Escuela de Cesarea de Tierra Santa

Escuela de Cesarea Cesárea tuvo el privilegio de servir de refugio a Orígenes al ser éste desterrado de Egipto (232). La

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Escuela de Cesarea Cesárea tuvo el privilegio de servir de refugio a Orígenes al ser éste desterrado de Egipto (232). La escuela que él fundó allí se convirtió, después de su muerte, en asilo de su legado literario. Sus obras formaron el fondo de una biblioteca que el presbítero Panfilo transformó en centro de erudición y saber. Como director continuó la tradición del maestro. Allí fue donde se educaron Gregorio el Taumaturgo y Eusebio de Cesárea, y los Capadocios, Basilio el Grande, Gregorio de Nisa y Gregorio Nacianceno, recibieron la influencia e inspiración de la teología alejandrina.

BASILIO EL GRANDE (c. 330-379) fue obispo de esa ciudad, situada en Capadocia. Nació en Cesarea de una familia rica y piadosa hacia el año 330 y murió allí el 1 de enero del año 379.

Primera etapa. Era algo más joven que su amigo Gregorio de Nacianzo y varios años mayor que su hermano Gregorio de Nisa, formando los tres un trío conocido como los tres grandes Padres capadocios. Los primeros años de la vida de Basilio los pasó en su familia, bajo la guía de su abuela, Macrina, a quien siempre recordó con gratitud. Recibió su educación literaria primero en Cesarea, luego en Constantinopla y finalmente en la gran escuela de Atenas, donde entraría en amistad con Gregorio y el futuro emperador Juliano. El ideal práctico del cristianismo puro, la elevación del alma por encima de la sensualidad, la huida del mundo y el sometimiento del cuerpo ya estaban presentes en sus aspiraciones. La tendencia de la familia a una vida ascética demostró ser decisiva tras su vuelta a Cesarea hacia el año 357. Durante un tiempo ejerció como rhetor, pero rechazó las exhortaciones para que se dedicara a la educación de los

jóvenes. Por ese tiempo parece que recibió el bautismo y tras ser recibido en la Iglesia visitó a los famosos ascetas de Siria, Tierra Santa y Egipto. No prestó atención a las controversias dogmáticas que agitaban la Iglesia, aunque las deploraba. Tras su regreso a Cesarea repartió su propiedad entre los pobres y se retiró a un distrito solitario, atrayendo a muchos amigos de inclinación similar a la vida monacal, en la que la oración, la meditación y el estudio, se alternaban con la agricultura. Eustacio de Sebaste ya había trabajado en el Ponto en favor de la vida anacorética y Basilio le estimaba por tal razón, si bien las diferencias dogmáticas, que entonces oprimían a tantos corazones, separaron gradualmente a estos dos hombres también. Posicionándose desde el principio y en el concilio de Constantinopla en el año 360 con los homoiousianos, Basilio estuvo con aquellos que vencieron la aversión al homoousios en común oposición al arrianismo, acercándose de esta manera a Atanasio. Para su obispo, Dianio de Cesarea, quien había suscrito la forma de acuerdo nicena, fue un extraño, reconciliándose con él sólo cuando estaba a punto de morir.

Presbítero y obispo de Cesarea. En el año 364 fue hecho presbítero de la iglesia de Cesarea, oponiéndose al nuevo obispo Eusebio, quien no estaba favorablemente dispuesto hacia el ascetismo. Durante un tiempo se retiró a la soledad, pero la creciente influencia del arrianismo le indujo a dedicar su fuerza a los asuntos eclesiásticos. Ahora aparece como el auténtico guía de la iglesia de Cesarea, dirigiendo la disciplina de la iglesia, promoviendo el monasticismo y el ascetismo eclesiástico e incrementando su influencia por su poderosa predicación. Tras la muerte de Eusebio (370), Basilio fue elegido obispo de Cesarea a pesar de mucha oposición por cuestiones dogmáticas y personales. Incluso su amigo Gregorio se sintió ofendido. Al ocupar una de las sedes episcopales más importantes de oriente su influencia en asuntos públicos era ahora más grande. Resistió los intentos del emperador Valente para introducir el arrianismo, e impresionó de tal modo al emperador que, aunque inclinado a desterrar al intratable obispo, le dejó finalmente en paz. Para salvar a la Iglesia del arrianismo, Basilio entró en relaciones con el occidente y con la ayuda de Atanasio intentó vencer su actitud recelosa hacia los homoiousianos. Las dificultades se habían profundizado por la cuestión de la esencia del Espíritu Santo. Aunque Basilio defendía objetivamente la consustancialidad del Espíritu Santo con el Padre y el Hijo, pertenecía a aquellos que, fieles a la tradición oriental, no permitirían que el predicado homoousios se aplicara al primero, lo que le reprocharon ya en el año 371 los monjes ortodoxos aunque Atanasio le defendió. Mantuvo sus relaciones con Eustacio a pesar de las diferencias dogmáticas que causaban sospecha. Por otra parte, Basilio se sintió gravemente ofendido por los adherentes extremos del homoousianismo, que parecían revivir la herejía sabeliana. No vivió para ver el final de las desagradables perturbaciones partidistas y el éxito completo de sus continuados esfuerzos en favor de Roma y del oriente. Sus dolencias de hígado y el exceso de ascetismo le envejecieron prematuramente y apresuraron su muerte. Un monumento perdurable de su cuidado episcopal fue la gran institución ante las puertas de Cesarea que fue refugio, hospital y hospicio.

