El Secreto de Una Prostituta

EL SECRETO DE UNA PROSTITUTA OSCAR HERNÁNDEZ Título original: El Secreto de una Prostituta Diseño de la cubierta: Osca

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EL SECRETO DE UNA PROSTITUTA OSCAR HERNÁNDEZ

Título original: El Secreto de una Prostituta Diseño de la cubierta: Oscar Hernández Diseño de la colección: Oscar Hernández Primera edición, Marzo de 2019 © Oscar Hernández, 2019 © 2019, de la presente edición: ISBN: 9781796639810 Todos los derechos reservados

Dedicado a mi madre y a mi padre quienes fueron los primeros que creyeron en mi talento.

Nota del autor En muchas ocasiones lo que aparentamos nos llevan a que otras personas tengan una idea equivocada de nosotros mismos, tal vez sea por nuestra forma de actuar, por nuestra forma de vestir, nuestra forma de hablar y/o simplemente por no compartir los gustos de quienes nos rodean. Matilde es una joven de provincia que por asares del destino un día se ve envuelta en una desgracia, es engañada por su madre y enviada a la ciudad dejando a su padre postrado en una cama al borde de la muerte. Matilde descubrirá en el desdén de su historia que se puede andar entre lobos, sin aprender a aullar.

Capítulo 1

El verano había llegado a las planicies doradas del oriente, lo podía sentir en el airé que se movía, despacio, en medio de la ladera, de árbol en árbol perdiéndose en la oscuridad de los riachuelos olvidados de aquel lejano y quejumbroso lugar, abriéndose paso como una liebre hambrienta detrás de su presa casi cautiva y moribunda, ligero entre los vigorosos y tupidos setos del campo. No sé cómo, pero las personas solemos darnos cuenta del cambio brusco de clima, cuando el copioso invierno se ha ido y se avecina la resequedad de un verano fortuito, de ambiente cálido y de arroyos de hojas rodando por doquier empujadas por aquella brisa que no deja de correr. Amo el invierno, los arboles reverdecen y con ello se crea un paisaje fenomenal a mi alrededor, las aves crean sus nidos para pronto ver sus crías nacer; crecer y luego volar, dejando solo el encanto que una vez las trajo aquí; y el verde color manchando la tierra por completo, como una sombra oscura que cubre la faz de la tierra, pero también el verano es una oportunidad, aunque los árboles se vuelvan resecos a medio morir y el calor de un sol resplandeciente sofoque nuestros cuerpos, ya que la gente de la ciudad se

preparaba para viajar al campo como lo mandaba la costumbre de la época. Y la gente del campo iniciaba juntándose para atender a quienes llegarían en ese año a la caza, que hasta entonces no sufría ninguna restricción por las autoridades de la región. Era nuestra única oportunidad, para que unas cuantas monedas sonaran en nuestros bolsillos, vasillos y plagados de migajas de pan. Vivía a las orillas de un bosque atestado de simientes y gruesos troncos gigante y pujantes árboles de clases distintas, donde la planicie delantera me perdía y me atrapaba en sus confines. El césped estaba tan vivo, que brillaba a la luz de los primeros candentes rayos de sol. En cada amanecer veía la oportunidad de vida, que en cada puesta de sol añoraba. Me gustaba sentarme, a pleno suelo bajo el marco mal tallado de la puerta norte de mi casa, una casa humilde de bahareque cubierta de unas cuantas hojas secas de roble, cuando era invierno, los relámpagos iluminaban la cama donde dormía cómodamente, sacaba un poco la cabeza por los agujeros de la pared y miraba los rayos encendidos surcar el cielo gris, luego volvía a la cama y me arropaba con una vieja y podrida sábana blanca, llena de agujeros tapados con otra tela de algún vestido que había perdido talla o se agujereaba, por lo tanto ya no era de mi agrado. Desde ese lugar tenía una vista preciosa a los campos donde se pastaban las vacas del dueño de las tierras en las que papá edificó su casa, años antes que yo naciera. Era la primera hija, mamá su apariencia era joven, de estatura alta y esbelta, ojos grandes y luminosos, cejas arqueadas, labios gruesos y de rostro filoso, por su parte papá parecía un señor maltratado por la vida de unos sesenta y tantos años, ellos ya eran experimentados y yo una mujer algo madura

ante las demás jóvenes de la aldea, pero a la vez muy inocente, descuidada y frágil, como toda una buena campesina. Me crié con la mejor educación que se me pudo haber dado, a pesar de sus carencias, mis padres se esmeraron mucho en enseñarme lo que una buena mujer de hogar debe saber y tener muy claro, antes de contraer compromiso con un hombre, más en esta época; era de mi obligación fijarme bien con quien lo hacía, ya que, no sería bien visto que una muchacha de edad como la mía, saliera mal parada y solo se le dejase embarazada o burlada, mi madre era prejuiciosa y le gustaba que la gente que la conocía, hablara muy bien de ella, de sus costumbres y de sus conocimientos, como una rica adinerada, que a pesar de haberlo perdido todo, seguía guardando la clase y las buenas relaciones. Todo se mantenía como a ella le gustaba, mi padre se compadecía y trataba de seguir su corriente, a veces lo cansaba con su temario, pero no lograba apartarle la sonrisa de sus carnosos labios. Esos días frente al atardecer eran los que esperaba cada verano, el sol moría cuando ya no podía soportar el peso de un día largo y extenuante, con muchos acontecimientos, unos agradables y otros no tan afortunados, pero de igual forma tenían que pasar al lugar del olvido, desde donde procuraban nunca desaparecer. Desde muy niña me enteraba por mí como mi madre se esmeraba por sacarme adelante, cuando tenía la oportunidad agradecía a mamá tal sacrificio, y mi mayor sueño era un día poder arrimar el hombro, trabajar y ayudar a esa familia que me había dado tanto; pero el tiempo pasaba de largo y simplemente esa oportunidad no llegaba ni a medio patio de casa. Mamá no miraba potencial de

trabajo en mí, de eso podía estar cien por ciento segura, ella me miraba casada con el hombre más adinerado de algún pueblo remoto y rodeada de criados a mi servicio, o donde yo fuera la patrona que se encargaba, de pagar a los mozos por sus servicios surcando los campos para la siembra. Se imaginaba cada cosa, que en ocasiones me dejaba atónita con tanta fantasía rondando su cabeza. —Mi hija será una gran señora ya verán, en un futuro nadie de este asqueroso lugar la reconocerá, estoy segura— decía levantándome el rostro por la barbilla. La noche terminó cayendo y con ello mi corazón apagándose, una tela oscura necia y fuerte, oculto de mi vista la planicie y sólo podía ver su sombra pringosa sobre el adoquinado de los cimientos de casa. La vela con la que me alumbraba por las noches de poco a poco se consumía. Sin embargo, la oscuridad no me bajaba la sonrisa en algunas ocasiones de mis labios, reconozco que tuve muchos momentos tristes, que por ahora no quiero recordar, experiencias que me hicieron cambiar, hasta volver mi corazón tan duro, como una roca, la noche también era buena ante mis ojos, era la única forma que tenía de traer las grandes ciudades a mi mente y recrearlas de una forma inocente y pacíficas en mi imaginación, no era difícil figurarse, desde cientos de kilómetros se podían observar las luces que las iluminaban, era como si el cielo lleno de estrellas titilantes bajaran a la tierra y se posara en ciertas áreas alejadas de las aguas del inmenso mar; ese lujo de luz eléctrica que tanto volvía loca a la gente, no lo obtendría jamás en aquel lugar remoto, de eso estaba consciente, pero me conformaba el simple hecho de admirarla desde lejos, imaginaba cuanta gente caminaba por las calles desafiando el peligro de la maldad a esa hora; —

Dios que peligro en la ciudad, señor ampáranos en estas tierras— farfullaba mi madre mientras recogía el mantel de la mesa después de la cena; el bullicio del tráfico y los niños corriendo en los parques cargados de luces seguro volvía aquel plafón de cemento una cosa maravillosa. Suspiré profundamente, llenando mis pulmones del mejor aire que se puede inhalar, un aire fresco y agradable sin contaminación alguna. Después de divertirme con las ciudades, llegaba el turno de ver al cielo, las estrellas y los luceros destellaban una luz plateada allá en lo alto del firmamento, quedaba tan adherida mirando, que en repetidas ocasiones presentí que más de alguna de ellas iba caminando y mirándome a la vez, pronto lo desestime y pensaba que una estrella no se puede mover de donde estaba, porque si lo hacía seguro y se caía y pues ante tal acontecimiento el mundo ya no fuera mundo «la idea de más planetas no paso nunca por mi cabeza, aun me veo ahí sentada sobre esa roca grande, que con su tamaño dibujaba un mapa, ¡oh no!, es mejor compararlo con una constelación», sino quizá sería un montón de rocas una sobre otra, todo sin vida. Las ocasiones que olvide comer por estar pendiente de lo que en la noche sucedía fueron incontables, mi estómago se llenaba de puros sueños, metas, ilusiones, de los cuales no sabía si se cumplirían, o solo servirían para mantener con vida la esperanza de realizarlos. —Es hora de que vengas a la cama Matilde —me indicó mi madre con voz antipática desde adentro. — ¡Ya voy madre! —respondía con la voz dulce que muchos decían que me caracterizaba. Las aves nocturnas sobrevolaban el cielo dejando caer sobre mi cabeza restos de frutas que llevaban en sus picos, por un momento reinó un silencio perpetuo y escuché algo

que se movía entre la maleza desde lejos, puse total atención, esperando un próximo movimiento del animal que se desplazaba de una manera lenta y de pronto sigilosa, había perdido la noción del tiempo y no estaba segura que hora marcaba el reloj, de lo único que me encontraba convencida es que al llegar las doce de la noche, el viejo reloj de campana repicaba doce veces seguidas y hasta el momento no las había escuchado. Al parecer solo se trataba de un roedor que husmeaba algo para llevárselo al hocico, entré en tranquilidad y volví acomodarme sobre el filo de mi roca, la más grande y más hermosa que no volveré a encontrar jamás. Cuando de repente apareció Marzano, mi viejo y fiel amigo, salió de entre la maleza con la pequeña rata entre sus dientes — ¡Eras tú! —me encogí de hombros aliviada. El cómo consiente que no le aceptaba ese comportamiento con los demás animales, elevo la cola, me miro y al trote paso de largo sintiéndose orgulloso por el éxito de su cacería — Eres un gato malo —sonreí diciendo. — ¿No has entendido que ya es noche niña? —gruñe mi madre a mis espaldas. Di un tremendo brinco y con premura caí parada al otro lado del despeñadero. — ¡Ay mamá! –Dije con la mano derecha puesta a la altura del pecho —Un día de estos me matarás de un susto —advertí convencida y sin más, salté delante de mi madre y me dirigí a mi desdichado cuarto. Al entrar la puerta golpea con fuerza contra el marco y el picaporte se cayó y rodo por el suelo; resté importancia y seguí a la cama, mis pensamientos todavía se movían en la ciudad y en ese firmamento tan hermoso que no terminaba de admirar.

—Matilde —me llama mi madre. Tan pronto pude me hice de oídos sordos por veces seguidas —Matilde —repite por décima vez ya con enfado, yo yacía acostada y bien abrigada. — ¿Qué? —dije desde atrás de la cortina —Se le cayó el picaporte a la puerta —comunica mamá arrastrándose por el suelo, en busca de la pieza larga de hierro. —Búscalo bien mamá, seguro está por allí —dije en medio de un bostezo soñoliento — Buenas noches mamá —desee en mis pensamientos y me quede profundamente dormida. Creo que mamá se cansó de buscar aquel objeto por toda la casa o por lo menos donde ella consideraba que podía estar, sin obtener éxito alguno y acciono la puerta con un pedazo de leña, no le convence el seguro que ha conseguido, pero piensa que de algo servirá y por otro lado tomando en cuenta que las paredes de la casa están tan agujereadas que asegurar la puerta en un atraco no serviría de nada. Intranquila va a su cama «no sé si lo soñé» pero también después de aquello estoy segura de que también durmió bien. La noche pasó tan rápido, que otra vez las aves cantaron paradas sobre las ramas de los árboles, recibiendo el alba. Yo era una joven de buena salud y no necesitaba muchas horas de sueño, era la primera en levantarme; mi costumbre siempre esperar ver salir el primer rayo de sol. Cuando mamá se levantaba, ya tenía la jarra de café hirviendo a borbotones en la cocina de leña, pero hoy las cosas no fueron como en días anteriores: los pájaros alegraron la

mañana, la luna se perdió en el occidente y el primer rayo de sol repuntó en el oriente. En el campo el rocío se secaba casi por completo, cuando como por un presentimiento de que algo pasaba mi madre despertó de su sueño mañanero placentero, «donde lo puedo decir con certeza ella soñaba con que era la patrona y se veía atestada de criados»; con el cabello un poco descompuesto y las ojeras un tanto hinchadas; se puso de pie de un salto, se despojó de la ropa de dormir y salió a la pequeña sala, donde solo había: una mesa de madera hecha a lo bruto, tres taburetes para sentarse, un banco de madera pegado a la pared junto a la mesa y dos sillas en las cuales, se sentaban las personas que un buen día se les ocurría visitarnos sin anunciarse. Al salir a la sala se dio cuenta que no había nadie por ningún lado y que la puerta estaba tal cual la dejó antes de irse a dormir. Con paso ligero camino directo a mi cama, me encontró tirada, sin ganas de hacer nada. —Es tarde jovencita —grita cerca de mi oído. —Matilde —dice con un tono menos grosero—. ¡Has olvidado tu costumbre! A esta hora ya estas casi por terminar de preparar el desayuno. ¿Y ahora? — ¿Qué pasa mamá? —pregunto embozándome en la sabana. —Es tarde —responde presurosa — ¿Pero y eso que mamá? Hoy dormiré hasta tarde. — se retira recogiéndose un poco el cabello. —Tu padre tampoco se ha levantado aún. Por eso odio que te desveles, anoche era muy tarde cuando te acostaste, es imperdonable. Se alejo negándose aceptar mi falta de ánimo.

Me puse de lado recostada sobre mi brazo derecho, con ligera excitación en mi pecho. Papá al igual que yo, era el primero en levantarse, aquello me pareció extraño. Le seguí sus pasos. Dio inicio a los quehaceres de la casa, no tan animada, note que mamá la acongojaba una dura pena. Me miró y dijo: —He tenido un sueño pesado, y una que otra vez, unas pesadillas que deseo mejor no recordarlas. —Como sabia se adelantó a mi pregunta, y dio una respuesta—. No sé si es la vejez que me está ganando la batalla, como recuerdo mis años mozos, donde ir a la cama era sinónimo de un alentador sueño. ¿Sería por haber dejado la puerta casi abierta que se le dificulto dormir? —pensé Mamá pocas veces hablaba de lo difícil que se le hacía, algunas noches conciliar el sueño, y cuando algo así le pasaba, era porque la rodeaba un problema que casi le cubría sus senderos y se sentía acorralada y obligada a decirme, temí que supiera algo que yo ignoraba, Pero no imaginaba que podía ser, habría que insistir. — ¿Tendría que saber algo mamá? —No —dijo de inmediato, casi sobre mi pregunta. Sabía que, si ella consideraba que yo no debía de saberlo ahora, se lo iba a seguir guardando, hasta que las cosas ya no cupieran en su cabeza y por si mismas quedaran al descubierto—. Nunca he temido a esos absurdos sueños, la gente sueña con cualquier cosa y lo relaciona quien sabe con qué porquerías, sueña con agua revuelta y también trata de descifrar lo que se oculta en ellos; pero ahora me pasa lo mismo, me siento vulnerable a ellos. Es como si se me

anunciara una desgracia. —Alimento el fuego —. Ya no se ni lo que digo hija, mejor vete por el pan que la mañana pasa volando, y hay que desayunar cuanto antes. —Madre, debes de tener la confianza en mí, soy tu hija —me aproxime y le abrase dejando caer mi cabeza sobre su cuello. Pude sentir como su corazón latía agitado. Entrada la mañana, todos en aquellas viejas chozas se levantaron, y el bullicio se escuchó venir de todos lados, aproveche entonces para ir al viejo y único abasto de pan que había, el panadero no me dijo nada, como siempre, me atendió afable y a la vez nervioso, vivía completamente solo, él era la persona que ostentaba la posibilidad de tener una calidad de vida diferente, ante todos, y ese beneficio se lo daban las ganancias que le dejaba la venta de pan y el esfuerzo que le ponía a su negocio, para no dejarlo morir tan fácil; antes me había contado como pasaban días en los que la venta no daba para nada, donde los compradores simplemente no aparecían (era yo la que comía pan todos los días) y le quedaba casi todo lo producido en esa jornada, generando pérdidas grandes a su pequeña fábrica, pero la persistencia lo hacía llegar al límite del buen ánimo y de las ganas de prosperar. —Un buen empresario nunca se da por vencido —dijo una vez frunciendo el ceño y encogiéndose de hombros; cuando la noche cayo y su venta estaba indemne. —Lo importante es saber que al final ganaras. Ganaras la experiencia, que esta vida te da —Terminaba de dar la última vuelta a la envoltura del mantel de lino blanco. Mientras cruzaba el sendero de regreso a casa, me enteré por una vecina muy efusiva, que ese día llegaría la hija del

panadero; María, que antes que viajara a la ciudad habíamos tenido una buena amistad. Una de aquellas amistades que te sacan una sonrisa, cuando el día se torna gris y que te dejan apoyarse en su hombro para no dejarte caer. De esas amigas éramos nosotras, pero como reza un viejo y conocido dicho popular «Nada dura para siempre» y nuestra amistad había muerto hacía ya muchos años. Llegue a casa y comente a mamá tal acontecimiento. —Ahora viene María, se dice por ahí —al oír aquello, mi madre me observó por un momento he interrumpió lo que hacía. Devolvió el pan a la canasta y dio varios pasos hacia mí. —Ya sabes que no debes relacionarte con esa mujer Matilde —dice y vuelve a empezar nuevamente a comer—, Si quieres que la gente aun te siga viendo como una mujer decente y de una reputación irreprochable, aléjate de ella, sea cual sea la circunstancia la mujer siempre tiene que conservar su respeto, ganado a dolor y lágrimas. Y para la gente tú eres un ejemplo por seguir para sus hijas. Pero si llegas a manchar tu imagen, por más que trates de revertir ese infortunio, nunca lo lograras y vivirás con esa marca para siempre. Somos como una sábana blanca, que al caer sobre ella algo que la manche, ni el mejor detergente le logra regresar lo blanco que antes era. ¿Me comprendes ahora, porque me preocupo por ti pequeña? —Lo sé mamá… solo quería que lo supieras. —suspiré y seguí tendiendo la mesa con precaución. ¿Cuándo lo olvidaría? Quizá hasta que muriera. ¿Por qué los tiempos pasan volando y a la gente le sigue interesando lo que los demás piensen de ellos? Examino mi corazón, y me doy

cuenta que me he convertido en parte de ese grupo y, aunque no quiera soy parte de ellos, que juzga a los que se atreven a mirar a sus costados; nuestro mundo que hemos construidos se trata de eso, de destruir con habladurías a los que se atreven a ser diferentes a lo trivial y le apuestan a lo desconocido, tenemos tanto miedo al filo de una lengua venenosa que se ensaña, acusando en medio de dos paredones hinchados de dentadura, sucia y hostil, peor que la podredumbre del desecho de la ciudad. Hacía un par de años María tuvo la oportunidad de viajar a la ciudad, para poder desarrollarse y lograr ayudar a su padre, quien era pobre, pero más cómodo que nuestra familia en ese entonces (y ahora prospero). En las primeras ocasiones que María visitó este lugar, siempre traía entre sus cosas un regalo para mí, yo esperaba ansiosa su regreso, aquellas cosas, sino hubiera sido por ella, quizás de ningún modo las hubiera conocido. A mamá poco le agradaban sus obsequios, decía: «a saber qué hará para conseguir eso tan caro» Más tarde pasaría algo que le daría la razón. Sentía que me partía el alma, cuando mamá miraba con ojos de desprecio a María, mi impotencia al no poder evitarlo era grande. Un buen día, un bullicio corrió por toda la aldea, como una larga cola de la mecha de un cohete, se decía que María se prostituía en la ciudad, de tal oficio era con el cual alimentaba a su padre y había hecho crecer su negocio de pan. Mamá era una mujer muy separatista y extremadamente estricta, desde esa vez me prohibió, siquiera verla de lejos, me olvide de los regalos y de las visitas a mi casa, nunca iba a consentir que me juntara con una mujer de ese estilo de vida, que ante sus ojos era mala influencia para mí, impura he indecente. Ni siquiera veía lo

malo en nuestra amistad, sin embargo, ella percibía la desgracia en nuestra cercanía. Llore muchas noches pensando en el pasado feliz que tuvimos juntas; en las tardes de invierno, cuando los caminos se llenaban con las corrientes del agua que dejaban las tormentas torrenciales y en las veces que nos ensuciábamos jugando en medio del fango. ¿Cómo podría volver el tiempo y volver a vivir ese pasado tan hermoso? La felicidad de la niñez nunca regresa cuando a partido, se ve partir lentamente y perderse en la distancia, se va apartando a medida los años pasan y nos dejan una estela de quemaduras y heridas en nuestro corazón, heridas que tal vez no nos alcance el tiempo para curarlas por completo, solo se quedan ahí ocultas atrapadas en lo más profundo de los sentimientos, para ser recordadas cuando el mismo tiempo lo amerite y nos siente frente al pasado, resistiéndonos a ver nuestros propios aciertos o desaciertos. Una tarde cuando el sol casi se ponía, María llego de la ciudad a visitar a su padre, quien se alegró mucho de verle otra vez, y por desgracia tuvo la desdicha de encontrarse primero conmigo, quien ya tenía la mente dañada por lo que se decía, la ignoré vilmente, María en ese momento no comprendió mi actitud hacia ella, con la mirada de desprecio la vi alejarse, no me sentía apesarada por lo que acababa de hacer, mamá me había influenciado mal ante ella. Cuando me disponía a observar las luces de la ciudad, María llegó y me abrazo por la espalda como lo acostumbrábamos desde niñas. —La ciudad es más hermosa de lo que nosotros siempre imaginamos Matilde —susurro a mi oído.

—Suéltame —me desate de sus brazos que se habían convertido en fuertes lasos que se ataban alrededor de mi cintura, estrecha y delicada. —Vengo aclarar todo este malentendido amiga, mi padre me lo ha contado todo y os quiero que sepáis que todo esto —dijo sonriendo, sin importar que yo en un principio hubiese dudado de sus buenas costumbres y de la educación que había recibido de su padre. —Por favor vete María, déjame sola antes que mi madre te vea conmigo. —Deja que te explique por favor os lo suplico, no pido más que unos minutos de tu tiempo. Pero solo pudo encontrar el rechazo más severo que nunca le habían hecho, corte mi amistad con ella, por completo y sin ningún remordimiento. María volvió a partir llorando, supongo que con el corazón destrozado como quedo el mío. A la mañana siguiente, muy temprano recogió sus cosas y se marchó, llevando consigo el regalo que había traído para mí y que había regresado a ella una vez me lo dio. Al verla marcharse, comprendí que lo que había hecho estaba mal y quise resarcir mi gran error, pero justo en ese momento mi madre apareció por la puerta y me detuvo. Una amistad rota y quebrantada, sello con la distancia entre nosotras, me quede con esa sensación de malestar en el corazón, que no me dejaba estar tranquila. Después de mucho tiempo, decidí volver hablar con mi madre sobre María.

—Mamá —dije con voz desconfiada — ¿Tú crees todavía que lo que se dijo de María sea verdad? ¿Crees que sea una…? —Si la gente lo dice hija… es porque así es. — respondió mi madre con altanería y rudeza en sus palabras —Pero tú olvídate de eso ya, ha pasado mucho tiempo desde que no has vuelto a tener tratos con ella. —replicó. — Y puedes estar segura de que no fallaste en tu decisión, lo has hecho bien Matilde en alejarte de ella, es ahí donde se ve la diferencia entre ustedes dos, siempre tu mejor que ella —se me acerco y me beso la frente— Te amo hija. —Si… pero creo que la gente miente —siempre mantuve la duda, sobre la veracidad de la información — Pedro me contó que su hija no era así. Y que simplemente fueron palabras mal intencionadas de quien las dijo en aquel momento. Y yo…—, no sé si decir que quería creerle a él era buena idea, al final decidí guardarlo para mí. —Los padres hacemos todo por ocultar los errores de nuestros hijos, además de mantenerlos nueve meses protegidos en nuestro estómago, salen y se siguen valiendo de nosotras, cual inocente siervo se esconde del peligroso cazador —respondió mi madre sin remordimientos. —Hay padres que les ocultan hasta crímenes a sus hijos, con tal de no verlos en la cárcel, Pedro no es la excepción. Si tú fueras un delincuente seguro yo te cubriría también. Eso se llama amor de madre y el sin duda es un padre amoroso. Yo lo llamo: ceguera pasional. —No serias capaz de hacerlo mamá. —solo me miro sin decir nada. —Estoy segura de que me entregarías a la policía sin pensarlo. —solo me miro con el rabillo del ojo.

—Tal vez y tengas razón, no podría tolerar la marca del pecado en mi casa —dijo más tarde. Yo seguía dudando desde aquel día, de la verdad, de esa verdad que me negaba a creer. Por un momento parecía que iba a reaccionar e iba a acercarme a María nuevamente, pero de repente los consejos de mi madre arremetían y turbaban mi razón y desistía de tal deseo, temía a mamá, su carácter era difícil de manejar y por eso, a veces solo me quedaba con la intención de revelarme. Era capaz de abandonarme a mi suerte si me sublevaba. En medio de aquella corta conversación, se escuchó un golpe estrepitoso en el cuarto de papá, corrimos hacia allá, encontramos a mi padre alargado en el estrecho pasillo del cuarto, con algunas partes de la cara cubiertas por el polvo. Con esfuerzo lo acomodamos y lo recostamos sobre la cama. Se miraba pálido y con los ojos hundidos, no era natural en él, después de ser un hombre vigoroso y fuerte ahora se convertía en un pedazo de ser. — ¿Estás bien papá? —lo vi un poco agitado y con mucho miedo. —Fuera de la habitación Matilde —ordeno mi madre a gritos —Quiero hablar a solas con tu padre —añadió después Papá asintió con el acostumbrado meneo de cabeza. —No quiero dejarte papá. Insistí en quedarme y ver la evolución en mejoría de la salud de papá, pero mi madre fue clara y precisa, me tomó de la mano, luego me arrojó por la puerta de un empujón. Fue tan evidente que ella tenía la intención de ocultarme lo que estaba pasando, quizás lo había hecho desde antes y yo

no me había dado cuenta, pero ahora que lo sabía no podría quedarme cruzado de brazos. Tenía que averiguarlo—. ¡Era eso lo que me estaba ocultando! — Entre en razón — ¿Cómo ha sido esto posible? —me reproche. Desesperada salí de la casa y me dirigí para donde los vecinos, un nudo me obstruía la respiración, calmaría los nervios que ahora me acongojaban y luego volvería, para enterarme de lo que mi propia madre me estuviera ocultando sobre la salud de papá. Las horas del día fueron avanzando y yo aún deambulaba por la aldea, visitando hasta el ser donde jamás había ido antes, no sabía qué exactamente conversar con aquellas personas, por eso cuando no tenía tema, dejaba que la gente admirara lo buena hija que era. Las conversaciones eran vanas y llenas de aburrimiento, odiaba sentirme alagada, en momentos en los que mi mayor pilar se desmoronaba, sin que hubiera alguien que lo ayudara. Mi imaginación era tan grande, que ya imaginaba como iba hacer vivir sin ese ser que me amaba tanto, mi corazón lloraba por dentro; no me quedaba más que tragarme aquel dolor y sonreír, para que nadie se diera cuenta de mis penas. De regreso a casa, cuando cruzaba el angosto camino, vi venir hacia mí una mujer, con un vestido rosa muy atrayente y con un bolso tirado del codo, la mujer caminaba medio distraída admirando la naturaleza y con despampanante postura de los hombros, detuve el paso y espere que avanzara un poco más; cuando me entere que María llegaría ese día, nunca imaginé que podría tratarse de ella y menos que pudiera cruzármela por la vereda.

Al tenerla casi en mis narices me di cuenta de que, si se trataba de María, necesitaba hablar con alguien, tome impulso con un largo suspiro y con paso seguro me encamine a su encuentro, de repente aquella idea volvió aparecer “es una prostituta en la ciudad” —No puedo — balbucee para sí —Si alguien me ve con ella… también hablaran de mí. Temía tanto al qué dirán, que me petrificaba de solo pensarlo —Eso no lo podía permitir, ahora con mucha más razón que sabía el concepto que tenían de ella las personas. Doblé detrás de unos árboles y la vi pasar de lejos. María había cambiado tanto en su apariencia que no era fácil dar enseguida y tenía que ayudar a las personas que antes la conocían, para que supieran que de verdad se trataba de ella «es una mujer hermosa». Regrese a casa un poco humillada, el sol casi llegaba a la cumbre de la colina que quedaba a unos cuantos kilómetros de mi humilde rancho, mi madre ya con corta diferencia terminaba de preparar el almuerzo, el olor de aquella sazón exquisita se podía sentir desde el patio. — ¿Dónde te habías metido? —preguntó mamá al verme aparecer por la puerta de la cocina. Evadí la pregunta y contesté con otra cuestión. — ¿Cómo está mi padre? —Está bien —dijo nerviosa y cortante —Solo es un poco de estrés nada más. —Cuando se cayó… me pareció que había vomitado sangre. —Viste mal hija.

Mamá no se atrevió a mirarme a los ojos aquella vez, sabía que, si lo hacía, no podría soportar el silencio y me contaría la verdad, sin remedio. A pesar de que mamá nunca demostró ser la madre que muchos hijos buscan: amorosa, amable y hasta una buena amiga conmigo. Trataba siempre, que yo sufriera lo menos que pudiera. La conversación tuvo una pausa. Entre nosotras, el abrumador silencio fue interrumpido por una tos fastidiosa que ataco a mi padre y amenazaba con ahogarlo. Dejé de hacer mi quehacer y me marché corriendo, con un vaso de agua en la mano, mamá me siguió al trote, por momentos se cruzaba en mi camino obstaculizándome el paso, evitando mi llegada primero, sin embargo, no se lo permití, era mi momento de asistirlo, ya había evitado mis cuidados por una vez, no se lo iba a pasar por vez segunda. Con agilidad me arrebató el vaso de las manos y tomó a borbotones hasta vaciarlo por completo. Sin preámbulos, el agua se regresó de su frágil estómago, vomitándose a sí mismo. Su reacción al líquido me causó conmoción. Me lleve las manos a la cara del asombro frotándolas con fuerza sobre mi rostro y entre en trance de perplejidad. — ¿Que pasa padre? —le pregunté poniéndome de rodillas sobre el piso que me perforaba cruelmente con las arenillas mis rodillas rojizas. —Nada Matilde —respondió enseguida mi madre, sin darle tiempo que me respondiera con la verdad —Solo debe de ser una infección pasajera hija, una cosa de esas que cree tener la gente ignorante de estos rededores —, trono los dedos, buscando esa palabra que por ahora había

olvidado—. ¿Cómo es que se llama? ¡Ah ya se! le dicen “empacho” si, eso es. Ayer almorzó muy entrada la tarde y eso es solo resultado. Esos eran los momentos donde añoraba enfrentarme a mi madre. —Cómo puedes decir que es una infección pasajera ¿Que no ves que vomita sangre mamá? —Papá quiso retirarse de mi interrogatorio y volvió la cara hacia la pared —Exijo a los dos que me digan la verdad, en este mismo instante ¿Qué es lo que pasa? Ya no pueden seguir mintiendo, las cosas se han salido de sus manos, ocultarlo es una tontería papá. —Deja de atormentarnos Matilde, tu padre y yo no estamos para tus dramas absurdos —dijo abandonando el cuarto. Mi madre siempre decía las cosas gritando, a veces sentía que esa era la forma más sencilla, que había encontrado de demostrarme quien tenía el mando en nuestra casa. A sus gritos yo obedecía mansamente y asentía a todos sus caprichos, cual inocente perro obedece a su amo sin protestar, sin importar lo absurdo que me parecieran o lo incomoda que me pudiera sentir. Papá me invitó a sentarme a su lado, pero me mantuve de pie, me cogió de la mano, se la llevó a la boca y la beso, luego dijo que me sentara a su lado nuevamente, vi sus ojos dilatarse, me contemplo mi rostro como cuando era una niña y trago saliva, con su mirada apagada, escapando de su ser un suspiro de despido. Había aprendido a leer esa débil y amorosa vista que me proporcionaban sus ojos y con, la que me ganaba el corazón cuando quería. Solía darse

mucho a las bromas conmigo, pero esta vez no lo hizo. Cerró los ojos y entre sus tupidas pestañas, las lágrimas corrieron incesantes. — ¡Papá! —Estoy bien hija —susurró papá. Estaba segura de que lo decía para bajarme la preocupación que amenazaba con enloquecerme, mi aspecto quizá no era el mejor y mi padre se había dado cuenta. —No te creo papá —balbuce con las mejillas cubiertas de lágrimas. — Vi sangre en el suelo, y no creo que todo haya sido producto de mi imaginación como dice mamá… no soy tonta padre. —él se me acercó y dio de golpecitos en mi espalda, resignándose a dejarme sola. —Sea lo que sea, no debes de preocuparte. Recuerda que yo estaré bien, no importa el lugar en el que este, solo quiero que cuides de tu madre y de ti. La vida es un suspiro, un soplo; un momento pasajero y ya conoces a tu madre como es hija. Solo me duele llevarme esto a la tumba… no podre más, siento que me quema por dentro, es como un fuego que arde dentro de mi —No podía entender lo que me quería decir— Voy a morir, estoy seguro de eso mi niña, solo me dueles tú. — No hables así papá, no resisto escucharte hablar de ese modo. ¿Es grave lo que tienes? A caso ¿Tú sabes lo que tienes? —pregunté alejándome un poco de su cama, necesitaba saber si mamá nos observaba detrás de la cortina. Luego regrese — ¿Cómo puedo ayudarte? —le pregunté a sabiendas que no me daría una respuesta, él conocía mis limitantes para poder cumplirle y sabía que no había forma que yo pudiera ayudarle en ese caso.

—Puedes ayudarme, quedándote a mi lado en las pocas horas que estaremos juntos —dijo sonriendo inocentemente. —Ven… vuelve a mi lado. Quiero tenerte cerca de mí todo el tiempo que sea posible. Me aproxime y él me acogió en su pecho, su corazón latía tan lento, que parecía un reloj en ruinas. Casi podía escuchar el correr de su sangre a través de sus venas. —No temas –dijo aliviado —Pronto estaré bien. No es la primera vez que me pasa esto. Cuando eras niña ¡No lo recuerdas fue hace mucho tiempo! Cuando eras niña, también me puse mal, tu madre me cuido y pronto estuve bien de vuelta, ahora será lo mismo, pensé que me había librado de este mal—. Suspiró Pedía a Dios que lo que me decía fuera una realidad y pudiéramos quedarnos juntos por muchos años. —Deja que tu padre descanse Matilde —La puerta de la habitación aborto a mi madre, le mire celosamente y me adherí más a sus brazos. Había regresado a nosotros. —Anda… ve y distráete —musitó mi padre a media voz. —Yo estaré bien —trataba de hacerme sentir segura, pero no me encontraba convencida de aquellas palabras que salían de la boca de mi viejo y cansado padre, aun así, con la duda entrampada en mi mente abandone aquella humilde habitación, mamá siguió mis pasos de cerca. Cuando nos alejamos de él y casi estamos bajo la sombra de los árboles, abruptamente me interpuse a su paso y con un ademan mal humorado la enfrente.

— ¿Morirá verdad? —pregunte severamente, casi reprochando el infortunio y queriendo encontrar un culpable. —No lo sé —fue la corta respuesta de mamá, la vi muy devastada y triste, a la vez que me empujaba para apartarme del paso. — ¿No has pensado que es momento de avisar a ellos también lo que está pasando? — ¿Ellos? —respondió sorprendida, sin caer en cuenta de lo que le hablaba— ¡Ah ellos! Eso nunca, si tu padre muere… cosa que la veo difícil o mejor dicho cosa que quiero imaginar, ellos no se enteraran. Ni aun así supiera donde encontrarlos —suspiro — ¿Has pensado en lo que desea mi padre? —Tu padre no puede desear nada. No está en condiciones de estar pidiendo nada. No aprobaba tal decisión, pero lo acepte. Cuando yo nací, vinieron al mundo conmigo dos seres más, mis hermanos: Laura y Lucas (madre los llamaba así), para entonces mis padres ya eran pobres y no podían criar a tres vástagos de edades similares, fue por esa razón que decidieron darlos en adopción, según mamá «desde ese día, jamás volvió a saber de ellos». Aunque yo sé que sí. El primer miércoles de cada mes les visitaba en una tumba en el cementerio, decidió darlos por muertos y apartarlos para siempre de su lado, miraba como lloraba sobre un puñado de tierra donde no había nada. Con el paso del tiempo, un día me dijo la verdad, es por ello por lo que yo conozco la historia casi completa, sin embargo, siempre me describió como la hija mayor, y de ellos se limitó a recordarlos, nada

más que por sus nombres. Pero ahora había llegado el momento de traerlos nuevamente a nuestra memoria. En aquella conversación jure acordarme jamás, siendo un juramento falso, porque en el fondo soñaba con conocerlos un día no muy lejano. —Prométemelo, promete que no les dirás lo que está pasando. Si supiera su paradero quizá lo haría, aunque fuera a disgusto de mi madre, lastimosamente no me era posible hacerlo en aquel momento, vivía demasiado limitada, en lo económico; como en libertad. —Lo prometo mamá. ¿Y ellos no saben de mi existencia? —me interese. —Como tampoco saben que yo existo —respondió — ¿Dónde vive esa familia? —Perdí su rastro hace ya muchos años. Un día fui de visita como lo hacía cada miércoles de inicio de mes, pero ya no los encontré. Sus vecinos dijeron que se habían marchado a otro país —suspiro; melancólica— Ese fue un golpe muy fuerte para mí —dejo un espacio de silencio y añadió después —y también para tu padre, solo que él nunca se recuperó, mientras yo inventé mi propio mundo, mi propia realidad, para vivir sin ellos… —Respiro tres veces seguidas y completó posteriormente, en medio de un sollozo —Pero nunca logre sacarlos de mi cabeza para siempre. Cuando amas a tus hijos, es difícil olvidarlos por completo, más cuando el corazón y la mente te castigan con el peso del recuerdo, martillando nuestra alma. Asentí mirándole a los ojos.

—Fui yo quien los entregó por su propia mano —se reprochó. No supe qué decir, ahora comprendía el rechazo que sentía hacia mí, era yo uno de sus tres hijos, y quien le recordaba ese pasado tan doloroso, que por más que luchaba aún seguía vivo dentro de ella. —La verdad no podía criar a tres chiquillos, tres niños que requerían muchos cuidados. Y entre los tres, te escogí a ti, fuiste la primera en nacer, la primera a la que le vi su pequeño y dulce rostro —siguió —Si tú te vas, mi elección habrá sido en vano. Sentí sus palabras demasiado pesadas, y palabras envueltas en chantaje maternal. —Prometo no separarme de ti mamá, nunca lo haría. — replique — ¿Ni siquiera por amor? —Pregunto esperando que mi respuesta se entrecortara y balbuceara al contestar, a la vez que me fulminaba con la mirada. —Ni siquiera por amor madre —respondí, segura de mi decisión. —Eso dices ahora —respondió —Mañana lo abras olvidado. Solo si nunca los hubiera entregado, ahora tendría tres hijos, en vez de uno, y no fuera necesario que me prometieras no abandonarnos nunca, a tu padre y a mí — luego se retracta y dice —Pero no soy quien para pedirte tanto. —Ya no reproches tu pasado mamá, trata de vivir en paz, sabes que elegiste el mejor camino para mis hermanos y que ellos están bien.

—Eso, no lo sé ahora. Ese… ese es el dolor que no me deja respirar. ¿Imaginas si no es así? Para mí, el tema del amor era obsoleto, aquellos días sentía el desánimo en mi músculo llamado corazón. Enamorarse, es una dura carga que pesa tanto llevarla, y de repente te lastima, de una forma inesperada, mi miedo al dolor del amor era constante y no podía concebir, que me tuviera que abandonar a los sentimientos de alguien más, de alguien que solo me tomara por un pasatiempo, como me había pasado ya. Aunque reconozco, que a veces parecía tocarme un sentimiento de desasosiego infinito, y la causa era un amor dentro de mi mente, amor del pasado, amor de adolescente, de esos que hacen detenerse a pensar y soltar una sonrisa imaginaria; solía llamarlo ilusión instantánea. ¡Pasado! Ese eterno atardecer perdido en las olas del mar, una estela de recuerdos y reproches desalentadores; un momento de difícil reflexión. La conversación se vio interrumpida con la llegada de un señor de cabello castaño, estatura media y de tupida barba blanca, nos saludó amablemente sosteniendo una sonrisa en sus labios. En medio de los saludos pregunte de quien se trataba, mamá se limitó a decir que era un viejo conocido y próspero empresario en la ciudad. Lo vi como una persona normal, no tenía un aspecto de ser alguien de teneres elevados, ni de posicionarse en gran nivel económico. —No lo recuerdo mamá. —Sin embargo, yo si te recuerdo a ti Matilde —afirmo él con gran seguridad —La última vez que te vi, tendrías tal vez unos días de nacida, ahora eres toda una señorita — parloteo

—Cállese señor no diga cosas de las que se puede arrepentir —Increpo mi madre— Pensé que nos había olvidado señor Virgilio. —Mi ausencia, por muchos años se debió a una complicación en mis negocios que usted ya conoce señora, —respondió presuroso el viejo — ¿Y su esposo? — pregunto enseguida, tratando de desviar la atención. Mamá me miró nostálgica y como tratando de ocultarse, y con la vista más apagada que jamás, había visto en ella. —Pasamos un lamentable momento Virgilio, mi esposo ha enfermado gravemente y estamos devastadas, sin saber qué hacer. Como dicen por ahí: estamos atadas de pies y manos. La pena de no tener nada, es lo que nos acompaña. — ¿Que tiene? —preguntó frunciendo el ceño —No sabemos por ahora, pero desde muy temprano a estado vomitando sangre. —me entremetí — ¡Eso es grave! ¿Le ha visto un médico? —No —se quebró mamá — ¿Y entonces qué esperamos para llevarlo? —No tenemos dinero señor —conteste con profunda pena Mamá y Virgilio como ella lo había llamado, intercambiaron miradas hasta detenerse sobre mí los dos a la vez. Se hicieron un extraño ademán que no logre comprender de lo que se trataba. Y yo solo incline la mirada. La salud de mi padre empeoraba cada momento, en ese instante volvió a tener una de sus crisis, los tres fuimos a verle, el suelo estaba mojado con coágulos de sangre.

La fiebre seguía aumentando considerablemente y con ella los delirios. —Esto ya no va bien —balbuceé — ¿Podemos hablar a solas Señora Piedad? —pregunto Virgilio a mi madre, de una forma sospechosa para mi ver. Mi madre no se negó, sin embargo, se hiso de rogar. —Quédate con tu padre un momento Matilde —pidió mamá. Los dos abandonaron la habitación, estando ausentes por varios minutos, desde las rendijas de la pared miraba como mi madre batía las manos, como negándose a aceptar lo que el señor le proponía. Cuando volvieron ya mi padre no abría los ojos, su salud quebrantada lo había debilitado, hasta llevarlo a un estado de inconsciencia profunda. Mamá me miro al entrar, percibí vergüenza en su rostro y un poco de culpa, desde esa mirada pasajera no volvió a dirigirse con otra. — ¿Pasa algo madre? —por un momento lo negó con la cabeza, pero tiempo después, me hizo salir de la habitación. Salimos al gran patio que se extendía por todo el llano, cuando estuvimos allí mamá clavó su mirada en mí y luego la dejó caer a tierra, pregunte otra vez lo que pasaba, pero ella endureció la cabeza y se negó a verme a los ojos, lo que había hablado con el señor Virgilio, le afectaba la conciencia, o le estaba causando alguna clase de culpa, también tormento, me pregunte si aquello tenía que ver conmigo. Como era costumbre entre nosotras, el silencio nos embargó en una tela de oscuridad e incertidumbre, con eso

confirmaba lo que antes había sospechado, habían hablado de mí y la propuesta que él le hizo seguro a ella no le pareció tan correcta, sin embargo, no le sería fácil callarla. Espere en total silencio hasta que decidió hablar. —Hija… Virgilio nos prestara el dinero que necesitamos para llevar a tu padre al médico. —si su rostro no hubiese estado tan desencajado como lo tenía, hubiese pensado que se trataba de un regalo del cielo, en el fondo sabía que no era así. La miré por un instante y dije después. — ¿Que tengo que hacer por esa ayuda? —Mamá era impredecible y de ella podía esperar cualquier cosa. Me miró y yo clavé la mirada en su ceño fruncido. —A cambio del dinero, él quiere que tú te vayas a la capital, para que trabajes en su casa como doméstica… esa será la forma con que pagarás la deuda. Yo no puedo hacerlo, estoy vieja y quizás no aguantaría ya tanto trabajo, pero tú eres joven y fuerte y además sana. — ¿De cuánto tiempo estamos hablando? —no era quizás la pregunta correcta, pero con ella quería saber la cantidad por la que me estaba vendiendo. —Solo serán meses, a lo mucho un año. —dijo insegura. Era tan grande el amor que sentía por mi padre, que detenerme a pensar en poner obstáculos no era bueno. —Acepto madre… trabajare para don Virgilio en la ciudad. —Al oír mis palabras, mamá volvió a hacia mí con una sonrisa que se perdía a lo lejos.

—Sabía que no me fallarías esta vez —tomó mis manos entre las suyas y las apretujo con cariño, yo sonreí nada más. —Anda y prepara lo que llevarás. —baje la cabeza, la mirada se me opacó, pestañee pocas veces intentando no llorar. Pude observar como don Virgilio volvió a ver a mamá, con una sonrisa de triunfo malvado. Yo me aleje y mi madre se quedó hablando con él. Caminé con paso caído a la habitación de mi padre, le miré y le acaricie su rostro pálido, su bigote encanecido raspo mis suaves manos y por última vez también le miré. En la cama le rodeaba una almohada percudida y la sabana de antaño que le ayudaban a conservar el calor que le exigía su cuerpo moribundo. Fue una despedida larga y dolorosa, dolorosa por no poder expresar el enojo que llevaba en mi corazón, irme no era lo que anhelaba, pero con el dinero que nos había dado Virgilio cubría las atenciones médicas que podrían curar a mi padre, pondría de mi parte y me abandonaría a la suerte que el futuro me deparara. Desde el filo del viejo estanque de donde nos abastecíamos de agua, me vio marcharme, no me despedí de mi madre como lo hice de mi padre, había reflexionado y había concluido que algo se ocultaba en el silencio que embargaba a todos, al cruzar la cerca que dividía la choza del potrero y el terrero se desnivelaba y empezaba la pendiente, me paré y volví la mirada hacia el estanque, mamá alzó la mano diciendo adiós, mi mano nunca se alzó, levante el rostro y caminé hacia adelante, llevando en mi mano derecha una maleta con lo poco de ropa que tenía. Mi padre solo se limitó a respirar, y todo pareció que él en

su desconcierto no sabía lo que pasaba, sus lágrimas quedaron rodando por sus mejillas, en medio del lecho. —Listo —se acercó Virgilio diciendo. —Váyase ahora mismo—, alcance a oír desde lejos— antes que me arrepienta de nuestro trato —amenazó mamá. —Lleve a su marido al médico, porque para eso ha hecho este sacrificio ¿verdad? — ¿Lo está dudando señor imprudente? —Siempre ha sido una mujer muy ambiciosa Piedad, no se le olvide que la conozco muy bien. —Cállese… usted no sabe nada de mí, no sea atrevido. — ¿Qué pasaría, si todos conocieran su pasado? Usted que ha engendrado prejuicios negros en Matilde, ser quien en realidad fue. —Vi a mamá ruborizarse y batir las manos con descontento absoluto. —Ya le dije que se largue. Mi hija lo espera en el carro, lárguese ahora mismo. Recuerde que usted no es mejor persona que yo, los dos hemos hechos cosas que nos pueden terminar hundiendo… —Mientras mamá discutía con Virgilio una sombra, opaco la entrada de la puerta, aquella sombra cayó de repente ante mis ojos, era papá quien se había levantado forzando sus miembros débiles, quería detener la locura que estaba pasando, pero sus fuerzas lo abandonaron. Virgilio corrió ayudarle, pero Piedad lo impidió y le ordenó que se fuera, temía que yo descubriera lo que sucedía y desistiera de marcharme a la ciudad. Esa tarde nadie pudo evitar mi partida, todos los caminos se abrieron al paso, de un ruidoso motor.

Viaje sentado en el asiento trasero del copiloto. Veía como el coche avanzaba a gran velocidad en medio de los árboles. Había sido mi sueño ver las grandes edificaciones, el murmullo de gente y el bullicio de los demás autos, pero no así, no de ese modo. La tarde caía delante de nosotros, atrás quedó la familia que tanto adoraba, la familia que me vio nacer y crecer; dolía tanto mi corazón, pero no decía nada, en el silencio interno lloraba sin encontrar consuelo. —No has hablado en todo el camino Matilde — comentó Virgilio. Le respondí con una mirada, luego la aparté de él y seguí centrada en los árboles que quedan atrás como dando de vueltas. Cada célula del atardecer perdía la bella vista que se plasma delante, y en mi mente lo único que nublaba mis pensamientos era la cara de mi padre a la hora de la despedida. No pasó mucho tiempo cuando la ciudad se aproximó a nosotros, me di cuenta de tal cosa porque vi un farol encendido, como aquellos que por las noches había visto desde la roca del patio, luego otro y otro, hasta que a cada cuadra había uno o dos hasta una docena. El coche avanzaba sigilosamente sobre el asfalto frío, de repente llegó a un lugar donde se tupió de edificaciones de concreto, casas muy bonitas y calles llenas de gente, baje el vidrio y saque la cabeza para tener una mejor visión de lo que sucedía, lo que solo vivía en mi mente, ahora estaba caminando entre ellas, la gran ciudad, quizás no era la que quedaba frente a casa, pero si era una más grande y más lujosa «la capital». — ¿Por qué los coches se detienen ante esa luz roja? — pregunte con admiración

—Es un semáforo Matilde —respondió el viejo—, en la ciudad hay cientos de ellos, ya lo sabrás —si solo eso me hubiera dicho quizás no hubiera entendido de lo que hablaba, pero él me explico los ciclos más importantes de aquel aparato. Luego cuando el semáforo cambió a verde seguimos la marcha, hasta estacionarnos frente a una casa de planta alta, tenía un portón fuerte de color café donde era el garaje, y unos barandales un tanto que parecían blancos a la distancia. —Hemos llegado muchacha, ya puedes bajar. Aun con el asombro de estar dentro de la ciudad, tarde en tomar la palabra de Virgilio, hasta que un hombre que parecía el jardinero por su aspecto hostil agarró mi vieja maleta y la condujo por un pasillo estrecho y con una luz verde que se apagaba y se encendía a la vez. Caminamos unos cuantos metros en línea recta, luego cruzamos a la derecha, pasando frente a cuatro puertas amarillas, para después subir al nivel superior por unas gradas de hierro tallado; al llegar al piso que nos dirigimos, una puerta se abrió casi por arte de magia, paso primero el hombre y después le seguí muy atenta a las extrañas paredes del lugar sombrío, no había ninguna mancha en la pared, aunque estaban muy bien afinadas con el concreto. Después de la puerta principal donde habíamos ingresado, seguía otro gran pasillo, pero en descenso, con el mismo tono tenue del anterior, allí no había puertas solo un extraño olor a húmedo, las paredes se alzaban sobre nosotros a unos cuantos metros de altura, que si era necesario saltarlas no sería una tarea fácil de superar. Lo que por fuera lucía como una casa de habitación muy moderna y con acabados barrocos, por dentro se convertía

en una serie de pasadizos extraños y tenebrosos, que perdían a cualquiera que no estuviera acostumbrado a trajinarlos. El gran pasillo doblaba a la izquierda bruscamente, donde solo tenía pasó una persona, desde el quiebre iniciaba una colilla de habitaciones, tanto a la derecha como a la izquierda, diferenciadas únicamente por números en las puertas, gire la cabeza dos veces seguidas a mis costados, aprecie a la vez que las puertas del lado derecho eran amarillas y las de la izquierda eran de un morado intenso, en ese momento no pensé en la diferencia y seguí de cerca al hombre. —Disculpé —dije, él hombre guardó un instante esperando que enhebrara las palabras que buscaba decir sin volver a mi— ¿Para dónde vamos? —Camine que ya estamos cerca —contestó el amargoso hombre —Y es mejor, que no me pregunte cosas que me puedan comprometer señorita. Yo solo cumplo con lo encomendado, cada vez que llega una más. — ¿A qué se refiere con una más? —Ya le dije, no pregunte cosas que la pueden asustar. Sea paciente, lo sabrá en su momento. No seré yo, quien le dé la noticia. Yo vestía una blusa y falda de manta; blanca, a lo lejos se podía ver de dónde venía, caminé sin entretención, hasta que, por fin, una luz clara alumbró mi rostro, me brillaron los ojos y un suspiro me inundo de satisfacción, me sorprendió los lujos que encontré allí, y no perdí la oportunidad de sentarme en los sillones suaves y reclinables que adornaban la sala. Eran tan cómodos; podía pasar horas sentada, sin cansarme.

