El Laberinto Ardiente

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First published in the USA by Disney • Hyperion, an imprint of Disney Book Group, and Great Britain By Puffin Books 2018 The moral rightof the author has beenasserted CoverIllustrationbyMaximilianMeinzold DesignedbyJoann Hill ISBN: 978-0-141-36402-5 Text Copyright © Rick Riordan, 2018 Visit www.DisneyBooks.com Visit ReadRiordan.com

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Esta traducción es una NO oficial realizada por la página en redes sociales ΨSesos de AlgaΨ La traducción fue hecha por fans, dedicada a los fans, sin el propósito de ganar dinero por medio de dicho libro. Si este libro llega a tus manos, te pedimos que apoyes al autor, ya sea comprando sus libros, compartiendo sus obras, o siguiéndolo por redes sociales. Agradecemos a todos aquellos que se ofrecieron a la realización de dicha traducción.

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ÍNDICE Dedicatoria

Capítulo 18

Capítulo 36

Capítulo 1

Capítulo 19

Capítulo 37

Capítulo 2

Capítulo 20

Capítulo 38

Capítulo 3

Capítulo 21

Capítulo 39

Capítulo 4

Capítulo 22

Capítulo 40

Capítulo 5

Capítulo 23

Capítulo 41

Capítulo 6

Capítulo 24

Capítulo 42

Capítulo 7

Capítulo 25

Capítulo 43

Capítulo 8

Capítulo 26

Capítulo 44

Capítulo 9

Capítulo 27

Capítulo 45

Capítulo 10

Capítulo 28

Capítulo 46

Capítulo 11

Capítulo 29

Capítulo 47

Capítulo 12

Capítulo 30

Capítulo 13

Capítulo 31

También de Rick Riordan

Capítulo 14

Capítulo 32

Capítulo 15

Capítulo 33

Capítulo 16

Capítulo 34

Capítulo 17

Capítulo 35

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La tumba del Tirano Acerca del Autor

Para Melpómene, la musa de la tragedia, espero que estés satisfecha contigo misma.

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La Profecía Oscura Las palabras rescatadas por la memoria se incendiarán, Antes de que la luna nueva asome por la Montaña del Diablo. El señor mudable a un gran reto se enfrentará, Hasta que el Tíber se llene de cuerpos sin término. Pero hacia el sur debe seguir su curso el sol, Por laberintos oscuros hasta tierras de muerte que abrasa Para dar con el amo del caballo blanco y veloz Y arrancarle el aliento de la recitadora del crucigrama. Al palacio del oeste debe ir Lester; La hija de Deméter encontrará sus raíces de antaño. Solo el guía pezuña sabe cómo no perderse Para recorrer el camino con las botas de tu adversario. Cuando se conozcan los tres y al Tíber lleguen con vida, Apolo empezará entonces su coreografía.

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1 Antes fui Apolo Hoy una rata en el Laberinto Manden ayuda. Y cronuts

N

O. Me niego a compartir esta parte de mi historia. Fue la peor, la más humillante y la más espantosa semana en mis más-de-cuatro-mil años de vida. Tragedia. Desastre. Desamor. No te contaré acerca de eso. ¿Por qué sigues aquí? ¡Vete! Al parecer, por desgracia, no tengo otra opción. Sin duda, Zeus espera que te cuente la historia como parte de mi castigo. No es suficiente haberme convertido –el antes divino Apolo– en un adolescente mortal con acné, flacidez y con el seudónimo de Lester Papadopoulos. No es suficiente haberme enviado en una misión peligrosa para liberar a cinco Oráculos grandes y antiguos de un trío de malvados emperadores romanos. ¡Ni siquiera es suficiente haberme esclavizado–su anteriormente hijo favorito– a una mandona semidiosa de doce años llamada Meg! Además de todo eso, Zeus quiere que registre mi vergüenza para la posteridad. Muy bien. Pero te he advertido. En estas páginas solo sufrimiento aguarda. 8

¿Dónde empezar? Con Grover y Meg, por supuesto. Durante dos días habíamos viajado por el Laberinto–a través de abismos de oscuridad y alrededor de lagos de veneno, atravesando centros comerciales en ruinas sólo con tiendas de descuentos de Halloween y bufets cuestionables de comida china. El Laberinto podía ser un lugar desconcertante. Como una red de cabello bajo la piel del mundo mortal, conectaba sótanos, alcantarillas y túneles olvidados alrededor del mundo sin considerar las reglas del tiempo y del espacio. Uno podía entrar en el Laberinto a través de una boca de acceso en Roma, caminar diez pasos, abrir una puerta y encontrarse en un campo de entrenamiento para payasos en Buffalo, Minnesota. (Por favor no preguntes. Fue traumático.) Habría preferido evitar el Laberinto completamente. Tristemente, la profecía que recibimos en Indiana había sido bastante específica: A través de laberintos oscuros a tierras de muerte ardiente. ¡Divertido! La solitaria guía pezuña el camino sabe. Excepto que nuestra guía pezuña, el sátiro Grover Underwood, no parecía conocer el camino. — Estás perdido. — dije, por cuadragésima vez. — ¡No lo estoy! — protestó él. Él trotaba en sus holgados jeans y remera teñida de verde, sus pezuñas de cabra se tambaleaban en sus especialmente modificadas New Balance 520s1. Una gorra de rasta roja cubría su cabello curvo. 1

Calzado deportivo popular en Estados Unidos

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El por qué pensó que ese disfraz lo ayudaba más a pasar por humano no podría decirlo. Los bultos de sus cuernos bajo el sombrero eran claramente visibles. Sus zapatos se salían de sus pezuñas tantas veces al día, que ya me estaba cansando de ser su recogedor de zapatillas. Él frenó frente a un pasillo en forma de T. En cualquier dirección, paredes de piedra tosca marchaban hacia la oscuridad. Grover tiró de su desordenada chiva2 de cabra. — ¿Y bien? — preguntó Meg. Grover se sobresaltó. Como yo, rápidamente había llegado a tener miedo cuando Meg se disgustaba. No es como si Meg McCaffrey luciera terrorífica. Ella era pequeña para su edad, con ropas de los colores de luces de tráfico– vestido verde, pantalones amarillos, zapatillas rojas–todo gastado y sucio gracias a nuestros muchos arrastres por túneles estrechos. Telarañas moteaban su oscuro cabello estilo page. Los vidrios de sus anteojos de ojos de gato estaban tan sucios que no podía imaginar como ella siquiera veía. En general ella se veía como una niña de jardín que acababa de sobrevivir a un feroz pleito por la posesión de un columpio. Grover señaló al túnel de la derecha. — Es-estoy bastante seguro de que Palm Springs es por ese lado. — ¿Bastante seguro? — preguntó Meg — ¿Cómo la última vez cuando caminamos dentro de un baño y sorprendimos a un cíclope en el inodoro?

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Porción de pelo que se deja crecer en la punta de la barbilla.

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— ¡Eso no fue mi culpa! — protestó Grover. — Además, esta dirección huele correctamente, como… a cactus. Meg olfateó el aire. — A mí no me da el olor a cactus. — Meg, — dije— el sátiro se supone que es nuestro guía. No tenemos más opción que confiar en él. Grover resopló. — Gracias por el voto de confianza. Te recuerdo que: ¡Yo no pedí ser mágicamente invocado por medio país para despertar en un cultivo de tomates en una terraza de Indianápolis! Valientes palabras, pero él mantuvo sus ojos en los anillos gemelos alrededor de los dedos del medio de Meg, tal vez preocupado de que ella invocara sus cimitarras doradas y lo conviertiera en un cabrito asado. Desde que supo que Meg era hija de Deméter, la diosa de hacer crecer cosas, Grover Underwood había estado más intimidado por ella que por mí, una antigua deidad Olímpica. La vida no era justa. Meg se limpió la nariz. — Bien. Sólo que no creí que estaríamos deambulando aquí abajo durante dos días. La luna nueva es en… — Tres días más. — dije interrumpiéndola. — Lo sabemos. Quizás fui muy brusco, pero no necesitaba un recordatorio acerca de la otra parte de la profecía. Mientras viajábamos al sur para encontrar el próximo Oráculo, nuestro amigo Leo Valdez estaba volando desesperadamente en su dragón de bronce hacia el Campamento Júpiter, el campo de entrenamiento de semidioses romanos en California del Norte, esperando poder advertirles acerca 11

del fuego, muerte y desastre que se supone enfrentarían durante la luna nueva. Intenté suavizar mi tono: —Tendremos que suponer que Leo y los romanos pueden enfrentarse a lo que sea que esté viniendo en el norte. Nosotros tenemos nuestra propia tarea. — Y nuestros propios incendios. — Grover suspiró. — ¿Qué quieres decir? — preguntó Meg. Como había sido costumbre en los dos últimos días, Grover se mantuvo evasivo. — Es mejor no hablar de eso… aquí. Él miró nerviosamente alrededor, como si las paredes pudieran tener orejas, lo que era una posibilidad inconfundible. El Laberinto era una estructura viva. Juzgando por el olor que emanaba de alguno de los corredores, estaba bastante seguro de que tenía un intestino delgado, al menos. Grover se rascó las costillas. — Intentaré llevarnos allí rápido, chicos. — prometió. — Pero el Laberinto tiene una mente propia. La última vez que estuve aquí, con Percy… Su expresión se volvió triste, como usualmente lo hacía cuando él hablaba de sus viejas aventuras con su mejor amigo Percy Jackson. No podía culparlo. Percy era un semidiós práctico para tener cerca. Desafortunadamente, él no era tan fácil de invocar en un cultivo de tomates como nuestro guía sátiro lo había sido. Puse mi mano en el hombro de Grover. 12

— Sabemos que estás haciendo lo mejor que puedes. Sigamos andando. Y si mientras hueles el cactus, pudieras mantener tus fosas nasales abiertas para el desayuno–tal vez café y cronuts de maple de limón–sería grandioso. Seguimos a nuestro guía por el túnel de la derecha. Pronto el pasaje se estrechó y se alargó, forzándonos a agacharnos y caminar en fila india. Permanecí en medio, el lugar más seguro para estar. Puede que no encuentres esto valiente, pero Grover era un señor de lo Salvaje, miembro del Consejo gobernantes de Ancianos Pezuña. Presuntamente, él tenía grandes poderes, aunque aún no lo había visto usarlos todavía. En cuanto a Meg, ella podía no solo empuñar sus dos cimitarras doradas, sino que también podía hacer increíbles cosas con paquetes de semillas de jardinería, que había acumulado en Indianápolis. Yo, por otro lado, me había vuelto más débil y más indefenso cada día. Desde nuestra batalla con el emperador Commodus, a quien cegué con una ráfaga de luz divina, no había sido capaz de invocar ni siquiera la parte más pequeña de mi antiguo poder divino. Mis dedos se habían vuelto perezosos en el traste del tablero de mi ukelele de combate. Mis habilidades de arquería se habían deteriorado. Incluso había fallado un tiro cuando había disparado a ese cíclope en el inodoro. (No estoy seguro quien de los dos estaba más avergonzado). Al mismo tiempo, las visiones en vigilia que a veces me paralizaban se habían vuelto más frecuentes y más intensas. No había compartido mis inquietudes con mis amigos. Aún no. Quería creer que mis poderes estaban simplemente recargándose. Nuestras pruebas en Indianápolis casi me habían destruido, después de todo. 13

Pero había otra posibilidad. Había caído del Olimpo y me había estrellado con fuerza en un basurero en Manhattan en enero. Ahora era marzo. Eso significaba que había sido humano por casi dos meses. Era posible que mientras más me mantuviera como mortal, más débil me volvería, y sería más difícil volver a mi estado divino. ¿Había sido de esa forma las últimas dos veces que Zeus me exilió a la tierra? No podía recordarlo. Algunos días ni siquiera podía recordar el sabor de la ambrosia, o los nombres de mis caballos que tiraban de mi carruaje solar, o la cara de mi hermana gemela, Artemisa. (Normalmente habría dicho que eso era una bendición, no recordar el rostro de mi hermana, pero la extrañaba terriblemente. No te atrevas a decirle que dije eso.) Nos deslizamos a lo largo del corredor, la mágica Flecha de Dodona vibrando en mi carcaj como un teléfono en silencio, como si pidiera ser tomada y consultada. Traté de ignorarla. Las últimas veces que pedí consejo a la flecha, había sido inútil. Peor, había sido inútil en inglés shakesperiano, con tantos tú, vosysi3, de los que ciertamente4 puedo soportar. Nunca me gustaron los 90’s. (Quiero decir 1590.) Quizás podría consultar con la flecha cuando hayamos llegado a Pal Springs. Si llegábamos a Palm Springs… Grover frenó frente a otra T. Él olfateó a la derecha, luego a la izquierda. Su nariz tembló como un conejo que acaba de oler a un perro.

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En el original: “thees, thous and yea”, vocablos propios de inglés shakesperiano.

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En el original: “verilys”, adverbio propio de inglés shakesperiano.

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De repente exclamó ‘¡Atrás!’ y se lanzó hacia atrás. El corredor era tan estrecho que se derrumbó en mi regazo, lo que me forzó a derrumbarme en el regazo de Meg, quien cayó sentada con un gruñido sorprendido. Antes de que pudiera lamentarme de que yo no hago masajes de grupo, mis oídos estallaron. Toda la humedad fue absorbida del aire. Un hedor agrio pasó encima de mí–como alquitrán fresco en una autopista en Arizona–y a través del corredor frente a nosotros rugió una lámina de fuego amarillo, un latido de puro calor que paró tan pronto como había comenzado. Mis oídos crujieron… posiblemente por la sangre hirviendo en mi cabeza. Mi boca estaba tan seca que era imposible tragar. No podía decir si yo estaba temblando incontrolablemente, o si los tres lo estábamos. — ¿Qu-qué fue eso? — me pregunté por qué mi primer instinto había sido decir quién. Algo acerca de esa explosión se había sentido horriblemente familiar. En el persistente humo amargo, creí detectar el hedor de odio, frustración y hambre. La gorra de rastas roja de Grover humeaba. Él olía a cabello quemado. — Eso, — dijo débilmente, — significa que nos estamos acercando. Necesitamos apurarnos. — Como he estado diciendo, — Meg gruñó. — Ahora quítate de encima. — ella me dio un rodillazo en el trasero. Luché para levantarme, al menos tanto como pude en el estrecho túnel. Con el fuego pasado, mi piel se sentía pegajosa. El corredor frente a nosotros se había vuelto oscuro y silencioso, como si posiblemente hubiera sido el conducto de ventilación del fuego del infierno, pero he pasado suficiente tiempo en el carro solar como 15

para determinar el calor que desprendían las llamas. Si hubiéramos sido atrapados en la explosión, habríamos sido ionizados en plasma. —Tenemos que ir a la izquierda, — decidió Grover. —Um, — dije, — izquierda es la dirección por la que vino el fuego. —También es el camino más rápido. — ¿Qué tal si retrocedemos? — sugirió Meg. —Chicos, estamos cerca. — insistió Grover. — Puedo sentirlo. Pero hemos deambulado en su parte del laberinto. Si no nos apuramos… ¡Screee! El sonido hizo eco desde el corredor detrás de nosotros. Quería creer que era algún sonido mecánico aleatorio que el Laberinto a veces generaba: puertas de metal balanceándose en bisagras oxidadas, o un juguete operado a baterías de la tienda de liquidación de Halloween rodando a un foso sin fondo. Pero la mirada en el rostro de Grover me dijo lo que ya sospechaba: el sonido era el grito de una criatura viviente. ¡SCREEE! El segundo grito era más enojado, y mucho más cercano. No me gustaba lo que Grover había dicho sobre que estábamos en “su parte del laberinto”. ¿A quién se refería con su? Ciertamente no quería correr hacia un pasillo que tenía una instalación de parrilla instantánea, pero, por el otro lado, el grito detrás de nosotros me lleno de terror. — Corremos, — dijo Meg. — Corremos, — Grover estuvo de acuerdo. 16

Huimos por el túnel de la izquierda. La única buena noticia: era ligeramente más amplio, permitiéndonos correr por nuestras vidas con más espacio para darnos codazos. En el próximo cruce de caminos, giramos a la izquierda de nuevo, luego tomamos inmediatamente la derecha. Saltamos un pozo, subimos una escalinata y bajamos corriendo otro pasillo, pero la criatura detrás de nosotros parecía no tener problemas en seguir nuestro rastro. ¡SCREEE! gritó desde la oscuridad. Conocía ese sonido, pero mi defectuosa memoria humana no podía ubicarlo. Algún tipo de criatura aviaria. Nada lindo como un periquito o una cacatúa. Algo de las regiones infernales–peligroso, sediento de sangre, muy maniático. Salimos a una cámara circular que lucía como el fondo de un pozo gigante. Una angosta rampa subía en espiral por el lateral de la tosca pared de ladrillos. ¿Qué habría en la cima?, no podía decirlo. No veía otras salidas. ¡SCREEE! El grito raspó contra los huesos de mi oído medio. El revoloteo de alas hacía eco desde el corredor detrás de nosotros– ¿o estaba escuchando múltiples pájaros? ¿Acaso estas cosas viajaban en bandadas? Las he enfrentado antes. ¡Maldita sea, debería saber esto! — ¿Ahora qué? — preguntó Meg. — ¿Subimos? Grover miró fijamente la penumbra más arriba, su boca colgando abierta. — Esto no tiene sentido. Esto no debería estar aquí. — ¡Grover! — dijo Meg. — ¿Arriba o no? — ¡Sí, arriba! — exclamó. — ¡Arriba es bueno! 17

— No, — hablé, mi nuca hormigueaba de pavor. — No lo lograremos. Necesitamos bloquear este pasillo. Meg frunció el ceño. — Pero… — ¡Magia de planta! — grité. — ¡Rápido! Una cosa diré sobre Meg: cuando necesitas cosas de plantas hechas mágicamente, ella es tu chica. Hurgó los bolsillos de su cinturón, desgarró un paquete de semillas y las arrojó hacia el túnel. Grover sacó su flauta de pan. Tocó una animada danza para estimular el crecimiento mientras Meg se arrodillaba delante de las semillas, su rostro se arrugó en concentración. Juntos, el señor de lo Salvaje y la hija de Deméter hacían un dúo de super jardinería. Las semillas erupcionaron en plantas de tomate. Sus tallos crecieron entrelazándose a través de la boca del túnel. Hojas se desplegaron con ultra-rapidez, tomates se hincharon como frutas del tamaño de un puño. El túnel estaba casi cerrado cuando una oscura sombra emplumada pasó como una ráfaga a través de un hueco en la red. Garras rasgaron mi mejilla izquierda cuando el pájaro pasó volando, fallando por poco en darle a mi ojo. La criatura sobrevoló la habitación, chillando en triunfo, luego se asentó en la rampa en espiral a tres metros encima de nosotros, observándonos con redondos ojos dorados como faros. ¿Un búho? No, era el doble de grande, del espécimen más grande de Atenea. Su plumaje relucía de negro obsidiana. Elevó una áspera zarpa roja, abriendo su pico dorado y, usando su ancha lengua negra, lamió la sangre de su garra–mi sangre. 18

Mi visión se volvió borrosa. Mis rodillas se transformaron en goma. Estaba vagamente consciente de los otros sonidos viniendo del túnel–alaridos frustrados, el batir de alas mientras más pájaros demonios golpeaban contra las plantas de tomate, intentando entrar. Meg apareció a mi lado, sus cimitarras parpadeando en sus manos, sus ojos fijos en el gran pájaro oscuro sobre nosotros. — ¿Apolo, estás bien? — Estriges, — dije, el nombre flotando desde lo más recóndito de mi frágil mente mortal. — Esa cosa es un estriges. — ¿Cómo lo matamos? — preguntó Meg. Siempre del tipo práctico. Toqué los cortes en mi cara. No podía sentir ni mi mejilla ni mis dedos. — Bueno, matarlo podría ser un problema. Grover gritó mientras los estriges de afuera chillaban y se arrojaban a sí mismos a las plantas. — Chicos, tenemos seis o siete más intentando entrar. Esos tomates no van a detenerlos. — Apolo, respóndeme ahora mismo, — ordenó Meg. — ¿Qué necesito hacer? Quise obedecer. Realmente lo hice. Pero estaba teniendo problemas con formar palabras. Me sentía como si Hefesto hubiera acabado de realizar una de sus famosas extracciones de dientes en mí y aún estuviera bajo las influencias del néctar de la risa. — Ma-matar al pájaro te maldecirá, — finalmente articulé. — ¿Y si no lo mato? — preguntó Meg. 19

— Oh, entonces te d-destripará, beberá tu sangre y comerá tu carne. — me reí, aunque tenía la sensación de que no había dicho nada divertido. — Aparte, no dejes que un estriges te rasguñe. ¡Eso te paralizará! Como demostración, caí de costado. Sobre nosotros, el estrige extendió sus alas y se abalanzó hacia abajo.

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2 Soy una maleta Encintado a la espalda de un sátiro

–D

La. Peor. Mañana. De. Mi. Vida etente— Grover exclamó. — ¡Venimos en paz!

El pájaro no estaba impresionado. Atacó, fallando por poco en darle a la cara del sátiro sólo porque Meg arremetió con sus cimitarras. El estrige viró, haciendo piruetas entre sus cuchillas, aterrizando ileso un poco más arriba en la rampa en espiral. ¡SCREE! El estrige chilló, agitando sus plumas. — ¿Qué quieres decir con que “tienes que matarnos”? — preguntó Grover. Meg frunció el ceño. — ¿Puedes hablarle? — Bueno, sí, — dijo Grover. — Es un animal. — ¿Por qué no nos dijiste lo que estaba diciendo antes? — preguntó Meg. — Porque solo estaba gritando ¡Scree! — explicó Grover. — Ahora está diciendo scree como si necesitara matarnos. Intenté mover mis piernas. Éstas parecían haberse vuelto sacos de cemento, lo que encontré vagamente gracioso. Todavía podía mover 21

mis brazos y tenía algo de sensibilidad en mi pecho, pero no estaba seguro de cuánto duraría eso. — ¿A lo mejor podrías preguntarle a la estrige por qué necesita matarnos? — sugerí. — ¡Scree! — dijo Grover. Me estaba cansando del lenguaje estriges. El pájaro respondió con una serie de graznidos y chasquidos. Mientras tanto, fuera en el corredor, los otros estriges chillaban y golpeaban contra la red de plantas. Garras negras y picos dorados se asomaban mordiendo tomates y convirtiendolos en pico de gallo5. Me imaginé que teníamos unos minutos como máximo hasta que los pájaros la reventaran y nos mataran a todos, ¡Pero sus picos filosos como navajas seguro que eran lindos! Grover retorció sus manos. — El estrige dice que ha sido enviado a beber nuestra sangre, comer nuestra carne y destriparnos, no necesariamente en ese orden. Dice que lo siente, pero que es una orden directa del emperador. — Estúpidos emperadores, — Meg refunfuñó. — ¿Cuál? — No lo sé, — dijo Grover. — El estrige sólo lo llama Scree. — ¿Puedes traducir destripar, — ella notó, — pero no puedes traducir el nombre del emperador? Personalmente, yo estaba bien con eso. Desde que dejamos Indianápolis, había perdido un montón de tiempo reflexionando sobre la Profecía Oscura que recibimos en la Cueva de Trofonío. Ya nos habíamos encontrado a Nero y Commodus, y tenía una terrible 5

En español en el original dice “Pico de gallo”. es una variedad de ensaladas que siempre incluyen verduras o frutas frescas cortadas en cuadritos.

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sospecha acerca de la identidad del tercer emperador, a quien todavía teníamos que conocer. De momento, no quería la confirmación. La euforia del veneno de estriges estaba comenzando a disiparse. Estaba a punto de ser comido vivo por un mega-búho chupasangre. No quería más razones para llorar de desesperación. El estrige se lanzó hacia Meg. Ella lo eludió hacia un costado, golpeando la hoja de su cuchilla contra las plumas de la cola del pájaro cuando se precipitaba al pasar, enviando al infortunado pájaro hacia la pared opuesta, donde se estrelló de cara contra el ladrillo, explotando en una nube de polvo de monstruo y plumas. — ¡Meg! — Exclamé. — ¡Te dije que no lo mataras! ¡Vas a ser maldita! — No lo maté. Se suicidó contra la pared. — No creo que las Moiras lo vean de esa forma. — Entonces no les diremos. — ¿Chicos? — Grover señaló a las plantas de tomate, las cuales estaban reduciéndose rápidamente bajo el ataque de las garras y picos. — ¿Sino podemos matar a los estriges quizás deberíamos reforzar la barrera? Él levantó su flauta y tocó. Meg volvió sus espadas en anillos. Ella extendió sus manos hacia las plantas de tomate. Los tallos se espesaron y las raíces lucharon para sostenerse en el suelo de piedra, pero era una batalla perdida. Demasiados estriges estaban ahora apaleando el otro lado, destrozando el nuevo cultivo tan pronto como emergía. — No funciona. — Meg tropezó hacia atrás, su rostro perlado de sudor. — Es todo lo que podemos hacer sin tierra y luz de sol. 23

— Tienes razón. — Grover miró hacia arriba, sus ojos siguiendo la rampa en espiral hacia la penumbra. — Estamos cerca de casa. Si tan solo pudiéramos llegar a la cima antes de que los estriges entren… — Así que subimos, — anunció Meg. — ¿Hola? — Dije miserablemente. — Ex dios paralizado aquí. Grover hizo una mueca hacia Meg. — ¿Cinta adhesiva? — Cinta adhesiva, — ella estuvo de acuerdo. Que los dioses me defiendan de los héroes con cinta adhesiva. Y los héroes siempre parecen tener cinta adhesiva. Meg generó un rollo de un bolsillo de su cinturón de jardinería. Ella me colocó en una posición sentada, espalda con espalda con Grover, entonces procedió a encintarnos alrededor bajo nuestras axilas, atándome al sátiro como si fuera una mochila de excursión. Con la ayuda de Meg, Grover se puso de pie, meciéndome alrededor así que tuve vistas aleatorias de las paredes, el suelo, la cara de Meg y mis propias piernas paralizadas abiertas debajo de mí. — Uh, ¿Grover? — pregunté. — ¿Tendrás la fuerza suficiente para cargarme todo el camino hasta arriba? — Los sátiros somos grandes trepadores, — sollozó. Él inició la estrecha subida, mis pies paralizados arrastrándose detrás de nosotros. Meg siguió, a veces mirando hacia atrás a las plantas de tomate que se deterioraban rápidamente. — Apolo, — dijo, — háblame de los estriges. Escudriñé mi cerebro, buscando por información útil entre el lodo. 24

— Ellos… ellos son aves de mal agüero, — dije. — Cuando aparecen, cosas malas pasan. — Duh, — respondió Meg. — ¿Qué más? — Er, ellos usualmente se alimentan de los jóvenes y débiles. Bebés, gente anciana, dioses paralizados… esa clase de cosa. Ellos se engendran en los máximos confines del Tártaro. Solo estoy especulando, pero estoy bastante seguro de que no son buenas mascotas. — ¿Cómo los ahuyentamos? — ella cuestionó. — Si no podemos matarlos, ¿Cómo los detenemos? — N-no lo sé. Meg suspiró con frustración. — Habla con la Flecha de Dodona. Ve si ella sabe algo. Voy a intentar conseguirnos algo de tiempo. Ella corrió hacia abajo. Hablar con la flecha era la única cosa que podía hacer que mi día se pusiera peor, pero estaba bajo órdenes, y cuando Meg me comandaba no podía desobedecer. Busqué sobre mi hombro, revolví la mano en mi carcaj y tiré hacia afuera el proyectil mágico. — Hola, Sabia y Poderosa Flecha, — dije. (Siempre es mejor empezar con halagos.) — HABÉIS TOMADO VUESTRO SUFICIENTE TIEMPO, — entonó la flecha. — DURANTE INCALCULABLES QUINCENAS HE INTENTADO HABLAR CON VOS. — Han sido casi cuarenta y ocho horas, — dije.

