Emerson Ralph Waldo - Hombres Simbolicos

EMERSON HOMBRES S IM B O L IC O S Versión esp añ o la E d it o r ia l , t o r - s . r . i . h í o d e [ c m e i r o 7

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EMERSON

HOMBRES S IM B O L IC O S Versión esp añ o la

E d it o r ia l , t o r - s . r . i . h í o d e [ c m e i r o 7 63 B U E N O i A IH E S

Printed in Argentina I m U i t a o e ü i» ii.iK b in .iU i

ES PROPIEDAD. — Queda hecho el depósito .que marca la ley.

UTILIDADES D E LOS GRANDES HOMBRES E s n a tu ra l creer en los grandes hom bres. Si los com pañeros de n u e stra niñez hubieran de re su lta r héroes o reyes, esto no nos sorprendería. Toda m i­ tología com ienza con semidioses envueltos en cir­ cu n stancias sublim es y poéticas; lo cual quiere de­ c ir que fueron hom bres de genio soberano. E n las leyer das de Gotam a, los prim eros hom bres comían tie rra y la hallab an deliciosam ente dube. La natu raleza parece e x istir p a ra los hom bres excelentes. E l m undo está m antenido por la verácidsd de los buenos; ellos hacen sana y salva a ‘la tie rra . Los que viven con ellos, hallan agradable y sustancio sa la- vida. La vida es dulce y soportable, solam ente p o r n u e stra fe y confianza en ta l ccynp a ñ ía ; en realidad o en idea, nos fam iliarizam os con estos seres superiores. Llamamos con sus nom­ bres a n uestros hijos, a nuestros p erro s y. a .nues­ tr a s fincas. De sus. nom bres derivam os p a rte -d e n u e stro len g u aje; sus- obras y sus efigies están e n

n u e stra s casas, y cualquier -circunstancia ds n u e stra vida cotidiana nos recuerda u n a anécdota de su bio­ g ra fía . B uscar al hom bre gran d e es el sueño de la ju ­ ventud y la m is seria ocupación de la edad adulta. V iajam os a lejanos p aíses p a ra h allar sus obras, y, si fuera posifcls, p ara recib ir un rayo de sus esp'endores. P ero a v e ; 2s r.Gs dejam os llevar de la inquie­ ta fo rtu n a . Decís que los ingleses son p ráctico s; qve son h o sp italario s los alem anes; que en Valencia es delicioso el clima, y .q u e en las colinas de S acra­ m ento hay oro a m ontones. S í; pero yo no viajo p a ra h allar pueblos confortables, ricos y h o spitala­ rios, ni cielos puros y herm osos, r i rieles que cues­ tan mucho. E m pero, si hubiese u ra b rú ju la que in­ dícase los países y cosas donde viven las personas intrín secam en te ricas y poderosas, yo vendería, to­ dos m is bienes y la' co m praría y me pond ría en carrrno in co n tin en fi. Y no m enos creyente es la raza. Las razas hum a­ nas p articip an del crédito de los g randes hombres. E l sab erse que en una ciudad vive el que inventó los fe rro c a rrile s levanta a g ran a llu ra el crédito de tcdos les ciudadanos. P ero las enorm es m uchedum ­ bres, si carecen de hom bres grandes, son tan 'a n ti­ páticas como quesos andantes, como colinas de horm ig?s o de pulgas, cuando m ás, peor. N u e stra religión consiste en el am or y cariño de tales patronos. Los dioses de la fáb u la son los mo­ m entos característico s de los g ran d es hom brésK Eri un mo’de hacemos todos n uestros vasos. N u estras eolcsalas teologías del Judaism o,, del C ristianism o, del Budhism o y del M ahom etism o son la acción n e ­ cesaria y e s tru c tu ra l de la m ente, hum ana. E l estu ­ diante ce h is to ria es como el. hom bre que va a-am almacén a co m p rar vestidos olhules. Se fig u r a te n e r

un artícu lo de moda. P ero siem pre, en toda factoría, h a lla rá que aquel te jid o que le parecía nuevo repro­ duce los rollos y roseras que ss hallaron en el in te­ rio r de las P irám id es de Tebas. N u estro teísm o es la purificació n y refin am ien to ce la m ente hum ana. E l hom bre no puede p in ta r o h acer o p en sar o tr a ccsa que un hom bre. Y cree que los grandes ele­ m entos m ateriales provinieron de su pensam iento. V iene luego n u e stra filosofía y h a H a jq u e .n o h a y . m ás que una esencia recogida en Sí o d istrib u id a en Todo. Si ah o ra procedemos a in v e stig a r los géneros de utilidad que percibim os los.uno? dé los otros, debe­ m os e s ta r avisados d?l peligro de los modernos e stu ­ dios y com enzar hum ildem ente. No debemos con­ te n d e r contra el am or ni n sg a r la existencia su sta n ­ cial del p ró jm o . De otro moco, no sé lo que se ria de nosotros. Tenem os fu erzas da sociabilidad. N ues­ tr a afección ni prójim o crea u sa su erte de v e n ta ja y de u tilid ad que ra d a puede su p lir. Puedo h ácer por mec’io de o tro lo que no puedo hacer solo." P u e­ do deciros -lo que no puedo decirm e a mí mismo. Los otros hom bres son lentes a tra v é s -'d e las cuales leemos n u e s tra propia m e n te . D iferen tes de la su ya, y qüe; son buenos en su. g én ero ; , es., decir, . busca hom bres otros y m uy otros. C uanto m ás fu e rte es la n a tu ra le z a, ta n to m ás reacciona. Tengam os el c a rá c te r franco. T engam os libre n u e stro gení^. E l hom bre es esta planta endógena que crece, corno la palm era, de d entro a fu e ra que hace con celeridad y lucim ien to su propio negocio, im p o sib le 'a los d e­ m ás. F ácil es al 'azú car ser dulce y al j i i t r o se r sa la ­ do. N os afan am o s mucho p a ra acechar v a tra p a r lo que se nos viene a las roanos. ¿E s un hom bre que h a b ita en elevadas e sfe ra s del pensainíento, adonde los.dem ás no alcanzan sino con tra b a jo .y d ificu ltad ?

N o .tien e más sino a b r ir los ojos y verá, las cosas en su v erdadera luz, en sus extensas relaciones; los otros h arán ccrrecciones penosas y espiarán lasfuentes de erro r. Tal es la u tilidad de los grandes hom bres. N ada cuesta a una persona p in ta r su im a­ gen en n uestros ojos, y, sin em bargo, ¡cuán es­ pléndido es este beneficio! Lo mismo cuesta a un alm a sabia tra s la d a r sus cualidades a los otros hom­ bres.'.Cada cual hace con la m ayor facilidad la m e­ jo r de sus acciones. “ Peu de moyens, beaucoup d ’e ffe t”. Aquel es grande, que lo es por n atu raleza y nada nos recuerda de los demás. P ero debe es^ar en relación con nosotros; de él ha de recib ir n u e s tra vida alguna prom esa de ex­ plicación. No sé lo que yo valgo:, mas he observa­ da que hay personas que, por su c a rá c ter y por sus acciones, resuelven problem as que yo r.unca tuve el talento de plan tear. H ay un hom bre que responde a una cuestión qus no plantean sus contemporáneos, y se ve aislado. L as cuestiones a que resporden las religiones y filosofías p resentes y pasadas, son o tras bien d istin ta s. C iertos hom bres se nos m uestran como dé ricas esperan zas; pero no se ayudan a sí m ism os’ ni a su época; un. in stin to que respiram os con el a ir? nos dice .que .no responden a n u estra necesidad. P o r el co n trario , los hom bres grandes se aeercan el’os m ism os a nosotros, los conocemos de una ojeada. S atisfacen a n u e stra expectación, y vie­ nen a tiempo. Lo que es bueno, es eficaz, es gene­ ra d o r; se hace su habitación, su alim ento y sus a b a ­ dos. La m anzana sana produce sim iente, la h íb ri­ da no. ¿Se halla un hom bre en su lu g a r propio? C onstruirá, se rá fácil m agnético, in u n d ará los e jér­ citos con su idea, e jecu tará sus planés. Como el río hace sus propias rib eras, así toda idea legítim a h a ­ ce 'su s propios conductos y cam inos: cosechas p ara

