El Viaje Sanador Alta Naranjo

el viaje sanador Claudio Naranjo el viaje sanador Tratamientos pioneros de terapia psicodélica Traducción de Miguel

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el viaje sanador

Claudio Naranjo

el viaje sanador Tratamientos pioneros de terapia psicodélica

Traducción de Miguel Portillo

Primera edición: noviembre de 2020 Publicado originalmente como The Healing Journey: New Approaches to Consciousness, Pantheon Books, Nueva York, 1973. Segunda edición americana publicada por MAPS, Santa Cruz, California, 2012. Traducción: Miguel Portillo © Claudio Naranjo © Ediciones La Llave, 2020 Fundación Claudio Naranjo Santjoanistes, 17, local 2 08006 Barcelona Tel. +34 933092356 Fax +34 934141710 www.edicioneslallave.com [email protected] www.fundacionclaudionaranjo.com [email protected] ISBN: 978-84-16145-79-9 DL nº: B 19729-2020 Impreso en Estilo Estugraf

Dedicado a Franz Hoffman, profesor emérito de fisiología y director del Centro de Estudios de Antropología Médica de la Universidad de Chile en Santiago, quien promovió mi carrera como psiquiatra investigador en psicofarmacología y chamanismo. Y a todos los sujetos y pacientes experimentales sobre los que he escrito, que hicieron lo mismo.

índice

Prólogo a la segunda edición americana, por el Dr. Rick Doblin, con un testimonio de Oriana Mayorga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11 Prefacio de Stanislav Grof. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19 Prólogo (1973): Sondear el espacio interior. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25 i. El potencial sanador de la agonía y el éxtasis: las drogas en psicoterapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33 ii. MDA, la droga del análisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61 iii. MMDA y el Eterno Ahora. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127 iv. La harmalina y el inconsciente colectivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185 v. Ibogaína, fantasía y realidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249 Apéndice (2001): MDMA: una alternativa no tóxica a la MDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319 Sobre el autor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333

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prólogo a la segunda edición americana por el dr. rick doblin con un testimonio de oriana mayorga

El viaje sanador, que leí poco después de que apareciera la primera edición en 1973, tuvo una profunda influencia en mí durante mi juventud. En 1972, a la edad de 18 años, decidí dedicarme a ser terapeuta psicodélico e investigador después de leer una copia manuscrita de Realms of the Human Unconscious, de Stanislav Grof. Ese libro me lo dio un terapeuta del New College de Florida, al que acudí en busca de ayuda para lidiar con una serie de complicadas experiencias con LSD. Stan escribió el prefacio de la edición original de The Healing Journey (El viaje sanador), lo que me motivó a comprarlo y leerlo. Me fascinó y conmovió profundamente la elocuencia y profundidad de las discusiones de Claudio sobre los pacientes con los que trabajaba usando los diversos psicodélicos tratados en su libro: MDA, MMDA, ibogaína y harmalina. Me 11

El viaje sanador

conmovió la poesía y el drama con el que Claudio escribió sobre el proceso terapéutico y la forma en que enmarcó su enfoque terapéutico en el contexto del crecimiento espiritual. Cuanto más leía El viaje sanador, más veía la belleza de la psicoterapia asistida por psicodélicos y más sentía lo trágico que era que todo este campo de la investigación científica y el tratamiento terapéutico hubiese sido criminalizado. Durante los últimos cuarenta años, he recomendado a menudo a las personas interesadas en la psicoterapia psicodélica que lean El viaje sanador. Para mí, y para las personas a las que he recomendado este libro, fue una gema cada vez más rara y (esperemos que ya no) olvidada de los días pioneros de la investigación psicodélica. Inspirar a la gente tan profundamente a lo largo de cuatro décadas es un notable testimonio del valor perdurable de este libro. A finales de 2012, casi cuarenta años después de leer por primera vez El viaje sanador, conocí a una joven todavía en su adolescencia que había decidido convertirse en terapeuta e investigadora psicodélica después de descubrir El viaje sanador mientras lo ojeaba en una librería de segunda mano. Escuchando el impacto de El viaje sanador en la vida de Oriana, cuyo relato sigue a estas líneas, decidí que era hora de pedirle permiso a Claudio para reimprimir su libro. Claudio fue un pionero en la investigación de la ibogaína. Cuando leí por primera vez el capítulo de Claudio sobre «Ibogaína, fantasía y realidad», no sabía que mi propia experiencia con la ibogaína sería uno de los momentos más importantes de mi vida. El libro de Claudio me ayudó a prepararme para ello a través de su exploración de casi cuarenta sesiones terapéuticas de la «vida de fantasía» que la ibogaína ayuda a traer a 12

Prólogo a la segunda edición americana

la conciencia, el complejo mundo interior que da forma y significado a nuestras experiencias. Cuando empecé a leer El viaje sanador, apenas comprendí que el capítulo de Claudio sobre la harmalina era una parte esencial de la historia de la ayahuasca, el té psicodélico que ahora ha florecido plenamente en la consciencia occidental. La ayahuasca ha ayudado a los chamanes sudamericanos en sus prácticas curativas y espirituales durante milenios, y ahora, en los últimos años, las religiones con base en Brasil que usan la ayahuasca en prácticas rituales han establecido una presencia global. La ayahuasca también está siendo seriamente explorada en contextos terapéuticos por su potencial para ayudar a las personas a superar la adicción y el trastorno de estrés postraumático (TEPT). Una vez más, Claudio fue un pionero. Me intrigaron mucho los capítulos de Claudio sobre MDA y MMDA, que vi que eran excepcionalmente útiles para la psicoterapia. En ese momento, todavía no sabía sobre su prima química, la MDMA, que conocí en 1982 y que se convertiría en el foco principal de mi trabajo de toda la vida. En 2000, la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos (MAPS, por sus siglas en inglés), que fundé en 1986, logró iniciar el primer estudio científico controlado del mundo sobre el uso terapéutico de la MDMA, en Madrid (España), en mujeres con trastorno de estrés postraumático (TEPT) crónico y resistente al tratamiento por agresión sexual. Recordando los capítulos sobre MDA y MMDA en El viaje sanador, le pedí a Claudio que se reuniera con el equipo de coterapeutas y les hablara sobre lo que había aprendido en el trabajo con drogas similares a la MDMA en los pacientes. 13

El viaje sanador

Claudio estuvo de acuerdo, inspirando a una nueva generación de investigadores psicodélicos (desafortunadamente, en 2002, después de la positiva atención de los medios de comunicación en la prensa y la televisión española sobre los resultados preliminares de nuestro estudio, la Agencia Antidrogas de Madrid logró clausurar el estudio como resultado de una presión política que no pudimos superar en ese momento). Augusto Pinochet tomó el poder en Chile como resultado de un golpe de estado de la CIA en 1973, el mismo año en que se publicó la primera edición de El viaje sanador. Claudio realizó su investigación original sobre el potencial curativo de la psicoterapia asistida por psicodélicos en un Chile libre, para acabar viendo criminalizados los psicodélicos, la investigación psicodélica suprimida, y su país de origen bajo el dominio de una dictadura asesina instalada por Estados Unidos. La reedición de El viaje sanador en medio de un renacimiento de la investigación psicodélica es un triunfo para la labor de Claudio, ya que vio cómo la promesa de los psicodélicos se veía arrastrada por una reacción violenta de la que hemos tardado cuarenta años en recuperarnos. Este libro jugó un potente papel en mi propio viaje hacia la investigación y la terapia psicodélica. Ese viaje aún no ha terminado, ya que hasta hoy ninguna de las sustancias descritas en este libro se halla legalmente disponible para los terapeutas fuera de los contextos de investigación. Espero sinceramente que esta nueva edición llegue a las manos de todos los que puedan beneficiarse del potencial de curación de la psicoterapia psicodélica, y de todos aquellos que ofrezcan esa curación a otros.

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Prólogo a la segunda edición americana

El Dr. Rick Doblin fundó la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos (MAPS) en 1986, de la que es actualmente director ejecutivo. MAPS es una organización educativa y de investigación sin fines de lucro que desarrolla contextos médicos, legales y culturales para que las personas se beneficien de los usos terapéuticos de los psicodélicos y de la marihuana.

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El viaje sanador

testimonio de oriana mayorga Después de mi primera experiencia mística, psicodélica y sobrenatural en el verano de 2011, estaba ansiosa por encontrar más información sobre el uso de psicodélicos como una forma de autosanación. Quería entender cómo y por qué mi experiencia con la MDMA había sido uno de los momentos de sanación más significativos de mi vida. ¿Sabían otros el notable poder de las drogas psicodélicas? ¿Cuál fue la historia de las drogas psicodélicas en la psicoterapia, en la psicofarmacología? ¿Cuáles eran los progresos actuales en nuestras comunidades científicas y médicas? Tal y como el destino lo dispuso, un domingo al azar en 2011, entré en una de mis librerías favoritas en el Upper West Side de Manhattan llamada Westsider Books & Records. Había estado buscando libros sobre psiquiatría experimental y experiencias personales con la MDMA durante mucho tiempo y allí, escondido bajo una pila de libros viejos, había un ejemplar antiguo de la edición de 1973 de The Healing Journey. Puedo decir con confianza que el libro transformó mi vida. Stanislav Grof escribió en su prefacio a la edición original que «una de las dos corrientes de experimentación e investigación relativamente independientes, ha sido el uso de agentes químicos como complemento de la psicoterapia». Me quedó claro por qué Grof había escrito que la investigación psiquiátrica de Claudio «establecía una forma de psicoterapia específica asistida por drogas» para las generaciones futuras. El viaje de sanación también me llevó, a su vez, a otras lecturas, y a través de ellas a una comunidad de psicólogos, 16

Prólogo a la segunda edición americana

investigadores y profesionales que estaban tan involucrados como yo en la promoción del uso de psicodélicos en la psicoterapia. Por encima de todo, el libro de Claudio me expuso a la pasión. Espero que mis futuras contribuciones a la sociedad influyan en otros de la manera en que el libro de Claudio me ha moldeado. Siempre quise ser curandera y ahora he encontrado técnicas que pueden permitirme cumplir esa misión. Lo que más me impactó fue la narración de Claudio; pude relacionarme con las experiencias de sus sujetos y, como investigadora, me fascinó la claridad de sus observaciones. Este libro es una necesidad para todos los estudiantes serios de las ciencias del comportamiento interesados en innovaciones en psicoterapia, psicofarmacología y psiquiatría experimental. Se ha convertido en mi manual, mi alimento básico entre todos los libros que he leído en esta área hasta ahora. Es esta investigación sobre el uso de sustancias psicodélicas para mejorar la psicoterapia a la que he decidido dedicar mi vida de aprendizaje. En la actualidad soy licenciada en psicología, miembro y defensora de la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos (MAPS), y pronto seré técnica licenciada de servicios de emergencia del estado de Nueva York. Mis planes para la escuela de posgrado giran en torno a los programas que me permitirán convertirme en terapeuta psicodélica legal algún día. Al final de su prólogo, Claudio nos recuerda que «el verdadero lenguaje de la psicología no es el latín, sino el simple romance». Bueno, he experimentado ese amor y me emociona compartirlo con los demás; por darnos una inspiración así, 17

El viaje sanador

le agradezco a Claudio que nos haya proporcionado un libro como El viaje de sanación. Oriana Mayorga es estudiante, sanadora y, sobre todo, una buscadora espiritual. Asiste a la Universidad de Fordham en la ciudad de Nueva York y disfruta del hot yoga (Bikram yoga) dos veces a la semana. Es miembro de MAPS y Erowid. Tiene la intención de ayudar a estas organizaciones a cambiar nuestro mundo.

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prefacio por stanislav grof

Con el aumento del conocimiento sobre la naturaleza y la dinámica de los trastornos emocionales y psicosomáticos, se hace cada vez más evidente que no se descubrirá una cura de la noche a la mañana para ellos en forma de un nuevo tranquilizante milagroso o un agente antidepresivo. Estos trastornos tienen sus raíces en el inconsciente profundo de los pacientes, y su tratamiento causal requiere una psicoterapia intensiva que pueda rastrear estos problemas hasta sus fuentes originales. Los estudios estadísticos indican que los trastornos emocionales muestran un aumento continuo en la mayoría de los países del mundo. Esto presenta un dilema muy grave desde el punto de vista de su tratamiento y prevención eficaces. Una psicoterapia sistemática, como el psicoanálisis u otras formas de enfoques orientados al análisis, es un procedimiento que requiere mucho tiempo. Solo una pequeña fracción de los pacientes tiene acceso a ella desde el punto de vista económico y, 19

El viaje sanador

aunque pudiera superarse este obstáculo, habría que multiplicar el número de psiquiatras y psicólogos para satisfacer la demanda de este tratamiento especializado. Es comprensible que, en estas circunstancias, se haya invertido mucho esfuerzo en el desarrollo de métodos que podrían intensificar y acortar el proceso psicoterapéutico. Sin embargo, ninguno de los enfoques que se han desarrollado en el pasado ha cumplido con los criterios necesarios para una psicoterapia breve eficaz. En los últimos decenios, dos corrientes relativamente independientes de la experimentación y la investigación parecen haber dado resultados prometedores. La primera de ellas es el uso de agentes químicos como complemento de la psicoterapia. Tras la experimentación del narcoanálisis, por lo general decepcionante, con el uso del pentotal y el amobarbital, esta estrategia ha vivido un verdadero renacimiento tras el descubrimiento del LSD y de algunos otros psicodélicos. La segunda innovación importante ha sido el desarrollo de nuevas técnicas psicoterapéuticas experienciales, como grupos de encuentro, la práctica de gestalt de Fritz Perls, la bioenergética de Alexander Lowen, la terapia Radix de Charles Kelley, las sesiones maratonianas, la imaginería afectiva guiada de Hanscarl Leuner, y otros. Claudio Naranjo es un destacado representante de ambas corrientes, y su síntesis de la psicoterapia asistida por drogas y las nuevas técnicas experienciales parece ofrecer un interesante enfoque del problema de la terapia breve. Durante muchos años, ha estado estrechamente relacionado con el Instituto Esalen en Big Sur, California, que ha sido la cuna de muchas de las nuevas técnicas experienciales. Dirigió muchos seminarios de fin de semana y talleres experienciales en Esalen y tuvo 20

Prefacio

una interacción e intercambio de información mutuamente enriquecedora con los profesores residentes y miembros de la facultad invitados, muchos de los cuales son pioneros en diversas y nuevas técnicas de psicoterapia. Como discípulo directo de Fritz Perls, Claudio ha dominado la terapia gestalt, la ha utilizado con éxito en su trabajo y ha hecho contribuciones originales a su teoría y práctica. Su actividad no se ha limitado a California; es bien conocido como conferenciante y facilitador de seminarios en muchos centros de crecimiento a lo largo de Estados Unidos. La experiencia de Claudio Naranjo con las sustancias psicoactivas es aún más impresionante que su trabajo con las nuevas técnicas psicoterapéuticas. A lo largo de los años, ha experimentado con más de treinta compuestos, principalmente psicodélicos y derivados de las anfetaminas, como complemento de la psicoterapia. Hizo un viaje especial en canoa por el río Amazonas para conectarse con los indios sudamericanos y estudiar su uso de la ayahuasca o yagé,1 un brebaje que induce visiones, hecho a partir de una enredadera psicoactiva de la selva (Banisteriopsis caapi) mezclada con varias otras plantas psicoactivas. Trajo muestras de los ingredientes de este brebaje psicodélico y publicó la primera descripción científica de los efectos de sus principales alcaloides activos. Aunque ha trabajado con todos los psicodélicos clásicos, su contribución única es en el área de las sustancias psicoactivas nuevas o menos conocidas. 1. Una enredadera sudamericana, que contiene harmalina y otros alcaloides, utilizada por los chamanes como parte de su iniciación y prácticas. 21

El viaje sanador

En los últimos años, Claudio ha estado viajando entre Estados Unidos y su Chile natal, un país que impone menos restricciones a la investigación sobre drogas. Esto le permitió experimentar con muchos compuestos nuevos, que no son conocidos por los profesionales de Estados Unidos. Ha realizado un trabajo pionero con varias de estas sustancias y ha publicado los primeros informes científicos existentes sobre sus efectos. En una época en que la experimentación con psicodélicos es llevada a cabo principalmente por adolescentes y personas no profesionales, o por profesionales de la salud mental que basan sus opiniones en los titulares de los periódicos sensacionalistas, Claudio ha sido capaz de dar continuidad a una investigación psiquiátrica sobria y altamente cualificada. Además de ser uno de los pocos profesionales que trabajan sistemáticamente en este campo, ha podido realizar varias contribuciones científicas importantes y originales. Debido a su rica experiencia con varias sustancias psicodélicas, dispuso de suficiente evidencia experimental para desarrollar los inicios de una taxonomía de estados de consciencia no ordinarios. Aunque se requiera mucho más trabajo experimental en esta área, Claudio sin duda ha sentado las bases para una psicoterapia selectiva y específica asistida por drogas. En el futuro, tal vez sea posible elegir, de entre un grupo de medicamentos psicodélicos disponibles, la sustancia que mejor se adapte a los problemas particulares del paciente y combinar sus efectos con la técnica psicoterapéutica más apropiada. La posibilidad de ese enfoque selectivo es evidente a partir de la delimitación de los efectos específicos de diversas sustancias descritas en este libro. También está muy claramente ilustrado por las historias de casos resumidos. 22

Prefacio

Probablemente, la contribución más significativa de la labor experimental de Claudio Naranjo es la investigación de nuevas drogas, claramente diferentes de los psicodélicos clásicos. Estos compuestos parecen ser mucho más fáciles de trabajar, ya que no tienen efectos desorganizadores profundos en la psique como puede ser el caso del LSD, la mescalina o la psilocibina. El estado al que inducen estas drogas puede aprovecharse para un análisis profundo, pero son mucho más fáciles de manejar tanto por el paciente como por el terapeuta. Por esta razón, Claudio no las incluye automáticamente en la antigua categoría de alucinógenos o psicodélicos, sino que acuña para ellas nuevos y específicos términos como potenciadores de los sentimientos y potenciadores de la fantasía. Una descripción de todas las contribuciones positivas de este libro no estaría completa sin mencionar el profundo conocimiento de Claudio de los antiguos sistemas religiosos. Le ha ayudado a salvar la brecha entre la sabiduría antigua y la ciencia moderna, por un lado, y el conflicto aparentemente irreconciliable entre la psicoterapia dinámica y la guía espiritual, por el otro. La reformulación moderna del concepto del potencial curativo de la agonía y el éxtasis y la discusión de la relación entre el crecimiento emocional en la psicoterapia y el crecimiento espiritual bajo la guía de un maestro religioso, pertenecen a las secciones más interesantes de su libro. La riqueza de los ejemplos clínicos que ilustran los efectos de las sustancias descritas, así como las diversas técnicas de manejo de situaciones terapéuticas difíciles, añaden una dimensión particularmente interesante a este libro. Estas observaciones tienen sin duda un valor independiente de los efectos farmacológicos de las drogas con las que ha trabajado 23

El viaje sanador

Claudio Naranjo; hacen de esta publicación un manual práctico de psicoterapia avanzada. El viaje sanador es un tesoro de información excitante y estimulante sobre investigaciones innovadoras. Es un libro necesario para todos los estudiantes serios de la consciencia y de la psique humana interesados en innovaciones en psicoterapia, psicofarmacología, psiquiatría experimental y psicología de la religión. Debido a su inusual claridad, también será una herramienta indispensable para los legos inteligentes que buscan información fiable en estos campos. Stanislav Grof Jefe de Investigación Psiquiátrica Centro de Investigación Psiquiátrica del Estado de Maryland Octubre de 1970

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prólogo (1973) sondear el espacio interior

Este libro se completó a principios de 1970, mientras hacía los preparativos para un viaje que, pensé, podría ser (y en cierto sentido así ha sido) sin retorno. Dejaba atrás treinta y siete años de una vida marcada por el estudio de la música, la filosofía y la medicina, y por la búsqueda de la piedra filosofal. Había sido un eterno estudiante, siempre insatisfecho y deseoso de ir más allá de los límites, hasta el punto de que mi erudición suponía el aplazamiento de otros aspectos de mi vida. No había hecho mucho (o, en cierto sentido, nada), ya que estaba muy ocupado queriendo saber más. Sin embargo, en esta ocasión en particular (es decir, antes de embarcarme para Arica, Chile, el 1 de julio de 1970), necesitaba saldar mis cuentas con la vida como si estuviera a punto de morir; necesitaba hacer mi testamento, por así decirlo. Un aspecto de ello fue dar expresión a lo que aprendí, y apenas di a conocer, durante mi vida como médico dedicado a la investigación clínica en psicofarmacología. Sentía que como experimentador —es 25

El viaje sanador

decir, como alguien que elegía por tema el estudio de lo desconocido—, tenía el deber de comunicar mis observaciones. Solo de esta manera, sentía, podría cerrar la puerta a este capítulo de mi vida, si la experiencia que había acumulado podía ser útil para otros. Tal vez estaba siendo compulsivamente filantrópico o poseído por el engreimiento de pensar de esa manera. Sin embargo, al volver a considerar el libro, después de haberlo dejado envejecer durante varios años en un cajón, creo que puede resultar una obra útil, ya que se ha escrito poco para el público en general sobre el campo de la psicoterapia asistida por fármacos, y la información sobre los potenciadores de los sentimientos y la fantasía de los que hablo se ha limitado a unos pocos artículos en revistas científicas. Aunque terminé este libro en 1970 en California, el trabajo descrito en él se llevó a cabo en su mayor parte entre 1965 y 1966 en Santiago de Chile, donde también escribí el capítulo de la MDA y concebí el libro sobre las cuatro drogas. Yo era en ese momento psiquiatra investigador en el pionero Centro de Estudios de Antropología Médica de la escuela de medicina de la Universidad de Chile. La creación de este departamento había sido obra de la iniciativa del profesor emérito de fisiología, el Dr. Franz Hoffman, que treinta años antes había fundado el primer instituto de fisiología de Chile. Fue un hombre que, a los sesenta años, descubrió que la investigación fisiológica no lo era todo, y al abrir los ojos a lo trascendente, despertó de pronto a la dolorosa realidad de la deshumanización de la medicina. El Centro de Estudios de Antropología Médica surgió en un intento de diagnosticar cuidadosamente este proceso de deshumanización, investigar sus aspectos teóricos y prácticos, y repararlo. La forma en que 26

Sondear el espacio interior

la búsqueda de este objetivo me llevó a la investigación descrita en estas páginas podría ser una larga historia y, sin embargo, es una muy simple, condensada en la afirmación de que el Dr. Hoffman creía en un enfoque orgánico más que organizativo en la dirección del Centro, y esto, en él, implicaba la fe de que el mayor bien resultaría del apoyo de las iniciativas y estilos individuales. Mi propia iniciativa y estilo fue la de explorar los posibles efectos revitalizadores de las drogas que parecían, al menos momentáneamente, abrir vías de expresión esenciales y dejar en suspenso los esquemas perceptivos arraigados y los hábitos condicionados de respuesta de un individuo. Estoy profundamente agradecido por la oportunidad que el Dr. Hoffman y la Universidad de Chile me dieron para hacer lo que más deseaba durante nueve años de mi vida, unos años que no solo fueron productivos en sí mismos, sino que también aportaron la base de todas mis comprensiones posteriores. La atmósfera de gran relajación que ofrecía este contexto de trabajo me permitió enfrentar plenamente lo que no conocía; la ausencia de distracciones me permitió obtener experiencia de primera mano sobre las cosas; y la falta de tirones externos o de empujones me permitió acelerar, paradójicamente, mi actual exploración del espacio interior: una actividad que en ese momento experimenté con frecuencia como un salto confiado y, a la vez, arriesgado hacia lo desconocido. El único aspecto del libro que ahora, varios años después, podría sentirme tentado de cambiar es la tendencia a interpretar mis «curas» como demasiado definitivas. Ahora preferiría considerarlas como pasos importantes hacia el objetivo de disolver el carácter compulsivo o la estructura de la personalidad condicionada. 27

El viaje sanador

Los cuatro agentes farmacológicos de los que hablo en este libro pertenecen a dos clases: potenciadores de los sentimientos y potenciadores de la fantasía, que tienen en común la característica de ser psicodélicos no psicotomiméticos. Las dos palabras ‘no psicotomimético’ y ‘psicodélico’ evocan, más allá de sus denotaciones específicas, connotaciones contrastantes. ‘Psicotomimético’ y ‘psicodélico’ han sido los términos generalmente empleados por diferentes personas y en el contexto de actitudes características. ‘Psicotomimético’ (es decir, sustancias que inducen estados que imitan la psicosis) era un concepto que surgía de la esperanza, en la mente de los médicos y científicos, de que la psicosis pudiera inducirse experimentalmente y controlarse de manera que pudiera comprenderse a fondo y se encontrara una respuesta para su curación. Sin embargo, como esta posibilidad entrañaba un peligro, la palabra pronto adquirió la connotación de una advertencia, una señal roja y, por extrapolación, un valor negativo. ‘Psicotomimético’, por lo tanto, pasó a ser la palabra «estirada» para ‘psicodélico’. ‘Psicodélico’ (que deriva su significado del griego delos, «manifiesto», y por lo tanto es sinónimo de «manifestación de la mente»), el término introducido en los años cincuenta por el Dr. Humphrey Osmond, uno de los investigadores pioneros en el nuevo campo, conservaba la connotación de valor positivo. A diferencia de ‘psicotomimético’, que sigue siendo el lenguaje del profesional, ‘psicodélico’ se convirtió en el lenguaje del lego, que en ese momento se inclinaba más a ver el aspecto positivo de las experiencias provocadas por las nuevas drogas. Durante todo este tiempo, una controversia se fue cociendo a fuego lento, hirvió y luego casi se evaporó sin 28

Sondear el espacio interior

solución: ¿las drogas en cuestión son esencialmente psicotomiméticas o esencialmente psicodélicas? Afortunadamente, en los años sesenta se introdujeron sustancias en las que las propiedades psicodélicas y psicotomiméticas no coexisten. Debido a que las cuatro drogas con las que he tratado en este libro son psicodélicos no psicotomiméticos (es decir, sustancias que expanden la mente y no provocan manifestaciones psicóticas, excepto en una comprensión metafórica o pickwickiana de la psicosis), ofrecen un interés muy especial para el clínico. Se sitúan en un dominio propio, que se encuentra entre el de las sustancias que no son lo suficientemente psicodélicas (en el verdadero sentido del término) como para ser útiles —como la escopolamina, la anfetamina o el pentobarbital— y el de las sustancias demasiado psicotomiméticas, difíciles de manejar y potencialmente peligrosas. Debido a la naturaleza de las experiencias provocadas por los potenciadores de los sentimientos y los potenciadores de la fantasía, los protocolos de las sesiones que cito a lo largo del libro no son cualitativamente diferentes de los de mi práctica psicoterapéutica en general durante el mismo periodo. Su característica distintiva, cuando se contrasta con los antecedentes de mi práctica general, es su densidad experiencial, el grado en que están preñados de significado. Podría decirse que los agentes farmacológicos empleados han actuado como catalizadores o lubricantes psicológicos, eliminando los obstáculos, facilitando una actitud de apertura a la experiencia. Sin embargo, quisiera señalar que los resultados que he descrito no son independientes de un ingrediente personal y no son necesariamente obtenibles por cualquiera que emplee 29

El viaje sanador

los cuatro fármacos en psicoterapia. La intuición, la experiencia y los datos de investigación de la literatura me llevan a aceptar la opinión ampliamente compartida de que los resultados psicoterapéuticos son inseparables de un ingrediente personal. Además, soy consciente de que ha sido mi estado, más que mis habilidades e información acumuladas, lo que ha representado la influencia más determinante en las sesiones que he llevado a cabo. Uno de los aspectos más importantes de las drogas psicodélicas, sean o no potencialmente psicotomiméticas, es que abren a la persona a influencias sutiles, que pueden ser una bendición o una maldición. Si las drogas descritas en este libro llegan a ser aceptadas por la profesión médica, creo que deberían estar sujetas a algún control que asegure que son usadas por aquellos con cualificaciones psicológicas, experienciales y técnicas, como ha sido propuesto por el profesor Joel Elkes, de la Universidad Johns Hopkins, y también por el personal del Centro de Investigación Psiquiátrica del Estado de Maryland en su programa de entrenamiento de astronautas del espacio interior. Aunque no se informa aquí, en mis investigaciones utilicé controles que contribuyen a fundamentar mi descripción de los efectos cualitativos distintivos de las cuatro drogas. He informado de la investigación sobre la harmalina en un capítulo sobre los alcaloides de la harmalina publicado en Ethnopharmacological Search for Psychoactive Drugs, editado por Bo Holmstedt y publicado en 1967 por el Department of Health, Education, and Welfare (Departamento de Salud, Educación y Bienestar) de Washington; también se ha publicado anteriormente información más detallada sobre la MDA, en Psychopharmacology 5:103-107, en un artículo que apareció 30

Sondear el espacio interior

en 1971. No he publicado los datos correspondientes a las otras dos substancias, que se encuentran actualmente en un almacén en Chile, en una montaña de papel que llena varias cajas. Por lo tanto, me disculpo por no decir más en este momento aparte de que he dado ibogaína y MMDA a un número suficiente de personas a las que también les he dado LSD o mescalina o MDA o harmalina para cerciorarme acerca de la consistencia de los informes. También puedo añadir que el noventa y nueve por ciento de los que han experimentado los efectos de la ibogaína o la harmalina manifiestan que el efecto es tan inequívocamente distinto del de los potenciadores del sentimiento y los psicodélicos comunes que han considerado ese criterio de experiencia como prueba suficiente de una diferencia objetiva en los efectos de las drogas. Personalmente, comparto con Gordon Allport la opinión de que la psicología pasará cada vez más de una mentalidad estadística unilateral al estudio detallado y naturalista de los individuos. Creo que la autoconciencia es contagiosa, y los momentos de autodescubrimiento, una vez que se comunican adecuadamente, pueden ser un regalo de la consciencia a los demás. Nada como este hecho ha llevado tanto a la actual popularización de la literatura psicológica. El verdadero lenguaje de la psicología no es el latín, sino el simple romance. Si no me he equivocado al afirmar que las experiencias registradas aquí están cargadas de significado, que se conviertan en parte de nuestra conciencia común, y que contribuyan al despertar del lector individual. Una última y breve nota: quiero expresar mi deuda para con Frank Barron, Leo Zeff, Stanislav Grof, Michael Harner, Carlos Castaneda, Don Juan y los chamanes del mundo. 31

El viaje sanador

Espero y deseo que este libro contribuya al logro de la paz, la alegría y la armonía en la tierra. Claudio Naranjo Kensington, California Marzo de 1973

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i el potencial sanador de la agonía y el éxtasis: las drogas en psicoterapia

La asociación entre la aparición de estados alterados de consciencia y los cambios en la personalidad se ha conocido probablemente en todos los tiempos. Los chamanes de muchas regiones inducen estados de trance para que se produzca la curación; los místicos suelen experimentar estados «visionarios» en el momento de su «conversión»; los pacientes en las últimas etapas de psicoanálisis a veces alucinan o exhiben otras manifestaciones psicóticas transitorias. El uso deliberado de estados alterados de consciencia en la labor terapéutica se inscribe sobre todo en el ámbito de la hipnoterapia y de la utilización de drogas psicotrópicas. También, recientemente ha surgido un interés por la noción de «desintegración positiva» (Dabrowski) y el valor de la experiencia psicótica cuando se asimila adecuadamente, siendo la experiencia con drogas, con mucho, el método de más amplia aplicabilidad. 33

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Las primeras drogas que se emplearon ampliamente para facilitar la intención terapéutica fueron los barbitúricos y las anfetaminas. El barbitúrico intravenoso fue empleado por primera vez por Laignel-Lavastine (1924) como un medio de «revelar el inconsciente», y más tarde se convirtió en la base de los procedimientos conocidos como narcoanálisis (propuesto por J.S. Horsley, 1936), narcosíntesis (Grinker) y otros. El primer uso de un estimulante central como complemento de la psicoterapia parece haber sido el «shock anfetamínico» de J. Delay, seguido del «Weckanalyse» de Jantz. Antes de esa época, Myerson (1939) había descrito el uso combinado de benzedrina intravenosa y amital sódico, pero el interés por este procedimiento aumentó notablemente en los años cincuenta, cuando las anfetaminas intravenosas pasaron a utilizarse con mayor frecuencia. Después de los estimulantes y los tranquilizantes, los alucinógenos se convirtieron en un objeto de interés como facilitadores de la psicoterapia. A la experimentación clínica de Federking (1947) con pequeñas o medianas dosis de mescalina siguieron la de Abramson, que abogó por el uso de pequeñas dosis de LSD-25 en el curso del tratamiento psicoanalítico por el estado mental inducido por la droga, y la de Sandison, que aportó una perspectiva junguiana al proceso. En los años siguientes no solo aparecieron drogas cualitativamente similares (psilocibina y otras triptaminas), sino también formas disímiles de abordar el estado mental que estas provocaban. Fuera del campo de la medicina, muchos quedaron impresionados por el valor espiritual intrínseco de la «experiencia psicodélica» y se sintieron más interesados en ella que en cualquier aplicación terapéutica. En particular, Aldous 34

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Huxley tuvo una gran influencia al llamar la atención sobre los aspectos religiosos y estéticos de estas drogas. Otros consideraron que tales estados no eran ajenos a la cuestión del cambio de comportamiento, sino que, de hecho, son la clave para el cambio, y por lo tanto diseñaron su procedimiento y entorno de manera que se maximizara la probabilidad de vivir experiencias cumbre. Esta fue, por ejemplo, la forma en que Hoffer y Osmond abordaron su tratamiento de alcohólicos en Saskatchewan y en que el grupo de Harvard llevó a cabo su proyecto de rehabilitación en una prisión de Massachusetts. Las drogas sobre las que trato en este libro son solo algunas de las descubiertas o redescubiertas en años posteriores, y sugieren que estamos viendo solo el comienzo de las posibilidades de provocar estados de consciencia específicos distintos del habitual. Por otra parte, las drogas que ya conocemos —estimulantes, tranquilizantes, alucinógenos y las que se describirán en los siguientes capítulos— indican que no es un estado mental particular el que puede ser ventajoso para la exploración psicológica o la interacción terapéutica: cualquiera de una serie de alteraciones inducidas artificialmente en el patrón habitual de la personalidad de un individuo puede constituir una ventaja única para romper los círculos viciosos de la psique, poniendo de relieve dominios desconocidos del sentimiento o el pensamiento, o facilitando experiencias correctivas, en las que las funciones subdesarrolladas se estimulan temporalmente o las sobredesarrolladas se inhiben. Las cuatro drogas de las que trata este libro pertenecen, tanto químicamente como en términos de sus efectos subjetivos, a dos grupos. El de las fenilisopropilaminas, que comprende la MDA y la MMDA, y que se caracteriza principalmente 35

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por sus efectos de mejora de la sensación, agudización de la atención, aumento de la fluidez en las asociaciones y la comunicación. El otro, el de los indoles policíclicos (ibogaína, harmalina) bien podría denominarse, por sus efectos, oneirofrénico, término que Turner sugirió para los alcaloides harmala. Su efecto en la mayoría de los sujetos es el de provocar vívidas secuencias oníricas que pueden ser contempladas mientras se está despierto con los ojos cerrados, sin pérdida de contacto con el entorno ni alteraciones del pensamiento. Sin embargo, la cualidad que hace que las drogas de ambos grupos sean valiosas para la psicoterapia es la de facilitar el acceso a procesos, sentimientos o pensamientos que de otro modo serían inconscientes, cualidad que merece ser llamada «psicodélica» en el sentido de la palabra pretendido por Osmond: «Manifestación de la mente». Dado que se diferencian de los alucinógenos en que no provocan los fenómenos de percepción, despersonalización o cambios de pensamiento característicos de estos últimos y, sin embargo, comparten con ellos una intensificación de la conciencia, bien podrían denominarse psicodélicos no psicotomiméticos. No solo existen claras diferencias entre los diversos tipos de drogas psicotrópicas, sino también características individuales en el efecto de cada una, y una variedad de posibles síndromes que cada una de ellas puede provocar. A veces puede ser difícil discernir algo en común entre las diferentes reacciones posibles a la misma sustancia, pero en otros casos podemos descubrir que lo que parece ser muy diferente es solo una presentación distinta del mismo proceso. Así como la pérdida de ego que provoca el LSD puede experimentarse como un éxtasis de unidad con todas las cosas o bien como un 36

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aferramiento desesperado a una identidad tenue, el miedo al caos y a la locura, también la mayor conciencia realista del presente que provoca la MMDA puede experimentarse como una plenitud serena o, para quien no esté preparado para afrontar el momento, como una ansiedad atormentadora, una vergüenza, una culpa. El número de síndromes típicos provocados por cada droga es superior a dos, ya que también depende de los tipos de personalidad, y cada uno de ellos exigirá cierta especificidad en el enfoque psicoterapéutico óptimo. Sin embargo, gran parte de la actitud del terapeuta hacia la situación dependerá de su comprensión de la dimensión implícita en los contrastes arriba mencionados. Es una polaridad de placer-dolor, así como de la integración de la personalidad frente a la desintegración en este momento, y de tal cosa quiero tratar en las siguientes páginas.

Experiencia cumbre frente a aumento de la patología Al parecer, todas las drogas psicoactivas, desde los barbitúricos hasta la ibogaína, pueden provocar estados mentales placenteros o desagradables, estados que parecen más deseables que los habituales y otros que se caracterizan no solo por el sufrimiento sino por la falta de un buen pensamiento, de acciones apropiadas o de una percepción precisa de la realidad. Huxley ha descrito algo del característico «cielo e infierno» de la mescalina, y esas palabras se han convertido en estándar para muchos de los que están familiarizados con los efectos de los alucinógenos similares al LSD. No obstante, hay tantos 37

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cielos e infiernos como drogas. La reacción de un individuo determinado a lo largo del continuo puede depender en parte de su constitución. Así, Sheldon ha señalado que el somatotónico activo y enérgico tiende a reaccionar al alcohol volviéndose más activo o agresivo, el viscerotónico más sociable, más emocional y hablador, y el cerebrotónico introvertido, más retraído y melancólico. Sin embargo, cualesquiera que sean los rasgos de personalidad que a menudo pueden predisponer a una determinada reacción ante una u otra droga psicoactiva, para los casos que se examinan en el libro está suficientemente claro que un determinado individuo puede mostrar reacciones de diferentes tipos en diversas ocasiones en que se le administre, y también en momentos distintos durante el curso de una misma sesión. Además, parece bastante seguro que la obtención de una experiencia «celestial» o «infernal» dependerá en gran medida de la actitud de la persona en el momento, el entorno, la relación con el terapeuta y la intervención de este durante la sesión. Y puesto que esto permite cierto grado de deliberación en la elección de una experiencia de un tipo u otro, es deseable comprender qué valor puede tener cada una de ellas para el objetivo de la psicoterapia. ¿Cuál es la naturaleza de estas experiencias, en primer lugar —la «positiva» y la «negativa»—, y qué es lo que las hace agradables o desagradables? La gama de experiencias cumbre, tanto en la vida ordinaria como en las condiciones psicofarmacológicas en general, comprende una variedad de estados que, yo sugeriría, tienen en común el hecho de ser momentos en los que se descubren o se contacta con valores esenciales. 38

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Usamos la palabra ‘valor’ de varias maneras. Más que indicar diferentes tipos de valor, estas apuntan a procesos psicológicos totalmente diferentes que pueden dar lugar a juicios de valor. A una de estas maneras propondría que la llamáramos valor ‘normativo’, ya que aquí el ‘valor’ consiste en la aceptación o el rechazo de algo (persona, acción, objeto, obra de arte, etc.) según una regla preestablecida. Dicha regla puede ser implícita o inconsciente, es decir, darse como el proceso de equiparar la percepción continua con algo contrario. Puede consistir en una determinada norma de «buen gusto», una noción de cómo debería ser una buena persona, en qué consiste la buena vida, etc. En este proceso de atribución de valor, el ‘valor’ es una idea-sentimiento-acción que depende de la naturaleza de la experiencia o el condicionamiento pasados. Pero cuando nos gusta el sabor de una manzana, cuando disfrutamos de respirar aire fresco, o tenemos una verdadera experiencia de belleza, amor o arrebato místico, el valor no es algo calculado a partir de la coincidencia o no coincidencia de la experiencia en curso con un estándar, sino el descubrimiento de algo que parece vivir en el momento y que posiblemente era desconocido antes. Y, además, las normas han encontrado generalmente origen en tal descubrimiento del valor antes de que cualquier norma existiera... «Y Dios vio que era bueno». La variedad de experiencias de valor intrínseco puede entenderse como un continuo o una progresión que va desde el nivel más simple de deleite sensual hasta el nivel más abarcador de arrebato místico. El primero es el dominio del verdadero placer, que debe diferenciarse de la mayoría de las experiencias que normalmente consideramos placenteras. Estas constituyen no tanto el descubrimiento de un valor intrínseco sino el 39

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alivio de los puntos finales de tensión del disgusto (sed, hambre, etc.). El disfrute de las impresiones sensoriales no está ligado a la necesidad o al instinto, sino que, como todo valor intrínseco, se experimenta como algo que pertenece al ‘objeto’ mismo (el color, el sabor, el sonido, etc.) y por lo tanto parece gratuito. Podría considerarse como la forma más elemental de amor, en el sentido de que trae consigo una apreciación, un decir sí a la realidad en su detalle, en su tejido o en su materia, más que en sus formas específicas o en los seres constituidos por ella. Esta es la cualidad que, en el dominio del sonido, Stokowski ha llamado el cuerpo de la música, en contraposición al alma de la música, y que tiene una belleza propia, al igual que el cuerpo de una persona. Pero el alma del arte está en el dominio de la belleza propiamente dicha, que difiere del placer no solo en su calidad sino en su objeto. Mientras que este último consiste en el disfrute de impresiones sensoriales aisladas, en la belleza es el conjunto lo que se aprecia: un objeto, un símbolo o una persona ciertamente dotados de cualidades sensoriales pero no definibles en términos de estas. Así como una buena música puede ser tocada en un instrumento de baja calidad tonal, una pintura sin valor puede ser hecha con los más bellos colores. Lo que una cualidad sensorial es para el placer, y lo que una configuración entera es para la belleza, un ser es para el amor. Y como una cosa es más que sus cualidades sensoriales, un ser es más que su corporeidad. De igual manera que una persona tiene un cuerpo o se expresa a través del cuerpo, el espíritu que concibe una obra de arte habla a través de ella pero es diferente de su forma particular. Y cuanto más nos adentramos en una obra, más nos aproximamos al encuentro 40

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con el espíritu del autor transmitido por su estilo. En verdad, una de las experiencias más profundas en la percepción del arte es la del amor por el ser expresado en él, ya sea el de Bach, Dostoievski, Van Gogh, o el de quien ha creado a partir de un espíritu y no solo ha decorado el espacio y el tiempo al azar (pero para encontrar tal espíritu verdaderamente, debemos ser uno, en lugar de una sucesión de sucesos aleatorios en ese lugar que llamamos ‘yo’). Y cuando amamos un objeto, es también un ser para nosotros, más allá de su apariencia física, que puede ser hermosa o no. Tal vez fue el amor por todas las cosas lo que hizo que Gauguin dijera: «Una cosa no siempre es bonita, pero siempre es hermosa». No digo que haya en los objetos algún tipo de objeto-alma, sino que solo señalo la calidad de nuestra propia experiencia posible. En un caso, el objeto es solo un agregado de cualidades físicas, y en el otro, lo personificamos hasta cierto punto y nos relacionamos con él como un ser, un individuo, a veces implícitamente, como cuando lavamos un plato con amoroso cuidado, o más o menos explícitamente cuando no queremos separarnos de un querido suéter viejo. Así como un ser es el objeto del amor, ser en sí mismo es el objeto de los sentimientos que transmiten las palabras santidad y sacralidad, la maravilla de existir, no importa en qué forma, el milagro y el don de esa afirmación que creó este mundo: ‘Existencialidad’, como Huxley traduce la Istigkeit de Eckhardt. Y así como no estamos dotados para encontrar la belleza en todas las formas o para amar a todos seres, también estamos limitados en el sentido de que podemos sentir el ser solo a través de ciertos seres, ciertas cosas, sonidos, personas; estos 41

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agitan nuestra religiosidad intrínseca, que puede o no estar relacionada con la idea de Dios o las concepciones religiosas convencionales. Si las experiencias cumbre son aquellas en las que se encuentran los valores intrínsecos —que van desde la afirmación más elemental de los datos perceptivos, a través de la belleza y el amor, hasta la afirmación de la experiencia en sí misma, el terreno común de las cosas—, entonces, ¿cuál es el otro extremo del continuo cielo/infierno? Superficial o descriptivamente, esto corresponde al realce de los síndromes que son bien conocidos en la tradición psiquiátrica: manifestaciones psicosomáticas o de conversión, reacciones de ansiedad o depresión, amplificaciones de la patología del carácter, estados transitorios de delirio o catatonia, y un largo etcétera. Más profundamente, me gustaría proponer que estos estados son solo el producto final de una negación de los valores intrínsecos. La valoración, la apreciación en todas las formas y a todos los niveles, es una fuerza provida que no solo afirma el mundo sino que constituye nuestra única forma de vivir verdaderamente. Y de la misma manera que existe ese sí a la vida, existe un no activo, una fuerza de negación que corre una cortina sobre la alegría intrínseca de la existencia, nos hace incapaces de amar e «infieles» a los sentimientos que nos llevarían a adorar la existencia en sí misma. Una droga solo hace que un aspecto de la psique de una persona se manifieste más. Según la capacidad del individuo para aceptarlo o no, estará en contacto con un valor o en conflicto entre su tendencia optimizada y su subjetividad de negación. Ese conflicto puede conducir naturalmente a la represión, 42

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a la expresión simbólica sustitutiva a través del cuerpo o la mente, a formaciones reactivas, a la ansiedad respecto a soltar. Sin embargo, esa experiencia no carece de valor porque entraña un choque tan inusual y a menudo dramático de las fuerzas de la personalidad que el conflicto puede así quedar expuesto, ser comprendido y finalmente resuelto. Exponer el conflicto —un conflicto que es básicamente el de ser o no ser, el de estar a favor o en contra de uno mismo— equivale a exponer al «monstruo» de la mente en la que se originó la fuerza de negación. La resolución del conflicto, que es lograr la unidad, puede compararse con el asesinato del dragón en los mitos clásicos y la adquisición de su poder o, alternativamente, con la doma de la bestia, en virtud de la cual sus energías moribundas se ponen ahora al servicio de la vida. El proceso del «descenso» a lo patológico, caótico y destructivo como medio de integración personal no es un descubrimiento de la psicoterapia contemporánea. Podemos encontrarlo, por ejemplo, explícitamente reconocido por Dante en la concepción de su Divina comedia. El poema comienza cuando el autor, en la mitad de su vida, se encuentra perdido «en un bosque oscuro» en el que ha entrado «mientras dormía». Él vislumbra la «alta montaña» en la distancia y quiere escalarla y así alcanzar su meta más elevada. Pero esto no es posible. Tres bestias feroces (diferentes transformaciones de la misma) obstruyen sucesivamente su camino. Su guía, el poeta latino Virgilio, aparece entonces para decirle que tal «camino directo» es imposible y que primero debe pasar por el inframundo. Luego, Dante cuenta cómo siguió a su guía y tuvo que contemplar una tras otra las diferentes aberraciones del ser humano hasta que, mucho más tarde, habiendo pasado por el 43

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infierno y el purgatorio, se le dice que estas constituyen «enfermedades del amor», «el amor que mueve el sol y las otras estrellas». Y el proceso que Dante describe en la Comedia es muy relevante para lo que podemos decir sobre la utilización de las experiencias «infernales» provocadas por las drogas. Es la comprensión tradicional de la forma contemplativa en el desarrollo espiritual. Todas las pasiones son vistas y reconocidas como diferentes del ‘yo’, el centro de la propia existencia. No sin estrés o dolor, Dante se enfrenta a las diferentes escenas del infierno, y en ocasiones es incapaz de permanecer consciente ante la conmoción («e cade como corpo morto cade»), pero mantiene una actitud desapegada y deja todo atrás. La presencia o consciencia es, de hecho, el único elemento que la mayoría de los psicoterapeutas de hoy en día indicarían como el motor esencial de la transformación. La consciencia de nuestros procesos es lo que puede ponerlos bajo nuestro control, hacerlos «nuestros». Y, paradójicamente, en el acto de ser conscientes no solo somos «eso», sino una entidad más abarcadora que puede seguir existiendo con o sin «eso». «El espíritu es la libertad», dice Hegel. Esta es la diferencia entre el infierno y el paraíso de Dante, así como entre el principio y el final de una psicoterapia exitosa. Porque el infierno y el paraíso no se diferencian en las fuerzas que allí se retratan: así como hay un infierno de lujuria, también hay en la Comedia un círculo en el paraíso donde moran los espíritus amantes, y al infierno de la ira corresponde el de los espíritus militantes; al de la gula, el de los glotones del maná celestial, y así sucesivamente. La diferencia radica únicamente en que, lo que en el infierno se manifiesta como una pasión (algo «sufrido» pasivamente), es 44

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en el paraíso una «virtud», del indoeuropea vir: fuerza, energía, y también del latín vir: hombre. El efecto transformador de la consciencia en los procesos de la vida es una transmutación por la cual se convierten más, y no menos, en lo que son. Es como si el estado de consciencia descrito como «infierno» fuera uno en el que nuestras energías, al no saber lo que realmente quieren, perdiendo sus verdaderos objetivos, hubieran extraviado sus canales naturales. Cuando cada parte del hombre recuerda lo que realmente quiere, la enfermedad se convierte en salud, y lo que una vez fue una parodia de la vida se convierte en una cualidad que antes había sido una mera sombra. El viaje a través de los infiernos químicamente abiertos no es diferente en esencia de la antigua forma de autoconocimiento ni del proceso que tiene lugar a través de la exposición a las modernas terapias de insight.1 Hay diferencias técnicas en los tres casos, pero la principal diferencia estriba en la intensidad del proceso, de modo que, bajo el efecto de las drogas, los meses pueden ser dramáticamente concentrados o condensados en horas. El proceso sigue siendo el mismo que en todas las «formas de crecimiento»: un acto de reconocimiento de lo que se ha evitado o alejado de los límites de la conciencia. Dado que lo que evitamos mirar es lo que tememos, esto debe ser un acto de valor. Y puesto que 1. Percatación o visión interna (a veces traducido inapropiadamente como «darse cuenta»), en terapia gestalt, mediante un insight, el sujeto capta, internaliza o comprende una verdad revelada, ya sea de un modo inesperado o después de un trabajo profundo, simbólico o generado mediante técnicas o herramientas de psicoterapia, o por cualquier otra vía de toma de conciencia. (N. del E.) 45

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mucho de lo que no permitimos entrar en nuestro campo de consciencia es doloroso, incómodo o humillante, la adquisición de tal autoconocimiento puede participar de estas mismas cualidades. El dolor o la angustia de algunas experiencias con drogas pueden entenderse como el dolor o el miedo condensado y concentrado de meses o incluso años de autodescubrimiento, y puede ser el precio inevitable que una persona tiene que pagar por ver su realidad. La experiencia nos dice que esa reacción es temporal, siendo el fin de la vía purgativa la autoaceptación, pero es dudoso que se pueda alcanzar ese fin sin comenzar por el principio, exponiendo las heridas que deben curarse: conflictos que deben reconciliarse, odio a sí mismo que debe reexaminarse, vergüenza y culpabilidad que debe trabajarse, y así sucesivamente. El hecho de que la curación se produzca demuestra que los problemas y las fuentes de sufrimiento han sido en cierto modo ilusorios. Si la intensificación de la conciencia provocada químicamente produce una mejora de la patología, ello se debe únicamente a que la normalidad se mantiene en parte a costa de la anestesia psicológica, y el ajuste suele ser de naturaleza de negación más que de trascendencia de la agitación interior. Sin embargo, un paso más en la toma de consciencia puede mostrar que toda esta patología que ahora queda al descubierto solo puede prosperar en la oscuridad, y que los conflictos que la causan son el resultado de la confusión, de la propia inconsciencia. La paradoja en la que se basa la psicoterapia es que el sufrimiento que evitamos se perpetúa simplemente a través de la 46

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evasión. Solo avanzando hacia el miedo y enfrentándose al monstruo que es la fuente de la agonía puede descubrirse que no hay ningún monstruo al que temer. Esto a veces encuentra una expresión dramática en sesiones en las que un individuo siente que va a morir realmente, pero, en el momento de ceder a la muerte, se despierta al éxtasis de una mayor vitalidad; o en otras en las que siente que se está volviendo loco, pero, cuando finalmente es capaz de entregar el control, descubre que esto solo era una expectativa catastrófica para él, que la caja de Pandora estaba realmente vacía, haciéndose obvio su impulso de control. Podemos conceptualizar el proceso como uno de comprensión de la distinción entre realidad e ilusión, como uno de «desintegración positiva» (Dabrowski) o, conductualmente, como uno de reacondicionamiento y «desensibilización» a través de la exposición a lo evitado en una atmósfera de apoyo, o de cualquier otro modo. Sin embargo, a efectos prácticos, parece claro que lo mejor que puede hacer el terapeuta es permanecer junto al viajero en el infierno, como hizo Virgilio con Dante, recordándole su objetivo, dándole valor para dar un paso adelante y ver, empujándolo incluso, cuando quiera retirarse por miedo. Creo que la comprensión de que el infierno no es un infierno debe venir de la realización interior, y no de un bien intencionado acomodamiento y lavado de cerebro, por lo que me encuentro una y otra vez diciéndoles a mis pacientes: «Quédate ahí». Permanecer en el infierno es la forma de atravesarlo, sea como sea. Aun así, más allá del infierno está el purgatorio, y los símbolos de Dante pueden ser tan relevantes para el proceso terapéutico tanto en este como en otros puntos. El infierno es un 47

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estado de impotencia y sufrimiento sin esperanza; el purgatorio es uno de los sufrimientos escogidos para alcanzar una meta. En el primero, el hombre es una víctima; en el segundo, un penitente. En el infierno, el hombre solo contempla su realidad, siendo, por así decirlo, inundado por la evidencia de su atrocidad. El purgatorio comienza cuando la vigilancia con los ojos abiertos ya no es una amenaza, pero sigue siendo un desafío para actuar. Este es el comienzo de la vía activa, en contraste con la vía contemplativa, y los dolores del purgatorio están en la naturaleza de la fricción entre la expresión de un ser y los obstáculos arraigados de su personalidad. Es un enfrentamiento con lo que solo puede ser confrontado o llevado a la conciencia a través del desafío de ir en su contra. En las imágenes de Dante es el ascenso a una montaña. En términos psicológicos, es el coraje de ser, de expresar la naturaleza esencial de uno a pesar de la oposición. En el contexto psicoterapéutico, y en particular en el de las drogas psicoactivas, la acción suele desarrollarse en el contexto social muy limitado de la relación con el psicoterapeuta, pero puede extenderse a los medios abstractos del arte o al dominio potencialmente ilimitado de la representación imaginativa. La importancia de la acción llevada a cabo en el medio de la imaginería visual o de la representación dramática explica el énfasis que se da a las técnicas de la terapia gestalt y de la ensoñación guiada en los casos que se presentarán a lo largo de este libro. Puede parecer obvio que el proceso de cambio interior deba comenzar con la inevitablemente dolorosa contemplación de aquellos aspectos de la presente realidad psicológica distorsionada que deben ser transformados. Sin embargo, hay mucho que decir sobre un enfoque complementario en 48

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la psicoterapia: el de promover el crecimiento y la expresión de los aspectos saludables de la personalidad en lugar de la destrucción de los viejos patrones, el desarrollo de una comprensión más firme de la realidad en lugar del análisis del mundo fantasma de imágenes e interpretaciones cuestionables de la existencia. En el dominio de la terapia con drogas, esto se convierte en el tema de la utilización de las experiencias cumbre. Entre los psicoterapeutas que utilizan LSD y drogas similares, parece estar claro que ha habido una tendencia de algunos a buscar unilateralmente la obtención de experiencias cumbre y a interpretar el «mal viaje» como un accidente que no consideran como un desafío para trabajar. Por otra parte, hay quienes son hábiles en el manejo de manifestaciones patológicas y conflictos pero se sienten perdidos ante episodios felices que no tienen cabida en su marco conceptual. Si tanto la agonía como el éxtasis de las experiencias con drogas tiene un potencial de curación psicológica, es importante que conozcamos el lugar que ocupan, lo que podemos esperar de cada uno en el tratamiento del individuo, y cuál es la mejor manera de tratar con ello cuando sucede en el curso de una sesión. Por más técnica que parezca la cuestión, creo que el tema de cómo se relacionan estos dos tipos de experiencia es solo un caso particular que forma parte de uno más amplio sobre la relación entre psicoterapia y búsqueda espiritual, tal y como aparece descrita por escritores y maestros místicos. Cuando se trata de comprender las experiencias con drogas, las actitudes o las creencias sobre la relación entre la psicoterapia y la búsqueda espiritual varían tanto como cuando 49

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se trata de la experiencia humana en general. Sin embargo, la tendencia más generalizada es juzgarlas como no relacionadas, por muy importantes que sean unas u otras. Así, hay quienes destacan el lado «trascendental» y consideran la psicoterapia como un asunto bastante trivial, y quienes, o bien miran todo lo «místico» con sospecha, o lo consideran como de interés cultural aunque irrelevante para el objetivo más elevado de curar la mente. Los psicoterapeutas que tienen en cuenta la relevancia de las disciplinas espirituales en su campo de trabajo (como Fromm, Benoit o Nicoll) o los pensadores religiosos interesados en la psicoterapia (como Watts) son una minoría, y su número disminuye cuando buscamos a aquellos que tienen nociones definidas de cómo se relacionan las ideas y procedimientos de estos diferentes campos, y no solo un interés dividido. Desde mi punto de vista, la psicoterapia (bien entendida) y el misticismo o esoterismo (bien entendido) no son más que diferentes etapas en un único viaje del alma, diferentes niveles en un proceso continuo de expansión, integración y autorrealización de la consciencia. Las cuestiones centrales de ambos son las mismas, aunque los fenómenos encontrados, los estados psicológicos tratados y las técnicas apropiadas para ellos pueden diferir. Algunas de estas cuestiones, como he detallado en otra parte, son, además de la expansión de la consciencia, el del contacto con la realidad, la resolución de conflictos en un conjunto cada vez más amplio, el desarrollo de la libertad y la capacidad de entregarse a la vida, la aceptación de la experiencia y, muy particularmente, un cambio de identidad que conduce de la promulgación de un concepto de sí mismo a la identificación con el yo real o con la esencia. 50

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La relación entre la búsqueda de la cordura y la iluminación podría verse como la que existe entre los misterios menores y mayores de la Antigüedad. Mientras que los primeros tienen por objeto la restauración del «hombre verdadero», el «hombre original», el objetivo de los segundos es la trascendencia de la condición humana, la adquisición de cierto grado de libertad con respecto a las necesidades o leyes que determinan la vida humana ordinaria mediante la asimilación a un estado de ser radicalmente diferente. La brecha entre la consciencia estrictamente humana, incluso en su manifestación más plena, y esta «otra orilla», está en la raíz de símbolos como el de un puente o el del océano que hay que cruzar, o una escalera que hay que escalar (no solo una montaña terrestre) y, en particular, los de la muerte y el renacimiento, que pueden encontrarse en todas las tradiciones místicas y religiosas. El «hombre original», el «hombre natural», es el objetivo de la psicoterapia. Se trata del ser humano liberado del «pecado original», el hombre que no se vuelve contra sí mismo sino que realiza su potencial en la afirmación de sí mismo y de la existencia. Tal es el hombre que Dante, en su síntesis monumental de la cultura de la Antigüedad y del cristianismo, sitúa en la cumbre del purgatorio: el paraíso terrenal. El paraíso, sí, pero aún no es el cielo, pues este se encuentra más allá del mundo sublunar de Aristóteles; sus «círculos» son los de los planetas, el sol y las estrellas fijas. Del mismo modo que en el viaje de Dante, solo después de alcanzar la plenitud de la condición humana ordinaria (adquirida después del infierno y del purgatorio), puede elevarse por encima de la tierra, así la mayoría de las tradiciones espirituales reconocen la necesidad de una vía purgativa antes de la 51

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vía unitiva, esto es, la necesidad de que el hombre realice su verdadera naturaleza como ser humano antes de que pueda aspirar a realizar su naturaleza divina, de que establezca orden y armonía en su vida antes de que su alma pueda ser receptiva a lo «sobrenatural», que es solo esa parte de lo natural que se encuentra más allá de su comprensión y conciencia ordinaria. Sin embargo, estas etapas no están bien definidas en la realidad práctica, ya que las experiencias extáticas y visionarias pueden tener lugar antes de que la personalidad humana esté preparada para vivir de acuerdo con su contenido, o incluso comprenderlo. Las escuelas espirituales de todas las tierras muestran una actitud bastante ambivalente hacia estos estados exaltados. Por un lado, el gurú del yogui advierte al discípulo de que no se fascine por la adquisición de «poderes» especiales que puedan desviarlo del verdadero objetivo; el místico cristiano advierte a los monjes sobre la fascinación de las «visiones» y el arrebato emocional; el maestro Zen considera que las experiencias alucinatorias durante la meditación son makyo («de la esfera de demonios y monstruos»); y, en general, encontramos referencias al peligro que supone el contacto con lo oculto por parte de los «no preparados». La preparación en este contexto no significa tanto la adquisición de conocimiento como de un desarrollo personal sin el cual el camino del misticismo se convierte en el de la magia: una búsqueda de lo sobrenatural al servicio del ego en lugar de la búsqueda de un orden sobrenatural al que el ego puede llegar a estar subordinado; la comprensión viva de un todo mayor en el que el individuo puede encontrar su verdadero propósito. Por otra parte, estas experiencias del cielo sin purgatorio, de samadhi antes de la iluminación, de gracia antes de la unión 52

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mística, de estados excepcionales de consciencia antes del logro de la plena madurez espiritual, no solo son buscados a través de prácticas específicas, sino que se consideran semillas de transformación. Creo que el mismo punto de vista dual es aplicable a las experiencias cumbre que ciertas drogas psicoactivas pueden provocar en algunas personas. Más a menudo que las disciplinas o los rituales de meditación, pueden provocar un cielo sin purgatorio, estados de percatación de verdades universales que están en el centro de los misterios religiosos, sin que ello vaya acompañado de la comprensión o el cambio de la personalidad defectuosa del sujeto. El individuo puede usar tal experiencia para aumentar la vanidad del ego o para el cambio de personalidad, para la autojustificación y el estancamiento, o como una luz para mostrarle el camino. Por mucho que se pueda decir del valor terapéutico de las experiencias cumbre, creo que hay una ventaja abierta en el punto de vista (presentado con más detalle en el capítulo III) de que el cambio de personalidad es distinto de las experiencias cumbre, cualquiera que sea la relación entre ellas. Cualquiera de ellas puede ser un paso hacia la otra, pero puede ser importante tener en cuenta que una «experiencia mística», por ejemplo, solo facilita la curación psicológica (dando al individuo una perspectiva más elevada de sus conflictos, por ejemplo), y la salud psicológica solo proporciona un estado más receptivo para la experiencia más profunda de la realidad que constituye el núcleo de las experiencias cumbre. El hecho de que la «experiencia mística» que a veces se produce por la acción de drogas de uno u otro tipo tenga, al parecer, menos influencia en la vida del individuo, en general, 53

