que muchas de aquellas noches que la buscó, Alice se escondió tras alguna columna para librarse de sus ojos, para evitar caer en la tentación que suponía esa mirada de azul del cielo atravesándola. La semana del estreno de la obra de Alice llegó al fin. La joven directora trazaba con el otro productor todo lo relacionado con la prensa y la invitación a personajes populares que hicieran el estreno más atractivo y sirviera de plataforma de lanzamiento. − Ay, Leo, de eso no tengo ni idea, hacemos lo que quieras – Alice no tenía ganas de enfrascarse en algo que no le llamaba nada la atención. − Pero Al, si conseguimos famosos, conseguiremos prensa, y con la prensa la difusión – decía Leo entre una maraña de fotos de famosos. − Ya sabes que siempre te he dicho que tengo la sensación de que esta obra funcionará gracias al boca a boca. El público vendrá porque sus amigos o familiares les dirán que han disfrutado con la obra, no nos hace falta más – insistía la joven. − Eso está muy bien, pero un empujoncito vendría mucho mejor, no lo niegues. − Está bien, haz lo que quieras. − Es que necesito tu ayuda – Leo dedicó la mejor de sus sonrisas – como trabajaste en Rebecca, sería genial que invitaras a los protagonistas al estreno.

− Leo, sabes cómo fue mi salida del musical, no me hagas decir una burrada – Alice empezaba a estar molesta. − ¡Venga!, con los actores te llevas bien. − Mira, sólo tengo la obligación, y porque lo prometí, de invitar a Lucy Silken, y no creas que no me cuesta muchísimo hacerlo – otra vez su nombre trajo un recuerdo zumbando hasta su corazón y no pudo seguir hablando. − ¡Ahh, genial!, ella es la mejor, está en toda la prensa del país, será el reclamo perfecto – Leo estaba entusiasmado con la idea. − ¡No!, no pienso pedirle a Lucy que haga absolutamente nada, olvídalo. Es más, no quiero enterarme que le has propuesto que pose con el cartel o alguna tontería similar, ¿está claro?. Llama a quien quieras, pero deja a Lucy tranquila – Alice no pudo evitar alterarse. − Está bien, está bien, nada de pedir favores. Pero te toca hacer unas cuantas invitaciones a cambio, ¿hay trato?. − Ok. Alice cogió un programa de la obra, una tarjeta y un bolígrafo y se plantó con aquel trozo de papel en blanco pensando en qué decir después de las semanas que llevaban sin verse. La joven directora habría escrito sin dudar “Te quiero, te echo tanto de menos que el dolor apenas me deja respirar. Te necesito”, porque era cierto, la necesitaba y la añoraba tanto que su alegría se había ido para no volver si no volvía ella. Pero no era capaz de hacerlo. “¿Quién es la cobarde ahora?” se preguntó sin atreverse a escribir. “Querida Lucy…”, ¿querida?, ¿pero es qué acaso trataba de escribirle una invitación a su doctora?... arrugó el papel y cogió otra tarjeta. “Vamos Al, no puede ser tan difícil”, pensó algo impaciente, “arriésgate a escribir la verdad”. “Mi amor, Siento mucho lo injusta que he sido contigo. Te he echado y te echo muchísimo de menos; a pesar de esconderme para verte algunas noches, el vacío de no tenerte se hace cada vez más fuerte e insoportable. Sigues estando espléndida sobre el escenario, como la musa de un pintor francés loco de amor por ti. Así me siento yo cuando te veo. He sido injusta porque me he escondido y te he impedido verme, lo siento muchísimo. Esta tarjeta debería contener una sencilla invitación al estreno de la obra, pero soy incapaz de olvidar lo que siento por ti un solo minuto de mi vida, no puedo hacer como si no me importara no verte, cuando creo que algo dentro de mí se muere cada día que no estás. El sábado estrenamos y me encantaría que estuvieras allí, me encantaría abrazarte y sentir tu calor una vez más, pero entenderé que no quieras

hacerlo. Te quiero, no puedo dejar de hacerlo, cada día este sentimiento se hace más y más grande. A.” No lo pensó, metió la tarjeta en el sobre y lo cerró. Puso la dirección de su casa para evitar que llegara al correo de fans y que lo abriera algún secretario cotilla, y lo dejó junto al resto de invitaciones antes de que pudiera arrepentirse. Lucy preguntaba incasablemente a Manu por Alice cada día, con la necesidad dolorosa de saber de ella. Su amigo le había dicho que pronto estrenarían y que Alice estaba enfrascada con el trabajo y las invitaciones. Desde que lo supo, Lucy preguntaba cada día a su secretario si había llegado alguna invitación para una obra de teatro con Alice como directora. Nada hasta el momento. Cada vez que sentía que no podía más, allí estaba ella, hermosa con su sonrisa de ensueño, en las fotos que guardaba del estreno en su teléfono. Eran su salvavidas frente a la soledad y la desesperación por no verla. Aún no había sido capaz de enfrentarse al mundo con sus sentimientos. Sara le había dicho que empezara con su madre, que era una mujer sensata y de buen corazón, ella la entendería. Necesitaba dar pequeños pasos que la hicieran sentirse segura de aquel amor que la abrasaba viva, pero hasta el momento, sus intentos por pronunciar las palabras mágicas habían fallado estrepitosamente. Llegó de pasear por el parque y abrió su buzón sin demasiadas esperanzas, Manu le había dicho que el estreno era ese sábado y aún no había recibido nada. Lucy pensaba que Alice no quería verla y había decidido no ir si ella no se lo pedía para no incomodarla. De repente vio un sobre diferente. En la parte delantera, al lado de su nombre y su dirección, aparecía escrito: “Soy lo prohibido. Invitación.” La abrió expectante y reconoció al instante la letra de Alice. Nerviosa echó un vistazo al original programa antes de leer lo que aquella mujer que tanto extrañaba tenía que decirle. Había pasado casi un mes y por fin le llegaban noticias suyas de primera mano. Lucy sonreía feliz de saber que Alice no la sacaba de su vida, que la echaba de menos tanto como ella y que su amor seguía intacto a pesar de todo. − ¿Sí? − Manu, necesito un vestido espectacular para el sábado, ya sabes, de esos que enamoren – dijo feliz por teléfono. − No me lo digas… por fin se decidió a escribirte la terca de mi amiga – rió feliz – te buscaré algo muy especial, déjalo de mi cuenta. Pero… Lucy, ¿y la función? – Manu cayó en la cuenta y preguntó preocupado. − La de las seis podré hacerla sin problemas, pero la de las ocho necesitará a la sustituta. No pienso fallar a ese estreno por nada – su seguridad resultaba aplastante. − Perfecto. Nos vemos esta noche en la función. Me alegro de que vuelvas a sonreír.

− Hasta esta noche. Y gracias. Lucy pasó el resto de la semana pensando qué le diría cuando por fin la tuviera delante, y en la forma de adquirir el valor necesario para hacerle caso a su amiga y enfrentarse por fin al mundo.

35. Lucy tuvo algunos problemas con Markus para que cediera a darle libre la noche del sábado. El férreo director alemán sabía que Lucy se había convertido en la estrella del musical y prefería tenerla cada día sobre las tablas del teatro, pero aún así accedió después de que Lucy le recordara las semanas seguidas sin descanso que llevaba desde que estrenaron. Manu se encargó de conseguirle el vestuario perfecto para la ocasión. Eligió un traje de noche entallado de pantalón y chaqueta negro, camisa blanca y chaleco que rompía con la imagen dulce de Lucy y resaltaba su parte sexy y seductora. La joven de ojos azules terminaba de vestirse cuando Manu tocó la puerta de su camerino. − ¿Estás?, es hora de que nos vayamos – su voz sonaba nerviosa detrás de la puerta – Markus promete matarme en cuanto vuelva mañana, pero ya le dije que podía despedirme antes de faltar al estreno de Al – dijo entrando sin esperar la respuesta de Lucy. El joven español se quedó inmóvil en medio del camerino viendo el resultado final de su elección. − Madre mía Lu, cuando Alice te vea se va a morir. Prepárate para ser viuda porque esto mi pobre rubia no lo supera – sus ojos abiertos de par en par eran la prueba de que sus palabras eran sinceras. − ¿Tú crees?, la verdad es que es bonito... - Lucy se miró una vez más al espejo intentando darse un último visto bueno. − ¿Bonito?, no le digas bonito a semejante obra de arte. Alice se va quedar de piedra cuando te vea. Es lo mejor de YSL para este año, aproveché que va a haber prensa en el evento para sacarles el vestido a cuenta del patrocinio... lo sé, soy un genio. − Bueno, digo yo que algo tendré que ver en que se vea tan bien, ¿no? - Lucy intentó estar a la altura de su amigo. − Ahí me has pillado. Tienes razón, estás como un queso, y eso siempre ayuda – le dio un muerdo fingido en el cuello – ¡Vámonos!, que vamos fatal de tiempo.

Los dos amigos salieron corriendo por la puerta de atrás mientras entraba el público de la siguiente sesión para el musical. Alice por su parte era un nudo de nervios andante. Todo estaba preparado para empezar y allí seguían aquellas dos butacas vacías. Empezaba a pensar que Lucy no iría, pero que Manu tampoco lo hiciese le parecía más extraño. Podía ver a sus amigas un par de filas más atrás, sacando fotos para inmortalizar cualquier momento del éxito arrollador de su amiga directora. Llegó el aviso de los cinco minutos y las butacas seguían vacías. Las luces comenzaron a apagarse y Alice entendió que no podía dejar de hacer su trabajo como directora por la obsesión de que llegara o no Lucy. El silencio de apoderó del teatro y todo quedó listo para el comienzo. Se abrazó a sus actores, aquellos seis jóvenes que habían empezado con ella en la escuela y que habían hecho un trabajo formidable a ojos de la directora. De repente el ruido brusco de una puerta que se abre torpemente hizo a Alice soñar con que Lucy había llegado al fin. − ¡Perdón! – dijo Manu alto y claro para que su voz llegara a su amiga detrás del telón y supiera que había llegado. Una carcajada colectiva hizo sonrojar a Lucy mientras intentaba alcanzar su butaca intentando molestar lo menos posible. Alice sonrió al escuchar a su amigo, ahora todo era perfecto. Lucy estaba muerta de miedo y con los nervios haciendo de las suyas. Ni siquiera en su estreno había estado tan nerviosa. Quería que Alice triunfara en lo que más amaba, que era la dirección y no poder ayudarla la ponía aún más tensa. − Relájate, que ya sabes cómo es la rubia de perfeccionista, seguro que sale bien – dijo Manu al notarla tensa en su asiento. − Es que me encantaría haber llegado para darle un abrazo antes de que empezara. − Ya, claro... un abrazo. − Shhh, que ya empieza. La obra resultó ser todo un descubrimiento. Alice había decidido volver al Cabaret para presentar y descubrir una serie de personajes que bailaban desde la sátira y el humor al drama. La mujer distinta, la severa, la tierna, la viciosa, la tajante... hasta llegar a la prohibida: Prohibida de amores, prohibido amar y ser amada. Tan perfecta y deseada que causaba estragos en los corazones ajenos que osaban enamorarse, esa era la mujer prohibida para Alice. Con este último retrato de mujer cayó el telón anunciando el fin de la obra y el aplauso fue unánime. El trabajo de los actores habría sido brillante y habían conseguido pasar de la carcajada a

la lágrima en la hora y media que duraba el espectáculo. Se abrió de nuevo el espectáculo y los actores saludaron, dejaron el centro vacío y llamaron a Alice para que saliera a saludar. Por un segundo indecisa, la joven directora salió buscando a Lucy con la mirada. La joven de ojos azules saltó como un resorte de su butaca y aplaudió de pie a la mujer de sus sueños. Alice la vio y su cara reflejó la sensación de deseo que le provocó verla tan sexy envuelta en su traje de sastre. No quitó sus ojos de ella que la aplaudía sonriendo y feliz de comprobar que el talento se multiplicaba por dos en cada centímetro de su cuerpo. − ¿Qué te dije?, la pobre ha sufrido un pasmo de verte. Mírala, es incapaz de apartar la mirada de ti – dijo Manu divertido al oído de su compañera. Alguien le pasó un micro a Alice para que dijera unas palabras y no pudo evitar sonrojarse. − Gracias – el aplauso no cesaba – gracias, muchísimas gracias por venir. Soy lo Prohibido es un sueño hecho realidad al fin y veros aquí me hace infinitamente feliz – sus ojos se clavaron en Lucy. – Quiero agradecer a este equipo maravilloso de actores que me han soportado, y a todas las personas que han hecho posible que este proyecto salga adelante. Gracias, de verdad. Un nuevo aplauso abrió las puertas del teatro para que saliera el público, mientras Manu y Lucy se mantenían en sus asientos esperando poder encontrarse con la protagonista. Lucy no podía evitar estar nerviosa ante la reacción de Alice, pero sólo deseaba estar cerca y sentirla. Al fin salió y bajó las escaleras para reunirse con ellos. Abrazó a Manu sin contemplaciones y se detuvo frente a Lucy un instante. La recorrió entera con la mirada imaginando el tacto de la suave tela recorriendo su piel. − Estás... estás preciosa, en realidad más que eso, estás... irresistible – se acercó a ella – déjame que te abrace – se acercó un poco más y se abrazó a aquella mujer perdida en sus ojos. Se abrazaron como si la vida las hubiera separado algo más de una eternidad y de repente todo cobró sentido. La tierra dejó de girar y retomó su sentido normal, en el que dos personas enamoradas se dirigen en una misma dirección. − Muchísimas gracias por venir – le dijo aferrada a su abrazo – no habría podido hacerlo sin ti. Te echo tanto de menos. − Y yo a ti mi vida – sujetó su cara entre sus manos – no dejes que nada nos separe, quédate conmigo – se acercó a sus labios para besarla pero Alice detuvo el beso.

− No Lucy, aquí no – miró asustada a su alrededor esperando que nadie las hubiera visto – tenemos que hablar, pero no aquí – Lucy la miró sin entender muy bien. Las interrumpió un ruido alborotado que venía del fondo del teatro como una carrera de san fermines. Sus amigas venían en manada a felicitarlas con Mel a la cabeza. La joven camarera pelirroja apartó a Lucy y se abrazó a Alice con fuerza. − ¡Al, ha sido increíble! - se soltó del abrazo dejando su mano alrededor de su cintura – esto tenemos que celebrarlo – mantuvo el gesto lanzando una mirada desafiante a Lucy. Los celos nunca habían tocado a la puerta de la joven de ojos azules, pero ver aquella mano rodeando el cuerpo que ella tanto deseaba y anhelaba hizo que sintiera que los celos aporreaban el corazón sin piedad. Una punzada recorrió su cuerpo y sintió las ganas de sujetar a Alice de la mano y robarla para sí. Quería que Alice la mirara pero la joven, algo avergonzada, miraba sin entender a la pelirroja. − Cariño, has hecho un trabajo maravilloso – su madre apareció detrás de Sam. Alice se soltó del brazo de Mel y fue a abrazar a su madre mientras Lucy trataba de estudiar a la pelirroja. Era realmente atractiva, pero demasiado joven para Alice, pensaba que la mujer que tanto amaba no podía fijarse en alguien tan joven. − Mamá, ¡ha sido genial! - se abrazó a ella feliz. − ¡Sí!, papá estaría muy orgulloso de ti – correspondió a su abrazo – bueno, en realidad siempre lo estuvo. Lucy las miraba con cariño, aquella mujer le había robado el corazón y sentía un profundo afecto por ella. − ¡Lucy!, me alegro muchísimo de verte – le dio un cálido abrazo – estás preciosa. − Muchas gracias, yo también me alegro mucho de volver a verla – le dio dos besos – Bueno, creo que es mejor que me vaya, es momento para que celebréis el éxito. − Pero... - Alice no quería perderla tan pronto. − Eso, celebremos – Mel estaba eufórica. Pensaba atacar a Alice y robar sus besos.

