Fabiola o la Iglesia de las Catacumbas WISEMAN

BIBLIOTECA DE GRANDES NOVELAS CARDENAL NICOLÁS WISEMAN O LA IGLESIA DE LAS CATACUMBAS T r a d u c c ió n y notas

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BIBLIOTECA DE GRANDES NOVELAS

CARDENAL NICOLÁS WISEMAN

O

LA IGLESIA DE LAS CATACUMBAS

T r a d u c c ió n

y

notas

de

PEDRO PEDRAZA Y PAEZ

BARCELONA R A M O N S O P E Ñ A , E ditor PROVENGA, 93 A 97

ín d ic e

: río s .

PRIMERA PARTE Lá FAZ riw .

I.—La familia cristiana.............. II.—El hijo del mártir........ ........ III .—La consagración............ ........ IV .—La familia pagana................. V.—La visita.................................. V I.—El banquete...................... . ... V II.—Pobres y ricos.................. ... V III.—EL fin del primer día........... IX.-—Las reuniones......................... X .—Otras reuniones....................... X I.—Unos parrafitos con el lector. X II.—El lobo y la zorra.................. X III.—La caridad............................... X IV .—Los extremos se tocan............. X V .—Continúa la obra da caridad. X V I.—El mes de octubre... ............. X V I I.—La comunidad cristiana........ X V III.—La tentación............................ X IX .—La calda..................................

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SEGUNDA PARTE EL COMEATE

I.—Diógenes.............................. II.—Los cementerios........ ........ III.—Lo que Diógenes no podía decir acerca de las cata­ cumbas.............................. IV .—Lo que Diógenes podía de­ cir acerca de la» cata­ cumbas........... . .............. V.—A la luz del sol.................. V I.—Deliberaciones......................

V II.— Muerte lúgubre........ ... ... 132 V III.—Funerales paganos.............. ...136 IX .—La traición de un hermano. 130 X .—La ordenación de diciembre. 141 X I.—Las vírgenes............................146 X II.—La quinta nomentana........ ...151 X III.—El edicto..................................155 X IV .—El descubrimiento................ ...160 X V .—Aclaración............................ ...163 X V I.—EL lobo en el aprisco............ ...166 XVII.-—La primera flor................... ...174 X V III.—Recompensas............................181 X IX .—Doble desquite...................... ...188 X X .—Las obras públicas.................104 X X I .—Las cárceles.......................... ...107 X X I I .—El Viático............................ .. 201 X X I I I .—El combate........................... ...200 X X I V .—El soldado cristiano............... 215 X X V .—El rescate............................. .. 218 X X V I.—Sebastián vuelve a la vida. 225 X X V II.—La segunda corona................ 230 X X V III.—Día crítico íi) .................... 234 X X I X .—Día crítico (ll) .................... 240 X X X .—Día crítico(m ) ............. ... 248 X X X I .—Dionisioy, Yatroy. prestoteroy.................................... 250 X X X n .—El sacrificio aceptado........ .. 263 X X X II I.—Historia de Miriam............ .. 260 X X X IV .—Muerte.santa....................... .. 274

101 107 TERCERA PARTE 114

LA VICTORIA

I.—El extranjero de Oriente............ 119 124 II.—El extranjero en Rom a................ 127 III.—Y último........................................

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FABIOLA O

LA IGLESIA DE LAS CATACUMBAS

PRI MERA P A R T E l_A RAZ

I LA FAMILIA CRISTIANA

Si el lector quiere acompañarnos, da­ remos una vuelta por las calles de la antigua Boma en una templada tarde de septiembre del año 302. El sol de­ clina hacia bu ocaso y dentro de dos ho­ ras habrá desaparecido del horizonte. El día es espléndido y sereno y la bri­ sa vespertina ha refrescado el ambien­ te invitando a los habitantes a salir de bus viviendas y dirigirse unos a los jar­ dines del César y otros a los de Salustio para gozar del paseo de la tarde y recoger las noticias del día. En} pero nosotros, amigo lector, en­ caminaremos nuestros pasos hacia la parte de la ciudad llamada Campo de

Marte (Campus Martius), que com­ prendía, en un principio, toda la llanu­ ra formada por aluvión situada entre las siete colinas de la antigua Boma y el río Tíber. Este campo, que, antes de la caída de la Bepública, había estado destinado a los ejercicios atléticos y mi­ litares del pueblo, fué invadido poco a poco por edificios públicos. Pompeyo construyó en él el teatro que lleva su nombre, y poco después Agripa edificó el Panteón y loa baños a él agregados; pero en los primitivos tiempos del Im­ perio, la parte llana de este campo fué ocupada gradualmente por edificios par­ ticulares, mientras que la clase aristo­ crática levantaba en las colinas suntuo­ sas moradas. Así, el monte Palatino lle­ gó a ser pequeño para contener, des­ pués del incendio de Nerón, la impe­ rial residencia y su contiguo circo Máxi­ mo. Lo» baños de Tito, construidos so­ bre las ruinas de la Casa Dorada, ocu-

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paron el Esquilm o; el Aventino quedó cubierto con los baños de Caracalla; y en el período en que escribimos, el em­ perador Diocleciano llenaba con sus Termas (1) un espacio del Quirinal su­ ficiente para contener muchos palacios en sitio inmediato a los jardines de Salustio que acabamos de mencionar. El sitio a que dirigimos nuestros pa­ sos se encuentra en el Campo de Mar­ te, y su situación es tan precisa, que le podremos describir con facilidad a los quje se hallen enterados de la topo­ grafía antigua y moderna de Boma. En tiempo de la República había en el Campo de Marte un espacio cpadrado llamado Septa u Ovile, por su semejan­ za con un redil, circuido de estacas y dividido en otros más pequeños a ma­ nera de jaulas, en el cual se celebraban los Comicios o reuniones de las clases plebeyas en las que emitían sus votos. Augusto realizó el plan de que habla Cicerón en su carta a Atico (2) transfor­ mando esta grosera fábrica en un mo­ numento de tanta solidez como mag­ nificencia. El iSepta Julia, como desde entonces se llamó, era un magnífico pór­ tico de mil pies de longitud y de qui­ nientos de anchura, sostenido por co­ lumnas y adornado de pinturas. Por las ruinas, todavía visibles, se pue­ de tener idea de lo que era el edificio que ocupaba el espacio en que se levan­ tan hoy los palacios de Doria y Verospi, situados en el actual Corso, el Colegio Romano, la iglesia de San Ignacio y el Oratorio de Caravita (1).