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que las experiencias espontáneas del mismo tipo (o las que han sido resultado de una disciplina espiritual sistemática), ha invitado a menudo a preguntarse si ambas son realmente de la misma naturaleza. Es natural esperar que una experiencia religiosa espontánea sea más permanente que una facilitada por un agente externo, ya que el mero hecho de que ocurra la primera indica una personalidad compatible con ella o con sus implicaciones. Cuanto mayor sea la influencia externa —química o de otro tipo— necesaria para que se produzca, más se puede suponer la existencia de obstáculos psicológicos a la misma, así como un desfase entre los valores, el sistema de motivación y el punto de vista habitual en el estado ordinario y en el no ordinario. Sin embargo, si imaginamos la experiencia cumbre artificialmente inducida como una liberación momentánea de la prisión de la personalidad ordinaria y de sus conflictos incorporados, podemos hablar de su valor para dar al prisionero un sabor de libertad y una perspectiva de la vida más rica que la de su celda solitaria. Tal experiencia contribuirá a su liberación permanente reforzando su incentivo, haciendo añicos sus idealizaciones de la vida en prisión, dándole una valiosa orientación e información de fuentes externas sobre qué hacer para obtener su libertad. Mucho de esto depende de la actividad del prisionero mientras la puerta de su celda permanezca temporalmente abierta. En un caso, puede que ni siquiera abra la puerta, porque tiene demasiado sueño o miedo a la vida más allá de los muros en los que se ha acostumbrado a vivir. O puede salir a buscar algo de comida en la habitación de al lado, o simplemente ir a dar un paseo y disfrutar del paisaje. Alternativamente, puede estar preocupado sobre todo 54

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con el uso de su tiempo para asegurar su libertad permanente. Puede encontrar ayuda, o instrumentos que utilizar para quitar los barrotes cuando se encuentre encerrado de nuevo, o puede ocuparse de hacer un duplicado de la llave de la cerradura. En otros términos, podemos entender el éxtasis artificial como un estado que es posible por la eliminación transitoria de las obstrucciones al flujo de la vida psíquica más profunda de una persona y su experiencia de la realidad. Tal eliminación de obstrucciones puede compararse con la anestesia de control cortical superior provocada por el alcohol, el NO2, la falta de oxígeno, etc., que resulta en la desinhibición del impulso o el afecto. Sin embargo, si este modelo neurofisiológico es correcto, el centro de acción de las drogas tratadas en este libro debe ser diferente al de los antidepresivos, ya que tiene lugar una calidad diferente de desinhibición. Sin embargo, esta experiencia de liberación de las obstrucciones habituales en la conciencia y la acción es solo un anticipo de una eventual superación de tales bloqueos o una reestructuración de los patrones disfuncionales dentro de la personalidad. Aunque ambas pueden ser experiencialmente iguales, en un caso nos enfrentamos a una libertad condicional, y en el otro, a una libertad en la totalidad, que es una libertad a pesar de las dificultades. Volviendo a la analogía de la prisión, es como si, en el primer caso, el guardia hubiera sido dormido, pero no es vencido ni asesinado, ya que el ego se hace añicos con la iluminación del místico, pues el «hombre viejo» u «hombre exterior» muere cuando el «hombre nuevo» u «hombre interior» nace en algún momento de la búsqueda espiritual exitosa. 55

El viaje sanador

Mucho de lo que se ha dicho anteriormente se aplica en cierta medida a las experiencias provocadas por ciertas disciplinas espirituales, ambientes o «contagios» personales. El simple retiro del mundo, por ejemplo (ya sea el de una vida sencilla, o el del monje y el sannyasin indio, que han renunciado a todos los apegos), cae en el mismo patrón de evitar ciertos obstáculos, distracciones y conflictos que desvían la posibilidad de las experiencias cumbre. Sin duda, es un reto mayor el mantener un estado de centralidad y autenticidad en medio de los vaivenes de la vida familiar en un entorno urbano que en una cueva del Himalaya. Y sin embargo, el retiro puede ser una ayuda inestimable para alguien que necesita encontrarse a sí mismo antes de saber lo que quiere de los demás y lo que desea hacer con su vida. De la misma manera, en muchas formas de meditación, el cuerpo y la mente se alivian de la agitación interna habitual que impide los estados internos deseables que se buscan. También aquí, las experiencias cumbre son posibles gracias a la supresión de los estímulos en los que normalmente se ahogarían. Sin embargo, esas experiencias transitorias obtenidas en soledad y silencio, mientras se está frente a una pared blanca con la mente vacía de pensamientos, no son meras evasivas de las complejidades de la vida, sino una fuente de fuerza para volver a ella y afrontar mejor los problemas que plantea. En las experiencias cumbre provocadas por drogas, a veces está claro que se produce una retirada similar de las zonas de conflicto de forma bastante espontánea, y podemos abordar esos momentos bajo la misma luz que los que surgen de la meditación. Su aspecto negativo es que constituyen un contacto saludable con la realidad en solo un estrecho rango de 56

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experiencia, pasando por alto el dominio en el que se encuentran los defectos de la personalidad. Su aspecto positivo es que tal evasión de las dificultades puede ser funcional, constituyendo un paso necesario para el logro de una integración parcial. Una vez que se ha logrado cierto grado de centralidad, el siguiente paso será el de extenderla a la periferia de la personalidad, así como el fin último de la meditación es su extensión a la vida ordinaria en forma de una autoconciencia y profundidad duraderas. Se puede sospechar que la evasión es una condición subyacente de lo que me gusta llamar experiencias cumbre parciales, que, aunque intensas, solo cubren un fragmento de su gama de cualidades. Algunas personas, por ejemplo, exhiben vívidos sentimientos estéticos y religiosos, pero tienen una brecha en el área de los sentimientos humanos que se esperaría que estuviera entre esas cualidades en la escala de valores. Si las relaciones personales se analizaran en ese momento, el éxtasis probablemente se disolvería, envuelto en ansiedades y resentimientos, pero el individuo inconscientemente se aleja de esa perturbación interna para poder disfrutar de claridad en otras áreas de la experiencia. Para otros, la brecha o el área evitada puede ser diferente. Hay personas que pueden ver todo como bello excepto a sí mismas, de modo que el pensamiento de su vida personal o la visión de su reflejo en un espejo puede convertir su cielo en un infierno. Para otras, puede ser la percepción o el pensamiento de la gente en general lo que se evita, como en la famosa primera sesión de mescalina de Huxley de la que habla en Las puertas de la percepción. En otras, todo puede fluir maravillosamente siempre que sus ojos se mantengan cerrados y se evite el contacto con el entorno, y en otras más se disfruta de la realidad externa, 57

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pero se evita el aislamiento y cerrar los ojos debido a la ansiedad que surge del desarrollo de la fantasía. Esas evasiones son esencialmente una expresión de las zonas fóbicas de la personalidad cotidiana y, como en las psicoterapias en general, hay que elegir entre dos estrategias para hacerles frente: evitar los bloqueos para desarrollar los aspectos cuerdos del individuo, o hacer frente a los bloqueos sumergiéndose en la agitación de los sentimientos angustiosos y evitados. La primera opción, en las experiencias con drogas, podría concebirse como un cortocircuito hacia el cielo, después del cual la situación en la tierra no cambia esencialmente ni se comprende mejor. La segunda es la elección de hacer frente a las dificultades terrenales con solo ligeras posibilidades de poder superarlas, pero con más posibilidades de efectuar cambios. Una vez más, la elección entre los dos tipos de experiencia podría compararse a la elección entre la intrínsecamente valiosa de mirar a través de una ventana abierta y la de intentar abrir una ventana junto a ella que actualmente está cerrada. El resultado de esta última elección posiblemente no sea más que unos pocos centímetros de luz, en lugar de la amplia vista del paisaje que podría percibirse desde la ventana que ya está abierta, pero quedará el beneficio duradero de un lugar más en la casa desde el que disfrutar del mundo. Esto no significa que el primer tipo de experiencia no tenga valor para provocar un cambio en la personalidad. La virtud fortalecedora del valor intrínseco puede dar a una persona la fuerza e incluso el deseo de eliminar los bloqueos para aumentar la experiencia de valor. La visión de la meta es lo que estimula al peregrino, pues acercarse a la misma hace que se vea mejor. Además, al igual que un joven roble 58

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necesita protección frente a los conejos, aunque el mismo árbol maduro pueda servir para atar a un elefante, el evitar el conflicto tiene su lugar mientras que se hace hincapié en el desarrollo y la expresión de los aspectos sanos de la personalidad. Eventualmente, este crecimiento saludable, estimulado a través de las experiencias cumbre, el esfuerzo artístico o las situaciones de la vida, puede invadir y reemplazar los dominios perturbados del funcionamiento del individuo. Así que aquí tenemos dos enfoques del proceso de curación psicológica que son opuestos y sin embargo compatibles e incluso complementarios. La experiencia cumbre es lo que la teología cristiana considera como gracia: un don que puede llegar tanto al santo como al pecador, y que el individuo puede usar o no usar. La experiencia de la disonancia psicológica, por otro lado, es el desafío de la vía purgativa, la montaña a escalar. Cuanto más alto esté el peregrino en la montaña, más probable es que reciba el regalo del cielo, que siempre está derramándose. Cuanto mayor sea el regalo de gracia recibido, más fuerte será su sentido de la dirección, su esperanza y fe, su voluntad de escalar. Ambos enfoques están bien documentados en las prácticas espirituales de la humanidad. Algunos ponen de relieve la visión directa de la realidad y la disipación de los fantasmas de la ilusión. Otros hacen hincapié en la atención a la experiencia del momento, por ilusoria que sea, ya que solo la atención que se le preste mostrará que la ilusión es el reflejo de la realidad en la superficie ondulada de la mente, y conducirá desde el reflejo a la luz original. Desde mi propia experiencia, he desarrollado una gran fe en la motivación de la persona para seguir cualquiera de estos caminos en un momento dado, y el 59

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respeto por su ritmo natural al alternar entre uno y otro. A veces, necesitará estar centrada por encima de todo; en otras, sintiéndose en contacto con sus verdaderos sentimientos e impulsos, querrá explorar el mundo desde estos, llevándolos a la realización. Su base en la experiencia cumbre convertirá el infierno en un purgatorio para ella, pero si en su salida se siente perdida, tendrá que volver a retirarse al centro. El ritmo puede hacerse evidente en una sola sesión o en varias. El éxtasis inicial puede hacer posible el purgatorio para algunos. Para otros, el don de la gracia puede no estar disponible al principio, y solo alcanzarán la serenidad después de repetidas confrontaciones con lo aterrador, junto con el descubrimiento de que no hay nada que temer. Tiendo a desconfiar de la unilateralidad de las experiencias con drogas tanto en la dirección de la alegría como del sufrimiento, pensando que una puede entrañar evitar los problemas y la otra un sesgo a favor del esfuerzo personal y el trabajo duro. Lo que hago cuando me acechan tales sospechas, probablemente lo exponga mejor el material clínico de los próximos capítulos.

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ii mda, la droga del análisis

La MDA (metileno dioxianfetamina) es un producto de aminación del safrol, al igual que la MMDA se obtiene de la aminación de la miristicina. El safrol y la miristicina son aceites esenciales contenidos en la nuez moscada; son algo psicoactivos y bastante tóxicos. Como en el caso de la MMDA, no se ha encontrado MDA en la naturaleza, pero se ha planteado la hipótesis de que ambas podrían producirse en el cuerpo por aminación de sus compuestos parentales, lo que a su vez explicaría los efectos subjetivos de la nuez moscada, ya reconocidos en el Ayurveda,1 donde se la designa como fruto narcótico, mada shaunda. Los efectos psicotrópicos de la MDA fueron descubiertos accidentalmente por Gordon Alles,2 quien ingirió 1,5 mg de 1. Antiguas escrituras hindúes que tratan de la medicina y el arte de prolongar la vida. 2. Descubridor de la anfetamina. 61

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la sustancia química con el fin de evaluar sus efectos sobre la circulación. La experiencia de Alles fue principalmente de una mayor introspección y atención, pero en el momento del inicio de los efectos subjetivos vio anillos de humo ilusorios a su alrededor, lo que le llevó a creer que la MDA sería un alucinógeno en cantidades suficientes. Según mi propia investigación con la droga, no parece ser este el caso. En un primer estudio diseñado para describir sus efectos en individuos normales, ninguno de los ocho sujetos informó de alucinaciones, distorsiones visuales, realce del color o imágenes mentales, mientras que todos ellos evidenciaron otras reacciones pronunciadas: realce de los sentimientos, aumento de la comunicación y aumento de la reflexividad, lo que llevó a una preocupación por sus propios problemas o los de la sociedad o de la humanidad. Otros experimentos con MDA en pacientes neuróticos en el contexto de la psicoterapia han confirmado esos efectos, pero, en este caso, los síntomas físicos eran frecuentes y la mayoría de las personas describieron los fenómenos visuales en algún momento de su experiencia. Sin embargo, el rasgo más característico de la experiencia de estos sujetos fue uno que aquí llamaremos regresión de la edad. Es un término empleado para designar la vívida reexperiencia de acontecimientos pasados, a veces posibilitada por la hipnosis, en la que una persona pierde realmente su orientación actual y puede creer temporalmente que es un niño involucrado en una situación del pasado. Sin embargo, la regresión de la edad provocada por la MDA difiere en este último aspecto: esa pérdida de conciencia del entorno y de las condiciones en el momento de la experiencia es, por lo visto, más bien típica de la regresión hipnótica, mientras que en el estado provocado por 62

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la MDA el paciente retrocede y, simultáneamente, conserva la conciencia de su yo actual. Con todo, en ambos casos la persona recuerda más que conceptualmente el pasado, ya que puede recapturar vívidamente impresiones visuales u otras impresiones sensoriales inaccesibles para él en el estado normal, y suele reaccionar con sentimientos que son proporcionales al acontecimiento. Se trata del mismo proceso denominado «regreso» en Dianética, y que puede ir desde la hipermnesia hasta la repetición de una experiencia pasada en la que no solo se vuelven a sentir las antiguas sensaciones sino también el dolor o el placer físico y otras sensaciones, según el caso. La regresión de la edad ha sido observada por algunos psicoterapeutas que utilizan LSD o mescalina, y otros, utilizando el término de manera más laxa, afirman que se trata de un aspecto constante de tales experiencias, en el sentido de que hay un cambio en el modo de funcionamiento mental preverbal característico de la primera infancia, y una suspensión temporal de los esquemas y patrones de comportamiento. La regresión con MDA es algo más específico que un cambio en el estilo de funcionamiento mental y las reacciones, ya que trae consigo el recuerdo de eventos particulares. Esto puede ocasionalmente ser llevado a cabo bajo el efecto de otros alucinógenos o sin ninguna droga, particularmente cuando se busca a través de maniobras terapéuticas. La ibogaína, en particular, se presta bien a una exploración de los acontecimientos en la historia de la vida de un paciente por la riqueza de sentimiento con la que pueden evolucionar. Sin embargo, con la MDA, la regresión se produce tan frecuente y espontáneamente que puede considerarse como un efecto típico de esta sustancia, y una fuente primordial de su valor terapéutico. 63

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Creo que los informes de casos, más que las generalizaciones, transmiten la sutil comprensión del efecto de una droga, necesaria para su utilización en psiquiatría. Es de ahí de donde he aprendido todo lo que puedo decir, y creo que puedo decirlo mejor registrando algunos de los eventos que he presenciado como psicoterapeuta, por más oscuros que sean a veces. A continuación resumiré lo esencial de algunos casos de terapia con MDA elegidos como los más efectivos para provocar cambios en la personalidad del paciente. Como se verá, todos ellos trajeron consigo la emergencia de una nueva comprensión por parte del paciente sobre su propia historia de vida o algún aspecto de la misma. En esto, el proceso de curación difería de lo que se observa en la mayoría de los casos de la terapia con harmalina, MMDA o incluso ibogaína. El primer caso que se presenta aquí es en realidad el primero en el que usé MDA con un propósito terapéutico. El paciente era un ingeniero en un puesto de alta dirección y profesor de administración de empresas que había estudiado psicología por razones profesionales y que, durante sus estudios, se dio cuenta de que la vida en general —y la suya en particular— podía desarrollarse y hacerse más rica y profunda. Cuando se le preguntó sobre sus razones para querer psicoterapia, destacó la sensación de no haber desarrollado o logrado lo que estaba en su potencial de desarrollo, ya que su vida tenía un alcance limitado: «Tanto mi vida profesional como la amorosa han sido controladas por accidente. He tenido poca influencia en el curso de mi vida». Esto lo atribuyó a su inseguridad, que se manifestaba en la duda de su juicio y sus acciones, lo que a su vez lo dejaba a merced de presiones 64

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externas. «Ello puede resultar agradable para los que viven conmigo, pero no estoy satisfecho. Necesito más dirección en mi vida, y para ello necesito ser más inquebrantable». Su inseguridad, también, le hacía vulnerable, de modo que a veces se sentía herido por pequeñas cosas, sobre todo por las críticas de su esposa. Sentía poco afecto o consideración por ella, y había pensado en el divorcio, pero se sentía demasiado apegado a sus hijos como para dejar el hogar familiar. A la pregunta de qué querría obtener a través de la ayuda psiquiátrica, respondió: «Quiero saber adónde ir en vista de lo que tengo. Quiero ser mejor, útil, y lograr una nueva felicidad. En la parte más íntima de mí mismo siempre me he sentido insatisfecho. Quiero estar seguro de mi valor. Ese es mi mayor problema, que me impide decidir y le quita el rumbo a mi vida. Y quiero entender cómo se produjo este estado». Propuse al paciente un tratamiento que llevaría consigo un periodo preparatorio de aproximadamente dos meses con citas semanales (durante las cuales escribiría una autobiografía), al que seguiría una sesión de MDA de un día de duración y una terapia de grupo a continuación. El relato autobiográfico que escribió fue bastante cuidadoso, y es interesante contrastar algunos de sus puntos de vista con los del momento de la sesión de MDA o más tarde. Citaré fragmentos aislados. De sus padres dice: Mi madre era una mujer sensible, trabajadora y con un vivo interés por las cosas. Sentía un profundo amor por su familia, que se traducía en un constante deseo de progreso y bienestar para todos nosotros. Siempre estaba invirtiendo esfuerzos con este fin. La amaba profundamente. 65

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Mi padre era un hombre duro, bueno y honesto. Seguro de sí mismo, generoso a veces y egoísta con los demás. Un trabajador duro, criado en las limitaciones y la disciplina de un pueblo español. Su vida se guió por unas simples reglas de conducta y ciertos principios éticos amplios y verdaderos.

El primer recuerdo de la infancia que describe sucede en un comedor: Vivía en una casa con las comodidades adecuadas. Lo que mejor recuerdo es el comedor. Era grande, bastante elegante o al menos el de un burgués próspero. Muy agradable. Tenía un timbre colgante, una mesa de caoba muy pulida, un armario con puertas de cristal lleno de hermosas copas. Durante las comidas, recuerdo que mi mayor problema era el pan francés que, al tener agujeros, podía tener gusanos dentro y, por lo tanto, no me parecía bueno para comer. En cuanto a la gente, recuerdo a mi madre, vagamente, algunas criadas, algunos tíos, mi abuelo paterno. Para todos ellos era un buen chico, y parece que me mimaron mucho, ya que fui hijo único durante mucho tiempo.

Y termina la historia de su infancia con el siguiente párrafo: Parece que tuve una nodriza en esta casa, porque dicen que mi madre no tenía leche. Recuerdo a esta mujer más claramente en una etapa posterior de la vida.

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Del periodo entre esto y el comienzo de la escuela recuerda las dificultades económicas en casa, su gran tristeza por dejar caer un collar de su madre en la chimenea, ver a una criada teniendo relaciones sexuales, especular sobre los genitales femeninos y el embarazo, y el nacimiento de su hermano cuando tenía seis años. De todo el periodo dice: «Yo era un niño pobre más», lo que contrasta con los agradables recuerdos de su primer año en una escuela americana, y el siguiente en una escuela inglesa, en los que se sentía apreciado por los profesores y disfrutaba jugando con sus compañeros. De las veinte páginas de su biografía solo dedica cinco a su vida antes de la escuela, pero estas resultaron contener lo más relevante de los acontecimientos durante la sesión de MDA. El resto de sus escritos trata principalmente de la escuela y el trabajo, y solo menciona brevemente la muerte de su madre cuando estaba en el primer año de la universidad, y su aventura amorosa, más bien sin amor, que terminó en matrimonio. Varios acontecimientos apuntan a un sentimiento de timidez y prohibición de por vida frente a las mujeres y el sexo, del que es muy consciente, y termina la historia de su vida señalando su inseguridad y subestimación de sí mismo y de su familia, que, según cree, se originó entre el momento de sus primeros recuerdos y la escuela, pero no sabe cómo. Una hora y media después de la ingesta de 120 mg de MDA, el paciente se sentía normal, excepto por un cambio extremadamente breve en la percepción visual al final de la primera hora, cuando la forma de una colina frente a la casa se parecía a la de un león. Aparte de este fenómeno, que no duró más de diez segundos y que parecería una fantasía bastante normal (aunque él lo percibió como algo inusual), no 67

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evidenció ningún otro síntoma de estar bajo la influencia de una droga. La situación persistió después de la ingestión de 100 mg adicionales del producto químico y otra hora y media de espera, por lo que interpreté que se trataba de un caso de resistencia subjetiva frente a la experiencia en curso más que por la insusceptibilidad fisiológica. Mi propia fantasía era que el paciente mantenía una fachada muy formal, mientras que otra parte de él tenía la «experiencia de la droga» sin que ni siquiera lo supiera. El tipo de comunicación verbal que estábamos manteniendo no parecía ponerlo en contacto con su experiencia en curso en ese momento, así que recurrí al nivel no verbal. Le pedí que dejara que su cuerpo hiciera lo que más quisiera en ese momento, sin cuestionarlo, y volvió al sofá que había dejado minutos antes. Me informó de una ligera sensación de peso en su cuerpo, un deseo de acostarse con todo su peso y de dejar que su espiración fuese más completa. Le pedí que cediera a este deseo y espirara con fuerza cada vez que respirara. Mientras lo hacía con más fuerza, sintió primero la necesidad de contraer los músculos abdominales, después todo el cuerpo, flexionando las piernas y los muslos, la columna vertebral, los brazos y la cabeza. Seguí entrenándolo para que llevara este impulso al extremo, hasta que, unos tres minutos después, rodando en posición fetal, estalló en risas. La «sesión de drogas» propiamente dicha comenzó de repente. Aunque su inglés estaba lejos de ser fluido, y no le había oído hablarlo antes, era inglés lo que hablaba ahora, mientras reía y expresaba su alegría por sentirse completo. Incluso al día siguiente, habló en inglés mientras describía la experiencia: 68

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Yo era estrictamente yo mismo. Es muy gracioso que quisiera hablar inglés, y me reía del hombre, el hombre que yo era. En ese hombre que sentí que se estaba riendo había otro tipo. Estaba muy muy dentro de mí, cuando era... mi verdadero yo mismo.

Estoy transcribiendo de una grabación, y el inglés defectuoso deja lugar a cierta ambigüedad, pero está claro que su más profundo placer era sentirse a sí mismo, que es lo que estaba haciendo literalmente: Sentí mis hombros, los músculos de mis brazos, mi abdomen, mi espalda; seguí sintiéndome a mí mismo, mis piernas, mis pies. ¡Era yo! Y yo era un hombre de verdad, un hombre hermoso en cierto modo, extremadamente masculino. Hombre, es un buen cuerpo... refleja lo que hay por dentro.

Durante toda su vida se había sentido inadecuado, había dudado de sí mismo en todos los sentidos, y ahora sabía que se había sentido feo. Incluso había creído que andaba mal con sus pies. Ahora sabía cuán ilusorio era esto, cómo todo se basaba en su falta de percepción de sí mismo. Alrededor de un mes después, diría de esta experiencia: Esta sensación de mí mismo y de encontrarme en cada parte de mi cuerpo, que era una materialización de mí mismo, era algo que amaba, y al mismo tiempo sufría. Lo amaba porque era yo mismo, sufría porque durante mucho tiempo me había menospreciado y postergado, incluso me consideraba 69

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malvado, en términos de una concepción torpe y limitada de mí mismo. Sentí lástima por mí.

Siguió sintiendo su cuerpo, mientras hablaba, durante una media hora, y pronto (muy en contra de su estilo ordinario) se había quitado los zapatos, abierto la camisa y aflojado el cinturón. Comentó cómo se deleitaba sintiéndose normal, simétrico, bien construido, y cómo su organismo era una encarnación exitosa de sí mismo en toda su individualidad y singularidad. Luego habló del tacto como el más fiable de los sentidos, el que permitía el contacto más directo con la realidad en toda su riqueza. Hizo un paréntesis sobre las limitaciones de los otros sentidos y del propio intelecto, del análisis y de las construcciones lógicas cuando se trataba de captar la realidad última. ¿Cuál sería este acto, puro y simple, de conocer plenamente? Esto solo era posible en Dios. ¡Qué maravilla y belleza infinita había en Dios! Un ser original y final en el que todo se iniciaba y al que todo fluía de forma natural. Habló con entusiasmo en inglés durante dos horas sin interrupción mientras contemplaba la evolución del hombre en su búsqueda de Dios: los griegos, los romanos y los fenicios, la Edad Media en Europa, el Renacimiento, el capitalismo, el distanciamiento del hombre moderno y la necesidad de soluciones para ello. En este punto, su entusiasmo se vio nublado por un sentimiento diferente. Parecía como si estuviera buscando algo y dijo: «¡Este encuentro conmigo mismo es doloroso!». Le instruí repetidamente para que expresara y elaborara su experiencia del momento, pero esto lo rechazó cada vez más: «No se trata de este, no es este momento, sino algo de mi pasado. Algo me sucedió, y no sé qué es». 70

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En esta etapa, tuve que salir de la habitación durante unos minutos y le aconsejé que escribiera durante este tiempo, ya que esto mantendría su pensamiento más organizado. Así que lo hizo, con letra grande, unas diez líneas por página, con no pocas palabras en mayúsculas grandes, como I, AM e I. Después de nueve páginas, se preocupó por un error recurrente que había cometido, que consistía en escribir ‘m’ en lugar de ‘n’. Esto era lo que le molestaba cuando volví, y siguió escribiendo en mi presencia mientras hablábamos. «El gran problema de la ‘n’ —escribe en la decimoquinta página— ¿cuál es, ‘m’ o ‘n’? Siento ansiedad. Encuentro que la ‘N’ está en ONE. One, one. YO (había escrito NE). Ansiedad. Ansiedad por mis pecados. Pecador. Ansiedad. Ansiedad. Me dirijo a DIOS. CUÁLES SON MIS PECADOS. La N. Me pongo ansioso». El pan con gusanos que vi de niño en el comedor. Todavía lo veo. Tenía agujeros, y en ellos había gusanos. Gusano UN UNA NANA

Sus asociaciones lo han llevado desde la letra ‘n’ hasta el disgusto por los gusanos que había imaginado en el pan del comedor y luego a su niñera, su nodriza. Ahora evoca claramente sus sentimientos por esta mujer. Escribe: «Afecto con algo de DESEO. Tiemblo». Siente la necesidad de entender algo que anticipa como muy importante en relación con su niñera, y, como escribe, se 71

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da cuenta de que la sustitución de la ‘m’ por la ‘n’ significa sustituir a mamá por nana (nodriza). Cuando descubre esta confusión, escribe varias veces: «La nana y no mamá. Nana y no mamá». Luego recuerda más a su niñera, cómo lo llevaba a pasear cuando tenía solo dos o tres años, cómo se acostaba con ella y la acariciaba; cuán incondicional era su amor, cuán a gusto se sentía con ella. Recuerda su apariencia, su rostro fresco, su pelo negro, su risa abierta. Y al recordarla, se siente cada vez más triste, triste por haberla perdido, por no tener ya a su nana. «La nana se fue —escribe—. Solo. Solo. Solo. Ansiedad. La madre era parte, no todo. La niñera era todo. Ella se fue. Vino a verme más tarde. Me quería. Una herida dolorosa. Eso soy. Con dolor. Soy más yo mismo. Soy yo mismo. Soy yo mismo con mi niñera. Qué triste que se haya ido. Me dio tanto por nada. ¡No! Porque me quería, más que a su propio hijo. ¡Pobre chico, perdió a su madre! ¡Ella me amaba tanto! Ella se fue, y yo me quedé solo entre los demás. Madre. Buscando el amor». Ahora podía ver toda su vida como una súplica de amor, o mejor dicho, una compra de amor en la que había estado dispuesto a ceder y adaptarse a lo que otros habían querido ver y oír. Aquí estaba la razón de su falta de dirección en la vida, su sumisión. Había perdido algo tan precioso, ¡y se sentía tan privado de ello! Sus pensamientos ahora se dirigían al periodo en que se quedó «solo» con sus padres. El cambio de nana a mamá implicó pasar de la cocina al comedor. Se sentía constreñido aquí, incómodo, sin amor. La intimidad y la calidez ahora faltaban en su vida; ya no era aceptado incondicionalmente como era, sino que tenía que adaptarse, cumplir con ciertas exigencias, tener buenos modales. Sin embargo, 72

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había algo en sus sentimientos en esta etapa —sentimientos que estaba experimentando de nuevo en la sesión— que no podía captar adecuadamente o incluso sentir con claridad. Había más que dolor, más que amor por la niñera y soledad. Se sentía ansioso, y en esa ansiedad había algo que intentaba comprender mejor. «¿Qué sintió hacia sus padres?». Seguí preguntando, y al principio no hubo una respuesta clara. Luego fue la pregunta: «¿Por qué dejaron ir a mi nana? ¿Por qué me dejó mi nodriza? ¿Por qué dejaron que mi nana me dejara? ¿Por qué?». Le pareció que la habían despedido. La madre estaba celosa, quizás, porque él la quería más, o porque su padre tenía una aventura con ella. «¿Y qué siente ante esto, ahora que la han despedido?». Su ansiedad aumentó. «¿Lo aceptó sin protestar? Tal vez se sintiera culpable al hacerlo...». Y ahora lo comprende: la culpa. Eso es lo que sintió. Culpa por no haber defendido a su nana, no haberla defendido, no haberse ido con ella. Ahora le parece que esa era la cuestión. Quería irse; además, planeaba dejar la casa, pero sus padres no se lo permitieron. «Fue horrible... una sensación de debilidad, ¡debilidad!». Pero ahora también recuerda que después de esto fingió ser débil, solo jugó al chico bueno y débil, porque cuando no lo hizo, hubo algo muy desagradable, algo muy desagradable que le hicieron. «Se les ocurrió toda esta estúpida cosa de la culpa y el infierno. Yo tenía una concepción muy real del mundo, clara y limpia. Lo siento... y luego vino una multitud de demonios, diablos de otro mundo, el dolor del castigo... cosas que no estaban en mi esquema, y me fueron impuestas. ¿Quién hizo esto?». ¿Su abuela materna? No está tan claro. Sigue recordando las amenazas de castigo, el pecado, el infierno y el fuego devorador. 73

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«Me costó mucho creer eso. Para mí, el fuego era fuego, y si la gente iba al infierno, no había culpa. Y la persona no tendría cuerpo, y por lo tanto nada en lo que pudiera sufrir. Así que esto era una mentira, un truco, un truco. ¿Para qué? Para hacer que me comportase. ¡Ja, ja! Un truco para hacer que me comportase. Así que sería un bastardo en lugar de estar equivocado. ¡Sería un bastardo, pero uno de verdad!». Mientras sigue hablando de fuego e infierno, ahora evoca de repente la imagen de carbones encendidos sobre los que inadvertidamente dejó caer un collar, y la pena de no encontrar más las perlas. Ahora entiende esa pena. No era el collar de su madre, como él había creído, sino el de su niñera. Pertenecía a esa mujer que le había dado tanto, que había invertido tanto esfuerzo, pues no tenía nada y era tan maltratada. Y entonces alguien había hablado del infierno. ¿Una criada, tal vez? No, estoy seguro de que fue otra persona, alguien que discutió con la autoridad. Creo que fue mi madre... ¡Mi madre! Era mi madre. Me estaba mintiendo. Sí, era mi madre. ¡Qué horror! ¡Qué estúpido! ¡Y ella me hizo vivir esta culpa! ¡Y este esfuerzo por ser lo que no era, y el miedo a ser lo que era! ¡Qué estrechez y estupidez! ¡Qué insistencia en hacerme a su gusto, maldita sea! Ella no tuvo un hijo para tenerlo, sino para hacerlo. ¡Para hacerlo a su imagen y semejanza! Y ella me obligó a esta estúpida cosa del pecado y el infierno. No podrían ser buenos y justos sin esta estúpida cosa. ¡Qué señora tan idiota! ¡Qué mujer, a la que solo importaba el estatus, maldita sea! No hay autenticidad. Tal vez hay más... un aplazamiento de los valores. ¿Para qué? Para hacer de dulce y joven virgen, para hacerse la dama. Y mi padre es un 74

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bastardo, también, por eso; ambos explotaron una imagen. ¡Ay, qué duro es ver a tus padres encogerse! ¡Qué pequeños los veo ahora! Parece que se han unido en mi contra. No contra mí, sino contra la nana, contra la vida. Ahora recuerdo que me consideraban poco inteligente. Yo era muy perceptivo, inteligente, ¡y podría engañarlos, ja, ja! Sí, usando precisamente sus argumentos, los argumentos que usaron para menospreciarme, más que menospreciarme.. ¡Terrible! ¡Esto es más terrible! ¡Subordinaron mi vida, la vida de su hijo favorito, a semejante montón de basura!

Esto está lejos de la imagen de sus padres y de los sentimientos que expresó hacia ellos en su autobiografía. Incluso había recordado el comedor como algo hermoso. Su intuición tenía razón cuando le dijo que algo había ido mal en él a una edad temprana. Se había producido un cambio completo en sus sentimientos al ser enterrados y reemplazados por un conjunto de pseudosentimientos aceptables para sus padres. No es de extrañar que se sintiera limitado e insatisfecho. La sesión comenzó al mediodía, y a las tres de la madrugada siguiente, el paciente se fue a la cama. Siguió pensando en ello durante todo el día posterior, y alrededor del mediodía le dictó a una grabadora, interrumpida por un llanto, una descripción de lo que le había ocurrido el día anterior y de lo que estaba sintiendo en ese momento. Así es como termina: Tengo que reflexionar sobre esto: ¿Por qué creo que mi nana sufrió tanto? ¿O fui yo mismo quien realmente sufrió? Estaba tan distanciada de tantas cosas que es posible que no sufriera cuando le dijeron que se fuera. Solo sintió lástima por 75

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el chico que se quedó solo. Esa era su única pena. Y para mí, la pena era quedarme solo, completamente desajustado. Yo sufría, de hecho, de brutalidad. Sufrí porque mi nana se iba, sufrí porque la despidieron. Sufrí por quedarme solo. Sufrí porque fue tratada injustamente, y sufrí por mi impotencia. ¡No poder hacer nada! Era perder una parte de mí mismo. ¡Qué falta de consideración por parte de mis padres! Falta de cuidado, mala gestión, egoísmo. No me querían en absoluto. Puro teatro. Puro teatro. Quizás con el tiempo han visto lo satisfactorio que es amar a un hijo, y lo han amado, pero creo que yo no fui amado al principio. Me mimaron, es verdad, pero el sentimiento de amor se dio solo con mi nana. Ahora vino el problema que tuve al presentarme como un maestro de las máscaras, lo que era una manera de intentar que me aceptaran en este nuevo entorno. Era mi casa, es verdad, pero era nueva, ya que mi nana no estaba allí. Y entonces comprendí que podía tener muchas cosas fingiendo ser bueno y débil. Esa fue la máscara que usé. Creo que la usé hasta ayer. Siempre he querido parecer diferente de lo que soy. Y siempre he dudado de lo que soy, de mis cualidades. Y ahora veo que siempre he llevado esta máscara, y sé cómo ajustarla a la gente y a las circunstancias. Aprendí muy pronto a ser un buen chico, porque de lo contrario... ¡Ah! Ahora recuerdo que una vez me dijeron que había mamado la leche de una huasa (campesina ignorante), y que por eso era tan tosco. ¡Me siento honrado de haber tomado la leche de mi nana! ¡Es leche, leche, leche, leche, leche, de verdaderos pechos! ¡De una mujer realmente femenina! Decían todo eso para degradarme. Pensaban que su hijo era grosero, que tenía las inclinaciones de un huaso, y por eso me inhibían o 76

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me empujaban para que no me pareciera demasiado a uno de ellos. Parece que poco a poco fui cediendo. Un niño es flexible, muy maleable. Así pues, en aquel momento no me daba cuenta de que estaba cediendo. Ahora entiendo las molestias que se tomaron para meterme en esas escuelas. Eran realmente buenas, pero eran un medio de ascenso social. Querían que me sintiera culpable por haberme alimentado con la sangre de una campesina. ¡Qué manera de degradar a mi nana! ¡Esa sangre era la más noble de todas! Poco a poco se las arreglaron para hacerme traicionar esto. Y este es mi otro dolor: haber traicionado mis sentimientos, no haberla visto más, no haberle dicho cómo la amaba, no haberla amado más, aunque en el fondo siempre la he amado, y he vivido con gratitud hacia ella. Solo con ella he experimentado el amor en mi vida. Un poco con mi madre, más tarde, pero no fue lo mismo. Y esto, que era tan estrictamente mío, lo olvidé y lo pospuse. Esta es la raíz del dolor: haber abdicado de mí mismo. Lo encontré: ¡la pena de haber abdicado de mí mismo! No lo soportaré más. ¡Voy a ser lo que soy y lo que pueda ser!

Creo que este es un documento notable, en el que coherentemente describe unas pocas horas que efectuaron un cambio radical en la condición psicológica de una persona. En él se relata un proceso que es el objetivo de la psicoterapia, y que normalmente se logra durante un largo periodo de tiempo. Las drogas pueden facilitar el proceso, pero incluso con su ayuda es excepcional presenciar una «cura de un día» de la magnitud que se muestra en este caso. Muchas personas se sorprendieron al ver los cambios en la expresión y el comportamiento del 77

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paciente en los días siguientes. Dejó de usar gafas, excepto para leer, y su manera de vestir perdió su formalidad. Subjetivamente, cambió la sensación de su propio cuerpo, en el sentido de que retuvo algo de la mayor conciencia física y el placer experimentado con la MDA, y no solo su vista pareció mejorar, sino también su discriminación auditiva. En su pensamiento sentía más seguridad, ya que podía mantener la certeza de ciertas cosas, y esto se mostró en su trabajo y en sus relaciones profesionales. Sentía una abundancia de energía que le era desconocida, excepto en los juegos infantiles de sus primeros años, que de pronto podía recordar. La vida era ahora básicamente agradable, y sabía hasta qué punto había vivido en un estado de depresión. En cuanto a la falta de dirección que sentía en su existencia, fue reemplazada por un deseo de mayor desarrollo personal y una preocupación por el desarrollo humano en general, al que ha estado sirviendo con éxito, desde entonces, de forma creativa a través de su profesión. Definitivamente, esto encaja con la imagen que dio de su niñera cuando pudo recordarla, pero para alguien que lo conoce bien es difícil encontrar mejores términos para describirle. Según parece, ahora podía expresar las cualidades que proyectaba. Esto lo hizo primero para sí mismo, en su búsqueda de autoperfección, y para sus hijos, en la calidad de la compañía que les dio. Luego vino su preocupación activa por la sociedad, en su trabajo, y al final de un año sintió un verdadero amor por su esposa (este paso fue el resultado de una sesión de harmalina y MDA que solo podría describirse con gran detalle. Dado que representa de muchas maneras una elaboración de la que aquí se resume, lo he omitido de este relato). 78

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Creo que uno de los valores de este testimonio es la luz que arroja sobre la relevancia del pasado y su explicación en el proceso de curación de las perturbaciones emocionales. Se puede ver que lo importante no es recordar los hechos, ni siquiera recordar los sentimientos, sino el cambio de puntos de vista y sentimientos del presente que supone el reconocimiento y la confrontación con la realidad, presente o pasada. La visión del paciente sobre su presente, antes de la terapia, era parte de la «máscara» que llevaba puesta, parte de un papel que había adoptado por el cual se convirtió en un «buen chico» que alberga los sentimientos de todo buen chico hacia sus padres. Estos sentimientos solo podían mantenerse si se «olvidaban» los hechos que no los respaldaban, hechos que darían lugar a otros sentimientos no compatibles con su papel. Vivir de acuerdo con su autoimagen artificial —la autoimagen creada para satisfacer las demandas de sus padres— significaba renunciar a su propia experiencia, ignorando lo que había visto, oído y sentido («abdicar de mí mismo»). Esto, probablemente, ocurría en todos los aspectos de su percepción, no solo en la interacción con la gente, sino en el uso ordinario de sus sentidos. Y se evidenció en la mejora de su vista después de la terapia, en el descubrimiento de matices no vistos y de sonidos no escuchados en la naturaleza. Usar una máscara parece ser un asunto de todo o nada. No puede ser utilizada solo para los padres; se pega tan cerca de la cara que también interfiere con la vista de la naturaleza y el oído de la música. Por la misma razón, para una persona es un asunto de todo o nada ser ella misma, es decir, usar sus propios sentidos, pensar sus propios pensamientos, sentir sus verdaderos sentimientos. No puede existir la programación y un flujo libre de 79

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sentimientos y pensamientos a la vez. Solo una apertura a lo desconocido permite descubrir cada instante, como con el dios Eros de la historia de Apuleyo, que se quedaría con Psique solo a condición de que no se le preguntara quién era. Para este paciente, «ser él mismo», abrirse a sus propios sentimientos, en cualquier circunstancia, significaba abrir las compuertas que se construyeron para defender el paisaje tal y como él lo veía. Al principio de su vida sabía que una visión de la misma como la que tenía cuando creció solo podía mantenerse a costa de suprimir la realidad. Esto lo debió saber siempre inconscientemente (aunque conscientemente lo ignoró, como hizo con todo lo demás) y, por lo tanto, mantuvo su vida consciente en un compartimento estanco. Esto explica su resistencia a los efectos de la MDA. Y como su sistema defensivo era muy intelectualizado, es comprensible que un enfoque no verbal fuera el más exitoso para llevarlo a una posición de espontaneidad. Como él mismo comentó al principio de la sesión, incluso la percepción de su cuerpo había sido reemplazada por una imagen a priori de sí mismo, pero esta era seguramente un área menos vigilada y con seguridad más cuestionada que su estilo de vida, su carácter o sus sentimientos hacia otras personas. Una vez que se estableció un contacto directo con la realidad, y era realmente «él» quien sentía las verdaderas sensaciones de su cuerpo, las puertas se abrieron, y entró en contacto con una cadena de asociaciones que potencialmente podrían llevarlo a cualquier experiencia en el mismo nivel de la realidad. Puede ser útil pensar en el individuo sano como un sistema en el que todas las partes están en comunicación entre sí y, por lo tanto, cada acción, sentimiento o pensamiento se basa 80

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en la experiencia total del organismo. Un aspecto de esa disponibilidad de experiencia es el recuerdo, ya sea abierto, consciente o la memoria implícita que supone tener en cuenta la experiencia pasada como hace un clínico al realizar un diagnóstico, o un excursionista antes de dar un salto. Esto no sucede en la neurosis. Aquí, los sentimientos o el comportamiento de una persona no se basan en la totalidad de la experiencia, sino que una parte se apaga para que viva en un fragmento de sí misma cada vez. En la mayoría de los adultos se ha producido una cierta restricción de la personalidad, de modo que la isla psicológica en la que viven no es todo el territorio en el que nacieron. Y como la infancia es la época de mayor espontaneidad y unidad, son los recuerdos de la infancia en particular los que se disocian de la experiencia presente. De la historia del caso anterior se desprende lo incompatible que era para el niño, a una edad determinada (probablemente entre los tres y cuatro años), sentir tristeza y rabia y, al mismo tiempo, ser aceptado por sus padres, el único apoyo que le quedaba. Solo podía reprimir sus sentimientos suprimiendo los pensamientos que los causaban, es decir, el olvido. Recordar era entonces una amenaza a su seguridad, a su sentimiento de ser aceptado por los adultos. Sin embargo, el hombre adulto que vino a la terapia ya no estaba en la misma situación. Su olvido activo, su estructura defensiva, ha persistido en él como un remanente inútil de su biografía, una cicatriz, un dispositivo anacrónico que le protege de un peligro que hace tiempo que dejó de existir. Porque ya no hay ninguna amenaza real para él al pensar de una manera u otra en sus padres. El mundo es grande y ya no los necesita como cuando tenía tres años. Freud dijo que la neurosis es un anacronismo, 81

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y en ese hecho radica la posibilidad de la psicoterapia. En cierto modo, puede concebirse como una exploración de las regiones temidas y evitadas del alma, por la que se descubre que no hay nada amenazante o que deba evitarse en ellas. Puede haber dolor o ira, como en el caso presente, pero solo a través de su aceptación sin miedo de ello puede integrarse la suma de la experiencia de una persona en el conjunto de una personalidad sana. La curación de este paciente puede verse como un cambio de una forma de ser y de sentir, tal como una vez aprendió que «debería» ser, o que le convenía ser, a su «verdadero» ser: el que corresponde a la huella de su experiencia de vida en su constitución. Se puede ver que su patrón neurótico —su «máscara», su autoidealización— consistía en una réplica de la percepción distorsionada de sus padres sobre el muchacho y de las propias aspiraciones de estos para él, en un momento en que se sentía solo y necesitaba mucho su amor. Un aspecto destacado de esto era que lo veían como tosco y poco inteligente ,y por ello querían que fuera bien educado y refinado. Así que le obligaron a restringir todo lo que fuera «vulgar» y a juzgar la cultura como un «deber», sin el cual se habría sentido como un simplón sin valor. La calidad compulsiva del proceso lo convirtió en algo rígido, con un intelecto demasiado formal, poco espontáneo, verboso e incapaz de disfrutar de las cosas sencillas. Tal proceso de sustitución de la vida por una imagen, de la verdadera experiencia por un conjunto de «deberes», se encuentra en la raíz de cada neurosis, por muy diferentes que sean las circunstancias que conducen a la construcción de la máscara y por muy singulares que sean sus características. 82

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Lo que parece inusual en la historia de este paciente es la clara línea de demarcación entre un tiempo de desarrollo normal en una atmósfera de amor, y aquel en el que se enfrentó a la exigencia de adaptarse a influencias perturbadoras. Es concebible que tal cambio de la nana a la mamá, que causó un cambio paralelo de «ser» a «parecer», puede haber sido una fuente de dificultad para el niño en su habla, ya que debe haber buscado a su nana en su madre y a veces debe haberla llamado por un nombre equivocado. Y como la nana y los pensamientos asociados se le prohibieron, la palabra en sí, como mamá, debe haber estado cargada de sentimientos conflictivos. Fue una feliz aunque ciega intuición la que tuve al aconsejar al paciente que escribiera, permitiendo así que el conflicto enterrado emergiera a través de décadas en su bloc de notas. Los cauces entre su experiencia pasada y la presente de escribir cartas habían sido abiertos por la acción de la MDA, pero seguramente no se habría hecho evidente a través de la actividad altamente automatizada del habla adulta. Es posible suponer lo que podría haber sucedido si el paciente no hubiera sido llevado a escribir. ¿Sus sentimientos reprimidos y los recuerdos han accedido al presente por otra ruta diferente? ¿Podría ser que una vez que los canales asociativos están abiertos, la unificación tenga lugar por el camino de menor resistencia, como cuando el agua cae por la ladera de una montaña, cambiando su curso para acomodarse a los obstáculos en su camino? Las siguientes historias pueden sugerir una respuesta: la primera se refiere a un hombre de treinta y cinco años que se dedicó durante un largo tiempo a la disciplina de una escuela espiritual con la esperanza de convertirse en un ser humano 83

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más completo. Expresó esta esperanza en su primera entrevista, señalando que ser realmente un «hombre» significaría poseer cualidades como la voluntad, la responsabilidad, la libertad, que estaba lejos de haber desarrollado. Por muy ciertos que fueran estos pensamientos, pronto se hizo evidente que el sentimiento del paciente de no ser un hombre completo entrañaba un miedo específico a ser homosexual que apenas se atrevía a confesarse a sí mismo, y mucho menos a sus guías espirituales. Ese temor formaba parte de un sentimiento persuasivo de inseguridad, ya que había una constante suposición implícita en él de que, si fuera espontáneo, los demás lo verían como afeminado y lo «desenmascararían». Esta inseguridad arruinaba su relación con la gente, especialmente en su profesión de médico, y se había convertido en su mayor preocupación: «Quiero estar seguro de que esta inseguridad se basa en miedos ilusorios, y que no soy homosexual, o si tengo razones para temer...». A continuación se presenta la información autobiográfica más relevante para su síntoma, según el relato del paciente antes del tratamiento con MDA: De la información que me dieron repetidamente y con mucho énfasis los miembros de mi familia, mi madre tuvo que pasar los nueve meses de su embarazo en cama ya que tuvo una enfermedad cardiaca que luego la llevó a la muerte [cuando el paciente tenía nueve años]. Cuando nací, la comadrona estaba molesta por la dificultad del parto y me torció el pie derecho. Por esa razón, no pude caminar hasta los cinco años aproximadamente, edad en la que me curé después de muchos tratamientos. 84

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Todas estas circunstancias que rodearon mi nacimiento hicieron que mis padres me dieran muchos cuidados, y así, me mimaron, haciéndome nervioso y terco, lo que a su vez hizo que mi hermano mayor se enfadara mucho. Él no disimulaba su irritación, pero constantemente me acosaba y me llamaba «mariquita» y «moñas». Sufrí mucho por esto y estuve llorando permanentemente, ya que él era seis años mayor y mucho más fuerte, y no pude luchar contra él, y las veces que intenté defenderme me llevé la peor parte. Me enfadaba tanto con él que en algunas ocasiones le lanzaba cuchillos o tijeras y le hacía daño. A pesar de lo que he dicho, mi hermano era el favorito de mi padre, ya que le señalaba como ejemplo de inteligencia y virilidad, y siempre le animaba y aprobaba lo que hacía. Esto nunca fue el caso conmigo. Como mi hermano no me dejaba jugar con él y yo no tenía amigos, debía pasar mi tiempo con mis hermanas, especialmente con la mayor de ellas, a la que quiero mucho y a la que estoy muy unido. De esta relación, creo, recogí los modales afeminados por los que mi hermano me despreciaba y que me dieron problemas durante los primeros años de la escuela. En cuanto a mi madre, aunque creo que me quería, nunca expresó este afecto, a diferencia de mi padre, que era mucho más expresivo que ella.

Alrededor de una hora después de la ingesta de 100 mg de MDA (una pequeña dosis para este paciente), informó de algunos mareos, y nada más sucedió durante los siguientes quince minutos. En este punto, le pedí que me mirara a la cara y me informara sobre lo que veía en mi expresión. Inmediatamente 85

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sintió que mi forma de mirarlo era similar a la de su madrastra, así que le pedí que fingiera que yo era su madrastra y que lo miraba con la expresión que él percibía. ¿Cómo traduciría esta expresión en palabras? ¿Qué diría la «madrastra» para hacer más explícita su actitud? «¡Marica! —decía— ¡Marica! ¡Marica! Siempre corriendo detrás de tu padre, pegado a él como una niñita». Ahora le pedí que respondiera como lo habría hecho de niño si se hubiera atrevido a decir lo que sentía: «¡Te odio! ¡Te odio!». Durante los cinco minutos siguientes, más o menos, le pedí que cambiara de un papel a otro y que mantuviera así un diálogo con su madrastra, lo que llevó a una mayor expresión de sus sentimientos de ser víctima, su impotencia, su necesidad de su padre como única protección contra sus ataques. En este punto, empezó a emerger gradualmente en él una reminiscencia: «Algo pasó con el jardinero —había un jardinero en la casa— y algo pasó, no recuerdo qué... estaba en el garaje, eso sí que lo recuerdo... me veo sentado en su regazo, ¿puede ser cierto?». Luego hubo una imagen del pene del jardinero y de una felación; después sintió que tenía la cara mojada de repente, y experimentó perplejidad. Todo esto tenía que ver con pequeñas imágenes que venían en paquetes de cigarrillos, y gradualmente recordó que este hombre se las dio a cambio de manipulaciones sexuales. Y no las quería para él... no, para su hermana... sí, por su hermana él haría esto, para que ella tuviera estas pequeñas impresiones para su colección... porque ella estaba compitiendo con su hermano mayor, ahora lo recuerda, y su hermano... (ahora recuerda la parte importante)... ¡Su hermano lo sorprendió! Recuerda que miró en el garaje, y se acuerda de su propio miedo: ¡su hermano se lo diría a sus padres! 86

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Costó cerca de cinco horas reconstruir toda la situación provocada por el largamente olvidado episodio. La mayoría de sus ideas y recuerdos se resumen en las siguientes páginas escritas al día siguiente: Cuando mi hermano me descubrió tuve mucho miedo. Corrí a mi hermana y le dije que me habían descubierto y que Fernando, que no me quería, se lo diría a mi madre. Ella tenía mucho miedo de mi padre y estaba tan asustada de que le pegara que me rogó que me declarara culpable y dijera que me había gustado lo que había hecho. «Por favor, tú eres el rey de la casa, a ti no te pegarán, pero a mí, sí». Creo que ella fue afectuosa conmigo para obtener el amor de mi padre a cambio. Cuando Fernando me atrapó, pensó: —¡Ja, ja! ¡El rey de la casa es un marica! Yo soy el único hombre. Mi madre estaba furiosa: — ¡Te daré una paliza! ¿Por qué lo hiciste? —Porque me gustó. —¡Ah, así que te gustó! —dijo, y me llenó la boca de pimienta. Yo seguía diciendo: —Me gustó, me gustó, ¡y le diré a papá lo que me has hecho! Se enfadó más y pensó: «Igual que su padre». —¡Ajá, así que te gustó! Y me retorció el pie. Mi hermana terció: —¡Pobrecito! ¿Qué te han hecho por mi culpa, porque 87

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no quisiste delatarme? Le han retorcido el pie al rey de la casa. Pobrecito. La hermana menor: —¡Así que tú tienes la culpa! Mira lo que le han hecho a Roberto por tu culpa. Eres mala. Voy a delatarte. El padre: —¡Mirad lo que hizo Sarah! ¿Cómo te atreviste a meter al niño en esto? ¡Tú tienes la culpa! Y la golpeó con una regla en la planta de los pies. —No la pegues, papá. ¡Me gustó, me gustó! La madre: —¿Qué he hecho? Le he retorcido el pie, y mi marido se enfadará. Perdóname, Roberto, no sabía lo que estaba haciendo. Yo: —Apestas, madre, ¿por qué no te bañas? No me recojas en la escuela, madre, porque me avergüenzo de ti. Quiero que mi padre vaya. Él es bueno, tú eres mala. No me quieres, me has retorcido el pie. Madre: —Ahí está el marica otra vez. Quiere ir con su padre, los dos son de la misma clase. Débiles. El único hombre en la casa es Fernando. Es mi hijo, es como yo. Yo: —Así que te duele ver que soy un marica. Eso es lo que voy a ser, y se lo diré a mi padre cada vez que me llames eso. Padre: —¡Con qué perra me casé! ¿Qué le ha hecho a su hijo? Me imagino lo que piensa de mí, igual que de él. En realidad, el único hombre de la casa es Fernando, que se parece a ella. 88

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Fernando: —Mi padre es quien más quiere a Roberto, pero después de denunciar a Roberto tengo a mi madre para mí. La hermana menor: —Después de delatar a Sarah, tengo a mi padre para mí. ¡Pobre crío! Qué triste es que le hayan retorcido el pie. Mira, papá, yo también quiero a Roberto. Fernando: —¡Marica, marica! El único hombre en la casa soy yo. Yo: —Papá, Fernando me llamó marica. Padre: —No molestes a tu hermano, Fernando. ¿No ves que está nervioso desde el accidente de su pie?

La forma de este documento recuerda el curso real de la sesión, ya que le pedí que se hiciera pasar por los diferentes individuos en su familia y que expresara los sentimientos de cada uno frente a la situación. Cuando todo lo que se ha citado le quedó claro, se preocupó por el vago recuerdo de un evento posterior. El proceso de rememoración gradual fue similar al anterior: la habitación donde su madre yacía en la cama, su futura madrastra hablando con la enfermera, algo sobre la dosis de un medicamento, su deseo de que su madre muriera y su culpa después. Para cuando los efectos de la droga habían desaparecido, sin duda sentía que había matado a su madre dándole un número mayor de gotas que las prescritas, pero al mismo tiempo dudaba de la realidad de todo el episodio que estaba «recordando», que a su vez era bastante vago. 89

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Durante los dos días siguientes, el paciente no pudo hacer otra cosa que reflexionar sobre los acontecimientos descubiertos bajo la influencia de la droga. Sucesivamente, los aceptaba como verdaderos o desconfiaba de su realidad, considerándolos como ilusiones causadas por la MDA. Por otra parte, sentía que el proceso que había comenzado con la sesión no estaba completo e insistió (sin éxito) en recordar más circunstancias asociadas con la muerte de su madre. Con el paso del tiempo, la sensación de realidad del episodio sexual aumentó, y esto fue en paralelo a la desaparición de sus dudas con respecto a su masculinidad. Su seguridad (confianza en sí mismo) también aumentó enormemente en su contacto con la gente en general, y sintió que podía ser más espontáneo, aunque ahora iba cargando con un sentimiento inconsciente de culpa. No le importaba mucho si era homosexual o no y por primera vez en su vida podía discutir el asunto abiertamente con otros. Su verdadera culpa ahora estaba en el sentimiento de que era un asesino y que no podía confesar. Un sueño que tuvo algunos días después de la sesión le impresionó mucho. En un episodio del mismo se hallaba en el funeral de su madre, y unos tigres entraron por la ventana. Sintió que eran expresiones de su propia ira, una ira que había enterrado muy pronto en su vida, y que solo ahora empezaba a sentir a través de una cortina de símbolos y recuerdos. El cambio que tuvo lugar en la comprensión de este paciente acerca de su vida y sus sentimientos puede observarse comparando el primer párrafo de una autobiografía escrita antes del tratamiento con el comienzo de otra versión de la misma escrita aproximadamente una semana después de la sesión. Antes de la sesión, comienza de la siguiente manera: 90

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Nací el 1 de agosto de 1930 en la casa de un hombre de negocios muy respetado en nuestro círculo y que pertenecía a una de las familias más antiguas de la ciudad.

Esta es una actitud que recuerda a la que el paciente anterior mostró al hablar del comedor de su casa. Allí el sujeto ignoró inicialmente sus verdaderos sentimientos por este lugar, que había sido la mayor sala de torturas de su vida, y los sustituyó por el orgullo de la posición social de sus padres, transmitido por la pulida mesa y las finas tazas. En esta apertura el paciente también destaca la «respetabilidad» de sus padres y, al hacerlo, los mira en términos de los valores que eran más importantes para ellos. Estos valores también lo han moldeado en un grado muy alto, ya que él también ha tenido que «abdicar de sí mismo», y cuando un niño abdica de sus verdaderos sentimientos y pensamientos queda a merced de las influencias externas. Para este niño en particular, «ser él mismo» significaba tal frustración y enojo con su madre y su hermano mayor que no podía hacerle frente, especialmente en ausencia de un padre fuerte que tomara partido por él. Su padre mostró algo de comprensión por su hijo, y así podemos entender el gran apego del niño por él, pero era débil y sumiso. Después de la sesión, el paciente ya no habla de él como de un hombre respetable que lo cuidaba mucho y que le expresaba sus sentimientos afectuosos, sino que dice: «Lo veo como un hombre muy débil al que siempre he dominado, al que incluso he regañado en muchas ocasiones. No sabe lo que quiere y es muy cobarde. Es decir, tiene todos los defectos que yo veo en mí. Nunca he podido hablar abiertamente con él porque es muy chismoso y no 91

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dudaría en contar a otros mis asuntos. Nunca me apoyó en absolutamente nada». Esta opinión de su padre está sin duda más cerca de sus verdaderos sentimientos, y el cambio de punto de vista está probablemente relacionado con el desvanecimiento de su percepción de sí mismo como homosexual. Se puede esperar que, a medida que se abra más a sus verdaderos sentimientos, experimentará menos necesidad de ser apoyado por su padre o por sus figuras paternas en el mundo masculino. Está un paso más cerca de esto, pero un sentimiento de culpa aún le impide reconciliar el estado desconocido de su infancia con su actual visión de su madre. Es esclarecedor rastrear los sentimientos hacia las mujeres de su familia durante el tiempo de su tratamiento. Todo lo que dice de su madre en su primer informe autobiográfico está en un párrafo que ya ha sido citado: «En cuanto a mi madre, aunque creo que me quería, nunca expresó ese afecto, a diferencia de mi padre, que era mucho más expresivo que ella». Su frustración aquí es casi inexpresiva, no solo porque no habla de su propia reacción, sino porque no culpa a su madre. En cambio, construye la opinión de que un rasgo de carácter de ella, no siendo expresivo, la llevó a no mostrar su afecto. En otra parte de su relato, habla de su reacción a la muerte de su madre: «Cuando tenía nueve años, mi madre murió de una larga enfermedad cardiaca. Recuerdo, o creo recordar, que no lloré y que no quise dejar la casa de un primo donde me habían enviado para alejarme de los ritos funerarios, y donde me estaba divirtiendo». De su madrastra, dice abiertamente: «La odiaba. Esta mujer nunca me amó y nos separó al uno del otro, excepto a 92

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mí de mi hermana mayor, que siempre me mostró un gran amor y a quien quiero mucho». Durante la sesión se hizo evidente hasta qué punto esta hermana mayor representaba una madre sustituta, y era tan importante para él que no solo accedió a las manipulaciones del jardinero por su bien, sino que fue capaz de culparse a sí mismo por ello y así protegerla de ser castigada. Sin embargo, también quedó claro que era un pobre sustituto del amor de su madre, ya que no lo experimentaba realmente como un verdadero afecto, sino como un papel que ella adoptaba y como una manipulación para atraer el amor de su padre. A la vista de esa percepción posterior, podemos valorar las descripciones iniciales del paciente sobre el amor mutuo entre su hermana y él como un autoengaño, al menos en parte, y como el resultado de una necesidad desesperada de creer que alguien le amaba. Al día siguiente de la sesión, además del texto que se ha citado, anotó los siguientes comentarios sobre su madre y su madrastra: Cuando mi madre murió, no lloré. Al contrario, me alegré de que muriera. Me llevaba mejor con mi madrastra, hasta que mi padre nos separó.

