El Negocio de la Fe

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JUAN GONZALO

EL NEGOCIO DE LA FE

mr • ediciones

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Ilustraciones de interior: archivo personal del autor Primera edición: marzo de 2005 Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin permiso previo del editor. Todos los derechos reservados. ©2005, Juan Gonzalo © 2005, Ediciones Martínez Roca, S.A. Paseo de Recoletos, 4. 28001 Madrid www.mrediciones.com ISBN: 84-270-3081-9 Depósito legal: M. 7.005-2005 Fotocomposición: J.A. Diseño Editorial, S.L. Impresión: Brosmac, S.L. Impreso en España-Printed in Spain

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ÍNDICE INTRODUCCIÓN………………………………….. 6 LAS PIEZAS DEL PUZZLE…………………………. 14 PIEZA A PIEZA……………………………………. 30 HISTORIAS DE LA VIDA REAL…………………….. 32 DON PEPE. EL CONSTRUCTOR………………….. 33 E. S LA FAMA CUESTA…………………………… 40 J. S. SOBREVIVIRÉ………………………………. 45 S. M. LA NATURALEZA ES EXTRAÑA……………. 49 A LA «CASA» DEL BRUJO……………………….. 53 M. G. No PUEDO NI SALIR A LA CALLE………….. 57 S. M. EN BUSCA DE UN MARIDO………………… 61 D. G. Y J. F. SABOR LATINO…………………….. 66 T. T. EL MARIDO DE LA DIVA…………………….. 71 B. B. LA PRESENTADORA DE TV……………….. 76 M.P. EL DEMONIO SEXUAL………………………. 79 S. M. ZAPATOS CON CORTESÍA…………………. 83 M. P. EL SUEÑO DE MERCEDES………………… 86 C. G. ¿Es UN BUEN NEGOCIO CASARME? ……... 89 COMPONIENDO EL PUZZLE………………………. 93 UN REVÉS CONVERTIDO EN VICTORIA…………… 143 LA PISTA DEL DINERO……………………………. 158 CONCLUSIONES………………………………….. 165 GLOSARIO…………………………………….. 169

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Dedico este libro a la verdad, para que ella me haga libre de los demonios que me atormentan. A mi Pariente por su amistad y al Nene por su apoyo.

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INTRODUCCIÓN Comencé a escribir este libro en un día lluvioso y gris, de esos que nos parecen melancólicos y tristes, que nos llevan a recordar cosas pasadas con especial añoranza, y nos hacen pensar que las cosas más simples de la vida son trascendentales. La verdad, ya estaba exhausto, tenía que parar la investigación, pues me estaba consumiendo. Temía enfermar, mentalmente me sentía incapaz de dar un paso más. Cada vez que tenía que acudir a una sesión de espiritismo, a una nueva tienda esotérica, a algún evento social, o responder a alguna llamada telefónica o citarme con algún cliente me faltaban las fuerzas para seguir soportando tanta falsedad y tanta perversión. La presión psicológica cuando se trabaja con cámara oculta tiene un efecto de desgaste, y es acumulativo. Cada vez que tienes que grabar algo no puedes dejar de pensar que pueden pillarte, y ése es el final de cualquier trabajo clandestino: ser descubierto. Y eso sin contar con la reacción del individuo filmado, riesgo que crece cuando estás dentro de un piso perdido en Madrid, Valencia o Barcelona con un africano, venezolano o cubano, a veces corpulento, y rodeado de cuchillos rituales, y en muchos casos con más de un ayudante, o cuando te enfrentas a una denuncia por violar la intimidad de un vidente, del que sabes que es un estafador, pero aún no has conseguido probarlo. Cuanto más tiempo pasaba, y más se alargaba esta aventura, el riesgo aumentaba. La sorpresa inicial que juega a nuestro favor desaparece y una pregunta indiscreta en exceso, un movimiento no calculado o la temeridad de alguien o el bajar la guardia ante el propio cansancio puede llevarte al fracaso. Otra dificultad añadida es el tener que asumir una personalidad ficticia, ajena en muchos aspectos a nuestra propia manera de ser. Es

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preciso mantener con coherencia y firmeza un personaje al que te acabas habituando, pero que nada tiene que ver con la propia personalidad. Mi esposa no entendía muy bien estas explicaciones, como tampoco comprendía qué clase de artículo estaba escribiendo sobre esas «cosas raras» que llevaba en los últimos tiempos a casa. Esta, que es la parte más importante de cualquier investigación de estas características, no se aprende en la escuela ni en cursos intensivos en ninguna academia. La veracidad del personaje y la consecución de su fin dependen, casi por entero, de la suspicacia y talento de quien lo asume, aunque una buena dosis del resultado final depende de factores ajenos que no controlamos nosotros y que suman más presión a este tipo de trabajo periodístico. Aun así, y por mucho empeño que se le ponga, todo puede fracasar en cuestión de segundos. Esta investigación es la más difícil que he hecho durante todos mis años de dedicación al periodismo. Decidí rebelarme y plasmar, con la máxima cordura, todo el desbarajuste de material que había acumulado, y así comenzar la parte final de esta pesquisa: enfrentar a sus protagonistas con la verdad y con la opinión de los lectores, que serán los jueces implacables, y podrán conocer a quienes mancillan las creencias más loables. Ésa es la única manera en la que me sentiré resarcido después de tanto esfuerzo. Sinceramente, en un primer momento creí que todo sería más simple, que iba a ser cuestión de pocos días, pero a medida que iba avanzando en la investigación me daba cuenta de que se alejaban las metas y que me perdía en vericuetos que no conducían a nada. Sencillamente opté por dejar que las cosas ocurrieran, y de la primera estrategia, que consistía en indagar desde fuera, pasé a algo más agresivo y peligroso. Con la inestimable ayuda de amigos, trazamos un plan riguroso de infiltración para llegar hasta el fondo de todo este embrollo. En definitiva, este libro trata de eso: de la verdad del mercado esotérico, de su realidad al desnudo.

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Durante un año busqué entre santeros y videntes algo que pocas veces encontré: comprensión y amor. Pero sólo di con odios, rencillas, denuncias, estafas y, sobre todo, dinero, mucho dinero. Ese negocio de la fe extorsiona y exprime al creyente que quiere resolver un problema para el que no ve otra salida que confiar en la espiritualidad y el buen propósito de las religiones. Cuando acude, muchas veces en situación desesperada, a pedir ayuda es, exactamente, cuando cae en estas redes de mafiosos sin escrúpulos. De todo esto trata esta obra de investigación, que pretende mostrar en sus páginas los entresijos de las tiendas de milagros, los productos salvadores y, cómo no, de charlatanes y videntes desalmados faltos de moral y ética. El negocio de la fe es un trabajo de investigación que ha resultado ser verdaderamente difícil. Lo realicé de forma paciente y clandestina, con un esfuerzo sobrehumano para actuar desde dentro, como uno más, interpretando el papel de malo, queriendo ser bueno y aceptando lo que había condenado siempre abiertamente, viendo despedazarse día a día la idílica idea que poseía del misticismo y de la espiritualidad, la misma que dicen profesar y divulgar aquellos a los que investigué. Sintiendo, desde muy cerca, cómo se prostituyen las creencias más puras, creencias que van desde el espiritismo más tradicional o la santería más genuina, hasta convertirse en algo que se distorsiona a conciencia, según convenga al traficante de fe, que quiere, por interés comercial, vender un determinado aceite milagroso, sin serlo, o promocionar unas velas que le sobran. Fui testigo en primera fila de cómo estos traficantes, sin remordimiento alguno, sin la más mínima piedad por el desespero y el desasosiego de quien acude a comprar, tratan al cliente, que para ellos sólo representa dinero. Los clientes son para estos comerciantes de fe la principal mercancía, ellos pagan enormes sumas por «trabajos» cuyos resultados nunca se conseguirán, y que suponen, con mucho, un coste infinitamente más elevado que los beneficios que se puedan obtener de la venta de cualquier otro artículo. Además, hay

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que tener en cuenta que aún es mayor el beneficio, ya que es dinero negro que no se declara. En este libro también trataremos las formas y el fondo de las creencias religiosas y analizaremos a los personajes que pretenden vivir de ellas antes de adentrarnos en la cruenta verdad de esta práctica, desde una óptica imparcial y prudente, sin hacer juicios de valor, ni sentencias definitivas, ya que esta tarea la tendrá que realizar el lector por sí mismo. Mi objetivo es abrir los ojos a quienes aún se encuentran sumergidos en estas redes y, además, prevenir a aquellos a los que aún se puede avisar del riesgo al que se exponen si recurren a estos traficantes de fe. Lo que sabía del mundo esotérico y lo que se vende en su publicidad nada tiene que ver con la realidad. Yo, ingenuamente, pensaba que en estos comercios primaba la ayuda y no el dinero, que se anteponía la virtud humana al lucro y la falsedad. Pensaba sinceramente que a las personas que acudían a un santero, vidente o palero a realizar una consulta, hacerse «limpiezas» o «trabajos» se las trataba como a ahijados o, incluso, como a alguien de la familia. Estaba convencido de que se charlaba de los temas más variados, con una buena dosis de cotilleo, pero no podía imaginar que los clientes recibían un trato frío y que se les dejaba bien claro que sólo representan dinero. No enseñan las religiones o creencias religiosas a ser mercader de fe, más bien condenan y castigan estas actitudes. Por ello es importante dejar claro que no es la creencia en sí misma la que se condena en esta investigación, sino a las personas que la manipulan y la distorsionan por afán de lucro, a los que se sirven de la fe del creyente para su beneficio. Contra estos maleantes, comerciantes de desgracia e infortunio es contra los que tenemos que luchar, a quienes se debe erradicar y a los que tenemos que denunciar haciendo uso de los muchos instrumentos legales de los que dispone el Estado de

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derecho, para que no se mancille el alma de las personas de buena fe y no quede impune lo que está tipificado como delito. Procuramos, y conseguimos, desenmascarar muchos de estos comercios de fe, y espero que la lectura de esta investigación haga replantearse a muchos seguir en el camino del engaño y resignarse a que tarde o temprano tendrán que acatar la justicia, ya sea divina o terrenal. El lector comprobará que al terminar este libro el tema será visto desde otra óptica. En esta obra se tratan los pormenores de los reclamos publicitarios engañosos, muchas veces avalados por seudofamosos que reciben beneficios, nada despreciables, por prestar su imagen al engaño. Ahondaremos en los productos más solicitados del mercado esotérico, desmitificando sus supuestas propiedades salvadoras. Nos adentraremos en las ilegalidades, reprochables y punibles, de estas prácticas deshonestas. Y trataremos historias reales como la vida misma, que bien pudieran estar protagonizadas por cualquiera de nosotros, pues tratan del amor y el desamor, la tristeza y la alegría. En definitiva, de la experiencia de esos clientes que son las víctimas de la extorsión de los falsos videntes y de los empresarios deshonestos del esoterismo. Durante un año, asistido por numerosas personas que han colaborado conscientemente con este proyecto editorial, fui orientando el rumbo de la investigación, que en ocasiones se perdía en extraños laberintos, que me hacían pensar que había algo de real y auténtico en el mundo del esoterismo. Pero siempre con el certero análisis de la información que conseguíamos lográbamos retomar el camino y no perdernos. Faltaría a la verdad si no contara que conocí a videntes honestos y santeros genuinos que compartían mis inquietudes y que fueron de

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gran ayuda para esta investigación, algunos de excepcional calidad humana y desvinculada del mundo comercial de la fe. ¿Será acaso que el comercio está en el lado opuesto de la espiritualidad? No soy yo quien ha de despejar esa duda, que muchos dan por afirmación, porque no tengo aún respuestas, y todo resulta más complejo de lo que pudiera parecer a simple vista. Reconozco que existen comercios esotéricos administrados con mesura, y que tratan de dar lo mejor de sí a quienes acuden a ellos. También hay personas creyentes que son víctimas a veces del propio mercado, de la agresividad de la oferta y la demanda de productos esotéricos. Por otra parte hay comerciantes que son engañados por otro comercio en el que confían, porque en el fondo tienen mucha fe y ven su negocio como una misión divina. El ser buena persona, creyente practicante del esoterismo y comerciante no está reñido, como tampoco lo está ser parte de este entramado social que es propio de la cultura e idiosincrasia de todos los pueblos del mundo, y que es incluso aceptable para algunos. Lo punible es el uso de la fe como manera de lucrarse sin escrúpulos a cualquier coste, de manera consciente, actuando al margen de la ley, cometiendo actos tan atroces como la profanación de tumbas, tráfico ilegal de animales y sacrificios crueles de indefensas palomas, gallos o chivos, venta engañosa de productos o vejaciones físicas a clientes. Esto es lo realmente condenable y moralmente inadmisible, es lo que tenemos que denunciar y contra lo que debemos luchar para conseguir erradicarlo. He vivido experiencias imborrables, personas de gran corazón que se han despojado de sus complejos, derrumbados por el dolor de un problema que les abruma, y que por ello te abren de par en par su alma, para que les hables o las ayudes de cualquier manera. A veces se contentan con escuchar un simple consejo. Se acercan con ansiedad, con sufrimiento indescriptible ante la muerte de un hijo, la pérdida del ser amado, la incapacidad de sacar a un familiar del

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consumo de la droga. Necesitan compartir con alguien la carga de su infelicidad y recurren a la magia atraídos por la publicidad de un comerciante de soluciones, o hartos del desamparo y la incomprensión de quienes los rodean, o simplemente por probar una alternativa, la que sea, para intentar liberarse de su aflicción. He presenciado cómo gente que presume públicamente de mucho abolengo hace cosas que destruirían su imagen irreparablemente, guiadas por un santero sin escrúpulos que sólo busca grandes cantidades de dinero. Me relacioné con personajes de esos que llaman famosos, que perseguían conseguir con la magia y la brujería lo que la vida les negaba y buscaban de forma mezquina la destrucción de un rival televisivo o mejorar su contrato. Se revelaban incontables confesiones sobre favores sexuales y deseos ocultos que nada tienen que ver con los objetivos y preceptos de las creencias afrocubanas, pero que constituyen un reclamo constante en la publicidad del mundo esotérico de manera irremediable, aunque todo ello carezca de sentido por su incompatibilidad con la espiritualidad que dicen profesar esos videntes y santeros. Famosos que hacen de la fe su particular negocio de adquisición de bienes puramente materiales, que ofrecen un cheque en blanco a cambio de un capricho, o simplemente una mezquina venganza. Un amigo me dijo una vez que el santero vivía de las miserias humanas. Esta investigación me demostró que, en efecto, es así en muchos casos. Pero, pese a ello, sé que ni la santería ni ninguna otra creencia son por naturaleza apología de la traición, el asesinato, la envidia y demás cosas que en público se niegan, pero que a la luz de una vela, en un altar, se confiesan como la única solución viable para alcanzar un fin. Espero alcanzar la comprensión de quienes se vean reflejados en este libro, desnudos de corazas, como son en realidad, y de aquellos que son víctimas de este gremio que se aprovecha de la fe. Deseo que sean desenmascarados los responsables de toda esta

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farsa, y puestos donde les corresponde. Y animo a quien por miedo, incomprensión o cualquier motivo siempre válido, aunque cuestionable, haya sufrido algún perjuicio del tráfico de fe, a ser valiente y a aportar su experiencia para acabar con esta lacra de la sociedad. Desafío a los santeros y comerciantes puestos en evidencia a que me maldigan, me hechicen de la mejor forma que sepan y que con sus más poderosos productos se rebelen contra mí. Pero, les advierto, soy inmune a baños de aceite, a perfumes con esencias de siete potencias y a velones de siete mechas. Deben darse mucha prisa porque mis pruebas estarán documentadas hasta los más mínimos detalles en los juzgados, avaladas por clientes engañados por ellos... Como si de un hechizo verdaderamente implacable se tratara, recaerá sobre ellos la justicia penal. No existe mejor remedio contra el negocio de la fe que la cordura y la incredulidad.

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LAS PIEZAS DEL PUZZLE Muchos pretenderán ver en el empleo en este libro de personajes del panorama rosa seudofamosos, políticos o empresarios un afán de publicidad y mercantilismo sin fundamento, movido, exclusivamente, por el deseo de vender más ejemplares. Nada más lejos de la realidad. Lo que me llevó a escribirlo después de haberlo meditado y medido con fría lógica fue, principalmente, el contar una realidad cotidiana desde la experiencia de aquellas personas que son referente para muchos, por su condición de famosos o por su responsabilidad política, por ser personas importantes, de éxito, que los demás vemos en la televisión, la radio, las revistas, y que incluso consideramos un modelo a seguir y hasta un estímulo para nuestra vida. Entonces descubrí que muchos de estos famosos, empresarios o políticos hacen de su particular forma de ver las cuestiones de fe un negocio mediante el cual desean lucrarse, ya sea profesionalmente o de cualquier otra manera. Muchos resultaron ser muy distintos de lo que parecen, y nada tienen de valioso para ser el referente de alguien o modelo de conducta de persona alguna. Además, por acudir a santeros y videntes desaprensivos también se convierten, aun sin quererlo, y muchas veces sin saberlo, en referente para otras personas que también quieren obtener éxitos y glamour. Es por esto por lo que me veo en la necesidad de contarlo, para alertar a quienes no son conscientes de esta realidad, para que tomen las medidas adecuadas para acabar con este entramado de mentiras. Deberían salir a defenderse para proteger a todos los que gracias a su reclamo publicitario acuden a las tiendas de videncia y santería razonando únicamente: «Tiene que ser buena, porque si tal o cual famoso acude seguro que lo es». El comerciante de fe conoce el potencial comercial de estos casos, lo explota y no tiene tapujos en decir: «Por aquí ha venido, o

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aquí acude, tal o cual famoso», porque sabe que con ello atraerá más clientes dispuestos a lo que sea para obtener lo que quieren, pagando lo que se pida. Cuenta con la subjetiva garantía de que el famoso televisivo de turno tiene éxito gracias al «trabajo» que el santero le ha realizado, por lo que abocan a las personas a seguir este camino y a caer en las redes de extorsión de los comercios de videncia y santería. Por supuesto que esa realidad está distorsionada, envuelta en glamour y colorido, adornada con dosis de hipocresía y verdades a medias. Por eso pensé que publicar las historias que hacen referencias a conocidos famosos sería la mejor manera de hacer comprender al gran público el engaño al que les someten estos traficantes de fe. Jamás se me hubiese ocurrido implicar a personas que solamente creen o acuden a la santería desde un ámbito privado y discretamente, que no lo pregonan, que no se aprovechan. A quienes aquí expongo, son aquellas personas que se alían con los comercios con el afán de conseguir que sus dueños se lucren gracias a su implicación, totalmente a sabiendas de lo que hacen, de pleno implicados en algo que no es sino una estafa. Y a los otros muchos, que son inconscientes de que son utilizados, y que lo ven como parte de su privacidad y no lo vinculan a nada negativo, quisiera recordarles que en España, aunque la población es plural en cuanto a creencias, la santería y la videncia tienen mala prensa debido a la distorsión informativa que se ha realizado a conciencia desde sectores a los que les interesa generalizar esta opinión de forma pública, y no es como en cualquier país latinoamericano o africano, donde ser creyentes de estas prácticas pasa por algo normal y cotidiano. Además, agrego que muchos seudofamosos, cuando no tienen nada que ventilar en televisión de su vida privada, se llegan a inventar historias relacionadas con santería o similares para que el toque exótico les ayude a crear expectativas y a vender mejor sus pretendidas noticias. También es verdad que grandes cadenas

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televisivas han invertido en programas relacionados con el esoterismo con el único fin de ridiculizar y deslegitimar a creyentes y practicantes de estas creencias, no haciéndolo con rigor, ni profesionalidad, ni tan siquiera en pos de un objetivo claro. Todo ello ha contribuido significativamente a la percepción que se tiene de este fenómeno en España. Los santeros y confidentes que me han ayudado a recopilar todas estas anécdotas pueden estar tranquilos: igual que confío en la honestidad de sus comentarios, su identidad está salvaguardada como les prometí. Quiero expresar mi más sincero agradecimiento a los famosos que abiertamente han accedido a explicarme sus experiencias y recordarles que con ello han contribuido a salvar a otras personas y a desenmascarar a quienes usan su imagen falsamente como reclamo publicitario. Respecto a otros muchos que se mencionan, me justifico diciéndoles que ha sido una fuerza de causa mayor lo que me motiva a contar su historia. Y para todos en general, debo insistir en que los delitos deben ser denunciados y los hechos que aquí cuento lo son en la mayoría de los casos. No me importa la fama, lo que realmente me importa y persigo con este libro es hacerle justicia a las religiones y creencias loables, de pueblos y personas dignas, que no merecen que se juzguen a justos por pecadores. Estamos acostumbrados a considerar lo esotérico y lo místico como si se tratara de un aspecto de la vida cotidiana, en cuyo origen no nos paramos a pensar, y cuya veracidad ni tan siquiera nos cuestionamos, en muchos casos. Sin importar condición social, ideología o área geográfica crecemos entendiendo las creencias de nuestro entorno como algo paralelo a nuestras vidas. Este fenómeno, prácticamente generalizado en todas las sociedades, y que tiene un papel fundamental en la idiosincrasia del individuo, tiende, en muchas ocasiones, a ser interpretado como

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verdad con el único argumento de que siempre ha sido así, o de que oí decir, o me dijeron, alegando siempre causas subjetivas, que en ningún caso prueban la eficacia o legitiman el fenómeno del estigma esotérico de todas las sociedades. Cada cultura, en mayor o menor medida, tiene una importante afinidad con un determinado sector de estas creencias, que, además, con relativa frecuencia tienden a arraigarse más que la propia cultura autóctona. La visión foránea es la de mayor influencia y, por ende, de la que menos conocimientos se tiene. Este es el caso de la santería cubana en España, que inexplicablemente en los últimos tiempos ha tenido un auge importante dentro de la sociedad, a pesar de no ser los inmigrantes cubanos un porcentaje significativo dentro de este fenómeno religioso migratorio. Esto se puede deber, principalmente, a los disímiles puntos coincidentes que la santería cubana tiene con el catolicismo, que es la religión mayoritaria en España, y de esta manera se explica cómo ha desplazado a otras creencias enmarcadas dentro del campo del esoterismo y arraigadas en España desde hace generaciones. Nuestra investigación tenía dos objetivos muy claros: primero, indagar sobre la veracidad de los supuestos milagros que se atribuyen a esta creencia, partiendo de la base de que nos parecían meras suposiciones cercanas a las leyendas urbanas; y en segundo lugar, demostrar la realidad oculta detrás de un argumento fantástico y maravilloso, más cercano a la ciencia ficción que a la realidad. Nos motivaron las inquietudes ciudadanas que surgían en los medios de comunicación cuando se producía un hecho relacionado con el comercio esotérico, y que en el cien por cien de los casos eran noticias que emanaban de denuncias, robos, estafas o de trabajos de investigación de otros colegas periodistas que desenmascaraban supuestas vírgenes aparecidas, operaciones milagrosas y presuntos poderes espirituales de videntes que en un auténtico reality show se exponían a la opinión pública para luego perder valor informativo, con

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lo que se nos dejaba sumidos en un mar de dudas. Dudas que pretendemos aclarar en esta investigación, con pruebas y argumentos objetivos, lejos de cualquier tipo de especulación o criterio viciado. No se pueden defender ni atacar las creencias esotéricas, si no se hace un análisis profundo de las condiciones y del entorno donde se ejercen estas prácticas religiosas. Deben analizarse cada uno de sus singulares personajes. Por un lado, está el comerciante de productos esotéricos, que no tiene por qué creer en las propiedades curativas o místicas del artículo que oferta, ya que los ve y los comercializa, como mero producto mercantil, sin más valor que el monetario que se le da. También está el vidente autónomo, que explota sus cualidades psíquicas, o más bien sus cualidades cognitivas, como modo exclusivo de obtener beneficios económicos, o el vidente que se cree a sí mismo con cualidades siempre definidas con palabras rebuscadas y poco legibles, pero que viene a decir que tiene capacidades superiores a las de cualquier mortal, y que con ellas puede cambiar el curso de nuestras vidas e intervenir en todos sus aspectos para crearnos una realidad a medida. Entre los clientes de este comercio destaca un tipo de cliente que desempeña el papel más importante, ya que es él quien hace crecer la demanda de artículos cada vez más rebuscados. Porque él quiere hacer de su fe un negocio, quiere que le aporte algún valor aquello en lo que elige creer, no se conforma con rezar a una virgen o encomendarse a algún santo milagroso. Este cliente no comulga con el catolicismo, es más, diríamos que no tiene una religión definida, pero presiente que mediante el esoterismo puede alcanzar un bien definido que mejore sus condiciones de vida, o que le ayude a satisfacer un capricho. Sea famoso o no, este tipo de cliente es el que tiene la gran culpa del mercantilismo al que está supeditado el comercio esotérico y de las astronómicas sumas que se pagan por un «trabajo». Quien esto escribe ha visto cheques en blanco de muy venerables señores para seducir con un hechizo a una joven. También

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existe el cliente creyente por arraigo o naturaleza, aquel que sí tiene una fe sana y que es engañado. Éste es el más perjudicado de la cadena de personajes de este triste entramado social. Se tiene la creencia de que el esoterismo forma parte exclusiva de las sociedades menos desarrolladas, o de personas con bajo nivel cultural, y, aunque esta hipótesis es totalmente falsa, se tiende, sobre todo en los medios de comunicación, a menospreciar el valor social y constructivo que puede llegar a tener cualquier tipo de filosofía de este género, siempre y cuando sea de uso común y regenerativo. Por otra parte, cabe destacar que es un esfuerzo inútil intentar erradicar un fenómeno que es prácticamente inherente al ser humano. Con muchas hipótesis y más dudas sobre la veracidad de videntes y santeros, emprendimos esta investigación, propia de un puzzle complejo, y que a lo largo de estas páginas intentaremos organizar. La centramos en el fenómeno de la santería cubana, que, aunque no es el más difundido en España, sí es el más exclusivo, y aunque estuvimos obligados a tocar otras creencias pretendemos despejar las dudas más básicas sobre este culto. Reiteramos que la santería afrocubana es una creencia milenaria, respetable, constructiva y solidaria en sus tesis, y que en ningún momento nuestra intención es menoscabar sus fines, como tampoco lo es agredir ni desprestigiar a las personas que libremente ejercen este culto. Única y exclusivamente, nos interesa el aspecto comercial de esta creencia, y los personajes que intervienen en ella con afán de lucro, así como con otros intereses muy distantes, desde luego, del verdadero fin religioso de esta cultura. Aunque en mi vida, en varias ocasiones, me había codeado con personas que practican esta creencia, y en mis diferentes viajes por el mundo había visitado templos, mercadillos e iglesias, me era difícil explicarme por qué el fenómeno de la santería en España se reducía

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al mero mercantilismo. Para mi sorpresa, descubrí que son más los españoles, incluso de otras nacionalidades, los que ejercen la santería en España que los propios cubanos, si bien es cierto que los que mayor notoriedad han alcanzado son estos últimos. También descubrí que la santería en España es un fenómeno muy antiguo que se ha ido transformando con el tiempo. Ha pasado de mostrar una marcada tendencia elitista y de ser únicamente practicada en altas esferas de la sociedad española a convertirse en un fenómeno popular, e incluso desde hace muy poco tiempo encontramos una santería enriquecida con elementos de otras creencias más europeas, como las tradiciones celtas, el tarot o la astrología. Me sentía excitado como un niño que tiene una ilusión. Todo lo que hacía me parecía poco. Me recordaba a mis años de adolescente cuando me quería comer el mundo. Comencé a llamar a aquellos amigos en los que podía confiar para que me dieran ideas y me ayudaran. Eran tantos los hilos que tenía que seguir que no sabía cómo organizarme. Por suerte, encontré a algunos que me querían seguir en la aventura de esta investigación. El trabajo nos seducía. Aunque sabíamos cómo empezar no imaginábamos cómo íbamos a terminar. Lo primero fue preparar un personaje al que di el nombre de Juan Gonzalo. Debía tener unas características muy concretas y saber manejarse dentro del mundo del esoterismo, cosa que no es nada fácil. Empecé a recopilar información en Internet, en revistas periódicas especializadas en esoterismo y en libros de santería, para devorarlos muy interesado, ya que sin lugar a dudas servirían para enriquecer al personaje.

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Reproducción del anuncio que inserté en la prensa.

Paralelamente, acudí a un periódico de tirada nacional para publicar un anuncio en el que ofrecía mis servicios como vidente y santero. Para ser sincero, lo compuse con palabras de otros muchos anuncios similares que se publican, de esta manera no resultaba ni mejor ni peor. Puse un número de teléfono móvil con el contestador permanentemente activado. Con ello quería conocer qué tipo de impacto causan en la sociedad esta clase de anuncios. Y también me ayudaría a hacerme una idea de las personas que responden a estos anuncios. Por otra parte, iba a ser un instrumento idóneo para poder hacerles encuestas a los potenciales clientes. Eso sí, todo muy sutilmente. Seguidamente, contraté un apartado postal para tener una dirección para mi nuevo nombre y para mi hipotética empresa, AGGO ORICHAS, SL. Y, por supuesto, tuve que contratar un local, el único barato que encontré en todo Madrid, que tan sólo tenía veinte metros cuadrados, pero que eran suficientes para el poco uso que tenía previsto darles. Su ubicación en la calle Galileo, en la zona de Arguelles de Madrid, me permitía facilitarle el acceso a cualquier persona con la que me citara en él. Por último, tuve que hacerme con una indumentaria adecuada: collares de santería típicos en Cuba, acompañados de una pulsera, y, por recomendación de un amigo, ropa blanca. Ése sería el uniforme de Juan Gonzalo en su nueva empresa: penetrar el mundo esotérico. Tras esta preparación, me

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presentaría ante los miembros del gremio del esoterismo como un comerciante más. La parte más difícil y débil de mi personaje fueron siempre las referencias. Para ello conté con la inestimable ayuda de mi amigo Manuel, que me dio nombres de santeros de su confianza en Cuba, los cuales me servirían de padrino y madrina para las preguntas indiscretas o futuras comprobaciones. La historia que le creamos a Juan Gonzalo era bastante simple y además típica en España. Un español que visita asiduamente Cuba se «hace santo» (esto es, se inicia en santería), no porque tuviera un problema concreto, sino porque se sentía atraído por esta creencia, y viendo el filón de este negocio en España había decidido poner todos sus ahorros para montar una empresa que explotaría este lucrativo negocio. Nadie pondría en duda este argumento, ya que en el transcurso de esta investigación he conocido santeros con esta misma historia e incluso otros que decidiéndose de antemano a dedicarse al negocio de la santería han viajado a Cuba con el fin de «hacerse santo» y con la seguridad de que al volver a España recuperarían, con creces, su inversión. Acostumbrados, como están, en el gremio del esoterismo a conocer a toda clase de personajes, no era de extrañar este tipo de comportamiento. Hay quien ni siquiera se molesta en ir a Cuba para ser iniciado en la santería, le basta con comprar un libro sobre el tema, unas caracolas, collares y poner una consulta en su casa. Algunos eran más refinados y se inventaban títulos de universidades en Miami, Buenos Aires o cualquier otra ciudad, cuanto más lejana mejor, e incluso supuestos cargos en asociaciones afrocubanas inexistentes. Tuve suerte: el inicio de la investigación coincidía con la celebración en Madrid de la Feria Esotérica y de Ciencias Ocultas, situada en la estación del AVE, en Madrid. Éste era un foro ideal para iniciar mis pesquisas, ya que reúne a los principales comerciantes

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esotéricos de Madrid y la casi totalidad de los productos que se ofertan sobre estos temas en España. Incluso asisten personas extranjeras, feriantes ambulantes que podían enriquecer mucho la investigación. Solicité la colaboración de mi amigo Manuel para que, en su condición de periodista, pudiera hacer entrevistas a cámara abierta a varios comerciantes para que nos explicaran claramente lo que siempre se dice del esoterismo, para que nos vendieran sus mil maravillas. Esos argumentos son los que más tarde me encargué de desmontar uno por uno, y que suponen el hilo conductor de esta investigación. Nunca antes había visitado una feria esotérica en España. Había estado en algunas en otros lugares del mundo, como en la del gran mercado de brujos de México D. F., en la de Salvador de Bahía, en la de la plaza de Roque Santero en Angola, o mercados incluso más cercanos, como el de Rotterdam (Holanda) o en Casa-blanca (Marruecos). Mi primera impresión de la feria de Madrid fue poco representativa: la feria parecía más un mercadillo de artesanía barata y bisutería que lo que propiamente conocía como feria esotérica. Había casetas a ambos lados de un pasillo no muy ancho. Desprendían olores de inciensos diferentes que se mezclaban ofreciendo un aroma peculiar, a veces excesivo, pero en definitiva purificador, todo ello aderezado con sonidos musicales estridentes, relajantes, y alguno publicitario, que se fusionaban con el bullicio típico de estos eventos. Un colorido desbordante de anuncios de ofertas y de augurios de todo tipo de suertes completaba este singular paisaje. A pesar de mi negativa primera impresión, reconozco que tenía cierto halo de misticismo. Fue en este entorno donde Juan Gonzalo dio sus primeros pasos. Di una primera vuelta para hacerme una idea general del lugar del evento y de las personas que por ahí merodeaban, y sin gran dificultad detecté tres casetas que estaban especializadas en el negocio de la santería. Me pareció bastante curioso que de las muchas casetas que exponían en la feria, sólo tres ofertaran artículos

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de santería. Pensé en un primer momento que eso podría suponer dos cosas: que mi ámbito de investigación se iba a reducir y que tal vez el impacto de esta creencia en España no era muy considerable. Con un fajo de folletos de publicidad y catálogos de productos de todo tipo, puse mi cámara oculta discretamente en una mochila que llevaba cruzada sobre el pecho para obtener el mejor ángulo posible mientras andaba. Me dirigí a la primera caseta de santería que había detectado nada más entrar, se llamaba Botánica la India Juana. Había estado observando esta caseta durante un tiempo y me había percatado de que la atendía una señora de unos cuarenta años, morena, siempre sonriente, que de vez en cuando dejaba sus funciones de vendedora para esparcir incienso y soplar unos polvos blancos desde su mostrador en todas direcciones. Aposté por dirigirme a ella. —Hola, soy Juan Gonzalo— le dije, mientras extendía mi mano para darle una tarjeta donde figuraba mi empresa. — ¡Ahí! ¿Tienes una tienda? Yo me llamo Elizabeth y soy la dueña de este stand— ¡bingo!, he entrado con buen pie, pensé. —Estoy buscando productos de santería y he visto algunas cosas que me pueden interesar. —Claro, por supuesto. También vendemos al por mayor. —Sí, lo que pasa es que no creo que sea el momento oportuno, hay mucho jaleo aquí, quizá si me dieras tu teléfono podríamos quedar en otro momento. ¿Tienes tienda en Madrid? —Sí —dijo mostrándome una tarjeta de su comercio—, te voy a dar el número del móvil por si no me localizas en la tienda. —Gracias, ya hablaremos.

