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Cambios en América Latina, después de la independencia (1830-1870) Tulio Halperin Donghi Entre las diversas consecuencia

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Cambios en América Latina, después de la independencia (1830-1870) Tulio Halperin Donghi Entre las diversas consecuencias que las características del período colonial dejaron en la independencia de las naciones latinoamericanas, es posible destacar como huellas aún frescas de este período el mantenimiento por un período de tiempo estructural y extenso de un sistema económico que buscaba ante todo la optimización de recursos a la hora de extraer los tan preciados metales preciosos americanos al menor costo posible y en la mayor cantidad posible, lo que llevó, entre otros aspectos, a la consolidación de un pacto colonial donde, pese al nivel de la extracción minera, los reinos de indias donde se realizaba esta actividad carecían de una moneda. Esto significó el predominio económico de la corona a través de la ascensión de los sectores socioeconómicos como el fisco y los comerciantes intermediarios entre la metrópoli y los reinos de indias, quienes aseguraban la llegada de estas riquezas a tierra española. Por otro lado, pese al papel sin lugar a dudas, determinante que jugó la entrada del oro a España, esta no era la única riqueza disponible en los territorios americanos bajo dominio español; las tierras eran amplias, abundantes y fértiles, así como su mano de obra. Esto aseguraba el equilibrio entre los centros de poder metropolitanos y periféricos o de ultramar. La larga espera (1825-1850) “De sus ruinas se esperaba que surgiera un orden nuevo, cuyos rasgos esenciales habían sido previstos desde el comienzo de la lucha por la independencia. Pero éste se demoraba en nacer. La primera explicación, la más optimista, buscaba en la herencia de la guerra la causa de esa desconcertante demora (…) La explicación era sin duda insuficiente, y, además tendía a dar una imagen engañosa del problema: puesto que no se habían producido los cambios esperados, (…) Sin embargo, los cambios ocurridos son impresionantes...” Esta frase del historiador Halperin Donghi que nos abre las puertas al análisis del período situado entre 1825 y 1850 que él denomina la “Larga Espera” ilustra el panorama resultante de las guerras de independencia hispanoamericanas, haciendo referencia a la expectativa generalizada que se tenía con respecto a sus resultados tras la caída del orden colonial español y la disyuntiva entre las expectativas de los cambios que podría traer esta sucesión de acontecimientos y la realidad que significó la independencia, que, según este historiador, pese a no dar los frutos esperados, es innegable que en efecto dio muchos frutos, pero el nuevo orden social y político prometido por los líderes independentistas tardaba en establecerse, por ello este período es denominado por Halperin como “Larga espera”. En términos generales, Halperin Donghi caracteriza este período como un tiempo extendido de estancamiento, agotamiento del orden colonial y de letargo generalizado en América Latina ante la expectativa del establecimiento de un nuevo orden desde la independencia de las jóvenes entidades políticas de este continente hasta mediados del siglo XIX, donde, pese a la concepción establecida en el inconsciente colectivo relativa a escasos cambios producidos con la independencia, a excepción del cambio de poder entre las autoridades

