Elegias Romanas

JOHANN WOLFGANG VON GOETHE: ELEGÍAS ROMANAS (1) “¡Qué felices éramos en tiempos antiguos! Gracias a ustedes, ahora volve

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JOHANN WOLFGANG VON GOETHE: ELEGÍAS ROMANAS (1) “¡Qué felices éramos en tiempos antiguos! Gracias a ustedes, ahora volveremos a serlo”. (2)

I ¡Díganmelo, piedras; oh, hablen, altos palacios! Calles, digan una palabra. Genio (3), ¿no te conmueves? Sí, todo está lleno de alma dentro de tus muros santos, Roma eterna; sólo para mí permanece aún en silencio. Oh, ¿quién me susurraría en qué ventana divisé alguna vez la criatura encantadora que, quemándome, me refrescó? ¿Reconozco siquiera el camino, por el cual una y otra vez, yendo hacia ella, regresando de ella, ofrendaba el tiempo precioso? Sigo contemplando la iglesia y el palacio, las ruinas y las columnas, como un hombre sensato aprovecha el viaje de la manera más fina. Pero todo acabará pronto; entonces habrá un solo templo, el templo del amor, que reciba a los iniciados. Aunque eres un mundo, oh Roma, sin amor ni el mundo sería mundo, ni Roma sería Roma. II ¡Veneren ustedes a quien quieran! ¡Ahora, por fin, encuentro buen refugio! Hermosas damas y ustedes, caballeros refinados, pregunten por los tíos y los

primos, por las viejas tías, y que a la charla afectada sigan los tristes naipes. Y todos los demás: ustedes, que en grandes y pequeños círculos, tantas veces me han conducido al absoluto fastidio. Repitan cualesquiera de esas opiniones políticas y huecas (4), que persiguen con furia al viajero por Europa. Así como en otro tiempo la canción de Mambrú (5) perseguía al viajero inglés de París a Liorna, y de Liorna a Roma, e incluso a Nápoles, y si viajaba a Esmirna, allá también encontraba a Mambrú, esperándolo en el puerto. Así yo, por donde quiera que ahora me encamine, debo oír denuestos contra el pueblo y contra el Real Consejo. Pero ahora ustedes no podrán tan pronto descubrirme en el refugio que me ha dado el príncipe Amor (6), mi real protector. Aquí me cubre con sus alas, y la mujer que amo, romana al fin, no teme a las Galias furiosas. Ella no se entera de las últimas noticias, sólo atiende con cuidado los deseos de su amante, al que pertenece. Ella se deleita con el extranjero libre, el rústico, que le habla de montañas, de nieve y de casas de madera; comparte la llama que ella misma enciende en su pecho, y se alegra de que no piense tanto en el oro, como lo

hacen los romanos. Ahora su mesa está más llena, no le faltan vestidos ni un coche que la lleve a la ópera. La hija y la madre están felices con su huésped nórdico. Y el bárbaro domina en los romanos pechos. III ¡No sufras, amada, porque te hayas entregado a mí tan pronto! Créemelo: no pienso mal de ti, nada malo pienso de ti. Trabajan de muchas maneras las flechas del Amor: algunas rasgan y durante años enferman al corazón con su veneno secreto. Pero las otras, lanzadas con aplomo, acabadas de afilar, se encajan en la médula, y con rapidez inflaman la sangre. En los tiempos heroicos en que dioses y diosas amaban, a la mirada seguía el deseo, y al deseo el disfrute. ¿Crees tú que se puso a reflexionar mucho la Diosa del Amor cuando, en el bosque de Ida, le gustó Anquises? (7) Si se hubiera demorado la Luna en besar al guapo durmiente (8), oh, con qué rapidez, entonces, la Aurora, envidiosa, lo hubiera despertado. Hero miró a Leandro (9) en el fragor de la fiesta, y al momento, encendido, se precipitó el amante en las olas nocturnas. Rea Silvia (10), la doncella real, se encaminaba al

Tíber por agua, y ahí la arrebató el dios. Así engendró Marte a sus hijos. Los gemelos mamaron de una loba, y Roma se volvió la princesa del mundo.