De esto se desprende que gran parte de la hostilidad experimentada anteriormente hacia su madrastra fue el desplazamiento de la hostilidad reprimida hacia su madre, y como ahora podía reconocer parte de ella (implícita en el hecho de haberse sentido feliz por su muerte), sus sentimientos (retrospectivos) hacia su madrastra mejoraron. Un desplazamiento similar pareció que tenía lugar en la ira hacia su padre, ya que inicialmente 93

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culpó a su madrastra cuando percibió la separación en la familia, y ahora ve que en realidad fue su padre quien lo separó de ella. Que su madrastra actuaba como una pantalla en la que se proyectaban los sentimientos inaceptables hacia sus padres se confirma aún más por el curso de la sesión de MDA, que comenzó con la percepción de la expresión de su madrastra en mi rostro, pero el diálogo con ella lo convirtió en uno con su madre a medida que avanzaba. En las páginas autobiográficas escritas una semana después de la sesión, el paciente dice lo siguiente de su madre: «La recuerdo como una mujer de fuerza excepcional. Creo que era muy buena, pero al mismo tiempo carente de afecto, o al menos de la capacidad de expresarlo. Recuerdo que le preguntaba continuamente si me quería, y que ella respondía: “¡Déjame en paz, estoy muy cansada!”. De vez en cuando me daba un beso, pero no recuerdo que me hubiera acariciado». En cuanto a su madrastra, la ve como «una mujer perezosa y sucia; solía pegarme y hacer que mi hermano me pegase todo el tiempo». Mis hermanas solían defenderme. Si yo lloraba o la delataba a mi padre, me llamaba mariquita. Ella me dejaba sin comer, y creo que la incipiente tuberculosis que tenía estaba relacionada con esto, o al menos eso pensaba mi padre... La odiaba como nunca he odiado a nadie, y se vengó llamándome mariquita, estúpido, perezoso... Pero también siento lástima por ella. ¡Cómo debe haber sufrido con una manada de monstruos como nosotros!». Se puede observar que las opiniones y sentimientos del paciente se han revertido en cierta medida respecto a sus comentarios anteriores a la sesión. Aunque no completamente. En su última declaración sobre su madrastra, hay un reconocimiento 94

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implícito de que ella fue el blanco de sus propias reacciones irracionales, y él interpreta sus ataques como una venganza. Por otro lado, hay alguna diferencia entre las declaraciones originales sobre su madre y las anteriores: «... falta de afecto, o al menos en la expresión del mismo. Recuerdo que le preguntaba continuamente si me amaba, y ella respondía: “¡Déjame en paz, estoy muy cansada!”». Aquí hay un claro reconocimiento de su inseguridad y frustración, y la noción de que su madre no lo amaba está más cerca de ser aceptada y expresada. La forma en que construye la frase («carente de afecto, o al menos de la expresión del mismo») es una réplica en miniatura del proceso por el cual el contenido de la sesión en su conjunto se reprime de nuevo y se restringe. Primero viene una declaración clara, luego lo que parece ser una racionalización, una justificación de la madre que puede entenderse como un medio de contener los sentimientos inaceptables que tendría si la declaración anterior fuera cierta. Esto fue típico de él durante todo el proceso descrito aquí. Bajo el efecto de la MDA, describía vívidamente una escena (el semen mojaba su cara, por ejemplo) y luego se preocupaba por su realidad. «¿Puede ser esto cierto? ¿Esto sucedió realmente? No. Solo en mi imaginación. Realmente no puedo recordarlo. Era demasiado joven para recordar algo. Pero entonces, ¿por qué lo veo tan claramente? ¡Y todo parece tan coherente! Si esto es verdad... Sí, debe ser verdad. ¿Puede ser verdad? ¿Qué piensa usted, doctor, puede ser esto cierto?». Largas secuencias de esta naturaleza tuvieron lugar entre pasos sucesivos en la comprensión o el recuerdo y, como he mencionado antes, los días siguientes a la sesión fueron seguidos por intensos interrogatorios del mismo tipo. 95

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Poco después de trabajar con este paciente, dejé el país durante dos meses y esperaba volver a verlo a su regreso, pero ahora le parecía que la ayuda que recibió en el ínterin por parte de un colega terapeuta era todo lo que necesitaba, y que prefería concentrarse en la búsqueda espiritual, como antes. Desde entonces, me he encontrado con él accidentalmente en ocasiones, y tengo la intuición, por la calidad de este contacto, de que el proceso iniciado el día de la sesión nunca se completó. Aun así, el tratamiento fue eficaz para proporcionar al paciente el alivio sintomático que buscaba, para darle mayor confianza en sí mismo (lo que hizo que su relación con los demás fuera más satisfactoria) y para lograr una mayor espontaneidad en su vida. La vacilación de este paciente en aceptar la verdad de los acontecimientos recordados mientras estaba bajo la influencia del medicamento ilustra una reacción que se observa con frecuencia en el periodo que sigue a una sesión de terapia. Parecería que los recuerdos reprimidos solo pueden aceptarse cuando se produce un cambio paralelo en las actitudes del paciente o en la interpretación de los mismos, de manera que ya no sean una amenaza para su «equilibrio» actual. En realidad, el temor implícito al cambio que hace que un paciente se aleje de ciertos acontecimientos o experiencias es una insinuación de un reconocimiento secreto de la inestabilidad de su situación actual. Como el miedo a los lugares altos en aquellos que inconscientemente quieren caer, el miedo a recordar habla de un deseo del organismo de volver a caer en la verdad, un deseo oculto de ver. Según parece, la MDA puede ser un instrumento para inducir un estado en el que nada es amenazante, y en el que la 96

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persona puede aceptar incondicionalmente sus experiencias, ya que su seguridad se encuentra en otra parte, y no en una imagen de sí misma. Una vez que se ha superado esa fase, la información de la consciencia de la persona puede chocar con sus puntos de vista actuales o provocar reacciones (como la condena de un padre) que no puede permitirse. El resultado puede ser ansiedad u horror ante los acontecimientos recordados, negación de su realidad o amnesia con respecto a todo el episodio. Para que se produzca el cambio, hay que dejar tiempo, de modo que se pueda salvar la brecha entre la reacción al acontecimiento crítico y la estructura de la personalidad del paciente, como se logró con éxito en el plazo de veinticuatro horas en el caso del sujeto de nuestro primer ejemplo. Cuando la asimilación del suceso crítico es insuficiente durante una sesión, el proceso puede continuar durante el día o el mes siguiente o reanudarse en una sesión posterior con el fármaco. El siguiente caso es particularmente ilustrativo del funcionamiento de las defensas tras sucesivas sesiones de MDA y muestra cómo en cada una de ellas el paciente pudo ver más de su pasado y, también, integrarse más en su conciencia posterior a la sesión. El paciente es un tartamudo de treinta años que ha estado en psicoterapia durante dos años y que ha experimentado una considerable mejora de sus síntomas. Su terapeuta me lo remitió porque consideraba que la falta de contacto emocional en la relación terapéutica actual impedía que se siguiera avanzando, y esperaba que un medicamento pudiera ayudar al paciente a dejar de lado su enfoque excesivamente intelectualizado y normativo en el encuentro terapéutico. Cuando se le preguntó sobre su propio interés en continuar la terapia, el paciente explicó que la tartamudez ya no 97

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era su principal preocupación, sino la irritabilidad en el hogar, la ausencia de sentimientos y la falta de contacto con las cosas en general: «Siento que no toco el suelo mientras camino, sino que floto sobre él; no me siento completamente en contacto con nada». A menudo usaba frases impersonales en la primera entrevista (por ejemplo: «Hay tensión en mis brazos»), y cuando le llamé la atención sobre esto, me explicó: «Esa es mi preocupación esencial: ¡Quiero poder hablar en primera persona!». Una de las varias pruebas psicológicas utilizadas anteriormente fue el HPT,3 que consiste en una serie de fotografías humanas a las que el sujeto es invitado a responder en términos de lo que le gusta o no le gusta de ellas. La característica más notable de sus respuestas fue el rechazo de muchos rostros que él percibía como criminales. Relacionó este rasgo en sus reacciones con su propia percepción inconsciente de sí mismo como delincuente, como se evidencia en los sueños en los que fue perseguido por la policía. El dato más destacado de la historia del paciente, tal como lo recordaba antes del tratamiento, era que su balbuceo comenzaba en la época de su primer año en la escuela, de la que recordaba muy poco. Tenía muy pocos recuerdos antes de esta época de su vida: su madre yendo a la clínica para dar a luz a su hermano menor, él mismo desnudo para tomar el sol y escondiéndose de una nueva criada, sus padres comprándole un regalo... De la siguiente escuela, recordaba vívidamente a una niña rubia que le prestó un lápiz. Dijo que durante toda 3. Prueba de Preferencia Humana, por el presente autor (HPT por sus siglas en inglés). 98

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su infancia solía encerrarse en el armario de su padre y, secretamente, cedía a los ataques de rabia y al llanto hasta que no podía soportar más el calor. Describió la relación con sus padres como normal y sin incidentes, y dijo que solía contarle todo a su madre hasta los doce o trece años, cuando cambió en este aspecto, y ella se quejó de su pérdida de confianza. En la escuela, era un estudiante bastante bueno, pero evitaba los deportes. Desde los catorce años, había participado activamente en diferentes organizaciones juveniles católicas. Tuvo dos breves aventuras amorosas antes de casarse, una a los dieciséis años y la otra a los veinte. Conoció a su esposa en la universidad y estableció con ella una buena amistad que aún perdura después de seis años. Llevaba ya cuatro años casado y tenía dos hijos, por los que sentía mucha ternura. Después de la ingestión de 150 mg de MDA, el primer síntoma del paciente fue ansiedad, un deseo fugaz de llorar, que controló, y luego una sensación de que sus brazos y su pecho eran más pequeños, más delgados. «¿Esto sugiere algo?». «Ser un niño, supongo». Durante la siguiente hora más o menos, disfrutó mucho de la música y juguetonamente movió sus brazos y piernas a su ritmo. «Flexible, como si corriera desnudo en el viento». Aparte de la experiencia descrita, la mayor parte del contenido de las siete horas que duró la sesión estuvo relacionado con la boca del paciente. Al principio sintió que su mandíbula estaba apretada y trató de abrirla más y más con la ayuda de sus manos. Constantemente sentía su cara y sus mandíbulas. Luego inició movimientos que sugerían los de succión, y cuando esto le llamó la atención, intencionalmente se dedicó a los movimientos de succión durante mucho tiempo. Todo 99

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el tiempo, sintió que sus mandíbulas estaban tensas y doloridas, y siguió sintiéndolas así. Sus molares inferiores e izquierdos también le dolían, y esto persistió hasta el día siguiente. En otro momento, sintió como si abriera la boca de par en par y sacara la lengua, y durante algún tiempo, con la boca abierta, sintió como si exhalara con fuerza. Luego tuvo frío, empezó a moverse al ritmo de la música de nuevo, y siguió abriendo la boca, sacando la lengua, o chupando. Explicó (en inglés) que había estado preocupado por sus mandíbulas antes en su vida, ya que en el momento de la pubertad no quería masticar con fuerza por miedo a distorsionar la forma ovalada de su cara. Las primeras palabras del paciente, en algún momento de la segunda hora después de los síntomas iniciales, fueron que se había dado cuenta de que nunca había sido amado; que podría haber ocurrido, pero que nunca creyó realmente ni sintió con certeza que alguien se preocupaba por él. Después de esto, habló en inglés y continuó usando este idioma durante el resto de la sesión, a pesar de haberlo aprendido solo en la escuela y de ser mucho menos fluido en él que en español. En una ocasión habló también en francés, y en varios momentos de la sesión comentó con sorpresa el hecho de haber olvidado el español, pero esto no pareció molestarle. Volvió a decir unas cuantas frases en español después de imaginar a su padre como el respaldo de un asiento con armazón de metal. Le pedí que hablara con su padre y me dijo en español y con cierta resistencia: «¿Por qué te vas?». «¿Por qué no te quedas en casa?». «¿Por qué no me abrazas?». Sabiendo que el tartamudeo del paciente había comenzado durante su primer año de escuela, le pregunté sobre este 100

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periodo de su vida, y recordó un cierto día en el que un grupo de niños lo culparon injustamente por haber empujado a otro niño más pequeño. Uno de ellos amenazó con darle un puñetazo en la boca, pero él no podía recordar si realmente le habían pegado. Pasó aproximadamente una hora reflexionando sobre la escena. Se imaginó a sí mismo con la boca llena de sangre, tendió a creer que había empezado a tartamudear ese mismo día, y pensó que se debía sentir víctima de una gran injusticia y muy indefenso. Después de este día y durante el mes siguiente, el paciente notó un efecto sorprendente de la sesión en sus movimientos, que se volvieron flexibles e inusualmente coordinados. Lo sintió mientras tocaba la guitarra y la flauta, mientras se dedicaba a la carpintería en sus horas libres, y por la noche, cuando ya no sentía la incomodidad habitual de no saber dónde poner los brazos antes de dormir. Aparte de este efecto físico, se sentía inusualmente cálido con sus hijos y lleno de paciencia al lidiar con los eventos de la vida familiar. Cuando se le presentó una vez más el HPT, dos días después de la sesión, sus respuestas fueron muy diferentes a las de la semana anterior; el tema principal de sus rechazos ya no era predominantemente el de los rasgos «transgresores», sino que la mitad de sus comentarios se referían a expresiones en la zona de la boca de los rostros representados. Las que más se mencionaron fueron el miedo y el deseo de llorar, el mostrar demasiado los dientes o la falsedad. En ese énfasis de la boca y el rechazo de los sentimientos expresados en ella, la situación de prueba era paralela a la experiencia del sujeto en la sesión de MDA, durante la cual la boca había sido el centro de atención tanto en términos de sensaciones físicas como de fantasía. 101

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A pesar del bienestar experimentado por el paciente, el proceso terapéutico descrito anteriormente se sugirió como incompleto por las siguientes razones: 1) Expresión incompleta de las sensaciones: al principio de la sesión, el paciente tenía ganas de llorar, pero no cedió al impulso. Al final del día, temía que pudiera sentirse suicida, pero nuevamente se sentía solo al borde de la tristeza. Estas breves experiencias, su historia de vida (llorar en los armarios), la falta de sentimientos intensos durante la sesión y el rechazo de las expresiones de tristeza en la prueba demostraron que todavía no estaba preparado para aceptar o incluso conocer sus propias emociones. 2) Recuerdo incompleto: los síntomas de regresión durante la sesión (movimientos de succión, encogimiento del cuerpo) sugieren claramente que la mente del paciente estaba queriendo enfrentarse inconscientemente a los episodios del pasado, y esto se confirma aún más por la escena escolar que recordó en parte. Sin embargo, aquí, como en el caso de los sentimientos, el paciente solo llega al borde de recordar un episodio, cuya existencia es capaz de percibir. Las emociones que imagina haber tenido cuando fue acosado en la escuela (llanto, rabia, impotencia) coinciden con las que percibió y rechazó en el HPT. 3) Insight incompleto: la experiencia del paciente indica que ha crecido con un sentimiento de no ser amado, que extrañaba a su padre, y que al menos una vez se vio permanentemente afectado por ser injustamente culpado y atacado por otros niños. Esto, a su vez, sugiere que se enfrentaba a esta última situación muy por su cuenta, sin esperar ningún apoyo de sus 102

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padres o profesores. Una vez más, todo este panorama coincide con los sentimientos de ansiedad y tristeza experimentados fugazmente durante el día de la sesión y percibidos posteriormente por el sujeto como ajenos a sus opiniones y sentimientos habituales. Al día siguiente, consideró esta experiencia de impotencia como una mera posibilidad teórica, por no mencionar que percibió en el comportamiento pasado de sus padres todo aquello que corroborara esos sentimientos de soledad o que los hiciera comprensibles.

En general, puede decirse que el tratamiento con MDA llevó a prever un panorama que no fue del todo revelado. Se aconsejó al paciente que asistiera a reuniones semanales de terapia de grupo para lograr una mayor conciencia y expresión de sus sentimientos, y después de tres meses participó en una sesión de grupo con MDA que resumo aquí: Al principio de esta sesión, el paciente, que se sentó junto a una de las chicas del grupo, a la que había preguntado si quería estar sola. Cuando ella asintió con la cabeza, él se dejó caer al suelo, donde se acostó sobre las frías baldosas. El frío le llevó a experimentar sensaciones que conocía de alguna enfermedad: frío y vómitos, soledad e indefensión, incapaz de pedir ayuda, abandonado. Dijo que entendía que era un sentimiento de rechazo que le hacía sentir náuseas, frío y soledad. Luego se acostó en una cama en un extremo de la habitación y cedió cada vez más a este sentimiento. Emitió suaves gemidos que se hicieron más largos y fuertes hasta que se convirtieron en aullidos insistentes. Después de media hora de gritar, esto se volvió cada 103

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vez más articulado. Las primeras palabras fueron: «¡NO! ¡NO! ¡NO!». Luego, unos minutos más tarde, fue: «¡No es mediocre! ¡No es mediocre! ¡No es mediocre!». Y más tarde, devolvió los insultos a un supuesto acusador: «¡Mediocre! ¡Mediocre!», y luego: «¡Criminales! ¡Asesinos!», durante mucho tiempo. Empezó a golpear la cama, y más tarde la pared, con los puños. En el proceso, se dio cuenta de que el verdadero objetivo de su ira era su padre. Luego hubo referencias a sus dientes. «¡Se caen solos! ¡Mamá, se caen solos!». Intercalado con «¡No! ¡No! ¡Papá! ¡Papá!». Pidió ayuda a su padre mientras su madre lo obligaba a hacer algo y finalmente terminó, más suave, con la repetida afirmación: «No tengo papá, no tengo mamá».

El proceso duró unas cuatro horas, después de las cuales se olvidó de todo. Cuando los testigos le informaron de lo que habían oído, pudo recordar en cierta medida lo que había dicho o hecho, pero no las situaciones del pasado a las que reaccionaba. Esto es lo que escribe al día siguiente: «Creo que los gritos fueron por varias situaciones al mismo tiempo, en cada una de las cuales me sentí en una posición similar, no pudiendo contar con la protección y el amor de mis padres, ya sea porque me lo negaron, porque no estaban a mano, o porque no sentí que estuvieran lo suficientemente cerca o que pudieran ayudarme. Tales situaciones podrían haber sido una experiencia en el dentista, haber sido atacado por los niños de mi primera escuela, o alguna enfermedad durante la cual me sentí muy mal y solo». No estoy informando sobre todas las experiencias del paciente en el grupo, pero es interesante señalar que a lo largo 104

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del día sintió un intenso deseo de ser protegido y acariciado por otros miembros del grupo, además de la incapacidad de pedirlo. Comparando la primera sesión de MDA del paciente con la segunda, es obvio que en la segunda pudo recordar y sentir más (de su soledad, frustración y necesidad), pero a expensas de la amnesia posterior. A pesar de esto último, sentí que la profundidad de la experiencia misma mostraba un relajamiento de las defensas y que podría constituir un puente para la siguiente sesión, en la que sus recuerdos y sentimientos podrían llegar a integrarse en su vida consciente. Mi sensación se vio apoyada por las respuestas del paciente al test HPT dos días después de la sesión. El cambio aquí fue sorprendente una vez más, y junto con el rechazo de la debilidad, un nuevo tema se hizo evidente: un tipo de expresión crítica, sarcástica y desapegada que, en al menos una de las imágenes, asoció con la de su padre. La siguiente sesión tuvo lugar un mes después de la segunda y comenzó febrilmente y con muchos gritos. Daba la sensación de que atravesaba por la misma experiencia que en la sesión anterior, pero la situación que inspiraba sus sentimientos era diferente. Dicha situación comenzó a desarrollarse gradualmente a medida que cedía a su rabia. «Su hijo es un ladrón. Su hijo es un ladrón. Su hijo es un ladrón», escribió al día siguiente, y después de eso, ira, defensa, odio: «¡No! ¡No! ¡Es mío, lo encontré tirado en el suelo! ¡Es mío, mío, mío! No lo he robado! ¡No he robado nada! Lo encontré. ¡Criminales! ¡Criminales!». A mitad de la tercera hora explicó cómo recordaba que en su primer o segundo año de escuela encontró una pequeña 105

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joya (un diamante, por lo visto), que guardó sin conocer su valor. Fue acusado de robo y se tragó la piedra. Recordó claramente que le hicieron un enema y le obligaron a vomitar para poder recuperar la joya. Ahora tenía la fantasía de tener todavía algo dentro. Distinguió vagamente dos paquetes. Uno pequeño detrás de su esternón, y otro más grande debajo. Abrió el más pequeño y encontró el diamante. «El otro, que apenas vi y olvidé, sigue sin abrirse», dijo más tarde, y añadió: «Al descubrir todo esto, me sentí libre de algo muy grande y pesado, como si pudiera respirar profundamente y por primera vez en muchos años. Pero este deseo de respirar profunda y violentamente apuntaba a algo que no era capaz de comprender». Durante el resto del día, interactuó con los demás en lugar de retirarse, como en las pasadas sesiones de grupo. Después de que los efectos de la droga hubieran desaparecido, se despidió de los otros miembros del grupo, y mientras lo hacía estuvo a punto de llorar. Especialmente cuando se despidió de mí, se sintió muy conmovido y me besó en la cara como un hijo besaría a un padre. Todo esto representaba un fuerte contraste con el sinsentido que le había hecho buscar tratamiento. Al día siguiente, se sintió abrumado por una intensa sensación de que realmente no tenía padre ni madre, lo cual le hizo sentir como si los hubiera matado. También sintió que las piezas de un enorme rompecabezas estaban encajando en su lugar: sueños, miedos, situaciones de la vida. Sin embargo, en el curso de la semana pareció que un velo se corriera sobre su vista, sus sentimientos se volvieron a enfriar, y la historia que le vino a la mente durante la sesión le pareció cada vez menos real. 106

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Se propuso una sesión más al paciente por razones similares a las que precipitaron la anterior, y vale la pena informar que esta en particular iba a ser a la vez la menos recordada y la más efectiva. En resumen, durante las primeras horas de la sesión, el paciente se sintió como una mujer y disfrutó de este papel; después, descubrió que muy pronto en su vida había asumido una identificación femenina, en el supuesto de que así atraería el amor de su padre. Ser mujer significaba, principalmente, ser sensible y sentimental, como su madre. Pero en algún momento de su vida se dijo a sí mismo: «Los hombres no lloran», y esta frase surgió repetidamente en sus experiencias con la MDA y se anestesió. En esta ocasión, también, su estado de ánimo le llevó a un breve periodo de falta de sentimiento, incoherencia y luego indiferencia: «El valor de esa vivencia fue el de asistir a una caricatura de mí mismo», dijo más tarde. «Lo que siempre soy, hasta cierto punto, había llegado entonces al extremo». Es difícil saber qué pasó en su inconsciente mientras se sentía como una mujer o mientras era incoherente o indiferente, pero, solo después de esta sesión, sintió el paciente que había dado un paso definitivo hacia la cordura emocional. Un estado fugaz de ansiedad le hizo darse cuenta de que esta era la condición en la que había vivido durante toda su vida antes del tratamiento, y que ni siquiera recordaba dicha ansiedad desde hacía algunos meses. Y además, le parecía que el mundo entero había cambiado, aunque se sentía la misma persona. Cuando se le preguntó sobre la naturaleza del cambio, dijo que era difícil de poner en palabras, pero que era algo así como «estar relacionado» con los demás: «No tengo que controlar a los otros, porque ya no dependo de su aceptación o rechazo. Puedo aceptarlos sin que me importe 107

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si me aceptan o no. Si lo hacen, bien; si no, muy mal; pero no tengo necesidad de gastar energía en una especie de actividad de la CIA para detectar cómo soy para los demás». Además, su eficiencia en el trabajo ha mejorado, según su estimación, un mil por cien. Unos meses después del comienzo de su tratamiento, resumió estos cambios en una carta, con motivo de mis últimos días en el país. Hacia el final, planteó la pregunta: ¿Qué ocurrió durante la última sesión que provocó la cristalización de esta delicada corteza superior de la cordura, que sin embargo siento que es permanente? Podría seguir respondiendo: «Nada... simple. Mientras estuve allí, el mundo fue reemplazado por otro diferente». Algunos hechos que veo. Durante la primera etapa de la sesión, viví en un armario, mi infierno. Pero ahora que lo recuerdo, la sensación más desagradable que puedo recordar es la del rechazo, y, reflexionando bien, que esto no fue tan doloroso después de todo. El infierno no era más que la liberación de muchos sentimientos, y mucho de esto resultaba bastante placentero. En la segunda etapa, pude verme como he vivido durante años: incapaz de amar.

Así es como la persona que sufría de falta de sentimientos termina su carta: Claudio, amigo, sé que no puedo darte nada como lo que tú me has dado. Sé que ni siquiera esperabas esta carta. Sé que no has esperado el afecto que sabes que solo puedo sentir a pesar de mí mismo. Sé que me aceptaste sabiendo que tengo 108

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una fe que enseña a dar lo que tú das, y que yo imité por obligación. Sé que estás feliz por mí. Ahora te vas. No te lo agradeceré. Eso sería añadir una flor a tu guirnalda, que dejas atrás. Quiero decirte lo que mi padre nunca oyó, lo que yo nunca pude decirle, porque no tuve oportunidad, o no me la dio, ¿quién sabe?: te quiero. Mi mujer, mis hijos, los demás que me conozcan nunca sabrán del amigo que eres, pero si lo supieran, tendrían que sonreír, con la misma sonrisa que tengo ahora, escondida, durante mucho tiempo, para esta ocasión. Buen viaje.

Los relatos arriba mencionados de la terapia MDA muestran tanto la hipermnesia episódica que la sustancia puede provocar como las defensas contrarias que pueden ponerse ante un autoconocimiento inaceptable. En la interacción de recordar con angustia y olvidar o confundirse, percibir la vida de uno y no atreverse a enfrentarla, se encuentra el infierno o purgatorio específico de la MDA, una contrapartida de los más conocidos infiernos de la mescalina o la harmalina. Pero el cuadro de los efectos de la MDA no estaría completo sin una vista de su paraíso específico. Con muchas drogas, encontramos que hay un campo típico en el que se expresa una experiencia cumbre, cuando esta ocurre. Este es, por ejemplo, el dominio de la trascendencia y de los sentimientos de santidad para el LSD, el de la belleza para la mescalina, el del poder y la libertad para la harmalina, el de la serenidad amorosa para la MMDA. Cabe preguntarse si hay algo que pueda considerarse como la típica experiencia positiva de la MDA, y cómo es esta. 109

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En una visión general de unas treinta sesiones con la droga, encuentro que el rasgo más característico entre aquellas que transmiten una sensación de plenitud, profundidad e integración, es algo que yo describiría como una mejora de la experiencia de la yoidad. De hecho, así como el término psiquiátrico estándar despersonalización se ha utilizado en relación con el estado mental que a menudo provoca el LSD-25 o la mescalina, se podría utilizar aquí el término inverso: personalización. En lugar de la «falta de ego» de la unidad extática con el mundo provocada por los primeros, hay aquí un énfasis en la individualidad y en la unicidad de una vida dada. De hecho, algunos de los sujetos han llegado, en un momento u otro de su sesión, a una realización compartida que expresaron enfáticamente con una declaración idéntica: «¡Yo soy! ¡Yo soy! ¡Yo soy yo!». Este rasgo en las «buenas» experiencias de MDA aparece ampliamente ilustrado en la primera historia de casos presentada en este capítulo. Tengamos en cuenta una vez más los términos en que el paciente describió su experiencia al inicio de los efectos de la droga, y cómo disfrutó sintiéndose: «Era estrictamente yo mismo». «Me estaba riendo del hombre que era». «Seguí sintiéndome a mí mismo, ¡era yo!». Esta experiencia se reanudó después de algunas horas, mientras empezaba a recordar sus eventos de la infancia, y escribió en grandes letras, cubriendo una hoja completa de papel: «YO SOY YO MISMO». Un aspecto de esta experiencia es que trae consigo la percepción de la realidad inmediata. En contraste con la persona bajo el efecto del LSD, que es propensa a ver dioses o demonios, fuerzas impersonales que se manifiestan a través de su 110

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existencia personal, aquí la consciencia del individuo se centra en las cualidades únicas de sus sensaciones táctiles, propioceptivas, auditivas y otras. Y estas no muestran de ninguna manera demonios o principios abstractos, sino la realidad particular del sujeto. Los registros de las sesiones de MDA abundan en este descubrimiento de detalles, que a menudo son pistas de situaciones pasadas no resueltas. Un paciente, por ejemplo, notó que su voz sonaba temerosa y sumisa, como cuando hablaba con su padre, y esto lo llevó a una aclaración de su relación pasada con él, seguida de una mayor libertad ante tal patrón anacrónico. Probablemente, siempre había hablado con esa misma voz, solo que no era consciente de tal aspecto de sí mismo. Una vez que pudo sentirse a sí mismo, también pudo ser consciente de su actitud, de sus actitudes pasadas en correspondencia con las actuales, y de los episodios de la vida que las provocaron. Así, se puede decir que su percepción de sí mismo en el momento y su recuerdo de sí mismo en el pasado pertenecen al mismo dominio personal y están unidos por cadenas de fácil asociación. Cuando lo uno se convirtió en objeto de represión, también sucedió lo mismo con lo otro, y el levantamiento de la represión tanto del pasado como del presente fueron prácticamente de la mano. El descubrimiento de la individualidad del niño probablemente se debe a la comprensión de que puede controlar los movimientos de su cuerpo y ejercer una voluntad. Análogamente, el adulto que redescubre su sentido del yo en una sesión de MDA suele realizar alguna actividad motriz que es la encarnación y el signo de su individualidad. Además, al menos en dos ocasiones, estos movimientos constituyeron una representación de la espontaneidad lúdica de un bebé. En 111

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una de ellas, el paciente comenzó realizando movimientos de gusano, que sentía como los de un bebé en una cuna. Pronto empezó a hacer movimientos de succión, que continuó durante unas tres horas, mientras que otras manifestaciones se fueron produciendo gradualmente. Primero los sonidos de succión, luego la repetición de la sílaba «ma», «ma, ma» una y otra vez, luego golpeando la cama rítmicamente con sus puños mientras gritaba «ma, ma» cada vez más fuerte, y finalmente la palabra «yo, yo, yo» repetida con el ritmo de sus golpes con una fuerza placentera. Posteriormente, y hasta el momento del final de la sesión, todo el panorama de sus relaciones familiares se fue desplegando gradualmente. Ocurrió exactamente lo mismo con otro paciente, cuya primera experiencia digna de mención después de que la MDA surtiera efecto fue el sentimiento de yoísmo: «Moví un brazo y me di cuenta de que lo estaba moviendo. Yo estaba allí. Qué cosa tan maravillosa, ¡ser yo mismo! Podía sentir cada músculo, cada parte de mi ser, y todo era yo». Poco después, le mostré una fotografía de sí mismo con su padre. Su padre estaba apoyado en su hombro en un gesto que expresaba tanto protección como posesividad. Tan pronto como lo vio, habló con su padre en la fotografía: «No, no... tú eres tú, y yo soy yo... ¡No, no, no! No te dejaré vivir mi vida, no te dejaré apoyarte en mí. Somos dos mundos diferentes, e independientes el uno del otro. He estado viviendo tu vida, te he estado llevando dentro y haciendo lo que querías, pero esto no va a continuar». Me explicó todo ello más adelante, descubriendo que, incluso en una aventura amorosa que tuvo recientemente, podía ver que había sido su padre y no él mismo quien amaba a la chica. 112

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Mientras miraba otras fotografías y evocaba recuerdos relacionados con ellas, ocurrió un proceso similar. Frente a cada foto, era consciente de cuáles eran sus propios sentimientos e intereses en ese momento y de dónde estaba la distorsión por la que no estaba siendo fiel a sí mismo. Cada vez que podía sentir eso, notaba una gran incomodidad, hasta que revivió la situación, durante la cual experimentaba no lo que había sido, sino lo que habría sido si hubiera vivido en su yo verdadero, y hablaba con las figuras de su pasado desde una nueva postura, que ahora entendía como genuinamente suya. A partir de entonces, fue capaz de disfrutar nuevamente de un sentido de unidad de nuevo y del sentimiento de su propio yo. «Solo yo vivo este instante, solo yo. Vivo un instante que es mío. Nadie tiene el derecho de vivir mi vida, y no debo aceptar que ninguna vida extraña me agobie». «No quiero perder este precioso momento. Sentirme en el mundo, con otros, es maravilloso. No con la gente, sino con uno mismo». En un momento dado, su atención se centró en la masturbación durante la pubertad y en su sentimiento de culpa por ello. Pero ahora su punto de vista era distinto: «Hacerlo era importante por el único motivo de que yo estaba allí, y en ello encontré mi yo, mi apoyo. De hecho, fue lo único que hice yo, aunque fuese a mis espaldas». Este paciente era un hombre de veinticinco años cuyo motivo de consulta era la falta de espontaneidad y libertad de expresión que notaba frente a las personas que más le importaban, en especial ante su madre. Cuando le mostré fotografías de su madre, se dio cuenta de cómo ella lo había manipulado a través de su sufrimiento, y de que él no había podido defender sus verdaderos deseos y puntos de vista. 113

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Vivió con un sentimiento intenso un encuentro imaginario con ella que terminó con un cuchillo en el suelo, en medio de una gran angustia. Más tarde escribió: «Recuerdo lo difícil que fue para mí matarte, madre. Maté esa vida tuya que estaba viviendo para mí. La maté para poder amarte. Y entonces pude darte mi amor, y no fue tu propio amor el que me fue devuelto, sino que sentí el amor emanando de mí mismo». En este punto pensé que no habría nada más que tratar, ya que el estado del paciente era de paz y de equilibrio contagioso, y los principales asuntos de su vida habían sido tratados en las últimas cinco horas. Sin embargo, seguí mostrándole fotografías. La mayoría de ellas provocaron reflexiones inspiradas, consejos a sus padres, valoraciones objetivas. No obstante, cuando le mostré una de sí mismo con uno o dos años de edad, experimentó asco: revivió un episodio en el que su madre le forzaba a comer, y luego sintió que estaba mordiendo un pecho. «Incluso entonces era consciente», comentó más tarde, «de que esto era por la falta de leche de mi madre». Después de unos minutos de silencio, la postura del paciente comenzó a cambiar y gradualmente adoptó la de un feto. No había palabras, solo un espasmo repentino que luego explicó como una reacción a un golpe «imaginario». Después de tres o cuatro minutos más, me pidió que lo dejara solo durante un tiempo, ya que sentía que había un asunto hacia el cual no podía ir con un testigo. Me llamó al cabo de cinco minutos más o menos, y me explicó su reciente experiencia. Sintió que había estado presente en el momento del acto sexual del que nació. Experimentó a su padre como un hombre duro, y a su madre como una mujer asustada. 114

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Me siento sorprendido ante los últimos acontecimientos que he relatado, independientemente de su interpretación, pues se trataba de un joven que no solo no conocía la MDA, sino que además nunca había estado expuesto a conjeturas psicoanalíticas o a cualquier interpretación sobre memorias prenatales. Además, lo tengo por una persona excepcionalmente directa y honesta que se aferra a lo que tiene significado para él, a sus palabras, por lo que apenas puedo concebir que fantasee tratando de tejer un espectáculo interesante. Si se trata de recuerdos, y existe un ‘yo’ independiente de la estructura del sistema nervioso que puede recordar lo que describió, no lo sé, ni conozco a nadie que lo sepa. Sin embargo, los «recuerdos» prenatales son un fenómeno de la mente humana, observado en el caso del análisis o la hipnosis, y un relato de la MDA no estaría completo sin la descripción de esta experiencia. No obstante, la singularidad de esta sesión no termina aquí. Después de un corto espacio de tiempo, el paciente emitió un grito repentino y cayó al suelo, levantando las manos al pecho. Después del suceso, relató: «Fue una escena de muerte, y esos estúpidos me mataron». Ahora, por primera vez en las últimas horas, comenzó a sentirse inquieto, ansioso e incómodo. Expresó la sensación de que no debía ir más allá, pero siguió dudando. «Siento que esto ya no me pertenece, y no me corresponde saberlo. No puedo soportar la carga de otra vida». Sin embargo, gradualmente, se desarrollaron más escenas. Era un nazi. Hablaba alemán con fluidez en una voz que nunca antes había oído en él. Se vio a sí mismo en una mesa de comedor. «Hilde, bring mir die Suppe», gritó. En otro momento, cantó mientras cruzaba un prado en el campo. 115

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¿Era todo esto una fantasía o un verdadero recuerdo de una existencia anterior? El paciente tenía un abuelo alemán, con el que su familia vivió hasta que él tuvo cuatro años. ¿Podría este nazi con el que se identificaba haber sido su abuelo, o una transformación del mismo en la mente del niño? No pudo responder a mi pregunta. Todo lo que sabía era que se sentía pesado, asustado y con náuseas ante su propia pregunta: «¿Era yo? ¿Yo? ¿Era yo eso?». Se sintió agobiado por la culpa de esa vida como si se tratara de la suya. Finalmente, decidió que no asumiría tal responsabilidad. Le dijo a su alter ego: «No. No puedo soportarte. Eres demasiado pesado». Luego miró el calentador de la habitación y se sintió él mismo una vez más, no solo su yo ordinario, sino su recientemente adquirido sentido del ‘yo’: «Saber que escucho, hago, me muevo, me da un poder increíble». El asunto se aclaró solo después de volver a su casa. Buscó fotografías de su abuelo, y al mirarlas sintió de nuevo la misma náusea que había experimentado al pensar en el nazi. Vio a su abuelo como un hombre sucio y lujurioso. Más tarde, después de hallar la fotografía de un joven con una esvástica, me contó: «Mi cara se contorsionó, y me reconocí en él como el día en que la violé»… Al decir estas palabras, su rostro expresó un gran alivio, y luego se dispuso a contarme lo que había querido decir con ello. ¿Había violado realmente a una mujer? Tenía la certeza de que no se trataba de un hecho real. Pero, ¿había violado moralmente a alguien? ¿Había destruido a alguien? Entonces los recuerdos comenzaron a brotar de su mente. La forma en que había asustado a sus hermanos pequeños y disfrutado de su miedo, la forma en que había besado a una niña... Estos y otros recuerdos eran la fuente, ahora 116

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lo sabía, de esa sensación de suciedad y de náuseas. Todo lo que sintiera hacia su abuelo, ahora lo sentía hacia sí mismo. Ahora veía que había estado usando al nazi y a su abuelo como pantallas para proyectar su culpa, ya que no había sido capaz de asumir su propia responsabilidad. En una nota que me envió en los días siguientes, escribió estas palabras: Yo cometí estos errores, y debo compensarlos con el bien. Aquí estoy. Yo, con la responsabilidad de este yo. La acepto. Asumo plenamente la responsabilidad de mi yo. Asumo mi responsabilidad.

Creo que este relato es interesante no solo por la luz que puede arrojar sobre muchos otros «recuerdos de vidas pasadas» obtenidos en estados hipnóticos o mediúmnicos, sino por la comprensión de los efectos de la MDA, como es mi preocupación en este capítulo. Al igual que la hipnosis, el estado que produce la MDA es favorable a la hipermnesia y la regresión temporal, pero también parece provocar la aparición de falsos recuerdos («recuerdos pantalla») y, en particular, la identificación con ellos en lo que puede interpretarse como un estado de cambio temporal de identidad. La calidad de estas regresiones de edad o cambios de identidad es casi siempre la de la disociación, en el sentido de que la personalidad ordinaria tiende a olvidar, negar o sentir una incompatibilidad entre sus premisas y valores y la validez de los acontecimientos «recordados». Sin embargo, paradójicamente, la experiencia de la identidad individualizada que corona una experiencia exitosa de MDA es lo opuesto a la disociación. Es precisamente 117

El viaje sanador

un estado de cohesión o unidad psíquica, a partir del cual una persona puede decir, como en el último ejemplo: «Me hago responsable de mí misma». Por consiguiente, todo el proceso puede ser valorado como una integración mediante la disociación o, más teleológicamente, como un proceso de disociación al servicio de la integración. Como en los estados hipnóticos, solo olvidando su identidad ordinaria y fingiendo, por así decirlo, que no está allí como testigo, el individuo puede permitirse experimentar su vida desde un punto de vista diferente, habitualmente suprimido. Pero esta mentira temporal de «este no soy yo» es el camino para la realización de la verdad. En esta última ilustración, el cambio de identidad que llevó al sujeto a rememorar una supuesta vida pasada fue útil tanto para encubrir como para esclarecer algunos aspectos de su identidad real en esta vida, y en este sentido podemos preguntarnos si no sucede siempre así con los recuerdos, por muy reales que sean. Porque, al preocuparnos por el pasado, lo más probable es que nos preocupemos por un indicador de nuestro presente. Cuando nuestro paciente se sintió repentinamente aliviado de la pesadez que le había sobrevenido al ir más allá de su nacimiento, este alivio fue su reacción ahora a un cambio que se estaba produciendo en su condición actual. Este cambio se expresó en su conciencia, en ese momento, como la imagen de haber violado a alguien, lo cual toma el lugar de un disgusto hacia su abuelo (o hacia la conducta y la personalidad de su vida anterior). Una vez que su disgusto se redirige hacia sus propias acciones, ya no se siente afligido o abrumado, sino aliviado, ya que puede asumir su responsabilidad, y sus crímenes no son tan grandes, después de todo. Más 118

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que eso, podemos estar en lo cierto al asumir que no son sus acciones pasadas las que son tan importantes, sino su actitud en el momento. En su deseo de expiar sus pecados, como lo expresa, está ahora dejando atrás la inclinación que aparentemente condenaba en sus acciones pasadas, pero que muy probablemente rechazaba en su ser presente. Esto, que parece ser una aceptación del pasado en términos de un proyecto de futuro, es en realidad un cambio de motivaciones o de personalidad en el presente. Así pues, la ilusión de la alteridad puede ser el vínculo con la conciencia de la individualidad, haciendo que el individuo se sienta seguro en la irresponsabilidad temporal hasta que pueda descubrir que lo que hasta ahora ha rechazado es soportable para que lo acepte; y la ilusión de que un asunto está en el pasado puede llevar al descubrimiento de su supervivencia en el presente. De manera similar, el contenido de un recuerdo puede ser una mentira que conduzca a una verdad. El pseudorrecuerdo que tiene nuestro paciente sobre una existencia previa conduce aquí al recuerdo de la personalidad de su abuelo, a la idea de «haber violado a alguien» y, finalmente, a los eventos específicos que no podía reconocer y que eran la fuente de su disgusto. Cuántos de los «recuerdos» recuperados en otras sesiones son un hecho y cuántos sustitutos simbólicos, es algo que no puedo decir, pero el presente caso sugiere una forma en la que podemos mirarlos. Una cosa que está clara es que un «falso» recuerdo, aunque erróneo en cuanto a los hechos, puede ser psicológicamente verdadero. Por consiguiente, su aceptación equivale en cierta medida a aceptar los hechos reales que aparecen distorsionados en él. Así, en nuestro último ejemplo, la «comprensión» que el paciente expresó 119

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en la frase: «Me veo como el día en que la violé», tuvo el efecto de aportarle un alivio inmediato. Además, un recuerdo pantalla puede, en virtud de su carácter simbólico, encerrar en sí mismo un significado experiencial que ningún recuerdo de un hecho de la vida de una persona puede transmitir. Es cierto que hay casos de acontecimientos traumáticos (un ejemplo de ello es la separación de la nodriza en nuestro primer caso), pero en muchas vidas probablemente no haya un solo episodio en el que se haya producido la abdicación del yo, sino una serie de interacciones microtraumáticas. El día imaginario de una violación imaginaria, por lo tanto, es muy probable que condense la culpa de innumerables ocasiones, de las cuales las que se recuerdan son una muestra. Y esa muestra es suficiente para aceptar el problema. Mi respeto por el poder de los símbolos aumentó enormemente un día en mis primeras prácticas, cuando traté sin éxito con hipnosis a una mujer con un caso agudo de vómitos. Estaba en el segundo mes de embarazo, y sus vómitos eran tan severos que se estaban convirtiendo en una amenaza para su vida. Su marido, con el que se había casado recientemente, había muerto un mes antes, y se podía sospechar una conexión entre esa muerte y su condición actual, pero no estaba claro para nosotros en ese momento. Sin duda, aquella mujer iba a ser un buen sujeto hipnótico, y, debido a la emergencia de la situación, intenté suprimir o sustituir el síntoma; pero, a medida que pasaban los días, la efectividad de mis comandos poshipnóticos disminuyó. Un colega sugirió entonces el inicio de un sueño guiado en estado de trance. No lo recuerdo claramente después de los diez años transcurridos desde entonces, pero sí recuerdo su escena crucial, en la que la mujer 120

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estaba de pie frente a su marido y podía ver su estómago a través de su abdomen transparente. Mi colega actuó siguiendo su intuición y le pidió que tomara su estómago y se lo comiera. Lo hizo, y al despertar, sus náuseas desaparecieron. Una acción llevada a cabo en la fantasía, cuyo «significado» ni ella ni nosotros podíamos comprender racionalmente, la había curado de un vómito tan arraigado como para resistir la manipulación hipnótica y tan severo como para amenazar su supervivencia. Del mismo modo, estoy dispuesto a creer en el valor terapéutico de enfrentarse a recuerdos que nunca tuvieron lugar en la realidad externa. Son la encarnación de una realidad psicológica que puede no ser contactada en el momento, al menos no en esa forma. Sin embargo, este no es el último paso. Una vez que nuestro paciente aceptó la idea de haber violado a alguien, estuvo listo para investigar los hechos. Había aceptado lo peor. Se había declarado culpable de sus peores acusaciones. Ahora ya no estaba a la defensiva, sino abierto a su realidad, listo para ver. Lo que vio puede parecernos más inocente que su fantasía de una violación, pero no debemos olvidar que esta vez fue él quien seguramente fue el agente de las acciones recordadas, y la comparativa suavidad de los crímenes se compensa con la calidad real o la certeza de sus recuerdos y la medida de su participación y responsabilidad. Los recuerdos pantalla, al igual que los símbolos, revelan y son obstáculos para una revelación más completa. Revelan y encubren a la vez. Sin embargo, paradójicamente, una vez que se levanta la tapa, podemos encontrar que no se ocultó nada debajo de ella. O, dicho de otra manera, aquello que se cubrió no era nada. Porque no 121

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hay duda de la actividad de encubrimiento, no importa cuán vacío esté el contenedor. Este hecho paradójico, creo, es una forma de entender todo el proceso terapéutico: atreverse a mirar el esqueleto en el armario... y descubrir que no está allí. La voluntad de convertirse en un paciente del esfuerzo psicoterapéutico es ya una indicación de la voluntad de levantar la tapa de lo que parece ser una caja de Pandora. Más aún, la decisión de experimentar los efectos de una droga que rasgará los velos del estado de consciencia ordinario. Sin embargo, con drogas o sin ellas, creo que pocos son capaces de dar el último paso para «mirar la realidad». Mirar el símbolo o tratarlo de manera simbólica ya es un gran desafío y sin duda una aventura curativa. Pero, incluso más allá de la batalla contra el dragón, está el descubrimiento de que el dragón era una ilusión, y comprender esto es también, por cierto, la manera de darle muerte. Nuestro paciente estaba listo para ver lo peor de sí mismo, después de aceptar la culpa de ser un violador. ¿Qué es lo que vio? Una cierta medida de destrucción en la forma en que había encontrado su placer. Su juicio de sí mismo en esto era severo, pero su severidad tenía el sabor del perdón: «Bueno, aquí estoy, y soy responsable de mí mismo. Lo acepto». Básicamente pudo soportarlo. No era insoportable haber cometido errores. Era mucho más tolerable para él enfrentar sus faltas que el sustituto que había encontrado para lo que implícitamente asumió como un terror mayor: los crímenes de una encarnación anterior, la mezquindad y lascivia de su abuelo, su propio acto de violación. A medida que se alejaba de su habitual evasión del tema, el crimen se encontraba cada vez más cerca de su casa, pero más pequeño. Nunca dejó de ser un 122

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crimen para él, pero encontró mucho más tolerable enfrentarlo. Más aún, era estimulante, y añadía dirección a su vida: «Cometí esos errores y debo compensarlos con el bien... asumo toda la responsabilidad de mí mismo». Por lo tanto, con frecuencia podemos ver una sesión exitosa de MDA como un proceso de alcanzar una verdad a través de las indicaciones de error. Porque el error está a menudo en la naturaleza de una sombra de la verdad, una sombra que apunta hacia su fuente. Sin embargo, cuando encontramos la fuente, descubrimos que las sombras de error son como las que proyecta el sol de poniente, mucho más grandes que el objeto. Si lo anterior es cierto, no solo para las sesiones de MDA, sino para la psicoterapia en general, o incluso para la vida, hay un sentido en el que es particularmente cierto para la MDA, cuando se compara con las otras drogas tratadas en este libro. El terreno al que pertenece el contenido de las experiencias con MDA es el de los eventos de la vida, y la verdad relevante para ello es una verdad de hechos. El terreno de la MMDA, como veremos, es más el de los sentimientos en el presente que el de los eventos del pasado, y cuando hablamos de sentimientos no pensamos tanto en términos de verdad como en los de profundidad y autenticidad. El terreno de la harmalina, por otra parte, es el de los símbolos visuales de contenido arquetípico, y aquí también, habitualmente no hablamos del mito en términos de verdad sino en términos de belleza y revelación. La ibogaína es, de todas las drogas, la que más se relaciona con la experiencia directa de la realidad, según el juicio de muchos que han estado expuestos a una amplia gama de sustancias psicoquímicas. No obstante, ese contacto con la 123

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realidad tiene la cualidad de una experiencia inefable en el momento, más que de una clarificación de los acontecimientos. De todos los agentes psicotrópicos, la MDA es el que más merece el apelativo de «droga de la verdad». La preocupación activa por la verdad parece ser característica de esta sustancia, no solo en casos como los presentados aquí, sino en las reacciones de individuos más sanos que se han preocupado por su vida actual. En tales casos, el efecto de la droga suele ser el de una gran necesidad de eliminar las distorsiones que plagan y empobrecen las relaciones humanas, y el de abrir canales de comunicación que puedan hacer más significativa la vida entre amigos o familiares. Esa revelación no se produce (como en el caso de la hipnosis ordinaria o los efectos de los llamados «sueros de la verdad») como un acto de desinhibición e irresponsabilidad, sino como consecuencia de un interés activo en confrontar y compartir la verdad y la comprensión de que gran parte de la evasión de esa situación en la vida ordinaria se debe a un temor injustificado. Aparte del hecho anterior, la reacción al MDA es, con mucho, la más verbal en comparación con otras drogas mencionadas en este libro, y esto contribuye a que sea un agente útil en la potenciación de la terapia de grupo. Pero no me ocuparé de eso aquí.

Advertencia Los años que siguieron a la redacción de este capítulo han demostrado que la MDA es tóxica para ciertas personas y en diversos niveles de dosis; también que, como en el caso del cloroformo, lo que para muchas personas es una dosis regular 124

MDA, la droga del análisis

puede ser una dosis fatal para otras: un caso de afasia ocurrió en Chile y una muerte en California. Sin embargo, como la incompatibilidad individual es constante y está vinculada al nivel de dosis, es posible determinarla mediante el aumento progresivo de las dosis de ensayo (es decir, 10 mg, 20 mg, 40 mg, 100 mg…). Esto debe llevarse a cabo sin excepción durante todo el tiempo que precede a cualquier primera sesión terapéutica de MDA. Los síntomas tóxicos típicos son reacciones cutáneas, sudoración profusa y confusión; los he observado en alrededor del diez por ciento de los sujetos con dosis de 150-200 mg.4

4. Hoy en día, la MDA ha caído en desuso a causa de la toxicidad que el autor describe en algunos sujetos. En su lugar, la inocua 3,4-metilendioxi-metanfetamina (MDMA) o «éxtasis», derivado aminado de la MDA, ofrece propiedades similares en muchos aspectos, y se ha demostrado especialmente beneficiosa en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático. Para saber más sobre la MDMA y su gran valor en grupos terapéuticos, ver al final el apéndice «MDMA: una alternativa no tóxica a la MDA». (N. del E.) 125

iii mmda y el eterno ahora

La MMDA es la abreviatura de 3-metoxi-4,5-metilendioxifenilisopropilamina. Al igual que la MDA —de la que solo se diferencia por la presencia de un grupo metoxi en la molécula—, es un compuesto sintético derivado de uno de los aceites esenciales de la nuez moscada. La similitud química entre estos dos compuestos encuentra un eco en sus efectos psicológicos sobre el ser humano, con un resultado predominante de mejora de los sentimientos. Sin embargo, la variación química entre ambas sustancias se refleja en algunas diferencias cualitativas entre sus efectos: la MMDA provoca con frecuencia manifestaciones eidéticas, y no es el pasado, sino el presente, lo que se convierte en el objeto de atención de la persona que está bajo su influjo. La MMDA pertenece con el MDA a una categoría distinta de la del LSD-25 y la mescalina, así como de la harmalina y la ibogaína. En contraste con el dominio transpersonal y 127

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desconocido de la experiencia que caracteriza la acción de estos dos grupos de drogas, estas isopropilaminas potenciadoras del sentimiento conducen a un terreno que es a la vez personal y familiar, y que difiere de la vida cotidiana solo en una mayor intensidad.

Síndromes de la MMDA Una posible reacción a la MMDA, como a otras drogas psicoactivas, es una experiencia cumbre. La forma en que esta experiencia difiere de la provocada por otros compuestos se pondrá de manifiesto en las páginas siguientes. Una alternativa al paraíso artificial de la MMDA es su infierno: en este caso, se trata de una reacción caracterizada por la intensificación de sentimientos desagradables —ansiedad, culpabilidad, depresión— que puede interpretarse como una imagen especular de la paradisiaca y que constituye, también, un claro síndrome. Sin embargo, estos dos tipos de reacciones pueden clasificarse juntos en el sentido de que son esencialmente estados de intensificación de los sentimientos, y contrastarse con otros estados en los que los sentimientos no se ven afectados, y también puede haber pasividad, retraimiento y/o sueño en lugar de excitación. Encuentro que tanto las imágenes como los síntomas psicosomáticos son más prominentes en ausencia de emociones vívidas, por lo que me atrevo a interpretar que este síndrome es uno de sustitución de los sentimientos. Por último, hay ocasiones en que una persona reacciona a la MMDA con poca o ninguna productividad, estando ausentes tanto los sentimientos como sus equivalentes, estado que bien 128

MMDA y el Eterno Ahora

podría considerarse como el limbo de la MMDA. En estos casos, el efecto de la MMDA es una apatía aún mayor o un sueño más profundo, por lo que sugeriría entenderlos como casos en los que la represión de los sentimientos no permite ni siquiera su expresión simbólica, estado que solo puede mantenerse a expensas de la consciencia. En términos generales, pues, y con el fin de decidir cómo proceder en la situación terapéutica, examinaré los efectos de la MMDA como pertenecientes a cinco posibles estados o síndromes: uno que es subjetivamente muy gratificante y que puede valorarse como un tipo particular de experiencia cumbre; otro, en el que se magnifican los sentimientos y los conflictos habituales; un tercero y un cuarto, en el que los sentimientos no se intensifican pero los síntomas físicos o las imágenes visuales son prominentes; y, por último, uno de letargo o sueño. Los síntomas psicosomáticos o las imágenes eidéticas pueden estar presentes en cualquiera de estos estados, pero son más prominentes en el tercero y el cuarto (como sustitutos de los sentimientos), mientras que los sentimientos son la parte más prominente de la experiencia en los dos primeros estados, y en el tercero y el cuarto se establece en cambio una fase de indiferencia (posiblemente de naturaleza defensiva) que culmina con el quinto. En este último estado, como en el sueño normal, puede haber mucha actividad mental, pero esto se vuelve difícil de captar, recordar o expresar. Estos estados pueden sucederse unos a otros en una experiencia determinada, de modo que la reacción a la MMDA sea inicialmente de ansiedad y conflicto hasta que se logre un mejor equilibrio o sobrevenga la somnolencia; alternativamente, una sesión también puede comenzar en un estado de 129

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equilibrio placentero para, luego, conducir a uno de incomodidad emocional o física, y así sucesivamente.

Sobre la asimilación de las experiencias cumbre En otros lugares hemos observado cómo la experiencia cumbre que puede ser posible bajo el efecto de la MDA es una afirmación del aspecto individual del yo, en contraste con la del LSD, donde la experiencia típica es la de la disolución de la individualidad y de la experiencia del yo como unidad con todo el ser. En la experiencia cumbre que la MMDA puede provocar, es posible hablar tanto de individualidad como de disolución, pero ambas se mezclan en una nueva totalidad bastante representativa de la sustancia. La disolución se expresa aquí en una apertura a la experiencia, en una voluntad de no tener ninguna preferencia; la individualidad, en cambio, está implícita en la ausencia de fenómenos de despersonalización, y en el hecho de que el sujeto se ocupa del mundo cotidiano de las personas, de los objetos y de las relaciones. La experiencia cumbre de la MMDA es típicamente una en la que el momento que se está viviendo se vuelve intensamente gratificante en toda su realidad circunstancial, pero el sentimiento dominante no es de euforia sino de calma y serenidad. Podría describirse como una indiferencia alegre o, como un sujeto lo ha dicho: «Una especie de compasión impersonal»; porque el amor está incrustado, por así decirlo, en la calma. Aunque este estado sea poco frecuente para la mayoría de las personas, está definitivamente dentro del rango de la experiencia humana habitual. La percepción de las cosas y de las 130

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personas no se altera o incluso se mejora, por lo general, pero las reacciones negativas que impregnan nuestra vida cotidiana más allá de nuestro conocimiento consciente se mantienen en suspenso y son reemplazadas por la aceptación incondicional. Esto es muy parecido al amor fati de Nietzsche, el amor al destino, el amor a las circunstancias particulares de uno. La realidad inmediata parece ser bienvenida en tales estados inducidos por la MMDA sin dolor o apego; la alegría no parece depender de la situación dada, sino de la existencia misma, y en tal estado mental todo es igualmente adorable. A pesar de que la MMDA es un compuesto sintético, nos recuerda al nepente («sin sufrimiento») de Homero en La Odisea, que Helena da a Telémaco y sus compañeros para que puedan olvidar su sufrimiento: Pero la admirable Helena tuvo un pensamiento feliz. No perdió tiempo, sino que puso algo en el vino que estaban bebiendo, una droga potente contra el dolor y las peleas, y cargada del olvido de todo problema; quienquiera que bebiera esto mezclado en el tazón, ni una sola lágrima dejaría caer durante todo el día, ni si madre y padre murieran, ni si mataran a un hermano o a un hijo querido ante su cara y él lo viera con sus propios ojos. Esa era una de las maravillosas drogas que poseía la noble Reina, que le dio Polidamna, la hija de Ton, un egipcio. Porque en esa tierra fértil hay muchas drogas, algunas buenas y otras peligrosas, y todos los hombres son médicos y conocen más que la humanidad estas tradiciones, ya que provienen de la estirpe de Peón el Curandero.1 1. Homero, La Odisea, trad. W.H.D. Rouse New American Library, Mentor Books, Nueva York, 1971, p. 49. 131

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Las implicaciones terapéuticas de este episodio de serenidad transitoria pueden verse en el siguiente caso de un paciente de veintiocho años que me envió otro psiquiatra después de seis años de tratamiento con resultados moderados. El motivo de consulta del paciente, ahora como en el pasado, era la ansiedad crónica, la inseguridad en sus relaciones con las personas, y las mujeres en particular, y los frecuentes episodios de depresión. Después de una entrevista inicial, pedí al paciente que escribiera un relato de su vida, como hago frecuentemente, en vista tanto del valor de ese ejercicio psicológico como del tiempo de entrevista que así puede ahorrarse. Cuando se iba, le dije: «Si no surge nada nuevo, vuelve cuando hayas terminado de escribir. Pero si realmente te pones con ello, es posible que para entonces ya no me necesites». El hombre regresó después de cuatro meses con una larga autobiografía y me recordó lo que había dicho, ya que la escritura había sido una de las mayores experiencias de su vida y le pareció un nuevo comienzo. Leyéndola, pude entender que, ya que rara vez he visto a alguien tan explícitamente cargado por su pasado, ni un acto tan heroico de confesión, en el que el autor luchó página tras página para superar su sentido de la vergüenza. Gran parte de esta autobiografía, desde la infancia, hablaba de su vida sexual, y terminaba con una descripción de aspectos de la misma en su vida actual que estaban relacionados con su inseguridad generalizada. Por un lado, estaba perturbado por el atractivo que el sexo anal tenía para él y preocupado por la idea de que las mujeres lo consideraran un rasgo homosexual. Por otro, le gustaba estimularse el ano mientras se masturbaba y se sentía avergonzado por esta «aberración». 132

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Cuando se le preguntó sobre su propio juicio acerca de cuán homosexual podría ser, dijo que no conocía ninguna inclinación homosexual en sí mismo, pero que no podía descartar un temor «irracional» de que los demás no lo vieran como una persona verdaderamente masculina. No sabía si su erotismo anal delataba una tendencia homosexual latente y le asustaba pensar en ello. Mientras esperaba los primeros efectos de la MMDA, el paciente se sintió incómodo y algo temeroso de hacer el ridículo, pero para su propia sorpresa, entró gradualmente en el estado de disfrute tranquilo que es típico de las experiencias más agradables con la droga: «Como si no necesitara nada, como si no quisiera moverme, incluso; como si estuviera tranquilo en el sentido más profundo y absoluto, como si estuviera cerca del océano, pero mucho más allá; como si la vida y la muerte no importaran, y todo tuviera un significado; todo tuviera una explicación, y nadie la hubiera dado o pedido, como si fuera simplemente un punto, una gota de miel-placer irradiada en un espacio placentero». Al cabo de un tiempo, el paciente exclamó: «¡Pero esto es el cielo, y yo esperaba el infierno! ¿Puede ser cierto? ¿O me estoy engañando a mí mismo? En este momento, todos mis problemas me parecen imaginarios. ¿Puede ser?». Le respondí que sí era posible y que, si sus problemas eran realmente fruto de su imaginación, sería bueno entenderlo con mucha claridad para que pudiera recordarlo más tarde. Así pues, le sugerí que podría comparar su estado mental actual con su estado cotidiano, para tratar de comprender la diferencia entre ambos. Y, claro, la diferencia se hizo obvia para él. Lo que la droga había hecho era apagar su agudo lado crítico, que habíamos 133

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evidenciado en las citas anteriores: el crítico interno que no lo dejaba vivir. Le dije que ahora sabía cómo era la vida cuando su «juez» se dormía artificialmente, pero que se despertaría de nuevo, y que entonces sería el paciente el que eligiera si lo soportaba o no. Estuvo de acuerdo, y procedí a confrontarlo con sus problemas y fotografías de personas de su familia, para fijar en su mente los puntos de vista de su yo pospuesto y sin juzgar. Al hacer esto, se dio cuenta aún más claramente de la realidad de su tendencia a la autotortura en su vida ordinaria. Como dijo más tarde: «Tuve una intuición de ello hace mucho tiempo en el autoanálisis. Pero en este momento lo veo más claro que nunca, y ya no es solo una causa, sino un personaje con todos sus atributos. Y su importancia en mi vida y en mis problemas, tal como la siento ahora, ha sido enorme». Esta percepción produjo una diferencia durante los días siguientes a la sesión, pues el paciente ya no se identificaba tanto con su crítica y autocastigo, sino que la miraba con cierto desapego, como si tuviera una vida (su propio juicio) independiente tanto del acusador como de la víctima. Si se mira un diario que el paciente me ha permitido citar, es posible ver que hasta cuatro días después de la ingesta de MMDA hubo una transferencia casi imperturbable de ese estado de ánimo que se le dio a conocer por primera vez con la ayuda de la sustancia química. Al quinto día, se sintió deprimido durante unas horas, pero se recuperó después de escribir en su diario. Este escrito trataba primero de su depresión y luego de lo que había sentido cuando «estaba en ese centro, el centro de mí mismo, y sabía que nunca perdería esto, porque solo necesito respirar profundamente, sonreír al universo, y 134

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recordar las estanterías que miré ese día». Continúa: «Comprendí que unos segundos y una habitación vacía son suficientes para justificar toda una vida. Ya no importa, entonces, morir o perder un brazo. No es una cuestión de cantidad. En cero minutos y sin cosas, la vida es tan buena como sea posible. En un espacio mínimo y sin dinero, incluso sin salud, sin éxito social y toda esa mierda». Y añade: «Pero siento esto aún hoy. Estoy a cierta distancia del punto central del Aleph, pero sigo estando en el centro, mi centro, que sigue siendo caótico, y aun así, está en todas partes, y es puro». Creo que el paciente está siendo muy preciso cuando percibe que a pesar de estar «centrado» en el recién descubierto dominio de la alegría íntima, la autosuficiencia y la indiferencia a la frustración, se encuentra sin embargo en un estado de desorden. En otras palabras, no confunde (como a veces hacen los pacientes e incluso los terapeutas) la experiencia de trascendencia con la de cordura y equilibrio psicológico. El sujeto es consciente de las emociones negativas, que reconoce como parte de su neurosis, y sigue reaccionando de maneras que sabe que no son las más deseables; pero, de la misma manera que no le importaría «perder un brazo», ya no se tortura a sí mismo por tales deficiencias. En su lugar, experimenta un deseo menos compulsivo, pero quizás más efectivo, de «construir» y «poner orden» en su vida, «como un deber de amor, o un trabajo santo». Por muy diferentes que sean el desapego espiritual y el funcionamiento psicológico saludable, creo que este último puede desarrollarse gradualmente en presencia del primero, y esto hace que las consecuencias terapéuticas de una experiencia tan intensa sean indirectas. 135

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Una de las formas en que un estado de ánimo sereno puede dar lugar a un cambio mayor es que aumenta la posibilidad de insights, de la misma manera que un analgésico puede permitir la exploración quirúrgica de una herida. Tal insight no puede producirse mientras que el sentido de identidad del paciente dependa enteramente de la integridad de una imagen idealizada y arbitraria de sí mismo. Pero cuando nuestro sujeto dice que «la muerte no importaría», y aunque probablemente esté exagerando, tal vez esté afirmando sin saberlo una verdad metafísica, ya que, «en el centro», la muerte del autoconcepto no importa. La forma en que un estado de ánimo y una actitud de «no importar» pueden llevar a una mayor consciencia puede ilustrarse con otros pasajes del mismo diario. El siguiente fue escrito tres días después de la sesión: Algo no podía salir de mi garganta. Masturbación anal: la gran culpa, la suprema ofensa, que el Gran Puritano no perdona. La máxima degeneración, la peor basura. Era necesario discutirlo con el Dr. N., pero no salió... El hecho de haberme acariciado el ano, haber introducido objetos en él mientras me masturbaba con la otra mano, haber soñado despierto con ser penetrado... El gran agujero, el culo, el centro de mi infierno... permaneció oculto, sin considerarse perdonable o comprensible, viéndose a sí mismo como algo en lo que incluso una persona como el Dr. N. sentiría asco. Puedo meterme a ese Gran Inquisidor en el culo, cagarme o mearme en él, pero todo esto ya le está concediendo demasiada importancia; la solución está en entender claramente 136

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y sentir que no importa demasiado, que es, como el resto de los problemas, una cosa superable. Y no algo malvado u horrible, o un signo de inferioridad, sino una salida transitoria para un torrente que se detiene transitoriamente.

