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ESPARTA, ESPEJO DEL NAZISMO | Alemania, la nueva Lacedemonia del siglo XX

ESPARTA, ESPEJO DEL NAZISMO Alemania, la nueva Lacedemonia del siglo XX El nazismo tuvo un fuerte trasfondo clásico. Hitler, ávido lector, se inspiró en el modelo de Esparta. La eugenesia, una disciplina férrea, y la entrega absoluta a la patria, terminaron por otorgar a esta polis la hegemonía de la Antigua Grecia. En pleno siglo XX, Alemania estaba dispuesta a seguir el mismo camino para convertirse en la nueva potencia mundial. Antoni Janer Torrens

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uando en 1934 Hitler asumió la presidencia del Estado alemán, en su cabeza solo tenía una idea: recuperar la "gloria nacional" perdida tras la Primera Guerra Mundial convirtiendo a Alemania en la nueva Esparta del siglo XX. Para el Führer, la antigua Lacedemonia había sido el primer estado Nacional Socialista, el cénit de la cultura griega que tanto admiraba: "Cuando nos preguntan por nuestros ancestros, tenemos que responder: los griegos". GRIEGOS ARIOS Esta sorprendente vinculación de Alemania con el mundo clásico no fue casual. En la Europa de principios del siglo XX, la Antigua Grecia ya se erigía como la cuna de la civilización

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occidental. Además, era indiscutible su conexión con la raza aria, depositaria del indoeuropeo, madre de la mayoría de las lenguas del Viejo Continente. La búsqueda de esta raza aclamada por el nazismo se había iniciado en el siglo XVIII por la Ilustración. El espíritu anticlerical de entonces había sido reacio a aceptar el relato bíblico según el cual todas las razas humanas (semitas, camitas y jaféticas) habrían descendido de Noé y, por tanto, serían de ascendencia judía. Así pues, se prefirió desplazar el origen de los hombres del Oriente Medio al misterioso Extremo Oriente, concretamente a la India. Ya a principios del siglo XIX el filósofo alemán Schlegel había apostado por el término ario, de etimología confusa, para designar a esta primera estirpe humana.

© 300 Rise of an Emperor/Warner Bros

Pronto, sin embargo, la antropología dictaminó que los arios no eran originarios de la India, sino del norte de Europa. Ello permitía aceptar la suposición de que también la floreciente cultura griega, al igual que la romana, no habría sido más que una aportación de migraciones arias venidas del norte. Se trataba de una teoría especialmente seductora para una nación como la germana, víctima durante mucho tiempo de un complejo de inferioridad colectivo. Y es que Alemania, a diferencia de

otras naciones europeas, no disponía de un glorioso pasado nacional con el que identificarse. ESVÁSTICAS EN EL MUNDO GRIEGO La prueba definitiva de la filiación entre los antiguos teutones y los griegos homéricos llegaría a finales del siglo XIX. Al descubrir Troya, el alemán Heinrich Schliemann también halló abundantes esvásticas que le recordaron otras similares aparecidas en Alemania. A pesar de esta coincidencia,

la esvástica, que en sánscrito significa "vida feliz", es un símbolo mágico, asociado con la rotación del sol, muy extendido por todo el ámbito euroasiático, el norte de África e incluso América. La circunstancia, sin embargo, de que no se hubiera encontrado también en las regiones tradicionalmente semitas —un dato que sería desmentido por hallazgos posteriores— llevó a Emile Burnouf, un colaborador antisemita de Schlieman, a afirmar que la esvástica siempre había sido rechazada por los

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La recuperación de la raza aria original se conseguiría a través de la promulgación de leyes raciales y de medidas de eugenesia y reproducción controlada

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capacidades. Fue en Grecia y en Italia donde el espíritu germánico encontró el primer territorio favorable para su florecimiento".

