Hombre de los lobos. Isidoro Vegh

Hombre de los lobos. Aún una mirada.* Isidoro Vegh Si me animo a invitarlos en esta práctica del seminario, lo hago guia

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Hombre de los lobos. Aún una mirada.* Isidoro Vegh Si me animo a invitarlos en esta práctica del seminario, lo hago guiado por la palabra del viejo poeta de Buenos Aires. En tiempos ya avanzados de su vida, nos dice en su último libro, Los Conjurados, que si de toda obra cabe señalar la vanidad que cree en su trascendencia, no desdice, en cambio, el valor de su ejecución. La estructura del seminario acentúa más el movimiento que el resultado; necesidad que se impone, me interroga por los impasses a los que mi práctica del psicoanálisis y la práctica teórica me van llevando. En este tiempo, una propuesta que juega con el pase; también con el paso de Lacan. El 9 de septiembre de 1981 Lacan murió. Son pocos años los transcurridos desde entonces para el balance justo de una obra tan importante. Tenemos dificultades en los niveles elementales: la mayor parte de la obra ni siquiera está publicada, circula en manuscritos que van de mano en mano con distinto grado de confiabilidad. Este es el tiempo en el que intentamos abrir hoy este espacio. Una afirmación de Lacan: “No hay progreso”, ¿cómo se lee? Lacan renunció a cualquier ilusión de avance en ganancia, uno de los modos que marcó su diferencia con la progresión de la dialéctica hegeliana. No creía en el final feliz. Así es como entiendo esa fórmula: nada garantiza que lo porvenir superará lo que ya estuvo. “No hay progreso” es, también, una invitación a preguntarnos por lo que se pierde. Hasta ahí lo que le escucho a Lacan. ¿Qué le respondo? Con Lacan al lado, con el cual llevo años de confianza, lo tuteo y le digo: “Está bien maestro, no hay progreso, tampoco en tu obra. Me has dado pruebas que afirmaciones como esa son dignas de ser escuchadas. Por eso digo, en tu obra tampoco. No tengo la convicción de que todo lo agregado después supere lo que enseñaste antes. Algunas cuestiones las anunciaste en chispazos geniales y, lamentablemente, las dejaste en el camino. Otras las dijiste mejor más tarde, las retomaste y criticaste. Con otras hiciste un embrollo como cuando te hacías un nudo con los nudos ante el pizarrón. Gracias a que no hay progreso, intento un trabajo al que tu obra invita. Paso a paso, corriendo riesgos, acudo a tu obra, dispuesto a un trabajo de lectura”. Una de las maneras de indicar que no hay progreso es considerar que si bien Lacan no es Freud, no hay Lacan sin Freud. Me baso en afirmaciones del propio Lacan, entre otras, la que formulara casi al final de su vida, en Caracas, cuando marcara el modo según el cual mantuvo toda su vida una distancia, una discusión con el creador del psicoanálisis. Su insistencia en el apelativo Freudiano, me hace entender que Lacan nunca puso los pies fuera de ese plato. Un plato divertido, como para hacerse el plato, por algo incluye el chiste. Por eso, este seminario en la Escuela que se llama Freudiana es una elección; y como toda elección, una herejía. En la religión no hay elección, el dogma es una vez y para siempre. Aún una mirada Voy a hacer una introducción. Quiero desplegar de entrada por dónde van las barajas en este juego, algo que pondrá en acto las premisas de las cuales intento partir: desde un texto de Freud que Lacan trabajó en distintos tiempos de su obra, les propongo mis reflexiones, que atañen al objeto y sus destinos. Específicamente, dónde se especifica un final de análisis freudiano; qué es la castración para Freud; cómo entiendo la propuesta lacaniana de ir más allá de la castración freudiana; qué es el pase para un final de análisis como Lacan lo pretende.