ha casa en que deseamos que pene­ tren nuestros lectores se halla precisa­ mente enfrente del lado oriental del edificio, extendiéndose por detrás hasta la falda del Quirinal, y comprendiendo en su área la iglesia de San Marcelo. Ocupaba grande espacio, como suce­ día con todas las principales casas de Boma en la antigüedad; pero el exte­ rior es serio, monótono y triste, pues sus paredes son lisas, bajas, sin adorno alguno arquitectónico y apenas tienen algunas ventanas. En el centro de uno de los lados de este cuadrado hay una puerta en antis, es decir, adornada con un tímpano o cornisa .triangular soste­ nido por dos medias columnas. Hacien­ do uso del privilegio propio de los no­ velistas, de andar sin ser vistos por to­ das partes, entraremos con nuestro lec­ tor amigo o con nuestra sombra, como en otro tiempo diríamos, y atravesando el pórtico, en cuyo pavimento leemos con placer el agradable salve o bien ve­ nido grabado en mosaico, nos hallare­ mos en el atrium, o primer patio, de la. casa, rodeado por un pórtico o gale­ ría (2). En el centro del pavimento, que es de mármol, brota un saltador de agua purísima traída de los collados T u q u ­ íanos por el acueducto de Claudio, que, subiendo y bajando alternativamente, cae en una elevada taza de mármol ro­ jo, de cuyos bordes se derrama en sua­ ves ondas, y antes de llegar a otro pi­ lón más ancho y bajo, riegan con me-

liano, data del 1616. La iglesia de San Igna­ cio está unida al Colegio, que fué levantado (1) BftSos ■— liontMi en 1582. N. del T. (2) Lib. IV, epist. 16. (2) El que haya visto el patio de Pompe' (1) El palacio Doria fué construido en el yo en el Palacio de Cristal construido en Lon­ siglo xv j es obra de Pedro de Cortona. £1 de dres, habrá adquirido idea de lo que era Verospi, que ahora pertenece al Crédito í ta­ casa romana antigua,

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nuda lluvia las preciosas y brillantes que se halla cerrado con un espeso viflores distribuidas alrededor en elegan- drio o talco (lopis specularis), a tra­ tes vasos. Debajo del pórtico se ven por vés del cual penetra un claro, si bien todas partea varios muebles, ricos los suave rayo de sol poniente, nos permiunos, extraños los otros : lechos con in- te por primera vez cerciorarnos de que crustacionea de marfil y aun de plata ; no nos encontramos en un salón encanmesas de madera orientales y sobre ellas tado, sino en una casa habitada, candelabros, lámparas y otros objetos Cerca de una mesa, colocada en el de adorno de bronce o de plata ; bustos exterior de las columnas de mármol friprimorosamente esculpidos, jarrones, gio, está sentada una matrona que aun trípodes y otras obras artísticas. Cubren no ha llegado al comedio de su vida; las paredes pintura© que, a pesar de su sus nobles y bondadosas facciones muesantigüedad, conservan la frescura del tran las huellas de pasados sufrimiencolorido y la maestría de la composi- to s ; pero una influencia poderosa ha ción, y están separadas entre sí por amortiguado sus recuerdos, o los ha nichos con estatuas que. representan mezclado con un pensamiento más agraasuntos mitológicos e históricos, pero dable; de modo que ambos se ofrecen que nada contienen que pueda ofender siempre unidos, y como si de largo el pudor ni el más delicado guato, co- tiempo morasen juntos en su corazón, sa que podría parecer hija del acaso, si La sencillez de su porte contrasta vi­ no se distinguieran algunos nichos va- vamente con la riqueza de todo cuanto cíos y algunas pinturas cubiertas con la rodea: muéstrase su cabello al desun velo. cubierto sin artificio alguno que encuSobre las columnas exteriores de la bra sus plateadas canas; su vestido del galería presenta el techo abovedado más modesto color y del 'más simple teen su centro una espaciosa abertura Ua- jido, no ostenta otro bordado ni adormada impluvium, a través de la cual se no que la franja de púrpura cosida en extiende una cortina o toldo de lienzo él, denominada segmentum, que denoobecuro para impedir que penetren la ta el estado de la viudez. Ninguna de lluvia o los rayos del sol. Por esta ra- las joyas u ornamentos, a que tan afizón, sólo a favor de la luz de una espe- cionadas eran laB damas romanas, se cié de crepúsculo hemos podido entre- descubren en su persona. Una pequeña ver lo que hemos descrito ; pero en cadena o cordón de oro, del cual pendía, cambio esta circunstancia da más gran- al parecer, un objeto guardado cuidadodeza a lo que se halla en el interior, sámente dentro del pliegue superior de Más allá de un arco opuesto al que su traje, era la única cosa parecida a atravesamos al entrar, se ofrece a núes- joya que circuía su garganta, tra viBta un patio interior todavía más En el momento que la observamos, rico, embaldosado con mármoles lista- está cuidadosamente ocupada en una dos de varios colores y adornado de do- labor que evidentemente no está desti­ radas molduras. El encontrarse en par- nada a un uso personal. Sobre una larte entreabierto el toldo de la claraboya ga y rica tira de brocado borda con hilo

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de oro todavía más rico, y, de vez en cuando, de varias y distintas cajitas de joyas que tiene Bobre la mesa, escoge ya una perla, ya una piedra engasta­ da en oro para prenderla en el dibujo. Parece que los preciosos ornamentos de la juventud los ha querido dedicar a un ñn más elevado. Pero a medida que transcurre el tiempo se echa de ver que un ligero malestar turba su alma, embebecida hasta entonces, a lo menos aparente­ mente, en su trabajo. Ya aparta bub ojos de él, dirigiéndolos hacia la entra­ da ; algunas veces escucha atentamen­ te, como si sintiera pasos, y se entriste­ ce de haberse engañado; ya dirige sus miradas hacia el sol, ya, en fin, las vuelve hacia una olepsydra o reloj de agua colocada sobre una ménsula que tiene a su lado ; pero en el preciso mo­ mento en que su creciente ansiedad co­ mienza a pintarse vivamente en su sem­ blante, un alegre golpe suena en la puerta de la casa, y, al oírlo, radiante de gozo se inclina para recibir al bien venido huésped. 0

II EL H IJ O DE L M Á R T IR

Era el recién llegado un joven lleno de gracia, de vivacidad y candor, que cruza con tan ligero y rápido paso el atrio, dirigiéndose hacía el salón inte­ rior, que apenas tenemos tiempo para bosquejarle antes que penetre en él.

Tendrá como catorce años, y, sin embar­ go, es de elevada estatura, de elegan­ tes formas y de arrogante porte. Su desnudo cuello y sus miembros están perfectamente desarrollados por saluda­ ble ejercicio; sus facciones revelan un corazón expansivo y sensible, mientras que en su serena frente, a cuyo alrede­ dor caen naturalmente los rizos de sus blondos cabellos, brilla una clara inte­ ligencia. Viste el traje propio de la ju­ ventud, la corta pr&texta (1), que le alcanza hasta la rodilla, y suspendida de su cuello .se ve la bulla (2) o hue­ ca esfera de oro. Un legajo de papelea y un rollo de pergaminos que lleva el anciano esclavo que le sigue, nos indi­ can que regresa de la escuela (3). Entretanto que lo hemos bosquejólo, ha recibido un abrazo de su madre y ha tomado asiento a sus plantas. Contém­ plalo ella un momento en silencio, co­ mo bí quisiera descubrir en su rostro la causa de su desusada tardanza, pues ha vuelto una hora más tarde que de costumbre ; pero él responde a sus mi­ radas con expresión tan franca y tal sonrisa de inocencia, que se desvane­ ce al punto toda sombra de duda, y di­ rigiéndole la palabra le pregunta ama­ blemente : — ¿Cuál ha sido hoy, querido hijo mió, la causa de tu tardanza? ¿Acaso algún desagradable suceso ha detenido tus pasos? (1) Especie de toga orlada en la fimbria con una franja de púrpura, que llegaba poco más abajo de la rodilla. N. del T. (2) Consistía en un anillo de forma de co­ razón que los hijos do los nobles llevaban al cuello nasta la edad de catorce añoe. N. del T. (3) Esta costumbre sugiere a San Agus­ tín la peregrina ideH de que los judíos fueron loa pcedagogi de la cristiandad, pues llevaban a la escuela libros que no podían entender.

