Friedrich Nietzsche

Friedrich Nietzsche: Sobre el arte y la belleza Escrito por Elena Cué Publicado: 16 Febrero 2017 Acaba de publicarse por

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Friedrich Nietzsche: Sobre el arte y la belleza Escrito por Elena Cué Publicado: 16 Febrero 2017 Acaba de publicarse por la Editorial Tecnos, el último de los volúmenes de las obras completas en castellano, del filósofo alemán Friedrich Nietzsche (1844, 1900), al cuidado del catedrático de filosofía Diego Sanchez Meca. Con este motivo, y para acercarnos a sus escritos, en una conversación ficticia, abordamos su pensamiento sobre el arte y la belleza. ¿Qué es necesario para que se produzca el arte? Para que haya arte, para que haya algún hacer y contemplar estéticos, resulta indispensable una condición fisiológica previa: la embriaguez. La embriaguez tiene que haber intensificado primero la excitabilidad de la máquina entera: antes de esto no se da arte ninguno. Tenemos arte para no morir de la verdad. ¿ Tan trágica es la vida que necesitamos el embellecimiento del arte? El arte pone un velo sobre la realidad; produce cierta artificiosidad y cierta impureza en el pensamiento; con la sombra que proyecta sobre el pensamiento, unas veces esconde y otras revela. Pero igual que la sombra es necesaria para embellecer, así lo «oscuro» es necesario para aclarar. Y de este modo el arte hace soportable la visión de la vida porque pone sobre ella el velo del pensamiento impuro. ¿El arte mitiga el sufrimiento? Llama la atención cómo los griegos rodeaban deliberadamente su vida de mentiras. Y es que la seriedad les resultaba demasiado conocida como dolor, y ellos sabían que sólo mediante el arte la misma miseria podía convertirse en goce. Como castigo por esta forma de pensar, los griegos se volvieron tan apegados al gusto de fábula que en la vida cotidiana les resultaba difícil mantenerse libres de mentira y ficción; del mismo modo que todos los pueblos de poetas y artistas tienen un gusto parecido por la mentira junto a la inocencia en ejercerla. ¿Entonces los artistas intentan alegrar la vida de los hombres? En realidad, sobre sus medios de alegrar la vida hay que señalar algún inconveniente: sólo tranquilizan y sanan provisionalmente, sólo por un momento, e incluso frenan a los hombres en el trabajar en un mejoramiento real de sus condiciones de vida, superando y descargando con paliativos justamente la pasión de los insatisfechos, de aquellos que empujan a la acción. Usted no ha sido ajeno al dolor y al sufrimiento, ¿no es así? No hay razón para buscar el sufrimiento, pero si éste llega y trata de meterse en tu vida, no temas; míralo a la cara y con la frente bien levantada. Quien ha sufrido profundamente, tiene una soberbia y un hastío intelectuales, y se siente impregnado y como coloreado por una estremecedora certeza: la de que, debido a su sufrimiento, sabe más de lo que pueden saber los más inteligentes y eruditos; la de estar familiarizado con muchos mundos lejanos y terribles en los que ha “habitado”, y que nadie más conoce. Esa soberbia intelectual y solemne del que sufre, ese orgullo de quien ha sido elegido por el sufrimiento, del “iniciado”, del que casi es una víctima propiciatoria, necesita todo tipo de disfraces para protegerse del contacto de manos importunas y compasivas, y, en general, de todo aquel que no le iguala en sufrimiento. El dolor profundo nos ennoblece y nos separa de los demás. No se puede hablar de arte sin hablar de la belleza, ¿qué destacaría de ella? Que la especie más noble de belleza no es la que irrumpe y atrapa de manera inmediata, la de los ataques tempestuosos y embriagadores (que fácilmente suscita náusea), sino la que penetra lentamente, aquella que uno se lleva consigo casi sin darse cuenta y que un día se nos aparece en sueños; aquella que, al final, tras haber estado mucho tiempo y con modestia en nuestro corazón, se adueña por entero de nosotros, nos llena de lágrimas los ojos y el corazón de anhelo. ¿Qué anhelamos al mirar la belleza? Ser bellos: nos imaginamos que de ello debe seguirse mucha felicidad. Pero es un error. Parece que esta hablando de amor... El amor prolongado es posible -aun siendo un amor feliz- porque no es fácil poseer a un ser humano hasta el final, conquistarlo hasta el final -siempre se abren fondos nuevos, cuartos traseros del alma nuevos, aún no descubiertos, y también hacia ellos alarga sus manos la infinita ansia posesiva del amor-. Pero el amor finaliza tan pronto como sentimos un ser como limitado.