Elegí un texto cumbre de la maestría freudiana en la exposición de un historial clínico. Texto frente al cual me detuve durante años, dada su complejidad: el historial del Hombre de los Lobos. Voy a retomarlo con este título: “El Hombre de los Lobos: Aún una mirada”. Se dijo y se escribió tanto sobre El Hombre de los Lobos, que uno podría tener ganas de decir “¡basta con el Hombre de los Lobos!”. ¿Por qué aún una mirada? El Hombre de los Lobos me interesa como cualquier sujeto, pero todavía más después de recorrer lo que de su historia me ha llegado; quizás porque los psicoanalistas, desde allí, frente a lo que nuestros fracasos nos enseñan logremos situarnos de otro modo. El Hombre de los Lobos fue causa de una escritura abundante, paradigma de la historia de muchos analizantes. Tenemos relatos de las curas que abarcan desde su adolescencia hasta el final de sus días. El Hombre de los Lobos se analizó con Freud, con Ruth Mac-Brunswick, con Muriel Gardiner, tuvo entrevistas con un especialista en Rorschach, y con otros dos analistas que venían del extranjero, con uno de ellos durante más de quince años. Voy a refrescar, a grandes pinceladas, el historial, para ir situando lo que estrictamente me interesa proponerles. Cuando El Hombre de los Lobos acudió a Freud tenía veintitrés años; había pasado períodos de grandes y graves depresiones. Estuvo internado en las clínicas más famosas de Europa, entre ellas la que utilizaba el profesor Kræpelin. Cuando visitó a Freud llegó en estado de invalidez casi total. Su análisis, del que nos ha quedado el magistral relato, duró cuatro años, desde 1910 a 1914. Se dice —opinión que comparto— que la maestría de Freud llega en él al extremo; sin embargo, voy a marcar algunas trabas. Freud la presentó como una neurosis infantil. Estaba preocupado por su polémica con Jung y con Adler acerca de si sólo había de pensarse en términos regresivos o en términos progredientes. Para Jung los traumas infantiles, las fijaciones libidinales de la infancia, eran un efecto regresivo de cuestiones actuales. Freud, en cambio, quería demostrar la causalidad en una perspectiva de progresión, según la cual ciertas cosas suceden efectiva y realmente en los tiempos instituyentes del sujeto. De ahí su interés no disimulado por mostrar que la escena primaria ocurrió en otro registro que el fantasmático. Los grandes hitos de la neurosis infantil son:

La escena primaria (línea punteada), la escena de seducción; el sueño de angustia y la introducción en la religión. Esos hitos marcan una modificación en la economía del goce del sujeto, momentos de viraje en el goce del Hombre de los Lobos (habría que decir: el niño de los lobos). La escena primaria es la que Freud reconstruye a partir del sueño de los lobos. A los tres años y medio, el Hombre de los Lobos sufre un episodio de seducción por parte de su hermana mayor Anna, quien, en juegos sexuales, le toma su genital y le dice: “Todas las mujeres hacen lo mismo, también la Ñaña”. La Ñaña era la criada de su infancia. El sueño de angustia es el sueño de los lobos, y la religión fue introducida por la madre. En la primera etapa, hasta la escena de seducción, el Hombre de los Lobos era un niño tranquilo. Su madre, cuenta en su análisis, decía: “Debiera haber sido él la niña y su hermana el varón”. Tenemos allí el tiempo de pasividad. La escena de seducción produce un cambio notable, del cual acusa recibo el ámbito familiar; se convierte en un niño díscolo, que provoca continuamente el castigo de sus cuidadores. Freud dice que ingresa en un tiempo de goce masoquista. Después del sueño adviene una estructura

dominantemente fóbica —zoofobias, con episodios angustiantes ante pequeños insectos que terminan cuando su madre, preocupada por la angustia del niño, decide apaciguarlo introduciéndolo en la religión cristiana. Logra su objetivo al precio de una grave neurosis obsesiva: no padece más pánico por el riesgo de una nueva pesadilla, pero debe cumplir un ceremonial complicado en el cual besa las imágenes sagradas que había en la habitación, dice una serie de rezos, y hace varias veces la cruz sobre su cuerpo antes de ir a dormir. Una interpretación Freud nos dice, como interpretación final de la posición subjetiva del Hombre de los Lobos, que está fijado en un anhelo de retorno al seno materno; se indica en su queja principal: “hay un velo que me impide ver el mundo”; lo asocia con la membrana del nacimiento; en su ámbito cultural, augurio de buena suerte, que a él lo aparta del mundo. Para Freud el velo no era sino una representación de un anhelo de retorno al seno materno. Pero en este retorno lo que busca es ser fecundado por el padre, y darle a cambio un hijo. Prueba de esta tesis es que ese velo sólo se abre, se desgarra, cuando un hombre, un criado, un valet, le hace un enema, y expulsa el bolo