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— j Oh ! no, la más dulce de las ma­ dres, te lo aseguro ; muy por el contra­ rio, todo ha sido placentero : tanto, que apenas me atrevo a referírtelo. Una mirada acompañada de una son­ risa de dulce reproche, hizo reir alegre­ mente al niño, que continuó diciendo : — Bien, me parece que habré de re­ ferírtelo. Ya sabes que no soy feliz y que no duermo tranquilo, e í dejo de de­ cirte lo malo y lo bueno que he hecho en el transcurso del día. Sonrióse de nuevo la madre, no acer­ tando qué podría ser el mal que hicie­ ra su hijo. — Leí días atrás que los Escitas depo­ sitan en una urna todas las noches una piedrecita blanca o negra, Begún ha sido el día feliz o desgraciado. Si yo hu­ biera de seguir esa costumbre, sería pa­ ra designar en blanco o en negro los días en que he tenido o no ocasión de referirte cuanto he hecho. Pero hoy, por la primera vez, abrigo una duda y escrúpulo de conciencia sobre si habré de referírtelo todo. Sea que el corazón de la madre estu­ viese más oprimido de lo ordinario a cauBa de b u ansiedad primera, o que re­ velasen sus ojos una solicitud más dul­ ce, ello es que el niño, tomando entre las suyas las manos de su madre y lle­ vándolas con ternura a sus labios, re­ puso : — Está tranquila, madre m ía ; nada ha hecho tu hijo que pueda causarte sentimiento. Dime, ¿quieres saber todo lo que me ha acontecido hoy o sólo la causa de mi tardanza? — Cuéntamelo todo, querido Pancracio—repuso la madie ;— nada de cuan­ to te atañe puede serme indiferente.

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— Pues bien— contestó el jovencito, — este día, por ser el último de mi asis­ tencia a la escuela, me parece que ha sido singularmente favorecido, y más aún por extrañas circunstancias. En primer lugar he sido coronado como vencedor en la declamación. Nuestro buen maestro Casiano nos señaló como trabajo, durante las primeras horas de la mañana, una disertación sobre el si­ guiente tema : «El verdadero filósofo debe estar siempre dispuesto a morir por la verdad». Esto dió lugar, como verás luego, a singulares descubrimien­ tos. Jamás había oído cosa más fría e insípida (me parece que no hago mal en decirlo así) que las composiciones leídas por mis compañeros. No era, por cierto, culpa suya ; ¡ pobres compañe­ ros ! ¿Qué verdad pueden ellos poseer ni qué aliciente para dar la vida por sus falsas creencias? Pero a un cristiano, I cuán encantadoras ideas sugiere natu­ ralmente este tema 1 Y así me aconte­ ció a mí. Inflamóse mi corazón y pa­ recía como que todos mis pensamientos brotaban fuego mientras escribía mi en­ sayo. No podía suceder de otra mane­ ra, educado como estoy en tus leccio­ nes y en los ejemplos domésticos que presencio cada día. No de otro modo podría sentir el hijo de un mártir. Pe­ ro cuando me llegó la vez de leer mi trabajo, mis propios sentimientos estu­ vieron fatalmente a punto de descubrir­ me. En el calor de la declamación, la palabra cristiano se escapaba de mis labios en vez de la de filósofo, y la de fe en lugar de la de verdad. A la pri­ mera equivocación noté en Casiano un movimiento repentino de sorpresa; a la segunda vi desprenderse una lágrima

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de sus ojos, y dirigiéndose afectuosa­ mente a mí me dijo en voz queda : «Cautela, hijo mío, que escuchan aquí oídos muy listos y recelosos». — Pues qué— interrumpió la madre, — ¿ Casiano es también cristiano? Cuan­ do elegí su escuela para ti, movióme su alta reputación de sabiduría y morali­ dad ; doy ahora gracias a Dios porque asi lo hice. Pero en estos días de peli­ gros y sobresaltos nos vemos forzados a vivir como extranjeros en nuestra misma patria, sin conocer apenas los rostros de nuestros hermanos. Verdad es que si Casiano hubiera manifestado su fe, muy luego su escuela habría que­ dado desierta. Pero prosigue, querido hijo ; ¿fueron fundados sus temores? — Así lo temo, porque mientras la mayor parte de mié condiscípulos, sin parar mientes en estas equivocaciones, aplaudían con entusiasmo mi apasiona­ do discurso, vi que los ojos negros de Corvino se posaban en mí con expre­ sión airada, y se mordía los labios con visible cólera. — ¿Y quién es, hijo mío, ese Corvino que tan irritado se mostraba? — Es el muchacho mayor y más ro­ busto, pero por desgracia el más torpe de la escuela : pero esto, como conoces, no es culpa suya* Ignoro el por qué de la ira y mala voluntad que, al parecer, me ha tenido siempre, y no acierto a adivinar su causa. — ¿T e ha dicho o hecho algo? — Sí, y éste es el motivo de mi tar­ danza. Cuando salimos de la escuela, al pisar el campo que está cercano al río, se me encaró con ademán insolente, en presencia de nuestros compañeros, diciándome : «Ven, Pancracio : he com­

prendido que este es el último día que nos reuniremos aquí (y pronunció con énfasis particular esta palabra), y tengo que ajustar contigo una cuenta larga. En la escuela has hecho alarde de tu superioridad sobre mí y sobre otros más antiguos y mejores que tú. He notado hoy que me lanzabas tus miradas alta­ neras, cuando declamabas tu hinchado discurso, y he alcanzado algunas frases que pagarás bien caro, y eso muy lue­ go, que mi padre, bien lo sabes, es pre­ fecto de la ciudad (la madre se estre­ meció ligeramente), y algo se prepara que podrá tocarte de muy cerca. Pero antes de separarnos menester es que to­ me el desquite. Si eres digno de tu nombre y no quieres que sea una pa­ labra despreciable (1) trabemos un com­ bate más varonil que el del stilo y las tablillas (2). Lucha conmigo a brazo partido o con el cestus (3). Ardo en de­ seos de humillarte delante de estos tes­ tigos de tus insolentes triunfos.» Al oir esto, la sobresaltada madre se inclinó hacia él para no perder palabra y respirando apenas exclamó : — ¿Y tú qué le respondiste, hijo mío? —L e contesté con dulzura que se equivocaba; que jamás había hecho a sabiendas cosa que pudiera ofender a él o a cualquiera de mis compañeros, y que ni por sueño había pensado en

(1) £1 *panera tium» era el ejercicio que los compradla iodos, la lucha a brazo parti­ do, el pugilato, etc. (2) Se refiere a loa instrumentos UBados para escribir en las escuelas. Las tablillas es­ taban cubiertas con cera, sobre la cual se tra­ zaban las letras con un punzón, jíi/o, y se bo­ rraban con el extremo de éste, quo era acha­ tado. (3) Especie de cinto o de guante con que se envolvían las manos en el pugilato.