Escritos.

De los escritos de Basilio hay que resaltar: (1) los dogmático-polémicos, incluyendo los libros contra Eunomio de Cícico titulados Refutación de la apología del impío Eunomio, escritos en el año 363 o 364; el libro I contiende contra el arrianismo y el II y III defienden el homoousianismo del Hijo y del Espíritu. El IV y V no pertenecen a Basilio ni a Apolinar de Laodicea, sino probablemente a Dídimo de Alejandría. La obra Sobre el Espíritu Santo también trata las cuestiones del homoousianismo. Basilio influyó en la fijación de la terminología de la doctrina sobre la Trinidad, aunque en agudeza dogmática y poder especulativo está por detrás de Atanasio y su hermano Gregorio de Nisa. (2) Las obras ascéticas son escritos morales que nos ponen en contacto con su alto grado de trabajo para que el monasticismo fuera naturalizado en la Iglesia, ejerciendo una influencia para regular la vida cenobítica y hacerla fructífera en la vida religiosa de las ciudades. De las reglas monásticas atribuidas a Basilio probablemente la más corta es obra suya. (3) Entre las numerosas homilías y discursos, grandemente apreciados en la Iglesia antigua, algunos como el que pronunció contra la usura a causa del hambre del año 368, son valiosos para la historia de la moral; otros ilustran la veneración de mártires y reliquias; el dirigido a los jóvenes sobre el estudio de los clásicos, muestra que Basilio finalmente fue influenciado por su propia educación, que le enseñó a apreciar la importancia pedagógica de los clásicos. Sus homilías sobre el Hexaemeron fueron especialmente apreciadas. (4) Sus muy numerosas cartas son una fuente importante para la historia de la Iglesia contemporánea. Sus tres Epístolas canónicas dan una clara idea de sus esfuerzos en favor de la disciplina eclesiástica. (5) Las liturgias que llevan el nombre de Basilio, en su forma presente, no son suyas, aunque no obstante preservan la auténtica recopilación de la actividad de Basilio en este campo, al formular oraciones litúrgicas y promover los himnos en la iglesia. (6) Fruto de los estudios de Basilio con su amigo Gregorio en su soledad monacal es la Filocalia, una antología de las obras de Orígenes. En el siguiente pasaje dirime la fórmula que habría de abrirse paso en la definición de la Trinidad: una ousía y tres hipóstasis. 'La distinción entre ousía e hipóstasis es la misma que existe entre lo común y lo particular, como la que hay entre el ser animal y el hombre individual. Por esa razón confesamos que hay en la Divinidad una ousía, a fin de que no haya una diferencia en lo que se dice en cuanto al ser. Pero afirmamos una hipóstasis distinta, a fin de que resulte clara la idea del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Si nuestra idea de las características particulares de la paternidad, la filiación y la santificación no es clara, sino que confesamos a Dios sólo a partir de la idea común del ser, no podremos en modo alguno expresar rectamente la fe. Por consiguiente, debemos confesar la fe uniendo lo particular a lo común. Lo común es la divinidad; y lo particular la paternidad. Luego, uniendo ambas, debemos decir: «Creo en Dios Padre». Y luego debemos hacerlo mismo al confesar al Hijo, uniendo lo particular a lo común y diciendo: «Creo en Dios Hijo». E igualmente con respecto al Espíritu Santo, hemos de hablar de acuerdo al nombre, diciendo: «Creo también en Dios el Espíritu Santo». De este modo se salva la unidad mediante la confesión de la divinidad única, y se confiesan también las propiedades particulares de las personas. Por otra parte, los que dicen que la ousía y la hipóstasis son idénticas se ven obligados a confesar sólo tres personas y, puesto que no pueden afirmar las tres hipóstasis, resultan incapaces de evitar el error de Sabelio.' (Carta 236,6)

GREGORIO DE NISA (c. 335 - c. 394)

Nació hacia el año 335 en Cesarea, Capadocia, y murió hacia el 394.