Y añade, tres días después: He comprendido que la gran culpa no reside en la masturbación anal, sino en el hecho de ser homosexual; y me siento mareado al pensar en ello, porque me parece que esto es lo peor que me podría pasar.

La secuencia de acontecimientos psicológicos descritos anteriormente retrata un proceso familiar en la psicoterapia, en el que un objeto o preocupación (es decir, las formas de masturbarse) pierde importancia, mientras que se da mayor importancia a una cuestión más sustancial (por ejemplo, ser homosexual). Una actitud desapegada y de aceptación serena es realmente el poder que hace posible el cambio, y los conflictos menores pueden conducir finalmente a conflictos mayores que enriquecen la vida en lugar de perjudicarla. Aquí hay más ejemplos de la mayor capacidad del paciente para verse a sí mismo: Sentía que nada importaba. Pensé en muchas cosas en los días siguientes. Comprendí que mi preocupación por llevar ropa cómoda, ropa de mi gusto (sentí algo de vergüenza cuando respondí con esto como la primera respuesta a la pregunta del Dr. N. sobre lo que quería hacer) proviene de la imposición de mi madre de llevar ropa que me parecía 137

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humillante. Comprendí por qué no hago las cosas que me gustan o que me resultan convenientes: porque las considero una obligación, y mi madre lleva veintiocho años hablándome de mis obligaciones. Y sospecho que no querer llamar a mis amigas cuando ella o mi padre están cerca indica sentimientos de culpa por el sexo, y también me siento culpable por dar a otras mujeres el amor que yo no le doy.

No creo que sea solo una coincidencia que el pasaje que cuenta su insight en tres situaciones diferentes comience con una frase sobre la sensación de que «nada importa». El insight, como bien sabemos, no depende solo de los procesos de pensamiento, sino que es una de las facetas del cambio. Solo cuando «nada importa», puede aceptar ser el «chico malo» que nunca fue y concebir pensamientos en los que se opone a su madre, ya que tales pensamientos son inseparables de su propia autoafirmación y rebelión. El comportamiento equivalente a la apertura al insight descrito anteriormente es una apertura a los sentimientos e impulsos que serían incompatibles con la imagen aceptable de sí mismo. Estos se hacen soportables ahora porque hay algo más que una imagen sobre la que apoyarse, un «centro», que da al paciente la confianza para soltar sus patrones habituales. Si la muerte no importa, ¿por qué importaría enfadarse o no hacer lo «correcto» según el condicionamiento previo? El siguiente pasaje es una buena ilustración de tal aumento de la espontaneidad en el comportamiento y constituye un paralelo muy exacto respecto a la comprensión expresada en la cita anterior: 138

MMDA y el Eterno Ahora

Una vez más, me he sentido podrido por vivir en esta casa donde la vida es imposible, con tanto calor, con el viejo curandero y sus clientes que no paran de llamar al timbre, y la anciana regañando, regañando, regañando. ¿Por qué no voy con mi coche a buscar esas sillas, y por qué no voy a buscar a la otra loca a la clínica el sábado, y qué diría el tío John si supiera que no voy a hacer este o aquel recado por ella? (¡y qué llena de hormigas está la casa, millones de ellas, y vuelan! Y no me dejan escribir). Pero les dije: ¡Que se jodan el tío John y todos los parientes y lo que digan! Le grité y golpeé la mesa una, dos, tres, cuatro veces. Y le dije que no esperara que siguiera escuchándola solo porque era lo que había hecho durante veintiocho años, y así sucesivamente. Y se fue con una bolsa. Pensé que se iba a casa de su hermana, pero ha vuelto, así que parece que se ha ido a la lavandería con algo de ropa. Y me sentí muy culpable de odiar a una mujer de mierda que me ha jodido y quiere seguir haciéndolo. ¡Pero ya basta! Tendrán que aprender a no atormentarme en estos últimos días que pasaré con ellos.

El episodio descrito anteriormente podría compararse con el periodo de «empeoramiento» que a menudo sobreviene en algún momento del curso de la psicoterapia profunda sin drogas. En realidad, la hostilidad del paciente solo ha quedado al descubierto, y este puede ser el precio inevitable que debe pagar por la posibilidad de experimentarla plenamente y comprenderla, antes de poder dejarla atrás. El rechazo total de su entorno que se describe en el relato del paciente puede parecer lo contrario de la aceptación incondicional de la realidad que caracteriza al «estado mental de MMDA» en su mejor 139

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momento. ¿Cómo pueden las hormigas importar tanto a alguien que ha sentido que ni siquiera la muerte le importa? No obstante, el paciente acepta su propia ira en mucho mayor medida que antes, en lugar de reprimirla y hacerla aflorar en forma de síntomas. Esa ira constituye probablemente una defensa contra otros sentimientos que aún no está preparado para experimentar (la soledad de no sentirse amado o respetado por sus padres, por ejemplo) y que se desencadenan por ciertos estímulos en la casa, por lo que cabe esperar que un mayor progreso en la misma dirección haga que esos sentimientos se pongan de manifiesto y le hagan menos vulnerable al calor de su habitación, a las hormigas, a los clientes de su padre o a las exigencias de su madre. El estado psicológico que se describe en estas líneas puede imaginarse como uno en el que el montante de serenidad que sobrevive a los cinco días anteriores resulta más que suficiente, por así decirlo, para disolver una capa de la cebolla mental. Y, si este cambio permanece, el mismo poder trabajará para disolver la siguiente capa. Se puede ver un paralelismo entre la revelación de la ira del paciente y su miedo a la homosexualidad. Ni su irritabilidad ni su duda sexual son manifestaciones de salud y equilibrio psicológico, pero ahora puede al menos hacerles frente, y al enfrentarse a ellas, se enfrenta a sí mismo en mayor medida que cuando solo le preocupaba la ropa que llevaba o lo que una mujer diría de su amor. Un indicio de tal cambio es su evolución, ya que, incluso en una hora posterior del mismo día, dijo sentirse mejor que nunca, y durante la semana siguiente las recaídas no fueron mayores que las recuperaciones de un nivel de bienestar que antes le era desconocido. En esos momentos, escribía pasajes como el que sigue: 140

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He comprendido que hay muy poco que importe. No importa que el coche no funcione, que una chica no nos quiera, que no nos den los mejores nombramientos en la universidad, que digan que soy homosexual, que no tenga mucho dinero o un reino, que mis padres se mueran, que la tía Rose esté tan loca como siempre. Lo único que tal vez importe sea poder respirar profundamente y sentir aquí, ahora, disfrutando del aire y de esa mosca. No importa no poder ir a Inglaterra, no ser un escritor o un playboy.

Y quince días después de la sesión, escribe: Y adiós al círculo vicioso, al aburrimiento «ontológico» sobre todo, a los problemas y a la psicoterapia. Se acabó el mar de los Sargazos, la noche oscura y la tormenta; se acabó la ansiedad hasta el cuello, la depresión y las cagadas a cucharadas. El sol está fuera, el mar está fuera, el mundo, y la mosca.

El lector habrá notado cómo varias citas en las que el paciente expresa su nueva comprensión están escritas en tiempo pasado: «yo comprendí»; «yo sentí». El hecho de que transmitan el estado actual del paciente, que él confirma personalmente, y el hecho de que no se hayan escrito antes (aunque haya hecho una descripción detallada de la sesión de MMDA, que no se incluye aquí) indica probablemente que la comprensión pertenece solo a este momento, aunque haya estado potencialmente presente durante el apogeo del efecto de la droga. En otras palabras, el estado de ánimo en el momento de la sesión era uno en el que tales puntos de vista estaban implícitos, pero que no dependía de tales opiniones. El 141

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proceso de retorno puede entenderse como aquel en que el sentimiento recordado se traduce en actitudes explícitas sobre cuestiones específicas. O, utilizando otra imagen, la experiencia cumbre puede compararse con un punto en la cima de una montaña desde el que se puede observar el panorama circundante; sin embargo, el hecho de estar en la cima de la montaña no proporciona más que la posibilidad de ver, mientras que este proceso de observación es diferente del de la escalada de la montaña. La visión particular que se puede ver desde un punto determinado implica el punto de vista y lo hace explícito, y de manera similar las percepciones particulares que se pueden obtener de un estado de consciencia determinado comportan y expresan ese nivel de consciencia. Sin embargo, el insight o percatación es distinto del estado mental del que procede, y constituye el resultado de un acto creativo en el que la consciencia a cierta altura se dirige hacia lo que está debajo. En otras palabras, ese «centro» que puede «justificar la vida en una habitación vacía» tiene que ponerse en contacto con la periferia de la vida cotidiana; el «cielo» de la experiencia espiritual debe ser llevado a la «tierra» de las circunstancias particulares antes de que pueda desarrollarse la comprensión real. Y solo entonces puede crearse la vida (es decir, el comportamiento elegido) según el punto de vista involucrado en el destello transitorio de la comprensión. La razón por la que es difícil que se produzca la síntesis anterior es que desde la cima de la montaña el valle puede ser invisible para una persona mareada, que puede sentirse inclinada a mirar las piedras, o incluso a caer. Y las condiciones atmosféricas pueden ser tales que la cima de la montaña apenas se vea desde el valle. O, traduciendo lo mismo en términos empíricos, 142

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las dificultades actuales de una persona pueden ser difíciles de recordar durante la experiencia cumbre, cuando tal reflexión sería tan deseable; o su disgusto puede llevar a la persona a evitar recordarlas; o el estado mental particular que constituye la experiencia cumbre puede ser perturbado por tales pensamientos. Por otra parte, cuando la persona está más cerca de las cuestiones de su vida cotidiana, a las que es más vulnerable, puede que no sea capaz de reflexionar sobre ellas en absoluto, ya que ella misma se perderá en estas, como nuestro paciente con la campana sonando y la madre pidiéndole que haga cosas por ella. Sin embargo, como ninguna de las dos alternativas es completamente imposible, creo que se debe conceder mucho valor a los intentos de dirigir la mente, en el momento de la «buena» experiencia con MMDA, a las situaciones conflictivas de la vida de un paciente, así como a que el paciente recuerde su experiencia cumbre en el momento del contacto con sus dificultades. Esto último ocurre naturalmente durante los días siguientes a la sesión que se examina, lo que explica el uso del tiempo pasado por parte del paciente, incluso cuando no solo recordaba, sino que volvía a experimentar el sabor de la «centralidad» ante determinadas circunstancias que había contemplado potencialmente durante el curso del efecto de la sustancia. La forma en que el paciente alterna entre el «recuerdo» de su experiencia de satisfacción tranquila y los momentos de desesperación (cuando piensa que el tratamiento no ha valido para nada) indica que el estado mental alcanzado bajo la administración de la MMDA no es algo que simplemente dure un 143

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tiempo determinado y luego se pierda, sino que puede aprenderse. Una vez que una persona ha utilizado su mente de esa manera, tiene un acceso más fácil a la misma forma de funcionamiento. Y en este aprendizaje, en el que una actitud deseable puede ser recordada no solo intelectualmente, sino funcionalmente (como los movimientos de escribir y caminar se recuerdan cuando los hacemos) después de haber sido adoptada una vez, radica una de las principales justificaciones para la obtención de una experiencia cumbre artificial. El proceso es comparable a la mano guía que sostiene la de un niño para mostrarle cómo dibujar una letra, o las del practicante de la técnica Alexander, cuando enseña a una persona cómo levantarse o sentarse para que pueda sentir el sabor de lo correcto, o, en la concepción de los chamanes mexicanos que toman peyote, la mano guía de Dios. Una vez en posesión de tal discriminación o conocimiento, depende del individuo recordarlo y ponerlo en práctica. Un pasaje expresivo sobre el papel del aprendizaje cuando se aplica a un estado mental es el siguiente recuerdo de Jean-Pierre Camus (citado por Aldous Huxley en La filosofía perenne): Una vez le pregunté al obispo de Ginebra qué hay que hacer para alcanzar la perfección: —Debes amar a Dios con todo tu corazón —respondió— y a tu prójimo como a ti mismo. —No pregunté dónde está la perfección —repliqué—, sino cómo alcanzarla. —La caridad —dijo de nuevo— es tanto el medio como el fin, el único camino por el que podemos alcanzar esa perfección que es, después de todo, la propia caridad. Así como el alma es la vida del cuerpo, la caridad es la vida del alma. 144

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—Ya sé todo eso —dije—. Pero quiero saber cómo se ama a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. Pero de nuevo respondió: —Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. —No estoy más cerca de lo que estaba —respondí—. Dígame cómo adquirir tal amor. —¡La mejor forma, la más corta y fácil de amar a Dios con todo el corazón es amarlo totalmente y de corazón! No daría otra respuesta. Por fin, después de todo, el obispo añadió: —Hay muchos, además de vosotros, que quieren que les hable de métodos y sistemas y formas secretas de llegar a ser perfectos, y solo puedo decirles que todo el secreto es un amor sincero a Dios, y que la única forma de conseguir ese amor es amando. Se aprende a hablar hablando, a estudiar estudiando, a correr corriendo, a trabajar trabajando; y así se aprende a amar a Dios y al hombre: amando. Todos los que piensan en aprender de otra manera se engañan a sí mismos. Si quieres amar a Dios, sigue amándolo más y más. Comienza como un mero aprendiz, y el mismo poder del amor te llevará a convertirte en un maestro en el arte. Los que más han progresado seguirán adelante, sin creer nunca que hayan llegado a su fin; porque la caridad debe seguir aumentando hasta el último suspiro.2

Lo que complica este cuadro es que, en el caso de actitudes y formas de funcionamiento mental más elevadas (no instrumentales), como en el de las habilidades motoras, el proceso de 2. Aldous Huxley, The Perennial Philosophy Harper & Brothers, Nueva York y Londres, 1945, pp. 89-90. 145

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aprendizaje se ve interferido por la activación de patrones de respuesta habituales que son incompatibles con los nuevos. En otras palabras, recordar el estado de cordura3 solo es posible cuando los estímulos específicos no suscitan las respuestas condicionadas de las que el individuo quiere precisamente deshacerse. Consideremos, por ejemplo, una cita más del diario de nuestro paciente: Ya ha pasado una semana desde la sesión con MMDA, y hoy me he vuelto a sentir solo, en mi cama, en mi habitación oscura y calurosa, en esta casa siniestra, y tengo ganas de escaparme, de ir a algún sitio, al cine quizás, o a visitar a Alberto, o a cualquiera, y sé que me sentiré mal de todas formas, porque no podré salir de mí mismo, y estaré con ellos como un zombi, como un niño pequeño llorando por dentro, lamiendo sus heridas o masturbándose, e introduciendo sus dedos en su ano, odiando a sus padres y soñando que es un rey. Y siento todo esto hoy, solo una semana después de haber visto algo de una cura definitiva. ¿Y por qué? Porque anoche no dormí bien (después de una pelea con Alice), porque la basura se está acumulando en mi alma otra vez, porque vine a esperar la llamada de Ana. (¡Maldita sea! Se me escapó...) ¡¡Eso es!! Ella me jodió al no llamarme. Mi seguridad ha vuelto a bajar a cero, y sigo siendo cien por cien dependiente de los demás. 3. Al llamarlo «cuerdo», asumo que este es el estado natural y que solo porque existe un estado natural puede manifestarse espontáneamente y sin aprendizaje. El aprendizaje se hace necesario solo para su «realización», es decir, su traducción a la realidad práctica. 146

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El hecho de que el paciente se precipitara temporalmente en su patrón neurótico cuando la chica lo rechazó, muestra que tal rechazo no había sido realmente tenido en cuenta cuando se sentía tan invulnerable. Solo después de enfrentarse a ello y recuperarse de su caída, pudo realmente decir, como realmente hizo: «No importa si una chica no nos quiere». Creo que en tal confrontación con la experiencia (o su posibilidad) reside la propiedad curativa, así como el insight que da permanencia a la nueva condición. Tal confrontación puede tener lugar durante la sesión con MMDA, si el paciente es llevado a examinar las circunstancias conflictivas de su vida, o más tarde, cuando la vida es inevitable. En el presente caso, conduje al paciente a una contemplación de sus dificultades cuando parecía dispuesto a mirarlas con una calma placentera, pero no me di cuenta de cómo disimulaba su evasión de ciertos asuntos. Esta fue su primera preocupación después («cosas que no salieron»), y describe acertadamente el efecto de la sesión, más tarde, como «un antiséptico que eliminó la infección durante dos o tres días, por lo que me sentí completamente libre de mi neurosis». Es de esperar que cuanto más se eviten los problemas para no perturbar una «experiencia cumbre», más inestable y efímera será esa experiencia en medio de las condiciones de vida ordinarias. Pero utilizo aquí la expresión «experiencia cumbre» para dar a entender que tal experiencia tiene un elemento de autoengaño en sí misma, en el sentido de que solo es posible a expensas de reprimir, o no mirar, lo que es incompatible con ella. ¿Qué validez puede tener el sentimiento de que podemos aceptar la muerte si no somos capaces de imaginarla? Sin embargo, opino que en la mayoría de las experiencias 147

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cumbre inducidas farmacológicamente hay un sustrato lleno de cuestiones que no se pueden afrontar. Podemos preguntarnos, por tanto, qué es lo más deseable: adoptar una actitud directiva durante la sesión con MMDA e intentar confrontar al paciente con lo que está evitando, a riesgo de perturbar un estado de integración parcial, o dejar que el paciente experimente tanto como pueda su recién descubierta centralidad, de modo que el sabor de esta permanezca cuando más tarde se encuentre con la vida tal como llegue. En realidad, no hay tanto espacio para la elección como podría parecer. En mi experiencia, solo alrededor del veinticinco por ciento de las personas reacciona a la MMDA con una experiencia cumbre espontánea, mientras que un treinta por ciento adicional llega a ella después de trabajar en sus problemas. En este último caso, no cabe duda de que la experiencia se ha producido a pesar de, y como resultado de, la resolución de al menos algunos de los conflictos de la persona, lo que habitualmente ha sido objeto de la mayor parte de la sesión. En cuanto al primer veinticinco por ciento, mi práctica es generalmente la de permitir que la experiencia se desarrolle sin perturbaciones durante unas dos horas y luego dedicar las tres restantes al examen de la vida y los problemas del paciente. Al hacer esto, asumo que puedo ayudar más al paciente estando presente en esta confrontación que dejándolo para que la experimente solo en los días siguientes, y que recordar la vida en el momento de una experiencia cumbre puede ser más fácil que recordarla en el momento de vivir. En la práctica, esto no viola las inclinaciones del paciente, ya que se siente abierto a lo que se le propone, en un estado de ánimo de aceptación, o bien se siente naturalmente atraído hacia tal autoexamen. Así ocurrió, 148

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entre otros, en el caso del hombre de nuestro ejemplo que, después de unas dos horas de disfrutar de su estado celestial, quiso saber dónde estaba su infierno y averiguar si su estado actual era realmente válido o justificado. A veces, el enfrentamiento crucial se produce de forma espontánea mediante imágenes vívidas, como en el caso de un paciente que siempre se había sentido inseguro en su trabajo como directivo, y que compensaba esta sensación adoptando una actitud mandona. Hacia el final de su sesión de MMDA, se imaginó a sí mismo en el trabajo, en su cálido y relajado estado actual, y realmente aprendió de esa fantasía creativa que tal serenidad era posible, que su actitud defensiva era innecesaria y que su expresión no distorsionada de sí mismo le resultaba más satisfactoria, en vez de inconveniente. No había mucha conversación con este paciente, pero su humor y su comportamiento en el trabajo cambiaron. También es cierto que hay límites a lo que una persona quiere hacer frente en un momento dado, y creo que las posibilidades del terapeuta son más limitadas aquí de lo que parece. El paciente no escuchará, o solo pretenderá escuchar, o sus sentimientos no serán paralelos a su pensamiento, su mente se quedará en blanco o se llenará de pensamientos que le distraigan, y así sucesivamente, y esto tendrá que ser aceptado. Además, puede haber una sabiduría natural en el proceso de regulación inconsciente que controla la longitud de sus pasos hacia la integración. Todo lo que el terapeuta puede hacer en estos casos es estar disponible para ofrecer lo que pueda. Otro ejemplo de este tipo de confrontación espontánea a través de vívidas imágenes es descrito por un paciente con las siguientes palabras: 149

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Entonces ocurrió un hecho significativo. Primero sentí que algo había sucedido, que algo era diferente. Como si me hubiera perdonado por algo. Luego me convencí de que el perdón estaba asociado con el vómito algún tiempo antes. Entonces me encontré, en la fantasía, moviéndome dentro de mi oficina en la universidad. Descubrí que ya no estaba atrapado en la depresión autoflagelante en la que había estado durante la última semana. Estaba libre y a gusto. Luego tuve momentos de realización de una cualidad de tranquilidad que casi nunca tengo (en mis estados de ansiedad, calculadores, repetitivos, de manipulación, preocupación y otros estados habituales), y la cualidad era —y lo sigue siendo hoy, después de quince días— un estado de ser capaz de dejar pasar el tiempo con elegante facilidad, incluso para deleitarse y disfrutar de los amigos en el momento.

¿Qué es, entonces, en términos prácticos, lo que se le puede ofrecer al paciente en tales momentos, cuando su estado de ánimo no podría ser mejor? En general, consideraría los siguientes objetivos inmediatos como propicios a la estabilización de una experiencia cumbre: 1. Explicación o expresión del estado y punto de vista actuales Se puede suponer que el cambio que se ha producido en los sentimientos del sujeto no es solo una cuestión de procesos metabólicos en su sistema nervioso, sino que trae consigo un cambio implícito en la percepción de las personas o las relaciones, o en sus valores. Dado que son esos cambios los que pueden apoyar el nuevo estado de ánimo si perduran, es deseable hacerlos lo más conscientes posible, y así ayudarle a 150

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descartar conscientemente las opiniones distorsionadas implícitas que apoyaban los síntomas. De esta manera, alguien puede dejar de ser visto como un perseguidor, o el individuo puede descubrir su propia valía en un área en la que había estado rechazándose a sí mismo. Todo el enfoque equivale a preguntar al paciente por qué todo le parece bien ahora (o por qué no es necesario preocuparse para que pueda traducir en conceptos su comprensión implícita). En el caso del paciente de nuestra primera ilustración, esto le llevó a una mayor conciencia de su automortificación, como se mencionó anteriormente. Otra comprensión que le ayudó en la expresión de su nuevo estado de ánimo fue la que describió en términos de «nada importa», lo que significa realmente algo así como «nada puede quitar la alegría de existir, que es un fin en sí mismo». El valor de la expresión es que sus productos son como reservas de la experiencia que los dio a luz, y son en cierta medida los medios para recrear la experiencia. Los frutos de la expresión son, como el arte, un medio para hacer visible lo invisible y fijar en una forma determinada un instante fugaz en la mente. 2. Contemplación de la realidad cotidiana Lo más importante aquí es la confrontación de los estímulos (circunstancias, personas) que normalmente son dolorosos o que provocan reacciones neuróticas. Esta es la oportunidad para el descubrimiento de una nueva pauta de reacción derivada del estado integrado, que sería menos probable que ocurriera una vez terminado el pico de serenidad, cuando la proximidad a la circunstancia dada es demasiado grande. La confrontación en la mente antes de la confrontación en la 151

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realidad tiene lugar en una estrategia que podría compararse a la utilizada por Perseo en su acercamiento a la Medusa: no la mira directamente, sino a su reflejo en el escudo de Minerva.4 Las fotografías son útiles para este fin, ya que las pistas que ofrecen son valiosos puntos de partida para la asociación con las experiencias de la vida, en contraste con los puntos de vista estereotipados que a menudo suscitan las preguntas que se hacen verbalmente. Siempre que se exprese un nuevo enfoque o sentimiento que rompa el círculo vicioso de las actitudes neuróticas, se puede fomentar su expresión para fijarlo en la mente como parte del repertorio ampliado de respuestas. Un encuentro imaginario con una persona determinada, en el que se produce el diálogo, puede ser un recurso útil, y también la escritura, que es perfectamente compatible con el efecto de la MMDA. La siguiente ilustración procede del informe de un joven que había estado en terapia durante cinco años, y que en el momento de la sesión vivía un periodo caótico y doloroso en su matrimonio: Recuerdo estar acostado en la alfombra de la habitación, disfrutando plenamente de una cálida, brillante y suave sensación de bienestar. El Dr. N. vino a mí y me sugirió que habláramos los dos. Le hablé de mi amor por Jeanne y del dolor que sentía. Me sugirió que escribiera mis sentimientos en un papel. Escribí como si estuviera escribiendo una carta a Jeanne. Le dije cuánto la amaba. Y que la estaba esperando. 4. Minerva es la diosa de la sabiduría, lo que sugiere que el escudoespejo representa la mente. 152

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Durante este tiempo, experimenté la respuesta sexual más aguda, especialmente en el área pélvica. Estaba completamente inmerso en la alegre fantasía de amar a Jeanne. Amarla de una manera tranquila y tierna, acariciándola siempre tan suavemente. Sentí, tal vez por primera vez, que mi deseo de ser tierno y amoroso con ella era el poder que rompería con su anestesia sexual.

Su relación mejoró después de la sesión, ya que la actitud expresada en esta carta persistió hasta cierto punto y reemplazó los anteriores sentimientos de rechazo y resentimiento. El acto de expresión (al comprometer estos sentimientos en el papel) puede concebirse aquí como un compromiso, así como una realización, en el sentido de «hacer realidad» lo que era meramente un sentimiento, viviendo lo que era solo una posibilidad. 3. Ejercicio de decisión ante los conflictos actuales Normalmente, le pido al paciente que haga una lista de los conflictos que conoce, o la hago con él antes de una sesión con MMDA, y esto proporciona muchas preguntas a examinar en el momento de un eventual estado de armonía psicológica. El conflicto es quizás la manifestación más central de una perturbación neurótica, ya que es la expresión de una desunión o división de la personalidad. En el momento excepcional de la integración, cuando se unen los fragmentos generalmente incompatibles de la psique de la persona, muchos de sus conflictos desaparecerán. Si la actitud de integración de la persona no se hace explícita en ese momento, se perderá más fácilmente 153

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una vez que el estado excepcional haya terminado; sin embargo, esta es la ocasión en la que la persona puede conocer la actitud de su yo integrado y aprender lo que se siente. Cuando su yo ya no esté allí, el recuerdo de tal actitud será un hilo más en su tejido de memoria experiencial, y quizás también el mejor consejo posible.

Cómo guiar los estados de potenciación de los sentimientos Todo lo que he elaborado hasta este punto se aplica al tipo de experiencia que se produce espontáneamente en alrededor del veinte por ciento de todos los casos tras la ingesta de MMDA. Lo mismo es aplicable, en parte, a la experiencia similar que sobreviene en un treinta por ciento adicional de casos después de la intervención terapéutica, a medida que se logra la resolución de conflictos y la integración de la personalidad. Sin embargo, en alrededor del cincuenta por ciento de los casos, esos sentimientos de «rectitud total», calma y aceptación amorosa no se experimentan en absoluto, y en el ochenta por ciento no están presentes al comienzo de la sesión. En tales casos, la reacción al medicamento puede ser predominantemente la de un aumento de ciertas emociones y/o síntomas psicosomáticos, o una en la que las imágenes se convierten en el principal objeto de atención. Cada una de las posibilidades constituye un tipo de efecto que requiere un enfoque distinto, y en este momento me ocuparé de las reacciones predominantemente sentimentales. Estas reacciones de mejora de los sentimientos podrían muy bien agruparse con las reacciones de «experiencia cumbre», ya que las emociones 154

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son el punto focal de ambos tipos de experiencia, pero ambas están en contraste en cuanto al tipo de sentimientos involucrados. Como la experiencia cumbre constituye el «cielo» de la MMDA, el estado de mejora de los sentimientos constituye su «infierno». En lugar de la aceptación tranquila y amorosa de la experiencia, las emociones del segundo estado son típicamente las de ansiedad e incomodidad, que hacen que la experiencia inmediata sea insatisfactoria. Lo que el segundo tipo de experiencia tiene en común con el primero es la relevancia de los sentimientos experimentados en relación con la situación actual y con el contexto ambiental y social inmediato. Considero que tal calidad «aquí y ahora» de la experiencia MMDA se adapta particularmente al enfoque existencial no interpretativo de la terapia gestalt, que he utilizado —como se verá en los próximos ejemplos— casi sin aditivos en el manejo de la mayoría de las sesiones. Las experiencias de incomodidad suelen ser la expresión exterior del autorrechazo o el temor al autorrechazo inminente. Una vez que esto se hace explícito, se puede volver a examinar el punto muerto de la parte superior e inferior para ver si la persona puede descubrir algún valor en su lado rechazado, si sus estándares de juicio se ajustan a su verdadero criterio o si su naturaleza es la de una reacción automática, de la que se puede prescindir. Algunos ejemplos pueden aclarar este punto: Se ha animado a una paciente a hacer o expresar lo que quiera durante la sesión. Cuando el medicamento comienza a surtir efecto, se retira a su dormitorio, donde se acuesta y escucha algo de música. Después de unos cinco minutos, vuelve al terapeuta en la sala de estar y le explica que no ha podido 155

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disfrutar de esos minutos porque se ha sentido angustiada por lo que ella llama su «voracidad»: no podía escuchar realmente la música porque quería varias cosas a la vez, como una bebida, la presencia del terapeuta y, sobre todo, ser especial. Como su malestar parecía estar asociado más a su autoacusación de avaricia y voracidad que a la falta de medios para satisfacer sus necesidades, le pregunté: «¿Qué hay de malo en querer más y más?». Este comentario resultó ser más que un apoyo superficial, ya que la condujo a una consideración abierta de la cuestión. Cuando más tarde insistí en que declarara sus deseos y fuera cada vez más directa, se dio cuenta de que al dar paso a la expresión de tales deseos se convirtió más en ella misma. Lo que inicialmente llamó «voracidad» pronto se vio como el deseo de ser amada de manera especial por un hombre. Al destacar lo humano de este deseo, ella vio la aceptabilidad e incluso la esencialidad de satisfacerlo en su vida, de una manera u otra. «Toda mi vida he perseguido mis deseos indirectamente, y lo indirecto y la falta de consciencia es lo que me ha entorpecido». El proceso de aumento de la autoaceptación descrito en este ejemplo se produjo por la repetida invitación del terapeuta a tomar partido por sus impulsos rechazados y reconocerlos como propios, en lugar de como algo que le sucede. El siguiente fragmento de un relato retrospectivo de otra paciente ilustra con mayor detalle el proceso de despliegue gradual de los impulsos rechazados en una atmósfera de apoyo: Cuando sentí los primeros efectos, me acosté en mi cama. El Dr. N. se sentó a mi lado y me sugirió que me relajara y me dejara llevar por aquello que pudiera sentir. Empecé a sentir 156

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mucha ansiedad y un gran deseo de llorar. El Dr. N. me dijo que lo hiciera si quería, pero yo me resistía. Le dije que no me permitiría hacerlo, porque me parecía feo; que no me gustaban las personas que se autocompadecían y que yo, que había elegido mi camino con tanta lucha, sentía que no tenía derecho a sentirme infeliz. El Dr. N. dijo que tal vez tenía buenas razones para sentir lástima de mí misma, para seguir adelante y no tener miedo de llorar. Dijo: tómate unas vacaciones por una tarde y haz lo que te apetezca. Le pregunté si lo aprobaría, y como dijo que sí, lloré amargamente. El Dr. N. me preguntó cómo se explicarían mis lágrimas si pudieran hablar. Dije que fluían por la pena del mundo. Me preguntó qué era eso. Dije que imaginaba un gran lago formado por el dolor de todos los seres humanos desde que el mundo existe, desde el más pequeño, como el de un niño que se cae y llora, hasta el más grande. Un suelo de dolor colectivo, a la manera del inconsciente colectivo de Jung. El Dr. N. dijo que creía que podría estar llorando por mis propias experiencias, por cosas concretas y definidas. Que tal vez me había faltado algo cuando era niña, por ejemplo, y que quizás este hecho todavía afectaba mi vida. Seguí llorando y sufriendo, pero con libertad y con una sensación de alivio. Había puesto un concierto de Vivaldi en el tocadiscos. Sentí la música muy profundamente y sentí que a través de ella podía llegar al ser que la había producido. Creo que el Dr. N. me preguntó qué expresaba la música, y le contesté que era el ser de Vivaldi, convertido en una voz; una voz que lo expresaba totalmente. Me maravilló que pudiera haberse vuelto del revés tan completamente. 157

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Como suele ocurrir, la paciente entra en contacto con sus propios impulsos antes de sea posible apoyarla y de que pueda considerar la posibilidad de aflojar su rechazo a ellos. Cuando la situación se le vuelve del revés, descubre en sí misma la expresión de otro ser. Ese tipo de ser al que se le ha dado la vuelta, como en los ejemplos anteriores, puede ser interpretado como el logro de una mayor franqueza en la expresión de los propios deseos. En los casos expuestos, era importante hacer ver a los pacientes cómo se oponían a su propio impulso antes de que pudiese ofrecerlos el apoyo suficiente como para que dejaran de rechazar sus impulsos. Solo cuando se puede expresar la autocrítica, logra uno mirarse a la cara y tomarse en cuenta a sí mismo. Así, preguntas como «¿qué hay de malo en querer más y más?», o «¿qué hay de malo en llorar?», tenían que descubrir las autoacusaciones de avaricia o de autocompasión antes de que el juicio maduro de los pacientes pudiera evaluar tal condena automática bajo una luz nueva y tomar una decisión al respecto. El resultado final es que los deseos inconscientes se vuelven conscientes y, por lo tanto, la cuestión acaba siendo la de cómo resolver los problemas de manera inteligente. Mientras que el deseo inconsciente se expresa de forma retorcida y simbólica, y su satisfacción nunca apaga la sed subyacente, un deseo consciente sí que puede ser satisfecho. Además, cuanto más consciente es un deseo, más se acepta y se convierte en sí mismo en una satisfacción. Así pues, la sexualidad inconsciente se experimenta como aislamiento, soledad, frustración, mientras que la sexualidad consciente y aceptada es una experiencia placentera de mayor vitalidad. 158

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La rabia inconsciente puede experimentarse como una irritación o culpa desagradable, mientras que la rabia aceptada puede ser acogida como un poderoso esfuerzo en pos de un fin. Lo que sigue a continuación sirve como un ejemplo más de la liberación de un deseo inconsciente y mostrará una manera de tratar con las distorsiones visuales:5 El Dr. N. ahora me parecía un lobo oculto, un animal que acostumbra a cazar a su presa en las cuevas. Me invitó a dirigirme al monstruo (que yo veía en él), a relacionarme directamente con ese personaje, olvidando quién era él, que lo conocía, que no me haría daño... Hablé con todo el coraje que tenía: «¿Por qué eres tan feo?». «¿Qué te importa que sea feo?», respondió. «Ese es mi problema, no el tuyo». «Pero me pregunto cómo te llevas con esa cara. ¿Quién puede amarte así?». Y entonces empecé a reírme mientras pensaba que tal vez en su país todo el mundo tenía una cara siniestra, y que quizás se le considerase guapo. Le conté este pensamiento al doctor, y sus facciones se fueron volviendo cada vez más nítidas, hasta que la cara del Dr. N. emergió por fin sin distorsiones. Dijo que, según su experiencia, tales distorsiones indicaban una ira reprimida, y aunque no la veía en mí, sería provechoso explorar la cuestión de mi posible resentimiento. Le dije que no podía imaginar ningún resentimiento hacia él, ya que me despertaba tan buenos sentimientos; me había ayudado tanto y había sido tan amable conmigo... Cuando 5. Estas distorsiones son excepcionales con MMDA (se producen en el cinco por ciento de los sujetos). 159

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terminé de decir esta frase, continué casi inconscientemente, como si alguien usara mi voz para decir: «¿Por qué debería estar resentida contigo, excepto por el hecho de que no me amas?». Me sorprendieron mis palabras. El Dr. N. comentó que era una excelente razón para sentirme resentida. La experiencia dejó de ser tan ardiente y se volvió más tranquila, con esa triste y dulce melancolía que queda después de un buen llanto.

La importancia de esta sesión no solo radica en que la paciente pudo expresar su deseo de ser amada por el terapeuta, sino que incluso tal deseo aparentaba ser un sustituto de la expresión de su amor propio. Algunos días después, pudo aceptar su sentimiento como una riqueza y no como un defecto, ya que escribió un poema que fue el primero tras diez años de interrupción de su producción creativa. En los ejemplos citados, los pacientes se encontraban en un conflicto en el que a un determinado impulso (de amar, de llorar) se oponía una resistencia, y el resultado era la expresión del impulso. Esto no tiene por qué ser siempre así, y una de las principales contribuciones de la terapia gestalt ha sido la de mostrar cómo la defensa es también un impulso que puede ser redirigido hacia expresiones más satisfactorias que el autocontrol y la represión. Con este fin, se anima al paciente a tomar partido por la voz del superego («top dog»), y a experimentarlo convirtiéndose voluntariamente en él, como si fuera su propio juicio en lugar de una orden externa.

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Trabajar a través de un síntoma psicosomático El siguiente extracto de una grabación trata del conflicto entre la necesidad de descansar y la autoexigencia en el sentido más literal, o entre la relajación y la contractura disfuncional. En realidad, se trata de un ejemplo de trabajo a través de una manifestación psicosomática, ya que, para la paciente, el «estrujamiento del alma» por parte de su sistema defensivo se encarnaba en un síntoma físico paralelo que le causaba dolor abdominal, y para el cual había buscado consejo médico. Por lo tanto, al tratar esta idea, también nos dirigimos a la cuestión de cómo tratar los síndromes MMDA de estado número tres en la clasificación que he propuesto al principio: aquellos en los que los sentimientos positivos o negativos de los tipos anteriores son sustituidos por síntomas físicos.6  Naturalmente, el aumento de las sensaciones físicas puede formar parte de las experiencias de primer estado, pero la sustitución de los síntomas corporales por sentimientos se produce, comprensiblemente, en la medida en que el sujeto no cede a la hora de experimentar el malestar emocional del segundo estado. Esto puede reflejar la tendencia crónica del individuo, como en el caso de esta paciente, que en el momento de la sesión puede haber sido descrita como una hipocondriaca hipomaniaca: feliz consigo misma e infeliz a causa de los dolores que tendía a interpretar que eran consecuencia de una enfermedad física. 6. El objetivo aquí será decodificar las actitudes del individuo hacia sí mismo y hacia los demás que están codificadas y expresadas en el lenguaje corporal. 161

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Esta vez solo cito mi versión del diálogo durante un periodo que puede haberse prolongado durante veinte o treinta minutos y que finalmente condujo a una inversión de la experiencia de la paciente. Más que un diálogo, de hecho, esta sesión podría ser considerada como comparable a la de un terapeuta del movimiento o un quiropráctico y su paciente; la parte verbal de la misma consiste principalmente en manipulaciones terapéuticas y las reacciones de la paciente a las mismas, a menudo en forma de cambios posturales, gemidos, gritos y sollozos. Doctor: Puedo ayudarte entonces, pero creo que solo hay una manera en la que puedes dejar de apretar, y es aprender cómo estás apretando, ser consciente de cómo aprietas, y solo puedes ser realmente consciente de ello convirtiéndote en esa parte de ti que está realmente apretando... ¿Te has convertido en la parte que aprieta o solo en su víctima?... Sí... ¿Es algo que puedas decidir hacer de nuevo?... Me gustaría que me dijeras lo que sientes. Solo sé consciente... de cómo aprietas... ¿Previniendo qué?... No interpretes, no hagas teorías, tan solo sigue tus sentimientos. ¿Te sientes apretada?... ¿Solo allí?... ¿Tu voz suena apretada, estrujada?... ¿La oyes ahora?... ¿Eres consciente de cómo estrujas la voz, de cómo aprietas la garganta?... ¿Eres consciente del apretón en tu pecho?... Bien, hay un apretón en el pecho y abajo, en el vientre, en ambos lugares. ¿Te sientes estrujada en tus movimientos, los brazos, el cuello, los dedos?... 162

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¿Qué hay de las manos ahora, y de los brazos? ¿Te aprietan?... ¿Puedes apretar ahora, deliberadamente?... No, no espero que sea lo mismo. Tan solo quiero que lo experimentes... ¿Qué es lo que quieres tú?... ¿Qué respondes?... ¿Puede ser que te exprimas para saber lo que quieres, lo que quieres cuando te estás estrujando a ti misma así? ¿Qué es lo que quieres cuando te estrujas como ahora? ¿Qué es lo que quieres hacerte? ¿Y cuál es la satisfacción que obtienes de este apretón?... Sí, la exprimidora está obteniendo una satisfacción. Quiere exprimir; obtiene placer al exprimir... No te resistas. Deja que suceda, déjate exprimir. No intentes echarte atrás, sé la víctima, deja que la tortura termine... No tienes que tener la fuerza para sufrir. Para resistir, debes hacerlo, pero... Intenta no resistirte ahora... Suelta. No lo detengas... Suelta, suelta. No te resistas. Deja que todo sea... No te resistas... Te estás resistiendo, experiméntalo. Permanece tan abierta como puedas y experiméntalo... ¿Qué estás experimentando?... Observé mucha actividad en ti por primera vez. ¿Puede sentir...? ¿No sientes ningún deseo de esa actividad, como si quisieras volver a ella? ¿Algún disfrute de ese movimiento?... Solo la desesperación... 163

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Este cansancio es como una muerte, una muerte gris, la falta de energía, y toda esta energía está contenida detrás... Y siento que en el apretón tiene esta energía, esta fuerza... Así que tienes que convertirte en ese otro lado, si quieres tener fuerza... Tal vez, mientras que el apretón está teniendo lugar, mientras que estás abriéndote al apretón, tal vez puedas experimentarte a ti misma como queriendo apretar... Quiero que hables de ello, del exprimidor que quiere sexo. ¿Puedes explicarte mejor, decir más sobre lo que se siente? Pero intenta ser la exprimidora mientras hables de ello. Di lo que quieras mientras eres la exprimidora... ¿Puedes experimentar el apretón como tu impulso, tu satisfacción?... Tu impulso sexual, tu ira, tu desesperación... ¿Tu anhelo?... Aún no has podido identificarse con la exprimidora... Bueno, hazlo sin sentir placer, solo deja que venga como venga. Puedes empezar con: «Yo soy la que te está apretando», aunque no lo sientas. Solo juega el juego. Habla de lo que quieras, tú eres la exprimidora, cómo eres, qué clase de persona...

En este punto, la paciente tuvo el insight que convirtió la sesión en un éxito. Siendo capaz ahora de cambiar de la posición de víctima a la de «exprimidora», pudo ver que la fuerza que causaba sus dolores no era otra que la avaricia por todo y por todos, un niño rapaz y agarrado que nunca podría estar satisfecho. Inmediatamente después de esto, comprendió espontáneamente y se entusiasmó al descubrir la perversión que 164

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suponía el retorno del deseo sobre sí misma en un apretón, un estrujamiento implacable. Meister Eckhardt dice que todos nuestros deseos son en última instancia el deseo de Dios. Muchos tal vez elegirían otra palabra y hablarían de un impulso de vida, el absoluto, el Bien, un anhelo por el estado ideal, Eros; sin embargo, todas estas concepciones suponen el reconocimiento de una unidad más allá de la aparente multiplicidad de los deseos humanos. Un deseo determinado puede entenderse como la expresión de una creencia implícita de que el logro de tales objetivos específicos traerá la felicidad. Por supuesto, no funciona así, pero las creencias implícitas o inconscientes no pueden ser alteradas por el razonamiento (o incluso la experiencia). Así, la mayoría de los ladrones obtienen poca satisfacción de sus robos, los que hacen dinero de sus riquezas, o los estudiosos compulsivos de su aprendizaje. Siempre que el proceso terapéutico conduce a la comprensión del impulso, el sujeto se libera en cierta medida de esa necesidad particular, ya que ahora se entiende como un mero medio para alcanzar un fin, y a menudo un camino tortuoso o inadecuado. Así pues, cuando el ladrón comprende —no con la mente, sino con sus sentimientos— su necesidad de tener algo de los demás, puede empezar a pedir amor; y cuando el intelectual neurótico reconoce su necesidad de reconocimiento, puede llegar a apegarse menos al juego del prestigio, ya que su valor deja de parecerle algo intrínseco a la acumulación de conocimientos. Creo que una experiencia como la citada anteriormente, que conduce a la realización de una «fuerza vital», es un paso más allá de todo esto, ya que conduce a la realización de la unidad más allá de las necesidades bastante limitadas, como el sexo, la ambición, la codicia y la protección. Este es el dominio 165

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de la experiencia que interesa al místico, aunque en la presente cita no hay ningún uso de términos religiosos o místicos. Y es el dominio que Jung considera arquetípico, más allá de la diferenciación personal, aunque su presentación en el informe del caso no esté esencialmente mediada por imágenes.

Participación activa en los puntos neutros Uno podría entender los distintos tipos de reacción a la MMDA como diferentes niveles en un gradiente de conciencia y apertura. Un aumento de la conciencia puede transformar una típica experiencia psicosomática en una de potenciación del sentimiento; y esto último, a través de la comprensión de las resistencias, puede dar paso a la experiencia cumbre integradora. Si vamos al otro extremo, encontramos reacciones en las que el paciente tiene cada vez menos sobre lo cual informar. Incluso las sensaciones físicas parecen ser borrosas en un estado de conciencia restringida, muy probablemente de naturaleza defensiva, que puede culminar en somnolencia o sueño. Al parecer, este estado de calma constituye una manifestación a otro nivel de esa calma o serenidad que es característica de la experiencia cumbre con la MMDA. Una es una calma en la riqueza, una quietud en medio del movimiento interior; la otra, un estado de calma donde poco sucede, una plácida brusquedad. A medida que nos acercamos al final inconsciente de la escala, donde la pasividad toma la forma de somnolencia, el sujeto incluso se vuelve inconsciente de sus imágenes oníricas. Cuando se le pregunta, puede ser capaz de informar de una escena aislada que está visualizando en este momento, pero es 166

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incapaz de recordar la anterior. O posiblemente sabe que su mente está activa pero no puede captar el contenido de su pensamiento o imaginación. Afortunadamente, es así solo en un veinticinco por ciento de los casos. Cuando el efecto de la MMDA no es notablemente productivo en términos de sentimientos positivos o negativos, puede ser necesaria una participación muy activa del terapeuta para tratar las sensaciones somáticas, las imágenes o el comportamiento real del paciente. Así, los sentimientos pueden enfocarse conscientemente atendiendo a las expresiones simbólicas o físicas externas y al desarrollo de la experiencia o el comportamiento, como es la práctica en la terapia gestalt. Tomemos, por ejemplo, el siguiente caso: Doctor: ¿Eres consciente de que aprietas la mandíbula? (La paciente asiente con la cabeza e intensifica la contracción de sus músculos de masticación). Doctor: Intensifica ese gesto (la paciente comienza a rechinar los dientes). Doctor (después de unos minutos): Intensifica eso (el rechinar de dientes se convierte gradualmente en una mandíbula cerrada una vez más, mientras la paciente, que está sentada, levanta la cabeza, abre los ojos con una mirada feroz y respira profundamente). Paciente: Me siento fuerte. Ya no estoy tensa, sino severa, magistral. Doctor: Sigue con ello. Paciente (se relaja gradualmente y comienza a tragar saliva): Mi masticación se ha convertido en tragar. Ahora que he 167

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encontrado mi fuerza, no tengo que llamar enojada a la puerta para obtener satisfacción, sino que puedo simplemente dármela a mí misma.

Otro paciente se sentía muy somnoliento y relajado, pero tendía a estirar los dedos de los pies. Se le animó a intentar ceder alternativamente a su deseo de descansar y a su deseo de estirarse, y pronto se dio cuenta de la influencia de estas tendencias opuestas en toda su vida actual. Percibió la tensión en los dedos de los pies como un impulso de excitación, una expresión de aburrimiento e insatisfacción con su pasividad, mientras que esta última la entendió como un retraimiento resignado del conflicto. Con esta conciencia, su necesidad de excitación se hizo más fuerte que su necesidad de retraimiento, y esto es lo que lo llevó a participar en una psicoterapia adicional después de su tratamiento con MMDA. Siempre que no solo la emoción, sino también las sensaciones físicas o el deseo de comunicarse sean leves, puede darse la ocasión apropiada para tratar un sueño. Como se mencionó anteriormente, debido al aumento de la facultad de crear imágenes con la MMDA, puede ser fácil volver a experimentar los sueños, mientras que un mayor conocimiento de las formas simbólicas o metafóricas es favorable al desarrollo de sus significados.

Imágenes y sueños Cuando las imágenes, más que las manifestaciones psicosomáticas, dominan en el cuadro de los síntomas provocados 168

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por la MMDA, es el contenido de tales imágenes lo que puede ser interpretado como «el camino real hacia el inconsciente». De hecho, tales señales, como las semillas fértiles, pueden desarrollarse desde el interior y revelar algo de su significado, si se les presta atención. La primera tarea del terapeuta será normalmente ayudar al paciente a dirigir su atención a la secuencia de escenas que se desarrollan, para que pueda ser consciente y recordar sus detalles. El siguiente ejemplo es de la sesión de un hombre de cuarenta y siete años que permaneció acostado la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados, sintiéndose agradablemente relajado, y que probablemente retuvo muy poco de lo que vio. Cuando se le preguntó en un momento dado, describió una escena que es una de las tres que pudo recordar después de que la sesión terminara. Así es como describió la imagen al día siguiente: Una de las imágenes que me llegó fue la de un camello montado por un inglés delgado y anguloso, del tipo Sherlock Holmes. Iba de viaje. No sé por qué el inglés llevaba un camello. No tenía ninguna mochila a la espalda. Posiblemente, el inglés estaba demasiado impaciente y sintió que tenía que arrastrar al camello para llegar a su destino. Mi cuerpo va despacio, tiene que ir despacio, y mucho del trabajo que hago tiene que hacerse en tandas, según parece, con mucho descanso entre tiempos.

Lo que el paciente dijo nueve días después, al escribir sobre la sesión, muestra cómo el número y el significado de las asociaciones entre el símbolo y su personalidad se incrementaron después de un periodo de elaboración espontánea: 169

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Lo que mencioné al principio, difícilmente expresa lo que más tarde he llegado a sentir sobre esta escena. El inglés que está dando una vuelta al mundo no monta al camello; es tan tonto como para tirar de él porque está impaciente. El inglés soy yo. Es muy de «nariz aguileña», y esto es algo que destaca mucho. En realidad, pienso que los ingleses son tan tontos que seguirían jugando al cricket mientras su mundo se desmorona, y que no juegan con nadie más que con ellos mismos. El camello es la parte de mí que puede llevarme a ese lugar. Representa toda la sabiduría de Oriente. La idea del ser, del reino de Dios en el interior de uno mismo, me es familiar. En mi vida diaria, no da la sensación de que crea estas cosas; no lo siento dentro ni lo proyecto fuera... En cuanto a mis pensamientos sobre el camello, siento que en esta vida no me voy a permitir montarlo para que me lleve de viaje. No actúo como si hubiera un yo que pueda ser transportado; la evidencia de mi espontaneidad interior es muy débil. Sin embargo, depender de otros que dirijan las cosas se está volviendo más intolerable para mí.

La consecuencia terapéutica de la disposición del paciente a interpretar el simbolismo de la ensoñación es obvia. Y como esto ocurre frecuentemente de manera espontánea, podemos mencionarlo como un aspecto cognitivo en la descripción de la experiencia de la MMDA. Se podría sospechar que es precisamente esta proximidad entre la comprensión visual y conceptual la que explica la tendencia de algunos individuos a impedir que algunos aspectos de su vida interior se expresen en imágenes conscientes. 170

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Al tratar las imágenes en el momento de la sesión propiamente dicha, el objetivo debería ser, como en el caso de los síntomas psicosomáticos, el de entrar en contacto con la experiencia que está latente en los símbolos visuales. La mera contemplación de estos últimos puede no ser suficiente para este fin; por otra parte, la identificación con los personajes u objetos de la fantasía puede llevar al paciente a deshacer una proyección y a reconocer una parte de sí mismo que hasta ahora no había tenido en cuenta. Este fue el caso de una mujer, por ejemplo, que sintió repugnancia al ver un ridículo payaso, pero que, al tratar de identificarse con tal personaje, gritó repentinamente de pánico, pues se sentía como una bebé siendo lanzada al aire. Entonces se dio cuenta de que había sido tratada como una muñeca; de hecho, había adoptado este papel e hizo de payasa toda su vida para complacer a los demás. Sin embargo, todo el tiempo, en el proceso de este «espectáculo», ella estuvo sufriendo el aplazamiento de sus verdaderos impulsos y sintiendo la soledad implícita en la suposición de que nadie la querría excepto como objeto de diversión. Esta secuencia de acontecimientos muestra que el efecto facilitador de la MMDA en el procedimiento terapéutico no solo radica en la presentación de una pista significativa (imagen del payaso) del conflicto de la paciente («hacer» de payasa frente a querer ser amada tal como es). Una vez que el botón del símbolo significativo fue presionado, su experiencia cambió en calidad: la emoción de la paciente quedó liberada, y pasó de un tipo de reacción visual a otro de potenciación del sentimiento (ser lanzada al aire, tratada como un objeto). Como consecuencia de atender a la desagradable sensación de 171

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ser tratada como un objeto, se produjo el insight: se trataba a sí misma como un objeto, al presentarse a los demás como tal. Por último, surgió una nueva sensación: no quería tratarse así; lo que quería era amor. Es significativo que, durante varios días después de la sesión, sintiera un intenso deseo de comida, que terminó bruscamente en una cita posterior, durante la cual llegó a aceptar más plenamente su deseo de amor. Todo el proceso puede verse como un aumento de la reacción del estadio tercero de la MMDA, aunque esta última se logró después del final de la sesión. El resumido ejemplo anterior puede dar una visión demasiado simplificada de la forma que puede adoptar la intervención del terapeuta en el proceso de llevar al paciente a la desimbolización de la experiencia encarnada en términos visuales. Es posible que haya que recordar una imagen una y otra vez, sus muchas transformaciones y la atención dirigida a los sentimientos del paciente, mientras observa o se identifica con los objetos o personas en la escena, las interpretaciones dadas en este o aquel punto, y así sucesivamente. El siguiente pasaje, procedente de la transcripción de una grabación, nunca condujo a la esperada explosión de sentimientos, sino que ilustra en detalle la exploración de una imagen y muestra cuánta interpretación puede obtenerse mediante un enfoque no interpretativo: Doctor: Trabajemos en esta imagen. ¿Podrías ser este lugar en el que estás entrando? Paciente: ¿Ser ese lugar? Doctor: Sí, hablar de la experiencia de ser ese lugar. Paciente: Tengo un problema al entrar, porque no sé qué 172

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hay en el interior de ese lugar hasta que abro; así que, para explorar el lugar, debo ser consciente de que es como lo que hay dentro de un bebé. ¿Está bien así? ¿Cuál debo ser, el lugar o el bebé? Doctor: Cualquiera de ellos. Paciente: Vale. Soy este lugar, y hay un bebé dentro, y estoy esperando que alguien venga y abra la puerta y lo saque. Y de alguna manera, estoy tratando de mirar qué hay. Quiero saber lo que hay dentro, de algún modo. Siento curiosidad sobre ello. Doctor: ¿Puedes decir cómo es? ¿Podrías describirte a ti mismo? Paciente: No podría hacerlo muy bien, pero hay una parte de mí que está mirando hacia fuera. En el exterior hay luz, una luz brillante, un hermoso mundo exterior, y yo soy una especie de escudo que no permite que ese exterior penetre en el interior. El interior es amorfo, negro, neutro, no hay nada sobre lo que sentir algo, sino la sensación de estar apagado, como detenido, esperando a que alguien tome a este bebé y lo saque de ahí, y en cierto modo, mi tarea debe ser la de proteger al bebé del exterior, mantenerlo en una cámara frigorífica, casi. Doctor: Mantenerlo en una cámara frigorífica. ¿Puedes sentir esa parte de ti mismo, esta función protectora? Paciente: ¿Quiere decir en mi yo normal, o ahora mismo? Doctor: No, en tu vida, en tu yo cotidiano. ¿Te ves a ti mismo como un escudo protector de una parte muy valiosa? Paciente: Eso es muy interesante. Mi tendencia, —oh, me estoy volviendo bastante así, creo—, mi tendencia consciente, tan pronto como me doy cuenta de cómo conseguirlo, 173

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sería entrar y coger al bebé y sacarlo muy rápido de allí, probablemente más rápido de lo que debería. Doctor: ¡La misma cosa otra vez! «Probablemente más rápido de lo que debería»... El miedo a... Paciente: Quiero sacarlo de inmediato. Lo fuerzo. Doctor: Parece que aquí vives un conflicto entre la tendencia a sobreproteger y eliminar de la vida este núcleo tan vital, para mantenerlo almacenado, y la tendencia opuesta: la tendencia excesiva a exponerlo rápidamente a la vida. Paciente: Ahora creo que lo que pasa es que, conscientemente, lo hago demasiado rápido, por lo que está bloqueando mi mente consciente y no puedo llegar a él más rápido. Así que, inconscientemente, tengo que irme al otro extremo, para mantenerlo cerrado. Hay una cosa interesante que puede ayudar. En la meditación y otras experiencias, cuando comienza a suceder algo interesante, siento que tengo que agarrarlo espontáneamente y luego mostrarlo. Así que no me lo permito. Me saco a mí mismo de la situación tan pronto como una imagen... Tuve esta experiencia antes, así que esto puede estar indicando lo mismo. Doctor: Que es, en cierto modo, un proteger la experiencia, y en otro modo es exhibirla. Paciente: Trato de exponerla, así que la pierdo. Sí, ¡vaya! Esposa (como espectadora): No sé si es la MMDA o el Dr. N. Doctor: Es el sueño; todo lo que se necesita es empezar con una buena semilla. Así que creo que puede sacar más de esto, si continúas identificándote con esta habitación. Dime todo lo que puedas sobre ti, en el rol de una habitación, sin dejar de lado lo obvio, todo lo que tenga que ver con el color, la temperatura, las dimensiones, lo que sea. 174

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Paciente: Tengo la impresión de que la habitación fue pintada de blanco, casi como un aparato, como una máquina en un hospital. Obviamente, fue hecha por el hombre. Doctor: Pero dilo en primera persona. Paciente: Estoy pintado de blanco amarillento, como un blanco cálido, y obviamente estoy hecho por el hombre, con manijas y perillas; el significado que obtengo es que soy la parte del intelecto, no de la emoción. Eso es muy parecido a cómo es mi mente consciente. Conscientemente, suelo ser muy intelectual; las emociones van por dentro. Doctor: Así que eres una habitación artificial, diseñada para proteger a este bebé. Paciente: Es interesante, pero yo no lo llamaría artificial en absoluto. En cierto modo, es cierto que es «artificial», pero para mí tiene la connotación de no ser real. Para mí, una máquina es tan real como un ser humano. Está creada de una manera diferente, así que me molestaba usar esa connotación de «artificial». Está aquí, pero es algo más. Es igual de real, sin embargo. Doctor: Sí. Son controles, hechos por el hombre... Paciente: Es más bien una cuestión de límites bien definidos, con límites y leyes, que son claros, que no son flecos. O está aquí o no está aquí, como si pudiera tenerlo exactamente, y eso es lo que es. Doctor: ¿Qué más puedes ver en ti siendo una habitación? ¿Podrías ofrecer una descripción de tus sentimientos respecto a ti mismo como una habitación? Paciente: Mi principal propósito, que puedo ver, es cuidar lo que hay dentro, que es este bebé, y no puedo llegar a él, porque siento que tengo alrededor todos estos dispositivos y 175

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aparatos, para mantener el ambiente adecuado en el interior, como la temperatura, la atmósfera, etcétera. Así que mi principal función, tal y como la veo ahora, es simplemente mantener el entorno óptimo para el bebé. Doctor: ¿Dijiste algo acerca de ser desinfectado? Paciente: Sí, tal como fue en el sueño... Ahora soy casi una incubadora. Doctor: ¿Podrías concentrarte un poco más en eso? ¿Cómo te sientes siendo una incubadora? Paciente: ¿Qué se siente al ser una incubadora? De alguna manera no parece ser suficiente. Tengo problemas para identificarme con ella, porque lo que hacía antes era mirarla a medias. Ahora estoy tratando de serlo completamente, y la acción de ser esta incubadora no es suficiente. Me gustaría hacer otras cosas, de alguna manera, pero no puedo, porque soy una incubadora, y una incubadora no se supone que haga otra cosa, y este bebé es lo más importante, así que no puedo preocuparme por nada más. Doctor: ¿Tiene sentido en tu vida decir: «Soy una incubadora para el bebé que va a nacer, pero esto no es suficiente... el ser una incubadora»? Paciente: En mi vida nunca he sido consciente de ser esta incubadora. Lo que he tratado de hacer es que la incubadora haga lo que se supone que el bebé debe hacer por sí mismo, si es que eso significa algo. Estoy tratando de sacar al bebé de aquí. Bueno, en el sueño, la forma en que lo hago es esperar hasta que alguien... no... Vale, la forma en que es en el sueño: voy a la incubadora y recojo al bebé. Ahora, como incubadora, estoy tratando de hacer lo que se supone que el bebé debe hacer, en lugar de esperar a que alguien venga y lo 176

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recoja, y es interesante porque no hay sensación de que en algún momento el bebé vaya a despertar y abrir la puerta. Tiene que ser una acción desde el exterior. Doctor: ¿No hay nada en ser una incubadora que sugiera una acción desde el exterior? Paciente: ¿Dice que soy una acción desde el exterior? Doctor: La incubadora es una acción desde el exterior, mucha acción, mucha manipulación de maquinaria, en esa habitación, esa habitación desinfectada, que es toda la acción desde el exterior, que converge en el bebé, como si no hubiera suficiente fe en que el bebé sobreviva sin tanta incubación. Paciente: Bueno, se siente así: me han preparado para hacer algo específico, que es mantener todo normal y constante, y todo eso. Debería estar ocupándome de ello, y si no lo hago, estoy fallando. Y no tengo ningún libre albedrío como incubadora, así que tengo que esperar hasta que alguien de fuera trate de hacer algo a través de mí, ya sea abrir la puerta o cambiar alguna de las constantes. Ahora, si el bebé lo necesita o no, eso ya no lo sé, porque realmente no sé nada sobre el bebé.