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arrogarme superioridad sobre ellos. «En cuanto a lo que me propones— añadí,— no ignoras, Corvino, que siempre he re­ husado admitir combates personales, porque empiezan por mero ensayo de destreza y terminan en una lucha san­ grienta, en odio y en deBeo de vengan­ za- ¿ Cómo quieres que los acepte cuan­ do confiesas paladinamente que ansias empezarlos con esos depravados senti­ mientos con que ordinariamente aca­ ban?» En esto nuestros condiscípulos habían formado círculo en torno nuestro, y conocí claramente que todos es­ taban en contra mía, que deseaban go­ zarse con el deleite de sus inhumanos juegos, y, sin embargo, añadí cariñosa­ mente : «Quedad con Dios, compañe­ ros ; os deseo mil felicidades y me se­ paro de vosotros, como entre vosotros he vivido: en paz®. «No será así», re­ plicó Corvino encendido el rostro en furor, pero... Al llegar aquí, enrojecióse el sem­ blante del mancebo; conmovióse su voz, se estremeció su cuerpo, y, medio sofocado por los sollozos, dijo : — No puedo más, madre mía ; no me atrevo a referirte lo restante. — Yo te suplico, por el amor de Dios y por el que profesas a la memoria de tu padre—dijo la madre colocando las manos sobre la cabeza de su hijo,— que no me ocultes nada. No tendría jamás un momento de reposo, si me ocultaras ¿Qué más dijo e hizo Corvino? El jovencito recobró su serenidad des­ pués de una corta pausa y de una si­ lenciosa plegaria, y continuó.

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adorador de la cabeza de un asno (1)Nos has ocultado tu morada, pero yo daré con ella; en tanto recibe esta prue­ ba de mi firme resolución de vengar­ me.» Y diciendo esto me dió un furio­ so bofetón en el rostro que me hizo va­ cilar y casi desvanecerme, mientras que mis compañeros aplaudían y lanzaban gritos de alegría salvaje. Prorrumpió el niño en copioso llanto que desahogó un tanto su corazón del peso que le oprimía y continuó. — ¡ Oh, cómo sentí hervir en aquel momento mi sangre! ¡ Cómo me pare­ ció que estallaba mi corazón dentro del pecho y sentía resonar en mi oído una voz que escarneciéndome me decía: / Cobarde i No podía ser otra voz que la de algún espíritu maligno. Y, sin em­ bargo, era bastante fuerte, ain contar con el vigor que me prestaba mi na­ ciente cólera, para asir de la garganta a mi injusto agresor y derribarle en el suelo sin aliento. Ya oía el clamor de los aplausos que habían de saludar mi victoria y lias burlas que le dirigían al vencido. Fué este el combate más pe­ noso de mi vida : jamás tuvieron más fuerza ni mi carne ni mi sangre. |Ple­ gue a Dios no vuelva a encontrarme en mis días en otro tan tremendo! — ¿Y qué hiciste entonces, hijo de mi alma?— preguntó suspirando la tré­ mula matrona. — Mi ángel bueno arrojó al demonio de mi lado— repuso el joven ;— me acor­ dé de nuestro divino Señor cuando, ro­ deado, en casa de Caifás, de enemigos que le injuriaban y herían ignominiosa^ mente sus mejillas, les contestaba con

— «No será así», exclamó Corvino; (1) Una de las muchas calumnias que los «no te separarás de este modo, cobarde paganos propalaban contra los cristianos.

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su humildad y perdón : ¿podía yo obrar de otra manera? ¿Qué debía hacer sino imitar el ejemplo de Jesús? Tendí la mano a Corvino, diciéndole : Dios te perdón© como de todo corazón te per­ dono y o ; que Él te colme de bendicio­ nes (1). En aquel momento vino hacia nosotros Casiano, que desde lejos lo ha­ bía presenciado todo, y se dispersó rá­ pidamente la caterva de muchachos. Supliquéis por nuestra fe común, cono­ cida ya por ambos, que no castigase a Corvino por lo que acababa de hacer, y me aseguró lo haría así. Y ahora, dul­ císima madre— murmuró el joven con suave y blando acento reclinándose bobre su seno,— ¿no es cierto que tengo razón para llamar feliz este día?

respondido a la última pregunta de su hijo, dándole un beso en su abrasada frente. No era sólo emoción maternal la que agitaba su seno, ni ese inefable contento que experimenta una madre cuando, habiendo educado a su hijo en ciertos principios elevados y de obser­ vancia difícil, lo ve expuesto a la más dura prueba, y salir victorioso de ella; ni tampoco el gozo de tener por hijo a uno que e,n tan tierna edad daba mues­ tras de tan heroicas virtudes; pues con mayor motivo que el que tuvo la ma­ dre de los Gracoa para presentar sus hi­ jos a las atónicas matronas de la Boma republicana como sus únicas joyas, po­ día esta madre cristiana jactarse ante la Iglesia del hijo que había educado para ésta. Otro sentimiento más profundo, o di­ remos mejor, más sublime la dominaba en aquel momento. Había llegado el día esperado con tanta ansia desde muchos años ; el instante por cuyo advenimien­ to había orado con todo el fervor de una madre. Más de una madre piadosa, ha­ bía dedicado su hijo desde la cuna al l a c o n s a g r a c ió n más santo y noble de los estados que existen sobre la tierra; ha suplicado y anhelado verle un día, primero casto L e­ Mientras así conversaban había ano­ vita, y más tarde sacerdote santo; ha checido rápidamente : una anciana cria­ estado observando con ansiedad sus da entró en estos momentos, sin que lo nuevas inclinaciones y ha procurado di­ advirtiesen la madre ni el hijo, encen­ rigir suavemente sus pensamientos ha­ dió las lámparas colocadas sobre cande­ cia el santuario del Señor : y si este hijo labros de mármol y bronce, y se retiró es único como Samuel lo era de Ana, en seguida. Una brillante claridad bañó una consagración tal, la consagración de luz el absorto grupo de Lucina y de de todo lo que se ama con más ardien­ Pancracio, que permanecían en silen­ te ternura, con justicia puede ser con­ cio después que la santa matrona había siderada como un acto de heroísmo ma­ ternal. ¿Qué no deberá, pues, decirse (1) E&ta escena está tomada de un hecho do las antiguas matronas Felicitas, Sinreal.

