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Ética Cristiana: para una correcta vida moral y cristiana Por: Eduardo Artavia Murillo. Ética Cristiana: para una cor

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Ética Cristiana: para una correcta vida moral y cristiana

Por: Eduardo Artavia Murillo.

Ética Cristiana: para una correcta vida moral y cristiana

Por: Eduardo Artavia Murillo.

Ética: Introducción Podemos definir a la ética como el estudio científico en el aspecto moral de la vida humana. Francisco la Cueva la define como “la ciencia que estudia y analiza el comportamiento y conducta del ser humano.” A la Ética en general, podemos llamarla también Filosofía Moral, pues la palabra "moral" procede del vocablo latino "mos" que significa costumbre en sentido ético. El término "Etica" viene del griego "ta ethiká" = los asuntos morales, y se deriva de ethos= carácter; éste, a su vez, se deriva de ethos = costumbre. En efecto, la Ética estudia las costumbres humanas, los principios de sus acciones, y considera lo que constituye lo bueno y lo malo en tales principios y costumbres. Podemos decir que la ética trata con los más profundos intereses y necesidades de la humanidad. Trata de dar respuesta a preguntas tales como ¿Cuál es el verdadero significado de la vida humana y el propósito de ésta? ¿De qué forma determinamos que es lo bueno y como se considera a un humano bueno o malo? ¿Qué implicaciones tiene en la vida de las personas el sentido del deber y de hacer lo correcto? y si hay obligaciones morales, ¿cómo se determinan? Existen tres tipos de ética, a saber: 1) La ética normativa: es aquella que nos define qué es lo bueno, qué es lo correcto. El conjunto de normas o preceptos que nos llevan hacia el bien. 2) La ética descriptiva: Es la que describe el comportamiento moral de un determinado sector o grupo. Por ejemplo hablamos de la ética de los indios, la ética de los pueblos orientales, la ética de los militares, etc. 3) La ética lógica, o mejor dicho, la lógica que se usa para definir la ética, la forma de justificar la ética. Aquí podemos hablar de dos grandes clasificaciones de la ética, éstas son: a) Ética deontológica. b) Ética teleológica. La ética deontológica, cuya etimología proviene del griego: deon “lo que debe ser” y logos “razón”, es la que dice que las normas deben cumplirse sin considerar las consecuencias. La justicia de una acción es intrínseca a la acción misma. En cambio, la ética teleológica, cuya etimología proviene también del griego: telos “fin, medio” y logos “razón”, es la que se fija en el fin. El valor moral se define por el fin que dichas acciones producen, por ejemplo: mentir está mal, pero si mentir salva vidas humanas puede estar bien. Las cosas se miden por la cantidad de bien o mal que producen. Esta última es la ética del utilitarismo. Sin embargo, no la desechemos. Hay muchas decisiones en la vida que son teleológicas. Este razonamiento ético suele ser valioso para las relaciones sociales, pero peligroso en la ética individual.

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Ahora bien, profundicemos un poco estos conceptos: ¿cómo se justifican las normas?, ¿qué hace que un acto sea correcto o incorrecto? ... la ética normativa pretende decir que algo es bueno o es malo de acuerdo al cumplimiento del precepto o la norma, pero vemos a través de la historia, que este razonamiento ético, al menos es parcial y limitado. Los fariseos cumplían los preceptos al pie de la letra, y Jesús los descalificó más que a cualquier otro grupo. El precepto no implica la justicia, de por sí. Entonces ¿cómo justificar los actos?. A veces una norma se puede fundamentar desde un punto de vista utilitarista y no está mal (ética teleológica); otras veces puede resultar una aberración este mismo razonamiento. Aquí es bueno distinguir entre los bienes morales y los bienes no morales. Los primeros tienen que ver directamente con las personas, los segundos no (ejemplo: está bueno tal auto, qué día lindo, etc.). Para la correcta toma de decisiones éticas, hay que definir el valor no moral (por ejemplo: el placer es bueno, el dolor es malo, etc.); ahora, a nivel social, ¿qué bien no moral tiene que ser maximizado? Kant hablaba de “maximizar tu creencia” (¿te gustaría que todo el mundo haga esto?). Justamente la ética teleológica sirve, a cabalidad, para definir valores no morales a nivel social. Cuando nos topamos con los “bienes morales” (lo relacionado con el ser humano), es conveniente volvernos sobre los pasos de la ética deontológica. Desgranemos, entonces, este último término: Recordemos que la ética deontológica decía: algo es intrínsecamente correcto o incorrecto sin importar las consecuencias. Sin embargo, podemos hablar de dos tipos de ética deontológica: a) Ética deontológica pura. b) Ética deontológica mixta. La pura es la más extrema. Por ejemplo: “nunca hay que mentir”, “El divorcio es pecado siempre”. Esta ética puede ser letal, y dar por resultado lo contrario a lo deseado. La mixta, en cambio, interpreta las normas en el contexto en que se aplican. Este tipo de ética es bastante bien aplicable, en nuestras vidas y en relaciones interpersonales. Sin embargo, llevar este concepto un paso más allá, lo que se llama deontología del acto, que sería decir “en esta situación hago esto, en aquella, hago esto otro”, sería situacionalismo puro. Kant decía: “siempre hay un absoluto que es indisputable”. ¿De dónde proviene la ética? Contestar esta pregunta puede darnos dos paradigmas diferentes: el uno trata sobre hechos históricos y el otro tiene relación con la autoridad. Y la inquietud que han suscitado ambos paradigmas ha influido en la configuración de varios mitos acerca de la creación del origen del universo. Peter Sing dice “Estos mitos describen no sólo cómo comenzó la vida humana, sino también por qué es tan dura, tan penosa, tan confusa y cargada de conflictos”. A través de la historia se ha tratado de explicar el porqué lo humanos tienen que someterse a normas y preceptos, que en muchas ocasiones pueden resultar

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frustrantes para ellos. Peter Sing escribe “Preguntar de dónde proviene la ética no es como preguntar lo mismo acerca de los meteoritos. Responder a esta interrogante nos lleva a pensar hacia atrás y preguntarnos si alguna vez existió un “estado de vida inocente” donde no había normas ni preceptos morales a cumplir. Y lógicamente salta la siguiente pregunta ¿entonces, cómo llegamos a perder ese estado preético? En nuestra cultura dos respuestas radicales han encontrado una amplia aceptación: la primera que proviene de los pensadores griegos principalmente, nos dice que la ética es un mecanismo de la prudencia egoísta y su mito de origen es el contrato social. El estado preético era un estado de soledad y los problemas vinieron precisamente cuando las personas empezaron a reunirse entre ellas y como consecuencia de ello, empezaron a aparecer reglas, preceptos y procedimientos que debían regular la conducta y actuación de las personas, con el fin de que todas pudieran vivir en comunidad y seguir relacionándose entre ellas. La segunda explicación viene del pensamiento y filosofía cristiana, y concibe la moralidad como el intento de sintonizar nuestra naturaleza imperfecta con la voluntad de Dios; el hombre cayó bajo el poder del pecado y eso trajo la imperfección a nuestra naturaleza humana, según lo relata el libro de Génesis. Es precisamente en esta segunda explicación que vamos a concentrar nuestra temática de estudio.