alim ento, instituciones p ará expresión, arm as pai'a el com bate y discípulos p ara su desarrollo. E l v e r­ dadero a r tis ta tiene por pedestal el p la n e ta ; e! aven­ tu re ro después de años de lucha, no tiene otro pe­ destal que sus zapatos. Se cree com únm ente que de los g ran d es hom bres solam ente deben esperarse dos géneros de utilidad, muy conformes con la p rim itiv a creencia da los puebles; la donación d irecta de a y u ­ da m a te ria l o de ayuda m etafísica; por ejemplo, acerca de la s^lud, acerca de una juventud eterna, acerca de sensaciones finas, de m edicina, ce poder m ágico o de profecía. El individuo niño y el pueblo niño creen entonces hallarse con un m aestro que les d istrib u y e la sabiduría. Tam bién las iglssias creen en e ste m érito, más im putado que real. Mas, en pu­ rid ad , no nos aprovechan mucho esta donación o ayu d a directa. El hom bre es endógeno, y se des­ arro lla por la educació.i. La ayuda que nos viene de los dem ás es mecánica, si se com para con lo que la N a tu ra 'e z a nos revela en nosotros mism os. Lo que nosotros aprendem os es lo delicioso, lo eficaz y p e r­ m anente. La verdadera ética es central, y va del alm a al ex terio r. La donación es c o n tra ria a la ley del universo. A yudar a los demás es ayudarnos a nosotros. A quien tengo que perfeccionar es a mí. “A cu érd ate de tu negocio —-dice el esp íritu — . ¡ F a ­ tu o ! ¿ P o r qué te entrom etes con los cielos o con las dem ás p e rso n a s? ” Queda por explicar la ayuda di­ re c ta . Los hom bres son de n aturaleza pictórica o re p re se n ta tiv a, y nos ayudan con el entendim iento. Behm en y Sw edenborg dijeron que las cosas son rep resen tativ as. Tam bién los hombres son re p resen ­ ta tiv o s : prim ero, de cosas; después de ideas. A sí como las plantas convierten a los m inerales en alim ento de los seres anim ados, asi tam bién ca­ da1 hom bre convierte la ”grosera m ateria en n a tu r a ­

leza. ú til a la hum anidad. Los inv en to res del fuego, de la electricidad, del m agnetism o, del h 'e rro , de] p-omo.. del vidrio, dsl lienzo, de la seda, de} a'godón, los constru cto res ce m áquinas, el in v en to r de] s'stcm a decimal, el geóm etra, el in g en iero / el músico no hicieron o tra cosa sino h a lla r un camino fácil p ara todos al'í dor.de había m u ltitu d de sendas inex­ tricables. Todo hom bre está secretam en te relaciona­ do con alguna providencia de la n atu raleza, de quien es rg e n te o in té rp re te , como L'nneo, de las p lan tas; Iíu b e r, de las a b e ja s; F rie s, de los liqúenes; W.anmor.s, ce las p e ra s; D alton, de las fo rm as atóm icas; E uclidss, de las líneas ;rN ew ton,. de ias atracciones. Un hem bre es un centro p a ra la n a tu ra liz a ,-'u n centro que b ro ta relaciones con toda cosa, fluida yt.ot.da, m ateria! y elem ental. La tie rra gira, cada nube y cada p ied ra vienen al m erid ian o ; no de otro moco cada órgano, cada función, cada ácido, cada c rista l o g ran o de polvo, tiene, relación con nues­ tro s sesos. E sta relacióri'sabe esp erar, pero ía ¡lega ¿su turno. Cada p la n ta 'tie n e su p a rá s ito ; y cada c ria tu ra su am ador y poeta. Tiempo ha que se hizo ju stic ia al vapor, al hierro, a la m ad era, al carbón, a la piedra, a la yodina, al trig o y al algodón; pero todavía ¡cuán pocos-m ateriales son de uso en n u es­ tr a s a rte s ! La inm ensá m ay o ría de las c ria tu ra s y de sus cualidades todavíán están ocultas y expec­ tan te s. P arece que a g u ard an como las encantadas p rirc e s^ s en las "M il y una noel:?s”, un hom bre predestinado p a ra lib e rta rla s. C ada .¡una debe: ser desencantada y venir a la luz del día en form a hu­ m ana. En la h isto ria de jos descubrim ientos, la ver­ dad m adura y laten te parece one ten ía form ado un cerebro p ara ella. La b rú ju la hizo a G ilbert, a Swe­ denborg y a O ersted, antes de que la m asa general de los hom bres com prendieran su v irtu d .

Y s i nos lim itam os a las Drim eras v entajas, ha­ llamos que én los reinos m ineral y botánico hay, en ¡pequeño aquella m isma g racia oue en m anifestacio­ nes más altas constituye el encanto de la n atu raleza; p or a tla c o rte de S icilia; aunque nial

tra ta d o , fu é a llá tr e s veces. V iajó p o r I ta lia ; luego m archó al E g ip to ,, donde estuvo larg o tie m p o ; al­ gunos dicen que tr e s años, lo m ism o da que sean tre in ta . Dícese “que de allí fu é a B abilonia, perc n o se sab e de cierto. Volvió a A tenas y enseñó en Ja A cadem ia, atray en d o a la gante cen su fa m a ; m urió escribiendo a ¡os ochenta y un años. E m p ero la b io g rafía de Platón es in tern a. Des­ cubrim os la sup rem a elevación de este hom bre en la h isto ria intelectu al ce n u e stra raza. Los h oir­ ir e s de m ás talen to son sus discípulos. A sí como la B iblia de los ju d ío s ejerce dominio en la vida d cm ést'ca de todo hom bre y m u je r en E u ropa y A m érica, a sí los escrito s de Platón han preocupa­ do y llenado to d as las escuelas, tedas las enseñan­ zas, todas las ig le sia s, toda clase de poesías, h a ­ ciendo ieiposible otro p en sar d iferen te del suyo. iíJ está e n tre la. v e rá sd y la m ente hum ana y ha im ­ p reso su ro m b re y su sello a la su b stan cia de las leng u as y a las fo rm as p rim a ria s de! pensam iento. A m í me sorpreii«fe Ja ex trem a m odernidad de su estiio y de sa ¿espíritu. Aquí e stá el germ en de la E u ro p a , y á¿ sn la rg a h isto ria en a rte s y en a rm a s: la fisonom ía de E u re p a es la de Platón, y sólo Ja de Plafón. P lató n se ha desarrollado en cien histo­ r ia s : h a creerdxr," pero no ha recibido elem entos n ie v e s . E s ta 'perpetua m odernidad es la m edida del m é rito en te d a obra de a r te ; porque d em u estra qu e el a u to r no se ha dejado l'e v a r de ro í J u ra d a s lo ch es y caducas, sino que se ha in sp irad o enr ía rea lid a d ..universal y etern a. De q u é m a n e ra Plati»..llegó a s e r E u ro p a, filo so fía y lite ra tu ra , h e aq u í el^p ro b lém a ^iierí tenem os que resolver. , .¡Esto n o p o d ría h a b e r sucedido, s i P lató n n o fue­ r a uí ¡ h o m b ré jia ito , sincero y católico, cap az da honras- a en. m ism a tiem po e l ideal, o sea la s leyes