—Hasta aquí me permiten llegar, este pendiente que alguien saldrá y la conducirá a su habitación —fueron las palabras más amables que el hombre dijo, antes de retirarse. Me limité a mirarlo y asentí con una leve sonrisa apagada. El hombro volvió al pasillo oscuro y su sombra se perdió entre la densa oscuridad que me limitaba a mirar más allá. Cuando me creí sola, me levanté de donde estaba y recorrí dos metros cuadrados dando vueltas en mí mismo eje, los jarrones brillaban con la luz de las lámparas — ¡Wow es hermoso! — pasé mi mano sobre el— era suave, nunca había mirado algo tan bien diseñado, y esculpido con tanta precisión. Se sentía un aire fresco salir de unos agujeros en el techo, eso impidió mi excursión, deje de admirar y regrese al sillón, hale el maletero y desabroche la hebilla, sacando un abrigo con pequeños agujeros en la espalda «esto me ayudara» —dije a sí misma, me lo puse y me quede sentada dando un recorrido solo con la mirada. Sentía un extraño melancólico dentro de mi pecho, que sin querer me causaba desasosiego intermitente, hasta hacerme suspirar constantemente, a veces entrecortado. Luchaba por concentrarme en lo que quería pensar, pero simplemente no me era posible hacerlo. Deseaba sacar de mi cabeza la acalorada discusión que había escuchado entre mi madre y don Virgilio, tampoco podía lograrlo olvidar con facilidad el rostro moribundo de mi padre que yacía clavado en mi mente. El miedo profundo y los escalofríos ligeros llegaban hasta mis quijadas, las cuales castañeteaban de manera involuntaria, cuando recordaba que estaba sola y que nadie me miraba. Así misma no veía la joven humilde y desdichada que tal vez en mi afán solo quería ocultar,

quería verme volar como las aves al nido, quería ser libre y no presa de mi propia cárcel, de mis propios sentimientos.

Capítulo 2

— ¿Te sientes cómoda sentada allí? —preguntó una mujer a mis espaldas, por el tono de voz parecía una dama joven, volví y no me había equivocado, en efecto era una mujer joven muy alta y esbelta, de cabello rubio, nariz respingada, brazos largos y de un cuerpo escultural, traía un vestido de un solo tiro, ajustado a su cuerpo y desmangado; sobre los hombros acarreaba una bufanda de piel de león —creo por sus pelos y la textura, la moda no es lo mío, apenas si me visto con cualquier trozo de tela—, una pulsera de diamantes en su mano derecha que parecía una enredadera brillante y sus labios tan rojos como la sangre. El cabello hecho moño y tan solo un mechón corto caía por su frente. Me quede boquiabierta examinándola de pies a cabeza. Nunca había visto una mujer como ella, no con esos arreglos, que seguro valían mucho dinero. Vestía con buen gusto. —Sí, son cómodos —respondí, con vergüenza que reflejé en mi voz. Seguí mirándole sin pestañar siquiera. Se expresaba con tanta suavidad, que sus palabras caían despacio sobre el viento y se escapaban sigilosas por los

agujeros de los pedestales que sostenían los floreros. Luego de su boca salía otra palabra, que perseguía a la que se le había adelantado ya. La mujer me observó, minuciosamente de pies a cabeza, para luego decir de forma despectiva. —Aníbal de verdad está loco. No puedo entenderlo. —Perdone usted señorita ¿Que dijo? —iba a parecer sorda o tal vez impertinente o más bien estúpida, pero su comentario me pareció desatento. No vestía más que un vestido confeccionado por las manos de mi madre, podía observarse las puntadas disparejas sin atino y en una tela económica es verdad, por eso no iba a permitir que se me insultara como ella lo había farfullado. Empezaba a desagradarme, el reflejo de la primera impresión se desvanecía como: una casa de arena dibujada en medio de la playa que se ve azotada por las olas de una tarde de marea. —Dije que me sigas. Todo parece que contigo hay mucho trabajo por delante, pero ahora ya es tarde y si algo tenemos en este lugar es tiempo para pulir el oro que se encuentra en desgracia. Atravesé la puerta de cristal de dónde había salido la mujer bonita y elegante, me di cuenta de que ese lugar si parecía ya una casa, cruzamos todo lo que supuse que era otra sala, y la abandonamos por una puerta que fue abierta por dos hombres vestidos de negro. —Disculpe y el señor Virgilio ¿Dónde está? —pregunte asombrada, queriéndole ganar el paso y caminar a su lado. Se detuvo y me miro.

—Olvida a ese hombre, nunca lo volverás a ver en tu vida. Yo solo lo vi una vez, pensé que había muerto ya, pero sigue ahí. — volvió al camino. —Pero ¿Por qué? Él dijo que… él tiene un trato con mi madre, y no puede faltar a él. Usted no lo sabe, pero él juro… — ¿Juro llevarte de regreso? También se lo prometieron a mi madre… ella se lo prometió —Sonrió burlescamente —Olvida lo que dijo, ya te dije él ya cumplió su trabajo. Ganó su dinero y se marchó, es un buitre… como lo hizo aquella vez por órdenes de esa maldita mujer de la cual no olvido su rostro —dijo lo último en voz baja, diciéndoselo a sí misma. La mujer pronuncio tan fuerte las primeras frases, que no quede con ganas de volver a preguntar nada más. Después de unos segundos llegamos a una puerta de morado intenso, pero no eran las mismas que estaban en el pasillo anterior sino a otro costado, ella sacó del encaje una sola llave y abrió. —Entra —dijo extendiendo la mano y señalando hacia dentro. Le miré y obedecí enseguida —Esta será tu habitación desde ahora, tienes lo necesario, una cama; una silla y un espejo, el espejo siempre será tu mejor aliado — olvido mencionar el baño, pero también estaba allí. Mencionó que al día siguiente vendría para indicarme lo que tendría que hacer. Todo lo que veía, lo conocía bien, me recosté en la cama y me pareció cómodo. Esa tarde no hubo una cena en la mesa, ni café, ni un vaso con agua, en familia como lo acostumbraba; sentí que el estómago me comenzaba a rugir de hambre y la garganta se me ponía carrasposa de resequedad, pero no tenía la

suficiente confianza para salir y pedir algo de comer. Resignada regrese a la cama, era increíble, la habitación estaba iluminada completamente, no quedaba un solo espacio donde estuviera oscuro. Me pare y fui al espejo, un espejo con acabados de mármol a las orillas, en forma ovalada con marcado diseño antiguo. No lucía tan bonita como la mujer que me había recibido, pero quizás si ponía de mi esmero, pronto estaría mejor que ella. Me di cuenta de que pensaba con ambición, tal como mi madre le gustaba, me volví de espalda al espejo y reflexioné. No me gustaba ese pensar, papá que era un hombre sabio desaprobaba ese tipo de cosas. Mas tarde volví a pararme frente al espejo, no terminaba de contemplarme cada facción de mi rostro; escuché de pronto unos golpes en la puerta, eso no era usual en el campo, de donde procedía, allá nunca se escuchaba que le tocaran la puerta a nadie, a menos que se tratara de una emergencia — ¿Será que es eso? —, nunca se podía interrumpir el sueño de los demás, me quede convertida en una estatua y preste atención al ruido, los golpes se volvieron a escuchar distantes unos de otros como retándome a abrir, guarde estricto silencio, hasta que una voz lo interrumpió. — ¿Hay alguien ahí? —preguntó la voz masculina. Me recordó que no era prudente que una joven recibiese a un hombre en su habitación, a deshoras de la noche. —No le puedo atender por ahora, regresé mañana — respondí desde adentro adosada a la pared y arqueando las cejas. A un costado de la puerta me pare y junte mi oído a la madera. Se sintieron los pasos alejarse al norte, casi en el mismo lapso se escuchó el ruido del talón de unos tacones

provenientes del costado sur, otra vez volvieron a golpear, ahora con más fuerza, pensé que no podía ser la misma persona, tenía que ser otra, esta vez una mujer. — ¿Quién? — pregunte en un tono descortés y con un poco de disgusto. —Te traigo algo para que comas —respondió la mujer elegante, era casi imposible no reconocer aquella voz suave y agradable detrás de la puerta. Arregle un poco mi cabello, suspire aliviada y gire el pomo, abrí con cara de felicidad. — ¿Por qué tienes hambre verdad? —dijo mientras cruzaba el marco. — Tienes que tenerme mucha confianza —replicó— Solo deseo ser tu amiga, ya que viviremos juntas lo mejor es que nos llevemos bien. Cuando necesites algo, no está demás que me lo pidas. Asentí con la cabeza, la mujer puso la charola sobre la pequeña mesa y retiró la tapa con la que cubría el plato. —Es una modesta cena, ya que la hora de cenar fue hace un rato, esto es lo único que nos queda por ahora. Para apaciguar un poco el hambre, está bien. Ya mañana podrás comer como aquí se acostumbra. — miro el plato y de encuentro me miro a mí. Nunca había visto un estofado como aquel, ni sentido su olor, ni nada que se le pareciera, pero me entendió apetitoso. Mamá cuando yo era niña me regaló un libro de cocina, donde aprendí muchas recetas, de las cuales nunca pude practicar, teniendo todos los materiales, apenas si llegué hacer un pollo de lo normal.

Vi con gran placer lo que a ella le parecía modesto y ligeramente pobre, simplemente para mí era la comida más buena y deliciosa que había comido jamás. — ¡Pero anda come! —señalo el plato animada desde su asiento junto al espejo. Cruzamos miradas. —Si —dije sonriendo —Disculpe, ¿me podría dejar sola?, sería solo por un momento corto —me miró sorprendida, pero sin exaltarse —Es que deseo comer sola, me cuesta… —Me disponía a explicar lo que me pasaba, cuando ella me interrumpió antes que terminara de ordenar lo que quería decir. —Tranquila, comprendo la situación, alguna vez me pasó a mí también—, tomo un gran suspiro, se levantó y camino buscando la puerta—. Soy una desconocida para ti. Está bien como gustes, si necesitas algo me llamas. ¿Ves ese pequeño botón blanco a un lado del espejo? Fijo la mirada a la pared. —Sí —le respondí hundida en mi comida y con la vergüenza hecha un laberinto. —Lo presionas y hablas, yo te escucharé desde donde esté —dio de media vuelta se acomodó la chaqueta y dispuso a abandonar la habitación, inesperadamente detuvo la marcha y giró hacia mí —Discúlpame que no me haya presentado antes—, sacudió la cabeza—. Son muchas cosas las que rondan mi mente ahora y me hacen parecer torpe y descuidada hasta en un simple detalle como ese; mi nombre es Clara. Clara Acosta.

«Clara como su piel; sus ojos y su cabello, y tal vez su alma» el nombre se atinaba a su parecido. Al salir Clara, la puerta se cerró a sus pies lentamente y yo llene las manos de comida. Empujada por el hambre que me carcomía las paredes del estómago, no me detuve a pensar ¿Cómo era posible que fuera a ocupar un puesto de doméstica, y ahora era yo la servida? cuando terminé, me sentí satisfecha y con un poquito de sueño, estire mis brazos y comencé a examinar la habitación, revisando el mueble que sostenía el espejo, descubrí una gaveta, la abrí, encontrándome con unos vestidos extraños, eso me causó una sensación de desatino, fui sacando uno a uno hasta tenerlos todos tendido sobre la cama, los que más demandaban mi atención eran los de colores encendidos, me quedaban hasta la rodilla, tal vez medio o un centímetro arriba por su tamaño diminuto y no tenían tirantes ni mangas, deduje entonces que iban debajo de los brazos; no pude con la curiosidad y me talle uno, era mi medida, me pare frente al espejo, solté un poco el pelo y me lo tire sobre los hombros, parecía otra, mamá no me había comprado algo igual. Me quedé fija a la siguiente manecilla de la gaveta inferior de donde había encontrado los vestidos, abrí, la caja se encontraba llena de zapatos de muchos colores, tallas y estilos, también los encendidos eran los que más sobresalían. Esa noche fue la primera vez que me transforme en una mujer diferente, intente caminar, pero aun no dominaba un zapato alto como esos. Me saqué la ropa, los zapatos y los devolvió al cajón, recogí mi cabello he hice un moño tan brusco como los desniveles de las tierras en mi país, donde las pocas montañas que quedan se pierden en los altos acantilados rebosantes de

maleza pura, donde el delincuente ahora ha construido su castillo. Al regresar a la cama, los recuerdos de mi familia me visitaron y se quedaron conmigo gran parte de la noche, muchos recuerdos invadieron mi memoria, pero hubo uno que se quedó hasta en mis sueños. Hacía unos años atrás, había amado profundamente a un hombre, de nombre Javier; era alto, esbelto, tez blanca, ojos cafés, con abundante cabellera castaña y una sonrisa que nunca se le apartaba de los labios, aunque mi corazón no era fácil de conquistar, Javier lo logró en poco más de un año, nos enamoramos profundamente, hasta estar al borde de la locura. Él me visitaba cada fin de semana, constantemente me describía cuánto era el amor que sentía por mí, creía cada palabra que salía de su boca sin vacilar, no tenía por qué dudar, la ilusión ganaba terreno a pasos agigantados. Muchas veces me habló de matrimonio, entré tanto en el sueño de lo que me decía, que sin pensarlo corrí la voz de mi pronto compromiso matrimonial, muchos me felicitaron, unos lo hicieron de verdad y la gran mayoría lo hizo por hipocresía. Podía escuchar a mis vecinas reírse a mis espaldas. Había volado tan alto, y me había acomodado en una nube de algodón, que pronto se desbarataría y me dejaría caer de un solo golpe. Al paso de los meses y acercándose la boda apareció en mi casa una joven, casi de mi edad, traía un niño en brazos, con tan solo meses de nacido, hasta sus oídos había llegado la noticia de mi relación y ella venía a reclamar lo que le pertenecía por derecho. «Soy su esposa» dijo la mujer, nunca supe su nombre, ni como se había

enterado, no me interese por saberlo, bastaba la noticia y la herida que se había hecho en mi corazón. Después de un rato la misteriosa mujer se retiró. Quise morirme en aquel momento, mi corazón se partió en dos, juré no derramar una lágrima por aquella desventura, pasé varios años para reponerme por completo de ese infortunito amorío, sin embargo, la herida aún sangraba lentamente. Fue mi madre la que se encargó de vivirlo recordando, cuando conocía un nuevo joven, mamá se me acercaba por las noches a mi cuarto y me decía al oído «No me gusta ese muchacho que te visito hoy, no me da buena espina… creo que algo no anda bien con él, recuerda lo que te hizo Javier hija» «pero tal vez este es diferente» concluía en medio de un bostezo. Pocas veces ponía esmerada atención a su verborrea, en otras ocasiones le escuchaba abrazando mi almohada con sentimientos encontrados y el corazón contrayéndose así mismo, creyendo que era verdad lo que me decía. Siempre le funcionaba esa técnica, para que yo me alejara de mi pretendiente «es lo mejor que pudiste hacer hija»; me consolaba mi madre con una sonrisa de triunfo en sus gruesos labios. Por su parte papá nunca tomó partido en estos temas, aunque yo siempre recurría a él para hacerle una serie de preguntas, que después consideraba tontas ¿Cómo es el hombre, que quieres para mí, padre?, él siempre contestaba con la misma respuesta, me miraba y sonreía «el que tu escojas y llene tu corazón, ese será el que yo quiera para ti hija» eran las únicas palabras que papá sabía decir, mientras trabajaba puliendo un trozo de madera, palabras que me tranquilizaban y me dejaban pasar otro día, sin atorarme en los quehaceres de la casa. Pero la inquietud de que tuviera una opinión diferente me hacía regresar a él con

excusas nuevas, tratando de camuflar las preguntas en medio de otro tema, que parecía ajeno a la familia y a su vida pasada, sin embargo, papá ya conocía todas mis estrategias y trataba de que yo no me diera cuenta de su conocimiento. Un día cuando caminaba por el sendero me encontré con un hombre mayor, quien en esa oportunidad me quiso cortejar, de la forma más tonta e inútil que había escuchado hasta entonces. —Matilde, ya tienes tus varios años. ¿Para cuántos es que vas? ¿Treinta años? —se preguntó sarcásticamente, a sí mismo con un gesto cáustico. Le vi a los ojos hecha un mar de furia — ¿Para qué te interesa mi edad? —pregunte encima de la mirada. — ¿Te has dado cuenta de que en este lugar nadie te corteja? Pienso que te quedaras sola. Ya pensasteis que será de ti, cuando seas vieja y no tengas hijos y tus padres hayan muerto ya. Aquello solo aumentó mi malestar. Quien se creía para objetar en mi vida de esa manera. —Lo que nunca he pensado, es mantener una relación con un hombre viejo, feo y tonto como tú. ¡Desagradable! —Soy viejo, feo y podre parecer hasta tonto como tú dices, pero también soy al único que le interesas, muchacha tonta e ignorante —dijo seguro de sí. Arquee una ceja. —Ya veremos —dije

Respiré profundamente y seguí mi camino haciendo de oídos sordos a las demencias de aquel pobre hombre. Por más que buscó la forma de convencerme de sus palabras, no lo consiguió, y termine echándole por la vereda más fea de la aldea. Cuando llegué a casa, fui a mi cuarto y sentada en el borde de la cama sonreí, al recordar como lo había hecho tropezar en sus propios zapatos, hasta hacerle caer doblado sobre unos tupidos setos que estaban a la orilla del camino, que Dios sabe cómo se habían logrado volver tan prósperos y fuertes. —Me las pagaras Matilde —me amenazó desde el suelo. Cada vez que lo recordaba sonreía. Pero esta vez mi sonrisa se esfumó enseguida, al recordar a Javier, fruncí el ceño y mire el botón blanco que Clara me había mencionado, «si estuviera casada no andaría hoy por aquí» luego baje la cabeza con un poco de tristeza, me incorpore a la forma normal de sentarse, apoyándome con las manos al bordillo de la cama. Fue ese momento en el que conseguí dejar mi mente en blanco, era la forma más sencilla de dejar todo lo vivido atrás y pensar en cosas mejores. Momento después sacudí la cabeza y mi cabello se me rego en la espalda deshaciéndose el moño inmediatamente. Por un instante me quedé dormida sin darme cuenta. Olvide por completo llamar a Clara después de mi cena, los recuerdos acechaban mi memoria cruelmente, ese flashback me movió a un sinfín de lugares que creía olvidados, confirme esa vez que los recuerdos vienen a nosotros en los momentos menos pensados, y que nos hacen caer en razón, volviendo a tener conciencia de lo que ya no queremos vivir más o reviviendo una historia que quedo inconclusa.

Esa noche las pesadillas me envolvieron en mis sueños, y ni el colchón suave y las sábanas con un olor agradable, fueron capaces de evitar mi mal dormir, cuando desperté me di cuenta, que me había quedado cruzaba en la cama, en mi desalentador sueño, había lanzado las almohadas por el piso y había recostado mi cabeza a las toallas bien dobladas, que se encontraban al costado derecho de la cama. Como un sueño fugaz y pesado, escuche tres golpes que resonaban dentro de mi cabeza, aquello me terminó de despertar por completo, salte de la cama, fui al espejo, lucía con el cabello descompuesto, trate de alisarlo un poco con las manos mientras me aproximaba a la puerta, gire el pomo y abrí sosteniendo una sonrisa en mis labios. La mujer que tanto impacto había causado en mí, la noche anterior estaba frente allí, siempre con cara seria y una mirada de amargura incontrolable. —Buenos días —salude como lo acostumbraba con mamá y papá, ella se limitó a increpar. — ¿Has visto la qué hora es? —me preguntó con la mirada sobre su reloj. Había amanecido con un vestido negro de manga larga, tan ajustado que casi se le dificultaba respirar con normalidad, y unos zapatos rojos brillantes de tacón alto que manejaba con gran agilidad y seguridad. Entró a la habitación y se dirigió directamente para las almohadas, las recogió del piso y las colocó sobre la cama. —Tienes una forma de dormir, un poco salvaje, por lo que veo, es una de las cosas en las que tendré que corregirte también. Una mujer con clase no duerme como si estuviera en un campo de guerra, pareces un cerdo ¡deberás!, o ¿Tus sueños son tan horribles que no puedes evitar tirar todo por doquier?

Me miro esperando que me pronunciara. —Perdón —dije con vergüenza en mi rostro—. Tratare de que esto no vuelva a suceder. —Anoche, ¡me quede esperando que me avisaras que ya habías terminado tu cena! —Recuerdo que le avisé —respondí mirando al buro donde aún estaban los trastos. —Seguro también soñaste eso. Entra al baño, es una de tus obligaciones a esta hora estar preparada. No te equivoques niña pensando que soy tu niñera aquí… cuando estés lista me avisas. —y salió llevándose los trastos sucios. — ¡Señorita Clara! —Cuando estés lista vengo por ti, ¿eso están difícil de comprender? —No señorita, yo solo quería decir que… —la puerta se cerraba en mis narices. Entre a la ducha con temor, había algo adosado a la pared sobre del baño que me pareció extraño al principio, pero luego recordé que antes ya había visto algo similar, solo tenía que girarla y el agua saldría solita; comenzó a brotar por los agujeros, metí uno de mis dedos para probar su temperatura, estaba fría como una escarcha, casi como la del pozo que había en casa. En la estrecha pared del baño había una repisa con tres compartimientos, en el primero de la derecha estaba el Champo, al centro un Acondicionador y por último el Jabón y de un gancho tiraba una especie de nailon. En casa no contaba con esos lujos, si acaso me ponía un poco de champo a los tiempos, sin duda aquí lo haría todos los días. Usaría cada uno, como

mi madre me lo había enseñado. Me retire la ropa y me metí de lleno a la corriente, el agua golpeaba mi cuerpo como la primera tormenta de invierno, azotando las débiles hojas de los árboles que habían resistido al verano, sentía que me ahogaría si no bajaba la fuerza de la caída. La toalla la había dejado sobre el tanque del retrete, cerré la válvula y sequé el cuerpo para no mojar el resto de la cerámica brillante del piso azulejado. Fui al botón blanco e informe que ya había salido de bañarme. Clara apareció tan pronto a un lado de la puerta, parecía que me había estado espiando mientras tomaba la ducha. Colgado a un gancho traía un short blanco confeccionado de una tela delgada y transparente, la blusa sin mangas (parecía un centro) y también de un color blanco intenso, sospeche enseguida que tendría que ponerme aquella caridad ropa, de modales poco apropiados para una joven culta y honrada como yo. —Ponte esto —todo como me lo había imaginado, lo agarré y lo vi al reflejo del farol que iluminaba mi cuarto, me mostré descontenta con aquella ropa indecente — ¿Pasa algo con las prendas? —me pregunto Clara en tono severo y sin expresión alguna en su rostro. —No, todo está bien —respondí. —por si acaso debo decir que me parecen un poco indecentes. No estoy acostumbrada a usarlas. Más bien, pensé que traería mi uniforme. — ¿Tu uniforme? Sigues pensando en tus recibidas promesas. —Se que no son promesas señorita.

Mientras me ponía la ropa, clara inició con sus instrucciones. —La hora de levantarse es a las seis en punto de la mañana, para ti. Luego quizá los horarios de dormir cambien un poco. Siempre tienes que estar lista, para cuando te necesitemos y lo más importante, las órdenes que se te den tienen que ser cumplidas sin repelar. —Decía moviéndose de un lugar a otro como las manos de un gato chino— Si algo no te gusta te lo callas, que no es interesante para mí, ni para los que trabajamos en este lugar. También debes de recordar porque estás aquí, y cuál fue tu propósito al venir. No me gusta repetir dos veces lo que debes hacer, cada vez que yo hable, tú debes callar para escuchar con atención lo que digo. Si te queda alguna duda, me buscaras en mi oficina, y lo más substancial que nunca de vez de olvidar, en este negocio tus sentimientos son los que menos debes demostrar. ¡Odio a la gente débil! — ¿Negocio dice usted? —me comenzaba a sentir parte de una mercancía. —Que sea la última vez que me interrumpes de esa manera. ¿Quedo claro? Me limite a asentir y mostré indiferencia, cualquiera pensaría que lo que decía no me importaba en lo más mínimo. Estaba más concentrada en averiguar cómo me quedaría aquella ropa y cuál era el negocio al que se refería. —Tienes que poner entera atención a lo que te digo… —me miró y yo le correspondí con una vaga mirada — Parece que no te interesa lo que acabas de escuchar — repelo

—Estoy muy atenta a lo que me dice, puede estar segura de eso —respondí un poco sofocada. —Parezco despistada, pero le puedo asegurar que no hay nada que se me pase. —Más te vale. Vamos —dijo más tarde —Te presentare con las demás. Las dos abandonamos la habitación y nos enfrascamos en un pasillo tenue, las gradas descendían considerablemente a los pisos inferiores, aunque había un ascensor no lo usamos esta vez, Clara dijo que me llevaba por las gradas para que conociera mejor todo el recinto. Como cuando llegue, las cuatro columnas de gradas que bajamos eran tan angostas que solo cabía una persona al paso, al bajar la columna de grada número cinco, la construcción rustica quedó atrás y desembocamos por una puerta de color rojo a un pasillo luminoso, el piso lo cubrían una alfombra con bordes de porcelana dibujando raíces de los árboles del bosque, y en las paredes de los costados habían unas pinturas con paisajes de océanos, bosques, grandes riachuelos y una que otra mujer semidesnuda, cubriendo su parte íntima con hojas de árbol y sus senos con su brazo izquierdo nada más, lo que llamó mi atención fue justamente las pinturas de las mujeres de poca ropa y con presentación, a mi criterio poco recatada; el pasillo cruzaba a la izquierda y bruscamente volvía a quebrar a la derecha como si se tratara de un laberinto, dejando habitaciones en el medio; curiosamente descubrí que en cada puerta había unas letras, que describían los nombres de mujeres, de ellas se desprendían destellos de brillantes luces de colores.

Seguimos avanzando, hasta llegar a otro compartimiento de pasillo, donde todos parecían ser el mismo y con las mismas pinturas en las paredes, por boca de Clara supe que era el pasillo de la confusión y no explico más, continuamos siempre por el pasadizo en línea recta, hasta que una puerta de cristal detuvo nuestro paso, una luz tenue verde fosforescente envolvió el cuerpo de Clara, luego la puerta se abrió y pudimos entrar. En la gran sala también se encontraban otras jóvenes, de edades similares a la mía y otras que por su apariencia se podía notar que no pasaban de los dieciocho, todas eran hermosas, con cuerpos esculturales, sus uñas y labios pintados de colores encendidos y sus vestidos tan cortos que casi enseñaban por completo su cuerpo desnudo. Me lleve la mano a la boca en señal de asombro, mire a mi alrededor, vi como las demás me miraban también de forma extraña, no compaginaba con ellas, con la mirada busqué en cada uno de sus rostros una sonrisa, sin encontrar un rostro que me la brindara. Retrocedí varios pasos antes de ser detenida por el brazo fuerte de Clara. — ¿Qué intentas hacer? —pregunto frenéticamente. Por un momento reinó el silencio, y solo se escuchó el sonido agudo de los tacones de Clara sobre el marfil. Me sentí como un animal de especie diferente en un lugar desértico, expuesta a los rayos sofocantes del sol y a los depredadores nativos, al más mínimo de mis movimientos sus ojos curiosos se clavaban en mí como Llenas en medio de la nada. Trataba de ser yo misma, pero los nervios hacían que me perdiera en mi propio interior. El miedo se apoderaba de mí, temía a lo que me estaba pasando. Como un aviso de desgracia, cuando la puerta casi terminaba de

cerrarse una mariposa negra entro batiendo sus alas, voló alrededor de todas las muchachas hasta que se detuvo en mi pecho y se quedó ahí. En el salón solo habían un conjunto de diván, se entendía que era uno por cada una, ya que eran demasiados; también alguna parte del piso estaba alfombrado y adosados a las paredes doradas habían unos espejos tan grandes que casi cubrían toda la pared; y una televisión que repetía las mismas imágenes siempre, en pequeños cuadros, era el proyector de las cámaras de seguridad, donde todo lo que sucedía afuera y dentro de los pasillos era visto por allí y revisado minuciosamente por el cuerpo de seguridad de la mansión, del techo colgaba una lámpara de aspecto antiguo, con muchos bombillos a su alrededor y una cadena plateada la amortiguaba para que no se precipitara al suelo. El salón estaba tan limpio y elegante que emanaba un aroma a glicinas y el ambiente se sentía tan fresco que mi piel comenzó a percibirlo. « ¿Dónde estoy? » Me pregunte confundida en mi mente muchas veces. Una extraña sensación sacudió mis mejillas y se apoderó de mi cuerpo, todo lo que veía a mi alrededor me parecía tan extraño y sombrío que lo que deseaba era salir corriendo, y perderme entre aquellos muros de la gran mansión, no sé porque algo dentro de mí, me decía que no era bueno lo que se me aproximaba y que mamá me había mentido. Trataba de mentirme, pero como se puede tapar el sol con un dedo, si todo lo que me rodeaba solo apuntaba a una sola respuesta, que me resistía a aceptarla. —Señoritas, su atención por favor —dijo Clara amparada en la parte frontal del salón, allí se levantaba una especie de grada, la cual marcaba un desnivel en el piso,

quedando a su espalda un espejo, con el borde dorado donde su silueta se dibujaba con gran fervor —Les presento a la nueva integrante de esta residencia —mientras hablaba se desplazaba de un lado al otro. Las chicas habían formado una fila, a los dos costados frente a ella, toda su atención estaba en las palabras de Clara —Matilde, ven junto a mí —rompí el circulo, con paso tímido me acerqué a ella ante su mirada fría y en sus labios una sonrisa de regocijo —Eres bienvenida, ellas son tus hermanas de ahora en adelante «somos una hermandad, todas para una y una para todas» —menciono entre líneas —Si eres lista, aprenderás muy rápido y te defenderás del mundo exterior, como esa fiera que me has demostrado ser; pero si ser lista no es lo tuyo, aquí vivirás tu peor infierno, las pesadillas más amargas serán tu diario vivir y tu deseo frecuente será nunca haber nacido. Para sobrevivir tendrás que ser astuta en la calle, y complaciente al ojo oculto de los que pagan por un servicio del cual demandan, eso que en un momento nos dolió el alma aceptarlo ahora se convirtió en nuestro compañero de viaje. Después te explicare lo que digo, lo importante ahora es que te relaciones con todas y te formes como una de ellas… como la mejor. Una lagrima rompió de mis pupilas y corrió por mis mejillas, hasta detenerse sobre las alas negras de aquella mariposa, que mojada voló y siguió su camino, muriendo debajo del talón de Clara. Después de presentarme con todas y con esas palabras tan abominables, Clara las miró, deteniéndose en cada uno de sus rostros cansados, fue entonces cuando descubrió que algo no andaba bien, faltaba una y se sintió sorprendida de atar.

— ¿Dónde está? —pregunto dando un fuerte grito frenético. Todas bajaron la cabeza, sin responder a su cuestión. —Os he hecho una pregunta, maldita sea, ¿Dónde está?, respondan ahora mismo o me conocerán. — dio la orden a grito limpio, al ver su silencio profundo. — Estoy segura de que me esconden algo. —no comprendía lo que querían decir, sus palabras me confundían tanto. Ellas se encogieron de hombros, perturbadas por el gruñido de la elegante mujer. Una de ellas alzó la mirada rápidamente preparándose para contestar, inhalo la mayor cantidad de oxígeno que pudo retener en sus pulmones y cuando se disponía a mascullar, la puerta de cristal quedó de par en par. Un hombre de aspecto elegante atravesó la puerta, vestía un bléiser de color negro, camisa blanca sport debajo y un jean de color blanco muy ajustado, lucía como un joven de veinte y tantos años, sin sobrepasar los treinta. El cabello un poco recortado y sus ojos de un celeste claro y labios carnosos. Cómo era posible que un joven, con un rostro tan apuesto como él, me viera en aquellas condiciones, vestida como una cualquiera y mostrando mi cuerpo sin escrúpulos. Sentía que me ruborizaba sin poder evitarlo, un calor subió a mis mejillas y calentó mis orejas que también se habían enrojecido lo pude ver a través del espejo. —Nerea ha estado conmigo —dijo como si supiera que se hablaba de ella; entonces detuve la mirada en una de las esquinas del salón, allí había una cámara que giraba constantemente, nadie me lo había explicado antes, pero deduje que por algún monitor el hombre delgado se enteró que buscaban a una chica de la hermandad.

Nerea como él la había llamado entró al gran salón, con el pelo tirado sobre los hombros, con la mirada baja y con las manos atadas al vientre, envuelta en una sábana blanca, con señales claras de estar enferma. Clara la estudió con la mirada en un pestañazo, y le pareció que algo no andaba bien en la joven. — ¿Le pasa algo? —preguntó clavando la mirada en el entrecejo del joven. Él le miró fijamente a los ojos, al tiempo que respondía. —No. Todo está bien Clara. Solo es parte del cansancio. Se podía notar que le mentía. Ambos se mostraban tan serios y con una frialdad insólita. Pero en la fría mirada de Clara, estaba presente la duda en lo que él decía. —Ya veremos qué dice el médico —añadió —A caso ¿no confías en mi palabra? —sonó resentido —Es mejor estar seguros, Marcelo ¿No crees? —El, envolvió con la mirada a Nerea, dio de media vuelta y se perdió detrás de la puerta. Iba con un poco de disgusto — Vuelve a tu lugar Matilde —dijo sin apartar la mirada de Nerea — ¿Me dirás lo que te pasa Nerea? —insistió —No me pasa nada Clara. —respondió con temor en sus labios. —Bien… ya que veo que no me quieres decir nada, y como siempre te cierras a tu rebeldía, tendré que llamar al médico que te revise. —Has lo que tu desees Clara —respondió decidida y en tono desafiante.

Al parecer la idea que las visitara el médico les asustaba, entonces las miradas se volvieron a la chica de cabello rubio y de estatura media, que cada vez se ponía más pálida de lo normal, las demás querían consumirla, con miradas acusadoras, insistían que dijera lo que sentía, pero ella se negaba cada vez más a decir su padecer. Clara se acercó sigilosamente al botón blanco (que había casi en todos los lugares en los que me había llevado), lo presiono y una voz gruesa salió por la bocina: —Diga señorita Clara. —Manda a llamar al doctor Loza —pidió ella con desesperación —Hazlo venir de inmediato. —Enseguida señorita. En la pantalla de plana se vio todo el salón, la cámara se detuvo justo a espalda de Clara, después la imagen se perdió y aparecieron los pasillos tenues. Entonces Clara salió apurada, lo último que dijo «regreso enseguida» Todas las jóvenes se recostaron en los divanes, tres por cada uno, sobrando unos cuantos. Nerea se alejó de las demás y se sentó en el que terminaba al final del salón. Me aproxime a ella, con el objetivo de enterarme de lo que le sucedía, y tratar de ayudarla antes que fuese demasiado tarde. —Hola —salude a media voz y con síntomas de evidente pesar. Nerea levantó la cabeza y dibujó una sonrisa irónica en los labios, como preguntándose ¿quién era yo y que buscaba al hablarle?

—Hola —respondió amigablemente, pero a la vez desconfiada. — ¿Me puedo sentar a tu lado? —pregunté señalando el costado izquierdo del diván morado. —Si no temes a mi enfermedad, puedes hacerlo. —al decir eso Nerea se llevó las manos juntas a la barbilla, algo le preocupaba y le quitaba el sosiego. Sonreí vagamente y, estudié el salón con una ligera mirada austera que volví a posar en ella. — ¿Que tienes? —creo que fui indiscreta, lo pensé así hasta que ya había hablado sin remedio. — ¿Quieres averiguarlo para correr con el chisme? Estoy enferma, creo que es un resfriado o algo así… la noche fue muy fría y el ambiente así, me hace mal, todos aquí lo saben, pero se empeñan en obligarme a salir —dijo, dejando salir una tos seca. —Y entonces ¿por qué te callaste cuando se te pregunto, que si estabas enferma? Respiro cansado. —Ya no quiero estar aquí, quiero que me ma… —dejo la última palabra en el aire—. Quiero irme, irme lejos, irme a casa. — ¿Llevas mucho en este lugar? —Un par de años —respondió antes que yo terminara la pregunta —Y estoy harta, te lo juro. Años en los que no sé nada de mis padres. — ¿Tus padres saben que estas aquí?

—No lo creo, pensaran que estoy muerta ya. Salí por la mañana y nunca regresé. Por esa razón no me importa lo que hagan conmigo ¿comprendes ahora? Mis ojos examinaron nuevamente, el grupo de chicas que estaban en los divanes cerca de la puerta, unas de ellas también cruzaron miradas conmigo y entraron en siseos. Era momento de cambiar la conversación. — ¿Quién era el joven que te vino a dejar? — escuchándose una pregunta inoportuna, interesada en el apuesto hombre. —Es Marcelo, nuestro estilista… él es bueno con todas, pero eso le acarrea problemas. — ¿Por qué problemas? —no comprendía lo que escuchaba, para mí ayudar nunca había sido un problema. Nerea cambió radicalmente de tema, dibujando una barrera imaginaria entre lo que empezaba a decir y mis preguntas. — ¿Eres nueva? —Llegué ayer por la noche, estoy conociendo este lugar —respondí enseguida con una emoción que no pude ocultar —Por cierto, mi nombre es Matilde, perdona, no me había presentado antes. —Mi nombre creo que ya lo conoces —dijo ella con gran decaimiento—. No te enteraste de buena forma, pero ya lo sabes. Asentí con una sonrisa —Lo escuche sin poder evitarlos ¡es verdad! Sin embargo, no estaría mal que te volvieras a presentar — sonreí

Quizás no había sido la mejor forma de enterarme de su nombre, pero lo sabía. —Tienes que cuidarte mucho, eres hermosa, el precio que cobrarán por ti será alto—. Tampoco entendí o mejor dicho me negué a querer entender, reaccioné con buen ánimo y hasta sonriente. Seguro ella pensó en ese momento, que me sentía orgullosa de mi belleza física, pero en realidad, solo se trataba de mi inocencia opacada a lo que venía y a sus palabras llenas de paradoja. Con todo lo que estaba pasando a mí alrededor sería suficiente para determinar que había caído en un mundo hostil y despiadado, aun ahí guardaba todavía la esperanza de poder estar equivocada. —Tú también eres muy hermosa —regrese el cumplido, era verdad, contaba con una belleza incomparable. Me miró y sonrió, pero su sonrisa era triste y sombría. Como cuando tú estás condenado a caminar por medio de un sendero que ya está trazado para ti y al cual resistes en incorporarte, sin embargo, sabes que pronto debes de partir obligándote así mismo a formar parte de él, y convertirte en una estrella, de esas que se haya en el firmamento, cada atardecer, a la puesta de sol. —Son nada más momentos Matilde, la juventud y la belleza solo dura un tiempo, lo comparo con la primavera y el verano ¿Algún día has imaginado la primavera sin flores y sin plantas verdes? Es eso la belleza, son estaciones en el tiempo. Nuca te aferres a ella, cada vez que te veas al espejo admírate, pero de como la piel de tu rostro va siendo marcada por el paso del tiempo no por la belleza que guarda en ti.

Cuando mejor se ponía la conversación, la puerta de cristal volvió abrirse, primero entró Clara y luego ingresaron dos hombres robustos vestidos con ropas negras avanzando en dirección a nosotras, Clara le acompañaba a la cabeza, llenándolos de órdenes mientras se aproximaban. —Es ella —señaló a Nerea—, Llévesela y ya sabe, hará justo lo que acordamos —se dirigía solamente a uno de los hombres de tez morena. Le ataron de las manos y se la llevaban como una presa de la justicia. Logró dar varios pasos hacia la puerta, cuando de repente se desplomó, pero el hombre de brazos fuertes la rescato antes que se diera de bruces en el piso, le tomó por debajo de los brazos con una mano y con la otra de las piernas y; la levantó estrechándole contra su regazo. Clara dio la orden de regresarla y colocarla sobre el diván amarillo que estaba cerca de la puerta; las demás que miraban asombradas se espantaron para ambos lados, y facilitar la compostura de la chica, tirada sobre aquel mueble fue rodeada por todas. Trataron de reanimarla muchas veces, hasta que consiguieron que volviera a reaccionar, el hombre robusto indicó que se necesitaba un médico con urgencia. —Está en camino —replico —Es cuestión de tiempo para que este aquí. Clara no le perdía movimiento, con la mirada de asombro absoluto, los minutos parecían interminables y el médico que la asistiría no llegaba. Hasta que de pronto la puerta aborto, a un hombre de estatura baja y regordete; con una bata blanca y un equipo

médico en su mano, al terminar de examinarla. Mostro rasgos de sorpresa y con asombro nos volvió la mirada. —Los latidos de su corazón son muy débiles, pero se pondrá bien —dijo—, Ordenare unos exámenes generales, para estos casos son muy importantes, con esos resultados podremos averiguar qué es lo que sucede. Pedir quizá Clara que la lleven a un lugar más adecuado para mantenerla en observación. —Ya escucharon al doctor —repelo Clara —Hay que sacarla de este lugar. Volvimos a mirarnos entre sí y bajamos la mirada abruptamente. Nerea ya no me miro. Cuando se la llevaron, acostada en una camilla rodante abrió los ojos por un instante, mientras su color aún era pálido en el rostro. Recuerdo claramente sus últimas palabras hacia mí, antes de abandonar el salón «cuídate mucho». Fue un consejo de despedida, paradojas que seguía sin poder comprender exactamente. Todo el grupo volvimos a quedar solas, Clara se fue acompañada por los hombres que la llevaban, ese momento fue aprovechado por todas para pensar que harían con ella, yo no lograba deducir nada de lo que se murmuraba, lo único que me acongojaba era el frío que sentía recorrer mi cuerpo con esa ropa tan escasa. Me fui retirando de poco a poco del grupo, esperando no ser vista por las demás; entre el escándalo se les había olvidado cerrar la oscura puerta de cristal, centre la mirada a la cámara, cuando dio el acostumbrado giró enfocando el fondo del salón, aproveche y salté por el marco, pero la

puerta con sensores de alta tecnología se cerró de golpe frente a mis narices, el golpe escandaloso de la puerta, despertó el interés de mis compañeras, quienes volvieron la mirada hacia mí enseguida. Con el acostumbrado movimiento de cabeza desaprobaron mi intento por escapar. Pasaron las horas y casi el tiempo del almuerzo se acercaba. Yo me había declarado la amiga inseparable de Nerea en aquellos últimos momentos, y había solicitado permiso para poder estar con ella, las últimas de horas de su vida.

— ¿Qué dicen los exámenes? —Clara espero ansiosa la respuesta del médico, pero éste tardó en responder. El médico le miro de un pestañazo, con asombro y volvió la mirada al papel que estudiaba con entera atención. — ¿Es grave lo que ha encontrado en ellos? —Volvió insistir, con un tono de sorprendente vehemencia — ¿Hay algo de lo cual debemos de preocuparnos doctor? El médico jadeo por un instante, y con la mirada al cuerpo extendido de Nerea dijo: —Tiene… —se quedó perplejo y cortado—, Tiene algo que no logro descifrar en los estudios. Pienso que debería de mandar estos exámenes a un laboratorio más especializado, donde la respuesta que nos den sea más certera señorita Clara. Más bien debería de trasladar a esta muchacha a un hospital de la ciudad.

— ¿Me está ocultando algo doctor? —preguntó Clara con enfado y corta de paciencia. —No señorita Clara, sería incapaz de ocultar información que yo supiera. Solo que esto está muy confuso—, dijo acomodándose los lentes y dando mayor interés a la lectura. — ¿Confuso? Para un médico no es confuso estudiar unos exámenes de laboratorio Loza—. Hubo una pausa— Entonces dígame lo que ve, en esos estudios a su parecer equivocados —gritó Clara El doctor trastabilló en sus palabras. Clara arrebato de sus manos el papel donde se mostraban los resultados y lo miró con gran sorpresa. — ¿Qué significa? —, lo fulmino con la mirada— ¿era esto lo que estaba tratando de ocultándome doctor? — arrugó el papel y se lo tiro por la cara. El doctor se puso en cuclillas y retiró enseguida el papel que apenas caía al piso. — ¿Desde cuándo me oculta esta información? Esto no es de ahora, esto viene desde hace tiempos. —Este tipo de exámenes, no los practicamos hace mucho tiempo señorita Clara —respondió el doctor con cara de susto infinito y desarrugando ligeramente el papel. Sus palabras bajaron el mal genio de Clara en gran medida—, El señor Aníbal los había prohibido, él considera que… —Se perfectamente lo que él considera, no tiene por qué repetirlo. Sin embargo, a mí siempre me pareció una estupidez. Clara se levantó de la silla donde estaba, frente al escritorio del médico y dio de media vuelta disponiéndose a

salir, pero no lo hizo, se detuvo y quedó de frente a la puerta intentando entender lo que ahora sabía. El silencio venció y reinó por unos segundos. — ¿Cree usted que, quede la posibilidad que el resultado de este examen sea erróneo doctor? El doctor volvió a jadear y su alma salió de su cuerpo despavorida otra vez. Se puso de pie, acomodo los papeles, salió de su escritorio y echo sus brazos hacia atrás buscando entre la nada aquellas palabras que sonaran tan suaves como la voz de Clara en medio de una conversación amena. —No estoy del todo seguro, pero creo que sí señorita Clara —balbuceó él—, Aunque… —su respuesta final sonó dudosa y con un vació comprometedor. — ¿Hay algo más de lo que me tenga que enterar? — preguntó ella, mirando con firmeza hacia el pasillo por la hendidura, que formaba la hoja de la puerta. —No —respondió. —O mejor dicho sí, aunque ese examen haya dado ese resultado, también se puede tratar de una simple neumonía, nada de qué preocuparse Clara, recuerde que la actividad de las chicas no es la mejor y teniendo en cuenta que… Clara alzó su mano, él entendió el mensaje y guardo silencio en mediatamente. Era evidente que ese hombre trataba de ayudar a Nerea, pero la presión era tan fuerte que casi el hilo de compasión estaba a punto de ceder. —Si hay algo más de lo que me tenga que enterar, dígalo ahora mismo. Luego será tarde, soy una mujer muy

ocupada para entenderme de pequeñeces como estas — más que duras, las palabras de Clara se escucharon con un trasfondo amenazante. —Está bien, usted gana esta partida como siempre lo ha hecho Clara. Esta pobre muchacha morirá, lo que significa… —la miraba de vez en cuando mientras articulaba palabra. —Se lo que significa doctor —interrumpió abruptamente—. Últimamente sus consejos están siendo inútiles y retardados. Sus servicios cada día son mediocres, no sé cómo Aníbal sigue depositando su confianza en usted. Si por mí fuera hace tiempo me habría desecho de un estorbo de médico— Volvió a él y lo sujeto de la barbilla— ¿Aún no ha olvidado lo que se hace con la gente que ya no nos sirve verdad doctor? — ¡Como olvidarlo Clara! Si usted se ha encargado de vivírmelo recordando. — ¿Recuerda aquel niño que una vez usted ayudo a traer al mundo? — ¡Lo recuerdo! ¿Lo ha encontrado ya? —Dudo hacerlo —Bajo la mano, retrocedió y dio de media vuelta. Ella parecía afectarle demasiado lo que sucedía, sin embargo, se limitaba a pestañear muy seguido y se quedó callada por un momento, hasta que ambos abandonaron la sala. El reloj daba las tres y media, cuando lo vi por última vez y Nerea seguía tirada en la camilla en medio de sábanas blancas, se escuchó su ronquido al dormir profundamente.

Su sueño sabía placentero, como no lo había hecho jamás. Durmió por casi cinco horas, la tarde ya daba sus últimos retoques de luz cuando despertó, un poco más aliviada, aunque seguía tan débil como antes, que no deseaba mover ni uno solo de sus dedos, mucho menos caminar a su habitación, que estaba al otro lado de la enfermería interna del recinto. Se estiró con fuerza ruda y luego se encogió, tomando una posición fetal cómoda, volví a escuchar cómo se quedaba dormida otra vez. Me había quedado todo el tiempo desde que entre, sentada en el sillón color café, y de infinita comodidad. Nerea había vuelto a entrar en el sueño profundo. El doctor no se encontraba ahora, y de Clara no se había sabido nada; durante todas las cinco horas anteriores. Miré hacia la puerta por encima del hombro, el guardia estaba a un lado de pie, con una mano sobre el mango de la pistola y la otra caía por su pierna inmóvil, parecía un aparador de tienda en un centro comercial, era difícil entender cómo lograban tener tanto equilibrio para no mover tan siquiera una pestaña, lo estudié por varios minutos, hasta que mi mente quedo en blanco. El aire no era tan helado como en el salón de ensayos, pero busqué entre unos cajones algo para envolver a Nerea, fui hasta la puerta de un guarda ropa pequeño, que estaba a un costado del escritorio del consultorio, justo dentro había una colección de sábanas blancas de porcelana. Las del cajón de abajo eran más gruesas, parecidas a los edredones. Sobre el guarda ropa había un marco con una foto de un niño sonriendo, me llamo mucho la atención, lo tome y lo acerque un poco a mis ojos, luego lo regrese a su sitio. Al terminar de examinar toda la estrecha habitación, escuche

venir una mujer de tacón alto hacia la enfermería. Saque la sabana con premura y la eche encima de Nerea, cuando la mujer estuvo en la puerta, me encontró afanada brindando cuidados a la muchacha. Enseguida sentí el peso su mirada sobre mi espalda y me preparé por si sus preguntas venían hacia mí. Los pasos se volvieron a volcar y se alejaron por el pasillo. —Eso no puede esperar, tiene que estar listo esta misma noche —se escuchó decir a media voz, a una mujer detrás de unos arbustos del jardín. —Se hará tal como usted lo ha ordenado —respondió una voz gruesa, como la de un hombre corpulento y muy varonil. Yo que tomaba el freso, corrí a toda prisa para llegar antes que ellos donde Nerea, y no convertirme en sospechosa de espía. El sonido de la loza se escuchaba cada vez más cerca, al ser azotada por el tacón puntiagudo de la mujer. La luz de la enfermería estaba apagada, no hacía falta encenderla ya que la luz del pasillo iluminaba perfectamente lo necesario. Los pasos siguieron avanzando sin prisa y se perdieron. Al parecer el guardia que vigilaba la puerta, se había ido y eso me favoreció en mi ingreso de nuevo, por un momento todo entró en relativa calma, no se oyó más el ruido de la loza, ni el trajín de personas surcando los pasillos, era como si pasara la medianoche, donde todos duermen sin interrupción. El cansancio me dominaba. Sobre el sofá cama donde el médico recostaba a sus pacientes, me recosté. Nerea por su parte seguía profundamente dormida.

—Señorita —llamó una voz desde el pasillo —Señorita —volvió a llamar antes de que me pusiera en pie. La luz se encendió de golpe y frente a mí, apareció el guardia. —Tiene que abandonar la sala, es muy tarde, y si la señorita Clara viene tendré problemas por permitirle esta estadía. Vaya y descanse en su habitación. ¿Aún no despierta la enferma? —se detuvo frente a ella y la observo de cerca. —No… es mejor dejarla descansar. Volveré mañana a ver como amaneció. —Es mejor que no regrese, si hay noticias, seguro se las harán saber. Aquí hay restricciones para ciertas áreas y esta es una de ellas. —Pero yo tengo permiso de Clara para estar aquí. —Para mañana, la señorita Clara habrá olvidado su promesa y usted tendrá problemas más pronto de lo que imagina—en su mirada había un extraño temor —Quédese en su habitación y no regrese más —insistió, mostró preocupación por mí. Las palabras del hombre sonaron amables. — Tome mi consejo señorita, tengo suficientes razones para portar lo que le he dicho. No vuelva más por aquí. Con mil preguntas en la cabeza regrese, todo era paz y tranquilidad, no se podía ver las luces de las ciudades vecinas, apenas y se podía ver el cielo a través de los collados de los árboles, que adornaban los jardines interiores, o más bien no se sabía si ese cielo era tan real como se miraba, ya que la casa estaba construida hacia las entrañas de la tierra. Caminaba en medio de un pequeño jardín a paso lento y desmenuzando una hoja con los

dedos, poco a poco me fui deshaciendo de ella hasta que mis manos volvieron a quedar vacías, de la misma forma que estaba mi vida ahora. — ¡La noche está fría! —escuche venir la voz desde el tronco de una frondosa palmera. Alguien hablo al escuchar mis pasos. Por un momento me asusto. Recordé cuando mamá me sacaba esos tremendos sustos en la noche más oscura y estrellada, pero esta vez la voz era de un hombre. Siempre temí que un hombre se me acercase por la noche, la oscuridad me volvía una mujer indefensa y en cambio a los hombres los robustecía de fuerza y de valor. —Sí —respondí sin saber si era a mí a quien se le hablaba. —Nunca te había visto por aquí... ¿eres nueva? —Llegue ayer, cuando la noche ya había caído. — respondí a la voz. Sin darme cuenta me había detenido a unos cuantos pasos de llegar hacia él. Él volvió hacia mí y me busco con la mirada. —Ven… siéntate a mi lado. Tampoco puedo dormir como tú. —Te lo agradezco, de verdad… pero… prefiero regresar a mi habitación. Mire hacia atrás, para asegurarme que nadie me seguía. Para mi sorpresa, el joven logro entender, mi mirada fugaz y dijo al respecto. —No te preocupes, es tarde… todos duermen. Bueno… casi todos, porque tú y yo estamos aquí —sonrió —Pero ven, no hay nada de que temer.

