Introduccion integracionismo

Roy Harris, Introduction to Integrational Linguistics Cap. 3 EL LENGUAJE Y EL SIGNIFICADO Quedarse sorprendido ante una

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Roy Harris, Introduction to Integrational Linguistics Cap. 3 EL LENGUAJE Y EL SIGNIFICADO Quedarse sorprendido ante una palabra desconocida no es una experiencia lingüística extraña. Pero cómo interpretar esa experiencia es un tema controvertido que divide a los lingüistas. Por tomar un ejemplo al azar del periódico de hoy. Me llama la atención la palabra moshpit. Por lo que puedo recordar, esta es la primera vez que me encuentro con ella. Estoy tentado en preguntar ‘¿qué significa?’ Pero, realidad, la pregunta previa es ‘¿qué es lo que no sé si no sé lo que significa?’ Es esta pregunta la que nos conduce al dominio de la teoría semántica. Es también la pregunta que ha dominado en la teoría semántica desde que Bréal popularizó el término sémantique en el siglo XIX. SIGNIFICADOS Y CONCEPTOS El punto de vista telementacional de la comunicación lingüística, tal y como se ejemplifica en el modelo saussureano de ‘las cabezas parlantes’, identifica los significados con los conceptos: los significados o conceptos son los ítems en las cabezas de A y B, que al final tienen que coincidir si la comunicación entre A y B tiene éxito. Si el emparejamiento conceptual de A y B fracasa, entonces B no ha entendido lo que A ha dicho. Así pues, en este enfoque, buscar el significado de moshpit es buscar el concepto ‘moshpit’. El concepto de ‘moshpit’ en el cerebro del periodista desencadenó la palabra moshpit; el problema es que en mi cerebro no hay un concepto correspondiente. O si lo hay, no lo reconozco como asociado a esa forma lingüística particular. Esta ecuación de los significados con los conceptos dejó de estar de moda en la lingüística con el nacimiento del behaviorismo. Bloomfield y sus seguidores inmediatos en los Estados Unidos identifican los significados mediante la vinculación de las formas lingüísticas con las cosas del mundo externo del hablante (y así evitaban supuestamente una apelación ‘no científica’ a objetos y procesos mentales no observables). Pero esta vinculación debía ser, preferiblemente, a cosas que ‘la ciencia’ hubiera ya investigado y pudieran ofrecer una descripción fiable. El ejemplo paradigmático de Bloomfield es: sal significa ‘cloruro sódico (NaCI)’. Consecuentemente, Bloomfield tuvo que admitir que había muchas palabras de cuyos significados la lingüística no podía dar una explicación fiable, dado que se correspondían con objetos que ‘la ciencia’ no había investigado todavía (entre los que estaban, según Bloomfield, términos como amor y odio). Esta reluctancia a entender los significados en términos mentalistas o en términos que no hubieran sido supuestamente definidos por las ciencias físicas, condujo a un periodo en el que la semántica estuvo totalmente de capa caída. La atención de los lingüistas se dirigió entonces predominantemente a la descripción de las formas lingüísticas. Cuando había que hacer alguna referencia al significado de las formas lingüísticas, se hacía aludiendo vagamente al mundo físico o a la ‘situación’ del hablante. Se dice entonces de la semántica que es un ‘subsistema lingüístico periférico’. Los tres ‘subsistemas centrales’ de cualquier lengua se declara que son el sistema gramatical, el fonológico y el morfofonémico; y se dice explícitamente que son centrales en que no tienen nada que ver con el mundo extra-lingüístico del hablante. Como eslogan conciso del segregacionismo, no puede ser mejorado. Cuanto más lejos está algo del ‘mundo no-verbal o extralingüístico’, más central se convierte para la lingüística segregacional.

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LA SEMÁNTICA Y LA ‘REALIDAD MENTAL’ Cuando el behaviorismo finalmente perdió el favor de los lingüistas, volvió el mentalismo; pero en una forma drásticamente segregacionista, porque se restringió la realidad mental supuestamente subyacente al acto comunicativo para impidir que la semántica tratase ‘el conocimiento del mundo de los hablantes’ (Katz and Fodor, 1963). Así pues, la rehabilitación del mentalismo no trajo consigo un cambio en la línea que segregaba la lingüística de lo no-lingüístico, sino, al contrario, una reafirmación enfática de tal división. Así pues, la lingüística generativa habla de un ‘hablante nativo’ equipado con ‘conocimiento semántico’. La posesión de este conocimiento es, a su vez, parte del requisito para ser considerado un hablante nativo completamente competente. Pero ¿en qué consiste ese conocimiento? En el caso de un hablante de inglés, parece que consiste en saber, por ejemplo, que bachelor significa lo mismo que unmarried man, que las palabras good y bad son antónimos, que la oración Nothing white is white es contradictoria, que John likes ice cream significa algo diferente de John collects stamps, etc. Se supone que todo esto, sistematizado de alguna manera, constituye la suma total del conocimiento semántico de un hablante nativo. Este conocimiento semántico es el objeto de la descripción semántica sincrónica de una lengua. . El programa es ciertamente ambicioso, aunque –se repite constantemente- el conocimiento semántico comprende solo una fracción del conocimiento total del hablante, porque no se puede confundir –se dice- el conocimiento del ‘mundo real’ con el conocimiento semántico. Así, una descripción semántica no intenta proporcionar los significados que, en situaciones reales, los hablantes suponen que tienen los enunciados, porque, para hacer esto, una descripción semántica de una lengua –se argumentanecesitaría incorporar todas las cosas del mundo que los hablantes de una comunidad conocen. La primera cosa que un integracionista señalará es que ha habido siempre algo inherentemente asombroso en esta manera de delimitar la semántica segregacionista, porque es muy fácil, dada una lengua apropiada, hacer corresponder cualquier conocimiento del ‘mundo real’ con un ítem lingüístico. Así que es difícil ver exactamente qué se gana dibujando esta frontera entre ‘lo real’ y ‘lo lingüístico’. Por ejemplo, si quiero saber qué significa la palabra desconocida moshpit, ¿no trataré de descubrir qué es un moshpit (o al menos, si existe tal cosa)? ¿No están estas dos preguntas estrechamente relacionadas? ¿y cómo puedo perseguir una sin perseguir la otra? EL METALENGUAJE DE LA SEMÁNTICA No es infrecuente que los filósofos se quejen de que los lingüistas ‘no explican el significado de los términos que utilizan, sino que lo dan por sentado’. El filósofo Quine compara el trabajo de la semántica con el de la antigua astronomía: los astrónomos observaban y anotaban las posiciones cambiantes de los puntos de luz en el cielo nocturno con recomendable fiabilidad. Pero, desgraciadamente, tenían las ideas más confusas acerca de qué eran realmente estos puntos de luz. Lo que es lo mismo: la semántica se limita a expresar las relaciones semánticas intralingüísticas entre una expresión, pero no se dice qué significan esas expresiones. Así, por ejemplo, la parte de la descripción semántica que se encarga de formalizar la relación de sinonimia entre bachelor y unmarried man no nos dice nada que no haya sido capturado ya informalmente diciendo que ‘bachelor significa unmarried man’. Lo que realmente necesitamos saber ahora es qué significa unmarried man. Pero esto implicará hacer referencia a los significados de otras palabras: marry, woman, etc. y esto no se hace.