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forosa, o la madre incomparable de Iob imaginaba que un dosel de plata o ctMacabeos, que ofrecieron y entregaron borium , del peso de 287 libras había de sus hijos, no uno, sino muchos y aun to­ ser colocado por el papa Honorio I (1) dos, para algo más que sacerdotes, pa­ sobre la urna de pórfido que contendría ra víctimas que habían de ser inmola­ sus cenizas. Ni abrigaba la menor idea de que figuraría su nombre en todos los das en los altares de Dios? Un pensamiento de esta especie era martirologios y que su imagen corona­ el que en aquella hora ocupaba el co­ da de rayos se veneraría en muchos al­ razón de Lucina, en tanto que con los tares, en memoria del niño mártir de ojos cerrados, levantando su espíritu al la primitiva Iglesia, El era únicamente Cielo, oraba pidiéndole fortaleza. Aun­ el jovencito y candoroso cristiano, que que se conceptuase llamada a sacrificar consideraba como natural el cumpli­ generosamente cuanto había para ella miento de la ley de Dios y de su evan­ de más amado en el mundo, y aunque gelio ; y aquel día estaba satisfecho por­ lo tuviera previsto y deseado, no sin in­ que había cumplido con su deber, aun­ tensa agonía maternal veía llegado el que hubiese sido en circunstancias de dolorosa prueba. No formaban parte de cumplimiento de su deseo. ¿Y qué pasaba en tanto en el alma sus reflexiones el orgullo ni la vanaglo­ del joven que tan silencioso y abstraído ria, que de otro modo su conducta hu­ lo tenía? No pensaba, seguramente, en biera dejado de ser heroica. Cuando levantó de nuevo sus ojo?, el alto destino que le esperaba, ni te­ después de su serena meditación y apa­ nía la viaión de la venerable Basílica que había de ser visitada 1600 años cibles pensamientos, a la nueva y bri­ después por el anticuario religioso y el llante luz que acababa de iluminar la devoto peregrino, dando su nombre, estancia con vivísimos resplandores, se que conservaría en adelante, a la inme­ encontró con el rostro de su madre, 1¿ diata puerta de Roma (1) : ni vislum­ cual le miraba radiante, con tal expre­ braba la iglesia que había de levantar­ sión de ternura y majestad, que no re­ se en honra suya en los siglos de fe, en cordaba haber notado en ella jamás. las márgenes del apartado Támesis, y Parecióle hija de la inspiración aquella que aun después de su profanación ha­ mirada de su madre; su rostro el de bía de ser elegida por los corazones de­ una aparición celestial, y sus ojos los votos, fieles aún a su querida Boma, que podía figurarse serian \os. de un án­ como último lugar de su reposo (2). Ni gel. Silenciosamente y casi sin advertir lo, había variado de postura y arrodillá(1) _ Iglesia y puerta de San Pancracio. dose delante de ella : adoración bien na­ La primera fuó fundada por el papa San Fé­ tural, pues era para él un Angel Custo­ lix el 274, sobre las catacumbas de Calepodio, uno de loo máa célebres cementerios citados dio que lo había escudado de todo mal en las Actas de loa Mártires. Félix II la am­ y dádole en las virtudes de su santa viplió, y S. Simaco la restauró en 498.—La puerta do San Pancracio, situada al extremo de la llamada hoy calle Garibaldi, sobre el Janiculo> es la antigua Porta Aurelia, (No­ dres, fué el cementerio predilecto de los cató­ licos ingleses, hasta que tuvieron uno propio. ta del T). (1) Anastasio Biblioth, *in vita Honori». (2) La iglesia de San Pancracio en Lon-

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generosos sentimientos debe de estar tu corazón. Eres demasiado sincero y hon­ rado para escribir y expresar con tanto ardor que era un deber glorioso morir por la fe, si no lo hubieras creído y sen­ tido así. — Y así lo creo y lo siento—replicó vivamente el joven; — ¿qué felicidad mayor puede desear un cristiano en la tierra? — Sí, hijo mío, dices muy bien—pro­ siguió L ucina; — pero yo no hubiera quedado por completo satisfecha con pa­ labras. Lo que acaeció después me ha demostrado que eres capaz de sufrir in­ trépida y resignadamente, no sólo el do­ lor físico, B in o lo que comprendo ha de­ bido ser más duro para un patricio en cuyas venas hierve la Bangre de la ju­ ventud : la irritante ignominia de un vergonzoso bofetón y las palabras y bur­ las insultantes de la despiadada muche­ dumbre. Más aún, has Bido fuerte para perdonar y aun rogar por tu enemigo. Hoy has subido, cargado con la cruz, hasta las altas sendas de la montaña... un paso más y podrás plantarla en la cima. Has demostrado que eres el ver­ dadero hijo del mártir Quintino; ¿de­ seas parecerte a él ? — ¡ Madre, madre' la más querida y la más dulce de las madres—repuso el mancebo, conmovido, — ¿serla yo su verdadero hijo si no anhelase parecerme a él? Aunque no he gozado la feli­ cidad de verle, ¿no he tenido su imagen siempre presente en mi alma? ¿N o ha sido él, por ventura, el legítimo orgullo de mis pensamientos? Cuando cada año — L o que me has referido acerca de se ha celebrado su solemne aniversario tu discurso esta mañana—repuso Luci­ como el de uno de los bienaventurados na,— me prueba cuán lleno de nobles y que rodea al Cordero, en cuya sangre da un modelo que seguir desde la in­ fancia. Rompió el silencio Lucina con gravedad y acento profundamente con­ movido. — Por fin llegó el día, querido hijo mío, que durante mucho tiempo ha sido el objeto de mis fervientes oraciones, y por el que he suspirado con toda la efu­ sión de mi amor maternal. Con la más exquisita solicitud he cultivado en ti la naciente semilla de cada virtud cristia­ na, dando gracias a Dios cuando co­ menzaban a aparecer. He observado tu docilidad, tu dulzura, tu inteligencia, tu piedad y tu amor a Dios y al hombre. Con satisfacción he visto tu fe viva, tu indiferencia por las cosas mundanas, y tu ternura para con los menesterosos. Pero esperaba con ansiedad la hora que me demostrara decisivamente si sería hastante para tu contentamiento el hu­ milde legado de las escasas virtudes de tu madre y si eras el noble heredero de las prendas de tu padre el mártir. Esta hora, a Dios gracias, ha llegado hoy. — ¿Qué he hecho, pues, para que así se haya modificado la opinión en que me teniaB?— preguntó Pancracio. — Escúchame, hijo mío ; hoy, que era el último día de tu educación escolar, creo que nuestro misericordioso Señor se ha dignado darte una lección que vale por todas las que has recibido allí, y revelar que has salido de la infancia, que es menester tratarte en lo sucesivo como hombre, porque de tal son ya tus palabras y tus acciones. —¿Qué es lo que quieres decir, queíida madre?