de la m ente, y el-aestino, o sea el orden de la n a tu ­ raleza. El p rim 6 r período de uña nación, como el de un individuó* es un período 'ds fu erza incon?c'ente. Los niños g rita n , lloran y m anotean ?do de v iv ir - r tí v 'r l ..... ; p. v ín ir.nera -m o rir así. Y yo invito a esto mismo a todos les hom bres cen todas m is fu erzas en esta discu­ sión. que es la m ás im p o rtan :e de todas”. E ra un g ra n d e hom bre -y un hom bre equilibra­ do. A su cualidad da p e rs a d e r añad ía la properdón; y arm onía de todas su s facultades, de tal modo, que los hom bres veían en él sus sueños y sus vis-' lum bres realizados, sublim ados y justipreciados. É l sentido común le g a ra n tiz a como in té rp re te ¿el m un­ do. T enía !a razón que tienen todos les filósofos y. todos los p o e ta s: pero tam bién tenía lo que ellos no. tienen, este buen sentido de arm o n izar su poesía' con las ap arien cias del m undo y de edificar un puen% te desee las calles de su ciudad h a sta las rib e ra s de¿

]a A tlán tid a. N unca om ite la g rad ació n ; e x p la y a - s o j pensam iento en suave pen d ien te: Lace herm oso cT abismo, y bordea su e n tra d a desde la llan u ra. Ñau-' ca escribe en éx tasis, nunca nos a r r a s tr a en su 3 : arreb ato s poéticos. Platón y a los hechos cardinales. P odía p o stra rse en tie rra y c u b rirse los o h 1' rn teñir* « adorab a ffow lio que no puede ser contado ni medido r i conocido; ni nom brado; íciuello de que todo puede a firm a rse y n e g a rse ; 'aquello “que es e n t:dad y no e n tid ad ”E1 lo llam aba “superesencial”. E sta b a d isp u esto co­ mo P arm énidn • a d em o strar que es. su p sresenciaV que es nn S er que excede los lím ites de n u estro entendim iento. N ingún hombre, 'conocía m e io r r a l Inefable. Después de h ab er pagado .hom enaje, *ea nombra de la raza hum ana, al In finito, m an ten íase derecho y firm e. y en r.ombre de l a • raza hum ana; afirm ab a que las coras son cognoscibles!”« Es decir, que p rim eram en te honró al A sia, .acatan­ do el Océano de am or y de poder sin form a, sin vo^Juntad,' sin conocimiento, ai Idéntico, a] Dios, al Ur.o; y ahora, recreado y fortalecido con f nz^. y 'm sin g u la r conocim iento de los hom bres. E ra n sus de­ licias la d'scusión y la conversación instructiva". La ju v en tu d lo arnaba y lo 'in v ita b a a sus festines, pa-; Ta gozar de sus adm irables;diálogos; Y desrmés de comer y beber ta n to como cualquiera, dejando a los demás en la m esa, se ponía a conversar con los m ás sobrios. E ra un hom bre; cam pechano. T enía los g ustos de : un..buen ateniense; ab o rre­ cía los árb o les; nunca iba de buen grado m ás.allá de las m u ra lla s; conocíanlos caracteres an tig u o s; a ju sta b a cebonas y. sardina® : creía, que las cosas en A tenas valían m ás que en cualquiera o tra parte'. E r a un v erd ad ero cuákero e n 's u porte y en su h a b la r; usaba de expresiones v u lg ares; servíanle p a ra com paraciones ¡os; gallos y la s. codo”r’:'’°'!. Ins soperas y las cucharas,?.Jos mozos de cordel y les álbéitares, especialm ente; cuando . hablaba' cotí p e r­ sonas su p e rfin a s. T e n ía la sa b id u ría de F rán k lin . A uno que te n ía m iedo .d e .-ir-a pie a Olim pia, le-dijo" que más- andaba- él - d iariam en te en; su casa Del buen^vif-jq ?pn .gyafídes. orejaS ; con inágo.ta^ ble conversación, c o rría -e l ru m o r de que en una ó

dos ocasiones, en la g u e rra de Beocia, h ab ía m o s tra ­ do ta l vaior, que cubrió la re tira d a de todo u n e jé r­ cito ; y se decía que en una asam blea popular, sa oruso r.l pareaer da tocos los ciudadanos con tanta firm eza, que lo h a b ría pasado m al si no se hubíss-3 f ng'do loto. S ócrates es pobre; ta n valiente y fru­ gal coma un soldado, puede v iv ir con un puñadode aeei’u n a s; y vive da o rd in ario a pan y agua como r o 1- convidan sus am igos. Sus gastos son muy pequeños; nadie podría p asarse como él; no llevaba ropa in te rio r; la ex terio r era !a misma en ir viera o que en v arano; ¡-.naaúa der-aaizo y. se' de­ cía' cju2 p ara p ro c u ra rse el gustazo de h ab lar a su s anchas todo ej d ía con los m ás elegantes y ;c u lto s jóvenes, iba de cuando en cuando a su ta lle r y es-' culpía estatu as Luanas o m alas p a ra vendarlas. Lo cierto es que en n ad a hallaba tanto d eleité.'como en )a conversación, y que dabajo de e s ’.a hipócrita pretcnsión de ro sab er n ad a éi se a tra ía las m ejores oialcg .ú staf, los m ejores filósofos de A tenas y los e;’¡e venían del A sia M enor y de las Islas. N adie podía reh u sar su conversación; ta n honesto era y t a n ' curioío ce saber. T anto le g u stab a re fu ta r co­ rno ser r e fu ta d o ; creía la m ayor desgracia el "¡tener (■na opinión errorea acerca da lo ju sto y de lo in­ justo . E ra un «Iiscuíidar implacable, que n o tsa b ía r.rda, r e ro a cuya inteligencia conquistadora! n in ­ gún hom bre h a llegado; cuyo tem peram ento e ra im p e rtu rb a tia ; cu y a ¡ te rrib le lógfcn era siem pre serena y eficaz; tan descuidado e ignorantes-' que desarm aba al m ás ag u e rrid o y bonitam ente Je su ­ m ergía en horribles dudas y confusiones. EL'■Sabia, la puerta de salida, pero no la m ostraba. Tom aba al adversario en tre los te rrib le s cuernos de sus di­ lemas. y ju g a b a con los H iopias y los G or^ias como lo? muchachos con su s pelotas. [Oh, tira n o re a lista ! Menón h ab ía discurrido m il veces acerca de láf vir--

