Grau, Joaquin - Nazca a Una Nueva Vida

Nazca a una nueva vida Joaquín Grau Éste no es un manual más. Ni es tampoco un compendio de teorías. Este libro es el re

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Nazca a una nueva vida Joaquín Grau Éste no es un manual más. Ni es tampoco un compendio de teorías. Este libro es el resultado de más de una decena de años de investigaciones y de experiencias en el campo de los estados regresivos. Cursos, seminarios y una dilatada labor de terapias individuales avalan este volumen. En este libro el autor le invita a dejar a un lado no sólo el stress, sino todo cuanto ensombrece su vida. Y le ofrece un fácil camino para ello. Basta con que dedique diariamente un tiempo —no excesivo— a los ejercicios que aquí encontrará. Basta con eso, sólo eso —y un vivo deseo de auténtica comprensión— para que usted nazca a una nueva vida. A una vida plena, exenta de añoranzas. ‘La proyección es la base de la percepción. El mundo que ves es lo que tú has puesto en él y nada más (...) Es el testimonio de tu estado mental, la imagen exterior de un estado interior. Tal como un hombre piensa, así percibe. Por lo tanto, no intentes cambiar el mundo; opta por cambiar tu manera de pensar en el mundo’. ‘La urdimbre de los milagros’. A todas aquellas personas —hoy amigos— que enriquecieron mi vida al dejar uniera mi oscuridad a la suya, al dejar camináramos juntos —a veces regresivamente— en dirección

a la luz. El autor.

INTRODUCCIÓN Es indudable que la vida ofrece en nuestro tiempo mayores estímulos vitales y un más alto índice de bienestar económico. Pero, ¿a qué precio? Y no importa dónde viva o cuál sea su profesión. La complejidad de nuestra vida actual alcanza límites tales que nadie escapa ya de los problemas —a veces profundamente angustiosos que esa complejidad genera. Porque es posible que usted viva en el campo y del campo, y con ello evite, en parte, sólo en parte, una alta contaminación atmosférica o de ruidos, pero, aun así, no puede evitar moverse en un espacio vital acelerado, de creciente tecnificación y con problemas crediticios y fiscales. Evidentemente, en mayor o menor grado, todos estamos ya atrapados en las redes de una civilización alienante. Todo cuanto creímos iba a liberarnos ha acabado esclavizándonos. Y no se precisan muchos ejemplos para comprender eso. Ni es preciso tampoco recurrir a los más visibles, como es el caso del coche. Ese vehículo que nos permitía una locomoción rápida, cómoda, personalizada y se ha convertido en fuente de las mayores angustias. Porque el coche —ese generador de impactos emocionales diarios negativos— no es ya un medio de locomoción rápida ni especialmente cómoda, es sólo la punta, la más visible, de un iceberg que se sustenta sobre bases sumergidas altamente generadoras de stress. Para empezar, vivimos por encima de nuestro ritmo vital, buscamos, por otro lado, satisfacciones que por ser sólo materiales no nos satisfacen, nos agotamos, asimismo, en una constante pugna competitiva con nuestros semejantes, dejamos también sean otros —que se autodenominan expertos— quienes decidan nuestros gustos, preferencias y necesidades; si hay trabajo, tenemos que trabajar casi siempre en aquello que menos nos satisface, no gozamos ya del gusto de la creatividad, nos agotamos, en definitiva, en un mundo carente de sentido, con finalidades vacuas, exentas de auténticos valores, en un mundo del que, consciente o inconscientemente, huimos todos los días vaciando la mente ante el televisor, con la clásica escapada de los domingos al

campo —también al campo de fútbol— o la más prestigiada escapada veraniega a otro país, naturalmente sin aventura, dentro de la seguridad de un viaje organizado que es otra forma de seguir viviendo dentro del stress. Y no importa —insisto una vez más— sea usted ejecutivo o ama de casa. No importa, por tanto, esté usted en la cúspide del prestigio social o viva en el menosprecio actual a un trabajo como el que se ejerce en el hogar que, no obstante, ocupa todas las horas del día. Porque usted, sea cual sea su trabajo —o por no tenerlo—, lo más probable es que viva angustiado. Dígame, si no, ¿cómo han sido sus últimos 365 días? ¿Han sido maravillosos? ¿Ha vivido henchido de felicidad? Evidentemente, la vida nunca ha sido una vía áurea. La vida, es cierto, tiene aristas, golpea, pero usted, si ha dedicado unos pocos minutos a rememorar sus últimos 365 días, se habrá dado cuenta de que sus insatisfacciones e, incluso, su posible estado de constante infelicidad no es —o no es sólo— por causa de la fatalidad. La tragedia griega no suele ser un problema cotidiano. Y usted no vive el terrible castigo que los dioses impusieron a Prometeo. Usted, simplemente, se siente constantemente cansado, ríe poco, nota una extraña opresión, también el sentimiento de sentirse atrapado, le asaltan miedos infundados, a veces sufre taquicardias, suda sin causa aparente, vive extrañas aprensiones, sencillamente no se encuentra bien. Y nota que la angustia aumenta. Esa angustia quizá sea ya en usted algo más que un superable stress, quizás esté alimentando ya una depresión. Naturalmente, usted dirá que está enfermo y buscará soluciones farmacológicas. Será usted uno más entre los millones y millones de humanos que sufren las llamadas enfermedades de origen emotivo. Y seguramente dudará de su médico o de su psicólogo si éstos le dicen —como podrá comprobar aquí, en este mismo libro— que usted no es un enfermo, que sus síntomas son sólo la protesta de un organismo que le recuerda una y otra vez que su vida es un error. Pero, eso sí, un terrible error —y esto lo verá también aquí— que puede llevarle a dolencias terminales. Y usted no tiene porqué vivir así. Nadie le obliga a sufrir de angustia y de stress. Nadie le obliga

a sufrir una enfermedad que no es tal, que sólo es una protesta somática, el grito de su cuerpo por una forma de vida que le daña. Es posible que usted, al leer esto, conteste con el grito de su propia angustia: ‘¿Cómo que no estoy obligado a vivir así? Tengo mujer y dos hijos y mis únicos recursos son un empleo que me obliga a desplazarme kilómetros todos los días, aparte trabajar en un medio altamente contaminado. ¿Puede usted ofrecerme un empleo mejor? ¿O lo dejo todo y me voy a pescar?’ Comprendo esta respuesta. Y la acepto. Acepto su angustia. Por eso he dividido este volumen en dos partes. Primero le doy la forma de aliviar su stress, de cortar la espiral de su angustia sin que, para ello, tenga que renunciar a su actual forma de vivir. Y esto de una manera fácil. Con unos muy sencillos ejercicios diarios. Pero, por favor, no considere que el libro termina en esa primera parte. Cuando esté ya más tranquilo, cuando los ejercicios de esa primera parte le permitan ya comprender, relea la segunda parte del libro. Y medite. Porque sólo cambiando de vida, siguiendo las pautas de comportamiento de esa segunda parte, puede ser usted plenamente feliz. Sólo así puede usted nacer a una nueva vida, a una vida plena. Deseo añadir que durante años he experimentado —primero a nivel de estudio en laboratorio y después impartiendo cursos a personas stressadas, la metodología que le ofrezco en este libro. La primera parte recoge ejercicios que, algunos de ellos, es muy posible conozca usted ya. Pero lo que importa es su selección y conjunto. Porque, tras tantos años de experimentación, he podido trazar unas tablas —las encontrará al final de esta primera parte del libro— que, siempre eficaces, se componen, no obstante, de ejercicios sumamente fáciles de realizar. Y que no le ocuparán mucho tiempo. Más aún: algunos de ellos puede realizarlos al tiempo que anda, trabaja, etc. La segunda parte recoge ya ejercicios más complejos, pero altamente eficaces también. Son ejercicios, muchos de ellos, que requieren antes aprender los de la primera parte del

libro. Así que empiece por el principio.

Cómo vivir consigo mismo ((sonriendo)). Conozca su grado de deterioro Puesto que éste es un libro práctico, que pretende resolver sus problemas con soluciones técnicas, no limitándose — como tantos otros— a extenderse en consideraciones teóricas en torno a lo que debe o no debe hacer, pero sin aportarle la forma de conseguirlo, empezaré por mostrarle su propia realidad con un simple y rápido ejercicio. Porque usted, que tantas veces ha podido contemplar los rostros tensos, las miradas tristes, los cuerpos acorazados, el humor irritable de cuantos han compartido su vagón del metro o se han cruzado en la calle con usted, va a comprobar ahora, en su propio rostro, en qué medida es uno más —ojalá no lo sea— en el innumerable conjunto de personas visiblemente stressadas. Ejercicio 1: Quítese la máscara Posición: a) De pie delante de un espejo. Ejercicio: 1) Observe la expresión de su rostro en el espejo. Mírese detenidamente. Quizás es un rostro con vida, quizás lánguido... Tome conciencia de eso. 2) Deje ahora de mirarse y relaje los músculos de la cara, deje que se aflojen lentamente, que tomen la forma que deseen. No interfiera, no haga ningún esfuerzo por reprimirles ni por ayudarles. Simplemente deje que se expresen por sí mismos. Y notará que su boca se cierra más o se entreabre, que sus ojos se adormecen o no, que sus mejillas parecen caer... Y, finalmente, su rostro ha adquirido otra expresión. 3) Mírese ahora otra vez en el espejo. Observe su auténtica expresión, la que muestra a los demás cuando olvida su máscara, en esos momentos en que va distraído; en el metro, en el autobús...

Nuestra mente, ese simio loco. Si ha hecho usted bien el anterior ejercicio lo más probable es

que se haya encontrado con un rostro tenso primero y triste, amargado, asustado o perplejo, después; pero, en todo caso, desprovisto de esa luz que da un estado de plenitud gozosa, de risueña estabilidad. Ya no digo de plena felicidad, que eso escapa a nuestro control, digo simplemente que usted no posee el equilibrio emocional que la naturaleza está dispuesta a darle. Y no me diga que los otros son quienes le amargan. Que las tormentas le llegan todas de fuera, de los demás. No es así. Somos nosotros —y eso lo veremos en la segunda parte de este mismo volumen— quienes, voluntariamente, nos mantenemos en la trampa de una cultura alienante. Queremos coches que luego no sabemos dónde aparcar. Queremos estar en la cúspide de la pirámide social y profesional y agonizamos intentándolo. Y si lo alcanzamos vivimos la frustración de haber logrado nuestro nivel de incompetencia, que es el más frustrante de los niveles. Queremos vivir felices y confundimos la vida real con los conceptos; así, hablamos de riqueza, de dinero, y lo buscamos fuera de nuestras aptitudes y de nuestra vocación. Estamos confusos, tensos, expelemos agresividad, nos mantenemos a la defensiva. Nuestra mente es un simio loco que ha perdido su propio árbol y salta y salta sin saber ya a qué rama agarrarse. ¿Quiere comprobarlo? Ejercicio 2: Silenciar la mente. Posición: a) Preferiblemente sentado. Debe encontrarse cómodo. b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Intente —a su manera— mantener la mente en blanco durante cinco minutos. Tan sólo cinco minutos. Totalmente en blanco, sin un solo pensamiento, en un vacío total. 2. En el caso —probable— de que no lo consiga, cuente las veces que, en esos cinco minutos, se ha distraído, ha surgido un pensamiento que le ha perturbado, etc. Y tome conciencia de si le ha resultado fácil apartar ese posible pensamiento no deseado. Observaciones: —Más adelante usted aprenderá a mantener, cuando lo

desee, un perfecto vacío mental. Y no me diga ahora que si no puede detener la mente eso se debe a que lo suyo es pensar. Por ejemplo, ver cómo potenciar el Departamento de Ventas. No, lo suyo es agitarse incontroladamente. Dar vueltas y vueltas a la noria de espejos que es su mente reflexiva. Una noria que no puede detener, pero que tampoco puede controlar. ¿O sí? Véalo. Ejercicio 3: Concentrarse en una idea. Posición: a) Preferiblemente sentado. Debe encontrarse cómodo. b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Imagine una rosa. En un rosal o cortada, con tallo o sin tallo, blanca o roja..., como usted desee, pero forme la imagen de una rosa concreta y definida. 2. Ahora, concéntrese en esa imagen concreta, véala mentalmente y reténgala cinco minutos. Véala fija, sin modificarse ni borrarse. Observaciones: —Si ha mantenido la imagen de la rosa un minuto, un solo minuto, puede darse por satisfecho. —Inténtelo con cualquiera otra imagen, la que usted prefiera. Es posible que usted diga: Sí, realmente estoy un tanto alterado, con un cierto stress, pero es lógico, la vida es así, qué remedio. Y piensa que con un poco de descanso todo eso pasará. Que tampoco hay que exagerar. Ojalá sea así. Eso significaría que usted empieza sólo a sufrir la angustia de una vida stressada, que no ha llegado todavía a los espasmos de colon, ni siquiera a unos simples gases intestinales, mucho menos a ese final cuya frase es: ‘Doctor, ya no quiero vivir, no vale la pena. Quiero morirme’. Porque, créame, las enfermedades emocionales no son una simple fatiga que puede curar unas vacaciones en Thailandia —con masaje y sexo incluido, si es que el stress le permite todavía gozar del sexo—, no, el stress, como he indicado, acaba en la más deplorable de las desolaciones internas, y eso a través de un historial de angustia y dolor. Y con esa

constante sensación de estar atrapado. Y en efecto, está usted atrapado en la peor de las cárceles. En la cárcel de su propia vida, de la que no puede escapar. Y sometido a todas esas enfermedades que llamamos psicosomáticas, y que no por tener causa psíquica dejan de ser somáticas. Gravemente somáticas. No voy a agobiarle con las dolencias —ligeras y graves— a que puede llevarle el stress, pero recuerde que bajo una emoción las arterias coronarias se repliegan tan fuertemente que pueden originar una angina de pecho y hasta una oclusión coronaria de fatales resultados. Y esto, desdichadamente, ocurre con frecuencia. Pero no se preocupe. Usted todavía está en la fase del cansancio, de la úlcera o de un principio de asma alérgico. Así que aquí encontrará la forma de volver a su natural equilibrio emocional. ¿Se acuerda? ¿Recuerda aquellos días de risa y rosas, cuando sólo veía el sol, no las nubes, y el cielo era tan azul y plácido como su mente? Pues puede volver a la Arcadia Feliz que usted fue. Sígame.

Su grado de deterioro. Pero veamos antes su grado de deterioro. Así conocerá hasta qué punto falla la transmisión y si hay que cambiar o no neumáticos. Y hasta es posible que todo se resuelva con un simple fusible. Ese simple fusible tan fácil de sustituir por otro y del que depende nada menos que la luz de nuestros faros, de que se haga o no la luz en la noche del camino de nuestras vidas. Por el test que sigue usted puede tener una idea —no una valoración absoluta— de su grado de ansiedad o de stress. Lo que importa es que tome usted conciencia de que algo no marcha en su vida y que es preciso tomar las medidas oportunas. Naturalmente, no me refiero a casos graves de stress que, a no dudar, estará tratando ya su médico. Pero, aún así, aun cuando su grado de deterioro sea grave no dude que aquí, en estas páginas, encontrará técnicas que pueden serle muy útiles. Y, por descontado, más útiles serán a quienes sólo han empezado la escalada del stress. Como lo serán también a cuantos, exentos todavía de esa plaga, están inmersos en una

forma de vida que, indefectiblemente, les llevará a sufrirla. De manera que vaya usted leyendo y ojalá no tenga que anotar una sola cruz. Test 1: ¿Sufre usted de ansiedad o de stress? (Marque la opción correspondiente a las preguntas que siguen a continuación). Respuestas: De forma insoportable Sí, pero lo voy soportando Empiezo a sufrirlo. Preguntas: ¿Está generalmente excitado? ¿Se irrita con facilidad? ¿Sufre de aprensiones, miedos? ¿Está tenso, crispado? ¿Tiene miedo a la oscuridad, a los animales, a la multitud, a los ascensores? ¿Siente opresión, un nudo en la garganta, sofocaciones? ¿Fuma mucho? ¿Sufre frecuentes dolores de cabeza? ¿Siente una presión en el vientre? ¿Sufre de palpitaciones? ¿Tiene frecuentes diarreas? ¿Tiembla mucho? ¿Transpira excesivamente? ¿Muestra algún tic? ¿Tiene dificultades sexuales? ¿Se siente cansado? ¿Sufre pesadillas? ¿Está deprimido? ¿Se concentra con dificultad? Total puntos. Vea ahora el resultado: De forma insoportable: 3 puntos. Sí, pero lo voy soportando: 2 puntos. Empiezo a sufrirlo: 1 punto. Y sume. ¿Más de 35 puntos o menos del 10? Si han sido más de 35 pase, por favor, al segundo test, donde encontrará algunas de las más características tendencias depresivas. Test 2: ¿Tiene usted tendencias depresivas?

(Marque la opción correspondiente a las preguntas que siguen a continuación). Respuestas: De forma insoportable Sí, pero lo voy soportando Empiezo a sufrirlo. Preguntas: ¿Se siente abatido sin motivo? ¿Se siente deprimido? ¿Le asaltan pensamientos suicidas? ¿Llora sin venir a cuento? ¿Pierde fácilmente el interés, gusto o alegría de vivir? ¿No tiene apetito? ¿Está habitualmente triste? ¿Tiene pérdida de memoria? ¿Se siente culpable? ¿Tiene la impresión de que su futuro será más que negro? ¿Sufre de insomnio? ¿Se siente angustiado? ¿Tiene que hacer un gran esfuerzo por levantarse todas las mañanas? ¿Tiene jaquecas? ¿Tiene dificultades sexuales? ¿Sufre de habituales perturbaciones digestivas? Total puntos. No voy a darle una tabla de resultados. Ya ha visto que los tests son sólo orientativos. Y no es aquí, sino en una consulta médica, donde debe hacerse un diagnóstico preciso. Pero, aun así, estos dos tests pueden serle muy útiles porque: 1. Tiene ahora una idea bastante clara de su estado global de deterioro o, quizá, por primera vez se ha dado cuenta de que el stress está ahí, junto a usted, amenazando su vida. 2. Dentro de un mes —a partir de haber iniciado los ejercicios que siguen—, usted debe volver a realizar los tests. Así podrá ir comprobando no sólo que su puntuación global de deterioro baja, sino cuáles han sido las áreas de su salud y comportamiento que más han mejorado. Angustia y stress = tensión. Habrá observado que, en los tests, los síntomas del stress se unen a los de la angustia y hasta a los de la depresión. Veamos por qué.

Ante todo le propongo que observe a un niño o niña de corta edad. Y no se trata ahora de que le grite que deje de moverse de una vez, sino que le vea agitarse constantemente, consumiendo cantidades tales de energía que ningún adulto —ni el más fuerte y sano, ni el mejor entrenado— podría consumir jamás. Sencillamente, porque el adulto no tiene ya tanta energía. El adulto es un ser acorazado, una hoja que se va secando y opone resistencia al paso de la energía vital. Pero, veamos cómo ocurre eso. El niño o niña, ese enanito loco lleno de energía, no puede estar quieto, lo toca todo, come al tiempo que da saltitos, se urga el cuerpo, pregunta al vecino por qué tiene la nariz tan grande... Y los padres, la sociedad, nuestra cultura, todos estamos de acuerdo en que eso no se hace. Un niño educado se sienta quietecito a la mesa, come sin hacer ruido, no hace preguntas indiscretas y, por descontado, no tiene por qué estar siempre jugando. O sea, al pobrecito le vamos bloqueando la energía. Y la energía, que ha chocado contra el duro muro de las censuras, en lugar de consumirse, queda embalsada. Y cada una de nuestras censuras —esto es pecado, qué dirá la gente si te ve hacer esto, debes ser valiente, tienes que estudiar más y dejarte de juegos...—, cada una de esas órdenes tajantes, a veces dadas en un tono irritado, van cargando, más y más, el embalse de su energía bloqueada. Y poco a poco la carga llega a ser tal, llega a un punto tan cercano a la explosión, que ella misma busca válvulas de seguridad. Y, así, se manifiesta súbitamente con crisis impulsivas, con actos de alta agresividad, con un exceso en las manifestaciones emocionales y también mediante juegos y deportes. Pero todo eso es sólo un alivio, la carga explosiva sigue en su cuerpo y en su mente —en nuestro cuerpo y en nuestra mente— con su energía creciente y creamos un mecanismo de defensa: nos adaptamos. Empezamos a ser nosotros: un poco quisquillosos, un tanto impacientes, hasta coléricos... Todo depende de la energía que crea y soporta nuestro cuerpo. Pero ese lago energético embalsado, eso que debería ser río, se va haciendo charco, se va pudriendo y empieza la

angustia. Esa carga energética presiona, nos ensucia. Y llegan los sentimientos de culpa: hacemos nuestro lo que nos han inculcado. Y, naturalmente, todo eso va creando nudos de tensión. Nos vamos acorazando. Y esas bolsas de energía, de tensión, esas corazas, nos van endureciendo, no transpiramos energía y sufrimos, enfermamos, nos secamos... Estamos muertos antes de morir. Y vemos que excepto la energía que utilizamos adecuadamente —creatividad, entrega generosa, etc.—, la restante, la que la vida nos ha dado para ser felices, la hemos convertido en un infierno. En esa cárcel que nos tiene atrapados. Porque hacemos el mal negocio de trocar la energía, que es vida y gozo, en angustia; ésta en tensión y la tensión se manifiesta mediante perturbaciones y disfunciones que pueden llegar a la más extrema y negra de las depresiones. Así que ya tenemos una angustia —y hasta una depresión—, pero ¿dónde está el stress? El stress podría ser definido como el resultado de la presión del ambiente y de los fenómenos exteriores. Aunque ya hemos visto que la angustia también es stress, porque la censura que la motiva nos llega también de fuera: padres, costumbres, cultura, etcétera. De ahí que no haya angustia sin stress, ni stress sin angustia. Y, más aún, según sea el grado de nuestra angustia procedente de la infancia, así será nuestra vulnerabilidad ante la presión externa, ante el stress. Y el resultado es siempre tensión: Angustia stress Tensión Perturbaciones Psicológicas — agitación interna —tensión nerviosa —sensación de peligros imprecisos —drama interior —perturbaciones del sueño y de la libido —etc. Perturbaciones psicomotoras —tics —temblores —opresión — agitación —abatimiento —etc. Perturbaciones neurovegetativas —palidez —sudores — taquicardia —boca seca —anorexia —hipertensión arterial — diarreas —Etc. Y esas perturbaciones que al principio son esporádicas y, por tanto, reversibles, acaban en dolencias crónicas, en auténticas patologías. Es sólo una cuestión de tiempo.

Las hormonas del stress. Es posible que usted se pregunte cómo un simple estado de tensión —que a veces es sólo una tensión ligera, que nadie percibe— puede ocasionar tan dolorosas perturbaciones e, incluso, a la larga, dolencias mortales. Desde hace unos pocos años es posible comprender ya esos mecanismos de tensión. Y no son sencillos de explicar. Pero para que usted, lector, vea hasta qué punto se está dañando cuando acepta una situación tensa, voy a describir uno de los procesos que esas situaciones tensas —aún ligeras— desencadenan en su organismo. Me refiero al stress y a la hormona sematotrófica. La hormona sematotrófica —abreviadamente STH— es una de las más importantes hormonas creadas por la glándula pituitaria. Tan importante, que ella es, y no las bacterias, la que origina toda esa sintomatología que conocemos con el nombre de “estar enfermo”: fiebre, dolores, postración, pérdida de apetito, etcétera. Así que sea cual fuere una infección, el cuadro sintomatológico es siempre, al principio, el mismo. Porque no importa qué bacteria lo provoca, ya que es la STH la que lo origina. Pero la STH no sólo advierte —con unos síntomas— que debemos cuidarnos, sino que, además, moviliza las defensas del organismo contra toda posible infección. Así, moviliza los anticuerpos y los fagocitos. De hecho, los síntomas de que estamos enfermos son tan sólo los síntomas de la reacción defensiva del organismo. Algo tan positivo que si no hubiera STH nos mataría un simple resfriado. Pero la STH, tan beneficiosa al principio de una enfermedad, no lo es ya si su acción persiste durante un tiempo prolongado. Porque entonces provoca otras enfermedades. Concretamente, el doctor Selye estudió las enfermedades causadas por la STH inyectando esta hormona a unas cobayas durante un prolongado período de tiempo. Y se encontró con que si inyectaba STH y sometía al animal a una dieta cargada de sal, el animal contraía un tipo maligno de exceso de presión sanguínea. Si lo sometía a una dieta muy rica en proteínas, las inyecciones de STH desencadenaban una nefroesclerosis; o sea, una especie muy grave de enfermedad de los riñones. Si el factor concurrente era el frío

combinado con la humedad en las articulaciones, la STH originaba una de las peores variedades de artritis: la reumática. Si sometía al animal a inhalaciones de irritantes suaves de los bronquios —que por sí solos no eran patógenos—, el animal contraía asma. Si a la acción de la hormona concurría un colon contráctil, aquélla producía una colitis ulcerativa grave. Y así fue viendo que una acción prolongada de la STH podía ocasionar un gran número de enfermedades, alergias incluidas. ¿Y qué puede motivar que la STH actúe prolongadamente en nuestro organismo? Simplemente un estado continuado de tensión. Porque ese estado emocional —fue otra de las comprobaciones del doctor Selye— es una alarma que, al igual que la infección, pone en marcha la STH, sólo que una infección es contrarrestada por los mecanismos de defensa y la STH deja de funcionar, en tanto que una emoción continuada es una alarma que suena y suena alocadamente, sin que haya ladrones, y la STH sigue y sigue buscando a esos ladrones que no existen. Y acaba por provocar las mil enfermedades del stress. Algunas tan terribles y mortales como las que he enumerado. Añadiré que el proceso por el que enfermamos por simple tensión es más complejo, puesto que la continuada presencia de STH en el organismo provoca la irrupción de otra hormona: la adrenocorticotrófica. Abreviadamente, ACTH. Una hormona, ésta, que actúa sobre las glándulas adrenales estimulando en ellas la secreción de cortisona. Aclaro que la ACTH, por un lado, se limita tan sólo a contrarrestar el efecto de la STH. O sea, que usted puede estar afectado por una enfermedad mortal y tomar, al tiempo, ACTH. En este caso su aspecto será saludable, pero eso no impedirá que muera de esa enfermedad. En realidad, la enfermedad habrá ganado virulencia, porque la infección seguirá estando en tanto que la STH no la puede ya combatir. Ahora bien, supongamos que la causa de la enfermedad no es infección, sino la simple superproducción de STH por stress. Un stress que puede manifestarse, por ejemplo, en forma de asma. Pues bien, en ese caso la administración de ACTH hace

que los síntomas desaparezcan, pero como el stress sigue, cuando se deja de administrar ACTH, éste vuelve. Y si entonces se sigue administrando ACTH, puesto que en tanto haya stress habrá STH, entonces el ACTH provoca nuevas enfermedades, especialmente úlceras pépticas. Pero hay algo aún más grave. Todas las emociones de tipo desagradable y agresivo acrecientan por sí mismas la secreción de ACTH, enmascarando, por tanto, la acción nociva de una continuada segregación de STH. Veamos un ejemplo. El doctor Selye y sus colaboradores seleccionaron en Montreal dos grupos de niños. Un grupo lo eligieron entre hogares con multitud de problemas, en los que todos, incluso los niños, se sentían desdichados. El otro, de familias felices, cuyos hijos vivían satisfechos. Todos los días esos niños iban a comer a la Universidad. Y su comida era la misma para todos. Una dieta, por otro lado, cuidadosamente seleccionada. Luego, cada niño volvía a su hogar. Al término de un tiempo, el resultado fue que los hijos de familias felices habían ganado peso, superando la media normal. Y eran fuertes y felices. En tanto que los hijos de familias desdichadas no alcanzaron la media normal. Puesto que durante todo ese tiempo el equipo del doctor Selye fue comprobando la acción de la ACTH en los niños, se comprobó que los niños desdichados, debido a su propia infelicidad, excitaban sus pituitarias haciendo que produjeran una cantidad excesiva de ACTH, la cual, a su vez, excitaba la producción de cortisona, y la cortisona afectaba gravemente el metabolismo de las proteínas. Ahorro al lector los prolijos datos médicos de ese proceso de deterioro de las proteínas, si bien añado que esos niños no felices tuvieron también más enfermedades infecciosas que, ya sabemos, dependen de la STH. La conclusión, ya científicamente comprobada, es que las emociones negativas, y de forma especial las agresivas, son fuente de enfermedades que, aparte de afligir nuestra vida, pueden ser la causa de nuestra muerte. Y la angustia y el stress son, precisamente, un estado permanente de agresiva desdicha emocional.