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— CIERTAMENTE, NO SE DESLIZA EL TIEMPO CUANDO UNO ESTÁ ENCARCELADO. VOS DEBISTE INTENTAR Y VER COMO LO QUERÍAS. — Claro. — Resistí la urgencia de quebrar el eje de la flecha. — ¿Qué puedes decirme acerca de los estriges? — DEBO HABLAR CON VOS ACERCA DE–SOSTENED EL TELÉFONO. ¿ESTRIGES? ¿POR QUÉ HABLARÍAS DE ESTOS A MÍ? — Porque ellos matarán–están a punto de matarnos6. —¡FIE! — Gruñó la flecha. —¡VOS DEBES EVITAR TALES PELIGROS! — Nunca lo hubiera pensado, — dije. — ¿Tienes alguna información pertinente sobre los estriges o no, Oh Sabio Proyectil? La flecha zumbó, sin duda intentando acceder a Wikipedia. Niega que use el Internet. Puede, entonces, que solo sea una coincidencia que la flecha sea siempre más útil cuando estamos en un área con Wi-Fi gratis. Grover valientemente arrastró mi penoso cuerpo mortal arriba en la rampa. Inhaló y suspiró, tambaleándose peligrosamente cerca del borde. El piso de la habitación estaba ahora a quince metros por debajo–lo suficientemente lejos para una bonita y letal caída. Podía ver a Meg allí abajo dando vueltas, murmurando para sí misma y sacudiendo más paquetes de semillas de jardinería. Por encima, la rampa parecía infinita. Lo que fuera que esperara por nosotros en la cima, asumiendo que había una cima, permanecía

6

En el original “becausethey are about to killeth–to killus”, el autor hace un juego con el inglés shakesperiano y el inglés moderno

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perdido en la oscuridad. Encontré bastante desconsiderado que el Laberinto no proporcionara un ascensor, o al menos una apropiada barandilla. Al menos la Flecha de Dodona entregó su veredicto: — ESTRIGES SON PELIGROSOS. — Una vez más, — dije, — tu sabiduría trae luz a la oscuridad. —CALLAD VUESTRA BOCA, — la flecha continuó. —LOS PÁJAROS PUEDEN SER ASESINADOS, AUNQUE ÉSTO PUEDE MALDECIR AL ASESINO Y CAUSAR QUE MÁS ESTRIGES APAREZCAN. — Sí, sí. ¿Qué más? — ¿Qué está diciendo? — Grover preguntó entre jadeos. Entre muchas cualidades irritantes, la flecha hablaba únicamente en mi mente, así que no solo yo lucía como una persona demente cuando conversaba con esta, sino que además tenía que constantemente reportar sus divagaciones a mis amigos. — Todavía está buscando en Google, — le contesté a Grover. — Tal vez, Oh Flecha, podrías hacer una búsqueda lógica, “estriges más derrotar”. —¡YO NO USO TALES TRAMPAS! — la flecha tronó. Luego estuvo silenciosa el tiempo suficiente para tipear estriges + derrotar. —LOS PÁJAROS PODRÁN SER REPELIDOS CON ENTRAÑAS DE CERDO, — reportó. —¿TENÉIS ALGUNA? — Grover, — llamé sobre mi hombro, — ¿por casualidad tienes algunas entrañas de cerdo? — ¿Qué? — Se volvió, lo que no fue una forma efectiva de enfrentarme, ya que estaba encintado a su espalda. Él casi arranca 27

mi nariz contra la pared de ladrillos. — ¿Por qué llevaría entrañas de cerdo? ¡Soy vegetariano! Meg trepó la rampa para unirse a nosotros. — Los pájaros casi están dentro, — reportó. — Intenté diferentes tipos de plantas. Intenté invocar a Melocotones… — su voz se quebró con desolación. Desde que entramos al Laberinto, ella había sido incapaz de invocar a su espíritu secuaz de melocotones, quien era conveniente en una pelea, pero demasiado quisquilloso en cuándo y dónde aparecer. Supuse que, al igual que las plantas de tomate, Melocotones no estaba bien bajo tierra. — Flecha de Dodona, ¿Qué más? — grité a este punto. — ¡Tiene que haber algo aparte de los intestinos de cerdo que mantengan a los estriges a raya! —ESPERAD, — la flecha dijo. — ¡OÍD! PARECE SER QUE LOS ARBUTUS PODRÁN SERVIR. — ¿Nuestros-traseros podrán qué7? — exigí. Demasiado tarde Debajo de nosotros, con un repique de alaridos sedientos de sangre, los estriges rompieron la barricada de tomates y revolotearon hacia la habitación.

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En el original “Our-butt-us” el autor hace un juego de palabras ya que suena parecido a “arbutus” que es una planta (ar-but-us).

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3 Estriges apestad Sí, ciertamente digo Bien pésimos que son

−¡A

QUÍ VIENE! — Meg gritó. Honestamente, cada vez que quiero hablar con ella sobre algo importante, ella se calla. Pero cuando estamos enfrenando un peligro obvio, ella gasta aliento gritando Aquí vienen. Grover aumentó su velocidad, mostrando fuerza heroica mientras el redondeaba la rampa, transportando mi flácida carcasa8 encintada detrás de él. Mirando hacia atrás, tenía una perfecta vista de los estriges mientras ellos se arremolinaban en las sombras, sus ojos amarillos centellando como monedas en una fuente sucia. ¿Una docena de pájaros? ¿Más? Dada la cantidad de problemas que nos había traído un solo estriges, no me gustaban nuestras posibilidades contra una bandada entera, especialmente que ahora estábamos alineados como jugosos blancos en una estrecha y resbaladiza cornisa. Dudé que Meg pudiera hacer que todos los pájaros cometieran suicidio al golpearlos de frente contra una pared.

8

Armazón exterior de una cosa/Esqueleto.

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— ¡Arbutus! — Exclamé — La flecha dijo algo acerca de que arbutus repele a los estriges. — Esa es una planta, — Grover jadeo por aire. — Creo que conocí a un arbutus una vez. — Flecha, — dije, — ¿Qué es un arbutus? —¡YO NO LO SÉ! ¡PORQUE FUI NACIDO EN UNA ARBOLEDA, NO ME TOMÉIS POR UNA JARDINERA! Disgustado, empujé la flecha de vuelta en mi carcaj. — Apolo, cúbreme. — Meg puso una de sus espadas en mi mano, luego revolvió su cinturón de jardinería, dando miradas nerviosas a los estriges mientras estos ascendían. El cómo Meg esperaba que la cubriera, no estaba seguro. Yo era basura en el manejo de la espada, incluso cuando no estaba encintado a la espalda de un sátiro y enfrentando blancos que podrían maldecir a cualquiera que los matara. — ¡Grover! — Meg exclamó. — ¿Podemos adivinar qué tipo de planta es un arbutus? Ella desgarró un paquete al azar y arrojó semillas hacia el vacío. Éstas estallaron como granos de palomitas de maíz calientes y formaron ñames9 del tamaño de granadas con tallos de color verde hoja. Éstos cayeron en medio de la bandada de estriges, golpeando a algunos, causando graznidos de sorpresa, pero los pájaros siguieron viniendo. — Esos son tubérculos, — Grover sollozó. — Creo que un arbutus es una planta frutal.

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Ñame es el nombre dado a un grupo de plantas con tubérculos comestibles.

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Meg desgarró un segundo paquete de semillas. Ella bañó a los estriges con una explosión de arbustos salpicados de frutas verdes. Los pájaros simplemente viraron alrededor de ellos. — ¿Uvas? — Grover pregunto. — Grosellas — dijo Meg. — ¿Estás segura? — preguntó Grover. — La forma de las hojas — ¡Grover! — Estallé. — Vamos a restringirnos a botánica militar. ¿Qué es un... ¡PATO! Ahora, gentil lector, tú serás el juez. Estaba haciendo yo la pregunta ¿Qué es un pato? Por supuesto que no. Pese a las posteriores quejas de Meg, yo estaba intentando avisarle que el estrige más cercano estaba volando directamente a su cara. Ella no entendió mi advertencia, por lo que no fue mi culpa. Blandí mi cimitarra prestada, intentando proteger a mi joven amiga. Solo mi terrible propósito y los reflejos rápidos de Meg me impidieron decapitarla. — ¡Para eso! — ella gritó, empujando al estrige a un costado con su otra cuchilla. — ¡Dijiste cúbreme! — protesté. — No quise decir... — Ella gritó de dolor, tropezando mientras un corte sangrante se abría a lo largo de su pierna derecha. Luego fuimos sumidos en una molesta tormenta de garras, picos y alas negras. Meg blandió su cimitarra salvajemente. Un estrige se lanzó hacia mi cara, sus garras a punto de arrancar mis ojos, cuando Grover hizo algo inesperado: él gritó. 31

"¿Cuál es la sorpresa?" debes estarte preguntando. "Cuando estás rodeado por pájaros devora entrañas, es un perfecto momento para gritar." Cierto. Pero el sonido que vino de la boca del sátiro no era un grito ordinario. Este se extendió a través de la cámara como la ola de shock de una bomba, dispersando los pájaros, sacudiendo las piedras y llenándome de frío, irrazonable miedo. Si no hubiera estado encintado a la espalda del sátiro, habría huido. Habría saltado de la cornisa solo para alejarme de ese sonido. Como sea, dejé caer la espada de Meg y apreté mis manos sobre mis orejas. Meg yacía boca abajo en la rampa, sangrando y sin duda parcialmente paralizada por el veneno de estriges, enrollada en una bola y ocultando su cabeza en sus brazos. Los estriges huyeron de vuelta hacia la oscuridad. Mi corazón latía. La adrenalina aumentó a través de mí. Necesité varias respiraciones profundas antes de poder hablar. — Grover, — dije, — ¿Acabas de invocar a Pánico? No podía ver su rostro, pero podía sentir su agitación. Él se tumbó en la rampa, rodando de lado así que quede frente a la pared. — No quise hacerlo. — la voz de Grover estaba afónica. — No lo he hecho en años. — ¿P-pánico? — preguntó Meg. — El grito del dios perdido Pan, — expliqué. Incluso decir su nombre me llenaba de tristeza. ¡Ah, que buenos tiempos que el dios de la naturaleza y yo habíamos tenido en la época antigua, 32

bailando y retozando en lo salvaje! Pan había sido un juguetón de primera clase. Luego los humanos destruyeron la mayoría de lo silvestre, y Pan se desvaneció en nada. Ustedes humanos. Ustedes son la razón por la cual los dioses no pueden tener cosas bonitas. — Nunca he oído a nadie excepto a Pan usar ese poder, — dije. — ¿Cómo? Grover hizo un sonido que era mitad sollozo, mitad suspiro. — Larga historia. Meg gruñó. — Se deshizo de los pájaros, de todas formas. — la oí desgarrando tela, probablemente haciendo una venda para su pierna — ¿Estás paralizada? — Pregunté. — Sí, — murmuró. — De cintura para abajo. Grover se movió en nuestro arnés de cinta. — Todavía estoy bien, pero exhausto. Los pájaros volverán, y no hay forma de que pueda cargarte por la rampa ahora. No dudé de él. El grito de Pan ahuyentaría casi todo, pero era un agotador de magia. Cada vez que Pan lo usaba, él tomaba una siesta de tres días después. Detrás de nosotros, los chillidos de los estriges hacían eco por el Laberinto. Sus alaridos sonaban como si estuvieran transformándose del miedo– ¡Huyamos! –a la confusión: ¿Por qué estamos huyendo? Intenté mover mi pie. Para mi sorpresa, ya podía sentir mis dedos dentro de mis medias. 33

— ¿Puede alguien soltarme? — pregunté. — Creo que el veneno está perdiendo su fuerza. Desde su posición horizontal, Meg usó su cimitarra para cortar la cinta y liberarme. Los tres nos alineamos con nuestras espaldas literalmente contra la pared. Tres sudadas, tristes, patéticas piezas de carnada estriges esperando morir. Debajo de nosotros, los graznidos de los pájaros condenados se volvieron más altos. Ellos volverían pronto más enojados que nunca. A casi quince metros por encima, apenas visible por el débil brillo de las espadas de Meg, nuestra rampa terminaba en un abovedado techo de ladrillos. — Hasta aquí llega la salida, — dijo Grover. — De verdad creí… este conducto se ve como… — Él sacudió su cabeza como si no se atreviera a decirnos lo que esperaba. — No moriré aquí — Meg protestó. Su apariencia decía otra cosa. Ella tenía los nudillos sangrantes y las rodillas peladas. Su vestido verde, un preciado regalo de la madre de Percy Jackson, lucía como si hubiera sido usado como un poste de rascar de un tigre dientes de sable. Ella había desgarrado su calza izquierda y la había usado para tapar el corte sangrante de su muslo, pero la tela estaba ya empapada. Sin embargo, sus ojos resplandecían desafiantes. Los diamantes de imitación todavía brillaban en las puntas de sus lentes ojos de gato. Aprendí a nunca descartar a Meg mientras sus diamantes de imitación todavía brillaran. Ella revolvió sus paquetes de semillas, mirando las etiquetas con los ojos entrecerrados. — Rosas, Narcisos, Calabacín, Zanahorias. 34

— No…— Grover golpeó su palma contra su frente. — Arbutus es como… un árbol floreado. Argh, yo debería saber esto. Comprendí sus problemas de memoria. Yo debería haber sabido muchas cosas: la debilidad de los estriges, la salida secreta más cercana del Laberinto, el número privado de Zeus para poder llamarlo y suplicar por mi vida. Pero mi mente estaba en blanco. Mis piernas habían comenzado a estremecerse–tal vez un signo de que pronto sería capaz de volver a caminar–pero esto no me animó. No tenía ningún lugar al que ir, excepto el elegir si quería morir en la cima o en el fondo de esta cámara. Meg siguió barajando paquetes de semillas. — Nabo, glicina, espinos de fuego, frutillas... — ¡Frutillas! — Grover exclamó tan fuerte que creí que estaba intentando otra ráfaga de Pánico. — ¡Eso es! ¡El arbutus es un árbol de frutillas! Meg frunció el ceño. — Las frutillas no crecen en árboles. Son del género Fragaria, parte de la familia de las rosas. — ¡Sí, sí, lo sé! — Grover revoleó sus manos como si no pudiera decir las palabras lo suficientemente rápido. — Y arbutus está en la familia de los matorrales, pero... — ¿De qué están hablando ustedes dos? — Demandé. Me pregunté si ellos estaban compartiendo la conexión de Wi-Fi de la Flecha de Dodona para buscar información en botánica.com. — Estamos a punto de morir, ¿y ustedes se ponen a discutir sobre géneros de plantas? — ¡Fragaria puede que sea suficientemente cerca! — Grover insistió. — Las frutas de arbutus lucen como frutillas. Es por eso 35

que se le llama árbol de frutillas. Conocí a una dríada de arbutus una vez. Tuvimos este gran argumento por eso. Además, me especializo en el cultivo de frutillas. ¡Todos los sátiros del Campamento Media Sangre lo hacen! Meg observó desconfiadamente a su paquete de semillas de frutillas. — No lo sé. Debajo de nosotros, una docena de estriges volvieron como una ráfaga desde la boca del túnel chillando en un coro de furia predestripadora. — ¡USA LA FRAGGLE-ROCA! — grité. — Fragaria, — corrigió Meg. — ¡LO QUE SEA! En vez de arrojar las semillas de frutilla al vacío, Meg abrió el paquete y lo sacudió alrededor del borde de la rampa con enloquecedora lentitud. — Apúrate. —Busqué a tientas mi arco. — Tenemos quizás unos treinta segundos. — Aguarda. —Meg dejó caer la última de las semillas. — ¡Quince segundos! — Espera. — Meg lanzó hacia el costado el paquete. Ella ubicó sus manos sobre las semillas como si estuviera a punto de tocar el teclado (lo que, por cierto, ella no podía hacer bien, a pesar de mis esfuerzos por enseñarle). — Bien, — dijo. — Ahora.

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Grover levantó su flauta y comenzó a tocar una versión frenética de ‘Strawberry Fields Forever 10’ en el triple de tiempo. Me deshice de mi arco y agarré mi ukelele, uniéndomele en la canción. No sabía si eso ayudaría, pero, si iba a ser desgarrado, al menos quería irme tocando algo de The Beatles. Justo cuando la oleada de estriges estaba a punto de llegar, las semillas explotaron con una pila de fuegos artificiales. Serpentinas verdes se arquearon a través del vacío, anclándose contra la lejana pared y formando una hilera de enredaderas que me recordaron a cuerdas de un laúd gigante. Los estriges podrían haber fácilmente volado a través de los huecos, pero en cambio ellos se volvieron locos, virando para evitar las plantas y chocando entre ellos en medio del aire. Mientras tanto las enredaderas se espesaron, hojas se extendieron, flores blancas florecieron y frutillas maduraron, llenando el aire con una fragancia dulce. La cámara retumbó. Donde sea que las plantas tocaran la piedra, el ladrillo se agrietaba y disolvía, dando a las frutillas un espacio más cómodo para enraizar. Meg quitó sus manos del teclado imaginario. — ¿Está el Laberinto… ayudandonos? — ¡No lo sé! — dije, cambiando furiosamente de un F11 menor a un séptimo. — ¡Pero no pares!

‘Strawberry Fields Forever’ es una canción de la banda británica de rock The Beatles. La canción está inspirada en los recuerdos de la niñez de John Lennon cuando jugaba en el jardín de un hogar infantil llamado Strawberry Field 10

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Letra representativa de la nota musical Fa.

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Con una velocidad imposible, las frutillas se propagaron a través de las paredes en una corriente de verde. Estaba pensando, ¡Wow, imagina lo que las plantas podrían hacer con luz de sol! Cuando el techo abovedado se quebró como una cáscara de huevo. Rayos brillantes apuñalaron la oscuridad. Fragmentos de roca llovieron, aplastando a los pájaros a través de las enredaderas de frutillas (las que, a diferencia de los estriges, crecieron de vuelta casi inmediatamente). Tan pronto como la luz de sol golpeó los pájaros, ellos chillaron y se disolvieron en oscuridad. Grover bajó su flauta de pan. Aparté mi ukelele. Observamos con asombro como las plantas continuaban creciendo, entrelazándose hasta que un trampolín de frutillas se extendió por el área entera de la habitación a nuestros pies. El techo se había desintegrado, revelando un brillante cielo azul. Aire caliente y seco flotaba como el vapor de una olla abierta. Grover alzó su rostro hacia la luz. Él olfateó, lágrimas reluciendo en sus mejillas. — ¿Estás herido? — pregunté. Él me observó. La angustia en su rostro era más dolorosa de ver que la luz del sol. — El aroma de frutillas cálidas, — dijo. — Como el Campamento Media Sangre. Ha pasado tanto tiempo… Sentí un desconocido remordimiento en mi pecho. Palmeé la rodilla de Grover. No había pasado mucho tiempo en el Campamento Media Sangre, el campo de entrenamiento para semidioses griegos en Long Island, pero entendía cómo se sentía. Me pregunté cómo estarían mis hijos allí: Kayla, Will, Austin. 38

Recuerdo sentarme con ellos alrededor de la hoguera cantando ‘Mi Mamá Era un Minotauro’ mientras comíamos malvaviscos quemados de un palito. Tan perfecto compañerismo es raro, incluso en una vida inmortal. Meg se apoyó contra la pared. Su tez estaba pálida, su respiración irregular. Busqué en mis bolsillos y encontré un cuadrado roto de ambrosia envuelto en un pañuelo. No lo guardaba para mí mismo. En mi estado mortal, comer la comida de los dioses podría causarme combustión espontánea. Pero Meg, había descubierto que no siempre estaba contenta de comer su ambrosia. — Come. — Presioné el pañuelo en su mano. — Ayudará a que la parálisis pase más rápido. Ella apretó su mandibular, como si estuviera a punto de gritar, ¡NO QUIERO!, pero aparentemente decidió que le gustaba la idea de tener piernas funcionales de nuevo. Ella comenzó a morder la ambrosia. — ¿Qué hay ahí arriba? — preguntó, frunciendo el ceño al cielo azul. Grover limpió las lágrimas de su cara. — Lo hemos logrado. El Laberinto nos trajo directo a nuestra base. — ¿Nuestra base? — Estaba encantado de que tuviéramos una base. Deseaba que eso significara seguridad, una cama suave y tal vez una máquina de café expreso. — Sí. — Grover tragó nerviosamente. — Asumiendo que queda algo. Vamos a averiguarlo. 39

4 Bienvenido a mi base Tenemos rocas, arena y ruinas ¿Ya mencioné las rocas?

E

LLOS ME DIJERON que alcanzara la superficie. No lo recuerdo.

Meg estaba parcialmente paralizada, y Grover ya me había cargado por la mitad de la rampa, así que se veía mal que yo fuese el único en desmayarse, pero ¿Qué puedo decir? Ese acorde de Fm712 en “Strawberry Fields Forever” debió de haberme afectado más de lo que creí. Si recuerdo los sueños febriles. Ante mí, se levantó una agraciada mujer de piel aceitunada, su largo cabello castaño se encontraba atado en una trenza con forma de dona, su vestido sin mangas era del mismo color que las alas de una polilla. Parecía alrededor de los veinte, pero sus ojos eran como perlas negras, cuyo brillo se adquirió a lo largo de los siglos, un caparazón que oculta las penas guardadas y la decepción. Aquellos eran los ojos de un inmortal que ha visto a las grandes civilizaciones caer.

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Nota musical Fa menor séptima.

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Ambos estábamos parados sobre una plataforma de piedra, en la orilla de lo que parecía una alberca llena de lava. El aire brillaba por el calor. Las cenizas me picaban los ojos. La mujer alzó sus brazos en manera de súplica. Unas esposas al rojo vivo encadenaban sus muñecas. Unas cadenas fundidas la anclaban a la plataforma, a pesar del metal ardiente no parecía quemarla. — Lo lamento — dijo ella. De alguna manera, sabía que no me estaba hablando. Yo era el único observando esta escena a través los ojos de alguien más. Ella solo le había dado malas noticias a la otra persona, terribles noticias, sin embargo, no tenía idea de lo que era. — Podría liberarte si pudiera — continuó ella—, yo la liberaría. Pero no puedo. Dile a Apolo que debe venir. Sólo él puede liberarme, a pesar de que es una… — Ella se ahogó como si un fragmento de vidrio se hubiese atorado en su garganta—. Seis letras — graznó—. Inicia con T. Trampa, pensé, ¡La respuesta es trampa! Me sentí un poco emocionado, de la misma manera cuando estás viendo un programa de juegos y te sabes la respuesta. Si tan solo fuera un participante, piensas, ¡ganaría todos los premios! Luego me di cuenta de que no me gusta este juego. Especialmente porque la respuesta es trampa. Especialmente si esa trampa era el gran premio que me esperaba. La imagen de la mujer se perdió entre las llamas. Me encontré en un lugar diferente, una terraza con la vista a una bahía bañada por la luz de la luna. A la distancia, envuelta en niebla, se alzaba la figura conocida del Monte Vesubio, pero el 41

Vesubio antes de la erupción del 79 EC13 volara la cumbre en mil pedazos, destruyendo Pompeya y aniquilara a miles de romanos. (Puedes culpar a Vulcano por ello. Él estaba teniendo una mala semana.) El cielo nocturno se tornaba violeta, la costa era iluminada solamente por la luna y las estrellas. Debajo mis pies, el piso de la terraza brilla con azulejos de color oro y plata, el tipo de arte que solo unos pocos romanos podían permitirse. En las paredes, la pintura fresca estaba enmarcada en cortinas de seda que debieron de haber costado cientos de miles de denarios. Sabía dónde supuestamente me encontraba: una villa imperial, uno de los miles lugares placenteros que se encontraban en el Golfo de Nápoles en los días del imperio. Normalmente el lugar habría brillado sobre la noche, como un show de poder y exuberancia, pero las antorchas en esta terraza se encontraban apagadas, envuelta en telas negras. En la sombra de una columna, un hombre esbelto se encontraba observando al mar. Su expresión se encontraba obscurecida, pero su postura mostraba impaciencia. Él tiró de su túnica blanca, cruzó sus brazos sobre su pecho y golpeó ligeramente sus sandalias sobre el piso. Un segundo hombre apareció, marchando hacia la terraza con el tintineo de la armadura y con la respiración entrecortada de un luchador pesado. El casco de un guardia pretoriano ocultaba su rostro. Él se arrodilló ante el hombre joven. — Está hecho, princeps.

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Era Común, forma Universal que sustituye el A.C o D.C (Antes o después de Cristo).

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Princeps. Del latín para el primero en línea o primer ciudadano, ese lindo eufemismo que los emperadores romanos solían usar para minimizar su verdadero poder. — ¿Estás seguro esta vez? — preguntó una aguda y joven voz— No quiero más sorpresas. El pretor gruñó. — Muy seguro, Princeps. El guardia tendió sus enormes antebrazos peludos. Los rasguños aún con sangre relucían ante la luz de la luna, como si hubieran arañado desesperadamente su carne. — ¿Qué fue lo que viste? — El joven parecía fascinado. — Su propia almohada — dijo el hombre grande—. Parecía más fácil. El joven rió. — El viejo cerdo se lo merecía. Esperé por años para que él muriera, finalmente podemos anunciar que ha pateado la situla14, ¿Y él tiene las agallas para despertar de nuevo? No lo creo. Mañana será un nuevo, mejor día para Roma. Dio un paso hacia la luz de la luna, mostrando su rostro, un rostro que esperaba no volver a ver. Él era guapo dependiendo del ángulo que lo vieras, a pesar de que sus orejas sobresalían un poco más. Tenía una sonrisa torcida. Sus ojos tenían todo el calor de una barracuda.

situla significa cubeta en latín, la oración en inglés kicked the bucket se emplea para indicar que alguien se ha suicidado. 14

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Incluso si no reconoces sus facciones, querido lector, estoy seguro de que lo conoces. Él es el bravucón demasiado encantador como para ser atrapado; el que piensa en las bromas más crueles, el que tiene a otros para realizar su trabajo sucio y aun así mantiene su reputación intacta ante los profesores. Él es el chico que les jala las patas a los insectos y tortura a los animales callejeros, se ríe con tal deleite que casi te puede convencer de que es una broma inofensiva. Él es el chico que roba el dinero de las placas de colección del templo, detrás del montón de señoras que lo elogian por ser un gran chico. Él es esa persona, una malvada. Y esta noche él obtuvo un nuevo nombre, el cual no predecía un mejor día para Roma. El guardia pretorial inclinó su cabeza. — ¡Alabado sea, César! Desperté de mi sueño temblando. — Buen tiempo — dijo Grover. Me senté. Mi cabeza palpitaba. Mi boca sabía cómo polvo de estriges. Me encontraba sobre una tienda improvisada, una lona de plástico azul colocada en una ladera viendo hacia el desierto. El sol se estaba ocultando. A mi lado, Meg estaba acurrucada y dormida, su mano descansaba en mi muñeca. Supongo que es algo lindo, excepto por el hecho de que sabía dónde habían estado sus dedos. (Pista: en sus fosas nasales.)

