El Lazo y Las as

EL LAZO Y LA BOLEADORA Lo peí Osomio. Mario A. El lazo y la boleadora . contribución al estudio de las costumbres nati

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EL LAZO Y LA BOLEADORA

Lo peí Osomio. Mario A. El lazo y la boleadora . contribución al estudio de las costumbres nativas • l a ed. li r u n i | > - Buenos Aires : Hemisferio Sur. 2010

112p.,20xNcm. ISBN 950-Í04-Í92-] I. Costumbres Nanvns. I. TUulo CDD398.355

Titulo; EL LAZO Y LA BOLEADORA. Contribución al estudio de las costumbres nativas. Autor: Mario A. López Osornio. En la presente edición se ha conservado la sintaxis y la acentuación original de los textos publicados en 1939 (El Lazo) y en 1941 (Las Boleadoras). Coedición de Libros de Hispanoamérica y Editorial Hemisferio Sur. © Editorial Hemisferio Sur S.A. T. Edición, 2006 P. Reimpresión, 2010 Reservados todos los derechos de ta presente edición para todos los países. Este libro no se podrá reproducir total o parcialmente por ningún método gráfico, electrónico, mecánico o cualquier otro, incluyendo los sistemas de fotocopia y foloduplicación, registro magnetofónico o de alimentación de datos, sin expreso consentimiento de la Editorial. IMPRESO EN LA ARGENTINA PRINTED IN ARGENTINA Hecho el depósito que prevé la ley 11.723 EDITORIAL HEMISFERIO SUR S.A. Pasteur 743 - 1028 Buenos Aires - Argentina Telefax: (54-11)4952-8454 [email protected] www .hemisfe riosur.com.ar ISBN 978-950-504-592-1 Editorial Hemisferio Sur S.A.

Mario A, López Osornio

EL LAZO Y LA BOLEADORA Contribución al estudio de las costumbres nativas

Libros de Hispanoamérica

editorial hemisferio sur

El lazo -GENERALIDADESHasta la aparición de la Manga y el Brete en nuestro país, es decir, hasta el comienzo del siglo XX, el lazo desempeñó en las tareas campesinas el rol de un elemento efectivo y necesario. De ninguna manera hubiera podido el hombre de campo desenvolverse sin su ayuda. Las bestias, ariscas y bravias, no habrían podido ser domeñadas por el nativo abandonado a sus exclusivos medios naturales. Por eso precisó de auxiliares que, como esa simplísima cuerda, fuesen suficientes para sujetarles e iniciarles en la vida doméstica. El lazo sustituyó las terribles y brutales boleadoras, con su blandura aparejada a la ingénita bondad del gaucho, esa misma bondad con que trató a los animales de uso cotidiano. Con el lazo se podían aprisionar a los fogosos baguales en sus frenéticas disparadas sin lesionarlos, o se atrapaban los fornidos toros sin que sufriesen el más insignificante de los contratiempos, para ser transformados después en mansos y cachacientos bueyes, capaces de arrastrar las pesadas carretas o ungir los maderos portadores de los torzales de las rastras y arados. Fue,

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además, el lazo, un elemento de caza fuera de constituir un implemento de utilidad diaria. Con él, no sólo se volteaba la vaquillona para el asado, sino que, se empleaba de vibrante cuarta en el vado pantanoso y como ayuda a los vehículos, o simplemente, como retén de los caballos "comiendo a lazo", mientras durase el sueño de sus guiadores a través de los desiertos pampeanos. Y otras veces, cuando el clarín de la patria o las campanas de las iglesias lugareñas tocaban a somatén, esa rústica cuerda usada en cien menesteres de la ruda vida campesina, se transformaba de repente en temible arma guerrera. Y, entonces, ¡era de ver sus espirales desenrollándose en el aire como resortes de acero, temblando airados bajo el impulso de los certeros brazos que le arrojaban! !1) (1) Eran estimados los lazos sáltenos o arribeños, delgados y muy largos: de catorce brazadas. El cuero mejor para el lazo trenzado es el de novillo macho castrado y adulto, de pelo o color uniforme y oscuro: colorado, hosco, barroso, pues, en los pelos con manchas blancas el cuero es desparejo en su resistencia. Don José Apolinario Saravia, desde su campamento volante informaba a Güemes en el mes de abril de 1817, el resultado de sus campañas en diferentes guerrillas contra el ejército realista. El flanco y la retaguardia de éste eran constantemente hostigadas por las patrullas gauchas que debilitaban el glorioso ejército invasor. Y fue entonces, "como lo confiesa Torrente -dice Vicente Fidel López- cuando el lazo y las boleadoras comenzaron a desempeñar un servicio aterrante entre las armas de los argentinos, a cada encuentro, seis o más hombres, oficiales sobre todo, salían arrebatados de los entreveros y de los realistas, a perecer espantosamente arrastrados y deshechos al correr tendido de los caballos". La Madrid recuerda en sus "Memorias" que al ocupar Pezuela las

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Figura 1. Peal por sobre el lomo de revés. Lujo extraordinario de las yerras de antaño.

plazas de Salta y Jujuy, Güemes "le hostilizaba fuertemente con sus milicias o gauchos, como él los llamaba, hasta el extremo de sacarles arrastrados de noche por las calles a muchos de sus centinelas, valiéndose sus milicianos, para esta operación, de sus lazos. Después de Vilcapugio y Ayohuma, "quedó la felicidad de la Patria pendiente de la decisión de los ciudadanos de este pueblo de Salta y su campaña", -dice Atilio Cornejo en su obra "Historia de Güemes. "Si los sáltenos se decidían a sacrificar sus intereses y sus propias vidas, si fuera necesario, el enemigo no adelantaría su marcha y daría tiempo a la organización del ejército nacional. Y ¡ejemplar prodigio! Un solo espíritu animó a todas las gentes de esta provincia, que no concebíamos con ilustración bastante para una resolución tan general, tan magnánima, tan heroica... Dispuestos a hacer la guerra sin más armas que los propios lazos, no ha habido un hombre que no se alistase en el número de soldados voluntarios que han militado bajo el nombre de gauchos."

-HISTORIA-

En el libro "La Cuna del Gaucho" Don Martiniano Leguizamón confiesa que Don José Torres Revello, revelóle alguna vez la narración atribuida al P. Ocaña, según la cual, en el año 1601, había observado en las campiñas santafesinas, escenas nativas donde el lazo aparecía en su uso y contextura, como alguien hablara con anterioridad pero, sin la pertinente documentación que así lo confirmara. Por lo tanto, y conforme a la relación aquella, el lazo primitivo comenzó siendo una soga atada fuertemente al extremo de una caña. Esta soga bien podía ser de cuero crudo o bien confeccionada con manojos de cerdas, pero teniendo siempre un ojal para poder deslizar sobre el cabo y cerrar la lazada. Este aparato era empleado por habilísimos jinetes montados en pelo y ayudados a sostenerse sobre el caballo, por una especie de cinchón que, pasándole por el pecho les ofrecía un asidero fácil en el caso de que la situación así se lo exigiese En violentas carreras se aparejaban a los cerriles potros que deseaban aprisionar, llevando en una mano, la caña y su lazada correspondientemente preparada y lista para dejársela caer en el pescuezo al animal escogido. Bastaba una débil presión para que la soga resbalase II

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sobre el bruñido astil de la tacuara y dejase a la bestia entrampada. Poco a poco comenzaba a ceñirse la lazada, y la asfixia momentánea de la presa, daba tiempo al cazador para que terminase tranquilo su tarea. La aparición de la argolla metálica, transformó este peligroso, difícil y hasta cierto punto molesto aparato de caza, dando nacimiento al lazo retorcido, comúnmente llamado en la zona bonaerense "lazo chileno". Dicha argolla de hierro, grande y pesada, deslizándose sobre la cuerda con extrema facilidad, suprimió el mango de caña La cuerda misma cobró en manos expertas sensibilidad de aguzado nervio. Más tarde y con el sabio consejo de la experiencia consumada y la provisión del recado por nuestro hombre de campo, se le dio al lazo mayor resistencia intrínseca, AI simple tiento retorcido con la encarnadura hacia adentro, se le agregaron uno o dos tientos más. Un par de brazadas antes de llegar a la argolla, fue reforzada con la "yapa", es decir, un elemento o dos más para aumentar en peso al extremo que se arroja y darle, por otra parte, mayor resistencia en el lugar en que la argolla quema al ceñirse el lazo. Además, en el extremo opuesto al de la argolla, se le agregó la presilla para prenderla de la asidera de la cincha, y poder así ofrecer con el total la resistencia máxima con la ayuda directa de la cabalgadura. Ya se había llegado con esto a los llamados torzales. Y, más tarde aún, amparados en la prolijidad autóctona en la mayoría de los nativos para las prendas del caballo, se llegó a la concepción del lazo trenzado. Bastaba reunir sistemáticamente cuatro, seis u 12

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ocho tientos, escondiendo prodigiosamente las puntas de los elementos utilizados, para constituir la perfecta pieza de un lazo empleado como un lujo en nuestra campaña actual.