Vida. Era el hermano menor de Basilio el Grande y su primera educación la recibió en escuelas paganas. Durante un tiempo en su juventud ofició como lector, siendo bautizado a temprana edad, aunque no se desprende de ello que estuviera destinado a la carrera eclesiástica. Más tarde, tal vez entre 360 y 365, se dedicó a negocios seculares hasta el punto de escandalizar a algunos. Se casó con Teosebia, pues a su muerte Gregorio de Nacianzo le da el pésame por ella, aunque vivió en continencia una vez que fue nombrado obispo. La afirmación de que dejó su llamamiento como retórico para retirarse a una vida contemplativa es posible, pero no demostrable; tampoco se conocen las circunstancias por las que llegó a ser obispo de la pequeña localidad de Nisa en Capadocia, en el río Halys, en el camino de Cesarea a Ancira. Tuvo que ocurrir antes de que Gregorio de Nacianzo fuera obispo de Sasima y por lo tanto antes de la Pascua de 372, diciéndose que aceptó el cargo episcopal bajo presión. Como obispo fue uno de los homoousianos que asumió desagradables tareas en tiempos difíciles, probablemente porque su ortodoxia dio ocasión a la facción de la corte a maquinar contra él, a fin de que la sede fuera a parar a alguien de su línea. Cuando Demóstenes, el vicario imperial de la provincia del Ponto, llegó a Capadocia en el invierno de 375, alguien se presentó con acusaciones contra Gregorio por malversación de las propiedades eclesiásticas, añadidas a la duda sobre la validez de su designación. Gregorio fue detenido para ser llevado ante Demóstenes, pero sus sufrimientos en el camino fueron tan grandes que resolvió escapar. Fue condenado en ausencia por un sínodo de obispos del Ponto y Galacia en la primavera siguiente, no pudiendo regresar a Nisa hasta la muerte de Valente el 9 de agosto de 378. En el otoño de 379 estuvo presente en el sínodo de Antioquía y en 381 en el concilio de Constantinopla, donde predicó con motivo del ascenso de Gregorio de Nacianzo a la sede episcopal y también en el funeral de Melecio de Antioquía. Su prominencia entre los miembros del concilio se desprende del hecho de que el edicto imperial del 30 de julio de 381 le nombra entre los obispos con los que los otros deben estar en comunión, si desean permanecer sin perturbación en la administración de sus iglesias. Esta posición de importancia

entrañaba dificultades y batallas, ocasionando probablemente el viaje a Arabia con el fin de poner orden en las condiciones eclesiásticas en esa región. Muy probablemente estuvo presente en las conferencias de 383 en Constantinopla, predicando en el otoño de 385 o 386 en el funeral de la princesa Pulqueria y poco después en el de la emperatriz Flacila. Estuvo presente una vez más en la discusión sinodal de un asunto de Arabia en Constantinopla en 394, pero a partir de ahí nada más se sabe de su vida. Obras. Las referencias a la historia personal del autor demuestran la autenticidad de un considerable número de las obras que le son atribuidas, incluyendo varias cartas, el Hexameron, la Creación del hombre, la Vida de Moisés, Contra los usureros, Contra Eunomio, Sobre el alma y la resurrección, Eulogía de Basilio, Carta a Pedro y Vida de Santa Macrina. Antiguos testimonios externos apoyan la evidencia interna en el caso de otras, como Sobre el Cantar de los cantares, Sobre la oración (cinco homilías, la última una cuidadosa exposición del Padre nuestro), Sobre las bienaventuranzas, la Oratio catechetica magna, Contra Apolinar y el Antirrhetico contra Apolinaristas. Por otro lado, las obras omitidas o marcadas como dudosas por Migne, que han pasado bajo el nombre de Gregorio, no son todas espurias. Entre sus obras dogmáticas merece especial atención el Gran catecismo, un tratado apologético-dogmático sobre la Trinidad y la encarnación, con instrucciones sobre el bautismo y la Cena; el Alma y la resurrección; el tratado contra Eunomio, su obra más extensa; y el Antirrético, el más importante de los tratados existentes anti-apolinaristas. De los escritos exegéticos el Hexameron y la Creación del hombre son los más sobrios y valiosos; entre los sermones, los de la vida de Basilio y Macrina están entre los más interesantes.

