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Leyendas de Quidea La Leyenda de erith Juan Comparán Arias Navegamos en un océano de amor hacia el corazón del creado

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Leyendas de Quidea

La Leyenda de erith Juan Comparán Arias

Navegamos en un océano de amor hacia el corazón del creador.

La forma de los sueños

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iendo apenas un niño, me di a la tarea de escribir mis sueños más extraordinarios, con frecuencia so­ ñaba con enormes astros de distintos colores que te­ ñían los cielos con sus luces; soñaba con un mundo donde mujeres repletas de tupidos pétalos que brota­ ban de sus cabezas, caminaban al lado de jóvenes de tostadas hojas de olivo sobre sus frentes; soñaba que volaba hacia lugares indescriptibles, que me encontra­ ba con seres incorpóreos que emitían emociones ex­ quisitas y que se comunicaban sin decir palabra algu­ na. Llegué a valorar tanto mis sueños que con los años me convertí en un cuidadoso coleccionista, pero no fue hasta que en una noche muy especial, un sueño en particular haría que cobrara una mayor relevancia todo lo que ocurría en mi mente mientras dormía. Aquella madrugada tuve un sueño de gran colorido y realismo, uno de tantos en los que era totalmente consciente del propio acto de soñar. Recuerdo que apareció ante mí un personaje que ejercía un oficio aparentemente im­ posible, frente a él tenía cientos de vibrantes figuras Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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geométricas que cambiaban a toda velocidad de di­ mensiones, formas, texturas y colores. Aquel ser las to­ caba y en el acto las transformaba en espectaculares paisajes y en artefactos increíbles; creaba animales y plantas de especies jamás vistas, y mezclaba el cielo con el mar fundiéndolos en el horizonte. Al verlo, sentí estar frente a un artista cuya materia prima era la men­ te misma, una especie de Maestro en el arte de soñar que quería mostrarme su extraordinario oficio. Él se acercó a mí y sin pronunciar palabras me explicó a tra­ vés de sentimientos muy precisos que esas figuras eran sueños neutros sin forma ni estabilidad, que eran mis propios sueños en un estado indefinido esperando ser transformados. Su explicación me maravilló, y como yo estaba soñando de forma consciente, me surgió una pregunta: “¿Qué debo hacer al despertar?”. Su respues­ ta fue una emoción que provino de aquel ser onírico con gran claridad y contundencia: “Dale forma a tus sueños”. Una vez despierto, reflexioné durante horas sobre aquel mensaje y finalmente concluí que debía ponerme a revisar mi vieja colección de sueños, la que había iniciado desde niño. Después de varios días de leer mis viejos sueños y comentarlos con amigos, me di cuenta de que tenían elementos recurrentes de gran simbolismo para mí: escenarios, personajes y situacio­ nes que podían tener mucha relación si los imaginaba como los elementos de una historia de ficción, enton­ ces decidí unirlos como las piezas de un gran rompeca­ bezas, de ese modo fueron surgiendo las Leyendas de Quidea. Este es el mundo que comencé a escribir al dar­ le forma a mis sueños. Juan Comparán Arias

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Introducción

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oce diferentes lunas rigen la vida de la civilización hérbica; siete de ellas: la blanca, amarilla, negra, gris, escarlata, ocre y azul, dividen los años con sus fa­ ses y periodos, la púrpura, dorada y verde, de trayecto­ rias más largas, marcan acontecimientos relevantes y festividades importantes. Las que restan tienen órbitas milenarias, son astros cuya aparición nadie puede pre­ decir, sin embargo, se sabe que cuando sus extraordina­ rias luces manchan los cielos ocurren grandes cambios. Su presencia es signo de profundas transformaciones sociales y espirituales. Una de esas lunas despierta la conciencia y da esperanza a los pueblos, la otra, por su parte, anuncia la destrucción de todas las formas de vi­ da; con ellas comienzan nuevos ciclos y todas las cosas son renovadas. En las Leyendas de Quidea* hay tres momentos his­ tóricos marcados por el advenimiento de las lunas mile­ narias. El más antiguo da cuenta del origen de la maldición ancestral* que trastornó las mentes de los herbos* y convirtió sus mejores sueños en recurrentes Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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visiones malditas cargadas de dolor y oscuridad. Este periodo se centra en el maleficio que surgió luego de que los pueblos más importantes de ese entonces, los hara­ ditas y los onios, lucharan por el conocimiento que los protegería de los rayos de la luna destructora ante los pri­ meros signos de su llegada. El segundo momento histórico ocurre miles de años después cuando llega el turno de la legendaria luna de la esperanza y su resplandor forma nueve misteriosos destellos* que caen en diferentes regiones de los Siete* Reinos* de Hérbatra,* y Erith, una joven herba de la que nacen hojas de sábila de su cabeza, proveniente de un pequeño pueblo del desierto, emprende un viaje para buscar el lugar exacto donde cayó el Noveno Destello* de la luna milenaria. Los acontecimientos que se susci­ tan a lo largo de esa accidentada travesía, logran desper­ tar su conciencia, se da cuenta de que existe otra forma de soñar muy distinta a la que hace que su pueblo padezca de visiones malditas, y descubre, gracias a la ayuda de su mejor amigo, que ella puede desarrollar el poder de dar­ le forma a sus sueños, un poder que puede ayudarle a enfrentar las amenazas a las que se verá expuesta. El tercer momento histórico en la vida de los her­ bos sucede cientos de años después de Erith con el naci­ miento de los hermanos Xaih e Ilah, quienes desde sus primeros días de vida luchan contra una particular ma­ nifestación de la maldición ancestral: se trata de un fe­ roz ente que pretende impedir a cualquier precio que los hermanos realicen su misión y que concluyan la tarea iniciada cientos de años atrás por un grupo de rebeldes. Ilah y Xaih no están solos en su lucha, sus elevados Maestros renacen en esa época también para ayudarlos y

