Herbert Marcuse: Sociedad industrial

Herbert Marcuse Sociedad industrial Como parte del "poder de lo negativo" (en el pensamiento comprendido dialécticamente

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Herbert Marcuse Sociedad industrial Como parte del "poder de lo negativo" (en el pensamiento comprendido dialécticamente) Marcuse hizo más aguda su crítica a toda sociedad industrial (capitalista y soviética) en Eros y civilización (1955), resultado de una investigación filosófico-social acerca de Freud. Este libro fue un significativo aporte a la definición crítica de las relaciones entre el marxismo y el psicoanálisis. Con base en esta lectura de su fundador, traspasada por la tradición de la corriente cultural alemana que pretendía emancipar al género humano, Marcuse esbozó las líneas generales de una civilización caracterizada por una represión excedente que derivaba del rol de la técnica y la tecnocracia en las sociedades industriales. Al mismo tiempo pensaba la posibilidad de una sociedad no represiva que implicara la eliminación del trabajo enajenado, la promoción del juego y de una libre y abierta sexualidad con el fin de alcanzar una sociedad y cultura más felices. Todo ello era irrealizable en el seno de las sociedades industriales. Su visión de la liberación anticipó muchos de los valores de la contracultura de los años 60 y ayudó a que el pensamiento de Marcuse se convirtiese en una influencia importante durante esa década. En este período también él se interesó vivamente en Dilthey y en la fenomenología de Husserl, preocupado por la adaptación de estos enfoques a la teoría cr´tica. Entre 1928 y 1932 también había colaborado en algunas revistas, entre ellas Philosophische Hefte, Archiv fur Sozialwissenschaft y Die Gesellschaft y fue durante algún tiempo director de la última de ellas. En 1958 Marcuse se titularizó como Profesor en la Universidad de Brandeis y se convirtió en uno de sus más influyentes miembros. Durante su período de trabajo en los servicios del gobierno estadounidense, Marcuse había sido un especialista en fascismo y comunismo y había recogido material sobre la realidad del régimen comunista. En ese mismo año publicó un estudio crítico de la Unión Soviética que rompió un tabú de la crítica social marxista que se rehusaba a hablar en contra de los regímenes comunistas que eran considerados, en el peor de los casos, como un mal menor. Al intentar desarrollar un análisis de muchos aspectos de la URSS, Marcuse centró su crítica en la burocracia soviética, la cultura, los valores y las diferencias entre la teoría marxista y la versión soviética del marxismo. Esta experiencia habría adoptado caracteres opresivos de la sociedad industrial y de la tradición rusa. Ello lo alejó definitivamente de la ortodoxia de los partidos comunistas vinculados a la tradición de la Revolución de Octubre de 1917. Sin embargo, distanciándose de los que interpretaban al comunismo soviético como un sistema burocrático cerrado e incapaz de reforma y democratización, Marcuse también señaló el potencial de "las tendencias de liberalización" opuestas a la burocracia estalinista.

