Genoveva de Brabante

GENOVEVA DE BRABANTE 1 CAPITULO 1 La doctrina de Jesús había comenzado a expandirse por los países de Europa, para in

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GENOVEVA DE BRABANTE

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CAPITULO 1 La doctrina de Jesús había comenzado a expandirse por los países de Europa, para introducirse así en los territorios de Alemania, que estaban tan necesitados de la misma como las demás naciones. Y al extenderse por ellas el cristianismo fueron suavizándose las bárbaras costumbres de sus habitantes, quienes aprendieron a cultivar la tierra, la cual hasta entonces había sido árida, con lo que lograron dar fertilidad y a tractivo a su suelo y comodidad y mayor elevación a sus existencias. Por aquella época habitaba en los Países Bajos un caballero, el duque de Brabante, al que todos guardaban respeto a causa de su valentía y admiración por su afán de ser justo y sus piadosas costumbres. Su esposa poseía, como él, excelentes cualidades, y el Señor había bendecido su unión con una hija llamada Genoveva, a la cual educaban basándose estrictamente en la doctrina cristiana. Desde su más tierna infancia, ésta comenzó a demostrar su inteligencia y sus notables dotes morales, ya que a su piedad unía una gran amabilidad, encantadora dulzura, notable modestia y singular laboriosidad. Le agradaba sentarse a los pies de su madre cuando ésta ocupábase de hilar, y de este modo, mientras movía su rueca pequeñita, conversaba con ella, quien lea escuchaba sorprendida pues la niña le dirigía preguntas ingeniosas. Cuando la madre le preguntaba a su vez, la pequeña respondía de un modo tan oportuno, que incluso los que estaban presentes quedaban asombrados por su concisión. Comprendían que poseía unos conocimientos superiores en relación a su edad, y dedujeron que, con el tiempo, podría llegar a ser una mujer extraordinaria. 2

A los diez años podía vérsela en la iglesia entre sus padres, arrodillada en su pequeño reclinatorio, alzados devotamente hacia el cielo sus ojos azules, con la abundante y rizada cabellera rubia que enmarcaba su bello rostro. Y entonces, al verla tan modesta y grácil, creían estar contemplando a un ángel descendido del cielo. Peto aún lo parecía más al hallarse junto a la cabaña de algún pobre, cuando repartía, entre los pequeños, vestidos que ella misma confeccionaba y distribuía entre las apuradas madres el dinero que su padre le daba para sus propios atavíos. De este modo creció Genoveva y así pasó su adolescencia. Todos la querían y admiraban, y las madres señalaban a sus hijas como ejemplo. En aquella época los caballeros permanecían, a veces durante mucho tiempo, fuera de sus mansiones feudales, para ejercitarse en las armas o dedicarse a la caza. Y en una de tales cacerías, el duque de Brabante se vio arrastrado a una peligrosa aventura. En lo más profundo de un tenebroso bosque, un hombre corría con gran agitación. Era uno de los criados del Duque. .- ¡Eh, señor duque!…¡Señor duque! Nadie respondió a los gritos del criado. Anduvo durante un trecho, como dudando en tomar una determinación. Se sintió un tanto aliviado cuando vio aparecer ante él a otro hombre, cuyas ropas indicaban, al igual que las suyas, que pertenecía al servicio del duque de Brabante. .- ¿Qué ocurre Gonzalo?- interpeló el recién llegado¿Dónde está nuestro amo? .- Eso es lo que yo me pregunto Roger….¡Este es un paraje peligroso para un cazador solitario! Los jabalíes… Roger sonrió pues deseaba tranquilizarle. .- Bueno… No olvides que el duque de Brabante n es precisamente lo que se dice un timorato. ¿Incluso el otro día habló de ir a España, para ayudar a los hispanos en su lucha contra el infiel sarraceno! Gonzalo movió la cabeza con lentitud, el gesto adusto. 3

.- ¡Hum!- exclamó con acento pesimista- A veces resulta mucho más peligroso un jabalí herido que una mesnada de sarracenos a caballo, compañero… Gonzalo estaba en lo cierto. En aquellos instantes, no lejos del lugar donde se hallaban los servidores, el conde de Brabante, con los músculos tensos, esperaba la embestida de un enfurecido jabalí. .- Me confié en exceso y no voy a tener tiempo ya ni de defenderme…! Los ojos del jabalí centellearon. La fiera, herida, gruñó de forma espantosa, al tiempo que se lanzaba contra el caballero esgrimiendo sus poderosos colmillos. .- Ni siquiera Gonzalo y Roger pueden ayudarme, porque me alejé de ellos imprudentemente- murmuró el duque, la mano crispada en la empuñadura de la espada. Nada parecía tener suficiente poder para interrumpir la enloquecida carrera de la fiera hacía su víctima. Pero lo imposible ocurrió en la fracción de un segundo. Un agudo silbido hendió el aire, y una flecha, certeramente disparada, fue a clavarse en el costado del animal. Lívido aún, el duque de Brabante buscó con ojos agradecidos a su salvador. En un lindero del bosque, no lejos del lugar donde él se hallaba, divisó la majestuosa figura de un joven caballero. Desde la silla de su caballo, su salvador le observaba con ojos afables. .- Gracias…-musitó el duque- Gracias, quienquiera que seáis, caballero. ¡Me habéis salvado la vida! El recién llegado desmontó y se acercó al señor de Brabante. .- Me llamo Sigfrido…Conde Sigfrido, señor… Una amplia sonrisa se extendió por el rostro del duque de Brabante, al tiempo que se apresuraba a estrechar la mano de su salvador. .- ¡Válgame el cielo!- exclamó- A pesar de que vuestro condado se halla lejos, mucho y bueno he oído hablar de vos, amigo mío. Soy el duque de Brabante. 4

.- Pues también yo poseo gratas referencias vuestras, caballero. Al cabo de unos instantes aparecieron los criados, y el duque de Bravante se dirigió afablemente al joven .- Permitidme el honor de invitaros conde Sigfrido… Mi castillo no se halla muy lejos. El joven aceptó la amable invitación y, al poco tiempo, la comitiva se ponía en camino hacia la residencia del conde de Brabante. Ya desde aquel momento, éste empezó a considerarle como a un hijo, tal fue el rápido cariño que le cobró

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CAPITULO 2 Así, tan sencillamente, fue como surgió una noble y bella amistad entre Sigfrido y la hermosa Genoveva. A partir de entonces, el conde acudió con frecuencia al castillo de Brabante. Para nadie era un secreto el dulce idilio nacido entre los dos jóvenes. Unas palabras pronunciadas con solemnidad por el conde Sigfrido, llenaron de gozo a los padres de la muchacha: .- Ciertos debéis estar, mis nobles amigos, de que he de cuidar de ella, por encima de todo hasta mi muerte. Emocionada, la hermosa Genoveva se volvió hacia sus progenitores y, tras abrazarles, añadió: .- Creo en sus palabras y le amo… .- Entonces, hija mía… ¡que Dios os bendiga!-dijo la duquesa.

****** El casamiento celebróse con gran magnificencia, ya que el conde Sigfrido era tan rico y poderoso como el duque. Hubo bailes y torneos, en los cuales participaron los más renombrados caballeros del país, y se obsequió con abundantes comidas a los sirvientes, al tiempo que los juglares alegraban las fiestas, en las cuales regocijabánse también los vasallos, tanto los que formaban parte de la milicia como los que se ocupaban en la labranza. Finalizados los festejos, llegó el día en que Genoveva, tras dejar a los suyos, tenía que partir con su esposo. Una gran tristeza extendiese por el territorio del duque, pues todos lamentaban que su querida amita abandonara el castillo para trasladarse al del conde Sigfrido. Sus padres eran los más afligidos y, cuando el duque dio a Genoveva el abrazo de despedida, le dijo: 6

.- Tu madre y yo nos acercamos a la ancianidad y no sabemos si tendremos la dicha de verte otra vez. Sea como fuere, conserva tu confianza en Dios, con la seguridad de que, dondequiera que vayas, Él estará a tu lado. Sé fiel a los consejos que tu madre y yo te hemos dado y no dejes el camino de la virtud, por difícil que éste pueda llegar a serte. Si lo haces de este modo, estaremos satisfechos de tu suerte y podremos vivir y morir tranquilos. A continuación su madre la abrazó también y le dijo on voz temblorosa: .- Adiós hija querida. Que Dios te consuele y te proteja. Ignoro lo que el destino te reserva, más siento que me oprimen el corazón sombríos pensamientos. Fuiste siempre la alegría en nuestra casa, nuestro consuelo y la mayor ilusión de nuestra vida. Continúa tan buena como hasta ahora, y no permitas que hayamos de sentirnos defraudados en la fe que pusimos en ti. De esta manera, si Nuestro Señor dispone que no nos veamos más en la tierra, nos encontraremos en el cielo. Entonces, los duques volviéronse hacia Sigfrido para decirle: .- Apreciado hijo mío. Hasta ahora lo hemos hecho nosotros. Te la entregamos confiados. Haz que nunca tengamos que arrepentirnos de esta confianza.

****** Sigfrido y Genoveva arrodillánronse seguidamente para recibir su bendición, y el obispo Hidolfo, que era quien les había casado, al ver que los ojos de Genoveva estaban llenos de lágrimas, aproximóse a ella y le dijo: .- No lloréis noble señora. Dios tiene planes trazados respecto a vuestro porvenir. Disfrutaréis de una inmensa felicidad, pero conseguida por medios muy diferentes de los que todos suponen. Llegará el día qn que demos gracias a Dios por tal hecho, con lágrimas de gozo. No olvidéis hija mía, cuanto os he dicho, y tened la seguridad de que no pasará mucho tiempo sin que os

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sobrevenga un extraordinario suceso. ¡Suplico a Dios que no os abandone! Las enigmáticas palabras del obispo, considerado como un santo varón, convencieron a los presentes de que Genoveva estaba destinada por la Providencia para un futuro notable, y el sentimiento por su marcha se trocó en un singular contento. Genoveva salió en compañía de su esposo. A la puerta del castillo esperaba ya una brillante escolte, que había de acompañar a los desposados. Ella, muy conmovida, subió al palafrén que le estaba destinado, ayudada por su marido. Este montó en un brioso caballo y, después, desaparecían en la lejanía

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CAPITULO 3 El castillo del conde Sigfrido staba situado en la cumbre de una colina. Su aspecto era algo sombrío, pero, cuando llegaron los nuevos esposos, todo en él aparecía alegre y lleno de colorido. En correcta formación aguardábanles todos los sirvientes, vestidos con sus mejores trajes. Habían adornado la entrada del castillo con guirnaldas y follajes, y el suelo veíase cubierto con profusión de flores. Muchos de los vasallos habían acudido también a recibirles, y las miradas de todos convergían en Genoveva, pues querían admirar la belleza de su señora, la cual dejaba entrever la hermosura angelical de su alma. Cuando Genoveva descendió de su palafrén, saludó a todos, sonriente, y les dirigió palabras llenas de bondad y dulzura. Con lo cual, todos experimentaron la gran sensación de que sería para ellos como una bendición del cielo. Y, ciertamente, no quedaron fallidas sus esperanzas, ya que la nueva condesa fue desde el primer instante un prodigio de afabilidad hacia sus vasallos. Interesábase en especial por los niños y ancianos y, mientras mimaba y acariciaba a los pequeños, demostraba el mayor respeto y consideración por estos últimos. Todos la quisieron, pues, muy pronto; pero su afecto y agradecimiento crecieron aún mucho más al enterarse de que la nueva ama había dispuesto aquel año fuese doblado el sueldo a los sirvientes y la paga a los soldados, al tiempo que perdonaba a sus vasallos el pagar arrendamiento y otorgaba a los menesterosos leña y provisiones. 9

Unos a otros se felicitaron, conmovidos, por tener unos señores tan generosos como el conde y la condesa, por cuya dicha rogaban con fervor a Dios. Incluso los soldados veteranos y curtidos, que parecían no conmoverse por nada, no pudieron evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Transcurridos aquellos días de regocijo general, la vida recobró en el castillo la normalidad, en torno a la feliz existencia de los esposos. No obstante, tan placentera vida duró unas semanas.

****** Un día, después de la cena, mientras Genoveva y su esposo se hallaban en tranquila conversación, les pareció oir en el exterior del castillo el sonido de bélicos clarines. Alarmado, Ssigfrido fue al encuentro de su escudero, quien entraba rápidamente en aquellos momentos, y le preguntó: .- ¿Qué ocurre? .- ¡Guerra, señor!- repuso él- Los moros procedentes de España han invadido Francia y amenazan pasarlo todo a sangre y fuego. Acaban de llegar dos caballeros con órdenes del rey, y es preciso que nos pongamos en camino lo antes posible, para reunirnos con el ejército sin pérdida de tiempo. En efecto, los moros, quienes desde el norte de Africa se habían extendido primeramente por España y habían mantenido una guerra encarnizada con los cristianos españoles, habían conseguido atravesar los Pirineros y se adentraban ahora hacia el norte de Europa. Sigfrido, al conocer tan graves noticias, recibió dignamente a sus huéspedes, haciéndoles pasar a la sala de ceremonias. Genoveva, mientras tanto, dio orden de que se preparara la comida para los recién llegados. Una vez que el conde hubo hecho los honores a sus inesperados huéspedes, ocupóse durante toda la noche en hacer sus preparativos para la campaña, mandar mensajes a sus tropas y dar la oportunas órdenes para que, durante su ausencia, todo mantuviera su ritmo normal en el castillo. 10

Los ojos de Genoveva, tan risueños últimamente, llenaronse ahora de dolor ante la inminente partido de su esposo y sintióse colmada de amargura al pensar que tal vez le despidiera para siempre y ya no volviera a verle más. .- ¿Debo partir, Genoveva! Debo partir con mis hombres y salirle al paso al infiel. Al amanecer, cuando todas las huestes del conde estuvieron reunidas, Genoveva, tras sobreponerse a su inmensa pena, aproximóse a su esposo y, para dar cumplimiento a la tradición de aquella época, le entregó la lanza y la espada diciéndole: .- Usa estas armas en defensa de nuestra religión y de nuestra patria. Sean en tus manos instrumentos protectores de los inocentes y sirvan para castigar a los temible infieles que nos amenazan. Apenas había terminado de pronunciar tales palabras, sin embargo, cuando sintiese desvanecer, pues le asaltaban siniestros presentimientos. La sostuvo el conde en sus brazos, pero antes de que pudiera ordenar que le trajeran algo para reanimarla, ya había vuelto en sí. Entonces, los sollozos agitaron su pecho mientras decía: .- ¡Mi querido Sigfrido! ¡Quizá no nos volvamos a ver nunca más! El, abrazando tiernamente a su esposa, respondió: .- No tengas miedo, querida Genoveva. Dios me protegerá en todos los combates y volveré sano y salvo a tu lado. Tan próximos estamos a la muerte en nuestra propia casa como en los campos de batalla y sólo Dios puede librarnos de ella, en una u otra parte. Con su auxilio, tan seguros podemos sentirnos en los más sangrientos combates como en nuestro inexpugnable castillo. No te inquietes por mí, querida mía, pues yo parto tranquilo y confiado por completo a Aquel que en todas partes nos protege Después de abrazar fuertemente a su esposa y darle un afectuoso beso, prosiguió: .- Tengo confianza, por otra parte, en la fidelidad de Golo, mi intendente, a quien he encomendado que cuide de ti en todos los aspectos y del orden y la administración del castillo. Es honrado y 11

fiel y sabrá merecer tu confianza, como ha sabido merecer la mía. Pero ante todo, te encomiendo a la protección de Dios. Piensa en mí, esposa mía, y tenme siempre presente en tus oraciones. ¡Adiós! Genoveva le acompañó hasta el pie de la escalera de honor. Salieron detrás de él todos los caballeros y entonces abrióse el gran portalón del castillo para darles acceso a la explanada exterior. Sonaron allá los clarines, y las espadas, desenvainadas para saludar al conde, brillaron al ser heridas por el sol naciente.