Figura 2. Peal volcado de revés.

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-CONFECCIÓN DE LAZOS-

"¡Cuánta ciencia se requiere para elegir y preparar el cuero (1)/ cortar, emparejar y sobar a mordaza esos largos filamentos de piel, que el arte del trenzador convertirá luego en cable de acero!" -dice Javier de Viana en su Biblia Gaucha, y, cuanta atención y cuidado de sus dueños, agregaría yo para conservarlos!. Sabido es que, los paisanos, apenas adquirido un lazo, lo preparaban para su uso, es decir, "lo curaban", dándole al mismo la relativa flexibilidad para su empleo, y la humedad necesaria para evitar futuros resquebrajamientos en el inevitable auxiliar de sus faenas. Para llevar a cabo esta operación, bastaba con embadurnarlo con el estiércol fresco de una panza de animal recientemente muerto, o untarlo con hígado de vaca. Después, un poco de grasa, de tanto en tanto, era suficiente para man(1) Para hacer los lazos chilenos se utilizaba todo el cuero. Es decir, sacadas las garras y el cogote, se cortaba en redondo. Para hacer los lazos trenzados, se utilizaban únicamente los trozos de cuero correspondientes a los costillares. De cada costillar quitaban un tiento en redondo. (Cortar en redondo significa sacar un tiento empezando por un punto en la periferia y seguir cortando en espiral hacia el centro del cuero, tratando de conservar la misma anchura del tiento). l.S

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tenerlo listo para cualquier circunstancia. Los lazos variaban de extensión, y esta diferencia estribaba en el uso a que estuviese destinado. Así, por ejemplo, existían lazos corraleros y de rodeo, o lazos propiamente dichos. Los primeros, como su nombre lo indica, para ser empleados en el trabajo del corral. Se utilizaban para terneros o potrillos y siempre que no fuesen muy ariscos. Podían tener unas cinco brazadas de largo, y si se trataba de chucaros y de mayor tamaño en edad y corpulencia, podían tener hasta ocho brazadas de largo. Ahora, los lazos de rodeo, tenían doce, catorce y quince brazadas de largo, y, considerando que cada brazada tenía más o menos uno sesenta, llegamos a la conclusión que los lazos largos tendrían alrededor de veinticuatro metros. Existían además de éstos, lazos de cuero crudo, lazos confeccionados con "venas de avestruz" o venado, que ofrecían una resistencia y elasticidad enorme, semejante a cordeles de cautchú, pero, poco usados por esa razón que los hacía extremadamente peligrosos en caso de cortarse (2). El lazo llegó a constituir para el hombre de campo del siglo pasado, un motivo de orgullo y de envanecimiento. Lucirse con un tiro hábil no sólo demostraba la destreza del tirador, sino la hombría de quien lo había hecho. Ya Sarmiento en su libro "Facundo" da cuenta de ese placer rayano en el diletantismo nativo. "El gaucho llega a la hie(2) Estos lazos de "vena de avestruz" se hacían con f i b r a s aponeuróticas hiladas como lana y transformadas en cordeles que, trenzados, constituían los lazos arriba mencionados.

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rra al paso lento y mesurado de su mejor parejero, que detiene a distancia apartada; y para mejor gozar del espectáculo, cruza la pierna sobre el pescuezo del caballo. Si el entusiasmo lo anima, desciende lentamente del caballo, desarrolla su lazo y lo arroja sobre un toro que pasa con velocidad del rayo a cuarenta pasos de distancia; lo ha cogido de una uña, que era lo que se proponía, y vuelve tranquilo a enrollar su "cuerda".

Figura 3. Levemente inclinado, con una mano hacia delante y la otra apoyada detrás de la cadera, con un cierto dejo de su proverbial elegancia hasta en "eso de verijear el lazo", el gaucho soportaba jaraneando el brutal tirón de las bestias. En este caso del dibujo adjunto, apenas sintió el potro el contacto de la cuerda sobre el pescuezo y se abalanzó nervioso para dejarse caer de nuevo sobre sus cuatro remos, se encontró con el enlazador afirmado y listo para refrenar sus impulsos.

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-TIROS DE LAZO Y SUS PELIGROS-

Se entiende por "tiros de lazo", a la diferente manera de revolearlo y arrojarlo sobre la presa determinada. Por lo tanto, el provocar la caída de la lazada sobre el cuello o sobre las manos de una animal, indicaba en realidad, la esencia de la enlazada. Enlazar, propiamente dicho, es el acto de calzar la lazada sobre el cogote de un animal. Se precisa mucha soltura en el antebrazo, pues éste debe acompañar, diría, en su movimiento al lazo. Puede ser de derecho o de revés. De derecho es cuando se revolea la armada de derecha a izquierda, comenzando a pasar el brazo por delante de la cabeza del enlazador. Se supone que la presa se aleja con una inclinación de derecha a izquierda si se halla en el corral y de atrás si está en el rodeo. De revés. Cuando se revolea el lazo de derecha a izquierda, pero iniciando el movimiento por detrás de la cabeza del enlazador. Se supone que la presa se irá con una leve inclinación de izquierda a derecha, si está en el corral. En rodeo, de atrás. Al enlazar un animal, tanto de una manera como de otra, no se ha buscado otro objeto que el de aprovechar el atontamiento de la víctima, provoL9

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cado por la asfixia pasajera al ceñirse el lazo sobre su cuello, y terminar de inmovilizarle con un mínimo de peligros para el enlazador. Estos tiros de revés y de derecho, eran los que generalmente se utilizaban para aprisionar animales grandes y bravios. Tiros de cruzada. Cuando el tirador y el animal en su trayectoria forman dos líneas perpendiculares entre sí. Si el animal corre de izquierda a derecha, el tirador arrojará el lazo hacia la diestra. Y si el animal dispara de derecha a izquierda, el enlazador tirará cuando aquél se halla netamente a la izquierda, cruzando su brazo diestro sobre el siniestro al instante de echar el lazo atrás y de revolear la cabalgadura hacia el mismo lado para esperarlo en el golpe. Ha efectuado con esto el tiro sobre el brazo, empleado con los vacunos solamente por ser os menos ligeros en sus disparadas. El enlazador podrá ir al tranco o al galope corto. Ya he dicho antes que, el ser buen "pialador" o enlazador constituía un índice de hombría entre los pampeanos, de la misma manera que lo era el ser torero entre la población ibérica. Jugar con el peligro y arriesgarse aún a costa de perder la vida era casi un deleite para quienes lo practicaban y una subyugante atracción para quienes los admiraban. Cuánta mayor audacia desplegaban, mayor emoción despertaban. Pero, a veces, se interrumpía el escalofriante espectáculo con la chapetonada de un gringo moviendo a risa, o con el griterío jubiloso ante un perfecto tiro de lazo. Y, otras veces, cuando la desgracia se cernía sobre el lugar y un accidente cualquiera les interrumpía las tradicionales 21)