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Cerca de un bloque de roca, Grover estaba sentado bebiendo agua de su termo. Juzgando por su fatigada mirada, supuse que él nos había cuidado mientras nosotros dormíamos. — ¿Me desmayé? — pregunté. Él me arrojó el termo. — Yo pensé que tenía el sueño pesado. Has estado así por horas. Tomé un sorbo, luego me froté la mugre de mis ojos, deseando que pudiera quitarme los sueños de mi cabeza así de fácil: una mujer encadenada en una habitación ardiente, una trampa para Apolo, un nuevo César con la sonrisa del típico adolescente psicópata. No pienses en eso, me dije, los sueños no siempre son verdad. No, me contesté. Solo los malos. Como ese. Me enfoqué en Meg, roncando bajo la sombra de nuestra tienda, Su pierna había sido vendada recientemente. Ella vestía una playera limpia sobre su vestido andrajoso. Traté de liberar mi muñeca de su amarre, pero ella apretaba fuerte. — Ella está bien — me aseguró Grover—. Al menos físicamente. Se quedó dormida después de que nos situamos — él frunció el ceño—. Ella no se veía tan feliz de estar aquí. Ella dijo que no puede manejar este lugar. Quería irse. Tenía miedo de que ella saltara de vuelta al laberinto, pero la convencí de que necesitaba descansar primero. Toqué un poco de música para relajarla. Observé a nuestros alrededores, esperando ver qué había afectado tanto a Meg. 45

Debajo de nosotros se extendía un paisaje un poco más hospitalario que Marte. (Me refiero al planeta, no al dios, aunque supongo que tampoco es un gran anfitrión.) Las montañas de ocre eran iluminadas por el sol y rodeaban un valle con campos de golf artificiales, en la tierra estéril se extendían condominios con paredes de estuco blanco y tejas rojas como techo con piscinas. En línea en las calles, las hileras de palmas se alzaban como costuras harapientas. Las calles de asfalto brillaban por el calor. Una neblina de color marrón flotaba en el aire, dando la impresión de que era una salsa acuosa. — Palm Springs — dije. Conocí la ciudad en los ´50. Estoy muy seguro de que organicé una fiesta con Frank Sinatra al final de la calle, por ese campo de golf, pero se sentía como si hubiese sido en otra vida. Probablemente porque lo fue. Ahora la zona parecía mucho menos agradable. la temperatura demasiado abrasadora para una mañana de primavera, el aire tan pesado. Algo iba mal, algo que no podía identificar. Yo escaneé nuestros alrededores. Acampábamos en la cresta de una colina, el desierto de San Jacinto estaba a nuestras espaldas al oeste, la extensión de Palm Springs a nuestros pies al este. Un camino de grava bordeaba la base de la colina, serpenteando hacia el vecindario aproximadamente a media milla más abajo, pero puedo decir que nuestra cima antes fue una gran estructura. Hundidos en la ladera rocosa había media docena de cilindros de ladrillo hueco, cada uno tal vez de nueve metros de diámetro, como las conchas de los molinos de azúcar, pero en ruinas. La estructura tenía diferentes alturas, variaba en los estados de desintegración, pero las tapas estaban al mismo nivel, así que 46

supongo que fueron columnas de soporte para una casa. A juzgar por los sedimentos que se encontraban en la ladera –pedazos de vidrio, tablones carbonizados, grupos de ladrillos ennegrecidos– creo que la casa debió de haberse quemado hace muchos años. Luego me di cuenta: debimos de haber trepado en uno de esos cilindros para escapar del Laberinto. Volteé hacia Grover. — ¿Las estriges? Él sacudió la cabeza. — Si alguno sobrevivió, no se arriesgarían con la luz del día, incluso si pudieran pasar por las fresas. Las plantas han de haber llenado todo el túnel. Él señaló hacia el anillo de ladrillo más lejano, de donde seguramente emergimos. — Nadie entrará ni saldrá por ahí nunca más. — Pero — señalé a las ruinas—. ¿No es esta tu base? Estaba esperando a que él me corrigiera. Oh no, nuestra base es aquella hermosa casa por ese camino que tiene una alberca olímpica, ¡justo al lado del hoyo cincuenta! En cambio, tuvo el valor de parecer satisfecho. — Sí. Este lugar tiene demasiada energía natural. Es un santuario perfecto. ¿No puedes sentir la fuerza de la vida? Recogí un ladrillo carbonizado. — ¿Fuerza de vida? — Verás. —Grover se quitó su gorra y se rascó entre sus cuernos —La forma en cómo las cosas han sido, las dríadas deben 47

de permanecer inactivas hasta el anochecer. Es la única manera en la que pueden sobrevivir. Pero ellas despertarán pronto. La forma en cómo las cosas han sido. Miré hacia el oeste. El sol se estaba escondiendo detrás de las montañas. El cielo era salpicado por gruesas capas de rojo y negro, más apropiado para Mordor que para el sur de California. — ¿Qué es lo que está pasando? — pregunté, no muy seguro de querer saber la respuesta. Grover miró a la distancia con tristeza. — ¿No has visto las noticias? Los incendios forestales más grandes en la historia del estado. Además de las sequías, las olas de calor y los terremotos — él se estremeció—. Miles de dríadas han muerto. Miles más han decidido hibernar. Si estos fueran desastres naturales normales, eso sería lo suficientemente malo, pero… Meg gritó en su sueño. Ella se sentó abruptamente, parpadeando por la confusión. Por el pánico en sus ojos, apuesto que sus sueños han sido aún peores que los míos. — ¿E-estamos realmente aquí? — ella preguntó— ¿No lo soñé? — Todo está bien — dije— Estás a salvo. Ella sacudió la cabeza, sus labios temblaban. — No. No, no lo estoy. Con torpeza, ella se quitó los lentes, como si fuese a manejar mejor sus alrededores con la vista borrosa. — No puedo estar aquí. No de nuevo. — ¿De nuevo? 48

Una línea de la profecía de Indiana saltó a mi memoria: La hija de Deméter encontrará sus raíces antiguas. — ¿Te refieres a que vivías aquí? Meg analizó las ruinas. Ella se encogió de hombros miserablemente, aunque eso puede significar un no lo sé o no quiero hablar de eso, no sabría decir. El desierto parecía un hogar poco probable para Meg –una niña de Manhattan, criada en la casona de Nero. Grover se quedó pensando. — Un hijo de Deméter… Eso tiene mucho sentido. Lo observé. — ¿En este lugar? Un hijo de Vulcano, tal vez. O Feronia, la diosa de los desiertos. O incluso Mefitis, la diosa de los gases venenosos. ¿Pero Deméter? ¿Qué hijo de Deméter se supone que puede crecer aquí? ¿Rocas? Grover parecía insultado. — Tú no entiendes. Una vez que conozcas a todos… Meg gateó afuera desde abajo de la tienda. Inestablemente se puso de pie. — Tengo que irme. — ¡Espera! — suplicó Grover— Necesitamos tu ayuda. ¡Al menos habla con los otros! Meg dudó. —¿Otros? Grover señaló al norte. No podía ver lo que señalaba hasta que me levanté. Luego noté, medio escondidos detrás de los ladrillos 49

en ruinas, una fila de seis estructuras blancas como… ¿Cobertizos de almacenamiento? No. Invernaderos. La más cercana a las ruinas se había derretido y colapsado hace tiempo, sin duda víctima del fuego. Las paredes y techo de policarbonato del segundo cobertizo se habían derrumbado como si fuese una casa de cartas. Pero las otras cuatro estaban intactas. Macetas de arcilla estaban apiladas afuera. Las puertas estaban abiertas. Adentro, la materia vegetal verde se presionaba contra las paredes translucidas –hojas de palmera que parecían manos gigantes empujando para poder salir. No entiendo cómo algo puede vivir en este yermo estéril, especialmente dentro de un invernadero que está hecho para mantener el clima aún más caliente. Definitivamente no quisiera estar cerca de aquellas claustrofóbicas cajas calientes. Grover sonrió alentado. —Estoy seguro de que todos están despiertos ya. Vamos, ¡Les presentaré a la pandilla!

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5 Primeros auxilios de delicias ¡Cúrame de mis múltiples cortes! (Pero sin baba de caracol, por favor)

G

ROVER NOS GUIÓ hacia el primer invernadero intacto, que desprendía un olor parecido al aroma de Perséfone.

No es ningún cumplido. Señorita Primavera solía sentarse a mi lado en las cenas familiares, y ella no tenía pena en compartir su mal aliento. Imagina el hedor de un recipiente lleno de mantillo y caca de lombriz. Sí, cómo amo la primavera. Dentro del invernadero, las plantas se habían apoderado de todo. Lo encontré aterrador, ya que la mayoría eran cactus. Junto a la puerta se encontraba unos cactus de piña del tamaño de un barril, sus espinas amarillas parecían palillos de brochetas. En la esquina de atrás se encontraba un gran Árbol de Josué, sus ramas peludas sostenían el techo. Sobre la otra pared floreció una tuna enorme, docenas de álabes15 eran coronados con frutas moradas que se veían deliciosas, excepto por el hecho de que tenían más espinas que el mazo favorito de Ares. Las mesas de metal crujían debajo del peso de otras delicias –pickleweed16, escobaría

15

Rama de árbol curva hacia la tierra.

16

Planta que requiere grandes cantidades de agua clara o salada para sobrevivir.

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vivípara17, choya18 y docenas más que no pude nombrar. Rodeado por tantas espinas y plantas, encerradas en un calor infernal, tuve un flashback del Coachella set de Iggy Pop en el 2003. —¡Volví! — anunció Grover—. ¡Y traje a unos amigos! Silencio. Incluso en el anochecer, la temperatura dentro estaba muy alta, el aire muy espeso, me imagino que moriré de un golpe de calor en los próximos cuatro minutos. Y eso que era el antiguo dios del sol. Al final la primera dríada apareció. Una burbuja de clorofila que se disparó desde la tuna y estalló en una niebla verde. Las gotitas se unieron en una pequeña chica de piel esmeralda, con cabello amarillo y espinoso, con un vestido de flecos hecho completamente de cerdas de cactus. Su mirada era tan filosa como su vestido. Afortunadamente, era dirigida hacia Grover, no hacia mí. —¿Dónde has estado? — ella demandó saber. — Ah — Grover se aclaró la garganta—. Fui llamado. Un llamado mágico. Te lo contaré después. Pero, mira, ¡Traje a Apolo! ¡Y a Meg, hija de Deméter! Él presentó a Meg como si ella fuese un premio grandioso de The Price Is Right19. — Hmph — dijo la dríada—. Supongo que las hijas de Deméter están bien. Soy Prickly Pear, o Pear, es más corto. 17

Es una planta esférica, rodeada de espinas. Pertenece a la familia de los cactus.

18

Plantas pertenecientes a la familia de los cactus, crecen como arbustos o pequeños árboles muy ramificados. Originarios de Estados Unidos y México. 19

Programa de televisión donde se ganan premios.

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— Hola — dijo Meg débilmente. La dríada dirigió su mirada hacia mí. Por su vestido con espinas, espero no sea del tipo de abrazos. —¿Eres Apolo como el dios Apolo? — ella preguntó—. No lo creo. — Algunos días, ni yo — admití. Gorver escaneó la habitación. —¿Dónde están los demás? Justo en el clavo, otra burbuja de clorofila apareció de entre las plantas. Una segunda dríada apareció –una chica larga en un muumuu20 como la máscara de una alcachofa. Su cabello era un bosque de triángulos de un verde oscuro. Su rostro y brazos brillaban como si fuesen recién engrasados. (Espero y sea aceite y no sudor.) —¡Oh! — chilló ella, al ver nuestra apariencia maltratada—. ¿Están heridos? Pear rodó sus ojos. — Al, déjalo. —¡Pero parecen heridos! — Al se arrastró hacia delante. Ella tomó mi mano. Su tacto era frío y grasoso—. Déjame curar estas cortadas, al menos. Grover, ¿por qué no curaste a estas pobres personas? —¡Lo intenté! ―protestó el sátiro—¡Ellos recibieron mucho daño! Ese podría ser mi lema de vida, pensé: Él recibe mucho daño. 20

Vestido que suelen usar las mujeres en Hawái

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Al recorrió con la punta de sus dedos mis heridas, dejando caminos de sustancia pegajosa como rastro de baba. No era una sensación placentera, pero si cesó el dolor. — Eres Aloe Vera — me di cuenta—. Solía hacer ungüentos de ti. Ella sonrió alegremente. —¡Él me recuerda! ¡Apolo se acuerda de mí! En la parte trasera de la habitación, emergió una tercera dríada del tronco del árbol de Josué –un hombre, cosa que es algo raro. Su piel era de café al igual que la corteza del árbol, su cabello de color olivo era largo y salvaje, su ropa era de color caqui. Él podría haber sido un explorador que recién regresaba de su viaje. — Soy Josué — él dijo—. Bienvenidos a Aeithales. Y en ese momento Meg McCaffrey decidió desmayarse. Podría haberle dicho que desmayarse enfrente de un chico atractivo nunca es algo bueno. Esa estrategia nunca me funcionó alguna vez en miles de años. Sin embargo, siendo buen amigo, la atrapé antes de que su nariz chocara contra la grava. —¡Oh, pobre chica! — Aloe Vera le lanzó a Grover otra mirada fulminante—. Ella está exhausta e hirviendo. ¿No la dejaste descansar? —¡Ella ha dormido toda la mañana! — Bueno, ella está deshidratada. — Aloe colocó su mano en la frente de Meg—. Ella necesita agua. Pear bufó. 54

— Como todos. — Llévala a la Cisterna — dijo Al—. Mellie debe de estar despierta ahora. Estaré ahí en un minuto. Grover se animó. —¿Mellie está aquí? ¿Lo lograron? — Llegaron esta mañana — dijo Josué. —¿Qué hay de los grupos de búsqueda? — presionó Grover—. ¿Alguna pista? Las dríadas intercambiaron miradas. — Las noticias no son buenas — dijo Josué—. Solo un grupo ha logrado regresar y… — Disculpen — interrumpí—. No tengo ni la menor idea de lo que ustedes hablan, pero Meg es pesada. ¿Dónde la puedo poner? Grover se agitó. — De acuerdo. Lo siento. Te mostraré. — Él colgó el brazo izquierdo de Meg sobre sus hombros, cargando la mitad de su peso. Luego encaró a las dríadas. — Chicos, ¿qué les parece si nos vemos en la Cisterna para cenar? Tenemos mucho de qué hablar. Josué asintió. — Avisaré a los demás invernaderos. Y, Grover, nos prometiste enchiladas. Hace tres días. — Lo sé — suspiró Grover—. Traeré más. Juntos, los dos arrastramos a Meg fuera del invernadero. Mientras la llevábamos a lo largo de la colina, le pregunté a Grover algo que me carcomía. 55

—¿Las dríadas comen enchiladas? Él parecía ofendido. —¡Por supuesto! ¿Esperabas que solo comieran fertilizantes? — Bueno… sí. — Estereotipos ―musitó él. Decidí que era mi señal para cambiar de tema. —¿Lo imaginé — pregunté—, o Meg se desmayó porque ella escuchó el nombre de este lugar? Aeithales. Que en griego antiguo significa siempreverde, sino me equivoco. Era un nombre raro para un lugar en el desierto. De nuevo, no tan extraño como dríadas comiendo enchiladas. — Encontramos el nombre tallado en un viejo peldaño — dijo Grover—. Hay muchas cosas que todavía no sabemos sobre las ruinas, pero, como dije, este lugar tiene mucha energía natural. Quienes quieran que hayan vivido aquí e iniciara con los invernaderos… ellos sabían lo que hacían. Desearía poder decir lo mismo. —¿Qué no las dríadas nacieron en los invernaderos? ¿No saben quién las plantó? — La mayoría eran muy jóvenes cuando la casa se quemó — dijo Grover—. Alguna de las plantas más viejas han de saber más, pero ellos han invernado. O — él señaló hacia los invernaderos quemados—, ya no están con nosotros. Observamos un momento en silencio por las dríades que partieron.

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Grover nos condujo hacia el más largo de los cilindros de ladrillo. Juzgando por su tamaño y su posición en el centro de las ruinas, supuse que alguna vez debió ser la columna principal de soporte. Al nivel del suelo, unas aberturas rectangulares rodeaban la circunferencia como ventanas de un castillo medieval. Cargamos a Meg a través de uno de esos y nos encontramos en un lugar muy parecido como el pozo donde peleamos con las estriges. La cima estaba abierta al cielo. Una rampa en espiral conducía hacia abajo, pero afortunadamente a solo seis metros antes de alcanzar el fondo. En el centro del suelo sucio, como el agujero de una dona gigante, brillaba una piscina de azul oscuro, enfriando el ambiente y haciendo la estancia cómoda. Alrededor de la piscina se encontraba un círculo de bolsas para dormir. Floreciendo cactus que se salían de los nichos construidos en las paredes. La Cisterna no era una estructura bonita –nada como el pabellón de comida en el Campamento Mestizo, o el Waystation en Indiana –pero al estar adentro me sentí inmediatamente mejor, a salvo. Entendí de lo que Grover nos había estado hablando. Este lugar transmitía tranquilidad. Llevamos a Meg al final de la rampa sin trastabillar o caer, lo cual consideré una gran hazaña. La dejamos en una de las bolsas para dormir, luego Grover escaneó la habitación. —¿Mellie? — él llamó—. ¿Gleeson? ¿Chicos, están aquí? El nombre de Gleeson me sonó vagamente familiar, pero, como siempre, no pude saber por qué. Ninguna burbuja de clorofila emergió de las plantas. Meg se volteó y musitó algo en sueños… algo acerca de Melocotones. 57

Luego, en la esquina del estanque, una niebla blanca comenzó a juntarse. Formó la figura de una mujer pequeña con un vestido plateado. Su cabello negro flotaba alrededor de ella como si estuviera debajo del agua, revelando sus orejas ligeramente puntiagudas. En un cabestrillo sobre uno de sus hombros ella cargaba a un bebé probablemente de siete meses, con pies encorvados y pequeños cuernos de cabra en su cabeza. Su gordo cachete era aplastado por la clavícula de su madre. Su boca era una verdadera cornucopia de baba. La ninfa de viento (obviamente que lo es) le sonrió a Grover. Sus ojos cafés estaban enrojecidos por la falta de sueño. Ella tenía un dedo en sus labios, indicando que no quería despertar al bebé. No la puedo culpar. Los bebés sátiros a esa edad son ruidosos y alborotados, y pueden comer demasiadas latas a lo largo del día. Grover susurró: —¡Mellie, lo lograste! — Grover, cariño. ―Ella observó la figura durmiente de Meg, luego volteó la cabeza hacia mí ―¿Eres… eres él? — Si te refieres a Apolo — dije—, me temo que sí. Mellie apretó sus labios. — He escuchado rumores, pero nunca les creí. Pobre criatura. ¿Cómo lo estás sobrellevando? En el pasado, me hubiera burlado de cualquier ninfa que se hubiese atrevido a llamarme pobre criatura. Por supuesto, muy pocas ninfas me han mostrado tan poca consideración. Normalmente ahora están muy ocupadas en alejarse de mí. En este momento, la preocupación que mostró Mellie me causó un nudo 58

en la garganta. Estuve tentado a descansar mi cabeza en mi otro hombro y soltar mis penas y problemas. — Yo… estoy bien — logré decir—. Gracias. —¿Y tu amiga durmiente? — preguntó ella. — Sólo está cansada, creo. — Sin embargo, me pregunto si esa era toda la historia con Meg—. Aloe Vera dijo que vendrá en pocos minutos para cuidarla. Mellie parecía preocupada. — De acuerdo. Me aseguraré de que Aloe no se sobre esfuerce. —¿Sobre esforzarse? Grover tosió. —¿Dónde está Gleeson? Mellie escaneó la habitación, como si apenas se diera cuenta de la ausencia de esa persona. — No lo sé. Tan pronto como llegamos aquí, yo me fui a descansar por el día. Él dijo que iba a buscar algunos suministros para acampar. ¿Qué hora es? — Después de la puesta de sol — dijo Grover. — Él ya debió de haber vuelto entonces. — La figura de Mellie se removió en agitación, tornándose borrosa, temí que el bebé cayera por a través de su figura. —¿Gleeson es tu esposo? — adiviné—. ¿Un sátiro? — Sí, Gleeson Hedge — dijo Mellie. Lo recordé, vagamente –el sátiro que navegó junto con los héroes del Argo II. —¿Sabes a dónde fue? 59

— Pasamos una tienda de armas mientras conducíamos, por la colina. Él ama las tiendas de armas. — Mellie volteó hacia Grover—. Él tal vez se distrajo, pero… ¿No podrías echar un vistazo? En ese momento, me di cuenta de qué tan cansado estaba Grover. Sus ojos estaban mucho más rojos que los de Mellie. Sus hombros se cayeron. Sus tubos de caña colgaban de su cuello. A diferencia de Meg y de mí, él no había dormido desde la noche pasada en el Laberinto. Él usó el llanto de Pan, nos puso a salvo, luego se la pasó todo el día cuidándonos, esperando a que las dríadas despertaran. Ahora le estaban pidiendo hacer otra excursión para buscar a Gleeson Hedge. De todas formas, logró sonreír. — No te preocupes, Mellie. Ella le dio un beso en la mejilla. —¡Eres el mejor señor de lo Salvaje de todos! Grover se sonrojó. — Cuida de Meg McCaffrey hasta que regresemos, ¿Podrías? Venga, Apolo. Vamos de compras.

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6 Penachos de fuegos al azar Las ardillas mordisquean mis nervios Cómo amo el desierto

A

PESAR DE LOS miles de años que tengo, aún puedo aprender importantes lecciones de vida. Por ejemplo: nunca vayas de compras con un sátiro.

Encontrar la tienda nos tomó una eternidad, porque Grover siempre se despistaba. Él se detuvo para hablar con una yucca21. Le dio direcciones a una familia de ardillas. Él olió humo y nos llevó a una búsqueda por el desierto hasta que él encontró una colilla de cigarro aún prendido que alguien había aventado al camino. —Así es como se inician los incendios — dijo él, luego responsablemente se deshizo del cigarrillo, pero comiéndoselo. No vi nada a la distancia que se pudiera incendiar. Estoy completamente seguro de que la arena y las rocas no son inflamables, pero nunca discuto con quienes comen cigarrillos. Ambos continuamos con nuestra búsqueda de la tienda de armas. La noche cayó. El horizonte del este resplandeció –no con el mismo tono anaranjado de la luz mortal, sino el siniestro color rojizo

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Plantas que se caracterizan por sus rosetas de hojas con forma de espadas y por sus racimos de flores blancas.

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del infierno. El humo cubría las estrellas. La temperatura apenas había bajado. El aire olía amargo y mal. Recordé la ola de llamas que casi nos incineraron en el Laberinto. El calor parecía tener una personalidad, una malevolencia resentida. Me puedo imaginar a las olas cursando debajo del desierto, cruzando el laberinto, haciendo que el terreno mortal se vuelva un lugar mucho más inhóspito. Pensé en mi sueño de la mujer atada con las cadenas derretidas sobre una plataforma sobre un foso de lava. A pesar de mi borrosa memoria, estoy muy seguro de que esa mujer era la Sibila Eritrea, la siguiente Oráculo que había que liberar de los emperadores. Algo me dijo que ella estaba aprisionada en el centro de… lo que sea que fuera que generara aquellos fuegos subterráneos. No me veo encontrándola. — Grover — dije—, en el invernadero, ¿No mencionaste algo sobre grupos de búsqueda? Él me miró por encima, tragó dolorosamente, como si la colilla de cigarro siguiera atorada en su garganta. — Los sátiros y dríadas más fuertes han estado surcando el área por meses. — Volvió a posar sus ojos en el camino—. No tenemos muchos buscadores. Con los incendios y el calor, los cacti son los únicos espíritus naturales que se pueden seguir manifestando. Además, sólo unos pocos han vuelto con vida. El resto… no sabemos. —¿Qué es lo que están buscando? — pregunté—. ¿La fuente de los incendios? ¿El emperador? ¿El Oráculo? Los zapatos de Grover se resbalaron y patinaron sobre la grava.