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Misión cumplida, mi primer contacto con una tienda había resultado, ya tenía por dónde empezar. Sin perder tiempo me dirigí discretamente a la otra caseta. Contaba tan sólo con noventa minutos de grabación, y con las prisas y los nervios había olvidado llevar una de las baterías de repuesto de la cámara. Mi segundo objetivo era la caseta de Merlín y Morgana. Era el único que estaba vestido con atuendos típicos de los santeros, ropa blanca, collares y pulseras, además tenía en la caseta un Elegguá, una divinidad del panteón de la santería, rodeada de ofrendas y encendida con una vela blanca. Era un chico joven con claras muestras en su rostro de acné juvenil, por lo que dudaba si podía ser el dueño, pero como no había nadie más le abordé. — ¿Eres el dueño? —pregunté sin preámbulo. —Sí, ¿deseaba algo? —Me llamo Juan Gonzalo y estoy montado un negocio de santería y quería información sobre vuestros productos. —Soy Oscar. ¿Tu tienda estará aquí, en Madrid? —Sí. Veo que tienes «santo hecho», ¿Obatalá? —había notado la pulsera blanca que adornaba su mano izquierda, signo inequívoco de su pertenencia a esa creencia. —Sí, lo hice en Cuba. Nosotros somos fabricantes y tenemos unos precios. Inigualables. Léete el catálogo, lo puedes comprobar. — ¿Nosotros? —dije, siguiendo el ritmo de sus palabras. —Sí, tengo un socio que ha salido y que es quien fabrica todos los productos que ves aquí. — ¡Qué bien, no! He visto en otro stand que hacen franquicia. —Ah, los de la Santería Milagrosa, ésos son unos estafadores. Todo lo que venden es falso y no tienen ni los permisos sanitarios.

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Hace poco los metieron presos a todos, y el santero que tienen es un teatrero. —Bueno, eso no lo sabía. Podríamos quedar en otro momento para charlar. —Claro, en el catálogo viene nuestro teléfono, llámanos cuando quieras. ¿Tienes tarjetas? —Claro, perdona —le dije con tono ingenuo mientras le daba mi tarjeta. Miré el reloj, todavía me quedaban cuarenta minutos de batería. No quería prolongar más la situación, no era un ambiente adecuado donde pudiera obtener información completa, y ya tenía el cotilleo sobre su competencia, que me serviría para retomar la conversación en un ambiente más distendido, así podría sacarle más provecho. Mi último destino era la caseta de la tienda de la que me acaba de decir que eran unos estafadores: Santería Milagrosa. «Sí que dan golpes bajos a la competencia», me dije. Es de justicia decir que la caseta en cuestión era más grande que las dos anteriores y contaba con una parafernalia de mercadeo que la hacía sobresalir del resto. Tenían un altar impresionante justo en una de las entradas al recinto que estaba presidido por santa Bárbara. Dentro, un individuo que se decía santero preparaba amuletos para la suerte, el amor o cualquier cosa que le reclamaban los visitantes. Después de estar unos minutos observando cómo se desenvolvía, me acerqué a él. —Hola, ¿eres el dueño? —No, el dueño vendrá mas tarde. ¿Te puedo ayudar en algo? —Quería hablar con él, ¿me puedes decir cómo localizarlo?

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—Claro, toma esta tarjeta y llámale a este teléfono, se llama Ricardo —respondió con un marcado acento cubano.

Cámara oculta realizada en Santería Milagrosa.

Ya tenía los números de teléfono que deseaba, sólo me quedaba esperar a que terminara la feria para comenzar a fijar las citas que me llevarían a mis objetivos. Entre tanto, como la feria aún tardaría unos días en finalizar, me pude dedicar a prestar atención a mis clientes telefónicos. El contestador se llenaba cada dos por tres y tenía que estar pendiente de descargarlo para que no se colapsara. La respuesta al anuncio era muy positiva. Estaba muy claro que aquél tenía que ser un negocio en alza cuando recibía más de treinta llamadas diarias. Curiosamente, la preocupación de mis interlocutores era siempre la misma. Cada vez que devolvía una llamada, lo primero que preguntaban era cuánto les cobraría. Ante mi respuesta de que los consejos espirituales eran gratis, se quedaban un poco descolocados. Era un problema con el que me enfrentaba muy a menudo, los clientes

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estaban muy preocupados por cuánto debían pagar y si les decía que nada no se lo creían, hasta el punto de que algunos dejaron de llamar y no devolvían mis llamadas. Me parecía inaudito, pero es una actitud colectiva muy arraigada en los consumidores de este tipo de servicios, están concienciados de que tienen que pagar como en cualquier otro tipo de comercio o servicio. Para solucionar ese escollo, y aconsejado por un amigo, les contaba que lo hacía por un mandato espiritual y esto, curiosamente, bastaba para convencerlos. Su segunda pregunta era: ¿haces «trabajos»?, seguida de: ¿cuánto tiempo se tarda en lograr resultados? Era un patrón casi idéntico, excepto por algunas mínimas variaciones que se repetían sin cesar en cada conversación. Bastaba con decirles que dependía del tipo de «trabajo» que fuera para que soltaran toda su verborrea y contaran su problema. Con una clientela así, no había necesidad de tener ningún don especial, ellos mismos te facilitaban toda la información, incluso en algunos casos eran muy precisos en sus inquietudes. Quiero saber si me van a echar del trabajo, o conozco a un chico, quiero saber si me quiere. Sobre este estilo de cuestiones preguntaban directamente y, casi sin excepción, todos contestaban a una encuesta elaborada de antemano por mí sin darse cuenta de que estaban siendo entrevistados. Mi técnica, aunque simple, era muy precisa, les devolvía la llamada y íes daba cita telefónica para la consulta, lo que me permitía, además, tener preparada la grabadora. En muy contadas ocasiones cité al cliente personalmente; fueron excepciones, algunas de las cuales tienen un lugar especial en este libro, ya que valían la pena por su importancia informativa. Estos mismos clientes me fueron descubriendo nombres de individuos videntes y santeros soterrados en la sociedad, escondidos detrás de un número telefónico y un anuncio, que ejercían ilegalmente una actividad comercial dispersados por pisos de Madrid y que se convirtieron en objetivos de mi investigación. Me suministraron información de los precios de los «trabajos» y una visión muy amplia

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de los motivos que llevan a las personas a acudir a este tipo de servicio para poder caracterizarlos. El caudal de información que iba acumulando era muy exacto en casi todos los casos: los clientes me facilitaban su nombre, edad y trabajo, así como el de algunos de sus familiares, hijos, cónyuges, etc. Igualmente recopilaba direcciones de videntes y comercios de fe que habían visitado y en los que no habían conseguido sus propósitos, algunos habían gastado sumas importantes. Estos casos eran mi principal objetivo. Me parecía muy curioso que se repitieran una y otra vez nombres de videntes y comercios, la coincidencia en el itinerario esotérico de los clientes y en los métodos con los que eran engañados, con lo que ya tenía suficiente material para comenzar a verificar todos los datos. Entre tanto, la feria ya había terminado y tal como estaba previsto fijé citas con las tres tiendas de santería que encontré en el evento, siguiendo el mismo orden en el que las había abordado. Mi amigo Manuel también había estado haciendo su trabajo. Cámara al hombro, se había recorrido las tiendas seleccionadas y con un cuestionario que completaba el que hacíamos a los clientes telefónicos estaba realizando entrevistas, obteniendo resultados muy positivos. También intentamos visitar a algunos de los videntes que se anunciaban en los anuncios clasificados y otros de los que teníamos información para hacerles una encuesta que consistía en preguntas elaboradas con la información que los clientes nos suministraban. Por ejemplo, ¿existe la videncia?, ¿son efectivos los «trabajos» que usted hace?, ¿algún cliente no se ha sentido satisfecho? Las respuestas son asombrosamente idénticas en todos los casos, como si de un guión aprendido se tratara; sin embargo, mentían. Ya tenía testimonios suficientes para llegar a esta conclusión.

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PIEZA A PIEZA La tipología del cliente de artículos y servicios esotéricos puede definirse en tres categorías. El cliente medio es una mujer de entre veinte y treinta y cinco años, de clase media alta, motivada por un problema de infidelidad, abandono de la pareja, precaria vida sexual, o celos, que como se siente incapaz de solucionar o aceptar su realidad busca al vidente para que le diga que puede conseguirle la solución a su problema. Cualquier otra respuesta provoca una pérdida inmediata de confianza en su interlocutor. El vidente, experto a fuerza de la experiencia acumulada en técnicas básicas de psicología social, no tiene más que «regalarle el oído» y consigue una reacción instintiva del cliente: la aceptación de sus condiciones, que implican el pago del servicio, sin apenas pedir garantías o tener constancia de que es efectiva la solución propuesta. Otro grupo lo enmarco en un nivel socioeconómico algo más elevado. Existe paridad de sexos y comprende edades entre los cuarenta y los cincuenta y cinco años, acuden por los mismos motivos que los primeros, pero, además, por temas económicos, o judiciales, y ven este fenómeno como parte de la solución que ellos dictaminan de antemano para su problema. Pagan por ello como si de un servicio de cualquier otra índole se tratara. Este grupo no diferencia entre pagar un «trabajo» de santería y un viaje de vacaciones, por lo que exige un resultado y una satisfacción a su medida, lo ve como una inversión de la que obtener resultados. La última categoría, más reducida pero con mucha presencia, se corresponde con el cliente que es creyente por convicción, generalmente, por tradición familiar o por haber sido partícipe de un hecho de tipo existencial que le dejó marcado, o, simplemente, por herencia social, y que abarca todos los ámbitos y niveles generacionales de la sociedad.

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Como concepto general, todos tienen una motivación común, que es la obtención de cualquier prebenda de tipo material o de tipo emocional. A partir de aquí se comprende el auge de este tipo de prácticas en sociedades sumidas en conflictos, o que están en una precaria condición económica. Sin embargo, también ocurre en sociedades desarrolladas, aunque con notables diferencias. En las sociedades subdesarrolladas este tipo de creencia tiene un importante componente espiritual y de solidaridad entre individuos unidos bajo la tutela de un gurú, santero, bokor o sacerdote de una congregación, con un acentuado componente sectario. En las sociedades desarrolladas este fenómeno es menos sectario y más mercantilista, el componente espiritual de las prácticas vinculadas al esoterismo queda en un segundo plano y éstas tienden a ser menos organizadas. Ahora paso a relatar una serie de historias de las que fui testigo en primera persona y que refrendan todo lo dicho hasta el momento sobre este comercio de la fe. Son, simplemente, historias de la vida real.

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HISTORIAS DE LA VIDA REAL

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DON PEPE. EL CONSTRUCTOR No podía creer lo que Rodolfo me contaba de su cliente más especial, un adinerado hombre de la construcción de una población cercana a Ciudad Real. Era tan escalofriante que aunque ya había experimentado cosas insólitas durante esta investigación, ésta tenía una especial significación por su extrema crueldad. No pudiendo dejar pasar esta historia, y aunque me encontraba convaleciente de una complicada operación, decidí pedirle que me llevara con él a participar en una ceremonia que tendría lugar dos días después de nuestra conversación, de este modo podría ver y grabar con mi inseparable cámara oculta la situación que allí se produciría, aunque esto estaba él lejos de sospecharlo. Rodolfo es un santero de origen cubano, nacionalizado español, y que tiene su consulta de santería en la zona de Móstoles. Yo le visitaba con regularidad y compraba alguna que otra cosa para mi supuesto uso, siempre con la intención de ganarme su confianza y de que me permitiera participar en algún rito de esos que él mismo decía hacer a sus clientes famosos. Teníamos una relación abierta y conversábamos sobre los más variados temas. Él tenía la convicción de que yo, como empresario del esoterismo, tendría que llegar algún día a iniciarme, de esa forma no tendría que depender de contratar a nadie y podría hacer los «trabajos» yo mismo, con lo que el dinero sería sólo para mí. Es un buen negocio, solía decirme. Yo me dejaba querer, incluso alimenté su esperanza de que el día que lo tuviera claro él sería el escogido para iniciarme en la santería. Eso sí, primero tendría que ver «algo», lo que significaba que cada vez con más entusiasmo me contaba e invitaba a ayudarlo en su consulta. Fue una buena inversión, ya que dio sus frutos, y gracias a ella conservo esta diabólica experiencia. Salimos temprano desde la estación del AVE de Madrid, llevábamos una gran cantidad de hierbas, velas, tabaco y muchos

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otros artilugios de santería que serían utilizados en el ritual. Me había aprendido muy bien la historia que tendría que contar si surgían preguntas por parte del cliente o de los demás participantes que se nos unirían nada más llegar al lugar. Durante toda la noche anterior había repetido mi parte, una y mil veces, hasta memorizarla por completo. En esta ocasión me enfrentaba a un auténtico ritual de santería, con santeros experimentados, y mi actuación tenía que ser creíble y veraz, por lo que un atuendo adecuado, consistente en ropa blanca y unos collares de santería cubana, completados con una pulsera de color blanco que indicara el «santo» que me protege, que al resto de los demás participantes indicaría mi pertenencia a esta religión, me evitaría preguntas; y si por casualidad surgiera alguna, bastaría con decir que soy un Yawó, es decir, un recién iniciado, por lo que no tendría por qué contestar a ninguna pregunta técnica incómoda. El dicho de que el hábito hace al monje era perfecto en este caso, por lo que no hubo ningún inconveniente. Lo extraño es que el propio Rodolfo fue quien me aconsejó este comportamiento. «El santo no se enfada», me dijo. Así que con esta apariencia y haciendo los coros de los cánticos litúrgicos y rituales, como si lo hubiese hecho toda mi vida, además de intentar parecer tranquilo y estar con soltura en todo momento para no delatar mi condición de neófito en estos ritos, y con el pretexto de la operación, fui exento de cumplimentar algunas tareas propias de mi participación, lo que por otra parte me permitió poder grabar desde diferentes ángulos todo lo que se hacía. Fue el propio Rodolfo quien me sugirió esta apariencia, a fin de no levantar recelos entre sus amigos, ya que podrían protestar por el hecho de que yo presenciara un ritual que ellos consideran extremadamente secreto sin estar iniciado, pero Rodolfo no le daba importancia al asunto, y me repetía que no me preocupara, que no pasaría nada. Yo estaba atónito ante la actitud de mi «amigo»; no le

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importaba que suplantara la identidad de un santero, si eso conllevaba materializar mi iniciación, que, dicho sea de paso, le proporcionaría un ingreso de diez mil euros. Llegamos al sitio cerca de las siete de la mañana y tuvimos que esperar una media hora antes de que llegaran los demás. Todos habían quedado en la misma estación de destino, donde más tarde llegaría el famoso cliente a recogernos. Rodolfo me presentó como uno de sus ahijados y, sin más detalles, comenzaron entre todos a repasar el material traído para cerciorarse de que no se había olvidado nada. Los amigos de Rodolfo eran dos, uno de raza negra y marcado acento africano, y otro, sin duda alguna, cubano. A los pocos minutos llegó el cliente: un hombre de unos cincuenta años, 1,70 metros, canoso y de unos ochenta kilos. Vestía un traje azul oscuro, con la chaqueta de botones dorados y ostentaba un Rolex de oro. Rodolfo fue el primero en dirigirse a él, y el encargado de hacer las presentaciones de rigor. —Hola, ya estamos todos. Mi ahijado, Juan Gonzalo; T. N., mi amigo cubano del que te hablé, y M. K., el nigeriano —se apresuró a decir Rodolfo. Tal como mi intuición había deducido, ambos amigos eran extranjeros. —Hola, soy J. S., pero todos me llaman Pepe. Si ya estamos todos, pongan las cosas en el coche y andando para la casa. Rodolfo ya me había alertado de que su cliente quería para el «trabajo» gente discreta, a ser posible extranjeros. No quería verse involucrado en ningún tema extraño, dada la naturaleza del asunto que se traía entre manos. También me había advertido de que J. S. era muy conocido en los ámbitos empresariales de la construcción, y también en los políticos de Castilla-La Mancha, y de que, además, tenía amigos muy poderosos en las altas instancias del Partido

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Popular. Aun así, corrí el riesgo de grabar con mi cámara oculta. Un Audi azul oscuro último modelo nos llevó hasta la casa propiedad de J. S., situada a las afueras de la ciudad. La casa me habló inmediatamente de su dueño. Me dio la sensación de estar ante una persona que, como ya me había comentado Rodolfo, tenía mucho dinero, y lo digo no sólo por las dimensiones, que eran descomunales, sino por todo lo que en ella se podía observar, no le faltaba de nada. Un interior de lujo, pero con estilo campestre, decorado con numerosas armas en las paredes, y toda clase de lujos y comodidades eran la tarjeta de presentación de nuestro anfitrión. J. S. era un cliente habitual de Rodolfo desde hacía bastante tiempo. Como santero, le orientaba en varios aspectos de su vida: desde inversiones económicas hasta ser consejero respecto a sus numerosas y jóvenes amantes. Pero esta vez su pedido era de carácter muy distinto. La suma de dinero que le cobraría en esta ocasión también desbordaba todo lo que hasta ese momento había recibido de J. S., y, aunque el trabajo no le hacía la más mínima gracia, la tentadora oferta había terminado por convencerle. Pero no lo haría solo, buscó a sus dos amigos, el cubano y el nigeriano, para que fueran ellos quienes lo realizaran. De esta manera, él se sentía menos implicado, aunque yo no lo veía muy claro, tanta culpa tiene uno como otro. Para satisfacer el capricho de su adinerado cliente, y que por fortuna no obtuvo resultado, Rodolfo, cansado de hacer desafortunados «trabajos» de santería, recurrió a algo más fuerte: un hechizo de Palo Monte. J. S. pagaría lo que fuera, pero la solución del problema tenía que ser inmediata. Los amigos que se nos habían unido en la estación eran sacerdotes de este culto africano y venían a garantizar su pleno éxito.

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Todo el «trabajo» estaba orientado al hijo mayor de J. S., de igual nombre, a quien le faltaba tan sólo un año para terminar sus estudios universitarios. Lo había dejado todo para casarse, contra la voluntad de su padre, con una chica del pueblo. Les había retirado la palabra a sus padres por la frontal oposición que ambos le habían manifestado respecto a su decisión. Para poner más tensión al asunto, la chica, de nombre Sonia, estaba embarazada. J. S. padre estaba convencido de que la chica lo había pescado y que sólo lo quería por el dinero y los privilegios de que gozaba su hijo. J. S., desesperado por no hallar una solución para separar a la pareja, impotente y re sentido, no tuvo mejor idea que acudir a su padrino santero para matar a su nuera. Lo que J. S. quería era que Rodolfo le hiciera un «trabajo» para matar y quitar de en medio a Sonia, y así recuperar a su hijo. Era su última baza, ya que J. S. había inventado todo tipo de estratagemas para hacer que el hijo cambiara de opinión y abandonara a la chica: le enviaba prostitutas a la esquina de la fábrica de embutido donde trabajaba, con la misión de seducirlo para luego hacérselo saber a Sonia; llegó, incluso, a pagar a un familiar de la chica para que hablara con su hijo y le asegurara que el bebé que esperaba no era de él, pues acusaba a Sonia de ejercer la prostitución. Pero el muchacho, conocedor de la capacidad de su padre en estos ardides, lo que le supone listo e intuitivo, no daba crédito a ninguna de las patrañas que su progenitor le argumentaba. De hecho, había renunciado a cualquier privilegio o ayuda que viniera de su familia, y, como muestra de su amor por su esposa, había comenzado una nueva vida como obrero para sacar adelante a su familia. Y allí estábamos todos, por unos motivos u otros, listos para comenzar la ceremonia que terminaría con la vida de Sonia y el bebé que estaba por nacer. La verdad es que yo no tenía ninguna duda sobre el fracaso del ritual, y por ello me sometí a participar. Todos los

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allí presentes me daban la sensación de que tenían un solo objetivo: el dinero, que superaba los doce mil euros. Rodolfo me había asegurado, ante mi sorpresa, que todo aquello era una mera cuestión de fe. Me ponía en una situación muy difícil. Veía que estaba convencido de que sólo si J. S. tenía fe el «trabajo» sería efectivo, pero entonces ¿lo estaban estafando? Rodolfo despejó todas mis dudas con un comentario un tanto curioso. La santería es cuestión de fe, es decir, no quiere decir que yo, por clavarle un cuchillo a un gallo para matar a alguien, logre que esa persona tenga que morir forzosamente. Allá arriba hay un dios que lo ve todo, y es quien se encarga de que se haga justicia; si él quiere lo que le pedimos se realiza y si no quiere no, así de sencillo. Una explicación demasiado subjetiva como argumento de algo, lo que reafirmó mi convicción de que la santería que se practicaba era una estafa de lotería, o sea, compras el billete por si te toca, si sale premiado es la suerte, la buena estrella y, si no, compras otro y olvidas el dinero perdido. La ceremonia comenzó con una liturgia solemne, donde en un idioma propio de esta creencia se recitó y se saludó a los espíritus, pero como el objeto de este libro no es el rito en sí, sino los objetivos y personajes que hacen uso de estas creencias para determinados fines, que como en este caso dejan mucho que desear, sólo apuntaré que vi y grabé cómo el propio J. S. pidió de viva voz la muerte de Sonia mientras sostenía un gallo negro con ambas manos, delante de los diferentes objetos de santería que allí estaban, y que después fue degollado con su colaboración como parte del ritual junto con un chivo y varios gallos más. A fecha de hoy, la pareja aún sigue unida y feliz, y Rodolfo no tiene relación alguna con J. S., que vio cómo su dinero no sirvió de

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nada. Mi «amigo» Rodolfo desistió de volver a hacer otro ritual, como le exigió J. S. durante algún tiempo en compensación del fracaso del «trabajo», e incluso le planteó marcharse de España, para hacerlo en Haití o Cuba, pero al negarse terminaron la relación de muy malas maneras.

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E. S. LA FAMA CUESTA… Pocos días antes de entrar en un famoso hotel televisivo, E. S. fue a verse, con las caracolas, a la consulta de María Luisa, una santera conocida mía, que en el paseo de Extremadura de Madrid tenía su particular consultorio mágico. Ésta, que mantiene aún una relación muy cordial conmigo, me lo hizo saber, ya que conocía mi intención de buscar una famosa como imagen de mi negocio. Yo la había convencido para que me presentara a alguna de sus clientes televisivas con el fin de realizarle una oferta de imagen para mi empresa, gracias a lo cual María Luisa recibiría una comisión del diez por ciento sin comprometerse a nada. En un principio, rehusó mi oferta porque, según su criterio, nadie accedía a algo semejante. Tenía la convicción de que la discreción es el principal elemento de la relación con sus clientes. Pero a fuerza de insistir logré la primera cita. Le tocó a E. S., una chica que conocía bien poco, sólo por las referencias que se hacían en televisión de sus andanzas, y que, la verdad, no tenía muy buena prensa por sus montajes y mentiras, que era de lo que vivía. A mí eso no me importaba mucho, lo que en realidad quería era saber qué buscaba un personaje de tercera categoría en la santería y en qué la podía favorecer una creencia que ni profesaba ni compartía. Solamente recurría a ella para lograr sus fines, pero, viendo el desarrollo de su carrera televisiva, mi impresión era que de poco le había valido. En esos momentos estaba sin trabajo, ni un euro, y además pesaba sobre ella una denuncia policial en curso por difamar a un conocido personaje del mundo rosa. Llegué con un retraso intencionado de unos diez minutos con la idea de que mi amiga y E. S. ya estuvieran metidas en faena y me diera a mí tiempo, mientras subía las escaleras para llegar a la cuarta planta, de encender la cámara discretamente; luego dispondría de noventa minutos para desarrollar la conversación.

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Mi amiga fue quien abrió la puerta, y con un gesto amable me dio dos besos y me invitó a pasar. —Siéntate. E. S. se está cambiando y ya viene. — ¿Cambiando? —le dije. —Sí, estaba haciéndole una «limpieza»; luego te cuento— susurró en voz baja, como para que no se oyera. El salón estaba abarrotado de imágenes y altares de santería, donde sin dificultad se podía identificar a la Virgen de la Caridad del Cobre, que al parecer era la santa patrona de la casa, ya que ocupaba un lugar especial, lleno de ofrendas, calabazas, peras, melocotones, flores ya mustias, platos con miel y algunas velas encendidas. Me percaté de que en las paredes había fotos de muchos famosos de los que yo llamo de carrera, fotos desgastadas, al parecer, por los muchos años que tenían. En ellas mi amiga posaba más joven, con un estilo glamoroso y más jovial. Época de oro, diría, para una santera que llegó a estar rodeada de muchísima gente importante, e incluso de un ex presidente de gobierno, y que ahora malvivía con lo que ganaba en su consulta diariamente. Mientras estaba absorto en mis pensamientos, reapareció mi amiga con E. S. —E. S., te presento a mi amigo Juan Gonzalo— dijo. —Hola— dijimos ambos casi al unísono. E. S. tenía un acentuado problema de estrabismo que en televisión pasaba inadvertido y era más delgada de lo que suponía. La verdad es que la televisión la favorecía. Sin preámbulo, entré directamente al tema. — ¿Te explicó María Luisa de qué va el asunto? —Algo me dijo, pero no me quedó muy claro, ¿es un montaje?

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—No, yo tengo una empresa, un gabinete de videncia, y busco a alguien conocido para que sea mi imagen; ya sabes, ponerte una camiseta en las presentaciones a las que te inviten, dejarte ver por el local y hacer un poco de relaciones públicas. —Mira, es que yo no me quiero mezclar con estas cosas públicamente. Si tú quisieras otra cosa para salir en televisión. — ¿Otra cosa?, ¿cómo qué? —Mira, ahora mismo estoy saliendo con P. N. Si tú quieres me paso por tu local con cualquier pretexto, llamas antes a cualquier agencia y que me hagan unas fotos, luego salen, yo las desmiento y así formamos una gran polémica, que es lo que vende. Tú puedes decir cualquier cosa, lo que se te ocurra, yo no te voy a denunciar. —Es que yo había pensado algo más serio y continuado. —Oye, si quieres publicidad así es como más rápido se consigue, y como más pasta se saca, porque te pasas una semana saliendo en todos los programas y en todas las cadenas. El escándalo es lo que vende, y si me pagas seis mil euros te lo organizo todo. Ya sabes, la fama cuesta. Estaba atónito. Yo le proponía un trabajo, que aunque fuera ficticio ella no lo sabía, y E. S. me hacía una contraoferta insólita: un montaje televisivo con su pareja P. N., a quien le acababan de dar un programa de gran audiencia en Tele 5. —Bueno, es que eso no lo había pensado, deja que lo analice y vea si me interesa, ¿te puedo llamar?— Sí, claro, cuenta conmigo. Nos intercambiamos los teléfonos y terminó la conversación. Ella se levantó y dijo que tenía prisa por marcharse. Aproveché y pedí permiso para ir al baño, debía revisar la cámara ya que habían transcurrido los primeros cuarenta y cinco minutos y preferí cambiar la

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cinta antes de que se agotara por completo. Cuando regresé ya se había ido y continué la conversación con mi amiga. —Menuda pieza tu dienta —le dije mostrando sorpresa. —Ella es así, vive del cuento, a mí aún me debe trescientos euros del último «trabajo», y ya ves cómo la trato. Seguidamente, y movida sin duda por el impago de sus servicios, mi amiga comenzó a largar de todo, ante el objetivo indiscreto de mi cámara. Me contó que E. S. acababa de llegar de un fin de semana loco en Miami con P. N., que no era su novia ni nada por el estilo, simplemente habían pasado unos ratos juntos, aunque ella estaba haciéndole un «amarre» muy fuerte para que se casara, o al menos se concretara su relación. E. S. había prometido a María Luisa tres mil euros si lo conseguía. Habitualmente, E. S. acudía a mi amiga con un nuevo nombre de hombre para «amarrarlo». —Cambia de marido como de pantalón. Lo que quiere es coger a alguien para no dar ni un palo al agua. Ésa no cree en nada, sólo usa la santería, por eso nada le sale bien. Me hizo hacerle «amarres», «dominios» y un montón de cosas a Antonio cuando andaba con él haciendo de las suyas, pero cuando vio que no le podía sacar los cuartos, porque el tipo no tenía ni un duro, lo dejó plantado —me dijo. Con este argumento se justificaba mi amiga ante los ineficaces «trabajos» que le había cobrado a su cliente, algo que, por otra parte, es muy normal entre los santeros: la culpa de que no salga un «trabajo» siempre es por causas ajenas a ellos mismos y nunca por sus hechizos, éstos son infalibles, aunque la realidad demuestre justo lo contrario. A los pocos días de este encuentro, E. S. entró en un concurso televisivo y, por lo visto, creo que puso en práctica la propuesta que me había realizado: armó un escándalo de tres pares de narices, aunque creo que el dinero que recaudó de bien poco le ha servido,

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porque su ya deteriorada imagen quedó peor, y hoy día sigue en caída picada.

