Inglaterra Revolucion Industrial y Desarrollo de Capitalism

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Programas de Educación a Distancia

Inglaterra: Revolución Industrial y Desarrollo del Capitalismo Nidia Yolive Vera Angarita

Formando Colombianos de Bien Álvaro González Joves Rector

María Eugenia Velasco Espitia

Decana Facultad de Estudios a Distancia

Luis Armando Portilla Granados

Director Centro de Educación a Distancia

Tabla de Contenido Presentación Introducción Horizontes UNIDAD 1: Los Antecedentes de la Revolución Industrial Descripción Temática Horizontes Núcleos Temáticos y Problemáticos Proceso de Información 1.1 LA REVOLUCIÓN AGRARIA DE INGLATERRA EN EL SIGLO XVI 1.1.1 Condiciones y Premisas de la Revolución Agraria 1.1.2 Consecuencias de la Revolución Agraria 1.2 EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN INGLATERRA HASTA LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Proceso de Comprensión y Análisis Solución de Problemas Síntesis Creativa y Argumentativa Autoevaluación Repaso Significativo Bibliografía Sugerida UNIDAD 2: La Revolución Industrial en Inglaterra Descripción Temática Horizontes Núcleos Temáticos y Problemáticos Proceso de Información 2.1 PAPEL DE INGLATERRA EN LA HISTORIA DEL CAPITALISMO 2.2 CAUSAS Y PREMISAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 2.3 LOS INVENTOS TÉCNICOS 2.4 EL CURSO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 2.5 CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Proceso de Comprensión y Análisis Solución de Problemas Síntesis Creativa y Argumentación Autoevaluación Repaso Significativo Bibliografía Sugerida UNIDAD 3: La Industrialización de los Países Capitalistas Descripción Temática Horizontes Núcleos Temáticos y Problemáticos Proceso de Información 3.1 INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO DE LA ECONOMÍA FRANCESA 3.1.1 La Evolución Demográfica 3.1.2 Las Etapas del Crecimiento Agrícola 3.1.3 Los Comienzos de la Industrialización 3.1.4 Las Industrias Motrices en la Primera Fase de la Industrialización 3.1.5 El Retraso de Francia en el Desarrollo Industrial 3.2 INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS 3.2.1 Inventos Americanos y Producción en Serie 3.3 LA INDUSTRIALIZACIÓN DE ALEMANIA 3.3.1 El Zollverein 3.4 LA INDUSTRIALIZACIÓN DE RUSIA 3.4.1 La Emancipación de los Siervos y la Reforma Agraria 3.5 LA INDUSTRIALIZACIÓN DE JAPÓN Proceso de Comprensión y Análisis Solución de Problemas Síntesis Creativa y Argumentación Autoevaluación Repaso Significativo Bibliografía Sugerida UNIDAD 4: Doctrinas Económicas del Liberalismo Clásico Descripción Temática Horizontes Núcleos Temáticos y Problemáticos Proceso de Información 4.1 LOS FUNDAMENTOS MICROECONÓMICOS DE LA RIQUEZA DE LAS NACIONES 4.1.1 La Teoría del Valor 4.1.2 Los Factores y su Participación en el Producto

4.1.3 La Macroeconomía de Smith: Anteproyecto del Crecimiento Económico 4.2 EL PRINCIPIO DE UTILIDAD EN LA ECONOMÍA CLASICA: JEREMY BENTHAM 4.2.1 El Cálculo de la Felicidad 4.2.2 Cálculos del Bienestar 4.3 EL PRINCIPIO DE LA POBLACIÓN EN LA ECONOMÍA CLÁSICA: THOMAS MALTHUS 4.3.1 Esbozo de la Teoría 4.3.2 Limitaciones Teóricas 4.4 EL SISTEMA RICARDIANO 4.4.1 La Teoría del Valor Trabajo Proceso de Comprensión y Análisis Solución de Problemas Síntesis Creativa y Argumentación Autoevaluación Repaso Significativo Bibliografía Sugerida BIBLIOGRAFÍA GENERAL

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Presentación La educación superior se ha convertido hoy día en prioridad para el gobierno Nacional y para las universidades públicas, brindando oportunidades de superación y desarrollo personal y social, sin que la población tenga que abandonar su región para merecer de este servicio educativo; prueba de ello es el espíritu de las actuales políticas educativas que se refleja en el proyecto de decreto Estándares de Calidad en Programas Académicos de Educación Superior a Distancia de la Presidencia de la República, el cual define: "Que la Educación Superior a Distancia es aquella que se caracteriza por diseñar ambientes de aprendizaje en los cuales se hace uso de mediaciones pedagógicas que permiten crear una ruptura espacio temporal en las relaciones inmediatas entre la institución de Educación Superior y el estudiante, el profesor y el estudiante, y los estudiantes entre sí”. La Educación Superior a Distancia ofrece esta cobertura y oportunidad educativa ya que su modelo está pensado para satisfacer las necesidades de toda nuestra población, en especial de los sectores menos favorecidos y para quienes las oportunidades se ven disminuidas por su situación económica y social, con actividades flexibles acordes a las posibilidades de los estudiantes. La Universidad de Pamplona gestora de la educación y promotora de llevar servicios con calidad a las diferentes regiones, y el Centro de Educación Virtual y a Distancia de la Universidad de Pamplona, presentan los siguientes materiales de apoyo con los contenidos esperados para cada programa y les saluda como parte integral de nuestra comunidad universitaria e invita a su participación activa para trabajar en equipo en pro del aseguramiento de la calidad de la educación superior y el fortalecimiento permanente de nuestra Universidad, para contribuir colectivamente a la construcción del país que queremos; apuntando siempre hacia el cumplimiento de nuestra visión y misión como reza en el nuevo Estatuto Orgánico: Misión: Formar profesionales integrales que sean agentes generadores de cambios, promotores de la paz, la dignidad humana y el desarrollo nacional. Visión: La Universidad de Pamplona al finalizar la primera década del siglo XXI, deberá ser el primer centro de Educación Superior del Oriente Colombiano. Luis Armando Portilla Granados – Director CEDUP

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Introducción A fines del siglo XVIII en el marco de la edad moderna se dio como principal hecho histórico la Revolución Industrial, lo cual supuso una profunda transformación en la economía y la sociedad mundial. Acontecimiento que enmarca el desarrollo de muchos países, en diferentes condiciones, pero que en últimas circunstancias determina el inicio de nuevas formas y estructuras organizacionales a todo nivel. Donde median diversos factores que impulsan el inicio de una nueva era, entre ellos la mentalidad progresista de la clase emergente burguesa, las guerras que se vivían en algunas naciones para ese entonces, la evolución tecnocientífica, el papel del Estado cuya intervención fue mucho mayor en unos países mientras, que el sector privado fue más importante en otros, condiciones que permitieron un cambio profundo en las relaciones sociales que se mantenían hasta entonces. Sin duda alguna, la revolución industrial es una de las dos transformaciones fundamentales del ámbito económico de la civilización (la otra fue la agricultura). Tiene sus inicios en Inglaterra, pero rápidamente empieza a extenderse por otros países y a finales del siglo XX, este fenómeno o sus efectos habían alcanzado prácticamente a todos los rincones del mundo. Y aunque ofrece nuevas posibilidades de desarrollo y avances, lo cual implica un nuevo orden social, a la vez, instaura nuevas tensiones que determinan sucesos de lucha, conflictos que provocan conmociones revolucionarias, es una de ellas, el triunfo del liberalismo como ideología que legitima el despegue de la revolución. Además está el auge de la burguesía que empieza a controlar el Estado, garantía que asegura el libre juego de las relaciones económicas y de los ordenamientos sociales, hecho que implica a su vez el cambio del antiguo régimen por un Estado moderno constitucionalista que conduce al capitalismo a su madurez. Por otra parte, el ascenso de la ciencia y la tecnología, elementos que alcanzan su gran esplendor y no menos importante, es el fortalecimiento de las condiciones económicas a partir de la consolidación del mercado de capitales y la expansión de las empresas capitalistas. Pero ¿por qué en Europa?. Este continente se caracterizaba por cambios en la demanda del mercado interior y en la población, los cuales fueron vitales para precipitar dicha revolución, en el siglo XVIII, el consumismo crecía, los factores culturales y políticos también fueron causantes en parte de estas

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transformaciones. Los valores definidos por un movimiento intelectual europeo del siglo XVIII conocido como la Ilustración, especialmente la confianza en la ciencia y el aprecio por el trabajo duro y el éxito material, orientaron a los primeros inventores y fabricantes. Los gobiernos que perseguían el beneficio económico para mantener su posición diplomática y militar, promovieron también cambios que facilitaron la innovación. Sin embargo, fue Gran Bretaña la gran precursora de este nuevo crecimiento industrial, algunos investigadores proponen razones importantes como los recursos de carbón y acero y la aceptación general de la innovación técnica en su país y una vez establecido el poder de la industrialización británica inspiró su inicio en otros países. Como vemos, es un período que se caracteriza por la aparición de eventos y situaciones que permiten el desarrollo de la industrialización, dando a sí lugar al nacimiento de la economía moderna. Por esta razón el presente módulo está estructurado partiendo de una explicación profunda de los elementos particulares de Inglaterra que permitieron la industrialización de su base económica, para generar un análisis sistemático del proceso de industrialización en este país y sus implicaciones a nivel continental y mundial, pues la industrialización marca el origen de las relaciones capitalistas de producción y con ellas una nueva teoría económica que fundamentará el sistema capitalista liberal clásico que trasciende hasta nuestros días adaptándose a las dinámicas históricas.

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Horizontes •

Estudiar las fuerzas económicas que dinamizaron el cambio europeo en el siglo XIX.



Analizar la revolución industrial de tipo burgués y su contribución en la transformación del absolutismo en un régimen parlamentario.



Comprender las condiciones que permitieron el despegue en el desarrollo europeo.



Describir el desarrollo y los resultados de los adelantos científicos e inventos sobre el proceso de industrialización.



Estructurar el nuevo orden social que surge como resultado del sistema capitalista y la industrialización de Europa.



Analizar las nuevas tendencias ideológicas que dinamizaron y legitimaron el sistema naciente.

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UNIDAD 1: Los Antecedentes de la Revolución Industrial Descripción Temática En el estudio de la evolución histórica de la humanidad es indispensable analizar y comprender la revolución industrial inglesa, pero para ello debemos partir de los hechos sucedidos en este proceso durante los siglos XV, XVI y XVII, que fueron el motor que impulsó dicho despegue y que es el tema que se tratará en la presente unidad. Fue uno de ellos la revolución agraria, hecho que pasó por cuatro momentos: en primer lugar, las unidades consolidadas de cultivo en gran escala las cuales sustituyeron a los campos abiertos cultivados, en franjas discontinuas por los campesinos con derechos de pasto, combustible y de caza sobre las tierras comunales; en segunda instancia, el cultivo se extendió a los eriales y las tierras comunales y se adoptó la ganadería intensiva; en tercero, se transformó la aldea campesina autosuficiente en una comunidad de trabajadores agrícolas cuyo nivel de vida básico dependía de las condiciones de los mercados nacionales e internacionales más que de las circunstancias climáticas; y en cuarto, el gran aumento de la productividad agrícola, es decir, el volumen por unidad de fuerza de trabajo en plena dedicación (full-time). Acompañado por un gran desarrollo del sistema capitalista de la economía inglesa en sus momentos principales, desde el comienzo de las primeras formas capitalistas hasta el despuntar de la llamada revolución industrial, o sea hasta el tránsito a la producción de fábrica. Grande fue el progreso económico y político logrado por Inglaterra en este período; e igualmente rica en ganancias para la burguesía inglesa, la explotación capitalista en todo el país y también en escala mundial.

Horizontes •

Establecer el marco político desde el cual se puede concebir la revolución agraria inglesa como producto de los intereses de clase. UNIVERSIDAD DE PAMPLONA – Centro de Educación a Distancia

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Analizar el contexto interno y externo que sirvieron de marco para que en Inglaterra se desarrollara una revolución agraria que permitió establecer las primeras relaciones capitalistas de producción.



Determinar la relación existente entre explotación pecuaria e industria textil para explicar la expansión del comercio internacional de Inglaterra.

Núcleos Temáticos y Problemáticos •

La Revolución Agraria de Inglaterra en el Siglo XVI.



El Desarrollo del Capitalismo en Inglaterra hasta la Revolución Industrial.

Proceso de Información 1.1

LA REVOLUCIÓN AGRARIA DE INGLATERRA EN EL SIGLO XVI

El hecho de que haya sido el reino inglés el precursor de la industrialización y con ésta el sistema económico capitalista liberal, no es una casualidad histórica, por el contrario el fenómeno industrial en Inglaterra es el producto de un conjunto de circunstancias económicas y estructuras político-sociales en cuya dinámica se establece el marco de referencia propicio para explicar el origen de las estructuras capitalistas de la producción industrial. Una economía basada en la producción agraria y en el autoconsumo no puede ser fundamento para el surgimiento de un sistema de competencia y de propiedad privada como el liberal, más aun si se tiene en cuenta que en el siglo XVIII se presenta a nivel político-social todo un complejo movimiento que busca perpetuar las estructuras propiamente feudales, en contraposición a los aires modernos que desde el siglo XV se han venido presentando. Sin embargo, Inglaterra presenta condiciones muy particulares en cuanto a su estructura agraria y en cuanto a su organización político-social que permiten analizar el surgimiento del proceso de industrialización y explicar su naturaleza de una manera ordenada, sistemática y comprensible. A continuación se abordan estas condiciones particulares, agrupándolas en dos grandes ejes temáticos: la revolución agraria y las implicaciones político-sociales de la macroeconomía inglesa antes de la revolución industrial.

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La historia económica de Inglaterra en el siglo XVI destaca por su alto dramatismo y abunda en acontecimientos cruciales. Es éste un período de su evolución histórica tras el cual el país avanzó rápidamente por la senda del capitalismo, saliendo de su situación de apéndice agrario y de rincón económicamente atrasado de la Europa medieval, situación en que había permanecido a lo largo de muchos siglos. En el siglo XVII, el mercader inglés apareció en la palestra del comercio internacional. La ulterior expansión económica de Inglaterra, de su comercio, de sus conquistas coloniales y de su desarrollo industrial rebasaron con mucho (en los siglos XVIII y XIX) todo cuanto alcanzaran en otros tiempos España y Holanda. El pequeño Reino de Inglaterra, que durante el Medioevo clásico se hallaba a la altura de cualquiera de los múltiples ducados o condados de Europa occidental, pudo convertirse luego en la potencia rectora del mundo y en un Imperio con posesiones dispersas por todos los continentes. 1.1.1 Condiciones y Premisas de la Revolución Agraria El punto de partida radica en los progresos económicos logrados por Inglaterra en el siglo XVI, que modificaron totalmente la situación económico-social en las islas Británicas y constituyeron la premisa de sus éxitos económicos posteriores. La Inglaterra de este siglo dio un verdadero salto en su desarrollo económico, y no es casual, como dice Marx, que resultase ser el país clásico de la acumulación originaria. Había numerosas causas para tales progresos. Después de los grandes descubrimientos geográficos y del desplazamiento de las rutas comerciales hacia el océano Atlántico, Inglaterra, como Holanda, quedó en la encrucijada de los grandes vínculos del comercio europeo y mundial del siglo XVI. A su avance económico en dicho siglo contribuyó la situación en Europa, cuya industria demandaba mucha lana de oveja de origen inglés. Refiriéndose a la revolución agraria en Inglaterra, Marx señala que "el florecimiento de las manufacturas laneras de Flandes y la consiguiente alza de los precios de la lana fue lo que sirvió de acicate directo". Además, la revolución neerlandesa facilitó a Inglaterra la utilización de la cultura técnica del arte textil flamenco. La represión sangrienta del duque de Alba provocó en 1567 una emigración masiva de tejedores, tintoreros y muchos otros maestros altamente cualificados de los Países Bajos a Inglaterra. Las guerras de los hugonotes en Francia también trajeron consigo, en la segunda mitad del siglo XVI, una considerable emigración de especialistas de diversos oficios a las islas Británicas. Por último, la persecución de los luteranos en Alemania trajo consecuencias análogas. En 1569 había en Norwich 3.000 extranjeros que hablaban, en su mayoría, flamenco. La aparición

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de nuevas clases de tejidos en Inglaterra se debió a la inmigración de maestros extranjeros. Los fabricantes ricos que llegaban de otros países montaban allí grandes manufacturas de tipo moderno. No obstante, el papel decisivo correspondía, como era natural, a factores que radicaban en las contradicciones internas de la evolución económico-social de Inglaterra, acumuladas a lo largo de varios siglos. En Inglaterra, como en el resto de Europa, el absolutismo creó, en cierto modo, condiciones políticas más propicias para el incremento económico del país precisamente en un periodo temprano de su historia. La política económica de los Tudores respondía a los intereses de clase de la nobleza aburguesada ya, o en vías de aburguesarse, y ansiosa de riquezas; por dicha, razón, resultó ser parcialmente favorable a las nuevas tendencias del desarrollo de la vida económica de Inglaterra. Su propósito consistía en estimular la evolución capitalista en el país. Los Tudores prohibieron repetidas veces la expropiación de las tierras usufructuadas por los campesinos; pero las leyes de 1489, 1516, 1534 y 1597 quedaron en el papel, sin que se llevasen a la práctica en gran escala. Es más, de 1536 a 1539, estos reyes suprimieron las propiedades rurales de los monasterios, que a lo largo de siglos habían constituido el baluarte del régimen feudal, y promulgaron todo un conjunto de leyes contra los vagabundos y los pordioseros, a las que Marx calificó de leyes sangrientas por su crueldad. Los Tudores alentaron con perseverancia el desarrollo de la industria manufacturera, del comercio, de la navegación, de las sociedades comerciales y de las actividades de los aventureros coloniales, realizando la política del mercantilismo, habitual en la Baja Edad Media, y orientándose a la defensa de los intereses de la aristocracia aburguesada. A este respecto es de señalar la influencia determinante que ejerció la admirable y profunda cooperación económica entre la ciudad y el campo, entre la industria y la agricultura y, más concretamente, entre la industria textil y la cría de ganado lanar. Precisamente fue el ramo textil el que trazó las nuevas sendas de la evolución económica de la Europa medieval facilitando a algunas ciudades, e incluso a países enteros, posiciones claves para una amplia expansión económica. En Inglaterra, con su abundantísima base de materia prima “lana barata de producción local”, el arte textil podía desarrollarse en circunstancias excepcionalmente favorables. Ya en los siglos XIV y XV, las peculiaridades del régimen agrario de Inglaterra se dibujaron con suficiente relieve. El sistema de renta en especie o en dinero estaba muy difundido. La conmutación llegó mucho más lejos que en otros países, haciendo imposible la restauración del sistema de las prestaciones personales en el período de fines de la Edad Media. El absoluto predominio de las rentas en dinero

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en el siglo XV determinó el desarrollo de la iniciativa agraria en un período (los siglos XVI y XVII) en que en otros países seguían enraizados los cimientos del régimen señorial, aunque fuese en una forma modificada (Francia, Italia, España), o incluso se observaba un resurgimiento del sistema de prestación personal, un reforzamiento del feudalismo (Alemania, Polonia). Para explicar las causas de un desarrollo tan precoz de la iniciativa agraria en Inglaterra, no debemos olvidar las peculiaridades de su agricultura. Ya en los siglos XIV y XV, la cría de ganado lanar había cobrado un incremento extraordinario. Esta rama de la ganadería no creaba dificultades técnicas a la organización de grandes empresas de estilo capitalista: para ello bastaba comprar unos cuantos centenares de ovejas y contratar a una docena dé pastores. Los terratenientes ingleses comenzaron a especular con la lana de oveja en una época (siglo XVI) en que los hidalgos españoles andaban atareados en la conquista del Nuevo Mundo, los nobles franceses se lucían en la corte real, y los caballeros alemanes se dedicaban a saltear en los caminos.

Los Deslindes y la Conversión Un elemento esencial de la revolución agraria en Inglaterra fue la liquidación del "sistema de campos abiertos", que era la forma de usufructo comunal de la tierra y que se había conservado a lo largo de la Edad Media. A medida que iba progresando "la cría comercial de la oveja", este sistema se iba haciendo más molesto para los terratenientes, que desde hacía tiempo venían cercando los pastos comunales y convirtiéndolos en patrimonio exclusivo de ellos, para lo cual se valían de su monopolio de la tierra. Según la certera expresión de Tomás Moro, en Inglaterra de entonces “las ovejas se comieron a los hombres”. Su famosa Utopía apareció en 1516, cuando los deslindes habían adquirido ya gran extensión; por eso, su libro reflejó acontecimientos de la época. Testimonios de contemporáneos confirman que en el siglo XVI, el cercado de las tierras comunales por los terratenientes había adquirido proporciones masivas, no en vano, los precios de la lana se triplicaron en este siglo. Los deslindes alcanzaron su máxima intensidad en los condados económicamente prósperos del centro y del sur del país, en 1470-1530. Se deslindaron territorios equivalentes a dos terceras partes de los campos de Herefordshire y Westershire. También se llevó a cabo esta operación en gran escala en Yorkshire, Northamptonshire, Shropshire, Lestershire y Norfolk, en la isla de White y en otros lugares. Pero lo principal consistía en que los cercados comprendían las tierras de labor e iban acompañados de la denominada conversión, es decir, de su

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transformación en pastizales. Ello se explica porque los terratenientes no tenían ya bastante con los pastos y prados corrientes, y sólo era posible ensancharlos a expensas de las tierras de labranza. Cuando, en el siglo XVI, los deslindes afectaron a las parcelas de los campesinos y a sus terrenos labrantíos, quedó en tela de juicio hasta la propia existencia del campesinado, y los viejos deslindes alcanzaron rango de acontecimiento histórico, constituyendo una auténtica revolución agraria. •

La Secularización: una de las particularidades de los deslindes del siglo XVI consistió en que fueron acompañados de la supresión de las tierras de abadengo, que durante centenios habían sido un elemento básico del régimen feudal. La secularización de las posesiones monasteriales aumento extraordinariamente las proporciones del deslinde y crearon para él condiciones extraordinariamente favorables. La pugna secular por la posesión de la tierra, entablada entre la nobleza feudal y la eclesiástica adquirió en el siglo XVI una significación totalmente nueva, pasando a ser un factor primario en la obra de arrebatar la tierra a los campesinos, de cercarla, de incrementar la "cría comercial de la oveja", de desarrollar el capitalismo en la agricultura. La burguesía inglesa y la aristocracia aburguesada pusieron sus miras en las tierras de los monasterios durante el período de la Reforma. Por eso, ya en 1524, el gobierno de Enrique VIII consiguió la venia papal para disolver 40 monasterios, y en 1530, el Parlamento atacó de la manera más enérgica las posiciones económicas del clero. Un Acta de entonces prohibía a los eclesiásticos el absentismo, la alteración de los beneficios, la práctica del comercio, la organización de establecimientos industriales (fábricas de cerveza o de curtidos con fines de lucro, aunque fuese valiéndose de terceros), e incluso el arriendo de terrenos para ampliar las haciendas propias. Los cereales y el ganado de las tierras monasteriales sólo podían servir para el consumo interno y para las necesidades de hospitalidad. Para la población de las posesiones de los monasterios, la secularización de las mismas suponía prácticamente una revisión radical de las relaciones existentes, en concordancia con las tendencias generales de la "revolución agraria". La secularización hizo las tierras de abadengo más accesibles a los elementos emprendedores, con lo cual aceleró el desarrollo del capitalismo sobre la base de los deslindes, de la conversión y del incremento de la cría de ganado lanar. El gobierno de Enrique VIII formó la celebre "Curia de las ganancias", que se ocupo de la venta de las tierras confiscadas. En vida de este rey, la Curia vendió cerca de tres quintas partes de los bienes inmuebles pertenecientes a los monasterios la gran mayoría de la tierra se vendió con tino comercial, proporcionando al rey la hermosa suma de 780.000 libras esterlinas. El precio del terreno se determinó multiplicando por veinte la renta anual. Por supuesto,

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los nuevos propietarios implantaron reglas nuevas en las antiguas posesiones eclesiásticas, ya que la tradición estaba menos arraigada en ellos. Al convertir en enajenables las posesiones de los monasterios (manos muertas), fue posible maniobrar con la propiedad rural, y se amplió la utilización del suelo al modo capitalista. •

El Crecimiento de la Renta del Suelo: por último, otra peculiaridad de los deslindes del siglo XVI consistió en que transcurrieron en medio de la denominada "revolución de los precios" y fueron estimulados por la misma. A partir de la década del cuarenta del siglo XVI, sus consecuencias se hicieron sentir acusadamente, tanto más cuanto que desde 1543 el gobierno procedió a emitir moneda de menor peso, provocando la depreciación del dinero. Con ello sufrieron muy substancial detrimento los intereses de los terratenientes, cuyas rentas reales disminuyeron; eran fijadas de acuerdo con una tradición secular y no podían modificarse por las fluctuaciones del mercado. Como resultado de todo ello se produjo una seria diferencia entre la renta habitual, heredada de la Edad Media, y el pago de arrendamiento, determinado por la situación en el mercado y por las modernas tendencias de la vida económica. De este modo, aumentó el interés económico de los señores feudales por liquidar el usufructo comunal de la tierra y por desahuciar a los usufructuarlos hereditarios, que abonaban una renta fija, mientras que el precio del arriendo de las granjas, de tipo capitalista, crecía considerablemente. Su lucha por la ganancia estimulaba todas las transformaciones agrarias en Inglaterra y desbrozaba el camino para el desarrollo de las empresas agropecuarias. Si a fines del siglo XIV, la renta habitual de un acre equivalía a cuatro peniques, a mediados del siglo XVI -según indica el ejemplo de una hacienda de Yorkshirese pagaban ya nueve, y setenta años mas tarde (en 1621) eran veintiocho peniques, es decir, siete veces más que a fines del siglo XIV. En el último cuarto del siglo XVI las rentas habituales en productos o en dinero eran seis veces menores que el pago de arriendo, y su valor real también era seis veces menor que el de las rentas en dinero de los siglos precedentes. Se entiende que la política económica de los terratenientes había de tener en cuenta la situación en el campo, y en particular el grado de servidumbre de las diversas categorías de campesinos usufructuarios de tierras de señorío. El nuevo curso de esta política encontró su más fácil aplicación precisamente en las tierras de señorío, donde, los propietarios, liquidando sus haciendas cerealistas, pasaron en toda la línea a la ganadería lanar, o bien arrendaron las antiguas tierras labrantías a granjeros ricos en las condiciones de arriendo capitalista. Pero con la supresión del cultivo de cereales en sus tierras, los

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señores perdieron todo interés por conservar la pequeña economía campesina en el agro inglés, ya que con ello se alteraba el principio básico de la hacienda feudal, cuya existencia implicaba una capacidad económica y técnica del campesino, sujeto por la prestación personal o por el pago de los tributos. 1.1.2

Consecuencias de la Revolución Agraria

Según hemos visto, el empobrecimiento en masa representó la consecuencia inmediata de la revolución agraria del siglo XVI. Como decía Lenin, la implacable represión contra los campesinos se explica porque en ninguna parte del mundo la producción capitalista había encontrado condiciones tan propicias y en ninguna parte había sometido a los labriegos en tan alto grado como en Inglaterra. Todos los progresos del capitalismo inglés de aquellos tiempos fueron pagados con los sufrimientos de los campesinos. Pero estos progresos revistieron suma importancia. La revistieron en la agricultura, porque la Inglaterra del siglo XVI se especializó en la producción de unas materias primas industriales de gran valor, por cuya razón podía resolver sus problemas económicos sobre una base nueva. En el siglo XVI crecieron las cosechas, e incluso los cultivos cerealistas se hicieron más rentables: entre 1466 y 1612, la cosecha media de trigo por acre aumentó desde unos 8,5 bushels hasta 11, y la cuota máxima de rendimiento pasó de 14,6 a 35,4 bushels. Incrementándose, así mismo, la productividad del centeno, la cebada y la avena. Se establecieron nuevos cultivos: desde fines del siglo XV comenzó a plantarse el lúpulo, traído de Holanda, en el este de Inglaterra, y a principios del XVII fue importado, también de Holanda, el cultivo de las raíces comestibles, que posteriormente había de representar un singular papel en el desarrollo de la agricultura inglesa. Durante el siglo XVI subió el valor de la tierra, pues sólo los deslindes elevaron su precio en el 25 por ciento. Pero fue todavía de mayor trascendencia la aparición en Inglaterra de la granja capitalista. La formaron diversos sectores de la población. Se convirtieron en grandes granjeros los campesinos enriquecidos, los nobles aburguesados y, por último, los comerciantes y especuladores de toda índole. Explicando la génesis de este tipo de capitalismo rural, consignaba Marx que “la revolución agrícola del último tercio del siglo XV enriquece al arrendatario con la misma celeridad con que empobrece al campesino”. A ello venía a añadirse el aumento ininterrumpido de los precios del pan, de la lana y de la carne. Las consecuencias de la revolución agraria se manifestaron de manera más palpable aún en el florecimiento del ramo textil, que, en el siglo XVI, adquirió excepcional valor en la vida económica de Inglaterra. Esto indujo a Marx a señalar “la influencia refleja de la revolución agraria sobre la industria” y, en particular,

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“la creación de un mercado interno para el capital industrial”, al caracterizar la revolución agraria en Inglaterra. Como en este país subsistía la reglamentación gremial de la industria, los patronos textiles montaban sus empresas manufactureras en aldeas ordinarias y en pequeños pueblos comerciales, donde estaban exentos de los rígidos preceptos reglamentarios y donde podían adquirir materia prima barata y mano da obra mas barata aún. El sistema de la manufactura dispersa o industria a domicilio era característico en la fabricación de tejidos ingleses. No obstante, surgieron también empresas manufactureras centralizadas, de grandes proporciones, sobre todo para el acabado de los paños. Testimonios de contemporáneos dicen que, a comienzos del siglo XVII, el gran industrial Jack Winchcombe, de Newbury, tenía ocupadas a 1.040 personas. En el ramo textil de este periodo se observa cierto progreso técnico. Comienza a usarse la máquina de hilar de pedal, la de acabado de las telas y la de hacer medias, inventada esta última por William Lee, que permitía hacer 1.500 puntos por minuto en lugar de 100, que era el máximo que se conseguía hasta entonces. Fue un fenómeno característico del siglo XVI la denominada amalgama, es decir, la fusión de talleres de empresas similares, lo cual condujo al sometimiento de los gremios artesanos por las corporaciones comerciales. Dicho proceso avanzó con particular rapidez en la segunda mitad del siglo XVI y a lo largo del XVII, pero en el arte textil se desarrolló bastante antes. Ya en 1528 se establece el predominio de los patronos-comerciantes sobre los tejedores, los cardadores y otros grupos profesionales del textil. En el siglo XVI, el sistema gremial atravesaba un periodo de profunda decadencia. A principios de siglo, los joyeros, los merceros, los sastres y los curtidores londinenses quedaron en una situación de dependencia respecto de las compañías comerciales. Consignemos que las grandes empresas no surgieron sólo en la industria textil. Del continente fueron importados a Inglaterra nuevos tipos de altos hornos, que medían hasta 30 pies de altura, y fuelles de cuero de 20 pies de longitud. Costaban dichos hornos hasta 1.000 libras esterlinas y producían de 100 a 500 toneladas de metal por año. La extracción de sal también era obra de empresas grandes; en una de ellas, en 1589, trabajaban 300 personas, y para su organización se invirtió un capital de 40.000 libras. La extracción de hulla tenía grandes proporciones, particularmente en el valle del Tyne. Empresas manufactureras considerables se crearon también en las industrias del vidrio, del papel, del salitre, de la cerveza y del cobre.

El Desarrollo del Comercio y el Comienzo de las Aventuras Coloniales La revolución agraria y el auge industrial predeterminaron un extraordinario florecimiento del comercio de exportación de Inglaterra en el siglo XVI, figurando,

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como es natural, en primer término, la lana y los paños. La exportación de lana, especialmente en la segunda mitad del siglo XVI fue reduciéndose y siendo reemplazada por la de tejidos terminados. A lo largo del siglo XVI, la exportación de este articulo fue creciendo sin cesar, y durante el remado de Enrique VIII (1509-1547) aumentó de 80.000 piezas a 120.000, si bien es cierto que por aquella época se exportaban casi exclusivamente tejidos sin teñir. En 1564, el 75 por ciento de todas las exportaciones de Inglaterra, valoradas en 1.097.000 libras esterlinas, correspondía a los artículos textiles. Sesenta años después, las exportaciones habían crecido hasta 3.500.00 libras esterlinas, y el peso especifico de los tejidos y de la lana alcanzaba ya al 90 por ciento. Hemos de señalar, no obstante, que la Inglaterra del siglo XVI, país agrario en lo fundamental, seguía exportando trigo a los mercados del continente europeo. Por el Estatuto de 1463 se prohibió la importación de este cereal, pero los primeros Tudores (Enrique VII y Enrique VIII) la autorizaron para compensar la reducción de los cultivos cerealistas provocada por la conversión de tierras de labor en pastizales. Junto con ello debemos anotar que, en el siglo XVI, los mercaderes ingleses se apoderaron del comercio exterior de Inglaterra. En él desempeñaba el máximo papel la famosa compañía de comerciantes-aventureros, llamada oficialmente corporación de Santo Tomás de Canterbury. Fundada en el siglo XV, y especializada en la exportación de tejidos, competía victoriosamente con la Hansa y sostenía una lucha encarnizada con la compañía de los staplers, que gozaba de privilegios y se dedicaba a la exportación de lana. A comienzos del siglo XVI, la compañía en cuestión agrupaba de 300 a 400 exportadores y 3.500 aprendices. En tales circunstancias, Inglaterra logró desembarazarse en el siglo XVII de los comerciantes extranjeros. Enrique VII comenzó a limitar los privilegios de la Hansa, y en 1551 fueron suprimidos so pretexto de que los elementos de la Hansa comerciaban con los enemigos del rey de Inglaterra. Cierto que María Tudor restableció dichos privilegios, pero, poco después, la reina Isabel sancionó una orden del Consejo Secreto expulsando de Inglaterra a la Hansa, por cuya razón, la factoría de ésta en Londres quedó totalmente suprimida en 1598. Las filas del comercio inglés iban engrosando. A mediados del siglo XIV había en Inglaterra tan sólo 169 casas comerciales ricas; en el XVI, su número era ya de alrededor de 3.000. Tan sensibles cambios en la vida económica de Inglaterra suscitaron un considerable desplazamiento de sus centros económicos. Muchas ciudades vetustas de la Inglaterra medieval sufrieron una decadencia gradual con motivo del traslado de las empresas textiles y de los talleres de elaboración del lino a los Burgos. Sin embargo, otras poblaciones continuaron creciendo. Londres, que

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tenia 50.000 habitantes en el año de 1500, aumentó hasta los 225.000 en 1605, o sea, que se cuadruplicó con creces en sólo un siglo. Al mismo tiempo siguió creciendo Norwich, centro de la industria textil, así como New Castle, puerto hullero, Yarmouth, centro de la industria pesquera, y otras ciudades. De acuerdo con el desarrollo económico de la Inglaterra del siglo XVI, la política económica de los Tudores fue, en líneas generales, mercantilista. Enrique VII implantó un sistema de pesas y medidas, obligatorio para todo el país, estimulando por todos los medios el comercio inglés, y especialmente la penetración de los tejidos en el continente. Enrique VIII puso los cimientos del poderío naval británico, revigorizando las viejas leyes que protegían la navegación y dictando otras nuevas, en 1540 se promulgó un Acta referente al incremento de la flota. Pero la política mercantilista más enérgica fue la llevada a cabo por Isabel. Esta soberana estableció tarifas mayores para los buques extranjeros y alentó las expediciones marítimas de los comerciantes ingleses; prohibió el deterioro intencionado de la moneda de plata; para estimular la industria nacional, mandó traer especialistas de Alemania en 1565, y concedió numerosos monopolios para producir y vender las mercaderías más diversas: sal, hierro, pólvora, lona, potasa, vinagre, botellas, salitre, estaño, azufre, vidrio, papel, acero, ollas, naipes, aceite de ballena, etc. En 1570 fue fundada la Bolsa de Londres por el famoso comerciante real Tomás Gresham. Isabel alentó las actividades de los piratas, y John Hawkins repartía con ella el botín de sus robos en alta mar y del contrabando de negros africanos. Al famoso pirata Francis Drake llegó a concedérsele un titulo nobiliario. Por último, Isabel protegió las actividades de las compañías comerciales fuera de Inglaterra y los primeros intentos de expansión colonial. 1.2

EL DESARROLLO DEL CAPITALISMO EN INGLATERRA HASTA LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL1

Inglaterra es el único país europeo que presenta una historia continua del desarrollo capitalista, desde la época del primer capitalismo hasta el capitalismo monopolista. En todos los otros países el desarrollo, desde las primeras formas capitalistas hasta el capitalismo industrial, se interrumpió durante un largo período, ocupado por la decadencia del feudalismo. Lo que en si debería ser algo normal, algo para aplicar sin más, es algo singular, fuera de lo común y necesita una explicación un poco más profunda. El desarrollo del primer capitalismo comenzó en Inglaterra más tarde que en la mayor parte de los países del continente europeo. Y con esto no sólo pensamos en las ciudades, sino también en el campo. Como en los otros países de Europa, también en Inglaterra la disolución de los séquitos feudales en el campo tuvo lugar de un modo relativamente lento antes de 1

Tomado de Breve Historia de la Economía. Jürgen Kuczynski, 1975.