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enseñarles los conocimientos que hasta entonces ha­ bían estado ocultos para la mayoría de los herbos desde el comienzo de la maldición. El desafío es descomunal; se trata de devolverle a todo un pueblo la capacidad de soñar. Esta saga transportará al lector al mundo de Quidea, un lugar lleno de criaturas extrañas, encantos, pócimas y visiones malignas que atacan a sus habitantes, el lector hará suya la lucha ancestral de los protagonistas; sentirá sus anhelos y compartirá el vértigo de sus pasiones y du­ das cuando se vean sometidos a grandes pruebas. Final­ mente, viajará con los personajes por las dimensiones superiores del alma y descubrirá que el simbolismo en­ tretejido en los textos puede aplicarse a la realidad, don­ de puede darle forma a sus sueños.

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La estudiosa de las Lunas

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ace miles de años la Luna Roja* apareció después de haber completado su trayecto milenario, los primeros rayos que destelló surcaron el cielo y forma­ ron complicados signos de luz. Los eruditos de los dos reinos más importantes de ese entonces interpretaron los trazos y determinaron que auguraban la inminente destrucción de todas las formas de vida existentes en cuanto la circunferencia del astro se dibujara por com­ pleto en el firmamento. Al no llegar a un acuerdo sobre la posesión y el uso del único recurso que podía protegerlos de la devastado­ ra presencia de la luna, los dos pueblos se enfrentaron en una sangrienta guerra. Los vencedores finalmente lo­ graron sobrevivir a las luces del astro destructor, pero pagaron un precio muy alto por su triunfo: un miste­ rioso maleficio, como ningún otro se haya conocido, ca­ yó sobre ellos para envenenar sus mentes. Su primer efecto trastornó su memoria; olvidaron todo lo ocurri­ do bajo sus devastadores rayos incluyendo la guerra y el motivo que la había causado. El desconcierto y la locura Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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hicieron que, además, terminaran por perder el registro mismo de los tiempos, de ese modo olvidaron su propia historia, y para su desgracia, las artes, ciencias y técni­ cas que habían desarrollado sus predecesores, entre ellas la que les había dado la victoria contra sus vecinos: la téc­ nica del dominio de la fundición de los metales. Los avances obtenidos por su civilización quedaron en el ol­ vido. Como segundo efecto, el mal intoxicó sus sueños; para aquel pueblo y sus descendientes, soñar se convirtió en un acto oscuro y triste, y por si fuera poco, conocieron una nueva clase de sueños, los que sufrirían cada año du­ rante un ciclo lunar: las visiones malditas o sueños mal­ ditos* de las que nadie hablaría, sueños que aparecerían de día en sus pupilas para recordarles sus más temibles miedos. El tercero y último efecto del maleficio hizo que los sobrevivientes de la guerra se volvieran vulnerables al resplandor de muchas otras lunas que antes habían sido inofensivas, que si bien no les causarían la muerte, sí les provocarían toda clase de enfermedades desconocidas si no tomaban la precaución de cubrirse ante algunos de sus rayos. Nunca imaginaron que al arrebatar a sus veci­ nos la protección contra los rayos del astro destructor, marcarían su destino de esa manera. La extraña maldición se perpetuó generación tras generación hasta impregnar cada actividad de sus vidas como un padecimiento coti­ diano, como un malestar incurable que todos sufrían sin conocer sus causas, tan solo esbozarían su origen como un rumor vago e incierto, como una leyenda misteriosa llena de dolor y oscuridad. A pesar de su terrible pasado, aquel pueblo logró fundar nuevos reinos y con los siglos construyó grandes ciudades que soportaron el paso de los milenios. 16