lu d en- m uchas p a rte s, y le parecía s a b e rla 'bien; puro en este mom ento, n i siquiera sabfe qué eá la v irtu d , le h a escog'do el cepo de Sócrates. E ste h u m o rista de cabeza dura, cuyos e x trav a ­ gantes conceptos, iro n ías y “bonhommie” d iv e rtía n a !os jóvenes patricios, m ien tras que sus fra se s fe­ lices se extendían p o r el .pueblo, tenía, por o tra parte, ufla honradez ta n invencible como su lógica, v era e n tu sia sta de su religión. Cuando le acusaron ¿e su b v e rtir las creencias populares, afirm ó an te los jueces la inm ortalid ad del a’ma y los fu tu ro s prem ios y castig o s; y rehusando r e tr a c ta r s e ; p o r vn capricho d pl gobierno ponular. fué condenado .a m uerte y puesto en la prisiór1. K':: en la cárcel y la convierte en escuela. Soborna C riton al, carce­ lero, pero -Sócrates, no quiere sa lir de tal m anera.; “Suceda lo que quiera, nada es antes crue la ji's tíc-ia. 0 :í?o las cosas qus ms dices cono si oyera g a ita s y tam b o res eme ¡me c’eian s03 p a rtic u la re s son neg ativ as. E l genio de Sócrates no; le avisaba, lo que debía hacer, sino lo que debía evi-'. ta r. “ No sé — decía— qué cosa sea D ios; pero sé lo que no es” . Los indios han llamado al Ser Su­ prem o “ F ren o in te rn o ”. Los ilum inados quákeros explicaban su Luz, no como algo que les sirviera de guía en las vacaciones, sino como un impedim ento p a ra o b ra r mal. P ero los m ejores ejemplos son los de experiencia p rivada, y todos están conformes en este punto. A decir verdad, la revelación de Swedenborg es una confusión de planos, defecto capital en un c a te g o rista como él. C onfundió la ley de la su p erficie con el plano de la su b sta n c ia ; confundió el individualism o y sus locuras con el reino de las esencias y u n iv ersalid ad es; lo cual es u n a disloca­ ción y un caos. E l secreto de los cielos e stá guard ad o a través de las edades. N in g ú n ángel im p ru d en te o parlanchín se d eja escap ar u n a síla b a p a ra responder a los an­ helos de los san to s o a los m iedos de los m ortales. C ada uno de n osotros h a oído a alg u n a favorecida que se fig u ra b a llevar su s pensam ientos en direc­ ción p aralela con las co rrien tes celestiales y ver las circu n stan cias de la nuev a v id a de las alm as recién lib ertad as. P e ro ello es c ie rto que tales revelacio­ nes no «e hacen sino a n a tu ralezas excelentes que no sean in fe rio re s en tono a las obras y a conocidas del a r tis ta que esculpió los globos del firm am ento

y que escribió las leyes morales. Han de se r n a tu ra ­ lezas humarsas m as frescas que el rocío, m ás e sta­ bles que las m ontañas, am igas íntim as de !as fiores, de las olas, y del n acer y ponerse de las e s tre ­ llas ce otoño. Y estas personas oirán como ronca canción las arm o n ías del m ás melodioso poeta, una vez que hayan escuchado la p en etran te nota-clave de la n atu ra le z a y del e sp íritu , el latido de la tie ­ rra, el latido del m ar y el latido del corazón, que form an el concierto con que g ira el sol y ruedan los glóbulos de la san g re y circula la savia dél árbol. P o r estas señales com prenderem os que ha habido profecía, que La habido revelación. Pero en la de SwedeBborg- no hay belleza, no hay cielos; en lu g ar de ángeles, son duendes. Su tr is te m usa am a la no­ che, la m u erte y el abism o. Su infiern o es mesmeriano. Su m undo e sp iritu a l está en la m ism a rela­ ción con las generosidades y aleg rías de la verdad, que las pesadillas con la vrida ordenada y feliz. Y en verdad que su s lú g u b res p in tu ra s se parecen mucho a aquellas pesadillas que a un hom bre hon­ rado y benévolo, pero dispéptico, le convierten por la noche en un desesperado p erro ladrador de la luna y de toda la creación. Cuando Sw edenborg su­ be a su s cie’os, .yo no entiendo su lenguaje. N o b as­ ta que un hom bre me d iga que h a m orado e n tre loa ángeles; la p ru eb a será si a m í me hace ángel. ¿S e­ rán los arcángeles rnenos m ajestático s y dulces que m uchas fig u ra s de este m undo? Los ángeles- que Sw edenborg p in ta , no nos d a n m uy elevada idea de su disciplina y de su c u ltu ra ; parecen, todos cu­ ra s de ald ea; su cielo es u n a fie s ta religiosa de pueblo, o u n a d istrib u ció n fran cesa de prem ios a la v irtu d . íH o m b re ex trañ o , escolástico, didáctico, sin pasiones, sin san g re, que clasifica a las alm as como el botánico sus h ierb as, y que hace tina visi­ t a al in fie rn o como a un e s tra to ¿e cal o de p ied ra

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¿¡ O ¿ — — : ; — | azufre! No me es sim pático. Cual un moderno Ra dam anto con peluca, va y viene en tre los hom bres, y con aires de seriec.ad va distribuyendo y clasifican;! do las alm as. Las personas ard ien tes, borrascosas■¡jr apasionadas, son p a ra é] una colección de los jeroí glííicos o una procesión sim bólica de francmasones; ¡ Cuán d iferen te es Jacobo B eh m en ! E ste sí que ei tem eroso, emocional, y escucha sobrecogido de res; peto las lecciones del M aestro ; y cuando, a firm a qus “el am or es en cierto modo m ás g ran d e que D ios" su corazón late con ta n ta fu erza que su roce con ;éH chaleco se deja oír a trav és de los siglos. H ay aqúíj una g ran diferencia. Behmen es un sabio de m an éf ra san a y herm osa, a p esar de la estrechez e inco-| m unicabilidad del m isticism o. Sw edenborg es un s a l bio displicente, y aun con todos sus dones nos pa-| raliza y nos repele. La señal m ás evidente de u n a g ra n n aturaleza, es que nos abre un panoram a, y que como el a ire de la alborada nos invita a sa lir a la cam piña. Pero Sw edenborg es retrospectivo y no podemos conce­ birle sin su gabán y su alm ocafre. H ay -inteligen­ cias que nunca pueden descender 1 a la natui'aleza; o tra s que no pueden ascender de ella nunca. Con aquella su fu e rz a de m uchos hom bres, nunca pudo rom per el cordón dmblical que le urna con la m adre ■.Naturaleza n i-e le v á rse a las a ltu ra s del genio pu­ ro. E s m uy de n o tar.có m o este hom bre que con su percepción y sus símbolos yió la poética e stru c tu ra d e las cosas y l¿ p rim a ria relación de la m ente a la m a te ria , quedó de por vida eñ feram eñte privado de todo el a p a ra to de la expresión^poética que sue­ le se r creado por aquella percepción. S a b ía ; l a ' g ra ­ m á tic a de la lengua, m ad re: ¿cómct.es que no pudo leer nada con arm onía ? ¿Axáso le ¿aconteció, ló que a Saadi, que en una visión p resentó a llenar su seno

con celestiales flores para reg alar a sus • amigos, pero le envenenaba la frag an cia de las rosas, te­ niendo que d e ja r caer la túnica de ’.ns m anos? ¿E s que en ios cielos se dejó buena p arte de f-us v irtu ­ des? ¿ E s que víó la visión intelectualm ente y de ahí este hielo intelectual que penetra sus libros? Sea de esto lo que quiera, no hay en sus libros melo­ día, ni emoción, -ni hum or, ni nada que los eleva de la tr is te p rosa. E n su p rofusa y bien pensada im a g in e ría no hay placer porque no hay belleza. Andam os e rra n te s y perdidos en un campo negro. No can tan las aves en estos ja rd in e s de la m uerte. L a ab so lu ta fa lta de poesía en una m ente tan tr a s ­ cendental, causa, disgusto, como e] o ír una voz ron­ ca en una persona herm osa. Creo que no será leído por m ucho tiem po. Su g ran renom bre quedará se­ pultado en u n a frase. Sus libros serán un monu­ mento. E s tá ta n mezclado su laurel con el ciprés, y su incienso de tem plo con a ire de cementerio, que nunca s e rá a propósito p a ra un alm a joven. ; Sin em bargo, en esta inmolación del genio y de la fam a en a ra s de la conciencia, hay un m érito «ublim e que excede a toda alabanza. Vivió p ara su propósito, dió un veredicto; eligió la bondad como el favo de su alm a en este laberinto. M uchas de sus opiniones se disp u tan el verdadero centro. E n el n a u fra g io , unos sé a g a rra n a una tabla, otros a o tra ; pero el piloto escoge to n ciencia, y d ic e :;“El que venga conmigo gana la costa”. No confiéis en favores deí cielo, o, en la compasión de los hombres, o en la prudencia, o en el sentido común, o en las an tig u a s costum bres. N ada puede salvaros: íni el destino, ni la salud, ni lo adm irable de vuestra in­ teligencia., Solájrnente os salva la r e c titu d ; la ^recti­ tud os s a lv á rp a ra 's ie m p re . E sto es lo que eácóge Sw edenborg ,c9n„tenacidad incansable en todos su s estudios, descubrim ientos y sueños. Me lo im agino