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la difusión de las primeras formas de producción capitalista. Sin embargo, mientras en Italia ya en el siglo XII y en Francia en el XIII, considerables zonas de tierra eran trabajadas por campesinos obligados casi solamente al pago de un tributo o por campesinos libres en Inglaterra una situación de este tipo la encontramos sólo durante el siglo XIV. Y como en otras partes, poco después observaremos en Inglaterra una tendencia opuesta; vale decir, la tentativa de consolidar los vínculos feudales, en parte elevando las obligaciones ya existentes, en parte reintroduciendo o haciendo valer los derechos de los señores feudales, caídos casi en olvido por desuso. Sin embargo, esta tendencia no pudo imponerse de modo tan fuerte como en el continente. Son varias, las razones que explican la relativa debilidad de la reacción feudal en Inglaterra. Ante todo, pese a las rupturas ocasionales y de cierta duración, la posición del poder central en Inglaterra era económicamente más fuerte que en cualquier otro país de Europa, porque después de la conquista normanda se había asegurado una considerable fuente de ingresos en los gigantescos bienes de la corona fuente directa e independiente de los otros señores feudales. Ahora, ya que el soberano basaba sus entradas sobre todo en pagos en dinero, su fuente de ganancias superó largamente a la extensión de sus posesiones territoriales; numerosas personas que no eran directamente siervos ni sierros de la gleba le debían tributos en dinero y, en consecuencia, no tenía ningún interés sustancial en las contribuciones de corvées. Exigía tributos en moneda que podían ser tanto mayores, cuanto menores eran las contribuciones que debían los campesinos a cada uno de los grandes propietarios terratenientes feudales. Esta situación de hecho, por lo menos en parte debió impedir la imposición de nuevas obligaciones para los campesinos o bien el aumento de las contribuciones personales previstas por las relaciones de dependencia existentes. La segunda causa de la dificultad que encontró la reacción para introducir nuevas y más duras medidas de opresión, consistía en la extraordinaria escasez de hombres, consiguiente a la difusión de la peste, especialmente en los años que van desde 1348 hasta 1350. Se dice que en aquella ocasión encontró la muerte entre un tercio y la mitad de la población; con toda la desconfianza que debemos tener hacia estas cifras, ellas no nos parecen totalmente absurdas cuando, por ejemplo, aprendemos que (y aquí no hay razón para dudar de los datos, porque la Iglesia cuenta siempre escrupulosamente sus propios dignatarios) murieron en aquellos anos dos tercios de los funcionarios eclesiásticos de la gran comunidad de Norwich. La escasez extraordinaria de mano de obra llevó al Parlamento a emitir leves que debían ligar a los campesinos a la propia tierra y a los propios deberes de modo mucho más sólido que en el pasado. Pero al mismo tiempo hizo que los señores feudales rompieran los límites de su propia legislación y trataran de sustraer a los campesinos entre ellos, haciéndoles todas las promesas posibles de

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libertad. En el ano 1376 la repulsa completa a esta legislación fue oficialmente admitida por el Parlamento. La libertad de los campesinos había llegado a ser más grande. En la misma sesión del Parlamento se señaló un tercer factor, conectado con el precedente, que elevaba la libertad personal del hombre en el campo; la tendencia a emigrar de los viejos puestos de trabajo en largas columnas que recoman el campo en busca de trabajo mejor pagado, o bien se trasladaban a la ciudad. En consecuencia, puede afirmarse que en el siglo XV un número muy grande de trabajadores del campo ya no estaba sometido a vínculos feudales, “cualquiera que fuese la etiqueta feudal, bajo las que ocultasen su propiedad”. También por este motivo, el bajo fraude perpetrado por los grandes terratenientes en perjuicio de los campesinos, después de la guerra campesina de 1381 no condujo a una reacción cargada de consecuencias tan negativas como, por ejemplo, la que acarrearía la derrota de los campesinos alemanes, 150 años más tarde. Sin embargo, para Inglaterra hubo aún otro importante factor que contribuyo a la disolución de las relaciones feudales en el campo. La economía agrícola feudal es en general ante todo cultivo de los campos con arado, o sea una economía fundada en el trabajo intensivo. Pero Inglaterra siempre había poseído una cría de ganado, sobre todo de ovejas muy fuerte para las relaciones feudales. Con la creciente importancia de la industria continental de la lana en Inglaterra se desarrolló cada vez mas la cría de ovejas, si pensamos que, por lo general, además del aumento de la demanda de lana por parte del continente, a partir del siglo XIV se hizo sentir en Inglaterra una creciente escasez de mano de obra, comprenderemos por qué se acentuó la tendencia a desarrollar la cría de ovinos, que requiere una mano de obra muy inferior a la necesaria para el cultivo de los campos. En el curso del siglo XVI una parte considerable de la producción agrícola inglesa comenzó a ser de conducción capitalista y la técnica de la agricultura, la cría de los ovinos y también el cultivo de los campos, gracias al mejor abono, elevaron su nivel. A diferencia del proceso en curso en el continente -donde entre otras cosas, a causa de la apropiación de los pastizales comunes por los señores feudales, la cría del ganado y el abono señalaron un retroceso- la renta de la agricultura aumentó y la agricultura misma se desarrolló progresivamente, pasando también las relaciones de dependencia a nuevas formas, aunque subsistieran numerosos restos del mundo feudal. Si ahora comparamos las usurpaciones, los hurtos de tierras comunales cumplidos en esta situación por los grandes terratenientes ingleses, con los hechos análogos realizados en el continente, y si observamos en particular el proceso allí cumplido durante el siglo XVI, debemos reconocer que se trataba de acontecimientos exteriormente similares, pero totalmente distintos en su sustancia. En Inglaterra se robaba la tierra para elevar la renta producida de

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modo capitalista. Se actuaba con toda la brutalidad de una clase que ve delante suyo un futuro grandioso, que ha cumplido el tránsito a nuevos métodos de producción y que no reconoce límites para su ascenso. Por el contrario, en el continente encontramos a los grandes terratenientes en la posición de una clase en plena decadencia, desde el punto de vista económico, con una renta feudal en disminución; una clase que trata de mantenerse en pie con los viejos métodos e intensificando el tradicional proceso de explotación. El proceso desarrollado en Inglaterra, la terrible miseria en que se precipitaron tantos trabajadores agrícolas, era el fenómeno que acompaña a todo progreso en una sociedad en la que existen explotadores y explotados. La ruda vida a que fueron condenados los campesinos en el continente era el efecto de los fenómenos de decadencia de un sistema superado, en el cual la reacción sólo podía mantenerse en pie mediante el terror y la crueldad. Aún falta considerar otro momento que en Inglaterra facilitó el paso a nuevas formas de producción, y que estuvo ausente en el continente. La Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia, que terminó a mediados del siglo XV con la victoria de Francia y que había costado a la clase dominante inglesa pérdidas elevadas, no sólo de hombres, sino también de posiciones, pasó casi directamente a ser la Guerra de Las dos Rosas: en ella unos quisieron recobrarse a expensas de los otros de las pérdidas sufridas a manos francesas, pero de hecho la alta nobleza feudal sólo logró exterminarse a sí misma hasta quedar reducida a menos de doscientas familias, cuyos hijos reflejaban la disolución moral de posguerra en cate nervio del dominio feudal. Ellos eran a medias de origen nobiliario e inclinados a las aventuras no sólo de naturaleza personal sino también económica. Eran hombres de nuevo tipo no nacidos en el seno de la vieja tradición feudal. La antigua aristocracia había sido devorada por las guerras feudales, y la nueva era ya una hija de los tiempos, de unos tiempos en los que el dinero es la potencia de las potencias. La nobleza que Enrique VII convocó para su primer Parlamento a fines del siglo XV, no era ni siquiera la mitad, en cuanto a número, de la que se había presentado al primer Parlamento del mismo siglo. Este proceso facilitó una ulterior transformación en las relaciones sociales, que se puede designar como la gran revolución agrícola ya señalada antes, y consistente en inmensas transferencias de propiedad luego de la Reforma inglesa. Como la alemana, también esta Reforma había comenzado primero como movimiento nacional contra el dominio extranjero de la Iglesia. Y como la alemana, la Reforma inglesa también tenía su causa económica muy real en las gigantescas sumas que la Iglesia percibía de los distintos países por intermedio de los diezmos y opresiones financieras, realizadas en sus propias posesiones territoriales, fuera de Italia. Los viejos señores feudales, así como los jóvenes capitalistas, se rebelaron contra esta fuga de

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plusproducto. Pero sólo en Inglaterra la Reforma condujo a expropiaciones decisivas. Sin pagar ninguna recompensa o sólo con pensiones limitadas a la duración de la vida de cada uno de los propietarios, Enrique VII expropió en Inglaterra a numerosos grandes terratenientes católico-romanos, claustros y otras comunidades religiosas que apoyaban al Papa; sus posesiones territoriales fueron divididas entre los favoritos del rey, a menudo grandes burgueses o pequeños nobles, mientras el rey se reservaba grandes posesiones para si mismo. Marx escribe, a propósito del significado de la Reforma en Inglaterra: el patrimonio eclesiástico era el baluarte religioso detrás del cual se atrincheraba el viejo régimen de propiedad territorial. Al derrumbarse aquél, este no podía mantenerse tampoco en pie. Con el paso de propiedades tan grandes de manos feudales a manos capitalistas, no sólo fue interrumpida netamente la continuidad de la propiedad, tan importante para todo orden social; no sólo se realizó así una revolución desde arriba, sino que al mismo tiempo también se cerró el camino (en el sentido más literal de la palabra) a la base de existencia de las masas de trabajadores agrícolas. Una gran parte de estas tierras fue destinada al pastoreo de ovinos. En resumen, el siglo XVI, siglo de la era capitalista en Europa, acarreó a Inglaterra “luego de los acontecimientos del período anterior” una revolución agrícola desde arriba, un importante mejoramiento en los métodos de producción, un fuerte desplazamiento de la propiedad con expropiaciones sin recompensa a grandes señores feudales (comprendida también la Iglesia), un saqueo en gran escala de las bases de existencia de las masas trabajadores agrícolas: en pocas palabras una ocurriría por ejemplo en la agricultura alemana, a comienzos del siglo XIX, cuando los junkers adoptaron los métodos capitalistas de explotación. Y en efecto, entonces los junkers alemanes del siglo XVIII no serían sustituidos por burgueses, como en cambio ocurrió en Inglaterra durante el siglo XVI. Paralelamente a esta conquista de la agricultura, y a menudo aún antes, el capitalismo también se subordinó a la industria. Sin embargo, este movimiento en su conjunto se produjo de manera tal que sus formas no se distinguieron de las comunes en el continente y la aparición del comerciante-productor y del productorcomerciante no fue distinta en Inglaterra respecto de Italia, Francia u Holanda. Pero naturalmente, era imposible llevar a cabo en la agricultura una revolución tan efectiva como la que tuvo lugar en Inglaterra sin que también se hicieran sentir sus consecuencias en “la industria”. A decir verdad, el desarrollo de la industria capitalista en Inglaterra no fue distinto al continental. Sin embargo, fueron distintas las dimensiones de este desarrollo y la composición de los “grandes capitalistas” en la industria. Las dimensiones eran mucho mayores, en cuanto en

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Inglaterra, después de la revolución agraria, era mucho mayor el número de los trabajadores libres a disposición de la industria que el existente en el continente. El hecho de que burgueses o miembros de la pequeña nobleza se hubieran transformado en grandes terratenientes con métodos de producción capitalistas revolución que en parte fue mucho más allá de lo que y con ideología burguesa, y que una considerable parte de la agricultura se dedicara a la producción de una materia prima industrial “la lana”, creó la posibilidad de que se estableciera una estrecha vinculación entre agricultura e industria capitalistas, vinculación que no se verifico en la misma medida en el continente, cuya agricultura aún producía con métodos feudales. Eran varios los casos de capitalistas que dominaban la industria de la lana desde la cría de ovinos en grandes propiedades agrarias hasta el comercio de las telas. A esto debe agregarse además que muchos de los hijos menores de los grandes terratenientes se trasladaban a la ciudad para acumular capital y extraer ganancias de industrias no relacionadas con la agricultura. De aquí resultó que también la composición del patriciado ciudadano en Inglaterra, en el periodo de tránsito, resultaba distinta que la del continente: la proporción de nobles era mucho mayor y las relaciones capitalistas entre ciudad y campo más estrechas. Hay que señalar también algo mucho más categórico: mientras en el continente incluso bajo el primer capitalismo la división feudal entre ciudad y campo todavía continuaba, en Inglaterra desapareció en gran parte en el siglo XVI, para dar sitio a la contradicción capitalista entre ciudad y campo. Por otra parte, también en Inglaterra encontramos, lógicamente, muchos fenómenos reaccionarios, tal como podemos observarlos en otros países. Vemos cómo las corporaciones combatían la producción capitalista, cómo la nueva industria se establecía frecuentemente en el campo para escapar del aire de la ciudad, que ya no era tan libre. Ahora se decía a menudo: el aire del campo da libertad. Esto se explica porque en una sociedad en la cual en el campo se trabajaba ya con métodos de producción capitalista, mientras en la ciudad el poder estaba todavía en manos de las corporaciones, la industria era más libre en el campo, así como a la inversa bajo el feudalismo el campesino era más libre en la ciudad. Las limitaciones tendían muchas veces a extenderse a toda la periferia agraria, creando una nueva situación de máxima falta de libertad en la industria. La reacción ciudadana trataba de conquistar al campo, que se había liberado del feudalismo. Se establecían monopolios (profundamente distintos, como es lógico, de los monopolios de nuestro tiempo), consecuencia tanto de la reacción monárquica como en cierto modo de la de las corporaciones. En esto los rasgos reaccionarios de las corporaciones desbordaron el cuadro ciudadano, extendiendo el principio de la no libertad en la industria hasta tal punto que la producción era reservada como monopolio a una sola sociedad, con exclusión de toda

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competencia en la región (y en particular de la competencia que creaba la industria que se había retirado al campo). El interés de los monarcas en los monopolios estaba dado por el hecho de que participaban de ganancias enormes y segaras. En muchos casos eran monopolistas personas de la corte y ricos ciudadanos de Londres, que de ese modo terminaban por hallarse en contradicción con los capitalistas y las corporaciones de la provincia. Las primeras luchas parlamentarias contra los monopolios tuvieron lugar en el año 1601, es decir, todavía bajo la reina Isabel, que supo extraer ganancias enormes tanto de los monopolios reaccionarios como de las empresas comerciales progresistas. Además, en algunas partes de Inglaterra había todavía muchos residuos feudales en la agricultura. Mientras provincias enteras, grandes zonas del país en el siglo XVI ya eran de economía capitalista, había otras en las que todavía existía el feudalismo. Estos fuertes residuos feudales pudieron conservarse en cuanto la forma económica y social capitalista se había transformado en sistema dominante mediante una revolución desde arriba y no a través de una revolución popular, como sucedería mas tarde en Francia. Sólo una revolución hecha por el pueblo, que rompe por doquier y en profundidad con el sistema anterior, es capaz de crear una base sólida para la nueva sociedad, en la que los restos reaccionarios pueden sabotear, en el peor de los casos, pero jamás provocar una insurrección contrarrevolucionaria de grandes proporciones. En los primeros decenios del siglo XVII había comenzado seriamente la reacción en el continente, conduciendo a término la propia contrarrevolución en forma victoriosa y en escaso tiempo. En todos los países, nuevamente predominaban en la agricultura las relaciones feudales de dependencia, esto se puede afirmar mientras declinaba el capitalismo urbano tanto para la católica Italia como para la Holanda, protestante. La dirección de la reacción feudal estaba a punto de pasar de la España de los Habsburgo a Francia. La única isla capitalista en este mundo feudal era Inglaterra y no sorprende que los restos del mundo feudal que aún resistían en este país se aliaran con sus colegas, dominadores en el continente, para colocar de nuevo en el poder al feudalismo, también en Inglaterra, los intervencionistas más grandes eran Francia y la Iglesia católica romana; sus principales puntos de sostén, los señores feudales que dominaban en algunas regiones de Inglaterra, y en parte la corona misma durante los sucesos del reinado de Isabel. Se asociaron a ellos monopolistas no ligados a la agricultura, que en cierto modo eran como los amos de corporaciones, desarrollados en formas gigantescas y que se servían de todos los métodos posibles de producción y de comercio para obstaculizar el desarrollo industrial.

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Con Carlos I, que tenía por mujer a una francesa, la reacción parte al asalto y llega a conquistar posiciones, en parte creando nuevos monopolios en el campo industrial, en parte ubicando terratenientes feudales en importantes puestos de gobierno. Debido a intereses económicos muy concretos, la reacción contó, como fuertes propagandistas, con funcionarios dirigentes de la Iglesia católica. Pero “y esto muestra toda la fuerza del capitalismo inglés” las instituciones democráticas del país, el Parlamento y a menudo también la administración provincial, relativamente independiente de los órganos ejecutivos del rey, cierran el camino al feudalismo. Se llega a un conflicto entre el rey y el Parlamento, que conduce a una dictadura, declarada por la corona hasta lograr imponerse. Pero cuanto mas dictatorialmente procede la reacción, tanto más fuerte se hace la resistencia de las fuerzas capitalistas, a las que también se unen estratos urbanos que, aun no produciendo en forma capitalista sufren, como muchas corporaciones, el peso de los monopolios. Las fuerzas progresistas reciben ayudas ulteriores, no solo de muchos grandes terratenientes enriquecidos poco antes, y que temen, en caso de restauración del feudalismo, el verse obligados a devolver todo lo robado en los últimos cien años y que representa entre los poderosos del país el mayor sostén del capitalismo; reciben también ayuda de los numerosos grandes campesinos o pequeños señores que, con el feudalismo, se encontraban sujetos nuevamente a relaciones de dependencia y debían dividir con los grandes señores feudales el plusproducto del que se apropiaban. La revolución inglesa, que estalla en el año 1640, no es por lo tanto el gran movimiento popular después del cual el capitalismo ve allanado su camino. El capitalismo no llega al poder con la revolución de Cromwell. Este violento movimiento produce sí el aplastamiento definitivo del feudalismo, el definitivo asegurarse del capitalismo contra la reacción feudal. El hecho de que las masas de trabajadores de ciudad y campo, y una parte de la nobleza, sobre todo de la nueva gran nobleza, que actúa unida al pueblo para defender su nueva gran propiedad territorial, se subleven contra la reacción que amenaza en su existencia al sistema capitalista y que, como ya lo ha hecho en el continente, quiere restaurar el feudalismo; este hecho, de gran importancia en la historia de la humanidad, constituye la primera revolución victoriosa de la edad moderna, que, sin determinar un cambio del sistema, estabiliza el nuevo y da a Inglaterra una ventaja social de más de cien años con respecto al continente. Aun historiadores progresistas ingleses han entendido mal el significado de la revolución de 1640 atribuyéndole un sentido distinto del que tiene efectivamente. Para estos historiadores la revolución inglesa de 1640 es la gran batalla que abate al sistema feudal y lleva al poder al capitalista. Pero si examinamos los sectores dominantes, aun en la corte de Isabel, las estirpes de los grandes señores, de los

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Cecil y Walsingham o como se llamen, su forma de producción y la historia de la acumulación de su riqueza, vemos que el capitalismo ya en el siglo XVI llega a ser no sólo el método económico cada vez mas dominante, sino que los nuevos capitalistas ya detentan el poder político. Y si luego, con los Estuardo, encontramos un número creciente de señores feudales nuevamente en posiciones de mando y, junto a ellos, empresarios de industrias equipadas de manera anticapitalista, antidemocrática, además de señores eclesiásticos, esto es sólo un reflejo del poder creciente de la reacción. Pero el hecho de que la reacción no pueda imponerse fácilmente y de que se llegue a un conflicto armado, muestra cuán fuerte es ya el capitalismo. Si estudiamos las medidas de lucha decretadas por el Parlamento en la fase preparatoria de la guerra civil, veremos que á veces se trata de órdenes impartidas a las autoridades constituidas. El potente sector capitalista del aparato estatal es utilizado en la lucha contra la reacción; la mayor institución democrática del país, el Parlamento, da las órdenes. Es obvio que el aparato estatal, en la preparación y en el curso de la guerra, sufra cambios. Pero estos cambios no significan el derrocamiento de un poder estatal feudal sustituido por uno capitalista sino sólo la transformación del aparato estatal ya existente a fin de realizar victoriosamente la guerra contra la reacción, y de eliminar los fuertes residuos feudales que aún persisten, o bien las nuevas posiciones que la reacción feudal haya conquistado en numerosas instituciones de la administración. Lo mismo puede decirse para las importantes confiscaciones de tierra y para las reformas en la agricultura, aportadas por la revolución. Tampoco aquí se trata de introducir el capitalismo en la agricultura como un nuevo método de producción, ni de implantar sólidamente en la agricultura las fuerzas antifeudales, sino más bien de eliminar numerosos residuos feudales, de liquidar una serie de apoyos de la reacción feudal. Pero ciertos historiadores progresistas ingleses que piensan que Inglaterra sólo llega a ser un país capitalista con la revolución de 1640 están obligados a disminuir todo el significado del desarrollo producido en los dos siglos precedentes; y especialmente en el siglo XVI. Ellos pueden repetir la fórmula de Marx según la cual el siglo XVI es un siglo capitalista, para interpretarla en el sentido de que en este siglo en parte había formas económicas capitalistas, pero aún no una sociedad capitalista; pero tienen escrúpulos en citar a Engels, cuando afirman que el gran terrateniente ingles era en el siglo XVI un burgués, que vivía con fuentes de ingresos no feudales. Por eso no advierten el significado y la importancia del primer capitalismo ingles; lo disminuyen reduciéndolo a fenómeno superficial, desconocen el particular significado de la revolución inglesa de 1640, que sola tuvo la fuerza de repeler hacia airas a la oleada reaccionaria, precisamente mientras ésta predominaba en toda Europa.

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Desconocen también la gran diferencia existente entre la transición del sistema social capitalista al socialista y todas las otras transiciones precedentes. Piensan que el tránsito del feudalismo al capitalismo sólo puede tener lugar después de una revolución de las grandes masas de la población. Pero esto no es totalmente justo. Sólo la sociedad socialista requiere que el paso se produzca con la participación total de las masas trabajadoras en la revolucionaria guerra de clase, ya que sólo ella no puede ser preparada económicamente mediante la gradual conquista de posiciones cada vez más fuertes en la economía por los estratos que mañana serán loa dirigentes. Los obreros pueden asegurarse las posiciones económicas “que ahora también serán las decisivas” sólo después de la revolución política. En cambio, para el tránsito de la sociedad feudal a la capitalista basta un agotamiento de las clases dominantes a través de las guerras y una revolución desde arriba, fenómenos estos que se produjeron en Inglaterra y que fueron suficientes para garantizar a los capitalistas, cuya potencia económica era cada vez mayor, una parte esencial del poder político ya en el siglo XVI, pero para liquidar definitivamente a la reacción, y también porque ella recibía del resto del mundo aliento y ayuda muy concretas, Inglaterra necesitó la revolución. El objetivo de la revolución de 1640 fue el de aplastar definitivamente a la reacción, garantizar el dominio del capitalismo, y la revolución llevó a cabo magníficamente tal finalidad. Gracias a la revolución, la historia inglesa en los siglos sucesivos seguirá un curso profundamente distinto al del continente donde, en cambio la reacción ganó la partida, donde el capitalismo en sus primeras formas fue empujado hacia atrás y solo más tarde pudo tomar impulso para un mayor desarrollo. Después de la revolución inglesa el dominio del capitalismo está definitivamente asegurado. En el siglo siguiente vemos cómo se eleva el nivel técnico de la agricultura; sobre todo la cría de ganado se practica poco a poco de modo cada vez más científico y llega a ser el ejemplo para el desarrollo capitalista que tendrá lugar posteriormente en el continente. La situación de las masas en el campo sigue siendo mala, y a menudo llega a ser peor que la anterior a la revolución; sin embargo, esto no excluye mejoras ocasionales, como las de la primera mitad del siglo XVIII. Pero, de cualquier modo, la ampliación de la cría de ovinos y los robos de tierras comunales ponen en libertad a un número cada vez mayor de trabajadores agrícolas, y los adiestra en el ejercicio de la industria en desarrollo. El aumento de la producción de productos no agrícolas, a decir verdad, no es rápido; pero el desarrollo se produce continuamente. La industria textil, en particular la de la lana, ocupa un lugar eminente, desarrollándose en ella junto a la manufactura la industria a domicilio (esto es la unión de varios oficios o bien la ampliación del taller y su transformación en gran lugar de trabajo). La

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racionalización y especialización del proceso productivo, ligada a este desarrollo, conducen a una elevación del rendimiento del trabajo y a una correspondiente disminución del costo de la producción. La industria minera gana en importancia; aquí observamos también algunos progresos técnicos. El crecimiento del imperio colonial inglés continúa durante los siglos XVII y XVIII; materias primas y productos alimenticios afluyen a la metrópoli a precios relativamente módicos y la flota inglesa asegura para el país un monopolio comercial en amplias zonas del mundo. Hasta se puede afirmar que si el siglo XIX lleva a Inglaterra al dominio mundial en el sector de la fabricación, este dominio es sólo un elemento que acompaña al monopolio comercial inglés y va detrás suyo. Por lo general, las colonias no pueden exportar las materias primas importantes para la producción Industrial si no es a Inglaterra. Y tampoco pueden importar productos elaborados de otras regiones que no sea Inglaterra. A veces les está vedado producir productos elaborados para hacer de ellos un mercado exclusivo de la industria inglesa. También para el tráfico debe utilizarse sólo naves inglesas. La gran ventaja que Inglaterra se había asegurado definitivamente en su desarrollo con la revolución de 1640 fue aprovechada por los capitalistas ingleses para garantizarse, en el cuadro de las primeras formas económicas capitalistas y en el período de transición a la producción manufacturera en gran escala, una posición de monopolio mundial. Los capitalistas ingleses vivían fuertes en ganancias y de ganancias extras, de la usurpación de plusproducto y de plusvalor en todas las regiones del mundo, todo gracias a su posición de monopolio.

Proceso de Comprensión y Análisis •

¿Qué se entiende por deslinde?



¿Cómo se puede caracterizar la revolución de los precios en Inglaterra?



¿Quiénes son los Tudores y porqué son importantes para el afianzamiento de la revolución agraria?



¿Cómo se puede caracterizar la granja capitalista?

Solución de Problemas •

¿El proceso vivido en Inglaterra durante los siglos XV y XVI se puede entender como una revolución agraria o como un capitalismo agrario?

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¿Podría haberse presentado la revolución industrial sin que hubiese existido una oferta progresiva de mano de obra libre?



¿Qué diferencia existe entre el comerciante-productor y el productorcomerciante?

Síntesis Creativa y Argumentativa •

Señalar en la lectura los diez párrafos más representativos. De cada uno de ellos extraer la idea principal. De cada una de estas extraer la palabra clave; con las diez palabras claves diseñar un esquema conceptual.

Autoevaluación •

¿Qué se entiende por revolución agraria?



¿Qué relación tiene la reforma protestante con la reforma agraria?



¿Cuáles fueron las condiciones previas a la reforma agraria?



¿Por qué en el continente europeo no se presentan las condiciones que en Inglaterra permitieron la revolución agraria?



¿Cómo se explican los problemas de la propiedad y del salario desde la reforma agraria?

Repaso Significativo •

Socializar con los miembros de la Cipa el esquema conceptual elaborado en la síntesis creativa y a partir de ello elaborar un esquema en común para el grupo de trabajo.

Bibliografía Sugerida A, EFIMOV y otros. Historia moderna de 1642 a 1918. México: Editorial Grijalbo, 1975.

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Inglaterra: Revolución Industrial y Desarrollo de Capitalismo

DEANE, Phyllis. La primera revolución industrial. Barcelona: ediciones península, 1975. KUCZYNSKI, Jürgen. Limitada, 1975.

Breve historia de la economía.

Bogotá:

Ediciones Ideas

Y. F. Avdakov y otro. Historia económica de los países capitalista. Editorial Grijalbo. 1965.

México:

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UNIDAD 2: La Revolución Industrial en Inglaterra Descripción Temática Como la revolución industrial se produjo por primera vez en Gran Bretaña, este país se convirtió durante mucho tiempo en el primer productor de bienes industriales durante gran parte del siglo XVIII. Se constituye un creciente comercio exportador, tanto de textiles como de artículos industriales (siderurgia), inicialmente, pero los nuevos métodos y tecnologías se fueron extendiendo a otras ramas de la producción como el transporte (ferrocarriles), la comunicación (invención del telégrafo) y el comercio (nacimiento de grandes almacenes). Pero los cambios más importantes se dieron en la organización del proceso productivo: la liberación de la fuerza de trabajo condujo a la transformación del trabajador: de campesino a obrero fabril, lo cual implicó la migración del campo a la ciudad; el paso del taller a las fábricas, las cuales iban en aumento de tamaño; el incremento de la especialización laboral, lo que empieza a exigir nuevos niveles educativos; el uso intensivo del capital y la maquinaria con el fin de incrementar la producción y dinamizar el proceso. Para comprender este proceso, estos los hechos constituyen el marco central de la presente unidad, a continuación se describen desde su contexto, para así lograr un mayor acercamiento a la época estudiada.

Horizontes •

Analizar las transformaciones que en orden político, económico y social se dan en Inglaterra durante el proceso de la revolución industrial.



Comprender los fenómenos que empiezan a surgir a partir del cambio en los medios y modos de producción inglesa.



Determinar las condiciones bajo las cuales surge la clase obrera proletaria y su protagonismo en el desarrollo de la revolución industrial estudiando las UNIVERSIDAD DE PAMPLONA – Centro de Educación a Distancia

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transformaciones que en cuanto a las relaciones sociales de producción la revolución industrial determina.

Núcleos Temáticos y Problemáticos •

Papel de Inglaterra en la Historia del Capitalismo



Causas y Premisas de la Revolución Industrial



Los Inventos Técnicos



El Curso de la Revolución Industrial



Consecuencias de la Revolución Industrial

Proceso de Información 2.1

PAPEL DE INGLATERRA EN LA HISTORIA DEL CAPITALISMO2

Marx y Engels mostraron, siempre extraordinario interés por la historia del capitalismo inglés. Ya en sus años jóvenes, Engels realizó un estudio sobre la situación de la clase obrera en Inglaterra, revelando elementos muy esenciales de su sistema fabril, de la revolución industrial, de la formación de la clase obrera y de su lucha contra la burguesía. En su genial obra El Capital, hizo Marx un profundo e inspirado análisis de la historia del capitalismo inglés. El mismo tema fue tratado reiteradamente en las obras de Lenin. Ello se debe a que la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX desempeñó un papel de extraordinaria magnitud en la historia del capitalismo. Ciertamente, no se le debe exagerar. Es errónea la opinión de que Inglaterra fue la cuna del capitalismo. Las primeras formas de producción capitalistas, encarnadas en el sistema manufacturero, surgieron en Italia en los siglos XIV y XV, pero la auténtica patria del capitalismo manufacturero fueron los Países Bajos, en los siglos XVI y XVII. A ello se debe que Marx subrayase que los holandeses del siglo XVII constituían la nación más desarrollada en el sentido capitalista. Pero Inglaterra fue la cuna del sistema fabril, una fase mas madura del capitalismo, que posibilitó el triunfo general del régimen de producción capitalista. La revolución industrial en Inglaterra creó las premisas económicas para ello. Cronológicamente coincidió con los grandiosos acontecimientos de la revolución 2

Tomado de Historia Económica de los Países capitalistas. Y. F. ANDAKOV y F. Y. POLIANSKI. Grijalbo.

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antifeudal de Francia a fines del siglo XVIII. De este modo, el régimen feudal europeo sufrió un golpe demoledor. La victoria del capitalismo sobre el feudalismo se hizo más indiscutible, acelerándose la desintegración del sistema feudal incluso en Alemania, Polonia, Rusia, Japón y China. A partir de la revolución industrial en Inglaterra, iniciase la marcha triunfal del capitalismo por el globo. Con ayuda de las mercancías baratas, el capitalismo “como decía Marx” iba derribando todas las murallas chinas erigidas por la historia. Se trataba de una expansión insólita de la esclavitud asalariada, que pasó a ser el destino de los artesanos y campesinos libres, y no sólo de los antiguos siervos. Cientos de millones de personas se convirtieron en objeto de cruel explotación. 2.2

CAUSAS Y PREMISAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Frecuentemente, los historiadores y economistas burgueses establecen un nexo entre la revolución industrial y la inventiva de los ingleses, su famoso practicismo, su habilidad comercial, etc. Sobre todo se ensalza la figura de Arkwright, como fundador genial del sistema fabril y como un verdadero “genio capitalista”. La tradicional fraseología sobre el ingenio de los anglosajones, que ofrendaron al mundo el sistema fabril, es utilizada actualmente en la demagogia racial del imperialismo anglo-americano, sedicentemente llamado por la propia historia a “dirigir el mundo”, es decir, a explotarlo. En realidad, la revolución industrial de Inglaterra no constituyó un fenómeno puramente técnico ni de origen exclusivamente inglés. Esta revolución era de índole económico-social, y no fue sólo en Inglaterra donde se fueron forjando las premisas para el nacimiento y la implantación del sistema fabril. Se formaron también en otros países. No ofrece duda que el preludio de las invenciones técnicas realizadas por los ingleses en los siglos XVIII y XIX fue el desarrollo de la ciencia a fines de la Edad Media. Numerosos descubrimientos se llevaron a cabo en Rusia, como lo demuestran los trabajos del ingeniero científico M. L. Lomonósov. En Italia, Francia, Alemania y otros países, también progresó mucho la ciencia. Sin el empleo en gran escala de la máquina de hilar en, los países europeos mucho antes de la revolución industrial, no es posible ni siquiera imaginarse las innovaciones técnicas de la industria textil inglesa en el siglo XVIII. Para crear la máquina de vapor, Newcommen y Watt se basaron en los estudios de Savary en 1763, o sea, antes que Watt, el genial inventor autodidacta ruso I. Polzunov construyó una máquina de vapor en Barnaúl. Y mucho antes que Arkwright (1760), el mercader ruso Rodión Glinkov creó un sistema de máquinas de hilar con motor hidráulico. Importantes inventos se realizaron a fines del siglo

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XIX en Francia: la hiladora de lino y la máquina de Jacquard para tejidos con cenefa, así como en los Estados Unidos (el barco de vapor de Fulton, etc). Para montar la industria fabril se requerían grandes inversiones, muy diversos tipos de materias primas y materiales auxiliares. Los recursos económicos necesarios para ello fueron, en buena parte, producto del trabajo de otros pueblos a los que la burguesía inglesa explotaba en gran escala. Ya en el siglo XVII, los burgueses afirmaban que “la riqueza de Inglaterra está en el comercio exterior”, como escribía el ideólogo del mercantilismo T. Man. Este tipo de comercio proporcionaba a los ingleses enormes ganancias y constituyó la fuente de grandes capitales. Rusia se exportaba a Inglaterra mucha resina, lino y cáñamo, fundamentalísimo para importantes ramas de la industria británica. Inglaterra recibía de Rusia, a precios bajos, hasta artículos industriales (lona y hierro). Sin la lona rusa hubiera sido imposible equipar a la marina inglesa, y ala el hierro de los Urales tampoco se hubiera podido producir muchos tipos de maquinaria industrial Hasta fines del siglo XVIII, este hierro se enviaba a Inglaterra en grandes partidas. En 1797 se exportaron 2.397.000 puds. Al mismo tiempo, Inglaterra importó gran cantidad de hierro sueco. El volumen del comercio exterior inglés de los siglos XVII y XVIII experimentó un incremento notable desde 1720 harta 1760, las mercancías exportadas se duplicaron con exceso, y su valor creció más todavía. De 1760 a 1800 el valor de las exportaciones aumentó en 2.7 veces, alcanzando la cifra de 55.831.000 libias esterlinas en 1800. En todo caso no cabe duda, que la revolución industrial inglesa se basó en los recursos económicos de muchos países, cuya explotación comercial proporcionó a la burguesía inglesa enormes capitales. Los mayores recursos fueron obtenidos mediante el inaudito saqueo de las colonias en los siglos XVII y XVIII. Las posesiones coloniales representaban una fuente inagotable de materia prima barata, muchas veces gratuita. Dándose cuenta del valor del botín colonial, la burguesía inglesa Iba extendiendo su garra sobre las colonias. Según es notorio, el Célebre Cromwell, tan glorificado por los historiadores burgueses, perpetró en irlanda una matanza que duró desde 1649 hasta 1652 y que fue acompañada del pillaje de sus territorios y de incontables calamidades para sus habitantes. Irlanda se convirtió en una colonia interior del capitalismo inglés. En 1655 fue ocupada Jamaica, que luego paso a ser un importante centro de esclavitud en las plantaciones. En el siglo XVIII se entabló una dura lucha con Francia por el dominio colonial. Como resultado de la Guerra de Sucesión española, Inglaterra, con arreglo a la paz de Utrecht, de 1713, se apoderó de Gibraltar, Terranova y la zona de la bahía de Hudson. Tras la Guerra de Siete Anos fue conquistado el Canadá, que pertenecía a Francia. La India cayó en manos de los ingleses, que,

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en 1765, hicieron suya Bengala y la región de Madrás, así como los grandes principados de Aud, Benarés, Karnatic y otros. La conquista de la India llevó aparejado su saqueo. En 1778, Australia fue declarada colonia inglesa, y en 1796, el yugo colonial cayó sobre Ceilán. Aprovechando la debilidad de Holanda durante la época de las guerras napoleónicas, Inglaterra ocupó en 1806 la colonia de El Cabo, poniendo comienzo a su dominación en el África del Sur. Los colonizadores ingleses resultaron los peores enemigos de los pueblos de Asia, de África y de América. La primera expedición de piratas en busca de esclavos se efectuó el 1562 bajo la dirección de Hawkins. En un principio, el centro del comercio esclavista inglés era Bristol, y los negros de las plantaciones de Barbados (Indias Occidentales) tenían que rescatar su propio precio en año y medio. Ya en el siglo XVII, la trata de negros recibió el apoyo del gobierno de Carlos II, y en 1663 fue confiado a la Compañía Real de Empresarios para el Comercio con África. En la segunda mitad del siglo XVIII se incrementó más aún el comercio esclavista. En 1760 se dedicaban a estas actividades 146 barcos capaces de transportar 36.000 esclavos, y en 1771 eran ya cerca de 190 embarcaciones con capacidad para 47.000. Del volumen de este tráfico nos da idea el hecho de que entre 1700 y 1796 fueron llevados a jamaica 610.000 esclavos, y entre 1680 y 1786 fueron transportados a todas las colonias inglesas más de dos millones. Se estima que durante el siglo XVIII, los ingleses condujeron a las plantaciones francesas y españolas medio millón de negros. A partir de 1709, la ciudad de Liverpool se dedicó al comercio esclavista, y poco a poco se convirtió en su centro fundamental. En 1771, una tercera parte de la flota inglesa estaba ocupada en el transporte de esclavos, y en 1795, en Liverpool se concentraban cinco octavas partes del comercio esclavista inglés. En la Inglaterra de los siglos XVII y XVIII era característico el denominado comercio triangular: buques cargados de chucherías y de “toda clase de bagatelas” zarpaban para África; allí cargaban su "mercancía viviente” y la llevaban a las Indias Occidentales donde, después de vender su "ébano", compraban azúcar, algodón, índigo, melaza y otros artículos que llevaban a Inglaterra. Este tráfico producía ganancias extraordinarias. Al mismo tiempo, los ingleses fueron creando plantaciones en Jamaica, Barbados y otras tierras, donde implantaron la esclavitud, que resultó muy lucrativa. Se calcula que la explotación de un negro allí proporcionaba una ganancia igual a la del trabajo de siete personas en Inglaterra. Una de las premisas de la revolución industrial en Inglaterra fue la expropiación de los campesinos, con la que se crearon suficientes reservas de mano de obra para el incremento de la industria fabril. Esta disociación masiva del productor directo respecto de los medios de producción fue el principal resultado de la acumulación originaria del capital, y representó la