FABIOLA O LA IGLESIA DE LAS CATACUMBAS

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han bañado sus vestiduras; j con qué ciosas : abrióla y sacó de ella una espon­ transportes se ha regocijado en su glo­ ja seca, pero con manchas muy obscu­ ria mi espíritu y mi corazón ! ¡ cuánto le ras. — Esta también, Pancracio, es la he rogado con toda la efusión del amor filial que obtenga para mí, no fama, ni sangre de tu padre—-dijo con voz tré­ yo misma la reco­ distinciones, ni riquezas, ni goces mun­ mula por el llanto gí mientras brotaba de la herida mor­ danos, sino lo que vale más que todo oso, a saber, que la única cosa que ha tal, cuando, disfrazada, presencié su dejado en la tierra pueda aplicarse en martirio y le vi morir de las heridas qu© lo que sé que considera él como más había recibido por amor a Jesucristo. Contemplóla Lucina enternecida, be­ útil y más noble! sóla fervorosamente, y sus copiosas lá­ — ¿Qué cosa es ésa, hijo mío? — Su sangre— replicó el mancebo,— grimas, cayendo Bobre la esponja, la hu­ que todavía corre por mis venas; sólo medecieron de nuevo, haciéndole reco­ esto. Conozco, siento que ha de desear brar la apariencia primitiva, como si en que esta sangre, como la que circuló aquel instante acabase de empaparla por las suyas, se derrame por amor de en la sangre que manaba del corazón * su Kedentor y en testimonio de su fe. del mártir. La santa matrona la aproximó a los — Basta, basta, hijo mío—exclamó la madre conmovida por una santa emo­ estremecidos labios de su hijo que se en­ ción ;— arranca de tu cuello el símbolo rojecieron al contacto de tan santo ob­ de la infancia; tengo que darte otra jeto. Con lks profundas emociones de cristiano y de hijo veneró Pancracio la insignia mejor. Obedeció Pancracio J se quitó la sagrada reliquia y sintió como si el es­ píritu de su padre hubiera descendido bulla de oro. — Has heredado de tu padre— prosi­ sobre él y hecho vibrar hasta lo pro­ guió la madre con acento aún más pro­ fundo las fibras más delicadas de su co­ fundamente grave,— un nombre escla­ razón, para que circulase más rápida­ recido, una posición elevada, riquezas mente el liquido que contenía. Pareció­ y cuantas ventajas ofrece el mundo. le que toda la familia se hallaba de nue­ Mas había en su patrimonio un tesoro vo reunida. Lucina volvió a colocar el que no podía entregarte hasta que es­ tesoro en su relicario y rodeó con la tuviera persuadida de que eras digno áurea cadena el cuello de su hijo di­ de poseerlo. Te lo he ocultado hasta aho­ ciendo ; —'Cuando sea humedecida otra vez, ra, y, aunque lo aprecio más que el oro y las piedras preciosas, ya es tiempo que sea por un manantial más noble que las lágrimas de una pobre viuda. de que lo ciña a tu cuello. Mas no lo creyó así el Cielo y el fu­ Con mano temblorosa se quitó del suyo la cadena de oro que caía sobre su turo campeón fué ungido y el futuro pecho, y por la primera vez vió su hijo mártir consagrado con la sangre de su que pendía de ella una bolsita ricamen­ padre, mezclada con las lágrimas de su te bordada y adornada con piedras pre­ madre.

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IV LA F A M IL IA PAGANA

Mientras se desarrollaban las escenas descritas en loa capítulos precedentes, verificábase otra muy diferente en una casa situada en el valle que separa el Quirinal-del Esquilmo. Pertenecía ésta a Fabio, patricio de la orden ecuestre, cuya familia había acumulado cuantio­ sas riquezas mediante el arrendamiento de las rentas de las provincias asiáticas. Era su morada más grande y espléndi­ da que la que hemos visitado. Ocupaba una vasta extensión de terreno y con­ tenía un peristilo o patio amplísimo, ro­ deado de muchas habitaciones, alhaja­ das todas no sólo con las obras más pre­ ciosas del arte europeo, sino también con las más raras producciones del Oriente. Los pavimentos estaban cu­ biertos de alfombras de Persia, sedas de la China, telas de brillantes colores traí­ das de Babilonia y tapices bordados en la India y en Frigia revestían el mo­ biliario, mientras que en todas partes se veían esparcidas mil curiosidades en marfil y metales preciosos, que se su­ ponían labradas por los habitantes de las islas situadas allende el Océano de la India, de formas monstruosas y fa­ buloso origen.

Fabio, el dueño de todos estos tesoros y de dilatadas haciendas, era la ver­ dadera personificación del romano, buen vividor, resuelto a gozar a sus anchas de esta vida, bien que jamás había so­ ñado pudiera existir otra. Y aunque en nada creía, no dejaba, sin embargo, de rendir culto, como cosa corriente, en ocasiones oportunas, a la deidad que se hallaba de turno, de suerte que era te­ nido por hombre tan bueno como sus convecinos, y nadie tenía derecho para exigirle más. Pasaba la mayor parte del día en alguno de los grandes estableci­ mientos de baños, los cuales, además de lo que se desprende de au nombre, contenían en su recinto numerosas de­ pendencias que equivalían a nuestros casinos, gabinetes de lectura, juegos de pelota y gimnasios. Allí tomaba su ba­ ño, conversaba, leía y pasaba alegre­ mente el tiempo, a menos que, para introducir una variante en su regalada existencia, fuera a espaciarse al foro oyendo los discursos de los tribunos o la defensa de algún abogado, o recorrie­ se alguno de los muchos jardines fre­ cuentados por la sociedad más escogida de Roma. Regresaba después a su casa para disfrutar de una cena espléndida poco más o menos a la misma hora en que acostumbramos comer en la actua­ lidad, a la cual concurrían algunos hués­ pedes convidados de antemano, y otros que recogía en el transcurso del día en­ tre la caterva de parásitos que se hallan siempre al paso dispuestos a gozar de los placeres de una mesa opíparamente servida. En su casa, cuya custodia y arreglo estaban encomendados a una multitud de esclavos, era señor bondadoso e in-

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dulgente; y como lo que más aborrecía era el incomodarse, dejaba el cuidado de todo a la dirección de sus libertos.

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para reflejar el cuerpo entero; bajo de él y sobre una mesa de pórfido hay una colección de innumerables y raros cos­ méticos y perfumea, a los cuales eran