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Capítulo 1 - Acerca de ética cristiana El cristianismo no es una filosofía y es más que una religión. Es una doctrina de salvación 1 Tesalonicenses 5:9 “pues Dios no nos destinó a sufrir el castigo sino a recibir la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Ha influido grandemente tanto en la cultura oriental como en la occidental, y por ende, su influencia alcanza también a la filosofía. Aún los que no creen ni comparten con los valores cristianos, han aceptado el hecho histórico que con el advenimiento de la cristiandad hubo una transmutación de los valores éticos. El cristianismo parte de la doctrina de un Dios trascendente, creador y providente. Trascendente porque es el ser subsistente, perfectísimo y diferente totalmente a todo lo creado. Creador porque comunica el ser al hombre y a todo cuanto existe, de tal manera que Dios es la causa única y total de todo. Providente porque siendo Dios causa total, todo lo gobierna, porque está presente en todo. La ética cristiana es la creencia en la espiritualidad, libertad e inmortalidad del alma humana. Filósofos paganos como Platón y Aristóteles defendieron estas verdades, pero a causa del cristianismo obtuvieron características particulares. El hombre es responsable por sus acciones, y por ello recibirá premio o castigo en la otra vida. La libertad no excluye la creación, más bien la supone: Dios creó libre al hombre. Por ello tiene autonomía, aún ante su creador. El alma es inmortal por ser el hombre un ser espiritual también. Entonces consideremos la ética en tres puntos: Teológica, cristiana y reformada. En cierta forma podemos decir que estas tres designaciones son sinónimas, ya que fundamentalmente e idealmente quieren decir lo mismo, y mutuamente se incluyen. Pero también resulta verdadero, que cada término tiene sus particularidades y relaciones, por lo que se hace necesario separarlos y definirlos. Ética en perspectiva teológica: Podemos saber y conocer únicamente por medio del conocimiento de Dios. Pero podemos conocer a Dios en la medida que él mismo se nos revele. A Dios lo podemos conocer por medio de la revelación general, es decir, el hombre al ser creado tiene la capacidad de ver la grandeza de Dios en toda la creación Romanos 1:19-20. El asunto es que el pecado entró en la humanidad y distorsionó de muchas formas esa revelación general de Dios en el hombre. La entrada del pecado hizo necesaria la aparición de otra revelación que la llamamos revelación especial y es por medio de Jesucristo, Dios revelado en la carne, para la redención de la humanidad. Cristo viene a ser el logos, esa Palabra personal, que la podemos conocer por medio de la Palabra escrita (La Biblia), que son las Escrituras inspiradas por el Espíritu Santo y que nos interpretan a Dios en Cristo. La última fuente y criterio final para nuestro conocimiento de Dios y también para la vida moral cristiana es la Biblia. Ética en perspectiva cristiana: Con respecto a la perspectiva teológica no se agrega nada en este punto. Lo que hace es mirar el mismo tema de un mismo enfoque pero desde un ángulo diferente y se da énfasis a un aspecto muy importante: la centralidad de Cristo en la revelación, en la teología y en la vida cristiana. La ética desde esta perspectiva encuentra su razón de ser en la revelación

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cristiana, en la fe cristiana. Y se llama cristiana esta revelación porque Cristo es el contenido central de ella. Sin Cristo no existiría el cristianismo y solamente la doctrina bíblica de Cristo hace que la ética sea verdaderamente cristiana. Al creer firmemente que la verdad cristiana es la última verdad, se contempla todas las cuestiones morales a la luz de Cristo. Ética en perspectiva reformada: Esta perspectiva estaría sobrando si el concepto de la auto-revelación sobrenatural de Dios, que está en el Cristo de las Escrituras, fuese uniforme entre todos los cristianos. Pero es una realidad que existen entre los cristianos muchos conceptos diferentes sobre la auto-revelación de Dios y sus enseñanzas; existen grandes diferencias, profundas, anchas y serias. Por ello es que a fin de evitar malos entendidos se hace necesario utilizar una designación precisa para indicar el verdadero contenido de la perspectiva cristiana y teológica. La interpretación de nuestra perspectiva teológica y cristiana es la interpretación reformada, o sea, la de la reforma religiosa del siglo dieciséis. Somos herederos de esta reforma. Nos identificamos con los grandes reformadores, aquellos que, en el siglo dieciséis, llamaron a la iglesia a volver a la Biblia, la inspirada Palabra de Dios, como la fuente, la base y la norma de su pensamiento teológico, y, por ende, su pensamiento ético. ¿Por qué el enfoque reformado? Varias razones sustentan este punto de vista: El enfoque reformado es relativamente el más alto y completo concepto de teología. La perspectiva teológica tiene que empezar y terminar con Dios. «De Él, para Él, y por Él, son todas las cosas» (Ro 11.36). El enfoque reformado es el concepto más bíblico y teológico de la revelación ya que conscientemente toma la Biblia como la fuente, pauta y norma de todo su pensamiento. El enfoque reformado es el concepto relativamente más completo y puro del cristianismo. Enaltece a Cristo, al Cristo de las Escrituras. Tiene un Cristo que es realmente divino, y cuya encarnación y redención son absolutamente únicas, singulares, y finales. Acentúan la autoridad y realeza del Divino Cristo, sobre el cual la Iglesia cristiana está fundada (y que esta autoridad lo sea no solamente de nombre, sino también en realidad). Tal es la perspectiva de la teología reformada. Entonces con base a todo lo anterior formulado es que podemos replantear y dar nuestra definición de ética en cuatro puntos: Es una ciencia teológica cuya tarea es la de determinar la naturaleza y condiciones de la vida verdaderamente buena, a la luz de la revelación de Dios en las Escrituras. Es una ciencia teológica que determina cuál es la manera recta de vivir para el hombre, de acuerdo a las normas de la Palabra de Dios. Es una ciencia teológica que estudia el fundamento, la norma y la realización práctica del deber de la vida, en la manera determinada por la voluntad de Dios revelada en las Escrituras. Es una ciencia teológica que estudia la vida moral y cristiana, y que declara hacer la voluntad de Dios, revelada en su Palabra, como el ideal fundamental para esa vida. A manera de conclusión: Podemos entender el cristianismo como una ética de todos los días. Hablamos aquí de fe, de una visión del mundo, que contiene creencias muy particulares y determinadas, las cuáles recomiendan un modo de comportarse muy particular, inspirado especialmente en los relatos evangélicos.

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Entonces podemos hablar de moral cristiana o lo que se denomina la ética del Sermón de la Montaña (ya que en ese sermón se condensan las principales orientaciones morales de Jesucristo) El cristianismo fue en su origen una propuesta bastante original porque suponía un desafío fuerte y directo a ciertas creencias judías muy extendidas en la época de Jesús. Por ejemplo, Jesús recomienda la renuncia a la venganza, el amor a los enemigos, la acogida cariñosa de los niños, el trato no discriminatorio a la mujer, el rechazo de la hipocresía, la prioridad de las necesidades de las personas frente a las normas estrictas como la del sábado, etc. Sin embargo, con el paso de los siglos el cristianismo quedó mezclado con otras creencias que nada tienen que ver con él, pero que todavía hoy se confunden con las creencias genuinamente cristianas: por ejemplo, el recelo e incluso rechazo al disfrute de la sexualidad tiene su origen en las sectas gnósticas, que consideraban que el cuerpo es producto del mal y que la sexualidad es algo “impuro”. En el cristianismo como ética cotidiana o moral vivida es preciso recuperar lo que corresponde verdaderamente al mensaje de Jesús de Nazaret y distinguirlo, en la medida de lo posible, de las adherencias históricas que deforman y hasta corrompen dicho mensaje original.

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Capítulo 2 - El hombre como agente moral cristiano. A diferencia de las otras especies de la creación el ser humano está dotado por Dios de una mente capaz de razonar y de un libre albedrío personal. Es por ello que el ser humano puede trazarse metas, fines, objetivos y también delimitar o ampliar su campo de acción. Pero también el hombre debe reconocer que no es un ser autóctono, puesto que al ser creado, resulta ser limitado y relativo. Con esto queremos decir que no hay nada absoluto en el hombre. Dentro de sí mismo no tiene la fuente de la felicidad y la perfección, por lo que depende existencialmente de su Creador, el cuál le señala las metas y el camino a seguir. Veamos algunos aspectos de la naturaleza del ser humano: El hombre es espíritu, pero espíritu finito (es decir creado). Esto lo hace ser semejante a su Creador, pero a la vez diferente, ya que Dios es espíritu infinito. Esencialmente el hombre es espíritu, pero tiene o habita en un cuerpo. Esa relación entre cuerpo y espíritu a veces resulta desconcertante. Hay una relación muy íntima en ellos en cuanto a la vida terrenal, pero la deterioración del cuerpo conduce irremediablemente al fin de la existencia mundana, lo que no pasa precisamente con el espíritu del hombre. Al estudiar al hombre como ser ético se hace necesario considerar tanto el cuerpo como su espíritu. El punto de vista teísta, bíblico y cristiano del ser humano excluye la idea de que el hombre sea puramente físico o puramente espiritual. Siempre el concepto va a incluir esa indisoluble unión entre el cuerpo y el espíritu. Si bien es cierto que el cuerpo se incluye en la personalidad del hombre y condiciona a la ética en relación al hombre y sus deberes, también es preciso considerar que el hombre es espíritu y lo es esencial y eternamente. El hombre tiene cuerpo y habita un cuerpo; pero es espíritu. Esto lo eleva por encima del reino animal y le brinda un destino espiritual y eterno. La naturaleza del hombre es racional-moral. Ya esto está implícito en el ser humano porque siendo espíritu, está hecho a la imagen de Dios. La racionalidad y la moralidad se implican recíprocamente. Un ser verdaderamente racional es moral; y un ser verdaderamente moral es racional. Pero cada término determina un aspecto distinto de la naturaleza humana. Como racional el hombre ve significado y coherencia en las cosas. Como moral tiene conciencia de que su existencia tiene propósito o finalidad. El fin verdadero del hombre. Este fin se encuentra en glorificar a Dios. Sin este fin por ejemplo servir al prójimo se constituiría en mero humanismo y servicio social humanitario. Pero

