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imputados Primerizos y reincidentes: un registro testimonial Alejandra Ramm 2005 by Universidad Diego Portales Registro

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imputados Primerizos y reincidentes: un registro testimonial Alejandra Ramm 2005 by Universidad Diego Portales

Registro de Propiedad Intelectual:xxxxxxxxxxxxx ISBN:xxxxxxxxxxxxx Primera edición Universidad Diego Portales Vicerrectoría Académica Dirección de Extensión y Publicaciones Teléfono (56 2) 676 2000 - Fax (56 2) 676 2141 Av. Manuel Rodríguez Sur 415 Santiago, Chile www.udp.cl (publicaciones) Colaboración: Paula Barros Diseño: Rioseco | Gaggero Diagramación: Shannon Quigley Fotografía: Patricia Andrade - Sebastián Utreras (Capítulo VI) Edición: Viviana Flores - Andrea Moletto Revisión y corrección de textos: Moisés Venegas A. Impresión: Quebecor World

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida o transmitida, mediante algún sistema –electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o de recuperación o almacenamiento de información–, sin la expresa autorización de la Universidad Diego Portales.

{ imputados } Alejandra Ramm

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imputados - nombre capitulo

{ indice

i.

agradecimientos presentación prólogo introducción

xx xx xx xx

Perfil del imputado

xx

El lanza

ii. Detenido

xx

La primeriza

iii. Tribunales

xx

El encarcelado

iv. Encarcelado

xx

El procesado

v.

La firma

xx

La mechera

vi. Reincidente

xx

El reincidente

vii. La defensa

xx

La adicta conclusiones anexo metodológico notas bibliografía

xx xx xx xx

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imputados - nombre capitulo

agradecimientos En primer lugar, queremos agradecer a todos y cada uno de los imputados que compartieron sus experiencias haciendo posible este libro. Considerando su difícil situación y en algunas ocasiones su definitiva angustia, es aún más destacable que hayan aceptado responder a todas nuestras preguntas, en largas y frecuentes sesiones de entrevista. También consideramos importante dar un reconocimiento especial a aquellas instituciones y personas que nos facilitaron el acceso a los imputados. En particular, la Defensoría Penal Pública de la Región de Coquimbo y la Corporación de Asistencia Judicial Metropolitana. En esta última, merecen una particular mención por su gran colaboración Fernanda Ahumada, Juan Pablo Duhalde, Miriam Elizondo, Norma Fumei, Claudia Silva y Yolanda Solís. Asimismo, agradecemos a Gendarmería de Chile, en especial a las direcciones regionales de la Región de Coquimbo y Metropolitana, por habernos permitido ingresar a sus centros penitenciarios. De igual forma damos las gracias a todos los demás actores entrevistados: carabineros, actuarios, postulantes, asistentes sociales y abogados de la Corporación de Asistencia Judicial, gendarmes, jueces de garantía, fiscales y defensores (públicos y licitados). Ya que a través del relato de sus experiencias y la entrega de sus conocimientos, enriquecieron en forma anónima y desinteresada esta investigación. Por último, cabe destacar la colaboración recibida por parte del Ministerio Público de la Región de Coquimbo.

imputados - agradecimientos

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presentación Rodrigo Quintana Meléndez defensor nacional defensoría penal pública

Uno de los pilares del nuevo proceso penal es el principio de inocencia. Éste exige que el imputado no sólo sea considerado como inocente durante la sustanciación del proceso, en tanto no se establezca su responsabilidad en lo que se le acusa, sino que, además, debe ser tratado como tal, como a cualquier persona. La consecuencia más importante de este derecho, a ser tratado como inocente, es el derecho a permanecer en libertad durante el proceso, salvo cuando el juez considere necesaria la prisión preventiva, ya sea para asegurar el normal desarrollo del proceso y la ejecución del fallo, así como para evitar el riesgo de reiteración delictiva. De esta manera, el sacrificio de la libertad de la persona debe ser excepcional. Y éste es un principio que todos los abogados que representan a los imputados defienden con mucha convicción, aunque en realidad debería ser una máxima que rigiera el accionar de todos los actores del sistema de justicia criminal. ¿Ha cambiado la experiencia de ser imputado después de la Reforma Procesal Penal? ¿Hay diferencias con el antiguo sistema en materia de pérdida de la libertad? Las preguntas son vitales para la Defensoría Penal Pública, que se ha propuesto una misión que va más allá de la obligación legal de proporcionar asistencia jurídica a los imputados o acusados por un crimen, simple delito 8

imputados - presentación

o falta que sea competencia de un tribunal de garantía y de un tribunal del juicio oral en lo penal. En efecto, la Defensoría Penal Pública se ha impuesto la obligación de que su servicio al imputado tiene que ser de calidad. Y para que ello no sea una mera declaración de principios, ha construido sistemas de evaluación de desempeño, que se aplican no sólo a sus funcionarios, sino que también a los abogados privados que han sido contratados para ejercer la defensa penal pública. En este marco, sin duda que el presente estudio etnográfico sobre la experiencia de ser imputado antes y después de la reforma procesal penal –realizado por el Instituto de Investigaciones de Ciencias Sociales, de la Universidad Diego Portales– es una valiosa contribución al propósito de la defensoría de entregar un mejor servicio. Para el organismo no basta con que desde el punto de vista teórico los cambios legales hagan más eficientes y eficaces los procedimientos y que se consagren las garantías de víctimas e imputados. Es vital conocer cómo reciben estos sujetos un marco jurídico que no tiene carácter piloto, sino que es definitivo y que ya se aplica en todo Chile. Para el país en su conjunto será también importante contar con elementos para apreciar los efectos que tiene la aplicación de la función punitiva del Estado en quienes han infringido la ley. Cabe hacer notar que hay una creciente decisión de los jueces de aplicar medidas cautelares, aunque la prisión preventiva se mantiene en alrededor de un dieciocho por ciento de ellas. Ello es sustancialmente mejor en materia de libertades, si se considera que el anterior sistema tenía como característica la detención de la persona al inicio de la investigación por cinco días y, luego, su mantención en prisión en carácter de procesada por meses e incluso años, sin que existiera una condena. Con todo, es necesario entender que el hecho de ser imputado ya es una carga social fuerte para las personas, independientemente de que como principio debería imponerse siempre la presunción de inocencia. En este marco, por cierto que cuando una persona es detenida, la situación es mucho más fuerte, por cuanto es una especie de condena anticipada. Hay un estigma, un verdadero timbre social de culpabilidad sobre la persona acusada, que es muy difícil eliminarlo, aún cuando el juez en la primera audiencia resuelva que no hay motivos para continuar con una acción en su contra. Hay medidas, como el vestir al acusado con un peto que indica su calidad de imputado que tiene una connotación pública de imputados - presentación

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responsable, aunque en teoría ello no debería ser así. Peor aún es cuando la resolución judicial es mantener a la persona privada de libertad mientras se desarrolla la investigación del Ministerio Público. El estudio permite ratificar que los imputados se caracterizan por una fuerte precariedad económica, cultural y social, y que algunas de las decisiones que se adoptan no sólo penalizan al individuo autor de un hecho reprobable, sino que también a su grupo familiar. Hay también en el trabajo un hecho bastante sintomático, porque quienes han sido condenados en el sistema inquisitivo y son objeto de una nueva persecución penal, expresan una valoración del hecho de que las nuevas normas lo consideren titular de diversos derechos. Ello, sin embargo, colisiona con la práctica de algunos fiscales de señalar públicamente a los imputados como culpables antes de llevarlos a las audiencias, pese a que su obligación no sólo es reunir pruebas para acusarlos, sino que también apreciar los elementos que favorezcan a los acusados. La defensoría tiene una especial preocupación sobre este particular por cuanto la presunción de inocencia es una obligación para todos los actores del sistema procesal penal. Paralelamente, con ello hay que tener presente que la circunstancia de que alguien deba cumplir una pena por sus responsabilidades en un hecho delictivo, no significa que no siga siendo una persona, un sujeto de derechos. Desde ya, la obligación institucional es brindarle asistencia hasta el cumplimiento del total de su condena, esto es velar por sus intereses y evitar que existan sanciones adicionales a las resueltas por los tribunales. Por cierto, es función del aparato estatal que no sólo haya castigo, sino posibilidades de rehabilitación y reinserción social. Hay que considerar, además, que el libro incluye no sólo testimonios de imputados, sino que contempla antecedentes recogidos en entrevistas profundas con actores de las diversas áreas del proceso penal. La defensoría sabe que este trabajo puede ser polémico. Sin embargo, como su compromiso es con la existencia del mejor sistema procesal posible, se abre transparentemente a este tipo de evaluaciones. La Defensoría Penal Pública pone a disposición de los actores de la nueva justicia criminal, así como del conjunto de la comunidad jurídica, este trabajo y espera que sea factor provocador del debate y de otros estudios que permitan un permanente monitoreo del sistema, de manera que no haya que esperar otros cien años para realizar los perfeccionamientos que se requieran.

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imputados - presentación

prólogo Vivir la justicia Carlos Peña González vicerrector académico universidad diego portales

En las páginas que siguen usted oirá voces y asistirá al día a día de hombres y de mujeres comunes y corrientes, salvo por un detalle: todos ellos han infringido la ley o están imputados de haberla infringido. Se trata de esas personas que, por oficio o por mala suerte, o, lo más probable, por una mezcla azarosa de ambas cosas, o por ninguna de ellas, quién sabe, se relacionan con el estado mediante al aparato de justicia y mediante el sistema carcelario. ¿Habrá cambiado en algo su vida cotidiana y la percepción que tienen del estado ahora que el sistema inquisitivo de justicia criminal fue sustituido por el sistema adversarial? ¿Poseerán una mayor conciencia acerca de su calidad de sujetos o, en cambio, vivirán la justicia como una experiencia ajena, como si fueran súbditos? ¿Perciben ellos que el sistema adversarial les hace más fáciles las cosas o, en cambio, más difíciles y más pesadas? Ese tipo de preguntas han estado hasta ahora ausentes en el debate sobre el nuevo sistema de enjuiciamiento criminal. Los policy makers recitan cifras, estadísticas y esgrimen evidencia de diversa índole para subrayar la más eficiente asignación de recursos que posee el nuevo sistema. Los abogados, en ese tono que mezcla tan bien la ilustración con el lugar común, dejan ver su alegría, o su queja, por los niveles de garantía que introducen las nuevas normas. Los

imputados - prólogo

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ciudadanos de a pie reclaman por la falta de dureza del sistema o se alegran por su agilidad. Los políticos profesionales, con más entusiasmo que rigor, suelen echar mano de cifras, anécdotas, historias, exageraciones y quejas a la hora de examinar el nuevo sistema de justicia. Pero en todos ellos el punto de vista de los imputados brilla por su ausencia. ¿Qué sentirán, sin embargo, esos miles de hombres y mujeres que, con razón o sin ella, no importa, experimentan el lado más feo del estado? ¿Se sentían más cómodos antes, cuando, sin saberlo, y sin siquiera haber oído de Kafka, desempeñaban el rol de Joseph K. y eran sometidos al rigor del sistema penal sin saber demasiado de qué se trataba, y sin enterarse siquiera de cómo o de por qué? ¿Serán mejor para ellos las cosas ahora que son tratados como ciudadanos plenos, se les dota de un abogado defensor y se les enjuicia en público sobre la base de un debate entre iguales ante un tercero imparcial, el juez, que decide? ¿O será lo mismo y asistirán a todo esto con esa tranquila indiferencia de quienes se saben, después de todo, al margen? Para responder esas preguntas no sirve de nada echar mano a los instrumentos habituales de las ciencias sociales. Ese tipo de instrumentos –como ya se sugirió en los mismos inicios de esas disciplinas– arrojan generalizaciones y derivaciones inductivas que borran la individualidad. El día a día entonces desaparece y con él la subjetividad y el punto de vista de esos millones de personas –usted y yo entre ellas– que en medio de él desenvuelven su vida. Este libro intenta asomarse a una parte de esa subjetividad que se esfuma en medio de las cifras, los temores, las consideraciones de política pública y los discursos. Pertenece al género etnográfico, a esa forma de cultivar las ciencias sociales que acerca a quien la practica más a Honorato de Balzac que a Max Weber. Como la novela, es éste un género que favorece la empatía porque es capaz de mostrar cuán contigente, y cuán frágil es, incluso, nuestra propia identidad. Por eso este estudio, además de acercanos a la subjetividad de esos miles de personas –y mostrarnos cuán alejados están nuestros respectivos mundos de la vida, esos horizontes en los que cada uno resume su biografía y confiere significado a lo que le pasa– podría ayudarnos a eludir algunos excesos a los que hoy día asistimos. Sobre todo al exceso de erigir al delincuente o al imputado en el extraño de nuestras sociedades. En ese otro en el que no nos reconocemos y cuya suerte a fin de cuentas no nos importa.

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imputados - prólogo

introducción La llegada de la Reforma Procesal Penal a la Región Metropolitana –en junio del presente año– representa la culminación de la mayor transformación que ha experimentado el sistema judicial chileno en las últimas décadas. En lo esencial, significa el paso de un modelo inquisitivo, basado en un proceso escrito, guiado por un juez que investiga, acusa y dicta resolución; a un sistema adversarial oral donde el fiscal acusa, el defensor defiende y el juez dicta sentencia. Donde, además, se establece una serie de derechos y garantías para los imputados, las víctimas y los testigos. Es importante señalar que la implementación de la reforma procesal penal se ha realizado en forma gradual, desde el año 2000 a 2005. En la práctica, esto significa que, si bien la Reforma ya está funcionando en todo el país, ésta coexiste con la antigua justicia penal, ya que el nuevo sistema no hereda las causas ingresadas bajo el antiguo procedimiento. Este inusual escenario de dos sistemas operando en forma paralela tiene grandes ventajas, porque permite comparar dos modelos reales y activos de administrar justicia y de ser procesado o imputado. Se trata entonces de una posibilidad única e irrepetible para evaluar adecuadamente los cambios y continuidades que representa la Reforma desde un novedoso punto de vista. Esta pertinencia radica también en que permite obviar los riesgos implícitos en las comparaciones internacionales o en los cotejos con modelos teórico-ideales1. Según datos de la Defensoría Penal Pública desde el inicio de la Reforma hasta marzo de 2005 –es decir, sin incluir la Región Metropolitana– han ingresado a esta institución un total de 136.477 causas, que han involucrado 165.613 imputados. imputados - introcucción

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Este texto busca dar a conocer qué experiencias hay detrás de esta cifra, dando cuenta de la vivencia que tienen imputados y procesados en su paso por uno y otro sistema de justicia penal. También recoge las opiniones de los actores de ambos modelos penales (policías, actuarios, fiscales, defensores, jueces, gendarmes, etc.), respecto de la experiencia y las etapas que deben enfrentar quienes son sometidos a uno y otro sistema. El conjunto de estos testimonios, siendo mayoritarios el de imputados y procesados, están presentes en todo el texto –a modo de citas– para así hacer visible en sus voces a un grupo prácticamente invisible hasta ahora. Es preciso mencionar que en el antiguo modelo de justicia, los individuos que enfrentan un procedimiento penal son denominados “procesados”, mientras que en el segundo –con la Reforma– son llamados “imputados”. Este análisis, además, incluye la distinción entre aquellas personas que enfrentan un proceso por primera vez (primerizos) y quienes lo han vivido más de una vez (reincidentes) 2 . Este libro se basa en un estudio en profundidad sobre imputados y procesados, el cual fue realizado por el Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales (ICSO) de la Universidad Diego Portales durante el segundo semestre del año 2004, con el aporte de la Defensoría Penal Pública. Se privilegió –como forma de aproximación– el registro empírico y la recopilación de la experiencia directa de quienes han vivido esta situación, por sobre el análisis abstracto o teórico. Así, el propósito no es dar cuenta del operar de la justicia en términos jurídicos o estadísticos, sino en términos netamente vivenciales. La investigación utiliza una metodología etnográfica. La cual a través de la inmersión en los mundos de las personas, permite comprender cómo éstas atribuyen significado y experimentan las situaciones que enfrentan, con qué actores interactúan y cómo se sitúan ellas mismas dentro de ese escenario. La realidad social es un entramado de interpretaciones que se generan en la interacción. Esto explica que frente a un mismo estímulo diversas personas reaccionen de distintas maneras o incluso una misma persona en distintos contextos. Entonces, entender cómo las personas interpretan las situaciones que viven, es clave para comprender los fenómenos sociales en profundidad3 . De esta manera, el estudio corresponde a un seguimiento de la vida y cotidianidad de 31 imputados de estrato medio-bajo y bajo. Se consideró este perfil ya que existe suficiente evidencia que señala que la justicia penal selecciona a personas de estos niveles socioeconómicos –en desmedro de 14

imputados - introducción

otros– por su mayor debilidad para enfrentar su acción 4 . Además, comprende 38 entrevistas a diversos actores del sistema de justicia penal. Dentro del total de imputados estudiados, se incluyeron imputados y procesados; primerizos y reincidentes y; en prisión preventiva o “firmando”. Así también el grupo está conformado por personas de ambos sexos, de distintas edades e inculpadas por delitos de diversa gravedad. A cada uno de los que participaron en la muestra se le aplicaron diversas técnicas de recolección de información, lo que significó aproximadamente un mes de seguimiento por caso. El terreno del estudio se realizó entre noviembre de 2004 y mediados de enero de 20055 . Cabe destacar la escasez de estudios que comparen la antigua y la nueva justicia penal. Por lo general, se trata de encuestas de opinión o de evaluaciones de gestión del nuevo sistema. Las primeras, habitualmente se centran en determinar el nivel de conocimiento, preferencia y apreciación de la población respecto de la Reforma. Las segundas, buscan determinar los avances y problemas que enfrenta la instalación de la misma, pero sin compararla con el sistema inquisitivo6. Asimismo, el fenómeno social que implica la experiencia de ser procesado o imputado, ha sido un tema totalmente olvidado por la academia y centros de investigación de nuestro país. De hecho, no existe ningún estudio respecto de esta problemática, salvo una reciente encuesta de satisfacción realizada por la Defensoría Penal Pública. Esta omisión no es menor, en tanto procesados e imputados son quienes viven en carne propia la acción de la justicia penal. Conocer esta experiencia es un ejercicio fundamental para poder reflexionar y así tomar decisiones respecto de los mecanismos de control y de castigo que como sociedad queremos desarrollar.

imputados - introducción

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imputados - nombre capitulo

i. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidentes La defensa

{ perfil del imputado “Mi mamá era arrebatada. Ella es de La Legua. Nos pegaba, nos trataba a garabatos, nos sacaba la cresta… Con mi familia nunca fuimos muy unidos. Tuvimos hartas bajezas y pocas subidas” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). Para poder comprender en profundidad la experiencia que viven los imputados y procesados que ingresan al sistema judicial, es necesario comenzar por conocer el perfil más habitual de quienes enfrentan esta situación. El sistema judicial tiende a seleccionar personas de niveles socioeconómicos medio-bajo y bajo para ocupar el banquillo de los culpables. Ellos son el grueso de los imputados de nuestro país, aunque quienes provienen de estos estratos no son necesariamente los que cometen la mayoría de las conductas delictivas. Conforme a esto, el libro se concentra en individuos que se caracterizan por una precariedad que se manifiesta en distintas dimensiones: económica, cultural y social1. Con respecto a la primera dimensión, la mayoría de los imputados y procesados estudiados presentan una inestable situación económica, la que muchas veces arrastran desde su familia de origen y que, por la inercia propia de los círculos de pobreza y marginalidad, se extiende a ellos mismos y a su vida actual. Esto se manifiesta en desempleo, inseguridad laboral, bajos ingresos y trabajos informales, entre otros2 . “Mi papá trabajaba en Sindelen… Para el Golpe fue detenido y de ahí tuvo puros trabajos esporádicos. Mi mamá planchaba y lavaba para ganar plata, yo trabajaba en la feria haciendo fletes... Me acuerdo que tomábamos once y había un pan” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). imputados - perfil del imputado

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“A los 13 años dejé la escuela para irme a trabajar de asesora del hogar a la casa de una profesora” (Mujer, 42 años, primeriza, con Reforma). “Después de dejar la escuela he trabajado en la feria descargando camiones, de vendedor ambulante en la playa, como temporero, como obrero en la construcción...” (Hombre, 23 años, reincidente, con Reforma). Aparte de las evidentes consecuencias en el presupuesto familiar, esta fragilidad económica tiene graves secuelas para quienes la experimentan, siendo la principal de ellas el quedar excluidos del más importante mecanismo de integración de las sociedades modernas: el trabajo. Hoy en día el trabajo es esencial para definir la identidad personal y social de los individuos. Así, quien no participa del mercado laboral, no sólo tiene problemas para solventarse materialmente sino, más importante aún, para obtener el necesario reconocimiento social como individuo. Asociado a esto, los imputados y procesados tienden a presentar también una importante precariedad cultural. Ésta se expresa en bajos niveles de escolaridad, es habitual que sólo hayan completado su enseñanza media y, en varios casos, sólo la básica. Excepcionalmente tienen estudios superiores, ya sea técnico o universitario3 . En contraste con las políticas de ampliación de la cobertura educacional, los imputados presentan un nivel de escolaridad que está por debajo del promedio de la población del país4 . “Llegué hasta sexto no por floja. Era muy desordenada, no malas notas, sino muchas anotaciones en el libro. Me echaron de todos lo colegios de Cerrillos, estuve como en cinco colegios, pero de ahí no te reciben en ninguno más, poh...” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). “De niña nunca tuve que trabajar, pero no fui al colegio… No me gustaba. Mis hermanos sí terminaron, pero yo un día le dije a mi mami que no quería ir más… Hacía la cimarra y después me quedaba ayudando en la casa. No sé hasta qué curso llegué, pero nunca aprendí a leer. Aquí en la cárcel hice 1˚ y 2˚ básico, con promedio 5,7. Soy mejor pa’ las matemáticas que pa’ leer” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Llegué hasta octavo básico. Ahí empecé a trabajar en un supermercado y después siempre en la calle” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). 18

imputados - perfil del imputado

La escasa educación tiene consecuencias no sólo a nivel del desarrollo cognitivo de las personas, es decir, de su capacidad de análisis, abstracción, razonamiento lógico y dominio del lenguaje. Sino también tiene repercusiones sobre sus habilidades sociales y de su comportamiento individual. La escuela, además de ser el lugar de transmisión de conocimientos formales, es un espacio para aprender a convivir con otros, seguir reglas, formar hábitos y respetar la autoridad, entre otros. Un tercer rasgo característico de los imputados y procesados es su precariedad social, la que se evidencia en la inestabilidad de sus vínculos de pertenencia y/o en una temprana socialización en valores y patrones de conducta contrarios a los socialmente aceptados. Los imputados suelen provenir de familias que han experimentado situaciones críticas (dificultades económicas, separación de los padres, abandono, maltrato, violencia, etc.). A esto se suma que muchas veces han vivido formas de interacción, ya sea familiares u otras, basadas en la violencia física o psicológica. Todo esto incide en un desarraigo social y afectivo, junto con un aprendizaje de valores y conductas que están en conflicto con lo establecido por la sociedad, como por ejemplo, el uso de la violencia como manera de relacionarse con los demás5 . “Cuando repetí quinto básico me pegaron con una manguera. No podía caminar ni sentarme. Así que no pude ir a la fiesta de fin de año…” (Mujer, 23 años, primeriza, con Reforma). “Viví con mis papás hasta los cinco años. Mi abuela me crió a mí y a mi hermana. En mi infancia era como un niño grande, hacía todo solo. Salía mucho a la calle y no se preocupaban de mí. A los once años ya andaba siempre todo el día en la calle” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). “Hasta los 12 años tuve una infancia muy normal. A esa edad mi madre se fue de la casa. Eso me marcó mucho. Una desconfianza básica hacia la gente… Eso me afectó harto. Siempre he sido tímido, pero después de ese episodio se me acentuó mucho más. Me empecé a dar cuenta de todo lo que pasaba en mi casa, de los problemas que habían. Se me vino el mundo encima” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). A la precariedad económica, cultural y social que comparten los imputados y procesados suelen sumarse otros factores comunes. Uno de estos es estar relacionados directamente con personas con quienes poseen lazos afectivos importantes imputados - perfil del imputado

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–familiares o amigos– las cuales tienen o tuvieron comportamientos delictivos. Y mientras más cercana es esta figura, mayor es la posibilidad que ejerza alguna influencia sobre el sujeto. Ascendiente que no necesariamente es intencional, pues muchas veces el aprendizaje de modelos se produce sólo en base a la observación. En estos casos, además, hay una temprana socialización en los valores y códigos de conducta propios de la “contracultura de la delincuencia”6. Respecto de este tema, entre los jóvenes es especialmente importante la influencia que ejerce el grupo de pares, que frecuentemente exige transgredir normas como vehículo de integración y diferenciación frente a la sociedad7. “Entre los trece y catorce años mi papá se fue de la casa. Mi mamá tuvo que mantenernos y nadie nos ayudó. A esa edad conocí yo el hambre, la pobreza y vi el sufrimiento de mi madre. Por eso mis dos hermanas grandes se hicieron prostitutas, yo me hice ladrona y mi hermano, delincuente” (Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma). “Yo veía que salían a robar cables del tendido eléctrico y que hacían buena plata. Salían a las once y volvían con 70 u 80 mil pesos. Una vez estábamos tomando unas cervezas y me dicen que los acompañe, que ellos saben todo, que yo mire no más. Y yo para no echarme atrás me voy con ellos” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma).