− No te preocupes. Nos veremos pronto – Lucy se acercó y le dio dos besos. − Está bien. Gracias otra vez por venir Lu – sujetó un segundo una de sus manos. − A ti por invitarme. De verdad que es genial – la miró con mil cosas aún por decir – Manu, nos vemos mañana, no te preocupes, cojo un taxi en la salida. Hasta pronto – salió de allí sin mirar atrás, ver otra vez la imagen de Alice rodeada por aquella pelirroja provocaba su enfado y su malestar, no podía verlo. Alice la siguió con la mirada mientras la veía ir a la salida y sintió que la perdía una vez más. Se olvidó de todo y salió tras ella. Un par de reporteros la detuvieron y la vio subirse en un taxi y perderse calle abajo. Lucy llegó a su casa con un sentimiento de derrota. Aquella mujer joven que la abrazaba sin miedo a que las vieran le causaba envidia. Estaba segura y orgullosa de estar al lado de Alice y quería que todos la vieran con ella, y Lucy no había hecho otra cosa que esconderse y negar cualquier relación con ella. Era normal que Alice se alejara. Soltó las llaves sobre la mesa, abatida y alguien llamó a la puerta. Lucy no estaba de humor para autógrafos y desistió de abrir, pero insistieron en tocar. De mala gana abrió la puerta y vio a Alice frente a ella. − No quiero celebrar con nadie que no seas tú. ¿Puedo pasar?.

36. La visión de aquella mujer que amaba junto a la puerta la pilló desprevenida y no supo cómo reaccionar. Sólo era capaz de mirarla una y otra vez con el terror de que si se movía la despertara una sacudida del sueño que estaba viviendo. − Me alegra haber llegado rápido. Te ves increíble y no hago más que pensar en ti – dijo Alice sin rodeos. − Esto... yo... vaya sorpresa – se atrevió a decir Lucy a su sueño. − Ya, y va a ser una sorpresa mayor cuando me quede congelada en la puerta de tu casa si no me dejas pasar pronto – Alice comenzaba a tiritar de frío. − Oh, vaya – Lucy reaccionó sonrojándose hasta un nivel nunca visto – claro, pasa, pasa – la hizo entrar – voy a encender la chimenea. Alice la observó callada mientras la veía intentando encender la chimenea sin demasiado éxito. En ese momento, cuando miraba a esa mujer que amaba intentando hacer algo de lo que no tenía ni idea para que ella estuviera cómoda, supo que había tomado la mejor decisión cuando salió corriendo en su busca. − ¿Necesitas que te ayude? - preguntó recorriéndola con la mirada. − Ahora mismo odio ser tan torpe – Lucy se rindió y Alice fue en su auxilio. Colocó algo de madera seca y un par de hojas de papel de un periódico viejo y las puso en medio. Quemó el papel y esperó a que la madera empezara a arder. Recolocó la madera para que ardiera por igual y cerró el portón de la chimenea. Poco a poco un agradable calor invadió el lugar. Alice se quitó el abrigo mientras Lucy llegaba con dos cervezas. − He pedido comida, no te puedo dejar sin cenar, si no sería una celebración injusta – le acercó una cerveza.

− Bueno, creo que injusta he sido yo contigo, así que puede que me lo merezca – una sombra de tristeza alcanzó su mirada. − ¿Qué dices?, nada de eso. No quiero oír cómo dices eso Al, tú me has dado los mejores momentos de mi vida, he sido feliz gracias a ti. Lo único que mereces es que mi amor por ti siga intacto – la miró a los ojos para descubrir que su ternura seguía allí. Sus ojos se encontraron y se reconocieron una vez más en ellos. Todo lo que sentían no había hecho más que crecer en las semanas que estuvieron separadas y las dos lo sabían. − Es muy guapa la pelirroja – dijo Lucy sin pensar. Quería marcar su terreno poniendo a prueba a Alice. − ¿Quién, Mel? - Alice rió al ver la táctica de la morena – sí que es guapa, sí – no quiso darle las palabras que esperaba oír. − Ya veo – Lucy volvió a sentir celos. No tenía ningún sentido, Alice estaba allí por ella, dejando atrás a todos en el teatro, había ido tras ella. − ¿Qué ves? - preguntó la joven de ojos avellana divertida. − Que a ti también te parece atractiva. Pude ver que la tienes a tu disposición para cuando quieras – empezaba a no gustarle el juego. − No me interesa – Alice quiso que se relajara – no me interesa en absoluto. Todo lo que deseo y amo está frente a mí en estos momentos. Una sonrisa amplia se mostró en la cara de Lucy sin aviso y Alice sonrió de verla. Lucy había sentido celos sin sentido, pero esa última frase los había borrado de un plumazo. − Sabes que es una tortura tenerte tan cerca y no poder besarte, ¿verdad? - dijo Lucy mirando sus ojos mientras se mordía el labio para contenerse. − ¿Quién te ha dicho que no puedes hacerlo? - fue todo lo que obtuvo por respuesta. Alice fue hasta ella, la sujetó por la cintura y acercó sin perder un segundo sus labios a los de Lucy. Sus labios se encontraron y ambas sintieron un torrente de fuegos artificiales atravesando sus cuerpos. Lucy se aferró a ella y la atrapó en un beso sediento, casi doloroso, por la posibilidad de

una nueva pérdida. − No te vayas Al, tenemos derecho a intentarlo – sus labios recorrían despacio los de la mujer que amaba creyendo morir de amor de nuevo. − No pienso ir a ningún lugar. Ya he descubierto que no es posible vivir sin ti. Sus besos aumentaron en intensidad. Sus lenguas comenzaron un juego de seducción que encendió el deseo y multiplicó las ganas. Alice introdujo sus manos por sus hombros y bajo la chaqueta para hacerla caer al suelo mientras Lucy abandonaba un segundo sus labios para dedicarse a su cuello. − No hago más que soñar que vuelvo a estar entre tus brazos – la besó junto al lóbulo de la oreja – Alice... hazme el amor – le susurró. Alice sintió una descarga en su entrepierna y la besó con pasión, la sujetó por sus muslos y la elevó para apoyarla junto a la pared. Colocó su pierna derecha entre sus piernas y Lucy rodeó su cintura con ellas. La joven de ojos azules se abrazó a su nuca y la besó con una pasión que quemaba. Podían sentir el calor de sus sexos muy cerca y las dos mujeres perdieron la razón. De pronto, el sonido del timbre hizo que las dos mujeres miraran a la vez a la puerta. − La cena – dijo riendo Lucy aún subida sobre Alice – ehmm, será mejor que abra o no se irá. − Está bien – se separó de la pared y la bajó al suelo colocándose el pelo y tratando de tomar aire – pero no sé si se merece una propina por esto. Lucy se dirigió a la puerta dedicándole la mejor de sus sonrisas mientras intentaba recuperar una sensación de cierta normalidad. Cogió su cartera en la mesita de la entrada y abrió. − Oh, usted... es la actriz – dijo el chico tímidamente. − Mmm, creo que te equivocas – le sonrió – gracias por traerlo tan rápido – le dio una propina y cerró la puerta. − Pobre, ahora pensará toda la noche si eras o no era tú – Alice comenzó a desabrochar su camisa ante la sugerente mirada de su chica, aún con las bolsas de la cena en las manos – ¡y le has dado propina! - fingió sorpresa y dejó que la prenda que la cubría cayera al suelo.

Lucy dejó las bolsas sobre la encimera sin perder un segundo de vista aquel inesperado y deseado cuerpo semi desnudo. − ¿Por dónde íbamos? - Lucy se acercó y acarició su cintura desnuda. Alice pasó su lengua por los labios de Lucy a modo de respuesta en un gesto desprevenido que hizo que regresara la descarga de excitación que había sentido minutos antes. Lucy atrapó su lengua con su boca y el beso se hizo más profundo y húmedo. La joven rubia acertó a desabotonar el chaleco mientras las caricias ardientes iban en aumento. Lanzó el chaleco sobre el sofá mientras bajaba una capa desabotonando la camisa. − Hay que tratarlo con cuidado – su voz sonaba increíblemente sexy – si no tendrás un problema en la tienda – un botón menos y sus pechos aparecieron frente a sus ojos miel – y no queremos, eso, ¿verdad? - uno más y la piel del ombligo se erizó al sentir el roce lascivo de sus dedos – me muero de las ganas de ti – el último botón y un ligero movimiento y la camisa cayó – así está mejor. Lucy desabrochó el sujetador de su amante y dos hermosos pechos de pezones endurecidos la llamaron, solícitos de sus caricias. Alice lamía su hombro y chupaba su cuello mientras conseguía quitar la hebilla que sujetaba el pantalón hasta hacer que cayera. Tomó a Lucy de la mano y la llevó frente a la chimenea, que trabajaba a pleno rendimiento y hacía que el calor de sus cuerpos se multiplicara. Lucy, en ropa interior, observaba cada movimiento de Alice, que se alejó un instante para desnudarse lentamente delante de ella. Primero abrió su pantalón y metiendo las manos por sus muslos e inclinándose hacia adelante hizo que se deslizaran por su piel, blanca y suave como ninguna. La visión de sus pechos al inclinarse hizo que Lucy se humedeciera y sintiera que sus piernas empezaban a flaquear, así que se sentó sobre la alfombra del salón sin perderla de vista. Alice acarició la cinta que sujetaba su pequeña braguita brasileña a su cuerpo provocando el deseo de Lucy que se arrodilló frente a ella y subiendo sus manos por sus piernas llegó hasta sus caderas para bajar la última prenda. La atrajo hacia ella y quedaron tumbadas una encima de la otra, con los cuerpos ardiendo por el calor de la chimenea y por el que emanaba de lo más profundo. Lucy la besó de nuevo con pasión desbordada y deslizó su mano hasta el sexo empapado de Alice, que se estremeció al sentirla. La giró sobre la alfombra y se colocó sobre ella. Se sentó un segundo sobre sus caderas para desabrochar su sujetador y dejar sus pechos libres para las caricias. Lucy se apoyó en sus manos a los lados de la cabeza de Alice y los flexionó para acercarse muy despacio a su boca, provocando deliberadamente el roce de sus pezones en un juego erótico que enloqueció a la joven rubia. Sus pupilas de miel se dilataron y soltó un gemido con la voz grave mientras movía sus caderas sujetas por las de Lucy. La hermosa castaña bajó con su boca a sus pechos y lamiendo en círculos desde uno de sus pezones subió por su cuello y su barbilla hasta varar en aquellos labios que tanto deseaba. Colocó uno de sus mulsos entre los muslos de Alice y

pudo sentir lo mojada que estaba. − Te amo – le dijo susurrando mientras la luz de las llamas y el ligero sudor de su cuerpo, le daban un aspecto verdaderamente hermoso a la piel de Alice. Bajó una vez más por su cuerpo con sus manos y su boca hasta llegar a la fuente de placer inagotable que era el sexo de su amante. Separó ligeramente sus piernas y lamió cada milímetro de su monte de venus bajando cada vez un poco más. Atrapó su sexo con su boca y su lengua se dedicó a sortear los valles que trazaba en cada pasada, provocando fuertes sacudidas de placer. Se impregnó de su sabor hasta que Alice no pudo más y gimió suplicando que parara. Lucy besó una vez más su sexo mientras observaba como pequeñas sacudidas acompasadas se iban relajando a la vez que su respiración. Subió hasta su boca para recibir los besos de quien ocupaba su corazón y los recibió unidos a un abrazo eterno. − Siento haber tardado tanto en venir. Te quiero tanto... - la besó una vez más de las miles que haría esa noche – eres mi amor, nada podrá cambiarlo. Se giró en su abrazo y se quedó sobre Lucy. La observó detenidamente y apartó un mechón de pelo de su cara perdiéndose en sus ojos una vez más. − ¿Qué ves cuando me miras? - le preguntó Lucy mientras veía como la miraba pensativa. − Que eres todo cuanto quiero y deseo. Todo lo que necesito. Que eres mi presente y serás mi futuro – la besó y una mano traviesa recorrió la cara interna de sus muslos – y que ahora me toca a mí.

37. Las brasas se apagaban lentamente mientras las dos mujeres descansaban abrazadas y regalándose tiernas caricias. − Espera un segundo – Lucy se incorporó un poco y estiró su brazo para agarrar la manta que tenía doblada sobre el sofá y con la que se tapaba cuando veía alguna película. La abrió y cubrió con ella el cuerpo desnudo de Alice, escondiéndose ella después tras la agradable tela. − Mmmm – Alice ronroneaba somnolienta apoyada en su hombro. − Ahora mejor, ¿verdad? - acarició su espalda y comprobó que seguía a buena temperatura. − Mucho mejor – sonrió – no dejes que me duerma, por favor. − ¿Por qué? - se abrazó un poco más ajustando su cuerpo al de ella. − Porque debo marcharme – dijo acariciando su pelo. El gesto de Lucy se entristeció al escucharla. − Tranquila, no desapareceré, sólo me iré antes de que los paparazzi se agolpen frente a tu puerta. − Pero no me importa – protestó la joven. − Mi amor, ya cometí el error de separarme de ti una vez... no volveré a hacerlo. No me importa el tiempo que te lleve, yo siempre estaré a tu lado. No me importa que no puedas hacerlo, porque lo que me importa es que me amas tal y como lo haces ahora. − Cada vez tengo más ganas de salir de tu mano al mundo, quiero abrazarte y que todos

sepan lo orgullosa que estoy de estar enamorada de ti. Alice la besó para tranquilizarla. − Está bien, me quedo, ya me has convencido – dijo riendo la rubia. − ¡Pero si no he dicho nada! - dijo extrañada Lucy. − ¿Te parece poco motivo de convicción todo esto? - la recorrió con sus manos buscando hacerle cosquillas con bastante éxito – no, es que he pensado que no tengo porqué salir hoy, mañana es domingo, me puedo quedar hasta mañana por la noche, ¿te parece?. − ¡Me encanta la idea! - contestó sin dudar Lucy. − No te preocupes – volvió a la conversación anterior – sé que estás orgullosa de estar conmigo, sé que tu amor por mí es sincero, no necesito más, de verdad. Siento haberte dicho tantas tonterías. − En el fondo, no son tonterías Al, las dos lo sabemos. Te prometo que voy a intentar superarlo – dibujó una cruz con su índice derecho sobre su espalda a modo de promesa. − ¿Sabes qué? - Alice la miró como un niño travieso. − ¿Qué? − ¡Tengo hambre! - la besó y se puso en pie. Volvió a tapar a Lucy con la manta y se dirigió desnuda hacia la cocina. − Mmm – fue lo único que dijo. − Mmm, ¿qué? - dijo coqueta Alice volviendo la cabeza para mirarla. − Nada, me gusta esta perspectiva de ti. Me enloquecen esas redondeces tan sexys – dijo recorriéndola sin disimulo. − Vaya – Alice soltó una carcajada mientras sacaba los platos y los cubiertos – pues míralo un segundo más, que me voy a poner alguna de tus batas para comer abrigadita – sacó la

lengua y subió al dormitorio - ¿te bajo una? - gritó desde el piso de arriba. − Si no hay más remedio – contestó remolona. Alice bajó con una bata para Lucy y una sonrisa en su cara. − Tranquila, no pienso dejártela puesta mucho rato – mordió uno de sus hombros mientras la ayudaba a ponérsela. − Ahora sí estamos de acuerdo – le dio un beso rápido – vamos a cenar. Cenaron después de que Alice echara un par de troncos más a la chimenea. − Me encanta la chimenea, desde hoy va a ser uno de mis rincones favoritos – dijo Lucy riendo. − Pobre Papá Noel, va a salir de aquí hecho un cuadro – Alice se entretenía removiendo las cenizas con los troncos para avivar el fuego. – Por cierto, se acerca la Navidad, ¿qué vas a hacer esos días? - preguntó tomando dando un trago a su cerveza. − Pues no lo he pensado. Supongo que vendrán mis padres en Nochebuena porque habrá sesión especial, así que yo no podré ir a Berlín. La verdad es que no he pensado mucho en eso estos días, mi cabeza andaba siempre detrás de una rubia sexy – se acercó para que Alice la besara. − Bueno, hacemos una cosa: si vienen tus padres y cenas con ellos pues nada, si no es así, te vienes a casa con toda mi familia, ¿vale?. Somos un montón y todos están peor que yo, así que te divertirás seguro. Y si no, siempre os podéis venir los tres, seguro que la mitad ni se da cuenta de que hay nuevos miembros en la familia – cabeceó negando ante el panorama familiar – y si quieres podría cuadrar los días libres en la obra con los del musical y nos podríamos escapar un par de días, ¿te parece?. − Me parece que sería increíble – se levantó de un salto y la abrazó - ¿a dónde quieres ir?. − Mmm... ¿París? - la miró buscando su reacción al destino propuesto. − Vaya, París en Navidad... creo que me acabo de enamorar – dijo pensativa.

