EL SENDERO DE HEIDEGGER.doc

UNIVERSIDAD SANTO TOMAS VICERRECTORIA DE UNIVERSIDAD ABIERTA Y A DISTANCIA FACULTAD DE EDUCACIÓN LICENCIATURAS EN FILOSO

Views 139 Downloads 5 File size 205KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

UNIVERSIDAD SANTO TOMAS VICERRECTORIA DE UNIVERSIDAD ABIERTA Y A DISTANCIA FACULTAD DE EDUCACIÓN LICENCIATURAS EN FILOSOFÍA. TUTORÍA DE INVESTIGACIÓN FILOSÓSFICA – METODO HERMENEUTICO. Taller sobre los pasos metodológicos de lectura hermenéutica de un texto. Septiembre 10 de 2011. Docente: Edgar H. Lemus Ch. 1º Lea el siguiente texto: “El sendero del campo (Der Felweg)”, por Martin Heidegger. Traducción y nota de Sobine Langenheim y Abel Posse, publicada en el matutino La Prensa el 12 de agosto de 1979.

Corre desde el portón del jardín hacia el Ehnried. Los viejos tilos del parque del castillo lo siguen con su mirada por encima de la muralla, ya cuando reluce claro hacia Pascuas entre los sembrados nacientes y los prados que despiertan, ya cuando se pierde, hacia Navidad, detrás de la colina cercana, bajo las nevadas. Al llegar al crucifijo campestre dobla hacia el bosque. Al bordearlo saluda al roble alto a cuyo pie hay un banco de rústica carpintería. Sobre él había, a veces, algún escrito de grandes pensadores que una joven inhabilidad trataba de descifrar. Cuando los enigmas se agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba, pues guiaba serenamente el pie en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña. De vez en cuando el pensamiento vuelve a aquellos escritos - o hace sus propias tentativasy retoma la huella que el sendero traza a través de los campos. Éste queda tan próximo del paso del que piensa como del paso del campesino que en la madrugada sale a guadañar.

Frecuentemente -con los años, el roble del camino induce al recuerdo de los juegos primeros y del primer elegir. Cuando -a veces caía bajo los golpes del hacha un roble en medio del bosque, el padre se apuraba a buscar a través de la foresta y los soleados claros, la madera que se le había asignado para su taller. Allí operaba lenta y cuidadosamente en las pausas de su trabajo, al ritmo del reloj de la torre y de las campanas, pues ambos sostienen su propia relación con el tiempo y la temporalidad. De la corteza del roble cortaban los niños sus barcos que, provistos de remo y timón, navegaban en el arroyo Mettenbach o en la fuente Schulbrunnen. En los juegos, los viajes a través del mundo llegaban todavía fácilmente a su meta y lograban encontrar de vuelta las costas. La ensoñación de aquellos viajes permanecía envuelta en un brillo entonces todavía apenas visible, pero que existía sobre todas las cosas. Ojo y mano de la madre delimitaban su reino. Era como si su tácito cuidado abrigara toda esencia. Aquellos viajes del juego no sabían aún de las travesías en las cuales toda orilla queda atrás. Pero, en cambio, la dureza, y el perfume de la madera del roble empezaban a hablar más perceptiblemente de la lentitud y constancia con las cuales crece el árbol. El roble mismo decía que sólo en tal crecimiento está fundamentado lo que perdura Y fructifica: que crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y -al mismo tiempo- estar arraigado en la oscuridad de la tierra, que todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el hombre es de igual manera ambas cosas: dispuesto a la exigencia del cielo supremo y amparado en la protección de la tierra sustentadora. Eso es lo que sigue diciéndole el roble al sendero que pasa con seguridad a su lado. El camino recoge todo lo que tiene sustancia en su entorno y le aporta la suya a quien lo recorra. Los mismos sembrados y ondulaciones de la pradera acompañan al sendero en cada estación en una siempre cambiante vecindad. Sea que las montañas de los Alpes se sumerjan en el crepúsculo sobre los árboles; sea que -donde el sendero salta sobre la ondulación de la colina- ascienda la alondra en la mañana estival; sea que el viento del Este llegue atormentado desde la región donde está la aldea natal de la madre; sea que un leñador cargue al anochecer, rumbo a la cocina del hogar, su haz de leña; sea que regrese el carro de la cosecha balanceándose en los surcos del camino; sea que los niños recojan al borde del prado las primeras flores de primavera; sea que la niebla mueva sobre la campiña durante días su lobreguez y su peso: siempre y en todas partes rodea al camino del campo el consejo alentador de lo mismo: Lo sencillo conserva el enigma de lo perenne y de lo grande. Sin intermediarios y repentinamente penetra en el hombre y requiere, sin embargo, una larga maduración. Oculta su bendición en lo inaparente de lo siempre mismo. La amplitud de todas las cosas crecidas, que permanecen junto al sendero nos otorga mundo. En lo tácito de su lenguaje, Dios es recién Dios, como lo señala Meister Eckhardt, ese viejo maestro de la vida y de los libros. Pero el consejo alentador del camino del campo habla solamente mientras haya hombres que, nacidos en su ámbito, puedan oírlo. Ellos son siervos de su origen pero no sirvientes de maquinaciones.