La cinta dura mucho tiempo y muestra un callejón sin salida que no se pudo resolver en la sesión: el «bebé» en el paciente quiere salir, nacer, pero no llorará en busca de ayuda ni sentirá la desesperación de estar encerrado. Sin embargo, solo el sentimiento podría liberarlo, ya que son los sentimientos del paciente los que están siendo encerrados y reemplazados por el pensamiento y la automanipulación (incubadora). Después de que esta situación fuera expuesta, el problema fue abordado más directamente en un encuentro entre el paciente y su esposa. La regla era que no podían expresar nada más que 177

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los sentimientos del momento (es decir, debían retener sus opiniones, juicios, interpretaciones, pensamientos). Esto no solo era útil para el paciente, sino una experiencia gratificante en la comunicación para la pareja. Siempre que no solo los sentimientos y los síntomas físicos, sino también las imágenes y el deseo de comunicarse sean leves, se puede tomar un sueño previo del paciente como punto de partida para la terapia. El aumento de la facultad de crear imágenes en el marco de la MMDA facilita al paciente la recreación de los sueños y el tratamiento de los mismos como un proceso continuo, mientras que la mejora de la capacidad de leer en formas metafóricas o simbólicas favorece el desarrollo de su significado. El siguiente ejemplo, de la sesión de un joven científico, complementará los ejemplos anteriores de manejo de imágenes, ya que muestra el proceso de «encuentro» entre los diferentes subyoes del paciente, tal como se retrata en múltiples elementos del sueño. Se trata de un recurso común de la terapia gestalt, pero poco se ha descrito de este procedimiento, y puede ser tan útil con MMDA (y con ibogaína) que merece una ilustración detallada. El sueño que se examinó en esta sesión consistía en una sola imagen, que el paciente describió antes de que la droga comenzara a surtir efecto. En esta escena —parte de un sueño que no podía recordar— había una gamba metida en el interior de una bolsa de plástico llena de agua, atrapada mediante una grapa. Primero se le instruyó para que viera la escena del sueño como una imagen de su existencia, considerándose a sí mismo como la gamba. Dijo: «Esta es mi existencia. Soy una gamba 178

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grapada en una bolsa de plástico. Estoy preso. No me puedo mover. Y no tengo cabeza». Esto tenía sentido para él, ya que había una sensación de estar inmovilizado en su vida. Al sugerirle que describiera la experiencia de ser una gamba, ahora se da cuenta de que no solo está encerrado en la bolsa sino en el caparazón que cubre su cuerpo. Reacciona a esto queriendo ser libre y tener contacto directo con el medio ambiente, y se da cuenta de que es un impulso verdadero aunque no expresado en él. Pero entonces, cuando se le pide que represente la cáscara, se da cuenta de que esto también es parte de sí mismo, ya que quiere protegerse. Mientras persigue la representación de los elementos del sueño, resulta que todos ellos están comprometidos en un antagonismo mutuo, pero después de que las diversas «voces» hablen entre sí, se desarrolla un sentido de unidad. Así, el sujeto como gamba no se siente encerrado en su caparazón, sino dotado de él para sus propios fines; el caparazón ya no insiste en proteger a la gamba más allá de su interés, sino que quiere servirle de instrumento; la gamba y el agua se disfrutan mutuamente, y todos se sienten protegidos en la bolsa. Un nuevo elemento del sueño es ahora recordado por el paciente. Es de la mano de su madre de la que cuelga la bolsa de plástico, con todo lo que hay en ella. La gamba, la bolsa y la madre aparecen ahora como presentaciones progresivamente explícitas de una función de sí mismo, que lo protege y lo sujeta. Ahora le pido que represente a la gamba hablando con su madre. Al principio, quiere decir: «Déjenme salir, déjenme libre», pero no puede ser escuchado desde el interior de 179

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la bolsa. No puede alcanzarla, se siente demasiado distante y aislado, como en la vida real. Ahora se da cuenta de que no puede comunicarse íntimamente con su madre. Le pido que salga del sueño e imagine a su madre sentada frente a él y le cuente sus sentimientos de restricción o encarcelamiento. El resultado del encuentro es un largo episodio que él resumió retrospectivamente como sigue: No pude, no pude. Sabía que tenía que enfadarme de verdad con ella, para pegarle. Ahora recuerdo la primera vez que la vi. La había dejado en el suelo. Medía casi un metro de altura, y me dieron ganas de hacerla pedazos con un palo. Tenía tantas ganas, pero otra vez no pude. Finalmente, ella se cayó en pedazos. Esperé durante un segundo que esto significara que se había ido para siempre, pero pronto descubrí que seguía conmigo. Supongo que nunca se irá hasta que la golpee, se enfade mucho, llore, etc. Cuando llegue ese día, creo que estaré totalmente libre de ella.

No fue capaz de salir del callejón sin salida, pero ahora podía entender cómo su sentimiento insatisfecho no era mera inercia, sino una lucha silenciosa entre la rabia y la culpa. Trabajamos en la escena del sueño durante unas cuatro horas más, en el curso de las cuales pudo entender la imagen de la grapa. Representaba la rabia mordaz y vengativa de la infancia que se volvía contra él mismo. Pero después de un periodo de contemplación de esta actitud de «yo-bebé», su dureza de cierre, de aferrarse, de morder, cedió: ahora solo quería que lo metieran (lo doblaran y lo guardaran) y lo dejaran en la esquina de la bolsa. En otras palabras, la hostilidad 180

MMDA y el Eterno Ahora

de la grapa, que en un principio estaba dirigida a un «morder» posesivo y testarudo de la gamba, llegó a sentirse en el paciente como un deseo mal dirigido de aferrarse, de tener contacto, de no estar solo. Y ahora veía que el bebé que había en él, y que quería ser amado, no necesitaba pedirlo agresivamente, sino que, por el contrario, podía lograr mucho más con solo disfrutar de su entorno. En cuanto a la bolsa, era ella «la que está a cargo», la que quería el statu quo. Todos los demás tienen otras cosas que él (o ella) quiere. La gamba quiere volver al mar y vivir libre, con su cabeza de nuevo, el agua quiere evaporarse y la grapa quiere encontrar su lugar también. Solo la bolsa quiere mantener las cosas como están: «Se siente llena y caliente con agua, gambas, conchas y grapas dentro de ella». El resultado final de la sesión para este joven fue la comprensión de su mundo interior en un grado desconocido y sorprendente. Empezó su informe al día siguiente con la afirmación: «Ahora sé realmente cómo me veo a mí mismo». Y ahora, después de ocho meses, sigue explicando que es diferente de antes, «en que ahora me veo, me comprendo». Valora tanto esta comprensión que ha decidido estudiar psicología. La lectura de los ejemplos del caso presentados en las páginas anteriores puede parecer, en general, no muy diferente de una colección de relatos tomados de sesiones psicoterapéuticas ordinarias que no involucran el uso de una droga. La mayoría de las reacciones a la MMDA pueden entenderse como una intensificación de los sentimientos, los síntomas y la imaginación visual, más que como un cambio cualitativo de los mismos. El valor de esa intensificación en el proceso psicoterapéutico reside principalmente, en cierto modo, en 181

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que los indicios de las cuestiones importantes requieren con mayor frecuencia de la atención del terapeuta o del paciente de lo que lo harían de otro modo, mientras que, en la situación normal, gran parte del tiempo y el esfuerzo de un proceso terapéutico puede dedicarse a cortar un velo de verborrea y automatismos que forman parte de la función social habitual. Con la MMDA, hay un acceso más rápido a la experiencia subyacente del paciente, o a los síntomas resultantes de su negación y distorsión. Otro aspecto de los efectos de la MMDA que contribuye a la mayor densidad de la interacción terapéutica, si no a su cambio cualitativo, es que, sin pérdida de la disposición reflexiva, el pensamiento adquiere una calidad más experiencial que la que tendría normalmente. En lugar de ser puramente conceptual y verbal, el pensamiento que caracteriza el estado provocado por la MMDA parece estar vinculado a las imágenes visuales, los datos sensoriales y la experiencia emocional, de modo que una declaración abstracta tiende a provocar en la mente de la persona instancias concretas de su aplicación, y el insight tiende a ser un proceso completo, de sentimiento intelectual más que de realización conceptual. El valor de la fantasía visual en la psicoterapia es otra instancia de este pensamiento experiencial, ligado a las imágenes y no divorciado de los sentimientos. Aunque algunas personas tienen una facilidad natural para invocar imágenes visuales, y otras pueden adquirirla mediante la capacitación, la facilitación que la MMDA puede aportar a la imaginación activa debe enumerarse en este resumen final de su utilidad como un complemento sin duda excelente a la psicoterapia. 182

MMDA y el Eterno Ahora

Por último, pero no por ello menos importante, el valor de la MMDA radica en su potencial para provocar experiencias cumbre que pueden ocurrir espontáneamente o como consecuencia de la labor terapéutica, y que pueden durar segundos u horas. En esos momentos de serenidad y amor, una persona puede experimentar su realidad desde un punto de vista diferente y así aprender a dejar atrás sus actitudes habituales. La repercusión de tales experiencias cumbre en el encuentro médico-paciente puede ser un paso hacia el aprendizaje de la relación en el Ahora, un presente libre de ataduras transferenciales de las condiciones y mecanismos estereotipados del pasado.

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1v la harmalina y el inconsciente colectivo

La harmalina es el principal alcaloide en las semillas de Peganum harmala, una planta nativa de Asia Central y Siria, y que ahora crece en forma silvestre a lo largo de las costas mediterráneas de África, Europa y Oriente Próximo, en Persia, Afganistán y el noreste del Tíbet. Estas semillas se han utilizado durante siglos y aparecen en la farmacopea española e italiana como «semen Harmalae sive rutae sylvestris». Constituyen un artículo de comercio desde Persia hasta la India, donde la tradición médica las reconoce como emenagogo, lactogogo, emético, antihelmíntico y desinfectante, y son conocidas por sus efectos psicoactivos. Además del Peganum harmala, la harmalina también se encuentra en los bosques tropicales sudamericanos, en las lianas del género Banisteriopsis, que proporcionan los principales ingredientes de la bebida llamada yagé, ayahuasca y caapi, empleada por las culturas asentadas a lo largo de las cabeceras del Amazonas y los sistemas del Orinoco. Este brebaje se ha 185

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empleado en la iniciación de los chamanes, en los ritos de la pubertad y, en algunas culturas, para curar diversas dolencias y, en general, para inducir un estado de clarividencia; de ahí el nombre de telepatina que se le dio en su día a su principio activo. Aunque en este capítulo me ocuparé de los efectos de la harmalina solo desde el punto de vista de la psicoterapia, quiero mencionar que este alcaloide es de especial interés por su gran parecido con las sustancias derivadas de la glándula pineal de los mamíferos. En particular, la 10-metoxi-harmalina, que puede obtenerse in vitro a partir de la incubación de la serotonina en el tejido pineal, se asemeja a la harmalina en sus efectos subjetivos y es de mayor actividad que esta. Ello sugiere que la harmalina (que difiere de la 10-metoxi-harmalina solo en la posición del grupo de la metoxi) puede derivar su actividad de la imitación de un metabolito normalmente implicado en el control de los estados de consciencia. Los efectos de la harmalina en la gama de dosis de 4 a 5 mg por kilogramo de peso corporal por vía oral (o una dosis total de 70 a 100 mg por vía intravenosa) son un estado de relajación física, una tendencia a retirarse del entorno, manteniendo los ojos cerrados y queriendo que los ruidos y sonidos se reduzcan al mínimo, un cierto entumecimiento en las extremidades y, sobre todo, imágenes visuales muy vívidas, que pueden adoptar la forma de significativas secuencias oníricas. Además, alrededor del cincuenta por ciento de los sujetos experimentan náuseas o vómitos en algún momento de la sesión. Debido a los síntomas descritos, se deduce que el escenario ideal para el uso de esta droga es un cómodo sofá en un ambiente tranquilo y oscuro. 186

La harmalina y el inconsciente colectivo

En un estudio que realicé en 1964 sobre los efectos subjetivos de la harmalina, en el que se utilizaron voluntarios que no conocían los efectos de la droga, uno de los hallazgos más sorprendentes fue el de la similitud del contenido de sus visiones, que a su vez se asemejaban a las de los indios. Algunos de los elementos más frecuentes en el análisis del contenido de las treinta sesiones que componían ese estudio eran los tigres y animales en general, pájaros o voladores, hombres de piel oscura, muerte y patrones circulares que transmitían la idea de un centro, fuente o eje. La expresión recurrente de temas como los enumerados y la cualidad mítica de muchas de las imágenes reportadas por los sujetos deja pocas dudas de que la harmalina evoca característicamente la presentación en la consciencia de tales experiencias transpersonales (y sus símbolos) como las que Jung contempló al hablar de los arquetipos. Para quien comparta el punto de vista de Jung, sería natural pensar en la obtención artificial de experiencias arquetípicas como algo que podría facilitar la integración de la personalidad y, por tanto, la curación psicológica. Sin embargo, la observación de los resultados psicoterapéuticos de la experiencia con harmalina no fue el resultado de ningún intento deliberado de probar la hipótesis de Jung. Estos resultados fueron una sensacional sorpresa en el estudio mencionado, incluso antes de que la recurrencia de las imágenes se hiciera evidente. Del grupo de treinta sujetos que fueron nuestros voluntarios, quince experimentaron algún beneficio terapéutico de su sesión de harmalina, y diez mostraron una notable mejoría o cambio sintomático comparable solo a lo que podría esperarse de una psicoterapia intensiva. Ocho de los diez eran 187

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pacientes psiconeuróticos, y otro tenía una neurosis de carácter de la que era ligeramente consciente. Estos nueve representaban el sesenta por ciento de los sujetos con síntomas neuróticos evidentes (N=15) entre los voluntarios. Mi falta de experiencia adicional con la harmalina pura se debe a que, desde la época de la investigación citada, me he dedicado al estudio de las combinaciones de harmalina: harmalina-MDA, harmalina-TMA,1 harmalina-mescalina y otras. Como mi intención en el presente capítulo es presentar una visión de los efectos y el uso de la harmalina cuando se emplea por sí sola, mencionaré únicamente que estas combinaciones pueden ser útiles en los casos de individuos que, por razones psicológicas o fisiológicas, no responden bien a la droga pura. Sería difícil ofrecer una explicación sencilla de los casos de mejora que ha traído consigo la experiencia de la harmalina. Esa mejora suele ocurrir espontáneamente, sin que ello suponga necesariamente una comprensión de los detalles de la vida y los conflictos del paciente. Como en todos los casos de éxito de la terapia profunda, sí implicaba una mayor aceptación por parte de los pacientes de sus sentimientos e impulsos y una sensación de proximidad a su verdadero ser. Sin embargo, afirmaciones como estas no son muy explícitas, y solo las historias de casos pueden ilustrar adecuadamente la naturaleza del proceso. Uno de los primeros sujetos que experimentó los efectos del alcaloide fue un joven que había pasado cinco años en un tratamiento psicoanalítico bastante infructuoso para una neurosis de ansiedad. Su reacción después de cinco o diez 1.  TMA: trimetoxianfetamina. 188

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minutos, poco después de que terminara de inyectarle la droga en vena,2 fue una exclamación de asombro: «¡Es increíble! Todo lo que hago, todo lo que digo, es una distorsión! He estado viviendo durante años sin sospechar lo que realmente soy. Debo haberlo olvidado de niño, y solo ahora puedo sentirme de nuevo, ¡mi verdadero yo!». Esta comprensión fue la más importante del día y una de las más importantes de su vida. No se llegó a ella a través del razonamiento, o analizando una situación de la vida, ni fue el resultado de ninguna intervención terapéutica de mi parte. A continuación se describen las experiencias del sujeto en esos momentos: Su primera sensación al recibir la inyección la describe como «un zumbido interno y una ansiedad física, como si me fuera a estallar por la nariz, o la sangre fuera a explotar por las arterias; también tenía una tranquilidad, como la de sentir un intenso sol por primera vez en mi vida, o en el último instante, algo así como ver la paz y la vida en el momento de la muerte. Era una desesperación física, como si mis facultades no respondieran, ni mi voz, ni mis movimientos, ni mis pensamientos». Después de esta etapa inicial, que puede haber durado solo cinco minutos, perdió el miedo y cedió a un rápido flujo de imágenes del que apenas informó, ya que su esfuerzo por hablar solo interfirió en la experiencia (y no tuvo ganas de interferir en ella). Muy pronto, mientras tenía imágenes relacionadas con su infancia, tuvo el insight que explicaba el 2.  La harmalina puede utilizarse en inyección intravenosa si se desea un inicio inmediato y una duración algo menor de los efectos. 189

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beneficio terapéutico del día: «Me veo a mí mismo como soy, y esto no tiene relación con la forma en que estoy viviendo. Me comporto en contradicción conmigo mismo, porque no me reconozco a mí mismo». Aquí hay más de su informe escrito al día siguiente: «Sentí que tenía otra persona dentro o que estaba siendo otra persona, algo que nunca antes había experimentado. Me sentí libre de mi yo cotidiano. Me vi a mí mismo en un mundo de certeza, sorprendido por la ignorancia en la que he vivido con respecto a lo que hay en lo profundo de mi ser. Era un ser conectado a mi verdadero ser, como vivir en un mundo diferente en el que nada se ocultaba y en el que me movía con gran serenidad». Tres meses después, escribió: «Queda en mí la imagen de un yo del que no tenía ni idea y que nunca había imaginado, con más de esos atributos que consideraba deseables y perfectos, un yo tranquilo con los ojos vueltos hacia el mundo, sin la menor preocupación por sí mismo. Y con un viejo gusto en mí, no nuevo, pero profundamente unido a mi pasado y a mi verdadero ser. »En este mismo momento, en el que estoy lejos de mí mismo otra vez, puedo ver mientras camino por la calle o tomo el autobús como si estuviera contenido en una especie de concha, ciego a lo que es importante, y sin embargo, no puedo escapar al sentimiento de mi verdadero ser interior». Conocía a este paciente desde solo dos semanas antes de este día. Su terapeuta me había hablado del callejón sin salida al que aparentemente había llegado su tratamiento durante el último mes, y me lo sugirió como posible voluntario para nuestro proyecto de investigación. Mi conocimiento de él no 190

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era excepcional en comparación con el de otros candidatos a los que entrevisté y probé durante los días anteriores a sus sesiones. Mi relación con el paciente era inferior a la media. El paciente estaba más bien retraído y parecía más interesado en las perspectivas exóticas de una droga que cambia la mente que en un intercambio terapéutico. El resultado fue solo moderado en términos de mejora inmediata, ya que, como el paciente describe, el novedoso sentimiento de su verdadero ser no era todavía un remedio para su distanciamiento de sí mismo, sino solo un estándar de comparación entre su estado real y su potencial o ideal. El principal resultado de esta experiencia fue un cambio que se produjo en el tratamiento psicoanalítico de este paciente, que nunca se interrumpió. Su sentido de la autenticidad y su mayor conciencia de la «distorsión» o la «mentira» o el «estar encerrado en un caparazón» condujeron ahora al establecimiento de una relación más productiva con su terapeuta y proporcionaron a ambos un objetivo a alcanzar en el tratamiento y un desafío que dio sentido al proceso analítico. En otras palabras, la «motivación de la deficiencia» (liberarse de sus síntomas) se convirtió en un motivo de autorrealización. En la psicoterapia, como en la alquimia, «hay que tener oro para hacer oro», y en este caso la sesión daba al paciente el «capital» inicial necesario para ese trabajo. El episodio descrito en las páginas anteriores tuvo lugar en un lapso no superior a treinta minutos y terminó cuando empecé a interrogarlo. Poco después de que declarara que todo en su vida era una mentira o una distorsión, pensé que le sería útil examinar más de cerca los detalles de esta distorsión, para que pudiera tener algo que recordar después de la sesión, algo en lo que pudiera anclar el sentido, por lo demás vago, de 191

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su realidad. A mi pregunta de qué era una distorsión en su vida, respondió: «Todo. Todo lo que digo o hago. Cada gesto, la forma en que hablo, la forma en que me subo a un autobús». Y ahora, de repente, se sintió con náuseas e inquieto. Mientras continuaba invitándole a mirar los casos concretos de la mentira, la distorsión que había descubierto, sintió un malestar cada vez mayor, resentido por el hecho de que le hablara, y dijo que mis preguntas le hacían sentir más náuseas. Pronto empezó a vomitar y pasó las siguientes cuatro o cinco horas alternando entre periodos de vómitos y periodos de sueño. Durante este tiempo, dijo que estaba pensando o contemplando imágenes, pero que había poco de lo que pudiera informar, en parte debido a su inercia y a su deseo de retirarse del contacto y en parte porque no podía recordar nada que no mencionara tan pronto como lo hubiera experimentado. Sin embargo, cuando hablaba, ya sea en respuesta a una pregunta o tomando la iniciativa de la palabra, su malestar físico aumentaba. La más clara de las imágenes que captó fue muy expresiva del mundo de la harmalina en su lado «infernal»: estaba haciendo un picnic con su familia y estaba sentado en un círculo alrededor del fuego donde se estaban asando... a su propio padre. Esta sesión muestra tanto un ejemplo fragmentario de la experiencia cumbre de la harmalina como un panorama de los efectos desagradables de la droga. La primera es bastante característica y consiste en un estado en el que la ansiedad y las fuerzas destructivas se asimilan a un tipo peculiar de éxtasis marcado por una sensación de energía, incluso de poder y libertad («como si fuera a estallar por la nariz, o como si mi sangre fuera a estallar en las arterias») y al mismo tiempo, 192

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tranquilidad («como si sintiera un sol intenso por primera vez en mi vida o... paz... en el momento de la muerte»). Símbolos frecuentes de este poder son, además del sol y el proceso de morir, el fuego, tigres o leones, dragones, todos ellos típicos del dominio psíquico tocado por la harmalina. Sin embargo, ser fuego o ser león en la vida real es algo que no muchos pueden ni siquiera concebir, y esto puede explicar el hecho de que la visualización simbólica o una experiencia de sentimiento puro (como en las citas entre paréntesis anteriores) es lo máximo que la persona promedio puede permitirse sin encontrarse con obstáculos psicológicos. Creo que el descubrimiento por parte de este paciente de su sentido del yo y de la libertad para su ‘yo’ cotidiano fue un paso hacia la realización práctica, pero esto fue todo lo que pudo permitirse ver sin amenazar la estructura de su personalidad actual. El estado de malestar físico, fatiga y medio sueño (con sueños poco claros), presente a lo largo de la mayor parte de la sesión que se acaba de describir, constituye la típica «reacción adversa» a la harmalina. Aunque poco en tal reacción sugeriría algo más que un síndrome tóxico físico en el momento de su aparición, las personas que son propensas a ello, y los contextos en los que he visto aparecer tal reacción me dejan pocas dudas sobre su naturaleza psicosomática. En este caso particular, ilustrativo de muchos otros, el estado letárgico parecía ser una evasión activa de la incomodidad que acompaña al estado alternativo de atención al proceso en curso (un rico flujo de imágenes, recuerdos, pensamientos y sentimientos) y a la comunicación. Por qué esta experiencia se convirtió en una de incomodidad no es probablemente la pregunta correcta que hay que hacerse. El dolor de la autoconfrontación bien puede 193

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ser una constante individual, que refleje el estado actual de la persona. Si esto es así, la pregunta que hay que hacerse en el caso que nos ocupa es, ¿cómo fue posible la experiencia cumbre de los primeros minutos? Creo que la razón es la misma que explica la posibilidad de las experiencias cumbre en personalidades perturbadas en general: una realización es posible por el desconocimiento temporal de sus últimas consecuencias; un estado de ser se capta en abstracción (no como una abstracción conceptual, sino más bien como una abstracción de sentimiento), como el perfume de una rosa sin verla, o como un estado de sentimiento transmitido por una obra de arte con la que pueden identificarse y de la que pueden disfrutar muchos que no llevarían ese estado de sentimiento a una expresión encarnada como estilo de vida. Se puede especular sobre si el estado de bienestar inicial del paciente podría haber persistido si no le hubiera presionado con preguntas. Aparentemente, mi pregunta le planteó un desafío de consciencia que no pudo enfrentar, pero es concebible que él mismo hubiera llegado a las respuestas correspondientes si se le hubiera dejado a su ritmo espontáneo. La tendencia natural de la mayoría de las personas a retirarse del contacto bajo la influencia de la harmalina (lo opuesto a la experiencia típica de la MDA) bien puede ser una evitación constructiva, un cercado de la planta de semillero mientras alcanza la madurez, tal como se discute en términos más generales en nuestro capítulo introductorio. La metáfora utilizada por Ramakrishna para hablar de la meditación y el camino del desapego puede ser relevante en este punto: una vez que la mantequilla se ha separado, batiendo la leche, se puede poner en el suero de nuevo o en el agua, y no se disolverá. 194

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No sé si estaba añadiendo agua prematuramente o no, pero saco el tema porque ilustra lo que veo como un dilema permanente en la orientación de las sesiones de harmalina: el equilibrio entre la estimulación y la no interferencia. Una pequeña intervención puede dejar al paciente a su propia inercia y resultar en una sesión improductiva; por otra parte, una intervención no necesaria puede perturbar el desarrollo orgánico que es característico de las experiencias con harmalina más exitosas. En consecuencia, se necesita más tacto al realizar estas sesiones que con cualquier otra. Las experiencias más exitosas con la harmalina tienen una espontaneidad característica, y estas plantean pocos problemas al terapeuta. En contraste con las experiencias de autoexploración en el plano interpersonal, es probable que la naturaleza de una experiencia arquetípica sea la de desarrollarse naturalmente desde el interior, de modo que lo máximo que puede hacer el ego de una persona es mantenerse vigilante. Sin embargo, esas experiencias de despliegue fácil y espontáneo de imágenes y acontecimientos psicológicos solo ocurren en casi todas las demás personas, de modo que es tarea del psicoterapeuta inducirlas cuando no ocurren naturalmente. Para ilustrar esto, estoy citando algunas notas tomadas de una de las sesiones menos interesantes, que es representativa de muchas otras en las que se dejó a los sujetos seguir su propio curso. En este caso, el sujeto era una mujer de treinta años bastante convencional que sufría de neurosis de ansiedad. El siguiente fragmento representa adecuadamente toda la transcripción, que es la de un monólogo en el que ella relata imágenes que se suceden sin que exista una lógica clara de transición: 195

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Veo un pájaro blanco. Una cruz. Una lámpara con un cristal de lágrimas violeta. Siento un zumbido en los oídos. Veo dos bolas de cristal, como lámparas brillantes. Veo la arena de una playa que está siendo arrojada con palas. Veo un trapo rojo. Veo la imagen de un hombre viejo y feo inflando globos con su boca. Muchas luces se reflejan, y luego siguen la luz y la oscuridad. Las luces siguen pasando en tonos turquesas, verde en el medio y turquesa por todas partes. Una lágrima negra de un farol giratorio. Veo un sol radiante. Veo el rostro de la bestia en La bella y la bestia. Una gran mancha negra. Un mapa. Primero veo América y luego Europa-Italia. Veo algunas vidrieras. Solo veo luces. Veo luces brillantes, muchas linternas de colores rojo-verde-amarillo. Una alfombra persa con fondo y figuras rojas.

Cualquiera que conozca el mundo de la harmalina reconocerá aquí los temas típicos: el pájaro, como la primera imagen; luego el arquetipo de la cruz, con su connotación religiosa y su significado implícito de intersección, centro y extensión hacia fuera de ella; el farol giratorio, que de nuevo transmite centralidad; el sol radiante, con su significado de fuente una vez más, y acentuando el elemento de la luz; los colores, expresando de nuevo también la luz. Sin embargo, a pesar de su 196

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potencial o significado oculto, las imágenes se sucedieron en este despliegue interior, sin revelar su tesoro, mientras que el espectador las miraba pasar con poca participación emocional aparte de curiosidad. En casos como este, el terapeuta puede a veces intervenir y ayudar al paciente a desbloquear la experiencia oculta en el símbolo visual, no tanto a través de interpretaciones, que interferirían con el proceso primario más importante, sino mediante el estímulo de la atención. Simplemente prestando más atención a estas imágenes fugaces, se puede descubrir que pueden empezar a desarrollarse de manera significativa; si se las «escucha», pueden empezar a «hablar». El siguiente extracto es una transcripción literal de una parte de una sesión, cuya primera parte ha procedido de manera muy parecida a la que se ha informado anteriormente. El pasaje citado aquí está tomado de un momento en el que el terapeuta eligió guiar el proceso, y las imágenes fugaces y desarticuladas tomaron entonces la forma de una secuencia continua y coherente. El episodio transcrito tuvo lugar después de los primeros treinta minutos de la sesión. Paciente: Veo a una mujer vestida de blanco con un pañuelo en la cabeza. Está apoyada en una pared cubierta de hiedra, y observa una estatua, una estatua dorada de un león. Bueno, la estatua está muy cerca de ella, en la parte superior de un alto obelisco de granito blanco, tan fálico como el Monumento a Washington. Doctor: ¿Qué es la estatua? Paciente: ¿Que qué me dice? Doctor: No, ¿qué representa? 197

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Paciente: ¿El monumento? Bueno, ahora estoy parado en la base del monumento y lo miro. Se ha convertido en un cohete. Doctor: Un cohete. ¿Mencionaste un león dorado? Paciente: Sí, un león dorado. Puede haber estado en uno de los frisos de un edificio público cercano. Se parece al león de un escudo de armas real europeo. Es un león casi oriental o siamés. Los rasgos de la cara del león, la boca en particular, sugieren esto. Está de pie sobre sus patas traseras, con las patas delanteras en el aire, la boca abierta, medio lanzada hacia adelante, como si estuviera atacando. Doctor: ¿Tienes alguna idea sobre su color? ¿Es de color dorado? Paciente: Es un oro muy amarillo. Doctor: ¿Te gusta el color? Paciente: Sí. Doctor: ¿Qué se siente...? (El resto de la pregunta es inaudible.) Paciente: Bueno, puedo sentirme tocando el león. Cuando lo toco, sin embargo, tiende a convertirse en un león de verdad. Pierde su fría cubierta metálica y se convierte en un cálido pelaje. Doctor: ¿Puedes hablar con el león? Paciente: Ahora se ha convertido en un león de verdad, un león africano. Tiene una tremenda melena leonada muy tiesa y erizada. Sus ojos son amarillos. Doctor: ¿Qué opinas de este león? Paciente: Siento que es mi amigo. Es como un perro que podría tener como mascota. Pero en su propio terreno es un animal feroz y salvaje. 198

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Doctor: ¿Es un buen sentimiento, ser amigo de un animal en su estado natural? Paciente: Sí. Doctor: Tal vez eso es lo que la imagen transmite, este placer de unirse al animal salvaje, siendo aceptado por los animales salvajes. Paciente: Tengo curiosidad por saber qué cosas podría decirme si pudiera hablar. El león está dándose la vuelta y alejándose hacia la selva. Doctor: ¿Puedes seguirlo? Paciente: Sí. Ahora está trotando, y yo también tengo que trotar para seguirle el ritmo. Ahora está trotando. Está persiguiendo un automóvil. Hay un entrenador, un hombre, corriendo detrás del automóvil [sonidos de tráfico exterior en la cinta en este momento]. Salta al parachoques trasero y se cuelga de la ventana trasera. El coche se aleja del león, el hombre va en la parte trasera. El león frena y se detiene, observando al coche. Ahora se da la vuelta para hablar conmigo. Dice: «Qué pena que uno se haya escapado», o algo así. Doctor: ¿Qué quería hacer? Paciente: No estoy seguro. Puede que haya estado atacando al hombre. O puede haber sido solo por curiosidad. Pero tiene hambre. No le importa si su carne es humana o de algún otro animal. Doctor: ¿Qué hace el león ahora? Paciente: Está parado ahí lamiéndose sus mejillas. Ya sabes, lamiéndose la boca con la lengua. Doctor: ¿Qué te gusta de un león? Paciente: ¿Qué me gusta de un león? Doctor: O en un león. 199

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Paciente: El calor es el primer pensamiento que me viene a la mente. Fuerza, supongo. Y veo a los niños trepando por el lomo del león y deslizándose a sus lados y rodando debajo de él y subiendo de nuevo y deslizándose sobre su lomo, pasándolo de maravilla. Y él está ahí de pie disfrutando de todo. Doctor: ¿Puedes imaginarte como si fueras el león? Paciente: No. Doctor: Supón que tienes un león dentro de ti. Que te gustara jugar con los niños como ellos juegan con el león. También tienes un animal salvaje... [el resto de la frase es inaudible]. Paciente: Puedo hacerlo mejor si imagino al león como una leona. Pero de ningún modo veo a la leona como... Doctor: Como un león. Paciente: Supongo que veo al león como un perro, un compañero de juegos, mientras que la leona es estrictamente una madre de los niños. Doctor: Para algún propósito es un león, y no una leona. Paciente: Muy bien, volveremos con el león [largo silencio]. Estoy teniendo muchos problemas para convertirme en el león. Supongo que sé por qué. Es porque no me apetece mucho asumir el trabajo que está realizando. Doctor: Supongamos que el león te habla. Paciente: ¿Hablar conmigo? ¿Y esos son mis hijos? [largo silencio] No va a ninguna parte. Doctor: Veamos si algún comentario lleva a alguna parte. Veo algunos temas en lo que has estado diciendo. Está el tema de la nobleza: la insignia del león, el castillo, las figuras políticas. No solo la nobleza, sino la autoridad, digamos. Luego está el tema del movimiento alrededor de un centro: 200

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galaxias, tambor, tiovivo. Luego está el tema de la vida animal, el impulso, los caballos en el tiovivo que se convirtió en una estampida, el salvajismo; luego los vaqueros, con revólveres... impulso, agresión. Luego el león. Y el león, creo, contiene los tres: el papel central, la autoridad, la vitalidad, la agresión y la nobleza. Siento que hay un lugar en tu vida para estos sentimientos. Es algo de la imagen que se expresa de ti misma, tu yo ideal. Debería ser muy fácil para ti representar al león. Paciente: Si estuviera haciendo algo… Pero solo está de pie. Muy cansado, y probablemente después de cazar todo el día, ha venido a descansar al parque. Y por accidente, algunos niños vienen a subirse a su lomo, y él está demasiado cansado como para hacer algo al respecto. Doctor: Intenta decir, como si fueras el león: «Estoy cansado. He estado cazando todo el día...». Paciente: Estoy cansado. Resulta agradable tener a los niños rascándome la espalda, pero se están poniendo pesados. Tiene un poco de miedo de empezar a caminar porque uno de los niños podría caerse. Y también siente el deseo de salir de debajo de ellos y desaparecer antes de que se den cuenta de que se ha ido. Doctor: No cambies a la tercera persona. «Me gustaría escabullirme...». Paciente: Ahora los niños se han ido. Doctor: ¿Qué te apetece hacer, león? Paciente: Bueno, orinar. Está oscureciendo. Está caminando lenta pero muy suavemente. Está caminando por una carretera con coches y camiones que vienen hacia él con los faros encendidos [sonido de tráfico de fondo en la cinta]. Se queda a 201

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un lado de la carretera y no lo ven. Ahora es una leona. Está mirando los camiones, y los camioneros no se fijan en ella, pero piensa que si no estuvieran en los camiones, serían una buena cena. Y que aunque los leones saben lo que son los camiones, se pregunta si los camioneros saben algo sobre los leones. La leona está empezando a cazar. Está caminando por un polvoriento sendero tratando de no levantar polvo. Hay un tronco al lado del camino. Un mendigo con un abrigo de cuero andrajoso cojeando detrás del tronco, pone su mano en el hombro de un hombre que estaba sentado allí antes de que llegara, y empieza a hablarle. El mendigo tiene el pelo gris y... no sé. El tronco se ha convertido en una cabaña de troncos. La leona ve una pequeña serpiente cruzando el camino delante de ella. No tiene interés en comerla. Su sabor no sería muy bueno. Ahora la leona está caminando a lo largo de una pasarela exquisitamente diseñada que está hecha de azulejos incrustados. Es un cuadro. El centro de la figura representa el sol naciente. La luz del sol está empapando el cielo con rayos brillantes de color amarillo y naranja. Y hay tres mujeres de pie en el centro con túnicas blancas griegas con mirto en la cabeza y con los brazos levantados, cantando [largos silencios]. Doctor: ¿Oyes la canción? Paciente: ¿Qué si escucho qué? Doctor: La canción de las mujeres. Paciente: Parece ser una nota que se mantiene a lo largo de la eternidad. Están cantando con una gran voz coral, aunque solo son tres. Doctor: ¿Sientes lo que esa canción quiere decir a lo largo de la eternidad? 202

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Paciente: La estoy escuchando. Tiene un sonido familiar. Es el sonido de un cable de alta potencia vibrando con impulsos eléctricos. Un sonido agudo y zumbador. Doctor: Te sugiero que prestes toda la atención que puedas al sonido. Entra en el sonido, conviértete en el sonido. Puede contener algo muy importante. Paciente: Creo que parte de su función es llevar mensajes telefónicos. Casi me pareció oír algunas voces que pude entender. Doctor: ¿Estás escuchando algunas voces? Paciente: Escuché voces muy indistintas. Doctor: ¿En el sonido? Paciente: No, el sonido continuó. Es como si hubiera conectado su circuito a una centralita telefónica para que le llegara una llamada ocasional. Doctor: ¿Siempre hay un zumbido? Paciente: Es un zumbido pulsante. Doctor: [inaudible en la cinta]. Paciente: Está demasiado alto [música coral de fondo], [largo silencio]. Veo los cielos abriéndose. Las nubes se retiran y forman un amplio anillo. Y desde el suelo, flotando hacia arriba, hay mujeres con una mano levantada, como si alguien levantara la mano para que le ayuden a subir una escalera. Y están flotando lentamente hacia el techo de la cúpula. Dos de ellas son ancianas, pero les gusta la sensación de flotar hacia arriba en el espacio hasta el punto de que olvidan la razón de este fenómeno, y empiezan a dar saltos mortales y a reírse y a jugar, disfrutando en lugar de asumir una pose. Hay otras personas que se despiden. Todavía no he escuchado la música. Escuché una de las voces, pero no pude captar 203

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la frase completa. La mujer que hablaba por teléfono era la esposa de un granjero con una voz desagradable. Doctor: ¿Todavía hay un zumbido? ¿Como un cable eléctrico? Paciente: O de alta velocidad. Doctor: ¿Alta velocidad? Paciente: Supongo que lo estoy asociando con los aviones de pasajeros. Doctor: Así que al parecer sugiere energía. ¿Puedes decir algo más sobre la energía? ¿Cómo te sientes? Aparte de la velocidad, ¿hay otras asociaciones? Paciente: La energía. Doctor: ¿Poder contenido? Paciente: Sí, muy fuertemente contenido. Doctor: ¿Adentro? ¿Como la esencia de algo? ¿Algo muy esencial, latente, potencial? Paciente: No puedo decir que yo soy el poder, porque es un poder limitado; es solo una utilidad. Doctor: ¿Cómo lo sabes? Paciente: Bueno, el ajuste aparece en... postes telefónicos con cables entre ellos. Doctor: Pero originalmente era una canción de las tres mujeres. Paciente: Sí, lo era. Doctor: El león te llevó a un lugar muy hermoso. Mientras lo escuchabas. Paciente: Es un himno, en realidad, lo que están cantando. Doctor: ¿Qué palabras usarías para transmitir el sentimiento de este himno? Paciente: Alabado sea Dios en lo más alto, o a lo más alto. 204

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Probablemente no habría elegido la imagen de un león esculpido como punto de partida para una exploración de la fantasía si no me hubiera dado cuenta antes de esta sesión en particular de la importancia de los grandes felinos en las experiencias con harmalina, en la tradición del chamanismo sudamericano, y en la mitología en general. El papel del león como guía en un dominio de lo sagrado no es peculiar del episodio citado, sino que es similar al papel que el jaguar juega en las visiones de los indios y que los tigres y serpientes juegan en las visiones de otros sujetos. Incluso la asociación entre el león y el sol, indicada en esta secuencia por su caminar sobre la imagen del sol y también por su color dorado, es una réplica de la mitología sudamericana, en la que el jaguar es considerado como la encarnación de la energía solar. El desarrollo de la secuencia y la discusión puede verse como un despliegue gradual de una experiencia de poder, primero petrificado en una escultura, luego emanando de la imagen como color y de la expresión del león como listo para atacar, más tarde encontrándose con el observador como un animal vivo, luego un animal hambriento, y finalmente quizás, hablando al sujeto a través del oído en vez de la vista en forma de impulsos eléctricos vibratorios. Aun así, nos queda la sensación de una cierta carencia. Por muy rico que sea el episodio en significados o matices míticos, el sujeto sigue siendo un observador desapegado, sin relación con los eventos de la secuencia onírica por sentimientos que van más allá de lo estético. La imagen del león, como una semilla que se desarrolla en un árbol, ha mostrado su contenido, pero este sigue estando ligado a símbolos visuales, como una obra de arte que está abierta a nosotros pero que, 205

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según nuestro estado de ánimo, puede sacudir los cimientos de nuestro ser o dejarnos fríos. Puede que se haya observado que muchas de mis intervenciones se hicieron para llamar la atención de la persona sobre sus propios sentimientos, de los cuales la visión puede ser asumida como la indicación externa y sustituta. Sin embargo, la respuesta a estas preguntas normalmente llegó a través de un símbolo. Cuando se le preguntaba, por ejemplo, qué sentía por el color del león, decía que estaba tocando el cálido pelaje de un animal vivo. Cuando se le preguntó sobre sus sentimientos al estar en compañía de tal animal, trató de entender lo que sentía y vio que se movía (caminando hacia la jungla). Cuando le preguntaron qué quería de un león, vio a los niños trepando sobre su espalda. Su experiencia se proyectó en la pantalla de su fantasía, dejándola como una observadora distante y bastante indiferente, y tuvo dificultades para entrar en la acción como personaje. Una manera de volver a sentir la experiencia de su naturaleza de león no reconocida podría haber sido representar al león, entrando en su piel para experimentar cómo se sentía. Pero ella era reacia a hacer algo así, y ni siquiera pasaba por los movimientos de pretender ser el león o de hablar en primera persona, como si fuese el felino. La tendencia de la sujeto a proyectar su experiencia en el medio de las formas simbólicas se expresaba en un rasgo de su fantasía que también ejemplificaba un mecanismo de defensa típico en las sesiones de harmalina: la abundancia de formas de arte, que hacía de su fantasía una representación de representaciones. El sugerente obelisco es meramente de granito, aunque cuando ella lo atendió, se convirtió en un cohete; el león era una escultura, un friso en estilo heráldico; el sol era un 206

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mosaico. Lo contrario sería, naturalmente, una experiencia de interacción con seres percibidos como plenamente vivos; una en la que la distancia estética da paso a cierto grado de olvido de uno mismo como persona acostada en un sofá y contemplando una ilusión. El siguiente es un ejemplo de este tipo de experiencia, que siempre he visto que va seguida de resultados terapéuticos positivos: Estábamos cara a cara, la serpiente con la boca abierta, amenazante, tratando de devorarme, y yo, lleno de curiosidad, tratando de entrar en ella sin ser mordido. La solución del problema fue instantánea: tenía que entrar muy rápido, tan rápido que la serpiente no fuese capaz de atraparme con sus colmillos. La idea y la acción fueron simultáneas. De un salto, me encontré dentro de la serpiente. Por supuesto, era un túnel negro con paredes elásticas, y no vi nada (parece que la serpiente había cerrado la boca). Sentí un miedo horrible de no poder salir nunca de allí. Pero entonces recordé que esto era un sueño y que podía atravesar las paredes en cualquier momento, abrir los ojos y encontrarme en la cama. Luego, consideré que como ya estaba allí, debía averiguar qué contenía la serpiente, ya que estaba absolutamente seguro de que había algo en ella. Todavía tenía miedo, así que decidí proceder lo más rápido posible. Caminé un rato hacia la cola, y de repente hubo luz. Había una gruta en la parte trasera. Era una gruta subterránea, dentro de la cual había un lago. El agua provenía de una fuente y era muy pura y fresca. Sentí una necesidad imperiosa de entrar en el agua. Estaba muy cansado, pero el agua iba a animarme y especialmente a 207

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purificarme. También daba la sensación de que hacía mucho calor dentro de la serpiente, así que la frescura del agua me dejó una sensación exquisita. Entré en el pequeño lago con una túnica blanca; me vi a mí mismo, pues estaba al mismo tiempo bañándome y en la orilla, mirándome mientras me bañaba. El yo que miraba no tenía cuerpo, pero el que se bañaba sentía mucho frío después de la agradable sensación inicial. Así que salí del agua; los dos yoes se convirtieron en uno solo, y regresé por el túnel a la boca de la serpiente. Tenía miedo de no poder salir, pero al llegar al lugar la serpiente abrió su boca, y con una velocidad increíble —para evitar ser mordido— me encontré en mi cama.

Esta secuencia es una entre muchas en una sesión de gran valor terapéutico, e ilustra un rasgo común. En cada episodio, la paciente es la protagonista de la historia, y a medida que le pasan las cosas, se ve afectada por ellas. No solo se visualiza a sí misma entrando en la serpiente, sino que se identifica con su yo visualizado y vive sus experiencias hasta el punto de olvidar que está en su propio dormitorio teniendo una fantasía. Ella, la soñadora, siente curiosidad, miedo y deleite, y finalmente siente que ha tomado decisiones, superado obstáculos, añadido algo a su propia vida. Si aceptamos las imágenes como símbolo de los sentimientos e impulsos inconscientes, podemos considerar que experiencias como la citada anteriormente son interacciones de una persona con su inconsciente, y encontrar en ello la razón de su valor terapéutico. Además, de las sesiones se desprende que cada vez que se produce un enfrentamiento con el «otro» inconsciente, se produce una experiencia integradora que se expresa en el simbolismo visual 208

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del momento (es decir, la luz y el agua de purificación después de enfrentarse al peligro de ser destruido). Según parece, son varios los factores que intervienen en hacer posible este tipo de experiencia. Algunos individuos parecen ser naturalmente más propensos a ella que otros, y los rasgos de personalidad que toman parte quedan por dilucidar. Creo que el grado de salud mental es uno de ellos, pero definitivamente no el único. También tengo la impresión de que los somatotónicos mesomórficos tienen mayores probabilidades de tener una experiencia rica que los ectomórficos cerebrales. Pero más allá de la cuestión de las diferencias individuales, el entrenamiento puede preparar el terreno para una experiencia armónica y fructífera: el adiestramiento en la observación de eventos mentales, como se proporciona en la mayoría de las formas de psicoterapia, y en particular el entrenamiento en la imaginación activa. Esta paciente en concreto contaba con ambas cosas, ya que había recibido preparación para la sesión durante un periodo de análisis y de varias ensoñaciones guiadas. A pesar de que muchas experiencias perjudiciales se desarrollan espontáneamente, tal espontaneidad necesita sin duda algunas condiciones favorables. Esto se puso de manifiesto en las sesiones desagradables e improductivas de dos sujetos durante la grabación de los electroencefalogramas, en contraste con las sesiones productivas y placenteras que solían experimentar en el escenario estándar. La relación con el terapeuta y la confianza en él también suelen desempeñar un papel importante, ya que las personas con experiencias menos significativas fueron, en general, las que menos se comunicaron durante las entrevistas preparatorias. 209

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Creo que una de las funciones más importantes de un terapeuta en una sesión de harmalina es la de escuchar. A las personas que se ofrecían como voluntarias para la experimentación con la harmalina, independientemente de su interés personal en esta empresa, se les instruía para que informaran de lo que experimentaban, de manera que incluso cuando se callaban, trataban de llevar un registro mental de sus reacciones con miras a elaborar un informe. Hice algunos experimentos no sistemáticos sobre el mantenimiento de esta actitud de vigilancia intencional: al no cuestionar a los sujetos durante algunos periodos de las sesiones, o al entrar en la habitación contigua y decirles que pasaran la siguiente media hora como desearan y que no se preocuparan por informar sobre este episodio. También, más tarde, después de los primeros treinta casos, administré harmalina a otros sujetos sin la instrucción estándar que hacía hincapié en la vigilancia, la alerta y la perspectiva de un informe. Tengo la impresión de que, en esas circunstancias, se recordaba menos o se producía menos en la mente de la persona, excepto en los casos de aquellas a las que se dejaba solas después de haber alcanzado lo que aparentaba ser una experiencia cumbre. Por el contrario, cuando no se ha alcanzado un nivel altamente productivo, parece que la vigilancia conduce a ello con más facilidad que la entrega pasiva. Esta vigilancia puede mantenerse mediante la comunicación. Pido especialmente a los sujetos que no pasen por alto la descripción de sus sensaciones físicas, ya que al hacerlo se acentúa un estado de alerta, que contrarresta la tendencia natural a dejarse llevar letárgicamente y a olvidar el «sueño» de la harmalina, al igual que ocurre con los sueños nocturnos. Parece que la utilidad de la harmalina es 210

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la de provocar una integración de las esferas consciente e inconsciente mediante la facilitación de procesos oníricos simbólicos en el estado de vigilia. Si el estado de alerta disminuye, la vida inconsciente procede inconscientemente como en el sueño natural o la «vigilia» habitual. Hay casos en los que las imágenes o los sentimientos fluyen de forma tan significativa y espontánea que se necesita poco o ningún «entrenamiento». Otros casos ilustran cómo alguna orientación puede llevar a la persona al punto en que se alcanza tal productividad. En el siguiente ejemplo, fue la ensoñación guiada la que canalizó la creatividad del sujeto durante la secuencia visual. Este procedimiento demostró ser muy fructífero en varios casos como marco en el que los sentimientos de la persona podían traducirse, manipularse y finalmente interpretarse. En general, me he adherido al esquema básico creado por Desoille de ascenso, vuelo y descenso en el océano, ya que se presta bien a la expresión de algunas actitudes básicas (esfuerzo y búsqueda, libertad, inmersión en lo desconocido) y, como las imágenes estándar de un test proyectivo, puede dar al psicoterapeuta alguna orientación sobre la individualidad de la persona en contraste con la de otros en el desarrollo del tema común. Lo que sigue es un relato de una secuencia completa. El paciente es un hombre de treinta y cuatro años de edad con problemas conyugales y un estado de ansiedad de corta duración. El Dr. N. me pide que imagine una montaña, lo cual hago fácilmente... pero no la veo. La montaña no está ahí, como en las imágenes anteriores, sino que solo tengo la «idea» de 211

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una montaña delante de mí. Y no delante de mí, en realidad, sino dentro de mí. Describo la montaña. Es un cono truncado, muy alto, y de un color gris azulado. Extrañamente, si la viera, sería diferente de todas las montañas que conozco. Se me pide que escale esta montaña, y veo (de aquí en adelante hablaré de «ver» cosas, aunque el comentario anterior sigue siendo válido) una escalera muy alta e innumerables hombres subiéndola en fila, como hormigas. Empiezo a subir, y no lo hago de manera normal, sino por el lado de la escalera, con uno de los rieles laterales entre las piernas, colocando un pie delante y el otro detrás de los peldaños. Siento el peldaño entre mis muslos, y esto sugiere que estoy montando en bicicleta. Sin ninguna opción, ahí estoy, en una bicicleta. Se han ido la montaña, la escalera y los hombres. Estoy montando en bicicleta en una calle con mucho tráfico. Siento que me mezclo con personas y vehículos que viajan a gran velocidad. Hay un gran desorden. Aparece un tren que va a alta velocidad y se dirige hacia un túnel. Al pasar por él, le arranca su revestimiento de hormigón. Ahora es un tren cubierto de hormigón, como un escarabajo gigante, que sigue y sigue, penetrando en todo lo que se interpone en su camino, y pasando por debajo de los puentes en lugar de sobre ellos. Yo diría que el maquinista está loco y quiere pasar por todos los agujeros que encuentre. Pero debemos volver a nuestra montaña. El tiempo avanza ahora a un ritmo normal, terminando la loca carrera de la escena anterior. No hay más hombres ahora, y estoy llegando a la cima de la montaña. La escalera es tan alta como la montaña, así que, al agarrar el último peldaño, estoy tocando el 212

La harmalina y el inconsciente colectivo

borde mismo de la cima de la montaña. Este borde es muy frágil y quebradizo, así que no encuentro otra solución que entrar con todo mi cuerpo, como un reptil. Digo «entrar», porque la montaña es hueca. Estoy decidiendo la mejor manera de descender cuando aparecen seres extraños, escalando las paredes. Son como ratas gigantes con ojos saltones y patas de araña. Me miran y siguen su camino hacia la cima, donde vagan por el borde. Estoy sobre mi vientre como un gusano y me arrastro. He bajado una distancia considerable. No puedo resistirme a mirar el lugar por el que he entrado. Es casi un punto luminoso, pero —mirando hacia abajo desde la abertura— ¡me veo a mí mismo! El descenso continúa, y encuentro un espectáculo dantesco. Hay, en el fondo, un mar de fuego rodeado por una playa de arena blanca, que encierra el fuego como un anillo. El suelo en el que me encuentro es seco y áspero. No sé cómo llegué a estar en la playa y sobre mis pies. Miro la vista. Es maravillosa, un mar ardiente. Qué extraña mezcla de agua y fuego en la que el agua no apaga el fuego y el fuego no evapora el agua. Las olas ardientes rompen cerca de la playa y la acarician, convirtiéndose en agua dulce y cristalina. Me acerco lentamente. Puedo ver la espuma. La toco y entro en el agua. Es fresca, refrescante, muy refrescante. Se me ordena que me acerque al fuego. Tengo miedo de quemarme, aunque algo me dice que no me quemaré. Me cuestiono mis razones para estar en esa montaña. ¿Por qué estoy aquí? ¿Para qué estoy aquí? Y tengo ganas de volver. Entonces el Dr. N. insiste: «Intenta entrar en el fuego. 213

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Después de todo, si mueres, solo será una ilusión, y puede que valga la pena». Luego continúo avanzando, y el agua me llega a las pantorrillas. Es ahora cuando entro en contacto con el fuego. Antes de romper, una de las olas toca mi pierna, y, lejos de quemarme, me hace cosquillas. Pronto estoy nadando en medio del mar en llamas. Nado como una rana. Lo esperaba: el Dr. N. me pide que me sumerja en este mar de fuego y vea lo que hay debajo. Lo hago, y me siento nadando vigorosamente, con la cabeza gacha. Ya no siento el fuego, solo el agua. No necesito respirar, y podría seguir nadando indefinidamente. Intento llegar al fondo, pero sin éxito. Pienso en volver. La excusa es la misma: falta de incentivo. Pero estoy bien metido en todo esto, y no es el momento de preocuparse. Debo llegar al fondo. El agua se aclara, y ahora veo borrosamente el fondo del mar ardiente. Es de arena blanca. La toco con mis manos. Es gruesa. Ahora estoy con los pies en la arena, y camino, medio flotando. Veo, a la izquierda, perlas gigantes (sesenta centímetros de diámetro, aproximadamente) que parecen mojadas, como si estuvieran transpirando. No hay vida vegetal. El fondo del mar es estéril. A mi derecha veo tres mujeres desnudas. Dos son blancas y la otra negra. Solo de color negro, ya que sus cuerpos son idénticos, y son como una sola mujer. Las tres tienen pechos extremadamente hermosos. Me siento atraído instantáneamente y me gustaría hacerle el amor a ella (¿o a ellas?). Una vez más, me llama la atención la ausencia de humedad en este lecho marino, a pesar de que está todo bajo el agua. No hay nada que sienta como humedad, esa humedad 214

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que da calor a las cosas, que realza su olor, y es para mí una expresión de vida. Aunque las perlas están mojadas, no estoy satisfecho con ellas. Busco la vida vegetal, el color verde, el olor de la tierra o la arena o la hierba húmeda, y no lo encuentro. A mi derecha hay una pareja joven. Él se apoya en una gigantesca rodaja de melón, que a su vez le sostiene la espalda, y en la cual se sienta a medias. Ella está firmemente sujeta a su pecho. Sus bocas están unidas en un fuerte beso. Él le acaricia los pechos y el sexo al mismo tiempo con sus manos. Sus rostros se ven complacientes. Ella disfruta de sus manos, y él disfruta de su placer. Inmediatamente, me imagino haciendo el amor sobre una gran rodaja de melón. Sin duda, he encontrado la humedad que buscaba. La humedad de un melón, de una boca, de una vagina gigante. ¿Por qué no entrar? Después de nadar en el fuego creo que hay muchas cosas que podría hacer. Entro en una cavidad oscura y toco sus paredes suaves y húmedas con mis manos. Diría que el recinto acaricia con un gesto envolvente. Estoy desnudo y siento el contacto con mi cuerpo. Al final, hay una escalera de caracol que conduce por unos tubos a los ovarios. Empiezo a subir, y siento una tremenda emoción ¡al estar a punto de conocer el lugar donde comienza la vida! He llegado, y me encuentro en un espacioso salón donde predomina el color blanco. Detrás de una mesa hay una joven con una capa blanca y con gafas. Parece muy seria. No me gusta. Es fría. Le pregunto qué hace, por qué está allí. Me sorprende oír que ella y una compañera en una sala similar se encargan 215

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de determinar las concepciones. Soy consciente de mi propia expresión de asombro, pero ella no se da cuenta. A petición mía, explica que la gente cree que la concepción es el resultado de una relación sexual. Pero tal relación es solo un acto de amor, dice, y ella está a cargo de controlar la concepción. Pregunto sobre el criterio o la política en tal toma de decisiones, y ella me dice que todas las concepciones se registran en un gran libro, que es algo así como un libro de la vida. Me acerco para verlo. Es extremadamente viejo, algo así como una antigua Biblia, con una peculiar encuadernación. El libro indica todos los nacimientos, con un periodo de espera de nueve meses. No está completo, sino que termina en 1892. El resto son páginas en blanco. La última frase es: «Y llegará el día en que el hombre, con la ayuda de la ciencia y la tecnología, se convertirá en su propio creador». El lugar me desagrada, y decido irme. Intento bajar por donde subí, por la escalera de caracol, pero lo hago a través de un tubo estrecho, cayendo al final en un vientre gigante. Reboto contra sus paredes, que parecen de goma. A medida que mi vista se acostumbra a la oscuridad, veo grandes erosiones en las paredes, hendiduras a medio curar que han sido esculpidas por una enorme cureta. Siento que estoy siendo testigo del registro de todos los niños que no han nacido.

