Intelecto Agente

La función del entendimiento agente según Tomás de Aquino Juan José Sanguineti Facultad de Filosofía de la Universidad d

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La función del entendimiento agente según Tomás de Aquino Juan José Sanguineti Facultad de Filosofía de la Universidad de Navarra, 28-IV-1980

En esta breve exposición querría situar la teoría tomista del entendimiento agente con relación al problema del conocimiento, para determinar la naturaleza y función de esta potencia activa de la mente en el Aquinate. Dejo de lado la cuestión exegética de los textos aristotélicos, y me acojo directamente a la interpretación de Tomás de Aquino. Para él este tema tenía un interés especial, ya que durante toda su vida luchó contra la interpretación averroísta del Intelecto agente común a todos los hombres, insistiendo en el carácter personal de esta facultad cognoscitiva. Por otra parte, Santo Tomás tenía presente la doctrina agustiniana de la iluminación, que él en cierto modo viene a romper al introducir la fuerza iluminante propia del intellectus agens. El Aquinate armonizó la exigencia platónica de un Principio trascendente de intelección, con la instancia aristotélica de la inmanencia del principio intelectivo en la persona. 1. La bifurcación de entendimientos Sorprende que Santo Tomás sostenga un principio aparentemente alejado de la experiencia común, como es el hecho de que contamos con dos inteligencias y no con una sola (si bien es verdad que la mayor parte de las veces los textos tomistas hablan de intellectus sin más, tratándolo como una sola potencia). El análisis del conocimiento le lleva a esta conclusión, aunque obviamente la tesis responde a un principio de fidelidad con Aristóteles, interpretado en cierto modo. El análisis al que me refiero no es fenomenológico. No experimentamos la presencia de dos intelectos. Pero nuestra experiencia refleja manifiesta actos, y desde ahí cabe sacar conclusiones ontológicas. Existe cierto ámbito de experiencia intelectual, no sensible, que nos conduce de alguna manera a tal dualidad de intelectos: el hecho de que percibimos

2 dos tipos de actos en nuestra vida intelectiva: por un lado, la operación abstractiva que culmina en la formación de las ideas universales, y por otro lado la recepción de conocimientos a partir de las cosas que entendemos. La primera operación es activa o constructiva, la segunda es pasiva. La abstracción consiste en la separación de los principios inteligibles de las cosas, que se nos vuelven traslúcidos sólo si se desvinculan de su concreción en la materia individual. Para obtener la especie inteligible, que por su universalidad e inmaterialidad está situada en un género ontológico completamente diverso del propio de las cosas corpóreas, hace falta apelar a una actividad “iluminativa” de orden espiritual, que transfigure los datos de la sensibilidad en contenidos suprasensibles asimilables a la esfera del espíritu. Las cosas sensibles de por sí no pueden actuar en el ámbito de la espiritualidad, con causalidad propia y adecuada. La operación abstractiva requiere una potencia proporcionada, una energía espiritual capaz de suscitar la separación entre lo inteligible y lo sensible, que es precisamente el intelecto activo. “Así como la operación del intelecto posible es recibir los inteligibles, del mismo modo la operación propia del intelecto agente es abstraer esos inteligibles, haciéndolos inteligibles en acto. Ambas operaciones las experimentamos en nosotros mismos. Debe haber por tanto en cada operante un principio formal por el que obra formalmente, pues algo no puede obrar formalmente por algo que esté separado de él mismo”1. Es más, de alguna manera el intelecto agente nos es implícitamente consciente en cualquier acto intelectual, como luz que siempre se capta concomitantemente y de modo reflejo en cualquier acto directo en el que se ve lo iluminado, pues “así como en todo color se ve la luz corporal, así también en todo inteligible se ve la luz del intelecto agente, no en razón del objeto, sino como medio de su conocimiento”2. Los intelectos agente y paciente no pueden reducirse a un solo entendimiento, como no es posible confundir la potencia con el acto. No son dos funciones de una misma potencia3, pues sus operaciones se oponen, ya que uno produce lo que el otro recibe. El intelecto paciente o posible es in quo fiunt omnia intelligibilia, y el agente es in quo est omnia facere4, una causa eficiente de todos los inteligibles en acto. Una

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De Anima, a. 5. In I Sent., d. 3, q. 4, a. 5. 3 Cfr. In II Sent., d. 17, q. 2, a. 1. 4 Cfr. C. G., II, 78. 2