IV Qué felices somos los amantes; con serenidad veneramos a todos los demonios. Deseosos nos inclinamos ante cada dios, ante cada diosa. ¡Semejantes a nosotros son ustedes, vencedores romanos! Ustedes dieron morada a los dioses de todos los pueblos del mundo, ya fuese negra y dura, del viejo basalto de los egipcios, ya fuese blanca y seductora, griega, esculpida en mármol. No se enojarán los eternos, sin embargo, si nosotros quemamos incienso, de una forma más preciosa, de modo especial, a uno de los divinos. Sí, ante ustedes lo confesamos con gusto: de manera especial a un dios se consagran nuestras oraciones y nuestros ritos cotidianos. Pícaros, alegres, pero también serios, celebramos fiestas secretas. Y el silencio bien conviene a los iniciados. Preferiríamos atraernos las horrendas hazañas de las Erinias (11), y ser condenados, por el duro tribunal de Zeus, a sufrir la rueda incesante y la

roca (12), que retirar nuestro corazón del oficio entusiasta. Conozcan a esa diosa: se llama la Ocasión. Se aparece con frecuencia, siempre en forma diferente. Quisiera ser la hija de Proteo, engendrada en Tetis (13), cuyas variadas astucias engañaron a varios héroes. Así ahora ella engaña al inexperto, al simple; esquiva al dormilón, ayuda al vigilante; se entrega con gusto sólo al atrevido, al hombre de acción, quien la encuentra dócil, juguetona, tierna y favorable. También a mí se me apareció alguna vez, era una muchacha morena, abundante el pelo negro cubría su frente, en pequeños rizos sueltos iba cayendo sin peinar, separado en dos crenchas, hasta su cuello precioso. No me paré a pensarlo, cogí a la fugitiva; amorosa, ella me devolvió de inmediato besos y abrazos expertos. ¡Qué feliz fui!... Pero calma, el tiempo ha pasado, y me desligo de ustedes, lazos romanos.

V Ahora me siento alegre y entusiasta en este suelo clásico. Seductores, el mundo del pasado y el mundo del presente me hablan en voz alta. Aquí sigo el consejo (14):

con mano atareada hojeo las obras de los antiguos, cada día con un goce nuevo. Pero toda la noche Amor me ocupa de otra manera; así, soy sabio a medias, pero doblemente feliz. ¿Acaso no me instruyo, cuando contemplo la amorosa forma del pecho, y baja mi mano a las caderas? Hasta entonces comprendo bien el mármol. Pienso y comparo, veo con ojos que sienten, siento con manos que ven. Y si la amada me roba algunas horas en el día, me da en compensación las horas de la noche. Pero no todo es siempre besarnos, tenemos buena conversación. Cuando ella duerme, pienso acostado muchas cosas. Entre sus brazos muchas veces hice mis poemas y he medido los hexámetros suavemente, con mis dedos, sobre su espalda. Ella respiraba en su hermoso sueño, y su aliento me quemaba hasta lo más profundo del pecho. Amor atizaba la lámpara entretanto, y recordaba los tiempos en que hizo el mismo servicio a sus triunviros (15). VI "¿Cómo puedes, oh cruel, afligirme con tales palabras? ¿En tu país se hablan los amantes con semejante dureza, con tal amargura? Si la gente me ataca, debo soportarlo.

¿Y no tengo yo algo de culpa? Pero, ay, sólo ante ti me siento con obligaciones. Estos vestidos son prueba, para la vecina envidiosa, de que la viuda ya no llora en soledad a su esposo. ¿No has venido muchas veces tú, en plena luz de luna, sin prudencia, con la melena escondida y un gran abrigo oscuro? ¿No te disfrazaste tú mismo, en burla, de clérigo? ¿Con que era un prelado? Bueno: el prelado eres tú. En la Roma clerical, es difícil de creer, pero lo juro: jamás ha gozado un clérigo de mis abrazos. Yo era pobre, ay, y joven, y los seductores lo sabían. Falconieri se me ha quedado mirando muchas veces. Y un alcahuete de Albani, con muchos recados, me quiso llevar a Ostia y a las Cuatro Fuentes. Pero nunca les hizo caso esta muchacha. Siempre he detestado a los señores de medias rojas y también a los de medias moradas. Pues "al final la chica se queda burlada", decía mi padre, aunque mi madre lo tomara a broma. ¡Y así, al final, me quedo burlada! Me riñes nada más para salvar las apariencias, porque quieres escaparte. ¡Vete! ¡Ustedes no se merecen a las mujeres! Nosotras llevamos los niños bajo el corazón, y así también llevamos nuestra fidelidad. ¡Pero ustedes los hombres, al abrazar con su fuerza y sus apetitos, expulsan

el amor, al mismo tiempo que abrazan!" Así habló la amada, y cogió del banco al niño, lo llevó a su pecho entre besos, los ojos llenos de lágrimas. ¡Qué avergonzado quedé! ¡Que los dichos de gente enemiga me ensuciaran este cuadro amoroso! Sólo por un momento el fuego palidece y humea cuando de repente se arroja agua en la lumbre; pero se purifica de prisa, deshace los turbios vapores, y la flama se renueva, y se alza más poderosa y fulgente.