Pero más que con él deseamos poner tan aficionadas las señoras romanas, que en relaciones al lector con otra per- empleaban en su adquisición cuantiosona de su casa, con la participadora de saB sumas (1). sus sorprendentes magnificencias, la Sobre otra mesa de madera de sánúnica heredera de bus riquezas, su hi- dalo de la India, ostentábanse en bus ja, que según la costumbre de Roma, preciosos estuches, ricos dijes y joyas lleva el nombre de su padre, pero dul- para escoger entre ellas las que habían cificado con el diminutivo, y la deno- de servir aquel día. minan Fabiola. No entra en nuestros propósitos, ni Como lo hemos hecho en parecidas nos incumbe, el describir las personaB ocasiones, conduciremos al lector al apo- ni sua formas, sino el sondear bus cuasento de la joven. Se asciende a él por lidades chórales. Nos limitaremos, pues, una escalera de mármol que arranca a decir que Fabiola, que contaría unos en el segundo patio, a cuyos lados se veinte años, no cedía en belleza a las extiende una serie de habitaciones que otras damas de au clase, edad y fortuvan a terminar en una azotea, adorna- na, y que tenía numerosos aspirantes a da con plantas exóticas y refrescada con gu mano. Pero su índole y carácter foruna graciosa fuente. maban raro contraste con el de su padre. En este aposento están reunidas las Orgulloaa, altiva, imperiosa y cólerica obras más exquisitas y raras del arte sojuzgaba cual pudiera hacerlo una emromano y extranjero. El gusto más re- peratriz a los que la rodeaban, salvo finado y ayudado por los medios que pro- una o dos excepciones, y exigía humilporcionan las riquezas y circunstancias de homenaje de cuantos se le aproxiespeciales ha presidido evidentemente maban. Hija única, pues había perdido a la reunión y colocación de todos estos su madre al nacer, había sido educada objetos. En este instante, como Be apro- con demasiado mimo por su indolente y xima la hora de la cena, vemos a la bondadoso padre. Instruida por afamadueña de esta primorosa estancia ocu- dos maesttos, poseía vastos conocimienpada en adornarse para aparecer con tos en el saber humano y estaba dotanuevo esplendor. da de no pocas perfecciones ; pero acosHállase reclinada sobre un lecho cona- tumbrada a satisfacer sus más extravatruído en Atenas, incrustado de plata, gantes antojos, jamás había conocido lo en un gabinete de forma cicena, esto que era contradecirle un deseo, es, con ventanas de cristales hasta el Abandonada con frecuencia a sí missuelo, que se abren por el lado de la ma habla leído mucho, y especialmente azotea de las flores. En el paño de la ------------pared que está enfrente, pende un es(1) Sólo en la confección de na cosmético _ .

,

para Popea, e&po&a de Nerón, o© consumía

p©]0 de plata pulimentada, suficiente 5iaxiamene la leche de 300 burras. TABTOLA.— 2

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libros serios y profundos, y se había de­ clarado partidaria del epicureismo filo­ sófico refinado, es decir, intelectual e incrédulo que a 1a sazón estaba en bo­ ga en Boma. Del cristianismo sólo sa­ bía que era algo bajo, material y vul­ gar, y lo despreciaba demasiado para tomarse el trabajo de estudiarlo en su fondo. En cuanto al paganismo con sus dioses, sus ridiculas fábulas y su idola­ tría, se burlaba de él para sus adentros, aunque exteriormente lo profesaba. En una palabra, nada existía para ella más allá de esta vida, ni pensaba en otra cosa que en los delicados goces de la presente. Pero por fortuna su mucho orgullo era égida de su virtud-; detesta­ ba la perversidad de la sociedad paga­ na, y despreciaba a loa frívolos jóvenes que le rendían a porfía sus aduladores homenajes y con cuyas necedades Be di­ vertía. Teníanla generalmente por fría y egoísta, pero su conducta era moral­ mente irreprensible. Desde el comienzo de esta historia venimos haciendo largas descripciones, como si en ello tuviéramos especial com­ placencia ; mas conviene decir que la« consideramos, necesarias para enterar mejor al lector del estado material y so­ cial de Boma en el período a que nos referimos, lo cual hará la narración más inteligible ; y si llegase a creer que exa­ geramos el esplendor y magnificencia de algunas cosas en una época de deca­ dencia en las artes y en el buen gusto, le haremos presente que el tiempo en que suponemos estos vicisitudes a Bo­ ma, distaba tanto de los mejores tiem­ pos del arte romano, el de los Antoninos, por ejemplo, como la época presen­ te dista del tiempo de Cellini, Bafael y

Donatello. Y sin embargo, ¿en cuántos palacios italianos no se conservan aún las obras de estos eminentes artistas, justamente admiradas ya que no imi­ tadas? Pues exactamente lo mismo su­ cedía en aquellas casas pertenecientes a las antiguas y opulentas familias de Bo­ ma. Encontramos, pues, a Fabiola recos­ tada en su lecho, asido por el mango en la mano izquierda un espejo de pla­ ta, y en la derecha un instrumento im­ propio de mano tan delicada. Era éste un lindo puñal primorosamente cince­ lado, con puño de marfil, y una argo­ lla de oro para sostenerlo ; instrumento favorito con que las damas romanas cas­ tigaban a su b esclavos, y desahogaban en ellos la cólera que la más leve con­ tradicción las producía. Tres esclavas rodean ahora a su señora : pertenecen a diferentes razas, y han sido compradas a elevado precio, no ciertamente por su agradable aspecto, sino por sus habi­ lidades. Una de ellas era negra y no de la raza degradada, sino de las de Abiflinia y Numidia, cuyas facciones son tan regulares como las de los habitantes de Iob pueblos asiáticos ; pasa por muy en­ tendida en el conocimiento de las plan­ tas, en sus propiedades medicinales y de tocador y otros usos tal vez más pe­ ligrosos, como en la composición de fil­ tros y aun de venenos: sólo es conoci­ da por su denominación nacional de Afra. Era la otra griega, distinguida por su buen gusto en el vestir y por la elegancia y pureza de su acento; lla­ mábase Grata. El nombre de la tercera es Syra, que nos revela su procedencia asiática, la cual sobresalía por el primor de sus bordados y el esmero de sus ser-

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vicios; y eT& tan apacible, silenciosa y pir con mi deber

contestó la m

tan exacta cumplidora de sus deberes, y sincera Syra. como las otias locuaces, ligeras y jacMe parece, esclava repu , tanciosas por la cosa más insignificante enojo, la» altiva señora, que que hacían. Incesantemente dirigen muy dada a elogiar ; nunca se oye s ambas a su señora las adulaciones más de tus labios palabras ísonj serviles, y prueban a interceder por - ¿ Y qué valdrían-respondio Syra aquel de loa candidatos a su mano que -la ® palabras de una pobre las ha sobornado con más largueza o rigidas a tan noble ama, acos u mayor elocuencia. a oirías todos loa d as de la t a , fin. * ; , — Cuánto gozarla, mi noble señora— dijo la esclava negra,— si me fuera dado hallarme esta noche en el tnclinium (1) cuando tú entres, para observar en los convidados el brillante efecto de este nuevo stibium (2>. Muchos ensayos me

elocuentes? ¿í>o as espr i , ventura-, cuando salen e n Sus dos compañeras a anzar mirada de despecho; Fabola encolerizada también, quiso i m p o n e r ^ rrectivo. ¡ Un sen jmien o

ha costado antes de obtenerlo tan per- una esclava 1 , ... fecto ¡ pero puedo asegura, que ¡amis -¿ C o u q u e rgnoras « se ha visto en Roma c L que se le pa- altanería - que eres mía y que te he Tezca comprado por una crecida suma para - P u e s yo— añadió la astuta griega, que me sirvas según mis caprinos? - n o me atreveré a aspirar a tan alta Tanto derecho tengo ai » » » ‘" honra. Me daría por satisfecha con ad- lengua, como al de tus manos y si m mirar desde el umbral de la puerta el agrada ser alabada, adulada y aun canefecto magnífico de esta preciOBo túnica de seda que vino en ia última remesa de oro del Asia. Nada puede igualar su belleza ni elegancia, gracias a mi

tada por ti, habr s e acer te pese. ¡ Seria te curioso, que nna esc!™ tu viera voluntad que la deausefiora, cuando

habilidad, que en nada desmerece de la ni aun e.u vida e pe ■ ” . —-Es verdad— repuso Syra con calU-Y

tú Syra—preguntó Fabiola con ™ y dignidad ; - m i vida te pertenece

despreciativa^sonrisa,—¿qué es lo que

C o l o q u e termma c o n m , ^ .