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El transcurso del tiempo terminó trayendo consigo vientos de grandes cambios, lunas poco vistas, y nuevos signos en las habituales. Ilah, una joven de tez clara y de grandes y delgados filamentos de diente de león que brotaban de su cabeza, había estudiado todas las lunas y sus fenómenos con gran disciplina, sin embargo, ha­ bía decidido mostrar su devoción a las ciencias y las ar­ tes de una en particular: la blanca. Su empeño la había llevado muy lejos, la hizo reunir todas las características de quienes poseían el llamado.* A su corta edad había logrado aquello que místicos, sabios y eruditos busca­ ban por sobre todas las cosas: reunir el valor espiritual y la certidumbre para cruzar el misterioso Puente del Abandono* que llevaba al Gran Árbol* a sabiendas de que las Bestias* aguardaban en el abismo para devorar a quienes fallaran en su empeño. Ilah correría el riesgo, quería saber lo que había del otro lado, su alma entera deseaba unirse al espíritu que se escondía detrás de la espesa niebla, al ser desconocido que, según le había di­ cho su Maestro,* poseía las respuestas que le faltaban, al Poderoso Sabio,* el Morador del Gran Árbol* y que ahora parecía llamarla más allá de las palabras. Sin em­ bargo, a Ilah aún le quedaba un asunto pendiente, aún tenía que tomar una última decisión. Recién había termi­ nado de interpretar los signos más complicados de la úl­ tima luna, el resultado la sorprendió y la intrigó hasta hacerla titubear. Al concluir su estudio supo cuál sería el curso de los acontecimientos que marcarían al mun­ do entero. Se dio cuenta de que se acercaba una trans­ formación sin precedentes en la vida de su pueblo y comprendió que si cruzaba el puente para intentar unir­ se al gran espíritu, jamás regresaría para ser parte de Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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aquel cambio. Tenía frente a ella una gran disyuntiva, así que buscó en lo más hondo de sus sentimientos la manera de resolverla tal como lo había aprendido del mayor de sus mentores. Mientras buscaba la respuesta, le vino a la mente la historia secreta que su Maestro le había contado. Se trataba de la leyenda de una joven co­ mo ella que siglos atrás se había encontrado con la luz de una luna muy distinta a la que habían confrontado sus ancestros. Narraba la vida de una chica de verdes y tupidas hojas de sábila que, desafiando a la maldición milenaria, había logrado conferir a sus sueños un nuevo significado. Ilah al fin tomó una decisión, a su modo había encontrado la manera de influir en el curso de la historia sin ser ella misma la protagonista.

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El testigo del tiempo Nadie le ha visto, ni siquiera el más grande de sus Amantes. De la inscripción sobre la piedra del puente

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ómo es el ser que habita tras la bruma*? —preguntó el Xaih a su hermana esa noche. Ella lo miró con un fuego calmado ardiendo en sus pupilas. —No lo sé —respondió—, nadie lo sabe en realidad, pero he sido convocada para descubrirlo. El viento soplaba dejando un sonido colmado de misterio, su furia inquietaba a los animales que tiraban de los carros y provocaba el llanto de los niños peque­ ños. Miles de herbos se reunían junto al puente. Fa­ milias enteras acompañaban a los que habían recibido el llamado. Todo Hérbatra coincidía en el lugar. Caravanas de la región fría y de los bosques llegaban por el norte, los habi­ tantes de los pantanos y las llanuras por el sur. Todos se llenaron de regocijo cuando al fin, después de su largo pe­ regrinar, las montañas quedaron atrás y el paisaje del sitio de reunión se les reveló en toda su grandeza. Era imponente y majestuoso; su tronco se alzaba firme sosteniendo unas colosales ramas que parecían Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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Manzano (Pirus malus). Árbol de tronco generalmente tortuoso, copa ancha poco regular, redondeada, de 6 a 10 metros de altura, con ramas de corteza rugosa y negruzca. Sus hojas son de 4 a 5 centímetros de longitud y son ovales. 1

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mezclarse con las estrellas. Cientos de hojas color púrpura caían suavemente en una interminable danza otoñal. Las an­ cestrales raíces salían en todas direccio­ nes, envueltas en una oscura piel que atesoraba su dignidad. Al acercarse, los peregrinos guarda­ ron un reverente silencio. Estaban ante el corazón de Hérbatra, el Árbol que tocaba el Cielo.* Frente a él había un abismo tan profundo y oscuro que, de no ser por el famoso camino que conducía hacia el fondo, muchos, al verlo por primera vez, hubieran jurado que era infinito. Justo en medio del enorme vacío se extendía un estrecho puente de roca que se perdía en la espesa niebla. Más allá de la bruma, aguardaba oculta la puerta que conducía al interior del Gran Árbol. Con motivo de la realización de la solemne ceremonia del llamado, y para poder presenciar tan importante acon­ tecimiento, la multitud se reunió alre­ dedor del abismo. Hasta el frente, los Amantes* indicaban a cada grupo su lu­ gar en el campamento; los peregrinos pernoctarían ahí algunas noches aguar­ dando el gran momento. Durante los días de espera, los Relatores,* en su ma­ yoría viejos herbos manzanos,1 contaban leyendas, costumbres ancestrales y, espe­ cialmente, instruían a los jóvenes acerca Juan Comparán Arias

