Estadio Del Espejo

Un muchacho relata por Internet una vivencia muy angustiante. Explica que se duerme, como de costumbre, pero que de pron

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Un muchacho relata por Internet una vivencia muy angustiante. Explica que se duerme, como de costumbre, pero que de pronto se despierta muy nervioso. Ve todo extraño, como si estuviera observando desde afuera. La situación comienza a empeorar, cree que se ha vuelto loco... Es como estar hablando todo el tiempo con él mismo ... como estar fuera de su cuerpo. En el conocido Manual de Psiquiatría, de Kaplan y Sadock, se puede leer sobre la experiencia de un paciente que sufre una crisis durante un viaje. Cuenta que se mira las manos mientras escribe, pero ¡qué extraño!, ¿están realmente comprometidas esas manos con lo que hacen? Mira su reflejo en la ventana y se encuentra raro, nuevo. Por un momento, está casi asustado ante esa imagen que el cristal le devuelve, el fantasma de sí mismo. El trastorno de despersonalización es una experiencia límite en la que una persona siente que es otra, como si estuviera separada de los propios procesos mentales o de su cuerpo y fuera un observador externo de esos fen6menos. Los episodios de despersonalizaci6n hacen estallar la certeza de ser uno mismo. "Yo soy yo" es la expresión que se emplea corrientemente para referirse al sentimiento de identidad y es esta certeza tranquilizante la que les permite a las personas transitar por las más diversas circunstancias vitales sin sentirse extrañas a sí mismas, sin enajenarse. Es este "yo" cotidiano, idéntico a sí mismo, seguro de su mismidad, el que se deshace en las experiencias de despersonalización recién señaladas. El "yo" es un concepto que suele emplearse para designar una realidad equivalente a "persona", "conciencia" o "identidad personal", y siempre enfatiza los atributos de unidad, mismidad y constancia. El "yo" se sostiene si se sabe "uno" y claudica muy dramáticamente cuando parece ser" otro". Para Jacques Lacan (1901-1981), las vivencias de despersonalización, en apariencias tan singulares y extraordinarias, descubren una verdad de estructura. Esta verdad es "Yo soy otro". ¿De dónde surge semejante afirmación? Del análisis y la interpretación que realiza Lacan con respecto a un test ~desarrollado en 1931 por el médico, filósofo y político francés Henri Wallon (1879-1961). Este test permite diferenciar al infante humano de su pariente animal más cercano, el chimpancé. Interesado en estudiar los estadios del desarrollo psicomotor en el niño, Wallon observó que un bebé entre los seis y dieciocho meses se fascina ante su imagen, a la que asume como propia. Por el contrario, un chimpancé de la misma edad valora la imagen como la de un semejante y se interesa por ella sólo en tanto es similar a la de un congénere. . El chimpancé aventaja en inteligencia instrumental al bebé; es más hábil desde el