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premisa máxima de la revolución industrial. La supresión de las antiguas relaciones agrarias en Inglaterra se inició ya en el siglo XV, y en el XVI adquirió verdadera rapidez. La burguesía inglesa, aliada a la aristocracia, salvó el sistema terrateniente, pues ella misma tenía sed de tierra y deseaba preservarse de todo ataque a su propiedad. Las reformas se redujeron a la venta de las tierras episcopales y reales, así como, parcialmente, de las de la nobleza (como represalia contra los realistas), y a la abolición de las “fincas de los caballeros” (1646) y de los tributos para la corona. Cromwell envió tropas para custodiar a los terratenientes dedicados al deslinde. Se conservó incluso el copy hold, es decir, el sistema de parcelas tributarias. Inglaterra emprendió el camino terrateniente de desarrollo del capitalismo, o sea, el más peligroso y duro para los campesinos. Pero este camino tenía sus peculiaridades. A diferencia de los junkers alemanes y de los hacendados rusos, los aristócratas ingleses preferían dar la tierra en arriendo. En Inglaterra arraigó profundamente el sistema terrateniente y el de la granja capitalista. Por otra parte, la presión del capital fue más grande aquí: buena parte de la tierra fue adquirida por la burguesía. En el siglo XVIII se aceleró extraordinariamente el proceso de desaparición del campesinado inglés, que se expresó en el deslinde dentro de las tierras comunales y en la llamada "consolidación de las granjas", que presuponía la supresión de las pequeñas parcelas en usufructo. El granjero capitalista, el arrendatario tuerte, venia a reemplazar al copy holder y al free holder. El Parlamento inglés, atento a servir a los terratenientes, apoyó los deslindes y sostuvo una intensa ofensiva contra los campesinos, promulgando leyes y más leyes que permitían los deslindes. Eran disposiciones de "depredación de los bienes del pueblo". Por último, en 1801 se dictó la "Ley de deslindes", que daba a los hacendados mano libre para robar impunemente a los campesinos. De 1700 a 1760 fueron cercados alrededor de 338.000 acres de tierra, y desde 1760 a 1797, cerca de 2.980.000. A comienzos del siglo XIX aumentaron los deslindes. Sólo en dos decenios (17981830) se colocaron cercas a unos tres millones de acres. Ni siquiera los campesinos que poseían tierra propia resistieron la ofensiva de los terratenientes y capitalistas: sus parcelas eran vendidas o enajenadas por otros medios. Hasta los hidalgos de rango mediano y pequeño perdían sus posesiones. Así, pues, en la segunda mitad del siglo XVIII y a comienzos del XIX se verificó la revolución agraria. Fue precisamente ella la que creó enormes reservas de obreros asalariados. La esclavitud en las colonias y el pauperismo en la propia Inglaterra constituyeron el fundamento de su desarrollo industrial. Una peculiaridad de la evolución del agro inglés consistió en que la expropiación de los campesinos había

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sido consumada. En ningún país del mundo fue tan dura la supresión del régimen feudal en el campo como en Inglaterra. Ello, indudablemente, fortaleció las posiciones del capitalismo. La destrucción del régimen feudal en el campo inglés duró siglos y se llevó a cabo en las condiciones más difíciles para los campesinos. Sin embargo, objetivamente fue de índole progresiva y aceleró el desarrollo de la agricultura. Los progresos de ésta ampliaron la base de materias primas de la industria, particularmente del ramo textil, a la vez que el capitalismo se desarrollaba en el campo, iba ampliándose el mercado interior para los productos industriales. Ya en el siglo XVII se realizan considerables cambios y se observan tendencias progresistas en el agro inglés. Las sementeras de cereales de invierno se labraban tres veces; el voluminoso arado de dos ruedas, que debía ser tirado por seis yuntas de bueyes, fue sustituido por otro más liviano, sin ruedas, que podían arrastrar dos caballos. Las faenas se realizaban con rapidez mucho mayor. En algunas zonas de Oxfordshire comenzó a practicarse la cuádruple rotación (trigo, leguminosas, cebada y barbecho). Aumentó el interés por el abono del suelo y por el empleo de la marga y de la cal Incrementase el rendimiento, y en los años buenos se obtenían cosechas de 15 a 25 buahela de trigo por acre. En el siglo XVIII siguió progresando la agricultura inglesa. Por tal razón extendióse mucho el área de cultivo. En 1688 se labraban 9 millones de acres. En este siglo, la superficie cultivada creció en 4 millones de acres. El nabo y la alfalfa pasan a ser la base del nuevo sistema agrícola. Al finalizar el siglo se difunde el cultivo de la patata, que rinde de 200 a 300 bushels por acre. Gracias a loa nuevos métodos agrícolas, indisolublemente vinculados a la liquidación del sistema de "campos abiertos", la productividad del trigo se elevó desde 15 hasta 25 bushels por acre, y la de cebada, desde 24 hasta 40. Inglaterra comenzó a producir tantos cereales, que no sólo bastaban para satisfacer las necesidades internas, sino que llegó a exportarlos en considerable cantidad. Sin embargo, estos progresos de la agricultura fueron el fruto de una cruel expropiación de los campesinos y de la dura explotación de los braceros. Según Arthur Young, el salario real de 1801 apenas llegaba a la mitad de lo que el bracero cobraba 60 años antes. Todas las ventajas de los adelantos técnicos favorecieron a los granjeros, como explotadores de trabajo asalariado, quienes multiplicaron sus capitales, logrando pingües ganancias. Pero los más beneficiados fueron los terratenientes, cuyas rentas se elevaron verticalmente: entre 1790 y 1821 crecieron, por lo menos, en el 70 por ciento.

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En la preparación económica y técnica de la revolución industrial inglesa desempeñó un papel relevante la industria textil lanera. Cierto que la revolución comenzó por la del algodón, pero no por ello deja de ser cierto lo dicho. El impetuoso desarrollo de la producción textil algodonera desde 1760 se basaba en los anteriores avances de la industria inglesa en general y, ante todo, de las pañerías. En un folleto publicado en 1679 se afirmaba que 700.000 ingleses estaban vinculados a la industria textil lanera, de la cual dependían. En el siglo XVIII, la producción de paños adquirió tales proporciones, que los empresarios tuvieron que importar lana a causa de la escasez que se hizo notar. Entre 1660 y 1680, la importación anual de lana llegó a dos millones de libras. En 1699-1701, los géneros de lana constituían dos tercios de la exportación inglesa, y en 17691771, una tercera parte. El peso de estos artículos dentro de la exportación inglesa disminuyó a lo largo del siglo XVIII, pero siguió siendo muy grande. Durante los siglos XVII y XVIII existían en Inglaterra centros permanentes de la industria del paño. Había, incluso, una especialización establecida entre ellos. En la zona de York y en el condado de Kent se fabricaban paños gruesos de diversos tipos; en los condados occidentales, telas más ligeras, y en el este del país, diferentes clases de paños y tejidos de lana. Se distinguían estas zonas incluso en el sentido económico-social. En York había arraigado la artesanía, con empleo de oficiales y de lana comprada. Por el contrario, en Inglaterra occidental, la artesanía había perdido ya su independencia: la industria había caído en manos de grandes empresas manufactureras y predominaba de manera firme el sistema de trabajo a domicilio. También en los condados del Este, la producción de paños había adquirido una organización capitalista, de tipo manufacturero. Fue precisamente la industria, lanera la que preparó los cientos de miles de hilanderos y tejedores que posteriormente habrían de ser aprovechados por la industria textil algodonera al crearse las primeras fábricas. El incremento de las pañerías expresaba los cambios más progresivos operados en la economía de Inglaterra y los estimulaba. Para la historia de la revolución industrial fue de gran trascendencia el sistema manufacturero. Marx y Engels fueron los primeros en revelar el activo papel de las manufacturas y sus contradicciones en la preparación económica y técnica de sistema fabril. Técnicamente, las empresas manufactureras eran el preludio de la aparición de la maquinaria. El período manufacturero simplifica y perfecciona los instrumentos de trabajo, con lo cual sienta una de las premisas materiales de la aparición de las máquinas como combinación de varios o muchos instrumentos simples. Marx consideraba que uno de los frutos más acabados del sistema manufacturero era el taller de fabricación de los propios instrumentos de trabajo y sobre todo de los aparatos mecánicos complicados.

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Pero la cosa no se reducía a la preparación técnica de la aparición de la maquinaria. Esta última había tenido ya aplicación parcial en las empresas manufactureras. Un ejemplo evidente de ello nos lo ofrecen los molinos de trituración de trapos en las manufacturas textiles de algodón o las tronzaderas de mineral. Pero en las ramas avanzadas de la industria inglesa del siglo XVIII, que trabajaban para el mercado mundial, el sistema manufacturero se encontró en un callejón sin salida. Para la expansión del sistema capitalista eran ya un impedimento las contradicciones económicas de la manufactura, que disminuían sus ventajas en comparación con la industria artesana. La raíz de estas contradicciones se hallaba en la discordancia entre el carácter económico-social de la manufactura y su base técnica. La manufactura representaba ya una forma de gran producción capitalista, pero se sustentaba sobre la base técnica de la vieja industria artesana y en el trabajo manual, de tipo anticuado. Por tanto, el capitalismo no podía, en su forma manufacturera, dominar toda la producción industrial, eliminar la artesanía, aprovechar los mercados mundiales y las ventajas económicas de la producción en masa y aumentar el grado de explotación de la fuerza de trabajo. Un importante factor de la revolución industrial inglesa fue la competencia extranjera. La metalurgia británica, por ejemplo, tenia que sostener una fuerte lucha contra la competencia del hierro ruso y sueco. Con tal motivo se iniciaron los experimentos de utilización de la hulla en el proceso siderúrgico. A lo largo de todo el siglo XVIII, la industria textil algodonera de Inglaterra sufrió la competencia de la India. En 1696-1697 se prohibió llevar vestidos de percal indio y de seda persa. Sólo la revolución industrial salvó a Inglaterra de la rivalidad india. Como el arte textil hindú rayaba a mayor altura en los siglos XVI y XVII, Inglaterra tuvo que reorganizar su industria para superar la destreza de los maestros indios. Aparte de ello, la revolución industrial se aceleró en virtud de la competencia de las ramas similares. La producción textil algodonera avanzó en dura porfía con la producción lanera. De ahí que los empresarios algodoneros, si querían apoderarse del mercado y desplazar a los laneros, tuviesen que recurrir a una nueva base técnica. Un papel análogo fue el que desempeñaron las desproporciones que surgían entre determinadas fases del proceso de producción. Marx hacía constar especialmente la importancia de estas desproporciones en el aceleramiento de la revolución industrial. Por ejemplo, el empleo de la lanzadera dio lugar a una escasez de hilatura, y la utilización de las máquinas de hilar de Hargreaves, Arkwright y Crompton, a un exceso de ella y al retraso de los tejidos. El uso del carbón de piedra en los altos hornos incrementó extraordinariamente la fundición de hierro, pero su transformación en hierro maleable quedó atrasada. Surgió una

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desproporción que sólo fue eliminada al introducirse el método del pudelado, que aceleró la fundición. Al estudiar las premisas de la revolución industrial no debemos descartar la importancia de las ventajas geográficas y de los recursos de materias primas de Inglaterra. Después de los grandes descubrimientos geográficos y del desplazamiento de las rutas comerciales al océano Atlántico, la situación insular del país cobró una trascendencia excepcional por hallarse situado en la confluencia de dichas rutas, por cuya razón, su comercio podía desarrollarse sobre una base más sólida en los siglos XVI al XVIII. La situación insular de Inglaterra la preservaba de las guerras devastadoras. Dada la nueva situación histórica, adquirieron singular importancia los yacimientos de minerales y de hulla, que habían permanecido intactos cientos de años y que en los siglos XVI y XVII se utilizaron en muy escasa medida. Por último, es de señalar que la revolución industrial en Inglaterra tuvo sus premisas políticas. Ya en el siglo XVI se manifestaron acusadamente las tendencias burguesas en la política económica del absolutismo inglés. Siguió después la revolución antifeudal de 1642-1649, que sentó las bases políticas de la revolución industrial y estableció una serie de medidas que aceleraron el incremento del comercio y de la industria. Buena prueba de ello es su legislación agraria. El sistema tributario adoptó formas más similares a las del régimen burgués. En 1643 se implantó el impuesto del timbre, cuya recaudación se entregó en contrata a particulares. Ya en 1641 llevó a cabo la recaudación de "impuestos navales" y se decretó que, en lo sucesivo, sólo el Parlamento podría establecer las contribuciones. De este modo, la propiedad burguesa obtuvo garantías seguras. La legislación económica del protectorado de Cromwell era de carácter mercantil. En 1650 se creó la Comisión de Comercio, v en 1655, el Comité Permanente para los Problemas Económicos. En 1651 apareció la famosa Acta de Navegación, que prohibía el cabotaje de las embarcaciones extranjeras entre los puertos ingleses, que autorizaba a los extranjeros a llevar a Inglaterra solamente mercancías de sus respectivos países y que refrendaba el monopolio de los ingleses sobre el comercio con las colonias del Imperio. En 1657, Cromwell otorgó a la Compañía de las Indias Orientales una nueva Carta, confirmando sus derechos exclusivos. Después de aplastar las fuerzas revolucionarias del pueblo inglés, Cromwell preparó el triunfo de la reacción y la restauración de los Estuardos en 1660. Pero los Estuardos temieron abolir la legislación económica de la revolución y del protectorado. Sólo de manera parcial fueron devueltas, en 1660, las tierras confiscadas en el transcurso de la revolución a los realistas. A la aristocracia se le satisfizo de otro modo: en 1662 se promulgó la "ley de residencia", que prohibía a los braceros abandonar las parroquias en que trabajaban sin recibir el permiso necesario. En 1688 se abrogaron las tarifas para la exportación de grano, e incluso se fijó una recompensa a cargo del Estado (o, dicho más propiamente, a

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cargo de los contribuyentes) concediendo a los explotadores cinco chelines por cada quarter (ocho bushels), si el precio del mercado interior era inferior a 48 chelines el quarter de trigo. Los aranceles de importación se mantuvieron a gran altura. Quiere decirse que el contribuyente se veía obligado a abonar a los lores ingleses recompensas especiales para mantener la carestía. La política comercial e industrial de la época posterior a Cromwell siguió siendo mercantilista. Lo atestigua el hecho de que en 1663 fuese confirmada e incluso ampliada el Acta de Navegación. La Compañía de las Indias Orientales recibió una nueva Carta otorgándole el privilegio de hacer la guerra a los "Estados no cristianos". De tal modo, la empresa en cuestión se convirtió en un Estado dentro de otro. Investida del derecho de hacer la guerra y la paz, sometió a su pillaje continentes enteros. La política económica del Parlamento de la aristocracia tenia un carácter burgués, era mercantilista y contribuía al saqueo de las colonias y de los campesinos de la propia Inglaterra, acelerando también la revolución agraria. Consolidáronse las posiciones financieras del capitalismo inglés al constituirse, en 1684, el Banco de Inglaterra, con facultad para emitir billetes y descontar letras; recibiendo un fuerte estimulo la creación de sociedades anónimas. Las compañías coloniales gozaban de la protección del poder público. Persistía la prohibición de exportar lana y ovejas. En 1719 y 1750 se prohibió la emigración de obreros. Cuando se inició el tránsito a la producción mecanizada, se dictaron reiteradas disposiciones prohibiendo la importación de instrumentos, máquinas y planos. A los países económicamente atrasados se les imponían acuerdos comerciales beneficiosos para los comerciantes ingleses. El Tratado de 1703 hizo de Portugal un apéndice agrario de Inglaterra, abriendo sus mercados a los artículos industriales británicos. En el siglo XVIII, el Parlamento sancionó las guerras de rapiña, cada una de las cuales dio como fruto la conquista de nuevas colonias. La deuda pública iba siendo una carga cada vez más pesada: en 1702 equivalía a 12.800.000 libras esterlinas, y en 1763, a 126.800.000. El sistema de la Deuda Pública contribuyó activamente a ampliar el crédito, a movilizar los capitales y a enriquecer a los prestamistas a expensas de los contribuyentes. Así se estimuló las construcciones navales, de fábricas, etc. En el siglo XVII se fundó en Inglaterra el servicio de Correos, que en 1696 abarcaba ya a todo el país. En el siglo XVIII comenzó a practicarse el giro postal, lo que aceleró la circulación monetaria y consolidó el sistema de crédito. Fomentóse la construcción de caminos: en el siglo XVIII surgieron unas 1.100 compañías dedicadas a este menester, y en 1820 había en Inglaterra 20.875 millas de caminos construidos. En la segunda mitad del siglo XVIII se inició una amplia construcción de canales.

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2.3

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LOS INVENTOS TÉCNICOS

Por consiguiente, las premisas de la revolución industrial en Inglaterra fueron muy diversas, y algunas de ellas nacieron fuera de su territorio. No obstante, los méritos de los ingleses a este respecto son extraordinarios. Se les debe inventos de primera magnitud. Pero estas proezas de la innovación técnica no deben atribuirse a la burguesía. En lo fundamental, los ingeniosos inventores surgieron de entre la gente humilde, conocedora de su oficio o entendida en mecánica. Eran raros los empresarios inventores como Derby; algunos se apoderaron de inventos ajenos, como es el caso de Arkwright. Los mayores perfeccionamientos se verificaron en las industrias textil y metalúrgica, en la energética y en el transporte. En 1733, el tejedor y mecánico Kay inventó la lanzadera, que aceleraba extraordinariamente la marcha del telar y posibilitaba la fabricación de tejidos de gran anchura. En el mismo año, el carpintero John Waitt ideó el empleo de rodillos para el estirado en la hilatura. Estos rodillos giraban en direcciones opuestas, y posteriormente fueron uno de los elementos de las máquinas de hilar. Tras de pasar por varios pares de rodillos, el hilo iba afinándose. El carpintero y tejedor de Lancashire, James Hargreaves ideó en 1765 una máquina de hilar a la que dio el nombre de Jenny, en honor de su hija. Se trataba de un perfeccionamiento de la vieja rueca de pedal, utilizando la rueda y el movimiento del huso. En ambos casos, la rueda era puesta en funcionamiento por el hilandero. El número de husos se aumentó hasta ocho, y luego hasta ochenta. En 1767, otro vecino de una aldea de Lancashire, llamado Thomas Hays, concibió una variante de máquina de hilar en la que también tenían aplicación los rodillos de estirado. Pero esta invención fue usurpada por el barbero Arkwright. La peculiaridad de esta máquina consistía en que era accionada por agua, resultando demasiado voluminosa y necesitando de instalaciones especiales. Se le dio el nombre de Water machine, o continua. Producía un hilo fuerte, pero demasiado grueso, mientras que la Jenny lo hacia fino y endeble. La solución la encontró Samuel Crompton, que en 1779 creó una máquina en la que se combinaban las ventajas de la Water machine (los rodillos de estirado) y las de la Jenny (su carro móvil). El hilo que producía era tino y sólido. Las hilaturas británicas podían ya competir con las indias. La utilización de las máquinas de hilar aumentó tanto la producción, que los tejedores no daban abasto a elaborarla. Pero en 1785, el sacerdote Edmundo Cartwright ayudado por un carpintero y un herrero inventó un modelo primitivo en el que la lanzadera era impulsada por muelles. A comienzos del siglo XIX, dicho telar fue perfeccionado por Horrox, y luego, en 1822, por los constructores de máquinas Sharp y Roberts. Sólo a partir de entonces adquirió amplia aplicación el telar. Fue de singular alcance para la industria textil la invención de la estampadora mecánica por el escocés Thomas

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Bell (1783), en la que los antiguos moldes de estampar (tablas) fueron sustituidos por cilindros de cobre. El estampado se aceleró extraordinariamente, y una máquina reemplazaba a 100 obreros. Realizáronse, asimismo, grandes inventos en la siderurgia. Ya en el siglo XVII se intentó utilizar el carbón de piedra para fundir hierro. Pero sólo en 1735, Abraham Derby encontró un procedimiento adecuado mediante el mejoramiento de la preparación del coque, el aumento de la inyección de aire y la adición de una mezcla de cal viva al mineral. Este método no encontró aplicación inmediatamente, pero en los años del sesenta se empleaba ya en gran escala. Posteriormente, en virtud de los estudios de numerosos inventores, Henry Cort descubrió el método de utilizar la hulla para convertir el hierro colado en hierro dulce por medio de la pudelación, fundiéndolo en hornos de reverbero. Para la siderurgia fue de gran valor el descubrimiento del modo de fundir acero a altas temperaturas. En 1698, Savary diseñó un prototipo de máquina que utilizaba el vapor para crear el vacío en un cilindro (previa refrigeración de éste) y extraer de las minas el agua mediante la presión atmosférica. Su máquina, llamada “la amiga del minero”, fue perfeccionada en 1711 por Newcomen, y posteriormente halló las más variadas aplicaciones. En 1775 funcionaban en Inglaterra 130 máquinas de este tipo. Pero la máquina de Newcomen resultó demasiado cara, pues devoraba 13 toneladas de carbón al día y proporcionaba sólo 75 caballos de fuerza. Empeñado en mejorarla James Watt, auxiliar de laboratorio de la universidad de Glasgow, modificó el principio del diseño y trasladó la refrigeración del vapor fuera del cilindro básico. Resultó posible aprovechar la energía de la expansión del vapor. En 1782, Watt creó el modelo de la llamada "máquina de doble efecto", que podía realizar un trabajo útil impulsando el émbolo en dos direcciones. A comienzos del siglo XIX, Ricardo Trevithick adaptó la máquina de vapor a una simple carreta, pero de esta unión resultó un artefacto demasiado pesado. Posteriormente, Stephenson concibió un modelo práctico de locomotora. Bul 1825 se construyó el primer ferrocarril entre Stockton y Darlington. Ya en 1807 se adaptó la máquina de vapor a un barco, y el americano Fulton construyó el primer buque de vapor, ejemplo que fue seguido prontamente en Inglaterra (1811). Según demostró Marx, la revolución técnica iniciada en Inglaterra atravesó etapas perfectamente definidas: la creación de máquinas de trabajo; después, la invención del motor a vapor, y, por último, la de máquinas para producir máquinas. El invento de la máquina de vapor adquirió trascendencia histórica.

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2.4

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EL CURSO DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Los historiadores burgueses pretenden demostrar que la revolución no fue súbita y violenta, sino tan sólo "una fase de una larga evolución". Sostienen que para el desarrollo de la industria textil de Inglaterra, el “factor decisivo” fue “el clima brumoso de Lancashire”. Poseídos de un miedo cerval ante la revolución proletaria, niegan la posibilidad de revoluciones hasta en la historia de la industria fabril, aunque fue precisamente ella la que aceleró la victoria del capitalismo. Por supuesto, la revolución industrial en Inglaterra fue precedida de un largo periodo preparatorio, y determinados inventos no suscitaban todavía la reconstrucción radical de la industria. A veces se aplicaban gradualmente, y en algunas ramas, con retraso. El lo que sucedió con el telar: conocido ya en 1785, solamente halló aplicación general en las décadas del veinte y del treinta del siglo XIX. En las industrias de la confección, de la cerámica, de la mercería, etc, la empresa manufacturera subsistió hasta mediados del siglo XIX. Más nada de ello permite negar el propio hecho de la revolución industrial, que, en efecto, constituyó un verdadero viraje en la historia de la industria inglesa. Ciertamente, las primeras fábricas, en el sentido moderno de la palabra, aparecieron en Inglaterra ya antes de la revolución industrial, en la rama de la sedería. Pero debido a la escasez de materia prima, que resultaba cara, Inglaterra no podía competir con Francia y con Italia. Por esta razón, esas fábricas se quedaron en la prehistoria de la revolución industrial. La primera de este tipo nació en Inglaterra en 1741, siendo montada en Birmingham por Waitt y Paul comprando las patentes, Eduardo Cave construyó en 1743, en Northampton una empresa mayor con cinco máquinas, cada una de las cuales tenia cincuenta husos. Esta fábrica, que existió hasta 1764, no produjo gran efecto; fue una de las primeras golondrinas de la primavera que había de representar la revolución industrial. Su iniciación se remonta a la década del setenta del siglo XVIII, y el verdadero fundador de las fábricas de tejidos de algodón fue Arkwright en 1785, su patente fue abrogada, lo cual aceleró la construcción de fábricas de hilados, que no tardó en adquirir carácter masivo. Precisamente entonces, en 1785, en una de estas fábricas se montó la máquina de vapor de Watt. En las pañerías laneras, la maquinaria encontró aplicación con posterioridad a la industria algodonera. Pero a partir del siglo XVIII, el tejido de lana se realiza al estilo fabril cada día más. Por lo que respecta a las industrias metalúrgica y hullera, la revolución industrial transcurrió de un modo muy original. Algunos historiadores burgueses llegan a

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ponerlo en duda, reduciéndolo todo a un simple cambio del carbón vegetal por carbón de piedra. Pero, ya de por sí, este mismo cambio provocó grandes modificaciones en la organización de la industria metalúrgica en los años sesenta del siglo XVIII. Aumentó bruscamente el volumen de esta industria. La explotación de un número mayor de obreros requería una organización compleja, dándosele carácter fabril. El empleo de los fuelles cilíndricos de Smeaton a partir de 1761 y, posteriormente, de la máquina de vapor, hizo más complicada la producción metalúrgica. El papel de la maquinaria iba creciendo sin cesar. Ya en 1782, Watt montó un martinete a vapor para las fábricas Wilkinson, que realizaba ciento cincuenta percusiones por minuto. Un índice extraordinariamente importante de los éxitos de la revolución industrial fue el rápido aumento del número de máquinas de vapor utilizadas en la industria inglesa. De 1775 a 1800, fueron construidas 496, con una potencia total de 7.500 caballos de fuerza. De 1801 a 1804, la sustitución de tos motores hidráulicos por máquinas de vapor fue un hecho general en las fábricas de hilados de algodón. En 1815, Inglaterra poseía ya varios miles de máquinas de vapor. La revolución repercutió en el desarrollo de los transportes. Inicialmente, esto se concretó en la construcción de una amplia red de canales. En el primer cuarto del siglo XIX. Inglaterra tenía ya 4.670 millas de canales y de ríos navegables. Otro importante índice de la revolución que se verificó en los transportes fueron las construcciones navales. A partir de 1812, éstas aumentaron, aunque lentamente. En 1850, la capacidad de carga de todos los buques británicos se cifraba en 168.000 toneladas. Desde 1838 se establecieron viajes regulares de vapores entre Liverpool y Nueva York. El tercer aspecto de la revolución operada en los medios de transporte fue la construcción de ferrocarriles a partir de 1825. En 1829-30 se tendió la vía Manchester-Liverpool, de singular importancia comercial. Cierto que la construcción de caminos de hierro en Inglaterra tropezaba con un obstáculo: el monopolio del suelo por los terratenientes. En 1849, el Reino Unido de la Gran Bretaña, Escocia e Irlanda poseía ya 5.996 millas de vías férreas. Es sumamente complejo establecer o fijar la fecha final de la revolución industrial, por cuanto ésta, en determinadas ramas de la economía nacional, se produjo con un retraso mayor o menor. Debemos partir de la idea de que la revolución industrial constituyó la génesis del sistema fabril de capitalismo, el triunfo de este sistema, y no un simple aumento de la producción industrial, de la exportación o de la importación. Por eso, la revolución comenzó en las fábricas en la década del setenta del siglo XVIII, y terminó, en lo fundamental, en los años del treinta del siglo XIX, cuando se hizo realidad la victoria del sistema fabril del capitalismo sobre la industria artesana y la

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manufactura. Ello se debe a que, en 1825, la dinámica de la economía inglesa adquirió un carácter cíclico. Quiere decirse que el capitalismo se había apoderado de la producción social de Inglaterra y el sistema fabril pasó a ser el predominante. 2.5

CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

La revolución industrial tuvo consecuencias tan hondas como diversas, que demuestran la inconsistencia de las tentativas de los historiadores burgueses cuando tratan de reducirla a meros “progresos técnicos”. En realidad, esta revolución era de carácter social-económico, y los progresos aludidos constituyeron tan sólo su base material. Sus consecuencias residían, ante todo, en la victoria de la fábrica sobre el taller artesano y la empresa manufacturera. Surgió una nueva forma de producción capitalista, que conjugaba la división detallada del trabajo con el sistema mecánico y que fortalecía extraordinariamente el despotismo del capital el sistema fabril acentuaba más todavía la explotación de los obreros. La revolución industrial allanó el camino a la dominación general del capitalismo, cuyo desarrollo entró en una nueva fase. Una de las principales consecuencias de la revolución industrial fue el auge económico de Inglaterra, que rebasó con mucho a Holanda y a Francia. En virtud de dicha revolución, los centros económicos se desplazaron a la Gran Bretaña. Londres pasó a ser la capital mercantil del planeta; Inglaterra, convertida en una especie de “fábrica del mundo”, suministraba artículos industriales a los mercados más remotos. El número de fábricas de tejidos de algodón en 1868 llegó a 2.549. Entre 1838 y 1850 se construyeron anualmente en Inglaterra 32 fábricas, y entre 1850 y 1856 llegaron a construirse 86 por año. Incrementóse extraordinariamente la producción de la metalurgia. Ya a fines del siglo XVIII fue superada la escasez de metal. Posteriormente, la tundición de hierro aumentó sin cesar: en 1830 oscilaba entre 650 y 750-000 toneladas; en 1853 equivalía a 2.700.000, y en 1872, a 6.700.000. La expansión de la industria inglesa fue particularmente intensa en la década del cincuenta del siglo XIX. La extracción de hulla, equivalente a 65 millones de toneladas en 1854, alcanzó los 130 millones de toneladas en 1875. A causa del excepcional auge de la industria inglesa, se produjo su desplazamiento hacia el norte del país, buscando las fuentes de materias primas, de combustible y de energía. Lancashire se convirtió en centro principal de la producción de tejidos de algodón. La revolución industrial suscitó un crecimiento acelerado de las ciudades, cuya población se multiplicó rápidamente. En 1844 Londres contaba ya con dos millones y medio de habitantes. Simultáneamente, descendió con celeridad el peso de la población rural: en 1811 constituía el 35 por 100 del censo de la Gran Bretaña; en 1851, el 20,9 por 100, y en 1871, sólo el 14.2.

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Entre las consecuencias trascendentales de la revolución industrial inglesa hemos de señalar el reforzamiento de la explotación de las colonias y de los países agrarios por la burguesía inglesa, que se valió de su superioridad industrial para explotarlos. Desde el comienzo mismo de la revolución industrial, la exportación inglesa creció aceleradamente, llegando a alcanzar enormes proporciones. Su valor oficial en el periodo de 1801 a 1850 aumentó de 24.000.000 libras esterlinas a 175.400.000, o sea en el 600 por 100. Pero estas cifras caracterizan principalmente el crecimiento del volumen de la masa de mercancías. Su valor descendió. Si valoramos los productos exportados en 1850 de acuerdo con los precios vigentes en 1801, resultará que, durante la primera mitad del siglo XIX, la exportación inglesa se elevó en el 239 por ciento. El capítulo de mayor importancia era la exportación de tejidos de algodón, que en 1872 constituyó casi un tercio de la exportación total inglesa, llegando a 80 millones de libras esterlinas. La de paños de lana en 1873, se calculó en 38 millones tan sólo. Seguía adquiriendo más y más importancia la exportación de hulla, de hierro, de acero y de maquinaria. Estos cambios denotaban una modificación de la estructura de la industria del país. En este período prosiguió la expansión colonial del capitalismo inglés. En 1836 fue ocupada Assam; en 1843, el Sind; en 1849, el Penjab, y en 1853, Nagpur. La India entera se convirtió en campo de pillaje de los colonizadores ingleses, que tropezaban con fuerte resistencia de las masas populares. En 1857 estalló la formidable insurrección de los cipayos, movimiento sofocado implacablemente. En 1819, los colonizadores ingleses se apoderaron de Singapur; en 1839, de Aden, y en 1852, de Birmania. También dieron comienzo a la esclavización colonial de China. Sus "guerras del opio" son una página bochornosa en la historia de la Inglaterra burguesa. Otra consecuencia sustancial de la revolución industrial fue un cambio de la política económica de Inglaterra. Según es notorio, este país llevaba siglos aplicando una política de mercantilismo. Virtualmente siguió manteniéndola hasta mediados del siglo XIX. Pero el triunfo del sistema fabril redujo al absurdo las recetas mercantilistas de la multiplicación de la “riqueza nacional”. La reglamentación de la industria de tipo fabril representaba un arcaísmo. Dificultaba la mayor explotación de los obreros, que ahora era ya ilimitada y se incrementaba con ayuda de la maquinaria. Las compañías monopolistas impedían la movilización de los capitales y la expansión comercial de la burguesía. Al crecer los recursos financieros de Inglaterra, las tarifas aduaneras perdían su significación fiscal. En tales condiciones, el proteccionismo carecía de todo sentido económico. Por lo que concierne a las tarifas de importación de materias prunas y de comestibles a Inglaterra, su falta de sentido era todavía más evidente. El proteccionismo agrario había caducado. La agricultura no podía abastecer de artículos alimenticios a las ciudades y de materias primas a las fábricas. Subieron, pues, los precios de los

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productos agrícolas. Como órgano de la dictadura clasista de los terratenientes, el parlamento aprobó en 1915 la llamada Ley del trigo, que prohibía la importación de este cereal, si el precio en el mercado interior no alcanzaba a 80 chelines el quarter (224 kilogramos). A fin de garantizar elevadas ganancias a los terratenientes, sólo se permitía a los ingleses consumir pan caro. Pero los fabricantes estaban vitalmente interesados en el abaratamiento de las materias primas y de los comestibles. Así se explica que se uniesen a los obreros en sus protestas contra la Ley del trigo. En 1838 se constituyó en Manchester, dirigida por Cobden, una “liga de lucha contra las leyes del trigo”. Se hizo inevitable el pago al librecambio. En la historia de este paso, fue un aspecto interesante el cambio de las formas de la política colonial. La pérdida de las colonias norteamericanas en el siglo XVIII enseñó muchas cosas a los colonizadores ingleses, que se orientaron hacia una política más precavida y flexible allí donde predominaba la población de origen europeo. Por esa razón, en 1840, le fue concedido al Canadá el "Estatuto de dominio", o colonia de administración autónoma. En 1867 se le otorgó a Australia un Estatuto análogo. Pero, económicamente, el uno y la otra siguieron siendo colonias de Inglaterra, apéndices agrarios de su industria. Era un sistema destinado tan sólo a enmascarar la dominación colonial. La esclavitud imperante en las plantaciones se hizo políticamente peligrosa. Buena prueba de ello fue la revuelta de los negros en Jamaica en 1836, aplastada por los métodos más sangrientos. Ni siquiera quemando a los esclavos a fuego lento fue posible vencer su resistencia. Por eso, en 1807 se prohibió la trata de negros, y en 1833 hubo que abolir la esclavitud en las colonias británicas. Para rescatar a los esclavos fueron asignados 20 millones de libras esterlinas. En 1784 se estableció un control gubernamental sobre la compañía de las Indias Orientales. Se hizo un intento de salvar su herencia colonial. El monopolio que la compañía detentaba sobre el comercio en el extremo oriente dificultaba las actividades del capital inglés, en vista de lo cual el monopolio del comercio con la India quedó abolido en 1813, siendo disuelta la propia compañía en 1858. La siniestra obra de saquear a la India pasó de manos de la compañía de las Indias Orientales a manos del parlamento. También la abolición de los aranceles de importación fue una manifestación del cambio operado en la política económica de Inglaterra. La supresión fue paulatina, comenzando en 1823. En 1842, Peel eliminó numerosas tarifas de importación de artículos industriales, y en 1846 abrogó las leyes del trigo, a lo cual contribuyó la mala cosecha de 1845, que provocó el hambre en numerosas comarcas. Las materias primas baratas y los comestibles se hicieron mas accesibles. Marx señalaba en El Capital que en 1831-1835, la importación de cereales se evaluaba en un millón de quarters al año, y en 1866 había alcanzado ya los 16.400.000 quarters. Parecía que iban a salir perjudicados los terratenientes. Pero sus

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lamentaciones sobre el hundimiento de la agricultura resultaron falsos; por el contrario, bajo la presión de la competencia extranjera se iniciaron progresos en el campo. La industria lechera, la horticultura y la fruticultura comenzaron a desempeñar un papel más importante. Crecieron verticalmente las cosechas; también aumentó el precio del ganado. De ahí que, en 1857-1878, las propias rentas se incrementaran en el 20 %. Los historiadores y los economistas burgueses presentan el libre cambio como un grandioso acontecimiento de la historia universal y como un triunfo de la razón. Los principios del librecambio son declarados eternos y además, los únicos factibles. Sin embargo, el libre cambio inglés resultó efímero, y ya a fines del siglo XIX comenzó en Inglaterra la tendencia al proteccionismo una de las consecuencias de la revolución industrial en Inglaterra fue el cambio radical de la estructura de la población. Los sectores sociales iban polarizándose: ruina y expropiación de los pequeños productores; formación de la burguesía industrial y de la clase obrera. A diferencia de la manufactura, el sistema fabril capitalista quebranta los propios cimientos de la producción artesana y provoca en ella devastaciones enormes. Comenzó la ruino masiva de los menestrales. Los hilanderos libres pasaron a las fábricas desde fines del siglo XVIII y se convirtieron en operarios asalariados. En un principio, los tejedores salieron beneficiados con la introducción de las máquinas de hilar, pues creció mucho la demanda de sus productos. Pero posteriormente, en las décadas del veinte y del treinta del siglo XIX, lee llegó a ellos la hora da arrumarse. Marx señalaba en El Capital que el telar a vapor vino a azotar a los 800.000 tejedores de algodón que en Inglaterra habían congregado las máquinas de hilar. En la segunda mitad del siglo XIX, la industria artesana perdió el terreno que la hacia vivir. La formación de la clase obrera entró en una nueva fase. Su número creció con celeridad. En 1858, la industria textil algodonera del Reino Unido ocupaba a 379.000 hombres, cifra que diez años más tarde se elevó a 401.000. La aparición de la clase obrera como fuerza revolucionaria representó una importante consecuencia de la revolución industrial. Esta llevó aparejado un extraordinario reforzamiento de la explotación de la clase obrera. Las máquinas facilitaban grandemente esta obra: en manos del fabricante había un arma temible, contra la cual no podía resistir el obrero. No le quedaba otro remedio que seguir el movimiento de la máquina, monótono e implacable. El hombre se había convertido en un apéndice de ella. Junto con la fábrica apareció el sistema de máxima explotación del capitalismo.