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fiestas criollas, los ojos Abiertos y el pecho anhelante, era lo único que traslucía el duelo de sus almas. Y si no, veamos la patética escena narrada por Esteban Echeverría en su cuento "El Matadero". "Dos enlazadores a caballo penetraron en el corral, en cuyo contorno hervía la chusma a pié, a caballo y horqueteada sobre los ñudosos palos. ...Un animal de corta y ancha cerviz y e mirar fiero había quedado en los corrales. Llególe su hora. ...Prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibundo, y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso barro, donde estaba como clavado y era imposible pialarlo. ...El animal, acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo arremetió bufando a la puerta, lanzando entrambos lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole un tirón el enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo de las astas, crujió por el aire un áspero zumbido y al mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un golpe de hacha la hubiese dividido a cercén, una cabeza de niño... "¡Se cortó el lazo! Gritaron unos". Al leer y meditar sobre esta página vigorosa de nuestra literatura costumbrista, no puedo dejar de pensar que no habrá faltado alguno que crea horrorizado más bien en la -'i

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ardiente imaginación del artista, que en la veracidad del caso planteado. Pero este caso mencionado cobra contornos de exactitud si suponemos que al cortarse el lazo, su extremo libre se envolvió en la violencia bestial del "chicotazo", en el cuello del pobre niño, y en el bárbaro tirón de la bestia se la arrancó de cuajo, más que corársela a semejanza de un golpe de hacha. Y si era peligroso que el lazo se cortara, más peligroso era aún que la argolla se rompiese y por desgracia algún trozo de la misma quedase adherida al extremo del lazo en su brutal restallido. Ahora, apartándonos de estos hechos extraordinarios, entraremos en aquellos que, por su sencillez, eran los "acontecidos" casi normales, diría, en las tareas campesinas. Recuerdo una vez, hablando sobre estos temas, un amigo me dijo, riendo: "Figúrate, yo tendría unos doce años! Me fui a pasar unos días de vacaciones a la estancia de un cuñado que tenía dos hijos casi de la misma edad. Mis sobrinos..., dos cebollitas, ¿no?, como los chicos de las historietas de la revista aquella... traviesos como ninguno y bochincheros a carta cabal. Una mañana, esperando la hora de almuerzo, estábamos sentados en un banco de la cocina de los peones. De pronto, uno de ellos extrajo una gomita de una caja de fósforos vacía y tomándola de sus extremos con los dedos de ambas manos y del medio con los dientes, le calzó con la lengua un pedazo de papel mascado. Bastóle una pequeña presión para que el papel escapara como un honda22

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zo y fuera a hacer blanco en el tostado pescuezo del jardinero más gruñón que en mi vida haya conocido. Pegar un brinco colosal él, y nosotros soltar una carcajada homérica fue todo uno. Hubo gritos, rezongos, ¡qué se yo!, hasta que nos prohibieron después ir a la cocina de los peones, que tanto nos gustaba por las conversaciones que oíamos. A la tarde de ese mismo día, aprovechando la hora de la siesta en que nadie podía vernos, nos fuimos al corral que estaba detrás de las casas y allí nos pusimos a enlazar. Me acuerdo que había un ternero bastante morrudo que, con ojos inquietos, nos desafiaba en nuestro aprendizaje. Osvaldo, que así se llamaba uno de mis sobrinos, armó el lazo y de un certero tiro lo dejó aprisionado del cogote. El animal, espantado, comenzó a correr y llevar tras de sí a su enlazador. Su hermano, viendo que le arrastraba a pesar de los inútiles esfuerzos efectuados, se apresuró a ayudarle poniéndose a su lado y haciendo pie con todas sus fuerzas. Vanas esperanzas, el ternero saltando y clavando sus uñas en el piso les remolcaba en violentos sacudones. Yo, que era pueblero y no entendía de "verijeadas" ni de "rondas", corrí y me tomé con el máximo de mis energías de mitad del cordel. De pronto, la bestia, dando un tremendo bote, disparó hacia otro costado, dejándome a mí en el trance del "papel mascado" de la broma de la cocina, y, como una pelota, volando por el aire, caí cuatro metros adelante, en el duro suelo del corral. Pasado el primer instante y recobrado el ánimo, sentí deseos de llorar por el golpe recibido. Me dolían las manos y el estómago. Tenía un escozor en las ro-

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dulas y un extraño ardor en la frente. Iba a estallar en llanto, cuando me acordé del jardinero y no pude contener la risa nerviosa que hacía coro con la de mis compañeros. Si el piso del corral hubiera sido el pescuezo del jardinero -había pensado tontamente- ¡qué golpe le hubiera dado! Otro caso fuera de éste de las "rondas" del lazo, es el que paso a relatar, y lo constituye el de "enredarse en el lazo", como puede leerse en la "Biblia Gaucha" de Javier de Viana. "¿Fue exceso de confianza, descuido, fatalidad?... El cimbronazo lo tomó atravesado, echando la cincha a la verija y el redomón, bellaqueando en vuelta como un torbellino, hizo que tres rollos del lazo le ciñeran la pierna derecha. Fue un instante de angustiosa expectativa que desconcertó a todos. Un minuto más y el enlazador estaba irremediablemente perdido. Entonces, desafiando el peligro de ser encerado y triturado en la ronda, un gauchito imberbe, casi niño, corrió, desnudó el cuchillo y cortó el lazo..." Otra vez, -le dije a un amigo tradicionalista- estábamos reunidos una cantidad de vecinos en una yerra de las que marcan época. Los paisanos de varias leguas a la redonda, habían caído en busca de holgorio a sus aficiones criollas. Uno de ellos, lindamente trajeado, lucía una pomposa golilla al cuello. La fiesta estaba en su apogeo que, poco a 24

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poco los contertulios transformaron en un magnífico torneo de habilidades gauchas. De pronto, un grito de espanto nos conmovió a todos intensamente. El paisano del hermoso pañuelo acababa de hacer un tiro por sobre el brazo, y, por una extraña casualidad, una de las puntas del pañuelo se le había enredado en uno de los rollos del lazo que, al estirarse, lo arrastró con violencia al suelo.

Figura 4. Sabemos que la forma habitual del gaucho para preparar el fazo, era la de hacer una lazada que se llamaba armada, de cuatro o cinco brazadas de perímetro, dejaba alejarse la argolla hasta la cuarta parte de la misma y allí comenzaba a efectuar los rollos. Tantos rollos había que hacer cuantos metros calculaba de distancia para aprisionar una res. Dichos rollos, tenían una brazada cada uno de perímetro. Armado el lazo así, quedaba por lo tanto listo para ser empleado. A veces, tomaba dos o tres rollos con el lazo y el resto de rollos en la otra mano. Otras veces, los tomaba a todos en la misma mano en que tenía la armada y así arrojaba todo el conjunto. TIRAR CON MANOJO era un capricho, diría, de algunos hombres de otras épocas. Se ve claramente lo que significaba "tirar con manojo" en la figura que está de pie. Ha armado el lazo y sus correspondientes rollos, pero, a éstos los ha tomado cerrando los círculos por la mitad.