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cuando subordinamos el servicio a la gloria de Dios, el servicio lo vemos como un propósito de Dios que se viene realizando en nuestras vidas. Auto realizarse separado del propósito de dar gloria a Dios, se convierte en puro individualismo. Una vez que el hombre glorifique a Dios, esforzándose en toda su capacidad para hacer su santa voluntad, verdaderamente alcanzará su plenitud como hombre. La libertad de la voluntad del hombre. Esta es una cuestión que a veces resulta frustrante tanto para la filosofía como para la teología. La pregunta clave es ¿es libre el hombre? Y tiene como corolario estas preguntas: ¿Es libre el hombre (y su voluntad) en cuanto a las fuerzas de la naturaleza? ¿Es libre el hombre (y su voluntad) en cuanto a la omnipotencia y providente voluntad de Dios? ¿Es libre el hombre (y su voluntad) con respecto a la realización de su verdadero fin? Trataremos de dar respuesta a estas tres preguntas: ¿Es libre la voluntad del hombre en cuanto a las fuerzas de la naturaleza? La pregunta no es si el hombre puede hacer lo que le dé la gana sin tomar en cuenta las limitaciones de las fuerzas naturales; todos saben que esto es imposible. Más bien, lo que se indaga es: si la voluntad del hombre está esencialmente determinada por las fuerzas naturales. Este es el punto de vista de cada forma del naturalismo El hombre es libre, y por ser hecho a la imagen de Dios no puede ser, ni llegará a ser, un autómata, un mero instrumento de las fuerzas naturales. No es una causa de tipo físico químico lo que determina su voluntad, sino que su voluntad está determinada por lo espiritual, es decir, por consideraciones racionales y morales. Como criatura de Dios, creado a su imagen, el hombre es portador de los atributos de Dios que llamamos los atributos «comunicables». Uno de estos atributos es la «soberanía». El hombre por supuesto no es soberano en el sentido absoluto, pero Dios sí le confirió un cierto tipo de «soberanía limitada » al poner ciertos aspectos de la creación bajo su jurisdicción y hacerle responsable en cuanto a estos. Es de suma importancia y de gran valor defender esta libertad. El criminal no puede disculparse y justificar su comportamiento como el resultado inevitable de la herencia y/o las fuerzas ambientales. El hombre es responsable por sus hechos. Esta responsabilidad se basa en reconocer la existencia de una libertad que el naturalista niega. Esta libertad suele llamarse «libertad formal». Podemos también decir que es libertad en el sentido psicológico. Aun en el estado de pecado, el hombre sigue siendo libre en este sentido: la acción de su voluntad no es simplemente de un resultado de fuerzas físico-químicas, es más y diferente. ¿Es libre la voluntad humana en relación con la voluntad omnipotente y determinante de Dios? Negamos que la voluntad del hombre sea determinada por fuerzas físico-químicas pero sí afirmamos que existe una voluntad divina que lo abarca todo, de acuerdo con la cual suceden todos los acontecimientos. Todo lo que acontezca sucederá tal

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como lo determina Dios. El decreto divino establece eterna y seguramente cada evento. ¿Esto, no roba al hombre su libertad? Depende de lo que se quiera decir con el concepto de «libertad». El hombre nunca es libre para hacer lo que quiera. Sus movimientos están siempre restringidos. Pero si la palabra «libertad» quiere decir que uno puede actuar por sus propios motivos, sin que nadie lo obligue a conducirse de cierta manera en la que nunca lo habría hecho por sí mismo, entonces el hombre es libre en este segundo sentido de la palabra. Las limitaciones de esta soberanía restringida del hombre no quitan de él la soberanía que Dios le otorgó al crearlo a su imagen. El decreto de Dios determina cada evento a su manera. Hay dos tipos de acontecimientos: los que están en la esfera natural y los que están en la esfera moral. Y cada uno de los dos tipos de sucesos acontece seguramente, pero cada tipo según sus reglas. La certeza de un dato en la esfera moral difiere de la certeza de un hecho en la esfera natural. El evento en la esfera natural está determinado por Dios desde la eternidad y acontece en el tiempo de acuerdo con la ley de causa y efecto. Los actos morales (es decir, los actos de los hombres) acontecen con una certeza que es a su propio modo. El decreto divino asegura que todos los eventos morales sucedan, pero acontecen no en relación causal físico química sino como acontecimientos morales. La voluntad humana está determinada por la selección moral. Esto quiere decir que aunque el acontecimiento de todos los actos del hombre está asegurado por el decreto divino, no quiere decir, y no implica, que Dios fuerce a uno a hacer cierto acto. El decreto no constriñe la voluntad humana. La voluntad del hombre no está forzada desde afuera. Dios es la causa última de cada evento pero las causas secundarias (agentes morales) no están esclavizadas por estos. ¿Es libre la voluntad humana con respecto a la realización de su verdadero fin? Al primer tipo de libertad de la voluntad de la cual hablamos, podemos llamarlo psicológico; y al segundo tipo, teológico. Ahora trataremos de la libertad moral de la voluntad. ¿Es libre el hombre en el sentido de ser capaz de realizar su verdadero fin moral? ¿Puede hacer el bien? ¿Está constituido para poder alcanzar el verdadero propósito de su existencia? El hombre como lo hizo Dios (es decir, antes de su caída en el pecado) poseía esta libertad. Usando una frase de San Agustín, decimos que su estado era el de posse non peccare. Esto, por supuesto, no quiere decir que el hombre retenga actualmente este poder salvo que haya una incursión de gracia divina en su vida. El hombre no puede hacer nada sin Dios, y nunca ha podido, ni aun cuando estaba en el estado de perfección. Es y siempre fue completamente dependiente de su creador (aun antes de la caída). Pero como criatura de Dios, sostenido por su omnipotente poder, el hombre, por virtud de la creación, tenía la capacidad de lograr el fin verdadero de su existencia: el hacer lo bueno y el vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. El pecado no destruyó la libertad psicológica y teológica, pero sí destruyó el segundo tipo, o sea, la libertad moral.

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Capítulo 3 - La conciencia como agente moral cristiano. La conciencia en la Biblia. Cuando miramos el Antiguo Testamento no encontramos una palabra especial que defina la conciencia, pero si existen varios pasajes que se refieren a la manifestación de la conciencia y, entre ellos, la palabra que más define la conciencia es corazón. Génesis 3: 7 y 10 dice: “(Gén 3:7) En ese momento se les abrieron los ojos, y tomaron conciencia de su desnudez. Por eso, para cubrirse entretejieron hojas de higuera. (Gén 3:10) El hombre contestó: Escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí. En ambos pasajes notamos que la vergüenza y el temor son evidencias de una conciencia ofendida. Otros pasajes que podemos decir se refieren a la conciencia son: Génesis 4.13-14; Levítico 26.36; Josué 14.7; Deuteronomio 28.67 (véase también v. 65); 1 Samuel 24.5-6; 25.31; 2 Samuel 24.10; 1 Reyes 2.44; Job 27.6; y Proverbios 28.1. En el nuevo testamento la palabra corazón también tiene una connotación de conciencia. La podemos encontrar cuatro veces en 1 de Juan 3:19-21; y también notables descripciones de la operación de la conciencia son las que vemos en el caso del apóstol Pablo en Hechos 26:9, en Judas Mateo 27:3, en el apóstol Pedro Mateo 26:75 Sin embargo una palabra que se utiliza en el Nuevo Testamento para conciencia es “suneideesis” y aparece no menos de 30 veces en el Nuevo Testamento. Algunos textos en donde se muestra varias veces son: Juan 8.9; Hechos 23.1; 24.16; Romanos 2.15; 9.1; 13.5; 1 Corintios 8.7, 10,12; 10.25, 27, 28, 29; 2 Corintios 1.12; 4.2; 5.11; 1 Timoteo 1.5-19; 3.9; 4.2; 2 Timoteo 1.3; Tito 1.15; Hebreos 9.9, 14; 10.2, 22; 13.18; 1 Pedro 2.19; 2.16, 25. La naturaleza de la conciencia. Una definición de conciencia por James P Ekman es: “La conciencia es la capacidad moral del hombre de enterarse o darse cuenta; es la facultad de juzgar sus hechos, futuros o pasados, aprobando los que considere correctos y condenando los que considere equivocados. El ser humano se da cuenta de que se da cuenta y está enterado de que está enterado. También podemos decir que la conciencia es la capacidad de estar consciente de que se está consciente”. Está claro que el hombre es un ser autoconsciente. Es decir se da cuenta de sí mismo. Puede ser a la vez sujeto y objeto de su manera de pensar. Puede pensar en sí mismo y puede también contemplar sus pensamientos. Cada juicio que haga conscientemente en cuanto a su conducta tiene su lado moral y a la vez está moralmente condicionado. Con esto queremos decir que evaluamos nuestras acciones a la luz de ciertas normas morales.