− ¡Oye!, qué rápido cambias de amores, ¿no? - fingió estar enfadada. − Que no, que me acabo de enamorar otra vez de ti, porque me encanta la idea. Después fijamos las fechas libres del musical para que las pases a tu obra y buscamos los billetes, ¿te parece? - Lucy parecía más que dispuesta. − Bueno... yo había pensado en otra cosa – tiró de la tira del batín de Lucy deshaciendo el nudo e incitando al deseo. Lucy se puso en pie delante de ella para que pudiera recorrer cómodamente sus curvas. Alice introdujo sus manos por los costados dibujando la silueta hasta sus caderas para volver a subir y detenerse en sus pechos. − Creo que no tengo más hambre – notó cómo los pezones de Lucy respondían a las caricias. − Yo tampoco – la obligó a mirarla para besarla apasionadamente – vamos arriba.

38. Las semanas que siguieron a aquel encuentro fueron las mejores de sus vidas. La sensación de estar en el lugar adecuado con la persona perfecta siempre las invadía cuando se reencontraban. Habían creado una especie de búnker emocional alrededor de ellas para evitar salir lastimadas por un exterior hostil. La vida sentimental de Lucy empezaba a interesar mucho a la prensa, y hasta el momento, lo único que habían conseguido eran fotos de Lucy bajándose de una moto, de cuyo conductor desconocían la identidad y que parecía ser una mujer por sus curvas marcadas, con lo que no le dieron demasiada importancia a la información. Lucy seguía asistiendo a los actos sociales sola y, de vez en cuando, se la podía ver cenando en algún restaurante con un par de amigos. En algún programa de la telebasura habían reconocido a uno de esos amigos como Alice Bonnie, actriz, ahora directora teatral, salida del armario hacía ya varios años. Disculpaban este hecho con la explicación de que en el mundo de las tablas y el espectáculo había un alto porcentaje de homosexuales. Junto a ellas solía aparecer un atractivo latino, con el que Lucy hacía una “maravillosa pareja”, según palabras de los contertulios. Nadie sabía de la identidad de ese joven, sólo que estaba muy presente en la vida de Lucy. Al principio, este tipo de comentarios resultaba un chascarrillo gracioso cuando los tres amigos se reunían. No dejaba de tener gracia que emparejaran a Lucy con Manu y dejaran fuera de las quinielas a Alice. − Es que, cariño, te he dicho muchas veces que tienes demasiada cara de buena. Con ese aire angelical, nadie se piensa que puedas pervertir a la nueva estrella del musical – decía Manu entre bromas para enfado de Alice. − No te preocupes mi vida, ambas sabemos que tú no me has pervertido, si acaso, yo me he dejado – contestaba Lucy acariciándola bajo la mesa. − No es por nada, pero doy muy bien en las fotos, ¿verdad? – Manu ojeaba las revistas en las que los sacaban – he sido incapaz de decirle a mi madre que las noticias no son ciertas… pobre mujer, todavía se cree que lo mío se quita con una buena mujer y una boda. Una boda sí… pero en Ibiza, con algún italiano guapísimo – parecía salivar con la idea mientras las dos chicas reían.

− Lo siento Al. Sé que esta situación no te gusta nada – a Lucy le preocupaba que algún día Alice se rindiera. − No te preocupes, nunca ha sido mi sueño salir en la prensa rosa de este país – Alice mentía. No mentía en cuanto a salir en la prensa, mentía cuando restaba importancia a su doble vida con Lucy. Empezaba a sentir la presión de esconderse y buscar vías de escape demasiado cerca. Que siguieran a Lucy a todas partes no ayudaba a sus planes, y básicamente tenían que ir ella escondida tras el casco o Lucy escondida en su coche. Era una situación estresante, pero no quería que Lucy se sintiera mal y ponía la mejor de sus sonrisas. − Debemos pensar en cómo haremos el viaje a París – comentó Alice en una ocasión mientras miraban los sitios que podrían visitar – lo normal es que yo salga antes y tú viajes en el siguiente vuelo, así no habrán sospechas. − Normal no es, cariño – Lucy se sentía agobiada con la idea – no es normal que no podamos hacer un simple viaje de un par de horas juntas. − No es que no podamos – replicó Alice – es que no debemos. Ya sabes cómo va esto: hasta el momento nos han dejado tranquilas porque Manu se ha convertido en el escudero perfecto, pero si te pillan en París, la ciudad del amor, conmigo, todo explotará. Así que me vas a hacer caso y vas a volar en el siguiente vuelo, yo te esperaré con fresas y champagne en un hotel a los pies de la Torre Eiffel , haremos el amor entré sábanas de algodón egipcio y recorreremos la ciudad juntas – la besó con fe en su plan – eso sí, debidamente camufladas para pasar desapercibidas entre turistas y algún posible fotógrafo. − Me encanta tu plan – pasó sus brazos sobre los hombros de Alice y dejó caer el peso algo cansada – podría quedarme encerrada en esa habitación si tiene vistas a la torre – pegó su frente a la de la mujer que amaba. − Tendrá vistas a la torre, de eso me he encargado ya, mírala – abrió una página en internet y le enseñó el hotel y la habitación que había reservado – y en cuanto a estar encerradas, nada de eso, al menos, no más de lo necesario – la besó de nuevo – quiero sentir la sensación de salir al mundo contigo. − Es una idea perfecta – le devolvió los besos recibidos con intereses. Todo parecía ir sobre ruedas, salvo por Markus, que había atado cabos entre las fotos y el repentino cambio de fechas de días libres de la obra de Alice. Sabía que no podía reclamarle a Lucy su comportamiento, no era nadie para hacerlo y podía provocar su huida del musical, y era lo que menos necesitaba en este momento, cuando todos estaban enamorados de ella. Necesitaba trazar

algún plan que impidiera cualquier plan que hubieran trazado las dos chicas para estar juntas y dio con la solución. Dos días antes de viajar, Markus llamó a Lucy y a Pia a su despacho. − Veréis, ya sé que estos días que vienen son para estar con la familia y la gente que queremos, pero me han insistido y estoy atado de pies y manos con la productora, no puedo decirles que no – Markus había sacrificado a la propia Pia para llevar a cabo su plan. − ¿De qué estás hablando? – preguntó Lucy preocupada. − Es que me han llamado de Sat, ya sabéis que es uno de nuestros patrocinadores, y me ha pedido que vayáis como jurado a un concurso musical que harán por Navidad – Markus miraba a Pia incapaz de clavar su mirada en los ojos desafiantes de Lucy. − Ni hablar, son los únicos días libres que tengo y ya tengo planes – Lucy no lo dejó hablar – sabes que lo hemos dado todo por este musical Markus y que agradecemos la posibilidad de estar en él, pero no puedes secuestrar nuestro tiempo libre a tu antojo – apretaba los puños intentando no perder las formas. − Lucy, de verdad que lo siento, pero se trata del prime time y han pedido explícitamente que seáis vosotras. No puedo hacer nada para liberaros. – Markus tembló pensando en la posibilidad de que toda esta idea le estallara en la cara – tranquila, librarás después de Año Nuevo y podrás descansar. A Lucy esas últimas palabras la hicieron reflexionar en el auténtico motivo de tan repentino interés por parte del canal. − Markus, si me entero que detrás de todo esto hay algo más que no me estás diciendo, me olvidaré de lo feliz que me ha hecho este espectáculo – y salió del despacho sin darle tiempo a decir nada más. Lucy pensaba la forma en que le diría a Alice que sus planes se habían estropeado mientras iba de regreso a casa. Cuando llegó a casa vio su coche aparcado un par de manzanas antes de su puerta y supo que estaba en casa. Habían descubierto que se libraban de los fotógrafos si Alice llegaba antes del horario normal de llegada de la actriz. La joven directora había conseguido un camino por patios traseros para entrar en la casa sin que la vieran y la esperaba entre guías de París y maletas a medio hacer. − ¡Has llegado al fin! - salió de su escondite desde que Lucy cerró la puerta para recibirla como se merecía.

− Al, tenemos que hablar – su cara era un reflejo claro de tristeza y Alice supo que no le iba a gustar lo que Lucy le iba a decir. − ¿Qué ha pasado? − No puedo ir a París – la frase, aunque esperada por Alice después de ver el gesto de derrota de Lucy, cayó como si la torre de un castillo se derrumbara sobre sus hombros. Alice se apoyó en el brazo del sofá e intentó no resultar demasiado triste y decepcionada. − Markus. Nos ha dicho esta tarde a Pia y a mí que tenemos que ir como jurado a un concurso navideño para Sat – una lágrima asomó a sus ojos – no sabes cuánto lo siento. Habría dado cualquier cosa por cambiar esta situación. − Mmm – Alice pensaba en Markus y en cuántas trampas más tendría que sufrir para lograr ser feliz – creo que si lo hago ya podré cancelar la reserva – se levantó sin ganas camino al ordenador. − Pero... Al, deberías ir con alguien – sugirió Lucy intentando minimizar el daño. − No – no se giró a mirarla – no quiero la ciudad del amor y las luces sin ti. Alice subió los escalones aturdida. De repente sentía que su energía se había evaporado por arte de magia. “Habría dado cualquier cosa por cambiar esta situación”, había dicho Lucy y, sin embargo, Alice no podía sentirlo así. − No, no lo habrías hecho – murmuró mientras tomaba asiento frente al ordenador.

39. El frío entró en Sttutgart ese invierno como una manada de elefantes que arrasan todo a su paso. Habían disfrutado de un otoño cálido y lo pagaban con los estragos de un gélido invierno. La sensación de oscuridad que traían las densas nieblas había contagiado al espíritu alegre y amable que siempre había tenido Alice. Al perder la oportunidad de disfrutar de una escapada romántica con Lucy se le unió el poco tiempo que pudo verla y estar con ella esos días. Su tiempo juntas había perdido la calidad de antaño y se había convertido en unas cuantas horas de compañía al lado de una persona agotada, física y mentalmente. El trabajo en la televisión se le unió al de las funciones navideñas. Multiplicaron horarios de funciones para cubrir la demanda de entradas y para desgracia de Alice, Lucy se convirtió en imagen de numerosas campañas publicitarias. Los pocos días libres de los que dispuso, allá por febrero, Lucy decidió viajar a Berlín y ver a sus padres. Su padre había hecho un hueco en su agenda para estar con ellas y no podía negarse. A Alice este viaje le dejó un sabor amargo, una mezcla de abandono y desidia que apagó aún más sus esperanzas en que la relación tuviera algún futuro. A su vuelta del viaje, Alice la esperaba en su casa, para evitar a los muy insistentes fotógrafos y que pudiera descansar a su llegada. Trabajaba en un nuevo guión mientras la esperaba, una vía de escape que hacía que no desesperara en esa extraña espiral en la que se había convertido su relación. − ¿Cariño?, ¿estás aquí? - dijo Lucy después de atravesar la puerta cargada de maletas. − Sí, bajo enseguida – cerró el guión y bajó a recibirla. La impaciencia inicial por verse y sentirse se había convertido en algo más sereno y pausado, casi apagado, contagiado por los problemas que las rodeaban. − Esto es horroroso – Lucy lanzó su abrigo sobre el sofá – dos horas de retraso en el aeropuerto para que encima ahora estén todos esos dichosos flashes dispuestos a dejarme ciega – se sentía agotada.

− Pensé que ibas a descansar en Berlín – le dio un suave beso – pareces más cansada que cuando te fuiste. − No quieras saber los días que he tenido – se tumbó y estiró su brazo buscando su mano para sentirla cerca. − Bueno, me hago una idea bastante extensa de tus días en Berlín – soltó una revista sobre la mesa del sofá y se sentó por debajo de los pies de Lucy para dejarle espacio. − ¿Qué es lo nuevo que inventan? - no le apetecía leer. − Bueno, hay unas hermosas fotos con Mark Björn – dijo con cierta apatía. No era nada nuevo – lo curioso es la entrevista que se supone que das. − Al, ya sabes cómo va esto... decimos lo que quieren oír – sabía que había hecho una muesca más en la paciencia de Alice y quiso repararla a ciegas. − No Lucy, no hace falta decir que es un hombre muy atractivo, que cualquier mujer estaría encantada con estar con alguien como él – no quería enfadarse – lo normal es que digas que es muy buen actor y que estarías feliz de trabajar con él. Punto. Sabes que así lo único que consigues es que aumente el interés. − Sabes que compartimos agente – temía su reacción y suavizó instintivamente el tono de sus palabras – Marie, la representante, nos ha pedido que hagamos una especie de paripé y finjamos que tenemos una relación unos meses. Él viene a trabajar a Sttutgart y le vendría muy bien la promoción, y de paso a mí me dejarían en paz con el tema de que por qué no tengo novio. − No puedes estar hablándome en serio – Alice se levantó del sofá y buscó su abrigo – no puedes decirme que vas a enclaustrar más nuestra vida así de tranquila. ¿Has visto en qué nos hemos convertido?, trabajas catorce horas al día, vives con una agenda que no te deja apenas respirar y decides que lo mejor es asfixiar aún más nuestra maltrecha relación – su pena se hacía visible en sus ojos. − Cariño, no digas eso – se incorporó buscando un contacto que la llevara a sus brazos – tú misma dijiste que esto era lo que me esperaba después de estrenar. Sabías lo que nos venía encima – la abrazó y hundió su cabeza inspirando todo el aroma contenido en aquel rincón – vamos, ya sé que es difícil, muy difícil... pero esto pasará.

− ¿Cuándo crees que pasará, Lu?, ¿cuando no quede nada de lo que nos unió? - se arrepintió de decir esas palabras al ver el gesto triste de Lucy, pero no pudo parar – llevamos seis meses juntas y estamos tan agotadas con esto que parecen que nos unen siglos. Deberíamos lanzarnos a los brazos de la otra nada más atravesar la puerta, deberíamos desear hacer el amor cada noche cuando vamos a la cama, deberíamos soñar con estar juntas cuando no lo estamos, Lucy – se soltó de su abrazo – no dar entrevistas sobre lo maravilloso que es el nuevo aspirante a actor de turno. − No, por favor, no me digas esto – dijo Lucy al borde del llanto. − Tengo algo que decirte – la miró fijamente a los ojos – el día que te fuiste apareció por el teatro un grupo productor de teatro londinense muy interesado en el estreno de Soy lo Prohibido en Londres. − ¡Eso es maravilloso! - Lucy la abrazó feliz. − Quieren que vaya con ellos, Lu. Dicen que ahora que la obra va tan bien aquí, que el subdirector se podría hacer cargo y yo iría a supervisar todo el montaje de la obra allí, desde los castings hasta los decorados. Todo. − Pero... - Lucy no sabía qué decir. Tenía la sensación de que no podía decirle que no lo hiciera, cuando ella misma había hecho todo lo que le habían propuesto en esos meses. Se sintió profundamente egoísta por desear que no se fuera, pero no lo dijo y se mantuvo en silencio. − ¿No dices nada? - preguntó Alice, esperando un ataque de amor por parte de aquella mujer agotada que tenía delante. Algo que la hiciera luchar y por lo que sintiera que merecía la pena librar cualquier batalla por ella. − Creo que es una oportunidad maravillosa – dijo tragando saliva – es la posibilidad de que tus textos vean el mundo que hay en ellos. Deberías ir – apretó los puños controlando las lágrimas. − Vaya – Alice se colocó el abrigo con la sensación de la más dura de las derrotas – no esperaba esa respuesta – una lágrima en su ojo izquierdo daban la confirmación a esa frase – pensé que la posibilidad de perderme medio año te haría ver las cosas desde otra perspectiva, pero está claro que ahora mismo no hay nada que la cambie. − Alice... yo – entendió que Alice lo habría dejado todo por ella y la tristeza se apoderó de su alma como una negra sombra.