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Todo lo que ha sucedido es que un item ha sido relacionado o sustituido por otro, al igual que en un diccionario el lector es llevado de una entrada a otra u otras. Siguiendo con la analogía de la astronomía, el semantista o el lexicógrafo es como el astrónomo antiguo que supone que los problemas básicos de la investigación astronómica pueden resolverse dibujando mapas fiables del cielo (= compilar diccionarios). Pero todo lo que se hace es situar las posiciones de los puntos de luz en relación unos con otros. Todavía no se explica qué son los puntos de luz. EL SIGNIFICADO Y LA VERDAD La Semántica de las condiciones de verdad es un enfoque que considera el significado de una oración asertiva como equivalente o reducible a sus condiciones de verdad. Es decir, las teorías semánticas de las condiciones de verdad intentan definir el significado de una proposición dada explicando cuándo el enunciado es verdadero. Así, por ejemplo, porque 'la nieve es blanca' es verdadero si y solo si la nieve es blanca, el significado de 'la nieve es blanca' es la nieve es blanca. El problema de esta semántica es que, una vez más, pospone el problema: no nos explica el significado de moshpit. La semántica así concebida resulta ser una cuestión de saber cómo es el mundo ‘realmente’; un punto de vista que nos devuelve otra vez a la descripción de Bloomfield del significado de sal. Mover el foco de atención a las condiciones de verdad no nos convierte en más sabios acerca del significado. Sin duda es reconfortante que te aseguren filosóficamente que ‘Esto es un moshpit’ es verdadero si y solo si esto es un moshpit. Pero, sin duda, esta semántica es equivalente a que te den un diccionario en el que la entrada de moshpit es ‘moshpit: moshpit’ Si el problema de una fórmula semántica del tipo ‘a significa b’ es que no está claro qué significa esa misma fórmula, no estamos mejor con otra fórmula del tipo ‘p es verdadera si y solo si p’, porque el significado de esta fórmula no es más claro que el de la anterior. Todavía hay desconocidos semánticos: el significado de verdadera y el significado de p. Ninguna de las fórmulas que han aparecido en los últimos veinte años es más clara que ‘a significa b’. Hasta ahora, la semántica ortodoxa, en su forma lingüística o filosófica, ha fracasado en encontrar una salida a su propia regresión semántica (‘a significa b’ → ‘b significa c’ ‘c significa d’ → regresión infinita). [aclaración de la profesora] Esto no quiere decir, hay que subrayarlo, que sea indiferente para nuestros propósitos comunicativos lo que un moshpit resulte ser. Pero tratar de determinar el significado de moshpit estableciendo las condiciones de verdad de enunciados como Esto es un moshpit no tiene sentido a no ser que tengamos la seguridad de que alguien sabe qué es ‘realmente’ u moshpit (esto es, saber ‘la verdad’ sobre el). Pero de dónde pueda proceder esta seguridad sigue siendo oscuro. En cualquier caso, cuando me pregunto qué significa moshpit no estoy buscando una explicación ambiciosa que cubra cada uno de los moshpit posibles, o lo que lo mismo, que identifique todos y solo aquellos rasgos comunes a los moshpits. (por lo que sé, puede que no haya tal conjunto de rasgos). LA DETERMINACIÓN SEMÁNTICA Para empezar, resulta interesante preguntarse por qué se propuso un programa tan extraño como la semántica de las condiciones de verdad. La motivación puede rastrearse directamente hasta la doctrina del código fijo. Una vez que se da por sentado que el signo lingüístico es unidad determinada (invariante, por tanto) en forma y en significado, era inevitable que la semántica se lanzara a la búsqueda de una manera

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universal de precisar los significados invariantes, independientes del contexto. Los significados se conciben como permanentemente unidos a formas orales o escritas. A menudo se llaman significados ‘literales’, para distinguirlos de los significados ‘figurativos’ o ‘metafóricos’. Pero esta búsqueda resulta una pérdida de tiempo ¿por qué? Porque no hay significados invariantes, independientes del contexto. Hay abstracciones ilusorias conjuradas por una teoría inadecuada del lenguaje y la comunicación. No existe tal dominio de significado libre del contexto. El segregacionista no puede admitirlo debido a lógica interna del código fijo: para el teórico del código-fijo, las palabras son definidas por referencia a las lenguas, y no viceversa. Pertenecer a una lengua es lo que da a una palabra su forma y su significado. Esta es la asunción básica de la semántica segregacionista. Su importancia no debe ser subestimada. Todo el que no lo entienda tampoco entenderá el fundamento de la semántica integracional, que rechaza esta asunción. El integracionista trata los significados no como unidades semánticas establecidas de antemano por un código fijo, sino como valores que surgen en contexto a partir de situaciones de comunicación concretas. Estos valores son asignados por los participantes como parte de las actividades en las que se ven implicados de manera integrada. Es en este sentido que, para el integracionista, la comunicación implica un constante hacer y re-hacer del significado. Es intrínseco al proceso creativo que supone nuestra relación con el lenguaje. Así pues, asignar un significado a moshpit es precisamente lo que tengo que hacer, de una manera o de otra, si quiero encontrarle sentido a un determinado pasaje de un artículo de periódico. Podría emplear una serie de estrategias para este propósito. Podría buscar moshpit en un diccionario. Podría preguntar a alguien si le es familiar la palabra, o podría adivinarlo sobre la base de lo que dice el artículo. La palabra ocurre en el enunciado lo que la juventud de Sicilia no tiene en el moshpit lo tiene en la pista de baile de las numerosas discos de Palermo… El comentario inmediatamente precedente se refiere a la falta de conciertos pop en Sicilia. No he conseguido adivinar nada. Me pregunto entonces, ¿tendrá que ver este pit con el término inglés pit ‘foso’ del teatro? Y entonces mosh es un término para la audiencia? Es lo más lejos que puedo llegar yo solo. El siguiente paso fue preguntar a un guitarrista pop, que me contó que esta palabra es australiana. Me dijo que pit es el área inmediatamente enfrente de donde tocan los músicos, y que moshing es la actividad física extenuante en la que se ejercitan los fans durante el concierto. ¿Por qué se llama moshing? No podría decirlo. ¿Un signo arbitrario? En el Oxford English Dictionary, encuentro mosh-pit, primera fecha atestiguada de 1990, en la entrada mosh, con el significado ‘bailar de manera violenta saltando y golpeando deliberadamente a otras personas, especialmente en un concierto de rock’. Subrayé la implicación de agresión, que mi informante guitarrista no me había insinuado. Se dice en el diccionario que el verbo mosh es slang de origen USA, quizás etimológicamente conectado con los verbos mash o mush. Aquí tenemos ya una serie de problemas para la lingüística ortodoxa (tales como cuándo y cómo exactamente una palabra gana admisión dentro de ‘la lengua inglesa’ y quién la admite), que ignoraremos por el momento para ocuparnos de temas más fundamentales. El ejemplo trivial de mi primer encuentro con la palabra moshpit es uno que, visto desde una perspectiva integracionista, ilustra una serie de puntos bastantes básicos sobre el significado. 1. Todas las palabras comienzan, en nuestra experiencia, como palabras de ‘significado desconocido’. No hay diccionario genéticamente programado