El consumo de droga es otra de las características compartida por muchos imputados y procesados. La adicción provoca una demanda de financiamiento que con frecuencia está en la base de las conductas delictivas8 . “Yo estaba metida en la droga: falopa, merca… Me desaparecía todo un fin de semana. Aseguraba la plata del arriendo y después puro vicio” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma). “Hasta tercero medio era súper sano, no tomaba, no fumaba. En el colegio estaba becado por el fútbol, pero ahí me metí en la coca y luego en la pasta base y ahí cambió todo. De no haber probado la droga no estaría aquí (en la cárcel)” (Hombre, 22 años, primerizo, sin Reforma). “Empecé a meterme más en la droga, tenía una renoleta y la vendí en 30 mil pesos… Empecé a vender todo por comprar droga. Me metía sola 20

imputados - perfil del imputado

en La legua a comprar. Una vez me asaltaron y yo nada. La droga te da agallas, me arriesgué mucho por nada…” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). Aunque gran parte de los imputados presentan muchas de las características aquí expuestas: precariedad económica, cultural y social, figuras cercanas con comportamientos delictivos y consumo de drogas; esto no significa que la sola presencia de ellas se traduzca necesariamente en conductas que infrinjan la ley. Lo fundamental es comprender que este trasfondo relativamente común tiene a su vez profundas consecuencias sobre la forma de enfrentar y vivir la experiencia de ser imputado. Tiende a desarrollar un estilo de vida donde la desconfianza hacia los otros es un elemento central. Así, el entorno es visto como algo amenazante y una estrategia para enfrentarlo es no confiar en los demás. “Sólo confío a ojos cerrados en yo mismo. La vida me ha enseñado a ser así” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). “Confío plenamente en mí mismo, en lo que yo puedo lograr. Si me propongo algo, lo hago. No confío en nadie más que en mí, ni siquiera en mi abuela o mi polola” (Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma). Aunque los bajos niveles de confianza de este grupo no se escapan a la tendencia de la sociedad chilena en general9 ; en imputados y procesados la desconfianza se agudiza por sus particularidades antes señaladas. Este rasgo marca sus experiencias como imputados y muy especialmente en relación al vínculo que establecen con el defensor. “No confío en ninguna autoridad de las que me he relacionado, excepto la defensora, porque para ellos yo soy un delincuente y ellos para mí unos funcionarios. Desde gendarmería para arriba son todos unos animales domésticos porque no se puede confiar en ellos, un día te quieren y al otro día te joden” (Hombre, 20 años, reincidente, con Reforma). Otra consecuencia de este trasfondo común, es la tendencia de imputados y procesados a tener una escasa anticipación de situaciones o un predominio de la acción por sobre la reflexión. El bajo nivel educacional incide en un exiguo desarrollo de la estructura de pensamiento causal, que es la que permite proyectar distintos escenarios y consecuencias a partir del accionar presente. imputados - perfil del imputado

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Adicionalmente, muchos imputados y procesados suelen manifestar una gran reticencia a reconocer la propia responsabilidad en los hechos que se les acusan, llegando incluso a declarar en el proceso versiones altamente inverosímiles. Las cuales insisten en mantener con la esperanza que lograrán convencer a los distintos actores judiciales de su inocencia. Esta estrategia tiende a ser más habitual entre los reincidentes. En el caso de un reincidente de 20 años, que cumple prisión preventiva, la investigadora registra las siguientes observaciones: “No existen grabaciones debido a que en la oportunidad que traté de grabarlo, el imputado cambió absolutamente toda la versión anterior. Esto me llevó a desistir de la grabadora y sólo tomar notas. La justificación que el imputado da a este hecho es que desconfía de quien pudiera llegar a escuchar la grabación. Además, su situación procesal no está resuelta como para arriesgarse a que, como consecuencia de sus dichos, todo se complique y termine alargándose su proceso”. “Nosotros entramos a robar, pero en el proceso he negado todo… porque si logro probar que no tuve nada que ver puedo quedar en libertad” (Hombre, 23 años, reincidente, con Reforma). “Estuve como cuatro veces en un hogar de menores por robo en lugar habitado, con violencia, con intimidación, pero en todas me declararon sin discernimiento… Es que tengo música, soy bueno pa’ meter cuento” (Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma). “Aquí llegará un culpable, por 99 inocentes. Esto hace que los postulantes se vayan quedando cada vez más incrédulos respecto de lo que ellos declaran, porque después conocen el sumario y se dan cuenta que hay declaraciones de testigos, muchas veces hay seguimiento de carabineros…” (Abogado CAJ, sin Reforma). Más adelante se volverá sobre este tema, pues la Reforma conlleva una serie de incentivos al imputado para que reconozca su participación en los hechos que se le acusan; a diferencia del sistema antiguo, donde no existen mayores estímulos para que el procesado asuma su responsabilidad, cuando ésta es efectiva. En resumen, imputados y procesados comparten un sustrato común marcado por una profunda inestabilidad, lo que los hace más vulnerables frente al sistema judicial. Para poder profundizar en el perfil de imputados y procesados, se incorporará un antecedente crucial para entender cómo enfrentan y viven su condición. Esta 22

imputados - perfil del imputado

variable es si quienes están en el grupo de estudio han sido procesados previamente o no por el sistema judicial. Es decir, si son reincidentes o primerizos. Es importante aclarar que ambos términos no están utilizados en la acepción legal, la que considera como reincidentes a quienes tienen una condena previa (no un procesamiento). Los primerizos en cambio, son aquellos que nunca han sido condenados. Hay que señalar también que un reincidente no necesariamente es un delincuente habitual. Un primerizo, a su vez, no siempre es alguien marginado de las conductas delectivas, sólo está siendo imputado por un hecho fortuito o excepcional. Haber pasado por la experiencia de ser inculpado en el sistema criminal, es un factor que afecta de manera muy fundamental las actitudes de los imputados hacia su situación y su forma de relacionarse con los distintos actores de la justicia penal. Más allá de compartir el perfil al que nos hemos referido, un reincidente y un primerizo tienen comportamientos claramente distintos durante el proceso. El imputado reincidente suele estar bastante más cercano a un estilo de vida delictual. Aun cuando el propósito de este estudio no es investigar esta subcultura, a grandes rasgos, y en base a la evidencia recogida, al menos se puede establecer que conviven dos grandes polos de referencia en el ámbito delictivo: el delincuente habitual –que se dedica preferentemente al robo– y la cultura del tráfico de drogas –que ha ido creciendo de manera importante los últimos años–. Ambos grupos tienen valores, formas de comportamiento y de organización bastante antagónicas, lo que genera frecuentes roces y disputas entre ellos. Para el delincuente habitual, el robo es su forma de vida. Lo entiende como un medio para vivir, como su trabajo. Es lo que sabe hacer y, por lo tanto, donde tiene un mejor desempeño. Además, suele tener en alta estima su libertad, por lo cual rechaza ser empleado de otra persona o tener que cumplir horarios. A su vez, el robo le resulta atractivo porque le permite obtener ganancias de manera relativamente fácil. Lo que en sus propias palabras, lo lleva “a robar más y más”. Sin embargo, el costo de este oficio es ser atrapado y caer en la cárcel. Por lo mismo, el delincuente habitual enfatiza que “hay que saber vivir esta experiencia”, “vivir la cana”; y no caer en angustia o desesperación (“psicosearse”) 10. Los delincuentes habituales comparten un código de conducta que si es transgredido, implica ser castigado. Entre otras cosas, sanciona robar a los pobres, delatar a los compañeros, meterse con la mujer de otro y vender droga a niños o jóvenes11. Esta última norma provoca el desprecio de este grupo hacia los traficantes y, por ende, es fuente de constantes conflictos entre ellos, especialmente al interior de recintos penitenciarios, donde es necesario mantenerlos en espacios separados. imputados - perfil del imputado

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“Sumando y restando: es mi trabajo (robar), para mí es un trabajo, yo sobrevivo de esto. No sé sobrevivir de otra manera o sea sé, pero no me dan la mano. Me gustaría tener un trabajo, ganarme la plata con el sudor de la frente, que me cueste, para valorarla. Para sentir que me ha costado ganarme la plata, con trabajo, no robando. Ahora me la gano muy fácil y una sigue y sigue, y ahora veo las consecuencias” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma). “No me gusta el trabajo, que te manden. Para vivir y pagar mis vicios robo, yo sé que está mal pero no puedo evitarlo, estoy acostumbrado… Robar es adrenalina” (Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma). “Trabajo siempre en la calle, en Providencia, Plaza Italia, en las micros, robo cheques y tarjetas y las reviento. Mi trabajo es bueno, bonito y barato, porque las condenas no son tan altas en relación a otros delitos. Hay que probar lo amargo también (la cárcel) porque es parte de lo dulce” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). Lo más habitual entre los traficantes de drogas es dedicarse al microtráfico. Quienes lo realizan lo hacen como forma de vida, para generar ingresos y muchos también son consumidores. Un cambio que se ha registrado en este último tiempo en esta cultura, es que la participación de las mujeres en esta actividad ha ido en claro aumento y no es raro encontrar madres, abuelas, dueñas de casa o de algún comercio de barrio que sean parte de la cadena del tráfico de droga 12 . Uno de los valores centrales de este grupo es no delatar a sus propios proveedores. La razón es que en esta subcultura por lo general se trabaja en redes, las que además de suministrar droga se encargan del cuidado de la familia cuando alguien cae preso (evidentemente esto también es una forma de apremio para evitar cualquier delación de quien es perseguido por la policía o está encarcelado). En comparación con el delincuente habitual, los traficantes suelen ser personas con mayor integración social. Llevan vidas normales: tienen un hogar fijo, conviven con sus familias y –en general– no recurren a la violencia para traficar. Por esto tienden a ser menos conflictivos cuando están presos. La cita a continuación corresponde a un procesado por tráfico de drogas.

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“Todo el día espero que pase el tiempo. Estoy en la calle 4, hay puros cogoteros… Me siento como pollo en corral ajeno” (Hombre, 48 años, reicidente, sin Reforma). Desde la perspectiva de este estudio, resulta importante establecer, además, que el reincidente, sea o no más cercano a la figura del delincuente común, del narcotraficante u otro, enfrenta de mejor manera la experiencia de ser imputado. Al haberla vivido, es capaz de anticipar las etapas por las que va atravesar y conoce los actores con los que se relacionará a lo largo del proceso penal. Puede prever distintos cursos de acción y evaluar el más conveniente. Por estas razones, lo más probable es que tome la iniciativa con respecto a su defensa. En resumen, para el reincidente ser imputado es algo conocido y frente a lo cual, desde un inicio, buscará la forma más rápida de salir. “Yo he aprendido que la lengua lo deja a uno preso o se va pa’ fuera. Uno tiene que defender su libertad, todos los trámites son buscando la libertad, pa’ agilizar la libertad” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). “Yo cacho que todavía no me voy a ir (de la cárcel). Puedo estar tres a ocho meses, depende de cómo se movilice el abogado. Yo misma voy a tener que moverme, si no, no voy a salir nunca” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma). El primerizo generalmente no forma parte de la cultura delictiva, sino que participa de las orientaciones y patrones de conducta dominantes en la sociedad. Se comporta de acuerdo con los valores y modelos aceptados por ésta y que son considerados normales. Como nunca ha vivido la experiencia de ser imputado, no está al tanto de las etapas, actores, tiempos o lenguaje en el que se desenvuelve el sistema judicial. Esto lo sitúa en una posición de desmedro y dependencia respecto de los ejecutores del sistema, además de sufrir mayores niveles de angustia en comparación con los imputados reincidentes. “No te dicen nada. Uno pregunta, pero no te dicen nada. Ni siquiera te leen tus derechos” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma).

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En síntesis, más allá de la precariedad de origen, y de otros factores que pueden conjugarse con ella, el haber tenido previamente contactos con la justicia marca una diferencia sustantiva al momento de vivir la experiencia de ser imputado o procesado. Así, los primerizos enfrentan la situación con más angustia y menos recursos que los reincidentes; mientras, estos últimos son capaces de anticipar lo que vivirán, lo que les permite manejar de mejor manera, aunque no eliminar, la ansiedad asociada a esta condición.

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“Mi papá cayó preso (por robo), mi mamá comenzó a cambiar, se quedó sola, se empezó a meter en el vicio y yo comencé a tomar todas las responsabilidades: comida, agua, luz. Todos los gastos. Empecé a salir a robar, a conocer la calle. Ahí cambió todo en mi vida, todo…” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma)

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El lanza Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma.

Él siempre ha trabajado en la calle. Ahora se dedica a los sectores de Plaza Italia y Providencia. Estuvo dos años sin caer preso. Roba tarjetas de crédito y “las revienta”, según cuenta. Se ha especializado en hacer plata fácil y rápido. Su trabajo lo define como “bueno, bonito y barato”, porque como dice, las condenas no son tan altas en relación a otros delitos y se hace unas cien “lucas” por día. “Este es uno de los trabajos más antiguos del mundo. Jesús estaba al lado de los ladrones en la cruz y perdonó al de corazón limpio. No soy maldadoso, sino de buen corazón. Lo que hago, lo hago sin daño, cuando les gano (robo) a alguien ni se dan cuenta que les gané”, dice. A los 15 años dejó embarazada a su polola y se hizo cargo de su hijo y de ella. Estuvieron juntos como cinco años, pero ya no siguen porque él dice que ella es muy desordenada. “Cuando uno está en este oficio no se puede tener una mujer desordenada, que si uno cae lo deje por otro. Si caigo preso, no sé cómo se va a portar. Ahora, por ejemplo, ella anda con otro, que también está en esto y si él cae preso, ¿qué puede pasar? Nos va a dar problemas porque acá saben que ella era mi pareja y si viene con mi hijo se presta para ataos acá dentro. Ella es súper inteligente, tiene cuarto medio y hasta hizo la práctica en Química. Pero tengo una relación de mucho conflicto con ella… Se ha portado mal conmigo, me cortó la cara y eso no se le hace a alguien como yo, cuando la imagen pa’ uno es muy importante”. Dice que una de las cosas que lo hacen sufrir es no poder vivir con su hijo, pero le gusta que vivan en un lugar tranquilo, donde no trafican y la gente es surgidora. “Es una buena población, es limpio”, dice con orgullo. El niño tiene su pieza solo y disfruta de las cosas materiales que a él le faltaron, pero siente que le falta lo principal: “No está alegre, es frío. Tiene siete años y no es un niño completamente feliz”, cuenta con tristeza. 28

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Él vivió con sus padres hasta los cinco años, luego de eso, su madre lo deja al cuidado de su abuela porque ella se va a trabajar a Argentina por dos años. Él sintió el rechazo hacia su madre por su abandono, aunque hoy para él ella es la única persona en la que confía. Cuando su madre se instala en Chile se casa con un hombre trabajador con quien él no tiene comunicación porque “es muy frío”. Pero sabe que, pese a todo, su padrastro es una buena persona, no como su padre que era “muy bueno para el copete”. Siempre se sintió un niño grande porque andaba solo. No se preocupaban mucho de él y desde los 11 que anda en la calle “siempre”. Su juventud la define como “terrible de loca” y que aunque ha probado todas las drogas, ahora sólo consume marihuana y toma alcohol en los “carretes”. Cree que las drogas son adictivas y destruyen a la gente. Ha estado detenido dos veces antes, la primera vez lo sorprendieron robando en un terminal de buses y la segunda vez fue un “lanzazo” a la salida de un Redbanc, donde le quitó la billetera a una persona que venía saliendo del cajero y su acompañante no retuvo a la víctima y, cuando ésta lo salió persiguiendo, justo pasó carabineros por una calle cercana. Esta vez está preso por un robo en Franklin. “Vi que un hombre dejaba un banano en la guantera del auto. Las ventanas estaban abiertas y yo saqué el banano y salí corriendo. Me vio un cabro de 14 años, entonces el locatario con dos motos de pacos me salieron persiguiendo y me llevaron preso. En la declaración el tipo dijo que yo le había roto la ventana del auto. Es que los pacos le aconsejaron porque así me procesan por robo con fuerza y es más difícil salir… Pero yo no rompí el vidrio…. Yo soy culpable de un hurto, no de un robo con fuerza y debería pagar, pero sólo con dos meses, pero ya llevo tres… Es que claro, si uno anda en esto sabe lo que puede pasar”, dice. Él me cuenta que ha depositado toda la confianza en la abogada de la Corporación Judicial. “Ella me va a tirar un escrito para la fianza, después le notifica el juzgado y de ahí apelo y los papeles van a la corte y ella tiene que pelear mi causa… Pero estoy nervioso porque no ha hecho nada, no sé qué onda ella… Quiero salir pa’ Navidad… En este tiempo en el juzgado se les ablanda el corazón. Yo he aprendido que la lengua lo deja a uno preso o se va pa’ fuera. Uno tiene que defender su libertad, todos los trámites son buscando la libertad”. Sobre la experiencia de la cárcel dice que es dura. “Este mundo es para los fuertes, el más grande se come al más débil. Aquí no está más la mamá ni el papá, están sólo tus compañeros de pieza. Los cinco primeros días todavía ves la calle, después ya tenís que hacerte la idea...”. delito: robo con fuerza.

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ii. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidentes La defensa

{ detenido “Y me esposaron igual que a un delincuente y estuve detenido en la comisaría” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). El primer hecho que procesados e imputados enfrentan en el procedimiento judicial es la detención. Habitualmente son aprehendidos por carabineros y, en menor medida, por la policía de investigaciones1. La detención en la justicia penal inquisitiva, se asociaba muchas veces a recibir malos tratos de parte de las policías. Si bien estos abusos han disminuido notablemente, aún son prácticas que no están erradicadas. Como se establece en otros estudios, los malos tratos son más habituales frente a los reincidentes de estrato social bajo2 . Conducta que también reportan los procesados entrevistados en la investigación. A esto se suma la falta de información respecto de los motivos de la detención y de los derechos del detenido. Ser detenido es señalado como el primer castigo que viven durante el proceso. “No te voy a discutir que uno ocupa la fuerza para detener a una persona, pero ya no es como antiguamente que les pegaban a los detenidos” (Carabinero, sin Reforma). Desde la perspectiva de los procesados, lo más grave del antiguo sistema penal, era que en la práctica, el solo hecho de ser detenido significaba pasar entre cinco y siete días encarcelado, independientemente del delito que se era inculpado. Esto se debe a que el antiguo Código de Procedimiento Penal entregaba amplias faculimputados - detenido

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tades para detener a los organismos policiales y permitía en la gran mayoría de los casos que el detenido fuera puesto a disposición del juez dentro de 48 horas. Luego éste podía ampliar este plazo sin formular cargos hasta por cinco días. “Nos llevaban en el móvil, atrás, encerrados, con esposas… Cuando nos informaron que nos iban a llevar a la cárcel yo me imaginé lo peor: la Penitenciaría” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). “A uno lo llevan a la comisaría, ahí lo hacen firmar la declaración del robo. Primero uno la rechaza, te amenazan, te dicen garabatos pa` ti y pa` tu familia. Después uno acepta firmar” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). “Lo ocurrido fue un viernes en la noche. De la comisaría me trasladaron a otra, la 38, y luego a la cárcel de mujeres. Todo era totalmente nuevo para mí. Me sentí mal, humillada, maltratada, etc. Lo único que pedía era fuerza y valor para sobrellevarlo. Tuve que esperar hasta el lunes para ir al juzgado. Recién el jueves me declararon procesada y me dieron una fianza para salir en libertad” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). Un tercer aspecto negativo del sistema penal inquisitivo, es que los detenidos no contaban con defensa al momento de su aprehensión, ni tampoco durante los días que tomaba el tribunal en decidir si dictaba o no un auto de procesamiento. Por ende, los procesados enfrentaban la detención, la estadía en la cárcel y las citas al tribunal absolutamente solos. Esto representaba una clara posición de vulnerabilidad de los procesados frente a los actores e instituciones del sistema (policías, gendarmes, actuarios y jueces). Con la nueva justicia si bien no se elimina la sensación de castigo ni condena social que señalan experimentar los entrevistados en la etapa de la detención, al menos hay importantes cambios que permiten atenuarla. Lo más valorado por los imputados es que reciben un mejor trato e información –lectura de derechos y motivo de la detención– de parte de las policías. Además, dentro de las 24 horas siguientes son llevados a una audiencia de control de detención, donde un juez de garantía controla la legalidad de la aprehensión, verifica si el detenido presenta evidencias de maltrato; y decide si corresponde la prisión preventiva y por cuánto tiempo. Otro cambio es que durante la audiencia, los imputados cuentan con un abogado defensor que los representa3 . Con todos estos elementos la Reforma busca 32

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cautelar de mejor manera los derechos de los imputados y estos valoran positivamente esta situación. “La vez anterior [sistema inquisitivo] que estuve detenido, con los únicos que estuve fue “los rati” (Investigaciones)… Estaba solo y tuve que confesar” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). “Lo que más ha costado es que las policías se acostumbren a leerles los derechos y la razón de la detención a los imputados, pero ahora, luego de años como que ya lo tienen internalizado” (Fiscal, con Reforma). La Reforma introduce importantes mejoras en esta etapa del proceso, la detención, especialmente para quienes la viven por primera vez. Desde la perspectiva de los imputados, el principal cambio es que ser detenido deja de ser sinónimo de pasar cinco días en prisión. El segundo, es recibir un mejor trato y más información de parte de las policías. Además, contar con un abogado defensor desde la audiencia de control de detención.

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“Antes, los carabineros eran más violentos. Cuando te sorprendían, te pegaban y después te pasaban a tribunales” (Hombre, 36 años, reincidente, con Reforma)

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La primeriza Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma.

En el barrio no tienen muchos amigos, excepto los vecinos que ayudaron a su madre cuando ocurrió el “incidente”. No todos en el barrio saben lo que a ella le pasó. Cuando necesitó plata para la fianza hicieron una completada, pero dijeron que había tenido un accidente. Con su madre y su hermana (11 años) arriendan una casa en un pasaje muy estrecho, sin patio, pero con antejardín con flores y bastante cuidado. Su madre es empleada doméstica. Hasta cuarto básico estudió en un colegio de monjas, pero como su madre era soltera le ponían muchos problemas y, finalmente, decidió sacarla. Se fue a una escuela pública, luego hizo la media en un liceo técnico profesional, sacó el título de contador general y su práctica fue en una vulcanización. Ha trabajado como digitadora, en una lavandería, en ventas, de secretaria y varias veces como asistente de contador. Duró como cuatro años en una empresa de artículos de librería como asistente de ventas. “Era muy jugada, organizaba los pedidos, ayudaba en el área escolar, pero me echaron por reducción de personal, aunque dicen que mi jefa me tenía celo profesional”. Y su último trabajo fue en un casino donde hacía turno de noche. De ahí la despidieron por “revolucionaria y sindicalista”. Pero el “incidente” del que no se puede recuperar fue hace unos meses, en un supermercado. “Uno de los reponedores me dijo que quería pasar una ropa por caja, pero por un valor menor. Yo le dije que no, pero el niño insistía. El supermercado estaba lleno y no había ningún supervisor o guardia cerca a quien acudir. De repente el niño entró al supermercado y volvió lleno de cosas y las colocó a mi lado. Ahí comencé a transpirar helado, tiritaba como canasta de guatitas… Tenía como el

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angelito bueno y el angelito malo, que me decía ‘¡Hácelo no más!’. Y pasé un chaleco, un pantalón y unos zapatos con otro código. A los cinco minutos llegó el guardia y me dice: ‘Señorita, cierre su caja y me acompaña’. Me metieron a la sala de los guardias y me trataron como el forro”. Esto fue un viernes en la tarde. Fue detenida, llevada a la comisaría y luego a la cárcel de mujeres. Recién el jueves la declararon procesada y le dieron una fianza para salir en libertad. “Esto yo no se lo doy a nadie ni a mi peor enemigo… Lo que viví allá… Te juro, me acuerdo y se me paran todos los pelos… No comí, no dormí, se me hizo eterno, yo pensaba que si mi mamá no se conseguía la plata me iba a quedar allá. Me sentí humillada, maltratada… La cárcel es como la casa del jabonero. El que no cae se resbala y el que no; lo empujan. Nadie está libre”, cuenta mientras llora. Ahora debe ir a firmar cada 15 días, pero no es fácil. “Cada vez que tengo que ir a firmar, se me viene todo encima de nuevo”, dice, además no siempre tiene plata para llegar al juzgado. Cuando su madre pago la fianza intentó comunicarse con el abogado defensor que salía en su hoja de libertad. Pero el número de teléfono que aparecía ni siquiera existía. Meses más tarde –por dato de una amiga– llegó a la Corporación de Asistencia Judicial y le asignaron un practicante con la que tiene buena relación, pero que está a poco de terminar su práctica y teme que la dejen sola. “Si tú no tenís plata, no hacís nada. No podís tener un buen abogado, no tenís un juicio justo y, si más encima te toca contra alguien que tiene más que tú, estái cagao. El que más tiene es el que puede ganar aquí con la justicia. Yo espero que conmigo sean más justos, pero si no, no me extrañaría”, dice. En seis meses aún no se ha dictado sentencia definitiva en su causa, una de las razones que le dan es que durante semanas su expediente estuvo extraviado en el mismo juzgado. Su juventud fue entretenida, sana y rodeada de amistades. Tenía una “patota” de ocho amigos y amigas con los que iban a bailar, a la playa o al Cajón del Maipo. “Pa’ la Semana Santa nos íbamos a la casa de uno de los chiquillos que es soltero y vive solo en su departamento y allá pasábamos el fin de semana, hacíamos asados, salíamos… O sea, yo antes los fines de semana no paraba”, dice. Cuenta que su grupo de amigos se portó muy bien la semana que estuvo en la cárcel, pero desde que volvió a la casa nunca más la han llamado ni los ha visto. Está dolida, por eso se le llenan los ojos de lágrimas. “Yo creo que a nadie le gustaría tener una persona que haya estado presa por hurto… O sea, quizás el delito no es tanto, pero el hecho de haber estado en la cárcel como que hay cierta distancia… Y hasta el día de hoy me duele. Me duele esa lejanía. Pero, pucha, mis amigos para mí… Yo me llenaba la boca de orgullo hablando de ellos y cuando los necesité, no estaban. Yo no les pedía que estuvieran las 24 horas, pero sí que mantuvieran la misma rela36

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ción… Una llamada telefónica de repente… O sea qué son doscientos pesos para decirme ‘Hola, cómo estai’. Además, se siente muy culpable, sobre todo por su madre e incluso llegó a pensar en suicidarse. “Me da tanta vergüenza contarlo (lo de su detención)… Quizás cuando sea vieja será una historia más, pero ahora no, ahora todavía siento culpa. Lo que más me duele fue haber defraudado a mi mamá. Pensé desaparecer, pero recapacité y dije: ‘¡No poh! Tengo que saber sobreponerme y salir adelante’ ”. Por ahora está sin trabajo y cree que no será fácil encontrar un lugar, sabe que para cumplir con la firma, tendrá que pedir permiso dos veces al mes. También le angustia que le pidan sus papeles de antecedentes y le digan: “Usted tiene sus papeles manchados. Me da mucho miedo eso. Más encima me inscribí en los registros electorales y le dijeron que no podía votar”, dice. Desde que está cesante se la pasa en la casa, ve mucha televisión: Mekano es su programa favorito. Además, escucha música romántica y, cuando está bien, elige ritmos “sandungueros”. Como rutina hace el aseo, cocina y va a la oficina de empleo de la comuna para buscar trabajo. Duerme mucha siesta. Y desde el “incidente” no confía en nadie. “Ciegamente no confío en nadie ni en mi madre, esa relación es otra cosa, pero no de confianza”. delito: hurto simple.

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iii. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidentes La defensa

{ tribunales “Yo pido que se hagan las cosas… ¡y rápido! La clave de todo el proceso es la lentitud, las trabas. Espero que con el nuevo proceso penal las cosas sean más rápidas y más justas. Yo creo que si esto me hubiera sucedido en otra ciudad donde ya estuviera implantado el sistema, esto ya estaría solucionado. La lata está en la tortura, en lo despacio que funciona la justicia” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). Después de la detención, imputados y procesados enfrentan un segundo evento crucial: la ida a tribunales. Esta etapa también es percibida como una instancia compleja, sobre todo por la humillación que les significa. Según dicen, esto se debe a que el común de las personas asocia comparecer ante tribunales con ser delincuente, culpable y merecedor de castigo. “Las personas que están ahí creen poco menos que uno es delincuente, que estás por drogas. A mi familia la vi cuando me estaban bajando del furgón (de gendarmería)… Imagínate la imagen para ellos...” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). “Declaré hartas veces en el juzgado del crimen de Pedro Montt, frente a la Penitenciaria. Hasta la calle es denigrante, la calle y el juzgado. Es peor que la ‘Casa del Terror’ de Fantasilandia” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma).

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Como se explica en el capítulo anterior, en la antigua justicia criminal los detenidos pasaban varios días privados de libertad, mientras el tribunal decidía si someterlos o no a proceso. Durante este período son trasladados a diario al juzgado, donde el actuario –quien llevaba en la práctica el caso– realizaba y coordinaba gestiones de investigación (toma de declaraciones, careos, ruedas de reconocimiento, etc.) para esclarecer los hechos ocurridos. “Cuando llegué (a la cárcel) tuve que ir los primeros cinco días al juzgado, aunque a una no la atiendan. Fui dos días... Y nada, al tercer día aparecieron ellas: las reclamantes. Al otro día me volvieron a llamar y no me atendieron. Al otro día me volvieron a llamar y tampoco me atendieron. Al quinto día me procesaron. De ahí pude hablar con una abogado” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). Esta etapa de estadía en un recinto penitenciario y comparecencia intensiva en el tribunal es muy resentida por los procesados, porque se asocia a una experiencia degradante. Al respecto, aseguran que son trasladados en carros de gendarmería, esposados, y que al llegar a tribunales, son pasados a los calabozos, donde deben pasar gran parte del día esperando que el actuario los reciba. Según los entrevistados, las condiciones en que se encuentran dentro de los tribunales son indignas: largos tiempos de espera, esposados, sin servicios higiénicos adecuados –muchas veces los gendarmes controlan y restringen su uso– y sin acceso a ningún tipo de líquido o alimento. Además, alegan que muchos juzgados están muy deteriorados, que el mobiliario es antiguo, que son oscuros y con escasa (o a veces ninguna) infraestructura para atender al público; lo que contribuye a hacer ominosa la estadía en ellos. Esta experiencia en los tribunales, en las condiciones antes descritas, también tiene un impacto más fuerte para los primerizos. “…que haya menos burocracia, especialmente en las idas al juzgado, donde uno pasa todo el día sin comer, sin poder ir al baño, esposado” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). “Nosotros llegábamos al juzgado como a las once de la mañana, podías llevar sólo dos cigarros... Después volvías a la tarde, sin siquiera almorzar” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma).

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Un segundo aspecto que resienten los procesados –y también los imputados en la Reforma– es el lenguaje legal utilizado en tribunales, el cual resulta incomprensible para ellos por su nivel de especialización y tecnicismo. Según dicen, en los juzgados se mencionan conceptos y términos que aparentemente todos entienden, excepto ellos. En esto incide el escaso nivel educacional que suelen tener. Y no entender el lenguaje que se utiliza en su propio caso, les genera ansiedad y desconfianza. “Los procesos se parecen en que se nombran las leyes, se habla de fojas, decretos… No se entiende nada” (Hombre, 36 años, reincidente, con Reforma). “Yo, de puro tonta, el otro día no apelé, capaz que me hubiese ido ya. Me dijeron: ‘¿Apelái o no?’. Y yo dije: ‘No’. No sabía, porque si hubiese apelado, hubiese subido a la corte y la corte me puede dar la libertad. Casi me mató la abogada... Es que no sé nada de esto. Tengo que andar preguntando todo, no sabía qué era apelar… Nada. Ahora tengo que esperar dos semanas más” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). “Yo creo que de ignorante estoy aquí (en la cárcel)…” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Si tengo tiempo y me preguntan, yo les explico en qué consiste el proceso. Los postulantes tienen la obligación de explicarles brevemente la situación, sin embargo, muchas no entienden nada. Además, hay imputadas que son casi limítrofes mentalmente” (Abogado CAJ, sin Reforma). El carácter escrito del proceso en la antigua justicia penal, es otro de los rasgos que tiene consecuencias sobre la experiencia de ser procesado. La causa se lleva en un expediente escrito al cual los inculpados no tienen acceso durante el período de investigación o sumario. En términos prácticos, desconocen todos los elementos que conforman su caso, en especial las pruebas existentes en su contra. Evidentemente, ser investigado sin saber con claridad qué información se está recabando, ni cuáles son los cargos, los ubica en una posición de debilidad y así lo expresan.