− No te preocupes Lu, quizás tengas razón. Debo aceptar la propuesta y dentro de seis meses veremos qué pasa – sujetó su bolso y se volvió a mirarla – cuídate mucho, ¿sí?, intenta rebajar un poco el nivel de trabajo o el agotamiento te pasará factura – se acercó con la necesidad imperiosa de sentir sus labios una vez más. Fue un beso tierno y lleno de amor. Las lágrimas le dieron un sabor salado y las dos mujeres sintieron que algo dentro se moriría al separar sus labios. Alice se abrazó a su cuerpo y Lucy respondió aferrándose más, con la esperanza de fundirse con ella. − Esperaré por ti, la vida entera si hace falta... esperaré por ti – dijo Lucy al separarse. Alice le respondió con un nuevo beso. − Volveré, y cuando lo haga, quizás todo esté mejor. Te quiero, no he dejado de hacerlo y no voy a dejar de hacerlo – la acarició y giró el pomo de la puerta de atrás. Se perdió entre los callejones ante la mirada húmeda de Lucy. Comprendió que Alice no merecía seguir saliendo por la puerta de atrás como una fugitiva. No lograba entender cómo había antepuesto una vez más todo su trabajo a lo que realmente la hacía feliz. Se hundió en el sofá somo si su cuerpo fuera de plomo. Tenía que aprender a vivir siendo responsable de sus decisiones.

40. Alice subió al avión al borde del cierre de puertas. Esperó hasta el último segundo con la única esperanza de que Lucy apareciera corriendo por la terminal en su propia película romántica con final feliz, y lo habría dejado todo por ella. No apareció. Abandonó sus esperanzas y un peso de tristeza la acompañó en su nueva aventura. Lucy la vio subir al avión desde un rincón escondido de la terminal de salidas, rota y destruida por dentro y por fuera. Escondida tras unas enormes gafas de sol, dio rienda suelta a sus lágrimas con infinito dolor. La vio buscarla con la mirada y eso le rompió aún más su maltrecho corazón. No se atrevió a salir de su escondite porque sabía que Alice se echaría atrás en sus planes, y sin embargo ella no estaba preparada para responder a ese gesto como se merecía. Se odiaba a sí misma por dejarse involucrar en una serie de mentiras que lo único que provocaban era dolor e infelicidad y, aún así, seguía aceptando su papel de mujer perfecta... y heterosexual. Alice llegó a Londres sin ánimo para nada. Sólo le apetecía perderse por algunas de sus calles y no encontrarse jamás. Cogió con desgana su equipaje e intentó que su tristeza no se notara delante de la persona que iba a recogerla. Al atravesar la puerta de salida se puso de puntillas buscando un cartel con su nombre y estiró el cuello lo que pudo intentando superar la maraña de espaldas que tenía delante. Manu siempre le gastaba bromas con la clase de alemana que era, bajita y rubia gracias al tinte. De repente lo echó terriblemente de menos. A través de un par de cuerpos creyó ver una A en un cartel no muy lejos de ella y se lanzó a la aventura de cruzar y evitar salir magullada entre empujones y carritos de equipaje. Una mujer sostenía un cartel con su nombre. Era alta y morena, de enormes ojos negros almendrados y larguísimas pestañas. Sus labios carnosos dibujaban una sonrisa preciosa y Alice no pudo evitar detenerse a observar a aquella mujer tan increíble. Sus piernas, producto del trabajo delicado de algún escultor, parecían no tener fin. Su cintura estrecha indicaban el camino a seguir hacia unos pechos que formaban el escote más sensual que había visto en su vida. Alice suspiró un segundo antes de presentarse. “No puedes estar pensando en esto, cuando hace dos horas llorabas por su ausencia”, pensó dando los últimos pasos. − ¿Alice? - preguntó aquella preciosidad con un acento familiar. − Sí, y ¿tú eres? - preguntó buscando un nombre. − Soy Vicky, la...

− directora – Alice no la dejó terminar – perdona, te he interrumpido – se sonrojó. − Veo que ya nos conoces – soltó una carcajada divertida – no te preocupes. Estoy deseando hablar algunas cosas contigo de la obra, pero hoy no, hoy te dejo que descanses – le dedicó una mirada directa y Alice se sintió algo intimidada. − No hacía falta que vinieras a buscarme, podría haber ido en taxi. − Lo sé, y sé que estás deseando coger uno de nuestros míticos taxis, pero hoy no va a ser el día – guiñó un ojo – y es más, pienso darte un largo recorrido turístico por la ciudad, da igual que ya la conozcas. − Está bien – se rindió – empiezo a pensar que no hacía falta que viniese, tienes muy claro lo que quieres hacer. − De eso nada, soy una fanfarrona, nada más – cogió su equipaje - ¿nos vamos?. − Tu forma de hablar me resulta familiar, me recuerdas a un buen amigo mío – un cierto aire de nostalgia la recorrió. − Si se trata de un atractivo español, no irás desencaminada – otra risa coqueta salió dispuesta a desarmarla. − Ya decía yo que había muchas coincidencias – Alice rió al descubrir la versión femenina de Manu – le tendré que decir que ya no lo echaré tanto de menos porque te tengo a ti. − Me gusta esa idea – ataque directo de la española que Alice no pasó desapercibido. − A él no le gustará tanto, ya te lo digo yo. Llegaron al coche y Alice, por costumbre, quiso subir por el lado derecho. − ¿Me vas a llevar tú? - Vicky hizo el gesto y ir a la otra puerta. − ¡Ay!, es la costumbre – Alice rió sin poder evitar el sonrojo – te acabo de conocer y me he puesto en evidencia un par de veces. Vaya...

− Me encanta cuando te sonrojas – se acercó a la puerta del conductor – lo acabo de descubrir ahora mismo – para sujetar la puerta se acercó a Alice, bloqueada por la sinceridad de su nueva acompañante y su aroma la hizo reaccionar – será mejor que yo conduzca. Alice se separó rápidamente y fue por la otra puerta algo confundida. De repente lo tuvo claro: “sabe perfectamente quién eres idiota, así que sabe perfectamente que eres lesbiana” pensó mientras se abrochaba el cinturón sin mirarla. − ¿Todo bien? - esa mujer era incansable en su interés. − Sí, sí – Alice dudó – podemos irnos. − Perfecto – arrancó – verás que para ser una española emigrante soy de lo más resuelta como guía. Bueno, el GPS también tendrá algo de culpa – dijo mientras lo encendía. Alice rió despreocupada. Hacía varias semanas que no había escuchado el sonido de su risa y se sorprendió de hacerlo. Poco a poco se relajó en aquel cómodo sillón mientras aquella inesperada mujer buscaba algo de música y hablaba de las maravillas que podría ver. No había pensado en Lucy en esos diez últimos minutos y se sintió culpable por ello. “No podría olvidarte”, pensó algo triste. − Tienes una sonrisa increíble – dijo Vicky sin más. − No pretendas sonrojarme a propósito – Alice se defendió. − En serio, pero vamos, seguro que ya te lo han dicho antes – la joven española volvió a fijar sus ojos en la carretera. − Sí, alguna vez me han dicho algo parecido – otra vez Lucy atacó su pensamiento y su gesto se apagó. − ¡Eh!, sea quien sea, no merece que escondas esa sonrisa – Vicky parecía convencida de lo que decía – así que hazme el favor y regálame otra, ¿sí? … ¡mira qué día tan feo hace hoy!. En días como estos echo de menos mi pequeño pueblo, siempre soleado, siempre luminoso. − Bueno, pues viviendo aquí lo echarás de menos cada día – Alice estaba curtida en batallas

gracias a Manu. − ¡Huy!, ahí me has dado – su risa contagiosa se instaló en el escarabajo azul. − Te he dicho que me recuerdas a un amigo. Estoy acostumbrada a su verborrea disparatada. − Vaya... menos mal que me cuesta ofenderme. − ¡Ohhh... lo siento!, no quería decir que dijeras disparates – Alice se tapó la cara con las manos. − ¡He vuelto a ganar! - una carcajada impedía que pudiese seguir hablando. ¿Cómo era posible encerrar tanta alegría?. Alice sintió que volvía a respirar, que su organismo recuperaba su ritmo normal y su corazón hasta se atrevía a latir a buen paso. Una hora con aquella mujer la habían hecho sentirse mejor. − Gracias – se atrevió a decir. Alice − ¿Por qué?, ya te dije que estaba deseando conocerte. Me han hablado maravillas de ti y de tu trabajo . − No, gracias por conseguir sacarme una sonrisa. Ya pensé que la había perdido. La española no dijo nada, simplemente cambió de tema y se limitó a hacer su excursión lo más amena posible. No quería preguntar quién le había borrado la sonrisa, le parecía que era una mujer preciosa y estaba dispuesta a borrar cualquier resquicio de dolor y del pasado.

41. El teléfono de Lucy comenzó a sonar mientras salía de la terminal de salidas. Marie la llamaba entusiasmada porque había conseguido la portada de Vanity para ella y Mark y debían apresurarse a aceptar la oferta o cambiarían rápido de parecer. Lucy apenas la escuchaba, mitad por el bullicio incesante del aeropuerto y mitad por el dolor constante que se había apoderado de su cabeza desde que vio aquella puerta cerrarse. Aceptó sólo porque ese sí le daba la posibilidad de dejar de escuchar a aquella mujer que no dejaba de dar gritos estridentes cuando los nervios y la tensión se apoderaban de ella. Cerró la sesión de fotos para la mañana siguiente y pidió que no la molestara el resto del día. La joven actriz había decidido comprarse un coche para tener independencia de movimientos. Lo había comprado estando con Alice, y le servía para pasar desapercibida y acceder directamente a la casa por el garaje, lo que evitaba tener que aguantar preguntas y fotos en los momentos que menos apetecía. Pasó parte de la mañana conduciendo sin rumbo, sin pensarlo se detenía en lugares especiales que la unían inexorablemente a la historia vivida con Alice, como las montañas con vistas al lago a las que Alice la llevó en aquellos primeros días. Lucy se sentó observando el infinito y reflexionando en qué momento había decidido que su futuro con la mujer que amaba se deshiciera y formara parte del viento que ahora atacaba con crueldad su rostro lastimado. Después de horas de conducir terminó delante de la casa de Maggie, la madre de Alice, en un intento desesperado de tener algo de ella consigo. Se detuvo frente a la puerta y no pudo avanzar, buscando una excusa creíble para tocar aquella puerta. Maggie abrió la puerta con la comida de Baloo en la mano y la vio sin poder mover su cuerpo un sólo centímetro. − Lucy, ¿qué haces ahí parada?. ¡Ven, vamos a tomar un té! - salió a su encuentro. − Siento mucho molestarla pero... - no pudo hablar y se derrumbó en los brazos de aquella mujer tan amable y cariñosa, sintiendo que sus lágrimas se descontrolaban para salir en estampida. − ¿Pero qué tienes chiquilla?. Vamos dentro, anda – la sostuvo en un abrazo y la introdujo en la casa.

La ayudó a sentarse en una de las sillas de la cocina mientras ella calentaba agua para tratar de que ese cuerpo sintiera de nuevo el calor corriendo por sus venas. − ¿Qué he hecho Maggie?, ¿por qué dejé que se fuera? - apoyó sus codos sobre la mesa y se tapó la cara intentando controlar su llanto y sus nervios. − Tranquila, Lucy, lo que está hecho, hecho está, no puedes sino intentar remediarlo... todo se puede intentar menos volver atrás el tiempo mi niña. − Debería haberle dicho que me llevara con ella, que empezáramos de nuevo en otro lugar. ¿De qué me sirve esta vida si no la tengo a ella? - Maggie acariciaba su espalda intentando calmarla – he sido una idiota y he enterrado la historia más hermosa que he tenido. − Lucy, piensa que son seis meses, después volverá – el silbido de la tetera le indicó que estaba a punto – deberías pensar qué es lo que quieres en tu vida, y si lo que quieres es a Alice, tienes seis meses para intentar solucionar aquello que te impide estar con ella ahora mismo, ¿no te parece? - sirvió dos tazas y se sentó junto a ella. − ¿Y de dónde sacaré el valor para hacerlo? - la desesperación que sentía no la calmaba un té caliente – no he podido hacerlo estando con ella, ¿cómo lo voy a hacer sin Alice a mi lado? suspiró. − Pues de la ausencia, querida. La ausencia y la nostalgia por no tenerla te darán el valor necesario si realmente es lo que quieres – le brindó una sonrisa amable – y más te vale hacerme caso, porque jamás he visto a mi hija más feliz que cuando ha estado contigo. El teléfono de Maggie comenzó a sonar. − Debe ser ella para contarme que ha llegado y está todo bien, espera... - Lucy no pudo evitar sentirse terriblemente nerviosa. − Por favor, no le diga que estoy aquí – suplicó la joven de ojos azules. La señora asintió con la cabeza mientras rebuscaba en el bolso. Con el índice le hizo un gesto para que guardara silencio y contestó. − Mi vida, ¿qué tal has llegado?, ¿estás bien? - se colocó al lado de Lucy para que pudiera escuchar su voz. − Mamá, sí, estoy muy bien, no te preocupes – escuchar su voz hizo que Lucy descubriera

que el valor a veces aparece sin más – Vicky, la directora de la obra ha venido a buscarme y me está llevando de ruta turística por la ciudad. Sin poder controlarlo, Lucy sintió una punzada por escuchar el nombre de una mujer que estaba junto a ella en ese momento. Odiaba no poder controlar la situación, no saber si era joven o algo más madura, si estaba casada... la falta de información de aquella mujer la puso nerviosa. − Tendrías que conocerla mamá, es otra española alocada – soltó una risa alegre al contárselo a su madre y Lucy sintió que los celos llamaban de nuevo a su puerta. − Sí, dile que soy como ese famoso Manu pero en versión femenina... y mejorada, espero – gritó una mujer al otro lado – señora Bonnie, lo primero que ha hecho su hija ha sido compararme con un hombre – soltó una carcajada. − Vale, es un hombre, pero es gay, así que eso habla del buen gusto que debes tener – Alice le contestó divertida. − Ah, bueno, es gay... entonces ya me cae bien – otra risa despreocupada que atacó de lleno el corazón lastimado de Lucy. Aquella voz alegre y vital dibujaba una mujer joven. Si la comparaba con Manu era porque era una belleza latina de carácter abierto y risueño. Lucy no quiso escuchar más y fue hasta el salón mientras Maggie hablaba. El primer día sin ella y ya Alice tenía a una mujer dispuesta a cuidar de ella y hacerla reír. Se lamentó por no estar allí, a su lado, y las lágrimas que había sido capaz de controlar minutos antes volvieron a salir a la luz. − Me alegro de hablar contigo Vicky. Cuida de mi hija por favor – oyó a Maggie decir. − Mamá... - Alice dudó si decirlo, pero no podía evitar la necesidad de saber - ¿has sabido algo de Lucy?. − Bueno – la madre pensó un segundo qué decir – estoy tomando té ahora mismo... y sabes que odio las infusiones – esto último lo susurró y entonces Alice supo que estaba con ella. Pensó en lo mal que se habría sentido al oír a Vicky despertando su risa y no supo qué hacer. − Cuídate mamá... y a ella, por favor – fue lo único que pudo decir – hablamos en otro momento. − Claro que sí, hija, no te preocupes.