A continuación Marcuse publicó una amplia crítica de los capitalismos avanzados en One Dimensional Man (1964) (El hombre unidimensional), su obra cumbre. En este libro esboza la teoría de la decadencia del potencial revolucionario en las sociedades capitalistas, en particular la de Estados Unidos, y el desarrollo de nuevas formas de control social. Marcuse argumentó que "la sociedad industrial avanzada" había creado falsas necesidades en los individuos integrados en el sistema actual de producción y consumo. Los medios de comunicación y la cultura, la publicidad, la gestión industrial y los modos de pensamiento contemporáneos reproducían el sistema existente y eliminaban la negatividad, la crítica y la oposición. El resultado fue un universo "unidimensional" de pensamiento y de conducta en que la aptitud y la capacidad para el pensamiento crítico, así como para las acciones de oposición, fueron absorbidas por ese universo. No sólo el capitalismo había integrado a la clase obrera, es decir la fuente de potencial de un movimiento revolucionario opositor, sino que había desarrollado nuevas técnicas de estabilización por medio de políticas de Estado y nuevas formas de control social. Más aún, esta sociedad tenía la capacidad de mercantilizar cualquier forma de resistencia a la dominación del capital, lo cual iría disolviéndola. Así Marcuse homologaba las supuestas libertades de los regímenes capitalistas avanzados a las formas represivas del sistema soviético. Funcionaba una esencia represiva derivada de la organización del trabajo y el predominio de burocracias tecnocráticas en los dos tipos de sociedades industriales. Asimismo, cuestionaba dos de los postulados fundamentales del marxismo ortodoxo: la existencia de un proletariado revolucionario que lucharía contra el capital, y el carácter inevitable de la crisis capitalista. A pesar de cierto pesimismo respecto de la posibilidad de transformar las sociedades capitalistas, Marcuse afirmaba en este libro que la reacción emancipadora se desarrollaría en los márgenes de todas las sociedades industriales; los actores del cambio serían estudiantes que no hubiesen entrado en el mercado de trabajo, sectores marginales y países del subdesarrollado Tercer Mundo. Por ello las ideas de Marcuse influyeron en muchos jóvenes que crearon la "nueva izquierda" en la medida en que ellas articulaban el creciente descontento con las sociedades capitalistas tanto como con las sociedades de tipo soviético. En materia epistemológica y teórica planteaba en las conclusiones de su libro central (Marcuse 1964: 277): ¿Es que ello quiere decir que la teoría crítica debe abdicar y abandonar el terreno a la sociología empírica? ( la sociología empírica se niega a ser tributaria de una teoría , releva solamente de una metodología y es víctima de una ilusión; ella tiene así una función ideológica proclamando que ha suprimido los juicios de valor). A su vez, reconocía que la teoría crítica era incapaz de demostrar que, en las sociedades industriales, había fuerzas sociales capaces de cambiarlas desde su interior, y agregaba:

La teoría crítica de la sociedad no posee conceptos que permitan recorrer la distancia entre el presente y el futuro; ella no hace promesas, no ha tenido éxito (y) ha permanecido negativa. Así ella puede mantenerse leal sólo hacia quienes, sin esperanza, han dado y dan vida por la Gran Negación (los marginados de esas sociedades) (Marcuse 1964: 281). Por otra parte, este trabajo es el de un analista político que estudiaba su realidad y no la imaginaba: Marcuse había comprendido que en Estados Unidos se estaba incubando una intensa rebelión de la juventud por una suma de factores sociales y culturales y supo dar cuenta de ese hecho que tomaría dimensiones universales. Cabe recordar que la reacción juvenil más importante entre 1965 y 1975 se registró en ese poderoso Estado. Marcuse (1964: 279-289) afirmaba: Pero la lucha que debe aportar la solución no puede tener las formas tradicionales. Dadas las tendencias totalitarias de la sociedad unidimensional, las formas y los medios tradicionales de protesta han cesado de ser eficaces -quizás ellos se transforman en peligrosos porque preservan la ilusión de la soberanía del pueblo Sin embargo, por debajo de las clases populares conservadoras, está el substrato de los parias y de los "outsiders", las otras razas, los otros colores, las clases explotadas y perseguidas, los desempleados y aquellos que no pueden emplearse. Ellos se sitúan al exterior del proceso democrático; su vida expresa la necesidad más inmediata y más real de poner fin a las condiciones y a las instituciones intolerables Así su oposición es revolucionaria aun cuando su conciencia no lo sea. Su oposición golpes al sistema del exterior y por eso dicho sistema no la puede integrar. Luego siguió defendiendo la demanda de un cambio revolucionario y abogó por los derechos de las nuevas fuerzas emergentes de la oposición radicalizada, lo que le ganó el creciente odio de las fuerzas del "establishment" académico y el respeto de los nuevos izquierdistas. One Dimensional Man fue seguido por una serie de libros y publicaciones menores sobre los efectos de la acción política de la "nueva izquierda". En "La tolerancia represiva" (1965) atacó al liberalismo occidental, en la medida que se negó a debatir las controversias surgidas en la década del sesenta, confundiéndolas con una manipulación soviética; ello condujo a identificar equivocadamente esa "nueva izquierda" con el comunismo tradicional. Entonces Marcuse, ya jubilado en 1970 como profesor universitario, fue descalificado de manera simplista y acusado de ser un radical intransigente e ideólogo de la izquierda totalitaria, tal como había sucedido con muchos autores críticos en la historia del pensamiento. Sus últimos trabajos fueron polémicas con la mayoría de sectores académicos occidentales, la cual no supo prever la rebelión juvenil de los años 60 y sobre todo no apreció ni midió sus efectos duraderos. En "Ensayo sobre la liberación" celebró todos los movimientos radicales existentes, desde el Vietcong hasta los hippies, y criticó a los académicos conformistas que se oponían a los cambios derivados de la acción de la "nueva izquierda". En el libro Counterrevoultion and Revolt, por el contrario, aceptó la evidencia que le ofrecía la realidad cuando