españolas y las élites criollas, Halperin antepone una serie de sucesos que evidencian numerosas alteraciones generales en la realidad latinoamericana tras su emancipación, pues en este nuevo escenario se manifiestan nuevas tendencias hijas de un legado colonial duradero, además de una notoria transición entre la ruptura con el orden colonial y la vida independiente ya madura y desarrollada, consecuencia de la pervivencia del mercantilismo español y de sus recientes transformaciones, así como también tuvo su influencia en este proceso la militarización y el hastío bélico al que estuvieron sometidas las naciones que componían los antiguos reinos de indias durante sus guerras de independencia. Todo esto generó un clima de inestabilidad que caracterizó a América Latina en general durante el siglo XIX, y no trajo los cambios esperados al tiempo debido, lo que inmediatamente hizo que se generara un clima de disconformidad y se identificara como los culpables a los nuevos gobernantes que no abogaban sino por el mantenimiento de este orden, viendo en el orden militar impuesto al principal culpable, pero esa explicación de la falta de profundidad de los cambios independentistas era insuficiente. La realidad es que los cambios son más bien notorios y numerosos, al punto de alcanzar todos los aspectos de la vida latinoamericana, y uno de los más evidentes es la violencia; la tensión social, racial y también política manifestada en la movilización y agitación de corte institucional y político, así como su homóloga militar hizo que se desataran cuantiosos episodios de enfrentamiento que contrastan con la tranquilidad del cotidiano vivir atribuida a estos reinos de indias bajo la dominación española. Estaba claro que se había impuesto una realidad donde no era ya posible ignorar la creciente disensión desatada por las revoluciones, que acarrearon consigo el costoso mantenimiento de estos ejércitos en los que debían destinar lo mejor de su tesorería a la hora de encauzar a sus efectivos y de mantenerlos en el redil. El disciplinamiento de las tropas no había sido posible tanto en los bandos realistas como en el bando patriota en general, y ello llevó a que se diera esta necesidad de abastecer y convencer a las tropas con tal de que no fueran absorbidas por el bandidaje rural siempre y cuando vieran en ello incentivos de lucro dignos de atención. Halperin fundamenta la existencia de numerosos cambios a través de la enunciación de alteraciones y nuevos fenómenos producidos en América Latina gracias a la independencia y la ruptura del nexo colonial con España; algunos son los cambios producidos en la esclavitud, la democratización, en el sentido de la división en castas, en las relaciones exteriores de las nuevas entidades políticas hispanoamericanas, a su vez relacionadas activamente con el cambio en el centro del poder y cómo esto afectó a la economía en su mercado interno y exterior, amén de una modificación notoria a las investiduras y las estructuras eclesiásticas. En cuanto al tratamiento que recibió la esclavitud tras la independencia, es posible discernir que, pese a que los nuevos estados eran más bien remisos a la hora de abolirla, y atacaban al asunto a través de la prohibición de la trata, así como a través de la libertad de vientres, las manumisiones ocasionadas por la guerra llevaron a que los libertos ocuparan otra parte en la sociedad y jugaran un rol relevante en el desenlace bélico. Esto se veía justificado también por el hecho de que la esclavitud se había convertido en un negocio costoso e Inglaterra no se mostraba ya dispuesta a continuar con la triangulación y el transporte de esclavos desde África hasta América, debido a que su nueva economía regida por una lógica capitalista industrializada era incompatible con la esclavitud, por el simple hecho de que un esclavo no consume y por ende, no contribuye a la formación de una

economía de mercado capitalista, además de que ello conllevaba un notorio mantenimiento y ya no era rentable. Esto, por otro lado, buscaba salvar un cierto equilibrio racial en algunos casos declarados, aunque, si bien es cierto que cambió la significación de la esclavitud, no sucedió esto mayoritariamente debido a esto y muchos terratenientes se mostraron sumamente reticentes a las manumisiones en economías dependientes de la mano de obra esclava. Lo que sí hizo que cayera en desuso con el tiempo, además de la modernización de las economías de Hispanoamérica, fueron los incrementos en su costo, junto con el hecho de que, si bien esto no hizo que las sociedades de los nuevos estados fueran equitativas, distribuían su desigualdad de forma diferente en comparación con la época colonial, puesto que, pese a estos cambios, la sociedad regida por los blancos en su mayoría no los aceptaría con facilidad en condiciones de libertad, al igual que los mestizos. La democratización, en su sentido más relativo, fue otro cambio traído por la independencia; pese a no haber consistido en el establecimiento de un sistema democrático tal y como lo conocemos hoy, se trató de una alteración relevante en la conciencia popular, donde la población pasaba de consistir de súbditos a formarse por ciudadanos en un tiempo relativamente muy corto. Este cambio marcó y contribuyó a la constitución de una conciencia cívica en los sectores considerados como tales (muy limitados, en general, dentro de los nuevos estados latinoamericanos) que tenían permitido sufragar y participar activamente en la vida política. Fue, en definitiva, una alteración jurídica y de condición legal sumamente impactante, porque cambió el sustento y la fuente de legitimidad del gobierno. La revolución hizo que la sociedad estratificada en castas adquiriese un sentido diferente; los indígenas en México, Guatemala, el macizo andino e incluso el sur de Chile y Argentina, mantenían sí su estatuto real y legal en la mayoría de los casos, y el trato ofrecido hacia estos sectores de la sociedad derivada del orden colonial por parte de las élites criollas gobernantes fue más bien hostil, el hecho de que se conservara su situación colonial tras la independencia hizo que por un tiempo considerable preservaran sus propiedades inmuebles, tales como las extensiones de tierra, gracias a que en los nuevos estados con población aborigen considerable la falta de consumo interno, el debilitamiento de los sectores altos urbanos, y la deficiencia de un nivel de exportación agrícola que haga inmediatamente codiciables estas tierras y bienes, permitieron que los nativos conservaran sus propiedades por cierto tiempo, independientemente de la notoria pobreza que experimentaban en ellas, careciendo de títulos legales y de una capacidad de defenderse contra fuertes presiones de expropiación ante las acometidas de comerciantes y hacendados. La emancipación alteró las relaciones entre las clases privilegiadas urbanas y los blancos pobres pertenecientes a un orden rural; gracias a la movilización bélica, la guerra se convirtió en un medio para estos integrantes acaudalados y no tan acaudalados de los sectores rurales a la hora de obtener prestigio que le permitiera su ascenso y su legitimación como líderes de la nación. Debe notarse que el centro de gravedad del poder en Hispanoamérica se corre desde el medio urbano hacia el rural, el primero pierde poder en beneficio del segundo, también gracias a un factor demográfico, pues la gran mayoría de la población en estos estados era rural y la guerra hizo que el número tuviera un mayor peso, llevando a estos sectores de grandes hacendados o terratenientes rurales al poder.