VII ¡Qué contento me siento en Roma! Recuerdo los tiempos, allá en el norte, en que me rodeaba un día gris, turbio y duro el cielo pesaba sobre mi cabeza, el mundo sin forma y sin color yacía exhausto, y yo sobre mi yo, caía en la contemplación de los senderos lúgubres del espíritu insatisfecho. Ahora alumbra mi frente el resplandor del claro éter, el dios Febo (16) convoca las formas y los colores. La claridad de los astros resplandece en la noche y resuenan suaves canciones, aquí la luna me alumbra con más claridad que el sol del día nórdico. ¡Qué dicha para un mortal! ¿Sueño? ¿Me has recibido en tu casa de ambrosía, Júpiter, padre y anfitrión?

Ay, yazgo aquí y tiendo a tus rodillas mis manos implorantes. ¡Escúchame, oh Júpiter Xenius (17)! No sé cómo llegué hasta aquí. Tomó Hebe (18) al peregrino y me introdujo a tus umbrales. ¿Le ordenaste que bajara y llevara al héroe hasta ti? ¿Se equivocó la bella? ¡Perdón! Deja que saque provecho de ese error. Y tu hija Fortuna también reparte los grandiosos dones, como una muchacha, conforme a su capricho. ¿O no eres el dios de la hospitalidad? ¡No arrojes entonces al amigable huésped de tu Olimpo, no lo lances de nuevo a la tierra! "¡Poeta! ¿Adónde crees que subes?" ¡Perdóname! La colina del Capitolio (19) es tu segundo Olimpo. Tolera mi presencia aquí, Júpiter, que ya más tarde Hermes me hará descender con lentitud al Orco (20), pasando por el monumento de Cestius (21).

VIII Cuando me dices, amada, que de niña no les gustabas a los hombres, y que tu madre te despreciaba, hasta que creciste y en silencio te desarrollaste, lo creo, y con gusto te imagino como una niña rara. También le falta forma y color a la flor de la vid;

luego la fruta, madura, seduce a los hombres y a los dioses.

IX Brilla otoñal la llama del hogar campestre; crepita, chisporrotea, trepa con rapidez, silbando entre la leña. Esta noche me gusta todavía más, pues aun antes de que la leña se convierta en brasas, y se consuma el rescoldo, llega mi muchacha amada. Entonces leños y ramas arden con fuerza nueva y la noche cálida es para nosotros una fiesta luciente. Cuando temprano por la mañana salte ella del lecho amoroso reanimará las llamas ligeras entre las cenizas. Pues antes que otras cosas, el Amor le concedió a la afortunada el don de avivar la alegría, cuando empieza a declinar como un rescoldo.

X Alejandro, César, Enrique y Federico (22), los grandes, me darían felices la mitad de la fama que conquistaron, porque les cediera a cada uno una noche de mi cama. Pero, pobres, los tiene presos el duro poder del Orco. Regocíjate pues, tú, viviente, en el cálido sitio del

amor, antes que el lúgubre Leteo (23) atrape tu pie fugitivo.

XI Para ustedes, oh Gracias (24), un poeta coloca algunas hojas sobre el altar puro, y capullos de rosas, y lo hace confiado. El artista se complace en su estudio, aunque siempre le parezca un panteón (25). Júpiter baja la frente, Juno la levanta. Febo avanza y sacude su cabeza rizada. Adusta, observa Minerva, y Hermes, el ligero, mira de reojo, pícaro y tierno a la vez. Pero es hacia Baco, el blando, el soñador, hacia quien eleva la vista Citeres (26) con dulce deseo, que tiembla incluso en el mármol. Recuerda sus abrazos con gusto y parece preguntar: "¿Por qué no está a nuestro lado el hijo espléndido?" (27).

XII ¿Escuchas, amada, la alegre gritería en la Vía Flaminia? Son segadores, regresan al hogar lejano. Han terminado la cosecha del romano, quien ya ni la propia corona de Ceres (28) quiere tejer; ya no celebra fiesta alguna en honor de la gran diosa, ella, que por alimento, en lugar de bellotas, concede dorado trigo.

