Informe de Lectura - La Ciudad Letrada - Angel Rama

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Universidad Nacional de Rosario Facultad de Humanidades y Arte

Trabajo Práctico N° 1 Literatura Iberoamericana I

Equipo de cátedra: Zanin, Marcela Costa, Analía Alumna: Serra, Virginia S – 2990/4

Consigna: Lectura de La ciudad letrada de Ángel Rama La lectura de esta obra nos permitirá abordar varios problemas sobre las características de la literatura hispanoamericana, tales como: - Heterogeneidad - Ciudades reales / ciudades ideales - Figura del letrado / prácticas de escritura - Legitimación del poder / función social de los intelectuales La consigna de trabajo consiste en la elaboración de un esquema que no pierda de vista los ejes señalados y describa, explique y problematice cada uno de los modelos de ciudad que desarrolla Ángel Rama en el texto. Seleccione diez términos que considere claves en el texto.

El texto La ciudad letrada de Ángel Rama puede leerse a través de ciertos problemas característicos de la literatura iberoamericana que, al describirlos y ponerlos en relación, se puede dar cuenta de los diferentes modelos de ciudad-signo que el autor propone. Uno de esos ejes es la dicotomía ciudad real/ ciudad ideal en medio de la que nace la ciudad latinoamericana. La conquista de América representó mucho más que la llegada a un destino nuevo y excéntrico; fue la expansión misma del capitalismo, de manera ecuménica. Los agentes creadores de estas nuevas ciudades fueron los conquistadores provenientes de una “ciudad orgánica medieval” que dejarían atrás para poner en funcionamiento la creación de una ciudad cuya organización espacial reprodujera la propia organización social que se perseguía en pos de un ideal de orden propio de este momento de expansión comercial. Es decir, que el prototipo de ciudad latinoamericana, una ciudad que necesariamente debía ser una ciudad ordenada, no tenía sus bases en el modelo real del cual provenían sus ejecutores, sino de una concepción ideal propia de una nueva época. Los conquistadores vieron en la extensión del “nuevo” continente una oportunidad única para la implantación de este ideal, cuyo único cauce de realización era la creación urbanística. La experiencia europea había resultado un fracaso en tanto resultaba obstruyente la acumulación material de su pasado histórico. Pero en América este obstáculo no se presentaba como tal, puesto que los valores propios de sus comunidades nativas fueron ignorados al punto de pensar su cultura como una “tabula rasa”, más allá de que esto no supuso la aniquilación de sus valores, que habrían de infiltrase constantemente en la cultura impuesta. Ángel Rama afirma que “no es la sociedad, sino su forma organizada, la que es transpuesta; y no a la ciudad, sino a su forma distributiva”1. Este proceso exige una lectura análoga no entre sociedad y ciudad, propiamente, sino entre sus formas. De manera que el plano de la ciudad se convierta en un signo de la sociedad que la habita. Una ciudad cuyo orden debe preexistir a su realidad material, de manera que permita evitar cualquier ruptura del ordenamiento; adquiriendo así la peculiaridad de todo signo: “permanecer inalterable en el tiempo”. Y la única manera que una ciudad tenía de preexistir a su fundación era en esta representación simbólica que sólo podían asegurar las palabras y los diagramas gráficos.