¿ No existe la mujer perfecta? La mujer perfecta es un tipo humano superior al varón perfecto, pero también es un ejemplar mucho más raro. ¿Y qué significado tiene para usted el sexo? El sexo es una trampa de la naturaleza para no extinguirse. Entonces, en esa trampa tendrá que haber algo de amor ciego. El amor y el odio no son ciegos, sino que están cegados por el fuego que llevan dentro. En el amor siempre hay algo de locura, mas en la locura siempre hay algo de razón. Las mujeres llegan a ser, por medio del amor, lo que son en la mente del hombre que las ama. ¿ Qué opina sobre ese otro tipo de amor que es la amistad? Aparece a veces sobre la tierra una especie de continuación del amor en que aquel ávido deseo que experimentan dos personas, una hacia otra, deja lugar a un nuevo deseo, a una ansia nueva, a una sed común, superior, de un ideal colocado por encima de ellos, mas, ¿quién conoce ese amor? ¿Quién lo ha sentido? Su verdadero nombre es amistad. Pero continuemos hablando de la belleza... El hombre cree que el mundo está rebosante de belleza, y olvida que él es la causa de ella. Solo él le ha regalado al mundo la belleza; aunque, lamentablemente, se trate de una belleza humana, demasiado humana... En el fondo el hombre se mira en el espejo de las cosas y considera bello todo aquello que le devuelve su imagen. El juzgar algo «bello» constituye la vanidad característica de nuestra especie. El arte que se sale del canon no es tan comprendido... Se le ponen barreras demasiado estrechas al arte cuando se pretende que en él sólo deba expresarse el alma ordenada, la que se mueve en un equilibrio moral. Como en las artes plásticas, así también en la música y en la poesía existe, junto al arte del alma bella, un arte del alma fea. Y los efectos más vigorosos del arte, el romper las almas, mover las piedras y volver humanos a los animales, quizás sean conseguidos en mayor medida precisamente mediante esas artes. ¿Cree en la inspiración? Los artistas tienen interés en que se crea en sus repentinas iluminaciones, las llamadas "inspiraciones", como si la idea de una obra de arte, de un poema o el pensamiento de fondo de una filosofía bajasen del cielo como un rayo de la gracia. En realidad, la fantasía del buen artista o pensador produce continuamente cosas buenas, mediocres y malas, pero su juicio, extremadamente agudizado y ejercitado, desecha, selecciona, concatena; como ahora puede verse en los cuadernos de notas de Beethoven, que construyó sus melodías más majestuosas poco a poco, y en cierta manera las sacó de múltiples trozos. Quien distingue con menos rigor y ama abandonarse a la memoria imitadora podrá en ciertos casos llegar a ser un gran improvisador, pero, con respecto al pensamiento artístico seleccionado con seriedad y esfuerzo, la improvisación artística se halla muy debajo. Todos los grandes fueron grandes trabajadores, incansables no sólo en el inventar, sino también en el desechar, vislumbrar, trasformar y ordenar. ¿Qué sucede entre el artista y la obra de arte una vez acabada ésta? Todo artista se queda boquiabierto una y otra vez de cómo su obra, una vez que se ha separado de él, vive una vida propia. Quizá él se olvida del todo de esa obra, quizá se eleva por encima de las ideas que expresó en ella, quizá él mismo ya no la entienda y haya perdido las alas con las que volaba cuando la ideó: mientras tanto la obra enardece vidas, alegra, espanta, crea nuevas obras, se convierte en el alma de propósitos y acciones — en suma: vive como un ser dotado de espíritu y alma. El destino más feliz es el de aquel artista que puede llegar a decir, cuando es viejo, que todo lo que había en él, pensamientos y sentimientos creadores de vida, fortificantes, ennoblecedores, esclarecedores, continúa perviviendo en sus obras, y que él sólo es ya una ceniza gris, mientras el fuego es salvaguardado y difundido por todas partes. ¿ Cuál es la alegría del artista en la vejez? El artista que ha puesto lo mejor de sí mismo en sus obras experimenta una alegría casi maligna en la visión de cómo el tiempo ataca y destruye lentamente su cuerpo y espíritu: es como si desde un rincón viese a un ladrón esforzarse en abrir su caja de caudales, sabiendo que está vacía y que todos los tesoros ya están a salvo. Sólo las almas ambiciosas y tensas saben lo que es arte y lo que es alegría. ¿Hay aún filósofos?