las esperanzas más ambiciosas de los años 60 estaban siendo detenidas por los efectos de la crisis estructural del capitalismo y el ascenso de una nueva derecha que, en Occidente, proclamaba el fin de la intervención económica del Estado y la destrucción de su acción social. Durante el período de su mayor influencia pública (1965-1975), Marcuse publicó numerosos artículos de divulgación y pronunció conferencias en diversos países, asesorando a veces a los estudiantes radicalizados de diversos países; viajó mucho y su trabajo se discutió, a veces simplificado, en los medios de comunicación. En los últimos años de su vida adquirió una popularidad no siempre feliz, la cual le generó críticas en el a menudo acartonado medio académico de punta. Marcuse también dedicó parte de su trabajo a la estética, y su último libro, La dimensión estética (1979), defendía el potencial emancipador de las formas artísticas. Marcuse creía que la revolución cultural era una parte indispensable de la transformación revolucionaria, en paralelo con ideas que había desarrollado el italiano Antonio Gramsci cuatro décadas antes.

Medios de comunicación Marcuse muestra un análisis muy profundo y duro en cuanto a los procesos de cambio, a pesar de eso el reconoce "la posibilidad de alternativas" y los diferentes caminos y sobre todo la tarea de la filosofía en este aspecto. Una nota al pie muy curiosa de su libro "el hombre unidimensional" dice: “Todavía existe el legendario héroe revolucionario que puede derrotar incluso a la televisión y a la prensa: su mundo es el de los países ‘subdesarrollados’ Pero la pretensión de hacer posible el distanciamiento a través del arte para evitar la dominación, muestra claramente un problema que impide utilizarlo como medio de evasión. Según Marcuse, el arte es capaz de sacarnos de la vida diaria, nos hace ver la realidad de otra forma porque nos coloca en otra posición. Sin embargo, el arte está distanciado, pero no separado de la realidad porque está mercantilizado, por lo tanto, no se puede utilizar como medio de evasión porque está bajo el control de la clase dominante, como el resto de los ámbitos de la sociedad. En diferentes pasajes se evidencia su idealismo que luego se traduce a su militancia política. Esta contradicción es reconocida por Marcuse, quien vivió en una eterna disputa teórica acerca de la interrogante fundamental de si la sociedad tenía la posibilidad o no de cambiar desde adentro y por tanto de trascender el statu quo. Está clara la existencia de esperanza en su pensamiento, aunque el análisis de la realidad y los acontecimientos se contrapongan a este tema. Para ilustrar esta contradicción, en sus conclusiones sobre el "hombre unidimensional" Marcuse cita al final una frase de Walter Benjamin que dice lo siguiente: "Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la esperanza" En la era presente, se han invalidado las fronteras entre la psicología por un lado y la filosofía social y política por el otro,