Se acercó al sofá donde reposaba lo poco que quedaba de Lucy y se quedó junto a ella. − Me ha preguntado si sabía algo de ti – le dijo suavemente – yo diría que nada ha cambiado. La conozco bien Lucy, Alice no es de las que se enamora a primera vista, salvo contigo, creo sinceramente que eso es una señal. − O la prueba definitiva de que ha sido un error – suspiró Lucy. − ¿En serio crees eso?, mira en el cajón de tus recuerdos y dime que realmente piensas que lo que os unió fue un error. Lucy repasó los momentos vividos con Alice. Aquella primera vez en que se encontró son sus preciosos ojos mirándola fijamente, el primer roce de su piel, el primer beso... el primer “te quiero”, y sonrió. − Tiene razón – la miró sonriendo – nuestra historia es todo menos un error. Gracias por todo Maggie, me ha ayudado muchísimo hablar con usted – otra vez el valor se hizo presente, y esta vez parece que para quedarse. − Cuando quieras, estoy aquí para ti, no lo olvides – la abrazó. − Volveré con frecuencia, si no le importa. − ¡Todo lo contrario!, estaría encantada si lo hicieras – sus palabras eran sinceras y Lucy lo notó. − Es hora de que me vaya. Gracias de nuevo – se levantó decidida a trazar un plan para recuperar su vida – Hasta pronto.

42. Habían pasado tres meses desde su llegada a Londres. Alice había descubierto esa ciudad como un lugar sanador para su alma y se sentía tranquila consigo misma. No había dejado de pensar un sólo día en Lucy desde que había llegado, pero su recuerdo se había convertido en su refugio personal. Soñaba con ella y con su sonrisa y entonces conseguía ser por un momento feliz. No sabía nada de Lucy salvo por los comentarios de Manu y de su madre cuando hablaban con ella por teléfono, y aunque soñaba con escuchar su voz, se resistía a llamarla y se conformaba con su recuerdo como bálsamo para su espíritu. Vicky se había convertido en alguien muy especial para ella. Era alegría y sol en días nublados. Era diversión y cosas sencillas, y Alice agradecía tenerla cerca. Notaba que la española sentía algo más que amistad por ella, pero la joven de ojos miel fingía no enterarse de nada relativo al amor. No es que no la atrajera, de hecho, cada día que pasaba, resultaba un poco más difícil hacer oídos sordos a sus insinuaciones. No cabía duda de que era una mujer preciosa y libre de temores y dudas... resultaba demasiado tentador para ese corazón magullado de silencio, pero su corazón seguía latiendo al ritmo de un deletreo mental del nombre de Lucy y era imposible cambiar su ritmo. Había visto la portada de Vanity de Lucy con Mark. Manu intentó restarle importancia al valor de aquellas palabras. − No te preocupes Manu, no he leído nada que no haya leído antes – le dijo en esa ocasión que hablaron. − Pero Al, ya sabes cómo es este mundo, a veces es imposible escapar a él – intentó minimizar la situación como pudo su joven amigo. − Manu, a estas altura de la vida, a veces es cuestión de dar normalidad a lo que sientes, y en el caso de Lucy, entiendo que es un mundo complicado, pero ella ha demostrado con creces lo que vale, igual tendría algunos problemas al principio, pero estoy convencida de que no tardarían en llamarla, porque si algo necesita el teatro son artistas como ella – soltó la revista sobre la mesa – pero bueno, da igual, no es algo que piense que pueda cambiar, al menos a corto plazo – su voz tenía un aroma de resignación y derrota asumida que a Manu no le gustó nada.

− Mira, no sé si cambiará o no, pero ya te digo que Lucy está empezando a cansarse seriamente de toda esta pantomima. Creo que está a punto de estallar si no la dejan tranquila pronto – Manu parecía preocupado. − Ayúdala, por favor Manu... no la dejes sola – Alice sintió el deseo de estar cerca y abrazarla en esos días malos – no permitas que le hagan daño. − Ya veo que no la quieres nada – rió el español al otro lado del teléfono. − No te pases, listo. − ¿Qué vas a hacerme?, ¿colgarme el teléfono?, ¡uy, qué miedo! - Manu tenía ganas de hacerla rabiar – bueno, y cuéntame, ¿cómo está mi versión femenina?, ¿sigue igual de irresistible?. − La verdad es que cada vez es un poco más irresistible, lo confieso – tenía remordimientos por algo que aún no había hecho aún estando separada de Lucy. Sentía que la traicionaba sólo con pensar en la posibilidad de tener algo con ella. − Alice, no seas idiota. Yo quiero y adoro a Lucy, pero es que resulta que os habéis separado, no puedes hacer vida monacal sólo porque la echas de menos. − No es eso. Es que no sé si estoy preparada para sentir unos labios que no sean los de Lucy – su recuerdo aún quemaba demasiado. − ¡Dios!, mira que eres complicada, mujer!. ¿Se supone que vas a estar indefinidamente en ese estado virginal? - Manu no se podía creer lo que escuchaba de su amiga – hazme el favor y acepta una cita con ella, si es como yo, te llevará al cielo. Igual Lucy lo que necesita es una bofetada de celos que le abra los ojos. − No lo entenderías. Siento mi cuerpo como un camino en el que permanecen sus huellas, no quiero que se borren. Sigo enamorada de ella, ¿qué quieres que haga?. − Amiga, estás perdiendo el juicio, pero tú sabrás lo que haces – Manu lo dio por imposible – pero si te vuelves loca, no dejes de contármelo e iré a buscarte. − Esta bien, te avisaré con tiempo para que cojas un buen vuelo – Alice le dedicó una risa que indicara que todo estaba bien – Tranquilo, lo mejor que pude hacer fue tomar esta

distancia o todo habría sido mucho más difícil. Dale un abrazo, pero no le digas que es de mi parte, sólo dale el calor que necesita. Te quiero. − Eso está hecho. Pero creo que empieza a sospechar que esos abrazos no son míos. Yo también te quiero rubia. Hasta pronto. Echó un último vistazo a la revista intentando ver algo que la hiciera mantener la esperanza en aquellos ojos azules. Estaba bellísima y parecía feliz al lado de aquel tipo que Alice evitaba mirar. Preciosa enfundada en los últimos diseños de la temporada, resultaba completamente irresistible. Vicky entró en ese momento en la sala de ensayos en la que se había refugiado Alice y la vio mirando aquella revista con un gesto que no había visto hasta ahora en aquella mujer que tanto la atraía. A pesar de su carácter abierto y directo, no había conseguido una señal por parte de Alice que la hiciera atreverse a algo más y quizás esa dificultad para llegar a ella era lo que hacía que cada vez la deseara más. Se acercó silenciosa hasta ella. − ¿Algo interesante que leer? - se puso a su lado y observó a la mujer de la portada. Era la protagonista del musical en el que había trabajado Alice. Era preciosa y la mirada de la joven rubia delató algo más que una amistad. − Nada que no haya leído antes – dijo Alice muy seria. − Es muy guapa. − Sí – no dijo más. − Y parece feliz con ese novio suyo. − Eso parece – le dolía ese título pero intentó que no se notara. − ¿Es tu amiga, no? - odiaba que fuera tan parca en palabras. − Sí. − ¿La quieres?. Alice se volvió a mirarla directamente a los ojos.

− Sí – dijo confesando sus pecados. − ¿Y ella a ti? - ese “sí” le había hecho daño y lo disimuló como pudo. − ¿Qué importa eso? - volvió a mirar la foto de Lucy en la portada. − A mí me importa – se acercó a ella y la obligó a mirarla a los ojos – dime... ¿ella también te quiere? - volvió a preguntar esperando una respuesta convincente. − No lo sé – una lágrima apareció en su ojo derecho – tal vez aún me quiera, pero ese no es el problema. Vicky recogió esa lágrima con uno de sus dedos y secó su mejilla. − Nadie merece hacerte sufrir – pasó sus dedos por los labios de Alice sintiendo su suavidad – ella parece feliz, déjame llenar ese espacio que dejó vacío. La joven española se rindió a esos ojos miel y acercó sus labios a los de aquella atractiva alemana que había desarmado todo sus esquemas. Alice tenía una revolución de pensamientos mezclados que hacían imposible el razonamiento. No sabía qué pensar de Lucy y aquella sonrisa, no sabía si era sensato tener algún tipo de esperanza con ella... no sabía nada, salvo que aquella preciosa mujer que tenía delante suspiraba por sus besos. Se dejó llevar y sintió unos labios ajenos rozando los suyos. Era agradable volver a sentirse deseada y aceptó el beso aferrándose aún más a ese nuevo cuerpo.

43. Lucy sintió una punzada en el pecho y no supo entender porqué sentía aquel dolor agudo atravesándola. Estaba en medio de una entrevista estúpida que no la llevaba a ninguna parte y a su recuerdo vino Alice como un torbellino. La joven actriz intentó relajarse y sonrió al pensar en ella una vez más. − Se te ve feliz Lucy… - dijo una periodistas con aires de víbora más que de ser humano. − Bueno, me alegra comprobar cada noche que seguimos teniendo el cariño del público de esta ciudad – respuesta adecuada y pensamiento fuera de allí, en los besos de Alice, en las hojas del parque cayendo delante de ellas mientras se abrazaban en uno de los bancos lejos de cualquier sospecha. − Yo diría que esa sonrisa no es por el musical – la periodista se estaba ganando un pase a su rincón de los olvidados particular. − Soy feliz con mi trabajo, que en los tiempos que corren, es toda una satisfacción – el gesto de su representante detrás de la periodista indicaba un claro “nada de menciones o comentarios políticos”. Lucy la obvió – todos deberíamos tener la posibilidad de trabajar en aquello que nos hace felices. − ¿No será por Mark?, se dice que ustedes dos son más que amigos – a estas alturas de la entrevista, Lucy ya había calculado tres o cuatro formas de eliminarla, seguro que más de uno se lo agradecía. − ¿He dicho yo alguna vez que seamos pareja? – estaba harta de toda aquella estupidez adornada de focos y corrector de ojeras – empiezo a pensar que da igual lo que diga, porque los periodistas dirán siempre lo que les apetezca – Marie se echó las manos a la cabeza y Lucy descubrió que empezaba a disfrutar. − Bueno, siempre vais juntos a los eventos y parece que os une algo especial – la periodista empezaba a notar que se metía en un jardín con aquella actriz. Le habían dicho que era

dulce y educada, pero tenía la sensación de que empezaba a ser algo hostil. − ¿Y por qué siempre intentan vender el sueño y la imagen de pareja ideal? – paró un segundo intentando descubrir quién era la propietaria de aquella verborrea que estaba soltando. Alice… Alice y las noches de amor asaltaron sus sueños. – Tengo la suerte de contar con Mark como uno de mis mejores amigos. Me ha escuchado en estos meses en los que no me he sentido bien, es alguien en quien confío, ¿tiene usted a alguien en quien confiar? – la entrevistada preguntando, Marie la mataría a la salida, pero daba igual. − Esto… yo, supongo que sí. − ¿Y le gustaría que cada vez que saliera a tomarse un café les hicieran fotografías y las vendieran como dos amantes que se encuentran en una cafetería? – Lucy pensó si era espuma lo que salía de la boca de Marie y le divirtió la idea. − La verdad es que no, empiezo a entender su posición… – la inexperta periodista se rindió ante aquella mujer fuerte y decidida. − Me alegro de que lo entienda – Lucy se relajó ante la bandera blanca de su oponente – le agradezco que me haya dado la oportunidad de explicar que alguien, porque esté contigo en un momento determinado, no tiene que ser obligatoriamente tu pareja. Estaría bien que cierta prensa de este país hiciera caso a lo que digo, igual así, otras personas como yo, dejaríamos de tener este miedo a lo que veremos escrito. − ¿Ha sentido miedo de la prensa? – preguntó consternada la joven. − Quizás sí. Es más… – dudó si lanzarse a la piscina. Otra vez el recuerdo de Alice la hizo desear saber lo que hacía en ese momento. La punzada volvió a clavarse dañina, – te diré que una vez descubrí lo que era el amor, no el amor de novelas románticas que nos pintan en los cuentos… descubrí lo que es amar en mayúsculas a una persona, rozar la felicidad y sentir que estaba por fin en el lugar adecuado – su mirada se entristeció – y este mundo me arrebató la oportunidad de estar con la persona que nació para mí. Sí, a lo que me preguntas, sí, el miedo me ha atenazado los músculos y mi capacidad de reacción, y por eso perdí la oportunidad de ser feliz. La periodista se sintió increíblemente identificada con aquella mujer que sufría y la miró con una complicidad de alguien que sabe lo que es el abandono. − Discúlpeme, pero… ¿no pensó que igual merecía la pena el esfuerzo y el riesgo por esa persona?.

− Yo también me lo he preguntado, y ahora sé que sí, que cualquier cosa que hubiera hecho para cambiar la situación habría valido la pena. Pero bueno – intentó tomar perspectiva o acabaría llorando – es algo que ahora no puedo hacer. Las oportunidades realmente importantes en la vida pasan una vez, hay que saber verlas y aferrarte a ellas – le dedicó una sonrisa sincera. − Tiene razón. Muchas gracias por su tiempo. Ha sido un verdadero placer hablar con usted – la mujer se levantó y le ofreció su mano para darle un saludo afectuoso. − Gracias a ti. Me has hecho sentir mejor – le dio la mano y dos besos agradeciendo el momento de liberación que acababa de vivir. Las cámaras de apagaron y desaparecieron los micros. − ¡¿Pero qué demonios has hecho?! – Marie llegaba como una enfurecida a reclamar la falta de cordura que había tenido Lucy. − Marie – su tono no podía ser más calmado, para crispación de su representante – si dices una sola palabra más, nuestro contrato acabará conforme termines de hablar. La mujer, visiblemente alterada, apretó los dientes y se dio media vuelta en medio de lo que parecía un halo de fuego. − Sienta bien tomar las riendas de tu vida, para variar – dijo Lucy a la periodista sonriendo. − Pues sí, definitivamente debe sentar bien. Me alegro, y espero que esa “oportunidad” se piense lo de pasar otra vez frente a su ventana. Sujétela bien si eso sucede – se despidió con la mano y se dirigió a la salida. − Eso espero, y no dudes que lo haré – Alice otra vez en su mente. Sus labios recorriéndola y el susurro de un “te quiero”. Manu, que había oído la segunda parte de la conversación permanecía con un gesto de asombro detrás de ella. − Manu, cierra la boca, que parece que te ha dado un aire – dijo Lucy divertida. − ¿Tú sabes lo que has hecho? – le preguntó acercándose a ella.

− Otro… ¿no hay otra pregunta? – la falta de reacción de su amigo le resultaba muy graciosa y no podía parar de reír. − No te van a dejar en paz, Lu – van a repasar cada minuto de tu vida pasada hasta dar con esa persona especial - ¿cuánto crees que tardarán en especular con que se trata de Alice? – Manu empezaba a asustarse. − No me importa en absoluto, es más, espero que por una vez hagan bien su trabajo – seguía igual de calmada – Manu, ya no puedo seguir así. Si no consigo recuperar a Alice, nada tendrá sentido. − Pero, cariño… sabes que eso es muy difícil – dijo acercando la realidad a los oídos de su amiga. − ¿Sabes algo que yo no sepa? – preguntó preocupada. − No. Si te soy sincero, sé que hay una chica empeñada en tener algo con ella. Hasta ahora no lo ha conseguido, pero no sé si lo hará – quería ser sincero con su amiga. − Bueno, debo arriesgarme – recordó la voz de aquella mujer al otro lado del teléfono estando en casa de Maggie – sólo espero que no sea demasiado tarde. Sea como sea, no tengo derecho a reclamarle nada, le he hecho tanto daño que entiendo que jamás quiera volver. − Me alegro de que te sientas mejor – la abrazó y Lucy se dejó sostener por aquellos brazos – estoy deseando que vuelva. − Y yo Manu, sólo quiero que vuelva y poder verla. Necesito abrazarla, aunque no quiera nada, necesito sentir su abrazo y saber que me perdona – de repente la fragilidad de sus palabras se metieron en su cuerpo. − ¿Sabes que siempre me pide que te abrace?. − ¿En serio? – Lucy sonrió mirando los ojos negros de su amigo. − Sí… se ve que ella también necesita tu abrazo… y algo más carnal, seguro – le dio una palmada en las nalgas y le guiñó un ojo – vámonos antes de que Marie la palme por combustión espontánea, que esto es todo madera y vamos a salir mal parados.