1 Rama, Ángel: “La ciudad ordenada” en La ciudad letrada; Arca; Montevideo; 1998.

Es necesario recordar que el valor simbólico de estos signos no residía en representar la cosa ya existente (la ciudad real) sino el ideal de la cosa, la utopía perseguida (la ciudad ideal). Aquí es donde se produciría un contacto transversal con otro de los ejes propuestos: a saber, la legitimación del poder en relación a la función social de los intelectuales. Para la realización de un proyecto de ciudad cuya motivación estuviese dada por una concepción de la razón ordenadora, es condición necesaria un punto de concentración del poder que sea capaz de pensarlo y ejecutarlo y dicho poder alcanzará su legitimación a través de un esfuerzo ideologizante. El poder colonizador y la ejecución de sus órdenes estaba protegido por la actividad realizada por un grupo especializado de religiosos, administradores, educadores, profesionales, escritores e intelectuales que llevaban adelante una tarea propia del orden de los signos. Es este círculo que Rama denomina ciudad letrada, impensable por fuera del ámbito urbano y cuya existencia es funcional al proyecto colonizador, para quien garantizaría el sistema ordenado de la monarquía absoluta, facilitando su jerarquización y concentración del poder. Su funcionalidad era de doble valor: por un lado, debía ocuparse de las tareas administrativas propias de la colonia y, por otro, de aquellas que correspondían a la evangelización de los millones de habitantes indígenas, lo que luego se dio en llamar “educación”, no ya impulsado por un esperítu religioso, sino laico y agnóstico, pero cuyo intento era el mismo: ejercitar la transculturación del modelo europeo. La función social de este grupo se amplía con las tareas desarrolladas para la formación de la élite dirigente cuya función será guiar a la sociedad. Además, fue mediante el uso de los instrumentos de comunicación social que desarrollaron la ideologización del poder destinada al público. En este sentido, es importante destacar que eran los únicos capacitados en el ejercicio de las letras puesto que la sociedad que los rodeaba y a quien intentaban ideologizar, era una sociedad analfabeta. Retomando los conceptos de ciudad ideal y ciudad real, planteados anteriormente, y en relación con la obra de la ciudad letrada, hay que adjudicarle a esta última la capacidad de concebir la ciudad ideal, de dimensionarla y proyectarla antes de su efectiva existencia en la esfera de la realidad. Toda ciudad estaría atravesada por dos “redes diferentes y superpuestas”: el visitante común, el ciudadano corriente, percibe la que porta naturaleza

física, sensible; y el letrado ordena y percibe los símbolos y sus significados a través de una inteligencia razonable. En este punto nos vamos acercando al tercer tipo de ciudad propuesto por el autor: la ciudad escrituraria, término con el cual hace referencia a la bisagra insalvable entre la ciudad letrada y las sociedades que habitan la ciudad a causa del elitismo y la jerarquización que impregnaron las operaciones letradas y que polarizó la relación entre una “letra rígida”, reservada para una minoría y la “fluida palabra hablada” correspondiente a la inmensa mayoría restante. Desde la época colonial, el comportamiento lingüístico de los latinoamericanos quedó separado en dos tipos de lengua: una es la pública, que se utilizó para la oratoria religiosa, las ceremonias civiles, las relaciones protocolares propias de los miembros letrados y sobre todo, para el ejercicio de la escritura. La otra fue la lengua popular y cotidiana, que utilizaban los hispanos en sus ámbitos privados y al interior de un mismo estrato de bajo nivel. En este sentido, cabe destacar la conciencia que tuvo la ciudad letrada al definirse a partir del manejo de esta lengua, entendiendo que su defensa no solo era su misión sino el recurso necesario que respaldara su poder. El grupo letrado tendía a conservar el orden de los signos, queriendo fijarse a sí mismo de manera atemporal: perpetuando el orden de los signos y hacer de esto un recurso para su propia perpetuidad; tendencia claramente opuesta a la ciudad real, que no tiene otra manera de existir más que sometiéndose a las transformaciones sociales y al curso de la historia. Es la palabra escrita, en la variante lingüística propia de los sectores letrados, la que viviría en América Latina como la única de valor, debido a su peso de rigidez y permanencia y por sobre todo, por su oposición a la palabra hablada, considerada insegura y precaria. Fugaz. Los diez términos que seleccioné del texto de Ángel Rama son: -

Idealismo Barroco Orden Signos Cultura Letra Escritura Colonia

-

Urbanismo Heterogeneidad

Bibliografía consultada: -

Rama, Ángel: “La ciudad ordenada”, “La ciudad letrada” y “La ciudad escrituraria” en La ciudad letrada; Arca, Montevideo, 1998.