punto de vista motriz, y una vez probada la irrelevancia de la imagen reflejada, se desentiende de ella. El bebé humano de igual edad, en cambio, aún sumido en su precaria condición motriz, reacciona con júbilo frente a su imagen, a la que saluda con manifestaciones de algarabía e interés. Su propio reflejo, ese doble especular del niño; parece seducido. ¿Cuál es el origen de este interés? ¿Cuál es el secreto del embrujo cautivante de la propia imagen para el ser humano? Lacan interpreta esta observación a la luz de la experiencia psicoanalítica y plantea una serie de hipótesis que se articulan en su "estadio del espejo", concebido como formador de la función del yo. El hombre es el único ser animal que no logra su madurez fisiológica hasta después de más de diez años de existencia, y que conserva reflejos propios de su vida intrauterina por varios meses después de su nacimiento. Este hecho es conocido como prematuración. Para Lacan, el entusiasmo infantil frente a la propia imagen es respuesta al desamparo en el que se ve sumido el niño por efecto de su prematuración. La imagen especular, la de su propio cuerpo, le anticipa un dominio de sí que él está lejos de tener. El niño "se" encuentra en la imagen y queda fascinado frente a la promesa de destreza y autonomía que se desprende de ella. La indefensión originaria del humano determina su absoluta dependencia de los otros, y como su desarrollo visual sobrepasa por el momento a su habilidad motriz, el bebé debe ser sostenido hasta para mIrarse en un espejo. Por lo tanto, la captación de la imagen requiere los oficios de un testigo, de alguien ~que desee sostener al niño, en todos los sentidos posibles del verbo "sostener". Ese alguien es, generalmente, la madre, que sonríe feliz frente a la imagen reflejada. Ese guiño de complacencia y aprobación ante el reflejo opera como una señal para el niño, quien se precipita a identificarse con su propio reflejo para así agradar a su madre y escapar a su real debacle perceptiva. El estadio del espejo debe ser comprendido, entonces, como una "identificación", en el sentido de una transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen. Esta identificación es eficaz porque precipita la formación de un producto nuevo, inexistente hasta entonces: el yo. Sin embargo, las diferencias notables que se comprueban entre la realidad prematura y dependiente del niño, y las características ideales y autosuficientes de la imagen justifican la fuerte afirmación lacaniana que sostiene "Yo soy otro". El ser humano se aliena inevitablemente en la imagen, a la que toma por su legítimo yo, como si el reflejo fuera un fiel calco de su ser. Entre otros fenómenos afines, los episodios de despersonalización sacan a la luz el secreto que en la vida cotidiana se mantiene oculto: "el yo es otro". La patología deshace la eficacia de la identificación y corre el velo que esconde la verdad sobre la estructuración del yo: el yo no es igual a sí mismo, sino que "es otro".

La fascinación del infante por su imagen evoca obligadamente el conocido mito de Narciso, al tiempo que diferencia radicalmente a este yo nacido del amor a sí mismo del pensado por René Descartes en el siglo XVIT, que da lugar al moderno sujeto del conocimiento.

Algunas observaciones previas: Narciso, Descartes y Freud Los problemas propios de la autoestima, así como la descripción de personas con alto sentido de superioridad y una exagerada creencia en su propia valía, son la base del famoso mito griego de Narciso. Habitualmente, se entiende que un mito es una fábula o ficción alegórica; para Lacan, es un modo de hablar de aquello que es imposible saber. La comprensión de los mitos se enriquece si, en lugar de analizarlos de manera aislada, se los relaciona unos con otros. Por esta razón, conviene no sólo conocer la historia trágica de Narciso, sino también la de su enamorada: Eco. Eco era la más encantadora ninfa de la montaña, pero tenía un defecto insoportable: hablaba demasiado y siempre trataba de tener la última palabra. Un día, Zeus le encomendó la tarea de que, junto con otras ninfas, entretuviera con su incesante charla a su esposa Hera para que no lo espiara mientras él se divertía con otras ninfas. Cuando Hera se dio cuenta, fue tal su enojo, que condenó a Eco a no poder comenzar nunca una conversación: sólo podría repetir la última palabra de lo que se le dijera. La crueldad del castigo se puso en evidencia cuando Eco se enamoró de Narciso. Narciso, hijo del dios del río Cefiso y de la ninfa Liríope, era un joven famoso por su belleza, del que tanto doncellas como muchachos se enamoraban. Sin embargo, Narciso no correspondía a estos amores, porque era incapaz de amar a otras personas; sólo se amaba a sí mismo. Una de las versiones del mito señala que Narciso había nacido después de que su padre violara a su madre. Siendo pequeño aún, Cefiso había consultado al sabio Tiresias sobre si su hijo tendría larga vida, a lo cual el profeta contestó: "Sí, siempre y cuando nunca se conozca a sí mismo". Las pasiones que provocaba Narciso se pusieron en evidencia cuando Eco se enamoró de él. Al no poder iniciar un diálogo, la joven no podía confesarle el amor que sentía. Un día, Narciso se separó del grupo con el que estaba cazando y comenzó a vagar mientras preguntaba: "¿Hay alguien aquí?". Eco, que estaba escondida espiándolo, contestó: "¡Aquí, aquí!". Narciso no detectaba de dónde provenía la voz y seguía llamando: "¡Ven!", a lo que Eco sólo respondía: "¡Ven, ven!". Narciso gritó: "¿Por qué estás tan lejos de mí? Estemos juntos". Entonces