Usted puede controlar su mente. Pero no hay que preocuparse, porque la medicina también ha comprobado que las emociones placenteras devuelven a nuestras glándulas un funcionamiento armónico. La naturaleza nos quiere felices. Y de la misma manera que nos destruye si nos empeñamos en sufrir —que no es más que vivir en contra de las leyes de la propia naturaleza—, también nos da salud y larga vida si nos ajustamos a ella. Claro que usted dirá: ¿Cómo puedo gratificarme con emociones gozosas si mi problema es, precisamente, que estoy bajo el dominio de las peores y más agresivas emociones? Pues bien, sí puede. Ya ha visto que la angustia y el stress son tensión. Empecemos, por tanto, por eliminar la tensión — o sea, la angustia y stress—, y luego —en la segunda parte— encontrará ya las pautas de comportamiento —y técnicas para alcanzarlas que le llevarán a la más plena y gozosa de las vidas, a nacer a una nueva vida. Pero lo primero es vivir relajados. O, por lo menos, lograr estar relajados un mínimo de dos horas al día. Sólo eso. Sólo con eso habrá resuelto ya, casi totalmente, su problema de stress, porque los doctores Liddell y Moore han descubierto que esas dos horas al día de perfecta relajación —posibles mediante una autohipnosis— rompen el ciclo continuado de acción de la STH y, consecuentemente, de la ACTH. Y rompiendo diariamente ese ciclo, usted puede sufrir emociones displacenteras, sí, pero aún cuando, por ello, su vida no será un continuado paraíso, por lo menos habrá roto la cadena del constante goteo de STH y ACTH, con lo que evitará entrar en la espiral de un stress día a día más grave y dañino. De acuerdo, dirá usted, ¿pero cómo me autohipnotizo, si estar hipnotizado es no tener conciencia de uno mismo? Y aun suponiendo que me logre autohipnotizar, ¿quién me despierta luego? Vayamos por partes. Y veamos ante todo qué es eso de la hipnosis. Qué ocurre en mí cuando me hipnotizan. Primero aclaro que nuestro cerebro posee unos ritmos

cerebrales. Y que esos ritmos cerebrales, esos que ha visto usted en un encefalograma, se miden en ciclos por segundo. De hecho, los ritmos cerebrales —también llamados estados de conciencia, porque cada uno de ellos la modifica— son múltiples. Un estado de conciencia es estar despierto, otro dormir, otro soñar, otro la letargia, etcétera. Pero, a efectos de frecuencia eléctrica, el encefalógrafo, que los objetiva, los ha dividido en cuatro grandes grupos: —Ritmos delta (0,d a 4 ciclos por segundo). —Ritmos theta (5 a 8 ciclos por segundo). —Ritmos alfa (9 a 14 ciclos por segundo). —Ritmos beta (14 a 30 y más ciclos por segundo). Y son precisamente los ritmos delta los que suelen identificarse con la hipnosis, porque a esos ritmos, los más bajos, toda persona pierde la conciencia, queda bajo hipnosis o fisiológicamente dormida, sin sueños. Pero la hipnosis tiene grados y si bien el ritmo delta es el grado de una hipnosis profunda, la autohipnosis suele ser una hipnosis media, una hipnosis sin pérdida de conciencia. Y una autohipnosis no es menos efectiva que una hipnosis profunda y esto por dos razones: la primera, que la hipnosis es algo más que una simple frecuencia eléctrica cerebral y, por tanto, concurren en ella otros parámetros vitales, algunos desconocidos; y, segundo, la autohipnosis es menos agresiva y comporta factores que la hacen especialmente idónea para combatir la angustia y el stress. De hecho, usted podría denominar a la autohipnosis relajación profunda y, en algunos casos, sofrosis. Por eso aquí utilizamos indistintamente esos tres términos. Antes de iniciar los ejercicios de autohipnosis, y a fin de que conozca usted en qué ritmo se encuentra al bajar de nivel mental, añadiré que: Los ritmos theta se caracterizan por una gran capacidad creativa. Son, además, altamente estimuladores de la imaginación y corresponden a visiones de tipo onírico. Los ritmos alfa llevan a un estado de visión interna, con gran paz y sensación de armonía. Son los de una relajación. Los ritmos beta son los que corresponden a nuestro mundo de vigilia, a nuestro mundo sensorial, son los que nos muestran un mundo externo, ajeno a nuestro yo, que, por

tanto, objetivamos, y son también los que crean la dualidad, el tú y el yo, y, consecuentemente, el razonamiento que define, clasifica y juzga. Son ritmos en los que predomina el concepto tiempo, en tanto que en los otros tres el concepto que predomina es el espacio. Pero nadie piense que una persona vive en un ritmo y otra en otro. Estar en alfa significa tan sólo que este es el ritmo que predomina, pero en todo momento se están dando las cuatro frecuencias. Y más, porque aquí hablamos sólo de las frecuencias encefalográficas de nuestras ondas cerebrales cuando podríamos hablar de microvoltios, amplitud de onda, etc. El cerebro es todavía un enigma. Pero un enigma del que sí sabemos cuánto le deteriora un estado de tensión continuada. Y sabemos, por tanto, que no permitimos al cerebro encuentre en cada momento el estado de frecuencia eléctrica en que debe trabajar. Le tenemos constantemente sobreexcitado, en tensión, a punto de estallar. Le activamos con emociones que modifican, a veces terriblemente, su conductibilidad. Por ejemplo, en el sueño la resistencia de la piel —que es una forma de medir los estados de conciencia ante las emociones o tensiones— es de dos millones de ohmios o más, en un estado normal, sin grandes emociones, de cuatrocientos mil a novecientos mil ohmios y, en cambio, en un estado de pánico la resistencia de la piel baja a cien mil y aún menos ohmios por segundo. De manera que es preciso acallar la mente, sosegarla —eso significa sofronizar—, llevarla a ritmos bajos para romper tensiones y, con las tensiones, eliminar también el proceso hormonal del stress. Sin una mente sosegada no hay paz ni salud y ya hemos visto que su mente es un simio loco, incapaz de sentarse plácidamente en una rama y mirar tranquilamente el paisaje. Aprendamos, pues, a sosegar la mente. Ejercicio 4: Respiración sofrónica. Posición: a) Tumbado si pretende dormirse. En todo caso, tumbado o sentado, debe encontrarse muy cómodo y en un ambiente tranquilo. b) Los ojos cerrados. Ejercicio:

1. Inicia una respiración lo más profunda y relajada posible. Debe coger y soltar aire por la nariz, no por la boca. Y el aire de la respiración, sosegada y fluida, debe impulsarlo hasta unos diez centímetros de distancia. No importa si realmente son o no diez centímetros, basta con que esta sea su sensación. 2. Y ahora observe la respiración. Debe ser algo así como si la siguiera con su mente, sin esfuerzo, una especie de columpiarse en ella, de dejarse llevar. Y su mente —insisto, sin esfuerzo— va y viene con la respiración. 3. Pasados unos segundos —quizás más tiempo al principio— observará que no hay ideas en su mente, que nada le perturba, que tan sólo hay conciencia de la respiración, algo que le mece y adormece. 4. De una manera gradual irá perdiendo conciencia de la respiración, hasta que, finalmente, dejará de sentirla, la ‘olvidará’ y tan sólo habrá una gran tranquilidad mental. Ni un solo pensamiento. Observaciones: —Si hace este ejercicio por la noche, ya en la cama, y desea caer dormido, ayúdese con un mantra sofrónico. Por ejemplo, la palabra sueño. O, voy a dormirme. Esto se lo dice mentalmente varias veces. Lo primero, aprender a respirar. Ya ha visto que sí es capaz de acallar la mente. Se trata tan sólo de insistir. De dedicar el tiempo que sea preciso. Su salud es más importante, mucho más, que un esfuerzo —en este caso un descanso— de cinco minutos. Que más no ha tardado en aprender. Y tampoco tardará más en aprender a respirar. A respirar bien, claro. Porque respirar, seguro que respira. Pero casi seguro también que lleva toda una vida respirando mal. Obsérvese, si no. Pero hágalo después de haber leído a Georges Lapassade, experto en técnicas bioenergéticas: ‘En las situaciones de stress, por lo general, se retiene la respiración. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando se conduce un coche, cuando se dicta una carta sin entrenamiento suficiente o

también cuando se está a la espera de un encuentro. Y en el momento en que, por medio de ejercicios apropiados, la gente hace por fin conscientes sus deficiencias respiratorias, advierte hasta qué punto pueden inhibir su respiración en tales situaciones’. Y Lowen —nombre señero en bioenergética— cuenta que ‘cuando estaba en el dentista me sujetaba a los brazos del sillón de forma espasmódica, lo que aumentaba el miedo y el dolor. Constaté enseguida que si me concentraba en mi respiración tenía menos miedo y sufría menos’. Una adecuada respiración es tan importante y tan estrecha su relación con la capacidad de cargar energía que los yogui basan en ella su unión con la divinidad. Otras antiguas religiones llegan incluso a afirmar que la vida entra en el recién nacido al inspirar el primer soplo de aire. Y otras identifican el alma con la respiración. Personalmente no espero tanto de la respiración, no trato de llevarle a un éxtasis, pero sí a unificar su cuerpo y a acrecentar su tono vital. Se trata, simplemente, de que su respiración sea rítmica y profunda. ‘En la respiración verdaderamente profunda —ha escrito Lowen— el movimiento respiratorio involucra la base de la pelvis. El abdomen está comprometido en esto. Pero lo importante es que la respiración sea abdominal. Que vaya más allá del tórax o del diafragma. Y decir que el abdomen está también implicado significa que la ola respiratoria abraza todo el cuerpo’. Así que hoy va a saber cómo hay que respirar. Y sabrá cómo lo hace un auténtico yogui. Así: Ejercicio 5: Respiración completa. Posición: a) Tumbado, coloque las manos ligeramente apoyadas sobre el diafragma, justo encima del ombligo; o, sentado en una silla, mantenga la espalda muy erguida y la cabeza alta. Lo mismo si está de pie. Ejercicio: 1. Exhale completamente el aire existente en los pulmones. 2. Al empezar a inhalar compruebe que la parte cubierta por las manos —si está tumbado— es la primera en dilatarse

hacia abajo y hacia los lados. 3. Al inspirar más aire se llenarán, automáticamente, las partes media y superior de los pulmones. Al mismo tiempo —si está tumbado presione el abdomen inferior. 4. Comprobará que los hombros se elevan cuando el tórax superior está extendido por completo. 5. Exhale a la inversa: desde los hombros al abdomen. Observaciones: —Tanto la inhalación como la exhalación deben efectuarse por la nariz. —La sección inferior del abdomen debe mantenerse siempre contraída. —La respiración debe ser constantemente profunda, lenta y regular. —La respiración debe ser reducida a seis inhalaciones y expiraciones por minuto cuando estemos en reposo. Lo habitual son de 15 a 20. La respiración yogui que acaba de leer no es un simple ejercicio, es, sencillamente, la manera en que usted debe respirar. Así que deberá ser consciente de ello para que un día, lo más cercano posible, usted respire así. Sólo así. Es posible que a usted se le haga difícil liberar la respiración, es posible que su cuerpo esté ya tan acorazado que deba abrir vías energéticas al aire. En este caso efectuará, de vez en cuando y con prudencia, el ejercicio que sigue. Pero recuerde que al principio nunca deberá estar más de dos minutos en la posición que se indica. Y si siente algún dolor, no se preocupe. Pero tampoco quiera batir récords de dolor. Nadie sana antes —sino todo lo contrario— por tomar de golpe más dosis de medicina de la prescrita. Ejercicio 6: El arco. Posición: a) La que se va describiendo en el ejercicio. Ejercicio: 1. Sobre un taburete de unos 60 centímetros de alto —puede sustituir el taburete por otro soporte similar— colocará una manta plegada o enrollada. Y se tumbará usted de espaldas sobre la manta. Mantenga los pies paralelos, pero separados: unos 25

centímetros. La pelvis estará suspendida y la respiración debe ser fácil. Respire por la boca si lo prefiere. 2. Si cuenta con otra persona, pídale que se sitúe detrás de usted y tire de sus manos. Observaciones: —Con toda probabilidad sentirá dolor en la parte inferior de la espalda. Esto es signo de que en esa parte del cuerpo tiene usted ya una tensión crónica. A este ejercicio conviene le siga el que paso a describir. Con este ejercicio relajará usted el abdomen que, el anterior, había tensado. Ejercicio 7: Caída libre. Posición: a) De pie, con las piernas separadas: unos 25 centímetros. Ejercicio: 1. Inclínese hacia adelante hasta tocar el suelo con la punta de los dedos vueltos hacia el interior y las rodillas ligeramente dobladas. Las manos no deben soportar ningún peso. Todo el peso del cuerpo debe reposar en los pies —a medio camino entre los talones y la planta—. La cabeza penderá también tan libremente como le sea posible. Observaciones: —Es posible que las piernas empiecen a temblarle. Eso es normal en personas que padecen stress. —Si no ocurre lo anterior, observe su respiración y recuerde que debe ser fluida y continuada. Puede respirar por la nariz o por la boca, pero en ningún caso debe retener la respiración.

Por favor, imite al gato.

Dado que usted, lector, pertenece a nuestro mundo occidental, lo que equivale a decir que, como Santo Tomás, sólo cree aquello que ha visto y tocado, antes de describir la forma en que va a realizar la autohipnosis explicaré que ya en las primeras décadas de nuestro siglo Jacobson comprobó electrónicamente que bastaba pensar en un movimiento para que se pusieran en marcha nuestros músculos. Ahora se sabe más. Se sabe que podemos encender luces,

televisores, poner en marcha trenes eléctricos de juguete, acelerándolos más o menos, a voluntad, etc., con el solo pensamiento. Basta tan sólo con intensificar electrónicamente nuestra capacidad eléctrica cerebral. Y esto se logra con unos muy sensibles interruptores y uniendo, con electrodos, el cerebro a amplificadores. O sea, que es el impulso eléctrico cerebral el que actúa por sí mismo y sólo pide ayuda al cuerpo en caso de tener que mover masas con inercias superiores al microvoltaje de esos impulsos. Como es el caso de un interruptor normal de la luz. En estos casos el cerebro pide ayuda a la mano. Y cuento esto, con lo que podría escribirse un libro fascinante —Delpasse ha logrado que una persona muerta encienda un televisor mediante un Grey Walter, uno de esos mecanismos de amplificación de la fuerza del pensamiento— porque es posible que usted dude de una técnica —como es la autohipnosis— que movilizará todo su cuerpo con el solo hecho de pensar en él. O mejor, de observarlo mentalmente. Ya sabe, basta con pensar que está usted exprimiendo un limón para que empiece a segregar saliva en cantidades mayores a la normal. Si entrena mentalmente jugadas de tenis o de cualquier otro deporte, verá luego, cuando las ponga en práctica, que lo hace casi tan bien como si hubiera entrenado en la pista de juego. Aunque todo esto, y mucho más, sólo será realmente eficaz si lo ‘piensa’ en estado bajo de conciencia. Así que no dude. Es muy importante que no dude. Debe estar convencido de que usted puede alcanzar la salud y la alegría si sabe pensar y si sabe también no pensar. Pero, ¿qué es pensar y qué es no pensar? Corrientemente, en Occidente, donde abrimos puertas casi a cañonazos, nunca suavemente, entendemos que pensar es contraer las cejas, cerrar fuertemente la boca y perseguir con ahínco algo que está detrás de la frente. A veces, también hincamos los codos y nos mordemos las uñas. Y eso último es ya pensar por todo lo alto. Eso hacemos los humanos, que por algo somos seres superiores. ¿Superiores? Perdone usted, lector, pero, ¿por qué no observa un gato? ¿No ha pensado nunca que un gato,

un simple gato, nos puede enseñar a pensar? ¿Y a no pensar? Si observa un gato verá que normalmente está tumbado en un relax que ya quisiéramos poder imitar. El animal está ahí, en un sofá, en nuestro regazo, en donde sea, pero no en cualquier lugar, sino en uno cómodo, calentito y apacible. Y ahí está prácticamente aplastado, como si fuera un lenguado. Y su cara es de extrema felicidad. Podría decirse que, al margen sean cuales fueren sus procesos mentales, este es un estado perfecto de no pensar. Pero, si ese mismo gato tiene ganas de divertirse o de buscarse un aperitivo, veremos que va hacia el lugar por donde, él sabe, puede salir un ratón. Y entonces el gato, ante el agujero por el que puede salir el ratón, adopta una actitud de conciencia abierta. No concentra su mente en un solo punto, no hinca los codos ni se muerde las uñas, al contrario: mantiene un estado de relax abierto, se mantiene en un estado de perfecta atención porque su conciencia ni está ausente, ni está centrada en un solo punto, ni está dispersa. Simplemente está como descansando en un amplio abanico de visión. Su mirada resbala por el lugar por donde puede salir el ratón. Contempla. O, si se prefiere, observa sin mirar. Y estas son las palabras que yo utilizaré en la autohipnosis: observar, contemplar y también concienciar. Pero insisto en que ese observar, contemplar o concienciar no es pensar, no requiere esfuerzo, es simplemente un estado pasivo, abierto a cuanto puede llegar, un resbalar por los objetos, un no hacer el objeto recordando lo que sabemos de él, lo que nos han dicho que es, sino un estar abierto a todo. De igual forma que el gato está abierto —sin tensión, relajado— a cualquier posibilidad. Porque el gato no sabe si el ratón saldrá por ese agujero u otro contiguo, no sabe a qué velocidad saldrá, etc. Por eso se mantiene simplemente receptivo y sólo cuando el ratón sale, sólo entonces, con toda la información que le permitirá atraparlo —y que ha podido obtener gracias a ese estado de observación— se tensa, concentra toda su energía en un solo movimiento, el de su zarpa, y la lanza con fuerza y precisión. Sin consumir un solo gramo más de la energía necesaria. Tenemos, pues, tres estados que debemos imitar: la concentración como acto rápido y decisivo; el estado de

observación, contemplación o concienciación, que nos permite verlo todo y en profundidad, lo que no vemos cuando nos esforzamos en mirar, y ese relax profundo, esa autohipnosis, que podemos llamar estado de no pensar. Y ahora, por favor, ejercítese en el saludable arte de pensar y no pensar como un gato. Ejercicio 8: Estado de conciencia abierta. Posición: a) Sentado, la espalda recta y erguida. Debe sentirse cómodo. Ejercicio: 1. Coja un objeto habitual, algo que ve casi todos los días. Coja, por ejemplo, una naranja. Cójala en sus manos y deje que su mirada resbale por su superficie. No busque nada en ella. No pretenda nada. No hay una finalidad. Simplemente su mirada va resbalando por la superficie de la naranja, es como si su mirada se apoyara en la naranja. Y su mente, abierta, libre, no sometida al esfuerzo de mirar, ni al recuerdo de cuanto cree saber respecto a las naranjas, va recibiendo información. Ve rugosidades que nunca había visto, nota el tacto de la naranja, es posible que inconscientemente la lleve a su nariz y la olfatee... Obsérvela. Utilice usted varios objetos. Y mire así —también observando, sin esfuerzo— cuando vaya por la calle. Contemple de esta manera a sus semejantes. Comprobará que va relajado y comprobará también que por primera vez ve más y mejor. Y, sobre todo, comprobará que establece un raport más afectivo con todo y con todos. Simplemente porque en ese estado de observación usted obtiene más información. Y porque la información que obtiene no es la que ya poseía. Cuando usted mira, cuando mira como solemos mirar habitualmente, usted está tan sólo reafirmando una convicción —casi siempre un prejuicio—, usted está afirmando y reafirmando sus corazas, se defiende. Pero si observa sin pensar, con la mente abierta, dispuesto a aceptar la información que le llega, verá, seguramente, que cosas y personas son distintas a la imagen que usted se ha hecho de ellas y día a día ha ido reafirmando para su propia seguridad. Y lo que más importa, si se observa así a usted mismo también encontrará dentro de usted una riqueza que no

imaginaba. Y eso le hará feliz, porque según se vea usted, así verá el mundo. No olvide que el mundo que usted ve es sólo el reflejo del mundo que hay dentro de usted. Y ahora ya está en condiciones de abrir la puerta que lleva a la autohipnosis. Que lleva a la distensión y al relax.

Aprenda a relajarse.

Indico que a continuación usted encontrará las técnicas del relax estático. Luego, en las últimas páginas de esta primera parte, le explicaré cómo pude relajarse dinámicamente. En las Tablas verá que es preciso combinar unas técnicas con las otras y que algunas de las dinámicas podrá ejercitarlas al tiempo que anda, trabaja, etc. Así, sin necesidad de estar tumbado dos horas seguidas, podrá cubrir ese tiempo mínimo, que es el necesario para romper la cadena de un continuado stress. Y ahora, empecemos: Ejercicio 9: Relajación simple. Posición: a) Tumbado en un sofá, sillón de relax o en una cama. En todo caso tiene que ser en un lugar donde se sienta cómodo. Conviene que no sea muy mullido. Puede ser una colchoneta en el suelo. b) Mantenga los brazos a los lados del cuerpo, no sobre el pecho o estómago. Y, por descontado, vestirá ropa cómoda. Nada debe oprimirle. c) Es importante que el lugar esté a oscuras o en penumbra. Ejercicio: 1. Cómodamente tumbado, con la cabeza no muy alta, iniciará una serie de respiraciones completas. Las del Ejercicio 5. Al coger aire mantendrá los ojos abiertos —en dirección a un punto del techo, siempre el mismo— y los cerrará al expelerlo, manteniéndose un instante sin aire. Y cada vez que expulsa el aire, así como el instante en que se mantiene sin él, debe dejar que su cuerpo se afloje y hunda. Esto debe hacerlo muy lentamente, en actitud somnolienta, abandonándose al movimiento de fuelle del cuerpo y observando —ya sabe qué es observar— cómo sus párpados pesan, parecen pegarse. Y cada vez le cuesta más abrir los ojos. Habrá un momento —al principio largo y pasados unos

días de sólo segundos— en que notará que no puede ya abrir los ojos. 2. Cuando los ojos le pesen y le cueste abrirlos los deja ya cerrados y realiza otras tres respiraciones más, hundiéndose en sí mismo. 3. En ese momento puede darse dos órdenes mentales: A) Si es insomne y desea dormir toma conciencia de que se dormirá al terminar la relajación autohipnótica, antes de salir de ella, y se dice a sí mismo que el sueño será totalmente reparador, que se levantará fresco y descansado. Puede, si quiere, fijar el tiempo que desea permanecer dormido. B) Si no desea caer en el sueño fisiológico toma conciencia de que la relajación será profunda, cada día más profunda, pero que no se dormirá. 4. Y empieza ya a relajar su cuerpo. Para ello empieza por sentir, por concienciar —por observar o por contemplar, ya sabe qué significa eso— los dedos del pie derecho —del izquierdo si es zurdo—. Su mente resbalará, centímetro a centímetro, subiendo por su pie y lo irá dejando relajado. No importa en qué consiste eso ni cómo lo hará su cuerpo. Usted simplemente sabe que se está relajando, que se afloja y que el relax va subiendo por su pierna hasta llegar a la ingle y cadera. 5. Antes de pasar a la otra pierna, vuelve a recorrer la que ha relajado. Pero esta vez imagina que su cuerpo es una gran factoría, que hay ruidos y luces, ruidos de máquinas que debe haber acallado y luces que deben estar apagadas también por el relax. Así que ahora vuelve a observar mentalmente su pierna centímetro a centímetro. ¿Hay algún ruido, sigue trabajando alguna máquina? ¿Ha dejado alguna luz por apagar? Y concienciará, sin saber cómo, esos ruidos, y sin saber cómo ‘verá’ esas luces —si las hay— en los lugares de su cuerpo que va concienciando. De haber ruidos y luces, mentalmente desconectará máquinas y apagará las luces que han podido quedar encendidas —esos son los puntos especialmente tensos, los que se resisten a descansar—. Insista hasta que su pierna —usted lo notará y ‘verá’— quede perfectamente relajada.

6. Sigue ahora con la otra pierna. Utiliza el mismo doble sistema. La concienciación del relax, primero, y la comprobación de ruidos y luces, después. 7. Y ahora hace lo mismo con la parte baja del vientre. Especialmente con la zona de la vejiga. 8. Pasa a los brazos. Inicia la relajación en la mano derecha —o en la izquierda si es zurdo— y sigue hasta llegar a los hombros. Éstos son especialmente importantes. Ellos cargan con todo el peso de sus desdichas. Dicen los chinos que vivir tenso equivale a vivir llevando el ataúd a hombros. Yo diría que el ataúd son los propios hombros. Así que aflójelos. Insista una y otra vez. Mueva un poco los omoplatos y el cuello si es preciso. Ayúdese con ligeros movimientos al principio, pero aflójelos. Lo comprueba. Ya sabe: ruidos y luces. 9. Y ahora lleva su conciencia a la parte superior de su cabeza: al cuero cabelludo. Pasa luego a la frente, va recorriendo la zona de las orejas, los ojos —órbitas y párpados—, la nariz, la boca —no olvide labios y lengua: los labios deben quedar entreabiertos y la lengua caída—, el cuello y la barbilla: toda la zona de los maxilares. Y una vez más, como en los hombros, no deje de insistir. ¿Ha observado su boca y su mentón? Sólo voy a darle un dato: en el cine, cuando buscan actores o actrices, el problema que se le plantea siempre al responsable de la selección es que cuantas personas se presentan suelen tener una boca rígida y, sobre todo, un mentón sólido, pesado. Esto se ve perfectamente en la prueba de pantalla. Porque casi todos llevamos nuestra agresividad y nuestro temor en el mentón. La vida es dura y hay que cerrar la boca y apretar los dientes. Y el mentón es una piedra. Como lo es la nuca y el cuello. Son las corazas de los guerreros del siglo XX. Unas corazas de las que no nos desprendemos ni para dormir. Nos acostamos con la armadura puesta. 10. Usted, no, usted se está quitando corazas y baja ahora al tórax —pecho y espalda, también columna vertebral— y observa cómo se va relajando. Y comprueba que su respiración se hace más y más fluida y profunda. Y llegará un

momento en el que notará la sensación de que no es usted quien mueve los pulmones, que son ellos los que respiran por sí mismos. Y todo esto —no lo olvide— es sumamente saludable. Por primera vez vuelve a entrar en contacto con el entorno, se expande, se enriquece con una expansión de su energía vital. 11. Pasa ahora al abdomen —estómago y vientre— y lo relaja. Le recuerdo que en cada una de las fases de la relajación debe comprobar ruidos y luces. Hecho esto, conciencia su cuerpo entero relajado y centra su atención en el plexo solar —unos centímetros por encima del ombligo— y conciencia que sale de él un calor suave, agradable, acogedor, que se extiende por todo su cuerpo. Sólo la cara —especialmente la frente— permanecerá fresca. El resto del cuerpo entrará en un suave sopor que le adormecerá, pero sin que caiga en el sueño fisiológico, salvo que así lo desee. 12. Ahora, en este estado de sopor, abandona su cuerpo a una sensación de plácida pesadez. Y permanece así unos minutos. Con la mente en blanco. 13. Cuando quiera volver a su estado vigil, no tendrá más que darse la orden mentalmente y mover primero los dedos de manos y pies, luego brazos y piernas, concienciar como la actividad vuelve a sus miembros y cuerpo. Finalmente, abrirá los ojos y esperará el tiempo preciso para levantarse. Observaciones: —Ésta es sólo una parte de la relajación total. En las páginas que siguen iremos añadiendo nuevos ejercicios a éste. —Después de una relajación —no importa si es parcial o completa— es preciso aguardar algunos minutos antes de conducir o efectuar un trabajo que requiera el dominio pleno de nuestros reflejos corporales. —Cuando haya aprendido a relajarse puede prescindir del movimiento de abrir y cerrar los ojos. Pase de la respiración a la relajación del cuerpo.

