Estudio de la Historia Arnold Toynbee TOMO_XI.pdf

Obras de Arnold ]. Toynbee publicadas por Eme ce Editores LA C I V I L I Z A C I Ó N PUESTA A PRUEBA GUERRA Y CIVILIZACI

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Obras de Arnold ]. Toynbee publicadas por Eme ce Editores LA C I V I L I Z A C I Ó N PUESTA A PRUEBA GUERRA Y CIVILIZACIÓN EL HISTORIADOR Y LA R E L I G I Ó N LA C I V I L I Z A C I Ó N HELÉNICA DE ORIENTE A OCCIDENTE EL CRISTIANISMO ENTRE LAS RELIGIONES DEL MUNDO

ESTUDIO DE LA

HISTORIA

ESTUDIO DE LA HISTORIA

POR

VOLUMEN I

ARNOLD J. TOYNBEE

Introducción Las génesis de las civilizaciones VOLUMEN ii (CONTINUACIÓN) Las génesis de las civilizaciones V O L U M E N III

El crecimiento de las civilizaciones VOLUMEN iv (PRIMERA PARTE) EL colapso de las civilizaciones VOLUMEN iv (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) El colapso de las civilizaciones VOLUMEN v (PRIMERA PARTE) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN v (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN vi (PRIMERA PARTE) (CONTINUACIÓN) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN vi (SEGUNDA PARTE (CONTINUACIÓN) La desintegración de las civilizaciones VOLUMEN vii (PRIMERA PARTE) Estados universales VOLUMEN vii (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) Estados universales

HON. D. LITT. OXON. HON. D. LITT BIRMINGHAM HON. LL. D. PRINCETON, F. B. A. EX-DIRECTOR DE ESTUDIOS DEL REAL INSTITUTO DE ASUNTOS INTERNACIONALES

EX-PROFESOR DE INVESTIGACIONES DE HISTORIA INTERNACIONAL DE LA UNIVERSIDAD DE LONDRES

(CON SUBVENCIONES DE LA FUNDACIÓN SIR DANIEL STEVENSON) Traducción de ALBERTO LUIS BIXIO VOLUMEN

XI

V O L U M E N VIII

Iglesias universales - Edades heroicas VOLUMEN ix (PRIMERA PARTE) Contactos entre civilizaciones en el espacio VOLUMEN ix (SEGUNDA PARTE) (CONTINUACIÓN) Contactos entre civilizaciones en el espacio VOLUMEN x Contactos entre civilizaciones en el tiempo COMPENDIO

de los volúmenes i al VI COMPENDIO

de los volúmenes vil al xil

EMECE EDITORES, S. A. BUENOS AIRES

Titulo de la obra en inglés A STUDY OF H I S T O R Y Esta traducción castellana se edita por atencton del autor, Pofeor Arnold J. toynbee, del Royal ImMute o InterZtional Ajiairs y de la Oxford Univers.ty Press de Londres. PRIMERA

EDICIÓN

Pero a mis espaldas siempre oigo Que a toda prisa se acerca El carro alado del Tiempo. ANDREW MARVELL

TEÓCRITo: KuvíaKa? "Epuí, i. 70. YrjpáaKü) 6'' aíei xo^yá Si8aaKÓy.svo;. SOLÓN Mi destino está en tu mano. SALMOS XXX.

l6.

Mas Tú eres siempre el mismo, y tus sueños no tienen fin. SALMOS CI. 28-29.

Queda hecho el depósito que previene la ley número 11.723. © EMECÉ EDITORES, S. A. - Buenos Aires, 1963.

PLAN DE LA OBRA

I INTRODUCCIÓN II LA GÉNESIS DE LAS CIVILIZACIONES III EL CRECIMIENTO DE LAS CIVILIZACIONES

IV EL COLAPSO DE LAS CIVILIZACIONES

V LA DESINTEGRACIÓN DE LAS CIVILIZACIONES

VI ESTADOS UNIVERSALES VII IGLESIAS UNIVERSALES

VIII EDADES HEROICAS

IX CONTACTOS ENTRE CIVILIZACIONES EN EL ESPACIO

X CONTACTOS ENTRE CIVILIZACIONES EN EL TIEMPO

XI LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA

XII LAS PERSPECTIVAS DE LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL

XIII LA INSPIRACIÓN DE LOS HISTORIADORES

SCRIPTORIS VITA NOVA O silvae, silvae, raptae mihi, non revidendae, O mea, Silvani filia, musa dryas, non dolet: hoc Pacto dictum inmortale profata Arria procudit mi quoque robur et aes— mi quoque; non solus tamen exsulo: nonne priores clara creaverunt tristi opera exsilio? Exsul —et immeritus— divom, Florentia, carmen edidit, alma intra moenia tale tua nil orsus, vates. Non iuste expulsus Athenis, Pangaei clivis advena Threi'ciis, scripsit postnatis in perpetuom relegendam vir, bello infelix dux prius, historiam. His ego par fato: par sim virtute. Fovetur acrius aerumnis magnanimum ingenium. Me patriae excidium stimulat nova quaerere regna. Troia, vale! Latium per maria atra peto. Silvae, musa dryas, praesens Silvane, penates, "non" mihi clamanti "non" reboate "dolet". Quae sibi nil quaerens quarenti tanta ministrat, quae nil accipiens omnia suppeditat, quae constanter amat non tali robore amata, quae daré —et hoc totis viribus— ardet opem, nonne haec digna suo Beronice nomine sancto? Quod patet ante oculos, improbe, nonne vides. Cui tam cara comes, non exsul: ubique patria qua praesens coniugis adsit amor. Cae ce día, tándem vidisti clarius. Audi: Perdita mortali gaudia flere nefas: non datus humanis in perpetuom esse beatos: mox marcent vitae praemia: segnities Elys'ti pretiumsl: hebetat dulcedo: doloris sopitam recreant volnera viva animam. Haec non quesitae tibí ¡anua aperta salutis: tu jato felix: te nova vita vocat. Gavisus iuvenis vitae describere metas, ausus eram fatum propicere ipse meum. Prospexi triplicem —fauste ducentis Amoris, Musarum comitum, coniugis— harmoniam, amens, qui, vasti peragrans vagus, aequora ponti, non cavi fulmen, saeva procella, tuom. Non iterum de me dictabo oracula: nosti, qui me servasti, Tu mea fata, Deus.

ÍNDICE XI. LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA A. EL PROBLEMA I. ESTADO DE LA CUESTIÓN II. DEFINICIÓN DE TÉRMINOS III. EL ANTINOMISMO DE LOS HISTORIADORES OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS

(a) El rechazamiento de la creencia en una "ley de Dios" por parte de los espíritus occidentales modernos tardíos . . (b) La pugna entre la ciencia y el antinomismo por la posesión del reino intelectual derrelicto de las cuestiones humanas (c) La credulidad inconsciente de los declaradamente agnósticos (d) Los motivos del agnosticismo de los historiadores occidentales modernos tardíos IV. LA CUESTIÓN TODAVÍA EN DEBATE B. LA SUJECIÓN DE LAS CUESTIONES HUMANAS A LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" I. EXAMEN DE EJEMPLOS

(a) Las "leyes de la naturaleza" en las cuestiones ordinarias y privadas de una sociedad occidental industrial (b) "Leyes de la naturaleza" en las cuestiones económicas de una sociedad occidental industrial (c) "Leyes de la naturaleza" en la historia de las civilizaciones 1. Luchas por la existencia entre estados parroquiales . . . El ciclo de guerra y paz en la historia occidental moderna y postmoderna El ciclo de guerra y paz en la historia helénica postalejandrina El ciclo de guerra y paz en la historia sínica postconfuciana Visión sinóptica de las manifestaciones del ciclo de guerra y paz en la historia de las civilizaciones occidental, helénica y sínica 2. La desintegración y el crecimiento de las sociedades . . "Leyes de la naturaleza" en la desintegración de las civilizaciones . . .

17 X7

IJ 19 24

24 35 49 58 77 8o 8o

8o 84 98 98 98 129 139

153 160 160

"Leyes de la naturaleza" en el crecimiento de las civilizaciones (d) "No hay armadura contra el destino" II. POSIBLES EXPLICACIONES DE LAS MANIFESTACIONES DE LAS "LEYES DE LA NATURALEZA" EN LA HISTORIA

164 169 182

Los trabajos del hombre, emancipados del ciclo del día y del ciclo anual de las estaciones, por obra de la civilización .. 182 El ciclo comercial psicológico emancipado del ciclo físico de las cosechas, por obra de la revolución industrial 187 El uso educativo que el espíritu humano da al ciclo físico de las generaciones como regulador psicológico de cambios sociales 198 El sometimiento de las civilizaciones que sufrieron colapso a "leyes" de la naturaleza humana subconsciente 207 III. ¿SON INEXORABLES O GOBERNABLES LAS LEYES DE LA NATURALEZA QUE SE MANIFIESTAN EN LA HISTORIA?