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CAPITULO 4 Al sentirse triste y aislada en la soledad del castillo, Genoveva encontraba consuelo en la oración. Durante la noche, muchas eran las horas que pasaba insomne, asaltada por imprecisas inquietudes y por la añoranza de su esposo ausente, y eran únicamente los repetidos rezos los que mitigaban un tanto su dolor y su intranquilidad. Pedía por su esposo, para que Dios le librara de los peligros en los campos de batalla, y también por ella, aunque no supiera con exactitud qué mal la amenazaba. Vivía en completo retraimiento, retirada en sus habitaciones del castillo. Cuando el sol empezaba a elevarse en el cielo y comenzaba a iluminar los bosques del contorno, Genoveva se sentaba junto a su ventana, después de rezar sus oraciones matutinas, y dedicábase a confeccionar primorosos bordados, que humedecía frecuentemente con sus lágrimas, las cuales caían sobre las flores del dibujo como gotas de rocío. Cuando la campana de la capilla del castillo anunciaba la santa misa, dejaba su quehacer y acudía a oírla con devoción. A veces descendía hasta dicha capilla en sus noches de insomnio, pues allí parecía sentirse más cerca del Divino Protector. Luego recibía con frecuencia la visita de las muchachas que habitaban en la aldea contigua al castillo, a quienes enseñaba a hilar y a coser, pacientemente, mientras les explicaba historias de seres que habían llegado a la santificación o hazañas de valientes guerreros. Además visitaba con asiduidad a los pobres y a los enfermos de los alrededores, los cuales tenían en ella a una verdadera protectora, llena de comprensión y ternura. Les hablaba con dulzura, les daba las medicinas por su propia mano y todos la bendecían. 13

Y aunque distante de todo cuanto constituyera relación frívola y mundana, no dejaba por eso de cuidar e la vigilancia del castillo, pues no deseaba que, durante la ausencia del conde, sus subordinados se apartasen de la vida ordenada y virtuosa que siempre se había llevado allí. En cuanto al intendente del conde, a quien él, según dijera a Genoveva, confió el cuidado del castillo, la administración de sus bienes e incluso la protección de su propia esposa, era un hombre astuto. Éste, bajo la capa de la buena educación, de una falsa dulzura y de su don de simpatía que atraía a las gentes, conquistando su confianza, ocultaba torvos propósitos y profundo egoísmo. Todos sus actos, a pesar de las apariencias, estaban ajustados a este proceder y no le preocupaba si eran buenos o malos, justos o injustos, siempre que a él le produjeran beneficios y satisfacción. Desde que el conde Sigfrido se había marchado a la contienda, Golo empezó a sentirse dueño absoluto del castillo. Encargó trajes más lujosos que los de su propio amo, y comenzó a derrochar en fiestas y banquetes los bienes del conde. Los fieles y antiguos servidores diéronse cuenta, con pasmo e inquietud, de que cada día eran tratados con más orgullo e impertinencia por aquel hombre, quien también a ellos había engañado con su falsa suavidad. Los jornaleros vieron mermados sus salarios, y los pobres, acostumbrados a ser socorridos por los generosos dueños, comprobaron con gran pena cómo se les negaba el pan. “Esta es la ocasión que he estado esperando durante toda mi vida- pensaba Golo, indiferente al escándalo que producía a u alrededor- ¡Y no dejaré que escape! “ Sólo él conocía el perverso significado de sus pensamientos. En cierta ocasión llamó a Roger y a Gonzalo, los dos criados de confianza del duque de Bravante que Genoveva llevara consigo al castillo de su marido. Los dos servideros escucharon estupefactos a Golo .- En lo sucesivo, vuestro amo soy yo… Espero que no lo olvidaréis. ¿El conde me ha delegado en todas sus funciones, de 14

forma que estoy incluso por encima de la propia condesa! ¿De acuerdo, muchachos? .- De …de acuerdo, señor – balbucieron los servidores, sin salir de su asombro . – ¡Muy bien!- exclamó el intendente, quien fingía ignorar la turbación de los criados- Si recordáis cuanto acabo de deciros, seré generoso con vosotros…

****** No obstante, Golo mostrábase aún respetuoso con Genoveva, a pesar de que su amabilidad era sospechosa, extraña, excesiva. Ella, aunque no podía adivinar cuál era el motivo, experimentaba en su presencia una rara inquietud, y conducíase digna y reservada para con él; conservaba únicamente de cuanto hacía referencia a la administración de la casa. Y aun en estas conversaciones, como si ya intuyera lo que tenía que acontecer, le aconsejaba siempre que cumpliera de modo estrícto las órdenes del conde y que no se apartara en absoluto de su deber. Aquellas irregularidades daban mucho que hablar a los habitantes del castillo. Especialmente Roger y Gonzalo no se explicaban cuáles eran los ocultos propósitos del perverso intendente. .- ¿Qué se `propondrá, Roger? .- Lo ignoro, Gonzalo… Pero tú sabes que Golo es un hombre que cumple cuanto dice… Roger hizo una pausa, en la cual pareció entregarse a una breve pero profunda reflexión. .- Ha dicho que él es el amo- añadió- ¡De forma que no seré yo quien le desobedezca!

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CAPITULO 5 Golo sabía que Genoveva era sumisa y dócil, y al decirle su esposo que confiara en él, no se atrevería a pedirle cuentas ni a introducirse en sus asuntos. Y así fue como empezó a disminuir el tesoro del conde Sigfrido. Una noche el vino corrió con abundancia en la mesa de Golo. Este, con grandes risotadas, hacía ostentación de su poder ante sus esbirros. .- ¡Jo, jo, jo! ¿Qué os parece esto, muchachos? ¡Pues, a partir de hoy, todos los días será fiesta en el castillo, si os portáis bien conmigo! Los presentes, sin excepción, celebraron con visible entusiasmo la afirmación del malvado. Hasta los aposentos de la condesa llegaron los gritos de los beodos. Genoveva se precipitó fuera de la habitación dispuesta a terminar con aquel escándalo. En uno de los corredores se tropezó con Roger y Gonzalo. Por la actitud de los criados dedujo que ambos habían abandonado la estancia donde se hallaba Golo. .- ¿Qué significa este alboroto?- exclamó al dirigirse con decisión a los dos hombres .- ¿Acaso el intendente…está celebrando la ausencia de mi esposo, el señor conde? Los criados, evidentemente turbados, sólo acertaron a expresar frases inconcretas y palabras ambiguas. Fuera de sí, Genoveva desistió de interrogarles y decidió hacer frente a la situación, de manera que se dirigió a su origen.

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Con paso decidido se encaminó hacia la puerta, detrás de la cual se hallaban Golo y sus compinches. Suave pero firmemente la empujó. Por un instante se hizo el silencio en la estancia. La súbita presencia de la condesa, lo inesperado de aquel hecho sobrecogió a los presentes. Pero esta sorpresa sólo duró una fracción de segundo en el ánimo del intendente, quién esbozó una irónica sonrisa. La voz de Genoveva, a pesar de la desazón que la embargaba, se elevó imperativa: .- ¿Podéis explicarme el significado de todo esto, Golo? El aludido sostuvo con descaro la mirada de Genoveva y, tras acentuar su sonrisa, exclamó en el más despreocupado de los tonos .- ¿Vos, mi señora condesa? Qué honor más alto para vuestro humilde servidor! ¿Jo,, jo, jo! Prestad atención muchachos, la señora se ha dignado visitarnos. Hemos de corresponder pues a tal atención. Sin dejar de sonreir, el intendente cogió una copa y escanció el vino de una jarra. .- ¿Acaso brindar por el triunfo de las armas de vuestro esposo merece la reprobación, señora? ¿Ja, ja, ja! Os ruego aceptéis brindar con nosotros… Casi sin aliento, turbada por aquella desagradable situación y por la grosería que se adivinaba en la actitud de Golo, Genoverva se dispuso a abandonar el lugar. Pero la voz ronca de Golo la detuvo .- ¿Un momento, no os vayais condesa! Luego…Luego iré a vuestro aposento para hablar con vos de los asuntos de la administración, si os place. Genoveva no quiso escuchar más. Justamente indignada por el insólito proceder del intendente, cerró con un fuerte portazo y se alejó de aquel sórdido lugar. Tras ella resonaron las risas vesánicas de Golo, coreado por las de sus adictos.

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CAPITULO 6 Genoveva no daba crédito a lo que estaba sucediendo en el castillo. ¡Cómo habían cambiado las cosas en ausencia de su marido! A la angustia producida por la soledad y el temor de la muerte, que amenazaba a Sigfrido, uníase aquella zozobra que se había adueñado de todos los habitantes del condado. Para la joven condesa aquel corto período de tiempo, comprendido entre la partida de su marido y la escena habida con Golo, había sido suficiente para llevar el temor en el corazón y envolver en tinieblas todos sus pensamientos. En pocos días, con la súbita llegada de un emisario, se había esfumado aquella felicidad que parecía acompañarla a todas partes. “¡Dios mío…!- gemía para sus adentros- ¿Por qué, desde el primer momento, ya no me gustó ese hombre que Sigfrido considera como su más fiel servidor…? Su intuición estaba en lo cierto, ¿Pero cómo desenmascarar al malvado? Genoveva sabía que se hallaba sola, enfrentada a aquel despreciable. No tan sólo los servidores sino la pequeña guarnición que había quedado en el castillo estaba totalmente subyugada por Golo. Este, al valerse del terror y de la astucia, ejercía un dominio absoluto sobre los moradores del castillo. La condesa había podido comprobarlo con la actitud de Roger y Gonzalo, los fieles servidores de su padre y de ella misma. La joven condesa se preguntaba si el poder del intendente no era superior al de su propio marido. ¿Qué otra cosa podía deducirse de aquel hombre que era obedecido siempre en silencio y al que nadie osaba discutir ninguna orden?

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Sabía que nada podía contra él en tanto Sigfrido no regresara. Peo, ¿cuándo volvería Sigfrido al frente de sus tropas victoriosas? Tal vez el conde no regresara nunca, y entonces ella… Genoveva quería apartar de su mente aquellos siniestros pensamientos, acentuados ahora por las intrigas del intendente. Pero todos sus esfuerzos eran en vano. Incluso, cuando trataba de ver las cosas con mayor serenidad, se daba cuenta de que en aquella angustiosa situación existía una víctima real de antemano derrotada. Y esta víctima no era otra que ella, la frágil Genoveva perdida en un sombrío castillo en el cual no podía confiarse a nadie. Su esposo se hallaba distante, en los campos de batalla, combatiendo a los sarracenos invasores, y sus padres se encontraban demasiado lejos… Su destino se hallaba en manos de aquel ser, intrigante y despreciable, quien se había convertido en el dueño del castillo de la forma más vil y solapada que quepa imaginarse Sin embargo, a pesar de estos turbios pensamientos, Genoveva se decía para sus adentros que la verdadera dueña del condado era ella. Lo sería hasta el regreso de su marido. Ningún extraño podía usurparle un lugar que le correspondía por derecho. Pero ¿podría la grácil e inexperta Genoveva enfrentarse a las terribles maquinaciones del intendente?

****** Golo penetró con ademán desenvuelto en el aposento de la condesa. Genoveva permaneció de pie ante él, la tez lívida y un ligero temblor en las manos, el cual no pasó inadvertido a Golo .- Con vuestra merced señora condesa- dijo el intendente con un ligero tono irónico-, deseo someteros el estado de cuentas de la administración del condado. Con un amplio y suave ademán, el intendente presentó unos papeles a la condesa .- Os ruego que pongáis vuestra firma al pie de estos documentos, señora

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Genoveva cogió los papeles, dispuesta a poner su rúbrica en ellos, sin apenas prestar atención al contenido de los mismos. Pero, tal vez guiada por su intuición, cambió súbitamente de parecer y examinó los documentos con detenimiento. Lo que en ellos descubrió la hizo enrojecer de vergüenza. .- ¿Qué significa esto Golo?- exclamó con una indignación proviniendo de lo más profundo de su alma- No pretenderéis que firme este documento, ¿verdad? El tono firme de la condesa hizo vacilar al curtido intendente, quien por un momento temió que sus secretos propósitos se desvanecieran. .- Señora, son las leyes de este condado… .- Estas no son las leyes Golo El intendente se daba cuenta de que en aquella frágil mujer anidaba una voluntad férrea y una inteligencia fuera de lo corriente. Pero él no estaba dispuesto a ceder, y menos ante una mujer. .- En el caso de que vuestro esposo muera en la guerra- dijo el intendente con un acento de leve crueldad- sois vos quien os responsabilizais de la administración y de los bienes del con dado. Genoveva fijó sus ojos, en los del traidor, al tiempo que su voz adquiría un acento desconocido en ella. .- ¿Responsabilizarme, siempre, pero hacerme cómplice de un falso estado de cuentas, jamás! Este documento no reproduce con exactitud los gastos del condado, Golo. ¡No lo firmaré! El intendente no esperaba aquel ataque verbal tan directo. Sentía que la ira le dominaba, y en su interior crecía un impulso incontenible que le llevaba a destruir a aquella hermosa mujer. .- ¿Insinuáis que soy un falsario, señora? .- Conozco los documentos auténticos de mi esposo y no responden a cuanto en estos habéis expuesto… ¿Y ahora, por favor, salid ya! Golo sintió crecer el odio hacia la mujer que se interponía entre él y sus propósitos. En ese momento, pues, determinó lo que tenía que hacer. Pero la joven tardaría aún algún tiempo en saberlo. Junto a la puerta, Golo se volvió amenazador. 20

.- ¿Con que no queréis firmarlos, eh? ¡Y encima me habéis acusado de falsario! ¿Os pesará esto, condesa…! Genoveva escuchó el ruido de los pasos del hombre que se alejaba, y sintió que las fuerzas le abandonaban. Aterrada, prorrumpió en sollozos. No podía hacer otra cosa…

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CAPITULO 7 Roger escuchaba, como fascinado, al intendente. .- ¿Reúne a todos y diles que yo, en funciones otorgadas por el señor conde, deseo hablarles! ¡Es una orden de Golo! El patio de armas se llenó de una multitud silenciosa, que permanecía pendiente de la palabra del intendente. Este no se hizo esperar. .- ¿Oídme bien! Todos sabéis que nuestro señor el conde me otorgó amplios poderes… ¡Siento en el alma tener que deciros que la propia condesa acaba de envilecer el recuerdo de su esposo, nuestro amo! Un murmullo de sorpresa se elevó entre los presentes. .- ¿Silencio!- Gritó Golo, al tiempo que exhibía los falsos documentos- Aquí en estos papeles, se hallan expuestos los cuantiosos dispendios por ella efectuados, y de los cuales no quiere responsabilizarse! Dispendios que el propio conde, al parecer, ignoraba… Golo hizo una pausa y saboreó la victoria que ya tenía en las manos, y que nadie podría arrebatarle. Los presentes no salían de su asombro, pero, fascinados por las vehementes palabras del traidor, admitieron la culpa de la condesa. .- ¿Y todos vosotros sabéis bien la pena que merece quien abusa hasta este grado de la confianza de alguien tan bondadoso y noble como el conde Sigfrido! ¿Coneceis de sobra las leyes de nuestro condado! Ni una sola protesta ni un solo gesto se opuso a las falsedades de Golo.