gracias a la condición actual del hombre. Por eso en Eros y civilización hace uso de categorías psicológicas, ya que antes los procesos psíquicos, antiguamente autónomos e identificables ahora están siendo absorbidos por la función del individuo en el estado, por su existencia pública. Por lo mismo los problemas psicológicos se transforman en problemas políticos: el desorden privado refleja más directamente que antes el desorden de la totalidad, y la curación del desorden personal depende más directamente que antes de la curación del desorden general. La psicología puede ser elaborada y practicada entonces como una disciplina especial tan sólo en tanto la psique pueda mantenerse a sí misma contra el poder público, en tanto la vida sea realmente deseada y construida por sí misma, y afirma Marcuse, que si el individuo no tiene ni la habilidad ni la posibilidad de ser para sí mismo, los términos de la psicología llegan a ser los términos de las fuerzas sociales que definen la psique. Para Marcuse, la instancia fundamental de formación de la conciencia humana está en la niñez, tal como se vive en el interior de la familia. En esta etapa, el hombre que se está formando adquiere sus categorías normativas y todo su marco de referencia para enfrentar el mundo. Lo que la sociedad industrial moderna ha trasmutado es precisamente ese ámbito familiar, en que la sociedad misma alienante se ha introducido a través de los medios de comunicación de masas, reemplazando a la familia, y formando a los hombres con categorías que no salen de él mismo, sino del capitalismo. Las necesidades del hombre, así como sus anhelos, sueños y valores, todo ha sido producido por la sociedad, y de esa manera se ha asimilado cualquier forma de oposición o movimiento antisistémico. En este punto está la principal diferencia entre la forma de alienación que describe Marx y la que describe Marcuse. Mientras en Marx la alienación está focalizada en el ámbito de la producción material, donde al hombre se le arrebata el valor producido con su trabajo (y por tanto su condición humana), en Marcuse la alienación está enfocada en la conciencia misma del hombre moderno, y por tanto no hay forma alguna de escapar a la coacción. A pesar de identificar en el hombre una forma de sumisión mucho más desarrollada y difícil de penetrar, Marcuse remarca los valores de la vanguardia en el arte cuando habla de Bertolt Brecht o dice por ejemplo: "La lucha por hallar este medio, o más bien dicho la lucha contra su absorción en la unidimensionalidad predominante, se muestra en los esfuerzos de la vanguardia por crear un distanciamiento que haría la verdad artística comunicable otra vez" (Hebert Marcuse, “El hombre unidimensional”, pág 96). Este distanciamiento que pretende realizar Marcuse está marcado por la intencionalidad de alejar al ser humano del dominio que está impuesto en toda la sociedad. Y pretende reorientar el rumbo de la cultura hacia el arte, hacia lo estético.