-PEALES-

Cuando un chicuelo hijo de gauchos sabía armar el lazo, es decir, tomar con la mano izquierda la argolla y con la derecha hacer deslizar la cuerda sin enredarse, y darle los rollos necesarios para probar puntería y habilidad centenares de veces en troncos, postes o animales domésticos, ya podía llevarle el entusiasmo a recibir lecciones de maestros en el aula pampeana de los rodeos. Continuaba su cultura, digamos, imitando a sus mayores en posturas y cálculos y de los simples escarceos del lazo, pasaba a los peales fáciles que luego serían los tiros predilectos que habría de lucir en futuras yerras. Pealar significaba apresar a un animal por las manos. El punto vulnerable de una bestia pasando a todo escape, que pesa cuatro, cinco o seis veces más que el hombre que la detiene. La traba insignificante del lazo la hace rodar bárbaramente. De manera, pues, que pealar es aprovechar el segundo en que el animal pasa junto al enlazador con la velocidad del rayo y le ofrece el blanco instantáneo de sus remos delanteros al alcance del lazo. Para efectuar este tiro, hay que revolear el lazo a expensas exclusivamente del juego de la muñeca, y arrojarlo en un movimiento brusco, 27

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cosa de que al detenerse la armada en el suelo, por el efecto que lleva lo haga verticalmente delante del animal. Los peales pueden clasificarse así: Peal de volcado de derecha. Revolear bien el lazo tratando de que se mantenga abierta la lazada a expensas del juego de rotación de la muñeca y poderlo volcar con facilidad. El brazo girará levemente de derecha a izquierda empezando a moverse por delante de la cabeza. Al arrojarlo, se habrá buscado de clavar la argolla en el suelo en el instante en que el animal pasa de izquierda a derecha y la armada reciba sus manos. Un tirón de la cuerda bastará para dejarle aprisionado. Peal de volcado de revés. Semejante al caso citado anteriormente, pero a la inversa. La armada se habrá comenzado a revolear de derecha a izquierda empezando por detrás de la cabeza. Al tratar de estudiar metódicamente el trabajo de nuestros hombres de campo, no puedo dejar de recordar las magistrales páginas de Don Martiniano Leguizamón en "Alma Nativa" sobre las fiestas en las yerras de antaño. El paisano, habituado como estaba a jugarse la vida a cada instante durante el desarrollo de sus actividades diarias, a veces, hacía gala de su arrojo y exponía la existencia. La empresa más arriesgada era para él un motivo de alegría. Chacoteaba con el peligro como un gato juega con un ratón. -"Diga, patrón, si lo muento al bragao con la cara pa atrás y le clavo las lloronas, ¿Qué me regala?".

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-"Te regalaré mi pañuelo colorado de seda para que lo luzcas como golilla esta noche en el baile". -"¡Ya estuvo!"... Y me parece ver el rostro pleno de regocijo aceptando la propuesta que aventaba el fuego de sus aspiraciones/ de lucirse ante la chinita de ojos profundos que le quitaba el sueño... Peal de payanca. Se mantendrá el lazo armado con dos o tres rollos, verticalmente. Se arrojará sin revolear y tal como se mantenía inmóvil en la mano, tratando de que el círculo de la armada caiga frente al animal que pasa a todo correr y le tome las manos. Indiferentemente puede cruzar la presa, ya sea de derecha a izquierda o viceversa.

Figura 5. Manera normal de verijear un potro. Posición del hombre visto de atrás. Las piernas bien abiertas del enlazador con las suelas de sus botas clavadas en la tierra oblicuamente. Con el borde interno del pie de adelante se apoyará para evitar ser arrastrado, y, con el borde interno también, pero del pie de atrás, se adherirá a la tierra para impedir igual circunstancia.

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Peal de paleta. Se llama "de paleta" porque el tirador busca de pegarle en aquella sin volcar el lazo, a la presa y aprovechar el instante en que la armada se mantiene abierta a expensas del golpe para que permita la introducción de sus remos delanteros. Por lo general, los tiradores revolean el lazo al costado sin pasar la mano por arriba de la cabeza. Este tiro es el empleado por la mayoría de los enlazadores poco expertos en el difícil arte de manejar el lazo. Con un revoleo semejante al que acabamos de tratar, los paisanos solían cazar los jabalíes o chanchos salvajes de la mitad del cuerpo. Peal por sobre el lomo de derecha. Para efectuarlo habrá que haber armado el lazo íntegramente, es decir, con todos sus rollos. Habrá que revolearlo de derecha a izquierda tratando de que la armada vaya bien abierta a expensas del movimiento de rotación pasando por delante de la cabeza del tirador. La presa correrá al frente del "pialador", por lo tanto, éste se habrá ubicado detrás de aquella pero, con una inclinación neta hacia su flanco izquierdo, cosa de poderle arrojar el lazo por sobre el lomo y que caiga delante suyo y le tome de las manos. Se habrá buscado también, que la argolla le pegue en el anca a la presa. Un breve "cimbroneo" en la cuerda efectuado con la mano, el brazo y aún el cuerpo mismo del enlazador bastará para ayudar al lazo en su fin. El enlazador sujetará tomado con las dos manos de la presilla. Peal sobre el lomo de revés. Se revoleará el lazo de derecha a izquierda empezando por detrás de la cabeza. Es éste un tiro semejante al anterior con la única diferencia '.n

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que es a la inversa. Imaginaremos que la presa correrá al frente del pealador, pero a su izquierda. Constituían los tiros por sobre el lomo, los tiros predilectos en las yerras donde el hombre de a pie, aprovechaba

Figura 6. Lazo cadeneado. Se llama "apartar a cadena" o simplemente "cadenear animales", a la manera especial de emplear el lazo en los rodeos. Esta manera especial consistía en aprisionarlos cuando estaban en el suelo y poderlos llevar a un determinado sitio y soltarlos allí, sin ayuda de ninguna especie. En la fig. 1 vemos la forma de preparar el lazo alrededor del pescuezo del novillo, (a) penetra por la argolla y toma la lazada (b). En (c) de la fig. 2, vemos la manera correcta de iniciar "la cadena" con el resto del lazo. En la fig. 3, la cadena efectuada y el extremo opuesto (f), preparado para atravesar por (d) como lo indica la flecha para servir de traba y evitar que la cadena se desarme. El lazo ha quedado doble, por lo tanto será por (g), por donde se atará el lazo a la presilla. Dispuesto el conjunto de esa forma, se podrá llevar el animal aprisionado al sitio elegido y con solo tirar de (i), será suficiente para dejarlo suelto instantáneamente. .11

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de esta circunstancia para poder darle "la soga necesaria" a sus presas, o podía detenerlas sin "verijearlas" en presencia de sus espectadores. Ya Don Martiniano Leguizamón, en su cuento "Raza Vencida" habla claramente de esos lujos camperos: "...El jinete se echó encima del animal para hacerlo disparar. El viejo revoleó un instante dejando que se alejara, soltando luego la armada con todos los rollos por encima de la paleta del torito... La armada se deslizó por la argolla, cerrándose de golpe en las pezuñas delanteras, y el animal detenido en la carrera, dio un resoplido violento al sentir el tirón y se tumbó de lomos. La trenza quedó tirante, vibrando como una bordona...."

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Figura 7. El lazo (o) se ha preparado como el "lazo cadeneado", pero, con la diferencia que la lazada primera en vez de pasar por el cuello, ha aprisionado las dos manos del potro y entre una y otra, se ha retorcido el lazo para aumentar la traba de la manea. Con solo tirar del ramal secundario será suficiente para dejar libre al animal desde el recado. El empleo del lazo en esta manera es por lo tanto el mismo que el buscado en la "manea pampa". El lazo (c) de la misma figura, indica la manera de levantar o manear una pata con lazo. Con la observación única del dibujo será bastante para comprenderle. Ahora, en la figura del primer plano, vemos que el lazo (b), ha sido empleado como la manea de las dos patas. Í3

-EL LAZO EN LA GUERRA Y EN EL CRIMEN-

Hasta aquí, no hemos hecho otra cosa que estudiar el lazo en paz, es decir, cuando se le empleaba como ayuda imprescindible en las tareas campesinas o como elemento de diversión en las hierras o cacerías. Pero el lazo desempeñó también, un papel importantísimo en las horas trágicas de las guerras gauchas después de la emancipación argentina y en el período de la pre-organización nacional. Además, las páginas rojas de los diarios de nuestros abuelos, traían de vez en vez, la crónica turbia de algún hecho delictuoso, donde el lazo constituía el cuerpo del delito. Y, entonces, la simple cuerda de tientos se transformaba de golpe en temible arma cuyo silbido alelaba a las víctimas. Don Leopoldo Lugones dice al respecto: "Cruzó sobre las cabezas el serpenteo de la armada, cogió al realista, y en un cimbrón salió éste peloteando como un rollo de trapos. Un vítor consumó el incidente que decidía por los montoneros la victoria..."