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Aprovechando su absoluto poder, el malvado envió a toda prisa un emisario al conde Sigfrido con un mensaje repleto de viles mentiras y calumnias infames en el que se acusaba a Genoveva. Pero insatisfecho aún con esto, y en tanto esperaba la respuesta de su señor, mandó encerrar a la infeliz Genoveva en la mazmorra más sombría del castillo. “Si, Golo, esta es la gran oportunidad de tu vida” murmuró para sus adentros el pérfido intendente”

***** El calabozo en el cual habían encarcelado a Genoveva era el que se destinaba a los peores delincuentes y resultaba el más sombrío que había en el castillo. Antes, cuando algunas veces Genoveva se había aproximado al mismo, experimentaba una sensación de terror, pese a que cuando esto tenía lugar era en ocasión de visitar a los infelices que estuvieran allí detenidos. Ahora era precisamente ella quien se hallaba en el lugar de aquellos desventurados, encerrada en la lóbrega estancia. La luz del día apenas penetraba por una aspillera con unos gruesos barrotes, y aquellas tinieblas, casi absolutas, hacían más siniestro y espantoso aquel lugar. Cuando Genoveva fue abandonada en aquel calabozo dejóse caer sobre un montón de paja húmeda, que en adelante iba a servirle de lecho, y quedó allí quieta, invadida por una angustia terrible y por un horror que le helaba hasta los huesos. Luego, al volver los ojos, vio junto a la paja un cántaro de agua y un pedazo de pan negro y duro; era todo el alimento que le habían dejado. De pronto sintiese horriblemente desgraciada y empezó a llorar con amargura; luego, intentando contener su acerbo dolor, se arrodilló sobre el húmedo suelo y, tras procurar contener sus lágrimas y conservar la confianza, rezó de este modo: .-¿Oh, Dios mío! ¿Vedme aquí reducida en este espantoso lugar! ¿Os dirijo mis ardientes preces! Sólo Vos, Señor, podéis oír mi voz y comprender cuál es mi pena y desolación. No tengo sino a Vos en estas amargas tinieblas, en esta atroz soledad. Mis padres nada saben 23

de mi desgracia y, por tanto, no pueden ayudarme. Mi esposo está muy lejos de mi y tampoco pude venir a socorrerme. Únicamente Vos, Señor mío, que sois Creador, Dueño y Señor de todas las cosas, podéis conseguir que se me abran las puertas de esta cárcel. ¿Oh, Dios mío! ¿Ayudadme, os lo suplico! ¿No me abandonéis en mi sufrimiento! ¿Tened compasión de mi! Sintióse agotada, exhausta por tan inmensa pena, y de nuevo se dejó caer en el inmundo jergón. Las lágrimas brotaron nuevamente de sus ojos, incontenibles. En aquella aterradora soledad, al sentirse desamparada de todos, tenía la impresión de que algo en su interior ya hubiese muerto, o de que todo era producto de una horrible pesadilla. Así pasó largas e interminables horas, sin que nadie se acercara, no ya a consolarla, sino ni siquiera a hacerle sentir la presencia de un ser humano. La angustia la dominaba, el frío penetraba hasta sus huesos, el temor de lo que pudiera acaecerle aumentaba aún más su indescriptible padecer. Sólo de vez en cuando la intensa pena parecía ceder un poco, la sensación de locura que la atenazaba suavizábase, y sus pensamientos, si bien tristes igualmente, discurrían un tanto más ordenados. Y en uno de esos instantes de relativa calma pensó: ”¡Qué felices son los seres humanos, aun los más desagraciados, si se comparan conmigo! Pueden contemplar el cielo azul y el maravilloso verdor de los campos ¡Preferiría, en estos momentos, ser una sencilla pastora en lugar de una infeliz condesa, como soy yo! Cambiaría la nobleza de mi linaje por las toscas ropas de un mendigante. ¡Y aún ganaría mucho en el cambio! Ya no me queda nada, pues todo me lo han quitado. Hasta me privan de la luz del sol y sólo me dejan las tinieblas por compañía” Las arteras maniobras de Golo, en su pérfido y bien calculado plan, entraban en su primera fase.

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CAPITULO 8 Varios meses hacía ya que Genoveva estaba encerrada en el lóbrego calabozo. No se le permitía ver a persona alguna y nadie aparecía nunca en el umbral de la maciza puerta que cerraba la mazmorra, incomunicada con el resto de los seres vivientes, excepto Golo. Pero ella hubiera deseado que aquel hombre siniestro no la visitara nunca. Hubiera preferido la muerte antes que acceder a firmar unos papeles en los que se justificaba la irregular administración del castillo. Desde que Genoveva se hallaba encarcelada, el villano había acentuado su intolerancia y su crueldad sobre los súbditos del conde. Pero no todos estaban ciegos ante los despropósitos de Golo. A pesar de las dudas y del temor, el fiel Gonzalo, consciente de las felonías de Golo, decidió tomar una determinación que pusiera fin a las fechorías del malvado y salvaran a la condesa de su adversa suerte. Aprovechando la ausencia del carcelero, el servidor consiguió llegar hasta la puerta de la mazmorra donde se hallaba encerrada Genoveva. Llamó suavemente a la puerta. .- ¡Eh, señora condesa, soy yo…!- dijo con voz queda- Si queréis, enviaré recado a nuestro amo para comunicarle cuanto pasa… Del pecho de la joven escapó un suspiro de esperanza. Con viva emoción se dirigió al fiel criado .- ¿Bendito seas, Gonzalo! Escribe un mensaje para explicar a mi esposo las fechorías de Golo, sin omitir detalle alguno .- Así lo haré señora. Confiad en mí. 25

.- Gracias, Gonzalo. Rezaré para que tu acción llegue a feliz termino Con el corazón henchido de gozo, Genoveva escuchó el rumor de los pasos del criado que se alejaba y sintió, por vez primera desde que fuera encerrada en aquel sórdido lugar, una alegría desconocida. Aquella misma noche, Gonzalo se dispuso a llevar a capo su noble intención. Había tomado las precauciones necesarias para no ser descubierto por ninguno de los esbirros de Golo. Con este fin se había dirigido a una de las estancias más alejadas del castillo. Pero quiso el azar que, precisamente en aquel lugar, hiciera acto de presencia el propio Golo. La actitud del criado inspiró desconfianza a éste y, sin darle tiempo a nada le arrebató el papel que estaba escribiendo. El rostro de Golo tornóse lívido al leer la misiva. .- ¿Ah, maldito traidor…! ¿Con que así pagas mis favores? .- Me limito a transcribir la realidad, señor. ¿Todo lo que dice este papel puede ser atestiguado por quienes habitan el castillo! .- ¿Lo pagarás con la vida! Y al unir la acción a la palabra, Golo hundió traicioneramente su puñal en la espalda del infeliz Gonzalo. Consumado su crimen, el intendente barruntó una nueva y más terrible felonía… .- Por última vez voy a pedirle a la condesa que firme los documentos. De lo contrario lamentará no haberlo hecho.

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CAPITULO 9 En la oscura mazmorra Genoveva elevaba sus oraciones a Dios. .- Gracias a tu ayuda siento que la serenidad empieza a inundar mi interior y que estas lágrimas que he vertido son, para mi corazón doliente, como el rocío para las flores. En aquel momento recordó las palabras pronunciadas por el santo obispo Hidolfo, después de la ceremonia de su boda y, alzando los brazos al cielo, exclamó: .-¿Es ésta, santo obispo, la dicha que me augurasteis? Puesto que Dios ha permitido que permanezca en este calabozo, debe ser porque conviene en algún sentido. Sin duda, tras la apariencia del desastre, se oculta algún designio que conviene para la salvación de mi alma. Ya sé, Señor, que lo que a veces nos parece sufrimiento injusto puede muy bien ser un beneficio, escondido tras la engañosa y atemorizante envoltura. Bajo la amargura de los sufrimientos puede ocultarse la dulzura de la dicha, igual que bajo la máscara desagradable de algunos frutos se oculta su sabrosa pulpa. Siendo así, Dios mío, no debo quejarme de mi suerte… Al terminar tales rezos, Genoveva comenzó a sentirse más y más confortada, y en su interior esparcióse un alivio singular que sólo podía provenir del cielo. Una voz interna, inaudible, esas voces que únicamente perciben con claridad los seres que mantienen una estrecha relación con el Creador, por medio de la devoción, le dijo entonces: “No te arredres, Genoveva. todavía te queda mucho por sufrir, pero Dios sabrá compensarte de tus penas y llegará un día en que todas desaparecerán. Muchos de los que te rodean hoy te 27

consideran culpable, pero en el momento adecuado tu inocencia resplandecerá de tal modo, que su brillo ofuscará la potencia del mismo sol.” Alentada por las celestiales promesas y esperanzada por la acción leal de Gonzalo, Genoveva cerró los ojos dulcemente y durmiese tranquila, ignorante de qué nuevas y terribles pruebas le esperaban

***** Con ronca voz, el intendente se dirigió al carcelero. .- ¡Abre la puerta! .- Si, mi señor… El chirriar de la pesada puerta se mezcló con la grosera risotada de Golo. Genoveva despertó sobresaltada, pero, cuando se apercibió deque el intruso no era otro que su enemigo, se sintió invadida por una firme serenidad. Después de contemplarla con fijeza durante algunos instantes, Golo le dijo sonriendo inmundamente: .- Vuestro audaz mensajero no llegará jamás a su destino, condesa…¡Ja,ja,ja! .- ¿Qué habéis hecho con él? ¿Dónde está Gonzalo? Genoveva sabía que eran inútiles aquellas preguntas, puesto que, si su fiel servidor había sido descubierto, con toda seguridad habría corrido la peor de las suertes. .-La suerte de vuestro amigo ya no importa, condesa… Pero vos podéis ser de nuevo libre si accedeis a firmar los documentos que ponen al descubierto vuestra nefasta administración Genoveva sostuvo con firmeza la cruel mirada del traidor. .- Voy a deciros una sola cosa, Golo: además de falsario, ¡sois un asesino! ¡Fuera de mi vista! ¡Fuera! .- Está bien, vos misma habéis firmado la sentencia que merecéis con arreglo a las leyes de este condado: ¡la muerte! Sin embargo, la amenaza de Golo no podría cumplirse de inmediato, puesto que se interpuso una singular circunstancia.

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Cuando se disponía a abandonar los calabozos, la mujer del carcelero le salió al paso .- ¡Oh, un momento, mi amo!- exclamó con acento conmovido .- ¿Qué diablos quieres tú de mí? Lo que aquella mujer le dijo iba a contrariar los planes de Golo: .- Respecto a la cautiva, mi amo…¡La infeliz está esperando un hijo, que nacerá en cualquier momento! .- ¡Maldición! Pero el malvado no tardó en maquinar un nuevo crimen. Nadie podría detenerle en el camino de la locura por el que se había precipitado. .- Después de que haya nacido se cumplirá la sentencia. ¡Y ahora, lárgate, mujer! Así era. Ya algún tiempo después de la partida de su esposo, había empezado Genoveva a albergar la esperanza de ser madre y, Dios quiso, efectivamente, alentarla por este medio. Transcurrieron algunos meses hasta que al fin nació el niño. Sólo la caritativa mujer del carcelero la ayudó y la confortó en el trance, al despreciar las amenazas del intendente en aquel sentido. Y así empezó la vida del hijo del conde Sigfrido y de la infeliz Genoveva. Ella deseaba darle el alimento de su pecho, pero las angustias y las privaciones que hacía tiempo sufría la imposibilitaron para dar aquel alimento al recién nacido. Y al comprobarlo, desolada, puso al pequeño en su regazo y, acariciándolo tiernamente le dijo entre gemidos: .- Querido hijo mío, has tenido que venir a este mundo entre los muros de una cárcel. Nada parecía tener que faltarte, por ser hijo de quien eres, y ahora tu madre no tiene siquiera pañales para envolverte. Tan débil como estoy, ¿cómo es posible que pueda alimentarte? Y en lugar de instalarte en lujosa cama, sólo puedo darte un montón de paja sucia o las duras piedras de este suelo. Tal vez la humedad de este lugar penetre en tu cuerpecillo y mueras de 29

frío. Estas piedras, rezumantes de agua, que mojan a mi hijo, deben ser tan duras y crueles como los hombres. ¡Pero no! Son menos insensibles que ellos y deben conmoverse al contemplar nuestra miseria, pues esta agua que rezuma parecen lágrimas que quisieran unirse a mi desconsolado llanto. Arrodillóse entonces sobre el duro suelo y, tras alzar al niño hacia el cielo, sosteniéndole con sus brazos, dijo: .- ¡Oh, Dios mío! A Vos, que le habéis dado la vida, consagro este niño, pues os pertenece. No puedo mandarle al templo para que derramen sobre su cabeza el agua del bautismo, puesto que no se le permitiría a nadie llevarle, y yo, bien lo veis, Señor, no puedo salir de esta miserable celda. Pero, si permitís que salgamos con vida, os prometo, Dios omnipotente, que le educaré según la santa doctrina del Evangelio. Le enseñaré a amaros y a serviros, y le haré conocer a vuestro Hijo, nuestro Salvador; le enseñaré también, por tanto, a amar a sus semejantes y a apartarse del camino del mal, considerándolo como un sagrado propósito que me habéis confiado. La joven madre volvió los ojos en torno, pero sólo vio un pedazo de pan negro y duro, pues en eso consistía su alimento. Y tomándolo, dijo: .- Este habrá de ser tu sustento, pequeño mío. Es muy duro y casi no basta para alimentarme, pero yo lo ablandaré, y Dios en su inmenso poder, hará que resulte suficiente para los dos. Mascó entonces algunos pedacitos, que dio luego al niño, el cual después de ingerirlo, quedó tranquilamente dormido. Genoveva le miraba dormir y, al no poder evitar temer por él, suplicaba entre suspiros: .- Compadécete, Señor, de este inocente niño. En esta horrible prisión, donde no se renueva el aire, ni entra la luz del sol, ni penetra el saludable calor, ¿qué será de él? Si Tú no lo proteges con especial consideración, Dios mío, perderá su lozanía y, como una flor a la cual no toca el sol ni el aire, morirá. ¡Bondadoso Señor! No permitas que muera tan miserablemente. ¡Le quiero tanto! Daría mil vidas que tuviera para salvar la suya. Pero ya sé que Tú le 30

quieres aún más que yo, pues tu amor por los seres es mucho mayor todavía del que una madre puede sentir por su hijo. Confortada, como si algo en su interior le diera la certeza de la protección divina, dijo con más sosiego: .- Si, Dios mío…Tú no olvidas jamás a los tuyos. Lo sé y en ello pongo, mi confianza.

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CAPITULO 10 A pesar de sus padecimientos, Genoveva sentíase más confortada, porque al menos tenía el consuelo y la compañía de su hijo. Entonces, al sentir al pequeño junto a su corazón, en su mente surgió como nunca el recuerdo de Sigfrido, su esposo: .- ¡Si tu padre te viera…! El niño despertó entonces como si hubiera oído las palabras de su madre y, después de mirarla unos instantes, esbozó una sonrisa que llenó de consuelo y esperanza el corazón de Genoveva. Emocionada, estrechó fuertemente al niño contra su pecho y le dijo con suavidad: .- Sonríe, hijo, sonríe. Por fortuna no puedes comprender aún de qué modo has venido a la vida, ni cuántos son los horrores que nos acosan. Tampoco puedes temer por el futuro, que tan incierto se presenta, de modo que continúa sonriendo, ángel mío, pues tu sonrisa ilumina mi alma y parece decirme que no desfallezca, que, aunque nada me han dejado, Dios está lleno de riquezas y puede darme cuanto necesito. Que aunque los hombres nos abandonen, el Padre celestial está a nuestro lado y nos ampara. Mientras tú sonríes yo no puedo llorar. Genoveva elevó los ojos lentamente hacia el cielo y, con dulce voz, exclamó: 32

.- A fin de que el día que dispongáis podáis recibirlo en vuestra gloria sin mancha ni pecado, y a mí, su madre, me sea posible daros cumplida cuenta del tesoro que me confiasteis. Y como sea que creo que Vos estáis en todas partes, y donde Vos estáis, allí está también vuestro templo, yo haré ahora las veces de madrina, padre y sacerdote, al mismo tiempo, y le impondré un nombre. Tras haber pronunciado fervientemente tales palabras, tal como brotaban de su recto corazón, quedó absorta contemplando al pequeñuelo, y después, al tomar en sus manos el cántaro donde ponían el agua de beber, bautizó al niño echándole agua sobre la cabeza y dándole el nombre de Desdichado. Realizado este importante acto, Genoveva dijo, mirando a su hijo: .- Te he impuesto el nombre que me ha parecido más adecuado para ti, puesto que naciste entre sufrimientos y lágrimas, en la más completa miseria y en la más abrumadora soledad. Te he bautizado con agua, pero también con mis lágrimas, pues han regado tu inocente cabeza mientras te bautizaba. Le dio entonces un fuerte beso y, arrebujándole con sus ropas, lo puso en el halda y exclamó: .- Mi regazo será tu cuna, hijíto mío! Golo había celebrado consejo con sus adictos y les había puesto al corriente del alumbramiento de Genoveva.¿Qué vais a hacer ahora, señor?- inquirió uno d4e los esbirros- Sigfrido, nuestro conde tiene un heredero ya… .- ¡Justamente por eso, amigo mío!- replicó el intendente con cinismoUn heredero que el conde no conocerá jamás… Golo observó el efecto de sus palabras producían entre sus hombres. Estos permanecían mudos, aturdidos por las palabras que había pronunciado Golo de manera tan tajante. Transcurridos algunos minutos de pesado silencio, de nuevo el usurpador tomó la palabra: .- ¡Es menester que todos ignoren la existencia de este niño! ¡Porque…porque irá a la muerte con su madre! ¿De acuerdo? 33