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de la naturaleza de todas las cosas. Entre los relatos que narraban se encontraba el de su propio origen: cuando los herbos perdieron la memoria a causa de la aparición de la maldición ancestral,* su gremio surgió para lu­ char contra el olvido, decían que observando a las plan­ tas fue como se percataron de los hechos más relevantes ocurridos en la era de los primeros reinos. Al parecer, la historia se había quedado grabada en la naturaleza y ellos habían logrado leerla en los surcos de los tallos, en los ángulos de las raíces y en las manchas de los pétalos. Fue así que descubrieron que la mejor manera de no ol­ vidar cualquier hecho era contándolo, de ahí que deci­ dieran narrar sin descanso las historias que las propias plantas les revelaban. Una profunda y fervorosa emoción llenaba el cora­ zón de todos los herbos reunidos frente al abismo. En poco tiempo el horizonte se llenaría de un inconfundi­ ble color, y la misteriosa Luna Púrpura* iniciaría su lento ascenso hacia lo alto del cielo. Los herbos esperaban con expectación el momento en que el astro naciente se ali­ neara sobre la boca del Gran Árbol, iluminando por unos instantes el viejo puente de roca. Tres días antes de que esto ocurriera, los Amantes se dirigieron a cada grupo para apartar de sus familiares y amigos a los que habían recibido el llamado, pues se­ rían solo ellos quienes caminarían por el Puente del Abandono, y únicamente les permitirían la compañía de aquellos a quienes fueran a encomendar su alma. Entre la muchedumbre que se había instalado en las tiendas se encontraban Ilah y su hermano Xaih, la segunda naturaleza* de ambos, la que les hacía brotar su parte de planta como a todos los herbos, era la del 22

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diente de león.2 Los blancos filamentos que se desprendían de la cabeza del pe­ queño Xaih brillaban con el resplandor de los primeros rayos de la Luna Púrpura y le daban el semblante solemne y lumi­ noso de un joven sabio, sin embargo, aún carecía de los conocimientos suficientes para afrontar la vida debido a su corta edad. El niño era de carácter callado y re­ servado, y no solía exteriorizar mucho sus opiniones o intereses pero a menudo se le escapaban algunas preguntas debi­ do a que ya traía a cuestas enormes du­ das. Si bien, la timidez no representaba un gran obstáculo para el aprendizaje del pequeño, para su hermana sí era un mo­ tivo de preocupación, ya que su mundo era un lugar hostil y ella sabía que ya no estaría más para velar por él. Para fortu­ na de Xaih y tranquilidad de Ilah, el niño muy pronto escucharía los Diez Preceptos del Aprendiz* de boca de un Maestro, lo que le permitiría entender el principio de las cosas. Se acercaba el gran momento, luego de dos días todos los que habían recibido el llamado, junto con sus elegidos,* fue­ ron conducidos a la Gran Piedra. Ilah, acompañada de Xaih, estaba segura de haberlo obtenido practicando las artes de la virtud, en especial la de Zigot o de la piedad infinita la cual, en su opinión, era Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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Diente de león (Taraxacum). Planta anual con raíz primaria y roseta basal, no suele alcanzar más de 50 centímetros. Tiene hojas alternas en forma triangu­ lar de márgenes dentados y agudos. 2

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la causa de su privilegio; juntos espera­ rían la aparición del aliento. Xaih tendría unos cinco años cuando vio a su herma­ na por última vez bajo aquella misteriosa luna tan solemne y misteriosa. Antes de su partida, Ilah decidió dejar a Xaih un valioso legado que lo ayudaría a enfren­ tar su destino. Esta herencia incluía una enorme responsabilidad que él tendría que cumplir a su tiempo, y un relato que le contaría antes de partir a su última mi­ sión: la historia de Erith. Ambas cosas marcarían a Xaih para siempre. La Gran Piedra se hallaba justo al la­ do del Puente del Abandono, al final de una amplia explanada fría, formada por diminutas piedras grises humedecidas por las lágrimas de aquellos que, tras re­ cibir el llamado, debían separarse de sus seres queridos. En el lugar flotaba un va­ go aroma difícil de definir y de atrapar, como una sutil mezcla de finos perfumes de rosas,3 alcatraces,4 flores de azahar5 y extracto de jengibre,6 era el olor de la es­ peranza y la incertidumbre de aquellos que debían partir. Quienes habían recibido el llamado tuvieron que participar en una ceremo­ nia previa en la que fueron purificados para el momento más grande de sus vi­ das, pero aun así el miedo persistía en muchos de los rostros, ya que debajo del Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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Rosal (Rosa). Los rosales son arbustos generalmente espinosos, que alcanzan entre 2 a 5 metros de alto, sus flores son aromáticas, hermafroditas y regulares, con simetría radial.

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Alcatraz (Zantedeschia aethiopica). Planta arácea que tiene una hojilla blanca, en forma de cucurucho, que rodea una columna de flores amarillas pequeñísimas. 4

Azahar. Flor blanca que brota del naranjo, limonero o cidro.