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Conclusión: esta capacidad inherente en el hombre de darse cuenta y de funcionar como juez de sus propios actos es lo que se conoce como conciencia humana. Con base a lo anterior podemos afirmar que la conciencia no consiste en una mera capacidad psíquica del hombre. Pero tampoco es correcto llamarla “la voz de Dios” en el corazón de la humanidad, excepto si lo hacemos en un sentido figurado. Si lo vemos poéticamente hay mucha verdad en el dicho de Byron “La conciencia humana es el oráculo de Dios” o la descripción imaginativa que hace Goethe “...todo lo que dice Dios dentro de nuestro pecho”. Podríamos darle el nombre de conciencia a todo esto y llamarla también “una chispa del fuego celestial” pero es claro afirmar que la conciencia no es la voz divina salvo metafóricamente, o sea, en el sentido de que Dios deja su testimonio a través del autoconocimiento moral de cada hombre. La conciencia es positiva y negativa. Con esto decimos que la conciencia aprueba o condena. El aspecto negativo de la conciencia es el más notable en nuestra experiencia. Tanto en la literatura profana como en la sagrada encontramos, en mayor número, ejemplos en que la conciencia condena. De hecho, solemos hablar de la conciencia solamente como aquello que nos «pica» cuando hacemos o contemplamos algo malo. Ahora bien la conciencia no solo condena sino también que aprueba. Existen teólogos que no aceptan el lado positivo de la conciencia, pero la verdad es que si existe este ángulo de positivo. En Romanos 2.14-15 (uno de los pasajes más importantes en cuanto a la conciencia) lo podemos notar claramente: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es la ley, estos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos”. Como ya se ha dicho, la palabra conciencia en el griego es suneideesis. La frase «acusando o defendiendo» en el griego es kateegorountoon ee kai apologoumenoon (la versión de 1909 de la Biblia «Reina Valera» más atinadamente dice: «acusando o excusando»). En esta descripción de la conciencia del hombre natural se dice que su conciencia o lo condena o lo aprueba. (Véase también Ro 9.1 y 2 Co 1.12.) Además existen otras expresiones en el Nuevo Testamento tales como “una buena conciencia”, “una limpia conciencia”, “una conciencia sin ofensa” etc. Tales expresiones se encuentran en Hechos 23.1; 24.16; 1 Timoteo 1.5, 19; 2 Timoteo 1.3; Hebreos 13.18; y 1 Pedro 3.16, 21. Podemos decir que una “conciencia limpia, una conciencia sin ofensa” nos hablan acerca de una conciencia que aprueba o sea una conciencia positiva. Y hacemos referencia de esta condición de la conciencia cuando se habla de “paz en el corazón” o de la “tranquilidad del alma”. Agustín de Hipona, expresó el mismo pensamiento de manera más elevada: “Una buena conciencia es el palacio de Cristo; el templo del Espíritu Santo; el paraíso de gozo; y el sábado (día de reposo) perdurable de los santos”.

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La conciencia como anticipante y subsiguiente. Con respecto a este tema, transcribo textualmente lo que dice James P. Ekman: “Otra consideración de suma importancia para entender la operación de la conciencia es la de distinguir entre la conciencia en su fase anticipante y su fase subsiguiente. El juicio de la conciencia se relaciona tanto con el futuro como con el pasado. La conciencia no solamente habla después de actuar sino también antes de la acción. Cuando la conciencia nos remuerde, tiene que ver con un acto ya cometido; pero cuando uno dice: «Mi conciencia no me dejará hacer esto», notamos que la conciencia está juzgando antes de que el acto propuesto se cumpla. La referencia al tiempo se expresa con los términos «anticipante» y «subsiguiente». La conciencia anticipante, mirando adelante, siempre se relaciona con un curso de acción planeada o, a veces, deseado. De acuerdo con la acción sea positiva o negativa, aprueba o condena el acto contemplado. La operación anticipante de la conciencia va acompañada de la experiencia de ser animado o alentado para hacer el hecho contemplado si se considera recto o decidir si se debe hacer. Por el contrario, va acompañado de una exhortación de no hacerlo si el hecho contemplado se juzga reprensible. La conciencia en su fase o aspecto anticipante se manifiesta como sentido de obligación de seguir el camino hacia el deber y de evitar el mal camino”. ¿Dónde se manifiesta más comúnmente la conciencia? En la fase subsiguiente. Mira a un hecho pasado y lo juzga como acto cumplido. Otros aspectos relativos a la conciencia. Es universal en la humanidad, no solo está presente en los cristianos. La conciencia del cristiano se distingue de los demás seres humanos en se guía por otras normas y por distintas reglas. Cuando emite un juicio la conciencia lo hace en base a una norma moral o regla que reconozca como propia. La conciencia que juzga no crea ni inventa sus propias normas, sino simplemente reconoce su existencia y su autoridad. La conciencia es falible, no siempre tendrá la razón. A veces aprobará acciones equivocadas y reprensibles. Sin embargo hay una norma que nos ayuda a prevenir esta situación y es la voluntad de Dios para la vida humana que viene a resultar la ley divina para la conducta humana. James P Ekman escribe: “Esto indica que el hombre nunca será inocente, limpio, ni moralmente justo por el simple hecho de que obedezca a su conciencia —aunque en verdad nunca hace esto—, ya que siempre su conciencia le condena, le da sentimientos de culpabilidad, de equivocación. El que hace lo mejor que sabe hacer, y no le molesta su conciencia, puede estar seguro de que está violando las demandas fundamentales y morales de la Ley de Dios para su vida”

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Capítulo 4 – Ética con relación al pecado y a la redención. Lo que nos muestra la Biblia y se confirma con la experiencia humana es que, el desarrollo del hombre, hecho a imagen divina, no ha sido gradual ni normal. Hubo una catástrofe que afecto notoriamente su desarrollo moral. En la historia de la moralidad humana se le conoce como “la caída”, es decir la primera entrada del pecado en la historia humana. A fin de que nuestra ética quede estrechamente relacionada con la vida de la humanidad, es que nos conviene entender la naturaleza del pecado. La naturaleza del pecado. En la humanidad actual nos estamos dando cuenta que la palabra pecado está perdiendo rápidamente su sentido teológico. Claro que nadie puede negar la realidad de la existencia del pecado, por algo seguimos construyendo cárceles, poniendo barrotes las ventanas de nuestros hogares, contratando servicios de seguridad, comprando armas, etc. La realidad del pecado está ahí, pero hay una reticencia fuerte en precisamente utilizar la palabra pecado. El concepto naturalista y humanista del pecado: Busca interpretar la humanidad y el mundo en términos de fuerzas naturales. Es decir la conducta y actuación de la humanidad se deben exclusivamente a la influencia de fuerzas naturales en sus vidas. Viendo desde este punto de vista, el pecado simplemente es un mal ajuste del ambiente que nos rodea, y hacer el bien, resulta en un equilibrio, un mayor ajuste y mejor utilidad de dicho ambiente. Para el humanista el pecado consiste en una desadaptación del medio ambiente. En otras palabras, se considera al ser humano como una máquina finamente ajustada, pero que a veces, como muchas otras cosas, pierde su afinación. La función de la ética es volver a afinar, ajustar y equilibrar para “poner a tiempo” esa fina máquina que es el ser humano. El concepto panteísta y especulativo del pecado. Para aquellos que aceptan un tipo idealista de la filosofía, este es el concepto predilecto aplicado al pecado. En este esquema de pensamiento, el pecado consiste en la falta de ver las cosas en su totalidad, en su integridad. Es decir la falla viene por ver parcialmente las cosas. El pecado desaparecerá en el momento que tengamos un punto de vista más comprensivo y esto se logra por medio del “cultivo intelectual”.

Ética Cristiana: para una correcta vida moral y cristiana

Por: Eduardo Artavia Murillo.