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No pocas veces habremos oído casos en que el sahumerio de la leyenda ha perfumado con su incienso algunas memorias anónimas en que el lazo fue utilizado por hombres que, haciendo derroche de audacia y valentía, arrebataban cañones de las filas enemigas o detenían los brazos de soldados contrarios en el instante de herir compañeros... En otras ocasiones, en que la argolla de un lazo se ligaba a otro lazo, para formar así la terrible maroma andante que arrasaba con la furia de sus incontenibles portadores, y tronchaba cabezas y desmontaba jinetes, en las horas aciagas en que la Patria se erguía libre a la faz del mundo. Más tarde aún, cuando la reorganización nacional era un hecho finiquitado y los hombres podían ocuparse con entera libertad de sus intimidades, el lazo entró a dirimir las pasiones personales. El rebenque, el cuchillo y el poncho, fueron sus aliados. Bastaba una chispa de cobardía en un rival para que el lazo, a través de la distancia, aprisionase un cuerpo que atemorizaba. Una vez escribí un cuento titulado "Miedo", cuyo argumento me lo facilitó un hecho criminal ocurrido años atrás en la población en que vivo. Un muchacho tranquilo y bueno en su comportamiento social, le robó la novia a un compadrón. Un tiempo después, se encontraron en un almacén de campaña. El rival traicionado comenzó en presencia de sus amigos, a soltar indirectas hacia su enemigo. Este, deseoso de eludir reyertas a las cuales no estaba acostumbrado, se retiró sin imaginarse siquiera que habrían de seguirle. Apenas montó en su caballo se cercioró de la ver36

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dad. No sólo le seguían y le castigaban a ojos vistas, sino que se burlaban de su miedo que le hacía huir bochornosamente. De pronto... "se le ocurrió desprender el lazo de la asidera que esa tarde había alzado para lucirse. Blando de boca como era su caballo, fácil le obedeció a la rienda, y, en un brusco girar sobre las patas traseras, pudo desprenderse del látigo de Barragán. Después, y sin revolear mucho el lazo, la ar-

Figura 8. Para igual objeto que el LAZO CADENEADO solía emplearse el lazo doble o lazo doblado. Se decía DOBLE, si se usaban dos lazos, y, DOBLADO, si sólo uno, prendiendo su propia presilla en la argolla. Se diferenciaba del CADENEADO, en que, para usarlo a éste, había que voltear la res, y, en cambio, par emplear el DOBLE no era necesario tal requisito. Se efectuaba una armada pequeña, (c) en el lazo (a) y que tuviese el mismo perímetro del pescuezo del a n i m a l . Se continuaba armando los rollos del lazo complementario (b). Hechos estos rollos (d) y mantenidos en una mano, se armaba el otro lazo, es decir, el primario (a). Terminada esta operación, se juntaban los rollos de una mano y otra o se repartían entre las dos y el lazo quedaba listo para ser usado. Bastaba tirar del lazo (b) después de haber llevado un animal a un sitio elegido para dejarle libre en el acto, con sólo cimbrar el lazo.

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mada cayó con exacta precisión abarcando el cuerpo de su enemigo. Un nuevo lonjazo al caballo, le bastó para arrancar de un brinco y echarse a correr campo afuera...De tanto en tanto palpaba el lazo, y lo sentía, tenso, vibrante, con el macabro bulto llevado a la rastra..." Otras veces, el lazo sirvió como elemento de tortura, desde el simple estaqueado, especie de cepo hecho con el lazo que inmovilizaba en la tierra a un prisionero, por medio de estacas y aún cuchillos cruzados que mantenían una a una de sus extremidades hasta los terribles descuartizamientos realizados por medio del lazo. ¿Qué niño no se ha emocionado hondamente al leer la sublevación de Túpac Amaru? ¿Quién podría olvidarse de que en el año 1781, y después de haber sido sofocadas las masas indígenas, ejecutaron bárbaramente a los cabecillas en la plaza mayor de Cuzco? Imborrable es la historia de Gabriel Condorcanqui, el último de los descendientes de los Incas, que constituyó una de las causas mediatas de la Revolución de Mayo. Condenado a morir por haber pretendido libertar a su pueblo, sufrió la pena de ser amarrado de sus cuatro extremidades a las colas de cuatro potros cerriles por medio de lazos. Unos pocos latigazos y otros pocos gritos azuzando a las bestias, debieron de ser más que suficientes para barrer los campos con sus nobles despojos. Cuentan también las leyendas de las guerras de la emancipación americana, que las montoneras criollas, para vengar los medios expeditivos de las horcas de los realistas, los 38

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nativos ataban a los postes a los desgraciados que caían a mano. El sol y la brutal presión de las ligaduras consumaban la obra. Bastaban unas pocas horas para que, las vueltas y revueltas de la cuerda, se incrustaran en las carnes de

Figura 9. El Lazo empleado para voltear reses sin golpear: Se enlaza de la base de los cuernos. Se hace un medio bozal en el cuello, otro a la altura del pecho y uno último en las verijas. Con sólo tirar fuertemente de (b) en la dirección marcada por la flecha (a) se verá echarse al toro. Introduciéndole dos dedos en la nariz y apretando el tabique con cuidado de no lesionar, se le podrá acostar sobre el lado que uno desee sin el menor peligro. Manea redonda: Se dará un par de vueltas del lazo alrededor de las manos y por sobre las rodillas. Se habrá tomado del lado de la presilla para poder abarcar con ella cuántas vueltas se deseen. Se continuará pasando el lazo por la cruz y volver al sitio de arranque para evitar que la manea se caiga. De allí se pasará a las patas y al dar la primer vuelta, ya se podrá ajustar lo que se quiera para acercar o no, los cuatro remos. Dado un par de vueltas más, se irá por sobre el anca para e v i t a r que la manea se baje. Efectuado esto, y después de anudado, se obtendrá un animal (en este caso el caballo) totalmente maneado, sobre el cual se podrá hacer cualquier operación sin que pudiera moverse.

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los infelices y aparecieran enormes labios, amoratados y sangrantes, que, con su silencio, callaban el precio de las libertades humanas...

Figura 10. Inmovilizar reses con lazo. Con la armada del lazo se aprisionarán las dos manos como se verá claramente en la sección (R) del dibujo adjunto. Luego, pasando el lazo entre las manos, se hará una lazada (marcada con la flecha (a) para aprisionar esta vez, a la pata de abajo, para evitar que el animal se levante. Tomados asi estos tres remos, se efectuará otra lazada como la marcada por la flecha (b) de la misma sección (R). Hecha esta nueva lazada, como se podrá observar en la sección (S), se hará un medio bozal siguiendo la dirección que el lazo llevaba (c) de la misma sección (S). Terminado este medio bozal sobre dicha pata y debidamente ajustado, se obtendrá la inmovilización total de un animal en el suelo.

-INFLUENCIA DEL LAZO EN EL REFRÁN Y EN LA POESÍA POPULAR-

Agrego a continuación una serie de frases proverbiales en las cuales intervienen como base, voces referentes al lazo, ya sea en su uso o en sus elementos constitutivos. Hago notar, también, la curiosa influencia de este implemento en las tareas campesinas, en el léxico gaucho para expresar los sentimientos de los que lo manejaban a cada instante. Unas veces, para reforzar consejos, y otras para cotejar virtudes o redondear versos con la vivaz filosofía de los suspicaces, o la dulce humanidad de los mansos. Frases, adagios, proverbios, sentencias y refranes que, a pesar del aluvión de extranjerismos y del desuso casi total del lazo en los trabajos rurales y en la época actual, aún persisten y seguirán persistiendo en vivir frescos y puros como un emblema de rancio argentinismo; de la misma manera que todavía cuaja en nuestra tierra pampeana la flor morada y la margarita silvestre, a pesar de las invasiones agrícolas del lino y trigo. Traer a lazo. Llevar a una persona o animal forzosamente a un lugar determinado previamente. 41

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Caer en el lazo, (o cayó en el lazo). Ser engañado por medio de un ardid anticipado a un asunto cualquiera. Tender el lazo. Buscar artificiosamente el medio para atraer a sí a una persona o animal. Lazo de cariño, etc. Manera expresiva de significar el vínculo de simpatía de una persona con otra. Deseando dar un ejemplo, no puedo dejar de recordar las décimas aquellas que, infinidad de años atrás, no había guitarrero que no las cantase, y empezaban así: El lazo que nos tenía acoyarao a los dos lograste cortarlo vos tanto forcejear un día ¡A la pucha!, la alegría de nosotros fue a parar vos te juistes a gozar y yo, ¡qué querés que hiciera!... también rumbié campo ajuera con la disgracia a la par.

