Es Destino de Unos La Dulce cia

Mario Andrés López Abril 20, 2012 Es destino de unos la dulce complacencia Entregarse a alguien en pasión, como es demo

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Mario Andrés López Abril 20, 2012 Es destino de unos la dulce complacencia

Entregarse a alguien en pasión, como es demostrado aquí es un peligro que muchos ingenuamente están dispuestos a correr. Por supuesto que muchos de los que nos hemos visto atrapados en las terribles secuelas de la pasión, no hemos sido ignorantes de las consecuencias, más bien elegimos no escuchar y no entender. Es diferente sin embargo, aquellos incautos que caen de buena fe porque en su realidad no hubo nadie quién advirtiera el peligro. Entiéndase por esto, que los prejuicios culturales o sociales no deberían ser advertencias creíbles, porque el juicio de valor otorgado está dado por una construcción social y no necesariamente empírica. Total, que de esa realidad tan falsa, y para lo que nos concierne en esta historia, solo queda algo de verdad: el sentimiento de una pobre niña vuelta mujer hacia un hombre no aceptado por su sociedad. Lo importante aquí es que hace falta algo de coraje para atreverse a desafiar al mundo conocido, a sus creencias y a sí misma; porque ella fue una sin él y otra con él. El coraje de un corazón desprevenido que prueba por primera vez las mieles de la pasión carnal y la euforia sentimental, casi hormonal de los vestigios amorosos. Debo decir que a las niñas como ella, siempre las he observado con pesar, porque creo que sus sueños las limitan a una vida precaria. Pero poco entiendo yo de eso, mis padres no esperan que ascienda a ser secretario de alguien importante. No, yo no entiendo lo que Vera esperaba de su vida. Pero se indudablemente, que nunca nadie, por nimios que me parezcan a mi sus aspiraciones, pensaba que terminaría involucrada con alguien de esos de tierras lejanas. Y aún en mi ignorancia, doy crédito a la joven que por amor rompió el esquema social. Con Vera es fácil conectar, porque alguna u otra vez, todos hemos sido bobos. Yo creo que lo que hace el mal no es tanto el sentimiento, sino (perdonado el mal castellano) el encacorramiento. Un término que usa mi generación para describir la adicción al sexo que se confunde con un sentimiento de verdadero amor. Y bueno, que si bien no es lógico, los (felizmente) casados no pueden negar que para amar no hay que estar “encacorrado”. Pero lo menciono porque bien nos ha dicho la autora, que la pueril alma engañada que protagoniza el cuento, confundía que le hicieran el amor con que la amaran de verdad. Sin duda alguna muchos de nosotros, pobres mortales, nos volvemos duros del corazón a medida que este nos va engañando de esas formas tan maliciosas. La primera vez, ignorantes…

las siguientes, guevones. Pero a esta niña no le quedaron más oportunidades. Lo que no nos cuenta Madame Gordimer, es lo que muchos como yo nos damos el placer de conjeturar. Gracias a la escritora, me puedo dar el gusto de imaginarme lo que fueron los últimos segundos de vida de Vera. El horror y el dolor de la mujer cuyos sueños, tan pobres que eran, se desmoronan en menos de un segundo. El instante inconcebido donde todo lo que se creía realidad no fuera más que una terrible pesadilla. En fin, es como he dicho antes, mi deleite personal de lo que me permito imaginar. Y bueno, así acaba la vida de Vera. Tan triste como lo era la verdad oculta de su relación. Tan pura como el corazón de la niña virgen que se sonrojaba por lo que los vecinos pudieran escuchar. Tan natural como la actitud de quien sienta en un teatro a un joven indeseado, y le vale mierda lo que los otros puedan pensar. La pasión, esa euforia derivada de hormonas del placer y conexiones biológicas despertadas por el tacto y el sexo, es un peligro mortal.