Hacernos Cargo de Nuestras Vidas

Hacernos Cargo de Nuestras Vidas El Concepto de Responsabilidad (artículo publicado en revista Uno Mismo Nº161, Mayo 200

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Hacernos Cargo de Nuestras Vidas El Concepto de Responsabilidad (artículo publicado en revista Uno Mismo Nº161, Mayo 2003)

Alejandro Celis H. Las asociaciones comunes a la palabra “responsabilidad” son lamentables, y envuelven un concepto cargado de “deberías” y de todo tipo de valores –a mi juicio- dañinos en extremo. Una persona “responsable” -según esta idea- cumple a cabalidad con perpetuar el condicionamiento que se nos ha inculcado –el que su vez mantiene nuestra forma de vida occidental, la que no resiste ningún examen serio de sanidad-. En ese sentido, ser “responsable” implica apropiarse de un rol enteramente arbitrario y mantenido ya por quizás un par de siglos en nuestra cultura: para el hombre, estudiar hasta una cierta edad –la que se ha ido alargando- luego casarse y tener hijos, trabajar hasta desmoronarse por mantener a esa familia y luego dejar todo –propiedades o deudas- en manos de los hijos. En esa concepción, todo apunta a “contribuir a la sociedad” mediante el propio trabajo y a “formar una familia”. Con el tiempo, sin embargo, el sentido de dedicar la vida a cumplir esas funciones se ha desdibujado, puesto que la sociedad que hemos creado es, desde muchos puntos de vista, un monstruo que desde hace mucho vive al borde de la autodestrucción, -como es tristemente obvio en estos días de Marzo del 2003, en que el maníaco norteamericano nos empuja al abismo. “Formar una familia” también pierde sentido a la luz de decenios de todo tipo de cuestionamientos de esta estructura social: parece haber cumplido más, precisamente, con su función de perpetuar un determinado modelo social que con ser una forma de albergar el amor incondicional. Las estadísticas de violencia intra-doméstica del hombre contra la mujer y de ambos contra sus hijos son cada vez más inquietantes y, a veces, simplemente espantosas. Trabajar como mula por perpetuar esta estructura es una idea que desde hace tiempo está haciendo agua en la subjetividad de muchos. La idea de tener una familia –según el modelo, ojalá numerosa- también pierde peso a la luz del devastador efecto de la sobrepoblación en el planeta. Lo que espera a las mujeres –según el rol que se les prescribe- es aún peor en la sociedad machista: la idea de tener una profesión que les permita expresar su propia creatividad más allá de lo que puede hacerse en la mantención rutinaria de la casa sólo ha venido siendo aceptada en los últimos cuarenta años, y ni siquiera en todos los ámbitos sociales ni en todo el mundo. Antes de eso, su “responsabilidad” era la de ser cocinera, ama de casa y madre de la mayor cantidad de niños posible. En el absoluto presente, podemos ver cómo se celebra en la TV chilena a las madres de familias de seis, siete o una docena de hijos. Este rol -limitado a ser un ente reproductor y criador de niños- es, a mi juicio, en extremo limitante y un insulto a la inteligencia del género femenino completo. Es obvio que muchas mujeres seguirán deseando tener hijos; el problema consiste en la presión social existente -sobre todo en los sectores más conservadores- a que ni siquiera consideren la idea de no ser madres, y en caso de serlo, a que sólo se limiten a hacer eso.

¿Cuál es la alternativa?