Esto se ve fundado también en el hecho de que la guerra extirpó de las elites urbanas sus principales fuentes de riqueza, consistentes sobre todo en bienes muebles que son más susceptibles de saqueo ante la guerra que los inmuebles. En rasgos generales, el resultado de este empobrecimiento de las élites urbanas ante la disminución de su riqueza, pese al hecho de que el área rural fue también afectada por la guerra, consumiéndose indiscriminadamente grandes cantidades de cabezas de ganado y ocupándose extensas hectáreas de tierra que se empobrecieron consecuentemente, estas tenían la posibilidad de recuperarse con el tiempo con mayor facilidad en comparación con la riqueza esencialmente mobiliar de los sectores urbanos afectados, fue que se dio un resultado impredecible y sumamente contraproducente si tenemos en cuenta que los principales promotores de estas guerras de independencia eran las elites urbanas; las guerras independentistas habían catapultado al poder a los caudillos y a los grandes terratenientes, ambos centros del poder rural que ahora ascendían a expensas del deterioro de poder de los sectores privilegiados urbanos, que tuvieron que continuar en una contienda aguerrida para recuperar su posición y volverse hegemónicos de nuevo tras este contratiempo imprevisto. Tanto iglesias, conventos, corporaciones de comerciantes o mineros, así como los consulados de comercio se vieron afectados bajo las directrices mencionadas en líneas anteriores, pero en particular las instituciones eclesiásticas se ven notoriamente empobrecidas y subordinadas al nuevo poder, tras haber sido mutiladas en sus filas debido al advenimiento del nuevo orden político y social; sus antiguos miembros de la colonia, muy ligados a la corona, se ven sustituidos brutalmente por fogosos patriotas que no dudan en donar los esfuerzos de la iglesia a los ejércitos que dominaron los nuevos estados donde los deteriorados integrantes del patriciado urbano, cuyas bases tanto económicas como institucionales habían sido debilitadas enormemente gracias a la guerra, debían reconocer el núcleo de poder caracterizado por la predominancia militar y por el éxito de los comerciantes extranjeros en el mismo. Las pérdidas de prestigio por parte tanto de la iglesia como de las élites urbanas, así como la división suscitada dentro de la primera por las guerras de independencia, hizo que las lealtades eclesiásticas, si ya estaban divididas en responder ante el rey de España en Madrid, o el Papa en Roma, ahora sencillamente no eran reconocidas por ninguna de las dos fuerzas y sus miembros eran investidos políticamente, lo que significó un cambio que bajó la valorización que se tenía de esta institución, que a menudo era objeto de expropiaciones por parte de los nuevos gobernantes, aunque no en todas las regiones de Hispanoamérica se daba esta realidad, como en México, Guatemala, Nueva Granada o la sierra ecuatoriana, donde la iglesia había formado un gran arraigo dentro de la población. Las alteraciones provocadas no se detienen allí; a partir de ahora las tierras no se conseguirán predominantemente por compras regulares, sino a través de favores políticos, y el comercio con ultramar en el medio urbano no es ya un inconveniente o un asunto inviable, sin embargo, la debilidad y miseria del Estado debido a los 15 años de guerra lo fuerza a recurrir ciegamente a agiotistas y prestamistas que ven en el prestar dinero al Estado un negocio redondo. Éste se ve rodeado y desbordado por una nube de prestamistas a corto plazo y a altos intereses, que ya no le solicitan favores al Estado, sino que le imponen condiciones, a la inversa de cómo se daba en el orden colonial, lo que refleja el modo en el que varió la relación entre el poder social y político y el económico que tras las independencias se ha invertido. Pero más allá de estos cambios socioeconómicos en las estructuras de las nuevas regiones independientes, lo que se manifiesta como un cambio más llamativo es la nueva relación de Hispanoamérica con el mundo; durante la primera mitad del siglo XIX, ninguna potencia