Ninguno de los presentes se opuso a la vesánica decisión de Golo, y éste prosiguió para hacer patente la perfecta sincronización de su plan: .- En cuanto al conde, le escribí hace ya muchos días y tengo su respuesta… ¡Creyó todo cuanto yo le expuse, muchachos! Y, aunque con dolor…no puede contravenir las leyes del condado. ¡Sabe que su esposa, la condesa, es culpable y se halla condenada a muerte…! Pero, naturalmente, ignora la existencia de ese hijo… Aquellas palabras, inyectadas en veneno, llegaron a oídos de cierta persona que también tenía acceso al calabozo, y de cuya presencia, por fortuna para ella, no se habían apercibido los traidores. Esta persona no era otra que la mujer del carcelero. “Por el amor del cielo…-murmuró para sí la humilde mujeral menos que la infeliz condesa sepa lo que se trama contra ella” Aquella noche, Genoveva se había acostado, como de costumbre, en el mísero jergón con su hijíto en brazos. Aunque ella estuviera incómoda intentaba que su pequeño, gracias al calor de su pecho, pudiera sentirse abrigado y blando. El niño dormía, y ella, sin duda, también había dormido, aunque fuera con aquel sueño ligero del que cualquier ruido la despertaba. Np podía conciliar el sueño profundo, ya que su continua inquietud hacía que se sobresaltara por todo, y cualquier rumor la volvía a la triste realidad de su miserable existencia. Apenas la estrecha aspillera dejaba penetrar un poco de luz de la luna y los temores de Genoveva aumentaban en tales horas, durante las cuales su incertidumbre por el futuro se volvía más y más inquietante. De pronto oyó, unos ligeros golpecitos en la puerta de la prisión, y escuchó una voz queda y temblorosa que decía: .- Señora condesa, ¿estáis despierta? Las lágrimas me ahogan y no sé si llegaréis a comprenderme bien…¿Quereis acercaros? Tengo que comunicaros una grave noticia. Este malvado intendente, al que Dios ha de castigar por lo que hace… ¡Oh, señora! 34

Impresionada por aquellas lágrimas y por el tono cariñoso de las palabras, Genoveva levantóse, después de recostar cuidadosamente al niño sobre las pajas para que no despertara, y aproximóse a la enrejada mirilla. Una vez junto a la misma, asombrada aún, preguntó: .- ¿Quién sois? .-Berta, la esposa del carcelero. Jamás podré olvidar cuanto me favorecisteis en otro tiempo, señora. Estuvisteis tanto a mi lado cuando tuve aquella enfermedad… Os quise desde el primer momento porque ví que erais buena, pero luego os quise mucho más y sentí tanta gratitud por vos, que deseé poder demostrárosla algún día. Pero nada puedo hacer, por desgracia. Ya todo está dispuesto. Se detuvo unos momentos, pues la voz se le ahogaba y, con el oreciente espanto de Genoveva, siguió diciendo: .- Señora, os lo he de decir para que al menos estéis un poco preparada. Es en lo único que puedo ayudaros. Pues, si Dios no manda un milagro para esta misma noche…moriréis. Golo acaba de recibir una carta de vuestro esposo, en la cual éste ordena que os dé muerte. Pero no le culpéis. Ha creído las patrañas de este monstruo. Pero esto no es todo, el canalla de Golo también ha dispuesto la muerte del niño, cuya existencia ha cuidado de que no conociera el señor conde… La mujer, asaltada por incontenibles sollozos, tuvo que detener su relato, pues aunque intentaba mantener su firmeza, al menos para consolar a aquella dama que tan buena fuera siempre con ella, consideraba que lo que iba a ocurrir era terrible, y no podía contener su dolor. Pero después, tratando de calmarse un poco, agregó entre lágrimas: .- La pena que siento…no me deja hablar con calma. Pero es preciso que aprovechemos este poco tiempo que aún nos queda. No podía imaginar siquiera que pudierais morir sin que yo os dijera cuánta gratitud y afecto siento por vos y cuanto desearía seros útil. Si quereis mandarme algo, o darme algún recado, hacedlo. Hablad buena condesa. Desahogad vuestro corazón. Que no se pierdan con vuestra vida los secretos que guardáis y que podrían demostrar 35

vuestra inocencia. Quizá yo pueda hacerlo algún día. Tal vez yo sea la persona elegida para esto. Genoveva no podía ni siquiera articular palabra, pues las vehementes palabras de la mujer hondamente la habían trastornado. Pero al comprender que, como ella decía, era preciso aprovechar el tiempo restante, y tras sobreponerse a su horror, con gran esfuerzo dijo a Berta: .- Si no ha de ocasionarte luego algún daño, tráeme luz, papel, tinta y pluma, pues quiero escribir una carta a mi esposo, a quién tan vilmente han engañado. Berta se alejó diligente, por el largo corredor de la prisión, y poco después reapareció y entregó a Genoveva cuanto le pidiera. Entonces ésta, tras intentar que su mano no temblara ni desfalleciese su corazón, apoyó el papel en el suelo, pues no tenía ni mesa ni escabel que pudiera emplear, y escribió lo siguiente: “Mi querido esposo: Te escribo esta carta desde la triste soledad de mi cárcel, para que ella te dé testimonio de la verdad de cuanto ha acaecido. Cuando la recibas, mi cuerpo reposará en un sepulcro, pero mi alma se presentará ante Dios libre de las culpas que me imputan. No siento temor alguno al pensar que he de hallarme ante El, pues sabe cuanto ocurre en todos los seres y ve mi inocencia aunque los humanos me condenen. Me van a dar muerte como si fuera una criminal y nada puedo hacer para evitarlo, pero quiero decirte Sigfrido amado, que no soy culpable de los delitos que me han atribuido. Lo juro ante Dios, y ya ves si podría jurar en falso ahora que sé que mi alma está cerca de enfrentarse con su Creador, quien ha de juzgarla. Puesto que ya no tiene remedio, sólo pide a Dios, como se lo pido yo ahora, que te perdone. Pero ten presente lo que te digo para otra ocasión. No condenes jamás a nadie sin haberlo oído primero, sin haber dejado que se justifique, y que ésta sea la última sentencia que dictes impremeditadamente. 36

Procura, por otra parte, borrar la mancha que este injusto acto tuyo ha de dejar en tu vida, dedicándote a la práctica de las buenas obras, pues si en lugar de hacerlo así te desesperaras y afligieras sin hacer nada provechoso, de poco te serviría. Recuerda además, que no solamente existe esta tierra. Más allá existe otra vida, en la que dentro de poco voy a entrar. Allá volverás a ver a tu Genoveva algún día y lograrás al fin, si no lo hicieras en la tierra, estar seguro por completo de mi amor y de mi inocencia. También allí podrás conocer a nuestro hijo, que no has podido ver en este mundo lleno de tristezas e injusticias, y en aquel lugar no habrá ningún ser malvado que son sus mentiras y artimañas consiga separarnos, pues en el cielo para consolación de los humanos, reina la más completa justicia. Te recomiendo atiendas a mis queridos padres, pues grande ha de ser su dolor al conocer mi triste muerte; consuélalos tú lo mejor que puedas y muéstrate con ellos como si fueras su verdadero hijo. No puedo escribirles ahora, pues tampoco tendría medios de hacer llegar hasta ellos mi misiva. Por lo que respecta a Golo, aunque es bien cierto que su culpa es grande, no lo mates en un arrebato de cólera, al saber la verdad. Perdónale, al igual que yo le perdono ahora, te lo pido con toda mi alma. No quiero que ni la más ligera sombra de odio o de venganza empañe estos últimos momentos míos, deseo que sean los más puros de mi vida. Ni deseo que por mi causa sea vertida ni una gota de sangre. No guardes rencor a mis verdugos; en lugar de odiarlos, ocúpate en ayudarles a ellos y a sus familias. No habrán hecho más que cumplir las órdenes de sus superiores y, sin duda, lo harán contra su voluntad. En cuanto a Gonzalo, nuestro fiel servidro, quien te fue leal hasta el último momento, recibiendo sólo en pago una terrible muerte, puedes estar seguro de que ninguna falta cometió. Socorre, entonces, a su apenada viuda y conviértete en un verdadero padre para sus pobres hijos, pues, si ellos están desamparados, sólo es causa de haber llegado su padre hasta el último extremo para 37

servirte, cuando se disponía a escribir una misiva para relatarte las maquinaciones de Golo. Murió por nuestro servicio. Te suplico también recompenses a Berta, la mujer del carcelero, que se ha ofrecido heroicamente, pues no ignora los peligros a los cuales se expone, al entregarte esta carta cuando regreses. Es la única que me ha permanecido fiel en estos terribles momentos o, por lo menos, la única que ha podido llegar hasta mí ahora que todo cuanto me rodea me parece hostil. Y ahora, adiós, querido Sigfrido. Adiós por última vez. No padezcas por mi muerte. No siento gran pena al dejar esta vida, que ha tenido tantos sinsabores para mí, a pesar de ser tan corta. Recuerda, sobre todo, que soy inocente y que mi amor y mi perdón están contigo. Y hasta la hora de la muerte, e incluso después de ella, sigo siendo tu fiel esposa. Genoveva” Mientras escribía tan larga carta, en la que desahogaba cuanto le oprimía el corazón, Genoveva no había podido evitar que las lágrimas cayeran sobre el papel, y con tales salpicaduras, que en algunos puntos incluso corrieron la tinta, la entregó a Berta con mano temblorosa, rogándole que la guardara con mucho cuidado en lugar seguro, donde nadie pudiera hallarla, y que la entregara solamente al conde Sigfrido, en propia mano, cuando regresara de la guerra. Después en un impulso agradecido y generoso, se sacó un hermoso collar de perlas que llevaba, y que ahora constituía su único adorno, y lo dio a la servicial Berta diciéndole: .- Acepta este collar de perlas, amiga mía, que te ofrezco en pago a las lágrimas que derramaste por mi desgracia. Tus lágrimas compasivas han sido para mí, en estos momentos horrendos, más valiosas que todas las perlas que puedan ser sacadas de los mares. .- ¡Oh, gracias, señora, muchas gracias! .- Ahora vete a descansar, pues has hecho bastante por mí y, aunque quisieras, ya nada podrías hacer. Yo voy a prepararme, rezando, para abandonar este mundo y presentarme lo más pura posible ante Dios, pues es el único que puede juzgarnos rectamente. 38

Berta, muy conmovida, nada pudo añadir. Los sollozos la ahogaban y no quería, con ellos, apenar más a la desventurada. Por eso se alejó con rapidez, pues contenía su dolor a duras penas. Entonces, Genoveva se arrodilló, juntó sus manos con devoción y, tras elevar los ojos hacia lo alto, empezó con sus preces, que creía iban a ser las últimas de este mundo Y de nuevo, entonces, volvió a sentir aquella voz en su interior: “Ten fe y coraje, Genoveva. Tus penas desaparecerán y tu inocencia quedará plenamente demostrada”

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CAPITULO 11 Golo había mandado llamar a Roger, quien en otro tiempo fuera fiel servidor de Genoveva. .- Irás tú con uno de mis hombres, Roger… Confío en ti para que cumplas la sentencia dictada contra esta mujer. .- Si, mi amo…-asumió el criado, dejando caer sobre su conciencia todo el peso de aquella tremenda injusticia. El criado ya se disponía a abandonar el lugar cuando la voz del intendente volvió a insistir sobre los detalles de la ejecución, pretendiendo con ello poseer la garantía de que serían cumplidos de modo estricto: .- Y no olvides que deben morir los dos , ella y el niño. .- Lo sé mi amo- replicó Roger lacónicamente, quien al mismo tiempo sentía que el corazón se le desgarraba. Un poco más tarde abrióse la puerta del calabozo y entraron en el mismo dos hombres, uno de los cuales llevaba consigo una lanza. Era sin duda un soldado. En el otro lado, Genoveva reconoció al que en tiempo atrás fuera su fiel Roger. Al verlos entrar, la pobre Genoveva comprendió que su fin estaba ya próximo y, tras arrodillarse de nuevo, con su hijito en los brazos, volvió a rezar, suplicando a Dios que le concediera el valor que precisaría durante los momentos siguientes. La luz de la antorcha que el verdugo sostenía iluminaba tenuemente el rostro de la condesa, y ambos hombres, pese a la dureza que habían de tener, debido a su misión, no pudieron por 40

menos de conmoverse al comprobar los estragos que el tiempo en la prisión había producido en el rostro de la joven. Su hijito, a pesar de hallarse en sus brazos, junto a su seno acogedor, estaba llorando, y aquel llanto infantil aumentó la confusión que habíase adueñado de aquellos dos hombres, quienes tenían el encargo de dar muerte a la madre y al hijo. De todos modos, dispuestos a cumplir con su deber, que ahora consistía solamente en obedecer al intendente Golo, dominaron el esbozo de compasión que habían experimentado. El soldado cuya lanza habría de segar la vida de Genoveva y del tierno infante, ordenó a la joven con su voz ronca y cavernosa: .- Levantaos y seguidnos; llevad a vuestro hijo. Genoveva se levantó con gran esfuerzo. Estaba exhausta y tan impresionada, al imaginar la horrible muerte que iba a sufrir, que temía no poder mantenerse en pie. ¡Si por lo menos se hubiese salvado su hijo! ¡Si hubieran respetado su vida y, tras cuidarlo con atención, lo hubieran entregado a su padre cuando éste regresara! Ella hubiese ido confortada con su suplicio. Pero, al pensar que también su pobre hijo había de tener aquella muerte tan atroz, aumentaba su espanto y disminuían sus fuerzas. La triste comitiva, tras abandonar el castillo, se encaminaba hacia el bosque con las primeras luces del alba. Largo y penoso se hacía el viaje de Genoveva hacia el sacrificio. “Sostenedme Señor- rogó interiormente-. Dadme el valor necesario para seguir a estos hombres y terminar mi existencia con cierta dignidad. Contenedme este llanto desesperado que me sube a los ojos, que me ahoga la garganta. Otorgadme fuerzas, Dios mío, o caeré desfallecida, sin poder dar un solo paso” El Señor la escuchó, pues sentiese un poco más fortalecida a pesar de su angustia. El niño había dejado de llorar , cuando ella le miró , vio que le sonreía con suavidad. ¡Potecito! ¡Qué podía saber él de las perfidias de los seres humanos, de sus pasiones y sus venganzas! Le estrechó fuertemente contra su pecho, dando gracias al cielo de que su tierna edad le impidiera darse cuenta de lo que iba a suceder. 41