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La concepción de "responsabilidad" que deseo proponer –que, por lo demás, no es original- es una que concibe al ser humano como libre y no como víctima de circunstancias y condicionamiento. Independientemente de éste y de las experiencias que vivimos en nuestra niñez, de las demás personas y de cualquier situación o evento externo, estamos constantemente eligiendo en forma libre nuestra forma de actuar o de reaccionar frente a esas realidades externas. Esto implica, entonces, que no estamos presos del condicionamiento, ni nadie ni nada nos puede obligar a actuar de un modo determinado -a no ser por la fuerza- y menos aún a sentir algo determinado. La historia del psiquiatra Víktor Frankl (autor de El Hombre en Busca de Sentido) en un campo de concentración nazi nos demuestra que tenemos algún grado de control sobre lo que nos pasa -lo que sentimos y cómo reaccionamos en una determinada situación-. La noción de Frankl -que comparto enteramente- implica que, aún en aquellos casos en que no nos es posible modificar nuestras circunstancias externas -como fue su caso en el campo de concentración-, seguimos teniendo, sin embargo, la libertad para elegir cómo reaccionaremos internamente frente a esa situación. Frankl decidió, para empezar, no suicidarse -la salida que buscaban muchos de sus compañeros de prisión-, intentar salir vivo, aprender algo de la experiencia y ayudar a otros a soportar el trance. Nada de eso era fácil, pues Frankl no era, en esa época, especialmente joven o robusto, lo que lo hacía seguro candidato a ser enviado a los gases por sus captores. El mismo Frankl expresa una concepción radical de la responsabilidad: afirma que el hombre está sujeto a condicionamientos, sean éstos biológicos, psicológicos o sociales. Pero a la vez proclama la libertad como una cualidad exclusivamente humana, que permite superar todo límite biológico, psicológico o ambiental. Afirma que el hombre, por efecto de esta libertad, puede distanciarse de cualquier situación e incluso de sí mismo; es capaz de escoger su actitud hacia sí mismo, porque es capaz de levantarse por encima de todo fenómeno condicionante. Son ya muchos los médicos holísticos, sanadores y psicoterapeutas que destacan el papel de nuestras actitudes en nuestra salud. Ellas moldean la vida que llevamos a cada instante: qué queremos de una situación determinada, la forma como enfrentamos esa situación, y lo que finalmente obtenemos de ella. Nuestros pensamientos y emociones impregnan el sistema nervioso y determinan nuestro estado de salud; y este proceso está ocurriendo todo el tiempo, ya sea con resultados beneficiosos o dañinos. Es natural para el cuerpo sanarse y estar bien, pero es muy importante el rol que nuestras mentes juegan en crear y mantener la salud. Por ejemplo, nos es posible elegir retener un pensamiento o una emoción en lugar de otra. Son la ansiedad, la ira, la frustración, la desesperanza retenida por largo tiempo las que conducen a la enfermedad. Estar de buen humor, amar y reírse nos llevan a un estado psicosomático saludable. Es a través de nuestra elección que nos desplazamos hacia la enfermedad o el bienestar. Y esto resulta ser muy importante, en la medida de que, típicamente, el neurótico cree ser víctima de todo lo que le ocurre. Si la persona se hace responsable -es decir, dice “Tengo distintas opciones en esta situación, y elijo libremente ésta”- adquiere un grado de libertad interna desconocido hasta entonces. En cada instante de la vida personal tenemos opciones: entre la expansión y la contracción, entre el amor y el temor. Sin embargo, la noción de una libertad basada en la responsabilidad es difícil