En esta forma de pensar todo ser humano es portador de varios aspectos de la divinidad. Como emanamos de lo divino y como somos manifestación de la divinidad no existen límites para el desarrollo del ser humano. Cada ser humano posee dentro de sí las posibilidades de grandeza y si quita lo que estorba su desarrollo, podrá llegar a alturas insospechadas. Como dice Ekman: “Por decirlo en una forma metafórica: la semilla de la divinidad en el ser humano se desarrollará en una transformación gradual de la naturaleza humana en algo muy divino”. El pecado en esta filosofía de pensamiento es exclusivamente social. Lo que hay en el ambiente es lo que estorba ese desarrollo potencial que tiene el ser humano. Claro que en el pensar moderno, donde no se toma muy en cuenta el hecho de que somos seres creados, este tipo de pensamiento es muy atractivo. El concepto cristiano y bíblico del pecado. Las dos posiciones anteriores mencionadas nos dan la idea que se debe ver algo correcto en el pecado pero esta no es la perspectiva bíblica. Nos vamos a concentrar en lo que dice el catecismo menor de Westminter: “ El pecado es la falta de conformidad con la Ley de Dios y la trasgresión de ella” (cf. 1 Juan 3.4). Algunas características del pecado. La esencia del pecado es espiritual. Pertenece a la esfera moral. El pecado es un asunto de la voluntad. Su esencia es ir voluntariamente en contra de la voluntad de Dios. El pecado es una violación a la voluntad de Dios y por tanto es pecaminoso. No solamente transgrede la ley, sino que trasgrede la ley de Dios. El pecado es universal. Ha corrompido a toda la naturaleza humana. El pecado influye en el ideal final de la humanidad porque la lleva a rebelarse contra Dios y su Palabra. Afecta la libertad del hombre, porque éste se convierte en esclavo del pecado. El hombre por sí mismo resulta incapaz de hacer lo bueno ante Dios. El pecado afecta la conciencia del hombre. Afecta la conciencia humana, no le borra su carácter moral porque sigue siendo un ser moral, pero es definitivo que afecta y altera negativamente su conciencia. El pecado debilita a la conciencia para que pueda discernir entre lo que es bueno y lo que es malo. Por ello la humanidad no puede confiar plenamente en la conciencia como guía final de sus pensamientos y actos.

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Por: Eduardo Artavia Murillo.

Implicaciones éticas de la redención con respecto al pecado. El pecado humano viene a resultar perdonable porque es esencialmente la violación a la voluntad divina. Existe la posibilidad del perdón hasta donde esa posibilidad resulte determinada por la naturaleza moral del pecado. Si el pecado fuera necesario para la existencia finita de la humanidad, resultaría entonces que la redención no tendría ningún sentido. ¿Qué se quiere decir con esto? Pues simplemente que el pecado nunca ha sido parte de la esencia del hombre, creado a la imagen de Dios. El pecado al ser una clara violación a la voluntad divina no puede ser perdonable a menos que haya una satisfacción moral. La reconciliación del hombre, porque ha sido rota su relación con Dios a causa del pecado, solamente puede ser posible quitando la barrera moral que se forma a causa del pecado. El pecado ha violado la santa y perfecta voluntad de Dios y sin satisfacción no habrá reconciliación. Implicaciones de la redención El sacrificio infinito de Jesucristo, resulta ser el momento crucial en la redención objetiva, se ha dado completa satisfacción por el pecado del hombre; y por este sacrificio la barrera entre el hombre y Dios está, en un principio, quitada. Para conocer y servir verdaderamente a Dios, se demanda un cambio radical en el alma humana. Y la manera de lograrlo, según la sana enseñanza de la Biblia, es por medio de la operación del Espíritu Santo, que viene a ser la obra de Dios en la vida de un creyente. Esta obra del Espíritu, la regeneración, es la implantación de la nueva vida en el creyente. El lado externo, experimentado y manifestado de esta obra es la conversión. Cuando la vida nueva esté implantada en el hombre, el creyente quedará restaurado a su verdadera libertad: la libertad espiritual. Nuevamente puede escoger el bien. Su servidumbre al pecado queda anulada. Los impulsos más profundos de su corazón regenerado le empujan hacia el bien. El significado de esta libertad se enseña en muchas partes de la Biblia, como por ejemplo en Juan 8.32-34; en Romanos 8.2 (véase también Ro 6.16-23), y en Santiago 1.25; 2.12. El hombre regenerado tiene una nueva perspectiva hacia toda la vida. Ha redescubierto el verdadero fin de toda su existencia. Su ideal otra vez es el verdadero, el original, el teocéntrico, el ideal de glorificar a Dios. Por otra parte en el proceso de la santificación que empieza a experimentar en su vida, y que dio inicio precisamente por la regeneración en su vida, la conciencia del creyente se somete a una doble influencia:

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Por: Eduardo Artavia Murillo.

Primero se restaura su conciencia acerca de la verdadera norma, de lo que es correcto y de lo que es erróneo. Segundo, la conciencia se vuelve más sensible y empieza a juzgar pensamientos, actitudes y actos. El creyente se hace más consciente de su pecado y de la grandeza de la redención en su vida.

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Por: Eduardo Artavia Murillo.

Capítulo 5 – Una ética del amor a todos. Lo verdaderamente esencial de la ética cristiana es que toda ella parte de un encuentro personal con alguien que no es únicamente de este mundo, aunque pasó por este mundo y conoció muy a fondo su injusticia. ¿Qué es lo que define al cristianismo? Ese encuentro personal con Jesucristo que tiene el hombre. Es una experiencia que cambia su vida radicalmente, de modo que la ética personal que tuvo antes de ese encuentro, queda relegada y no puede ser igual a la nueva que va inspirar el resto de su vida a partir del momento de ese encuentro con Jesucristo. Un ejemplo bíblico de esto fue lo que le ocurrió a Saulo de Tarso, que luego de tener un encuentro y experiencia profunda con Jesucristo, se convierte en Pablo el Apóstol, y no solo deja de perseguir y dar muerte a los cristianos, sino que dedica su vida a difundir el mensaje de salvación por todas partes, y el propósito de su existencia cambia para enseñar la vida, obra y verdades de Jesús de Nazaret, a quien considera como alguien que está vivo para no volver a morir. Con esto no pretendo decir que la experiencia de un encuentro con Jesús vaya a resultar en los que lo tienen, así tan dramático e intenso como narra el libro de los hechos lo sucedido al apóstol Pablo, pero es definitivo que este encuentro y entrega de vida al señorío de Jesús resulta el núcleo de la ética cristiana. La razón de lo anterior es porque la ética cristiana no viene a ser un conjunto de preceptos y normas que si se cumplen se gana un premio o si se incumplen se merece un castigo, sino que viene a ser una actitud profunda que nace del corazón, en la medida en que el ser humano tiene un encuentro personal con alguien, que lo ama con mucha pasión e intensidad. Todo el edificio institucional y el desarrollo doctrinal que han elaborado los cristianos desde hace más de dos mil años cobra su sentido a partir de la sacudida vital que supuso conocerle personalmente y experimentar que sigue vivo tras la resurrección y tras el envío de su Espíritu al mundo. Ética de máximos y de mínimos. Desde este punto de vista, la ética cristiana es claramente una “ética de máximos”, que hunde sus raíces en la metafísica de la resurrección y en lo que ella significa de acercamiento de Dios a la humanidad a través de una Persona que muestra un nuevo rostro de ese Dios. Un Dios que no es el frío y distante motor del universo, ni el juez legalista e intransigente que prepara castigos eternos, sino el padre que ama a sus criaturas con la abundancia de la gratuidad y con la generosidad, al punto de ofrecerles el sacrificio de su único hijo Jesucristo, a fin de que alcancen la salvación de sus almas. Para entender lo que significa afirmar que el cristianismo es “una ética de máximos”, hay que partir de la distinción que se viene haciendo en Filosofía moral entre las éticas de máximos y la ética de mínimos:

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Por: Eduardo Artavia Murillo.