deseas y qué tienes que alabar de tu tiempo, sal ud, fuerza' y * K■9 Todo esto lo compraste con tu oro y es, r - N o deseo otra cosa, noble sefiora, I™ consiguiente, de tu Pr»P¡«d^

^

... x. todavía me queda una que no bastarían sino que seas siempre fe li z ; en cuanto 10(1 ¿ T u j 3 ¿ IoV^ot- para comprarla todas las riquezas de un

a mi trabajo, de nada tengo que alabar- * me, porque no he hecho m is que cum- ^

^

* ni de ^ 6noadenada con ^ ^ m ence-

rrada en los límites de la vida. comedor. jcji comeaor. ( 1) El

(2) Antimonio negro que se aplicaba a los párpados inferiores.

—¿ Y qué cosa es ésa?... — U n alma.

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— ¡U n almaI— exclamó atónita Fa­ biola que por primera vez en su vida oía reclamar a una esclava semejante propiedad.— Permíteme que te pregun­ te, ¿qué entiendes tú por esa palabra? — No podré expresarme en sentencias filosóficas— contestó la esclava,— pero por esa palabra entiendo ese sentimien­ to íntimo que vive dentro de mí, y me inspira la certidumbre de que mi exis­ tencia está unida a la tuya en medio de cosas mejores que las que me ro­ dean ; que huye sensiblemente de la destrucción, y por instinto de todo lo que a ella está asociado, como la enfer­ medad lo está a la muerte, y por lo tanto aborrece la adulación y detesta la mentira. Mientras que yo posea ese in­ visible don, no podré hacer jamás nin­ guna de ambas cosas. Las otras dos esclavas, que compren­ dieron muy poco de todo eBto, manifes­ taban su estúpido asombro por la pre­ sunción de su compañera. También Fa­ biola estaba admirada; mas recuperan­ do de nuevo su orgullo, dijo con visible en ojo: — ¿Dónde has aprendido todas esas locuras? ¿Quién te ha enseñado a pa­ blar de esa manera? Por lo que a mí se refiere, yo, que he estudiado muchos años, estoy persuadida de que todas esas ideas de existencias espirituales no son más que sueños de los poetas o de los sofistas y como tales los desprecio. ¿Pre­ tenderás tú, esclava ignorante e ilite­ rata, saber más que tu señora? ¿o su­ pones, en efecto, que cuando tu cadá­ ver sea arrojado sobre el montón de los esclavos muertos por el exceso de la embriaguez o de resultas de los azotes para ser quemados sobre ignominiosa

pira, y cuando sus confundidas cenizas sean arrojadas a una fosa común, has de resucitar volviendo a gozar de una vida de ventura y de entera libertad ? — Non omnis moriar (1) como dice uno de tus poetas—replicó la esclava ex­ tranjera con modestia, si bien con res­ plandeciente mirada que llenó de asom­ bro a su señora.— Sí, espero y estoy se­ gura de sobrevivir a todo eso. Más aún : creo y sé que de esa fosa que has pin­ tado con tan vivos colores habrá una mano que recogerá cada pedazo carbo­ nizado de mi cuerpo ; segura estoy de que existe un poder que llamará a cuen­ ta los cuatro vientos del cielo y hará que cada uno de ellos restituya hasta el átomo más imperceptible de mi polvo que haya arrebatado; y mi cuerpo se formará de nuevo, no para ser tuyo, ni de nadie, sino para ser rejuvenecido, li­ bre, gozoso, lleno de gloria, amante y eternamente amado. Esta esperanza cierta está grabada en mi corazón (2). — ¿Qué locas ilusiones de tu fanta­ sía oriental son esas que te impiden cumplir con tus deberes? Es preciso cu­ rarte de ellas. ¿E n qué escuela has aprendido todas esas necedades? Jamás las he leído en los autores griegos ni romanos. — En una escuela de mi tierra en la cual no se conocen ni admiten diferen­ cias entre el griego y el bárbaro, el li­ bre y el esclavo. — i Cóm o! — exclamó furiosamente irritada la altiva señora.— ¿ Sin esperar siquiera esa futura existencia ideal des­ pués de la muerte, ya, en este momen­ to, osas suponerte igual a mí, si ya no (1) (2)

No todo muere. Job. X IX . 27.

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.superior? Ven, dímelo de una vez sin ambages ni rodeos. Incorporóse Fabiola en la actitud del que aguarda con ansia la contestación ; cada palabra de réplica, por suave que íuese, aumentaba bu irritación, y en su interior padecía que se agitaban sus más violentas pasiones, cuando Syra di- .

Fabiola, que por vez prim a. vida se consideró r e p r e n d id a y hum dl£ da por una esclava, t o z ó llamaxad^ ae ira por Iob ojos, y levan an o e P to que tenía en a íes ra, o > ciega de furor, a la impasi e y zó ésta instintivamen e e , para resguardar su cuerpo, y en él la aguzada punta del arma quer

— Nobib'sima señora, eres muy supe- lanzada de arriba abajo, le icausó una nor a mí en jerarquía, en poder, en ins- herida más profunda que todas las que tracción, en genio, y en todo cnanto basta entonces había sufrido. L a pobre enriquece y embellece la vida, así como en la gracia de las formas, en los contornos y en tus modales y en la delicadeza y elocuencia de tu lenguaje; estás muy por encima de toda rivalidad

joven no pudo contener as r arrancadas por el intenso dolor que cansaba la herida, de la cual manaba abundantemente la sangre. A vergonjse Fabiola al momento de su cniddad,

i -i . ± a a «nrtp ílft núes no había sido su ánimo llegar y emulación, sobre todo de parte de p ., . , u

persona tan pequeña e insignificante co- tanto, y se consi ero mas umi mo yo. Pero ai te he de responder la aún en presencia de su esclava, verdad sencilla... — Anda, a n dv-dijo a Syra que estaIntemimpióse de pronto como si va, * tro de sí misma una inteligencia espiritual y viviente sin más limites que la inmortalidad, cuya verdadera morada

ha restañando la sangre con su paüue lo, ve a buscar a Bufrosina y que cure herida, No quería causarte tanto daflo; pero aguarda un momento, que deseo compensante con B^S°* Entonces, y esputa e a er revue to las joyas que había sobre la mesa, . J con^ nu del

está en el cielo, y cuyo prototipo es la 8erv^ ° P°r es*a noc^e ‘ divinidad misma, puede considerarse Quedó Fabiola con la conciencia traninferior en dignidad moral o en elevación de pensamientos a quien, a pesar de estar adornada de tantos y preciosos don es, no reconoce otros altoB destinos