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en el cerebro en el que buscarlas. Si fuera así, los padres se verían privados de una sus funciones lingüísticas principales, y nosotros no tendríamos uso para una pregunta explícita como ‘¿qué significa esta palabra?’ 2. ‘El significado’ es el valor que buscamos atribuir a las palabras de manera que tenga sentido este o aquel episodio de comunicación en el que figuran. 3. Nuestra búsqueda del significado se detiene cuando hemos descubierto cómo integrar la ocurrencia de la palabra en nuestra experiencia lingüística de tal manera que podemos satisfacer los requisitos del caso concreto. 4. Esto será suficiente, a nos ser que nos encontremos con más casos que parezcan requerir un explicación diferente o más elaborada. (Si esto sucederá en el caso de moshpit no lo sé, dado que no me he encontrado esta palabra de nuevo.) 5. Nuestra búsqueda del ‘significado’ se lleva a cabo en gran medida metalingüísticamente (haciendo preguntas, consultando diccionarios, etc.); esto es, es esencialmente dependiente de la reflexividad del lenguaje. Sin esto, ¿qué habría hecho? ¿Irme a Sicilia a buscar entre las discotecas? La vida es muy corta para preocuparse de esos temas. Para mí, el ‘significado’ es siempre “ahora”. El gran error del semantista ortodoxo radica en no estar contento con esta humilde sabiduría, sino insistir que moshpit (si es una palabra genuina) debe tener un significado ‘real’ (= determinado), conocido al menos por aquellos hablantes ideales de la lengua (= código fijo) a la que pertenece. Un error añadido consiste en suponer que encontrarse con una palabra por primera vez es un ‘caso especial’ y por tanto poco fiable como guía para descubrir ‘la naturaleza del significado’. El integracionista, por el contrario, mantiene que lo que sucede en ‘este caso especial’ es lo que sucede en cada caso. Hay que subrayar que incluso ahora mismo sé muy poco acerca de cómo usa la palabra moshpit la gente que está familiarizada con ella. No sé, por ejemplo, si es considerado un término despectivo (lo que sería posiblemente relevante si quisiera usarlo en futura conversaciones). No sé qué designaciones alternativas hay, si es que hay alguna, disponibles en el vocabulario de aquellos que frecuentan los conciertos pop, etc. Pero por el momento no tengo un interés particular en seguir con estas cuestiones. ¿Por qué no? Porque he descubierto ya bastante para mis necesidades comunicativas inmediatas. Puedo dar significado a lo que he leído en el periódico. SIGNIFICADOS E INTENCIONES Hasta ahora, sin embargo, no se ha hecho mención al otro actor en el drama semántico original: a saber, el periodista en cuyo artículo ocurrió la palabra moshpit. ¿No tiene nada que decir el autor sobre qué significa la palabra? ¿Cómo sé que lo que el autor pensó que significaba esta palabra corresponde con lo que los lexicógrafos del diccionario que consulté dicen que significa? ¿No habré sido advertido -como potencial visitante de vacaciones en Palermo- gracias al uso de la palabra moshpit de que no debo aventurarme en las discos sicilianas, porque allí bailar es particularmente agresivo, expresión del machismo, etc.? ¿o no tenía el autor del artículo tal intención? De esta manera, hemos llegado a una explicación alternativa del significado que se ha convertido en la más popular entre los escépticos de las condiciones de verdad: a saber, la explicación que basa el significado en las intenciones del hablante (ver Grice). La explicación intencional deriva su inmediata verosimilitud del hecho de que en inglés usamos comúnmente la palabra mean para expresar intención (I meant to do it, but I forgot: ‘quería hacerlo, pero lo olvidé’); a esto se añade el hecho de que la mayoría de nuestra conversación se hace con la intención de poner a los demás al tanto de nuestras opiniones, esperanzas, temores, deseos, etc. De ahí que buscar el significado de una palabra se asimile fácilmente a tratar de adivinar las intenciones de su(s) usuario(s).

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Humpty Dumpty es quizá el campeón más famoso de la tesis de que las palabras significan lo que el usuario quiere. Su discusión con Alicia (A través del espejo) sobre el significado de la palabra glory se ha convertido en una especie de anécdota simbólica en la teoría semántica moderna. La tesis de Humpty Dumpty, salta a la vista, es bastante inaceptable para el teórico del código-fijo. En la semántica del código fijo, es el código el que determina el significado, no el hablante. Y, sin embargo, parece innegable que la gente a menudo pregunta a los demás qué quieren decir (what they mean) con el fin de clarificar un comentario; y es innegable que esta es a menudo una estrategia inteligente. Si yo hubiese podido preguntar al autor del artículo lo que quería decir moshpit, presumiblemente esto habría zanjado la cuestión a mi satisfacción. (En cualquier caso, habría sido desconcertante obtener como respuesta ‘no sé’. Se espera de la gente que se haga responsable de las palabras que usa, al menos en la medida de ser capaz de explicar lo que quieren decir si se le pregunta.) Sin embargo, nada de esto hace que los integracionistas estén dispuestos a unirse de manera entusiasta a las filas de aquellos que proponen teorías intencionalistas del significado. Una razón de esto es que poner el hablante a cargo del significado parece equivalente a negar que el oyente tenga un papel, excepto uno meramente pasivo. Otra razón es que está lejos de estar claro que esta apelación a las intenciones del hablante no sea más que el principio de otra regresión semántica: porque parece extremadamente difícil desconectar la ‘intención’ de las palabras reales usadas para expresarla (La intención de A al decir ‘p’ era expresar –y ser entendido como que expresaba- la idea que p. Esto no nos lleva muy lejos o no más allá de la noción de que lo que A quería decir está determinado por lo que la lengua de A le permite decir. Lo que es una vuelta a la versión del código fijo.) Al igual que ocurría con la semántica de las condiciones de verdad, la bota teórica parece de alguna manera haber sido puesta en el pie equivocado. En la comunicación diaria, evaluamos generalmente las intenciones de la gente por lo que dicen; no lo que dicen por sus intenciones. DEFINICIONES ESTIPULATIVAS El rechazo integracionista del Humptydantismo no debe entenderse como un rechazo a aceptar que pueda hacerse que una palabra signifique lo que su espónsor quiere que signifique. Lo que Humpty Dumpty estaba haciendo es lo que a veces se llama ‘definición estipulativa’.Lo que dirá el integracionista es que si la definición estipulativa no va a causar más problemas que resuelve, debe prestarse especial atención a los requisitos integracionales de la situación. Un caso real ilustrará el punto. El Humpty Dumpty en este ejemplo es el distinguido biólogo Richar Dawkins, que inventó la palabra meme. Que Dawkins reconoce claramente los requisitos integracionales es evidente a partir del pasaje en que introduce su nueva acuñación: Necesitamos un nombre para el nuevo reduplicador, un nombre que transmita la idea de que una unidad de transmisión cultural o una unidad de imitación. ‘Mimeme’ procede de una raíz griega apropiada, pero quiero un monosílabo que suene un poco a ‘gen’. Espero que mis clásicos amigos me perdonarán si abrevio mimeme en meme. Si sirve de consuelo, se puede pensar que está relacionado con ‘memory’ o con la palabra francesa même. Debe pronunciarse para rimar con ‘cream’.