comercial europea continental ni la misma Inglaterra se aventuraron invirtiendo demasiado en el mercado naciente, sobre todo por la inestabilidad posrevolucionaria y sobre todo porque no tenían que arriesgar de momento, ni razones para hacerlo, por lo que durante este período, no se va a buscar los frutos de la ganadería ni la agricultura de las regiones independientes, ni siquiera sus riquezas mineras, por más que les fueran más atractivas que las anteriores, sino que se va a fijar el interés en aspectos precisos; por ahora, Inglaterra no va a invertir en Hispanoamérica, sino que va a entablar lazos comerciales que fomenten un desemboque a la exportación metropolitana y a verter su intervención a la hora de dominar este circuito comercial. Esta producción industrial inglesa es volcada en los mercados hispanoamericanos, inundándolos y haciendo fracasar a los competidores y productores locales, ya perjudicados con el corte de la ruta de Cádiz que se había visto cerrada por la guerra, y que con esta introducción de los grandes comerciantes británicos se ven perjudicados y desplazados los grandes mercaderes urbanos de Hispanoamérica, mientras que el comercio inglés triunfa en toda la costa Atlántica y en el sur de la del Pacífico; Inglaterra sustituye a España como metrópoli comercial y su comercio varía sustancialmente del español, además de que sus principales comerciantes se hacen con los mercados y las zonas comerciales más ricas y prestigiosas de América Latina en gran medida y con resultados imborrables, junto con la formación de habituales apellidos ingleses en la aristocracia del Río de la Plata, por mencionar un caso ejemplar, ya que esto se dio en toda Hispanoamérica. Los capitales ingleses también introducen en las economías nuevas un agente monetario que sus predecesores se abstenían a la hora de darle cabida en las mismas, esto en parte hizo que se impulsara la autonomía del productor rural frente al comerciante o al prestamista urbano, aunque fuera por un período de tiempo relativamente efímero, porque bajo un cierto período de tiempo los productos manufacturados ingleses, tales como los textiles, superaban notoriamente en cantidad, calidad y precio a las artesanías locales, lo que llevó, tras de un tiempo a la bancarrota a los sectores artesanales del interior de las nacientes repúblicas, y por otro lado, significó un incremento constante y sumamente elevado de las importaciones, forzado, por otro lado, por los intermediarios beneficiados por este circuito comercial junto con las rentas de aduana que sustentaban a los ingresos de la nación aproximadamente por sí solos, pero esto provocó el advenimiento de una economía con una balanza de pagos deficitaria, porque el enorme crecimiento de las importaciones no se vio acompañado de un crecimiento de exportaciones en igual medida. El autor reafirma su postura al demostrar cómo las fluctuaciones de los precios del mercado internacional debido a la ley de oferta y demanda del liberalismo económico británico puesto en práctica en este escenario, donde estos influyen en el éxito económico de las naciones tomadoras de precios como las nacidas bajo estas circunstancias en este lado del planeta, hacen variar la gravitación de los centros de poder económico y político tanto de una nación a otra en base a sus productos de exportación, tanto de una región de una entidad política a otra dentro del mismo constructo debido a la diversidad de productos exportados y de su valorización en el mercado internacional, porque más allá de que sean productos diferentes todos tienen en común su relación como productos que impulsan el crecimiento hacia afuera (café, azúcar, etc.), como es el caso del Brasil, cuyo mantenimiento del orden y unidad se debió a sus antecedentes como aliado de Inglaterra, la nueva metrópoli cuando era colonia portuguesa, y aún tras su independencia, su régimen monárquico le dio una gran estabilidad institucional que le permitió tratar con sus caudillos y sofocar rebeliones preocupantes que amenazaban con mutilar al imperio, tanto en Río Grande como en el norte del territorio,

teniendo una significativa unidad cultural desde entonces, pese al caudillismo imperante que en general, forzó a las nacientes repúblicas a buscar acuerdos con jefes locales, lo que aumentó la disensión en general, hasta que los límites fueron establecidos con certeza a través de contiendas bélicas, muchas de ellas intersticias, que forjaron el sentido y llenaron de contenido ideológico al concepto de nación que vendría a ser empleado para unificar a las jóvenes entidades políticas que, sin embargo requerían de una conciencia colectiva creada en muy poco tiempo y a un ritmo sumamente vertiginoso en comparación con Europa, aunque no en todas las regiones de Hispanoamérica se dio este proceso ni se pasó por esta fase.