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J. S. SOBREVIVIRÉ J. S. es una exuberante chica de Europa del Este, pero no precisamente gracias a la madre naturaleza, sino por las habilidosas manos de un cirujano plástico de nombre G. B., hijo del dueño de unas famosas clínicas de estética muy conocidas entre las famosas televisivas del panorama rosa. Ella estaba operada de todo: labios, glúteos, senos, costillas de menos y un largo etcétera. Con toda esa figura tallada a medida pretendía ser famosa integrándose en un conocidísimo grupo musical de la mano de un empresario del sector que estaba invirtiendo en ella una gran cantidad de dinero. Una muestra de ello era un carísimo BMW de color azul que le había regalado y del que ella presumía como trofeo; solía decir que era la única que había conseguido de Antonio tan costoso regalo, ya que éste le debía dinero a todo el mundo. Todo estaba preparado para darla a conocer en el verano con una canción que realmente prometía. Un piso de lujo en la avenida de los Andes, en Madrid, una abultada cuenta corriente gracias al trabajo de la noche en un conocidísimo local de la Castellana con nombre angelical, y dos clientes fijos: un rico empresario vasco, de nombre Iñaki, y un futbolista de primera división. Todo le marchaba sobre ruedas, hasta que conoció a Norberto, un babalawo —sacerdote de un culto afrocubano— de origen cubano que residía en puerta de Toledo. Una noche visitó el local y después de pagar sus favores sexuales la convenció para que se pasara por su consulta. Él poseía la fórmula mágica que haría que uno de sus clientes la retirara, el gran sueño de las chicas de la noche. A partir de ese momento su vida cambió, optó por confiar en la santería milagro, y se equivocó. Norberto, desde un primer momento, creó una dependencia en J. S. hacia sus consejos que rozaba la enfermedad. Ella le consultaba

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todo y se dejaba guiar sin ningún miramiento por las instrucciones de éste, aunque en algunos casos le parecieran anormales, o incluso delictivas. Norberto no tuvo escrúpulos, vio en la chica una pieza débil que podía manejar a su antojo y de la que obtener dinero, todo su dinero, porque de eso se trataba. No parecía tratarse de santería, la religión fue el método que él utilizó, y aunque es cierto que era sacerdote de esta creencia los métodos que empleó con mi amiga desvelan una intencionalidad en sus acciones poco religiosas, y sí muy delictivas. J. S. invirtió una ingente suma en la milagrosa fórmula y vio su vida truncada. Siguiendo los consejos de su especial santero, rompió su relación comercial con el empresario artístico y comenzó a recibir llamadas amenazadoras; su telefonillo no dejaba de sonar y los números anónimos se acumulaban en su teléfono, procedentes de alguien sin determinar, pero que ella pensaba que era el empresario, furioso por la ruptura de su contrato verbal y por el otro contrato, el que más le interesaba, el sexual. Desesperada y temerosa se aferró cada vez más a la solución que le ofrecía el babalawo, mientras su cuenta corriente bajaba aceleradamente. Un «trabajo» tras otro, sólo consiguió que el futbolista la dejara definitivamente, al presentarse J. S. en su casa, por consejo de su particular vidente, que estaba realizando un supuesto «trabajo de dominio», para hablar con su mujer. El resultado sería que el futbolista se decidiría por formalizar la relación con ella y rompería de inmediato con su pareja. El empresario vasco dejó de pagar la letra de su lujoso piso y el mafioso empresario artístico le envió a varios matones para romperle los huesos. Pero el santero seguía diciéndole que todo saldría bien, y a ella no le quedaba otra alternativa que confiar. Las cosas se les habían ido de las manos a ambos.

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J. S. acudía a un comercio de fe del centro de Madrid donde se hacían unas misas espirituales al estilo cubano, y en las que yo también participaba como parte de mis pesquisas para este libro. Fue allí donde la conocí. Desnuda de sus artilugios de mujer, fracasada y engañada buscaba la ayuda de alguien del más allá, porque como ella misma decía: «Nada en la tierra la podía ayudar a salir del lío en el que se había metido». La conocí como Juan Gonzalo, pero al poco tiempo de intimar decidí contarle la verdad y ella accedió a narrarme su historia con la esperanza de que pudiera ayudarla, lo cual intenté, os juro que lo intenté, pero fracasé. Entre llantos me decía que ya no le quedaba nada por hacer. Había pagado la friolera de treinta y seis mil euros por todos los «trabajos» que el babalawo le había realizado, y eso la había dejado sin dinero; no tenía ni para pagar la escuela de su hijo. Además, esperanzada por el resultado de la brujería de este individuo, había dejado de trabajar la noche, pues le había prometido que en cuestión de dos o tres meses conseguiría su propósito, y ya llevaba más de ocho. No veía otra alternativa que volver al trabajo, pero en el club la relación con las otras chicas era muy difícil. La habían sorprendido echando un polvo mágico que el babalawo le dio, asegurándole que de esta manera atraería más clientes, y al ser sorprendida por una de las empleadas del local tuvo una bronca impresionante. Ahora tenía miedo de regresar, pues la habían amenazado de muerte. También por consejo de su santero había intentado extorsionar a su ex amante Iñaki con unas fotos que hizo en la casa donde se daban las citas sexuales, pero sólo había conseguido poco más de diez mil euros, que para su ritmo de gastos era una cantidad ínfima, perdiendo así los ingresos que periódicamente recibía de un restaurante que el buen cliente vasco le había puesto en el centro de Madrid, y que ahora le retiraba después de verse chantajeado. Tras la pérdida del trabajo, del futbolista, del empresario artístico y del buen Iñaki, J. S. dirigió la atención hacia su cirujano estético, en

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un último y desesperado intento de salir de la noche, pero también fracasó. Ella mantenía periódicas citas sexuales en su casa y hasta en la propia consulta del joven médico para intentar atraerlo fuera como fuese. Por recomendación de su babalawo le enviaba pasteles llenos de polvos mágicos, llamaba a su mujer Susana de día y de noche para separarlos, e incluso le hizo fotos a escondidas en uno de sus encuentros sexuales para chantajearlo, siempre con la ayuda del babalawo, que le cobró grandes sumas por cada uno de estos consejos que hicieron su vida más desgraciada. Nuestras conversaciones fueron muchas y tengo grabadas gran parte de ellas, porque desde un principio vi muy claro que podía ser un caso típico de extorsión por parte de santeros, aunque la realidad es que, cuando en un momento le planteé denunciar al babalawo, ella se negó rotundamente y enfrió la relación conmigo. Hice todo lo que estuvo a mi alcance, pero no pude convencerla de que lo denunciara, en cambio sí conseguí que dejara de visitar videntes y que dejara de comprar artículos falsos que lejos de ayudarla la endeudaban aún más día tras día. Cada vez que la escucho me remueve la conciencia, y me invade un sentimiento mezcla de rabia e impotencia. Cómo puede alguien aprovecharse de esa manera de otra persona, de esta forma tan cruel, dejándola en la más absoluta miseria con un hijo que criar, aparte de con una vida completamente arruinada. La historia la cuento porque es el fiel reflejo de lo que se puede obtener siguiendo las pautas de algún santero desaprensivo y falto de ética. Para que sirva de experiencia a quienes se vean reflejados en ella y para que digan basta cuando no adviertan el fruto de sus «trabajos mágicos». No sigan en esa dirección porque nada va a mejor, al contrario, cada día empeorará. La última vez que vi a J. S. estaba algo más recuperada, se despidió con un adiós y un «sobreviviré» que me sonó a derrota.

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S. M. LA NATURALEZA ES EXTRAÑA Una historia curiosa que quiero compartir con todos en este libro tiene como fin mostrar hasta qué punto puede llegar a calar la santería en la sociedad, y demostrar que no existe ámbito en el que no pueda expresarse. Después de muchos meses de investigación estoy convencido de que no hay patrones rígidos que determinen cuándo es propensa una persona a acercarse a la santería como medio para solucionar un problema que le atormenta, no importa la condición social, ni el nivel cultural, ni el poder económico. Nada de esto interviene en el fondo de la cuestión, que discurre por los entresijos del pensamiento humano, que muchas veces toma decisiones incomprensibles para las personas que lo ven de lejos, pero perfectamente válidas para sus protagonistas, y además con argumentos muy sólidos, que, aunque nos puedan parecer subjetivos, no podemos ni cuestionar ni poner en duda. Un día, durante la comprobación cotidiana de los mensajes dejados en mi contestador telefónico, encontré a S. M. Su mensaje me había llamado poderosamente la atención, su voz me pareció desesperada, se le entrecortaba el habla, estaba notoriamente nerviosa y, entre sollozos, pedía ayuda. —Buenas tardes, soy Juan Gonzalo. Me ha dejado usted un mensaje en el contestador esta mañana —le dije. — ¿Quién es?, no me acuerdo. —El del anuncio de videncia. —Ah, ya lo recuerdo, es que yo quería saber algunas cosas pero no puede ser por teléfono.

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—Bueno, podemos quedar y hablar tranquilamente. Pásese por el gabinete. —Pero ¿cuánto me va a cobrar? —Por hablar, nada. Primero vemos cuál es su problema y luego vemos qué podemos hacer. El tono de su voz era ahora más seguro, firme y menos nervioso. Me dio la impresión de que perdería el tiempo, pero ya estaba embarcado en esta historia y tenía que seguir adelante. Llegado el momento de la cita en mi improvisado gabinete, la esperé con todo el atuendo propio de la ocasión. Con puntualidad británica sonó el telefonillo y apareció mi cliente: una mujer bajita, de tez mestiza y unos cincuenta años de edad, con claros rasgos sudamericanos. —Soy Juan Gonzalo. —Yo soy S. M.— dijo escuetamente. Me quedé alucinado porque su nombre delataba su indiscutible condición de católica. Ella debió de notar mi sorpresa, ya que agregó casi de inmediato: —Soy monja, del convento de las C. D. —Estoy sorprendido, nunca antes había hablado con una monja. Acaso ¿no es pecado creer en lo esotérico o acudir a un vidente? Acláremelo, por favor, y disculpe mi ignorancia. No es que tenga ningún inconveniente, pero la curiosidad me mata— me apresuré a decir. Mayor fue mi sorpresa aún cuando aquella monja me relató ante el siempre indiscreto objetivo de mi cámara, y con toda naturalidad, que aunque prohibido por la Iglesia, el esoterismo era una práctica

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habitual dentro de las congregaciones, y que, incluso existían hermanas que eran expertas en el uso de las cartas del tarot. S. M. acudía regularmente a este tipo de servicios, considerándolo algo natural. Su origen mexicano le hacía más fácil la comprensión de estas culturas, aunque su condición de monja le impedía manifestarlo abiertamente. Pasamos un largo rato charlando distendidamente sobre muchos temas esotéricos, y me percaté de su profundo conocimiento de estas creencias, sobre todo de las de su país de origen. Llegados a un punto, pasamos directamente a las consultas que quería hacerme, y por las que había acudido al teléfono de un vidente. Lo que la buena señora quería era, nada más y nada menos, hacerle a un todopoderoso arzobispo un «trabajo» para que la dejara definitivamente en su congregación de Madrid, una vez que venciera su contrato. Su madre superiora había redactado un informe muy negativo sobre su labor en la misión y estaba convencida de que tendría que volver y no podría quedarse. Su situación era desesperada, con lo que ganaba en España y las ayudas caritativas de buenos feligreses podía mantener a su numerosa familia en México D. E, que vivían en una situación precaria, pero sin el trabajo en España no sabía cómo iba a mantenerlos. Ya había intentado hacer algunos «trabajos de dominio» con un vidente argentino, e incluso había gastado más de lo que se podía permitir en una línea telefónica de videncia de un conocido de este negocio, pero la fecha en que terminaba su contrato se aproximaba y no veía posibilidad alguna de obtener resultados prácticos. Un desaprensivo vidente, que tiene su gabinete en el paseo de los Ladrilleros, en Madrid, le había estafado ochenta euros, que para su delicada economía eran una auténtica fortuna, y la solución no llegaba, así que ahora acudía a mí como vidente con la esperanza de encontrar una salida a su angustiosa situación.

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Me hallaba ante la disyuntiva de decirle a esta señora que no podía hacer nada por ella, ya que yo no era más que un periodista realizando una investigación, o recomendarle a alguno de los santeros o videntes que conocía, pero como en realidad no me fiaba de ellos, y ciertamente carecía, y aún carezco, de pruebas que me indiquen que hay algo de verídico en estas creencias, opté por una salida intermedia. Me limité a decirle que yo no hacía «trabajos», simplemente podía darle algunos consejos, pero éstos no resolverían en absoluto su problema. Le aconsejé escribir una carta al arzobispo. Si conseguía entrevistarse con él personalmente y contarle el drama de su vida confiaba, apelando a su misericordia, en que le conmovería como había hecho conmigo y así tendría, al menos, una posibilidad real de convencerle para lograr su propósito de quedarse en España, y, seguramente, sería una solución mucho más efectiva que seguir gastando en videntes, que, estaba convencido, en nada podían ayudarla. Un poco sorprendida por mi propuesta, y más aún por mi comportamiento, aceptó seguir mi consejo. La buena fortuna hizo que el arzobispo fuese más receptivo de lo que se podía esperar y se comprometió a hacer las gestiones pertinentes que le permitiesen quedarse, como era su objetivo. La buena señora me llamó para agradecérmelo y con mucha convicción me dijo: —Ha sido gracias a tus buenos espíritus, que lo han convencido. La naturaleza es extraña ¿verdad?

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A LA «CASA» DEL BRUJO Ésta es la historia de Gema Patricia, una joven enamorada pero no correspondida que había acudido a un vidente africano que tiene su consulta en la zona de Argüelles, de Madrid, y que se anuncia como el Profesor Karamba. Este «profesor» abusó de Gema Patricia, uno de mis clientes telefónicos, y la estafó sin ningún tipo de escrúpulos. Gema, evidentemente, no solucionó su mal de amor y ahora estaba en una situación muy difícil. Yo no sabía muy bien cómo ayudarla, pero intentaba, al menos, que la conversación le sirviese para desahogarse y liberarse de toda la carga emocional que llevaba encima. Del resultado de la estafa, Gema estaba sumida en una profunda depresión y bajo tratamiento psicológico. Quedamos en el local de la calle Galileo, que por desgracia se encuentra muy cerca de donde el vidente africano tenía la consulta, lo que a Gema le resultaba un trago muy amargo. Era una joven delgada y de piel muy blanca. Una mirada perdida salía de unos ojos tristes que emanaban una profunda decepción. —Hola, Gema, soy Juan Gonzalo. —Hola, Juan, no me siento cómoda por esta zona, juré que nunca más pasaría ni siquiera cerca de este lugar. —Pero ¿es tan grave lo que ha pasado? —Sí— rompió a llorar con desesperación. Traté de calmarla pero fue imposible. —Se pasará, no te preocupes por nada. Al cabo de un rato se calmó y comenzó a relatarme su historia, parte de la cual ya me había avanzado por teléfono. Gema vio el anuncio del vidente africano en el periódico y llamó para buscar una

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solución a su problema: quería recuperar a su novio de toda la vida, su primer amor, y del que creía seguir enamorada. Este señor le pidió seiscientos euros a cambio de hacerle un «trabajo». La cifra era demasiado elevada para la economía de Gema, pero aun así pagó, con la única garantía de la palabra de un individuo al que no conocía de nada. El vidente le daba todas las garantías de su efectividad como brujo y eso ayudaba a Gema a pasar los días de desolación, al menos tenía una esperanza. Pasaron dos semanas y Gema volvió para consultar cómo iba todo, no veía ningún indicio que le hiciera pensar en la futura reconciliación con su novio. El brujo, sin ningún reparo, le dijo que tendría que trabajar en algo más fuerte, lo que le costaría trescientos euros más. El problema, según él, consistía en que el novio estaba hechizado por otra mujer y que había que romper primero ese «trabajo» antes de ver algún resultado. Sin poder afrontar el pago, Gema tuvo que recurrir a su abuela para que le prestara el dinero. Sin dudarlo volvió a la consulta del vidente para pagar y lograr así el «rompimiento», que era como aquel individuo llamaba al hechizo que debía realizar. Luego vino lo peor. Karamba le dijo que tenía que quitarse toda la ropa, desnudarse allí mismo y en ese momento. Gema le increpó, ya que no entendía la razón, pero él terminó por convencerla argumentando que era la única manera de que recuperara a su novio. Ante tan contundente argumento, la joven, desesperada, accedió, y Karamba comenzó el ritual: fue untándole con miel todo el cuerpo mientras la sobaba. Gema notaba que lo hacía de manera algo extraña, se sentía muy incómoda con la situación. En un momento determinado le pidió que parara, ya no podía soportarlo más. El vidente accedió, pero le dijo que tendría que hacer una última cosa. Gema tendría que taparse los ojos y con una vela en forma de pene rojo y untada de miel debía masturbarse agachada sobre un círculo

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mágico. Mientras tanto, él rezaría una oración que sería capaz de devolverle a su novio en veinticuatro horas. Gema se negó con rotundidad, a lo que el supuesto vidente le contestó que entonces no podría hacer nada por ella. Gema le pidió que le devolviera todo el dinero gastado, a lo que se negó, argumentando que era ella la que impedía que se realizara el «trabajo» y que no era su culpa. Ante este argumento, aún semidesnuda y pringada de miel, Gema aceptó sin más remedio. Decía que se sentía con la voluntad anulada; era tanto el deseo de tener a Carlos, su ex novio, que su desesperación la llevó a aceptar esta indecente proposición, esperanzada en que al día siguiente estaría con Carlos tal como le había prometido el brujo. Con mucho miedo accedió a dejarse arrastrar en aquel vejatorio ritual. Karamba trazó un círculo con un polvo blanco en el centro de la habitación, apagó las luces y encendió dieciocho velas alrededor del círculo, luego le facilitó el pene rojo untado con la miel, volvió a vendarle los ojos y se apartó para hacer unos cánticos. Mientras, Gema permanecía en pie sin saber qué hacer y él la fue guiando. Cuando Gema ya tenía el pene introducido, y a causa de los dolores que sentía, tuvo un ataque de cordura y se retiró la venda de los ojos, con la intención de acabar con toda aquella farsa y salir corriendo. Lo que vio fue una imagen terrible que la dejó de piedra: Karamba se masturbaba compulsivamente sentado frente a ella. Mientras me contaba la historia se me hizo un nudo en la garganta. No sabía si gritar de rabia o romper los cristales del local. La increpé, como si la conociera de toda la vida, le exigí que le denunciara inmediatamente, le di la seguridad de que la acompañaría a la comisaría en el acto. Pero todo fue inútil, se puso muy nerviosa y dio por terminada la conversación. Me dejé arrastrar por la emoción y conseguí impresionarla hasta el punto de que a los dos días me llamó

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para decirme que acababa de salir de la comisaría de la calle Leganitos con la denuncia bajo el brazo.

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M. G. NO PUEDO NI SALIR A LA CALLE Parece como si el destino quisiera que M. G. fuera referente de todo, no basta con que la hayan pillado con cámara oculta o sin ella en más de una ocasión acusándole de todo tipo de cosas. Resulta que ahora su camino está en manos de un babalawo cubano que le ha «limpiado» su destino y le promete convertirla en una estrella mediática, además de augurarle todo tipo de suertes, en el momento en que con una ceremonia «solemne» le dio «Cofa de Orumila». La conocí por casualidad en un establecimiento VIPS de la plaza de los Cubos, cerca de la plaza de España en Madrid. Ella desayunaba sola y yo, con mucha discreción, me acerqué a ella con el pretexto de que me firmara un autógrafo. La chica se mostró sorprendida, quizá porque no estaba acostumbrada a semejantes peticiones, pero accedió de buen grado y yo, en reciprocidad, la invité al desayuno. Rápidamente entramos en confianza. Yo ya había notado la pulsera con los colores verde y amarrillo que llevaba en la mano izquierda haciendo clara referencia a su devoción por Orumila (una deidad del panteón de la santería cubana). —Oye, yo también tengo una de esas pulseras, ¿es de Orumila, verdad? —Sí, y tú ¿cómo sabes eso? —Bueno, es que me gustan los temas de santería. ¿Te ha traído suerte? —La verdad es que no sé qué decirte, me la dieron para la salud y, sin embargo, estoy un poco pachucha. También me la recomendaron para el trabajo, a ver si puedo levantar cabeza, pero hasta ahora no he logrado nada. Eso sí, me están saliendo más galas que en otras ocasiones. —Bueno, entonces te está resultando, ¿no?

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—Yo qué sé, estoy muy desilusionada, no por lo de la santería, que estoy viendo los avances poco a poco, pero no sé, oye, ¿tú sabes de alguien bueno que me quiera echar las caracolas? Advirtiendo que algo andaba mal, le ofrecí mis consejos espirituales. El local de la calle Galileo estaba cerca y le propuse que nos desplazáramos hasta allí. Para mi sorpresa consintió sin ninguna objeción. Tenía que actuar rápido, el local era pequeño y en veinte metros cuadrados casi diáfanos no tenía apenas opciones de poner en marcha la cámara oculta sin que ella lo advirtiera. Cogimos un taxi y en los diez minutos de trayecto no puedo recordar ni una sola de sus palabras. Mi pensamiento se centraba, única y exclusivamente, en ingeniármelas de alguna manera para tener una oportunidad de poner en marcha la cámara. Todo resultó muy fácil como para perder la oportunidad de grabar a una seudofamosa vinculada a la santería. Llegamos y se me ocurrió pedir café en el bar de al lado. La miré y le dije: —Te quedas esperando y lo tomamos dentro; mientras, yo voy abriendo. Sorprendentemente asintió con la cabeza. Tomé la iniciativa y me dirigí a la puerta del local, entré y, a toda prisa, puse una nueva cássette en la cámara, pues no sabía cuánto tiempo le quedaba a la que estaba puesta, y comencé a grabar. Justo en ese momento ella entró con los dos cafés, los puso sobre la mesilla y se sentó. Me paré a reflexionar, no era suerte precisamente lo que había tenido con M. G. Ella estaba como aturdida, ausente diría yo, hasta ese momento no me había dado cuenta de que actuaba y decía las cosas casi por inercia. Entablamos un diálogo banal durante un tiempo, después del cual empezó mi interrogatorio. — ¿Qué quieres saber? ¿Salud, trabajo, amor?

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—Te voy a decir la verdad, quizás porque no te conozco de nada y eso me da confianza. En la santería, cuando te hacen un «trabajo», ¿te puedes acostar con el santero que lo hace? —Sé más específica. Hasta donde yo sé, no tendría nada de malo mantener relaciones con un santero, te haga o no «trabajos», o qué te crees, que los santeros somos de piedra. —Tienes razón. Mira, esta pulsera por la que me has preguntado antes me la dio un babalawo cubano, pero, no sé, es que es muy pegajoso. Al principio pensé que era por cómo son los cubanos de «salaos», pero cada vez ha ido a más y ya no lo soporto, me acosa y me dice que Orumila me va a ayudar, pero que si no hago todo lo que me pide me va a destruir. Estoy muy asustada. —Pero ¿qué te pide? —Me da vergüenza, no te conozco de nada, pero como me dijiste que eres santero y no sé qué hacer tengo que confiar en alguien. Cada vez que me ve quiere que me acueste con él. Y cuando me «limpia» me soba de arriba abajo y me dice cosas de todo tipo. ¿Eso es normal? —Bueno, hasta ese punto, no. Pero, si no quieres, no tienes más que negarte y ponerle en su sitio. Eso no tiene nada que ver con la santería, es un problema entre él y tú. Tomé las cartas del tarot que tenía sobre el escritorio y comencé a ponerlas una a una en la mesa haciendo un círculo igual al que hacen los videntes con el objetivo de que creyera que estaba realizando algún tipo de consulta. Aunque en realidad estaba pensando en cómo salir de esa absurda situación en la que me había metido. Ella estaba esperando ver alguna reacción por mi parte, se había confesado porque yo le había dicho que le daría consejos espirituales, pero ni yo era santero ni sabía nada que no fuera razonar y aplicar el sentido común. Le expliqué mi punto de vista y la aconsejé.

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—Ve a otro babalawo y no te preocupes, nada malo puede pasarte. Lo que hace contigo es una vergüenza y no se lo puedes permitir. No tiene nada que ver con la santería, son cuestiones personales y los santos no se mezclan en cosas mundanas. — ¿Y lo que me ha dado? Creo que me está yendo mejor. ¿Crees que me va a hacer daño? —Ninguno. ¿No te das cuenta de que lo que pretende es utilizarte? Además, el babalawo que te buscaré sabrá qué hacer. Había sido un encuentro fortuito que resultó un desastre, no supe cómo salir del embrollo y tuve la sensación de que se fue tal como había venido. No conseguí ganarme su confianza, no estaba preparado y me cogió fuera de juego. Así que espero que ahora su historia cobre algún sentido para ella y decida alejarse de su acosador, si es que no lo ha hecho ya porque nunca más supe de ella. Debió de ser tan desagradable la impresión que se llevó de mí que hasta me dio el número de teléfono equivocado. Sé que lo hizo a propósito. M. G., sé valiente.

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S. M. EN BUSCA DE UN MARIDO Faltaban aún veinte minutos para la cita cuando apareció inopinadamente, como si le corriera mucha prisa. Había estado insistiendo durante toda la semana para que le hiciera una consulta de videncia y finalmente había accedido a ello a condición de que me firmara un autógrafo. Era un incondicional de su programa de Internet y ser vidente me daba ahora la oportunidad de poder conocerla. Ella estaba encantada de que el «trabajo» le saliera gratis y me regaló un precioso póster, en el que aparecía posando con un traje de luces de los que usan los toreros y una dedicatoria muy sugerente: «íntimamente, para Juan Gonzalo». —Sí que vienes con prisa, ¿te ocurre algo? —le dije para romper el hielo. —La verdad es que estoy muy nerviosa, me he enterado de que mañana salen unas fotografías mías en la revista Diez Minutos con M. A., y la verdad es que no sé cómo ha podido ocurrir esto. —Pero ¿estás con él?, ¿es tu novio? —Bueno, llevamos saliendo dos meses, pero aún no se ha formalizado la relación, tengo a sus padres en contra y su ex novia me está tocando las narices todo el rato. — ¿Por eso te corría tanta prisa que te echara las cartas? —No, el problema es que creo que estoy embarazada. — ¿Lo crees o lo estás? —Bueno, para serte sincera, lo estoy, pero nadie debe saberlo. Sólo está al corriente mi madre y a él no sé cómo decírselo. Tampoco sé cómo va a reaccionar, por eso quería que me «consultaras».

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Viendo que la situación podría escapárseme de las manos, decidí involucrar a una tercera persona y le sugerí que fuéramos a un local que regentaba un santero que conocía. Mis consejos espirituales no la habían convencido, era evidente que ella quería algo más. Mientras nos dirigíamos al lugar, llamé a mi amigo Javier para que nos esperara y avanzarle algunos de los pormenores del asunto. S. M. se mostró un poco asustada y me repitió en varias ocasiones que todo debía hacerse con la máxima discreción posible. La noticia de su relación con el torero había saltado a la prensa rosa y fotógrafos y periodistas la seguían a todas partes. Una vez que llegamos al local, y después de las presentaciones formales, pasamos al cuarto de las consultas. Es aquí donde comienza la increíble historia que dio pie a incluirla en las páginas de este libro. S. M., en efecto, estaba embarazada, no porque lo dijera el santero sino porque traía un certificado médico que así lo acreditaba, pero su preocupación era otra. Nos dijo con toda claridad que lo que le interesaba saber era si conseguiría «atrapar» a M. A., una joven promesa del toreo con una jugosa cuenta bancaria, si tomaba la decisión de seguir adelante con el embarazo, porque si no abortaría. A pesar de su explícita pregunta, yo estaba confuso respecto a la intención de la misma, y le pregunté directamente si iba a depender de la respuesta del santo el que abortara o no. Para mi sorpresa respondió con un contundente sí. —Pero ¿no te parece que sería mejor hablarlo antes con él? —le dije, para intentar persuadirla. —No, la decisión de él no me importa, lo que me importa es saber si el niño va a ser un negocio para mí o no. Si me va a reportar beneficios. Mi amigo santero, conociendo mi criterio sobre estos temas, decidió aconsejarle que hablara primero con él. A mi colega y a mí nos parecía equivocada la actitud de S. M., y, además, no quería que el

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santo cargara con la culpa de su irreflexiva decisión. Al final decidió abortar, no sin antes acordar con el santero un «trabajo» para «amarrar» al torero. Yo preferí mantenerme al margen y no participar del trato. —Llámame cuando quieras. Después de este episodio, el póster ya no me parecía tan maravilloso. La imagen de chica ingenua y bella se había desvanecido. Aun así, decidí continuar la relación con ella. Sus llamadas comenzaron a ser casi diarias y nuestros contactos se prolongaron durante varios meses. Me hizo toda clase de proposiciones, a cuál más rocambolesca. Por más que le explicara que la santería era una religión con normas y que no era cuestión de «trabajos» solamente, ella estaba decidida a utilizar esta creencia para obtener sus propósitos más mundanos con mi ayuda o sin ella. Comenzó a visitar con asiduidad una tienda esotérica de la avenida de la Albufera, en Madrid, y otra en el centro de la capital. Actuaba de forma compulsiva, como si se encontrara en un estado de permanente excitación. Pensé que nada bueno podría salir de todo esto, como en efecto ocurrió. A los pocos meses me volvió a llamar desesperada, dijo que tenía que verme o cometería una locura. Nos citamos en la plaza de los Cubos para tomar un café y charlar. Estaba más delgada y muy desmejorada. Me dijo que llevaba varias noches sin dormir y que el medicamento que tomaba diariamente para curarse una serie de males que padecía desde hacía años no la estaba ayudando. Pero no era su problema de salud lo que más le preocupaba sino una deuda que había contraído por pagar los servicios de una vidente llamada Raquel. —Pero ¿a cuánto asciende la deuda? —Mucho, debo más de seis mil euros.

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— ¿Qué te ha hecho?, ¿te habrá revelado, como mínimo, la fórmula para convertir el plomo en oro? —le dije con un tono afable, para quitarle dramatismo a la angustia que notaba en sus palabras. Resultaba que Raquel, una vidente que regentaba un local con fachada de herbolario en el Puente de Vallecas, la había convencido para que «pescaran» a un futbolista, una vez que su relación con el torero había terminado. Como a S. M. el tema laboral le iba francamente mal, tenía un juicio pendiente de su anterior matrimonio con un abogado por el que debía pagarle una importante cuantía de dinero y su vida sentimental era prácticamente nula, el momento era el más adverso y confió en la vidente para poder salir del atolladero económico en el que se encontraba sumida. Pero las cosas se torcieron y cayó sin quererlo en una trama de favores sexuales para conseguir el marido ideal. R. C, un importante empresario del mundo del espectáculo, fue el «elegido», sin sospecharlo, de este macabro complot, calculado entre la vidente y mi famosa amiga, para hacer de puente. S. M. quería cazar a toda costa un marido rico. Todo empezó en la oficina que R. C. tenía en la calle Genova. S. M. acudió allí para pedirle que le presentara a algún futbolista y el primero de la lista fue un extranjero que militaba en el Valencia y que justamente estaba en Madrid en aquel preciso momento. Los encantos femeninos de S. M. hicieron el resto, pero la vidente fracasó al poco tiempo. Por más «trabajos» y polvos mágicos que le dio al futbolista, éste la abandonó por una jugadora de balonmano de su misma nacionalidad. Para entonces, R. C. ya la había incluido en su agenda telefónica, y la llamaba cada vez que uno de sus amigos le pedía conocer una chica. S. M. consultaba el oráculo siempre que le presentaban a un nuevo hombre. Así, y casi sin darse cuenta, accedió a mantener relaciones sexuales con varios de ellos, esperanzada en lo que la vidente le aseguraba. —Pero ¿qué me estás contando?, ¿te has vuelto loca o qué?

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—Es que ella siempre decía que el hombre con el que estaba en ese momento era el adecuado, hasta que todo salía mal y entonces el problema era que el idóneo sería el siguiente, así una y otra vez. —Pero no puedes ir por ahí acostándote con todo el mundo como si esto fuera una lotería que reparte como premio un marido. —Ya lo sé y me siento mal por ello, pero ella me decía que era mi destino. — ¿Me puedes decir por qué debes tanto dinero? —Tuve que pedir prestado a mucha gente: a mi abuelo de la herencia de mi madre y a varios amigos y ahora me piden que se lo devuelva y es que no tengo, no tengo —rompió a llorar desconsoladamente. La historia me parecía increíble, era lo más disparatado que me habían contado, pero no tenía duda de lo que me decía, la veía desesperada y decidí ayudarla, el cómo me lo reservo y espero que lo comprendan. Fue una experiencia sobrecogedora que nos hace plantearnos hasta qué punto puede llegar a influir la decisión de un vidente en el comportamiento de alguien.