Eco salió corriendo para abrazar a Narciso mientras repetía: "¡Juntos, juntos!". Al verla, el joven retrocedió asustado y despectivo. "¡No me toques", le gritó, "moriría antes de pertenecerte!". Eco escondió su dolor en una cueva y fue consumida por el sufrimiento hasta que sus huesos se convirtieron en piedras. De ella sólo quedó su voz, que aún responde a quien la convoque. La diosa Némesis se encargó de hacerle sentir a Narciso lo que era amar y no ser correspondido. Su venganza fue evidente un día en que Narciso llegó hasta una fuente de agua fresca y cristalina. Sediento, se inclinó para beber y vio su reflejo en el agua. Sin poder apartar la vista, se arrodilló para besar la imagen, que se convirtió en ondas. Narciso no comprendía el rechazo ni entendía por qué, cuando él sonreía, la imagen también lo hacía, y cuando él estiraba los brazos para tocarla, la figura lo imitaba; sin embargo, cuando se decidía a alcanzarla, desaparecía. Narciso le prometió a la imagen que sólo se conformaría con mirarla si ella no se esfumaba. Los días transcurrieron y Narciso permanecía arrodillado, llorando de deseo y suspirando. Algunas versiones dicen que Narciso fue %%%%% recer. Cuando quisieron incinerar su cuerpo, como era la costumbre, no pudieron hallarlo, porque Narciso se había perdido dentro de su propia imagen. En su lugar, creció una hermosa flor blanca, de corazón púrpura y con propiedades narcóticas, a la que dieron su nombre. Otras narraciones sostienen que Narciso, desesperado por abrazar a la imagen, se tiró al agua y se ahogó. Una tercera indica que, cautivado por su imagen, dejó de comer y beber hasta que se consumió y se transformó en la flor. De cualquier modo, la terrible predicción del oráculo se había cumplido: el deslumbramiento ante la propia imagen tendría efectos mortales. A la luz de este mito, la psiquiatría describe las "personalidades narcisistas" como aquellas cautivadas por la propia imagen y que se caracterizan por un patrón grandioso de vida, que se expresa en fantasías y modos de conducta que incapacitan para considerar y ver a los otros. El mundo debe obedecer a los propios puntos de vista del narcisista, que él considera irrebatibles, infalibles y autogenerados. Las cosas m6s obvias y corrientes, si se le ocurren a un n.retatat., deben e,uI.r admiración y adulación. Este comportamiento obstaculiza el pensamiento y la reflexión objetivos. El narcisista vive más preocupado por su actuación, en cuanto a la teatralidad y al reconocimiento de sus acciones, que por la eficacia y utilidad que éstas tengan. El universo debe acompañar y avalar su visión. Cuando un narcisista ejerce posiciones de poder, se rodea de aduladores y mediocres, que le harán la corte sólo en función de un interés mezquino. Estas personalidades pueden ser muy exitosas en lo que se refiere a su brillo externo, pero esto no significa que vivan tranquilas, ya que

están esclavizadas por su dependencia del reconocimiento ajeno. Las personas narcisistas pueden ser extremadamente sensibles al fracaso, la derrota y la crítica. Enfrentar un traspié que cuestiona la alta opinión que tienen de sí mismas puede enfurecerlas fácilmente. Sólo esperan ser admiradas y envidiadas, y empeñan su vida en busca de tal gratificación. Es paradójico que alguien que se cree tan superior y autosuficiente sea, en el fondo, tan dependiente del reconocimiento externo.