22O

C. LA RESISTENCIA DE LAS CUESTIONES HUMANAS A SOMETERSE A LEYES DE LA NATURALEZA

232

I. EXAMEN DE EJEMPLOS

CLAVE PARA EL MANEJO DE LAS REFERENCIAS INTERNAS EN LAS NOTAS AL PIE DE PÁGINA DE LOS VOLÜMENES VII-X

232

(a) La variabilidad del coeficiente de cambios culturales . .

232

1. La hipótesis de la invariabilidad y las pruebas en contra de ella 2. Ejemplos de aceleración 3. Ejemplos de retardación 4. Ejemplos de ritmo alternado de cambio

232 240 248 251

(b) Diversidad de episodios correspondientes en la historia de diferentes civilizaciones

263

1. Diversidad en la duración de las fases de crecimiento de las civilizaciones 263 2. Diversidad de las relaciones de la religión con los surgimientos y caídas de civilizaciones de diferentes generaciones 266 II. POSIBLES EXPLICACIONES DE LA NO VALIDEZ DE LEYES DE LA NATURALEZA EN ALGUNAS FASES DE LAS CUESTIONES HUMANAS

267

D. LA LIBERTAD DEL ALMA HUMANA QUE ES LA LEY DE DIOS

288

El texto final de esta obra, lo mismo que sus notas originales, se escribió (excepto en lo tocante a algunos anejos) en el orden en que aparecen los capítulos en el índice general. A cada paso, tanto al preparar las notas como al escribir el texto, el autor procuró siempre no perder de vista la relación entre el pasaje en el que estaba trabajando en ese momento y el plan general de la obra; de ahí que en las notas que van al pie de página se haga referencia a pasajes de la obra conexos con el texto de que se trata, pues el autor cree que el método de tener continuamente presente el conjunto, método que constituyó una guía y una disciplina indispensable para el desarrollo de su propio pensamiento, ha de ser asimismo de alguna ayuda para los lectores. Puesto que, por la naturaleza misma de este trabajo, la cantidad de notas relativas a referencias internas ha ido aumentando a medida que avanzaba el libro, el autor procuró, al imprimir esta serie final de cuatro volúmenes, aliviar los ojos del lector -—y al propio tiempo aligerar el trabajo de la imprenta— reduciendo al mínimo el espacio dedicado a tales notas. En consecuencia, cada referencia estará representada por tres indicaciones: un número romano, en mayúscula, que indicará la parte; un número romano, en minúscula, que indicará el volumen; y un número arábigo, que dará la página; una n. indicará "nota al pie de página" cuando la referencia sea ésta. Por ejemplo, una referencia que en los volúmenes I-VI habría aparecido en una nota al pie de página así: "Véase IV. C. (m) (r) 2 (8), Anejo, vol. IV, pág. 637, sufra", aparecerá en los ucatro volúmenes presentes, del modo que sigue: "Véase IV. IV. 637." El autor cree que ni el impresor ni el lector habrán de quejarse de esta forma más comprimida.

XI LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA A. EL PROBLEMA I. ESTADO DE LA CUESTIÓN

UANDO el autor estaba proyectando este Estudio en el verano de 1927 d. de C, comprendió que debía abordar el problema de los respectivos papeles de la ley y la libertad en la historia, antes de intentar cobrar una visión, cual desde el Pisgah, de las perspectivas de la civilización occidental. Sin embargo, en el invierno de 1928-9 d. de C., cuando, teniendo presente aquel objetivo ulterior redactaba las notas para escribir eventualmente esta Parte, se daba cuenta de que esa cuestión capital parecía aún académica a la mayor parte de los habitantes de los países occidentales que habían sido ya neutrales, ya vencedores, en la guerra mundial de 1914-8 d. de C En junio de 1950, cuando después de siete largos años de interrupción, que se extendieron de 1939 a 1946, el autor llegó por fin a redactar esta Parte del libro, se encontró trabajando en una nueva atmósfera que decididamente era más afín al tema. En 1950 d. de C., los sobrevivientes de una generación de occidentales que libraron dos guerras mundiales fratricidas en el espacio de una vida, habían salido del segundo de estos conflictos, incomparablemente destructores, sólo para verse empeñados en una "guerra fría" que no era menos ardua y menos crítica por ser menos bárbara que el preludio militarmente representado dos veces, en que el encoré había sobrepasado la primera representación. Y esas decepciones e inquietantes experiencias habían provocado, en la mayor parte de las almas occidentales vivas, un revolucionario cambio de sentimientos y concepciones. En esa época la mayor parte de los occidentales habían cobrado conciencia de que su civilización se hallaba en peligro de muerte, y la reflexión les había hecho recordar que, después de todo, ésa no era una perspectiva nueva en una arena histórica en la que casi todas —si no todas— las otras sociedades humanas de la misma especie ya habían perecido. En verdad, la generación viva de Occidente comenzaba a mirar los hechos de la historia tales como éstos se presentaban al ojo hbre, en lugar de continuar contemplando ese temible espectáculo a través de los lentes ahumados heredados de sus abuelos; y, a la luz de nechos luminosos, que por fin contemplaban directamente, los occi• enta/es se planteaban cuestiones que habrían escandalizado a sus abue°s, si alguna vez se les hubiera ocurrido formulárselas. *•* generación de homo Occidentalis que ya estaba en su chochez

C

LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA 18

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

en 1914 d. de C. fue la última generación que sostuvo, con incuestionable fe, un dogma que por esa época ya había servido durante un cuarto de milenio como la sustancia de una religión, mecánicamente disecada y peptonizada, del hombre occidental moderno tardío. Esta cómoda y errónea doctrina permitía a la sociedad occidental contemplar frente a sí un panorama ininterrumpido de progreso hacia un paraíso terrenal, y creer que su triunfante avance a lo largo de ese camino abierto era inevitable, puesto que la única "ley" que obraba sobre un homo sapiens, libre en todos los otros aspectos de labrar su propio futuro, era "una ley de progreso" que hacía inevitable que se cumplieran los deseos del pensador. En 1950 d. de C., los nietos de estos últimos mohicanos Victorianos se estaban planteando cuestiones que había formulado para los indagadores occidentales después de la primera guerra mundial, Oswald Spengler, un hombre de genio, de espíritu pontifical, que pensó y escribió en el milieu psicológico de un país que acaba de sufrir lo que, aun teniendo en cuenta los criterios moderados de la época, había sido una aplastante derrota militar. Unos treinta años después de la publicación de la primera edición de Der Untergang des Abendlemdes, en 1919 d. de C., un coro de voces occidentales se hacía eco del vidente cuestionario de Spengler. ¿Son las grandes tribulaciones que hemos sufrido, y las tribulaciones aún mayores que prevemos, productos de "leyes" que se hallan más allá de nuestro dominio y que no son, a la postre, "leyes" de progreso? Si leyes tan desagradables están verdaderamente en vigor, ¿gobiernan ellas toda la vida humana, o hay algunas provincias o planos de la vida en que el hombre es su propio amo, y por lo tanto tiene la libertad —dentro de esos límites— de encontrar remedios, mediante su propia acción, para males de su propia factura? Si las cuestiones humanas se hallaran, pues, sometidas, a un régimen dual, ¿qué cuestiones se hallan bajo nuestro régimen y cuáles son gobernadas por la "Ley"? Y, si comprobamos que el hombre tiene un mínimo de libertad, ¿no podríamos emplearlo como un oxoo CTCWJJ.SV partiendo del cual —mediante la virtud, la sabiduría y el trabajo— acaso pudiéramos ampliar los límites de la provincia que se halla bajo el dominio del hombre, a expensas de la provincia que se halla bajo el dominio de la "Ley"? El filósofo germano que inauguró el camino en cuanto a plantear estas nuevas e inquietantes cuestiones a los entonces complacidos y perezosos espíritus occidentales, dio a todas ellas una amplia y dogmática respuesta propia. La verdadera ley de la vida social humana •—declara Spengler— no es una ley de inevitable progreso, sino que es una ley de inevitable colapso, desintegración y disolución, proceso que se desarrolla en un período de tiempo que acaso es hasta más inflexiblemente uniforme que los períodos de vida de los organismos vivos. Afortunadamente, al hacerse cargo de las cuestiones planteadas por Spengler, sus contemporáneos occidentales no aceptaron de antemano

la respuesta oráculo que el hierofante germano dio a su propia y sagaz inquisición. Y puesto que ya en otros lugares mostramos la falacia que suponía la posición de Spengler, que confundía las sociedades con organismos vivos, e hicimos notar la falta de fundamento de su creencia en la omnipotencia de la salvaje diosa Necesidad,1 podemos considerar las cuestiones planteadas y respondidas por Splenger como —pace Spengleri •—aún en debate. II. DEFINICIÓN DE TÉRMINOS