3 misma potencia no puede producir lo que ha de recibir, pues sería causa de sí misma. Por eso necesariamente la energía intelectual del hombre se bifurca en estas dos diferencias, como llama Santo Tomás a estas dos partes del alma intelectiva5, una completamente activa y que no recibe nada, y otra completamente pasiva o que lo recibe todo. En común tienen sólo la inmaterialidad absoluta propia del espíritu, y el hecho de ser entendimientos, es decir, son una capacidad destinada genéricamente a entender, cuyo objeto propio es la universalidad del ente. Cabe notar a este respecto cierta preeminencia relativa del intelecto paciente sobre el activo, desde el punto de vista de la operación final del proceso cognoscitivo. El conocimiento concluye como en su fin en el acto de conocer algo, que para el entendimiento es el intelligere. La función del intelecto agente es tan sólo la de preparar el inteligible, que se imprime en el intelecto paciente. Esta último queda así dotado de una densidad intencional, al asimilar en acto la forma de lo conocido, y puede por sí mismo, entonces, pasar a la realización del acto de entender, con el consiguiente nacimiento del verbo mental. Es claro que propiamente no puede decirse que entiende ni el intelecto agente ni el paciente, sino el hombre, pues todo acto se reconduce al sujeto existente: “no se ha decir que el intelecto agente entienda separadamente del intelecto posible, sino que el hombre entiende por ambos; además, el hombre tiene un conocimiento de lo particular mediante las potencias sensitivas, a partir de las cuales abstrae el intelecto agente”6. En el conocimiento de lo concreto intervienen juntamente todas las potencias cognoscitivas, colaborando en la realización del único acto de entender alguna realidad. Pero este acto como tal procede del intelecto paciente provisto de inteligibles o enriquecido por hábitos intelectivos: “el intelecto agente no produce en acto las especies inteligibles para entender por medio de ellas (…) sino para que por ellas entienda el intelecto posible”7. La intervención de los dos intelectos en el conocer intelectual es unitaria. No es preciso agruparlos en una potencia superior para que actúen en mutua concordancia, ya que éste viene dada por su misma unión en la substancia del alma, unión ordenada como la que existe entre un agente y un paciente respecto del mismo acto. Según la comparación aristotélica, el intelecto agente es al paciente como el arte respecto a la

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Cfr. In III de Anima., lect. 10. De Spiritualibus creaturis, a. 10, ad 15. 7 C. G., II, 76. 6

4 materia8, pues le imprime formas sin las cuales el intelecto pasivo sería tamquam tabula rasa. La actuación del intelecto agente es previa, pero a ésta sucede inmediatamente la del intelecto pasivo, en la unidad de un mismo acto, de modo que “todo lo que se entiende, no se entiende sino bajo la luz del intelecto agente, y en cuanto ha sido recibido en el intelecto posible”9. Y “no se sigue de aquí que haya dos intelecciones en el hombre, sino que para una sola intelección basta que concurran estas dos acciones”10. 2. Exigencia del entendimiento agente El alma humana está en acto respecto de algo que existe sólo potencialmente en la sensibilidad, pero a la vez está en potencia respecto a lo que el mundo posee en acto. El alma tiene en acto la inmaterialidad, y por eso es capaz de actuar sobre las formas de las cosas, inteligibles en potencia bajo las condiciones materiales, para reducirlas a la inteligibilidad en acto. Sin embargo, el alma humana está despojada de todo inteligible determinado en el inicio de la vida intelectiva, y por tanto está en potencia respecto de las especies necesarias para entender. En una situación inversa se encuentran las cosas extramentales, que tienen la inteligibilidad en potencia, aunque poseen en acto la determinación formal. De ahí la doble condición de nuestra mente, activa y pasiva respecto de aspectos diversos de las cosas11. El intelecto agente es pues necesario porque las cosas materiales, que constituyen el punto de partida de nuestro conocer, son inteligibles en potencia para nuestra mente, es decir, no tienen las condiciones que permitan una intelección inmediata, así como varios objetos en la oscuridad no son sensibles en acto, sino en potencia. Obviamente para Dios y los ángeles las cosas corpóreas son del todo transparentes, pero esto se debe a que ellos no conocen las cosas a partir de las cosas mismas, sino por medio de especies superiores plenamente expresivas de su ser y su naturaleza. La disminución en el ser de las cosas corpóreas, por el hecho de ser materiales, no supone merma de su ser plenamente comprensibles ante el Intelecto de Dios, que las entiende por un medio infinito, como es su mismo Ser. En el caso de los