fecal. Por fin ve el mundo. Para Freud es el nacimiento del hijo que el Hombre de los Lobos da al padre que lo fecunda. Freud concluye ahí el análisis del Hombre de los Lobos. El momento final es la interpretación que abrocha las arborizaciones por las que discurre. Voy a leer el historial en un punto clave, el famoso sueño de los lobos. Dice así: “He soñado que es de noche y estoy en mi cama. Mi cama tenía los pies hacia la ventana, frente a la ventana había una hilera de viejos nogales. Sé que era invierno cuando soñé, y de noche. De repente la ventana se abre y veo con gran terror que sobre el nogal grande, frente a la ventana, están sentados unos cuantos lobos blancos. Eran 6 o 7. Los lobos eran totalmente blancos y parecían más bien como unos zorros o perros ovejeros, pues tenían grandes rabos como zorros y sus orejas tiesas como de perros al acecho. Presa de gran angustia, evidentemente, de ser devorado por los lobos, rompo a gritar y despierto.” Cuando asocia, dice: “En el sueño, la única acción fue la ventana que se abría. Los lobos estaban sentados totalmente tranquilos y sin hacer movimiento alguno sobre las ramas del árbol, a derecha e izquierda del tronco, y me miraban”. Asocia la ventana con sus ojos abriéndose. Hay algo que Freud no resuelve. Su trabajo abunda en la vertiente del erotismo anal, la castración y el complejo paterno; pero algo queda descuidado, que Lacan no ignoró: la mirada frente a él de unos lobos sobre un nogal. Después del sueño, el Hombre de los Lobos tuvo el que fuera consignado, aun por Lacan, como episodio psicótico. Por mi parte, lo pongo en duda. De considerarlo tal, corremos el riesgo de identificar el síntoma con la estructura. Una alucinación, un delirio no definen la estructura como psicótica en la clínica freudiana. Anna O. alucinaba, y sin embargo para Freud siempre fue una histérica. ¿El Hombre de los Lobos fue, como dijo Ruth Mac-Brunswick, un paranoico hipocondríaco? Freud no avanza la cuestión de la mirada, pero Lacan sí —en este aspecto, coincido con él. Freud, por su parte, habla de neurosis obsesiva— y aquí, coincido con Freud. Es complicado, porque si se pudiera decir que hay uno solo que dice toda la verdad, no habría nada que decir.

¿Por qué digo con Freud que se trata de un neurótico obsesivo y no de un psicótico? Ese llamado episodio psicótico, que prefiero nombrar episodio alucinatorio, ocurrió a los cinco años, después del sueño de los lobos. Está con su querida Ñaña, el aya que lo cuidaba, haciendo cortes con la navaja en un nogal, cuando de pronto ve su dedo meñique cortado. Anonadado, no puede hablar por un tiempo que parece interminable, hasta que se recupera. Vuelve a mirar su dedo y lo encuentra intacto. Algo que se repite: un nogal. El mismo que sostiene a los lobos, es el nogal en el cual intenta con la navaja un corte. Me tomé la molestia de preguntar a alguien que sabe ruso cómo se dice nogal en ese idioma, porque esa era la lengua materna del Hombre de los Lobos. No era el español en que nosotros lo leemos, ni el alemán en el cual Freud lo analizó. Pues bien, en ruso nuez se dice “aries”, nogal es árbol de nuez, árbol “diéreva”, entonces tenemos “Ariejovoie diéreva”. En el diccionario ruso-español, dice que cuando en ruso se refiere a algo de nuez se usa una palabra que significa también algo maravilloso, “Krasiachie viechestro”. Ese nogal, que sostiene la mirada que lo angustia, y donde él quiere producir un corte con su navaja, es en su lengua materna algo maravilloso, y ahí quiere producir un corte, que Freud relaciona con el texto de Tasso, “La Jerusalén Liberada”, donde el héroe, Tancredo, hunde su espada en el árbol y descubre, para su dolor, que por un efecto de encantamiento en ese árbol se encontraba su amada Clorinda. Eso que sostiene una mirada, que en su lengua es algo maravilloso, ese nogal, es una mujer. El Hombre de los Lobos intenta producir un corte en ese nogal y de rebote se encuentra con su dedo cortado. De la castración del Otro y del sujeto Por un desvío, que Lacan nos enseña en La Subversión del Sujeto, esto que le sucede al Hombre de los Lobos en el episodio alucinatorio es lo que, en otra escena, le pasa a todo neurótico. El neurótico, cuando no puede situarse frente a la falta en el Otro, la resuelve ofreciendo su propia castración, hasta diría, la pide de rodillas. Y su correlato, dice Lacan, es el famoso “Yo fuerte”. El Hombre de los Lobos ve su dedo cortado. Angustia de castración, dice Freud; digo yo: de cierta castración, la que el sujeto retorna sobre sí en una dimensión que llamaremos de castración imaginaria. Es precisamente la castración que no resuelve la cuestión. El Hombre de los Lobos después de este episodio padece de angustia ante pequeños animalitos. Una angustia que se especifica en el historial freudiano como la angustia frente a la mariposa. Por