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D. G. Y J. F. SABOR LATINO Algunas personas no tienen escrúpulos, ni límites morales de ningún tipo cuando se trata de conseguir sus objetivos. El protagonista de esta historia ha recurrido a todas las vías para conseguir la fama, pero no de cualquier tipo, sino la que le proporciona dinero, mucho dinero. Como santero de «estrellas mediáticas» hace uso de su condición de iniciado en la santería para estafar o embaucar, para ganarse la vida con sus «poderes» curativos y de hechicero de pacotilla. No tiene reparo en nada, ni en las formas ni en el fondo. J. E es un santero de origen cubano que reside por temporadas en España. Es un sacerdote con una increíble parafernalia, más propia de un excéntrico artista que de alguien que debe vivir una vida de humildad y entrega al culto de los orishas. Va abarrotado de alhajas y viste con unos atuendos llamativos y escandalosos, cuyo fin único es llamar la atención y escenificar un personaje que es el protagonista principal de la obra teatral que representa su vida. Le conocí durante una fiesta privada en casa de unos amigos del mundo rosa, Marta y Pablo. Ellos me lo presentaron como padrino, o sea, que ese señor era la persona a la que acudían cuando querían resolver algún tipo de dificultad. Él les echaba las caracolas y les hacía sus «trabajos». A Marta y Pablo yo les aprecio y por ese motivo no quise polemizar, limitándome a estrecharle la mano con un correcto saludo, sin más. J. E no era alguien desconocido para mí aunque nunca nos habían presentado. Fue el santero que en contubernio con una sobrina y otra persona vendió a la revista Interviú las famosas fotos de Lolita durante una dudosa ceremonia de santería. Aunque esto nunca lo ha reconocido poseo numerosas pruebas de que así fue. Visto el panorama, pensé que mis amigos podían terminar mal teniendo a un padrino tan mezquino como aquel individuo, pero a eso no podía poner remedio. La dependencia entre ahijados y padrino es, en ocasiones, muy estrecha, con lo que intentar opinar o inmiscuirse

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sin antes haber preparado el terreno puede salirte mal, ya que casi siempre el ahijado tiene fe en su padrino y los lazos de unión entre ambos, aun siendo éste un estafador como era el caso, son muy firmes. Lo único que cabe esperar es un profundo razonamiento por parte del ahijado y que se dé cuenta objetivamente de quién es su padrino. Sólo en este caso se puede producir una ruptura definitiva. Entre tanto, la fiesta seguía y ya muy entrada la noche apareció el otro protagonista de este relato, D. G. Se integró al grupo nada más llegar y animó la fiesta con su soltura y buen humor. A mí, particularmente, me cae bien. Es un tipo dicharachero y juerguista, además de simple y llano, aunque deja en muy mal lugar a sus paisanos cubanos, ya que da una visión distorsionada de ellos. Pasado un tiempo percibí algo raro en el ambiente, el bullicio de la música y la gente hablando por doquier no me permitían ver de dónde provenía una discusión acalorada que llegaba de alguna parte. Me abrí paso como pude entre la gente que estaba en el salón y me aparté del epicentro de la fiesta. A medida que avanzaba por el pasillo escuchaba más nítidamente de dónde venía la disputa, era la última habitación. Había un jaleo impresionante, daba toda la sensación de ser una pelea. Sin pensármelo dos veces, abrí la puerta: —Cierra, rápido, que padrino «se ha montado» —me increpó Marta, haciendo ademán de que cerrara la puerta. —Pero ¿qué pasa aquí? Pensé que se estaban peleando. —Es que, al parecer, padrino empezó a hacerle una «limpieza» a D... y «se ha montado». Imagínate, aquí nadie sabe qué hacer. Mi amiga se refería con lo de «montado» a que su padrino había caído en trance, o sea, que había sido poseído por una deidad. Recorrí con la mirada la habitación, el espectáculo era dantesco: copas rotas en mil pedazos por el suelo, la cama revuelta, unas flores

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mustias desperdigadas por el cuarto, un olor penetrante a colonia y unas velas encendidas daban la sensación de encentrarse en un cuarto de burdel barato. D. G. estaba de rodillas con la cabeza hacia abajo y vomitando, no tenía camisa y hablaba con dificultad, por lo que deduje fácilmente que se encontraba en un lamentable estado de embriaguez. J. F. llevaba un pañuelo rojo atado a la cabeza y las manos y la cara pintadas con un polvo blanco. Con las manos en la espalda daba vueltas como un poseso y gritaba haciendo ademán de escupir, sin conseguirlo, jadeaba y daba patadas en un grado de excitación incontrolado. Ésta era la situación y el lugar donde, según todos los allí presentes, se manifestaba una deidad del panteón yoruba, el orisha Changó. Ante semejante panorama me decidí, sin rodeos, a desenmascarar a los impostores. Mi primera sorpresa fue que al dirigirme a la supuesta deidad con el ánimo de entablar un diálogo, no hablaba yoruba, que es algo así como si un alemán no hablara alemán y sólo se expresara en chino. Yo ya poseía algunas nociones de yoruba porque, mis amigos babalawos cubanos, Camilo y Lázaro, me recomendaron en su momento que adquiriese esos conocimientos. —Cuando veas un santo «montado» hablale en yoruba, si realmente es un santo te responderá en su lengua, porque ahora nadie habla yoruba, ni los santeros ni los orishas, es un «relajo» [un cachondeo] de madre. Pero si el santo está «montado de verdad» tiene que hablar su lengua, que es la africana —me aconsejó Lázaro en una de nuestras charlas. Eso es lo que estaba poniendo en práctica en este momento. Seguidamente, y viendo que no me respondía en yoruba, atajé al desenfrenado orisha con un grito en español muy convincente: —Cojo... ¿estáis todos locos o qué? Vais a haceros daño. ¿No os dais cuenta de que D. G. lo que tiene es una borrachera impresionante?

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Luego obligué a D. G. a sentarse y le dije que se quedase quieto, que ya bastaba con lo que tenían allí montado. Incomprensiblemente, el supuesto orisha siguió mis consejos y se calmó. Mis amigos, con los ojos como platos, no decían absolutamente nada, estaban como petrificados, pero seguían por inercia mis órdenes. fría.

—Llevemos a D. G. a la bañera. Esto se quita con una ducha

Como pudimos, llevamos en volandas los tres a D. G. a la bañera y le metimos bajo el chorro de agua fría. Apenas opuso resistencia, sólo hacía ademán de hablar, pero era un tenue balbuceo lo único que conseguía articular, casi imperceptible. Sólo se le oía decir una y otra vez: «Changó me la chup...». Entre tanto Changó había subido al cielo y J. E regresaba a la tierra exhausto y pidiendo un vaso de agua. Sentado en la butaca de la habitación totalmente descompuesto pedía disculpas sin cesar por el bochornoso espectáculo que había dado. Al cabo de dos horas todo había vuelto a la calma. J. E se había marchado y D. G. regresaba a la consciencia para explicarnos su versión de los hechos: —Tío, lo que pasó es que este gilipo... me estaba «consultando» y me dijo que tenía que hacerme una «limpieza» para un tema que tengo pendiente de solucionar con M. D. Yo le dije que no estaba para eso, que había venido a divertirme, pero él insistió, cogió unas flores que había en el búcaro de la cómoda y comenzó a darme «gajazos» y a echarme ron y humo por todas partes, también me pidió que me quitara la ropa, a lo que le dije que de eso nada. Entonces comenzó a hablar muy raro diciendo que era Changó. Yo, que no creo mucho en esas cosas, le dije que lo dejara, pero el cabrón se me tiró a la polla. Tío, me estaba metiendo mano, le di una hostia que lo dejé sentado de culo, ahí fue cuando llegasteis vosotros, y ya no sé qué más pasó.

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A todo esto, la versión del santero era diferente, pero daba igual, el caso es que algo raro había pasado, de eso no había duda.

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T. T. EL MARIDO DE LA DIVA T. T. no era conocido ni en España ni en su país, hoy, sin embargo, es alguien que goza del privilegio de poder contar algo insólito en su vida, teniendo en cuenta el tipo de personaje del que hablamos. Fue, aunque por poco tiempo, esposo de una famosa actriz española, una verdadera diva del cine, de las de antes, con glamur y prestigio, y que le hizo salir del anonimato y gozar en la actualidad de un mérito que no tiene. Pero ¿cómo fue que este cubano anónimo llegó a conseguir tan preciado fin? Logró montar un impresionante negocio con exclusivas de por medio y una boda que ya está más que demostrado por los colegas de la prensa del corazón que fue un burdo y simple montaje. Lo que sí es obvio para mí es que la diva debió de conocer que su futuro esposo no reuniría las condiciones necesarias de marido real debido a su condición sexual. Lo cierto es que en esta investigación me tropecé por casualidad con un santero que me aseguró haber intervenido en su casamiento. En un principio no le creí. Como T. T. es ahora alguien conocido también en Cuba, pensé que el santero era un simple charlatán que intentaba seducirme con un argumento jugoso para sacarme unos cuantos dólares. Aun así, decidí seguir el hilo, realmente no tenía nada que perder y mucho que ganar. El santero se llama Juan Carlos y vive en Marianao, una barriada de La Habana. Dentro del entramado de los personajes relacionados con la santería, él ostentaba el rango de babalawo, que es un individuo que goza de cierto prestigio dentro de la sociedad cubana y que es reconocido como la máxima jerarquía de la santería. De él, la verdad, no tenía ninguna referencia salvo las que él mismo se encargaba de ir pregonando por ahí, ni tan siquiera contaba con la posibilidad de comprobar su credibilidad, pero me convenció con sus afirmaciones al mostrarme fotos privadas de la diva y el cubano, e incluso algunas en las que él figuraba como anfitrión en el salón de su casa o ante el altar de sus orishas.

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Juan Carlos pensó, no sé por qué razón ya que nunca le di argumentos para ello, que yo era un periodista del corazón y por ese motivo se afanó en convencerme y demostrarme sus pruebas, hasta el punto de permitirme escuchar varias conversaciones telefónicas con T. T. y presentármelo como un ahijado en la última visita que hice a su casa, donde por cierto se celebraba una fiesta en honor al orisha Oshún. T. T. tuvo una participación muy significativa. Le vi expresarse con soltura y protagonismo, dándome la impresión de que comulgaba abiertamente con esta fe, aunque cuando me lo presentaron se enfrió bastante y parecía muy incómodo por mi presencia; el haberle dicho nuestro interlocutor que yo era periodista y español fue suficiente para ponerle en una situación de evidente nerviosismo. Tal vez T. T. estaba temeroso de que su padrino Juan Carlos hubiera hablado más de la cuenta conmigo, cosa que por otra parte le daba la razón. Este hecho me dio la prueba definitiva para llegar a la conclusión de que la información de Juan era verídica. Juan Carlos, como buen cubano, hacía gala de sus dotes de elocuencia, y no es un tópico en los cubanos, la mayoría son grandes habladores que hacen de la conversación un elemento inseparable de su forma de ver la vida y proyectarse. —A T. T. me lo presentó Armando. Tenía un «fenómeno tremendo» (un mal de ojo), le di Elegguá para que se le abrieran los caminos, y la verdad es que mejoró, fíjate que incluso llegó a casarse con S. M., bueno eso tú lo sabes porque ella es famosísima. Yo soy un babalawo de verdad y cuando «pongo una obra» Orumila me responde. A Cuba viene la gente más famosa del mundo para «hacerse sus cosas» porque aquí sí se trabaja de verdad con el corazón. —Sí, pero te cobran, y caro por cierto. —Qué dices. Nada de eso, imagínate que cuando tú pagas aquí por una consulta diez dólares en España te cobrarían cincuenta o

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sesenta, y los «trabajos» que se hacen aquí son también más baratos, y sin tantos problemas, porque me han dicho que en tu país no se pueden hacer sacrificios, y sin sangre la brujería no funciona. Aquí se usan cosas de verdad, naturales y con fuerzas, cosas de espíritus; para que te hagas una idea, si necesitas un hueso de muerto o un corazón humano lo consigues. ¿Tú crees que en España se pueden conseguir cosas así tan fácilmente? —De acuerdo, pero me imagino que tanto aquí como en España eso es ilegal. —Sí, pero aquí nadie se mete con la santería, es algo normal. Ve a ver la nganga de cualquier palero y comprobarás que tiene calaveras y canillas de muerto auténticas, y eso lo saben todos lo que van a «consultarse» o a hacerse algún «trabajo». La policía no se mete y respeta mucho todo esto. — ¿Y alguno de esos famosos de los que me hablas ha llevado a España huesos humanos auténticos? —Claro, eso no es problema, no se detectan en el aeropuerto. Yo conozco a algunos, pero como comprenderás, sabiendo que eres periodista, no te puedo decir quiénes, no vayas a formar algún lío con esto y me meta en problemas. Te puedo decir que la santería en Cuba la usa incluso el gobierno para saber cosas de la gente, y si es extranjero y famoso ni te cuento. Por lo general, en una consulta las personas te cuentan todo con franqueza y sin tapujos, a fin de que el santo les aconseje y les ayude en su propósito, o acaso te crees que la seguridad del Estado no usa santeros para sonsacar información importante. A mí me consta que es así. —Soy una tumba, además, mi trabajo va en otra dirección, pero me interesa como anécdota porque siempre oí hablar de esas cosas, pero nunca me las creí.

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Estas historias de famosos involucrados en la santería existen desde siempre y las hay para todos los gustos. Algunos dicen que hay famosos que acuden a Cuba sólo para que les hagan santería, conscientes de la fama que esta creencia tiene en todo el mundo. En la habitación de un santero descubren sus más íntimos secretos sin saber que están siendo grabados por el servicio secreto cubano para luego ser chantajeados. Esto es algo más o menos conocido por todos, incluso han sido publicados artículos sobre el tema. He leído en algún sitio que el famoso banquero Mario Conde fue seducido por unos santeros que trabajaban para el servicio secreto cubano. Lo que al menos para mí era desconocido es que famosos y no famosos que acuden a la santería en Cuba llevaban huesos humanos en su equipaje, una auténtica barbaridad. —Entonces ¿puedo asumir que T. T. se casó y se ha convertido en todo un personaje público en España gracias a tus «trabajos» de santería? —Yo diría que sí. — ¿Pero si se han divorciado recientemente? —Tienes razón, pero eso ya lo sabíamos. Fue un negocio. Lo que yo hice fue un «trabajo» para que no le fueran a engañar a T. T. y otro se quedase con el dinero y se pudiera cerrar el negocio sin que hubiera problemas. — ¿Pero el santo permite que se engañe a la gente? —El santo está para ayudarnos en nuestros propósitos, sean los que sean. A mí recurre gente para que los proteja de un robo, para sacar a alguien de la cárcel y todo tipo de cosas, para eso está la santería, para ayudarnos y como babalawo lo que tengo que hacer es aconsejar a la persona para que pueda conseguir sus objetivos, como en el caso de T. T., que quería sacar dinero y yo le ayudé a

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conseguirlo. Si se engañó a alguien eso no lo hice yo, quienes tienen la culpa son ellos, que hicieron el trabajo conmigo. Enzarzarme en una disputa dialéctica con el babalawo sobre la ética y la moralidad de los individuos que practican una creencia que se dice ser beneficiosa para las personas que la profesan no me conducía a nada. De acuerdo con lo que él me estaba contando, la santería era algo muy diferente de lo que yo creía, era un apoyo de ladrones, asesinos y todo tipo de gentuza. Yo tenía, y mantengo, otra idea de lo que en realidad es el culto de la santería. Este babalawo lo único que intentó fue darse publicidad y engrandecerse poniendo como prueba sus dudosos logros con T. T.

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B. B. LA PRESENTADORA DE TV El experimento telefónico seguía arrojando resultados sorprendentes. En una ocasión no llamó un cliente sino una vidente, de nombre Maribel, que quería saber si podía hacerle un «trabajo» para una de sus clientes. La vidente estaba desesperada porque durante dos meses había realizado toda clase de rituales y no conseguía satisfacer al cliente, y lo peor es que se había gastado todo el dinero que ya había cobrado de ella. La cité con el objetivo de grabar la historia y de saber quién era el cliente, a la que ella se había referido como una presentadora de televisión. Maribel era una mujer muy franca y directa, tenía muy claro lo que quería y una larga experiencia en el mundo esotérico. —Estoy en este negocio desde hace muchos años y me lo sé todo, así que hablemos claro. No me importa cuánto ganes o lo que hagas, lo que quiero es que me digas si lo puedes hacer o no. Te pagaré lo que quieras, pero comprende que no puedo pedirle más dinero a mi cliente si no tengo la seguridad absoluta de que le voy a conseguir lo que quiere. B. B. ya ha gastado mucho y me encuentro en una situación en la que si no lo arreglo temo que me denuncie o me reclame el dinero, y eso es imposible por la simple cuestión de que no lo tengo. —Bueno, no es una cuestión de dinero, es que creo que es imposible conseguir lo que me pides. —No hay problema, buscaré otra persona porque ya no puedo dar marcha atrás, pero me lo podías haber dicho por teléfono y me hubiese ahorrado el viaje hasta aquí —me dijo bastante enfadada. —Espera mujer, no vayas tan rápido, podemos ver a un santero cubano amigo mío. Eso sí, yo no quiero involucrarme en el asunto, tú te arreglas con él.

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El problema era complejo porque la cliente de Maribel lo que quería conseguir era un suculento contrato en un nuevo programa de televisión, y para ello tenía que desplazar antes a un presentador de reconocida experiencia y consolidada carrera que, además, llevaba muchos años presentando ese matinal. A mí me parecía una tomadura de pelo, pero la vidente le había asegurado que la contratarían y no le renovarían el contrato a su rival televisivo. Le había cobrado ni más ni menos que tres mil euros y el tiempo se le acababa. Lo más extraño era que la vidente creía ciegamente en la efectividad de la hechicería, aunque su propia experiencia demostraba lo contrario. Maribel se justificaba diciendo que algunos «trabajos» salen y otros no, pero que no tenía problemas con los clientes frustrados, pues éstos optaban por desistir y recurrir a otro vidente cuando transcurría mucho tiempo sin que lograran su propósito. Este razonamiento es bastante habitual. Las personas que recurren a estos servicios no se dan por vencidas fácilmente, ni admiten el fracaso o la ineficacia de estos «hechizos mágicos», más bien hacen lo contrario, siguen gastando y recurriendo a estos personajes, que se pasan la pelota unos a otros, sin plantearse siquiera decir a la persona que pare la estafa. Hay que tener en cuenta que los razonamientos de un cliente y de un vidente sobre los problemas cotidianos son completamente diferentes, poseen una percepción de la realidad totalmente tergiversada respecto a la que tenemos las personas agnósticas, y se mueven por las reglas de la oferta y la demanda del mercantilizado mundo del esoterismo. Conseguí localizar al santero y fijamos una cita para hablar del asunto, pero Maribel introdujo un elemento nuevo que me permitiría grabar a la famosa presentadora hablando de su problema y verla cerrar el trato con el santero. Maribel, como si de una transacción

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comercial se tratara, le dijo al santero que ella le pasaría el cliente a cambio de que él continuara con el trabajo y ella se viera liberada de devolverle el dinero ya cobrado a B, B. El santero, que pensaba obtener una suculenta cifra de la víctima, accedió. De la conversación sostenida a tres bandas en un céntrico restaurante de Madrid salió un acuerdo verbal por el cual el santero se comprometía a realizar el hechizo y conseguirle el contrato televisivo por una suma que no quiso determinar en ese momento, pero que luego pude saber que rondaba los siete mil cuatrocientos euros, y, al mismo tiempo, daban por finiquitado el compromiso adquirido por Maribel. Incomprensiblemente B. B. aceptó todas las condiciones como si de un negocio empresarial se tratara y regaló cien euros a Maribel como muestra de agradecimiento por su colaboración y por haberle presentado a ese santero cubano que tanto la había cautivado, al punto de que tras despedirnos se fueron juntos a seguir el ritmo de la noche madrileña. Lo que aconteció en el restaurante responde al típico comportamiento entre clientes y vidente ante situaciones similares. Cuando se da el caso de que el cliente ve el asunto como una inversión de la que obtendrá un beneficio suculento, y cuando el vidente lo ve como un potencial cheque en blanco, se alcanzan este tipo de acuerdos, que implican el compromiso de discreción por ambas partes. El cliente acepta normalmente el pago como una inversión a fondo perdido y el vidente, que lo sabe, se aprovecha de la situación. Es una situación muy rara a la que no encuentro lógica, pero que he visto en numerosas ocasiones.

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M. P. EL DEMONIO SEXUAL Si no hubiera vivido todo lo que a esta altura de la investigación ya había experimentado, no me creería muchas cosas, pero a fuerza de la experiencia entre santeros y videntes aprendí que en este mundo incluso las cosas más insólitas tienen cabida, cosas que muchas veces te dejan tan atónito que no sabes cómo reaccionar. Este fue el caso de una famosa cantante española que visitaba con asiduidad a un santero conocido mío que regentaba una consulta en la calle Atocha, de Madrid. Juan Antonio, que es como se llama el santero, ya me había contado en varias ocasiones la asistencia de esta cliente e incluso me había invitado, en cuanto surgiera la ocasión, a visitarlo a fin de coincidir con ella para presentármela. —La atiendo porque es cliente desde hace más de veinte años, pero ya está chocheando y no sé cómo quitármela de encima. Me ha pagado mucho dinero estos últimos años, pero su problema ya no tiene remedio —me decía. La famosa cantante, M. P., está casada con un joven, por llamarlo de alguna manera, ya que ella le dobla la edad. Acudía a Juan Antonio en busca de brebajes sexuales que subieran su libido y mantuvieran su deseo y su fuerza juvenil para estar a la altura de su gallardo marido. Un día Juan me llamó para que acudiera a su casa a conocerla, habían quedado para hacer un «trabajo». Acudí con todo el equipo preparado, dispuesto a no perder ni una sola imagen de tan interesante ritual de santería. Juan me facilitaba las cosas, ya que estaba al corriente del trabajo de investigación que realizaba, con lo cual podía grabar sin la menor dificultad. Llegué más temprano de lo acordado para tener tiempo suficiente de preparar todo el equipo, pero me llevé un chasco tremendo al comprobar que M. P. también había adelantado su cita. No obstante, con el pretexto de ir al servicio aproveché para poner la cámara en marcha y grabar el inicio del ritual.

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Como mi amigo me había presentado como un santero de confianza, la cantante no dudó en entablar conversación conmigo y abordarme sobre numerosas cuestiones y sus dudas de fe. —Me cuenta Juan que lleva usted viniendo veinte años a verle, ¿cómo es que no se ha hecho santera? —le pregunté. — ¿Yo?, si yo no creo en estas cosas. Vengo a verle igual que se visita a un médico, o sea, me da la medicina que necesito y así voy tirando. Yo soy muy católica y si no fuera por mi problema nunca acudiría a un santero. —Pero es un poco contradictorio lo que usted me dice porque si la medicina funciona y los «trabajos» de santería también, algo de fe tendrá en los orishas. —Yo sólo creo en la Virgen de la Caridad del Cobre, esto de la santería lo llevo muy mal porque eso de que se maten animales me parece cosa del demonio. Lo que pasa es que ya me he acostumbrado y a veces creo que es hasta sugestión mía lo que hace que funcionen los «trabajos» de Juan. Además, ¿por qué crees tú que con los años que yo llevo viniendo a verle y con todos los clientes que ha tenido sigue viviendo en estas condiciones?, ¿cómo me va a ayudar a mí la santería viendo cómo vive él? Para eso no quiero «tener santo» ni ser santera. Si no le pueden ayudar a él, ¿cómo me van a ayudar a mí? M. P. se refería, evidentemente, a que mi amigo santero vivía sin lujos y prácticamente en la austeridad, aunque a mí me constaba que no malvivía. Con el dinero que había ganado en su carrera como santero había mejorado notablemente su nivel de vida, aunque no hacía ostentación de ello. Pero en esa cuestión prefería no inmiscuirme y siempre que se lo había comentado a Juan me decía que todo lo que ganaba lo enviaba a Cuba para mantener a su familia. M. P. era el caso típico de la persona que se aprovechaba de la santería para sus fines concretos, sin tener siquiera una particular devoción por esta religión. Aun así, ella misma confesaba que era la

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costumbre más que la magia lo que hacía funcionar sus rituales sexuales. Antes de comenzar, Juan le pidió permiso a M. P. para que yo pudiera participar en el ritual, ya que tenía que estar en ropa interior, a lo que no opuso ningún inconveniente y decidimos ponernos manos a la obra. Como en la mayoría de estos rituales, se comenzó con unos cánticos y plegarias a los orishas, luego con hierbas y flores que anteriormente habían sido preparadas y ritualizadas comenzó a «limpiarla» suavemente hasta llegar a un punto en que lo hacía de manera convulsiva, que más me recordaba a una sesión de sadomasoquismo que a una limpieza espiritual, pero nuestra cantante ni se inmutaba, creo más bien que disfrutaba con los «gajazos» y manoteos del santero por todo su cuerpo. Todo esto hubiese quedado en un hecho anecdótico y no hubiera tenido interés para este libro si no fuera por lo que ocurrió después de finalizar el ritual, y que es el motivo que me llevó a incluirlo y no la condición de famosa de su protagonista. Cuando pensé que habíamos acabado y estaba saliendo de la habitación, pues me sentía incómodo con los vapores y olores del ambiente, sentí un grito que me hizo retroceder. Me quedé pasmado ante la escena que contemplé en primera persona y que nunca hubiese creído si no lo hubiera visto con mis propios ojos. La cantante, que hasta ese momento había estado inmóvil y callada en un estado de éxtasis o en lo que yo imaginé que era una especie de estado contemplativo propio de la sugestión del ritual al que estaba siendo sometida, se retorcía ahora en el suelo como descompuesta, profiriendo alaridos y con un cuadro epiléptico. Mi primera reacción fue cogerla para prevenir que se diera un golpe con alguno de los muebles, pero Juan me detuvo diciendo que la dejara, que estaba en trance. Yo lo único que sé es que esa mujer, con más de sesenta años de edad, casi ciega y con una complexión fuerte, cargó mis más de setenta kilos de peso y, levantándome sobre los hombros, comenzó a

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dar vueltas en círculos hasta que desvanecido por el mareo caí de bruces al suelo. A continuación se lanzó sobre mí y cogiéndome por los brazos me volvió a levantar para, seguidamente, darme unas sacudidas tremendas. Entre tanto, Juan no hacía más que cantar, hablar, rezar y esparcirnos agua de rosas. Apenas habían pasado unos minutos y ya todo había terminado. M. P. volvía a estar en su sano juicio y yo a salvo en un rincón. Cuando pude articular palabra pedí explicaciones y la cantante juraba no acordarse de nada de lo sucedido. Juan me explicó entonces que cada vez que nuestra protagonista se sometía a una sesión de «limpieza» siempre acababa de la misma forma, ya que poseía un don de nacimiento por el cual caía en trance poseída por el demonio. Ella decía que de este problema se derivaban el resto de sus males sexuales, ya que aseguró que desde muy joven era poseída por el demonio, que a veces durmiendo y a veces en estado de letargo realizaba actos sexuales con ella. Era lo más increíble e insólito que había escuchado hasta el momento, ante lo cual no tenía argumentos.

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S. M. ZAPATOS CON CORTESÍA S. M., dueña de una conocidísima marca de peletería, estaba angustiada porque su recién estrenado local cercano a la calle Serrano de Madrid no marchaba bien. En vista de que toda la argucia de la publicidad no le daba resultado, acudió a una santera por recomendación de un amigo. Le habían asegurado que hacía milagros y que poseía una buena reputación, aunque su servicio era caro, —Ya sabes, uno a la desesperada piensa en cualquier cosa por salir adelante —me dijo. Resulta que la famosa santera era Miguelina, dueña de la santería la Osha, en Madrid. Miguelina es una dominicana que ha visto en la santería cubana un lucrativo negocio y que está actualmente con causas pendientes con la justicia, además de haber sido ya condenada por el Ministerio de Sanidad y Consumo. Con el aval de haber participado en un programa de Antena 3 Televisión sus tarifas eran cuantiosas cuando de personajes conocidos se trataba y en el caso de S. M. no tenía por qué ser de otra manera. De entrada, la «limpieza» a su local costó dos mil euros. La santera le aseguró que pasados siete días vería un cambio sustancial en sus ventas, y al no ocurrir esto S. M. acudió en busca de una respuesta. En esta ocasión, Miguelina dijo que haría algo más fuerte y que necesitaba contar con los servicios de un babalawo cubano llamado Ezequiel. Para su sorpresa le dijo que ella no le cobraría pero que sí lo haría el babalawo. Otros dos mil euros más. S. M. no se percató de que todo era una patraña para volver a cobrarle, y aceptó. Lo que ocurrió fue que Miguelina se presentó en el local con un individuo que S. M. pensó que era el babalawo, pero al poco tiempo de empezar con el segundo ritual de «limpieza» del local se dio cuenta de que el supuesto babalawo se limitaba a seguir las instrucciones de Miguelina como si de un vulgar ayudante se tratara, más que como un experto.

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Esta es la iniciación del procedimiento sancionador que tiene interpuesta Miguelina.

—Era tan torpe que yo, que no tengo ni idea de santería, me di cuenta de que algo raro pasaba porque estaba como desorientado, no sabía qué hacer —contaba S. M. Al término del ritual, S. M. comentó esto con la santera, que sin ningún pudor le respondió que era un ayudante porque el «verdadero» babalawo no había podido asistir. S. M. montó en cólera, había pagado por un ritual de un babalawo que se suponía que haría algo más efectivo y en realidad estaba soltando dinero por el mismo trabajo a la santera dos veces. Entonces Miguelina le dio unos polvos y le dijo que tenía que echarlos en todos los zapatos, bolsos y demás artículos que tenía en la tienda para que éstos se vendieran. S. M., sin remedio y viendo que no recuperaría el dinero pagado, aceptó darle un último voto de confianza a la santera y le pidió que le concretara cuánto tiempo iba a tener que esperar para ver resultados concretos. La mayor sorpresa llegó cuando la santera le dijo sin ningún rubor que no

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se preocupara porque ella había introducido un espíritu en la tienda que le avisaría, en sueños o mediante alguna revelación trascendental, de que el momento de mejora había llegado. S. M. muy confundida por todo lo que estaba oyendo, y sin saber qué hacer, no tuvo más remedio que dejar marchar a la santera y su ayudante, con la plena convicción de que había sido estafada. Al cabo de unos dos meses la situación con el negocio seguía igual por lo que fue a visitar a la santera con la intención de que le devolviera el dinero. Vana ilusión, ya que Miguelina se escudaba en que la manifestación del espíritu era indispensable para el buen resultado del hechizo y que ella no se había comprometido a nada más, por lo que no se consideraba responsable del fracaso económico. Además, echaba la culpa a S. M. por su falta de fe. Entre reproches y reclamaciones, S. M., sin perder del todo la compostura, insistió en que le devolviese el dinero, pero llegado a un punto de la discusión se presentó una dependienta que le ordenó que se marchara de la tienda o si no se vería obligada a avisar a la policía; no satisfecha con esto, la amenazó: —Ten cuidado, contigo no ha funcionado, pero si mi jefa se lo propone te hace una brujería que te mata en veinticuatro horas, porque a «trabajos» malos nadie puede más que ella —según me contó la propia afectada. S. M. salió como alma que lleva el diablo, humillada, sin dinero y, lo peor, sin derecho a reclamar. Pero ¿qué podía hacer? ¿Enfrentarse a un escándalo que atrajese a la prensa? Eso no podía permitírselo, arruinaría el negocio y su reputación quedaría por los suelos. Aceptó la pérdida de los cuatro mil euros y se resignó a su suerte. Un caso típico, agrego yo, es una historia que se repite. El miedo al escándalo hace amedrentarse a los personajes públicos y a las personas que acuden a un santero, pensando que lo que hacen está mal hecho, pero que es una opción para salir adelante. En fin...

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M. P. EL SUEÑO DE MERCEDES En pocas ocasiones asistí a grandes acontecimientos sociales, a pesar de que son lugares idóneos para captar el ambiente y la opinión que existe sobre la santería. Son verdaderos caldos de cultivo donde poder obtener información valiosa. Sin embargo, una amiga insistió y me convenció para acudir a la entrega de unos premios de televisión que se celebraba en la calle Serrano, 43. En el mundillo rosa no es raro encontrarse con personas que sacan con frecuencia el tema del ocultismo. Si eres aceptado y llevas una indumentaria adecuada, como era el caso de Juan Gonzalo, no se producen resquemores por parte de los asistentes habituales a estos eventos. En mi caso, o sea, el de Juan Gonzalo, era obvio para muchos mi condición de santero por toda la parafernalia propia de la santería con que acudía, y por lo general hablaban del asunto para romper el hielo, dándome la oportunidad de sonsacar información. Esto, unido a la noche, las copas y el ambiente bullicioso, hace que a la gente se le suelte la lengua y que te hagan todo tipo de preguntas, proposiciones y confesiones. Fue en este evento donde conocí a M. P. Desde el primer momento conectamos, ella se declaraba abiertamente afín a la santería y a todo lo relacionado con lo místico. —Yo tengo amigos santeros, pero son cubanos. Es raro ver a un español vestido así. —Oye, que la santería no es exclusividad de los cubanos, como otros tópicos... —Claro, lo decía porque no es habitual, no por otra cosa. ¿Tú haces consultas? —No, sólo doy consejos espirituales —respondí viendo hacia dónde se dirigía la conversación.