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Cfr. C. G., II, 76. In I Sent., d. 3, q. 4, a. 5. 10 De Anima, a. 4, ad 8. 11 Cfr. C. G , II, 77. 9

5 ángeles ocurre algo análogo, ya que entienden las cosas existentes por especies infusas que han recibido de Dios. El hombre, en cambio, conoce los entes sensibles a partir de ellos mismos, y por consiguiente se somete a una serie de limitaciones que no proceden sólo de su inteligencia, sino de la misma complejidad del ente corpóreo. Orientarse en un laberinto es mucho más difícil para el que está dentro de él y debe recorrer sus galerías y reconstruirlo en su totalidad, mientras es más sencillo para quien lo ve por encima y conoce sus recorridos como un todo. La inteligibilidad de las cosas se encierra en el núcleo formal, que está coartado en su expansión por la presencia de la materia. Por eso las cosas no se dejan entender por su sola presencia física ante la vista humana. Para comprenderlas es necesario desentrañar la forma y reducirla a la condición de inmaterialidad, haciéndose así plenamente inteligible y apta como medio de penetración intelectiva en el ente concreto. Si el hombre entendiera directamente por participación en Especies separadas (platonismo), la operación del intelecto agente no sería necesaria. Nuestra naturaleza en el contexto del mundo corpóreo nos lleva a elaborar unas especies que las cosas materiales no entregan a la mente por sí mismas. Esta suscitación es obra del entendimiento agente iluminante. 3. La actividad del intelecto agente El intellectus agens es como cierta luz inteligible, según la comparación aristotélica asumida por Santo Tomás. La luz permite la actuación de la potencia visiva, al iluminar los objetos: ésta es la función del entendimiento agente, que ilumina los inteligibles, sacándolos de la oscuridad en que se encuentran al estar sumidos en la materia. El intelecto agente es iluminante. La luz hace posible percibir de inmediato los cuerpos, y la luz intelectual del intelecto agente actúa con tal fuerza que posibilita inmediatamente la percepción intelectual del intelecto posible. Esta luz de suyo está siempre iluminando, no de un modo intermitente, pues en ese caso el intelecto agente debería ser actuado por otra potencia. Por consiguiente, el noús poietikós está siempre en acto, es decir, está siempre actuando: “puede decirse que el intelecto agente siempre obra en lo que está de su parte, aunque las imágenes (phantasmata) no siempre se hacen inteligibles en acto, sino sólo cuando están

6 dispuestas para ello”12. Esto no significa que se identifique con su actividad, lo que es una propiedad exclusiva de Dios: “cuando se dice que el intelecto agente es su acción, esta predicación no es por esencia, sino por concomitancia: al ser en acto según su substancia, inmediatamente es concomitante a su actividad, lo que no puede decirse del intelecto posible, que no tiene operaciones sino después que ha sido puesto en acto”13. De manera que “es en acto según su substancia, y en esto difiere del intelecto posible, que es en potencia según su substancia (esto es, por su misma naturaleza), y es en acto sólo según la especie recibida”14. De aquí resulta que el acto iluminativo del intelecto agente no es laborioso, sino instantáneo como un fulgor. La laboriosidad es previa, y consiste en la preparación de la experiencia, conducida por la misma razón humana normalmente, para que tal experiencia pueda estar en condiciones de ser iluminada. El trabajo de la abstracción consiste en repetir, reordenar, configurar de mil modos la experiencia sensible, hasta que la luz continua del intelecto agente pueda iluminar lo iluminable. Una experiencia pobre e incompleta hace imposible la abstracción. Según esta descripción, el abstraer es un acto inseparable del “ver” intelectual, como cuando al observar a varios individuos captamos la natura hominis. En este caso el intelecto agente ha impresionado nuestra experiencia de varios individuos con una serie de características que inicialmente se presentaban confusamente, en una multiplicidad y variación desordenada. Si ha podido emerger a la consideración de la mente esa idea luminosa, ese aliquid unum que es la especie “hombre” con la que el intelecto posible se ha identificado, ha sido posible gracias a la luz del intelecto agente que, al informar la experiencia, permite detectar con nitidez los trazos que separan la especie de otras, a la vez que la ve como inmanente al individuo del que la abstracción ha partido. Más importante es la comprensión de la idea de ente y sus principios, condición para la inteligencia de cualquier especie de ente. La función primaria del intellectus agens es la de iluminar el mundo fenoménico para que en primer lugar se deje traslucir en él el ser, que es también como cierta luz del ente. El primer acto intelectivo es la separación por la que discernimos un ente, y lo entendemos como algo que es o existe. Pero esto no significa que el ens se capte sólo con el intelecto