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— Todo está conectado. Tiene que estarlo. No sabía del Oráculo hasta que me lo dijiste, pero, si el emperador la está escondiendo en el laberinto, es porque lo protege. Y el laberinto es la fuente de nuestros problemas. — Cuando dices laberinto ―dije—, ¿te refieres al Laberinto? — Parte de. — El labio inferior de Grover tembló—. La red de túneles debajo el Sur de California, asumimos que es la parte más larga del Laberinto, pero algo le ha estado pasando. Es como si esa sección del laberinto hubiese sido… infectada. Como si tuviera fiebre. Los incendios se han estado acumulando, fortaleciendo. A veces ellos crean y arrojan… ¡Ahí! Él apuntó hacia el sur. A un cuarto de milla hacia la colina más cercana, una pluma de llama amarilla se ventiló hacia el cielo como la punta ardiente de una antorcha. Luego se fue, dejando un camino de roca fundida. Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera estado parado justo ahí. — Eso no es normal — dije. Mis tobillos se sentían débiles, como si yo tuviera los pies falsos. Grover asintió. —Nosotros tuvimos suficientes problemas allá en California: sequía, cambio climático, contaminación, lo mismo de siempre. Pero esas flamas… — Su expresión se endureció—. Es alguna clase de magia que no entiendo. Casi un año he estado ahí afuera, tratando de encontrar la fuente del calor y apagarla. He perdido a muchos amigos. Su voz era frágil. Entiendo sobre perder amigos. A lo largo de los siglos, he perdido a muchos mortales que apreciaba, pero en el 63

momento uno en particular vino a mi mente: Eloísa la grifa, que murió en Waystation, defendiendo su nido, defendiéndose del ataque del Emperador Commodus. Recuerdo su cuerpo frágil, sus plumas desintegrándose en una cama de hierba para gatos en el jardín de Emmie… Grover se arrodilló y tomó entre sus manos un puñado de hierba seca. Las hojas se desmoronaron. — Demasiado tarde — musitó él—. Cuando era un buscador de Pan, al menos tenía esperanza. Pensé que podía encontrar a Pan y que él nos salvaría. Ahora… el dios de la naturaleza ha muerto. Busqué las luces brillantes de Palm Springs, tratando de imaginar a Pan en tal lugar. Los humanos han hecho incontables cosas a la naturaleza. No me sorprende que Pan se haya rendido e ido. Lo que su espíritu les había dejado a sus seguidores –sátiros y dríadas– es la misión de cuidar de la naturaleza. Le pude haber dicho a Pan que esa era una terrible idea. Una vez me fui de vacaciones y le encomendé el reino de la música a mi seguidor Nelson Riddle. Regresé un par de décadas después y encontré la música pop infestada de violines y de coristas, y Lawrence Welk estaba tocando el acordeón en televisión en vivo. Nunca. Más. — Pan estaría orgulloso de tu esfuerzo — le dije a Grover. Incluso a mí me sonó medio entusiasta. Grover se levantó. — Mi padre y mi tío sacrificaron sus vidas buscando a Pan. Solo deseo que tuviéramos más ayuda para cargar con este trabajo. Los humanos parecen indiferentes. Incluso los semidioses. Incluso… Él se calló, pero supuse que iba a decir Incluso los dioses. 64

Tengo que admitir que él tiene un punto. Los dioses normalmente no se molestarían por la muerte de un grifo, o de un par de dríadas, o de un simple ecosistema. Eh, pensamos. ¡No es mi asunto! Entre más tiempo pasaba siendo un mortal, más me afectaban las cosas, incluso las pérdidas más pequeñas. Odiaba ser mortal. Seguimos el camino que bordeaba una comunidad cercada, guiándonos hacia el letrero de luces neón de la tienda. Me fijaba dónde pisaba, preguntándome en qué paso llegaría la flama y me convertiría en Lester flambé. — Dijiste que todo está conectado — recordé—. ¿Crees que el tercer emperador creó este laberinto ardiente? Grover miró hacia todos lados, como si el tercer emperador fuese a saltar de una palmera con un hacha y una máscara. Dada a mis sospechas sobre su identidad, no sería una locura. — Sí — dijo él—, pero no sabemos cómo o por qué. Ni siquiera sabemos dónde está la base del emperador. Y hasta donde sabemos, él se mueve constantemente. — Y… — Tragué saliva, temeroso de preguntar—. ¿La identidad del emperador? — Todo lo que sabemos es que usa un monograma — dijo Grover— Neos Helios. El fantasma de una ardilla me carcomió los nervios. — Griego. Significa Nuevo Sol. — Exacto — dijo Grover—. No es el nombre de algún emperador Romano. 65

No, pensé. Pero es uno de sus títulos favoritos. Decidí no compartir esa información; no aquí en la oscuridad, no con un sátiro asustadizo de compañía. Si confesara lo que sé ahora, Grover y yo nos podríamos quebrar y lloraríamos en los brazos del otro, lo cual sería embarazoso y desesperanzador. Pasamos las puertas de la vecindad: DESERT PALMS. (¿Realmente alguien recibió dinero por pensar en ese nombre?) Seguimos por la calle más cercana a la principal, donde puestos de comida rápida y estaciones de gasolina brillaban. — Espero Mellie y Gleeson tengan nueva información — dijo Grover—. Ellos han estado en Los Ángeles con algunos semidioses. Pensé que ellos tendrían mejor suerte buscando al emperador, o encontrando el nuevo corazón del laberinto. —¿Es por eso por lo que la familia Hedge vino a Palm Springs? — pregunté—. ¿Para compartir información? — En parte. — El tono de Grover escondía una razón triste y oscura sobre la llegada de Mellie y de Gleeson, pero decidí no presionar. Nos detuvimos en la mayor intersección. A través del boulevard estaba un almacén con un letrero que en rojo decía: ¡LA LOCURA MILITAR DE MARCO! El estacionamiento estaba vacío excepto por una vieja Pinto estacionada cerca de la entrada. Leí el letrero de nuevo. Una segunda checada, me di cuenta de que el nombre no era MARCO. Era MACRO. Probablemente desarrollé un poco de dislexia que tienen los semidioses por juntarme con ellos por mucho tiempo. Locura Militar suena como el lugar al que no me gustaría ir. Y Macro, como un largo programa de cosmovisión o un programa 66

de computadora… o algo por el estilo. ¿Por qué ese nombre lanzaba otra manada de ardillas a mi sistema nervioso? — Parece cerrado — dije con pereza—. Debe de ser la tienda equivocada. — No. — Grover señaló al Pinto—. Ese es el carro de Gleeson. Claro que lo es, pensé. Con mi suerte, ¿por qué no lo sería? Quería correr. No me gustaba la manera en la que la luz roja bañaba de rojo el piso. Pero Grover Underwood nos había guiado por el laberinto y, después de nuestra plática de perder amigos, no iba a dejar que perdiera otro. — Bueno, entonces — dije—, vamos a encontrar a Gleeson Hedge.

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7 Los paquetes familiares Deberían ser para pizzas congeladas No para granadas de mano

¿Q

UÉ TAN DIFÍCIL puede ser encontrar a un sátiro en un local de armamento militar? Pues parece que algo.

LA LOCURA MILITAR DE MACRO se extendía en un sinfín de pasillos de equipamiento que ningún ejército respetable querría, cerca de la entrada, había un tacho gigante con un letrero neón púrpura que decía ¡SALACOTES22! ¡LLEVE 3 Y LE DAMOS 1 GRATIS!, también había una exhibición al final del pasillo con un árbol de Navidad construido de tanques de propano con guirnaldas de sopletes para gas, y una placa que decía ¡ES SIEMPRE LA TEMPORADA! Dos pasillos de un cuarto de milla de largo cada uno, estaban enteramente destinados a la ropa de camuflaje en cada posible color: café desierto, verde bosque, gris ártico y rosa chillón, solo en caso de que tu equipo de operaciones especiales necesite infiltrarse una fiesta infantil con temática de princesas. 22

SALAKOT, SOMBRERO SALAKOT, CASCO DE MÉDULA o SOMBRERO DE EXPLORADOR data de mediados del siglo 19, el casco se consideró primero en ser una parte esencial de la ropa militar en los trópicos y más tarde se convirtió en un elemento en un vestido de militar más formal.

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Directorios colgaban en cada pasillo: PARAÍSO DEL HOCKEY, PINES DE GRANADA, BOLSAS PARA DORMIR, BOLSA PARA CADÁVERES, LÁMPARAS DE KEROSENO, TIENDAS DE CAMPAÑA, PALOS LARGOS PARA SEÑALAR. Y a lo lejos, al final de la tienda, tal vez a mitad de un día en caminata, había un tremendo letrero que gritaba ¡ARMAS DE FUEGO! Miré a Grover cuyo rostro se veía más pálido bajo las luces fluorescentes— ¿Deberíamos empezar con los suministros para acampar? —pregunté Las esquinas de su boca fueron bajando conforme él escaneaba una exhibición de picas coloridas como el arcoíris para empalar — Conociendo al entrenador Hedge, se inclinaría por las armas. De esa forma empezamos nuestro viaje hacia la tierra prometida de las ¡ARMAS DE FUEGO!! No me gustaba la iluminación estridente de la tienda, no me gustaba la música tan animada, o el frío extremo del aire acondicionado que hacía sentir el lugar como una morgue. El montón de empleados nos ignoraba. Un joven estaba etiquetando a 50% de descuento una hilera de baños portátiles Porta-PooTM Otro empleado estaba inmóvil y sin expresión, en la caja rápida, como si estuviera en un nirvana de aburrimiento inducido, cada trabajador usaba un chaleco amarillo con el logo de Macro en la espalda: Un sonriente centurión romano haciendo el signo de OK. No me gustaba ese logo tampoco. Al frente de la tienda se alzaba un puesto con un escritorio de recepción detrás de una protección de plexiglás, como la entrada 69

de un guardián en una prisión. Un hombre como un toro se sentaba ahí, su calva cabeza brillaba, las venas en su cuello resaltaban. Su camiseta y enterizo negro podían apenas contener sus abultados brazos musculosos. Sus blancas y tupidas cejas le daban una sobresaltada expresión. Conforme nos veía pasar, su sonrisa hizo que mi piel se encogiera. ―Creo que no deberíamos estar aquí— le murmuré a Grover Ojeó al supervisor — Estoy seguro de que no hay monstruos aquí, los podría oler. Este tipo es humano. Eso no me tranquilizó, algunas de mis personas menos favoritas fueron humanas; sin embargo, seguí a Grover hasta el fondo de la tienda. Como él sospechaba, Gleeson Hedge estaba en la sección de armas de fuego, silbando mientras llenaba su bolsa de compras con visores para rifle y cepillos cilíndricos para armas. Entendía por qué Grover lo llamaba entrenador. Hedge usaba shorts de polyester para el gimnasio de color azul brillante, dejaban expuestas sus peludas y caprinas patas, llevaba una gorra de beisbol roja perforada por sus pequeños cuernos, una camiseta polo blanca y un silbato colgando de su cuello, como si esperase que en algún momento lo llamaran para arbitrar un partido de fútbol. Se veía mayor a Grover, juzgando por su rostro asoleado, pero es difícil de decir con los sátiros. Ellos maduran difícilmente a la mitad de velocidad de los humanos. Sabía que Grover estaba en sus treintas, más o menos, pero sólo dieciséis en contexto sátiro. El entrenador podría estar entre sus cuarentas o centenas en tiempo humano. 70

―¡Gleeson!— le llamó Grover El entrenador nos divisó y sonrió. Su carrito rebotaba con carcaj, cajas de munición y una hilera de granadas sellada en plástico que decía ¡DIVERSIÓN PARA TODA LA FAMILIA! — ¡Hey, Underwood! —Dijo— ¡Enhorabuena! Ayúdame a escoger algunas minas terrestres. Grover brincó — ¿minas terrestres? — Bueno, son solamente cajas vacías —respondió Gleeson, señalando hacia una hilera de latas en forma de frascos— ¡Pero estoy pensando que podríamos llenarlos con explosivos y activarlas de nuevo! ¿Prefieres el modelo Segunda Guerra Mundial o el de Vietnam? —Uh…— Grover me agarró y me mandó al frente — Gleeson, este es Apolo Gleeson se frunció— ¿Apolo?... como ¿Apolo, Apolo?— me escaneó de arriba abajo— Es peor de lo que pensaba. Niño, tienes que hacer más ejercicios para el tronco. —Gracias —suspiré— Nunca había escuchado eso antes. —Podría ponerte en forma —Hedge meditó— Pero primero ayúdenme ¿minas de estaca? ¿claymores 23? ¿Qué piensan? —Pensé que estabas comprado suministros para acampar Gleeson arqueó la ceja— Estos son suministros para acampar. Si tengo que ir a exteriores con mi esposa e hijo, agujereado en ese tanque, ¡me sentiría mucho mejor sabiendo que voy armado

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Claymores, son un tipo de mina terrestre contra personas desarrolladas por ejército de Estados Unidos e inventadas por Norman MacLeod, a diferencia de las minas comunes estas se accionan mediante control remoto lanzando una serie de perdigones como una escopeta.

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hasta los dientes y rodeado de explosivos que detonan a presión! ¡Tengo una familia que proteger! —Pero… —miré a Grover, quién meneó la cabeza como si dijera “No te atrevas”. Para este punto, querido lector, te preguntarás ¿Apolo, por qué protestas? ¡Gleeson Hedge tiene razón! ¿Por qué molestarte con espadas y arcos cuando puedes pelear contra los monstruos con minas terrestres y armas? Bueno, cuando alguien pelea contra fuerza antiguas, las armas modernas no son confiables. Los mecanismos de las armas y bombas estándar de los mortales tienden a derretirse en situaciones sobrenaturales. Las explosiones pueden o no ser efectivas y las municiones regulares sólo sirven para hacer enojar más a los monstruos. Algunos héroes de hecho usan armas, pero sus municiones deben ser elaboradas de metales mágicos: Bronce Celestial, Oro Imperial, Hierro Estigio y demás. Desafortunadamente, éstos materiales son raros. Las balas fabricadas con magia son melindrosas, sólo pueden usarse una vez antes de desintegrarse, a diferencia de una espada hecha de metal que duraría al menos un milenio. No es práctico “disparar y atinar24” cuando luchas contra una hidra o Gorgona. —Pienso que ya tienes un gran surtido de suministros —dije— además Mellie está preocupada. Estuviste fuera todo el día. — ¡No, para nada! —Protestó Hedge— Espera ¿qué horas es? —Está anocheciendo —acotó Grover.

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Spray and pray: refiriéndose a las armas de las cuales sus tiros no son precisos, y bueno se coloca una oración que rime

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El entrenador Hedge pestañeó— ¿De verdad? ¡Ah!, rayos, creo que pasé demasiado tiempo en el pasillo de las granadas. Bueno, ya qué. Supongo que... —Disculpen —dijo una voz a mi espalda. El subsecuente aullido chillón quizá vino de Grover, o posiblemente de mí, ¿Quién estaría seguro? Giré para encontrarme con el enorme calvo del puesto de la recepción, quien se escabulló detrás de nosotros. Eso fue un buen truco, dado que el tipo mide casi dos metros y debe de pesar como trescientas libras. Estaba flanqueado por dos empleados, ambos mirando pasivamente al espacio, sosteniendo pistola para etiquetar. El gerente sonrió, sus cejas tupidas se alzaron, sus dientes eran de tonalidades marfiles como una tumba. —Siento la interrupción —dijo— No tenemos muchas celebridades y sólo quiero asegurarme ¿Eres tú Apolo? Quiero decir… ¿el Apolo? Sonaba complacido con la posibilidad. Miré a mis compañeros sátiros, Gleeson asintió, Grover agitaba su cabeza vigorosamente. ―¿Y si fui Apolo? — le pregunté al gerente. — ¡Oh, no le cobraríamos sus compras! —Lloró el gerente— Desenrollaríamos la alfombra roja. Ese fue un truco sucio, siempre fui un baboso por la alfombra roja. ―Bueno, entonces sí —dije— Yo soy Apolo. El gerente chilló, un sonido no muy alejado al de un jabalí de Erimanto que casi provoca que le disparara en sus cuartos 73

traseros— ¡Lo sabía! Soy un fan. Mi nombre es Macro. ¡Bienvenido a mi tienda! Él miró a sus dos empleados— ¿Podrían traer la alfombra roja, así podremos enrollar a Apolo con ella? Pero primero hagamos que las muertes de los sátiros sean rápidas y sin dolor. ¡Esto es un gran honor! Los empleados alzaron sus pistolas, listos para etiquetarnos cual productos para despachar. ―¡Esperen! —grité. Los empleados dudaron, de cerca podía ver que tan parecidos eran, el mismo pelo grasoso parecido a un trapeador, los mismos ojos vidriosos, las mismas posturas rígidas. Ellos podrían ser gemelos, o (un horrible pensamiento brotó a mi cerebro) productos de una misma línea de ensamblaje. —Yo, um, er… —Dijo al menos de forma poética— ¿Qué pasa si no soy realmente Apolo? La sonrisa de Macro perdió algo de su intensidad— Bueno, tendríamos que matarte por decepcionarme —Está bien, soy Apolo —dije— ¡Pero no puedes solo matar a tus clientes! ¡Esa no es forma de manejar una tienda de suministros! Detrás de mí, Grover luchaba con el Entrenador Hedge, quien trataba desesperadamente de abrir un paquete familiar de granadas mientras maldecía el paquete a prueba de manipulaciones. Macro apretó sus gruesas manos— Sé que es terriblemente rudo. Me disculpo Señor Apolo. ―¿Entonces…no nos matarás? 74

―Bueno, como dije, no lo haré. El emperador tiene planes para usted. ¡Lo necesita vivo! ―Planes —dije Odiaba los planes, me recordaba cosas molestas como Las reuniones una vez cada siglo de Zeus, o complicados y peligrosos ataques, o a Atenea. —P-pero mis amigos —tartamudeé— ¡No puedes asesinar sátiros, un dios de mi categoría no podría ser enrollado en una alfombra roja sin mi séquito! Macro observó a los sátiros, quienes seguían peleando por las granadas envueltas en plástico. — Mmm —musitó el gerente— Lo siento, Señor Apolo, pero, como verá, ésta puede ser mi única oportunidad de volver a congraciarme con el emperador. Estoy muy seguro de que él no querría a los sátiros. —Quieres decir… ¿el emperador no te favorece? Macro exhaló un suspiro. Comenzó a subirse las mangas como si esperase una pesada y penosa sátiro-matanza — ¡Eso me temo, ciertamente no pedía ser exiliado a Palm Springs! Además, el princeps25 es muy particular con respecto a sus fuerzas de seguridad, mis tropas fallaron muchas veces, y él nos mandó aquí, nos reemplazó con ese horrible surtido de estirges26, mercenarios, y orejas grandes, ¿puedes creerlo? No podía entenderlo o creerlo. ¿Orejas grandes? 25

Del latín que significa: el primero en la lista, jefe, el más inminente, distinguido o noble

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Seres de la mitología romana que succiona la sangre para poder sobrevivir. Este ser tiene forma de pájaro con alas parecidas a las de un murciélago y los ojos amarillos, cuatro patas con las que se agarra a sus víctimas y un pico alargado con el que succiona la sangre

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Examiné a los dos empleados, aún congelados en su sitio, etiquetadoras listas, ojos desenfocados y rostros inexpresivos. —Tus empleados son autómatas —noté— ¿Estas son las anteriores tropas del emperador? —Ay, sí —musitó Macro— Ellos son totalmente competentes. Una vez te envíe, el emperador seguramente verá eso y me perdonará. Sus mangas ahora estaban por encima de sus codos, revelando viejas cicatrices blancas, como si sus antebrazos fueron arañados por una desesperada víctima muchos años atrás… Recordé mi sueño en el palacio imperial, el pretor arrodillándose ante su nuevo emperador. Muy tarde, recordé el nombre del pretor. ―Naevius Sutorius Macro. Macro les transmitió a sus empleados robóticos— No puedo creerlo Apolo me recuerda. ¡Este es un gran honor! Sus empleados robot permanecieron sin impresionarse. —Tu mataste al Emperador Tiberio —acoté— asfixiado con una almohada. Macro lucía desconcertado— Bueno, él estaba el noventa y nueve por ciento muerto, simplemente aceleré el proceso. —Y lo hiciste por —un triste burrito frío que sigue en mi estómago— El siguiente emperador. Neo Helios, es él. Macro asintió vehemente— ¡Así es! ¡El primero y el único Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus! El extendió sus brazos como si esperara un aplauso. 76

Los sátiros dejaron de pelear. Hedge masticando el paquete de las granadas, pese a que su sátira dentadura tenía problemas con el grueso plástico. Grover retrocedió, colocando el carrito entre él y los empleados de la tienda— ¿G-Gaius quién? — me miró— Apolo ¿Qué quiere decir? Tragué— Significa que tenemos que correr ¡Ahora!

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8 Volamos algunas cosas ¿Pensaste que volaron todas? No, encontramos más

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A MAYORÍA DE LOS sátiros sobresalen cuando se trata de huir.

Gleeson Hedge, sin embargo, no era como la mayoría de los sátiros. Agarró un cepillo de su carrito y gritó ¡MUERE! Cargando contra el gerente de trescientas libras. Inclusive los autómatas estaban muy sorprendidos para reaccionar, lo que probablemente salvó la vida de Hedge. Agarré al sátiro por el collar y lo arrastré hacia atrás mientras los primeros tiros de los empleados atacaran salvajemente, un bombardeo de etiquetas de descuento naranja brillante voló sobre nuestras cabezas. Jalé a Hedge abajo en el pasillo mientras lanzaba una fiera patada, tirando su carrito de compras a los pies de nuestros enemigos, otra etiqueta de descuento rozó mi brazo con la fuerza de un cachetazo de un titán — ¡Cuidado! —Gritó Macro a sus hombres— ¡Necesito a Apolo completo, no a la mitad! —Gleeson se arrastró a las perchas, agarrando un demo del Molotov CocktailTM de fácil 78

encendido de Macro (¡COMPRE UNO, LLEVE DOS GRATIS!) y lanzándolo a los empleados de la tienda con el grito de guerra: ¡coman sobras! Macro chilló cuando el coctel Molotov cayó en las cajas de municiones de Hedge y, fieles a su publicidad, se prendieron en llamas. —¡Arriba y encima! —Hedge me tacleó a la altura de la cintura y me cargó sobre su hombro como un saco y escaló los estantes en una épica muestra de escalada caprina, llegando al siguiente corredor mientras cajas de municiones explotaban detrás de nosotros. Aterrizamos en un pilo de bolsas para dormir enrolladas. ―¡Sigue moviéndote! —gritó Hedge, como si no se me hubiese ocurrido. Me moví después de él, mis oídos timbrando, del pasillo que dejamos atrás escuché gritos y estruendos, como si Macro estuviera corriendo sobre una sartén caliente con granos de maíz convirtiéndose en palomitas. No había rastro de Grover. Cuando alcanzamos el final el pasillo, un empleado de la tienda doblo en la esquina con su pistola de etiquetas apuntando hacia nosotros. — ¡HI-YA! —Hedge ejecutó una patada giratoria sobre él. Ese era notoriamente un movimiento difícil de hacer. Incluso Ares a veces caía y se rompía su coxis cuando practicaba en su dojo (vean el vídeo de “Ares da pena”, el cual se hizo viral en el Monte Olimpo el año pasado, del cual yo no fui absolutamente responsable de subirlo). 79

Para mi sorpresa, el Entrenador Hedge la realizó perfectamente. Su pezuña conectó con el rostro del empleado, sacándole la cabeza al autómata con un movimiento limpio. El cuerpo cayó sobre sus rodillas y rodó hacia delante, cables chispeando en su cuello. —Wow —Gleeson examinó su pezuña— ¡Creo que esa cera acondicionadora Cabra de Hierro realmente sirve! El cuerpo decapitado del empleado me hizo tener flashbacks de los blemios de Indianápolis, quienes perdían sus cabezas con regularidad, pero no tenía tiempo para lidiar con el terrible pasado cuando un terrible presente se encontraba de frente. Detrás de nosotros, Macro exclamó— ¿Qué han hecho ahora? El gerente estaba de pie al final del pasillo, sus ropas llenas de hollín, su chaleco amarillo tenía tantos hoyos que parecía una pieza humeante de queso suizo. Y de alguna forma (para mi suerte) parecía ileso. El segundo asistente de la tienda estaba de pie detrás de él, aparentemente indiferente de que su cabeza robótica estaba en llamas. —Apolo —Macro riñó— No hay sentido en pelear contra mis autómatas. Ésta es una tienda de armamento. Tengo cincuenta más como éste en la bodega. Miré a Hedge— Vámonos de aquí. —Sí —Hedge agarró un mazo de croquet de una de las rejillas cercanas— Cincuenta son muchos, incluso para mí. Bordeamos las tiendas de campaña, luego zigzagueamos a través del Paraíso del Hockey, tratando de regresar a la entrada de la tienda. A pocos pasillos de ahí, Macro nuevamente daba 80

órdenes— ¡Atrápenlos! ¡No seré forzado a cometer suicido nuevamente! — ¿De nuevo? —Musitó27 Hedge, agachándose bajo el brazo de un maniquí de hockey. —Él trabajó para el emperador —jadeé, tratando de seguirle el paso— Viejos amigos. Pero –jadeo– el emperador no confiaba en él, ordenó su arresto –jadeo– ejecutado. Nos detuvimos al final del pasillo. Gleeson husmeó alrededor de las esquinas por algún signo hostil. — ¿Entonces en lugar de eso se mató? —Preguntó Hedge— Que imbécil, ¿Por qué está trabajando para ese emperador de nuevo, si el tipo quiere matarlo? Me limpié el sudor que estaba alrededor de mis ojos. Honestamente ¿Por qué los cuerpos mortales tienen que sudar tanto? — Imagino que el emperador lo trajo a la vida, dándole una segunda oportunidad. Los romanos tienen extrañas formas de ver la lealtad. Hedge gruñó— Hablando de eso, ¿Dónde está Grover? —A medio camino de regreso a la Cisterna, si es listo. Hedge frunció el ceño— Nah, no creo que haga eso. Bueno… —señaló hacia las puertas corredizas de vidrio que daban hacía el estacionamiento. El Pinto amarillo del entrenador estaba tentadoramente cerca – lo que me hace preguntarme, ¿amarillo, Pinto y tentadoramente se usaron juntas en una oración?— ¿Estás listo? Corrimos hacía las puertas. 27

Hablar en voz baja.

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Las puertas no cooperaban, choqué con una, y salté. Gleeson rompió el vidrio con su mazo de croquet, luego intentó hacer unas patadas el estilo Chuck Norris, pero ni sus enceradas pezuñas dejaron un rasguño. Detrás de nosotros, Macro dijo— Oh, vaya. Me giré, tratando de suprimir un quejido. El gerente parado a seis pies de distancia estaba debajo de una balsa para aguas rápidas que estaba suspendida desde el techo con un letrero que atravesaba su proa: ¡BARCADAS DE AHORROS! Estaba empezando a apreciar el por qué el emperador ordenó que arrestaran y ejecutaran a Macro. Para ser un hombre tan grande, él era muy bueno en aproximarse sigilosamente a la gente. —Esas puertas de vidrio son a prueba de bombas —acotó Macro— Tenemos algunas en venta esta semana en nuestro departamento de refugios para desastres, pero imagino que eso no les servirá. Del resto de los pasillos, más empleados con chalecos amarillos se reunieron –una docena de autómatas idénticos, algunos aun cubiertos con plástico de burbuja, como si estuviesen recién salidos de la caja. Formaron un semicírculo detrás de Macro. Tensé mi arco, le disparé a Macro, ¡Pero mis manos temblaban tanto que el tiro falló, dandole al papel burbuja de la frente de un autómata con un nítido pop! El robot apenas lo notó. —Hmm —Macro hizo una mueca— ¿Realmente eres mortal, no? Creo que es verdad lo que dicen: “Nunca confíes en tus dioses. Solo te decepcionarán”. Espero que haya lo suficiente de ti para que la amiga mágica del emperador pueda trabajar. ―¿Algo de mí? —tartamudeé— ¿T-tipo mágico? 82

Esperé a que el entrenador Gleeson hiciese algo inteligente y heroico. Seguramente él tiene una bazooka portátil en sus shorts de ejercicio- O tal vez su silbato era mágico. Pero Hedge lucía tan arrinconado y desesperado como yo me sentía, lo que no era justo, estar desesperado y arrinconado era mí trabajo. Macro tronó sus nudillos— Es una pena, realmente. Soy más leal que ella, pero no debería quejarme. ¡Una vez que te entregue al emperador, seré recompensado! ¡Mis autómatas tendrán una segunda oportunidad como la guardia personal del emperador! Después de eso ¿Qué importa? La hechicera puede llevarte al laberinto y hacer su magia. — ¿S-su magia? Hedge sostuvo su mazo de croquet— Detendré a cuantos pueda —murmuró— Encuentra otra salida. Apreciaba el gesto, desafortunadamente, no creía que un sátiro fuese capaz de comprar algo de tiempo. Además, no me gustaba la idea de regresar con esa amable dríada privada de sueño, Mellie, e informarle que su esposo fue asesinado por un escuadrón de robots envueltos en plástico de burbuja. ¡Oh, mis simpatías mortales realmente sacan lo mejor de mí! — ¿Quién es esta hechicera? —Demandé— ¿Qué–qué es lo que intenta hacer conmigo? La sonrisa de Macro fue fría y sin sentimientos. Usé esa sonrisa muchas veces en los viejos días, en cualquier ciudad griega que me rezaba para que las salvara de alguna plaga y tenía que informarles que: ¡Geh, lo siento, pero yo causé esa plaga porque no me caen bien. ¡Que tengan un lindo día!