A diferencia de Humpy Dumpty, Dawkins no se deleita perversamente en ocultar información semántica. (Alicia lo hubiera encontrado un conversador más simpático que el perverso personaje de Carroll.) Dawkins tiene gran cuidado en que entendamos (1) cómo integrar este término desconocido en futuros episodios de discurso, y (2) si concuerda con los patrones integracionales con los que ya estamos familiarizados. De ahí su preocupación por elegir una forma que pueda ser vista como relacionada con el

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griego mimesis, el francés même, el inglés memory. Todos estos son vínculos de ‘motivación’ léxica (por usar el término de Saussure), o vínculos integracionales. Es interesante subrayar que la cuidadosa acuñación de Dawkins ha sido ya aceptada como una palabra inglesa por los lexicógrafos del Oxford English Dictionary (aunque dan una definición que, podría decirse, hace poca justicia a la idea original de Dawkins). Pero lo que todo esto demuestra bastante convincentemente es que el código fijo es un modelo bastante inadecuado si queremos entender los procesos mediante los cuales se hacen los significados. ¿Dónde estaba el código semántico público que asignó a meme su significado? Las palabras no tienen otro significado que los que les son dados como herramientas para la articulación del discurso. Esto Dawkins lo entiende claramente y saca ventaja de ello para sus propios propósitos. No hay obligación de ‘aceptar’ la palabra meme, o de usarla.

LA CREENCIA EN EL CÓDIGO FIJO Es la que se encuentra en muchas explicaciones de cómo funciona el significado y la comunicación. Lo que sucede supuestamente cuando el hablante dice, por ejemplo, ‘el hielo flota en el agua’ es que cualquier oyente que hable la misma lengua es capaz de reconocer la forma de las palabras, de captar que lo que se acaba de decir es una frase de esa lengua, y de entender lo que significa; esto es, de comprender su estructura gramatical y su semántica. Esta versión básica del código fijo puede adornarse de varias maneras. Pero como descripción del significado y de la comunicación tiene atractivos que sería tonto subestimar. 1. Es una descripción de la comunicación extremadamente simple: para entender cómo A comunica a B la información de que el hielo flota en el agua, todo lo que se necesita postular es que ambos, A y B, tienen acceso al mismo código fijo en el que El hielo flota en el agua está incluido entre sus enunciados gramaticales. 2. Es una explicación que no solo resulta internamente coherente, al menos en una primera inspección; además, parece corresponder con lo que sucede ‘en la vida real’. En otras palabras, parece que hemos nacido en un mundo en el que ya había una lengua: una lengua en la que la palabra hielo significa ‘hielo’, la palabra agua significa ‘agua’, etc. Lo que es más, aunque podemos aprender otras lenguas además de nuestra primera lengua, esas otras lenguas estaban ahí antes de que las aprendiéramos, de manera que la creencia en su existencia autónoma no está en conflicto con nuestra experiencia de aprendizaje lingüístico. 4. Esta explicación es capaz de sortear cualquier dificultad que pueda surgir por variaciones en las circunstancias bajo las que son usados los signos, incluyendo variación de los participantes, porque si el código es fijo, entonces, por definición, permanece inmune a los cambios de circunstancias. El hielo flota en el agua significa lo mismo comunicado por un obispo a una actriz, o por una actriz a un obispo, y en Madrid que en Timbuktú (al igual que al ajedrez sigue siendo ajedrez ya sea jugado en Moscú o en Nueva York, por príncipes o por pobres, con piezas de marfil o de plástico.). Dadas estas ventajas, no es sorprendente que la aproximación del código fijo a la semántica haya tenido tantos adeptos entre los lingüistas, aunque en otros muchos temas lingüísticos pudieran diferir profundamente. La información que proporcionan los diccionarios monolingües ha contribuido a fomentar esta creencia. En ellos, el lexicógrafo ha encerrado los significados de las palabras individuales de la lengua en cuestión. Los significados de estas palabras son presentados como independientes de su uso por parte de cualquier hablante o escritor particular. El significado pertenece a la palabra, no al usuario. Así, por ejemplo, se

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considera que la palabra hielo tiene un significado específico o un conjunto de significados, que los usuarios pueden descubrir buscando la palabra en el DRAE; y cuando usan esta palabra en el discurso se considera que han implementado o invocado este significado (o uno de los significados específicos de la palabra, si se da más de un significado). Según el segregacionismo, esto es lo que debe ocurrir, por al menos dos razones. Una es que los que actualmente utilizan la palabra hielo no la inventaron; estaba ahí ya ‘en la lengua castellana’ antes de que hubieran nacido. En segundo lugar, los individuos no tienen el poder de cambiar los significados establecidos de las palabras, incluso si quisieran hacerlo. Así que este punto de vista sobre el significado parece de sentido común; y esto forma parte de su poderoso atractivo. No obstante, la semántica del código fijo tiene sus problemas. Algunos de estos han sido ya ilustrados arriba con los ejemplos de moshpit y meme. Cuando nos encontramos con palabras que no conocemos, palabras que aparentemente no existían unos años antes, es difícil resistirse a dos conclusiones. Una es que si existen los códigos verbales, no pueden ser fijos: al contrario, deben estar cambiando todo el tiempo. La otra conclusión es que si existen tales códigos, diferentes personas usan códigos diferentes, y estos también cambian. Hasta ayer, el mío no incluía la palabra moshpit; hoy sí la incluye. Pero si el código tiene la inestabilidad que evidencia la repentina emergencia de nuevas palabras y significados, ¿qué garantía de estabilidad hay para las viejas palabras y significados? El integracionismo no ve ninguna. Y si no hay ninguna, entonces es la viabilidad del concepto mismo de código la que se pone en duda, porque no consigue cumplir la función que se requiere de un código en semántica; a saber: proporcionar la fuente para los significados invariantes que supuestamente soportan la comunicación verbal en la comunidad, y que de esta manera puedan ser codificados y decodificados por aquellos que conocen el código. APUNTALAR EL CÓDIGO FIJO Los estudiosos que ha visto el problema han supuesto a menudo que la respuesta está en apuntalar el código fijo. Reconocen que postular un código fijo conocido por A y B no es suficiente para explicar cómo B interpreta realmente el mensaje de A, porque están de acuerdo en que B puede conocer muchas cosas que pueden afectar a la comunicación, y estas otras cosas no tienen nada que ver con el código como tal (saber, por ejemplo, quién es A; saber que A conoce ya muchas cosas sobre B; saber lo que han acordado previamente, etc.). De esta observación general surge la noción de que para evaluar lo que A quiere decir, B necesita añadir al conocimiento semántico, usado para decodificar los signos verbales, otros varios tipos de información. Estos otros tipos de información constituyen –se dice- el objeto de estudio de la pragmática o de la paralingüística o de la teoría de los actos de habla o de la teoría de la relevancia o de la lingüística del texto, etc., dependiendo de los intereses particulares y de la orientación académica de los proponentes. Se han dibujado distinciones similares entre ‘significado de la oración’, ‘significado del enunciado’, ‘significado del hablante’, etc., con el fin de no confundir la contribución semántica, que procede supuestamente de saber el código, con la contribución que procede supuestamente de fuentes externas. De esta manera, como el código-fijo por si solo no es suficiente, se añade otra información para sustentarla. Ciertamente un integracionista estará de acuerdo en que B necesita saber algo más que los significados del diccionario de las palabras que A pronuncia con el fin de entender qué está diciendo A; pero un integracionista señalará que si cualquiera de las cosas ‘extra’ que B necesita saber son concebidas como extras al conocimiento