Lucy soltó una carcajada liberadora. Se empezaba a sentir bien consigo misma y debía seguir en la misma línea. Al llegar a casa llamaría a sus padres y le diría la verdad aún a riesgo de causar un daño irreparable. Se negaba a mentir un solo minuto más. − ¿Vamos a casa de Maggie? – le preguntó a su amigo – quedé en que pasaría esta tarde a tomar té. − Tú sabes que Maggie odia las infusiones como Alice, ¿verdad? – dijo Manu riendo. − Vaya, ahora entiendo que siempre me ceda el último sobre – dijo riendo como hacía meses no hacía. A la salida del teatro se tropezó con Markus, que atendía a una desesperada Marie. − Bueno, así me ahorraré decirte nada. Nos vemos esta noche en la función – dijo tranquila – tengo cosas que hacer. Los dos amigos salieron rumbo a casa de la madre de Alice. Lucy algo más liviana, algo más libre, algo menos infeliz.

44. “Lucy se dibuja borrosa en aquel parque de sueños imposibles. Las hojas caen tímidas evitando rozar su delicada piel de seda... debe ser otoño. Se acerca buscando que sus manos le indiquen el camino, pero ella no la ve. Lucy, tan perfecta y divina, no alcanza a escuchar su voz que la llama. Lucy, lejana... se pierde entre las hojas de otoño”. Alice recuperó la conciencia entre los besos sensuales de Vicky. “Lucy”, pensó, e instintivamente se separó de aquel cuerpo que la buscaba. − Ohh, yo... lo siento – dijo bajando la mirada – no puedo hacerlo. Pensé que podría, pero no puedo. − Al, ¿realmente esa mujer vale tanto la pena? - quiso acercarse y Alice dio un paso atrás. − Me temo que sí – aún era incapaz de mirarla – me enamoré de ella desde que la vi por primera vez. Jamás me había pasado algo parecido y creo que jamás me volverá a ocurrir. No sé si podré vivir sin ella, pero ahora mismo sigue demasiado presente en mi alma como para poder arrancarla. − Sabes que me gustas... cada vez que conozco algo nuevo de ti me gustas más y más Alice. Nunca había sentido tanto interés en conocer a alguien. Normalmente, si no recibo señales que me den esperanzas, desisto y me olvido, no soy de obsesionarme con nadie. Pero contigo es distinto, desde el principio he tenido la sensación de que eres alguien que merece tanto la pena que sería una estupidez dejarte escapar. Eres tan especial que no puedo apartarme de ti – Vicky nunca había sido tan franca con nadie en relación a sentimientos y afectos. Era una mujer preciosa que no tenía que buscar muy lejos para tener lo que quisiera, pero esta alemana le había cambiado todos los esquemas y ya no sabía qué hacer. − De verdad Vicky, siento muchísimo no darte lo que te mereces. Me encantaría enamorarme de ti, eres preciosa, inteligente y divertida, pero no puedo hacer nada en este corazón loco. − Bueno, sólo espero que esa mujer sepa valorar lo que tiene contigo y actúe en

consecuencia – era sincera en sus palabras. − No lo sé, por lo pronto me quedan otros tres meses aquí. Y ella parece que está demasiado cómoda en su vida como para cambiarla, así que no hay muchas posibilidades, la verdad. Y aún así, como soy tan terca y me gusta tanto sufrir, sigo amándola – Alice esbozó una sonrisa amarga – y lo único que hago es desear verla. − ¿Por qué no le pides que venga a verte? - preguntó la española. − Porque sé que no lo haría, y no quiero crearme una ilusión que se evapore sin remedio más adelante, ya sé lo que es eso demasiado bien. − De verdad que no te entiendo Al, pero aquí me tienes de todas formas – la abrazó y Alice le devolvió todo el cariño en ese abrazo – anda, vamos a trabajar un rato. Lucy y Manu llegaron a casa de Maggie aún con la mente puesta en lo sucedido en la entrevista. − ¡Hola! - gritó Manu sin pudor entrando a la casa – si vieras lo que acaba de hacer tu nuera, o tu casi nuera, no habrías podido cerrar la boca como yo. − ¿Ah, sí?, ¿qué ha sido? - preguntó intrigada la señora. − Pues no ha salido del armario en la televisión nacional por los pelos, vamos, porque la periodista se quedó atontada con las respuestas de aquí mi amiga, y no supo preguntar lo que todos querían saber – Lucy reía con la versión hilarante de su amigo – pero ha dicho lo suficiente como para que de aquí a un par de días se den cuenta de que aquellas fotos con Alice que eliminaban porque eran dos chicas, tenían más miga de lo que creían. Ya me veo a un par tirándose de los pelos en las redacciones de las revistas. − Pero... Lucy, ¿por qué lo has hecho? - preguntó esta vez preocupada Maggie. − Porque de alguna forma tengo que salir de la espiral en la que estoy y que me aleja cada vez más de Alice. No sé si tendré oportunidad de recuperarla, pero al menos no quiero que el problema que nos separó siga existiendo cuando ella regrese... porque regresará, ¿verdad? - Lucy empezó a temer lo peor. − Bueno, a mí no me ha dicho lo contrario. Además, tiene la obra aquí y creo que tiene un guión nuevo que le han pedido que prepare a su vuelta, así que tiene proyectos muy interesantes – contestó Maggie.

− Por no hablar de su madre y de la mujer de su vida, claro – apostilló Manu. − Eso espero – fue todo lo que pudo decir Lucy pensativa. − ¿En qué piensas? - preguntó Maggie mientras servía el té. − No sé, un poco en todo. En Alice, en las ganas que tengo de verla y en el tiempo que falta para que vuelva. En mis padres, en la conversación pendiente que tengo con ellos y que debería tener antes de que empiecen a soltar conjeturas en televisión y se arme un revuelo mayor. En el musical, espero que no se vea afectado el trabajo de tanta gente por algo como eso... son muchas cosas – se dejó abrazar cálidamente por Maggie que seguía a su lado. − Bueno mi niña, podrías salvar la distancia que te separa de Alice e ir a verla. En cuanto a tus padres, es cierto que debes hablar con ellos... por experiencia te diré que preferimos la franqueza y el mensaje directo, aunque después nos cueste digerirlo. Ellos te aman y te seguirán amando, no debes preocuparte. Y en cuanto al musical, pasa algo parecido... el público te quiere, y te seguirá queriendo, estoy segura de que esto lo único que hará es aumentar el número de días con el cartel de “no hay entradas”. − No puedo ir a verla Maggie. No puedo trastornar su vida de esa forma, además, ella me dijo que me vería a la vuelta, que necesitaba este tiempo, así que lo único que puedo hacer es esperar y soñar con que ella también me extraña. El teléfono de Manu comenzó a sonar. − Vengo enseguida – dijo saliendo al porche – por cierto, Maggie, Lucy ya sabe que odias el té – cerró la puerta dejando atrás las carcajadas de las dos mujeres - ¿Diga?. − Hola, mi escultura de chocolate deliciosa – dijo Alice al otro lado. − ¡Hola, eres tú! - contestó Manu feliz. − ¿Estás ocupado?, ¿puedes hablar?. Es que me ha pasado algo y tenía que contártelo – dijo Alice algo nerviosa. − ¿Qué ha pasado mi niña?.

− Vicky... que me ha besado. Al principio respondí a sus besos, pero luego me vino la imagen de Lucy a la cabeza y no pude seguir. Le he dicho que no puedo hacerlo – esperaba alguna reprimenda de su amigo – Manu, ¿estás ahí?. − Esto, Al, ¿tú tenías televisión por cable, verdad?. − Sí, ¿por?, ¿qué tiene que ver eso con lo que te estoy contando? - Alice se sintió algo molesta por la indiferencia de su amigo. − Es que resulta que tu queridísima Lucy casi hace un “outing” en el programa de más audiencia de la televisión pública hace un rato, así que, sin que sirva de precedente, creo que has hecho bien en no liarte con la española sexy. − ¡¿Qué?! - Alice no podía creerlo – no bromees con eso, por favor. − En serio Al, de hecho estamos en casa de tu madre ahora mismo tomando el té, cosa bastante estúpida cuando a Maggie no le gusta, pero bueno... para contarle lo que ha pasado. − ¿Y qué demonios ha pasado? - Alice estaba ansiosa por saber lo que había ocurrido y cómo se sentía Lucy. − Pues que le han vuelto a preguntar por enésima vez por Mark y Lucy no ha podido más. Le dijo a la periodista que Mark era sólo un amigo, que ella había estado enamorada sólo una vez y que por culpa de sus miedos y la presión de la prensa, la historia más bonita que había vivido en su vida se había estropeado. Que había dejado escapar la posibilidad de ser feliz en su vida... y yo qué sé, será mejor que lo veas – terminó por decir Manu. − Pero ella no dijo de quién se trataba, ¿no?. − No Al, pero no tardarán en averiguarlo. Desde que repasen la hemeroteca, saldrá tu nombre a la luz. De hecho ahora tu madre está dándole algún que otro consejo a Lucy para hablar con sus padres y contarles la verdad – Manu estaba entusiasmado – tendrías que haberla visto Al, se quitó de un plumazo la presión de Marie de encima, creo que la ha dejado medio tocada, pero bueno, esa arpía se lo merecía. − Pero, ¿qué dices Manu?, te lías a contarme y así no hay quien te entienda. − ¿Quieres hablar con Lucy y así seguro que lo entiendes? - preguntó el asistente sin más.

(Silencio) − Al, que no te he preguntado la tabla periódica – dijo con sorna. − No sé si es buena idea – contestó Alice sintiéndose débil – no sabría qué decirle. − ¿Qué tal un “hola, cómo estás”?, vamos, lo normal. Venga Al, tienes que darle tu apoyo o la pobre pasará un infierno sin saber lo que piensas, y lo que es mucho peor, lo que sientes. Espera, voy a llamarla, no cuelgues o te mato cuando te vea – amenazó entrando de nuevo en la casa – Lu, es para ti. − ¿Quién es? - preguntó la joven desconcertada. − No sé, alguien de la agencia de Marie, que se ve que tienes el móvil sin cobertura y me han llamado a mí. Sal al portal, que ahí no se oye nada – le pasó el teléfono y la hizo salir mientras le guiñaba un ojo a Maggie. − ¿Sí, quién es? - preguntó, dispuesta a no permitir una sola crítica a su actitud. (Silencio). Alice sintió que la voz de Lucy resonaba en su corazón como una suave y delicada armonía y supo que estaba en casa de nuevo, de vuelta al hogar. − ¡Diga! - insistió, empezando a perder la paciencia. − Hola – fue todo lo que pudo decir. − Al... Alice – un nudo se atravesó en la garganta y comenzó a temblar. − Sí, soy yo – respondió – quería saber cómo estabas y escuchar tu voz. − Estoy bien – pudo decir al fin – por una vez me siento realmente. − Ya me ha contado Manu lo de la entrevista. − Oh, Al, lo siento mucho. No quiero que te molesten por esta historia, lo siento. Es que ya no puedo callarlo más, ya no aguanto más este silencio.

− Está bien ca... - paró antes de decirlo pero no quiso evitarlo – cariño, no pasa nada. Ya estoy acostumbrada a estas batallas, además, estoy lo suficientemente lejos como para estar a salvo. La que me preocupas eres tú – dijo casi susurrando – me encantaría estar ahí, darte un abrazo y decirte que todo va a salir bien. − Siento haber tardado tanto, de verdad, no sabes cuánto lo siento – la voz sonaba realmente triste – ahora me doy cuenta de que no hay nada en este mundo que merezca perder a quien quieres. Supongo que es tarde para arreglarlo. − Bueno, por eso no te preocupes ahora – no podía decirle que la amaba y que no había dejado de pensar en ella un sólo día, no podía rendirse a la evidencia porque no terminaba de creerse que Lucy fuera a hacerlo realmente y no la negara una vez más – lo importante es que tú estés bien. − ¿Cómo te va todo? - fingió normalidad mientras las lágrimas aparecían. − Bien, realmente bien. La verdad es que es un grupo fantástico y estoy aprendiendo muchísimo de ellos – dijo tratando de callar sus ganas de rendirse a ese amor que la consumía. − ¿Volverás, verdad? - preguntó Lucy casi suplicando. − Sí, claro que volveré. De hecho voy a intentar agilizar todo el trabajo para volver antes – dijo confesando una mínima parte de sus sentimientos – tengo muchas ganas de estar ahí. − Y yo de que vuelvas. Tengo ganas de abrazarte, te echo muchísimo de menos. − Y yo a ti preciosa. Ahora debes seguir tu camino. Si piensas que ha llegado el momento de ser franca con tus sentimientos, hazlo. Yo siempre estaré para ti, no lo olvides. Te... - se obligó a callar una vez más – Te apoyaré siempre – salió como pudo del atolladero. − Gracias por esta llamada. Tu voz es todo lo que necesitaba para tomar el coraje necesario. Te quiero – ella no fingió frases de dobles sentidos. − Y yo a ti. Adiós. Esa última frase, tan pequeña y sencilla, llevó la sonrisa a la boca de Lucy y sintió que flotaba. Alice había intentado mantener las distancias con ella evitando sufrir, pero su parte enamorada, que era

toda ella, la delató en esa corta frase. Una esperanza dibujó corazones en el aire, feliz por la llamada y por el nuevo rumbo que comenzaba a tomar su vida.