¡Celebremos ambos la fiesta en silencioso regocijo! Pues dos amantes son toda una multitud. ¿Has oído alguna vez de esa feria mística que seguía en la antigüedad al vencedor desde Eleusis (29)? Los griegos la fundaron, y siempre eran únicamente los griegos, aun dentro de los muros de Roma, quienes gritaban: "¡Vengan a la noche sagrada!" El profano se alejaba; temblaba de expectación el neófito, en su túnica blanca, símbolo de pureza. Maravillado iba errante el iniciado entre círculos de raras figuras, le parecía deambular en sueños; por el suelo, en torno, se arrastraban las serpientes; las doncellas portaban cerrados cofrecillos coronados con muchas espigas. Los sacerdotes hacían gestos y zumbidos de muchos significados. Impaciente y temeroso suspiraba el neófito por la Luz. Sólo después de muchas pruebas y exámenes llegaba a descifrar el significado de las pinturas extrañas en el círculo santo. Y lo que era el secreto: la gran Démeter (30), se enamoró alguna vez de un héroe. Y le entregó a Yasión (31), el rey vigoroso de Creta, la gracia oculta de su cuerpo inmortal. ¡Oh Creta afortunada! ¡Oh, el lecho nupcial de la diosa, rebosante de espigas! Y se volvieron fértiles los campos de la ciudad. Pero el resto del mundo agonizaba, por no rendir precioso culto a la bella

y placentera Ceres. Lleno de asombro el iniciado escuchaba el mito e hizo un guiño a la amada: "¿Lo entiendes ahora? ¡Esos mirtos frondosos ocultan un lugar sagrado! Nuestra felicidad no le hace ningún daño al mundo."

XIII

Amor es un pícaro, y engaña a quien cree en él. Vino, fingiendo, hacia mí: "Ahora sí hazme caso, voy a ser honesto contigo; reconozco con gratitud que has dedicado tu vida y tu poesía a honrarme. Ya ves que te he seguido hasta Roma, y quisiera concederte en este lugar extranjero algún gozo. Todos los viajeros se quejan, encuentran malas posadas; pero aquél a quien Amor recomienda, recibe un trato magnífico. Contemplas con asombro las ruinas de los viejos edificios, recorres lleno de pensamientos este sitio sagrado. Veneras aun más los valiosos restos de las obras de los grandes artistas, a quienes yo siempre visité en sus talleres. ¡Yo mismo formé estás figuras! Disculpa: esta vez no me vanaglorio, tú mismo reconoces que es verdad cuanto digo.

Ahora andas poco diligente en mi servicio, ¿dónde están las bellas figuras, dónde están los colores, el resplandor de tus creaciones? ¿Piensas volver a crear algo, amigo? La escuela de los griegos sigue abierta, los siglos no le cerraron la puerta. Yo, el maestro, soy eternamente joven y amo a los jóvenes. ¡No me gusta en ti la prudencia de los viejos! ¡Ánimo! ¡Compréndeme! La antigüedad era nueva, porque todos vivían felices. Vive feliz y el pasado vivirá en ti. ¿De dónde vas a sacar asunto para tu canción? Te lo daré yo, sólo el amor te enseñará el estilo más alto". Así habló el sofista. ¿Quién ha de contradecirlo? Y por desgracia, estoy acostumbrado a obedecer, cuando el señor ordena. Ahora, traicioneramente cumple su palabra, me da asuntos qué cantar, ay, al mismo tiempo que me despoja de tiempo, de fuerza y de razón. Miradas, manos entrelazadas y besos y palabras tiernas, sílabas llenas de amor, intercambia la pareja de amantes. Los bisbiseos son charla, los tartamudeos coloquio amoroso: semejante himno resuena sin medida prosódica. ¡Tú, Aurora, cuántas veces te vi como amiga de las musas! ¿También a ti, Aurora, Amor, el disoluto, te sedujo? Te me apareces ahora como su amiga, y me despiertas para festejar de nuevo el día en su

altar. Encuentro la abundancia de los rizos de mi amada sobre mi pecho. Su linda cabeza descansa en mi brazo, que le rodea el cuello. ¡Qué dichoso despertar, encuentro que las horas tranquilas han conservado para mí la imagen del placer, en que nos dormimos! Ella se mueve en sueños, se da vuelta en el lecho pero deja su mano en la mía. El amor profundo y la querencia verdadera nos unen constantemente, no hay más cambio que los altibajos del del apetito. Oprimo su mano, veo abrirse de nuevo sus ojos celestiales. "¡Oh no! Déjame descansar, seguir contemplando la imagen. ¡Que sigan cerrados! Me turban y embriagan, demasiado pronto me roban el goce tranquilo de la contemplación pura!". Estas formas, qué espléndidas. Qué noble proporción de las piernas. Si así fuera, dormida, Ariadna, ¿podrías abandonarla, Teseo? (32). Un solo beso de esos labios! ¡Oh Teseo, ahora vete! ¡Mira sus ojos! ¡Ella despierta! Ahora te retendrá para siempre. XIV "¡Prende la luz, muchacho?". "Aún hay luz de día. Malgastaría usted aceite y pabilo. No tape todavía las ventanas. El sol se ha escondido detrás de las

casas, pero no detrás de las montañas. Falta todavía media hora para que suenen las campanas de la noche..." "¡Desgraciado! ¡Ve y obedece! Espero a mi muchacha". “¡Consuélame entretanto, lamparita, dulce emisaria de la noche!"