La ética de máximos está compuesta de propuestas de sentido y de plenitud humana que hacen las distintas religiones y filosofías, tanto creyentes, como agnósticas y ateas. La ética de mínimos es un núcleo de valores que comparten los que integran la ética de máximos y que sirven de base, para convivir en armonía, paz y justicia entre los diferentes grupos que sostienen las diversas éticas de máximos. Obsérvese que las éticas de máximos son muchas, mientras que la ética de mínimos es necesariamente una: la ética cívica o ética ciudadana, la ética compartida por todos los que se sienten diferentes en sus respectivas creencias. En una sociedad liberal moderna, caracterizada por el pluralismo de éticas de máximos que rivalizan entre sí para atraer seguidores, el cristianismo Se constituye en una más de tales éticas, y por ende apoya de buen grado los valores de la ética mínima compartida por dos razones: en primer lugar, porque los valores de la ética mínima (libertad, igualdad, solidaridad, respeto activo, renuncia a la violencia y actitud de diálogo) proceden en gran medida de la propia tradición cristiana; y en segundo lugar, porque la mayor parte de cristianos acepta la convivencia justa y pacífica con grupos que tienen otras creencias, sabiendo que su misión es estar entre ellos, para poder llevarles el mensaje de salvación de Jesucristo. El Dios de Amor. La ética cristiana proclama que Dios nos ama como un Padre y por tanto, nosotros debemos amarnos como hermanos y hermanas, porque somos hijos e hijas de ese Padre desde el momento de nuestra conversión al señorío y obediencia a Cristo. Por ello se habla de respeto mutuo, de justicia, de servicio, de misericordia, de igualdad entre los creyentes. De este modo, a través de la referencia al encuentro personal con el Dios vivo del amor y de la gratuidad, que se renueva en la comunidad, la fe cristiana va perfilando un tipo de ética, un ethos cristiano, que no debe ofrecer primordialmente “normas”, ni “mandamientos”, sino aspectos como: acogida, consejo, ánimo, consuelo, comprensión, acompañamiento,… Recordemos la insistencia del evangelio de Juan de que “la Ley vino por Moisés, pero la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo”. La limitante de la ética cristiana. Es bueno aclarar que la ética cristiana no tiene “una respuesta para todo”; la fe le proporciona al creyente una vitalidad nueva, un sentido, una motivación, una actitud de servicio al prójimo que nace del amor de Cristo, pero jamás va a proveer un tipo de habilidad especial que permita solucionar todos los casos morales difíciles que se presenten.

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A veces se ha querido cargar en los hombros de los creyentes ese pesado fardo, compuesto de prohibiciones, reglas y normas absolutistas, llenas de prohibiciones , reprensiones y castigos, que señalan y condenan a los que no se sujetan a ellas, cuando lo que se debería de dar es servicio, acogida, comprensión y respeto. En los evangelios queda muy claro la oposición de Jesús hacia el legalismo de la tradición anterior a él, pero lamentablemente en muchos documentos eclesiales que tratan de cuestiones morales, parecen caer en el legalismo y se olvidan que la clave de la ética cristiana está en las actitudes que nacen de la experiencia de ese encuentro personal con Jesucristo, una experiencia que proporciona alegría y esperanza, y no de esas actitudes de condena, rechazo y castigo que presentan esos documentos. La ética cristiana no proporciona, por ejemplo, una habilidad superior para resolver conflictos entre principios morales de igual nivel de exigencia, ni para resolver de un plumazo los intrincados problemas éticos que plantean las biotecnologías. Lo propio de las religiones no es responder a la pregunta “¿qué debemos hacer?” sino más bien dar respuesta a esta otra: “¿qué nos cabe esperar?” En consecuencia, a la vista de que la pregunta por el qué hacer no es propio de las religiones, el ethos cristiano ha de incluir la necesaria actitud humilde de colaborar lealmente con creyentes y no creyentes en la búsqueda de soluciones justas a esos problemas del qué debemos hacer para comportarnos no solo como humanos, sino allanar el camino para un encuentro de fe con nuestro Señor y Salvador. Ética cristiana y el sufrimiento Por otra parte, la ética cristiana se caracteriza también por dar prioridad a los más pobres, a las víctimas de la historia, a las personas que sufren por la injusticia estructural que hemos acumulado a lo largo de los siglos. Esta preferencia por los excluidos, por los que sufren, por los enfermos y en general por los que necesitan ayuda, no significa que el cristianismo valore como algo positivo el sufrimiento, la miseria, la enfermedad o cualquier otra causa de exclusión social. Al contrario, la ética cristiana considera que todas esas lacras son algo que se debe eliminar, o al menos se debe reducir cuanto sea posible, porque se trata de males evidentes que dañan la vida de las personas. Lo que ama el cristiano como fruto del encuentro amoroso con el Dios de la Vida es la persona que está sufriendo, no el sufrimiento mismo.

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Capítulo 6 – Ética y el Reino de Dios Podemos formular el ideal moral de la ética cristiana con la expresión: hacer la voluntad de Dios mediante la realización de su Reino en la tierra. Muchos consideran a este concepto el núcleo de la enseñanza moral del Nuevo Testamento. La prominencia de este concepto en el pensamiento reciente se debe a la influencia de dos pensadores que han tenido demasiada influencia en todo pensamiento cristiano: Kant y Ritschl. Ambos han señalado el concepto del reino como la categoría básica para la interpretación del cristianismo. La conceptualización de Kant es extremadamente moralista y por tanto anti sobrenatural. Para él el verdadero significado del cristianismo en una persona es que le proporciona una motivación noble a su actuar y pensar. La religión se ejecuta en moralidad y por eso la teología y la soteriología tienden a confundirse en la ética. Ritschl tiene conceptos teológicos muy parecidos a los de Kant. Ambos tienen un concepto anti metafísico y acentúan la ética. Para Ritschl es repudiable toda doctrina de una redención objetiva. Expone la doctrina de una salvación por carácter, la cual fue predicada por Kant, su mayor exponente. En esta doctrina a Dios se le puede concebir como Amor y el concepto de Reino de Dios, no resulta más que la realización de la virtud del amor en las relaciones humanas. Este es el rasgo principal en la doctrina de Ritschl. Aquí resulta que toda orientación es ética y social y su núcleo viene a ser el Reino de Dios. Pero ese reino ideal, por muy bíblico que nos suene, presenta una distorsión en cuanto a la enseñanza del Nuevo Testamento por lo menos en cuatro vías: El concepto del reino es meramente moralista y ético. Olvida que también tiene un profundo significado teológico y redentor. El énfasis es exclusiva y exageradamente social. Hay una indebida desvalorización de lo personal y lo individual. El énfasis es extremo y en algunos casos exclusivo de lo terrenal, político, social, económico y material. La gran falla es que desprecia lo sobrenatural, lo espiritual, lo celestial y lo escatológico del Reino de Dios. Dos aspectos correlativos en esta idea del Reino: La doctrina de un Dios Padre de todos y la de la fraternidad universal del hombre. Ambos conceptos son contrarios a las enseñanzas del Nuevo Testamento. Fraternidad humana y Dios como Padre están arraigados en la redención y no en la naturaleza. La redención en el Nuevo Testamento es particular y no universal.

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Existe una tendencia en el pensamiento cristiano conservador, basada en una reacción contra el énfasis modernista en su concepto del reino, de tener en poco la importancia del reino. Es lamentable. Una de las equivocaciones que necesitan corrección en el pensamiento modernista es su concepto torcido del reino. Pero nos equivocaríamos seriamente si pensáramos que la idea del reino es un concepto típico de los modernistas, y solo de ellos. El concepto que tiene la teología reformada moral del Nuevo Testamento pone el reino en un lugar céntrico. Es un concepto básico del Nuevo Testamento. Términos como: Reino de Dios, Reino de los Cielos, Reino de Jesucristo, aparecen muchas veces en el Nuevo Testamento, lo que indica que esta es una idea sobresaliente en cuanto al ideal moral del Nuevo Testamento. James p Ekman escribe: “Juan el Bautista, el precursor de Cristo, resumió todo el significado de la venida de Jesús en las palabras: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mt 3.2). Jesús mismo inició su ministerio anunciando su misión en términos semejantes (Mt 4.17; Mr 1.14,15). Cuando más tarde Jesús asignó tareas a sus discípulos, la esencia de su predicación se advertiría en el mismo término (Mt 10.7; Lc 9.2). También, al enviar a los setenta (Lc 10.9). La totalidad de la tarea de Jesús y de sus discípulos se resume a veces con la expresión «predicar el evangelio del reino» (Mt 9.35; 24.14). En el Sermón del Monte toda la enseñanza del Señor gira alrededor del tema del reino. Lo mismo es evidente en las parábolas del reino (Mt 13; Mr 4; y Lc 13). En los últimos días de su vida terrenal, Jesús hizo referencia repetidas veces al reino (Mt 26.29; Mr 14.25; Lc 22.16-29). Aun el criminal que fue crucificado con Jesús reconoció que se hablaba de Él en términos del reino, cuando pidió que Jesús se acordara de él cuando viniera en su reino. De la misma manera, en la última hora de estar presente con sus discípulos, antes de la ascensión al cielo, el tema de la conversación fue el reino (Hch 1.3-6). La obra evangelística de Felipe entre los samaritanos consistió en que «anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesús» (Hch 8.12). Cuando Pablo razonaba con los judíos en la sinagoga de Corinto, procuraba persuadirles de los temas importantes «del reino de Dios» (Hch 19.8). Pablo mismo caracterizaba toda su actividad misionera como ir «predicando el reino de Dios» (Hch 20.25). Lucas, en el último capítulo de Hechos, dice que el tema del que Pablo hablaba en Roma era «el reino de Dios» y «lo concerniente al Señor Jesucristo» (Hch 28.23-31). El solemne significado del reino de Dios se recalca también en la enseñanza del Nuevo Testamento, en que, tanto los evangelios como las epístolas, igualan la salvación con el estar en el reino, o ser del reino (Mt 8.1112; 25-34; Mr 9.47; 10.24; 12.34; Lc 13.29; Jn 3.3; Heb 14.22; 1 Co 6.9,10; 15.50; Col 1.13; Heb 12.28; Stg. 2.5)” Las enseñanzas del Reino en el Antiguo Testamento son amplificadas en el Nuevo. Las profecías hablan de la salvación futura del pueblo de Dios mediante la llegada de un Rey singular y único, y el establecimiento de su Reino. En general, en el Antiguo Testamento Jehová fue llamado Rey de su pueblo. Ekman dice: “La dinastía davídica sirve especialmente para ese propósito, siendo David el primer rey conforme al corazón de Jehová, y el primero en recibir la