Al aventurarnos, sin prejuicios, a buscar una nueva respuesta propia al problema de si las cuestiones humanas están gobernadas por leyes, nuestro primer paso debe ser definir lo que entendemos por "leyes" y por "cuestiones humanas". En el contexto de nuestro Estudio, cuestiones humanas significa manifiestamente no medicina, sino humanidades, no química orgánica, biología y fisiología del cuerpo humano, sino los asuntos de los seres humanos en el aspecto espiritual de la humanidad en que el hombre es una persona, con una conciencia y una voluntad que se mueven en la superficie de las aguas 2 de un abismo psíquico subconsciente, y no en el aspecto físico en que el hombre es un cuerpo cuyos constituyentes químicos pueden analizarse, pesarse, medirse y tasarse por el valor actual que tienen en el mercado de los bienes materiales. Si, a los efectos de este Estudio, definimos la expresión "cuestiones humanas" en el sentido espiritual, bien podemos ver que nuestro campo de las cuestiones humanas se articula en cuatro provincias ocupadas respectivamente por las diferentes relaciones en que está el alma con Dios, consigo misma, con un círculo relativamente pequeño de otros seres humanos con los que se halla en comunión directa y personal, y con un círculo relativamente amplio de seres humanos con quienes se halla en contacto impersonal e indirecto, a través del mecanismo de las instituciones.3 En esta parte de nuestro Estudio habremos de reconocer esas cuatro provincias. En este mismo contexto, "ley" manifiestamente no significa la legislación elaborada por el hombre que, desde luego, es la única "ley" auténtica en el sentido literal del término y que es, asimismo, la única ky de la que tenemos conocimiento directo en nuestra inmediata experiencia humana de todos los días. La "ley" que nos interesa considerar en este Estudio se asemeja a la institución familiar hecha por el hombre en el hecho de ser un conjunto de reglas que rigen las cuestiones búfanas; pero la diferencia de esta llamada "ley" estriba en el hedió de ^ue no la hizo el hombre. De manera que al emplear el término con esta transferencia de significación, estamos atribuyendo los caracteres \e IV. iv. 22-56. 8 Génesis I. 2. Véase I. i. 493-4 y III. ni. 242-9.

2O

LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA

TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

de una institución humana conocida, al enigmático obrar de un universo misterioso. Al recurrir al expediente lingüístico. Y si no podemos -—como en verdad no podemos— alcanzar nuestra meta sin este vuelo de la imaginación, hemos de reconocer que, al transferir un vocablo de la esfera social a la esfera metafísica, no podemos dejar de transportar las connotaciones de la palabra conjuntamente con el rótulo a que se adhieren tales connotaciones. La inherente amenaza a la precisión, así como a la claridad de nuestro pensamiento es tan evidente como inevitable. Por eso el seguro más eficaz contra tal amenaza será tener en cuenta, de antemano, cuáles son esas connotaciones a prhrt de la palabra "ley". El rasgo más característico de la ley elaborada por el hombre estriba en el hecho de que ella ha de aplicarse consecuentemente en circunstancias uniformes y en todas las situaciones humanas que parecen caer dentro de la jurisdicción de la ley en cuestión. Implícitamente se supone que la ley ha de imponerse con imparcialidad y que ha de ser válida para todos y cada uno de aquellos que se encuentran dentro de su ámbito. Por lo demás, se supone que la ley no sólo ha de formularse y aplicarse consecuentemente y administrarse imparcial y efectivamente, sino que también ha de ser reconocida por todos como moralmente correcta. Pero, puesto que la naturaleza humana es lamentablemente imperfecta en cuanto a su moral, su inteligencia y su conducta y puesto que esta imperfección que lo invade todo se refleja en la manera insatisfactoria en que el hombre dirige sus cuestiones humanas, ni siquiera la mejor ley conocida por la historia es del todo justa, se administra del todo imparcial o efectivamente y se formula o aplica del todo consecuentemente.1 Una formulación perfectamente coherente de ley es por cierto imposible por naturaleza, ya que las operaciones intelectuales más agudas y sutiles del más consumado genio legal no podrían nunca abarcar toda la sutileza y complejidad de las cuestiones humanas concretas de que tienen que tratar las abstracciones del legista. Este hecho de que la vida no se sujete a la ley explica la ambivalencia moral que es un rasgo insuperable de la ley y un testimonio irrefutable del poder del pecado original. La objetividad impersonal que es el ideal reconocido de la Ley, fue burlada, en cada "ley" promulgada desde los albores de la legislación, por el inconfundible reflejo, visible en ella, de alguna inclinación personal que injustamente favorece un "interés" al perjudicar injustamente otro. Ningún legislador humano exhibió la perfecta justicia de un Dios que "no hace acepción de per1 Existían notorios casos en los que la voluntad o poder de una comunidad —o ambas cosas a la vez— para administrar la ley imparcial y efectivamente quedaron muy por detrás de su voluntad o poder —o de ambas cosas a la vez—• de formular y aplicar coherentemente la ley. Un ejemplo era el estado del derecho municipal de los islandeses en el siglo x de la era cristiana; otro era el estado del derecho internacional de los estados soberanos de la sociedad occidental en el siglo xx de la misma era. En Islandia la secuela (véase II. II. 358, n. 2) sugiere que una anarquía de este tipo repugnantemente refinado puede acarrear un rápido final, al invitar a que intervenga alguna poderosa mano extranjera.

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sonas" ! y que "sin acepción de personas, juzga según la obra de cada cual".2 Hasta la legislación humana más escrupulosa y más desinteresada reflejó siempre, de manera perceptible y en alguna medida, la influencia de fuerzas religiosas, económicas, políticas, militares, etc. Pero, aun cuando imagináramos el advenimiento de un legislador humano omnipotente que al propio tiempo fuera perfecto en cada facultad del espíritu humano, la impersonalidad desinteresada que sería la gloria de la legislación y de la administración de justicia de este modelo imaginario, sería asimismo el escándalo de su obra, puesto que una ley que nunca puede ser lo bastante impersonal para ignorar los intereses personales del legislador, el juez y el administrador de la justicia, no puede tampoco ser lo bastante personal para tener lo bastante en cuenta a las circunstancias personales de cada alma humana que está sometida a esa ley y cuya causa está sub judice. El intrínseco y en consecuencia ineludible dilema de toda legislación humana y de todos los procedimientos legales es el de que, en la medida en que la ley logra ser impersonal, lo es necesariamente al odioso precio de tratar a las almas humanas •—que son individuales y únicas — como si fueran productos hechos en serie, objetos no humanos generalizados como monedas acuñadas o ladrillos o libras de mantequilla o sacos de carbón, en tanto que, en la medida en que logra tener en cuenta las circunstancias personales, lo hace necesariamente corriendo el grave riesgo de apartarse de una imparcialidad que corresponde a la esencia de la justicia humana. Este era el plano social e histórico del que el nombre y la noción de "ley" se transfirieron a un plano metafísico, mediante el peligroso pero inevitable recurso del antropomorfismo. En un lugar anterior de este Estudio hicimos notar que el milieu social en que puede realizarse este vuelo de la imaginación humana es el de la experiencia de una sociedad en desintegración que logró cierto alivio uniéndose políticamente dentro de la estructura de un estado universal; y hemos observado que en tales circunstancias sociales la idea de "ley" suele quedar, en el momento en que se la traslada del plano social al plano metafísico, polarizada en dos conceptos aparentemente antitéticos. Para espíritus en cuya visión mental la personalidad del legislador, del juez y del administrador humanos parece más importante que la ley de la que ellos son al propio tiempo amos y servidores, la "ley" metafísica que rige el universo es la ley de un Dios único y omnipotente, representado en la imagen de un César humano.3 Para otros espíritus, en cuya visión mental la figura de César queda eclipsada por una ley humana impersonalmente formulada, aplicada y administrada — tal como "la ley de los medos y persas que no puede abrogarse",4 que así era la ley ecuménica del imperio ac lueménida— , la ley metafísica que rige el universo es la ley de una naturaleza uniforme e inexorable. En esa visión difractada, la "ley" \s X. 34. . . a Pedro I.. 17.. 4 Véase V. vi. 43-46. Oaniel VI. 8 y 12,