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—Lo verás pronto —me prometió Macro— No le creí cuando dijo que vendrías directamente a nuestra trampa, pero aquí estás, ella predijo que no serías capaz de resistirte al Laberinto en Llamas. ¡Ah, bueno, equipo de Locura Militar, maten al sátiro y aprehendan al que fue un dios! Los autómatas avanzaron Al mismo tiempo, una mancha borrrosa verde, azul y café cerca del techo llamó mi atención –una forma sátira saltó de lo alto del pasillo más cercano, columpiándose de la luz fluorescente y aterrizando en la balsa encima de la cabeza de Macro. Antes de que pudiese gritar ¡Grover Underwood! La balsa aterrizó encima de Macro y sus secuaces, enterrándolos en una barcada de ahorros. Grover se balanceó, y con un remo en su mano gritó: — ¡Vamos! La confusión nos permitió un breve momento para huir, pero con las salidas bloqueadas solo pudimos correr hacia lo profundo de la tienda. — ¡Buena esa! —Hedge palmeó la espalda de Grover mientras corríamos hacia el departamento de camuflaje— ¡Sabía que no nos dejarías! — Si, pero no hay naturaleza en ninguna parte de este lugar — se quejó Grover— No hay plantas, no hay suelo, no luz natural. ¿Cómo se supone que pelearemos en estas condiciones? ―¡Armas! —Sugirió Hedge. — Esa parte entera de la tienda está en llamas —acotó Grover— gracias al coctel molotov y algunas cajas de municiones. ―¡Demonios! —musitó el entrenador. 84

Pasamos por una muestra de armas para artes marciales, y los ojos de Hedge se iluminaron. Él rápidamente cambió su mazo de croquet por un par de nunchakus28— ¡De esto estábamos hablando! ¿Ustedes quieren algunos shurikens o un kusarigama29? — Quiero irme corriendo —dijo Grover agitando su remo— ¡Entrenador, usted debería dejar de pensar en ataques frontales! ¡Usted tiene familia! — ¿Crees que no lo sé? —Gruñó el entrenador— Hemos tratado de asentarnos con los McLeans en Los Ángeles. Mira qué bien resultó. Creo que hay un trasfondo aquí – el por qué han venido desde Los Ángeles, por qué Hedge sonaba amargado por eso– pero mientras huyes de tus enemigos en una tienda de suministros quizá no sea un buen momento para hablar sobre eso. — Sugiero que encontremos otra salida —dije— Y podremos correr y discutir sobre armas ninjas al mismo tiempo. Esa sugerencia pareció satisfacer a ambos. Aceleramos el paso, pasando por una muestra de piscinas inflables (¿Cómo estos son suministros militares?), luego girando por la esquina al frente de nosotros, en una esquina lejana del edificio, una puerta doble con el letrero SÓLO EMPLEADOS. Grover y Hedge se adelantaron, dejándome atrás mientras jadeaba. Cerca de ahí, la voz de Macro decía— ¡No puedes

28

El nunchaku es una de las armas tradicionales de las artes marciales asiáticas formada básicamente por dos palos cortos, generalmente de entre 30 y 60 cm unidos en sus extremos por una cuerda o cadena. 29

La kusarigama es un arma originaria de Japón compuesta por una hoz unida a una cadena con una longitud entre 1 y 3 metros.

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escapar Apolo!¡Ya he llamado al Caballo! ¡Estará aquí en cualquier minuto! ¿El caballo? ¿Por qué ese nombre envió un vibrante B30 mayor que caló hasta mis huesos? Revolví dentro de mis confusos recuerdos por una respuesta, pero no vino nada. Mi primer pensamiento: Tal vez el “caballo” fue un apodo de guerra. Tal vez el emperador contrató a un maligno luchador que usa una capa negra de satín, shorts de licra brillantes y un casco con forma de cabeza de caballo. Mi segunda idea: ¿por qué Macro puede llamar refuerzos y yo no? Las comunicaciones de los semidioses han sido saboteadas por meses. Teléfonos muertos, computadoras derretidas, mensajes iris y rollos mágicos han fallado. Aun así, nuestros enemigos parecían no tiener problemas en mandarse mensajes de texto como: Apolo, está aquí, ¿dónde estás? ¡Ayúdame a matarlo! No era justo. Justo sería tener de vuelta mis poderes de inmortal y hacer estallar a nuestros enemigos en pedacitos. Irrumpimos por las puertas de SÓLO EMPLEADOS. Dentro había una bodega llena de más autómatas en papel burbuja, todos en silencio y sin vida como la gente en una de las fiestas de bienvenida de Hestia. (Ella puede ser la diosa del fuego de los hogares, pero la dama no tiene ni idea de cómo organizar una fiesta.)

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Letra que representa la nota musical “Si” mayor.

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Gleeson y Grover pasaron corriendo junto a los robots y empezaron a tirar de la puerta metálica rodante del garaje que sellaba el puerto de carga. —Bloqueado —Hedge aporreó la puerta con sus nunchakus. Me asomé por la pequeña ventana de la puerta de empleados. Macro y sus secuaces venían a nuestra dirección— ¿corremos o nos quedamos? Están a punto de acorralarnos. — ¿Apolo, qué tienes? — Demandó Hedge — ¿A qué te refieres? — ¿Cuál es tu as bajo la manga? Yo lancé la Molotov. Grover les tiró el bote encima. Es tu turno. ¿Fuego divino, tal vez? Podríamos usar algo de eso. — ¡Tengo cero fuego divino debajo de mis mangas! — Nos quedamos —decidió Grover. Me pasó su remo— Apolo, bloquea esas puertas. ―Pero… — ¡Solo mantén a Macro fuera! —Grover debió estar tomando clases de confianza con Meg. Salté a cumplir. —Entrenador —Grover continuó— ¿Podrías interpretar una canción para que se abra esa puerta de carga? Hedge gruñó— No he cantado nada en todos estos años, pero trataré, ¿Qué harás tú? Grover estudió a los autómatas durmientes— Algo que mi amiga Annabeth me enseñó, ¡Rápido!

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Deslicé el remo a través de las manijas de las puertas, luego hice peso con un poste de tetherball31 y lo sujeté contra la puerta. Hedge empezó a hacer una melodía con su silbato– “The Entertainer” de Scott Joplin, nunca pensé que un silbato podría hacer de instrumento musical. La interpretación del entrenador Hedge no hizo nada para hacerme cambiar de opinión. Mientras tanto Grover rompió el plástico del autómata más cercano. El golpeó sus nudillos contra la frente, lo que hizo un sordo sonido metálico. ―Bronce celestial, muy bien —decidió Grover— ¡Esto puede servir! ―¿Qué vas a hacer? —pregunté— ¿Derretirlos para hacerlos armas? No, activarlos para nosotros ―¡Eso no nos servirá! ¡Le pertenecen a Macro! Hablando del pretor: Macro hacía presión contra las puertas, aflojando el candado del remo y el poste de tetherball— ¡Oh, vamos Apolo! ¡Deja de ser tan negativo! Grover sacó el plástico burbuja de otro autómata. ―Durante la Batalla de Manhattan —dijo— cuando estábamos peleando contra Cronos, Annabeth nos explicó un comando de anulación dentro del firmware32 de los autómatas. — ¡Eso, sólo fue para el conjunto de estatuas de Manhattan! — dije— ¡Cada dios que se precie de ser dios sabe eso! ¡No puedes 31

Poste de metal estacionario, del cual se cuelga una pelota de voleibol de una cuerda o atadura.

32 El firmware o soporte lógico inalterable es un programa informático que establece la lógica de más bajo nivel que controla los circuitos electrónicos de un dispositivo de cualquier tipo. Está fuertemente integrado con la electrónica del dispositivo, es el software que tiene directa interacción con el hardware, siendo así el encargado de controlarlo para ejecutar correctamente las instrucciones externa

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pretender que estas cosas respondan al comando: ¡Dédalo veintitrés! Instantáneamente, como en un episodio aterrador de Doctor Who, los autómatas envueltos concentraron su atención y voltearon su rostro hacia mí. — ¡Sí! —Grover gritó con regocijo Yo no sentía regocijo alguno, acabo de activar un cuarto lleno de trabajadores temporales que parecen más querer matarme que obedecerme. No tenía idea de cómo Annabeth Chase descubrió que el comando de Dédalo podría ser usado en cualquier autómata. Por otro lado, ella fue capaz de rediseñar mi palacio en el Monte Olimpo con acústica perfecta y parlantes de sonido envolvente en el baño, por lo que su ingenio no debería sorprenderme. El entrenador Hedge mantenía la melodía de Scott Joplin. La puerta de carga no se movía. Macro y sus hombres luchaban contra mi improvisada barricada, cerca de hacerme perder el agarre en mi poste de tetherball. — ¡Apolo, háblales a los autómatas! —Dijo Grover— ¡Están esperando ahora por tus órdenes, diles, Inicien Plan Termópilas! No me gusta recordar a las Termópilas. Muchos valientes y atractivos espartanos murieron en batalla defendiendo Grecia de los persas. Pero hice lo que me dijo y hablé— ¡Inicien plan Termópilas! Al instante, Macro y sus doce sirvientes atravesaron las puertas –rompiendo el remo, tirando a un lado el poste, y lanzándome en medio de mis nuevos conocidos.

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Macro tropezó, seis de los esbirros volaron a los lados — ¿Qué es esto? ¡Apolo, no puedes activar mis autómatas! ¡No los pagaste! ¡Equipo de Locura Militar, aprehendan a Apolo! ¡Destripen a los sátiros! ¡Detengan ese infernal silbato! Dos cosas nos salvaron de la muerte. Primero, Macro cometió un error, lanzando tantas órdenes a la vez. Como cualquier maestro33, te diré que un director jamás ordenaría acelerar a los violines, bajar los timbales, y acelerar a los instrumentos de cobre. Terminarías con sinfonía que chocaría como un tren. Los pobres soldados de Macro tuvieron que decidir por ellos mismos si debían atraparme, destrozar a los sátiros, o parar el silbato (personalmente y con un gran prejuicio escogería ir por el silbato) ¿La otra cosa que nos salvó? En lugar de escuchar a Macro, nuestros nuevos trabajadores temporales empezaron a ejecutar el Plan Termópilas. Se mezclaron y unieron sus brazos rodeando a Macro y compañía, quién incómodamente trató de reunir a sus robóticos colegas que chocaron entre ellos confundidos. (La escena me recordó a una bienvenida de Hestia por un segundo) —¡Alto! — Macro chilló— ¡Te ordeno que te detengas! Esto sólo aumento la confusión. Los fieles esbirros de Macro se congelaron, permitiendo que nuestros Dédalo-operados amigos encerraran al grupo de Macro. — ¡No, no ustedes! —Macro les gritó a sus secuaces— ¡Todos ustedes deténganse! ¡Ustedes sigan luchando! — lo cual no hizo nada para aclarar la situación. Los chicos de Dédalo rodearon a sus camaradas, apretándolos en un abrazo de grupo masivo. Pese al tamaño y fuerza de Macro, 33

Se refiere a los directores de orquesta

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él estaba atrapado en medio, empujando y moviéndose inútilmente. — ¡No, no puedo! —Se quitó plástico burbuja de su boca— ¡Ayuda! ¡El Caballo no puede verme así! De lo profundo de sus pechos, los chicos dedalizados empezaron a emitir un zumbido, así como los motores atorados en el engrane equivocado. Vapor salía de las uniones de sus cuellos. Me hice para atrás, cuando uno de los robots empezó a calentarse— Grover ¿qué es exactamente el Plan Termópilas? El sátiro tragó— Eh, se supone que ellos nos cubren y así podemos irnos. —Entonces ¿Por qué echan humo? —Pregunté— también ¿Por qué empiezan a brillar en rojo? —Oh, señor— Grover se mordió el labio inferior— Deben de haber confundido el Plan Termópilas por el Plan Petersburgo — ¿Qué significa? ―Que se sacrificaran en una gran explosión — ¡Entrenador! —Grité— ¡Siga silbando! Me lancé hacia la puerta de carga, colocando mis dedos por debajo y alzándola con toda mi patética fuerza mortal. Silbé junto con el tono frenético de Hedge. Incluso hice algo de tap, que es bien conocido por acelerar los hechizos musicales. Detrás de nosotros, Macró chilló— ¡Quema, quema! Mi ropa se sentía incómodamente caliente, como si estuviese sentado al borde de una fogata. Después de nuestra experiencia con los muros llameantes del laberinto, no quería probar mi suerte en un explosivo abrazo grupal en un cuarto pequeño. 91

— ¡Levanta! —Grité— ¡Silba! Grover se unió a nuestra desesperada interpretación de Joplin. Finalmente, la puerta empezó a moverse, crujiendo en protesta conforme la alzábamos unos centímetros del suelo. El chillido de Macro se volvió ininteligible. El zumbido y el calor me recordaron a mi carroza solar en el momento antes de despegar, estallando en el cielo con un triunfante poder solar. — ¡Vamos! —Grité a los sátiros— ¡rueden por debajo, ambos! Pensé que fue muy heroico de mi parte – para ser honesto, medio esperaba que dijeran: ¡Oh, no, por favor! ¡Dioses primero! No hubo tal cortesía. Los sátiros se arrastraron por debajo de la puerta, luego la sostuvieron desde el otro lado mientras trataba de pasar por el espacio. Pero, me encontré obstaculizado por mis propias muestras de amor. En resumen, me atoré. — ¡Apolo, vamos! —Gritó Grover — ¡Eso trato! — ¡Aprieta, chico! —gritó el entrenador Nunca tuve un entrenador personal. Los dioses simplemente no necesitan a alguien que les grite, avergonzándolos para que trabajen duro. Y, honestamente, ¿Quién querría ese trabajo, sabiendo que podrías ser desintegrado por un rayo la primera vez que le digas a tu cliente que tiene que hacer cinco levantamientos de brazos más? Esta vez, sin embargo, me alegré de que lo hicieran, las exhortaciones del entrenador me dieron una carga extra de motivación, necesitaba apretar mi aguado cuerpo mortal a través de la hendidura. 92

Tan pronto saqué mi pie Grover gritó — ¡Zambúllete! Pasamos a través del filo de la puerta de carga –que aparentemente no era a prueba de bombas– que explotó detrás de nosotros.

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9 Llamada por cobrar de un caballo ¿Acepta los cargos? Nay-ay-ay-ay-ay

¡O

H, VILLANÍA! Por favor explíquenme por qué siempre termino cayendo en contenedores de basura.

Debo confesar, en cualquier caso, que éste contenedor salvó mi vida. La locura militar de Macro aumentó con una cadena de explosiones que sacudió el desierto, haciendo traquetear las tapas de la caja de metal maloliente en la que estábamos, sudando y temblando, apenas capaces de respirar, los dos sátiros y yo escondidos entre bolsas de basura y escuchando el golpeteo de los escombros que caían del cielo – un inesperado aguacero de madera, plástico, vidrio y equipo deportivo. Después de lo que parecieron años, estaba a punto de arriesgarme a hablar – algo como “Sáquenme de aquí o voy a vomitar” – cuando Grover puso su mano sobre mi boca. Podía verlo vagamente en la obscuridad, pero sacudía la cabeza urgentemente, sus ojos muy abiertos en señal de alarma. El entrenador Hedge también lucía tenso, frunció la nariz como si oliera algo todavía peor que la basura. Entonces escuché el clop, clop, clop de pezuñas en el asfalto acercándose a nuestro escondite. 94

Una gruesa voz se quejó. — Bueno, ésto es simplemente perfecto. El hocico de un animal olisqueó el borde de nuestro basurero, tal vez oliendo a sobrevivientes, a nosotros. Traté de no llorar o mojar mis pantalones, sucumbí a una de las dos, dejaré que ustedes decidan cual. Las tapas de nuestro contenedor permanecieron cerradas, tal vez la basura y el almacén ardiendo enmascararon nuestra esencia. — Hey, ¿Gran C? –dijo la misma voz gruesa. — Sí, soy yo. A falta de una respuesta audible, supuse que nuestro recién llegado estaba hablando por teléfono. — Nah, el lugar se ha ido, no lo sé, Macro debe tener… −Hizo una pausa, como si la persona del otro lado hubiera lanzado una diatriba34. — Lo sé. — Dijo el recién llegado. — Podría haber sido una falsa alarma, pero… Ah, nueces, la policía humana está en camino. Un momento después de que dijo eso, escuché el débil sonido de sirenas a la distancia — Podría revisar el área, — sugirió el recién llegado. — Tal vez revisar aquellas ruinas sobre la colina. Hedge y Grover intercambiaron una mirada preocupada. Seguramente por ruinas se refería a nuestro santuario, actual vivienda de Mellie, bebé Hedge y Meg. — Sé que crees que te encargaste de eso, — dijo el recién llegado. — Pero, mira, ese lugar sigue siendo peligroso. Te estoy diciendo…

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Injuria o censura contra alguien o algo.

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−Ésta vez pude escuchar una débil, pequeña y rabiosa voz en el otro lado de la línea. — Okay, C, — dijo el recién llegado. — Sí, los saltadores de Júpiter, ¡Cálmate! Yo sólo… Bien, bien, voy de regreso. Su suspiro exasperado me dijo que la llamada debía haber acabado. —Éste niño es un dolor de estómago. –El interlocutor se quejó en voz alta para sí mismo. Algo se estrelló contra el costado de nuestro contenedor, justo junto a mi cara. Entonces las pezuñas se alejaron galopando. Pasaron varios minutos antes de que me sintiera lo suficientemente seguro como para mirar a los dos sátiros. Acordamos en silencio que teníamos que salir del contenedor antes de morir sofocados, insolados, o por el olor de mis pantalones. Afuera, el callejón estaba lleno de trozos de metal retorcido y plástico humeantes. El almacén en si era una concha ennegrecida, con las llamas aún alrededor, añadiendo más columnas de humo al cielo nocturno ahogado por cenizas. —¿Qu…Quién era ese? — Peguntó Grover. — Olía como un tipo en un caballo, pero… Los nunchaku del entrenador Hedge sonaron en sus manos. —¿Tal vez un centauro? — No, — puse mi mano en el metal abollado del costado del contenedor — que ahora tenía la inconfundible marca de una herradura. — Era un caballo, un caballo parlante. Los sátiros me miraron. — Todos los caballos hablan, — dijo Grover. — Sólo que hablan en Caballo. 96

— Espera. — Hedge me frunció el ceño. —¿Quieres decir que entendiste al caballo? — Sí, — dije. — Este caballo hablaba en inglés. Esperaron a que me explicara, pero no podía hacerme decir más. Ahora que estábamos fuera de peligro inmediato, ahora que mi adrenalina estaba decayendo, me encontré presa del frío y gran desesperación. Si hubiera albergado cualquier esperanza de estar equivocado sobre el enemigo al que nos enfrentábamos, esas esperanzas habían sido torpedeadas. Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus… curiosamente, ese nombre podría haber aplicado a varios Antiguos Romanos. Pero ¿el maestro de Nevio Sutorio Macro? ¿Gran C? ¿Neos Helios? ¿El único emperador romano que posee un caballo parlante? Eso podía significar una sola persona. Una terrible persona. Las luces parpadeantes de los vehículos de emergencia se reflejaron en las palmeras más cercanas. — Tenemos que salir de aquí. — dije. Gleeson miró hacia los restos de la tienda de sobras. — Sí, vamos por el frente, a ver si mi auto sobrevivió. Sólo desearía tener algunos suplementos para acampar. — Tenemos algo mucho peor. — tomé una inhalación temblorosa. — Tenemos la identidad del tercer emperador. La explosión no había afectado al Ford Pinto’79 amarillo del entrenador. Claro que no. Un auto tan horrible no podía ser destruido con nada menor a un apocalipsis mundial. Me senté en la parte de atrás, usando un nuevo par de pantalones camuflaje color rosa ardiente que salvamos de los restos del ejército. Estaba en tal 97

estupor que vagamente recuerdo haber pasado de camino a las Enchiladas del Rey y coger suficientes platos combos como para alimentar varias docenas de espíritus de la naturaleza. De vuelta en las ruinas de la colina, convocamos al concilio de los cactus. La cisterna estaba llena de dríadas de plantas de desierto: Yuca35, Nopal36, Áloe y muchas más, todos vestidos con ropas espinosas y haciendo su mejor intento de no empujar unos a otros. Mellie se quejó de Gleeson, un minuto lo bañaba de besos diciéndole lo valiente que era, y al siguiente lo golpeaba y acusaba de querer dejarla viuda y sola con bebé Hedge. El infante – cuyo nombre, aprendí, era Chuck – estaba despierto y no muy contento, pateaba con sus pequeñas pesuñas el estómago de su padre, mientras Gleeson trataba de sostenerlo, tirando de la barba de Hedge con sus pequeños puños regordetes. — El lado positivo, — Hedge le contó a Mellie, — es que ¡tenemos enchiladas y conseguí unos magníficos nunchaku! Mellie miró al cielo, tal vez deseando volver a su simple vida de nube soltera En cuanto a Meg McCaffrey, había recuperado la conciencia y se veía tan bien como lo había estado – sólo un poco grasosa gracias a los primeros auxilios de Áloe. Meg se sentó en el borde de la piscina, meciendo sus pies descalzos dentro del agua, y robando miradas de Yuca, quien estaba cerca, meditando de manera atractiva sobre su caqui.

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Árbol de Josué

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Chumbera

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Le pregunté a Meg cómo se sentía – porque yo no soy nada, sino reflexivo – pero ella me hizo señas, insistiendo en que estaba bien. Creo que sólo estaba avergonzada por mi presencia mientras trataba de mirar con discreción a Yuca, lo que me hizo poner los ojos en blanco. “Niña, te veo,” tenía ganas de decir. “No eres discreta, y realmente necesitamos hablar sobre tener un crush con una dríada”. En cualquier caso, no quería que me ordenara que me golpeara, así que mantuve mi boca cerrada. Grover distribuía platos de enchiladas a todos. Él no comió nada – una clara señal de lo nervioso que estaba – pero dio vuelta a la piscina, tocando con sus dedos contra los tubos su Flauta de Pan. — Chicos, — anunció, — tenemos problemas. Nunca hubiera imaginado a Grover Underwood como un líder. Sin embargo, en cuanto habló, todos los demás espíritus de la naturaleza concentraron en él toda su atención. Incluso Bebé Chuck se calmó, girando su cabeza hacia la voz de Grover como si fuera algo interesante y que valía la pena patear. Grover contó todo lo que había pasado desde que nos conocimos en Indianapolis. Relató nuestros días en el Laberinto –los pozos y lagos ponzoñosos, la súbita oleada de fuego, la bandada de estirges y la rampa en espiral que nos había llevado hasta esas ruinas. Las dríadas miraron alrededor nerviosas, como si imaginaran que la Cisterna se había llenado de búhos demoniacos. —¿Estás seguro de que estamos a salvo? — preguntó una chica bajita y regordeta con un acento acompasado y flores rojas en su cabello (o tal vez creciendo de su cabello). 99

— No lo sé, Reba. — Grover nos miró a Meg y a mí. — Ésta es Rebutia, chicos. Reba, para acortar. Fue transplantada de Argentina. Saludé cortésmente. Nunca había conocido a un cactus argentino antes, pero tenía un suave lugar para Buenos Aires. Nunca has tenido realmente tango, hasta que tienes un tango con un dios griego en La Ventana. Grover continuó, — No creo que la salida del Laberinto estuviera ahí antes. Está sellada ahora, creo que el Laberinto estaba ayudándonos, trayéndonos a casa. —¿Ayudándonos? — Nopal alzó la mirada de sus enchiladas con queso. —¿El mismo Laberinto que alberga incendios que destruyen todo el estado? ¿el mismo Laberinto que hemos estado explorando durante meses, tratando de encontrar la fuente del fuego, sin suerte? ¿El mismo Laberinto que se tragó a una docena de nuestras tropas de búsqueda? ¿Qué es lo que parece cuando el Laberinto no está ayudándonos? Las otras dríadas murmuraron de acuerdo, algunas erizadas, literalmente. Grover alzó sus manos pidiendo calma. — Sé que todos estamos preocupados y frustrados. Pero el Laberinto Ardiente no es todo el Laberinto, y por lo menos ahora tenemos una idea de porque el emperador lo armó en la forma en que lo hizo. Es por Apolo. Docenas de espíritus de cactus se volvieron para mirarme fijamente. — Sólo para aclarar, — dije con voz trémula, — no es mi culpa. Diles, Grover. Diles a sus muy amables… y muy espinosos amigos, que no es mi culpa.

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El entrenador Hedge gruñó. — Bueno, en una parte lo es. Macro dijó que el laberinto era una trampa para ti. Probablemente por el oráculo que estás buscando. Expliqué como Zeus me tenía viajando por todo el país, liberando antiguos Oráculos como parte de mi penitencia, porque es sólo parte del horrible padre que era. Hedge contó después nuestra divertida expedición de compras a la Locura Militar de Macro, cuando se distrajo contando los diversos tipos de minas terrestres que había encontrado, Grover intervino. — Así que explotamos a Macro, — resumió Grover, — quien era un seguidor romano de este emperador. Y mencionó a una especie de hechicera que quiere… No lo sé, hacer magia maligna en Apolo, supongo. Y está ayudando al emperador. Y creemos que pusieron el siguiente oráculo… — La Sibila de Eritrea, — le dije. — Cierto, — concordó Grover. — Creemos que la pusieron en el centro del laberinto como una especie de cebo para Apolo. Además, hay un caballo parlante. La cara de Mellie se nubló, lo cual no era sorprendente desde que era una nube. — Todos los caballos hablan. Grover explicó lo que escuchamos en el contenedor. Entonces regresó a explicar por qué estábamos en un contenedor. Entonces explicó cómo había mojado mis pantalones y por qué estaba usando pantalones de camuflaje rosa ardiente. — Ohhh. — Todas las dríadas asintieron, como si esa fuera la verdadera pregunta que los tenía pensando. —¿Podemos volver a nuestro problema actual? — supliqué. — ¡Tenemos una causa en común! Ustedes quieren que los incendios 101

paren, yo tengo la tarea de liberar a la Sibila Eritrea. Ambas cosas requieren que encontremos el corazón del laberinto. Ahí es dónde encontraremos la fuente de las llamas y a la Sibila. Yo sólo… Lo sé. Meg me estudió intensamente, como tratando de decidir qué orden vergonzosa debería darme: ¿Saltar a la piscina? ¿Abrazar a Nopal? ¿Encontrar una camisa que combine con tus pantalones de camuflaje? — Háblame del caballo, — dijo. Orden recibida, no tenía opción. — Su nombre es Incitatus — Y habla, — dijo Meg. — Como, en una forma en que los humanos pueden entenderle. — Sí, normalmente sólo habla con el emperador. No me pregunten cómo es que habla, o de dónde viene. No lo sé. Es un caballo mágico, el emperador confía en él, probablemente más de lo que confía en cualquier otro. Antes, cuando gobernaba la Antigua Roma, vestía a Incitatus con púrpura senatorial, incluso trató de hacerlo cónsul. La gente pensaba que el emperador estaba loco, pero nunca estuvo loco. Meg se inclinó sobre la piscina, encorvando sus hombros como si se retirara a su caparazón mental. Con Meg, los emperadores siempre han sido tema delicado. Criada en casa de Nero (aunque los términos abusada y hecha luz de gas37 eran más precisos), me había traicionado por Nero en el Campamento Mestizo antes de volver conmigo en Indianapolis – tema que habíamos bordeado sin abordarlo realmente por un tiempo. No culpo a la pobre muchacha, de verdad, pero hacerla confiar en mi amistad, confiar en alguien 37

Hacer luz de gas o gaslighting es una forma de abuso psicológico que consiste en presentar información falsa para hacer dudar a la víctima de su memoria, de su percepción o de su cordura.