XV

Jamás habría yo seguido a César a la remota Britania, Florus (33) me habría llevado con facilidad a la taberna, pues las brumas del triste norte me son más odiosas que un atareado pueblo de pulgas sureñas. Reciban ustedes precisamente hoy mi saludo, más caluroso aún, tabernas, hosterías, como las llama con acierto el romano: pues me acaban ustedes de mostrar a mi amada; venía con su tío, a quien ella, la hermosa, con tanta frecuencia engaña, para tenerme contento. Aquí estaba nuestra mesa, llena de alegres alemanes; más allá la hermosa niña se acomodó con su madre, con maña se removía muchas veces en su banco para que yo alcanzara a verle el perfil y el cuello.

Hablaba más alto de lo que suelen las mujeres de aquí, y cuando servía el vino, y me vio, lo derramó fuera del vaso. Corrió el vino sobre la mesa, y con un dedo travieso ella dibujó círculos en las tablas. Con sus ojos en mí, dibujaba nuestros nombres entrelazados, y no perdí un instante los movimientos graciosos de su pequeño dedo. Finalmente escribió en romano el número cinco y luego le antepuso un uno (34). En cuanto lo vi, borró, cauta, los números y las letras con círculos entrelazados. Pero el adorado cuatro se me quedó impreso en la mirada. Permanecí mudo, mordiéndome el labio ardiente, mitad con placer travieso, mitad con deseo. ¡Pero faltaba tanto para la noche! ¡Esperar otras cuatro horas! ¡Alto sol, te demoras contemplando tu Roma! Nunca has visto algo más grande, ni lo verás, como tu sacerdote Horacio profetizó en un rapto. Pero hoy no te demores, y en mi favor, aparta más temprano los ojos de las Siete Colinas. Por amor a un poeta, abrevia las espléndidas horas en que se regocija, ávida, la santa mirada del pintor. Arroja sólo un vistazo más sobre las altas fachadas, cúpulas,

columnas y obeliscos; precipítate en el mar para ver mañana, más temprano, lo que desde hace siglos contemplas con delicia de dioses: estas riberas desde hace tanto tiempo abundantes de juncos, esas colinas sombrías, espesas de árboles y matorrales. Primero aparecen unas cuantas chozas, luego de golpe ves la vida de un feliz, hormigueante y exitoso pueblo de bandoleros. Todo lo arrastran hacia ese lugar y lo acumulan. Nada de interés en los alrededores ha escapado a tu mirada. Aquí ves un mundo que nace, allá uno que se arruina, y de las ruinas surge otro más grande todavía; que me sea dado verlo largo tiempo iluminado por tus rayos; quiera la prudente Parca (35) desenrollar lentamente mi hebra. ¡Pero que venga pronto, la hora hermosa señalada! ¡Qué suerte! ¿La oigo ya? No: apenas oigo las tres. Ah, musas queridas: engañen de nuevo al largo tiempo que me separa de mi amada. ¡Adiós! Me apresuro y no temo molestarlas, pues aunque arrogantes, siempre concedieron ustedes prioridad al Amor. XVI "¿Por qué no veniste hoy, amado, a la viña? Sola, como te lo prometí, te esperé allá arriba".

Querida: fui allá, pero por suerte vi a tu tío, que andaba por aquí y por allá entre las cepas, y me escabullí. "¡Oh, qué error cometiste! ¡Era solo el espantapájaros! Te engañó la figura que hicimos con tanto esmero con cañas y trapos. Así que yo misma me he ocupado de perjudicarme y ahora el deseo del viejo está cumplido: ahuyentó por el día de hoy al pájaro travieso que le roba la fruta y la sobrina”.

XVII Muchos ruidos me fastidian, pero más el ladrido del perro, que me desgarra el oído; solamente escucho con gusto el agudo ladrido de un solo perro, el de mi vecino. Pues una vez le ladró a mi amada, cuando se escurría hacia mi casa, y por poco nos descubren. Por eso, cuando lo oigo ladrar, pienso: "A lo mejor es ella". O pienso en la época en que ella, la esperada, venía.