Personalidad y enseñanza. Es difícil definir la personalidad de Gregorio; sus obras son demasiado retóricas y poco personales como para proporcionar una clara imagen de él. Con todo, parece que tuvo un carácter más armonioso, calmado y auto-controlado que el de su hermano o el de Gregorio de Nacianzo, aunque también menos fuerte que el de ellos, si bien también más amigable. Su posición teológica se aprecia más claramente que su carácter, aunque le falta distinción. Tuvo pocos pensamientos nuevos y la expresión que da a los antiguos indica pocas huellas de genio. No obstante fue un consumado teólogo, que logró reconciliar, hasta cierto punto, las tradiciones origenistas con las demandas de una teología que era más realista. Tuvo suficiente ingenio para trabajar entre sus fórmulas con corrección técnica, a la vez que satisfaciendo la tendencia de una naturaleza mística, evitando la definición precisa en el momento apropiado y elevándose por encima de la terminología en la que las controversias dogmáticas de su tiempo se expresaban. Su enseñanza sobre la Trinidad es tan similar a la de Basilio y Gregorio de Nacianzo que en el caso de tres obras es seguro afirmar la autoría de uno de los tres, pero imposible determinar de cuál de ellos. Su cristología es la que sustancialmente sostuvo Gregorio de Nacianzo en su etapa final. Una investigación más completa de su cristología en conjunto necesitaría profundizar en la conexión de su pensamiento con el de Orígenes y Atanasio. Hay que mencionar que retuvo la doctrina origenista de la restauración de todas las cosas, por lo que el patriarca Germán de Constantinopla, en el siglo VIII, imaginó que su Sobre el alma y la resurrección había sido interpolada por herejes, en lugar de contener, como

tiene, origenismo puro, debiendo buscarse el fundamento de su doctrina, al igual que con Orígenes, no en la concepción 'genérica' de la humanidad de Cristo, sino en su idea de Dios. El siguiente pasaje es revelador del pensamiento de Gregorio sobre las propiedades particulares de Padre, Hijo y Espíritu Santo: 'Se sigue de aquí que las características de la persona del Padre no se pueden transferir al Hijo ni al Espíritu: por otra parte, tampoco las del Hijo se pueden acomodar a ninguno de los otros, así como tampoco se puede atribuir al Padre o al Hijo la propiedad del Espíritu. La distinción incomunicable de las propiedades se considera en la naturaleza común. La característica del Padre es existir sin causa. Esto no se aplica ni al Hijo ni al Espíritu; porque el Hijo «salió del Padre» (Juan 16:28), como dice la Escritura, y «el Espíritu procede» de Dios y «del Padre» (Juan 5:26). Pero así como el ser sin causa, que pertenece exclusivamente al Padre, no se puede adaptar ni al Hijo ni al Espíritu, así también el ser causado, que es la propiedad del Hijo y del Espíritu por su misma naturaleza, no la podemos considerar en el Padre. Por otra parte, el no ser ingénitos es común al Hijo y al Espíritu; por eso, para evitar confusiones en este punto, hay que buscar la diferencia pura en las propiedades, de manera que quede a salvo lo que es común y, sin embargo, no se mezcle lo que es propio. La Escritura le llama Unigénito del Padre, y esta expresión establece para él su propiedad. Pero del Espíritu Santo se dice también que procede del Padre y se afirma, además, que es del Hijo. Pues dice la Escritura: «Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, ése no es de Cristo» (Romanos 8:9). Así, pues, el Espíritu que procede de Dios es también Espíritu de Cristo; en cambio, el Hijo, que procede de Dios, ni es ni se dice que procede del Espíritu; y esta secuencia relativa es permanente e incontrovertible. Por tanto, no se puede cambiar y trastocar la frase en su sentido, de manera que, así como decimos que el Espíritu es de Cristo, digamos también que Cristo es del Espíritu. Por consiguiente, por una parte, esta propiedad individual distingue con absoluta claridad a uno del otro; por otra parte, la identidad de operación arguye comunidad de naturaleza, quedando de esta manera confirmada en ambos la verdadera doctrina acerca de la Divinidad; es decir, que la Trinidad se cuenta por personas, pero no está dividida en partes de diferente naturaleza.' (De oratione dominica)

GREGORIO DE NACIANZO (c. 330 - c. 389)

Nació hacia el año 330 en Arianzo, cerca de Nacianzo, Capadocia, y murió en su localidad natal hacia el 389.