El yo de la modernidad El yo cartesiano, el sujeto del conocimiento del que se habla a partir de la modernidad, fue introducido por el filósofo francés René Descartes (1596-1650). Esta idea responde a la afirmación "Pienso, por lo tanto, existo", emblemática de los tiempos modernos. Para entender la importancia del concepto de Descartes, es válido recurrir a un ejemplo. No hay duda de que los sentidos son engañosos. Al viajar por una ruta de noche y ver una pequeña luz blanca a lo lejos, es posible pensar que se trata de un vehículo que circula por el carril contrario. En realidad, puede tratarse de una motocicleta, y tal vez esté más cerca de lo imaginado. A medida que se acerca, la luz deja de ser un punto blanco y pasa a dividirse en dos, cada vez más grandes. La ilusión de los sentidos resulta desconcertante. Pero no todas las ilusiones son iguales. De hecho, muchas personas pagan para ser engañadas y entretenidas con el engaño. El cine es un "engaño" de la vista. Al proyectar sobre una pantalla una serie de fotos fijas a una velocidad adecuada, se genera la ilusión de movimiento. Los espectáculos de magia también se basan en engañar los sentidos; nadie podría pensar que, en realidad, el mago corta el cuerpo de una persona. Sin embargo, así parece al vedo. Los sentidos no son confiables, y eso mismo pensaba Descartes, quien meditó sobre las consecuencias de semejante hecho. Los seres humanos conocen 1 mundo a través de los sentidos. Si éstos son enga.osos, ¿cómo estar seguros de que lo que se conoce s cierto? Descartes concluyó que, en la medida en que se apela a los sentidos para conocer el mundo, .adie puede estar seguro de la veracidad de sus ex'eriencias y, por lo tanto, de su conocimiento. Los entidos no son una herramienta adecuada para eriir con solidez el edificio del conocimiento. ¿Qué haer, entonces? ¿Renunciar a todo intento por conoer? No es necesario; basta con cambiar la herratienta que se utiliza para alcanzar ese conocimien>. Para Descartes, esa herramienta es la razón.

Como primer paso, el filósofo se propone desconar de todo lo aprendido hasta el momento, dado que fue aprendido a través de los sentidos. Y entre lS cosas que caen bajo la sombra de la duda sistemáca, se encuentra su propia existencia. Ni siquiera su ~flejo en el espejo sería una prueba de su existencia, ado que los sentidos resultan

engañosos. La única rueba que Descartes acepta, por considerada válida infalible, es la razón. dar de todo~ De todo lo que veo, de todo lo que oigo, de todo lo que siento. No creeré nada de lo que me han contado. Dudaré incluso de mi propia existencia . Pero hay algo de lo que no puedo dudar. No puedo dudar de que dudo. N.o puedo dudar de que estoy pensando. Ésa es, por ahora, la única certeza con la que cuento. Pero, un momento ... El pensamiento, la duda, no se manifiestan en el vacío. Es necesario que exista alguien que piense, que dude, para que ese pensamiento, esa duda, existan. Y ese alguien que soporta (en el sentido de 'ser soporte de') el pensamiento, la duda, soy yo. Pienso, por lo tanto, existo". El argumento de Descartes combina la belleza de lo simple con la fuerza de lo irrefutable. Es un paradigma de la modernidad, de la fe ciega en la razón como herramienta privilegiada para conocer el mundo, y aun lo que se encuentre más allá de éste. Para probar la existencia de Dios, Descartes recurre a un argumento similar al anterior: "¿Qué es Dios? Un ser perfecto. Y un ser perfecto no puede estar privado del atributo de existir. Por lo tanto, Dios existe". cias de semejante hecho. Los seres humanos conocen el mundo a través de los sentidos. Si éstos son engañosos, ¿cómo estar seguros de que lo que se conoce es cierto? Descartes concluyó que, en la medida en que se apela a los sentidos para conocer el mundo, nadie puede estar seguro de la veracidad de sus experiencias y, por lo tanto, de su conocimiento. Los sentidos no son una herramienta adecuada para erigir con solidez el edificio del conocimiento. ¿Qué hacer, entonces? ¿Renunciar a todo intento por conocer? No es necesario; basta con cambiar la herramienta que se utiliza para alcanzar ese conocimiento. Para Descartes, esa herramienta es la razón. Como primer paso, el filósofo se propone desconfiar de todo lo aprendido hasta el momento, dado que fue aprendido a través de los sentidos. Y entre las cosas que caen bajo la sombra de la duda sistemática, se encuentra su propia existencia. Ni siquiera su reflejo en el espejo sería una prueba de su existencia, dado que los sentidos resultan engañosos. La única prueba que Descartes acepta, por considerarla válida e infalible, es la razón. Para demostrar que existe, Descartes desarrolla un razonamiento similar al siguiente. Piensa: "Voy a dudar de todo. De todo lo que veo, de todo lo que oigo, de todo lo que siento. No creeré nada de lo que me han contado. Dudaré incluso de mi propia existencia. Pero hay algo de lo que no puedo dudar. No puedo dudar de que dudo. No puedo dudar de que estoy pensando. Ésa es, por ahora, la única certeza con la que cuento. Pero, un momento ... El pensamiento, la duda, no se manifiestan en el vacío. Es necesario que exista alguien que piense, que dude, para que ese pensamiento, esa duda,

existan. Y ese alguien que soporta (en el sentido de ser soporte de') el pensamiento, la duda, soy yo. Pienso, por lo tanto, existo". I