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promesa de un reino perdurable (2 S 7.12-16). Desde la época del reino, la profecía del Antiguo Testamento, al prefigurar la edad venidera, emplea el lenguaje y las figuras derivadas del reino davídico basados en la teocracia. En la profecía, el reino de Jehová sobre su pueblo es uno que se realizaría en algún tiempo futuro y se establecería de una manera única y gloriosa. Un gran Rey estaba por venir, del cual la realeza del Antiguo Testamento no era más sino una anticipación, una prefiguración, y una sombra que iba delante” Otro gran paso que dio la revelación del reino venidero en el Antiguo Testamento es cuando predica acerca del Siervo sufrido de Jehová. Esta figura junto a la de mesías – rey escatológicamente son la misma persona.

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Capítulo 7 – Algunos rasgos de la ética de Jesucristo con respecto al Reino. • Jesús criticó el legalismo religioso: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado” (Marcos, 2, 27). Las normas tradicionales han de ser tenidas en cuenta, pero con tal que su cumplimiento no traiga como consecuencia más sufrimientos, desgracias y desastres para la humanidad. • Su actitud fue contraria al ritualismo que obsesionaba a los fariseos y escribas de su época. Para “entrar en el Reino” lo prioritario ha de ser el trato justo y cuidadoso con las demás personas, especialmente con quienes padecen sufrimientos e injusticias (Mateo, 5, 20). Invita a abandonar la observancia literal de las normas religiosas para adoptar una actitud de sinceridad y generosidad. No basta lo externo, es menester lo interno, el corazón: sencillez en la comunicación (Mateo 5, 37), huida de la ostentación en la práctica de la ayuda, de la oración y el ayuno (Mateo 6, 3, 6 y 18). • Se invita a amar no sólo al amigo sino al enemigo (Mateo 5, 44.). Se recomienda la renuncia a la venganza y se prescribe devolver bien por mal: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, rezad por los que os injurian” (Lucas 6, 27-28; Mateo, 5, 38-48). Pero ese amor al prójimo va siempre acompañado del amor a Dios. “Amad a vuestros enemigos (...) de modo que seáis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos (...). Sed perfectos, como es perfecto vuestro Padre del cielo” (Mateo 5, 44-45 y 48; Lucas 6, 35-36). Según los expertos, la perfección a la que alude este pasaje se refiere la compasión que Dios tiene con todo lo humano, de modo que la exhortación final habría que interpretarla como “Sed compasivos como es compasivo vuestro Padre del cielo” • Se recomienda que renunciemos a juzgar al prójimo (Mateo, 7, 1). Se supone que solo Dios conoce a fondo las circunstancias y las intenciones profundas de cada cual, de manera que solo Él tiene los datos necesarios para juzgar a las personas, mientras que nosotros los humanos deberíamos ceñirnos a juzgar únicamente los comportamientos (como hace Jesús cuando reprocha a los mercaderes en el Templo el haber convertido la religión en un negocio o al rico Epulón su comportamiento de indiferencia ante los sufrimientos del pobre Lázaro), pero sin entrar a juzgar a las personas como buenas o malas. Clamor radical contra la injusticia, acompañado de la convicción de que ésta no triunfará, así como la idea de que el egoísmo humano es la principal causa de la injusticia. En las bienaventuranzas se usa la expresión “dichosos”, en plural, para significar que la plenitud y alegría que han de experimentar quienes vivan el mensaje cristiano no es una felicidad individualista, sino comunitaria. La expresión “dichosos” (en griego makárioi) significa el estado de felicidad de quien está libre de preocupaciones y de sufrimientos: Quienes viven sobriamente, quienes luchan por un mundo más justo y pacífico, quienes se solidarizan con los últimos, quienes van por la vida con un corazón sincero y abierto, tendrán la dicha más elevada que se puede tener, porque la recibirán de Dios en abundancia (Mateo 5, 3-12 y Lucas 6, 20-23). El programa ético de las bienaventuranzas es un programa de felicidad colectiva, en el que se invita a cada

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uno a buscar la felicidad de los demás, y solo de ese modo se logra también la felicidad personal. • Jesús no devaluaba las obras por el hecho de insistir en la actitud interior: “El árbol se conoce por sus frutos” (Lucas 6, 44). La parábola en la que sugiere qué tipo de comportamientos en esta vida son preferidos por Dios, el criterio para valorar lo positivo es lo que realmente se haya hecho (“Tuve hambre y me disteis de comer, …” Mateo 25, 35), pero el criterio para valorar el mal es más bien lo que dejó de hacerse, es la indiferencia ante el sufrimiento humano (Mateo 25, 37-40). Se supone que la obra externa manifiesta la bondad interna, porque “el que es bueno, de la bondad de su corazón saca el bien” (Lucas 6, 45). • Cuando le preguntan cuál es el “mandamiento mayor de la ley” (Marcos 12, 28 34), responde mediante una doble fórmula: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón (...)” (Deuteronomio 6, 4-6), y “amarás al prójimo como a ti mismo” (Levítico 18, 19). En otros pasajes evangélicos se ofrece una formulación de la regla de oro: “Todo lo que queráis que los hombres os hagan, hacedlo vosotros a ellos” (Lucas 6, 31). Mateo añade: “Esto es la Ley y los Profetas” (Mateo 7, 12), con lo que esa fórmula se convierte también en una síntesis de la ética cristiana y de la interpretación cristiana de la ética de Antiguo Testamento. Es interesante notar que la fórmula evangélica de la regla de oro evita la formulación negativa (“no hagas...”) y prefiere la positiva (“haced...”). • El modo cristiano de entender al “prójimo” en sentido universalista se aclara en la parábola del samaritano (Lucas 10, 29-37). Allí se muestra que el prójimo es cualquier persona que necesita ayuda, con independencia de sus merecimientos y de su condición social, económica, racial, sexual, etc. En la parábola de los jornaleros contratados a lo largo del día para trabajar en la viña (Mateo19, 30) se muestra que Jesús invita a atender las necesidades de los últimos sin faltar a las obligaciones contraídas con los primeros: lo justo es cumplir lo debido con los que han tenido mejor suerte en la vida e ir más allá de lo debido, con generosidad y solidaridad, con quienes han tenido peor suerte. • Con respecto a los pequeños placeres de la vida, la actitud de Jesús no es el puritanismo, sino más bien una actitud de sano disfrute de la vida, tal como se muestra en el pasaje de Mateo 11, 16-19: allí Jesús compara su propia actitud con el invitado a una boda, en la que se come y se bebe con alegría. Lo que Jesús quiere es que todos podamos vivir y gozar de la vida, pero sin exclusiones injustas de quienes no han tenido tanta suerte como nosotros. Por eso no siempre es posible que podamos gozar tranquilamente de lo que tengamos, porque sabemos que, entre tanto, miles de personas padecen injustamente por necesidades insatisfechas. En este terreno la ética cristiana invita sobre todo a compartir y a ser solidarios, en una dinámica de donación de bienes, pero sobre todo de donación de uno mismo. • Jesús se mostró crítico con el modelo de la familia patriarcal (Mateo 10, 34-35, Lucas 12, 51-53 y 14, 26-27) y daba prioridad a las relaciones personales respecto a las relaciones de parentesco (Marcos 3, 31-35; Mateo 12, 46-60 y Lucas 8, 19-21). Esto se comprende mejor si observamos que las relaciones de parentesco son relaciones institucionales, basadas en un sistema rígido de normas en las que la

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implicación personal es secundaria, mientras que las relaciones personales suponen un mayor grado de responsabilidad personal, de sinceridad, de transparencia, de donación de sí mismo, de fidelidad sin condiciones y comunicación emocional que se expresa en afecto, bondad y ternura.