Una cosa que se puede notar en esta fantasía, como en la mayoría, es que muchos de los hechos que describe no habrían tenido lugar si no fuera por una dirección específica a este efecto. Además, los episodios más significativos generalmente se 216

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desarrollan solo después de encontrar alguna resistencia. Cuando el soñador, abandonado a sí mismo, interrumpe una secuencia, sigue el aspecto más agradable de su imaginación o se distrae, el terapeuta puede presionarle para que entre en el mar ardiente, se sumerja, a pesar de su falta de interés inicial, se encuentre con los monstruos, llame a la puerta… todo lo cual supone una mayor interacción entre su ‘yo’ cotidiano y su otro yo, entre su centro de conciencia habitual y la presentación simbólica de sus procesos inconscientes. En el caso de este hombre, el sueño lleva a una creciente expresión de un impulso por todo lo que él simboliza como ‘humedad’: sensualidad, sexo, terrenalidad, mujer, amor. Se alcanza un pico en la expresión de este tema con la fantasía de entrar en el útero, tras lo cual se produce un cambio repentino de una «humedad» a una frustrante «sequedad». Yo adelantaría la hipótesis de que las fantasías del tipo relacionado con el cumplimiento de deseos expresan el hecho de que una persona está aceptando sus propios impulsos, mientras que las fantasías autodestructivas son la expresión del autorrechazo en forma de represión. En otras palabras, el placer que generalmente acompaña a una fantasía no es tanto el que surge de la realización imaginaria de un deseo, como parece, sino el de la autoaceptación, relacionada con la aceptación de la realización. En el presente caso, los episodios finales del sueño del paciente describieron fielmente su estado crónico de ser y de sentimientos, y pueden juzgarse con razón como una regresión del estado de libertad interior y fluidez experimentado anteriormente. No obstante, ese estado existencial crónico era inconsciente para él, ya que solo inconscientemente experimentaba 217

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insatisfacción (en forma de síntomas), mientras que conscientemente desarrollaba mucha resignación e incluso idealizaba el aplazamiento de su espontaneidad. Solo después del episodio de su sesión de harmalina descrito anteriormente, en el que se sintió totalmente espontáneo y totalmente él mismo, pudo percibir el contraste entre esa apertura y la esterilidad de su forma ordenada y limpia, pero artificial y autorrechazada, de llevar adelante su vida ordinaria. Así, asoció las cicatrices del aborto, la sequedad y la textura del útero, en la última parte de su fantasía, con la idea de que su madre había abortado y con el pensamiento de que había considerado la posibilidad de abortar en el momento en que estaba embarazada de él. Incluso este pensamiento, derivado de un comentario escuchado de niño, puede no haber sido más que un símbolo en sí mismo de la experiencia final de no sentirse amado por su madre, que él había negado, pero que ahora ya no podía evitar reconocer. Las enfermeras que controlan la concepción en el «sueño» del paciente son como un eco de la actitud de su madre durante su infancia, durante la cual ella lo protegía continuamente de enfermedades y peligros imaginados, y lo sometía a dietas y horarios restrictivos. Su sobreprotección también se hace evidente en el hecho de que, cuando le dijeron que su hijo de treinta y cinco años se sometería a la sesión descrita anteriormente, me envió (a un extraño para ella) un relato detallado de su historial médico desde el momento de su nacimiento, un historial que no difiere del de un niño normal. El paciente se había encontrado con una esposa con muchos de los rasgos de su madre: intelectual, moralista, responsable, educada y sexualmente inhibida. La admiraba y se sentía culpable por no amarla más de lo que la amaba. Sin embargo, 218

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no encontró con ella la profundidad de la comunicación o la intimidad que más tarde conoció con otra mujer. Durante cuatro años, se sintió incapaz de decidir entre su hogar y su nuevo amor, y se sintió cada vez más consciente de que estas alternativas traían con ellas una elección entre diferentes conjuntos de valores. En un momento en el que la elección se había vuelto crítica, se ofreció como voluntario para el experimento de la citada sesión de harmalina, con la esperanza de que esto le permitiera comprenderse mejor a sí mismo y le ayudara así en su decisión. Después de la sesión, el paciente sintió que su matrimonio había sido para él una elección de «sequedad», a la que se había adherido por un sentido del deber pero no por amor. Sus deseos se hicieron más urgentes, y sus demandas sobre sí mismo disminuyeron. De hecho, cinco días después de la sesión, se permitió un comportamiento impulsivo que no tenía precedentes en él. Se emborrachó en compañía de amigos y se puso violento, y luego olvidó todo el incidente. Se podría especular que esta reacción excepcional a un estado ya excepcional para el paciente (intoxicación alcohólica), constituyó una continuación intuitiva de su sesión de harmalina. Porque esta habría creado el escenario, por así decirlo, de su estado psicológico, pero, aun así, le quedaba experimentar la violencia de su yo asfixiado frente a las enfermeras «antisépticas» implantadas en su alma como una fuerza crónica antivida. No se produjeron episodios comparables después de esta explosión de ira, y el paciente siguió sintiéndose más como él mismo que antes de la sesión. Ahora ha estado viviendo durante cuatro años con su segunda esposa en lo que siente que es una vida vivida en su propio estilo. 219

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Algunas de las experiencias vividas por las personas durante su única exposición a los efectos de la harmalina (como se ha visto hasta ahora tanto en los ejemplos como en los comentarios) constituyen una inmersión de la mente en un área de mitos, símbolos transpersonales y arquetipos, y por lo tanto constituyen un análogo de lo que es la esencia de la iniciación en muchas culturas. Típicamente, por ejemplo, las pruebas de la pubertad son ocasiones para que los jóvenes se pongan en contacto (con o sin drogas) con los símbolos, mitos u obras de arte que resumen el legado espiritual de la experiencia colectiva de su cultura. La actitud hacia el mundo que expresan esos símbolos se considera importante para la madurez y el orden de la vida en la comunidad, y, por ello, su transmisión se perpetúa reverentemente, deviene objeto de iniciaciones y de otros rituales o fiestas en los que el pueblo renueva su contacto con ese ámbito de la existencia o de la conciencia del mismo, irrelevante para la vida práctica pero central para la cuestión del significado de la vida. Las bebidas de los indios sudamericanos que contienen harmaloides no solo se emplean en los rituales de la pubertad, sino también en la iniciación de los chamanes, psiquiatras primordiales cuya experiencia en fenómenos psicológicos se revela, por ejemplo, en el hecho de que frecuentemente se espera de ellos que entiendan el significado de los sueños. Aparte de las implicaciones aparentemente terapéuticas de un proceso iniciático (entendido como el establecimiento de una conexión entre la consciencia cotidiana y el dominio arquetípico), podemos quedarnos, después de examinar las sesiones vistas hasta ahora, con una sensación de incompletud. Se ha iniciado un proceso, ¿pero y luego qué? Una persona ha pasado por una experiencia novedosa y emerge de ella 220

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con un sentido de identidad enriquecido, la insinuación de una conexión con una región más profunda de sí misma, una conciencia más clara del noble y arcaico animal que lleva dentro, y el sabor de una mayor espontaneidad que la que ha conocido hasta ahora. Todo esto es una ventaja y puede ser suficiente para provocar cambios en los sentimientos o un alivio sintomático, para despertar nuevos intereses o para orientar al individuo en una decisión, como se muestra arriba. Sin embargo, la mayoría de las sesiones que he visto me dejan la impresión de que no he presenciado más que el primer acto de un drama. Los símbolos pueden permanecer sin descifrar, los conflictos sin resolver… En los acontecimientos del último ejemplo, el final de la secuencia onírica en sí mismo sugiere la derrota del sujeto y lo incompleto que ha sido el viaje de su alma, y podemos imaginar su frustración no reconocida como el motivo de su intoxicación alcohólica y su inexplicable arrebato de ira. Todo esto sugiere la conveniencia de un contexto apropiado para la asimilación de la experiencia de harmalina, lo que hace necesario un tiempo de reflexión en los días siguientes a la sesión, una cierta libertad de limitaciones ambientales excesivas y, en particular, la continuidad del contacto terapéutico. También se plantea de un modo natural la pregunta de qué efecto tendría una serie de experiencias de harmalina en el desarrollo de los temas, percepciones o sentimientos encontrados en la primera. Solo en ocasiones concretas he dado harmalina más de una vez, pero la siguiente historia clínica, que comprende una serie de cuatro sesiones, puede ilustrar tanto la naturaleza de tal evolución como la relación de las sesiones con las manifestaciones clínicas en el transcurso del tiempo. 221

El viaje sanador

Se trata del caso de una mujer de veinticinco años que se sometió a una terapia psicoanalítica durante un año y medio con grandes avances en su personalidad, pero sin que se observara ninguna mejoría en los síntomas que constituían su principal motivo para someterse al tratamiento. Estos consistían en una ansiedad intensa, miedo a morir o a desmayarse y síntomas físicos como asfixia y parestesia. Estos síntomas se presentaban especialmente en las calles grises de la ciudad, y menos en las calles curvas e irregulares, o en las que estaban bordeadas por árboles. También experimentaba ansiedad en las salas de cine y solía cerrar los ojos cuando se esperaba algo desagradable en una película. La fobia venía precedida por un periodo de distracción en las calles, durante el cual solía ir más allá de su destino, ya sea caminando o en autobús. Las asociaciones más cercanas a la situación temida en el análisis fueron los episodios de peligro durante la guerra, cuando en realidad la paciente había estado (con sus padres) en espacios abiertos bajo el fuego de los aviones y en zonas atacadas por bombardeos. Sin embargo, los síntomas se desarrollaron muchos años después, durante la enfermedad mortal de su padre. La relación exacta entre estos dos incidentes nunca se había aclarado. Ella estuvo muy apegada a su padre y también recibió su extrema violencia. De niña, él la llevaba a la orilla, y ahora que había crecido, la visita a una playa vendría a poner fin a toda su ansiedad y depresión. Gran parte de la primera sesión de la paciente con harmalina tomó la forma de una serie de secuencias oníricas ricas en contenido arquetípico. La imagen de un tigre tuvo prominencia en estas visiones, y constituyó la primera de ellas. «Unas manchas flotantes como los ojos de un tigre» fueron el primer 222

síntoma del efecto de la droga, y luego vio muchas caras de tigre. Le siguieron las panteras y todo tipo de gatos, negros y amarillos, y luego el tigre. Este último era un tigre siberiano muy grande, y sabía (porque podía leer su mente) que debía seguirlo. Así lo hizo varias veces, pero ninguna de las escenas parecía completa. Aun así, un «anhelo por el tigre» persistía en ella. Después de un episodio (por describir) en el que conoció a su padre, intuitivamente supo que ahora estaba lista para seguir al tigre, y este fue el caso. Aquí está la descripción de la última escena, en sus propias palabras. La cita comienza en el punto en que, después de haber seguido al animal hasta el borde de una meseta, está mirando hacia el abismo, que es el infierno. Es redondo y está lleno de fuego líquido, o de oro líquido. La gente nada en él. El tigre quiere que baje hasta allí. No sé cómo descender. Agarro la cola del tigre y él salta. Debido a su musculatura, el salto es grácil y lento. El tigre nada en el fuego líquido mientras me siento en su lomo. De repente, veo a mi tigre comiéndose a una mujer. ¡Pero no! No es el tigre. Es un animal con cabeza de cocodrilo y cuerpo de otro animal más gordo, más grande y con cuatro pies (aunque estos no eran visibles). Todo tipo de lagartos y ranas comienzan a aparecer ahora. Y el estanque se convierte gradualmente en un pantano verdoso de agua estancada, aunque lleno de vida: formas primitivas de vida como algas, anémonas, microorganismos, etcétera. Es un estanque prehistórico. Aparece una orilla, no arenosa, sino cubierta de vegetación. Algunos dinosaurios se ven a lo lejos. Yo monto al tigre para ir hacia la orilla. La serpiente nos sigue. Nos alcanza. Me hago a un lado y dejo 223

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que el tigre se ocupe de ella. Pero la serpiente es fuerte y mi tigre está en peligro. Decido participar en la lucha. La serpiente se da cuenta de mis intenciones, suelta al tigre y se prepara para atacarnos. Sostuve su cabeza y presioné sus costados para que abriera la boca. Tiene una pieza de hierro en el interior, como el bocado de un caballo. Presiono en los extremos de este bocado, y la serpiente muere o se desintegra; cae en pedazos como si fuera una serpiente mecánica. Continúo con el tigre. Camino a su lado, con mi brazo sobre su cuello. Subimos a la alta montaña. Hay un camino en zigzag entre los arbustos altos. Llegamos. Hay un cráter. Esperamos un tiempo, y comienza una enorme erupción. El tigre me dice que debo lanzarme al cráter. Me entristece dejar a mi compañero, pero sé que este último viaje debo hacerlo sola. Me lanzo al fuego que sale del cráter. Subo con las llamas hacia el cielo y sigo adelante.

Como mencioné anteriormente, el viaje relatado en los párrafos anteriores fue insinuado en muchas ocasiones al principio de la sesión, pero no pudo ser completado antes de enfrentarse a su padre. Tan pronto como lo hizo, supo de inmediato que estaba lista para seguir a los tigres. Sin embargo, fue necesaria cierta insistencia por parte del terapeuta para llevar a la paciente hasta el punto de encontrar a su padre, la primera imagen personal entre un conjunto de personajes de ensueño, por lo demás anónimos. Vi muchos rostros, uno tras otro, rostros de caballeros ancianos y canosos. Pero ninguno se parecía al de mi padre. Finalmente, me dispuse a reconstruir la cara de mi padre, 224

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característica por característica. Primero vi su pelo y su frente, luego su nariz, la boca, y finalmente los ojos y la forma de la cara. Pero, aun así, no tenía orejas. A pesar de mis esfuerzos, no fui capaz de ponérselas. Por último, decidí que esto no era importante.

Entonces su padre cobró vida y sonrió, y pudo ver todo su cuerpo. Se abrazaron y se besaron en la boca. El encuentro tuvo lugar en un túnel que era un lugar de comunicación entre los vivos y los muertos. Ella le dijo que estaba enamorada y le presentó a su prometido, con cierto temor. Él lo aprobó, ya que era más cariñoso que en la vida real. Cuando finalmente se retiró hacia el lado oscuro del túnel, ella lloró. En dos ocasiones durante la sesión de esta paciente, le sugerí una exploración de su fobia a las calles enfrentando tales escenas en la fantasía. La siguiente descripción (anterior a la que acabo de citar) cuenta, en sus propias palabras, el primer intento de cruzar la avenida principal de Santiago por un lugar familiar y amenazador: Estoy parada en la Alameda, en la esquina de Victoria Subercaseaux. Todo es gris como en un día de niebla. Miro hacia la colina, y es vagamente verde, pero no distingo muy bien los colores. Me acerco a un arbolito que está allí en la esquina. Es como si quisiera su protección. Reflexiono sobre si puedo apoyarme en él si no me siento bien, y así evitar una caída en la calle. Me preparo para cruzar la Alameda. Miro los coches. Hay mucho tráfico, y los coches van cada vez más rápido. De repente, esto se convierte en una fila continua de vehículos que parece un tren que va a 225

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gran velocidad. Hay rostros en todas las ventanillas —hombres, mujeres y niños—, y todos ellos miran en mi dirección. Entonces, esa visión se desvanece, y el tráfico vuelve a ser normal. Espero la luz verde, y cruzo, sintiendo mucho miedo. Porque tengo miedo, siento que no toco el suelo sino que floto en el aire. Un hombre se acerca. Es bajo y lleva un abrigo marrón y un sombrero; su tez es oscura y tiene bigote. Un rostro típico chileno que se puede ver en cualquier calle. Dice: «Buenas tardes». Respondo a su saludo. Tengo la vaga sensación de que es el hombre que me asaltó en el ascensor, aunque no recuerdo la cara de mi asaltante. Camino hacia la Avenida Portugal, pero con esfuerzo, tratando de evitar la tendencia a flotar. Me quedo cerca de los muros de la Universidad para que me sostengan en caso de que me caiga. Miro hacia las palmeras y veo en el cielo una procesión de obispos en fila, todos con vestimenta ceremonial, mitras y hábitos blancos y dorados, todos idénticos, con el rostro de Nehru.

Aquí, el primer sueño se desvanece. El segundo intento tuvo lugar hacia el final de la sesión, después de la visión del infierno. Mientras intenta cruzar la Alameda en el mismo lugar, un cocodrilo cae del cielo. Es un cocodrilo gris con un diseño verde en su espalda, y creo que es de plástico, ya que los reales no son así. Cruzo hasta el medio de la calle. Entonces el tráfico se vuelve muy denso, de modo que una línea continua de coches pasa a gran velocidad por cada lado yendo en direcciones opuestas. Me asusta verme corriendo por la calle junto con los coches 226

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y a la misma velocidad. Pienso: «¡Qué mujer tan loca!». Solo entonces me doy cuenta de que esta loca soy yo misma. Esto no puede ser, así que me obligo a volver al lugar donde estaba antes de huir. Los semáforos cambian pronto, el tráfico se detiene, y camino con deliberada calma hacia el otro lado de la Alameda. Desde allí me dirijo hacia la Universidad. La gente pasa —gente fea, mujeres gordas, mal vestidas— y siento que tengo que mirar todas estas caras, por feas que sean. Las relaciono con las que vi en un sueño anterior. Estas estaban aquí para que las mirara directamente, sin miedo y tal vez sin compasión. Todas eran feas, desagradables. Siempre he buscado la belleza, la luz y la armonía. Pero me di cuenta de que lo bello y lo feo eran aspectos diferentes de un todo: que no podía apreciar ni siquiera conocer una parte sin mirar el todo. Es decir, la belleza sin fealdad pierde su calidad como tal, su tono específico que la hace única y distinta, hermosa. De nuevo miré los rostros de las personas con las que me cruzaba. Había un hombre con una cicatriz en su cara como si le hubieran mordido la carne de la mejilla o le hubieran quemado la cara con un ácido. Sentí que tenía que mirar esas caras como había tenido que mirar las del sueño anterior.

He citado ambas secuencias a pesar de su similitud, precisamente por la consistencia que este parecido indica, mientras que una sola pieza de fantasía podría aparecer como un conjunto de imágenes bastante caótico o arbitrario. En ambas, experimenta el familiar miedo a caer y la búsqueda de apoyo (en el árbol o en las paredes). Sin embargo, su confrontación con el miedo en ambas conduce a insospechadas encarnaciones del 227

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peligro: el hombre común que se asemeja a un asaltante y el cocodrilo que cae del cielo. Un cocodrilo pasó a formar parte de la fantasía de la paciente en el último episodio (ya citado), lo que subraya su importancia a pesar de su actual aspecto de objeto plástico sin vida. Esta apariencia, como la transformación de animales en juguetes o dibujos animados, es un proceso común por el cual la mente se protege de los sentimientos que potencialmente transmiten algunas imágenes. Curiosamente, los colores de este cocodrilo son muy relevantes para su fobia: el gris de las calles evitadas (como el color del cielo del que cae en esta fantasía) y el verde de los árboles que las hacen tolerables. Como en el caso del cocodrilo y del «agresor» humano, el tráfico enloquecido de ambos episodios transmite una violencia que la paciente no era consciente de temer en las calles durante los momentos en que experimentaba ansiedad y los síntomas físicos que la acompañaban. Los sueños la enfrentan ahora a rostros que normalmente evitaría mirar (y esta sesión marcó, en realidad, el final de su fobia a mirar la pantalla en el cine). Esos rostros se asociaron más tarde con recuerdos de la guerra, y precisamente había uno de un hombre con la mejilla partida que evocó el recuerdo reprimido de un soldado que corría herido por la calle, en una escena que la había impresionado profundamente de niña. El efecto general de esta sesión fue positivo para la paciente en muchos sentidos, pero su fobia persistió. Sin embargo, hubo un cambio en la calidad de su miedo. Mientras que siempre había sido el de desmayarse o caerse en la calle, ahora tomó la forma de un miedo a la agresión. Las ruedas de los trolebuses y los ruidos de los camiones le parecían amenazantes de pronto, y por primera vez tuvo la fantasía de ser atacada por un 228

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hombre con un cuchillo. Las asociaciones con el síntoma en sesiones psicoanalíticas posteriores fueron más ricas e incluían el análisis de la agresión mencionada anteriormente, que tuvo lugar cuando tenía catorce años, y que ella recordaba, pero que nunca había mencionado o visto como importante en ningún aspecto. Dos meses después de la sesión citada y del cambio de sus síntomas, se le administró por segunda vez harmalina, tras lo cual escribió un relato que cito ampliamente por su múltiple interés. Me resulta muy difícil revivir la experiencia. No recuerdo nada. Solo tengo imágenes desconectadas: la niña —yo misma— frente a la iglesia en un camino polvoriento, yo misma en la comunión, recibiendo la hostia de una mano invisible en un altar grandioso. Siento que me estoy volviendo loca. Algo en el interior. Indescriptible. No es ansiedad. No es depresión. Sin embargo, tiene algo de ambas. Irritación, desorientación. Estoy muerta. Todavía tengo que volver a la vida. El sexo. No puedo aceptarlo. Es malo. Me gusta. Soy mala. Siento fuertemente que Dios y el sexo no pueden ir juntos. Necesito a Dios, y soy toda sexo. Es horrible. Sospecho que debe haber alguna forma de encajar las cosas, pero fuera de mí, no dentro. Me enfrento a una realidad mía que no puedo aceptar. Creo que esto me hace sentir como me siento. Ayer también supe por qué no podía salir a la calle. Ahora no. Se me escapa. Ahora lo recuerdo. Podía cruzar la Alameda; podía cruzar por el mismo lugar por el que no lo hice en la sesión anterior. Esto fue después de que el doctor se fuera. 229

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Crucé con toda facilidad, bailando. La música estaba dentro de mí. El vestido que llevaba era rojo, muy ajustado, relumbrante, con adornos dorados brillantes. Pero este vestido era mi propia piel. Crucé la Alameda bailando, pasando entre los coches sin preocuparme por nada. Disfruté moviendo los pies, feliz de bailar y estar en la calle. Sentía un gran placer al realizar cada movimiento, al poder seguir mi propia música. Cuando crucé, había un naufragio en medio de la calle. Varios coches chocaron de frente y formaron un ramillete ascendente. Pasé sin preocuparme mucho. Sabía que probablemente había gente muerta en el accidente, pero no me importaba. Había llegado su hora, y las cosas eran como eran. Sabía que yo también moriría algún día, pero esto tampoco importaba, ya que así eran las cosas. Llevaba mi esqueleto dentro desde el momento de mi concepción. Esto es lo que era: baile y muerte, pero todo junto. Yo era mi muerte y mi esqueleto vivo, y bailaba con alegría al cruzar la calle. Pero sabía por qué no podía cruzar las calles, por qué no podía caminar por las calles, y esto lo he olvidado ahora. Tenía que ver con mi maldad, con la muerte, con el deseo de morir, porque soy mala. Quiero morir. O quería morir. Buscaba este instante, un punto, infinitamente pequeño, o una fracción de tiempo imperceptible en su brevedad, el momento de la muerte, este puente extremadamente corto donde la vida y la muerte se tocan, donde lo opuesto, contradictorio y desunido deja de existir. Esta era la única manera de unir todas mis piezas. Es la única manera de encontrar, por un instante, la armonía. El momento en que uno no está ni vivo ni muerto: en este momento, uno SABE. No sé en qué consiste el 230

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conocimiento. No es solo saber, sino saber y comprender al mismo tiempo... Es la esencia de la vida lo que importa, y la única manera de comprenderla es en el momento de morir. Además, aquí los opuestos desaparecen; Dios y el sexo se unen; se mezclan. Todas las cosas son una, el bien y el mal, la belleza y la fealdad. El caso es que yo tenía que morir. Sin saberlo, buscaba la muerte. Pero sin alegría, con consciencia. Y algo en mí me retenía. Las calles son la muerte. Es tan fácil morir. No es que me arroje deliberadamente bajo las ruedas de un coche, o que me baje de la acera a propósito para provocarlo. Pero es como si de repente el mecanismo de protección no funcionara. No me daría cuenta de nada. Esto me sucedió varias veces antes de que comenzara mi fobia. Caminaba por las calles y de pronto me di cuenta de que había caminado varias cuadras sin saber cómo lo había hecho. Y también, en ocasiones, me «despertaba» en medio de la calle, rodeada de un tráfico terrible. Recuerdo que, al menos una vez, me despertó la maldición de un conductor que tuvo que pisar los frenos para no atropellarme. Pero había una parte de mí que no quería morir. Sabía lo que estaba pasando. Esta parte de mí luchó contra el esqueleto, no quería salir a la calle, no quería arriesgarse. Pero esta era la parte mala. ¿El sexo, tal vez? Pero, ¿era realmente la parte mala? Porque parece que una de las razones que tenía para morir era la de matar lo que había de malo en mí. Lo que es malo es el sexo, pero el sexo es la única fuerza que puede reunir mis partes, darme unidad, pegar la carne al esqueleto. Bailar también es sexo. No parece que sea malo, es lo que me da vida. Pero carece de un factor esencial y de un 231

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catalizador indispensable: Dios. ¿Cómo se puede meter a Dios en este lío? ¿Dónde ha estado Dios todo este tiempo? Con Dios lo mismo que con el esqueleto. Estaba originalmente dentro de mí, creció conmigo, se movió conmigo. El esqueleto, entonces, desapareció, y yo tenía un esqueleto externo, metálico, con las alas de una mariposa enjoyada. Tuve que encontrar apoyo en algún lugar, y me quedé seca por dentro. Me encerré en la mariposa. Sus alas eran como las de un murciélago, y sus articulaciones provocaban un desagradable y poco armonioso crujido metálico. Es lo mismo con Dios. Salió de mí. Se convirtió en un dios remoto, muerto por el sadismo de una criada, que me contó con todo detalle cómo fue crucificado, coronado de espinas. Lloré por lo que ella me dijo, y como se sintió estimulada por mi llanto, hizo aún más vívidas las descripciones de la perforación de su costado y el desgarro de la piel en la boca del Niño Jesús (no sé si fue debido a mi confusión o a la forma en que escuché esta historia que pensé que era Jesús de niño el que había sido crucificado). Tal vez, el hecho de creer que era un niño pequeño hizo que llorara y sintiera lástima por él más fácilmente. Luego vino la escuela. Y Dios, ahora, se sentó en una nube, en un cielo lejano, y llevaba barba. Y el ojo dentro del triángulo. El ojo que persiguió a Caín. Se nos dijo sobre este Dios barbudo en la nube, que no era así, y no se nos dijo nada más sobre Él. Pero se habló mucho del ojo en el triángulo. Era el ojo de Dios, la parte más importante, viva y activa, que siempre estaba presente, viéndonos, observándonos, la parte que nos decía a cada uno de nosotros lo malvados que éramos, y lo repetía a cada segundo. Y Dios, con su ojo, era una amenaza. 232

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Entonces, el Dios de mi madre… Tenía mucho de Alá y mucha conciencia de clase. Todo lo que pasó fue la voluntad de Dios. Lo que uno hiciera no afectaría a la forma en que Dios había establecido las cosas. Por lo tanto, no había razón para sentirse afectado, o molesto, y no había razón para buscar. No había forma de cambiar nada o hacer nada. Todo estaba predeterminado por Dios, y el destino reinaba sobre todas las cosas. Rebelarse era una pérdida de tiempo. Además, Jesús no era Dios. Eso era algo para satisfacer la imaginación de la gente. Pero una persona «culta» no tenía que creer en la divinidad de Jesús. Cristo no era para los aristócratas, que nacieron místicos, que creían y sentían a Dios desde el momento de su nacimiento. Cristo era un medio para explicar cómo es Dios a la gente, a los vulgares y estúpidos que necesitaban preceptos religiosos para comportarse como seres humanos, o que de otra manera perderían el control y estarían en constante revolución. Sin embargo, mi madre, que no creía en Cristo, creía en una media docena de vírgenes y una larga lista de santos. Luego vinieron las procesiones en el sur de Italia. También teníamos procesiones en casa, pero las nuestras eran hermosas, con muchas flores, y eran seguidas por fuegos artificiales. Eran grandes fiestas, en las que todo el mundo se regocijaba; en todas las casas se cocinaba una comida deliciosa y se hacía una pasta especial que se comía solo con ocasión de ciertas fiestas. Pero no en el sur de Italia. Allí nadie estaba contento. Los de la procesión sufrían y los espectadores también. Llevaban capuchas. Los viejos encapuchados vestidos de negro cantaban canciones tristes fuera de tono. Y la gente miraba, apretujada entre sí, y lloraba. Las 233

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mujeres se arrodillaron en la calle, otras gritaron histéricamente, y no pocas se desmayaron. Este era un Dios vengativo, que exigía sangre por la sangre que se había derramado. Recibió todo ese griterío y sufrimiento teatral. Estos eventos me fascinaron y me causaron repugnancia al mismo tiempo. Dios, mi Dios, no estaba en ellos. Estaba fuera de mí. Ya no era un Dios de amor, sino un Dios carnicero que quería víctimas, y yo no quería ser una de ellas. Entonces llegó el Dios de la exactitud. Tenía que estudiar, tenía que comer manzanas, tenía que ir a misa. Misa infantil, a las ocho y cuarto de la mañana. No por la tarde, porque eso era pereza. Nadie me preguntó si quería ir a misa. Después de mi primera comunión, tenía que pedir la comunión todos los domingos. Me preguntaban: «¿Vas a la iglesia?», y esto era una orden más que una pregunta, de la misma manera que me preguntaban: «¿Te lavaste los dientes?» (en ese momento lo odiaba). Luego estaba la distancia. Una incomodidad indefinida. Dudas. Preocupación, siempre. Pero Dios estaba muy lejos. Dios, perdido. Un deseo de regresar. De vez en cuando, la comunión. Pero luego la duda de nuevo, la indiferencia y la búsqueda. Por fin, Dios fue enterrado. No me interesaba. No veo por qué debía interesarme. Y luego vinieron los síntomas. No puedo entrar en una iglesia. En la iglesia está el ojo. En realidad, el ojo está en todas partes, mira y acusa a los niños que no se comportan.

Todo esto fue escrito al día siguiente de la experiencia con harmalina, y el texto muestra la importancia de semejante esfuerzo. Esta no es la única instancia en la que el proceso de 234

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expresar por escrito el contenido de una sesión de drogas es casi tan importante como la propia sesión. Aquello que se reprime está tan reprimido que las asociaciones y los sentimientos, si no son imágenes, pueden ser «olvidados» si no son contados. En este caso, es particularmente comprensible que esto pueda tender a suceder, ya que la sesión supuso el descubrimiento de una culpa casi intolerable. Y eso fue lo que le hizo sentir al principio de su escritura que se estaba volviendo loca o que estaba muerta. Sin embargo, este sentimiento cambió cuando se dio cuenta de la culpa como tal, del ojo de Dios que la había perseguido durante toda su vida y que, ahora, yacía enterrado en su inconsciente. Con todo, este es un informe muy fragmentario, dijo, y le tomó alrededor de un mes sentarse a intentar recuperar algo más de la experiencia. Un poco de ello está contenido en los siguientes párrafos, que constituyen un valioso documento para la psicología de la religión: Tras la primera ingestión de harmalina, sentí decididamente la necesidad que Dios tiene de justificar la muerte. Muerte inútil, muerte innecesaria de los que mueren en las guerras, de los que se quedan sin vida. Creo que ahora puedo ver más claramente. Necesitaba justificar la muerte en general y no solo la de aquellos que murieron en la guerra. Y creo que, como tuve que justificar la muerte, lo que finalmente tuve que justificar es lo absurdo de una vida limitada, finita, donde la muerte está involucrada. Intentaré recordar mis pensamientos después de la segunda experiencia con la harmalina. La única muerte que podía estar justificada era la de Cristo. Cada uno de nosotros 235

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era responsable de hacer de su muerte algo justificable, y no una muerte inútil más. Es decir, que el sacrificio del hijo de Dios no estaba justificado en sí mismo. Cada uno de nosotros podía matar a Cristo una vez más o resucitarlo. Y de ahí la comunión. Este era un acto consciente y voluntario que mostraba la disposición de uno a justificar la muerte de Cristo, a través de un profundo respeto y amor hacia todo lo que vive, ya que en cada ser vivo hay una esencia divina. Esta fue una forma de participar de una armonía universal. También era una forma de resucitar a Cristo en las profundidades de cada uno de nosotros. Pero había igualmente, un lado más humano en mi anhelo por la comunión. Era un anhelo de estar unida en hermandad a otros que profesaran este mismo amor de Cristo hacia los seres vivos. Era una forma de sentirse menos sola, una forma de pertenecer a un grupo sin perder la individualidad.

Como muestran estas líneas, una preocupación básica de la paciente después de la segunda experiencia con la droga es la de aceptar la inevitabilidad de su propia muerte. Solo lo aceptó en un momento de la sesión propiamente dicha, ya que se sintió esa sensual mujer de rojo que bailaba al otro lado de la peligrosa calle. Ella «no se preocupa» por los muertos y permite su propia muerte, en una actitud de darse cuenta de que «así son las cosas». No se opone a la muerte como no se opone a la vida. Es rotundamente sexual y se deleita con cada movimiento de su baile. Al no oponerse a la vida o a la muerte, al permitir que existan, más allá del bien y del mal, ella trasciende la vida y la muerte. Al permitirles ser, se convierte en su encarnación, ya que su danza es la encarnación de su 236

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música interior. Sin embargo, aparte de este momento, ella es el campo de batalla de Eros y Tánatos. Su deseo de muerte responde a la demanda de un Dios para el que el sexo es malo, ese Dios vengativo, sediento de sangre, de las procesiones del sur de Italia, que ella había enterrado en su mente y evitado en las iglesias. Sin embargo, lo necesita, y siente que debe sufrir su condena: «Necesito a Dios, y soy toda sexo». No solo se sentía culpable después de la sesión, sino que se volvió frígida y, en ocasiones, experimentaba durante las relaciones sexuales la misma ansiedad que solía sentir en la calle. La vida onírica de la paciente se hizo muy rica en los meses que siguieron a la sesión, y sus sueños presentaban símbolos que se contemplaban primero con la harmalina o sus equivalentes. Uno de los sueños reitera las ideas de danza, piel oscura y disociación en dos personas que formaron parte de las dos experiencias anteriores y que reflejan su actual culpabilidad sexual: «Yo era dos personas al mismo tiempo. Una, desnuda, era una mujer negra que danzaba, mientras que la otra la miraba con horror». El siguiente sueño muestra una conexión entre el impulso sexual y el tema del tigre: «Estaba junto a una piscina, dejándome broncear por el sol. Apareció mi amigo Alfredo. Entonces me vi cubierta por una especie de piel de tigre. Debajo de eso llevaba un bikini. Me descubrió. Le dije: “No, Alfredo, cúbreme”. “¿Por qué?” “Porque así me veo más desnuda”». La libre asociación de la paciente también experimentó un marcado cambio durante este periodo. No solo mostró una mayor prominencia de temas sexuales en sus pensamientos, como en sus sueños, sino que la sexualidad se extendió a sus recuerdos y por primera vez se dio cuenta de un aspecto 237

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sexual en la relación con su padre. La escena de su primera sesión de harmalina, cuando besó a su padre en la boca, fue una pista, que, como un imán, atrajo recuerdos no examinados. «Amaba a mi madre, y más que eso —dijo una vez—, mi padre era mío. Solía decirme que cuando fuera mayor nos iríamos a París solos. Cumplió su promesa. Tengo la sensación de que éramos una pareja. Teníamos un mundo propio que compartíamos». Sin embargo, el apego y la aceptación incondicional que expresó con respecto a su padre contrastaba de manera conmovedora con los hechos que recordaba, que presentaban al padre como un hombre muy violento y arbitrario, sugiriendo que era la fuente de su propio perseguidor inconsciente (ahora ya medio consciente). La hostilidad que ella no experimentaba ni expresaba conscientemente habló a través de sus sueños de esa época, como se muestra en la siguiente escena: «Soñé con mi padre. Estaba en un sótano lleno de cadáveres. Estaban deformados, mutilados, asesinados en la guerra. Esto era algo relacionado con Varsovia. La resistencia del gueto. Caminé sobre ellos, pisándolos. Sentí placer por su condición de torturados. Tomé una cabeza cortada y supe que era la de mi padre. Sentí que estaba bien que estuviera muerto». Poco después del momento de este sueño (al cabo de cuatro meses de su segunda experiencia con la harmalina), la paciente se sometió a otra sesión,3 y ahora, por primera vez, su sentimiento de culpa se convirtió en resentimiento, frustración 3. En esta ocasión, se añadieron 100 mg de mescalina a 500 mg de harmalina. 238

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y tristeza al enfrentarse a su padre. El siguiente es uno de los pasajes más expresivos de mis notas: Doctor: ¿Qué te hace llorar? Paciente: No lo sé. Todo. Podría llorar durante días y días. No soy malvada. He estado muy sola. Me hubiera gustado tener un hermanito o hermanita. Nunca se me permitió jugar con nadie. Mi madre solía llevarme a casa de mi abuela para jugar con mis primos, pero siempre a escondidas y por poco tiempo, porque mi padre me pegaba y le hacía pasar un mal rato si se enteraba. Pero mi padre no se atrevía a pegar a mi madre. Sabía que ella era como un animal salvaje que podría literalmente matarlo. No la culpo en absoluto. ¡Quería tanto a mi abuela! Pero este viejo bruto no me dejaba visitarla. Tuve que mentir, y mentir era malo. Y más tarde se sorprendió de que no pudiera soportar a otros niños. Eran criaturas extrañas; conocían juegos cuya existencia ni siquiera sospechaba. ¡Quizás ni siquiera concebía que hubiera juegos para niños! ¡Odio a este viejo! ¡La hizo sufrir tanto, tanto! ¡Y qué buena era mi madre conmigo! ¡No nació para estar enjaulada, y este viejo se quejó y se quejó y se quejó! Sobre detalles estúpidos. ¿Por qué no pude visitar a mi abuela? No era que no le gustara. Creo que se sentía celoso. Me quería todo para él. Doctor: ¿Y le diste esa exclusividad? Paciente: Más tarde, sí. Pero creo que no lo decidí. No tuve elección. La guerra estaba en su apogeo, y no tuve más remedio que estar con ellos. Pero fue él quien me llevó a todos los lugares donde mi madre ya no me llevaba más.. Tal vez ella prefirió no hacerlo, para evitar las peleas. Y estas siempre 239

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fueron mi culpa. No me dejaba beber agua. Una vez que supo que había bebido un poco, se enfadó con ella. Era mi culpa, pero tenía que beber agua. Gritaba tanto que yo quería salir de casa. Tenía tanta vida, tanta energía, y todo se convirtió en una idiotez. No se dedicaba a lo que más le gustaba, que eran las matemáticas. Es como un gran absurdo. Me ha causado mucho daño, sin ser malvado; eso es lo triste.

No sería posible dar una imagen completa de la vida interior y de la evolución de la paciente sin tomar un espacio considerablemente mayor, pero lo que se ha presentado muestra el desarrollo progresivo del insight o percatación que se produce en las sucesivas sesiones y la naturaleza del proceso que finalmente conduciría a una cura. La acción de la harmalina, en este caso, podría interpretarse muy acertadamente como una «manifestación de la mente» en el sentido de que, al igual que un revelador de película fotográfica, hizo que la paciente tomara conciencia, sucesivamente, de su miedo a la destrucción, su deseo de morir detrás de ese miedo y las razones por las que se odiaba a sí misma. Una de ellas era la culpa sexual derivada de las fantasías incestuosas, pero esto también se reveló como un subproducto de una muy frustrante relación con su padre, su necesidad de ganar su amor por todos los medios, y su entrega inconsciente ante sus celos y su posesividad. Más profundamente, yacía su propia hostilidad, insospechada por ella pero proyectada en los cocodrilos agresores, y que sostenía un sentimiento básico de maldad personal. Un mes después de la última sesión, abandoné el país, pero la paciente continuó un proceso autoanalítico que la 240

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llevó a una claridad cada vez mayor. Al cabo de un año más, recibí una carta, de la cual cito los siguientes párrafos: Hace cuatro días salí y caminé por las calles. ¿Por qué? No lo sé. ¿Qué sucedió? Era un hermoso día, y era una tontería quedarse en casa. Quería salir, y lo hice. Eso es todo. Simple, maravilloso y absurdo; después de todas las búsquedas, sufrimientos, teorías y asociaciones. Un hermoso día, y nada más. Salí con mi hija. Esto ayudó mucho. Sujetar el cochecito me da cierta seguridad. Además, estoy preocupada por ella y no por los fantasmas. Soy feliz y tengo miedo al mismo tiempo. Siento que he adquirido algo precioso y frágil que puede estropearse o evaporarse en cualquier momento. Es como tener una nueva herramienta y no saber qué hacer con ella. He salido cada día, cada vez un poco más lejos. Pero el mundo ya me parece muy pequeño. Y además, no es cuestión de caminar, caminar y caminar. Necesito un lugar adonde ir. Y ahora, mientras escribo, no sé qué lugar podría ser ese. He cumplido todos mis proyectos (¿recuerdas? Enseñar, ganar dinero para pagarme mi propio estudio). Mi matrimonio sigue siendo una maravilla de la no-comunicación. En este momento, John me mira como si fuera una bomba de tiempo. Cuando le dije que iba a salir sola, me felicitó secamente y luego me advirtió de que tuviera mucho cuidado, porque desarrollaría otros síntomas. En realidad, hace tiempo que tengo otro síntoma: un fuerte dolor en mitad de mi cabeza. Pero esto está muy claro: lo tengo solo cuando reprimo mi ira. Y prefiero los dolores de cabeza a la fobia. No me atrevo a expresar mis molestias porque siento que mi temperamento es demasiado violento. 241

El viaje sanador

A pesar de que mi síntoma ha cesado, me siento tan necesitada de terapia como siempre. No solo temo una recaída, sino que tengo miedo de ser normal (si es que alguien puede llamarse así). Ahora sé que puedo lograr lo que quiero, porque las barreras que puse en mi camino se han desvanecido. Pero no sé lo que quiero, y tengo miedo de saberlo. Sospecho que es algo malo. ¡Qué emocionante! (me doy cuenta de que me escribo a mí misma). Pensé que quería hacer algo malo, pero en cuanto lo pensé, lo «malo» se convirtió en algo divertido, infantil. Esto se está convirtiendo en una sesión analítica escrita. También es frustrante. Me gustaría contarle otras cosas: lo feliz que soy a pesar de mis dudas y miedos, lo bien que me siento a pesar de las depresiones ocasionales, dolores de cabeza y problemas estúpidos, lo cerca que me sentí de usted cuando salí la primera vez; casi le llamo por teléfono para decírselo.

Han pasado cuatro años más, y han demostrado que la mejora sintomática de la paciente no era un estado transitorio. Sus problemas en el momento de esta carta siguen siendo los que se evidenciaban en sus sesiones de harmalina —una dificultad para expresar su ira y una duda sobre la bondad de su espontaneidad—, pero a estas alturas ya solo parecen una sombra de su represión de la hostilidad y sus sentimientos de culpa en las primeras etapas de su tratamiento. Con el tiempo, experimentó una nueva mejora al darse cuenta de que su incapacidad para expresar ira estaba relacionada con una imagen idealizada de sí misma como una persona «buena» y cariñosa, y que había sido esclavizada por esta imagen en lugar de 242

La harmalina y el inconsciente colectivo

atreverse a ser ella misma, independientemente de sus limitaciones actuales. El proceso de curación no puede considerarse completo, pero ahora está mucho más cerca de la naturaleza de ese tigre que le sirvió de guía en la primera experiencia con harmalina, espontánea y poderosa, graciosa y conocedora de los misterios de la vida. Su evolución muestra la distancia y el esfuerzo que puede mediar entre la presentación de cualquier arquetipo en la fantasía y su encarnación, entre la armonía y la belleza concebidas y experimentadas como una proyección en una secuencia onírica y la experimentada en la vida cotidiana. Parece haber cierta elaboración entre ambas, a fin de que una determinada percepción abstracta obtenida en el dominio simbólico pueda reconocerse en los detalles de la acción, de modo que el «cielo» de una sesión de harmalina pueda, eventualmente, traducirse en términos terrenales. El panorama de los informes de las sesiones en este capítulo debería, a mi juicio, dar una idea justa del dominio específico de experiencias donde la harmalina es un instrumental que posibilita la apertura. Hablar de arquetipos es relevante, pero esto no cubre la gama completa de reacciones a la droga. Algunas de ellas, como muestran los informes de casos, pueden ser bastante personales. Pero algo vincula estas experiencias personales de reminiscencia, fantasía o insight con las del tipo mítico: el instinto. Los temas más frecuentes que aparecen en el contenido de las visiones dañinas —los incisivos y los negros— son imágenes muy expresivas del nivel instintivo, primordial y natural de nuestra existencia, tanto en sus connotaciones agresivas como en las sexuales. El tipo de visión mítica es aquella en la que las fuerzas instintivas están en orden, y fluyen, podríamos decir, de acuerdo con el diseño 243

El viaje sanador

cósmico. El cuadro resultante es de gran belleza, ya que cada elemento encuentra su lugar en el conjunto, que solo se enriquece con el conflicto y la destrucción. En los tipos de visiones no místicas, la agresión y el sexo aparecen como cuestionables o perturbadores, y esto, comprensiblemente, es más probable que ocurra cuanto más traiga el individuo su vida personal y a sí mismo al escenario de las visiones. Solo una persona libre de miedo y de culpa puede ver en su propia vida y circunstancias el mismo brillo del mito o del cuento de hadas, en el que cada objeto sugiere un significado oculto y se erige por derecho propio en una joya. Para ello, el mito abstracto de un héroe remoto es como un plano, un mapa; o es como un medio que transmite una cierta actitud que se puede trasladar a la contemplación de todos los acontecimientos. No hace falta decir que ninguno de los pacientes citados en este capítulo ha logrado alcanzar plenamente tal objetivo. Quiero terminar este capítulo señalando que, por muy útil que pueda ser la harmalina pura en la psicoterapia, el terapeuta que emplea la droga debe tener siempre presente el hecho de que algunos individuos son bastante insensibles a sus efectos psicológicos. Como se ha mencionado anteriormente, algunos de ellos pueden no tener más que una reacción física a la droga, un estado desagradable de malestar, somnolencia y vómitos que es, muy probablemente, el resultado de una reacción de conversión.4 4. En el trastorno de conversión, habitualmente debido a conflictos psicológicos, la persona presenta ceguera, parálisis u otros síntomas neurológicos no explicables por medio de una valoración médica. (N. del E.) 244

La harmalina y el inconsciente colectivo

Al principio de nuestro trabajo con la harmalina, nos formamos la impresión de que estas «reacciones adversas» (que consisten en la falta de efectos psicológicos y la presencia de angustia física) eran más probables en individuos que se sienten comparativamente mal en su nivel de existencia animal, que es la virtud que esta sustancia puede poner al descubierto. Si fuera cierto que una reacción pobre o desagradable es la consecuencia de un intento desesperado aunque inconsciente de inhibir lo que la harmalina estimula, sería concebible que esto pudiera ser obviado por otra sustancia. Primero pensé en la mescalina, tanto por la condición de autoaceptación que puede provocar como por el hecho de que se ha demostrado que una de las adiciones de la bebida nativa de la ayahuasca amazónica contiene DMT.5 Sin embargo, la mescalina tiene efectos propios que pueden no ser deseables en un caso determinado. Por otra parte, se ha demostrado que la MDA cuenta con las propiedades de un aditivo ideal. La cualidad de optimización de las sensaciones ofrecida por la MDA facilita la decodificación de las imágenes visuales en la experiencia directa; su cualidad de anfetamina sirve para contrarrestar la somnolencia inducida por la harmalina pura, y su estimulación del impulso hacia el contacto y la comunicación interpersonal se opone a la tendencia a la retirada que lleva a algunos sujetos a un estado onírico, cuyo contenido no pueden recuperar más tarde.

5 F.A. Hochstein y A.M. Paradies, «Alkaloids of Banisteria Caapi and Prestonia amazonicum», Journal of the American Chemical Society 79: 5735 (1957). DMT: N,N-dimetil triptamina. 245

El viaje sanador

Sin embargo, los efectos de la combinación de ambas sustancias son, por lo visto, más que una suma de sus propiedades por separado.6 En primer lugar, la duración de la experiencia con MDA es mucho mayor, con un promedio de doce horas. Cualitativamente, puede haber diferencias en las que no entraré, ya que su importancia clínica es escasa. Sin embargo, hay un tipo particular de reacción que, por poco común que sea, merece una mención especial, tanto para advertir como para tranquilizar sobre ella. Se trata de un estado de confusión y de gran excitación en el que una persona puede hablar con compañeros de ensueño y golpear a su alrededor, incluso a riesgo de golpearse contra las paredes o los muebles. Al parecer, la agresión que normalmente emerge en las experiencias con harmalina en la forma simbólica de animales u otras fantasías, se liberaría aquí de manera física, aunque todavía en un mundo de fantasía de delirio. He visto que esto sucedía en dos ocasiones (de entre unas treinta sesiones), y la reacción fue seguida, en ambos casos, por un episodio de amnesia. Por alarmantes que fueran estas sesiones en aquel momento, sin embargo, demostraron ser extremadamente beneficiosas para los pacientes por razones sobre las cuales apenas podemos especular. 6. Hoy en día, es conocido que la combinación de harmalina —por su condición de inhibidora de la monoamino oxidasa (IMAO)— y de MDA o MDMA —por aumentar los niveles de serotonina— podría suponer un cierto riesgo de crisis hipertensiva o incluso de síndrome serotoninérgico. Como el mismo autor pudo descubrir a lo largo de décadas de labor como guía e investigador psicodélico, existen otras combinaciones más aconsejables, como la de MDMA con LSD, psilocibina, ketamina o mescalina, o la harmalina con psilocibina, etc. (N. del E.) 246

La harmalina y el inconsciente colectivo

En un caso, la paciente era una joven tímida e inhibida que, al principio de su sesión, empezó a gritarle a su madre ausente todo lo que había retenido a la hora de expresarse y todo lo que sentía hacia ella. Pronto, su habla se hizo confusa, e interactuar con ella fue casi imposible. Siguió interpretando partes de algún diálogo, que cada vez se hacía más difícil de seguir debido a su murmullo. Aun así, era obvio que la persona directa y enérgica en la que se convirtió en ese momento era lo opuesto a su tímido y deprimido ser ordinario. Cuando se recuperó, estaba algo magullada como resultado de haber estado rodando por el suelo, pero su voz y su estilo de movimiento habían cambiado, conservando parte de la resolución que le faltaba en la vida, pero que había mostrado en su estado de embriaguez. Este cambio no solo fue duradero, sino que se reflejó en sus sentimientos y decisiones. En este caso particular, la paciente había experimentado anteriormente algunos momentos de una libertad excepcional bajo los efectos del LSD, en un entorno no terapéutico, pero esta libertad no se había trasladado a su vida. En esta ocasión, sin embargo, cuando ni siquiera recordaba lo que había sentido y dicho, su pérdida temporal de control resultó ser una catarsis que cambió su vida. El otro caso fue similar en esencia: el de una mujer con un problema de frigidez y con un carácter ligeramente compulsivo, que se revolcaba y hablaba durante horas sin recordar su experiencia, pero que salió de su sesión muy refrescada y con una capacidad de disfrute sensual desconocida para ella hasta entonces. Al mencionar estas dos experiencias, quiero compartir el sentimiento de confianza que me ha quedado después de la 247

El viaje sanador

preocupación inicial ante sus efectos; una confianza que, creo, puede ser beneficiosa para que otros pacientes se sientan rodeados de ella en situaciones similares. Nosotros, los psiquiatras, tendemos a poner mucha fe en el valor de la expresión verbal y a subestimar el valor de la expresión motora tal como la muestran estos pacientes, llamándolo simplemente excitación psicomotora. Aunque los casos puros de ello, como los anteriores, son raros, creo que es importante conocerlos, debido a la luz que arrojan sobre la dimensión no verbal de cada experiencia con drogas, si no de cada sesión terapéutica.

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v ibogaína, fantasía y realidad

La ibogaína es uno de los doce alcaloides obtenidos de la raíz de la planta Tabernanthe iboga, originaria del África Occidental. Según informes imprecisos sobre su uso local en el Congo, se creía que era principalmente un estimulante, y por ello se menciona en la obra Las drogas y la mente, de Robert S. de Ropp. El extracto de iboga se introdujo también como estimulante en la medicina francesa hace varios decenios.1 En julio de 1966 presenté, en la conferencia sobre sustancias psicodélicas organizada en San Francisco por el roshi Richard Baker para la Universidad de California, un informe sobre mi trabajo inicial con el alcaloide como complemento de 1. El hallazgo de Gershon de que la ibogaína es un IMAO (inhibidor de la monoamino oxidasa) explica su uso clásico y demuestra que fue el primer antidepresivo de este tipo en la medicina oficial, mucho antes de la llegada de la iproniazida, el Tofranil, etc. 249

El viaje sanador

la psicoterapia, en el que se describían los efectos alucinógenos de las dosis más altas de ibogaína. Desde entonces, un número cada vez mayor de psiquiatras, sobre todo en América del Sur, la ha utilizado en un contexto similar. Para la redacción del presente informe, he examinado los apuntes de cuarenta sesiones terapéuticas con treinta pacientes, en las que utilicé o bien ibogaína o bien extracto de iboga total, además de diez sesiones con un grupo diferente, en el que usé el extracto de iboga junto con una u otra anfetamina. En mis declaraciones generales, también me baso en una experiencia más amplia, no documentada por notas, que podría utilizar para las estadísticas. Se trata, en parte, de la experiencia directa con otros pacientes y, en parte, de la información acumulada en las reuniones clínicas con mis colegas de la Universidad de Chile. Estimo que el número total de tratamientos de los que he sido testigo o que he conocido indirectamente es de un centenar, aproximadamente. En cuanto a los efectos físicos, ni la ibogaína ni los alcaloides harmala causan dilatación de las pupilas o un aumento de la presión sanguínea, como es el caso de los alucinógenos similares al LSD o los derivados de la anfetamina MDA y MMDA. La ibogaína también se asemeja a la harmalina en el sentido de que provoca una alteración del equilibrio corporal y vómitos con mayor frecuencia que cualquier otra sustancia química que afecte a la mente, aparte del alcohol. Ante la alta incidencia de estos síntomas, es aconsejable administrar la droga cuando el paciente tiene el estómago vacío, y no utilizar más de 4 mg por kilogramo de peso corporal en una primera sesión. La dosis óptima puede oscilar entre 3 y 5 mg por kilogramo, dependiendo de la sensibilidad del 250

Ibogaína, fantasía y realidad

individuo a la droga.2 La dramamina también puede utilizarse como preventivo de los vómitos, ya sea en una primera sesión o después, si se sabe que el sujeto muestra una tendencia a reaccionar con vómitos. Un cómodo sofá o cama debe ser incluido en el entorno del tratamiento, ya que la mayoría de los pacientes desean estar acostados durante las primeras horas, o incluso durante la mayor parte de la sesión, y sienten náuseas cuando se levantan o se mueven. Sin embargo, otros sienten el deseo de moverse o incluso de bailar en algún momento de la sesión (treinta y cinco por ciento, según mis datos), y esto puede resultar un aspecto muy significativo de su experiencia, como se explicará más adelante. Por esta razón, es deseable un cierto grado de espacio para moverse. Procediendo al dominio subjetivo, se encuentra cierta similitud entre el contenido de las experiencias obtenidas con la ibogaína y las típicas de la harmalina, aunque es también en este ámbito donde la especificidad de cada uno se hace más notable. En términos generales, se puede decir que los contenidos arquetípicos y los animales son prominentes entre las visiones producidas por ambos, y las acciones involucradas en 2. Con tales dosis tomadas oralmente en una cápsula de gelatina, los síntomas se manifiestan unos cuarenta y cinco a sesenta minutos después de la ingestión. Estos pueden extenderse de ocho a doce horas, y algunos pacientes han informado de secuelas subjetivas incluso veinticuatro (veinte por ciento), treinta y seis (quince por ciento) o más (cinco por ciento) horas después. Sin embargo, incluso en esos casos, el paciente suele ser capaz de funcionar normalmente después de seis a ocho horas desde el comienzo de los efectos. En la mayoría de los casos, he terminado la sesión terapéutica en siete horas o menos, dejando al paciente en agradable compañía. 251

El viaje sanador

la trama de las secuencias oníricas a menudo se acompañan de visiones de destrucción o de sexo. A pesar de la similitud señalada entre la ibogaína y la harmalina, hay especificidades de la primera que le otorgan un lugar propio en la psicoterapia. La ibogaína provoca una experiencia que no es tan puramente visual y simbólica como la de harmalina. Con ninguna droga he sido testigo de explosiones de rabia tan frecuentes como con esta en particular: la agresión es un tema frecuente en las experiencias con la harmalina, pero en ella solo se representa con símbolos visuales. La trimetoxianfetamina (TMA) —que, según se ha informado, libera los sentimientos de hostilidad— se caracteriza, según mi experiencia, por un estado de delirio en el que la hostilidad se expresa en forma de pensamientos paranoicos más que como un sentimiento real. Con la ibogaína, la ira no se dirige (mejor, diría que se transfiere, en el sentido psicoanalítico) a la situación presente, sino más bien a las personas o situaciones del pasado del paciente, hacia quienes, y por quienes, fue originalmente despertada. Esto concuerda con la tendencia general de la persona bajo los efectos de la ibogaína de preocuparse por las reminiscencias y fantasías de su infancia. La importancia que adquieren los animales, los hombres primitivos, los temas sexuales y la agresión en las experiencias con la ibogaína y la harmalina, justificaría que se las considerara como drogas que sacan a relucir el lado instintivo del psiquismo. Este acento en el hombre-animal contrasta con el efecto de los psicodélicos etéreos o aéreos, que ponen de manifiesto al hombre-dios o al hombre-diablo, y con las drogas centradas en el ser humano como la MDA o la MMDA, que 252

Ibogaína, fantasía y realidad

llevan a la persona a concentrarse en su individualidad y en su relación con los demás. Aparte de las diferencias en la calidad de la experiencia con la ibogaína, también existen diferencias de contenido respecto a la harmalina: un contenido que es menos puramente arquetípico, con más imágenes de la infancia y ciertos temas que, al parecer, son específicos del estado mental evocado por el alcaloide, en particular las fantasías relacionadas con fuentes, tubos y criaturas de los pantanos. El lector apreciará esta especificidad a lo largo de las ilustraciones clínicas de las siguientes páginas. El primer informe de un caso que presento consiste en la descripción de una sesión completa. La variedad de episodios que contiene puede servir como un panorama condensado de los diversos efectos de la droga, y nos lleva a valorar cuán relevantes pueden llegar a ser en psicoterapia. El protagonista de este ejemplo es un médico en formación psiquiátrica cuyo interés en un encuentro terapéutico surgió a partir de una sensación de falta de contacto con los demás y de su dificultad para entregar todo su ser a su vida amorosa, a su trabajo o a su obra en general. «Siento que mucho de lo que hago es automático y que no tiene un valor —dijo—. Me gustaría que mi contacto con los demás fuera más de esencia a esencia». Como preparación para la sesión con ibogaína, se había sometido a cuatro sesiones de terapia gestalt y cumplió con la petición de que escribiera una autobiografía. Cuarenta y cinco minutos después de la ingestión, informó de una gran relajación y de un deseo de acostarse. Así lo hizo, doblando los brazos y las piernas y cerrando los ojos, mientras escuchaba un 253

El viaje sanador

disco que había traído consigo. Cada nota de la música era clara y contundente, de una manera que dijo no haber escuchado nunca antes. Cuando abrió los ojos, se sorprendió por la belleza y la riqueza de detalles de los objetos de la habitación, que no había notado previamente. Mirando las fotografías del libro The Family of Man, que estaba al lado del sofá, tuvo una visión tanto del significado de las escenas como de sus propias actitudes. Después de esto, sintió ganas de volver a acostarse, y cuando cerró los ojos tuvo una fantasía en la que aparecía su padre haciendo muecas como en un juego y con una sonrisa satisfecha. Comentó que así era como la expresión de su padre debió de haberle parecido cuando era pequeño. Pero entonces la expresión de su rostro se convirtió en una contorsión de enorme rabia. Visualizó a una mujer desnuda con redondas caderas que ocultaba su cara entre los brazos, y luego apareció su padre, también desnudo, cayendo sobre ella para penetrarla. Sintió una rabia controlada en la mujer, a la que ahora identificaba como su madre. Elegí esta secuencia como punto de partida para un procedimiento terapéutico y le pedí al paciente que hiciera que estos personajes hablaran entre sí. Fue un medio para sacar a la luz el contenido latente de las imágenes, para que se fuese consciente y explícito. «¿Qué dice ella?». «Vete». «¿Qué siente él?». No se lo podía imaginar. «Tal vez perplejidad», sugirió. Este era un momento apropiado para dar otro paso en la misma dirección, es decir, para desplegar y llevar a las esferas del sentimiento y la acción el significado que está empaquetado en la fantasía. «Ahora conviértete en tu padre —le pedí—. Conviértete en él sacando tu mejor habilidad dramática y, 254

Ibogaína, fantasía y realidad

desde ahí, escucha lo que te ha dicho ella». Ahora se encontró capaz de hacerse pasar por su padre y sintió, no perplejidad, sino una gran pena, sufrimiento y rabia ante el rechazo. Escribió al día siguiente: «Veo a mi madre dura, sin afecto y asustada, y ya no considero a mi padre como ese ser insensible que la hiere con sus aventuras amorosas, sino como alguien que quiere abrir la puerta de su amor sin éxito. Sin embargo, siento compasión por mi madre». Siguió la fantasía de ser lamido por un león, y luego una leona le arrancó los genitales a mordiscos, dejándolo como un muñeco sin vida. En este punto, dejó el sofá, caminó alrededor de la sala y salió al jardín, donde todo le pareció «como si existiera por primera vez». Volvió a la habitación, puso en el tocadiscos La consagración de la primavera, de Stravinski, y con las primeras notas se sintió atraído a moverse, concretamente las manos. Así es como describió la experiencia más tarde: «Poco a poco me entregué al ritmo, así que pronto me encontré bailando como un poseso. Me sentí equilibrado, expresivo y, sobre todo, yo mismo. En un momento dado, me vi en el espejo y noté un movimiento convencional de las manos que no provenía de la música. Lo rechacé de inmediato. Cuando una parte del disco se acabó, le di la vuelta y seguí bailando. No sentí ninguna fatiga, y el movimiento me proporcionó un gran placer». Después del baile, propuse que trabajáramos en un sueño, que no describiré, aunque era importante para darle un mayor sentido de su propio valor. Siguiendo el sueño, miró las fotografías familiares que había traído consigo y que ayudaron a aclarar más su relación con su padre y su madre. Cuatro horas 255

El viaje sanador

después de que aparecieran los primeros síntomas, sintió que gran parte del efecto de la ibogaína había desaparecido. Habló con algunos amigos que vinieron. «Algunos rostros los vi muy hermosos y expresivos —informó más tarde—. Otros los vi distantes, temerosos, y no mostraban su belleza, sino que la escondían detrás del miedo». Esta percepción de las máscaras que la gente usa, como él dice, continuó al día siguiente. Después de la sesión, el sujeto sintió que la experiencia había sido valiosa para él en varios sentidos. Al cabo de un mes, señaló diferentes aspectos de su vida en los que sentía mejoría. A uno de ellos se refiere en los siguientes términos: Una finura de percepción, una revelación de lo verdadero o genuino, un conocimiento de que hay cosas falsas e incompletas en el mundo, actitudes humanas que no son completas, experiencias que se diluyen, obras que están a medias. Ahora siento la necesidad de ir más allá de esto. Y reconozco la agresión como un medio para trascenderlo.