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Todo ello fue acompañado de una descualificación masiva de la mano de obra, de un descenso de su valor, de la caída del salario, de la formación de un ejército de reserva del trabajo. Según recientes cálculos de Y. Kuchinski, el salario real de los obreros de Inglaterra disminuyó en el 10 por ciento durante la primera mitad del siglo XIX, y en el período que va desde 1809 a 1818, era el 28 por ciento más bajo que en 1800. Mayor aún fue el empobrecimiento relativo de los obreros, cuya participación en la renta nacional descendió aceleradamente. Los frutos de su duro trabajo y del aumento de su productividad iban a parar a manos de la burguesía. Observóse en Inglaterra una prolongación de la jornada de trabajo. Con ello, y con una mayor intensidad de la labor de un sector de obreros, los fabricantes despedían a otros, que iban a engrosar el ejército de reserva de mano de obra. El trabajo femenino e infantil iba siendo utilizado cada vez más. Según expresión de Marx, comenzó “la transformación de la sangre infantil en capital”. La mortalidad en masa de los niños y de las mujeres a causa de la tuberculosis, el agotamiento y las epidemias se convirtió en un fenómeno corriente. La implantación del sistema fabril del capitalismo trajo consigo las crisis económicas de superproducción. Ya durante el propio período de la revolución industrial se dejaron sentir las llamadas crisis comerciales. Pero éstas dependían de factores externos y sólo en parte eran crisis de superproducción: la primera que lo fue realmente estalló en Inglaterra en 1825. Posteriormente, y de manera periódica, se repitieron en 1837, 1847, 1857, 1866, 1872, etc. Cada una de estas crisis puso de manifiesto la limitación económica del capitalismo, su carácter pasajero, y todas ellas costaron caro a las masas populares. La de 1825, bajo la influencia de la fiebre especulativa, de la exportación de capitales a la América central y América del Sur y de la amplia expansión comercial, revistió carácter catastrófico el otoño de aquel año. Solamente las pérdidas por el descenso de la cotización de las acciones se calcularon en 14 millones de libras esterlinas. Quebraron 80 bancos. La exportación de tejidos de algodón decreció en 1826 en el 23 por ciento, y la importación de algodón, en el 26 por ciento. Un cuadro análogo ofrecía la industria de la seda, cuya exportación se redujo en el 19 por ciento. La crisis provocó un paro en masa. Otras crisis no fueron menos calamitosas. Durante la de 1837 hubo en Manchester 50.000 obreros sin trabajo; la mayoría de las grandes empresas funcionaba la mitad de la semana. Posteriormente, al estallar la crisis de 1847, el 70 por ciento de los operarios de las fábricas textiles algodoneras de Lancashire sufrió los efectos del paro de una manera total o parcial. De 920 fábricas, 200 estaban inactivas en 1847. Entre las consecuencias mas

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trascendentales de la revolución industrial hay que mencionar la extrema agudización de las contradicciones de clase. Comenzaron las acciones revolucionarias de los trabajadores en Inglaterra; pero, en un principio, se reducían, sobre todo, a presentar peticiones, a declarar huelgas aisladas y a destruir las máquinas: se hacía notar la tradición gremial. Los trabajadores solían apelar a la legislación isabelina sobre el aprendizaje, y exigían la fijación de un salario mínimo. Para exteriorizar su odio a la esclavitud asalariada, los artesanos y los obreros fabriles solían romper las máquinas y quemar las fábricas. Se fundaban asociaciones clandestinas dispuestas a seguir el ejemplo del oficial Ned Loodd, de la ciudad de Lester, quien, según se decía, rompió su máquina a martillazos después de ser azotado con un látigo. Este movimiento se extendió particularmente en los años de 1811 y 1812 entre los tejedores de Nottingham y entre los obreros de Yorkshire y Lancashire. Posteriormente, el movimiento obrero de Inglaterra se tornó más consciente, adquiriendo carácter político. En las décadas del veinte y del treinta del siglo XIX, se difunde entre los trabajadores ingleses la idea del “socialismo cooperativo”, de Roberto Owen, de índole utópica, pero reflejo del ambiente radical reinante entre los obreros. El acontecimiento más notable de la historia de la clase obrera inglesa fue el movimiento cartista que se inició en 1836 y fue acelerado por las calamidades de la crisis industrial. Por toda Inglaterra se desató una ola de grandiosas manifestaciones y mítines, en algunos de los cuales llegaron a congregarse hasta 100.000 personas. Por primera vez en la historia universal surgió un partido obrero: la Asociación Nacional de los Cartistas, que contaba con unos 40.000 afiliados. El 2 de mayo fue presentada al Parlamento una petición con 3.300.000 firmas, en la que se exponían las reivindicaciones económicas de los obreros: rebaja de impuestos, abolición del diezmo, derogación de la Ley de los pobres y separación de la Iglesia y el Estado. Los peticionarios se lamentaban de lo mísero de los salarios y lo largo de la jornada. Se exigía incluso la supresión del monopolio burgués y terrateniente de los medios de producción (la tierra y la maquinaria) y de comunicación (incluida la prensa). Sin embargo, las peticiones fueron rechazadas por el Parlamento, órgano dictatorial de los terratenientes y de los fabricantes. Comenzaron las represalias, y en octubre de 1842 fueron procesados 650 miembros del movimiento cartista. Este fue decayendo a partir de entonces, no sin que en ello desempeñase determinado papel el mejoramiento de la situación económica. Debido a las repercusiones de la revolución de 1848, el carlismo resucitó, pero fue derrotado nuevamente.

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El movimiento cartista llenó de temor a la burguesía y aceleró la promulgación de las “leyes fabriles”. En 1867 se hizo realidad la principal reivindicación de los carlistas. Los trabajadores consiguieron el derecho de sufragio. Pero la máxima importancia del cartismo consistió en que fue “el primer movimiento proletario revolucionario verdaderamente de masas y políticamente formado”. La historia del luddismo y del cartismo muestra muy a las claras que la revolución industrial en Inglaterra suscitó, verdaderamente, una extraordinaria agravación de las contradicciones de clase. La atmósfera estaba caldeada hasta el extremo, pero, sin embargo, no se produjo una revolución proletaria. Una de las causas de su aplazamiento fue la falta de madurez política de la clase obrera de Inglaterra. Pero existieron también otras, para la burguesía inglesa era algo característico la política de concesiones. También tuvo su importancia y desempeñó un papel la tradición histórica. Ya en los siglos XVI al XVIII se recaudaba en las islas británicas una contribución especial destinada a un fondo para favorecer a los pobres. Y a medida que iba creciendo el número de indigentes e incrementándose el pauperismo, iba aumentando dicho impuesto. Más importancia todavía encerraban las concesiones otorgadas en lo concerniente a la organización del propio trabajo fabril. A partir de 1802, en Inglaterra comienza a entrar en vigor la legislación laboral. Fue entonces cuando se promulgó la primera ley reduciendo la jornada de trabajo de los niños a doce horas y prohibiendo la utilización de la mano de obra infantil en los turnos de noche. La Ley de 1819 prohibió el empleo de niños menores de nueve años en la industria textil algodonera y estableció para los adolescentes, incluidos entre los nueve y los dieciséis años, una jornada de doce horas. En el período comprendido entre 1819 y 1833 aparecieron otras cinco leyes reglamentando el trabajo infantil. En 1833 fue creado un cuerpo administrativo de inspección, compuesto de cuatro personas, con facultad para imponer multas a los fabricantes infractores de las leyes. Al mismo tiempo, volvió a prohibirse el empleo de la mano de obra infantil en los turnos de noche en la industria textil, reduciéndose la jornada de trabajo para los niños de nueve a trece años a ocho horas, y la de los adolescentes de trece a dieciocho años, a doce horas. Únicamente en las fábricas de tejidos de seda se permitía que trabajasen diez horas los niños de nueve a trece años. Algo después, en 1842, se dictó la prohibición del empleo de la mano de obra femenina y de los niños en faenas del subsuelo. En 1844 apareció la ley que reducía la jornada de trabajo en la industria textil a doce horas para las mujeres y seis horas y media para los niños de ocho a trece años. Por último, una ley publicada en 1847 fijó en diez horas la jornada laboral de las mujeres y de los adolescentes en las fábricas textiles.

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La gran tragedia de la clase obrera de Inglaterra consistió en que sus propias organizaciones fueron cómplices de la política del reformismo burgués. En 1824 comenzaron a formarse de manera sistemática las trade-unions o sindicatos, que entre 1850 y 1870 se transformaron en organizaciones relativamente numerosas. Pero la política de las trade-unions fue la del reformismo, y sus líderes traicionaron prácticamente los intereses vitales de la clase obrera. El tradeunionismo inglés pasó a ser una reserva política del reformismo burgués, y con su actitud contuvo y paralizó los ímpetus revolucionarios de las masas obreras. Tal actitud se explica, en buena parte, por el hecho de que las trade-unions agrupaban principalmente a empleados, mecánicos, maestros cualificados, que, en comparación con el grueso de la masa trabajadora, se encontraban en condiciones muy favorecidas. De sus filas salieron los numerosos funcionarios sindicales que van a la zaga de los liberales, los llamados “lugartenientes del capital”. Sin embargo, la influencia decisiva en la desmoralización política de la clase obrera de Inglaterra la tuvo la circunstancia de que la burguesía inglesa, explotando a otros pueblos mediante el intercambio no equivalencial y el pillaje colonial, tenía posibilidad de sobornar a la denominada “aristocracia obrera”. Por consiguiente, el reformismo burgués de Inglaterra en los siglos XIX y XX no representa sino un subproducto del colonialismo y de la explotación comercial de los países agrarios.

Proceso de Comprensión y Análisis •

¿Cuál fue el impacto a nivel económico que produjo la revolución industrial en Inglaterra?



¿En qué consiste el capitalismo moderno?, ¿en qué se diferencia al tradicional?



¿Qué se entiende por ludismo?



¿En qué consistió el movimiento carlista y cuáles fueron sus alcances en el movimiento obrero del siglo XIX?, ¿qué se entiende por Primera Internacional y qué rol desempeña en esta dinámica social?



¿Qué son las trade-unions?

Solución de Problemas •

¿El movimiento obrero buscó la mejora de sus condiciones o el derrumbe del sistema capitalista? UNIVERSIDAD DE PAMPLONA – Centro de Educación a Distancia

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¿La industrialización se puede entender como el uso de la ciencia para el bienestar del hombre o como la supeditación y la explotación del hombre por la ciencia?

Síntesis Creativa y Argumentativa •

“Ciudades surgidas de la nada, fábricas humeantes, proletariado reducido al mínimo vital familiar (con las mujeres y los niños enrolados, gracias a las máquinas), luchas obreras precoces (cartismo), primeras leyes sociales conquistadas: así es, en la primera mitad del siglo XIX, el rostro inglés del capitalismo industrial”. Partiendo de la visión que Pierre Vilar presenta sobre el rostro inglés del capitalismo industrial, elaborar un ensayo donde se determine la participación de las mujeres y los niños en la producción y sus condiciones de trabajo.

Autoevaluación •

Determinar los factores que permitieron la acumulación de capitales en Gran Bretaña.



¿Cuál fue la influencia de los nuevos inventos en la transformación de la producción y de las relaciones sociales?



Establecer los elementos que promovieron el cambio de mentalidad en la sociedad inglesa.



¿Hasta qué punto el incremento demográfico se puede considerar como una de las fuerzas que impulsaron el despegue económico de Inglaterra?

Repaso Significativo •

Explicar los fenómenos que propiciaron la crisis del status quo y que produjeron nuevas formas sociales.



¿Cómo se explica que el sistema parlamentario establecido en Inglaterra produjera un giro en las formas políticas y de gobierno?



Mediante un escrito plantear y explicar los factores que estabilizaron definitivamente el capitalismo como sistema preponderante del siglo XVIII.



Analizar el proceso de industrialización desde el surgimiento del proletariado.

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Bibliografía Sugerida A, Efimov y otros. Historia moderna de 1642 a 1918. México: Editorial Grijalbo, 1975. Y. F. Avdakov y otro. Historia económica de los países capitalistas. México: Editorial Grijalbo, 1965.

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UNIDAD 3: La Industrialización de los Países Capitalistas Descripción Temática Como ya se ha dicho la industrialización se inicia al occidente de Europa, pero sus rasgos se extendieron rápidamente a otros continentes, incluso el americano, sin embargo la naturaleza de este proceso varía de un lugar a otro. Comprender las causas y consecuencias de este acontecimiento precisa que se entienda cómo fue que se dio en cada lugar. Las características que marcan las nuevas tendencias de estos países, aunque no de igual manera, pero que permiten su desarrollo económico son: las transformaciones de la agricultura, la evolución demográfica, los inventos técnicos y las innovaciones, los sectores motrices, los transportes, el papel protagónico de la empresa privada o del Estado en unos y otros casos; estos a su vez son el objeto central de la presente unidad cuando se plantea como elemento de estudio el análisis los procesos de capitalización que se vivieron en países como Francia, Estados Unidos, Alemania, Rusia y Japón, en esa carrera de modernización de los modos y medios de producción. En Gran Bretaña por ejemplo, la industrialización triunfó cuando dependía de inventores individuales y de compañías relativamente pequeñas. Por el contrario, Alemania avanzó cuando la industrialización provocó la creación de organizaciones mayores, estructuras organizativas más impersonales e investigaciones colectivas. En Alemania el Estado estaba más implicado en este proceso. Francia puso el énfasis en la modernización de los productos artesanales, también tuvo que ejercer gran presión en los trabajadores especializados para que se adaptaran a las nuevas formas, lo cual generó tensiones. Estados Unidos, pese a su régimen político democrático, fue el pionero en una organización particularmente despiadada de los trabajadores y del nuevo estadio económico de la sociedad de consumo que ha tenido en los últimos tiempos un impacto mundial. Dentro de las industrializaciones tardías está la rusa donde se presenta una sustitución de la economía de mercado por la planificación estatal en el diseño de las políticas

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industriales. Por su parte, la industrialización japonesa adoptó una estrecha colaboración entre las grandes empresas y el gobierno.

Horizontes •

Determinar la influencia que sobre los países de economía capitalista tuvo la revolución industrial inglesa.



Comprender los hechos y situaciones histórico-políticas que permitieron el desarrollo del capitalismo industrial en Europa continental, Estados Unidos y Japón.



Analizar las nuevas formas de relaciones sociales que surgen a partir de la industrialización y explicar el surgimiento de las potencias desde el proceso de tecnificación de los modos de producción.

Núcleos Temáticos y Problemáticos •

Industrialización y Crecimiento de la Economía Francesa.



Industrialización y Crecimiento de los Estados Unidos.



La Industrialización de Alemania.



La Industrialización de Rusia.



La Industrialización de Japón.

Proceso de Información 3.1

INDUSTRIALIZACIÓN FRANCESA3

Y

CRECIMIENTO

DE

LA

ECONOMÍA

Aunque existen rasgos comunes en la industrialización de Francia y la de Gran Bretaña, es difícil hablar de "revolución industrial" en Francia. Si el concepto de "revolución industrial" está basado en parte, según el análisis de Rostow, en la aparición de una fase de aceleración, la historia económica de Francia en el siglo XIX se caracteriza mucho más por una lenta transformación de las técnicas de 3

Tomado del texto Historia de los hechos históricos contemporáneos de Maurice Niveau, Barcelona: editorial Ariel, 1971.

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producción que por un "despegue" del crecimiento. J, H, Clapham estima que la economía francesa se transformó gradualmente a lo largo del siglo XIX mediante un "desplazamiento progresivo de su centro de gravedad desde la agricultura hacia la industria, y por una lenta evolución de los métodos de organización industrial. La transformación que tuvo lugar en un siglo fue, en muchos aspectos, menos completa que la que tuvo lugar en Alemania durante los cuarenta años siguientes a 1871”. Como máximo se pueden distinguir tres "períodos de aceleración" -1796-1844, 1855-1884, 1895-1913 “separados por dos períodos de crecimiento lento” 18451854, 1885-1894. La noción de take-off es excesivamente parcial para constituir un instrumento de análisis aplicable a todos los casos históricos de industrialización. Un excesivo celo en la búsqueda de fases de despegue puede hacer olvidar que la industrialización fue el resultado de la conjunción de un gran número de causas que no tuvieron la misma importancia relativa en la historia de cada país. 3.1.1

La Evolución Demográfica

Francia redujo su natalidad más pronto y de manera más rápida que cualquier otro país. El aumento de la población fue cada vez más débil, y una parte del crecimiento neto no fue otra cosa que el resultado del alargamiento de la longevidad. La consecuencia ha sido un envejecimiento demográfico mayor en Francia que en los demás países. Desde mediados del siglo XIX, la proporción de ancianos es mayor en Francia que en los demás grandes países industriales. Lo que realmente importa no es el aumento global, sino la renovación de las generaciones que evita el fenómeno del envejecimiento. "Sustituir indefinidamente jóvenes por viejos, gracias al alargamiento de la vida, lleva a la caída definitiva" (A. Sauvy). Lejos de tener un nivel de vida y de desarrollo más elevado que sus vecinos, Francia sufrió un declive incontestable que se manifestó hasta la segunda guerra mundial. Lejos de enriquecerse, Francia se ha empobrecido, ya que la ausencia de presión demográfica significa una demanda global menor. Incluso sin ser el crecimiento de la población una causa sino más bien una consecuencia de la revolución agrícola y de la revolución industrial, se convierte, a la larga, en un factor seguro de crecimiento y de desarrollo a condición de que el país haya superado el primer umbral de la industrialización. Un nivel excesivo de natalidad puede ser un freno al desarrollo y al aumento del nivel de vida de los países pobres, pero en la Europa del siglo XIX no fue así. "Al rehusar el esfuerzo de renovación, las generaciones francesas han perdido a la vez el gusto por el esfuerzo y por el progreso; al

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renunciar a la creación, han perdido el espíritu creador en el preciso momento en que todo se creaba" (A. Sauvy). 3.1.2

Las Etapas del Crecimiento Agrícola

Para precisar las fases principales del crecimiento del producto de la agricultura nos vamos a apoyar en los trabajos de J. C. Toutain. La encuesta estadística “a pesar de sus márgenes de error” nos ofrece una información mucho más adecuada sobre la evolución de los progresos reales de la producción que la descripción cualitativa. Desde mediados del siglo XVIII hasta la primera guerra mundial podemos distinguir cuatro grandes períodos caracterizados por ritmos de crecimiento diferentes: •

De 1750-1760 a 1815, se inicia el crecimiento y pierde fuerza.



De 1815-1824 a 1855-1864, crecimiento rápido.



De 1865-1874 a 1885-1894, crecimiento lento.



1895-1914, crecimiento.

Esta división es necesariamente imprecisa, y las fechas indicadas no deben ser identificadas con puntos de inflexión de la tendencia, comparables a los de un ciclo. La mayoría de los autores estiman que el comienzo del desarrollo agrícola se sitúa hacia mediados del siglo XVIII. Es sólo a partir de 1750 cuando la agricultura francesa revisará, lentamente, unos métodos de trabajo que no habían variado desde la Edad Media. No es casualidad que en esta época nos encontremos con Quesnay y la escuela fisiocrática que predicaba las virtudes del desarrollo agrícola. La teoría del "producto neto" constituía el fundamento analítico de las enseñanzas de los fisiócratas, para quienes la riqueza procedía de la agricultura. Turgot liberó el comercio interior de granos, lo que tuvo unos efectos favorables para la producción y los precios. Citemos a Tocqueville, quien en L'Ancien Régime et la Révolution escribe: "Alrededor de unos treinta o cuarenta años antes del estallido de la Revolución, el espectáculo empieza a cambiar. Cada año este movimiento se extiende y se acelera; por fin, toda la nación se mueve y parece renacer. A medida que estos cambios inciden sobre las mentes de los gobernados y de los gobernantes, la prosperidad pública se desarrolla a un ritmo hasta entonces desconocido. Todos los signos lo anuncian: la población aumenta, las riquezas se multiplican a un ritmo aún más rápido". La influencia inglesa se deja sentir, y en Francia se adoptan los métodos que previamente habían sido empleados en Gran Bretaña. Se suprimen los campos en barbecho y se sustituyen UNIVERSIDAD DE PAMPLONA – Centro de Educación a Distancia

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por el cultivo de forrajes artificiales; se procede a la venta o al arrendamiento de los bienes comunales; se suprimen los derechos de libre pasto y de libre recorrido; se mejoran los métodos de cría de ganado; se aumenta la superficie cultivable roturando tierras y secando las marismas. Pero este avance se agotará en vísperas de la Revolución. A pesar del crecimiento de la producción agrícola, la situación de la inmensa masa de campesinos pobres no había mejorado. La corriente de ideas nuevas solamente había alcanzado una pequeña élite y el absentismo de los propietarios era general. La tasa de crecimiento medio anual que había alcanzado el 1,35% entre 1760 y 1780 se redujo hasta principios del siglo XIX. Sin embargo, entre 1750 y 1812, el producto final de la agricultura aumentó a un ritmo más elevado que la población total. El peor período se sitúa entre el final del Imperio y 1824: la población crece débilmente mientras que el crecimiento de la producción agrícola es prácticamente nulo. La productividad disminuye durante este mismo período. El período 1815-1864 viene marcado por un crecimiento rápido de la producción y de la productividad. Los principales factores son los siguientes: utilización de un utillaje más perfeccionado; empleo de abonos y preparación del suelo; aumento de la superficie de tierras de cultivo; desarrollo de los medios de transporte que facilitan los intercambios de provincia a provincia y disminuyen el coste de los abonos. El período 1865-1895, viene marcado por una reducción sensible del ritmo de crecimiento de la producción y de la productividad. Entre las posibles causas de estas dificultades hay que situar en un lugar preeminente las guerras del Segundo Imperio. Hay que señalar también un doble movimiento de los precios: alza de 1852 a 1875; baja de 1875 a 1896. ¿Tuvo la legislación librecambista de 1861 una importancia decisiva en esta "crisis"? Es difícil precisarlo. Evidentemente, la competencia de los países de ultramar fue más viva. ¿Pero puede decirse que el régimen proteccionista, restablecido por Méline en 1892, pusiese fin a la crisis?. Si bien contribuyó a paliar las dificultades del momento, no fue un factor de desarrollo a largo plazo. La productividad agrícola aumentaría sensiblemente junto con la producción a finales del siglo XIX y hasta la primera guerra mundial. El crecimiento no excluye automáticamente las rigideces estructurales que no han dejado de caracterizar la agricultura francesa hasta la época contemporánea. Si el juicio del progreso técnico en la agricultura favoreció el arranque industrial, la lentitud de la evolución ulterior del sector agrícola y el "estancamiento" demográfico no pudo sino frenar el desarrollo de la industria. Francia, que tomó la

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salida en la vía de la industrialización inmediatamente después de Inglaterra, podía esperar una mejor situación a finales del siglo XIX. Se ha acusado muy a menudo a la falta de espíritu de empresa de los franceses; no es seguro que esta opinión esté bien fundamentada. Será de Henri Sée de quien tomaremos la última palabra: "en el transcurso del siglo XIX, Inglaterra se convertirá en un país casi exclusivamente industrial, mientras que en Francia no se romperá el equilibrio entre la producción agrícola y la producción industrial. La razón profunda de esta divergencia yace quizás en la diferencia que se aprecia en la evolución del régimen agrario de los dos países". 3.1.3

Los Comienzos de la Industrialización

No es fácil reconocer con precisión las etapas de la industrialización en Francia; mientras que los autores que han estudiado el desarrollo inglés se muestran unánimes en situar a finales del siglo XVIII esta "revolución industrial" existen todavía, a propósito del caso francés, muchas dudas e incertidumbres. Los autores anglosajones escogen generalmente la fecha de 1815 como punto de partida de la revolución industrial en Francia. Pero mientras que Clapham considera que la industria sufrió mucho a causa del estallido de la Revolución y de las guerras del Imperio y que habría que esperar hasta el Congreso de Viena para entrar en una era de paz internacional propicia al desarrollo, los estudios más recientes de Dunham, Henderson y Cameron hacen hincapié en el alcance económico de ciertas transformaciones institucionales heredadas de 1789 y de Napoleón l. Dunham escribe en su Révolution industrielle en France: "Sin embargo, Francia no había sufrido graves pérdidas en vidas humanas o en propiedades, y las condiciones de paz no habían sido tan rigurosas como para dejar al país debilitado por mucho tiempo. Su gran revolución y la mano de Napoleón la habían purgado; si por una parte le causaron daños, lo cierto es que también la liberaron de impurezas que habrían dificultado su progreso económico; su administración y sus leyes habían sido modernizadas y perfeccionadas por la Convención y el Imperio". R. E. Cameron, en una reciente obra dedicada al desarrollo económico de Francia y de Europa, afirma que la historia europea en el siglo XIX surge de dos revoluciones: una, política; la otra, económica. "La Revolución francesa acabó con la jerarquía feudal, desposeyó a la aristocracia y a la monarquía y proclamó el derecho de todos los hombres a la libertad política y a la igualdad social. En Gran Bretaña, los cambios tecnológicos experimentados por la agricultura y la industria revolucionaron las bases materiales de la existencia y procuraron los medios gracias a los cuales los ideales de la Revolución francesa podían ser puestos en práctica". Esta feliz síntesis, que no siempre tuvo, en el plano social, los efectos benéficos que una extrapolación demasiado alegre dejaría entrever, pudo realizarse gracias al papel primordial, pero en general a menudo

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desconocido, que los "franceses jugaron al importar, ampliar, adaptar y transmitir al resto de Europa los elementos fundamentales de la revolución económica". 3.1.4

Las Industrias Motrices en la Primera Fase de la Industrialización

Como en el caso inglés, la industria textil y la industria del hierro fueron las dos primeras industrias motrices en el proceso de paso de una economía artesanal a una economía industrial.

La Industria Textil Hacia mediados del siglo XVIII existía en Francia una industria textil rural. Un edicto de 1792 había concedido a los habitantes del campo el derecho de fabricar telas sin necesidad de formar parte de una corporación. Este edicto no había hecho sino consagrar una práctica remota. Se trabajaban a domicilio el lino y el algodón. Muy a menudo los campesinos hiladores y tejedores trabajaban para un comerciante que les proporcionaba la materia prima. Este tipo de actividad casera desapareció “como en Inglaterra”, con la introducción de las primeras máquinas que fueron instaladas en fábricas. Esta transformación se inició en la segunda mitad del siglo XVIII. Dejando aparte el sector de la seda, para el que Jacquard inventó el primer telar, los métodos de mecanización fueron importados de Inglaterra. No era fácil procurarse máquinas inglesas cuya exportación permaneció durante mucho tiempo prohibida. Sin embargo, una parte no despreciable de la información técnica era publicada y por tanto accesible para todo el mundo. Pero numerosos viajeros se desplazaron a Gran Bretaña con la esperanza de visitar fábricas y de recoger explicaciones sobre el funcionamiento de las máquinas; algunas máquinas fueron compradas y exportadas gracias a licencias obtenidas de las autoridades británicas; otras simplemente se obtuvieron a través del contrabando. Por fin, se desarrolló un verdadero espionaje económico cuya amplitud resulta difícil de precisar. Algunos artesanos ingleses fueron invitados a expatriarse para beneficiar con sus conocimientos técnicos los países del continente. A pesar de todo, los inventores y empresarios ingleses aceptaron a menudo instalarse en el extranjero atraídos por la perspectiva de elevados beneficios. John Kay y Holker fueron de esta manera dos pioneros del desarrollo de la industria del algodón en Francia. John Kay fue a Francia por primera vez en 1747 y se dedicó a fabricar lanzaderas y a explicar su uso a los tejedores franceses. A pesar de las facilidades oficiales, la difusión del invento de Kay fue muy lenta, y hacia 1790 el gobierno francés intentó incitar a los fabricantes a emplear el sistema de Kay.

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Gracias a varios inspectores de la Administration da Commerce, John Holker pudo fundar su empresa con capital de varios socios franceses. Holker era sobre todo el director técnico. Reconocidos sus méritos por el gobierno y deseando atraer a los empresarios ingleses, le nombró inspector general de las Manufacturas el 15 de abril de 1755 y le dio un título de nobleza en 1775. De 1756 a 1786, Holker jugó un papel decisivo en el desarrollo de la industria textil francesa. Introdujo la jenny en 1771, cuando la patente de Hargreaves databa de 1769. Posteriormente, fundó una fábrica en la que se producían jennies. La energía hidráulica y la de vapor fueron instaladas por primera vez en Alsacia. En 1830, cuando Roubaix no poseía ningún telar hidráulico o de vapor, Alsacia tenía ya 18.000. Los ingleses Heywood y Dixon se instalaron en Alsacia donde fundaron una de las primeras fábricas de hilados que utilizaba la fuerza hidráulica como fuente de energía. La influencia inglesa fue también decisiva en la fabricación de encajes desde principios del siglo XIX. Un gran número de obreros ingleses cualificados fueron a trabajar a las fábricas de Calais y Boloña hasta el punto de que esta emigración llegó a preocupar al gobierno británico.

La Industria Siderúrgica El desarrollo de la industria del hierro estuvo influida en gran medida por las técnicas importadas de Gran Bretaña. Volveremos a encontrar en este sector la participación conjunta del Estado francés y de los técnicos británicos. En el siglo XVIII, Francia llevaba un gran retraso en la producción de hierro con respecto a Inglaterra y a Alemania. La industria se beneficiaba de una fuerte protección aduanera y solamente se utilizaba el mineral de hierro de Lorena que era de calidad mediocre. Además, ni siquiera existía competencia interior debido a la ausencia de medios de transporte. Cada productor tenía un monopolio en la zona geográfica en la que estaba radicada su empresa. En 1722 y 1762 Réaumur había publicado unos tratados sobre el hierro forjado y el hierro fundido. El gobierno deseaba desarrollar la producción de armamentos y John Holker quería producir el equipo necesario para la industria textil. El subdesarrollo de la siderurgia francesa constituía, pues, un verdadero estrangulamiento que había que suprimir. John Holker ayudó a un metalúrgico inglés, Michael Alcock, a construir una fundición en Charité-sur-Loire en 1757. Alcock recibió 2.400 libras del gobierno francés para contratar obreros cualificados ingleses. De 1760 a 1786, Alcock fundó varias empresas metalúrgicas y mecánicas, una de ellas en Roanne en 1767. En 1764 el gobierno francés envió a Inglaterra a un joven ingeniero de Lión, Gabriel Jars, con el fin de que pudiese estudiar los métodos de producción del hierro y del acero. Realizó las primeras

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experiencias de producción de hierro con coque en Saint-Étienne e intentó convencer a los maestros fundidores de adoptar este procedimiento. Los de Wendel, establecidos en Hayange, Lorena, se beneficiaron de las enseñanzas de Jars y continuaron las experiencias inspirándose en técnicas alemanas. Una de las importantes contribuciones británicas al desarrollo de la siderurgia francesa fue la de William Wilkinson, quien emigró a Francia en 1777 y recibió un salario anual de 12.000 libras del gobierno francés para organizar una fundición de cañones en la isla de Indret, en el Loira, cerca de Nantes. Pero la producción era escasa y el gobierno envió a Indret a Ignace de Wendel quien consideró el procedimiento de la refundición ineficaz y oneroso. Propuso la construcción de altos hornos que posibilitasen la obtención de hierro a partir del coque. Wendel y Wilkinson, de común acuerdo, escogieron Le Creusot. De esta manera iba a ser realizada la primera concentración carbón-mina de hierro. Los altos hornos de Le Creusot fueron construidos con fondos privados y la ayuda financiera del gobierno de Luis XVI. Los trabajos, comenzados en 1782, se terminaron en 1785. La primera salida de arrabio tuvo lugar el 11 de diciembre de 1785. Hasta 1818, Le Creusot fue la única empresa siderúrgica francesa que utilizó carbón para la fundición. Los progresos no fueron realmente sensibles hasta después de 1840. Francia se mantuvo muy por detrás de Gran Bretaña. Mientras que en 1806 el 97% de la producción de fundición inglesa era fabricada con coque, por este procedimiento se obtenía menos del 2% de la fundición francesa. También se utilizó en Francia la máquina de vapor de James Watt, en la época de la fundación de Le Creusot. Unos años antes, en 1778, los hermanos Périer compraron a Boulton y Watt dos bombas de vapor que fueron instaladas en Chaillot en agosto de 1781. Posteriormente, los propios Périer fabricaron este tipo de máquina. Pero fue Ignacio de Wendel quien importó la primera máquina de vapor rotativa para su empresa en Le Creusot en 1784. El ejemplo no fue seguido con demasiado calor por los industriales franceses: en 1810, la industria francesa contaba solamente con 200 máquinas de vapor frente a unas 5.000 en Gran Bretaña. En 1815, Francia prácticamente no había empezado a fabricar acero. Obtenía unas pequeñas cantidades gracias a la buena calidad del mineral de los Pirineos y de los Alpes del Delfinado. Como se empleaba el carbón de madera para tratar el mineral de hierro, resultaba muy difícil aumentar la producción. La cementación, que permitía transformar el hierro en acero, era conocida desde hacía mucho tiempo en Alemania cuando se empleó en Francia por primera vez bajo la Restauración. Tampoco se conocía el acero obtenido en crisol, procedimiento inventado en Inglaterra por Huntsmann hacia 1750. Todo el acero fino o templado era importado. Finalmente se adoptó en Francia la técnica inglesa del crisol, aunque con mucha lentitud. La producción anual de acero fue de 5.000 t en 1826,

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7.000 t en 1835, 12.000 t en 1845, 22.000 t en 1855. A partir de 1862-1865 se intentó adoptar el convertidor descubierto por el inglés Bessemer. Sin embargo, el mineral de Lorena contenía excesivo fósforo y hubo que esperar al procedimiento Thomas y Gilchrist, en 1878, para superar la dificultad. Desgraciadamente, una gran parte de la Lorena industrial había sido anexionada por Alemania en 1871. La expansión de la producción de acero tuvo lugar, sin embargo, a finales del siglo XIX. Se sabe que la insuficiencia del aprovisionamiento de carbón fue un importante factor negativo para la industria siderúrgica francesa. Esta pobreza en carbón mineral fue una de las causas del empleo de carbón de madera en el tratamiento del mineral de hierro hasta 1850-1860. El elevado precio del carbón y de los transportes, la excesiva protección aduanera, la insuficiente cualificación de la mano de obra, las unidades productivas de pequeño tamaño, el espíritu rutinario y, a menudo, la insuficiencia de los capitales fueron otros tantos factores que frenaron el desarrollo económico en la primera mitad del siglo XIX. 3.1.5

El Retraso de Francia en el Desarrollo Industrial

Dos categorías de factores influyeron en el desarrollo de la economía francesa entre finales del siglo XVIII y finales del XIX: unos, favorablemente; otros, desfavorablemente. Los últimos parecen haber pesado más que los primeros.

Los Factores Favorables al Desarrollo Estos factores favorables al desarrollo son de orden institucional y jurídico, por un lado y científico y técnico, por otro. Forman parte de la herencia revolucionaria y de la obra napoleónica. Constituyen lo que Rostow denomina las "precondiciones" del desarrollo. La Revolución de 1789 liquidó el feudalismo y abolió la servidumbre. Una ley de marzo de 1791 puso fin al régimen de las corporaciones de oficios, que paralizaban la iniciativa individual. El mismo año se concedió a los campesinos el derecho de cultivar lo que quisieran. Las antiguas provincias fueron sustituidas por las nuevas demarcaciones que Napoleón acabó de organizar en el marco de una centralización administrativa estrecha. Se suprimieron los fielatos entre las provincias, y los hombres, las mercancías y los capitales pudieron desplazarse libremente. El espacio geográfico francés se convirtió así en un mercado único protegido por un elevado arancel exterior. En mayo de 1790, la Asamblea adoptó el sistema métrico, infinitamente más simple que el antiguo sistema de pesas y medidas y, en consecuencia, susceptible de favorecer los intercambios.

