Historia visual de la danza en Chile, 1850 - 1966 (en proceso)

Ediciones Centro DAE, Teatro Municipal de Santiago, 201 2. Los derechos del texto pertenecen a José Manuel Izquierdo Kön

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Ediciones Centro DAE, Teatro Municipal de Santiago, 201 2. Los derechos del texto pertenecen a José Manuel Izquierdo König.

Todos los derechos de imágenes pertenecen al Centro DAE del Teatro Municipal de Santiago. Esta obra puede ser copiada, impresa y compartida legalmente sin fines de lucro. Está completamente prohibida su venta. Está completamente prohibida la utilización de cualquier información aquí vertida sin reconocimiento a la autoría y edición de esta obra. Imagen de portada: escuela de danza de Vadim Sulima, 1951 Las opiniones vertidas en este libro son de exclusiva responsabilidad de sus emisores y no representan necesariamente el pensamiento del Teatro Municipal de Santiago y su Centro DAE.

Esta obra está bajo una licencia Attribution 3.0 Chile de Creative Commons. Para ver una copia de esta licencia, visite http://creativecommons.org/licenses/byncnd/3.0/cl/

El presente libro busca aportar a la historia de la danza escénica en Chile a partir de su visualidad, complementando las imágenes con algunos comentarios históricos generados a partir de la información documentada de las mismas. Este trabajo, así como las imágenes que aquí aparecen, pertenecen al Centro de Documentación del Teatro Municipal de Santiago en su totalidad. Las fechas que se han seleccionado, como apertura y cierre de este trabajo, refieren a dos ocasiones de importancia en esta historia: en primer lugar, la llegada de las bailarinas Dimier y Soldini; en segundo lugar, el retiro de Octavio Cintolesi del Ballet de Santiago y de Ernst Uthoff del Ballet Nacional Chileno, sellándose de este modo lo que podríamos llamar la etapa fundacional de la danza en el país, tanto en su vertiente moderna como clásica. No pretende ser ésta una historia en el sentido tradicional, sino una narración realizada en forma cronológica a través de imágenes, con mínimos comentarios en textos. Esperamos sinceramente que estas imágenes, de gran calidad visual muchas de ellas y alto valor histórico, sean un aporte en una mayor y más completa comprensión de esta rama artística en nuestro país y de quienes han trabajado para llevarla adelante, con las dificultades que aquello supone.

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A fines de 1850 llegaron a Chile las bailarinas Aurelie Dimier y Mdm. Soldini (derecha y abajo, respectivamente), con la compañía francesa de teatro, comedia y baile. Fueron las primeras bailarinas de ballet en el país y causaron gran impacto en la población local. Aurelie Dimier siguió viajando por el mundo y finalmente se radicó en Valparaíso.

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Desde Estados Unidos llegó en 1856 la compañía Rousset, que incluía a su director Jean Rousset y cuatro hermanas bailarinas que habían logrado cierto prestigio y éxito en Estados Unidos: Carolina, Adelaida, Clementina y Teresina. Dieron diversas presentaciones a lo largo de un año en Chile para luego seguir viaje hacia Argentina.

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Teresa Martinetti, quien llegó a Chile en 1862 con la compañía de los Martinetti Ravel, bailarines y acróbatas que presentaron diversas piezas de ballet y también de teatro, cuando ya en Chile la moda de la pantomima estaba pasando con fuerza. De hecho, será la última compañía que presentará ballet, al parecer, hasta la llegada de Ana Pavlova en 1917, quien revitalizará este arte en Chile.

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A fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX algunas compañías de ópera y teatro llegaron al Teatro Municipal de Santiago con bailarines de elenco, de mayor o menor importancia. Entre ellos podemos mencionar a Adela Luciano (bailarín en travesti, a la derecha) y la famosa Felyne Verbist (izquierda).

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Tórtola Valencia, artista española que deslumbró a la danza entre 1910 y 1930, pasó también por Chile en 1916. especializada en la "danza libre", perfeccionó un estilo que mezclaba las tradiciones españolas y del ballet clásico con el mundo creativo de Isidora Duncan. Muy liberal en sus costumbres, no pasó desapercibida en ningún país (como demuestra la fotografía) , con el bullicio de la galería masculina que se repletaba cada día en el Teatro Municipal. La iglesia católica llegó al punto de prohibir a sus fieles asistir al espectáculo de la bailarina en algunas ciudades, incluyendo Concepción. Finalmente, su estilo irreverente implicó que, un año más tarde, la población esperara una situación similar por parte de Anna Pavlova y, quizás, fue el contraste con la sutileza de esta última la que, por fin, terminó por validar la danza escénica en Chile.