Quizás sea este el momento apropiado para mencionar que, a pesar del deseo del sujeto de pasar por la experiencia, podría haber sido descrito como un viscerotónico satisfecho, despreocupado y pasivo, y que ahora, sin embargo, se ha vuelto una persona más esforzada, activa y firme. Otro beneficio de la sesión, según su informe, es que sus relaciones familiares se han aclarado. Ahora siente que puede ver a sus padres como realmente son; se ha dado cuenta de lo «castrante» que había sido la relación con su madre. Como tercer beneficio de la experiencia, cita el conocimiento o la consciencia del cuerpo como medio de expresión, 256

Ibogaína, fantasía y realidad

como se hizo evidente para él durante el baile: «Era importante para mí saber —afirma— que hay movimientos míos que no son míos sino prestados, utilizados con fines, pero que no emanan de un ser interior». Esta consciencia de la distinción entre lo que proviene de su «ser interior», y lo que no es realmente suyo, parece la misma capacidad para diferenciar lo que es genuino de lo que no lo es en otros dominios, y es la fuente de su nuevo anhelo de mayor profundidad en la experiencia, en la acción y en las relaciones. También tiene que ver con lo que él considera otra área de progreso, que es una conciencia duradera acerca de las «máscaras»: «una conciencia de cómo se manipulan los rostros, y cómo detrás de las máscaras hay miedo». Finalmente, el paciente ha descubierto tanto una falta de experiencia de lo religioso como el hecho de que lo que solía considerar como sus problemas religiosos eran solo asuntos imaginarios. A todo ello hay que añadir que el sujeto había sido un católico devoto y bastante proselitista, criado en una escuela religiosa y miembro de varias organizaciones devotas. Para las personas que lo conocían bien, y para mí mismo, gran parte de su religiosidad parecía convencional, y algunos problemas que calificó como «religiosos» tenían que ver con la decisión de aceptar o de rechazar una autoridad religiosa dogmática. Cabe señalar que su toma de conciencia acerca de la diferencia entre los conceptos de religión y de experiencia religiosa propiamente dicha no fue fruto del debate sobre su vida y sus problemas, sino que surgió espontáneamente al ver las fotografías de la colección The Family of Man, donde encontró la imagen de un monje budista rezando con verdadera devoción 257

El viaje sanador

junto a otra de un hombre arrodillado con un respeto idólatra hacia la autoridad religiosa. La sesión que he relatado brevemente muestra una variedad de situaciones que han sido fuente de insights y de beneficios terapéuticos: relajarse, bailar, mirar objetos y personas, fotografías, representar fantasías, trabajar en un sueño, un ensueño guiado... Todos estos son dominios posibles para el despliegue del ser y del autodescubrimiento, o para procedimientos psicoterapéuticos más elaborados. En el caso de esta persona en particular, encontramos que es de su contacto con el mundo exterior de lo que podemos hablar más apropiadamente en términos de autodespliegue, autoexpresión, autodescubrimiento. De hecho, su experiencia básica fue, en la danza, la de su propio estilo y sus propios movimientos; la observación de objetos o personas externas le llevó a descubrir la verdad de las cosas mediante el uso de sus propios ojos, cuyo funcionamiento, en cierto modo, había dejado en suspenso. La fantasía, sin embargo, tenía una cualidad experiencial diferente. La escena sexual en la que su madre rechaza al padre, o la de la leona castradora, o la secuencia de sueños, que he omitido en pro de la brevedad, expresan su psicopatología más que su cordura y su personalidad fragmentada más que su ‘yo’. Mientras que la vida puede ser el mejor psicoterapeuta en los momentos en que fluye a su ritmo natural y sin distorsiones, no es así en los momentos en que los subyoes de la persona están en conflicto. Es aquí donde el psicoterapeuta se encuentra en su propio elemento. Aquí, su función, como la del chamán esquimal, es la de encontrar almas perdidas. En consecuencia, es con los lados más oscuros de las experiencias de la ibogaína con los que tratará la mayor parte de este capítulo. 258

Ibogaína, fantasía y realidad

Sin embargo, antes de entrar en ese dominio, debemos tener en cuenta la forma más típica de la experiencia cumbre de la ibogaína, que es precisamente la que el sujeto del ejemplo anterior no mostró. Mientras que, en su caso —probablemente debido a su carácter extrovertido—, fue su contacto con el mundo exterior lo que estuvo impregnado de las particularidades de la experiencia cumbre, para otros es el medio simbólico de la imaginería el que refleja tal cualidad, asumiendo formas de gran belleza y sentido, o el significado del mito a desvelar. Este es el reino de la experiencia arquetípica, si tomamos la expresión en su significado más común, que destaca el aspecto visual de la representación. Sin embargo, sobre todo a partir de mi experiencia en el trabajo con la ibogaína, creo que la esencia de un arquetipo no es el símbolo visual, sino la experiencia que este transmite, y tal experiencia puede encontrar una forma de expresión motora (danza, rituales) igual que la que se proyecta en la percepción del mundo exterior. Este fue el caso de nuestro paciente cuando percibió las cosas «como si acabaran de ser creadas», o cuando experimentó un sentimiento de comunicación con la propia identidad de otras personas más allá de sus máscaras, o cuando, al mirar las fotografías, se hizo propenso a ver cada gesto como un símbolo y como la encarnación de una intención trascendente o, por el contrario, como algo notable por su falta de sentido. Cualquiera que sea la validez de hablar de percepción, movimiento, pensamiento o relación arquetípicos, así como de imaginación arquetípica, esta última es un acontecimiento psicológico distinto que ha formado parte de la experiencia, ya sea fugazmente o a lo largo de gran parte de la sesión, de aproximadamente la mitad de las personas que 259

El viaje sanador

tomaron ibogaína. A continuación, incluyo algunas citas de un relato retrospectivo sobre uno de estos temas: Veo AZUL, azul, azul. Estoy en el suelo, pero con el cuerpo en posición vertical. Puedo girar fácilmente hasta adoptar la postura sentada. Todo es azul... azul... Todo es hermoso. Extiendo mi brazo y, al girar, dibujo un círculo a mi alrededor. Estoy sentado en el suelo, y dibujo un círculo blanco a mi alrededor en esta atmósfera azul turquesa en la que floto. Luego dibujo con mi mano un círculo blanco más pequeño mientras miro hacia arriba. Estoy completamente rodeado por esta atmósfera azul en la que veo un círculo blanco a mi alrededor y un círculo más pequeño arriba... blanco también. Esta atmósfera es densa. Trato de mirar a través de mi círculo superior... ¿Un periscopio? ¿Qué es lo que hay? Un rayo de luz clara se está formando en esta densa atmósfera azul. Se está convirtiendo en un rayo de luz. Miro, miro a través de mi círculo blanco, miro, y hay más luz entrando en este tubo, más luz blanca, más y más, con una fuerza cegadora y que lo llena todo, y siempre más. Y más, y más. Miro a través de ese rayo de luz blanca y sé que Él está ahí, Él, y... y esa luz, ese tubo, ese inmenso rayo blanco más allá, ¡es azul, azul, AZUL! (y este es un azul diferente al de la primera vez). Este es un azul puro, limpio, transparente, eterno, infinito, sereno, que se eleva, ¡ese es el TODO! Blanco-azul que es distancia sin física, enormidad sin medida, Universo sin leyes. Era Dios. Era Dios. Dios. Dios. Esto fue inesperado. Lloré. Lloro ahora y cada vez que lo recuerdo. Me retiro para recordar y llorar. 260

Ibogaína, fantasía y realidad

Otra vez la nada. Siento la plenitud en la relajación como después de un gran dolor. Estoy en el suelo otra vez y escucho la música de la radio con ritmos rápidos. Ahora es mi cuerpo el que responde, no mi mente ni mi espíritu. Me siento como un cachorro. Estoy rodeado de otros cachorros y juego con ellos. Escucho sus dulces ladridos. Entonces creo que soy un gato... ¡No! ¡Soy un poni! Galopo. Ahora soy algo así como un tigre... como... ¡soy una pantera! ¡Una pantera negra! Me defiendo, retrocedo. Respiro con fuerza, con la respiración de una pantera, ¡con la respiración de un felino! Me muevo como una pantera, mis ojos son de pantera, y puedo ver mis bigotes. Gruño y muerdo. Reacciono como una pantera que se defiende y ataca. Ahora escucho los tambores. Bailo. Mis articulaciones son engranajes, bisagras, tuercas. Puedo ser una rodilla, un tornillo, puedo ser cualquier cosa, casi todo. Y me pierdo de nuevo en ese caos de la nada y en las sensaciones que se relacionan con ideas abstractas, con formas vagas y cambiantes, donde está la intuición de la verdad de todo y un Orden que uno está a punto de descubrir.

Y hacia el final de la sesión, cuatro horas más tarde: De nuevo en la nada. Cansancio. Estoy de rodillas en el suelo, mis manos en la alfombra, mi cabeza colgando. Siento que la ola viene de nuevo, el mareo se apodera de mí. Presiono el suelo... estoy sobre una tapa... una gran rueda que también es una tapa, ¡y debo abrirla! Me esfuerzo al máximo para hacerla girar, agarrando los radios. La tapa gira, gira. De repente me encuentro debajo de ella, en una gran rueda con 261

El viaje sanador

radios y espacios entre ellos. Hay un eje grueso en el centro que parece unido a la tapa, y también va más allá bajo la rueda en la que estoy. ¿Cómo he caído aquí? No puedo explicarlo. No me di cuenta cuando me caí... debo salir de aquí... ¡debo salir! Subir es imposible. Debo estar aquí abajo. A través de los barrotes veo una profunda oscuridad. Tal vez caiga por ese tubo de vacío... No importa... Debo salir de aquí, lejos de esta rueda que está suspendida en este tubo sin paredes. Tal vez a través del mecanismo del eje... Sé que esta rueda puede subir y bajar. Desesperadamente, busco entre las partes del mecanismo. Escucho la voz del doctor diciéndome: «Tú serás el eje». Sorpresa. Empiezo a sentirme como el eje. Acerado, duro, girando, girando, girando, con un ruido. Soy el eje durante horas y horas... No existe el tiempo cuando soy el eje. Giro y hago ruido. Giro, giro, giro... Siento que estoy levantando mi eje derecho, que gira. Me elevo lentamente hasta el límite de lo estirable, siempre como un eje. Mi mano, entonces, se mueve hacia adelante. Tengo una daga en la mano, ¡y voy a matar! ¡Voy a matar! Doy un paso adelante para matar. ¡Voy a matar a una... una... una... una... una momia! ¡Qué horrible es! ¡Es el cadáver momificado de una mujer, seco, con una piel marrón como el cuero, y tiene una venda sobre los ojos! Y muestra una sonrisa espantosa y dulce, como si tuviera dulces sueños o escuchara irónicamente lo que está pasando. Hundo mi daga en ella dos veces. Siento que se rasga como el cuero. Me siento sucio, absurdo...

Estos extractos son suficientes para mostrar varios de los motivos característicos de las imágenes de la ibogaína: la luz (y 262

Ibogaína, fantasía y realidad

en particular sus colores blanco y azul), los animales (y más específicamente los felinos), el movimiento de rotación y las formas circulares, y el tubo. En el presente contexto, el tubo está claramente vinculado a la imagen de la oscuridad, el movimiento descendente y el encierro, constituyendo un complejo que es el polo opuesto al del rayo de luz blanca que se eleva, y al sentido de libertad implícito en las escenas iniciales. Más adelante en este capítulo, explicaré con más detalle cómo la imagen del tubo puede desempeñar un papel importante en las sesiones de ibogaína, y si hubiera tenido más experiencia en este asunto en ese momento, habría esperado a que se completara el descenso que el paciente ya estaba previendo, y probablemente le habría animado a caer en la oscuridad. Sin embargo, el resultado de este episodio en particular —un repentino estallido de agresión que tuvo lugar al final— también ilustra un rasgo frecuente de las experiencias con la ibogaína, y sospecho que se trata de un avance terapéutico parcial. Esa hostilidad podría entenderse como el polo opuesto a la sensación de encierro de la imagen anterior, que a menudo he visto como su antecedente en otros casos, ya sea en forma de imágenes o como una sensación de restricción, falta de libertad, pesada apatía, o como una sensación física de estar encerrado y limitado en el cuerpo. Me siento atraído a interpretar tales experiencias como un giro hacia el interior y una parálisis del potencial agresivo de la personalidad, que, una vez dirigido hacia su objetivo natural en el exterior, conduce a sentimientos de alivio, libertad y poder. En este caso, sin embargo, la culpa que el paciente sentía después de apuñalar a la momia está lejos de tal alivio, y nos revela que se ha retirado 263

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de nuevo, sin que todavía se sienta libre de esta presencia femenina en su mundo interior. Uno podría preguntarse qué relevancia puede tener una experiencia tan impersonal como esta para el esfuerzo terapéutico, y más generalmente para los sentimientos o el comportamiento de una persona en el mundo cotidiano. En el presente caso, el sujeto no tiene dudas: En mi vida cotidiana, no dejo de descubrir pequeños detalles así de importantes. Todo lo que dije tenía una trascendencia, una realidad simple y verdadera, una importancia en términos de sinceridad que tiene aún hoy y que seguirá teniendo mañana. No reaccioné de manera normal a las cosas, sino de una manera que era... ¿emocional? No... sensible. No hablé vagamente, sino directamente al grano, y tomé decisiones sabias.

Esta primera repercusión de la sesión podría entenderse como una transferencia de un modo arquetípico de percepción a la vida cotidiana, no en el sentido literal de alucinar, sino en el sentido de ver las palabras y acciones ordinarias como instancias de significados más universales. Incluso cinco meses más tarde, pensó que sus juicios sobre situaciones personales, asuntos estéticos y temas cotidianos le parecían «más completos» que antes. Otro efecto de la sesión fue en su estado de ánimo. Su descripción del mismo fue «tranquilidad espiritual». Había sido propenso a sentirse apurado la mayor parte del tiempo, ansioso por el gasto de tiempo y esfuerzo; ahora habla de «una tranquilidad ante la certeza de que el mundo entero, del que 264

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soy espectador y parte, está vivencialmente dentro de mí, y no es algo remoto o misterioso». En su relación con los demás, el efecto posterior fue el de una mayor empatía, resultado de su propia introspección mejorada. Cuatro meses después de la sesión, dice: «Vi que tenía muchas partes, y para cada una había un pequeño todo. Y vi que el resto de las personas eran iguales. ¡Había tanta intensidad de contacto humano en esos días! Me vi a mí mismo en cada actitud de los demás hacia lo que les interesaba. No me identificaba con ellos como un todo, pero los entendía desde dentro». No he visto que una experiencia de contenido arquetípico tenga necesariamente las consecuencias que tuvo esta en particular. Tanto la ibogaína como la harmalina pueden provocar secuencias míticas, oníricas, que se contemplan con poca implicación emocional, siendo el resultado de tales sesiones igual al que podríamos esperar de la exposición a una película de contenido similar. Sin embargo, la experiencia descrita anteriormente difiere de la contemplación pasiva de una película en que el sujeto participa definitivamente en cada una de las escenas. Él era el receptor de la luz, era él quien se convertía en animales o en piezas mecánicas, y mientras se veía a sí mismo en la tapa circular y trataba de abrirla, en realidad presionaba con las manos en el suelo. No solo se experimentaba a sí mismo como actor de su propia fantasía, sino que reaccionaba a los acontecimientos con sentimientos intensos y movía continuamente su cuerpo. Así como el impacto de una obra de arte dependerá de que vayamos más allá de nuestras percepciones sensoriales, requiriendo alguna medida de empatía, y así como una novela 265

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no tendría sentido para nosotros a menos que pudiéramos identificarnos con sus personajes, metiéndonos en sus zapatos o reconociéndolos implícitamente como partes de nuestro teatro interior, lo mismo puede decirse de las producciones de fantasía. El que estas aparezcan para la persona como producciones de su cerebro, poco interesantes y sin sentido, o como jeroglíficos sugestivos o como revelaciones trascendentes, dependerá con toda probabilidad del grado de su contacto con su vida inconsciente en general, y con el manejo que se haga de una sesión. Pero creo que esto también puede estar sujeto a alguna regulación farmacológica, y más adelante hablaré de la asociación de la ibogaína con las drogas potenciadoras del sentimiento. Al comentar su sesión, el paciente dijo, más tarde, que fue una sorpresa para él, dadas sus previas expectativas románticas. En lugar de una experiencia de integración en el «orden cósmico o en la raza», «lo simple y primordial, lo elemental y lo telúrico» y, en definitiva, lo misterioso, encontró «un mundo propio, personal, sincero, sencillo, que tal vez coincide en cierta medida con todas las experiencias de mi vida, que no son tan numerosas como me hubiera gustado, pero que son mías. Sí. Era una mezcla de desencanto y asombro. ¡Maravilla! El pájaro azul está en tu casa».3

3. El cuento del pájaro azul es una antigua historia, probablemente árabe, aunque reelaborada por Maeterlinck, que Claudio Naranjo gustaba de relatar. Cuenta la búsqueda, a lo largo de muchos años y países, de esta ave que simboliza la felicidad, la conciencia o incluso la iluminación. Al no obtener resultados, el ya anciano protagonista regresa y descubre que, en realidad, el pájaro azul anida en el jardín de su propia casa. (N. del E.) 266

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En general, creo que este es un informe significativo en el sentido de que nos pone al corriente de la importancia de una experiencia prácticamente sin contenido personal. Esto puede parecer una afirmación contradictoria con la del paciente, que afirma haber descubierto la riqueza de su propio mundo. Podemos decirlo de otra manera, y afirmar que el único elemento personal en la experiencia del sujeto es la de sí mismo como contenedor de todos sus sentimientos, la fuente de todas sus imágenes y acciones. Pero estos sentimientos, imágenes y acciones no son los de su vida consciente anterior. Para cualquiera que viera sus movimientos, se parecerían más a los de un ritual que a los de la práctica, así como sus sentimientos están en el dominio de lo religioso o estético, y sus imaginaciones en el de lo mítico más que en el de lo personal. Y así como su experiencia tuvo un valor intrínseco para él en ese momento, su consecuencia natural es, por lo visto, una mejora de esos matices estéticos, religiosos y míticos en la realidad cotidiana, y un aumento de la inspiración que le produce una íntima sensación de satisfacción. Solo hacia el final de la sesión, en la última secuencia citada, aparece el conflicto, y podemos sentir una realidad personal detrás del velo de la simbólica escena del crimen. El hecho de que este fuera el último episodio de fantasía de la sesión sugiere que podría haber continuado mostrando material más personal y psicopatológico, pero que fue reprimido, y en cualquier caso no podemos saberlo. Sin embargo, sé por otras instancias que una experiencia cumbre no comporta necesariamente la trascendencia de conflictos personales crónicos. Puede, simplemente, suceder que estos no llegan a 267

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ser despertados por la situación real o imaginaria que es el centro de atención del sujeto. Creo que puede ser útil, en este sentido, examinar una experiencia cumbre en términos de su totalidad, y no solo de su calidad. Así como he hablado de experiencias visuales arquetípicas que son incompletas en el sentido de que el sujeto no se siente involucrado en la acción simbólica, también hay otras en las que el elemento motor puede predominar, con leves concomitantes ideacionales, o —con otras drogas más que con la ibogaína— las sensaciones pueden estar disociadas de la acción o la comprensión. En el presente caso, creo que el carácter incompleto de la sesión debe situarse en la esfera de lo relativo. Así como el paciente extrovertido de nuestro ejemplo anterior experimentó momentos de realización en el contacto con otros (e incluso viendo fotografías de otros u objetos), el sujeto introvertido de esta sesión se expresó mejor en imágenes y movimientos, y no en la percepción del mundo exterior o en el contacto. Incluso en sus imágenes hay un predominio de elementos, objetos y animales sobre los seres humanos. Cuando aparecen otras personas (que he omitido de la cita), son vagas, desconocidas, semimíticas y prácticamente sin relación con él en la trama de su fantasía, excepto al final, en el apuñalamiento de la momia con la daga. Aparte de la ira y el consiguiente sentimiento de suciedad en esta escena, los sentimientos interpersonales están ausentes de su sesión, mientras que en una experiencia cumbre completa sería de esperar que se expresaran sentimientos de amor, así como de belleza y de santidad. En el momento de esta sesión, todavía no estaba tan familiarizado con el uso de la ibogaína como para tomar la iniciativa de presentar al paciente el desafío de la relación interpersonal, 268

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sacando a relucir tanto las cuestiones (presumiblemente) evitadas como su psicopatología. Sin embargo, esto es lo que he hecho desde entonces en mi práctica, y creo que la exploración del conflicto no solo puede conducir a un cambio más duradero, sino que de ninguna manera resta valor a la contribución de una experiencia cumbre. El siguiente ejemplo muestra cómo un estado de disfrute subjetivo y de integración relativa puede ser interrumpido por un cambio en la atención hacia una cuestión conflictiva, a medida que el paciente se enfrenta a emociones dolorosas, solo para ser reanudado con mayor plenitud después de que un problema se haya transitado con éxito. Este ejemplo procede del relato de una mujer de veintitrés años de edad, de carácter aparentemente apacible, sumiso y dependiente, que consultó en parte en cumplimiento de los deseos de su marido, y también con la esperanza de lograr una expresión más fluida de sus sentimientos y pensamientos. Su dificultad para comunicarse se había convertido para ella en una fuente de infelicidad en su matrimonio, y yo podía suponer, a partir de las entrevistas con su marido, que su vida con él debía ser una fuente de intensa frustración. Así lo expresó durante las dos citas previas a la sesión con iboga, no por falta de sinceridad, me pareció, sino por falta de conciencia sobre sus sentimientos. Aproximadamente en la tercera hora de la sesión, la paciente entró en un estado placentero de absorción en un mundo de imágenes: Estaba nevando. No era una nevada común. Los copos de nieve eran muy grandes, y se podían ver las partículas que 269

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los componían. Eran fibras muy finas con bordes irregulares, cubiertas con innumerables y pequeños diamantes. Los copos de nieve bailaban y jugaban. En medio de este festín de nieve me vi a mí misma como una hermosa joven, desnuda, con la piel muy blanca y el pelo largo y rubio. Bailé con los copos de nieve en lo que parecía un concurso de agilidad. Corrí detrás de ellos riendo, tratando de atraparlos, y cuando lo conseguí, los apreté contra mi cara. Todo estaba bañado en una luz dorada. Transmitía una sensación de libertad, belleza y alegría. Una gran paz me envolvió.

Lo relatado puede bastar como muestra de una experiencia cumbre vivida en el dominio simbólico de las imágenes visuales. El sentimiento dominante y el contenido del impulso (como es frecuentemente el caso en las experiencias cumbre de la ibogaína) es transmitido por las imágenes de la danza y la luz. La paciente tenía claro que la mujer que bailaba era ella misma, y disfrutaba sintiéndose tan llena de vida, hermosa y libre. Entonces sintió el impulso de bailar ella misma, en lugar de limitarse a mirar imágenes mentales, pero, curiosamente, no fue capaz de hacerlo. Se sintió débil y con náuseas, y volvió a acostarse. A partir de mi experiencia con la droga, tengo la impresión de que su efecto está estrechamente relacionado con el ámbito de la acción y, en particular, con el movimiento físico. Muchas de las imágenes pueden sugerir tal movimiento (baile, tambores), pero las experiencias que me han sorprendido como más satisfactorias y completas han supuesto la participación real del cuerpo (cabe señalar que la raíz de la iboga es consumida por danzarines rituales en Gabón). 270

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La calidad puramente visual de la experiencia descrita, más el repentino malestar que sintió al intentar representar con su yo físico la danza que estaba saboreando en su imaginación, me sugieren lo que podría ser una experiencia cumbre encapsulada: una que no puede ser llevada a cabo en más de un campo de experiencia, y que solo puede sostenerse a expensas de evitar ciertos sentimientos, cuestiones o áreas de conciencia. Esto no quiere decir que tal experiencia no tenga valor; por el contrario, tales evasiones pueden utilizarse como estrategia en la obtención de experiencias cumbre en las técnicas de meditación, donde se busca la inmovilidad e incluso la quietud del pensamiento. Pero una vez que se han logrado los sentimientos o entendimientos más elevados, la cuestión pasa a ser la de traerlos a la tierra, traduciéndolos en términos de acción y vida, y un paso crucial en este proceso me parece que es la simple conciencia del cuerpo y de su funcionamiento. En varios casos de terapia con ibogaína, he visto la transición hacia un estado más elevado de integración acompañado de un recuerdo del cuerpo y de sus sensaciones, después de un periodo de absorción en la fantasía, o de una apertura repentina de los cauces del movimiento. El presente caso no fue una excepción. Al sospechar que el carácter incompleto de la experiencia de la paciente estaba relacionado con la contención de sus sentimientos hacia su marido, sugerí que trabajáramos en un sueño que habíamos analizado el día anterior. Aquí está el relato de la paciente sobre este episodio: Mientras bailaba con un hombre guapo y viril, vi a mi marido convertido en un hombre débil y gordo, con mejillas rosadas y colgantes, riéndose de una forma femenina. Fui más 271

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allá del sueño original y describí cómo, al ver este horrible cambio, me di la vuelta y entré en la habitación de al lado con mi pareja de baile. Bailamos, y más tarde me llevó a casa. Nos despedimos en la puerta. Mientras entraba en el recibidor, me encontré con mi marido, que seguía siendo tan feo como antes. Al principio me encerré en mi habitación, pero el doctor me dijo que me enfrentara a él, y le dije lo feo y débil que me parecía. De repente, me encontré golpeando un cojín que representaba a Peter. ¡Mi mano voló! ¡Con qué placer lo golpeé! También le grité, regañándole y diciéndole que, si no cambiaba, prefería no volver a verle. ¡Qué alivio sentí después de haber gritado! Me sentí tan ligera... Me sentí feliz al saber que tenía el derecho de defenderme, porque tenía algo de valor. No necesitaba apoyarme en alguien como lo había hecho antes. Había sido horrible arrastrarme a los pies de los demás (imitaba este arrastrarse con las manos). Ya no era inútil, tenía tanta fuerza, y la vida ya no me parecía ridícula. Era un regalo (agradecí al doctor haberme dicho eso antes. Me dio un espejo). Me veía muy hermosa, tan niña todavía (antes de la sesión se había visto vieja y fea). Yo era una flor que acababa de abrirse al mundo, con una mirada radiante y una piel fresca. La línea de desprecio en mi boca había desaparecido. Mi cuerpo era ágil, lleno de vida. Por primera vez, me quise a mí misma.

Se puede notar que los términos en los que se describe a sí misma son muy parecidos a los que había usado anteriormente para describir su propia imagen en la fantasía: hermosa, joven, fresca, llena de vida. Pero ver estas cualidades en su 272

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propia carne o en el espejo requería algo más que el contemplarlas en su naturaleza esencial. Aquello exigía salir al encuentro con su cuerpo, hacerse presente en sus acciones, lo que significaba tener el coraje de romper la esclavitud del patrón de personalidad sumisa al que su cuerpo había estado sirviendo durante toda su vida. El cambio en ella era obvio para su marido y conocidos cercanos, e incluso después de un año, una amiga suya la describió con las siguientes palabras: «Desde el tratamiento, ella es como una flor abierta al mundo». En su matrimonio, fue paciente mientras hubo necesidad de que lo fuera, hasta que su marido enfermo se curó un año después. Pero aquella había dejado de ser la abnegada y compulsiva «paciencia» de la nocomunicación, sino que ahora era una basada en la autoaceptación y el amor comprensivo. Las tres sesiones ilustradas hasta ahora tienen en común lo que puede entenderse como una inusual y espontánea expresión del ‘yo’ de la persona, que tiene lugar en forma de acciones, bailes, sentimientos, percepciones o juicios. Al afirmar esto, me mantengo cerca de las descripciones de los pacientes acerca de sus experiencias, y del uso que hacen de la palabra ‘yo’, en lugar de especular sobre lo que podría ser este yo, o sobre la fuente de tal experiencia. El sujeto de nuestra primera ilustración subrayó que miraba las imágenes o a otras personas con sus propios ojos, y se dio cuenta de que no era él mismo el que estaba presente en su forma diaria y automática de percibir las cosas o de utilizar su cuerpo. Nuestro segundo sujeto también se quedó con una muestra de su propio mundo y «la certeza de que el mundo entero, del que soy espectador y parte, está experimentalmente en mí, y no es algo remoto o 273

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misterioso». Por último, la mujer del tercer ejemplo también sintió, al ver a la hermosa chica bailando entre los copos de nieve, que ella era la imagen de su verdadero ser; se maravilló ante «la riqueza de la vida que hay en mí» y terminó por amarse a sí misma —no con lo que solemos llamar amor propio, que no significa más que vivir para una audiencia mental, sino con un cálido aprecio por sí misma—. En contraste con tales experiencias de despliegue relativamente espontáneo del yo —ese centro de gravedad en el funcionamiento psicológico donde el individuo se siente completo, y en el cual sus impulsos no están en contradicción unos con otros—, hay un mayor número de sesiones en las que la autoexpresión del paciente necesita de la persuasión, o en las que la autoexpresión es virtualmente imposible antes de que se reconcilien los aspectos conflictivos de la personalidad. Dos dispositivos que me parecen útiles como aberturas para la autoexpresión (así como puntos de partida para procedimientos más elaborados) son la presentación de fotografías potencialmente significativas y la evocación de sueños o la creación de secuencias imaginarias. En ambas situaciones, el potencial de la ibogaína es bastante diferente del de otras sustancias. Bajo el efecto de los alucinógenos similares al LSD, las fotografías se ven con distorsiones que pueden apuntar hacia las proyecciones del individuo o, en las experiencias más intensas, que permiten traducir el estado mental en curso en un tipo particular de relación con la persona contemplada. Por ejemplo: «Pude ver la esencia de mi madre, por primera vez, y amarla más allá de su difícil personalidad. Al igual que ella no era responsable de su cuerpo, vi que estaba indefensa frente a 274

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su propia constitución psicológica, que tanto daño me había hecho. Pero no era ella misma, en realidad, lo que estaba viendo en ese momento». Con la MMDA, hay poco interés en mirar objetos externos en estados conflictivos, cuando las sensaciones físicas, las imágenes o los sentimientos intensos dominan la imagen, y donde el ahora es todo lo que importa. Sin embargo, en la experiencia cumbre de la MMDA, todos los estímulos son bienvenidos como parte del ahora, y en ese caso, la experiencia de mirar fotografías es también una de las formas en que se puede desarrollar la relación con otras personas involucradas con el estado mental en curso. La diferencia con el LSD radica aquí en la percepción realista que con la MMDA se tiene de los demás, tanto en el sentido de que se producen menos elementos proyectivos (no hay distorsiones) como en el de una menor desviación de la realidad circunstancial de las otras personas. Con la ibogaína, la situación es más comparable a la de la MMDA, donde hay un aumento de la percepción y de la respuesta emocional, así como pistas ocasionales para revivir los acontecimientos de la infancia. Encuentro que el dirigismo es más aceptable con la ibogaína, y esto permite la manipulación de los fantasmas aperceptivos, siempre que la experiencia no sea la de un yo desenmascarado viendo a otros detrás de sus máscaras. El potencial de la ibogaína en el trabajo con imágenes y sueños se puede ver en el siguiente ejemplo, en el que tanto esto como el uso de fotografías se ilustran en detalle. Comenzaré este relato desde el punto en el que sugerí al paciente (un artista de treinta y seis años llamado Jacob) que 275

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podríamos trabajar en un sueño que me había descrito la semana anterior. En este sueño, se sentaba a la mesa en la casa de sus padres, mientras que ellos parecían estar presentes en un rincón alejado de la habitación. Entonces, sintió algo entre sus dientes, que empezó a sacar en forma de hilos blancos, pero gradualmente se convirtieron en pequeñas criaturas verdosas. En este punto, se despertó horrorizado. En la sesión, se le propone al paciente que vuelva a experimentar el sueño, y resulta que, después de arrancarse hilos fibrosos y gelatinosos y seres vivos, no pasa nada más. Sin embargo, siente que hay algo aún por venir. Cuando se le instruye para que se convierta en los hilos y experimente el sueño desde ese punto de vista, pronto siente que se está convirtiendo en un gusano blanco de pelo oscuro. El gusano se convierte entonces en otro hilo, mitad blanco y mitad verde, del que salen patas y que se transforma en un pequeño animal verde parecido a un roedor. En este punto, vuelve a percibir imágenes delante de él, como en el sueño, y siente que no puede identificarse con ellas. El roedor se convierte ahora en un pato con un largo pico, y luego en una garza. «Conviértete en esa garza —le digo en este punto—. Siente lo que está sintiendo». «Entro en el pájaro —informa él—. Veo alas a los lados de esa cabeza que se está convirtiendo en la mía; empiezo a volar sobre el ancho y tranquilo mar. El cielo es de un azul puro sin nubes, y el sol arroja una luz blanca a lo largo de la línea del horizonte». Esta secuencia onírica continúa con él atravesando el sol y encontrando una enorme esfera blanca al otro lado del mismo. En este punto, le sugiero que volvamos al sueño original. 276

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De nuevo, saca hilos de su boca. Mientras saca los de color verde, comienza a brotarle un líquido blanquecino, enjuagándole los animalitos de la boca. Se siente sorprendido de que sean tan pocos y de que parezcan tan inofensivos, así que piensa que puede haber más de ellos. En este punto, observo que el sujeto abre la boca más y más, mientras se sienta gradualmente más erguido y estira los brazos y las manos, como si abrazara algo frente a él. Así es como más tarde describe este episodio: «El líquido que brotaba me humedece la mano con la que intentaba sacar a las pequeñas criaturas de mi boca, y extiendo poco a poco la mano sin evitar la humectación. El líquido se vuelve más blanco y más abundante. Me estiro y abro la boca cada vez más. El torrente lechoso tiene fuerza y presión. Coloco mis manos en él para que se puedan lavar también». (Con motivo de algo que dijo sobre este lavado en el momento de la experiencia, asocié su proceso con el trabajo de Hércules cuando limpió los establos de Augías desviando las aguas de los ríos Alfeo y Peneo). «Lavemos a Jacob, entonces», sugerí. En este punto, Jacob visualizó un cuerpo desnudo cuya cabeza no podía ver. Dirigió el flujo de savia lechosa hacia ese cuerpo, y lo atravesó por entero, lavando la cavidad del pecho y el abdomen. Sin embargo, cuando dirigió el flujo hacia la cabeza, se sorprendió al encontrar, no su propia cabeza, sino la de su madre (en resumen, su cara era, por lo visto, una máscara que se quitó para encontrar debajo la verdadera cara de su madre). Mientras continuaba el lavado, la madre abrió los ojos y comenzó a levantarse. Dejó la tierra y flotó más y más alto hacia una zona luminosa en las alturas. «La situación me resultaba muy extraña —escribió el paciente más tarde—, ya que no creía que 277

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hubiera un cielo al que elevarse». En este punto de la experiencia, notó una discontinuidad diagonal entre el área donde estaba la madre y donde él se encontraba, en la tierra. Se trataba de un plano transparente de un color marrón amarillento, que él percibió como dotado de una vitalidad visceral y que gradualmente evolucionó hacia una esfera. En esta esfera apareció un trono, y en él se sentó el dueño de la tierra. Era un personaje dominante. Jacob se acercó y se convirtió en él. Esto nos pareció un final lógico, y la secuencia del sueño se detuvo en este punto. Sin embargo, no hay ningún sentimiento que coincida con el contenido explícito de la fantasía. El sujeto informó más tarde que, de hecho, se sorprendió al no sentirse ni feliz ni triste. Como se verá, el paciente pasó por esta fantasía una vez más, unas cuatro horas más tarde, y en esta ocasión el resultado fue diferente. El éxito de este segundo intento fue probablemente preparado por las percepciones y sentimientos derivados de la contemplación de las fotografías familiares. Después de ver una foto de sus padres en su juventud, quedó impresionado por una en la que se les ve juntos después de varios años de matrimonio: «¡Qué cambio tan notable!», escribió más tarde en referencia a esta parte de la sesión. «Madre se había convertido en un ser intensamente sufriente y torturado. Las miradas de ambos están vueltas hacia adentro, y sus expresiones son muy tristes. Padre está tenso, sus labios apretados. Su nariz transmite violencia. Se le ve con cabeza dura e irritable. ¡Qué diferencia entre esto y el brillo de su mirada en la foto de 1910!». Tras describir las expresiones de sus padres, le sugerí que los hiciera hablar entre ellos. Fue realmente muy difícil para 278

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él, ya que, como ahora sabía, sentía que sería criticado por su madre por compartir su visión de ella con un extraño. Sin embargo, «Madre» finalmente habló: —Sé que este es un matrimonio de conveniencia, pero ¿por qué eres tan violento conmigo? ¿Por qué me gritas e insultas? —Debo hacerlo porque soy muy débil —dijo «Padre». El paciente se dio cuenta de lo aislados que están sus padres y de lo rígidos que son. —No es así como los vi en la experiencia de LSD —comentó—. Casi no parecen humanos, son como estatuas. —Tal vez los veas como monumentos —apunté. «En el momento en que escucho eso —escribió más tarde— me siento lleno del característico brillo de la claridad. He llegado al fondo. Veo hasta qué punto sigo construyendo monumentos o edificios funerarios a mis padres». Volvimos al diálogo. La madre dijo: —¿Por qué has sido tan malo conmigo? ¿No puedes darme algo de amor? El padre respondió: —No puedo amar porque me siento excluido de tu mundo, de tus amigos. Y ahora el sujeto tenía otra visión. Se dio cuenta de que era él mismo quien hablaba con su amante. Estimulado a imaginarla como presente y a hablarle de este sentimiento, le dijo: «Eres una puta y una extraña. No quiero amarte, porque te entregas a cualquiera». Cuando le sugerí que seguía hablando de ella en vez de a ella, se dio cuenta de que no podía hacerlo: «Es que me va a 279

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comer», dijo, y mientras hablaba, imaginó que había soñado con muchos animalitos porque los reales estaban más allá de su campo visual. Eran monstruos enormes que se comían a los niños, especialmente a los niños solitarios. —De acuerdo con esto —comentó—, cada mujer que es diferente de la madre (que es un «ser celestial») debe ser un monstruo al que sería mejor no acercarse demasiado, ya que puede comerse al «niño». No sé cómo escapé a ser impotente u homosexual… Es de suponer que estos conocimientos se volvieron importantes cuando el paciente volvió a la experiencia de su sueño. La sensación era que había habido algo incompleto en la contemplación previa del mismo. Aquí está la nueva secuencia, en las propias palabras del paciente: Las cosas ocurrieron como antes en la primera parte: los hilos, las criaturas verdosas, la rata, el pájaro, el lavado del cuerpo de Jacob, y el lavado de la cara de mi madre con los ojos cerrados en el arroyo lechoso. Soy consciente de que se trata de un acto sexual. Continúo lavándole la cara y me quedo con ella hasta que se eleva a las alturas. Ahora me dirijo al hombre de las sombras, que se sienta en su trono como un personaje dominante y amenazador. Vuelo hacia él para ver lo que me hará, ya que me doy cuenta de que este hombre no soy yo mismo. Cuando me acerco a esa altura sombría, veo que el hombre hincha sus mejillas y contorsiona su cara como para asustarme, moviendo sus brazos como un gran gorila. Y de repente me doy cuenta de que son las contorsiones del viejo y desdentado Padre. Y de repente, 280

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también, al acercarme más, veo que ya no hay carne en esa cara, sino solo hueso. Vuelo cada vez más cerca y finalmente llego al gran monumento. Vuelo a través de una de las cuencas de los ojos (el conjunto resulta ser una estructura artificial de hormigón) y salgo por el otro lado. Mirando hacia atrás, veo que el gran monumento no es más que una fachada, en ruinas por dentro. Ahora las ruinas desaparecen, y solo queda el asiento. Entiendo que este es el lugar que papá dejó, y lo tomo. No soy el dueño del mundo, pero he ocupado el lugar de mi padre. Y me doy cuenta de que ser padre es ser dueño del mundo. Una gran ola de risas y llantos me invade. Río y lloro durante mucho tiempo. Me liberé de una gran inquietud. Me sentí beatífico. Más tarde me pregunté: ¿En qué lugar puede dejarme mi padre? ¿Hay algo que haya admirado en él? Y recordé que era una autoridad en la fabricación de abrigos de piel. Era un maestro en su oficio, y yo siempre lo había respetado por eso. Me sentí aliviado y pensé que perseguiría una perfección similar a la de un escultor, y que la escultura en sí misma era, a otro nivel, como una herencia de mi padre. Ahora podía abrir los ojos y levantarme de la cama. Tengo mi lugar. No puedo ser excluido por nadie, en ningún lugar. Puedo conquistar mis miedos, ahora puedo atravesarlos. Tengo mi lugar. Ni siquiera es necesario ir o venir, olvidar o encerrarme en guetos. Tengo mi lugar dentro, fuera, con quien sea. No necesito pedir nada porque tengo mi lugar. No necesito ir o venir, huir, escapar, ya que tengo mi lugar. 281

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Todo es parte de MÍ. YO SOY. No es que deba esculpir. Haré mi trabajo, lo que me interese, donde sea, ya que, al ser parte de mí, no estoy atado a él en una simbiosis. Ni X ni Y me arrastrarán hacia ellos, ya que estoy donde realmente estoy. No hay necesidad de escapar de nada, agradable, desagradable, odioso o terrible, sea lo que sea, ya que siempre es posible ir más allá, a lo más definitivo, es decir, al interior. Disfruto sintiendo cómo resuena en mí: tengo mi lugar, tengo mi lugar, tengo mi lugar.

El beneficio terapéutico de la sesión se desprende claramente de las palabras del Jacob. Solo puedo añadir que este estado mental persistió. En esta sesión podemos reconocer varios elementos, mencionados con anterioridad en este capítulo, como rasgos frecuentes de las experiencias con ibogaína, y aquí muestran su lugar en el proceso terapéutico: los animales (los monstruos devoradores o el padre gorila), que simbolizan las fuerzas instintivas, las imágenes sexuales (lavar a la madre), el vuelo hacia la luz (el pájaro que se acerca a la luz blanca del sol y el ascenso de la madre a una zona luminosa), los sentimientos de resentimiento, la soledad, la exclusión («me siento excluido de tu mundo»; «eres una puta y una extraña») y, sobre todo, la situación edípica en la que se insertan los impulsos sexuales y agresivos. Si comparamos el primer sueño del paciente, que dio lugar a una sensación de incompletud, con la segunda secuencia, que terminó con las lágrimas de «llegada», vemos que la primera es el plano, y la segunda, el edificio real: un evento 282

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bidimensional en comparación con uno tridimensional. El primero plantea la cuestión de que el sujeto se relaciona con su madre y luego toma el lugar de su padre, pero su vida aún no está en ello; el desafío no es aceptado. En contraste con estas imágenes bastante indiferentes, las del segundo sueño están llenas de una carga instintiva, de la que el paciente debe responsabilizarse haciendo que el desarrollo de la escena sea el resultado de una decisión real. Es su obra. En particular, entre las principales diferencias entre las dos escenas se encuentran el reconocimiento de un elemento sexual en el lavado de la cara de la madre con la savia lechosa, y la actitud amenazadora del padre al acercarse el sujeto (a pesar de lo cual, se acerca). Creo que podemos asumir con seguridad que la diferencia entre el primer y el segundo intento se debió a la discusión de las fotografías, ya que este fue el punto en el que los sentimientos que dominan el sueño entraron en la conciencia del paciente y se hicieron realmente sentir. Aquí fue donde se insinuó por primera vez la supuesta brutalidad de su padre, experimentada tanto desde el punto de vista de su madre (una víctima) como desde el de su padre (hostil a causa de un sentimiento de rechazo). Con su propio sentimiento de rechazo ahora activado, con el reconocimiento de su propia necesidad en el deseo de su padre por el amor de su madre, y con su agresividad algo más liberada, Jacob estaba listo para la acción simbólica que significaba y demostraba su aceptación de su realidad instintiva. Con esta acción, deshizo literalmente el proceso represivo al que se había sometido desde la infancia frente a sus «monumentales» padres. Ahora ya no está dividido en «padre» y «madre», fragmentos de su personalidad que se rechazan mutuamente, sino 283

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que acepta su esfuerzo por ser un hombre y se ve a sí mismo como un padre con esposa e hijos en el mundo exterior. Se puede observar en retrospectiva que, en su anterior posición de autorrechazo, se identificaba con una imagen de madre parásita —siendo esta madre la que «excluye» al hombre (padre e hijo)—, en lugar de vivir su vida desde dentro hacia fuera. El establecimiento de las actitudes de «padre» y «madre» fue el punto de partida para el proceso de convertirse en uno con sus propios sentimientos, independientemente de la realidad histórica de sus padres. Por esta razón, podríamos decir que el primer proceso fue en la naturaleza de una fase analítica que hizo posible la síntesis en la secuencia de los sueños. He escrito en otra parte que la terapia con ibogaína es más adecuada para la exploración del pasado, en contraste con la MMDA, que es más adecuada para la clarificación del presente. Esto es cierto hasta tal punto que incluso se podría decir que, en contraste con el dictado de «Yo y Tú, Aquí y Ahora» —esa descripción comprimida de la terapia gestalt que se ajusta tan bien a la terapia con MMDA—, la de la terapia con ibogaína es típicamente una de «Él y Ella, Allí y Entonces». La razón es fácil de entender, ya que el efecto de la MMDA tiene lugar predominantemente sobre los sentimientos, mientras que la reacción a la ibogaína suele destacar por su énfasis en los símbolos, y solo por medio de los símbolos —conceptuales o visuales— podemos tratar una realidad que no está presente. Asimismo, existe una gran diferencia entre el dominio de la experiencia pasada a la que facilita el acceso la MDA y el que se expone por medio de la ibogaína. Mientras que con la 284

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primera se trata de recordar acontecimientos, y quizás de experimentar reacciones o sentimientos ante tales acontecimientos, con la ibogaína se trata de un mundo de fantasías que la persona descubre. Las imágenes parentales evocadas por medio de la ibogaína corresponden probablemente a la concepción que el niño tiene de sus padres, que todavía permanece en el inconsciente del adulto, pero no coincide necesariamente con la realidad de los padres. El proceso terapéutico con la ibogaína puede describirse como el de ver tales construcciones por lo que son, y de liberarse a través de la confrontación de ellas. En cambio, con la MDA, parece que la reminiscencia de los hechos reales es la confrontación que puede contrarrestar implícitamente el poder de las imágenes distorsionadas, ya que estas se basan en la negación de una realidad que el niño no puede afrontar en ese momento. Este «ver las cosas como son» en lugar de estar coloreadas por el sesgo de la imaginación o el prejuicio, también puede describir la visión de las cosas en el momento de una experiencia cumbre de LSD, pero esto normalmente se aplica al presente, y el dragón dormido de la fantasía vuelve a su puesto como guardián del camino. El paciente de nuestra última ilustración tuvo una experiencia de LSD de este tipo ocho meses antes que la de ibogaína, y algunas de sus reflexiones sobre la diferencia entre las dos drogas pueden ser de interés, debido a la luz más clara que arrojan sobre la naturaleza del proceso descrito en el relato anterior. Hablando del LSD, dice: Tuve la certeza de ver el mundo como es, por primera vez; como ha sido y será, independiente de mí mismo. Todo se hizo visible en sus detalles más matizados y fue una parte 285

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armoniosa e inteligible de un todo. Lo recibí como si fuera el paraíso y comprendí que lo había perdido en el viento de mi propio inser.4 Vi a mis padres por primera vez como eran, más allá de sus propios mitos. Los vi tristes, derrotados, abandonados a su separación. La experiencia con el LSD fue la de un visionario que miraba con los ojos bien abiertos, observando con asombro el mundo por primera vez, como se puede ver cuando se está libre de la pantalla del miedo. Sentí una necesidad urgente de recuperar ese mundo, ya que intuitivamente percibí que mi felicidad estaba allí. Comprendí que solo podría lograrlo trabajando en mí mismo con toda honestidad, sin miedo, o jugando al escondite. La ibogaína, por otro lado, me llevó a mirarme a mí mismo, hacia dentro, con los ojos cerrados. A través de un incesante suministro de imágenes mentales proyectadas en una especie de pantalla tridimensional, me obligó a encontrarme cara a cara con los monstruos de mi mundo interior, a permanecer con mis miedos hasta el final, sin las interrupciones que a menudo se producen en los sueños, y a luchar por mi camino más allá de las falsas e ilusorias amenazas que había erigido en mí mismo. A diferencia del LSD, la ibogaína me hacía ver a mis padres —los personajes centrales de mi escena fantasmagórica— de acuerdo con la imagen en la que estaban prisioneros en mi mundo interior: imponentes monumentos que cubrían todo el campo de visión. La ibogaína, que me permitió enfrentarme a estos gigantes legendarios, también me 4. Non-being en el original. (N. del E.) 286

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llevó a una zona donde era posible el combate abierto con ellos. Luché, y me di cuenta de que el camino de la libertad conduce a través de las ruinas de los miedos internos.

Un aspecto de la cita es que el paciente cree que la experiencia del LSD, al mostrarle el objetivo, le dio el impulso para luchar a través de la experiencia de la ibogaína y lograr sus objetivos. El LSD es como una mirada al aire libre desde una ventana; la ibogaína es más bien una ocasión para destruir el viejo edificio y hacer sitio para uno nuevo. Es más bien una «droga de trabajo», en el sentido en que facilita un proceso analítico sobre los obstáculos inconscientes de la vida. Creo que este paciente ha puesto de manifiesto la distinción entre la objetividad de «las cosas como son» y la experiencia subjetivamente contaminada. Naturalmente, no podemos percibir «las cosas como son» limitándonos a la conciencia de nuestras experiencias, pero estos términos apuntan a la contraposición entre dos formas de experimentar: una en la que la mente se vacía, por así decirlo, de preconceptos y capta la realidad «tal cual es», y otra en la que el mundo exterior se convierte en un espejo para las anticipaciones, expectativas y deseos personales. De entre todo ello, será una cuestión de gusto lo que consideremos como realidad: la de las cosas de ahí fuera, tan independiente como sea posible de nuestro ser, o la de nuestras propias construcciones. El mundo objetivo puede parecer más sustancial que un mundo de imágenes mentales fantasmales, pero no es el nuestro. Y nuestros fantasmas, mientras los albergamos, son lo que somos. Y si esto es el inser, también lo es la condición de tener un vacío receptivo en el interior. 287

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Un paso decisivo en el desarrollo de la experiencia de este paciente fue, podemos suponer, su decisión implícita de echar a «volar» hacia la amenazante figura paterna, ya que fue esto lo que le llevó al descubrimiento de su propio padre «interior», su componente masculino. La amenaza que transmite la fantasía habla de una barrera construida en el funcionamiento mental del sujeto, ya que habría alcanzado su integración psicológica mucho antes, si no hubiera sido por la renuencia a abrirse a ciertos puntos de vista o sentimientos. Cuando la barrera es demasiado grande, ni siquiera las directrices pueden sustituir a la iniciativa necesaria en la persona para dar el salto simbólico hacia el territorio de la amenaza. Las imágenes se desvanecerán (como en el siguiente ejemplo), o el contenido de los sentimientos se deslizará fuera de ellas. Pero un empujón externo puede al menos mostrar el estancamiento o resultar en la conquista de una porción limitada de tierra firme en el océano del inconsciente. Este impulso puede consistir en una dirección determinada, en un consuelo, en una llamada de atención en un punto en el que lo desagradable del proceso podría de otro modo incitar al sujeto a mirar hacia otro lado. Hasta cierto punto, este impulso viene dado por la mera presencia del terapeuta, lo que le da al paciente la suficiente seguridad como para soltarse y contactar con ciertos dominios de su mundo interior. A veces, el interés activo del terapeuta en lo que el paciente está experimentando complementa el desinterés de este en un momento crucial, y puede rescatarlo de un círculo vicioso de autodesprecio e inmovilización psicológica. Si bien en este caso el paciente se sentía listo para enfrentarse a la amenaza fantaseada, y fue impulsado a hacerlo gracias a la sabiduría de su inconsciente antes de esperar cualquier 288

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instrucción, el caso siguiente es uno en el que se necesitaron instrucciones persistentes para que la paciente se familiarizara con las imágenes amenazantes y las confrontara durante periodos de tiempo cada vez más largos. Esta sesión, en la que participó una mujer de treinta y nueve años, comenzó con un arrebato de ira contra su hermana, quien, en su opinión, no había confiado nunca en ella, ni la había amado, ni la había comprendido. En una rabia similar, se volvió entonces imaginariamente contra los demás miembros de su familia y, finalmente, contra su marido, a quien reprendió en voz alta. Al final, exclamó: «¡Soy libre! ¡Qué alivio siento!». Luego vino una fase de «luz blanca», seguida de una escena de pánico al encontrarse con una tribu de negros que tocaban tambores. Entonces, la que era una persona demasiado controlada y excesivamente «civilizada», se vio a sí misma con el pelo largo y una falda primitiva, golpeando también un tambor. A continuación, esta escena se interrumpió, y la «escena de la luz» comenzó de nuevo: Un rayo de luz viene hacia mí desde lo alto. Entra por la ventana de un gran campanario. Veo el cielo más allá, intensamente azul, con nubes blancas. Ahora otro rayo de luz viene de una alta montaña, y a medida que este rayo de luz dorada avanza, el otro (el del campanario) desaparece. Desaparece completamente, y un enorme sol de color rojo anaranjado comienza a avanzar. Ilumina el desierto y la habitación en la que estoy. Todo se inunda gradualmente de una luz rojiza. La habitación se vuelve más cálida y extremadamente hermosa. El sol me envuelve y me da su luz y calor. Tengo ganas de caminar, de pasear por la habitación, y cuando me levanto 289

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veo que estoy en un lugar negro, como un estanque de agua oscura. Solo hay un trozo de tierra, donde estamos juntos el doctor y yo. ¡Qué aterrador! A nuestro lado, como si saliera del agua, aparece un horrible monstruo. Es como un cocodrilo partido por la mitad. Intensamente verde. Su ojo, de lado, es el de un brillante loro azulado con el pico curvo. Y la cola del cocodrilo no es realmente la de un cocodrilo, sino que tiene plumas negras. Lo que más me aterroriza son sus ojos y el movimiento eléctrico con el que salta de un lugar a otro. Apenas me he refugiado cuando aparece de repente en un lugar distinto. Grito y escucho la voz del doctor diciendo: «Acéptalo. No tengas miedo. Déjate atacar». Pero mi temor es mayor que el deseo de cumplir, y no puedo hacerlo. Cierro los ojos y veo que aparece y desaparece de nuevo, para reaparecer una vez más en un lugar diferente... y no puedo soportar el miedo. Ahora estoy en el cruce de dos caminos dentro de una cueva gigantesca. Aparecen dos enormes animales, uno junto al otro. Son de un intenso color verde pálido. Son como plantas. Parecen formados por algún tipo de cactus. Su piel es granulada. Resultan asquerosos. Estoy impresionada, pero no tengo miedo. El doctor dice: «Afróntalos». Los miro con atención. Uno de ellos tiene una cabeza enorme como la de un elefante —ligeramente graciosa—, y de su pecho cuelgan retorcidas formaciones vegetales. Cuando se mueve, tiemblan. Lo encuentro divertido y repugnante. «Imítalo. Sé ese animal», dice el doctor. Puedo ver que no seré capaz de hacerlo. Junto las piernas y lo intento, pero no lo logro. Me resisto, no lo quiero, no puedo. Tiemblo. 290

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Eso es imposible. Siento que quiere que baile. ¿Lo dijo o me lo imaginé? No quiero bailar. No me apetece. Él insiste: «Sé así de temblorosa». Termino tratando de obedecer. Levanto mis brazos, rindiéndome a lo que pueda suceder. Empiezo a temblar y siento que mis dos brazos son una sola llama, y emiten luz. Una energía que ha venido de arriba los mueve, los ha juntado, y ahora giran y giran como si estuvieran electrificados, más allá de mi poder para detenerlos... Mis brazos arden. Son fuego y siguen girando. Caigo al suelo con los brazos todavía levantados, y poco a poco empiezan a frenar y a descender, mientras una paz infinita empieza a invadirme. Es una paz dulce y silenciosa. Siento un entendimiento sin palabras que no conocía antes. Es consciencia. Más grande y profunda que nunca. Comprendo muchas cosas inefables. No he sabido cómo amar. He vivido sin vivir. Veo mi pequeña mente, cuando está separada, como un fragmento de mi YO SOY. Comprensión, consciencia, son la misma cosa. No hay palabras, pero la comprensión es infinita en ese instante sin tiempo.

Aquí tenemos una muestra característica del mundo de la ibogaína, tanto en sus lados luminosos como oscuros: el rayo de luz blanca y la cueva con los monstruos, el sol y el estanque negro con el cocodrilo escondido. Además, vemos cómo se suceden las escenas infernales y celestiales: después de su inicial arrebato de ira (que ella describe como la erupción de un volcán) viene un episodio de luz. Sintiéndose llena de alegría, comienza a golpear el suelo con sus manos, y aparecen los negros. No puede sostener por mucho tiempo el miedo ante lo desconocido y a lo primitivo; la imagen se desvanece, y mientras se 291

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prepara para descansar, ve la luz que llega a través del campanario. De nuevo, en el clímax de este placentero episodio, siente ganas de moverse, de ponerse de pie, y la oscuridad se impone. Esta vez, el proceso no se detiene por sí mismo. Ella mira hacia otro lado; no puede resistirlo. Lo incompleto del proceso probablemente la lleva a otra escena oscura, como si hubiera algo que pudiera asimilar en tal oscuridad. Ahora la peor parte, según parece, ha terminado, o quizás se haya vuelto algo insensible al miedo a través de sus repetidos intentos de permanecer con él. Ahora puede, al menos, mirar a los monstruos y sentirse tranquila, a pesar de su asco. El movimiento es de nuevo lo que parece impresionarla más (como con los negros y los desplazamientos del cocodrilo).5 La confrontación visual, aparentemente, ha llegado a su fin, ya que puede describir al monstruo en detalle y soportar la incomodidad. El objetivo es ahora que ella vea y dé al «monstruo» el lugar que le corresponde en ella misma, ya que debe ser desde su propia realidad de donde la imagen ha procedido. Curiosamente, temblar significa bailar con ella. Se hace obvio que el acto de temblar o de bailar encuentra una gran resistencia en su cuerpo. Finalmente, cede al temblor, y hablo de ello como de un «ceder» porque en este momento ya no se experimenta a sí misma como cediendo o representándolo a propósito, sino como movida por un impulso real. Y en el momento en que comienza a temblar, somos testigos de la transición del mundo de los monstruos al de la luz, que ahora se origina en su propio cuerpo. 5. Los colores brillantes de las imágenes y los sentimientos «eléctricos» de su propio cuerpo transmiten la misma calidad dinámica que las imágenes del movimiento. 292

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La sensación de rabia al principio de la sesión, el tamboreo primitivo y sensual, el cocodrilo con movimientos eléctricos, y el monstruo tembloroso, todo apunta al mismo dominio instintivo que la paciente ha mantenido en suspenso a costa de sentirse incompleta. No es de extrañar que solo ahora que ha dejado de resistirse pueda ver también cómo su «pequeña mente» ha sido solo una parte de su YO SOY. El baile, la espontaneidad del movimiento en el que la agresión básica y la sensualidad se unen y se reconcilian, han sido al mismo tiempo su deseo más profundo y su mayor tabú. Bailar, también, es lo que le daría libertad. Pero aún no ha bailado. Solo se ha dicho a sí misma que baile, creyendo que fui yo quien se lo sugirió (es decir, proyectando su impulso no reconocido en el mundo exterior como una expectativa). La situación inacabada se produce más de una vez. Alrededor de media hora después, por ejemplo, le pido que vuelva a imitar al animal, sintiendo que no lo ha logrado, y así es como describe el episodio tres días después: Me pongo de pie. El doctor me ha pedido algo. ¿Qué es? ¿Bailar? ¿Que temblara? ¿Recuperar el ritmo de los negros? ¿O que imitara al animal de cactus? No lo sé. Tal vez ni siquiera entonces lo supiera. Pero me veo de pie frente a un tambor gigante. Más allá del tambor, veo a muchas negras siguiendo el ritmo. Tienen labios gruesos, pintados de blanco, y faldas formadas por tiras blancas que cuelgan de un cinturón rojo. Sus piernas y sus pechos están desnudos. Golpeo el tambor con fuerza con mi mano derecha, y luego con la izquierda. Tengo algo así como martillos de madera en mis manos, y toco con ellos. Dejo de tocar el tambor para 293

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llevar el ritmo con mi cuerpo. Quiero bailar. No sale bien. Lo intento de nuevo, y no puedo. Entonces veo, entre las negras, la cara blanca y sonriente de María. Su expresión cambia cuando la miro, y se ríe en voz alta. Se burla de mí porque no puedo bailar. Me siento tan enfadada que lanzo el martillo y mato a alguien, pero no me importa. Algo se interrumpe. El doctor me pide que recuerde la escena, pero no puedo hacerlo. Me siento y luego me acuesto. El doctor habla, pero no recuerdo lo que dice. Solo sé que no puedo entender, no puedo entender. Algo está pasando. De repente me doy cuenta de que he estado excitada sexualmente durante mucho tiempo. Lo digo. El doctor me dice: «Cede a tu deseo. Siéntelo». Y entonces siento como si alguien me quitara las piernas y las moviera de tal manera que se convirtiera en un acto sexual. No hay orgasmo, o hay miles, es difícil de explicar. Pero nada termina. El despertar continúa. De nuevo veo hermosos paisajes, atardeceres, vegetación, el mar, grandes extensiones de desierto, y el sol como una maravillosa bola de fuego en el fondo. Digo: «¡Qué hermoso!». El doctor me ha pedido que no juzgue si lo que veo es bello o feo, sino que lo describa. ¿Pero cómo puedo no decirlo, si es tan hermoso? La sensación de ser, la sensación de vibraciones gruesas que golpean y se hunden en mi carne. Siento como si dijera mil veces: «Yo soy yo, yo soy yo, yo soy». Es todo, y es demasiado.

Una vez más, vemos aquí la transición del oscuro submundo del instinto a la belleza de la tierra en general, el sol, el ser. Pero hay diferencias entre estos episodios y los anteriores. Ella participa más activamente en esta ocasión, como baterista, 294

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siendo prácticamente una con la multitud de negros y negras que bailan, golpeando (el suelo) con sus manos y, por último, queriendo bailar en lugar de sentirse instruida para hacerlo. Y también siente una rabia asesina, aunque este momento pone fin a la escena. Otra diferencia nos da una pista para entender su rigidez y su dificultad para bailar en particular: su amiga (María), que se ríe de ella por no hacerlo bien. Es su orgullo el que no acepta incondicionalmente la espontaneidad de sus movimientos. Estos deben ser, según las normas preestablecidas, perfectos, de modo que no haya lugar para la improvisación, el flujo de acción no premeditado, la intuición animal. Por último, se excita sexualmente, y esto ya no es un símbolo, sino una experiencia que se permite tener y expresar a través de su propio cuerpo. Es interesante observar que las imágenes durante la fase de resolución e integración ya no son de otro mundo, sino más bien una síntesis del oscuro y húmedo mundo vegetal y animal con el mundo de la luz pura, el cielo y la amplitud. Tal síntesis es el mundo ordinario, aunque no se vea con ojos ordinarios. Me recuerda a William Blake: Dios aparece, y Dios es la Luz, para esas pobres almas que viven en la noche; pero utiliza una forma humana para aquellos que habitan en los reinos del Día.

De manera similar, el «yo soy» cósmico se ha convertido en un «yo soy yo» más terrenal. Sin embargo, la paciente no ha bailado, lo que sugiere que todavía puede haber una barrera ante su deseo y que el 295

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proceso que hemos estado siguiendo puede estar incompleto. De hecho, como ocurre a veces con las experiencias incompletas de la ibogaína, ella siguió recordando los eventos de la sesión y visualizando imágenes ocasionales durante unas veinticuatro horas. En ese momento, haciéndose pasar por un enorme saurio con piel de cocodrilo que había visto, regaña al monstruo y grita a voz en cuello: ¡Soy horrible, negra, gris, dura! Vivo en esta horrible cueva subterránea. Quiero estar sola. No quiero la vida a mi alrededor. Quiero estar sola, sola. Una reina, poderosa en esta soledad. Soy la reina de la oscuridad. ¡Soooy la beeestia! Quiero gritar, rugir, aullar, destruir. Quiero matar, romper, perforar, aplastar, arañar, machacar, destrozar, desgarrar, triturar. ¡Soy implacable! ¡Soy implacable! ¡Soy implacable! Soy implacable conmigo misma.