LOS ESPARTANOS defendían su polis Lacedemonia con disciplina obediencia y valor. Hitler encontró en su historia la inspiración que necesitaba.

judíos. Esto alentó su apropiación para la causa antisemita. En 1920 Hitler adoptaría la cruz gamada como emblema del Partido Nazi. Sus asesores ya se encargaron de justificar su presencia en la arqueología clásica. Se consideró que los pueblos nórdicos, depositarios de este símbolo, lo habían llevado con sus migraciones hasta Grecia, Roma, Troya e India. La esvástica se convertía así en una prueba más del origen nórdico de la cultura europea y en el icono por excelencia de la raza aria. Tampoco faltó tiempo para buscarle una banda sonora. La música llamada a enaltecer los corazones nazis fue la del compositor Richard Wagner, antisemita confeso. El 1935, el número dos del régimen nazi, Heinrich Himmler, ya había fundado el departamento de Herencia Ancestral Alemana —Ahnenerbe—, con el objetivo de encontrar evidencias del pasado germánico que justificaran la

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supremacía de la raza aria. Las excavaciones en suelo alemán no tardaron en llegar. "Lo único que conseguiremos probar con eso —dijo Hitler— es que todavía luchábamos con piedras y nos acurrucábamos al raso alrededor de las hogueras cuando Grecia y Roma ya habían alcanzado su más alto grado de civilización". Seguramente el Führer tenía muy presente las palabras pronunciadas años antes por Mussolini. Siendo todavía Italia un país enemigo, Il Duce había recordado: "nosotros teníamos ya una literatura imponente cuando los alemanes aún no conocían el alfabeto". Ciertamente, resultaba una paradoja que el mayor grado de civilización no se hubiera alcanzado en Europa septentrional, supuesto territorio autóctono de los arios, sino en las costas mediterráneas. Ello, sin embargo, según Hitler, se explicaba por razones climáticas: "Los germanos necesitaban un clima soleado para desarrollar sus

ESPARTA, EL MODELO A SEGUIR El virulento nacionalismo alemán de finales del siglo XIX alentó una definición más precisa de las características físicas y espirituales del hombre ario. Fue en esta época cuando le fue atribuida la cabellera rubia y los ojos azules que aún hoy se asocian a su imagen. El problema, sin embargo, era que esta descripción no se correspondía con la realidad —basta recordar el aspecto de Hitler y sus generales—. Y es que el mito ario se proyectaba en un futuro ideal. Los ideólogos nazis defendían la tesis de que la raza aria se había visto corrompida por las sucesivas mezclas de sangre producidas a lo largo de los siglos. Así pues, la misión del Tercer Reich consistió en recuperar esta raza original perdida. Ello se conseguiría a través de la promulgación de leyes raciales y de medidas de eugenesia y reproducción controlada. Uno de los principales brazos ejecutores de todas estas políticas fueron las Lebensborn —"Fuente de vida", en alemán—, creadas en 1935, también por orden de Himmler. En un principio se trataba de guarderías de la SS. Después, sin embargo, para poder crear una "súper raza", se convirtieron en lugares de encuentro entre mujeres alemanas "racialmente puras" con oficiales de la SS. Los recién nacidos se quedaban al servicio del Estado nazi. A partir de 1939, las Lebensborn se dedicaron a secuestrar niños de los países ocupados —Polonia, Noruega, Bélgica...—. El objetivo eran solo aquellos niños que coincidían con el criterio racial nazi: melena rubia, ojos azules, piel blanca y alta estatura. Para llevar a cabo esta regeneración de la raza, Hitler, por recomendación del darwinista Ernst Haeckel, centró su

atención en Esparta. En la antigua Hélade, la también conocida como Laconia había destacado por su política de eugenesia racial. Esta contemplaba que las madres embarazadas siguieran un duro entrenamiento físico para asegurarse que el niño nacería en perfectas condiciones. Nada más nacer, los bebés eran objeto de un cuidadoso examen. Los que eran diagnosticados débiles, deformes o enfermizos terminaban siendo arrojados desde la cima del Monte Taigeto, a 2.400 metros de altura. Se trataba de una práctica mucho más cruel que la que se llevaba a cabo en otros puntos de la Antigua Grecia, donde muchos recién nacidos, sobre todo niñas, eran abandonados a su suerte. En el segundo libro que escribió después de Mein Kampf, Hilter manifestaba de esta manera su adherencia a la eugenesia espar-