Además de producirse alteraciones generales en los productos bajo los que se efectúan las más comunes transacciones comerciales en el circuito comercial entre los espectros hispanoamericano y británico, se da la aparición de competidores comerciales que se disputan (o al menos, intentan disputar) el nuevo mercado; Inglaterra se ve amenazada por los Estados Unidos en primer lugar (1815-1830), y también luego por Francia (1830 en adelante). En el caso estadounidense, pese a un éxito inicial en México, Lima y Buenos Aires, su influencia comenzó a ceder tras presiones diplomáticas inglesas y favores concedidos a los distintos sectores de comerciantes que los recibían con agradecimiento y eran sumamente codiciados, mientras que, en el caso de Estados Unidos, no se disponía de tantas posibilidades de brindar estos favores diplomáticos como Inglaterra, lo que les hizo flaquear en el sector político de su empresa. Por otro lado, en el ámbito económico, los estadounidenses mostraron otra resistencia, aunque tardarán más tiempo en caer, lo terminaron haciendo gracias al abaratamiento en el mercado del algodón proveniente de Inglaterra, además de que sus socios en Hispanoamérica no contaron con un éxito alentador, más bien se toparon con constantes fracasos que impidieron una consolidación de sus aspiraciones comerciales con Hispanoamérica en esta época. En este último caso, Halperin señala que se trata de una complementación ante el comercio inglés, dado que Francia se dedica a comercializar mayoritariamente bienes lujosos y/o suntuarios destinados a una población acaudalada, además de productos alimentarios de origen mediterráneo en lo que vendría a sustituir a España. Aun así, representaba claramente un riesgo para los intereses ingleses en esta parte del mundo el que una gran potencia continental se acercara de este modo a los países de Hispanoamérica donde se libraba una disputa por la hegemonía comercial y mundial que claramente obtuvo Inglaterra sin demasiadas dificultades ante sus rivales, porque en el caso de Francia, fue su misma política exterior la que la hizo fracasar en sus aspiraciones; sus acometidas agresivas y sus intervenciones militares en territorio Hispanoamericano hicieron que la hostilidad hispanoamericana se despertara y se dirigiera hacia las prácticas interventoras francesas, impidiendo independientemente de sus éxitos y fracasos en sus expediciones, que se generara o al menos se conservara una disposición por negociar con Francia, y, aunque Inglaterra también decidió intervenir de ese modo en este período, el caso francés sirvió como una cortina de humo para dispersar la atención sobre las prácticas inglesas y centrar la desaprobación de la opinión popular en su rival comercial con quien nunca tuvo demasiados acuerdos generales bajo la premisa de poseer “intereses permanentes y no aliados permanentes”, además de que Inglaterra contaba con sus antecedentes de las invasiones inglesas de principios del siglo XIX, donde se muestra que los ingleses aprendieron de sus errores y ya no buscaron a partir de entonces introducirse tal y como lo habían hecho en ese episodio, sino que, optaron por crear un imperio informal en la región consistente de

mercados, no de colonias, sin conseguirlas a través de la guerra como recurso primario, sino a través de la diplomacia y el comercio, ya que le resultaría más costoso hacerlo a través de medios beligerantes y no les sería rentable. La llegada al poder de sectores políticos indeseados en Hispanoamérica y la nutrida capa de efectivos militares que rara vez se atrevieron a reducir una vez terminada la guerra los nuevos gobernantes, que, a su vez bien sabían de la naturaleza de artífices de sus éxitos que les correspondía a quienes integraban en mayor medida el ejército, por lo que contaban con un factor esencial a la hora de asegurar el mantenimiento de un despotismo militar, ya que eran plenamente conscientes de lo que les debían y de su dependencia hacia estos sectores, así como el riesgo que podían llegar a correr si estos se sentían agredidos de algún modo u otro en sus privilegios tras la guerra, así como de su dependencia de Inglaterra que luego se acentuaría todavía más en la segunda mitad del siglo XIX, con las inversiones inglesas que sacaría a las economías hispanoamericanas de su estancamiento y que establecería un nuevo orden en Hispanoamérica.

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Tulio Halperin Donghi: “Historia contemporánea de América Latina” (2005)