(Anónimo)

Meter el pie en el lazo. Caer impensadamente en una treta o artificio. Darle lazo. Ir dando largas a un asunto con la intención aviesa de recoger cuando a uno le plazca. A veces, puede 42

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interpretarse también de que "se da lazo" por simple desidia o abandono. Dale lazo, no más... Equivalente a: "Cría cuervos, que te sacarán los ojos..." Tenerlo a lazo. (Viene de: tener caballo a lazo). Cuando un gaucho tenía un caballo a lazo, quería decir que lo mantenía comiendo en el espacio que abarcaba la soga. De esa manera lo tenía, también, a su completa disposición en cualquier circunstancia. Por igual razón, decir "la tengo a lazo", significa expresar que la tiene a su exclusiva voluntad, por ciertos vínculos, a determinada persona. Arrolló el lazo. Aflojó, reculó. Se dice que un hombre "arrolló el lazo" o simplemente "arrolló", cuando por miedo, cansancio o prudencia, evadió un trabajo o un peligro. ¡Se fue sobre el lazo...! Solían decir los paisanos, y con ello significaban que se adelantaban al peligro para desafiarlo temerariamente. Esta frase habrá sido tomada, posiblemente, por el hecho de adelantar un paso o dos el enlazador después de haber aprisionado la res, para darse tiempo a hacer pié y sostener prevenido el cimbronazo. ¡Se viene por sobre el lazo! A veces, animales bravios, apenas sentían el contacto del lazo sobre el cuello, se volvían furibundos sobre sus perseguidores. Entonces se de43

\: "Se viene sob tanto, en la jerga diaria de los paisanos actuales, aún se oye repetir el dicho de: "se me vino sobre el lazo", para significar la valentía de haber sabido afrontar un peligro muy grande. En otras ocasiones, se interpretaba el dicho: "se me vino sobre el lazo", como si dijéramos "se me vino encima y solo se ensartó", que evidencia la mala estrella de los inexpertos, ante la experiencia de los avezados. Jah!... ¡a ese lazo lo han trenzao flojo...! Cuando se referían a una persona de poco ánimo y valor. ¡No se pone a tiro e lazo...! O no ponerse a "tiro" simplemente, significaba no ponerse al alcance de una persona. También podía expresar el no ponerse de acuerdo en un negocio. A uno, dos o tres tiros de lazo. Sabemos que el sistema de medidas lineales que el gaucho empleó para sus cálculos, fue el de la "brazada" o sea, un metro sesenta o un metro setenta por unidad. Como el lazo corriente tenía diez brazadas más o menos, resultaba que un objeto podía estar a tres tiros de lazo, por ejemplo, de tal o cual parte, es decir a unos cincuenta metros de distancia. ¡Déjame ese barato..! Indica el deseo especial de una persona en solucionar un problema que supone fácil. A veces, en las yerras de antaño, pedían los paisanos con la 44

zumbona suspicacia que les caracterizaba, un "barato", es decir, un tiro de apariencia simple pero realmente difícil para lucirse con él ante la sorpresa de los espectadores. ¿A mí?... ¡Ni con lazo! Demuestra la incredulidad de una persona de que se le pudiese quebrar la seguridad que posee de sí misma, por más ardides que se emplearan en ello. Fe en sí. ¡Apretaditos, corno trenza de ocho! Se refiere al hecho de que dos o más personas se hallen en una estrecha vinculación. Esta frase habrá sido construida aprovechando la circunstancia especial de la trenza del lazo de ocho tientos, que, para estar bien confeccionada, sus elementos constitutivos deberán estar bien ceñidos y apretados. Este refrán fue suplantado más tarde por: ¡Cómo sardinas en lata! ¡Guarda la maroma! Prevenir de un peligro inminente. Viene posiblemente de la época de la independencia, en que dos paisanos uniendo lazo con lazo y a todo escape de sus cabalgaduras, arrasaban por sorpresa a los piquetes enemigos. A veces, aparece la misma expresión bajo la frase de: ¡Guarda la ronda!, tomada del peligro de enredarse en el lazo mientras se trabajaba en los rodeos o corrales. ¡Le hizo ronda! Cuando por falta de previsión, una persona es tomada sorpresivamente en algún acto. 45

¡Me fui con todo el rollo! Le tiró con todos los rollos. Es decir, que echó hasta el resto de sus esfuerzos en la concepción de un cometido. Semejante a: ¡Quemó hasta el último cartucho! Estanislao del Campo en "Fausto", nos da un caso típico donde un hombre se emplea a fondo en la argumentación de un suceso: -Vean cómo le buscó la güelta...¡Bien haiga el Pollo! Siempre larga todo el rollo De su lazo. Pero hombre... ¡enderézalo a argollazos! Cuando se aconseja de usar de medios expeditivos en la solución de un asunto cualquiera. Posiblemente esta frase está tomada figuradamente del hecho corriente de quebrar la porfía o empecinamiento de ciertos animales en no querer caminar hacia determinados lugares, como los toros, por ejemplo, y había que hacerlo entonces, a fuer/a de rigor. Se los arreaba castigándoles, con el lazo tomado a manera de látigo desde un metro y medio antes de terminar. La argolla, en el extremo libre, aumentaba brutalmente el castigo. Un ejemplo clásico de nuestra poesía gauchesca en que la argolla del lazo es usada como elemento de castigo, lo tenemos en el poema "Fausto" de Estanislao del Campo, en el instante en que el Pollo, le cuenta a su amigo, las

dificultades que tuvo para el cobro de una deuda, y, remedando las disculpas interpuestas ante él por el falso deudor, le expresa su deseo de haberle dado su merecido por tramposo: ...O no hay plata, y venga luego; Hoy no más cuasi le pego En las aspas, con la argolla A un gringo que aunque de embrolla Ya le he malíciao el juego. ¡Largo como pial de atrás...! Cuando un problema cualquiera de la vida de una persona, se hace difícil y engorroso, es "largo como pial de atrás", por semejanza, tal vez, al peal por sobre el lomo, que sólo determinados individuos eran capaces de efectuar por las dificultades surgidas en "su tiro". ¡Lindo pial si no se corta...! o ¡Lindo pial si no se saca...! Cuando se afirmaba como acertada la solución dada a un determinado problema, si es que a último momento no aparecía alguna seria dficultad. ¡A otra cancha con ese pial! o "a otro perro con ese hueso", indicaba la incredulidad de lo escuchado. Equivalía, por lo tanto, a enviar al interlocutor a otro sitio con ese cuento, donde hallaría, tal vez, un sujeto más tonto que él, que pudiese dar crédito a su palabra. 47

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¡Se pialó sólo! Persona que sufre en sí misma las consecuencias destinadas a otra. Víctima de sus propios hechos. ¡Lacito de mucha armada no puede voltear res! Semejante al viejo refrán español de. "Quien mucho abarca, poco aprieta". ¡No hay tiempo que no se acabe, ni tiento que no se corte! Equivalente a: ¡No hay lazo que no reviente, ni argolla que no se gaste! Empleado por el paisano cuando deseaba aconsejar paciencia y resignación en las largas esperas de la vida, recordando, tal vez, que "no hay deuda que no se pague, ni plazo que no se cumpla" o que "no hay mal que dure cien años", para no poder alimentar una esperanza, que, por débil que sea, no dejaría de reanimar un tanto a un espíritu abatido. Manera de consolar al que padece, haciéndole ver que todo tiene término en la vida. No hay que meter el brazo entre el novillo y el lazo... Rememora también los consejos de los experimentados en la existencia, hacia los inexpertos, recomendándoles prudencia en todos los instantes de la vida. En ganándole el tirón, no hay animal pescuecero... Indica que la previsión es la mejor de las compañeras. También podría interpretarse como que, "el ventajear", en cual48

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quier instante de la vida da una esperanza de victoria. Ya le erró el viejo chambón... ¡Quién lo vido amartiyao! -¡Que aura corre para tu lao piala, maula, cajetilla, y tironiá de presiya ya que sos tan entonao Ya está el bichito en el lazo y métale duro cuñao... y usté, amigo, se hace a un lao pa' que pase la ternera y al salir de la tranquera es de ley: pial de volcao.