—Bueno, solo un momento —acepte La verdad, había sido un día tan distinto a mi vida cotidiana que necesitaba hablar con alguien. No conocía a nadie y la única persona con la que me atreví hablar ahora yacía tirada sobre una camilla, al borde de la muerte con una enfermedad que por mi parte desconocía en su totalidad. El tiempo comenzó a pasar tan rápido como el murmullo del viento, y nosotros seguíamos juntos, sentados uno al lado del otro y ninguno se atrevía a iniciar conversación. Tímidamente cruzamos algunas miradas, vi sus ojos brillar al reflejo de la lejana luz que se filtraba hacia nosotros. Después de todo, el ruido de unos rodantes nos hizo examinar los pasillos del rededor, vimos entonces a dos hombres, empujando una cama rodante cubierta con una sábana blanca. — ¡Nerea! —dije tomando impulso para ponerme de pie, había reconocido a uno de los hombres que se la llevo por la mañana y accidentalmente tropecé en un metal que había a mis pies, haciendo un ruido estrepitoso. — ¡Espera! —me detuvo el joven del cual hasta ahora no conocía su nombre. Me jalo y nos escondimos detrás del tronco de la palmera—. No puedes enfrentarte a ellos ahora, no los conoces y si te descubren también morirás. — ¿Morir? —Si, morir. Ellos restaron importancia a lo que habían oído y se dispusieron a entrar al ascensor.

—Es ella, es Nerea la que llevan ahí, he visto colgar su mano de la camilla —repuse —Me reusó a quedarme aquí viendo como la intentan desaparecer. O dime acaso ¿no es eso lo que pretenden? —Ya no puedes detener lo que va a pasar. —Dijo sujetándome por la cintura—. Aquí las cosas se deciden y nadie las detiene, son las reglas. — ¿Qué reglas? Se nos helaron las manos, el viento sopló en torbellino, mientras el silencio lo opaco el golpe de la hoja del ascensor al cerrar. Forcejé con el muchacho para poder escapar de sus brazos, pero no lo conseguí era demasiado fuerte y yo una débil muchacha mal alimentada, quería rescatarla. — ¿Para dónde la llevan? —él bajó la mirada y se embargó en el peor silencio de su vida — ¿Para donde se la llevan? —insistí llorando. —Ven, vamos… te mostraré. Solo promete que no dirás nada, cuando veas, lo que veras—, decía mientras tomaba el atajo por las oxidadas escaleras. Tirada de la mano de aquel joven corrí, sus manos sudorosas y a la vez suaves, como el pétalo de una rosa, y tan fría como una mañana de invierno en medio del bosque nebuloso. —No podemos ir por el pasillo, ven por este lado —subimos por los conductos de aire acondicionado y nos deslizamos por medio de ellos hasta que llegamos donde estaban los hombres—. Falta muy poco. —Se detuvo próximo a un tragaluz— Están ahí. Mire asustada.

Nerea estaba de pie frente a ellos, el que parecía más doble y corpulento sostenía una pistola con firmeza, apuntando a la cabeza de la débil joven, en ese momento yo observaba por los estrechos agujeros del conducto del aire sin perder el rastro. Las súplicas de Nerea no se habían hecho esperar, pero el hombre parecía no escucharla, por un instante la mano le tembló y la bajo. Estaban al final del pasillo, todo moría allí, era el final, desde allí se alzaba el edificio que todos conocían solo por encima. Apenas soplaba el aire que salía flotante por unos grandes cañones. —Por favor no me maten, os daré lo que gustéis. Déjenme ir con mi familia, una sola oportunidad les pido y juro que nunca sabrán de mí. Pero de parte de los asesinos solo se escuchaban murmuras entre ellos. —Arrodíllate —le gritaron. Nerea no vaciló ni un momento en hacerlo, guardaba la esperanza que la dejaran vivir, le castañeteaban los dientes, las manos le temblaban como si estuviera un frio interno terrible, y las lágrimas enjugaba sus mejillas. —Por favor no —suplicó por última vez extendiendo su mano. El hombre había comprendido y ambos bajaron sus pistolas, fue en ese momento cuando suspire aliviada, también Nerea había visto la luz al final del túnel y su esperanza de vivir había rendido frutos. —Si te sueltas vivirás —dijo uno mientras la sujetaba con fuerza de sus muñecas y sus pies. Los hombres volvieron a su camino, dejándole atrás atada de las manos.

Cuando de repente la pistola se descargó en su frente, cayendo desplomada al suelo al instante, su última mirada traspaso el pequeño y diminuto agujero por el cual mi ojo lo miraba todo con profundo dolor y asombro. Fue la mirada más triste que había visto jamás, nuestras miradas se chocaron pocos segundos hasta que Nerea se despidió con una breve sonrisa; «soy libre»—, balbuceo —Era eso lo que no podía hacer —les gritó una mujer en capucha negra—, Vosotros sois unos cobardes, ¿iban a dejarla vivir? —replicó. Aunque no le vi el rostro, ni una sola de sus uñas, la voz timbro de una mujer, se acercó al cuerpo de Nerea y le piso el estómago con los tacones. Luego se marchó aún con la pistola en la mano. — ¿Quién es ella? —pregunte al muchacho. —Por ahora es mejor que no lo sepas, es más fácil sobrevivir si desconoces algunas cosas. Recuerda que saberlo todo nunca es bueno, si nosotros fuéramos sabios por naturaleza, la vida no tendría sentido, ya que el sentido a la vida se lo da el conocer cada día algo nuevo. Al dar el último suspiro de muerte, recogieron su cuerpo y una pequeña cámara dibujada en la pared se abrió, su cuerpo fue echado a las llamas que no tardaron mucho tiempo en devorarlo. Lavaron la sangre que había quedado untada en todo el lugar y luego se retiraron. Por más que luchaba no podía salir de mi asombro, era tanto el impacto que el acontecimiento había causado en mí, que dude reponerme pronto. Aún seguía con las manos sobre mi boca, petrificada intentando no bramar. Aún estaba con el joven en el conducto de aire, y fue hasta tiempo después que me atreví a preguntarme:

—«¿Dónde estoy metida?» —susurre, levante la mirada y la centre en la cara despreocupada de aquel joven que miraba todo con tanta naturalidad, las facciones de su rostro se miraban frescas, su cara limpia y solo un poco de brillo por el sudor. —No es la primera vez que pasa esto, no debes de asombrarte tanto. Verás que por la mañana se cuentan diez chicas y al siguiente día quizá estén solo ocho, las otras las han desaparecido —afirmó él con toda claridad. — Volvamos a nuestro pabellón, quiero dormir—, yo baje la cabeza y él me miro con ojos de misericordia, conoció mi inocencia con la que había sido engañada y encerrada en una cárcel con barrotes de oro y una fachada de casa antigua. Las piernas me temblaban, así como parte de mi cuerpo, la imagen del cuerpo de Nerea precipitándose al suelo ensangrentado me conmocionó tanto que hizo huella en mi mente. Nos alejamos de aquel macabro lugar. —Bueno ya estamos aquí, entra. Tire del pomo y lo gire, en ese momento una pregunta saltó por mi mente y me arrebató la calma, volví a jalar la puerta con cuidado de no causar ruidos. — ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? —preguntó el muchacho. — ¿No vas a dormir? Hubiese sido mejor que no te hubiera llevado, te he hecho un mal al hacerlo. Le miré y sonreí —Aún no has dicho tu nombre —se le dibujó una sonrisa en los labios y miró a los costados del pasillo — Necesito saber el nombre de mi nuevo amigo —insistí—, ¡dime por quien preguntare, cuando desee verte!

—Está bien… te lo diré. Pero me prometes que luego irás a la cama ¿verdad? —Te lo prometo —la sonrisa no se apartaba de mis labios. —Mi nombre es viento, alegría o soledad; no cuenta el nombre que me quieras poner, solo llámame como mejor te parezca. Soy la ilusión de tus pensamientos; un sueño en medio de la noche fría de un octubre, o una luz que brilla en medio de la oscuridad. Al oír su explicación, un viento helado soplo por el pasillo, y mis mejillas se me empezaron a ruborizar. Me estaba tomando el pelo. —En cambio tú, tiene un solo nombre: Matilde. — ¿Cómo lo sabes? —pregunte con gran sorpresa y un espanto que me comenzaba a sofocar. —Cuando llega una chica nueva, es prácticamente el tema de pasillo más sonado por todas las demás. Y al parecer tú has causado mucho revuelo entre ellas. Ten cuidado Matilde, la belleza es un peligro en manos equivocadas, te puede abrir puertas importantes, pero a la vez, puede acabar con tu vida sino sabes cómo manejarla. No pierdas la cabeza fácilmente. — ¿Por qué lo dices? Dime ¿Cuándo te volveré a ver? —Me verás todas las noches, al tronco de la palmera. Cuando tengas tiempo puedes llegar. O puedes invocarme en medio de una brisa fuerte de verano, o en el huracán de una fuerte tormenta de invierno. Estaré ahí cuando más te sea útil—. Volvió a soplar la fuerte brisa, y mi cabello se ajito.

—Y por el día ¿Dónde estás? También quiero verte en el día. —Me tengo que ir, hablamos luego ¿Os parece? —se despidió dándome un beso en la mejilla y salió caminando sobre el pasillo sur, me quede viendo su partida, hasta que doblo convertido en una diminuta y chillante luz. Sonreí como tonta y entré a la habitación, me envolvió un ambiente agradable, la calefacción estaba encendida, y pronto mi cuerpo recuperó el calor que el frio que hacia afuera le había robado. No había hablado mucho con aquel pensamiento bonito, pero él me había demostrado que confiaba en mí y eso me causó un regocijo inusual, me entusiasmó la idea de haber encontrado otro amigo, a la vez que perdía a Nerea (sigo confundida con sus palabras. ¿Me estaré volviendo loca?). Me tire de golpe a la cama, lleve las manos y las coloque detrás de mi cabeza, formando una almohada con ellas, había olvidado a mis padres completamente durante ese momento, que el pensamiento me acompañó, pero ahora estaba ahí recordándolos y deseándoles buenas noches, en la distancia. Les extrañaba tanto, que deseaba con todo mi corazón verlos, extrañaba la roca del patio, donde por las noches veía las luces de la ciudad, extrañaba la libertad que había perdido, extrañaba el olor fresco a las hojas de los árboles en medio de la noche, el sonido del canto de los grillos entre los agujeros. Pensaba que mi padre seguro ahora lo atendía un buen médico en la ciudad, lo mejor de todo era que estaba haciendo algo para que el tuviera la posibilidad de buscar un buen lugar, donde fuera atendido por los mejores especialistas.

Otra idea surcó mis pensamientos, y por más que trate de deducir lo que el futuro me deparaba, no lograba tener una idea clara. La imagen del pasillo con las pinturas de mujeres a media ropa fue como un reflector por un instante en mi mente e imaginé mi fotografía ahí también haciendo juego con las luces y el ambiente cálido y solitario de ese pasillo. Luego las ideas desaparecieron, cuando pensaba que Virgilio había dicho que iba como empleada doméstica. «Pero si es así ¿Por qué el afán de enseñarme cosas como las de ahora?» Pensaba mientras la noche avanzaba con precaución y desdén. Solo quedaba esperar que amaneciera el día siguiente, y mi situación sería aclarada para matar las dudas de mi presencia allí.

Capitulo 3

Una voz chillona me despertó por la mañana; golpeando con fuerza las paredes débiles de mi cabeza irritada, por un momento pensé que alguien había entrado a mi habitación y había usurpado mal educadamente ese lugar privado en el que me sentía acogida y a la vez desgraciada, pero no era eso, la voz venía del aparato que estaba en la pared. A las diez de la mañana se repitió la rutina de los días anteriores, fuimos al salón y nos quedamos allí, más de una hora, hasta que Clara atravesó la puerta, como los días primeros lucía hermosa, pero muy seria, hasta un poco apagada, como si le molestara vernos cada día. Por mi parte no lograba socializar tan fácil y cuando tomaba el impulso de acercarme a una de las muchachas, estas me miraban despectivamente y me ignoraban en todo momento. —Hoy es un día… —dejó en el aire la frase, cerró los ojos rápidamente a la vez que los abría, con una tristeza profunda —Hoy hace dos meses que lamentablemente Nerea falleció en un hospital de la ciudad—, se tomó una pausa —Según el médico una bacteria acabo con sus días

de gloria y felicidad, la vida es así… es mejor olvidarnos de ella, nos pusimos en contacto con la familia, y aun no superan esa pérdida tan irreparable para todos. Siento mucho, que no la hayan podido ver, por última vez, estoy segura de que ella no hubiera querido que la vieran acabada, desde que se desmayó frente a nosotras fue hospitalizada, y van a disculpar que no las habíamos tenido informada de lo que había sucedido con ella—, pauso— pero ahora ya saben a fallecido—añadió después. Yo quien sabía la verdad de todo baje la cabeza y espere a que el tema se esfumara, un nudo atoraba mi garganta con furia y sentía que las lágrimas no tardarían en brotar de mis ojos si daba la importancia debida al asunto. Las clases comenzaron, luego llego el chico de los pantalones ajustado y con él llegó también una chica de cabello rubio, delgada y alta sin color, sin duda era la persona que daría clases de aeróbicos o algo parecido pensé, ya que no vestía con elegancia, ni con tacones altos como se acostumbraba, sino traía puesto un top, pants deportivo y unos zapatos tenis blancos. Su presencia atrajo nuestras miradas de inmediato. —Su nombre es Altagracia, y desde ahora será su entrenadora —dijo el hombre. Ella saludó a mano alzada— . La que tenían hasta ayer, decidió marcharse—, expresó entre dientes. Ambos cruzamos miradas sin detenernos el uno en el otro, aquello pasó sin importancia para ninguno…, a mí me interesaba él, sin embargo, guardaba en mi corazón los sentimientos que florecían con ligereza absoluta, muchos comentarios se oían venir y no eran buenos, sino a tentadores sobre su hombría, por mi parte aquello no me

importaba en lo absoluto ya que no era la perfección que buscaba. No era yo quien iba a dar crédito a tales embustes. Comprendía ahora lo difícil que era mantener un amor oculto, un secreto que cuando solo deseas gritarlo, pero las circunstancias impiden cada encuentro entre los dos, vivía enamorada, no iba a contar a nadie sobre ese sentimiento que, aunque me negaba a reconocer estaba sintiendo sin poder controlarlo. Miro sus manos cuando las coloca sobre la mesa, luego le veo al rostro y lo veo sonreír inocente de mi querer, estudio su cuerpo, trato de buscar un defecto en él, no logro encontrarlo, me parece que es lo más perfecto que mis ojos han visto… como poder seguir viviendo a un nivel de amor como este. Al salir el joven, ella habló con nosotras y explico en lo que consistía la clase. Se trataba de mantener siempre nuestros esculturales cuerpos (algo que no ignorábamos), en las mejores condiciones. Pasamos la mayoría de la mañana ejercitándonos, hasta cansarnos. El almuerzo se sirvió a las doce en punto sin pasarse ni un solo minuto, era tan dietético aquello, que no le encontré gracia a una comida tan tosca y aburrida. Había en un recipiente en medio de la mesa una gran cantidad de verdura a medio cocer; otro con hojas de lechuga medio deshiladas; rábano en rodajas, pepino, tomate partido y otras cosas que, para mí, no eran más que adornos de la mesa, extrañaba tanto los huevos revueltos con tomate que degustaba en casa, el arroz que se abultaba en mi plato… Los platos estaban vacíos sobre las orillas de la mesa. Todas se sirvieron un poco de cada cosa, siendo yo la

última en decidirse a tomar unas cuantas porciones de comida. Aunque venía del campo y de una vida tan pobre, sabía muy bien el uso de la cubertería tenía muy claro en qué momento se usaba cada uno de ellos, la ocasión no era nada formal y comería como viera a las demás hacerlo. Al fin y al cabo, estaba allí para aprender, si presumía de saberes mis compromisos aumentarían sin piedad. Después del almuerzo volvimos al salón, donde se nos avisó la llegada de nuestra propia institutriz, nada tenía que ver la chica desarrapada que habíamos visto por la mañana. Esta era diferente, también esbelta y de ojos grandes y brillantes, como dos luceros en el firmamento, se gastaba una educación y un comportamiento impecable, me sentí tan sorprendida como cuando vi a Clara por vez inicial; solo esperaba que esta fuera más amable que mis compañeras. La sed de una amiga me tenía desesperada y al punto de la locura. —Oh, por fin he llegado, la ciudad hecha un asco..., el tráfico cada día empeora más —farfulló retirando el guante blanco de su mano derecha, seguido el de la izquierda, para luego sacudirlos sobre la palma de su mano izquierda, después de tres golpecitos los colocó en el borde del respaldo de un diván y camino despacio a nuestras espaldas, examinando a cada una. Cuando llego junto a mi le sentí un aroma profundo y agradable. Por su cara de sorpresa y las miradas que la estudiaban de pies a cabeza, note que no les era familiar a todas, que quizá era la primera vez que la mujer les visitaba.

La dama elegante tanto o más que la señorita Clara, termino la vuelta alrededor de todas, de vez en cuando se escuchaba un «Ummmm» como conquistada por la sorpresa y perturbada por nuestro parecer. Al terminar con el examen, se aproximó a la señorita Clara. Juntas dieron de pasos cortos y se fueron al final del salón, desde allá nos miraban de vez en cuando y conversaban entre sí. Pronto regresaron. — ¡Bueno! —Dijo Clara frente a todas y; a su lado la mujer de aspecto agradable —Déjenme presentarle a la nueva institutriz, ella es Bianca Corbela. —Ella nos miró a todas con una gran sonrisa dibujada en sus labios, al tiempo que saludaba con una mano de palma rosada. —Se encargará de ustedes hasta que decida renunciar, como las demás —se escuchó una risa entre dientes, pero luego volvió a reinar las caras serias, tan duras como el yeso de una escultura—. ¡Espero ese no vaya a hacer su caso Bianca! —Añadió Clara —Descuide Clara, me encargare de formar a las mejores modelos aquí tal como usted lo ha pedido. Clara asintió acariciándose el cabello y se retiró después de la presentación. La señorita Bianca, tal como ella pidió ser llamada fue hasta su bolso y sacó un libro de pasta rosada, con la silueta de una mujer dibujada al fondo, muy cuidadosamente, lo abrió y regreso al bolso unos apuntes que entre sus páginas se escondían. Volvió a posicionarse frente a la fila y camino viéndonos a la cara a cada una de nosotras, sin perder detalle lo plasmaba en su cuaderno de apuntes. Nos pidió presentarnos una a una, ante ella, como un día de escuela.

Fui la última en hacerlo, me sentía tan apenada que por un momento sentí que las facciones de la cara me temblaban y que a lo lejos se oía el castañeteo de mis dientes, sin tener control sobre el movimiento, quise hacerlo de una forma diferente, no dije solo mi nombre, sino que también relaté mi procedencia y algunas vivencias. Al momento de llegar a mi familia, una lágrima rodó por mi mejilla derecha, estaba llena de sentimientos que no pude controlar; más temprano que tarde les había arrancado una lágrima a mis compañeras también. —Tu historia es muy conmovedora Matilde — interrumpió la señorita Bianca, creí por un momento que también le había interesado —Pero la terminas de contar a tus nietos, si es que los tienes algún día —algunas se rieron — ¡Mejor lee la introducción de este maravilloso libro! ¡Maravilloso! — parloteo y me lo entregó de golpe —Luego cada una leerá una pequeña fracción hasta que lo hayamos terminado todo —añadió enseguida. Pestañee y me quede perpleja. Era la oportunidad perfecta para demorar mi aprendizaje. —Puedes comenzar con tu parte querida niña —sugiere Bianca impulsivamente. Eche una mirada fugaz al libro mientras fruncía el ceño. — ¿Qué pasa? —preguntó mirándome por debajo de mi cabello, a la vez que se daba de media vuelta hacia mí. —Yo no sé leer, nunca fui a una escuela. —al escucharme volvió con premura y me miró con asombro desmedido. — ¿Eso puede pasar en pleno siglo veintiuno? — Preguntó con enfado y desplante—. No lo puedo creer, es

sorprendente —sus mejillas se ruborizaron casi de inmediato. —Eso y el hambre que se vive en África; son una realidad Bianca —señaló Martha levantando su mano derecha y señalando hacia mí, con acusación, acompañado de un gesto de burla. —Esto será más difícil de lo que pensé —expreso para sí misma la institutriz—. ¿Hay alguien más que no sepa leer ni escribir? —sonsaco temerosa de lo que sus oídos fueran a escuchar. No soportaría otra como yo, sin embargo, me mantenía tranquila, aquello no me importaba, había aprendido lo necesario para no vivir en la ignorancia absoluta y como mamá decía: “no morir de hambre”. —Este grupo que le tocara instruir es nuevo señorita Bianca, os aconsejo que sea paciente —dijo Clara por la bocina del interfono, seguía de cerca cada evento que ocurría en el salón. —Tendrá muchos obstáculos que superar, creo que lo hará muy bien, recuerde que hasta los animales del campo son domesticado por hombres y logran ganar su voluntad al final de la dura pena —la voz se perdió y apareció una música suave, como la brisa de la primera semana de verano, después de un invierno copioso y destructivo. La institutriz arqueo una ceja con desagrado. —Oh, creo que ella tiene razón —susurró —Lo malo fue que las comparo con bestias salvajes, pero no importa. Volvamos a donde estábamos. ¿Alguien de vosotras apetece leer este libro? —De un arrebato lo retiró de mi mano y lo levantó como un atleta a un trofeo —Ok, ok, ok.

Tengo la extraña sensación que nadie. Si no hay voluntarias, tendré que elegirla yo… —Si yo pudiera Bianca lo haría sin más, pero… —Pero nada. —Pauso y luego reavivo—, ¿Cómo es que te llamas dijisteis? —Matilde —respondí cohibida por la interrupción que ella me había hecho. —Sí, Matilde —contrajo los labios hacia dentro de la boca —Eres muy amable. Para la próxima te diriges a mí, como señorita Bianca ¿estamos?, no me gusta que se me falte el respeto, mucho menos alguien como tú—, alzo la mano y me miró de pies a cabeza—. Me refiero a tu falta de educación. Le miré sin atreverme a responder, un nudo se atravesó en mi garganta. — ¿Estamos Matilde? no te escucho, ¿Puedes hablar más fuerte? —Sí señorita Bianca —afirme — ¡Muy bien, muy bien! —Repitió —Así me gusta. Vuelve a tu puesto. —Sigamos chicas, debemos avanzar con las que puedan. La clase estuvo cargada de muchas cosas: moda, buenos modales y otra serie de sucesos que aún no comprendía para que me servirían, si sería nada más una mujer del servicio doméstico, me resistía a pensar de lo que podría tratarse aquel encierro, imaginaba un trozo de mi vida, mejor que los tiempos de desdén que había vivido. Y para sentirme conforme, pensaba que las palabras de Virgilio aún seguían siendo ciertas.

Fui la última en abandonar el salón, después de tener una larga conversación con Bianca, dijo que quería ayudarme a ser una joven culta y por esa razón sería yo su prioridad «Debemos reunirnos, serás mi prioridad en esto, tienes que aprender a leer Matilde, es muy importante» —decía mientras caminaba sobre aquellos tacones de cuero de serpiente. Me invitó a sentarme frente a ella «Si pones mucha atención, y tomas mis consejos aprenderás más pronto de lo que piensas». Por un tan solo instante y llevada por su confianza sentí que iba hablar más de la cuenta, con suerte logré detenerme a tiempo. Minutos antes sus duras palabras y la vergüenza en medio de todas habían hecho eco en mí, pero ahora la sentía dulce y amable conmigo. Podía ser una trampa, o podía ser una verdad; decidí no confiar en ella, sin embargo, iba a perseguir su juego. Cuando le dije, que yo estaba allí para ser sirvienta se sorprendió mucho y puso ojos grandes y brillantes, respingados y astutos, pregunto que quien me había dicho tal cosa; respondí que un amigo de mamá, ella se encogió de hombros y se puso de pie abruptamente. — ¿Eso te dijeron? —volvió a preguntar, como si mis palabras le parecieron un engaño o un juego de mi parte. —Si —afirme con precisión. Apartó la mirada de mí y dirigió la vista a la cámara que se movía en la esquina. Se preparaba para decirme algo confidencial, lo pude deducir. Pero los nervios la traicionaban. —Me tengo que ir, señorita Bianca. La señorita Bianca se sentó junto a mí y con su mano interrumpió mi huida.

—Espera, necesito hacerte otras preguntas—, volvió a ruborizarse y las manos se tornaron frías como la escarcha. —Ahora me siento cansada y necesito ir a mi habitación. Es más, si Clara nos mira hablando mucho sospechara de nosotras. En este lugar hay micrófonos por doquier—, susurre al oído. —Está bien, ve y descansa—. Desistió de querer hablar más del tema—, Pasaré luego por tu habitación y te enseño a leer y a escribir. ¿Te parece bien a las ocho? Asentí. Una leve sonrisa inundo sus labios y los míos respondieron con cariño. La inquietud carcomía mi ser, y por más que buscaba, no encontraba sosiego en mi habitación, me sentía presa, con la vida y mis senderos contraídos al más no haber. Con la mente hecha un caudal fui a trajinar en los pasillos fríos y solitarios, llegué hasta una puerta forjada y tallada en madera que se encontraba medio abierta, al fondo se escuchaban voces hablando con discreción. — ¿Cuándo se lo dirá señorita Clara? Los días han pasado y ella sigue pensando, en tontas ideas que le hicieron creer. —Es mejor así. Cuando esté preparada para saberlo señorita Bianca, se lo diré. Por ahora solo haga su trabajo. Me enteré de que se ofreció a enseñarle a leer y a escribir, debo felicitarla por tan majestuosa labor—, Clara dejo la silla y se aproximó a la mesa donde guardaba un frasco de vino tinto, sirvió un poco en dos copas, entrego una a Bianca y la otra se la quedo para sí—, ¿Cree usted que esa tarea será fácil? —Se reclino de espaldas al mostrador y bebió un sorbo de vino—, Nuestra nueva adquisición, tiene

mucho trabajo por hacer—. Dijo sarcásticamente —Pero cuando esté lista, sin duda será un verdadero diamante — dio la vuelta al mostrador y volvió a su silla que estaba en la parte de atrás del mueble—. Sin duda es la mejor del grupo, es bella, astuta y… muy parecida a mi cuando tenía su edad—, añadió Al oír eso, comprendí que hablaban de mí, me quedé atenta pegada a la pared y seguí escuchando muy de cerca. —Su ignorancia es relativa, nada que no se pueda solucionar, con un poco de dedicación y disciplina—, dijo la institutriz—. Creo que está muy entusiasmada con el hecho de aprenderlo todo y eso sin duda es un adelanto en un ignorante. —Tal cual lo estuve yo un día, todo se termina cuando llegan los años, y el tiempo cobra su factura. Recuerdo cuando aquella mujer me trajo aquí, a punta de engaños; me miraba al espejo y admiraba mi imponente belleza, una belleza incomparable—, se emocionó Clara—. Pero míreme ahora, no soy más que… —No es más que una mujer hermosa Clara, ya quisiera mujer de veinte y tantos años mantenerse como usted lo ha hecho—, interrumpió Bianca—. Mírese al espejo y vera que no estoy equivocada. —No soy tonta Bianca, todo pasa y más rápido la belleza, es como una gota de agua en medio del desierto, cae remoja la superficie y luego se reseca; me he convertido en una mujer enamorada de ese hombre, que no tiene más que ojos sexuales conmigo. Nunca pude salir de este lugar, mi amor por él me ato a estas paredes cubiertas de secretos. — ¡Pero por qué usted se lo permite Clara!

—Usted no sabe nada Bianca, no ve más allá de donde le permiten sus ojos. Me estoy volviendo vieja. — Y con la mirada perdida susurro —Y luchando por quién no se lo merece, he perdido mis mejores años. Hubo una pausa en la conversación, hasta que al pasar de los minutos la institutriz volvió hacer nuevos cuestionamientos. —Disculpe, nunca imagine que se tratara de esto. No logre comprender de lo que hablaba ahora. Me acerque a la rendija que quedaba en la puerta. Clara se encontraba sentada detrás del escritorio aun, con la mirada perdida en las páginas de un libro y la copa casi vacía a su lado derecho. — ¿A qué se refiere exactamente? —preguntó sin mirarle y tan bien perdida del tema. Bianca respondió con otra pregunta. — ¿Que es este lugar? Porque a buena vista, no es un colegio, internado de monjas de la caridad. ¿Para qué quiere usted que vuelva cultas a estas niñas? Discúlpeme Clara, pero el encierro que se vive aquí no es de Dios, es espantoso y al paso del tiempo me he comenzado a desesperar un poco. — ¿Me está juzgando? — ¡No! Solo digo que me parece extraño. Clara cerró el libro de golpe, lo colocó sobre el escritorio y sobre él descanso su mano derecha, bajo la mirada y se quedó clavada en el zafiro azul que cargaba en su anillo del dedo anular. Pensó su respuesta.

—Que no le importe para que las está instruyendo. Como ya le dije antes, solamente limítese hacer su trabajo —dijo sin preámbulos—, lo demás lo sabrá en el camino. — ¡Pero señorita Clara! —Se sobresaltó ella y llevó su mano al pecho —Es inconcebible —dijo después. Clara había vuelto a las páginas del libro en medio del silencio. — ¿Tiene alguna objeción con su trabajo señorita Bianca? —pregunto de forma frenética, mientras cambiaba de página continuamente. Bianca volvió la mirada hacia la puerta, ocultándome enseguida me adose más a la pared—, Si no hay otro tema a discutir ya puede retirarse, por favor cierre al salir—. El sonido de su voz había cambiado a un tono grueso. —Tengo algo más que decirle—. Dijo fatigada Aquello llamó la atención de Clara y se incorporó de lleno a la conversación. — ¿Qué sucede? —pregunto sin pestañear y mirándole a los ojos. —Aquí les envuelve muchos secretos y yo en un ambiente así, no estoy dispuesta a seguir trabajando. Lo he pensado y lo mejor es que renuncie ahora mismo —Clara se limitaba a escucharla —Agradezco la oportunidad que me dio, pero creo que no soy la persona indicada. Considero que se han aprovechado de mi necesidad por el trabajo. Clara sonrió, fue el único gesto amable que pude ver en su rostro.

— ¿Renunciar dice usted? ¿Está decidida entonces señorita Bianca que se va? —Bianca asintió—. Bueno. Con aquellas palabras la señorita Bianca nos abandonaba, a los días siguientes de haber llegado, de todo lo que había escuchado en aquella conversación no despejaba nada en mí, seguían las dudas muy latentes. Se disponía a salir, cuando Clara detuvo su paso. —Espere un momento por favor —sobre la última palabra abrió un compartimiento secreto que tenía el escritorio, y sacó un sobre color negro. Bianca regreso—. Nadie llega hasta aquí por casualidad señorita Bianca sin recibir una merecida investigación, todos los que estamos aquí hoy, es porque algo vieron en nosotros; tome —se lo entregó — ¿Qué es esto? —Averígüelo por usted misma —dijo Un temblor pasajero sacudió las manos de Bianca, abrió el sobre y descubrió su contenido. — ¿Los ama? —le preguntó Clara con frialdad mirándole fijamente. — ¿Por qué ellos? —fue su corta reacción. —Ellos son mi única garantía que no me va a abandonar jamás. Y no quiere que nada malo les suceda ¿no es verdad? — ¡Lo que usted hace conmigo es un vil chantaje! ¿Qué clase de corazón tiene usted? Clara dejo la silla y se levantó para colocar el libro en un apartado de la gruesa librera. — ¿Qué diría si le digo que no poseo un corazón? Dicen que los sentimientos se sienten en el corazón, otros que en

la memoria; es por eso por lo que no tengo ninguno de los dos. Es mejor así. Se vuelve penoso cuando una persona es dominada por sus sentimientos, eso la vuelve débil, mírese como está usted ahora, aterrada por el miedo a perderlos. — ¿Sera capaz de hacerme trabajar en contra de mi voluntad? ¿Podrá con eso en la conciencia? — ¡Tampoco tengo conciencia! —dijo volviéndose a ella. —Eso no lo dudo. —Ahora ya sabe, si usted está bien. Muchos estarán bien, pero si usted falla, me podría olvidar que un día la conocí. Y de sus recuerdos puedo convertirlos en cenizas. Bianca salió sin responder tirando la puerta, y recorrió en la penumbra del pasillo solitario. Entre la oscuridad le seguí de cerca, fue y se detuvo frente a la puerta de mi habitación, me acerqué con cuidado tratando de parecer que apenas la miraba. — ¿Le pasa algo? —Guardó silencio por unos instantes — ¿Se encuentra usted bien señorita Bianca? —volví a cuestionar al no obtener su respuesta. —Estoy bien —no podía decirle que yo había escuchado su conversación con Clara. Abrí la puerta y le invité a pasar, estaba fría como el aljófar y aún mantenía el temblor en sus manos dóciles. Admiraba mi cuarto con gran asombro intentando mantener la calma. — ¿Sabes para que te tienen aquí? —me pregunto con lágrimas en los ojos, hasta ese entonces yo ya me había convencido de lo que se trataba todo aquello, pero temí hablar con la verdad y fingí no estar enterada. Esperé que

de ella saliera la verdad, sin embargo, no fue así, aunque tuvo la intención se limitó a mirarme. Pasamos dos meses juntas, me había enseñado muchas cosas, cosas que ella creía que yo no sabía, debo de reconocer que aprendí mucho, aprendí hablar de moda, de historia y de cualquier tema que se me propusiera, sabía que no me salvaría de lo que me esperaba, era un futuro con muchas sombras, pero a la vez tal vez con muchas oportunidades, si trataba de verlo de una forma positiva. —Has cambiado mucho —reconoció la señorita Bianca en una de nuestras acostumbradas conversaciones. —Todo lo debo a usted señorita Bianca—. Fue entonces cuando me prohibió que la llamara por un seudónimo, dijo que tenía que llamarla solamente por su nombre y que la considerara una amiga. Le brinde un abrazo y la estreche contra mi pecho con fuerza. Aprobó el vestuario que había elegido y arreglo un poco mi cuello. —Ya estas preparada, mi labor contigo ha terminado—, dijo mientras me tomaba de la mano—. Hoy te dirán lo que tienes que hacer… —presentí que me diría esta vez —Me refiero a tus obligaciones—. Reparo —He informado a Clara que tu preparación ha terminado. Se había logrado mantener en secreto el verdadero oficio al que se dedicaban las demás adolescentes, aunque recibía las mismas instrucciones que ellas, aun no se me permitía acercarme a entablar conversación con las que ya tenían mucho tiempo de trabajar allí.

Noté que la mirada de Bianca era débil, como después de aquella conversación en la oficina de Clara, desde esa noche no volvió a sonreír, la cara se le encajo en un semblante fuerte y desinteresado, sin embargo, conmigo se mantenía siendo la misma vivaracha, gastaba bromas de vez en cuando, me contaba una que otra historia alejada de la realidad. Dejó el cuello de mi blusa más cómodo, se apartó de mí y se sentó en el borde de mi cama, con la mirada clavada al mármol que adornaba el piso. — ¿Qué tal me veo? —pregunté ignorando su aptitud. —Luces hermosa, tal como quieren que te veas — respondió — ¿Quiénes? —Ellos —no se atrevió a darme detalles —Desde hace tiempo me oculta la verdad —había decidido enfrentarla —La escuche hablar con Clara, hablaban de mí. —Ella me miró y no admitió lo que yo decía. — Se lo que paso esa noche. —No sé, de qué me hablas. —Bianca ¿Cuándo me dirá la verdad? —No hay ninguna verdad que contarte. —Es hora de irnos Matilde. —dijo Clara parada frente a la puerta. —Enseguida salgo Clara —dije. Bianca aprovecho el momento para levantarse, pero antes de que lo hiciera le tome de la mano, le estreche con fuerza y le mire a los ojos, sus ojos me negaron verdades.

—Espere… —No seguiré hablando de este tema cariño—. Advirtió —Está bien no insistiré más, solo quiero contarle un secreto—, Bianca volvió a sentarse. — ¡Cuéntame! —Siempre supe leer y escribir—, dije con miedo a como reaccionaria. —Le mentí cuando negué poder hacerlo. — ¿Por qué fingiste? —No la vi molesta como yo esperaba que se pusiera. — ¡Era mi única forma de demorar esto que está a punto de pasar! Usted como yo sabemos lo que me espera, todo este tiempo lo he sabido y me he negado a creerlo, no podía aceptar que en mi vida hubiera tanta desgracia. No tengo opción a negarme a todo esto Bianca —Llore entre sus brazos —No podía aceptar que me estaban preparando para esto, y aun no puedo aceptarlo… fue mi madre y no sabré si se lo podre perdonar algún día, es mi madre, no debería de guardarle ningún rencor, ni tan siquiera pensar en ello, pero estoy desecha por dentro. Perdóneme por favor —Tome su barbilla. —Lo sabía, no temas ahora que el camino apenas empieza—, dijo mientras me abrazaba—. Encontré tu libro —sonrió — ¿Quién te lo dio? —Mi madre antes de partir hacia acá. Mi intento había sido inútil y la hora se agotaba, no dijo nada de lo que yo quería escuchar. Ahora me sentía más cómoda porque había dicho la verdad. —Es hora de irnos, ya tuvieron el tiempo suficiente para hablar. —mando Clara.

Bajamos varios pisos, ninguna de las tres nos tomamos la molestia de conversar durante la excursión. Hasta que Clara preguntó sobre nuestro tema en mi habitación. Respondí que todo se trató de un repaso en mis clases, no iba a manifestarme. Cada vez el pasillo parecía más extenso y estrecho delante de nosotras, los pasos los oía tan lentos detrás de mí, eran los minutos más largos de mi vida. —Has dedicado tanto tiempo al estudio, que no se ha hecho difícil que comprendas muchas cosas, espero también comprendas esta. Los tacones dejaban un tremendo ruido a su paso, se podía escuchar en el eco a nuestras espaldas. —Tratare de hacerlo Clara. Al aproximarnos al final del pasillo, una puerta se abrió a la derecha, era un salón con una colección de pinturas hermosas. No pude evitar lucir sorprendida, Clara me preguntó por cada una de las pinturas, a lo que respondí sin vacilar. Las había estudiado en los libros y en las revistas que Bianca me llevaba cada noche a mi cama, muchas veces me quede dormida con más de alguno abrazado a mí. —Tengo una sorpresa para ti, ven por aquí —camine sobre las huellas de Clara sin saber lo que me esperaba realmente. Me llamo la atención que el retrato que me mostraría estaba cubierto por una manta blanca. Cuando estuvimos frente aquel cuadro, volví la cara hacia Clara y por último miré a Bianca quien no tenía un buen aspecto— . Tira la cortina —me indico. La tiré y el asombro me cubrió físicamente por completo tanto a mí como a la misma Clara quien al

parecer no esperaba lo que vería, ni siquiera percibimos el aire que produjo la sabana al caer sobre mis pies. —Son mis padres —balbucee, Bianca me miraba con desconsuelo—. Pero ¿qué hacen allí? —tenía tantas preguntas, que no supe la respuesta que quería escuchar. — ¡Ella! ¿Qué hace ahí? —Trastabillo Clara con gran sorpresa señalando el retrato —Esto no puede ser—, añadió. Después de aquel asombroso momento, ella trato de controlarse y parecer serena ante nosotros —No te preocupes por ellos, todo se ha estado haciendo tal como Virgilio lo solicitó. Tu padre recibe el tratamiento para su enfermedad y a tu madre se le ayuda económicamente…, no les hace falta nada. — ¿Cuándo los veré? —Pronto, si haces lo que se te pide, cuando menos lo imagines tu trabajo habrá terminado con nosotros tal como lo menciono tu madre; y podrás volver a tu casa junto a tus padres. Verdad señorita Bianca —se dirigió sarcásticamente a ella. Bianca le miró sin responder. —Está bien ¿Que tengo que hacer? —Trabajarás como dama de compañía para nuestros clientes. Como lo hacen todas nuestras chicas. Sus palabras no causaron ninguna sorpresa en mí, sabía que se me preparo para eso, y siempre estuve consiente que en cualquier momento esto pasaría, sin embargo, pensaba que pude haberlo demorado por más tiempo. —Esta noche un chofer te llevará a una dirección que yo le indicaré, las instrucciones te serán dadas cuando ya

vayas en camino. No debes fallar, por el bien de tu familia, recuérdalo. Sentí un extraño escalofrío que recorrió mi cuerpo inerte y pálido por la emoción. La cara de la señorita Clara seguía teniendo una expresión de amenaza, apenas si pestañeaba en lejanos momentos. No supe qué responder y me quedé callada. Era lo mejor no contradecirla en ese instante, además nada me decía que esa noche fuera a pasarme algo malo, pero tampoco era sorda e ingenua, ya había pasado muchos meses en aquel encierro, todos los días aprendía algo, adoraba las clases de la institutriz que había venido del oriente, lo que seguía era solo un aprendizaje más. Clara seguía esperando mi respuesta de negación, muy incómoda me acompañaba en medio de un silencio inusual. — ¿No dices nada? ¿Qué piensas? —Usted dirá la hora señorita Clara —dije animaba, o traté de parecer entusiasmada, tan solo la idea de ver felices a mis padres me satisfacía. Tire un breve vistazo a mi reloj, faltaban pocos minutos para las seis de la tarde, no puedo explicar cómo se miraba el sol tendido en medio de la ciudad, porque habían pasado días en los que no le había visto, casi olvidaba por completo como era una puesta de sol, tenía tanto de no verlo que no me importaba si era de día o de noche, ya se me había hecho familiar la luz tenue de los pasillos. Poniéndome al tanto de la noticia Clara abandonó el salón, era tan flaca que las faldas le caían al pelo, las lucía hasta la rodilla y los tacones, los tacones era una especie de juego egipcio, no se podía negar que tenía mucha clase, sus notas de voz parecía que el viento las llevaba en silla mano,

todo bien y extremadamente asentado, hasta cuando se enfadaba su voz, era agradable para los que la escuchaban. Me quede parada frente al retrato de mis padres, con la mirada puesta en sus rostros templados por la pintura, mamá siempre vestía fina y sus modales los reflejaba hasta en la fotografía mal tomada por el fotógrafo de la aldea, no entiendo en qué momento nos quedamos pobres (mamá nunca lo explico, o tal vez solo se trató de una ilusión que ellas misma tuvo un día), quiero pensar que un día mi familia fue rica y adinerada. Pero tal vez las cosas no fueron así, quizá mamá también tuvo una vida de infante con gente de modales refinados y nunca los olvido. Sin embargo, mi padre nunca cambia esa mirada triste y perdida en el horizonte, siempre pensé de él, que le acongojaba un dolor profundo que no le permitía ser feliz. Me amaban mucho, papá nunca me corrigió usando un látigo, decía que eso no era buena manera para que yo aprendiera lo duro de la vida, sería la vida quien me litigaría y me corregiría, por eso él, solo me iba a brindar consejos, para que el castigo de la vida no fuera tan cruel conmigo. ¡Cómo les recuerdo, como quisiera volver a su lado y sonreír, aunque mamá nunca sonriera conmigo! — ¿Dónde irás esta noche? —me interrumpió el silencio una voz a mi espalda. Tarde un poco en volver y ver la cara de quien me hablaba. Era Bianca y Marcelo, tenían unas caras de tragedia que no tardarían en contagiarme. —No lo sé —respondí casi por compromiso, no era porque no mantuviera una relación cordial con ellos, sino más bien me sentía apesarada, pensativa y agotada. Camine

contemplando los de más paisajes pintados en lienzos de manta, ellos me seguían de cerca sin el afán de presionarme a contestar. Odiaba tanto que me llevarán por el camino de las sorpresas intermitentes, que en seguida me hacían cambiar de ánimo. Abrí paso entre los dos y ante sus miradas desconcertadas abandone el salón, dejando atrás solo la suave brisa al pasar. Desde sus posiciones pude sentir el peso de sus miradas mientras desaparecía detrás de la puerta. Camine por el pasillo, como era costumbre, hacía un silencio abrumador, mis pasos ruidosos se ausentaban como el ruido de una bocarada de viento en verano. Mientras avanzaba las palabras de Clara resonaban con agudo sifones en mi cabeza. Mi corazón presintió que algo vendría a cambiar mi vida por completo, pero ¿qué será? Pensé adosándome en la pared empujada por un mareo repentino. Repuesta seguí caminando despacio hasta mi habitación, antes de cruzar mi puerta escuché unos pasos sonoros que resonaban duramente golpeando el tacón al piso. Debía de caminar de prisa para pasar desapercibida o quedarme a esperar y averiguar de quiénes se trataban. Detuve el paso ligero, los pasos no tardaron en alcanzarme, me detuve por completo a esperar que se adelantaran, ellos también detuvieron a mis espaldas. Unas manos suaves aguantadas me cogieron de los brazos y me hicieron volver abruptamente al camino. — ¿Qué les pasa? —grité intentando resistirme a acompañarlos, vi sus rostros cubiertos, sus ojos negros temibles, bañaron mi cuerpo sin responder.

Era aquel momento que había esperado por tanto tiempo. La primera imagen que vino a mi mente fue la de Nerea, cuando fue sacada de la sala donde consultaba con el médico que le atendía y fue llevada al sótano y luego ejecutada sin piedad. Espere recorrer el mismo camino, sin embargo, me llevaron por un pasillo distinto, no tenía muchos cambios a los demás, todos eran idénticos, era por eso por lo que ninguna joven había podido escapar jamás de las garras de ese lugar. —No pueden hacerme daño—, pensé—. No he cometido ninguna falta, todos sus caprichos los he concedido sin reusar ¿por qué me lleváis por este camino? —, el pánico me había hecho suya y no podía escapar a él—. ¿Me violaran antes de iniciar? —, me pregunte ¡No! Estaba segura de que, valgo más, siendo virgen—, había leído en los periódicos, en medio de las paginas amarillistas, que una mujer casta y sin haber conocido hombre alguno tenía un buen precio en el mercado, sin embargo, ese no era consuelo, cualquier cosa podía pasarme y no iba a lograr evitarlo. Pronto dejamos el pasillo y me internaron en una habitación tan oscura y tétrica como la noche, ellos conocían bien el lugar y no tropezaban en nada. Yo no lograba ver a nadie a mí alrededor, ni el blanco de las palmas de mis manos se hacía visible ante aquella negrees. Por lo brusco en su trato perdí uno de mis zapatos, se hacía tan incómodo caminar en un tacón que parecía una mujer coja. Me soltaron y me hicieron sentar con fuerza en una silla que bien pude sentir el hierro frío al chocar con mi cuerpo. Uno a mi lado derecho y el otro a mi lado izquierdo se quedaron allí junto a mí aquellos hombres esperando instrucciones.

No tardó una luz roja en encenderse frente a nosotros, y el rostro de un hombre se reflejó en una pantalla que parecía espejo antiguo con los bordes dorados, como todos los que había visto antes. —Retírense —les ordenó con voz gruesa. Ellos salieron dejándome sola con él desconocido. Mis manos comenzaron a transpirar y se me hacía difícil mantenerlas en sosiego, los dientes me castañeteaban y las piernas se me comenzaban a aflojar—Matilde —dijo después. Me sorprendió que conociera mi nombre, me relato en poco tiempo mi vida que hasta unos días había tenido en el campo, mencionó cada detalle de los procesos que se llevaban con mi padre en el hospital. Y de mi madre hablo como si la conociera desde hacía ya muchos años. Escuche atenta hasta que finalizó. Vi el reloj, la hora se había ido y casi marcaba las ocho de la noche, tenía el tiempo justo para salir corriendo y no fallarle a Clara en el trabajo que me había encomendado a realizar. —Se lo que estás pensando —dijo también mirando su reloj, el metal brillo al chocar con la luz del bombillo, era un reloj tan hermoso que me quede hundida en un tremendo suspiro, quise pasar discretamente de la admiración por ver un reloj que seguro valía miles de dólares, pero fue difícil que no se diera cuenta —Es un reloj precioso ¿verdad? —Objeto con seguridad—, Puedes tener muchas joyas o lo que quieras tener —sedujo. Baje la mirada y me vi la muñeca donde cargaba mi humilde reloj, pensé en lo que podía conseguir si le escuchaba y obedecía sus consejos, hablo de dinero, de

teneres y de muchas cosas que siendo la pobre ingenua de antes no podría conseguir jamás, todo cambiaba ahora que me había convertido en una mujer refinada he inteligente y astuta, dispuesta a conseguirlo todo. Tan pronto caí en cuenta de lo que pensaba me arrepentí de haberlo hecho, vivía en un mundo donde esas ideas podían traer cosas malas a la vez. El hombre dejó su silla, una silla pulida en madera y tallada con una decoración única, si estuviera en la época de los reyes y los grandes castillos, bien hubiera pensado que estaba frente a un rey, la silla tenía la forma de un águila, el pico saltaba sobre la cabeza de quien la usaba, las alas servían de braceras donde descansaban los puños rústicos de aquel hombre empoderado, y sus patas servían como sostente al piso. A medida se aproximaba a mí las luces se iban encendiendo e iba quedando al descubierto la decoración de estilo clásico, me di cuenta entonces que me encontraba sentada en una clásica silla de metal, la alfombra marrón que cubrían el piso, las lámparas de techo, todo parecía de estilo impresionante; de las paredes colgaban obras de arte de antigüedad, para reforzar ese espíritu del lujo bien entendido. Al quedar al descubierto hasta su rostro, no deje de suspirar un poco agitada; una por su belleza innata y otra por el buen ambiente del salón, me miro; tenía ojos grandes azules, labios gruesos y rosados, pelo liso castaño, su rostro era adornado por una barba y bigote muy bien torneado. No había visto otro ejemplar como aquel. Creo que hasta me ruborice ante él. Al acercarse a mí, extendió su mano, sin ocultarlo me quedé inerte fija en el dedo medio de su mano derecha, donde llevaba puesto un llamativo anillo con la talla de un

demonio muy antiguo, el cual no pude identificar rápidamente. Cuando me di cuenta tirada de su mano suave como el viento de una mañana de verano, en los llanos próximos a mi patio, me encontré parada sin atreverme a modular una sola palabra. Me abrazó enseguida, el olor de su piel regocijo mi estómago, no sabía su marca, solo entendía que era un aroma agradable a mi paladar. En ese instante me había olvidado por completo del hombre de pantalones ajustados, quería nada más guardar aquel momento en lo profundo de mis recuerdos. —Eres hermosa —musitó —Lastima que no te conocí en otras circunstancias ¡Eres bienvenida Matilde! Aquí se tratará bien. — ¿Bien dice usted? ¿Tratarme bien le llama a mandarme a prostituirme para acrecentar sus teneres? — desafié. —No, no digas nada —con su índice cubrió mi boca, para que no siguiera hablando más—. No me hagas que pierda el encanto que provocas en mí—. Susurro. Me encontraba entre sus brazos cuando la puerta se abrió de golpe. — ¡Estas aquí! Al escuchar la voz de Clara, se retiró de mí y se dirigió de nuevo a su silla, levantó una pipa del cenicero y fumo un poco, no tardo la habitación en estar cubierta de humo. —Yo la mande a traer —le gritó —Quería ver por mí la nueva adquisición. Virgilio hiso un buen trabajo esta vez. Pensé que había fallado en aceptarla querida Clara, como tú lo habías dicho.