como a «un tra n sm ig ra d o r devoto de la leyenda in ­ dia, que dice: “A unque y o sea perro o chacal o hie­ na, por debajo de toda ferocidad g u a rd a ré la esca­ lera que conduce los hom bres a Dios”. Siví denborg- h a hecho a la hum anidad un doble servicio, que ah o ra com ienza a ser conocido, Diá .sus prim eros pasos con !a ciencia de la experiencia y de la p rá c tic a ; observó y publicó las leyes de la N a tu ra le z a; subió gradu alm en te de los efectos a las cau sas; ee inflam ó de la piedad y arm onías que sen tía, y se abandonó a sa aleg ría y a su culto. E s­ te fué su p rim e r servicio, Y si la g lo ria fué de­ m asiado respj 2 ti deciente p a ra que la soportaran sus o jos,.si se em briagó con el deliquio del placer, ¡tan excelente es el espectáculo que él vió y las re a lid a ­ des que a tra v é s de é l b ri'la ro n sin ser obscurecidas por las fla q u e z a s’ del p ro fe ta !, y con esto hace a los hom bres o tro servicio, au n q u e pasivo, quizá no m enor que el prim ero, en el g ra n circulo del s e r y en las retrib u cio n es de la n a tu ra le z a esp iritu al, ta n gloriosas y ta n herm osas.

M O N TAIG N E, O E L ESCEPTICO Todo hecho se relaciona p o r una p a rte con la sen­ sación, y p o r o tra con la m oral. E l juego de] pensa­ m iento consiste en in v e stig a r una de e sta s dos su p er­ ficies, hallada la o tr a ; dada la de a rrib a , b u scar ia de abajo. N in g u n a cosa hay tan delgada que no ten­ g a estas dos c a ra s ; y cuando el observador ha visto el anverso, vuelve la m edalla p a ra v er el reverso. La vida es un em pedrado d e . . . cabezas o rabos. N unca nos cansam os de este juego, porque el sú b ito con­ tr a s te nos produce g r a ta sorpresa. E l hom bre es lle­ vado p o r los sucesos, y cree conducirlos él. Lleva sus com pras p o r la calle; pero o curre que tam b ién él es com prado y vendido. V e la beüeza de u n a c a ra hu­ m a n a r e in v estig a su c au sa; pero halla que é sta d e­ b e s e r m ás herm osa. C onstruye su s fo rtu n a s, m a n ­ tien e las leyes, quiere a sa s h ijo s ; m as, ¿ p o r qué y p a ra qué? E s ta cabeza y e sta cola son llam adas en e l,le n g u a je de la filo so fía, In fin ito y F in ito , Rela-

tívo y A bsoluto, A parente y Real, y otros boniíSf nom bres. , C eda hom bre nace con predisposición al unóyonffifi otro de estos lados de la n a tu ra le z a; y puede acóüi tecsr que ese consagre a uno de ellos con toda su sim a. H ay quienes tienen la percepción de las di­ ferencias, y c.orversan con hechos y superficies, corí ciudades y personas, con presente y pasado és tos son lss hom bres de talento y de acción. Pero hay quien , posee la percepción de la identidad. E sto s son los hom bres de la fe y de la filosofía, los’ hom bres de genio. ^ A m bas clases van dem asiado lejos. Plotino sólo" cree en les F ilósofos; Fenelón en los S an to s; Pín3 daro y Byron en los postas. Leed el orgulloso len­ g u a je con que P.atóti y los P lato n istas hablan de to­ dos los -que no se consagraron a sus esplendentes abstracciones: tedos menos ellos son ratones y cu­ carachas. L a clase d e 'lo s literato s es de ordinario orgullosa y exclusiva. L a correspondencia e n tre Po­ pe y S w ift nos describe a la hum anidad de alrede­ dor como groseros m o n stru o s; y la de Goethe y Schiller en n u estro s tiem pos no es m ás am able y benigna. F ácil es v er cémo viene e sta arrogancia. E l ge­ nio es genio desde la p rim era m irad a que dirige a un objeto. ¿ E s creador su ojo? P u es contem plará ángeles y colores, v iv irá con las ideas m adres y m enospreciará los objetos de la realid ad . E n los m o­ m entos de actividad, disuelve en sus causas las obras de la n atu raleza y del a rte , y así aparecen és­ tas feas y defectuosas. T iene un concepto de la bereza que ningún escultor puede en carn ar. P in tu ra s, estatu as, tem plos, ferro carriles, m áq u in as de .vapor, ex istían an tes en la inteligencia del. a rtis ta , sin los defectos, e rro re s y rozam ientos tque deslucen la eje­ cución. Lo m ism o puede decirse de las Iglesias, E s­

tados, colegios, cortes, circules sociales, y, fin a l­ m ente, de todas las instituciones. No es m aravil'a que tales hom bres, acordándose de lo mucho que h an visto y esperado en la región de las ideas, a f i r ­ men con desdén !a superioridad de aquéllas sobre los objetos. Habiendo visto cómo el alma bienaven­ tu ra d a lleva de frente tocas las artes y ciencias, se p re g u n ta n : ¿Y para qué em barazarse con superfluatt realizaciones? Y cual mendigos soñadores, hablan y o b ran como si estos valores tuviesen cuerpo y substan cia. P ero tam bién pesan mucho en la balanza contra­ r ia los hom bres del trab ajo , dsi comercio y del lu­ jo, es decir, el mundo anim al y el mundo práctico. E l comercio no cree en causas m etafísicas; nada pien sa de las fuerzas que dieron existencia a ¡03 com erciantes y a] planeta del comercio; no se acuer dan rriás que de algodón, de azúcar, de m aderas y de sal. Y nada les im porta que ios lectores no sepan el valor de su voto. La corriente de la vida lleva dirección fija. Los hom bres de mundo, los de fu er­ za y e sp íritu anim ales, los hombres de facultades p rá c tic a s, tienen por locos a ¡os hom bres de las ideas. Ellos solos tienen razón. Pero las cosas tra e n siem pre consigo algo de fi­ losofía y ce prudencia. E l que adquiere alguna pro­ piedad,; adquiere tam bién algo de aritm ética. En Inglaterra es donde m ás prevalece la propiedad so­ bre las personas. Después ,de comer no se .cree n a­ da, se n ieg a m ás. piei-den encanto ias verdades. Des­ pués de com er no hay m ás ^ciencia que la a ritm é ti­ ca^ Las ideas son perturbadoras* incendiarias lo­ curas dé los jóvenes, rechazadas por la porción só­ lida de la sociedad, y el hom bre llega a s e r estimado por sus: ftiúscuios. Spencer refiere que -estando un día M r. Pope con sir G odfrey Kneller,. llefrú U21 sobrinó" suyo, com erciante de Guinea. "Sobrino —