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semántico de B, entonces (i) la teoría del código-fijo está todavía ahí, y (ii) el conocimiento semántico sigue sin ser establecido satisfactoriamente; es equivalente a construir un piso extra encima de una estructura edificada sobre la arena. La semántica que acabamos de analizar produce una explicación de la comunicación que nos parece natural porque se asemeja a nuestra experiencia lingüística diaria. Ahora bien, esta aparente correspondencia con nuestra experiencia lingüística diaria se basa en seleccionar preguntas que surgen en las circunstancias de la vida diaria, pero descontextualizándolas. Por ejemplo, preguntas del tipo ‘¿cuál es el significado de la palabra x?’ Esta es una pregunta perfectamente razonable cuando uno se encuentra con una palabra desconocida. Pero es una pregunta extraña cuando se hace en conexión con una palabra que no es desconocida. Compare ‘¿cuál es el significado de la palabra entropía?’ con ‘¿cuál es el significado de la palabra casa?’. La última puede ser una pregunta hecha por Pierre que está aprendiendo español, pero no por Pedro, que ha estado hablando español toda su vida, a no ser con algún contexto particular de ocurrencia (por ejemplo, al establecer las provisiones de un testamento u otro documento legal. Pero reflexiones sobre el significado-en-general de la palabra española casa solo se le ocurren a los lexicógrafos o los filósofos del lenguaje.) No obstante, una vez que se permite que esta pregunta general descontextualizada se convierta en el modelo de una forma válida de investigación teórica (esto es, una pregunta para la que se debe proporcionar una respuesta con respecto a cada ítem del lexicón lingüístico), el camino está preparado para la respuesta basada en el código-fijo. Al mismo tiempo, este discurso invariablemente asigna a cada individuo el papel de usuario de los signos, un papel que implica que hay algo disponible para ser usado: los signos mismos. Así, ab initio se restringe severamente lo que el individuo puede hacer en el proceso comunicativo. La libertad de maniobra se limita a elegir entre un conjunto de formas verbales que se le dan por adelantado.

HACIENDO SIGNIFICADO La alternativa integracionista a este tipo de discurso se basa en la premisa de que los seres humanos no son meros usuarios de la lengua: son los hacedores de la lengua. La perspectiva integracional nos ve haciendo signos lingüísticos; y además, según el integracionismo, no tenemos otra alternativa, porque el lenguaje está unido inextricablemente al tiempo. Para el integracionista, somos agentes-del-tiempo, en el lenguaje como en todas las demás actividades. No hay forma de que podamos escapar a tiempo en el que transcurre la comunicación. Por tanto, no existe el signo sin contexto, porque un signo no puede existir excepto en algún contexto temporal concreto. Esa contextualización es la condición fundacional de la propia existencia del signo. Y es por esto por lo que no se puede dar una descripción general de lo que A y B necesitan saber para comunicarse. En resumen, esto es lo que el integracionismo denomina ‘el principio de contemporaneidad’. El lenguaje se integra cronológicamente con los eventos de nuestras vidas diarias. Es por esto que al comunicarnos suponemos que lo que se dice es inmediatamente relevante en la situación actual, a no ser que haya razones para suponer lo contrario. La manera en que el principio de contemporaneidad afecta a la semántica es como sigue: obliga al lingüista a reconocer que los significados no son estables, sino

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que varían con el transcurso del tiempo o incluso de un momento al siguiente. Puede ilustrarse este punto general mediante un ejemplo muy simple: A dice: ‘Parece que va a llover’ B dice: ‘¿Qué has dicho?’ A dice: ‘Parece que va a llover’ A primera vista, parece un caso paradigmático de lo que la gente llama ‘repetición’. Una de las cosas asumidas comúnmente sobre el habla es que cualquier cosa que se dice puede siempre ser repetida; todo lo que se requiere es la simple reiteración de las palabras previamente enunciadas. La lingüística segregacional lo da por descontado. Sin embargo, según el principio de contemporaneidad, la repetición, concebida como decir lo mismo por segunda vez, no es posible. Esto es, si el integracionista está en lo cierto al sostener que la comunicación verbal solo puede tener lugar dónde y cuándo tiene lugar en una ocasión dada (sujeta a ciertas condiciones físicas, sociales y circunstanciales), entonces la repetición, concebida como ‘hacer la misma cosa por segunda vez’, resulta imposible. Y esto se confirma cuando vemos que, en el segundo enunciado de A, A no dice la misma cosa que en el primer enunciado, aunque las palabras sean las mismas. Así pues, pronunciar las mismas palabras no es una condición necesaria ni suficiente de ‘decir la misma cosa’. Y esto es así porque, como predice el principio de contemporaneidad, la contextualización del segundo enunciado de A es irreductiblemente diferente de la del primero. El segundo enunciado de A es una réplica a la pregunta ‘¿Qué has dicho?’, mientras que la primera no lo es. El segundo se podría construir como una cita del primero; mientras que el primero no se podría construir como una cita del segundo. La respuesta ‘he dicho que parece que va a llover’, que sería una razonable respuesta a la pregunta de B, no puede funcionar como una paráfrasis del primer enunciado. Decir la misma cosa una segunda vez no es posible, de la misma manera que tampoco es posible marcar el mismo gol otra vez; un segundo gol es otro gol. Sería obtuso objetar que el sentido del primer y el segundo enunciado de A es el mismo, porque esto equivaldría a argumentar que el segundo gol fue simplemente el primer gol marcado de nuevo. Puede haber similitudes entre las maneras en que fueron marcados los goles, como las puede haber entre los enunciados primero y segundo de A, pero el punto clave sobre el que discutimos segregacionistas e integracionistas concierne el estatus de esta abstracción invariante: ‘la oración’. Supongamos que en el intercambio de arriba el segundo enunciado de A hubiera sido algo diferente: por ejemplo: ‘han anunciado lluvia’. ¿Contaría como repetición o no? La respuesta está lejos de estar clara; a no ser que sepamos mucho más sobre la situación de la comunicación: ¿están A y B uno al lado del otro mirando al cielo? ¿Está A comentando las noticias meteorológicas del periódico que B no ha leído todavía? ¿cuáles fueron los intercambios previos? En resumen, los casos de repetición no proporcionan contraejemplos al principio de contemporaneidad; al contrario, lo confirman. Y muestran la dependencia de la repetición de loas circunstancias de la comunicación; en otras palabras, muestran que la comunicación no depende de la existencia de signos invariantes.