En realidad, en nuestra vida hay mucho de filosófico, sobre todo en los hombres científicos; pero filósofos propiamente dichos, hay tan pocos como verdaderos nobles. ¿Por qué? Ya no se cree en los filósofos, ni aun entre los sabios; éste es el escepticismo de una época democrática, que abjura de los hombres superiores. La psicología del siglo va dirigida esencialmente contra las naturalezas superiores. Una indiscreción, ¿Por qué nunca se casó? Un filósofo casado es, para decirlo claro, una figura ridícula. El matrimonio acaba muchas locuras cortas con una larga estupidez. ¿Cómo se debe vivir? Se debe vivir de modo que se tenga, en el momento oportuno, la voluntad de morir. ¿Y cómo se sobrevive? Aquel que tenga un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los "cómo"

Las posibilidades del lenguaje en la esfera del arte Francisco José Fernández DefezMar 21, 2019 Cassi Josh “En arte es difícil decir algo mejor que no decir nada”. La frase es de Wittgenstein y su grado de contundencia resulta acorde con el de la desazón que provoca en el lector. El pensador vienés sabía bien que los problemas que le quitan el sueño al ser humano son, entre otros, los estéticos y no, por ejemplo, los científicos. Estos pueden despertar su interés, pero no llegan a apresarle con esa fuerza con la que logran volverle literalmente loco esos otros problemas que, a fin de cuentas, son solo uno: el del sentido de la vida. Una cuestión que no se juega en el terreno de la ciencia sino en el del arte, la ética y la religión. La distinción decir/mostrar Al tomar la decisión entre hablar de arte o guardar silencio puede resultar de ayuda la distinción entre decir y mostrar, pues permite realizar un llamado al silencio y al mismo tiempo reivindicar el discurso. Lo que puede “decirse” es todo aquello que puede ser verificado. Por lo general, todo lo que pertenece a la esfera de la ciencia natural, todo lo que tiene sentido, lo susceptible de ser verdadero o falso. Por ejemplo, el hecho de que en este momento llueva, el hecho de que en una sala de estar haya un rinoceronte o el hecho de que durante las sinapsis dos neuronas se transmitan impulsos nerviosos. Al observarse el fenómeno, se decide si lo que se ha dicho acerca de él es verdadero o es falso, es el caso o no es el caso, como se diría en el ámbito de la lógica. Por otra parte, “mostrar” es algo distinto, aunque en principio difícil de definir justamente porque es indecible. Si se ha definido lo decible como aquello susceptible de ser verdadero o falso, lo mostrable, por tanto, no tendrá esa posibilidad. Si alguien dijera que Guayasamín es mejor pintor que Remedios Varo y pretendiera sentar la verdad de su juicio, siempre se le podría replicar que eso no es ni verdadero ni falso. En todo caso sería un juicio valorativo que tiene que ver más con su parecer, con su gusto o con sus filias y sus fobias, que con una descripción objetiva de la realidad. Entonces ese alguien diría que la objeción no puede impedirle reafirmarse en sus palabras ni seguir hablando de Guayasamín y de su obra. Ya no lo haría en términos de verdad y falsedad, pero tampoco usando palabrería vacía, como algunos podrían sentirse tentados a creer, sino comunicando mucho más, mostrando más de lo que pudiera haber simplemente dicho. Por ello, como decía Wittgenstein, no es ocioso aseverar que en el hipotético caso de que algún día la ciencia pudiera llegar a resolver todos sus posibles problemas, los auténticos problemas del ser humano, aquellos que apasionan y aprisionan de verdad permanecerían intactos, inmodificados siquiera en su superficie. Hablar de estética, arte u otros temas valiosos con pretensión de verdad o falsedad, usando argumentos al estilo del científico, y así tratar de enfundarnos esa vestimenta dogmática del discurso que cree poseer la verdad, no es más que transitar por un camino de ceguera y cometer un olvido fundamental: el de que la limitación del lenguaje puede ser superada por el propio lenguaje, presupuesto sin el cual todo discurso sobre arte, religión e incluso ética estaría ya viciado de origen.

Palabras, palabras, palabras… No resulta casual que todos aquellos que adquirieron la conciencia de la existencia de esa esfera de lo valioso inaccesible para el lenguaje acabaron utilizándolo para tratar de comunicar. Buda, una vez alcanzado el despertar, la iluminación, tuvo una duda en el Parque de las Gacelas. La duda no fue otra que callarse o comunicar lo que había vivido. Quiso callarse porque aquello era tan maravilloso que ningún fragmento del discurso podría abarcarlo, pero al mismo tiempo sintió ese impulso por comunicarlo, ya que algo tan excelso no podía ser silenciado, egoístamente encerrado. Buda optó por predicar. Al inicio del Daodejing, Laozi señala que el Dao del que puede hablarse no es el Dao verdadero. A continuación, se dedica durante 81 capítulos enteros a hablar sobre ese Dao del cual nada podía ser dicho. En el Crátilo, Platón llega a la conclusión de que el lenguaje es un instrumento inválido para conocer la realidad, refutando a naturalistas y convencionalistas. Con todo, ello no le impidió escribir otro buen número de diálogos para intentar acceder a esa realidad que él postulaba. Asimismo, durante el Romanticismo, Friedrich Schlegel retomó el famoso individuum est ineffabile de Goethe para enarbolar la bandera de la ironía, misma que supone tener conciencia de que el ser humano, la convivencia humana y el universo son tan incomprensibles en su infinitud, que usar algo finito como el lenguaje para comprender ese todo por definición incomprensible no puede provocar otra cosa que risa… Y sin embargo lo hacemos.