dijo s ir Godfrey— , ten éis el honor de ver al hom­ aro m ás g ran d e del m undo” . “ No sé eómo serán vues­ tros g ran d es hom bres -—d ijo el de G uinea— ; peco fo no pienso como u ste d ; m uchas veces he comDraúo un hom bre m e jo r que vosotros dos, todo músculos y huesos, por diez g u in eas". A sí se venga de ios pro­ fesores el hom bre de ios sentidos, pagando despre­ cio por desprecio. Aquéllos sa lta n a conclusiones to ­ davía no m ad u ras, y dicen m ás la v erd ad ; éstos se ríen de los filósofos y estim an los hom bres a peso. E stos creen que ln m ostaza m uerde la lengua; que la pim ieiita es calien te; que los fósforos son incen­ d ia rio s; que deben p ro h ib irse los revólveres y-que debe u sarse tira n te s en los par.talor.es; que hay m u­ cho sentim iento en tra s taza de té. y que un hom ­ bre es elocuente si le d ais buen vino. S i sois tiern o y escrupuloso, os envían a to m a r pasteles. Se a tie n er a L u tero cuar.do decía: ''Q uien no am a él vino, Ja m u je r y el canto, s e rá necio, imbécil, m entecato” ; y cuando aconsejaba a los jóvenes escolares, perple­ jos con la presencia y el lib re albedrío, que se echa­ ran dos tra g o s. “ Los nervios, dice C abanís, son el hom bre". Un vecino mió, excelente labrador, p a rro ­ quiano de la ta b e rn a de e n fre n te , cree que el m ejor empleo de] d in ero es p a sta rlo pronto y bien. “ P o r mi parte, decía, hice a sí cuanto pude, y no me salió xna!”. E l inconveniente de e s ta m a n e ra d e p en sar es que nos lleva al in d iferen tism o y luego a la tristeza. La vida nos devora. Somos un m ito. No te m á is: de aquí a cien años, todos calvos. L a vida es herm osa; y tam bién es herm oso s a lir d e ella. ¿ P a ra qué ca­ sarnos y fa tig a rn o s? Lo m ism o eo s sabe la carne hoy que ayer, y a l f in e s ta r á u n d ía p a r a nosotros

de sobra. “ ¡A h !, me decía un lánguido caballero en. O xford; no hay n ad a nuevo n i v e rd a d e ro ... y no im p o rta” . Con algo m ás de a m a rg a ra se lam enta el cínico. N u e stra vida, dice, es como un asno llevad o al m er­ cado d etrás de una c a rg a de Seña: no ve m ás que la carga. “ E s molesto venir a este mando, decía lord Bo’ingbroke. y mucho m ás molesto, y aun de m al gusto, e¡ sa lir de él, porque ésta es una hora n ad a apetecible”. Conocía yo a un filósofo de este género que solía com pendiar su experiencia de la n aturaleza hum ana en esta m áxim a: “ La hum ani­ dad es un tu n a n te condenado a m u erte” ; cuyo na­ tura] corolario e r a : “ E l mundo vive por chasco, y yo tam b ién ”. M ien tras así se exasperan m utuam ente el idea­ lista y el m a te ria l'sía , su rg e un te rc e r p artid o que ocupa, la p arte m edia del cam po: es decir. el escépti­ co. H alla a los otros dos injustos cada uno en su extrem o. P ro cu ra p lan tarse en el fiel de la balanza: no quiere ir m ás alia de su billete. Ve la te staru d ez de los hom bres, y no quiere ser G ibeonita: está por las facultades intelectua’es. por la san g re f r ía : íio quiere in d u stria torpe, egotismo desconsiderado, gasto de sesos en el trab ajo . “ ¿Soy yo un buey o una c a rre ta ? E stáis am^os en los extrem os, dice. Q ueréis que todo sea sólido, que el m undo sea un. b arro te de plomo, y os engañáis groseram ente. Os creéis a rra ig a d o s en diam ante, y, sin em bargo, si discutim os los fundam entos de la ciencia, ju g á is con ,b u rb u ja s en la corriente,, y sin sa b e r cómo ni por dónde, os veis sepultados, envueltos y arrollados en ilusiones”. N o q uiere e n tre g a rse a u n libro n i v estirse ''e to g a. Los hom bres estudiosos son sus víctim as:, loa Ve delgados y pálidos, con los pies frío s y la cabeza caliente, la noche s in d o rm ir, ei d ía lleno de cuida-

dos, escuálidos, ham brientos, eg o tistas. Si os acer­ cáis a ellos», veréis que todos sus pensam ientos sorí abstracto s, que sueñan soche y día, que ag u ardan y hom enaje de la sociedad a un precioso esquema, construido, quizá, sobre una verdad, pero destruido de presentación y de aplicaciones, y de energía en e! a u to r p a ra encarnarlo y vitalizarlo. Yo veo sencillam ente que no puedo ver. Conozco que la fu erza hum ana no consiste en los extremos, sino en a p a rta rs e de ellos. Lo único que puedo de­ m o stra r es la flaqueza de los filósofos que se meteii en m is profundidades. ¿A qué p reten d er faculta­ des que no tenem os? ¿A qué p reten d er certeza, que no tenem os, acerca de la o tra vida? ¿A qué exa­ g e ra r el poder de la v irtu d ? ¿A qué ser un ángel antes de tiem po? E sta s cuerdas, por ven ir de tan al­ to, se rom pen. Si existe el deseo de la inm ortalidad/ pero no la evidencia, ¿por qué no decirlo así? Si hay evidencias en conflicto, ¿por qué no hacerlo con star? Si no hay m ateria p ara decir honrada­ m ente sí o 110 , ¿por qué no suspender el juicio? Me dan lástim a estos dogm áticos; tam bién me f a s ­ tid ia n estos m ulos de re a ta que niegan los dogmas. Yo ni afirm o ni niego. P en saré el caso. Aq’-í estoy p a ra considerarlo, "ogenteim ” . P ro c u ra ré hacer buen peso en m i balanza. ¿D e qué sirve subirse al púipito y p re d ic a r sendas te o ría s de la sociedad, de religión' y de la n atu raleza cuando yo conozco las objeciones p rácticas que hay en el camino, y que ni yo n i m is com pañeros podemos resolver? ¿ A qué h ab lar tan to en público, cuando cualquiera de mis vecinos me puede clavar en mi asiento con a rg u ­ m entos que no puedo re fu ta r ? ¿A qué pretender que la vida es un. juego tan sencillo, cuando yo sé cuán su til y resbaladizo es este P ro teo ? ¿A qué tra ta r de e n c e rra r . todas las cosas en mi estrecha ■copa, cu ando yo sé que no hay u n a sola cosa, ni dos, sino

diez, vein te, m il, innum erables, y todas d iferen tes? ¿A qué fa n ta s e a r que 'tenem os toda la verdad en n u estro bolsillo? Mucho podría decirse en pro v « i contra. ¿Q uién no ha de te n e r un cuerdo escepticismo viendo que n in g u n a cuestión p ráctica está todavía resu e lta ? De] m atrim onio, por ejemplo, suele deciise desde el principio del mundo que es una fortaleza sitia d a en que quieren e n tra r los que están fuera y s a lir los que están dentro. Sabida es la contestación de S ócrates cuando se le p reg u n tó si se casaría: “Que me case o no, m e he de a rre p e n tir” . ¿E^ cosa resu elta lo del E stad o ?. Toda sociedad está dividida en opiniones acerca de esto. N adie le am a; muchos le a b o rrecen ; y su sola defensa es el medio de e sta r peor en la an arq u ía. ¿N o ocurre lo mismo con ia Ig lesia? Y p a ra to car cuestiones m ás caseras, ¿quie­ re un ^joven d irig ir la legislación, la política o el com ercio? N o d iré n u nca que el éxito en estos a su n ­ tos coincida con lo m ejor y m ás recóndito de su m ente. Y entonces, ¿ q u e rrá rom per las áncoras que le unen al estad o social y hacerse a la m ar sin m ás guía que fiu genio? Mucho h a b ría que decir en p ro y en contra. R ecordad la cuestión batallona e n tre los p a rtid a rio s de la libre competencia y los am igos del tra b a jo asociado. E l hom bre generoso concede que todos debemos tr a b a ja r ; esto es lo hon­ ra d o ; n ad a de lo dem ás es cie rto y seguro. Da la choza del pobre viene la fu erza y la v irtu d ; y sin em bargo, p o d ría o b jetarse que el tra b a jo afea las fo rm a s y q u eb ran ta e l : e s p íritu deí h o m b re .y que los labrad o res g rita n u nánim es; “ ¡cai-ecemos de pen­ sam ien to !” B uenos modales, ¡ cuán indispensables son! N o os puedo p e rm itir la fa lta de m odales; y sin em bargo, éstos d estru y en la g ra n belleza de la espontaneidad. Excelente es la civilización p a ra un sa lv a je : xiero, e n :cu a n to lea un libro, ya no es capaz