AGOGÉ, el sistema educativo espartano, consistía en apartar a los niños de sus madres cuando cumplían los siete años para someterlos a una férrea disciplina militar. Este sistema educativo también sirvió de inspiración a los nazis que, desde muy temprana edad, reclutaban a los muchachos para las adoctrinadoras Juventudes Hitlerianas.

LAS LEBENSBORN de Himmler fueron un macabro concepto de guardería donde se seleccionaban los niños para crear una súper raza.

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Para Hitler, el abandono de bebés enfermos por parte de los espartanos "era mil veces más humano" que sacarlos adelante "consiguiendo una raza de degenerados lastrados con la enfermedad"

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tana: "El abandono de los bebés enfermos, débiles o deformes por parte de los espartanos era más humanitario y, en realidad, mil veces más humano que la lamentable locura de nuestro tiempo presente, en que los sujetos más enfermizos son preservados a cualquier precio, siguiendo a esto la crianza de una raza de degenerados lastrados con la enfermedad". El complemento perfecto a la eugenesia alemana fue la implementación de un severo sistema educativo, también inspirado en la estructura militar espartana. Su puesta en funcionamiento se iniciaba cuando los muchachos, desde muy temprana edad, eran reclutados para las adoctrinadoras Juventudes Hitlerianas. En el sistema educativo espartano, también conocido como agogé, a los siete años los niños ya eran apartados de sus madres y se les sometía a una férrea disciplina. Se pretendía

así conseguir una juventud obediente y dispuesta a morir en combate. Es la conocida como "disciplina espartana", que no ofrecía momento alguno para la relajación. Durante este periodo de formación, los jóvenes espartanos tenían que pasar hambre y frío, y correr descalzos por lugares pedregosos. Aprendían a hablar poco y a decir las cosas de la manera más exacta y con el menor número posible de palabras —de ahí la expresión "lacónico"—. Les estaba permitido robar comida, pero si les descubrían eran castigados. No por haber robado, sino por haber sido sorprendidos. Las pruebas y los castigos se iban recrudeciendo con la edad, hasta los treinta años aproximadamente. En el campo de batalla, en caso de perder, el soldado espartano prefería morir antes que regresar vivo a casa para evitar así ser objeto de

LAS "PURA RAZA" eran mujeres alemanas arias que acudían a los Lebensborn para entregarse a los soldados de las SS y engendrar hijos arios puros. Los bebés "Lebensborn", como los niños espartanos, nacían para servir al régimen.

Esparta no solo sirvió de espejo para el nazismo, sino también para el comunismo, que adoptó como padre fundacional al legislador Licurgo. Tal y como describe el historiador Plutarco (S. II), la antigua Laconia no conocía la propiedad privada. El Estado repartía por igual la tierra entre los hómoioi o espartanos de pleno derecho —las mujeres estaban fuera de esta categoría—. Por otra parte, los hómoioi debían vestir con sobriedad y modestia, sin adornos o signos externos de distinción, de forma que no fuera posible diferenciar a los más ricos del resto de sus conciudadanos. Otro detalle que confirmaría el espíritu "colectivista" de Esparta era la institución de la syssitía. Se trataba de cenas en comunidad que hacían los hómoioi a partir de los veinte años. Según el historiador Polibio, estos banquetes se caracterizaban por su frugalidad con la clara intención de hacer moderados a los hombres y evitar manifestaciones de soberbia. En época contemporánea, Esparta fue todo un símbolo para los países comunistas. Y no solo, sin embargo, por su espíritu colectivista, sino también por su espíritu de lucha.