ese entonces ve la mariposa veteada de amarillo y con alas punteagudas (dice en la versión de Amorrortu que sería el Macaón). Cuenta que al perseguirla, cuando se posa en una flor, sufre un ataque de angustia y de terror. Lacan dice que donde emerge la angustia algo de la verdad se indica. ¿Por qué esa angustia y ese temor ante la mariposa? Volvemos a la lengua natal del Hombre de los Lobos. Mariposa en ruso se dice “babushka”, y además de mariposa es también mamaíta, abuelita. Otra vez la angustia ligada al nombre de una mujer. Aún más: la línea veteada de amarillo la asocia con una pera, y pera en ruso se dice “grusha”. Grusha es otra de las niñeras que tuvo en su primera infancia, a la cual había olvidado hasta que vuelve a recordarla en su análisis con Freud. Grusha no es cualquiera, puesto que ligados a ella aparecen los últimos recuerdos que permiten indagar sobre una condición erótica del Hombre de los Lobos. Hay un recuerdo de una escena donde Grusha está agachada sosteniendo una escoba y una pala, ofreciendo las nalgas a la mirada del niño y tal vez reprochándole algo. Esa condición erótica, excitarse frente a una mujer agachada ofreciendo las

nalgas a su mirada, duró de por vida. Siempre lo fascinó encontrarse con una mujer en esa posición. Resistencia del analista El segundo análisis del Hombre de los Lobos fue realizado por Ruth Mac-Brunswick, discípula de Freud. El Hombre de los Lobos terminó su análisis con Freud en 1914; a mediados de los años ‘20, acude a Ruth Mac-Brunswick derivado por Freud, a raíz de un síntoma que lo ha aprisionado de tal modo que toda su vida está ocupada por él: mira su nariz en un espejito, descubre alternativamente una cicatriz, un agujero, una herida; la empolva, vuelve a sacarse el polvo, vuelve a mirarse en el espejo y sigue. En eso pasa su tiempo. Ruth Mac-Brunswick descubre una serie de antecedentes importantes. Antes que el Hombre de los Lobos hiciera este síntoma, que podríamos llamar alucinatorio, descubre a su madre, recién llegada de un viaje, con una verruga en la nariz. Lo relaciona también con Freud que sufría un cáncer en la mandíbula y causaba una fuerte impresión, más aún en quienes lo habían conocido en su esplendor. El Hombre de los Lobos estaba conmovido por el cambio. Ruth Mac-Brunswick piensa que en este episodio un resto transferencial está en juego. También nos dice que ella no encontró otra cosa fuera de lo ya situado por Freud. Propongo que guardemos estas dos afirmaciones. Hay un resto transferencial no resuelto con Freud y que provoca este episodio, por una parte y, por otra, ella, Ruth Mac-Brunswick no encontró sino lo que Freud había encontrado. Los invito, en este punto, a que me acompañen en la lectura de algunos sueños de este período del análisis. Uno de ellos, que podemos llamar “El sueño de la proa”, dice así: “Se halla de pie en la proa de un navío llevando una valija que contiene joyas, los aros de su esposa y su espejo de plata. Se apoya en la proa, rompe el espejo y se da cuenta que como consecuencia de esto, tendrá siete años de mala suerte”. En ruso, “proa” también quiere decir “nariz”; es decir que en la nariz, según este sueño, están los aros de su esposa y su espejo de plata. La primera vez que él se mira sintomáticamente en el espejo lo hace en uno que le ofrece su mujer: él se ve en el espejo del Otro, y desde allí se encuentra con ese agujero, cicatriz, herida. Allí están los aros de su esposa y un espejo de plata. Se apoya en la borda o, diríamos, en el borde, y allí se rompe el espejo. Una vez más algo de una mujer, los aros, coincide con el lugar donde él produce su síntoma, en este caso, la alucinación. Un segundo sueño, que podríamos llamar “Del muro y los lobos” (resulta válido cotejarlo con el sueño de los lobos), dice así: “En una calle ancha hay un muro con una puerta cerrada” — recordemos que en el sueño de los lobos que analizara Freud, una ventana se abre. Acá, hay un muro y una puerta cerrada. “Hacia la izquierda de la puerta hay un guardarropas amplio y vacío, con cajones rectos y ladeados”. El paciente está frente al guardarropas. Su mujer, una figura sombreada, está detrás de él. “Cerca del otro extremo de la pared se halla una mujer grande y pesada, que mira como si quisiera dar la vuelta y pasar del otro lado. Pero detrás del muro hay una manada de lobos grises, que se agolpan contra la puerta o corren de un lado a otro. Tienen ojos centellantes”. Tenemos otra vez la cuestión de la mirada. Y es evidente que quieren lanzarse contra el paciente, su mujer y la otra mujer. El paciente, aterrorizado, se pregunta si lograrán atravesar el muro”. Mi cuestión es la siguiente: ¿es forzar demasiado la letra decir que aún una mirada persiste detrás del muro, que eso sigue aún vigente y que allí se localiza el lugar del terror, en el muro cuyo flanco son dos mujeres?