El corazón oye.

Usted, ahora, con el ejercicio que antecede estará externamente relajado, pero sus órganos internos puede que mantengan todavía una excesiva tensión. No olvidemos que el stress incide especialmente sobre unos órganos

determinados. Y es también causa de hipertensión sanguínea. Es preciso, por tanto, relajar esos órganos amenazados —o ya alterados— para devolverles su tono, el que les corresponde, el que corresponde a un estado de perfecta salud. Ejercicio 10: Relajación interna. Posición: a) La misma que en el anterior ejercicio. De hecho este ejercicio debe hacerse al final de la relajación simple y antes de salir de ésta. Ejercicio: 1. No voy a insistir en el hecho de que el corazón es especialmente vulnerable al stress. Todos sabemos que basta una ligera agitación emocional para que suframos una taquicardia. Así que es preciso calmar el corazón, tranquilizarlo, no llevarlo oprimido por la angustia o a un galope alocado por el stress. Así que, ya relajado el cuerpo, usted concienciará el corazón —y no tema si eso hace mentalmente más audibles los latidos—, lo concienciará y lo relajará. Ya sabe, simplemente lo contemplará con la mente, lo observará como acariciándolo y dirá mentalmente: ‘Ahora lates tranquilo y fuerte’. Y lo repetirá. Aquí no haga una segunda comprobación de ruidos y luces. Tampoco en los ejercicios que siguen. Simplemente hablará con su corazón, sosegándole y, al tiempo, dándole fuerza. Como si fuera algo independiente de usted. Sí, sé que esto puede parecerle absurdo y también quizás infantil. Pero funciona, créame. Y eso lo saben los mejores terapeutas. A fin de cuentas las frases que aquí utilizo son de Schultz, maestro en autohipnosis. 2. Aun cuando ha relajado ya su respiración en el anterior ejercicio, ahora va a insistir en ello. Concienciará los pulmones y, como en el caso del corazón, les ayudará a liberarse de tensiones profundas. La frase puede ser: ‘La respiración ahora es tranquila..., tranquila y vivificante’. Ya sabe, no hay una fórmula, simplemente hable con sus órganos, ayúdeles. 3. Insista también en el abdomen, especialmente en los intestinos y también en el sistema urinario: vejiga y riñones. Imagínelos funcionando a la perfección, sin

tensiones. Y si tiene problemas de arenilla, véase expulsándola sin dolor. Y utilice también la imaginación si los problemas son intestinales. Pero, en todo caso, hábleles, tome conciencia de que esos órganos son su vida y debe cuidarles, agradecerles cuanto están haciendo por usted. Por usted que, en el mejor de los casos, los ignora. Voy a contarle una anécdota: Un día, en casa, vi a mi hijo mayor, entonces de unos pocos años, sentado en el pasillo y con dos botas viejas en las manos. Las acariciaba suavemente y al tiempo hablaba con ellas en voz baja. Lógicamente, mi primer pensamiento fue: ‘A este chaval no le funciona bien el coco’. Pero, teniendo en cuenta su actitud abstraída y su placidez, empecé a obsérvale. Él seguía ausente, acariciando las botas y hablándoles. Finalmente me vio y fue hacia mí. Como no había entendido qué decía a las botas, le pregunté qué estaba haciendo. Y su respuesta fue: ——Nada, que mamá va a tirar estas botas porque ya están viejas. ——Sí, claro —repuse—, pero, ¿qué les decías? Y con toda naturalidad, como si eso fuera algo normal, explicó: ——Pues les daba las gracias. Date cuenta de que han muerto por defender mis pies. Si no hubiera sido por ellas... Y siguió hablando, expresando el afecto que sentía por esas botas que tanto habían hecho por él. Ahora, saque usted la conclusión. Pero piense que un niño entendió que no sólo corazón y páncreas, sino incluso las botas que había llevado, merecían su agradecimiento y su amor. 4. Relaje ahora el sistema sanguíneo. Actúe también con la imaginación y la palabra y lentamente irá notando una creciente y agradable sensación de calor. Es el calor que produce la apertura de los vasos sanguíneos dando lugar a la llegada de mayor cantidad de sangre caliente al interior del cuerpo. 5. Para relajar los huesos basta con concienciar la idea de que están sueltos, de que ya no los sostenemos. Les quitamos peso y pueden descansar. Luego, observamos cómo una corriente de energía los va vivificando.

6. Si sufre de artrosis, de úlcera o de cualquier otra dolencia localizada, actúe sobre ella. Ya sabe: concienciar el relax, vivificar la parte dañada con una aportación de energía y establecer una corriente de comunicación positiva. Y no lo dude, como ya he explicado, la mente —y más en estado de ritmos bajos— posee un gran poder —un poder total— sobre el organismo. Y lo que puede parecer más sorprendente todavía: sobre la mente misma.

La importancia del relax mental. A nadie debe sorprender que la mente ejerza poder sobre la mente. De hecho lo que esta frase significa es que la mente ejerce poder sobre el cerebro. Porque éste no es la mente. Y esto, que empiezan a comprender hasta los científicos más positivistas, es lo que permite podamos actuar sobre la materia, sobre nuestro propio cuerpo y sobre nuestro psiquismo. No voy a entrar aquí en la forma en que actúa esa mente y, en definitiva, qué se supone es esa mente, pero sí quiero insistir en el terrible poder de eso que llamamos mente y que podemos movilizar con extrema facilidad. Basta con aceptarlo, con creerlo. Eso que alguien que no sólo amó sus botas, sino hasta su cruz, llamó tener fe. Tengámosla y dispongámonos ahora a relajar la mente. O, si lo prefiere, el cerebro. Ejercicio 11: Relajación mental. Posición: a) Como en el ejercicio anterior, lo corriente es que esta relajación la haga después de relajarse externamente — relajación simple— o después de relajarse externa e internamente, y antes de salir de la autohipnosis. La posición será, por tanto, la de los anteriores ejercicios. Ejercicio: 1. Conciencie los ojos hasta notar su peso, un peso que, observará, se agranda al expulsar el aire. Deje ahora que esa sensación se vaya agrandando hasta notar que los ojos parecen caer hacia la base de la nariz, provocando, incluso, que su boca se entreabra un poco más. 2. Al tiempo habrá notado la sensación de que su cerebro

tiende también a caer hacia el interior de sí mismo. Facilítele mentalmente ese movimiento y deje que se vaya agrandando la sensación de que el cerebro se afloja, se hace menos denso, y cae sobre sí mismo. 3. Compruebe si todavía hay ruidos y luces. Puede que encuentre el estruendo y centelleo de luces de una verbena. Baje el interruptor y déjelo todo a oscuras y en silencio. 4. En ese instante es muy probable que su mente esté ya en blanco, sin pensamientos. Si así es, puede dejar el ejercicio aquí. Pero si no es así o desea relajar aún más su mente —lo que es muy saludable y necesario para una buena autohipnosis— siga. 5. Mantiene esa conciencia de cerebro flojo y observa ahora la respiración. Conciencia que el aire sale de su nariz y llega hasta unos diez centímetros fuera. Debe ser totalmente consciente de esa respiración. Prácticamente la oye. Déjese, pues, llevar por ella. La sensación debe ser algo así como si se balanceara sobre ella. Todo usted es esa respiración y se abandona a ella. No hay otra cosa. Sólo la respiración. 6. Observará —usted lo sabe porque ha practicado ya este ejercicio que, pasados unos segundos, la respiración va reduciendo su amplitud. Su pecho se va sosegando y la respiración se va haciendo más lenta. Ya no la oye, si bien todavía es consciente de ella. 7. Finalmente, de una manera gradual, sin que usted haga nada para ello, la respiración ‘desaparece’. Ya no la siente, ya no es consciente de ella. Y la mente está totalmente acallada, en un vacío perfecto. Observaciones: —Si al principio del ejercicio le asaltan mil pensamientos, no luche contra ellos, no se esfuerce en hacerlos desaparecer de su mente, simplemente déjelos pasar, obsérvelos con la sensación de que son algo ajeno a usted, algo que simplemente cruza su mente. Verá que si usted no los alimenta —y combatirlos, esforzarse por eliminarlos es alimentarlos— se extinguen rápidamente, lo mismo que una centella. Compruebe la profundidad de su autohipnosis. Es posible que usted se diga: Sí, bueno, todo eso está muy

bien, pero, ¿cómo sé yo que he logrado alcanzar el estado autohipnótico? Yo le aseguro que lo sabrá, que notará la sensación de que algo muy beneficioso le está ocurriendo, la sensación de que se encuentra en un estado de paz que nunca había imaginado. No obstante, voy a darle algunas pautas que le permitirán objetivar si está o no relajado: —Al finalizar la relajación intente levantar un brazo o una pierna. ¿Pesa? ¿Le cuesta trabajo levantarla? Si no es así, si se siente ligero, efectivamente debe seguir practicando, usted no ha alcanzado todavía el grado necesario de autohipnosis. —Si antes de iniciar la relajación notaba alguna molestia corporal, ¿ésta sigue siendo ahora igualmente molesta? ¿No ha menguado el dolor? Si no ha menguado, insista una y otra vez en la relajación. —¿Ningún pensamiento cruza por su mente? ¿Tiene paz, quietud y vacío mental? Si la respuesta es afirmativa, no lo dude está usted relajado. —Si al iniciar la relajación su estado emocional era turbulento, si estaba realmente inquieto, lleno de negros pensamientos, ¿sigue estando así ahora que ha terminado de relajarse? Evidentemente, si su estado es de mayor tranquilidad, está logrando alcanzar la paz interior que trae toda relajación. —Al volver al estado de vigilia, ¿cómo están sus ojos, su boca, su barbilla, el cuello y los hombros? Tóquese los hombros y el cuello, ¿más flojos? ¿Más caída la barbilla? ¿Más entreabierta la boca? ¿Más descansados los ojos? Si así es, usted se ha relajado. —En último lugar voy a explicarle una técnica que a mí me da un magnífico resultado. A mí y a cuantas personas la han utilizado. Se trata de un biofeedback que permite, no sólo saber si se está relajado, sino también poseer un reloj biológico que advierte nos encontramos en el grado de autohipnosis adecuado para efectuar un determinado ejercicio. He aquí su descripción: Ejercicio 12: Feedback biológico. Posición:

a) La que tenga al efectuar una relajación. Así, puede estar tumbado si la relajación es estática, o sentado e, incluso, de pie y hasta andando, si se trata de la relajación rápida que más adelante explicaré. Ejercicio: 1. En los primeros minutos de la relajación, cuando ha cerrado los ojos, ya somnolientos, da al cuerpo la orden mental de que le advierta en qué momento se encuentra usted ya relajado. 2. Al principio deje al cuerpo que elija libremente la señal. Puede ser un ligero picor en algún lugar del cuerpo, una sensación de hormigueo o algo similar. Cuando se produzca bastará con que usted piense que desaparece para que ocurra así. 3. Es posible que los primeros días no sienta nada. En ese caso, dígase que la señal la notará en la cara. Seguramente será un ligero picor por encima de una de las cejas. Pero sea ahí o en una sien o cerca de los labios, lo que importa es que notará la señal. No lo dude. 4. Y más todavía. Cuando —unas semanas después, perfectamente entrenado— esté haciendo ejercicios que requieran una más profunda autohipnosis, puede darse la orden de sentir el biofeedback en el momento en que el cuerpo esté en condiciones de realizar con éxito esos concretos ejercicios. 5. Y en cualquier momento —ya entrenado— puede saber si está o no adecuadamente relajado dándose la orden de que, si lo está, aparezca la señal. Y si está relajado aparecerá inmediatamente. Observaciones: —Este biofeedback, como todo feedback, biológico o no, le servirá no sólo para advertirle que está relajado, sino también para potenciar su estado de relajación. Luz, música y energía vital. Cuando usted se haya relajado, dentro ya de un estado de relajación autohipnótica —que cada vez será más profundo— usted irá haciendo distintos ejercicios. Todos ellos sumamente beneficiosos para su salud. Y también sumamente útiles para su futuro, incluido el profesional. Y

entre esos ejercicios está el que sigue, que más adelante verá vamos a utilizar en las relajaciones rápidas. Ejercicio 13: Experiencia de paz. Posición: a) La de la relajación simple. Ejercicio: 1. Usted está ya relajado, con la mente en blanco, descansando en el vacío, sin ideas. Y puede permanecer en este estado unos minutos —no más de media hora—, pero antes de salir de la relajación imagina una esfera transparente y luminosa que baja hacia usted. Imagínela aproximadamente a un metro de su frente, como un globo resplandeciente. Y ese globo entra por su rostro y llena el interior de su cráneo y cara. Es algo fluido, cálido, luminoso, sumamente agradable. Baja luego por el interior de su cuello, llegando finalmente a su corazón, donde esa esfera, ese globo, estalla suavemente y lo que era calor y luz se hace ahora sentimiento. 2. Y ese sentimiento, esa sensación —cálida, luminosa de extrema paz—, que ha llenado de dulzura su corazón, se expande lentamente desde su pecho llenando todo su cuerpo e, incluso, saliendo unos centímetros fuera de él. Al tiempo sentirá que su respiración se hace más amplia y profunda, más libre, y que algo luminosamente gozoso llena todo su cuerpo y lo envuelve. 3. Permanece así unos instantes. Cuanto más tiempo pueda sostener esa sensación, mejor. 4. Finalmente, la luz, el sentimiento gozoso —dulce y cálido— vuelve a recogerse y lentamente, hecho ya esfera, llega de nuevo a su corazón. 5. Y la esfera vuelve a expandirse en un nuevo latido, en un nuevo estallido, o sale por su frente. Eso lo decidirá usted. 6. También puede decidir que cada esfera salga y llegue otra. Elija a voluntad. Observaciones: —Es aconsejable que este ejercicio lo haga siempre en último lugar. O sea, inmediatamente antes de salir de una relajación. Naturalmente, una vez relajado y tras un tiempo de quietud

mental —que irá alargando paulatinamente, pero que, insisto, no debe superar los treinta minutos— usted puede efectuar todo tipo de ejercicios. Y no me cabe duda que su propia mente le ‘dictará’ aquellos que pueden serle útiles. No obstante, aquí, para su orientación, le sugiero algunos. No creo necesario describirlos en todos sus detalles, opino que es preferible sea usted —su mente en relax— quien ‘escriba’ el guión. De esta manera estoy convencido de que será el guión que usted necesita vivenciar. Ejercicio 14: Experiencias placenteras. Posición: a) Como en el caso anterior, la de una relajación se haya puesto que estos ejercicios deberá hacerlos una vez relajado. Y puede hacerlos inmediatamente después de relajar la mente, sin que sea preciso mantener unos minutos de silencio mental. Ejercicio: 1. Es posible que esté usted harto de verse encerrado en las cuatro paredes de su oficina. En este caso un ejercicio que puede proporcionarle experiencias placenteras es imaginar que navega —en globo, por ejemplo— por encima de un mar azul, luminoso. Se recrea mirando el mar, las gaviotas... El globo se posa luego en una playa del Caribe. Arena dorada, palmeras..., y lo que usted quiera añadir. Se baña, se tumba en la arena, deja que el sol acaricie su piel... Puede alargar esto cuanto desee y también se puede ver dormido en la arena, bajo el Sol. Pero, por favor, siga las indicaciones que doy en Observaciones. 2. Una vez relajado, después del silencio mental o tumbado en su playa imaginaria —pero real para usted—, en el momento que desee dentro de su relajación, puede poner en marcha un magnetofón que habrá situado al alcance de una de sus manos. Y deja que la música le bañe. Yo le aconsejaría que eligiera bien la música. ¿Relajante, tonificante? Nunca excitante. Si la desea tonificante utilice. “El Bolero de Ravel”. 3. Puede también cargarse de energía. Para ello imagine que un río de energía le baña y recorre. Deja que esa energía— agua entre en usted por los pies. Y según va entrando desaloja la energía vieja, gastada. Ve también cómo

energetiza y pone en movimiento las zonas de energía embalsada, sucia. Y poco a poco su energía turbia, su cuerpo opaco, se va llenando de una energía clara como el cristal. Usted ahora es transparente, luminoso. Y está lleno de energía vital, de renovada energía. Toma conciencia de esto. Sabe que va a salir de la relajación no tan sólo descansado, sino también lleno de fuerza y empuje. Observaciones: —Cuanto antecede y cuanto usted pueda añadir no debe ser pensado, no debe esforzarse en inventarlo. Inícielo con su imaginación o, mejor, con una toma de conciencia, con una simple imagen, y deje luego la mente abierta, receptiva, deje que imagine ella, por sí misma. Deje que la historia se escriba sola. La única orden que se habrá dado es que esa historia debe ser agradable. —Y viva la historia con sensaciones. Sienta que va por encima del mar, sobrevolándolo, sienta el roce de la arena, el calor del sol... Sienta, sienta, sienta. Y deje que la música entre por sus poros, no por los oídos. Deje que entre en su interior, que envuelva su corazón, pulmones, hígado... Sienta, sienta, sienta. Sienta el chisporroteo de la energía que le recorre, sienta como se carga, note como su cuerpo vibra, se contrae... Sienta, sienta, sienta. Y en caso de emergencia... Aparte las Tablas de ejercicios que usted deberá hacer si quiere liberarse del stress, le doy aquí una técnica de relajación rápida que puede serle especialmente útil para evitar momentos de tensión. Suponga que se encuentra usted en una de las habituales situaciones de tensión: los atascos, su cónyuge, el jefe, su hijo Carlitos... Naturalmente lo lógico sería que se fuera usted realmente al Caribe y los olvidara a todos. Pero..., sí, ya sé, no me cuente. Eso lo veremos en la segunda parte de este volumen. Así que sólo tiene una opción para no estallar: relajarse. Relajarse tan rápidamente que pueda hacer frente con tranquilidad a un problema súbito, inesperado. Como cuando su mujer —o su marido descubrió que no le era especialmente fiel. O aquel día que tuvo que superar una prueba de aptitud profesional delante de un severo jurado. O cuando tuvo que hablar en público. O cuando hizo la prueba

para el carnet de conducir. ¡Hay tantos momentos como éstos! Bien, en estos casos usted hará lo que sigue: Ejercicio 15: Relajación rápida. Posición: a) Como le pille. Ejercicio: 1. Primero coge aire, que le hará falta. Y si le da tiempo, hace varias respiraciones completas, aflojándose cuanto pueda. 2. Inmediatamente después contrae fuertemente el puño y lo suelta. Esto puede hacerlo disimuladamente, sin que nadie le vea. 3. Al contraer el puño ha imaginado la esfera de luz cálida, energética, de la Experiencia de Paz. Y al soltarlo siente como la esfera estalla en su corazón y todo usted se afloja al tiempo que se llena de la paz y fuerza que ya conoce. 4. Esa sensación la puede reforzar con un mantra mental. Puede ser la palabra: Tranquilo. O la palabra: Calma. O la frase: Todo irá bien. Observaciones: —Naturalmente usted habrá practicado antes la contracción de puño con evocación de la esfera. Esta práctica puede hacerla al final de sus relajaciones normales. ¿Se acuerda de aquella canción de infancia? Supongamos que el estado de emergencia no consiste en romper una tensión súbita, sino en evitar que esa tensión se produzca. Uno de esos momentos que usted conoce por experiencia y sabe va a salir de ellos echando chispas o que, siendo inéditos, empieza a notar se está usted ‘calentando’. La solución es fácil. Ejercicio 16: Pantalla mental. Posición: a) Cualquier posición vale. Ejercicio: 1. Mire a su interlocutor —que es quien le está calentando las arterias— con una mirada aparentemente muy atenta, pero, de hecho, no le estará escuchando, simplemente le observará al tiempo que canta para sí mismo, de forma inaudible, una canción que le sea especialmente grata. Esta canción actuará de pantalla. Con ella usted no sólo podrá mantener la calma,

sino dar incluso la sensación de que es el más atento de los interlocutores. Observaciones: —Es muy importante que la canción traiga a usted unos muy gratos recuerdos. En este sentido, son especialmente útiles las canciones de infancia. ¿Recuerda aquella con la que le dormía su madre? Lo ideal sería que usted llegara a un estado tal de madurez psicológica que no tuviera que recurrir a ninguna técnica de relajación rápida o de emergencia. Y mejor todavía si pudiera prescindir de toda relajación. Porque eso significaría que se mantiene tranquilo, perfectamente relajado, todo el día. Pero, ¿es eso posible? No creo que nuestra cultura nos permita lujos como ése. Pero eso no impide que lo intente. Y la única forma de intentarlo — y quizás alcanzarlo— es llegar a ser consciente de todos sus actos. Hasta ahora usted se ha dedicado a mirar. Y se ha esforzado tanto en mirar que ha visto muy poco, casi tan sólo lo que quería ver, lo que esperaba ver. Y ya le he explicado que debe observar, contemplar, concienciar. No mandar impulsos e imponerlos, que eso es mirar, sino recibirlos sin juzgarlos, que eso es ver. Ver cada cosa —y una misma cosa— nueva y distinta cada vez, con la mirada receptiva del niño. Y le he dicho que contemple en torno a usted, que vea lo que hasta ahora no ha visto. Y ahora le digo, además, que se observe también a sí mismo. Que tome conciencia de su cuerpo, de sus actos, de sus pensamientos, de su vida. Que sea consciente de todo eso sin tener que esforzarse en pensar en ello. Ahora seguramente está sentado. ¿Es consciente de ello? ¿Es consciente de su postura? Obsérvese. No, no se mire de arriba abajo. Obsérvese como sabe se debe observar —o sea, contémplese con los ojos de la mente, sintiendo, sin mirar— y tome conciencia de su propio esquema corporal. No se trata ahora de comprender, de enjuiciar. Se trata simplemente —¡y qué difícil es ese simplemente!—, se trata tan sólo de que sienta el contacto de sus pies en el suelo, de que sea consciente del contacto que

su mano establece con este libro, del movimiento de sus brazos en el espacio, de la posición —tensa o relajada— de su cuerpo, del roce de su espalda en la silla o sillón, etc. Pero esto, no indagando, no mirando un instante y sacando conclusiones después, sino sintiéndolo todo —el tono de su voz, la rigidez de sus músculos, todo— segundo a segundo, al tiempo que se va produciendo, en un estado de conciencia abierta, como el gato cuando espera que salga el ratón. Sí, sé que eso es terriblemente difícil. Pero es lo natural. Y es difícil porque nosotros hemos roto esa aptitud natural con nuestro tenso mirar y enjuiciar. Hemos roto nuestra propia naturaleza. Somos gatos atemorizados, mirando tensos el agujero por donde va a salir el ratón porque pensamos que el ratón es más fuerte que nosotros. El ratón es la vida y nosotros el gato con gafas, miope, que ha perdido la auténtica capacidad de ver. Inténtelo. Intente en cada momento ser consciente de su propio esquema corporal. O, por lo menos, conciencie, observe, contemple de vez en cuando cuáles son sus puntos rígidos. ¿Le parece cada hora al principio? Con eso podrá impedir ya que el stress le siga acorazando, que le convierta en galápago. Ejercicio 17: Esquema de puntos de tensión. Posición: a) Cada hora —mejor cada media hora y mejor todavía cada diez minutos— sea cual sea su posición corporal —de pie si está andando, sentado, si está en la oficina o conduciendo, etc.— dedicará unos minutos a recorrer el esquema de puntos de tensión de su cuerpo. Ejercicio: 1. Por la relajación usted sabrá ya cuáles son las zonas de su cuerpo que muestran tendencia a tensarse. Recuerde que las luces que no quieren apagarse delatan esas zonas. Y conocerá también que son aquellos lugares del cuerpo que, al relajarse, parece no tienen sensibilidad, se muestran acorchados o inician un ligero hormigueo. Ésas son sus zonas y sus puntos tensos. 2. Esas zonas y puntos tensos los irá reduciendo en sus relajaciones estáticas, pero ahora, cada hora para empezar,

vuelve a concienciar el cuerpo siguiendo el esquema de pies hasta la ingle y caderas, de manos hasta los hombros, el rostro y cuello —especialmente nuca y otra vez hombros— y el tórax y el abdomen. Y observa también la respiración y la posición de su cuerpo: columna vertical recta, espalda erguida, etc. 3. Para empezar, rectifique la respiración si observa que no está efectuando respiraciones completas. Adopte también una posición corporal correcta y ahora estará ya en condiciones de romper las zonas y puntos tensos. Para ello le bastará con tensar y destensar esas zonas y puntos. O sea, contraer los músculos tensos con fuerza, tensándolos aún más, y soltarlos luego. Hará esto varias veces, hasta que note que la zona tensa se afloja. Observaciones: —Al principio, con esta técnica de contraer y soltar, posiblemente no logre una auténtica relajación de las zonas tensas, pero tras unos días de práctica el cuerpo reaccionará inmediatamente. Y le será posible ya realizar este ejercicio en cualquier lugar, sin que nadie se dé cuenta. —También puede dedicar más tiempo a este ejercicio y hacer una relajación total. Para eso basta con que siga el esquema de la relajación simple y vaya contrayendo y soltando los dedos de los pies, los pies, las pantorrillas, los muslos, la parte baja del abdomen, los dedos de las manos, las manos, los brazos, etc., hasta terminar con una contracción de todo el cuerpo —bostezo incluido— como si se desperezara. La otra forma de relajarse. Es creencia generalizada que nadie puede bajar sus ritmos cerebrales —que esto es la autohipnosis— si no recurre al silencio, a la quietud y a la penumbra u oscuridad. O sea, a un proceso de lenta relajación en una cama o diván. No es esa la realidad. Usted puede reducir sus ritmos tensos en la calle, trabajando y hasta en una discoteca. Es lo que se llama relajación dinámica. Porque el movimiento puede relajar. Todo consiste en conocer el ritmo dinámico de la relajación. Así, un mismo movimiento puede ser causa de tensiones o de aflojamiento corporal, depende de la velocidad y del ritmo con que se ejecute ese mismo movimiento. Veamos —y eso es importante— cuál es la rapidez y ritmo de

una relajación dinámica: —Los movimientos deben ser lentos, deben hacerse sin esfuerzo. Y, al tiempo que se ejecutan, debemos ir concienciando las sensaciones que sentimos. Si movemos el cuello, debemos aprehender las sensaciones que se producen alrededor del cuello. Tenemos que ir tomando conciencia del esquema, de la existencia viva, de esa parte del cuerpo. Y, finalmente, debemos dejarnos llevar por esas sensaciones cayendo en un estado de ablandamiento corporal. —Por otro lado, muchos de los ejercicios de relajación dinámica, aparte requerir que seamos conscientes de ellos y de las sensaciones que despiertan, exigen también un cierto grado de tensión. Es una forma de enseñarnos a vivir tensamente relajados. Y esto es algo así como sostener un libro en las manos sin ejercer más fuerza que la necesaria para mantenerlo en esa posición. Algo, como puede verse, que no sólo es válido para unos determinados ejercicios de relajación dinámica, sino para todos y cada uno de nuestros actos diarios. Recuerde que ya he escrito que en Occidente abrimos las puertas a cañonazos. Ponemos en todos y cada uno de nuestros actos un exceso de energía, un exceso de tensión que acaba por agotarnos. Y eso porque no sabemos regular nuestra propia energía. Estamos tan escindidos que nos encontramos en guerra con todo, hasta con nosotros mismos. Por eso golpeamos más que empujamos una puerta cuando queremos abrirla y por eso hemos creado una medicina agresiva, convencidos de que nuestro cuerpo enfermo es algo ajeno a nosotros. Hemos perdido la conciencia de nuestra unidad corporal y de nuestra necesaria armonía con todo y con el Todo. Y eso es algo que usted, lector, nunca debe olvidar. Si quiere vencer el stress, si quiere mantenerse joven y sano, es imprescindible que se mantenga en armonía con el ritmo de la vida. —Personalmente, no obstante, y dentro de la corriente sofrológica, opino que nosotros, los occidentales, debido a nuestra forma de vivir, en necesaria sobrecarga de tensión, requerimos también otro ritmo dinámico que permita un rápido paso de esa sobrecarga de tensión a la relajación y, si es preciso, también de la relajación a la tensión. De manera

que usted, lector, deberá utilizar también, en algunos de los ejercicios, esa técnica, de la que ya he hablado en el ejercicio 17. Y ahora pasemos a los ejercicios, unos son previos a la auténtica relajación dinámica y los restantes son sólo unos pocos —los más necesarios— de cuantos podríamos reseñar. De hecho, como ya he indicado, cualquier movimiento de nuestro cuerpo, cualquier acto, puede —y debería— ser realizado sin más desgaste energético que el justamente necesario. Todo podemos hacerlo como si efectuáramos un ejercicio de relajación dinámica. Ejercicio 18: Respiración de fuelle. Posición: a) Preferiblemente de pie, con las piernas ligeramente abiertas. Y siempre con la espalda recta y erecta. b) Los ojos cerrados o semicerrados. Ejercicio: 1. ¿Recuerda la relajación completa? Pues bien, deberá hacerla, pero dejando el tórax inmóvil. Respirará siempre por la nariz, moviendo el diafragma y el vientre. 2. La respiración debe ser rápida y ruidosa, moviendo mucho el abdomen. O sea, cogerá aire y lo expulsará a toda velocidad y de forma brusca, moviendo mucho el abdomen. Observaciones: —Debido a su habitual deficiente forma de respirar es muy probable que a los segundos de respirar así usted se maree y tenga la sensación de que va a caer. Suspenda entonces la respiración. Descanse y vuelva a ella dos veces más. Ya verá como, pasados unos días, logrará respirar así de 30 a 60 segundos seguidos. Y no se requiere más de una sesión de ese tiempo para que esa respiración limpie sus pulmones. Ejercicio 19: Movimientos de cuello. Posición: a) Preferentemente de pie, siempre con la espalda recta y erecta. b) Los ojos cerrados o semicerrados. Ejercicio: 1. Moverá la cabeza de lado a lado, como si dijera no. Pero no olvide que debe moverla lo suficiente como para poder mirar

por encima de los hombros. 2. Doblará luego la cabeza dirigiendo la oreja en dirección al hombro. Primero la oreja derecha y luego la izquierda. 3. Pasará luego a mover la cabeza, primero hacia delante y, luego, hacia atrás, como si afirmara. 4. Finalmente, dejará caer la cabeza hacia delante y luego la girará alrededor del cuello. Como si se deslizara por encima de los hombros. Observaciones: —Ya sabe que debe hacer esos movimientos lentamente, sintiendo cuanto ocurre en su cuello al efectuar cada uno de esos ejercicios. Y, así, concienciará qué músculos se tensan y cuáles se aflojan al mover el cuello. —Terminando cada uno de los ejercicios permanecerá unos segundos atento a las sensaciones que todavía perduran, dejándose llevar por la sensación de sueño de un relax. Ejercicio 20: Quitar peso. Posición: a) De pie, con los pies juntos. b) Los ojos cerrados o semicerrados. Ejercicio: 1. Coja aire, reténgalo y levante lentamente los hombros. Los deja caer luego blanda y lentamente al tiempo que efectúa una larga exhalación. 2. Aprovecha esa larga exhalación para observar las sensaciones que ha provocado el ejercicio y para dejarse llevar a un estado de sueño. Ejercicio 21: El muro. Posición: a) De pie o sentado. b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Coloque los dedos de una mano sobre la cara interna de la muñeca y sobre el antebrazo opuesto, de forma que las palmas de ambas manos estén perfectamente en contacto. 2. Empuje suavemente, pero con firmeza, una mano contra otra, hasta sentir el esfuerzo en los hombros y en el cuello. 3. Conciencia las sensaciones. 4. Vuelva a la posición de no esfuerzo inicial y se abandona a la sensación de relajación corporal que eso le proporcionará.