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En 1794, la Convención fundó la École Polytechnique para la formación de ingenieros civiles y militares y la École des Mines. Recordemos que Francia ha sido el primer país en tener una escuela de ingenieros al fundarse, en 1747, la École des Ponts-et-Chaussées. En 1793, la Convención transformó el Járdin du Roi en Museo de Historia Natural con el fin de promover la investigación y la enseñanza de la química, la botánica, la biología, la anatomía, la geología, la mineralogía y la agricultura. Entonces Francia era rica en hombres de ciencia tales como Georges Cuvier, Louis Daubenton, Antoine Fourcroy, Laurent de Jussieu, Geoffroy SaintHilaire, Francois de Lacépede, Lamarck y los matemáticos Monge, Lagrange y Laplace. En 1798, el Directorio fundó el Conservatoire des Arts et Métiers y la École Normale Supérieure. El Conservatoire "coloca en el mismo plano la ciencia aplicada y la teoría"; supo atraer a estudiantes franceses y extranjeros. En toda la reforma de la enseñanza y de la investigación llevada a cabo por la Revolución y el Imperio se hizo hincapié en la importancia de las matemáticas. En un informe preparado por la Commission de l'Instruction publique en 1792, Condorcet escribía: "las ciencias matemáticas y físicas ofrecen un remedio contra los prejuicios y la estrechez de espíritu. Aquellos que siguen su evolución, ven venir una época en la que su utilidad práctica y su aplicación alcanzarán unas dimensiones que superan nuestras esperanzas, la literatura tiene sus limites, pero las ciencias de la observación y del cálculo no tienen límite". En 1794, Lakanal insiste sobre la importancia que tiene para la nación asegurar que las ciencias matemáticas sean cultivadas y profundizadas ya que confieren la costumbre de la precisión: sin ellas la astronomía y la navegación carecen de guía; la construcción tanto civil como naval no se atiene a regla alguna; las ciencias de la fortificación no tienen fundamento. Napoleón confirió a la École Polytechuique su estilo militar, pero esto no alteró la calidad de su enseñanza, salvo al final del Imperio y comienzos de la Restauración. En 1828-1829, un grupo de ingenieros e industriales fundó la École Centrale des Arts et Manufactures que estaba también destinada a tener un brillante futuro en beneficio de la industria francesa. Es sorprendente observar la influencia que estas escuelas francesas han podido tener en el extranjero entre el fin del Primer Imperio y la guerra de 1870. Llegaron estudiantes de todos los países del continente europeo y de los Estados Unidos para estudiar la técnica enseñada por los ingenieros franceses. La École Polytechnique sirvió a menudo como modelo para la fundación de escuelas de ingenieros en Praga en 1806, en Viena en 1815, en Estocolmo en 1825, en Alemania entre 1820 y 1830, en Lieja en 1825, y Zurich en 1848. La escuela militar de West Point en los Estados Unidos fue fundada con la ayuda de un politécnico que Napoleón había exiliado por sus simpatías republicanas. Es cierto que los imitadores extranjeros, si bien sabían inspirarse en la calidad científica de los programas de las escuelas francesas no siempre importaban el espíritu militar

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del Polytechnique. R. E. Cameron, quien concede una gran importancia a esta influencia francesa en el mundo, estima que en 1861 los fundadores del célebre Massachusetts Institute of Technology se inspiraron en la École Centrale; numerosos ingenieros franceses efectuaron importantes obras en el extranjero. Entre los más célebres cabe citar a Frédéric Le Play, ingeniero de minas y sociólogo que recorrió Europa y se trasladó a Rusia en 1837 y 1844 por invitación del zar para organizar las minas de carbón y los complejos metalúrgicos del Donetz y de los Urales. Fue seguido por numerosos condiscípulos que organizaron la industria rusa. La mayoría de los países europeos y algunos de los países de Sudamérica pidieron la colaboración de los ingenieros franceses. Llegados a este punto, hay que recordar la influencia de Saint-Simon y de su, seguidores, apóstoles de la industrialización y de sus beneficios. El canal de Suez, el desarrollo del sistema bancario, el desarrollo de los ferrocarriles fueron, directa o indirectamente, de inspiración sansimonista. Francois Perroux señala la amplitud y alcance de los proyectos y realizaciones sansimonistas: todavía joven, SaintSimon propone la construcción de un canal entre los dos mares al virrey de México (1783) y proyecta otro canal a su paso por España (1787). Suez y Panamá "son obra de la industria", dice Enfantin en 1834, y son de todos conocidas las vicisitudes de la sociedad para el estudio del canal de Suez, seguidas del desposeimiento de los sansimonistas por Lesseps. Es posible que se haya olvidado el proyecto de una presa sobre el Nilo, pero todo el mundo sabe el papel doctrinal y práctico de los sansimonistas en la construcción de los ferrocarriles, creadores de mercados y renovadores de las estructuras sociales tanto en Francia como en toda Europa, tal como lo anunció con una lucidez excepcional Michel Chevalier. Las grandes obras públicas permiten la comunicación, en la acepción sociológica del término, a gran escala, lo que engendra nuevas redes de intercambio de poder y de información. Son pues los parientes y los socios de estas técnicas colectivas que, en definitiva, son las organizaciones de unidades plurinacionales”. Daniel Villey escribía en agosto de 1943 en su Pelite histoire des grandes doctrines économiques: "Después de las divisiones va a hacer falta reunir y coordinar; después de las pugnas entre ideologías políticas, unirse en un esfuerzo común para la explotación económica del globo; y más especialmente en nuestro caso: tras un repliegue sobre la tierra y sobre el artesanado, edificar un nuevo aparato de gran producción industrial. No necesitamos más lecciones que las de la calle Taranne. Quiera Dios que mañana sacuda a toda Francia un gran temblor sansimonista". Sin embargo, la influencia francesa en el plano científico y técnico fue disminuyendo hacia finales del siglo XIX. Lo que era revolución en la organización centralizada de la enseñanza y de la investigación en 1790-1815, se había

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convertido en monopolio y esclerosis un siglo más tarde. El número de bachilleres, que oscilaba alrededor de los 2.000 por año hacia 1850 y de los 3.000 hacia 1880, no era más que de 2.500 en vísperas de la primera guerra mundial. En primer lugar, la enseñanza secundaria y superior se reservaba a un pequeño número de privilegiados de la formuna y, por otra parte, a la oferta de ingenieros y de científicos no siguió la ampliación de la demanda. Finalmente, a pesar de este florecimiento del espíritu científico y del espíritu de empresa, la industrialización francesa fue menos rápida que en Gran Bretaña y en Alemania.

Factores Desfavorables al Desarrollo A pesar de la incertidumbre propia de las estadísticas sobre el crecimiento, queda fuera de duda que entre 1815 y 1914 la renta real global y percápita aumentó más lentamente en Francia que en los demás países industriales (Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, Bélgica). Ahora nos proponemos pasar revista a los factores que pueden explicar el retraso de la economía francesa, sin que sea siempre fácil precisar su importancia relativa. Estos factores desfavorables se refieren a las estructuras económica y social, a los mecanismos de la actividad económica y al proteccionismo: •

La evolución demográfica: hemos visto en la primera sección que Francia fue el único país industrial del siglo XIX en el que la población aumentase a un ritmo tan bajo. Este estancamiento demográfico, que vino acompañado por el fenómeno del envejecimiento, no podía más que tener una influencia desfavorable en la demanda final: en general existe una relación positiva entre las tasas de crecimiento de la población y del producto. Todos los coeficientes de correlación son positivos y elevados y las verificaciones indican que la mayoría de ellas son significantes al 1%. Además, J. J. Spengler, en los Rapports du V6 Congrés international des Sciences historiques, escribe: cuando la población aumenta rápidamente, los empresarios y la comunidad económica tienden a estar animados por un espíritu expansionista y agresivo. Todos ven ampliarse sus mercados y se prevé que el aumento de las posibilidades de venta absorberán una sobreproducción momentánea y una capacidad de producción aparentemente excedentaria. Cuando la población no aumenta o se reduce, pueden predominar unas previsiones menos optimistas, aunque este resultado no sea automático. También es probable que un alto en el crecimiento de la población contribuya a dar rigidez a la estructura económica de una sociedad, Francia ha tenido experiencia de esta rigidez estructural en la medida en que la movilidad del factor trabajo fue muy escasa a lo largo de todo el siglo XIX. Las migraciones internas, del sector primario hacia el secundario y el terciario, fueron

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relativamente menos importantes que en otros países en vías de industrialización, la pequeña propiedad rural consiguió retener los campesinos a la tierra; paralelamente, mientras que Francia exportaba sus ingenieros y sus especialistas, importaba una mano de obra menos cualificada, procedente de España, de Alemania y de Centroeuropa. La ausencia de presión demográfica frenó a la vez la demanda global y la oferta de mano de obra. La insuficiencia de los recursos naturales: hemos señalado ya la escasa importancia de los recursos de carbón y de mineral de hierro. Mientras que, en 1890, el 53,5% de las importaciones de mercancías representaban materias primas necesarias a la industria, este mismo tanto por ciento no era más que del 36,8% para el Reino Unido, del 42,6% para Alemania y del 36,4% para los Estados Unidos. A fines del siglo XIX, Francia era el único país industrial que tenía que importar carbón para sus necesidades interiores mientras que los demás países disponían de recursos exportables. El precio del carbón era mucho más elevado en Francia que en los restantes países industriales: según cálculos efectuados por el Comité des Forges, debía haber sido de 11,07 francos la tonelada entre 1885 y 1890 frente a 6,96 en Inglaterra, 9,37 en Bélgica y 6,59 en los Estados Unidos. Esto no representa una pequeña desventaja en una época en que el carbón era la primera fuente de energía. Francia no descubrió su riqueza en mineral de hierro hasta muy tarde, y sufrió un duro golpe “ya lo hemos señalado” con la anexión de Alsacia y Lorena en 1871. La cuenca de Briey fue descubierta en 1894. En 1910, el 90% de la producción de hierro procedía de la Lorena y, en concreto, el 75 % de Briey. •

El ahorro y la inversión: Francia, en el siglo XIX, no estuvo escasa de capitales, pero su ahorro no fue suficientemente productivo. Existió atesoramiento y el ahorro estuvo mal dirigido. Según las estimaciones de R. E. Cameron, durante el siglo XIX se invirtió en la agricultura y la industria algo menos de la mitad del ahorro neto. "Los transportes y las instituciones financieras absorbieron entre 1870 y 1900 algo más de 20.000 millones de francos, quedando solamente para la agricultura y la industria de 50.000 a 60.000 millones, es decir, una media anual de 600 millones. Aquí está el nudo de la cuestión. El crecimiento de la industria francesa no se mantuvo al nivel de la de los países vecinos porque Francia no invertía". Esta pobreza de la inversión fue, en parte, debida a la evolución demográfica y, en menor medida, a la insuficiencia de carbón y de hierro. Y sin embargo, el siglo XIX fue el del ahorro y del rentista. El envejecimiento de la población favorecía al ahorro. Pero este ahorro fue empleado para invertir en el extranjero y para prestarlo al Estado.

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Probablemente más de la mitad del ahorro francés se canalizó por estas dos direcciones. Es cierto que el Estado habría podido emplear este ahorro para fines productivos, pero normalmente servía para financiar los déficits presupuestarios. Por último, a los franceses siempre les ha gustado atesorar oro, y la situación monetaria del siglo XIX se prestaba fácilmente a este tipo de operación. Desde hacía tiempo, los franceses se habían ido acostumbrando a que el Estado jugase un importante papel en las funciones empresariales. Muy a menudo, las sumas invertidas en la construcción de líneas de ferrocarril se hallaban bajo la protección directa o indirecta de los gobiernos afectados. El inversor francés ha preferido en general la seguridad a las posibilidades de grandes beneficios. Dejemos a Alfred Sauvy el cuidado de obtener la conclusión: si se ha concedido a Francia la reputación de banqueros del mundo, se debe a que, carente de un desarrollo interior, los capitales procuraban emplearse en el extranjero. Los países prestatarios pagaban los intereses con la obtención de nuevos préstamos. Indudablemente no fueron ellos quienes inventaron el procedimiento. Cuando después de 1914 Francia fue incapaz de continuar con este peloteo, el circuito se cerró. Los países con mayor pudor devolvieron los préstamos en francos-papel con una pérdida casi total. Los restantes simplemente dejaron de pagar. Los franceses no podían invertir en riquezas; perdido el espíritu pionero, sin confianza en el futuro, deseosos de seguridad, no podían comportarse de forma distinta a como lo hicieron. Su conducta era lógica, coherente; al no querer hijos habían perdido el espíritu creador. Buscaban el 3% nacional malgastado en presupuestos deficitarios o el 4% en fondos extranjeros. •

El proteccionismo: Francia ha sido siempre "proteccionista" y "colbertista"; el Estado ha defendido la hegemonía nacional controlándola y protegiéndola de la competencia extranjera. A largo plazo esta política no ha podido hacer otra cosa más que frenar la difusión de las nuevas técnicas y del crecimiento. La protección agrícola contribuyó a mantener elevados los precios mientras que los derechos de aduana impuestos sobre el carbón y sobre las materias primas aumentaban los costes de producción. Estos derechos prohibitivos sobre el carbón y los productos metalúrgicos, aprobados por la Restauración en 1816, frenaron el desarrollo de la obtención de hierro mediante coque. Las industrias mecánicas y los restantes sectores consumidores de carbón, hierro y acero habrían preferido comprar sus materias primas a precios mundiales. Con ello habrían tenido unos costes menores, y por tanto habrían producido a precios más bajos y más competitivos en el mercado mundial. Recordaremos, para terminar, que Francia sufrió a lo largo del siglo XIX más sacudidas políticas que la mayoría de los países industrializados. Hubo revoluciones y guerras:

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revoluciones en 1830 y 1848, guerra de Crimea (1854-1956), guerra en 1870; esta serie de sacudidas costaron caras en hombres y en recursos, y no hicieron más que retrasar el progreso económico. 3.2

INDUSTRIALIZACIÓN Y CRECIMIENTO DE LOS ESTADOS UNIDOS

Los efectos del dominio económico de Gran Bretaña: tres obstáculos principales frenaron la industrialización de los Estados Unidos, inmediatamente después de la independencia: el dominio económico de la antigua metrópoli, la escasez de mano de obra y la ausencia de vías de comunicación. Antes de la independencia, Gran Bretaña había procurado frenar el desarrollo industrial de sus colonias de Nueva Inglaterra. Los ingleses querían conservar a favor suyo la división del trabajo entre la metrópoli, que proporcionaba los productos manufacturados, y las colonias, que exportaban las materias primas y los productos alimenticios. El gobierno de Londres exigía a los gobernadores un informe anual sobre la evolución de las manufacturas en la colonia. La historia enseña que algunos gobernadores respondieron que no podían escribir un informe sobre algo que no existía. Sin embargo, los colonos habían conseguido desarrollar la fabricación de textiles y de calzado. Lord Cornbury, gobernador de Nueva York de 1701 a 1708, se inquietaba, en un informe dirigido al Board of Trade en 1705, por el desarrollo de la fabricación de textiles de lana en Long Island y en Connecticut. Señalaba a este respecto: "todas estas colonias que no son más que ramas de un mismo árbol deberían ser mantenidas completamente dependientes y sujetas a Inglaterra, y esto no será jamás posible si se las deja construir las mismas manufacturas que en Inglaterra ya que una vez que los colonos puedan vestirse no sólo de manera confortable, sino con elegancia, sin la ayuda de Inglaterra, aquellos que, ya ahora, no se sienten muy deseosos de someterse al gobierno pensarán muy pronto en realizar los designios que llevan desde hace mucho tiempo en su corazón" (H.U. Faulkner). Este pasaje tiene el mérito de resumir claramente la posición Británica tendente a hacer de los territorios de América del Norte una fuente de aprovisionamiento y un coto privado para las exportaciones inglesas de productos manufacturados. Desde mediados del siglo XVII hasta finales del XVIII, se creó todo un cuerpo legislativo, de inspiración mercantilista, con el fin de controlar el comercio colonial. Esta legislación fue la continuación lógica de las famosas "Actas de Navegación" de 1651, que prohibían la importación de mercancías a Gran Bretaña sobre barcos extranjeros. Una ley de 1663 impuso unos derechos aduaneros muy elevados sobre los productos importados por las colonias americanas y que no procedían de Inglaterra o que eran transportados en barcos extranjeros. Al monopolio de transportes marítimos, los británicos añadieron el monopolio del comercio al prohibir la exportación de los

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productos coloniales (azúcar, tabaco, algodón, índigo) a otro país que no fuese Inglaterra. En 1699, los intercambios entre las colonias fueron prohibidos para ciertos productos manufacturados tales como los textiles de lana y los sombreros. En 1733, la Sugar Act impuso unos derechos prohibitivos sobre la importación de melazas procedentes de las Antillas y que se utilizaban en la fabricación del ron. Las Antillas inglesas escapaban a este régimen, pero no proporcionaban más que una quinta parte de la melaza necesaria a las colonias americanas. Los colonos soportaban la doble desventaja que significaban la prohibición sobre la exportación de los productos agrícolas y la política de monopolio de Gran Bretaña. Esta política mercantilista llevó al gobierno británico a aumentar progresivamente los aranceles aduaneros hasta el momento en que estalló la revuelta de las colonias con el célebre tea-party de Boston: el 16 de diciembre de 1773, los colonos echaron al mar la carga de té de los barcos ingleses anclados en el puerto de Boston. Sin embargo, fueron necesarios diez años de sangrientas luchas para conseguir la independencia. La independencia política no podía borrar de un día para otro las consecuencias de una larga dependencia económica. A pesar de la abundancia de recursos y el espíritu de empresa de los colonos, el inicio de la industrialización se vio frenado durante varias décadas. Es cierto que las consecuencias de las guerras napoleónicas y una nueva guerra con Inglaterra, de 1812 a 1814, agravaron las dificultades del joven país. La insuficiencia cuantitativa y cualitativa de mano de obra, la insuficiencia de ahorro productivo y la ausencia de medios de transporte perpetuaron la dependencia con respecto a los fabricantes y banqueros ingleses. En 1787 se fundaron fábricas textiles en Massachussets, en 1788 en Counecticut, en 1807 en Nueva Jersey. La primera quebró durante el embargo de 1807 (el presidente Jefferson había hecho votar por el Congreso el embargo sobre el comercio con Gran Bretaña a consecuencia de la incorporación forzosa de los marinos americanos a la armada inglesa. En aquella época los ingleses no querían reconocer la ciudadanía americana). Las empresas de Connecticut y de Nueva Jersey ni siquiera pudieron empezar a producir, carentes de mano de obra cualificada y de mercados suficientes. A la industria naciente le era difícil soportar el peso de la competencia inglesa apoyada por un sólido sistema bancario que se especializaba ya en la financiación del comercio internacional. Los Estados Unidos iban a salir mucho más rápidamente de la dependencia industrial que de la dependencia financiera de Gran Bretaña.

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Otro índice del dominio económico inglés nos viene dado por la evolución de los intercambios entre Inglaterra y sus antiguas colonias. La reducción de los intercambios revela una indudable asimetría desde el momento en que se compara la disminución de las importaciones recíprocas de ambos países. Los Estados Unidos, país nuevo, difícilmente podían pasar sin los productos manufacturados ofrecidos por Gran Bretaña mientras que este país podía encontrar con más facilidad nuevos mercados para aprovisionarse de productos agrícolas y de materias primas. Tocqueville, en su obra sobre La démocratie en Amérique, recuerda esta fuerza competidora de Inglaterra: "no hay ninguna voluntad soberana ni existen prejuicios nacionales que puedan luchar contra el buen mercado. Difícilmente podría encontrarse un odio más profundo que el que existe entre los americanos de los Estados Unidos y los ingleses. A pesar de estos sentimientos hostiles, los ingleses proporcionaron a los americanos la mayoría de los objetos manufacturados, por la única razón de que los hacen pagar menos caros que los demás pueblos. La creciente prosperidad de América revierte así, a pesar del deseo de los americanos, en beneficio de la industria manufacturera inglesa". Un testigo insospechado, el príncipe de Bénevent, nos explica en una Mémoire sur les relations commerciales des Etats-Unis avec l'Angleterre que los americanos efectuaban mucho más comercio con sus enemigos los ingleses que con sus aliados los franceses, ya que podían comprar en Inglaterra más barato y con unos plazos de pago mucho más amplios. Talleyrand escribe en esta Mémoire: “América tiene necesidad de recibir de Europa no solamente una gran parte de lo que consume interiormente, sino también una gran parte de lo que emplea para su comercio exterior. Sin embargo, todos los objetos son proporcionados a América de una manera tan total por Inglaterra, que cabe dudar de que en la época de la más severa prohibición, Inglaterra gozase con mayor exclusividad de este privilegio con lo que entonces eran sus colonias que ahora, con los Estados Unidos independientes. Las causas de este monopolio voluntario no son por otra parte fáciles de localizar: el volumen de fabricación de las manufacturas inglesas, la división del trabajo, a la vez principio y consecuencia de esta fabricación..., han permitido a los manufactureros ingleses reducir el precio de todos los artículos de uso cotidiano por debajo de aquél al que las restantes naciones han tenido que librar sus productos hasta la actualidad. Además, los grandes capitales de los negociantes ingleses les permiten conceder unos créditos más amplios que cualquier negociante de cualquier otra nación podría hacerlo. El resultado es que el negociante americano que obtiene sus mercancías de Inglaterra no emplea casi ningún capital propio en el comercio y lo realiza casi completamente con capitales ingleses. Es pues en realidad Inglaterra quien realiza el comercio de consumo de América. Entre estos intereses recíprocos y cimentados por una larga costumbre, es casi improbable que una tercera nación consiga intervenir”.

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Sin embargo, los americanos han manifestado una notable aptitud para vencer las dificultades, y el espíritu de empresa nunca ha abandonado a este pueblo de pioneros. No solamente supieron adaptar los inventos británicos sino que tuvieron sus propios inventores en su revolución industrial. 3.2.1

Inventos Americanos y Producción en Serie

Los Estados Unidos se beneficiaron, como los países del continente europeo, de la técnica inglesa. Una de las primeras experiencias de industrialización fue realizada por un inmigrante inglés, Samuel Slater, quien fabricó en 1789, a partir del modelo de Arkwright la primera máquina de hilar algodón. Construyó una fábrica importante en Pawtucket en la isla de Rhodes en 1790. Esta fábrica empleaba energía hidráulica. Durante la primera mitad del siglo XIX se empleó muy a menudo como fuerza motriz el agua. La difusión general de la máquina de vapor no tendría lugar antes de los años 1850-1860. El primer telar mecánico fue fabricado por un comerciante de Boston, Francis Cabot Lowell, que había realizado un viaje de estudios por Inglaterra en 18101812. Con la ayuda de un obrero de gran talento, Paul Moody, Lowell concibió y construyó una fábrica de hilado y tisaje en Waltham, en 1814. Era la primera vez que se integraban en la misma fábrica las dos operaciones fundamentales de la industria textil. Este "sistema de Waltham" prefiguraba el proceso de concentración de la industria moderna. Varios inventores americanos mejoraron ulteriormente las máquinas textiles heredadas de la técnica inglesa, acelerando su funcionamiento. Thorp, Samuel Batchelder y William Mason se hallan entre los más conocidos. Pero el espíritu inventor no se limitó a la industria textil: Oliver Evans inventó una máquina de vapor de alta presión. Fulton, Rumsay y Fitch construyeron los primeros barcos a vapor, y John Stevens la locomotora. En 1830, Geissenhainer conseguía obtener hierro a partir del coque y en 1851, William Kelly inventó el mismo procedimiento de descarbonización del hierro que Bessemer, pero independientemente de él. En 1846, Elias Howe inventó la máquina de coser y Morse construyó el telégrafo magnético que revolucionó los medios de comunicación. Como en Inglaterra, estos inventos fueron explotados por empresarios con un gran talento innovador que supieron fundar las primeras grandes empresas. Pero más que describir un proceso que ya hemos estudiado en el caso europeo, vamos a señalar las características propias de la industrialización americana. La contribución de los inventores americanos fue orientada por las necesidades particulares de la economía de Estados Unidos no nos sorprende volver a encontrar aquí la influencia dominante del medio sobre el proceso de invención.

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Desde 1800, el ministro de Hacienda del gobierno federal valoraba la producción industrial anual en 120 millones de dólares. Atribuía este primer éxito a "la ausencia de estos sistemas restrictivos y monopolísticos que deforman el estado de la sociedad en otros países. La industria es, desde todos los puntos de vista, perfectamente libre; todas las actividades están abiertas a todos sin que sea necesario un aprendizaje, el ser admitido, u obtener una licencia". En este contexto de completa libertad de empresa la iniciativa privada no encontraba ninguna traba. Gran Bretaña sacó también las mayores ventajas de la libertad de empresa, pero, contrariamente a los Estados Unidos, disponía de una abundante mano de obra procedente del sector agrícola. Este no fue el caso de los Estados Unidos, donde el avance hacia el Oeste abría constantemente nuevos mercados a la agricultura. El espectacular aumento de la población amplió los mercados interiores favoreciendo la expansión de la industria y el comercio. Sin embargo, esta presión demográfica no impidió la penuria de mano de obra durante las primeras décadas del desarrollo industrial. Esta relativa escasez del factor trabajo orientó el progreso técnico de los Estados Unidos hacia la construcción de máquinas y hacia la búsqueda de procedimientos de fabricación que ahorrasen trabajo. Esto aceleró el proceso de acumulación del capital y permitió a la economía americana escapar antes del régimen de dependencia en la que se encontraba con respecto a Inglaterra. La producción en serie, tipificada; ésta es la herencia de los inventos e innovaciones americanos. La idea de la división del trabajo en un proceso continuo de fabricación fue aplicada por primera vez, en 1782, por Oliver Evans en un molino que construyó en Filadelfia. El mismo inventor escribía que su finalidad era la de reducir la mano de obra necesaria para su mantenimiento: "al principio tuve la idea de utilizar la fuerza que acciona las ruedas de molino para efectuar todas las operaciones que hasta entonces se realizaban a mano". A este fin, Evans construyó un sistema de cadenas con cangilones para transportar el trigo de una máquina a otra y de un piso a otro. Oliver Evans supo manifestar otros aspectos de su talento de inventor y a menudo se le ha llamado el James Watt americano. Construyó una máquina de vapor de alta compresión, un "automóvil" a vapor, un barco a vapor y perfeccionó repetidas veces el equipo empleado en la industria textil. Sin embargo, su contribución más importante fue la idea del trabajo en cadena que implicaba una programación de la producción en todas sus etapas. Pero hacían falta otros inventos para que esta experiencia de pionero pudiese algún día dar fruto. La técnica de las piezas intercambiables dio el impulso requerido. En 1792, el Congreso había votado una ley que creaba dos arsenales nacionales y subvencionaba las empresas privadas que fabricasen armas ligeras para el gobierno. Eli Whitney poseía una fábrica de armas ligeras y había inventado en 1790 la primera máquina desmotadora del algodón. Fue él quien en 1800,

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construyó por primera vez en Hamden, Connecticut, armas con piezas estándar e intercambiables. Este invento causó una verdadera revolución técnica: la producción podía acelerarse en un proceso de montaje en cadena, mientras que las reparaciones del objeto fabricado resultaban extraordinariamente simplificadas. Se hacía posible la producción en serie que pronto iba a dar a la economía americana su aspecto característico. El proceso particularmente rápido que condujo a los Estados Unidos de la fase de la fabricación artesanal al trabajo en cadena, fue en gran medida el resultado de la presión de las necesidades. Después de Evans y Whitney, un tercer fabricante, Simeon North, descubrió en 1808 un sistema de piezas intercambiables en la producción de armas. Este había explicado claramente cuáles habían sido sus objetivos: "para sustituir el talento del artista del que carecemos totalmente en este país, por un trabajo mecánico correcto y eficaz hace falta una gran variedad de equipo pesado y caro la construcción de este equipo es imposible sin un volumen importante de capital fijo. Se trata de una operación progresiva que, en ningún caso, sería posible realizar en menos de dos años y que debería proseguirse al menos durante veinte para permitir la amortización del capital". Fue en la fabricación de armas, gracias a los pedidos del gobierno, donde pudo desarrollarse durante la primera mitad del siglo XIX esta técnica moderna de especialización del trabajo y de concentración de los medios de producción. A partir de 1830, un gran número de operaciones de acabado, que hasta entonces se realizaban a mano, se hicieron automáticas. La precisión cada vez mayor de las máquinas permitía reducir la intervención manual. En 1855, el gobierno inglés compró a los Estados Unidos las máquinas-herramienta necesarias para la instalación de una fábrica de cañones. El método de piezas intercambiables quedaba desde entonces bautizado con el nombre de “sistema americano". Los productores americanos extendieron su "sistema" a producciones más pacíficas y en especial a relojería, donde las piezas fueron fabricadas por máquinas de precisión que cortaban el metal. En 1810, Jethro Wood aplicó el procedimiento de las piezas intercambiables a los carros. Treinta años más tarde, la segadora de McCormick se construía en cadena, según el mismo principio, multiplicándose los mecanismos de transporte automático durante el montaje. Una vez las segadoras puestas en servicio, la reparación podía quedar rápidamente asegurada gracias a las piezas sueltas que bastaba con pedir a la fábrica. A finales del siglo XIX, el sistema de piezas intercambiables era generalmente empleado, tanto en la fabricación de bicicletas como en la de máquinas de escribir. Todo ello marcó profundamente el desarrollo americano e indudablemente lo aceleró. La producción en serie fue posible por la técnica y por los gustos de los consumidores americanos. Esta sociedad, cuya estructura social era más flexible y menos vieja

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que la europea, se prestaba con mayor facilidad a la absorción de productos idénticos. El aumento de la población, la extensión territorial y el género de vida exigían unas cantidades de productos cada vez más importantes que hacía falta transportar a largas distancias. La diversificación de los productos no fue tan lejos como en Europa, pero por este mismo motivo aumentó la capacidad de producción. Sin embargo, el constante progreso de la técnica permitió finalmente, entre finales del XIX y principios del XX, que se multiplicasen indefinidamente las variedades de productos estándar. Alfred Marshall contrapuso la técnica francesa y la técnica americana señalando en primer lugar que ambos países estaban situados "en los bordes opuestos del amplio campo de la industria los talentos franceses permitían a la mano y a la vista realizar sutiles distinciones y variaciones infinitas en la forma y el color, y satisfacer de esta manera la imaginación y el gusto artístico a unos precios que en general se encontraban más allá de los medios de la gran masa del pueblo. En el extremo opuesto, los métodos americanos permitían la producción de bienes de equipo y de bienes de consumo en infinitas variedades de modelos estándar" (Alfred Marshall). 3.3

LA INDUSTRIALIZACIÓN DE ALEMANIA

La influencia inglesa en la industrialización de Alemania es tan evidente como en el caso francés, a pesar de haber sido relativamente menor. Los fabricantes alemanes importaron máquinas de Inglaterra y emplearon técnicos británicos. Son numerosos los ejemplos que podrían ilustrar este proceso y nadie lo ha descrito y analizado mejor que W. O. Henderson en su obra sobre Gran Bretaña y la industrialización de Europa. Francia jugó un papel nada despreciable en la difusión, hacia Europa continental, de las técnicas llegadas de Gran Bretaña y de los medios institucionales, intelectuales y financieros necesarios para su utilización. Esta influencia merece ser mencionada, sin querer exagerarla. Las conquistas de la Revolución y de Napoleón crearon vínculos económicos y políticos entre los Estados de la orilla izquierda del Rin y Francia. Evidentemente, Prusia permaneció al margen de la influencia francesa. La legislación napoleónica fue favorable a los intercambios y a la actividad económica al romper las estructuras feudales. Ingenieros y funcionarios franceses se interesaron por los recursos mineros de Alemania; fundaron una escuela de minas en Geislautern en 1802. Los empresarios alemanes de los años 1830 aprovecharon a la vez la fuente inglesa y la fuente francesa. El telar de Jacquard fue introducido en Alemania y utilizado en Krefeld.

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El desarrollo de la industria sedera en esta ciudad la convirtió rápidamente en una competidora de Lión. A partir de 1830, los franceses invirtieron, junto con los belgas, importantes sumas en las minas alemanas. Los primeros altos hornos del Ruhr emplearon obreros ingleses, franceses y belgas que eran pagados tres veces más que los obreros alemanes. Así pues, Alemania recibió del exterior mano de obra cualificada y capitales que le ayudaron a iniciar su industrialización. Pero este retraso de Alemania frente a sus vecinos suscitó en la clase empresarial y dirigentes el deseo de enfrentarse a la competencia extranjera. País bien dotado de recursos naturales, Alemania iba a convertirse, en la segunda mitad del siglo XIX, en el primer país industrial del continente y un peligroso rival de Gran Bretaña. La historia económica alemana del siglo XIX está estrechamente ligada a la de la unificación que se llevaría a cabo bajo el impulso de Prusia. Los 39 Estados confederados e independientes no iban a unirse en el Imperio alemán hasta 1871. Sin embargo, en 1834, se crearía una unión aduanera, el Zollverein, que permitiría la libre circulación de hombres y capitales entre todos los Estados alemanes. La unidad económica, realizada en parte por este "mercado común" antes de la unidad política, constituyó un factor favorable para el comienzo del desarrollo industrial. Tras recordar brevemente las etapas de la constitución del Zollverein veremos los aspectos esenciales del crecimiento y del desarrollo de Alemania, entre los que hay que destacar los avances de la agricultura, la presión demográfica, los sectores motores y el papel del Estado. 3.3.1

El Zollverein

A partir de 1815, el gobierno prusiano emprendió el desarrollo de la industria y el comercio. Consiguió dos préstamos en Londres en 1818 y 1822 con el fin de restablecer la situación de la hacienda pública. Motz, el ministro de Hacienda, vendió una parte de las tierras de la Corona, reformó el sistema fiscal y fomentó la construcción de carreteras. Beuth, subsecretario de Estado para el Comercio y la Industria, desde 1815 hasta 1845, fue uno de los principales artífices de la industrialización de Prusica. Fundó el "Instituto técnico" de Berlín y la "Asociación para el fomento del conocimiento técnico". Rother, secretario de Comercio Exterior (1820-1848), controlaba un número importante de empresas nacionalizadas en el sector de la industria textil, de la molinería, de la metalurgia y de la industria química. Reorganizó el Banco de Prusia mientras que otros funcionarios procuraban lanzar hacia adelante la economía del resto del país. El papel económico del Estado prusiano se extendió por toda Alemania, no sólo participando activamente en la construcción de ferrocarriles a partir de 1840-1850, sino, antes que nada, con la fundación del Zollverein. W. O. Henderson estima que esta unión aduanera fue la contribución más importante que Prusia aportó a la reanimación de la economía alemana tras las guerras napoleónicas.

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En 1818, Prusia estableció un nuevo arancel aduanero mucho más suave y más simple que el que se venía aplicando. Desde aquel momento, y a pesar de la competencia inglesa, un gran número de productos manufacturados no soportaban más que un gravamen del 10%. Prusia adoptaba de esta manera una posición favorable a un librecambio relativo. Los restantes Estados alemanes tenía perfecta conciencia de la necesidad de establecer una unión aduanera entre ellos, pero las complejas rivalidades y la oposición entre una Austria proteccionista y una Prusia librecambista paralizaban las iniciativas. El 18 de enero de 1828, Baviera y Wurtemberg decidieron realizar entre ellos una unión aduanera. El 14 de febrero de 1828 se fumaba un acuerdo con el mismo objeto entre Prusia y HesseDarmstadt. Fue entonces cuando los demás Estados se asustaron y formaron "la Unión comercial de la Alemania media", que no tenía más finalidad que la de oponerse al Zollverein y a la hegemonía prusiana. No adoptaron un arancel común y fueron incapaces de ampliar su red de carreteras a pesar de haber manifestado esta intención. Motz se encargó de la construcción de las carreteras destinadas a enlazar las uniones aduaneras de Hesse-Darmstadt y de Baviera-Wurtemberg. Poco a poco los Estados desertaron de la Unión comercial para incorporarse a la unión aduanera de Prusia-Hesse-Darmstadt. Por último, Baviera y Wurtemberg siguieron el mismo camino: de esta manera quedaba constituido el Zollverein alemán en 1834. Este mercado único que comprendía todos los Estados alemanes era una condición (una precondición según la terminología de Rostow) de arranque del crecimiento industrial. Apenas hay necesidad de insistir -puesto que se trata de una cuestión de doctrina más que de lógica- para demostrar que una treintena de pequeños Estados soberanos y separados por barreras aduaneras difícilmente habrían construido sus vías de comunicación y en cambio habrían frenado los movimientos de mano de obra y de capitales. En la espera de la unificación política de 1871, Alemania había conseguido, gracias al Zollverein, crear una unidad económica favorable al inicio del proceso de industrialización y al crecimiento.

Las Etapas del Crecimiento La historia económica de Alemania nos enseña que el papel del Estado no fue despreciable en el proceso de industrialización. Nos basta con recordar aquí que, en la construcción de los ferrocarriles, la explotación de las minas, la banca, los seguros y la propiedad rural, el gobierno prusiano jugó un papel determinante. •

Demografía y agricultura: no se dio la revolución industrial en Alemania sin una revolución agrícola y demográfica. La población alemana pasó de 24.600.000 habitantes en 1800 a 36.000.000 en 1850 y 56.000.000 en 1900. A

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las causas habituales de esta evolución hay que añadir en este caso las consecuencias del abandono del régimen feudal. La emancipación de los campesinos en los Estados alemanes entre 1783 y 1850 fue favorable a los nacimientos, sobre todo en Alemania del Este, donde el régimen de servidumbre estaba muy extendido. Las leyes de emancipación fueron adoptadas en el Estado de Baden en 1783; en Prusia en 1807, en Baviera en 1808; en Wurtemberg en 1819. En conjunto, la liberación de los campesinos se terminó hacia 1830 en Alemania del Oeste, mientras que la resistencia de los grandes propietarios del Este retrasó su advenimiento hasta 1840-1850. El abandono del régimen de servidumbre favorecía a la vez la natalidad, la movilidad de la mano de obra y su rendimiento. La mano de obra libre trabaja siempre mucho mejor que la mano de obra servil, y la agricultura no podía menos de beneficiarse del abandono de ciertas prácticas feudales. El sistema del barbecho fue abandonándose poco a poco: mientras que en 1800 las tierras en barbecho representaban la cuarta parte del suelo cultivable, en 1861 no inmovilizaban más que de un 16 a un 18 % de él, y a finales de siglo alrededor de un 4%. Se pueden distinguir tres fases en la evolución de la producción agrícola; durante la primera fase, que va de 1810-1815 a 1860-1865, la tasa de crecimiento medio anual fue del 1,9%. La ampliación de la superficie cultivada y el aumento de la productividad fueron las dos causas principales de esta tendencia. La segunda fase se extiende hasta 1890 y estuvo marcada por un estancamiento de la producción. La tasa de crecimiento cayó hasta el 0,7%, pero, como se había terminado el aumento de las tierras cultivadas, esta alza no fue sino el resultado de una débil mejora de la productividad. De 1890 a 1913 el aumento de la productividad permitió un crecimiento medio anual de laproducci6n del 2%. El empleo cada vez mayor de abonos fue la principal causa de esta alza del rendimiento agrícola. •

El desarrollo industrial: la revolución industrial se inició más tarde en Alemania que en Gran Bretaña y que en Francia. Este desfase explica por qué la construcción de los ferrocarriles pudo jugar un papel motor en el proceso de industrialización alemán. La demanda de equipo ferroviario condujo a la expansión de la producción de carbón, de hierro y de acero. La economía alemana se orientó desde el comienzo hacia la industria pesada; se ha podido señalar una relación directa entre el ritmo de construcción de los ferrocarriles y las fluctuaciones de la producción de los bienes de Equipo. No podemos dejar de recordar, sin embargo, que el gobierno prusiano había fomentado directamente la producción de hierro y de carbón desde mediados

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del siglo XVIII. Estos recursos eran directamente necesarios para la fabricación de armamento y de bienes de producción. Según Rostow y los autores que adoptan su aparato analítico, la fase de despegue habría tenido lugar en Alemania de 1830 a 1860-1865. Fue, pues, a partir de la entrada en vigor del Zollverein cuando la economía alemana pudo industrializarse. Entre 1834 y 1860 la tasa de crecimiento medio anual de la producción de bienes de equipo fue del 6,3%, mientras que la tasa de crecimiento de la producción de bienes de consumo no fue más que del 2%. El primer ferrocarril, que unía Nuremberg con Fürth, en Baviera, fue construido en 1835, y la primera línea importante, Dresde-Leipzig, entró en servicio en 1839. Solo a partir de 1841 se construyeron en Alemania las primeras locomotoras; anteriormente se había importado material inglés y empleado a técnicos británicos, pero el gobierno de Prusia envió ingenieros a Inglaterra quienes, a su vuelta, estuvieron capacitados para enseñar los métodos de fabricaci6n ingleses. Muy pronto la industria alemana pudo producir locomotoras, vagones y raíles y aumentar así la producción de carbón, de hierro y de acero. También la construcción naval se desarrolló de manera importante durante este período de despegue de los años 1830-1860. Así pues, la construcción de los medios de transporte arrastró a la economía alemana en el curso de su "revolución industrial". Al producirse más tarde que la revolución industrial inglesa y francesa, pudo beneficiarse de los progresos técnicos ya conseguidos en los países vecinos. Las iniciativas estatales en el campo económico y la puesta a punto de una red de vías de comunicación ayudaron a la industrialización de Alemania. La abundancia de los recursos carboníferos y minerales no hizo sino acelerar el desarrollo de la economía industrial que pronto iba a dominar el continente europeo. 3.4

LA INDUSTRIALIZACIÓN DE RUSIA

La industrialización de Rusia no tuvo lugar hasta fines del siglo XIX, en un país extraordinariamente atrasado con respecto a sus vecinos europeos. El sistema feudal se prolongó hasta muy entrado el siglo, cuando había desaparecido completamente en Europa occidental. Las estructuras políticas, económicas, sociales y mentales ofrecieron una gran resistencia al progreso técnico, pero Rusia “bajo el impulso del Estado” pudo aprovechar los conocimientos adquiridos en los restantes países capitalistas industrializados. El modelo de desarrollo ruso hasta la Revolución de 1917, presenta, pues, unos rasgos particulares que no se encuentran “al menos en el mismo grado” en los demás países.