— ¿Por qué no me encomendasteis esa tarea a mi Aníbal? —reprocho Clara con antelación. —No siempre tengo que consultar contigo, mi decisión querida Clara, hay cosas que surgen cuando tú desapareces, y no me gusta esperar. Deberías de conocerme ya. —Ella tiene un compromiso esta noche ¿Lo sabias? —, dijo—. A los clientes no les gusta esperar, tú mejor que nadie lo sabe. —Lo se Clara, y te aseguro que no espera, ve muchacha, ve y ponte guapa para el momento—. Estaba sereno y muy confiado. —El tiempo nos apremia —hablo Clara. —Podría jurar que vuestras caras son muy parecidas — bromeo él de forma burlesca. Clara me miro en seguida, sentí su mirada cargada de celos, sin temor a equivocarme podría asegurar que ella se había enamorado de su jefe, del cual ahora yo comenzaba a encapricharme. Había tenido ante mis ojos al hombre del que tanto se hablaba y ni tan siquiera me había atrevido a preguntar su nombre, pero Clara lo había mencionado. Termine de cerrar la puerta y perdí de regreso a mi cuarto, el helado piso comenzó a enfriar la tierna planta de mi pie, camine varios cruces sobre un tacón y cojeando con el otro pie descalzo, me resulto incomodo continuar así y me despoje del zapato. No podía olvidar el rostro agradable de aquel hombre, sentía algo dentro de mí que me ponía nerviosa, y no era un sentimiento de simpatía sino un sentimiento que no puedo explicar con palabras; era la primera vez que recorría el pasillo lúgubre, la primera vez que experimentaba tal cosa. La primera vez que sentía que

el corazón me latía tan fuerte dentro del pecho que parecía se me saldría. Mi mente conmocionada me aturdió. Al llegar frente a la puerta de mi habitación escuche un ruido extraño, jamás había escuchado algo parecido, una suave brisa peinaba el pasillo de costado a costado, mi cabello que lo traía suelto se agito un poco, luego todo volvió a la calma nuevamente. Giré el pomo de la puerta y me oculté detrás de ella. La habitación estaba desolada, sentía el ambiente pesado y por momentos parecía que también me faltaba el aire, no comprendía lo que pasaba. El closet estaba allí frente a mí, era el único que no me perdía de vista mientras dormía y la cámara que se alzaba sobre una esquina. La noche seguía avanzando tan lenta que parecía que las agujas del reloj no querían caminar, no le perdí el rastro por un instante a la aguja que marcaba los minutos, hasta que recordé que tenía que ir a retocar mi maquillaje tal como me lo había enseñado la Señorita Bianca. Cuando con plena delicadeza me acomodaba el cabello alguien llamó a la puerta, me tarde en responder. —Abre la puerta —contestaron desde afuera con voz muy baja —Hola —me saludo y entro. Me disculpe por mi actitud de hace un rato. —Te veo triste Lo negué con la cabeza, pero la verdad si lo estaba, me encontraba tan triste que lo que quería en aquel momento era abandonarlo todo y salir corriendo por aquella puerta donde me había dejado Virgilio, traté de no llorar y de revivir los grandes ojos azules del hombre del salón. —También tú estás triste.

—Lo estoy desde que llegué a este lugar —Se movió debajo de la cámara y saco un control remoto blanco, alzó la mano sobre el closet y añadió —Listo —La intermitente luz dejo de funcionar, nos habíamos desconectado de la vista curiosa de los que los vigilaban día y noche. Ahora tenía más privaciones que cuando llegue; era vigilada en todo momento, cumplía una estricta dieta y unas rigurosas rutinas de ejercicios, mi cuerpo cambiaba cada día y eran menos las horas que me quedaban para descansar, me la pasaba la mayoría del tiempo posando para el lente de una cámara. Cada día el cansancio me iba agotando. Nos quedamos en silencio un buen rato, yo me encontraba de pie al espejo contemplando mi rostro pálido al retirar el maquillaje, no tenía el mismo color que tenía cuando vivía en el campo, me aplicaban tantas cosas en la cara que me habían matado el rosado de mi piel. — ¿Dónde irás esta noche? —volvía a preguntarme lo mismo que me había preguntado en el salón, creo que ya lo sabía, pero quería que se lo confesara con mi propia boca. Sin volver le mire a través del espejo, me miraba sin cortaduras, el brillo de su mirada me convencía de que en verdad le interesaba mi porvenir, pero no quería enterarle, al no escuchar mi respuesta ladeaba un poco la mirada y suspiraba, contraía las manos a su pecho y luego las dejaba sobre sus piernas. —Si no me dices nada no podré ayudarte. Detuve el peine y lo sostuve en mi mano antes ponerlo sobre el tocador. —Matilde ve al salón de ensayos —ordenó la señorita Clara por el interfono, salí despavorida sin decir palabra,

solamente me acompañaba un nudo en la garganta y una presión en el corazón—, Matilde—. Escuché tras de mis espaldas las palabras ahogadas de Marcelo. — Espera — dijo. Como podía mirarle a los ojos si ya no era yo, estaba muriendo en mi interior, mi último aliento daba por terminado un ciclo en mi vida. En el salón me esperaba Clara, le acompañaba un chofer muy elegante, con un traje azul negro a su medida, de guantes blancos y una boina del mismo color que su vestimenta, al verme me sonrió con amabilidad y a la vez hizo un gesto de gratitud. De la señorita Clara no recibí ninguna instrucción, solo dijo —Ve con él—, caminamos por un túnel que nos llevó hasta el parqueo subterráneo que se encontraba varios pisos abajo. — ¿Está nerviosa? —pregunto en más de una vez, hasta que por fin respondí. —Como no estarlo si no sé a dónde me lleva—. Volvió el rostro rápidamente hacia mí, como si no supiera nada en una sorpresa inevitable. —Otra más —dijo después de unos segundos—. ¿Eres nueva? —Es mi primera vez. —Estoy seguro de que saldrás bien librada señorita — dijo él con toda confianza. — ¡Eso espero! —Cuando te vi venir pensé que eras hija de Clara, debo de confesar que se ven muy parecidas… claro a lo lejos— dijo después.

Bajamos las gradas manchadas por el moho y algo pintado allí indicaba que era el aparcamiento, era todo un piso, el ambiente cálido y poco agradable, había diferentes tipos de carros, hasta limusinas, en color negro y blanco. —En ese que está allí iremos nosotros —dijo el hombre señalando un carro de color negro—No se asuste, solo invente para que sobreviva a lo que viene. Se acercó y abrió la puerta, entre, aún más nerviosa que antes. En el asiento que yo ocuparía estaba un reproductor de audio. — ¿Es tuyo? —pregunte mostrándolo con la mano extendida hacia él. —No —respondió después de examinarlo con la mirada — ¡Es suyo! —replicó Le miré con asombro. — ¿Mío? —Asintió con la cabeza —Es el medio por el cual reciben las instrucciones. Por medio de ese aparato le indicaran que hará, guárdelo en su cartera. Tomamos la calle norte y nos dirigimos a nuestro destino, para mi desconocido.

Capítulo 4

Cuando la limusina se estaciono frente a la fachada de un lujoso y gigantesco edificio al pie de la montaña, el reproductor se dejó escuchar, al principio solo fue un murmullo abriéndose paso entre los objetos de mi cartera, luego una voz desconocida comenzó a instruirme, como si se tratara de una simple grabación. —Estás frente al Gran Olvido, es un hotel de los más lujosos del país, te bajaras sin perder el glamur y la clase que se te ha enseñado, no pasará mucho tiempo antes que un valet parking se acerque a ustedes y te abra la puerta, recuerda siempre mostrarte amable y segura. Haz referencia a la habitación suite presidencial, allí te espera tu primer cliente—. La conexión se cortó de inmediato. Delante de mis ojos la construcción de concreto de elevaba a todo vapor y se perdía en la distancia, hacia el cielo. Entre al Gran Olvido, mi vestido se arrastraba al paso, sobre la alfombra de un dorado puro que se extendía por todo el piso. La gente se abría paso entre si y se miraban con tal naturalidad caminar por los pasillos, que la

vergüenza desaparecía casi por completo de mi rostro. Sin embargo, no podía evitar sentirme nerviosa. Llegué al lobby del hotel y preguntaría ahora por la habitación suite presidencial. —Disculp…—, abandone la palabra cuando él me abordo. Vestía de negro y unos lentes oscuros ocultaban su rostro, haciendo de su presencia tenebrosa. La recepcionista me aparto la mirada y se dispuso a dar atención a otros huéspedes que también llegaban al mismo tiempo que yo. —La esperaba desde hace rato, señorita Alarcón —dijo con discreción a la altura de mi oído. Allí me esperaba un agente de la seguridad de mi cliente, él impidió que yo pidiera información—, Sonría, el chico de la recepción la está mirando ahora mismo —volví a ver naturalmente y él también me miro, dibuje una leve sonrisa, que más tarde desapareció de mis labios, me referí a él con un gesto amable—. Tire de mi brazo, la conduciré a la habitación donde la esperan con desesperación bella señorita. Enseguida imagine que se trataba de más de una persona. Las puertas del ascensor se abrieron y nosotros entramos en él, al llegar a la habitación, me abrió la puerta y pasé, cuando estuve dentro la puerta se cerró a mis espaldas, quedando también atrás el hombre que me había llevado. Un hombre de edad avanzada me recibió recostado en un sillón; hizo una reverencia, se puso en pie y se aproximó hacia mí. —Bienvenida mi bella dama —saludó con cortesía.

Puse en práctica todo lo que había aprendido en aquellos largos meses de encierro. Sonreí de una forma picaresca y acepté una copa de vino tinto que me ofreció después. —Gracias —dije de la mejor manera; a la vez que añadía—. Salud —choque mi copa a la suya y el tintineo invadió toda la habitación. Tomé un sorbo y la devolví a la mesa. Parecí tan natural que él no dudo lo que en realidad sentía al verlo parado frente a mí. El juzgaba muy entusiasmado mi apariencia al imaginar tenerme entre sus brazos, su mirada me envolvía en todo momento; era una chica joven y hermosa y él tan solo un viejo decrépito con ganas de mancillar con una mujer virgen, a pesar de desearme tanto no se atrevía a iniciar a manosearme, enseguida note que era una persona retraída, tan tímida como un avisaje en medio de una boca despistada. —Soy Anselmo, el gobernador de esta ciudad y del país entero ¿por qué no? —jadeo en medio de una carcajada de regocijo. Su estatura era baja, de tez blanca un poco rojiza y el cabello empastado de un color blanco intenso. —Soy… —Eres Matilde, lo sé. Estudie tu perfil antes de elegirte —dijo —También sé que eres virgen a pesar de tus años. ¿Cómo has podido cuidarte tanto? —puso su mano en mi trasero y acaricio mi busto con la otra—. Eres totalmente bella—, alabo —Nada mejor que el cuerpo de una mujer joven —balbuceo

Tomé de nuevo mi copa y me acerqué a la ventana de la habitación. Sosteniendo la copa en mi mano y empinándola, suspiré profundamente. —Mamá tiene mucho que ver en todo esto —Eche un vistazo largo hacia el horizonte y un suspiro al viento, al final se miraban sobre la cordillera, una fila de luces tan pequeñas como el ojo de una serpiente en medio de un pajar —Quería que me casara con un hombre, que hiciera aprecio de mi —me escuche como una solterona desdichada y atrapada en medio de una fuerte trampa de hierro fundido. —Rico, sobre todo —dijo —Es normal que los padres busquen un buen prospecto para sus hijas, si yo tuviera, seguro querría lo mismo para ellas. Pero hay cosas que, como padres, se salen a veces de control —afirmó mirando conmigo las luces de la vecina ciudad. Él me miró fijamente de una manera sexual, luego se me acercó más por la espalda y me tomo de los hombros con sus manos, eran suaves y a la vez frías. Sentí su aliento alcoholizado sobre mi cuello, me aleje de él y camine tomada del pasamano del cristal, aún con la copa a medio beber. Era mi noche, la noche en la que un hombre prácticamente abusaría de mi cuerpo, pero nunca de mi alma, no me quedaba más que resignarme a vivir aquel momento, que más tarde me iba a producir tanto asco como repulsión infinita. Al calor de las copas el me seguía de cerca. Volvió a tomarme del brazo y me beso la mejilla, cerré los ojos e imaginé la mejor noche de mi vida.

—Tu olor es perfecto —susurro a mi oído. A lo cual no supe qué responder. Tome un sorbo de vino y luego otro hasta que las botellas habían quedado vacías completamente. Era la primera vez que me atrevía a tomar sin medida, solo buscaba adormecer mi cuerpo para no sentir sus sucias manos sobre mí. El tiempo pasaba y simplemente no sentía la reacción al alcohol. Era más bien como si me llenara de agua con sabor a veneno. La sensación queda entre los labios, pero los efectos nunca llegan. —Si buscas perder la razón, no lo conseguirá señorita Matilde. Lo que usted toma sin medida, es algo que no la embriagara, aunque se tome un barril—. Le miré sorprendida—, ¿Por qué vino? Usted busca no sentir nada al estar conmigo, sospecho que me tiene tanto asco como si fuera un leproso o alguien con una enfermedad extraña—. Le aparté la mirada y volví a suspirar—, Es inútil este momento señorita Matilde, usted parece más cansada que yo, responda mi pregunta ¿Qué la trajo hasta aquí hoy?, son sus obligaciones lo sé y lo entiendo, pero quiero saber de su propia boca. ¡Escucho atento Matilde! — ¿De verdad quiere que le conteste con la verdad señor gobernador? No pregunte cosas que sus oídos rechazaran, recuerde que nadie en este mundo está preparado para escuchar la verdad de boca de otro, creo que ni yo misma lo estoy, mucho menos un hombre como usted a quien se le obedece siempre sus órdenes. —Olvídelo, se la respuesta. —Solo busco ser libre señor gobernador. O quizá solo quiera ser esa mujer complaciente que usted busca en mí.

Por la que ha pagado tanto dinero. ¿o lo negara ahora? Como siempre lo he dicho, no soy tonta, tal vez un poco ingenua sí, pero nunca torpe. —Debo de reconocer que en las fotos usted irradiaba una luz distinta, a la que ahora veo. También reconozco que soy su primer cliente y eso me hace privilegiado. No obstante, significa que debo de soportar todos sus caprichos. — ¿En verdad se cree privilegiado? —Me limite a preguntar con un semblante serio —Sin embargo, yo lo recordare como lo que es, un degenerado, que pinta su mejor cara ante los medios; mintiéndole a la gente para conseguir que lo lleven al cargo que tiene ahora. —Modere sus palabras Matilde, su belleza le puede fallar y podría olvidarme que es usted una mujer. El poder que represento me da la libertad para hacer con usted lo yo quiero y luego acusarla. Nos estábamos demorando más tiempo de lo que él había pagado, y eso para mí no era bueno. Mi objetivo era complacer al cliente, dejarlo tan encantado que pronto me buscara nuevamente con sed de pasión y deseo por mi cuerpo, pero no sabía cómo lograrlo, en lo sexualmente hablando era una muchacha inexperta y tan tonta que seguía pensando que la cigüeña existía lejos de mí. Pensé como sería hacer el amor por primera vez con un hombre a quien se amara con locura, nunca lo hice con él que tanto ame, pero si tuve el deseo de hacerlo, creo que eso no me convertía en una mujer de la vida fácil, pero tampoco me dotaba de honradez. Cuesta tanto complacer a la sociedad, que en todo momento te está apuñalando con sus

comentarios hirientes. En fin, aprendí que no debía de vivir para complacer al mundo, sus gustos son exorbitantes y despiadados, sino a mí misma, basta con sentirme satisfecha de lo que he vivido y no culpable. Aunque el mundo rechace mi forma de vivir, es lo que tengo y es con lo que quiero empezar este trajinar. Me abandoné a los brazos del gobernador, cerré los ojos e imaginé que quien me tocaba era otro hombre, un hombre hermoso, tan atractivo que no fuera necesario estar enamorada, para disfrutar de la desnudez de su cuerpo, dura prueba, traicionar mi propia mente, si quería ver sobrevivir a mi familia, el esfuerzo no me desmoronaría. El bigote del anciano me comenzó a raspar el cuello, yo seguía imaginando, las caricias y los besos de ese sueño que un día tuve. En mi mente repetía su seudónimo, mi interior gritaba cada letra de su nombre, era la única forma que encontraría placer, en las caricias sucias de un viejo repulsivo. Era tan débil que no pudo levantarme y llevarme entre sus brazos, del sillón a la cama, aún sin abrir mis ojos camine dirigida por sus pasos, hasta llegar y acostarme sobre el lecho, sentía el correr de sus manos sobre mis glúteos, mis piernas y por momentos apretujar mis pechos. Hasta ese instante me encontraba con mi vestido puesto. Lentamente me lo fue quitando, primero tiro de los tirantes y me lo bajo hasta mi cintura, lo dejo ahí y siguió pasando sus carnosos labios sobre mi torso desnudo. Quedándome nada más quejarme, como una mujer que vive el placer intenso con el hombre que ama. Cada movimiento de mi cuerpo y cada gemido había sido ensayado sutilmente en mis clases, el hombre es tan débil de mente que cuando te

oye quejarte constantemente mientras te hace suya supone que lo estas disfrutando al máximo, que inocente, se cree lo más inteligente del mundo, el ser con un cerebro que trasciende fronteras en conocimiento, sin embargo, una mujer puede dominarlo tan fácil como se le venga en gana. Me retiro el sostén y lo lanzó por los aires, pudo ver claramente a la luz de los bombillos mis pezones rojizos. Había hecho todo porque yo sintiera placer, pero mi cuerpo estaba muerto totalmente; metió la mano debajo de mi vestido y con las yemas de los dedos toco mis partes íntimas, era un loco apasionado y un sucio vulgar a la vez. Estaba tan cerca de perder lo que tanto había cuidado, que no me importaba cuánto durará aquella dura realidad. Comencé a sentir mi cuerpo nervioso y con un inmenso sudor helado, desperté de mi sueño y quise retirarme de lo que estaba haciendo, pero él ya estaba sobre mí completamente desnudo, yo aún tenía mi vestido a la altura de la cintura, donde lo había dejado y mi ropa interior rodaba por la alfombra, no tenía más salida que terminar con aquello cuanto antes. Regresaron por mí a la madrugada, el guardia del gobernador me llevó hasta la puerta del Hotel, donde se encontraba la limusina que me llevaría de regreso a casa. Las calles estaban totalmente solas, el tránsito fluido como el agua que recorre entre las rocas de un río acaudalado y la noche fría como la lluvia de un temporal. Fueron pocas horas las que dormí, me levanté temprano y fui por mis ejercicios de la mañana, al abrir la puerta de mi habitación, me encontré con una diminuta caja frente a

ella, la recogí y leí la tarjeta adjunta «para la mujer que hizo vibrar mi noche» firmaba el gobernador. Tuve curiosidad de saber que contenía dentro aquel regalo, pero resistí, fui hasta mi cómoda y lo deseché allí dentro. Cuando estaba perdida en mi rutina de ejercicios, se acercó a mí una de las chicas, que antes se habían negado hablarme. — ¿Qué tal tu noche? Se dice que fue tu debut —dijo mientras se colocaba sobre la bicicleta. — ¿Eso dicen? —me hice la desentendida —Y no solo eso —dijo ella —Dicen que tu cliente fue el gobernador —hubo un espacio de silencio entre nosotras, hasta que ella lo interrumpió —Ese hombre te llenará de regalos —solo le miré —Cuando llegue a este lugar fue mi primer cliente también, ama a las mujeres vírgenes, paga cientos de dólares por ello. Así es esto, cuando eres nueva los hombres mueren por estar contigo, pagan mucho por una noche con nosotras, pero cuando se cansan de vernos, no nos vuelven a volver a ver y nuestros dueños los tiran a la calle. Debes de aprovecharlo, tener a un político tan poderoso comiendo de tu mano no es fácil de conseguir, exprímelo y cuando hayas conseguido todo lo que tu desees tíralo, eso le dolerá. Coloqué mis audífonos y seguí ejercitándome. Solo quería olvidar por completo esa mala experiencia, recordarlo me erizaba la piel, el estómago se revolvía y me entraban unas nauseas que me costaba controlar. Al poco rato, el salón se llenó, era la hora del ejercicio, todas cuidamos nuestro cuerpo, porque era de ello que dependía mantenernos con vida. Estaba alejada del bullicio, de sus

risas, de sus conversaciones y del enfado que me causaba verlas felices, cuando yo solo estaba triste por la suerte que me había tocado vivir. Como podía un día acostumbrarme a hacer la mujer de todos, y a la vez la mujer de nadie. Las divisiones entre nosotras eran evidentes, había un grupo que se creían las mejores y hermosas. Era verdad su belleza era una realidad, de hecho, ninguna, de las que allí nos encontrábamos padecíamos de fealdad, nuestro clan según escuche era llamado por los clientes como: «las amazonas del paraíso terrenal». A muchas les satisfacía ese nombre, se sentían honradas y exaltadas ante otros grupos de chicas que nos competían, cuando eran elegidas por un cliente y más cuando el cliente era un rico millonario su orgullo se acrecentaba. Mientras yo me aislaba de las demás, ellas se fortalecían y armaban nuevas estrategias para cautivar a los nuevos clientes en una noche, dependían tanto de las drogas, que temían, quedarse sin ellas y para conseguir más se las ingeniaban, siendo obedientes con Clara. —Ven —me llamo Clara con una señal desde la puerta del gimnasio. Bajé de la bicicleta y fui con ella. Me llevo directo a su oficina. —Tengo tantas cosas que hablar contigo que no quiero seguir suponiendo que son como las imagino— dijo con un extraño brillo en sus ojos, — solo si yo pudiera… —se acercó a mí y me tomo de la barbilla —Olvida todos esto— , dijo alejándose de mi —quería decirte que el cliente está satisfecho con tus servicios de anoche niña—. Como antes me limité a escucharla—, Bueno, eso lo sabes tú, al ver el

obsequio que te dejo. Un mensajero llego muy temprano y me pidió te entregara ese presente; sentí que sería romántico que lo encontraras a la puerta de tu habitación. Siéntate por favor. Esperaba que yo dijera lo que en mi puerta había encontrado. No supe cómo describirlo, porque ni siquiera lo había abierto y seguí manteniéndome callada. Luego lo pensé mejor y hablamos, por varios minutos siempre del mismo tema, me estaba aburriendo aquello. Cuando ella hablo de otro cliente, se trataba de otro personaje importante de la aristocracia, como la noche anterior, también serviría a este cumpliendo con los mismos favores sexuales que al anterior. — ¿A tenido noticias de mis padres Clara? —pregunte —Si, tus padres están bien. Nuestro trato se está cumpliendo como lo prometimos—, me miro con el semblante de una pregunta dibujada en su rostro que no se atrevía a pronunciar—. Matilde ¿Qué pretendes con Aníbal? Es un hombre mayor para ti —bajo la cabeza y sonrió al oírse decir aquello. —Es mucho menor a los hombres que me hace atender Clara y, sin embargo, con ellos no guarda ningún escrúpulo por su edad. —Lo sé, discúlpame soy una tonta… lo que quiero decir es que Aníbal—, hizo una pausa—. Ese hombre está prohibido para ti muchacha. No quiero volver a encontrarte sola con él. Lo conozco y tratara de seducirte. —Dijo que me parecía a ti, que tenía la misma mirada que tu cuando llegaste Clara.

Ella jadeo y su mirada salió por la puerta de la habitación llena de dudas. —Eso no puede ser, no podemos ser tan parecidas me niego a aceptarlo, tu no… si tu fueras moría de dolor —me miro directo a los ojos, se le había dilatado. Me levante de la silla y me desplace detrás, cogiendo con las manos el respaldo. — ¿A este también lo veré en el hotel de anoche? — Cambie el rumbo de la conversación. —Iras a su casa, su mujer está fuera del país por vacaciones. Dormirás allá. Por la mañana un chofer pasará a recogerte y te traerá de regreso. Trátalo también como trataste al gobernador. Y recuerda lo que hemos hablado de Aníbal no se lo digas a nadie. — No te preocupes nadie lo sabrá —de nuevo volvió el silencio a nosotras — ¿Tendré un cliente por noche? —esa pregunta la dije sin pensar en las consecuencias que me podría traer. Ella subió la ceja izquierda y se sostuvo antes de responderme. — No siempre será así, estos son conocidos de Marcelo y ha sido él, el que te recomendó con ellos, es por eso mi afán de que no los decepciones, ¿Entiendes ahora? —. Entendí porque de lo que había pasado la noche anterior con el gobernador, eso tan extraño que no había logrado develar—, Llegará un momento en el que nadie te quiera más—, dijo—. Debes de aprovechar ahora que eres joven y guapa —se levantó toco mi hombro y se retiró. Me quede parada frente a un retrato de ella: vestía un vestido rojo de tirantes, estaba sentada en una silla de madera y el vestido le caía hasta los pies, cubriendo por completo sus zapatos, no

tenía un fondo llamativo, solo era un color blanco incandescente, pero la inocencia llenaba de luz su rostro, al ver su lunar cerca del ojo derecho me asuste, fui corriendo al espejo y estaba ahí también cerca de mi ojo. Yo lo tenía. — ¿Qué te ha dicho ahora? —Me pregunto Bianca con aires de inquietud. Le mire por un momento. —Tengo un cliente para esta noche —respondí con tristeza. — ¿Otro? —pregunto llevándose las manos a la boca con admiración. Asentí —Esto es más difícil de lo que pensaba —vi en la mirada de Bianca unas ansias enormes por entender lo que me pasaba. — ¡Quisiera ayudarte! —ella sentía la necesidad de hacerlo, pero eso era imposible. Nos quedamos en silencio por unos segundos—, Pero, no sé cómo hacerlo, o mejor dicho no hay nada que yo pueda hacer aquí dentro. Tendría que ganarme la amistad de Clara y así seguro contaría con un poco más de libertad y podría ir contigo y vigilarte de una distancia considerable, donde el cliente ignorara de mi presencia. —No os preocupéis—, puse mi mano sobre la suya—. Hay un ángel que me está protegiendo. — ¿Lo dices en serio? —Creo que sí, pero no estoy segura aún. Si esto sigue pasándome te lo contare, no vaya a ser que solo haya sido una coincidencia.

— ¿Cómo es el gobernador? —pregunto entusiasmada. —Es un viejo, feo como la cara de un hipopótamo. Regordete. Ella sonrió temerosa. — ¡Pensé que, era un apuesto joven! —No, ni su sombra. ¿Marcelo no ha preguntado por mí? —No lo veo desde ayer por la tarde; seguro atiende sus compromisos—. Dijo con serenidad—, Al igual que Clara, a veces desaparece por horas. —Tienes razón. Ese medio día no comí el almuerzo, Bianca y yo pasamos juntas casi todo el día, me acompaño en silencio hasta que Marcelo salto por la puerta de mi habitación. El corazón salto de mi pecho al verle llegar. Entre él y nuestro dueño me volverían loca. — ¿Por qué no han salido? —pregunto intranquilo, temiendo que me encontrara enferma. —Matilde tiene otro cliente para esta noche —dijo Bianca. El me miro con ojos de compasión — ¿De quién se trata ahora? —me pregunto. Hice un gesto des motivante y señalé el folder que había dejado sobre el tocador. Lo abrió y lo leyó en voz alta. Por su lectura me entere que se trataba de un importante fiscal. — ¿Lo conoces? —pregunte viéndole a través del rabillo de ojo. — Clara ha dicho que son parte de tus amigos.

—Posiblemente tenga razón y sea como ella dice — respondió devolviendo la ficha del cliente al tocador. — ¡Bueno! Me tengo que ir. — dijo Bianca. — ¿Por qué te vas, acaso no te agrada mi visita? —No es eso—, Bianca sonríe vacilante—. Tengo cosas que hacer —añade y se marcha. Al quedarnos solos se aproximó a mí y se sentó a mi lago, tiro su mano sobre mi hombro y me estrecho hacia él. — ¿Cómo te fue anoche? —Bien—, respondí—. Me paso algo extraño—, me levante y me aparte de su lado. Él me miro y bajo la mirada en seguida, volvió a ver hacia la pared del fondo e intento pasar desapercibido mi comportamiento—, Ese hombre se comportó de una manera extraña. — ¿Extraña? Dices. —Si Marcelo, era como si yo… «No puedo decirlo» pensé para sí. ¿Que estoy haciendo? Me paso algo que impidió que siguiera con aquella conversación—. No fue nada importante, son solo tonterías. —Confía en mí—, se me acerco y me levanto el mentón—. Solo si me tuvieras la más mínima confianza todo fuera diferente. —lo tome de la mano examine sus dedos largos y fuertes. Me quede muda por un instante, petrificada como una roca sin saber cómo responder. En medio del silencio me abrazo, no era el mismo, pude sentir el calor de su cuerpo diferente, en el abrazo se perdía un singular cariño que no supe cómo explicar tan pronto lo sentí.

—No te asustes por nada—, susurro a mi oído—. Nada malo te sucederá —me alentó. Lo mire tan convencida de sus palabras que no me quedo espacio para la duda. — ¿Por qué no te has ido? ¿Por qué sigues a mi lado? —Calla, calla, no digas nada—, balbuceo—. Estaré tan cerca de ti cuanto pueda. Solo tienes que confiar más en mí. —Lo haré, te lo prometo. Al caer la noche todos me habían abandonado, casi estaba totalmente lista cuando vinieron por mí, fuimos al estacionamiento y aborde el transporte que me llevaría. A pesar de que ya era tarde, la gente en la ciudad caminaba en sus aceras con tranquilidad, parecía una ciudad muy sana y pacífica, el auto avanzaba sigilosamente por la calzada, hasta que cruzamos la ciudad por completo y nos adentramos en los bulevares de los alrededores, en los altillos, las luces de las residenciales se miraban alegres y en lo más alto de las montañas sobre el volcán, unas luces rojas se iban y volvían sin parar. — ¿Dónde vamos ahora? —pregunte al chofer —Vamos fuera de la ciudad señorita —dijo con la mirada al frente. — ¿Estamos cerca? —volví a preguntar más adelante en medio de un sofocante silencio y oscuridad. —No se desespere señorita, la villa está cerca…tiene usted suerte —me dijo haciendo una pausa —a las demás las venden por unos pocos dólares, y a usted la venden solo con importantes señores, ellos no atentarían contra usted— . Deje sin importancia las palabras del hombre y entre en un momento de reflexión ante sus palabras. Seguramente él

tenía razón, era mi segundo cliente y se trataba de una persona a mi parecer educada y de buenos modales, tal vez las demás por su tiempo en este oficio ya no contaban con el privilegio de ser aún desconocidas. —Sin embargo, a mí me parece un infortunio la vida que llevo señor. No era lo que deseaba para mí. —Piense que es mejor resignarse a vivir en medio del infierno. Solo espero no se gane enemigos por esta situación —dijo mientras se estacionaba al frente de una casa gigante—. Que tenga buena noche señorita. El portón se abrió de par en par a nuestro paso. Bajé del auto y me dirigí al umbral, el auto se apartó de mi vista marchándose en seguida. Llame a la puerta con un poco de temor alojado en mis husos, no llevaba conmigo una idea clara de lo que haría esa noche, no sabía si lograría manejar las cosas como lo había hecho antes. Salí un momento al porche y endilgué la mirada hacia la planta alta de la casa, la luz estaba suspendida, pero de una persona habitando esa casa no se notaba su presencia. De repente ante mi apareció un anciano. No pude con el impacto y no logre evitar mi cara de sorpresa al verlo. —Perdona, te ha de asustar ver un viejo como yo, parado frente a ti —dijo adosándose a su bastón y con la mano derecha sosteniendo una antigua pipa de madera, dejo salir el humo que se esparció enseguida a nuestro alrededor, de pronto un fuerte ataque de tos lo dejaba casi sin aire —No quería asustarte. Mi señor te espera en su alcoba—. Dio la vuelta Ven acompáñame.

—Por un momento pensé que era usted quien requería mis servicios —trastabillé —Yo ya no pienso en gastar mi vida en mujeres —dijo de una forma ofensiva —Soy viejo para eso, la muerte ya gesta en mí—. Caminaba a paso lento por el vestíbulo de la casa, mientras yo le seguida muy atenta a lo que mis ojos podían ver. Entre a la casa envuelta en un frio próspero y unas ansias infinitas de conocer a mi cliente. — ¿Es joven su señor? —pregunte mientras apretujaba mi abrigo a mi costado. —Unos años menor que yo—, dijo con aires de aceptación—. Quiero decir un niño a mi parecer, ya lo veras. Entonces es un viejo pensé. Subimos unas gradas curvas al piso del alto, luego seguimos por un pasillo con muchas habitaciones; puertas blancas y de pomos dorados brillantes. El viejo llego hasta el medio del pasillo, se paró y señalo las gradas que estaban al final del claro pasillo. —Es por allí —indico señalando con la punta del bastón —Sube esas gradas, no temas en perderte, es la única puerta que encontraras al subir al ático. — ¿Ático? —de los áticos tenía muy malas referencias. —Sí, pero no temas, no es un loco maniático el que se encierra en esa habitación. Sube, sube… ve. Asentí. El regreso atrás y yo me interne por el camino que él me había indicado seguir. Subí las gradas sin volver la mirada hacia atrás. La puerta estaba allí cerrada. Al llegar a la penúltima grada, me adherí al pasamano y me quedé

sujeta por un rato. Abrí mi cartera y saqué mi maquillaje, para retocarme un poco antes de llamar a la puerta. Cuando me considere lista toque con suaves golpes. Escuché dentro que algo se deslizaba hacia la puerta envuelto en una tos aguda, el frio se acrecentó dentro de mí, me dispuse entonces a colocarme el abrigo solamente tirado sobre mis hombros. La puerta se abrió con un aire de benevolencia y en efecto dentro de ella solo había una tela oscura que inundaba toda la habitación, tal como lo admire desde afuera. —Pasa —dijo una voz que se ocultaba en medio de la oscuridad. Marque el paso y entre con gran inseguridad. La voz se había ido, en el silencio podía escuchar el respiro de un cuerpo detrás de mí, pensé entonces que sería atacada sin piedad. —Siéntate —me indico la voz con tremenda paz. Cuando me senté la luz ilumino la habitación por completo. Había un hombre sentado junto a la ventana mirando hacia fuera. No sabía que decir en aquel entonces. — ¿Esperabas ver a un fiscal de traje y corbata como lo indicaba mi descripción? —pregunto el hombre con una voz de sonido desnivelado y con el mentón puesto sobre su rodilla. —Más o menos era lo que me esperaba, un viejo quizá, nunca un niño como… Giro la silla y volvió a mí. Tenía la cara deforme y podía ver con un solo ojo, el otro estaba blanco a medio abrir.

— ¿Por qué mentiste? —le pregunte — ¿Si hubiera mandado un retrato tal cual me vez ahora, hubieses venido igual? —su respuesta fue solo una pregunta. —Su pongo que no —respondí en seguida con seguridad —A decir verdad, no soy yo quien toma esas decisiones—. Me retracte luego—, Me limito a recibir órdenes ¿Lo sabias verdad? El me miro por un momento y bajo la mirada. —Yo estoy preso a esta silla de ruedas, y tú a alguien que te fuerza a trabajar para hombres, de los cuales solo sientes asco y desprecio. Tipos como yo que no saben que es ser amados de corazón —guardo silencio cuando termino sus frases —Como yo —replico después—. No pienses que estas aquí para complacerme. — ¿Siempre haces esto? —Si te refieres a contratar mujeres de tu clase, temo decepcionarte. Nunca lo hago. — ¡Dirás que esta es tu primera vez! —Quizá no lo diga literalmente y tú lo notes enseguida. En mi mente buscaba la mejor frase para no sonar grosera con él, pero simplemente no la encontraba. — ¡Has pagado una noche conmigo! —con esto evadía su comentario sobre lo que yo sentía al estar con alguien que me compraba. — ¿Serias capaz de estar con un hombre así de destrozado físicamente como yo? Eres una mujer muy hermosa, seguro cada noche le alegras la vida a uno de tus clientes—. Le mire por un segundo, sin poder sostener la

mirada por más tiempo—, No es necesario que respondas…, tu silencio me dice tu respuesta. —No mal interpretes mi silencio, tu eres el cliente y yo una prostituta —dije sin poder sostener las lágrimas. Sonrió a carcajadas. —Que pobre de espíritu eres, al primer pincelazo te abandonas a los que abusan de ti. ¿Has pensado que hubieras hecho ya si estuvieras en mi posición? El arrastro la silla hacia mí y me enjugo las lágrimas con su pañuelo blanco. La noche paso tan rápido que cuando vimos a través de la ventana, el crepúsculo nos había invadido de norte a sur, nuestros rostros estaban desencajados por la ausencia de sueño, el cansancio era tan evidente que no dejamos de reírnos uno al otro por nuestro mal aspecto. Habíamos hablado de muchas cosas en todas aquellas horas juntos, relate varias anécdotas que había vivido en el campo, recree en una bonita narración, los hermosos paisajes que dibujaban los árboles, cuando llegaba el invierno a ellos; por su parte el me conto lo difícil que había sido sobre llevar el problema por el que estaba pasando. Lo que nunca imagine, ni por un momento, fue que no estuviera paralitico como se lo había hecho creer a su familia. Sin preámbulos se puso de pie y se acercó a la ventana, para ver el naranja del sol en el oriente, no entendía si estaba despierta o en realidad me había quedado dormida sin control. — ¿Estas bien? —me pregunto con una sonrisa en los labios.

Sacudí la cabeza y me pegué suaves golpes en mis mejillas. —Creí estarlo—, Respondí con profundo asombro—. Hasta que te vi de pie junto a la ventana. De repente se desplomo al piso. Me levanté empujada por un impulso y fui rápido a su auxilio, aun sin saber si iba a poder sostenerlo en brazos. —Tranquila —dijo, con su cálido aliento mañanero en mi cuello. Mire hacia el jardín, desde allí nos observaba con esmerada atención el viejo mayordomo que el día anterior me había recibido en la puerta. — ¿Entiendes ahora? —me susurro al oído — ¡Pensé que lo sabía! —Reproche—. ¿Por qué no se lo habéis dicho ya? —Es mi fiel sirviente, pero no confió en él. Es más, no confió en nadie —afirmo, seguro de sí. Me miro y yo le correspondí también a su mirada, mientras le acomodaba los pies sobre los reposapiés de la silla de ruedas. —Entonces ¿Por qué confiaste en mí? —pregunto con intriga —Porque sé que no te volveré a ver —respondió frenético y apartándose de mi ligeramente. — ¿Quién dice? Me has caído muy bien. Me miro como si supiera que no quería alejarme de él. —No quereres tener un amigo con este aspecto. No pude evitar reírme a carcajadas. Me miro enseguida con dudas en su mirada. — ¿Cómo simulas esa extraña cicatriz en tu ojo?

Se llevó la mano a la cicatriz y se la froto con fuerza. —Esto es real —dijo sin trastabillar. Miro a la puerta del closet y sonrió en el momento que bajaba la mirada. Dirigí la mirada también a la suya. — ¿Qué escondes allí dentro? —me respondió con una sonrisa. Creía haberme convencido de su mentira inaudita y descarada. Levantándome de la silla me aproximé al closet, abrí las hojas de las puertas de par en par. — ¿Me crees ahora? —Se perdió en una ruidosa carcajada—. E fingido todos estos años, pensé que podría atraer la atención de mis padres—. Suspiro —Pero hasta ahora no lo he conseguido. Me aproveche de un accidente de auto que tuve hace un par de años, del cual el medico dijo que no volvería a caminar, los engañe a todos, sin embargo, no conseguí su atención, sigo aquí, solo y sin amigos—. Exclamo —Ven alcánzame esa maleta que esta sobre ese sillón. Voy a darte algo, eso te ayudara a huir de donde estas ahora. Saco de la maleta una chequera y escribió en uno de ellos con las letras de mi nombre. Mire el cheque y los ojos me brillaron. — ¿Tanto dinero? — ¿Alcanza con eso para que sobrevivas un tiempo? —No puedo aceptarlo, ya tengo un pacto que no debo de romper por ahora. —No es necesario que vayas a hora mismo y lo cobres, guárdalo —sin mi voluntad lo depositaba dentro de mi cartera —Tal vez ahora te aten otros intereses a ese lugar,

pero llegará el momento en el que quieras escapar, ahí te servirá. Como él no habían dos en el mundo, me había caído muy bien Volví al recinto donde estaba oculta de la sociedad, a la mitad de la mañana, Clara me esperaba en mi habitación. Dijo que el cliente había depositado más dinero del que todos esperaban en las cuentas de Aníbal, y que según lo que habían hablado el me consideraba una de las mejores que tenía para el trabajo. Me mostré indiferente ante su alago. Solo pensaba en lo que habíamos conversado con aquel joven del cual no me lleve ni su nombre en mi mente. —Sin duda fue una experiencia confortable Matilde — se levando de la silla y se paró tras mis espaldas —Has aprendido rápido este negocio, muchacha —acaricio con su mano mi hombro. Dejé de sacar la ropa de mi cómoda y volví a ella en medio de un arrebato. — ¿Le enorgullece lo que hago Clara? Se dio la vuelta y me dio su espalda. —Me alienta saber que eres buena —dio de media vuelta y me miro—. Tanto como lo fui yo una vez. Se había quedado en total silencio, volví a ella. — ¿Por qué llora? Con los dedos de la mano derecha se limpió las lágrimas de sus mejillas rápidamente. Y con la otra me sostuvo el mentón. —Me veo en ti—, dijo—. Eres tal cual fui yo alguna vez. Cuando esa mujer me trajo aquí, ella era la mejor, hasta que yo llegue y me gane su trono. Ella se fue, pero se llevó

con ella parte de mi ser, me hizo un daño irreparable, con aquello pague haberla desafiado. — ¿Quién era esa mujer que tanto menciona? ¿Por qué aún vive en sus recuerdos Clara? —Porque fue ella quien supo mi secreto y se lo llevo con ella, la recuerdo tanto como la odio a la vez. Un día la encontrare, donde quiera que se esconda la encontrare y la hare pagar cada una de mis lágrimas. —Tuvo que haber sido algo muy fuerte lo que le hizo esa mujer para que la odie a tal grado de querer hacerla pagar de tal forma. En los últimos días Clara, además de vigilarme muy de cerca, había empezado a confiar en mí, en sus desvaríos hablaba cosas que no debía de decir, después la notaba arrepentida de haberlo hecho, para ella era una desgracia que se enteraran de su vida quien fuera. Pero ese secreto la aniquilaba por dentro, daría todo de mí para poder saberlo, tal vez ahí se encontraba la llave para liberarla de tanto dolor y de tanta amargura que la envolvía. Más tarde Aníbal me visito, nunca lo hacía, por lo general cuando quería hablar con una de nosotras nos mandaba a traer con uno de sus hombres. Me exalte al verlo entrar a mi habitación. El me pidió tranquilidad, no estaba allí para hacerme daño alguno. Los rumores que nuestro jefe se había enamorado corrían por los pasillos. Sin embargo, nadie sabía quién era la mujer de la que se había prendado. —Perdón hoy no pude… —quería justificar mi ausencia a los ejercicios de la mañana—. Es que…

—No vengo a llamarte la atención —yo estaba sentada en el borde de la cama, él se me aproximo y doblo las rodillas ante mí, me tomo de las manos y me dio un cálido beso en la mejilla. Pude apreciar de cerca el suave color de sus ojos azules, sus ojos y los míos se conectaron en una tierna mirada, sentí una extraña sensación que recorrió todo mi cuerpo—. Eres hermosa Matilde —susurro por más de una vez. Solté mi mano de la de él y también le acaricié su rostro. —Tú también eres el hombre más hermoso que jamás había visto antes. —balbucee empujada por el fuerte de la pasión. Sentí el despertar de mi corazón, el cual había estado muerto por años, admire ese sentimiento que me dejo en vilo. Se levantó del piso y fue hasta el pomo de la puerta, dejo caer él seguro y se recostó en ella. Luego volvió a mí y me abrazo, con fuerza me estrecho contra su pecho. Me sentí totalmente protegida entre sus brazos fuertes y vigorosos, olvide todo por completo, me olvide hasta de mi existencia. El olor de su cuerpo invadió mi paladar y me abandone completamente a sus deseos. Caía como una niña inocente rendida sobre la trampa bien diseñada. Había olvidado la promesa que hice a Clara de no verlo más y la admiración por Marcelo la iba perdiendo. Después de aquella vez, Aníbal siguió frecuentando mi habitación a deshoras de la noche, cuando todos dormían, nosotros nos juntamos (eran solo las ocasiones en las cuales yo tampoco trabajaba) y nos estrechábamos uno al otro. Mi eterno amor, el hombre que al conocerlo sabía que iba hacer para mí, soñé como tonta los momentos que ahora vivía. Los meses fueron pasando rápidamente, y mi amor por él se multiplicaba cada segundo, no concebía imaginar

un día perderlo, obedecía hasta la más mínima orden que se me era dada. Una mañana cuando regresaba de cumplir uno de sus encargos, me invito a pasar el resto de la mañana a la cúspide de un volcán, subimos por sus faldas hasta llegar a la cima, desde allá se miraba todo el paisaje, fue aquel momento para hablar con él sobre mi situación, para ese entonces ya había perdido la cuenta de los hombres a los cuales había prestado mis servicios y a pesar de eso no me sentía sucia, al contrario me sentía una mujer digna de encontrar un hombre que me hiciera su esposa, y remotamente yo casi segura podía jurar que ese hombre era Aníbal. —No quiero que tomes a mal lo que voy a decirte, pero lo he pensado mucho —suspire aliviada y como era mi costumbre mire al horizonte. El pareció sorprenderse con el inicio de mi parlamento, me note muy misteriosa y un poco intranquila al pensar en su reacción y se me hiso imposible terminar con lo que había ensayado tantas veces decirle. — ¿Qué quieres amor? —me pregunto con gran cariño y mencionando esa palabra que jamás había escuchado salir de sus labios hacia mí. Sus palabras en esa pregunta me llenaron de confianza y sin preámbulos hable haciendo un murmullo con mis alocadas soflamas. —Quiero dejar de ser una prostituta, quiero que nos casemos y que tengamos nuestros hijos en un ceno sano como una familia normal…, —comenzaba a describir lo

que imagine durante meses, cuando abruptamente fui interrumpida por él. —Has enloquecido, eres la mejor; me dejas mucho dinero. Si te das cuenta es a ti a quien buscan los clientes. Matilde has logrado lo que solo una mujer en la vida a logrado antes, ahora eres tú la favorita. —Pero no quiero, seguir… —Tenemos que irnos, recoge tus cosas y nos marchamos—. Lo había enfadado en cuestión de minutos. —Está bien amor, olvida el tema, yo seguiré trabajando para ti. —No me llames amor, nadie ha usado esa palabra para mí nunca. No te confundas Matilde, puedes parecerme la mujer más hermosa del mundo, pero nunca he considerado una vida junto a ti, eres una más que sirve para el negocio y no dibujes futuros irreales ante mis ojos. —No me hables de ese modo que me lastimas…, —No hagas que me arrepienta de haber abierto mi corazón contigo mujer. He tenido un mejor trato contigo que con las demás, pero debes de estar consciente que entre tu y yo nunca ha pasado nada, ni tan siquiera un beso nos hemos dado. — ¡Porque tu no has querido! —Respondí Fue inevitable detenerlo, se negó a quedarse más tiempo. Durante todo el camino fue de un silencio aterrador, aunque no me sentía molesta temía profundamente hablarle, pensé que era mejor evitar cruzar palabras, saque mis audífonos de mi cartera y los conecte a mi móvil, fingí escuchar una de mis canciones favoritas, de

vez en cuando le miraba, pero él nunca me miro, siempre estaba viendo al frente surcando el camino sin equivocación. Por mi mala cabeza perdía la confianza del hombre del que había vivido enamorada. Pasaba el medio día cuando llegamos a nuestro recinto, antes de llegar a mi habitación, me encontré con Clara, (desde que Aníbal había aceptado que sentía amor por mi ella se había enemistado conmigo) me dio una breve mirada y siguió su camino, más adelante me encontré con Bianca, ella si me saludo, seguí caminando hasta que llegué a mi habitación. Cuando estuve acostada en mi cama, pensé en aquel joven que había confiado en mí aquella noche «¿cómo estará?» pensé. Contaba con toda libertad para ir a visitarle, pero antes tenía que certificarlo Clara, sin perder tiempo fui y le consulte sobre la posibilidad de poder salir, a pesar de que se mostró déspota conmigo al verme llegar me dio el permiso. — ¿Dónde estuviste con él? —pregunto cuando casi yo me retiraba. Guarde en la puerta y regrese, no a brindar una amplia explicación sino a ver su cara de asombro y tristeza. —No querrás saberlo, estoy segura de eso Clara. — ¿Tan pronto has olvidado lo que te dije, por si no lo recuerdas dije que… —Lo se Clara, habéis dicho que Aníbal es hombre prohibido para mí. Quiero que sepas que lo que paso hoy, yo no lo elegí, fue él quien vino a mí. —Mientes, mientes, eres una maldita piruja—, grito exaltada—. Eres una mentirosa, cualquier hombre caería rendido ante tu maldita belleza, pero quiero que sepas—,

Me tomo por el pelo y me jalo hacia ella—. Que de mi depende que se te termine, tu amor por él y tu maldita familia. La puerta se abrí en medio de nuestra pelea y apareció Aníbal. — ¿Qué haces Clara? A caso has enloquecido mujer. — ¿Cuándo me vas a amar como lo deseo Aníbal? —me lanzo lejos y salió corriendo, se tiro a los pies del Aníbal y lo abrazo con fuerza. — ¡Levántate! —La tomo del brazo—. Y tú vete ahora mismo Matilde. —la sostuvo y la llevo al sillón, acariciando su frente después, vi en sus ojos un inmenso amor por ella, los sentimientos me traicionaron y me hicieron llorar—. Dije que te largaras—, grito él con desconsideración ante mis lágrimas, ella lo abrazo y beso su mejilla. Con el paso del tiempo volví a estar frente a la casa miré hacia la ventana, las cortinas se ondearon empujadas por la suave brisa de la tarde que subía del sur. Las plantas del jardín que antes eran verdes y muy vivas, ahora estaban marchitas y algunas hojas hacían capa en el suelo, ya secas. La puerta a medio abrir y la casa vacía parcialmente. Parecía más bien una casa abandonada, entre la maleza. Subí a la planta alta, al ático donde quedaba la habitación de aquel joven soñoliento y obstinado, no había quedado nada de sus pertenencias, la habitación había quedado en penumbras, bajé la mirada y los recuerdos de su risa alegre vinieron a mi mente. Concentrada en ese pensamiento una mano descanso sobre mi hombro, me quede petrificada, tiesa como una estatua, muda por completo. — ¿Quién es usted?

—Soy una amiga de… —deje la frase en el aire sin saber cómo llamarlo. La mujer se paseó frente a mí y se acercó a la ventana, vestía unos harapos en muy mal estado y con un olor repugnante. —Esta casa está abandonada desde hace meses señorita. — ¿Qué paso con los dueños? ¿Por qué abandonaron la propiedad? Todo parecía una casa hermosa. —Nadie lo sabe—, negó con la cabeza—. De pronto la casa apareció vacía, lo que sucedió con ellos es un misterio. Es mejor que se vaya ahora, este lugar no es seguro para usted, pudo haberla encontrado un loco maniático de los que se hospedan en esta casa—, miro hacia el techo, de donde salía una negra gota de agua que caía distante—. Esta casa esta maldita, vamos. Mire eso, la tubería esa rota, y la casa más bien débil, a punto de venir al piso —se adelantó a mí por unos cuantos pasos hacia la puerta. Al ver que no la seguía se regresó y me tomo del brazo — Vamos ahora señorita, no puede quedarse más tiempo en este lugar, hágame caso. No es que no quiera que esté aquí conmigo, no es seguro para usted quedarse más tiempo. Avanzábamos sigilosas en medio de las paredes deterioradas, cuando se escuchó venir un ruido por el pasillo de las habitaciones. — ¿Quién viene? —pregunte en voz baja. —Es él, pero no se me asuste, nada malo le pasara — respondió la señora de cabello ondulado—. Se enoja que estemos aquí, pero no se preocupe, esta vez no nos vera.