El argumento de Descartes combina la belleza de lo simple con la fuerza de lo irrefutable. Es un paradigma de la modernidad, de la fe ciega en la razón como herramienta privilegiada para conocer el mundo, y aun lo que se encuentre más allá de éste. Para probar la existencia de Dios, Descartes recurre a un argumento similar al anterior: "¿Quées Dios? Un ser perfecto. Y un ser perfecto no puede estar privado del atributo de existir. Por lo tanto, Dios existe". El yo de la modernidad, el yo cartesiano, no es el yo que se forma durante el estadio del espejo. Es, por el contrario, el que se estructura en tomo de la razón y de la confianza infinita en sus posibilidades. Es el yo que se verá conmovido por las dos grandes guerras mundiales y las atrocidades de la explotación del hombre por parte del mismo hombre. Es, también, el yo que la posmodernidad hará temblar, al dudar de los beneficios y las posibilidades de la razón. Y es el yo que el psicoanálisis pondrá en cuestión. A excepción de la llamada "Psicología del yo", todas las escuelas psicoanalíticas de pensamiento desafían al yo moderno y su irrestricto centramiento en la razón.

El sujeto del psicoanálisis El psicoanálisis "altera" (o, para decirlo en palabras de Lacan, "subvierte") el concepto de sujeto del conocimiento promovido por Descartes. A partir de Sigmund Freud (1856-1939), y muy fuertemente desde Lacan, la teoría psicoanalítica sostiene que el "yo no es amo en su propia casa". Esta cita de Lacan apunta a diferenciar la noción de yo de la de sujeto, discriminación que puede esclarecerse desde los fenómenos de la hipnosis. En algunas películas, es factible ver a un hipnotizador que, a través de sus poderes, induce a una persona a cometer un crimen. Cuando se interroga al

"hipnotizado" acerca de los motivos que lo llevaron a actuar de determinada manera, éste no puede responder; simplemente, no sabe por qué lo hizo. Y hay que creerle. El fenómeno de la hipnosis existe, no es un truco de los guionistas de cine. Algunas personas poseen talento para hipnotizar, en tanto que otras pueden ser hipnotizadas con facilidad. El procedimiento real es similar al que se muestra en el cine: el hipnotizador induce a una persona a un estado de conciencia particular y luego le ordena que ejecute una acción, ya sea inmediatamente o después de sacarla del estado de hipnosis. Si la persona realiza la acción en el momento, al "despertar" del trance hipnótico no recordará haber recibido la orden ni haberla ejecutado. Si la acción se efectúa después de despertar, el resultado será aún más asombroso: la persona despertará, ejecutará la orden, y cuando sea interrogada acerca de los motivos para haber actuado así, inventará uno. El hipnotizado nunca recuerda haber recibido una orden del hipnotizador. Al ejecutar la orden, sin saber que su acción fue encomendada por otro, el sujeto se encuentra haciendo algo por motivos que realmente desconoce. A los seres humanos no les gusta hacer cosas sin saber por qué; por lo tanto, el hipnotizado se ve forzado a inventar una razón. No se trata de una mentira destinada a engañar al público, sino que responde a la necesidad del yo de garantizar su autonomía y autodeterminación. De otro modo, pensaría que se está volviendo loco. Sin embargo, para la teoría psicoanalítica, los seres humanos no poseen plena conciencia de los motivos que subyacen a su accionar; es decir, ignoran parte de las razones que justifican su modo de actuar. Una parte de aquello que motiva la acción queda siempre fuera del saber consciente. Por ejemplo, cuando una persona se enamora de otra, primero se siente atraída por ella y luego justifica su sentimiento diciendo que la ama por sus atributos intelectuales y / o físicos, por su bondad, por su dinero o por las causas que considere válidas. Pero la justificación racional siempre es posterior al enamoramiento. No se ama por buenas razones; primero se ama y luego se busca una razón para que eso ocurra. Este ejemplo es uno de los tantos que ofrece la vlt da cotidiana. El factor común a todos, incluso a la eiJ periencia de la hipnosis, es que una persona ignora los verdaderos motivos de sus acciones o de sus sentimientos. Es como si actuara bajo las órdenes de un hipnotizador, cuya existencia desconoce. Por eso, al hablar de sujeto dentro de la teoría psicoanalítica, se pone de relieve el hecho de que, aun cuando las personas creen gobernar sus actos y actuar según su voluntad consciente, lo están haciendo a merced de órdenes que ignoran y que