LA INDETERMINACIÓN SEMÁNTICA

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El principio de contemporaneidad implica la indeterminación de los significados, que solo existen en relación a una situación interaccional particular. Porque decir que la comunicación está intrínsecamente vinculada al tiempo equivale a decir que todas las asignaciones de significado están hechas por agentes vinculados al tiempo. No tenemos otra alternativa que interpretar los episodios particulares de comunicación integrándolos en la secuencia temporal única de eventos que constituyen nuestra experiencia previa. Lo que supone a su vez que cuando están implicados dos o más participantes, un mensaje debe estar abierto a dos o más interpretaciones; y no se puede garantizar que coincidan. Lo que es más, cuando entran en conflicto, ninguna interpretación tiene una posición privilegiada sobre las otras. Ahora bien, un mundo en el que se reconoce la indeterminación semántica como un obstáculo insoluble para la comunicación sería un mundo completamente inquietante para la mayoría de las personas. Nos condenaría, en efecto, a vivir en un perpetuo confinamiento solitario –un punto de vista sobre la condición humana que algunos grandes escritores han presentado –paradójicamente- en algunos de sus libros más aclamados. Pero además de que no nos gusta sentirnos aislados, nos gusta sentir que vivimos en un ambiente comunicativo estable. Y ambos requisitos son amenazados de varias maneras por la indeterminación semántica. Por eso el ser humano ha desarrollado dos estrategias básicas para tratar la indeterminación semántica. Una es la simple estrategia de ignorarlo siempre que sea posible. La otra es más compleja y consiste en tratar de diseñar medios de limitar o circunscribir sus consecuencias. Estos esfuerzos se materializan en diversas instituciones culturales, desde calendarios y códigos legislativos hasta diccionarios. Todos estos son instrumentos semánticos; y desde un punto de vista integracional, la semántica puede definirse ampliamente como el estudio de la limitación de la indeterminación semántica en los asuntos humanos. Sin duda, para muchos propósitos, lingüísticos y otros, la vida sería mucho más simple si no existiera la indeterminación Pero confundir desiderata con la realidad no es la mejor base sobre la que erigir una semántica teóricamente sólida. Ahora bien, de lo que se ha dicho no se debe pensar que la indeterminación se presupone implícitamente en todas las formas de comunicación. En muchos casos se busca la indeterminación semántica de un cierto tipo o de un cierto nivel. Por ejemplo, las respuestas vagas son útiles cuando no queremos comprometernos. Todos conocemos al político cuyo discurso es un ejercicio constante entre mantener abiertas varias opciones y aparentar rigurosidad. La poesía y otras formas de literatura se empobrecerían sin la posibilidad de sugerir, aludir, etc. El humor sería difícil si el lenguaje no permitiera la ambigüedad. La semántica integracional reconoce todo esto, mientras que rechaza la asunción de que las palabras tienen significado, al menos en el sentido en que lo mantienen los lingüistas integracionales. Esto es, para el integracionista, los significados no son valores semánticos fijos que de una manera u otra están vinculados a formas verbales particulares independientemente de las circunstancias comunicativas. Según el integracionismo, creer en valores semánticos invariantes es suscribirse al mismo tipo de mito que la idea de que la libra esterlina es una unidad monetaria que vale una cantidad garantizada. Este es el mito económico que conduce a mucha gente ingenua a ‘ahorrar’ guardando monedas y billetes en cajas debajo de la cama. Como en el caso del dinero, el valor no se establece a priori, sino es lo que los seres humanos crean como el producto de una actividad significativa. LA SEMÁNTICA DE LA LEXICOGRAFÍA

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Una consecuencia inmediata del punto de vista integracional sobre el significado es una concepción de la lexicografía diferente a la adoptada por los lingüistas ortodoxos. A primera vista, la existencia misma de la institución cultural que denominamos diccionario puede parecer que proporciona evidencia irrefutable a favor de la semántica ortodoxa. Después de todo, el diccionario monolingüe parece exponer las palabras que usamos, junto con sus significados: tanto las palabras como sus significados son presentados como abstracciones descontextualizadas. ¿Cómo sería esto posible si las palabras no tuviesen tales significados? ¿o si ser significativas dependiera de sus usuarios y de las circunstancias precisas de uso? El integracionista tiene un punto de vista del diccionario radicalmente diferente. Desde una perspectiva integracional, el diccionario aparece como una de las instituciones desarrolladas en las sociedades alfabetizadas con la intención de limitar la indeterminación semántica. Lo que es más, el integracionista ve el diccionario como una empresa esencialmente comunicativa, de manera que el lexicógrafo tiene que hacer ciertas asunciones comunicativas; a saber, asunciones sobre por qué sus lectores pueden querer consultar el diccionario. Dependiendo de cuáles sean esas asunciones, las entradas del diccionario serán apropiadas o inapropiadas. Pero la correlación ‘lema más glosa’ no tiene que ser interpretada como la formulación de una verdad semántica específica sobre el lenguaje. La definición del diccionario no expone una selección de valores fijos que son invariantes bajo la operación de la sustitución léxica. Lo que ocurre en el diccionario, según el enfoque integracionista, es que el lexicógrafo propone correlaciones, que es distinto a informar de ellas. Para el integracionista, el lexicógrafo es –como todo los demás- un hacedor-dela-lengua; pero cuyo hacer profesional se ve constreñido por un tipo particular de práctica: la de glosar; esto es, la entrada léxica que enuncia el significado de una palabra en términos de otra u otras palabras. La paradoja es que la fórmula que utiliza el lexicógrafo con el fin de sistematizar la información semántica es en sí misma semánticamente indeterminada. Esta indeterminación, además, tiene orígenes históricamente específicos. El diccionario monolingüe nació como una compilación de glosas textuales; pero en el proceso las glosas se descontextualizaron. Y así, en lugar de proporcionar interpretaciones de palabras concretas en textos concretos, la entrada léxica adquiere una función general de alcance mucho más amplio y vago. Que los lexicógrafos mismos no asignan límites específicos a esta fórmula semiológica puede verse en la amplia variación que tiene en su uso lexicográfico. Por ejemplo, uno y el mismo diccionario (el Pocket Oxford Dictionary) puede proporcionar entradas como las siguientes: Unwound: not wound Spinach: plant with suculent leaves eaten boiled (en ambos casos, estas son las únicas glosas que se proporcionan.) Cualquier punto de vista que uno tenga de las relaciones semánticas, parece claro que unwound no está en la misma relación con respecto a not wound que Spinach está con respecto a plant with suculent leaves eaten boiled. Y si esta variación es legítima, está claro que no puede atribuirse ningún valor específico a la fórmula del diccionario que proporciona un lema léxico con una glosa léxica. La diferencia podría describirse quizá de la siguiente manera: se dirá que mientras not wound proporciona una ‘definición exacta’ de unwound, la glosa plant with suculent leaves eaten boiled proporciona solo una ‘indicación aproximada’ del