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“Estoy preocupado en realidad y sin conocimiento de nada, ésa es la verdad. ¿De qué me acusan al final?, ¿cuál es mi proceso?, ¿qué va a pasar? No tengo idea a qué van a llegar, ni qué es lo que se está haciendo” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). “La causa estaba antes en proceso de sumario, así que los abogados no pueden hacer nada. Uno no sabe nada tampoco, nada más que se hacen distintos peritajes, informes, diligencias…” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). Asimismo, el proceso escrito requiere de un registro detallado de todo lo que sucede en la causa, lo cual no sólo toma tiempo sino hace el proceso mucho más engorroso, y además –según declaran los procesados– muchas veces los expedientes, o parte de estos, se extravían. Desde la perspectiva de los procesados, todas estas dificultades acentúan su impotencia ante el sistema. “Como la camioneta era de la empresa, ésta se hizo parte de la causa junto con los seguros comprometidos. A través de mis abogados contacté a las víctimas y logré un arreglo financiero. Se firmó un acuerdo donde desisten de cualquier acción legal en lo criminal y lo civil. Todo este trámite se hizo a través de la secretaría del juzgado, para que se archive con la causa. Lo extraño es que este acuerdo no aparece. En otras palabras, no existe. ¿Por qué? ¡Porque se perdió...! Realmente me deja súper descolocado, porque no sabes qué hacer. Hay casos emblemáticos en Chile donde se pierden las cosas” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). “Yo llamaba cada dos semanas, pero no pasaba nada, poh… Yo iba para allá y me decían lo mismo. A mí me parecía extraño que pasara tanto tiempo por algo tan pequeño. El resultado es que mi expediente se perdió en el juzgado, por eso no había noticias” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). Que el proceso sea escrito y se materialice en un expediente, también significa que para su ejecución no es necesaria la interacción cara a cara de las distintas partes. A esto se suma lo ya dicho respecto del uso de un lenguaje legal difícilmente

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comprensible. La confluencia de ambos elementos genera que los procesados, bajo el sistema anterior, perciban a la justicia como “invisible”. El proceso es algo intangible, que no se encarna en ninguna instancia concreta, salvo en el expediente, al cual no tienen acceso. Así, no es extraño que el proceso y la justicia sean vistos como algo misterioso y oculto. Otro aspecto de la antigua justicia criminal que genera gran angustia entre los procesados es la inexistencia de plazos definidos1. ¿Cuánto durará el proceso? ¿Cuándo se dictará sentencia? Son preguntas que ninguno de ellos puede responder con certeza. Si bien hay ciertos indicadores que permiten estimar un plazo: El tribunal –unos más rápidos que otros–, el actuario –unos más diligentes que otros– y el tipo de delito. En este sistema los juicios duran, en promedio, un poco más de tres años, desde que se procesa a alguien hasta que se dicta la sentencia condenatoria final2. “No sé cuándo se irá a resolver, puede durar años. Ahora, con los abogados de la Corporación, se está agilizando. Pero ellos no pueden hacer mucho, porque es un tema del juzgado” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). “Hay personas que han cometido delito y han salido en meses, pero con un abogado particular, con eso se apura más. Acá hay personas que han salido al año. A mí al principio me decían: ‘Cuatro meses ¡máximo!’. Es tan relativo todo acá… A mí me están acusando de tráfico, pero es primera vez que yo caigo en la cárcel. Yo ya llevo seis meses, estoy pasada de la fecha, pero me siguen negando… No sé, no cacho ni una cuestión” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). “Ya llevo mucho, voy pa’ los cuatro meses. Todos me dicen que por lo mío se hacen de 45 días a tres meses a más reventar. La abogada me tira un escrito mañana miércoles y me van a notificar el jueves. El viernes de ahí subo a la corte y me pueden dar la libertad. Y el día sábado me estaría yendo… Tengo un presentimiento en mi corazón de que me voy a ir…” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). Para los procesados, especialmente para quienes están privados de libertad, es tan importante saber cómo se resolverá su caso como cuándo se resolverá. En ellos no se aplica el dicho popular “la justicia tarda, pero llega”, pues desde su experiencia, “la justicia que tarda es justicia negada”3 .

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“Estar procesada es tan incierto. Uno no sabe cuándo se va a ir o cuánto se va a quedar. No sabes nada determinado. Es como estar en una constante interrogante. ¿Qué va a pasar conmigo? ¿Cuándo voy a estar en mi casa? ¿Cuándo voy a ver a…? No se sabe. Es largo. Uno está como detenida en el tiempo… Estar esperando a que avancen los días sin meta, sin ninguna cosa a futuro. Tenís el presente y nada más. No podís planificar un futuro, porque no sabís qué va a pasar” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). Para los procesados en la antigua justicia criminal, la imagen central del tribunal es el actuario. Durante la ida a tribunales se relacionan casi exclusivamente con él, y al juez lo ven como un personaje más bien lejano. La figura del actuario es muy controversial para los procesados, pues es quien los interroga, conduce los careos, realiza las rondas de reconocimiento y, lo más importante de todo, es quien tipifica el delito por el cual se los acusa. Según consta en los testimonios de los imputados, la relación con este funcionario es percibida negativamente y como fuente importante de conflicto. “Los actuarios son unas personas incultas e ignorantes, siempre han sido las personas más cerradas del caso. Tienen ese sistema de ser pesados, todos los actuarios. ‘¿Y usted cree que le voy a creer?’, te dicen. Es re complicado estar con una persona desagradable, no te ayuda para nada, no te dice qué tienes que hacer, nada. Lo único que te saben decir es: ‘Anda a pagar’, ‘Ya, firme acá’ ” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). “Te dice: ‘¿Que hacís tú aparte de andar robando por la calle?’ La actuaria te tira mierda no más. Te hace callar… No me dejaba hablar…” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). A esto contribuye que, en la práctica, este sistema judicial privilegia la confesión de los inculpados y la declaración de testigos –como funcionarios policiales aprehensores– por sobre la recolección de otras pruebas para conducir una investigación. En la medida que el actuario obtenga una confesión del acusado y declaraciones concordantes de los funcionarios aprehensores, esto se considera evidencia suficiente para dictar un auto de procesamiento4 . “Los más pesados son los del juzgado. No te creen nada ahí y anotan no 44

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más. El otro día la jueza dijo: ‘Ya, llévensela’. No deja explicar nada. Ella dice no más: ‘Tú vas a quedar presa por robo con fuerza’. Y yo dije: ‘¿Por qué robo con fuerza si yo no he forzado nada?’. Yo andaba vendiendo una tele. No me pillaron dentro de la casa, na’ poh. Me pillaron en la calle con la tele, pero no me creyeron” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). “La peor ha sido la plenaria (actuaria), porque no me escuchó, pues. Me dijo que firmara no más y me estaba entregando la condena. No me escuchó para nada y me dijo que firmara no más… No me tomó atención a mis palabras, nada” (Mujer, 48 años, reincidente, primeriza, sin Reforma). En los testimonios obtenidos, hay procesados que dudan de la incorruptibilidad de los actuarios. Según dicen, quien tiene dinero puede manejar un juicio según su interés, sobornando (“mojando”) al actuario. En este sentido, manifiestan claras dudas respecto de la probidad de la justicia y de la posibilidad que ésta sea neutral cuando una de las partes tiene más medios económicos que la otra. “Si tú no tenís plata, no hacís nada. No podís tener un buen abogado, no tenís un juicio justo. Y si más encima te toca contra alguien que tiene más que tú, estai cagao. El que más tiene es el que puede ganar aquí con la justicia. Yo espero que conmigo sean más justos, pero si no, no me extrañaría” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). “¡Pero si hasta para robar tenís que tener plata!” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Hoy en la mañana me dijeron que la corte me había negado la fianza. Llevo 41 días preso y todos, hasta los gendarmes dicen que he estado mucho tiempo para mi delito… Quizás XX (empresa eléctrica) está mojando a la actuaria para que no me dejen salir” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). Los procesados también declaran que hay actuarios que se apartan de este patrón, que tienen un trato más amable y entregan algunas orientaciones. Pero según los testimonios recogidos, esto sería más bien la excepción que la regla5 . Incluso señalan que algunos benefician con sus decisiones a los propios imputados. imputados - tribunales

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“En el antiguo sistema me encontré con un actuario agradable, hasta me ayudó a cumplir una pena menor” (Hombre, 36 años, reincidente, con Reforma). Los imputados, en el nuevo sistema, también expresan que una de las instancias de menoscabo es la concurrencia a tribunales. Sobre este punto, muchos aseguran que con la Reforma la humillación es aún mayor que en el sistema antiguo. Primero, por la exposición pública que implica el nuevo sistema, donde las audiencias son abiertas a quien quiera presenciarlas. “No me gusta el sistema de ahora, el oral, porque todos saben por lo que fuiste acusado. Eso hace que se te cierren las puertas” (Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma). La segunda razón es porque la Reforma exige que los imputados privados de libertad sean llevados a tribunales esposados de pies y manos y cubiertos con un chaleco amarillo, que tiene impreso en letras negras la palabra “Imputado”6. En forma excepcional, también son trasladados con este atuendo cuando van a cumplir otros trámites. Ambas situaciones las viven como una exposición degradante. “Una vez me llevaron a cobrar una plata que tenía en el Servipag… Me llevaron con pechera, encadenado… Fuimos, además, a la peor hora, hice una fila tremenda de larga, encadenado, con dos uniformados a cada lado… Fue muy humillante… Fue muy marcador” (Hombre, 40 años, primerizo, con Reforma). Lo más importante desde la perspectiva de los imputados, es que el nuevo sistema elimina la concurrencia durante cinco días consecutivos a los tribunales. En la Reforma hay un plazo de 24 horas desde la detención hasta la comparecencia ante un juez de garantía. A esto se suma una reducción de los tiempos de espera –por una organización más eficiente de los tribunales– y una mejora sustantiva de las condiciones de estadía de los imputados en estos, en gran parte porque funcionan en edificios de reciente construcción. “Los carabineros me detuvieron un día domingo. Me llevaron a la comisaría y estuve ahí hasta el otro día. El día lunes el fiscal me tomó declaración en la fiscalía y en la tarde se realizó el juicio. Después fui llevado a la cárcel” (Hombre, 23 años, primerizo, con Reforma).

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“El 17 de septiembre el OS7 me allanó la casa. Ellos mismos me llevaron al cuartel de Las Compañías. De ahí me sacaron para ir al hospital a constatar lesiones. Al otro día me pasaron al juzgado. Había un juez, un fiscal y un abogado (defensor) de turno” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). La Reforma también contribuye a hacer visible la justicia. El nuevo procedimiento penal es oral, lo que significa que los diferentes actores (fiscal, defensor, juez, imputado y víctima) se reúnen cara a cara para exponer los argumentos de la causa. Para los imputados esto significa que pueden ver su proceso y, por ende, la justicia deja de ser un misterio. Las audiencias encarnan o representan el despliegue de la justicia ante ellos, dándoles la posibilidad de conocer directamente de qué se les acusa y qué factores juegan a favor y en contra suyo. Todo esto supeditado a su comprensión del lenguaje legal. La mayor visibilidad y transparencia del nuevo proceso significa –al menos potencialmente– que los imputados cuentan con mayores elementos para entender cómo y por qué se toman determinadas decisiones y también, en el caso de ser culpables, para reconocer y responsabilizarse de los actos cometidos. El siguiente registro de observación de un juicio oral muestra cómo un imputado que había negado una y otra vez su participación en los hechos, finalmente en esta instancia –donde también están presentes las víctimas– termina reconociendo los hechos que se le acusan y pidiendo perdón. “El juicio oral del imputado comenzó a las 09:11 de la mañana. El delito que se le acusa es: robo con fuerza en las cosas en lugar habitado. A las 12:01, luego que la fiscalía presentara distintas pruebas testimoniales y documentales, el juez presidente le pregunta nuevamente al imputado si quiere decir algo. Éste manifiesta que sí y señala que todo lo que declararon las víctimas (presentes en la sala) es cierto y les pide disculpas por el daño causado y manifiesta que está muy arrepentido. También pide disculpas al tribunal por haber mentido…” Sin embargo, hay que destacar que sólo una minoría de los casos que ingresa al sistema nuevo llega a juicio oral. La gran mayoría se resuelve antes de esta instancia. Desde el punto de vista de los imputados, esto significa que probablemente sólo concurrirán a audiencias de control de detención, de formalización de la investigación, de sustitución de prisión preventiva u otras. Algunas de estas audiencias suelen ser muy breves, lo que genera cierta perplejidad entre ellos, ya que muchas veces no alcanzan a comprender qué ocurre cuando ya han terminado. Vinculado a lo anterior, otro cambio crucial que introduce la Reforma es que establece plazos de duración para cada una de sus etapas. Saber que la investigación imputados - tribunales

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tiene una duración definida y que al término de ésta se resolverá su caso, para los imputados constituye una mejora sustantiva. En este sistema las causas duran un promedio de siete meses7. De hecho, la gran mayoría de los imputados estudiados conoce perfectamente la fecha de término de la investigación, situación absolutamente opuesta a lo que sucede con los procesados del sistema antiguo, quienes podían esperar dos, tres y hasta cinco años para ser condenados. Aunque, como ya hemos señalado, por las connotaciones que implica estar en la condición de imputado, ellos siempre esperan una mayor celeridad y aún estos nuevos plazos los consideran como excesivos. “Ahora yo voy a firmar una vez a la semana a la fiscalía. Deberían cerrar la investigación el 18 de diciembre, porque el juez dio tres meses para investigar. De ahí dictan sentencia” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). “El paso que viene en mi proceso es que me tomen nuevamente declaración. Ahí cierran la investigación. Preparan el juicio, después viene el juicio y en cinco días dictan sentencia. Yo espero que me absuelva el juez o que me dejen firmando no más” (Hombre, 23 años, primerizo, con Reforma). “Mi sueño es que el proceso se cierre lo antes posible y que me dejen los papeles lo más limpios posibles para poder trabajar” (Hombre, 28 años, primerizo, con Reforma). Además, los imputados se relacionan con muchos más actores en los tribunales a saber, el juez de garantía, el fiscal y el defensor. Y, si el caso lo amerita, y se llega a un juicio oral, conocerá tres jueces más. En este sentido, hay una distinción importante con respecto al procedimiento antiguo, en el que los procesados se relacionan casi exclusivamente con el actuario. En la Reforma, los imputados se vinculan primero con el fiscal –ya sea en la fiscalía o en la comisaría– quien verifica que se les hayan leído sus derechos, que conozcan el motivo de su detención e indaga si están dispuestos a declarar. Según los antecedentes recopilados, decidirá si amerita o no continuar el caso. De seguir, pasará a la audiencia de control de detención o de formalización de la investigación. Y es probable que luego de formalizada la investigación, el fiscal vuelva a interrogarlos.

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“Hay mucha protección al imputado. Para realizar la investigación y probar que el imputado tiene participación en los hechos, necesitamos de autorización judicial para realizar algunos procedimientos… Siempre hay que poner en conocimiento al tribunal y esperar a que lo autorice o no, según los antecedentes que le han presentado” (Fiscal, con Reforma) Desde la perspectiva de los imputados, el fiscal representa un papel similar al del actuario bajo el sistema inquisitivo. Es él quien los interroga sobre los hechos acaecidos, muchas veces pone en duda la veracidad de sus declaraciones y determina por cuál delito se les acusa. Por la función que desempeña el fiscal constituye la figura más conflictiva para el imputado. “El fiscal me trataba mal… Me tiró cualquier barro” (Hombre, 19 años primerizo, con Reforma). “Igual fome porque el fiscal no cree nada en tu palabra, todo lo pone en duda. Me cayó mal, más encima estaba tergiversando la declaración… Por ejemplo yo dije: ‘déjenla’ y él puso: ‘córtenla’. Además me estaba apurando para que firmara la declaración” (Hombre, 23 años, primerizo, con Reforma). “Tuve una mala relación con él. Me acusó de robo con intimidación y yo nunca he sido procesada por eso” (Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma). “El fiscal no me cree nada, sólo porque tengo antecedentes. Lo único que quiere es meterme preso” (Hombre, 36 años, reincidente, con Reforma). “Generalmente, el testigo o imputado es hostil a las pretensiones del fiscal. Además el imputado sabe que lo va a condenar el fiscal, y si es un delito grave lo condenará a privación de libertad” (Fiscal, con Reforma). Dada la relevancia que tiene para los propios imputados, y para este estudio en particular, la relación entre imputados y defensores se profundizará algunos capí-

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tulos más adelante. Por ahora, basta decir que generalmente entran en contacto minutos antes de la audiencia de control de detención, cuando el defensor se acerca al imputado para conocerlo y escuchar su versión de los hechos. Si es que el imputado no es detenido, el encuentro se realiza previamente a la audiencia de formalización de la investigación. La tercera figura clave de la nueva justicia criminal es la del juez de garantía. Sin embargo, frente a este actor se mantiene la relación de distancia y neutralidad observada para el juez en el proceso antiguo. Las funciones que realiza son resguardar los derechos y garantías de los imputados durante la investigación. Dirigen las audiencias de su juzgado, aprueban las salidas alternativas, sobreseimientos, fijan plazos para investigar y decretan medidas cautelares. Además, dictan sentencia en los procedimientos menores, que son muchos más en número que los juicios orales. Finalmente llegan a esta instancia sólo el cinco o seis por ciento de los casos, todo los demás los ve el juez de garantía. Además, supervisa regularmente la separación entre imputados y condenados al interior de las cárceles y la condición que se encuentran los internos. “Los sábados en la mañana viene el señor magistrado en compañía del señor abogado y el secretario a tomar asistencia de los imputados. A informar de las causas y preguntar sobre el trato que recibimos dentro del recinto penal” (Hombre, 40 años, primerizo, con Reforma). “Mi función respecto de los imputados es asegurar que tengan un juicio justo, que se respeten sus derechos y garantías en su proceso penal. Y respecto del imputado preso tengo la obligación de cuidar que se encuentre en buenas condiciones en la cárcel, que los defensores hagan su trabajo y que los fiscales no abusen de su poder” (Juez de garantía, con Reforma). La Reforma atenúa varias de las instancias consideradas negativas vividas por los procesados. El principal beneficio es que se elimina los cinco días de asistencia consecutiva a los tribunales. Otros cambios percibidos como positivos son: la existencia de plazos para cada una de etapas de la causa; el carácter oral del proceso –lo que implica menor duración de las causas y mayor visibilidad de la justicia–; que los tribunales cuentan con una mejor infraestructura –haciendo más digna la estadía en ellos– y la desaparición de la figura del actuario. Así y todo, hay factores negativos que se mantienen. La incomprensión del lenguaje legal por parte de los inculpados; y nuevas prácticas que agravan la situación del imputado, como la humillación que conlleva presentarse a tribunales y en audiencias públicas con el atuendo que impone gendarmería a quienes están privados de libertad. 50

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“Te llevan a declarar con una chaqueta amarilla, engrillado de pies y manos, caminas como pingüino” (Hombre, 37 años, primerizo, con Reforma)

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El encarcelado Hombre, 19 años, primerizo, con Reforma.

Al que más recuerda de su infancia es a su abuelo. Tenía una juguetería y lo llevaba a la playa donde armaban carpas, hacían castillos de arena y también lo paseaba por el Shopping Center. Los recuerdos negativos son de una tía que lo golpeaba todos los días y le quitaba sus juguetes, “me tenía envidia porque ella nuca pudo tener hijos hombres”. Su niñez la califica con nota tres, por la manera como lo trataron y porque no podía estar con su mamá y no tuvo su cariño, “como debió ser siempre”. Ella lo llevó a un hogar de menores durante algunos años, pero no quiere hablar mucho de ese tema porque le trae malos recuerdos. Por eso se define callado, indiferente y que él mismo no se entiende. “Cuando me internaron en el hogar de Coquimbo a los ocho años, fue el fin de mi niñez. Tuve que hacerme cargo de mi vida. Estaba solo y no tenía a nadie que se preocupara de mí. Además, como que surgió otro yo, me sentía otra persona, como que cambié muy rápido”. De chico le aterraban las inyecciones y ahora le tiene miedo a las alturas y siente con frecuencia que lo siguen sombras. Su juventud la califica con nota cinco, porque le han pasado “cosas buenas y malas”. Lo bueno, es que ha conocido distintas personas y sus salidas a bailar, “sé bailar de todo”, dice. Al terminar octavo básico parte a la capital a vivir con un amigo y a estudiar, pero no dura mucho porque dentro del liceo tuvo una pelea con un compañero que era traficante y al salir de clases un grupo lo esperaba para golpearlo, él logró arrancarse durante varios días, pero decidió no asistir más porque “me iban a dar la media paliza. Yo estaba solo allá y ellos eran muchos”. Cuando se retira del liceo, en primero medio, comienza a trabajar en el taller de soldaduras de

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la pareja de su madre –“lo que más me gustaba, era hacer figuras en fierro”– pero con el tiempo se aburre y se dedica a la vagancia: se junta con su hermano en la esquina a fumar un cigarro o un “pitito”. Su última polola la conoció en un “vacile” (una fiesta) de cumpleaños, duraron tres meses y ya no están juntos. Él la dejó porque lo “aburría”. “Era muy cargante, me visitaba a cada rato”, cuenta. “Estábamos con unos amigos tomando y fumando marihuana y nos colocamos de acuerdo pa’ pitiarnos una casa. Yo abrí la reja y entramos. Saqué una chaqueta y los otros se llevaron una bolsa con joyas y varios CD. Al arrancar hacia la carretera no alcanzamos a tomar la micro y los pacos balearon a mi amigo en una pierna y yo seguí hasta que el viejo de una parcela me enfrenta con una escopeta y dos perros… Después los pacos me sacaron la cresta y media –pero yo le quebré la nariz a uno– y me subieron al furgón”. Pero nunca se hace la víctima al hablar de lo que pasó: “Yo sabía a lo que iba, sabía lo que estaba haciendo”. Cuando llegó a la comisaría no le gustó el abogado que le tocó, “Se quedaba muy callao”, y eligió a una mujer porque había oído hablar de ella: “Le pongo nota siete”. Es, lejos, la mejor persona con la que se ha llevado en todo el proceso, lo visita, le tiene confianza y a cambio él dice que ha cooperado con todo lo que le han pedido. Sobre el fiscal, dice que “me tiró cualquier barro” y de los gendarmes “no los pesco porque son muy fomes”. La rutina de la cárcel la califica de “fea, fome, aburrida” y que lo único agradable es cuando lo vienen a ver, ahí aprovecha de contar lo que le pasa y de pedirles lo que necesita. Sin embargo, asegura que lo visitan poco. “Mi mamá viene cuando se le pasa por la mente. El que más viene es mi hermano chico”, cuenta. Pese a sus dichos, en el registro de la investigadora, que da cuenta de una audiencia de sustitución de prisión preventiva –donde el veredicto fue desfavorable al imputado– se detalla lo siguiente: El imputado se retira inmediatamente acompañado de gendarmes, éste muestra signos en su rostro de total desilusión y molestia. La madre lo mira cómo se lo llevan con profunda tristeza, que lo demuestran sus ojos y rostro. Luego sale el público de la sala y también el defensor. La madre junto a su pareja siguen al defensor y ella le reclama por el veredicto de la jueza. Lo que más le gusta es ver televisión, “soy telemaniático”. Y la música relajada, como The Doors o Pink Floyd. Ahora está leyendo el primer libro de su vida. Se llama Pasos de mujer y a él le encanta porque ella es “una astuta heredera”, también hay una guerra y lo que no le gusta es la parte en que niños y mujeres están sometidos a trabajos forzados. En la cárcel no participa de ninguna actividad. “Me siento incómodo con las miradas raras de los otros”, dice. Dice que cuando termine todo el proceso quiere sacar su cuarto medio y aprovechar la beca que le dieron en un liceo técnico. Y sus sueños son: “De corazón, me imputados - nombre capitulo

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gustaría que todos los niños inválidos volvieran a caminar, porque tengo un amigo inválido. Que mi familia esté más junta y que sacaran a todos de la cárcel, porque todos tiene derecho a estar bien y nadie tiene que estar encerrado”. Cuenta que en los meses que lleva en la cárcel el médico le recetó unos medicamentos, ya que es muy alterado. Pero no se los toma, los bota porque no le gusta que “lo controlen” con las pastillas, aunque con el tiempo se ha ido sintiendo mejor, “más tranquilo”. A pesar de todo asegura que el asistente social y el psicólogo le hicieron un informe de comportamiento en que lo calificaron bien, algo que le preocupa mucho, porque si no hubiese sido así “estaría por el suelo”. A las entrevistas siempre se presenta bien vestido y aseado. En su mano izquierda tiene una cicatriz, dice que se la hicieron con un cuchillo cuando quisieron asaltarlo. Al conversar, él no mira ni a los ojos ni a la cara de quien lo entrevista, sino que a la muralla, al suelo, o juega con las hojas que tiene la entrevistadora en la mesa para anotar. Siempre está nervioso o inquieto. delito: robo con sorpresa

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iv. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidente La defensa

{ encarcelado “Todo es horroroso... El trato, la manera de vivir… Todo. Lo único que no es horroroso es la visita” (Hombre, 22 años, primerizo, sin Reforma). Para toda persona, el estar privado de libertad es una situación traumática, violenta y desgarradora, sobre todo si ello se vive al interior de una cárcel. Existe bastante literatura internacional respecto de las experiencias carcelarias y sus efectos para el ser humano1. Al respecto, resulta impactante la descripción de la vida en las cárceles de la socióloga Doris Cooper y del último Informe de derechos humanos en Chile2 . En este capítulo nos adentraremos en lo que significa pasar por “la cana” (la cárcel), para quien enfrenta un proceso judicial, ya que a lo largo de la investigación se hace evidente el gran impacto que esto genera entre imputados y procesados.

La marca de la cárcel Tanto para imputados como para procesados, el ingreso a un recinto penitenciario es vivido como un castigo, independiente del hecho que se encuentren a la espera de una condena y sanción definitiva. Esto quiere decir que, para quienes pasan por la cárcel –tanto en el antiguo como en el nuevo sistema– la experiencia adquiere un carácter punitivo. “Estuve una semana en la cárcel y eso me ha marcado profundamente. Perdí a mis amigos… Me siento muy culpable, sobre todo por mi mamá. Incluso llegé a pensar en suicidarme, pero recapacité y pensé que mejor imputados - encarcelado

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era enfrentar las cosas y la vida. Por mi mamá… Ser mujercita…” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). “La experiencia de ser imputado es mala, como para que nadie la viva… Uno vive con miedo de caer preso otra vez” (Hombre, 23 años, primerizo, con Reforma). “Imputada quiere decir que la están investigando y no es culpable todavía, pero eso nadie lo entiende. No está asimilada la palabra. Ser imputada es muy duro” (Mujer, 32 años, primeriza, con Reforma). “Uno nunca, ni siquiera puede llegar a imaginar lo que es estar en un proceso en la cárcel. El común de la gente se imagina que es para delincuentes, asesinos, drogadictos, violadores… Pero uno, por andar manejando y haber tenido un accidente, es visto como un delincuente” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). Esta percepción de la cárcel como un castigo más allá de si se está o no cumpliendo una condena, se puede explicar a partir de cuatro factores centrales: Las condiciones propias de la vida carcelaria, la posición de imputados y procesados dentro de la jerarquía que establece gendarmería, la estigmatización social de la que son víctimas y la forma en que esta experiencia afecta a sus familias. A continuación revisaremos en detalle cada uno de estos elementos.