ESPARTA Y ELL C COMUNISMO OMUNISMO

© Museo de Nápoles

LICURGO, legislador de Esparta a quien el comunismo eligió como su padre fundacional.

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A los espartanos les estaba permitido robar comida, pero si les descubrían eran castigados. No por haber robado, sino por haber sido sorprendidos Hitler, ávido lector, llegó a la antigua Esparta de la mano de los grandes clásicos griegos. El mito de Esparta como Estado ideal se empezó a fraguar en el siglo V a. C., después de la Guerra del Peloponeso, que supuso la derrota de la democrática Atenas a manos de la oligárquica Laconia. Ya entonces Platón y Aristóteles, decepcionados con el sistema político de su ciudad natal, elogiaron por escrito la férrea disciplina y la obediencia a las leyes que habían llevado a Esparta a convertirse en la nueva potencia hegemónica de la Hélade. Por otra parte, el historiador ateniense Jenofonte encumbró la constitución espartana por contener todas las formas de gobierno posibles: la monárquica —con la institución de dos reyes, que decidían en igualdad de condiciones sobre cualquier asunto de Estado—,

la democrática —representada por la Asamblea del Pueblo, encargada de ofrecer dictámenes en casos especiales— y la oligárquica —a través del Consejo de los Ancianos, que hacía de mediador entre la Asamblea del Pueblo y los dos reyes—. Hitler, sin embargo, no se fijó en el sistema político espartano, tan solo se quedó con su fuerte estructura militar, su ascetismo y su aversión por las influencias extranjeras. Por el contrario, la visualización de esta ideología no se acometió a través del mundo griego como cabría suponer, sino del romano. Si Grecia había sido la madre de la civilización occidental, Roma había asumido el papel de padre con la construcción de imponentes edificios catalizadores de su gloria. Y estos serían los mismos edificios que intentó emular el Führer para su política propagandísti-

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burla entre los suyos. Tal era el código de honor para un espartano hasta los sesenta años, momento en que se dejaba de servir al ejército. Esta entrega tan desmedida por la patria terminó ocasionando graves problemas demográficos. Los métodos empleados por los cuerpos de seguridad del Tercer Reich —las SS y la Gestapo (la policía secreta)— también encontraron un paralelismo con la krypteía —"cosa oculta"— de la antigua Esparta. Esta institución sofocaba a escondidas cualquier intento de insurrección por parte del grueso de la población autóctona sometida, los llamados ilotas. En época contemporánea, las fuerzas de seguridad de la Alemania nazi harían lo mismo con sus adversarios —socialistas, comunistas, gitanos o judíos—.

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ca. Su ejecutor, el joven arquitecto Albert Speer, tenía claras las ideas. Así se lo hizo saber el mismo Hitler en una reunión que mantuvieron en 1929: "Estamos sinceramente convencidos de que este Tercer Reich tendrá que presentar testimonios de arte y cultura capaces de resistir milenios [...]. Viendo las ciudades de la antigüedad, la Acrópolis, el Partenón, el Coliseo; viendo las ciudades de la Edad Media y sus inmensas catedrales [...], entendemos que los hombres necesiten un punto focal para no desintegrarse". A pesar de todo, el proyecto fue abortado con el estallido de la guerra en 1939.

LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE BERLÍN La vinculación definitiva de la Alemania nazi con la Grecia Clásica llegó en 1936 con la celebración de los Juegos Olímpicos de Berlín. Desde su reinstauración en 1896 por el barón de Coubertin, estos juegos se habían convertido en un evento de hermandad entre las diferentes naciones del mundo. Hitler, sin embargo, los utilizó para demostrar la superioridad aria alemana sobre las demás razas. Y para escenificar esta superioridad introdujo en el olimpismo un nuevo elemento de raíces clásicas: la antorcha. En la Antigua Grecia, no existía

LAS OLIMPIADAS DE HITLER iban a ser una muestra de la superiroridad de la raza aria sobre todas las demás. Pero los juegos de Berlín serán siempre recordados por las contundentes victorias del afroamericano Jesse Owens y de la húngara, de origen judío, Ibolya Csák. A ninguno de ellos el Führer quiso darles la mano.