Ejercicio 22: Tracción de manos. Posición: a) De pie o sentado. b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Enlace los dedos de las manos con las palmas mirando al pecho. 2. Ahora tire como para separarlos hasta sentir el esfuerzo en los omoplatos. 3. Manteniendo la tensión anterior haga rodar ahora los hombros en el sentido de las manecillas del reloj y luego en sentido contrario. Finalmente, imprima un movimiento de rotación a los hombros: de atrás para adelante y viceversa. 4. Habrá concienciado las sensaciones y ahora se abandona a ellas. Ejercicio 23: Pies contraídos. Posición: a) Sentado. b) Los ojos cerrados o semicerrados. Ejercicio: 1. Con los pies apoyados en el suelo, coja o simule coger bolas con los dedos de los pies. 2. Levante los pies así tensados llevando o simulando llevar las bolas entre los dedos. 3. Luego baje los pies hasta el suelo y suelte o simule soltar las bolas. 4. Ha ido concienciando las sensaciones y ahora se abandona a ellas. Ejercicio 24: Polichinela. Posición: a) De pie, con las piernas ligeramente abiertas. b) Los ojos cerrados o semicerrados. Ejercicio: 1. Tome aire y luego, al tiempo que lo expulsa, baje la barbilla lentamente hasta que toque el cuello. 2. Al tocar el cuello la barbilla empiece a bajar la cabeza adelantando los hombros de manera que el cuerpo queda doblado por la cintura y los brazos cuelgan fláccidos, como si fueran de trapo.

3. Permanece así un instante, y, al tiempo que coge aire, vuelve a la posición inicial. 4. Al volver a la posición inicial irá concienciando las sensaciones de relax que notará en la espalda y en el cuello. Ejercicio 25: Rotaciones. Posición: a) De pie, con los pies juntos. b) Los ojos cerrados o semicerrados. Ejercicio: 1. Al tiempo que coge aire va girando el busto hacia la derecha, pero manteniendo la cabeza en línea con el pecho. De caderas para abajo el cuerpo debe permanecer inmóvil. Los brazos se abren ligeramente forzando el movimiento. 2. Vuelve a la posición de origen expulsando el aire. 3. Debe haber prestado atención a las tensiones y rigideces en músculos y ligamentos que rodean la columna vertebral. Finalmente, se deja llevar por la sensación de sopor. 4. Repite el ejercicio girando hacia la izquierda. Observaciones: —Se puede repetir el ejercicio girando la cabeza horizontalmente, hasta dejarla mirando por encima del hombro. —Es fundamental que la parte del cuerpo no movilizada por el ejercicio se mantenga totalmente relajada. Ejercicio 26: Uddiyana simple. Posición: a) De pie, con los pies juntos. b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Tome aire —no olvide que la respiración debe ser completa— y lo expulsa contrayendo el abdomen. Retiene la respiración y dobla ligeramente el cuerpo, dejando que las manos desciendan por los muslos. 2. Manteniendo el abdomen sin aire, contrae fuertemente el vientre y lo mueve como si masajeara las vísceras. 3. Coge aire al tiempo que vuelve a la posición inicial. 4. Se deja llevar por las sensaciones recibidas. Ejercicio 27: El arco. Posición: a) De pie, con los pies juntos.

b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Va cogiendo aire lentamente al tiempo que levanta los brazos y une las manos por encima de la cabeza. 2. Reteniendo el aire, ejecuta un balanceo del torso de derecha a izquierda. Activará así los músculos de la cintura y los músculos laterales del busto. 3. Vuelve a la posición inicial y expele el aire al tiempo que baja lentamente los brazos. 4. Se deja adormecer por las sensaciones recibidas. Ejercicio 28: Molinete. Posición: a) De pie, con los pies ligeramente separados. b) Los ojos semicerrados. Ejercicio: 1. Al tiempo que inspira levanta fláccidamente un brazo hasta situarlo horizontal. 2. Cierra el puño y con éste y el brazo en tensión, casi agarrotados, retiene el aire y efectúa una especie de molinete en torno al hombro. Hágalo lentamente. 3. Manteniendo la tensión, expulsa el aire al tiempo que extiende el brazo —también lentamente— con el puño todavía cerrado, como si fuese a dar un puñetazo. Habrá llevado hacia delante la pierna del lado opuesto. 4. Todavía en tensión, coja aire —llene el abdomen que habrá quedado hundido— y manténgase en esa posición, con el brazo extendido hacia el frente, unos segundos, los suficientes para tomar conciencia de sus sensaciones. Al tiempo déjese llevar al borde del sueño. 5. Afloja el brazo y expulsa el aire al tiempo que vuelve a la posición original. 6. Hace lo mismo con el otro brazo. Observaciones: —Recuerde que en todos los ejercicios, salvo indicación en contra, la respiración debe ser completa. —Y recuerde también que en los ejercicios de tensión —de agarrotamiento— como éste debe ir subiendo el grado de tensión día a día a fin de evitar lesiones. —Tenga muy en cuenta, asimismo, que al tiempo que mantiene tensos el brazo, puño y parte de un lado del cuerpo,

el resto del cuerpo —cara, hombro y brazo opuestos, abdomen, etc— deben permanecer totalmente relajados. Ejercicio 29: El espejo. Posición: a) De pie, con los pies juntos. b) Los ojos cerrados. Ejercicio: 1. Coge aire al tiempo que levanta lentamente las manos por encima de la cabeza. 2. Retiene el aire mientras mantiene las manos en esa posición, concienciando sus sensaciones y visualizando mentalmente su cuerpo. 3. Baja luego las manos lentamente al tiempo que expulsa el aire. Al bajarlas las hace pasar frente al rostro, cuello, busto... Todo como si sus manos fueran un espejo en el que se mira el cuerpo. 4. Las lleva finalmente a las caderas y mantiene esa posición concienciando las sensaciones y dejándose llevar por una sensación de relax. 5. Repite el ejercicio viendo ahora en sus manos—espejo el cuerpo que desea tener. Ejercicio 30: Equilibrio. Posición: a) De pie, con las manos en el bajovientre. b) Los ojos semicerrados. Ejercicio: 1. Al tiempo que va tomando aire, levanta la pierna izquierda —sin doblarla— y la mueve dando un pequeño paso. 2. Cuando el pie izquierdo llegue al suelo, dobla ligeramente el busto y carga todo el peso del cuerpo en el pie al tiempo que expulsa el aire. 3. Coge otra vez aire al tiempo que la pierna derecha inicia el mismo movimiento que antes la izquierda. 4. Y así avanza unos metros. Observaciones: —No se desanime si al principio le resulte prácticamente imposible efectuar correctamente este ejercicio aparentemente tan fácil. Inténtelo una y otra vez porque es sumamente beneficioso para su equilibrio psíquico.

Como habrá podido observar, muchos de los ejercicios de relajación dinámica forman parte de tablas de gimnasia que usted posiblemente conoce ya, puede, por tanto, recurrir a otros ejercicios, no incluidos aquí, que forman parte de sus ejercicios gimnásticos. Pero recuerde, si los incorpora a su tabla de relajación dinámica debe hacer esos ejercicios de forma lenta —con o sin contracciones— y tomando conciencia de las sensaciones al tiempo que se abandona a ellas en una profundización que le llevará a la somnolencia. Y usted, que ha leído ya esta primera parte del libro, que se ha familiarizado ya con ella, no pierde un solo instante. Vea las Tablas que siguen y empiece una nueva vida. Una vida más plena y gozosa. Una vida mejor. Con problemas, que duda cabe, pero sabiendo ya cómo desprenderse de ellos, cómo pinchar los globos de las falsas preocupaciones. No obstante, esta primera parte es sólo una forma de romper tensiones, de romper el ciclo progresivo del stress y la angustia —que no es poco—, pero una vez haya hecho ya de los ejercicios hasta aquí reseñados un hábito en su vida, le propongo tome muy en serio la segunda parte de este volumen. En ella encontrará algo más que la paz del relax, en ella encontrará como solucionar los errores de su vida actual, los errores de nuestra civilización, los que nos llevan a la alienación, los que impiden vivamos en auténtica plenitud.

Cómo vivir consigo mismo ((En plenitud)) El gran teatro del mundo. Usted conoce ya cómo liberarse de la espiral de un deterioro psíquico que le llevaría en no excesivo tiempo a un colapso vital. Sabe ya que basta con que se aleje todos los días dos horas —tan sólo y nada menos que dos horas— de sus preocupaciones, de sus prisas, de su tensión, de su casi constante angustia, para que su vida siga siendo lo que es, un pesado fardo que lleva en sus hombros durante el día y que no suele abandonar —por lo menos totalmente— ni aún en su descanso nocturno, un pesado fardo que, no obstante —gracias a los ejercicios que ya hace— no acrecientan su peso, no acaban convirtiéndose en su ataúd. Y hasta le

permiten vivir con una sonrisa. Pero, aún así, usted sabe que su vida es un error, y se le hace claro que vivir —eso que se siente con plenitud, que nos inunda con su exultante fuerza, que nos funde con la gran armonía del universo, que nos arrebata con notas de himno gozoso —eso, precisamente eso, no es lo que siente usted. Porque lo suyo —lo de casi todos— es sobrevivir. O, lo que es lo mismo, vivir acurrucados, sin vida, intentando, así, que la muerte no nos alcance. ¿Se acuerda del antiguo cuento de la rana? ¿De aquel poblado de batracios que vivía en el lecho de un río, luchando día y noche por permanecer asido a las rocas y a la vegetación submarina, temeroso de que la corriente se lo llevara? Porque eso, ser arrastrados por la corriente, entendían los batracios era la muerte. Y allí estaban, viviendo —muriendo— con su stress de ranas submarinas, con su constante temor a ser arrastradas por la corriente del río de la vida. Pero hubo una rana que pensó: ‘Estar aquí todo el día ocupada en el esfuerzo de que no se me lleve la corriente es peor que estar muerta. Así que no pierdo nada arriesgando mi vida. Además, quien ha hecho la roca ha hecho también el río, y si la roca nos protege, ¿por qué ha de dañarnos la corriente del río?’ Y ésa fue la rana que emergió de los fondos submarinos y no sólo gozó de una nueva forma de existencia al salir a la superficie, sino que, además, alcanzó el mar, donde se transformó en gaviota. Y, ya en el aire, desde la altura de vuelo de una gaviota, vio que no hay un río y un mar, sino que río y mar son sólo dos nombres distintos de una misma cosa, siempre unida. También nosotros, como los batracios del cuento, estamos fuertemente agarrados a las rocas de nuestros fondos vitales. Y es esto precisamente lo que nos llena de hastío y de stress. Por lo que sólo volveremos a alcanzar la gozosa plenitud de criaturas humanas si dejamos la seguridad de la roca que inmoviliza y nos dejamos arrastrar por el flujo de la vida. En definitiva, si a usted no le basta un simple arreglo con el stress —el de la primera parte de este volumen—, si su hastío es tanto —o es tanta su fe en quien ha creado la vida que está dispuesto a dejar su roca y sus helechos, a dejar su stress, a emerger a la vida sígame.

En cuanto a usted que duda, permítame que le inquiete ligeramente. Sólo ligeramente. Se trata, tan sólo, de que conteste a unas pocas preguntas. En realidad, se trata de que se conteste a sí mismo. Pero hágalo seriamente, con toda sinceridad. Primero, sitúese ante un espejo y quítese la máscara. Ya conoce este ejercicio. ¿Tristeza, hastío, rabia...? ¿Cuál sigue siendo el resultado? No importa. Con casi toda seguridad su rostro ha expresado un sentimiento negativo. ¡Ojalá no haya sido así! Pero dudo que sea usted algo distinto a un consumidor de tecnología. Así que mírese otra vez, detenidamente, sin máscara ya, y pregúntese: ——”A medida que la vida pasa, ¿crece en mi la felicidad o crece la infelicidad? ——¿Qué será de mí dentro de cinco o, a lo sumo, diez años si sigo siendo y haciendo lo que hasta ahora? ——¿En qué sentido cambiaría si supiera que sólo me quedan cinco años de vida? ——Si pudiera elegir libremente, ¿con quién, cómo, dónde viviría?” Usted puede añadir nuevas preguntas. Cuantas quiera. Y éste es un terrible test porque es el test de nuestro éxito o de nuestro fracaso vital. Nada menos que el fracaso de nuestra propia vida. ¿Se da usted cuenta? Pero todavía está a tiempo. Créame. Y no es tan difícil. Se trata tan sólo de que cambie —poco o mucho el guión de su vida. Que nadie le obliga a vivir siempre en las mismas páginas de la misma novela. Y en todo caso no olvide que éste puede —debe— ser el momento. Porque cierto es —y usted sabe lo que es— que las decisiones que tomó ayer han traído el llanto o el gozo que vive hoy. Como cierto es también que las decisiones que tome hoy serán el llanto o el gozo de mañana. Shakespeare tenía razón. Sí, Shakespeare tenía razón cuando afirmó que el mundo es un escenario y nosotros los actores. Pero lo que no dijo Shakespeare es que también somos nosotros los autores de la obra. Nosotros somos quienes escribimos el guión de nuestra propia vida. Bien es cierto que en esa redacción contamos con muchos colaboradores. Hemos nacido en un tiempo y en

una cultura. Y hemos nacido también en un enclave geográfico y dentro de una determinada familia. Hemos recibido o no educación académica y esa educación nos la han impartido profesores movidos por unas determinadas creencias. En definitiva, como dijo Ortega y Gasset: ‘yo soy yo y mis circunstancias’. Pero, aún así, hemos sido nosotros quienes, ante esas circunstancias, hemos elegido aquellas —no muchas— en que se basa el guión de nuestra vida. ¿Quiere comprobarlo? Ejercicio 31: Mis fotos preferidas. Posición: a) En relajación profunda. Ejercicio: 1. Puede empezar el ejercicio situándose mentalmente en la época en que tenía doce años. Retroceda, pues, en el tiempo e imagínese en esa edad. Evoque el lugar en que vivía y véase en un determinado momento de esa edad que, por su importancia, recuerda especialmente. Evoque ese momento y véalo mentalmente con detenimiento. Es posible que recuerde algún otro momento de esa edad. En todo caso, cuando haya terminado con los recuerdos conscientes, que habrá evocado con fuerza, que deberá haber visto no como recuerdos, sino como un regreso a esos momentos evocados, deje la mente totalmente receptiva y observe detenidamente cualquier escena de su vida que le pueda llegar. Éstas son las imágenes más valiosas. Y, por otro lado, no se preocupe si aquello que le llega pertenece o no exactamente al tiempo de la edad que está evocando. 2. Vaya descendiendo en edad, año a año, hasta el momento de nacer. Y fije bien en su mente las fotografías o secuencias —tipo película— que le hayan llegado. Dígase que al salir de la relajación las va a recordar con toda nitidez. Si ha sentido alguna emoción al ver determinadas secuencias de su vida, mejor. Tome nota mental de eso también. Y mejor todavía si puede recoger sensaciones de alegría, o tristeza, o melancolía, o cualquier otro sentimiento que acompañe cada uno de los años de su pasado. Observaciones:

—Es posible que en su primer intento este ejercicio le resulte difícil. No se desanime, al contrario, vuelva a repetirlo una y otra vez. Más adelante verá que es muy importante que establezca, con claridad y lo más completo posible, el guión en que está basando su vida. —Si quiere empezar el ejercicio en su edad actual, hágalo, pero hágalo tras haber completado bien el guión de sus doce primeros años. La razón es obvia: el guión lo escribió en sus primeros años de vida. Posiblemente hasta los siete años. El resto de su vida —puede comprobarlo— no ha sido ya sino la consecuencia de ese guión. Si bien, puede ocurrir que algunos hechos muy dramáticos o gozosos o que se han mantenido durante tiempo en su edad adulta hayan sido añadidos al guión o hayan podido modificarlo. Ante todo habrá comprobado que los primeros planos de la película de su vida no son muchos. Y, con toda probabilidad —así suelo comprobarlo en mis experiencias de terapeuta— casi siempre los planos dramáticos superan en número a los gozosos. A veces no hay ni un solo plano placentero en esa sucesión de imágenes que son la infraestructura sobre la que hemos edificado y seguimos edificando nuestra vida. La primera pregunta debe ser, pues, ¿por qué casi siempre decidimos escribir una tragedia —o cuanto menos un drama— si, como autores que somos del guión, hemos podido elegir un argumento alegre, dichoso? Porque un hecho es cierto, cuando usted ha evocado, por ejemplo, su infancia en el colegio, se ha decidido por un acontecimiento dramático. Aquel profesor que le agredió sexualmente. O el día en que, quizá inducida por el propio maestro, toda la clase rió su respuesta equivocada o su timidez. O su soledad en las aulas y en los descansos, cuando, por sentirse rechazado, permanecía solo, rumiando su desdicha. Una desdicha que podía ser su vestimenta más pobre o sus gruesos tobillos. Pero, indudablemente, en su infancia escolar hay momentos gratos. Si es mujer, ¿no era la que mejor saltaba a la comba? Y si es hombre, ¿no era especialmente celebrada su capacidad para imitar la voz y gestos de sus profesores? ¿Y

no era acaso el más hábil con el balón? No obstante, sorprendentemente, las imágenes que han surgido han sido básicamente dramáticas. Y sobre esas imágenes —y, más aún, sobre otras igualmente dramáticas, pero menos visibles como más adelante veremos —hemos edificado nuestro futuro, porque con ellas hemos escrito el guión al que hemos estado y estamos ajustando nuestra vida. Pero, no, en absoluto es sorprendente que nuestro guión recoja básicamente recuerdos trágicos o dramáticos. Y no lo es porque hoy sabemos —eso se ve con toda claridad en los estados regresivos— que la carga energética de los acontecimientos dramáticos es muy superior a la de los momentos agradables. Y esa energía muy superior, mucho más afilada, nos marca con surcos terriblemente profundos, tan profundos que los momentos más dolorosos de nuestra vida hemos optado por enterrarlos en el inconsciente. Los hemos “olvidado”. Pero eso no significa que hayan muerto. Muy al contrario, precisamente por haberlos “olvidado”, por haberlos bloqueado, por no querer enfrentarnos a ellos —tan dolorosos siguen siendo—, actúan con toda su fuerza, una fuerza creciente, a la que no oponemos resistencia, de la que no nos defendemos. ¿Quién se defiende de un enemigo cuya existencia ha “olvidado”? Imaginar es poder. Seguramente conoce ya las cartas Zener, unos naipes formados por sólo cinco dibujos distintos: una cruz, un círculo, dos líneas onduladas, un cuadrado y una estrella. Son los cinco símbolos que, en mazos de veinticinco cartas — cinco de cada símbolo— tras haber sido mezcladas va viendo el operador y otra persona intenta adivinar. Esto cuando se trata de investigar la telepatía. O que van saliendo —también al azar— de un artilugio mecánico sin que nadie las vea, sin que nadie pueda, por tanto, transmitirlas mentalmente, y la otra persona intenta adivinar. Éste es el caso de la clarividencia. Y seguramente también conoce ya que, así, con largas tiradas de cartas Zener y mediante complicados cálculos estadísticos, demostró J. B. Rhine que la telepatía y la clarividencia eran hechos experimentalmente demostrables y, por tanto, ciertos a nivel cuantitativo. O sea, que entre otros hechos, los

contenidos de su mente no sólo le afectan a usted, sino que pueden afectar también a otras personas. Y que, en definitiva, todos estamos unidos en algún lugar fuera del tiempo y del espacio. Si en vez de cartas Zener o cualquier otros símbolos utiliza dados e intenta que salga una determinada cara de esos dados, entonces se encontrará, como encontró Louise, esposa de Rhine —que siguió la metodología ideada por su marido—, con que no sólo una mente puede afectar otra mente, sino que nuestros contenidos mentales pueden afectar la materia. Y así, por ejemplo, podemos actuar sobre una planta dándole más vida o matándola y sobre un cultivo de bacterias patógenas energetizándolas o destruyéndolas. Pero lo que aquí importa no es sólo —como veremos más adelante— que somos el producto de nuestra mente, sino que estamos especialmente movidos por el telón de fondo de nuestra escenografía mental. No nos mueve básicamente el consciente, sino el inconsciente. Aquello, precisamente, que no conocemos o aquello que hemos “olvidado”. Novillo Paulí, un jesuita que fue colaborador de Rhine en la Universidad de Duke, me contó personalmente cómo empezaron sus sospechas en torno a algo que luego sería objeto de más profundas investigaciones, especialmente por parte de Louise Rhine, y acabó en hallazgos realmente sorprendentes. Paulí investigaba la acción del pensamiento sobre el crecimiento de las plantas. Algo que ahora ya es investigación prehistórica, pero que entonces era toda una audacia. Así, Paulí había sembrado macetas con semillas de centeno y luego había dividido esas macetas en tres grupos. Los alumnos de su cátedra se situaban todos los días ante las macetas, y cada uno, a su manera, deseaba a las semillas de uno de los grupos de macetas que crecieran, que vivieran, que fueran felices. Luego, esos mismos alumnos dirigían pensamientos hostiles a las semillas de otro de los grupos de macetas. En cuanto al tercer grupo de macetas no era objeto de manipulación mental. Se trataba de que fueran las plantas testigo. Y el resultado era siempre el mismo. Las plantas

positivamente estimuladas alcanzaban mayor altura y eran más lozanas que las testigo, en tanto que las no amadas crecían menos y más débiles. Bien entendido que todas ellas recibían la misma cantidad de sol, agua, etc. Se trataba, por tanto, de un experimento casi rutinario, sin sorpresas. Pero una de las veces, me dijo Novillo Paulí, sorprendentemente, las plantas a las que los alumnos proyectaban pensamientos positivos, de amor, crecieron también débiles, próximas a marchitarse. Naturalmente, esto rompía todas las leyes hasta entonces surgidas de la investigación. ¿Qué había ocurrido? Ahorraré al lector las mil comprobaciones que se hicieron hasta llegar a la conclusión de que los alumnos estaban angustiados por unos duros exámenes y que, a pesar de sus buenos deseos conscientes, las plantas habían recibido esa angustia, esa energía inconsciente y negativa, que, en todo momento, se muestra mucho más potente que cualquier deseo consciente, por positivo y vehemente que éste sea. Y nuevas investigaciones dieron datos mucho más sorprendentes. Tan sorprendentes que, aún ahora, nuestro mundo se niega a aceptarlos. Y se niega porque preferimos seguir viviendo en los antiguos conceptos de un mundo positivista, preferimos creer que es la mano la que enciende el interruptor de la luz, aun cuando se haya demostrado ya que es el pensamiento y sólo el pensamiento el que la enciende, si bien utiliza la mano en los casos en que el interruptor no puede ser movido por los microvoltios de la electricidad cerebral. Pero veamos en qué medida pueden sernos útiles las sorprendentes conclusiones de las investigaciones psíquicas efectuadas en la Universidad de Duke (USA). Para empezar diré que el gran motor no es la voluntad, sino la imaginación. Todo acto de voluntad ejerce una presión, es acción, es tensión. Y hasta en física se sabe que a toda acción le corresponde una reacción de signo contrario. Su voluntad puede, por tanto, romper un punto de inercia, pero se encontrará luego con el reflujo de su propia acción. La imaginación, por el contrario, no supone tensión, no debe suponerla si queremos que actúe. Debemos, simplemente, imaginar el acto terminado, con fe, convencidos de que así será, con una actitud relajada y positiva. De esta manera, si