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

metafísica a guisa de "ley" de Dios, y la ley metafísica a guisa de las "leyes de la naturaleza", presentan entre las dos el rostro doble de un Jano bifronte y en cada rostro se exhiben —como en la ley humana de la vida cotidiana— rasgos consoladores y rasgos horripilantes. El rasgo horripilante de las "leyes de la naturaleza" es su carácter inexorable, pues aunque en teoría esas "leyes" pueden considerarse de jure como meras "leyes accesorias" o "causas secundarias", sujetas al •fíat de una "Causa Primera" que se identifica con Dios, en la práctica han de tomarse como autónomas de jacto. En efecto, las "leyes de la naturaleza" cumplen el ideal de la ley de los medos y persas, que no puede rechazarse ni revisarse, ni siquiera a la luz de la experiencia.1 Esa cualidad inhumana de la inexorabilidad es por cierto horripilante; pero su monstruosidad moral lleva consigo una compensación intelectual, pues las leyes en las que "no hay variación ni sombra de mudanza" 2 pueden ser, por eso mismo, determinables, exacta y definitivamente por la inteligencia humana; y mientras solamente fragmentos aislados de esas "leyes de la naturaleza" pueden ser determinados así en un particular tiempo y en un particular lugar, por un particular espíritu humano, su estabilidad y permanencia intrínsecas las hacen accesibles a un proceso de progresiva exploración por parte del intelecto humano.3 El conocimiento de la naturaleza de esta suerte parece hallarse al alcance mental del hombre, y en un sentido ese conocimiento significa poder, pues los seres humanos que conocen las invariables leyes de la naturaleza y que por lo tanto pueden predecir con seguridad qué camino habrá de tomar ésta, no sólo estarán en condiciones de eludir los golpes sin meta de este inhumano monstruo, sino que también estarán en condiciones de aprovechar la energía generada y liberada en esas operaciones sin objeto para hacerlas servir a fines humanos (en la medida, claro está, en que las voluntades humanas individuales estén de acuerdo sobre cuál haya de ser su finalidad común). Y de esta manera el intelecto humano colectivo, que no puede desviar ni en el ancho de un cabello el inexorable curso de la naturaleza, puede, ello no obstante, crear un mundo diferente, para bien o para mal, mediante el obrar de las leyes de la naturaleza en las cuestiones humanas, al poner en acción recursos técnicos que pueden fiscalizar efectivamente no el obrar mismo de esas leyes, pero sí la influencia de su obrar en la vida del hombre. Así y todo, los límites dentro de los cuales hasta la técnica humana más ingeniosa puede anular la acción de una naturaleza encarrilada, son rigurosamente estrechos.

"El progreso biológico se da como un hecho de la naturaleza exterior al hombre" (Julián Huxley, en su "Conclusión" a T. H. y J. Huxley: Evolution and Eihics 1893-1943 (London 1947, Pilot Press), pág. 182). 2 Santiago I. 17. 3 Véase X. x. 270 y 274. 1

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"¿Podrás tú sacar al Leviatán con anzuelo o apretarle con una soga la lengua? ¿Podrás meterle una cuerda por las nances u horadarle con un garfio la quijada? ¿Acaso te hará muchas súplicas o te hablará palabras sumisas? ¿Hará pacto contigo para que le tomes por siervo para siempre? ¿Juguetearás con él como con algún pajarillo, o le atarás para entretenimiento de tus niñas? ¿Podrán ponerle trampa las cuadrillas de pescadores y repartirle entre los pescaderos?" i El universo estelar, que fue el primer terreno en que el intelecto colectivo del hombre en proceso de civilización hizo su primer descubrimiento sistemático y exacto de las "leyes de la naturaleza", todavía no se había sometido a la manipulación técnica en el momento de escribir estas líneas; y la inteligencia del hombre occidental moderno, que conquistara el mundo, había liberado a éste de la errónea creencia del astrólogo según la cual las cuestiones humanas estaban a merced de malignas influencias procedentes del inexorable curso de las estrellas, sólo para convencerlo de una verdad que lo hacía culpable de pecado. Los sucesivos descubrimientos del "saber" de la navegación aérea y de la disociación del átomo en una sociedad que aún no se había liberado de la institución de la guerra, habían mostrado claramente a la triunfante generación técnica que la malignidad de Leviatán "no está en nuestra estrella, sino en nosotros mismos".2 Un alma humana que fuera culpable de pecado y que estuviera convencida de que no podría reformarse sin la ayuda de la gracia de Dios, haría como David y caería en manos del Señor y no en las manos del hombre.3 El carácter inexorable en cuanto a castigar y en cuanto a revelar el pecado del hombre, que es el Juicio Final de las "leyes de la naturaleza" sólo puede superarse aceptando la jurisdicción de la "ley de Dios". El precio que hay que pagar por esta transferencia de adhesión espiritual es la pérdida de ese conocimiento intelectual exacto y definitivo, con su asistente el poder técnico, que es el premio material y la carga espiritual de las almas humanas que se contentan con ser amos de la naturaleza al precio de ser sus esclavos. "¡Es cosa espantosa caer en manos del Dios vivo!",4 pues si Dios es espíritu,5 sus tratos con los espíritus humanos serán impredictibles e inescrutables como lo son siempre los actos de cualquier persona para cualquier otra persona que debe encontrarse con ella. Al apelar a la ley de Dios el alma humana ha de abandonar la exactitud y certeza, para abrazar la esperanza y el temor; pues una ley que es la expresión de una voluntad está animada por una libertad espiritual que es la antítesis misma de la saeva necessitas de las leyes de la naturaleza; y una ley arbitraria puede estar inspirada ya por el amor redentor, ya por el odio vengador; puede ser Job XLI. 1-6. Shakespeare: Julio César, Acto I, escena II. 3 II Samuel XXIV. 14. * Hebreos X. 31. 6 Juan IV. 24.

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TOYNBEE - ESTUDIO DE LA HISTORIA

administrada, ya con una conquistadora atracción, ya con una intolerante compulsión; y puede tener la finalidad de promover ya el bien, ya el mal. Al aferrarse a la ley de Dios un alma humana puede encontrar en ella misma lo que ella aporta, pues en el espejo de la perfección de Dios verá un reflejo de sí misma, y por eso las nociones que el hombre tiene de la ley de Dios llegaron a extremos irreconciliables de diversidad, en los que una visio beatifica de Dios Padre se opone a una visio malenca de Dios Tirano. En esta Parte hemos de examinar ese conflicto de visiones incompatibles; pero aquí hemos de limitarnos a tomar nota de la indiscutible verdad de que las dos visiones por igual coinciden en ver la imagen de Dios como una Persona representada antropomórficamente, concepto más allá del cual la imaginación humana parece no poder llegar, ni siquiera en sus vuelos más altos. III. EL ANTINOMISMO DE LOS HISTORIADORES OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS (a)

EL RECHAZAMIENTO DE LA CREENCIA EN UNA "LEY DE DIOS" POR PARTE DE LOS ESPÍRITUS OCCIDENTALES MODERNOS TARDÍOS

La idea de una "ley de Dios" fue elaborada por los tratabajos de las almas de profetas israelitas l e iranios en intuitivas respuestas a las incitaciones de la historia babilónica y siríaca, en tanto que la exposición clásica del concepto de "leyes de la naturaleza" fue obra de observadores filosóficos del mundo índico y del mundo helénico en desintegración. Sin embargo, aunque éstas pudieran ser las ilustraciones de las dos posibles escuelas de metafísica que informaban más cabalmente a un espíritu occidental del siglo xx, ya hemos hecho notar,2 que uno u otro de los dos conceptos fue abrazado en alguna medida por los hijos de casi todas las civilizaciones que tuvieron las experiencias del colapso y la desintegración. Además, el mismo espíritu puede albergar al propio tiempo los dos conceptos sin incongruencia alguna, pues aun cuando ellos fueran incompatibles, en el sentido teórico de no ser lógicamente redudbles a la unidad, 3 esto no los haría ipso jacto incompatibles en el sentido prác1 Isaías XLIII. n. 2 En V. vi. 26-59. 3 En verdad el abismo que hay entre la regularidad repetida de una "ley de la naturaleza" y la persistente regularidad con un fin, y por lo tanto no repetida, de la "ley de Dios", parece insalvable sólo en la medida en que nos olvidemos de que al pensar en los fenómenos en que se manifiesta una "ley de la naturaleza" el propio espíritu humano pensante es una parte de la situación. En un sentido la facultad espiritual de la memoria —reforzada y amplificada en su alcance por la técnica social de elaborar y conservar registros de hechos—• convierte todo movimiento cíclico reiterado en un movimiento único en una sola dirección (es decir, un movimiento del mismo carácter, en este sentido, que el movimiento manifestado en la ley de Dios). Cuando no abstraemos, artificialmente las repeticiones de los fenómenos de su marco subjetivo, es evidente que la repetición n" X -r~ i