La cana La vida en la cárcel es reconocida como una situación difícil de sobrellevar, producto de las condiciones materiales de precariedad en que ahí se vive. Tal como es relatado por imputados y procesados, la estadía en un recinto penitenciario es extremadamente dura. Mala alimentación –en calidad y cantidad–, falta de lugares de recreación, estrechez de las celdas y escasos niveles de salubridad general, son algunas de las condiciones más señaladas a lo largo de la investigación3 . Dentro de este contexto destaca el problema del hacinamiento. La sobrepoblación en las cárceles es una realidad sobre la cual existe bastante consenso, aún cuando no existe acuerdo en relación a las cifras exactas de ésta 4 . De acuerdo al Informe de Derechos Humanos 2005, el sistema penitenciario chileno está afrontando un déficit de aproximadamente 16.000 plazas; lo que en la prác58

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tica significa que las cárceles están funcionando con una sobrepoblación, que en muchos casos más que duplica su capacidad real de atención5 . Para imputados y procesados que viven la reclusión, el problema del hacinamiento adquiere características dramáticas. La aglomeración agudiza las condiciones de privación de los internos, siendo prácticamente imposible el acceso a camas individuales, baños adecuados, duchas y atención sanitaria, entre otras. “Mucho hacinamiento. Hay gente durmiendo hasta en el baño y llega de todo… ¡Gente hasta con ladillas!” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). Otro gran impacto de la cárcel se refiere a la privación de libertad. En términos concretos, la falta de libertad se traduce en condiciones extremas de coerción, que anulan la autonomía e individualidad de los internos. El encierro es vivido como una pérdida de la condición de ser humano, en tanto les es imposible tomar control respecto de las decisiones más básicas de su propia vida, que van desde cómo ocupar el tiempo libre, cómo mirar a los otros internos, hasta cómo caminar dentro del recinto penal. “Mientras estuve detenida en la cárcel la vida fue muy dura y difícil. El trato y la gente que está interna es distinta, es como estar en otro mundo, en otra dimensión… Todo lo controlan, hasta cuando uno va a al baño” (Mujer, 32 años, primeriza, con Reforma). Esa coerción es ejercida tanto por el personal de gendarmería –a través de normas y prácticas de organización de la vida dentro del penal–, como por el resto de los presos con los que se comparte cotidianamente. Los imputados y procesados que han vivido la experiencia de la cárcel indican el control de los gendarmes, la rutina extrema en las actividades, el ocio (“tantas horas sin hacer nada…”) y la amenaza que representan el resto de los internos, como algunos de sus principales enemigos. “La gente es conflictiva para todo, siempre está peleando por algo, cualquier detalle. Yo no miro, no me caliento la cabeza. Dices algo en talla y se lo toman pésimo. Yo no soy tan buena para pelar, me aislo de los problemas. Yo no confío en nadie aquí, ya no creo en la gente, después te traicionan. Entonces ya no me interesa escuchar a nadie. Estoy en ese plano” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma) imputados - encarcelado

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“Cuando recién yo caí acá –llevo 6 meses– fue espantoso. Teníamos que estar todo el día en el patio. Tú te levantái, bajái a tomar desayuno, después subes a hacer la cama, después bajas y quedas desocupada. No hay nada que hacer. Escuchar los mismos temas todo el día, hablan todos los días lo mismo. La misma gente, las mismas caras…” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). El castigo que significa la pérdida de la libertad de movimiento y autonomía es reforzado además por la anulación de una serie de derechos que van más allá de la libertad, como son el derecho al trabajo, a la intimidad, a la privacidad, a la propiedad privada, a la integridad física y psicológica, etc. “Estar en la cárcel es sentirse súper vulnerado en un montón de derechos que en teoría debieran ser respetados, pero que no se respetan mucho. Están siendo procesados y se les priva de un montón de cosas que no están castigadas. El derecho a expresarse, a tener una atención de salud digna, cosas como ésas, básicas. Hay que mover cielo, mar y tierra para que una persona pueda tener una atención médica decente. En ese sentido yo siento que hay mucho maltrato, un doble castigo. No está explícito pero en la realidad se da. El sistema fomenta la fobia social por una serie de agresiones implícitas que ellos viven a diario. De repente los sacan de una calle y los mueven a otra y cagaron, porque perdieron todas sus cosas. Violencias pequeñas y cotidianas que obviamente fomentan el resentimiento” (Asistente social CAJ, sin Reforma). De hecho, algunos de los actores del sistema judicial reconocen que muchas veces esta pérdida de derechos se encuentra en los límites de la legalidad, como en el caso del derecho a voto6: “No están impedidos de ejercer su derecho a voto, pero al ver sus antecedentes no les permiten votar. Y en las cárceles, teóricamente, se podrían constituir las mesas, pero tampoco se hace” (Abogado CAJ, sin Reforma). “El año pasado me inscribí y más encima me dijeron que no podía votar. Nunca supe por qué. Al final fui a carabineros a excusarme” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). 60

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A esto se suma que la experiencia de la cárcel también implica vivir bajo condiciones psicológicas extremas. Permanecer encerrado, además de limitar al máximo los movimientos del sujeto, genera una fuerte restricción en el contacto con sus seres queridos: no pueden tener relaciones sexuales con sus parejas, no pueden asistir a eventos importantes de sus hijos, no conocen a los nuevos miembros de la familia que van naciendo, etc. “El problema para mí de la cárcel es estar lejos de mis seres queridos, mis hijos, mi mujer… Llevo 18 meses sin verlos. Tengo un nieto que acaba de nacer y no lo conozco…” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Estoy preocupá por mis nietos, yo tenía que verlos, porque mi hija no se preocupaba de na’. Ahora mismo se los quitaron y están en una casa de acogida… ¡Imagínese!” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Las primeras visitas cuando me venía a ver mi niña (un año y cuatro meses) se ponía a llorar, como que no me conocía. Ahora me ve y corre y dice: ‘mamá’. Me pesca, me tira besos… Pero de repente se pone a llorar porque no se quiere ir de las visitas” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). Tanto gendarmería como los propios internos desarrollan algunas estrategias para mitigar este sufrimiento. Por ejemplo, en los días de visita, los presos construyen “camaros” (que es una especie de carpa que hacen con frazadas, sábana o géneros instalada en algún espacio común, que les permite tener privacidad de los demás reclusos) para tener relaciones sexuales con sus parejas, y algunas cárceles cuentan con venusterios. También se organizan fiestas de Navidad para que los internos disfruten con sus hijos. Sin embargo, estas estrategias son muy limitadas, y la falta de privacidad e intimidad se sigue reconociendo como un tema altamente conflictivo respecto de la población penal7. Esta distancia con familiares y amigos, sumada a la difícil comunicación con el mundo exterior, genera una fuerte sensación de soledad y desafección entre los internos. Como ellos mismos indican, estar en la cárcel es estar solo la mayor parte del tiempo. “Si no salgo antes de las fiestas ¡yo me pongo la corbata! (suicidarse)… Si estoy sola, estoy depresiva” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma). imputados - encarcelado

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“Este mundo es para los fuertes, el más grande se come al más débil. Aquí no está más la mamá ni el papá, están sólo tus compañeros de pieza. Los cinco primeros días todavía ves la calle, después ya tenís que hacerte la idea...” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). Uno de los peores efectos que tienen todas las condiciones carcelarias antes descritas, dice relación con los altos niveles de agresividad entre los internos. “Estas fechas de fin de año son bien complicadas. Ellos empiezan a estar bien sensibles, aumentan las riñas, las discusiones, están irritables, más que nada tiene que ver con sus estados anímicos” (Gendarme, sin Reforma). “Quiero hablar con la abogada, porque no ha hecho nada, no me ha tirao el escrito y yo ya estoy nervioso… Quiero salir pa’ Navidad... No sé que onda ella” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). Según cuentan los propios imputados y procesados, vivir en la cárcel significa convivir diariamente con un grupo de personas desconocidas, que también sufren su propia angustia. En ese contexto la tolerancia y la sana convivencia son muy difíciles de lograr, tornándose muy violenta la vida cotidiana8 . “Es una mala experiencia, se ven demasiadas cosas aunque sea el patio de los imputados… A pesar de estar en la “carreta” (es el grupo al que pertenecen los reos en la cárcel, como si fuera la familia) no falta quien eche la choreá…. Y si uno se mete, todos se meten y si uno pega, pegan todos…” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). “Yo me vine al estudio que están haciendo pa` salir un poco… Aquí me tratan mal (se le llenan los ojos de lágrimas), tengo miedo… No pude hacer las agendas que me pidieron que llenara porque me las rompieron” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). Este ambiente agresivo desemboca finalmente en el miedo, un sentimiento característico y generalizado de la vida intrapenitenciaria. El miedo de los internos es constante y se tiene tanto en relación a los gendarmes, como a los otros presos. Respecto de gendarmería, el temor se produce frente a la posibilidad de allanamientos, procedimientos y sanciones que imponen a los recluidos. Respecto 62

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de estos castigos, los más reconocidos y declarados –no los únicos evidentemente–son los ejercicios físicos, el cambio de sección y la reducción o eliminación de la visita. “Puro pegan los pacos (gendarmes)… cero brillo” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). “Aquí se hacen ejercicios, aislamientos, media hora menos de visita… Tú con esos castigos psicológicos les achicái el espacio de libertad y movimiento. Te reconozco que es fuerte, pero hablamos del caso en que el tipo incurrió en una falta y está avisado, no es a la primera, es siempre después de advertencias”. (Gendarme, sin Reforma). “A los gendarmes no los pesco porque son muy fomes. Tratan mal a todos, no nos dejan estar tranquilos. Nos cortan la luz cuando estamos cocinando… Aunque creen que lo hacen porque es parte de su trabajo” (Hombre, 19 años, primerizo, con Reforma). Respecto de los otros internos, el temor abarca una gama mucho más amplia de posibilidades, que van desde las más “inofensivas” como el acoso, el robo o los insultos públicos; hasta algunas más extremas como las agresiones sexuales, las golpizas e incluso los asesinatos. “Ayer en mi calle mataron a un tipo, lo mataron de una estocada. Adentro hacen cuchillos de cualquier cosa, el cuchillo más chico allá dentro mide lo que una pierna ¡Hay unos de hasta dos metros! Los hacen con todo lo que encuentran: madera, fierros de la construcción. Desarman todo, hay un terremoto acá y ¡esta cuestión se cae!” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). En el antiguo sistema, el deficiente aislamiento entre condenados y procesados acentúa estas tensiones internas. Ahí, quienes están siendo procesados por primera vez probablemente estarán en contacto con delincuentes habituales, lo que aumenta aún más su temor y angustia. Claros ejemplos respecto del temor experimentado dentro de una cárcel, se recogen a través de las cartas de dos procesados de la Región Metropolitana: imputados - encarcelado

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“Mira, es por eso que te digo que ojalá nunca pases por lo que yo estoy pasando ya que para mí es como un infierno al despertar día a día. No sé qué pasará de un momento a otro, ya que aquí en un rato podrías estar bien y en otro te pueden matar…” (Hombre, 22 años, primerizo, sin Reforma). “(La cárcel) significa perder lo más preciado que uno tiene que es la libertad. Aquí se pasan muchas humillaciones, no le doy esto a nadie, la vida fácil es buena, pero una vez que estás preso se termina todo… se pasa por cosas que nunca has pasado, sufres la ausencia de tus seres queridos y no tienes a nadie que te apoye. Solamente estás tú con tus penas. Aquí tu vida está siempre en peligro. Quisiera decirte tantas cosas que pasan. Aquí te pueden violarte, golpearte… (es un) lugar donde sólo hay odio y soledad. Aquí uno no vale nada. Somos la escoria de la sociedad. Cuida tu libertad…” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). Resulta relevante destacar, de acuerdo a lo señalado por imputados, procesados y por los propios gendarmes, que la vida en las cárceles de mujeres es mucho menos agresiva que en las de hombres. Ello genera que en el caso de las mujeres internas, la experiencia de temor y angustia sea menor (aunque ésta igual se manifiesta). “Antes yo iba a la escuela en la tarde y en la mañana, ahora me quedo adentro aprendiendo a hacer cosas (manualidades)… hago los oficios que me tocan, lavar la loza, servir almuerzo, poner la mesa…” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Es fome, acá uno está presa, no tiene la libertad. De repente igual uno puede hacer cosas, escuchar música, ver tele, pero no es lo mismo que con libertad, porque es un patio chico, y todos los días ves lo mismo, lo mismo, lo mismo... Como que psicosea” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). En definitiva, condiciones precarias de subsistencia, hacinamiento, pérdida de libertad, soledad y miedo, son elementos que configuran la experiencia cotidiana de las cárceles. Así ésta es sumamente dolorosa y traumática para todos los imputados y procesados, sin distinción por sistema procesal, por género o por delito cometido. “Yo sé que lo que hice no estuvo correcto… Pero con los siete días de cárcel, yo creo que más que suficiente. Yo no quiero volver a la cárcel, yo 64

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vuelvo y yo me muero” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). “La cárcel es fea, fome, aburrida… Uno siempre hace las mismas cosas, es desagradable. Lo único agradable es cuando viene la visita” (Hombre, 19 años, primerizo, con Reforma).

Los beneficios de la condena Aunque parezca insólito, es peor ser imputado o procesado que ser un reo condenado, según lo expresan quienes se encuentran encarcelados y también los distintos actores del sistema. Esto se explica por el hecho que los condenados gozan de ciertos beneficios que a los presos sin condena les son vedados. Los condenados tienen acceso a beneficios intrapenitenciarios y a una mayor opción de actividades. Como ejemplo, completar estudios, hacer talleres laborales, cursos de capacitación o realizar actividades deportivas, entre otras9 . “Las pegas son para condenadas y rematadas, pero yo hablé con la jefa de ahí. Necesito trabajar. Ojalá yo quedara, porque no tengo familia, a mí nadie me viene a ver. A las peruanas también las dejan trabajar si son procesadas, porque no tienen familia. En el taller, la hora de encierro se aplaza, es a las cinco y media cuando se sube a los dormitorios, pero yo me puedo quedar en el taller hasta las 7 u 8 trabajando” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). Los propios funcionarios de gendarmería señalan que desde el punto de vista de su planificación como institución, conocer el tiempo de estadía de los condenados hace posible programar actividades de largo plazo. Durante la reclusión los internos deben “hacer conducta” para obtener beneficios respecto del cumplimiento de su condena10. Específicamente en relación a la posibilidad de hacer cursos o talleres dentro de los penales, gendarmería (a través de su departamento de readaptación social) orienta y desarrolla su política en materia de reinserción social focalizando su acción en los condenados a los que les queda poco tiempo para salir al “medio libre”11. Aún cuando en teoría esta focalización de los programas de reinserción no implica necesariamente una marginación de procesados e imputados, en la práctica esto sí ocurre. El hecho que puedan potencialmente abandonar los penales en cualquier minuto, es un desincentivo para gendarmería a la hora de desarrollar imputados - encarcelado

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con ellos algún tipo de trabajo más constante, como también la escasez de plazas en estos programas. “Las que están condenadas pueden trabajar, pueden ir a talleres, etc. Las que están procesadas tienen menos alternativas porque es más inestable su estadía acá” (Asistente social CAJ, sin Reforma). En este escenario de marginación dentro de los recintos penales, la situación de los procesados sin Reforma es muy precaria. El sistema penal antiguo carece de plazos establecidos respecto de la duración del proceso y, por lo tanto, una instancia transitoria adquiere para ellos más bien la característica de permanente. En muchos casos están en calidad de procesados por más de un año. “Estar procesado es algo lento, tedioso. Uno se pone ansioso porque no sabe qué va a pasar, hay que tener paciencia. Cuando la abogada me tiraba un escrito el día era interminable, no sabía qué iba a pasar. La justicia es muy lenta... 14 meses ¿pa’ qué?” (Hombre, 42 años, primerizo, sin Reforma). Los procesados e imputados tienden a vivir esta situación como un castigo adicional. Están en la cárcel con menos derechos que los condenados, aún cuando podrían ser declarados inocentes de los cargos por los que ahí ingresaron. Además, tanto imputados como procesados consideran que el condenado goza del “gran beneficio” de haber eliminado la ansiedad por saber cuánto tiempo más va a estar encarcelado. En otras palabras, los condenados viven la experiencia carcelaria con un horizonte temporal definido, lo que les permite reducir considerablemente su angustia cotidiana. “Es lo mismo ser imputado o estar condenado, la única diferencia es que los que ya han sido condenados no tienen la incertidumbre… Tienen claro cuánto tiempo tienen que estar en la cárcel. En cambio los que se encuentran en mi situación [imputado] están siempre pensando lo que va a suceder… Se psicosean” (Hombre, 23 años, reincidente, con Reforma).

El castigo social Desde el punto de vista de imputados y procesados, una vez que se ha estado dentro de la cárcel, para las personas comunes y corrientes es difícil y casi absurdo 66

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distinguir entre procesado o imputado y condenado. En otras palabras, cuando salen libres son vistos como ex-presidiarios. La sociedad no distingue entre quien pasó por la cárcel como procesado y quién como condenado. Haber pasado por la cárcel se transforma en un fuerte estigma que los margina socialmente. En este sentido, no importa sustancialmente si fueron meses o años, fue condenado o absuelto, si fue imputado o rematado, ya que todos ellos terminan sufriendo cotidianamente discriminación y marginación social por su condición de ex-presidiarios. “Mis amigos ya nunca más me llamaron, porque el hecho de haber estado en la cárcel cambia todo. Vamos a salir a carretear y si llega carabineros nos pueden detener porque yo estuve en la cárcel y tengo los papeles sucios. Por eso yo creo que de a poco se han ido alejando de mí, porque yo estuve en la cárcel” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). Ser ex presidiario, además de rechazo social, genera enormes dificultades para reinsertarse en la sociedad. “Nosotros afuera, como sociedad, los seguimos castigando. Si salen bajo fianza tienen sus antecedentes manchados y ninguno de nosotros los contratamos. Al que tiene una familia, se le cierran todas las puertas. En el fondo, es un muerto civil y arrastra a toda su gente. Sufren mucho” (Abogado CAJ, sin Reforma). “La experiencia de ser imputado es fome porque uno se siente mal, como encerrado… Ya no es un problema tuyo, sino de la sociedad. Uno no se siente igual que todas las personas, se siente sucia, como que hiciste algo malo y hay personas metidas que te acusan y otras que te defienden” (Mujer, 19 años, reincidente, con Reforma). “Ojalá que no me lleven a la cárcel de nuevo. Que se limpien mis papeles y si hay que pagar una plata, que me hagan pagar de a poco. Yo lo único que quiero es salir de esto y olvidarme y volver a como era antes yo. Dedicarme a trabajar no más y, después de eso, volvería a terminar mis estudios de inglés que es lo que más quiero. Solamente eso” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). De esta forma, el paso por la cárcel es un castigo que acrecienta las dificultades imputados - encarcelado

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y precariedades económicas y sociales de imputados y procesados, dejando marcas físicas, psicológicas y sociales difíciles de borrar, aún después de haber limpiado sus papeles. “Es terrible, porque te sientes totalmente ajeno y privado del mundo. Lo que a mí me impactó mucho fue la experiencia del resto de la gente, el verse privado de libertad por un caso fortuito. Te sientes que no eres parte de la sociedad y así se sienten ahí los internos” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma).

Familias castigadas La cárcel no es una pena individual, sino que es un castigo que golpea a toda la familia. Existe bastante consenso respecto de este tema, tanto entre los actores del sistema como entre los mismos imputados y procesados, ya sea con o sin Reforma. “Cuando mi hijo de ocho años viene a verme le da dolor al estómago de nervios” (Mujer, 40 años, primeriza, con Reforma). “Es un infierno, por el encierro. Cuando usted cae preso, cae presa su familia. Siente que arrastra a su familia a esta situación. Y lo que más duele es el defraudar, duele harto defraudar… Quedas mal, yo estoy psicoseao” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). “Mi mamá me cuida a mi hija… Está enferma de la espalda y no haya qué hacer con la niña. Me llora todas las visitas” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). Es un castigo para las familias de imputados y procesados, porque tiende a acarrearles problemas económicos y empobrecimiento. Estar recluido en la cárcel significa dejar de trabajar y, por lo tanto, dejar de aportar ingresos al presupuesto familiar. Esta situación no tiene nada de trivial si consideramos –de acuerdo a lo mencionado en el primer capítulo– que la gran mayoría de quienes ingresan al sistema penal pertenecen a estratos socioeconómicos medio-bajos y bajos. En este sentido, la economía doméstica de los hogares se ve profundamente afectada por la reclusión, sobre todo si esta afecta al jefe o jefa de hogar, poniéndose incluso en riesgo la sobrevivencia material de ésta. 68

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“Mire, desde que yo caí detenida el año pasado (se refiere a la primera vez), que en mi casa no se paga luz ni agua. No se ha pagado nada” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). Pero, para las familias de imputados y procesados, la cárcel no sólo significa dejar de recibir ingresos, también representa un aumento en sus gastos. Porque deben solventar algunas necesidades básicas de sus familiares internos (como ropa, artículos de aseo o comida, entre otros) y, además, porque deben incurrir en gastos extras si desean mantener los vínculos a través de las visitas (movilización, colaciones para los niños, etc.). “Los martes en la tarde vienen todos a verme, mi familia y mi pololo. Mi mamá no me falla, viene de nuevo los sábados con mi niña. Todos tienen el carné, porque hay que sacar carné para visitas. Todos los sacaron en mi familia” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). Un castigo adicional para quienes quieren conservar la relación con los imputados o procesados recluidos, es el sometimiento a las rutinas y controles propios del régimen carcelario. En este sentido, la obtención de la credencial de visita, las largas esperas en la calle y de pie para el ingreso a los penales, la revisión física de adultos y menores de edad y el control de los alimentos que se quieren ingresar, son ejemplos de situaciones concretas y puntuales de punición que afectan a los familiares y amigos de los reos. “Las esposas de los reos llegan diciendo que no las dejan ingresar, o que las garabatean, o las someten a cualquier vejamen. ¿Por qué no usan la tecnología?, les introducen los dedos por todos los orificios. ¿Por qué hacen eso si hay otros mecanismos para detectar droga?” (Abogado CAJ, sin Reforma). Muchas de estas situaciones son percibidas por familiares e internos como arbitrariedades o abusos de poder por parte de los funcionarios de gendarmería, y resultan acrecentadas por el contexto de falta de información en el que se encuentran. En este sentido los familiares de los internos (sean procesados, imputados o condenados) no saben con claridad y precisión cómo pueden ir vestidos, qué pueden llevar consigo, ni tampoco qué alimentos y/o enseres pueden (o no) llevar a sus familiares. Además estos criterios varían de penal a penal, generando una percepción de extrema discrecionalidad de gendarmería en este sentido. imputados - encarcelado

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Uno de los registros de observación en un día de visita ilustra esta situación: “Todas las mujeres hacen la fila cargadas de bolsas con cosas para comer: verduras, frutas, pan, aceite, arroz. Hay una que trae un pan de pascua, pero las otras le dicen que no dejan entrar eso. Algunas sacan los productos de sus envases y los colocan en bolsas transparentes, dicen que prohíben las botellas y envases plásticos”. “Lo vine a ver el sábado pasado, pero no pude entrar porque no tenía la credencial de visita… Hoy tampoco me querían dejar entrar, porque me corté el pelo. A mi amiga tampoco la querían dejar entrar, porque andaba con una polera con escote en la espalda, así que tuvo que pedir prestada la que anda trayendo” (Mujer familiar de reo, sin Reforma). Otro aspecto conflictivo son las relaciones sexuales entre los internos y sus parejas durante las visitas. Aun cuando mencionamos este aspecto como un castigo para imputados y procesados, evidentemente también lo es para sus parejas. La imposibilidad de tener intimidad deteriora fuertemente las relaciones afectivas y la vida familiar. La extensión del castigo hacia las familias también se explica por el estigma social que genera el tener un pariente cercano dentro de la cárcel. Ser padre, esposo o hijo de un preso es una marca que también gatilla discriminación social, ampliando las situaciones de aislamiento y precariedad hacia las familias de imputados y procesados. Para evitar estos castigos a sus familiares, muchas veces los propios internos piden no ser visitados en la cárcel, sobre todo por sus hijos. La motivación principal es evitarles los controles que consideran humillantes, pero también no ser vistos por sus seres queridos en condiciones denigrantes. “Pienso en mis hijos. No quiero ver las cartas que me escriben. Mi papá viene siempre, también han venido mis hijos y mis hermanos, hasta mi ex mujer… Pero ya les dije ya, que no quiero que mis hijos me vean aquí. No quiero que vengan más… El único que dejo para la visita es mi papá” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). “No quiero que mis hijos vengan a la visita, que pasen por esa humillación… Mi sueño es verlos fuera y que todos digan ‘Mira, ahí va el hijo de

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NN –un atorrante, un delincuente– y mira lo que llegó a ser’” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). Este constante conflicto para conservar los vínculos afectivos de los internos con sus seres queridos, también se manifiesta en que muchas veces son los propios familiares quienes terminan desistiendo de ir a las visitas. En estas circunstancias, los presos quedan en una situación de abandono que los perjudica fuertemente en su integridad psíquica y física al interior de los centros de reclusión. “Ya no me vienen a visitar hace cuatro semanas y creo que puede haber pasado algo en la casa de mi mamá, porque como no me ha venido a ver. A veces le escribo cartas a mi mamá, a mis amigos, a la Victoria (polola), pero no siempre las entrego. Si me vienen a ver las doy. A veces veo si se las lleva alguien, pero casi nunca puedo mandarlas. Acá no hay nadie que viva cerca de donde yo vivo” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma). “Yo pensaba que mi hija me iba a venir a ver, pero nada, nunca más nada. No hizo nada. No tengo para comunicarme. Sólo hablo con mi hermana cuando viene a la visita: miércoles y domingo. También viene mi sobrino, el hijo de mi hermana viene a verme a veces. Él me dice ‘mi tía chica’” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Mi relación con mi señora era buena hasta que cometí este error. Cuando ella supo, estuvimos separados como cuatro meses, no fue capaz de soportar que le hubiera mentido. Pero me perdonó y ahora me apoya” (Hombre, 28 años, primerizo, con Reforma). “Si no me vienen a ver es que no están ni ahí con uno. ¡Qué les va a decir uno…! Hace cuatro visitas que no viene nadie” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma).

La escuela de la cárcel En el caso de los imputados y procesados reincidentes, el mundo carcelario es conocido. De esta forma, en la cárcel se reencuentran con pares y amigos, lo que muchas veces les permite reorganizar comunidades que tenían fuera de ésta. Este

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reencuentro da pie para que al interior de la cárcel se refuercen y profundicen los valores y conductas criminales de los sujetos pertenecientes a la contracultura delictual. “La cana no sirve para rehabilitación porque adentro igual se fuma droga. La droga entra, a pesar de todos los controles que tienen los pacos (gendarmes) y vale casi lo mismo que afuera…” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). En el caso de los procesados primerizos la cárcel tiende a ser un lugar de “contaminación criminógena” (el estar en contacto cercano con personas que realizan conductas delictivas es un incentivo al aprendizaje de éstas), antes que de potencial de resocialización o rehabilitación. Por esto es más bien un espacio de aprendizaje delictual y no de abandono de esta actividad. “Yo creo que la cárcel es la escuela del delito, que muchas veces parte en las casas de menores. Adentro para conservarse tienen que ser más agresivos, el encierro produce agresividad. Todo eso produce más frustración, más irritabilidad” (Abogado CAJ, sin Reforma). “Se cocina a parafina y cocinan ellos, ahí son todos choros, así que nadie come el rancho (comida del penal). Pa’ estar en esa calle yo también tengo que hacerme pasar por choro… Ahí nadie le ha trabajado un día a nadie” (Hombre, 22 años, primerizo, sin Reforma). Pero, junto con ser una escuela del delito y de socialización en los códigos propios de la cultura delictual, tanto los actores del sistema como internos indican que la cárcel pasa a transformarse en la “escuela de derecho” para imputados y procesados. Igual como en el caso de la contracultura delictual, los profesores en el ámbito de la justicia y del derecho dentro de las cárceles, son los otros internos (y en ciertos casos los gendarmes, como veremos más adelante). “Si la persona presenta antecedentes penales es obvio que la persona conoce el sistema como es. Porque además uno le pregunta ‘¿Has estado detenido?’ ‘Sí, mi cabo; sí, he estado detenido’ ‘¿Y el motivo?’ ‘No, por robo’. Se conocen los juzgados al revés y al derecho, porque si ya ha es-

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tado detenido, ya sabe cómo son los pasos a seguir. No así una persona que nunca ha estado detenida, porque no sabe qué es lo que va a pasar” (Carabinero, sin Reforma). “La abogada me va a tirar un escrito para la fianza, después me notifica el juzgado, y de ahí apelo. Los papeles van a la corte y ella tiene que pelear mi causa... en esta fecha de Navidad se les ablanda el corazón” (Hombre, 23 años, reincidente, sin Reforma) Para imputados y procesados son los mismos reclusos su principal fuente de información respecto de cómo enfrentar los procesos y las acciones a seguir en ellos. Los “maestros” más cotizados son los reincidentes, que por su experiencia conocen en profundidad el sistema, dando consejos muy valorados sobre qué hacer, a quién dirigirse, qué esperar de las distintas instancias, cuáles son las sentencias probables para un determinado delito, etc. “Los que vienen de afuera, que nunca han reincidido, no tienen conocimiento de la nueva Reforma. No conocen el sistema, no conocen los actores en este sistema. Los internos que son reincidentes, son más interesados en conocer el sistema, más interesados que los primerizos. Algunos reincidentes lo manejan muy bien, bueno ése es su mundo, delinquir y ver cómo salirse del sistema” (Gendarme, con Reforma). “Le pedí una audiencia a la jueza con un escrito, pero como yo no sé escribir me lo hizo una niña acá dentro. Ella hace escritos pa’ todos” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma) “En la sección donde estaba antes escuchaba todo el día del abogado, del juzgado, que aquí, que allá. Todo el rato, que me voy, que no me voy a ir. Me dejaban enferma…” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). Este aprendizaje informal es conocido por los operadores del sistema, los que no siempre tienen buena opinión de él. Según dicen, introduce vicios negativos para el accionar de la justicia.

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“Muchas veces los careos son muy lejanos del tiempo que ha pasado el procedimiento digamos, ¿me entiende?. Un careo debiera ser de inmediato, si hoy día cayó una persona por homicidio, y al otro día ir al careo. No darle mucho tiempo a que ellos, en la escuela que tienen dentro de la cárcel, los preparen. Porque ahí los preparan: di esto, di esto otro… Así ellos tienen su colegio allá adentro y así lo confunden a uno” (Carabinero, sin Reforma). “Sí, poh, entre ellos mismos conversan y de repente dicen ‘No, tú tení que hacer esto’. O hablar con la jueza… Y esto, esto y esto… Y les ponen un abogado y listo” (Carabinero, sin Reforma).

La otra cara del gendarme Dentro de la experiencia intrapenitenciaria de imputados y procesados, los gendarmes adquieren un protagonismo importante. No sólo por su función de control y coerción hacia los internos antes descrita. Sino también por ser el actor con quien comparten más tiempo, incluso, más aún que con el defensor. “Tenemos hartas funciones que cumplir. Tenemos que hacer de gendarme, de asistente social, de psicóloga… En realidad de todo eso” (Gendarme, sin Reforma). En este sentido, son buscados por los imputados –especialmente primerizos– como asesores judiciales. En el antiguo sistema penal, este asesoramiento muchas veces se produce cuando los procesados ni siquiera cuentan aun con un abogado defensor que siga sus casos. Ya que en este sistema (como se vio anteriormente), sólo una vez que el juez ha decidido –después de cinco días– mantener (o no) en prisión preventiva al procesado, éste comienza a realizar gestiones para conseguir defensa. “El interno no tiene idea cuál es el otro paso que va a seguir. El funcionario judicial le dice firma aquí y vas a quedar procesado, pero es todo lo que le dicen, todo lo que sabe. Así es que uno le explica lo de los testigos de conducta, le pregunta qué le dijo la actuaria, qué es lo que tiene que hacer… Porque el hombre acá llega sin conocimiento de nada” (Gendarme, sin Reforma). 74

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“Los primerizos no tienen bien claro dónde tiene que estar el defensor, si el defensor tiene que venir siempre a verlo como ellos lo sugieran...Esas cosas no están bien determinadas para ellos, no hay una información bien clara. Porque siempre mandan escritos al defensor, a la fiscalía y uno tiene que estar orientando, diciéndole ‘No, si la persona que tiene que hablar por ti, es tu defensor público’” (Gendarme, con Reforma). “Al primero que llegan es al funcionario cuando necesitan información y uno ahí se va interiorizando. Pregunta, aconseja… Cuando llegan del juzgado, el primero que está al lado de ellos es el funcionario” (Gendarme, sin Reforma). A veces los gendarmes también son buscados por imputados y procesados como fuente de apoyo psicológico. Aún cuando no cuenten con las habilidades personales o la capacitación necesaria para ello, los gendarmes mencionan que escuchan los problemas de los internos, porque dentro del penal estos no quieren ni pueden verse débiles al expresar sus sentimientos. “Hay que poner el hombro para que llore, porque entre ellos muchas veces no pueden llorar” (Gendarme, sin Reforma). “Si están con depresión, ya el hecho de que conversen con uno, que lloren un rato ya se les pasa y después uno las deriva” (Gendarme, sin Reforma). “La verdad es que jugamos el rol de psicólogo. Te dicen: ‘Estoy psicoseao’, ‘Mi mujer me dejó’, ‘Me quiero hacer la corbata…’ Uno observa la depresión y los ayuda, los orienta” (Gendarme, sin Reforma). “Llegan de carabineros y empiezan a reclamar, ‘¡Que pucha, que los pacos!’. Después llegan de tribunal ‘¡Y pucha que el actuario!’, ‘Que el juez que me dijo esto, que me castigó’. Llegan de la visita y ‘Fíjese que mi marido…’. Nosotros recibimos todo eso, ¿me entiende?” (Gendarme, sin Reforma). “Dentro de la cárcel lo mejor es gendarmería, porque aquí yo me porto bien, no me meto con nadie. A una la escuchan, le conversan de sus casos a una… Todo” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). imputados - encarcelado

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“Con las gendarmes me llevo súper bien. Ellas te escuchan y también se ríen con uno, si ellas también están presas con uno” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma) En definitiva, el gendarme es una importante figura para imputados y procesados que cumple roles opuestos y complementarios entre sí. Por una parte, encarna la autoridad que los mantiene encarcelados (control) y muchas veces los castiga (coerción) y, por otra, es una fuente de orientación y a veces también de contención durante su permanencia en la cárcel.