Esperamos detrás de la puerta hasta que el ruido de los pasos se disipó con el viento. Ya el miedo se había apoderado de mi cuerpo y las piernas me habían comenzado a temblar. — ¡El tacón de mis zapatos hará un ruido estrepitoso! ¿Nos podemos ir ahora? —Espere un momento, iré a ver que el camino este despejado. Aguarde aquí. La mujer salió caminando lentamente por el pasillo solitario. Pronto volvió a parecer en el doble del pasillo, me hiso de señas que avanzara rápidamente. Bajé de su mano las estrechas escaleras y me dirigí a la puerta principal. —Vaya, vaya no detenga su paso señorita, camine rápido—. Soltó mi mano y nos comenzamos a separar una de la otra, hasta que nuestra imagen se perdía en la distancia. Alzo la mano y se despidió con un tierno adiós. Después de aquel infortunio regrese, cuando la noche casi cubría con su cortina las casas de la gran ciudad. Me bañé y vestí ropa limpia. Esa noche dormí como un tronco, no tenía clientes que atender, lo único que me acompañaba era un cansancio que me consumía entera. Comenzaron a pasar los días y la soledad dentro de mí crecía sin retorno, como una planta en medio de un invierno acogedor. Llevaba una rutina cada vez más lejos de lo que fui un día, el mundo me movía como a un ave empujada por el viento y llevada a un destino donde no ansia ir. Miraba como los días pasaban de largo, y con ellos contaba las

semanas que me torturaban sofocantes, hasta terminar en mí lista los meses del año, veía como los caminos hacia la libertad se cerraban rápidamente; como las aguas del mar cubriendo la bahía despejada. Comencé durmiendo tres o cuatro horas a lo mucho, mis noches se habían convertido en una tortura que no quería repetir a la siguiente vez. Hablaba con Bianca del dolor que me atormentaba, sin embargo, ella se limitaba a escucharme, como si no le importaba lo que me pasaba. Mi lista de clientes a los que debía mi servicio se acrecentaba, al paso de los rumores, de una mujer muy bella que había venido del extranjero a la ciudad (Aníbal me presentaba con una extrajera y me hiso adoptar un acento francés). «Hoy esta noche visitaras a este hombre, mañana a este otro, luego a este y más tarde pasaras por este otro» no podía con todo eso en mis frágiles hombros. Cansada por lo tedioso de mi trabajo, en la primera oportunidad que se me presento hable con el gobernador; y pedí que me comprara, quería ser su mujer exclusivamente, demoro en aceptar mi proposición, pero al final lo avalo y ofreció a Aníbal una cantidad muy generosa por servirle únicamente a él. Nos encontrábamos los tres en medio del salón de ensayos cuando surgió la conversación. —Estaba pensado que—, me tomo del brazo—. Esta señorita sea solo mía, Aníbal. Aníbal le miro con el rabillo del ojo y alzando la ceja izquierda, entre tanto un torbellino de humo salía arrojado de sus labios. Se llevó de nuevo el puro a la boca y nos bañó con el humo.

Yo mantenía total silencio. Salí de aquel salón con la esperanza de no tener que salir cada vez que el sol se ponía, a conocer un cliente nuevo.

Capítulo 5

Meses antes Marcelo había hablo y me había expresado el inmenso amor que sentía por mí, era verdad, sus palabras no tenían un rasgo de mentira, ni un morbo escondido en ellas, sin embargo, a mí el gusto por él ya me había paso, no podía corresponderle, porque mi amor ya pertenecía a Aníbal. En aquellos meses había intentado sacarme ese amor, pero no lo había conseguido. —Matilde—, creo una pausa —Me gustaría huir contigo—. Objeto después de un momento de estudio — Este no es un ambiente para ti —los mechones del cabello que le caían sobre la frente, se le agitaban con el paso de la suave brisa que soplaba costa arriba—. ¡No sé! nos podríamos ir a otro país. ¿No te gustaría? Con la mirada pasajera envolví a su pálido rostro. Mi silencio interior se apodero de mi mundo exterior y pase de largo ante su proposición, estaba completamente segura de que Aníbal era el hombre de mi vida y no pretendía dejarlo jamás, aunque para él no fuera nadie en su vida. Estábamos a principio de semana, la playa se encontraba completamente en penumbras, Marcelo y yo, éramos los

únicos que nos hallábamos sentados bajo el fresco techo de paja, de aquel restaurante a la orilla de la playa, él tenía una cerveza en la mano que tomaba a pequeños sorbos de vez en cuando, viendo hacia el horizonte las perdidas velas de los barcos de carga que surcaban las aguas. Por mi parte era suficiente un vaso con agua cargado de cubos de hielo, ¡por cierto muy buena para el calor de un día de sol! A nuestro alrededor solo habían más mesas de madera y frente a nosotros se extendía el mar, un mar con el agua más hermoso que jamás había visto. — ¡Flores para su novia joven! —nos asaltó un niño a nuestras espaldas, traía un puñado en un recipiente de plástico que tiraba de su brazo izquierdo. Marcelo se paralizo por un instante y me miro con más de una sonrisa en su rostro, se emocionaba fácilmente que la gente pensara así. — ¡Oh pues! Pregúntale a la señorita si me las aceptaría —fue su primera reacción, al escuchar tales palabras de labios de la creatura inocente — ¿Cuánto cuestan? —, pregunto buscando unas monedas en el bolsillo de la camisa. —Un dólar joven—, respondió el crio en seguida, con palabras de comerciante diestro. —Me refiero a todas —dijo buscando ahora en el bolsillo de su pantalón. —Te he dicho que no vengas a importunar a mis clientes —grito la dueña del lugar al joven (señora gorda y de tez morena, de estatura baja) —Descuide señora, fuimos nosotros quien lo llamamos—. Se culpó Marcelo sin vacilar y volviendo a ella

con una fiel sonrisa dibujada en sus labios. Ella se llevó un cigarrillo a la boca y dejo salir una espesa nube de humo a la superficie, que más tarde fue llevada por el viento. —Cuestan…—, el niño entro en dudas y flaqueo por un momento—. Joven son muchas —dijo convencido que el precio sería demasiado alto, al venderlas todas al mismo comprador —Son las que vendo en toda la jornada —hiso un gesto vacilante con la mirada —Bueno… cuando las ventas están buenas, pero por lo que veo hoy el día no pinta bien para mi negocio —estudio la playa con la mirada extendida. — ¿Por qué no es un buen día? —Pregunto Marcelo con la mirada clavada en él—, Si te las estoy comprando todas ¿Quieres o no quieres? —Bueno está bien joven, ahorita mismo, las cuento. El niño se apoyó en sus piernas a un lado del contenedor de las flores, saco la hoja de un periódico y fue poniendo una a una sobre él, hasta que finalizo con la última. Nuestra conversación se mantenía en pausa, sin saber cómo iba a responder asertivamente sin el afán de dañar su buena disposición conmigo. —He terminado mis jóvenes, son cincuenta monedas—. Mientras terminaba de envolverlas en el periódico. Marcelo abrió la cartera y saco tres billetes de cantidades similares y se lo entrego. —Pero aquí van sesenta dólares, joven —dijo el niño con evidente asombro y mostrándose muy correcto—. Y yo no ando cambio.

—Quédate con el cambio —indico Marcelo. Dio las gracias y se alejó corriendo—, Son tuyas—. Me las entrego. Lo mire con una sonrisa de agradecimiento. —Gracias. Tu siempre tan gentil, llegara un día que deberé tanto, que no podría pagar ni con mi vida. Puso su mano sobre la mía. —No has respondido a mi propuesta—. Llevo la cerveza hasta sus labios, se dio cuenta que la había agotado, llamo a la dueña del lugar y pidió una más. — ¿Y para usted señorita? —Yo estoy bien señora, no necesito otra cosa—, no tenía hambre ni mucho menos de tomar cerveza, nunca lo había hecho, tal vez uno que otro trago de güisqui, nada más para no desairar al gobernador. Ahora por lo que moría de ganas, era por bajar a la playa y poner en remojo mis pies, o al menos sentir lo húmedo de la arena. Aparte el cabello que había caído sobre mi rostro y tome un largo sorbo de agua. Necesitaba estar sola al menos por unos segundos. —No puedo huir contigo, Aníbal buscaría a mis padres y se las cobraría con ellos. Ya sabes las amenazas que se le han hecho a Bianca, o lo que me dijo Clara cuando buscó, que yo aceptara sin reusar este trabajo del demonio—. Tome otro sorbo de agua, luego regrese el vaso a la mesa y dije levantándome de la silla —No puedo ir contigo Marcelo, lo siento de verdad, escapar seria matar a mis padres. Camine con rumbo a la playa.

—Ese no es problema Matilde, tus padres pueden ir con nosotros—, detuve el paso, para cerciorarme que había escuchado bien—. Antes yo iría a buscar a tus padres, los dejaría en un hotel en la ciudad y luego iría por ti. Conozco al cónsul de España, podemos ir con él, si le pedimos ayuda no vacilara en dárnosla ¿Por qué no puedes pensarlo y responderme otro día? —No hay nada que pensar, la decisión está tomada y no voy a hacer lo que me pides, no ahora. Irnos significa echar a perder tu amistad con ellos. Avance en paso rápidamente, pero él se me adelanto y me estropeo el paso. —Oh acaso ¿es verdad que está enamorada de Aníbal? Dime la verdad Matilde, lo que se habla en los pasillos ¿es verdad? —No digas tonterías ahora. Como podría enamorarme de alguien con tanta maldad como Aníbal, juro que no hay coherencia en tus palabras. — ¿Y entonces como te resistes a irte? No podía reconocer ante él, que mi mayor miedo era perder a Aníbal para siempre, no podía concebir que saldría de mi vida y no volvería a verlo siquiera, estaba segura de que lo amaba en el silencio de una noche sin luna, lo amaba en el bello rostro del amanecer, lo seguía amando en todo momento. Era tan triste ver la cortina que ocultaba mis ojos. Nos aproximamos hasta donde las olas golpeaban con fuerza la arena, mis pies se empaparon a la primera ola que me baño, Marcelo no me siguió hasta aquel lugar, se había quedado a unos cuantos metros de distancia de mí, sentado

sobre la arena caliente y seca, tenía las rodillas dobladas en cuclillas y los codos puestos sobre ellas, aun traía en la mano derecha una botella de cerveza que tomaba por sorbos lejanos, me miraba y lo miraba también, sonreía cuando me miraba juguetear con el agua y las espumas que esta formaba a mi alrededor, me sentí en medio de una escena muy infantil, quien es llevada por primera vez frente al océano. —Ven —grite emocionada—. El agua esta fría. Llego hasta donde yo estaba y me tomo de la cintura, ya no traía la cerveza. Me alzo por los aires, su fuerza me impresiono y grite sin poder contener la emoción, carcajee como loca y me balancee como un árbol azotado por el viento fuerte de un huracán. Pasamos varias horas jugando entre la arena, hasta que llegó el momento de marcharnos. —Gracias por estas horas de felicidad—, puse mi mano sobre el brazo de Marcelo, él no la retiro del volante, pero me miro complacido. Asintió. —Me alegra que te haya gustado— respondió después—. Si gustas podemos hacerlo más seguido, esto haría un poco menos tedioso la estadía en la mansión. —Nunca había visitado el mar —baje la mirada—. Pero lo había visto en algunas revistas —alce la mirada —nada se compara a estar frente a él. Enseguida se le dibujo una linda y entera sonrisa en sus labios, volví al parabrisas para disimular que me había ruborizado de la emoción, y mostré atención por el paisaje que quedaba atrás. La calle se extendía en línea recta alejada de la costa, al volver la mirada hacia atrás mire el cortejo de plantas

marinas empezándose a perder, la sombra azul que dividía el mar del cielo y las palmeras sembradas a la playa se estremecían, hundidas en una marea medio moribunda, al frente de un sol decadente y casi oculto en el occidente. — ¿Qué pasa ahí? —se preguntó a si mismo Marcelo disminuyendo bruscamente la velocidad. En medio de mi distracción me incorpore enseguida, asombrada por la impresión. Nos detuvimos y corrimos a auxiliar a las víctimas de un accidente fatal, el auto se había precipitado por un acantilado y sus pasajeros habían quedado perdidos entre los matorrales, de aquella calle perdida en medio de la nada. No había mucho que hacer, los cuerpos de socorro se encontraban en la escena y nuestra presencia, tal vez serbia solo para estorbar. Volvimos al auto y seguimos avanzando en medio de una línea de autos, que se extendía por más de dos kilómetros sobre la carretera. —Conduce despacio. — ¿Tienes miedo? —Un poco es verdad —sonreí y volví a mirarle. Él también lo hizo—. Mira la carretera por favor. — ¿Te molesta que te vea? Nunca iba a molestarme la mirada de Marcelo, en ella se encontraba paz, reconozco que cuando lo hacía lograba ponerme nerviosa. Cuando regresamos a la mansión Aníbal me miraba desde el porche, antes de que entráramos, él se retiró y se perdió en el laberinto de la casa. — ¿Dónde estaban?

Mi sobresalto me delato que algo ocultaba. — ¿Qué haces en mi habitación? ¡Aníbal me habéis asustado! —lo tenía a mis espaldas, di una breve explicación de lo que había sucedido, sin mencionar detalles de mi salida y adonde había estado gran parte del día. — ¿Tu salida tuvo que ver con el gobernador? Volví a mirarle con sorpresa, era aquella una buena salida, pero como saber si el gobernador se había comunicado con él en el transcurso del tiempo que estuve fuera y era esa la razón por la que me cuestionaba ahora. —No… bueno, más o menos se trata de él—. Trastabille —Pensé que andaban en algún encuentro con él—. Hiso una breve pausa y añadió después —Esta mañana llamo, dijo que es de urgencia reunirse contigo y con Marcelo, debo de confesarte que me sorprenden sus misterios. ¿Cuáles son los temas que tienen que tratar con el gobernador? —se preguntó así mismo. Aparto de mi la mirada y se dispuso a salir, luego como recordando algo se regresó y me infundio un miedo profundo, con una tenebrosa mirada tras pasante—. Estaré pendiente de tus salidas extrañas. Últimamente Marcelo y tú andan muy misteriosos. —Seguro se trata de nuestros encuentros amorosos. Un día de estos me dijo que gustaba que le intensificara las visitas, su mujer está en Asía, por cuestiones de negocios y quiere pasar más tiempo conmigo—, hasta entonces había aprendido a mentir de una forma magistral sin que se me notara, o ponerme nerviosa al gesticular aquellas palabras—

. Es solo eso Aníbal. Puedes estar tranquilo, Marcelo solo hace lo que tú le ordenas. —Debe de ser eso entonces —creí con seguridad que mi respuesta era suficiente para calmar sus dudas — ¿Cómo explicas el hecho que también deseé ver a Marcelo, en una misma cita contigo? No soy tonto Matilde, el gobernador tendrá que explicarme esto. Vacile en responder y tardaba mucho. En seguida sin esperar mi respuesta se acomodó el saco y se marchó. Me acerqué y puse mi bolsa sobre la cama (aun la tenía colgada de mi brazo) y busqué el móvil. La llamada tuvo los cinco repiques. —Creí que no me responderías. —Hola—, respondió Marcelo un poco distante, una idea vino a mi mente, tal vez conocía las razones por las cuales él se mostraba desinteresado al escucharme. Podría estar segura de que había visto salir a Aníbal de mi habitación y sus celos lo había hecho cambiar radicalmente. —Ven a mi habitación ahora mismo. — ¿Qué pasa? —Dijo con un tono de modorra aguda. —Ven, aquí hablamos—. Colgué con esperanza de verle aparecer pronto por la puerta de mi habitación. En otras ocasiones bastaban dos minutos para que lo tuviera frente a mí, rebotando sobre mi cama, sin embargo, esta vez ya habían pasado quince minutos de la llamada y él no aparecía. La espera se tornó lenta y aburrida, lo esperé tanto tiempo que perdí el sosiego, me movía como la imagen de una película antigua (de un lado a otro), lograba imaginar su paso discreto y bien marcado.

Cuando perdí la esperanza fui y lo busqué en su habitación. Lo encontré tumbado, metido entre las sabanas, roncando como un animal salvaje. Me detuve a observarlo por unos minutos y luego salí apurada para el punto de encuentro que el gobernador había mandado a mi celular. En el pasillo iba cuando me encontré con Clara, traía una cara de enfado absoluto, como si se le hubiera llamado la atención de la peor manera. Me miro con la intención de dirigirse a mí, también le miré y seguí mi camino ignorando su acción. Desde hacía varios días, la sentía rara, como si manejara información sobre mí. En el camino se me cruzaron una infinidad de ideas, desde la más tonta, hasta la más certera (todo sin importancia) cosas que dejo solo para mí. El sol casi se ponía, el cielo se miraba despejado y con señales de ser una noche en calma. Siempre había gustado llevar el vidrio de la puerta del copiloto abierta, me gustaba que el viento fuerte del paso me soplara con fuerza, mientras tarareaba alguna canción de esas que salen en la radio, de esos programas aburridos que suelo oír con frecuencia. Eso me ayuda a olvidar un poco mi vida monótona que llevo desde hace unos años. A la media hora de camino llegue a mi destino, frente a mi tenía el gran hotel pintado de un color marrón, le daba el estilo a viejo, pero en realidad tenía unos cuantos años que había abierto al público según un artículo publicado en una revista de turismo local, lo promocionaban como un lugar familiar, decía que contaba con áreas verdes muy extensas y un lugar donde nacía agua natural. Al final del artículo, había una lista de comentarios, de las personas que contaban la experiencia de su visita al hotel, desplace el

cursor por toda la página, fueron pasando tan rápido que no hubo nada que me llamara la atención. Cuando creí que había terminado con el último comentario, la página cargo dos más, decía uno de ellos «disfruté mucho con mi amante en ese lugar, se pasa muy rico» la leyenda seguía, luego topaba en unos cuantos puntos suspensivos y decía: clic para seguir leyendo… puse el cursor justo encima, lista para dar clic, algo me tuvo mi acción y me contuve abruptamente, cerré la web e hice que nada había pasado. Antes de abandonar el auto, saque mis cosméticos y retoque mi maquillaje, alise el cabello y me lo acomode un poco, fija viéndome en el reflector, por último, me rocié un poco de la loción que él me había regalado hacia unos días atrás. — ¿Vienes sola? —Completamente sola. — ¿Y Marcelo? —Duerme a esta hora. — ¿Dijo si vendría después? —el interés con la presencia de Marcelo seguía sin detenerse y yo ya no sabía que responder, algo que sonara en un tono creíble. — ¿Por qué tanta insistencia con él? —me acerque de una forma seductora y le bese la mejilla cubierta de arrugas (dentro de mi había mucho asco, pero me gustaba jugar aquel juego). El me alejo con una mano, yo logre capturar uno de sus gruesos dedos, pero pronto se me desliza entre mis dedos sedosos por la crema de mano que me acababa de poner.

— ¿Qué es lo que te preocupa con él? —le sorprendí por la espalda y puse mi mano derecha sobre su hombro caído. Él se quedó inerte y sin respirar. Me ocultaba algo, que se me estaba haciendo difícil saber—. Nunca has preguntado por él Anselmo, nuestros negocios los manejamos sin él. —Y si te digo que nuestro negocio es gracias a él. Si te digo que todo esto que hoy vives tiene el sello de Marcelo Bonsay, pero que esto me está cansando ya. Le mire sorprendida. —Es imposible, nuestro secreto lo manejamos solo tú y yo. —No hay ningún secreto Matilde, toda esta parodia fue diseñada por tu amiguito enamorado. Como también maneja a los demás clientes ¿Qué pasaría si Aníbal se entera de todo esto? —No te conviene que él lo sepa —dije con seguridad. La habitación era tan grande como un apartamento, tenía el área del bar, una salita pequeña y una puerta que daba a los ventanales de la terraza, y la cama estaba sobre el desnivel, donde había que subir cinco gradas, Anselmo estaba justo parado junto a la cama con la mirada puesta en la pared de vidrio, y yo había bajado los escalones para hacer una llamada a la recepción. Aprendí a conocerlo, por eso estaba segura de que en aquel momento un trago le vendría bien. Al poco rato de la llamada telefónica llamaron con insistencia a la puerta, me puse de pie, que para entonces ya estaba recostada sobre el espaldar de la cama, a la misma vez lo hiso Anselmo.

—Espera iré yo. –dijo él. Mientras los golpes sonaban como gotas de agua sobre el aluminio. —Espérame aquí, es el servicio a la habitación, yo lo recibiré—. Dije, sin embargo, él insistió en recibirlo por su propia mano y apartándome del camino se aproximó a la puerta. Imaginé que no podía ser la mucama y le seguí de cerca, por un momento se me vino a la cabeza la idea de Marcelo siguiendo mis pasos, entre la larga fila de autos, en medio de la ciudad antes de cruzar un semáforo. Anselmo giro el pomo de la puerta y abrió con fuerza y todo paso como lo había imaginado, no era ni Marcelo ni la mucama, era una sombra oscura como la noche, que sin advertir disparo una vez directo al pecho del viejo decrepito y salió huyendo, no se escucharon mayores ruidos, solo vi el agujero del revólver y el humo que dejo la bala al salir y unos ojos grandes y brillantes que me miraron por un instante antes de echarse a correr. Anselmo empujado por la fuerza de la bala, se precipito al piso. Aquella sombra solo la había visto una vez, el día que murió Nerea. —Auxilio—, pedí en repetidas ocasiones. Anselmo se levantó con esfuerzo y salió cabizbajo haciéndose presión a la altura del pecho de lado izquierdo, hasta que se precipito de golpe nuevamente sobre la alfombra de la pequeña sala. Corrí a auxiliarlo, no sabía qué hacer, la sangre le brotaba como agua en un manantial, me llevaba las manos a la cabeza buscando una posible solución para que la sangre cesara su brote, lo primero que se me ocurrió fue hacerle presión con una sábana que estaba doblada sobre un cajón junto a la cama. Con arrojo intenté levantarle del piso, pero mis fuerzas no eran suficientes para realizar aquella acción,

conseguí con aquello; al ver mis manos manchadas de sangre, recordar a mi padre, que casi lo olvidaba, entre tanto trabajo y compromisos con los clientes. La imagen de papá sangrando se revivió en mi mente, y llore desconsolada e impotente. — ¿Tienes idea quien pudo haberlo hecho? –pregunte asustada. — Has algo mujer, te quedaras llorando ahí como una inútil. No lo sé ahora—, respondió ya sin fuerzas—. Por favor llama a Denia, dile que venga de inmediato, o al guarda espalda que espera afuera. —Eso estoy intentado, pero simplemente no contesta. Llamare a emergencias Anselmo—. Al decir aquellas palabras me miro con tal desaprobación, que enseguida comprendí que esa era la peor idea que había podido tener, pero me encontraba desesperada. En medio de la incertidumbre volvieron a llamar a la puerta. —Traigo la bebida que solicito señorita —grito desde afuera una mujer. —Ya no es necesario —respondí alzando la voz — Váyase —Si Denia no te contesta llama a Escárzaga él tiene que atender. Maldita, Denia cuando la necesito no aparece—, hubo un momento de calma—. Ve a una farmacia cercana y compra algo para saturar la herida. —Mis manos están manchadas de sangre, así no podría salir —exclame. —Ve y lávate…

Cuando regrese de la farmacia la sangre ya brotaba con menos fuerza, le quite la camisa y até una venda sobre la herida que había causado la bala, no era algo de cuidado, con suerte el proyectil apenas toco un extremo del hombro, algo muy pequeño, el escándalo de la sangre sobre su camisa blanca era exagerado. —Es algo muy pequeño Anselmo, apenas si rozo un poco—curaba con precaución—. Ya está —dije satisfecha, limpie mis manos con un algodón alcoholizado y le ayude a recostarse sobre el sillón—. ¿Cómo pudo pasar esto? Tienes que tener más cuidado. —Mis enemigos conocen mis movimientos —dijo sin excederse en responder y exclamando del dolor. —Y ahora ¿Qué dirás a tu esposa? —fruncí el ceño, pensé que al llevar una herida en su hombro tenía que explicar cómo había sucedido, mas ellos que llevaban una vida cordial y ella demostraba estar aun a pesar de los años enamorada completamente de él. Mi madre en su rebeldía nunca demostró amor intenso a mi padre, él tampoco lo hacía con ella, hasta entonces yo creía que las relaciones de pareja eran así, solo un compromiso de estar juntos, una costumbre, pero en la ciudad me había dado cuenta que la gente es más mentirosa que en el campo, saben fingir muy bien lo que no sienten, lo digo por el gobernador, porque juraba estar enamorado de su esposa, pero las faldas cortas y los pantalones ajustados de sus asistentas le llamaban la atención, más que una cena en lo alto de una montaña con vista a la ciudad, no lograba ocultarlo como él hubiera querido hacerlo, y porque no decir que seguro tenía un romance con una de ellas, por no decir que con todas (eran unas mujeres muy hermosas y todas eran solteras, con

cabellos rubios y sus mejillas cubiertas de rubor), un día se lo pregunte y se hiso el desentendido conmigo. Ellas cuando la esposa llegaba fingían afán en sus obligaciones, solo yo sabía que se les pagaba por estar sentadas detrás de un escritorio sin hacer nada. La saludaban con gentileza y por la espalda no dejaban de jadiar las maldades que Anselmo cometía con frecuencia. Yo tampoco podía decir que estoy libre de culpa, porque también estaba siendo una mujer que cumplía sus caprichos. — ¿Que podre decir? Nadie creerá que es un rasguño sin malicia. —Dirás algo que parezca creíble —dije. El asintió que no tenía nada que decir —Es tarde y me tengo que marchar. ¿Por qué dijisteis a Aníbal que querías verme? Por Dios, con todo esto que ha pasado me he olvidado de lo que querías decirme. —Esta es señal que no debo hablar por ahora—. Dijo intentando verse la lesión. — ¿A caso piensas que fue Marcelo el que te hizo esto? No seas injusto por favor, él es incapaz de hacer semejante cosa, menos a ti Anselmo. Ustedes son amigos desde antes que yo llegara. De verdad la pérdida de sangre te está haciendo desvariar. Lo siento Anselmo, llama a tus hombres que vengan por ti, yo me retiro. Le di un frio beso en la mejilla derecha, enganché mi cartera en la muñeca de mi mano y me despedí, él siempre tendía a abandonar la habitación luego de mi partida, cuando se encontraba seguro que yo estaba lejos, aunque algunas pocas veces se marchó antes que mí.

La noche encendió los faroles de los carros y los de las calles de la ciudad, conducía en el atasco del peor tráfico que muchos viven a diario en esta metrópolis. La imagen del mercenario cubriendo su cara con una tela negra, y sus ropas negras hasta el cuello, no salían de mi mente, se mantenía vivo el recuerdo, ¿Quién podría haberle acatado? ¿Pudo haber sido Marcelo como él lo dijo? Nadie sabía que nosotros nos encontraríamos allí (además de la gente que me mantenía en constante negocio). La idea a veces me dejaba atónita y cobraba fuerza, si el gobernador moría en una cita conmigo, sería la primera sospechosa de su muerte y la única que pagaría el crimen. Alrededor de dos horas después llegué a la mansión, me estacioné y me quedé un momento, pensando si debía de contarle a alguien lo ocurrido, aunque el gobernador no había mencionado ninguna restricción con la información, lo mejor era que fuera prudente. Abandoné el aparcamiento asegurándome que las puertas del coche quedaran bien cerradas, subí las escaleras (no gustaba usar el ascensor) y me dirigí al estudio. La lámpara de lectura iluminaba la librera y caía moribunda al piso alfombrado, la silla del escritorio se había dado vuelta y mantenía el respaldo pegado al bordillo. Encendí la luz y todo quedó al descubierto. Alguien giró la silla de inmediato. —Bianca ¿Qué hace usted aquí con la luz apagada? Me miro como si le arrebatara la paz. —Necesitaba estar sola por un instante.

Las ganas de contarle lo ocurrido en el hotel, me carcomía por dentro y respire varias veces para no caer en tentación de contárselo. — ¿Cómo te fue con el gobernador? Un poco insegura respondí que bien, sin embargo, su mirada era fría y mística. — ¿Le pasa algo? Cuando me marche a verme con ese hombre, tu no lo sabias Bianca. —Marcelo me lo confeso. —Insisto que le pasa algo. Tiene los ojos rojos —dije con un tono entre cortado. —Son los meses de encierro que ya me están afectando Matilde…, sin ver la luz del sol—. La noté tan diferente, a la mujer humilde y sencilla que me inducía a ser una dama sofisticada, y a mantener la mirada dulce y una sonrisa angelical, se convertía en alguien que desconocía totalmente—. ¿Has pensado un día abandonar todo esto? —envolvió el estudio con una mirada despectiva. —Un día tal vez lo haga Bianca. Cuando mis padres estén bien y seguros. Es lo único que me importa os lo juro. —A caso ¿crees que eso pasara? Me estoy cansando de este sacrificio familiar que estoy haciendo ¿sabes? Ni tan siquiera se han dignado en buscarme —dijo resentida —O ¿tú que sales a la calle has visto algo que indique que me buscan? —Negué con la cabeza —Vez, tú me has dado la respuesta. No les importo Matilde, a mi familia no le importó.

— ¡Sera que ya se rindieron de buscarla sin tener éxito! Yo no me cansaré jamás —afirmé con gran serenidad—. Llegará el momento donde todo esto, solo será un mal sueño. Pero por el momento seguiré obedeciendo a sus órdenes. —Creo que el ser una P… —dejo la frase en el aire y se detuvo a pensarlo. Respiro y me miró, como si estuviese arrepentida de lo que iba a decir. —Dígalo Bianca. Diga que me he convertido en una mujerzuela, una ramera, una mujer sin dignidad y sin afecto a sí misma, dígalo —grité con la cara bañada de lágrimas. Ella puso el libro sobre el escritorio y se me aproximo, tendió sus manos y me enjugó el rostro evitando no llorar. No supe qué hacer, solo me quedé inmóvil como un retrato, respirando con gran frecuencia para no ladrar de rabia y amargura. Era suficiente el peso que llevaba sobre mis hombros, siendo una mujer de catálogo; como para que me lo dijeran con gran alevosía, baje el rostro que aún estaba en las manos tersas de la institutriz y sollocé como una niña de cinco años, evitando dar el grito. Nos quedamos abrazadas por un largo rato, hasta que Clara entró de improviso, me limpie el rostro con los dedos y finge estar bien. — ¿No irán a tomar su cena? —No tengo hambre —dijimos las dos a la vez. Clara se quedó a la entrada, la puerta estaba entreabierta, nos miró y la miramos, luego dejamos caer sobre nosotros una breve y fugaz mirada. —Voy a mi habitación —dije llevando mi abrigo en la mano izquierda, donde también llevaba la cartera. Clara se

alejó un poco de la puerta y permitió mi salida sin tropiezos. —Matilde —dijo ella—, Aníbal mando a adecuar un lugar cerca de su estudio, es un sitio que funcionara como comedor solo para los más allegados a él, y debo decir que dentro de esas personas de confianza estas tú. —Agradezco la intención de Aníbal Clara, pero no tengo apetito. Iré a mi habitación. —Como gustes. Solo quería informártelo. Habían quedado solas, la puerta se cerró y yo me adose a ella antes de retirarme, puse el oído pegado a la madera y escuche la fuerte discusión de Bianca con Clara. Clara la amenazó con desaparecerla si seguía incumpliendo con su trabajo como ella se lo ordenaba, Bianca rehusaba en seguir instruyendo a las docenas de chicas humildes que llegaban, de las afueras de la ciudad, con engaños. La discusión subió de tono y los guardaespaldas llegaron rápidamente, aproveche entonces para desplazarme lejos del lugar. Después me la encontré a la institutriz caminando por el improvisado jardín interno artificial. Ya no traía el aspecto de una loca despiadada, había puesto gotas en sus ojos y los traía más blancos que la nieve, pasó de largo y me sonrió despreocupada, asentí que la pelea no había pasado a más. Cuando termine el paseo por el jardín, me retiré a mi habitación, no era helada como las veces anteriores, se percibía un clima de vapor, como si la calefacción estuviera encendida, la oscuridad la cubría en su totalidad. Entre, cerré con cuidado y me acosté en la cama en posición fetal. Contraje los párpados y en una imagen que mi cerebro recobro, vi a mi padre sentado en el taburete, a

la sombra del árbol que estaba en el patio de mi casa, bueno no sé si aún la puedo llamar mi casa, pero es como me hace feliz llamarla, siempre será mi casa, aunque ya no viva en ella, aunque solo sea parte de un recuerdo. Aquella noche las luces se apagaron en todo el recinto, fue como si hubieran bajado los fusibles a propósito, hundida en la oscuridad busqué la puerta del baño, entre en él y me quedé recostada sobre la losa de la tina, que ahora se sentía tan fría, como el interior de una nevera. No recuerdo en qué momento me quedé dormida, lo cierto es que cuando desperté, la luz del baño me golpeaba con fuerza la cara. Con los ojos guiñados me pase a la cama, me arrope con las sábanas y hundí la cabeza en la almohada, fue otro largo y confortable sueño, hasta el momento que la mano tersa de Marcelo recorrió mis mejillas. Abrí los ojos lentamente, y vi que él me miraba sin cortaduras. — ¿Qué haces aquí? — dije encogiéndome hacia la almohada. No había olvidado, que no había querido acompañarme con el gobernador, no me sentía furiosa, pero tampoco era que aquello no causará un enojo inusual en mí. Casi le gritaba en su cara “QUE NO ME IMPORTABA”, pero al verlo tan entregado a mí decidí callar. «Te perdonare esta vez» dije para sí misma, me acerque y lo abracé, él sonrió y volvió la mirada hacia la mesa donde antes estudiaba. Había traído mi desayuno. —Gracias —le susurre al oído, la piel se le erizo e hizo un gesto como si mi voz cerca de su oído le causaba cosquillas. —Siempre estaré aquí para ti —afirmo con su mirada puesta en mis ojos —Te amo Matilde, eres el amor de mi

vida—. Toco mi rostro con su mano temblorosa y sostuvo mi barbilla. —Pero… —No digas nada, calla—, me puso su debo sobre mis labrios evitando que hablara—. No digas nada por favor, yo sé que no me puedes amar—. Me beso la frente cariñosamente. Se levantó de la cama y me aproximo el desayuno. Sentí tanta emoción que no pude contener las lágrimas, le agradecí varias veces su hermoso gesto, que por último dejo de decir de “NADA” y se limitó a escuchar. Mis sentimientos volvían hacer los mismos que al principio por Marcelo, o a lo mejor me confundía constantemente con sus atenciones. —Ayer fuimos a la playa, ¿Ahora tienes algún lugar en mente que quieras visitar? —me pregunto. Yo me atoraba con el bocado y después de tragar conteste. — ¡Me gustaría ir al campo! —conteste sin vacilación, esa idea me emocionaba volver a ver el campo, pasar mi mano sobre el rocío de la mañana, que quedaba sobre el césped, sin embargo, a él no le causó gracia mi propuesta. Apartó la cara y dejó caer la tristeza sobre mis hombros. — ¿Cómo te fue ayer? —me pregunto cambiando el tema radicalmente. Las manos las oculto en los bolsillos de su pantalón negro y levanto la mirada hacia mí. Su pregunta trajo nuevamente a mi mente la imagen de la sombra negra asesina y la volví asociar a él. — ¿Pasó algo que me tenga que enterar? ¿No me digas que él te hizo daño esta vez?

—No —Marcelo era el único al que podía explicarle con detalles lo ocurrido, pero no sabía si me encontraba preparada para hacerlo en ese momento. Aparte la charola de mis piernas y dije que no quería hablar de eso por ahora. Mi negativa de hablar del tema, creo en Marcelo una lejana y a la vez fuerte duda, sobre lo que había pasado, estoy segura de que su mente volaba y se imaginaba lo peor. Después de mantenerlo pensativo por un rato decidí contarle los acontecimientos, sin escatimar detalle, actuó como si aquello no le causara ninguna impresión, luego de saberlo no insistió más en explicarlo. — ¿No te parece peligroso lo que pasó? —objete ante tanta indiferencia. —Es un político importante, supongo que tiene enemigos de a montón. Además, ellos son mentirosos y embaucadores, ¡quién sabe en qué negocios sucios andará! Asentí y le di razón. —Pero… ¿No te parece extraño que supieran que estábamos ahí? —Sus propios sirvientes les preparan las tragedias. Luego se preguntan de dónde les vino la desgracia — balbuceo convencido. Otra vez tenía razón, los políticos son sucios y de mal juego. No conocía mucho de esos temas, pero si él lo decía con tanta seguridad motivos no le faltarían para pensarlo, además conocía muy bien a Anselmo. —Es raro —concluí, estaba segura de que él quería hablar de otro tema y no sabía cuál era la mejor forma de empezar.

El temor se le podía notar al gesticular algunas palabras, siempre que quería hablarme de su amor, se ponía rojo como un tomate, le temblaba el rabillo del ojo y las manos le sudaban, fruncía el ceño y cuando lo olvidaba, las cejas se le alzaban como arcos sobre sus ojos. Y justo ahora estaba pasando lo que describo. Se aproximó a mí y me abrazo, recostó su cabeza sobre mi hombro y me dijo que me quería, dije que también lo quería, pero recalque que era un cariño de amigo, el cual ya no era cierto. A él le dolía escucharlo, pero tenía que decirlo con todas esas letras, no podía decir que había vuelto a lograr que me fijara en él. — ¿Llegará el día que me querrás como hombre? — susurró. Sentí el aroma de su perfume, era dulce, no sabría cómo explicarlo exactamente. El calor de su cuerpo se compenetro con el mío, como dos almas solitarias nos quedamos allí detenidos en el tiempo. Hasta entonces sabía que podría amarlo como él quería, nada más que el tiempo lo diría todo. Las fiestas de navidad se iban acercando cada vez más, para esos días los clientes mermaban, por estar en un periodo donde se reunían con sus familias en sus casas. Las dos últimas semanas de diciembre eran usadas para acelerar la inducción, de las nuevas muchachas que se incorporarían el año próximo, a sustituir a las que ya las habían matado, por padecer alguna enfermedad de esas raras que padecen las prostitutas, y otras las habían matado cuando por listas

habían querido escapar del cautiverio aprovechándose de la corta libertada que se nos era otorgada en la calle. La noche del veinticuatro de diciembre, cuando los niños de la ciudad reventaban pólvora en la calle, yo estaba sentada en medio del jardín artificial en modo de reflexión. No pasaba ni un solo segundo en el que mis padres no estuvieran en mi mente, ese siempre me había parecido un buen lugar para traerlos a mi pensamiento y poder hacer un recuento de todos los momentos que había vivido a su lado. —Hola —me saludo una de las nuevas— ¿Puedo sentarme contigo? Asentí y le guardé espacio. Parecería descortés y tal vez hasta una grosera, pero no tenía el ánimo de hablar con nadie, mucho menos con una chica que se la pasaba llorando desesperadamente. Hacía dos días había escuchado a Clara dar la orden para matarla, era negativa dijo, y no le veía buen futuro como dama de compañía. Ese recuerdo me hizo reflexionar. — ¿Llevas mucho aquí? —Un par de años nada más. ¿Y tú? —Llegue la semana pasada, pero según el viejo que me trajo venía a servir como doméstica—. Algo me dijo que esa chica no era la tonta que todos creían que era, para ser nueva y mostrar que no avanzaba nada en su aprendizaje, hablaba muy bien y su comportamiento era casi como el mío, cualquiera pensaría que se trataba de una niña adinerada. Era hermosa, una damisela de ojos claros, cabello castaño claro y de tez blanca, medí su estatura al tanteo y si no me fallaba el cálculo, podía andar entre el

metro ochenta, muy alta para ser tan joven—. Y mira cómo he terminado, encerrada en este lugar, amenazada y forzada hacer algo que nunca imaginé que haría—. Concluyó. —Tranquila, solo aprende a lidiar con esto. Tampoco yo había imaginado que pasaría por esto y estaba aquí hundida en las sombras de una realidad que muchos ignoran. Tenía mis mismos rasgos de dureza y de negatividad para hacer lo que no le gustaba. Bastó el cruce de aquellas pocas palabras y sentirme identificada con ella, se alejaba tanto del parecido a las demás, que quedaba claro que, si yo un día ya no me viera más por este lugar, sería ella mi sustituta «quizás pueda confiar en ella». Cuando pensé en su belleza, también pensé en Aníbal, enseguida la creí mi rival, era extremadamente bella. Con una sonrisa de sus labios bastaría para volver locos a los hombres de mente débil y que solo andan por la vida pensando, en la próxima mujer que se llevarán a la cama, como trofeo de su absurda competencia masculina. — ¿Ya te presentaron con Aníbal? — ¿Quién es él? —preguntó, con la mirada puesta en una rosa, roja como una puesta de sol, en una tarde de verano. Quité el seguro a mi móvil y busqué una foto, la mejor que un día en su descuido había tomado y la guardaba en secreto. —Es él —ella arrebató el aparato de mi mano y lo estudió despacio.

—Un hombre tan común, nada extraordinario —no parecía interesada en conocerle — ¿A ti te gusta? —me preguntó aún con la mirada puesta en la foto. Guarde silencio y me limite a respirar profundamente —Tu suspiro confirma mi pregunta —dijo inteligentemente —Me parece guapo, aunque también tengo otro pretendiente debo de confesártelo —respondí un poco avergonzada Me devolvió el móvil, y en lo que yo lo tomaba, ella cogió mi mano y la estrechó con fuerza. — ¿Y a él le gustas tanto, como él a ti? — ¿Nunca he hablado de ese tema con él? —mentí Soltó mi mano, me miró fijamente a los ojos y luego la apartó y paseó por el jardín una larga mirada. Nos quedamos otra vez en un largo silencio hasta que ella lo interrumpió. —Cuando le gustas a alguien no hay necesidad que hablen, el cruce de una mirada puede bastar para, decirte, eso que quieres saber. Pensé que eras más inteligente. Todas hablan de ti como la más astuta y casi la reina de este lugar, pero no eres lo que esperaba. —Lucio decepcionada. Moví la cabeza tratando de digerir lo que me había dicho sin tanto preámbulo y con la experiencia de un adulto. No soy el tipo de mujer que se le insinúa a un hombre por más que me guste, guardo siempre la enseñanza que mi padre me heredó. Sus palabras acercaron a mi mente a Marcelo, lo describió con ese fraseo. —Hay un joven que me pretende y demuestra su amor por mí—comencé a relatar lo que Marcelo me decía, ella

escuchaba con atención y de vez en cuando pestañeaba ligeramente, como si quisiera objetar, pero tampoco quería interrumpir. Al terminar de hablar, se levantó y se marchó —Espera —dije sorprendida por su actitud. —Lo que yo diga… lo que yo diga no cambiara nada las cosas. Te has enamorado y ahora pagas las consecuencias de tu error ¿Quién piensa en el amor en este cautiverio? Solo una tonta lo haría ¿Dónde está tu habitación? —En el quinto nivel de descenso —conteste —Por el pasillo de la confusión—. Se llevó los dedos hasta sus sienes y se frotó con fuerza, extraña forma de retener información, pensé. Se alejó y me quedé tan sola como cuando llegué—. Tu nombre —balbucee, pero la respuesta se alejó con ella y mis palabras salieron escurridas en el viento, como las aguas frías de un riachuelo que se pierde en los oscuros acantilados de las montañas perdidas, con escasa luz solar. Pasado aquel episodio también me marché, con dirección desconocida, no sabía para dónde quería ir, tal vez quería estar sola o acompañada sin saber de quién, mi espíritu volaba incesante como un alma en pena que se resiste a descansar, a pesar de los rezos que se le hagan sin cesar. Llegué hasta la puerta de mi habitación, examiné todo el lugar, pendiente de la vista curiosa de alguien tras de mí, todo se mantenía en relativa calma, como el atardecer da a la noche una paz inexplicable, volví al camino y al entrar me perdí en la soledad. ¿Cómo puedo sentirme pretendida por alguien que apenas me mira? Preguntaba sin encontrar una respuesta que me ayudara a calmar mi dolor, dejo caer las lágrimas de

vez en cuando sobre mi ropa de dormir, veo de cerca esa agua tan clara que brota de mis ojos, a veces sin querer. Dicen que el llanto cura el alma, sin embargo, mi alma cada vez la siento lejos de mí, pienso que pronto quiere abandonarme, pido nada, solo que no me deje ahora con esta gran soledad que empaña mi rostro y me deja ver vulnerable. No comprendo cómo los árboles pierden el encanto de sus hojas verdes cada verano y luego en la primavera vuelven a florecer rozagantes, ¿no puedo hacer lo mismo acaso yo? Recuerdo entonces que en la naturaleza no existe el egoísmo, apenas si existe la sobrevivencia. Como deciárea, ahora mismo mojar mis manos con las gotas de la lluvia, sentir el calor del fuego que genera la leña seca, de los árboles que no vivirán otro invierno de los años siguientes. Miro el mar en mis recuerdos, veo como las olas se unen y luego se separan como dos amantes que juraron estar juntos, se ven abatidos por la tempestad, hasta que el último huracán los derriba y los separa para siempre, sin poder sobrevivir al naufragio. Esas almas lloran, saben que vendrán nuevos vientos, pero no se quieren aferrar a un futuro incierto, quieren vivir la compañía de un verano sin sombras. Pero el tiempo ya se ha ido. No recuerdo la última vez que tome una decisión sin ser empujada a los brazos del mal, con tanta facilidad. Han decidido por mí, han marcado un camino del que no debo de separarme por muchos años, estoy forzada a sufrir en silencio. Cierro los ojos y me doy cuenta que ya nada es igual, la inocencia se ha ido, ahora he visto y he descubierto la enfermedad que doblega al mundo, trato de descubrir que más hay por venir hacia mí, no imagino mi

vida en un par de años, tal vez me convierta en una mujer fría, amargada y triste, hasta solitaria quizá, las esperanzas de formar una familia se han disipado como un glaciar abatido por los rayos implacables del sol, mientras yo me quedo aquí hundida entre las sabanas, mirando como el torbellino de los vientos me azota de forma inquebrantable. Otras veces, este era el momento justo para buscar el balcón de la mansión y admirar toda la infraestructura de la ciudad, desde lo más alto, pero las fuerzas me habían abandonado y se sumergían en las negras y podridas aguas del rio más contaminado que atravesaba la ciudad. Como un gato huyendo de la tormenta me quede ahí acurrucada a un lado de la cama, envuelta en una linda sabana de lino blanco, temblando de miedo, temerosa de todo lo que me rodeaba. Estos episodios de miedo los estaba, repitiendo de forma constante, venían a mí de una manera súbita, esperaba que todo aquello terminara lo más pronto.

Capítulo 6

¡No sé porque, pero amo el invierno!, esa sensación que pronto lloverá me hace sentir melancólica y pensativa, veo al cielo y me doy cuenta que las nubes del próximo invierno ya lo invaden de poquito a poquito aglomerándose como costales de algodón recién apilados en la bodega, cada vez que esto pasa mi memoria me traiciona y me interna en una imagen del campo de donde provengo, puedo oler el aroma a tierra húmeda después de una torrente tormenta del mes de Mayo, de aquellas tormentas que levantan el polvo con el golpe de las gotas en el suelo, mientras el sol alumbra claramente y forma un arcoíris con las partículas de agua empujadas por el viento copioso, imagino el nacimiento de la semillas que germinan influidas por una prueba de agua que cayó y llego a ellas como tal cual una esponja mojada se aproxima y humedece los labios de un condenado a muerte, y más tarde aquella diminuta semilla se convierte en hierva, que pronto como llego, al paso de los días resecara la tierra y la volverá polvorienta como antes, pobres plantas se quedan a medio crecer. Creo que soy una planta, mi semilla germino antes de lo previsto y la lejanía del agua a quemado mis hojas, la ira ha ido quemándome lentamente,

hasta llegar a mi tallo y me desaparecerá por completo en poco tiempo. Acaba de pasar la celebración de la víspera de un año nuevo, ahora estas fiestas ya se van perdiendo, la costumbre empobrece día con día, vives cada tiempo como si se tratara de un camino sin descanso, al cual tu mayor reto es llegar al final. El año se ha ido casi volando, por varios meses e servido al gobernador como su acompañante, en este tiempo conseguí ganarme su afecto y admiración, tanto, hasta tenerlo dispuesto a casarse conmigo y dejar a su legitima esposa. Me repite constantemente, el inmenso amor que siente por mí y más cuando me miraba en aquellos trajes íntimos que él mismo me compraba en sus salidas de estado. En medio año, él tuvo cuatro salidas, la primera fue a Londres me compro un hermoso vestido de la famosa diseñadora Londinense Vivienne Westwood. La noche del regreso de su viaje, me citó en el olvidado Hotel, para entregármelo. Cuando llegué, al abrir un poco la puerta; sobre el edredón de la cama, se tendía el hermoso vestido de tela fina, a su lado estaba la caja, una caja de color blanco amarrada con un listón de seda, me quedé junto a la puerta boquiabierta, no lo podía creer, nunca nadie me había regalado algo tan valioso como lo que ahora tenía frente a mis ojos. Me aproximé con excitación y lo estruje con mis manos, lo frote en mi rostro y lo baje a mi pecho enseguida, era tan suave que casi lo confundía con mis propias manos. El gobernador no aparecía por ningún lado, lo busqué con la mirada y no le encontré. Sin demorar el tiempo,

aprecio del cuarto de baño un músico, tocando hermosas canciones a un violín. Por último, venía él, con las manos escondidas detrás de sus espaldas. Al terminar de tocar aquel hombre de traje negro, él sacó sus manos del escondite y abrió mi sorpresa. Era un anillo, de los más caros que puede haber, su acción fue la de un típico hombre enamorado, dobló sus rodillas y se sostuvo en ellas mientras decía: — ¿Quieres casarte conmigo? Sonreí emocionada, —este hombre ha visto muchas películas, repite la escena como sacada de una de ellas ¿O lo abra ensayado todo? —. Era todo tan romántico. Tal vez sonará fuerte, pero tenía que ser sincera conmigo misma y con él. ¡Es tan fácil jugar con los sentimientos de un hombre adulto! Podría conseguir lo que deseara con una sola palabra —debo de haber enloquecido, por eso estoy pensando así—, era hora de matar la pasión, me encogí de hombros y me dirigí a él. —Anselmo, no quiero ser descortés pero no puedo—. Le había rechazado su propuesta de la peor forma que logre encontrar, soy así tosca y directa. Él se puso en pie, trastabillo y se ruborizo, ordenó enseguida al violinista que se marchase. Había enloquecido inmediatamente o mejor dicho lo había hecho enloquecer. — ¿Por qué no puedes aceptar? —pidió la explicación, que yo tenía bien pensada desde hacía un tiempo. Imponiéndome no podría conseguir mi cometido, pero si lo hacía de una manera astuta, sutil e inteligente seguro lograría más de lo que me planeaba.

—Mírame bien—. Levante su barbilla —Soy una prostituta, que ahora estoy contigo y mañana... Dios sabrá con quien esté, dime ¿Que te puede ofrecer una mujer como yo? Tu eres un hombre de mundo y yo soy una mujer de la oscuridad, esa mujer que solo puede verse en secreto—. Quería escuchar mi explicación, pues la tuvo en el momento, soné una pobre mujer desdichada y triste por lo que hacía, hasta indigna me vi, creo que logre llegar a su corazón enamorado que era lo que necesitaba. Era terco como una mula, y sabía que no se quedaría con mi respuesta de rechazo. Había que pensar algo mucho más fuerte —Tus amigos me conocen, pasarías vergüenza al presentarme con ellos. Piénsalo, definitivamente no te convengo. —No temas. Eso puede cambiar—, se convencía así mismo, sin embargo, yo sabía que no era ese el obstáculo que me impedía aceptar su proposición. Pensé en Aníbal y a la vez en Marcelo, en sus caras tiernas, en sus miradas respingadas, y en particular en la barba de Aníbal que tan loca me volvía, cuando sonreía su cara se llenaba de luz y solo me daba una gana, ganas de abrazarlo y estrecharlo contra mi pecho, y quizás en un descuido, robarle un apasionado beso, pero lo mucho que había conseguido hasta ahora era tocarle las manos, esas manos delicadas y a la vez misteriosas, cuando le visitaba en el estudio, solía acercarse a mí, cogía mi mano y la frotaba fuerte con las de él; esa actitud me confundía tanto que parecía que me volvía loca de amor por él, todo apuntaba que quería algo serio conmigo, pero cuando la puerta se cerraba a mis espaldas, el volvía a caer en los brazos de Clara, su mano derecha y la mujer en quien él confiaba ciegamente.

Un día, en mis ansias de verlo, le visite a su estudio, cuando me disponía a girar el pomo de la puerta, escuche a una mujer gemir de placer, me quede patidifusa… al poco rato Clara abandonó el estudio acomodándose la blusa, ese hecho hizo que me llenara de celos y que mi corazón se rompiera en mil pedazos, pero más tarde comprendí que ese hombre no me pertenecía. Tal vez Anselmo era el único que podía sacarme de mi mundo y llevarme a vivir una vida diferente. No sé ¿Por qué?, si Marcelo quería sacarme también, nunca pensaba en él para salir huyendo, estoy comenzando a pensar que me gustan demasiado los hombres mayores que mí, y no es porque busque la compañía de mi padre en ellos, quizás es porque en lo últimos meses me estoy volviendo una mujer seria y amargada, aburrida de esta vida, y en ellos puedo encontrar, la amargura de los años que han vivido, busco en mi interior un motivo para seguir fuerte y siendo siempre la mujer sumisa, que lo soporta todo sin vacilar por el amor a la familia. Hay momento que me llegan unas ganas infinitas de revelarme y mostrar todo lo que siento, sin importar las consecuencias que esto pueda acarrear, después pienso que sería una tonta si lo hago. No pensé nunca convertirme en esto que soy ahora, una mujer ambiciosa y acomodada (lo pienso por momentos nada más, es como si en segundos alguien invadiera mi cuerpo y me posara). Un día como este es que siento que soy feliz, cuando el gobernador me da obsequios. —Pudiera pedir lo que quisiera en este instante—, vuelvo a pensar. Me gusto así, suelta, sin prejuicios tontos que solo se han encargado en obstaculizar mi crecimiento, como una mujer libre, una mujer que ama la libertad, pero que ahora es presa de su

propio destino. A veces digo cosas sin razón, como ahora; no sé de qué libertad hablo, si soy una prisionera de mi misma locura y del hombre que amo. Eso pienso cuando estoy lúcida, reconozco que vivo en una cárcel de oro, y si me voy con otro hombre, ese si sería un calvario que no sabría cómo sobre llevar. No sé hasta donde pueda soportar, viendo a Aníbal acostándose con Clara cada vez que se le antoje, sé que le gusto — ¿Cuánto le gustare? —, si le gustara como yo creo me buscaría por las noches en mi desolada habitación. — ¿Qué piensas tanto? —Mi pausa había sido muy larga y el gobernador se había cansado de esperar mis palabras. —No es nada —le enjugue el rostro con mi mano — ¿Nos podemos ir? — ¿Tan pronto? —Pregunto —Parece que no ha sido de tu agrado mi presente. Y a la sorpresa la has abucheado. —Me siento ligeramente cansada, y deseo descansar—. Me aproxime a él y le tome de la mano —Tus obsequios siempre me gustan, eso no lo dudes por favor. —Guarda tu vestido —el guardó el anillo en la bolsa de su chaqueta. Era un anillo muy valioso, tenía que haber una manera que me lo pudiera dar, sin quedar comprometida en matrimonio. Mis besos le encantaban, aunque a mí me produjeran una sensación de asco y repulsión. Antes de partir le planté un largo y apasionado beso, él se emocionó y volvió a sacar el anillo; me lo entregó, dijo que total, la compra había sido hecha para mí y que, aunque no estuviéramos comprometidos, se me miraba muy bien en mis dedos largos «quien sabe qué hace para comprar esas cosas» fueron palabras de mi madre que recordé pasajeramente.