Cuando el hombre no está en el orden del buen consejo del camino del campo, trata en vano de ordenar el globo terráqueo con sus planes. Amenaza el peligro que los hombres de hoy permanezcan sordos a su lenguaje. A sus oídos llega sólo el ruido de los aparatos que toman por la voz de Dios. El hombre deviene así distraído y sin camino. Al distraído lo sencillo le parece uniforme. Lo uniforme harta. Los hastiados encuentran solo lo indistinto. Lo sencillo escapó. Su quieta fuerza está agotada. Disminuye rápidamente, por cierto, el número de aquellos que conocen todavía lo sencillo como su propiedad adquirida. Pero los pocos serán en todas partes los que permanecerán. Gracias a la suave fuerza del sendero del campo, podrán alguna vez perdurar frente a las fuerzas colosales de la energía atómica, artificio del cálculo humano y atadura de su propia acción. El buen consejo del sendero del campo despierta un sentido que ama lo libre y que trasciende, en el lugar adecuado, la turbia melancolía hacia una última serenidad. Combate la necedad del mero trabajar que efectuado sólo porque sí, fomenta únicamente la inanidad. En el aire del sendero del campo, que cambia según la estación, prospera la sabia serenidad, cuyo aspecto parece a veces melancólico. Este saber amable es la serenidad campesina [i]. No la adquiere quien no la posea. Los que la poseen, la tienen del sendero del campo. Sobre su senda se encuentran la tormenta invernal y el día de la cosecha; el ágil estremecimiento de la primavera y el calmo morir del otoño; se contemplan mutuamente el juego de la juventud y la sabiduría de la vejez. Pero en una sola consonancia, cuyo eco el sendero del campo lleva y trae silenciosamente consigo, todo queda armonizado. La sabia serenidad es un portal hacia lo eterno. Su puerta gira en goznes que han sido alguna vez forjados de los enigmas de la existencia por un herrero conocedor. Desde el Ehnried regresa el sendero al portón del jardín. Pasando por la última colina, su estrecha cinta conduce por una llana hondonada hasta la muralla de la ciudad. Brilla opaco en el resplandor de las estrellas. Detrás del castillo se eleva la torre de la iglesia de San Martín. Lentamente, casi con retardo, resuenan once campanadas en la noche. La vieja campana cuyas sogas frecuentemente frotaron manos de niño hasta calentarse, tiembla bajo los golpes del martillo de las horas, cuya cara sombría-graciosa nadie olvida. El silencio se vuelve aún más silencioso con la última campanada. Alcanza a aquellos que en dos guerras mundiales fueron sacrificados antes de tiemp o. Lo sencillo se ha vuelto aún más sencillo. Lo siempre mismo extraña y libera. El consejo alentador del sendero del campo es ahora muy claro. ¿Habla el alma? ¿Habla el mundo? ¿Habla Dios? Todo habla de la renuncia en lo mismo. Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo hace morar en un largo origen.

1. ¿Desde donde recorre el sendero del campo en su ir y venir? 2. ¿Con cuáles cambiantes vecinos en cada estación se encuentra el sendero del campo? 3. ¿Cuál es el significado del banco de rústica carpintería que se encuentra al pie del roble alto en la vera del sendero del campo que empieza a bordear el bosque? 4. ¿Qué papel juega el roble (del camino, del bosque)? 5. ¿Qué le sigue diciendo el roble al sendero? 6. ¿Qué consejo alentador de lo mismo rodea al camino del campo siempre y en todas partes? 7. ¿Qué le acontece al hombre cuando no está en el orden del buen consejo del camino del campo? 8. ¿Qué acciones realiza el buen consejo del sendero del campo? 9. ¿Qué intentó comunicar Martin Heidegger en su poema autobiográfico? 10. ¿Cómo entiende el texto en la tradición y en el contexto histórico en que fue escrito? 11. Identifique y relacione las partes y el todo, y viceversa, del escrito “El sendereo del campo” a partir del concepto “circularidad hermenéutica”.