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3.4.1

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La Emancipación de los Siervos y la Reforma Agraria

La emancipación de los campesinos en 1861 y la reforma agraria que la acompañó no tuvieron un efecto sensible sobre la productividad agrícola y, por lo tanto, sobre el poder de compra de la agricultura. Esta ausencia de progreso real frenó seriamente la industrialización del país. Hemos visto cómo en Inglaterra la revolución agrícola había precedido netamente a la revolución industrial y la había favorecido merced al aumento de la demanda, por parte de los campesinos, de bienes de consumo. De manera general, en adelante podemos admitir que no cabe un arranque del proceso de industrialización sin un desarrollo de la agricultura. En una economía preindustrial, la expansión de la demanda interior depende en primer lugar de la agricultura. Rusia era un país relativamente aislado debido a la extensión de su territorio y a su posición geográfica. La expansión territorial y la presión demográfica hicieron pasar la población de 13 millones de habitantes, a principios del siglo XVIII, a 37 millones en 1800, a 60 millones en 1850 y a 111 millones en 1900. La derrota de Crimea hizo tomar conciencia a los dirigentes rusos del retraso económico y social de su país, y el zar Alejandro II (1855-1881) se preocupó entonces del problema del régimen de servidumbre. Existían 20 millones de campesinos de la Corona; 21 millones en las tierras de los grandes propietarios del campo; 1,5 millones eran sirvientes domésticos, y cerca de 5 millones trabajaban en las minas y fábricas. A partir de junio de 1858, el zar liberó a los campesinos de la Corona. Hizo falta a continuación vencer las resistencias de una nobleza cerrada y conservadora para llegar a la emancipación general del 3 de marzo de 1861. La reforma agraria que acompañó la abolición de la servidumbre no tuvo el efecto benéfico que se habría podido esperar: no respondió a las reivindicaciones de los campesinos y no fue la fuente de una mejora de las técnicas de producción. Esto se debió a la institución de las comunidades campesinas (obschina o mir) y a las indemnizaciones exigidas a los campesinos para adquirir las tierras que les eran asignadas por decisión del mir. Los siervos obtenían en principio su libertad personal y podían adquirir, en todo o en parte y mediante un censo, la tierra que hasta entonces cultivaban para el señor. El Estado entregaba el precio de compra al señor y se hacía reembolsar por el campesino en 49 años. De todos modos, se habían fijado ciertas normas y los propietarios podían rechazar la venta de una parte de las tierras cultivadas por sus siervos. Por el contrario, los siervos que no poseían más que unas pocas tierras podían recibir más en el momento de su acceso a la propiedad. Los siervos empleados como sirvientes domésticos o los que tenían un derecho de cultivo sobre propiedades de menos de 75 hectáreas no recibían nada, fuera de su libertad personal.

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De hecho, los señores que poseían tierras fértiles (en Ucrania, por ejemplo) conservaron en su poder la mayor parte de sus tierras, mientras que los poseedores de tierras pobres no dudaron en venderlas a los siervos emancipados para obtener la correspondiente indemnización. Por otra parte, esta indemnización fue fijada muy a menudo por encima de su valor en el mercado y un elevado número de campesinos se vio obligado a pagar más para cultivar una superficie menor. El título de propiedad era una pobre compensación. Más aún por el hecho de que la propiedad efectiva, es decir, la distribución de las tierras y el control de los trabajos, estaba confiada en su totalidad a la comunidad campesina (mir). De período en período el mir debía redistribuir las tierras entre sus miembros a suertes, y era todo el pueblo el responsable de la indemnización que el Estado adelantaba. Se comprende por qué el mir se convirtió en el nuevo amo de los siervos "emancipados" e impidió a los habitantes abandonar el pueblo en que residían. Desde el momento en que una familia partía sin ser sustituida, la carga financiera de todos los que quedaban aumentaba. En el mismo interior de la familia, el cabeza debía autorizar la partida definitiva de uno de sus miembros. Y en general estaba poco dispuesto a permitirlo, puesto que en el próximo reparto de las tierras se la reducía la superficie que le era asignada. Como muy a menudo las tierras poseídas por el mir eran insuficientes con respecto a la mano de obra disponible, esta inmovilización de los obreros agrícolas no podía menos de bloquear “o incluso reducir” la productividad de la agricultura. Al mismo tiempo la industria no recibía la mano de obra que habría podido necesitar. Pero un último factor de ineficacia era inherente al funcionamiento del mir: los trabajos de todas las familias debían hacerse en el mismo momento con el fin de dejar los barbechos para pastos el máximo tiempo posible. En estas condiciones se llegaba a paralizar toda iniciativa individual; se institucionalizaba la rutina. En el plano técnico, la reforma agraria fue un desastre completo, y en el plano político no hizo otra cosa sino avivar el descontento de los campesinos, que querían la libre propiedad de sus tierras sin verse aplastados por unas deudas a favor de sus antiguos señores o del Estado. Desde hacía mucho tiempo, los campesinos estaban en estado de semirrevuelta; los encontraremos de nuevo en 1905 y 1917 luchando contra un régimen que para ellos no representaba más que miseria e injusticia. Entre 1860 y 1870-1875, parece como si el gobierno ruso no hubiese juzgado necesario industrializar rápidamente al país. Rusia vivía de la exportación de los productos agrícolas y especialmente de los cereales; podía pues permanecer agrícola tanto más cuanto que ello favorecía la comodidad y la pereza de los grandes propietarios y de la oligarquía en el poder. La caída de los precios mundiales de los cereales después de 1870 sacudió nuevamente la inercia de los dirigentes, algunos de los cuales comprendieron la urgencia de las transformaciones que había que llevar a cabo. Si a esto se añaden las hambres de 1891-1892 y de 1902 y los alzamientos que siguieron a la derrota de Rusia en la

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guerra contra el Japón en 1905, no es extraño que el gobierno del zar pensase en algunas nuevas reformas para calmar el descontento de las masas. En 1906, Stolipin llevó a cabo una nueva reforma agraria que conducía a la supresión de las comunidades campesinas y a la completa extinción de las deudas que todavía quedaban a cargo de los campesinos. Entre 1907 y 1915, 2.500.000 campesinos se convirtieron en propietarios individuales de sus tierras escapando de este modo al dominio del mir. Por otro lado, el gobierno organizó y fomentó la migración hacia la Rusia asiática con el fin de poner en cultivo tierras vírgenes. Pero la guerra de 1914 vino a poner fin a esta nueva serie de reformas. Este nuevo cataclismo iba a permitir una revolución llamada a cambiar la faz del mundo actual. Pronto la ideología marxista, pero, sobre todo, la mediocridad conservadora y el egoísmo de la clase que detentaba el poder, daría lugar al comunismo. Los países capitalistas que habían conseguido su industrialización iban a escapar de la sacudida revolucionaria; Rusia no disponía de la excusa del progreso y de la posición ventajosa que otorgaba un alza sensible del nivel de vida. Los nobles que habían recibido unas indemnizaciones importantes como compensación de las tierras cedidas a sus antiguos siervos no se preocupaban por el desarrollo agrícola e industrial. Demasiadas veces utilizaron los fondos recibidos para defender sus privilegios y su tren de vida, y se mostraron incapaces “al contrario de los grandes propietarios ingleses y alemanes” de invertir de manera productiva para ellos y para la economía nacional. La ausencia de una clase empresarial impedía el avance de la industria. W. O. Henderson señala la ineptitud de los propietarios y directores de empresa rusos que no se hallaban sometidos a la competencia extranjera y que gozaban de un semimonopolio en el mercado interior, las mayores empresas fueron fundadas por empresarios y capitales extranjeros. Por aquel entonces, continuando la tradición de Pedro el Grande (1682-1725), el Estado decidió intervenir para sustituir a la iniciativa privada insuficiente y desfallecida. "El Estado como propietario, inversor, director, y supervisor dominó actividades económicas importantes como los ferrocarriles, la banca, la industria azucarera, de la madera para construcción y de la venta de vodka". Durante las dos primeras décadas del siglo XIX, la industrialización avanzará rápidamente, y el período 1890-1900 se parecerá bastante a un take off.

La Industrialización •

El papel del Estado: hemos señalado ya que el estancamiento agrícola era un freno al desarrollo industrial: éste fue el caso de Rusia durante la segunda mitad del siglo XIX. Con respecto a los países del oeste de Europa y a los Estados Unidos, la Rusia de los años 1870 era un país extraordinariamente atrasado. El factor principal de la aceleración del desarrollo industrial en Rusia

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a partir de los años 1880-1890 fue el cambio de política del gobierno. Sin exagerar demasiado, podría decirse que el gobierno llevó a cabo la revolución industrial; al menos fue un promotor. A partir de este vuelco de la estrategia gubernamental, la demanda de productos manufacturados por parte de los campesinos fue menos necesaria a la expansión industrial. Alexander Gerschenkron explica cómo la política presupuestaria sustituyó a la desfallecida demanda interior. Incluso va más lejos cuando afirma: "Reducir el consumo de los campesinos permitía aumentar la parte de producto nacional disponible para la inversión. Esta reducción permitía aumentar las exportaciones, estabilizar la moneda, aumentar las posibilidades de obtener préstamos en el extranjero y hacer previsión de divisas extranjeras para el servicio de la deuda exterior". Parece, pues, que la presión fiscal fue bastante gravosa para los campesinos, a finales de siglo, en una época en que el gobierno financiaba la construcción de las carreteras, de los ferrocarriles y de las industrias. La demanda y la iniciativa públicas sustituían en Rusia los estimulantes que se habían obtenido con la expansión de los mercados libres en los países capitalistas occidentales. Para invertir, el Estado recurría al ahorro forzoso de la población agrícola, que representaba la inmensa mayoría del país. Pero el Estado fue mucho más lejos en este esfuerzo por sustituir unos factores de producción inexistentes o ineficaces. La mano de obra rusa era indisciplinada y su rendimiento escaso; la clase poseedora se mostraba incapaz para las funciones empresariales; había pues que buscar la colaboración de empresarios extranjeros capaces de importar las técnicas de producción más modernas. Orientando las inversiones hacia la siderurgia y la fabricación de máquinas, el gobierno ruso sustituía el factor trabajo deficiente por el factor capital. Dicho de otro modo, las inversiones llevaban a una economía de mano de obra (eran labour-saving). Preocupada por beneficiarse de las técnicas más modernas, Rusia buscó más colaboración, a finales de siglo, en Alemania y en Estados Unidos que en Inglaterra. Gerschenkron va aún más lejos en este interesante análisis de la sustitución de factores y de la asignación de los recursos bajo el impulso del Estado: estima que la fuerte concentración de las grandes empresas y la formación de los cárteles gigantes respondía a la penuria de empresarios. De esto modo un número más pequeño de innovadores, extranjeros y nacionales, dirigían y controlaban una mayor cantidad de recursos. Fue así como en 1902 se fundó un cártel de las industrias mecánicas al que se dio el nombre de Prodameta. Agrupaba unas treinta empresas metalúrgicas de las que un gran número había recibido importantes capitales franceses. En 1910 un representante de la Banque de l'Union de París fue elegido presidente del cártel.

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Las etapas del crecimiento: aunque la aceleración del crecimiento no se manifieste antes de 1880-1890, las primeras tentativas de creación de industrias por parte de extranjeros datan de mediados del siglo XIX. La industria rusa más antigua era la del algodón, situada en Moscú y en Ivanovo, pero el primer telar mecánico no se empleó hasta 1846. En 1860 no había más que tres. Fue un inglés nacido en Alemania en 1821, Ludwig Knoop, el iniciador de la mecanización de la industria del algodón. Tuvo la ocasión de visitar Rusia en representación de la firma de Manchester en la que trabajaba y que exportaba hilados de algodón a Rusia. Unos fabricantes rusos le pidieron que construyese una fábrica con máquinas inglesas. Hasta 1843 el gobierno inglés había prohibido la exportación de máquinas salvo en el caso de obtener una licencia. Después de 1843 desaparecieron las dificultades, y desde esta fecha hasta su muerte en 1894, Knoop construyó 122 fábricas de hilados de algodón. Había obtenido un verdadero monopolio de importación de las máquinas inglesas en todos los campos. En 1860, fundó una fábrica de hilados de algodón que empleaba energía hidráulica en Kräinholm. En 1890 había instalado 2.000 telares. Los rusos desarrollaron el cultivo del algodón en el Turquestán y el Cáucaso, y la construcción de ferrocarriles permitió el transporte rápido de esta materia prima hacia las fábricas transformadoras. El mismo proceso se produjo en la industria siderúrgica. Fue a raíz de un acuerdo con el gobierno ruso cuando John Hughes, un inglés inventor de una plancha de blindaje, fundó en 1869 la Nueva Sociedad Rusa con el fin de construir unos altos hornos en el Donetz. El gobierno le cedió terrenos, le concedió un préstamo, le garantizó el suministro de raíles y le concedió la construcción de una línea de ferrocarril entre sus fábricas y Mariupol, en el mar de Azov. El primer alto horno entró en servicio en 1872 y, a la muerte de Hughes en 1899, sus empresas empleaban a 8.000 obreros. A principios del siglo XIX Rusia producía anualmente 130.000 t de fundición; en 1870 producía 350.000 t, mientras que la producción inglesa alcanzaba 6.500.000 toneladas y la producción francesa 1.400.000 t. Pero en 1910 la producción se elevaba a las 2.900.000 toneladas colocando a Rusia en 4.0 puesto de los grandes países productores, delante de Francia. Parece que el desarrollo de la siderurgia entre 1890-1900 permitió que se doblara la producción total rusa. El gobierno ruso aumentó los derechos aduaneros sobre los productos siderúrgicos “y especialmente sobre los raíles” en 1884 y 1887. Con el fin de consolidar esta protección y de atraer los capitales extranjeros hacia este sector, el gobierno se comprometió, en 1886, a no conceder ninguna reducción del arancel aduanero sobre los productos siderúrgicos durante doce años. La industria de bienes de equipo se vio siempre fomentada y sostenida por el Estado. Los dirigentes rusos se interesaron por las bombas de vapor y

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posteriormente por la máquina de vapor de Watt. Enviaron técnicos a Inglaterra e invitaron a ingleses para que construyesen máquinas de vapor en Rusia. La producción de las primeras empresas fue subvencionada y comprada por el gobierno. Pero no fue hasta 1880; cuando se desarrolló realmente la industria mecánica. A finales de siglo la industria rusa fabricaba telares automáticos, máquinas necesarias para equipar los molinos, las destilerías y las refinerías de azúcar. En la construcción de los ferrocarriles volvemos a encontrar la intervención estatal y las inversiones extranjeras. La primera línea de ferrocarril fue construida en 1836, enlazando San Petersburgo con el palacio de verano del zar, en Tsarskoie-Selo. El gobierno emprendió a continuación la construcción de una línea que unía Varsovia con Cracovia y otra entre San Petersburgo y Moscú. Una sociedad americana compró hacia 1855 una empresa estatal con el fin de fabricar material ferroviario. La guerra de Crimea mostró la escasez de líneas de ferrocarriles y, a poco de perder la guerra, el gobierno emprendió la construcción de una red de ferrocarriles a lo largo de todo el territorio, tanto en el Este como en el Oeste. En 1870, el gobierno poseía 1.200 km de vías férreas y controlaba la mayoría de las compañías privadas, como accionista o concediendo subvenciones. De 1870 a 1887, la longitud total de la red ferroviaria pasó de 11.500 km a 30.000 km, de los cuales, 3.300 km estaban nacionalizados. Pero el verdadero boom de los ferrocarriles tuvo lugar entre 1887 y 1900 arrastrando en pos de sí toda la industria siderúrgica y mecánica. El transiberiano y el transcaspiano fueron construidos entre 1893 y 1900 y permitieron el transporte más rápido hacia la Rusia europea del algodón, de la lana y de la seda del Turquestán. De 1890 a 1913, fueron construidos 30.000 km de vía férrea, pero la densidad distaba todavía mucho de los países occidentales. De 1890 a 1900 la tasa de crecimiento de la producción industrial fue del 8% anual, cifra nunca alcanzada hasta entonces por los países occidentales. Pero el retraso de la economía rusa era una de las causas de este crecimiento rápido. La confluencia de los esfuerzos del Estado y de la llegada de los técnicos y capitales extranjeros permitió este "despegue" de un país relativamente subdesarrollado. Pero los avances efectuados no se difundieron en el conjunto de la economía y cada vez eran más patentes las distorsiones entre las industrias modernas y los sectores arcaicos, como el agrícola. Además, el pueblo no se beneficiaba demasiado de los progresos realizados y la agitación social y revolucionaria continuaba. Desde 1900 a 1905, la expansión industrial se estancó, pero continuó tras la guerra ruso-japonesa al ritmo del 6% anual. Las reformas de Stolipin aumentaron algo la movilidad de la mano de obra agrícola hacia la industria, a partir de 1906. Pero el gobierno tendría, en adelante, que enfrentarse con los movimientos revolucionarios que encontrarían un campo abonado a raíz de la primera guerra mundial.

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3.5

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LA INDUSTRIALIZACIÓN DE JAPÓN

La historia de la industrialización del Japón nos ofrece otro ejemplo característico de desarrollo capitalista en el que el papel del Estado fue predominante. Sobre este punto existen varios rasgos comunes entre Rusia y Japón, pero la clase dominante japonesa que hizo la revolución Meiji supo aprovecharse mejor del hundimiento del sistema feudal que la clase dominante rusa. Veremos, efectivamente, que el gobierno Meiji fue capaz de destruir las estructuras institucionales del feudalismo que bloqueaban el inicio de la industrialización, a la vez que de conservar las "ventajas" económicas de una desigualdad social propia del régimen feudal. Por otra parte, el espíritu de empresa y la facultad de adaptación de las técnicas extranjeras estuvieron más extendidos en el Japón que en Rusia. La innovación pública arrastró la innovación privada, suscitándola, ayudándola, pero esta última no se encontró tanto a faltar como en Rusia, lo que no es una diferencia de poca monta. Tanto el Japón como Rusia se beneficiaron de las aportaciones extranjeras, pero, al contrario de lo sucedido en Rusia, en Japón el extranjero no sustituyó a la iniciativa nacional.

La Revolución Meiji y la Abolición del Feudalismo •

El advenimiento de la era Meiji: el inmovilismo de las estructuras sociales feudales era todavía mucho mayor en el Japón que en China. Desde 1192 el poder pertenecía de hecho al Shogun y no al emperador, que había sido desposeído por una casta de grandes propietarios rurales. La familia Tokugawa reinó por vía hereditaria sobre el Shogunado desde 1603 a 1868. Una cuarta parte del territorio nacional pertenecía al cabeza de familia Tokugawa; el resto del territorio era propiedad de los señores (daimíos). El feudo de los señores era reconocido por el "Bakufu" (gobierno del shogun), pero éstos debían, a cambio, una fidelidad total a los Tokugawa. Estos daimíos tenían el poder absoluto en sus dominios, incluido el derecho de la vida y de la muerte. Por debajo del señor del que dependían venían en primer lugar los samuráis (militares), luego los comerciantes, los industriales y los agricultores. Estaba prohibido cambiar de profesión y de domicilio; se era samurai o agricultor de padres a hijos. No sólo la movilidad social era nula, sino que ni siquiera se podía cambiar de oficio. Al estar la estructura social estrictamente congelada no era posible ningún proceso de desarrollo industrial. Era necesario previamente que existiese un mercado de trabajo para que las nuevas empresas pudiesen encontrar la mano de obra que les era necesaria. Esta precondición del crecimiento y del desarrollo se consiguió con la Revolución de 1868. De hecho, el advenimiento de la era Meiji fue a la vez una restauración del poder imperial y una revolución de las estructuras políticas y

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sociales bajo la presión extranjera. China se había visto obligada por Inglaterra a abrir sus puertos al comercio exterior a raíz de la "guerra del opio", que terminó con el tratado de Nankín, en 1842. Los países europeos y los Estados Unidos buscaban nuevos mercados en Extremo Oriente, enfrentándose con el Japón, cuyos puertos estaban cerrados a los occidentales. Cuando en 1846 los Estados Unidos ampliaron su territorio hasta Oregón y, luego, en 1848, hasta California, teniendo por tanto salida directa al Pacífico, empezaron a interesarse por el comercio con China. En su camino se encontraron con el Japón, todavía cerrado a toda influencia occidental. El gobierno japonés había rehusado recibir una misión comercial americana. Se mandó entonces al almirante Perry con su escuadra para transmitir un mensaje del presidente de los Estados Unidos al shogun. Perry llegó a la bahía de Yedo el 8 de julio de 1853, lo que ya representaba una violación de las leyes japonesas. Partió disparando algunas "salvas de honor" destinadas a ejercer un efecto psicológico y volvió en marzo de 1854 con una escuadra algo más poderosa. Se firmó un primer tratado el 31 de marzo de 1854: dos puertos nipones fueron abiertos al comercio americano y otros cinco lo iban a ser en los años venideros. Entre 1854 y 1859, Inglaterra, Rusia, Holanda, Francia y Portugal firmaban con el Japón tratados análogos al obtenido por los Estados Unidos. Pero mientras China se encerraba en su particularismo y sus tradiciones familiares, una élite dirigente japonesa tomaba conciencia del beneficio que se podría obtener de estos nuevos contactos con Occidente. Nacía así una corriente reformista y nacionalista. Fue alrededor del emperador donde primeramente se plasmó una reacción "nacionalista" dirigida contra el extranjero y contra el shogun, quien, al negociar, ofendía la "dignidad nacional". De esta mantera toda la oposición encontró una consigna para unirse. A raíz de las peripecias que enfrentaron los daimíos a los extranjeros, algunos bombardeos de represalia franceses y americanos persuadieron al emperador de la imposibilidad de excluir a los extranjeros. El 24 de noviembre de 1864 se vio obligado a firmar un tratado por el cual el Japón perdía su autonomía aduanera comprometiéndose a no fijar unos aranceles superiores al 5% ad valorem hasta 1899. Una vez que el partido imperial abandonó para siempre el partido antiextranjero, su objetivo fue el de restaurar el poder del emperador. Esto se realizó tras el advenimiento de Mutsu-Hito el 30 de enero de 1867. El nuevo emperador no tenía más que 14 años y los grandes daimíos del sudoeste (los de Satsuma, Cho-su, Tosa y Hizen) se unieron para derrotar a la familia Tokugawa. El 3 de enero de 1868 un decreto imperial puso fin al shogunato. Pero fue sólo después de una lucha armada cuando la partida fue definitivamente ganada por el emperador y su partido en junio de 1869. Al haber recibido los occidentales seguridades con respecto a las intenciones del nuevo gobierno, apoyaron al

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ejército de los daimíos del sudoeste en su lucha contra el shogun. El gobierno imperial decidió entonces “para dejar bien clara su voluntad de cambio” elegir una nueva capital: Tokio, y bautizar el reinado del nuevo emperador con el nombre de Meiji, o sea, "gobierno iluminado". Nos hallamos pues muy lejos de una revolución popular y más cerca de una revolución palaciega. Pero la nueva clase que ocupaba el poder sabría poner en marcha el aparato económico, empezando por abolir las estructuras feudales y asumiendo luego las iniciativas que habrían de conducir a la inversión y a la formación profesional. En medio siglo el Japón iba a pasar del estado de país feudal y agrícola al rango de gran potencia capitalista. Veamos cuál fue el camino seguido. •

La abolición del feudalismo y la reforma de la imposición rústica: el gobierno Meiji era en primer lugar conservador y estaba más preocupado por la grandeza nacional que por el progreso social. Deseaba construir una economía moderna indispensable a la potencia política en un mundo librado al progreso técnico. La emancipación de los campesinos no estaba encaminada primordialmente a aumentar su bienestar sino a aumentar su eficacia como mano de obra. Los Meiji no modificaron su miserable nivel de vida. El problema que había que resolver era el siguiente: para conseguir sus objetivos económicos el gobierno tenía necesidad de recursos financieros; los obtuvo de la principal actividad del país: la agricultura. Sin embargo, a pesar de la abolición de los vínculos feudales, los que realmente soportaron los gastos de la operación no fueron los grandes propietarios sino los pequeños campesinos. La reforma se fue realizando progresivamente a partir de 1869, fecha en la que los cuatro daimíos del Sudoeste restituyeron sus tierras y sus habitantes al emperador. El gobierno les nombró entonces gobernadores de su región. En 1871, las regiones fueron suprimidas y sustituidas por provincias. El 29 de agosto de 1871 fueron abolidas las distinciones de clase y todos los ciudadanos proclamados iguales ante la ley. A partir de entonces los exdaimíos tuvieron que residir en Tokio recibiendo una pensión igual a la décima parte de las rentas de sus antiguas tierras anexionadas al dominio imperial. Los samurais perdieron sus privilegios y su empleo militar pero el Estado les pagó una pensión. Se modificó el régimen de propiedad agrícola, pero también el régimen impositivo rústico. Esta doble reforma se realizó en detrimento de los pequeños agricultores y en beneficio de los propietarios. En 1872 el gobierno distribuyó títulos de propiedad individual a los grandes propietarios o a aquellos que poseían los medios de adquirir unas tierras. La mayoría de los campesinos no recibieron ningún derecho de propiedad y continuaron pagando un fuerte censo a los nuevos propietarios. Los más pobres continuaron siendo aún

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durante mucho tiempo los más explotados y esta situación de dependencia se vio reforzada con la modificación del régimen fiscal. A partir de 1873, los propietarios rurales tuvieron que pagar un impuesto calculado sobre el valor de la tierra y no ya sobre el valor de la cosecha. Este impuesto exorbitante representaba en realidad la tercera parte del valor de la cosecha, es decir, el 3% del precio del terreno. Este impuesto sobre las tierras era pagadero en dinero y no ya en especie. Con el alza de precios que acompañó los desórdenes interiores y la guerra civil (revuelta de los samurais) de 1877-1881, la carga real de los propietarios rurales fue reduciéndose progresivamente. Pero éste no fue el caso de los pequeños campesinos, que continuaban pagando a sus propietarios censos en especie. Los pequeños campesinos proporcionaban indirectamente al Estado la base de sus recursos; esto explica el estallido de un gran número de insurrecciones campesinas durante los primeros años Meiji. El gobierno transformó posteriormente los derechos feudales en papel del Estado a un interés del 7 al 10%. De este modo, 400.000 familias recibieron un paquete de títulos negociables que muy pronto se devaluaron debido al alza de precios, mientras que la carga fija de la deuda se iba reduciendo. Los portadores de estos títulos (samurais y ex feudales) se vieron a menudo en la necesidad de venderlos, puesto que no podían vivir con los intereses que pagaban. Los "bancos nacionales" fueron autorizados en 1876 para emitir billetes a cambio de estos títulos. En junio de 1876 existían cuatro bancos nacionales, y en 1879 su número alcanzaba a 139. Estas ventas de títulos y el pago del impuesto rústico en moneda contribuyeron a extender rápidamente la economía monetaria. •

Las consecuencias económicas de las reformas y de la inflación: reforma agraria, conversión de los derechos feudales e inflación tuvieron consecuencias fáciles de percibir y que fueron favorables al desarrollo económico. Se efectuó una verdadera redistribución de la fortuna y de la renta nacional a favor del Estado, de los grandes propietarios de tierras y de los comerciantes en detrimento de los pensionistas y de los pequeños campesinos. La política deflacionista de Matsukata de 1881 a 1885 terminó con este proceso articulado más o menos voluntariamente por el Estado. Así pues, la gran masa de la población campesina representó una reserva de mano de obra a bajo precio de la que echaron mano con profusión las nuevas empresas industriales. Las familias pobres mandaban a sus hijos a las fábricas para obtener unos ingresos adicionales. La presión demográfica no hizo sino agravar la situación social de los trabajadores, pero aumentó la flexibilidad del mercado de trabajo en beneficio de los fabricantes. El gobierno Meiji fomentó el crecimiento de la

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población luchando contra las causas de mortalidad (creación de un servicio sanitario público; desarrollo de la higiene; formación de médicos...). Los hombres que se hallaban en el poder habían comprendido que el número era un factor de poder político y militar. La población total del Japón pasó de 34.800.000 habitantes en 1872 a 43.850.000 en 1900 y a 89.270.000 en 1955. En la primera fase de la industrialización, los campesinos permanecieron demasiado pobres para poder comprar los nuevos productos manufacturados y especialmente los textiles. Fueron demasiado explotados por el sistema para ofrecer a la vez una fuerza de trabajo barata y un nuevo mercado. Pero la industria japonesa encontró rápidamente salidas en los mercados exteriores, gracias a los salarios anormalmente bajos en relación a los de los países occidentales. Los costos de producción japoneses eran inferiores a los de sus competidores occidentales. También es cierto que el Japón llevó a cabo, a fines del siglo XIX, una política de dumping. Las exportaciones japonesas se vieron también fomentadas por una depreciación de la moneda en el mercado mundial. La moneda se basaba entonces en un patrón plata, y esta depreciación tuvo los mismos efectos que una devaluación. Sólo a partir de 1897 el Japón adopta un patrón oro. La propensión a exportar se veía reforzada por la necesidad de importar máquinas extranjeras con el fin de desarrollar su industria. Su victoria en la guerra con China, en 1894-1895, reportó al gobierno japonés una indemnización a cobrar en libras esterlinas y en oro de 310 millones de yens. Esta es la razón que ha permitido escribir a un economista japonés que "guerras sucesivas y victoriosas fueron, también, un importante factor de industrialización rápida del Japón". El imperialismo militar ha sido siempre, hasta la segunda guerra mundial, un rasgo predominante de la política japonesa. Vino ya a marcar los primeros esfuerzos del Estado con vistas a industrializar el país después de la revolución Meiji.

El Papel del Estado en el Proceso de Industrialización A pesar de la rapidez de las transformaciones que marcaron la historia del Japón a finales del siglo XIX, la modernización no se extendió en profundidad a todos los sectores de la economía. Hasta una época reciente se mantuvo un cierto carácter dual entre el sector agrícola y las pequeñas empresas artesanales, por una parte, y las grandes empresas fundadas y apoyadas por el gobierno, por otra. Sin embargo, no existió un campo en el que el Estado no hubiese intervenido o hubiese intentado promover el progreso técnico, tanto en la agricultura como en la industria. Era prácticamente imposible dejar de lado el sector primario que ocupaba a casi el 80% de la población activa al empezar la era Meiji. Este porcentaje bajó al 60% en 1913 y al 44% en 1940. De todos modos, este descenso relativo vino acompañado de un alza en valor absoluto debido al

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crecimiento de la población. El gobierno contribuyó al desarrollo de la productividad agrícola enviando grupos de expertos a estudiar los métodos extranjeros, fundando escuelas y mandando instructores al campo. Fue también bajo el impulso gubernamental cuando se avanzó en el proceso de irrigación y se emplearon con gran profusión los abonos. Entre 1880 y 1914 la producción de arroz creció en un 70% y la producción de trigo aumentó más del doble. Pero la industrialización era el primer objetivo del gobierno que veía en ella el único medio de conseguir el poder militar y, en consecuencia, la posibilidad de alcanzar una plena independencia económica y política. Este deseo de independencia no excluía unos objetivos imperialistas. Los comienzos de la industrialización tuvieron lugar en el marco de un verdadero capitalismo de Estado durante el período 1868-1880. El Estado asumió todas las iniciativas y financió la mayoría de las operaciones fundando o comprando las empresas. Invitó a técnicos europeos y mandó expertos al extranjero con el fin de que aprendiesen allí las técnicas occidentales ya muy desarrolladas. Por aquellas fechas tanto Inglaterra como Francia y los Estados Unidos habían superado ya la etapa de la revolución industrial. Esto constituía una ventaja considerable con respecto a las experiencias anteriores. El gobierno no sólo importó máquinas destinadas a nuevas fábricas sino también para servir de modelos. Estas máquinas eran distribuidas entre las autoridades provinciales que invitaban a los industriales japoneses a examinarlas para conocer su funcionamiento. El Estado creó escuelas profesionales, mandando también a provincias a profesores volantes. No existió sector en el que el Estado no fundase empresas: textiles, del vidrio, del papel, de máquinas herramientas, fundiciones, astilleros navales, minas, ferrocarriles, telégrafos; en todas partes la iniciativa pública dio la señal de partida. En 1872, se construyó la primera línea de ferrocarril por parte de ingenieros ingleses entre Tokio y Yokohama gracias a un préstamo de Londres. Pero el nacionalismo y la voluntad de independencia exigían que los japoneses pudiesen hacer lo mismo sin ayuda exterior. Esto se realizó algunos años más tarde con la construcción de la línea Kyoto-Otsu. Al ser la seda japonesa de calidad mediocre, el gobierno hizo construir fábricas en las que se emplearon máquinas italianas y francesas. Tanto si se trató de tejas como de cemento o de sulfato, fue el gobierno quien tomó la iniciativa de importar los métodos de producción occidentales y de ponerlos directamente en funcionamiento. Fue probablemente el gobierno Meiji el que, por primera vez, tuvo la idea de realizar una política de planificación territorial: una comisión encargada del desarrollo de Hokkaido fundó una fábrica de cerveza y una refinería de azúcar en Sapporo. La fabricación de armamento, desde las armas ligeras hasta los barcos de guerra, estaba totalmente en manos del Estado. En 1876, se fundó una empresa nacional con el fin de fabricar los textiles de lana necesarios para vestir a las tropas. Todas las minas eran de propiedad pública y eran

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explotadas por el Estado o por empresas concesionarias. Deseoso de fomentar las exportaciones, el gobierno fundó en 1869 una cámara de comercio exterior y, repetidas veces, compró stocks de arroz, de té y de seda para venderlos al exterior. Fue en 1871 cuando se organizó la Administración de Correos y Telégrafos, y en 1877 el Japón entró en la Unión Postal. A principios de la era Meiji, el Japón no poseía los cuadros necesarios para dirigir la industria naciente. La ausencia de una clase de empresarios obligaba al gobierno a innovar. Sin embargo, hacía falta suscitar vocaciones comerciales e industriales y los antiguos samurais se mostraron incapaces de ser reconvertidos en este sentido. Después de 1882 el gobierno abandonó una parte de sus empresas en manos de la iniciativa privada vendiéndolas a precios relativamente bajos para atraer a los compradores. Estos fueron, esencialmente, grandes capitalistas capaces de financiar por sí mismos sus empresas y que poseían la confianza del Estado. Así tomó cuerpo una poderosa oligarquía de los negocios que favoreció la concentración económica en los Zaibatsu (trusts). La industria pesada se desarrolló rápidamente a finales del siglo XIX y fue estimulada con la creación, en 1901, de la fundición nacional de hierro en Yawata. Tras la I guerra ruso-japonesa de 1905, el avance de esta industria fue aún más rápido gracias al carbón y al hierro de Manchuria y de Corea (anexionadas a Rusia), pero también a la política de armamento. Por último, la primera guerra mundial permitió que la economía japonesa, que se había mantenido al margen del conflicto, lograse una gran prosperidad. Los exportadores japoneses sustituyeron sin ninguna dificultad en los grandes mercados mundiales a los productores desfallecidos cuyos recursos estaban movilizados por la guerra. Hasta la segunda guerra mundial, el imperialismo japonés no había conocido más que guerras victoriosas que fueron favorables al desarrollo económico del país: guerra con China 1894-1895; guerra con Rusia 1904-1905; invasión de Manchuria en 1931. Todos los autores que han estudiado la evolución económica del Japón están de acuerdo en afirmar que cada uno de estos conflictos ejerció un efecto acelerador sobre la inversión y el progreso técnico. Veamos cuál fue el ritmo de crecimiento económico del Japón a lo largo de esta transformación de una economía feudal a una economía industrial moderna.

El Ritmo de Crecimiento La producción primaria (producción agrícola y producción de materias primas) se duplicó entre 1875 y 1914. Acompañó y sostuvo el proceso de industrialización. El crecimiento de la productividad agrícola permitió alimentar una población creciente y las materias primas disponibles favorecieron el desarrollo de las industrias de transformación. Sin embargo, la producción agrícola se hizo insuficiente a partir de la primera guerra mundial a causa del crecimiento continuo de la población y el

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Japón se vio obligado a importar una parte de los productos alimenticios que consumía (el 20% en 1930). La expansión de la producción primaria permitió pagar una buena parte de las importaciones necesarias para el desarrollo de la industria. Las exportaciones japonesas de finales del siglo XIX comprendían fundamentalmente seda bruta, té, cobre y carbón. Se estima que la seda representó la tercera parte del valor total de las exportaciones de mercancías entre 1870 y 1930. Estos recursos naturales permitieron al Japón importar máquinas sin tener que recurrir en grandes cantidades, como Rusia, por ejemplo, al capital extranjero. Antes de ser un gran exportador de productos manufacturados, el Japón exportó productos agrícolas y materias primas. A partir de la primera guerra mundial, la producción de las industrias transformadoras aumentó mucho más rápidamente que la producción primaria. El crecimiento de las exportaciones siguió el ritmo de esta industrialización. Uno de los rasgos característicos de esta evolución fue la estabilidad de la población rural. En conjunto, el desarrollo económico del Japón fue rápido y continuo durante los 70 años siguientes a la revolución Meiji. Entre 1885 y 1935 la producción total se cuadruplicó. La importancia de los mercados interiores, resultado del rápido aumento de la población y de la política de armamento, y las salidas hacia los mercados del Extremo Oriente explican en parte esta situación privilegiada de la economía japonesa durante los años treinta. El aumento del producto nacional neto por habitante nos da una vaga idea de la evolución del nivel de vida. Entre 1880 y 1912 el producto por habitante aumentó alrededor del 50% mientras que casi se duplicó entre 1910 y 1937. Pero mientras que el producto total se multiplicaba por cinco entre 1883-1887 y 1933-1937, el producto por habitante no hacía sino triplicarse. Aquí, de nuevo, dejó sentir sus efectos la presión demográfica particularmente fuerte. En vísperas del segundo conflicto mundial, el Japón se había convertido en una de las grandes potencias industriales del mundo, pero su renta percápita no era más que 86 dólares frente a 519 en los Estados Unidos, 465 en Gran Bretaña, 335 en Alemania y 260 en Francia.