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después de su padrastro, Nero, era como entrenar a una ardilla salvaje para comer de una mano. Cualquier ruido fuerte era capaz de hacerla huir, morder, o ambos. (Me doy cuenta de que no es una comparación justa, Meg muerde mucho más fuerte que una ardilla salvaje). Finalmente, dijo, — Esa línea de la profesía: “El maestro del rápido caballo blanco” Asentí. — Incitatus pertenece al emperador. O tal vez pertenece no es la palabra adecuada. Es la mano derecha equina del hombre que reclama el oeste de Estados Unidos, Gaius Julius Caesar Germanicus. Ésta era la señal de las dríadas de dar un grito de horror colectivo, y tal vez algo de música siniestra de fondo. En cambio, me topé con caras en blanco. El único sonido siniestro de fondo era bebé Chuck masticando la tapa de polietileno de la tercera cena especial de su padre. — Ésta persona, Gaius, — dijo Meg. —¿Es famoso? Miré las aguas obscuras de la piscina. Al menos deseaba que Meg me hubiera ordenado para saltar al fondo. O que me forzara a usar una camiseta a juego con mis pantalones de camuflaje rosa ardiente. Incluso castigarme podría haber sido más fácil que responder esa pregunta. — El emperador es mejor conocido por su apodo de la niñez, — dije. — El cual él desprecia, por cierto, la Historia lo recuerda como Calígula.

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10 Lindo niño tienes ahí Con las botas pequeñitas Y sonrisa asesina

¿C

ONOCES EL NOMBRE DE Calígula, querido lector? Sino, considérate afortunado.

Alrededor de La Cisterna, dríadas cactus erizaron sus espinas, la parte baja de Mellie se disolvió en niebla. Incluso bebé Chuck tosió un trozo de polietileno. —¿Calígula? —El ojo del entrenador Hedge se movió de la misma forma en que lo hizo cuando Mellie amenazó con quitarle las armas ninja. —¿Estás seguro? Deseé no estarlo. Deseé poder anunciar que el tercer emperador era el viejo amable Marcus Aurelius, o el noble Hadrian, o el torpe Claudius. Pero Calígula… Incluso para aquellos que conocen poco sobre él, el nombre Calígula invoca las más obscuras y depravadas imágenes. Su reinado fue más sangriento y más infame que el de Nero, quien había crecido bajo la tutela de su malvado tío abuelo Gaius Julius Caesar Germanicus. 104

Calígula: un sinónimo de asesinato, tortura, locura y exceso. Calígula: el malvado tirano con el que todos los demás malvados tiranos fueron medidos. Calígula: quien tenía un problema de venta peor que el del Edsel, el Hindenburg y los Medias Negras de Chicago todos juntos. Grover se estremeció. —Siempre he odiado ese nombre. ¿Qué significa, de todas formas? ¿Asesino de Sátiros? ¿Bebedor de Sangre? —Botitas. —dije. El despeinado cabello oliva de Yuca se puso de punta, lo cual Meg parecía encontrar fascinante. — ¿Botitas? —Yuca miró alrededor de la Cisterna, tal vez esperando haberse perdido del chiste. Nadie estaba riendo. —Sí. —Aún podía recordar que tan lindo lucía el pequeño Calígula en su traje de legionario miniatura cuando acompañaba a su padre, Germanicus, a campañas militares. ¿Por qué siempre los sociópatas eran adorables de niños? —Los soldados de su padre le dieron el apodo a Calígula cuando era un niño, —dije. —Él usaba unas pequeñitas botas legionarias, caligae, y ellos pensaban que eso era graciosísimo. Así que lo llamaron Calígula — Pequeñas Botas, o Zapatos de Bebé, o Botitas. Elige tu traducción. Nopal apuñaló sus enchiladas con el tenedor. —No me importa si el nombre del tipo es Snookums McCuddleFace. ¿Cómo le ganamos y regresamos nuestras vidas a la normalidad? Los otros cactus murmuraron y asintieron. Estaba empezando a sospechar que Nopal era la agitadora natural del mundo cactus. 105

Ten a suficientes de ellos juntos y comenzarán una revolución para derrocar al reino animal. —Tenemos que ser cautelosos. —advertí. —Calígula es el maestro en atrapar a sus enemigos. ¿El viejo dicho Dales suficiente cuerda para que se ahorquen? Fue acuñado por Calígula. Se deleita en su reputación de loco, pero sólo es una fachada, está muy cuerdo, también es completamente inmoral, incluso peor que… Me detuve, estuve a punto de decir peor que Nero, pero ¿Cómo podía decir eso frente a Meg, quien fue envenenada durante toda su infancia por Nero y su alter ego, La Bestia? “Cuidado, Meg,” siempre decía Nero. “No te portes mal o despertarás a La Bestia. Te quiero mucho, pero La Bestia… Bueno, odiaría ver que haces algo malo y sales lastimada” ¿Cómo podía cuantificar tal maldad? —Como sea, —dije, —Calígula es inteligente, paciente y paranoico. Si este Laberinto Ardiente es alguna elaborada trampa, parte de algún plan más grande, no será fácil apagarlo. Y vencerlo, encontrarlo incluso, será un desafío. —Estaba tentado a decir “Tal vez no queramos encontrarlo, tal vez deberíamos huir.” Eso no funcionaría para las dríadas, estaban arraigados, literalmente, a la tierra en que crecieron. Los trasplantes como los de Reba son raros, pocos espíritus de la naturaleza sobreviven a ser puestos en macetas y transportados a un nuevo ambiente. Incluso si cada dríada aquí pudiera huir de los fuegos de California, miles más se quedarían y arderían. Grover se estremeció. —Si la mitad de lo que escuchado sobre Calígula es verdad… 106

Se detuvo, aparentemente notando que todos lo estaban viendo, midiendo lo mucho que debían paniquearse en base a las reacciones de Grover. Yo, por una vez, no quería estar en medio de una habitación llena de cactus que corrían alrededor gritando. Afortunadamente, Grover se mantuvo calmado. —Nadie es invencible, —declaró. —Ni los Titanes, ni los gigantes, ni los dioses y definitivamente ningún emperador romano llamado Botitas. Este tipo está causando que Carolina del Sur se marchite y muera. Está detrás de las sequías, el calor y los incendios. Tenemos que encontrar la forma de detenerlo. Apolo, ¿Cómo murió Calígula la primera vez? Traté de recordar. Como de costumbre, el disco duro de mi cerebro mortal estaba lleno de agujeros, pero me pareció recordar un túnel obscuro lleno de guardias pretorianos, apiñados alrededor del emperador, con sus cuchillos parpadeantes y brillantes llenos de sangre. —Sus propios guardias lo mataron. —dije, —lo cual, estoy seguro, lo hizo aún más paranoico. Macro mencionó que el emperador se mantiene cambiando a su guardia personal. Primero los autómatas remplazaron a los pretores, entonces los cambió por mercenarios, estirges y… ¿grandes orejas? No sé lo que eso significa. Una de las dríadas resopló indignada. Supuse que era Choya, ya que parecía una planta de Choya –pelo blanco tenue, una barba blanca difusa y grandes orejas como raquetas. —¡Ninguna persona con orejas grandes decente podría trabajar para un villano! ¿Qué hay de otras debilidades? El emperador debe tener alguna. 107

—¡Sí! — el entrenador Hedge intervino. —¿Le asustan las cabras? —¿Es alérgico a la savia de cactus? —Áloe preguntó esperanzada. —No que yo sepa, —dije. La asamblea de driadas pareció decepcionada. —¿Dijiste que obtuviste una profecía en Indiana? —preguntó Yuca. —¿Tiene alguna pista? Su tono era escéptico, lo cual entiendo. Una profecía indiana38 simplemente no tiene el mismo sentido que una profecía délfica. —Tengo que encontrar el palacio hacía poniente. —dije. —lo que debe significar la base de Calígula. —Nadie sabe dónde está. —murmuró Nopal. Tal vez era mi imaginación, pero Mellie y Gleeson parecieron intercambiar una mirada ansiosa. Esperé que dijeran algo, pero no lo hicieron. —También en esa profecía…—Continué. —Tengo que arrebatadle el aliento del recitador de crucigramas. Lo que significa, creo, que tengo que liberar a la Sibila de Eritrea de su control. —¿A esta Sibila le gustan los crucigramas? —preguntó Reba. —Me gustan los crucigramas. —El Oráculo da las profecías en forma de juegos de palabras, —expliqué. —Como crucigramas, o acrósticos. La profecía también hablaba de que Grover nos traería aquí, y un montón de

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Hoosier en el original, que es la denominación oficial de los residentes del estado de Indiana.

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cosas horribles que pasarán en el Campamento Júpiter en unos cuantos días… —La luna nueva, —Meg murmuró. —es pronto. —Sí. —traté de ocultar mi enojo. Parecía que Meg se encontraba en dos lugares a la vez, lo cual no habría sido un problema para el dios Apolo. Como el humano Lester, apenas podía manejar estar en un lugar a la vez. —Había otra línea, —recordó Grover. —¿caminad por la senda en las botas de vuestro enemigo? ¿Podría tener algo que ver con las botitas de Calígula? Imaginé mis enormes pies de dieciséis años agolpados dentro de zapatos militares de cuero hechos para un bebé. Mis dedos empezaron a palpitar. —Espero que no, —dije. — Pero si tenemos que liberar a la Sibila del laberinto, estoy seguro de que nos ayudará. Me gustaría tener más orientación antes de cargar a enfrentar a Calígula en persona. Otras cosas que me hubiera gustado tener: mis poderes divinos de vuelta, el departamento de armas de fuego entero de La Locura Militar de Macro en manos de un ejército de semidioses, una carta de disculpa de mi padre, Zeus, prometiendo nunca más volverme a convertir en humano, y un baño. Pero, como dicen, Lester no tiene opciones. —Eso nos lleva de vuelta a donde empezamos, −dijo Yuca. — Tú necesitas al Oráculo liberado, nosotros necesitamos que los incendios paren. Para hacer eso, necesitamos entrar en el laberinto, pero nadie sabe cómo. Gleeson se aclaró la garganta. —Tal vez alguien sepa. 109

Nunca antes tantos cactus habían mirado al sátiro. Choya acarició su tenue barba blanca. —¿Quién es ese alguien? Hedge se giró a su mujer, como diciendo “Todos tuyos, cariño.” Mellie pasó unos segundos reflexionando sobre el cielo nocturno, y tal vez sobre su vida anterior como nebulosa soltera. —Muchos de ustedes saben que estuvimos viviendo en casa de los McLean. —dijo. —Como en Piper McLean —expliqué. —hija de Afrodita. La recuerdo – uno de los siete semidioses que se embarcaron en el Argo II. De hecho, estaba esperando llamarlos a ella y a su novio, Jason Grace, mientras estaba en Carolina del Sur, para ver si podían derrotar al emperador y liberar al Oráculo por mí. Espera, borra eso. Me refiero, por supuesto, que estaba esperando que ellos pudieran ayudarme con esas cosas. Mellie asintió, —Yo era la asistente personal del señor McLean. Gleeson era un padre y amo de casa de tiempo completo, haciendo un gran trabajo… —Lo hice, ¿Cierto? —Gleeson asintió, dándole a Bebé Chuck la cadena de los nunchaku para que mordiera. —Hasta que todo fue mal. —dijo Mellie con un suspiro. Meg McCaffrey ladeó la cabeza. —¿A qué te refieres? —Larga historia, —dijo la ninfa nube, en un tono que implicaba podría decirte, pero entonces me tendría que convertir en una nube de tormenta, llorar mucho, golpearte con un rayo y matarte. —El punto es que, hace un par de semanas, Piper tuvo un sueño 110

sobre el Laberinto Ardiente. Pensó que había encontrado una forma de llegar al centro, y fue a explorar con… ese chico, Jason. Ese chico. Mis afinados sentidos me dijeron que Mellie no estaba contenta con Jason Grace, hijo de Júpiter. —Cuando volvieron… —Mellie se calló, su mitad inferior se arremolinó como un sacacorchos de nube. —Dijeron que habían fracasado, pero no creo que esa sea la historia completa. Piper insinuó que habían encontrado algo ahí que… los sacudió. Las paredes de piedra de La Cisterna parecían crujir y moverse con el cambio de temperatura de la noche, como si, simpáticamente vibrara con la palabra sacudió. Pensé en mi sueño sobre la Sibila con cadenas de fuego, disculpándose con alguien antes de entregar terribles noticias: “Lo siento, te lo ahorraría si pudiera. Yo la libraría. ¿Se habría estado refiriendo a Jason, o a Piper, o a los dos? Si así era, y si habían encontrado el Oráculo… —Necesitamos hablar con esos semidioses. —decidí. Mellie bajó la cabeza. —No puedo llevarte. Volver… podría romper mi corazón. Hedge cambió a bebé Chuck de brazo. —Tal vez yo podría… Mellie le lanzó una mirada de advertencia. —Sí, yo tampoco puedo ir. —murmuró Hedge. —Yo te llevaré, —se ofreció Grover, lucía más exhausto que nunca. —Sé dónde está la casa de los McLean. Sólo, uh, ¿tal vez podríamos esperar hasta mañana? Una sensación de alivio refrescó a las dríadas de la asamblea. Sus púas se relajaron, la clorofila volvió a sus caras. Tal vez 111

Grover no había resulto sus problemas, pero les había dado esperanzas – o al menos, la sensación de que podíamos hacer algo. Miré el círculo de brumoso cielo naranja sobre La Cisterna. Pensé en los incendios ardiendo hacía el oeste, y lo que podría estar pasando al norte en el Campamento Júpiter. Sentado en la parte inferior de un pozo en Palm Springs, incapaz de ayudar a los semidioses romanos, o incluso saber qué pasaba con ellos, pude empatizar con las dríadas – enraizadas a un lugar, mirando con desesperación los incendios acercarse más y más. No quería aplastar las recién encontradas esperanzas de las dríadas, pero me sentía obligado a decir: —Hay más. Puede que su santuario no sea seguro por mucho más tiempo. Les dije lo que Incitatus había dicho a Calígula por teléfono. Y no, nunca pensé que iba a informar sobre una conversación interceptada entre un caballo parlante y un emperador romano muerto. Áloe temblaba, sacudiendo varias de las altamente medicinales espinas de su cabello. —¿Cómo podrían saber de Aeithales? ¡Nunca nos han molestado aquí! Grover hizo una mueca, —No lo sé, chicos, pero… el caballo parecía implicar que Calígula fue quien lo destruyó hace años. Dijo algo como: Sé que crees haberte ocupado de ello, pero ese lugar sigue siendo peligroso. La corteza marrón de la cara de Yuca se volvió aún más obscura. –No tiene sentido, ni siquiera nosotros sabíamos lo que era este lugar.

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—Una casa, —dijo Meg. —Una enorme casa sobre zancos. Estas cisternas… eran columnas de ayuda, enfriamiento geotérmico y abastecimiento de agua. Las dríadas se erizaron de nuevo. No dijeron nada, esperando a que Meg continuara. Ella meció sus pies mojados, haciendo que su mirada pareciera aún más a la de una ardilla nerviosa lista para saltar. Recordé como había querido salir de aquí tan pronto como llegamos, cómo nos había advertido que no era seguro. Recordé una línea de la profecía que no habíamos discutido todavía: La hija de Deméter encuentra sus raíces antiguas. —Meg, —dije tan gentil como pude, —¿cómo conoces este lugar? Su expresión se volvió tensa, pero desafiante, como si no estuviera segura si soltarse a llorar o pelear conmigo. —Porque era mi hogar, —dijo. —Mi padre construyó Aeithales.

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11 No toques al dios A menos que tus visiones sean buenas Y te lavarás las manos Sólo no hagas eso.

N

O AUNCIAS QUE TU padre construyó una casa misteriosa en un lugar sagrado para las dríadas, te levantas y te vas. Entonces, por supuesto, eso es lo que hizo Meg.

—Nos vemos en la mañana—, anunció a nadie en particular. Caminó con dificultad por la rampa, todavía descalza a pesar de pasar por veinte especies diferentes de cactus, y se deslizó en la oscuridad. Grover miró a sus camaradas reunidos. —Um, bueno, buen encuentro, todos. Inmediatamente se cayó, roncando antes de tocar el suelo. Aloe Vera me miró con preocupación. — ¿Debería ir tras Meg? Ella podría necesitar más aloe goo. —Voy a ver cómo está—, le prometí. Los espíritus de la naturaleza comenzaron a limpiar su basura de la cena (las dríadas son muy concienzudas sobre ese tipo de cosas), mientras yo buscaba a Meg McCaffrey. 114

La encontré a cinco pies del suelo, encaramada en el borde del cilindro de ladrillo más alejado, mirando hacia adentro y mirando hacia el pozo. A juzgar por la cálida fragancia de fresa que flotaba en las grietas de la piedra, supuse que era lo mismo que habíamos usado para salir del Laberinto. —Me estás poniendo nervioso—, le dije. — ¿Puedes bajar? —No—, dijo ella. —Por supuesto que no—, murmuré. Subí, a pesar del hecho de que la escalada de paredes realmente no estaba en mi conjunto de habilidades. (Oh, ¿a quién estoy engañando? En mi estado actual, no tengo un conjunto de habilidades.) Me uní a Meg en el borde, balanceando mis pies sobre el abismo del que habíamos escapado. ¿Realmente había sido sólo esta mañana? No podía ver la red de plantas de fresa debajo en las sombras, pero su olor era poderoso y exótico en el ambiente desértico. Es extraño cómo algo común puede volverse poco común en un entorno nuevo. O, en mi caso, cómo un dios extraordinariamente increíble puede volverse tan común. La noche socavó el color de la ropa de Meg, haciéndola parecer un semáforo en escala de grises. Su nariz mocosa brillaba. Detrás de los cristales mugrientos de sus gafas, tenía los ojos húmedos. Giró un anillo de oro, luego el otro, como si ajustara las perillas de una vieja radio. Tuvimos un día largo. El silencio entre nosotros se sintió cómodo, y no estaba seguro de poder tolerar más información aterradora sobre nuestra profecía.

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Por otro lado, necesitaba explicaciones. Antes de volver a dormir en este lugar, quería saber qué tan seguro o inseguro era, y si despertaría con un caballo parlanchín en mi cara. Mis nervios fueron disparados. Consideré estrangular a mi joven maestra y gritar: ¡CUÉNTAME AHORA !, pero decidí que tal vez no fuera sensible a sus sentimientos. — ¿Te gustaría hablar de eso? —, Le pregunté amablemente. —No. No es una gran sorpresa. Incluso en las mejores circunstancias, Meg y la conversación eran unos torpes conocidos. —Si Aeithales es el lugar mencionado en la profecía, —dije— tus raíces antiguas, bueno, podría ser importante saberlo así que... ¿podremos seguir vivos? Meg me miró. Ella no me ordenó que saltara al hoyo de las fresas, o que incluso me callara. En cambio, ella dijo, —Aquí—, y agarró mi muñeca. Me había acostumbrado a despertar visiones, siendo arrastrado hacia atrás por el carril de la memoria cada vez que experiencias piadosas sobrecargaban mis neuronas mortales. Esto fue diferente En lugar de mi propio pasado, me encontré sumergido en el de Meg McCaffrey, viendo sus recuerdos desde su punto de vista. Me quedé en uno de los invernaderos antes de que las plantas crecieran salvajes. Hileras ordenadas de cachorros de cactus nuevos alineados en los estantes de metal, cada olla de barro equipada con un termómetro digital y un medidor de humedad. Las mangueras de nebulización y las luces de crecimiento flotaban sobre sus cabezas. El aire era cálido, pero agradablemente, y olía a tierra recién revuelta. 116

La grava húmeda crujió bajo mis pies mientras seguía a mi padre en sus rondas, quiero decir, el padre de Meg. Desde mi punto de vista como una niña pequeña, lo vi sonriéndome. Como Apolo, lo había visto antes en otras visiones: un hombre de mediana edad con el cabello oscuro y rizado y una nariz ancha y pecosa. Lo había visto en Nueva York y le había dado a Meg una rosa roja de su madre, Deméter. También vi su cadáver extendido en los escalones de la estación Grand Central, su baúl arruinado con marcas de cuchillos o garras, el día en que Nero se convirtió en el padrastro de Meg. En este recuerdo del invernadero, McCaffrey no parecía mucho más joven que en esas otras visiones. Las emociones que sentí de Meg me dijeron que tenía unos cinco años, la misma edad que cuando ella y su padre terminaron en Nueva York. Pero McCaffrey parecía mucho más feliz en esta escena, mucho más a gusto. Cuando Meg miró la cara de su padre, me sentí abrumado por su alegría y satisfacción. Ella estaba con papá. La vida maravillosa. Los ojos verdes de McCaffrey brillaban. Cogió un cactus en macetas y se arrodilló para mostrarle a Meg. —Yo llamo a este Hércules—, dijo, —porque él puede soportar... — ¡Cualquier cosa! Flexionó su brazo y dijo: — ¡GRRRR! —, Lo que hizo que a la pequeña Meg le diera un ataque de risitas. — ¡Muéstrame más plantas! McCaffrey colocó a Hércules en el estante y luego levantó un dedo como un mago: — ¡Mira esto! — Metió la mano en el bolsillo de su camisa de mezclilla y le presentó su puño ahuecado a Meg. —Intenta abrirlo—, dijo. 117

Meg tiró de sus dedos. — ¡No puedo! —Tú puedes. Eres muy fuerte. ¡Intenta realmente fuerte! — ¡GRRR! —, Dijo la pequeña Meg. Esta vez ella logró abrir su mano, revelando siete semillas hexagonales, cada una del tamaño de una moneda de cinco centavos. Dentro de sus gruesas pieles verdes, las semillas brillaban débilmente, haciéndolas parecer una flota de pequeños ovnis. —Ohhhhh, — dijo Meg. — ¿Puedo comerlos? Su padre se ríó. —No, cariño. Estas son semillas muy especiales. Nuestra familia ha estado tratando de producir semillas como esta para... —silbó suavemente— durante mucho tiempo, y cuando los plantamos... — ¿Qué? — Meg preguntó sin aliento. —Serán muy especiales—, prometió su padre. — ¡Incluso más fuerte que Hércules! — ¡Hay que plantarlos ahora! Su padre alborotó su cabello. —Todavía no, Meg. No están listos. Pero cuando sea el momento necesitaré tu ayuda. Los plantaremos juntos. ¿Prometes ayudarme? —Lo prometo—, dijo, con toda la solemnidad de su corazón de cinco años. La escena cambió. Meg entró descalza en la hermosa sala de estar de Aeithales, donde su padre estaba de pie frente a una pared de vidrio curvo, con vistas a las luces nocturnas de la ciudad de Palm Springs. Estaba hablando por teléfono, de espaldas a Meg. Se suponía que debía estar dormida, pero algo la había despertado, tal vez un mal sueño, tal vez la sensación de que papá estaba molesto. 118

—No, no entiendo—, decía por teléfono. —No tienes derecho. Esta propiedad no es... Sí, pero mi investigación no puede... ¡Eso es imposible! Meg se arrastró hacia adelante. Le encantaba estar en la sala de estar. No solo por la hermosa vista, sino también por la forma en que la madera pulida se sentía contra sus pies descalzos, lisa, fresca y sedosa, como si se deslizara sobre una lámina de hielo viviente. Adoraba las plantas que papá guardaba en los estantes y en macetas gigantes por toda la habitación: cactus que florecían en docenas de colores, árboles de Josué que formaban columnas vivientes, levantaban el techo, crecían en el techo y se extendían a través de él en una red de ramas y cúmulos borrosos de punta verdes. Meg era demasiado joven para entender que los árboles de Josué no debían hacer eso. Parecía completamente razonable para ella que la vegetación se entrelazara para ayudar a formar la casa. A Meg también le encantó el gran pozo circular en el centro de la habitación -la Cisterna, lo llamaba papá-, lo protegieron por seguridad, pero fue maravilloso porque enfrió toda la casa e hizo que el lugar se sintiera seguro y anclado. A Meg le encantaba correr por la rampa y sumergir los pies en el agua fresca de la piscina en el fondo, aunque papá siempre decía: ¡No te empapes demasiado! ¡Podrías convertirte en una planta! Sobre todo, le encantaba el gran escritorio donde trabajaba papá: el tronco de un mezquite que crecía directamente en el suelo y volvía a caer, como la espiral de una serpiente marina que rompe las olas, dejando un arco suficiente para forma el mueble. La parte superior del tronco era lisa y nivelada, una superficie de trabajo perfecta. Los huecos de los árboles proporcionaron cubículos para el almacenamiento. Ramitas de hojas se curvaban desde el escritorio, 119

formando un marco para sostener el monitor de la computadora de papá. Meg una vez le había preguntado si había lastimado el árbol cuando talló el escritorio, pero papá se río entre dientes. —No, cariño, nunca haría daño al árbol. Mesquite ofreció formarse en un escritorio para mí. Esto tampoco le pareció inusual a Meg, una niña de cinco años. Llamaba a un árbol y le hablaba de la misma manera que le hablarías a una persona. Esta noche, sin embargo, Meg no se sentía tan cómoda en la sala de estar. A ella no le gustaba la forma en que la voz de papá temblaba. Llegó a su escritorio y encontró, en lugar de los habituales paquetes de semillas, dibujos y flores, una pila de cartas escritas a máquina, gruesos documentos grapados, sobres, todo en amarillo diente de león. Meg no podía leer, pero a ella no le gustaban esas letras. Se veían importantes y mandones y enojados. El color lastimó sus ojos. No era tan agradable como dientes de león reales. —No entiendes—, dijo papá por teléfono. —Esto es más que el trabajo de mi vida. Son siglos. Miles de años de trabajo... No me importa si eso suena loco. No puedes simplemente... Se giró y se congeló, viendo a Meg en su escritorio. Un espasmo cruzó su rostro: su expresión pasó de la ira al miedo, a la preocupación y luego se conformó con alegría. Él deslizó su teléfono en su bolsillo. —Hola, cariño—, dijo, con la voz tensa. —No puedes dormir, ¿eh? Sí... yo tampoco.