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ningún relevo de antorchas; los templos de Olimpia, sin embargo, sí que mantenían una llama encendida durante el transcurso de las competiciones. Dada la repercusión mediática que iban a tener los Juegos de 1936, los ideólogos nazis, con Carl Diem a la cabeza, quisieron asociar la antorcha con la idea de raza y progreso. Según su concepción, primero la antorcha había estado en manos de los griegos, cuyos máximos representantes habían sido los espartanos. Luego la recogieron los romanos y, finalmente, como cúspide de la cultura cristiana occidental, los

alemanes, que se presentaban como herederos directos del legado clásicoO Fue así como surgió la idea de que los portadores se relevaranO En aquella ocasión, 3O422 atletas tuvieron que recorrer los 3O422 kilómetros que separaban Olimpia de Berlín. La escena, llena de solemnidad, fue recogida por la cineasta del régimen, Leni Riefenstahl, en su célebre película Fiesta de los pueblos. Goebbels, ministro nazi de propaganda, fue quien orquestó la recepción

de la antorcha por las SA en el estadio de BerlínO En su discurso exclamó: "¡Llama sagrada, arde! ¡Arde y no te apagues nunca!" Lejos de rechazarla, el padre de los juegos olímpicos modernos, el barón de Coubertin, aplaudió la idea del traslado de la antorcha al considerarlo una oportuna ampliación del ritual olímpicoO De esta manera se consiguió infiltrar contenidos ideológicos del nazismo en unos juegos que teóricamente habían

nacido para glorificar la concordia y la igualdad de las nacionesO Sin embargo, el nuevo símbolo de la superioridad de la raza aria vio cómo sus doctrinas quedaban en entredicho con las contundentes victorias del afroamericano Jesse Owens y de la húngara, de origen judío, Ibolya CsákO A ninguno de ellos Hitler quiso darles la manoO En abril de 1941 las tropas nazis ocupaban toda GreciaO Alemania se había convertido en la nueva Esparta del siglo XXO

A principios del siglo XX los ideólogos nazis valoraron el mito de la Atlántida como testimonio de una patria aria primitivaO Según relata Platón basándose en fuentes egipcias, la Atlántida era una isla gigante situada cerca del estrecho de GibraltarO Sus habitantes habían sido vencidos por los atenienses después de haber intentado dominar el mundo; como castigo, los dioses habían hundido la islaO Entre 1938 y 1939 el departamento de Herencia Ancestral Alemana organizó una serie de expediciones al Tíbet para seguir el rastro de la AtlántidaO Su director, Heinrich Himmler, también jefe de las SS, estaba convencido de que los germánicos eran parientes lejanos de los supervivientes arios de la Atlántida, que se habían refugiado en cavernas subterráneas del Himalaya. A fin de demostrar esta tesis, Himmler efectuó numerosas mediciones craneales a los habitantes del Tíbet, tal y como quedó registrado en el documental El secreto del Tíbet (1942)O La búsqueda de la raza aria entre las montañas más altas del mundo resultó ser un fracaso absoluto nunca confesadoO No se llegó a ninguna conclusión sólidaO El estallido de la II Guerra Mundial en 1939 abortó otras expediciones ambiciosas de la Ahnenerbe para localizar la mítica AtlántidaO Había previsto un viaje a Tiahuanaco (Bolivia) y a las Islas CanariasO EXPEDICIÓN AL TÍBET EN 1938O Son muy conocidas las imágenes en las que vemos al zoólogo alemán Ernst Schäfer haciendo mediciones de los cráneos de los tibetanos rastreando los orígenes ariosO

© Bundesarchiv

LA ATLÁNTIDA, LA PATRIA ARIA PERDIDA

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