Georg Simmel Interacción social La interacción social determina formas de comportamiento, de relaciones sociales entre los individuos, estos y los grupos, las instituciones y la propia comunidad donde interactúan. Las relaciones se presentan y desarrollan de acuerdo con las percepciones y experiencias comunitarias y grupales, las tendencias para asumir los entornos y escenarios en sus más diversas dimensiones e incluso su influencia en las transformaciones políticas, sociales y económicas. En el siguiente trabajo se analizan las principales teorías sociológicas que abordan las características, funciones y formas de interacción social. Entre los teóricos clásicos que se interesaron por la interacción social como nivel de la realidad social, se encuentran Durkheim, Simmel, Schutz y Mead. La sociología contemporánea profundizó en lo relacionado a la interacción, lo cual se puede apreciar en el funcionalismo estructural de Parsons, Blumer, Berger y Luckmann. Sin embargo, el núcleo fundamental de su teoría lo constituyen sus ideas acerca de los hechos sociales, que distinguió en materiales e inmateriales. Durkheim enfatizó sus estudios en la socialización y los hechos sociales inmateriales, y analizó entre ellos la conciencia y las representaciones colectivas. A pesar de que estos conceptos están relacionados a la acción y la interacción social, Durkheim apenas analizó estas últimas. Georg Simmel, quien fue de los primeros en afirmar que la comprensión de la interacción entre la gente era una de las grandes tareas de la sociología, es reconocido por sus contribuciones a la comprensión del concepto y las diferentes formas de la interacción social. Uno de los niveles de la realidad que más le preocupó fue el interaccional. Al abordar las interacciones, Simmel refiere que pueden ser momentáneas o permanentes, conscientes o inconscientes, superficiales o profundas, pero mantienes constantemente el vínculo entre los hombres. A cada momento estos lazos de relación se alargan, se quiebran, se retoman otra vez, se sustituyen por otros, se entrelazan con otros. Lo anterior demuestra su interés por la interacción social, también llamada por este autor asociación, y el carácter psicológico que le atribuye a la misma; sus esfuerzos fueron dirigidos a observar diversas interacciones y luego describirlas, así como a los actores conscientes, entre los que distinguió diferentes tipos de interactores. A diferencia de Durkheim, Simmel no le presta atención a los hechos sociales, sino que resalta la importancia de la interacción en la sociedad, incluso llegó a equipararla con esta cuando afirma: La sociedad… solo es la síntesis o el término

general para la totalidad de esas interacciones específicas… La sociedad es idéntica a la suma total de esas interacciones. Simmel consideraba que el mundo real está compuesto de innumerables acontecimientos, acciones e interacciones, y como le preocupaba la forma por encima del contenido, consideraba que las personas (actores) ordenaban la realidad (contenido), a un número ilimitado de de formas. Esto significa que la interacción para él no constituye un conjunto confuso de acontecimientos específicos sino las disímiles formas en que estas se llevan a cabo. Esta metodología de análisis permite por lo general, según Simmel (1959), obtener un estracto de las características comunes que se encuentran en un amplio frente de interacciones específicas. Por ejemplo, las formas interactivas de supraordenación y subordinación se basan en una vasta gama de relaciones, tanto en el estado, como en una comunidad religiosa, tanto en una escuela como en una familia. El interés de este autor por las formas de interacción social ha sido objeto de varias críticas, autores como Rudlph Heberle y Lewis Coser señalan que sus criterios apuntan a la concepción de sociedad como un juego de factores estructurales, en el cual los seres humanos aparecen como objetos pasivos más que como actores vivos y con voluntad. Sin embargo, Ritzer destaca como una de las propuestas más importante en relación al interés de Simmel por las formas de interacción, el hecho de que este descartaba la idea de que la sociedad es solo un conjunto de individuos aislados, más bien adoptó una posición intermedia frente a esta concepción, al considerar la sociedad como un conjunto de interacciones. Según esto propone que la sociedad es meramente un nombre para un conjunto de individuos conectados por medio de la interacción. La esencia de este planteamiento está en que para este autor las estructuras e instituciones dependen y son el resultado de esta interacción social, considerando la sociedad como una suma de factores estructurales. Precisamente esta concepción fue criticada por algunos estudiosos de la obra simmeliana. Sin embargo, a pesar de esta visión de la sociedad como una estructura social coercitiva e independiente, es válido destacar el punto de vista interaccionista que tuvo la sociología simmeliana. George H. Mead propone sus ideas acerca de la interacción a partir de su teoría sobre los símbolos significantes. Un símbolo significante es para Mead una especie de gesto, aunque consideraba que no todos los gestos constituyen símbolos significantes. Según este autor estos se convierten en símbolos significantes cuando surgen de un individuo para el que constituyen el mismo tipo de respuesta, lo cual logra una comunicación.