(Anónimo)

Hay otra versión de los mismos versos, pero en décimas. -Ya le erró el viejo chambón quién te vio tan amartiyao echando la gente al costao pa' comer solo el melón...! -Gáyate, no seas gritón, le retrucó el viejo amoscao, que aura corre para tu lao piala, no más... ¡cajetilla! Mira qu'es ley, pial de volcao... O tironiar 'e la presiya. (Anónimo) 49

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Pero tanto el "peal de volcado" como el "peal por sobre el lomo" a los cuales se refieren los anteriores versos, constituían los tiros más difíciles en el arte del enlazador, por consiguiente, el viejo, al imponer condiciones para sujetar burlas que le zahieren, recuerda a aquellos como fundamento de su desafío. Conceder autorización en una empresa con la formal advertencia de sus inconvenientes. Andando por los corrales Me dijo una corralera: -Cimbrale qu'está de un asta y abrile el caballo ajuera... Decía una cuarteta criolla, aconsejando en su contenido la inutilidad de algunas pretensiones. Sabido es que un animal enlazado de un asta, estaba mal enlazado, por lo tanto, era necesario hacer zafar el lazo cimbrándolo, y dar ocasión a que otro hiciese la tentativa de aprisionarlo en debida forma. Por ello es que la moraleja de la cuarteta indica desviar la intención de una persona, para que otra tenga una completa libertad de acción que convenga a sus intereses o sentimientos. ¡...Como pial de volcao! Un argumento rotundo o excesivamente eficaz, es como pial de volcao, precisamente por eso, por la irrebatibilidad de sus fundamentos. Comparada a los precisos efectos de ese peal.

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¡Qué verija pa' un tirón! Decían los paisanos al querer expresar su incredulidad a las balandronadas de una persona, afecta a la exageración de sus propios actos. Ostentación de las cualidades que no corresponden. ¡Lindo modo de sacarse el lazo! Decía el paisano cuando veía a una persona usar de medios incorrectos para zafar de situaciones determinadas. Este refrán es semejante a: ¡Buenas maneras de eludir circunstancias! ¡Sacat" ese lazo de encima! Usado por las gentes del país cuando deseaban exponer la eficacia de argumentos incontrovertibles. ¡Aflójale que colee...! Cuando un enlazador aprisionaba del pescuezo a un animal, sus compañeros le pedían: "¡Aflójale que colee!", es decir, incitaban a que buscase la presa, agitando la cola de ira o de miedo, el instante de disparar despavorida y poderle hacer sus peales a gusto. Figuradamente se podría interpretar como la espoleada desafiante a un tercero, para que, efectuada determinada acción, reciba su merecido. Con el lazo al pescuezo. Derivado, posiblemente, del refrán español: "Con la soga al cuello", que recordaba la desesperante situación de los condenados a la horca. Sin embargo, podría también suponerse que la frase: "con el lazo al pescuezo" proviniese de la angustiosa situación de 51

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un ser aprisionado por el lazo, en que no le resta en la vida otra cosa que esperar decisión determinada por sus aprehensores. Sujeto terminado física o moralmente. Concluido, desahuciado. Puede interpretarse también, como un individuo envuelto en la bancarrota. ¡Qué poca yapa tiene ese lazo! Semejante a: ¡qué poca cancha! Es decir, cuando se tiene escasa o ninguna habilidad en alguna cosa. Con cuero ajeno: ¿quién no corta un tiento pa' lazo? Censura la largueza de ciertas personas en el manejo de bienes ajenos. Este refrán es semejante aquel otro que decía. "Franco y liberal de ajeno caudal". ¡No eche yegua sobre el lazo! Semejante a: ¡No amolé, o no moleste, que estoy haciendo algo de importancia! Que sabemos decir cuando alguien nos perturba en un acto cualquiera. Viene posiblemente de la época en que un paisano con un animal enlazado, exigía de sus compañeros discreción y prudencia, para evitar que el resto de animales fuese a provocar con sus enceguecidas disparadas, trastornos de gravedad. ¡Éche-mele- nudo a ese lazo...! Frase humorística de los paisanos para hacer notar la presencia de un sujeto melenudo y por ende, desprolijo y desaseado, no solo en su persona, sino en su desaliño espiritual. 52

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Cuando el corral es chico, hasta los gringos enlazan. En lo fácil todas las personas hallan la solución a los problemas presentados, y, en cambio, en lo difícil, todos se lavan las manos, alegando fútiles motivos para no intervenir en los problemas que, en realidad, también les incumbe. Acorte, que no es para lazo. Sea breve, evite excederse o extralimitarse en algo que ya se sabe o molesta su relación. Sacarse el lazo con mano ajena. Salir de un apuro con ayuda extraña. Este refrán tiene, también, otra acepción, que sería semejante a la de "sacar las brasas con mano ajena", es decir, que otra persona haga o diga por uno, cuando uno mismo no se atreve a hacerlo personalmente. A otro potro con ese lazo. Refrán semejante a: "a otro perro con ese hueso". Incredulidad. No aceptar un decir por considerarlo ingenuo o tonto para su capacidad. Todavía me quedan rollos. Tomado del poema de Hernández, donde dice: "Todavía me quedan rollos por si se ofrece dar lazo..." Es decir, que aun le restan argumentos para el sostén de una idea. ¡Por Dios! ¡Qué lengua de lazo tiene! Expresión campesina que recuerda a los sujetos parlanchines y llenos de rodeos para relatar o exponer sus pensamientos. 53

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Se estiró como argolla en el lazo. Dicho campero que hace referencia al esfuerzo extraordinario que una persona pudo hacer o hizo sin abandonar una empresa, Dios castiga, pero no con lazo. La resolución de cientos de problemas que la lógica, o el sano criterio presagian su fin, suele a veces, ser atribuido a los designios de la Divina Providencia. Por ello, en muchas ocasiones en que una persona mesurada "ve" el resultado funesto cuando otra ha obrado mal, y acierta en su previsión, piensa que Dios castiga sus faltas, sin suponer siquiera que esa era o debía ser la consecuencia fatal de sus acciones. ¡Ponele (o préndele, o cénale) presilla a ese laizo! Frase desafiante que denota el deseo de una persona hacia otra, para que realice una acción a la cual no se le cree capacitada. ¡Pial de ley, canejo! Aprobación manifiesta de haber obrado bien o con exactitud en una acción cualquiera, que se juzga valorable. ¡Me dejó con la armada hecha...! Me quedé afeitado y sin visitas... Tanto una como otra frase, denotan la desilusión sufrida en el fracaso de una acción que se tenía por segura. ¡Se precisaba un lazo bien trenzau! Sentencia que indica la falta de capacidad de una persona para desarrollar una acción superior a sus fuerzas.

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Por ruin que sea una lonja, nunca se corta el lazo en la primer enlazada. Los primeros desengaños no hacen mella ni obligan a una determinada acción inmediatamente. Últimamente... ¡No tengo el cuero pa cincha ni pa lazo! Exclamación hecha en trance de aceptar un reto, o para expresar la confianza tenida en sí mismo, en determinada empresa, aunque en ella vaya la vida. (Este refrán me lo envió Don Tomás Ryan, oído en Arrecifes y coincidente con el sur bonaerense).