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tico de que sea inconcebible que esas dos clases de ley estén en vigor simultáneamente. Es más aun, podemos concebirlas como correinantes, no sólo sin conflicto alguno entre ellas sino en positiva cooperación recíproca, en virtud de la diversidad misma que hay entre las dos nociones de regularidad que ellas respectivamente encarnan. La "ley de Dios" revela la regularidad de un único fin, constante y resueltamente perseguido a pesar de todos los obstáculos y en respuesta a todas las incitaciones, por la inteligencia y voluntad de una persona. Las "leyes de la naturaleza" muestran la regularidad de un movimiento repetido, por ejemplo el movimiento de una rueda que gira múltiples veces alrededor de su eje. Si pudiéramos imaginar una rueda que existiera en virtud de su propia creación, y sin deberla a un artesano, y que luego girara ad infinitum sin ninguna finalidad determinada, ésas serían en verdad "vanas repeticiones",1 y tal era la conclusión pesimista a que llegaron los filósofos índicos y helénicos, partiendo de una Wellanschauung en la que, mediante un tour de forcé de abstracción intelectual, ellos habían hecho que girara para siempre in vacuo, la penosa rueda de la existencia. En la vida real, desde luego, no hay ruedas sin artesanos que las hagan y no hay artesanos sin carreteros que les encarguen la construcción de ruedas y las pongan en carretas para que las revoluciones repetidas de las ruedas no sean vanas, sino que realicen la finalidad práctica y practicable de conducir una carreta hasta la meta a la que se propone llegar el conductor. Las "leyes de la naturaleza" tienen sentido cuando se las representa uno como las ruedas que Dios puso a su propia carroza; 2 y una verdad que lo es en el caso de las órbitas de las estrellas puestas en movimiento por un acto del poder de Dios, es no menos manifiestamente verdadera en el caso de las reiteradas respuestas espirituales a las incitaciones del amor de Dios, tales como las experiencias que el alma humana tiene del pecado, de la caída, de la penitencia y de la gracia, o tales como las experiencias que una sociedad humana tiene del colapso, de la desintegración y de la iluminación lograda en virtud de la chispa de creatividad que anuncia la epifanía de una religión superior. 3 difiere de la repetición n" x, no ya tan sólo cuantitativamente sino también cualitativamente, porque aprehenderla lleva consigo un recuerdo de x casos anteriores, en tanto que aprehender x repeticiones lleva consigo tan sólo el recuerdo de X-i casos. "Consideremos el más estable de todos los estados interiores: la percepción visual de un objeto exterior en reposo. Por más que el objeto siga siendo el mismo y que yo lo mire por el mismo lado, desde el mismo ángulo y a la misma luz, la visión que tengo de él difiere, así y todo, de la visión que acabo de tener de él, aunque no haya transcurrido más que un instante. Mi memoria está allí y mi memoria inyecta al presente algo de ese pasado. Mi estado mental, a medida que avanza por la senda del tiempo, va hinchando constantemente su masa con la duración que acuhace, por así decirlo, consigo mismo, una bola de nieve. " (Bergson, H.: ution Créatrice, 24" ed. (París 1921, Alean), pág. 2.) 1 Mateo VI. 7. 2 Véase IV. iv. 50-4. " Véase I. i. Si y VIL viu. 218-23.

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En verdad, la aparente incompatibilidad que hay entre las dos clases de regularidad es tan sólo un espejismo que se presenta en el mundo de sombras de la lógica abstracta; en la vida real, no sólo no son incompatibles, sino que son inseparablemente complementarias, en una interacción de inspiración, en la que, en los diversos planos de la realidad, los movimientos cíclicos verificados de acuerdo con las leyes de la naturaleza queden sucesivamente trascendidos en experiencias y empeños que a su vez están sometidos a movimientos cíclicos de un plano superior, del que a su vez surgen experiencias y empeños aun superiores. Los ciclos astronómicos del día y del año quedan trascendidos en la experiencia y en los empeños acumulados de todo el transcurso de la vida de un ser humano. El transcurso de la vida de un ser humano está sometido al ciclo biológico de la generación, y éste a su vez queda trascendido por las experiencias y los empeños acumulados de una sociedad humana en proceso de civilización. Una civilización está sometida a la amenazadora posibilidad (aunque no a un destino inexorablemente predeterminado) de colapso y desintegración, y los colapsos y desintegraciones de las civilizaciones quedan a su vez trascendidos en el progreso espiritual acumulado de la religión, en virtud del aprendizaje por el dolor. Ese progreso acumulado de la religión —que son las experiencias y empeños espiritualmente más elevados que están al alcance del hombre en esta tierra— es un progreso en cuanto a suministrar al hombre, durante su paso por este mundo, medios de iluminación y gracia que ayuden al peregrino —mientras se encuentra aún empeñado en esta peregrinación terrenal— a alcanzar una comunión más estrecha con Dios y a ser menos diferentes de Dios.1 Si un mismo espíritu puede pues sustentar simultáneamente nuestros dos conceptos del carácter de "ley" metafísica, y si en todo caso uno u otro de ellos fue en verdad sustentado por los hijos de la mayor parte de las civilizaciones conocidas de la historia, no es sorprendente comprobar que la civilización cristiana occidental no fue originalmente una excepción a esta regla. La creencia de que toda la vida del universo estaba regida por la "ley de Dios" era la qiblah de una Weltanschauuwg judaica que era la herencia común de las sociedades cristiana ortodoxa, cristiana occidental, musulmana arábica y musulmana iránica; y una filosofía teocéntrica de la historia, derivada de las intuiciones e inspiraciones de los profetas de Israel y Judá y del profeta iranio Zarathustra, fue legada a la cristiandad occidental en De Chítate Det de San Agustín, y al mundo musulmán árabe, en los Prolegómena que escribió Ibn Jaldún a su Historia de los bereberes, dos obras de genio espiritual, que reflejan inconfundiblemente una única concepción común, y cuya afinidad mutua sólo puede explicarse por lo que deben a una fuente común, puesto que Ibn Jaldún ignoraba la teodicea, de su predecesor cristiano y compañero magrebí, así como San Agustín no cono1

Véase VII. vm. 223-4,

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ció el Mukctddamat, que vio la luz más de novecientos años después de la muerte del padre cristiano nordafricano. La versión agustiniana de una concepción judaica de la historia fue recibida como cosa obvia por los pensadores cristianos occidentales durante el primer milenio (área 675-1675 d. de C.) de vida de la civilización occidental. Y hubo de volver a formulársela —para incorporarla a las adiciones hechas al conocimiento occidental a partir del siglo XV de la era cristiana por el renacimiento italiano del helenismo y la conquista ibérica del océano— en un Discours sur l'Histoire Universelle publicado en 1681 d. de C. por Jacques-Bénigne Bossuet (vivebat 1627-1704 d. de C.). La majestuosa variación del Águila de Meaux sobre un tradicional tema judaico fue empero la última representación occidental seria de esta obra maestra espiritual, pues mientras Bossuet escribía su discurso clásico, se estaba verificando una revolución espiritual alrededor de él y en su mundo. En el breve período de las últimas pocas décadas del siglo xvn de la era cristiana, el mundo occidental, que estaba exorcizando a un majestuoso espectro del helenismo,1 estaba al propio tiempo abandonando su propia Weltanschaaung judaica atávica. Ese acto de apostasía occidental moderno tardío tiene una explicación que es asimismo una excusa. Los representantes occidentales de la concepción de que la historia estaba regida por una "ley de Dios" "habían dado a los enemigos del Señor sobrada ocasión de blasfemar", 2 al caer en una representación e interpretación antropomórficas del pensamiento de los profetas y los evangelistas sobre la relación que Dios estableció entre Él y el hombre. El corazón del descubrimiento —o de la revelación— judaico era la intuición de la verdad de que en virtud del amor, la indulgencia y la abnegación (idvwfftvo sobre los suizos en Marignano, el 13-14 de setiembre de 1515, España