queremos que algo se cumpla, bastará con imaginar que se ha cumplido y estar convencidos de que así será. De esta manera, precisamente, se lograba, al tirar los dados, que alcanzaran un total de aciertos muy por encima del azar. Había también más aciertos cuando el experimentador estaba motivado, cuando deseaba acertar. Y más aciertos todavía cuando estaba convencido de que lo iba a lograr. Se hizo evidente también el efecto feedback. Un acierto y otro acierto llevaban a una cadena de aciertos. Un fracaso y otro fracaso llevaban a una cadena de fracasos. Y una cosa y otra eran debidas a la misma causa. Un éxito y otro éxito dan confianza y tener confianza es actuar con fe. Perder una y otra vez significa, por el contrario, perder la propia confianza. Así que un ganador es alguien que ha empezado la vida con aciertos o con lo que cree aciertos; y un perdedor aquel que, muchas veces sólo por causas circunstanciales, ha empezado perdiendo, o creyendo que había perdido. No hay, por tanto, ganadores ni perdedores. Sólo actitudes mentales fácilmente corregibles. Quienes actuaban sujetos a pensamientos contradictorios, con temor, ansiedad, etc., éstos daban siempre un número de aciertos por debajo del azar. Siendo el azar el nivel testigo por encima del cual hay ya acción de la mente sobre la materia. O sea, por tanto, que toda actitud negativa, tensa, lleva inevitablemente al fracaso. Por el contrario, quienes actuaban perfectamente relajados considerando las pruebas —y también la vida— un simple juego, éstos daban siempre resultados por encima del azar. Pero fracasaban también aquellos que actuaban tensos, diciéndose que tenían que acertar, porque este deseo de acertar, de hacer las cosas bien, de exigirse, actúa en contra nuestra siempre que se ejerza con tensión. El cielo no quiere torres de Babel, asaltos por la fuerza —ni siquiera por la fuerza de la voluntad—, nos quiere lúdicos y relajados, nos quiere imaginativos y creadores. Y entre otras muchas conclusiones se llegó a la gran conclusión de que todo cuanto antecede, si se ejercía a nivel consciente, tenía muy poco valor, porque, a fin de cuentas, la última decisión, positiva o negativa, la tenía el inconsciente. Así, un perdedor, como hemos visto, puede ser alguien que

ha empezado el ensayo de su vida con uno o más fracasos y llega, por tanto, a la convicción, desplazada luego al subconsciente, de que es un perdedor. Pero puede ser también alguien que, simplemente, ha “olvidado” que un día, siendo niño, se dijo que fastidiaría a su padre no dando una a derechas. Y ahora, próximo a morir, cuando hace ya muchos años que su padre dejó de existir y de poder ser fastidiado, se pregunta cómo ha sido posible que nada le saliera bien. Y, naturalmente, culpa al destino, cuando no ha hecho sino cumplir los dictados, ya olvidados a nivel consciente, que un día se dio. Si usted no se ama, ¿quién le va a amar? Ahora está ya en condiciones de comprender por qué se ha cumplido tan fielmente el guión que a sí mismo un día se dio. En el transcurso de su vida se han ido cumpliendo todas las leyes de las experiencias psíquicas, en este caso psicocinéticas, de Louise Rhine. Porque usted eligió unas fotos —unas pautas de comportamiento— y con ellas formó su imagen, con la que se identifica y, convertido ya en héroe o mendigo, empezó a escribir su guión. Y durante años lo siguió escribiendo, añadiendo más y más acontecimientos al relato inicial de su vida, acontecimientos que ha cuidado muy bien se ajusten en todo momento a su autoimagen. Y, así, puede que siga manteniendo un status social muy por debajo de sus posibilidades sólo porque lleva impresa en su mente la foto de aquel día en que, siendo niño, usted se sintió rechazado por no tener unos padres tan ricos como los de sus compañeros de clase. Ya sabe, nada más nefasto que una autoimagen desvalorizada. Si usted no se ama, ¿quién le va a amar? Y yo le digo, ámese porque usted es el ser más importante para usted. Y sólo amándose y siendo feliz podrá amar y hacer feliz a los demás. Y le digo más: por el sólo hecho de haber nacido usted es ya un triunfador. ¿Sabe que el espermatozoide que le ha dado el ser tuvo que competir con no menos de trescientos millones de contrincantes? ¿Y sabe que cuando llegó triunfador ante el óvulo éste pudo rechazarlo y no lo hizo? O, si prefiere, véalo de otra manera: ¿ha pensado en lo que supone que algo que tiene conciencia de ser usted haya

surgido a la vida? No hay cálculo de probabilidades que lo justifique. Ni puede usted justificar haber nacido apelando tan sólo al azar. De alguna manera, usted es una necesidad. Forma parte de un terrible misterio que nos desborda, que no podemos comprender. Pero usted está aquí y esto es un hecho. Un hecho lo suficientemente grande y hermoso por sí mismo como para no caer en el propio menosprecio. No se auto—rechace. Emerja de nuevo desde dentro de sí mismo, escúchese y oiga su desgana, su hastío, su dolor, como lo que es: una voz que le dice que la vida es más, mucho más de como estamos viviendo y que es también otra cosa que sobrevivir o que acumular éxitos o dinero o que, simplemente, ascender puestos en el escalafón. Empiece, pues, por modificar o borrar el actual guión de su vida. Éste es el primer paso. Pero para eso debe antes ejercitar la imaginación. Ahora sabe ya que imaginar es poder. Ejercicio 32: Evocación sensorial. Posición: a) En relajación profunda. Ejercicio: 1. Imagine una pluma que escribe su nombre y dirección en un papel. Véalo escrito con tinta de distintos colores. Luego, puede verse a sí mismo o a otra persona escribiendo un número de varias cifras en la pizarra. Ese número —escrito también con tiza de distintos colores— deberá recordarlo nítidamente al salir de la relajación. Y cada vez que haga el ejercicio puede ir añadiendo cifras al número. O puede utilizar esta técnica para aprender números de teléfono de memoria. Vea también fotografías en color. Las retendrá en su mente e irá observando todos sus detalles. Utilice su mente como si fuera un zoom. Acerque o aleje detalles, intensifique luces, cambie colores. Se trata, simplemente, de que ejercite su imaginación visual con elementos básicamente abstractos. Así, usted puede imaginar otros ejercicios como visibilizar figuras geométricas de colores. Y este ejercicio, al igual que los restantes, debe efectuarlo una y otra vez a fin de adiestrar su capacidad de evocación. O sea, de imaginar vívidamente,

llegando a sentir la emoción implícita en lo que imagina. 2. Imagine que está oliendo su perfume favorito. Pase luego a otros olores, que deberá evocar: olor a gasolina, a pan recién cocido, a humo, a hierba recién cortada, etc. Elija usted los olores que le resultan más fáciles de evocar y pase luego a aquellos que se le resisten. Pero no olvide que ésta es una evocación olfativa. Así que debe llegar a oler. 3. Imagine que alguien le llama y usted lo oye, evoca luego — oye realmente— el golpear de la lluvia, una puerta que se cierra, el sonido de un gong... Elija usted otras evocaciones auditivas. No importa cuáles, lo que importa es que se adiestre en sensibilizar su capacidad imaginativa. 4. Imagine que se lleva una rodaja de limón a la boca y siente su sabor. Esto le resultará fácil. Evoque luego otros sabores, gratos unos y menos gratos otros. Puede ser el sabor de una determinada comida, el de un pastel, algo amargo... Imagínelo con todas sus sensaciones, evóquelo, vívalo como si fuera cierto. 5. Centre ahora su atención en el tacto e imagine que toma a alguien de la mano. Es preferible al principio que esa mano que ha cogido sea la de una persona querida. Sienta el contacto de piel a piel, viva las sensaciones de temperatura, presión, suavidad, afecto, etc. Imagine luego otras situaciones tales como acariciar a un animal doméstico, coger nieve, dejar que el agua cálida de la ducha caiga sobre su cuerpo, sentir el roce de una pluma de ave en su mano, el cosquilleo de ese roce... 6. Intente unir todas esas evocaciones. Por ejemplo, usted corre por la playa y se ve corriendo, ve todos los movimientos de su cuerpo, ve el mar, la arena... y oye el rumor de las olas, huele el salitre del mar, nota el cálido y suave roce de la arena bajo sus pies desnudos... Puede empezar ejercitándose en algo conocido, en algo que ya ha vivido y pasar luego a situaciones imaginarias, pero viva éstas con todos los sentidos, como algo cierto, como si vivenciara plenamente algo conocido. Y no olvide que de esa capacidad de imaginar —con una capacidad plena de imaginación y de evocación— depende consiga o no modificar su vida, poner paz y dicha

donde ahora hay stress y ansiedad, con o sin sonrisa.

¿Sabe que usted es un zombi? “Somos lo que pensamos” —dijo el Buda a sus discípulos—. “Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos hacemos el mundo”. Más modernamente, el autor anónimo de “La urdimbre de los milagros” escribió: “La proyección es la base de la percepción. El mundo que ves es lo que tú has puesto en él y nada más (...) Es el testimonio de tu estado mental, la imagen exterior de un estado interior. Tal como un hombre piensa, así percibe. Por lo tanto, no intentes cambiar el mundo; opta por cambiar tu manera de pensar en el mundo”. En efecto, usted ha comprobado ya que su vida ha sido hasta ahora una proyección de sus contenidos mentales. Y el mundo circundante, por tanto, lo ha percibido, lo sigue percibiendo, de acuerdo con los patrones mentales que se ha autoimpuesto, con los que se identifica. Y así, en una constante repetición de afirmaciones, gestos, hábitos, actos, etc., sigue reforzando día a día, hora a hora, minuto a minuto, el guión que tan maravillosamente representa en el gran escenario del mundo. Y hasta es posible que usted considere injusto el mundo, que se lamente de cuanto ocurre, y no nos damos cuenta de que somos nosotros, con nuestros procesos mentales de identificación y de competitividad, quienes —junto a tantos otros millones— hacemos y mantenemos este mundo injusto, donde nuestra abundancia vive en el olvido de las carencias ajenas. Pero, lamentándonos o no, aunque si con stress, dolientes y angustiados, mantenemos el argumento de nuestro guión. Sin darnos cuenta de que somos zombis. De que vivimos en una constante hipnosis. Porque seguimos los dictados de un programa mental que nada tiene que ver con la realidad. Y, desdichadamente, el programa —el guión— de nuestra mente es una película dramática que proyectamos una y otra vez en la pantalla del mundo y que luego, al verla, creyendo que es la realidad, la tomamos como modelo sin darnos cuenta de que estamos cumpliendo el más trágico ciclo de una hipnosis profunda. Un terrible feedback elaborado con

retazos de la peor parte de nuestra biografía, con cargas energéticas traumáticas, con imposiciones familiares y sociales, con dogmas religiosos, con la neurótica carga de los “debieras” (debes ser bueno, debes ser obediente, debes ser educado...) y de las identificaciones, con una agresiva competitividad que —de acuerdo con nuestro guión— asumimos con talante de derrotados. Indudablemente, no somos dueños de nuestra vida. Y si no somos dueños de nuestra vida, si no logramos hacer lo que realmente deseamos es que somos zombis, estamos poseídos. Y estar poseídos significa que nosotros no somos, no existimos, que nuestra vida es una total falsedad. Nuestra vida —o sea, también la suya— no vale nada. Y no importa que sea usted Presidente de mil Consejos de Administración, ni importa que rija los destinos de un país, ni aún los de un credo religioso. Si usted no es feliz, si no es capaz de sentir la vida como algo pleno, exultantemente gozoso, usted vive al margen de la realidad, usted no vive. Se ha identificado cualquiera sabe con quién y ha dejado de ser usted. Es, tan sólo, la sombra de alguien que —no importa sea famoso o no— lo más probable es que sea tan sólo la sombra de otra sombra. Despierte, por favor. Mire el gato que probablemente tiene al lado. ¿Lo ve? Está tumbado, feliz. ¿Sabe por qué? Simplemente porque es él. Y no intenta ser otro gato. Sólo se identifica con su propia existencia. Una existencia que vive aquí y ahora, sin recrearse en las desdichas del pasado. Y, desde luego, ningún otro gato le ha llevado a la convicción de que debe ser un tigre de Bengala. Y tampoco ha limitado sus posibilidades de ser un gato en plenitud. Ni espera que nadie apruebe sus actos. En cuanto a sentirse fracasado, yo nunca he visto a un gato que se muestre desesperado porque se le ha escapado un ratón. El gato sabe que no hay éxito y fracaso, que sólo hay adiestramiento. Y, así, no asume el feedback que a nosotros nos lleva al fracaso de nuestro destino por el solo hecho de no haber acertado en los dos primeros intentos de vivir. Tampoco exige que otros gatos le admiren o compadezcan, ni intenta convencer a nadie de que posee la Verdad.

Por descontado que yo no intento inducirle a que viva como un gato. Y si no lo intento no es porque me considere superior a un gato, ni tampoco porque crea que los gatos viven peor que yo, sino porque eso sería una identificación. Intento decirle tan sólo que salga de su hipnosis. Despierte, por favor. O, por lo menos, busque una hipnosis más divertida. Hipnosis por hipnosis, ¿quién le impide elegir la más grata? Iniciemos, pues, antes de entrar en nuevas consideraciones, los ejercicios que, lentamente, de una manera gradual y fácil, nos sacarán de la hipnosis.

Iniciemos el despertar

Aclaro que es sólo una falsilla con la que intento ayudarle. La he utilizado durante más de una década en mis investigaciones y he podido comprobar su eficacia. Pero, insisto, es sólo una falsilla con la que intento ayudarle a moverse por los tres planos básicos de una regresión. Si, usted, pasado un tiempo, considera que otra falsilla puede serle más útil, utilícela. Intento que deje las identificaciones, no que pase de su actual guión rígido al que le dicte yo. Usted tan sólo tiene que identificarse consigo mismo. Tiene que ser creativo. Se trata de una pirámide similar a la de Keops. Y a esta pirámide se accede por una puerta que lleva a una cámara. No la pequeña cámara de la Reina o del Rey de la pirámide de Keops, sino a un espacio amplio. En este espacio —silencioso y solemne— puede haber puertas laterales que llevan a habitaciones, corredores, mobiliario, etc. Usted, según vaya necesitando, irá creando y rehaciendo la escenografía. Pero dos cosas sí son imprescindibles. Una de ellas es una trampilla en el suelo que lleva a la parte inferior de la pirámide. La otra, una escalera amplia, palaciega, que lleva a la parte superior. La Cámara en primer lugar descrita (ahora con mayúscula porque es ya una Cámara, una Cámara singular) corresponde al “Nivel Medio” de la Pirámide (ahora también ya su Pirámide personal). Éste es el espacio de la conciencia. Donde efectuará aquellos ejercicios que no exigen movilizar el subconsciente o trascender la conciencia.

Cuando se trate, especialmente, de ejercicios de desbloqueo usted deberá descender al “Nivel Inferior”. Abrirá la trampilla y, acompañado o no de un guía, descenderá por una escalera de caracol hasta una gruta situada por debajo del nivel de la Pirámide. Se trata de un trayecto que posiblemente le resulte inicialmente siniestro, con una oscuridad visible de sombras y espacios limosos. En la gruta, celdas laterales, una laguna y cualquier otro elemento que libremente, para su sorpresa, su mente escenificará. Por el contrario, el “Nivel Superior”, donde, al final, trascenderá todos sus problemas, se inicia en la escalera amplia y luminosa. Una escalera que finaliza en la cúspide de la Pirámide, desde donde usted seguirá ascendiendo hasta llegar a un lugar —en el espacio— donde se encuentra un templo de estructura griega, de paredes luminosas, intensamente blancas y neblinosas. Se accede a este templo por una puerta de dintel bajo, que obliga a inclinarnos, a humillarnos. En el interior, estancias y, aparte cuanto surja en su mente, un lugar al que sólo podrá acceder usted. Su Santuario. El lugar donde puede recogerse en meditación, el lugar que hará posible su comunicación trascendente. Es posible que esta escenografía le parezca un tanto infantil. Y comprendo que pueda pensar así, pero le aseguro que muchos años de experiencia avalan su efectividad. Y, en definitiva, no es algo distinto a los escenarios de su actual guión. Éstos y la Pirámide que he descrito son, ambos, simples espacios escénicos. Sólo que en su guión ya se está representando un texto. Y este texto es el que someteremos a revisión en los distintos niveles de la Pirámide. Ejercicio 33: Los guías. Posición y espacio escénico: a) En relajación profunda. b) Utilice el biofeedback. c) Los tres niveles de la Pirámide. Ejercicio: 1. Se trata tan sólo de una exploración previa de todos los niveles de la Pirámide. No busque nada ni espere nada. Simplemente recorra esos niveles. Y, si lo desea, puede evocar

un Guía que le lleve al Nivel Inferior y otro Guía que le acompañará por el Nivel Superior. En los ejercicios que seguirán a éste usted podrá volver a evocar a esos Guías cuando lo considere necesario. 2. Puesto que pretendo despertar en usted la creatividad, así como interferir lo menos posible en sus asociaciones mentales, tanto en este ejercicio como en los restantes procuraré dar tan sólo las pautas de acción necesarias, ni una explicación más. Si usted consigue el grado de autohipnosis requerido verá que su mente conoce muy bien cómo transitar por los espacios piramidales. Una advertencia que no debe olvidar es que este ejercicio y cuantos siguen requieren que usted domine las técnicas de autohipnosis o relajación profunda. Le aconsejo que sólo tras un amplio adiestramiento en las técnicas de la primera parte de este volumen inicie los ejercicios de esta segunda parte. Y le aconsejo también que insista una y otra vez en potenciar la imaginación (Ejercicio 32). Ejercicio 34: Mis nuevas fotos. Posición y espacio escénico: a) En relajación profunda. b) Utilice el biofeedback al principio. c) Nivel Medio de la Pirámide. Ejercicio: 1. Sitúese confortablemente en el Nivel Medio. Puede utilizar —mentalmente— un diván y verse allí tumbado. O saber, simplemente, que está allí. No se preocupe por esos aspectos. Deje que la mente se mueva a su aire. Y olvide de una vez esa nefasta educación que nos obliga a seguir siempre la dirección de la flecha, como si nunca dejáramos de ser colegiales. 2. Vuelva a evocar sus ‘fotos preferidas’ (Ejercicio 31) y añada algunas más. Cuantas pueda. 3. Al salir la primera fotografía dramática obsérvela detenidamente intentando “comprenderla”, descargando emoción, tomando conciencia de que es algo que ya ha muerto, que no puede dañarle. Pero no la borre, queme, ni rompa. No la “olvide”. Al contrario, asúmala con tranquilidad. Y luego evoque una escena placentera —cuanto más agradable, mejor— correspondiente a esa misma época de su

vida. Contémplela detenidamente también y complázcase en ella. Tome conciencia de que la vida no es sólo dolor. Que las tragedias griegas son cosa de héroes y dioses, que lo nuestro, casi siempre, a lo más que llega es a melodrama. 4. Haga cuanto antecede foto a foto. Y procure que la foto placentera sea más vívida que la dolorosa. 5. Finalmente, deje a un lado las fotos dolorosas —sin romperlas— y diviértase contemplando una y otra vez el álbum de sus momentos más dichosos. Pasados días y pasadas luego semanas repita este ejercicio, hasta comprobar que al evocar sus ‘fotos preferidas’ éstas son sólo las que le agradan. Al mismo tiempo que efectúa este ejercicio, que más adelante incluirá también las imágenes que su consciente no recuerda, debe ir efectuando una conversión de vectores de los aspectos no gratos de su vida actual. Naturalmente, como explicaré más adelante, si su empleo es causa de profundo sufrimiento para usted, lo lógico es que busque otra forma de ganarse la vida, aun cuando eso suponga reducir sus ingresos. La auténtica felicidad nunca es un problema de dinero. Pero, aun así, en tanto toma o no esa decisión —o cualquier otra relacionada con su forma actual de vida—, puede aliviar sus tensiones cotidianas de la forma que sigue: Ejercicio 35: Conversión de vectores cotidianos. Posición y espacio escénico: a) En relajación profunda. b) Utilice el biofeedback al principio. c) Nivel Medio de la Pirámide. Ejercicio: 1. Evoque a personas y situaciones que le resultan especialmente desagradables y, no obstante, debe soportar habitualmente. Empiece con una situación de trabajo o con una situación familiar. Y observe, al evocarla, al imaginar esa situación o persona, cual es la parte de su cuerpo que se tensa. Deje su cuerpo libre, no interfiera y verá cómo la situación evocada —nítidamente evocada, con todos sus aspectos desagradables— golpea en algún lugar de su cuerpo. Toma

nota mental de ello y destensa la parte afectada. 2. Evoque ahora la misma situación, pero la observa como si la viera en una pantalla de cine. La contempla como algo ajeno a usted, con la mente abierta, sin juzgar. Y es posible que descubra en la situación aspectos positivos. Quizás la persona que tanto le desagrada, al verla así, desapasionadamente, no tan sólo deje de tenerla, sino que le resulte incluso cómica. Obsérvela una y otra vez en la pantalla con la objetividad que da un ritmo bajo de conciencia. Cuando crea que esa situación o imagen ya no le afecta, vuelva a contemplarla directamente, no en la pantalla, y compruebe si todavía le tensa en el lugar de su cuerpo que ya conoce. 3. Si todavía le tensa, puede insistir en contemplar más veces la situación o invertir vectores. 4. Invertir vectores puede ser, por ejemplo, crear mentalmente una situación en la que usted es el que agrede, el que atemoriza al personaje al que usted teme. O se ve feliz en ese autobús lleno hasta los topes. O se observa, sin temor, totalmente tranquilo en un ascensor detenido entre dos pisos. En este caso, y siempre que se trate de un caso de fobia, véalo antes proyectado en una pantalla. Y así, cualquiera sea aquello que le atormenta, logre que su pensamiento lo acepte, que entre en su nuevo guión como algo amistoso. Si la mente lo acepta, lo aceptará el cuerpo y su comportamiento ante una de esas situaciones o personas que antes temía, le desagradaba, etc., será totalmente distinta. Naturalmente, si el problema es especialmente grave, debe entonces —como ya he indicado— optar por una solución real. Éste puede ser el caso de un matrimonio insostenible o de un empleo que le está provocando el más terrible stress. Pero, aún así, sólo podrá resolver de forma real el problema si antes ha conseguido verlo, aceptarlo y resolverlo mentalmente. No olvide que usted puede actuar con su mente como si ésta fuera un proyector cinematográfico: puede acercar o alejar la imagen, detenerla, iluminarla más o menos, ralentizarla, acelerada, ver un plano desde distintos ángulos, etc. Su

mente lo puede hacer todo. Inténtelo y verá que así es. Y le digo más: todo aquello que ahora desea y es positivo para usted, pero le resulta imposible conseguir, si logra realizarlo mentalmente, con nitidez y facilidad, habrá logrado que físicamente pueda hacerlo ya. O pueda conseguirlo. De hecho, este es el mecanismo que está usted utilizando para dañarse. Porque es un hecho que si usted ha llegado a la convicción, por ejemplo, de que es un cobarde, desde luego usted se comporta como tal. En el hemisferio cerebral derecho —el que contiene los ritmos bajos de conciencia— no hay nada bueno y malo, tan sólo existen imágenes analógicas y emociones, que son su realidad. Y, desgraciadamente, las imágenes y emociones con que alimentamos ese hemisferio — el que predomina en nuestra infancia suelen ser casi siempre negativas. Solemos tener más fe en aquello que nos daña que no en aquello que nos gratifica. Por otro lado, y esto es muy importante, recuerde que dejará de sentir la carga emocional de una evocación —de cualquier situación desagradable evocada— si la proyecta en una pantalla como si fuera una película que usted está viendo desde el patio de butacas. Utilice esta técnica cuantas veces la crea necesaria para poderse familiarizar, sin temor, con una situación que, de otra forma, no podría soportar. Pero no olvide que debe efectuar una abreacción de la emoción si quiere liberarse de imágenes que le tensan. Así que, tras la técnica de la pantalla, debe volver a revivir la situación traumática como algo personal y real.

Sea usted, no los demás. Como habrá intuido ya, sustituir su actual hipnosis de persona stressada y doliente por otra que le haga más feliz es algo que puede conseguir con relativa facilidad. Y esto es ya un logro importante. Pero, lógicamente, todos deseamos más. Nuestro deseo es ser realmente lo que somos, asumir nuestro “yo” real. Pero... Veamos. ¿Qué es el “yo”? Digamos, por ejemplo —y es una definición válida— que “el yo es la única parte de nosotros que se mantiene siempre igual”. Luego veremos que, en profundidad, esta sensación de permanencia del “yo” es sólo

un espejismo. Pero es un espejismo que nos puede ser útil. Como útil es la geometría plana que permite levantar casas aun cuando la Tierra sea esférica. Bien, aceptamos, por tanto, tener un núcleo interno que sigue siendo uno y él mismo al margen de que vivamos un éxtasis o el más trágico de los sufrimientos. Así, decimos que estamos en éxtasis, no que somos éxtasis. Que estamos sufriendo, no que somos dolor. ¿Y si lo creemos así, por qué gozamos o sufrimos como si fuéramos gozo o dolor? ¿Por qué nos entregamos sin defensas a cualquier sentimiento que nos llegue? Sencillamente porque vivimos un constante flujo y reflujo de identificaciones. O sea, nos identificamos con cuanto nos llega o surge de nosotros. Algo deplorable, porque si yo me identifico con una serie de ideas que considero verdaderas y luego resulta que no lo son, entiendo que soy yo, que es mi “yo” el que está equivocado y me derrumbo. Y si creo que mi hijo es mío, que mi casa es mía, que mi... todo cuando me rodea o utilizo es mío, forma parte de mí —de mi “yo”—, es indudable que perderlo —el hijo que se va, la casa que vendemos, etc.— significa para mí —para mi “yo”—, algo así como una amputación. De ahí que todo ejercicio de desidentificación resulta extremadamente doloroso. No obstante, es preciso que nos desidentifiquemos para que podamos alcanzar una más elevada y más gratificante forma de “identificación”. Porque el problema ahora es que nuestras identificaciones son inconscientes y así, como afirma Ferrucci, de acuerdo con la Psicología Transpersonal: “Un estado corporal tiende a convertirse en una tensión, un sentimiento tiende a convertirse en una dependencia, un deseo tiende a convertirse en un anhelo obligatorio, una opinión tiende a convertirse en un prejuicio y una función tiende a convertirse en una máscara”. Veamos, pues, cómo en psicosíntesis se consigue la desidentificación. El “yo” va pasando, sin control alguno, de una identificación a otra, asumiendo cientos de ellas en el transcurso del día: tengo hambre, te quiero, te aborrezco, tengo sueño, estoy cansado, estoy contento, etc. Si objetivamos el yo y lo situamos fuera de cada sentimiento,

idea, sensación, etc., podremos observar el panorama de la conciencia desde un centro sólido y ajeno a cuanto lo rodea. Yo soy simplemente yo, un “yo” desnudo que no se identifica con nada ni con nadie. Pero ese “yo”, despojado de identificaciones, se entiende en psicosíntesis que no es algo ajeno a cuanto le rodea, sino que es el Director de nuestras representaciones mentales. El Director de escena. Él es quien monta el espectáculo y lo mueve a voluntad. Así, el “yo” puede identificarse a voluntad con cualquier personaje de la obra. Puede sentir ira o amar, puede aceptar o rechazar, puede, en definitiva, identificarse o desidentificarse porque en todo momento es consciente de que el “yo” tiene una identidad ajena, existe por sí mismo, al margen de todo cuanto no es ese “yo”. Y ese “yo”, que de hecho no existe como tal “yo” personal, pero que sí existe en la medida que es el “Yo” —o sea, el “yo” de la Totalidad—, nos permite no sólo distinguir la falsedad de todo guión mental, sino también la capacidad de vivirlos todos. Gozar o sufrir pasa a ser ya un simple juego que aceptamos o no, a voluntad. Porque en este caso también nosotros —nuestro “yo”— pasa a ser una simple identificación, el simple reflejo del “Yo Total”. Pero antes de seguir aclarando conceptos voy a describir un ejercicio que considero básico. Un ejercicio con el que durante años, en mis experiencias con personas stressadas, he resuelto de forma espectacular sus sensaciones de angustia. Por favor, insistan en él una y otra vez, hasta conseguir efectuarlo a la perfección, es un ejercicio vital. Antes diré que la tristeza, la angustia, cualquiera movimiento del alma en general, como intuyó ya ese gran poeta que fue Rainer María Rilke, son mensajeros de una comunicación fundamental. No debemos, por tanto, asustarnos ante ellos, no debemos alejarlos. Lo que tenemos que hacer es escucharlos, abrirnos a ellos. Un ejemplo. En una de mis experiencias, la persona que se había sometido a un estado regresivo —una buena autohipnosis o relajación profunda basta— tenía el grave problema de que cuando se metía en la cama dispuesto a conciliar el sueño, automáticamente, con una nitidez

angustiosa, veía fantasmalmente una mano que se disponía a levantarle la sábana, dejándole al aire. Y esto al paciente le resultaba aterrador. Se sentía “desnudo”, sin defensas, sin que nada le cubriera y amparara de aquella terrible amenaza. Lógicamente, el paciente, ante esa amenaza se encogía — tomaba una posición fetal— y agarraba con fuerza la ropa que le cubría al tiempo que mentalmente oponía resistencia a la visión hasta rechazarla. Así, en una pugna terrible por alejar tan ominosa amenaza, el paciente acababa, al final, ya agotado, por entrar en el sueño, un sueño que era casi siempre angustiado y no reparador. Pues bien, bastó que hiciera el ejercicio que sigue, bastó con que aceptara el terror de la visión para que, tras la amenaza de aquella ominosa mano, surgiera la imagen de la mano de su padre estando él en la cuna, cuando era bebé. Y vio a su padre levantar la ropa y cogerle para estrecharle amorosamente. Éste era el hecho, pero este hecho él, en su infancia, lo había interpretado traumáticamente y, por ello, le había estado persiguiendo durante toda su vida. Como casi siempre, los grandes problemas no son sino consecuencia de hechos carentes de gravedad, a veces ridículos, pero siempre interpretados trágicamente por los ritmos theta, altamente imaginativos y emocionales, que predominan en nuestra infancia. Ejercicio 36: Continuidad de la emoción. Posición y espacio escénico: a) Salvo en el caso que se indica, no es necesaria la relajación. b) Puede utilizarse o no el Nivel Medio de la Pirámide. Ejercicio: 1. Si está usted stressado o angustiado o sufre de ansiedad es un hecho que de vez en cuando sufre el asalto de una terrible opresión. Puede ser ese terrible golpe de la angustia en el pecho o en el plexo solar, esa terrible oleada de energía dolorosa que casi dobla su cuerpo. 2. Cuando eso llegue —o cuando llegue, con fuerza, cualquier otra emoción— túmbese, o simplemente póngase cómodo, y afloje el cuerpo. Al tiempo, dé la bienvenida a esa terrible angustia —o a la emoción que sea—, recíbala como a un amigo, como a alguien que le trae un mensaje de curación. Y