El sendero del campo: -

Recorre… Regresa… Reluce… Se pierde… Dobla… Bordea… Saluda… Guía… Traza huellas… Recoge… Da buen consejo…

El roble del camino. - Induce… - Dice… La dureza y el perfume de la madera del roble: - Hablan… El campesino… El padre… Los niños… La madre… El leñador… Los sacrificados antes de tiempo en las dos guerras mundiales… El reloj de la torre… Las campanas… Los viejos tilos del parque del castillo miran… Portón del jardín… Castillo... Muralla… Iglesia de San Martín… El crucifijo campestre… El Ehnried… Los sembrados… Las ondulaciones de la pradera… La última colina… Llana hodonada Nevadas…

EL SENDERO DE HEIDEGGER. Tomado de: http://filosofiacontemporanea.wordpress.com/2007/02/19/38/ La revista cordobesa Konvergencias reproduce en uno de sus números recientes el escrito El Sendero de Campo (Der Feldweg) de Martin Heidegger, traducido al castellano por Sobine Langenheim y Abel Posse. Este texto parece casi a medida para ilustrar la crítica de Levinas al telurismo de Heidegger, especialmente los argumentos desarrollados en Heidegger, Gagarin y nosotros (1961). Heidegger comienza evocando un recuerdo de niñez. El camino que comienza en el porton de jardin, y corre hacia Ehnried. La traducción castellana dice ‘el Ehnried’, mistificando el simple nombre de un lugar cercano al pueblo natal de Heidegger en un lugar pleno de sentidos ocultos. Si vamos a Google podemos rápidamente encontrar el mapa de Messkirch, y allí el sector correspondiente, y hasta el propio Am Feldweg famoso. Como se alegraría Levinas si pudiera comprobar cómo la luz serena de la razón y de la colaboración internacional despejan las tinieblas. Ese camino Heidegger lo recuerda como fuente de sentido y de sabiduría. Como todo niño, recuerda vagamente su debilidad e ignorancia ante un mundo adulto remoto y sabio. Heidegger no parece haber hecho el descubrimiento común en la adolescencia que la distancia entre el joven y el adulto es solo provisoria, y que el joven tiene frente al adulto no solo la ventaja de la vida aun disponible sino también la flexibilidad que le permite asimilar lo nuevo como una esponja seca absorbe el agua. Así recuerda junto al camino un banco rustico (el padre de Heidegger era un artesano y sacristán en la iglesia local) donde a veces había “algún escrito de grandes pensadores” que el Heidegger niño no podía descifrar. Los enigmas que los adultos no podían o no querían resolver, el camino se los resolvía, “el sendero del campo ayudaba, pues guiaba serenamente el pie en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña”. Esta memoria parece fundadora; cuando el Heidegger adulto vuelve a esos mismos escritos, o cuando escribe los propios, “retoma la huella que el sendero traza a través de los campos”. Es el sendero quien guía sus pasos, como guía los pasos del campesino ‘que en la madrugada sale a guadañar’. Solo que si Heidegger hubiera interrogado a uno de sus vecinos sobre el origen del sendero, hubiera recibido de esos espíritus prácticos y probablemente poco afectos a la especulación una explicación de tipo histórica. Esas tierras pertenecían a untel, y al ir a sembrar (se siembra antes de cosechar), y luego a desmalezar, y solo luego a cosechar, campesinos y sus animales crearon ese simpático caminito que a Heidegger se le antoja tan profundo, y que aun hoy podemos comprobar mediante la imagen satelital que Google nos ofrece existe como camino de campaña, que en nada se diferencia de otros similares que existen en la región. O en cualquier otro lugar donde se practique la agricultura. Salvo que hoy esta asfaltado. Este mundo se le aparece a Heidgegger como el jardín de Adán y Eva previo al descubrimiento de la sexualidad y del conocimiento. Como en aquel, la naturaleza se nos ofrece sin esfuerzo ni mediación. Un árbol caía bajo los golpes del hacha, la madera le es