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Anna Pavlova, una de las más importantes bailarinas del siglo XX, visitó Chile en dos ocasiones: 1917 y 1918, presentándose con enorme éxito y marcando el deseo de los chilenos por bailar (actuó en varias ciudades del país, desde Valdivia hasta La Serena). A ella se debe el impulso en las décadas siguientes por la danza y sus actuaciones, particularmente en "La Muerte del Cisne", fueron recordadas por años. Sin duda, se debe a ella el nacimiento por el amor a este arte en nuestro país.

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Jan Kaweski fue uno de los más importantes fundadores de la danza en Chile. Viajó con Anna Pavlova en su gira de 1918 y luego de pasar por Lima, en vez de tomar el barco a Chile, llegó a Uruguay y Argentina donde tuvo una corta carrera junto a otros bailarines de Europa del este, como Maria Chabelska. Ya en Estados Unidos había tenido cierta fama e incluso participó en el estreno de Eulenspiegel de Nijinsky. Además, bailó para los rusos de Diaghilev en Londres y adquirió un importante conocimiento en danzas clásicas y técnicas que luego aplicó en Chile.

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En Chile, Jan Kawesky vivió desde 1918 hasta entrada la década de 1930, en que mantuvo principalmente trabajo como coreógrafo en el Teatro Municipal (particularmente después de 1930) y como maestro en una prestigiosa escuela de danza, la primera en el país. Aunque algunos calificaron su trabajo, sobretodo a posteriori, como superficial, en realidad su escuela aportó con el conocimiento de la danza de carácter y del ballet en las llamadas "danzas clásicas". Aquí dos ejemplos en imágenes: María Luisa Amenábar como Cleopatra en la coreografía del mismo nombre y Meche Vásquez e Inés Greve en una presentación de danzas clásicas en 1925, cuando aún eran parte del Instituto de Educación Física.

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Jan Kawesky, además, fue fundamental en su rol en el Teatro Municipal, donde elevó la danza a una necesidad en las temporadas (debido a las presentaciones con sus alumnas), como también a sus "bailes rusos" con bailarines extranjeros y locales, que en la década de 1930 tuvieron gran éxito. Junto a esto, preparaba las coreografías para diversas óperas, como "Sansón y Dalila", en la fotografía a la izquierda.

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El Teatro Municipal era un espacio donde la danza tenía un lugar, principalmente, como parte integral de las óperas que se presentaban. Aquí, nuevas bailarinas eran bienvenidas constantemente, algunas de las cuales participaban una sola temporada (como Teresa Battaggi, arriba) o se quedaban y formaban escuela, como Anna Brunowa (derecha). En cualquier caso, era un tipo de danza exotista, por lo general, enfocada en el colorido, el vestuario y la presencia escénica, particularmente dentro de la Gran Ópera francesa e italiana. Egipcios, árabes, gitanos y africanos no podían faltar en estas presentaciones.

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Por otra parte, en la misma década de 1920 comenzó en Chile un movimiento de danza reformadora, lejana al espectáculo exótico y la danza clásica tradicional, que fue impulsado con fuerza por algunas maestras llegadas de Europa y con raices en el país. El primer caso relevante es el de Doreen Young, cuya escuela en Valparaíso fue fundamental en aquel tiempo, marcando una diferencia con el trabajo de Kawesky desde 1924 (aunque igualmente realizaron giras por el país juntos y mantuvieron cierta amistad hasta la trágica muerte de este último). Su trabajo fue fundamental en la aparición de bailarines profesionales en Chile y en la validación de esta rama del arte escénico.

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La danza, como forma pedagógica, agarra alto vuelo en las décadas de 1930 y 1940, señalándose en la prensa que era una de las mejores formas de pasar el tiempo para señoritas de sociedad (aunque, igualmente, algunos hombres fueron entrando lentamente a estas escuelas). Otras profesoras centrales en la valoración de la danza como espacio de aprendizaje para el cuerpo, serán Yerka Luksic, Ines Pizarro, Ignacio del Pedregal, Andree Haas (abajo) y Tona Engel (a la izquierda), esta última alumna de Jan Kawesky.

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A comienzos de 1940, y con la Guerra Mundial en Europa, muchas compañías se exiliaron a giras internacionales, pasando por Chile con mayor o menor impacto. Entre ellas, fue la de Kurt Jooss la que más influiría el desarrollo de la danza en Chile, pero igualmente se puede mencionar al American Ballet en 1941 y los Ballet Russe un año más tarde.