XVIII Sobre todas las cosas hay una que me fastidia, y otra que me es odiosa, y que me subleva en cada fibra de mi cuerpo, con solo pensarlo. Quiero confesarlo, amigos: lo que más me fastidia es acostarme solo en la noche,

pero lo absolutamente odioso es recelar serpientes en el camino del amor, y veneno bajo la rosa del placer, cuando en el momento más bello de la alegría de la entrega, el susurrante recelo se acerca a tu cabeza hundida. Por eso Faustina me da tanta dicha, ella comparte gustosa el lecho conmigo, y me es cuidadosamente fiel, como yo a ella. La impetuosa juventud encuentra mayor placer en los obstáculos, pero yo amo disfrutar largamente y sin recelo del bien seguro. ¡Qué dulzura! Intercambiamos besos seguros, aliento y vida nos insuflamos y aspiramos con confianza. Así nos gozamos las largas noches; escuchamos, pecho con pecho, tormentas, lluvias, aguaceros. Así clarea el alba y traen las horas nuevas flores, para adornarnos y festejar el día. ¡No me nieguen ustedes, quirites (36), la felicidad, y que el dios conceda a cada hombre este don, el primero y el último de todos los bienes del mundo!

XIX Es difícil conservar un buen nombre, pues la Fama (37), lo sé, está reñida con Amor, mi señor. ¿Saben ustedes

de dónde surgió el que ambos se odien? Se trata de viejas historias, que cuento con gusto. A esta diosa poderosa, pero insoportable en sociedad, le gusta llevar la voz dominante. Y la odiaron siempre en las asambleas de los dioses, tanto los supremos, como los grandes y los pequeños. Una vez se jactó, insolente, de haber esclavizado por completo al hermoso hijo de Zeus: "Te traigo a mi Hércules, oh Padre de los Dioses --gritó en plan de triunfo--, a quien he hecho renacer. Ya no es el mismo Hércules que engendraste en Alcmena. Y el culto que me rinde lo convierte en un dios sobre la tierra. Cuando mira al Olimpo, ¿crees que se dirige hacia tus poderosas rodillas?; perdona: sólo para mí alza la vista hacia el éter el hombre magnífico. Sólo para ganarme a mí su pie poderoso recorre ligero los caminos que nadie pisó. Pero yo también le salgo al paso y pregono su nombre, antes siquiera de que comience su hazaña. Antaño me desposaste con él: el vencedor de las amazonas ha de ser mío, y con alegría lo llamo mi esposo." Todos callaron, no querían irritar a la fanfarrona, pues en su ira urde trampas odiosas. No así el Amor, que salió furtivo; con un poco de arte logró que la más hermosa se enamorara del héroe.

Luego travistió a la pareja: colgó sobre los hombros de Venus la piel del león y le hizo cargar la pesada maza (38). Luego adornó con flores el pelo hirsuto del héroe y puso una rueca en su puño, que se adecuó a la broma. Cuando concluyó su escena cómica, corrió y gritó por el Olimpo entero: “¡Ocurren hechos prodigiosos! Nunca se ha visto semejante prodigio en la tierra ni en el cielo, jamás el sol incansable ha encontrado algo semejante en su eterno camino." Todos corrieron, la Fama en primer término; creyeron que Amor, el travieso muchacho, hablaba en serio. Piensen: ¿Quién se regocijó más, de ver al hombre tan profundamente degradado? Juno. Le brindó a Amor un semblante amistoso. Por el contrario, quedó la Fama humillada, turbada, desesperada. Al principio sólo reía: "¡Dioses, son sólo máscaras! Conozco demasiado bien a mi héroe. ¡Tenemos puro teatro!". Pero pronto vio con dolor que era verdad. Ni la milésima parte padeció Vulcano, al ver a su mujercita con el vigoroso amigo (39) bajo la malla de metal, que con astucia tenía dispuesta para atraparlos en el acto, entrelazados y gozosos (40). ¡Cómo se divertían los más jóvenes! ¡Mercurio y Baco! Ambos afirmaban: "Es una bella idea reposar sobre el seno de mujer tan magnífica". Suplicaban:

"¡No los sueltes todavía, Vulcano, queremos seguirlos viendo". Y el viejo cornudo apretaba más la malla. Pero la Fama se alejó de prisa, furiosa. Desde entonces hay entre ambos dioses guerra sin reposo. Cuando ella escoge a un héroe, el muchacho Amor se dedica a asediarlo. A quien mejor quiere ella honrar, él se esmera en degradarlo. Y al más honesto pone el Amor en mayores peligros. Y si quiere escapar, lo lleva a situaciones cada vez más graves. Le ofrece muchachas; si, imprudente, las desprecia, ha de sufrir en el pecho saetas más rabiosas: Amor hace que el varón se enamore del varón (41), le incita deseos hacia los animales. Más debe sufrir el más mustio. Al hipócrita le da a gotas un amargo placer entre el crimen y la miseria. Pero la diosa también persigue al Amor con ojos y orejas. Si ve al Amor junto a ti, la Fama se vuelve tu enemiga, Te aterra con su adusta mirada, con su rostro despectivo. Denigra implacable la casa que el Amor frecuenta. Y así también me ocurre a mí. Ya lo voy padeciendo. La diosa, con envidia, trasiega mi secreto. Pero es una ley antigua: callo y me someto:

como los griegos, padezco las discordias supremas.