Sonreí y la imagen de María se posó en mi mente. Solo estaba sobreviviendo (la típica excusa para sentirte libre por un momento de tus culpas) Baje el ascensor, con la caja bajo el brazo izquierdo y el anillo en el dedo anular, no lo podía creer, la piedra esmeralda le brilla como el sol de una mañana de verano sobre las aguas del mar. Llegué hasta mi coche y abandoné el hotel. La memoria me había traicionado, recordar las frases que mi madre tenía para María, me estaba comenzando a traer una depresión que no podía evitar, trate de pensar en otra cosa que no fuera mi pasado y la forma que había juzgado a mi amiga. Respiré y seguí conduciendo. Cuando llegue a la mansión, fui corriendo a mi habitación, tenía que encontrar un lugar seguro para esconder aquella joya, antes que alguien me lo descubriera y quisiera arrebatármelo, insisto su valor en el mercado sería muy bueno. Lo guardaré para cuando llegara el momento de ser libre. Para entonces Bianca había creado en mí una desconfianza hacia Marcelo, ella lo creía un espía de Aníbal, alguien que fingía su amistad y el amor que decía sentir por mí, quería saber el momento en el que me quisiera escapar y contárselo todo. Yo aun lo dudaba, si creía que estaba interesado en mí, lo había demostrado tantas veces. El interfono se activó. —Matilde, ven a mi estudio. Era la voz de Aníbal, dejé la caja del vestido sobre la cama y fui a cumplir sus órdenes. Llame a la puerta y pase, aquello parecía una junta, a la mesa se encontraba Clara, la institutriz (se marchó pronto), Marcelo y alguien más que

faltaba, que en todo caso sería yo. Un lugar más se habilito después. —Bueno, demos inicio —dije. En seguida conseguí que todos me mirasen, reprochando lo que habían oído salir de mi boca. Volví hacia Marcelo y le pregunté a qué se debía la reunión; «eres tú el centro de atención en este momento» — ¿Porque yo? —me interesé —Luces un anillo muy lindo. Me había olvidado retirarlo de mi dedo. —Si lo sé, luego te cuento todo. —Dejen de susurrarse al oído —advirtió Aníbal —Falta el gobernador, fue él quien nos ha citado a esta reunión—. Añadió después — ¿Tú sabes algo de esto Matilde? —me pregunto en tono irónico. — ¿Cómo podría saberlo? Hacia unas pocas horas que lo había dejado en el hotel, corte la conversación con Marcelo, comenzaba a ponerme nerviosa y pálida por el pánico, al descuido de todo saque el anillo de mi dedo y lo guarde en el bolsillo del pantalón de Marcelo. ¿Qué sería lo que el gobernador quería hablar con todos?, cruzamos miradas entre Marcelo y yo, tratando de descifrar lo que se nos avecinaba. — ¿Vendría por la propuesta de matrimonio que había rechazado sutilmente? No lo sabré hasta que no entre por esa puerta, y me saque de esta gran duda—. Esperamos veinte minutos antes de que él llegase acompañado de sus guardaespaldas, me miro y sonrió de la mejor manera, lo vi tranquilo, deduje que traía consigo una buena noticia para todos.

Aníbal dejó su silla y se dispuso a recibirle, con el acostumbrado estrecho de sus manos. —Estamos ansiosos de saber lo que traes contigo Anselmo— dijo mientras le abrazaba y daba golpecitos en su espalda, como señal de afecto y cariño. —Si —afirmo Clara, siempre con su semblante fuerte — ¿Qué es lo que quiere hablar con tanta urgencia? —alzo la ceja. —Dejen que me siente —respondió carcajeando. Marcelo me miro extrañado, el gobernador lo miraba de vez en cuando mientras hablaba con Aníbal, de temas políticos. — ¿Dijo algo de mi ahora que lo viste? —me pregunto Marcelo mirándome por encima del hombro. —No Marcelo — ¿Ni siquiera mi nombre? —Ni siquiera tu nombre. Estoy segura de que no se trata de ti, sino de mí, ya lo veras. Pronto nos sentamos los cinco formando un círculo con nuestras sillas. Creo que no era la única que me encontraba impaciente, sin embargo, Marcelo gozaba de serenidad. —No sé si Matilde ya les comento que le pedí matrimonio hace unas cuantas horas… — ¡Excelente! —dijo con alegría Clara, y respiro satisfecha. — ¿Cuándo han pensado casarse? —Eso depende de Matilde —dijo él tomando mi mano.

Sentí un calor que recorrió mi cara y luego se expandió por todo mi cuerpo, las orejas se me ruborizaron y las manos me comenzaron a templar. Mi primera reacción fue volver a ver a Marcelo, él no me miro y se quedó pendiente de la reacción de Aníbal, que como era de esperarse la noticia no le impactaría. —Esa es una gran noticia Anselmo —aludió Aníbal levantándose de la silla y dándole un caluroso abrazo de felicitación—. Matilde es la mejor mujer que has podido escoger. Nadie la conoce, puedes decir que es extranjera y la gente lo creerá. Que tonto pensar que nadie me conocía, no solo el gobernador me había tenido, había otros políticos a los que había frecuentado por mi propia cuenta, había escrito una lista de todos ellos y ahora la escondía en la bolsa de mi abrigo. — ¡Que tonta he sido, como no imagine que esto pasaría! —Estaba en shock, solo pensaba en las próximas elecciones, Anselmo se convertiría en blanco de críticas y difamación si me presentaba con él a algún evento. Los presidentes de los partidos más grandes del país, los que gobernaban toda la cúpula no me abrían olvidado para entonces, tenía que encontrar la forma de escapar a tan magistral locura. —Te felicito Anselmo—. Se levantó de su silla y le abrazo —Nunca un cliente se había animado a sacar a una de nuestras chicas de este negocio. Matilde debe de agradecer tu inversión y esfuerzo. —Gracias Clara.

— ¿Has pensado en tu esposa? ¿En los escándalos que un divorcio generaría para tu imagen? —pregunto enfadado Marcelo. —Querido, no mates la magia de este momento — sugirió Clara con una sonrisa de satisfacción. — Los políticos siempre saben cómo dominar la boca de la prensa, nada pasara. Luego se me acercó y me abrazo. Fue un abrazo frio e hipócrita, lo sentí así, todo quedó al descubierto cuando susurro a mi oído —Por fin saldrás de la vida de Aníbal. —Es tu plan ¿verdad? —respondí también a media voz. —Agradéceme, no siempre estoy de ánimo para conseguir buenos maridos a mis chicas; y contigo lo he hecho. Aprovechamos el momento en el que los hombres hablaban de cosas vanas como siempre, para discutir el tema. —Sabes que tiene esposa—. Me miro sin responder y se dirigió a ellos. —Señores tenemos que brindar, no todos los días hay un compromiso de matrimonio entre nosotros. Marcelo no se atrevía a mirarme y se dedicó a jugar con el filo de la copa. En aquel momento, aun que aquello representase una oportunidad de salir de un mundo hostil, estaba segura de que no era la mejor forma. El gobernador era un hombre terco, típico de su edad, no entendía cómo podía seguir interesado en mi después de todo lo que habíamos pasado, no lograba entender porque me quería como su esposa, tal

vez buscaba vengarse de mi por haberlo rechazado en la primera ocasión, o quizá solo se trataba de un síntoma de andropausia. ¿Cómo iba a logra escapar aquel destino? Al parecer todo ya se había dicho, y no era yo quien había tomado la tonta decisión como me solía suceder constantemente. Cuando el brindis termino, me fui a mi habitación con un ánimo decaído, los pies me pesaban como rocas y los dedos de las manos se me empezaban a dormir. — ¿Te casaras con él? –preguntaron a mi espalda, una voz gruesa y entumida. Detuve el paso por un momento sin volver a ver atrás. Incliné la cabeza y seguí sin responder. — ¿A caso no me responderás? —insistió, había reconocido la voz a grandes rasgos. —No me encuentro de ánimo para responderte ahora. Solo quiero ir a mi cama y estar sola, ¿Eso es mucho pedir? — no estaba segura si la soledad era la que quería conmigo en aquel momento, pero quería estar sola de verdad, ya no podía más con aquella carga, los pensamientos en mis padres venían y se iban más a menudo, algo me decía que las cosas no andaban bien con ellos, podía estar segura de que me necesitaban y que mis dolamas no eran más que culpas que azotaban mi corazón ahora frágil. Mi partida tal vez y tuvo una buena intensión al principio, pero luego se había convertido en mi más grande mentira, una mentira que no podía dejar de lado. Estaba totalmente aferrada a ella, sin fuerzas para abandonarla, sin fuerzas para luchar y abandonarlo todo. De la joven fuerte y vigorosa solo quedaba una bella imagen retratada en los cuadros de los

pasillos, vivía acostumbrada a la vida de regalos y joyas que había construido. Me adelante un poco. — ¿Tienes miedo? —me pregunto. Volví a él y lo miré con las palabras atorando mi garganta. Baje la mirada y me incorpore a mi camino sin decir nada. Creo que se daba cuenta lo mal que me encontraba. —De esa forma no puedo ayudarte—. Dijo con impotencia —Exprésate para saber lo que tu corazón quiere. ¿Cómo saber lo que mi corazón quería ahora mismo?, ya no importaba más mi corazón, ni mis sentimientos, a todos a mi alrededor les importaba el dinero y el poder, sin embargo, a mí me importaba mantener con vida a mi madre y a mi padre, era todo lo que pedía, también pedía en silencio volver a verles sus caras marcadas por el paso del tiempo, eso era algo que no sabía si sucedería los dos días próximos o porque no en años adelante. —Pienso que es una locura —dije después de caminar juntos uno al lado del otro un gran trecho, en medio del pasillo. — ¡Claro que es una locura! —a firmo él, hiso una pausa —pero has pensado en otra locura más grande, en una locura que nos lleve a otro mundo distinto a este. Seguía pensando que podía escapar con él. Enseguida pensé en la muerte, en el suicidio, en una soga atada a mi cuello obstruyéndome el oxígeno al cerebro, en una pistola en mi sien lista para ser disparada o

en una cortadura en las muñecas de mis manos y quedarme desangrada dentro de la bañera como lo hacen en las películas. Por un momento me vi ahí tirada sobre el piso desangrándome y pidiendo ser de verdad libre. —Si lo que me propones es escapar como me lo has dicho ya en varias ocasiones, no lo hare Marcelo. —Entonces tendrás que casarte. No hay otra solución. —Sácame de aquí por un momento —dije aferrándome a su brazo —Llévame lejos —le miraba directamente a los ojos azules mientras se lo pedía, una lagrima recorrió mis mejillas, él se adelantó y me la seco antes que se precipitara al suelo—. No sé si pueda seguir con este temple de mujer fuerte y resignada a un mal porvenir —exprese sollozante. Me tomo de la mano y me condujo al aparcamiento, allí estaba un chofer siempre a la disposición del que quisiera salir (todo y cuando estuviera autorizado a salir) a toda prisa, ahora era yo la que caminaba casi al trote queriendo escapar. Salimos a las afueras de la ciudad, donde una puede disfrutar del aire fresco que le azota el rostro y le agita el cabello. Fuimos a un parque preservado, había muchos árboles de gran altura y de temple muy robustos, sentía las mejillas resecas por el paso de mis propias lágrimas saladas. Después de aquel llanto sentía el alma aún más vana y lejos de mi cuerpo. — ¿Cuánto tiempo más falta para ser liberada? —Solo con el matrimonio te podrás liberar —fue perturbadora la respuesta, pero la escuche sin objetar, estaba claro que tenía que seguir sacrificándome, para llevar una vida un poco más afable—. El gobernador está

pagando una gran cantidad de dinero por ti, te vas con permiso de Aníbal, él no te buscara más. ¿Le has hablado sobre tus padres? —No —quizá le había hablado de mi madre en uno de nuestros encuentros, pero nunca de mi padre, ni del ambiente donde había crecido. —Piensa que ahora que vivirás en su casa, los puedes traer contigo. Al fin y al cabo, la idea de casarte no es tan descabellada. Tu vida cambiara, no sé si para bien o para mal, pero cambiara. Sentados en una de las banquetas del parque, me tomo la mano y luego me abrazo con fuerza. Estaba tan destrozado como yo, no podía evitar sentirse dañado por mi decisión y yo no podía quitar aquel duro golpe que ahora le causaba. —Anselmo es un hombre casado ¿no lo recuerdas? —No por mucho tiempo. El divorcio existe, y se comenta entre los empleados de la casa de Anselmo, que ellos duermen en habitaciones separadas, se dice también que él, pocas veces cruza palabras con su esposa, ahora su relación es más una convivencia. — ¿Cómo lo sabes? —Dentro de esa casa tengo una conocida (era la sirvienta de la señora). Ricial es una mujer poco convencional, nunca ha amado al gobernador, eso es evidente—. Nos pusimos de pie y fuimos por un helado— Ricial es la esposa actual del gobernador, cuando tenía veinte años de edad se había caso ya por primera vez (con la sirvienta que sus padres tenían en aquel entonces), había durado solo unos pocos años con ella, luego los padres lo

mandaron a sacar un posgrado a Londres a la University College de London, se mantuvo alejado del país durante varios años, cuando regreso Berta su antes esposa había desaparecido de una forma misteriosa, después contrajo matrimonio con Isabel, era una pobre y desdichada jovencita de los suburbios de la ciudad, vivía en un barrio pobre, pero su belleza era suficiente para cautivar a cualquier hombre, de la condición social que fuera, imponiéndose a la voluntad de su madre se casó con ella. A los cinco años de estar casados Isabel también desapareció misteriosamente; fue entonces cuando apareció la famosa y exuberante Ricial de María, originaria de Madrid España e hija de un empresario español radicado en El Salvador, era viudo, le había tocado ver crecer solo a su hija, la cual era la niña de sus ojos. Los padres de Anselmo adinerados y con gran renombre en la política, no dudo el señor de María en dar a su hija en matrimonio tras los ruegos de Patricia (madre de Anselmo). Y hasta ahora viven juntos. La historia había logrado captar mi atención, tanto que deseaba buscar a la madre de Anselmo para saber más del asunto. Lo primero era averiguar dónde estaba ahora. — ¿Dónde está la madre de Anselmo? –pregunte mostrando inocencia absoluta. —Esa información ellos la manejan de una forma hermética –dijo sin pensarlo —Vive en una casa de reposo, Anselmo la llama casa de retiro, pero más bien es un asilo de ansíanos desamparados, al norte de la ciudad. Grave en mi memoria aquella frase que luego me ayudaría a encontrar el lugar “un asilo de ansíanos al norte de la ciudad”

Las semanas fueron pasando, una tras otra dejando a su paso una corta cordillera de meses. Los preparativos de mi boda iban viento en popa, pocos sabían de aquel acontecimiento, que se llevaría a cabo el mes próximo, y para que el mes llegara solo faltaban tres semanas, tres semanas que seguro se irían volando, como habían pasado las anteriores. ¡No había nada que pensar me casaría! Una mañana del tercer día hábil de la segunda semana, me levante bien temprano, fue a la alberca y nade un rato, el agua había bajado la temperatura en un noventa por ciento, estaba muy fría, creí congelarme, hice un tremendo esfuerzo, que pronto el cuerpo se adaptó a ella. Después del baño fui por mis cosas a la habitación, los pasillos estaban solos. La ciudad se cubría de una mañana despejada y con la alegría de un sol radiante. Fui al norte de la ciudad, donde Marcelo había mencionado que se encontraba el asilo, sin conocer recorrí varias calles, siempre apuntando al norte. Hasta que, por fin, llegue a un lugar, se levantaba del suelo una fachada de antiguas y fornidas paredes de tierra, adornadas por unas plantas que extendían sus largos bejucos cargados de hojas de un verde oscuro. Llame a la puerta de madera, me abrió una anciana de piel caída y de ojos hundidos por el paso del tiempo. Se detuvo a mirarme directamente a los ojos, luego estudio mi cuerpo de pies a cabeza. — ¿Qué desea señorita? —me pregunto con dulce voz. Me quede callada, sin saber que responder temerosa a que me fuera a descubrir.

—Bus… está aquí…— No podía identificarme, ni decir a quien buscaba con exactitud. —Soy una buena samaritana Madre, que viene con la voluntad de hacer un donativo a su organización. —Pasa —se abrió paso, cerró la puerta de golpe y me llevo por un sendero lleno de árboles y sus troncos adornados con flores de muchos colores—. ¿Es la primera vez que nos visitas? ¡Si seguro es así! —se respondió así misma. —He venido de visita, por unos días a este país, y escuche hablar de su monasterio —detuvo el paso y me miro con una pregunta en sus ojos. —Nunca nadie habla de nosotras —dijo retomando el paso—. Nos debemos a las personas adineradas de este país. Aguardan aquí personas importantes a las que cuidamos. ¿Quién menciono como llegar hasta nosotros? —volvió a detenerse y espero. No podía comprometer el nombre de Marcelo. —Amada madre, el padre Alberto la solicita en su oficina —le abordo una novicia. Ella asintió. Aproveche para adelantarme un poco. —Disculpe, el deber me llama —dijo apresurando el paso. —Descuide, vaya tranquila yo la espero. —La hermana novicia la llevara hasta nuestra oficina. Dejamos el sendero y nos incorporamos en medio de los troncos de los árboles, el aire soplaba fresco debajo de

su sombra, al final, próximo a nosotras se miraba una casucha, con puerta de cristal y con paredes de madera bien pulida, era acogedor todo aquello. Parecía alejado de la ciudad. —Esta es mi casa —dijo la novicia —Vengo cuando me toca descanso, los últimos días han sido muy cansados—. Se sentó en una silla también de madera y dejo sobre sus piernas un croché que allí estaba— ¿De qué país viene? — Pregunto con interés de forjar una conversación. Fingí pasar desapercibida ante la pregunta y me interesé en admirar la decoración de la casa. Si mencionaba alguna nacionalidad, me descubría tan rápido como luz, que se filtra por un agujero perdido. —Otra vez la hermana Búcela, acaso no dije que me acompañara hermana Salomé —balbuceo La novicia se dirigió rápidamente hacia la superiora. —Disculpe novicia que me muestra tan irrespetuosa, pero el padre urge de su presencia, yo le comenté que usted atendía una visita, pero él insistió en que viniera por usted. Otra vez la suerte estaba de mi lado. Ella me miro con vergüenza. —Iré con el sacerdote señorita, ordenare que le sirvan algo de tomar mientras regreso. — No tenga pena, vaya tranquila. Disculpe ¿Dónde están los ansíanos? —consulte impaciente antes de que partiera—. Sería bueno conocerlos, digo en lo que usted atiende sus compromisos. —No es mala idea—dijo ella dejando la silla con respaldo alto—. Acompáñeme por acá.

Como la fachada principal, el asilo extendía sus paredes a lo largo de una tierra cubierta por la grama y por alguno que otro matorral cubierto de rosas rojas, mientras caminaba de su lado, vi una anciana de mejillas caídas y de barbilla colgante. Me llamo mucho la atención lo concentrada que estaba en el horizonte. — ¿Quién es ella? —pregunte mientras me detenía por unos segundos. Luego seguí el paso ligero de la novicia. —Es Patricia—. Dijo sosteniendo un suspiro profundo —Vive aquí desde que su hijo la abandono a su suerte. — ¿Nunca volvió por ella? —Todos piensan que está muerta, él les ha hecho creerlo. Aunque parezca malo lo que ha hecho no es así, él es un hombre muy bondadoso. — ¿Puedo acercarme a ella madre? —Ve, pero ten cuidado, sus hijos suelen visitarla de manera imprevista y si la encuentran con una desconocida estaremos en problemas. Mis pasos me guiaron ansiosos hasta allá. Me detuve frente a sus ojos, volví a ver el camino de la monja y ya se había desaparecido. Tenía solo unos minutos para saber quién era la señora Patricia. Tenía los ojos blancos como la niebla de un amanecer, después de una noche de lluvia. Me pregunte si en realidad era Patricia la madre de Anselmo; su aspecto era la de una mujer humilde, cubierta por unos harapos viejos y rotos. Me cruce frente a ella, su mirada seguía puesta en la distancia.

Quedándome un momento sin saber que decir para llamar su atención, le mire y baje el rostro. —Señora Patricia —dije. No conseguí su atención. Repetí en varias ocasiones su nombre, pero nunca se detuvo a mirarme. Parecía muerta en vida, una mujer sin aire. Y sin ganas de seguir viviendo—. Se ha convertido en un guiñapo de mujer —susurre e imagine un día terminar yo así. — ¿Qué haces aquí? —Respondió frenética. Mi impresión fue que me conocía — ¿Eres periodista niña? — suspire aliviada, no sabía de mí—. No —añadió— Tu eres esa mujer, eres esa mala mujer —repetía— ¿Te casaras con él?, de la calle a una mujer refinada, aprovechada —jadeo— , pero tu vida a su lado será un infierno del cual quereres salir huyendo, ¡Te digo algo! no podrás hacerlo —dijo a media voz. — ¿Cómo sabe quién soy? Saco del bolsillo de su abrigo una foto mía y, la lanzo al piso al tiempo que la escupía, me tiré sobre la foto y la recogí en seguida. —No conseguirás la felicidad al lado de mi hijo, aunque no esté presente junto a él, tendrás el mismo final que las dos anteriores... Enfermera —exclamo —Enfermera. —Señora, espere por favor—. Volvió a mí con una mirada llena de odio y disgusto. —No tengo nada más que hablar contigo, maldita ramera. Sedujiste a mi hijo, hasta hacerlo caer y ahora dejara a Ricial por ti. Todo lo que hice lo hice por verlo al lado de una mujer de verdad, moría al pensar que golfas como tu llegaran a vivir a mi casa.

—Eso no es verdad. ¿Quién le ha dicho eso? — ¿Crees que puedes mentirle a una vieja enferma como yo? Lo puedo ver en tus ojos. A mí no me engañaras como lo has hecho con él idiota de mi hijo. —Pues se equivoca, si por mi fuera nunca llegaría ese momento. — ¡Ahora eres una víctima! Aléjate de él mientras puedas, antes que lo llegues a lamentar—. Me echo una breve mirada —Llévame al jardín —ordeno a la enfermera—. Después será demasiado tarde —dijo mientras se alejaba. — ¿Se encuentra bien señora? —le pregunto la mujer empujando duramente la silla. —Si lo estoy Dorotea, me exalte por un momento, pero ya estoy bien— escuche decir cuando aún estaba a unos metros de mí. Me quede ahí parada en medio del porche de la casa, viendo como ella se alejaba sobre una silla de ruedas. — ¡Ya estoy aquí! La monja estaba detrás mí. — ¿Pudo hablar con la señora? Guarde silencio. La mire, con la mirada perdida. —Discúlpeme madre, tengo que marcharme ahora. — ¿Se encuentra bien? —insistió la monja con gran interés. —Estoy bien, disculpe de verdad, regresare otro día, se me han presentado algunos compromisos que había olvidado completamente.

Di la vuelta y caminé al trote buscando la salida. La monja me seguía los pasos con precisión a mi costado, buscando en mí el perfil perfecto de mi rostro olvidado, no era el momento para ser descubierta, huir era la salida más viable que podía tener. Volví a casa casi cayendo la noche con sus palabras frescas y resonantes en mi mente, como campanas de un domingo en la ciudad anunciando una vieja tradición. Para entonces las noches de desvelo se habían terminado por completo, Anselmo había prohibido que yo siguiera sirviendo a otros hombres y Aníbal lo acepto así, a cambio de una fuerte suma de dinero que escondía en medio de un portafolio. Camine por la habitación, cual perro busca el modo para enroscarse sobre el trapo húmedo que aseo el piso por la mañana de aquel día lleno de incertidumbre, buscaba una explicación al valor que encontré de enfrentar la situación, sin embargo, no sabía aun si lo estaba soñando, si concebía que mis acciones no fueron calculadas con el debido modere que tuve que a verlo hecho, eso ya no importaba, solo me senté a esperar que Anselmo recibiera la notificación que una chica, de cabello castaño y ondulado se había presentado con mentiras al monasterio a recabar información, y seguro también dirían que temían por las seguridad de la señora. Me estaba sintiendo extremadamente inquieta, corría de la cama al espejo, contemplaba la palidez de mis mejillas, que habían dejado atrás el color rosa y se envolvían en un

simple color de hoja de papel pulcra y sin mancha alguna sobre su espalda plana. La imagen de la cara de la señora no se borraba de mi mente, era como que si la culpa de a verle visto en tan mal estado me estuviera reclamando el hecho de no esforzarme a salvarla. No podía cerrar los ojos porque la miraba amenazándome, con ojos despiadados y curtidos en un color tan fuerte como la sangre que cada segundo recorre las venas de nuestro cuerpo. Cualquier movimiento a vivaba mi ansiedad y temía sobre mi incierto por venir. Así pasaría el resto de la noche, tan inquieta como un animal enjaulado, el cual al día siguiente será llevado al matadero, jadeante de desesperación. Volví al parque de la ciudad a la noche siguiente, envuelta en un grueso abrigo de piel, traído del extranjero. Después de confirmar que el permiso de salir sola por las noches no se me había restringido por aquella mala jugada que mis dotes de investigadora me habían hecho cometer, ahora ya podía tomar el fresco de la noche por donde me placiera, siempre preferí los lugares llenos de vegetación y empapados de aire puro, ser la prometida de un importante político tenía sus ventajas, las ordenes de parte de Clara habían cesado y ya eran casi nulas, solo se detenía a mirarme de vez en cuando sin atreverse a preguntar casi nada sobre mis distintas salidas que tenía en el día o por las noches. Como no tenía nada que hacer, el aburrimiento me rondaba con frecuencia y me empujaba a recordar mi libertad, trataba de pasar tiempo dentro de la mansión, pero no me sentía cómoda y por ocasiones me escapaba y me

iba a caminar por el centro comercial que quedaba en la zona hotelera de la capital, y que además quedaba a unos cuantos metros de la residencia. Un día mientras tomaba un café en la cafetería de la esquina norte del centro comercial, vi pasar de lejos a María, estaba hermosa, parecía una mujer de mundo y muy refinada, tiraba del brazo de un hombre joven y a puesto, tuve la intensión de seguirle los pasos, me puse de pie rápidamente, tome el bolso he hice el impulso de correr tras ella, pero no me pareció que fuera la mejor idea, volví mi cartera a la silla de al lado y enseguida me regrese a la silla. Uno de los meseros me miraba de vez en cuando con timidez en medio del paso de las personas que se movían, como una especie de crucigrama mal trazado, hasta que por fin se animó a acercarse, tenía unos ojos negros grande, una nariz respigada y filuda, acompañado a eso un rostro y cuerpo bonito, cruzamos algunas miradas perdidas sin atrevernos a gesticular palabra, creo que en ese instante había ganado su valor con mucha facilidad. La mañana del treinta de enero del dos mil cincuenta y cuatro, salí con rumbo a casa del gobernador, estaba en la Veranera del Sur, residencial donde se ubicaban las casas de todos los políticos más importantes, ya que el país se había terminado de convertir en una zona de guerra, los muertos caían sin piedad y el miedo se apoderaba de todos, los secuestros batieron las estadísticas y los robos no cesaban día y noche sin que la policía pudiera frenar aquel caos. Más de una vez presencie a más de alguien llorando porque habían robado cobardemente su miserable salario del mes, pero que podía hacer yo, una pobre mujer también indefensa.

Mientras conduzco una mujer imprudente se me cruzo de imprevisto, frene el carro haciendo un escándalo a la magnitud de un accidente fatal, cerré los ojos y me lleve las manos a la cabeza dando gracias que las cosas no habían pasado a más, logre poner el freno antes que un mal se precisara. Al reponerme del susto voy y me estaciono pegado a la acera, la mujer se había quedado mirándome desde la distancia con la mano derecha puesta sobre su cartera, al orillarme ella se acerca y me golpea el vidrio con furia. Era María, la misma que consideraba mi hermana y que había visto aquella tarde tiraba del brazo del apuesto hombre. No podía olvidarla, me quede absorta al verla de pie frente a mí. Me miro como ver a cualquier persona. —Señorita disculpe, también estoy en shock, vi la muerte de cerca. —Se quedó un momento en silencio, pensando que otra cosa podría decirme o tal vez esperando que yo bajara y cruzara algunas palabras con ella. Baje el vidrio he intente hablarle. Las lágrimas brotaron de mis ojos, saque unas tollas y me seque el rostro—. María—pensé. El destino se estaba encargando de volvernos a unir en un momento donde yo necesitaba de una amiga verdadera. Intento abrir la puerta cuando me reconoció. — ¿Matilde? En realidad ¿eres tú? —Se echó atrás atacada de la conmoción. —Perdone estoy desvariando. —La llevo para donde vaya, no se ve bien. —No se preocupe por mí, estoy bien— suspiro profundamente —Volveré a mi casa.

Me había reconocido, pero yo estaba avergonzada y no podía aceptarlo, fingiría hasta donde mí conciencia lo permitiera. Ella volvió su mirada hacia mí y me estudio con detención, buscando un detalle que le confirmara sus sospechas. — ¡Matilde! ¿Eres Matilde? —Insistía con gran seguridad. No quedaba más remedio que aceptar que no se estaba equivocando y asentí rindiéndome ante ese adversario llamado karma. —Soy yo María—. Ella se llevó las manos a la cabeza y miro a su alrededor, no podía creer que estábamos allí frente a frente después de tantos años de no saber la una de la otra—. Aún recuerdo tu chazo, dudaste de mí. —me acuso —No fui yo…, mi madre, fue mi madre. Juro que fue mi madre… —me bajé del carro y fui a su lado. —Excusas, éramos como hermanas y dudaste de mí, me condenaste al juicio de la gente que nada tenía que ver con nosotras—. En su mirada había todo el reproche del mundo, no me podía perdonar. Salto en medio de los automóviles y se marchó corriendo perdiéndose en seguida entre la gente. No pude preguntar sobre mis padres, oh si tal vez había visto a mi madre. Había perdido mi oportunidad de saber de ellos. —Por favor no te vayas María —exclame —Vuelve por favor.

Ella no regresaría por mí, me dolía mucho encontrarla y haberla perdido al mimo tiempo, la estaba necesitando desde hacía mucho tiempo, no podía vivir otro día con mi soledad. Sentada sobre la acera llore perdida en mis sentimientos de culpa. Conduje hasta la mansión con la inquietud de aquel momento inesperado, reprochándome porque no había ido tras sus pasos. Todo fue tan rápido que me quede corta de acciones, no había hecho más que quedarme tirada llorando mi pena. Después de aquello decidí abortar mi visita a casa del gobernador. —Deberías de estar sonriendo Matilde, tu boda está cerca, saldrás de la vida de Aníbal, no lo volverás a ver nunca. Pero más parece que te pesa casarte con un hombre rico como Anselmo. —Sabes que no es mi voluntad. Los labios de Clara dibujaron una malvada sonrisa. — ¿A quién le importa eso? Eres una vil rata, una bacteria que se alojó en nuestro… eres como tu madre. Se había atrevido hablar de mi madre de tal forma. —Tú eres la vil rata, eres una mujer perversa y amargada, llena de odio y envía—. El tono de nuestra conversación subía rápidamente —Me he cansado Clara, estoy harta de tus insultos, estoy cansada que te creas mi dueña, cuando solo eres una delincuente. Clara se llevó la mano a la frente y la deslizo hasta la barbilla. Estaba verde de furia.

—Puedo ser una mujer amargada, pero yo no me lo busque ser quien soy ahora, es culpa de esa maldita mujer, que por mucho que me esfuerce no puedo olvidar. Pero no es ese el tema. No tienes opción querida Matilde, o al menos… —dejo la frase al aire y me miro con malicia. Le respondí con una fría mirada también esperando la continuación de su malvada oración — ¿te imaginas que mueran tus padres por tu culpa? Han recibido todo de parte de Aníbal, ahora viven como reyes. —Fue maliciosa al decirlo y me dejo ciertas dudas en sus palabras—. ¿Está segura de que la mujer del retrato es tu madre? —De eso no cabe duda —Respondí. Tal vez en este mundo no sea la única mujer que se casa obligada y por obediencia a gente poderosa, o por salvar la vida de un ser a quien ama tanto que no imagina en un ataúd. No seré feliz de eso estoy casi segura, pero mis padres tendrán vida y una vida cómoda y sin apuros como hasta ahora. Pensándolo bien esta boda me conviene, aunque me convierta en una mujer prohibida y las esperanzas de vivir una vida junto a Aníbal o junto a Marcelo se desvanezcan, lo hare. Otra vez Clara se servía de mí, haciendo con mi vida lo que le placía. — ¿Qué pasara con Ricial? —Ricial no será un obstáculo en tu camino hacia el altar —respondió segura de sí misma. —Mi boda con el gobernador no será legítima, ningún valor tendrá ante la ley, él está caso con esa mujer, mi boda será una verdadera mentira.

—Más bien en todo caso sería la boda de Ricial la que no vale ante la ley. —Vete de mi habitación ahora mismo Clara, lárgate. —He triunfado Matilde, lo he hecho, tú te vas y yo como debe de ser me quedo con él, con el hombre de mi vida. Solo me falta una cosa que hacer para ser totalmente feliz… pronto lo sabrás, será algo que te llenara de dolor, sufrirás tanto como yo lo hice un día, más de lo que he sufrido yo es la palabra correcta. —Déjame sola por favor ya, te lo suplico. — ¿Por qué hacéis tanto escándalo? —nos gritó Aníbal desde la puerta. Como tontas asustadas volvimos la mirada a la vez hacia él. — ¡Déjame solo con esta señorita! Necesito hablar con ella. Ella torció el rostro y salió. Cuando Clara había abandonado la habitación, él entro y cerró la puerta con seguro. — ¿Qué haces aquí? Pensé que había despertado algún sentimiento en ti, pero me doy cuenta de que eso no es verdad, déjeme sola Aníbal usted también. —cual niña caprichosa hundí mi cara en medio de las almohadas. Lo trataba de una forma educada, el trato de confianza ya lo había entregado y quería verlo como debía de hacerlo «un explotador sin piedad» —Busco que hagas una vida lejos de este lugar, es lo mejor para ti.

¿A caso no comprendía que no quería un lugar lejos de él? Que las noches en las que no le mirase iban hacer más oscuras de lo normal ¡cómo iba a saberlo si sus ojos no me miraban como los míos a él! Estaba enamorada, no lograba controlar a mi corazón, que en ese momento brincaba como un potrillo recién nacido. Trataba de hacerme la mujer de hierro, aquella que no siente, fuerte; dura como el concreto sobre la carretera, pero no conseguía verme como mi imaginación se empeñaba en dibujarme. —Si no hay nada más que decir entre tú y yo, voy a pedir que te marches— el enfado ganaba mi lucidez—, Creo que nuestra conversación ha terminado. Él había enmudecido, no sé si por melancolía o porque simplemente ¡con una mujer enamorada no se puede razonar! Me admiro de mi terquedad ante las cosas imposibles. Debí de saber, que entré él y yo solo se marcaba un gran abismo que nos separaba y nos obligaba a estar alejados uno del otro. Por amor estaba dispuesta a aceptar su decisión. —Creo que has confundidos mis atenciones con pretensiones Matilde —dijo— Y quiero que sepas que no estoy interesado en ti. ¿Por qué hacía esto ahora? Si lo pienso, no recordé que pensaría papá de las decisiones que estaba tomando de forma sencilla, me importaba tan poco lo que pasara allá afuera que no iba a detenerme a pensar en pequeñeces, ahora mi objetivo era convencer a Aníbal que yo estaba total y verdaderamente enamorada de él, que la felicidad que yo clamaba estaba reservada para mí, nada más que a su lado.

Era mejor que no siguiera hablando, sus palabras rompían mi corazón como si cientos de flechas perforaran mi cuerpo y lo estuvieran haciendo sangrar sin medida.

Capítulo 7

Los días pasaron y la boda se realizó con algunos retrasos. Fue algo muy íntimo, apenas si asistieron unos cuantos amigos políticos de Anselmo, uno que otro amigo de Aníbal y el grupo de chicas que quedaba, todas me miraban con recelo. Con aquel evento mi vida tomaba un curso distinto al que mi madre había elegido para mí, era ahora la esposa del gobernador; queda atrás la ocultes y las noches al desvelo. La última en llegar a la ceremonia fue Clara, le mire desde que se bajó de la limosina, vestía de sombrero y vestido negro, parecía asistiendo a un funeral. De momento no me causo gracia, recogí mi vestido y salí a su encuentro. —Vaya, tengo el honor que la novia haya salido a mi encuentro —dijo retirándose el cigarrillo de los labios. — ¡Esperaba que no vinieras! —Se que no te agrada mi presencia en este lugar —miro vagamente todo el terreno —Te guste o no aquí me tienes. —Quiero que te vayas en este momento.

—Por mí lo haría Matilde, tampoco me agrada estar aquí. Como comprenderás no puedo hacer lo que me pides, por muchas razones. Todos nos prestaron atención por un instante y sus miradas cayeron recorriendo nuestra escena. No podía ocultar cuanto me desagradaba su presencia. —Si no te retiras en este mismo instante pediré que te saquen. —Deja de ridiculizarte niña, doy mi saludo a la concurrencia y me voy. No he venido con la intención de discutir contigo ni mucho menos causarte ninguna molestia, solo vine a cumplir un encargo de Aníbal —hiso una pausa— Venía a decirte que nuestro trato aun no a terminado. Dejándome atrás avanzo y se internó en medio de los invitados, los saludo a cada uno mientras yo la observaba de lejos desaprobando sus acciones. Después de la boda me fui a vivir a casa de mi marido, era una casa grande, con empleados por doquier, una persona fue designada para que me sirviera día y noche, aquello solo lo había visto en las películas de época, ahora lo vivía y me sentía una mujer desdichada eh inútil. En la noche de bodas, supuse que se consumaría mi matrimonio, ese miedo a estar entre los brazos de Anselmo sin remedio me tenía al borde de la desesperación, sin embargo, las cosas no fueron así, Anselmo apenas si se presentó en toda la noche a la habitación. Llego entrada la madrugada jadiando envuelto en una borrachera que sentía que lo asfixiaba; hasta esa hora yo seguía en vela, no había logrado pegar un solo ojo, pensando en el momento donde

lo tuviera frente y quisiera ejercer sus derechos de esposo sobre mí. Al verlo en su estado de total lamento, haciendo un esfuerzo casi inhumano lo levante del piso donde su chofer lo había dejado tirado y lo lleve a la bañera, lo senté en el borde para mientras yo llenaba de agua fría el recipiente, estaba convencida que lo frio del agua le bajaría la embriagues. Quise sacarle la ropa, pero mi temor troncaba todo tipo de impulso a ver su cuerpo desnudo. El apenas si se quejaba en medio del agua, traje la manguera y le rocié la cabeza, casi y se dormía, no le afectaba lo húmedo, pero al sentir el agua recorrer su cabeza, dejo salir una exclamación «te odio» pensé que se dirigía a mí, tire la manguera lejos de mis pies y me limite a acariciar su cabello. No entendía porque podría odiarme, hasta que pensé en todo lo que habíamos vivido, encontrando en mis recuerdos motivos fuertes y poderosos que podrían alimentar su odio contra mí, pensé en todas las veces que había pagado cantidades de dinero exorbitantes para poder hacerme suya, pero… Llego el alba del día siguiente, y las aves comenzaron a alegrar la mañana, amanecí con los ojos puestos sobre el umbral de la puerta que daba al jardín en el piso primero. Las mariposas volaban incesantes sobre los capullos de las flores pronto a reventar, Marta regaba apasionadamente las plantas verduscas entonando cancioncillas antiguas. Parecía estar feliz. —El desayuno está servido en el comedor señora —dijo una voz gruesa y fina a mis espaldas—. Señora Matilde, al señor Anselmo le gusta que se le lleve todas las mañanas el

desayuno a la cama, no toma café, le hace daño, en vez de eso toma un vaso de zumo de naranja, no consume pan dulce, ni nada que contenga exceso de azúcar. Gusta mucho de un coctel de frutas, ya sea: manzanas, fresas… o cualquier otro tipo de fruta. Además, él… —Basta —levante mi mano derecha. Volví hacia ella — No quiero saber nada sobre los gustos del señor. —Pienso que una buena esposa tiene que ser atenta con su marido, tiene que sab… —Disculpa ¿Cómo te llamas? —le interrumpí con abrupto. —Anastasia señora, he servido a la familia del señor Anselmo por muchos años, sus años mozos ¡Hay como los recuerdo! Solo si la señora Teresa estuviera con nosotros ahora —Dio un profundo suspiro con fascinación — Anoche pensaba en el hecho que usted no me parece para ocupar el puesto de esposa de mi señor. Es muy joven, no crea que lo digo por otra cosa —dibujo una sonrisa fingida en sus labios —El merece una mujer como… En seguida me pareció una sirvienta entrometida. — ¿Cómo tú? Vieja y obstinada ¿verdad? Se exalto y añadió —No es lo que quise decir. Creo que mis palabras fueron mal interpretadas por la señora. Disculpe usted si mis frases sirvieron de ofensa. —Retírate por favor Anastasia. — ¡Con su permiso señora! —dijo ella. Después de aquella conversación tan incongruente comprendí que la estadía en casa se Anselmo no iba hacer

tan agradable. Si vivir como una prostituta era un asco de existencia, aquella en la que me había metido no sería desigual, esa mujer mostraba un amor infinito por el gobernador y no era yo quien me opondría aquel sentimiento, solo tenía que buscar la forma de acercarlos, y fingirme ofendida por su traición, para luego marcharme con la frente en alto, convertida en una pobre víctima de la traición de un hombre sin corazón y una sirvienta entrometida. Empezaba a creer que no había nacido para conocer el verdadero amor, los hombres que llegaban a mi vida no eran para mí, solo eran siluetas dibujadas en medio de la claridad de la noche tras un fogón. Lo había aceptado así ya no iba a luchar como lo había hecho en tiempo anteriores, ahora iba a dejar que el universo hiciera su trabajo y me llevara a donde el considerara que debía estar. Perdida en mis pensamientos cerré los ojos y vi dos rostros, eran los rostros de mis padres que no lucían tan bien. Cuando Anselmo estuvo presentable bajo al comedor, donde apenas y había probado un par de frutas del canasto, las fresas tenían un sabor asido y las manzanas estaban dañadas por los insectos. Traerme aquellas frutas en mal estado era la bienvenida a la casa. —Amada mía, estas aquí —dijo Anselmo con sincero entusiasmo —Anastasia expresó que no te había visto en toda la casa. Llegue a pensar que no había sido de tu agrado mi humilde casa —dijo en medio de una carcajada que se extendió por toda la residencia. Se me acerco y me beso la mejilla, quiso llegar a mi boca, pero con listeza me aparte antes que sus labios rosaran a los míos.

Anselmo tomo el desayuno conmigo, luego llamo a la fastidiosa de Anastasia para que me llevara a conocer toda la casa (el salió para su trabajo), me llevo primero al jardín, menciono que las flores favoritas del señor eran las rosas rojas, dijo también que el gustaba tener flores silvestres que crecen en los campos en las afuera de la ciudad. —Siempre suele sembrar un árbol con flores extrañas en el jardín. Hasta ahora no he logrado develar ese enigma, ama de las cosas extrañas —dijo ella refiriéndose a mí. — ¿Le parece Anastasia? —Estoy segura señora Matilde. Usted y él son de dos mundos distintos, sin embargo, ese no fue obstáculo para él que usted viviera aquí ¿no es verdad? Guarde silencio, no iba a seguir discutiendo el mismo tema. Pasé por alto aquel mal comentario y dirigí la mirada al horizonte. Nos internamos en medio del jardín y nos perdimos en él, desde allá volví a ver la infraestructura de la casa que quedaba en un terreno alto y desnivelado, pero con muy buena vista, para llegar a ella se tenía que subir las gradas adornadas a sus costados por una especia de jardín, antes de llegar al porche de la casa, unos muros construidos a la mitad se corrían a la derecha y a la izquierda formado una codillera alrededor del jardín frontal, luego volvían a parecer otras gradas, estas a los costado llevaban muros medianos como los que rodeaban el jardín, hasta finalizar en el umbral de la casa, era un modelo de casa antigua, tenía cuatro ventanales a cada costado y uno central que sostenía la pequeña torre donde descansaban las agujas de un viejo reloj, el mismo número de ventanas que se alzaban en la

planta alta, ese mismo número en la misma dirección caían en la planta baja. Además de eso, la casa era rodeada por unos árboles gigantes que se alzaban al cielo. Me había cansado ya de aquel recorrido interminable. Dejamos los jardines y nos adentramos en la casa, recorriendo cada pasillo, conociendo todos los rincones, más allá Anastasia se detuvo ante una puerta de madera. —Esta puerta no debe de abrirse nunca —susurro con cuidado. — ¿Qué esconden ahí? —pregunte con curiosidad. Ella lo pensó y dijo frunciendo el ceño y encogiéndose de hombros. —Es una habitación abandonada señora Matilde — respondió Anastasia moviéndose en contrapiés. —Era de la señora Patricia antes de que todo sucediera —se dibujó la cruz en la frente y me miro—Que en gloria este —volvió a persignar e invoco al mismo tiempo a las tres personas de la Santísima Trinidad. —Su última voluntad fue que nadie husmeara su habitación. Aparente no saber nada, ante lo convencida que estaba Anastasia de la muerte de Patricia. No sé si de verdad no lo sabía o era una embustera nada más. — ¿Sabes dónde está su tumba? Vacilo un poco en busca de las palabras adecuadas y se mordió los labios.

—Emmm, Los del servicio no asistimos señora… le ruego que no me pregunte más temas sobre la familia no conozco mucho –trastabillo — ¿Dices que has servido a la familia por muchos años? Está bien no te preocupes —asentí —Ya no preguntare más. —Ya puede regresar a su habitación señora, aquí finaliza el recorrido —junto las manos y luego me señalo el camino, no sin antes decir —Si necesita algo por el interfono me lo hace saber. Dirigí mis pasos a mi habitación, pero nunca entre, me escondí en el cruce del pasillo hasta que Anastasia cruzo a la cocina. Me había llenado de preguntas ¿Qué se esconde detrás de esa puerta?, estaba frente a la puerta nuevamente, resistí a abrirla y seguí caminando por el pasillo, después de aquella puerta oxidada había otra en las mismas condiciones, era tan extraño todo aquello que cada vez me llenaba de curiosidad saber que había dentro. Tome el pomo con mi mano fría sin saber si girarlo o quedarme con aquella tremenda duda. — ¿Me mandó llamar señora? Salte asustada al escucharla tan próxima a mí. Anastasia traía el pelo recogido con un moño alto, una chaqueta negra manga larga y unos guantes blancos que ocultaban sus pálidas manos. Llevaba la falda hasta la rodilla, medias negras y tacones altos, los labios pintados de negro y un grueso delineador al contorno de los ojos que también era muy negros.

La mire con obstinación, ella respondió arqueando las cejas en gesto de sublevación. De pie frente a mi espero mis indicaciones. —La llame porque hay algo nuevo que he descubierto. ¿Por qué ocultarme que son dos puertas en total que permanecen cerradas? Lucio nerviosa y un poco agitada. —Son órdenes del señor, lamento si eso la ha enfadado —dijo reconociendo su culpabilidad —No era... cuando le expuse la primera habitación supe que no lograría callar si le mostraba la otra, por eso mejor guarde silencio con esta otra. — ¿Qué se esconde en esas habitaciones que mi ojo no puede ver? —Señora Matilde —volvió a trastabillar —Esas habitaciones… quiero decir que… Cuando se disponía a contármelo todo Anselmo apareció por el pasillo. Se me aproximo y me beso la mejilla. —No quería interrumpir en sus cosas señoras, pero quería despedirme de mi esposa antes de salir. —No se preocupe señor yo ya me iba —Anastasia había escapado a la conversación como un cordero de las garras del león.

— ¿Salir? Pero si ya habías salido. — Si es verdad, voy regresando. Pero he quedado con unos inversionistas amor, en un café y voy a volver a salir. Prometo venir antes que se sirva el almuerzo. Me acerque a él con delicadeza he intente seducirlo, había orquestado un plan que no quería cometer el riesgo de echarlo a perder, y de forma sutil objete. —Recuerdo que me preguntaste anoche en medio de tu borrachera ¿Qué deseaba de regalo de bodas? —lo tome del traslape del saco y lo atraje hacia mí — ¿recuerdas lo que me prometiste? No me había prometido nada, se había pasado la madrugada entera titiritando de la embriaguez, pero quería que hiciera algo por mí, y esa era la forma más adecuada que tenía para que me cumpliera mi deseo, haciéndole creer que me había hecho un ofrecimiento del cual yo podía disponer en el momento que desease. —No lo recuerdo —respondió —Recuérdamelo — susurro a mi oído. —Ven vamos a la habitación —indique. Él me acompaño sin vacilar. Al entrar en ella nos sentamos sobre el borde de la cama. — ¿En verdad no lo recuerdas? —insistí.

Mantuvo su postura de no recordar nada de lo dicho. Me puse de pie y fui hasta el cenicero agarre la caja de cigarrillos que estaba junto, la abrí y saque uno mientras me aproximaba a él nuevamente, muy atento el me lo encendió. —Dijiste que me llevarías con mis padres. Prometiste que me reunirías con ellos cuanto antes —solté la primera cortina de humo. Él bajo la mirada. —Lo haremos, pero no ahora. Se puso en pie y me beso la frente saliendo en seguida sin darme la oportunidad de continuar hablando del tema. Llevaba solo horas en la casa y ya me comenzaba a desesperar. Era divertido ver como los empleados corrían, para todos lados tratando que a la hora del almuerzo todo estuviera listo, pero me sentía presa y convencida que no lo iba a soportar por mucho tiempo. Me detuve a ver por la ventana que daba a la entrada principal de la casa, las gradas de cemento se extendían hasta la calle, cerré los ojos por un instante, con la mano recha levantaba una parte de la cortina. Anselmo aún seguía en casa, no lo había visto salir, solo había huido cobardemente de nuestra conversación. Volví al centro de la habitación y me vi ahí tan sola, sin nadie a mí alrededor, la melancolía volvió a ganarme la partida y me abandoné a ella.

Deje la habitación, baje las gradas y a lo lejos escuche venir unas voces provenientes del estudio. —La señora insiste mucho en abrir las puertas prohibidas señor, en lo que va de la mañana me ha cuestionado varias veces con el mismo tema. —Espero no le digas la verdad. —Sabe que no lo haría, sus secretos conmigo están seguros señor. —Más te vale, oh te arrepentirás. —Señor, quería suplicarle un favor. —Si se trata del tema… de aquel tema no me interesa escucharte. —Usted sabe cuál importante es para mí —dijo ella con voz de súplica. Los pasos se dirigieron a la puerta, en punta pie corrí en busca de un escondite. Al parecer solo fue un intento por salir o de asegurar la puerta, pasaron varios minutos y el murmullo de las voces seguía saliendo de entre las rendijas de la vista. Desde donde me encontraba ahora se me hacía difícil escuchar con claridad, necesitaba estar más cerca, pero si me acercaba mas también corría el riesgo hacer descubierta por alguno de los criados, si ellos me descubrían espiando enseguida me meterían en graves problemas. Escuche claramente cuando Anastasia informaba a mi marido sobre mis preguntas, no podía

confiar en ella, por alguna razón que hasta ahora desconocía le era fiel a él, era mejor dejar de insistir en abrir puertas que se olvidaban de que existían. Ahora lo que tenía que hacer era averiguar el secreto que Anastasia guardaba a Anselmo, aquello demoraría, pero al final podría asegurar que lo iba a conseguir. Fui al jardín, el sol se levantaba lentamente por encima de los árboles, comenzaba a sentirse caluroso, caminé hasta una vieja tienda que estaba al tronco de un árbol de roble, recordé el árbol sembrado en el patio de mi casa en el campo. Me senté con cuidado sobre las raíces que quedaban al descubierto, con precaución de no ensuciar el caro y elegante vestido que llevaba puesto. Anastasia apareció por una esquina de la casa, veía con atención, quizás me había buscado en mi habitación y no me había encontrado, se llevó la mano a la frente para cubrirse de los rayos del sol, entrecerró los ojos, dando enseguida conmigo. Al verme dio de media vuelta y se perdió en la casa, no tardo mucho tiempo en aparecer nuevamente, traía en la mano un vaso con agua. —Supuse que tenía sed —me lo entrego, su cara seguía tan dura como si yo fuera un estorbo para ella — ¿por qué esta aquí sola? Para ser una mujer recién casada no parece feliz. — ¿Y usted es feliz? —le pregunte tomando un sorbo de agua. —Yo no importo señora.