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C. G., II, 76. S. Th., I, q. 54, a. 1, ad 1. 14 In III de Anima, lect. 10. 13

7 agente, pues en toda operación cognoscitiva intervienen el intelecto agente y paciente unidos, cada uno con su propia función. El ente es entendido mediante los dos intelectos. Tomás de Aquino afirma que gracias al intelecto agente “discernimos lo verdadero de lo falso, el bien del mal”15. El intelecto agente no entra en juego sólo para realizar la abstracción, sino para juzgar en general, que es la operación intelectual completa. “Por medio del intelecto agente juzgamos de la verdad”16. Esta potencia es, pues, la luz intelectual en su sentido más radical, pues nos permite alzarnos sobre la materialidad de la experiencia o, si se quiere, dar el salto de la esfera animal-sensitiva a la esfera espiritual-intelectiva. Al ser constantemente en acto, está en la raíz misma de la vida espiritual, de la cual es como su primer motor: “la operación propia del hombre es entender. Su primer principio es el intelecto agente, que produce las especies inteligibles, por medio de las cuales padece en cierto modo el intelecto posible, que al ponerse en acto mueve a la voluntad”17. 4. El estatuto preobjetivo del intelecto agente El intelecto agente no contiene en absoluto las nociones de ente ni de las especies. El Aquinate rechaza la confusión entre intelecto agente y habitus principiorum, el hábito de los primeros principios trascendentales. “Ni se ha entender tampoco que el intelecto agente sea hábito en el sentido de la segunda especie de cualidad, como algunos pensaron, diciendo que el intelecto agente sería el hábito de los principios. Pues ese hábito es recibido de los sentidos, como dice Aristóteles en II Analíticos Posteriores, y por tanto debe ser un efecto del intelecto agente, cuya función es hacer que las imágenes, inteligibles en potencia, se vuelvan inteligibles en acto”18. Tomás de Aquino afirma que el intelecto agente se puede considerar como un cierto “hábito” sólo en el sentido de que no es privación ni potencia pasiva, como cualquier forma y acto puede llamarse hábito19. Es al modo de un hábito operativo que puede operar por sí mismo, sin necesidad de recibir una actualización, pues su propia energía interna le basta para ejercer su influjo cuando es preciso. 15

De Spiritualibus creaturis, a. 10, ad 15. Ibid., ad 8. 17 C. G., II, 76. 18 C. G., II, 78. 19 Cfr. ibid. 16

8 Sería incluso inexacto decir que el intelecto agente es algo “vacío”, pues entonces estaría en el mismo orden de las realidades que pueden asimilar contenidos, y no es éste el caso. “Inconvenientemente se dice que el intelecto agente está desnudo o vestido, lleno de especies o vacío”20. Su carácter activo excluye toda potencialidad receptiva. La entera receptividad intelectual se remite al intelecto posible. ¿Cuál es entonces la condición propia del intelecto agente? Santo Tomás afirma que es “acto de los inteligibles”21. No es acto de las especies como una forma es acto de la materia. Su relación con la especie o con el intelecto posible no es del tipo forma-materia, hipótesis rechazada por Santo Tomás22, y que asimilaría esta doctrina a la teoría kantiana. Las formas están en las cosas mismas. El intelecto agente “se compara como acto respecto de los inteligibles, en cuanto es una potencia (virtus) inmaterial activa, que puede producir algo semejante a sí misma, es decir, algo inmaterial”23. El intelecto agente, por tanto, no es creador ni dador de inteligibilidad, pues elabora el inteligible a partir de una materia previa en las que los inteligibles están precontenidos en potencia. No tiene sentido decir que al menos posee una vaga comprensión del ser, pues no conoce, sino que permite conocer. Lo único que hace es aportar su propia inmaterialidad iluminante para que las especies sean iluminadas. Como todo agente, produce un efecto “semejante a sí”, pero esta semejanza no se refiere al contenido, sino a la inmaterialidad que el intelecto agente otorga a la especie. Su función es como la del artista que trabaja sobre una materia para darle cierta conformación, con la diferencia de que el artista trabaja con una causa ejemplar que contempla, mientras que el intelecto agente por sí solo no es contemplativo (contemplativa es la persona que conoce), sino que es como un rayo luminoso que opera iluminando y así permitiendo la visión. La actividad primordial del intelecto agente es la de abstraer los primeros principios del ser, merced a los cuales se juzga y se conoce la verdad. Posteriormente, proyecta siempre su luz, junto a los primeros principios, para posibilitar el conocimiento de todas las demás verdades. En la producción de la ciencia demostrativa el intelecto agente es como un artista cuyos instrumentos de trabajo son los primeros principios: “en esta reducción (del intelecto posible al acto) el intelecto