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Caminó hacia el escritorio, barrió los papeles amarillos diente de león en el hueco de un árbol y le ofreció la mano a Meg. — ¿Quieres ver los invernaderos? La escena cambió de nuevo. Un recuerdo confuso y fragmentado: Meg llevaba su atuendo favorito, un vestido verde y polainas amarillas. A ella le gustó porque papá dijo que la hacía parecerse a uno de sus amigos del invernadero, una cosa hermosa y en crecimiento. Tropezó por el camino de entrada en la oscuridad, siguiendo a papá, con su mochila ocupada por su manta favorita porque papá dijo que tenían que darse prisa. Solo podían tomar lo que podían llevar. Estaban a medio camino del automóvil cuando Meg se detuvo, notando que las luces estaban encendidas en los invernaderos. —Meg—, dijo su padre, su voz tan rota como la grava bajo sus pies. — Vamos, cariño. —Pero Hércules—, dijo. —Y los otros... —No podemos traerlos—, dijo papá, tragando un sollozo. Meg nunca había escuchado a su padre llorar antes. La hacía sentir como si la tierra cayera debajo de ella. — ¿Las semillas mágicas? —, Preguntó ella. —Podemos plantarlos, ¿a dónde vamos? —La idea de ir a otro lado parecía imposible, aterrador. Ella nunca había conocido otro hogar que no fuera Aeithales. —No podemos, Meg. — Papi sonaba como si apenas pudiera hablar. —Tienen que crecer aquí. Y ahora… Volvió a mirar la casa, flotando en sus enormes soportes de piedra, con sus ventanas encendidas con luz dorada. Pero algo estaba 121

mal. Formas oscuras se movieron a través de la ladera: hombres, o algo así como hombres, vestidos de negro, rodeando la propiedad. Y más formas oscuras girando sobre sus cabezas, alas borrando las estrellas. Papá tomó su mano. —No hay tiempo, cariño. Tenemos que irnos. Ahora. El último recuerdo de Meg de Aeithales: estaba sentada en la parte trasera de la camioneta de su padre, con la cara y las manos presionadas contra la ventana trasera, tratando de mantener las luces de la casa a la vista el mayor tiempo posible. Solo habían recorrido la mitad de la cuesta cuando su hogar estalló en una llamarada de fuego. Jadeé, mis sentidos de repente retrocedieron al presente. Meg retiró su mano de mi muñeca. La miré con asombro, mi sensación de realidad se tambaleaba tanto que temía caer en el hoyo de las fresas. —Meg, ¿cómo haz...? Ella tomó un callo de su palma. —No sé. Solo necesitaba hacerlo. Una respuesta muy Meg. Aun así, los recuerdos habían sido tan dolorosos y vívidos que me dolió el pecho, como si me hubieran dado con un desfibrilador. ¿Cómo había compartido Meg su pasado conmigo? Sabía que los sátiros podían crear un vínculo de empatía con sus amigos más cercanos. Grover Underwood tuvo uno con Percy Jackson, y dijo que explicaba por qué a veces tenía un deseo inexplicable de panqueques de arándanos. ¿Meg tenía un talento similar, quizás porque estábamos vinculados como maestro y servidor? No lo sabía. 122

Sabía que Meg estaba dolida, mucho más de lo que ella expresó. Las tragedias de su corta vida habían comenzado antes de la muerte de su padre. Habían comenzado aquí. Estas ruinas fueron todo lo que quedaba de una vida que podría haber sido. Yo quería abrazarla. Y, créanme, ese no era un sentimiento que tenía a menudo. Era probable que resultara en un codo en la caja torácica o la empuñadura de una espada en mi nariz. —¿Lo hiciste ...? —Titubeé. — ¿Tenías estos recuerdos desde el principio? ¿Sabes lo que tu padre estaba tratando de hacer aquí? Un encogimiento de hombros indiferente. Ella agarró un puñado de polvo y lo goteó en el pozo como si sembrara semillas. —Phillip—, dijo Meg, como si el nombre acabara de ocurrirle a ella. —Mi padre se llamaba Phillip McCaffrey. El nombre me hizo pensar en el rey macedonio, padre de Alejandro. Un buen luchador, pero nada divertido. Sin interés en la música o la poesía o incluso el tiro con arco. Con Philip todo era calma, todo el tiempo. Aburrido. —Phillip McCaffrey era un muy buen padre—, le dije, tratando de mantener la amargura de mi voz. Yo mismo no tenía mucha experiencia con buenos padres. —Olía a mantillo—, recordó Meg. —En el buen sentido. No sabía la diferencia entre un buen olor a mantillo y un mal olor a mantillo, pero asentí respetuosamente. Miré la hilera de invernaderos, sus siluetas apenas visibles contra el cielo nocturno rojo y negro. Phillip McCaffrey obviamente había sido un hombre talentoso.

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¿Quizás un botánico? Definitivamente un mortal favorecido por la diosa Deméter. ¿De qué otra manera podría haber creado una casa como Aeithales, en un lugar con tal poder natural? ¿En qué había estado trabajando y qué quería decir cuando dijo que su familia había estado haciendo la misma investigación durante miles de años? Los humanos raramente pensamos en términos de milenios. Tienen suerte si incluso supieran los nombres de sus bisabuelos. Lo más importante, ¿qué le había sucedido a Aeithales y por qué? ¿Quién había expulsado a los McCaffrey de su casa y los había obligado a ir al este de Nueva York? Esa última pregunta, desafortunadamente, fue la única que sentí que podía responder. —Calígula hizo esto—, le dije, señalando los cilindros en ruinas en la ladera. —A eso se refería Incitatus cuando dijo que el emperador se ocupó de este lugar. Meg se volvió hacia mí, con su rostro como piedra. —Vamos a descubrirlo. Mañana. Tú, yo, Grover. Encontraremos a esta gente, Piper y Jason. —Las flechas vibraban en mi carcaj, pero no podía estar seguro si era la Flecha de Dodona zumbando por atención, o mi propio cuerpo temblando. — ¿Y si Piper y Jason no saben nada útil? Meg se sacudió el polvo de las manos. —Ellos son parte de los siete, ¿verdad? ¿Los amigos de Percy Jackson? —Bueno, sí. —Entonces lo sabrán. Ellos ayudarán. Encontraremos a Calígula. Exploraremos este lugar mágico y liberaremos la sibila y detendremos los incendios y todo lo demás. Admiré su capacidad para resumir nuestra búsqueda en términos tan elocuentes. 124

Por otro lado, no estaba emocionado por explorar el lugar mágico, incluso si contábamos con la ayuda de otros dos semidioses más poderosos. La antigua Roma también tenía poderosos semidioses. Muchos de ellos intentaron derrocar a Calígula. Todos ellos habían muerto. Volví a mi visión de la Sibila, disculpándome por sus terribles noticias. ¿Desde cuándo se disculpa el oráculo? Yo la perdonaría. La Sibila había insistido en que fuera a rescatarla. Sólo yo podría liberarla, aunque era una trampa. Nunca me gustaron las trampas. Me recordaron a mi viejo enamorado, Britomartis. Ugh, la cantidad de pozos de tigres birmanos en los que había caído por el bien de esa diosa. Meg hizo girar sus piernas. —Me voy a dormir. Tú también deberías. Saltó de la pared y se dirigió a través de la ladera, dirigiéndose hacia la Cisterna. Como ella no había ordenado realmente que me fuera a dormir, me quedé en la repisa durante un largo tiempo, mirando hacia abajo, a la grieta abarrotada de fresas, escuchando las alas de mal agüero.

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12 ¡Oh, Pinto, Pinto! ¿Por qué el vómito es amarillo? Lo esconderé atrás.

D

IOSES DEL OLIMPO, ¿No había sufrido lo suficiente?

Conducir desde Palm Spring hasta Malibu con Meg y Grover debería haber sido suficientemente malo. Evadir zonas evacuadas por los incendios y la hora pico en Los Ángeles lo hicieron peor. ¿Pero teníamos que hacer el viaje en el Ford Pinto coupé39 color mostaza de 1979 de Gleeson Hedge? —¿Estás bromeando? —Pregunté cuando encontré a mis amigos esperando con Gleeson en el auto. —¿Ninguno de los cactus tenía un mejor…? Quiero decir, ¿otro vehículo? El entrenador Hedge me fulminó con la mirada. —Oye, amigo, deberías estar agradecido. ¡Este es clásico! Perteneció a mi bisabuelo cabra. Lo he mantenido en muy buena forma, así que ninguno de ustedes se atreva a destruirlo. Pensé en mis experiencias más recientes con autos: el carro del sol estrellándose en el lago del Campamento Mestizo; el Prius de Percy Jackson siendo atrapado por dos árboles de melocotón en un 39

Automóvil que solamente dispone de dos puertas laterales, aparte de la trasera, y tiene, por lo general, la línea aerodinámica de un deportivo.

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huerto de Long Island; un Mercedes robado zigzagueando por las calles de Indianápolis, conducido por un trío de espíritus de la fruta endemoniados. —Lo cuidaremos bien, —prometí. El entrenador Hedge coincidió con Grover, asegunrándose de que sabía cómo encontrar la casa McLean en Malibu. —Los McLean deberían seguir ahí, —murmuró Hedge. —Al menos eso espero. —¿A qué se refiere? —Preguntó Grover. —¿Por qué no estarían ahí? Hedge se aclaró la garganta. —Como sea, ¡buena suerte! Saluden a Piper de mi parte si la ven. Pobre niña… Se volteó y trotó de vuelta por la colina. El interior del Pinto olía a poliéster caliente y pachulí, lo que me trajo recuerdos de cuando bailaba disco con Travolta (Dato curioso: en italiano, su apellido significa abrumado, lo que describe perfectamente lo que hace su colonia.) Grover tomó el volante, ya que Gleeson solo le confió a él las llaves. (Grosero.) Meg se subió en el asiento del copiloto, sus tenis rojos se apoyaron en el tablero mientras ella se entretenía haciendo crecer vides de Buganvilia alrededor de sus tobillos. Parecía de buen humor, tomando en cuenta la sesión de compartir tragedias de la infancia de anoche. Eso nos unió. Apenas podía pensar en las pérdidas que ella había sufrido sin parpadear para no llorar. Por suerte, tenía mucho espacio para llorar en privado, ya que estaba atrapado en el asiento de atrás. 127

Fuimos al oeste por la Interestatal 10, Mientras pasábamos por Moreno Valley, me tomó un tiempo darme cuenta qué estaba mal: en lugar de ir cambiando lentamente a verde, el paisaje permaneció marrón, la temperatura aumentando, y el aire seco y ácido continuaban, como si el Desierto de Mojave hubiese olvidado sus límites y se hubiera esparcido hasta Riverside. Hacia el norte, el aire era una neblina espesa, como si todo el bosque San Bernandino estuviese en llamas. Para el momento en que llegamos a Pomona y chocamos con el tráfico parachoques-con-parachoques, nuestro Pinto estaba temblando y silbando como un jabalí con insolación. Grover se quedó mirando por el retrovisor un BMW que conducía detrás de nosotros. —¿Los Pintos no explotan si los golpean por detrás? —Preguntó él. —Solo algunas veces. —Dije yo. En mis épocas de conducir el carro solar, conducir un vehículo que explotaba en llamas nunca fue algo que me molestara, pero después de que Grover lo trajera a colación no dejé de mirar atrás, deseando que el BMW se alejara. Estaba desesperado por un desayuno, no solo sobras frías de la ronda de enchiladas de la noche anterior. Hubiera acabado con una ciudad griega por una buena taza de café y tal vez un agradable y largo paseo en la dirección contraria a la que estábamos yendo. Mi mente empezó a divagar. No sabía si estaba teniendo sueños vívidos, agitados por las visiones que había tenido el día anterior, o si mi conciencia estaba intentando escapar del asiento de atrás del 128

Pinto, pero me encontré a mí mismo reviviendo recuerdos de la Sibila Eritrea. Recordé su nombre: Herófila. Amiga de los héroes. Vi su tierra natal, la Bahía de Eritras, en la costa de lo que algún día sería Turquía. Unas colinas doradas azotadas por el viento, adornadas con coníferas, ondulando hacia las frías aguas azules del Egeo. En una pequeña cañada cerca de la boca de la cueva, un pastor con lana casera se arrodillaba junto a su esposa, una náyade de una primavera cercana, mientras ella daba a luz a su hijo. Te ahorraré los detalles, excepto por esto: mientras la madre gritaba en su último puje, el niño salió del vientre no llorando, sino cantando — su bella voz llenando el aire con el sonido de profecías. Como puedes imaginar, eso captó mi atención. Desde ese momento, la niña fue sagrada para Apolo. La bendije como uno de mis oráculos. Recordaba a Herófila como una mujer joven rondando por el Mediterráneo para compartir su sabiduría. Cantaba a cualquiera que quisiera escucharla… Reyes, héroes, sacerdotes de mis templos. Todos luchaban para transcribir sus letras proféticas. Imagina tener que aprenderte el cancionero entero de Hamilton de memoria de una sentada, sin la habilidad de rebobinar, y entenderás su problema. Herófila simplemente tenía muchos buenos consejos para compartir. Su voz era tan encantadora que era imposible para los oyentes recordar todos los detalles. Ella no podía controlar qué cantaba o cuándo. Nunca repetía las cosas. Tenías que estar ahí. Ella predijo la caída de Troya. Previó el ascenso de Alejandro Magno. Aconsejó a Eneas sobre dónde debería establecer la colonia que un día se convertiría en Roma. ¿Pero los romanos escucharon 129

todo su consejo, como Tengan cuidado con los emperadores, No se vuelvan locos con eso de los gladiadores o Las togas no son una buena tendencia de la moda? No. No lo hicieron. Por novecientos años, Herófila vagó por el mundo. Hizo lo mejor que pudo por ayudar, pero, aún con mi bendición y algunos arreglos florales estimulantes ocasionales, se desanimó. Todos a quienes había conocido en su juventud estaban muertos. Había visto civilizaciones alzarse y caer. Había escuchado a muchos pastores y héroes decir, “Espera, ¿qué? ¿Podrías repetir eso? Déjame buscar un lápiz.” Volvió a su hogar en la ladera de su madre, en Eritras. La primavera se había secado hacía siglos, y con ella el espíritu de su madre, pero Herófila se instaló en la cueva cercana. Ayudaba a suplicantes cada vez que iban en busca de su sabiduría, pero su voz nunca volvió a ser la misma. Su bello canto se fue. Si había perdido la confianza en ella misma, o el regalo de la profecía se había convertido en otro tipo de maldición, nunca estuve seguro. Herófila hablaba de manera titubeante, dejando fuera palabras importantes que el oyente debería adivinar. A veces su voz fallaba por completo. Frustrada, garabateó líneas en hojas secas, dejándolas para que los suplicantes los ordenaran para darles significado. La última vez que vi a Herófila… sí, fue en el año 1509 d.C. La había persuadido para que saliera de su cueva para que diera una última visita a Roma, donde Miguel Ángel estaba pintando un retrato de ella en el techo de la Capilla Sixtina. Aparentemente, estaban celebrándola por una oscura profecía de hacía mucho tiempo atrás, cuando había predicho el nacimiento de Jesús de Nazaret. 130

—No lo sé, Miguel, —dijo Herófila, sentada junto a él en su andamio, mirándolo pintar. —Es hermoso, pero mis brazos no son tan… —Su voz se agarrotó. —Palabra de diez letras, empieza con M. Miguel Ángel tocó sus labios con su pincel. —¿Musculosos? Herófila asintió con vehemencia. —Puedo arreglarlo, —prometió Miguel Ángel. Luego de eso, Herófila volvió a su cueva para siempre. Debo admitir que perdí todo rastro de ella. Asumí que había desaparecido, como muchos otros oráculos antiguos. Sin embargo, aquí estaba ahora, en el sur de California, a merced de Calígula. Realmente debería haber seguido enviando esos arreglos florales. Ahora, todo lo que podía hacer era intentar compensar mi negligencia. Herófila aún era mi oráculo, tanto como lo era Rachel Dare en el Campamento Mestizo, o el pobre fantasma de Trofonío en Indianápolis. Fuera una trampa o no, no podía dejarla en una cámara de lava, atada con cadenas fundidas. Comencé a preguntarme si tal vez, solo tal vez, Zeus había estado bien al enviarme a la tierra, para corregir los errores que había dejado pasar. En seguida descarté ese pensamiento. No. Este castigo fue totalmente injusto. De todas formas, ugh. ¿Hay algo peor que darte cuenta de que tal vez estés de acuerdo con tu padre? Grover condujo por el norte de Los Ángeles, a través del tráfico que se movía casi tan lento como el proceso de lluvia de ideas de Atenea. No deseo ser injusto con el sur de California. Cuando el lugar no estaba en llamas o atrapado en una nube de humo negro, o 131

retumbando con terremotos, o hundiéndose en el mar, o ahogada en tráfico, había cosas que me gustaban de él: el panorama musical, las palmeras, las playas, los lindos días, la gente bonita. Entendía por qué Hades había puesto la entrada al Inframundo aquí. Los Ángeles era una un imán para las aspiraciones humanas — el lugar perfecto para que los mortales se reúnan, con ojos como estrellas, con sueños de fama, entonces fracasan, mueren y se van por el desagüe, quedando en el olvido. ¿Lo ves? ¡Puedo ser un observador objetivo! De vez en cuando miraba hacia el cielo, esperando ver a Leo Valdez volando en su dragón de bronce, Festus. Quería verlo sosteniendo un cartel que dijera “¡Todo está bien!” La luna nueva no era hasta dentro de dos días, es verdad, ¡pero tal vez Leo había terminado su misión de rescate antes! Podía aterrizar en la autopista, decirnos que el Campamento Júpiter estaba a salvo de cualquier peligro que hubiera tenido que enfrentar. Entonces podía pedirle a Festus que incinerara los autos delante de nosotros para agilizar nuestro viaje. Por desgracia, no se veía ningún dragón de bronce circulando, aunque hubiera sido difícil de localizar. El cielo entero estaba teñido de bronce. —Entonces, Grover, —dije, después de un par de décadas en la carretera de la Costa del Pacífico, —¿alguna vez has conocido a Piper o Jasón? Grover meneó la cabeza. —Parece extraño, lo sé. Todos hemos estado tanto tiempo en el Sur de California. Pero he estado ocupado con los incendios. Jasón y Piper han estado en misiones y yendo a la

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escuela y lo que sea. Nunca tuve la oportunidad. El entrenador dice que son… Agradables. Tuve la sensación de que estuvo a punto de decir otra palabra que no era “agradables”. —¿Hay algún problema del que debamos saber? —Pregunté. Grover tamborileó con sus dedos en el volante. —Bueno… Ellos han estado bajo mucho estrés. Primero, estuvieron buscando a Leo Valdez. Luego hicieron otras misiones. Luego las cosas comenzaron a ir mal con el Señor McLean. Meg levantó la mirada de la trenza de buganvilla. —¿El papá de Piper? Grover asintió con la cabeza. —Es un actor famoso, sabes. ¿Tristan McLean? Un escalofrío de placer recorrió mi espalda. Amé a Tristan McLean en El Rey de Esparta. Y Jake Steel 2: El Regreso de la Rueda. Para un mortal, ese hombre tenía abdominales infinitos. —¿Cómo fueron tan mal las cosas? —Pregunté. —No lees noticias sobre celebridades, —adivinó él. Triste pero cierto. Con todas mis corridas como mortal, liberando oráculos antiguos y peleando contra megalómanos romanos, no tenía nada de tiempo para estar al tanto de los chismes más jugosos de Hollywood. —¿Una ruptura complicada? —Especulé. paternidad? ¿Dijo algo horrible en Twitter?

—¿Prueba

de

—No exactamente, —dijo Grover. —Solo veamos… cómo están las cosas cuando lleguemos. Puede que no sea tan malo. 133

Lo dijo de la manera en que la gente lo hace cuando espera que sea exactamente así de malo. Para el momento en que llegamos a Malibu, casi era hora del almuerzo. Mi estómago estaba volteándose de dentro hacia fuera él mismo por hambre y enfermo por el viaje en auto. Yo, quien solía pasar el día entero paseando en el carro solar Maserati, enfermo por el viaje en el auto. Culpé a Grover. Condujo con una pezuña pesada. Viendo el lado positivo, nuestro Pinto no explotó, y encontramos la casa McLean sin ningún incidente. Alejada de la sinuosa carretera, la mansión en 12 Oro del Mar se aferraba a unos rocosos acantilados con vista al Pacífico. Desde la calle, las únicas partes visibles eran las paredes de seguridad de estuco blanco, las puertas de acero forjado y una terraza de baldosas rojas. El lugar hubiera irradiado una sensación de privacidad y una tranquilidad Zen si no fuera por los camiones de mudanza estacionados afuera. Las puertas estaban totalmente abiertas. Tropas de hombres fornidos estaban transportando sofás, mesas y grandes obras de arte. Caminando de un lado al otro al final del camino de entrada, luciendo desaliñado y aturdido, como si acabase de salir de un accidente de autos, estaba Tristán McLean. Su cabello era más largo de lo que había visto en las películas. Mechones negros y sedosos caían por sus hombros. Había subido de peso, así que ya no se parecía a la elegante máquina de matar que había sido en Rey de Esparta. Sus jeans blancos estaban manchados de hollín. Su camiseta negra estaba rota en el cuello. Sus mocasines lucían como un par de patatas cocidas de más.

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No se veía bien, una celebridad de su calibre solo parado frente a su casa en Malibu sin ningún guardia o asistente personal o fans adorándolo… Ni siquiera una multitud de paparazzis intentando tomar fotos embarazosas. —¿Qué le pasa? —Pregunté. Meg entrecerró los ojos y miró por el parabrisas. —Se ve bien. —No, —insisití. —Se ve… Normal. Grover apagó el motor. —Vayamos a saludar. El señor McLean dejó de ir de un lado al otro cuando nos vio. Sus oscuros ojos negros se veían desenfocados. —¿Son amigos de Piper? No pude encontrar mis palabras. Hice un sonido como de gorjeo que no había producido desde mi primer encuentro con Grace Kelly. —Sí, señor, —dijo Grover. —¿Está ella en casa? —En casa… —Tristan McLean saboreó la palabra. Parecía encontrarla amarga y sin sentido. —Pasen. —Hizo una seña vagamente hacia el camino de entrada. —Creo que ella está… —Su voz se arrastró mientras miraba a dos hombres de la mudanza transportaban una gran estatua de mármol de un pez gato. —Vayan. No importa. No estaba seguro de si nos hablaba a nosotros o a los hombres de la mudanza, pero su tono derrotado me alarmó incluso más que su apariencia. Nos abrimos paso por un patio de jardines esculpidos y fuentes brillantes, por una entrada de doble ancho con puertas de roble pulido y dentro de la casa.

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Un mosaico de Saltillo rojo brilló. Paredes color blanco crema conservaban impresiones más pálidas donde las pinturas solían colgar. A nuestro lado derecho se extendía una cocina gourmet que incluso Edesia, la diosa romana de los banquetes hubiera adorado. Ante nosotros se extendía una gran habitación con un techo de treinta metros de alto, sostenido por vigas de cedro, una enorme chimenea y una pared corrediza de cristal que daba a una terraza con vista al océano. Tristemente, la habitación era un cascarón vacío: sin muebles, sin alfombras, sin obras de arte… Solo algunos cables rizándose desde la pared y una escoba y pala apoyados en un rincón. Una habitación tan impresionante no debería haber estado vacía. Se sentía como un templo sin estatuas, música y ofrendas de oro. (Oh, ¿por qué me torturaba a mí mismo con tales analogías?) Sentada cerca de la chimenea, revisando un montón de papeles, estaba una mujer joven con piel cobriza y cabello negro en capas. Su camiseta anaranjada del Campamento Mestizo me permitió darme cuenta de que estaba mirando a Piper, hija de Afrodita y Tristán McLean. Nuestras pisadas hicieron eco en el vasto espacio, pero Piper no miró hacia arriba mientras nos acercábamos. Tal vez ella estaba demasiado absorta en sus papeles, o asumió que éramos hombres de la mudanza. —¿Quieren que me levante otra vez? —Murmuró ella. —Estoy bastante segura de que la chimenea se quedará aquí. —Ejem, —dije. Piper levantó la mirada. Su iris multicolor tomó la luz como prismas humeantes. Ella me estudió como si no estuviera segura de 136

lo que estaba mirando (oh, amigo, conocía el sentimiento), y luego le dio la misma mirada a Meg. Posó sus ojos en Grover y su mandíbula cayó. —Te-te conozco, —dijo ella. —De las fotos de Annabeth. ¡Eres Grover! Se paró de golpe, sus papeles olvidados esparcidos por las baldosas de Saltillo. —¿Qué pasó? ¿Annabeth y Percy están bien? Grover se alejó rápidamente, cosa entendible dada la expresión intensa de Piper. —¡Están bien! —Dijo él. —Al menos, asumo que lo están. En realidad, eh, no los he visto en un tiempo, p-pero tengo una conexión empática con Percy, así que si no estuviera bien creo que lo sabría… —Apolo. —Meg se arrodilló. Tomó uno de los papeles del suelo, con el ceño fruncido incluso más severamente que Piper. Mi estómago terminó de darse vuelta de dentro hacia fuera. ¿Por qué no había notado el color de los documentos antes? Todos los papeles – sobres, reportes recopilados, cartas de negocios – eran amarillo diente de león. —“N.H Financieras” —leyó Meg del principio de la carta. — “División del Triunvirato… —¡Hey! —Piper le quitó el papel de las manos. —¡Eso es privado! —Luego me miró como si hubiera rebobinado mentalmente. —Espera, ¿acaba de llamarte Apolo? —Me temo que sí. —Hice una incómoda reverencia. —Apolo, dios de la poesía, música, arquería y muchas otras cosas importantes, a tu servicio, aunque mi permiso de conducir de aprendiz dice Lester Papadopoulos. 137

Ella parpadeó. —¿Qué? —También, esta es Meg McCaffrey. —Dije. —Hija de Démeter. No es su intención ser entrometida. Es solo que ya hemos visto papeles de este tipo antes. La mirada de Piper pasó de mí a Meg y luego a Grover. El sátiro se encogió de hombros como diciendo “Bienvenida a mi pesadilla”. —Tendrán que repetírmelo. —Decidió Piper. Hice mi mejor esfuerzo por darle la mejor sinopsis que pude: mi caída a la tierra, mi servidumbre hacia Meg, mis dos misiones anteriores para liberar los oráculos de Dodona y Trofonío, mis viajes con Calipso y Leo Valdez… —¿LEO? —Piper me agarró de los brazos tan fuerte que tal vez me había dejado moretones. —¿Está vivo? —Duele, —gemí. —Lo siento. —Ella me soltó. —Necesito saber todo sobre Leo. Ahora. Hice mi mejor esfuerzo por complacerla, temiendo que tal vez pudiera sacar la información de mi cabeza si era de otro modo. —Esa pequeña chispita, —gruñó ella. —Lo buscamos por meses, ¿y sólo apareció en el campamento? —Sí, —convine yo. —Hay una lista de espera de gente que quiere golpearlo. Podemos anotarte en algún momento del próximo otoño. Pero ahora necesitamos tu ayuda. Tenemos que liberar a una Sibila del emperador Calígula. La expresión de Piper me recordó a la de un malabarista, tratando de mantener quince objetos en el aire al mismo tiempo. 138

—Lo sabía, —murmuró ella. —Sabía que Jasón no me estaba diciendo… Media docena de hombres de mudanza de repente cargaron desde la puerta, hablando en ruso. Piper frunció el ceño. —Hablemos en la terraza, —dijo. — Podemos intercambiar malas noticias.