¿Cómo interpreta Ruth Mac-Brunswick este sueño? Ella dice: “El sueño deriva su significación central de su contenido persecutorio. Para el paciente el lobo siempre había sido su padre”. Pero eso ya lo había dicho Freud. Y ella está muy preocupada porque no aparezca nada más allá de lo que Freud dijo. Deseo del analista. Sigue Ruth Mac-Brunswick: “Todos los padres o doctores tratan de apoderarse de él para destrozarlo”. En cierto modo vamos a ver que en esto tiene algo de razón. Digo yo: ¿se trata del complejo paterno, y es totalmente cierto que el lobo es el padre? ¿es totalmente cierta la equivalencia planteada entre el lobo que quiere tragarlo y el que quiere penetrarlo? Freud dice que no es más que el desplazamiento a distintas etapas, pero en las asociaciones del sujeto, el lobo es el de Caperucita, es el de los Siete Cabritos, es el lobo que traga al protagonista. ¿Es forzar mucho la letra pensar que este lobo no es el padre que quiere penetrarlo con su falo, sino que este lobo representa al Otro, donde él podría quedar totalmente incluido, tragado, atrapado? Otro sueño, conocido como el “sueño de los íconos”, es un sueño clave, después del cual Ruth Mac-Brunswick dice que hubo un cambio: la sintomatología comenzó a declinar, casi a desaparecer. El sueño dice así: “El paciente y su madre se encuentran en una habitación”. (No dice “el paciente y su padre”, dice “el paciente y su madre”). “Uno de los rincones está cubierto de íconos”. Un lugar donde hay imágenes sagradas. “Su madre descuelga los íconos y los arroja al suelo. Los íconos se quiebran en pedazos”. (Recuerdo que antes se quebraba un espejo). “El paciente se sorprende de la conducta de su piadosa madre”. A partir de allí mejora. Ruth Mac-Brunswick no sabe muy bien por qué. Me pregunto: ¿No será porque el lugar en donde la mirada está fijada, el ícono cae, y además precisamente desde el Otro que los introdujo, la madre que lo acercó a la religión? Pero Ruth Mac-Brunswick no interpreta eso. Eso sucede. El sueño que sigue al de los íconos sirve para apreciar dónde el analista queda trabado en su escucha. “El paciente mira a través de una ventana” (otra vez algo que insiste desde el sueño de los lobos), “hacia una pradera más allá de la cual hay un bosque. El sol brilla entre los árboles y salpica la hierba con reflejos. Las piedras de la pradera tienen un curioso tinte violáceo. El paciente observa en especial las ramas de cierto árbol y admira la manera en que se entrelazan. No entiende cómo todavía no ha pintado este paisaje”. Con respecto a esto, dice Ruth Mac-Brunswick: queda superado el miedo a su propia castración y ahora puede admirar lo mismo que los otros encuentran hermoso, una escena de amor entre un hombre y una mujer. Creo que no. Si nos atenemos a la letra, lo que nos está planteando este sueño es que hubo progreso. ¿Y cuál es el progreso, la diferencia con el otro sueño? Hay una: en las ramas del árbol no están los lobos. La mirada que en esos lobos se presentifica ha caído. Pero la interpretación de Ruth Mac-Brunswick produce otros efectos. Los leo en el sueño siguiente. Dice Ruth Mac-Brunswick: “Como era de suponer, el paciente no había logrado el progreso evidenciado en sueños. Al día siguiente relató un sueño donde yace a mis pies. Fue un retorno de la pasividad. Está conmigo en un rascacielo cuyo único medio de salida es una ventana” —otra vez este elemento— “desde la cual una escalera se extiende peligrosamente hasta el suelo. Para salir, debe pasar por la ventana. Esto significa que ya no puede permanecer adentro y mirar hacia afuera como en los otros sueños, sino que tiene que superar su miedo y salir. Se despertó presa de una fuerte ansiedad, mientras buscaba desesperadamente otro modo de escapar”. La interpretación de Ruth Mac-Brunswick, es que el sueño la acusa como un reclamo de pasividad. El Hombre de los Lobos no debe olvidarse que es el Hombre de los Lobos de Freud.