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razón de la potencia habsburga era la porción de la herencia del duque borgoñón Valois, Carlos el Temerario, que el yerno Habsburgo de Carlos, Maximiliano I, había logrado conservar en 1477-82 d. de C., para su esposa borgoñona Valois, María, y reivindicar en 1493 d. de C. Ese núcleo borgoñón de los dominios de un bisnieto y tocayo Habsburgo de Carlos el Temerario, que además era rey de Castilla y Aragón,1 y hubo de ser luego sacro emperador romano,2 así como conde de una Borgoña imperial y de una Flandes francesa,3 era el corazón que bombeaba la sangre vital que nutría las fibras guerreras de la potencia de los Habsburgo; y si la tesorería y el arsenal de Carlos V eran pues de origen francés, por el hecho de que se los había suministrado una Flandes que era un condado francés, la corte de Carlos era francesa en su cultura, por estar modelada en la tradición de una Borgoña que era un ducado francés. La casa borgoñona Valois había sido fundada por la corona francesa en fecha tan reciente como 1363 d. de C, cuando el rey Juan de Francia confirió a su cuarto hijo, Felipe el Temerario, el ducado de Borgoña que había quedado anexado a la corona francesa por la extinción, producida en 1361 d. de C., de los duques de la línea francesa de los Capetos. Y la fortuna de esta recién creada rama borgoñona de la casa de Valois hubo de labrarle el matrimonio de Felipe el Temerario, que se casó en 1369 d. de C. con la hija y heredera del conde reinante de Flandes, Margarita, pues Flandes era un feudo de la corona francesa aún más importante que Borgoña; y esta alianza matrimonial determinó —a la muerte del padre de Margarita, el conde Luis II de Flandes, que falleció en 1384 d. de C. sin dejar herederos varones— la unión del feudo francés de Borgoña con los feudos franceses de Flandes, Artois, Nevers, Retel y el condado imperial de Borgoña.4 El duelo librado entre los Valois franceses reales y los Valois franceses ducales borgoñones, que se habían disfrazado tenuemente bajo podía haber admitido la partición de Italia entre ella y Francia, si ¡a unión de las coronas de Castilla y Aragón con la potencia Habsburgo-Valois, producida en 1516 d. de C., no se hubiera resuelto en la subordinación de los intereses de España a los intereses borgoñones, en la política exterior de Carlos V. 1 Desde el 23 de enero de 1516. 2 Desde el 28 de junio de 1519. •' Desde el 5 de enero de 1515. 4 El condado imperial de Borgoña (Franco Condado) fue heredado en 1347 d. de C., por Juana, esposa del conde Luis II de Flandes e hija de otra Juana que había sido esposa del rey Felipe V de Francia e hija del conde Otón IV de Franco Condado. Felipe de Francia se había casado con esta Juana mayor en 1307 d. de C., diez años antes de llegar él mismo al trono de Francia en 1317 d. de C., de manera que el Franco Condado cayó transitoriamente en la posesión de la corona francesa. Luego había pasado a manos del duque Capeto del ducado francés de Borgoña, Otón IV, en 1330 d. de C., por haberse casado éste con Margarita, la hija de juana la mayor y hermana de Juana la menor; después, en 1347 d. de C. fue heredada por Juana la menor, a la muerte del duque Otón IV de Borgoña; y, a través de Juana la menor, fue heredado después por la hija de ésta, Margarita, a la muerte, acaecida de 1384 d. de C., del conde Luis II de Flandes, marido de Juana la menor y padre de Margarita.

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una máscara imperial habsburga, no terminó empero en la reunión de estas dos ramas de la casa de Francia que, en las circunstancias políticas del mundo occidental de la época, habría llevado consigo una reunificación política de la cristiandad occidental, bajo el gobierno ecuménico de un resucitado imperio carolingio; y al demostrar que era por lo menos una "pugna no decisiva" si no "moderada",1 esa primera fase de una serie rítmica de guerras occidentales modernas y postmodernas, justificaba la inauguración de un equilibrio de potencias que abarcara todo el mundo occidental,2 si el valor de ese recurso político ha de medirse por su capacidad de obtener la máxima descentralización política y el máximo grado de diversidad cultural, al precio mínimo de fricciones políticas y conflictos militares. Después, a medida que las ulteriores fluctuaciones de este equilibrio occidental moderno seguían su rítmico curso, continuaron en general sirviendo los intereses de un homo Occldentalis que era al propio tiempo el causante y la víctima de aquéllas, si nos es lícito ver un índice de los beneficios de esas fluctuaciones en el concomitante crecimiento del número de grandes potencias participantes que, de dos que eran en vísperas de la abdicación de Carlos V en 1555-6 d. de C., se habían elevado a ocho, en el momento de estallar la guerra de 1914 d. de C. En el curso de esos tres siglos y medio, el número de las grandes potencias del mundo occidental había ido creciendo gradualmente. Se elevó de dos a tres, en virtud de la división de la potencia HabsburgoValois borgoñona, en una monarquía Habsburgo española y una monarquía danubiana de los Habsburgo, después de la abdicación de Carlos V, producida en 1555-6 d. de C.,3 y luego durante el primero de los ciclos regulares de guerra y paz de esta serie (currebat 1568-1672 d. de C.), el número volvió a elevarse de tres a cinco, por la triunfante autoafirmación de los Países Bajos Septentrionales Unidos —que se 1 Véase Gibbon, E.: The History of íhe Decline and Fall of the Román Empire, cap. xxviii, ad finem: "Observaciones generales sobre la caída del imperio romano en Occidente." 2 Un equilibrio de fuerzas local, que abarcaba los estados-ciudades del norte y centro de Italia, ya se estaba dando durante el cuarto de milenio que iba desde la muerte del sacro emperador romano Federico II, acaecida en 1250 d. de C., hasta la invasión de Italia por el rey Carlos VIII de Francia en 1494 d. de C. 3 El primer paso dado hacia la construcción de la monarquía danubiana de los Habsburgo se dio ya en 1522 d. de C., cuando, en virtud de un tratado firmado en Bruselas el 7 de febrero de aquel año, Carlos V dio a su hermano Fernando la regencia sobre las posesiones hereditarias de la casa de los Habsburgo. El segundo paso se dio en 1526 d. de C., cuando las coronas de Hungría y Bohemia fueron conferidas a Fernando, después de la desastrosa derrota que los húngaros sufrieron trente a los osmanlíes en Mohacz (véase II. II. 186-9). Se dio el tercer paso cuando femando fue elegido sacro emperador romano, para suceder a Carlos V, el 28 de febrero de 1558 d. de C. hac existencia separada de una monarquía española de los Habsburgo puede en *ESe íemontar a i5559 (Munich y Berlín 1919, Oldembourg), t^ágs. 47-49- No hubo continuación alguna de las operaciones navales combinadas fra. !n cootomanas de 1543-4 d. de s venecianos en 1668-9 d. de C., durante la última fase del sitio de Candía; pero es^te apoyo que los franceses dieron a Venecía contra los osmanlíes era menos meritorio que el apoyo que los franceses dieron a la monarquía danubiana contra los mism-ios asaltantes, atendiendo al hecho de que Venecia, a diferencia de la monarquía > danubiana, no podía ser considerada por Francia en esa época como una potencia^ rival, mientras que por otra parte, los franceses podían esperar, sí su intervencdón contra los osmanlíes hubiera tenido éxito, que recogerían la herencia de Vesnecia, por lo menos en un resto de los dominios que ésta tenía en Creta. 3 Según Fueter, op. cit., pág. 48, ni Venecia ni ningún otro estado de la comunidad occidental mostró consideración alguna por la monarquía danubiana de los Habsburgo, en retribución por el servicio público que este estado-marca antiotornano estaba prestando a la cristiandad acddenctal en general.