Mead considera que el conjunto de gestos vocales que tiene mayor posibilidad de convertirse en un símbolo significante es el lenguaje: un símbolo que responde a un significado en la experiencia del primer individuo y que también evoca ese significado en el segundo individuo. Este autor ofreció las primeras ideas de los que sería denominado por Herbert Blumer como interaccionismo simbólico. Así Mead afirma que los símbolos significantes también hacen posible la interacción simbólica. Es decir, las personas interactúan con otras no sólo con los gestos, sino también con los símbolos significantes. Esto, por supuesto, marca una diferencia y hace posible el desarrollo de pautas u formas de interacción mucho más complejas de organización social que las que permitirían los gestos. Para Mead, un acto social implica dos o más personas, y el mecanismo básico de este es el gesto, esto implica que sin estos, ejecutados en un determinado contexto, donde coexistan estas personas, no existiría interacción. Alfred Schutz identificó cuatro reinos diferentes de la realidad social, aunque realmente prestó un interés especial a dos de ellos: el umwuelt (la realidad social directamente experimentada) y el mitwelt (la realidad social indirectamente experimentada). El umwuelt, también llamado porSchutz relaciones-nosotros, implica la interacción cara a cara, y en esta existen muchos indicadores de la experiencia subjetiva. El mitwelt, implica distancias espaciales que hacen imposible la interacción cara a cara, las personas tratan solamente con personas tipo o con grandes estructuras sociales. En el mitwelt las relaciones son impersonales y anónimas. Las personas que no tienen una interacción cara a cara con otras, no pueden saber lo que estas piensan. Su conocimiento se reduce a “tipos generales de experiencia subjetiva”. Parsons, desde sus teorías del funcionalismo estructural, relacionó a la interacción con el sistema social, que definió: un sistema social consiste en una pluralidad de actores individuales que interactúan entre sí en una situación que tiene, al menos, un aspecto físico o de medio ambiente, actores motivados, y cuyas relaciones con sus situaciones –incluyendo a los demás actores- están mediadas y compartidas por un sistema de símbolos culturalmente estructurados y compartidos. Lo anterior expone la idea de este autor de que un sistema social es todo tipo de colectividades, resaltando a la sociedad como sistema de gran importancia, en el que un conjunto de individuos interactúan y pueden satisfacer sus necesidades individuales y colectivas.

Moda En la vida social tienen lugar tanto el gusto por la permanencia, la unidad y la igualdad, así como un marcado interés por la variedad, la particularidad y la singularidad. Estas contraposiciones se expresan en una tendencia psicológica

hacia la imitación, en tanto que extensión de la vida del grupo a la vida individual. La imitación le permite al individuo no sentirse solo en su actuación, lo libera de la aflicción de tener que elegir y lo hace aparecer como un producto del grupo, aunque esto depende del grupo social en el que se desarrolle. Simmel define a la moda como la: imitación de un modelo dado que proporciona así satisfacción a la necesidad de apoyo social; conduce al individuo al mismo camino por el que todos transitan y facilita una pauta general que hace de la conducta de cada uno un mero ejemplo de ella. Pero no menos satisfacción da a la necesidad de distinguirse, a la tendencia a la diferenciación, a contrastar y destacarse. Unir y diferenciar son las dos funciones básicas de la moda, que es, a la vez un producto tanto de necesidades sociales como de necesidades formalmente psicológicas. La arbitrariedad con que la moda impone algunas veces lo útil, en otras lo absurdo y en algunas otras lo práctico y estéticamente indiferente, indica su desvinculación con las normas prácticas de la vida y remite a otras motivaciones, como lo son las típicamente sociales. La moda puede adoptar en ocasiones contenidos prácticamente justificados, adquiere su sentido pleno sólo cuando se hace perceptible su independencia con respecto a cualquier otra motivación. Pasa algo semejante con los actos guiados por el deber, que revisten un carácter moral en tanto que lo que nos mueve no es su contenido y finalidad exterior, sino precisamente el hecho de que se trata, justamente, de deberes. Las formas sociales, el vestido, los juicios estéticos, en una palabra, el estilo en que se expresa el hombre está sometido a una constante mutación debido a la moda. Sin embargo, ésta sólo afecta a los estratos superiores, pues los inferiores se la apropian, traspasando las fronteras establecidas y rompiendo la homogeneidad de la pertenencia a los estratos superiores los que abandonan la moda en cuestión y acceden a una nueva para volver a diferenciarse, otra vez, de las masas. La necesidad de cohesión, por una parte, y la necesidad de diferenciación, por otra, son tendencias sociales que deben conjuntarse para lograr la formación de la moda; si ello no ocurre así, la moda no llega a consolidarse y su imperio no es tan intenso. Algo esencial de la moda es que siempre sólo una parte del grupo la ejerce, mientras que el resto se limita a estar en el camino hacia ella. No puede ser considerado como moda únicamente lo que es persistente y llega a normalizarse. La moda es un fenómeno que desaparece con tanta rapidez como apareció. Aquí está una de las principales razones por las que domina tan intensamente: las convicciones permanentes e incuestionables pierden cada vez más fuerza, y los elementos fugaces y cambiantes predominan y van abriendo nuevos territorios.