XX Ennoblecen al hombre la fuerza, la franqueza y el coraje, pero más aun el saber guardar bien el secreto. Príncipe de los pueblos, oh silencio, conquistador de ciudades, divinidad amada, que a salvo me has conducido por la vida. ¡Qué destino sufro! La musa, burlona, y el Amor, travieso, me sueltan la lengua, antes discreta. Ay, ya es tan difícil esconder la vergüenza de los reyes. Ni la corona ni el gorro frigio escondieron las alargadas orejas de Midas; su criado más cercano las descubrió, y el secreto lo angustió y pesó sobre su pecho. Quiso aliviarse sepultándolo en la tierra, pero la tierra no sabe guardar tales secretos; brotan los juncos y murmuran y zumban al viento: "Midas, el rey Midas, tiene orejas enormes". Ahora me es más difícil guardar un bello secreto; ay, con qué facilidad la plenitud del corazón se desborda por los labios. No me puedo confiar con ninguna amiga: me censuraría; ni con amigo alguno: podría volverse peligroso. Ya no soy tan joven, ni soy tan solitario

como para contarles mi gozo al bosque y a las rocas. A ti, hexámetro, a ti, pentámetro, lo confío: cómo ella me alegra en el día, cómo me fascina en la noche. Ella, a quien tantos pretenden, evita los lazos que le tienden abiertamente el insolente, y en secreto el ladino; con gracia y habilidad los sortea y sigue el sendero hasta donde siempre su amado la aguarda impaciente, expectante. ¡Núblate, luna, que llega! Que el vecino no la vea. Brisas: agiten las frondas, que nadie escuche sus pasos. Y ustedes, mis amadas canciones, crezcan, florezcan, meciéndose en el más suave soplo del cálido viento del amor. Y como esos juncos parlantes, revelen a los quirites (42), finalmente, el bello secreto de una pareja dichosa.

NOTAS: (1) Sigo el texto de las Werke. Gedichte de la edición de Walter Höllerer (Insel Verlag). Consulté las versiones castellanas de Rafael Cansinos Assens (Obras completas, t. I, Aguilar) y de Carmen Bravo Villasante (Poemas de Goethe, Plaza y Janés), y la inglesa de D. Luke (Goethe, Selected Verse, Penguin). Hay una versión castellana pionera, de 1904, de Joan Maragall, que no he visto. (2) Tal vez exprese este epigrama: fuimos felices en la Antigüedad romana, ahora en tiempos modernos, el descubrimiento --ustedes: los romanos, o sus estatuas y piedras-- del arte romano nos devolverá tal felicidad pagana. (3) Genio: el genio o espíritu tutelar de Roma.

(4) Las discusiones de la Revolución Francesa. (5) Mambrú: el duque de Malborough ("Mambrú se fue a la guerra..."), general de la Guerra de Siete Años (1707-1713); Goethe oye esta canción por todas partes en Italia, la primera vez en Verona (Viaje a Italia). (6) Amor, en latín: se refiere a la alegoría o dios del amor, Cupido: en todas las Elegías romanas aparece como un adolescente alado. (7) Venus y Anquises: Anquises, pastor troyano, fue seducido por Venus en el monte Ida; de la unión nació Eneas. (8) La Luna y el guapo durmiente: Selene y Endimión: Selene durmió eternamente a un semidiós, hijo de Zeus, Endimión, muchacho muy hermoso, para gozarlo todas las noches. (9) Hero y Leandro: amantes desdichados: Leandro cruzaba a nado todas las noches el Helesponto para visitar a la sacerdotisa Hero. (10) Rea Silvia y Marte: la vestal fue seducida por el dios de la guerra para engendrar a los gemelos fundadores de Roma, Rómulo y Remo. (11) Las Erinias: monstruos vengativos que persiguen a los infractores de la moral familiar. (12) La roca y la rueda: dos castigos eternos: rodar para siempre una roca cuesta arriba, y bajarla para volverla a trepar (Sísifo), y dar por siempre vueltas a una rueda en el Tártaro (Oxión). (13) Proteo y Tetis: deidades marinas; ambas cambiaban de forma a voluntad. (14) Consejo: el consejo de Horacio era leer noche y día a los clásicos. (15) "Se refiere a los tres poetas amatorios: Propercio, Tíbulo, Catulo" (Cansinos). (16) Febo: Apolo: el sol. (17) Júpiter Xenius: advocación de Júpiter como deidad hospitalaria. (18) Hebe: Diosa de la juventud (19) Colina del Capitolio: sitio del principal templo de Júpiter. (20) Hermes o Mercurio: el heraldo de Júpiter, que conduce las almas de los muertos al Hades; Orco: otro nombre del Hades, el submundo de los muertos. (21) El monumento de Cestius: la pirámide de Gaius Cestius que está junto al cementerio protestante (Goethe era protestante) (Höllerer). (22) Alejandro Magno, Julio César, Enrique IV de Francia, Federico el Grande de Prusia. (23) Leteo: río de la muerte. (24) Gracias: multitud de hijas de Zeus, que la alegoría resume en tres: advocaciones de la belleza y la alegría.