La cárcel: antes y después de la reforma procesal penal En el antiguo sistema, no existían normas expresas sobre la separación entre primerizos y reincidentes. Sin embargo, en la práctica, gendarmería intentaba y se preocupaba por aislar a los procesados primerizos del resto de los reclusos. Además, en todos los recintos penitenciarios, los gendarmes establecen una serie de distinciones entre los internos según los delitos cometidos, la comuna de residencia, su potencial peligrosidad o algunos criterios sanitarios (por ejemplo, portadores de VIH), entre otros12 . Por otra parte, los mismos internos desarrollan algunos mecanismos de diferenciación. Los “choros”, los “violetas”, los “hermanos”, los “perkins” y muchas otras denominaciones ilustran una estratificación social que es absolutamente segmentada y discriminante13 . “Cuando llegué a la Peni pedí estar con amigos… Ahí la embarré porque ellos son reincidentes y me pasé 17 días allá en la calle 14… Después, cuando el juez me da la condena, me cambiaron a la calle 13, que es para primerizos” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). En términos de estructura carcelaria, el nuevo sistema introduce otro aporte a la experiencia intrapenitenciaria de los imputados, cual es la mayor exigencia respecto de aislarlos –especialmente primerizos– del resto de la población penal. Esta medida es supervisada por los jueces de garantía. Sin embargo, en la práctica, la acción de estos en esta materia es bastante limitada14 . Como se mencionó al inicio del capítulo, el nuevo sistema promueve una racionalización en el uso de las medidas privativas de libertad. Tras esto se encuentran como objetivos centrales la descongestión del sistema carcelario y su organiza76

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ción, de manera tal que la población recluida esté compuesta mayoritariamente por condenados y en menor cantidad por imputados. De esta forma, se invierte la situación que se da en el antiguo sistema penal, en el cual las cárceles resultan saturadas por internos, los que en su mayoría aún se encuentran enfrentando su proceso. En una pizarra de la ex Penitenciaría, que se encuentra en la antesala del óvalo, se lee: estadísticas internas (23 de diciembre del 2004; 11:30 AM)

478 3153 1398 16 101 01

detenidos procesados rematados fiscalías tránsitos incomunicados

5147

total

(ex Penitenciaría, sin Reforma, observación).

Para los imputados, esta mayor racionalización tiene como consecuencia que la duración de las detenciones sea menor y que exista mayor probabilidad de ser sometidos a una medida cautelar que no implique reclusión. Otro de los aportes fundamentales de la Reforma a la experiencia carcelaria de los imputados, es reducir sustancialmente los tiempos de prisión preventiva. Mientras en el antiguo sistema procesal esta medida podía durar meses e incluso años, de acuerdo a las cifras entregadas en el último Anuario Estadístico Interinstitucional, en aquellas regiones con Reforma (es decir, excluyendo la Región Metropolitana) la duración promedio de las prisiones preventivas finalizadas durante el año 2004 fue de 125 días. “Es más rápido el proceso, los internos (imputados) no están mucho tiempo... Los condenan rápido, no son esos procesos engorrosos como había antes” (Gendarme, con Reforma). En el contexto de la Reforma, la reducción de la duración de la experiencia de la cárcel es una mejora crucial en la experiencia de ser imputado. Lo son también-

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las restricciones, que evitan el contacto carcelario entre imputados y condenados, lo que evita en cierta medida que se convierta en una escuela del delito. Pese a esto, la experiencia de la cárcel resulta traumática para imputados y procesados, transformándose en un castigo previo a la sentencia. Esta estigmatización genera marginación, problemas laborales y empobrecimiento, entre otros.

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“A mí me cambió la imagen de la gente de la cárcel completamente. Tú escuchas del violador, del estafador, pero detrás de eso hay personas que tienen alma, que sienten, que no pueden salir a tomar sol, que están blancos. Había gente que se paraba en los rayos de sol. Perder el derecho a que el sol te ilumine… Eso te llega. No ver las estrellas, no ver la luna en meses o años, es fuerte” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma) imputados - nombre capitulo

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{

El procesado Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma.

Él viene a las entrevistas huyendo de su calle. Dice que usa estas sesiones como terapia. Adentro de la cárcel no habla con nadie. Cuando habla, muchas veces se emociona hasta las lágrimas: por sus hijos, por lo que está viviendo, por su mujer… A los ocho años dejó de ir a la escuela. No quería ir porque andaba a “pie pelao” y lo “humillaban mucho”. Se consiguió un carretón y fue a trabajar de cargador a la feria. Acompañaba a las señoras y le daban monedas. A los diez comenzó como ayudante de un zapatero y ahí aprendió su oficio. A los 13 fumó marihuana por primera vez y nunca más ha parado. Siempre ha trabajado en calzado, aunque según dice “Con la llegada de la democracia la cosa se puso mala”. Por eso aprendió a manejar, sacó carnet y, en la camioneta de la panadería donde trabajaba, repartía pan, pagaba cuentas, o recogía las platas. “Hasta con dos millones andaba yo”. A los 23 tuve un gran accidente: estaba curado y lo atropellaron. Estuve inválido casi once meses. Tiene un fierro en la pierna y él mismo se hizo terapia con una bicicleta, unos cordeles y volvió a caminar. Como a los 26 se cambió a vivir cerca de la casa de su mamá a vivir solo. Y por la rendija de la pandereta, veía a su vecina de la casa del fondo… “Hasta que me la robé”, cuenta riéndose. Siempre conversaban a través de la pandereta. En este tiempo ella era menor de edad y tenía 11 años menos que él. Una vez comprando el pan, él le dio un beso, pololearon un tiempo y él le propuso que se fueran juntos. Ella no quería, pero en su casa su padrastro la quería violar. Fue la mamá de ella que lo llamó para que se la llevara. Se escaparon a la casa de la abuela y la tuvo “encerrada” casi dos años, hasta que nació su primer hijo. Tiene cuatro hijos y un nieto y por mucho tiempo no dejó trabajar a su mujer porque como dice: “Soy machista”. Según cuenta, está castigado hace tres meses. Estaba en un módulo y lo mandaron a la calle cuatro, que asegura es una de las peores, con delincuentes comunes y él es traficante y es muy mal visto que él esté ahí. “Ahí hay puros cogoteros… Estoy como pollo en corral ajeno”, dice. El castigo fue porque lo encontraron con un “tubo” (celular) en su dormitorio y le echaron la culpa a él. Nunca explica si el celular era de él o no. Dice que en su calle mataron a un tipo el día anterior. Que lo mataron de una estocada. Que adentro hacen cuchillos de cualquier cosa, que el más chico mide una pierna, que los hacen con todo: madera, fierros de la construcción, de lo que sea. Dice que adentro lo tratan mal, que tiene miedo. Quiere salir de 80

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la calle donde está y volver a la suya. “Estoy ‘psicoseao’ ”. Además extraña mucho a su familia. “Aquí uno está lejos de los seres queridos”. Pero lo más duro es que no deja que sus hijos lo visiten en la cárcel y ni siquiera conoce a su nieto que acaba de nacer. Se comunica con ellos por cartas. “No quiero que mis hijos pasen por esta humillación. Mi sueño es verlos fuera y que todos digan “Mira, ahí va el hijo de ese atorrante, de ese delincuente y mira lo que llegó a ser””, cuenta y llora. Fue detenido unas seis veces antes y, según su versión, el siguiente es su “prontuario”. En 1979 lo detuvo investigaciones por cinco días por una riña callejera. Dejó al otro con lesiones graves: “Lo borré aquí”, dice señalando la cara. En 1984 lo tomaron detenido por marihuana. También estuvo preso cinco días. En 1985 lo detuvo investigaciones otra vez “Por pura buena gente no más… Hasta salimos en los diarios…(se ríe). Estuve en cana cinco días, pero ahí se me manchó la ficha”. En 1996 cayó otra vez por diez días por consumo de marihuana. Hubo una riña callejera frente a su casa, un tipo de investigaciones murió y, según cree, de ahí le “agarraron mala y me prometieron venganza”. Un año más tarde, los que le tenían “mala” le hicieron un allanamiento ilegal en su casa y “le encontraron” 26 gramos de marihuana. Lo acusaron de tráfico y pasó tres meses preso. En el 2003 salió la condena por tráfico: 541 días, firmando una vez al mes, además de 40 UTM de multa. Cuatro días después allanaron su casa en donde encontraron nueve kilos de marihuana. “Esos eran de mi cosecha, no era pa’ tráfico… De vez en cuando… cuando la cosa anda mala…”. De eso han pasado 18 meses y lo condenaron en primera instancia a cuatro años. En la última entrevista con él lo acompañamos a las oficinas de la Corporación de Asistencia Judicial en la Penintenciaría. Son las 16:45 y el abogado le dice que está rematado… El procesado lo mira a los ojos: “¿A cuánto?”, le pregunta ansioso. “A tres y no a cuatro”, le responde el abogado. Él está feliz. Se dan la mano. “Gracias”, le dice al abogado. Sonríe y cuenta que éste ha sido un buen día para él, que le han regalado un libro, cigarrillos, que ha estado aquí y no en su calle, que le han dado muy buenas noticias. Se ve relajado y contento. El abogado y el procesado sonríen y conversan sobre lo que le queda de condena, ya lleva 18 meses dentro. Hablan de “la cuenta regresiva”. Unos minutos más tarde el “rematado” se despide y se va por el pasillo. Lo llaman los gendarmes para “la cuenta”. Antes de doblar la esquina y desaparecer celebra como si hubiera metido un gol a estadio lleno: alza los brazos y con los puños en alto da un salto y festeja. delito: tráfico de drogas.

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v. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidente La defensa

{ la firma “Todos piensan que es fácil ir a firmar, pero se complica cuando hay que hacerse el tiempo. A veces hay que pedir permiso en el trabajo… Y vamos dando explicaciones a todos, y hay personas que no entienden” (Mujer, 32 años, primeriza, con Reforma). En el antiguo sistema procesal el juez, luego de dictar el auto de procesamiento, decidía si aplicar o no alguna medida cautelar, ya sea prisión preventiva o bien una medida no privativa de libertad. Dentro de estas últimas, las más habitual es “quedar firmando”. En la nueva justicia, es el juez de garantía quien toma esta decisión ya sea en la audiencia de control de detención o de formalización de la investigación1. En el capítulo anterior se analiza el significado que tiene para imputados y procesados el paso por la cárcel, en el contexto de medidas cautelares como la detención y la prisión preventiva. En este capítulo se profundiza en la experiencia respecto de las medidas cautelares no privativas de libertad 2 , las que mayoritariamente se traducen en que el imputado debe presentarse periódicamente a firmar ante el tribunal, la fiscalía o carabineros. De acuerdo a las estadísticas contenidas en Anuario Estadístico Interinstitucional de la Reforma Procesal Penal (publicado en junio del 2005) del total de imputados formalizados durante el 2004, sólo el 19,1% fue sometido a prisión preventiva, mientras que, al 41,5%, se le aplicó alguna de las medidas cautelares que no implican reclusión carcelaria3 . En la experiencia de imputados y procesados, el cumplimiento de las medidas alternativas se asemeja, en algunos aspectos, al estar privado de libertad. La restricción a la movilidad, la condena social, la dificultad para mantener una activiimputados - la firma

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dad laboral o de estudios, son algunas de las restricciones que el cumplimiento de estas medidas implican, lo que genera problemas no menores en la vida cotidiana de imputados y procesados. “Yo ahora estoy con beneficio… Tengo que dormir aquí, pero me afecta eso porque uno no comparte con la familia. Además que pa’ no volver tengo que estar trabajando, y dicen que ni me acerque a los testigos ni a los que me acusan” (Hombre, 23 años, primerizo, con Reforma). “Esta experiencia me ha resultado un poco difícil. Yo trabajo y por este delito me tienen firmando una vez a la semana justo en el horario en que yo tengo que trabajar” (Mujer, 24 años, reincidente, con Reforma). Al igual como ocurre con la experiencia de la cárcel, las medidas alternativas se viven como un castigo en sí mismas y no como meros trámites vinculados a la causa. A partir de los resultados de la investigación se observa que durante el proceso, el cumplimiento de estas medidas no se vive como una espera de la sentencia, sino que adquiere un carácter de punición, con dimensiones sociales, económicas y personales relevantes de considerar. Quedar firmando constituye un castigo social asociado a la discriminación. Los imputados dicen que resulta muy complicado, en su mundo laboral y social, reconocer la condición de procesado por el estigma que ello significa 4, ya que son calificados como potenciales delincuentes. “Lo malo de todo esto es desde el momento que te mandan al juzgado, al registro civil y escriben en tu hoja de antecedentes. No se ponen a pensar que tú, con los papeles malos, en ningún lado puedes estar, aunque sea lo que sea” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). “Actualmente estoy sin trabajo y es complicado. Si encuentro un trabajo de día va a ser complicado porque voy a tener que pedir permiso dos veces al mes (para ir a firmar)… También me complica que me pidan mi papel de antecedentes y me digan ‘No, usted tiene sus papeles manchados’. Me da mucho miedo eso” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). Imputados y procesados reconocen que les es muy conflictivo tener que hacer pública su relación con la justicia. Esto les sucede, por ejemplo, cuando piden permisos en horarios de trabajo o transitan por las oficinas del sistema judicial, en el contexto del cumplimiento de una medida alternativa. 84

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“Yo tengo que firmar todos los días sábados en la fiscalía. Y me afecta, porque si hay mucha gente en la fila para firmar llego tarde a la pega. Además me carga ir, me da vergüenza que me vea alguien, no sé, la vecina, alguien que a uno lo conozca (Mujer, 24 años, reincidente, con Reforma). “Al estar procesado uno se siente así como raro, la gente te mira extraño. Cuando voy al juzgado a firmar, tengo que ir una vez al mes, es extraño” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). En directa relación con la sanción social, quedar firmando también constituye un castigo económico para imputados y procesados. Ello se debe a lo difícil que les resulta mantener o conseguir un trabajo y a la vez, ir a firmar en horarios de oficina una o varias veces al mes5 . Tienen que conseguir permisos regulares, lo que muchas veces va en contra del adecuado cumplimiento de las jornadas de trabajo. Asimismo muchos no tienen ni el dinero para movilizarse e ir a cumplir con la medida que les ha sido indicada. “Yo siempre he trabajado en la uva, por allá lejos de la ciudad y ahora que tengo que firmar todos los sábados, ¿cómo lo voy hacer?. Mi pega es fuera y yo no alcanzo a venir a firmar y además hay que pagar locomoción… Eso es mucha plata y si no tengo trabajo, ¿cómo lo hago?” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). “Antes tenía posibilidades de ir a firmar, porque la empresa donde trabajaba me pasaba una moto, entonces para mí no era complicado, con 500 pesos de bencina podía andar por dos días: vai, firmai y te venís. En cambio de Quilicura, hay que tomar dos micros, pa’ devolverse dos micros más, y tení que estar antes de las doce, si no te cierran. Ahora no puedo” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). La firma también es una carga desde el punto de vista personal, porque les recuerda permanentemente que están en una situación conflictiva. El trámite de la firma les genera angustia, ya que es una actualización de su estado y de un conflicto pendiente del cual quieren estar lo más lejos posible, sobre todo si esta situación ha implicado su paso por la cárcel. En definitiva, la firma, como medida cautelar, constituye un castigo dentro de la experiencia del proceso, independientemente si éste se desarrolla dentro o fuera del marco de la reforma procesal penal. Eso sí, se trata de una sanción bastante menor en comparación a la experiencia de estar encarcelado, aunque no por esto imputados - la firma

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deja de tener su propia complejidad y sus propios costos para imputados y procesados. Las percepciones arriba descritas respecto de la firma como punición personal, económica y social tienden a agudizarse en el caso de los primerizos. Probablemente esta misma razón explica por qué los primerizos son quienes cuentan con una mayor disposición a cumplir con esta medida, independiente del sistema procesal penal bajo el cual se esté desarrollando su proceso. Ellos están muy interesados por solucionar definitivamente su situación judicial. “Ya sé que voy a tener que ir a la firma. No sé cuánto tiempo, pero no quiero dejarlo botao. Si no voy, vuelvo a la Peni… Si no firmái te toman preso” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). Por el contrario, imputados y procesados reincidentes son quienes presentan una menor disposición al cumplimiento de la medida de la firma. Este grupo se caracteriza por tener, –o creer tener– “cuentas pendientes” con la justicia. Por lo tanto, piensan, que si aparecen por tribunales, las oficinas de carabineros o por la fiscalía, corren el riesgo de ser detenidos y encarcelados. En el antiguo sistema procesal penal existe una mayor reticencia a la firma, ya que la obligatoriedad en el cumplimiento de las medidas cautelares resulta fuertemente cuestionada. Desde la experiencia de los procesados primerizos y reincidentes, el no firmar (en un escenario sin Reforma) aparentemente no tiene consecuencias. “Como a los 21 años los pacos me agarraron por una bicicleta de un vecino, estuve tres días ‘en cana’. Se supone que tenía que ir a firmar una vez a la semana, pero fui como cinco veces no más. Y no pasó na’, a los cinco años ya tenía los papeles limpios” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). “(…) la última fue como hace un año, hice un mes y tanto y me fui al tiro. Fui al juzgado y me dijeron que estaba procesada, hice un mes y me fui. Me pillaron dentro de una tienda, eran como 200 mil pesos… Ahí quedé firmando, no sé por cuánto tiempo porque nunca fui” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma). Esta falta en el cumplimiento de la medida de la firma aparentemente se explica por el deficiente desempeño del antiguo sistema procesal penal, tema que se verá más adelante. 86

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“Estuve firmando casi un año, y seguía firmando y nadie me decía nada. ¡Imagínate! Yo iba cada 15 días y nadie me decía ‘¿Firmó?’. Estuve un año constantemente firmando. ¿Para qué seguir otro año si nadie te dice nada?” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma)

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La mechera Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma

Una tarde llegó la policía a su casa: “¿Dónde está el Flaco?”, le dicen. Ella no puede contestar. No habla. Estaba tirada en la cama drogada. Encima de las sábanas había pasta base y marihuana. Su conviviente estaba en el patio, buscando algo para hacer una “pipa” de pasta base y, al sentir a la policía, arrancó. Ella fue detenida de inmediato. Su proceso es por tráfico ilegal de drogas y tenencia ilegal de armas de fuego. Ella asegura que sólo es adicta a las drogas. “Empecé fumando marihuana como a los 20, después seguí con más, pero yo soy adicta, no traficante”, insiste. La vida se la gana como mechera (hurtos en tiendas comerciales). Tiene cinco procesos en el sistema antiguo por hurto y dos en el nuevo sistema. En el dedo anular de su mano izquierda tiene un pequeño tatuaje en forma de caballo de mar que se hizo para tapar las iniciales de un antiguo pololo. Toma medicamentos para controlar su carácter y la depresión. Por eso un día, cuando estaba muy angustiada, le pidió a un gendarme que le comprara “copete”. Se emborracha y se golpea haciéndose daño. Luego de un sumario interno, trasladan al gendarme a otra cárcel. Sus mejores recuerdos son entre los siete y nueve años. Le gustaría haberse quedado niña y no crecer y, al hablar de ese tiempo, se ríe con facilidad de las anécdotas que recuerda. Como una vez en que estaban con sus hermanos rezando, pidiendo porque a la muñeca “no se le gasten las pilas por favor diosito” o “te ruego que mi papi me compre un autito” o cuando la mamá les “tira un garabato” para que todos se queden dormidos. O cuando tuvo un accidente andando en bicicleta y se cortó la punta del dedo gordo. Para hacerle las curaciones le cortaron la punta 88

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del bototo con el que tuvo que andar un buen tiempo. Los vecinos la molestaban y le cantaban “bototos rotos”. Un día le dio tanta rabia que lo lanzó cayendo en el techo y luego dentro de la olla con comida de la vecina, porque la ventana estaba abierta. En la adolescencia su vida cambia. “Entre los trece y catorce años mi papá se fue de la casa. Mi mamá tuvo que mantenernos y nadie nos ayudó. A esa edad conocí yo el hambre, la pobreza y vi el sufrimiento de mi madre. Por eso mis dos hermanas grandes se hicieron prostitutas, yo me hice ladrona y mi hermano delincuente, cuenta. En primero medio se dedica a robar. Pero por la insistencia de su madre sigue sus estudios en una academia en que hacen dos cursos en un año. Ahí conoce a una amiga que le presenta un “caballero” dueño de una joyería. Una tarde ella se queda cuidando el local y roba un par de anillos de oro, la detienen, la expulsan del colegio y, según cuenta, la actuaria de aquel entonces le hace elegir entre irse a un internado o tomar un trabajo estable. Se consigue un puesto en una fuente de soda. “Pero el jefe era pasado de listo y un día se tiró a agarrarme el trasero y le tiré una olla con caldo y me echó”, dice. Desde ese episodio que nunca más trabajó. Ahí se dio cuenta que tenía habilidades para robar. “Con esto me he dado los lujos y los gustos que he querido. No me puedo quejar” cuenta. “Para sobrevivir trabajo como mechera, busco hombres que me mantengan o mi papi me manda plata desde el extranjero, es que él es lanza internacional. Para mí robar es igualito como quien se levanta y va a trabajar. Lo que no me gusta de esto es la cárcel, cuando los pacos te pegan, pero me gusta ganarme la plata fácil. Me hubiera gustado ser azafata y ser alguien en la vida, pero no me arrepiento de lo que hago, porque así he podido sobrevivir. En la Biblia dice que robar es pecado, por eso yo le pido a Dios de corazón que me de un hombre para que me mantenga, no importa si tengo que hacer las cosas de la casa: lavar, cocinar, el aseo… Pero un hombre que me valore como mujer, no como ladrona. Porque los hombres que he tenido se han aprovechado de mí por mi capacidad”. Ahora tiene una pareja que conoció “tras las rejas” y que le dijo: “No llore porque las lágrimas no van a dejarla ver la estrellas cuando se esconda el sol”. Él tiene 23 años y está procesado por el antiguo sistema. Dice que la ha tratado muy bien, que la ha ayudado con su depresión y también económicamente porque no tiene nadie que le traiga alimentos y útiles de aseo. La madre de él la visita una vez al mes y le trae “algunas cositas”. Se comunican casi todos los días a través de cartas. Pero aunque volvió a “creer en el amor”, no quiere tener hijos: “Para que no sufran como yo”. Otra de las personas que la ha ayudado es una gendarme, con quien puede hablar y desahogarse de vez en cuando y quien le recomendó que abriera una libreta de ahorro para guardar el dinero que ha juntado con el trabajo que hace imputados - nombre capitulo

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en la cárcel, que es armar cambuchos de papas fritas. Pero lejos, según confiesa, lo peor que le ha pasado es ser drogadicta y “recordar todos los días que mi madre murió en la cárcel”. La primera vez que fue imputada en el nuevo sistema tuvo problemas con su defensor. Según cuenta, una vez que le dictaron sentencia ella le pidió que apelara y él le dijo que no tenía que decirle qué hacer, porque ella era “la delincuente” y él el profesional. Por eso pidió cambió y ahora tiene una defensora que califica con nota siete. Una de sus agendas que le fueron entregadas para la investigación dice lo siguiente: “Hoy en la mañana fuimos a la cancha, almorzamos y reposamos. Después en la tarde hice ejercicios, después me duché, me puse a dormir y cuando de repente golpearon la puerta y era el hombre que me tiene acá (“el Flaco”), que me avisó que llegó en comisión y que lo habían pillado robando en el mall. Al rato entré en una crisis de pánico y tuvieron que llevarme al hospital y era sólo por los nervios. Me inyectaron diazepán y el médico dijo que tenía que seguir tomando todos los remedios de salud psiquiátricos y los antidepresivos, después me trajeron de vuelta y al rato me dormí”.

delito: tráfico de drogas y tenencia ilegal de armas.

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vi. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidentes La defensa

{ reincidentes “Con la Reforma es más difícil salir en libertad. Igual creo que es mejor para la sociedad, para que se castigue a los que verdaderamente cometieron un delito” (Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma). En este capítulo se profundiza en la experiencia de los reincidentes procesados bajo el sistema antiguo, y que también han sido imputados bajo la nueva justicia criminal. El interés de ahondar en ellos obedece a que, en estricto rigor, son los únicos capaces de comparar la vivencia del proceso en uno u otro modelo. El primerizo sólo conoce el sistema en que es imputado o procesado; lo mismo ocurre con quienes han sido reincidentes sólo bajo un régimen de justicia penal. A esto se suma, que haber pasado por ambos sistemas, indica que probablemente se trata de personas que están más cercanas a realizar actividades delictivas como una forma de vida (sea como delincuentes comunes, como traficantes, u otro). Por esto, no sólo se indaga en su evaluación de ambos sistemas en términos del trato y las condiciones que enfrentan. Sino que además, se analiza cuál sistema perciben ellos que restringe y limita más sus posibilidades para seguir realizando actividades delictivas. La pregunta que se busca resolver es ¿qué forma de procesamiento inhibe de manera más efectiva la actividad delictiva, desde la perspectiva de quienes la realizan? Esta comparación entre ambos sistemas debe ser tomada con precaución, porque los imputados entrevistados aún no tienen resuelta su situación judicial. En la mayoría de los casos está aún en etapa de investigación, mientras que su proceso en el sistema antiguo ya ha concluido. Es evidente que el resultado del procedimiento es crucial al momento de evaluar la experiencia en una y otra justicia penal imputados - reincidentes

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y en este sentido se está comparando un sistema que conocen de comienzo a fin, con uno donde probablemente no tienen todavía una decisión final sobre su caso. Por esto, los resultados aquí presentados tienen que ser considerados como preliminares o bien como hipótesis posibles que necesitan ser investigadas con mayor profundidad para determinar su alcance1. Lo primero a destacar es que los reincidentes valoran positivamente la Reforma por la mayoría de los cambios analizados en los capítulos anteriores. Estas transformaciones las asocian a recibir un mejor trato por parte de los actores e instituciones del sistema (particularmente policías, gendarmería y tribunales), que ser detenido deja de ser sinónimo de estar cinco días encarcelado –yendo diariamente a tribunales– y contar con una defensa desde que se inicia un procedimiento en su contra. “Prefiero el sistema actual, porque ahora los defensores defienden a los imputados. El trato es mejor, ya no se puede agredir físicamente y psicológicamente y el alimento en la cárcel también es mejor” (Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma). “Antes, yo lo único, era estar con el actuario, nada más que él. Nunca tuve un abogado, puro declarar y careos, careos. El actuario le decía a uno la sentencia, pero pasaba mucho tiempo antes que eso pasara… Póngale seis meses, ocho, no sé... mucho tiempo. Los pacos también eran violentos, cuando te agarraban, te pegaban y después te pasaban a tribunales y de ahí a la cárcel derechito. En cambio este nuevo proceso es mejor, más rápido y uno no tiene que estar en prisión mientras espera la sentencia. Además no siempre uno queda preso, también está la firma o dormir acá” (Hombre, 36 años, reincidente, con Reforma). Respecto del mejor trato que reciben los imputados, hay opiniones que sostienen que la Reforma Procesal Penal estaría beneficiando a quienes se dedican a delinquir. Esta afirmación se inserta en un escenario de intenso debate respecto del impacto que tendría sobre la seguridad ciudadana, específicamente en relación a la disminución de la criminalidad. Bajo esta perspectiva, el nuevo sistema procesal introduciría cambios que favorecerían el desarrollo de la delincuencia, en tanto cautela el cumplimiento de una serie de garantías para los imputados, dificultando así una eficiente persecución del delito. A la opinión anterior se opone la perspectiva que afirma “que la mejor organización del sistema de obtención de pruebas y de preparación de casos permitirá no 94

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sólo superar los mayores obstáculos representados por el aumento de garantías, sino también incrementar el porcentaje de casos en que el sistema brinde una respuesta satisfactoria”2 . Es decir, que la Reforma podría ser más efectiva en la persecución del delito, en la medida que supera la rigidez y el ritualismo característicos del sistema inquisitivo, mediante una organización mucho más flexible. Esta flexibilidad se traduciría en que el Ministerio Público puede diseñar y corregir sus métodos de trabajo; discriminar la persecución según la gravedad de los delitos y las posibilidades de éxito; tener una relación más flexible y dinámica con las policías; y realizar una mejor recopilación, sistematización y uso de la información3 . La evidencia recogida por este estudio está en línea con esta última interpretación. De hecho, según la percepción de los propios imputados, el sistema inquisitivo es mucho más propicio para la actividad delictiva. Desde su perspectiva, un delincuente que “trabaja” en delitos relativamente poco graves, sabe que si es detenido por la policía su castigo será pasar cinco días en la cárcel y luego será puesto en libertad bajo fianza 4 . Y si se trata de delitos más graves, está la opción de intentar influir sobre el actuario. “[Sistema inquisitivo] Ahora la regla general es la prisión preventiva. En cambio, con la Reforma, va a haber otras medidas. Es bueno para el primerizo, pero es malo para el profesional en el asunto. Para los profesionales del delito es más complejo” (Postulante, CAJ, sin Reforma). Si bien se requiere de una investigación para determinar con claridad las razones de esto, los imputados reincidentes sostienen que la Reforma dificultaría la permanencia en la actividad delictiva. Preliminarmente esto podría ser explicado por el mejor registro que lleva el Ministerio Público de los imputados y sus delitos5 (que implica una efectiva capacidad para acumular causas asociadas a un mismo imputado); menor burocracia y susceptibilidad de corrupción al desaparecer la figura del actuario, quien concentraba una serie de funciones como interrogar, conducir los careos, rondas de reconocimiento y tipicación del delito. “La conozco hace harto tiempo, porque llega siempre. Yo llevo cuatro años acá y los cuatro años la he visto llegar. Siempre por hurto. A veces se queda cinco días, a veces un mes o dos meses, porque le acumulan las causas. Tiene hartas causas. Y puede pasar un mes, dos, seis, que no la veo, pero siempre llega. Sale bajo fianza y después vuelve” (Gendarme, sin Reforma). imputados - reincidentes

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“El nuevo sistema es más engorroso y el proceso de investigación es muy largo. Antes eran sólo cinco días para investigar, ahí tuve una mejor experiencia, pero ahora llevo mucho tiempo de cárcel. Yo creo que son bien diferentes los sistemas. El juez estaba en un nivel superior al resto, ahora como que hay una mayor igualdad. Además, igual es más transparente ahora, pero para uno como delincuente es malo, pero para los demás es bueno” (Hombre, 23 años, reincidente, con Reforma). En síntesis, quienes conocen ambos sistemas consideran mejor el trato que reciben con la Reforma, pero prefieren el sistema inquisitivo para poder seguir delinquiendo. La nueva justicia les garantiza ser tratados en forma más digna, pero paralelamente les significa una mayor persecución penal por los delitos cometidos6.