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Kurt Jooss, coreógrafo alemán, es considerado el padre del teatro danza y uno de los más importantes artistas de la danza moderna, principalmente por su trabajo con el Ballet Jooss. En 1932 presentó "La Mesa Verde" en París, que mediante estas artes organizaba una crítica fundamental al funcionamiento de La Liga de las Naciones, de modo que fue muy comentada en su tiempo. La segunda guerra mundial llevó al prestigiado grupo al exilio, iniciándose una gira por Sudamérica en 1940 (luego de un paso por Londres). Muchos jóvenes chilenos sintieron interés por esta nueva forma de danza y Andrée Haas convenció a la Universidad de Chile para contratar a dos jóvenes integrantes del conjunto, Ernst Uthoff (en la fotografía arriba, durante el estreno en 1932 de La Mesa Verde) y Lola Botka, para que formaran una compañía de danza en la Facultad de Artes.

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En 1945 se estrena una versión de Ernst Uthoff del ballet Coppelia con la escuela de danza, fundándose con ella el Ballet Nacional Chileno. Un éxito total de público y crítica, fue estrenada un 18 de mayo, con la participación de diversos bailarines, entre ellos Lola Botka y Malucha Solari (abajo, fotografiadas en la temporada de estreno).

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Los primeros años del Ballet Nacional Chileno implican una revolución en el arte local. Ernst Uthoff y Lola Botka reciben la nacionalidad chilena (arriba, de manos de Domingo Santa Cruz) y el mismo Kurt Jooss vuelve para montar La Mesa Verde con un elenco íntegramente chileno (algunos volverán con el a Alemania, demostrando la calidad de los bailarines locales). Las oscuras versiones de Coppelia (a la derecha, con Virginia Roncal y Patricio Bunster) o la complejidad de El Hijo Pródigo (arriba, con Luis Cáceres y Lola Botka). La danza moderna, que llegó desde Alemania, se instaló en Chile como un caso y escuela único en América Latina y, quizás, en el mundo.

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El Ballet Nacional fue no sólo un espacio para los primeros bailarines locales, sino también para las primeras coreografías realizadas por chilenos, como Umbral del Sueño de Malucha Solari (1951) o Redes de Octavio Cintolesi (1952, a la izquierda con Blanchete Hermansen y Óscar Escauriaza).

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En 1949 la visita de Alicia Alonso (cubana, fotografía superior) sirvió para recordar a los chilenos la antigua pasión por el ballet, casi olvidado frente a la danza moderna y al poco tiempo de su venida se contrató a los bailarines Sulima para armar una escuela de danza.

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Los Sulima (el matrimonio de bailarines rusos Nina Grislova y Vadim Sulima -abajo, a la derecha-) fueron contratados por el Teatro Municipal para realizar coreografías de ópera entre 1949 y 1958, con gran éxito. Armaron una academia de danza clásica (abajo, izquierda), la primera profesional en el país y, aunque comenzaron desde el exotismo característico de épocas anteriores (a la derecha, Aída en 1950), pronto crearon un referente opuesto a la Universidad de Chile con la formación del Ballet Clásico Nacional Chileno. Hacia allí convergieron diversos talentos y también algunos estudiantes de Uthoff que buscaron otras enseñanzas, como Jorge Riquelme y Paco Mairena.

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El ballet de los Sulima implementó varias novedades en el medio local, como la utilización de música grabada con parlantes, lo que permitió giras por el país y funciones en poblaciones de Santiago (idea que tomaría luego la Universidad de Chile), y la creación coreográfica con música de chilenos: en 1950 Las Tres Pascualas, con música de Remigio Acevedo (arriba, izquierda), en 1053 La Noche de San Juan, con música de Salvador Candiani (derecha) y finalmente Luz en las Tinieblas, con música de Juana Tarrazas en 1957.

En la década de 1950 el Ballet Nacional Chileno, con la dirección de Ernst Uthoff y una larga lista de importantes intérpretes, comenzó un camino en ascenso que diversificó su estilo a la vez que se apropió de nuevas tendencias. Gracias al auge en la vida coral local y la presencia de la Orquesta Sinfónica de Chile, pudo montar Uthoff una de sus más grandes creaciones: Carmina Burana (1953, a la izquierda). Además, se comenzaron a incorporar temáticas del costumbrismo chileno en la escena, tan moda en aquellos años, por medio de piezas como Milagro en Alameda (arriba, 1957), éxito de público y crítica.

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