Formas y contenido La obra de Simmel contribuyó a dar forma al desarrollo de uno de los primeros centros de sociología norteamericana, la Escuela de Chicago, y su teoría central: el interaccionismo simbólico, que llegaron a dominar la sociología norteamericana durante los años veinte y principios del de los treinta. Mientras a Max Weber y a Karl Marx se procupaban de cuestiones de gran envergadura como la racionalización de la sociedad y la economía capitalista; Simmel obtuvo fama por sus trabajos sobre fenómenos a pequeña escala, especialmente la acción y la interacción individual. Epistemológicamente Simmel sostuvo kantianamente que toda experiencia de contenidos está conformada por categorías a priori. Esta postura es básica para comprender la distinción entre forma y contenido, que posteriormente pasó a ser el principio metodológico de su sociología. La distinción es claramente analítica: la forma es sólo un principio básico de organización de la percepción, una modalidad de experiencia que estructura lo que en su unidad inmediata carece de estructura. Por lo que comenzó a ser reconocido por su análisis de las formas de interacción (por ejemplo el conflicto), y de los tipos de interacciones (por ejemplo, el extraño). Lo que visionó Simmel fue que la comprensión de la interacción entre la gente era una de las grandes tareas de la sociología, y sobre todo, que es imposible estudiar el voluminoso número de interacciones de la vida social sin disponer de herramientas conceptuales. Es así como nacieron las formas de interacción y los tipos de interacciones; comprendió que podía aislar una cantidad limitada de formas de interacción que se daban en un elevado número de escenarios sociales; así podrían conocerse y analizar los diversos marcos en que se desenvuelve la interacción. Para Simmel los contenidos de la interacción constituyen su fuerza motriz: impulsos, propósitos, intereses y otros elementos que existen en los individuos. Las formas de interacción o formas sociales no son, como las formas de la cultura, entidades reales estructuradas, sino aspectos abstractos, analíticos, de la realidad social. Se las podía concebir mejor como configuraciones estructurales básicas o principios estructurantes. Simmel encontró justificación para esta distinción en la independencia de de las formas y los contenidos. Los principios estructurales que enumeró el propio Simmel son: la relación supraordinación-subordinación; la relación antagonismo (conflicto); la división del trabajo o relación de interdependencia funcional; la relación intergrupo-extragrupo y el principio conexo de formación de partidos; el principio de representación; los principios de estructuración espacial y temporal, y el aspecto cuantitativo. El significado objetivo de las formas sociales reside para Simmel en sus características esenciales y grado de variación empírica, por un lado, y en sus consecuencias por otro. Cuando Simmel analizaba el comportamiento individual, lo veía sobre todo como el resultado de motivos individuales y de reacciones, psicológicamente configuradas, a la estructura de la situación.

http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S185196012011000100006

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https://es.wikipedia.org/wiki/Herbert_Marcuse

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