El Pergamino

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El pergamino... Rab Donald Descargo: Los personajes de Xena/Gabrielle/Argo están sujetos a derechos de autor. No se pretende infringir esos derechos. Tengo la impresión de que Ares y Hades llevan mucho tiempo entre nosotros. Como en todos mis relatos, nuestras dos heroínas están enamoradas. Porque así son las cosas. No hay sexo en este relato, así que nadie debería sentirse ofendido. En realidad, es muy sentimental, así que es posible que necesitéis algo para las náuseas. Aunque esto no tiene nada que ver con el relato, me gustaría decir que todas mis alabanzas son para Lucy y Renee, que son las que convierten el mejor programa de todos los tiempos en lo que es. Gracias, señoras. Como siempre, se agradecen TODOS los comentarios. [email protected] Título original: The Scroll... Copyright de la traducción: Atalía (c) 2011

Escribo esto a toda prisa, me temo que se me agota el tiempo. Soy Gabrielle, por cierto. Algunos me han llamado la Bardo de Potedaia, pero deseo que mi nombre sobreviva de una sola manera. Como la mejor amiga de Xena. Sé que habéis oído hablar de Xena, la Princesa Guerrera. Es importante que escriba esto ahora. Xena es la persona más hermosa, buena, cariñosa y generosa que he conocido en mi vida. Ésa es la Xena que debe ser recordada. Últimamente teníamos una relación muy estrecha: ella había relajado su estoicismo habitual y era la gloria de mi vida. Dejad que os cuente lo que me dijo hace muy poco. —Gabrielle, tengo miedo de morir. Me quedé asombrada, pero ella parecía hablar muy en serio. —No te preocupes por el Tártaro —le dije—. Tienes un corazón tan bondadoso que creo, sé que los Campos Elíseos son tu destino. Su expresión se hizo aún más intensa. —Cinco años, incluso cinco minutos en el Elíseo serían insoportables si tú no estuvieras allí a mi lado. Esto que me dijo mi guerrera tiene que ser el sonido más bonito del mundo.

Se me llenaron los ojos de lágrimas, y a Xena también. Nos besamos. Entonces intenté aligerar las cosas. —A lo mejor muero yo primero —dije, aunque sin la menor solemnidad. —¡No! —Esa única palabra transmitía una certeza absoluta. Xena me miró con esos increíbles ojos azules—. Nadie te hará daño jamás, Gabrielle. No lo permitiré. Y supe que Xena lo decía de corazón. ¿Y qué ocurrió? Ironías de la vida. He sellado mi propio sino al escoger la seta que no debía. Después de todos los señores de la guerra, monstruos y vulgares bandidos a los que nos hemos enfrentado juntas, ¡voy y me enveneno yo sola mientras preparo la cena! La cara que tenía Xena al marcharse es lo más desgarrador que he visto nunca. Sé que quería quedarse conmigo, pero también necesitaba hacer algo, cualquier cosa que le pareciera que pudiera ayudar. Sé que es inútil: la aldea más cercana está a medio día de distancia a caballo. Además, no hay garantía de que tengan un sanador con los conocimientos o los materiales adecuados para proporcionarme el antídoto. ¡Muerta por mi propia estupidez! Casi tiene gracia. Curiosamente, no me encuentro mal. Tengo la cabeza despejada, y creo que todavía tendría fuerzas para bajar hasta el río. Xena me lo ha prohibido. Sólo por escribir esto, estoy haciendo que el veneno se extienda más deprisa por mi organismo. Pero expresar mi amor por Xena es lo único que me preocupa, por ella y por la historia. Renunciaría con gusto a mi eternidad en el Elíseo con tal de pasar un día más en la Tierra con mi preciosa amiga. Mi Xena.

(En algún lugar del Monte Olimpo) —¡Maldita sea, Hades, haz tu trabajo! —El dios de la guerra estaba impaciente. —Ares, tu odio por Gabrielle es increíble. Sabes que Xena la ama por completo, y eso te pone celoso. No es nada bonito. —Escucha, Hades, en cuanto te hayas llevado a la mocosa, ¡Xena sera mía! No entiendo qué le ve a esa rubia molesta, pero sí sé que al ver muerta a esa escuchimizada Xena se volverá majara. —Ares, eres mi sobrino, pero me das asco —dijo Hades.