orientan sus acciones sin que se den cuenta. El conjunto de los otros, es decir, de aquellos que no son el sujeto mismo, puede dividirse en dos grupos. Lacan realiza una distinción fundamental dentro del campo de la "otredad". Con el nombre de "el pequeño otro" (el otro, con minúscula), alude a los semejantes del sujeto, a aquellos otros que el sujeto considera sus pares, sus iguales. Con la denominación de "el gran Otro" (el Otro, con mayúscula), acentúa la relación existente entre el sujeto y ese Otro al que se encuentra sometido, con quien mantiene una relación claramente desigual, de subordinación a su palabra y de alienación. En este sentido, Lacan se hace eco del comentario de Freud en su carta N° 52 a su amigo Fliess: "Los accesos de vértigo y de llanto (del niño) están dirigidos a ese Otro, pero sobre todo a ese Otro prehistórico e inolvidable que nunca pudo llegar a ser igualado". Freud alude a la función materna, función que Lacan teoriza como alteridad radical, como ejemplo del gran Otro. Sin embargo, "la madre" no es la única forma en la que el gran Otro se manifiesta. El lenguaje y el inconsciente son otras tantas versiones posibles del gran Otro. El concepto de sujeto en Lacan no debe confundirse con el concepto de yo. El sujeto es un sujeto del inconsciente y del lenguaje; es esclavo de sus leyes, a las cuales, como su nombre lo indica, se encuentra sujetado. El yo, en cambio, alude a una imagen de independencia y autodeterminación. Las diferencias irreconciliables entre la noción de yo y la de sujeto pueden apreciarse en la infinidad de ejemplos que pueblan los textos de Freud. En uno de ellos, "Psicopatología de la vida cotidiana", se narra el caso increíble de un desliz en la escritura y en la lectura ocurrido en la redacción de un conocido periódico. El propósito del escritor (es decir, el mandato emanado de su yo) era desmentir a través de un artículo una cierta fama de banalidad que ensuciaba el prestigio de la empresa editora. El jefe de redacción supervisó y aprobó el texto elaborado por uno de los redactores. Éste, a su vez, había leído infinidad de veces el artículo antes de pasárselo al jefe. ·De pronto, el corrector señaló un "pequeño" error que había logrado sobrevivir a todas las lecturas previas. El texto en cuestión decía: "Ponemos a nuestros lectores por testigos de que siempre hemos abogado interesadamente por el bien de la comunidad". Obviamente, se debía leer desinteresadamente, pero el inconsciente y los verdaderos pensamientos de los intervinientes aniquilaron el propósito del yo. Si fuera cierto que el yo es sede, entre otras funciones, del control irrestricto de la atención, la motricidad, la inteligencia y demás, estos hechos no hubieran tenido lugar. En su esfuerzo por hacerse oír, los pensamientos inconscientes amenazan siempre con fracturar la integridad del yo y lo logran a través de los sueños, los síntomas neuróticos, los lapsus y los actos fallidos...

El yo en la teoría freudiana. Las tópicas Las tópicas freudianas son modelos teóricos que representan simbólicamente el funcionamiento psíquico según la disposición y las peculiaridades de organización de diversos topos, o lugares.