45. Alice logró lo imposible: recortó un mes a la condena y el exilio voluntario que había decidido cumplir meses atrás. Cada día que pasaba sin ver a Lucy aumentaba su ansiedad y su necesidad de verla. Alice vio las entrevistas que dio después de aquella primera en la que insinuaba algo de un gran amor. Al final se destapó la verdad y su nombre salió a la luz. Lucy, en lugar de negarlo, dijo orgullosa que jamás había amado a nadie como a ella y Alice pudo ver sus ojos brillantes al reconocerlo, aquellos ojos maravillosos que tanta falta le hacían. Nadie sabía dónde estaba la directora. Era como si la tierra se la hubiera tragado y Lucy apenas daba explicaciones al respecto de su relación con ella desde que se supo. Lo había dejado todo en un escueto comunicado: “es una persona absolutamente maravillosa y sólo pido respeto para ella, que jamás ha querido formar parte de este mundo. No diré nada más sobre este tema, es mi vida privada y no va a dejar de serlo. Sólo lo he dicho porque necesito ser franca con la gente que me quiere, no porque quiera formar un circo, así que estas son mis primeras y últimas palabras sobre esto”. La reacción de sus padres había sido dispar. Su padre era un hombre extremadamente ocupado, pero empático hasta la última molécula de su cuerpo con su hija, así que se limitó a desearle la felicidad más absoluta en brazos de quien ella quisiera. Amaba a su hija, era su mejor obra y siempre estaba disponible tuviera la agenda que tuviera, aunque no pudiera estar físicamente con ella salvo en contadas ocasiones. Su madre fue un trabajo un poco más laborioso y complicado. Lloró un mar cuando Lucy la llamó para contarle que se había enamorado. Ella preguntó emocionada que cuándo lo conocería y ella se limitó a decirle que ya “la” había conocido y que encima le había caído muy bien. Le contó que conoció a Alice el primer día que llegó a la ciudad, de un modo casual, y que sintió que aquellos ojos le guiarían en el camino de la vida sin remedio desde ese momento. Que el amor llegó arrasando toda la pena alojada en ella a su paso y que había descubierto lo que era ser feliz a su lado. Le costó hacerse a la idea, pero Lucy tuvo la paciencia necesaria para hablar con ella todo lo que necesitó. Cuando aceptó la idea de que su única hija estuviera enamorada de una mujer, Lucy le dijo que ya no estaban juntas y la buena señora ya no entendió nada. No podía comprender cómo no estaba al lado de ella cuando la describía como la felicidad más absoluta y Lucy le contó las causas de su separación. − Pero hija, ¿cómo dejaste que se fuera? - preguntó su madre en aquella ocasión que hablaron. − No lo sé, no supe reaccionar. Me sentí tan presionada por todo alrededor que olvidé lo

realmente importante. Cuando la vi salir por la puerta de atrás supe que había cometido la mayor estupidez de mi vida. Ahora sólo espero que vuelva y que quede una oportunidad para nosotras – contestó una pensativa Lucy. − ¿Por qué no vas a verla?, hay algo muy especial en ella, lo vi el día que la conocí. Y ahora entiendo que te ama como nadie, lo vi en su forma de sujetarse a la butaca con el miedo atenazándola el día de tu estreno. Habría dado cualquier cosa en ese momento para que todo te fuese bien. Creo que, aunque me cueste entenderlo del todo, puedo comprender que te hayas enamorado de una mujer como ella – terminó su madre por decir. − Gracias mamá... por tratar de entenderlo, y perdona por no habértelo dicho antes – había terminado Lucy aquella conversación. Habían pasado dos meses desde la salida del armario de Lucy, y este tiempo le había servido para conocerse un poco más. Había descubierto lo que era que mujeres de todo tipo quisieran tener un día de amor con ella y Lucy comprendió que Alice tendría algo similar donde estuviese. A Lucy no le interesaba ninguna mujer que no fuera su preciosa directora, pero sintió la preocupación de que, con el paso de los meses, ella la hubiese olvidado y sí estuviera interesada en otra persona. Esa idea taladró su corazón las semanas antes de su regreso. Alice no quería recibimientos ni situaciones disparatadas y, aunque amenazó seriamente con la pérdida de su amistad a Manu, sus amenazas cayeron en un saco roto y destrozado. La joven rubia había llamado a su amigo porque llevaba mucho equipaje y no quería ir en metro, pero no pensó que su amigo llevaría a su madre y a una asustada Lucy que no sabía muy bien si debía estar allí o no. − Manu, no entiendo qué hago aquí. Voy a poner a Alice en una situación incómoda y es lo último que quiero en estos momentos – dijo Lucy muy nerviosa. − Anda, cállate, si llevo oyendo a las dos por separado que estáis deseando veros desde hace cinco meses. Además, aunque no haya nada entre vosotras, como poco eres una muy buena amiga, tu sitio es estar aquí. − Bueno, por lo menos desististe en la idea loca de la pancarta – contestó algo más tranquila la actriz. − Calla, que todavía me arrepiento de haberme dejado convencer – Manu negó con la cabeza contrariado. Lucy se sentía incómoda pero deseaba verla atravesar aquella puerta sobre todas las cosas. Por fin compartirían un espacio común, podría verla y, con suerte, sentir otra vez ese aroma rellenando todos los huecos de su alma. Se había arreglado para ella... lucía hermosa y cálida, como un hogar

acogedor en invierno, al que regresar tras las nevadas. Sólo esperaba que Alice sintiera que ella seguía siendo su refugio, no como en los últimos meses de su relación, sino como en ese comienzo mágico y dulce que habían vivido un año atrás. El avión traía algo de retraso y la espera fue aumentando los nervios de la actriz. No sabía qué diría ni qué sería capaz de hacer, pero la necesidad de ella era más fuerte que todo lo demás. Al fin salió cargada de maletas y pudo divisar enseguida la altura de su amigo detrás de la nube de pasajeros y familiares. Se acercó a él abriéndose paso con cuidado y sonrió al verlo con los brazos abiertos, dispuesto al mayor de los abrazos. − Por fin estoy en casa – dijo lanzándose a sus brazos – estaba deseando llegar. − Me alegro de que hayas llegado, te hemos echado muchísimo de menos – dijo Manu levantando los pies de Alice del suelo en el abrazo – te he traído a alguien más – le susurró al oído. Alice sintió como su corazón daba un vuelco al escuchar aquellas palabras y supo que ella estaba allí. Manu la dejó de nuevo en el suelo y se apartó para que pudiera verla detrás de él, escondida en unas gafas de sol que proporcionaban el anonimato necesario para aquel momento. Lucy se quitó las gafas para que pudiera ver sus ojos azules envueltos de magia buscando su sonrisa. Alice sintió que estaba por fin en casa... y allí estaba ella, como la primera vez que la vio, agitada y nerviosa, esperando su reacción. La joven rubia no dijo nada, simplemente dejó su equipaje y avanzó hasta ella siguiendo el sendero que trazaban sus ojos. Se detuvo delante y una sonrisa le abrió la puerta de su corazón pidiendo permiso para habitar en él. Se abrazó a aquella mujer con la intención de que el tiempo tuviera a bien detenerse algo más de un siglo, para así lograr la calma necesaria. − Estoy feliz de que estés aquí – le dijo Lucy sintiendo cómo Alice se aferraba a su cuerpo y sumergía su nariz en su nunca. Hacía mucho tiempo que no sentía el calor de su nariz recorriendo el hueco entre su pelo y su nuca. Alice era lo primero que hacía cuando llegaba a casa cada vez que se veían; aspiraba su aroma y reposaba unos segundos abrazada a aquel cuerpo. Lucy sintió que todo estaba bien, el universo comenzaba a girar otra vez en sentido correcto y subió sus brazos para abrazarse y pegar aquel cuerpo al suyo. − Gracias por venir. Necesitaba verte, escuchar tu voz y respirar tu aroma. Te necesitaba entera – se habría quedado así para siempre, y Lucy la habría dejado. − ¡Hola! - se escuchó una voz y Lucy abrió los ojos sin entender. Alice fue consciente entonces y se separó de aquel abrazo buscando la mirada de Lucy.

− Perdona Vicky – Alice se giró hacia ella – familia, esta es Vicky, se queda este mes con nosotros mientras terminamos el guión nuevo que estamos haciendo entre las dos – no podía identificar la mirada de Lucy y Alice se preocupó. − ¡Me alegro de conocerte al fin! - dijo Manu en español dándole dos besos. − Y yo de conocerte a ti – correspondió a su afectuoso saludo y se acercó a Maggie – encantada de conocerla Sra. Bonnie. Vicky miró a Lucy y clavó sus ojos negros en aquella mujer tan espectacular. Pudo ver el abrazo de las dos mujeres y entendió que lo que las unía era más fuerte que cualquier otra cosa en el mundo, supo entonces que jamás tendría una oportunidad con Alice. Ya lo había asumido en aquellos últimos meses, cuando vio que Alice trabajaba sin descanso sólo con la esperanza de volver a casa y verla. Se habían convertido en grandes amigas, y trabajaban juntas en una nueva historia que llevarían al teatro a la vez; Alice en Sttutgart y Vicky en Londres. − Encantada de conocerte, me han hablado mucho de ti – dijo Vicky acercándose a Lucy mientras miraba de reojo a Alice. − Espero que bien – Lucy aceptó su saludo sin saber muy bien qué pensar. Era innegable el atractivo de aquella mujer española. Pudo comprobar esa energía que emanaba a través de su alegría y Lucy se sintió pequeña, inferior. No pudo evitar sentir celos de aquella mujer que habitaría en la casa de Alice las próximas semanas. − Muy bien, te lo puedo asegurar. Me han dicho que tu trabajo en Rebecca es espectacular – dijo intentando relajar la expresión de preocupación de Lucy. − Bueno, te doy la oportunidad de valorarlo tú misma cuando quieras – dijo Lucy invitando a la española al musical. Si era una persona importante para Alice ella debía aceptarlo y respetarlo. − Me encantaría, de verdad – contestó Vicky. − Veo que Markus no cumplió sus amenazas de retirarte del espectáculo – dijo Alice satisfecha – me alegro muchísimo. − No, al final no fue tan terrible como pensaba en incluso está feliz al comprobar que Maggie tenía razón y ahora tenemos incluso más público. Es una locura – Lucy sonrió feliz. − Entonces todo está bien – Alice buscó una vez más aquellos ojos de ensueño – es hora de

salir de aquí. − Yo me despido aquí – dijo Lucy – tengo algunas cosas que hacer y además no queremos que a tu llegada ya tengas que lidiar con la prensa – se acercó y la abrazó una vez más – lo siento si tu vida se hace más complicada a tu vuelta – acarició su cara y se separó. − No te preocupes, todo estará bien – le dedicó una sonrisa llena de amor – nos veremos pronto. − Sí, nos veremos – contestó Lucy – encantada de conocerte Vicky, te espero en el teatro. Hasta después Manu. Maggie, nos vemos mañana – lanzó un beso al aire y salió por una puerta auxiliar directa al aparcamiento. − Adiós – contestó el resto mientras salían por otra de las salidas. Sttutgart vivía un verano agradable. Alice disfrutó de la luz de la ciudad y supo que aquel era su sitio. La sensación de ver a Lucy de nuevo le dio la confirmación de que su amor seguía intacto. Ahora sólo tenía que buscar la manera de recuperarlo.

46. Apenas coincidieron las semanas que estuvo Vicky en la ciudad. No ayudaba la persecución continua a la que estaban sometidas por parte de la prensa desde que Alice había regresado y una extraña apatía se apoderó de las dos mujeres a la hora de afrontar sus sentimientos. Ambas de amaban, las dos lo sabían, pero eran incapaces de dar ese paso más allá que suponía confesar abiertamente sus sentimientos y luchar por una oportunidad para ese amor. Una noche Alice fue a verla acompañada de Vicky y luego fueron a cenar con Manu y su nuevo novio. La prensa rosa asumió que la imponente española era la nueva pareja de Alice, quien a su vez guardaba una buena relación con su ex-pareja y por eso se las podía ver juntas de vez en cuando. Leer aquello provocaba los celos de Lucy, aún a sabiendas que no tenía motivos para tenerlos. Esa noche había sentido la necesidad de estar a solas con Alice, de pedirle que se fuera de aquel restaurante con ella y dejar el mundo para otros, pero sintió una vez más que no era el momento para hablar. − Me ha dicho Al que te vas en un par de días – le dijo Manu a Vicky. − Sí, el guión está terminado y tengo que ponerme con los preparativos del estreno de la obra desde que llegue – contestó la española – la verdad es que me da pereza irme. He descubierto que me encanta esta ciudad, podría ser feliz aquí – un retazo de nostalgia se dibujó en su mirada. Vicky había hecho un último intento con Alice y no había conseguido su propósito. Desde su regreso, la joven rubia no había hecho otra cosa que esperar el momento adecuado para estar junto a la mujer que amaba, y esa no era ella. De alguna forma se había enamorado de aquella mujer y le había tocado perder. Lucy era una maravillosa persona con lo que no podía reclamarle nada, salvo que perdieran el tiempo buscando momentos perfectos, cuando el simple hecho de encontrarse haría el milagro. − Voy a echarte mucho de menos – dijo Alice algo triste – me he acostumbrado a tenerte cerca. − Pero no tan cerca como yo quisiera – lo dijo en alto y sin pensar – lo siento, pero es que siento no haber tenido una oportunidad contigo – la miró a los ojos mientras Lucy sentía cómo los celos campaban a sus anchas. − Ya lo hablamos en su momento Vic, no es algo que yo pueda evitar, las cosas con como son – Alice dirigió una mirada infinita a Lucy y le sonrió.

− Lo sé, pero sigo sin entender a qué esperas... o a qué esperan – miró a Lucy desde la perspectiva de un rival que se rinde – en fin, sabes que siempre estaré pendiente de ti – le dio un abrazo cálido. Alice no dejaba de mirar aquellos ojos azules pensando que su amiga tenía razón. Era estúpido perder el tiempo buscando un día perfecto para hablar. Tenían que ser sinceras de una vez y aclarar si por fin se daban la oportunidad que se merecían o no. − Bueno, yo también me voy – acertó Lucy a decir mirando la reacción de Alice. La hermosa directora no cambió el gesto, sólo cerró los ojos lentamente intentando borrar esas palabras que acababa de escuchar. Con un poco de suerte, si mantenía los ojos cerrados el suficiente tiempo, esas palabras cambiarían de dueño. − Que te vas... - fue lo único que dijo Alice. − Sí, quería habértelo dicho antes. Tenemos una mini gira en Berlín el próximo mes. Es lo último Al, te lo prometo – Lucy quería que sus promesas volvieran a tener valor para aquella mujer pero no parecía suficiente en ese momento. − Es cierto – trató de ayudar Manu – son tres semanas en Berlín y regresamos. − Ya – Alice sentía su cuerpo pesado y agotado – así es la vida del artista, ¿no?. No puedo decir nada, acabo de llegar de estar casi medio año fuera, así que no soy nadie para pedir que no lo hagas – dijo apagada mientras Vicky la abrazaba con cariño. − Al... yo... sí que eres alguien – Lucy no quería volver al principio de su ruptura con ella, quería que se apoyara en ella, no en aquella española que le brindaba su abrazo. − Tranquila – la miró intentando recomponer su rostro en un gesto más amable – yo también sé esperar. Vicky regresó a Londres con un nuevo trabajo de Alice bajo el brazo. Eso y su amistad era lo único que aquella hermosa e increíble mujer le había podido ofrecer y ella lo había tomado encantada. La abrazó antes de subir al avión sintiendo que pasaría una larga temporada sin verla. − Ven aquí – Vicky la tomó entre sus brazos – voy a echarte muchísimo de menos. Te quiero mucho. − Y yo a ti, preciosa, no de la manera que te mereces, pero aún así, te quiero mucho – contestó Alice.