Primeros años. Su padre, que también se llamaba Gregorio, era hombre de cierta importancia. Antes de ser cristiano sostuvo una moralidad monoteísta, siendo miembro de la secta conocida como hipsistarianos. Fue convertido por persuasión de su esposa, Nonna, que era de familia cristiana, siendo bautizado por el obispo de Nacianzo, en el momento en el que comenzaba el concilio de Nicea, a quien sucedió en 328 o 329. Nada se sabe de su actitud en la primera etapa de la controversia arriana; en la sexta década pudo ser reconocido, con la mayoría de obispos de Asia Menor, entre los homoiousianos, pero posteriormente, su hijo y el amigo de éste, Basilio, a quien él ayudó a elevar a la sede de Cesarea, aceptaron el homoousios. Él y su esposa deseaban tener descendencia, siendo Gregorio el mayor de tres hijos que nacieron cuando ya eran de edad avanzada. El fundamento de la educación de Gregorio fue en Nacianzo, aunque su preparación más avanzada en retórica y literatura es probable que la recibiera, con su hermano Cesáreo, en Cesarea de Capadocia, donde comenzó su amistad con Basilio. Para continuar sus estudios fue luego a Tierra Santa, Alejandría y finalmente a Atenas, donde parece que pasó algunos años en estrecha amistad con Basilio. Dejó Atenas probablemente en 357 y pasó por Constantinopla, donde su hermano ya había comenzado una fructífera carrera mundana, de la que Gregorio intentó en vano apartarlo para la vida ascética, regresando a su hogar por el deber hacia sus padres y pasando parte del tiempo allí en meditación y parte en la administración de la propiedad familiar. En ese tiempo es cuando puede ser que se bautizara. Tras el regreso de Basilio de su viaje por los monasterios de Tierra Santa y Egipto, en 358 o 359, Gregorio se unió a él en su retiro en el río Iris, en el Ponto. Hacia el 360 estaba de nuevo con sus padres. Durante los siguientes cinco años fue ordenado sacerdote contra su voluntad, a petición de los creyentes; tras intentar eludir los deberes del cargo, regresó y pronunció las alocuciones numeradas i y ii en sus obras; tras la muerte de Juliano (363) escribió, aparentemente por consejo de Basilio, dos invectivas contra Juliano (iv y v); cuando la corte obligó a su padre a firmar una fórmula que los monjes de Nacianzo consideraron herética, rompieron la comunión con el padre y con el hijo, aunque Gregorio logró reconciliarlos con su obispo (alocución vi, De pace); cuando Basilio y sus monjes cortaron con Eusebio, escogido obispo de Cesarea en el verano de 362, Gregorio se llevó a Basilio al Ponto con él, efectuando luego la reconciliación (probablemente en 366). Durante los siguientes siete años Gregorio ayudó a su padre, cooperando con él en 370 en la elevación de Basilio al obispado de Cesarea y permaneciendo al lado del nuevo obispo en su batalla con Valente, a comienzos de 372.

Episcopado. La antigua amistad no fue tan calurosa tras la promoción de Basilio a la sede metropolitana, experimentando un duro golpe cuando Basilio, supuestamente poco después de Pascua de 372, obligó a Gregorio a asumir el obispado de Sasima, insignificante lugar entre Nacianzo y Tiana, para retenerlo contra Antimo, obispo de Tiana, quien infringió la dignidad de Basilio al dañar sus derechos metropolitanos sobre Capadocia. Gregorio se retiró de su obispado a la soledad de las montañas antes de hacerse cargo de sus deberes, declinando participar en la batalla contra Antimo.