(25) Panteón: en la acepción de templo de los dioses. (26) Citeres: Venus. (27) El hijo espléndido: Príapo, el fálico Dios de la fertilidad y la lujuria, hijo de Baco y Afrodita (Höllerer). (28) Ceres o Démeter: diosa del trigo. (29) Eleusis: sitio de los misterios o ritos secretos de la fertilidad. (30) Ver nota 28. (31) Yasión o Iasius: hijo de Zeus, amante de Démeter, con quien engendró a Plutón. (32) Ariadna, Teseo: El héroe Teseo abandonó en la isla de Naxos, mientras dormía, a su amante y benefactora, Ariadna, que lo había ayudado a salir del laberinto de Minotauro. (33) "Alusión a una anécdota del emperador Adriano y el poeta Florus, según la cual ambos intercambian puyas sobre sus respectivos oficios" (Luke). (34) Cinco menos uno: cuatro campanadas, es decir: alguna hora de la noche en que se escuchen cuatro campanadas de la iglesia. Si la acción del poema ocurriera en septiembre, serían las 11 de la noche, de acuerdo con la manera italiana popular de la época de contar las horas, según la campanadas (a la medianoche se tocaban cinco campanadas en septiembre, pero siete en diciembre, en cuyo caso las "cuatro horas" de la noche serían las 8 p.m.) Goethe estudia esta manera de contar el tiempo en su Viaje a Italia (Verona, septiembre 17 de 1786). Nueve versos arriba, cuando la chica le muestra el perfil y el cuello: se consideraba entonces, como en los tiempos clásicos, que el principio de la nuca era uno de los rasgos más eróticos de las mujeres (Marguerite Yourcenar lo compara en alguna parte al frenesí por los tobillos femeninos que dominó en el siglo XIX). (35) Parca: la alegoría abrevia en una a las tres parcas o moiras: Cloto, Láquesis y Átropos, que hilan la vida de los hombres. La primera hila, la segunda mide, la tercera corta. (36) Quirites: romanos, por la antigua deidad guerrera de los sabinos, Quirinus, que dio nombre a la colina del Quirinal; se asocia a veces al propio Júpiter, pero más frecuentemente a Marte. (37) Fama, en latín: más que una divinidad, es una figura alegórica, a veces descrita con rápidas alas y cientos de ojos, bocas y orejas. (38) La piel de león, la maza: atributos pictóricos de Hércules. La piel del león es trofeo del primero de sus doce trabajos: el león de Nemea. (39) El vigoroso amigo, Marte. (40) Vulcano o Hefesto, el dios del fuego y de la herrería, esposo de Venus, según la Odisea (tiene otras esposas); dios feo y cojo, sospechaba la infidelidad de Venus, y dispuso una trampa en forma de malla de metal para atraparla in fraganti en la cama.

(41) Aunque prudentemente, para no escandalizar "nuestras costumbres" cristianas, Goethe miró a ratos la pederastia con simpatía, especialmente en el "Libro del Copero" del Diván de Oriente y Occidente, en ciertos pasajes del Fausto y en un curioso poema de juventud, Ganimedes, aún más curiosamente parodiado por W. H. Auden. En algún epigrama veneciano responde a quienes lo acusan de ser un incompleto imitador de Roma, puesto que él sólo ama a las chicas, y no a los muchachos como sus paganos maestros. Ciertamente sólo hago el amor con las muchachas, responde, "pero cuando me aburro, les doy la vuelta, y las amo como los romanos amaban a sus chicos". (42) Quirites. Ver nota 35.