Ensayo sobre Porque la Guerra

Ensayo sobre Porque la Guerra Andres Camilo Gutiérrez Buitrago Colegio IPAG Ciencias Sociales Bogotá 2018 En mi opin

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Ensayo sobre Porque la Guerra

Andres Camilo Gutiérrez Buitrago

Colegio IPAG Ciencias Sociales Bogotá 2018

En mi opinión desde tiempos remotos el hombre ha manifestado ciertos comportamientos que aún hoy en día siguen vigentes dentro de la sociedad. Siempre se ha argumentado que el animal actúa bajo sus instintos, y por ello, su reacción salvaje y destructiva ante posibles opresores o presas para dominar. Ahora bien, ¿Es el hombre un animal pensante? La verdad es que pareciera serlo. Pero a diferencia de los animales, este sentimiento violento que se evidencia en el hombre, no proviene de un factor biológico o genético, como si en las bestias. En el hombre no rige un instinto como tal, pero a estas nociones violentas y destructivas se le conocen como pulsiones. Las pulsiones tienen la función de exaltar tanto los deseos destructivos como otros deseos. Suponemos que las pulsiones del ser humano son sólo de dos clases: aquellas que quieren conservar y reunir -las llamamos eróticas, exactamente en el sentido de Eros en El banquete de Platón, o sexuales, con una consciente ampliación del concepto popular de sexualidad, y otras que quieren destruir y matar; a estas últimas las reunimos bajo el título de pulsión de agresión o de destrucción” (Freud, 1932, pág. 8) Debido a estas pulsiones, el hombre se presenta como un ser que se rehúsa a ser pacifista. Es decir, para satisfacer sus pulsiones del eros, este necesita hacer uso de los deseos destructivos para obtener lo que quiere. No importa cuál sea el método por el cual obtenga dichos resultados. Siempre habrá de existir una condición narcisista dentro del hombre que lo llevará a imponerse sobre los demás, el demostrar su superioridad frente a la sociedad, estableciendo leyes que sólo le beneficien, no importando si dichas leyes menoscaben la libertad del otro. Como cuan animal, así mismo el hombre impone su impetuosa cobardía en forma de violencia manifiesta dentro de su entorno. Quizás sólo sea un compuesto del inconsciente que se hace presente mediante los deseos pulsionales eróticos. Pero, ¿Acaso estos deseos no inmiscuyen al hombre con la bestia? Es decir, ¿Dónde queda la moral? Parece ser que este concepto se ve arraigado a medida de las secuelas y evidencias de las

guerras. Donde el compuesto narcisista del hombre se manifiesta por encima de todo lo demás. En las guerras antiguas, se podía mantener un ideal “ético”. Puesto que las batallas que se tornaban entre pueblos y estados, tenían ciertas leyes que se hacían valer. Había un tipo de estatuto del guerrero, el cual se hacía manifiesto en cada guerra. Freud lo narra de esta manera. “Como una justa caballeresca que se limitaría a establecer la superioridad de una de las partes, con la máxima evitación de crueles sufrimientos que en nada podrían contribuir a esa decisión, con total piedad por el herido, que debía ser apartado de la lucha” (Freud, Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte, 1915, pág. 3). Manifestando en esta una especie de reverencia ante la muerte, pero así mismo una irreverencia hacia esta. Es decir, se genera un tipo de sentimiento de culpa, el cual pretende moralizar los actos de guerra. No importa cómo se haya manifestado dicho acto, pero se trataba de justificar estos hechos a través de ideales morales, o utópicos establecidos por instituciones violentas. Como si el hecho de respetar la vida de quienes sobreviven a la barbarie de la guerra justifique el ideal violento de conseguir lo que los deseos demanden. La irreverencia a la muerte en el hombre, se presenta de manera innata siempre y cuando el individuo no se vea afectado por esta. Se podría pensar que, así como el animal carece de facultades para diferir sobre su víctima, así mismo es el hombre. Pues para este no existen los ideales, sentimientos o demás nociones humanas de la víctima. En esto se consolida el ideal de guerra. Quizás, el objetivo de la guerra sea obtener determinados beneficios para cierta comunidad. Pero la manera despiadada en la que esta se presenta, sólo demuestra el individualismo del hombre. Pues la mayoría de las guerras no pretenden ideales colectivos sino individuales, o para unos pocos. El soldado debe ir a la guerra, luchando por conceptos ajenos a este, aniquila y sigue ordenes de una institución encargada de velar por la seguridad de la comunidad. La guerra sólo puede generar dolor en quienes participan activamente de esta, tanto victimarios como víctimas. Pero, no en quienes patrocinan