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significado de spinach. Pero si esto es así, entonces claramente la fórmula léxica no tiene un valor o una función semántica precisa. Parece claro que, subyacentes a las dos glosas de arriba, hay dos presuposiciones comunicativas diferentes. La explicación plant with suculent leaves eaten boiled nos recuerda las glosas marginales de los textos antiguos. La asunción es que es el tipo de información que se requiere. Así que cualquier usuario que consulte el diccionario en búsqueda de información científica se desilusionará. Tal persona se quejará de que la glosa es bastante inadecuada, o incluso equivocada, dado que hay otros tipos de plantas además de las espinacas con las hojas suculentas. De otro lado, esta misma objeción no es probable que se haga a la glosa de Unwound como not wound. Aquí la objeción probablemente sería que los lectores ya familiarizados con la palabra wound probablemente no buscarán la palabra unwound, mientras que aquellos que desconocen ambas seguirán igual de perdidos. Si estos o similares comentarios son razonables, es difícil mantener que hay una función semántica determinada ligada a la fórmula léxica o a una correlación semántica específica que el lexicógrafo debe proporcionar. Al contrario, parece más razonable decir que si las correlaciones propuestas son satisfactorias o no dependerá de si el lexicógrafo ha hecho las asunciones comunicativas correctas. En términos muy generales, uno puede describir esas asunciones simplemente como que los términos propuestos en la glosa proporcionarán posiblemente una alternativa más útil que el término glosado. Esto no significa necesariamente que sean términos más familiares. De nuevo, hay una dimensión histórica de la lexicografía que es, desde un punto de vista integracional, relevante para entender la práctica actual. El hecho es que solo hace relativamente poco las palabras comunes, ordinarias, han entrado a formar parte de los diccionarios monolingües. El propósito de los primeros diccionarios monolingües en inglés era indudablemente el modesto de explicar las palabras difíciles, técnicas o desconocidas con que podían encontrarse los lectores. Pero entonces surgió la noción de que un diccionario debía ser ‘completo’, esto es, incluir todas las palabras de la lengua, no solo una selección de las más raras. Y esto creó un problema para los lexicógrafos, porque la técnica de glosar las palabras menos familiares por medio de las más familiares falla cuando tratamos con palabras que todo el mundo conoce. Los lexicógrafos asumen que lo que necesita una persona que busca en el diccionario una palabra muy familiar debe ser una definición más recóndita, que refleje conocimiento experto y especialista no disponible para el lector medio. Esto es lo que lleva a entradas de diccionarios como la siguiente: Pájaro: vertebrado con plumas Porque es apenas creíble que el número de personas en el mundo familiares con la expresión vertebrado con plumas exceda el número de aquellos a los que les es familiar el término pájaro y las criaturas así designadas. En resumen, de acuerdo con el integracionista, lo que ocurre en el diccionario es un proceso comunicativo designado para atender ciertas necesidades comunicativas, con la finalidad de reducir la indeterminación semántica. Esto tiene poco que ver con las teorías segregacionistas del diccionario, según las cuales el diccionario es construido como una documentación de relaciones semánticas objetivamente determinables. Los lexicógrafos, como sus clientes, operan en el contexto de una comunidad lingüística, al igual que un banquero o un stockbroker opera en el contexto de una comunidad financiera. Lo que señala el integracionista es que representar la actividad del lexicógrafo como la simple tarea de definir los hechos semánticos es como describir al banquero y el stockbroker como simple intermediarios en las transacciones

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comerciales que se hacen en otra parte. La realidad es diferente. El banquero y el stockbroker son en sí mismos figuras clave en la creación del mercado que administran. No están fuera de él, mirando como observadores imparciales. Ni tampoco, mutatis mutandis, el lexicógrafo. REGULANDO SIGNIFICADOS El integracionista no niega que los seres humanos pueden intentar establecer códigos comunicativos fijos para todo tipo de propósitos; y en muchos casos, lo consiguen con éxito. En estos casos, tendremos ejemplos de lo que puede llamarse una ‘determinación regulada’. Los signos verbales pueden también ser objeto de determinación regulada; esto es, incorporados como elementos de códigos fijos (como, por ejemplo, las palabras ceda el paso cuando aparece como parte del código de circulación). La cuestión de hasta dónde podemos llegar en la determinación en el caso de los signos verbales es muy interesante. El tema de la terminología técnica y su desarrollo proporciona una interesante área de estudio, particularmente en relación a las razones de por qué se considera deseable ponerse de acuerdo en las definiciones (Locke consideraba que esto era el sine qua non para el avance de la ciencia. Un integracionista señalará que la preocupación de Locke presupone que la indeterminación semántica es la regla en el lenguaje en general.) La ley es otro rico campo de investigación: lo que sucede en los juicios, particularmente en nuestros días, sugiere que no hay formulación verbal, por muy precisa que parezca aparentemente, de la que no se pueda discutir su significado. En resumen, los códigos fijos pueden operar solo bajo condiciones limitadas y en circunstancias en las que hay un consenso genuino sobre cómo operan. Es un error tratar una lengua como el inglés como un gigantesco código fijo, al menos, por tres razones. Primero, no se dan circunstancias en las que se pudiera establecer un consenso genuino, porque hay muchos hablantes, y el inventario de de signos lingüísticos potenciales es demasiado grande. En segundo lugar, no hay un mecanismo social efectivo que garantice la regulación, aunque los gobiernos y las academias han tratado a veces de hacerlo. En tercer lugar, aunque fuera posible políticamente, la determinación regulada del lenguaje sería contraproducente, porque una de las funciones más importantes de la comunicación es la adaptación a nuevas circunstancias como y cuando surjan, que es todo el tiempo. Cualquier código fijo monolítico con significados fijos sería un obstáculo enorme, y no una ayuda, en los asuntos humanos. Pero hay otras razones psicológicas muy poderosas. LA METÁFORA Una de ellas es que la mente humana tiene una capacidad irrefrenable de crear nuevas estructuras a partir de cualquier material. Esto se ve en el fenómeno lingüístico que se conoce con el nombre de ‘metáfora’. Se contrasta habitualmente el significado metafórico con el ‘significado literal’. No es coincidencia que Aristóteles, que fue el primero que hizo un intento serio de explicar la metáfora, fuese también uno de los fundadores de la teoría del código fijo en las lenguas. Desde la perspectiva del código fijo, la metáfora es una aberración. Implica un uso ‘impropio’ de las palabras. Aplica términos a casos a los que no son estricta o literalmente aplicables. Es una desviación semántica.