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—A ver cuándo me das uno porque las cosas me van de pena, la verdad. —Bueno, podemos quedar otro día —nos intercambiamos los números de teléfono y tras prolongar un poco más la charla nos despedimos. Fue así como quedamos en mi local para charlar y darle mis consejos espirituales. Desde un principio, M. P. fue muy explícita, no quería que le adivinara el futuro, no le interesaba averiguar cómo resolver los graves problemas económicos que tenía, incluso solucionar una importante deuda con Hacienda, todo eso le importaba bien poco, lo que realmente la traía de cabeza era su novio. Llevaban juntos muchos años, se conocieron cuando él apenas era un adolescente y estaba locamente enamorada de él, pero vivían separados, incluso en países diferentes, y su novio se había liado con una brasileña. M. P. veía que su relación se abocaba al precipicio. De nuevo se repetía la historia, algunas personas sólo recurren a la santería para lograr sus intereses, sin importarles la práctica de esta creencia. Y también se volvía a comprobar cómo un creyente anteponía sus relaciones emocionales a problemas realmente importantes, como los relacionados con la salud, que en su caso era bastante precaria, o lo económico. Pero el mundo del esoterismo es así. Son muy pocos los que lo practican como filosofía de vida o tienen definida una creencia como patrón de fe, la mayoría sólo busca una religión que le proporcione beneficios materiales inmediatos, sin reparar en el tipo de credo que es o la finalidad que realmente tiene el aceptar pertenecer a él. En esto también se diferencia la práctica de la santería entre países del tercer mundo y los del mundo desarrollado. Le di el consejo más sensato que encontré: que fuera a verle y llegaran al acuerdo de mudarse a vivir juntos, que formalizaran la relación y que ella se dejara de tontear con otras personas. Si tanto le

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quería, tenía que luchar por conservar su relación. A ella le daba miedo, pero como yo no hacía «trabajos» no la convencí. Me despedí de ella con la frustración de saber que no volvería a mí como consejero espiritual, buscaba algo que yo no podía ofrecerle, ver realizado su sueño: casarse con su novio de toda la vida, veinte años más joven que ella. Pero, para mi sorpresa, M. P. volvió a acudir a mí. Me llamó un día porque, como le adelanté por puro sentido común que sus problemas económicos irían a peor, mi predicción se cumplió. Había montado una sociedad empresarial para poner en funcionamiento un restaurante en Madrid del que ella sería la imagen, trabajando como relaciones públicas. Para su desgracia falleció el socio principal y su hijo asumió la administración de la sociedad, poniéndola de patitas en la calle sin pagarle el dinero que le debía y además amenazándola. M. P. estaba tan asustada que recurrió a todas las personas que conocía para pedir ayuda. Después de facilitarme los pormenores del asunto, vi muy claro que debía acudir cuanto antes a la policía porque el problema era bastante serio, pero otra vez me sentí frustrado, ella no quería nada de la policía sino un «trabajo» para solucionar el problema. No sé si por desconfianza en las fuerzas del orden o simplemente porque ven la santería como un método viable para solucionar el problema de manera inmediata, las personas son muy reacias a poner una denuncia cuando tienen un problema, y esperan resolverlo con artículos esotéricos y hechizos mágicos siempre subjetivos y totalmente ineficaces, pero es una cuestión de fe.

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C. G. ¿ES UN BUEN NEGOCIO CASARME? Muchos ríos de tinta han corrido sobre el actor al que hacemos referencia en esta historia, pero lo que nadie ha dicho hasta ahora es que es un creyente de la santería que incluso llegó a recibir en una ceremonia solemne a los guerreros, unas deidades del panteón santero muy importantes, y que representan el primer paso antes de llegar a la iniciación definitiva. Hasta donde me contó su hoy fallecido padrino Luis, C. G. nunca pretendió iniciarse como un santero, pero tenía intención de hacer de su particular modo de creer en la santería un instrumento para apartar de su camino a todo aquel que se interpusiera en sus propósitos de conseguir sus objetivos. Es de esas personas que aunque profesan una fe devota tienen la necesidad de que los demás estén supeditados a sus intereses personales, por ello escogió la santería, creyendo que mediante hechizos limpiaba su camino de obstáculos y lograba un poder omnipotente capaz de obtener sus más descabellados propósitos. Pero se equivocó, como otros muchos que ven en esta creencia un arma más que una filosofía de vida o un credo popular. Era una época muy difícil para el actor, según me contó su santero padrino, porque se sentía excluido del panorama televisivo debido a rencillas con un importante productor, y consideraba que le estaban cerrando las puertas. Aunque hacía un pequeño papel en una serie de televisión, eso no le compensaba, no tenía presentaciones ni proyectos realmente interesantes. Económicamente hablando, desde hacía mucho tiempo se resentía como consecuencia de su «caída en desgracia». Todo ello le condujo a acercarse a la santería y a buscar por medio de ella una boda con una conocida periodista que tenía unos importantes recursos económicos que resolverían, al menos de momento, su precaria situación.

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Fue en este momento decisivo para la vida de C. G. cuando intervino el santero. La consulta de C. G. a los orishas fue directa y sin rodeos: ¿debería casarse? ¿Sería esta vía una solución para sus problemas? ¿Sacaría dinero por el matrimonio? Luis no dudó en recomendarle recibir a los guerreros, previo pago de dos mil euros, lo que le garantizaría la protección de los orishas en su nueva aventura amorosa. El santero aseguró el total sometimiento de su futura esposa con un hechizo de «dominio», por lo que cobró un extra de novecientos euros. Empleó para realizar el hechizo fotos y prendas interiores de ella suministradas por C. G., entre otras cosas. El ritual incluía también un polvo que costó unos seiscientos euros y que el actor llevó atado a sus testículos durante siete días. Fue el propio santero el que se encargó de suministrárselo el mismo día de su boda. Luis fue, cómo no, invitado a la boda. El matrimonio se efectuó según todas las predicciones de los orishas y fue sobre ruedas. El actor contaba con un cheque en blanco y una jugosa exclusiva de por medio. Pero en la misma medida en la que C. G. conseguía su propósito, inexplicablemente se fue alejando de la santería y el santero recurrió a un clásico método con estos personajes: el chantaje y la manipulación. Transcurridos unos meses y viendo que C. G. no devolvía las numerosas llamadas de Luis, no se «consultaba» y no se hacía «limpiezas» como antes, lo cual repercutía en el bolsillo del santero, Luis le envió una carta llena de un polvo blanco, totalmente inofensivo, que provocaría la reacción inmediata del actor. Como Luis esperaba, el ahijado le llamó para contarle lo que había recibido y aquél no se dio por aludido. «Consultaré a los orishas», se limitó a responderle. Éstos, como era previsible, le «dijeron» que era un enemigo muy difícil de combatir el que le había enviado la carta y que su matrimonio peligraba. El actor, aunque con muchas dudas, accedió a pasarse por la consulta del santero. Este tipo de actitudes es muy habitual dentro del mundillo de los santeros y los videntes deshonestos, que por desgracia abundan en

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nuestro país. El cliente, después de lograr su propósito con la ayuda subjetiva de los orishas, deja de asistir al santero o se aparta temporalmente, según sea el caso, y el santero, que ve peligrar sus ingresos, cuando se trata de un buen cliente busca todo tipo de argucias para hacerle regresar. He conocido historias de videntes que han llamado con número oculto al cliente o a alguien cercano hasta desesperarlos, enviarles ramos de flores a su domicilio privado sin remite, inventarse un sueño de final apocalíptico para el cliente o encontrarse, como por casualidad, con su ahijado en una cafetería o en la esquina de su edificio. Muchas patrañas que tienen como único fin seguir sacándole dinero al creyente. C. G. bebía ahora de sus propias mieles. Acudió a la cita con su santero y descubrió algo que le dejó de piedra, las caracolas le adivinaban con milimétrica precisión los pormenores del día a día con su esposa. ¡Por tanto, tenía que ser cierto todo lo que le decía el santero! Y la prueba radicaba en saber tantas cosas concretas de su relación. Luis había conseguido engatusarle nuevamente, los dictámenes del oráculo eran tan irrebatibles que habían cumplido con su misión, impresionar a C. G. para someterlo a su voluntad. Con el pretexto del enemigo invisible, aquel que le había enviado la carta maldita, le cobró dos mil quinientos euros. Lo que C. G. no sabía era que todo era un burdo plan urdido por Luis y la esposa de C. G., y que no eran precisamente los orishas los que hablaban por la boca de su santero, sino que eran informaciones provenientes de su propia mujer, que había sido seducida por Luis el día de su boda, y que a espaldas de C. G. también consultaba el oráculo del cubano. De esta manera, el santero sacaba tajada jugando a dos bandas. C. G. tampoco sospechó nunca que la idea de la carta que le envió el santero había sido un plan premeditado para que él retomara la relación con Luis, y de esta forma ser controlado por su mujer, que era celosa en extremo dados

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sus extraños comportamientos sexuales. Todo este relato se basa en la propia confesión que Luis me hizo pocos días antes de fallecer.

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COMPONIENDO EL PUZZLE La investigación avanzaba y los resultados eran muy claros, en ninguno de los casos analizados la hechicería practicada por videntes y santeros, y los productos esotéricos de que se servían, había logrado resultados. En ninguno de ellos se consiguió resolver el problema que se planteaba, no había ni rastro de las propiedades milagrosas de esos artículos y de los supuestos poderes que decían tener videntes y santeros. Aun así, continué recopilando información allí donde me decían mis clientes que se hacían consultas. Iba para ver qué tipo de vidente era o llamaba a las líneas de astrología y videncia para verificar una y otra vez que los datos que me suministraban mis confidentes eran exactos, lo que afianzaba mi teoría de que tenían razón. Nunca pude creer en la versión del santero o del vidente por la simple razón de que se demostraba falsa. Se trataba de contrastar la historia. Para ello me valía de las fotografías que los estafados me entregaban para analizarlas y poder darles mis consejos espirituales; me servía de muchas de ellas para intentar que los videntes nombrados me corroborasen su historia y en muchos casos yo mismo les llamaba por teléfono y me hacía pasar por un familiar del damnificado. En todos los casos el vidente o santero no tenía ningún inconveniente en reconocerme que conocía a la persona, pero, eso sí, no sabían nada del «trabajo», ni de deberle dinero y como mucho reconocían que habían pasado por su consulta para que les adivinasen el futuro. Otras veces, el santero, muy ofendido, me daba datos del cliente que hasta ese momento yo desconocía, y que luego utilizaba con el cliente para de esa manera encajar todas las piezas de la historia. La feria de Madrid había terminado y, como tenía previsto, pasé a la fase siguiente, interrogar a los verdugos, a los traficantes de fe, que a mi entender eran los culpables de que se generara un comercio absurdo e inútil en torno a los artículos del esoterismo, y de que mis

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experiencias con las personas afines a este tipo de creencias estuvieran arrojando resultados tan claros. Fijé una cita con Botánica la India Juana, y con algo más de experiencia en este singular mundillo me dispuse a aprender de mis futuros proveedores todo lo que un empresario debía saber para triunfar en el negocio. —Tú no debes dar la cara porque te podrías meter en líos. Lo que tienes que hacer es contratar a un santero a comisión, que no te va a costar nada y que sin embargo sí va a dar la cara. Si el «trabajo» no sale, no pasa nada, la denuncia recae en él y cuando ya le hayas exprimido te buscas a otro, que de esos sin papeles hay a montones. Ahora bien, para que tengas éxito tienen que ser cubanos, son los que mejor venden y además la gente cree que la brujería cubana es la más poderosa. Este fue el primer consejo que me dio mi interlocutora Elizabeth. Me aseguró que practicando esta añagaza de sustituir al santero cada cierto tiempo evitaría las denuncias de los clientes. Ella recurría sistemáticamente a echarle la culpa del fracaso al despedido vidente, incluso había clientes que volvían a pagar al nuevo santero. El siguiente consejo fue igual de sorprendente. —Mis productos son auténticos, pero, fíjate, voy a ser sincera contigo, los mando fabricar en una perfumería de Venezuela, allí me hacen los baños, los aceites y fluidos; los jabones los compro aquí. ¿Propiedades curativas?, ninguna, además, yo no quiero responsabilidades de ningún tipo. No sé si eres creyente, pero ya sabes que aunque te venda un perfume que diga «Amarra Hombre», eso no quiere decir nada. Te cuento todo esto porque te veo muy metido en el asunto y aquí tienes que tener los pies sobre la tierra. Esto es un negocio y de eso se trata, ¿está claro?

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—Te comprendo perfectamente, pero yo pensaba que esto servía para algo, de hecho, he utilizado algunos de estos productos para mí mismo en alguna que otra ocasión. —Despierta, esto es un negocio ¿entiendes? Si no lo tienes claro lo mejor es que lo dejes antes de meterte y no te gastes un céntimo porque te vas a la ruina. Aquí si viene un cliente pidiéndote lo que sea, a ti lo que te tiene que interesar es vender. Tú le mandas unas velas y unos fluidos, y ya. Mientras más gasten, más ganas tú. Tenlo muy claro, si no se los vendes tú se los venderá otro. —No, si lo tengo clarísimo. Ya he gastado mucho dinero y no puedo dejarlo ahora, tengo que seguir. Te lo digo por mí, ya sabes, cuando me tenga que hacer algo para mí mismo —le dije con afán de convencerla de mi historia. —Para eso lo mejor son tus padrinos de Cuba. Allí sí que se hacen las cosas bien y tienen brujería de la buena —dijo mientras sonreía con malicia. —Pero tú tienes ahijados aquí, ¿no?, ¿tú eres santera? —Sí, pero son ahijados de recomendarles algún producto, de hacerles algún «trabajito», cosas por el estilo, no de verdad porque, en confianza, yo ni tan siquiera tengo «santo hecho». Lo que pasa es que uno se vende así porque es la imagen que me interesa, ¿sabes? Yo no he podido ir a Cuba como tú para que me hagan «santo». no?

—Sí, te comprendo, ¿es como los nombres de los productos,

—Más o menos, pero déjame decirte que en Venezuela, Argentina y Colombia existen estas marcas de productos y se venden, y allí son iguales que aquí. Los productos son sólo los medios para poder hacer la brujería, pero tienes que saber hacerla, ser santero.

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O sea, ella ya sabía de antemano que sus productos eran una estafa, pero aun así los vendía. Era insólito lo que me decía Elizabeth, no sé si era consciente de sus palabras, pero si decía que para hacer los «trabajos» tenía que ser santero, y ella afirmaba al mismo tiempo que no tenía «santo hecho», para mí la cosa estaba clara. Tuve la certeza de que en el negocio del esoterismo existe una regla no escrita por la cual todos saben que lo que venden no sirve para nada pero nadie habla de ello, y entre todos estos estafadores se venden y compran productos y cada uno se hace cargo de los problemas que generan los clientes cuando el uso de los productos se muestra ineficaz. Con esta experiencia grabada por mi cámara oculta, tuve la tentación de abandonar la investigación e ir directamente a la policía a denunciar los hechos, pero después de que un abogado amigo visionara la cinta desistí de mi propósito, no existe ilegalidad ni en la intención de Elizabeth ni en los productos que se comercializan si cumplen con las normas sanitarias y tienen los permisos para ser comercializados. Decepcionante, pero es así. Mi segunda cita era con la tienda de Óscar, Merlín y Morgana. Manuel ya había estado grabando por allí con una cámara convencional y a la vista de todos y había preguntado por las propiedades de los productos que se ofertaban. La dependienta en un primer momento, y luego el propio Óscar, le explicaron cada una de las propiedades «mágicas» o «curativas», dando fe de los buenos resultados que obtenían. Con las confidencias de Elizabeth en mente acudí a la reunión. —Te voy a ser sincero a pesar de poder parecer inocente o incluso estúpido, pero yo soy creyente y lo que no quiero es vender algo que no sirva para nada —le dije durante nuestra conversación. —Entonces lo mejor es que no vendas nada. Date cuenta de que si tuviéramos que hacer los productos con los ingredientes reales no

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los podríamos comercializar. Sanidad no te daría la licencia. Todos mis productos son legales, pero, claro, son cosméticos, perfumes, jabones y todo eso. No puedes traerte un palo de no sé dónde y meterlo en un brebaje porque eso no está permitido, y te pueden meter un puro que te cagas, —Entonces ¿para qué sirve utilizarlos? No lo entiendo, si los productos no sirven para lo que se venden ¿cómo es que a veces funcionan? Porque la gente los compra y si se venden es que funcionan, ¿no? —Funcionan por la fe. Es como cuando vas a la iglesia y te encomiendas a la Virgen, si sale lo que le has pedido le das las gracias y si no, no te buscas otra Virgen, esperas a la siguiente ocasión. —Pero ¿luego no te vienen reclamando? Es que me da miedo meterme en este negocio con todo lo que estoy viendo y que no gane lo suficiente para pagar las demandas. —No, hombre, qué va. Nadie te va a reclamar nada. En el caso de que el cliente viniese le dices que use otro producto más fuerte y ya está, se lo cobras y todos tan contentos. —Pero si todos tienen lo mismo lo único que cambia es el nombre, ¿no? —dije, simulando inocencia. —Sí, pero ellos eso no lo saben —me respondió tajantemente. Con estos argumentos aumentaba mi sensación de incredulidad. El comercio esotérico estaba viciado, no era más que un conjunto de mentiras y medias verdades donde el cliente, desde el momento en que cruza la puerta del comercio, se convierte en víctima. Pese a todo, seguí insistiendo con Óscar en la tesis de vender cosas que «funcionasen».

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—Pero no se puede hacer algo más bueno, mejor, que no se base sólo en la fe. Que aunque sea de forma privada se le pueda hacer un «trabajo» a alguien como Dios manda —le dije. —Mira, mi socio tiene «santo hecho», se lo hizo en Cuba, tiene Obatalá. Lo que nosotros hacemos es poner los componentes de los productos al pie del santo para que éste les irradie poder, te aseguro que eso no lo hace nadie. Yo creo y tengo fe, soy vidente desde niño y cuando hago algo lo hago de todo corazón, eso es lo que importa, no hay que engañar a nadie, tienes que tener la voluntad de ayudar. Su respuesta no me convencía, por confusa. Era un caso típico de vidente que creía en lo que hacía y profesaba, además, la santería como filosofía de vida, por lo que era las dos cosas al mismo tiempo: víctima y verdugo. Retomando el comentario que me había hecho durante nuestra conversación en la feria, le pregunté por la tienda Santería Milagrosa, que sería mi siguiente visita. —Oye, ¿recuerdas aquello que me dijiste de la tienda Santería Milagrosa? Tiene unos precios muy buenos en su catálogo. Ya sé que es tu competencia, pero como me hablaste de que tenían problemas con la policía y todo eso... —Ah, sí, ya recuerdo, ésos nos han denunciado, quieren quitarse la competencia del medio y han armado un lío tremendo. Denunciaron a casi todos los comercios por los permisos de Sanidad, y, ya ves, aquí estamos, no se pueden salir con la suya porque aquí sí hay santo y no allí, que tienen tres santeros que no son más que simples estafadores. Date cuenta de que en este mundo todo nos conocemos y vienen personas que ya han pasado por allí y nos dicen las barbaridades de dinero que les han cobrado y cuando las cosas no les salen y van a reclamar se hacen los suecos y no les devuelven el dinero. Más de uno ya los ha denunciado. Tú eres libre de comprar

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donde quieras, pero yo te digo que aquí, por lo menos, lo que vendemos tratamos de que tenga algo de verdad. Lo cierto es que no lo tenía muy claro. Aunque Óscar me quisiera vender la burra y defendiera la gestión de su negocio como algo veraz, me daba cuenta de que veía su comercio como una misión divina, me decía que tenía que «trabajar» y adivinar aunque no le gustara porque los espíritus se lo pedían. Yo demostraría que era igual que los demás, y por poner un solo ejemplo contaré el caso de un cliente que fue estafado en este negocio. Rosario era una mujer madura, casada, con dos hijos pequeños y una situación económica envidiable, pertenecía a una familia de importantes ganaderos, lo que hacía que todo pareciera que llevaba una vida feliz. Por desgracia eso no era así. Aparentaba tenerlo todo pero le faltaba una cosa: el amor. No estaba enamorada de su esposo y sí de uno de sus empleados, al que intentaba seducir con todo tipo de regalos y prebendas laborales, pero no era correspondida por el joven, que prefería seguir con su rutinaria vida. Rosario acudió a la tienda en busca de una solución, y allí le estafaron dieciocho mil euros. Estaba cada vez más desesperada por los sucesivos desplantes del empleado de su esposo, y no le importaba pagar lo que fuese para conseguir su propósito. Todo comenzó como en la mayoría de los casos que se estudian en esta investigación: comprando productos que se mostraron absolutamente ineficaces con el paso de los meses. Aunque no veía ningún progreso, la tienda siguió suministrándole velas, aceite, fluidos, etcétera, y le daban toda clase de insólitas explicaciones sobre por qué no salían los «trabajos». Llegaron a decirle que era su padre el que se oponía a esa relación extramatrimonial y que estaba haciendo poderosos contrahechizos para evitar que rompiera con su «plácida» vida. Pese a que a Rosario le pareció muy raro todo desde el principio, y negó que pudiera hacer

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ese tipo de cosas, terminó convencida de que el santero tenía razón porque no veía ningún avance. Entonces el santero le dijo que debería hacer un «trabajo» más fuerte, donde deberían sacrificarse animales para con su sangre alimentar el espíritu de sus santos, que serían los encargados de «amarrar» a su amado de por vida. Ella, sin dudar un momento, aceptó y pagó unos seiscientos euros por el hechizo milagroso, pero seguía sin pasar nada y el santero fue haciendo «trabajos» más fuertes a medida que aumentaba el precio de los servicios, mil doscientos, tres mil euros y así hasta la friolera de dieciocho mil euros gastados tras casi un año de hechizos. Cansada de gastar dinero y no ver resultados, optó por rebelarse, se daba cuenta de que la habían engañado, pero tuvo que resignarse y dar el dinero por perdido. El encargado de la tienda la había amenazado con llamar a su marido y contarle la historia. Además de estafada, Rosario era chantajeada por reclamar sus derechos. Y aunque quería seguir intentándolo, porque era ya un reto personal el conseguir como fuera su objetivo, optó por cambiar de santero. Durante mi conversación con Óscar, éste me había dicho que los sacrificios de animales estaban prohibidos y, aunque me reconoció que él los hacía con frecuencia, me advirtió de que jamás se me ocurriera hacerlo delante de un cliente, a no ser que fuera de absoluta confianza, ya que una denuncia de este tipo era difícil de esquivar y que, aunque uno pudiera salir airoso del juicio, la mala prensa que generan este tipo de comportamientos arruinaría de forma irreparable el negocio. —Yo «hice santo» aquí, en mi chalé, donde además fabricamos los productos que vendemos. También lo utilizamos de almacén y allí no tenemos problemas, los santeros fueron de confianza. ¿Sabes?, son un montón de animales y si te pillan se te cae el pelo.

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Me había comentado, así de pasada, un acto al que yo le daba mucha importancia: el sacrificio de animales en la santería es un hecho cotidiano y no algo aislado, como pretenden hacernos creer. Sin embargo, Rosario me aseguró que estuvo presente en la ceremonia de sacrificio, ella misma sujetó a parte de los animales sacrificados para los fines mágicos que perseguía, aunque mi teoría era que solamente la habían dejado participar para impresionarla y crearle una sensación de seguridad y confianza en el hechizo, y de esta forma seguir sacándole dinero. Ella hablaba de este ritual con palabras como, «muy secreto», «fortísimo», «como se hace en Cuba», y calificativos de esta índole que no resumían qué era lo que la había impresionado exactamente. Además, decía no poder hacer nada contra el chantaje al que la sometieron porque ellos, según me contó, hacen magia negra. Con esta seudoescenificación psicológica, el santero y sus ayudantes se libraban de devolver el dinero a Rosario y además le infundían terror para que no les denunciara bajo ningún concepto. Es una práctica habitual de los videntes y santeros dedicados a este negocio: con el argumento de poseer poderes maléficos y destructivos meten el miedo en el cuerpo a sus víctimas para que no acudan a la policía a denunciarlos. El testimonio de Rosario quedó, como todos, grabado en mi cámara oculta, pero eso no constituía una prueba de por sí, así que decidí que Manuel debería pasarse a comprobar directamente la historia por la tienda, aunque no esperaba que le reconocieran nada de lo aquí explicado, como es habitual en estos casos. Manuel fue y mostró unos comprobantes de pago efectuados por Rosario con su tarjeta de crédito, la respuesta de Oscar resultó la esperada: negó cualquier implicación en «trabajos» con animales, aunque reconoció que Rosario era una cliente habitual.

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—Tú tienes «santo hecho», ¿verdad? —le preguntó Manuel. —Sí, ¿y qué? —Te lo pregunto porque en el «santo» me han dicho que se sacrifican una cantidad enorme de animales. —Sí, pero yo me «hice santo» en Cuba. Ésta fue la salida que le dio Óscar a tan incómoda pregunta, pero nosotros sabíamos que no era cierto porque me había dicho que el «santo» se realizó en su casa. Lo que él no sabía era que estaba siendo investigado por nosotros y que un santero amigo, que había estado presente durante el ritual, nos había facilitado las fotografías que él mismo hizo con el consentimiento de Óscar. También teníamos en nuestro poder imágenes de un vídeo casero donde se veía a Óscar con su padrino y otras personas en pleno ritual. Me faltaba aún una cita con la tienda Santería Milagrosa, allí me esperaba Ricardo. Aunque no sería la última durante la investigación, visité más de veinte tiendas de toda España, obteniendo casi siempre los mismos resultados. Había descubierto que los comercios tenían una rivalidad feroz entre sí. A videntes y santeros bastaba con mencionarles alguno de sus adversarios comerciales para que te dieran todo tipo de información despectiva y agraviante que después me servía para lograr nuevas pistas para la investigación. Dentro del comercio del esoterismo todos están contra todos, eso sin contar los consultorios particulares, donde fuimos testigos de las cosas más inverosímiles.

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Ceremonia de «raspado» previa a la iniciación de santería.

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Ceremonia de santería realizada en España en la que Oscar dice que nunca participo.

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Para llegar a mí cita con la tienda Santería Milagrosa tenía que atravesar la calle Montera, a ambos lados se dibujaba un paisaje pintoresco: chulos, putas y camellos, que, inmediatamente pensé, serían carne de cañón para el negocio. La mayoría de estas personas son clientes habituales de estos comercios, en los que buscan protección para ejercer sus actividades delictivas sin ser descubiertos o, como era el caso de las prostitutas, para atraer más clientes. Sin embargo, a la entrada de la tienda había un cartel bastante visible en el que los comercios de la zona se manifestaban contra toda la «lacra social» que había en el barrio. Paradojas de la vida, allí se repudiaba a quienes les dejaban suculentos beneficios. —Hola, ¿está Ricardo? —No, pero vendrá en seguida. Ha ido a la otra tienda y regresa en un momento. Si tiene la amabilidad de esperar. —Sí, por supuesto, echaré un vistazo mientras tanto. Comencé a dar un paseo por entre las estanterías, intentando reconocer los productos que los clientes me habían dicho que habían adquirido en esta tienda y que no les sirvieron para nada. No fue difícil, la tienda disponía de un gran surtido. Recordé que de esas mismas estanterías salieron los productos con que habían sido estafados varios de mis usuarios telefónicos, e incluso en ese mismo sitio, justo debajo de mis pies, donde se encontraba la consulta de la santera, se habían robado miles de euros a personas desesperadas, que habían acudido en busca de una solución a su desgracia, pero que salieron sin respuestas y con un problema más: una cuenta corriente mermada, en el mejor de los casos, o con prácticamente la totalidad de sus ahorros perdidos, en el peor de ellos. Una vez que se entregaba el dinero no se recuperaba jamás, aunque no se hubiera obtenido el propósito por el que se había pagado, y ya no había marcha atrás. Nadie devolvía el dinero porque, como algunos

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de estos estafadores decían, «esto no es El Corte Inglés, donde el cliente siempre tiene razón».

Instantánea tomada con cámara oculta en Santería Milagrosa.

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Factura de Santería Milagrosa que da muestra de los numerosos productos que comercializa.

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No pude evitar un sentimiento de rabia, frustración e impotencia ante todo aquello. Bastaba con leer detenidamente las etiquetas de los aceites para darse cuenta de que todos, absolutamente todos, contenían lo mismo, lo único que variaba era el nombre del producto, el frasco, o en algunos casos el color. El contenido milagroso de esos aceites que venden como solución a los problemas más variados no era más que parafina líquida, y los baños son simple jabón líquido. Nada de místico, nada de extraordinario, más bien todo muy común y, sobre todo, vulgar, como cualquier otro producto cosmético de cualquier otro comercio que no fuera esotérico. Ricardo llegó al poco tiempo, y bajamos a una pequeña oficina, justo al lado del habitáculo de la santera. Desde el primer momento condujo la conversación; como un experto comerciante me lanzó una batería de consejos y conclusiones desde su experiencia como comerciante de fe. —El secreto está en la publicidad. Nosotros la ponemos en las Páginas Amarillas, pagamos cuatro mil euros al año, además de la publicidad que insertamos en los televisores del metro y en Internet, editamos una revista e incluso hemos financiado un cortometraje. La publicidad es lo que hace que luego el producto se venda solo, la gente viene aquí y te pide cualquier cosa. Tienes que tenerla porque si no se irá a otro sitio a buscarlas, y tú pierdes una venta, por eso nosotros tenemos de todo y lo que no, lo fabricamos. Antes que perder un cliente por no tener agua bendita, la coges del grifo, se la das y ya está, ¿qué es lo que hace la Iglesia? —defendía Ricardo con vehemencia, a lo que agregó—: Aquí viene cualquier loca y te pide que le hagas lo que sea para atraer a un hombre, «amarrarlo» o separarlo de su mujer, porque esas cosas se ven todos los días, y por eso le paga al santero lo que le pida. Aquí hemos llegado a cobrar seis mil euros por un «trabajo». Hemos tenido una santera que me facturaba dieciocho mil euros al mes, te puedo enseñar las facturas.

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El santero que tenemos ahora me factura siete mil euros de promedio. — ¿Qué me dices, que contrate a un santero para que haga las consultas? — ¿Por qué?, tú lo puedes hacer perfectamente. —Es que me han recomendado que contrate uno para que haga los «trabajos», y así, cuando vengan a reclamar o tenga cualquier problema me lo quito de encima echándole a él la culpa, y si se pone fea la cosa le despido y contrato a otro. —Cuando empezamos este negocio hace unos cinco años, mi socio era quien hacía las consultas, y ahora mismo su madre tira las cartas del tarot. Eso no es negocio ¿sabes?, los clientes se «casan» con el santero porque tienen confianza en él, y si tú lo cambias te pueden ocurrir dos cosas: que se lleve a los clientes más importantes o que el que venga sea peor. Lo que tienes que hacer es no asegurar nada, ni dar fechas; si tú dices que en siete días lo resuelves, te metes en problemas, pero si dices se va a resolver, pero no cuándo, ni cómo, siempre tienes argumentos. Además, cuenta con que al cliente tampoco le interesa denunciar el asunto porque lo que hacen con el santero es casi siempre algo malo. Aquí no vienen a pedir cosas buenas, piden que «amarre» al marido de otra o que mate al padre, cosas que no quieren que se sepan. Los que denuncian son los menos, hasta ahora nosotros no hemos tenido ese tipo de problemas. Y si es poco dinero lo devuelves y ya está, esa publicidad no te conviene. Problemas de ese tipo siempre vas a tener. Yo particularmente no creo en ninguna de esas cosas, aquí hemos tenido santeros de todo tipo y ninguno me ha demostrado nada, es un problema de estadísticas, el cincuenta por ciento de los «trabajos» se resuelven sin más, y la persona vuelve una y otra vez, y el otro porcentaje no regresa y se va a otro santero, así de simple.