Proceso de Comprensión y Análisis •

Elaborar un cuadro comparativo donde se expliquen las diferencias y similitudes del proceso de industrialización entre los países capitalistas.



¿Cuáles son las diferencias más destacadas entre la industrialización del continente europeo e Inglaterra, como pionero de la industrialización?

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¿Qué particularidades se pueden encontrar en el proceso de industrialización norteamericano, si se tiene en cuenta que en los Estados Unidos existía un régimen político distinto al europeo?

Solución de Problemas •

En Europa se puede entender el surgimiento del capitalismo desde la crisis del sistema feudal, por esta razón se puede interpretar la industrialización como el proceso por el cual se afianzan las relaciones capitalistas de producción. Pero en el caso asiático “Japón y Rusia”, ¿cómo se puede explicar el capitalismo y la industrialización si en este continente no hubo feudalismo?



¿La expansión de la industrialización ocasiona la expansión del capitalismo a escala mundial o la dinámica capitalista mundial permite la industrialización de los países capitalistas?



¿La industrialización capitalista genera desarrollo económico o provoca desigualdad social?

Síntesis Creativa y Argumentativa •

Realizar una argumentación de mínimo tres páginas donde se infiera e imagine ¿cómo sería el sistema económico capitalista mundial, si la revolución industrial no se hubiese presentado? y ¿cuáles serían las condiciones de vida de los pueblos latinoamericanos si fuesen industrializados?

Autoevaluación •

¿Por qué la revolución industrial se presenta primero en Inglaterra y luego en Francia?



¿Qué diferencias históricas se pueden hallar entre el proceso industrialización norteamericano y el proceso de industrialización ruso?



La industrialización de Japón se vive en el siglo XIX, pero su afianzamiento como potencia mundial se vive en el siglo XX, ¿cómo se puede explicar este fenómeno?

de

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Repaso Significativo •

Cada uno de los miembros de la Cipa debe escoger un país y elaborar un mapa conceptual de la temática escogida; exponerlo y entregar una copia a cada compañero.

Bibliografía Sugerida NIVEAU, Maurice. Historia de los hechos económicos contemporáneos. Barcelona: editorial Ariel, 1971. Y. F. Avdakov y otro. Editorial Grijalbo, 1965.

Historia económica de los países capitalistas.

México:

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UNIDAD 4: Doctrinas Económicas del Liberalismo Clásico Descripción Temática En la actualidad la gran mayoría de las naciones se fundamentan en el principio de soberanía popular, la división de poderes, la representatividad del pueblo, la relación recíproca Estado-nación con respecto a derechos y deberes, las premisas de igualdad y libertad; todos estos elementos que surgieron en el albor de la modernidad, como producto del triunfo del liberalismo, liderado por la clase burguesa. Como ideología predominante del siglo XIX “nacida de sus progenitoras la Ilustración y el Racionalismo”, promueve la libertad como característica propia de todo ser humano que permite su pleno desarrollo. Por tal motivo, es función del Estado respetarla y garantizarla. Cómo política económica promueve el librecambio, fundamentado en la supresión de trabas al comercio internacional, donde el papel del Estado es de mantener el orden establecido por la clase dominante y permitir que los individuos gocen de total libertad, el cual es conocido como “Estado gendarme”. Por tal motivo, y como una de las fuerzas que legitiman el surgimiento y desarrollo de los procesos de industrialización de los países capitalistas, en la presente unidad se estudiarán las propuestas de los líderes de esta doctrina como son: Adam Smith quien defendió en su obra Ensayo sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones, las premisas de libre competencia, libertad de empresa, libertad comercial y de consumo, entre otras; J. S. Mill, D. Ricardo, R, Malthus, quienes ampliaron las propuestas de Smith, que rigieron la economía de las naciones capitalistas desde mediados del siglo XIX hasta las primeras décadas del XX.

Horizontes •

Comprender la propuesta teórica liberalista, como producto de la dinámica histórica del modo de producción capitalista, determinado en gran parte por el proceso de industrialización y las relaciones macroeconómicas que éste produjo. UNIVERSIDAD DE PAMPLONA – Centro de Educación a Distancia

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Determinar las principales características del pensamiento económico liberal como fundamento filosófico político de la organización social en la cual se desarrolla el hombre en la contemporaneidad.

Núcleos Temáticos y Problemáticos •

Los Fundamentos Microeconómicos de la Riqueza de las Naciones



El principio de Utilidad en la Economía Clásica: Jeremy Bentham



El Principio de la Población en la Economía Clásica: Thomas Malthus



El Sistema Ricardiano

Proceso de Información 4.1

LOS FUNDAMENTOS MICROECONÓMICOS DE LA RIQUEZA DE LAS NACIONES4

Aparte de que cubra de modo desigual numerosos temas económicos, el tema central de la riqueza de las naciones, como de la doctrina fisiocrática, es el crecimiento económico. Mientras que los fisiócratas se centraron en el crecimiento del producto neto, Smith destacó el crecimiento de la riqueza nacional (por la que entendía, en terminología actual, la renta nacional). Pero más que los fisiócratas, Smith logró comenzar la investigación por una teoría de valor, superando de este modo una deficiencia importante del análisis fisiocrático. En otras palabras, el interés macroeconómico de Smith por el crecimiento económico descansaba, como tenía que ser, en determinados fundamentos microeconómicos, especialmente la teoría del valor. 4.1.1

La Teoría del Valor

La división del trabajo, afirmaba Smith, brota de una propensión de la naturaleza humana al cambio, por lo que cada individuo debe disponer de un excedente por encima de sus inmediatas necesidades, para poderlo intercambiar. El dinero aparece en escena porque facilita el intercambio en tanto que disfruta de aceptación general y que se puede transportar con facilidad. Entonces, el valor se determina por las reglas que la gente observa naturalmente cuando intercambia los bienes por dinero o por otros bienes. 4

Tomado del texto Historia de la teoría económica y de sus métodos. Robert B. Ekelund, J.R. y otro. Tercera edición. Madrid: MacGrawHill, 1999.

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La palabra valor tiene dos significados distintos: unas veces expresa la utilidad de un objeto particular, y otras veces la capacidad de comprar otros bienes que confiere la posesión de tal objeto. Podemos llamar al primero “valor en uso” y al otro “valor en cambio”. Las cosas "que tienen un gran valor en uso, frecuentemente apenas tienen valor en cambio; y, por el contrario, aquellas que tienen un gran valor en cambio apenas tienen valor en uso. Pocas cosas hay más útiles que el agua, pero con ella no se puede comprar casi nada. Por el contrario, un diamante apenas tiene valor en uso y, sin embargo, se puede cambiar por una gran cantidad de bienes (La Riqueza de las Naciones, p. 113).

Precios El dinero es, por supuesto, la medida más común del valor, pero Smith era igualmente consciente de los defectos de las medidas monetarias, dado que el valor del dinero cambia con el tiempo. Así, se esforzó por distinguir cuidadosamente entre precios reales y precios nominales. Por ejemplo, señaló que puede decirse que el trabajo, como las mercancías, tiene un precio real y un precio nominal. Se puede considerar que su precio real consiste en la cantidad de las cosas necesarias y convenientes de la vida que se entregan a cambio de él, y su precio nominal en la cantidad de dinero. El trabajador es rico o pobre, está bien o mal retribuido, según el precio real de su trabajo y no según su precio nominal (La Riqueza de las Naciones, p. 119). Las economías capitalistas están marcadas por la acumulación de capital y por los derechos de propiedad individuales sobre la tierra y otros recursos. Así, en las sociedades más avanzadas, según Smith, el valor de mercado se resuelve en tres partes componentes. Los salarios, el beneficio y la renta son las tres fuentes originarias de todo el ingreso, así como de todo valor de cambio. Cualquier otro ingreso (intereses, impuestos, etc.), se deriva en última instancia de alguna de esas tres (La Riqueza de las Naciones, p. 136).

Precio de Mercado Frente a Precio Natural Smith discute el precio natural y de mercado de las mercancías. Esencialmente, establece una dicotomía entre el precio real (es decir, de mercado) y el precio natural. El primero se determina por la interacción de la oferta y la demanda a corto plazo; el último, por los costes de producción a largo plazo. El análisis anterior gira sobre la existencia de competencia, de una rivalidad que se presume existe entre los compradores y entre los vendedores del mismo producto.

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Además, en la comprensión de la naturaleza de la competencia y sus efectos es donde Smith realizó el mayor avance respecto de la economía escolástica y, efectivamente, encarriló al análisis económico por su senda moderna. Smith reconoció sagazmente que las realidades económicas de un capitalismo naciente hacían superflua la doctrina del precio justo. El mundo “moderno” descansaba en la existencia de la competencia atomística, que implica una difusión más o menos uniforme del poder económico. La difusión del poder proporciona, a su vez, un freno automático al abuso individual del poder, que constituía uno de los principales intereses de los escolásticos. La teoría del precio natural de Smith cumplía las condiciones de la justicia económica establecidas por los doctores de la Iglesia, al tiempo que simultáneamente hacia innecesario el concepto normativo del precio justo en un “mundo nuevo” de competencia atomística. Existe evidencia de que Smith no se sintió enteramente cómodo con las nociones abstractas de precio y equilibrio. Como muestra claramente un examen de la economía escolástica, había dos “teorías” que se disputaban el predominio: la del lado de la oferta y la del lado de la demanda. Dado que el precio de mercado debe cubrir los costes de producción a largo plazo, el valor tiene que ser una función de los recursos utilizados en la producción. Por otra parte, la demanda formula su propio derecho a ser un determinante del valor porque la gente está dispuesta a pagar por algo en proporción a la intensidad de su deseo. Smith observó que el valor puede verse influido por la utilidad (demanda), pero no siguió adelante por este lado del análisis. Su contribución a la teoría de la demanda se limita en gran medida a una distinción entre demanda absoluta (deseo agregado) y demanda efectiva (deseo + poder adquisitivo). La demanda efectiva es la demanda de los compradores que están dispuestos a pagar el “precio natural”, que es el precio suficiente para cubrir los costes de producción. Evidentemente, Smith era consciente de que la “teoría del valor basado en el costo”, requería un análisis adicional, y parece que quiso elegir el trabajo como el denominador común que subyace en los elementos del valor, por el lado de la oferta. Además, parece como si buscase a tientas una medida absoluta y universal del valor, pero no tuvo éxito en este sentido. Hay dos puntos que es necesario destacar en cuanto a lo que hizo Smith. El primero es que Smith tendía a considerar el precio natural no sólo como un precio de equilibrio (el precio central hacia el que gravitan continuamente los precios de todas las mercancías), sino como un patrón invariable a largo plazo. En lenguaje moderno, vio una curva de oferta a largo plazo horizontal. Dado que este tipo de curva de oferta a largo plazo existe solamente en las industrias caracterizadas por costes de producción constantes, la teoría del valor de Smith se adapta solamente a un caso especial. En la actualidad, los economistas reconocen que muchas

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industrias producen en condiciones de costes crecientes y sólo unas pocas, de hecho, producen en condiciones de costes decrecientes. El segundo punto es que Smith subrayó la naturaleza abstracta de su modelo al mostrar que los mercados reales se desvían a menudo del ideal; aunque el precio de mercado de cada mercancía en particular está de esta forma oscilando en torno al precio natural, pueden acaecer circunstancias particulares, causas naturales, y regulaciones políticas concretas, que mantengan el precio de mercado durante mucho tiempo por encima del precio natural (La Riqueza de las Naciones, p. 144). La terminología de Smith es curiosa para los patrones modernos, pero lo que él quiere significar con “circunstancias” son acontecimientos que conspiran para ocultar información a los vendedores o a los compradores. Los secretos comerciales o las técnicas de producción clandestina producen este efecto. Las “causas naturales” que se traducen en unos precios por encima del nivel “natural” incluyen la limitada superficie de determinados suelos de especiales características. Los entendidos en vinos saben, por ejemplo, que toda la tierra adecuada para la producción de clarete Mouton-Rothschild no puede satisfacer la demanda efectiva, por lo que el precio de este vino es muy superior a su coste de producción. Adam Smith pensó que era poco lo que se podía hacer ante los caprichos de la naturaleza y que los secretos comerciales e industriales no podrían mantenerse por mucho tiempo. Pero las regulaciones del gobierno eran otra historia. La economía británica, en la época de Smith, estaba llena de prácticas restrictivas que impedían que el mercado alcanzase el equilibrio, y por lo mismo limitaban el volumen del comercio, interior y exterior, dificultando la división del trabajo y retrasando el crecimiento económico. Smith señaló inmediatamente el paralelismo entre las concesiones gubernamentales de privilegios de monopolio y los secretos comerciales: otorgar un monopolio a un individuo o a una empresa tiene el mismo efecto que un secreto en el comercio o en la manufactura. Al mantener el mercado continuamente desabastecido, esto es, al no cubrir totalmente la demanda efectiva, los monopolistas venden sus mercancías por encima del precio natural y elevan sus ganancias, bien sean estas salarios o beneficios, por encima de su tasa natural (La Riqueza de las Naciones, p. 145). En el análisis final, el modelo de equilibrio de mercado de Smith se basaba en la causa y en el efecto, pero se esmeró mucho en la explicación de su naturaleza abstracta. La realidad económica es distinta de la teoría, porque supone condiciones que moderan o impiden la suavidad de ciertos ajustes a largo plazo. En su modelo, una determinada variación de los flujos de renta primarios entre las tres clases socioeconómicas de la sociedad, genera las correspondientes

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variaciones continuas en la renta nacional. A pesar de su admiración por estos “franceses del sistema”, Smith sintió que los fisiócratas se convertían en cautivos inconscientes de sus propias abstracciones. Para el realista escocés, la vida económica no era tan simple ni tan precisa. Tal vez sea tan importante la comprensión, por parte de Smith, de los principios que determinan los precios de mercado de los productos, como su apreciación de la interdependencia entre los mercados de productos y los mercados de factores. El reconocimiento de esta interdependencia es básico para la visión de Smith sobre los ajustes a largo plazo. Él observó, por ejemplo, que si en algún momento la cantidad ofrecida de un bien superaba a la demanda efectiva, algún componente del precio se pagará por debajo de su tasa natural. Si es la renta, el interés de los terratenientes les inducirá a retirar de ese cultivo una parte de su tierra; si son los salarios o el beneficio, el interés de los trabajadores en un caso y el de los empresarios en el otro, provocará la retirada de su trabajo o de su capital de tal empleo. La cantidad llevada al mercado pronto será no más que la suficiente para satisfacer la demanda efectiva. Las diferentes partes de su precio se elevarán hasta sus tasas naturales y el precio total alcanzará el precio natural (La Riqueza de las Naciones, p. 142). En otras palabras, según Smith, los precios de los productos no pueden estar en equilibrio a largo plazo, a menos que los precios de los factores también estén en equilibrio a largo plazo. Un examen de las palabras de los autores que precedieron a Adam Smith aumenta el aprecio por el avance teórico incorporado en su teoría del valor natural. Con todo, hay algo obsesionantemente tautológico en todo esto. La teoría del valor natural explica el precio en términos del coste de producción. Pero los costes son precios. Se realizan pagos para adquirir (o alquilar) los diversos factores de producción. Entonces, en esencia, la teoría del valor natural explica los precios por medio de los precios. Una teoría completa del valor no puede detenerse aquí, sino que también tiene que explicar la causa y determinación de los pagos que se efectúan a cada uno de los factores de producción. 4.1.2

Los Factores y su Participación en el Producto

De hecho, Smith no desarrolló una teoría satisfactoria de la determinación de los salarios, la renta y el beneficio, pero ofreció numerosas e importantes intuiciones y contribuciones que fueron ampliadas más tarde por sus seguidores. Podría

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decirse, por ejemplo, que Smith ofreció hasta tres explicaciones de los salarios, tres explicaciones de la renta y tal vez dos explicaciones del beneficio. En lo que sigue, no es la elegancia analítica de las ideas de Smith lo que se destaca tanto como el amplio abanico de penetrantes intuiciones que consideró en el tema de la distribución de la renta.

Salarios Smith comienza su discusión de los salarios como lo hizo con su discusión del valor, recordando “ese estado originario de la sociedad que precede a la apropiación de la tierra y a la acumulación del capital”. En esta sociedad primitiva, los salarios están determinados por la productividad, porque “en ese estado originario de la sociedad el producto total del trabajo pertenece al trabajador. No tiene terrateniente ni patrón con el que compartirlo”. (La Riqueza de las Naciones, p. 148). Tan pronto como la tierra se convierte en propiedad privada, el terrateniente demanda su parte del producto anual, y tan pronto como se produce la acumulación de capital, el capitalista hace lo propio. Así, el terrateniente y el capitalista participan del producto del trabajo, y según Smith, una vez que sucede esto, deja de tener sentido seguir investigando los posibles efectos del aumento de la productividad del trabajo sobre los salarios. La opinión de Smith a este respecto fue desafortunada, como mostrarán los desarrollos posteriores de la teoría de la distribución de la renta. Sin embargo, preparó el terreno para el desarrollo del concepto clásico del fondo de salarios, que jugó un papel importante en el refinamiento de las teorías de Smith, que llevaron a cabo Ricardo, Malthus y muchos otros. La teoría de los salarios más refinada de Smith está contenida en la doctrina del fondo de salarios. La dificultad con la que se enfrenta el estudioso moderno, que considera retrospectivamente el concepto de fondo de salarios como un mecanismo de análisis, es que, simultáneamente, era una teoría de los salarios y una teoría del capital. La opinión predominante sobre el pago de salarios durante la mayor parte de los siglos XVIII y XIX puede resumirse como sigue. La acumulación de capital hace posible emplear trabajo, en tanto que el capital acumulado constituye un fondo para el mantenimiento de una población trabajadora. Este fondo consiste en adelantos a los trabajadores, adelantos de los que el propietario del fondo (es decir, el capitalista) espera, y está legitimado para ello, resarcirse. Aunque la noción del fondo de salarios no era original de Smith, tal vez él dio a la idea su más sucinta expresión.

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La persona que cultiva la tierra rara vez tiene lo suficiente para mantenerse hasta la recolección. Su mantenimiento lo obtiene generalmente del capital del patrón que le emplea, y que no tendría interés alguno en hacerlo a menos que participe en el producto de su trabajo o a menos que reponga su capital con un beneficio (La Riqueza de las Naciones, p. 149). En el concepto del fondo de salarios, Smith reúne los ingredientes esenciales del proceso del crecimiento económico. La existencia de un fondo de salarios es, simultáneamente, un elemento para racionalizar el ahorro (es decir, la acumulación), una explicación de los salarios y del beneficio, y un determinante del crecimiento de la población. La doctrina sostiene que los trabajadores dependen de los capitalistas para que éstos les provean de las herramientas necesarias para el trabajo y de los alimentos, vestido y abrigo (es decir, los “bienes saláriales de subsistencia”), a fin de que puedan sobrevivir. La única manera de aumentar el stock de bienes salariales consiste en inducir a los capitalistas a que ahorren, y el único modo de hacer esto es aumentar los beneficios, que, en opinión de Smith, constituyen la única fuente de ahorro. En otras palabras, los ahorros tienen que encontrar una salida en el proceso de producción: si se usan para contratar más trabajadores, el fondo de salarios crece, y lo mismo sucede con los pagos (medios) a los trabajadores. En consecuencia, los trabajadores gastan más en bienes salariales, aumenta la demanda agregada y se produce más en el siguiente período de producción. En este sistema es importante advertir que el dinero se considera solamente como un medio de cambio, no como un depósito de valor. El atesoramiento se considera irracional (es decir, costoso) y, por tanto, todos los ahorros se invierten. Esto es, los ahorros van al fondo de salarios. Una variante particular de esta opinión se conocería después como “ley de Say”, por el economista francés y discípulo de Smith, J. B. Say. Sin embargo, en otro lugar Smith ofrece una teoría “contractual” de los salarios y, de nuevo, una teoría de la “subsistencia”. Advierte, por ejemplo, que los salarios corrientes del trabajo dependen del contrato establecido entre dos partes cuyos intereses no son, en modo alguno, idénticos. Los trabajadores desean obtener lo máximo posible, los patronos dar lo mínimo. Los primeros se unen para elevarlos, los segundos para rebajarlos (La Riqueza de las Naciones, p. 149). Está claro que existe un límite mínimo para los salarios, continúa Smith, o para la actividad coordinada de los empleadores, porque “cualquier hombre ha de vivir siempre de su trabajo, y sus salarios deben ser suficientes para mantenerle; a veces incluso han de ser mayores, ya que, si no, le resultaría imposible mantener una familia, y se acabaría en una generación la raza de los trabajadores” (La Riqueza de las Naciones, p. 151).

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Entonces, a medida que crece el fondo de salarios puede soportar una población mayor, de modo que a medida que los salarios medios suban lo suficiente por encima del nivel de subsistencia, los trabajadores aumentarán su número en virtud de la propagación de la especie. Sin embargo, el crecimiento de la población no puede continuar indefinidamente, porque una población mayor aumentaría la carga que debe soportar el fondo de salarios. Así, es probable que las tasas de salarios a largo plazo tiendan a los niveles de subsistencia. ¿Cuál de estas explicaciones representa la teoría de los salarios de Smith? De hecho, todas ellas se derrumban a la vez; por lo menos, no son inconsistentes entre sí. El tamaño del fondo de salarios explica el tamaño del total de pagos salariales, mientras que las tasas salariales individuales o medias se explican por las condiciones de oferta y demanda. A largo plazo, Smith considera que las tasas de salario vienen determinadas por los costes de mantenimiento y reproducción de los trabajadores. El salario natural es un salario de subsistencia, pero “subsistencia” significa simplemente el pago mínimo que exigen los trabajadores antes de estar dispuestos a tener hijos. En resumen, también el trabajo se produce a costes constantes, de modo que la curva de oferta de trabajo a largo plazo es horizontal para cualquier salario consistente con la noción de subsistencia de Smith. A corto plazo, sin embargo, las tasas salariales pueden estar por encima o por debajo del salario de equilibrio a largo plazo, porque la oferta y la demanda a corto plazo pueden verse afectadas por acuerdos contractuales, accidentes de la naturaleza, legislación, y así sucesivamente. Incluso a largo plazo, la tendencia de los salarios puede ser creciente, porque una mayor demanda de trabajo origina unos salarios medios más altos e induce un incremento de la población, que tendrá lugar con un retraso temporal suficiente. En otras palabras, en una economía en crecimiento, los aumentos de la oferta de trabajo pueden producirse continuamente con un retraso respecto de los aumentos de la demanda de trabajo. Aparte de la cuestión del nivel agregado de salarios, Smith amplió la discusión de las “diferencias salariales de equilibrio”, por las que se entienden las primas salariales motivadas por ciertas condiciones de empleo. Mientras que el nivel agregado de salarios es una variable macroeconómica importante, la noción de diferencias salariales de equilibrio es una consideración macroeconómica importante. Cantillon fue el primer autor que abordó el tema de una manera sistemática. Trabajadores con una formación similar y situados de forma semejante en los demás aspectos, sin embargo, ganarán más o menos según el tiempo o el gasto invertido en la adquisición de sus habilidades, el riesgo y el peligro del empleo, y el grado de confianza exigido a los empleados. Cantillon

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iniciaba esta discusión con brevedad característica: los oficios que reclaman más tiempo para perfeccionarse en ellos, o más habilidad y esfuerzo, deben ser, naturalmente, los mejor pagados. Un ebanista hábil deberá recibir por su tarea un precio más alto que un carpintero común, y un buen relojero más que un herrador. Las artes y oficios que llevan consigo ciertos riesgos y peligros, como en el caso de los fundidores, marineros, mineros de plata, etc, deben ser pagados en proporción a dichos riesgos. Cuando, además de los peligros, se exige habilidad, la paga será todavía más alta; tal ocurre con los pilotos, buzos, ingenieros, etc. Cuando se precisa capacidad y confianza se paga todavía más caro el trabajo, como ocurre con los joyeros, tenedores de libros, cajeros y otros (Ensayo, p. 24). Al respecto sigue un breve resumen de sus principales puntos Según Smith: •

Los salarios varían en proporción inversa a lo grato del empleo. “El empleo más detestable de todos, el de verdugo, está, en proporción a la cantidad de trabajo realizado, mejor pagado que ningún otro”.



Los salarios varían en proporción directa al costo de su aprendizaje. “La educación en las artes y en las profesiones liberales aún es más larga y costosa, la retribución pecuniaria de pintores y escultores, de abogados y médicos, debe ser, por tanto, mucho más generosa, y así lo es en efecto”.



Los salarios varían en proporción inversa a la continuidad del empleo. “Ningún otro trabajo cualificado es más fácil de aprender que el de albañil, por lo tanto, los altos salarios de estos trabajadores no son tanto la recompensa de su habilidad como la compensación por la eventualidad del empleo”.



Los salarios varían en proporción directa a la confianza que debe depositarse en el empleado. “Los salarios de los orfebres y joyeros son, en todas partes, muy superiores a los de los otros trabajadores, no sólo de igual, sino de mayor habilidad, debido a los materiales preciosos que se les confían”.



Los salarios varían en proporción inversa a la probabilidad de éxito. “Un abogado que quizás a los cuarenta años empieza a obtener algo de su profesión, debe recibir la retribución correspondiente no sólo a su larga y costosa educación, sino a la de los otros veinte que nunca obtendrán nada de ella”.

Beneficio e Interés Sobre estos mismos factores que afectan a los salarios, Smith observó que los beneficios sólo se ven afectados por el primero y el último, es decir, “lo agradable

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o desagradable del empleo y el riesgo o seguridad que ofrece”. Smith consideró el beneficio como un rendimiento del capital más que como una retribución del empresariado, de modo que su teoría de los beneficios es anticuada para los patrones contemporáneos. De hecho, Smith ofreció intuiciones útiles en el proceso de obtención de beneficios, más que una teoría sobre cómo surgen los beneficios. La principal característica de los beneficios, según Smith, es su incertidumbre: el beneficio es tan fluctuante que ni siquiera la persona ocupada en un negocio concreto puede estar siempre segura de cuál es su beneficio anual medio. Le influyen no sólo cualquier variación de los precios de las mercancías de las que se trate, sino la mejor o peor fortuna de sus competidores, de sus clientes, y los miles de accidentes que pueden acaecer a las mercancías cuando estas se transportan por mar, por tierra, o incluso cuando están almacenadas. Por tanto, el beneficio varía no sólo de año en año, sino de día en día, incluso casi de hora en hora. Por ello, precisar el beneficio medio de todos los sectores de un gran reino es mucho más difícil, y juzgar lo que ha podido suceder previamente o en periodos remotos de tiempo, con algún grado de precisión, es totalmente imposible (La Riqueza de las Naciones, p. 170). Por lo tanto, lo que Smith sugería es que en la medición de los beneficios agregados, el interés debe considerarse como un sustituto del beneficio. Smith definió el beneficio como “ingreso derivado del stock (es decir, capital) por la persona que lo administra o emplea”, mientras que el interés lo define como ingreso derivado del capital “por la persona que no lo emplea ella misma, sino que lo presta a otra”. La concepción que tiene Smith del beneficio aparece como la suma de dos pagos: un rendimiento por el capital adelantado, y una compensación por el riesgo. El interés solo no puede explicar la totalidad del beneficio, aunque es una buena indicación del mismo. Así, en palabras de Smith: ...de acuerdo con ello podemos afirmar que, a medida que la tasa de interés del mercado varié en cualquier país, los beneficios del capital también variarán, decrecerán conforme aquélla decrezca, y aumentarán cuando aquélla aumente. En definitiva, las oscilaciones del interés pueden orientarnos sobre las variaciones del beneficio (La Riqueza de las Naciones, p. 117). Aparte de lo anterior, Smith añadió ciertos dictámenes a los conceptos de beneficio e interés. “El más bajo tipo de beneficio corriente”, afirmó “debe ser siempre algo mayor que lo suficiente para compensar las pérdidas ocasionales a las que cualquier empleo de capital está sometido. Sólo esta diferencia puede considerarse como beneficio neto o puro”. Del mismo modo, Smith declaró que “el tipo de interés corriente mas bajo deber ser algo mas que suficiente para compensar las pérdidas ocasionales a las que los prestamos, incluso con una

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prudencia aceptable, están expuestos. Si no fuera mayor, la caridad o la amistad serian los únicos motivos para prestar” (La Riqueza de las Naciones, p.178). También aclaró los efectos que la competencia tendría probablemente sobre los beneficios: el aumento del capital, que eleva los salarios, tiende a disminuir el beneficio cuando los capitales de muchos ricos comerciantes se invierten en la misma actividad, la competencia mutua disminuye sus beneficios, y cuando existe un aumento del capital en todas las diferentes actividades de una misma sociedad, la competencia mutua debe producir un efecto similar en todas ellas (La Riqueza de las Naciones, p. 170). Generalmente se acepta que Smith consideró el beneficio como un residuo o excedente, tal vez porque éste fue el sentido que adoptó el principal discípulo de Smith en Gran Bretaña, David Ricardo. Sin embargo, el siguiente extracto del capítulo de Smith sobre los beneficios desafía esta sabiduría convencional. En realidad, los beneficios elevados tienden mucho más que los salarios altos a elevar el precio de la obra. Nuestros comerciantes y fabricantes se quejan mucho de los malos efectos de los salarios altos porque elevan el precio, disminuyendo en consecuencia sus ventas tanto en el interior como en el extranjero. Pero no dicen nada en cuanto los malos efectos de los altos beneficios (La Riqueza de las Naciones, p. 180). Si, efectivamente, el beneficio es un residuo, parece improbable que pueda ser un determinante del precio, como sugiere el pasaje anterior. Pero dejaremos que el lector determine lo que dijo realmente Smith en materia de beneficio. Sin embargo, volveremos sobre el tema del beneficio y de la acumulación de capital cuando examinemos el anteproyecto de Smith para el crecimiento macroeconómico.

Renta La discusión de la renta en Smith, depende de tres factores: primero los elementos de monopolio, segundo la idea del excedente residual, y tercero costos alternativos “la renta de la tierra”, declaró Smith, es un precio de monopolio. No guarda proporción alguna con lo que el propietario pueda haber invertido en su mejora, ni con la rentabilidad de la tierra, sino con lo que el colono puede dar”, (La Riqueza de las Naciones, p. 224). Smith definió la renta simplemente como “el precio que se paga por el uso de la tierra”. La suma de la renta anual se determina generalmente mediante un acuerdo contractual entre el propietario y el arrendatario, en el que el Propietario tiene la ventaja, y de ahí que la renta se considere un rendimiento de monopolio.

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Smith escribió: el propietario, cuando se estipulan las condiciones del arrendamiento, procura dejar al colono sólo aquella porción del producto que es suficiente para mantener el capital que proporciona la simiente, retribuye el trabajo y compra y mantiene el ganado y otros instrumentos de labor, junto con los beneficios ordinarios del capital destinado en la labranza en la región. Evidentemente, esto es lo menos con lo que puede contentarse un colono para no perder, y el propietario no suele entregarle nada más (La Riqueza de las Naciones, p. 223). Otros elementos de monopolio implicados en la determinación de la renta incluyen la fertilidad y la localización. Así, la tierra más adecuada para un producto concreto puede disfrutar de un monopolio, como el de las grandes regiones productoras de vino de la Cóte-d'Or francesa o los distritos de la Champagne. En este caso, Smith advirtió que la cantidad de tierra dedicada a la producción de vino era demasiado pequeña para satisfacer la demanda efectiva, de manera que el precio de mercado de los vinos franceses era mayor que su precio natural. “En este caso y sólo en él”, argumentó Smith, “el excedente del precio, una vez pagados los gastos de cultivo e inversiones, puede no guardar una proporción con el mismo excedente en las tierras de pastos y cereales, sino ser superior en cierto grado; en ese caso la mayor parte de dicho excedente incrementará la renta del terrateniente”. (La Riqueza de las Naciones, p. 234). La renta, en la visión de Smith, es claramente un pago residual. Es la parte del producto anual que queda después de cubrir todos los demás costes de producción, incluyendo el beneficio ordinario. Como tal, la renta, más que determinar el precio, viene determinada por él. En las propias palabras de Smith, la renta “entra en la composición del precio de las mercancías de manera distinta a como lo hacen los salarios y el beneficio. Salarios y beneficios altos o bajos son la causa de precios altos o bajos; una renta alta o baja es la consecuencia del precio”. (La Riqueza de las Naciones, p. 225). Finalmente, Smith sostenía que las rentas diferenciales pueden explicarse sobre la base de los costes alternativos. En Europa el grano es el principal producto agrícola que sirve inmediatamente como alimento del hombre. Por ello, y con excepción de algunas situaciones particulares, la renta de las tierras cerealistas regula en Europa la de otras tierras cultivadas. Si en un país el alimento vegetal más corriente y preferido por el pueblo se obtuviese de una planta que, en la tierra más común, rindiese una cantidad mayor que la que de trigo produce la tierra más fértil, la renta del propietario sería necesariamente mucho mayor (La Riqueza de las Naciones, pp. 237-238). En otras palabras, la renta de la tierra dedicada a un

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uso concreto dependerá en gran medida de la productividad de la tierra en su mejor uso alternativo. 4.1.3 La Macroeconomía de Smith: Económico

Anteproyecto del Crecimiento

La Riqueza de las Naciones también contiene la famosa discusión de la división del trabajo, que constituye el punto de partida de la teoría del crecimiento económico de Smith. Esta teoría tiene que construirse en este punto, porque todos sus elementos esenciales no van a encontrarse en ninguna otra parte de La Riqueza de las Naciones. Lo que sigue es una visión general de la teoría I del crecimiento económico de Smith.

División del Trabajo Joseph Schumpeter ha observado que para Adam Smith la división del trabajo “(es) prácticamente, el único factor del progreso económico”. (Historia del análisis económico, p. 229). Aunque esta valoración tiende a ser un tanto exagerada, no está fuera de lugar. La discusión de la división del trabajo que realiza Smith en el Libro 1, proporciona un análisis excepcionalmente lúcido de las ganancias de la especialización y el intercambio: principios sobre los que descansa la teoría de los mercados. En un pasaje citado con mucha frecuencia, Smith describe las ganancias de la especialización y de la división del trabajo en una fábrica de alfileres: un trabajador sin adiestramiento en esta tarea y que no esté acostumbrado al manejo de la maquinaria que en ella se emplea por más que trabaje apenas podrá hacer un alfiler en un día y, desde luego, no podrá hacer veinte. Pero dada la forma en que esta tarea se ejecuta hoy día, no sólo la fabricación misma constituye un oficio particular, sino que además está dividida en un cierto número de ramas, de las cuales la mayoría constituyen a su vez oficios particulares. Un hombre estira el alambre, otro lo endereza, un tercero lo corta, un cuarto lo afila, un quinto lima el extremo donde irá la cabeza; hacer la cabeza requiere dos o tres operaciones distintas, ponerla es un trabajo especial, y esmaltar los alfileres otro; de este modo, la importante tarea de hacer un alfiler se divide en unas dieciocho operaciones distintas, ejecutadas por distintos obreros en algunas fábricas, mientras que en otras un mismo hombre ejecutará dos o tres. He visto una pequeña fábrica de este tipo donde sólo trabajaban diez hombres y (cada uno fabricaba) cuatro mil ochocientos alfileres por día. Pero si hubiesen trabajado separada e independientemente, y sin que ninguno de ellos hubiese sido educado para esta tarea particular, seguro que no podrían haber hecho veinte, y ni siquiera un solo alfiler al día (La Riqueza de las Naciones, pp. 85-86).

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Smith concluyó que la división del trabajo tiene tres ventajas, cada una de las cuales lleva a una mayor riqueza económica: primero un aumento de la habilidad y destreza de cada trabajador, segundo un ahorro de tiempo, y tercero la invención de maquinaria. Esta última ventaja resulta de la concentración de la atención del individuo en un objeto particular, a causa de la división del trabajo. Como dijo Smith: “los hombres son más propensos a descubrir métodos más fáciles y expeditos para alcanzar un objetivo cuando toda la atención de sus mentes está concentrada en un objeto, que cuando se disipa entre una gran variedad de cosas” (La Riqueza de las Naciones, p. 90).

Riqueza, Renta y Trabajo Productivo e Improductivo Como se observó antes, Smith discrepaba abiertamente de los mercantilistas sobre la naturaleza de la riqueza de un país. Observó que el alto valor de los metales preciosos no prueba la pobreza y atraso de un país determinado, sólo prueba la esterilidad de las minas, que en ese momento, abastecían al mundo comercial, (la Riqueza de las Naciones, p. 315). Para Smith la riqueza nacional no se medía por el valor de los metales preciosos, sino por “el valor de cambio del producto anual de la tierra y el trabajo del país”. Así, Smith entendía por “riqueza nacional” esencialmente lo mismo que los economistas actuales entienden por “renta nacional”. Pero Smith consideraba que la esencia de la riqueza era la producción de bienes físicos solamente, y esto llevó en el Libro 11 a su desafortunada distinción entre trabajo productivo e improductivo. Según esta distinción, el trabajo productivo es el que produce un bien tangible que posee un valor de mercado. El trabajo improductivo, por otra parte se traduce en la producción de cosas intangibles, como los servicios prestados por los artistas o los profesionales. Smith caracterizaba su propio producto (como docente), como esencialmente improductivo, puesto que no resultaba en bienes tangibles que se vendieran en el mercado. También incluyó en esta categoría los servicios de abogados, médicos y otros trabajadores orientados hacia el sector de los servicios. Esta distinción de Smith ha sido tratada muy injustamente. Por supuesto, es absurdo caracterizar las industrias de servicios como improductivas simplemente porque no producen bienes tangibles. No obstante, Smith apuntaba a la distinción entre aquellas actividades que aumentan la inversión agregada neta, contribuyendo de este modo a la finalidad del crecimiento económico, y aquellas actividades que satisfacen meramente las necesidades de las familias. Esta última distinción es perfectamente válida en la teoría económica, aunque la terminología elegida por Smith es errónea. Hay que advertir que Smith no consideró inútiles a

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los trabajadores improductivos; simplemente no consideró que sus actividades fomentasen el objetivo del crecimiento económico.