Genoveva al mirar a sus verdugos susurró: .- Me he puesto en las manos de Dios Todopoderoso. Que la gracia de Él nos asista a todos. Los hombres, en el más completo silencio, un silencio que acongojaba más aún el corazón de la infeliz condesa, se internaban en la espesura del bosque, seguidos por ella. Durante el trayecto, para continuar confortando su espíritu, Genoveva no cesaba de rezar mentalmente, y oprimía con suavidad al niño que llevaba en los brazos y que no conocería la madurez. Por fin la silenciosa comitiva llegó a un pequeño claro del bosque rodeado de corpulentos árboles, lugar con seguridad estipulado por el encargado de la ejecución. Este, cuyo nombre era Conrado, ordenó entonces con tono contundente: .- Deteneos, señora, pues este es el lugar donde debe ejecutarse la sentencia. Obedeció ella, con ojos muy abiertos por el espanto, y entonces, el mismo que antes hablara añadió: .- ¡Arrodillaos! Así lo hizo Genoveva, con piernas temblorosas, comprendiendo que al fin el temido momento había llegado. .- Vamos soldado! ¿Véndale los ojos!- ordenó Roger, apartando la mirada de Genoveva Aproximóse el verdugo, empuñando la lanza, y trató de coger al pequeño Desdichado .- ¡Ahora, dadme a vuestro hijo!- gritó el soldado Pero entonces ella, al sentirse invadida súbitamente por un poder sobrenatural oprimió al niño con más fuerza contra su pecho y, tras elevar sus ojos llenos de lágrimas hacia el cielo, suplicó con ardor: .- ¡Señor, os entrego mi vida si no puede evitarse! ¡Pero no consintais que él sea sacrificado! ¿Salvadle, Dios mío, salvadle! Los ojos de Genoveva buscaron los de Roger, quien, como avergonzado, rehuía la mirada que en otro tiempo había servido .-¡Por favor!- suplicó Genoveva con voz desgarrada- ¡Por lo más quieras Roger…! No me importa morir, pero no consientas que 42

mi hijito sea sacrificado. Intercede por él. ¡Por piedad! ¡No os resultará difícil ocultarle y llevarle junto a mis padres, que cuidarán de él…Te lo suplico Roger…. Temiendo ser débil, Roger gritó con voz estentórea, aunque sin convicción: .- ¿Basta ¡ ¡Dejaos de súplicas y acabemos de una vez! Tales palabras no hicieron mella en Genoveva quien continuaba llorando como si una voz interior le dijera que aún era posible algo parecido a un milagro. .- ¡Acaba ya soldado!- gritó Roger fuera de sí- ¡Cumple la orden! .- ¡No, mi hijito no! Aquel grito desgarrado de Genoveva tuvo la virtud de paralizar el brazo del verdugo. Y entonces la joven, animada por la vehemencia que ella misma no acertaba a comprender pudiera surgirle en medio de su gran debilidad, dijo: .- ¡Escuchadme, os lo ruego! No puedo creer que seáis tan insensibles como para darnos muerte con toda tranquilidad. Ya sé que no hacéis más que cumplir órdenes de un malvado, pero ¿tendréis valor para dar muerte a una inocente criaturita? ¿Qué pecado ha cometido este pobre ángel mío para que tenga que sufrir esta muerte horrenda? ¡Dejadle con vida! Yo no ofreceré resistencia alguna por la mía. Aunque soy inocente no me rebelaré ante la muerte. La sufriré, sumisa, si lo salváis a él. Ya no me importa nada, excepto mi hijo. Matadme, pero respetad su vida. Podéis esconderle en alguna parte y salvarle de esta injusta muerte… Pero ya el brazo del verdugo se levantaba implacable. Y en el último instante, como impulsado por un mandato divino, Roger gritó: .- ¡Espera! El verdugo, sorprendido y desconcertado, se volvió hacia el que había dado la orden. .- ¿Qué es lo que ocurre ahora?- inquirió de mal talante. .- ¿Espera!- repitió de nuevo Roger con voz firme- Esa mujer es inocente, soldado. ¡Es tan inocente como tú y como yo, y tú 43

lo sabes! Sus palabras me han conmovido profundamente, Conrado. Mejor será que accedamos a lo que nos pide y la dejemos vivir. .- ¡Pero Roger! ¿Sabes lo que estás diciendo? ¿Qué haría Golo si se enterara? .- No lo sé. Sólo sé que si alguna cabeza tiene que cortarse, ésta ha de ser la suya. El culpable de todo es él, y tú estás tan convencido como yo. La condesa tiene razón en todo cuanto dice .- Quizá la tenga. Es más, reconozco que yo nunca he creído en su culpabilidad. Pero las órdenes son órdenes y… .- No…no quiero que mi conciencia me atormente durante el resto de mi vida por este horrendo y doble crimen. Además, hay también otros deberes, Conrado, tenlo presente. Recuerda cómo se portó contigo la condesa cuando estuviste enfermo. Siempre fue buena con todos nosotros. Esto no puede olvidarse fácilmente. .- Yo no olvido y daría cualquier cosa por no encontrarme ahora en este bosque, con la orden de cumplir una misión tan repugnante… .- ¡Entonces déjala vivir como pide! .- ¿Cómo es posible hacer esto? Golo se enteraría. Y entonces ¿qué? Serían nuestras cabezas las que rodarían por el suelo. Y, a pesar de todo, me interesa conservar la mía. ¿De qué nos serviría perdonarle la vida si con ello perderíamos la nuestra? .- No la encontrarán. Ella sabrá esconderse .- No sé de qué manera podría vivir en el bosque, sin ayuda de nadie. Y Golo la encontraría, aunque se escondiera en las entrañas de la tierra. Además, tú ya sabes lo que él nos ha exigido antes de partir. .- Sí, ya sé. Que le presentáramos un testimonio inescrutable de su muerte. Roger, quien era el que estaba más interesado en conservar la vida de Genoveva, no cejó en su empeño y prosiguió: .- ¡Matar a mi fiel perro! .- Sé que resultará penoso para ti, pero sólo de este modo el intendente podría tener la seguridad de que ella ha muerto. No se 44

dará cuenta de la superchería. Su conciencia está tan turbada que creerá cuanto le digamos, sin detenerse a considerar nada. El semblante de Conrado, contraído, demostraba la lucha que se libraba en su interior. Sentía mucho afecto por el noble animal y le dolía tener que sacrificarlo. No obstante, las razones de Genoveva primero y ahora las de Roger le impulsaban a aceptar. Al darse cuenta de su indecisión, su compañero prosiguió: .- No vaciles más, Conrado. Comprendo que quieras a ese perro, pues ha sido tu compañero en muchas ocasiones, pero ten presente que la vida de la condesa y la de su hijo, que también es el de nuestro señor, el conde, valen mucho más. Es preciso sacrificar unas u otra. Creo que es la única solución que existe. .- De todos modos es arriesgado. Puede salirnos mal. Y en tal caso…¿qué será de nosotros? .- Perdonar la vida a un inocente es una acción loableinsistió Roger-. Y quien así lo hace nada ha de temer. Ten confianza en Dios. El nos ayudará por nuestra buena acción y nos protegerá, haciendo que ningún daño nos alcance. Por otra parte, sólo de esta, manera podremos vivir en adelante con la conciencia tranquila. No puedes dejar de comprenderlo así y no es posible que tu corazón se muestre insensible a las súplicas de quien, después de todo, es nuestra señora. .- No es que sea insensible a su dolor. Ya cuando entramos en el calabozo me conmovió su aspecto. Pero habíamos recibido unas órdenes y… .- ¿Aún tienes miedo de Golo? ¡No pienses en él! Yo tengo fe en que nada malo nos sucederá. El bien, tarde o temprano, obtiene una recompensa. No lo dudes ni un solo instante. Animado por la confianza que demostraba su compañero, Conrado dióse por vencido al fin y concretó: .- Bien. Estoy dispuesto a aventurarme Tras aproximarse a Genoveva, le hizo prometer que nunca en su vida abandonaría aquellos parajes, los cuales siempre estaban totalmente desiertos. Era un terrible juramento, pues la joven condesa no podía siquiera imaginar de qué manera podrían vivir ella 45

y su tierno hijito en aquella soledad, sin protección de nadie. Pero todo era preferible a perder la vida y, por consiguiente, no vaciló un instante en jurar lo que Conrado deseaba. Por su parte, Roger también juró que no diría a nadie una palabra de cuanto ocurriera aquella noche en el bosque y que no iría jamás a visitar a la condesa a su extraño retiro. Luego, y para tener aún más seguridad, Conrado hizo que la condesa y su hijo se adentraran todavía más en aquellos parajes, para penetrar, pro intrincados caminos, hasta lo más recóndito del bosque. Genoveva estaba rendida. Tantos sufrimientos, y después, tras las ardientes y agotadoras súplicas, aquella larga caminata… Al no poder resistir más, aunque sin dejar por un momento de estrechar a su hijo contra su pecho, dejóse caer al pie de un árbol, sin fuerza ya para continuar adelante. .- Tendremos que dejarla en este lugar- comentó Roger, que fue quien primero se dio cuenta. .- Yo habría querido esconderla más aún, para que fuera del todo imposible que nadie pudiera hallarla, pero ¡qué le vamos a hacer! .- Creo que será suficiente. Nadie se interna hasta este sitio. ¿Por qué tendrían que hacerlo? No son caminos de paso. Dejémosla aquí mismo .- Sí, dejémosla Aproximóse a ella y Conrado le dijo: Aquí os tenemos que dejar, condesa. Mucho desearíamos poder ayudaros en algo más, pero ya nada podemos hacer. .- Ya lo sé, buenos servidores- repuso ella con voz fatigadaTambién yo quisiera tener la compañía de personas nobles en quien pudiese confiar. Pero el cielo ha dispuesto así las cosas y debo acatarlas. Lo principal es que nos hayaís permitido continuar con vida. .- Si, pero ¿qué clase de vida os espera aquí, solos los dos? Es preciso que Dios os ayude especialmente.

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.- Lo hará, estoy segura. El proveerá, como siempre. Nunca nos ha abandonado. Hasta en estos momentos ha permitido que conmoviera vuestro corazón. .- Nunca deseamos vuestra muerte condesa, ni mi compañero, ni yo. Tenedlo presente. .- ¡Tenéis buen corazón y Dios os lo premiará! Rezaré pro vosotros, por vuestra seguridad y vuestra dicha. También nosotros deseamos que Dios os ayude y vele por vuestra vida y la de vuestro hijo- intervino Roger- Que El tenga más compasión de vos de la que han tenido los hombres. Despidiéronse, pues, de ella y se dirigieron al lugar donde habían dejado sujeto al perro. Con pesar, pues era en realidad un noble compañero, sacrificaron al mastín; luego le sacaron los ojos. Y emprendieron el camino de regreso hacia el castillo.

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CAPITULO 12 Roger y Conrado todavía se hallaban en las lindes del bosque cuando tenía lugar en el castillo de Sigfrido una escena insólita, que ellos no podían siquiera imaginar. Dominado por una gran excitación, Golo increpaba a sus criados con voz tronante: .- Pero ¿a qué esperáis? ¡Pronto, mi caballo! ¿He de llegar a tiempo! Atemorizados, los criados corrían de un lugar a otro para tratar de complacer a su amo. El intendente parecía agitado por una extraña inquietud, que parecía dominarle y que hasta entonces nadie había observado en el tirano. .- ¡Diablos! ¿Qué es lo que me ocurre?- murmuró para sí¡De repente mi cabeza se ha llenado de cosas extrañas…! ¡Cosas extrañas que me queman la mente y el corazón, haciéndome ver cuán cruel he sido con esa infeliz mujer…! ¡He ido demasiado lejos…! Cuando uno de los aterrados criados acudió con el caballo, Golo se precipitó como un poseso hacia la montura; hablaba entrecortadamente consigo mismo, ajeno a todo cuanto le rodeaba. .- ¡Debo llegar a tiempo para evitar que la maten…! ¡Debo llegar…!- gritaba con voz ronca, al tiempo que fustigaba con crueldad al animal. Con un insoportable chirriar de goznes y cadenas, el puente levadizo cayó para dar paso a aquel apocalíptico jinete. Su aspecto era realmente sobrecogedor. Y así fue como lo vieron Roger y Conrado. Detuviéronse impresionados al verle de 48

aquel modo. Quedaron como paralizados en el lugar donde se hallaban. .- ¡¡Nuestro amo…!- balbuceó Roger- Estamos perdidos…! ¡Habrá venido a comprobar personalmente si hemos cumplido la orden, sin duda! .- ¡La condesa ya se habrá ocultado en el bosque!- murmuró Conrado, quien parecía más tranquilo- Ten calma, compañero… El intendente había detenido también su montura y, al igual que los dos servidores, permanecía inmóvil. Pero la viva inquietud que se agitaba en su alma asomaba a sus centelleantes ojos. Sus labios temblaron visiblemente al dirigirse a los dos hombres. .- ¿Qué tenéis que decirme? ¿Qué ha sucedido? Roger y Conrado todavía no se habían recobrado de la sorpresa producida por la súbita aparición del intendente y nada atinaron a contestar Después de una larga pausa, que por distintos motivos se hizo insostenible para los tres hombres, Golo acertó a balbucir con voz velada: .- ¿Dónde está? ¡La condesa quiero decir! ¿Qué habéis hecho con ella? .- Señor…señor, hemos cumplido vuestras órdenesmasculló el aterrado Roger .- Así es- añadió Conrado, intentando que su voz sonara firme- Sólo nos disponíamos a comunicaros que las órdenes que nos disteis ya están cumplidas. La condesa y su hijo han muerto. Como prueba de lo que hemos realizado, traemos, como solicitasteis , una prueba del hecho ¡Los ojos de la víctima! Un pavoroso gritó escapó de la garganta de Golo. Roger y Conrado no pudieron evitar el estremecimiento de terror ante aquella inesperada reacción del intendente. Por unos segundos reinó en el bosque el silencio absoluto. Habían enmudecido los pájaros y se habían extinguido los más leves rumores. La voz de Conrado se dejó oír con un extraño timbre al pronunciar las siguientes palabras: 49

.- Hemos cumplido vuestras órdenes al pie de la letra, señor… .- ¡No quiero ver esos ojos! ¡Lleváoslos! ¡Marchaos de aquí! Tras desenvainar la espada, con gran estupor de los hombres, avanzó hacia ellos, quienes retrocedían, asustados, pues temían que hubiera enloquecido. Y entonces le oyeron decir, cada vez más atónitos: .- ¡No quiero oír hablar de esa mujer! ¿Lo oís bien? ¡Nunca más! No la nombréis siquiera en mi presencia. Si alguno de vosotros se atreve a hacerlo hundiré mi espada en su corazón. Para huir del alcance de aquella espada, la cual parecía, efectivamente buscar sus cuerpos para hundirse en ellos, Conrado y Roger salieron con rapidez de aquel lugar, sin lograr comprender aún que el atroz remordimiento experimentado por Golo era lo que le hacía parecer un poseído del demonio. La voz ronca del traidor todavía resonó cierto tiempo en el bosque: .- ¡Fuera! ¡No quiero volver a veros jamás…!” ¡Fuera de este condado, miserables! ¡Marchaos para siempre! Cuando los dos hombres hubieron desaparecido por uno de los senderos del bosque, el intendente envainó de nuevo la espada con un gesto cansado, impropio en él, que siempre obraba con resolución. Tiró de las bridas y, con el caballo al paso, emprendió el regreso al castillo. Aquél no era el Golo temido por todos; era la más evidente imagen de la miseria humana, un hombre moralmente destrozado derrotado. “No puedo comprender lo que me ocurre- se dijo- Antes me pareció que sería un refinado placer vengarme de Genoveva, pero ahora que ha muerto no puedo pensar en ello. Me resulta insoportable. Daría una de mis manos para que lo que se ha llevado a cabo no hubiera sido cumplido. ¡Ahora veo claro que quién se deja arrastrar por las pasiones acaba por hacerse un gran daño a sí mismo!” 50

CAPITULO 13 Cuando vio que los dos hombres se alejaban y la abandonaban irremisiblemente, Genoveva experimentó tal desolación interior, tal miedo, que su debilidad no pudo resistir más y perdió el conocimiento. Durante largo rato, la inconsciencia le permitió descansar su inquietante suerte. Pero luego, poco a poco volvió en sí. Recordó a Berta, quien le había comunicado su sentencia de muerte; luego a los dos hombres que tanto espanto le causaron al principio. Después resultaron compasivos y, gracias aquella bondad oculta bajo tosco aspecto, ella y su hijo estaban todavía con vida. Pero de pronto, al darse cuenta de que no podía esperar la presencia de ningún otro ser humano en aquel alejado lugar, ¡sintióse sola y desamparada! Las nubes habían cubierto casi por completo el firmamento y, el viento había aumentado y ahora rugía de un modo siniestro por entre los árboles. En una de las ramas de aquel en que Genoveva se recostaba silbaba un búho y, no lejos de allí, aullaban los lobos. Se estremeció temerosa, y dijo: .- ¡Ayudadme Señor, en esta espantosa soledad! Os agradezco, Señor, con toda el alma que hayáis salvado mi vida y la de mi hijo. Nos librasteis de aquel hombre perverso y mi gratitud estará siempre con Vos. Pero ahora nos hallamos en un bosque sombrío y se oyen los aullidos de los lobos… Salgo de un peligro y entro en otro. Dios mío, ¿de qué me nos habrá servido escapar de las manos de los hombres si hemos de caer en las garras de las fieras? Pero no, yo sé que no lo permitiréís y en vuestras manos pongo mi 51

vida y la de mi hijo. Bajo vuestra protección ningún daño puede sobrevenirnos. Contando con ella, viviré sin temor.. Después de haber pronunciado esta oración sentóse de nuevo junto al árbol y se apoyó en él. Su hijito estaba despierto pero tranquilo. Sin embargo, era hora de que volviera a dormirse. Y así empezó a mecerle con ternura en su regazo, entonando quedamente las notas de una suave cancioncilla. Poco después, el tierno infante dormía de nuevo. En cuanto a ella, pese al deseo de mantener incólume la fe en Dios, no conseguía evitar que silenciosas lágrimas se deslizaran por sus mejillas. Era una gran prueba aquella a la que estaba sometida y no iba a superarla sin sufrimiento. Su porvenir era tan incierto, su soledad tan completa, que no es extraño que, pese a su enorme confianza en Dios, se sintiera triste. Por otra parte, hacía tiempo que se alimentaba mal y sus fuerzas estaban casi perdidas por completo. De todos modos, intentó serenarse. Y aún cuando no pudo dormir en toda la noche, sintiese paulatinamente más tranquila y esperó que las primeras luces del alba empezaran a colorear el cielo con sus bellos tonos. Pero la esperanza de Genoveva quedó defraudada. La mañana otoñal era sombría y lluviosa. Genoveva, a la luz de aquella claridad menguada, examinaba cuanto había a su alrededor, pero la inspección no le produjo el más leve alivio. El sitio en que se hallaba ofrecía un aspecto salvaje y deprimente; veíanse en el mismo imponentes peñascos, oscuros abetos, matorrales espesos, árboles copudos. El viento se volvía cada vez más frío y pronto comenzaron a descender de lo alto copos de nieve, que se espesaban cada vez más, cayendo implacablemente sobre la aterrida Genoveva y el pobre niño, a quien protegía en su regazo, cuanto le era posible. El llanto del pequeño le producía le efecto de un agudo dardo en el corazón. .- Lloras de hambre ¿verdad hijito? Vamos a ver si desde arriba se divisa algo mejor que todo esto que nos rodea 52