—A mí sí me importa Anastasia. Me miro brevemente, al parecer nunca nadie le había hablado de esa manera. Arqueo las cejas y dijo: —A nadie le importo. Disculpe señora Matilde seguiré vigilante de la preparación del almuerzo —hiso una reverencia y se dispuso a marcharse —En esta casa se tiene que estar pendiente de todo sino los criados se descuidan —balbuceo. —Espere Anastasia —ella se detuvo sin volver a mí — Porque no se sienta conmigo y conversamos un rato. —Las señoras y las criadas no tienen nunca nada de qué hablar señora, a menos que me de alguna orden puede dirigirse a mí. — ¿Puede traerme más agua? —extendí el brazo y le entregué el vaso vacío. —Enseguida señora. Aparentaba ser una mujer dura, pero estaba casi segura de que escondía un secreto y ese secreto la torturaba por dentro. Cuando regreso venia uno de los criados con ella, el traía en los hombros una mesa pequeña y ella no solo traía un vaso con agua, sino un pichel y un recipiente con cubos de hielo, ubicaron la mesa cerca de mí, el pichel sobre la mesa, el vaso y el recipiente con los cubos de hielo. — ¿No se quedará a acompañarme? —Anastasia se limitó a mirarme y con un gesto de desaprobación se retiró,

no era agradable ante sus ojos. —Tu —grite al muchacho cuando casi se alejaban —Ven —se acercó —Siéntate conmigo —saque de mi bolsillo una cajilla de cigarrillos (era un vicio ya), pase la caja de cerillo al muchacho para que me diera fuego, él lo hiso con obediencia. Deje salir la primer turbada de humo, por poco y me ahogo, no sabía fumar como un experimentado, pero aprender el vicio no sería tan difícil, a la única que había visto fumar con profesionalismo era a Clara, sacaba cantidades de humo de su boca con gran destreza, no quería ser como Clara, pero fumar me hacia una mujer libre, si quería verlo de esa manera. — ¿Cómo te llamas? —Samuel señora Matilde —estaba sentado de plan al suelo, con las rodillas contraídas y sobre ellas los codos. —Olvida lo de señora, solo dime Matilde. Él asintió. Yo seguía tratando de mejorar mi técnica de fumadora diestra. Anastasia asomo su nariz por la esquina de la casa. El tiempo había pasado más rápido de lo que yo imaginaba, el almuerzo estaba por servirse, Anselmo seguía ausente y yo no tenía ganas de tomar el almuerzo sola, en un comedor rodeada de criados, con la cabeza cubierta con un gorro y delantal blanco, aun así, me senté a la mesa, me miraban con rareza, como si fuera una extraña creatura de un circense.

— ¿El señor aun no viene? —El señor nunca almuerza en casa —respondió Anastasia con frialdad. —Dijo que vendría antes del almuerzo. —Sus promesas son vanas—. Dio un suspiro —Pueden retirarse, la señora necesita privacidad para degustar sus alimentos. Los criados la obedecieron y se marcharon. — ¿Cuánto tiempo llevas aquí? —No recuerdo exactamente cuando llegué, era tan solo una niña, crecí en medio de unas monjas malvadas y astutas, les ayudaba a cuidar los ansíanos…, soy huérfana señora Matilde, conocí ni padre ni madre. Dicen que papá desapareció al enterarse que mi madre esperaba un hijo de él, me negó ante todos y avergonzó a mi madre, y mamá murió de una depresión posparto. No pretendo que me tenga lastima, ni compasión, solo necesitaba desahogarme. —Y has hecho bien Anastasia —volví la mirada hacia ella —Ven siéntate —le extendí una mano y con la otra le señalé la silla que estaba junto a mí. El motor de un coche se apagó al frente de la casa. —Viene el señor —dijo levantándose rápidamente, limpiando sus mejillas con un pañuelo de lino blanco.

Nos quedamos esperando que alguien llamara a la puerta, y no tardaron en hacerlo. La conversación con Anastasia me había llevado a comprender mucho más el corazón noble que tenía, y que trataba de ocultarlo en la mujer de carácter fuerte que la envolvía. Nunca fueron mis pretensiones volverme su amiga, solo quería descubrir su interior y asechar contra ella. —Anastasia querida —dijo desde el vestíbulo una voz de una mujer de sesenta más o menos. Anastasia salió apresurada. —Señora Vela, no esperamos su visita. —Quería sorprenderlos a todos —dijo con gruesa voz. —Y lo ha conseguido señora. Me levanté del comedor y fui a averiguar de quien se trataba. Era una señora de estatura alta, pelo castaño teñido hasta los hombros, de ropas finas. Abrazo a Anastasia y le beso en la mejilla, entre aquel abrazo me miro con ojos sorpresivos, se alejó de la criada y fue hacia mí. Su mirada era altiva y perspicaz, me estudio con detención. — ¿Quién es esta mujer Anastasia? —me señalo de pies a cabeza. Anastasia que aún estaba en el vestíbulo dijo:

—Es la esposa de del señor Anselmo, señora Vela. Sus gestos fueron de desagrado total, me sentí rechaza y no me quedo más que bajar la mirada. — ¿Cómo que la esposa de Anselmo? —Bienvenida a la casa —me aproxime tratando de ser cortes. Ella me alejo con una señal mal educada y preponte. — ¿Y Ricial dónde está? —Volvió a su país hace tiempos señora. —Nadie me dijo nada. —El señor lo quiso mantener en secreto—. Seguía inclinada, buscaba dentro de las maletas un pendiente que se le había perdido a Vela. No habíamos tenido un buen encuentro, Vela parecía desconcertada y a la vez enfadada por el pronto matrimonio de Anselmo, todo apuntaba que nadie en la familia sabia de su separación con su esposa, me preguntaba ¿Quién era Vela? ¿Por qué tenía tanto poder en la casa? Para mí era una mujer desconocida, sin embargo, Anastasia sentía un gran respeto y devoción por ella. Desde la llegada de Vela las cosas cambiaron en la casa, yo me mantenía encerrada en mi habitación las veinticuatro horas, mi desayuno, almuerzo y cena eran servidos por los criados en mi habitación, Anselmo me había autorizado salir al jardín en el trascurso de la mañana, pero mi

depresión era tan grande que apenas si me acercaba a la ventana a respirar aire fresco. Sublevando las ordenes de mi marido baje al estudio, horas antes solicite un libro a mi criada (Anastasia) sin obedecer mis órdenes dijo que fuera yo por el sí tanto lo quería. El estudio era un lugar en penumbras, nadie lo visitaba a menos que fuera para hacer el aseo diario, era un cuadro tan encerrado y oscuro, sin las lámparas encendidas las libreras se perdían en medio de las sombras. Comencé leyendo una poesía fea y aburrida, hay escritores que no tienen el talento para sacarle una lagrima o un suspiro de felicidad al lector, y el escritor de ese libro era uno de ellos, seguí leyendo con el afán de una lectora empedernida, cuando de repente la puerta se abrió, se encendieron los faroles que colgaban del cielo falso (solo encendí la luz de la lámpara de escritorio) y entro Vela con una taza de té en la mano. —Pensé que estabas en tu cuarto mujer, apenas si te he visto salir de el –dijo sorprendida de mi presencia en medio del encierro. —Me aburre el encierro Vela —respondí confiada, volvió la mirada hacia mí y se movió despacio sin decir nada, busco entre el mar de libros, saco uno y se marchó desapareciendo detrás de la puerta. Vela se había enterado de mi pasado, la escuche hablar con Anselmo una noche en el jardín perdidos entre el claro

de las luces de las habitaciones, él le decía que era una prostituta rescatada, la mujer que ahora ocupaba el lugar de esposa. — ¿Cómo has podido cometer tal torpeza? No es bueno para tu carrera que se sepa que tienes por mujer a una perdida —replico ella—. Nunca me ha caído bien y lo reproché desde que la conocí. —Estoy pensando en regresarla al lugar de donde la saque —le confeso él —Ya no me gusta como antes, esa idea de ser una mujer de la calle me estanca y me aleja de ella. —sus palabras me dejaron helada y atónita, volví atrás, en mi intento por escapar sin ser vista me hiso tropezar en Anastasia que estaba detrás de mí, también había escuchado todo. Me miro a los ojos y se llevó el dedo a la boca, hiso el ademan de guardar silencio y me tomo del brazo, camino a mi lado hasta que llegamos a la habitación, fue entonces cuando dijo: —Lo he escuchado todo —hiso una pausa, se acercó a la ventana y corrió un poco las cortinas, miro hacia el jardín delantero —No eres bienvenida en esta casa —me comenzó a hablar como si hablara con una de sus amigas —El señor Anselmo tiene razón, es mejor que te vayas Matilde. —No te permito que me trates como uno de tus iguales —increpé

—Tú no puedes prohibirme nada mujercita. —fálteseme el respeto aquella mujer —Usted no es nadie Anastasia para humillarme de esa manera. —Le recuerdo que la prostituta aquí eres tú y no yo — dijo ella. Sentía que no iba a poder vivir siendo humillada por todos, tenía que buscar librarme de tal abuso. A los pocos días fui enterada de que Anselmo había decidido llevarme nuevamente con Aníbal. Luché con todas las armas que tenía para que aquello no sucediera, prometí ser atenta y obediente con él, pero las cosas en esa casa cada día se tornaban grises para mi existencia. Al paso de las semanas vino Marcelo a visitarme, traía un presente entre sus manos (unas galletas rellenas de chocolate blanco que tanto adoraba) me lo entrego y lo abrí con alegría, fuimos al jardín, la tarde caía y las sombras de los arboles cubría gran parte del lugar. — ¿Cómo te sientes? —me pregunto. Le mire con resignación. — ¿No eres feliz verdad? —seguí guardando silencio. Anastasia apareció por la esquina del jardín, lanzo una mirada y se volvió a perder, estaba segura de que iría a decirle a Vela que un amigo me visitaba, no quería pensar que aquello me podría traer problemas, pero no tenía ninguna duda que así seria.

Más tarde volvió aparecer traía un refresco para cada uno. —Traigo algo para matar la sed —dijo mientras nos lo entregaba —Tenía mucho tiempo de no visitarnos joven — miro a Marcelo y sonrió como refrescando un antiguo secreto, que la hacía maliciar —Si se le ofrece algo más, estaré cerca —dijo dirigiéndose nada más a él. Asentimos a la vez —Hay Anastasia —suspiro Marcelo con pesar — ¡Si supieras! Morirías de dolor. Aunque me parecía interesante conocer el secreto de la criada pase de largo y seguí pensando cómo decirle lo que me pasaba. Quería que mi regreso a la casa de las muchachas fuera una sorpresa para todas. Después de una breve y fría conversación Marcelo se marchó, fui a mi habitación, Anselmo ya había llegado. Recostado sobre la cama me invito a acostarme a su lado, lo pensé antes de hacerlo, sus palabras dichas a su hermana y su proposición de volverme con Aníbal aun hacían torbellinos en mi cabeza, no lo quería, tampoco sentía un sentimiento que me mantuviera feliz a su lado, pero la tranquilidad que me brindaba aquel hogar era algo que extrañaría, mi habitación era desolada y también muy fría, pero la costumbre me dejaba una paz interior que no sabría cómo sobrellevar mi posible partida. A su lado, viendo el cielo falso de la habitación, pensaba como sería volver a estar en las noches recorriendo las calles, o encerrada en la habitación de un viejo y mugriento hotel de carretera, o

quizás un lujoso hotel en medio de la metropolitana capital, cerré los ojos y me transporte a otro lugar lejos del costado de Anselmo, en nuestro profundo silencio podía escuchar los latidos de su corazón y como el tic tac de un reloj las pulsaciones de sus arterias dejando pasar la sangre a gran velocidad. ¿Cuándo tendría planeado decirme que todo había terminado ya? No miraba la hora de ser informada, la tención crecía dentro de mí y aquello me ponía cada vez más ansiosa. Abrí los ojos, el cielo falso era blanco con acabados de lujo como si se tratara de un material importado, me quedé ahí en aquel ambiente lúgubre y lleno de manifestaciones extrañas en mi organismo. Anselmo tenía toda la atención puesta en su teléfono celular, me moví y tome una posición fetal hacia la ventana, ese evento que pensé que no llamaría la atención de aquel asqueroso hombre, me llevo a que despertara el lívido en él, sentí su mano recorriendo mi cintura, su mano la bajo hasta mis piernas y luego la dejo sobre mis muslos. Pensé en lo que podía hacer para cortar ese instante de insatisfacción. — ¿Hasta cuándo piensas decirme lo que piensas? — volví el rostro hacia él. Se sorprendió y aparto la mano de mi cuerpo frio, sentándose en la cama de un solo golpe. — ¿De qué hablas? ceño.

—arqueo las cejas y frunció el

Guarde silencio tan solo por unos cortos segundos.

—La muchacha tiene razón —la puerta se entreabrió — Disculpen, pasaba por el pasillo y se me hiso imposible no escuchar su conversación. Pensé que nos espiaba detrás de la puerta, tal vez estuviera en lo cierto, Vela se había convertido en mi sombra en los últimos días. La oportunidad de hablar frente a frente no se daba, pero sentía sus ojos puestos sobre mi espalda día y noche, buscando el momento y la ocasión en la que fallara y así tener un motivo para lazarme a la calle, donde ella consideraba que pertenecía una mujer de mi clase. —No se lo puedes seguir ocultando Anselmo —él, la miro, estudio cada facción de su rostro, ella le sonrió con una sonrisa malvada—. No prefieres que yo se lo diga ¿Verdad? —cruzo una mano sobre su vientre y con la otra se acomodó un mechón que le cayó sobre el ojo derecho. —Es… No se… —trastabillo Anselmo —No te esfuerzos en decir nada —dije —Ya lo decidiste así no hay más que se pueda hacer, solo quería escucharlo de tus labios diciéndolo frente a mí y sacándome al exilio de tu casa. Vela seguía de pie frente a mí, a pesar de contar con varios años, tenía unas piernas largas y esbeltas, unos ojos claros color miel y una nariz larga de filo angosto muy bonita. Vestía con una chaqueta azulada esta vez y una falda que le caía a la rodilla. Dejo caer la mano y dijo:

—Vasta señores de tanta película, es tan fácil decir que tú no eres la mujer ideal para mi hermano —me estudio de pies a cabeza con la mirada como siempre lo hacía —Si nuestras amistades se enteran de tu pasado tendremos muchas habladurías, cosa que en nuestra familia nunca se ha dado. ¿Conoces algo de Ricial? Negué con la cabeza, aunque ya conocía a esa mujer y su pasado. —Ahí está, no sabes nada de la clase de mujer que era, pertenecía a las familias más adineradas de Europa (Madrid), su padre un… —Ya fue suficiente Vela —le interrumpió Anselmo — Matilde y yo tendremos que hablar a solas, amablemente te pediré que te retires. Vela me fulmino con la mirada, luego salió, el golpe de los tacones se escuchó perderse por el pasillo. —Nunca acepte casarme contigo —le recordé el encuentro y la conversación en aquel viejo hotel, el intento cogerme por el brazo —Suéltame mal hombre —trate de escabullirme y me aparte enseguida parándome frente a la ventana que daba al frente de la casa. La calle estaba allí frente a mí, seria donde mis pasos me llevarían de regreso al encierro. Nos quedamos vario rato viendo el jardín del frente, hasta que Anselmo rompió el silencio.

—Está decidido —dijo con tal seguridad —Es algo que he pensado bien durante estos últimos días. Le mire a los ojos, aparto lo suyos y clavo la mirada al piso. — ¿Lo has decidido tu o… esa mujer? —Esa mujer es Vela mi hermana. En los días que ella llevaba en la casa, nadie se había acercado a decirme el parentesco que tenía con mi marido, pero ya lo había descubierto al escucharla hablar con Anastasia sobre la madre. Vuelvo y repito que no quería salir de la casa de Anselmo, pero si quería seguir viviendo en aquel lugar tenía que ingeniarme un chantaje y así evitar que me sacaran sin piedad. Cogí de la mesa de noche mi celular y me aventure hacia fuera de la casa, pensaba en decirle que diría a la prensa el paradero de su madre, pensaba también que tal vez y eso no serviría de nada, seguro y la prensa ya lo sabía y se mantenía en silencio, no iba a perder nada con intentarlo. —Marcelo –respondió enseguida a mi llamada — Necesito verte — ¿Pasa algo? —pregunto el — ¿Anselmo está en casa? —Sí, está en casa. Tengo problemas, Anselmo me ha dicho que me vaya de la casa.

—Espera no estoy entiendo ¿Anselmo quiere terminar su relación contigo? ¿Pero por qué quiere hacer eso? —Vela —dije —Tenía que ser la vieja encopetada esa. —Escuche su respiración agitada — ¿Alguien te ha visto salir de la casa? —Si, Anselmo me vio. Estoy en el jardín trasero, junto a la empalizada. —Tienes que salir de ahí, ve a la carretera y me esperas unos metros antes de llegar a la casa, donde los criados no nos puedan ver. Obedecí sus órdenes y salí cual gato se prepara para casar a su presa, arrastrándome lentamente debajo de las pequeñas matas del rosal. — ¿Qué haces ahí? Tropecé con aquellas piernas largas y blancas. Me puse de pie. —Te hice una pregunta gatita. —No eres nadie para insultarme. —Y tú tampoco eres nadie para poder impedirlo. —Pensé que llegaríamos hacer amigas —dije bajando el tono de voz.

Mi teléfono comenzó a vibrar, vi la pantalla entre mis dedos y era él, ya había llegado y me esperaba. — ¿Es uno de los hombres a quien serbias antes de venir con Anselmo? —No pienso discutir ese tema contigo —me adelante y ella se interpuso en mi camino —Déjame pasar, o tendré que… — ¿Me pegaras como la mala mujer que eres? No iba a caer en sus provocaciones. El teléfono volvió a vibrar en mi mano, ella se inclinó para ver si lo graba distinguir quien me llamaba. —Debe de ser uno de esos adúlteros buscando placer en una ramera mal agradecida. La vi marcharse ante mis ojos, Anastasia había perdido todo el respeto hacia mí, me creía menos que ella, menos que nada. Me ataba de manos aquel secreto y no iba a decir más ante cualquier insulto. —Has tardado —Marcelo estaba molesto por mi tardanza y no era para menos, si mi demora había sido exagerada. —Anastasia se ha vuelto de verdad insoportable, se atreve a tratarme de tu y a decir que soy una ramera. — ¡Me estás hablando de la criada de Anselmo!

—No soporto esas dos mujeres, entre ella y la estirada de Vela me está haciendo la vida imposible. —Tienes que ser fuerte, a pesar del maltrato de esas dos, nada se compara a lo hacías estando con Aníbal… —Anselmo me quiere lejos de la casa —me sentía de verdad desdichada. El me tendió el brazo y me abrazo fuerte, hasta sentir el calor de su cuerpo. Había extrañado tanto un abrazo de alguien que verdaderamente me quisiera, que ahora apagaba esa sed en sus brazos. No pude evitar llorar, lo necesitaba tanto, mi vida se complicaba aún más con el paso del tiempo. Cundo creí que mi vida había cambiado para mejorar fue cuando se convertía en una amarga pesadilla de la que deseaba despertar y descubrir que era un sueño nada más. —Estoy contigo Matilde, ahora y siempre —susurro a mi oído —Pero no puedo llevarte de regreso —ahora tomados de las manos me dijo —Hablare con Anselmo esta misma noche. —No se lo cuentes a Clara, si ella lo sabe, también lo sabrá Aníbal. —me miro y me levanto el mentón. —Ahora ve a casa, si Anastasia te vio salir tendrás más problemas y tendrás que explicar a Anselmo lo que ha pasado. Entre por la puerta de la cocina, desde ahí pendía un angosto pasillo hacia las recamaras, podía subir sin ser descubierta por los criados. Mientras avanzaba escuche unas voces apagadas, provenientes de una de las

habitaciones que estaba prohibido abrirlas, me aproxime con sumo cuidado. —Un día nos encontraran —dijo una mujer —Eso no pasara señora Ricial, el señor se ha asegurado que nada de eso pase —era la voz de Anastasia que sonaba sonora —De gracias a Dios que usted vive todavía, las primeras dos esposas del señor la señora Patricia las mando matar. —Odio este lugar Anastasia, por favor ya no me inyectes ese medicamento que debilita todo mi cuerpo, por favor os lo suplico. —Pronto lo suspenderé señora, las cosas a la prostituta no le están saliendo como ella esperaba y estoy segura de que se ira antes de lo que usted se imagina. — ¿De qué hablas mujer? —Nada, nada señora mía, descanse por favor. Todo esto pasara. —Que pase rápido por favor porque ya no soporto — dijo con voz moribunda la mujer. Aquella conversación me dejaba helada, no podía creer lo que escuchaba, cuando una mano se posó sobre mi hombro, volví lentamente, era el muchacho que había estado conmigo debajo del árbol aquella vez, hiso señas que no hiciera ningún escándalo. —El señor Anselmo se dispone a subir a la habitación Matilde —dijo a media voz —Es mejor que se vaya a su habitación.

Asentí y salí enseguida hacia mi habitación. Entre y me quede recostada a espaldas de la puerta, analizando lo que había escuchado sin querer, me preguntaba porque Anastasia había dicho que Ricial había viajado a Europa, si Ricial estaba viva y tan cerca de mí, significaba que el aún seguía casado con ella y como lo había pensado antes mi matrimonio no valía ante las leyes de este país. Por otro lado, había descubierto dos grandes secretos del respetado político, y no estaba dispuesta a perder la oportunidad de valerme de eso para alargar mi instancia en su casa y con aquello pedir que se me respetara como la señora en la que me había convertido. Al paso de unos minutos, unos pasos se dirigían a mi habitación, sostuve que se trataba de él que venía hacia mí, tosió con rudeza y gargajeo como si su garganta estuviera atascada de carcoma, al mismo tiempo que escuché que la puerta donde escondían a Ricial se abría lentamente con un extraño ruido en las bisagras. —Cuantas veces te eh dicho que esa puerta no la puedes abrir a esta hora Anastasia —la reprendió severamente. —Había olvidado dar de comer a la señora al medio día, tampoco había traído su agua señor y su medicamento se ha intensificado la dosis. Las dosis acostumbradas ya no están funcionando. Las voces bajaron hasta el punto de escuchar solo el murmullo, con precaución me acerqué a la puerta y puse el oído tan pegado pretendiendo escuchar lo que se hablaba, sin embargo, mi esfuerzo no rendía frutos, las voces se me escapaban antes de poderlas entender con claridad.

Abrí la puerta, aunque pareciera indiscreta. Anastasia sostenía una bandeja en las manos, me miro al mismo tiempo que le mire también. — ¿Pasa algo? —pregunte a Anselmo —Nada Matilde, metete a la habitación —me ordeno. Orden que obedecí sin repelar. —Espero no vuelva a pasar —lo escuche decirle antes de dejarlos detrás de la puerta. —No señor —asintió ella con lealtad —Ahora ve y descansa. Corrí y me acomodé en la cama haciéndome la dormida (cerré los ojos) con las sabanas tiradas sobre mí. Cuando termino de quitarse la ropa se recostó a mi lado. —A Anastasia le ha parecido sospechoso unas llamadas que recibisteis por la tarde —dijo —Era Clara —dije con seguridad. —Después de eso fuiste a encontrarte con un hombre a la mitad de la calle —su acusación me estaba empezando a poner nerviosa. Marcelo tuvo razón la criada me había seguido, y ahora tenía problemas. —No soy la única que tiene secretos en esta casa Anselmo. Tú también me ocultas cosas. —No estamos hablando de mi Matilde, eres una mujer casada y que salgas de la casa cuando la noche ya ha caído a encontrarte con quien sabe quién no son modales de una

mujer decente, a menos que no hayas olvidado tu negro y penoso pasado, al cual si me enfadas volverás. —Está bien, te diré con quién me encontré —respiré profundo para tomar impulso —Era Marcelo —me senté y me volví hacia él —No quiero discutir contigo ahora, me siento cansada, temo llegar al día que tendré que irme de esta casa, aunque cuando me pedisteis matrimonio me negué hacerlo, ahora solo quiero quedarme. Él también se sentó y me miro de frente —Tampoco quiero te vayas, soy un viejo Matilde, tu eres una mujer joven —me tomo de la mano y se la llevo a los labios dándome un cálido beso —Sabes que lo nuestro nunca ha sido un matrimonio, solo eres mi capricho, mi obsesión, eso es todo. Además, tu y yo nunca… —No lo digas por favor —cubrí sus labios con mis dedos. —Tu un día te cansaras de todo esto y dolerá mucho verte partir, para buscar tu felicidad en otro hombre… es por eso por lo que quiero hacerlo ahora. Anselmo me mostraba su lado más amable, sus palabras parecían sinceras ante mis ojos. —Tengo miedo volver con Aníbal, si me vas a dejar como lo has planeado, porque mejor no me regresas con mis padres —nunca se me había presentado una oportunidad mejor para solicitar el beneficio de la benevolencia conmigo, aunque los lujos y las comodidades quedaran en el pasado y fueran nada más adornos de un sueño, era lo que mi corazón deseaba apasionadamente — Me has comprado ya, soy de tu propiedad y puedes hacer

conmigo lo que quieras Anselmo. Me mandas con mis padres y nos olvidamos de todo esto —me parecía una propuesta justa, en la cual no salíamos perdiendo ninguna de las partes involucradas —Solo tienes que decir que si por favor —le llore, él nunca me miro a los ojos mientras le hablaba. El sueño nos venció y nos quedamos dormidos. Cuando desperté por la mañana ya no estaba a mi lado, se había levantado muy temprano, sobre el buró había dejado una nota «nos vemos en el jardín para desayunar» el desayuno estaba servido tal como se dijo en medio del jardín debajo de una carpa. Todos ya rodeaban la mesa, aún faltaba mi presencia que se hiso sentir desde que aparecí por la esquina de la casa, al verme aparecer todos clavaron la mirada en mí, volvieron las caras unos con otros y se hablaron en voz media, era para hablar de mi buen parecido o simplemente para criticarme, nada de sus gestos podría quitarme la sonrisa de volver a ver el amanecer de un nuevo día, vestía un vestido sin mangas color negro de un solo tiro hasta la rodilla, los hombros descubiertos y al cuello un collar de piedras preciosas, espere con ansias ver la cara de la malvada Vela, al descubrir que llevaba sobre mí un vestido y las alhajas de su madre, fue la única que no sonrió al verme llegar, me fulmino con la mirada y hundió la cabeza en medio de sus hombros caídos. Los criados me sirvieron el desayuno ante la mirada atónita de todos, no había tantas personas apenas si se encontraban unos cuantos, mesclado entre ellos el secretario que Anselmo tenía en su oficina. Jure no conocerlo, pero en un momento que nos quedamos solos algo extraño paso, me tomo de la mano, sentí el calor y a la vez el frio de mi cuerpo nervioso, me pregunte ¿Por qué ahora? Pensé que ya lo había olvidado y que mi corazón

estaba liberado de aquel amor que sentí por ese hombre, pero no era verdad, o tal vez solo fue la emoción de lo inesperado. Estaba a punto de encontrar una salida a mi problema, cuando aparece él, sin motivo y sin razón, al parecer sintiendo los mismos sentimientos que habían pasado dentro de mí. — ¿Cómo está tu hijo? —me miro y siguió en silencio extrañado de mi pregunta y mucho más de encontrarme en la ciudad. —Nunca tuve un hijo —respondió después — ¿Cómo has llegado a la ciudad? Me separe de él y me adelante unos pasos evadiendo toda interrogante, no iba apartarme del tema que me interesaba tanto. —Mientes, la mujer que me visito aquel día aun no, la olvido Javier. —volví a él. —La última vez que te vi, tu madre me siguió, sin que tú te dieras cuenta hablo conmigo y me prohibió volver a verte, dijo que si volvía te enviaría a ti a otro país. — ¿Otro país? Apenas si teníamos para sobrevivir Javier. ¿Con que dinero me mandaría a otro país? Lo más triste que tú le creíste. ¿Cómo explicas lo de la mujer? No hubo oportunidad para otra respuesta, Anselmo se acercó.

—Bueno mi querido Javier es hora de volver a la oficina —ordeno —veo que has congeniado con mi esposa —dio de golpecitos en la espalda y a mí me miro frenético. —Tiene una esposa muy hermosa —replico él mirándome con el rabillo del ojo. Se me aproximo y me beso la mejilla y en un juego de manos muy audaz dejo sobre mi palma un diminuto trozo de papel, discretamente lo escondí para mí. Después de tantos años lo había vuelto a ver, todo el tiempo estuvo cerca de mí y nunca me di cuenta, era algo que no lograba digerir con rapidez, al paso de los años había envejecido un poco, sin embargo, seguía siendo el mismo hombre apuesto de siempre, pero como aquel día ahora era yo quien se separaba de él y para siempre. Alcé la mano y dije adiós mientras él se alejaba. Cuando todos se marcharon me dispuse a subir a mi habitación, segura de estar sola abrí el papel y apenas logre identificar algunos números los junte y ahí estaba su número de teléfono, fui al teléfono y marque, me contesto en seguida, su voz, parecía siempre envolverme en ella y perderme con un hechizo. Vela entro violentamente sin dejarme hablar, me quedé petrificada con el aparato junto a mi pecho, apenas y tuve tiempo de cortarle. — ¿Qué estabas haciendo? —Su mirada era acusadora — ¿Llamabas a ese hombre con el que te vez por las noches mientras mi hermano se descuida un poco? Si eso es tu silencio me lo confirma —dijo para sí, segura de lo pensaba —no has cambiado nada ¿verdad? —seguía acercándose a mi como un animal rastrero —Se me

olvidaba que las prostitutas nunca cambian, morirán con ese demonio dentro. Retrocedí y rogué no caer en sus provocaciones, devolví el teléfono y me dispuse a abandonar la habitación, después recordé que la nota de Javier aún seguía dentro, regresé por ella de inmediato para mi sorpresa había desaparecido. La busque en toda la habitación, sin dejar un solo sitio en el que mi ojo no se posara. Solo me consolaba saber que aquella nota nadie se identificaba. —Buscabas ¿esto? —No tiene ningún derecho a tomar mis cosas, es mi habitación y no puede hacer cual venga en gana. —Te recuerdo que es la casa de mi familia, todos crecimos en este lugar, más de una vez corrimos en medio de ese jardín que vez ahí —señalo por la ventana —eres tú la que usurpa nuestro lugar, eres tú la que no debes tocar nada de lo que hay aquí —me decía agritos. Me quede pensando en sus palabras cuando ella desapareció detrás de la puerta, y una voz interna me advirtió «vete ahora que puedes» estaba ansiosa por hacerlo y quería hacerlo, al mismo tiempo volví al recuerdo de Javier; pero llega un momento en el que ya no importan los sentimiento, el amor a la libertad es más fuerte que cualquier evento amoroso, los sentimientos mueren por no tener vida propia, solo queda una gran gratitud y un recuerdo sin importar si es bueno o malo, pensaba mientras acomodaba unas cosas en mi cartera, luego me fui hasta la fotografía que me recordaba de aquella boda falsa que meses antes yo había sido participe. Me despedí de toda la habitación y cuando todo estuvo listo…

Tome mi cartera, en el fondo se conservaba unas cuantas monedas con las que apenas si podría tomar un autobús que me sacara de la ciudad, no importaría a donde fuera, cualquier sitio era bueno antes que aquel donde estaba sumergida. Mire por última vez la habitación, debo reconocer que me causo melancolía ver a mi alrededor y saber que ahora me convertiría en una prófuga de mis propios miedos; lo importante llegar y sacar a mi madre de donde se encontraba e irnos lejos donde Aníbal no los siguiera el rastro. Salí deslizándome cuidadosamente sobre las gradas, no quería que nadie se diera cuenta que intentaba escapar, cuando puse el pie en la última grada de descenso mire hacia arriba, las gradas subían y se perdían al llegar al siguiente nivel, era como si hubiera bajado del cielo y ahora lo viera perderse en medio de la lejanía. En toda la casa reinaba un silencio, no se escuchaban ruidos de criados. Corrí de aquella casa a toda prisa, como una hoja que la empuja el viento en una mañana de verano, la calle se adornaba a mí al redor y me perdían en sus costados en el infinito, solo quería llegar antes que cualquier cosa ocurriera a mi aldea olvidada, tenía que estar allá antes que cualquiera se diera cuenta que había desaparecido. Dejando todo atrás sin importar lo que fuera a pasarme en el intento de ser una mujer completamente libre, llegar y abrazar a mis padres, posar mis manos sobre sus mejillas tiernas y poder verlos a los ojos y decirles lo mucho que los había extrañado, solo quería eso y luego empaquetar todo he irme lejos donde nadie supiera ni tan siquiera nuestros nombres. Llevaba un auto de alquiler, corría a tanta velocidad que pareciera que los arboles giraban al contorno mismos, no

sentía ningún sentimiento al ver como cada vez me alejaba de la ciudad, apenas si ponía el freno un poco para pasarme un alto, veía más cerca mi destino final. En el horizonte el cielo, las nubes dibujaban la cara de papá sonriendo al verme llegar, mi corazón palpitaba de alegría podía oírlo latir dentro de mi pecho. Si era libre, una mujer totalmente libre, respiraba profundamente y no lo podía creer que por fin lo había logrado por completo. Los minutos avanzaban lentamente y los segundos se perdían en medio de las horas que me faltaban en llegar ¿lo lograría? Si me respondía a mí misma con una sonrisa dibujada en mis labios que lograba ver a través del retrovisor. Después de varias horas de camino, mi sueño estaba por completarse ¿Qué diría mi padre al verme llegar? ¿Se pondrá feliz? Iba loca de emoción, solo faltaba unos minutos para tenerlos frente a mí —dirá que estoy loca al verme llegar en este auto… papá estará orgulloso de mi, seguro que lo estará —sonreía y de alegría las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Me detuve cuando llegué a la sombra de un gran árbol a la orilla de la carretera, el aire que soplaba era fresco pero muy melancólico, mi corazón se comenzó a quebrantar, volví al auto y seguí mi camino. Cuando estaba tan próxima que podía ver mi antigua casa de bahareque algo extraño paso, había estacionado frente a la casa una patrulla de policía, una cinta amarilla impedía el paso a la casa, me quede petrificada como una estatua, baje del auto y corrí allá. —Un momento señorita, está prohibido el paso. — ¿Qué paso señor oficial? —pregunte ansiosa. —Al parecer hay una mujer muerta en el interior. Vino a mi mente la idea que podía ser mi madre.

—Necesito pasar a ver de quien se trata —dije con impaciencia —No puede hacerlo mientras no vengan los forenses, señorita. Forcejeé con el oficial que guardaba la escena y sin importar el delito que fuese a cometer me metí en medio de la barbarie. Encontré a una mujer con el rostro desfigurado que aun respiraba, lo hacía con mucho esfuerzo, pero lo hacía. —Está viva —grito un oficial a mi espalda. Yo estaba perdida en llanto junto aquel ser, enseguida me reconoció, entreabrió los ojos y me miró fijamente. —Estas aquí —dijo en medio de la inconciencia — levanto la mano y acaricio mis mejillas rojizas por el dolor que mi corazón sentía. —Aquí estoy mamá, no te esfuerces por favor. —Debes perdonarme, mi hora a llegado —dijo, en ese momento mi corazón comenzó a latir tan fuerte que pensé que se saldría de mi pecho —Soy culpable de tus desgracias hija, sabía lo que hacía, en mi buro hay una carta que debes leerla —confeso. Mire a su costado, ahí se encontraba una pequeña he insignificante caja cubierta por una manta blanca —Tómala —ordeno ella —volví a mirar la caja y enseguida volví a mirarla a ella —En esa carta confieso mi delito por el cual pago ahora, merezco lo que me pasa — ella quería hablar, se lo impedí muchas veces, mantenía la remota idea de salvarla, siguió hablando hasta que por fin se ahogó en sus propias palabras, su voz se fue perdiendo

hasta consumirse por completo, al cabo de unos minutos murió. —Tiene que salir señorita —se miraba tan inocente, era como si durmiera un sueño placentero, me levante de su lado y me retire un poco con la mano obstruyendo mi boca para no llorar de una forma incontrolable y escandalosa, no era porque me avergonzara de hacerlo, sino porque tenía que tener el mejor control para lo que se me venía sobre mí. Más tarde un detective se me acerco con discreción y me invito a dar una vuelta alrededor de la casa, caminamos casi rozando nuestros hombros, por varios pasos nos dedicamos a ver el horizonte, lo mire una vez y vi en su mirada el miedo de preguntarme como me sentía, tal vez porque se lo imagina, seguían saliendo lágrimas de mis ojos, mis mejillas estaban rojizas como la sangre misma y no podía evitar que el sollozo se me escapara por momentos. Ya me había imagino la vida después de la muerte de mis padres, pero eran pensamientos que desechaba cada vez que venían a mí porque no podía ni siquiera concebirlos, ahora lo estaba viviendo, debo de confesar que es un dolor que traspasa toda frontera de la mente, es el momento en donde no importa si te ven llorar como un recién nacido. —Sé que no es el momento ni el lugar para preguntar nada señorita Alarcón, su corazón está destrozado, pero mis obligaciones de investigador me arrastran a preguntar cosas que nos ayuden a resolver este caso —seguimos caminando envueltos en un silencio aterrador — ¿Dónde ha estado todos estos años? —pregunto el con suspicacia —detuve el paso y una larga mirada nos envolvió a ambos… me incorporé a paso lento sin decir nada. No tenía la respuesta a su pregunta, si contaba la verdad se crearían inicios que me vincularían al delito, decidí mejor

inventar cualquier cosa que sonara tan creíble que no le quedaran dudas ni ganas de volver a preguntar lo mismo. Mencioné ser una encargada de un restaurante en las afueras de la ciudad, el me miraba de vez en cuando, lo pude ver con el rabillo del ojo. —Tenga en cuenta que debe de decirme cualquier cosa que le haga sospechar de quien pudo haber sido el asesino. Sabia quien había cometido atroz crimen, pero no lo diría aun así me torturasen, lo guardaría completamente para mí. —Lamento no poder ayudarlo señor. —Oficial Rodolfo Scarface señorita Alarcón. —Oficial Scarface. No tengo las respuestas a sus preguntas…, estoy segura de que nadie quisiera dañarme de esta manera. Después de unas horas levantaron el cuerpo inerte de mi madre y se lo llevaron, donde más tarde los acompañe al departamento forense para que se me fuera entregado.

Capítulo 8

Volví a casa después de que la gente de la aldea había sepultado el cuerpo de aquella mujer que parecía mi madre, sin embargo, en el fondo de mi corazón deseaba que no se tratara de ella, duba, su voz cuando me hablo no se parecía a la voz de la misma mujer que me despedí y que reprochaba tanto que me hubiera engañado de una manera tal vil y despiadada, era como si algo la hubiera cambiado, como si el tiempo que la había dejado sola la hiciera reflexionar. Me encontré totalmente destrozada, con el alma hecha pedazos y sin nadie a mi alrededor, su pongo que papá murió antes o ¿seguirá internado en la clínica? No lo sabía. Me acurruque y toque con mis manos la tierra humedad por el agua derramada sobre ella. Los recuerdos invadieron mi cabeza y la voz de mi padre perforo con furia, llore quejumbrosa, no importaba si era escuchada o si llenaba de lastima a quien oyera al paso mis lamentos, ya no podía callar, muchos años había guardado mi dolor en las hendiduras de mi lastimado corazón. Con el rostro sobre el piso pedí al cielo que mandara un rayo y me partiera en dos, me pesaba la existencia, me martillaba la soledad.

De repente la puerta se cubrió por una sombra gris, apareciendo una niña, tan inocente y dulce como las notas que deja el sonido de una buena melodía. — ¿Estas llorando? —Me pregunto —No llores tu madre ha ido al cielo y que se ha convertido en una estrella del firmamento. De esas que veo todas las noches en el cielo. —Si —asentí levantándole la barbilla y dejando ver una corta sonrisa — ¿Te quedaras a vivir con nosotros ahora que tu madre a muerto? —Regresare a la ciudad esta misma noche —dije con severidad —Por la noche las calles suelen ser peligrosa, he escuchado cuando mi madre se lo dice a papá. —Eres una niña muy pequeña aun, no puedes entender a los mayores —le recogí el largo cabello castaño. —La noche está cerca debes regresar a casa con tu familia. —Todos dicen que soy una niña. ¿Y si decido quedarme señora prostituta? —la mire con asombro, se me hacía imposible lo que había escuchado salir de la boca de aquella pequeña niña. — ¿Quién te ha dicho que soy una prostituta? —Lo dice mamá y el resto de las mujeres cuando se juntan en el rio, las he escuchado decirlo una y otra vez. —Por favor no lo repitas —suplique

—Pero ¿Qué es una prostituta? —insistió la niña —Eres muy pequeña, cuando seas grande abras olvidado mi explicación. Estoy segura de que cuando crezcas lo suficiente alguien te lo dirá. Por ahora vuelve a casa —anime — ¿Te veré mañana? —pregunto con inocencia —Claro que sí, nos veremos mañana. Ahora vete, no demores. —No quiero irme, quiero quedarme contigo. Quiero que me cuentes ¿Cómo es la ciudad donde tú vives? Papá viaja mucho a esa ciudad…, trabaja. —Mañana te contare como es la ciudad —al día siguiente yo ya no estaría, me avergonzaba estar en ese lugar…, para la gente ya no era la misma que había salido, ahora para ellos yo estaba manchada por el pecado, al haberme convertido en una mujer fácil. Pude haber explicado y expuesto todos mis argumentos, pero nada iba hacer creíble ante aquella gente, decidí mejor guardar todo para mí. Antes que el claro de la mañana apareciera por el horizonte, subí al auto y me marche, no sin antes sacar algunas cosas que me recordarían a mis padres y las cosas que había vivido junto a ellos, en aquellas pocas pertenencias llevaba los más lindos recuerdos de los veintiséis años que la vida me dio a su lado, y que ya nunca volverían atrás. No me quedo gana de despedirme de nadie, solo sabía lo que todos pensaban de mí, la imagen de la joven dulce y sencilla que antes habían admirado se había convertido en un vasto recuerdo que moriría con el tiempo,

ese tiempo que mata a cualquier recuerdo ya sea bueno o malo y borra todo de la mente del ser humano. Otra vez en la ciudad ¿a quién visitare en mi corto regreso? ¿Marcelo sabrá que hui de la casa de Anselmo? Decidí ir con aquella mujer que había profetizado sobre mi futuro en la casa del gobernador, puedo asegurarme de que no me espera y que mi visita no será de su agrado, pero ya nada importa, lo que me importaba se ha ido y ya nunca volverá, ahora empieza mi vida, la vida que nunca pensé en vivir, frustrada, con los ánimos por el suelo, y los sueños hechos mil añicos. — ¿Se encuentra Patricia O Rigel? —La señora O Rigel tiene prohíba las visitas señorita. —Espere yo a usted la conozco, hace un tiempo nos visitó ¿no es verdad? —No se equivoca usted señora. La monja camino dando una vuelta alrededor de la mesa. — ¿Qué la trae por aquí de nuevo? Clave la mirada al piso, y ella me observo con total atención. —También es la esposa del señor O Rigel hijo de la señora Patricia, y es la que en los últimos días la prensa la ha catalogado como la prostituta asesina de su madre. Todos piensan que su madre fue asesinada por su culpa — Pauso por un momento —le voy a pedir que abandone este convento señorita, sino quiere que llame a seguridad, la

gente como usted no es bienvenida. Esta más que claro que no podrá ver a la señora Patricia, váyase antes que… —Antes ¿Qué? La monja retrocedió con perplejidad en su mirada y yo intente tocarle su habito. —No me toque, alma del demonio. El cuerpo me comenzó a arder con un calor que no sé cómo explicarlo. —Exijo ver a Patricia O Rigel ahora mismo, madre. Ella siguió retrocediendo hasta que se paró sobre su hábito, y cayó hacia atrás, comenzó a arrastrarse por el piso como si estuviera siendo atacada, vi miedo en su mirada, sabia cuanto me temía. —No tome ese crucifijo alma malvada, déjelo donde esta —me suplico con lágrimas en sus ojos. Levante el crucifijo y golpee con fuerza, hasta que dejo de moverse. Fui en busca de la mujer que juro en decir que mi vida iba hacer desgraciada, como la primera vez estaba sentada en su silla de ruedas junto al jardín, muchas personas de mente perturbada estaban a su alrededor, cogí por el respaldo de la silla y la deslice hasta la salida, saliendo por la puerta trasera del convento, la lleve hasta el auto y me aleje a kilómetros al norte, ella temblaba de miedo, mis manos aun iban marcadas con la sangre la monja, que ella miraba constantemente. — ¿Te cuento una historia Patricia? Tu mirada de miedo me pone excitada, no tienes la misma mirada que cuando

me dijiste que iba a morir en manos de tu hijo —reí como loca —sé que me temes, mira a tu alrededor, solo hay árboles y maleza, estas completamente desprotegida —a cada palabra reía como si estuviera perdiendo la razón. —No estás bien hija, y es una lástima. Tengo muchos más años que tú y mi corazón está repleto de odio por todo, pero aun en medio de todo lo que siento, hay amor para mis hijos… —Yo fui feliz —iba conduciendo a toda velocidad, pero mi mirada estaba puesta en sus ojos claros y transparentes —Pero como el amor es una ilusión, también la felicidad es una ilusión, y esa ilusión está enterrada y olvidada. —Mucha gente se miente a sí misma, diciendo que la felicidad y la ilusión que un día tuvo está muerta, pero no es verdad, ni yo que ahora soy nada, una mujer que no se puede valer sola, pendo de esta silla de ruedas ahora y aunque parezca amargada y frágil, me siento viva y con ganas de seguir viviendo jovencita. Frente a nosotros apareció una entrada bien marcada en medio del bosque, a Patricia se le empalideció el rostro y me miro con resignación. —Lo que piensas hacer conmigo hazlo pronto Matilde —grito Detuve el auto detrás de unos matorrales, no llevaba un arma en la cajuela y mi intención tampoco era sacarla y descargarla en la cabeza de la mujer. Lo que buscaba era otra cosa que la hiciera pagar por sus palabras al conocerme.

—Morirás de frio y hambre maldita vieja, este será el peor castigo para tus hijos… jamás volverán a saber nada de ti —miré a mi alrededor, apenas si se escuchaba uno que otro cantar de los pájaros, estaba totalmente sombrío aquel lugar, era perfecto para abandonarla y así lo hice—. Quiero ver a tu hija Vela sufriendo tu perdida. —No te pierdas Matilde —grito desde la distancia — Eres buena —dijo después, fue lo último que escuche antes de internarme de nuevo al asfalto. Conduje directo a la mansión y no tarde en estar allá. — ¿En realidad eres tú? —Dijo inclinándose un poco para verme de cerca –Pensé que no volverías, cuando Anselmo se comunicó conmigo para informar que habías partido sin avisar no pensé que tu regreso fuera tan próximo, y mucho menos que volvieras al lugar donde te hemos tratado tan…, —dejo la frase en el aire —No sé cómo decirlo para que se escuche fenomenal —carcajeo — ¿eres tonta o de verdad eres inteligente? —Quiero volver hacer una de las tuyas. Se quedó estupefacta al escuchar decirme tal cosa. —Te di la oportunidad de ser no más una mujer de la mala vida, y la desaprovechaste Matilde. ¿Por qué regresaste? —Se detuvo a mirar la caja que sostenía en mis manos — ¿qué es eso? —lo intento tocar con la yema de los dedos cuando me retrocedí celosamente. —Es lo que tengo ahora Clara. Todo lo que tengo. — ¿Has robado al gobernador? —dio varios pasos atrás y no volvió, a insistir, en querer saber lo que venía dentro

—Como comprenderás no depende de mí que te quedes, pero lo intentare con una condición. — ¿Qué condición? Se acerco y susurro a mi oído. —No te preocupes no es eso lo que busco, Clara. Tu condición será respetada. No podía creer lo que sus oídos escuchaban. —Vamos al recinto. Sígueme por favor. Seguí sus pasos hasta que los detuvimos, en el mismo pasillo tenue, que antes había trajinado. — ¿Tendré la misma habitación que antes? Me miro y asintió —Como no esperaba vuestra visita, no lo he mando a pulir. Puedo asegurar que se encuentra tal cual lo dejasteis, y si necesita ser aseado con gusto lo harán. Caminamos hasta mi puerta y nos detuvimos frente a ella antes de entrar. —En cuanto veas a Marcelo dile que estoy aquí. —Recuerda el trato que hicimos. —Porque no decir tu condición para quedarme —Clara había cambiado su rostro a un temple duro —tranquila, pienso respetarlo —le alenté. Me miro por última vez y se marchó.

La primera que vino a visitarme fue Bianca, estaba demacrada y desencajada. —Te imaginé feliz al lado del gobernador, nunca pensé volver a visitar esta habitación y verte aquí otra vez sentada frente a mí. —Yo tampoco pensé verme otra vez en medio de estas pálidas paredes de concreto. Sin embargo, soy presa de mi propio destino otra vez. Muchas veces la imaginación me transformo en una mujer feliz, ha pasado el tiempo y solo he visto el duro sendero por el que la vida me ha llevado, un día quizá y vea la luz que tanto deseo —lleve mi mano y la pose junto a la mano fría de Bianca, quien la recibió con ternura y apogeo, presione un poco su muñeca y asentí a mis propias palabras, palabras que tenían un sonido seco y repetitivo. La vida ahora iba a ser diferente para mí, ya no tenía el mismo sentido que cuando mantenía la esperanza de ver un día a mi padre sentado bajo el árbol de amate sosteniendo una sonrisa pudorosa en sus labios, todo se había resumido a una soledad inaudita que se preparaba a acompañarme como mi única y verdadera compañera de viaje, un viaje que no pensaba prolongar por muchos años. Sentía mi final tan cerca que podía oler la tierra que cubría mi cuerpo convertido en el bagazo de algún fruto que termina su ciclo de vida. —Las cosas mejoraran —se limitó a decir Bianca con la mirada perdida en sus propios pensamientos. Tramaba algo que desconocía, pero por su expresión podría tratarse de algo horroroso. —Tu que viviste en casa del viejo gobernador, tuviste que conocer sus secretos de los cuales podrías vivir —fruncí el ceño, no entendía a que venía tal comentario, se puso de pie y exclamo —Los secretos son

como una planta que crece y que si se sabe cuidar puede dar muchos frutos con el tiempo —se me acerco con cautela —Dicen que el gobernador tiene un secreto —me susurro y volvió a alejarse —Deberías aprovecharlos, olvida este lugar —lo señalo como si sus días estuvieran próximos a terminar ahí —Podrías contarme esos secretos —sus ojos se tornaron grandes y muy destellantes —Estoy segura que yo si los aprovecharía. — ¿Qué te pasa? —Solo pienso que no debiste volver —sonó como un fuerte reproche. Había cambiado, ya no era la misma que había conocido antes —No tendrás ahora la misma suerte que se te dio la primera vez, el rumor de tu matrimonio rompió barreras, aunque quiso mantenerse en secreto, tus antiguos clientes saben que ya no eres la misma —me miraba cual fuera mi enemiga y mi rival. —No comprendo lo… —Guarda silencio ahora —llevo el dedo a sus labios y me hiso el ademan del silencio —Diré todo lo que me he tragado durante todos estos días de tu prospera felicidad. —No voy a escucharte más —me reúse —Sal de mi habitación en seguida —la puerta estaba entreabierta, se aproximó y cerro de golpe. —Me escucharas Matilde, ahora lo harás, desde que te conocí odie verte, odie escuchar las palabras de alago a tu belleza que todos notaban, odie el hecho que Aníbal mantuviera preferencias contigo. Lo turbaste con tu belleza y lo hiciste hacer lo que se te vino en gana —estaba completamente equivocada al pensar que era Clara la que peleaba el amor de Aníbal —Yo también fui joven y esbelta

como tú, fui tan hermosa que pude conseguir al hombre que quise, pero a la vez tan tonta que deje partir al hombre que me amo, por amor a una maldita carrera —sus mejillas se dilataron —pero todo este dolor terminara pronto, mantenía la esperanza que fueras tú la que me ayudara a salir de este lugar,… pero no, no más saliste y viviste tus días de gloria, viviendo una vida de mujer fina y millonaria —sonrió entre llanto, con una carcajada burlona —Y me olvidaste, te convertí en mi única esperanza de salir y ver la luz del claro sol y me habéis fallado. Has convertido mi vida en un infierno absoluto —golpeo con fuerza mi gran espejo de pared, saliendo los pedazos dispersos por el aire, hubieron unos cuantos que se quedaron sobre el tocador, eran los que más enteros estaban, se abalanzó sobre uno de ellos y me lo mostro, en el reflejo pude ver mi rostro entumido y pálido por el horror, el color se había marchado y me había embargado el miedo más profundo que jamás había sentido, fue entonces cuando descubrí que sentía miedo a la muerte, mire con premura el botón blanco que descansaba en la pared, Bianca siguió mi mirada y también clavo la vista en él. Desestimo con la cabeza y dijo —No podrás hacerlo, ya es muy tarde para hacer tal maniobra — habría presionado el vidrio y el material agudo le corto la palma de la mano ensangrentándolo todo —Estas ahí tal como soñaba verte, muerta de miedo, si —levanto el pedazo de espejo hacia mí —Tienes mucho miedo.— Una sombra surco la puerta por abajo y se movió con precisión de un costado a otro, la puerta se abrió de golpe y el cuerpo de Bianca cayó a un costado de mi cama con una herida de bala que atravesó su espalda y salió por su pecho. — ¿Qué has hecho? —Grite enloquecida —La habéis matado —aun sus últimos suspiros salían de su cuerpo.