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La conversación fue muy clarificadora. Ricardo dejaba muy claro que él no era creyente, simplemente comerciante, y que los productos que vendía no tenían nada de milagroso, no eran más que productos cosméticos o imágenes de culto, como cualquier otro artículo religioso del mercado. Además, me aseguró que en su experiencia como comerciante de fe no disponía de pruebas que respaldasen la eficacia de los «trabajos» de santería, y eso lo decía alguien que regentaba tres tiendas en Madrid y se publicitaba asegurando lo contrario. ¿Es esto publicidad engañosa? Evidentemente, sí, porque para vender el servicio del santero y sus artículos no podía decirles a los clientes lo que me había contado a mí. Antes de marcharme con un catálogo de productos y una lista de precios para montar una franquicia de Santería Milagrosa, le pedí hablar con la santera. Era una mujer mayor, cubana, que llevaba poco tiempo en España. Trabajaba de forma irregular en la tienda porque sus papeles aún no estaban en regla, a pesar de contar con una oferta de trabajo de la tienda. —Y tú, ¿qué santo tienes? —me preguntó. —Obatalá, ¿y tú? —Yemayá. —Oye, pero ¿todo esto no existe en Cuba? —le pregunté. —Qué va, en Cuba se usan hierbas y cosas fuertes de verdad, no esto que no es nada, ni sirve para nada. Esto de aquí es cosa de españoles. —Pero ¿cómo es que la gente resuelve sus problemas con estas cosas? —Por la gracia divina, te lo aseguro, porque estos productos de aquí no tienen nada, es agua con azúcar. Todo está en la intención que le pongas y la fe. ¡La fe mueve montañas! Imagínate que aquí se

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vende pimienta común en polvo como si fuera pimienta de Guinea, o pollo ahumado por jutía ahumada, o palo de pino por amansa guapo y hierbas secas que no tienen ashé, y así todo. Absolutamente todo está trucado. ¿'Tú crees que así se pueden resolver las cosas? La opinión de la santera era personal, así al menos me lo transmitió, pero para mí era como una sentencia, después de haber hablado con tantos santeros todos tenían la misma convicción, si los «trabajos» funcionaban era por la fe del cliente, ya que sus artículos carecían de gracia o ashé, como suelen llamar al don especial que tienen que tener las cosas para que surta efecto la hechicería. Tenía muy claro que todos los «santeros» eran conscientes de que lo que se vendía eran artículos comunes y vulgares, que no poseían propiedades especiales o mágicas, pero aun así los recomendaban y estafaban a todo el que podían. Mis pesquisas con comercios esotéricos no concluyeron aquí, tras visitar estos tres comercios tenía las cosas muy claras, y ya me desenvolvía con total soltura. Así que decidí continuar la investigación recorriendo media España; una y otra vez recibí el mismo argumento: los «trabajos» daban resultados por la fe. Como bien me había dicho Ricardo, todo era una mera cuestión estadística, no hay nada de mágico o maravilloso en los resultados aparentes de un hechizo. Mi recorrido tenía por objetivo contrastar las pruebas obtenidas en la mayoría de los comercios de España. Cámara oculta en marcha, visité una por una las tiendas más conocidas de las ciudades más importantes con idéntico resultado, salvo algunos matices muy concretos. Con un guión paralelo, Manuel y yo fuimos interrogando a nuestros interlocutores, él en abierto, como periodista, y yo soterrado, como un colega más del negocio. ¿Sirven estos artículos para algo?, ¿tienen alguna propiedad mágica?, ¿le funcionan a la gente? Las respuestas de un lado a otro de la geografía española fueron las

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mismas. Mi conclusión ya era definitiva, para qué seguir abundando en lo mismo. Sí, ya tenía el suficiente material que me probaba, sin lugar a dudas, que nada había de mágico ni en los productos ni en los videntes. Ellos mismos, en más de una ocasión, me dieron consejos de cómo ser vidente, cómo comportarme, cómo interrogar al cliente para que él mismo me respondiese a sus preguntas, etcétera. Como me trataban como a un comerciante más se quitaban sus corazas y me hablaban de negocios, que era de lo que se trataba, «esto es un negocio», «aquí se gana más que en cualquier otro negocio», «es un chollo», etcétera. Estos eran sus comentarios, que por otra parte negaban con rotundidad las mismas personas a cámara abierta, cuando Manuel se identificaba como periodista. Entonces sólo hablaban de la espiritualidad de las cosas, de las maravillas y milagros de sus artículos y de los poderes inigualables de videntes y santeros. Los comercios visitados fueron muchos: Ache Afrocubanos S. L., en el pasaje Lluís Companys, 2. Orishas Cubanos, en la calle Maragall, 8. Axe, en Creu Gran, 10, de Tarrasa, o La Santísima Santa Bárbara, todas en Barcelona, o la Botánica Tajacinto y el Bazar Kalunga, en Las Palmas de Gran Canaria. Los Ibeyis, en la plaza Mariano Benlliure, 4 y Yemayá, en Vall d'Albaida, 1, en Valencia, Ochun-Changó, en Torremolinos, Málaga. También, La Mandragora, en Asturias, El Centro Esotérico Magic de Valladolid, la Santería la Osha, en Madrid, que la regentaba la santera Miguelina, que también tenía un programa de videncia en televisión o Armonía Osiris, en Cáceres. Allí me contó Milagros, la dueña, que había sido estafada por los de Santería Milagrosa, aunque reconoció que aún les compraba artículos esotéricos, «no me queda más remedio, la gente me los pide», me decía para justificarse. También visité el bazar esotérico Aquelarre, en Lugo. Así hasta medio centenar de tiendas. Llevábamos doce meses de investigación y no había ni milagros ni auténticos videntes. No logré encontrar a nadie que me demostrara con claridad que los hechizos eran reales, y los que me contaban alguna anécdota

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milagrosa eran siempre cuestionables, aparte de acercarse más al mundo onírico que a la realidad. Ya había investigado a los comerciantes y sus artículos «milagrosos» y no me cabía ninguna duda sobre la ineficacia de los hechizos y conjuros. Numerosos informantes avalaban mi tesis, con un margen de error cero. Es posible que exista la hechicería y los «trabajos» de santería sean eficaces, pero sin lugar a dudas, no en España, donde los productos que se venden para realizarlos son un auténtico fraude. No encontré, en mis más de cien entrevistas, una sola que me hiciera cambiar de opinión. Mi convicción de que todo era una farsa, una vana ilusión que venden mercaderes de soluciones, era absoluta. Había descubierto que todos esos aceites, baños, despojos, jabones, fluidos y polvos, ni tan siquiera se usan en la santería genuina, es decir, que se venden productos cosméticos como si fuesen productos esotéricos con supuestas propiedades mágicas y poderes milagrosos. Estos productos ni siquiera se emplean en la santería que se practica en Cuba, Nigeria o Brasil, pero sin embargo se publicitan y se recomiendan como si fuesen lo mejor, engañando al cliente, desprotegido ante tan vandálico y salvaje atraco. Dirigí mi investigación hacia los fabricantes de jabones, aceites, despojos, fluidos y esencias y a los productores de hierbas, inciensos y demás empresas que suministraban el producto terminado o las materias primas para hacerlos a los comerciantes de fe. Quería conocer también su opinión sobre el empleo que le daban sus clientes, de esta manera podría averiguar en qué se diferenciaban de otros productos cosméticos del mercado. Para ello seleccioné de una lista los artículos más demandados y a una de las tiendas que ya había visitado, como ejemplo que puede extenderse a todos los comercios de este gremio que venden esta clase de productos.

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Mi primer contacto fue con Jacinto, gerente de la Flor del Pirineo. De allí salían las hierbas que se vendían en algunos comercios de España bajo el pomposo epígrafe de hierbas Mágicas. Su opinión no dejaba lugar a dudas: vendía su producto como lo que eran, hierbas secadas con un cuidadoso proceso para que no perdieran sus propiedades culinarias, aromáticas o medicinales. « ¿Mágicas? No, son hierbas comunes», me dijo sorprendido por mi pregunta. El siguiente fue Francisco, dueño de la droguería Riesgo. De aquí salía la manteca de cacao, el azogue, la cascarilla y los polvos «supuestamente venezolanos» que se vendían en estos comercios y que en realidad eran tierras químicas, cosa que por otra parte habían corroborado los análisis de laboratorio donde mandamos algunas muestras. Francisco, igualmente sorprendido y pensando que era por algún tema de ilegalidad, nos dijo un poco nervioso: «Llevamos muchos años en este negocio y es la primera vez que me dicen que algo de esto se usa para semejantes prácticas [se refería a los hechizos], nuestros clientes son pintores o artistas, pero estos productos nada tienen de milagroso, no contienen más que las propiedades físicas, químicas o biológicas que los componen». Cuestión, por otra parte, que nosotros ya sabíamos. Lo más curioso de esos polvos «venezolanos», de nombres tan exóticos como «Corderito manso» o «Ven a mí» no era que fueran tierra común y vulgar, enriquecidas con abono para mejorar la vida de las plantas, no, es que ni siquiera venían de Venezuela. Los que se vendían en la Santería Milagrosa, por ejemplo, los envasaban con estas tierras, allí mismo, en su establecimiento del centro de Madrid. Nuestra cámara había pillado in fraganti a una de las dependientas en esta labor, y preguntándole inocentemente sobre el contenido del sobre, que estábamos viendo lo que en realidad era, nos dijo: «Son polvos mágicos. Los tiene allí, en la estantería del fondo». ¡Esto sí que es tener la cara dura!, pensé.

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Tuve la oportunidad de entrevistar, cámara abierta, a Basilio sobre su empresa. Fabricaba los jabones y despojos que se venden en las tiendas de la Santería Milagrosa, y desde allí se distribuían a tiendas de media España, Portugal e Italia, entre otros. ¡Todo un negocio!

Composición real de algunos productos «mágicos»

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Llegamos a entrevistarnos, incluso, con el dueño de la empresa, el señor Roldan, que nos facilitó, sin ningún inconveniente, los documentos que acreditaban la composición de los productos que ellos habían suministrado a Santería Milagrosa. Se quedaron atónitos al ver que los frascos de su producto estaban etiquetados para la venta con nombres como: «Baño de descarga», «Siete potencias», «Ven a mí», «Juan del dinero», «Diosa de la fortuna», «Combatiente», etc., y lo mismo ocurría con sus jabones, etiquetados con nombres similares, incluso en cajas, que decían que procedían de Argentina, lo cual era absolutamente falso. Nos aseguraron desconocer el uso que se les daba, ni en qué se empleaban, simplemente se limitaron a decirnos que habían recibido un pedido de Santería Milagrosa para que les fabricasen un tipo de jabón común, como el que se usa en los hoteles, con la diferencia de que debían tener colores diferentes, por ello se fabricaron de cuatro tipos: rojo, verde, blanco y amanillo, pero en esencia no eran más que ¡jabón de tocador! Esto que digo es muy fácil de corroborar. Si visita esta tienda podrá comprobar que los jabones y despojos son exactamente iguales, tan sólo se diferencian en los colores. Posteriormente nos enteramos de que la empresa que fabricaba las etiquetas para los productos de la empresa de Roldan era FADO, radicada muy cerca de la anterior; además había vínculos comerciales entre ambas empresas. Rafael nos enseñó las etiquetas para los productos de Santería Milagrosa, que a esta altura de la investigación nada tenía de milagrosa ni por supuesto de santería. Hay que reconocerlo, son unos verdaderos artistas en el arte de engañar y embaucar a las personas de buena fe. Su almacén, en la calle Martínez Gorrochano, 7, estaba lleno de estos productos, así como de la parafina líquida que posteriormente venden como variados aceites milagrosos.

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Como se aprecia no es más que simple jabón

El volumen de compra de Santería Milagrosa a estas empresas había sido importante, los encargos habían superado treinta mil euros. Otra de las empresas investigada fue una fábrica de perfumería que también suministraba a Santería Milagrosa. Nos atendió Miriam, quien amablemente nos envió, vía fax, la composición de los productos que le suministraron en su día a Santería Milagrosa. Incluso a la pregunta de si ella era creyente, nos respondió tajantemente: «Todo esto es un engaño». Quiero aclarar que aunque en este relato hablamos de muy pocas empresas fabricantes de productos esotéricos, el trabajo fue verdaderamente colosal y extenso hasta descubrir sus entramados y trapicheos. Para evitar hacer de esta lectura algo tedioso o farragoso,

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prefiero relatar grosso modo algunas de las numerosas investigaciones, exponiendo tan sólo el resultado, ya que contar todos los pormenores, aunque importantes y definitivos en la investigación del negocio de la fe, no conduce a ningún sitio. Lo que deseo aclarar es, de forma categórica, la procedencia fraudulenta de los artículos de este mercado esotérico. Estos negociantes siempre se inventarán argumentos para atribuirles a estos productos absolutamente trucados algún tipo de poder, usando pretextos como que han sido consagrados por santeros en rituales secretos, e incluso se atreven con paralelismos como el agua bendita empleada por la Iglesia católica. Quiero resaltar todos estos argumentos porque son los mismos con los que, una y otra vez, me topé en mis pesquisas. Si el sacerdote de una iglesia puede convertir el agua común en algo bendito y sagrado, ¿por qué no pueden los santeros hacer lo mismo con los jabones y despojos?, ¿o bien con los aceites y los baños fabricados por quien sea? Total, sólo es cuestión de manipular las cosas a favor del lucro del negocio. No se dejen confundir, la verdadera, la auténtica santería tiene otros argumentos, mucho más acordes a lo que profesa. Lo que hemos estado viendo e investigando es un puro y duro negocio comercial donde todo se enmascara para traficar con la fe y la ilusión. ¿Por qué nada de lo denunciado sirve para hacer algo?, porque es un gran negocio que genera y mueve millones de euros. Cuando hablamos de cosas relacionadas con la fe siempre aparecen todo tipo de argumentos que justifican una posición u otra, aunque sean totalmente contrapuestas en el fondo y la forma. Yo defiendo que si esas diferencias de opinión, como las que hay entre la Iglesia católica o la anglicana, no repercuten en el bolsillo y los ahorros de las personas son absolutamente respetables; el problema está cuando esas diferencias sólo sirven para confundir y únicamente persiguen estafar y sacar dinero del creyente bajo cualquier pretexto y truco. No todo vale.

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Claro ejemplo de este negocio de la fe.

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Si quieren comprobarlo no tienen más que coger la guía telefónica y llamar a estas empresas, verán qué «productos milagrosos» fabrican. Esto es extensivo a otras tiendas y productos, no crean que existe un motivo particular para escoger la Santería Milagrosa como referente, el único motivo de esa elección son ellos mismos, que se publicitan como la panacea del esoterismo en España y el principal referente de este tipo de comercio, aunque la verdad es que dejan mucho que desear, como tantos otros. Todos ellos usan, sin excepción, al creyente para exprimirle y estafarle hasta el último céntimo que puedan, y dejar quebrantada su fe. Decididamente, había llegado a un punto muerto en la investigación, estaba parado en el epicentro, abordado por corsarios y piratas del esoterismo. Seguía sin encontrar algo que pudiese llamarse auténtica hechicería, y no había ni rastro de hechiceros genuinos, sólo había auténticos magos del mercadeo, impostores de sueños y astutos vendedores de ilusiones que hacen de la fe su particular mercancía. En España no podía hacer nada para sacar algo de verdad entre toda la amalgama de personajes que intervenían en el negocio de la santería cubana. Todo vale en el mercado del esoterismo, desde la más insólita arte adivinatoria hasta los más rebuscados productos y, cómo no, lo más sofisticado para los clientes más exigentes. Sí, aunque no lo crean, existen diferencias sociales en la santería cubana. Es preciso aclarar que esto sólo ocurre en las sociedades desarrolladas: los más burgueses son los que anteponen la calidad de sus artículos a su verdadero significado espiritual, prefieren el camino de la ostentación y el derroche, más acorde con su modo de vida, que la austeridad y la humildad, más propio del fin místico de esta creencia. Por otro lado, hay que tener en cuenta el tratamiento informativo que se da en los medios de comunicación a este tipo de creencia, donde algunos afamados periodistas del mundo esotérico, que defienden en privado a capa y espada los argumentos de la santería,

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luego son incapaces de denunciar el negocio y la especulación a que está sometida; no se mojan, manteniéndose al margen y haciendo un uso hipócrita de su condición de santero o de creyente en esta filosofía, porque como algunos dicen: «Eso está mal visto y me perjudica», por lo que hay que seguir aguantando que se le dé un tratamiento despreciativo y viciado, lleno de prejuicios. La televisión ha invertido largas horas en sus parrillas de programación para desenmascarar a muchos de estos falsos comercios y a los videntes estafadores, pero en mi opinión los medios televisivos hacen de este preocupante fenómeno social un uso poco acertado, tratando de modo despectivo, y a veces irrisorio, cualquier aspecto relacionado con el esoterismo, y no haciendo uso del rigor necesario para desenmascarar los aspectos más sórdidos y peligrosos de este negocio sin escrúpulos, lo que haría más fácil su comprensión y evitaría que estas redes siguieran haciéndose cada vez más extensas y siguieran estafando a los creyentes, además de defraudar a la hacienda pública. Algunos programas más serios han desaparecido desgraciadamente sin más, dejándonos sumidos en un mar de dudas y con un amargo sabor de boca, porque ya sabemos que la televisión se debe a la audiencia. Por todo esto decidí salir de España y buscar la opinión de los más prestigiosos sacerdotes de la santería en sus orígenes, en Nigeria. Me ayudó el profesor de la Universidad de Ife, Dr. Wande Abimbola, además del escritor nigeriano, Dr. Bayo Ogunjimi, así como en Cuba los sacerdotes de Ifa, Lázaro Domínguez, Obe-Yono, Camilo Gutiérrez, Baba-Ejiogbe, y el etnólogo y musicólogo cubano Rogelio Martínez Fure, toda una autoridad en la materia. El acudir a todos estos expertos en la santería cubana para que me pudieran despejar las dudas más frecuentes que había encontrado durante la investigación, era un paso indispensable antes de dar por

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concluido todo el trabajo periodístico aquí expuesto. Ellos me ayudarían a entender el comportamiento y la psicología de todos los personajes que intervienen en este entramado social y económico, así como, con sus argumentos, a dar una explicación lógica a este fenómeno. De todos los entrevistados quien más me impresionó por su locuacidad y racionalidad a la hora de interpretar el fenómeno de la santería cubana en el mundo y, sobre todo, el comportamiento actual dentro de la propia Cuba, o en Nigeria, fue el Dr. Fure. Este estudioso cubano ha desarrollado una teoría sobre el fenómeno que ha catalogado como seudofolclore. A continuación transcribo la entrevista tal cual fue grabada por mí. — ¿Qué es el folclore para usted? —le pregunté. —Considero folclore la cultura de un pueblo transmitida generalmente por la tradición oral. Son los usos y costumbres de un grupo humano en los que se reflejan sus vivencias, gustos, aspiraciones, su concepción de la vida y de la muerte, la forma de adornar sus viviendas, la prosa y la poesía oral, los remedios caseros y las comidas, el arte popular, las creencias y supersticiones, la mitología, la música, danzas, fiestas y trajes tradicionales..., en fin, lo que ha sido llamado por algunos investigadores saber popular, o cultura popular tradicional. — ¿Y el seudofolclore? —insistí. —En nuestro caso, la cultura popular contemporánea cubana se ha visto rodeada, en estos últimos años, por diversos fenómenos o factores que no le han permitido desarrollarse. La superficialidad, la falta de conocimiento, el mal aprendizaje de los elementos que la componen y el comercio seudocultural han sido una clara muestra de una cultura falseada que no expresa su verdadera realidad. Muchas personas tienden a ser engañadas y confundidas; éstos son los mismos elementos que enmarcan el seudofolclore. Por tanto, para mí

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es una falsa forma de asimilar, interpretar, divulgar, practicar la sabiduría popular de un pueblo. La decadencia y la pérdida de la tradición nunca deben ser revividas en forma de seudofolclore. Este no es inherente solamente a esta época contemporánea, ya que tenemos conocimiento de algunos fenómenos culturales ocurridos en el siglo XIX como parte de un plan de evasión de la verdadera identidad nacional. Es la época del seudofolclore siboneyista y «blanco» del Liborio, el guajiro Lépero del teatro vernáculo que representaba al pueblo cubano, ignorando así la presencia de otros aportes culturales que forman parte de nuestra cultura como la presencia africana, asiática, haitiana, etc. En el siglo XX este seudofolclore adquiere otras características, ya que estos aportes culturales, antes ignorados, también comienzan a representarse de forma caricaturesca y exótica en programas de televisión, cabarets y teatros, falseando sus danzas, pasos, vestuarios, cantos, etc., alejándolo cada vez más de la realidad y proliferando el folclore para turistas (la mulata, el ron, la rumba, el tabaco, las maracas...), lo cual fue notable hasta la culminación del período prerrevolucionario. »El rescate del folclore debe hacerse de una forma pausada, sin brusquedad, partiendo del estudio de sus orígenes, adecuando su funcionalidad al lugar y momento donde deba operar, o ejercer su función, de modo que se renueve sin perder su esencia. Cualquiera que se considere capaz de enseñar la cultura popular tradicional de Cuba sin haberse molestado jamás en hacer un trabajo de campo, en haber entrevistado a un informante, ni haberse leído la bibliografía clásica de Cuba o de países que tienen un gran desarrollo en estos estudios, no es más que un farsante. Según este prestigioso etnólogo, ésta es la principal razón por la que la santería cubana, un elemento fundamental en el folclore de la isla, ha derivado en un hecho comercial desvirtuado de sus formas y muy lejos de sus verdaderos contenidos.

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— ¿Podría ponerme un ejemplo de este suceso cultural? — pregunté intrigado. —Por citar algunos ejemplos de este fenómeno del seudofolclore, me viene a la cabeza que en nuestros días hay artesanos y pintores que no poseen un conocimiento real de nuestras tradiciones de origen yoruba, atreviéndose a confeccionar objetos artesanales que representan, según ellos, a nuestras deidades del panteón yoruba de una forma vulgar, grotesca y ridícula, hecha sin el menor respeto ni cuidado. Estos orishas son representados por animales que nada tienen que ver con las características de los mismos, e incluso se sustituyen sus colores por otros que no representan la realidad. Otro ejemplo donde está presente el fenómeno del seudofolclore lo tenemos en la repentina presencia de grupos aficionados a la danza folclórica, que sin ton ni son inventan cantos, bailes, toques con grandes deformaciones y desconocimiento de los mismos, y en muchas ocasiones utilizan palabras yorubas, ararás o bantúes para nombrar al grupo sin saber el significado correcto. Otro ejemplo más lo observamos cuando visitamos el extranjero y conocemos personas que, pese a no tener nada que ver con estas tradiciones, se atreven a pronunciar conferencias engañando y confundiendo a personas que sí tienen interés en conocer y aprender. El Dr. Fure despejaba los interrogantes surgidos durante la investigación sobre la autenticidad de la santería cubana que se practica en España, concluyendo que lo que hacen videntes y santeros, y lo que se vende en comercios como algo genuino de Cuba, no era ni cierto ni se correspondía con la verdad de este fenómeno folclórico cubano. Me tranquilizó saber que como hecho cultural y folclórico aún existía una parte importante de tradiciones de la santería en Cuba que no estaban viciadas por la implacable maza del lucro. Pero del hecho mágico de las supuestas propiedades milagrosas de la santería ¿quién me podía decir algo revelador? Indudablemente

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la opinión de un respetado sacerdote de la santería sería lo más apropiado y si además éste era el Dr. Wande Abimbola, mucho mejor. Después de localizarle y rogarle, casi implorarle una entrevista privada, me preparé una batería de preguntas y le abordé el día convenido, como si de mi primera cita de adolescente se tratara. Transcribo ahora dicha entrevista. — ¿Está usted de acuerdo con la forma en que se práctica actualmente la santería cubana fuera de Cuba e incluso en la propia isla? —Estoy totalmente de acuerdo con el fondo de las cuestiones rituales de la santería actual. Lo que me incomoda son los aportes foráneos que han hecho de esta tradición, rica en mitología y llena de matices culturales, un circo de comerciantes e idólatras sin cultura. — ¿Pero la santería es idolatría? —No, la santería es un modo de vida, una opción de fe, que incluye la idolatría. Me refiero a los que sólo ven la parte del santoral que responde a sus intereses, y de las que se pueden beneficiar, sin que tengan por ello que profesar esta creencia. La tratan como algo de usar y tirar, si resuelven su problema acuden una y otra vez a los orishas para que les saquen de apuros económicos, amorosos o de otra índole, pero una vez conseguidos se olvidan de los orishas hasta un nuevo inconveniente. Son pocas las personas que acuden al orisha por tradición, porque adoran ese modo de ver la vida y entienden el significado de esta creencia y se sienten identificados con ella, hasta el punto de llevar una vida de sacerdocio. Las personas en su mayoría no quieren oír hablar de ewes [prohibiciones], o se los saltan porque eso no va con ellos. Sólo quieren oír hablar al sacerdote que consultan de soluciones y de rapidez para lo que le exigen. Casi siempre piensan que porque pagan los servicios de un santero pueden influir y manipular a su antojo a la deidad y por tanto el orisha está obligado a responder a su necesidad. Esto es totalmente falso, se sienten

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controladores de las deidades y no al revés, por eso yo les llamo idólatras, porque no tienen nada que ver con la santería ni con su función restauradora de la armonía del individuo, que vive inmerso en su dinámica. — ¿Es usted creyente? —Sí, y un ferviente devoto, además de investigador y profesor de la universidad, donde, para mi fortuna y con la bendición de Olofi, enseño tradición yoruba: nuestra cultura, orígenes y raíces. Eso es lo que echo en falta muchas veces en mis viajes de conferenciante alrededor del mundo, universidades serias y proyectos serios que enmienden las crenchas tradicionales africanas y las restituyan de nuevo a sus principios para que dejen de ser utilizadas como objeto, y tratadas con menosprecio por otras confesiones que se creen más legitimadas por poseer fondos para la divulgación de sus valores doctrinales casi ilimitados y una estructura definida que hace que las personas las reconozcan fácilmente, como es el caso de los evangélicos, de la Iglesia católica, los budistas, los mahometanos, etc. En la tradición yoruba existen igualmente patrones y normas definidas, pero la explosión de un pluralismo cultural incontrolado que se ha adherido a esta creencia, haciéndola ya irreconocible en muchos aspectos incluso para nosotros mismos, lejos de enriquecerla la ha empobrecido. —En España existe un problema con la proliferación de la santería, en especial la de origen cubano. No sé si este fenómeno se da igualmente en todos los sitios donde llegan emigrantes cubanos, pero por lo que respecta a mi país es muy preocupante la cantidad de personas que practican la santería como modo exclusivo de vida y hacen uso fraudulento de supuestos poderes que les otorgan sus deidades o los orishas, como los llaman ustedes. Mi pregunta son dos en una, ¿tiene el santero algún tipo de don o poder especiales? y ¿realmente hace milagros la santería?

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—El sacerdote de la santería no tiene ningún poder especial ni es, en sí mismo, una persona diferente a sus semejantes. Simplemente posee la capacidad, por conocer los misterios del culto que profesa, de mediar entre la divinidad y el ser humano para solventar los problemas que a este último le aquejan. Ahora, si a lo que usted se refiere es a los santeros que cobran por sus servicios le diré que para mí esto es tan lícito como que los sacerdotes católicos sean subvencionados por la Iglesia, igual que los representantes de otras manifestaciones religiosas. Si un santero tiene que dedicar todo su tiempo a ayudar a quienes a él acuden, no puede dedicarse a otra cosa. Además, es indispensable que un sacerdote de la santería estudie mucho y haga a diario una serie de rituales que le mantengan capacitado para dar esa atención que requieren sus ahijados. Existe una disciplina muy estricta sobre este aspecto, y la verdad es que la mayoría de los sacerdotes de la santería que se dedican a dar atención a los adeptos no reúnen ni tan siquiera las condiciones mínimas para ello, porque buscan en la santería un modo fácil de ganarse la vida. Primero ven sus beneficios y luego se preocupan por el problema del ahijado. »Aquí en África, desde tiempos muy remotos, el adivino vive de la caridad de los pobladores de la región, no cobra dinero en metálico, aunque sí acepta regalos. La mayoría de los donativos de quienes acuden a él son granos, carnes o animales de sacrificio que le ayudan a sustentarse, y así poder dedicarse todo el tiempo a su labor adivinatoria. Me consta que en algunos países aún se mantiene esta tradición, aunque en las grandes ciudades los que practican la santería están muy corrompidos y viciados por la obtención de bienes materiales que nada tienen que ver con los objetivos y preceptos de la santería, que repito es una creencia cuyo fin es el desarrollo espiritual de las personas que creen en ella. — ¿Podría aclararme cómo se puede saber si un santero es genuino o un simple farsante?

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—A primera vista es imposible. Habría que conocer antes de nada su Itá, es decir, qué le dijeron sus orishas el día de su nacimiento a esta religión. Porque es aquí cuando se sabe si la persona puede dedicarse a ejercer la adivinación para ayudar a otros. El santero no puede hacerlo por elección propia, es el orisha el que lo elige a él. Lo segundo es saber algo de la vida privada de este individuo, si usted ve que es un santero que tiene vicios, como tomar drogas, beber, robar o cosas similares, es imposible que se pueda dedicar a ejercer esta actividad, ya que el orisha escoge a personas con conductas rectas y con gran sabiduría. También dude de quienes ejercen la adivinación en centros comerciales y locales que no son santuarios. Los orishas no habitan en esos sitios donde adivinan porque no poseen la energía necesaria para que el adivino sea eficaz en su labor, él siempre se vale de sus deidades para ejercer las artes adivinatorias y, por supuesto, es indispensable tenerlos consigo. »Respecto a los milagros, éstos son siempre una cuestión de fe. Yo he visto en mi vida muchas cosas que pudiera interpretar como milagros, entienda que aquí, en África, donde los recursos médicos son muy limitados, la labor del adivino sustituye a la medicina actual y que con remedios y ceremonias tradicionales se logra salvar vidas. Usted no tiene la fuerza moral para decirle a alguien que ha sido salvado de los brazos de la muerte que no se ha debido a la intervención del orisha. ¿Eso es milagro, o no? —Claro, pero además de curar enfermedades la santería puede hacer muchas otras cosas más. Me han dicho que se puede «amarrar» a una persona para qué viva atada a nosotros según nuestra voluntad, que se puede romper un matrimonio consolidado haciendo un simple ritual, o que se puede ganar la lotería y hacerse rico si uno hace lo que el santo nos dice. — ¡Vaya!, pensé que esto era una entrevista seria...

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—Lo es, no le quepa la menor duda —salí al paso como pude ante la perspicaz exclamación. —Amigo, si con la santería se ganara la lotería, yo sería la persona más rica de la tierra. Lo que se puede hacer con la santería es lo que los orishas nos permitan hacer y nada más. Si está escrito en tu camino que tengas a la mujer que quieres, la tendrás, aun antes de conocerle, si no, ni la santería ni nada podrá conseguirlo. Eso son los argumentos que se usan ahora, los argumentos del mercantilismo capitalista que quiere vender la santería como algo vulgar y mundano. No haga caso de esas tonterías, eso no es santería genuina. Esta es la esencia de la entrevista mantenida con el Dr. Abimbola, un experto santero que me aclaró dos cosas: los santeros son sacerdotes que se tienen que dedicar a ejercer su creencia de forma austera y no pueden exigir compensación económica por ello, a lo máximo que aspiran es a que el individuo que acude a él en busca de ayuda actúe de forma recíproca y le ayude para sobrevivir. Por otra parte, dejó muy claro que la santería llamaba milagro a lo que con ayuda de los orishas y la intervención del santero se consigue en beneficio natural del individuo, no a los caprichos de determinadas personas, como ha quedado suficientemente demostrado en esta investigación. El orisha se limita, simplemente, a propiciarnos lo que está escrito en nuestro camino, cualquier otra cosa fuera de este ámbito no es santería. Además de darme argumentos racionales y coherentes, aplicando la lógica del pensamiento yoruba, las explicaciones del Dr. Abimbola daban sentido a las cosas y permitían entender de qué iba todo este embrollo de deidades, espíritus, sacerdotes y creyentes. Con cierta lógica para mi escéptico pensamiento occidental, estaba claro que en España no se practicaba la santería como se debiera, ni por supuesto había auténticos santeros como decían.

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Aun así, seguí mi ronda de entrevistas tratando de llegar más al fondo de la cuestión. Los siguientes fueron los babalawos cubanos, de los que tenía excelentes recomendaciones. Camilo había acudido a casa de Lázaro para ganar tiempo y allí nos reunimos todos; me permitieron filmar sin mayor problema, lo que me dio algo de confianza, además se acordó que hablaríamos francamente. La casa de Lázaro es un antiguo caserón colonial, sito en la barriada de Guanabacoa, en La Habana. Un lugar de conocida tradición santera, y donde emana de cada una de sus casas un halo místico que nos envuelve entre aromas y retratos de vírgenes católicas y adornos atribuidos a deidades africanas. Creo que si existe algo de magia está en este lugar. Desde cualquier punto del barrio se nota que hay algo que trasciende lo material, que nos vigila. La verdad es que impresiona al visitante, que, como yo, no está acostumbrado a ver estas cosas, o no las asume como parte de la identidad de un pueblo, como es mi caso. Lázaro tiene la pared de su amplio salón llena de retratos con ilustres artistas, músicos, actores, políticos, como Nelson Mándela o Fidel Castro, foto esta última curiosa porque tanto Fidel como Lázaro aparecen fumando un puro con un altar de fondo. Lázaro, notando que me había detenido justo en esa fotografía, me dijo: —Esa foto se hizo aquí mismo. Todo el mundo se fija en ella, para eso la tengo, para hacerme ebbo de lengua —afirmó Lázaro. — ¡Ah!, ¿es que él cree en estas cosas? —Qué va, ése no cree en nada, te lo aseguro. Lo que ocurre es que aquí venía Celia [se refería a una estrecha colaboradora de Castro ya fallecida] y él la acompañó en varias ocasiones, trabamos amistad y hasta hoy, pero no cree en nada, sólo en él, es como la personificación del mismísimo Changó...