La desdichada madre se puso a buscar, entonces un refugio que pudiera cobijarles. Pero sus esfuerzos resultaron vanos, pues no había ningún árbol cuyo interior pudieran resguardarse, ni roca con cavidad para albergarles. En cuanto al alimento, ninguna fruta encontró, ni nada que pareciera comestible. Invadida por la mayor desesperación, empezó a escarbar en la tierra con sus delicadas manos y consiguió extraer de la misma algunas raíces tiernas, que masticó ella primero, para que, al darlas a su hijo pudiera ingerirlas sin dificultad. Después de andar durante largo rato vio una escarpada peña, que se dispuso a escalar para ver qué había al otro lado de la misma. Lo hizo así y, una vez en lo alto, vio, no muy lejos, un pequeño valle fértil y de agradable aspecto. “Esto parece mucho más acogedor”, pensó Genoveva. Un poco más animada, encaminóse hacia allí y, al hallarse en dicho lugar, descubrió entre la maleza una especie de cueva, en cuyo interior había cabida hasta para tres personas. “De momento, al menos, aquí estaremos más protegidos que en medio del bosqu”, murmuró para sí Genoveva Al lado de la oquedad veíase una cristalina fuente, cuyas transparentes aguas se precipitaban desde lo alto del monte. Junto a aquella fuente elevábanse algunos manzanos, pero en aquella época del año ninguno de sus sabrosos frutos colgaba del árbol. Una espesa enredadera, cuyos frutos eran grandes calabazas, se adhería a la roca y festoneaba las oscuras piedras. Mas no eran frutos comestibles y, por tanto, de nada le sirvieron de momento. .- ¡Dios mío…! ¿Cómo voy a alimentarte, hijo? Al ignorar qué hacer en aquella terrible situación, la desventurada amontonó unas hojas secas que había en la cueva, depositó sobre las mismas al niño y, tras arrodillarse, alzó los ojos al cielo y, con voz en la que a pesar de la angustia latía aún su fe en Dios, oró así: .- ¡Dios mío! Compadécete de esta desgraciada madre y de su desfallecido hijo. Tú que permites comer incluso a los cuervos que vuelan por encima de esta cueva y que no niegas el sustento al 53

más miserable gusano que se arrastra por la tierra, puedes ayudarnos haciendo que, en este desierto, hallemos el alimento preciso para sostenernos. Tú, nuestro Padre, no permitas que perezcamos de hambre. Y así como nos hiciste encontrar esta cueva para guarecernos, nos proporcionarás también el sustento necesario. Poco después de haber formulado Genoveva esta confiada plegaria, las nubes empezaron a desvanecerse y, al instante, el sol lucía alegremente en un cielo despejado y enviaba sus brillantes rayos hacia el interior de la cueva, a la cual vivificaba con su calor. Algo más tarde Genoveva oyó cierto ruido en la enredadera del exterior ¿Qué lo produciría? Algún animal del bosque, sin duda. Por un momento, el temor ensombreció su mirada. ¡Tal vez se aproximaba algún animal salvaje! Con todos sus miembros en tensión, escuchó el rumor de algunas hojas al desprenderse. Pero sus temores se disiparon de inmediato. Se hallaba mirando hacia el umbral de la cueva cuando divisó, con gran asombro suyo, la esbelta figura de una hermosa cierva. .- Por esta vez no se trata de una alimaña feroz…-suspiró aliviada Era evidente que el hermoso animal no había sigo perseguido nunca por ningún cazador, por lo cual no sintió temor alguno de Genoveva cuando la vio. Aquella cueva era su guarida habitual, razón por la cual avanzó segura hacia el interior de la misma.. Tras extender la mano, Genoveva atrevióse a acariciarla y, al notar que el animal aceptaba con naturalidad, y hasta se diría con gusto, sus caricias pensó: “Si pudiéramos utilizar la leche de este animal para nuestro sustento…Tiene las ubres llenas y no veo que le siga ningún cervatillo…” Así era, en efecto, la cierva había perdido hacía poco a su hijito y en nadie empleaba la leche, que llenaba sus ubres a rebosar. Tomó a su hijo y lo colocó bajo una de las ubres de la cierva. El pequeñuelo, que estaba en exceso hambriento, no tardó 54

mucho en coger el pezón con su boquita, ansiosamente, y enseguida se puso a sorber la excelente leche. Genoveva, al ver que él recibía aquel alimento con tanto gusto, junto las manos, conmovida y llena de gratitud para decir: .-¿Oh Dios mío, gracias por esta ayuda! Es triste que una madre deba emplear estos medios para nutrir a su hijo, pero Tú lo quieres así Señor y, como yo confiaba, no nos abandonas. La cierva por su parte, no oponía ningún obstáculo; todo lo contrario, pues estaba dolorida por el exceso de leche desde que un lobo le arrebatara a su cría y, a medida que el niño ingería alimento, ella sentíase aliviada de su malestar. Cuando hubo saciado su apetito, el pequeño quedóse tranquilamente dormido y su madre, tras tomar parte de sus escasas ropas lo envolvió y lo acostó sobre las hojas secas, donde quedaba más protegido del ambiente exterior, que pese al sol, era fresco. Al ver que su hijo estaba bien alimentado y abrigado todo lo posible, creyó llegado el momento de pensar también en sí misma, pues se sentía desfallecida y solo una fuerza superior la sostenía. .- Debo encontrar lo que necesito…¡Debo encontrarlo! Buscó entre las muchas piedras que allá había, una que tuviera un ángulo bastante agudo y, al coger una de las calabazas a las que antes ya aludimos, la partió en dos con dicha piedra y sacó de su interior la pulpa y las semillas. De este modo la calabaza quedó convertida en dos recipientes improvisados, parecidos a dos cuencos de tamaño mediano. Al entrar, encontró a la cierva en actitud completamente pacífica, como si la compañía de aquellos seres, hasta entonces desconocidos, le resultara en absoluto natural. A continuación Genoveva ordeñó al animal y llenó con su buena leche los cuencos hechos con la calabaza.- Si sigues así, traeré hierba para que no tengas que salir a buscarla tú… La cierva parecía comprender las palabras aquellas, o por lo menos el tono cariñoso en que habían sido pronunciadas. 55

La joven, contenta por haber podido hallar aquel inesperado alimento, y al comprender que en aquello, como en todo, mediaba la mano de la Providencia, arrodillóse y, alzando en sus manos una de las mitades de la amarilla calabaza, rebosante de pura leche dijo: .- Señor, recibid mi más ferviente agradecimiento por esta purísima leche que nos habéis proporcionado. Este presente es en verdad providencial, pues significa un verdadero regalo en medio de nuestra angustía y nuestro desamparo. Vos sois quien, de un modo maravilloso, habéis dispuesto que esto suceda así. Fuisteis Vos quien hicisteis que algún pájaro, o algún eremita oculto en estas soledades, sembrara las semillas de calabaza que ahora tanto me han servido. Vos quien me guiasteis hasta esta cueva para que pidiéramos vivir en ella alimentados por este animal, apartando el temor de que mi pequeño y yo pudiéramos morir de hambre. Confío más que nunca en vuestra protección, Señor, y entreveo que me espera un porvenir mucho mejor. Sabré esperar y, si Vos seguís mandándome vuestras bendiciones, como hasta ahora, no me arredrará la crudeza del invierno que se aproxima. Finalizada tan vehemente acción de gracias, llevóse el alimento a los labios. La leche era dulce y espesa, y, después de tan prolongado ayuno y de no haber comido últimamente más que pan negro, le pareció néctar celestial. Pues, en realidad, sólo se aprecia el valor de las cosas cuando se carece de ellas. Después de haber dado otra vez gracias a Dios por aquellas mercedes, levantóse del suelo y salió de la cueva. ¿Qué se proponía hacer?

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CAPITULO 14 Anduvo por el bosque, ya mucho más sosegada y, tras recoger su delantal por los bordes con una mano, fue depositando en él musgo fresco, que iba arrancando de los lugares donde se hallaba. Era preciso preparar para ella y para su hijo una especie de lecho donde pudieran descansar más cómodamente, ya que su estancia allí iba a ser indefinida. Le costó bastante recoger el que creyó suficiente, lo extendió por el suelo de la cueva y lo acondicionó, de modo que sobre el mismo pudieran caber ella y su hijo. No podía compararse, es natural, a una mullida cama, pero era más blando que el duro suelo. En un impulso de ternura se dirigió al pequeño, al tiempo que lo dejaba suavemente sobre el musgo: .- Aquí estarás bien, mi sol, y ya no morirás de hambre, hijo… ¡Ya no morirás de hambre! Después volvió a salir, como un pajarito que fuera fabricando su nido. Recogió hierba fresca para la cierva, que el animal recibió agradecido. Comprendió que la entrada de la cueva estaba demasiado al descubierto y que, cuando soplara el viento, éste penetraría en el interior, sin poderlo impedir, razón por la cual Genoveva decidió buscar una solución a este contratiempo. De modo que, siguiendo una idea fija, fue a buscar ramas blandas, con las cuales confeccionó una especie de cortina silvestre que luego colocó en el umbral del mejor modo que pudo. No impedía la entrada, ya que estaba constituida en su mayor parte por materias blandas, las cuales podían ser apartadas con facilidad; y, por otra parte, así quedaba resguardada la cueva, no 57

sólo del viento sino también del frío, en cierto modo, al permitir que guardara mejor el calor humano. También la cierva contribuía a aumentar el calor del interior, por lo cual Genoveva comprendía cada vez más el servicio que ella, inconscientemente, les prestaba. Sería en verdad una gran amiga para aquellos desamparados. Al fin, fatigada, tanto por las emociones sufridas como por los trabajos manuales que había realizado, Genoveva sentóse en una roca que había en el interior de la cueva y que resultaba a propósito para ello, como si se tratara de un escabel natural. Después del descanso sintiase muy aliviada y dio nuevamente gracias a Dios por haberla librado de aquel atroz calabozo. Cierto es que, a pesar de la ayuda celeste, ignoraba a cuantos peligros estaba expuesta en aquel apartado lugar, lejos de toda ayuda humana, pero al menos aquí no estaría sumida en tinieblas como en la mazmorra; podría ver todos los días el azul del cielo, cuando hiciera buen tiempo, y sentir la caricia del sol, que durante tantos meses estuvo sin gozar. Además, aquel ambiente era incomparablemente mejor para su hipo. Le evitaría todas las incomodidades posibles, pero aunque tuviera que sufrir alguna, por lo menos sus pulmones podrían llenarse de aire fresco y no estarían alterados por la malsana atmósfera del calabozo. Le sería posible corretear por aquellos bosques, cuando ya pudiera andar, en lugar de verse casi totalmente inmovilizado, como ella, en la lóbrega prisión. Por otra parte, había algo que le causaba un inmenso alivio, quizá el más intenso de todos. ¡ ¡Allí, ella no tendría que soportar la presencia de Golo! Ya nunca más escucharía aquellos pasos temidos ni vería abrirse la puerta de la cárcel para dar paso a aquel monstruo, que tan engañado tenía a Sigfrido con su hipocresía. Tampoco habría ya de sentir temor por aquel rostro, cuya expresión le escalofriaba últimamente, ni escuchar aquella voz que parecía detenerle el corazón. De todos modos, y aunque consideraba todas las ventajas que tenía en aquel lugar salvaje, no podía dejar de reconocer 58

también las incertidumbres que, respecto a la vida de ella y a la de su hijo, existían aún. Y por eso, a pesar de todo, no le era posible dejar de experimentar cierto temor. Intentaba sobreponerse a él, sin embargo, al decir que debía confiar totalmente en la Providencia: Entonces murmuró con dulzura: .- Quiero dar comienzo desde este momento a una existencia eremita, y consideraré que la suerte adversa que me ha traído hasta aquí es la cruz que debo llevar. Para seguir tu ejemplo, Señor, la soportaré con paciencia y repetiré a menudo las mismas palabras que dijiste Tú: “Padre, hágase vuestra voluntad y no la mía” Mi sufrimiento terminará alguna vez y, entonces yo también podré repetir: “Todo está consumado”. Permaneció así durante un rato, como en éxtasis, liberada en aquellos momentos de todo temor, suavizada por el bálsamo celeste que se expandía por todo su ser, y después, al sentirse totalmente inundada por la consolación, decidió dormir un poco. El niño reposaba ya sobre el musgo que ella le había preparado con tanta habilidad. Dormía tranquilamente y su regular respiración aumentó aún más el especial bienestar de la madre, quien, procurando no despertarle, tendióse a su lado. No era aquel lecho como aquellos en que durmiera en casa de sus padres y en el castillo de su esposo, más ningún reparó le halló; todo lo contrario. Pronto quedó sumida en un sueño tranquilo y reparador, como no lo disfrutara desde antes de ser encerrada en la prisión. A los pies de ambos, como una fiel compañera, descansada también la noble cierva, que desde aquel día no les abandonó nunca más.

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CAPITULO 15 Desde entonces, Genoveva vivió en aquellas soledades como si fuera realmente un eremita, como había resuelto ser. Transcurría el invierno, que, aunque resultaba algo duro, podían pasarlo mejor gracias a la providencia de Dios, quien demostraba estar a su lado. Con angustia y sufrimiento, Genoveva veía pasar aquellos meses fríos y no dejaba de experimentar incomodidades físicas. Pero estaba resignada a cuanto viniera, y su misma paciencia se lo hacía mucho más llevadero. Al frotar entre sí dos ramas secas. Consiguió producir fuego. .- Con este rudimentario procedimiento, espero proporcionar lumbre para calentarnos y para guisar los frutos silvestres. Cuando los quehaceres del día estaban totalmente realizados, Genoveva, a pesar de su relativo bienestar, experimentaba nostalgia. Al fin humana, no podía dejar de recordar a sus queridos padres, a su esposo, a sus amigos… Era en estos momentos cuando la tristeza amenazaba con alterar su paz. Y, en efecto, era realmente penoso para ella no poder ver a sus padres, que tanto la habían querido y que ahora la llorarían por muerta. ¡Si ellos supieran que estaba en aquel recóndito bosque! Mandarían de inmediato a buscarla, y hasta es posible que ellos mismos, en su anhelo por verla antes, se pusieran también en camino. De pronto, algo vino a turbar el hilo de aquellos melancólicos pensamientos. Un extraño ruido proveniente del exterior de la cueva, había interrumpido el impresionante silencio que la rodeaba. Permaneció inmóvil, atenazada por súbito miedo.