de com prender a los héroes de P lu ta rc o . E n suinaj'' pues que Ja fo rtaleza del pensam iento consiste “ eií no confundir lo que sabem os con ¡y que no sabél"’’ inos", icb ió n u n o s aseg u rarn o s aquellas ventajas qug.' pocemos obtener, y 00 a rrie s g a rla s porfiando tras*5 de cosas aéreas e inasequibles. ¡F u era quimeras!* V ayam os a d elan te; hagam os nuestros negocios;? aprendam os, adquiram os, tengam os, trepem os a lo? alto. “ Los hom bres son p lan tas m ovibles, y eomoj éstas, reciben del a i r e a r a n p a rte de su alim ento;! Si se les g u a rd a mucho en casa, se m arch itan. Teu-t gam os una vida robusta, v iril; conozcamos !o qué! se quiera, pero sólido y razonado y propio. Preten-*’ d er te n e r el mundo en la m ano es una quim era, Vi¿'j vamos con hom bres y m u je re s reales, y no con fu-'" gitivos duendes. Tal es el verdadero te rre n o del escéptico: la coii-í sideración y la moderación. No la increencia, no la negación un iv ersal, ni la u niversal duda, la duda de la m ism a d u d a: menos que todo, la burla y escarnio de lo establecido y de lo bueno. No se debe achacar esto al escepticism o, -como no se achaca a la re li­ gión ni a la filosofía. E l escéptico es el hom bre con­ siderado, prudente, que ch a rla en el buque, que des­ pacha en su comercio y cultiva sus fincas, que creo que un hom bre tien e dem asiados enem igos p ara que deba serlo él ta m b ié n : que cree que no podemos a trib u irn o s ta n ta s v e n ta ja s en e s ta desigual lucha de unos poderes ta n vastos e in co n trastab les con es­ te pequeño presum ido y vulnerable papagayo que en cada oeligro se estrem ece. Escoge ñor defensa Una posición seg u ra, o portuna y hum ilde: como cuando hacemos u n a casa, no la hacem os dem asiado alta ni dem asiado b a ja ; al abrigo del viento sí, pero ven­ tilada. La filosofía que necesitam os es u n a filosofía fle­ xible. L a e sp a rta n a y la esto ica son dem asiado ríg i­

das y tiesas p a ra n uestros tiempos. Y por o tra p a r ­ te, la teoría de] perdón y ¿e la paciencia parece d e­ m asiado débil y aérea. Necesitam os un vestido de acero elástico, firm e como la prim era, m anejable co­ mo la segunda. N ecesitam os un buque en estas olas. Un buque an g u lar, dogm ático, se b aria pronto pe­ dazos y astillas en la fu rio sa torm enta. N o; ha de .ser a ju s ta d o a la fo rm a del hom bre que en él ha de v iv ir y defenderse. El alm a del hom bre deberá s e r «1 tipo de n u e stra filosofía, así como el cuerpo es el tip o de n u e stra arq u itectu ra. La adaptación es la peculiaridad de la naturaleza hum ana. Somos c a r­ gas de oro, cim ientos voladores, erro res com pensa­ dos o periódicos, casas en el m ar. El cuerdo escép­ tico desea te n e r a su lado buenos jugadores, lo me­ jo r del p lan eta; n aturaleza y arte, lugares y suce­ so s; hom brea viriles. Todo lo que es excelente en la hum anidad — una fo rm a de herm osura, un brazo de hierro, unos labios de persuasión, un cerebro de re ­ cursos, toda habilidad de ju g a r y de g a n a r— él b a c’e verlo y ha de juzgarlo. L as condiciones p a ra se r uno adm itido a este es­ pectáculo son; que tenga ur.a sólida y honrada m a­ n e ra de v iv ir de lo suyo; un método de sa tisfa ce r las necesidades de la hum ana v id a; porque esto p ru e­ ba que h a ju g ad o bien y con éxito; que ha compro­ bado su tem peram ento, su firm eza y todas las cua­ lidades aue le dan títu lo a n u estra am istad y con­ fian za, P o rq u e los secretos de la vida no se m ani­ fie sta n sino a la sem ejanza y a la sim patía. Los hom bres no se fía n de niños, de fatuos ni de pe­ dan tes, sino de sus iguales. E s necesaria tam bién c ie rta lim itación, como se dice a h o ra ; cierta m ode­ ración e n tre los dos ex trem o s; y adem ás alg u n a cualidad positiva, se r hom bre suficiente y de m un­ do, no todo sal n i todo azúcar, sino b a sta n te hábil p á r a h acer ju s tic ia a P a rís o a Londres, y al m ism o

tiem po s e r un pensador o rig in al y vigoroso, a quien no resp etan las ciudades, pero de quien se dejatf explotar. Tai es el. hom bre del escepticismo. Todas e sta s cualidades se dan cita en el carácter de M ontaigne. P ero sea lo que quiera de la estim a^ ción que profeso a este príncipe del egotismo, voy a d ecir dos p alab ras p a ra ju s tific a r el haberle elegida como re p re se n ta n te del egotism o y p a ra explican cómo tuvo o rigen y creció mi afición a este admui rab ie e stilista . Cuando, yo e ra muchacho, me quedó de m i herm ano un vetusto volumen de la traducción^ de C otton. Allí perm aneció muchos años, desprecia-: do, h a sta que recién salido de! colegio, leí el l:bro y me pro cu ré los re sta n te s volúmenes. Me acuerdo con! qué delicia y adm iración los devoraba. M-á parecí.-»; que yo m ism o en una vida a n te rio r había escrito aquel libro. ¡T an sinceram ente hablaba a mi pensanven to y a m i experiencia! Aconteció, estando en P a rís en 1833. que en el cem enterio del Pére La C haise, en !a losa sepulcral de A ugusto Co'.lignon, que m u rió en 1930 a la edad de sesen ta y ocho años, leí esta inscriioción: “ Vivió haciendo bien, y se for­ mó p a r a - la v irtu d en “Los E n sayos” de M ontaig­ ne” . Pocos: años desnués m e hice am igo de un exce­ lente poeta inglés John S te rlin g ; y supe que por am or de M ontaigne h a b ía hecho una penegrinacicn a su castillo cerca de C asteilán (P e rig o rd ). y qué había-co p iad o de las paredes de la lib rería las m á­ xim as eme. tre s siglos an tes había escrito M ontaig­ ne. Publicado este “ D iario” de S te rlin g en la “ West-, h v n s te r R eview ” , M r. H a rlitt lo reim prim ió en 1os “ P rolegom ena’-’ de su edición de “Los E nsayos” . E n ­ tonces oí con gusto que uno de los recién rescubiertos a u tó g ra fo s de Shakespeare estaba en una copia de la “ T raslación dé F lo rio ” de M ontaigne. E ra el único libro del que se sabía de fijo h a b e r estado en la lib re ría del poeta. Y p o r su e rte buena o m ala, la.