Dondequiera que se controlen las energías instintivas «monstruosas», un monstruo igualmente poderoso debe estar allí para realizar ese control, y es una operación tan represiva que la persona debe reconocerla como propia antes de poder redirigir su poder. Lo que en un momento anterior había sido ligeramente experimentado por la paciente como una risa de desprecio de su «jefa» (María), ha emergido de pronto como 296

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el monstruo implacable que es, y ha descubierto la presencia del monstruo en su ser cotidiano. Los resultados de esta sesión fueron, como era de esperar, una ganancia significativa en espontaneidad y en la libertad de expresar la ira. El cambio fue visible en los movimientos de la paciente, que se volvieron más flexibles, y en su expresión facial, ahora más tierna y sensible a los sentimientos. Esta fue la tercera sesión que tuvo con agentes farmacológicos, las otras dos fueron con LSD-25 y MDA. La primera, un año antes, fue una experiencia de descubrir la belleza en el mundo exterior y, sin embargo, verse a sí misma como fea, lo que demostró dramáticamente su autorrechazo y señaló el trabajo a realizar en sí misma. La MDA, seis meses más tarde, la llevó por primera vez a la experiencia «yo soy yo», donde se dio cuenta de lo distinto de sus propios sentimientos y puntos de vista en contraste con las actitudes estereotipadas que había adoptado a lo largo de su vida. La sesión con la ibogaína fue la primera en la que se tocó su vida instintiva, y fue después de esto cuando se produjo el cambio más notable, según la autopercepción de la paciente y la opinión de los demás. En resumen, podemos ver el proceso psicológico a lo largo de la sesión anterior como uno de reconocimiento, aceptación y expresión progresiva de los impulsos. Lo que primero había llegado a la consciencia como imágenes fugaces y amenazantes (impregnadas tanto de agresión como de sensualidad) se hizo más y más detallado y condujo a la idea de bailar, al movimiento real, a la excitación sexual, y a los gritos de la paciente en la parte superior de su voz. Más precisamente, podemos hablar de un despliegue de instintos reprimidos junto con un despliegue o una expresión de «fantasmas», los 297

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«introyectos», los monstruos «perro de arriba» que constituyen la abrazadera que retiene los impulsos. Sin embargo, estos fantasmas se alimentan de la sangre de los reprimidos. Es precisamente en estos monstruos guardianes donde se aprisiona la energía de la paciente, y al dar voz a los fantasmas, son finalmente estas energías que tales monstruos se habían tragado las que hablan: los impulsos de la paciente. Creo que no debemos minimizar el proceso de expresión de los impulsos descrito anteriormente por causa de nuestra preocupación habitual —legado del psicoanálisis— con el insight, la interpretación y la comprensión de la psicodinámica. Creo que la ibogaína puede facilitar una apertura a los impulsos que conduzca al aprendizaje, de modo que a partir de entonces quede abierta una vía de expresión. Esto puede entenderse como una experiencia correctiva en el sentido de que el paciente tiene la oportunidad de descubrir que lo que temía dejar salir no es realmente amenazador o inaceptable. Uno de los resultados más claros que he observado después de un tratamiento con ibogaína fue el de un hombre que había tenido experiencias homosexuales y que más tarde se había casado, pero que se sentía sin relación con su esposa y carente de interés físico en ella. Aunque expresó «sentimientos de castración» en su sesión, estos quedaron en su mayoría sin analizar, al igual que su hipotético miedo a las mujeres. En lugar de esto, cuando se sintió excitado sexualmente en un momento de la sesión, fue al baño y pensó que se masturbaría. Pero cuando intentó hacerlo, se dio cuenta de que esto solo sería un sustituto del coito y que lo que quería era una mujer. Entonces imaginó que tenía a su esposa entre sus brazos y comenzó a moverse como en el coito, primero rígidamente, 298

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como en la vida real, pero luego con mayor libertad y flexibilidad. Sintió que sus piernas y su cuerpo estaban diseñados expresamente para esta función, y su movimiento se volvió rítmico y musical. A medida que se acercaba al orgasmo, se dio cuenta de la perfección con que se conciben los cuerpos; se dio cuenta de la anatomía exacta del hombre y la mujer, y sintió que la mujer no era solo el receptáculo de su semen sino de todo su ser. Con su semen, su propio ser fluyó y se introdujo en el cuerpo femenino, que lo recibió mientras experimentaba el proceso de una desintegración terrible a la vez que placentera. Esto no fue un orgasmo físico, sino lo que él llamó «orgasmo psicológico», sin siquiera una erección. Sin embargo, fue seguido por una sensación de realización. He descrito el evento con todo detalle, como aparece en la descripción del paciente, porque solo este nivel de detalle transmite la calidad de la experiencia. Este episodio no superó los cinco minutos en una sesión de seis horas, en la que se trataron muchos temas, pero es significativo en el sentido de que fue la primera vez que realmente se soltó en el acto sexual con su esposa, aunque en la imaginación, y resultó no ser la última, ya que fue el comienzo de su cercanía sexual y emocional con ella. La experiencia del paciente transmite mucho más que un simple episodio de excitación sexual y «liberación de la tensión». Lo que describió está mucho más en la naturaleza de una experiencia arquetípica de apertura al patrón sexual arcaico de la especie y la comprensión desde dentro de la relación entre los sexos. Al representar hasta cierto punto la escena sexual, al igual que la paciente en el ejemplo anterior 299

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representaba sus movimientos rituales, dio realidad a sus inspiraciones y borró los miedos a los que había estado condicionado a lo largo de su historia de vida. La experiencia parece haber actuado como una apertura para una mayor exploración y desarrollo, en lugar de precipitar un cambio drástico. El paciente, que había recorrido un largo camino hasta llegar a consultarme, regresó a su país y escribió después de seis meses: «Me siento más cerca de mi esposa. Incluso el hecho de haberle dicho que no la amaba ha contribuido, al parecer, a mi sentimiento de cercanía con ella. Las cosas que me exasperaban hasta el límite ya no me molestan mucho, y siento deseo por ella más a menudo. Nuestras relaciones sexuales son más completas y se parecen más a un compartir. Me siento más libre para hacer el amor, y lo estoy disfrutando más. No me siento atrapado en el matrimonio como antes, y siento que tenemos más en común. Creo que la conozco mejor». Hasta ahora me he ocupado de los procesos de autoexpresión espontánea en imágenes, palabras o acciones, de su obtención por medios tales como el ensueño guiado, la rememoración de sueños pasados, fotografías, y de las formas de manejar diferentes tipos de material a través de la confrontación y de la suplantación; esto último puede, en ocasiones (tanto con la ibogaína como en el uso de la terapia gestalt sin drogas), llevar a una elaborada actuación. Todavía hay una situación que quiero discutir, no solo porque la he encontrado en aproximadamente una de cada tres sesiones, sino por la particular calidad e importancia de estos momentos. Se trata de la reminiscencia o recreación de los primeros acontecimientos de la vida, que puede establecerse por asociación con 300

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la situación en curso, con imágenes, fotografías o interpretaciones del comportamiento del paciente. Ya he dicho que lo que la ibogaína hace típicamente es provocar el recuerdo, no de eventos externos (como la MDA), sino más bien, de eventos internos o fantasías. Estas pueden ser fantasías crónicas, como las imágenes de los padres, o pueden ser más bien sobre la naturaleza de los eventos en el tiempo. Tal cosa puede apreciarse en el caso de una mujer de mediana edad que en algún momento de su sesión recordó lo siguiente: su padre había llegado a casa con regalos para toda la familia, y le dio a sus hermanos y hermanas lo que le habían pedido de antemano. Ella solo había dicho, queriendo ser la hija favorita: «No te preocupes por mí, papá; no malgastes el dinero conmigo». De hecho, le trajo algo menos valioso que lo que tenía para sus hermanas, un pequeño broche en forma de perro. La historia, tal como se ha contado hasta ahora, probablemente estaba disponible para su recuerdo consciente, aunque no había pensado en el incidente desde sus días de infancia. Lo que descubrió con sorpresa, sin embargo, fue que, frustrada y decepcionada por el pequeño regalo, tuvo en ese momento la fantasía de que el perrito (o ella, no podía decirlo) mordía el pene de su padre y se lo comía. Además, ahora se daba cuenta de que se sintió culpable después, como si el evento imaginario hubiera tenido lugar realmente, y que esta culpa había impregnado su relación con su padre desde entonces. Esos pocos segundos de vida interior habían afectado mágicamente toda su vida, poniendo fin al periodo de cercanía con su padre. Instruida para imaginar que ahora podía hablar con su padre, le contó lo que había pasado. «Él» lo entendió y, de nuevo, ella pudo sentirse limpia y libre. Cuando 301

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volvió a ver a su padre en la vida real, sintió que podía volver a amarlo. Este episodio no solo nos muestra cómo un evento mental puede influir en la vida tanto o más que un hecho, sino que es importante para documentar que es posible, después de toda una vida, recordar una fantasía que probablemente estaba inconsciente incluso en el momento en que ocurrió. La naturaleza de esta fantasía en particular es, por lo visto, muy congruente con la de las imágenes de la iboga en general (el animal mordiendo y comiéndose los genitales, la situación de Edipo) y los sentimientos que tiende a provocar (ira, resentimiento, frustración), de modo que incluso nos sentimos tentados a interpretar todo este aspecto del «mundo de la iboga» como una manifestación regresiva. Pero esto solo puedo dejarlo aquí como una sugerencia. Mientras que, en la última ilustración, la paciente reconoció su fantasía como tal, hay casos de aparente reminiscencia de una realidad externa en los que podemos sospechar que, en realidad, se está proyectando una fantasía en el pasado como pseudomemoria, al igual que una alucinación es una pseudopercepción del presente. Siempre que pienso que algo así está ocurriendo, trato el recuerdo como si fuera un fragmento de imaginación, asumiendo que los personajes del mismo son proyecciones de la personalidad del paciente. Por lo tanto, le pido que los confronte o que se ponga en el lugar de ellos hasta que se descubra su realidad psicológica en el estado mental actual de la persona. Examinemos el siguiente fragmento de una sesión. La paciente (una joven actriz que venía a consulta por dificultades matrimoniales) me contaba un sueño en el que se sorprendía 302

Ibogaína, fantasía y realidad

al descubrir que había dado a luz a un duende. Este era un hombre en miniatura, fuerte y saludable. Cuando le pedí que hablara como si fuera él, dijo: «Me llamarás Shawn. Soy muy inteligente. Voy a cantar y a bailar. Te lo demostraré, te lo demostraré». Al repetir esto en la voz del duende y recordarlo físicamente, se dio cuenta de que siempre había querido mostrar a todos que era inteligente y que podía hacer cosas. Entonces se percató de que el duende tenía el cuerpo de su marido y el de un novio anterior, y que había estado tratando de vivir sus vidas en lugar de la suya propia. «Supongo que siempre he querido ser un chico —dijo—. Nunca me he querido mucho a mí misma». Sugerí en este punto que, así como un duende transmite un sentimiento de extrañeza y singularidad, de no pertenecer al mundo humano ordinario, tal vez había sentido una extrañeza comparable con respecto a sus padres. Esto era evidente para ella. Su madre la había mirado como si fuera un pequeño monstruo y la hacía sentir como una criatura extraña. Parte de su sentimiento de ser de un mundo diferente lo atribuyó al hecho de que sus padres casi nunca, según parece, la tomaban en sus brazos, como si tuvieran miedo de hacerlo o no supieran cómo. Así que le sugerí que intentara sentirse como un bebé otra vez y que experimentara lo que podría haber sentido en ese momento. Lo sintió como un recuerdo muy realista: «Volví a cuando tuve un año, tal vez un poco más, en mi cuna. Mi cama de bebé tenía una especie de barandilla alrededor, y recordé a mis padres y reviví la escena como si fuera aquí y ahora, con todas mis emociones y movimientos, colores, luz del día, todo. Miraban la cuna, agitando las manos y diciendo juguetonamente: “Gailie, Gailie”... No me tocaban, y yo 303

El viaje sanador

quería que lo hicieran. Me miraban como si fuese algo extraño. Descubrí que el duende había nacido realmente en ese momento, que estaba en exposición y no se sentía como otro ser humano. Por lo visto, el amor era lo que faltaba allí. Además, estaba encerrada en esa cuna de bebé, que era algo así como una jaula». Obsérvese el tema del «encarcelamiento», además del sentimiento de frustración. Mientras contaba estos recuerdos, ella sufría. Continuamente, sentía que estaba muy enferma, no como otras personas, y que no era amada. El sentimiento más intenso de falta de amor ocurrió mientras pensaba en su madre. Recordaba que entró en la habitación, le gritó y le dio un golpe con los pies. Mientras ella, la bebé, lloraba y la necesitaba, exclamó: «Deja de molestarme. ¡Deja de llorar y déjame lavar los platos!». Le pedí que hablara como ella, y lo hizo, imitando su voz y sus inflexiones. Así es como, más tarde, recordó el siguiente episodio y sus sentimientos: El doctor me pidió que le respondiera y le dijera lo que me estaba haciendo, y cómo me sentía. Le respondí tal como ella me había gritado. Me llamó la atención sobre eso, y me pidió que intentara responder como Gail, buscando mis propios sentimientos y expresión. Estaba llorando y buscando mi propia voz, pero no estaba ahí. No podía encontrarme a mí misma. Me pidió que mi madre me tomase en brazos y me amara. Me tomó, pero la odié por no haberlo hecho antes. La odié tanto en ese momento. Quería hacerle daño y mostrarle cómo me sentía. El doctor sugirió que la golpeara. Empecé a golpear una almohada, pero no pude hacerlo con demasiada fuerza, porque también la amaba. 304

Ibogaína, fantasía y realidad

Me sentía culpable porque ella no me dejaba amarla. Me di cuenta de que mi madre nunca me enseñó a amar. También me di cuenta de que no solo es importante ser amado, sino que también se debe permitir amar. El doctor me pidió entonces que me la llevara y la amara. Me la llevé y la amé y me sentí mejor. Aun así, me sentía triste. Le pregunté qué hacer con la culpa. Me dijo: «Acéptala». Todavía me siento mal. Estaba sola en esa habitación. Me sentía mal, mal, mal por dentro. Tenía la sensación de que había un gran agujero negro y vacío dentro de mí. No le dije nada de esto, porque me sentía muy mal. Mientras estaba sentada en la cuna del bebé, continuamente sentía la luz, que proyectaba un rayo afilado desde la ventana sobre la habitación y el suelo. La luz era cálida y me llenaba en mi soledad. Jugué con la luz. Era Dios. Amaba esa luz y las plantas verdes que veía fuera de la ventana. Fuera, el día era luminoso y cálido, y mi madre era muy fría y estaba de muy mal humor. Una o dos veces, al hablar con mi madre, encontré mi voz. Era triste, la voz de una niña pidiendo amor. Lo único que me evitaba el sufrimiento era la luz.

Una vez más, en este ejemplo podemos ver la calidad de la experiencia cumbre acercándose en la medida en que la paciente es capaz de ceder a sus verdaderos sentimientos. Es en el dolor y la necesidad de amor donde ella se encuentra (su propia voz) y el consuelo de la luz blanca. La imagen de la luz como un rayo y el sentimiento religioso asociado a ella se parecen demasiado a otras experiencias cumbre con la ibogaína como para creer que se trate de un verdadero recuerdo. Sin embargo, no podemos descartar la posibilidad 305

El viaje sanador

de que la experiencia de la luz sea una fuente de placer y apoyo y que constituya la experiencia original en la raíz de la noción de Dios como dador de luz. A pesar del elemento positivo de la cita anterior, se puede ver en ella que la situación de la paciente aún no se ha resuelto. Todavía estaba desgarrada por su ambivalencia, sin ser capaz de amar de todo corazón. Como en el caso de Jacob, sin embargo, estos minutos de análisis sentaron las bases para una síntesis en la hora siguiente, y su fruto fue el más notable entre los numerosos cambios de los que informó durante los meses siguientes. Ello puede apreciarse en la siguiente página de un diario, escrito por Gail dos semanas después: Solía preguntar a otras personas si alguna vez tenían sentimientos como los míos. Me avergonzaba de los sentimientos. Solía preguntarle a mi madre si yo era un bicho raro. «¿Nadie me ama?», dije. ¿Por qué no me quieren? Yo tampoco me amaba a mí misma. ¿Dónde estaba Gail? Gail está dentro de Gail, pero durmiendo. Se está despertando, y ya es hora. Soy una persona. Soy como cualquier otra persona. He estado viviendo la vida de otros. Tengo miedo a intentarlo con la mía. Mi madre destruyó mi vida hasta este momento. Nunca se vio a sí misma. Tal vez por eso no pudo verme. Vivió la vida de otros. Envidia, codicia y culpa. Ella está torturada. Yo estoy torturada, pero puedo hacer algo al respecto. Debo ejercitarme, debo vivir en el mundo y usar mis energías. Solo en ciertos momentos me he dado cuenta de mí misma, y solo a través de otras personas. No puedo dejar de mirar y vivir la vida de los demás. Tengo la mía propia. Creo que me estoy liberando de mis padres. No soy mi 306

Ibogaína, fantasía y realidad

madre, gracias a Dios. Debo respetar la vida de los demás. ¿Cómo puedo asumir la responsabilidad de los demás si no tengo ninguna para mí? Yo soy yo. Debo ser yo. Debo ser yo de ahora en adelante, sea lo que sea. Yo tengo mi propia responsabilidad.

La sensación de plenitud y alivio de la paciente tuvo su inicio repentino en la sesión en un punto en el que se vio a sí misma trepando por el interior de un tubo vertical. Este tubo era su propia vida, lo sabía, pero no tenía fondo, y donde ella nació y hacia abajo había una sustancia negra, de tinta y brumosa, que continuaba hacia abajo sin fin. Al sugerirle que se dejara caer en el tubo, soltó las asas y comenzó a hundirse en la sustancia de tinta. Al caer, vio una espiral en movimiento, pero sobre todo, según escribe: «Me convertí en mí misma al caer. La sensación fue muy placentera y me empezó a gustar ser yo. Sentí que el amor se hacía posible y que era una forma de vivir».6 Este proceso de convertirse en ella misma y de descubrir el amor fue la continuación natural del contacto con sus propios sentimientos y del hallazgo de su propia voz en el episodio anterior: su propia realidad enterrada bajo su identificación con la madre. Del mismo modo que antes, el convertirse en ella misma se logró por medio de la caída. En la primera parte de la sesión, había sido una caída en su pena, su desesperación, dejando ir su actitud defensiva. Ahora sentía un total abandono del esfuerzo, paralelo a y expresado en la imagen de la caída. En el proceso de la caída y en la espiral, la imagen dejó de ser 6. La cursiva es mía. 307

El viaje sanador

puramente visual, ya que su propio cuerpo se despertó y participó en el evento. El proceso de entrar en una imagen, de convertirse en ella, y de esta manera reasimilar una cualidad que estaba siendo repudiada, nos es familiar en la terapia gestalt y tiene una larga tradición que antecede a la psicoterapia tal como la conocemos ahora. El escultor hindú clásico, por ejemplo, meditaba sobre el dios al que iba a dar forma, invocando primero su imagen en la mente y luego convirtiéndose en ella. Una práctica similar, sin su fin artístico, se encuentra en la Cábala judía y en las tradiciones mágicas. Los dioses que se invocan en tales prácticas son funciones o procesos particulares de la mente, y también lo son las imágenes que se tratan más habitualmente en la psicoterapia. En el presente caso, el tubo representa toda la vida de la paciente —su propia vida— y, sin embargo, no tiene fondo y va incluso más allá. Ciertamente, es un gran acontecimiento encontrar una puerta así para llamar. La posibilidad de entrar ya está esperando a la persona que ve la entrada, que es la vista sintética (aunque solo sea una vista) de su propia existencia. Me ha sorprendido la frecuencia con que se ven tubos bajo los efectos de la ibogaína, y quiero compartir mi impresión de que estos constituyen generalmente tal entrada, de modo que son pistas valiosas sobre las que actuar. Hemos visto el tubo en dos de los casos ya estudiados, pero otras ilustraciones pueden servir para aclarar su significado. Lo que sigue es parte de una sesión en la que el paciente había estado visualizando imagen tras imagen sin ningún sentimiento o interés fuerte por ellas. Parecían más bien sin sentido y desconectadas unas de otras, y no nos daba la sensación de que hubiese ningún patrón definido o un supuesto desarrollo en su progresión. 308

Ibogaína, fantasía y realidad

En un momento dado, el sujeto visualizó un tambor. Esta es una imagen habitual del mundo de la ibogaína, debido a su asociación con el impulso, el poder, el movimiento, y tal vez con el primitivismo. También se puede ver como una variación del tema del tubo, debido a su forma cilíndrica y su vacío. Le pedí al paciente que se hiciera pasar por este instrumento, y me describió cómo se estaba convirtiendo en un gran tambor dorado, que solo se usaba para tocar en grandes ocasiones históricas. Luego el tambor rodó por una colina y terminó convirtiéndose en el sombrero de un general. Pertenecía a un hombre muy insignificante, que se daba aires actuando de forma dominante. Un hombre tan insignificante parece ser lo contrario del gran tambor de oro, lo que sugiere que existen sentimientos de insuficiencia que el paciente está encubriendo detrás de una pomposa imagen de sí mismo. Es interesante observar que la transición de una imagen a la otra esté mediada por un rodar del tambor, que recuerda a la caída por el tubo en el ejemplo anterior. Dejar ir una autoimagen inflada se sentirá naturalmente como una caída en el propio yo, o, al menos, una caída en un área de insignificancia, oscuridad y desagrado, en medio de la cual se encuentra el verdadero yo. A continuación le pedí al paciente que fuera el general, y como estaba en el proceso de convertirse en este personaje, vio un tubo sin final, como el túnel de un tren. Le pedí que entrara en el tubo, y se convirtió en un avión, y luego en un avioncito que volaba juguetonamente. Todas ellas son imágenes de energía, y me siento inclinado a entender la secuencia como un proceso de contacto del paciente con su energía motriz a través de la «caída», que supone un volverse insignificante. El tubo marca el punto de transición, 309

El viaje sanador

un hueco sin fin. Pero la escena se llenó inmediatamente de dinamismo, primero por la superposición de la idea de un tren en movimiento, y luego de un avión. Los chorros (recuerden la savia que brota) y los rayos de luz pueden ser entendidos como el tubo que cobra vida, o como la vida que fluye a través de su interior hueco, como en nuestro primer caso, en el que el sujeto recibió la luz blanca mientras miraba hacia el tubo periscopio que había creado. Al tomar la forma de un avión, la energía del chorro se individualizó, pues es obvio que, a partir de la descripción que dio el paciente de su travieso bucle, estaba hablando de su propio estilo de ser. De hecho, lo descubrió por sí mismo. Este vuelo reflejaba sus verdaderos sentimientos. Voló como un niño inocente y juguetón, pequeño y ansioso por explorar, queriendo más y más, y disfrutando del despliegue de su propia habilidad. No experimentó su pequeñez como algo insignificante, como lo sentía en general, ni tuvo que luchar por una grandeza competitiva. La energía encerrada en su «personalidad de tambor» se liberó en aquel momento para un disfrute más directo de sí mismo, y en lugar del oro en el tambor, que transmitía la grandeza a los demás, disfrutó de su propio sentimiento en la luz dorada del sol. Después de un tiempo de disfrutar de la sensación de libertad en un mundo abierto, el sujeto (es decir, el avión) sintió la necesidad de una dirección y voló hacia el sol. Dudó al acercarse, temiendo una destrucción como la de Ícaro. Sin embargo, procedió, entró en el interior del sol, y encontró el paraíso detrás de él. El avión, después de todo, es solo una transformación del tubo sin fin, que puede ser el canal de una fuerza, pero no su 310

Ibogaína, fantasía y realidad

fuente misma. El avioncito jugaba a la luz solar como un hijo del sol, y aunque tenía una actividad propia, podríamos decir que su movimiento hacia el sol provenía de la atracción que el astro ejercía sobre él. El avión es una porción de energía que quiere más de sí misma, y que encuentra ese extra regresando a su fuente. Es literalmente un vehículo, no el fin, y se encuentra ante el sol como el hijo ante el padre (ver el caso de Jacob), o como el ego ante el yo. Hemos visto dos estados de energía que forman parte del mundo de la ibogaína: uno de luz y diversión, el otro de oscuridad y codicia; un mundo de sol, de espíritus y de baile, y otro de estanques oscuros, dragones devoradores, perros castradores y gorilas amenazantes. En algún punto intermedio encontramos imágenes como la de un león dorado o un negro danzante. ¿Cómo se relacionan el tubo y el sol con el dominio inferior de las experiencias de ibogaína, el de la animalidad, la rabia y la separación solitaria? Creo que la exploración de un caso más servirá para organizar y comprender mejor algunas de las pistas que nos ha proporcionado el material presentado hasta el momento. En resumen, puede decirse que, durante las cuatro primeras horas, los pensamientos y fantasías de este paciente (un político de treinta y ocho años) fueron predominantemente sexuales y agresivas. Durante este tiempo, dos imágenes fueron reapareciendo con algunas variaciones: una, el tubo (que al principio era un anillo, o un ojo), y la otra un antropoide parecido a un gorila. El gorila fue la primera visión de todas, y luego pareció convertirse completamente en un animal. Más tarde, el paciente reconoció la actitud engreída y pomposa del animal como suya, y cuanto más lo hacía, más se transformaba 311

El viaje sanador

la imagen en una más humana, la de un hombre gigante y parecido a un mono al que llamaba «el matón». Al final de la cuarta hora, anticipé que el efecto de la droga no duraría más de otro par de horas, o aún menos, y vi poco desarrollo, si es que hubo alguno, en la naturaleza de la experiencia del paciente durante la última hora. Ante esta situación, decidí interrumpir lo que parecía ser un tiovivo de imágenes inmutables mediante una breve administración de dióxido de carbono. Esperaba que la inhalación del gas provocara un debilitamiento transitorio de las funciones del ego y una liberación de material hasta entonces inconsciente. Sucedió que el paciente no pudo tolerar más de diez inhalaciones, porque sintió que él —el gigante fanfarrón— estaba siendo empujado a través de un tubo, de modo que su cabeza estaba presionando con una fuerza tremenda contra el techo, ¡y ciertamente se rompería! Después de este momento de impotencia y miedo a la muerte, hubo un cambio en el tono de sentimiento del paciente y en el contenido de su conversación. No solo vio más al matón en sí mismo, queriendo amenazar a otros para sentirse seguro, sino también al niño bajo el matón: un niño codicioso que quería afecto pero que no se atrevía a dejarlo ver a los demás. Ahora el gigante se le apareció con un gran pecho pero con piernas pequeñas, y usaba los pantalones cortos de un niño. Muchas reminiscencias siguieron, y estas tenían una calidad de confesión, ya que el paciente expresaba cada vez más su debilidad, culpa e inseguridad. Temiendo que la sesión terminara antes de llegar a un objetivo definitivo, volví a usar gas carbónico, y esta vez con una consecuencia aún más dramática, ya que el resultado fue un 312

Ibogaína, fantasía y realidad

estado de éxtasis, cuyo sabor permaneció como el sentimiento dominante del paciente durante el resto del día: ¡el sol se hallaba al otro lado del tubo! El paciente pasó la siguiente hora en lo que puedo describir mejor como una adoración al sol. No el sol físico, que ya se había puesto, ni un sol alucinado, sino lo que sea que esté simbolizado en él. Al recordar esa hora, en la que nos sentábamos, silenciosos a veces, y a veces hablando, me imagino el sol sobre nuestras cabezas casi como otro ser en la habitación, ya que yo también me sentí atraído por la exaltación y el agradecimiento del paciente hacia la fuente de la vida. He comentado cómo, tanto con la iboga como con la harmalina, un tema determinado puede ser experimentado o, en cambio, simplemente contemplado como una secuencia de imágenes con las que el sujeto apenas se identifica. En este caso, creo que estamos siendo testigos de la experiencia primordial —no en el sentido de antigua, sino eterna— de la que han surgido tanto los mitos solares como la concepción de Dios como luz que todavía nos llega a través del significado de la palabra Dios en la mayoría de los idiomas. Volvimos la vista atrás en su experiencia a lo largo del día, que había sido un compendio de su vida. El gorila que había en él, el matón, el que quería ser el gran hombre, ocultaba una debilidad inaceptable y mucha culpa. Mucha de la debilidad era la de querer, necesitar y sentir miedo de exponer su necesidad. Y la mayor parte de su culpa era por el sexo. La mayor parte de la historia de la vida que me había presentado era la historia de su vida sexual, y el tema había recorrido toda su sesión. «¿Cómo puedo reconciliar el sexo con el sol?», dijo entonces, sintiéndose en presencia de dos mundos 313

El viaje sanador

incompatibles, uno de espíritu puro y el otro de la carne. Sin embargo, su duda no duró mucho tiempo, pues su cambio de opinión se reflejó en el comentario que hizo a continuación: «¡Pero el pene en erección también apunta hacia el sol!». No se trataba de un mero juego de palabras e ideas, sino de la expresión de un cambio en los sentimientos hacia el sexo, que de repente se convirtió en limpio y santo en la medida en que también apuntaba al sol, de igual manera que el avión en la visión comentada anteriormente. La luz era el fin o el comienzo definitivo del impulso sexual, y siendo así, el sexo era en sí mismo luminoso. Esta sesión me parece interesante por cómo muestra una transmutación gradual de la energía psicológica, paralela a la apertura de su canal tubular. Se puede decir que, al principio, el paciente era un tubo cerrado e incluso quería ser así. En un momento dado, imaginó un tubo que se extendía más allá de su campo de visión y lo describió con una sensación de insatisfacción o incomodidad por su falta de principio o fin: «Un tubo, un tubo, un tubo, un tubo, un tubo... ¡sin fin!». Y luego comentó que un tubo sin límites no es nada. Encuentro este rechazo de lo «ilimitado» del tubo digno de mención, porque es precisamente la infinitud y apertura del tubo lo que parece característico de las experiencias cumbre de la ibogaína. Pero esta apertura para el pequeño y rígido ego es como la muerte; es «nada». Por lo tanto, el matón agresivo siguió empujando su cabeza contra el techo. La imagen nos dice que el cierre del tubo y la rígida actitud defensiva del hombre eran iguales. La apertura del tubo sería el aplastamiento de la cabeza del hombre, y eso equivaldría a su muerte. De hecho, ese hombre finalmente desapareció. 314

Ibogaína, fantasía y realidad

Así que lo primero que quiso pasar por el tubo fue la firmeza de un gorila, y eso no podía pasar por allí. El tubo no puede ser permeable a una forma de energía que, después de todo, busca la separación. Al identificarse con esta falsa imagen de sí mismo, el paciente estaba impidiendo el flujo de su vida. ¿Pero qué es esta vida que quiere fluir? En varias ocasiones, vio tubos que venían del subsuelo, o que subían de un sótano. En algún momento, el agua salió de él, sin brotar, apenas goteando. «¡Ahora, ahora, ahora!», exclamó con gran emoción. Y luego: «¡Ay, ay, ay!». La imagen cambió a la de alguien siendo crucificado, y luego no pudo recordar más. No solo el subsuelo, sino el contexto en el que estas imágenes están incrustadas, sugiere que fueron los instintos «oscuros» los que quisieron salir, ya que el resto de las visiones son de estanques fangosos, cocodrilos, negros. Entonces se produjo la transformación por la cual la oscuridad y la vida animal se convirtieron en luz, y no solo luz, ya que el sol calienta, transmitiendo gran energía. De hecho, es la fuente de toda la energía y la vida. El sol es, literalmente, el padre de las plantas, los animales y los seres humanos, y el paciente solo tuvo que convertirse en un niño para saberlo. El presente ejemplo muestra solo una amplificación de lo que hemos visto en muchos otros. Cuando analizamos, por ejemplo, la visión de Gail de la luz que entraba por la ventana mientras yacía en su cuna («Era Dios»), o cómo la experiencia de la luz seguía a cada contacto de otro paciente con las fuerzas animales retratadas en su imaginación, o cómo en el caso de Jacob los hilos-gusanos-animales que salían de su boca se convirtieron en el pájaro que volaba hacia el sol... En todos estos casos, parecería que el impulso que se «encarna» en los 315

El viaje sanador

animales (o en el bebé codicioso) es el mismo que, desde un punto de vista diferente, llega a ser experimentado como un vuelo hacia la luz y como la luz misma. Y el cambio de punto de vista es muy parecido al de «entrar en el tubo»: entrar en la vida y vivirla desde dentro, en lugar de ser un observador externo de sus manifestaciones; experimentarla tan de cerca como pueda ser experimentada, identificándose con su eje central, con su núcleo interior; convertirse en vida en lugar de tenerla; alcanzar un estado en el que el sujeto y el objeto son lo mismo, el pensador y sus pensamientos, el que siente y sus sentimientos, el cuerpo y la mente. Así que el proceso de entrar en el tubo no es otro que el de entrar en la propia experiencia, que es el objeto de tantas formas tradicionales de meditación. Así lo he oído. En una ocasión, el Bendito vivía entre los kurus, en una población con mercado llamada Kammasadhamma. Ahí se dirigió a los monjes diciendo: «Monjes». «Venerable señor», le respondieron ellos. Y el Bendito les dijo: «Monjes, este es el camino directo para la purificación de los seres, para dejar atrás la congoja y la lamentación, para suprimir el dolor y la aflicción, para alcanzar la verdadera vía, para realizar el Nibbana. En pocas palabras, estos son los Cuatro Fundamentos de la Atención Consciente. »¿Cuáles son esos cuatro? He aquí que un monje mora en la contemplación del cuerpo como cuerpo, fervoroso, completamente atento y vigilante, desechando toda codicia y aflicción con respecto al mundo. Mora en la contemplación de las sensaciones como sensaciones, fervoroso, completamente atento y vigilante, desechando toda codicia y aflicción 316

Ibogaína, fantasía y realidad

con respecto al mundo. Mora en la contemplación de la mente como mente, fervoroso, completamente atento y vigilante, desechando toda codicia y aflicción con respecto al mundo. Mora en la contemplación de los objetos mentales como objetos mentales, fervoroso, completamente atento y vigilante, desechando toda codicia y aflicción con respecto al mundo».7

La paradoja aparente es que este proceso de atender a la realidad (en el cuerpo, los sentimientos o los pensamientos) aparece como un movimiento descendente, hacia la existencia terrenal, y sin embargo, dentro de la terrenalidad de sus formas se encuentra una entidad espiritual que irradia desde arriba. Cuanto más nos adentramos en lo mismo, más se convierte en algo diferente. Cuanto más nos adentramos en la realidad, más irreal se vuelve. Pero esto no es diferente del proceso por el cual la ciencia descubre una realidad que es incomprensible para nuestros sentidos, y el arte transfigura el mundo de las apariencias familiares cuando alcanza la esencia de las cosas.

7. Maha-Satipatthama-Sutta: «Vigésimo segundo texto de la colección de Largos Discursos del Buda», de Nyaponika Thera, The Heart of Buddhist Meditation, Rider & Co., Londres, 1962. 317

apéndice (2001)

mdma: una alternativa no tóxica a la mda1

La novedad más importantes desde el descubrimiento del potencial curativo de la MDA ha sido, creo yo, la MDMA, que difiere químicamente de la MDA de la misma manera en que la anfetamina difiere de la noranfetamina, y cuyo efecto es básicamente el de la MDA aunque con una acción algo más limitada y sin su toxicidad. Aunque la MDA es un potenciador de terapia sin el potencial psicotomimético del LSD, cuenta con la importante desventaja de su toxicidad. No se trataba de un efecto constante, sino que aparecía de vez en cuando y de una forma 1. Fragmento de un artículo más amplio de Claudio Naranjo, titulado «Investigaciones sobre los psicodélicos interpersonales» y publicado originalmente en el libro Ecstasy: The Complete Guide, editado por Julie Holland, Park Street Press, Vermont, 2001. El artículo completo puede leerse también en el libro de Claudio Naranjo Exploraciones psicodélicas Ediciones La Llave, Barcelona, 2016, pp. 137-159. 319

El viaje sanador

impredecible. En este sentido era como el cloroformo. Antaño, algunos pacientes morían durante la anestesia con cloroformo, pero era algo que no podía preverse. Las razones de ello eran desconocidas, y algo parecido sucedía con la MDA. En la época en que escribí El viaje sanador observé que, de vez en cuando, la MDA provocaba sarpullidos, y que más allá de cierta dosis (unos 250 mg) algunas personas se tornaban incoherentes, lo cual podría atribuirse a fenómenos cerebrovasculares. Por ello advertí a mis lectores, urgiéndoles a comprobar la reacción de las personas a la MDA con cautela, empezando con una dosis muy baja. Por fortuna, durante mi trabajo en Chile no sucedió ningún accidente, y dado que lo tomaron unas treinta personas, debería interpretarlo como un milagro. Un colega chileno fue menos afortunado (y, ciertamente, menos cuidadoso), pues administró 500 mg a un amigo que se volvió afásico. En esa época se registraron varias muertes en Estados Unidos. Sabemos que con la MDMA las cosas son sorprendentemente distintas. Se conoce y utiliza desde hace muchos años, y a pesar de accidentes atribuidos a una presión sanguínea alta o a su uso inapropiado, es notable su inocuidad para las personas sanas. Diría que es el champán de los psicodélicos interpersonales. Mi enfoque de la terapia asistida con MDMA (igual que en el caso de la MDA) podría describirse como un proporcionar a las personas una oportunidad especial para hablar sobre su vida pasada y presente y sus problemas, con la intención de desarrollar comprensión acerca de sus relaciones y personalidad. Insisto en ello porque la mayoría de las personas que conozco que han utilizado MDMA lo han hecho con 320

Apéndice (2001): MDMA

un modelo prestado del uso del LSD: escuchar música mediante auriculares, permaneciendo con los ojos vendados. Puede resultar muy beneficioso pero, en resumidas cuentas, los potenciadores u optimizadores del sentimiento son excepcionales a causa de la comprensión que aportan de las relaciones, y también por la potenciación del sentido del yo y del tú (que son interdependientes). Como son excepcionales a causa de la gran apertura que provocan y por la capacidad que engendran de comunicar mejor y con claridad en lo tocante a los problemas relacionales, ¿no resulta natural utilizarlos en un contexto relacional, tanto en terapia individual o de grupo? Insisto en ello porque, en una de las conferencias de Esalen ARUPA2 dedicadas a un intercambio entre terapeutas de MDMA, estuve en desacuerdo con mis colegas de la red psicodélica. Para mi sorpresa, todo aquel con quien hablé allí creía firmemente que la mejor manera de conducir a alguien en un viaje de MDMA era instarle a recogerse escuchando música. Recuerdo que el Dr. Rick Ingrasci (anterior presidente de la Association for Humanistic Psychology) y yo éramos los únicos bichos raros en esa reunión: hablamos con la gente y la escuchamos. Yo también utilizo música, pero con frecuencia prefiero iniciar una sesión con un periodo de silencio. Considero la interacción verbal como un vehículo inestimable para guiar a las personas y ayudarlas a profundizar en sus experiencias problemáticas. Eso resultó evidente en las ocasiones en las que 2. ARUPA (Association for the Responsible Use of Psychedelic Agents) fue un grupo informal compuesto de psicólogos, químicos y terapeutas que se reunió periódicamente en Esalen, entre 1983 y 1986, bajo los auspicios de Richard Price. (N. del E.) 321

El viaje sanador

regresé a la habitación tras una breve ausencia, cuando el paciente decía: «Ah, me parece que el efecto ha desaparecido, pero “está regresando” mientras hablamos». Así que hablar no tiene por qué ser una distracción: depende del tipo de conversación y de la comprensión empática que puede ofrecerse. Tras una época trabajando con MDMA en situaciones individuales y grupales, mi principal interés pasó a ser su uso en grupos de personas que mantenían relaciones constantes entre ellas, como familias y comunidades. En esta situación, la MDMA se presta a sesiones ocasionales destinadas a «despejar la basura» para mantener relaciones saludables. No solo he trabajado de este modo con grupos de psicoterapeutas asociados, sino con personas preocupadas por la calidad de su asociación en una empresa y con buenos amigos que quieren mantener sus relaciones alejadas del deterioro al que llegan la mayoría en el transcurso del tiempo. Por lo general, trabajaba con grupos de entre quince y veinte personas, constituidos por un número de subgrupos, en cada uno de los cuales las personas están involucradas en relaciones extraterapéuticas continuadas, como por ejemplo en el caso de una familia de tres, cuatro socios en una firma comercial, o los integrantes de una comunidad espiritual. Intento comunicar, mediante la presentación de un caso, cierta sensación acerca de lo que es una experiencia de terapia de grupo de la manera en que la llevé a cabo. Aunque he utilizado la expresión «psicoterapia analítica» en relación a mi manera de abordar la terapia individual con MDA y MDMA, el tipo de terapia de grupo que he ido desarrollando es uno en que intervengo poco, excepto en la preparación del grupo (durante horas o días), y en el curso de una sesión 322

Apéndice (2001): MDMA

de retrospectiva compartida y retroalimentación de grupo, cuando no solo coordino y comparto mis propias percepciones, sino que ayudo para alcanzar una elaboración adicional de la experiencia. Una parte importante de mi papel a la hora de preparar la sesión de MDMA ha sido crear una atmósfera de entrega y espontaneidad dentro de los límites de una estructura simple que limita los movimientos alejados del grupo pero que permite el retraimiento, protegiendo de las invasiones la experiencia de cada uno. Al hacerlo, he transmitido el enfoque del Dr. Leo Zeff en la década de 1960. En el caso de MDMA administrada a un grupo de tamaño y composición óptimos, he sido testigo de una notable coincidencia entre la necesidad de algunos de sus miembros de experimentar una regresión y/o ser dados a luz, por una parte, y la disponibilidad de otros de ofrecer esa experiencia, por otra. Como el efecto de la MDMA puede ser una experiencia cumbre o de dolor (o de una después de la otra), es fácil observar cómo es posible que algunas personas se descubran en el jardín del paraíso terrenal mientras que otras padecen el fuego purificador, y que la experiencia de las primeras es un regalo para las últimas. Una y otra vez he tenido la impresión de que, como resultado del efecto catalítico de la MDMA en los participantes, el grupo pasa a convertirse en un sistema organizado de manera espontánea para beneficio de todos. Ahora paso a una carta personal en la que una mujer de mediana edad me cuenta su experiencia en una sesión de grupo, para ilustrar las distintas cosas que pueden suceder. Por su contenido, no se trata de un relato típico, y resulta especialmente ilustrativo acerca de todo lo que puede suceder 323

El viaje sanador

gracias a una apropiada preparación grupal sin interacciones terapéuticas individuales. Creo que los terapeutas experimentados sabrán perfectamente que esta «no interacción» no es una simple cuestión de estrategia, sino, más bien, una especie de «arte de la inacción» desarrollado a través de la experiencia y apoyado por una fe en la autorregulación organísmica grupal e individual. En definitiva, no es algo que pueda explicarse con facilidad, ni tampoco puede prescribirse mecánicamente, pues parece requerir de una educada capacidad de estar presente de la manera adecuada en lo que sucede, con sensibilidad y benevolencia. Solo quisiera añadir que, en este grupo en particular, que fue preparado para la experiencia mediante varios días de ejercicios psicoterapéuticos y meditación, la mujer identificada como «Karen» formaba parte del grupo y eligió participar sin tomar MDMA, y que «John» (que tomó MDMA) es terapeuta sexual. Después de ingerir la cápsula, adopté una actitud de confianza, en mí misma, en la vida y ante lo desconocido (que siempre me asusta). La presencia cariñosa y fuerte de Rachel me lo facilitó. Sentí unas intensas palpitaciones que me asustaron, pero tenía confianza en usted, que me ayudaría si fuese necesario. Empecé a perder mis sensaciones dérmicas, sentí frío y como si me faltase el aire. Eso me hizo sentir mucho miedo a la muerte, a disolverme o a que mi corazón explotase. Me tumbé de lado mientras me hacía un ovillo, cerrándome, e interiormente empecé a sentirme más en paz y segura. De mi cuerpo surgió un gemido, suave y tembloroso, como si me estremeciese de frío. Me di cuenta de que era 324

Apéndice (2001): MDMA

un bebé, o un feto, todavía no nacido, creado para realizar el Ser, emergiendo de la nada, la soledad y el frío. Tenía mucho miedo de nacer. Entonces alguien me tapó y sentí que alguien estaba a mi lado acariciándome. Vi que se trataba de K. y le dije: «Estoy naciendo en este mundo». Eso era tan cierto para mí como la luz del día. Luego pude abandonarme al dolor y a llorar, pues me sentía segura ante otro ser humano que me ofrecía mucha calidez y ternura. Chupé mis dedos y los suyos, y sentí los dientes con los que podría morder. Luego me sentí más cómoda y pude estirar algo el cuerpo y hablar con ella. Le pedí que no se marchase todavía. Necesitaba hablar con ella y contarle lo que me sucedía, y por lo que había pasado con mi padre. No sentía ningún odio hacia mi madre, solo dolor. Con gran convicción dije, como si lo acabase de comprender: «No pudo hacerlo mejor, no supo cómo estar conmigo». Me sentí rabiosa con mi padre. Le dediqué duras palabras por todo el daño que me infligiera de manera sutil a lo largo de mi vida. Le conté a K. que le había escrito un poema a mi niña interior, y ella quiso escucharlo. Cuando vi sus lágrimas, le recité otros poemas, pero entonces me dejó un rato a solas. Me preguntó si podía quedarme sola durante un rato mientras ella iba a ver qué quería alguien que la llamaba, asegurándome que volvería. Por primera vez no me sentí sola, pues tenía su chaqueta tapándome, que podía tocar y oler, y la fantasía de su presencia continuó conmigo. Me sentí feliz, pues estaba segura de su regreso y también podía estar conmigo misma. Comprendí que estaba bien que me dejase un poco sola, pues tras dejar que viniese a mí y me llenase, ahora podía asimilarlo, integrarlo en mí 325

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misma. Sentía una gran necesidad de tocar y apretar contra el suelo distintas partes del cuerpo. J. se acercó y también le recibí como si fuese un regalo de Dios. Le conté lo que estaba viviendo. Le sentí y le conté todo, desde el principio de la experiencia, y acerca del abismo profundo. Cómo me sentía cariñosamente entretejida con la esencia, como si todas mis células fuesen sus constituyentes. Me sabía mal que en nuestro «estado mental normal» no nos percatásemos de esta Realidad que éramos. También hablamos de sexualidad. Me asistió con sus manos de cara a una integración de cabeza, corazón y sexo, abriendo caminos. Me ayudó a liberar a mi padre de mi cuerpo, pues sentía como si hasta entonces hubiera estado poseída por él. En ese momento fue cuando usted se acercó y le conté que me estaba purgando de mi padre, y usted sonrió, confirmándolo. Me hubiera gustado que se quedase más, pero no me atreví a pedírselo. Luego J. me dijo que necesitaba estar a solas un poco, y que después debería ayudar a alguien más, y que volvería más tarde. Así aprendí de ambos que yo también podría encontrar mi espacio de soledad cuando lo necesitase, incluso si para ello debía dejar a alguien, y que eso era correcto, que no estaba mal. Continué sintiéndome feliz, ni sola ni vacía, sino que continué sintiéndome alimentada mientras seguí conmigo misma. Todo daba la impresión de ser un regalo de Dios que me llenaba de alegría: recibía mucho sin tener que pedirlo. Sí, sentí que ya no necesitaba buscar compulsivamente a otros (madres y padres) sino solo abrirme y recibir lo que me llegase en ese momento. K. regresó y en su compañía empecé a observar la habitación, absorbiendo y abriéndome a lo que me rodeaba, 326

Apéndice (2001): MDMA

escuchando a grupos de personas que conversaban y reían. Durante un instante entré en contacto con una advertencia introyectada anteriormente en la vida: «Debes ir con los demás». Pero comprendí que en ese momento era más importante permanecer con mi propia experiencia. Luego J. me contó su experiencia, y pude escucharle y dejar que entrase, sintiéndome clara y liberada de mí misma, con espacio para el otro. Después empecé a bailar sola, sintiendo toda mi alegría, mis células vivas, descubrí el eje de mi cuerpo, y esa energía ascendía y descendía por el mismo. Sentí que bailaba como una serpiente, ondulando el cuerpo, y sintiéndome sucesivamente árabe, hinduista, gitana... llena de fuerza y energía. J.A. se acercó en distintos momentos, como si se sintiese seducido por mí. Sentí miedo, como si fuese a violarme, y le dije, como para disuadirle: «Eh, un momento, acabo de nacer». Estuve con él en un grupo en que también estuvo V., cuyo rostro pacífico me atraía. Con él podía expresar verbalmente mi agresividad hacia los hombres. Cuando sonó una canción con voz masculina, dije: «Me hubiera gustado bailar como una mujer», pero él sugirió: «Precisamente ahora que canta un hombre, por qué no bailas, y de ese modo acabas con tu padre». Me lo tomé como un desafío especial, y bailé. Fue una experiencia de fortaleza femenina, y una autoafirmación frente a mi padre, de separación y autonomía. Sentí como si en esta historia destructiva hubiera alcanzado un nuevo final. Bien, Claudio, pues no le cuento más anécdotas porque esta carta, creo, refleja lo más significativo de la experiencia. Me resultó profundamente terapéutica. Tengo la impresión 327

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como si algo de mi carencia arcaica y primordial se hubiera cerrado, y que no podría haber sido de otro modo. He regresado muchas veces a esa experiencia para nutrirme a mí misma, y siento que estoy llegando al final de un proceso curativo con una mente más lúcida, organizada y creativa, más confiada, atreviéndome a enseñar y compartir los tesoros que me he estado guardando para mí. Continúo escribiendo poesía y cada vez disfruto más de la vida.

Espero que esa descripción de la sesión, con su elocuencia, sirva para transmitir una comprensión general de la manera en que muchos temas que en teoría parecen distintos y separados, se combinan en una única experiencia. La persona anónima dice, en cierto momento, que acaba de nacer, y la sesión en su conjunto pudiera parecer un paso en un proceso de nacimiento. Separación y unión juegan un papel en este nacimiento, pues al afirmar su individualidad, ella se diferencia de su padre, mientras que al mismo tiempo la situación tiene lugar en el contexto de una situación de cuidados maternales, en la que se permite emprender una regresión mediante el apoyo de otras personas (el terapeuta, el grupo y más concretamente, el de algunos compañeros). Pero en la regresión el nacimiento no lo es todo: igual que separación y unión son parte del proceso, también existe una regresión para progresar, un permitirse un estado fetal que luego se convierte en trampolín, por así decirlo, de la autoexpresión. Dije que el contenido de la sesión no era particularmente especial, pero sí lo suficientemente rico como para plantear muchas cuestiones: la importancia de la actitud con la que el sujeto se embarca en la experiencia, y más concretamente, una 328

Apéndice (2001): MDMA

actitud de confianza e incluso cierta cantidad de aceptación frente a la muerte, o una sensación de explosión inminente. La amplitud de esta aceptación de la experiencia en curso es lo que hace posible la profunda entrega que constituye el trasfondo de un despliegue orgánico. Se hallan presentes todos los elementos clásicos de la experiencia MDMA: consciencia de dolor psicológico, intuición reveladora sobre la vida y las relaciones, autoexpresión en comunicación verbal y movimiento, y un movimiento que pasa de una acusación defensiva a una comprensión de los demás. Y el relato deja claro lo importante que puede ser la relación entre los miembros del grupo, tanto en el sentido de los cuidados maternales como en el de compartir intuiciones o, de manera general, en la terapia entre iguales. Creo que resultaría adecuado finalizar como ya hiciera en un trabajo no publicado sobre terapia de grupo con MDMA: Rogers afirmó que los grupos terapéuticos podrían ser el invento más beneficioso del siglo XX, y yo no conozco una forma más efectiva de psicoterapia grupal que el uso experto de MDMA. Espero que este vislumbre en la naturaleza de la experiencia sea un estímulo para futuras autoridades sanitarias, a fin de ofrecer una atención más positiva a este enfoque arrinconado, pues no podemos permitirnos el despilfarro de recursos en una época en que la salud emocional ha pasado a ser tan vital para el destino humano. Quisiera insistir en mi creencia de que la MDMA es un recurso extremadamente valioso para procesar la experiencia de nuestra vida pasada y sanar relaciones en el contexto del diálogo. Sin embargo, el gran regalo que la Providencia parece estar ofreciéndonos a través del saber hacer científico 329

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permanece desaprovechado en una época en la que existe una urgente necesidad de salud mental colectiva. Dado que las autoridades regulatorias y médicas consideran que dichas afirmaciones no están demostradas, creo que deberían ser objeto de investigación prioritaria.

Epílogo Durante mucho tiempo creí que El viaje sanador había sido un fracaso relativo, pues no pareció estimular el interés del estamento médico ni del público profano a la hora de averiguar cómo utilizar esos regalos de la naturaleza en beneficio de todos. El libro, al parecer, gozó sobre todo del favor de los iniciados... que eran los que menos lo necesitaban. Pero con el transcurso de los años, me ha sorprendido que casi no apareciese ningún libro sobre terapia psicodélica, y creo que El viaje sanador continúa llenando, hasta cierto punto, un vacío, pues otorga credibilidad a los psicodélicos como los valiosos catalizadores terapéuticos que son. Espero que sirva para apoyar mis argumentos de que no podemos permitirnos el lujo de desperdiciar su potencial mientras persistimos en una mentalidad policial letal, pues precisamente constituyen el tipo de remedio que necesitamos mientras nos aproximamos a un nuevo cruce colectivo del mar Rojo. Creo que la ausencia de un canal para el potencial de los psicodélicos sería el responsable de nuestra enfermedad psicodélica colectiva, con su adicción y complejo de criminalización. Estoy convencido de que la dependencia tiene su origen en un mal uso y que este ha sido el resultado de restringir la oportunidad de hacer 330

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un buen uso. Claro que la cualidad represiva del gobierno frente al tema de la droga es una expresión de una tendencia represiva en la propia estructura de la civilización tal y como la conocemos, y también de las inclinaciones prohibicionistas que heredamos de nuestros primigenios antepasados puritanos. Sin embargo, vivimos tiempo en los que resulta vital para nuestra supervivencia que vayamos más allá de la hiperestabilidad y del espíritu fosilizado de las instituciones que hemos creado. Confío en que nuestro gobierno salga pronto de su sopor y reconsidere su política disfuncional. Lo que necesitamos ahora no es prohibición, sino una auténtica valoración: la formación de especialistas que puedan utilizar sustancias psicotrópicas de manera sabia y capaz. Me siento feliz al observar que parecemos estar llegando a una época en que se pueda llevar a cabo una reconsideración de los psicodélicos por parte de las instituciones, y ruego que un gobierno iluminado sea capaz de percibir y emplear el potencial de los psicodélicos para nuestra sanación individual y colectiva. Como ya he dicho, Rogers declaró que los grupos terapéuticos son la innovación más importante del siglo XX, y eso fue una afirmación notable en el siglo de la fisión nuclear y de tantas innovaciones tecnológicas, pero probablemente sea verdad en términos de potencial transformador para nuestra especie amenazada. A ello añadiré, para terminar, que no conozco una forma de terapia grupal más importante que la que se realiza con apoyo de psicodélicos interpersonales.

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sobre el autor

«Nada es más esperanzador en términos de evolución social que el fomento colectivo de la sabiduría, la compasión y la libertad individuales». Claudio Naranjo

El doctor Claudio Naranjo (Valparaíso, Chile, 1932 – Berkeley, Estados Unidos, 2019), reconocido psiquiatra, filósofo, escritor, maestro y conferenciante de renombre internacional, fue pionero en su trabajo experimental y teórico como integrador de la psicoterapia y las tradiciones espirituales de Oriente y Occidente. Con más de sesenta años de experiencia clínica, se convirtió en uno de los grandes expertos mundiales en psicoterapia con psicodélicos y fue un referente en la investigación de las plantas psicoactivas, en especial la ayahuasca y la iboga. Fue además tallerista y una figura clave del Instituto Esalen de California, y uno de los tres sucesores de Fritz Perls allí, ejerciendo desde entonces un liderazgo internacional en la terapia gestalt. 333

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Claudio estudió en Harvard y en la Universidad de Illinois con una beca Fulbright. En 1966, fue invitado a la Universidad de California en Berkeley con una beca Guggenheim, y más tarde regresó como investigador asociado al Institute for Personality Assessment Research de Berkeley (Instituto de Investigación de Evaluación de la Personalidad) de dicha universidad. En esos años, fue el amigo más cercano de Carlos Castaneda, recibió formación y supervisión de Jim Simkin en Los Ángeles, y asistió a talleres de consciencia sensorial con Charlotte Selver. Formó parte del grupo pionero de terapia psicodélica de Leo Zeff (1965-1966), lo que resultó en su contribución al uso de la harmalina, la MDA y la ibogaína. En 1969 fue recabado como consultor de política educativa en el Centro de Investigación creado por Willis Harman en el Stanford Research Institute. Su informe sobre lo que era de aplicación a la educación desde el campo de las técnicas psicológicas y espirituales entonces en boga apareció posteriormente en su primer libro, La única búsqueda. Durante ese mismo periodo, fue coautor de un libro, con el doctor Robert Ornstein, sobre meditación (Psicología de la meditación), y también recibió una invitación de la doctora Ravenna Helson para examinar las diferencias cualitativas entre libros representativos del «matriarcado» y el «patriarcado» a partir de su análisis factorial sobre escritores de ficción para niños, lo cual le llevó a escribir El niño divino y el héroe, que fue publicado mucho después. La muerte accidental de Matías, su único hijo, ocurrida en 1970, marcó un punto crucial en la vida de Claudio Naranjo que le llevó a emprender un largo peregrinaje, bajo la 334

Sobre el autor

guía de Oscar Ichazo, que incluyó un retiro espiritual en el desierto cercano a Arica, Chile. En su opinión, este el verdadero principio de su experiencia espiritual, su vida contemplativa y su guía interior. A partir de la década de 1970, desarrolló la psicología de los eneatipos —llamada popularmente ‘eneagrama’— a partir del protoanálisis de Ichazo, y fundó el Instituto SAT (Buscadores de la Verdad [Seekers After Truth]), una escuela de integración psicoespiritual desde la que alumbró y expandió por el mundo su hoy célebre Programa SAT, al que han acudido miles de alumnos en todo el mundo. En 1976, Claudio fue profesor invitado en el Campus de Santa Cruz, de la Universidad de California, durante dos semestres, y más tarde, de forma intermitente, en el California Institute of Asian Studies (rebautizado después como California Institute of Integral Studies). Al mismo tiempo, también comenzó a ofrecer talleres de forma discontinua en Europa. De ese modo, pudo seguir perfeccionando determinados aspectos del mosaico de enfoques contenidos en el Programa SAT. En 1987 lanzó un renacido Instituto SAT para el desarrollo personal y profesional en España. Desde entonces, el Programa SAT se ha extendido con gran éxito a Italia, Brasil, Chile, México, Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador, Francia y Alemania, y, más recientemente, a Inglaterra, Rusia, Portugal y Corea del Sur. El Dr. Claudio Naranjo enseñó en el Instituto Tibetano Nyingma, de Berkeley, fue miembro de la rama norteamericana del Club de Roma y del Instituto de Investigaciones Culturales de Londres, así como presidente honorario de la 335

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Escuela Madrileña de Terapia Gestalt y del Instituto Gestáltico de Santiago de Chile, entre otros muchos. Desde finales de los años 80, Claudio repartió su agenda anual entre sus actividades en el extranjero y su labor literaria en su casa de Berkeley. Sus numerosas publicaciones de esa época incluyen la versión revisada de un antiguo libro de terapia gestalt, así como tres nuevos títulos sobre esta escuela. También escribió tres volúmenes sobre las aplicaciones del eneagrama a la personalidad (Carácter y neurosis, El eneagrama de la sociedad y Autoconocimiento transformador), un nuevo libro sobre meditación (Entre meditación y psicoterapia) y Cantos de despertar, una interpretación de los grandes libros de Occidente en tanto que expresiones del viaje interior y variaciones del relato del héroe. En su libro La agonía del patriarcado (el precedente de Sanar la civilización y de La mente patriarcal) ofreció por primera vez su interpretación de la crisis mundial como una expresión de un fenómeno psicocultural intrínseco a la misma civilización —es decir, la devaluación de la crianza femenina y el instinto infantil por parte de nuestra cultura guerrera— y ofreció una posible solución a esta situación en el desarrollo armónico de nuestros tres cerebros. En los últimos tiempos coordinó la obra 27 personajes en busca del ser, donde, junto a un equipo de colaboradores del ámbito de la psicoterapia, escribió sobre el inédito asunto de los 27 subtipos de la psicología de los eneatipos; además, diseñó una nueva cosecha de obras sobre eneagrama, especialmente la enciclopédica colección Psicología de los eneatipos y el volumen dedicado al cine y la literatura Dramatis Personae, y escribió sobre otros temas diversos, como hermenéutica musical. 336

Sobre el autor

Recientemente, publicó también Ayahuasca, la enredadera del río celestial, que recoge cincuenta años de su labor de investigación en psicoterapia con esta bebida amazónica, La revolución que esperábamos, por una política de la consciencia que constituya un antídoto para nuestro mundo en crisis, y Exploraciones psicodélicas, fruto de su enorme experiencia en psicoterapia con psicoactivos. Desde finales de la década de 1990, Claudio Naranjo participó en muchas conferencias educativas en su trabajo continuo para ayudar a crear sistemas educativos más responsables social y espiritualmente en todo el mundo. Su libro Cambiar la educación para cambiar el mundo (publicado en español en 2004) estimuló los esfuerzos del proyecto SAT Educa, ayudando a impulsar el cada vez más poderoso movimiento de reforma educativa en España y América Latina. La influencia de Naranjo en la transformación del sistema educativo en varios países llevó a la prestigiosa Universidad de Udine (Italia) a otorgarle un doctorado honoris causa en Educación en 2005. En 2006, se creó la Fundación Claudio Naranjo para poner en práctica las propuestas de Naranjo para crear un sistema educativo que integre todos los aspectos del desarrollo humano —instintivo, emocional, cognitivo y espiritual— y fomente la evolución social. Los últimos tiempos de su vida fueron cada vez más productivos: los numerosos simposios sobre psicología de los eneatipos se combinaron con encuentros multitudinarios con sus seguidores y estudiantes, a la vez que seguía produciendo libros como La raíz ignorada de los males del alma y del mundo, Ensayos sobre psicología de los eneatipos o su autobiografía, todo 337

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ello combinado con una intensa militancia por el cambio social a través de la exploración de la conciencia. Viajero incansable, activista incombustible y escritor infatigable, su vida estuvo consagrada a ayudar a los demás en su búsqueda de la transformación y tratar de influir en la opinión pública y las autoridades en la denuncia de la mente patriarcal que subyace a todos los problemas que padecemos y en la idea de que solo una transformación radical de la educación podrá cambiar el curso catastrófico de la historia. Por todo ello, la revista Watkins’ Mind Body Spirit designó a Claudio Naranjo como una de las 100 personas vivas más influyentes espiritualmente en 2012. Ya con sus fuerzas disminuidas y asumiendo la cercanía de la muerte, aunque con un excelente buen humor, Claudio viajó a Estados Unidos para reunirse una última vez con su maestro, Tarthang Tulku Rimpoché, en el monasterio de Odiyan, California. Dos días después de este encuentro, en la noche del 12 de julio de 2019, Claudio falleció en su casa de Berkeley, consciente y en calma.

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Sobre el autor

Links Página web personal: www.claudionaranjo.net Fundación Claudio Naranjo: www.fundacionclaudionaranjo.com Ediciones La Llave: www.edicioneslallave.com Programa SAT: www.programasat.com

Otros libros de Claudio Naranjo La agonía del patriarcado La única búsqueda El niño divino y el héroe Gestalt sin fronteras* Carácter y neurosis* Entre meditación y psicoterapia* El eneagrama de la sociedad. Males del mundo, males del alma* Cambiar la educación para cambiar el mundo* Cantos del despertar* Gestalt de vanguardia* Cosas que vengo diciendo* Por una gestalt viva* La mente patriarcal Sanar la civilización* Autoconocimiento transformador* 27 personajes en busca del ser* Ayahuasca, la enredadera del río celestial* La revolución que esperábamos* El viaje interior en los clásicos de Oriente* 339

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Psicología de los eneatipos – Vanidad * La música interior* El carácter en la relación de ayuda* Budismo dionisiaco* Terapia gestalt: actitud y práctica de un experiencialismo ateórico* Exploraciones psicodélicas* Psicología de los eneatipos – Cobardes, desafiantes y fanáticos* Ensayos sobre psicología de los eneatipos* Psicología de los eneatipos – La pereza psicoespiritual * La raíz ignorada de los males del alma y del mundo* Psicología de los eneatipos – Golosos* Ascenso y descenso de la montaña sagrada Sanar las mentes para arreglar el mundo: Ensayos psico-espirituales Dramatis Personae. Eneatipos, cine y literatura* Psicología de los eneatipos – Orgullo*

* Libros publicados por Ediciones La Llave. 340