Freud dijo: ésto depende del complejo paterno. Entonces, ¡¿cómo va a proponer que de lo que se trata es de una mirada, de esos íconos que el Otro primordial, su madre, debía romper?! Para concluir, un sueño donde ya el paciente lo dice muy claro: “El paciente se halla en el consultorio de un médico que trata de persuadirlo para que se lleve algunas piezas de música antigua. Lo fuerza a aceptar algunas postales coloreadas que el paciente no tiene el valor de rechazar”. ¿Qué le está diciendo, ya desesperado, el Hombre de los Lobos a su analista? Algo así como: “¡Por favor! Esto es música vieja. Lo que me está proponiendo, estas postales, ya las conozco y no las quiero más”. Pero Ruth Mac-Brunswick ya lo dijo: “Acá hay un resto transferencial y yo no voy a descubrir nada nuevo respecto de lo descubierto por Freud”. El último sueño ya es el colmo: “El paciente camina por la calle con el segundo dermatólogo” (segundo dermatólogo, segunda analista) “que discurre sobre enfermedades venéreas. El paciente menciona el nombre del médico que había tratado su gonorrea con una medicación muy severa. Cuando oye su nombre el dermatólogo, dice: ¡No, no! ¡Él no! Otro. El segundo dermatólogo defiende al primero”. ¿Es forzar mucho el relato considerar que Ruth Mac-Brunswick está diciendo: “—¡No, no! Freud no te hizo ningún daño, él no se equivocó en nada, él no”? Termina este tratamiento con Ruth Mac-Brunswick. Sin duda hay una mejoría, queda de lado el síntoma alucinatorio, el paciente sigue con su mujer, Teresa. ¿Quién es Teresa?: una mujer con la que enlaza su vida cuando la descubre por primera vez en la clínica psiquiátrica donde había sido internado por indicación del gran Kræpelin. Clínica que parece de película antigua, incluía veladas con baile, condes rusos, sopranos italianas. En ese lugar conoce a su mujer, según cuenta su tercer analista, Muriel Gardiner. Esto lo obtuve del libro “El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos”, que se hizo a instancias de Muriel Gardiner; se consignan en esta obra todas sus relaciones, su análisis con Muriel Gardiner —relatado autobiográficamente—, como así también el de la cura con Ruth MacBrunswick, del que ella da cuenta. Muriel Gardiner parece ser, por su relato, fuera de serie; es lo opuesto del famoso didacta sano, almidonado, que tiene que mostrar un semblante de hombre maduro y genital. Se mueve con la mayor libertad, sostiene charlas informales y no duda en llamar a eso su análisis con el Hombre de los Lobos, es decir, no tiene problemas de inscribirse en la mejor tradición freudiana, incluso lo instó a escribir algunos capítulos del libro. Muriel Gardiner nos cuenta la historia del amor con Teresa. El primer encuentro fue en un baile de disfraces, su amada estaba disfrazada de turca, y esto no fue indiferente, según lo descubre un sueño que aparece en el historial de Ruth Mac-Brunswick. El sueño dice: “El paciente yace en un diván en mi consultorio. Repentinamente, aparecen una estrella y una brillante medialuna cerca del techo. El paciente comprende que se trata de una alucinación y desesperado, porque cree estar volviéndose loco, se lanza a mis pies”. La luna y la estrella, dijo el Hombre de los Lobos, significan Turquía, la tierra de los eunucos. Se eligió una turca. La madre había dicho: “Mejor que hubiese sido una niña”. Elige como mujer a esa que lo fascina, amor a primera vista, disfrazada de turca y además enfermera. El hombre de los Lobos lamentaba que su madre, por diversas razones, tuviera que acompañar muchas veces a su marido, porque sufría de graves depresiones —el padre del hombre de los lobos terminó suicidándose—, por lo cual estuvo muy poco con los hijos. Permanecía cerca, en cambio, como solícita asistente cuando ellos enfermaban. Teresa es enfermera y aparece disfrazada de turca.