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“Antes había estado en la cárcel unas diez veces, siempre por cinco días” (Mujer, 19 años, reincidente, sin Reforma)

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El reincidente Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma.

Él tiene más de veinte cicatrices de cortes en los brazos. En cada una de las tres entrevistas que se le hicieron da versiones distintas con respecto al delito que se le acusa. En la primera sesión intenta demostrar que es un joven fuerte. En la segunda, se le ve muy angustiado (“psicoseao”), dice que ha pensado mucho en que va perder su juventud en la cárcel. En la tercera entrevista está mejor, pero más delgado y en sus brazos hay más y recientes cortes. Su madre, una consumidora de pasta base, dejó a sus cuatro hijos dispersos entre sus parientes. A él le tocó vivir con su abuela. Estuvo con ella hasta los 16 años, cuando parte rumbo al norte siguiendo el consejo de unos amigos: “Allá hay plata”, le dicen. Ahí se instala en residenciales y roba para pagar sus gastos y su consumo de droga. Al describir a su abuela él no encuentra palabras para expresarse, pero se entiende que representa todo para él, incluso que sin ella no sabría qué hacer. A su padre lo mataron frente a él cuando tenía 12 años. En la calle unos sujetos le pidieron una plata que les debía y, en medio de la pelea, un tipo le da un corte profundo en el estómago; “lo vaciaron”, recuerda. El shock fue tan grande que no lloró. A los 14 años, se encontró con esos mismos tipos y con una “22 corta” les disparó en las piernas. “Tiré el arma y me fui caminando. Jamás me persiguieron por eso”, dice. Le da rabia lo que le pasó a su papá, pero más que nada, le da rabia que él jamás le haya dicho lo que hacía. “Él era ladrón, igual que yo, hasta estuvo en España trabajando”. A los 14 años también probó por primera vez la pasta base. “Nunca jugué con un auto” y le cuesta recordar una anécdota de niño. Después de mucho pensar, se acuerda cuando aprendió andar solo en una bicicleta que robó en una plaza. Los dueños se la quisieron quitar, pero “Hice el medio atao y no la solté”, cuenta. Cree que los dueños de la bicicleta, al verlo tan chico, sucio y solo les dio pena. Se subió una y otra vez hasta que logró pedalear “De ahí nadie 98

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podía sacarme la risa de la cara…¡Había aprendido a andar en bici solo!”, cuenta emocionado. En primero medio deja de ir a la escuela. “Tuve un atao con un compañero que me quería pasarme a llevar en la fila del desayuno”, lo golpeó con un extintor en la cabeza. “A la escuela iba a puro desordenar, peleaba mucho, me escapaba a fumar marihuana”. Desde adolescente siente que es una persona exaltada, temperamental y que no entiende sus constantes y bruscos cambios de ánimo. Antes de la cárcel estuvo cuatro veces en un centro de menores por robos en casas, pero siempre fue declarado sin discernimiento, “Es que tengo música, soy bueno pa’ meter cuento”, dice. Y explica que su predilección por robar casas es porque no puede distinguir en la calle y, a simple vista, entre quienes tienen dinero y quienes no. “Tenía que estar preocupao que no fuera gente pobre pa’ robar. ¡Cómo le iba a estar quitando la plata a la gente pobre, si apenas tienen pa’ ellos!”. Su abuela siempre supo cómo él conseguía dinero. Y lo aceptaba. “La única vez que trabajé fue unas horas en un taller mecánico en que me pagaron pa’ cuidar el lugar. Me gasté toda la plata en droga… Me carga que me manden, por eso no me gusta trabajar. Sé que robar es malo, pero no puedo evitarlo, estoy acostumbrado… Además es adrenalina. Nunca me ha faltado nada, he tenido de todo: drogas, amigos, cigarros, mujeres, ropa… Aunque me han faltado los amigos de verdad”. No tiene hijos –no le gustan mucho los niños– pero quiere tener por lo menos uno. Y si lo tiene, dice que jamás le diría que no robe, “porque eso va en uno”. Aunque sí cree que le daría algunos consejos, como por ejemplo: “Podís robar, pero hasta cierto tiempo no más… De los 12 hasta los 18”. Ahora que está preso tiene pareja: “Ella me vuelve loco”, dice. Ella tiene su misma edad y la conoció hace dos años en la feria. Esa vez él le pidió prestada la mochila para robar y al regresar ella le preguntó que de dónde sacó las cosas que estaban al interior del bolso: “No me preguntís nada, dame la mano y camina conmigo”, le dijo él y desde ahí que son novios. Aunque terminaron una vez porque él fue infiel. La razón de su procesamiento es robo con violación en calidad de coautor, grado consumado. Durante las sesiones jamás habla de la violación, da distintas versiones, se contradice, sus relatos son confusos y siempre insiste en que es inocente. En el expediente, y según las declaraciones de las víctimas, él, junto a otro individuo, habría asaltado a dos menores de edad, los que luego de robarles fueron violados por el otro sujeto con la ayuda de él. La fiscalía ha pedido diez años de cárcel por su delito. delito: robo con violación en calidad de coautor, grado consumado.

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vii. Perfil del imputado Detenido Tribunales Encarcelado La firma Reincidentes La defensa

{ la defensa “La labor del defensor en el sistema antiguo era elemental, en cambio ahora es esencial. Antes, muchas veces el defensor no tenía ningún nexo con el imputado. Por el carácter escrito del sistema a veces ni siquiera lo conocía” (Defensor). Hasta ahora se han revisado paso a paso las etapas que enfrentan procesados e imputados, desde su detención hasta que quedan sujetos a alguna medida cautelar. Durante este camino existe un elemento que afecta de manera transversal su experiencia: la defensa. Contar o no con una defensa y las características de ésta, incide fuertemente en cómo viven, tanto la condición de ser imputados o procesados, como cada una de las fases que ésta conlleva. A partir del análisis de las vivencias de los involucrados, surgen cuatro grandes diferencias sobre cómo opera la defensa en uno u otro sistema procesal. La defensa que reciben los procesados en el modelo antiguo se caracteriza por tener una cobertura parcial, ser designada, inexperta, llevada a cabo en relevos y ser escrita. De manera opuesta, con la Reforma la defensa se vuelve universal, elegida, experta, sin relevos y oral. Al comparar las experiencias en ambos sistemas, es evidente que los procesados resienten las características de la defensa del modelo inquisitivo. Por otra parte, los imputados bajo el nuevo sistema procesal relatan una mejor experiencia respecto de su defensa. Sin embargo, hay algunos problemas que manifiestan tanto los procesados como los imputados. A continuación se caracterizará la experiencia de la defensa bajo el antiguo sistema, para luego identificar los cambios que introducen la Reforma y las consecuencias de éstos. imputados - la defensa

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La defensa en el sistema inquisitivo Cobertura parcial La primera característica de la defensa bajo el antiguo sistema, que afecta negativamente a los procesados, es que la gran mayoría de ellos no tienen acceso a ésta, a pesar de ser un derecho. En la práctica, esto significa que viven el proceso con una sensación de vulnerabilidad 1. “En la hoja de mi libertad bajo fianza salía el nombre de un abogado y cuando fui a firmar le pregunté a la actuaria que cómo podía contactarme con él para ver qué hacer, qué pasos seguir, porque yo no tenía idea. ‘Sí –me dijo– lo puedes contactar, pero él no te va a recibir. No va a seguir tu caso’. Llamé al número y el numero no existía” (Mujer; 24 años, primeriza, sin Reforma). Esta insuficiente cobertura se debe básicamente a la falta de medios de la Corporación de Asistencia Judicial (CAJ), que es la institución encargada de dar asistencia jurídica gratuita a personas de escasos recursos en diversas materias judiciales, que no sólo son las penales. Por lo tanto, si bien la ley consagra el derecho a la defensa de toda persona, en la práctica está lejos de ser así. La Corporación debe asegurar que sus beneficiarios sean efectivamente personas de escasos recursos. En el caso de quienes están en prisión preventiva, el solo hecho de no tener los medios económicos suficientes, da la opción de acceder directamente a la defensa. Esto, en teoría, pues la práctica muestra que tampoco es así. Los procesados que no se encuentran sujetos a prisión preventiva, deben documentar su situación socioeconómica para determinar si pueden ser atendidos por los profesionales de la Corporación. De esta manera, una asistente social de la CAJ aplica una ficha de clasificación, en base a una entrevista y a una serie de documentos, como por ejemplo: avalúo fiscal de la vivienda, liquidaciones de sueldo, cargas familiares, certificado de afiliación a Isapre o Fonasa, AFP, etc. “Llegué a recepción de la corporación y me preguntaron a qué venía, y yo dije que venía por un problema judicial. ‘Ya, espéreme un segundo’. Me hizo pasar donde una asistente social, ella me pidió los datos completos de mi familia, y me preguntó si yo tenía antecedentes” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). 102

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Sólo si la evaluación de la asistente social indica que el procesado está dentro de la competencia de la CAJ, y si no hay otros impedimentos para atenderlo –como tener abogado particular o que la CAJ sea querellante en su caso– la causa es acogida y se le asigna un abogado defensor y un postulante. Este último es quien efectivamente tramita su defensa. Es importante destacar que son defendidos por la corporación únicamente quienes realizan una serie de gestiones al respecto. Estos trámites dificultan y retrasan el acceso a la defensa, por lo tanto los procesados pueden pasar un buen tiempo antes de contar con alguien que los defienda. En esta lentitud también contribuye la falta de conocimiento de los procesados respecto de la existencia de la corporación; lo que refleja la escasa o nula información que reciben de parte de los actores del sistema sobre su derecho a la defensa. Sin embargo, que los procesados busquen por su propia iniciativa la asistencia legal de la corporación tiene como efecto positivo que, al menos en principio, existe una mayor disposición a colaborar con ésta. Abogada: “¿Y hace cuánto que estás aquí?” Interno: “Como hace ocho meses, es que no había conseguido permiso pa’ venir pa’ acá“ (Ex-Penitenciaría, observación). “Hace dos años que pasó esto. Me acerqué a ellos hace poco. En las elecciones, una de las candidatas a las elecciones municipales (2004) me presentó una asesora jurídica gratis y yo le conté que tenía este problema y me dio varias direcciones. Ahí conocí el área de abogados de la corporación. Ella me dijo todo de cómo llegar allá” (Hombre, 21 años, primerizo, sin Reforma). “Yo no entendía qué significaba procesada, así que, con la ayuda de una amiga, llegué a la Corporación de Asistencia Judicial, para que un abogado me orientara. En julio empecé y a mí me detuvieron en mayo. Estuve dos meses sin nada” (Mujer, 24 años, primeriza, sin Reforma). “Pa’ conseguir abogado hablé con la seño, la gendarme, y luego con la asistente social y consiguió la abogado de la Corporación” (Mujer, 21 años, primeriza sin Reforma). “Fui al asistente social y le expliqué mi caso. Que yo estaba sin mi familia acá, y que necesitaba un abogado de la corporación. Es que mi mamá imputados - la defensa

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no está bien de situación como pa’ ponerme un abogado” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). La cobertura parcial de la defensa no sólo se refiere a la baja proporción de procesados que abarca, sino también a la duración y realización de ésta. En términos concretos, los procesados pueden acceder a la defensa sólo una vez que se dicta el auto de procesamiento y, a su vez, ésta sólo se ocupa de la contestación de la acusación y de la apelación de la sentencia. Es decir, no se trata de una defensa integral que aborde el procedimiento desde su inicio hasta su fin, sino que se concentra sólo en dos instancias. Esto es muy resentido por los procesados, especialmente por la indefensión que viven mientras el tribunal decide si someterlos o no a proceso. Pues en todo ese período se enfrentan solos al actuario y, además, generalmente están privados de libertad.

Designada Una segunda característica de la defensa en el sistema inquisitivo es que ésta es designada. Es decir, la corporación asigna un abogado y un postulante a cada caso, sin importar la opinión de los procesados. Ellos enfrentan esto con resignación y conformidad, ya que se trata de un servicio gratuito y quienes lo realizan –postulantes– lo hacen sin obtener ganancia alguna. En este escenario, dicen que no están en condiciones de exigir un buen servicio, sino que sólo les cabe aceptar lo que reciben. “¿El abogado? –(sonríe y sube los hombros)– Es lo que hay no más” (Hombre, 48 años, reincidente, sin Reforma). “Yo no podría pedir más, dentro del contexto que estamos hablando. Un servicio estatal, gratuito, donde tienen mucha carga de trabajo. Tiene como 80 casos aparte del mío. Es una abogada que está terminando los estudios, en ese contexto le pongo un 6,8. Ahora, si yo pagara, le exigiría muchas más cosas” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma). “¿Que qué quiero?... Plata pa’ pagarme un abogado, porque los abogados pagados pueden defenderte más” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). “Después de la condena quiero ver la posibilidad de poner un abogado de la calle. Yo creo que si la que tengo ahora no hubiera faltado el día 104

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que subí a la corte, ya podría estar en libertad” (Mujer, 21 años, primeriza sin Reforma). No tener injerencia respecto de quien tramita la propia defensa, es vivido por los procesados como una nueva situación de asimetría de poder, en el sentido que otros deciden respecto de ellos.

Inexperta Una tercera característica de esta defensa es el carácter inexperto de quienes la realizan, ya que es ejecutada principalmente por postulantes y no por abogados. Los postulantes son alumnos egresados de Derecho, que tienen la obligación de hacer su práctica en la CAJ para así poder obtener su título de grado. Durante este período son supervisados por los abogados de la corporación, quienes los orientan en los casos y luego evalúan su desempeño. “Es difícil. Yo he escuchado a los procesados que ven a los postulantes como muy jovencitos, recién egresados” (Abogado CAJ, sin Reforma). “Yo no soy abogado. Soy sólo tramitador de las causas y trato que lleguen a buen término en la medida de lo posible” (Postulante CAJ, sin Reforma). “La carga de trabajo se la lleva el postulante, pero cuando uno tiene que presentar una contestación los abogados te la revisan” (Postulante CAJ, sin Reforma). Desde este punto de partida, se hace evidente que la calidad de la defensa es exigua. Una primera razón es la falta de conocimiento en las áreas penal y procesal de los postulantes, que son alumnos recién egresados de Derecho y, por tanto, no cuentan con mayor especialización en estas materias. A esto contribuye que las universidades tienden a no privilegiar esta área en sus planes de estudios. Esta deficiente formación perjudica directamente a los procesados, pues lleva a que los postulantes muchas veces cometan errores, cuyos costos son pagados íntegramente por aquellos. “La gran mayoría llega con mucha ignorancia y es razonable. Una sabe por los años de experiencia. En general, Derecho Penal en las uniimputados - la defensa

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versidades es el pariente pobre, se pasa un año, un año y medio, en cambio Derecho Civil dura cinco años. Además con universidades nuevas… Depende del énfasis que le den al Derecho si pasan o no Penal. Y con la llegada de la Reforma más aún, incluso ahora último han llegado de algunas universidades que no han visto procedimiento penal, porque como viene la Reforma... Ahora con la Reforma Procesal en muchas universidades pasan lo que va a venir, pero no como trabajamos en la actualidad” (Abogado CAJ, sin Reforma). “Hoy mismo me dijeron que la corte me había negado la fianza. Pero yo no entendía na, porque hasta donde yo sabía, la abogada de la corporación no había pedido la fianza. Pero cuando llamé me enteré que todo esto es porque ella no había presentado todos los papeles pa´ la fianza… Uno no entiende na’” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma). “La postulante me tenía que ir a apelar el día viernes y no me fue a apelar porque se le había muerto la abuelita. Como no me apeló, el sábado ya me dijeron que la corte no me quiere dar la libertad, así que ahora voy a tirar un escrito” (Mujer, 21 años, primeriza, sin Reforma). “Mi relación es buena, pero adonde es jovencito es como muy inseguro. Pero yo le digo ‘¡Póngale empeño! ¡Defiéndame! Trate de estudiar alguna base pa’ que tenga pa’ defenderme. ¡Si usted sabe más!’. Pero lo encuentro bien inseguro... Es muy tímido, si él conmigo es así, ¡Cómo será en la corte, cuando tiene que alegar!” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). Los tribunales, por su parte, tampoco contribuyen a atenuar las deficiencias de los postulantes. Por el contrario, la evidencia indica que muchos se aprovechan de su inexperiencia para demorar o dificultar su atención cuando concurren a realizar trámites relacionados con las causas que defienden. Un ejemplo de esto es que una vez aprobada la solicitud de conocimiento del sumario, tienen que pedir al actuario que les saque fotocopia de éste. En la práctica esto les significa encontrar un actuario dispuesto a sacar las copias, que las saque bien y, por último, ¡que cuente con una fotocopiadora que funcione! Otro ejemplo es que cada tribunal organiza su propio funcionamiento, lo que se traduce en que tienen distintos horarios de atención al público, y esto constituye una dificultad adicional para los postulantes.

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“Para empezar, cada tribunal tiene su horario. Teóricamente es de 08:00 a 14:00 horas, pero cada uno fija un horario de acuerdo a su conveniencia. Cuando atienden público, ven a imputados, testigos, etc., entonces a los postulantes, por lo general, no los atienden, y el chiquillo tiene entre noventa y cien causas. Otro problema es sacar copia del expediente. Hay una o dos fotocopiadoras, que no siempre funcionan o están ocupadas en otra cosa” (Abogado CAJ, sin Reforma). Los postulantes muchas veces no sólo adolecen de un adecuado manejo de materias procesales y penales, sino que también desconocen los elementos propios de la cultura delictual, como sus valores, códigos de conducta, formas de proceder, entre otros. Esto afecta especialmente su capacidad de relacionarse y de lograr una adecuada comunicación y confianza con los procesados que defienden. “Para poder entender a los internos uno tiene que llevar tiempo en el medio. Incluso el mismo lenguaje que usan varía mucho, porque es una forma de seguridad entre ellos. ‘Vengo chavado’, por ejemplo, es vengo confesado” (Abogado CAJ, sin Reforma). “A mí me pillaron ese químico y el postulante tampoco pregunta si usaba el químico pa’ consumo. Me están acusando que yo fabricaba droga. Y claro, pero no para vender. Y él, como no se mete tanto en el tema, no sabe cómo se hace el crack y todo. No investiga. Yo creo que eso es lo que le falta: meterse un poco más en el tema, pa’ hablar con base allá en el tribunal” (Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma). Los postulantes también provienen de un entorno radicalmente distinto al de la mayoría de los procesados. Son estudiantes universitarios egresados de Derecho, lo que significa que tienen un alto nivel educacional y que en su mayoría vienen de familias que cuentan con cierta solvencia económica para financiar sus estudios. Entonces se evidencia una gran brecha socioeconómica y cultural entre postulantes y procesados, que se traduce en dificultades de comprensión, comunicación y de creación de confianza. Se trata del encuentro de dos mundos que tienen poco y nada en común. “Los postulantes de repente dan información en un lenguaje súper técnico. Pero la realidad es hay que hacer un esfuerzo de dar esa informa-

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ción en forma más detallada, para que el interno entienda de qué les están hablando” (Asistente social CAJ, sin Reforma). Además, muchos postulantes realizan la práctica en la corporación sólo porque es un requisito para obtener el título de abogado y, por tanto, para gran parte de ellos la justicia penal no es su área de interés2 . Y si bien hay postulantes altamente motivados con su labor, también hay muchos a los que les falta convicción y compromiso. El punto aquí es que la obligatoriedad de la práctica –más aún si se realiza en un área que en que no se interesan– no constituye un incentivo real para una defensa de calidad. “Yo no tengo nada que ver con el mundo penal. Es más, no entiendo por qué la corporación me puso en esta oficina, si no tengo nada que ver con el mundo penal. Me interesa lo civil y lo comercial” (Postulante CAJ, sin Reforma). “Hay muchos que no quieren penal e igual los mandan a una oficina penal. Por lo tanto vienen de mala gana, y su práctica necesariamente no va a ser feliz ni contenta” (Asistente social CAJ, sin Reforma). A esto se suma que los postulantes no perciben ningún ingreso por hacer su práctica en la CAJ. Esta situación genera un importante desincentivo para que realicen una defensa de calidad, ya que mientras más se preocupan por sus defendidos –por ejemplo concurriendo a tribunales o entrevistándose con ellos– mayores son los gastos que deben solventar (transporte, fotocopias, etc.). Además, como se ven sometidos a una gran carga de trabajo3 , sus posibilidades de generar otros ingresos son escasas. En definitiva, el período de práctica es un período de fuerte inversión o gasto –según la perspectiva de cada uno–. “Ellos gastan mucha plata y tienen muchas exigencias. No hay una coherencia entre lo que se les da y lo que se les exige, está muy polarizado. Ni siquiera tienen infraestructura… Para pillar un computador es una lucha” (Asistente social CAJ, sin Reforma). “La práctica significa casi no poder desempeñar otra actividad aparte de ésta. Para mí es tremendo, es súper complicado llevar esto… Para una persona que tiene responsabilidades, que tiene una familia. ¡Es tremendo, son seis meses en que no se perciben ingresos!” (Postulante CAJ, sin Reforma). 108

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Asimismo, esta fuerte carga de trabajo –junto al carácter escrito de la defensa como se verá más adelante– incide en un contacto esporádico con los procesados. Quienes se sienten abandonados en su defensa. “Con mi defensor me he reunido varias veces, he venido a molestarlo varias veces. Él no me llama, vengo yo, vengo yo, vengo yo… Siempre a preguntar y él me dice que tengo que esperar” (Mujer, 48 años, reincidente, sin Reforma). “A mi abogada casi nunca la puedo contactar, además como que le faltan más armas para defenderme, más tiempo” (Hombre, 37 años, primerizo, sin Reforma).

En relevos El período de práctica en la CAJ dura seis meses, que equivale a un sexto o un séptimo de la duración promedio de los procesos en el sistema inquisitivo. Esto genera que la defensa se desarrolle en un sistema de relevos, donde una misma causa va siendo transferida de un postulante a otro a medida que van cumpliendo su tiempo de práctica. A esto se suma que la CAJ también organiza la atención en relevos. Así, las oficinas de los centros penitenciarios, concentran su defensa en lograr la libertad bajo fianza. Una vez lograda la libertad, las causas son derivadas a las oficinas de medio libre. Ambas situaciones atentan contra la unidad de la defensa, en tanto las causas y los procesados pasan de postulante en postulante y de una oficina a otra. Desde la experiencia de los procesados, esto es decepcionante. Cada nuevo postulante, significa partir de cero, contar una vez más los acontecimientos, explicar las gestiones realizadas, etc. La rotación genera cansancio, distancia y desconfianza hacia la defensa. Y así, la motivación inicial que los llevó a buscar la defensa, tiende a perderse cuando desaparece el postulante en quien confiaban y aparece una persona nueva y sin ninguna experiencia. “Antes tenía a otro abogado y ahora uno nuevo. Pero no me gusta... Ya se fueron los dos que venían conmigo, y yo sigo aquí… y no fui yo…” (Mujer, 48 años, reicidente, sin Reforma). “Te llega la causa de un postulante anterior y muchas veces no terminas imputados - la defensa

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la causa durante tu práctica y la pasas a otro estudiante. Los imputados se encariñan, les molesta el quiebre y que su caso pase a otra persona que no conocen” (Postulante CAJ, sin Reforma). “Ella me llamó y me dijo que iba a terminar su práctica y que otra persona iba a tomar mi caso. Con eso estoy totalmente desmotivado, ella me conocía. Ahora lo va a tomar otra persona junto con 80 casos más, y ni siquiera es remunerado” (Hombre, 30 años, primerizo, sin Reforma).

Escrita En el sistema inquisitivo todo el procedimiento se basa en la presentación de escritos. La defensa no es la excepción, por lo tanto ésta también se caracteriza por muchos de los elementos que mortifican a los procesados: lentitud, burocracia, poca transparencia, invisibilidad, etc. Además, significa que no es necesario interactuar regularmente con ellos para defender sus causas. Esto los afecta, porque viven su paso por la justicia como algo misterioso y oculto, que parece no avanzar y donde, además, tienen escaso contacto con quien está encargado de defenderlos. Asimismo, para los postulantes es menos motivador defender los casos sin conocer a sus clientes. “Antes, los abogados lo único que hacían era contestar la acusación. Muy rara vez iban a visitar al procesado privado de libertad, en algunos casos ni siquiera lo conocían. Ahora el imputado siempre va a estar acompañado en las audiencias con su defensor. Nunca va a tener que enfrentar solo nada, siempre va a tener el respaldo del defensor” (Defensor, con Reforma). “Yo defiendo mejor las carpetas con cara. Lo que más me motiva a dar una buena defensa es cuando la persona coopera, se compromete con el proceso” (Postulante CAJ, sin Reforma). En síntesis, la experiencia de la defensa en el sistema inquisitivo es una manifestación más de la indefensión que viven los procesados en este modelo. La calidad de la asistencia penal que reciben en la práctica es mínima, por todas las características descritas (parcial, designada, inexperta, en relevos y escrita) 4 . Lo cual significa que la defensa sólo atenúa escasamente –y si es que lo logra– la vivencia 110

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de desamparo, impotencia y desconfianza que experimentan hacia el actuar de la justicia. Sin embargo, como se trata de un servicio gratuito no manifiestan un fuerte descontento, sino que se inclinan por la aceptación y la resignación. En el marco de la Reforma, la experiencia de la defensa de los imputados es diferente en varios aspectos a la descrita en el sistema inquisitivo, mientras que en otros se mantienen ciertos paralelos. A continuación se revisará cómo viven la defensa los imputados en el nuevo sistema.