de un cosmos de estados-ciudades medievales a todo el mundo moderno occidental y occidentalizado,1 dejó a una Rusia victoriosa y a'una Gran Bretaña victoriosa en libertad de rivalizar entre sí en el Cercano Oriente y el Medio Oriente. El torbellino formado alrededor de la frontera que separaba la cristiandad occidental y la cristiandad ortodoxa rusa no llegó a fundirse completamente con el torbellino del interior del mundo occidental, ni siquiera a más de cien años después de haber obtenido Pedro el Grande su victoria de Poltava, en 1709 d. de C. sobre Carlos XII de Suecia. No era pues tan sorprendente el hecho de que antes de que Rusia fuera recibida en el seno de la sociedad occidental como resultado de la obra de toda la vida de Pedro, la gran guerra septentrional de 1700-21 d. de C., se librara al margen de la guerra general del mundo occidental de 1672-1713, así como la gran guerra septentrional de 1558-83 d. de C. se había librado al margen de las últimas ondas del preludio (currebat 1494-1568 d. de C.) a una serie occidental de ciclos de paz y guerra, y al margen de las primeras ondas del primer ciclo regular de esta serie (currebat 1568-1672 d. de C.). Era más notable el hecho de que la división de Polonia-Lituania, de 1772-95 d. de C., entre Rusia y dos potencias-marcas orientales del mundo occidental, y hasta la adquisición por parte de Rusia de Finlandia, a expensas del estado-marca escandinavo del mundo occidental, durante la guerra ruso-sueca de 1808-9 d. de C., se hubieran llevado a cabo al margen y no en el centro del sistema occidental de relaciones internacionales. Verdad es que Rusia fue un país beligerante en la guerra de los Siete Años, desde 1756 d. de C. hasta 1762 d. de C., y que al retirarse de esta guerra en 1762 d. de C. puede haber determinado un vuelco en la fortuna de Federico el Grande; sin embargo, la primera guerra general occidental, en la que Rusia desempeñó un papel importante fue la guerra de 1792-1815 d. de C., y aún en esa guerra, sólo en 1812 d. de C. el papel de Rusia llegó a ser decisivo. Por otra parte, desde 1812 d. de C. hasta la guerra de 1939-45 d. de C. inclusive, no hubo ninguna guerra general en el mundo occidental en la que el papel de Rusia no fuera de una importancia capital. Hubo sin embargo, hasta vísperas del estallido de la guerra general de 1914-18 d. de C., algunas guerras locales —libradas en regiones periféricas, sólo recientemente incorporadas a un mundo occidentalizado— que siguieron cursos independientes y propios, al margen del torbellino central de las relaciones internacionales de la sociedad occidental. La guerra ruso-japonesa de 1904-5 d. de C. fue una de ellas: la guerra hispano-norteamericana de 1898 d. de C. y la guerra entre Gran Bretaña y África del Sur de .1899-1902 d. de C. fueron otros dos ejemplos. La expansión geográfica de un sistema de relaciones internacionales, originalmente europeo occidental, a una dimensión mundial, no bastó 1

Véase V. v. 621-44.

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empero para contrarrestar la influencia de una fuerza centrípeta que, a partir de 1914 d. de C. se había hecho sentir al reducirse el número de las grandes potencias de este sistema de ocho a dos. Y esta disminución revelaba una tendencia secular en la historia del equilibrio de fuerzas del mundo occidental a hacer que ese equilibrio inestable que fluctuaba en ciclos reiterados se rompiera eventualmente al convertir una competición en un monopolio. Esa tendencia bien pudiera no ser un rasgo peculiar ni del equilibrio político europeo, ni de los equilibrios políticos en general considerados como una especie de la estructura social genérica representada por un equilibrio de fuerzas entre competidores. "Las experiencias de nuestro tiempo refutan la noción, que estuvo rigiendo el pensamiento de los hombres durante más de cien años, de que un equilibrio de fuerzas entre unidades en libre competición —ya sean éstas estados, organizaciones comerciales, artesanos o lo que se quiera— es un sistema que puede mantenerse en esta condición de equilibrio inestable por tiempo indefinido. Hoy, lo mismo que en el pasado, ese estado de equilibrio de una competición que está libre de las restricciones del monopolio, tiende a pasar a convertirse en una u otra forma de monopolio." i Esa tendencia podía probablemente descubrirse, en última instancia, en el obrar de alguna ley de la dinámica humana que se daba en cualquier terreno en que un equilibrio de fuerzas humanas se había establecido en cualquier plano de la actividad social; cuando el plano de actividad era la política y las partes del encuentro eran estados parroquiales, el modo particular en que operaba esta ley general era una cuestión del conocimiento común. La dificultad de mantener perpetuamente un equilibrio de fuerzas políticas entre estados parroquiales se debía en el fondo al carácter pecaminoso de la naturaleza humana, que constituía la materia prima del arte político. En política, hombres y mujeres que en otros sectores de la vida pueden ser conscientes trabajadores, fieles amigos, y amantes padres, solían comportarse como idólatras hombres de las tribus; y en el culto que rendían a sus ídolos tribales de poder orgullo, pasión, prejuicio y codicia colectivos, eran propensos a transgredir leyes morales que en su vida privada nunca habrían pensado transgredir y a perpetrar crímenes que en su vida privada nunca habrían soñado cometer. Este temperamento inmoral no era un clima psicológico auspicioso para llevar a cabo la delicada y laboriosa tarea de ajustar constantemente un equilibrio en respuesta a constantes cambios producidos en las fuerzas relativas de las partes cuyo poder estaba condenado a cambiar, en virtud de ser aquellas no objetos inanimados sino criaturas vivas. Los miembros de una tribu que sobrepasaban a sus vecinos 1 Elias, N.: Über den Prozess der Zivilisation, vol. u: Wandlungen der Gesellsckaft: Entwurj zu einer Theorie der Zivilisation (Basel 1959, Haus zum Falkcn), pág. 436.

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en cuanto a población, riqueza, técnica u otro elemento constitutivo de poder militar y político, eran propensos a caer en la tentación de aprovechar su relativa ventaja en cuanto a fuerza colectiva para promover a su mayor engrandecimiento; y esas ambiciones colectivas criminalmente pueriles no podían conjurarse mediante medidas contrarias meramente diplomáticas. Cuando las partes cuyos intereses se veían amenazados por el funesto surgimiento de un nuevo Marte en la constelación internacional recurrían al crudo expediente de romper alianzas y al sutil expediente de imponer una disposición general que obligara a todas las grandes potencias por igual a abstenerse de competir por el botín de algún imperio desamparado, no quedaban muchas otras cartas pacíficas en manos del diplomático; en la historia de todo equilibrio de poder político entre estados parroquiales cuyos registros poseemos se comprueba invariablemente que está más allá de los recursos de la diplomacia impedir que el equilibrio quede destruido sin recurrir por lo menos ocasionalmente a una guerra entre estados; y la institución de la guerra, que era ella misma un producto y una expresión del espíritu de tribu, demostró una y otra vez que no era sujetable a disposición y fiscalización racionales, y que cuando se desencadenaba era destructora. La guerra demostró que era fatal, no sólo para un equilibrio político que ella tenía la misión de restablecer, sino también para la civilización, cuyo cuerpo político se intentaba mantener en equilibrio; y este carácter destructor de la guerra no era incidental y propio de su torpeza, sino inherente a su naturaleza misma. Recurrir organizada y colectivamente a la violencia era en verdad un procedimiento tan brutal de intentar restablecer un equilibrio político que, aun cuando solía restablecer ese equilibrio en un lugar, solía determinar un nuevo desequilibrio en algún otro lugar. El diplomático obligado a recurrir a la guerra faute de mieux, se veía en !a desdichada situación de un relojero a quien se hubiera encomendado la tarea de reparar un reloj y que no dispusiera de otras herramientas para realizar su trabajo que un martillo. Pero la guerra era también destructora por su propia esencia, independientemente del uso que pudiera hacer de ella el diplomático; y su carácter destructor tendía a aumentar progresivamente a cada nuevo martillazo. El derecho de peaje exigido por la guerra tendía a elevarse con el paso del tiempo, porque en cualquier sociedad en que la guerra era una institución establecida, el servicio de Marte debía ser la primera carga impuesta a las energías de la sociedad; y el mantenimiento de la competición por medio de la guerra, habiendo fallado la diplomacia, entre estados parroquiales llevaba pues a las potencias militares contendientes a dedicar a la guerra una proporción cada vez mayor de sus fuerzas. Aun cuando una sociedad estuviera todavía en crecimiento, el aumento de las exigencias de la guerra sobrepasaría pues el aumento de la capacidad que la sociedad tenía para satisfacerla; el coeficiente de la contribución de sangre se elevaría con cada mejora

