El Limonero Real

El limonero real El limonero real se divide en nueve partes que van organizando, en forma recursiva y recurrente, una an

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El limonero real El limonero real se divide en nueve partes que van organizando, en forma recursiva y recurrente, una anécdota muy breve, cuyo desarrollo abarca exactamente un día y cuyo episodio central lo constituye una fiesta de fin de año a la que Wenceslao, el personaje central, asiste, mientras que su mujer rechaza la invitación y decide permanecer sola en la casa. Este eje temporal, a su vez, se extiende mediante la intercalación de numerosos racontos, en algunos de los cuales se narra la causa de esta negativa: la muerte accidental de un hijo, ocurrida en la ciudad y de la que ella no ha podido recuperarse. Por debajo y como contexto, emerge el marco de una sociedad campesina, marginada y estática que reproduce, internamente, sin variantes, un modelo de organización ancestral. Dentro de este esquema temático, se registra la presencia simultánea de todas las etapas de construcción del relato, presencia que entabla con el titulo de la novela una conexión metafórica: El limonero real se propone para la lectura como un texto sobre la eternidad y sobre el ciclo eterno, en la medida en que el árbol del que toma el nombre contiene todas las fases de su evolución: es un modelo natural y eterno, dador de un fruto perenne. El limonero condensa el ciclo y se convierte en cifra del texto, haciendo de la repetición su figura estructural básica. Por otra parte, el proceso cíclico de la escritura está representado por la repetición del sintagma Amanece / y ya está con los ojos abiertos, sintagma que preside cada uno de los nueve segmentos narrativos que conforman el texto. A su vez, cada segmento desarrolla una secuencia lineal progresiva, encabezada siempre por un resumen de las precedentes e interrumpido por unidades narrativas menores. Por lo tanto, la narración que se inicia en cada corte, siempre retorna al punto de partida: resume y vuelve a narrar. El relato nace y muere nueve veces en el interior de su propio espacio textual, y estos nuevos “recuentos”, que determinan su organización formal, se constituyen en un objetivo autónomo de la narración. El texto funciona, por lo tanto, como un relato sobre el proceso de construcción de un relato, en el que quedan prolijamente descriptos todos los mecanismos de la escritura. Difícil no caer en grandilocuencias y excesos cuando se trata, sin duda alguna, de una de las mejores diez novelas latinoamericanas del siglo XX. Y si fueran cinco, probablemente también entraría en la lista. Porque es una novela excelente, desde cualquier punto de vista. “El limonero real” (1974) es, a nivel argumental, la reunión anual que realiza una familia para la cena de fin de año, donde se asa un cordero y se bebe mucho. El protagonista es el viejo Wenceslao, quien irá solo a la reunión, pues su mujer, “ella” (no tiene nombre), está de luto desde hace varios años por la muerte de su hijo (a causa de un accidente laboral) y ha decidido no salir más de su casa. Pero el nivel argumental es lo menos importante en esta novela, y, si se quiere, en toda la obra saeriana. El nivel estilístico es el alma y motor de la obra. Frases largas, barrocas, musicales, cargadas de un hálito poético de una riqueza insuperable, al nivel de un Onetti o, para hablar de un autor vivo que sigue el estilo de la prosa de Saer, el cerrillense Martín Bentancor. El ritmo es tan poético que llega al extremo de la repetición, recurso en el que los adalides de la narrativa temen caer, pero que para los poetas, desde las anáforas de los romances tardomedievales, son válidas y hasta buscadas. Saer, en este sentido, es un poeta.

¿Cómo retratar a la tristeza en el momento en el que se intenta eludirla? ¿Cómo narrar el periplo de una vida llana que ya no se atreve a recibir emoción alguna? ¿Cómo relatar en la cotidianeidad

de un día en la costa santafesina, el tormento de una culpa omnipresente? Juan José Saer intenta responder, en su libro El limonero real, esas preguntas.