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Jengibre (Zingiber officinale) Planta que llega a 90 centímetros de altura, con largas hojas de 20 centímetros radicales, lanceoladas, casi lineales, flores en espiga, de corola purpúrea, cuya raíz está formada por tubérculos horizontales muy apreciados por su aroma y sabor picante. 6

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puente aguardaban las Bestias que devo­ rarían los cuerpos de quienes no lograran llegar a la puerta ubicada del otro lado de la niebla. Este motivo provocaba un enor­ me temor en muchos de los que empren­ derían el camino para cruzar el puente. Las Bestias moraban en lo más pro­ fundo del oscuro abismo dormidas y solo se despertaban furiosas cuando la Luna Púrpura inundaba el cielo y los herbos elegidos comenzaban a caminar sobre la estrecha plataforma de vetustas piedras que formaban el Puente del Abandono. El paisaje se teñía de púrpura oscuro a medida que avanzaban las horas y el po­ deroso astro se alzaba cada vez más alto, irrumpiendo en la oscuridad como un enorme ojo cubierto de sangre. Repenti­ namente, de lo más hondo del abismo, comenzaron a escapar fuertes y prolonga­ dos aullidos; las Bestias habían desperta­ do y estaban listas para recibir a cuantos cayeran del puente. Este fue un momento sumamente difícil para Ilah y Xaih. —¡Ella cruzará! —se repetía el peque­ ño lleno de angustia, sabiendo que si su hermana caía del puente sería devorada por los temibles habitantes del abismo. Ilah lo miró con la triste ternura de quien sabe que jamás regresará, y dijo: —Al Morador del Gran Árbol le entregamos la savia roja* de nuestros Juan Comparán Arias

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cuerpos desde tiempos anteriores a la fundación de las ciudades. A todas las tierras vuelan sus Recolectores,* los que no tienen rostro, para cumplir con su cometi­ do, pues el líquido del alma es su alimento y el elíxir que emana de sus raíces es nuestra fuerza. Hoy es la no­ che más grande del año y la celebramos con la apari­ ción de la Luna Púrpura. Los que recibimos el llamado fuimos limpiados de toda mancha y de toda impureza con esencias de luna y con los suaves perfumes del oto­ ño. Durante todo ese tiempo de preparación solo bebi­ mos Dazh* y comimos frutas del aliento. ¡Mi vida entera vale por este día! ¡Hoy lo veré! ¡Estoy segura! ¡Hoy lo veré en toda su majestad! ¡Mira cómo tiemblan mis rodillas! ¡No logro contenerlas! Aún no puedo creerlo, Ilah. Cuando me encuentre delante de Él ya no seré más una herba diente de león. No habrá juventud, vejez, hambre ni frío para mí, ya no me llamaré Ilah ni seré tu hermana; tampoco contarán mis bienes y no importará más la influencia de la Luna Negra que mar­ có el día de mi nacimiento. El viento sopló con fuerza y el niño la observó in­ móvil, tratando de retener la imagen de su cara redonda, mientras los filamentos de su cabeza volaban hacia to­ das partes. —¡Escucha! —le indicó Ilah mientras lo abrazaba—. ¡Ya no falta mucho! Cuando el Supremo Amante* haga la reverencia, todo se llenará de misterio. Del norte, des­ de el Gran Árbol, llegará su presencia insondable, y cuando el puente se ilumine, en todas partes sonará el Aratá,* el antiguo canto. Será como el mar y nos llenará con su inmensidad en una ola semejante a los montes. Casi puedo sentirla. Miraré por sus ojos, navegaré por Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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su alma, seré sus pensamientos, contemplaré su belleza. Y justo ahí ¡el prodigio!, bajo el viejo puente nacerá su aliento y llenará el valle con su blancura. Una tenue bri­ sa vendrá del Árbol; el Gran Sabio,* Viviremos en Él,* ha­ brá llegado. Desde que recibí el llamado no pasa un solo día sin que recuerde a todos a quienes debo, en mayor o menor medida, este momento que, si es voluntad del Morador del Gran Árbol, será el último para mí en esta tierra, ¡también a ti te lo debo, pequeño Xaih! —¿A mí? ¿Por qué? —preguntó el niño en medio de su pesar. Su hermana lo miró con ternura y, mientras acari­ ciaba su mejilla, le dijo: —Tú eres el herbo a quien más me he dedicado, el que más me preocupa. No puedo evitar sentir un apre­ cio especial hacia ti. ¡Cómo me gustaría estar contigo algunas lunas más antes de partir con el aliento! ¡Solo con mirarte me lleno de tantos recuerdos, de tantas emociones...! En ti veo a mis padres, a mi familia; tú me haces recordar a los que he decidido dejar atrás. Habiendo dicho esto, Ilah levantó la cabeza, respiró hondo y dirigió su mirada a las inmensas ramas del Gran Árbol. Mientras recorría con la vista las hojas, por su mente comenzaron a desfilar las imágenes de los se­ res que había amado de corazón a lo largo de su vida, con tanta nitidez que, por un momento, creyó verlos frente a ella. Entonces, comenzó a decir con voz quebra­ da por la emoción: —¡Moud, pasamos tantas cosas juntos!, lamento mucho no haberme despedido de ti, de tus ojos tiernos, de la sonrisa tímida y las hojas cafés que rodeaban tu ca­ ra. ¡Quisiera poder verte y decirte tantas cosas! ¡Fuimos 28