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.- Ha siso junto a la entrada de la cueva…- murmuró con voz helada. Por primera vez, desde que se viera obligada a vivir en semejante soledad, Genoveva sintió miedo. Inquieta, se volvió hacia aquel lugar donde se hallaba el niño. El pequeño dormía plácidamente, ajeno a cualquier posible peligro. La imágen apacible de su hijo inyectó renovado valor a su corazón. Con pasos cautelosos se dirigió hacia la entrada de la cueva. Junto a ella, la cierva se removía inquieta. Genoveva estaba convencida de que, al otro lado del umbral , acechaba un peligro inminente. .- ¡Ánimo, amiguita!- exclamó dirigiéndose a la cierva- Hay que sobreponerse y averiguar qué ha producido ese ruido. Avanzaba apoyada en el animal y, si le hablaba, era con el propósito de autogestionarse y sobreponerse al miedo que la embargaba. Algo espantoso debía hallarse en el exterior, puesto que la cierva se resistía a salir. Genoveva vaciló. Dudaba entre permanecer en el interior de la cueva o decidirse a hacer frente al desconocido peligro. Al fin pudo más este último impulso. Genoveva cruzó el límite de la cueva con paso decidido, y lo que vio fuera la paralizó de puro terror. De su garganta escapó un grito incontenible, al contemplar la gigantesca figura que ante ella alzaba sus patas delanteras y mostraba sus pezuñas armadas de poderosas uñas. Ante la asustada Genoveva, se hallaba un gigantesco ejemplar de oso que, gruñendo de una manera espantosa, se disponía a saltar sobre ella. Era evidente que la fiera debía estar hambrienta, Por lo menos así lo hacían suponer su actitud amenazadora y los terribles gruñidos que dejaba escapar, al tiempo que se dirigía sin vacilar hacia la cueva. Genoveva había retrocedido instintivamente hacia el interior. Tras dominar su terror, la joven cogió una rudimentaria escoba que se había confeccionado días antes y con ella se dispuso a 61

hacer frente al gigantesco oso. Este, sin inmutarse, seguía avanzando implacablemente hacia la su víctima. De repente, la fiera se detuvo para husmear y mirar hacia los lados. Inmóvil en el suelo y empuñando con fuerza el mango de la escoba, Genoveva no apartaba la mirada de ella y espiaba todos sus movimientos. De pronto comprendió, que aquella alimaña se había percatado de la presencia del niño. De súbito habíase esfumado el temor del corazón de Genoveva. De un salto se situó entre la fiera y el lecho del pequeño, dispuesta a no ceder un solo palmo de terreno. .- ¡Mi hijo! ¡Debo salvar a mi hijo…! La actitud de la joven pareció enfurecer todavía más al oso. Pare éste, era un obstáculo que se interponía entre él y la tierna presa que acababa de descubrir. Con decisión, el animal adoptó una actitud radicalmente agresiva y se abalanzó hacia Genoveva. Esta, son heroísmo, avanzó a la vez, y tras concentrar todas sus fuerzas en la escoba, la proyectó con violencia hacia la horrible cabezota del oso. Entonces ocurrió un hecho totalmente fortuito. Con sus poderosas fauces, el oso sujetó la estaca y la rompió. Hecho esto, se abalanzó hacia su desamparada víctima. Genoveva retrocedió espantada y trató de evitar las poderosas garras que buscaban ávidamente su cuerpo. Sin saber cómo, Genoveva se halló fuera de la cueva, perseguida por el enfurecido oso. .-¡Dios mío, dame valor…! ¡Dame valor y fuerza…! Si bien había conseguido apartar momentáneamente a la fiera del lecho de su hijo, el peligro no se había desvanecido. Sabía muy bien que el oso no se contentaría con una sola víctima. Y, aunque así fuera, si ella perecía, ¿qué sería de su pobre hijito? Aturdida aún, pero decidida a vender cara su vida, Genoveva cogió del suelo una gruesa piedra y la levantó con vigor. Si alguien hubiera observado aquella escena no hubiera salido de su asombro, al ver a una frágil y delicada mujer llevar a cabo tal proeza. 62

Con una fuerza insospechada, la joven descargó el trozo de roca sobre la cabeza del oso. Con un gruñido espantoso, la fiera exhaló el último suspiro. Jadeante aún, Genoveva no acertaba a explicarse que ella, una frágil mujer, hubiera sido capaz de dar muerte a aquella horrenda fiera. Al contemplarla a sus pies, con el cráneo aplastado, la joven creía hallarse sumida en una pesadilla. .- ¡Cielos! Nunca imaginé que yo hubiera podido ser capaz de esto Con dulzura, Genoveva acarició a la cierva y le dijo quedamente: .- Se me ocurre que ahora, amiguita, mi hijo y yo vamos a tener una excelente prenda de abrigo. Y así fue, en efecto. Aquel mismo día, Genoveva desolló al oso y, tras someter su piel a una larga operación de secado, obtuvo un excelente abrigo para ambos. Al reflexionar sobre la terrible escena vivida, Genoveva supo que Dios nunca nos abandona y está continuamente a nuestro lado, aunque nos encontremos en un apartado desierto. Así fue aprendiendo, poco a poco, a poner su vida entera y la de su hijito en manos del Regidor Universal y a ir venciendo los temores que de vez en cuando la asaltaban.

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CAPITULO 16 Cuando, ya nuevamente en la primavera, el sol penetraba en la cueva, que a ratos dejaba con la silvestre cortina levantada, y la alegraba con su luz y la calentaba con sus rayos, Genoveva, en un éxtasis agradecido, acostumbraba a exclamar: .- ¡Oh, Dios mío! También el sol representa para mí un ejemplo viviente de vuestro poder y de la bondad que profesáis a los humanos. Ya que Jesucristo nos dijo: “Mi padre celestial hace brillar el sol sobre los buenos y los malos” Y yo desearía ahora que mi amor hacia el prójimo fuera como ese sol y que me fuese dado hacer el bien, incluso a mis propios enemigos. Tales confortaciones, no obstante, no bastaban para alejar de ella por completo todo temor, pues al ser naturaleza humana experimentaba miedo, desconfianza, tristeza… Temía, ante todo, que algún día llegara a faltarles a ella y a su hijo el sustento, que duramente conseguía a veces y que siempre consistía en las cosas más primitivas. Al pensar en esto, la melancolía amenazaba con invadir su corazón, pero luchaba contra la misma, intentando reanimar su fe por todos los medios. En una ocasión, habiéndose despertado al amanecer y al oír fuera provenientes del bosque, los alegres trinos de los pajaritos escondidos en los frondosos árboles, sintió que aquel canto daba optimismo a su ánimo y exclamó: .- Estos pequeños seres cantan con alegría porque se sienten libres. Yo tendría que experimentar un contento semejante pues Jesús mismo dijo: “ Mirad las aves del cielo, ellas no siembran ni siegan, ni almacenan en sus graneros, y, sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿Creeis que El no os ama a vosotros más que a ellas?” 64

Y dichas estas palabras, que la confortaban hondamente, Genoveva dirigióse a Dios para añadir: .- Estoy segura Dios mío, de que Vos nos amáis todavía más que a estos pájaros y, al creerlo así, yo tendría que estar más alegre que ellos y habría de expresar tal dicha con cantos, en lugar de ponerme triste por no poder sembar grano, ni plantar tallo, ni almacenar gavilla. Fijándose de nuevo en las lindas florecillas del valle, que ponían en él su pintoresca nota de colores, continuaba diciendo: .- Bonitas flores. Vuestra hermosura, vuestras formas variadas, la minuciosidad con que estáis hechas me hace recordar una vez más la grandeza de Aquel que no sólo construye las cosas grandes sino que, incluso, se entretiene gentilmente en confeccionaros a vosotras con toda delicadeza. Y pienso que si Dios está en vosotras que sois diminutas, ¡cómo no ha de estar en mí para sostenerme siempre! Y al recordar de nuevo las frases del Evangelio, que eran por entonces su meditación cotidiana, agregó: .- Jesús os aludía cuando dijo: “Ved los lirios y otras flores de los campos. No trabajan ni hilan. Y, sin embargo, yo os digo que ni Salomón en toda su magnificencia se vistió como una de ellas. Si Dios viste de este modo estos verdes campos, ¿no hará igual con vosotros, hombres de poca fe? Llegó el verano y poco a poco, el calor fue haciéndose insoportable. La cueva donde ellos se guarecían era bastante fresca, pero, a pesar de ello, en aquellas horas tórridas ni siquiera aquel sitio se libraba del pesado bochorno, que penetraba incluso a través de las piedras. Entonces, sin poder soportar más, Genoveva salía de la misma y dirgíase hacia el cercano manantial, para calmar su abrasadora sed con el agua clara y fresca que de él manaba. Era siempre fluyente y Genoveva, comprendiéndolo así, a pesar de las incomodidades y privaciones que debía soportar, daba gracias a Dios por aquel alivio. 65

En las largas noches pobladas de estrellas no podía evitar sentirse nostálgica. .- Cada vez me acuerdo más de mis padres- murmuraba a menudo- A esta altura sabrán todo lo ocurrido y me creerán muerta…¿ Y mi esposo? ¡Dios mío! ¿Habrá regresado de la guerra? ¿Sabrá ya que soy inocente? Otras veces sentábase sobre la hierba del campo y se absorbía en la contemplación de cuanto le rodeaba. Aquellos enormes peñascos que se alzaban cerca de allí, dominando el conjunto, le habían parecido muy impresionantes al principio. Las oscuras e imponentes piedras le recordaban de un modo siniestro las de su propio calabozo, y no podía contemplarlas sin experimentar angustia. Pero, de todas maneras, había algo que le producía más placer y la dejaba más maravillada que todo lo demás. Era el crecimiento de su hijo, al que dedicaba la mayor parte de las horas. Ni el brillante sol de verano, ni las bellas florees de la primavera, ni los suaves colores del paisaje otoñal, ni la contemplación del extenso manto de nieve en invierno producían en ella tal impresión como la de ver de qué manera, día a día, aquel pequeño ser se iba desarrollando, pese a los escasos medios con que contaba. Cuando los días eran tíbios y serenos sacaba a pasear al niño por los alrededores de la cueva, y allí, bajo el azul del firmamento, mientras la cierva, que les acompañaba pacía tranquilamente la fresca hierba de los prados, ella paseaba al pequeño y le hablaba con ternura, con frases dictadas por su amor maternal y que le niño, es natural, no podía comprender aún. Si, instintivamente, el pequeño le rodeaba el cuello con sus tiernos bracitos y le sonreía; Genoveva notaba cómo aquella caricia y aquella sonrisa bastaban para alegrar de inmediato aquella soledad y para disipar cualquier sombra de tristeza o temor que en esos momentos embargaran su ánimo. Entonces, tenía la impresión de que cuanto había a su alrededor brillaba como si fuera de oro. Las flores le parecían gemas de maravillosos colores, y las gotas de rocío, que hubieran quedado 66

en alguna planta, se le antojaban valiosos diamantes. El amor maternal le producía verdaderos éxtasis, muy consoladores en aquella penosa situación suya, pero como siempre que algo conmovía su corazón, la gratitud hacia Dios se elevaba desde el interior como una espiral refulgente. Y en tales ocasiones, Genoveva, en lugar de guardar egoístamente la placentera sensación, se arrodillaba y, estrechando con amor a su hijito contra el pecho, murmuraba: .- ¿Cómo podría demostaros Señor, mi agradecimiento, por haber salvado la vida de mi hijo, que es ahora mi consuelo y mi gloria? ¿Puede existir en el mundo una felicidad, un consuelo o una distracción más pura y variada que la que me proporciona este pequeñuelo en mi soledad? Dirigid vuestra mirada, Dios mío, sobre éste, mi muy amado hijo, y haced que vaya creciendo y desarrollándose con salud, como hasta ahora. Observad la serenidad que tiene su semblante y la dulzura que se advierte en sus mejillas. Mirad qué rosadas son sus inocentes mejillas y qué limpia su frente, adornada por los rizados cabellos. ¡Con qué tranquila confianza descansa sobre mi pecho! Al recordar de nuevo el Evangelio, cuando Jesús se refiere a los niños, continuaba diciendo: .- Cuan cierto es lo que dijo Jesús al afirmar: “Si no os haceis como niños no entraréis en el reino de los cielos ”¡Ojalá todos los seres humanos se volvieran puros como este niño, superando el mal, el orgullo, la envidia, todos esos defectos que les impiden unificarse con Dios! Si esto pudiera ser así, podríamos gozar un poco en esta vida de la bienaventuranza de los cielos y nos sentiríamos tan dichosos como ahora lo es él en mis brazos. No temeríamos tampoco a la muerte, pues la aguardaríamos con la paz y la complacencia que proporciona al alma la satisfacción del deber cumplido. Hallaba Genoveva un gran consuelo al elevar su corazón hacia Jesús, que parecía responder a sus constantes plegarias prodigándoles inefables consuelos. Y al recordar con heroica vida, sus grandes sufrimientos, su indescriptible amor a la humanidad, por 67

la que había muerto, encontraba más llevadera su propia pena y, a pesar de los padecimientos que innegablemente sufría, experimentaba un goce interior elevadísimo.

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CAPITULO 17 De la misma manera que a veces en el valle se ve crecer una hermosa flor rodeada de maleza y abrojos, así crecía el hijo de Genoveva, y su delicada belleza contrastaba grandemente con el salvaje aspecto de aquel ligar en que vivían. Se había desarrollado bastante y ahora correteaba ya con alegría, juguetón, por la cueva y el bosque circundante. Pero una cosa preocupa a Genoveva: .- ¡Cuantos deseos siento de huir de esta soledad! ¡Que este hijo mío conociera a otros niños y que yo misma pudiera hablar con seres humanos! Pero no es posible… Jamás debo romper la promesa hecha a Roger y al soldado, que fueron quienes me salvaron. A ellos debo la vida y no puedo poner la suya en peligro. No obstante, y a pesar de los consuelos espirituales que con tanta frecuencia experimentaba, sentía a veces el deseo de visitar una iglesia y, al verse en absoluto imposibilitada de poder lograrlo, lamentábase con el corazón lleno de tristeza: .- ¡Cuánto me gustaría poder unir mi corazón a los de una multitud de fieles, arrodillados ante la majestad de Dios, y escuchar fervorosamente la palabra de sus ministros, entonando himnos de alabanza al Creador! ¡Qué gozo experimentaría si pudiese oír el tañido de una campana y de qué modo tal sonido reanimaría mi amargo corazón! Notaba entonces cómo el desconsuelo invadía poco a poco su ánimo y, antes de que se apoderara de él por completo, haciendole desfallecer, reaccionaba con firmeza y ella misma se consolaba al decirse: 69

.- Pero ¿por qué me lamento de no poder hallarme en una iglesia? ¿No es toda la Creación el inmenso templo de Dios? El está en todas partes. En la tierra que me sostiene y en el cielo que me cobija. En las ciudades y en estos bosques. Y, por tanto, allí donde está Él se encuentra también su iglesia . Y todos los corazones que laten y suspiran por Dios son altares vivientes en este templo inmenso. Si, incluso mi corazón, en este lugar desolado. Y puesto que es así, me resigno y sea este valle en que habito un templo para mí y mi interior, un humilde pero ferviente altar. Desde que hiciera tales reflexiones, Genoveva no podía ver un árbol, una roca o cualquier cosa, por insignificante que fuera, que no le inspirase admiración hacia Dios. Lo más nimio le daba ocasión de elevar su alma hacia el Creador en devotísimas oraciones, y tal devoción era la que matizaba agradablemente su vida, que de otro modo le habría resultado casi insoportable. Y durante las crudas jornadas de invierno, cuando apenas abandonaba la cueva para buscar sustento, que en lo posible trataba de recoger en el buen tiempo, se arrodillaba frente a una tosca cruz, que había construido con una rama partida, y permanecía frente a ella largas horas para rezar y meditar. Su inquebrantable fe le permitió, de este modo, superar todos sus temores. El miedo, la desconfianza y la melancolía habían sido sus únicas sensaciones al enfrentarse con esta nueva vida; pero poco a poco la contemplación de la naturaleza le había permitido recuperarse, dado que en ella descubría a cada paso a su Creador, y esto le proporcionaba una inmensa paz interior Al llegar el otoño se cumplió un año de su permanencia en aquellos lugares. El pequeño Desdichado iniciaba sus primeros pasos. Un día Genoveva lo tomó en brazos y exclamó con cierta preocupación: .- Bueno hijito! ¿Y cómo voy a vestirte para el próximo invierno? ¡Has crecido muchísimo! Genoveva miró en derredor, para buscar una solución que pidiera sugerirle el inhóspito mundo que le rodeaba. .- En realidad esto me está preocupando mucho, hijo mío… 70