La defensa en la reforma Cobertura total Con la Reforma se da un cumplimiento mucho más efectivo del derecho a la defensa de toda persona, tanto en términos de acceso a ésta como de su duración. La Defensoría Penal Pública es la institución encargada de defender a todos los imputados que no cuentan con medios para pagar un abogado privado, desde el inicio hasta el término del procedimiento en su contra. Respecto del acceso, la Reforma garantiza que cada imputado cuente con un defensor en las principales audiencias del procedimiento. En la práctica, esto se traduce en que los imputados conocen a quien está a cargo de su defensa ya sea en tribunales –minutos antes de la audiencia de control de detención– o en la defensoría, si no hay detención previa –antes de la audiencia de formalización de la investigación–. En el primer caso, la defensoría establece turnos en los tribunales y así el defensor llega algunos minutos antes de la audiencia a entrevistarse con el imputado. En el segundo caso, se cita al imputado a la defensoría para entrevistarlo. “A la abogada le hablé antes de entrar a la sala, cuando me defendió. Y después que terminó la audiencia me dijo que la llamara” (Mujer, 19 años, reincidente, con Reforma). “En términos generales, hay que hacer una distinción entre los que están en libertad de los que no lo están. Los que llegan detenidos los conoces momentos antes del control de detención. Los que están en libertad van a la defensoría a través de las citaciones” (Defensor, con Reforma). Con la Reforma, los imputados cuentan con defensa casi desde el primer momento y hasta el término del procedimiento. Desde la perspectiva de ellos, esto significa que ya no enfrentan solos la comparecencia en los juzgados, cuentan con imputados - la defensa

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alguien que les puede explicar el escenario que enfrentan, los pasos a seguir y sus posibles alternativas. El nuevo sistema exige también que los imputados presten declaración sólo cuando el defensor esté presente, por lo que los fiscales y las policías deben convocar a la defensa si quisieran obtener el testimonio o confesión del imputado. Esto aminora su situación de indefensión y, para quienes nunca antes se han relacionado con la justicia penal, esto significa un importante aporte. “Esta vez a la única persona que he visto ha sido a la defensora. El segundo día que estaba acá ella vino a ver mi caso y no me ha costado poder contactarme con ella. También ha venido algunos días sábados. Tengo buena relación con ella, confío en lo que hace” (Hombre, 35 años, reincidente, con Reforma). “Los imputados que atiende la defensoría eran los que antes se atendían por el turno. Cuando a los abogados les tocaba el turno lo único que hacían era contestar la acusación. Muy rara vez conocían al imputado privado de libertad. Ahora cambia porque el imputado tiene derecho a ser visitado cada quince días y sus familiares están permanentemente en contacto con su defensor” (Defensor, con Reforma). “Actualmente las labores con respecto a los procesos son incomparables, ahora se cautelan más las garantías de los imputados. Ahora que son abogados los que están a cargo –tanto los defensores como el fiscal– las garantías están mejor cauteladas” (Juez de garantía, con Reforma). A pesar de estos cambios sustantivos, la evidencia recogida por este estudio demuestra que la mayoría de los imputados enfrentan la instancia de la detención sin un defensor, lo que constituye una similitud con el sistema inquisitivo. Más allá de que existan defensores de turno las 24 horas en las comisarías e investigaciones, estos deben conciliar su permanencia en estos establecimientos con su labor en las audiencias. Esto no siempre les permite estar presente al momento de ingresar los imputados a los recintos policiales. Para subsanar esta circunstancia en estos lugares existe un teléfono disponible especialmente para que los imputados se comuniquen con el defensor. En la práctica, muchas veces las policías no les informan que cuentan con esa posibilidad. La defensoría exige que los defensores se reúnan al menos cada quince días con los imputados. Esto les permite contar con alguien a su lado para enfrentar el proceso, lo que constituye un cambio sustantivo con respecto a la experiencia de los 112

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procesados en el sistema inquisitivo. Para los imputados privados de libertad, esta regularidad de encuentros es aún más valorada, pues pueden estar informados y acompañados, lo cual es central dado que están en una situación límite. “Es fácil contactarme con ella, porque me visita cada quince días. Ya ha venido ya como ocho o siete veces” (Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma) “Siempre viene mi defensor acá. Y cuando lo necesito ver le pido no más al magistrado, que viene a la cárcel todos los sábados también, que le diga a mi defensor que necesito conversar con él” (Hombre, 22 años, primerizo, con Reforma) En el caso de los imputados en medio libre, también se exige la misma frecuencia de encuentros, pero en la práctica esto sucede con menos regularidad, ya que se requiere que los imputados concurran a la defensoría. Y, dado la precariedad de este grupo, hay varios factores que atentan contra esto. Algunos no tienen los medios económicos para hacerlo; otros no entienden lo importante que es reunirse con su defensor; o no pueden ausentarse de su trabajo; o sencillamente quieren estar lo más lejos posible de cualquier autoridad que tenga que ver con la justicia. Esto último es mucho más habitual entre los reincidentes. En este sentido, si bien la regularidad de encuentros también es valorada por los imputados que no están privados de libertad, su realización es mucho más difícil5 . “He visto a mi abogada sólo una vez, cuando me detuvieron. Tengo que verla otras veces, pero es que hay que pedirle hora y se me hace complicado por mi trabajo pues” (Mujer, 19 años, reincidente, con Reforma). Para seleccionar a sus clientes la defensoría, tiene un sistema de copago, mediante el cual los imputados de escasos recursos quedan liberados de cualquier desembolso y quienes tienen más medios acceden a sus servicios costeando un porcentaje de estos, el cual se determina mediante la aplicación de una ficha de clasificación socioeconómica. Sin embargo, la evidencia recogida demuestra que este registro no es realizado habitualmente. Lo que significa que atienden a los imputados sin indagar mayormente su nivel de ingresos. Una explicación posible es que esta tarea de clasificación socioeconómica sea percibida por los defensores como contraria a su labor, en tanto, el preguntar por la capacidad de pago podría actuar como una barrera a la necesaria relación de confianza que buscan establecer con los imputados6. imputados - la defensa

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Elegida Otra diferencia que presenta la defensa bajo la Reforma, es la posibilidad que se da a los imputados para que escojan a su defensor. Y el derecho a cambiarlo si es que no están satisfechos con su gestión. “Es un muchacho difícil, poco simpático, pero que se ha ido suavizando con el tiempo. No es un mal niño, pero sí es irresponsable. Al principio no me quería como defensor, pero la última vez me dijo que quería quedarse conmigo” (Defensora, con Reforma) Esto es valorado de manera positiva, en especial porque les permite tomar una actitud crítica frente a su abogado defensor y realizar exigencias respecto de su desempeño. Se rompe así con la pasividad y resignación que se produce con la defensa ofrecida en el modelo inquisitivo. Sin embargo, para que esto suceda, los imputados deben estar informados de su derecho a cambiar de defensor, lo que no siempre es así. “Me dieron un abogado que no me gustó. No sé, no me defendía, se quedaba callao… Entonces, antes de retirarme de donde el juez me dijeron que tenían tres abogados: una mujer y dos hombres. Yo elegí la mujer porque había escuchado hablar de ella” (Hombre, 19 años, primerizo, con Reforma). “En el otro proceso, mi relación con el defensor fue mala, pésima. Fíjese que cuando me dictaron la sentencia, yo le pedí que apelara y él de malas palabras me dijo que no tenía que decirle lo que tenía que hacer, porque él era el profesional y yo la delincuente… Pedí al tiro el cambio” (Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma).

Experta A diferencia del sistema inquisitivo, donde el tramitador de la defensa es un estudiante de Derecho (postulante), con la Reforma, la defensa es llevada a cabo por abogados profesionales. Esto hace posible superar varias de las falencias observadas en el sistema anterior, mejorando así la experiencia de los imputados respecto de su defensa.

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Una primera ventaja es que los defensores cuentan con los conocimientos necesarios en derecho penal y procesal. Esto se traduce en una mejor defensa y una reducción de los errores por desconocimiento –como ocurría con los postulantes–, lo cual a su vez incentiva la generación de confianza de los imputados hacia quien los defiende. Asociado a esto, los defensores también presentan una mayor comprensión de las subculturas delictivas, pues la defensoría valora como criterio de selección la experiencia práctica en derecho procesal y penal. De esta forma, los abogados presentan más familiaridad con el lenguaje, códigos y prácticas del mundo delictual. Para los imputados esto permite una comunicación más fluida, una relación más cercana y una mayor comprensión de su situación. La defensa se hace más próxima y comprensible y así no es extraño que evalúen muy bien a sus defensores. “Me llevo bien con mi defensor. Él es el único que está haciendo algo para ayudarme. Y, además, como que le entiendo, porque como que las canta claritas. Él lo que tiene que hacer es sacarme de acá pues, probar que yo soy inocente… Si no, que me den poco tiempo”. (Hombre, 18 años, reincidente, con Reforma). “Con el defensor he tenido la mejor relación. Tiene tiempo para escucharme, me cree lo que le digo. Na’ que ver con el fiscal, que me ataca todo el tiempo y no me cree nada” (Hombre, 22 años, primerizo, con Reforma). A esto se suma que el trabajo de los defensores deja de ser una obligación no remunerada para obtener el título profesional, convirtiéndose en un trabajo pagado. Este cambio provoca una mayor motivación, tanto vocacional como económica, para realizar la defensa. Lo que influye en un mejor desempeño de los abogados defensores y una experiencia más positiva por parte de los imputados con respecto a la defensa. Sin embargo, esta mejor experiencia muchas veces se ve limitada por la distancia socio-cultural que existe entre defensores e imputados, la misma situación que vimos anteriormente en el caso de postulantes y procesados. En este sentido, los propios imputados destacan como parte de la labor de los defensores el conocerlos, lo cual apela a una evidente necesidad de comprensión y reconocimiento de su circunstancia.

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“Ella fue colaboradora en la investigación y su conducta como interna ha sido excelente y estuve dispuesto a colaborar en su causa. Tiene 23 años, nunca había sido acusada por delito alguno. La vi muy desvalida. Es una persona de un estrato social bajo y escasa preparación intelectual. Hija producto de una violación, de padre desconocido, con violencia en su casa, la madre vuelta a casar. Después ella se casó o se juntó, no sé, tuvo hijos, se separó por violencia intrafamiliar. Hizo adicción a las drogas y el alcohol. Fue separada de sus hijos, con todo un tema psicológico detrás… Me preocupa la inestabilidad emocional que ella tiene” (Defensor,con Reforma) Por otra parte, muchos defensores también destacan la importancia de ganar la confianza del imputado como una tarea central de su trabajo. “El defensor tiene que defenderme pues, mantener el diálogo conmigo en todo momento y ojalá que me conociera” (Mujer, 19 años, reincidente, con Reforma). “Cuando llega un imputado, analizo la carpeta del fiscal y converso sobre los hechos y veo la posibilidad de arribar a alguna salida alternativa, de manera que sea lo más beneficioso posible. Hay que tratar de ganar la confianza del imputado, antes de conversar sobre el proceso. Para esto me presento, le explico cuál es mi función y le pregunto cómo ha sido el trato de los funcionarios aprehensores o policiales, si se le leyeron sus derechos, en fin... Trato de interiorizarme respecto a quién es el imputado, cuál es su actividad y luego analizo las posibilidades que tiene” (Defensor, con Reforma). “Lo entrevisto, le pregunto sus datos personales, familiares, lo intento conocer y luego nos abocamos a la causa” (Defensor, con Reforma). Un factor que puede afectar el buen desempeño de la defensa es la sobrecarga laboral. Los defensores entrevistados manifiestan que están sometidos a una abrumadora cantidad de trabajo, lo que disminuye sus posibilidades de dedicar todo el tiempo que desearían a cada caso 7. Asimismo los defensores también aseguran que la coordinación con los fiscales no resulta todo lo fluida que ellos quisieran, ya que no siempre tienen acceso a las carpetas de las causas o bien se retrasan en realizar gestiones, lo que perjudica directamente a los imputados. 116

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“Se hace dificultoso el acceso a las carpetas del Ministerio Público. La relación con el Ministerio Público a veces frena las cosas que uno como defensor quiere hacer” (Defensor, Con Reforma).

Sin relevos Otro importante cambio respecto de la experiencia de defensa en el sistema inquisitivo, es que con la Reforma los imputados cuentan con un mismo abogado defensor desde el inicio hasta el término del procedimiento8 . En primer lugar, la relación con un solo defensor, desde el punto de vista de los imputados, genera una sensación de estabilidad que les permite reducir la angustia asociada a su condición. Y en segundo lugar, esta continuidad propicia las condiciones para el establecimiento de confianzas mutuas. La confianza entre abogado y cliente es algo que se gana a través del tiempo, pero que una vez conseguida, genera grandes beneficios para el desarrollo de la defensa en tanto contribuye a lograr una necesaria transparencia y cooperación. “Cuando viene mi abogado conversamos, me pide papeles que necesita… Me ha tratado bien y yo confío en él, por eso le conté todo de cómo sucedieron los hechos. Lejos es en el que más confío de todos… ¿Si le tuviera que poner nota? Pucha, le pongo un siete” (Hombre, 19 años, primerizo, con Reforma). “Yo estoy en las manos de la abogada. Me gusta porque es ágil ¿me entiende?, hace las cosas rápido. Y es de fiar, es honesta, dice todo claro, así, directo… Hasta la recomendaría como particular. ¿De nota? ¡Le pongo un siete!” (Mujer, 32 años, reincidente, con Reforma).

Oral Desde el punto de vista del imputado, la oralidad aporta transparencia y visibilidad a la Justicia, características que se hacen extensivas a la defensa. En la práctica, para los defensores la Reforma significa una mayor exigencia y exposición de su gestión. Su labor deja de estar limitada a redactar escritos, para pasar a tener que litigar oralmente, lo cual obliga a una mejor preparación previa y capacidad de reacción inmediata. El ejercicio de la defensa se hace mucho más dinámico y expuesto al escrutinio público. La defensa “hablada”, para los imputados, aporta la necesaria transparencia resimputados - la defensa

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pecto del desarrollo de su proceso, entregándoles herramientas para una mayor colaboración con su abogado defensor y también para el desarrollo de un juicio crítico respecto de ella. “Las tareas son distintas porque antes eran solamente escritos y esperar un largo tiempo la resolución. No se visitaba la cárcel y no se conocía al imputado. Ahora uno conoce al imputado y al estar con él es más fácil saber si dice o no la verdad” (Defensor, con Reforma). Que el ejercicio de la defensa sea público, junto con presionar a los abogados defensores, y a todos los actores de la justicia penal, a mejorar la calidad de su desempeño, permite que los imputados se relacionen con quienes los defienden en forma más igualitaria y exigente. “Mi abogado es tonto. Llega, y en la audiencia va leyendo lo que tiene que decir. No pues, pienso que eso no puede ser, que tendría que hacer igual que los fiscales, que llegan como con todo estudiado. Por eso el fiscal como que siempre se le impone, es más grande, tiene desplante. Yo creo que por su culpa me voy a quedar aquí… ¿De nota? Le pongo un dos. Le falta hablar más fuerte, más palabreo y pensar pues, porque en la audiencia a veces empieza hablar y después como que retrocede” (Hombre, 23 años, reincidente, con Reforma). En síntesis, la Reforma genera mecanismos que incentivan la creación de un vínculo más transparente, cercano y de mayor confianza entre defensores e imputados. También permite que los imputados “vean” la gestión de los abogados defensores y así puedan escrutarla y reclamar si no les parece adecuada. En este sentido la experiencia de los imputados respecto de la defensa es claramente mejor, en comparación con la vivencia de ésta en el sistema inquisitivo.

Tipos de imputados y la defensa Para finalizar este capítulo dedicado a la experiencia de los imputados y procesados respecto de la defensa, se revisarán distintos tipos de imputados y procesados y cómo estos se relacionan con la defensa, tanto en el sistema inquisitivo como en el marco de la Reforma.

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imputados - la defensa

Reincidentes, privados de libertad Los imputados y procesados reincidentes y privados de libertad, son sin duda “el mejor cliente” de la defensa. En primer lugar, se debe a la facilidad de contactarse regularmente con ellos en tanto están encarcelados y la alta motivación que tienen por salir de la cárcel. A esto se suma el que este grupo conoce bastante bien el funcionamiento de ambos sistemas de justicia y, por lo tanto, tiene mayores niveles de comprensión y de anticipación respecto de ella. Así, es más fácil para los defensores coordinarse con ellos y conseguir los antecedentes que requieran. Sin embargo, estos clientes tienden a ser muy cercanos a la defensa sólo mientras están en prisión. Es habitual que una vez obtenida la libertad, sean imposibles de localizar para los abogados defensores. En esto incide, que probablemente están más cercanos a un perfil de delincuente habitual, por lo tanto cuando salen de la cárcel, se preocupan de “alejarse” lo más pronto posible de la justicia.

Primerizos, privados de libertad Por el hecho de estar en la cárcel, estos imputados y procesados comparten con el grupo anterior la facilidad para entrevistarse regularmente con los defensores y el interés por cooperar para terminar lo más pronto posible con su situación de encarcelamiento. Sin embargo, a diferencia de los reincidentes, estos son clientes más difíciles para la defensa, por su evidente inexperiencia en el funcionamiento de la justicia penal. Lo anterior implica trabas a la acción de los abogados defensores, porque no entienden el lenguaje legal, los pasos a seguir, la situación que enfrentan y las posibles alternativas de acción. Por lo mismo –muchas veces– no son diligentes en obtener los antecedentes solicitados por la defensa, desconfían de ésta, no siguen sus indicaciones, etc. En este tipo de imputados, la familia suele jugar un papel crucial para el éxito de la defensa, pues en la medida que los defensores logran un contacto fluido con ella, pueden agilizar su gestión.

Primerizos, no privados de libertad Salvo algunas excepciones, este segmento presenta una baja motivación a contactarse regularmente con la defensa. Es probable que en esto influya la precariedad cultural de la mayor parte de los imputados y procesados, ya que no son capaces de sopesar la importancia de estar en contacto regular con su defensor, más las dificultades antes descritas que enfrentan para esto (costos económicos). Esta disimputados - la defensa

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tancia con el abogado defensor se incrementa en la medida que los procesos se alargan en el tiempo, pues si no se ven avances no entienden la importancia de estar contactados. “Normalmente, los imputados que no se encuentran sujetos a prisión preventiva no se acercan a mi oficina a hablar conmigo. Por lo general conozco a los imputados minutos antes de la audiencia” (Defensor, con Reforma).

Reincidentes, no privados de libertad Los clientes más difíciles para la defensa son los imputados y procesados reincidentes no privados de libertad. Para ellos, su principal motivación es mantenerse lo más alejados que puedan de la justicia, incluida también a la defensa. Por lo tanto, buscarán estar ajenos al desarrollo de sus procesos, siendo altamente complicado para los defensores poder contactarse con ellos. Lo habitual es que estos imputados no serán localizables, hasta que por algún motivo vuelvan a ser detenidos y en la revisión de sus antecedentes aparezcan los procesos anteriores y el eventual no cumplimiento de alguna medida cautelar. Cabe destacar que el sistema inquisitivo favorece esta conducta, por su incapacidad de aunar la información respecto de las causas, y su tendencia a tratar los delitos en forma aislada. A modo de conclusión, se puede afirmar que el estar o no privado de libertad, como también la experiencia de haber sido imputado previamente o no, son claves respecto de la forma de relacionarse con la defensa. La práctica evidencia que los mejores clientes de la defensa son los imputados y procesados privados de libertad –en especial los reincidentes–. Esto indica la necesidad de generar mejores estrategias en el marco de la Reforma para relacionarse con los imputados no privados de libertad, especialmente con los primerizos, por el mayor impacto de ser imputados.

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imputados - la defensa

“Cuando me dijeron que podía elegir a mi defensor, elegí a una defensora, porque por el hecho de ser mujer me podía comprender mejor” (Mujer, 24 años, reincidente, con Reforma)

imputados - nombre capitulo

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{

La adicta Mujer, 37 años, primeriza, sin Reforma

Su infancia la recuerda feliz, sobre todo la marcó el cariño de su tía abuela que vivía con ella que le daba el gusto en todo. Su padre le hizo falta, en aquel entonces ser separado no era tan normal y recuerda que la molestaban. Otra cosa que la marcó fue que de chica sus compañeros se enteraron que su tía abuela tenía un cabaret y se lo sacaban en cara, aunque muchas de sus compañeras se juntaban por interés con ella porque tenían mucha plata. A los 11 terminó su niñez: se murió su tía y comenzaron los problemas económicos, además nació su hermana y ella dejó de ser la “regalona” de la casa. Antes de terminar el colegio comenzó a trabajar en una confitería para Navidad y en promociones: “En ese tiempo era bonita, flaquita… No como ahora, y trabajé harto de promotora”, cuenta. Luego de egresar, se tituló de secretaria bilingüe, y comenzó a trabajar en la oficina de un abogado. En ese tiempo conoció al que sería su marido. “Mi mamá no me dejaba ir a fiestas y con él conocí los pubs, las discotecas… Salí harto con él. Estaba enamorada”. Él le dijo que el negocio de las paltas era bueno y comenzó a vender puerta a puerta las que traía su suegro. “Como yo tenía esa otra pega en la oficina del abogado, no podía viajar con mi marido, acompañarlo. Mi marido tenía un camión y para mí eso era lo máximo, andar con él, pero para él no era lo mismo. Entonces se me perdía, no llegaba. Me salí del trabajo y empecé a viajar con él, íbamos a buscar paltas y papayas. Nos duró un tiempo, pero igual se me desbandaba. Hasta que yo puse la frutería y ahí separé el negocio de él con el mío, porque él me gastaba toda la plata. Éramos competencia, andábamos juntos, pero con clientes separados. Me gustaba lo que hacía, me gustaba viajar, pero él era alcohólico, me gorreaba, lo pillaba con minas… El mundo se me venía abajo cuando se me desaparecía”, dice ella. 122

imputados - nombre capitulo

Luego de cinco años de matrimonio, se separó y se fue a Santiago para olvidar. Ahí se desmoronó. “Empecé a reemplazar la cocaína por mi marido, consumía y me olvidaba de él. Tenía un grupo en que era pura jarana y consumir. Dejé botado el negocio y probé el crack. Empecé a meterme más en la droga. En la volá de droga me metí con mi primo y mi tía se enojó, pero igual vivimos dos años juntos, hasta que lo llevaron preso por unos libros piratas que vendía. Yo lo quería. Yo tenía una renoleta y la vendí en 30 mil pesos… Vendía todo por comprar droga. Llegué a pasar doce días sin dormir, tomaba un vaso y se me caía, todo se me caía, a ese nivel estuve. Cambié hasta mi moto nueva por el arriendo, hasta que después no seguí pagando y se me vino todo encima y leí un aviso en el diario… Y me fui a trabajar como prostituta… Y eso fue fuerte. En el momento yo no lo sentía, no me afectaba porque estaba drogada, pero ahora me acuerdo de eso y me da… ¿Cómo pude haber llegado a algo tan bajo?... Estuve ahí por la droga, duré cinco meses y después empecé a trabajar sola con clientes. Me llamaban a mi celular y como andaba drogada iba a todas partes, pero como que era una diversión falsa, como que andaba cagada de la risa, pero me puse una persona autómata… Pal sexo, pa’ todo eso, hacía las cosas como robot. Seguí unos meses más así hasta que llegué a la casa de unos clientes que eran traficantes. Ellos me daban droga y claro pasaba ahí no más. Dejé de trabajar y me mantenía con droga. Me empecé a quedar allá y pololié con un hermano de un traficante… Y ellos se admiraron porque yo me puse fiel, leal y empezamos a vivir juntos hasta que lo metieron preso. Y en ese mismo lote había un cabro vecino que trabajaba en investigaciones y que siempre iba para allá, que se hizo mi amigo, al que yo le contaba todo. Empezó a escucharme y a darme cariño desinteresadamente y cuando mi pololo traficante salió de la cárcel yo le dije que terminaba con él… Igual eso fue fuerte porque yo le tenía miedo. Y me fui a la casa de este amigo mío, con el que no pasaba nada y que me pidió, eso sí, que no me drogara, porque vivía con su mamá. Dormíamos juntos y no pasaba nada. Él me protegía, me alimentaba, y le conté todo, hasta lo de la prostitución, hasta que de repente se empezó a ganar mi cariño y me gustó y nos pusimos a pololear. Con él estoy ahora”. Ella dice que nunca, antes de estar en la cárcel, dejó de consumir. Que cuando se fue a vivir con su actual pareja el acuerdo era que podía drogarse los fines de semana. Él también consumía, pero menos. La detuvieron, según cuenta, cuando el traficante que fue a venderles a la casa es apresado por la policía, quien supuestamente los habría inculpado a ella y a su pololo diciendo que ellos eran los vendedores y no los clientes. “El fisco me acusa de que yo fabricaba crack, como que yo vendía crack y que hacía microtráfico. Pero eso era por las conversaciones telefónicas que teníamos con unos amigos y claro ¡poh! Nos poníamos de acuerdo imputados - nombre capitulo

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con la plata, con dónde nos íbamos a juntar porque hacíamos una vaquita para comprar la droga y yo era la única que me atrevía comprar, pero no vendía. Yo todo lo que tenía me lo consumía”. Primero estuvo presa en investigaciones, la interrogaron toda una noche y luego fue a dar a la cárcel. Asegura que uno de los dramas que tiene es que ella es “muy demorosa”, que se toma tiempo para ducharse, echarse crema, vestirse. Que la castigan con menos tiempo en la visita, pero que a ella no le importa, porque nadie va a verla. Su pololo está preso y su familia no es de la zona. He pedido audiencia con el juez porque quiero tener una visita con mi pololo que está preso y no me pesca. Nadie me pesca”, cuenta. Con sus compañeras de penal ya ni se involucra demasiado: “No me interesa escuchar, ya no creo en la gente, después te traicionan, así es que ni los oigo. Estoy en ese plano”, dice. “Mucha gente se queja de estar acá, pero para mí fue como la salvación, porque dejé la droga y eso es lo más rico que me ha pasado. Fue como que alguien me pescó y me salvó y me dijo: ‘Ya, por último te vai presa, pero salís de la droga…’. Estar presa no es nada en comparación con ser drogadicta, porque uno está presa de un vicio que uno no se lo puede sacar solo, no puedes terminar con eso. Yo trataba, pero no podía. Ahora estoy bien, siento mi organismo bien. Cuando estaba afuera no estuve lúcida… Y las cosas que hice…, todo lo que destruí por la droga. Hice cosas que van en contra de mis principios como se dice, pero que los perdiste, no pensái, todo te da lo mismo, no hay cosas buenas ni malas… Lo hacís no más”. delito: tráfico de drogas.

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imputados - nombre capitulo

conclusiones Sólo ser señalado ante la justicia como posible responsable de algún delito –sin que ésta se pronuncie sobre la responsabilidad real– constituye una sanción muy grande no sólo por las situaciones concretas que esto implica (ser detenido, llevado a tribunales, encarcelado o tener que ir a firmar periódicamente) sino por la condena social y la incertidumbre asociadas a esta condición. Sólo ser señalado ante la justicia como posible responsable de algún delito –sin que ésta se pronuncie sobre la responsabilidad real– constituye una sanción muy grande. Cada una de las distintas etapas que enfrenta una persona en un procedimiento penal (detención, tribunales, encarcelamiento y/o firmar), son vividas como una condena. De todas éstas, sin duda la principal es ser encarcelado. La estadía en un centro penitenciario significa una experiencia que deja una huella profunda e indeleble en imputados y procesados, la cual alcanza también a sus seres queridos. Cabe destacar, que todos estos castigos tienen mayor impacto entre los primerizos. La percepción de su condición como un castigo en sí mismo se sustenta, además, en que las personas no distinguen entre imputados o procesados y condenados. En la práctica siempre son observados como culpables. No sólo eso, en verdad son vistos como delincuentes que deben ser castigados. En este escenario, la llegada de la Reforma no elimina la condena de ser imputado, pero sí contribuye a atenuarla. En el antiguo sistema el proceso es vivido como algo invisible, misterioso, lento e infinito y; se enfrenta desde una gran asimetría de poder, donde los procesados están en una situación de desmedro, desinformados y sin ningún resguardo de sus derechos (quedando a merced de la voluntad de los actores del sistema de la justicia penal). Por esto, se concluye que ser procesado en ese modelo implica estar en una situación de casi absoluto sometimiento, siendo objeto de múltiples y diversas coerciones por parte del sistema y sus actores. La Reforma ofrece un mejor trato a quienes están en esa condición. El principal aporte en este sentido es la racionalización y reducción del uso de la prisión preventiva. También es una mejora contar con un defensor durante todo el procedimiento y con mecanismos que incentivan la creación de una relación más cercana y transparente entre imputado y defensor. Otro aporte, es que se establecen plazos a las distintas etapas del proceso y

imputados - conclusiones

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éste se hace visible (al ser oral); como también el mejor trato e información de los actores y la mejor infraestructura general que implica la Reforma (tribunales, cárceles, etc.). Es decir, desde la perspectiva de los imputados la Reforma se asocia a recibir un trato más digno de parte de las autoridades, especialmente porque se limitan las coerciones de las que son objeto en el sistema inquisitivo. Respecto de las repercusiones que podría tener la Reforma sobre la efectividad de la persecución penal, la evidencia aquí recogida indica que quienes están más cercanos al perfil del delincuente habitual –por una parte– prefieren el trato que reciben con la Reforma pero –por otra– privilegian el sistema inquisitivo para delinquir por su ineficiente persecución. Así, si bien la Reforma les significa ser tratados en forma más digna, también encarna un sistema más eficiente para restringir sus actividades delictivas. De manera opuesta, el sistema inquisitivo lo asocian a recibir un trato degradante e ineficacia para frenar sus comportamientos delictivos. Una observación sobre estos resultados es que la forma en que una sociedad administra la justicia es un poderoso espejo de ella misma. En este sentido, el sistema inquisitivo refleja una sociedad donde los ciudadanos tienen un escaso valor frente al operar de la justicia. Pierden sus derechos, quedan sometidos a la discrecionalidad de diversos actores –quienes no rinden cuenta de sus actos–, reciben malos tratos, se los retiene en espacios que cuentan con una infraestructura deteriorada y degradante, nadie los informa de nada y no hay plazos de duración de su situación. Además, este modelo presenta claras evidencias de una ineficaz persecución penal. Por otra parte, el reconocimiento de diversos derechos y garantías que introduce la Reforma –tanto para imputados como víctimas y testigos– muestra una sociedad que da mayor valor y respeto a los derechos de sus ciudadanos. También hay indicios de una mejor persecución penal. Esto indica que la reforma procesal penal significa un avance en términos de la administración de la justicia penal, al ponerla en sintonía con los principios que orientan su gestión en las sociedades democráticas modernas. En esto, es central el reconocimiento que hace tanto a nivel de principios como de prácticas, que tanto víctimas como imputados son sujetos de derechos. En el caso de los imputados, estas transformaciones apuntan a resguardar efectivamente la presunción de su inocencia y a reducir la sanción del propio proceso penal. Estos hallazgos cobran aún más importancia en un escenario de una cultura del control crecientemente importante, que se refleja en que la se126

imputados - conclusiones

guridad y la delincuencia son temas de gran preocupación ciudadana, y que reciben una amplia cobertura en los medios de comunicación, lo que supone una demanda a las autoridades para la eficaz solución de este problema. En este contexto la “tolerancia cero” parece ser la única forma de enfrentar esta problemática. Así, el país parece seguir la tendencia iniciada en Estados Unidos, específicamente en la ciudad de Nueva York (que está teniendo gran influencia en toda América Latina). En este sentido, diversas autoridades ya han declarado la necesidad urgente de introducir modificaciones a la Reforma Procesal Penal tendientes a restringir y limitar el reconocimiento de los derechos que contempla, incrementando los mecanismos de control y –especialmente– ampliando el uso de la prisión preventiva. Sin duda, que estas demandas debieran ser sopesadas a la luz de los resultados de estudios como éste, donde se analiza en profundidad el verdadero impacto que tiene para las personas ser imputadas. Aún bajo la Reforma es percibida como una condena vivir esa experiencia. A esto se suma la selectividad del sistema judicial hacia los sectores más desprotegidos y vulnerables de la sociedad. Por lo cual no sólo reproduce sino que además intensifica el aislamiento y marginación de estos grupos. En este escenario, es evidente que cualquier transformación a la administración de justicia que no considere las opiniones de sus operadores y –especialmente– de los ciudadanos que la viven en carne propia, es ciega respecto de su propio operar y de las consecuencias de éste. Por lo tanto es probable que introduzca arbitrariedades e ineficiencias. De esta manera se arriesga a introducir nuevas coerciones, castigos y procedimientos que pueden significar el inicio –bajo una apariencia de novedad– de un sistema penal similar o peor al inquisitivo. En este sentido, tal vez el principal aprendizaje de esta investigación sea que toda futura modificación de la justicia penal no sólo sea decidida en base a deliberaciones valóricas y conceptuales sobre ésta, sino que también incorpore de manera central la investigación empírica. Especialmente aquella que recupera la voz de quienes ejercen y sobre todo de quienes viven el despliegue de la justicia.