Rechazó los ruegos de su padre para que volviera a su puesto; pero cuando se le pidió en el verano de 372 que viniera y ayudara en Nacianzo, el deber filial y la apreciación de un campo más amplio prevalecieron. Tras la muerte de su padre continuó oficiando allí, pero sólo como representante de su padre. Cuando, no obstante, los obispos vecinos no mostraron signos de designar otro titular huyó de nuevo en 375, esta vez a Seleucia. Allí permaneció hasta que, tras la muerte de Basilio (1 de enero de 379), fue llamado para una empresa lo suficientemente importante para sacarlo de su retiro. Se trataba nada menos que de representar la fe nicena en Constantinopla, hasta entonces abandonada al arrianismo. Cuando en la primavera de 379 comenzó a predicar en la capital, fue considerado indudablemente un aspirante al puesto episcopal; pero su natural oscilación entre la atracción de lo útil en el mundo y la de ermitaño, le impidieron considerarse apto para ese puesto. Además, la aparición de un falso amigo, Máximo, que se presentó como rival y la acción del concilio de 381 que le presentaba como candidato, fortalecían su ambivalencia. Fue obispo en Constantinopla desde el 26 de noviembre de 380, cuando se hizo cargo de la iglesia catedral de los Apóstoles, pero oficialmente desempeñó la posición sólo durante un corto tiempo, durante la sesión del concilio en el año siguiente. Tras la renuncia de su oficio dejó la capital, probablemente en junio, antes de que el concilio acabara, retirándose a Capadocia. Su interés en la diócesis de Nacianzo, perturbada entonces por los apolinaristas le indujo a prestar atención a sus necesidades; pero después que logró (probablemente en 383) la designación de su pariente Eulalio como obispo, vivió en reclusión supuestamente en Arianzo. Cuando Jerónimo escribió su Catalogus en 392, ya había muerto casi tres años antes, por lo que debió fallecer en 389 o como mucho en 390. Obras. Las obras de Gregorio se dividen en tres grupos: cuarenta y cinco alocuciones, doscientas cuarenta y tres cartas y un considerable número de poemas. Las alocuciones parece que fueron todas pronunciadas oralmente, salvo las dos invectivas contra Juliano, y la segunda alocución, al menos en su forma actual. Las más famosas son los cinco Discursos teológicos (xxvii-xxxi) pronunciados en Constantinopla. De interés histórico son varias de las alocuciones memoriales, especialmente la de Basilio (xliii) y la de su padre (xviii). Entre las escritas para festividades, las más notorias son el sermón de Pascua de 363 (comúnmente asignado a 362) y tres (xxxviii-xl) predicadas en Constantinopla el 25 de diciembre de 379 y 6 y 7 de enero de 380; la primera es el sermón cristiano conocido más antiguo predicado en Constantinopla. Sólo una (xxxvii) tiene la naturaleza de homilía; de hecho, la exposición de la Escritura, o lo que se entiende comúnmente como predicación, está enteramente subordinado a la declamación retórica. Las cartas, muchas de las cuales pertenecen a la sexta o séptima década de la vida de Gregorio, son por lo general cortas y no pueden compararse en interés o importancia histórica con las de Basilio. De valor dogmático son las dos cartas antiapolinaristas al presbítero Cledonio (ci, cii) y la última de ellas dirigida al sucesor de Gregorio en Constantinopla, Nectario (ccii). La carta final o el tratado Al monje Evagrio sobre la divinidad, que es atribuida por el manuscrito a Gregorio de Nacianzo, a Gregorio el Taumaturgo, Gregorio de Nisa y a Basilio, difícilmente puede pertenecer a Gregorio de Nacianzo. Los poemas son buenos ejemplos de poesía artificial de la escuela retórica, pero para la mente moderna muchos de ellos tienen poco de poético. Los poemas autobiográficos (libro ii. sección i) comprenden un tercio del total. El drama conocido como El sufrimiento de Cristo ha sido reconocido durante mucho tiempo no de Gregorio, sino una producción bizantina del siglo XI o XII.

Posición teológica.