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— ¿Puedo interpretar por las fotos de este salón que usted en alguien muy famoso en el mundo de la santería? —pregunté. —Puedes pensar que he sido toda la vida una buena persona con buena estrella, y nada más. Eso de famoso hace que la gente se confunda y pueda pensar que soy un burgués o alguien inaccesible, y no es así, a mi casa viene quien tiene dinero y quien no lo tiene, quien cree y quien como usted no cree, las puertas están abiertas para todo el mundo, como debe ser en casa de un obba [rey] de la regla de Osha [santería]. Si no tiene qué comer, se acerca aquí, que si yo no tengo «pa» darle entonces le ofrezco de las ofrendas del santo, aunque sea un plátano de Changó. — ¿Aunque no tenga dinero para pagarle, puedo echarme las caracolas o hacerme un «trabajo»? ¿Es eso lo que me quiere decir? —Bueno, eso también. Pero lo que le digo es que si viene alguien hambriento se le da de comer, y si usted viene a consultarse o hacerse un «trabajo» por un problema de salud o algo importante, también le ayudo, aunque no me pague, porque Olofi [dios en santería] me lo retribuirá. Si aquí viene una madre porque hay que hacerle ebbo a un hijo que se muere y no tiene dinero, ¿usted cree sinceramente que le puedo negar la ayuda? Esa mujer dejaría de creer porque la santería es como una hermandad para ayudarse los unos a los otros. Así fue, desde que se fundó, lo que nosotros llamamos santería o regla de Osha. Eso del comercio, y de que todo es por dinero, de estar a la caza del extranjero porque es el que paga en dólares es cosa de gente sin fe que hoy día ve la santería como su negocio particular. Pero eso no es verdadera santería, créame. Tengo cincuenta y ocho años de Elegguá y mis viejos ojos ya han visto muchas cosas, sé de lo que le estoy hablando. —Sí, yo le creo, lo que pasa es que..., ¿sabe usted lo que está pasando en España?

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—Sí, tengo muchos amigos españoles desde hace cuarenta años que me escriben y me llaman y, por supuesto, me cuentan cosas. La verdad es que me entristece que todo se haya reducido a un simple y burdo negocio, y que se inventen cosas, como vender hierbas secas para baños, porque la hierba tiene que estar verde, si no pierde su virtud y no sirve, o que vendan velas de tal o cual orisha como si sirviera para algo. Mire, «cuando no hay perro se montea con gato», es un viejo dicho cubano. Si no tengo una vela azul uso la primera que encuentre, porque ha habido momentos en que no hemos tenido ni para velas, y se han encendido los santos con lámparas de aceite, con manteca o con velas de sebo de carnero, y los santos me han respondido y los «trabajos» han «caminado», por eso le digo que eso que usted me cuenta son cosas del comercio de ahora, que no se utilizan en santería. »Hasta nos han contado que se venden Elegguá y Osun ya preparados. Una verdadera atrocidad, imagínese que para dar Elegguá se precisa una ceremonia de tres días y un Osun es aún más difícil, pero el que no sabe es como el que no ve. Y estafan a la gente, dándoles santos de basura que no «caminan» ni resuelven ningún problema, al contrario, crean más atraso a la persona, que de buena fe pone su cabeza en manos de un santero, de esos que en España abundan. —Aquí en Cuba también pasa, no se crea. He visto traerse gente aquí para «hacerle santo» y volverse para allá, incluso antes de cumplir con los siete días de ceremonia, un desastre —intervino Camilo, mientras Lázaro asentía con la cabeza a sus palabras. — ¿Y qué me dice de estos baños y despojos? —le pregunté mientras le mostraba unos frascos que había comprado en varias tiendas de Madrid con la intención de llevárselos y que me diera su opinión.

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—Si a una persona se le recomienda un baño, se prepara con las cosas que marca el orisha de manera individual a cada uno. No se puede «hace» un mismo baño, ni un mismo despojo, jabón o incluso colonia, para dos personas. Cada cual con lo suyo, en santería ni haciendo dos santos al mismo tiempo salen los mismos Oddún. ¿Acaso ve usted que en la naturaleza, que es nuestra maestra, nazcan dos seres iguales, aunque sean de la misma madre y del mismo padre? Eso no sirve para nada, no son más que productos comerciales que sólo tienen nombres llamativos, que no sirven para resolver ningún problema, tienen tanta efectividad como cualquier producto que puede comprar en una perfumería normal. Son cosas vulgares y corrientes, nada que ver con la santería, no tienen propiedades mágicas, ni nada de eso —me respondió Lázaro con contundencia. A lo que Camilo agregó: —Eso es como lo de los amuletos. Aquí nos han traído cosas rarísimas, como medallitas de no sé qué cosas muy raras que han dado santeros allá, donde usted vive, diciendo que están «trabajados». Incluso se preparan collares de santo y pulseras en el momento y te las venden como protección. Mire, un collar de santo es algo sagrado, es la prolongación del mismísimo orisha. Se tiene que preparar a conciencia para que funcione. Y eso de las pulseras, en fin, en santería sólo existen dos: la de Orumila o la de Idé de santo, que sólo pueden usarlas quienes tienen «santo hecho», así que eso es un invento de los de ahora. Y me pueden decir antiguo o viejo o como quieran, pero la santería tiene sus normas y si crees en ella tienes que acatarla, no modificarla a tu antojo, o cumplir sólo las que te convienen. Estaba impresionado, si ésta era la opinión de toda una cátedra en la materia entonces apaga y vámonos porque en España no sirve nada de lo que se vende, y lo peor es que en santería ni siquiera existen este tipo de productos. Mi sentido común me decía que estos señores eran francos y que sus argumentos eran honestos. Y en cierta

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manera me alegraba de que mi investigación me hubiera conducido hasta estas personas que de manera simple y llana me daban una lección de santería comprensible sin engaños ni adornos. No entramos a debatir sobre el ámbito de la fe sino sobre lo que hace referencia a las particularidades del culto y los elementos que intervienen en él. — ¿Y qué me dice de la consulta telefónica?, ¿creen ustedes que se puede «echar las caracolas» o las cartas por teléfono? —Las caracolas, como usted las llama, imposible porque para ser serios y exactos en los vaticinios del orisha es indispensable darle a la persona que se registra los igbos [unos elementos mágicos inseparables de la adivinación en santería], y por ello la persona tiene obligatoriamente que estar presente. En las cartas, ya es otra cosa. Es un problema de media unidad o espiritismo, como quiera llamarlo, ahí sí se puede estar alejado de la persona porque se hace a través del espíritu, incluso se puede consultar sólo mediante el empleo de una foto de la persona o incluso su nombre, apellidos y fecha de nacimiento, o algo que se tenga de la persona o un familiar o allegado, porque estas personas portan parte de la energía del individuo del que se quiere saber algo —respondió Lázaro. —Fíjese que tanto para la consulta como para hacer «trabajos» se necesita el nombre, apellidos y fecha de nacimiento de la persona, o una foto o algo de donde viva o al menos de un lugar donde esté, en definitiva, algo que haya estado en contacto con ella. Sé de consultas y «trabajos» que se hacen sólo con el nombre, y en los apellidos se pone una cruz cuando no los conocen... ¡una barbaridad! Si no hay algo de la persona, olvídese, los santos no «caminan», que no le engañen, la santería necesita «trabajar» con cosas de la persona de la que se quiere conseguir algo —concluyó Camilo. Después de darme una disertación de santería práctica y pormenorizar en los rituales ceremoniales de esta creencia, me faltaba profundizar en dos cuestiones sobre las que aún no lo tenía todo claro,

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aunque sentía cierto recelo en abordarlas después de tan grato encuentro, pero no tuve más remedio. Sin perder los nervios entré en el tema más tabú de la santería, al menos así lo creía yo: el sacrificio y los «trabajos de amarres», el primero negado en España y el segundo el mejor gancho publicitario de los comerciantes de fe. — ¿Qué puede decirme de los sacrificios de animales en los rituales de santería? —Son indispensables, así de claro, no se puede hacer un «resguardo» [amuleto de santería] efectivo si no se le da sangre, ésta es un elemento ritual que tiene una función regeneradora y sin su ayuda es prácticamente imposible darle vida a las cosas, ¿o es que acaso usted o yo o cualquiera puede vivir sin sangre? En una «limpieza» el daño o espíritu malo que tiene la persona se pasa al animal y éste se sacrifica con el único fin de que con él muera ese daño o el mal que le causa el espíritu a la persona. Allá en España me han dicho que es ilegal y que te pueden meter preso si te cogen haciéndolo, pero aquí en Cuba es algo común es nuestra tradición. Además, como usted podrá ver, nosotros no lo hacemos por gusto ni somos asesinos ni unos desaprensivos, lo hacemos de manera justificada e incluso la Iglesia, en sus primeros tiempos, lo hacía, así que quienes nos critican no llevan razón. Pero sin eso la santería no funciona, es como el agua para las plantas o la comida con la que nos sustentamos —sentenció Lázaro. —Pero ¿no hay forma de sustituirlos con otras cosas? En España, por ejemplo, podemos comprar la sangre y las vísceras de los animales: corderos, gallos, etc. Así que tal vez sería un cambio viable. — ¡Qué me cuentas! Cómo vas a darle al santo para vivificarlo sangre de animales muertos, eso no sirve, necesitas que sea sangre que corra con energía y fuerza y los iñales, que es como llamamos en santería a las vísceras de los animales, tienen que ser extraídos cuidadosamente de los animales, no se pueden comprar, eso es cosa

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de locos, esto es lo que hay, guste o no guste a algunos —agregó Camilo. Más claro el agua, pensé. —Por último, ¿realmente se puede «amarrar» con un hechizo a alguien? —Ah, ya sé por dónde vas. Mira, la santería hace milagros y yo he visto y he hecho cosas inimaginables con los santos. ¿«Amarrar»? Claro que se puede, pero tenga presente que el santero es sólo un mediador entre el orisha y el ahijado, no puede hacer nada que el santo no autorice, si usted hace caso al santo todo saldrá bien, pero no quiera hacer algo que el santo no haya dicho porque no lo conseguirá. Mucha gente viene a verme por ese motivo, pero a mí no me gusta hacer esos «trabajos», a lo más que llego es a ponerle una ofrenda a Oshún [deidad del amor] y rogarle porque le conceda esa petición, pero ya sabe que es Oshún quien decide, porque todos tenemos un santo que nos protege y defiende y nadie tiene derecho a «amarrar» a alguien en contra de su voluntad y la de su ángel de la guarda. Estos argumentos ya me permitían desmontar los tópicos por los que son conocidos los santeros en España. Ni los «amarres» eran tan eficaces ni tenían poderes sobrehumanos que los diferenciasen de la gente común. Ahora nadie podía decir que hacía «todo tipo de amarres», o que daba santos sin hacer sacrificio o que vendía jabones milagrosos, o aceites, baños y despojos como remedios eficaces contra toda clase de calamidades. Me había empapado bien de la sabiduría de estos babalawos y pensaba que si los llevaran a un debate serio en televisión, si se publicitaran sus comentarios, se acabaría el chollo de los traficantes de santería en España e incluso de otras partes del continente. Mi investigación tenía un motivo más para ser publicada, porque aunque reflejaba una mínima parte de las numerosas entrevistas que realicé a santeros en Cuba y Nigeria eran muy esclarecedoras, y en todos los aspectos coincidentes y muy lejanas del tipo de santería que se practicaba en España y de lo que

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decían los santeros que allí había entrevistado o que intervenían en diferentes medios de comunicación. Aún me quedaba una entrevista con el escritor y profesor del departamento de Lenguas Modernas Europeas de la Universidad de llorín, Dr. Bayo Ogunjimi, que además era un ferviente sacerdote de Ifa, la máxima jerarquía en lo que a santería se refiere. —Profesor, estoy estudiando el comportamiento de las nuevas generaciones de sacerdotes de la santería, especialmente los devotos de origen cubano y su implantación en España como un hecho sociológico preocupante, partiendo de la base de que se comercializan las cuestiones de fe como si de un producto más se tratara. Desde su punto de vista, como sacerdote de Ifa, ¿qué opinión le merece este fenómeno? —Llevo muchos años estudiándolo. Cada día es más patente en la sociedad, incluso la africana, y no es un suceso exclusivo de los países desarrollados, en este caso España. Mi opinión como académico es que es la adaptación de una cultura que no posee arraigo en el país donde se desarrolla, y es muy desconocida por los nuevos adeptos, lo que propicia que se deforme y se le atribuyan ritos o elementos ajenos a ella. Se produce una proliferación del comercio cuando no existe una base sólida en el conocimiento de la religión, cuando se antepone el hecho mágico al hecho filosófico del culto a los orishas. Las capacidades cognitivas del individuo se reducen al conocimiento superfluo de la hechicería y de los valores sólo superficiales de esta creencia que se identifiquen con sus necesidades cotidianas. Como sacerdote de Ifa, considero que es una desviación peligrosa, ya que el trastocar las normas o elementos genuinos del culto a los orishas invalida los resultados y los convierte en algo diferente, ajeno a lo que se pretende. La santería tiene unas formas fijas escritas en nuestros libros sagrados desde hace milenios y, además, las aportaciones sólo pueden venir de la interpretación que hace el oráculo, y esto sólo los sacerdotes capacitados pueden

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hacerlo. Aquí no vale que cada cual quiera hacer lo que se le ocurra o le venga en gana. En Ifa, por ejemplo, nosotros nos debemos exclusivamente a Orumila y no podemos trabajar con espíritus, entrar en trance o dejarnos seducir por tendencias espiritistas que puedan influir en nuestra relación con Orumila. —Pero, para hacer comprensible al gran público su opinión, desearía que me diera ejemplos concretos sobre cómo se desvirtúa la santería cubana como credo. —Lo primero que te puedo decir es algo tan grave como que hoy día muchas personas se inician en la santería o el culto a los orishas por negocios, como bien sabes, o por alcanzar un bien material o incluso ilusorio. En Cuba, país que he visitado con frecuencia, he visto iniciaciones por el afán de alguien de emigrar a otro país, obtener un empleo mejor o incluso interceder por un hijo en la cárcel. Cuando la iniciación es algo más sagrada y mística que todo eso, la persona debe iniciarse por vocación o por la llamada de los orishas, no por otra causa. Quien ve en la santería un negocio se equivoca profundamente porque el santero tiene que ser una persona austera y humilde. Por otro lado, la sustitución de elementos de culto por artículos muy elaborados y ajenos es una catástrofe que invalida completamente el resultado del rito. Los artículos que se usan en la santería genuina no pueden ser hechos en fábricas o laboratorios, y mucho menos con elementos químicos vulgares ajenos al culto. Tampoco se puede poner a consultar el oráculo de los orishas sin guardar la abstinencia sexual debida o cumplir con ritos tan elementales como que el consultado debe purificarse antes de tocar los igbos, imprescindibles para un buen vaticinio del oráculo, de lo contrario lo contaminan e inutilizan. —Me dice usted que no todos pueden ser iniciados, sólo los escogidos, y que solamente se pueden utilizar artículos rituales fabricados con elementos naturales en estado puro o algo así, como también me comentó el Dr. Abimbola, artículos personalizados para

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cada individuo. Y, además, afirma que el que se dedica a consultar el oráculo tiene que hacer abstinencia y llevar una vida austera. —En efecto, agrego también que en el caso concreto de la santería cubana la introducción de elementos nuevos al culto a los orishas realizada a finales del siglo XIX aunó una serie de formas de cuito de diferentes regiones africanas, en algunos casos ambiguas o contrapuestas, que la alejaron de la tradición más genuina de esta creencia, cosa que no sucedió con los sacerdotes de Ifa por ser un culto uniforme y meticulosamente resguardado de la introducción de elementos foráneos, aunque por desgracia cada día esta cualidad que hacía de este culto un genuino baluarte de la afrocubanía va desapareciendo. —Entonces, según su criterio, ¿lo que se practica en España dista mucho de ser santería? —Tiene toda la apariencia en las formas, los atuendos y en algunos otros elementos, pero en casi la totalidad de los casos es un culto sincrético muy lejos de la santería genuina. Es algo únicamente comercial, como muy bien empezó usted diciendo, la fe se ve como un producto comercial, no como algo místico y trascendental. Se practica con la finalidad del lucro, lo que aleja a los devotos de sus fines benéficos y los limita en el conocimiento de toda su realidad fantástica. Yo creo que si existen santeros no son por vocación sino por comercio. Si quiere encontrar un santero de verdad es mejor que lo busque fuera del negocio de la santería porque quien quiere a sus orishas no los comercializa, se sirve de ellos para ayudar no para lucrarse. Tenga también en cuenta que se tiende a mezclar santería no sólo con las creencias provenientes de Cuba o Nigeria, sino que también se le llama así a lo que procede de Argentina, Perú, Ecuador, México, Venezuela, República Dominicana, Haití y numerosas partes de África, y estas creencias tienen otras reglas y proyecciones sobre las que prefiero no pronunciarme.

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En efecto, nuestra investigación había comprobado este último aspecto de la santería. Los credos emigrados a España se retroalimentaban unos a otros dando origen a cultos aún más sincréticos que cada día se alejan de sus orígenes, y lejos de enriquecerse se desvirtúan perdiendo su acervo cultural. Terminada la ronda de las principales entrevistas, que resultan muy esclarecedoras, no hay más que comparar unas opiniones con otras para, aplicando el sentido común, darnos cuenta de quiénes nos engañan y discernir entre el negocio y la fe. En la antigüedad, la santería, además de una religión generalizada en la zona yoruba del golfo de Guinea, en el continente africano, era una vía de interpretar los fenómenos naturales, las enfermedades y todas las vicisitudes que escapaban a la comprensión del africano. Esta condición privilegiada dentro de la sociedad daba al santero la posibilidad de vivir solamente de su servicio a la comunidad, dedicarse por entero a la interpretación del oráculo y la comprensión de los Oddún o signos mágicos mediante los cuales los orishas transmitían las respuestas a los interrogantes, su voluntad o alguna fórmula para solucionar algún percance. En la actualidad, este concepto solidario y místico de la santería ha sido sustituido por una fórmula de culto totalmente comercial; la práctica masiva de sus ritos y costumbres se ha convertido en un factor indispensable para la supervivencia de sí misma como religión aunque sin influir en sus valores como folclore y cultura. En Miami, donde viven la mayoría de los emigrantes cubanos y donde la santería es más habitual y tolerada que en España, se puede comprobar cómo el aspecto comercial de este credo está en su máximo apogeo. Se ha pasado de recoger plantas silvestres en el monte para los rituales, con todas sus «virtudes mágicas», a cultivarlas en viveros e incluso a hacer implantes para lograr especies más resistentes y con mejor olor y color. Si se busca la sofisticación del rito y no su tradición, los métodos y formas antiguas han dejado de existir

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por completo. Es el caso, entre otros, del «trono del santo», que son los pañuelos y telas de colores que adornan la habitación donde se realiza la ceremonia de iniciación y que se compone también de una especie de trono de madera donde permanecerá el iniciado durante el tiempo que dure el ritual. Este trono se alquila hoy día a empresas especializadas en estos artículos, que incluyen operarios que lo montan y desmontan acabada la ceremonia para seguidamente ir a parar a casa de otro santero que realizará otra iniciación. Esto nunca fue así, pero las reglas comerciales del mercado se imponen. Lo mismo pasa con los derechos de los santeros, que es el pago que se realiza por un servicio: léase consulta de caracolas, despojo, «trabajo» de cualquier tipo de ceremonia, incluida la de iniciación — esta última ya no es selectiva sino que por el contrario es masificada compulsivamente como forma de acrecentar el mercado y los clientes del sector—. Esos derechos a los que nos referimos, que en todos los casos son cuantificados en dinero, se encuentran ya preestablecidos aceptándolos santeros y adeptos como algo normal y lícito, aunque el santero no sea como antaño, que dedicaba su tiempo a la santería y podía, sin ningún perjuicio para su «fortaleza espiritual», compaginar sus labores de santería con cualquier otra profesión. Igual que en España, los baños, fluidos, despojos, jabones y una infinidad de artículos cosméticos son atribuidos a la santería y vendidos en comercios especializados administrados por santeros cubanos, lo que indica que la comercialización de este tipo de productos está integrada en el culto de la santería como algo normal y válido. He llegado a presenciar cómo se vendían los despojos en espray o jabones con la imagen de los orishas estampada, siendo, como los artículos que se comercializan en España, meros productos cosméticos sin ningún valor místico ni ninguna propiedad mágica intrínseca. Ha sido una distorsión incontrolada que ha tomado forma de alud imparable, incluso en los sectores gubernamentales cubanos se usa la santería como un atractivo turístico más, algo que era impensable

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hace unos años cuando la isla estaba gobernada por un férreo comunismo ortodoxo. El gobierno ha apostado por lo que ellos denominan «turismo religioso», estableciendo templos para los itinerarios turísticos, y tiene incluso sus propios santeros que hacen las consultas a los orishas y los «trabajos» de magia para los turistas, otra forma de recaudar los dólares que tanto necesitan. Ahora no sabemos cómo comenzó o cómo terminará, pero viendo la evolución que ha sufrido esta religión soy de la opinión de que cada día será más comercial y menos espiritual; lo que hoy por hoy busca un santero cuando consulta a alguien con sus orishas es sacar algún provecho en forma de dinero o cualquier otro tipo de prebenda material. El límite entre lo espiritual y lo comercial es idéntico y los argumentos similares.

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UN REVÉS CONVERTIDO EN VICTORIA Nada más volver del viaje me puse a trabajar para concluir la investigación, ya que aún me quedaban cabos sueltos por atar. El objetivo era que cuando el trabajo estuviera publicado sirviera para desenmascarar a los falsos videntes y santeros y a los comercios, pero sobre todo tenía como fin último desbaratar cualquier argumento que utilicen en contra de lo que hasta aquí había investigado. Si algo pueden hacer estos farsantes es únicamente comerse la lengua y andar con la cabeza baja. La verdad es que este asunto me lo había tomado muy a pecho, como si yo mismo hubiese sido víctima de algún santero deshonesto, cosa que no es así, afortunadamente, gracias a mi escepticismo. Jamás he recurrido a esas prácticas para solucionar mis problemas. Ahora bien, tenía, y aún tengo, el empeño de evitar a toda costa que se sigan lucrando a expensas del creyente ingenuo o del desespero de la gente que acude a estos sitios. Una vez más me arriesgué y asistí a un evento social a fin de conocer a una famosa del panorama rosa, que responde a M. M., de la que tenía referencias de oídas de que estaba muy involucrada en la santería. Su madrina era una cubana llamada Fabiola, de la que me habían hablado muy mal aunque personalmente no la conocía, así que volví a tomar la personalidad de Juan Gonzalo y fui a la celebración. La historia que a continuación narro es un fiel reflejo de la vida de sus protagonistas. Toda ella es un espectáculo, una falsa ilusión, y, como no podía ser menos, su boda se realizó con la ayuda de la santería, que, como era de prever, acaparó la atención del panorama rosa cumpliendo así con sus expectativas. Para este propósito se apoyó en su madrina santera, Fabiola, que con tal de salir en las revistas del corazón se inventó, literalmente, un rito de «matrimonio santero» que aderezado con el toque del contrayente, un típico cubano, hacían del enlace un acontecimiento pintoresco. A tal punto llega la desfachatez de estos farsantes sin escrúpulos. Pasa igual con los productos y con los nombres de palos o hierbas rebuscados y únicos, que ni tan

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siquiera existen en Cuba y tampoco se emplean en la santería, pero que responden a intereses mezquinos del santero que quiere hacerse con la fórmula única e inimitable para hacer su agosto. M. M. estaba encantada. «Cuanto más espectáculo, más vida», me repitió en más de una ocasión. El evento en el que coincidí a propósito con ella era la entrega de premios de una revista de esas que se reparten gratuitamente en nuestros buzones y que la consideraba la mejor diva del panorama rosa del momento. Asistí de la mano de un amigo que me había puesto en antecedentes sobre la afición de esta famosa a la santería. No tuve ningún problema en abordarla, además conté con un elemento adicional, fue acompañada de su marido cubano. Vestido como iba de santero, me coloqué lo más cerca que pude de la pareja y no tardé en acaparar la atención de su marido que me dijo: — ¿Tienes «santo hecho», verdad? —Sí. no?

—Lo he notado por cómo vas vestido. Pero ¿tú no eres cubano,

—No, ya quisiera yo con la fama que tienen ustedes... —sonreí de forma jocosa buscando su complicidad. —Ya, pero tienes un acento... —De canario, soy de Canarias, allí hablamos como los guajiros de Cuba. —Ya me parecía a mí —dijo. Viendo que el cubano se enrollaba seguí la conversación, ganando tiempo para que M. M. apareciera. En efecto, al poco se presentó y con su singular acento empalagoso y seductor me dijo:

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—Un santero, ¿eh? Dime algo a ver si adivinas cualquier cosa sobre mí. —Lo siento pero yo soy Yawó, aún no hago consultas. ¿Te gusta la santería? —Sí, muchísimo. Mi padrino es cubano, la santería es fenomenal. —Ah, ¿tienes «santo hecho»? —No, sólo me adivina y me hace algún que otro «trabajito». —Me podrías hacer el favor de presentármelo, no conozco muchos santeros aquí en Madrid, soy de Tenerife. —Bueno, es que tendría que consultárselo. Mejor te dejo mi teléfono, me llamas y te cuento lo que me haya dicho. Decir que era Yawó me resultaba muy útil porque no me podía someter a un cuestionario extenso sobre santería ya que podría poner en duda mi reputación de santero, aunque con las enseñanzas que había aprendido en el decurso de esta investigación ya me podía considerar un santero capacitado. Estoy seguro de que sabría mucho más que esos farsantes santeros que circulan por ahí, pero no quiero engañar a nadie. Yo no soy santero y, aunque mi personaje de Juan Gonzalo sí, el entrar en detalles me hubiera convertido en otro farsante y eso no lo podía permitir en este momento en que la investigación arrojaba datos tan esclarecedores. A los pocos días le telefoneé para saber la respuesta sobre el encuentro con su madrina, que era mi verdadero objetivo. Resultó que iba a ir a verle y me preguntó si quería acompañarla. Como no podía ser de otra manera, acepté y salí a toda prisa para el centro de Madrid, donde vivía la madrina en un diminuto apartamento que recordaba un solar habanero, y que te transportaba, imaginariamente, a la Cuba más humilde.

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Tras las presentaciones de rigor, M. M. abordó con total naturalidad el asunto que la había llevado hasta su madrina, sin ni siquiera reparar en que prácticamente me acababa de conocer y que no sabía nada de mí, pero ella actuaba con total confianza, como si eso no le importara. Resultó que tenía un «enemigo televisivo» y que necesitaba despacharlo cuanto antes, le achacaba el mal momento laboral por el que atravesaba y encomendó a su madrina hacer un «trabajo» que pondría fuera de juego a este importante productor de televisión. Enmudecí, era una información jugosa para mi investigación, pero demasiado evidente para utilizarla: el productor en cuestión también es creyente de la santería y me enteré de que tiene Elegguá recibido. Como el apartamento era sumamente pequeño, no tuve más remedio que tomar un ejemplar de una prestigiosa revista española y simular que leía, aunque lo cierto es que lo único que atrapaba mi interés era la conversación de mi anfitrión. Resultó que M. M. era toda una experta y daba recomendaciones de cómo debería seguirse el «trabajo» para no fallar, ella lo atraería usando sus encantos femeninos para hacerle beber una pócima mágica que lo sacaría de en medio durante un tiempo. A medida que avanzaba la conversación, me percaté de que se trataba de un polvo y previendo que pudiera surgir un problema mayor decidí retirarme de la escena buscando una excusa cualquiera. Quedé con Fabiola para otro día y me marché. Preferí no saber si el «trabajo» se consumaba o no, aunque en realidad no sabía si era una estupidez fabulada o si había algo de cierto en todo eso. Esperé a que pasara un tiempo prudencial y quedé en la casa de la madrina de M. M. para mantener una nueva entrevista. Llegué con algunos obsequios de Canarias con el propósito de ganarme su confianza, lo cual resultó, porque se mostró muy receptiva y complaciente. Comenzó a despotricar de su famosa ahijada, contándome sin pelos en la lengua todo lo que sabía de ella. Resulta que habían tenido varios encontronazos a causa de la «boda de santería». Me confesó que no existía ningún rito de ese tipo, pero que

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ella se lo había pedido como algo especial para hacer de esa celebración un acontecimiento más vendible y sacar más dinero. La santera aceptó a cambio de cobrar seiscientos euros. Se limitó a hacerles una «rogación» de cabeza a ella y a su marido y una «limpieza» con paloma, además de darles de comer Elegguá a ambos, aunque estas fotos, como es obvio, nunca salieron en las revistas, entre otras cosas porque no se hicieron. Nuestra conversación marchaba sobre ruedas. Le comenté que había alquilado una pequeña oficina en el centro para ejercer de santero y también le dije que aún no me atrevía a hacer de tal por mi escaso conocimiento. Sin dudarlo un momento se ofreció a enseñarme, además de darme útiles consejos: —No tengas miedo, muchacho, si la gente viene por cuestiones de maridos, trabajo o salud, puedes hacer que tiras las caracolas aunque no sepas, ¿qué más da? Vosotros los españoles no sabéis nada de esto y no lo vais a entender. ¿Tú no has visto cómo se hacen consultas aquí en algunos programas de televisión? España no es como Cuba, donde hay que saber de verdad, o cuando «consultas» a alguien que sí sabe de santería. A la mayoría de la gente tú mismo le puedes sacar la respuesta a lo que te preguntan, incluso prestando un poco de atención ya sabes lo que quieren oír; cobras y ya está, aquí lo que hay que hacer es conseguir dinero fácil. Este fue su consejo más ilustre, sin apenas conocerme ya me involucraba en el negocio de la santería comercial sin importarle mi fe, si la tuviera, ni si era, como yo afirmaba, un fervoroso creyente. Lo que a ella le importaba era que le podía hacer ganar dinero, si no sabía hacer algo la llamaba y ella me ayudaba, si tenía que hacer algún «trabajo gordo» bastaba con darle una comisión y punto, todo arreglado. Aunque parezca increíble éste es el comportamiento más frecuente entre los santeros que he conocido, sobre todo los de origen cubano.

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Pero no contaba con una sorpresa que hizo peligrar mi identidad y la culminación de mi investigación. Estando en casa de Fabiola degustando un café cubano recién traído de la isla, recibió una llamada a su móvil y luego de hablar con su interlocutor durante breves instantes me dijo que iba a conocer, si me quedaba, a otra de sus famosas clientes. Me sentí pletórico, una historia más que contar. Decidí esperar y al cabo de media hora se recibió una llamada en el telefonillo. Hasta ese momento era una incógnita la identidad de la famosa pero nada más entrar se me heló la sangre, como si me hubieran rociado con un gas paralizante. Era R. A., una famosa que había sido dos veces portada de la revista Interviú, además de haber trabajado en algunas series de televisión con pequeños papeles. El problema era que R. A. conocía mi verdadera identidad, me la había presentado un amigo santero que colaboraba conmigo habitualmente, y ahora podía dar al traste con todo el trabajo que había hecho con Fabiola y provocar una pelea o cualquier situación disparatada. Dicen que no hay mejor defensa que un buen ataque, así que opté por mirarla directamente a los ojos y decirle: —Hola, me llamo Juan Gonzalo, encantado de conocerte —fui tan contundente que noté cómo ella se quedaba de piedra, logré el efecto deseado. Enmudeció y me devolvió el saludo con mucha naturalidad, sin que Fabiola se diera cuenta de nada. Resulta que a R. A. la había llevado M. M. a conocer a su madrina y desde ese momento ella frecuentaba a la santera con el fin de que la ayudara en problemas laborales y en cosas del amor. Tenía una relación tormentosa con el encargado de una conocida discoteca madrileña, de nombre José C., y con un conocidísimo presentador de televisión. Llevaba una vida agobiante, un frustrado montaje con un conocido empresario del mundo del espectáculo había causado mella en su reputación artística y le salía muy poco trabajo, tenía que dar clases de ejercicios aeróbicos varias veces por semana para salir adelante, si bien eso no era suficiente y buscaba la ayuda de los

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orishas en su propósito de triunfar en el mundo televisivo, pero le estaba resultando muy difícil. Yo desconocía toda esta historia y estaba muy incómodo pensando que terminaría por desvelar mi verdadera identidad a Fabiola antes de que me diera tiempo de desaparecer y publicar mi investigación. La conversación se prolongo durante dos interminables horas, hasta que R. A. decidió marcharse; acto seguido yo hice lo mismo. Sin perder tiempo llamé a mi amigo santero para que me facilitara el teléfono de R. A. y contarle lo sucedido. Él se tomó muy en serio el incidente, la localizó y me devolvió la llamada para tranquilizarme: R. A. no hablaría con Fabiola, pero a cambio quería una cita para ver cómo podía ayudarla. Sabía que yo no era santero sino periodista, así que pensé que lo que quería era ver cómo la colocaba en algún medio o algo por el estilo. No dudé en quedar con ella esa misma tarde. —Menudo susto me di cuando te vi aparecer. Eres la última persona que me hubiese imaginado que acudiría a un sitio así —le dije. —Vi tu cara y en seguida comprendí lo que pasaba. No te preocupes que no diré nada. Tú has tu trabajo. ¿No lo habrás grabado todo? —Bueno, sí, estaba con una cámara oculta y lo grabé todo. Sabes que no doy puntada sin hilo y todo esto es para un libro, así que no me separo de la cámara. Es la prueba irrebatible e incontestable que sostiene todo lo que pienso denunciar, ¿me comprendes? —Es que allí se hablaron cosas mías muy privadas y yo quiero tener la garantía de que eso quedará entre nosotros. No te voy a pedir la cinta, pero yo estoy más asustada que tú, por eso quería hablarte. —Bueno, no te preocupes por eso, pero si te interesa el asunto que estoy investigando me podrías ayudar, ¿no crees?