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Capítulo 8 – Ética Cristiana en un mundo postmoderno. “No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Rom. 12:2) Es definitivo que hoy en día los tiempos son absolutamente distintos a los de hace una generación atrás, es más, el cambio fue expedito, podemos asegurar que el desvío se dio rotundamente, desde hace aproximadamente unos pocos años a esta parte. Lo dicho, implica un cambio de paradigmas, es decir que no solamente cambian los hechos y las ideas, sino que también se mueve el punto de apoyo sobre el cual a través de las edades, esos hechos e ideas eran sopesados, juzgados, percibidos y ejecutados. Ha llegado el denominado “postmodernismo”, y de esta forma, un fenómeno, que paradojalmente, es producto, surge de, nace de, y es superador del modelo de la modernidad, y a la vez contradice, se contrapone con, está en las antagónicos del razonamiento de la modernidad. Conceptos de José María Mardones Uno de los autores que analiza el postmodernismo de una forma simple y a la vez, desde un punto de vista movilizador para la fe cristiana, es el Dr. José María Mardones, él señala algunos conceptos importantes para entender este fenómeno, a cabalidad. A continuación, verteremos algunos de sus conceptos. Se dice que el postmodernismo es la expresión de la conciencia fragmentada, lo cual presupone que ya no existen o al menos no son creíbles, los sistemas e ideologías unitarios, absolutos, totalizadores, que tratan de expresar una lectura correcta, inequívoca y unívoca de la realidad. Mardones nos sugiere que una de las maneras de entender al postmodernismo es por medio de sus efectos empíricos a nivel socio-cultural, como por ejemplo: • Exhibicionismo esteticista: p.ej., vestimentas y peinados punkies. • Los maduros están de vuelta de los ideales: hay un descreimiento de los ideales de justicia, igualdad, revolución, amor, etc. Pretendiendo ser pragmáticos se recluyen en los rincones de la privacidad. • Hay una huída de la realidad: drogas, dinero, poder, sensualidad, etc. En síntesis, lo importante es “pasarla bien” (hedonismo). • La consigna es vivir lo mejor que se pueda en la situación que te fue dada. El postmodernismo desconfía radicalmente del optimismo racionalista ilustrado. Ya no hay lugar para la creencia de que por medio de la razón lograremos arribar a una sociedad más justa, más libre, más racional (postulado de la modernidad). La realidad, el abismo entre teoría y praxis, ha derrumbado cualquier

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posibilidad de credibilidad. Ni el marxismo logró instaurar una sociedad más justa, ni el capitalismo cumplió su promesa de progreso ilimitado. Por lo tanto, vemos en el postmodernismo, un espíritu de desencanto, de descreimiento, una crítica ácida a los postulados más caros de la modernidad, en tanto en cuanto se expresa en un desencanto de la razón, la aceptación de la pérdida de todo fundamento, el rechazo de los grandes relatos y el fin de la historia, o la emancipación de la multiplicación de los horizontes de sentido. El papel de la iglesia de Cristo en la postmodernidad. La iglesia es el agente de la Salvación de Dios, del “Shalom de Yavhé”, es el enclave en este tierra del Reino de Dios y su Justicia; es el ejército de Dios en una guerra espiritual, en donde el rival comandado por el mismísimo príncipe de este mundo Lucifer y secundado por poderes espirituales en los aires se hizo fuerte metiendo presión en los hombres y las mujeres mediante los “poderes de este mundo” (imperialismo, materialismo, opresión, establishment, narcotráfico, terrorismo, sistema financiero usurario internacional, concentración económica, monopolios, negocio de la prostitución, marginación de las grandes masas populares, violencia de cualquier índole, desprecio por la vida humana, fanatismo religioso, racismo, aborto, homicidios, genocidios, egocentrismo enfermizo, hedonismo extremo, utilitarismo, individualismo, alienación, caos, destrucción, ..., en síntesis, muerte), pero donde a la vez dicho rival está vencido, indudable e ineludiblemente vencido, pero que sin embargo, aún no ha desplegado bandera blanca ni ha entregado sus armas. Hoy, vivimos un momento crucial... o marcamos rumbos y somos factores de cambio, y así preparamos el camino para la venida del Gran Rey (parousía), o nos diluimos en las tendencias filosóficas de este mundo, envenenadas por el diablo: las dos cosas ya pasaron en la historia; escribamos la historia presente poniéndonos en el punto de arranque en donde el Espíritu Santo pueda obrar con libertad. Por lo expuesto, podemos acordar, sin temor a equivocarnos, que la iglesia de Jesucristo tiene una misión que trasciende los espacios y los tiempos, que trasciende las culturas de los pueblos y los sistemas políticos imperantes, ya que está fundamentada en un mandato del mismo Cristo... así también tiene una ética que trasciende los tiempos, posee medios para actuar, tan importantes o más, que los propios fines, como bien señalara el pastor y luchador por la igualdad Martin Luther King: “los fines preexisten en los medios”. Y así como no hay misión sin iglesia, podemos decir que no hay misión (fin) sin un caminar “ético” hacia esa misión (medios) por parte del pueblo de Dios. Algunos puntos a reflexionar en la actuación de la Iglesia. Cuando olvidamos que la iglesia del Señor está llamada, entre muchas cosas, a ser la diakonisa de la sociedad, a servir, a dar, a ayudar, a tener compasión, a dispensar misericordia, al enfermo, al necesitado, al marginado, al desoído, al desechado, al “pobre” en todas sus dimensiones ¿no estamos transformando la ética cristiana, en ética situacional del postmodernismo?

Ética Cristiana: para una correcta vida moral y cristiana

Por: Eduardo Artavia Murillo.

Cuando enfatizamos solamente el aspecto personal de la salvación, y no enseñamos a vivir en comunidad, cuando decimos: “olvídate del que tenéis al lado...”, ¿no estaremos caminando al revés? Y en otro orden de cosas: ¿hay conciencia de la responsabilidad mesiánica de la iglesia?, ¿actuamos como representantes de Jesucristo?, ¿sabemos que debemos actuar de esa manera? ... Estamos llamados a continuar la obra del Mesías, en el poder de su Espíritu. La meta: Reunir todas las cosas en Cristo. ¡Esto sí que es un Gran Relato!, el Evangelio es un gran relato, es el gran relato, es el relato absoluto, totalizador, único, radical y transformador. Pequeñas “comunidades de resistencia” Debemos ser fieles en lo poco, para que nuestro Señor nos ponga sobre lo mucho. Como decía una popular canción del cantautor Facundo Cabral “vuele bajo, porque abajo está la verdad...”. Sueños grandes se van a lograr de la mano de servicios chicos. Ante los desafíos de la postmodernidad, es necesario responder, con la formación de “Comunidades de Resistencia”, quizá a veces “pequeñas comunidades de resistencia”, pero fuertes en su interior, iglesias que no sólo crecen numéricamente, sino que pueden vivir un estilo de vida basado en los valores del Reino de Dios. Deben ser comunidades por elección, en una época donde uno de sus valores máximos es la libertad, que podamos decir persuadidos: ¡nosotros elegimos esto!. Seguimos los valores cristianos, no por obligación, sino por elección, y sin espíritu de juicio. Debemos vivir una ética basada en la Comunidad, y una comunidad que comparte ciertos valores básicos en común. Si el evangelio no nos moviliza a seguir creyendo, a pesar de nuestras limitaciones y pecados, y del mundo que nos rodea, no hay salida alternativa alguna.

Ética Cristiana: para una correcta vida moral y cristiana

Por: Eduardo Artavia Murillo.

BIBLIOGRAFIA Peter Singer; Compendio de ética; Alianza Editorial; Madrid, España; 2004

Donald Bond West; La ética cristiana; Casa Bautista de Publicaciones; El Paso, Texas, USA; 1997

Gerald Nyenhuis y James P. Eckman; Ética Cristiana; Editorial Unilit; Miami, Florida, Usa; 2002

Francisco La Cueva; Curso de Educación Teológica; Tomo 10