—Ven acércate —dijo tan solo con un suave murmullo que salió de sus labios —No quería hacerte daño, mi deseo era ser libre —trago saliva —Y ahora estoy a punto de dejar este encierro para siempre. —Por favor no hables, vendrán ayudarnos y te salvaremos Bianca, por favor no te vayas ahora. —todo se me volvía lúgubre y hostil. —Ya no sufriré más —dijo con tanta seguridad, ¡que convencida estaba que era la mejor salida para ser feliz! —No —dije entre lágrimas y un nudo en la garganta que cada vez la obstruía con tal facilidad que no podía evitar huir a ella— No puedes dejarme sola, NO —di el grito más fuerte que jamás había dado, grito en los cuales sientes vibrar las cuerdas bucales al contorno de tu cuello y escuchas como el eco de tu voz se pierde en los huecos abiertos de las paredes. Sus ojos se cerraron y el rojo de la sangre la envolvió casi por completo, era eso la vida, un soplo, una nube que es arrastrada por la corriente del fuerte viento, la vida es lo que muchos dicen un pequeño gramo de oxigeno que se pierde en nuestros pulmones y cuando venimos a pensar se ha marchado y nos ha dejado un enorme vacío, un vacío que no podemos llenar con nada por incontables intentos que se hagan, el dolor y la tristeza se apodera de nuestros cuerpos sentimentales y débiles, como la luz de una luna de verano en medio de una espesa cortina de nubes que amenazan con ocultarla por completo. Me vi sola en medio de una escena macabra como la de mi pobre madre, impotente y rodeada de miedos que se esforzaban por consumirme. Sentí como alguien acariciaba mis fríos pies, y el golpe de sus manos se fue hasta mis mejillas.

— ¿Estas bien? —me pregunto, era él, era Aníbal quien me hablaba. Me desperté un poco desorientada y vi a mi alrededor, no había pasado nada todo seguía en orden. —Estoy bien —dije — ¿Soñabas una pesadilla? Vi por la cámara que algo no andaba bien contigo y vine a ver qué pasaba. Confirme que no podía odiarlo, aunque lo intentara, el despertaba en mí, una extraña sensación de tranquilidad cuando se me aproximaba, pero los vagos recuerdos de mi madre se interponían entre nosotros. No podía entender aquel sentimiento, no era algo normal lo que me pasaba al tenerlo cerca. —Era eso, una pesadilla nada más. —Me gustaría que me la contaras, así olvidas un poco ese mal momento. Doble la mirada, y la arrastre por el frio del piso. Un silencio me embargo en una larga espera, hasta que en medio de un torbellino de ideas dije: —Los sueños solo son la fuerza de la impotencia que se encaja en medio de la nada. Si fuera más fuerte, y un poco más inteligente, no viviera lo que ahora estoy viviendo. — ¿Por qué regresaste si ya eras libre? Tener la respuesta adecuada a la pregunta inoportuna no siempre era mi fuerte, las mentiras se me desmoronaban por más que las cuidara de no rodar junto a ellas.

—No podía estar lejos de ti, cuando te tengo cerca me pasa algo que no sé cómo explicar —me encontraba tirada como un trapo viejo sobre las sábanas blancas de la cama, él había dejado perder los codos sobre el colchón, quedando frente a mí, casi podía sentir claramente el aliento temeroso que salía de su boca, mientras se aproximaba un calor inmenso se apoderaba de mi razón y nublaba hasta los claros pensamiento, que parecían nunca se perderían y se apartarían de mi lado, no lograba movilidad en mis músculos, solo quería inhalar el olor de su loción, rogaba a Dios que se me alejara, comprendía al fin que no iba a poder resistirme a abrazarlo, cuando creí no poder controlar la situación, me mire a mí misma en un claro de lucidez y me levante en seguida. — ¿Pasa algo? —dijo —Pasa algo extraño en mi —respondí —No puedo permitir que te me acerques. Me había demostrado a mí misma que había logrado atraer la atención de Aníbal, fue un esfuerzo al final con un buen resultado, tome impulso y suspire profundamente con ánimos de grandeza, él se me aproximo por la espalda y me tomo de los hombros. —Me he enamorado de ti Matilde —exclamo Sentí dentro de mí un regocijo desigual, no espere nada de esto en mi regreso, el tiempo me premiaba con aquel regalo que siempre quise contar, aunque todo ya no tenía el sentido que hubiera podido tener al principio, mi corazón ya no tenía amor para dar, ni quedaba espacio para recibir ningún sentimiento a cambio, el odia me consumía como el fuego a la zarza, pero escucharlo arrojar esas palabras me volvía sínica y maliciosa ante él. Es tan hermoso cuando

consigues lo que tanto deseas, cuando por fin lo tienes ya no lo quieres, deseas otro capricho más grande y más estúpido que el primero que creías nunca conseguir. —Pídeme lo que quieras y te lo daré Matilde —continuo —pero dime que tú también me amas —como una gata a su amo me adose a su cuerpo que temblaba de ese extraño amor y gratitud que estaba sintiendo sin medida. —Por ahora no se me antoja nada Aníbal, pero pronto mis deseos despertaran y tienes que prepararte para escucharlos y cumplir cada uno de ellos —con delicadeza le acaricie sus mejillas —me invadió otra vez aquel sentimiento que no sabría cómo explicar, solo puedo decir que en mi garganta sentí un nudo que me obstruía, y sentí ganas de llorar, y no podía darme el lujo en aquel momento de echar todo a perder, inhale con fuerza y me sentí aliviada —Ahora quiero estar sola —en mis labios se dibujó una sonrisa inocente, que duro mientras su mirada se cruzó con la mía. —Te dejare sola un momento, pero regresare a verte más tarde. —Está bien, te espero más tarde. —Nunca debí de entregarte al gobernador —se paró, volvió a mí y me dio un beso en la frente –Pero ahora que has regresado no te dejare ir otra vez. —Maldito —dije entre si mientras lo veía alejarse por el pasillo. ¿Sera que volveré a soñar como cuando era una joven inocente? O esos tiempos han muerto y se han marchitado para siempre, como una gota de agua en las tierras áridas

del desierto, ya no sé si seguir viviendo esta mentira o habrá llegado ya el momento de volver a poner mi mano sobre el arado y perderme en el sendero del cultivo; me hago daño el volver a recordar mi pasado, lucho por enterrarlo, pienso también que es muy pronto para olvidarlo. ¿Qué dirá esta carta que tengo en mis manos en este momento? Mamá habría abierto su corazón antes de morir, mi deseo por abrirla se volvía cada vez más obstinado. El ser humano se vuelve débil a la tentación y yo lo estoy comprobando, puedo ver a contraluz una corriente de letras, que corren de izquierda a derecha, como si fueran hormigas sin un rumbo donde ir. ¡Tendré que resistirme por esta vez! Si, lo soportare. Llaman a mi puerta, celosa por lo que puedan ver corro y escondo debajo del colchón el trozo de papel, voy al pomo y lo giro, y ahí estaba aquella joven que conocí antes de partir a casa del gobernador, era la que ahora me sustituía, se servía de los mejores hombres adinerados de la capital. — ¿Me permites pasar? —me pregunto con educación Asentí y entro, acomodándose en mi diván amarillo que tanto me gustaba. Examino mi habitación con una rápida mirada. — ¡Todo sigue igual que antes! —dijo —Nunca me visitaste mientras estuve aquí. —Tienes razón —asintió —Mientras tú estabas aquí nunca quise verte, reconozco que me caíste muy bien cuando te vi por primera vez, pero no me gusta hacerlo saber a la primera.

— ¿Es por eso tu visita ahora? —Es por eso Matilde… también disfruto al escuchar tu historia —suspiro satisfecha. — ¿Mi historia? —fruncí el ceño —Clara —pauso, me miro y vio sobre mi buro un retrato de mi padre que había traído de mi viaje — ¿Quién es él? Me aproxime y lo tome entre mis manos y lo lleve a mi regazo. —Es tu padre ¿Verdad? Le mire sin pestañar siquiera. —No tiene por qué negarlo —Su mirada era tan penetrante, que una sensación extraña recorrió todo mi cuerpo. Se fue acercando lentamente, hasta que pude sentir su aliento frio cerca de mí —déjame verlo. —No –respondí tajante y retrocedí en seguida. —Está bien, como gustes —se encogió de hombros y dio la vuelta. —Espera —me dio contuvo el paso —No te vayas — pedí. Volvió la mirada hacia mí y sonrió —Te ves muy elegante con ese vestido rojo —alague su atuendo de Channel. —Me lo regalo el gobernador.

Mi cara se llenó de asombro y ella lo noto casi en seguida. Dejo escapar una rápida sonrisa mientras se mordía los labios. —No es lo que piensas —corrigió tan pronto como pudo —Tú fuiste su esposa, yo… yo fui nada más su sirvienta, hasta aquel día en el que todo cambio, fui traída aquí, dijeron que en medio de estas paredes la vida era más generosa, nunca supe porque hasta que llegue aquí —pauso —Mi madre tal vez y no sepa dónde estoy ahora, pero un día saldré de aquí y volveré a verla, cuando eso pase seré rica, abre atrapado a un hombre viejo y millonario quizá. Si —afirmo con seguridad. —No será fácil salir de aquí, mírame a mi volví, cuando pensé que nunca lo volvería hacer. —Es por falta de coraje Matilde, te faltaron ganas de hacerlo. Nada se logra sin esfuerzo —había tanta verdad es sus palabras que no pude reusar a hacerlas mías completamente. — ¿saldrás esta noche? —pregunto cambiando la conversación. —No lo sé. —La tarde casi se posa sobre nosotras y los secretos de la oscuridad vuelven a resurgir, y con ellos, con ellos despierta mi verdad —bajo la cabeza con pesar —Pero es mi realidad, no la acepto, quizá nunca lo haga, pero aprenderé a vivir con ella. Estoy segura de que así será Matilde, tú más que nadie debería de saberlo. Por cierto, tu secreto también me salva a mí —me guiño el ojo. Cruzo la puerta y se marchó, sin darme la oportunidad de decir lo que pensaba en ese momento.

Como la visita de ella vinieron muchas, no creían que hubiera regresado después de todo lo que había pasado ahí dentro. Quiero pensar que regrese porque en realidad tengo un objetivo claro que cumplir, espero tanto no alejarme de él y sobre todo de no fallarme a mí misma. Mi reloj me aviso que la noche ya había caído con todo su esplendor, fui tan rápido como pude a la oficina de Clara, la encontré semidesnuda entre los brazos de Aníbal, no me quedan dudas de los traidores que son los hombres. Aníbal hacia unas horas me hablaba de amor y ahora apagaba su calor de su lujuria entre los brazos de otra, confieso que no me dolió verlo con ella, yo había despertado y no era la misma inocente que un día lo conoció y se enamoró de sus ojos azulados. —Perdón —enseguida di la vuelta. —Espera Matilde —dijo Clara a acomodándose la blusa —No te vayas niña. ¿Qué quieres? —No sé si estaba enfadada por mi intromisión, pero su timbre de voz sonó un poco duro como de costumbre. —Solo quería saber si… ¿Aun no hay trabajo para mí? —Aníbal aprovecho nuestra conversación para escapar tras mis espaldas. —Vez lo que provocas. Pero me alegra que lo hayas visto todo —jadeo —No pensé que… —JA —se fascino — ¿No pensaste que Aníbal aun me visitaba? Ese hombre muere por mí, tu eres joven y bella —se movió a mi alrededor en círculo cerrado —Pero yo

tengo el poder, de llevarlo a la gloria o mandarlo directo al infierno… no sé por qué y te cuento esto, no te interesa. —Sera ¿Por qué te regocijas con eso? —En este mundo hay que alardear de lo que se tiene Matilde —hizo un ademan, cual músico de violín arquea los brazos para conseguir la mejor nota sonora con su arquillo. —Ahora ya lo sabes, por más palabras bonitas que Aníbal lleve hasta tu oído, debes de negarte a creerlo, su mujer soy yo, eso asido así desde antes que tú llegaras. Tonta si crees que me lo puedes arrebatar, como arrancas las miradas en los hombres débiles, como el mismo gobernador. De pronto en medio de la conversación vi una interrogante dibujaba en su rostro y tuve miedo a saberla. —Entonces vuelvo a mi habitación, disculpa Clara el atrevimiento de venir hasta acá. — ¿Te vas cuando la conversación apenas se empieza a poner interesante? —Carcajeo —Esta bien, vete.

Capítulo 9

Camine por el pasillo y reflexione sobre las palabras de Clara, tenía razón, lo que no sabía es que en mi algo diferente pasaba. Apresure más el paso y me interne rápidamente en mi habitación, recordé que en medio de los hilos del colchón algo había escondido antes de irme. Ahí estaba tan doblado como lo deje aquella vez, su nombre estaba escrito en letras de carta, como un libro viejo «podré salir esta noche, tengo donde llegar, solo falta que él me conteste y me reciba como antes». Aquel era otro de mis grandes secretos. Un hombre, un hombre al que le debía mucho, levante el teléfono y marque los largos número que ya casi se borraban, sin embargo, a pesar de tanto repique, nadie contesto el teléfono, no quería parecer insistente, pero necesitaba tanto una copa de vino, que no pude resistir volver a intentarlo. En un claro del repique escuche su respiración. — ¿Arnulfo? —pregunte al silencio

—Arnulfo duerme señorita —dijo la voz de una mujer al otro lado del teléfono — ¿Quién le habla? Guarde tanto silencio que podía escuchar claramente el latido de mi corazón a lo lejos. ¿Se ha casado ya? Sonaba increíble para mí, pensé que sus anhelos eran otros, me había prometido tanto, es verdad que cuando lo conocí a la orilla de la playa, me deslumbro con su belleza, pero nunca menciono estar comprometido. Me había decepcionado, era evidente que por aquella noche me quedaría sola y aburrida contemplando el falso de mi techo y la pintura blanca de las paredes de mi habitación. — ¿Quién habla? —pregunto la voz de un hombre gruesa y aguda, pude reconocerla al instante, sin duda era él. — ¿Arnulfo? —Sí, soy yo… —Habla Matilde Alarcón, la protegida de… —Aníbal Bustamante —concluyo antes que mí. —Veo que no me has olvidado a un, y eso es bueno. —Aún sigo esperando que me aceptes una invitación a cenar, cuéntame de ti. ¿Estás en tu casa? —Invítame a cenar esta noche, y hablamos cuando estemos frente a frente —escuche el aire agitado de Arnulfo al escuchar mis palabras, no lo podía creer, me pregunto en varias ocasiones si lo que decía era cierto, cuando lo conocí me negué a salir con él, a pesar de tanta insistencia por su parte, y ahora estaba aceptando su salida la misma que yo proponía.

Quedamos de vernos en dos horas, en un restaurante de los más prestigiosos de la ciudad. Llegue pasado unos minutos. —Buenas noches señorita —extendió su brazo frente a mi tratando de impedir mi paso —Disculpe señorita, las mujeres como usted no son bienvenidas en este lugar. Ignore sus palabras y trate de guardar la educación. —Busco al señor Arnulfo —al hombre lo envolvió una sorpresa infinita. —Pensé que buscaba… —Creo que usted me está confundiendo con alguien más señor, le aseguro que es la primera vez que le visito. —Disculpe señorita mi intromisión —continuo —Pero como usted comprenderá, este es un lugar decente y su vestimenta no es la adecuada. Me detuve y le miré. El con el menú en la mano, también me lanzo una mirada de superioridad. No sé si podía engañarlo; tenía razón, el lugar lo había frecuentado muchas veces con varios hombres, comprendía que no había sido una buena idea citarlo en aquel lugar donde mi rostro estaba ceñido en las paredes y en la mente de los criados, como me gustaba llamarlos por simple malicia. —Soy una cliente más señor, sus palabras me ofenden. ¿Acaso quiere que vaya y hable a su superior del maltrato que he recibido de su parte?

—No señorita, no es necesario, mi jefe le dará la razón y usted lo sabe, pero mi opinión sobre las mujeres como usted no es buena. Pude haberle dicho muchas cosas, que le dolieran, pero me sentía humillada y no tenía ganas de seguir discutiendo. — ¿Pasa algo Matilde? —No Arnulfo, el señor no te ubicaba, era solo eso lo que discutíamos. —Ya te puedes retirar —ordeno Arnulfo con enfado. —Como usted ordene señor —replico el hombre. —Es un imbécil —añadió Arnulfo después que él se fue. De la mano de Arnulfo me desplace hasta la mesa que había reservado para los dos. Era tan intranquilo estar ahí sentada sonriendo sin querer, que sentía que los segundos demoraban en disolverse en el tiempo, traté de olvidar lo que había pasado y quise lucir tranquila y atenta. — ¡Luces siempre elegante Arnulfo! Por un momento creí que te habías casado. — ¡Reímos mucho con mi hermana! Fue ella quien contesto. Nuestras risas sonaron sonoras por el estrecho lugar, ganando la atención de los comensales (casi todos) que nos miraban de vez en cuando con discreción.

Me sentía un alma libre, donde por fin era yo misma, relajada y sin tomar ninguna importancia a lo que dirán a mis espaldas. Me había hartado de fingir una imagen seria y sumisa ante todos, por un momento olvide los meses tristes de mi vida. Entre risas y palabras banas llego un enviado del administrador del restaurante. —Disculpen jóvenes —se torcía como árbol abatido por el viento y con cara de vergüenza —manda a decir mi superior que bajen un poco el tono de su conversación, ya que están incomodando a los demás clientes —sonreía con discreción. Arnulfo lo ignoro todo el tiempo, yo apenas si le eche una ligera mirada y lo aleje con un ademan grosero. — ¿En que nos quedamos Matilde? —me pregunto mientras apenas si podía hablar sofocado por la risa que lo ahogaba. —Decía que… decía —me perdí en risas — ¡Oh, se me ha olvidado! —dije tomando un sorbo de mi bebida. Para entonces ya teníamos a dos guardaespaldas detrás de nosotros, que nos miraban con alucinación y enfado. Confieso que el licor estaba llegando a mi cabeza y los mareos comenzaban a aparecer con sigilo. — ¿Algo vuestro se os ha perdido en este lugar señores? —les pregunto Arnulfo. Fue entonces cuando uno le hizo una señal al otro, se aproximaron y lo tomaron a él por los brazos; en menos de un minuto ya estábamos a fuera haciendo alto a los taxis que pasaban por el lugar.

A la mañana siguiente recibí unas rosas preciosas que alegraron mi amanecer, no queda ninguna duda que venían de parte de él, pero me mataba la curiosidad por saber lo que decían aquellas dos líneas cruzadas en medio del trozo de papel blanco. “para la mujer más hermosa del mundo, Esta noche perdurara en mis pensamientos” Sonreí un poco confundida. —Los hombres de esta ciudad siguen babeando. ¿No es verdad querida Matilde? Claro que ya no como antes, la mayoría sabe de tu boda con el gobernador, y como tú comprenderás, tus clientes, bueno, a unos de tus clientes has dejado de importarles —dijo Clara a mis espaldas — pero no todo está perdido, le sigues interesando a Arnulth, es un joven de muy buenos intereses económicos, su madre está muerta y su padre en el extranjero, lo que de seguro lo hace sentir totalmente solo. ¿No crees? —Se plantó frente a mí —A ver, veremos que dice la nota —me la quito de un jalón —aumm, sin duda lo has enloquecido querida Matilde, es tu momento de volver a salir de estas paredes para casarte con él. Le mire con una desagradable mirada y adelante en paso. —Espera niña, aun no termino —dijo en tono desafiante —Es tu oportunidad de volver a salir con un rico millonario. Además, este es joven y guapo, no será difícil que te enamores de él. —Suéltame —me tire de su brazo —Nunca el dinero me ha interesado.

—Eres una estúpida. —Tú eres la estúpida, has vivido por años enamorada de un hombre que solo te ha utilizado, se ha servido de ti y no te das cuenta. Sabes perfectamente que Aníbal no te quiere y aun así le ruegas migajas de amor. Me soltó una fuerte bofetada. —Tampoco te ha querido a ti, y has cometido mí mismo error, porque, aunque me lo niegues, sigues enamorada de él. También te ha usado y no lo quieres ver, solo que tú, estas a tiempo de alejarte —bajo la barbilla —Yo, yo ya no soy más que una mujer con las ilusiones rotas y con un futuro que solo promete soledad y tristeza… —pauso — No quiero lo mismo para ti, entiende por favor —Sus palabras eran sinceras. Me lo dijo tan convencida que me hizo encontrar verdad en sus palabras. Ahora no se trataba solo de alejarme de Aníbal, sino más bien ella en realidad deseaba que yo encontrara mi camino, a veces pensaba que Clara ocultaba algo, un secreto que escondía celosamente de todos los demás, y que la mantenía cerca de aquel hombre que su vida le había destrozado en muchas formas, era por tal cosa, que se me hacía un nudo en la garganta antes de juzgarla, sin embargo, ella conmigo no tenía ningún reparo en avergonzarme y tratarme como si yo no supiera nada de la vida. Como si la ignorancia se hubiese apoderado de mí y no me fuera a soltar nunca, a pesar de saber comportarme, como una señorita de sociedad. Al anochecer los recuerdos me turbaban, era el rostro de mi padre que no me dejaba olvidarlo, cuando los problemas me emboscaban era su cara, la que contemplaba, en medio de una cortina de humo blanco, tan blanco que no sabría si

se pareciera a la nieve, prefiero pensar que se trataba de un mejor blanco, un color incomparable. Mamá también venía a mí, en vagos pensamientos repentinos, pero eran como lagos en mi cabeza, algo que no se quedaba para siempre, a mamá conseguía más rápido expulsarla de mi cabeza, pero papá era un recuerdo que no podía borrar, ni con los inventos frustrados que me inventaba para separarlos de mí. Pensar en ellos me enfermaba, llenaba mi corazón de odio y de resentimiento; cosa que solo dañan nuestra salud emocional, anhelaba tanto vivir sin ese rencor en mi corazón, sin embargo, hay cosas que, aunque se deseen con la pura fe de borrarlos, difícilmente salen de donde se incrustan, se comparan a una espina clavada en alguna parte de tu carne, duele cada vez que haces fricción con el suelo, o con cualquier otro objeto que la lastime. Sola no podía sanar mis heridas, las mantenía frescas, y cuando el coagulo comenzaba a ejercer su trabajo, llegaba y lo tiraba con fuerza para que la lesión volviera a sangrar, y así mantenerla viva y no olvidar porque estaba y había vuelto a ese lugar que tanto detestaba. Solo tenía dos culpables de la muerte de mis padres, y esos culpables los haría pagar cada lágrima que mis ojos habían derramado, en las noches oscuras que opacaban mi corazón. No paso mucho tiempo cuando llego una cita a mi habitación, al abrirla me di cuenta de que se trataba de aquel policía, que me entrevisto frente al cuerpo frio de mi madre. Era extraño pensar que me hubiera encontrado en un lugar de disfraces donde casi nadie sabía que existía, continúe leyendo la carta, levante la barbilla, a unos metros delante de mí estaba a quienes todos llamaban mi sustituta, me miraba de una forma extraña, como cuando alguien

sabe lo que el otro lee, no me detuve mucho tiempo a averiguarlo y seguí con la lectura, no había nada interesante en aquellas líneas, hablaba de la poca información que se había presentado para investigar el asesinato de mamá, y de lo imposible que era llevar a alguien a juicio, ya que simplemente no se encontró nada en la escena que pudiera ayudar a esclarecer el hecho, al final se disculpaba por no poder hacer más y se despedía de una forma cordial. “sí está leyendo esta nota después de tres meses de su redacción, el caso yace archivado, señorita Matilde” el sobre traía una nota anexa a la carta, era un documento con una grapa clavada al medio, para evitar que la vista curiosa de quien llevaba la correspondencia “para Matilde” supuse que también venia del agente, me temblaron las manos y el papel bolo por el aire. Mientras los días pasaban me estaba poniendo vieja y sentimental y hasta ellos me parecían cortos y grises. — ¡Te ayudo! —mi sustituta se inclinó y trajo hasta mi mano aquel papel. —Gracias —fue cortes creo. Fui a mi habitación y me dirigí a la cajita que guardaba de mi madre, ahí la deposité, no tenía ganas de leerla, por ahora solo quería recostarme, cerrar mis ojos y quedarme completamente dormida. Cuando desperté Marcelo velaba mis sueños. —Hasta cuando duermes te vez hermosa —adulo No sé si aún seguía dormida, cuando creí verlo sentado, ahí junto a mí, o también había sido parte de mi sueño, pero confieso que me pareció hermoso. Me estaba confundiendo con facilidad, no podía darme el lujo de volver a enamorarme como lo había hecho antes, mi

corazón volvía a palpitar como una vez lo hizo por Aníbal. No puedo permitir que mi corazón vuelva a renacer, he luchado mucho para mantenerlo en este estado “muerto” no puedo salir ahora con que ha comenzado a sentir y querer volver amar, sonaría un poco absurdo y podría ser hasta tonto, que una mujer con tantas historias vividas, vuelva a creer ciegamente en el amor, ese engaño solo lo pueden vivir los que no tienen el corazón tan marcado como el mío, pero yo ya viví esa etapa y nunca quiero repetirla, mucho menos con alguien que desde un principio no se dio, no… no sé si podría resistir una decepción más; tengo que cortar con estos pensamientos descontrolados, que no vienen más que a dañarme. En dentro de mis pésimos pensamientos papá a parece, en medio de una cortina de humo, asiente con la cabeza y me anima a levantarme de donde me encontraba derrumbada, con una lagrima que recorre mis mejillas y se pierde entre las sábanas blancas, trago saliva, tratando de no llorar a gritos, debo decir que es el único amor verdadero que he sentido, el único amor que ha traspasado fronteras «como te extraño papá» mire al techo imaginando el cielo en una noche oscura de marzo, donde las estrellas brillan con más fuerza, el cielo falso tranca el paso de mi mirada, sin embargo la imaginación es un don que no tiene límites, ni la distancia ni el tiempo la pueden opacar. Me veo ahí, ahí corriendo en medio de la maleza, papá me toma de la mano y me guía para que no tropiece, luego él me levanta y siento el golpe de viento azotando mi cara, casi húmeda por el frio que trae la noche, estas ahora donde debes estar, no podrá superar esto; me tomo del cuello y presiono mi garganta con fuerza, siento un nudo que obstaculiza mi respirar y no es por la presión de mis manos sobre ella, sino porque los recuerdos me hacen sucumbir con una sola gota de su

vestigio; con la fotografía de mis padres en las manos revivo todo mi pasado. En el mejor y pleno instante, me llaman a la puerta, son unos golpes suaves, tan discretos que apenas se distinguen, viene rompiendo el aire hasta que llegan a mis oídos y se quedan ahí, acompañándome. — ¿Quién? —pregunto, mientras con las yemas de los dedos me limpio los ojos. —Soy yo Caroline. No sabía quién era Caroline, pero su voz me sonó familiar. —Un momento por favor. Al abrir la puerta era ella “mi sustituta” quien me miraba clavada en mis ojos llorosos. — ¿No te importa si paso? — ¡Pasa! Me hace bien hablar con alguien en este momento. Examino mi habitación con el correr de una mirada rápidamente y turbulenta, guardo de pie apurada por un malestar de incomodidad y de desespero. Yo trataba de disimular mi dolor y parecía que todo se encontraba bien, para que ella no tuviera la tentación de preguntarse qué me pasaba, abrí mis manos en símbolo de pregunta, como diciendo ¿Qué pasa? Pero ella no dijo nada, solo se quedó mirándome como lo había hecho al entrar, sentía compasión de mi de eso podía estar segura.

—Sé que recibiste una carta hoy por la mañana —pauso un instante en el que solo nos miramos —También se, que es la causante de tu tristeza. Me han contado muchas historias… no sé cómo llamarlas, si buenas o malas, lo que si se, es que no eres la misma de la que ellos hablan, has perdido las ganas de vivir… te veo y me doy cuenta es tus fuerzas se han debilitado. —No las ganas de vivir —interrumpí abruptamente — Pero si, si las ganas de hacer las cosas, cuando la vida te quita lo que amas, ya no hay razón para seguirlo haciendo. El día que llegue aquí, traía algo por quien luchar, ahora no se, si existo o solo vivo en medio de un sueño, que trata de atraparme por el resto de mis días. ¿Entiendes ahora lo que digo? — Si me hablaras con transparencia entendería. ¡Tus acertijos son difíciles de entender! Pero creo que entiendo algo de todo esto. ¿Me puedo sentar? Asentí con la cabeza —Lo he escuchado de muchas bocas Matilde, pero no es lo mismo sabes, la gente…, la gente siempre quita o pone a la historia, no dudo que eso le da un poco de morbo a las cosas, pero hoy no estoy buscando morbo, estoy buscando verdad, y estoy segura de que en tus palabras las encontrare. Le mire, con los ojos humedecidos. Como se puede narrar mi historia, ¿Cómo se puede narrar un relato del que no quieres recordar? ¡Cuando duele recordarlo! —Discúlpame, no es el momento apropiado para relatarlo. Llegar el momento donde te aclarare todo lo que se dice de mi Caroline.

Me aproxime a ella y tome sus manos con las mías, estaban frías como escarcha, mis manos sentaban igual. Lo pensé muchísimo antes de hablar, era muy común que nuestras conversaciones fueran escuchadas, y desde mi desafortunado matrimonio con el gobernador, no sabía cómo se seguían manejando las cosas en aquella casa invisible, pero a la vez perdida. Quizá era bueno que narrara algunas vivencia poco convencionales que me pasaban: me manejaba Clara, ella era mi encargada, la que buscan los clientes, arma las citas y designa la chica que atenderá aquel cliente que acaba de conseguir, al igual como las modelos, tenemos nuestro rango, hay chicas que atienden a los que apenas pueden pagar, y estamos las que atendemos solo a empresarios muy poderosos y a muchos políticos del país, yo soy una de esas; somos instruidas desde que llegamos aquí, tenemos que mantener una dieta estricta, para poder mantener nuestros cuerpos y piernas largas y esbeltas, nuestro rostro es maquillado y tratado con mucho cuidado, es ahí donde la belleza se estanca y es el rostro lo que nuestros acreedores ven, al momento de amarrar el trato, nos convierten en unas reinas, sin embargo, hay otras que son las del rango bajo, ellas se paran en las avenidas con mucho tránsito y son cuidadas muy de cerca por los hombres de esta organización, las drogan y al final cuando ya no son útiles las matan, dejando sus cuerpo en el arroyo de una sucia cuneta o sobre el frio asfalto —Caroline me escuchaba con desmedida atención, apenas si se recordaba de pestañar. — ¡Entonces yo soy como tú! —Suspiro ella —Yo sé quién es el gobernador, como te lo dije la vez pasada. — ¿Cómo lo conoces? —me encontré sorprendida. —Sí, es un hombre con muchas inseguridades, regordete y un tanto pequeño, pero también es muy amable si se lo propone. Bueno, creo que eso tú lo has de saber mejor que yo, has vivido con él, y dormido a su lado. Como por años lo hizo su esposa, antes que tú.

—Sí, pero ella se fue y lo abandono, su divorcio salió antes de que él se casara conmigo—. Esperaba que me desmintiera, mientras yo sabía la verdad. —Lo que te dijeron no es verdad —afirmo con seguridad —Su esposa jamás salió de casa, si no fuera porque —dejo la frase en el aire —No importa ahora, lo importante es que tú eres libre, lograste estar lejos de esa familia. He pensado que no son normales, la gente normal no hace lo que ellos hacen —se contempló sus hermosas uñas. — ¿Quién eres tú en realidad? —le pregunte con asombro. —Me tengo que ir Matilde, en mi reloj casi está llegando la hora de salir —Se puso de pie y se aproximó a la puerta —Hablamos otro día Matilde, ahora no es un buen momento —y salió

Capítulo 10

Mientras las semanas seguían avanzando un sentimiento de nostalgia opacaba mi vida casi por completo, había visto como el mundo caía a pedazos a mí alrededor y yo sin poder hacer nada para revertir aquel efecto que me devastaba lentamente y me mandaba al final de mis días de gloria. Me había quedado reflexionando desde aquel día en el que Caroline dijo saber mi secreto, estaba llena de intriga, debo de confesar que me aterra eso que he guardado en mi corazón desde que llegue aquí. ¿Cómo poder explicar cuando todos se den cuenta? Haber mentido me costaría la vida, tenía que irme cuanto antes y dejarlo todo atrás, era mejor salir ilesa de todo que morir en medio de una batalla que nunca ganaría; no solo me enfrentaba a Aníbal sino a todo un poder. Pensando aquello mire mi buró, recordé enseguida que algo aguardaba bajo mi cama, baje de la cama enseguida, me puse en cuquillas y mire debajo…, la caja que había dejado aún se encontraba intacta esperando por mí.

Sin mirar a mi alrededor la saque y la puse sobre la cama, fue al baño y retire la loza que guardaba parte de aquel temible secreto, en la llave ya se reflejaba el paso del tiempo, había enmohecido, pero aun serbia. —Ha llegado el momento —pensé. La contraje contra mi pecho y corrí de nuevo a la caja. La llave había abierto a pesar de su deterioro; sonreí aliviada. — ¡Aquí esta! —Mi pase a la libertad —Ya no tiene caso vengarme, me iré lejos, iniciare una nueva vida intentando ser feliz. Solo había un problema para terminar, cambiar ese cheque me iba a traer contrariedades. Pensé antes de salir si lo hacía o lo dejaba devolviéndolo a su lugar. Como una mujer invencible tome mi cartera lo deposite dentro y salí de esa habitación que tantos secretos me sabia. Camine a pasos largos por el pasillo, llegue al aparcamiento sin ninguna novedad. Todo estaba despejado por completo. A mi regreso, no note nada extraño. Pero una extraña premonición me envolvió otra vez, en aquel instante no iba a detenerme a pensar de que se podía tratar, el dinero ya estaba listo en ese lugar seguro que había encontrado, solo esperaba la noche para salir y no regresar nunca más, eran horas las que me faltaban para lograrlo. Al caer la noche busque en mi buró la carta que mamá me había entregado al verme por última vez, la rescate, de aquel cajón olvidado y la estreche contra mi pecho, las palabras finales de mamá se encontraban plasmadas en ese pequeño trozo de papel como una flor en el desierto. Muchos recuerdos vinieron a mi mente al examinar aquella habitación que había visto mis lágrimas correr por mis mejillas. Tomé mi cartera y puse dentro la carta, todo había

terminado, cerraba el ciclo más amargo de mi vida, atrás quedaba mi venganza, atrás dejaba la idea que Clara había mandado matar a mis padres, el camino se abría ante mis pasos y yo estaba lista a recorrerlo sin mirar atrás. —Mi vida lejos de este lugar, será otra, podre mirar el mundo y perderme en su laberinto sin que nadie siga mis pasos para vigilarme —no podía creer que por fin el valor de abandonarlo todo estaba conmigo caminando a la par hombro a hombro. Mi despedida y mis pisadas encontraron el camino a la liberta. Abrí la puerta decidida a marcharme, ella estaba ahí frente a mí, un escalofrió corrió por mi cuerpo y el miedo se apodero de mis ojos. — ¿Vas a salir? —me pregunto ella. Trastabille en mi respuesta. —Si, saldré un momento. Me tomo del brazo y me hizo entrar nuevamente. —Antes de que te vayas Matilde tienes que hacerme un trabajo. Le mire con el miedo plasmado en mí. Temía haber sido descubierta, si se daban cuenta no iba a poder escapar y comenzaría a vivir los peores horrores, mis privilegios serian quitados y mi vida arrebatada por traición. Estaba aterrada, sobreviví por muchos años valiéndome de este secreto y ahora no sabía hasta donde Clara manejaba el tema.

—Lo dices como si me fuera para siempre —respondí tentando su inteligencia. —Todo podría pasar —contesto ella mirándome con asombro absoluto. Mi actitud confirmaba lo que ella sospechaba, con los parpados caídos y el ceño fruncido espere a lo que me tenía que decir. —Dime lo que quieres que haga y lo haré. Volvió a mirarme y de pronto escondió la mirada bajo la alfombra aterrillada sobre el piso. —Iras a la Colina del Norte —otra vez me miro y corrió con sigilo un vistazo en toda la habitación. —Salgo en seguida. — ¿No pondrás resistencia esta vez? —No tengo opción —dije a media voz. Tome mi cartera y dispuesta a salir en camine mis pasos. — ¿Hasta cuándo lo callaras Matilde? —sus palabras se derramaron sobre mi espalda. Detuve mi marcha sin saber si volverme a ella y preguntar a lo que se refería o alejarme sin mirar atrás. Había encontrado la mejor respuesta, esta vez la iba a ignorar. Acompañada por un chofer salí de la casa como lo había hecho la primera vez, el aparato de alta voz en el mismo lugar y en mi corazón el mismo miedo a perderlo todo. El

automóvil se alejó al norte, era un domingo con poco tráfico por la carretera, situación que favorecía mi arribo con aquel mi último cliente que conocería en ese mundo inerte y tétrico en el que me movía. —Hemos llegado señorita Matilde —dijo el chofer, nuestras miradas se encontraron en el retrovisor y se perdieron en sentidos contrarios —Sus ojos tienen el mismo miedo de la primera vez —ya lo había notado. — ¿Por qué se estacionan también esos dos autos a nuestros costados? —No lo sé señorita —miro con atención a nuestro alrededor— No entiendo. Este lugar no me gusta — balbuceo. Aquel lugar no era una residencial lujosa, ni un parque de diversiones en medio de la ciudad, más bien era una casa abandonada en medio de una curtida cortina de vigorosos árboles. —No puedo bajarme Romeo —dije sin fuerzas y con un nudo en la garganta —Siento que algo pesa dentro de mí en mi pecho. —Animo señorita, solo es algo habitual en su vida — quiso alentarme. —No es verdad, la hora a llegado…, lo siento dentro de mi —golpee mi pecho con el puño de la mano derecha. Iba vestida con aquel vestido rojo que el gobernador me había regalado, un maquillaje ligero y unos tacones grises que me hacía sentir elegante.

—Llego el momento señorita —dijo él a sabiendas de lo que iba a suceder —Baje por favor que tengo que marcharme ahora mismo. — ¿Me dejara sola en este lugar solitario? —Esa es la orden recibida señorita. Por favor baje ahora mismo. Mi camino había sido marcado ya. Tal vez no sucedería lo que había planeado durante las últimas semanas, o quizá estaba equivocada, sin embargo, no tenía el valor suficiente para averiguarlo, pero el deber me llamaba y tenía que salir a cumplir con el encargo, confiando en que no era un engaño de Clara. Baje despacio ajustando mi vestido al paso que daría, Romeo estaba a un lado de la puerta, el sol ya se había ocultado tan solo me iluminaban las luces de los autos y unos viejos faroles que adornaban la casa. Romeo cerró la puerta del auto cuando yo salí y dijo a mi oído: —Suerte… Al alejarse Romeo las puestas de ambos autos se abrieron, de una salió Marcelo atado de manos y del otro sacaron a Bianca de la misma forma. Los dientes me castañetearon y los pies me temblaron, sin duda alguna mi secreto se había develado y mis cómplices ahora eran cautivos de unos caudillos con armas largas. Todo terminaba aquí en medio de la nada. De pronto en medio de aquella escena cubierta de silencio otro auto interrumpió con estrepitoso frenazo.

Bajaron Clara y Aníbal, para entonces Marcelo y Bianca estaba de pie uno a mi derecha y el otro a mi izquierda. —Los tres ahora frente a mi —grito Aníbal. Clara traía un vestido negro y sobre su cabeza también un sombrero color negro. —Muy listos ¿no? —alzo la voz ella. Marcelo me miro. —Lo siento, no pude avisarte antes para que escaparas —se reprochó —Ya lo saben —dijo En el transcurso de mi vida siempre mis premoniciones han salido verdad y esta vez había decido no creer en ellas, y estaba aquí equivocada. Aníbal se me aproximo, levanto su mano y dejo caer sobre mi mejilla izquierda una fuerte bofetada. Las palabras no salieron de mi boca, esperaba que este final terminara ya antes que la luna saliera en el horizonte. —Me has engañado todo este tiempo, mejor dicho, los tres me han engañado. Su arma la traía en la mano, la levanto empuñándola con fuerza y disparo contra Bianca. Oculté mi boca con mis manos y la vi caer al sueño con su pecho cubierto de sangre. Tire mi cartera y con mis manos hundidas en nervios levante su cabeza. —Perdóname también a mí —dijo ella —No pudimos avisar antes que nosotros ya éramos cautivos de Aníbal. Matilde prefiero estar muerta que vivir en ese encierro, ya

no podía soportarlo, ese se convirtió en mi primer empleo después de egresar de la universidad. Y ahora solo quedará en una historia que no podrá contarse a nadie. —No digas nada por favor, no te esfuerces. Saldremos de esta —alenté. —Eso no pasara —dijo convencida —Estoy a punto de morir Matilde, si tu vives encárgate de que mi cuerpo no quede en este lugar…, Las palabras se comenzaron a perder y se miraba nada más el movimiento de sus labios ya moribundos, cerro los ojos cual recién nacido se queda dormido, mi secreto ya había cobrado una vida y aún faltaba la de Marcelo y la mía. Mi vida ahora ya no tenía ningún valor, nadie lloraría mi partida, pero la de Marcelo para mi valía más que todo el oro del mundo. Tome fuerzas y camine hacia Aníbal. —Ahora ya lo sabes —pausé sin poder detener las lágrimas— Quien mintió fui yo, ellos no tienen la culpa… deja ir a Marcelo te lo imploro, ten piedad de su vida. Alzo la mano y disparo a la pierna de Marcelo. —Confiamos en ti maldita traidora —exclamo Clara — Y nos hicisteis perderlo todo. —Te lo dije Clara, yo no soy como tú. Se que me mataran, mi final pende de una sola bala que carga esa pistola, por eso os contare como vi sus estúpidas caras — en ese momento Clara me bofeteo y yo solo sonreí —Por una conversación que escuche de ti con Aníbal me entere de los secretos de todos los políticos sucios de este país, hice hasta lo imposible para que todos los nombres que

vuestra boca pronuncio aparecieran en mi lista, así me guardaría de ellos y a cambio de sus secretos iban hacer llegar dinero a Aníbal, pero a mi jamás me iban a tocar y así lo jure. Todos los que te llamaban que deseaban verme era porque yo ya los había llamado y había pedido el favor de pagar una noche conmigo —mire a Marcelo y él en su agonía también me miro. — ¿Cómo no pude darme cuenta antes que esto sucedía? —Se preguntó Aníbal—. ¿Tú lo sabias verdad? — se dirigió a Marcelo. —Marcelo nunca lo supo —le interrumpí. —Claro que lo sabía —grito el gobernador saliendo de la camioneta —Fue un hermoso plan de ambos. No tenía ningún caso seguirlo negando. —Sabrás toda la verdad esta noche Aníbal —respondió Marcelo —Fui yo quien planeo todo lo que sucedió, no podía permitir que Matilde fuera una más —sucedió una pausa breve —Yo entregue a ella todos los lineamientos con los cuales íbamos a trabajar. —Ya que la gallina comenzó a cantar, haré algo frente a ti —increpo Aníbal —que será tu cruz de ahora en adelante. Rompió el paso y se me aproximo, sentí su aliento alcohólico sobre mi rostro. Comenzó a manosearme y metió su mano bajo mi vestido y con fuerza me tomo, me resistí muchas veces, pero él no paraba. —No lo hagas por favor —suplique.

Y ante los ojos atónitos de Clara comenzó a violarme de la manera más vil que un hombre puede hacer a una mujer. Mi virtud era ultrajada y echada por el hueco más hostil que nunca imagine. —Aníbal para, por favor —Clara grito —Ya no sigas. Sin resistir más me perdí en medio de la tierra que ensuciaba mi cuerpo, de mi cartera salió arrojada la carta que mi madre me había entregado antes de morir. Clara corrió a ella y la cogió con sus manos, de inmediato la abrió y mientras la leía grito con furia: —No, por favor que has hecho Aníbal —las lágrimas corrieron por su rostro como agua de un manantial. Se lanzo sobre aquella bestia que rasgaba mis vestiduras y me lo quitó de encima de un fuerte empujón —Ya no le has daño a mi niña por favor, es nuestra hija Aníbal—, es nuestra hija repetía hasta el cansancio —No ¿Cómo esto ha podido pasarnos con esta muchacha? No sabía si lo que pasaba a mí alrededor era real o solo era una vaga ilusión que se dibujaba frente a mí. Aníbal se levantó y tomo la carta. —Les regrese a su hija, la que a mi partida les arrebate y mira lo que han hecho con ella. Todos volvieron las miradas hacia atrás, a quien había considerado como mi madre por muchos años estaba ahí parada frente a nosotros, vestida elegantemente. — ¿Piedad? ¿Cómo nos has encontrado? —Clara estaba tan sorprendida como yo —Yo misma te mate con mis propias manos—. Te vi caer a mis pies.

—A quien mataste era nada más la cuidadora de la casa, el dinero que Virgilio me dio se terminó rápido y me toco mudarse a otro lugar. Error el tuyo al no fijarte bien en su rostro, fallaste como siempre lo hacías cuando trabajamos juntas Clara. Desaparecí con tu hija y ni cuenta te disté. —Te escabulliste como la rata que eres, no sabes el dolor que me has causado todos estos años —miro al cielo —¿Cómo pudiste hacerme esto? También la vendiste a ella como lo hiciste conmigo, eres una maldita Piedad. No podía entender nada, mi alma estaba tan cubierta con ese polvo arenoso que deseaba que aquella penuria terminara lo más pronto que fuera. Había vivido una mentira durante mi vida, mis padres no eran los que yo pensé, estaba a segundos de haber sido violada por mi padre con el salvajismo más cruel que se pueda imaginar y ahora escuchaba las verdades más amargas que nunca imagine escucharía. Forzando mi cuerpo a resistir me puse de pie, sangraba mucho, habían ensuciado mi cuerpo y mi espíritu. Camine lentamente hacia la mujer que me había criado envuelta en tantos prejuicios; la mujer que me había alejado de mi amiga María, la mujer que se había encargado que nadie se quedara conmigo porque todos los hombres le parecían malos, ahora entendía porque lo hacía. —¿Por qué? —le pregunte apartándome la sangre que brotaba de mi boca —¿por qué ser tan cruel con alguien que nunca te hizo nada? Ahora solo quería gritar al mundo cuanto me dolía por todo lo que estaba pasando, quería gritar que mi alma se estaba quemando y que ya no podía soportar más el dolor que me marcaba por dentro. Cada vez el cuerpo se me

aflojaba y las fuerzas me abandonaban; ansiaba tanto escuchar la explicación a todo mi sufrimiento. Piedad me miro sin ningún remordimiento. Aníbal quien ahora sabía que era mi padre me miraba desde unos cuantos pies con dolor en el corazón. Mi pasado y mi presente me martirizaban con sus miradas penetrantes. La noche avanzaba lentamente, los minutos parecían detenerse y por más que luchara mi dolor incrementaba, solo quedaba esperar lo que iba a suceder. —Nunca entendí porque de tu venganza, nunca entendí porque quisiste hacerme tanto daño —exclamo Clara. —Hace falta explicarlo Clara, hace falta decir que, a tu llegada, este hombre —dijo señalando a Aníbal —Perdió todo interés en mí y mostro devoción por ti. En la primera oportunidad quedaste embarazada y me condenaste al destierro de la cama de él —lo miro —Jure entonces que te haría pagar con el dolor más duro tu intromisión y lo logre. Cada vez que veía a la cara a tu hija, te veía a ti y me ensañaba más con ella. Me fui huyendo del dolor y la tristeza que me habías causado. Encontré a alguien que me apoyo y me dio un techo donde vivir. —¿Y los hijos que dijiste haber entregado a otras personas? —pregunte llorando. —Tonterías jamás existieron. Disfrutaba verte sufrir, porque sabía que tú a mi si me querías de verdad. Quien te crio como tu padre —prosiguió ella— tuve que dar veneno ese día que lo viste moribundo, ya no lo soportaba, lo que le di a tomar acabo su estómago hasta hacerlo morir.

Aníbal tomo del cinturón de uno de los guardaespaldas una pistola con premura y le apunto a Piedad directo a la cabeza, pero su listeza fue peor, metió la mano en su bolso y saco una pistola que descargo en la cabeza de aquel hombre, el cual cayó de inmediato desplomado al suelo moribundo. —Perdóname —dijo al morir mirando mis ojos. —Hija —Clara se dirigió a mi —Perdóname por todo el daño que te hice —dicha esas palabras se escucharon dos detonaciones de bala las cuales habían atravesado el cráneo de Clara, cayó sobre mí. No pude sostenerla ya que también yo estaba débil, me fui al suelo donde esperé mi final. —Te perdono —dije a su oído, aunque ya no pudo escucharme. —Señor gobernador ¿también usted ha sido invitado a este evento? —le dijo al gobernador. —Piedad por favor baje esa pistola. —Les teme a las armas, sin embargo, no le teme dar la orden para mandar matar un semejante ¿verdad? Ella se le fue acercando y él intentando escapar retrocediendo unos pasos y sin otra palabra de por medio descargo su ira sobre él. Solo quedaba con vida Marcelo, dos guardaespaldas y yo, que aun respiraba. —Tú serás la última en irte al infierno Matilde —dijo. —Mátame —suplique.

—¿Matarte? No, tú ya estas muerta en vida, con lo que tu propio padre te hizo es suficiente para morir lentamente. Pero tu amigo si morirá como los otros. Marcelo me miro por última vez, el miedo se había apoderado de él, los ojos de pie brillaban a la luz de los autos, brillaba la maldad dentro de ellos. —No por favor no lo mates te lo suplico. Cargo la pistola y sin pensar jalo el catillo, sin imaginar lo que pasaría esta vez. Uno de los guardaespaldas se armó de valor, saco su arma y la detono sobre ella. Como una mujer fuerte, se mantuvo de pie por unos segundos resistiendo a desplomarse sobre el césped. Pero hay cosas que no se pueden evitar y de morir no pudo escapar. Marcelo había sido liberado por uno de los que considerábamos enemigos. Recuerdo que entre los dos me llevaron hasta uno de los autos y me recostaron sobre el asiento trasero. Comprendí entonces que la vida puede terminar en un segundo. —Marcelo —busqué su mano y me adherí a ella — Marcelo —dije llorando. —No hables por favor Matilde —acaricio mi cabello y lo aparto de mi frente. —Tengo que hacerlo —dije haciendo mi último esfuerzo —Te agradezco por haberme ayudado estos años que viví a tu lado, moriré lo puedo sentir ya en mi cuerpo. —No morirás —me alentó él—. Señor vaya más rápido por favor —pidió —No sé cómo hacer para que la sangre

deje de brotar —estaba desesperado por mi salud —No me dejes por favor te lo suplico Matilde, no me dejes por favor. Ahora no puedes hacerlo. A lo lejos escuche sus últimas palabras, a lo lejos en la distancia.

—Hoy te traje esta flor Matilde, soy Marcelo. Marcelo logro liberar a todas las otras jóvenes que habían quedado en la mansión y siempre todos los meses de agradecimiento iban a la tumba de Matilde que había quedado cerca de la tumba de Bianca, les dejaban flores, flores blancas como las que Matilde tanto gustaba tener en su cuarto.