Aunque Gregorio es llamado 'el teólogo' por los escritores griegos, no ha dejado una exposición sistemática de la fe cristiana. Su doctrina general de Dios es un platonismo metafísico, más que enseñanza cristiana. Es digno de mención el contraste que hay entre la forma en la que, contra Eunomio, mantiene la incomprensibilidad de Dios y la certeza con la que desarrolla los detalles de la doctrina de la Trinidad. En este último aspecto no es el fundador de la escuela conocida como post-nicena, porque antes de que tomara parte prominente en la discusión, durante el reinado de Juliano, la transición del homoiousios al homoousios ya había tenido lugar en el grupo meleciano en Antioquía y el desarrollo análogo en muchos homoiousianos de Asia Menor, al menos en lo que respecta a la consustancialidad del Hijo, era ciertamente en lo principal independiente de la influencia de Gregorio. De todos modos, Gregorio fue el más antiguo de los representantes teológicos de esa escuela, y su enseñanza especial surge claramente en un tiempo cuando Basilio estaba en términos amigables todavía con Eustacio y cuando Gregorio de Nisa era un laico. Esto es cierto incluso de la doctrina del Espíritu Santo; aunque Gregorio fue toda su vida cauto en cuanto a definir la consustancialidad, por el sentimiento de que las consecuencias llevarían mas allá de lo que la Escritura contiene, ni siquiera entonces excluyó la necesidad de esas consecuencias. Para definir su doctrina en sus términos técnicos se basa en la distinción entre una deidad, sustancia o naturaleza (mia theotes, ousia o physis) y las tres personas (treis hypostaseis o idiotetes). El término ousia significa más que la esencia genérica de varios individuos, pero las treis kypostaseis son numéricamente tres, siendo el único Dios uno, porque la mia theotes es común a los tres, ya que el Hijo y el Espíritu tienen su origen en el Padre fuera del tiempo y porque la voluntad de los tres es la misma. Las cosas que distinguen a los tres, 'que el Padre es ingenerado, que el Hijo en engendrado y que el Espíritu Santo procede' (oratio xxv), no son por tanto diferencias de sustancia, sino expresiones de relación mutua o de hypostaseis. Que se puede hacer un reproche de triteísmo a esta enseñanza, con más justicia que de sabelianismo a Atanasio es obvio. Gregorio era plenamente consciente de la divergencia entre la antigua y la nueva teología nicena, pero él lo consideraba meramente un asunto de terminología.

Posición cristológica. Que Gregorio fuera capaz de acuñar fórmulas autoritativas en cristología (los concilios de Calcedonia y Éfeso citan su primera carta a Cledonio, siendo bajo Justiniano uno de los principales testigos de la idea ortodoxa sobre la cuestión) también se debe al proceso por el que pasó en sus últimos años. Las casuales expresiones en sus alocuciones son las oscuras declaraciones de una curtida tradición origenista. Su terminología no fue clara y precisa hasta después que se posicionó contra el apolinarismo, necesitando rechazar la tradición antioquena, combatida también por Apolinar, de la existencia de dos sujetos en el Cristo histórico. Clarifica el punto de la totalidad de la naturaleza humana de Cristo, sosteniendo firmemente que el Cristo histórico no es otra cosa que el Logos hecho hombre. Sus fórmulas, aunque entonces no estaban plenamente definidas, suplieron las necesidades de la ortodoxia posterior y de hecho en alguna medida anticipó la diferenciación que tuvo lugar en la cristología entre los términos physis e hypostasis. La ortodoxia del reinado de Justiniano sólo necesitó señalar su afirmación de que la fórmula trinitaria era lo opuesto a la cristológica, al haber en la primera tres hypostasis y una naturaleza y en la segunda dos naturalezas pero una hypostasis. En el asunto de la cristología Gregorio debe su reputación como 'teólogo' mayormente a la casualidad. Su posición la merece más en la teología en el sentido estrecho, aunque incluso aquí no puede negarse que él, que se quejó tanto en su vida de

incomprensión e ingratitud, fue desde su muerte y especialmente desde el siglo VI, ricamente indemnizado, más allá de lo que se merecía. Corresponde a Gregorio de Nacianzo haber definido la propiedad distintiva del Espíritu Santo respecto al Padre y al Hijo, cuestión que resuelve en el siguiente pasaje: 'El Padre es Padre sin principio, porque no procede de nadie. El Hijo es Hijo y no es sin principio, porque procede del Padre. Pero si hablas de principio en el tiempo, también él es sin principio, porque es el Hacedor del tiempo y no está sometido al tiempo. El Espíritu Santo es Espíritu de verdad, que procede del Padre, pero no a manera de filiación, porque no procede por generación, sino por procesión (me veo precisado a acuñar palabras por amor a la claridad). Porque ni el Padre dejó de ser ingénito por haber engendrado, ni el Hijo dejó de ser engendrado por proceder del Ingénito. ¿Cómo podrían hacerlo? Tampoco el Espíritu se ha convertido en Padre o Hijo porque procede o porque es Dios, aunque no lo crean así los impíos.' (Or. 39,12).