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Es significativo que la descripción aristotélica de la metáfora ocurre en su Poética, donde la describe implícitamente como un tipo de discurso excepcional. Su explicación constituye el primer intento conocido de formular una teoría de la transferencia semántica: La metáfora consiste en dar a una cosa el nombre que pertenece a otra; la transferencia puede ser de género a especie, o de especie a género, o de especie a especie, o a base de analogía.

La lógica subyacente de esta explicación es típica de la semántica del códigofijo. Primero tenemos la asunción de que existe una determinada correlación entre nombres y cosas, de manera que cada nombre tiene una cosa identificada que le pertenece. Segundo, la asunción de que la metáfora desbarata estas correlaciones al dar a una cosa un nombre ‘erróneo; esto es, un nombre que pertenece en realidad a otra cosa. Tercero, la asunción de que, a pesar de todo, esta transferencia es sistemática de alguna manera, y un a explicación del fenómeno consistirá en demostrar su sistematicidad (género a especie, especie a género, etc.). Aparentemente, Aristóteles no ve –o no está preparado para admitir- que las tres primeras categorías de transferencia son en realidad casos especiales de la cuarta y más general: la analogía. Porque si admitiera esto, la sistematicidad desaparecería, y solo nos quedaría una conclusión intolerable para los teóricos del código-fijo; a saber, que el código fijo no es en realidad fijo. Los usuarios alteran la correlación nombre-cosa a voluntad. La localización de esta discusión en la Poética también sugiere que (por poner las cosas en un deliberado anacronismo) Aristóteles quiere tratar la metáfora como un asunto de parole, no de langue, lo que es otra ruta de escape favorita de los segregacionistas a la hora de tratar ‘datos’ recalcitrantes. Esto sería plausible si solo fueran los poetas y otros excéntricos los que se recrean en tales perversidades lingüísticas. Pero lo que es más alarmante para la semántica del código fijo, estas desviaciones aparentes como la metáfora pueden lograr colarse en el código mismo. Las montañas no tienen pies, pero nadie se extraña cuando se habla de ‘los pies del Mulhacén”. Lo que es peor, tan pronto como empezamos a buscar metáforas, nos la encontramos por todas partes. De repente aparecen en los enunciados más banales y prosaicos. La raíz del problema es generado, de nuevo, por la propia doctrina del código fijo. El problema es que la distinción entre literal y metafórico se disuelve cuando uno intenta establecerla de una manera sistemática y rigurosa (¿cuántas metáforas hay en este párrafo?). Y este problema, a su vez, se relaciona con otro: también desaparece la distinción escurridiza entre el código y su uso, entre langue y parole. La aproximación integracionista a la metáfora pone en duda que las metáforas sean en realidad diferentes por naturaleza de otros usos de la lengua, pues para un integracionista ‘la novedad en el lenguaje es la norma’. Una vez que aceptamos que, al contrario de lo que nos quieren hacer creer los teóricos del código fijo, ‘cualquier cosa puede significar cualquier cosa en circunstancias particulares’, entonces la cuestión que hay que responder es cómo esas circunstancias particulares hacen posible que algo signifique lo que significa. SIGNIFICAR ES HACER La pregunta que hacíamos al principio de este capítulo era: ‘¿Qué es lo que no sé si no sé qué significa?’ La respuesta integracionista es: ‘lo que no sabes es qué hacer con ella’. A primera vista esta respuesta parece estar en conflicto con convicciones profanas firme y ampliamente establecidas sobre el significado de las palabras (particularmente si

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hemos sido educados en el carácter sacrosanto del diccionario). Pero este conflicto aparente desaparece cuando consideramos más cuidadosamente los temas implicados. A cualquiera que se sienta inclinado a protestar que usar meramente una palabra familiar de una manera excepcional no implica una creación de un nuevo significado por parte del usuario, la respuesta del integracionista es:’sí, lo hace: esto es precisamente lo que requiere’, porque usar una palabra, implica usarla significativamente, que significa, a su vez, usarla en ciertas circunstancias para ciertos propósitos comunicativos. Una vez que se entiende este punto, no se puede negar el papel del usuario como un hacedor de significados, porque para usar una palabra en este sentido tenemos que hacer que signifique algo. Intentar usar una palabra sin hacerla significativa sería tan absurdo como tratar de usar un cuchillo sin cortar nada (si se objeta que se puede usar los cuchillos para abrir una ventana, la respuesta es que en esos casos no están siendo usados como cuchillos.) Usar una palabra es hacer que signifique algo, y hacer que signifique algo es hacer algo con ella; pero no solo en el sentido del título de Austin How to do things with words. Una aceptación demasiado precipitada de la distinción tan celebrada de Austin entre ‘performativo’ y ‘constativo’ puede equivocar al confiado haciéndole suponer que solo estamos haciendo cosas con palabras cuando nos excusamos, cuando hacemos promesas o realizamos algún acto de habla similar de una clase más o menos ritualizada. Pero esta no es la interpretación integracionista. Hacer cosas con palabras implica integrarlas dentro del proceso de comunicación. Y no podemos hacerlo sin considerar las condiciones biomecánicas, macrosociales y circunstanciales de cada caso particular. También es importante, por lo que concierne al integracionismo, reconocer que no solo son los hablantes y escritores sino también los oyentes y lectores los que hacen cosas con palabras y se ven, así, envueltos en su uso. Para entender una palabra –y no solo una palabra desconocida como moshpit sino una palabra como bicicleta- tengo que hacer que signifique algo (incluso si tengo todo tipo de dudas acerca de qué la he hecho significar). Parte del error de Humpty Dumpty es que pensaba que el hablante está a cargo del significado y el oyente (Alicia, en este caso) tiene que vislumbrar las intenciones del hablante. Pero, como ya he mencionado más arriba, las intenciones no deben confundirse con los significados, incluso aunque tenga sentido decir ‘I did not mean that’ con el fin de negar que era tu intención, e incluso a pesar de que se requieren ciertas intenciones para hacer que las palabras signifiquen algo. La combinación del significado con la intención es una fuente seria de confusión en la semántica contemporánea, y tiene una estrecha correlación con la falacia de la telementación, en la que se basa. Para el integracionista, separarlos en un primer paso esencial en la desmitologización de la semántica.

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