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imputados - conclusiones

anexo metodológico Como se señala en la Introducción, dado el carácter exploratorio de la investigación, y considerando la centralidad que tiene dentro de ella el análisis de las experiencias de procesados e imputados, en este estudio se utiliza una metodología de tipo cualitativo denominada etnografía. La etnografía se caracteriza por hacer un seguimiento muy cercano de las rutinas cotidianas de los sujetos en estudio. Ello permite dar cuenta de la complejidad de elementos –cognitivos, sociales, culturales, emocionales– que están a la base de una experiencia en particular. En este caso, el procesamiento penal bajo dos sistemas judiciales distintos. Para lograrlo, la etnografía se vale de distintas técnicas de recolección de información, como la observación, la entrevista en profundidad, el análisis de registros visuales y escritos, entre otros. En este sentido, la etnografía presenta grandes fortalezas para el estudio de fenómenos sociales complejos –en comparación con otras metodologías cualitativas y cuantitativas–. Principalmente, porque no se limita a recoger declaraciones u opiniones, sino que conjuga diferentes perspectivas y fuentes de información. En el marco de lo que significa el desarrollo de una investigación etnográfica, en este estudio se utilizan cinco herramientas de recolección de información: • Análisis de la carpeta de la defensa: consiste en la revisión de cada uno de los documentos que conforman la carpeta de los imputados y de los procesados que lleva la defensa. Esto permite conocer en profundidad los procedimientos jurídicos asociados a éste y algunos elementos de contextualización relevantes tanto para la realización de las entrevistas, como para su análisis posterior. • Historia de vida de cada imputado/procesado: se trata de una reconstrucción de la experiencia de vida de imputados y procesados, a partir de la narración autobiográfica de la trayectoria seguida desde la niñez hasta el momento actual. En términos concretos, consiste en tres sesiones de entrevista, con una duración de aproximadamente una hora y media cada una. A través de ellas se indaga en su

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historia familiar y personal, su propia versión respecto de la causa por la cual se encuentran en proceso, su visión respecto del sistema penal y sus distintos actores, su experiencia cotidiana como imputados o procesados y sus proyecciones a futuro. • Entrevistas en profundidad a los actores con los que se relacionan los imputados o procesados (policías, defensores, fiscales, jueces, etc.): son entrevistas que si bien se guían a partir de una pauta predefinida, permiten que sea el propio sujeto quien decida el curso de su respuesta. Así, en sesiones de 30 a 45 minutos de duración, se entrevista a distintos actores vinculados con los casos en estudio. Estas entrevistas permiten conocer la percepción de diferentes operadores del sistema respecto de los imputados y procesados en estudio. Además, dan la posibilidad de indagar en el impacto que según ellos ha tenido –o tendrá a futuro– la RPP en el desarrollo de su labor y en la relación que establecen con los imputados. • Observación participante de instancias del proceso: básicamente se trata de la inserción de los investigadores en escenarios y situaciones reales, para registrar directamente la ritualidad y las interrelaciones que se dan. Así, los investigadores asisten a las distintas instancias judiciales de los procesos en estudio. Junto con ello, visitan los espacios y escenarios en los que se desarrolla la justicia y participan de algunos momentos característicos de la experiencia de imputados y procesados (como la visita de familiares a la cárcel o las reuniones con los abogados, entre otros). Ello permite obtener información directa respecto del operar de la justicia y de la experiencia de los imputados y procesados dentro de ella. • Agendas de vida cotidiana: consiste en una agenda especialmente diseñada para registrar todas las actividades realizadas durante el día, especificando además dónde y con quién se realizan. Se pide a los procesados e imputados en estudio, que completen 4 agendas (2 de días de semana y 2 de días de fin de semana). Ello permite caracterizar su entorno social e indagar en el rol que adquiere la justicia (como institución) y el proceso (su experiencia) en su vida cotidiana. Esta técnica resulta particularmente interesante en el caso de quienes se encuentran recluidos en centros penitenciarios. 130

imputados - anexo metodológico

• Carta autobiográfica: se trata de una breve narración autobiográfica de carácter escrito. Se pide a procesados e imputados que escriban una carta a un imputado imaginario. En ella deben transmitir su experiencia y dar consejos respecto de cómo enfrentar mejor una situación similar a la que ellos están viviendo. Junto con ahondar en los sentimientos y emociones de los sujetos frente al proceso judicial, estas cartas permiten que los procesados e imputados cerraran el ciclo iniciado con la investigación y se despidieran de los investigadores. Para lograr el objetivo de comparar el antiguo y el nuevo sistema, la investigación se realizó en la Región Metropolitana (sin Reforma) y en la Región de Coquimbo (con Reforma). Como criterio básico de selección de los sujetos a estudiar, se define trabajar con procesados patrocinados por la Corporación de Asistencia Judicial (CAJ) en la Región Metropolitana; y con imputados patrocinados por la defensoría de la Región de Coquimbo, tanto por defensores públicos como licitados. En ese contexto y tal como se señala en al inicio de este libro, la muestra sólo considera personas de estrato medio-bajo y bajo. Por último, para garantizar el foco en imputados y procesados sin desviarlo hacia condenados rematados, sólo se consideran casos que aún se encontraran en proceso. Dentro de este contexto general, se consideran cinco variables para el muestreo final de los casos: • Sexo. • Edad: distinguiendo entre jóvenes (de 18 a 28 años) y adultos (de 35 a 50 años) • Tipo de delito inculpado, para cubrir casos de variados niveles de gravedad. • La existencia o no de relaciones anteriores con la justicia. Es decir, si son primerizos o reincidentes. En el caso de los reincidentes de la Región de Coquimbo, se privilegia a imputados que han sido procesados en el sistema antiguo para permitir la comparación entre ambos sistemas. • Medida cautelar aplicada: prisión preventiva o en libertad bajo el cumplimiento de otro tipo de medidas cautelares1.

imputados - anexo metodológico

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A partir de todos estos elementos, la muestra de investigación es de 31 casos, como se muestra en la siguiente tabla: región METROPOLITANA (12 casos)

tipo de proc./imp.

estado

sexo

edad

PRIMERIZOS

En libertad

mujer

24 años

tipo de delito Hurto simple

hombre

21 años

Manejo en estado de

hombre

30 años

ebriedad Cuasi delito de homicidio y lesiones graves (por choque en auto) Recluidos

mujer

21 años

Robo con fuerza

mujer

37 años

Tráfico de drogas

hombre

37 años

Robo con fuerza en bienes nacionales de uso público

REINCIDENTES

PRIMERIZOS

43 años

Abuso sexual

hombre

22 años

Robo con intimidación

En libertad Recluidos

COQUIMBO (19 casos)

hombre

En libertad

mujer

19 años

Robo con fuerza

mujer

48 años

Tráfico de drogas

hombre

23 años

Robo con fuerza

hombre

48 años

Tráfico de drogas

hombre

23 años

Robo con violencia

mujer

32 años

Estafa, falsificación y uso malicioso de documento público y suplantación de persona

Recluidos

hombre

35 años

Apropiación indebida

hombre

28 años

Hurto simple

mujer

42 años

Tráfico de drogas

mujer

40 años

Tráfico de drogas

mujer

23 años

Robo con intimidación

hombre

19 años

Robo con fuerza en lugar destinado a la habitación

REINCIDENTES

En libertad

hombre

22 años

Robo con violación

hombre

40 años

Tráfico de drogas

hombre

33 años

Robo por sorpresa

hombre

36 años

Robo en lugar no habitado

Recluidos

mujer

24 años

mujer

19 años

Robo con intimidación Robo con sorpresa

mujer

32 años

Tráfico de drogas

hombre

18 años

Robo con violación

hombre

20 años

Tenencia ilegal de

hombre

23 años

Robo en lugar habitado

hombre

35 años

Tráfico de drogas

arma de fuego

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imputados - anexo metodológico

1El estar privado de libertad o no evidentemente está altamente asociado a la gravedad del delito y, en menor medida, a la condición de ser reincidente o primerizo. De esta forma, es más probable que quien cometió un delito de menor gravedad esté en libertad en oposición a quien cometió un delito de mayor gravedad. También el ser reincidente –para delitos de mayor gravedad– implica una mayor probabilidad de ser privado de libertad. Esta asociación también se manifestó en la muestra estudiada, pero no se incluyó como variable de segmentación en tanto los sujetos estudiados son imputados y no condenados. Es decir, en la medida que aún son delitos que se están investigando es altamente difícil el solo reconocimiento de la responsabilidad que les cabe en el delito que se les imputa.

Además, se realizan 38 entrevistas en profundidad a distintos actores del sistema judicial (ver siguiente tabla).

región

actores

cantidad

METROPOLITANA

Gendarmes

8

COQUIMBO

Carabineros

3

Postulantes CAJ

6

Abogados CAJ

3

Asistentes Sociales CAJ

3

Actuarios

2

Jueces de Garantía

2

Fiscales

2

Defensores públicos

4

Peritos

1

Gendarmes

2

Carabineros

2

TOTAL

total 25 entrevistas

13 entrevistas

38 entrevistas

La recolección de la información se realizó durante los meses de noviembre y diciembre de 2004 y la primera quincena del mes de enero de 2005. En términos específicos, el trabajo con cada uno de los imputados (que considera revisión de carpeta, registro en agendas, entrevistas, observaciones y redacción de la carta final) implica aproximadamente 1 mes de seguimiento. Las entrevistas en profundidad a los actores del sistema judicial se realizan de acuerdo a las posibilidades y horarios de los mismos, distribuidas durante las 12 semanas de trabajo de campo. Respecto del equipo de profesionales involucrados en la investigación, en la Región de Coquimbo el trabajo de campo fue coordinado por Bárbara Crettier y realizado por ella mismas más un equipo formado por Hellen Aguilar, Lady Dubó, Paula Muñoz y Paula Zapata. En la Región Metropolitana el trabajo de campo fue coordinado por Alejandra Ramm y desarrollado por ella misma, junto a Paula Barros y Andrea Cerda. El análisis de la información recogida involucra un proceso paulatino y

imputados - anexo metodológico

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en etapas. Un primer ejercicio consiste en reconstruir cada uno de los casos en estudio, analizando en forma integrada los datos recopilados por las 6 técnicas que involucran directamente a imputados y procesados. De esta forma, se consolida toda la información de los 31 sujetos que conforman la muestra. Por otra parte, el análisis de las entrevistas a los actores del sistema se desarrolla básicamente a partir de “rejillas” de análisis cualitativo que permiten sistematizar, organizar y comparar todas las opiniones recogidas. Por último, es necesario complementar y contrastar las experiencias de los imputados y procesados con la información entregada por los actores del sistema. Para ello se realiza un trabajo final de síntesis y triangulación de toda la información. Una vez terminado todo este proceso, se elabora el informe de resultados entregado a la Defensoría Penal Pública y posteriormente se redacta el presente libro.

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imputados - anexo metodológico

notas notas introducción 1 Al respecto, el ejercicio de contrastar la RPP con modelos penales de otros países si bien puede aportar impor-

tantes elementos de juicio y de comprensión de ésta, sin duda ha de hacerse con extrema precaución. Esto porque siempre es altamente complejo comparar con otros países, en tanto detrás de cada uno hay pueblos, culturas e historias distintas, que inciden y configuran las formas de administrar la justicia penal. Lo que se traduce en que cada nación tenga particularidades que dificultan su extrapolación a otras realidades. Por otra parte, el ejercicio de contrastar la Reforma con un modelo “ideal” de administración de la justicia penal tampoco aparece como pertinente en tanto siempre el sistema real evidencia innumerables deficiencias que serían superadas en el modelo ideal. Sin embargo se trata de una comparación espuria, en tanto los modelos ideales generalmente emergen de la confluencia de determinados imperativos éticos con razonamientos abstractos de cómo implementarlos en la práctica. Es decir, encarnan ciertos valores y cierto modo racional de darles cumplimiento, pero están lejos de haber sido probados en la realidad. Y como la experiencia muestra una y otra vez, la realidad es siempre mucho más compleja y diversa que estos modelos. 2 Cabe destacar que esta distinción se refiere a personas que nunca antes han sido imputadas (primerizos) o bien

que hayan sido procesadas previamente –aunque no necesariamente condenadas– (reincidentes), por lo tanto no es equivalente al uso legal de ambos términos. 3 Hammersley, M. y Atkinson, P., Etnografía, Paidós, Barcelona, 1994. 4 “El sistema penal en su conjunto se caracteriza por un tratar de manera muy desigual a los distintos sectores

sociales… en la práctica, la operación del sistema penal deja al margen el criterio de culpabilidad y dirige su acción contra aquellos que resultan más débiles frente a su acción”. Riego, C., “Los sectores populares frente al sistema penal” en Justicia y Marginalidad. Santiago de Chile, Correa, J. y Barros, L. Editores, CPU-DESUC, 1993, p.252 5 Para revisar en detalle la metodología empleada ver: Anexo Metodológico. 6 En encuestas ver: Ipsos-Ministerio de Justicia (noviembre 2003 y diciembre 2004) “Encuesta de opinión so-

bre la reforma procesal penal” e; INE-Ministerio del Interior (noviembre 2003) “Encuesta Nacional Urbana de Seguridad Ciudadana”. En evaluaciones ver: Baytelman, A. y Duce, M. (2002) Evaluación de la reforma procesal penal. Santiago: Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales e Informe de la Comisión de Evaluación de la reforma procesal penal (octubre, 2001).

notas capítulo perfil del imputado 1 Cabe precisar que hasta ahora el único estudio que sistematiza algunas características básicas de los imputados

es, Satisfacción de usuarios y percepción de la imagen pública de la Defensoría Penal Pública realizado por el Departamento de Economía de la Universidad de Chile para la Defensoría Penal Pública, diciembre, 2004. Para suplir esta deficiencia también se hará referencia a diversas investigaciones respecto de las características de la población penal –que incluye imputados y condenados–. Al respecto ver: Doris Cooper: Delincuencia común en Chile. Santiago de Chile, LOM, 1994; y Araya, J. y Sierra, D. Influencia de Factores de riesgo social en el origen de conductas delincuenciales. División de Seguridad Ciudadana, Ministerio del Interior, 2002. 2 Según el estudio del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, 2004, op.cit.: “Un 74% de los

imputados son de estrato bajo, en tanto su ingreso mensual del hogar no supera los $300.000. Además un 62% no se encuentra trabajando a tiempo completo, esta cifra comprende: un 22% que trabaja a tiempo parcial; un 17% desempleado; un 10% recluido, inválido o haciendo el servicio militar; un 8% estudia y un 4% es dueña de casa o jubilado”. Cabe destacar la coherencia de estos resultados con el estudio de Doris Cooper, 1994,op.cit., realizado 10 años antes. 3 Según el estudio del Departamento de Economía de la Universidad de Chile, op.cit., los imputados presentan

un nivel de enseñanza “relativamente bajo”, en tanto “más de un 70% no supera el nivel medio científico humanista” (p.37). Por otra parte, según datos de Gendarmería de Chile, de los condenados un 65,1% no tiene estudios formales o sólo los tiene hasta el nivel básico (citado en Araya y Sierra op.cit.)

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4 Para el año 2000 la cobertura de la educación básica alcanza un 98,6%; de la educación media, un 90%; y

de la superior, un 31,5%. Por otra parte, en el año 2002 el 79,7% de la población mayor de 15 años del país tiene educación media completa. Ver: Teitelboim, B. y Salfate, V. (2003) “Cambios Demográficos en Educación” en Tironi, et.al; op.cit. pp. 170-175. 5 Sobre la incidencia de la violencia doméstica en las conductas delictivas ver: Muñoz, C., Souza, M., Gutiérrez,

S. y Vega, P. (1992) Estudio Descriptivo de Jóvenes Encarcelados en Chile. Sename; y Rhodes, R. (1999) Why They Kill. New York: Alfred A. Knopf. 6 Respecto de la contracultura delictual, ver Cooper (1994), op.cit., capítulos 2 y 3. 7 Según el estudio Perfil de Reclusos de Centros Penitenciarios Colina 1 y 2, realizado por Adimark (1997), un

45% de los reclusos señala que alguno de sus amigos de adolescencia había estado preso. 8 De acuerdo con el estudio: Delincuencia y Drogas, Paz Ciudadana, agosto de 2005, al momento de la detención

un 73% de los detenidos había consumido recientemente alguna droga. De estos un 87% había usado cocaína y pasta base. 9 Diversos estudios han mostrado que la sociedad chilena se caracteriza por tener muy bajos niveles de confianza

(tanto en personas como en instituciones). De acuerdo a estos estudios, la confianza se relaciona en forma directa con el nivel socioeconómico y educacional (a mayores ingresos y estudios, mayor confianza y viceversa). Al respecto ver Valenzuela, E. y Cousiño, C. (2000) “Sociabilidad y Asociatividad” en Revista de Estudios Públicos, n77, verano 2000. 10 Para un acabado perfil del delincuente habitual o “común”, ver: Cooper, D. (1994) op.cit. 11 Ídem. 12 Además según datos de Gendarmería de Chile del total de mujeres recluidas en recintos penales el año 2003,

un 17,4% corresponde por delitos a la Ley de Drogas en contraste con un 1,4% del total de hombres recluidos por este mismo tipo de delitos (datos citados en el estudio La Perspectiva de Género en la Defensa de Mujeres en el Nuevo Sistema Procesal Penal Chileno: Un Estudio Exploratorio, op.cit.)

notas capítulo detenido 1 Es importante subrayar que desde la década de los noventa –con los gobiernos democráticos– mejoran los

mecanismos de control con el que operan las policías, y también se modifica la comprensión de su papel en la sociedad al interior de las mismas instituciones, lo cual incide en una disminución significativa de los abusos policiales. Sobre esta evolución de los abusos policiales, ver: Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2005, op.cit., p.187. 2 Ídem, p.195. 3 Al respecto cabe destacar que si bien en teoría los defensores pueden contactar a los imputados desde el mo-

mento de su detención, la evidencia recogida por este estudio indica que en la práctica los defensores sólo toman contacto con los imputados desde la audiencia de control de detención. Para estas audiencias los defensores suelen establecer “turnos” en los tribunales de garantía.

notas capítulo tribunales 1 Aunque esto tiene una excepción, establecida en el artículo 80, inciso segundo del antiguo Código de Procedi-

miento Penal, el cual estipulaba un plazo de investigación para los delitos de robo con violencia o intimidación. No existe, eso sí, una estadística de cumplimiento de esto. Por el contario, el nuevo código en vigencia establece, por ejemplo, en su artículo 247, dos años de plazo para declarar el cierre de la investigación. 2 Basado en el discurso inaugural de la reforma procesal penal en la Región Metropolitana del Presidente de

la República Ricardo Lagos, citado en “Presidente Lagos Encabezó Celebración por la Instalación de la Nueva Justicia en todo Chile”, 17 de junio de 2005 en: www.defensoriapenal.cl 3 Por esto el dicho anglosajón “delayed justice, denied justice” (“justicia retrasada, justicia negada”) encarna la

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verdadera experiencia del procesado respecto de la falta de plazos. 4 En la Reforma también hay indicios de la persistencia de la centralidad dada a la confesión, tanto por parte

del Ministerio Público como de las policías. Al respecto ver: Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2005, op.cit. p.193. 5 Al respecto según datos de la encuesta “Problemas Judiciales de los Sectores de Bajos Ingresos” un 43,6% de las

personas de bajos recursos (niveles socioeconómicos D y E) que ha prestado declaración ante un actuario tiene una opinión negativa de éste; frente a un 28,5% de quienes nunca han declarado frente a un actuario. Citado en: Correa, J. y Barros, L. editores (1993) Justicia y Marginalidad. Santiago: CPU/DESUC. 6 El uso del chaleco y las esposas corresponde a una medida de seguridad y protección de gendarmería. La

defensoría se ha opuesto a esta práctica y ha logrado que en gran parte de los casos los imputados concurran a las audiencias de garantía y juicios orales sin ellos. Dentro de las discusiones interinstitucionales para aplicar cambios y mejoras al nuevo sistema, está el uso de estos atuendos. 7 Discurso inaugural de la reforma procesal penal en la Región Metropolitana del Presidente de la República

Ricardo Lagos, op.cit.

notas capítulo encarcelado 1 Consultar, por ejemplo, Zaffaroni, E. (1998), La Filosofía del Sistema Penitenciario en el Mundo Contemporá-

neo. Materiales de Reflexión de Pastoral Carcelaria. Lima: CEAS, 1998; Salt, M. (1999), Situación del Sistema Penitenciario en América Latina, Materiales de reflexión de Pastoral Carcelaria. Lima: CEAS; Lemgruber, J. (1999), Cemitério dos Vivos, Rio de Janeiro: Forense; Ármalo, J. (2002), O mundo do crime. A ordem pelo avesso, Sao Paulo: IBCCRIM; Ilgenfritz, I. Y Soares, B. (2002), Prisioneiras: Vida e Violencia Atrás das Grades, Rio de Janeiro: Garamond; Espinoza, O. (2004), As Mulheres Encarceradas em Face do Poder Punitivo, Sao Paulo: IBCCRIM; Rivera, I. (1995), Tratamiento Penitenciario y Derechos Fundamentales. Barcelona: Bosch; entre otros. 2 Cooper, D. (1994) op.cit e Informe Annual sobre Derechos Humanos en Chile 2005 op.cit. 3 Sobre este tema puede encontrarse información más detallada en el Informe Anual sobre Derechos Humanos

en Chile 2005, op.cit., cuyo estudio central se dedica precisamente a la revisión de las condiciones carcelarias en nuestro país. 4 Sobre este tema resulta interesante la reflexión expuesta por Williamson, B. (2004) Políticas y Programas

de Rehabilitación y Reinserción de Reclusos: Experiencia Comparada y Propuestas para Chile; Santiago: Paz Ciudadana y Fundación Minera Escondida. 5 Fuentes: División de Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior, Diagnóstico de la Seguridad Ciudadana

en Chile. Foro de Expertos en Seguridad Ciudadana, Documento de Trabajo n1, abril del 2004; e Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2005: Hechos del 2004, op.cit., pp. 18 y 19. 6 Según el Servicio Electoral sólo los procesados e imputados por delitos que merezcan pena aflictiva (cárcel) o

calificados como conducta terrorista, pierden su derecho a sufragio. Ver: www.servel.cl 7 Para más detalles sobre este aspecto ver Cooper (1994), op.cit., cap. 4; e: Hechos del 2004, op.cit. 8 Para profundizar en este tema se sugiere leer la sección sobre la seguridad en los recintos penales (pp. 73 a 96),

del ya citado Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2005: Hechos del 2004, op.cit. 9 Según informa Gendarmería de Chile, los Beneficios Intrapenitenciarios forman parte de las actividades de

reinserción social que se realizan con la población penal y a quienes les son otorgados, les confieren mayores espacios de libertad en forma gradual. En la práctica, los Beneficios Intrapenitenciarios refieren a cuatro tipos de salidas: esporádica, dominical, de fin de semana o diaria. Fuente: www.gendarmeria.cl . 10 “Hacer conducta” significa cumplir con los requisitos de gendarmería para obtener un beneficio, como por

ejemplo: salida dominical, condicional, diaria, etc. Los beneficios penitenciarios sólo se aplican a los condenados. Los requisitos que exige gendarmería para acceder a estos beneficios son realizar: estudios, trabajo y asistir a

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cursos (por ejemplo de alcoholismo, familia, etc.). Es gendarmería quien también regula el acceso de los internos a estas actividades. Cooper, D. 1994: p.106 11 “Medio libre” se refiere a cumplir una condena mediante una medida que no implique cárcel. 12 Públicamente Gendarmería de Chile declara utilizar un modelo de Clasificación y Segmentación que se en-

cuentra en concordancia con las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas, el que estaría siendo aplicado a más del 78% de la población reclusa. Este modelo indica separar a los internos que por trayectoria delictiva pudiesen transformarse en una influencia nociva para el resto de la población recluida y organizar a los reclusos en grupos homogéneos dentro de sí y heterogéneos entre sí. Fuente: www.gendarmeria.cl . 13 Los “choros”, son los delincuentes comunes de mayor rango dentro de la población penal. Son agresivos,

resuelven sus problemas a golpes (cuchillazos o estocadas). Generan miedo entre el resto de la población penal. Los “violetas”, son los que están acusados de violación. Los “Hermanos”, son los evangélicos. Los “perkins”, internos que cumplen el papel de servicio doméstico dentro de las unidades penales (lavar, cocinar, barrer, coser, etc.). Para mayor información respecto de cada uno de estos grupos y la jerarquías sociales asociadas a la subcultura delictual que se desarrolla en los recintos penitenciarios, ver Cooper (1994), op.cit. 14 Informe Anual sobre Derechos Humanos en Chile 2005. Hechos del 2004; op.cit.

notas capítulo la firma 1 Las medidas cautelares corresponden una limitación de los derechos individuales o garantías en virtud de una

resolución judicial. Existen medidas cautelares personales, que corresponden a medidas que afectan la libertad del imputado (como citación, detención, prisión preventiva, arresto domiciliario y arraigo, entre otras). Por otra parte, están las medidas cautelares reales, que afectan directamente los bienes del imputado. Fuente: Anuario Estadístico Interinstitucional. Reforma procesal penal 2004, publicado en junio 2005. 2 Estas medidas están contenidas en el artículo 155 del Código de Procedimiento Penal. 3 Fuente: Anuario Estadístico Interinstitucional. Reforma procesal penal 2004; op.cit. 4 Sobre el tema de la discriminación social se profundizó en el capítulo anterior. Aun cuando ello se hizo en

relación a la cárcel, muchos de los elementos resultan también válidos para los otros tipos de medidas cautelares, sobre todo considerando la escasa discriminación que realiza la sociedad respecto de quienes tienen o han tenido problemas con la justicia penal. 5 Esta misma dificultad la enfrentan aquellos procesados o imputados que siguen estudios.

notas capítulo reincidentes 1 En este sentido, desde ya se señala la importancia de realizar una investigación de esta naturaleza. 2 Riego, C. (1999) Las Reformas Judiciales y la Seguridad Ciudadana en revista Perspectivas, vol. 3, nº1, pp.

43-61; p.46. 3 Ídem, p.45. 4 Esto es la llamada “puerta giratoria” de la justicia penal. 5 Dicho registro se denomina Sistema de Asistencia al Fiscal (SAF) y es una base de datos digital y actualizada

online de uso exclusivo del Ministerio Público. Al respecto, algunos sectores temen que se esté haciendo un uso abusivo de esta herramienta, en tanto esta entidad no ha hecho público qué situaciones son registradas y con qué fines. 6 Cabe destacar que las cifras de funcionamiento de ambos sistemas también entregan evidencias en este sen-

tido. Por ejemplo, la Reforma registra 14.324 relaciones terminadas el año 2003 para delitos de robo y hurto. De ese total, un 36% corresponde a no inicio de la investigación; un 30% a sentencia; 13% a principio de oportunidad y 11% a sobreseimiento. En el mismo año y para los mismos delitos el sistema inquisitivo registra el

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término de 219.632 causas. De este total un 96,2% corresponde a sobreseimiento, 2,9% a condenas; y 0,9% a absoluciones. Al respecto ver: Fundación Paz Ciudadana (2005) Anuario de Estadística Criminales. Año 2004 en www.pazciudadana.cl

notas capítulo la defensa 1 Se puede tener una impresión respecto de la falta de cobertura de la defensa al considerar que según la Memoria

de la Corporación de Asistencia Judicial de la Región Metropolitana de 2002, ese año ingresaron 8.215 causas de materia penal. Si se contrasta esta cifra con las estimaciones que ha hecho la Defensoría Penal Pública respecto de las denuncias que recibirán en la misma región (175.302 desde el 16 de junio a diciembre de 2005 y 336.410 para el año 2006), se puede tener una visión de la poca cobertura de defensa en el sistema antiguo. 2 Los estudiantes al postular a la CAJ señalan el área donde prefieren realizar su práctica. Sin embargo, esto no

se traduce en que necesariamente la realicen en ésta. De hecho, de los postulantes entrevistados ninguno había seleccionado la justicia penal como su preferencia. 3 Manejan un rango de 90 a 110 causas cada uno. 4 No obstante esto, cabe destacar el compromiso y esfuerzo personal demostrado por muchos abogados y pos-

tulantes de la CAJ entrevistados, por dar una defensa de calidad pese a todas las limitaciones que diariamente enfrentan. 5 Todo esto indica que sería recomendable explorar medios alternativos –no sólo encuentros cara a cara– de con-

tacto con los defensores, que presenten mayor flexibilidad y facilidad de acceso para los imputados. 6 Esta situación ha sido señalada también en experiencias extranjeras, en las que se indica que entregar al pro-

fesional la responsabilidad de clasificar a quién puede o no acceder a sus servicios –en el contexto de servicios públicos– juega en contra del buen desempeño de su labor. Haciendo una analogía con la atención médica, es como si antes de atender al paciente, el médico le preguntara por sus ingresos para ver si efectivamente le puede pagar. Al respecto ver: Feeley, Malcolm (1992) op.cit. En este sentido, delegar esa responsabilidad en otro profesional (por ejemplo, un asistente social), como ocurre en la CAJ, puede ser una buena estrategia a seguir para que la relación defensor- imputado no se vea entorpecida. 7 Este aspecto requiere de investigaciones futuras para determinar su real alcance. 8 Excepto en la audiencia de control de detención, donde son defendidos por el defensor de turno; o si es que

deciden pedir un cambio de abogado a la defensoría.

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