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una gran pareja hasta aquel día! ¡Espero que tú también me recuerdes, estés don­ de estés, Moud! ¡Y aquí están mis amigos. ¡Hublo! ¿Cómo olvidarte?, recuerdo cuánto sufrías porque no sabías a cuál oficio debías dedicarte. Eras un gran her­ bo y te pasabas todo el tiempo resolvien­ do problemas que tú solo te inventabas —antes de continuar, se secó una lágri­ ma—. ¡Y tú Rodha! Aunque tus inventos en la cocina nunca funcionaron, recuerdo que siempre tratabas de encontrar la me­ jor manera de criar animales y que solías cocinar patos­naranja,7 pero no encon­ traste la sazón perfecta porque siempre terminaban con un sabor agrio, como si fueran patos­limón.8 ¡Tu virtud fue atre­ verte a hacer cosas nuevas, Rodha! —Hablas como si te oyeran, Ilah —di­ jo el pequeño a su hermana tras escuchar su monólogo. —Quizá me escuchen de alguna for­ ma, Xaih —respondió ella mientras veía el viejo y oscuro puente que habría de cruzar en su última hora. —¿Y quiénes son todos ellos? —pre­ guntó Xaih. —Algunos son nombres que duelen. —¿Los nombres duelen? ¿Por qué? —En realidad, lo que duele es recor­ darlos. Cuando hayas vivido más lunas y soles lo entenderás mejor —afirmó Ilah Leyendas de Quidea ∞ La Leyenda de Erith

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Naranjo (Citrus x sinesis). Árbol frutal que puede llegar a medir hasta 13 metros de altura, su fruto es la naranja dulce. 7

Limón (Citrus limon). Árbol frutal de madera dura y amarillenta que puede rebasar los 4 metros de altura, su fruto es el limón. 8

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con una fugaz sonrisa y prosiguió—. Dejaré también atrás a Rivah, el Relator y a Tiyok, a ellos sí los conoces, ¿verdad? Pocos herbos saben tanto como ellos. Sus his­ torias me sirvieron de ejemplo, les debo mucho. De su boca escuché de las hazañas de Erith y los rebeldes por primera vez; aunque cayera ahora mismo del puente y las Bestias me devoraran, ese relato permanecería en mi alma. —¡No, tú no caerás al abismo con las Bestias! ¡Pro­ mételo! —exclamó el niño exaltado. —Xaih, no puedo hacerte esa promesa. Si el Gran Sabio, Viviremos en Él, considera que soy digna, entonces cruzaré el puente, pero si caigo, recuerda lo que te dije: dejarás de estar triste y comprenderás que con cada nue­ vo fin, viene un nuevo comienzo. —¡Pero tú no caerás! ¡Te has preparado toda la vida para este momento! —insistió el pequeño. —¡Escucha bien lo que voy a decirte! —le contestó ella mientras elevaba su voz y extendía su mano derecha hacia el cielo oscuro—. Te he nombrado mi elegido y, si tropiezo, buscarás mi alma entre los frutos que salen de las Bestias. ¡Nada hay más importante en la vida de al­ guien que nombrar a su elegido! Recuérdalo bien. —Aún no comprendo cuál es la tarea de un elegido, y me da mucho miedo pensar que te puedan comer, además, me aterraría bajar al abismo a buscarte entre los frutos de esas horribles lobas­sequoias9 —replicó el niño mientras temblaba al borde del llanto. De repente, un punzante aullido semejante al de un moribundo es­ capó de manera ensordecedora de debajo del puente, estremeciéndolos.

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—¡Deja atrás tu miedo! —Le indicó Ilah con suavidad—. El manzano Relator te revelará los Diez Preceptos del Apren­ diz y comprenderás que el elegido es el herbo que cada uno escoge para cuidar de la semilla de su alma. Desde hoy aña­ dirás mi nombre al tuyo, ahora serás Xaih, hijo de Raod y elegido de Ilah. Lleva mi designio con honor pues tal vez un día también tú recibas el llamado para unirte al Gran Sabio. Ilah hizo una pausa y miró al niño es­ perando la frase acostumbrada por los herbos para completar el nombre del Gran Sabio. El niño no la pronunció, solo suspi­ ró con enfado y cuestionó a su hermana: —¿Tengo que repetir esa frase siempre? —Así es, Xaih, ¡y debes pronunciarla con respeto! —Está bien, está bien: ¡Viviremos en Él! —respondió el chico a la vez que incli­ naba su cabeza hacia el Gran Árbol—. ¿Por qué debemos repetirlo cada vez que lo nombramos? —Xaih, no queda mucho tiempo. ¡Es­ cucha! Muy pronto el Supremo Amante anunciará la llegada de la Luna Púrpura a su punto culminante y su luz se alineará con el hueco del tronco. Antes de comen­ zar a caminar por el puente, quiero com­ partir contigo una historia que escuché