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De Spiritualibus creaturis, a. 10, ad 15. S. Th., I, q. 87, a. 1. 22 Cfr. De Anima, a. 16. 23 In III de Anima, lect. 10. 21

9 agente es como el artista, y los principios de la demostración son como los instrumentos”24. Pero no se ha confundir con un objeto, ni como dotado de objeto cognoscitivo: “no es objeto, sino que pone en acto a los objetos”25. Es, diríamos, preobjetivo, y junto con las imágenes, que son causa instrumental, interviene en la formación de los objetos. Al ser puramente activo, en cuanto potencia es más alta que el intelecto posible, pues el agente es más digno que el paciente26. Esto se comprueba hasta en la vida corriente: entre los hombres que saben mucho y los que son muy inteligentes, esto último en cierto sentido es preferible, pues estar dotados de muchas luces permite saber. Pero en otro sentido es más importante saber, pues una inteligencia preclara que se queda en la ignorancia ha frustrado su finalidad. Otra cuestión, en la que aquí no entro, es ver cómo conocemos el intelecto agente gracias al cual conocemos, o cómo somos conscientes de la luz que nos asiste cuando iluminamos objetos. Nos parece que “somos iluminados” porque no somos esa luz que ilumina en nosotros, y que tenemos como un don creado. Asistimos al “milagro” de que entendemos cosas nuevas, sin saber a ciencia cierta cómo lo hacemos. Nos “encontramos” en la luz y juzgamos en la luz del intelecto agente. 5. Conclusión El intelecto agente es como una chispa del Intelecto divino. Afirma Santo Tomás que es cierta luz participada de Dios: quasi quaedam virtus participata ex aliqua substantia superiori, scilicet Deo27. La doctrina del intelecto agente tiene su inicio en cierto sentido en Platón, cuando en el libro VI de La república afirma que la idea del bien es como un sol que da a las especies su esencia y su inteligibilidad. La formulación de la doctrina como tal obviamente es de Aristóteles, que pasó de la metáfora del sol a la de la luz, esto es, del trascendentalismo al intrinsecismo. La línea platónica fue continuada por San Agustín, con su teoría de la iluminación y del Maestro interior que hace percibir la verdad que las cosas sensibles no pueden dar. Santo Tomás sintetizó el platonismo con el aristotelismo: no se trata de que en cada

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De Anima, a. 4, ad 5. S. Th., I, q. 79, a. 4, ad 3. 26 De Anima, a. 5, ad 10. 27 Ibid., a. 5. 25

10 acto de entender Dios asista con una luz extrínseca especial. La luz debe ser propia y connatural, consistiendo en una capacidad de captar la verdad con las propias fuerzas y en las cosas externas. Pero esa luz debe provenir de la Verdad suma que es Dios: “al haber puesto el intelecto agente como cierta fuerza participada en nuestras almas o como cierta luz, es necesario poner otra causa exterior de la cual esa luz participe. Y éste es Dios, que enseña interiormente”28. El platonismo había subordinado la inteligencia a los inteligibles, descuidando la función iluminante y recalcando más bien la receptividad del intelecto ante las ideas. Aristóteles había introducido las inteligencias por encima del orden de los inteligibles. El neoplatonismo, especialmente cristiano, intentó una síntesis, ya que Dios es la suprema Inteligencia y la suma Verdad inteligible. En el ámbito de la pura espiritualidad, efectivamente, hay coincidencia entre el inteligente y lo inteligible. Sólo en el ámbito corpóreo hay inteligibilidad sin inteligencia (la inteligibilidad de los cuerpos), y en el hombre estos dos aspectos se bifurcan, pues el intelecto agente en cierto modo domina sobre la inteligibilidad, ya que la produce en acto al encontrarla en potencia en las cosas exteriores. Esta dualidad de la mente humana es una condición característica del entender humano, que procede de un alma espiritual que está en un cuerpo, y se somete a sus limitaciones. El acto de entender es así fruto de la concurrencia de estas dos facultades, cuya actuación en ningún caso puede separarse.

28

Ibid., a. 5, , ad 6.