Pero el dios de la guerra seguía despotricando. —He decidido echarle la culpa a Ismio, un señor de la guerra de pacotilla como hay pocos. ¡Xena lo masacrará junto con su ejército con total facilidad! Y con la sed de sangre recuperada y sin la mocosa rubia para controlarla, ¡Xena, la mortífera Xena, volverá! —¿Has oído lo que ha dicho Gabrielle? ¡Está dispuesta a renunciar a su eternidad en el cielo por un solo día más con Xena! Es un sentimiento increíble. Yo tengo el poder de conceder ese deseo, Ares. Sabes que lo tengo. —Hades sonrió. —¡Ni hablar! ¡Nada de trucos! ¡Mi tío el sentimental! Sé que eres un admirador de Xena, ¡pero éste es mi plan! —gritó Ares con rabia.

(Amor verdadero) Incluso mientras obligaba a Argo a galopar con todas sus fuerzas, Xena sabía que era demasiado tarde. Un vacío, un agujero negro de soledad había caído de repente sobre ella. Estrechó el cuerpo sin vida de su bardo contra su propio cuerpo estremecido. Las lágrimas le chorreaban por la cara y no decía nada, sólo besaba con ternura la boca, las mejillas y la frente de su amada Gabrielle. Cuando Ares apareció ante ella, Xena levantó la vista y luego inmediatamente volvió a contemplar a su hermosa bardo. —Esto no ha sido un accidente, Xena. Yo he visto cómo ocurría. Gabrielle había cogido sólo setas comestibles, pero luego esa escoria de Ismio y un par de matones suyos las sustituyeron por las venenosas. La guerrera oyó las palabras, pero siguió acunando a su amor. —Tan preciosa, tan bella —lloraba suavemente. El dios de la guerra se puso furioso, pues se esperaba otra clase de reacción. —¡Se están riendo de ti, Xena! ¡Y de la mocosa de tu amiga! ¡Se están jactando de lo fácilmente que la han matado! La guerrera no le hacía ni caso. Estaba totalmente aturdida.

—¡Xena! —rugió Ares—. Si no masacras a estos cerdos, si no los matas como se merecen, entonces es que no amabas de verdad a Gabrielle. De repente, Xena soltó un gritito. Unos brillantes ojos verdes la miraban a su vez. Gabrielle se puso en pie y se acercó rápidamente a Ares. —¡Jamás vuelvas a atormentar a mi Xena! O te las tendrás que ver conmigo. La bardo blandió entonces su vara con todas sus fuerzas y la estampó contra la cara de Ares. Éste se quedó petrificado. Se quedó ahí plantado un momento y luego se desvaneció. Xena y Gabrielle cayeron la una en brazos de la otra y se abrazaron como si no se fueran a soltar jamás.

(De nuevo en el Olimpo) Ares se frotaba la nariz con cuidado. Estaba horrorizado. Hades se reía a carcajadas. —Ya sabes que admiro a Xena. Ahora también soy un gran admirador de Gabrielle. —Sonrió con aire burlón. —¡Me ha atizado y no he podido impedírselo! —Ares no daba crédito. —Sí, ya lo he visto. ¡Gran espectáculo! —dijo Hades. Ares se enfureció de golpe. —¡Has sido tú! ¡Le has concedido a la mocosa ese estúpido deseo que tenía! —Entonces sonrió —. Pero me has hecho un favor, Hades. Gabrielle debe morir dentro de veinticuatro horas. Ésa es una norma que tú no puedes desobedecer. Y al ver a su preciosa amiga fallecer dos veces en un solo día, ¡¡Xena se volverá loca de verdad!! Hades siguió sonriendo. —Sólo hay un problema. Yo no he concedido ese deseo. Me lo planteé, pero no, no he interferido de ningún modo. Ares sacudió la cabeza.

—¿Esa escuchimizada no sólo vuelve a la vida, sino que además casi desfigura mi apuesto rostro? ¡Imposible! ¡No hay poder en el Olimpo capaz de que consiga hacer eso! —El problema que tienes, Ares, es que siempre subestimas la fuerza más poderosa que existe. El amor —dijo Hades—. Y el amor que hay entre Xena y Gabrielle es el más poderoso de todos.

FIN