− Hazme un favor y no pierdas más el tiempo. Coge a esa mujer de la mano y sal al mundo con ella. Bésala y prométele que jamás te separarás de ella, no seas idiota – le acarició el pelo con cariño. − Lo sé Vic, desde que regrese de Berlín pienso plantarme en su casa y no me iré hasta que hablemos y lloremos hasta quedar secas. Quiero que vuelva a mi lado y sentir de nuevo que estoy en el mundo. Te contaré que tal ha ido – le dio dos besos de despedida. − Eso espero, seguimos en contacto, y ya sabes que mi casa siempre estará abierta para ti. Las dos amigas se separaron con una sonrisa en los labios y la certeza de que volverían a verse. Lucy hacía el equipaje sin demasiadas ganas. No le gustaba nada la idea de irse a las primeras de cambio, ahora que Vicky se había marchado y podía acercarse a Alice como quería. Empezaba a pensar que Rebecca la alejaba de lo que más quería y que su personaje acababa poco a poco con lo que quedaba de ella. Sin embargo, por otra parte, sentía que hacía bien yendo a Berlín esos días; podría ver así a su madre, abrazarla y sentir que todo estaba bien con ella a pesar de los últimos acontecimientos. Esperaba junto al resto de los actores del musical a la llegada del transporte que los llevara al aeropuerto. Sabía que Alice no iría al aeropuerto a despedirse, de la misma forma que ella no había salido de su escondite cuando ella partió a Londres, pero soñaba con que apareciera y le diera algo a lo que agarrarse para poder subir a ese avión algo más tranquila. Mientras hablaba como Thomas vio como una moto se acercaba a ellos y Lucy supo enseguida que se trataba de ella. − Alice – dijo en un murmullo sordo al verla. − Hola a todos – dijo Alice amable – ¡cuánto tiempo sin veros!. Espero que la gira sea un éxito, aunque después de la carrera que lleva el musical, lo doy por sentado. Lucy era incapaz de moverse. Sólo podía mirarla enfundada en aquellos vaqueros y aquella chaqueta. Alice sabía lo que provocaba en ella y sonrió satisfecha. − Hola – buscó encontrarse con sus ojos – ¿no pensarías que iba a dejar que te fueras así sin más?. − Bueno, yo... - apartó la mirada – yo lo hice cuando te fuiste a Londres. − El pasado pierde su importancia cuando el futuro es más brillante y feliz – dijo regalándole

una caricia – ve y disfruta. Abraza a tu madre y confirma que todo está bien, yo estaré aquí esperando que vuelvas. − ¿En serio?. − No he hablado más en serio en mi vida. No voy a perder ni un sólo minuto más de mi vida sin ti a mi lado – se acercó a ella y miró un instante aquellos labios que tanto deseaba – si no quieres que lo haga, haz que me detenga – sus labios rozaron suavemente los de Lucy creando un estallido de sensaciones. Todo a su alrededor dejó de tener importancia y aquellos labios se reconocieron como los únicos sabedores de la fórmula secreta de su amor. Lucy enredó sus manos en su pelo y la atrajo en un beso más profundo y húmedo. Sintió que volvía a respirar, a sentir... a vivir, y sólo se separó de aquellos labios cuando los aplausos del resto de los actores y Manu tocando la bocina del autobús, la trajeron de vuelta a la realidad. − Vaya – Alice trataba de recuperar la compostura y el aire que le faltaba – para ser nuestro primer beso en público hemos tenido más espectadores de los que habría pensado. La joven de ojos azules sonrió y se abrazó fuertemente a ella. − Desde que termine la última función volveré a tus brazos, y no me separaré de ti jamás. − Me parece muy buena idea, ahora es hora de que te vayas o no llegaréis al aeropuerto – hizo un gesto a modo de despedida del resto y robó un último beso a Lucy. Las semanas pasaron demasiado lentas para ambas. Cada día que pasaba era una pequeña victoria, aunque parecía que nunca acabaría la dichosa guerra. Alice pensaba en su futuro juntas, no quería perder un minuto más separada de ella y se proponía pedirle que vivieran juntas a su regreso. Quería que Lucy entendiera que su compromiso con ella era firme y duradero, sin fisuras. El otoño había regresado a la ciudad. Los árboles volvían a teñir de tonos cálidos las calles y caminos, dibujando alfombras de hojas que daban a la ciudad un aspecto mágico. Alice paseaba por el parque donde había conocido a Lucy tiempo atrás, con su madre y con su perro. Las dos caminaban divertidas por la torpezas del animal hasta que Baloo se alejó de ellas deteniéndose delante de un señor mayor que leía tranquilamente la prensa. Alice corrió hasta su lado para evitar que el pobre señor se asustara. − Perdone, mi perro no sabe lo que son los modales – dijo intentando alejar al perro que buscaba insistentemente las caricias del hombre.

− No se preocupe, yo diría que tiene mejores modales que algunos humanos – sonrió. Dejó el periódico doblado sobre el banco y Alice leyó una de las noticias mientras dejaba caer la correa al suelo: “El Musical Rebecca amplía su gira debido al enorme éxito cosechado en Berlín y estarán seis meses recorriendo Alemania”. − ¿Malas noticias? - preguntó el señor al observar el gesto apagado de Alice. − Las peores – sujetó al perro y tiró de él – que tenga un buen día. − Igualmente. Alice volvió donde estaba su madre y ésta descubrió que algo iba mal. − ¿Ha pasado algo? - preguntó. − Déjame tu teléfono – tomó prestado el teléfono de su madre y marcó nerviosa. Teléfono apagado – acabo de leer que Rebecca sigue seis meses de gira. Está claro que nada ha cambiado. − Cariño, espera a que Lucy te llame y te explique – Maggie intentaba que su hija no cometiera ninguna estupidez. − No quiero más explicaciones mamá, no hay nada que pueda decirme que me sirva – Alice notó que lloraba – necesito irme de aquí, necesito sentir que puedo vivir sin ella. Te llamaré. Le dio un beso, la abrazó con fuerza y huyó. No podía soportar la idea de perder de nuevo a la mujer de su vida. Una hoja cayó golpeando su hombro, intentando hacerla recapacitar, pero nada la haría cambiar. Llegó a su casa agitada y llorosa. Sacó una maleta y dejó arrimadas sus esperanzas.

47. “Deja que mi amor te rodee como la luz del sol, y que, aún así, te dé libertad iluminada”. (Rabindranath Tagore)

Una suave llovizna comenzó a golpear tímidamente el cristal de la ventana como si la ciudad quisiera compartir su tristeza y llorar con ella. Alice reposaba en un pequeño sofá colocado junto a la ventana mientras observaba la caída lenta de las gotas dibujando pequeños caminos por el cristal. La visión que tenía de la ciudad era hermosa, las luces se mezclaban entre los árboles y lo adoquines mojados, y por detrás se levantaba majestuosa aquella joya, iluminando el camino al cielo. Alice repasaba mentalmente cada uno de los minutos de su vida vividos con ella. Aquella primera mirada que la hizo creer que había llegado al cielo sin necesidad de pasar por las puertas de San Pedro primero, aquella caricia temprana en la mañana para despertarla entre besos y sonrisas. Había sido completamente feliz a su lado y maldecía la mala suerte de no poder amarrar esa felicidad junto a ella. Las lágrimas adornaban su recuerdo y la hacían más consciente del dolor, al borde de la desesperación por la pérdida. Había llegado a la ciudad hacía un par de horas y se había encerrado en aquella habitación. El teléfono aún apagado era la prueba al resto del mundo de que quería estar sola y no escuchar teorías o disculpas de nadie. No podía soportar otro “lo siento”, otro “esta vez será la última” y pasados unos días, cuando pudiera respirar sin ese nudo ahogándola, trazaría un plan que la llevara directa al olvido. Nadie murió nunca de amor, Alice lo sabía, pero tenía la sensación de que esta vez sí habría una víctima si ese corazón no se atrevía a latir de nuevo a un ritmo suficiente para sobrevivir. Ajustó la calefacción y se descalzó para sentir el mundo girar bajo sus pies y el contacto con la naturaleza, aunque estuviera en el piso veintiséis y el suelo que pisaba fuese una carísima moqueta azul. “Estoy deprimida, nadie dijo que tuviera que ser racional”, pensó mientras elegía la música más triste que encontró en el catálogo de aquel lugar. “Ventajas de estar en una suite, sin duda”, pensó al escuchar una suave melodía salir por miles de rincones de aquella enorme habitación. Subió el volumen y se tumbó de nuevo en aquel sofá. Un suave golpeo en la puerta reclamaba su atención. − ¿Sí? - preguntó tímidamente pensando en una reprimenda por el volumen de su música y lo bajó mientras se acercaba a la puerta. − Servicio de habitaciones – contestó una agradable voz al otro lado.

− Yo no he pedido na... - abrió la puerta y allí estaba ella de pie, hermosa y sonriente como nunca la había visto. − ¿Había pedido champagne y fresas, señorita? - preguntó sosteniendo un pequeño carrito – se ve que está de celebración – una sonrisa iluminó la suite desde el pasillo. − ¿Qué haces aquí? - preguntó aún sin salir de su asombro. − ¿No crees que debería preguntarte eso yo a ti? - contestó Lucy feliz – me has hecho buscarte por un par de sitios. − Yo... - Alice no sabía que decir. − ¿Piensas dejarme toda la noche en el pasillo?, tengo entendido que ahí dentro hay espacio para una persona más – sus ojos brillaron como la luna pidiendo paso. − Claro, claro, pasa – Alice se apartó de la puerta – espera, que te ayudo – sujetó de un extremo el carrito y lo llevó hasta el pequeño salón mientras Lucy entraba su equipaje. Lucy guiñó un ojo al botones y le dio una suculenta propina por haberle esperado a una considerable distancia. El joven sonrió y desapareció con el carrito por el pasillo lateral. − ¿Por qué no me dijiste que vendrías aquí? - Lucy se acercó directamente y se colocó muy cerca de ella. Se descalzó para estar a su altura – suerte que ya tenía la maleta hecha – volvió a sonreír. − Yo... yo leí en el periódico lo de la gira de Rebecca – Alice notó cómo la tristeza de apoderaba de ella. − Y yo te dije que volvería después de terminar la última función, que por nada del mundo volvería a dejarte – la acarició suavemente secando sus lágrimas – no llores, no ha cambiado nada, te dije que no te dejaría y no pienso hacerlo. − Pero, ¿entonces?, la noticia... - dijo Alice mirándola a escasos centímetros. − La noticia es cierta, con el único detalle de que yo no estaré en esa gira. Me despedí del musical Al, creo que esa historia nos encontró pero ha ido separándonos después poco a poco – rozó los labios de Alice con los suyos mientras hablaba – y yo no puedo estar sin ti ni un minuto más en mi vida. No ves que te amo, que te necesito como el respirar... - la besó profundamente y Alice soltó un ligero gemido – no pienso separarme de ti.

Un beso largo y profundo hizo de aquella habitación un mundo. Alice sintió que ese nudo de la garganta desaparecía y volvía a respirar con normalidad y Lucy pudo descansar tras unas horas terribles de búsqueda por la ciudad. Había cogido el primer avión a casa dispuesta a darle una sorpresa a Alice. Deseaba verla y sentir su abrazo, perderse en aquellos labios una y otra vez hasta caer vencidas por el deseo y el amor. Al llegar fue directa a su casa y tocó insistentemente esperando una respuesta. Nada. Llamó a Maggie feliz de estar de vuelta para preguntarle si sabía de su paradero y ella se lo contó todo: cómo Alice había leído la noticia y cómo había huido de allí sin decir dónde iba. Lucy llamó asustada a su teléfono y no dio señal, así que decidió ir al bosque, junto al lago, a aquel lugar maravilloso donde Alice siempre se perdía para pensar y soñar despierta. Nada. Trató de respirar y pensar en aquel lugar, ahogada por las lágrimas y pensando que no podía perderla una vez más, no sería capaz de soportarlo. De repente, estando allí sola, algo la hizo pensar y decidió arriesgarse: “París, la ciudad del amor”. Buscó el hotel que Alice le había enseñado y llamó. − Sí, hay una reserva a nombre de Alice Bonnie – le confirmó el recepcionista del hotel – ha llegado hace una hora. − Gracias – Lucy corrió al aeropuerto y cogió el primer avión hasta sus brazos. Sus labios se sentían de nuevo en casa rozando los de su amante. Cada cálida caricia era como beber de la fuente de la vida y todo volvió a estar en el lugar correcto. Alice abrazó aquel cuerpo y acarició su espalda bajo la blusa, lentamente, aprendiendo cada milímetro de aquella silueta. − Eres preciosa – le susurró mientras desabotonaba su camisa – te quiero. Siento haberte asustado como lo he hecho – dijo avergonzada. − Nada de pedir perdón – acarició con su nariz la de Alice – sólo quiéreme, abrázame, bésame… deséame – la besó con pasión acumulada por la espera. Su lengua pidió paso dentro de aquella boca sedienta de besos y Alice no pudo evitar un gemido de deseo y una punzada de placer en su entrepierna. Cayeron las primeras prendas y la piel apareció: tibia y tersa, deseosas de manos que las recorrieran sin descanso. Alice llevó a Lucy hasta el borde de la cama. Introdujo sus manos por su cintura y se quedaron en

la curva de sus nalgas. Pegó su cuerpo al de Lucy y la besó de nuevo lamiendo desde su hombro hasta llegar de nuevo a su boca. Con un movimiento simple hizo que cayeran los pantalones y su mano derecha fue directa a acariciar su sexo sobre su ropa interior. Lucy sintió que las ganas de sentirla aumentaban sin límite y arañó la espalda de Alice como respuesta. La joven de ojos miel la tumbó en la cama y se detuvo frente a ella. Parecía imposible que aquella mujer estuviera por fin en sus brazos para no desaparecer jamás. Aún de pie acarició sus piernas y subió hasta la línea que trazaba las braguitas, ya húmedas de placer. Recorrió con sus manos la cintura y las deslizó suavemente hasta quitarlas del todo. Alice se desnudó completamente delante de aquellos ojos azules como el mar. La luz de París entraba por la ventana tiñendo su cuerpo de negro y oro y Lucy la recorrió entera con su mirada. Deseaba a aquella mujer más que nada en el mundo. Alice comenzó a besar sus pies y a subir por su cuerpo desnudo, colocándose encima conforme subía hasta su boca. − Te amo – besó sus labios lentamente – y te deseo hasta perder la razón – susurró junto a su oído mientras sujetaba una de sus manos y la llevaba a su sexo mojado - ¿ves cómo me tienes? – mordió su cuello y Lucy soltó un largo gemido abrazándose a ella y haciéndola girar hasta dejarla debajo. Los ojos azules más hermosos que Alice había visto jamás se clavaron en ella desde esa posición. Lucy movió sus caderas hasta acoplarse al cuerpo de Alice y comenzó un baile lento y armonioso. Podía sentir cómo se mezclaba la humedad de sus sexos y vio cómo Alice cerraba los ojos y suspiraba. − Haces bien en amarme – besó uno de sus hombros y la miró mientras acariciaba su rostro sin dejar de moverse lentamente – porque yo no puedo vivir sin ti. La besó una vez más y Alice colocó sus manos sujetando su cintura buscando aumentar el roce. Lucy bajó con sus labios y se detuvo en sus pezones erguidos para recorrerlos a conciencia, lamiendo y mordiendo suavemente. Alice gemía al borde del orgasmo y Lucy aumentó su ritmo y su contacto. Subió de nuevo a su boca y la besó con pasión mientras su mano bajaba hasta su sexo hinchado y húmedo. Introdujo dos dedos y calló los gemidos con sus labios. La penetró despacio para ir aumentando el ritmo hasta que Alice explotó en un orgasmo increíble. Se quedaron así un buen rato, hasta que Alice recuperó su ritmo normal de respiración. Lucy colocó la cabeza sobre y pecho y escuchó como poco a poco el corazón de Alice volvía a su ritmo normal. − Te quiero, ya no hay nada que impida que estemos juntas – dijo Lucy prestando atención al sonido de sus latidos – ya nada me impide que salga contigo de la mano al mundo. Eres mi vida y estoy feliz de que así sea – una lágrima rozó la piel de Alice y supo que lloraba.

− Ey, tranquila – sujetó su barbilla para mirarla – nada de lágrimas. Te llevaré al fin del mundo de la mano si quieres – la besó y giró colocándose encima – ahora ya es tarde y te toca aguantarme – sonrió y sus ojos de miel bañaron su cuerpo de amor y deseo. Esa noche se amarían hasta llegar el día. Reposaban abrazadas y envueltas en una sábana en el pequeño sofá colocado frente al enorme ventanal de la habitación, mientras la ciudad se desperezaba para ellas. Amanecía en París un día hermoso y lleno de luz para celebrar su amor. Al lado de ellas, dos copas de champagne y la botella vacía. Lucy descansaba sobre Alice, abrazada y sintiendo la caricia de su piel junto a la de la mujer que amaba. − Me gusta el otoño en esta ciudad – dijo Alice mirando el movimiento que provocaba el aire en las hojas. Lucy levantó la cabeza y miró al mundo. − Sí, es precioso. Hace un día maravilloso para salir y descubrir rincones perdidos, ¿no te parece? – sonrió mientras el sol terminaba de encontrar su lugar en lo alto. Se giró y se encontró con esos ojos miel brillantes, aquellos dos faros que la guiaban – me encanta el color de tus ojos, dan la misma luz que el amanecer en París – la besó una vez más – te quiero. − Bienvenida a nuestra nueva vida... me encanta la idea de pasarla a tu lado – respondió feliz al beso – salgamos al mundo y disfrutemos de las hojas de otoño.