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de aceptar si creemos los discursos habituales de quienes se sienten víctimas de las circunstancias: situación económica, relación de pareja en la que viven, dificultades laborales, etc. Si examinamos esas situaciones en detalle, en muchas de ellas descubriremos que la persona no se halla inerme: de una u otra forma, ha creado para sí las circunstancias de las que se queja. Es cierto, sin embargo, que puede estar atrapada en una forma determinada de ver las cosas y puede no imaginar alternativas. Y, también, creo que es importante aceptar la realidad de que, en general, todos nos resistimos profundamente a los cambios de cualquier tipo. Haremos todo lo posible por evitarlos, por "dar pinceladas" y evitar cambios de fondo. El místico inglés Paul Lowe -quien por largos años fue terapeuta- comenta que, en general, los pacientes asisten a terapia "para no cambiar". Otros terapeutas (como Sheldon Kopp) son de la misma idea: "Aún cuando el paciente inicia la terapia insistiendo en que desea cambiar, lo más frecuente es que desee quedarse tal como está y lograr que el terapeuta le haga sentir mejor. Su meta es transformarse en un neurótico más efectivo". ¿Por qué nos resistimos? Nuestro ego –quienes creemos ser, nuestra identidad, nuestra personalidad- se esforzará por mantener a toda costa la ilusión de su existencia como "yo separado", lo que implica mantener la lucha, la separación, la tensión entre la realidad y la ilusión. Según Paul Lowe, estamos dispuestos a cambiar "siempre y cuando" eso no nos acarree molestias de ningún tipo: que toda nuestra vida pueda seguir igual y que la molestia desaparezca. No deseamos dejar una relación de pareja que nos hace infelices ni un trabajo monótono o denigrante: deseamos la aparente seguridad y también el cambio. Estamos llenos de condiciones: en qué dirección debe ir el cambio, qué cosas deben seguir sin alteración o en qué circunstancias debemos estar para estar abiertos al cambio. El psicoterapeuta Carl Rogers comentó en una ocasión que "...trabajar con un cliente que carece de motivación consciente es más difícil que trabajar con el problema de la psicosis". El médico Donald Pachuta comenta respecto a su experiencia al respecto: "Por cierto que ése parece ser uno de los obstáculos más difíciles. Con frecuencia veo personas con alguna enfermedad potencialmente terminal y les pregunto si desearían dedicar una hora al día a su curación interna, practicando alguna meditación o escuchando grabaciones que les relajen -y en muchos casos lo piensan mucho ante de decir "sí"-.

A un nivel más sutil En muchos casos, la participación en lo que nos ocurre es bastante más sutil y hasta difícil de aceptar. Si, por ejemplo, alguien actúa de modo agresivo o desagradable con nosotros, nos parece obvio reaccionar con ira o pena –o como sea que reaccionemos- y sentiremos que es la otra persona quien "nos ha producido" esa reacción. Mi propuesta -que sugiero de veras acoger con apertura y no rechazar de inmediato- es que, en verdad, esa reacción es nuestra: no la ha "generado" la otra persona. Nadie puede generarnos nada. Si queremos examinar la posibilidad de que esto sea cierto, simplemente observemos cómo reaccionan otras personas en situaciones similares: veremos que, en situaciones prácticamente idénticas, algunos reaccionan con ira, otros con pena, otros se deprimen y autocuestionan, otros simulan no haberse dado cuenta de la conducta agresiva del otro, otros intentan conciliar, etcétera. Y además, esas reacciones suelen ser características de cada persona. Algunos se deprimen por todo, otros se enojan por todo. Son patrones de conducta que la persona tiene muy enraizadas desde su condicionamiento.