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Sequoia (Sequoia sempervirens). Árbol muy longevo y el más alto del mundo, llegando a alcanzar más de 125 metros de altura. El tronco es recto, cilíndrico con ramas horizon­ tales ligeramen­ te encorvadas hacia abajo y po­ see una corteza muy gruesa, suave y de un brillante color pardo rojizo que se va oscurecien­ do, sus hojas son de color verde oscuro en la parte superior y en la parte inferior poseen dos bandas con estomas blanco azuladas. 9

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cuando tenía tus mismas lunas y de la que ya te he hablado antes: la leyenda de Erith. ¿Quieres oírla? —¡Sí, pero tengo mucho miedo! —respondió tembloroso el pequeño dien­ te de león. —Muy pronto estarás mejor, te lo pro­ meto —le aseguró Ilah mientras lo abra­ zaba—. La historia que te contaré habla del camino de alguien muy especial que existió hace cientos de años. Es la aventu­ ra de una joven cuya segunda naturaleza era la sábila.10 Te la narraré tal y como me la contó Rivah, el manzano Relator.

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Sábila (Aloe vera). Planta perenne de hojas largas y carnosas que arrancan de la parte baja del tallo, el cual termina en una espiga de flores rojas y a veces blancas. 10

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La leyenda de Erith La señal ¡Oh, imponentes montañas, hijas mayores de las tierras, díganme cuándo me será revelado! ¡Oh, árboles milenarios, libros vivientes de sabiduría, instrúyanme para conseguir el llamado del Gran Sabio, Viviremos en Él! Del libro de los poemas del elegido

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l pueblo de Tres Arenas era una comunidad peque­ ña y alegre, localizada al sureste de la tierra de Zer­ tha y rodeada de dunas de arena, no muy lejana del Templo Raíz.* En este pueblo vivía Erith. La joven her­ ba era muy inquieta y pasaba todo el tiempo inventán­ dose largas tareas para no aburrirse, por lo que al final del día terminaba tan agotada que dormir se convirtió en una de sus actividades favoritas.

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Parra (Vitis vinifera). Arbusto trepador con flores pequeñas agrupadas en racimos. Su fruto, los granos de uva, son unas bayas de color negro o verdoso que contienen de una a cuatro semillas. 11

Girasol (Helianthus annuus). Planta con tallo herbáceo, de 3 centímetros de grueso y cerca de 2 metros de altura, hojas alternas, pecioladas y acorazonadas, flores termina­ les, que se doblan en la madurez, amarillas, y fruto con muchas semillas negruzcas. 12

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“Si es que dormir se puede llamar una actividad”, pensó alguna vez. ¡Cuánto amaba Erith su cálida cama de hojas secas de parra!,11 sin olvidar su almohada de pétalos de girasol,12 que era su preferida. Casi tenía una relación sen­ timental con ella. ¡Era tan acogedora, tan cómoda, y había sido testigo de sus secre­ tos y anhelos! La cuidaba mucho porque ya había tenido la desagradable experien­ cia de romperla después de dormir con su característico sueño intranquilo. ¡Cuán­ to lamentaba no haber sido más cuidado­ sa cada vez que la rompía! Una tarde regresó a su casa muy can­ sada, se recostó y desde su ventana obser­ vó el atardecer. Afuera, el sol se escondía sobre las áridas montañas que rodeaban el pueblo donde ella vivía. En la penum­ bra oía los acostumbrados ruidos de la calle, donde algunos viejos herbos bebían Dazh con agua de caña13 y entonaban las canciones de siempre. En las esquinas, los champiñones14 luminosos colocados en postes para pro­ curar alguna iluminación en el exterior de las casas, solo permitían ver sombrías fi­ guras que iban y venían acompañadas de ruidos secos y accidentados. De repente, en la lejanía, una jovencita dejó escapar una risa juguetona que se perdió entre los

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murmullos del crepúsculo. Al oírla, Erith recordó sus años de instrucción. ¿Qué había sido de sus amigos? Ni siquiera las hechiceras* adivinas* hu­ bieran podido predecir su suerte. No habían caído en desgracia, tampoco hi­ cieron gran fortuna, y mucho menos se entregaron a la aventura, simplemente tenían una vida como la de cualquier otro herbo en Tres Arenas, donde todos pare­ cían disfrutar de las mismas cosas, go­ zando de la común tranquilidad de ser como los demás, resignados a no esperar más de la vida. En su pueblo Erith era famosa por hablar demasiado rápido. También era conocida por ser muy distraída, pero quizá lo que más la caracterizaba era la sutil belleza de su forma de ser. Era dife­ rente al resto de los pobladores de su tie­ rra. La mayoría de los herbos del desierto, de naturaleza cactus,15 eran secos en su trato, rudos para el trabajo y de escasas sonrisas; ella, en cambio, poseía el don de la alegría. Para Erith, inquieta y curiosa, todo era una fiesta y rara vez se le veía se­ ria. Adondequiera que fuese, hablaba con entusiasmo de la Tierra Húmeda, pues había escuchado que en aquel sitio siempre se podía oír música nueva y exci­ tante para divertirse.