Dice el Hombre de los Lobos en su relato que cuando acudió a Freud, decidió seguir con él porque a diferencia de los demás psiquiatras que lo habían tratado, no le prohibió que volviera a ver a Teresa y hasta lo alentó. Reencuentra a Teresa, después de haberla abandonado, en estado de inanición melancólica; en ese momento le dice que jamás la va a abandonar: “—¡Cómo pude haberle hecho eso! Dedicaré mi vida a estar con ella”. Teresa se suicidó luego de la muerte de su hijita. La historia del Hombre de los Lobos es una historia desgraciada. Se suicidó su padre, su hermana, un tío, su abuelo paterno y su mujer. Años después, cuando Muriel Gardiner le pregunta por qué no se vuelve a casar, el Hombre de los Lobos responde: “ ¡Tengo a mi madre enferma! Tengo que ocuparme de ella ¿Cómo podría hacerle eso?”. Cuando muere Teresa, en su estado de desesperación es de lo único que puede hablar. Se consigue, pese a la invasión nazi en Viena, que viaje a París; durante unos meses es tratado nuevamente por Ruth Mac-Brunswick. Vuelve a Viena, sigue charlando con Muriel Gardiner. Sucede la guerra, se interrumpe todo contacto y vuelven a encontrarse luego, al finalizar la contienda. Muriel Gardiner le envía comida, dinero de conferencias que da acerca de él. El Hombre de los Lobos subsiste como personaje oscuro en la Viena de post-guerra, vive con su madre y pinta. Recuerdo un sueño: “¿Cómo todavía no pinté ese paisaje?”. Un día del año 1951, los rusos ocupan Austria, el Hombre de los Lobos camina por Viena con su paleta. De pronto, siente el impulso de pintar un paisaje que le recuerda la tierra de su infancia. Comienza frenéticamente a pintar, hasta que lo prenden dos militares rusos: estaba pintando un edificio dedicado a actividades militares. Lo detienen durante dos días en los cuales estuvo presa de pánico, quedó libre por falta de mérito. Siguió varios meses con un delirio persecutorio. ¿Qué significa este episodio? ¿No será un resabio de lo que no resolvió en los diversos análisis, un intento de pintar —dice expresamente: “Tenía que pintar eso”—, él un ruso, en un lugar ocupado por los rusos, ese lugar de orígen que todavía lo sigue? En el seminario de Los Cuatro Conceptos, Lacan habla del pintor: “Cuando del pincel caen las gotas, en el momento en que el artista pinta ¿no es ese el instante en donde la mirada se desprende?”. Roger Caillois, por su parte, dice que la mariposa no puede explicar su colorido en función de ninguna teoría darwiniana de la supervivencia. Por el contrario, son sus colores los que la pueden hacer deseable como presa. ¿No podría pensarse la mariposa como un exceso, un cuadro de la naturaleza? La mariposa frente a la que él se angustia se caracteriza por la transparencia llena de colores; allí se detiene, como en un cuadro, la mirada. Podríamos pensar ese paisaje que él pinta, con riesgo de muerte, como un intento de hacer caer la mirada que lo retiene, fijación opuesta a la vacilación del fantasma del final del análisis. En la travesía del fantasma, el sujeto cae del objeto que lo fija. En este caso, en cambio, la mirada lo fija desde el espejo del Otro. Fue su madre la que dijo: “Habría sido mejor si hubiese sido una niña”. Si atravesar el fantasma implica recorrer sus bordes, ¿no será que eso que no logró —como lo prueba la mirada que persiste— produce aún su eficacia sintomática? El nombre y el objeto El Hombre de los Lobos fue siempre el Hombre de los Lobos. No pudo nombrarse Serguei P., fijado en el cuadro que debía responder: la teoría freudiana del complejo paterno. ¿Será eso lo

que lo obligó al intento de romper el nudo, pintando ese paisaje ruso, con el riesgo que se convirtiera en pasaje al acto? Voy a responder, para concluir, con las palabras del Hombre de los Lobos. Muriel Gardiner le sugirió que escriba sobre su análisis con Freud. A su manera, lo incitó a que hiciera el pase. El pase, procedimiento que Lacan invitó a realizar a los miembros de la disuelta Escuela Freudiana de París, llegado el tiempo final de su análisis. Es el analizante, no el analista, quien cuenta el final de su análisis, es un hecho novedoso. Muriel Gardiner le dice al Hombre de los Lobos que escriba su análisis con Freud. El Hombre de los Lobos respondió (esto es textual): “Y ahora llegó la cuestión, es decir, si después de la aparición del libro podría escribir un artículo separado que sería, por así decirlo, un análisis de mi análisis con el profesor Freud. No creo que eso me fuera posible. Como cuando acudí por primera vez a Freud la cuestión más importante para mí era si él estaría o no de acuerdo con que yo volviera a reunirme con Teresa. Si como otros médicos a quienes había visto antes, Freud me hubiera respondido con un “no”, sin duda yo no habría seguido con él. Pero como el profesor Freud estuvo de acuerdo con que yo viera a Teresa, no en forma inmediata, es verdad, pero pronto, de cualquier manera, me quedé con él. Este arreglo en un sentido positivo del problema que más me preocupaba en ese momento contribuyó mucho, como es