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realizada en la capacidad técnica para movilizar los recursos no humanos y humanos de una sociedad; y aun cuando el creciente esfuerzo de la guerra hubiera producido un colapso social, la sociedad aún beligerante continuará dedicando a la guerra una proporción creciente de una fuerza que ya no continuará creciendo, sino que disminuirá. En un lugar anterior l observamos cómo la civilización helénica seguía este fatal curso durante su desintegración y en ese caso conocemos a qué destino se condenó una sociedad desorbitadamente beligerante. En el curso del tiempo de angustias helénico, las contribuciones exigidas por la guerra se elevaron con el tiempo a un punto en que la sociedad helena debería haber muerto por las heridas mortales que ella misma se había infligido, si la inminente disolución del cuerpo social no hubiera quedado pospuesta (aunque no evitada, en última instancia), como consecuencia de un súbito desquiciamiento del equilibrio de fuerzas. En el mundo helénico y en el curso de los cincuenta y tres años que van de 220 a 168 a. de C., el equilibrio entre los estados parroquiales quedó convertido en un monopolio de poder concentrado en un estado universal, en virtud de una rápida sucesión de "golpes de knock-out", con los que una sobreviviente victoriosa abatió a cuatro de las cinco grandes potencias existentes.2 Este dramático episodio de la historia helénica mostraba una ominosa semejanza con el dramático curso que había seguido la historia occidental a partir de 1914 d. de C.; y los dos procesos arrojaban luz sobre una muerte que parecía el destino inevitable de todos los equilibrios de fuerzas políticas. Mientras los equilibrios de fuerzas políticas se manifiestan, pues, como intrínsecamente inestables y transitorios, es aún más claramente evidente que esos equilibrios no seguirían este curso secular desde su establecimiento original hasta su eventual ruptura, si en el ínterin, y como trompos, no se vieran mantenidos por fluctuaciones rítmicamente alternadas. Por eso nuestra tarea es aquí analizar los caracteres regularmente reiterados de los ciclos, tales como éstos se presentan en la historia occidental moderna, en la historia helénica postalejandrina y en la historia sínica postconfuciana, y someter nuestro análisis a la prueba empírica de identificar las sucesivas manifestaciones de la operación de esta "ley cíclica" de la naturaleza, en una arena internacional occidental, helénica y sínica. Si consideramos el papel preponderante que desempeñó la guerra en cuanto a establecer un equilibrio político entre estados parroquiales, no ha de sorprendernos comprobar que el punto más saliente de una sucesión uniforme de hechos que se repiten en un ciclo reiterado tras otro, es el estallido de una gran guerra en la que una potencia que se adelantó a todas sus rivales realiza intentos tales para obtener el dominio mundial que suscita una coalición contraria de todas las 1 2

En III. m. 168. Véase la cita de Polibio en III. ni. 332-3 y también en IV. iv, 222-6.

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otras potencias que intervienen en ese determinado sistema de relaciones internacionales. De suerte que la tormenta que estalla en la forma de "una guerra general" —como podríamos llamar apropiadamente a una gran guerra en la que interviene el conjunto de las potencias de un determinado sistema— se preparó habitualmente en el curso de un tiempo de bonanza que siguió a la calma de la última perturbación atmosférica anterior. La ruptura de un equilibrio establecido manifestada tan scnsacionalmente en el estallido de una guerra general, suele ser el desenlace de graduales procesos de crecimiento, dcadencia y otras diversas formas de cambio que la vida siempre experimenta en el tiempo. Un equilibrio retrospectivamente establecido para servir como respuesta a una determinada serie de incitaciones ya pasadas, está pues virtualmente condenado, con el pasar del tiempo, a perder cada vez más su relación con los hechos y necesidades, a medida que éstos cambian en el fluir de la corriente del tiempo; cada uno de estos cambios aumenta el creciente esfuerzo por mantener el equilibrio establecido al aumentar la discrepancia que hay entre una organización epimeteica y una realidad prometeica; y mientras por un lado podría alegarse que la consiguiente tensión nunca desencadenaría una guerra general, sino por el desproporcionado aumento de la fuerza relativa de una de las grandes potencias, por otro lado podría también sostenerse que el agresor nunca se habría aventurado a desafiar a sus iguales para obtener el premio del dominio mundial, si no hubiera estado en condiciones de reforzar sus propias fuerzas y de enmascarar el egotismo de sus propias ambiciones, presentándose como el defensor de otras fuerzas que asimismo podían pretender que un anticuado equilibrio ya no les estaba haciendo justicia. La tormenta en que esta tensión acumulada se descarga a veces ulteriormente, estalla sin ningún aviso en un claro cielo. A veces, contrariamente, está precedida por señales premonitorias que son ominosas para observadores que tienen ojos para ver. Un preludio característico de una guerra general es el estallido de guerras menores locales y breves, aunque no es éste un síntoma que se dé invariablemente. Cuando, con este preludio o sin él, estalla una guerra general, su desenlace inmediato suele ser negativamente decisivo, sin ser positivamente constructivo. El resultado directo y sobresaliente es en general la derrota del archiagresor; pero, en este acto del drama el agresor suele quedar transitoriamente frustrado antes que permanentemente atado, o sinceramente convertido, a un estado de espíritu y sentimiento de buena voluntad; y los otros problemas, acaso en última instancia más importantes, que no encontraron solución en la estructura del antiguo orden, suelen quedar ahora arrinconados antes que resueltos en una precaria paz que se improvisa primariamente a fin de satisfacer la urgente e inmediata necesidad de dar a la sociedad un reposo en el que ella pueda recobrarse de su agotamiento. Aun cuando la urgencia de restaurar la paz por ella misma no obli-

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gara a forzar el paso de los negociadores de la paz, a éstos sin duda les sería difícil o imposible elaborar los planes para suministrar una solución sumaria y amplia de los problemas, que no se resolvieron todos en seguida o todos en la Cámara del Consejo. El paso del tiempo que en el período de paz que precede a la guerra general creó maléficamente difíciles problemas al convertir un ajuste cabal en un anacronismo, hace madurar ahora benéficamente esos problemas aún no resueltos hasta el punto en que por fin se hace posible encontrarles una solución. Pero aun cuando el tiempo obre de esta manera para facilitar el trabajo de la diplomacia, en lugar de obrar como antes para agravar las dificultades de la tarea del estadista, la diplomacia, una vez más, se manifiesta incapaz de llevar a cabo su obra, sin recurrir nuevamente al instrumento de la guerra para imponer su política a la inercia y embotamiento colectivos. A un período de paz, que da a una sociedad castigada por la guerra el necesario respiro, suele seguir por eso otro estallido de guerra que se libra en virtud de los aún no resueltos conflictos que habían sido el motivo de la reciente guerra general; pero este epílogo marcial de una guerra general difiere habitualmente y de manera auspiciosa de la anterior guerra general, en el hecho de que produce soluciones más constructivas y más duraderas para los problemas sociales que desencadenaron esas dos guerras, y por el hecho de lograr esas soluciones a un precio menor en cuanto a destrucción y agotamiento.! Aunque este epílogo bélico de una guerra general suele sobrepasar en proporciones al preludio marcial de la guerra general, asimismo se parece habitualmente al preludio en cuanto a asumir la forma de un estallido de guerras breves, algunas de las cuales por lo menos son sólo locales, a diferencia del carácter prolongado y del carácter ubicuo que son los funestos rasgos típicos de una guerra general; y si bien los tratados de paz que siguen a estas guerras suplementarias menores son parciales y fragmentarios en comparación con el gran ensayo amplio y definitivo de hacer la paz después de la anterior guerra general,2 el Esta serie sucesiva de hechos no es, desde luego, invariable y aun cuando se presente no siempre se conforma exactamente al modelo aquí delineado. En la historia occidental moderna, por ejemplo, la Guerra de los Treinta Años (gerebatur 1618-48 d. de C.) llevaba el sello de la frustración, ya exhibido por la anterior guerra general (gerebatur 1568-1609 d. de C.), de la ambición de los Habsburgo por obtener el dominio mundial. Pero en todo caso en el teatro de hostilidades de la Europa Central esta concluyente confirmación de una decisión militar y política anterior exigió un precio no menor sino mayor que el que exigió la guerra general anterior. Análogamente, en la historia helénica postalejandrina, el precio de sangre que exigieron las guerras suplementarias de 90-80 a. de C. fue más elevado en Italia —y, es más aún, también en la cuenca del Egeo— que el exigido por los disturbios civiles y las revoluciones sociales de 133-111 a. de C., que habían ocupado el lugar de una guerra general en este capítulo de la historia helénica, así como las guerras civiles del imperio Habsburgo español y de Francia habían ocupado el lugar de una guerra general en el capítulo de la historia occidental correspondiente a la Guerra de los Treinta Años. 2 También aquí la Güeña Je los Treinta Años representa una excepción a la 1

LEY Y LIBERTAD EN LA HISTORIA

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