ábrase, deje que esas oleadas de sufrimiento recorran su cuerpo al tiempo que se mantiene alerta con la mente expectante. Sé que eso le parecerá casi imposible de soportar, pero no es así. Cuando esas oleadas de angustia —de tristeza, etc.— llegan usted suele bloquearse, se opone a ellas, y eso es lo que las potencia; pero si deja que sigan, que pasen, verá que el sufrimiento es menor, verá que el golpe fuerte permanece sólo un instante. Y en ese instante inicial usted puede gritar, patear, puede hacer cuanto quiera, todo menos defenderse, menos bloquearse, menos poner un escudo a la emoción. Deje que le recorra una y otra vez, ayúdela, y lejos ya ese impacto emocional inicial, el más doloroso, permanezca atento al mensaje. Porque de alguna manera usted “verá” o intuirá la razón por la que esa emoción llega a usted. Y en última instancia, aun cuando en sus primeras experiencias no “vea” o intuya, el solo hecho de dejar que la corriente energética de la emoción negativa le recorra, eso es suficiente ya para que la angustia, tristeza, ansiedad, etc., le abandone. Y si sigue actuando así no tardará en librarse de tan molestas emociones negativas. 3. Y lo mismo puede hacer si un pensamiento le obsesiona. No se defienda de él ni lo bloquee. No lo alimente. Deje simplemente que cruce su mente. Se extinguirá con la celeridad de una centella. Observaciones: —Este ejercicio puede efectuarlo también evocando conscientemente una emoción negativa. Puede evocarla trayendo a su mente la propia emoción o evocando la situación que la provoca. En este caso le recomiendo que antes se relaje profundamente. —Aclaro una vez más que evocar no es recordar, ni siquiera un simple y sencillo acto de imaginar. Evocar es revivir algo que ha ocurrido, pero revivirlo no como recuerdo, sino revivirlo con la emoción que entonces sintió. De ahí que sea tan importante el ejercicio 32, puesto que sólo podrá evocar si, además de mantenerse profundamente relajado o en autohipnosis —a niveles bajos de conciencia— es capaz de imaginar movilizando todos los sentidos.

¿Pueden los ojos verse a sí mismos? En el ejercicio anterior, a fin de desprenderse de la angustia —o de cualquier otra emoción dolorosa—, ha dejado que esa angustia le recorra libremente, pero al dejar que su cuerpo se identificara con ella, al tiempo ha mantenido su “yo” expectante, observando desde un espacio exterior. Indudablemente, esta actitud supone alimentar una dualidad y, como veremos, toda dualidad es una escisión, es, en principio, siempre algo negativo. No obstante, aclaro que se trata de una dualidad consciente. Una dualidad lúdica, en la que podemos aceptar que el “yo” no es ese algo aparte que afirmamos, pero que, en el juego terapéutico que hemos establecido, nos sirve para sentirnos internamente seguros, nos sirve para objetivar los problemas, nos sirve para resolver enfermedades, nos sirve, en definitiva, para, al salir de nuestra hipnosis dramática, no caer en otra inadecuada. Con ese “yo” con el que nos identificamos podemos establecer cualquier guión —cualquier otra identificación—, pero libremente, porque el único compromiso de identificación que habremos establecido será ese “yo” desprovisto de contenido. Se cuenta que diez locos cruzaron un río a nado. Y, ya al otro lado del río, decidieron ver si estaban todos. Y uno contó, pero contó nueve porque no se contó a sí mismo. Puesto que sólo salían nueve sobrevivientes, los restantes locos contaron a su vez. Y todos cometieron el mismo error que el primero, porque no tenían conciencia de su propia existencia —de su “yo”— y se identificaban con los demás. De manera que lloraron la muerte de uno de sus compañeros, convencidos de que se habían ahogado al cruzar el río. Afortunadamente, alguien que cruzó ante ellos, al verles llorar les contó y, lógicamente, contó diez, porque él no estaba incluido en el juego de identificaciones. Desgraciadamente, como humanos, dado el mecanismo de nuestra mente, necesitamos un constante punto de referencia. Un punto de referencia que debemos situar fuera de aquello que vemos o sentimos si no queremos ser absorbidos por lo demás, por los demás.

Pero la Psicología Transpersonal va más lejos y afirma que no existe tal dualidad, puesto que ese “yo” inmutable es, precisamente, el “Yo” de la Trascendencia. Y nuestro “yo”, como dijo Chuang Tse, es sólo un reflejo de ese “Yo Único”. Por eso añade Chuang Tse: “El hombre perfecto emplea su mente como un espejo, que nada aferra ni a nada se niega; recibe, pero no conserva”. Es el hombre que vive serenamente todos los guiones —que son el Guión Único— precisamente porque no tiene ningún guión. Ejercicio 37: Total desidentificación. Posición y espacio escénico: a) En relajación profunda. b) Nivel Medio de la Pirámide. Ejercicio: 1. Durante unos minutos tome conciencia de sus sensaciones físicas. Obsérvelas —ya sabe por la primera parte de este volumen lo que significa— con imparcialidad, sin intentar cambiarlas. Así, puede percibir el contacto de su cuerpo con la ropa, el de sus pies con el suelo, su respiración, etc. 2. Cuando crea que ha observado ya suficientemente sus sensaciones físicas tome conciencia del contenido del texto que sigue: “Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo y lo que se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, pero eso no tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo, pero no soy mi cuerpo”. 3. Tome conciencia de sus emociones. ¿Qué siente en estos momentos? ¿Y habitualmente cuáles son sus emociones? ¿Cólera, celos, amor...? No juzgue, simplemente observe sus emociones habituales y reconózcalas. 4. Cuando crea que ha reconocido sus emociones tome conciencia del contenido del texto que sigue: “Tengo emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis emociones, y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor. Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo emociones, pero no soy emociones”. 5. Tome conciencia de los deseos que normalmente le asaltan. Observe detenidamente los más importantes.

Reconózcalos sin identificarse con ellos. 6. Cuando crea que ha tomado conciencia de sus más importantes deseos, tome, asimismo, conciencia del contenido del texto que sigue: “Tengo deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, y lo que se puede conocer no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior. Tengo deseos, pero no soy deseos”. 7. Observe el mundo de sus pensamientos. Tan pronto como surja un pensamiento obsérvelo hasta que otro lo reemplace. Y si no tiene pensamientos tome conciencia de que esto es también un pensamiento. Observe cómo fluye el contenido de su conciencia: opiniones, recuerdos, imágenes, etc. 8. Cuando crea que ha observado la corriente de pensamientos que fluye y refluye en usted, tome conciencia del contenido del texto que sigue: “Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis pensamientos, y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no afectan a mi yo interior. Tengo pensamientos, pero no soy pensamientos”. 9. Tome conciencia ahora de que no es sensaciones físicas, ni emociones o sentimientos, ni deseos, ni pensamientos, no es nada de todo eso. Es lo que queda al quitar todo eso, un puro centro de percepción consciente, un testigo inmóvil de todos esos pensamientos, emociones, sentimientos y deseos. Y en definitiva dése cuenta de que todo aquello que uno puede concebir —incluido ese “yo” interno, ese puro centro de percepción no es el auténtico Ser que concibe. ¿Pueden los ojos verse a sí mismos? Proclame su independencia. En la pugna consigo mismo por ser usted, no los demás, por crearse una nueva autoimagen —y no olvide que usted se comportará y será, así como llegará a ser aquello que sea su autoimagen— es preciso, ante todo, que declare, solemnemente, su independencia. Usted debe vivir su propia vida, aunque eso irrite a los demás. Y no deje que otros le repriman. Sea espontáneo. Ya sabe, por joven que sea: le queda muy poca vida. Y esa vida que le queda es suya. No

ocurra, como suele ocurrir, que al llegar la muerte —la muerte siempre llega y siempre llega de improviso— nos encontremos, para nuestro dolor, con la horrenda sorpresa de que hemos desperdiciado nuestras propias potencialidades por la estupidez de no desagradar a los demás. Créame, usted tan sólo tiene que ser fiel a sí mismo. Y no piense que con esta afirmación estoy predicando el egoísmo. Al contrario, ya he explicado que sólo podrá amar a los demás si se ama a sí mismo. Y sólo podrá ser útil a los demás si está a gusto consigo mismo. Y sólo estará a gusto consigo mismo, tan sólo expandirá su conciencia, si se deja llevar por sus propios impulsos internos. No quiera ser otro, ni quiera ser lo que otros quieren que sea. Rompa primero su actual guión que limita y condiciona su vida y escuche luego la Voz que surge del silencio de su conciencia sin identificaciones. Identifíquese tan sólo con esa Voz. Pero que esa Voz no surja de creencias ni de dogmas previamente aceptados. Deje que fluya libremente. Aunque, ¿cómo sabrá que fluye libremente, que no es una nueva trampa de su mente todavía condicionada? Muy fácilmente. Si al seguir los dictados de esa Voz observa que hay más amor en usted, si se siente usted más pleno y feliz, si nota que su conciencia se expande, entonces usted está creciendo. Siga. Y olvídese de cuanto opinen los demás. Si alguien intenta regir su vida, eso significa tan sólo que ese alguien intenta afirmar su inseguridad, viendo que otros cumplen lo que él opina. Hay que ser Dios, estar muy loco o muy inseguro para exigir a otro una forma de vida. Y Dios no exige. El sol sale para todos. De manera que cuantos —y son muchos— intentan encadenarle o están locos o buscan afirmarse por las leyes de la cantidad. Ya sabe, si somos muchos es que tenemos razón. Desgraciadamente, es muy difícil alcanzar la independencia. No sólo porque hemos confundido amor con vampirismo: siempre hay alguien que, hablando de amor, intenta retener a su lado nuestros cinco litros de sangre. No sólo porque buscamos prestigio, porque deseamos el éxito y el aplauso. No sólo porque nuestra cobardía nos vuelve aduladores. No sólo porque nos han educado en la obediencia a doctrinas y

normas. Sino, especialmente, porque nuestro peor enemigo está dentro de nosotros. Lo hemos metabolizado y ahora es sangre de nuestra sangre y carne de nuestra carne. Son esos fantasmas que actúan desde la sombra del “olvido”. Que son muy difíciles de identificar porque son nosotros mismos. Y destruirlos es amputarnos. Pero están ahí, alimentándose de nuestra energía, debilitándonos al tiempo que ellos crecen. Y, así, con los años crece nuestra infelicidad y vamos arrastrando una vida cada día más muerta, hasta que muertos ya nosotros en vida, esos fantasmas nos sustituyen. Y ni siquiera nosotros —o sea, lo que pudimos ser— se percata de que nos hemos convertido en una bolsa llena de humo, en una simple sombra fantasmal, que nunca ya será lo que estábamos destinados a ser.

Cómo proveerse de energía.

Se hace necesario, por tanto, antes de entrar en los ejercicios de desbloqueo, que conozcamos cómo energetizarnos, cómo reponer parte de esa fuerza que durante años hemos estado dando, a veces hasta amorosamente, a nuestros fantasmas. En la primera parte he explicado ya algunas técnicas cuya finalidad, aunque a veces secundaria, es reponer energía. La misma relajación es una forma de abrirnos a las corrientes vitales que alimentan nuestra psique. Aun así, creo conveniente, dada su importancia, explicar aquí el mecanismo bioenergético de una más larga juventud. Usted sabe —lo he dicho ya— que en las más antiguas culturas vida y respiración eran prácticamente una misma cosa. Y no por el simple hecho de que si no respiramos nos morimos. El hálito era algo equivalente al alma en el Antiguo Egipto y los yoguis, en el Hata Yoga, utilizan la respiración para lograr su objetivo de unirse a la armonía cósmica. Y ésta es la razón por la que en Hata Yoga hay tres grupos de posiciones básicas. Una para cargar energía. Es el conocido “padmasana” o flor de loto. Otras para conservar la energía y también hacer que ésta circule por el cuerpo. Entre ellas están el “siddhasana” y el “swastikasana”. Y otras para descargar energía.

Naturalmente, no voy a pretender que usted, lector, salvo que practique habitualmente el yoga, se sitúe en ninguna de esas tres posiciones. Especialmente que adopte el “padmasana”. Sólo intentarlo puede suponerle ya una necesaria visita al traumatólogo. Y hasta es posible que tuvieran que escayolarle. Un riesgo, por otro lado, innecesario, puesto que no es preciso retorcerse como un alambre para lograr los fines que los yoguis pretenden. En realidad, todo consiste en conocer que nuestro cuerpo es una especie de batería. Incluidos los dos polos eléctricos. Y saber, al tiempo que —aparte de la respiración— la energía la cargamos, especialmente, por las plantas de los pies y las palmas de las manos. Así pues, descálcese y: —Si pretende cargar energía, sitúese de manera que las plantas de los pies —descalzos— y las palmas de las manos quedan al aire. Y esto puede conseguirlo en “padmasana”, pero también adoptando una posición totalmente cómoda. —Si pretende conservar la energía o hacer que circule por su cuerpo, limítese a unir las palmas de las manos como si orase. Y a unir también las plantas de los pies una contra otra. Así cierra el circuito bioenergético humano. —Si pretende descargar energía, mantenga las palmas de las manos unidas, una contra otra como si orase, y apoye las plantas de los pies —descalzos— en la tierra, haciendo masa. Si al tiempo que descarga energía pretende ir reponiendo parte de ella, no junte entonces las palmas de las manos una contra otra, sino que debe mantenerlas abiertas, con las palmas hacia arriba. Conociendo esto, usted puede ya utilizar esas posiciones no sólo por sí mismas, cuando está viendo la televisión, por ejemplo, sino especialmente al efectuar algunos de los ejercicios de la primera parte y también el ejercicio que sigue. Ejercicio 38: Respiración alternativa. Posición: a) En la de cargar energía. Ejercicio: 1. Exhale el aire de los pulmones con fuerza, hasta que queden vacíos. Esto puede conseguirlo con tres

exclamaciones de ‘uh’, como un gruñido. 2. Se tapa la aleta derecha de la nariz con el pulgar derecho, haciendo una aspiración lenta y completa por la ventana izquierda. 3. Ya llenos los pulmones, trague como si deglutiese saliva y, al tiempo, deje caer el mentón en la pequeña cavidad de la base de la garganta. Suspenda la respiración. 4. En tanto sigue reteniendo la respiración, puede mantener el pulgar cerrando la ventana derecha de la nariz. O puede descansar las manos con las palmas sobre las piernas. Recuerde —porque es importante— que la proporción de la respiración tiene que ser 1—4—2. O sea, puede empezar con una inhalación de 5 segundos. En este caso, la retención debe ser de 20 segundos y debe tardar 10 segundos en expeler el aire. Usted puede iniciar este ejercicio con una retención inferior a esos 20 segundos, pero no olvide que en ese caso inhalación y exhalación deben mantener la proporción indicada. 5. Transcurridos los 20 segundos, cierre la ventana izquierda de la nariz con los dedos corazón e índice de la mano derecha y expele el aire por la ventana derecha. 6. Haga una ligera pausa hasta que el impulso de respirar se presente de nuevo espontáneamente. 7. Aspire por la ventana nasal derecha, manteniendo la izquierda cerrada con los dedos corazón e índice. 8. Retenga de nuevo la respiración. 9. Tape con el pulgar la ventana nasal derecha y expulse por la izquierda. 10. Esto constituye un ciclo. Y usted debe empezar con tres ciclos y nunca pasar de seis. Sí es conveniente, por el contrario, que vaya aumentando, si puede, el tiempo de retención del aire, pero manteniendo siempre la proporción indicada: 1—4—2. Durante una semana efectúe este ejercicio todos los días. Puede hacer cada día una serie de tres ciclos. Pasada esa semana se habrá dado cuenta ya de si puede subir el número de ciclos y el tiempo de retención de la respiración. Pero recuerde que no debe forzar su organismo. Con este ejercicio está usted energetizando su sistema nervioso. En yoga se dice que es el ejercicio más completo

para despertar la “kundalini”. O sea, la energía vital, la libido, que —simbolizada por una serpiente ígnea— descansa en la base de la columna vertebral. Pues bien, transcurrida esa semana, cuando usted domine ya este ejercicio, va a ampliarlo con el ejercicio que sigue, cuyo fin es llevar la energía a cada uno de sus siete “chakras”, a fin de lograr una perfecta energetización de su cuerpo al tiempo que una expansión de su conciencia. Las ruedas de la conciencia. Pero antes debe saber que “chakras”, en sánscrito, significa rueda. Con este nombre los yoguis intentan describir unos vórtices que —recorridos por una corriente bipolar— giran a distintas velocidades y son los centros por donde el cuerpo absorbe energía cósmica. Esos centros tienen su eje en la columna vertebral y van desde la raíz de la columna, donde está el “chakra” más denso y material, hasta la cúspide del cráneo, donde se encuentra el más fluido, el espiritual, el que, al abrirse, nos pone en comunicación con la divinidad. Los “chakras” están situados: 1. El centro raíz, en la base de la columna vertebral, entre los genitales y el ano. Es el asiento de la libido y de forma especial el vértice de la energía sexual, generadora. 2. El centro sacral, en el plexo prostático o epigástrico, a la altura del sacro. Es el asiento de las pasiones. 3. El centro solar, en el plexo solar. Es el asiento de las emociones. 4. El centro cardíaco, a la altura del corazón. Es el asiento de los sentimientos, especialmente del amor. A estos cuatro “chakras” que simbolizan los cuatro elementos materiales —respectivamente tierra, agua, fuego y aire— siguen otros tres que corresponden ya al mundo etérico y al espiritual. 5. El centro laríngeo, en la base de la garganta. Es el asiento que comunica los “chakras” materiales con los etéricos, representa también la capacidad creadora y transformadora. 6. El centro del pensamiento, entre las cejas. Es el llamado tercer ojo, porque es asiento del conocimiento profundo, pero no del conocimiento del mundo, sino del conocimiento espiritual; con él, al despertarlo, alcanzamos la dimensión

cósmica. 7. El centro coronario, en la parte superior de la cabeza. Es el asiento de la experiencia transcendental, de la comunicación con la divinidad. Corresponde al más alto nivel de conciencia espiritual. Es la cúspide de la evolución humana. Y ahora que conoce la filosofía yogui de los “chakras”, así como el asiento y función de cada uno, utilícelos. Ejercicio 39: Activar el kundalini. Posición: a) En la de cargar energía. Ejercicio: 1. Al efectuar el ejercicio 38, en el primer ciclo imagine, al inhalar, que el aire entra por el centro raíz. 2. Al retener, imagine y sienta cómo la “kundalini” en forma de energía serpentina, cálida, va ascendiendo por la columna vertebral y va activando un “chakra” tras otro hasta alcanzar el centro coronario. 3. Al expulsar el aire, imagine y sienta que sale por ese último “chakra” coronario. 4. En los siguientes ciclos del ejercicio usted puede elegir ya un determinado “chakra”, aquel que crea necesita armonizar. Eso teniendo en cuenta que cada uno de ellos es asiento de algo: energía sexual, pasiones, etcétera. En este caso imagine y sienta que el aire entra por el “chakra” elegido, luego, al retener el aire, imagine que está activando ese “chakra”, esa rueda que debe girar libremente. Finalmente, expulsa el aire por ese mismo “chakra”. 5. Al expulsar el aire, con voz grave y sostenida, puede pronunciar un mantra. Deberá imaginar y sentir que el mantra resuena en el “chakra” que le corresponde. Y para cada “chakra”, los mantras son: Raíz: VAM. Sacral: BAM. Solar: RAM. Cardíaco: YAM. Laríngeo: JAM. Del pensamiento: OM. Coronario: AUM. No olvide: evocar no es recordar. Usted sabe ya cómo aumentar su capacidad de respuesta

energética. Algo que puede hacer en unos pocos minutos. Y que yo le aconsejo haga siempre antes de iniciar los ejercicios de desbloqueo que siguen. Opino que los dos ejercicios anteriores de energetización — que pasados unos días realizará en un solo ejercicio— son imprescindibles antes de entrar en los ejercicios de desbloqueo debido a que éstos exigen un perfecto estado regresivo. O sea, un perfecto nivel theta. Y usted no va a tener un guía externo que le induzca a ese estado y le lleve después por el laberinto del subconsciente. Así pues, necesita potenciar y centrar su energía. Pero no se preocupe. Usted podrá efectuar esos desbloqueos por sí mismo. Y lo más que puede ocurrir es que tarde un tiempo —nunca excesivo— en realizarlos de forma óptima. Sólo puede ocurrir eso. Porque, por otro lado, no debe temer nada. Su mente —en autohipnosis— nunca le asustará con fantasmas que su propia mente no pueda soportar. Al contrario, le fascinarán las imágenes cinéticas que irán surgiendo de su firmamento interno. Y, en todo caso, si cree que se mueven con una excesiva carga emocional, ya conoce la técnica de proyectar sus contenidos en una pantalla, como si viera sus propios fantasmas en el cine. No obstante, recuerde también que, de utilizar esa técnica, luego debe reconocer esos fantasmas en una visión sin pantalla, debe reconocerlos como suyos y eliminar todo posible resto de carga emocional. Esta carga, aparte sentirla de forma directa, como algo no grato, ya sabe que podrá medirla también por el grado en que tensa o no una parte de su cuerpo. Puesto que los que siguen son ejercicios básicos, voy a ilustrarle en torno a algunos aspectos fundamentales de los mismos: —En el estado de relajación profunda —o de autohipnosis—, su electricidad cerebral discurre a ritmos lentos, que son los que corresponden al hemisferio cerebral derecho. Se bloquea, por tanto, el racional y crítico —el izquierdo—, que es temporal y entramos en el derecho: emocional y espacial. Así pues, observará que el tiempo casi deja de existir, que el razonamiento se hace iluminación y que la valoración moral es sólo un simple agrado o desagrado. —En el hemisferio cerebral derecho, espacial, las

asociaciones de ideas dejan ya de estar dirigidas. Las asociaciones son libres —se establecen por simple analogía—, deje, por tanto, la mente lo más receptiva posible, en blanco, sin ideas, sólo expectante y que sea la propia mente la que establezca asociaciones. —Lo más probable es que, al principio, esos ritmos lentos analógicos le den símbolos, algo parecido a los sueños. Algo, por tanto, que usted puede no comprender. Por ejemplo, puede estar intentando entrar en una casa sin saber que esa casa simboliza su madre y que querer entrar es tan sólo un deseo de ser aceptado. En este caso deje que los símbolos se vayan expresando y en algún momento intente que se muestren con su propia realidad. Esto puede intentarlo de varias maneras: dándose a sí mismo la orden de quererlos reconocer al tiempo que los proyecta en una pantalla; ayudando mentalmente a desvelar el símbolo, por ejemplo: si surge un muñeco, imaginando que se va difuminando, desapareciendo, y que luego, inmediatamente, vuelve a materializarse, pero ya en su forma real, reconocible; también imaginando que un rostro de muñeco o de una persona que no conoce es una máscara y que al quitársela, surgirá la persona que se esconde tras ella, así que quita la máscara con la imaginación, etcétera. —Normalmente, usted verá las imágenes, las verá como suelen verse en el sueño; pero, en algunos casos, también le llegarán intuiciones y sentimientos y hasta es posible que oiga. —Una prueba de que usted está en un nivel bajo y, por tanto, adecuado, es que no ve desde usted, o sea, sin formar parte usted de la acción. Sino que se ve a usted con las imágenes, en la acción. Ver desde usted suele ser recordar —y recordando no se consigue nada—, verse internalizado, dentro de la escena con los restantes personajes, es ya evocación, algo que ve su otro “yo”. —Puesto que no va a tener un guía externo, un operador experto que le conduzca por su propia mente, es conveniente que utilice los guías internos, los que ya he indicado puede evocar. Y puede convertir en guía cualquier persona que surja en sus representaciones de evocación. —En estos ejercicios de autocatarsis y autotransferencia se

trata, lógicamente, de evocar vivencias traumáticas, que ha “olvidado”, que siguen actuando, pero no recuerda a nivel consciente. Y si surge algo que recordaba, ese algo —para ser evocación— debe poseer una mayor fuerza que los recuerdos, aparte un contenido emocional. En seguida distinguirá entre recordar y evocar. El recuerdo es difuso y carece de carga emocional, es algo que se ve tras haberlo catalogado y valorado. La evocación, por el contrario, equivale —si bien con una carga emocional perfectamente soportable— a revivir un hecho como si estuviera ocurriendo en ese instante. Y así es, en efecto, puesto que ese hecho traumático sigue presente en su mente, sigue actuando como si estuviera ocurriendo constantemente. Y, así, si surge algo que recordaba, puede saber ya si es simple recuerdo o si es evocación. Y lo puede saber no sólo por cuanto he indicado —riqueza de matices, emoción, etc.—, sino también porque la evocación es corriente que nos dé, para una misma escena, una explicación muy distinta a la que nos daba el recuerdo. Así, por ejemplo, aquella persona que recordaba amable porque ése había sido el ajuste de su mente —su interpretación— tras una valoración condicionada, ahora puede ver y sentir que fue quien más daño le hizo y cómo se lo hizo. Por otro lado, la evocación se vive como algo cierto, incuestionablemente cierto, porque todo su cuerpo le grita que eso, lo que ha logrado evocar, es cierto con toda certeza, sin posible error. —Naturalmente, el sólo hecho de evocar, de sacar a la superficie, esos acontecimientos traumáticos enterrados es ya una forma de eliminarlos. Debe, por tanto, evocarlos varias veces una vez exhumados, hasta que no le tensen. Pero, después, puede también invertir vectores, haciendo, por ejemplo, amable lo que fue traumático. Y esto es fácil, porque eliminada la carga energética embolsada, efectuada la catarsis, es muy fácil comprenderlo todo. Dejamos de ser ya acusadores. Ejercicio 40: Las zonas abisales de la conciencia. Posición y espacio escénico: a) En relajación profunda. b) Utilice el biofeedback al principio. c) Niveles Medio e Inferior de la Pirámide.