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Caña (Saccharum officinarum). Planta con tallo leñoso, hueco y flexible, de 3 a 4 metros de altura, hojas anchas, ásperas, y flores en panojas muy ramosas. 13

Champiñón (Agaricus bisporus). Pertenece al reino de los hongos, organismos sin clorofila, de tamaño muy variado y de reproducción asexual por esporas. Sus tallos son ordinariamente celulares y ramificados. 14

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Cactus (Cactaceae). Planta con tallo globoso provisto de espinas y grandes surcos meridianos y con grandes flores amarillas sobre las espinas. 15

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La piel limpia del rostro de Erith con­ trastaba con las dentadas hojas de sábila que brotaban de su cabeza y que, capri­ chosas, se retorcían en todas direcciones. Cuando charlaba, su sonrisa aparecía de manera espontánea y sus delgados brazos se movían caóticamente para acompañar cada una de sus palabras. Recién iniciaba un ciclo de Luna Azul. De las siete del año, ésa era la favo­ rita de la chica. Esa noche los habitantes de la aldea tuvieron la oportunidad de presenciar uno de los fenómenos más im­ presionantes de los que se tuviera memo­ ria. Para Erith significó algo más: el inicio de una larga travesía. En esa ocasión la joven sábila con­ templaba el cielo con detenimiento y, mientras veía las escasas nubes, pensó que Zeo, su mejor amigo, seguramente había nacido en un anochecer como ese. La luz azulada del astro marcaba el carác­ ter amigable, honesto y confiado de aquellos que nacían bajo su influencia. Zeo no se desviaba para nada de estas ca­ racterísticas, y para ella, él era la persona más confiable de su pequeño pueblo. Ob­ servó la luna con mucho cuidado, imagi­ nando en su forma cada episodio de su vida compartida con Zeo. Sonrió al re­ cordar que él la había salvado de las ma­ nos de unas herbas que vivían en un Juan Comparán Arias

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barrio cercano, cuando por envidia, pretendieron gol­ pearla en la esquina de un callejón. No terminaba de re­ crear esa experiencia cuando, de pronto, una gigantesca luz amarillenta con forma de chispa apareció muy cerca de la luna, distrayéndola de sus recuerdos. Erith intentó atraparla con los ojos, pero se esfumó muy rápido. La chica pensó que se trataba de una estrella fugaz, pero para su sorpresa el destello emergió de nuevo con más intensidad, tornándose de un color naranja parecido a una llama que consume un trozo de carbón. Erith se apoyó con fuerza en la ventana y asomó la cabeza para ver mejor. En ese momento, la luz tembló unos instan­ tes y dibujó una enorme rueda. En la calle, la gente co­ menzó a detenerse a observar el fenómeno. Una gran confusión comenzó a propagarse entre los habitantes de Tres Arenas a causa de este hecho. Sus vecinos más cercanos, una familia de herbos cactus, discutían asom­ brados sobre el fenómeno, tratando de explicarse lo que sucedía. Perros de todas las naturalezas hérbicas* del desierto ladraban asustados y corrían de un lado a otro. Un arbusto melenudo y tieso aulló desquiciado cuando la luz giró de nuevo a una enorme velocidad. Al cabo de unos segundos, el destello transformado en un aro, se mantuvo incandescente durante un par de minutos ante las miradas atónitas de los aldeanos. La chispa inicial apareció más brillante en un extremo del círculo luminoso y fue acompañada de un ruido ensor­ decedor. Se movió a mayor velocidad luego de abando­ nar su trayectoria y dibujar una espiral. Tras dar tres vueltas, la luz adquirió una proporción mayor a la del astro azul y, con un impulso nunca visto por ojos hérbi­ cos, salió disparada hasta desaparecer en un sitio lejano, 40

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detrás de las cordilleras. El estruendo que provocó al caer sacudió la tierra e iluminó el horizonte de un im­ presionante resplandor anaranjado. El aro luminoso, sin embargo, continuaba colgado del cielo sin dejar de brillar. La curiosidad y el pánico aumentaron en la aldea, muchos herbos aseguraron con doble cerrojo las puer­ tas y ventanas de sus casas, otros cubrieron sus hongos luminosos para ocultarse en la oscuridad de sus vivien­ das, el resto salió corriendo para refugiarse en cualquier otro sitio que pareciera seguro. Erith, profundamente conmocionada, permaneció durante unos momentos indecisa, sin saber qué hacer. “¡Zeo está detrás de esas montañas!”, recordó so­ bresaltada a su mejor amigo.

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