VOCES DEL BASTONERO PARA DIRIGIR LOS CAMBIOS DE FIGURAS EN EL PERICÓN NACIONAL, DONDE INTERVIENE EL VOCABLO LAZO. Hay que arrollar este lazo Con yapa y trenza de ocho; cada casal a su nido como cada balde al pozo. Habrá dicho el bastonero mientras las chinas, en fila india, giran al centro y los caballeros, igualmente dispuestos por fuera de ellas y marchando en sentido contrario, aguardarán la voz de: ¡ahura!, para tomarse del brazo de sus respectivas parejas, y esperar el compás de las notas armoniosas de la música nativa, la nueva voz de mando que les hará cambiar de figura. 55

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Vamos a ingerir el lazo,- dice en otra parte el bastonerocon juertes tientos de amor, y, con ello, ordena la formación de la rueda grande, es decir, la unión de las dos filas opuestas de bailarines en un solo círculo, intercalando hombres y mujeres, mientras girarán caminando al paso cadencioso del Pericón Nacional.

Las boleadoras -HISTORIAAl comenzar este trabajo me pareció imposible establecer la procedencia exacta de las boleadoras, y más imposible aun, las transformaciones que sufrieron para llegar a ser lo que fueron. Pero, compenetrado en su estudio ahora, y basado en la lógica y en el buen criterio, creo que he llegado, sino a la perfecta historia de las mismas, por lo menos al convencimiento de haberme acercado a la verdad. El mayor inconveniente en este asunto es la falta de estudios generalizados en el país, donde desde el tiempo de la colonia, los cronistas e historiadores demostraron su apego únicamente a la "narración de los hechos imitares y a las descripciones científicas superficiales, que a profundizar las cuestiones antropológicas que hoy preocupan la atención de los sabios, la geología viene a darnos nuevas luces. La formación de aluviones modernos de Buenos Aires es un archivo, -dice Estanislao Cevallos en su Estudio Geológico de la Provincia de Buenos Aires- y agrega: ...generalmente se encuentran en las cumbres de las lomas, y cuando no, a una profundidad que rara vez pasa de los 35 57

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centímetros en tierra vegetal..." demostrando con esto que no está lejos la era de piedra de nuestro hombre pampeano, ni que tampoco sea uno de los únicos hombres del mundo que en un corto número de años, no haya pasado todas las civilizaciones para llegar a ponerse a la palestra de las civilizaciones más adelantadas del orbe. Por lo tanto, si esos aluviones modernos nos muestran en sus entrañas los objetos hallados, como ser: cuchillos, puntas de flecha, hachas, raspadores, punzones, cargas de hondas, pulidores, morteros y bolas -todos de piedra- éstos nos señalarán, a su vez, una era, la era de piedra pampeana, desde donde arranca la historia de las boleadoras. Después de observar pacientemente una reproducción del Planisferio cuyo original existe en la Biblioteca Nacional de París, y que fuera trazado por el Cosmógrafo y Piloto Mayor de Carlos V, Don Sebastián Gaboto, y de analizar el dibujo sobre el combate de Hábeas Christi, acaecido el 15 de Junio de 1536, y de meditar sobre la portada de la primera edición del libro de Huldericus Schmidel, aparecida en el año 1599, llego a la conclusión de que los indios representados en ellos no tienen otras armas esenciales que macanas, escudos, dardos en trisulco y arcos con sus respectivas flechas. Es decir, que hasta el año 1544, último del expedicionario Schmidel, no se habla de Hondas ni Boleadoras. Es ese expedicionario quien menciona por primera vez y muy superficialmente, el hecho de que unos nativos matasen a su jefe con unas piedras atadas con un cordel. Por lo tanto, es desde esa época en que, posiblemente, la 58

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macana o rompecabezas fuese trocada en arma más liviana que favoreciese el libre movimiento del brazo que las manejaba. Como una y otra arma consistían en varas con peso agresivo o no en la punta, la transformaron en bola perdida, es decir, en una cuerda que representaba la vara y una bola de piedra en el extremo que supliese la maza. Con esto, no sólo ganaron los indios en liviandad para su manejo en la pelea o ataque cuerpo a cuerpo, sino que podían arrojarla a distancia aprovechando el impulso que le imprimía al revolearla la fuerza centrífuga. Ya Ameghino dice que esta bola perdida consistía en una bola de piedra más o menos redondeada y atada a una correa (de unos 60 u 80 centímetros de largo) y con cuya ayuda las revoleaban lanzándolas a distancias extensas con extraordinaria puntería. Y, según este mismo autor en su libro "La Antigüedad del Hombre en el Plata", esas piedras podían ser de diorita, granito, pórfido, gneiss o micaesquisto. Su diámetro mayor variaba entre los 58 y 75 milímetros y la casi totalidad de ellas, llevaban un surco para que no escapase la lonja que las aprisionaba y servía a la vez de manija. (1)

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"La bola llamada perdida, es la de piedra o metal, trabajadas por ellos mismos, del tamaño de una de turcos. La atan a un pedazo de lazo largo como una vara o un poco más y en el otro extremo que es por donde la toman para manejarla la ponen plumas de avestruz. La volean sobre la cabeza, como la honda y la despiden con acierto a bastante distancia". Diario del Capitán de Fragata Don Juan F. Aguirre. Año 1877.

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Únicamente en un grabado del siglo XVIII (es probable que lo haya sido en su comienzo) reproducido por F.F. Outes y C. Bruch en "Los Aborígenes de la Argentina", se ve a una familia de araucanos donde su jefe, mercando con un extranjero, y a pesar de su aparente tranquilidad, no ha dejado ni por un momento una bola suspendida por un cordel que, sin duda alguna, es la bola perdida de la cual nos habló Ameghino. Yo me figuro lo terrible que debió haber sido esa arma india en manos de un experto a juzgar por las mentas que un hombre dejó en mi pueblo. No hace muchos años vivió en Chascomús un temido paisano apodado"bola de oro", cuya única defensa en sus innumerables reyertas lo constituía una bola de bronce con la cual atacaba a sus enemigos. Dicha bola había sido una vieja perilla de cama rellena de plomo y sujeta a la mano por una cadena de hierro. Con movimientos circulares y a veces en forma de ocho, se defendía impidiendo el acercamiento del contrario y espiando su menor descuido para desmayarle de un golpe. La circunstancia de que el sujeto mantuviese la bola con una cadena, explicaba su único peligro de quedar indefenso sí le cortaban la manija. Recuerdo también que la vulgaridad veía en este hombre una extraña ocurrencia y una curiosa habilidad aureoleada por la fantasía y no el mandato supremo de una ley atávica, al hacerle reproducir a través de doscientos años una costumbre de sus antepasados indios. Ahora, meditando en estos casos, llego a la conclusión de que la bola perdida debió desaparecer de 60

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su uso con la aparición del caballo en las praderas pampeanas. Los equinos que trajera Mendoza, se habían multiplicado de una manera extraordinaria en menos de un siglo, y había llegado "el indio -como dice Schoo Lastra en "El Indio del Desierto"- a uno de esos momentos trascendentales que dividen dos etapas en la vida de una raza". Ya dejaba de estar pegado a la tierra y librado a su exclusivo esfuerzo. El caballo le facilitaba la caza y le imponía en la guerra. Se transmutó en un instante en un hombre fuerte y poderoso, y por lo tanto, habiendo cambiado de vida fatalmente tendría que mudar de medios. Empezó por abandonar arcos, flechas jabalinas y bolas perdidas, para aviarse de boleadoras y chuzas. Indudablemente que hubo una transición valorable. Comenzó por ver el indio que su hermano el de las montañas, el que vivía allegado a los lugares pedregosos influenciado tal vez por los conquistadores, transformaba a las bolas perdidas en hondas