Ejercicio: 1. Sitúese mentalmente cómodo —en el diván, cama, etc.— del Nivel Medio de la Pirámide y si tiene un problema referido a su vida cotidiana o a su pasado consciente que le inquieta, resuélvalo. Ya sabe, puede observarlo o invertir vectores. Pero debe resolverlo. O, por lo menos, aquietarlo. 2. Puede también resolver cualquier pequeña dolencia que le aqueje. Hable con su jaqueca y o aplíquele terapias mentales. Cualquiera sea su dolencia o cualquiera el mal hábito — fumar, comer con exceso, etc.— que quiera corregir, le aconsejo que hable con su cuerpo, él le dirá cuál es la causa de que esa dolencia o mal hábito le aquejen, así como la forma de corregirlos. No lo dude. 3. Ya tranquilo, deje mentalmente el diván. Va a bajar al Nivel Inferior de la Pirámide. Se ve, pues, levantando la trampilla y se ve también bajando los peldaños de la escalera de caracol. Baje lentamente y vaya aflojando el cuerpo. Toma conciencia de que está bajando al centro de su universo interno. Se nota cada vez más ligero y se da cuenta de que cada vez vivencia mejor —con mayor claridad de detalles— los escalones, paredes, etc. Al ir descendiendo ha ido contando 21 peldaños en orden inverso: 21, 20, 19, 18... Y se afloja y relaja más y más, peldaño tras peldaño. Al llegar a cero se encontrará en un rellano donde le espera el Guía. 4. El Guía le llevará a los lugares donde usted puede resolver los problemas regresivos que tiene en mente. Así: —Puede llevarle a los habitáculos laterales de una gran gruta—corredor. Y en cada habitáculo contemplará una secuencia de su vida pasada que había olvidado. O que recordaba pero que debe vivenciar evocándola. —Puede llevarle a una estancia determinada donde usted mentalmente irá bajando la edad desde los catorce o doce años hasta cuando tenía sólo un año. Y al ir bajando de edad, año tras año, espera expectante que surja una secuencia olvidada o algo traumático que recuerda ocurrió en unos determinados años de su vida. Puede facilitar la evocación de lo olvidado empezando por lo que recuerda. —Imagínese en el claustro materno y descienda de los nueve meses al momento de la concepción. Y no diga que esto es

imposible, que un feto o un embrión no pueden “ver”. Simplemente, hágalo. —Al llegar al momento de la concepción imagine que retrocede por un túnel. Al fondo, una luz. Va hacia ella y, al llegar, al salir del túnel, se encuentra con un mundo nuevo, un lugar que corresponde a un tiempo pasado en el que usted está. Deje que llegue una secuencia en la que se reconozca. Si tarda, mire mentalmente en dirección al suelo del lugar de esa vida pasada, ve unos zapatos —si es preciso los imagina—, va subiendo mentalmente la mirada y observa la ropa, sigue hasta llegar al rostro. ¿Aproximadamente qué edad tiene? ¿Es hombre o mujer? Reciba el primer nombre que le venga a la mente. ¿Dónde se encuentra? ¿En qué lugar? Es muy importante que evoque el momento de la muerte de ese personaje con el que se identifica en otra vida. No tenga miedo, nada puede ocurrir, salvo que, para su bien, al ver cómo fue su muerte posiblemente comprenda la causa de alguna de las dolencias que ahora más le atormentan. Es corriente que esas escenas de muerte en una vida anterior sean causa de una enfermedad aquí y ahora. Así, haber muerto ahorcado puede originar dolencias graves en la zona del cuello y haber muerto emparedado puede justificar su actual fobia a los espacios cerrados. Cuando termine con una vida anterior, retroceda por el túnel ya descrito hasta otra todavía más remota. Y siga así, retrocediendo una vida tras otra hasta que se encuentre, como suele ocurrir, en un lugar donde la vida es otra cosa. Y no se cuestione previamente si las imágenes que verá pertenecen realmente a una vida pasada. En principio, limítese a evocar. Luego, una vez haya experimentado, opine de acuerdo con su propia experiencia. —No olvide revivir su nacimiento. Es importante. Empiece por sentir las contracciones de su madre. Se verá avanzando por una gruta estrecha. Deje que las imágenes lleguen y reviva la película de su venida a este mundo. —Si tiene fobia a un determinado animal, imagine que lo tiene ante usted —puede utilizar al principio la técnica de la

pantalla de cine— y se ve acariciando a ese animal. Ve que no hay peligro. Habla al animal. Juega con él. Y así, de esta manera, puede resolver cualquier fobia. —No olvide que todo es posible, pero le aconsejo que empiece con problemas que pueden ser iniciados con un acto imaginativo. Éste es el caso de aquello que recuerda, aunque vagamente. O si trata de quitarse una fobia. No obstante, cuando se trata de un hecho “olvidado”, del que usted no tiene conciencia siquiera de que ha existido, sólo puede ayudarse con elementos externos: la escenificación del lugar, evocar a las personas que lo han provocado o que supone estaban con usted, etc. Una vez lleguen las primeras imágenes deje ya que se muevan por sí mismas. Vaya observando la secuencia: qué hacen los personajes, en qué medida le impacta cada uno de ellos, etc. Y de vez en cuando, si lo considera necesario, ayuda quitando máscaras, observando un detalle con su zoom mental, pidiendo al Guía que intervenga y aclare conceptos, etc. Sé que todo esto no es fácil, pero tampoco lo fue levantar un negocio, estudiar una carrera o, simplemente, llevar la familia adelante, y lo hizo porque quería hacerlo, porque entendía que era lo adecuado y porque sabía que podía hacerlo. También ahora sabe que le conviene hacer estos ejercicios y no duda en que puede hacerlos. —Una vez reconocido el problema, véalo cuantas veces sea preciso hasta quitarle toda carga energética. Puede también utilizar la conversión —o inversión— de vectores. Su propia mente regresiva le dirá qué debe hacer. Y, si no, pregunte al Guía. —Aclaro que el Guía puede ser alguien conocido o desconocido. Y de ser conocido puede sorprenderle con una vestimenta, etc., totalmente ilógica. En este caso no olvide que esta vestimenta, etc., son símbolos que le atañen a usted. 5. Finalmente, volverá al Nivel Medio donde tomará conciencia de cuanto ha experimentado. 6. Vuelve mentalmente al lugar donde se encuentra físicamente y sale de la relajación. Sólo es independiente quien no crea dependencias. Le aconsejo que, de momento, insista en el ejercicio anterior. Sólo liberándose de sus propios fantasmas podrá declarar su

independencia. De nada sirve independizarse de la casa paterna o del hogar que usted mismo ha creado si no se ha independizado de sus propias dependencias internas. Más aún, creo que le será prácticamente imposible independizarse de otras personas si antes no se ha liberado de sus propios fantasmas. Y usted sabe que esto es cierto, porque usted sabe cuán difícil resulta romper el nido psicológico. También por sus dependencias externas —hijos pequeños, un trabajo familiar, etc.—, pero sobre todo por sus dependencias internas. Porque romper con el nido psicológico supone caer en el vacío. Es el “horror vacuus” de la muerte en vida. Y esto tras haber quemado todas las naves. Cuando se rompe el nido, cuando esa rotura es total, uno se encuentra solo, totalmente solo, surgiendo a los terrores de una nueva existencia. Pero proclamar la independencia no tiene por qué significar, necesariamente, una ruptura externa, aunque sí supone siempre romper las dependencias. Declarar la independencia significa básicamente que va a empezar a ser usted, no los demás, que no va a poder ya sustituir, por ejemplo, una madre por una esposa—madre. Y significa también, y sobre todo, que —soltero o casado, rico o pobre, con hijos o sin ellos— su vida ha pasado a ser suya y que dispondrá, por tanto, del espacio psicológico necesario para seguir creciendo, para sentirse libre de seguir su camino, de llegar a la cúspide de su destino singular. Se suele afirmar que el amor hace que dos personas sean una. Y eso —hasta como expresión— es una auténtica barbaridad. Porque si dos se hacen uno eso significa que cada uno ha perdido la mitad de sí mismo, o que uno ha sido totalmente anulado. No, dos tienen que seguir siendo dos que andan juntos por un mismo camino en tanto los dos quieren seguir andando ese mismo camino. Son dos que se ayudan y dos, también, que se alejan uno del otro cuando los caminos de su vida se bifurcan. Porque cuando hay amor auténtico, nadie retiene, nadie quiere que el otro sea algo distinto a lo que ese otro ha escogido ser. Ya sabe que nadie es guardián de su hermano. Y que nadie tiene la obligación de hacer feliz a otro por el solo hecho de que ese otro así lo ha decidido. Y eso significa también que declarar la propia independencia

equivale a declarar la independencia de los demás. Si usted es libre de hacer aquello que por sí mismo ha elegido, deje también que los otros elijan por sí mismos. Sólo es independiente quien no crea dependencias.

La realidad es como es.

Nadie habla de los derechos de los niños, pero sí, en cambio, desde que nacen les recordamos, con estúpidas amenazas, que deben ser buenos, que deben ser diligentes, que deben ser educados, y hasta que deben ser altos e inteligentes, como si esto último dependiera de ellos. Son los “debieras”, esas imposiciones represoras del superyo que acaban por convertirnos en auténticos neuróticos. La escena es siempre la misma. Un adulto iracundo, que al niño le parece un gigante, se inclina admonitorio condenando a su hijo porque ha roto un jarrón, o porque se ha manchado los pantalones. Y todo ese drama, que comporta gritos y castigos, por el simple hecho de que un niño, en su innata curiosidad, se ha sentido atraído por los colores del jarrón o, porque, ejerciendo sus irrefrenables impulsos lúdicos, al jugar se ha manchado de barro los pantalones. Pero, pensemos un poco: ¿Por qué esa madre —o ese padre— que ha dejado el jarrón al alcance del niño le castiga por haberlo roto? ¿Por qué ha sido malo? Eso no significa nada en un niño. ¿No será que a esa madre —o a ese padre— lo que le duele es el precio del jarrón, así como el hecho de que era una pieza que le daba prestigio, por su rareza, ante sus conocidos? Y en cuanto a las manchas de barro del pantalón, ¿no será que la madre teme que las vecinas consideren que no es muy limpia cuando ven a su hijo hecho un desastre? Como puede comprenderse, la acción represora de los “debieras” es doblemente funesta, porque, por un lado, permite proyectemos sobre otros nuestra propia cretinez y, por el otro, nos lleva a un mundo que nada tiene que ver con la realidad. Porque la realidad es curiosidad y juego, entre otras muchas cosas que reprimimos. Naturalmente —y usted, lector, lo sabe—, la presión represora de los “debieras” no la ejercemos sólo con los niños. Porque nosotros, que también fuimos niños reprimidos, ya

adultos —si es que se nos puede llamar adultos— seguimos jugando a ese funesto juego de los “debieras”. Y nuestra vida acaba por reducirse a casi un simple cumplir, todo el día de todos los días, con esos “debieras”: debo levantarme temprano, debo dar un hogar confortable a mi familia, debo ser serio y responsable, debo ser respetuoso con mis superiores, debo tener un coche nuevo, debo aparcar en el lugar correcto... Es una enloquecedora cadena sin fin: Debo acostarme temprano porque debo levantarme temprano porque debo trabajar porque debo tener una seguridad porque puedo caer enfermo porque debo... Debo, debo, debo... No, usted no debe nada a nadie. Usted tan sólo debe ser feliz. Y no me diga que, de acuerdo, debo ser feliz, pero que, además, hay otro “debiera”, y es que no debo hacer daño a los demás, porque mi felicidad no debe ser a costa de los demás. Pues sí, tiene que ser a costa de los demás. Inevitablemente tiene que ser así. Porque, quiera o no, hará siempre daño. Y yo no le digo que lo haga. Y menos, lógicamente, que le tenga sin cuidado hacer daño a los demás. Si puede evitar hacer daño a los demás, evítelo. Pero, desgraciadamente, pocas veces lo que usted necesita para ser feliz es lo que necesitan quienes conviven con usted. Así que ya sabe: O se reprime, y será desdichado, o no se reprime, y hará desdichados. Y usted no tiene la culpa de que en medio del Paraíso naciera y creciera el árbol del Bien y del Mal, usted no es responsable de que nuestro hemisferio cerebral izquierdo, el que nos distingue de los felices animales no domésticos, posea un mecanismo dual. Y nos muestre la realidad mediante opuestos: alto y bajo, luz y oscuridad, vida y muerte. Algo que no es real. Y menos real es todavía que confundamos los hechos con su interpretación moral. Como dijo Lao Tse: “?Hay diferencia entre el sí y el no? ¿Hay diferencia entre el bien y el mal? ¿Debo temer lo que los hombres temen? ¡Qué desatino! Tener y no tener nacen juntos. Difícil y fácil se complementan. Entre largo y corto hay contraste. Alto y bajo uno a otro se apoyan. El frente y el dorso se siguen”. Y precisa Chuang Tse: “Quienes dicen que quisieran tener lo

justo sin su concepto correlativo, lo injusto, o el buen gobierno sin el suyo, el desgobierno, no captan los grandes principios del universo, naturaleza de toda creación. Lo mismo sería hablar de la existencia del Cielo sin la de la Tierra, o del principio negativo sin el positivo, cosa claramente imposible. Sin embargo, las gentes siguen discutiendo de esto sin cesar. Gentes así deben ser tontas o bellacas”. La patata no es un tubérculo. La verdad es que somos tontos —ni siquiera somos bellacos, que supondría una cierta inteligencia—, somos tontos porque seguimos confundiendo la apariencia con la realidad. Nuestra mente razonadora es dual. Su mecanismo consiste en calificar, clasificar y enjuiciar. Es un mecanismo reductor. No puede aprehender —como el hemisferio cerebral derecho, que es capaz de intuición— la realidad con toda su complejidad. De ahí que se vea obligado a analizar, a dividir, a fragmentar el Todo en pedazos y comparar luego esos pedazos entre sí. Nuestro mecanismo razonador funciona, por tanto, marcando fronteras. Lo que está dentro del círculo y lo que está fuera de él. Y si trazamos una curva creamos dos aparentes opuestos: lo cóncavo y lo convexo. Y, así, lo que era un todo —la hoja de papel queda dividida y enfrentada por el solo hecho de trazar unas líneas. Y de esa misma forma escindimos nuestra totalidad y la totalidad de la vida, que son una y la misma totalidad, porque ese mecanismo dual nos ha convencido de que poseemos un consciente y un inconsciente, una mente y un cuerpo, que el cuerpo tiene tronco y extremidades, que hay un “yo” y otra cosa que está fuera de mi “yo”, que la materia se opone al espíritu, que la vida se opone a la muerte y, si me apuran, hasta que el pecho se opone a la espalda. La verdad es que a fuerza de trazar rayas y marcar fronteras hemos acabado por creer más en la imagen que en la realidad. Y confundiendo lo percibido con el mecanismo que percibe acabamos prendidos en el puro concepto abstracto. Si alguien nos pregunta qué es un árbol, no preguntamos a qué árbol concreto se refiere, simplemente contestamos con la

definición de árbol, con ese árbol abstracto no existente, que ha pasado a ser un auténtico árbol para nosotros. Lo mismo que confundimos el concepto dinero con las cosas concretas que con él se pueden adquirir. Y hay quien se esfuerza por acumular dinero, simples cifras en una cuenta corriente, creyendo que así será más feliz. Hemos caído en la trampa de las palabras, signos, símbolos, pensamientos, ideas, que consideramos algo concreto y real cuando son sólo mapas de la realidad. Porque una patata no es un tubérculo, y ni siquiera es una patata, es lo que cada patata es, con su realidad física y concreta, con su textura y sabor, porque las medidas de la Miss Mundo de turno —esas medidas que tanto elogiamos— están muy lejos de podernos dar la satisfacción que nos dará el cuerpo real de tan seductora Miss, lo mismo que la palabra agua nunca podrá calmarnos la sed. Como ha escrito Alan Watts: “Hace milenios, algún genio descubrió que ciertos garabatos, tales como los pescados o los conejos, podrán ser atrapados con redes. Mucho después otro genio, pensó en atrapar el mundo con una red. Por sí mismo, el mundo funciona de este modo”: “Ahora miren el garabato a través de una red”: “La red ha cortado el retorcido garabato en pequeños trozos, todos encerrados en cuadrados del mismo tamaño. Un orden ha sido impuesto sobre el caos. Ahora podemos decir que el garabato avanza tantos cuadrados a la izquierda, tantos a la derecha, tantos hacia arriba, o tantos hacia abajo y, finalmente, obtenemos su número. Siglos después, la misma imagen de la red fue impuesta sobre el mundo, con las líneas de la latitud y de la longitud terrestres y celestiales, el papel cuadriculado para tramar garabatos matemáticos, los casilleros para archivar, y los planos para las ciudades. La red se ha convertido, por lo tanto, en una de las imágenes generales del pensamiento humano. Pero es siempre una imagen, y así como nadie usa el Ecuador para atar un paquete, el verdadero mundo zigzagueante se escapa, como el agua, a través de esas redes imaginarias. De cualquier forma que dividamos, contemos, distribuyamos o clasifiquemos este garabato en cosas y eventos particulares, no se tratará más que de una forma de pensar sobre el mundo: éste no está

nunca realmente dividido”. Es evidente que necesitamos expandir la conciencia. Más adelante veremos cómo puede soslayar esos “debieras” que nos escinden, que impiden vivamos en la paz de la armonía. Pero ahora le aconsejo que intente ampliar el campo de visión de su conciencia. Es indudable que sólo el ojo místico posee el don de vivir holísticamente. Y aún eso por unos breves momentos. Desgraciadamente no creo que usted posea esa facultad. Pero sí puede utilizar los estados bajos de conciencia para ver más del Todo. Hará, mentalmente, algo así como lo que físicamente hicieron los cosmonautas que fueron a la Luna. Y ya sabe que todos ellos, tras ver la Tierra desde la lejanía, dejaron su anterior estrecha forma de percibir las cosas. Ejercicio 41: Ascenso. Posición: a) En relajación profunda. Ejercicio: 1. Observe mentalmente la habitación donde se encuentra relajado. Véala con el máximo de detalles posibles. 2. Ahora imagine que asciende en el aire y ve la misma habitación desde el techo. Acostúmbrese a ese cambio de perspectiva visual. 3. Sigue ascendiendo y, desde un punto en el aire por usted elegido, observe la casa que ha dejado, la calle y cuanto incluye la panorámica que usted percibe. Observe todos los detalles al tiempo que toma conciencia de los problemas, anhelos, etcétera de sus semejantes. Los ve agitarse, con sus prisas e inquietudes. 4. Sigue ascendiendo y ve ahora la ciudad entera o, si su ciudad no es grande, otros pueblos cercanos, campo, lagos, etcétera. Como en los casos anteriores viva intensamente los detalles y, sobre todo, observe sus sentimientos al imaginar a aquellas criaturas inquietas, agitadas, que llenaban casas y calles. 5. Siga ascendiendo hasta una altura en que divisa parte de la Tierra: continentes, océanos, etcétera. Observe ahora también sus sentimientos con respecto a los terrestres.

6. Está ya a una distancia tal que puede ver entero nuestro Planeta Azul. Y lo contempla también detenidamente. Observa cómo gira en el espacio vacío. Y ya no puede ver a sus semejantes, pero imagina esa masa de cinco mil millones de personas habitando la Tierra, aislados en el firmamento, con sus ambiciones, sufrimientos, esperanzas. ¿Cuáles son ahora sus sentimientos? 7. Si lo desea, puede seguir ascendiendo y deteniéndose para observar y sentir desde fuera del sistema solar, desde un lugar de nuestra galaxia, desde fuera de nuestra galaxia, desde, quizá, un punto del cosmos en el que ya no hay ni tiempo ni espacio. ¿Sólo oscuridad? ¿Sólo luz?

Viva la vida, no intente sólo explicársela. Dijo Epicteto que no nos dañan las cosas ni los hechos, sino lo que opinamos en torno a esas cosas y a esos hechos. Y así es, nuestro maravilloso hemisferio cerebral izquierdo nos ha llevado a enjuiciarlo todo. Ya no sabemos ver, sólo sabemos interpretar —dar una explicación y buscar una finalidad— a lo que vemos. Y toda interpretación es el resultado de los contenidos de nuestra mente, de nuestra hipnosis. Establecemos constantemente conceptos morales. Los “debieras” son uno de esos conceptos. Hemos marcado una frontera que es una meta, una frontera imaginaria de ideales que “debemos” alcanzar y, así, nos pasamos la vida en un esfuerzo constante —tan imposible como frustrante— por alcanzar esas metas ideales, inexistentes. Y vivimos preocupados —porque tenemos que alcanzarlas— y con sentimientos de culpabilidad —porque en el pasado no estuvimos a la altura de esos ideales. No comprendemos que las cosas son como son, no como nosotros quisiéramos que fueran o como nuestros “debieras” exigen. Nos hemos perdido en un laberinto de conceptos, de símbolos, de ideas, intentamos ajustar nuestra vida a unos patrones ideales que alguien dijo un día que eran los adecuados. Pero vemos que ese intento no nos hace felices, por eso, al igual que ocurrió en el pasado, alguien vendrá ahora también a decirnos que los patrones son otros. Pero un hecho es

cierto, la vida ha sido hecha para ser vivida, no para ser explicada. Y vivir es crecer y expandirse con la propia vida. Ser espontáneos y sinceros con nosotros mismos. Hacer felices a los demás, no satisfaciendo sus deseos, sino siendo nosotros felices. Sabiendo que no hay posible día sin su correspondiente noche. Aceptando la realidad, no luchando contra ella. Yo le aconsejaría que rompiera con sus convencionalismos, tanto mentales como de comportamiento. Para empezar, no necesita saber que usted debe ser bueno. Y no haga de este “debiera” un conflicto, simplemente compórtese con espontaneidad. Y si usted es espontáneo, si no ha sido ya totalmente deformado por una nefasta educación, usted será solidario con los demás, porque usted comprenderá que la felicidad ajena es su propia felicidad. Porque comprenderá también que no es un ser aislado, que usted muere un poco cada vez que un niño muere de hambre en algún lugar de la Tierra. Contemple, observe con la mente en blanco, receptiva, sin buscar interpretaciones aprendidas. No caiga en la trampa de nuestra cultura occidental. No es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. Y, créame, se necesitan muy pocas cosas. Y esas pocas son las más baratas. Porque aún nadie ha monopolizado el Sol. Nadie cobra todavía por compartir amistad. Y nadie nos impide reír. Haga una lista de sus “debieras”. Y compruebe si cree en ellos o simplemente los ha aceptado porque sí. En cuanto a aquellos “debieras” que, en efecto, le afectan como hecho, no como interpretación, limítese a ver si puede resolverlos o no. Por ejemplo, si pesa más de lo debido y eso le apena, si considera que debe estar más delgado, limítese a comprobar si puede resolverlo. Y si puede, si es un problema de dieta, por ejemplo, pues hágalo. O no lo haga. Pero deje de atormentarse con un constante “debería” estar más delgado. Y, sobre todo, no culpe a nadie de sus deficiencias. Recuerde que ha declarado su independencia y la de los demás. Y que aquello que nos molesta no es lo que otro hace, sino nuestra reacción ante eso. Así que no diga que alguien debe hacer eso

o aquello, pregúntese mejor por qué le molesta que otro, al que ha declarado independiente, haga determinada cosa. Y no se empecine en establecer el reino de la justicia en el mundo. El mundo no es justo, nunca lo ha sido. Porque los lobos siempre han comido corderos y los pájaros, gusanos. Y porque usted seguramente come cordero también. Así que sea justo y exija justicia en la medida en que puede ser justo el hombre, pero no pretenda cambiar las leyes de la Naturaleza. Acéptelas y le irá mejor. Acepte, por ejemplo, la muerte que, seguramente, tan injusta le parece, y verá cómo su vida gana en plenitud.

Donde el silencio es diálogo. Los problemas no se resuelven luchando contra ellos, sino comprendiéndolos. O, simplemente, aceptándolos cuando van más allá del potencial humano. La luz no combate las tinieblas, se limita a iluminarlas. Y las tinieblas son sus contenidos traumáticos, y son también los falsos “debieras”, las convencionales interpretaciones de los hechos y, sobre todo, esos opuestos que queremos eliminar negando uno de sus polos. Somos tan necios que creemos posible que una moneda tenga anverso sin tener reverso. Y no comprendemos que esas dos caras —anverso y reverso— forman la moneda. Pues bien, usted habrá intentado resolver sus problemas traumáticos bajando al Nivel Inferior de la Pirámide. O lo intentará. Y yo sigo opinando —decenas de pacientes así lo han confirmado— que eso le liberará de muchos de sus fantasmas. Pero voy a darle aquí un consejo. Haga esos ejercicios, pero no se obsesione en ellos. Utilice el Nivel Inferior de la Pirámide, pero no se quede a vivir abajo. Una vez haya tomado conciencia de su zona de sombras, una vez haya descendido al infierno de sus mundos subterráneos, una vez haya exhumado sus más importantes traumas, deje ese lugar —que utilizará en lo sucesivo sólo en casos especiales— y ascienda al Nivel Superior de la Pirámide. Porque es ahí donde puede trascender sus problemas. Verlos desde arriba, desde la luz. Ahí es donde los contrarios se unifican, donde no hay opuestos, sino comprensión de la

Totalidad. Se lee en el Evangelio de Santo Tomás: “Y le dijeron: Siendo niños, ¿entraremos, pues, en el Reino? Y díjoles Jesús: Cuando hagáis de los dos uno, y cuando hagáis lo de dentro como lo de fuera y el fuera como el dentro y el arriba como el abajo, y cuando hagáis del varón y la hembra uno solo, entonces entraréis en el Reino”. Ejercicio 42: En el Nivel Superior de la Pirámide. Posición y espacio escénico: a) En relajación profunda. b) utilice el biofeedback al principio. c) Niveles Medio y Superior de la Pirámide. Ejercicio: 1. Como en el ejercicio 40, sitúese primero en el Nivel Medio y resuelva cuantos problemas le inquietan a nivel consciente. 2. Resuelva también cualquier pequeña dolencia e insista en la solución de todo posible mal hábito. 3. Ya tranquilo, deje mentalmente el diván. Va a subir al Nivel Superior de la Pirámide. Se ve dirigiéndose a la puerta amplia, más iluminada, que asciende desde el Nivel Medio. Ha evocado ya a un Guía y sabe que le esperará en el vestíbulo que encontrará al cruzar la puerta. 4. Saluda al Guía y, tras agradecer su presencia, observa el posible mensaje que se desprende de su personalidad, vestimenta, adornos, etcétera. Si es preciso, hágale preguntas. Las respuestas con toda probabilidad le llegarán en forma de imágenes. Finalmente, si éste es su primer ascenso, pídale mentalmente que no le saque directamente de la Pirámide, sino que le haga recorrer los siete pisos superiores de la misma. Aclaro aquí que incluyo esta petición porque en casi todas las regresiones que he efectuado, los pacientes, de forma espontánea, conducidos o no por un Guía interno —aparte de conducirle yo— antes de acceder al Templo han recorrido los siete pisos simbólicos de una pirámide escalonada —o de un zigurat, como lo fue la torre de Babel—. Y en cada uno de esos pisos han resuelto un problema personal grave, como puede ser el miedo a los demás, un exceso de ambición, etcétera. Y esto es un contexto literario de imágenes que casi siempre recordaba los cuentos infantiles. Uno de los casos, en que el Guía interno

era el propio Jesucristo, el paciente, en un contexto parecido al de la Bella Durmiente del Bosque, unió, en uno de los pisos superiores, su parte masculina —”animus”— con su contraparte femenina —”anima”— en unas nupcias que simbolizaban la formación del andrógino, eso precisamente que requiere Jesús en el Evangelio de Santo Tomás para que nos sea permitido entrar en el Reino. Y este tipo de experiencias es la mejor forma de resolver los problemas internos, trascendiéndolos, ajustándolos en el nivel superior de la Unicidad. 5. Es posible que ese recorrido de los pisos de la Pirámide le lleve más de una sesión. Cuando yo actúo de operador —guía externo— lo corriente es que cada piso suponga toda una sesión de casi dos horas. Pero no importa cuanto tarde, lo que importa es que logre esa trasferencia, que consiga recorrer los siete pisos de la Pirámide y pueda salir de ella, camino del Templo, con sus más graves bloqueos sublimados. 6. Recorridos esos pisos —que pueden terminar para usted sin llegar al séptimo— salga al espacio por la cúspide de la Pirámide. No me pregunte cómo hacer esto. Por un lado, ya sabe que usted tiene que estar totalmente receptivo y, por el otro, ya sabe también que su mente o su Guía le irán dirigiendo. Déjese llevar. Y no se preocupe de cuán ilógico pueda ser lo que va viendo y, en algunos casos, sintiendo. 7. En algún lugar del espacio encontrará el Templo. Un lugar refulgente al que accederá por la Puerta de la Humillación. Una puerta de dintel bajo que le obligará a inclinarse. Entre. Posiblemente —sólo posiblemente, porque no quiero condicionarle y sé por experiencia que cada persona ve su Templo Interno, su Luz Interior, con distintos matices— se encontrará en un templo de paredes brumosas, intensamente brillantes, con un brillo de nítida blancura, y en el Templo, de estructura muy probablemente similar al Partenón, se encontrará con Presencias. Establezca comunicación con ellas. Y no quiero aquí anticipar qué suele ocurrir en esos casos, cuando las personas, en estado regresivo, establecen contacto con esas Presencias que irradian paz y sabiduría. Al llegar a este punto, no le extrañe que el Guía le haya dejado solo.