La primera tópica fue presentada en el año 1900, en un texto titulado "La interpretación de los sueños". Freud propone allí imaginar al aparato psíquico como un instrumento compuesto. Llama "instancias" o "sistemas" a cada una de sus partes, y establece que éstos están orientados espacialmente de un modo constante y fijo como si fueran los sistemas de lentes de un telescopio. Este modelo del funcionamiento psíquico distingue tres sistemas: inconsciente, preconsciente y consciente. El sistema consciente se encuentra, para Freud, íntimamente vinculado a la percepción. Una idea, imagen u objeto pueden pasar a formar parte, de manera temporal, de la conciencia cuando la percepción o carga de atención se centra en ellos. Cuando se retira la atención, pasan a formar parte del sistema preconsciente. Esto implica que el preconsciente alberga todo aquello que puede llegar a ser objeto de conciencia sin que medie mayor resistencia. El preconsciente es la sede de la memoria consciente. No todos los elementos son susceptibles de acceder al sistema consciente. Algunos quedan relegados al sistema inconsciente; es decir, son reprimidos y permanecen o son retenidos en esa instancia. La originalidad de la hipótesis freudiana estriba en establecer que "lo inconsciente" se organiza siguiendo leyes que le son propias. No se trata de la localización de la irracionalidad del hombre, sin. o de . "pensamientos" inconscientes que se rigen por una legalidad específica. Esta racionalidad peculiar los diferencia de los pensamientos capaces de conciencia, y Freud se dedica a investigar su especificidad. "'

Esta tópica supone que el inconsciente funciona según el principio del placer. Esta ley obliga a la búsqueda ciega e inmediata del placer y a evitar denodadamente el displacer. Dado que un aparato comandado por este mandato al placer es inviable, Freud introduce el principio de realidad, que caracteriza el accionar de los sistemas preconsciente y consciente. Este principio de realidad no sustituye ni elimina el principio del placer, sino que lo modifica y lo atenúa, con el objetivo de lograr la supervivencia del conjunto. La búsqueda de la satisfacción demandada por los deseos inconscientes no se realiza ya por el camino más corto e inmediato. El principio de realidad impone la necesidad de rodeos y postergaciones de esta satisfacción, en función de las condiciones impuestas por el mundo exterior.

Si el principio del placer lleva directa e inmediatamente a la alucinación del objeto deseado, el principio de realidad busca dicho objeto en el mundo exterior e impone soportar las diferencias ineludibles entre lo buscado por el deseo inconsciente y lo que se encuentra en la realidad. Aunque esta primera tópica no incluye una instancia formalmente llamada "yo", el funcionamiento del sistema preconsciente-consciente y el principio de realidad pueden equipararse a ella. En este sentido, Freud sostiene que la compleja actividad del aparato psíquico, que tiende a lograr la aparición en el mundo exterior del objeto deseado, no es otra cosa que un rodeo para el cumplimiento del deseo y actúa como sustituto del deseo alucinatorio. Es evidente, entonces, que el yo presentado por Descartes, conocedor desapasionado y científico de la realidad, está totalmente alejado de un yo pensado desde la primera tópica freudiana. Éste se encuentra irremediablemente amenazado por la aparición inesperada y sorpresiva de ramificaciones del inconsciente que entorpezcan su funcionamiento e independencia. Pero, aunque ningún traspié originado en el in- ... consciente conmueva la intencionalidad consciente, desde la perspectiva de la primera tópica, esta motivación consciente está siempre y necesariamente regida por la búsqueda del placer, aunque atenuada o domesticada por el principio de realidad. Para mayor escándalo, Freud habla de "pensamientos" inconscientes, con lo que también sacude la certeza del yo cartesiano de ser única sede del saber y del pensar. Freud relata la experiencia de un colega, el doctor Jones, quien postergaba injustificadamente el envío de una carta que, en principio, no parecía tener ningún significado especial para él. Cuando al fin la remitió, le fue devuelta por no contar con la dirección pertinente. Completó los datos requeridos y la llevó ,11 correo, pero sin la estampilla. Al final de este periplo, tuvo que reconocer su reticencia inconsciente a despachar la misiva. El yo del doctor Jones no podía dar cuenta de este fenómeno. Todo lo que sabía era que quería completar el envío, pero que por algún motivo ignorado le resultaba dificultoso hacerlo. A partir de 1920, Freud presenta su segunda tópica, que se compone de tres instancias: el ello, el yo y ' superyó. Esta tópica plantea un modelo de funcionamiento psíquico de tipo antropomórfico, es decir representa las instancias o sistemas que lo com