Así, Wittgenstein realiza toda una declaración de intenciones al acabar su Tractatus logicophilosophicus con la lapidaria sentencia “de lo que no se puede hablar, es mejor calla”. Piensa hablar de arte todo lo que se le antoje. A la vez, invita a hacer lo mismo, si bien alerta para que no se caiga en la trampa en la que, como ya dijo Kant un siglo y medio antes, caía el metafísico que pretendía llevar su discurso por el camino de la ciencia sin tener en cuenta que se trata de dos áreas distintas. De ahí que la distinción decir/mostrar resulte de capital importancia para entender este sentido del discurso en torno al arte, del discurso estético como un discurso que sólo tiene validez si trasciende el o propio de la ciencia. De hecho, la distinción decir/mostrar marca la diferencia entre lo que puede ser expresado y lo que no, con la puntualización de que lo que no puede ser expresado puede ser mostrado incluso callando, pero también a través del lenguaje. Es menester tener muy presente que en el Tractatus se ofrece una solución al enigma de la vida, a lo que es indecible. La sorpresa es que Wittgenstein logra decirlo, lo que lleva inmediatamente a preguntarse por el estatus del discurso. Aunque la imagen de la escalera usada en el Tractatus es buena, con ella el problema del discurso no queda cerrado. Porque la obra, a pesar de no hablar de ciencia natural, está escrita, de ahí que o se abre el ámbito del mostrar al lenguaje o no tiene ningún sentido escribirla. De hecho, si se entiende el mostrar como un acto de tipo no lingüístico, el Tractatus no cabe ni en el decir ni en el mostrar.

En busca de la palabra mágica No cabe aquí entrar a hablar de representaciones sinópticas, de ver conexiones, de percibir figuras ambiguas, de dimensiones interpretativas, de definiciones suplementarias y de los famosos parecidos de familia, conceptos clave en el pensamiento del llamado segundo Wittgenstein. Sí es posible señalar que la comprensión estética se juega en una dimensión diferente, iluminada por algunos conceptos que en un principio parecen no decir nada, pero que empleados de determinada forma adquieren una significación más allá de cualquier significación meramente descriptiva. Cuando se dice, homenajeando a Rimbaud por aquello del color de las vocales, que el inicio de la Sinfonía India de Carlos Chávez es como la lírica de una multitud de pájaros coloridos revoloteando por el cielo, uno no se limita a dar una mera descripción ni de los acordes que abren la composición mencionada, ni del plumaje de las aves que vuelan por el cielo. Lo que se procura es dar un salto hacia otra dimensión, no desconocida pero sí mucho más profunda. En ella lo que está en juego no es una simple descripción de un estado de cosas sino el valor, aquello que tiene que ver con el sentido de la vida y del mundo en su totalidad, no desmembrado en sus parcialidades. A raíz de ello surge la cuestión sobre si sería válido en el arte callarse y no decir cualquier cosa. El silencio puede resultar mostrador de mayor valor que decir cualquier cosa. Esto no implica que no exista alternativa, siempre que la opción no sea, por ejemplo, el uso cualquier analogía al hablar de arte. De lo que se trata es de dar un salto a otro nivel del discurso en el que poder hallar unas analogías más adecuadas que otras para expresar lo que se pretende. En el ámbito del lenguaje lógico-proposicional resultaba evidente que guardar silencio era mejor que decir cualquier cosa, pero ahora ya no. A pesar de que tener la sospecha de que no se debería decir nada, algo impele a hablar. Pero ese impulso tan vivo, tan poderoso, no puede ser defraudado usando lo primero que venga a la cabeza, sino como diría el poeta Eichendorff, encontrando la palabra mágica que haga cantar al mundo. A pesar de su invitación al silencio, el filósofo austriaco no dejó de hablar, en toda su vida, de aquello a lo cual precisamente se refería con «aquello de lo que no se puede hablar». Sabía que hay un hablar diferente, un hablar que extiende sus tentáculos para tratar de acariciar horizontes en retirada que son los que mantienen a salvo al ser humano del ámbito de las cosas que el lenguaje captura y aquieta sin demasiado encanto. Hablar sobre lo que no se puede hablar, hablar sobre lo que parece inalcanzable, hablar sobre círculos con innumerables grietas, hablar, justamente, sobre esas grietas… hablar sobre lo que, en sentido estricto, se debiera callar.