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En verdad, nadie puede "producirnos" algo en nuestro interior. Lo que sentimos es nuestro. Lo que vemos está teñido de nuestra subjetividad: nuestro pasado, nuestras experiencias con las demás personas, nuestros conceptos acerca de la realidad, nuestros prejuicios y opiniones -dicho sea de paso, es precisamente por eso que es tan importante, si deseamos contactarnos de verdad con la realidad, examinar todos esos aspectos-. Por lo tanto, lo que hacen las demás personas o lo que sucede "allá afuera" es sólo el botón que detona reacciones que ya están allí en nuestro interior. Otra importante sutileza –por llamarla así- corresponde a lo que "proyectamos" en otros. Muy en general, se dice que uno "proyecta" en otro aquello que no acepta en sí mismo. Si no aceptamos nuestra ira, nuestra debilidad, nuestra insensibilidad o lo que sea, veremos esas características en otros y las rechazaremos. Acusaremos a los "otros" de rabiosos, débiles o insensibles, y nosotros nos sentiremos "por encima" de ellos, "superiores". Felizmente, no sólo los supuestos "defectos" son los que proyectamos, sino también aquellas características que admiramos en otros y que suponemos "imposible" poseer nosotros mismos. La verdad es que podemos potencialmente vivir todo aquello que cualquier ser humano puede experimentar; por eso resulta tan importante dejarnos inspirar por el ejemplo de otros, no para ponerlos en un pedestal, sino para saber que lo que estamos viendo representa una posibilidad que puede que no hayamos explorado en nosotros mismos. ¿Más “sutilezas"? Sólo como hipótesis, considere la posibilidad de que atraigamos ciertas experiencias. Quizás no es un accidente que nos asalten, que nuestra pareja se vaya, que contraigamos un cáncer u otras situaciones en que aparentemente somos "víctimas" de las circunstancias. La tentación de considerarnos como tales es muy atractiva, claro está; y el coro de los demás apoya esa perspectiva. Pero estar a merced de un supuesto destino caprichoso no nos ayuda a sentirnos libres y responsables de nuestras vidas. Y, si miramos la situación con una atención carente de prejuicios, es posible que descubramos interesantes –y, a veces, incomprensibles en el momento- formas en que participamos en generar la situación a la que ahora nos enfrentamos. Y naturalmente que esta comprensión no apunta a que nos sintamos culpables por lo que produjimos, sino simplemente más conscientes y responsables. Finalmente, un par de palabras acerca de la intolerancia. De nuevo: puede que no nos guste la brutalidad de Bush, por ejemplo –más allá de todas las consecuencias que ella trae-. Pero a pesar de que es perfectamente legítimo que no nos guste y que hagamos todo lo posible por denunciarla, de nuevo debemos tener muy claro que estamos viendo en él aspectos potenciales de nosotros mismos. Quizás todos somos potenciales asesinos, mentirosos o criminales si se da la ocasión. Entonces, atención a nuestro rechazo a esas cosas, pues entonces somos intolerantes frente a la intolerancia, descalificadores frente a la descalificación, insensibles frente a la insensibilidad, sin darnos cuenta de que estamos cayendo en lo mismo que estamos “denunciando” con tanto ahínco. “Buscad primero el reino de Dios”

¿En qué pie nos deja todo esto? En mi opinión, simplemente nos lleva a ser cada vez más conscientes y cuidadosos respecto a lo que hacemos, lo que decimos y hasta lo que pensamos. Como dije, lo usual es que deseemos la evolución, el crecimiento, la consciencia y al mismo

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tiempo deseemos conservar nuestra seguridad y comodidad en todos los planos. La realidad es que esto no es posible. No podemos esperar el respeto de los conservadores si somos revolucionarios; no podemos intentar mantener las estructuras si intentamos buscar nuevas; no tendremos el aprecio de los tradicionalistas si deseamos ser creativos. El crecimiento y la evolución personales van intrínsecamente unidas a que vivamos nuestra verdad en cada instante, lo que implica apertura y, por tanto, el riesgo de lo desconocido -pues nunca sabemos qué es lo que encontraremos cuando nos abramos: no hay garantía-. Interpreto el dicho de Jesús “Buscad primero el Reino de Dios, y todo el resto vendrá por añadidura” como un llamado a buscar en cada instante y como primera prioridad, la consciencia, la verdad; y si esa primera prioridad se mantiene, todo lo que necesitemos se dará por sí solo. Volverse más consciente, despertar a la realidad, implica darnos cuenta de que estamos viviendo tal como deseamos en cada momento determinado; y que entonces, los únicos que podemos modificar eso somos nosotros mismos. Está en nuestras manos revertir las consecuencias del condicionamiento en nosotros, mediante una atención consciente y continua a nuestros propios automatismos. Y se requiere de esa apertura a lo desconocido: si nos aferramos y nos cerramos, sufrimos. Si nos abrimos y agradecemos lo que hay, viviremos en el goce, la alegría, el éxtasis. Las experiencias que necesitemos vendrán a nosotros y, si permanecemos abiertos, las agradeceremos y dejaremos el miedo y la infelicidad cada vez más atrás. Según Paul Lowe, si cualquier cosa es más importante para nosotros que la verdad y la consciencia –"Busca primero el Reino de Dios"- podemos estar seguros de que sufriremos. Si deseamos despertar, debemos ser incondicionales en nuestra apertura y búsqueda. Pero el premio es incomparable en su riqueza.