duplicada, copia de F lo rio que el B ritish.:M useuni buscaba (allí m e lo d ijero n ) con la m ira de g u a rd a r el a u tó g ra fo 'd e Shakespeare, vino a se r el au tó g rafo de Ben Jo;;son en persona. L sigh H u n t dice tam bién de loi’d B yron, que M ontaigne era el único g ra n es­ crito r que leía con satisfacción. O tras circu n stan ­ c ias'q u e r o son de m encionar, contribuyeron a hacer a este viejo gascón siem pre nuevo e inm o rtal pa­ ra m í,, E n 1571, a la m u erte de su padre, M ontaigne, en­ tonces de tr e in ta y ocho años, se re tiró de la práctica*de la abogacía en B ordeaux, y fijó su residen­ cia en la casa p atern a. A unque hab ía sido hom bre de m undo y a veces cortesano, se renovaron en él sus hábitos de estudio y se aficionó a la uniform idad, firm eza e independencia de los cabal’eros provin­ cianos. Se aplicó a la economía de su hacienda y m ejoró sus cosechas. Viviendo una vida sencilla, y enen rg o de e n g a ñ a r o de se r engañado, a trá jo se la estim ación del país p o r su buen sentido y honradez. E n las g u e rra s civiles de la Liga, cuando cada casa se co n v ertía en un fu e rte , dejó M outaigne sus puer­ tas a b ie rta s y sin defensa. Los de uno y otro p a r­ tid o iban y venían, reconociendo todos su valor y su honradez. Los señores del país, y los de la clase m edia, le tra ía n a su casa alh ^ iss y documentos como a un archivo seguro. Dice Gibbon oue en aque­ llos m alhadados tiem pos no hubo en F ra n c ia más que dos hom bres lib erales: E n riq u e IV y Mon­ taig n e. M ontaigne es el m ás franco y honesto de todos lo s'e sc rito re s. Su fra n c e sa lib ertad casi viene a p a­ j a r en g ro se ría , pero se redim ió de toda censura con la bondad de sus pronias confesiones. E n aauel tiem ­ po escrib ían se los: libros p a ra hom bres solos y casi siem pre; en d atím A sí en un h u m o rista se p erm itía c ie rta desnudez, q u e ' n u e s tr a : lite ra tu ra , d irig id a a

ambos sexos, no puede consentir. Pero, aunque sencillez bíblica, unida a c ie rta s ligerezas poro ¿ g f nóm eas.-baga c e rra r sus pág in as a algún lector alg$' susceptible. sin em bargo, el escándalo es m uy si® perficial. El hace osten tació n ; nadie habló peor él de sí mismo. S e acu sa de todos los vicios; y ^ p h a v ^ n él alg u n a v irtu d dice que le lia. venido a hn¿3| tad h las. En su opinión, no hay hom bre en e] muifei do que no haya m erecido cinco o seis vtoes la horesB y no se exceptúa a sí m ismo. “ Cinco o seis ridícujb¡| h is te ria s — dice—- podrían co n tarse de mí como ción a Italia. Tomó y g uardó una pos'ción de equilibrio. Sobre su nombro dibujó una balanza, donde escribió su “Que saisji.-?” Cuando m iro su re tra to en la p rim era página, me parece que le oigo decir: "V osotros podéis, si queréis, h a­ cer el papel del viejo Poz; podéis b urlaros y exage­ ra r. Yo estoy aquí en fav o r de la verdad, y todos los E stados, Iglesias, re n ta s y reputaciones de E uropa no podrían hacerm e e x a g e ra r los desnudos hechos que yo veo. Q uiero m ejor gruñidos y prosa acerca de lo que yo sé ciertam en te —mi casa y m is g ra n ja s, mi p ad re,.m i m u je r y m is capataces; mi vieja y lim ­ p ia calva; mis cuchillos y cu ch aras; m is platos y m is trag o s, y o tra s pequeñeces as?— que no escri­ b ir con herm osa plum a herm os3s fáb u ’as. Me Rus­ tan los días g rises, el otoño y el inviei-ro; tam bién yo soy g ris y otoñal. Y me g u s+a un vestido llano, unos zapatos viejos que no me oprim an el pie, unos am igos viejos que no me agobien, unos tópicos vul­ gares y seitci’los que no me ohiijnsen a devanarm e los sesos. H a rto a rrie sg a d a y enferm iza es n u estra condición de hom bres. No h ay hora en que podamos e s ta r segures de la fo rtu n a . ¿P o r qué he de hacer de filósofo y l'e ra rm e de va ñores la cabera, en lugar de la s tra r lo m ejo r que pueda este volandero globo? A lo menos, s a u í vivo con regla, me guardo p a ra la acción y puedo m o rir honrosam ente. Si h ay afg¿ de cómico en sem ejante vida, n o es m ía la culpa, sino del destino y de la N atu raleza”. A sí, pues, son sus “ E nsayos” un entretenido soli­ loquio acerca de cualquier asunto que se le o c u rría; y todo lo t r a t a sin cerem onias, de una m anera v i­ ril. H om bres hubo con m ás p rofunda in tu ic ió n ; pé^ ro puede a firm a rs e que ninguno con tal abundancia d e p ensam ientos: nun ca d e ja de s e r claro y sincero,

y tiene la v irtu d de e n c a riñ a r al lector con las cosa'a" que éi quería. L a sinceridad y meollo del hom bre se descubre eij* .sus sentencias. N o conozco otro libro que parezca* escrito con m ayor descuido. E s el les g u aje de. la¡ conversación traslad ad o al libro. P ero cortad las p a l labras, y s a n g ra rá n . E stá n llenas de s a n g re ' y 'd é 1 vida. D is fru ta el lector del mismo placer que cuando las circu n stan cias ]e obligan a h ab lar con un herre ro o con un calderero de algún asunto del oficio:su estilo da chispas. Son los hom bres de la univer­ sidad los que se co rrig en a sí mismos y hablan, a m edias p alabras y se re fin a n tan to que dejan’ lam ateria p o r la expresión. M ontaigne habla con sa l gacidad, conoce el m undo y los libros y a sí mismo, y se pone en lo positiv o ; nunca chilla, n i protesta, ni ruega:, n ad a de debilidad, de convulsiones, de su­ p erlativ o s; no quiere salirse de su pellejo para an i­ q u ilar el espacio y el tiem po y asim ilarse a alguno de los au to re s a n tig u o s; es firm e y sólido; saboreó, todos los m om entos del d ía : -am a el dolor, porque éste le hace se n tirse a sí mismo y realizar las cosas, a la m anera que después de so ñ ar nos pellizcamos p a ra cerciorarnos de que estam os despiertos. No deja nunca la lla n u ra ; r a r a vez se rem onta ni se hunde; le g u sta s e n tir bajo sus pies lá roca. S u : estilo no se en tu siasm a; siem nre es moderado, res­ petuoso de sí m ism o y ap artad o de los exti-emos. H ay una sola excepción: su am or a Sócrates. En hablando de este filósofo, rom pe los frenos y su es­ tilo se rem onta a j a nasión. M ontaigne m urió de anginas, a la edad de sesen­ ta años, en 1592. E sta n d o p a ra m o rir, hizose decir la sa n ta M isa en su cám ara. A la edad de. tre in ta y tre s se h a b ía casado. “ P ero si h u b iera nodido — d'C'’— hacer m i p ro p ia volun*a