Usted ya no necesita Guía. 8. Recréese en la comunicación con esas Presencias, recorra las estancias del Templo y no olvide que entre esas estancias hay una que usted puede utilizar para: —Curaciones por la fe, evocando a Taumaturgos que pueden sanar con imposición de manos o de cualquier otra manera, pidiendo actúen las propias Presencias, o cualquier otra persona en la que usted confíe. —Disolver en la luz contenidos traumáticos desbloqueados en el Nivel Inferior de la Pirámide. —Reafirmar propósitos de vida futura. —Pedir ayudas especiales. —Etcétera. 9. Pero lo más importante es que en ese Templo hay un lugar especial para usted. Un Santuario —en el centro de su propia luz anímica— en el que sólo puede entrar usted. Pídale al Guía o a alguna de las Presencias que le lleve hasta ese lugar. Y entre. Yo no sé cómo es ese lugar para usted, pero sí sé que es el Centro en su propio centro. Y en ese lugar, donde la Nada es Todo y el Silencio es Diálogo, usted puede establecer la más alta comunicación. 10. Cuando quiera dar por terminada la relajación, puede volver a su estado de conciencia habitual desde esa parte Superior de la Pirámide. Aquí y ahora. No hay mañana. Vivimos en la era del stress porque buscamos seguridad y como la seguridad no existe, no podemos poseerla en nuestra vida diaria, en nuestro aquí y ahora. Por eso, siempre inseguros, inevitablemente inseguros, proyectamos nuestro deseo de seguridad en un hipotético mañana. Y, así, vivimos en el futuro. Pero el futuro no existe. No hay mañana. Sólo hay aquí y ahora, de manera que, de futuro en futuro, de anhelo en anhelo, de ansiedad y angustia en ansiedad y angustia, llegamos al aquí y ahora del momento de nuestra muerte, un momento del que sólo puede aliviarnos un mañana de supuesta vida feliz en el otro mundo. Pero tampoco de eso estamos seguros y nuestra muerte es la triste muerte de todo cobarde, de quien rehuye la realidad. ¿Por qué ese anhelo de seguridad sobre cualquier otro

sentimiento? De hecho, lo que llamamos seguridad es básicamente búsqueda de placer. He explicado ya que nuestro hemisferio cerebral izquierdo proyecta un mundo dual, un mundo hecho de sombras y luz, de cumbres y abismos, de vida y muerte, de ayer y mañana y también de placer y sufrimiento. De hecho, si esos opuestos se trascienden o armonizan se comprueba que no existen, dejan de serlo, pero nosotros, las débiles criaturas de este valle de lágrimas, vivimos intensamente esa realidad mental. Nosotros gozamos con el placer y agonizamos con el sufrimiento. Y nuestro mecanismo de respuesta es identificarnos con uno de los opuestos e intentar eliminar el otro, aquello que creemos se opone a nosotros. Buscamos el placer y queremos prolongarlo eternamente y pensamos que eso será posible si eliminamos el sufrimiento. Pero el dolor sigue ahí, en nosotros y en el mundo, porque la realidad está hecha de placerdolor, no de placerdolor y menos todavía de placerdolor. Seguridad es, pues, esa búsqueda quimérica de vivir sólo en el placer, en un placer continuado, sin fin. Eso que llamamos cielo. Porque lo otro, el sufrimiento, el opuesto, lo hemos condenado y, porque no nos gusta, lo hemos encerrado en las cárceles del infierno. Pero el sufrimiento, a pesar de todos nuestros intentos, sigue en nosotros, nos sigue atormentando, así que hoy penamos, pero mañana, ese mañana sin fecha fija, lograremos ser felices, nuestra vida se mostrará firme, segura, en la abundancia de todos los placeres. Porque mañana ya no tendré, como ahora, la amenaza de la pobreza, y habré conjurado también una penosa vejez, mañana seré importante y gozaré del prestigio que ahora no tengo, y alcanzaré también esa maravillosa madurez que caracteriza a los grandes hombres y tendré una casa y un yate y también hijos maravillosos y..., todo lo mejor del mundo. Todo aquello que puede hacer feliz, totalmente feliz, a un hombre, porque habré resuelto todos los problemas, habré taponado todas las grietas de mi fortaleza, tendré un perfecto control sobre cuanto me amenaza y me sentiré totalmente seguro. Nadie podrá abatirme, nadie podrá humillarme, nadie podrá quitarme esa gran felicidad.

Lo malo es que para tener dinero mañana, hoy tengo que trabajar más, y para que pueda llegar a ese futuro joven y saludable, ahora tengo que sacrificar mil cosas, entre otras mi dieta, y para ser famoso tengo que alimentar mi ambición, tengo que destruir a otros unas veces y humillarme otras, y tengo también que esforzarme, y todo eso —y mil cosas más— hacen que aquí y ahora, que es la única realidad, tenga más dolor y sufrimiento que si no persiguiera la seguridad. Una seguridad, por otro lado, que nadie puede asegurarme. Porque el trabajo no asegura el éxito económico, los sacrificios corporales no aseguran que no vaya a enfermar e, incluso, a morir joven, y escribir mil libros tampoco asegura que vayan a darme el más alto galardón literario. Porque, créame, eso que llamamos seguridad es sólo un concepto. Ya sabe, algo así como copular con las medidas de Miss o Míster Mundo. Porque a fin de cuentas, aun cuando consiguiera éxito, dinero, fama y todos los logros del mundo, usted seguiría penando, porque usted está creando un mecanismo de búsqueda de más y más placer que, haga lo que haga, siempre le devorará. ¿De qué sirve planificar la posibilidad de comer la semana próxima si realmente no vamos a disfrutar cuando llegue el momento? Por otro lado, a no dudar conoce ya la historia de aquel príncipe que para defender de los ladrones su creciente riqueza fue erigiendo muros y más muros, hasta que, próximo a morir, se dio cuenta de que había estado viviendo en una agonizante defensa de la nunca asegurada defensa de sus bienes. Unos bienes en los que había delegado la seguridad de su vida y que, a fuerza de defenderlos, de rodearlos de muros, había acabado creándose la más dolorosa de las cárceles. En definitiva, ese deseo de seguridad es sólo un “debiera”. Y como todo “debiera”, choca dolorosamente contra los hechos. En este caso contra el hecho concreto de que la vida es flujo, cambio. Inmovilizar ese flujo que es la vida no es obtener seguridad, es dejar de vivir. Usted no puede vivir mañana, usted tan sólo puede vivir en el continuo presente de aquí y ahora. No hay un punto fijo al que pueda agarrarse. La pregunta es siempre: Sí, de acuerdo, comprendo, ¿y ahora

qué debo hacer? Y esa pregunta, tantas veces escuchada, es prueba de que usted no ha comprendido. Porque usted, con ese “debiera” — qué debo hacer— está intentando, una vez más, obtener una ganancia sin modificar su vida. Y como eso es imposible, con ese “debiera” posterga para mañana —ese mañana que no existe— su problema actual. Verá, si hubiera comprendido, usted ya no tendría problemas. Porque si un problema puede resolverse, comprenderlo y saber qué tiene que hacer son una y la misma cosa. Cuando la luz de la comprensión llega, no hay que apartar las tinieblas empujando, éstas desaparecen solas. Si hubiera comprendido sabría —y lo sabría mucho mejor de como yo puedo expresarlo, puesto que las palabras no son hechos ni sentimientos— que la vida no puede ofrecer seguridad, porque la vida es un flujo en constante movimiento, en el que hay sólo hechos, acontecimientos, y que ese flujo es un constante presente, un dilatado presente sin ayer ni mañana. Porque fuera del aquí y ahora no hay nada. No hay, por tanto, tampoco esa posible seguridad por la que usted agoniza y que es causa de su stress. El mecanismo es este: No hay nada en la naturaleza que, siendo un hecho, no una interpretación, permanezca fijo, sin movimiento. Todo vibra, todo se mueve, todo crece y decrece, todo vive y desvive. También la piedra. Y ese Todo que se manifiesta en nuestra realidad en constante movimiento, que por ser un simple hecho no es bueno ni malo, ni debe ser o no ser, sino que es como es, es, por lo menos en nuestra realidad, el auténtico “Yo”. Cuando Cristo afirma que hay que amar al Padre sobre todas las cosas está expresando que hay que amar —o sea, aceptar, fundirse con, convivir con— ese “Yo” —con la Unicidad que es armonía de los opuestos— por encima de todas las cosas, de toda posible creencia, apariencia o interpretación. Lo que hace que creamos que existe un “yo” persona, fijo, es sólo nuestra memoria, el guión que creemos ser. Porque con la memoria —que es dual— hemos escindido el presente —lo único real— en pasado y futuro. Y pensamos — con nuestra conciencia dual— que puesto que hace un

tiempo que me ocurrieron unas cosas es evidente que existe un pasado. Y si existe un pasado es lógico aceptar que existe también un futuro. Pero esto es una ficción. El recuerdo de ese pasado, que fue un presente, sigue siendo un presente. Lo recuerdo y revivo aquí y ahora. Porque si hubiera ocurrido en el pasado, en un pasado real, se hubiera quedado allí y no existiría ya, ni como recuerdo. Y así ocurre también con los traumas y demás acontecimientos traumáticos olvidados. Estos acontecimientos no existieron en un hipotético pasado, estos acontecimientos, con toda su carga energética, siguen estando en nuestro constante presente. De otra manera no condicionarían nuestra vida actual. Así, aquel día que su padre le golpeó hasta herirle, sigue estando ahí. Su padre le sigue golpeando en un constante presente. Porque usted ha incluido esto dentro del “yo” de su conciencia —el inconsciente es también consciencia—, del “yo” de su guión, de ese “yo” que se cree algo fijo y sólido, casi inamovible, porque es lo que aparentemente permanece sin cambios en el constante devenir de su vida, de su guión. En otro capítulo he explicado ya que en psicosíntesis se acepta un “yo” que controla el guión, que puede ser dolor con el dolor y gozo con el gozo, pero que puede situarse también fuera de todo sentimiento y que, siendo actor si lo desea, es, de hecho, quien dirige la obra. Pero he dicho también que ese “yo” era un espejismo, un reflejo del “Yo”. Dicho de otra manera, ese hemisferio cerebral izquierdo que objetiva —porque es dual y divide la Totalidad, que crea fronteras, oponiendo lo que está dentro con lo que está fuera— puede sernos muy útil porque, al proyectar ese “yo”, nos permite ver desde fuera. Pero una cosa es que usted acepte el mecanismo dual y vea la realidad observando el hecho como algo separado y otra que se crea ese “yo”, que confunda el mecanismo con la realidad. Hay un “Yo” que es todos los “yo”.

La acción de la no acción.

No hay que olvidar que el deseo de seguridad y la sensación de inseguridad son una y la misma cosa. Y así es porque todo aquel que quiere estar seguro se aparta del flujo de la vida, se afirma y fija más y más en su ilusorio “yo” y es precisamente

esto, el hacerse un “yo” aislado, separado del flujo vital, el que hace que nos sintamos solos y amedrentados. Totalmente inseguros. Claro que la apariencia, la imagen de esos inseguros será de seguridad: nadie con más audacia que el cobarde. Y será seguridad porque sólo acepta mostrar inseguridad aquel que se siente seguro. La pregunta surge una vez más: Entonces, ¿cómo sentirnos seguros sin afirmar el “yo”? Simplemente, no creyendo que hay una cosa llamada seguridad y otra llamada inseguridad. Ambas son la misma cosa. El mismo hecho. Así que tenemos que aceptar ese hecho. Tenemos que incorporar la inseguridad a nuestra vida como algo inevitable. ¿Recuerda el cuento de la rana que llegó al mar? Deje como ella de mantenerse agarrado a las rocas del fondo, deje su stress de intentar permanecer fijo, al amparo de la supuesta seguridad de la piedra. Deje que la corriente del río, de la vida, le lleve. Fluya con el fluir del agua. Ya sabe que eso es el “wei wu wei” de la doctrina zen: la acción de la no acción, que no es ir a la deriva, sino ser completamente sensible a cada momento, considerando cada momento como algo nuevo y único, con la mente receptiva. Lea otra vez, por favor, los tres estados del gato que ya he descrito y vuelva a leer también los textos en que explico la necesidad de vivir en un estado constante de percepción abierta. Ese es el camino, porque usted no puede vivir en el recuerdo, ni puede estar contrastando la experiencia real del presente con ese recuerdo que es sólo una huella congelada, muerta, de un pasado que sigue presente. Usted no puede oír ruidos pasados ni sonidos futuros, lo que oímos es siempre presente. Y, así, no puede utilizar ese recuerdo, que es sólo recuerdo, aun cuando está presente, para afirmar su comportamiento. Usted no puede pensar que porque un día fue feliz en un determinado lugar o con una determinada persona ese lugar o esa persona le harán siempre feliz. El río fluye y cada instante de ese fugaz aquí y ahora nos trae una experiencia nueva. La obra que se representa en el escenario del mundo puede tener por un tiempo los mismos actores, pero la acción nunca repite sus matices. Y querer fijar esa acción —el río de la vida— es convertirla en una instantánea fotográfica. Y en el papel de una fotografía usted nunca se

podrá bañar. Así, pues, en la vida no hay permanencia ni seguridad y no existe un “yo” que pueda protegerse. Aun cuando sí podemos utilizar ese “yo” para no caer en el error de contar nueve locos cuando hay diez. Pero no olvide que el auténtico conocimiento no consiste en separarse del momento, sino en ser consciente de todo en todo momento, y en serlo con todo nuestro ser, fluyendo con el momento. En ese caso el “yo” del loco, el “yo” útil pero inexistente, se hace “Yo”. Y estos son los momentos en que dejamos de estar, para Ser. Aprender a aceptar los hechos. En Ilusiones ha escrito Richard Bach: “La nube ignora por qué se desplaza en una determinada dirección y a una velocidad específica. Siente un impulso..., ése es el rumbo del momento. Pero el cielo conoce las razones y las configuraciones que hay detrás de todas las nubes, y tú también las conocerás cuando te eleves a la altura indispensable para ver más allá de los horizontes”. Este es el “wei wu wei”, dejarse llevar por el “Yo”, no dejar que el ego se apropie de la acción, no dar finalidad a nuestra vida, no interpretarla, no enjuiciarla tomando como punto de referencia un “debiera”. ¿Conoce el cuento taoísta del hombre cuyos caballos...? ¿No? Pues, lea: “Había una vez un hombre que se dedicaba a la cría y doma de caballos. Y ocurrió que un día los caballos que tenía en el corral, y eran toda su fortuna, huyeron. Los vecinos se reunieron y fueron a compadecerle por haber tenido tan mala suerte. Pero el hombre dijo: Puede ser. Al día siguiente los caballos regresaron trayendo consigo seis caballos salvajes y los vecinos le felicitaron por su buena suerte. Pero el hombre dijo: Puede ser. Entonces, al siguiente día, su hijo intentó ensillar y montar uno de los caballos salvajes. Fue derribado y se rompió un brazo. Nuevamente los vecinos fueron a expresarle su compasión por la desgracia. Pero el hombre dijo: Puede ser. Un día más tarde los oficiales de reclutamiento llegaron al pueblo para llevarse a los hombres jóvenes al ejército, pero como tenía un brazo roto, su hijo fue excluido. Los vecinos

expresaron al hombre cuán favorable se le había tornado la situación. Pero el hombre dijo: Puede ser”. Usted mismo, lector, puede ir añadiendo nuevos párrafos al cuento, un cuento tan largo y real como la propia vida. Es el “Yin” y el “Yang” de nuestro discurrir, nuestro cíclico devenir, esos acontecimientos que, para nuestra desdicha, intentamos fijar interpretándolos cuando no admiten otra interpretación que ese simple puede ser. Es importante, por tanto, que aprendamos a aceptar los hechos, bien entendido que ese aceptar no es un simple resignarse o un ir a la deriva, sino, como he dicho, un constante estado de conciencia abierta, de profunda comprensión de los hechos, del fluir de esos hechos en un constante aquí y ahora. Evidentemente, para fluir con el río de la vida sólo se precisa una cosa: abrir las manos que se aferran a la piedra de la seguridad y lanzarse al vacío. Porque todo nuevo estado es siempre un vacío, un morir del estado anterior. Pero ese vacío, esa muerte, es también un surgir, un nacer, a otro estado del ser. Sólo que lanzarse al vacío, al terrible horror de un cambio de nuestro guión, requiere mucha energía, esa gran cantidad de energía que sólo puede acumular la necesidad que lleva a la comprensión o que sólo puede llegar —súbitamente, como la luz— con la comprensión que nos lleva a la necesidad. Así que en tanto acumula necesidad —quizá por medio de su propia angustia— o llega la comprensión, vaya haciendo el ejercicio que sigue. Con él —basado en el T'ai Chi— puede olvidarse ya de todos los ejercicios de relajación dinámica y, al tiempo, empezará a comprender qué es dejarse llevar por la corriente energética de la vida. Este es un ejercicio rígido. Precisamente lo que pretendo con él es que usted no lo sea, que sea creativo, que sepa ser junco que baila con el viento, no el duro roble que, ante el viento, permanece fijo, en la falsa seguridad de su rigidez. Así, pues, las pautas que voy a darle son básicamente orientaciones, las precisas para que pueda empezar a andar. Lo que luego haga con sus piernas ya es cosa suya. Ejercicio 43: Fluir con la naturaleza. Posición:

a) De pie, separe un poco las piernas, sitúelas en línea con los hombros. La columna vertebral recta. Mantenga el punto de gravedad entre las piernas. Así, usted puede oscilar con facilidad sobre sus pies. b) Baje ahora los ojos y mire al suelo, a unos cinco metros más allá delante de usted. Esto hará que los párpados bajen y su cara se relaje. c) Ponga la lengua en el paladar. Con esto se relajará la parte inferior de su cara, los maseteros y los músculos cortos de cara y boca. d) Borre cualquier expresión del rostro y deje su mente en blanco, en estado de conciencia abierta, receptiva. e) Concéntrese en la respiración, pero sin modificarla. Deje que la respiración se vaya haciendo más y más lenta y amplia por sí misma. Permanezca así unos minutos, hasta que note que la respiración baja hacia su vientre. Y no olvide que cuanto más amplia sea la respiración y más receptivo su estado de conciencia más relajado estará. Por favor, no se apresure, no comience nunca a moverse —a danzar— sin haber alcanzado una conciencia abierta y relajada. f) Llegado ese momento —el mismo cuerpo le dirá cuándo es ese momento —el movimiento empieza. Aún moviéndose debe permanecer en estado de conciencia abierta y relajada. Se trata de dejarse llevar por la energía del cosmos, de romper la ilusión de los opuestos, de armonizarlos. Usted puede haber imaginado que la danza consistiría en dejarse llevar por la corriente de un río, por el aire, por las olas del mar... Y pasa a ser río con el río, aire con el aire, mar con el mar... O pez con el pez, gaviota con la gaviota, tigre con el tigre... Orientaciones: —El ritmo tiene que ser muy lento, como una película a cámara lenta. Ajústelo a su respiración que, por otro lado, se irá haciendo cada vez más sosegada. Muévase como si detuviera el tiempo. —Durante unos minutos muévase tensando y destensando los músculos, tomando conciencia de su cuerpo, luego deje de tensar y destensar y tome conciencia de que se ha fundido con el río, el aire, el mar..., según haya imaginado.

—Para empezar a moverse —a danzar— espere a sentir ese deseo. Y deje que el cuerpo se mueva, no baile, simplemente permita que el cuerpo baile. Eso “es wei wu wei”. —El cambio es constante y todo movimiento debe empezar un poco por debajo del ombligo. Es como si por ahí entrara la energía y se fuera desplazando por el cuerpo hasta salir por pies y manos. Y a continuación, al producirse el retorno, la energía entra por las manos y se expande por el cuerpo. La respiración debe acompañar a esa energía. —Los movimientos —al igual que la respiración— deben ser siempre circulares. La naturaleza no conoce los giros en ángulo. Esto equivale a combatir uno de los polos de la dualidad. A enfrentarse a él. El movimiento circular, por el contrario, armoniza los opuestos. —Mantenga el centro de gravedad siempre entre las piernas. Así no es posible caer. Si le golpean las corvas de las rodillas y usted se dobla o cae, es que no está bien centrado. Y si le empujan por los hombros, hacia abajo, y no se flexiona como un muelle es que está tenso, se defiende. —En todo momento movilice su centro consigo. Y el cuerpo debe moverse junto, no debe haber partes que se muevan. El centro del cuerpo debe ser como el centro de una rueda. Todos los movimientos —circulares siempre— deben hacerse en torno a ese centro. Por otro lado, mantenga el eje del cuerpo casi inmóvil. Todos los movimientos deben hacerse en relación con él. Y empiece el movimiento por el lado derecho. Más adelante, cuando ya haya aprendido, empiécelo por el izquierdo. Aprendido éste, puede alternarlos. —Como en gimnasia, inhale cuando hay una expansión del cuerpo y exhale cuando el cuerpo se contraiga. —Muévase como si estuviera sobre una tabla de surf o caminara sobre un colchón de agua. No fuerce el movimiento, entréguese y fúndase con el movimiento de río, aire, olas... El ejercicio debe ser un centro en equilibrio cinético. —No olvide que debe respirar con ritmo. Y las manos que caen deben volver a levantarse por sí solas, sin pausas. Nunca pausas en el movimiento. —Muévase como si sujetara un gran balón, un aro, un pájaro que aletea... —Es importante que no piense en el movimiento que hace o

va a hacer. Manténgase en todo momento con la mente receptiva. Si el ciempiés pensara cómo debe mover las patas quedará paralizado. Abandónese, pues, con la mente en blanco, receptiva, a la energía del cosmos y deje que ella le conduzca. Eso es la auténtica meditación que da salud e inteligencia. —Estudios científicos han comprobado que, en efecto, este ejercicio en particular y el T'ai Chi en general son óptimos para curar enfermedades psicosomáticas —especialmente para bajar la tensión arterial—, reumatismo y de la tercera edad. —Doy a continuación el principio de un ejercicio a fin de que, de momento, le sirva de pauta. Inícielo como yo indico y luego sígalo a su aire. Debe ser creativo. —Haga este tipo de ejercicio —ser río, aire, mar...— todos los días. Aproximadamente durante media hora. Ejercicio: 1. Extienda los brazos hacia arriba y apoye una mano sobre otra. Estire todo el cuerpo hacia arriba y tome consciencia de la energía que sube. 2. Deje que sus manos se separen y que sus brazos vayan bajando a sus costados. Esto al tiempo que toma conciencia de cómo la energía describe el círculo que han hecho sus brazos. 3. No olvide que la respiración debe ser rítmica, inhalando al subir los brazos y exhalando al bajarlos. Y, por favor, todo eso muy lentamente. Ya sabe también que debe empezar tensando y destensando. 4. Vuelva al movimiento anterior y, con los brazos arriba, empiece a girar hacia la derecha al tiempo que el brazo derecho baja con la palma de la mano hacia arriba, como si sostuviera una esfera. Su brazo izquierdo ha ido ligeramente hacia atrás. 5. Su mano derecha, como si fuera un pájaro, sigue avanzando lentamente hacia la derecha. Al tiempo, la mano izquierda sigue a la derecha por encima y por detrás, como si quisiera coger a la derecha. 6. Al seguir girando los brazos hacia la derecha, las manos

intercambian su posición: la derecha sigue ahora a la izquierda. Y el cuerpo ha rotado. Es como una lenta persecución en torno a una esfera. 7. Sigue este ejercicio movilizando también las piernas. Imagine, por ejemplo, que se mueve dentro de una bandada de pájaros que juegan. Y deje que la energía le mueva. Usted es un pájaro que acaba de nacer y está aprendiendo a volar. Estamos obligados a desarrollar nuestras potencialidades. No olvide, como dijo Einstein que: “la experiencia más maravillosa es la de lo misterioso. Esa es la verdadera fuente de todo arte y de toda ciencia”. Y no identifique lo desconocido con el peligro. Si su trabajo le causa stress, no lo dude, empiece hoy mismo —no ese mañana que es nunca— a buscar otro. Y verá cómo no lo lamenta. Cambie toda su vida si es preciso. Y no olvide que, al final de la vida, nadie se arrepiente de lo que ha hecho, sino de lo que no ha hecho. Y a fin de cuentas, ¿no está harto ya de representar el mismo papel, de seguir las pautas del mismo guión? Un hecho es cierto, si no acepta cambiar aquello de su vida que le stressa, usted está renunciando a crecer, a vivir. Porque el stress, la angustia es sólo —eso lo he explicado ya— el timbre de alarma que le advierte que su vida es un error, que no va por el camino adecuado. Así que debe dar la vuelta lo antes posible. De lo contrario su vida será una constante agonía. Y no tema, cuanto más cambie, cuanto más se abra a lo misterioso, cuanto más experimente, más seguro se encontrará en su inseguridad. Porque no hay más seguridad que la que puede proporcionarle la experiencia de que cambiar, cuando es preciso y, en general, dejarse llevar por la vida, es siempre enriquecedor. Hágalo. Y hágalo sin planes rígidos precios. Simplemente mantenga en su mente el objetivo a alcanzar y dispárese. Usted es un obús teledirigido. Es cierto que para conseguir el impacto tendrá que modificar más de una vez la dirección de la marcha, pero si se deja llevar por la intuición, por el flujo de la vida, si no considera esos cambios de trayectoria un fracaso —y no cae, por tanto, en el feedback de que un fracaso trae otro— usted no tardará en lograr maravillosos impactos. Y, por descontado, habrá dejado muy lejos el stress.

Y no olvide que, como ser viviente, como misterio que ha surgido del Misterio, está obligado a desarrollar sus potencialidades. Usted es un ser hecho para experimentar, para relacionarse y para trascenderse. Porque usted es uno consigo mismo, uno con los demás y uno con el Todo. Y su stress, su angustia, su hastío, le dicen que está desoyendo, en su vida, esas tres exigencias. Que las siga desoyendo depende tan sólo de usted. Y de usted depende también que hoy mismo —no mañana— pueda nacer a una nueva vida.