natural, a una rápida mejoría de mi estado anímico. Ese fue un factor muy importante, pero que se hallaba en realidad fuera de la esfera de mi análisis con Freud”. El eunuco que se ofrece a la mujer disfrazada de turca queda afuera. Eunuco en su dimensión fálica, para darse como objeto que retorna en los distintos lugares donde se ofrece al goce del Otro. Al pedido de un relato de su análisis, el Hombre de los Lobos responde desde la imposibilidad que señaló el lugar del tropiezo. Detenido en la mirada del Otro, fijado en cuadro —Hombre de los Lobos—, aguarda aún en el nogal la caída que lo inscriba con su nombre. Si “El Hombre de los Lobos por el Hombre de los Lobos” hubiera devenido “El Hombre de los Lobos por Serguei P.”, entonces sí que del fantasma se habría hecho esa estructura flexible que alternando la castración entre el ser del objeto y la letra del sujeto, podría dibujar el borde de la ventana que abriría el velo que por vida le aquejó. Su fracaso me abre a estas cuestiones. *

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PREGUNTA: ¿La no caída del objeto es el punto en el cual aparece el ideal, el Nombre-del-padre en relación con el ideal, Freud, no afectado por la castración? ISIDORO VEGH: En cierto modo, sí. El Nombre-del-Padre queda ligado, en una de sus dimensiones, al ideal. En el seminario que Lacan dio en 1952 sobre el Hombre de los Lobos menciona dos versiones del padre. Una versión que él llama “el padre castrador”, que sería la serie de los odontólogos; otra, la versión del padre mortífero. En esa línea del padre mortífero podríamos tal vez incluir lo mortífero de la función idealizante del padre. Lacan advierte que en las escenas con las sirvientas, se ponía en juego una relación amoesclavo, en tanto en la transferencia Freud ocupó para él el lugar de un amo demasiado amo. Allí se encontraría esa función ideal. En cambio, Ruth Mac-Brunswick tuvo otra suerte, pudo situarse en una posición más flexible, aprovechando cierta transferencia en relación con la hermana que le permitió intervenir de un modo más eficaz. Freud, en cambio, había estado desde el comienzo identificado con ese lugar de padre ideal con su valor mortífero.

PREGUNTA: ¿El sueño donde hay una interpretación que no se produce, los árboles y ese paisaje que quisiera pintar y donde no están los lobos, retornaría como acting-out o pasaje al acto cuando se pone a pintar el cuadro? I. V.: La definición de acting-out es “transferencia sin análisis”. Mientras el Hombre de los Lobos quede fijado en cuadro —y de hecho esa es su desgracia—, persiste sin interpretación, por lo tanto, sin corte. Interpretar es interpretar la castración. Eso es lo que quiere caer y se ofrece como puesta en escena. PREGUNTA: Esa incomprensión de Freud con respecto al asentimiento para la reunión con Teresa, ¿de alguna forma no implica que es una operación en la cual Freud fija al Hombre de los Lobos en la dimensión del amor, del uno? ¿No hay oposición entre la escena de la mujer agachada, como objeto, y el amor? I. V.: Sí, en cierto modo sí. Es lo que dice el comentario de puño y letra del Hombre de los Lobos. Nos indica que lo esencial de su posición subjetiva quedó fuera del análisis jugado en ese amor por Teresa; amor con Teresa donde es localizable una reactivación de su posición de niña frente al Otro primordial. Lacan dice que sólo se puede hablar de la mujer toda cuando es madre, cuando el significante lo ocupa el niño como objeto. En ese sentido constituye Uno, el Uno unificante. PREGUNTA: A partir de la polémica de Freud con Jung acerca de la cuestión de lo regresivo y lo progrediente, planteando las escenas infantiles como algo que toma valor en una u otra perspectiva, ¿cuál sería la diferencia entre el après-coup freudiano y la idea de lo progrediente? I. V.: Hay una conjunción entre la castración del objeto en tanto mirada, y el objeto anal. La insistencia freudiana en distinguir la realidad de la escena primaria cierra la escucha a cuestiones que el Hombre de los Lobos intenta desplegar en su palabra. PREGUNTA: ¿La escena primaria se había producido? I. V.: Freud titubea; dice que habría sido entre animales, pero termina afirmando que efectivamente esa escena primaria se cumplió. Pienso que el concepto de après-coup es consecuencia o va junto con la posición progrediente. El concepto de après-coup quiere decir que un episodio que sucedió adquiere su significación —y aún su eficacia— en función de lo que sigue. PREGUNTA: ¿Cuál es la diferencia con lo regresivo de Jung? I. V.: Jung plantea que el retroceso a ciertos episodios de la infancia es sólo una construcción mítica que al sujeto le sirve para retirarse de las tareas asumibles que le impone la actualidad. Está en juego si se acepta o no el sexo como trauma. El esfuerzo de Jung tiende a un psicoanálisis más “limpio”, dejar de lado la cuestión del sexo, desexualizar la libido.

*El presente texto es el primer capítulo del libro de Isidoro Vegh “Paso a pase con Lacan. El objeto y sus destinos.” Letra Viva, 2003.