asignada [al padre de Heidegger], sin que sepamos que secreto se oculta bajo esa tala o esa asignación. ¿Vivimos aun en un mundo feudal, o ya estamos en un régimen capitalista de propiedad privada? Heidegger parece aludir a algún tipo de apropiación comunal, ya que de los restos del roble cortado los niños fabricaban barcos con remo y timón. No es casual que esta sea la única imagen de producción que figura en el relato, y aun así el verbo usado sea ‘cortar’, cuando en realidad estamos hablando de una operación relativamente compleja. Aun esta producción más bien lúdica que utilitaria funcionaba en un jardín adánico bajo la supervisión de la madre, que permitía que estos viajes por el arroyo o la fuente “llegaban todavía fácilmente a su meta y lograban encontrar de vuelta las costas”. Y agrega: “Era como si su tácito cuidado abrigara toda esencia”. La enseñanza que recoge Heidegger no tiene a primera vista nada de excepcional: “que crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y -al mismo tiempo- estar arraigado en la oscuridad de la tierra, que todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el hombre es de igual manera ambas cosas: dispuesto a la exigencia del cielo supremo y amparado en la protección de la tierra sustentadora”. El árbol sirve aquí de midrash, para expresar una idea convencional y contra la cual no tendríamos nada que decir. Esta verdad que Heidegger piensa primordial, no es el pensador quien la descubre sino el sendero que la moviliza y transmite a toda una demografía idealizada por el cual circulan madre (en singular), leñadores, carros que traen la cosecha y niños que recogen flores. Si para crecer hacia el cielo debemos previamente estar enraizados en la tierra, si tenemos que haber sido niños para poder ser adultos, es también cierto que para ser adultos tenemos que dejar de ser niños. Pero dejar de ser niños es dejar de creer en la voz de los robles, y comprender que el roble que nos fascinaba en el bosque y nos susurraba los secretos del universo es el mismo que papa Heidegger convirtió en tonel para poner brot y koteletten en la mesa familiar. El problema con creer en los misterios de los robles cuando uno es ya grandecito es que nos distrae de las posibilidades reales del presente. Como las sirenas de Ulises, el peligro del “camino” es la disolución de nuestro ser en el pasado. Adorno y Horkheimer muestran en la Dialéctica del Iluminismo que esta compulsión se resuelve en el proceso civilizatorio convirtiéndola en materia prima para la elaboración artística. Pero antes de sublimarse en arte, las sirenas saben todo lo que paso en la esta fructífera tierra, incluyendo los eventos en los que Odiseo mismo participó. Las sirenas conocen todo lo que aconteció, pero el precio que demandan por este conocimiento es el futuro. La promesa de un feliz retorno es el embuste con la cual el pasado atrapa a quien por el languidece (Dialéctica del Iluminismo) Este saber de las sirenas, que para adquirirlo tenemos que hipotecar nuestro futuro como Fausto su alma, es según Heidegger “la serenidad campesina. No la adquiere quien no la posea. Los que la poseen, la tienen del sendero del campo”. La geografía es destino. La elección pasa por haber nacido en el lugar correcto. Quizás sea más cierto decir lo contrario. La perdición pasa por haber nacido en el lugar incorrecto, como muchos judíos, gitanos, o simples habitantes de países ocupados descubrieron azorados.

Este conocimiento ilusorio, sería solo fantasía inocente, lujo de intelectual en suma. Pero en 1949, cuando sus conciudadanos se debatían aun entre las ruinas que su propio frenesí había creado, Heidegger no tiene mejor diagnóstico que ofrecer que el siguiente: “Cuando el hombre no está en el orden del buen consejo del camino del campo, trata en vano de ordenar el globo terráqueo con sus planes. Amenaza el peligro que los hombres de hoy permanezcan sordos a su lenguaje. A sus oídos llega sólo el ruido de los aparatos que toman por la voz de Dios. El hombre deviene así distraído y sin camino. Al distraído lo sencillo le parece uniforme. Lo uniforme harta. Los hastiados encuentran solo lo indistinto. Lo sencillo escapó. Su quieta fuerza está agotada”. Critica de la modernidad, critica a los medios de comunicación devenidos en oráculos y en dioses, que embotan nuestra sensibilidad y requieren siempre una dosis más fuerte para excitarlos. Son lugares comunes, ciertos quizás hasta cierta medida. Pero irrelevantes. Porque desdeñan analizar el verdadero problema, la compleja dialéctica entre acción y el exceso que la acción instrumental produce. Por eso, el único consejo que Heidegger, heredero de los druidas conversadores con los robles puede darnos es la abstinencia: “Todo habla de la renuncia en lo mismo. Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo hace morar en un largo origen”. Camino de campo (Der Feldweg, 1949) para conmemorar el centenario de la muerte de Konradin Kreutzer. Tomado de: http://www.lacavernadeplaton.com/articulosbis/heidegger0304.htm Heidegger nos narra que casi al comenzar el camino se encuentra con un roble a cuyo pie hay un banco de rústica carpintería, sobre el que solía haber, algún escrito de grandes pensadores que una joven inhabilidad trataba de descifrar y cuando los enigmas se agolpaban sin salida el sendero del campo ayudaba al guiar, con serenidad, en lo sinuoso, a través de la amplitud de la sobria campiña. Roble: árbol simbolizante de la vida y de la valentía, de la augusta presencia de la naturaleza que a su pie abriga toda esencia. La dureza como el perfume de la madera del noble árbol nos revela, a su vez, perceptiblemente, de la lentitud y de la constancia con las cuales crece. En tal crecimiento está fundamentado lo que perdura. Perdura pues fructifica, en tanto crecer significa abrirse a la amplitud del cielo y -al mismo tiempo- estar arraigado en la oscuridad de la tierra; que todo lo sólidamente acabado prospera sólo cuando el hombre es, de igual manera, ambas cosas: Dispuesto a la exigencia del cielo supremo y amparado en la protección de la tierra sustentadora. Camino de bosque que siempre está rodeado por el consejo alentador de lo mismo: Lo sencillo conserva el enigma de lo perenne y de lo grande, sin intermediarios y, repentinamente, penetra en el hombre y requiere, sin embargo, una larga maduración. Claro está que, su consejo alentador habla solamente mientras haya hombres que, nacidos en su ámbito, puedan oírlo. Ellos son siervos de su origen pero no sirvientes de maquinaciones.