dichos actos. Estos sólo satisfacen sus goces. Porque no sólo es el obtener un bien territorial o económico, sino también el hecho sádico de aniquilar por diversión. Por si fuera poco, la guerra se vale de artimañas violentas, como el jugar con el pensamiento y conocimiento del individuo. En otras palabras, las instituciones están en la capacidad de inducir de manera arbitraria y nociva, un ideal previamente maquinado por ellos. El cual, cumple la función de generar cierto impacto residente dentro del sujeto, proveyendo todo tipo de argumentos que van a justificar el porqué de dicho acto violento, porqué debe participar en dicha guerra. Pasa de ser un sujeto pasivo con ideales propios, a ser un sujeto activo, proclamando ideales ajenos impuestos por los partidarios de la guerra. Por supuesto, la guerra va ligada a un ideal de la cultura. Por esto, es preciso afirmar que; todo individuo desde que es infante hasta que es adulto, manifiesta una conciencia violencia inducida por los conceptos culturales. Los niños dentro de sus juegos recrean actos violentos, haciendo alusión a la muerte y al despojo de esta. Entonces, “toda violencia es un hecho del lenguaje, del orden del lenguaje, de la palabra, lo cual la hace humana, subjetiva y social.” (Acosta, 2008). Como parte del lenguaje, la violencia se recrea en cada sujeto. Es decir, esta se capta como una imagen progresiva dentro de un ideal de cultura. Es esta la coartada perfecta que encuentra la pulsión de muerte para operar dentro del sujeto. Se disfraza de un ideal con principios aparentemente sanos, para así poder llevar a cabo sus fines lesivos. Se basa en argumentos idealizados para fomentar magnicidios y demás actos atroces que esto fomenta. La guerra no sólo se manifiesta como un acto de poder y dominio, sino que se presenta en forma de pensamiento, que al ser puesto en contraste con otro distinto se genera una oposición de pensamientos, y, por lo tanto, conlleva a la guerra. Por ello, sea cual sea el ideal puesto en escena, siempre la pulsión de destrucción se hará presente. El deseo a reducir a cenizas y escombros tanto objetos animados como inanimados, produce goce. Si, como bestias que se limitan a pensar en el otro, en busca de sus propios beneficios. El eros

no es más que un canal de servidumbre para el tanatos que Freud plantea. Porque a pesar de ser esta, un principio moral positivo, con fines sexuales y buenos, en la mayoría de los casos sólo es el impulso que abre paso a la destrucción. Sí, pues con lo anteriormente dicho, todo entra en el orden de lo simbólico. Por lo tanto, el eros llega a ser un representante del “gran otro” dentro de un individuo. Lo malo, es que ese gran otro siempre querrá mantener ese simbolismo presente, por lo que llegará a métodos impulsados por el Tanatos, para así obtener sus resultados. Esta actitud involuntaria que plantea Gallo, es la presión sexual del individuo. Si bien la cultura se ha enfocado en limitar los deseos del sujeto, esto contiene ciertas consecuencias. Como el incitar al individuo a hacerse con objetos que le son carentes. Esto no se refiere solamente a objetos sexuales, sino también a asexuados. Es decir, el dinero, el poder y demás objetos entran dentro de este plano. Una evidencia clara de esto, es la búsqueda ambiciosa e insaciable que tienen las personas de escasos recursos parar conseguir dinero o hacerse de poder. Si bien la cultura está inmersa dentro del ideal de represión en el sujeto, el hombre es quien inconscientemente termina accediendo a esta pulsión violenta destructiva. Porque está ceñida ahí, esperando a que esta emerja y destruya los pocos ideales positivos que se le han inculcado.

Finalizando, los países que precisan de muchas leyes para gobernar, sólo incitan al individuo a que las viole. Es precisamente lo que se plantea en los párrafos anteriores, la cultura reprime las pulsiones de goce del hombre, por lo tanto, entre haya más leyes que repriman dichos deseos, el hombre seguirá en su intento de destruir todo ideal de cultura. Porque es un ser narcisista, mezquino, semejante a una bomba en reposo, pero cuando se acciona es capaz de consumir todo a su paso. Así mismo, el hombre que por su condición no puede sublimar los deseos que le son reprimidos por la sociedad, termina encaminándose hacia la perdida de lo simbólico. Por lo tanto, se ve vinculado al mundo de lo psicótico con resultados nefastos, tanto para él, como para los de su entorno.