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— ¿Qué sacaría yo de todo esto? —Si me hablas de dinero ya sabes que como escritor se gana muy poco, más bien tengo que poner de mi bolsillo. ¿Qué me puedes ofrecer? Historias relacionadas con la santería. —Bueno, conozco otro santero además de Fabiola y sé que hace «trabajos» para una mujer muy famosa a la que le gusta la santería, podría presentártelo. —Ya, pero que le guste la santería a alguien no es motivo suficiente para investigarla, eso es algo lícito, lo que buscó son ilegalidades que se puedan denunciar, como sacrificios de animales o estafas de santeros. Mi objetivo está más enfocado al santero que al creyente. Ese amigo tuyo ¿es un santero auténtico o es un cantamañanas?, ¿y la famosa? —Si te digo quién es, te mueres. Es una súper diva muy famosa, de la realeza además. Mi amigo se busca la vida como puede, ya sabes... — ¿Qué me estás contando?... Después de un buen tiempo de conversación, había convertido el revés en victoria. R. A., lejos de amedrentarse cuando me descubrió haciendo el trabajo de investigación con Fabiola, se ofrecía a colaborar proponiéndome una historia realmente suculenta para la prensa rosa y que por el azar del destino era muy apropiada para la investigación. R. A. no tenía ni idea de cómo se hacía un trabajo de investigación con cámara oculta, pero contaba con dos factores muy importantes: la voluntad y la motivación para dejarse guiar. Viendo los resultados que obtuvimos y los que ella ha logrado recientemente en un trabajo de investigación en el que ha sido protagonista, me causa regocijo saber que aprendió bien mis modestas lecciones.

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Trabajaríamos en equipo, ella me presentaría al santero y además sería el gancho para sonsacarle la mayor cantidad de información posible sobre la famosa cliente. Yo me presentaría como Juan Gonzalo, manteniendo mi historia de poner un negocio de santería y con el pretexto de buscar ayuda para saber dónde comprar productos y dónde encontrar a algún santero que me ayudara con los trabajos. Aprovechando mi reciente viaje a Cuba, también le pediría consejo sobre los productos que se venden aquí y los que había traído de la isla. El santero en cuestión se llama Javier, es de origen cubano y radica desde hace algunos años en España. R. A. había sido cliente suya, pero ahora sólo eran amigos. La famosa cliente del santero a la que hacía referencia R. A. se llama C. C, ciertamente un título nobiliario, aunque rechazada por la realeza por el modo en que lo adquirió y por su turbulento pasado. Javier le prometió ayudarla, mediante rituales de santería, a conseguir quitar las piedras en el camino de la suculenta herencia de su fallecido esposo. De Javier tenía referencias por mis clientes telefónicos, que en varias ocasiones le habían señalado como un falso santero y le habían acusado de estafar a varias personas con «trabajos» imposibles. Pero este dato R. A. no lo sabía, fue una coincidencia fortuita. Este individuo, en efecto, tiene «santo hecho», Changó concretamente, desde hace varios años realiza consultas en su domicilio particular para un selecto grupo de personas entre las que se encuentran políticos de mediana relevancia, artistas y gente de la cultura en general. Antes de entrevistarme con Javier lo preparé todo a conciencia, sabía de él que había sido militar en Cuba y que tenía un hijo. R. A. me facilitó su dirección y pregunté a sus vecinos, supe de antemano que compraba los animales que sacrificaba en los rituales de santería en una pajarería próxima a la glorieta de Olavide, en Madrid. Cuando me sentí preparado hablé con R. A. para que concretásemos una cita.

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Llegamos diez minutos más tarde de la hora prevista. Javier es el típico cubano mulato, alto y de mediana edad, con una voz aguda y una fisonomía de rasgos duros. Hay que destacar también que era muy hablador, lo que facilitó el interrogatorio. —Pretendo poner una santería, pero estoy un poco desorientado. He visto tiendas de toda España e incluso acabo de llegar de Cuba con más de doscientos kilos de sobrepeso en artículos de santería, pero la calidad es mala, aunque son los que allí se usan, y no sé si sacaré algún beneficio —le dije tras las presentaciones y cuando la conversación comenzaba a fluir. —Eso te puede servir, pero la verdad es que aquí, de santería, se vende poco. Los clientes vienen por cuestiones que no se pueden resolver con esas cosas y tienes que tirar de lo que puedes comprar aquí. Ten en cuenta que los sudamericanos, que son la mayoría de los clientes: peruanos, ecuatorianos, venezolanos, argentinos y demás lo que quieren son productos de los que se usan en su tierra y que en Cuba no los tenemos, además de que en santería no se trabaja con ello, así que te aconsejo que si quieres triunfar en este negocio compres mejor los baños y despojos que se venden o los polvos venezolanos. Aunque son falsos y todos los que vivimos de este negocio lo sabemos no tenemos más remedio que utilizarlos y recomendarlos, si no no tendríamos clientes y el chollo se acabaría. Cuando vean que no les ofreces velones de siete mechas, de destrabe o de Juan del dinero, pensarán que no sirve lo que haces. Amigo mío, esto es duro aquí, lo que prima es la ley de la oferta y la demanda y si ellos lo que quieren es oír sobre esas cosas tú qué le vas a hacer, si tienes que pagar local, empleado y facturas. Yo de eso sé porque empecé trabajando en una tienda esotérica cuando me quede definitivamente aquí en España, todavía sin papeles. No tenía otra forma de ganarme la vida y ¿sabes lo que hacía?, me traía a los clientes que más pagaban para mi casa porque las cuentas no me salían.

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— ¿Pero tus jefes sabían eso? —No, pero el problema estaba en que cuando me tenía que tragar algún «marrón» porque un «trabajo» no salía y me venían pidiendo el dinero ellos se desentendían, y la verdad, para tener problemas por un porcentaje los tengo por todos los beneficios. Y así me ha ido bien, tengo clientes de dos años o más y de todo tipo. Todo eso ya lo sabía, pero hasta ahora ningún santero que se dedicara a este negocio me había hablado francamente de ello, por lo que además de confirmar lo que ya había descubierto sobre los productos y los trabajos me dio la oportunidad de corroborar que mi teoría de que empresario y santero estaban de acuerdo en cómo gestionar el negocio de la fe era evidente, cuando no era el propio santero el empresario. Claro está que si Javier hubiera sospechado por un instante que yo no era un empresario sino un periodista estoy convencido de que nada de esto me lo hubiera dicho y de que mi integridad física hubiera corrido serio peligro. — ¿Pero se gana tanto dinero en este negocio como dicen? Yo aún no he ganado ni un céntimo y tengo la cuenta de gastos por las nubes. —No entiendo tu pregunta, ¿a qué viene eso? —Lo que quiero saber es de dónde sale el dinero de beneficios de que me han hablado porque yo he hecho las cuentas y con los márgenes de beneficio que tengo en los productos: velas, jabones y aceites no puedo mantener los gastos. Sin embargo, muchos comerciantes me siguen asegurando que es una buena inversión —le atajé, pensando que había despertado la suspicacia del cubano con una pregunta tan directa. —Claro que se gana, y tienes razón, de velas no se vive, son los «trabajos» los que te dejan los verdaderos beneficios. Echa cuentas, una consulta de media hora cincuenta euros, una «limpieza», que es

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lo que más se hace porque siempre recomiendas una para limpiar el camino o para quitar algún mal de ojo, vale ciento ochenta o hasta trescientos euros si incluyes un animal, como una paloma o un pollo, y lo único que utilizas es un ramo de flores que se lo puedes pedir al propio cliente. Un «trabajo de amarre» son de trescientos euros para arriba, yo he cobrado hasta dos mil; un amuleto, doscientos cincuenta euros; un «rompimiento», si el problema que trae es muy difícil de resolver, son seiscientos, y tú, si eres bueno en la santería, sabes cómo agrandar los problemas para que todo parezca peor de lo que es y así sacar más dinero, porque a la gente no le importa gastar si tiene la seguridad de que van a resolver el problema. —Y si no hay resultados, ¿qué pasa? —Nada, vienen dos o tres veces más y le das cualquier otra cosa hasta que se cansan, yo nunca he tenido problemas con la policía ni denuncias ni nada de eso. Sí he tenido problemas con clientes que se han dejado mucho dinero y se han molestado por no ver resultados rápidos, pero ésos se han ido y habrán ido a parar, seguro, a manos de otro que les sigue sacando el dinero. Lo que pasa es que los cubanos tenemos la fama de resolver todo tipo de cosas porque la santería se conoce y la gente sabe que es buena la brujería que hacemos los cubanos. Pero aquí, con lo que hay, no se puede hacer nada. Y ya sabes, uno se aprovecha, y tú, si quieres ganar dinero, te tienes que aprovechar también porque si no te arruinas. Esto es un negocio puro y duro, no me ando por las ramas y te digo las cosas tal como son para que te salga todo bien; y si me necesitas aquí estoy, te echo una mano en lo que sea. —De verdad que te lo agradezco porque me estoy metiendo en un tema que no conozco muy bien. Hay otra cosa que quiero preguntarte, ¿se pueden sacrificar animales? —Cómo no, yo lo hago o si no me voy a la charcutería y compro lo que necesite: un corazón, vísceras para una «limpieza» o incluso

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sangre de toro, todo lo que necesites y no sepas dónde encontrar me llamas y yo te lo resuelvo. No tengas miedo, que esto es un negocio que da mucho beneficio. —Y tú ¿por qué no has puesto un local? —Amigo, aquí no pago impuestos, no doy cuentas a nadie y, además, si algún día tengo un lío grande dejo el piso y me voy a otro, lo tengo todo solucionado. Además, tengo mis propios clientes desde hace tiempo que son los que me dan de comer. Les das un Elegguá o una sopera con piedra y les dices que es Oshún o Yemayá, depende del problema que tengan, y les recomiendas que vengan cada dos o tres meses para hacerles algo. Es dinero seguro y fácil, ¿entiendes? Yo tengo clientes muy famosos, pregúntale a R. A., que vio aquí mismo a C. C. Le saqué doce mil euros por hacerle una «limpieza» en su casa de la Moraleja y ni te cuento lo que me pagó por asegurarle un acuerdo con los hijos de su marido sobre la herencia. Le di un Elegguá y todavía me llama porque es muy mística, cree en todo tipo de cosas: que si fantasmas, ovnis y todas esas tonterías que la gente de aquí tiene en la cabeza. Yo, está claro, me aprovecho y le digo: «Oye, ten cuidado, que tienes enemigos poderosos» y, como ya te puedes imaginar, se lo cree. ¡Cómo no va a tener enemigos si posee un dineral! Ya tenía suficiente, era la opinión de un santero que resumía el parecer y actuar de la mayoría de todos los que se dedican a este negocio, salvo contadas excepciones. De las dudas que me surgieron al comienzo de la investigación pasaba a las certezas absolutas. Por aquellos días, el programa de Antena 3 Televisión, 7 días 7 noches, emitió un reportaje de cámara oculta donde tres reporteros del Mundo TV se hacían pasar por clientes para convencer a varios «videntes africanos» de los que habitualmente se anuncian en la prensa nacional de que necesitaban hacer unos «trabajos» cuando menos extraños, como curar un problema de ovarios en uno de los

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reporteros, mostrando como prueba una radiografía de una mano, o con la increíble historia de que eran intermediarios del presidente del gobierno, Rodríguez Zapatero, y que éste deseaba hacer un «trabajo» para que el presidente estadounidense George Bush hijo le llamase por teléfono. Por rocambolesco que parezca, en ninguno de los casos los «videntes» pusieron ningún inconveniente, bastaba con que ellos sacrificaran un par de caballos blancos, tal cual les digo, o un cocodrilo y, sin más, el supuesto problema de los reporteros quedaría solucionado, previo pago, eso sí, de quince o treinta mil euros, según fuera el caso. ¿Se imaginan sacrificar un cocodrilo o dos caballos blancos en un piso de Madrid? Los videntes sí, porque aseguraron poder hacerlo. Me recordaba mis propias experiencias con estos individuos. Me acuerdo de que en una ocasión grabé una consulta de uno de estos africanos que decía ser camerunés, cuando en realidad era nigeriano. Además del cambio de nacionalidad, nos dio un nombre falso. Todo esto es habitual en este tipo de emigrantes, y más aún si se dedican al negocio del esoterismo, ya que saben de antemano que lo que están haciendo es una estafa y temen en todo momento ser descubiertos, así que pretenden, suplantando una personalidad o creando una ficticia, evadir las posibles reclamaciones policiales por el fraude. Al africano en cuestión le fui a visitar acompañado de una amiga. Ella se haría pasar por una transexual que deseaba tener un hijo. Anteriormente había sido chico, pero se había operado y ahora su máxima ilusión era tener un hijo conmigo por métodos naturales. El vidente nos aseguró que con unos ritos ella quedaría embarazada y podría concebir sin ningún problema, la única condición era el pago de seis mil euros y unos baños que debería tomar. Después de oír estas disparatadas historias, me hacía siempre las mismas preguntas: ¿dónde está el límite?, ¿dónde queda el sentido común? O, lo que es más extraño, ¿no se dan cuenta las personas que acuden a ellos, aplicando la lógica más elemental, que

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están siendo estafados, que la parafernalia lingüística y decorativa que se usa en sus locales de consulta es solamente para causar un efecto de arrastre y sugestionarnos con el afán de engañarnos?

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LA PISTA DEL DINERO… Como España es un país democrático que garantiza la igualdad de oportunidades para todos y las leyes protegen tanto a unos como a otros en igual medida, es difícil solucionar el problema de los que quieren aprovechar la ingenuidad de las personas, o en algunos casos su desespero, para estafarlos con supuestos poderes curativos, oníricos o espirituales. Existen inmensas lagunas insalvables en el actual Código Penal que permiten la aparición cada vez más frecuente de videntes y santeros dispuestos a todo con tal de ganar dinero. Estos santeros no tienen la más mínima preparación ni ética, llegando a ser en la mayoría de los casos verdaderos magos del engaño. Las regulaciones actuales para los negocios de futurología son insuficientes y muy complicadas, al menos para proteger los derechos de los ciudadanos expuestos a estas mafias sin escrúpulos. Podría dar la sensación de que no existe suficiente voluntad política para mejorar lo que hasta la fecha se ha conseguido y atajar el problema antes de que se convierta, sin remedio, en un mal permanente de la sociedad. La policía y sus departamentos especializados en estas cuestiones hacen lo que pueden con los instrumentos legales de que disponen, los jueces, en la mayoría de los casos estudiados, aciertan con sus criterios en defensa del ciudadano y raramente dan la razón a esta panda de cuentistas, pero, aun así, todas las acciones legales tienen que hacerse a partir de la denuncia del afectado o, en algunos casos muy concretos, desde la propia intervención de alguna institución gubernamental afectada, como es el caso del Ministerio de Sanidad y Consumo, la Aduana o Hacienda, entre otros. A mi entender, la legislación debería ser más severa y rigurosa con este tipo de comercios para impedir que cualquiera pueda ejercer esta actividad económica, que le da la oportunidad a quien quiera de lucrarse, evadir al fisco y, en definitiva, ejercer de bufón de esperpento.

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El Ministerio de Sanidad y Consumo asume su papel de regulador en cuanto al tipo de mercancías que son utilizadas por estos negocios y su correcto etiquetado, pero no entra en el fondo de la cuestión ética del producto, se limita tan sólo a las normas reguladoras. El Ministerio del Interior hace lo propio, aun conociendo la existencia de tiendas de videncia fraudulentas en pisos que violan sistemáticamente sus obligaciones legales para ejercer este tipo de actividad comercial. Nadie pone remedio definitivo a una práctica muy extendida ni existe perspectiva de que vaya a hacerse a medio plazo. Un factor determinante en el entramado del negocio de la videncia es la publicidad. Este negocio millonario recauda decenas de millones de euros anuales para la hacienda pública, y para los comerciantes que se alimentan de los costosos anuncios de videntes y santeros: revistas especializadas en el mundo de lo paranormal, y que sobreviven en el difícil mercado de la prensa escrita, recurren a la inserción de anuncios publicitarios de toda clase de videntes, algunos condenados en más de una ocasión por estafas, evasión de impuestos, usurpación de la personalidad, etcétera, etcétera. Sin embargo, y pese a lo denunciado en este libro, siguen en el ejercicio de su práctica comercial, apoyados en muchos casos por estos medios publicitarios que les dan credibilidad y en muchas ocasiones, incluso, una plataforma abierta para expresarse, sin hacer ninguna discriminación ética de estos personajes, reafirmando ante la sociedad una legalidad que no tienen y dándoles un crédito del que carecen. Periódicos serios a nivel nacional permiten la inserción de anuncios de videncia como algo normal y lícito, que no es que no lo sea, pero su responsabilidad se limita a un pequeño recuadro donde eluden cualquier tipo de responsabilidad jurídica o penal. Si estos poderosos medios de comunicación hicieran un profundo examen de conciencia y de ética tal vez se podrían atajar muchas de estas conductas delictivas. Y qué decir de la televisión, donde existen cadenas especializadas en este tipo de producto comercial y que

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facturan cientos de millones de euros al año gracias a la videncia de sus «vendedores de soluciones», sin que nadie ponga remedio a ello. Luego sucede que estos mismos videntes, casi siempre relacionados por alguna u otra vía con gabinetes de videncia propios o de terceros, se publicitan como «vidente de televisión», haciendo de este montaje publicitario un argumento de su credibilidad. Nadie es capaz de detenerse a pensar cuántas veces videntes como Octavio Aceves, Aramís Fuster, Rappel o Cristina Blanco, entre otros muchos, han cometido sonados fracasos en sus predicciones futurólogas. Las hemerotecas están llenas de pruebas de sus desatinos como videntes, sin embargo, continúan dándoles crédito o dejándoles utilizar sus servicios publicitarios como plataforma de comercio. Esto debería estar regulado por un código ético de los propios medios de comunicación. Pero el negocio de la publicidad es muy jugoso y a nadie le interesa perder esa fuente de ingresos. Bastaría con un poco de sentido común en algunas normas jurídicas y reglamentos en los medios de comunicación para ponérselo difícil al vidente, pero esto es una utopía. La videncia también es un producto de masas, reúne todos los requisitos para ser un artículo con éxito en el mercado. Existe demanda, es creativo y adaptable, se comercializa como un producto de confianza, con garantía y eficacia, aunque no nos sirva para nada o al menos a mí, durante esta investigación, nadie pudo convencerme de lo contrario. Y sobre todo es algo que no se puede demostrar, cada cual lo ve e interpreta como quiere, se modifica según el criterio de quien se vende como vidente y a razón de quien lo compra como cliente. Un producto así difícilmente fracasa y siempre tendrá personas dispuestas a explotarlo.

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Claro ejemplo de los «aciertos» de algunos de estos «videntes».

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Las líneas telefónicas de facturación especial, antiguos 906, hoy convertidos en 806, facturan el minuto de llamada a 1,09 euros desde la red fija o 1,36 euros desde la red móvil. Incluso se han apuntado a la moda del SMS para hacernos nuestras predicciones, al pago de tarjetas de crédito por teléfono, para facilitarles las cosas a los clientes, el mejor servicio y más rápido para cobrar cuanto antes, no vaya a ser que el cliente se arrepienta y cuelgue al darse cuenta de que está siendo estafado por un carroñero de la peor calaña. Este es un lucrativo negocio imparable. Las poderosas compañías telefónicas no quieren dejar de sacar tajada, por lo que dejan prácticamente al usuario a merced de sus depredadores. No se hace Una campaña informativa eficaz para prevenir contra estas estafas consentidas que usan videntes y santeros. A estos números telefónicos está asociada, en muchos casos, la imagen de un famoso vidente que en definitiva lo que tiene es una serie de personas trabajando para él y jamás aparece ni siquiera por el gabinete, o, como se demostró en un programa de investigación que se difundió en la televisión, no saben ni quiénes son los que allí trabajan, pero él los respalda con su publicidad porque, en resumidas cuentas, es él y sólo él quien más se beneficia. Lo mismo se puede decir de las líneas telefónicas de videncia que, además de ofrecer el servicio de videncia personalizado, nos hacen servicios telefónicos de sexo, citas o concursos televisivos claramente fraudulentos. El lector tiene que saber que una vez que marca uno de estos números 806 puede pasar cualquier cosa. Durante mi investigación me he encontrado con todo tipo de cosas en este mundo: desde una vidente que en realidad era un hombre, pero se publicitaba con nombre de mujer porque « ¡vende más, da más confianza!», hasta un gabinete en la Gran Vía madrileña donde todos asumían la identidad de una persona llamada María que aparecía en un anuncio del teletexto de la cadena televisiva Tele 5. También hay supuestos santeros que, aparte de echar el tarot, tenían entre sus

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objetivos promocionar y vender productos esotéricos a las personas que recurrían a ellos como solución a sus problemas (así, recomendaban unos baños, aceites o velas milagrosas y las enviaban a casa previo pago). En un negocio donde lo importante es el tiempo, la capacidad de inventiva de estos comerciantes no tiene límite y aunque están obligados por ley a cortar la comunicación a los treinta minutos de iniciadas, en muchos casos esa norma se viola flagrantemente, sin que tenga otra repercusión que la cuenta telefónica del usuario.

Uno de los muchos artículos que han servido para esta investigación.

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Los SMS tan publicitados por los videntes hay que denunciar que son respondidos por un sistema informático, haciéndonos creer que se trata de un sistema personalizado para nosotros; o, lo que es peor, el número desde el que efectuamos la llamada queda automáticamente registrado en una base de datos para ser comercializado por una empresa de publicidad, que, fraudulentamente, nos incluye en muchos casos en su lista de consumidores de su producto publicitario, lucrándose por ello. En definitiva, todos estamos expuestos a la cruel realidad de un mercado en el que nadie está dispuesto a renunciar al dinero que mueve el esoterismo, así que es necesario estar muy alerta, darse cuenta de que todo es puro y duro mercadeo de fe, nada de lo que uno pueda sacar provecho, y menos aún donde buscar una solución.

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CONCLUSIONES Habían transcurrido doce meses desde mi visita a la feria esotérica de Madrid y las primeras llamadas telefónicas recibidas tras poner el anuncio de Juan Gonzalo. Había cumplido los objetivos y llegaba la hora de publicarlos. Tengo que decir que ha sido un enorme esfuerzo el resumir en tan poco espacio tantas emociones y vivencias y espero haber cumplido con las expectativas. Espero también que la lectura de este libro resulte una contribución decisiva para despejar las dudas de todo aquel que se ve impelido al mercado de lo esotérico y una motivación para que aquellos que se sientan identificados con alguno de los relatos aquí contados sepan cómo actuar. Muchas cosas han cambiado desde entonces: Botánica la India Juana ha dejado de existir como comercio, aunque su dueña, Elizabeth, aún sigue haciendo sus «trabajos». Merlín y Morgana se ha mudado a San Martín de la Vega desde la calle Casuario, en Carabanchel. Santería Milagrosa ha sido condenada a pagar treinta mil euros de multa por vender productos ilegales y mal etiquetados. Incomprensiblemente aún venden algunos que, como el Palo Santo, tienen prohibida su venta en España por ser una especie protegida, sin embargo, ellos han logrado meterlos de manera «legal», como reza en una factura aduanera que está en nuestro poder y que reproducimos en la página siguiente. La santera Miguelina hace sus consultas telefónicas saltándose a la torera las normas básicas de este culto y Juan Carlos, un santero cubano dueño de numerosas líneas 806, antiguos 906, continúa desviando llamadas de tarot a líneas eróticas, un trabajo colateral de su particular forma de hacer negocio con la santería; cuenta, además, con un programa pornográfico en una cadena local donde prostituye los valores más genuinos de la santería con sus decorados y con alusiones impropias.

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Factura aduanera donde se ve, abajo a la izquierda, el producto Palo Santo.

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Guardo para la justicia, que es la que tiene que darles una utilidad, las pruebas y los documentos más importantes obtenidos durante la investigación; ponerlos al descubierto haría que perdiesen valor jurídico y después de tanto esfuerzo y sigilo sería una insensatez y una falta de responsabilidad por mi parte. Por lo que respecta a la parte espiritual y mística que envuelve a las creencias esotéricas además de la santería, créanme cuando les digo que ha sido una desilusión. En lo más profundo de mi escepticismo creía que podría encontrar una realidad mágica y fantástica que me hiciera cambiar mi manera de ser. Aunque mi ateísmo y razonamiento analítico ponen freno a este deseo, en más de una ocasión deseé que ocurriera algo extraordinario, porque si como dicen en el mundo del esoterismo se puede ser mejor persona yo quería formar parte de ese bando. Pero lo único que conseguí fue que mi incredulidad se acrecentara y ahora estoy desprovisto de cualquier iniciativa o esperanza a la que atribuirle un milagro o un hecho trascendental y místico. Seguiré siendo racional y cuerdo porque lo que existe no vale para nada, y esto, entiéndanlo, no es más que un juicio de valor personal. Ni uno sólo de los santeros o videntes a los que consulté en mi condición de periodista me demostró lo contrario, y aquellos con los que Juan Gonzalo se relacionó eran meros mercaderes, algunos muy refinados, pero en definitiva pura facha sin escrúpulos a los que lo único que les importaba era el dinero. De los productos del mercado esotérico en general y los aquí mencionados, en particular, no tengo duda de que su único fin es comercial, no tienen nada de milagroso. El programa Investigación TV realizó un reportaje con cámara oculta en la Santería Milagrosa y fueron muy explícitas las palabras de su dueño, así como las de su santero e incluso las de la encargada, estos datos me fueron útiles en mi entrevista con Ricardo, su administrador. Pero no es el único comercio que los fabrica y los comercializa. Algunos de los que realmente los importan de Sudamérica saben que allí también son

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fabricados con fines comerciales y que tienen un uso cosmético, medicinal o decorativo. Como vemos, el fenómeno del fraude no sólo se da en España, ni es exclusivo de las tiendas mencionadas en esta investigación. De los famosos, no son todos los que están, ni están todos los que son, simplemente me limité a reproducir las historias comprobadas y totalmente verídicas, no me dejé llevar por la tentación de escribir cosas de oídas, cotilleos del mundillo rosa o sacar provecho de muchas otras historias de una cruda realidad que viene a demostrarnos lo frágil que es el ser humano ante la adversidad, ante lo cual el mundo del esoterismo se aprovecha, y lo fácil que es caer en sus redes. Juan Gonzalo sigue su trabajo ahora en nuevos frentes, deseoso de que esta pequeña contribución sirva al menos para redimir a los damnificados que se sienten indefensos y que por su propia historia son incapaces de acudir a la policía o al juez. Son deseos ocultos y secretos inconfesables las cosas que un cliente quiere conseguir y por esta regla se atan de pies y manos para una posterior acción legal. Cuando se acude a un santero se quiere resolver una dificultad y no se es precavido, no se quiere hacer público el deseo que se busca conseguir, se considera deshonesto y vergonzoso a los ojos de la sociedad. No se sientan culpables, ustedes son víctimas, no den tregua al verdugo sin escrúpulos que les ha estafado desde el mismo momento en que se han sentado en su consulta o les ha recomendado un artículo. Si alguien tiene que avergonzarse son ellos, que deberían, como mínimo, ir a la cárcel, porque creo que si existe algo de verdad en la santería tendrá que castigarlos en forma de justicia divina, pero eso, a un escéptico como yo, no le vale, yo exijo más, ustedes no hagan menos.

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GLOSARIO Amarre: ritual de santería con el que se supone que se «ata» o «subyuga» al ser amado. Ashé: sustancia mágica etérea que habita en todo lo existente. Babalawo: sacerdote que, dentro del entramado de la santería, se dedica en exclusiva a la adivinación y al culto de Orumila. Bokor: sacerdote del vudú haitiano, creencia similar a la santería cubana practicada en Haití. Changó: divinidad del panteón yoruba que simboliza la virilidad del hombre, el fuego y el rayo. Se identifica con la santa Bárbara católica. «Cofa de Orumila»: ritual de santería exclusivo de los babalawos al que se le atribuyen propiedades curativas. Dominio: ritual de santería con el que se pretende dominar o imponerse sobre algo o alguien. Ebbo: trabajo ritual o mágico para conseguir un fin mediante la intervención de los orishas. Echar las caracolas; tirar los caracoles; registrarse; o consultarse: expresiones que se usan en Cuba para definir el acto de acudir a consultar o dirimir una cuestión con el oráculo. Elegguá: deidad del panteón yoruba que representa el destino. Se identifica con el santo niño de Atocha. Ewe: prohibición que se le hace al nuevo iniciado; tabúes rituales inviolables para los practicantes de la santería.

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Fenómeno tremendo: expresión cubana para referirse a espíritus malos o negativos que entorpecen el normal desarrollo de la vida del individuo. Gajazos: expresión cubana que se refiere a dar sacudidas o golpes con un manojo de hierbas, flores o cualquier otro elemento ritual sobre un objeto para exorcizarlo. Hacer santo: iniciarse en la santería como sacerdote, recibir a las deidades fundamentales del culto a los orishas. Idé: pulsera de color verde y amarrillo atribuida al orisha Orumila, y que deben llevar todas las personas que han hecho pacto con él. Igbos: elementos mágicos propios de los santeros que se utilizan para consultar el oráculo de los orishas. Itá: conjunto de recomendaciones que le hace el orisha a una persona mediante el oráculo. Limpieza: nombre que se le da en santería a un ritual que tiene por objetivo purificar el cuerpo del individuo. Los guerreros: tres divinidades del panteón yoruba que habitan juntas y que son Elegguá, Oggún y Osun. Montarse: expresión cubana para referirse al momento durante el cual una persona está «poseída» o «en trance» con una deidad o un espíritu. Nganga: receptáculo mágico del que se valen los paleros para hacer sus hechizos. Obatalá: deidad del panteón yoruba de suma importancia, dueña de la paz y de todas las cabezas; se le atribuye la creación del hombre. Obba: voz yoruba que significa rey.

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Oddún: signo mágico dado por la posición en la que caen las caracolas cuando el santero consulta a los orishas; de este signo se interpreta lo que la deidad nos quiere revelar. Olofi: representación de Dios en el panteón yoruba. Orisha: voz yoruba que significa divinidad. Orumila o Orula: divinidad del panteón afrocubano cuyo principal poder reside en la adivinación. Osha: voz yoruba que se refiere al santoral de su panteón. Oshún: diosa del amor y la belleza identificada con la Virgen de la Caridad del Cobre. Patrona de Cuba. Osun: deidad que habita en la cabeza del ser humano y en la que se guarece la inteligencia. Palero: sacerdote de un cuito sincrético cubano ligado también a la santería, con la diferencia de que sus funciones son, en la mayoría de los casos, hacer «trabajos malos» o dañinos para algo o alguien. Palo Monte o Palo Mayombe: religión sincrética afrocubana cuyo principal culto es a los antepasados y a los espíritus de la naturaleza. Rogación de cabeza: ceremonia de santería que consiste, básicamente, en alimentar las energías que residen en esa parte del cuerpo mediante la sobreposición de elementos mágicos como masa de coco, frutas y otras ofrendas. Rompimiento: ceremonia de santería que hace referencia a un tipo de ritual mágico con el que se pretende «desbaratar» o «anular» a los espíritus malignos que atormenten a la persona. Trabajo: todo tipo de ritual de santería con el que se pretende alcanzar algún fin definido.

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Yawó: voz yoruba que significa niño, o recién nacido; se le da este nombre a los recién iniciados en la santería durante su primer año. Yemayá: orisha del panteón afrocubano que representa el mar. Se identifica con la Virgen de Regla.