Advirtamos, especialmente, que en el aire del sendero, prospera la sabia serenidad, cuyo aspecto parece a veces melancólico, saber amable como lo es que, también, comprende a la serenidad campesina. Aquella que no la adquiere quien no la posee, y estos la tienen del sendero del campo. Como tal, la serenidad es, a no dudar, un portal hacia lo eterno, lo intemporal. Al retornar al punto de partida por la vuelta que el sendero se da para recomenzar, percibimos al silencio. Lo sencillo se ha vuelto aun más sencillo. Lo siempre igual extraña y libera. El consejo alentador del sendero del campo es ahora muy claro: todo habla de la renuncia en lo mismo. Esta renuncia no quita. La renuncia da. Da la inagotable fuerza de lo sencillo. Ese buen consejo, culmina Heidegger, hace morar en un largo origen. Messkirch Todo comenzó desde la imaginación de un niño. En la torre de la iglesia que quedaba al lado del castillo y al frente del jardín de los tilos, Martín solía de pequeño pasar buenos ratos entretenido más por las ensoñaciones que despertaban al mirar hacia el campo, que de los juegos que pudiera jugar allí arriba. Compartía el espacio con el entrañable campanario de siete campanas que marcaban, pausada y rítmicamente, tiempos y circunstancias. Desde allí, desde la torre, primero imagino para luego ver su camino de campo (el que hoy pretendemos recorrer nosotros) Y lo hizo en momentos en que su padre trabajaba de tonelero del pueblo y como sacristán en dicha iglesia, en una época en la cual comenzaba la lucha entre dos vertientes del catolicismo del lugar: los romanos (a la que perteneciera su padre) y los cultos (de tendencia nacionalista liberal correspondiente a la burguesía). La tradición y la modernidad. Estaba en su lugar, la ciudad de Messkirch y el divisar aquel camino fue, a no dudar, un signo de su vida y un amanecer en el pensamiento de Occidente. Ciudad ubicada en una región de escasos recursos y hermosos paisajes. La cuna del filósofo linda con el lago Constanza, los Alb suabos y el Alto Danubio. Tantos los alamanes como los suabos, componen las dos corrientes de las que se nutre la población del lugar, con sus peculiaridades que se complementan. Los alamanes: pesados, algo retorcidos y cavilosos; los suabos: más alegres, abiertos y soñadores. Heidegger toma como sus referentes, justamente a un representante de cada uno. A Johann Peter Hebel, descendiente de alamanes y a Friedrich Holderlin, un suabo. En ese lugar, en Messkirch, Heidegger halló su sitio, su contrada, donde encara desde las ensoñaciones de una vista elevada, a su camino de campo.

En la fecha de San Martín, el 11 de noviembre, ya mayor, Martin Heidegger solía ocupar el sitio que le correspondía por el origen familiar, en la iglesia. El mismo templo que lo viera como monaguillo y como explorador furtivo. En su juventud, disfrutó, por ejemplo, del fútbol –recordemos que de joven practicó este deporte desde el puesto de delantero- viendo partidos por televisión en casas de vecinos, emocionándose por el trámite del encuentro, dejándose llevar, pues, por la emoción de lo cotidiano y común. Permitiendo hablar a las cosas sencillas, escuchándolas incluso sin necesitar de la embriaguez de lo novedoso o llamativo. Messkirch fue, en suma, su patria.