Dejó al pequeño en el lecho y con lento paso se dirigió hacia la entrada de la cueva. Tristemente observó el exterior. La luz gris de la tarde y una ligera brisa, que la hizo estremecer, preludidiaban el próximo invierno. .- No puedo hacerle un vestido de la piel de soso- pensóporque entonces estropearíamos la única prenda de abrigo de que disponemos para nuestro jergón… De pronto un brusco ruido de hojarasca la sacó de sus reflexiones. Genoveva aguzó los cinco sentidos para tratar de descubrir la causa. Y poco tardó en hacerlo. .- ¡Oh, nop…! ¡No!. Delante de la joven apareció un lobo que sotenía en sus fauces a un cervatillo. .- ¡Se dispone a devorarlo! Ante la inesperada presencia de la mujer, la alimaña quedó indecisa y soltó la pieza aunque sin retirarse. Al causarle horror la escena, intentó alejar al lobo y lo consiguió al fin. .- ¡Fuera! ¡Fuera!- gritaba Genoveva empuñando una gruesa estaca, mientras el lobo se alejaba con el rabo entre las patas. Poco después, cuando hubo desaparecido la alimaña, Genoveva se dirigió hacia el lugar donde yacía el cervatillo. Una ojeada le bastó para comprobar que el animal estaba muerto. .- Ha sido providencial…-exclamó para sí- ¡Con la piel de este cervatillo le haré un vestido a Desdichado! Pena le daba despojar al cervatillo de su piel, a pesar de que ya no podía devolverle la vida, pero, al recordar la casi desnudez de su hijito, se armó nuevamente de valor y extrajo la blanca piel del animalito. Entonces se dirigió hacia el manantial que había junto a la cueva, lavó bien dicha piel y la puso a secar luego al sol. Cuando la tuvo así preparada, confeccionó como pudo una especie de vestido para su hijito. .- ¿Qué te parece hijo? 71

Pero no podía cubrirle por entero y así parecía, en cierto modo, como un pequeño San Juan Bautista. Ofrecía un lindo aspecto, ya que, a pesar de alimentarse sólo de hierbas, raíces, algunas frutas silvestres y leche gozaba de muy buena salud, con gran satisfacción de la pobre madre, quien al menos tenía algún consuelo. Paulatinamente su inteligencia íbase desarrollando. Empezaba a distinguir, por sus colores y formas, las cosas que le rodeaban, y a comprender y repetir las palabras que su madre le dirigía. Grande era la satisfacción de Genoveva al escuchar los primeros balbuceos de su pequeño. ¡Hacía tiempo que no habia escuchado ninguna voz humana! Y su contento llegó hasta un límite inexpresabe, cuando en un momento determinado, inesperadamente los labios del niño se abrieron para murmurar con torpeza: .- Mamá… Esta bella escena aconteció a comienzo de invierno y, desde entonces, la madre pasaba cada vez más tiempo con su hijo. En las horas crudas permanecían en el interior de la cueva, siempre en compañía de la fiel cierva, que hacía a la pobre mujer más llevadera su soledad, y, cuando el tibio sol permitía los paseos al exterior, salía con él, a quien iba enseñando los nombres de cuantas cosas se ofrecían a su mirada. Le hablaba del sol y de las rocas, de las hierbas y de los árboles, del musgo que cubría los corpulentos árboles y de los insectos que hallaban en su camino. Todo servía a la madrecita para iniciar a Desdichado en cuanto le era conveniente saber. De esta manera, pronto advirtió que la criatura demostraba singular inteligencia, y un cerebro muy vivaz y despierto. Por otra parte, comenzó a comprobar cuánto era el amor que el niño le profesaba, lo cual llenó su corazón de inmensa alegría. Cada día le traía nuestras sorpresas respecto a él, siempre gozosas y tenía la impresión de que en su desolada existencia se abría una nueva fase más dichosa y esperanzadora. 72

CAPITULO 18 A finales de invierno, el pequeño cayó enfermo. No era algo grave, sino más bien una dolencia propia de la cruda estación, pero Genoveva temió a veces por la vida del que ahora era su único amor humano. Sin orientación, ni más medicina que algunas hierbas que ella conocía y que se hallaban en aquel lugar, como en otros muchos sitios, encontrábase perdida en ciertos momentos. Muchas horas permaneció aquel invierno en el interior de la cueva, cuidando al niño, pues sólo se alejaba de él para ir en busca de lo necesario. Pero al llegar la primavera, todo cambió. El rosado color que antes tuviera volvió a las mejillas del pequeñuelo y, poco a poco, fue recobrando la salud. Cuando Genoveva vio que estaba completamente repuesto, comprendió que debía empezar a sacarle de paseo. Era hermosa aquella mañana que había escogido para el caso, pues el sol brillaba con alegría sobre todas las cosas, y Genoveva llevó a su hijo a pasear por el valle, para que pudiera respirar el aire puro después de aquel largo y obligado encierro. Flores de maravillosos colores veíanse de nuevo por todas partes, y el niño, quien veía aquella maravilla por primera vez desde que su inteligencia estaba despierta, quedó gratamente impresionado. .- ¡Mamá! ¿Qué es todo esto que estoy viendo? Ha cambiado mucho desde la otra vez…Ahora me parece todo mucho más bonito. El valle era todo blanco cuando yo lo vi… .- Es porque había nieve, hijo mío- repuso la madre, contenta de poder darle aquellas instructivas explicaciones-. La nieve sólo cae en invierno, cuando hace mucho frío, y ahora estamos en primavera.

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.- ¡Mira, mamá! Los árboles, que parecían tan tristes, y sólo tenían ramas secas, ahora son también verdes y tienen muchas hojitas… .- Es que ahora reviven. Han salido del letargo del invierno y se embellecen así. Todo se alegra en primavera. - Es verdad. Hasta parece que el sol está más alegre. Cuando toca la piel se va el frío. .- El sol es una de las maravillas que Dios nos ofrece, pequeño. Los días son hermosos en este tiempo. Es la estación más risueña del año.

- Genoveva le mostró las flores, las cuales maravillaban al pequeño. Luego le condujo hasta un bosquecillo que había en el fondo del valle y, al llegar allí, se detuvo.

- .- ¿No oyes unos cantos deliciosos?- le preguntó - El niño se puso a escuchar con atención y, por primera vez, llegó a sus oídos el gorjeo de muchos pajaritos que cantaban armoniosamente.

- .- Sí, los oigo, mamá… Pero ¿Qué es eso tan bonito? Se oyen de todas partes. En el monte, en los árboles, junto a la fuente….

- .-

Estos pequeños seres se llaman pajaritos. Y son ellos quienes cantan de ese modo tan agradable.

- .-¡Oh

mamá! ¡Cuánto me gustan! ¡Y cantan muy bien! Mucho mejor que aquellos animales que me dijiste que eran cuervos.

- Genoveva rió la inocencia del pequeño. .- Aquellos no cantan, hijo mío, graznan. Y comprendo que no te gusten, pues los pobres son feos, en verdad. Los pajaritos, en cambio, todos son lindos.

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- .- Sí que lo son, y estoy muy sorprendido. ¿De donde ha salido todo esto? ¿Lo has hecho tú para mí? Pero ¿cómo? Si casi todo el invierno has estado conmigo dentro de la cueva

- ,. Ya te expliqué, durante el invierno, que tenemos en el cielo a un Padre que vela por nosotros.

- .- Si, ya me lo dijiste. Pero ¿dónde está? - .- Ahora no podemos verle. Pero este Padre, quien se llama Dios, es quien lo ha creado todo. El sol, la luna, las estrellas…Y todo cuanto nos rodea. Los árboles, las piedras, las raíces con las que nos alimentamos, la cierva que nos hace compañía…

- .- ¿Y también los pajarítos y los cuervos? - .- Sí, también los pajaritos. Y los cuervos. Cada cosa tiene su utilidad, y El lo ha creado todo para que podamos utilizarlo y sentir placer con ello.

- .- ¡Oh, que bueno es Dios! Y debe ser muy listo para poder hacer todo esto.

- Genoveva no pudo menos que sonreir ante aquella ingenua observación.

- Aquel

anochecer fue muy hermoso para Desdichado, a quien en realidad no cuadraba el nombre en tales momentos, que ya que se sentía completamente dichoso. Fue recordando todas las cosas nuevas que había contemplado y, cuando se durmió al fin, una suave sonrisa entreabría sus labios.

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CAPITULO 19 Ahora volvamos atrás en el relato, con el fin de explicar la reacción que tuvo el conde Sigfrido al conocer por Golo, la suerte corrida por su esposa. El estado de ánimo de Sigfrido no pasaba inadvertido, ni siquiera para el último de sus soldados. .- ¿Dónde está el conde?- inquirió uno de los hombres, dirigiéndose a un compañero- Hace días que no le he visto… El otro encogió de hombros y, con expresión resignada dijo. .- En su tienda, con su fiel escudero Wolf. ¡A vueltas con lo mismo! .- Como no acabe por olvidare su drama personal, me temo que pierda la razón el desgraciado… .- ¿Y qué quieres? Al fin y al cabo se trata de su propia esposa… ¡Y estoy seguro de que, en el fondo, está convencido de su inocencia! Pues así era. A pesar de ser bueno, tenía un temperamento fogoso e impulsivo, razón por la cual el grave comportamiento de su esposa había despertado en él gran cólera. Al creer las mentiras de su intendente, sin detenerse siquiera a reflexionar, firmó de inmediato la orden de condena de Genoveva; dicha orden fue enviada al castillo por el mismo emisario que le trajera la misiva de Golo. El escudero de Sigfrido, el fiel Wolf, no sólo ocupaba tal cargo cerca de el, sino que, además de cumplir sus obligaciones del mismo, sentía gran aprecio por el conde, quien le consideraba como 76

un verdadero amigo. Eran antiguos compañeros de armas, y Sigfrido tenía en él a un consejero insustituible en los momentos difíciles. .- Disculpad, mi señor- comentaba Wolf, dirigiéndose al conde- pero creo que es hora de que olvidéis… .- Mi buen amigo, ¿crees que es tan fácil? El indigno comportamiento de su esposa, a la que tanto amaba, le había dejado sumamente abatido, pues nunca había esperado tal conducta de aquella muchacha que siempre le pareciera tan noble .- Tanto en la tregua como en el combate- prosiguió el conde-su rostro se muestra ante mí como una obsesión, Wolf… ¡Y veo a Golo en torno a todos estos oscuros acontecimientos! ¡Le veo con ojos distintos a como siempre le vi! .- Conocéis mi opinión al respecto, señor- Creo que Golo os mintió, sabe Dios con qué fines…Y vos os dejasteis llevar por el coraje provocado por ese infundio. Golo, merced a sus lisonjas y adulaciones, se ha hecho dueño de vuestra confianza. Es muy ducho en estos asuntos, como muchas veces comprobé. Disculpad, señor, la franqueza con que os hablo, pero ahora más que el escudero y servidor vuestro, me siento el amigo leal en quien siempre habéis confiado. Yo os digo la verdad señor, mientras que Golo, para congraciarse con vos, siempre ha falseado las cosas, sin contradeciros jamás en nada y alabándoos en todo momento. No es que no seáis digno de alabanza, pero permitid que os aconseje desconfiéis de aquellos que en todo momento os dan la razón y os lisonjean. Decidme ¿he traicionado jamás la confianza que habéis puesto en mi? .- Nunca Wolf y más te considero amigo que servidor, lo que siempre te he demostrado .- Pues por esta amistad os ruego que aceptéis mis palabras; aquel que os dice la verdad, aunque sea a veces desagradable, es vuestro amigo sincero. Y por la lealtad que siempre os he demostrado, os hago ahora un ruego ferviente. ¡Revocad esta sentencia antes de que sea demasiado tarde! 77

El conde nada contestó. Una lucha atroz tenía lugar en su interior y, al darse cuenta de ello, el fiel servidor agregó: .- ¿Cómo es posible, señor conde, que os dejarais arrastrar por la cólera hasta tal extremo? ¿No os parecía un crimen horrible condenar al último de vuestros vasallos, sin antes haber escuchado la defensa que de él mismo pudiera hacer? En cambio habéis condenado a vuestra esposa, verdadera imagen de la pureza y de la rectitud, sin haberle dado la oportunidad de que pudiese contradecir las acusaciones de Golo. Señor, no toméis a mal mis palabras, que son dictadas por el gran afecto que siento hacia vos. En adelante tened cuidado en reprimir vuestros arrebatos de ira, que tanto desdicen de vuestra gran bondad, pues ya veis hasta qué extremos pueden llevaros. Por lo que se refiere al horrible caso que nos ocupa, temo que ya no haya nada que hacer. Hablé de revocación, pero si Golo es culpable, como imagino, se habrá apresurado a cumplir vuestra funesta orden. Sigfrido tuvo que confesar, apesadumbrado, que había obrado con excesiva precipitación en aquel grave caso. Pero, por otra parte, no estaba convencido de la inocencia de Genoveva. Continuaba luchando en su interior respecto a quién era el culpable de aquella horrorosa situación. Si el intendente Golo o su esposa. Repentinamente la conversación fue interrumpida por la presencia de un agitado mensajero .- ¡Disculpas, conde Sigfrido…-exclamó el recién llegado, con voz jadeante- ¡Tengo orden de advertiros que mañana se dará la batalla final contra el infiel! Sigfrido abandonó de prisa la tienda de campaña y se precipitó al exterior. Reunió en torno a sus hombres e impartió con voz segura las órdenes que debían dar forma a los preparativos precedentes al combate. Wolf, como uno de sus más allegados, le escuchaba con atención; comprendía que el conde había olvidado momentáneamente sus problemas particular, para concentrarse en los más urgentes del combate decisivo que debía librarse al día siguiente. 78

Al amanecer los ejércitos cristianos se pusieron en marcha. Los hombres avanzaban enardecidos, poseedores de una victoria que sabían segura mediante la ayuda de dios, cuya fe era inquebrantable en sus corazones. Poco tardó en tener lugar el terrible y feroz encuentro. El aire se llenó con el fragor del entrechocar de metales. Las roncas voces de los guerreros se confundían con los gritos de los heridos. Por un momento, la victoria resultó confusa para ambas partes. Al valor y a la fe de los cristianos se oponía el obstinado fanatismo de los árabes. Pero gracias a la pericia y a la sangre fría de Sigfrido, el peso de la balanza no tardó en decidirse a favor de los cristianos. Un suspiro de alivio se escapó del pecho del conde. Y entonces Sigfrido se volvió hacia su fiel escudero y le dijo con voz velada por la emoción: .- ¡Cuando esto termine, irás tú a mi condado y averiguarás si Golo cumplió realmente su terrible sentencia! Con gesto solemne, Wolf asintió. Pero en el interior del fiel escudero, la amargura y la tristeza se habían afincado de tal manera que ni siquiera el fragor de la batalla lograba disiparlas. Wolf temía que lo peor ya hubiera tenido lugar y que la decisión tomada ahora por el conde llegaría demasiado tarde. En una de las arremetidas, Sigfrido gritó a su escudero: .- ¡Tengo la secreta esperanza de que, a pesar de todo, mi intendente no llevó a cabo lo que las leyes del condado prescriben! Nada contestó Wolf. En aquellos momentos pensaba que el optimismo de su señor era demasiado desmedido, y él, sin lugar a dudas no opinaba lo mismo. Pero ya, el feroz combate había entrado en una fase de tal dureza que incluso Wolf, tan afectado por la triste suerte de su señora, no tuvo otro pensamiento que el que exigía la violencia de la lucha. La batalla fue singularmente dura. Pero todo llega a su fin. Y así, los extenuados soldados cristianos vieron con gran alivio cómo los sarracenos se batían en franca retirada. 79

Todos los corazones estaban henchidos por la alegría que proporciona la victoria. Sólo el rostro del conde Sigfrido permanecía velado por la tristeza. Aquella grandiosa victoria nada significaba para él. En su corazón se hallaba cobijado con tenacidad el peso de una derrota insuperable, cuyas consecuencias sufría su atormentado espíritu. Wolf le observaba con tristeza. De pronto, el conde exclamó con determinación: .- ¡Mañana viajarás a mi castillo, Wolf! Ya no puedo más … Creo que si Golo cumplió su sentencia…¡Me volveré loco! ¿Cómo no fui capaz de enviarte allí, en el mismo instante de conocer la pena a la que mi esposa fue condenada…? .- Porque os hallabais consternado bajo los efectos de la noticia mi señor…¡Y no visteis otra cosa que la supuesta culpabilidad de la condesa, vuestra esposa… Sigfrido agradecía la piedad que observaba en la actitud de Wolf. En verdad, era aquella una prueba de amistad. Pero en nada podía tranquilizar su conciencia. Tristemente, los dos jinetes emprendieron el regreso en silencio, luchando contra la angustia que los dominaba.

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CAPITULO 20 Durante el tiempo que el emisario tardó en ir y volver, Sigfrido se hallaba invadido por la mayor angustia e intranquilidad. Día a día éstas iban en aumento, hasta llegar a hacerse insoportables. Paulatinamente, habíase inclinado a creer en la inocencia de Genoveva, al desaparecer de él la ira que le dominara. Pero no podía llegar a comprender que