El Papel del Capital Aunque la división del trabajo (que Smith consideraba una tendencia inherente en la sociedad) pone en marcha el proceso de crecimiento, es la acumulación de capital la que lo mantiene. Los elementos clave del proceso de crecimiento son la naturaleza, la acumulación y el empleo del stock. Por “stock”, Smith entendía lo que en términos modernos es riqueza, una parte de la cual (o toda) se reserva para el consumo y otra puede reservarse para producir una renta adicional, por medio de la inversión. Cuanto mayor sea esta última proporción, mayor será el potencial de crecimiento de cualquier nación. Hay que recordar que la acumulación de capital amplía el fondo de salarios, lo que a su vez permite que un mayor número de trabajadores se incorpore a la actividad productiva, incrementando de este modo el tamaño del producto nacional. Los trabajadores agotan el fondo de salarios a lo largo del tiempo, a medida que obtienen del mismo los adelantos necesarios para su subsistencia durante el proceso de producción. Sin embargo, al final del período de producción, los bienes producidos se venden, ordinariamente con un beneficio, de manera que se repone, e incluso aumenta, el stock de bienes salariales (capital), por la suma que representa el beneficio obtenido. De este modo, a través de la acumulación del beneficio, el stock de capital crece a lo largo del tiempo, sosteniendo así un mayor número de trabajadores y un mayor producto en el siguiente período de producción. 4.2

EL PRINCIPIO DE UTILIDAD EN LA ECONOMÍA CLASICA: JEREMY BENTHAM

Desde un punto de vista de la política, el principio de utilidad (egoísmo) se ha interpretado de dos maneras distintas. Una de ellas descansa en la creencia en una identidad natural de intereses, y la otra en la creencia en una identidad artificial de intereses. Adam Smith defendió la tesis de la identidad natural, que depositaba una gran confianza en el orden natural y la armonía. Él creía que los egoísmos individuales de la naturaleza humana se armonizan espontáneamente en una economía libre; en consecuencia, su prescripción básica promovía esencialmente una política de laissez faire. Bentham, sin embargo, tomó un rumbo diferente. Aún admitiendo que los individuos son sobre todo egoístas, Bentham negaba cualquier armonía natural de los egoísmos. El delito, por ejemplo, brinda un caso de comportamiento egoísta que viola el interés público. El

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mismo hecho de la existencia del delito constituía para Bentham la prueba suficiente de que la armonía natural no existe. Por tanto, el principio central de la filosofía de Bentham era que el interés de cada individuo debe identificarse con el interés general, y que la tarea del legislador consistía en producir esta identificación a través de la mediación directa. Así, Bentham adoptó en primer lugar el principio de utilidad en forma de un marco de identidad artificial de intereses. Su doctrina fue conocida como utilitarismo. A primera vista, la doctrina de Bentham muestra un parecido con la antigua filosofía griega del hedonismo, que también sostenía que el deber moral se satisface en el disfrute de los intereses que buscan el placer. Pero el hedonismo prescribe acciones individuales sin referencia a la felicidad general. El utilitarismo añadió al hedonismo la doctrina ética de que la conducta humana tenía que ser dirigida hacia la maximización de la felicidad del mayor número de gente. “La mayor felicidad para el mayor número”, era la consigna de los utilitaristas, los que participaban de la filosofía de Bentham. Entre ellos había personalidades como las de Edwin Chadwick y la combinación de padre-e-hijo que formaban James y John Stuart Mill. Este grupo defendía la legislación, más sanciones sociales y religiosas que castigasen a los individuos que perjudicaran a otros al perseguir su propia felicidad. Bentham defendió su principio de la forma siguiente: por el principio de utilidad se entiende aquel principio que aprueba o desaprueba toda acción según la tendencia que demuestre tener para aumentar o disminuir la felicidad de la parte cuyo interés está en juego no sólo de cada una de las acciones de un individuo privado, sino de toda acción de gobierno (Principles of Morals and Legislation, p. 17). Lo que es digno de notarse en esta declaración es la mínima distinción que hizo Bentham entre moral y legislación. La misión que se asignó a sí mismo era la de dotar de carácter científico, en el sentido newtoniano, a la teoría de la moral y la legislación. Así como la física revolucionaria de Newton giraba alrededor del principio de atracción universal (es decir, la gravedad), la teoría de la moral de Bentham giraba sobre el principio de utilidad. La influencia indirecta de Newton sobre las ciencias sociales también se dejó sentir de otras formas. El siglo XIX fue un siglo que tuvo pasión por la medición. En las ciencias sociales, Bentham cabalgó la cresta de esta nueva ola. Si el placer y el dolor podían medirse en algún sentido objetivo, entonces cada acto legislativo podía juzgarse en base a consideraciones de bienestar. Este logro exigía una concepción del interés general, que Bentham estaba dispuesto a proporcionar.

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Según Bentham, el interés general de la comunidad se mide por la suma de los intereses individuales en la comunidad. El planteamiento utilitarista era democrático e igualitario. No importaba que uno fuera un pobre o que fuera el rey: cada uno de los intereses individuales tenía que tener el mismo peso en la medición del bienestar general. Así, si algo añade más al placer de un campesino de lo que quita a la felicidad de un aristócrata, es deseable desde el punto de vista utilitarista. Asimismo, si una acción gubernamental de cierto tipo aumenta la felicidad de la comunidad más de lo que disminuye la felicidad de algún sector de la misma, la intervención, por lo mismo, queda justificada. Todo esto presupone una especie de “aritmética moral”, que Bentham consideró análoga a las operaciones matemáticas requeridas por la física newtoniana. Sin embargo, no todas las operaciones de aritmética moral son de la misma clase. Los valores de los diferentes placeres se suman para los individuos, pero el valor de un placer dado debe multiplicarse por el número de gente que lo experimenta, y los diversos elementos que forman el valor de cada placer también tienen que multiplicarse mutuamente. Una faceta económica singular de esta teoría del bienestar radica en la elección que hace Bentham del dinero como medida del dolor y del placer. Por supuesto, el dinero está sujeto a la utilidad marginal decreciente a medida que se adquiere en cantidades progresivamente mayores, lo que Bentham reconoció, aunque no exploró el principio marginalista tan a fondo como hicieron algunos de sus sucesores. En otras palabras, Bentham fue más un utilitarista que un marginalista. Por lo tanto, no tomó parte en la revolución de la utilidad marginal que reorientó la teoría general del valor, aunque influyó en William Stanley Jevons que participó en la llamada revolución. 4.2.1

El Cálculo de la Felicidad

El intento de Bentham para medir el bienestar económico en sentido científico, tomó la forma de cálculo de la felicidad, o suma del placer y del dolor colectivos. Ya en 1780, en su lntroduction to the Principies of Morals and Legislation (p. 30), Bentham describía las circunstancias en las que tenían que medirse los valores del placer y del dolor. Para la comunidad, se componían de los siete factores siguientes: •

La intensidad del placer y del dolor.



Su duración.



Su certeza o incertidumbre.

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Su proximidad o lejanía.



Su fecundidad, o la posibilidad de que las primeras sensaciones fuesen seguidas de otras de la misma clase (es decir, placer seguido de más placer, o dolor seguido de más dolor).



Su pureza, o la posibilidad de que las primeras sensaciones no fuesen seguidas de otras de la clase opuesta (por ejemplo, el parto tiene un bajo índice de pureza, porque representa una mezcla de dolor y de placer).



Su extensión, esto es, el número de gente afectada.

Bentham reconocía que la quinta y sexta circunstancias no constituyen propiedades inherentes del dolor y del placer en sí mismas, sino sólo del acto que produce placer o dolor. En consecuencia, sólo entran en los cálculos de la tendencia de cualquier acto o acontecimiento que afecte a la comunidad. 4.2.2

Cálculos del Bienestar

Bentham también explicó detalladamente el mecanismo por medio del cual debían efectuarse los cálculos de bienestar. “Entonces, para hacer un cálculo exacto de la tendencia general de cualquier acto que afecte a los intereses de la comunidad”, exhorta a “proceder como sigue”: comiéncese con cualquier persona de aquellas cuyos intereses parecen afectados de forma más directa por él (acto); y hágase un cálculo: •

Del valor de cada placer identificable que parezca producido por él en primer lugar.



Del valor de cada dolor que parezca producido por él en primer lugar.



Del valor de cada placer que parezca producido por él después de la primera sensación. Esto constituye la fecundidad del primer placer y la impureza del primer dolor.



Del valor de cada dolor que parezca producido por él después de la primera sensación. Esto constituye la fecundidad del primer dolor y la impureza del primer placer.



Súmense todos los valores de todos los placeres por una parte y los de todos los dolores por otra. El saldo, si es favorable al placer, nos dará la tendencia buena del acto en conjunto, con respecto a los intereses de ese individuo; si es favorable al dolor (dará) la tendencia mala del acto en conjunto.



Realícese un cálculo del número de personas cuyos intereses parecen estar implicados, y repítase el proceso anterior con respecto a cada uno. Súmense los números que expresan los grados de la tendencia buena en relación con el UNIVERSIDAD DE PAMPLONA – Centro de Educación a Distancia

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conjunto: hágase de nuevo con respecto a cada individuo, en relación con el cual la tendencia sea mala en su conjunto. Hágase balance: que, si es favorable al placer, dará la tendencia buena general del acto y si es favorable al dolor (dará) la tendencia mala general con respecto a la misma comunidad (Principles of Morals and Legislation, pp. 30-31). Anticipando probablemente una crítica de la impracticabilidad de su teoría del bienestar, Bentham admitía que no esperaba que se realizase el cálculo de la felicidad después de cada juicio moral o disposición legislativa. Pero exhortaba a los legisladores y administradores a tener siempre presente la teoría, porque cuanto más avanzase el proceso real de evaluación, más cerca se encontraría de una medida exacta.

Evaluación del Utilitarismo Hay varias dificultades analíticas y prácticas en la teoría de la medición del bienestar de Bentham, algunas de las cuales reconoció, ignorando otras. Uno de los muchos problemas a los que Bentham tuvo que enfrentarse era el de las “comparaciones interpersonales” de utilidad. La felicidad de un hombre, para parafrasear un viejo tópico, puede ser veneno para otro hombre. El hecho de que diferentes individuos tengan gustos diferentes, rentas diferentes, objetivos y ambiciones diferentes, etc, hace que las comparaciones de utilidad (ganada o perdida) entre individuos sean ilegítimas, en relación con cualquier criterio objetivo. Bentham admitía esta dificultad, pero consideraba que había que realizar tales comparaciones, o la reforma social sería imposible. Por lo tanto, su teoría del bienestar tiene un contenido subjetivo (es decir, normativo). Otro problema de la teoría del bienestar de Bentham se refiere a la ponderación, si es que existe alguna, de los placeres cualitativos. ¿Debían recibir los placeres de la mente, por ejemplo, más o menos énfasis que los placeres del cuerpo?, Bentham fue incapaz de resolver esta cuestión, aunque era consciente de la dificultad. Como tantos economistas posteriores, recurrió al dinero como la mejor medida disponible de la utilidad, aunque las medidas monetarias no registran siempre los cambios cualitativos de un modo inequívoco. Un defecto de la teoría del bienestar de Bentham, del que aparentemente no tuvo conciencia, se refiere a la dificultad lógica que los economistas llaman falacia de composición. Esta falacia afirma que si algo es cierto en relación con una parte, también lo es en relación con el todo. Con referencia a Bentham, hay una falacia lógica en la afirmación de que el interés colectivo es la suma de los intereses de los individuos. Aunque la afirmación puede ser cierta en muchos casos, no lo es necesariamente en todos.

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Un sencillo ejemplo puede servir para ilustrar este punto. Probablemente es de interés general, en los Estados Unidos, que todo automóvil esté equipado con todos los mecanismos de seguridad posibles. Sin embargo, una mayoría de compradores de automóviles no está dispuesta a pagar el coste de tales equipos, en forma de precios más altos de los coches. En este caso, el interés colectivo no coincide con la suma de los intereses individuales. El resultado constituye un dilema legislativo y económico. En otras palabras, el supuesto básico de Bentham, en relación con la medición del bienestar, puede llevar a estimaciones imprecisas del bienestar general. En un terreno puramente filosófico, la visión de Bentham sobre la naturaleza humana es esencialmente pasiva: la gente se ve “empujada” por la búsqueda del placer y la huida del dolor. De ahí que no existan motivos “malos” o deficiencias “morales”; sólo hay “malos” cálculos respecto del placer y del dolor. Bentham no pensaba que fuese erróneo hacer un mal cálculo; se podía ser estúpido, pero probablemente la estupidez podía corregirse por medio de la educación. Efectivamente, el utilitarismo insistió mucho en la educación como medio de reforma social. El utilitarismo es demasiado estrecho en su aproximación al comportamiento humano. Hay muy poco espacio, o no lo hay en absoluto, para otros motivos de comportamiento que no sean la persecución del placer y la huida del dolor. Pero Bentham pensaba que el cálculo de la felicidad era una teoría útil, aunque no fuese original, a pesar de sus dificultades inherentes. Los cálculos individuales de placer y de dolor pueden hacerse inconscientemente, y, sin embargo, existen, afirmaba Bentham. “En todo esto”, decía, “no hay nada más que la práctica de la humanidad, que dondequiera que tenga una visión clara de su propio interés se conforma perfectamente con él” (Principies of Morals and Legislation, p. 32). La búsqueda, por parte de Bentham, de una medida cuantitativa exacta de la utilidad tenía que ser infructuosa, por supuesto. Aún en la actualidad, los economistas del bienestar no han podido resolver nunca el problema de las comparaciones interpersonales de utilidad de manera que pudiesen deducirse criterios verdaderamente objetivos en los que basar las decisiones de bienestar. No obstante, la influencia de la filosofía de Bentham se manifestó a través de James Mill, un adepto al utilitarismo, sobre su hijo John Stuart, particularmente en el área de la reforma social y lo que es más importante para la historia del análisis económico, el cálculo de la felicidad proporcionó un punto de partida para las intuiciones más profundas de Jevons en la teoría del comportamiento del consumidor basada en la utilidad marginal.

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La influencia de Bentham sobre la política económica fue especialmente profunda en las primeras décadas después de su muerte, cuando Edwin Chadwick y John Stuart Mill mantuvieron alta la bandera de la reforma utilitarista. Su aproximación a la economía, sin embargo, sigue siendo influyente en la actualidad, habiendo servido para inspirar las ampliaciones contemporáneas de la teoría neoclásica, en áreas como las de la economía del delito y la economía de la licitación del derecho de votar. En un sentido general, Bentham demostró ser el innovador magistral de las reformas institucionales y administrativas diseñadas para cambiar los incentivos económicos de acuerdo con la voluntad general. 4.3

EL PRINCIPIO DE LA POBLACIÓN EN LA ECONOMÍA CLÁSICA: THOMAS MALTHUS

Si el principio de utilidad era una piedra angular de la economía clásica, el principio de la población fue otra. El autor que dio a la teoría clásica de la población su formulación definitiva fue Thomas Robert Malthus (1766-1834). John Maynard Keynes le llamó “el primero de los economistas de Cambridge”, porque fue en Cambridge donde Malthus se distinguió como alumno del Jesús College. Allí, Malthus se preparó para una carrera ministerial. A pesar de una palatosquisis congénita, ganó premios por sus declamaciones en griego, latín e inglés. Se graduó en 1788 y recibió órdenes sagradas en el mismo año, pero siguió en Cambridge; como fellow hasta 1804, en que se casó y, por lo mismo, tuvo que renunciar a su cargo, según las reglas del College. El título completo del Ensayo sugiere el motivo que subyace en él, Malthus reaccionaba contra el optimismo extremo de los filósofos Godwin y Condorcet. Inspirados por la euforia política de la Revolución Francesa, estos dos filósofos pronosticaron la eliminación de los males sociales. Describieron una sociedad libre de la guerra, el delito, el gobierno, la enfermedad, la angustia, la melancolía y el resentimiento, en la que todo hombre buscaría el bien de los demás. La respuesta de Malthus a la visión de Godwin y Condorcet parece, en visión retrospectiva, sencillamente decepcionante: afirmó que la capacidad biológica del hombre para reproducirse, cuando no se ve limitada, supera los medios físicos de subsistencia y, en consecuencia, imposibilita la perfectibilidad de la sociedad humana. El primer Ensayo se construyó en gran medida en la propia cabeza de Malthus, después, y en parte a causa del furor que generó, comenzó a rellenar con algunos datos empíricos el esqueleto de su teoría. El Ensayo tuvo sucesivas ediciones en

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1803, 1806, 1807, 1817 y 1826. Finalmente, culminó en A Summary View 01 the Principie 01 Population, publicado en 1830. A pesar de las numerosas modificaciones introducidas en sus diversas ediciones, sin embargo, el principio esencial del primer Ensayo no varió. 4.3.1

Esbozo de la Teoría

Malthus basó su principio de la población en dos proposiciones. La primera afirmaba que “la población, cuando no se ve limitada, aumenta en progresión geométrica, de tal modo que se dobla cada veinticinco años” (A Summary View, p. 238). Malthus intentó añadir precisión a este principio, basándolo en la experiencia de la población en los Estados Unidos. Sin embargo, las estadísticas disponibles no eran fiables y proporcionaban un escaso respaldo empírico al primer postulado de Malthus. En consecuencia, tuvo el cuidado de indicar que la duplicación de la población cada veinticinco años no era ni la tasa de crecimiento máxima de la población, ni era siempre necesariamente la tasa real. Pero Malthus afirmó claramente la existencia de una tasa de crecimiento potencial de la población que aumentaba en progresión geométrica. A modo de contrapeso del primer postulado, estaba el segundo: en las circunstancias más favorables, los medios de subsistencia (es decir, la oferta de alimentos) posiblemente no pueden aumentar más que en progresión aritmética. La precisión que Malthus prestó a esta segunda afirmación fue desafortunada, dado que la progresión aritmética de la oferta de alimentos no venía respaldada por los hechos, ni siquiera en la forma aproximada que se daba en la primera afirmación. No obstante, la yuxtaposición de los dos primeros postulados llevaba al reconocimiento de la evidente discrepancia entre el crecimiento potencial de la población y la oferta de alimentos. En las propias palabras de Malthus: “la capacidad de crecimiento de la población es tan superior, que el aumento de la especie humana sólo puede mantenerse al nivel de los medios de subsistencia mediante la acción constante de la terrible ley de la necesidad, que actúa como un freno sobre la mayor capacidad de reproducción” (A Summary View, p. 21). Este dilema de la población planteaba una cuestión teórica y una cuestión práctica; la cuestión teórica se centraba en la identificación de los frenos reales del crecimiento de la población; la cuestión práctica se refería a las soluciones del problema, es decir, qué frenos debían ser estimulados más que otros. Malthus discutió ambas cuestiones, comenzando con el problema de la identificación. Frenos positivos y preventivos. El freno último del crecimiento de la población es la oferta limitada de alimentos. Pero hay otros, y Malthus los clasificó en frenos

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positivos y frenos preventivos. Los primeros, como la enfermedad, aumentan la tasa de mortalidad, mientras que los últimos, como la anticoncepción, disminuyen la tasa de natalidad. El propio Malthus no favoreció ni la anticoncepción ni el aborto como medios prácticos para limitar el crecimiento de la población. En una condena cuidadosamente mesurada del último, describió el aborto como “un arte indecoroso para ocultar las consecuencias de una unión irregular”. La significación de la contribución de Malthus radica en su capacidad de presentar la tendencia procreativa y los frenos a la misma dentro de una estructura teórica que concentra la atención en las fuerzas que tienden a modificar el número de personas sobre la Tierra. Como teoría, el principio de población nos dice que ésta aumentará siempre que el efecto acumulativo de los diversos frenos sea menor que el de la procreación, que disminuirá siempre que el efecto acumulativo de los frenos sea mayor que el de la procreación y que permanecerá invariable siempre que los efectos combinados de los frenos y de la procreación se compensen. 4.3.2

Limitaciones Teóricas

Aunque la teoría del equilibrio monetario es completamente general, el propio Malthus tendió a considerar el resultado de la lucha entre la población y la oferta de alimentos como algo que llevaría inevitablemente a una economía de subsistencia. Esta opinión fue desafortunada por dos razones: primero como profecía se ha mostrado errónea en muchos casos, y segundo no es en absoluto inherente a la estructura teórica ideada por Malthus. Por una parte, la teoría de la población de Malthus es neutral con respecto a los supuestos y a las conclusiones. Dados unos factores empíricos relevantes para el cuadro 6.1, la teoría es capaz de explicar todas las variaciones de la población: crecimiento, de población o estancamiento. Por otra parte, Malthus infirió el hecho de que se pudiera llegar realmente a una economía de subsistencia porque la tendencia a procrear dominaría de hecho el efecto acumulativo de los frenos en acción. Malthus afirmaba que esta consecuencia era inevitable, aunque, de hecho, las economías avanzadas del mundo han hecho mucho para evitarlo. Como teoría, ¿es inválido el principio de la población de Malthus? No necesariamente, porque su estructura teórica es perfectamente capaz de proporcionar conclusiones generales relativas a la población y a la subsistencia para economías diferentes en distintos períodos históricos. Lo que se requiere para que una teoría sea operativa en un sentido predictivo, sin embargo, es que

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una información fiable sobre la magnitud de las tendencias confiera relevancia a la teoría. También se puede achacar a Malthus que pasase por alto otros frenos que pueden evitar su conclusión pesimista. En primer lugar, no consiguió separar, conceptualmente, sexo y procreación. Con todo, en un mundo de técnicas modernas de control de nacimientos y otros mecanismos de planificación familiar, esta distinción se hace con frecuencia. Muchas familias limitan el número de sus vástagos por razones que no son financieras, por ejemplo, un deseo de libertad personal y movilidad o una carrera. No puede descartarse el “motivo estético” en el control de nacimientos: demasiados niños pueden perjudicar el aspecto, la comodidad y el bienestar de la madre. Estos frenos adicionales son capaces de reducir la disparidad entre la multiplicación de la especie y el crecimiento de la oferta de alimentos. Un defecto más grave de la teoría de la población de Malthus fue su tendencia, compartida por otros autores clásicos, a subestimar el progreso de la tecnología agrícola. En el Ensayo ya se insinúa que la agricultura está sujeta a rendimientos decrecientes, un tema que Malthus ampliaría más adelante en su teoría de la renta. Sin embargo, como ley económica, los rendimientos decrecientes rigen sólo en un estado constante de la tecnología. Y en las economías avanzadas, el rápido progreso de la tecnología ha logrado ahuyentar el espectro malthusiano. Por supuesto, esto no niega la amenaza, auténticamente real, de la subsistencia en el mundo subdesarrollado. Allí, el espectro malthusiano se presenta como una auténtica amenaza para los objetivos prácticos del crecimiento y desarrollo económicos. 4.4

EL SISTEMA RICARDIANO

Ricardo tuvo un impacto mucho mayor que Malthus sobre la futura dirección de la teoría económica. Pero como antagonistas teóricos, cada uno de ellos jugó un papel importante en el desarrollo del sistema analítico del otro. Malthus vio un vínculo estrecho y directo entre el nivel general de salarios y el precio del grano. Argumentó en favor de las Leyes de Granos, porque pensó que la libre importación de granos reduciría los precios interiores del cereal (y de los salarios) y precipitaría una depresión. Para Ricardo, sin embargo, las Leyes de Granos significaban un aumento de salarios y una disminución de los beneficios, y de este modo, menos acumulación de capital y el fin del crecimiento económico.

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Respondiendo a Malthus, Ricardo construyó un argumento muy ingenioso, alrededor de la teoría del valor trabajo. 4.4.1

La Teoría del Valor Trabajo

¿Empírica o analítica? Pocos conceptos erróneos en la historia de la economía se han perpetuado tan extensamente como el que se refiere a la teoría del valor de Ricardo. La interpretación de la teoría que ha persistido es la de una estricta e intransigente teoría del valor trabajo. Sin embargo, en los escritos de Ricardo hay poco o nada en favor de esta interpretación. Es irónico que no fueran los críticos de Ricardo (por ejemplo, Malthus y Samuel Bailey), sino sus ardientes discípulos, los principales responsables de esta interpretación errónea. Nosotros preferimos caracterizar la teoría del valor de Ricardo como una teoría del “coste real”, en la que, sin embargo, el trabajo es el factor (empírico) más importante. El problema central planteado por Ricardo en sus Principios de economía política y tributación era ver cómo se producen los cambios en las proporciones relativas de la renta correspondientes a la tierra, al trabajo y al capital, y el efecto de estos cambios sobre la acumulación de capital y el crecimiento económico. La determinación de la renta era una parte integral de este problema, por supuesto. Pero toda teoría de la distribución de la renta tiene que descansar en una teoría del valor, y Ricardo procedió a modificar la teoría del valor de Smith para su propio uso. En particular, Ricardo apreciaba ciertas deficiencias en la doctrina de Smith sobre el “valor natural”. Según Smith, un aumento en el precio de un factor (por ejemplo, los salarios) aumentaría el precio de los bienes producidos por aquel factor (trabajo). Para Ricardo, éste era un análisis superficial, especialmente si el cambio en el valor era más que un cambio en el nivel nominal de precios. Ricardo pensó que, con determinadas modificaciones, la teoría del valor trabajo proporcionaba la mejor explicación general de los precios relativos, y que la limitación de la teoría del trabajo a una “economía primitiva”, como hacía Smith, era innecesaria. Para Ricardo, la relación entre valor y tiempo de trabajo empleado en la producción era una relación bien simple: “cualquier aumento de la cantidad de trabajo debe elevar el valor de este bien sobre el que se ha aplicado, así como cualquier disminución debe reducir su valor”. (Principios de economía política y tributación, p. 11). Aunque Ricardo nunca modificó esta posición básica, sin embargo, añadió varías cualificaciones necesarias para hacer más realista la teoría. En este proceso, su teoría del valor dejó de ser una teoría del valor pura. Pero Ricardo, consistentemente, esquivó sus propias cualificaciones en el análisis y

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en la política posteriores, e hizo uso de una teoría simple del valor, a fin de llegar a conclusiones generales. La primera excepción a la regla anterior, que Ricardo se permitió, fue en el caso de los bienes no reproducibles: “Existen ciertos bienes”, sostuvo, “cuyo valor está determinado tan sólo por su escasez. Ningún trabajo puede aumentar la cantidad de dichos bienes y, por tanto, su valor no puede ser reducido por una mayor oferta de los mismos”. El valor de una pintura de Renoir o de una botella de LaffiteRothschild de 1929, en palabras de Ricardo, “es totalmente independiente de la cantidad de trabajo originariamente necesaria para producirlos, y varía con la diversa riqueza y las distintas inclinaciones de quienes desean poseerlos” (Principios de economía política y tributación, p. 10). Cuantitativamente, esta excepción carecía de importancia para Ricardo, porque “estos bienes constituyen tan sólo una pequeña parte de todo el conjunto de bienes que diariamente se intercambian en el mercado”. Las cualificaciones más importantes de la teoría del valor trabajo se hicieron, respecto al papel y a la importancia del capital, que se trata como trabajo “indirecto” o “incorporado”. Aquí, Ricardo distinguió entre capital fijo y circulante. El capital circulante “perece rápidamente y tiene que ser reproducido con frecuencia”, mientras que el capital fijo “se consume lentamente”. Por tanto, el valor aumentará a medida que aumente la proporción entre el capital fijo y el capital circulante y a medida que aumente la duración del capital. Este hecho lo demuestra Ricardo en el siguiente pasaje: Supongamos que dos personas empleen cada una cien hombres, durante un año, en la construcción de dos máquinas, y que otra persona emplee el mismo número de individuos para cultivar maíz; al final del año, cada una de las máquinas tendrá el mismo valor que el maíz, ya que cada una de ellas fue producida con la misma cantidad de trabajo. Supongamos que uno de los propietarios de las máquinas utilice una de éstas, con la ayuda de cien hombres, al año siguiente, para fabricar paño, y que el propietario de la otra máquina la use también, con igual ayuda de cien hombres, en la fabricación de tejidos de algodón, mientras el agricultor sigue empleando los mismos cien hombres que antes para cultivar maíz. Durante el segundo año, todos habrán empleado la misma cantidad de trabajo, pero los productos y la máquina del fabricante de paño, e igualmente los del fabricante de tejidos de algodón, serán el resultado del trabajo de doscientos hombres empleados durante un año, o, más bien, del trabajo de cien hombres durante dos años, mientras que el maíz será producido por el trabajo de cien hombres por un año. En consecuencia, si el maíz tuviera un valor de 500 libras, la máquina y el paño del primer fabricante deberían tener un valor de 1.000 libras, y la máquina y los tejidos de algodón del otro fabricante también deberían tener un valor equivalente

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al doble que el del maíz. Pero de hecho tendrían un valor mayor que eso, ya que las utilidades de capital de los dos manufactureros en el primer año han sido agregadas a sus capitales, mientras que las del agricultor han sido gastadas y disfrutadas. Por consiguiente, y debido a los diferentes grados de durabilidad de sus capitales, o, lo que viene a ser la misma cosa, al tiempo que debe transcurrir hasta que un conjunto de bienes pueda llevarse al mercado, tendrán un valor no precisamente proporcional a la cantidad de trabajo utilizada en ellos sino algo mayor, para compensar el mayor lapso de tiempo que debe transcurrir hasta que los bienes más valiosos puedan situarse en el mercado (Principios de economía política y tributación, pp. 25-26). El ejemplo de Ricardo ilustra claramente que reconoció las dos maneras en las que el capital afecta al valor de los bienes: primero el capital utilizado en la producción constituye una adición al valor del producto, y segundo el capital empleado por unidad de tiempo tiene que ser compensado (al tipo de interés corriente). Este reconocimiento, por Ricardo, de que el tiempo, como el trabajo, es un elemento importante del valor, constituía una auténtica contribución a la economía, por la que le concedieron poco o ningún crédito. Entonces, desde un punto de vista analítico, está claro que Ricardo basó el valor en los costes reales de trabajo y capital. Su teoría difería de la de Smith en que excluía la renta de los costes. Pero desde un punto de vista empírico, Ricardo sostenía que las cantidades relativas de trabajo utilizadas en la producción son los principales determinantes de los valores relativos. En el frente metodológico, Ricardo representa el razonador abstracto y deductivo. Prefería basar los principios de su sistema analítico en una sola variable dominante más que en un número de variables menores de dudoso efecto. Con este fin, advertía a sus lectores (después de destacar los anteriores efectos del capital sobre el valor): “en la parte subsiguiente de la presente obra, aunque de modo ocasional habré de referirme a esta causa de variación (es decir, el tiempo), consideraré también todas las notables variaciones, del valor relativo de los bienes producidos por una mayor o menor cantidad de; trabajo que pueda necesitarse en distintas épocas para producirlos”. (Principios de economía política y tributación, p. 28). Ricardo, por lo menos, estaba menos expuesto a la crítica que se ha dirigido a algunos teóricos modernos, es decir, no establecer explícitamente los supuestos que subyacen en la propia construcción analítica. A pesar de su rigor, la teoría del valor de Ricardo tenía varias deficiencias. En primer lugar, su tratamiento de las diferencias cualitativas en el trabajo era insatisfactorio. Ricardo suponía que los ajustes salariales por diferencias cualitativas en el trabajo se producirían en el mercado, y que una vez determinados, la escala de diferencias variaría poco. Como que Ricardo estaba

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buscando ante todo una medida del valor de mercado, éste es un argumento circular. En segundo lugar, excluir la renta de los costes sólo puede justificarse si la tierra no tiene usos alternativos (lo que Ricardo suponía, de modo nada realista). Además, la teoría del valor rícardiana limitaba el papel de la demanda a una clase especial de bienes (no reproducibles). Por supuesto, esto es inadecuado en el caso en que los bienes no se produzcan en régimen de costes medios de producción constantes.

La Naturaleza del Progreso Económico El estado estacionario. En el sistema ricardiano, la teoría del valor, reducida al nivel de simplificación de la de Ricardo, más la teoría de la renta, proporcionaba la clave para el problema central de la distribución de la renta. Por supuesto, era necesario relacionar la teoría del valor con la teoría de los precios en una economía compleja. Ricardo lo hizo relacionando el precio de mercado con los costes de producción en la empresa marginal (que no produce renta). Observó: el valor de cambio de todos los bienes, ya sean manufacturados, extraídos de las minas u obtenidos de la tierra, está siempre regulado no por la menor cantidad de mano de obra que bastaría para producirlos, en circunstancias ampliamente favorables y de las cuales disfrutan exclusivamente quienes poseen facilidades peculiares de producción, sino por la mayor cantidad de trabajo necesariamente gastada en su producción, por quienes no disponen de dichas facilidades, por aquellos que siguen produciendo esos bienes en las circunstancias más desfavorables (Principios de economía política y tributación, p. 55). Ricardo reconocía que no existe una medida del valor perfecta, porque cualquier medida que se elija varía con las fluctuaciones de las tasas de salarios y beneficios. Hemos visto que las diferentes durabilidades del capital y las diferentes proporciones entre el capital fijo y el circulante influirán en los precios de mercado de modo distinto si los salarios varían respecto a los beneficios. Así, Ricardo ideó un artificio gramatical la “empresa media”, en la que tanto la proporción entre el capital y el trabajo como la duración del capital se supone que son iguales a las del promedio de la economía. Ricardo estaba preparado para resolver el problema de la distribución de la renta y sus variaciones a lo largo del tiempo. El aumento de la producción agrícola lleva a salarios monetarios más elevados, pero sin que varíen los salarios reales. Ricardo suponía, vía principio de la población, que las tasas salariales se mantendrían a los niveles de subsistencia a largo plazo. Por otra parte, las tasas salariales nominales más altas y el aumento de las rentas agregadas presionan de dos maneras sobre los beneficios.

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Aunque en régimen de competencia los beneficios son los mismos para todas las empresas de una industria dada, la tendencia inevitable de los beneficios será la de su disminución a medida que aumenta el producto. Con el tiempo, se llega a una tasa de beneficio mínima, en la que se detiene la nueva inversión (es decir, la acumulación adicional de capital). Ricardo describió esto como el “estado estacionario”. Teóricamente, esta tasa mínima de beneficio es cero; sin, embargo, en la práctica, puede estar ligeramente por encima de cero. El proceso que describía Ricardo puede, por tanto, replantearse como una paradoja: ¡el resultado lógico del crecimiento económico es el estancamiento! El sistema analítico de Ricardo no tiene en cuenta el progreso tecnológico y acepta de modo acrítico el principio de la población; puede ser atacado en estos dos terrenos. Pero teniendo en cuenta los supuestos de Ricardo, es un sistema lógicamente consistente. En su versión final, el estado estacionario aparece del modo siguiente. La tasa media de salarios se determina por la proporción entre el capital fijo y circulante (es decir, el fondo de salarios) y la población. Mientras los beneficios son positivos, el stock de capital aumenta, y el aumento de la demanda de trabajo incrementará temporalmente la tasa media de salarios. Pero cuando la tasa de salarios se eleva por encima del nivel de subsistencia, entran en juego las “delicias de la vida doméstica”, y la población aumenta. Una población mayor exige una mayor oferta de alimentos, de manera que, poniendo barreras a las importaciones, el cultivo debe extenderse a las tierras de calidad inferior. A medida que ocurre esto, las rentas agregadas aumentan y los beneficios disminuyen, hasta que, en último término, se llega al estado estacionario.

Proceso de Comprensión y Análisis •

¿Cómo se puede relacionar la teoría económica liberal con la revolución industrial?



¿Por qué la libertad debe ser el fundamento esencial de la organización económica?



¿Desde dónde se puede originar la riqueza de las naciones según Smith?



¿Cómo explica Ricardo el salario y el crecimiento económico?



¿Cuáles son las bases éticas del sistema liberalista?



¿Cómo se debe emplear la mano de obra según el liberalismo clásico?. ¿Está de acuerdo con esta posición?

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Solución de Problemas •

¿Realmente el liberalismo ha proporcionado el camino para la libertad y la igualdad de los ciudadanos?



¿Es posible que el individualismo permita el logro de una sociedad armoniosa?

Síntesis Creativa y Argumentativa •

Por un instante imagínese que es usted un pensador económico, ¿cómo podría explicar el origen de la riqueza de las naciones sin tener en cuenta los fundamentos de Smith? Con la elaboración de este ejercicio se busca que usted diseñe una nueva forma de organizar la sociedad para generar riqueza.

Autoevaluación •

¿Qué significa el utilitarismo para la economía liberal?



¿Cuál es la importancia de la postura teórica de Bentham para la teoría liberal?



¿Qué diferencias se pueden encontrar entre el pensamiento de Malthus y el pensamiento de Mill?

Repaso Significativo •

Cada cipa se organizará en parejas. Cada pareja seleccionará el pensador de su preferencia. Tras preparar el contenido propio del pensamiento de ese autor, un participante de la pareja defenderá frente a sus demás compañeros de Cipa las posturas económicas de ese pensador, mientras que el otro participante de la pareja atacará esas posturas críticamente y con argumentación científica.

Bibliografía Sugerida EKELUND, Robert B., J. R. y otro. Historia de la teoría económica y de sus métodos. Tercera edición. Madrid: MacGrawHill, 1999.

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MONTENEGRO, Walter. Introducción a las doctrinas político-económicas. México: Fondo de Cultura Económica, 2001.

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BIBLIOGRAFÍA GENERAL A, Efimov y otros. Historia moderna de 1642 a 1918. México: Editorial Grijalbo, 1975. DEANE, Phyllis. La primera revolución industrial. Barcelona: ediciones península, 1975. EKELUND, Robert B., J. R. y otro. Historia de la teoría económica y de sus métodos. Tercera edición. Madrid: MacGrawHill, 1999. KUCZYNSKI, Jürgen. Limitada, 1975.

Breve historia de la economía.

Bogotá:

Ediciones Ideas

LANDES, David S. Progreso tecnológico y revolución industrial. Madrid: editorial tecnos, 1979. MONTENEGRO, Walter. Introducción a las doctrinas político-económicas. México: Fondo de Cultura Económica, 2001. Y. F. Avdakov y otro. Editorial Grijalbo, 1965.

Historia económica de los países capitalista.

México:

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