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13 No muevas la parrilla del gas Meg todavía está jugando con eso Somos tan KA-BOOM

¡O

H, LA VISTA ESCÉNICA DEL ÓCEANO! ¡Oh, las olas chocando con los acantilados de abajo, y las gaviotas girando en lo alto! ¡Oh, el tipo grande y sudoroso en un sillón, revisando sus textos!

El hombre levantó la vista cuando llegamos a la terraza. Frunció el ceño, se puso de pie a regañadientes y avanzó pesadamente, dejando una mancha de transpiración en forma de motor en la tela de la silla. —Si todavía tuviera mi cuerno de la abundancia—, dijo Piper, — dispararía a esos tipos con toda la comida. Mis músculos abdominales se crisparon. Una vez fui golpeado en el intestino por un tiro de jabalí asado de una cornucopia cuando Deméter estaba especialmente enojada conmigo... pero esa es otra historia. Piper trepó la valla de la terraza y se sentó encima de ella, frente a nosotros, con los pies enganchados a los rieles. Supuse que se había posado allí cientos de veces y ya no pensaba en la larga caída. Muy abajo, en el fondo de una escalera de madera en zigzag, una estrecha franja de playa se aferraba a la base de los acantilados. Las olas se estrellaron contra las rocas dentadas. Decidí no unirme a Piper en la 140

barandilla. No tenía miedo a las alturas, pero definitivamente tenía miedo de mi pobre sentido del equilibrio. Grover miró el sudoroso sillón –el único mueble que quedaba en la terraza– y optó por permanecer de pie. Meg caminó hacia una parrilla de gas de acero inoxidable incorporada y comenzó a jugar con las perillas. Calculé que tendríamos unos cinco minutos antes de que nos volara a todos. —Entonces. — Me apoyé en la barandilla al lado de Piper. — Sabes de Calígula. Sus ojos cambiaron de verde a marrón, como el envejecimiento de la corteza de los árboles. —Sabía que alguien estaba detrás de nuestros problemas: el laberinto, los incendios, esto. — Señaló a través de las puertas de vidrio en la mansión vacía. —Cuando estábamos cerrando las Puertas de la Muerte, luchamos contra muchos villanos que habían regresado del Inframundo. Tiene sentido que un malvado emperador romano estaría detrás de “Triunvirato Holdings”. Supuse que Piper tenía unos dieciséis años, la misma edad que... no, no podría decir la misma edad que yo. Si pensara en esos términos, tendría que comparar su complexión perfecta con mi propia cara con cicatrices de acné, su nariz finamente cincelada contra mi bulbo de cartílago, su físico suavemente curvado con el mío, que también estaba suavemente curvado, pero en todas las maneras equivocadas. Entonces tendría que gritar, ¡TE ODIO! Tan joven, sin embargo, ella había visto tantas batallas. Dijo “cuando estábamos cerrando las Puertas de la Muerte” de la forma en que sus compañeros de la escuela secundaria podrían decir “cuando estábamos nadando en la casa de Kyle.” 141

—Sabíamos que había un laberinto ardiente—, continuó. — Gleeson y Mellie nos contaron sobre eso. Dijeron que los sátiros y las dríadas... —Hizo un gesto hacia Grover. —Bueno, no es ningún secreto que ustedes han estado pasando un mal momento con la sequía y los incendios. Entonces tuve algunos sueños. Ya sabes. Grover y yo asentimos. Incluso Meg observó sus peligrosos experimentos con equipos de cocina al aire libre y gruñó compasivamente. Todos sabíamos que los semidioses no podían tomar una siesta sin estar plagados de augurios y portentos. —De todos modos—, continuó Piper, —pensé que podríamos encontrar el corazón de este laberinto, pensé que quienquiera que fuera el responsable de hacer nuestras vidas miserables estaría allí, y podríamos enviarlo de vuelta al Inframundo. —Cuando dices nosotros—, preguntó Grover, — ¿te refieres a ti y...? —Jason. Sí. Su voz bajó cuando dijo su nombre, de la misma manera que lo hizo la mía cuando me forzaron a pronunciar los nombres Jacinto o Daphne. —Algo sucedió entre ustedes—, deduje. Ella recogió una mancha invisible de sus jeans. —Ha sido un año difícil. Y me lo estás diciendo a mi, pensé. Meg activó uno de los quemadores de la barbacoa, que se iluminó de azul como un motor de propulsión. —¿Ustedes se separaron o qué?

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Dejé que McCaffrey no tuviera tacto sobre el amor con una hija de Afrodita, mientras simultáneamente encendía fuego frente a un sátiro. —Por favor, no juegues con eso—, dijo Piper suavemente. —Y sí, rompimos Grover dijo, — ¿En serio? Pero escuché... pensé... — ¿Pensaste qué? — La voz de Piper se mantuvo tranquila y pareja. — ¿Que estaríamos juntos para siempre como Percy y Annabeth? — Miró hacia la casa vacía, no exactamente como si echara de menos los muebles viejos, sino como si estuviera imaginando el espacio completamente renovado. —Las cosas cambian. La gente cambia. Jasón y yo, empezamos de una manera extraña. Hera se equivocó con nuestras cabezas, nos hizo pensar que compartíamos un pasado que no compartíamos. —Ah—, dije. —Eso suena como algo que Hera haría. —Luchamos la guerra contra Gaia. Luego pasamos meses buscando a Leo. Luego tratamos de instalarnos en la escuela, y en el momento en que realmente tuve algo de tiempo para respirar... — Vaciló, examinando cada una de nuestras caras como si se diera cuenta de que estaba a punto de compartir las verdaderas razones, las razones más profundas, con personas que apenas conocía. Recordé cómo Mellie había llamado pobre a Piper, y la forma en que la ninfa de la nube había dicho el nombre de Jasón con disgusto. —De todos modos—, dijo Piper, —las cosas cambian. Pero estamos bien. Él está bien. Estoy bien. Al menos... lo estaba, hasta que esto comenzó. —Hizo un gesto hacia la gran sala, donde los cargadores estaban arrastrando un colchón hacia la puerta principal.

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— ¿Qué pasó exactamente? —, Le pregunté. — ¿Qué hay en todos esos documentos del color del diente de león? —Como este—, dijo Meg, sacando de su cinturón de jardinería una carta doblada que debe haber escapado de la gran sala. Para ser una niña de Deméter, ella tenía dedos pegajosos. — ¡Meg! —, Dije. —Eso no es tuyo… Puede que haya sido un poco sensible acerca de robar el correo de otras personas. Una vez Artemisa rebuscó en mi correspondencia y encontró algunas cartas jugosas de Lucrecia Borgia de las que se burló durante décadas. —NUEVA HAMPSHIRE. Finanzas, —Meg insistió. —Neos Helios. Calígula, ¿verdad? Piper clavó sus uñas en la barandilla de madera. —Deshazte de eso. Por favor. Meg arrojó la carta a las llamas. Grover suspiró. —Podría haber comido eso por ti. Es mejor para el medio ambiente, y la papelería sabe muy bien Eso consiguió una sonrisa delgada de Piper. —El resto es todo tuyo—, prometió. —En cuanto a lo que dicen, todo es legal, legal, bla-bla, financiero, aburrido, legal. En pocas palabras, mi padre está arruinado —Ella alzó una ceja hacia mí. — ¿Realmente no has visto ninguna de las columnas de chismes? ¿La revista cubre? —Eso es lo que pregunté—, dijo Grover. Hice una nota mental para visitar la caja de supermercado más cercana y abastecerme de material de lectura. —Estoy tristemente atrás—, admití. — ¿Cuándo comenzó todo esto? 144

—Ni siquiera sé—, dijo Piper. —Jane, la exasistente personal de mi padre, ella estaba metida en eso. También su gerente financiero. Su contador. Su agente de cine. Esta compañía Triumvirate Holdings... ― Piper separó las manos, como si estuviera describiendo un desastre natural que no podía haber sido previsto. —Se metieron en muchos problemas. Debieron gastar años y decenas de millones de dólares para destruir todo lo que mi papá construyó: su crédito, sus activos, su reputación con los estudios. Todo desapareció. Cuando contratamos a Mellie... bueno, ella era genial. Ella fue la primera persona en detectar el problema. Trató de ayudar, pero ya era demasiado tarde. Ahora mi papá está peor que arruinado. Él está profundamente endeudado. Él debe millones en impuestos que él ni siquiera sabía. Lo mejor que podemos esperar es que evite el tiempo en la cárcel. —Eso es horrible—, dije. Y lo dije en serio. La posibilidad de no volver a ver los abdominales de Tristan McLean en la gran pantalla fue una amarga decepción, aunque tuve demasiado tacto para no decir esto frente a su hija. —No es que pueda esperar mucha simpatía—, dijo Piper. — Deberías ver a los niños en mi escuela, sonriendo y hablando de mí a mis espaldas. Quiero decir, incluso más de lo normal. Oh, boo-hoo. Perdiste las tres casas. — ¿Tres casas? —, Preguntó Meg. No vi por qué fue sorprendente. La mayoría de las deidades y celebridades menores que conocía tenían al menos una docena, pero la expresión de Piper se volvió vergonzosa.

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—Sé que es ridículo—, dijo. —Regresaron diez autos. Y el helicóptero. Estarán ejecutando una hipoteca en este lugar al final de la semana y luego toman el avión. —Tienes un avión—. Meg asintió, como si al menos eso tuviera perfecto sentido. —Guay. Piper suspiró. —No me importan las cosas, pero el amable ex guardabosque que fue nuestro piloto va a quedar sin trabajo. Y Mellie y Gleeson tuvieron que irse. También lo hizo el personal de la casa. Sobre todo... estoy preocupada por mi padre. Seguí su mirada. Tristan McLean estaba deambulando por la gran sala, mirando a las paredes en blanco. Me gustaba más como un héroe de acción. El papel del hombre quebrantado no le quedaba bien. —Ha estado sanando—, dijo Piper. —El año pasado, un gigante lo secuestró. Me estremecí. Ser capturado por gigantes realmente puede dejar cicatrices a una persona. Ares había sido secuestrado por dos de ellos, hace milenios, y nunca volvió a ser el mismo. Antes, había sido arrogante y molesto. Después, fue arrogante, molesto y frágil. —Me sorprende que la mente de tu padre todavía esté en una sola pieza—, le dije. Las esquinas de los ojos de Piper se tensaron. —Cuando lo rescatamos del gigante, usamos una poción para limpiar su memoria. Afrodita dijo que era lo único que podíamos hacer por él. Pero ahora... quiero decir, ¿Cuánto trauma puede soportar una persona?

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Grover se quitó la gorra y la miró tristemente. Tal vez estaba pensando pensamientos reverentes, o tal vez simplemente estaba hambriento. — ¿Qué harás ahora? —Nuestra familia todavía tiene propiedades—, dijo Piper, —fuera de Tahlequah, Oklahoma, la asignación original de los Cherokee. Al final de la semana, estaremos utilizando nuestro último vuelo en el avión para regresar a casa. Esta es una batalla que supongo ganaron tus malvados emperadores. No me gustaba que los emperadores se llamaran míos. No me gustó la forma en que Piper dijo estar en casa, como si ya hubiera aceptado que viviría el resto de su vida en Oklahoma. Nada en contra de Oklahoma, yo sé que importa. Mi amigo Woody Guthrie era oriundo de Okemah. Pero los mortales de Malibu normalmente no lo veían como una mejora. Además, la idea de que Tristan y Piper se vieran forzados a mudarse al este me recordó las visiones que Meg me había mostrado la noche anterior: a ella y a su padre los empujaron fuera de su hogar por el mismo aburrido bla bla bla, huyendo de su incinerada casa y terminando en Nueva York. Fuera de la sartén de Calígula, en el fuego de Nero. —No podemos dejar que Calígula gane—, le dije a Piper. —No eres el único semidiós al que está apuntando. Ella pareció absorber esas palabras. Luego se enfrentó a Meg, como si realmente la viera por primera vez. — ¿Igualmente? Meg apagó el quemador de gas. —Sí. Mi papá. — ¿Qué pasó? Meg se encogió de hombros. —Hace mucho tiempo. Esperamos, pero Meg había decidido ser Meg. 147

—Mi joven amiga es una chica de pocas palabras—, le dije. — ¿Pero con su permiso...? Meg no me ordenó que me callara ni que saltara de la terraza, así que conté a Piper lo que había visto en los recuerdos de McCaffrey. Cuando terminé, Piper saltó de la barandilla. Se acercó a Meg, y antes de que pudiera decir: ¡Cuidado, muerde más fuerte que una ardilla salvaje! Piper envolvió sus brazos alrededor de la chica más joven. —Lo siento mucho. — Piper besó la parte superior de su cabeza. Esperé nerviosamente a que las doradas cimitarras de Meg se reflejaran en sus manos. En cambio, después de un momento de petrificada sorpresa, Meg se derritió en el abrazo de Piper. Se quedaron así durante mucho tiempo, Meg temblando, Piper sosteniéndola como si fuera el semidiós Consolador en Jefe, sus propios problemas irrelevantes junto a los de Meg. Finalmente, con un bufido / hipo, Meg se alejó, limpiándose la nariz. —Gracias. Piper me miró. — ¿Cuánto tiempo ha estado Calígula jugando con las vidas de los semidioses? —Varios miles de años—, dije. —Él y los otros dos emperadores no regresaron a través de las Puertas de la Muerte. Nunca abandonaron el mundo de los vivos. Básicamente son dioses menores. Han tenido milenios para construir su imperio secreto, Triumvirate Holdings. —Entonces, ¿Por qué nosotros? — Dijo Piper. —¿Por qué ahora? —En tu caso—, dije, —sólo puedo adivinar que Calígula te quiere fuera del camino. Si te distraen los problemas de tu padre, no eres 148

una amenaza, especialmente si estás en Oklahoma, lejos del territorio de Calígula. En cuanto a Meg y su padre... No sé. Estuvo involucrado en algún tipo de trabajo que Calígula encontró amenazante. —Algo que hubiera ayudado a las dríadas—, agregó Grover. — Tenía que ser, basado en donde estaba trabajando, esos invernaderos. Calígula arruinó a un hombre de la naturaleza. Grover sonaba tan enojado como nunca lo había escuchado antes. Dudaba de que hubiera más elogios que un sátiro podría darle a un humano que llamarlo un hombre de la naturaleza. Piper estudió las olas en el horizonte. —Crees que está todo conectado. Calígula está trabajando en algo, eliminando a cualquiera que lo amenace, comenzando este laberinto ardiente, destruyendo los espíritus de la naturaleza. —Y aprisionar al oráculo de Eritrea ―dije. —Como una trampa. Para mí. —¿Pero ¿qué quiere? —, Exigió Grover. — ¿Cuál es su final? Piper presionó sus labios juntos. —Ah. Es por eso por lo que estás aquí. Miró a Meg, luego a la parrilla de gas, tal vez tratando de decidir qué sería más peligroso: ir en una búsqueda con nosotros, o quedarse aquí con un niño aburrido de Deméter. —Déjame coger mis armas—, dijo Piper. —Vamos a dar un paseo.

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14 El hombre Bedrossian El hombre Bedrossian, corre tan Rápido como… los pantalones de yoga

–N

O ME JUZGUEN — advirtió Piper mientras volvía a salir de su habitación. No habría soñado con ello.

Piper McLean se veía elegantemente vestida para el combate en sus zapatillas converse blancas, con unos pantalones ajustados, un cinturón de cuero y una polera naranja del campamento. Su pelo en una trenza hacia un lado, con una pluma azul –una pluma de arpía, si no estaba equivocado. En su cinturón estaba atada una daga afilada con forma triangular, como las que las mujeres griegas solían usar –una parazonium40. Hécuba, la futura reina de Troya lucía una cuando estábamos saliendo. Era principalmente para los festejos, pero, según recuerdo, era bastante afilada (Hécuba solía tener cierto mal genio). Colgado del otro lado del cinturón de Piper… Ah. Supongo que por esto era que ella se sentía cohibida. Enfundado en su muslo había un carcaj en miniatura surtido con proyectiles de treinta 40

Es una daga o espada corta y ancha que altos oficiales militares griegos y sobre todo, romanos, llevaban en el lado izquierdo de la cintura, sujeto con una correa. Se utilizaba más como símbolo de distinción que como arma.

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centímetros, las plumas de las flechas estaban hechas de cardos41, colgado a través de sus hombros, junto con una mochila, había un tubo de casi un metro y medio hecho de una vara de un río. —¡Una cerbatana! — Grité— ¡Amo las cerbatanas! No es como que yo fuera un experto, pero para que sepas, las cerbatanas eran armas que lanzaban proyectiles –elegantes, difíciles de dominar y muy sigilosas. ¿Cómo no las podría amar? Meg se rascó su cuello— ¿Las cerbatanas son cosas de griegos? Piper se rió— No, no son cosas de griegos. Pero son cosas de los Cherokee. Mi abuelo Tom me hizo éstas hace mucho tiempo. Siempre estaba intentando que yo practicara. La barba de chivo de Grover se movió nerviosamente, como si estuviera intentando liberarse de su barbilla, al estilo de Houdini— Las cerbatanas son bastante difíciles de usar. Mi tío Ferdinand tenía una. ¿Qué tan buena eres? — No soy la mejor — admitió Piper— No estoy ni cerca de ser tan buena como mi prima en Tahlequah, ella es una campeona tribal. Pero he estado practicando. La última vez que Jasón y yo estuvimos en el laberinto — le dio palmadas al carcaj— Estas fueron de mucha ayuda, ¿Sabes? Grover logró contener su emoción. Yo entendía su preocupación. En las manos de un novato, una cerbatana era más peligrosa para los aliados que para los enemigos. —¿Y la daga? — Preguntó Grover— ¿Esa es realmente… — Katoptris. — dijo orgullosamente Piper— Perteneció a Helena de Troya. 41

Una planta con flores con pétalos morados.

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Yo grité— encontraste?

¿Tienes la daga de Helena de Troya? ¿Dónde la

Piper se encogió de hombros— campamento.

En un almacén en el

Sentí las ganas de tirar de mi cabello. Recordaba el día en que Helena había recibido esa daga como un regalo de compromiso. Tan asombrosa cuchilla, sostenida por la mujer más bella que alguna vez había visto caminar en la Tierra. (Sin ofender al otro billón de mujeres que son bastante encantadoras también; las amo a todas) ¿Y Piper había encontrado ésta históricamente significativa, y bien hecha, arma poderosa en un almacén? Ay, el tiempo hacía que todas las cosas perdieran su valor, sin importar qué tan importante sean. Me preguntaba si tal destino me aguardaba. En miles de años, alguien me encontraría en un cobertizo para herramientas y diría “Oh, mira, Apolo, el dios de la poesía. Puede que pueda pulirlo y usarlo”. —¿La cuchilla aún muestra visiones? — Pregunté —¿Sabes de ello, eh? — Piper meneó su cabeza— Las visiones pararon el último verano. ¿Eso no tiene nada que ver con que te expulsaran del Olimpo, o sí, Señor Dios de las Profecías? Meg inhaló audiblemente— La mayoría de las cosas son su culpa. —¡Hey! — dije— Er, continuando, Piper, ¿A dónde exactamente nos estás llevando? Si todos tus autos han sido embargados, me temo que estamos atorados con el entrenador el Pinto de Hedge. Piper sonrió— Creo que podemos hacer algo mejor que eso. Síganme. Ella nos guió a través de una entrada de coches, donde el señor McLean había retomado sus deberes como un viajero aturdido. Él 152

vagaba alrededor de la entrada, su cabeza inclinada como si estuviera buscando una moneda que se hubiera caído. Su cabello estaba parado en filas desordenadas donde sus dedos habían barrido pasado. En la puerta de un camión cercano, los motores estaban teniendo su hora de colación, casualmente comiendo comida china, que sin duda había estado en la cocina de los McLean hace poco tiempo. El señor McLean miró hacia Piper. Él parecías despreocupado por su cuchillo y su cerbatana— ¿Vas a salir? — Sólo por un rato. — Piper besó la mejilla de su padre— Volveré en la noche. No dejes que se lleven los sacos de dormir, ¿Okay? Tú y yo podemos acampar en la terraza. Será divertido. — Está bien. — Él palmeó su hombro distraídamente— Suerte… vas a ¿Estudiar? — Sip. — Dijo Piper— Estudiar. Debes amar la Niebla. Puedes dar un paseo afuera de tu casa severamente armado, en compañía de un sátiro, un semidiós y un antiguo y fofo Olímpico y, gracias a la magia de la Niebla que cambiaba la percepción, tu padre mortal asume que vas a salir con un grupo de estudio. “Es cierto, papá. Tenemos que revisar unos problemas matemáticos que involucran la trayectoria de los dardos de una cerbatana contra unos objetivos en movimiento.” Piper nos guió a través de la calle hacia la casa del vecino más cercano– una mansión de Frankenstein con cerámicas toscanas, ventanas modernas y aguilones42 que gritaban “Tengo mucho

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Ángulo superior de la pared de un edificio cubierto por un tejado de dos aguas.

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dinero, ¡pero no el suficiente gusto para que se vea bien! ¡AYUDA!” Alrededor de la entrada, un hombre corpulento en ropa deportiva acababa de salir de su Cadillac Escalade blanco —¡Señor Bedrossian! — lo llamó Piper. El hombre saltó, mirando a Piper con horror. Sin importar su polera de ejercicio, sus pantalones desacertados de yoga, y sus ostentosas zapatillas para correr, él se veía como si hubiera estado en su tiempo de ocio más que ejercitando. No estaba ni sudando ni sin aliento. Su delgado cabello tenía una pincelada de grasa negra en su cuero cabelludo. Cuando él frunció el ceño sus rasgos gravitaron hacia el centro de su cara como si estuvieran circulando los agujeros negros de sus fosas nasales. — P... Piper, — él tartamudeó— ¿Qué estás…? — Me encantaría tomar prestado el Escalade, ¡gracias! — dijo Piper sonriendo. — Em, de hecho, esto no es…. —¿Esto no es problema? — le facilitó Piper— ¿Y está encantado de prestármelo por el resto del día? ¡Fantástico! La cara de Bedrossian se agitó. Él forzó sus palabras— Sí. Por supuesto. — Las llaves, por favor. El señor Bedrossian le lanzó el llavero, luego corrió hacia la casa tan rápido como su pantalón de yoga apretado lo dejaba. Meg silbó bajito— Eso fue genial. —¿Qué fue eso? — preguntó Grover. 154

— Eso, — dije— fue el embruja habla —Reevalúe a Piper McLean, sin estar seguro si debía estar impresionado o si debía correr tras el señor Bedrossian con pánico— Un raro regalo entre los hijos de Afrodita. ¿Tú tomas prestado el auto del señor Bedrossian a menudo? Piper se encogió de hombros— Él ha sido un horrible vecino. Además, tiene otra docena de autos. Créeme, no le estamos causando ningún infortunio. Además, yo usualmente regreso lo que pido prestado. Usualmente. ¿Ya nos vamos? Apolo, puedes conducir. — Pero… Ella sonrió con esa sonrisa tenebrosa de ‘puedo hacerte hacerlo’. — Yo conduzco — dije. Tomamos el pintoresco camino de la costa hacia el sur en el automóvil de Bedrossian. Ya que el Escalade sólo era un poco más pequeño que el tanque que expulsaba fuego de la hidra Hefesto, Tuve que tener cuidado de chocar de refilón contra las motocicletas, buzones, niños pequeños en triciclos y otros obstáculos molestos. —¿Vamos a recoger a Jasón? — pregunté. Junto a mí, en el asiento del copiloto, Piper estaba cargando un dardo en la cerbatana— No es necesario. Además, él está en clases. — Tú no lo estás. — Me estoy cambiando de casa, ¿Recuerdas? Desde el próximo lunes estaré matriculada en la secundaria Tahlequah — ella alzó su cerbatana como si fuera una copa de champaña—Vamos Tigres. Sus palabras sonaban extrañamente sin ironía. Otra vez me pregunté cómo es que ella podía estar tan resignada a su destino, tan 155

lista para dejar que Calígula los expulsara a ella y su padre de la vida que habían construido aquí. Pero, ya que ella tenía un arma cargada, no la desafié. La cabeza de Meg salió de entre nuestros asientos— ¿No necesitaremos a tu ex novio? Yo me desvié y casi atropellé a la abuela de alguien. —¡Meg! — La reprendí— Siéntate y abróchate el cinturón. Grover… — miré por el espejo retrovisor y vi al sátiro masticando una tira de tela— Grover, deja de comer tu cinturón de seguridad. Estás demostrando un mal ejemplo. Él soltó la tira— Lo lamento. Piper arrugó el pelo de Meg, luego juguetonamente la empujó hacia el asiento trasero— Para responder a tu pregunta, no. Estaremos bien sin Jasón. Puedo mostrarles el camino por el Laberinto. Fue mi sueño después de todo. Esta entrada es la que el emperador ocupa, así que debería ser el camino más recto hacia el centro, donde está manteniendo a su Oráculo. — Y cuando entraste antes, — dije— ¿Qué pasó? Piper se encogió de hombros— Las cosas usuales del laberinto: trampas, pasillos que se movían; también unas criaturas extrañas; guardias... Es difícil de explicar. Y fuego, mucho de ello. Recuerdo mi visión de Herófila, levantando sus brazos encadenados en la habitación de lava, disculpándose con alguien que no era yo. — No encontraste realmente a la Oráculo? — pregunté. Piper estuvo en silencio por media cuadra, mirando hacia pequeños pedazos de océano que se veía entre las casas. — No lo hice. Pero hubo un corto periodo de tiempo en que nos separamos Jasón y yo.

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Ahora… me pregunto si él me dijo todo lo que le había pasado a él. Estoy segura de que no lo hizo. Grover volvió a abrocharse su cinturón de seguridad estropeado. —¿Por qué mentiría? — Esa, — dijo Piper— es una buena pregunta y una buena razón para ir devuelta sin él. Para ver por mí misma. Tenía un presentimiento de que Piper estaba guardándose algo… dudas, conjeturas, sentimientos personales, probablemente lo que le había pasado a ella en el Laberinto. Hurra, pensé. Nada condimenta mejor una búsqueda como el drama personal entre héroes que habían estado envueltos románticamente quienes pudieran o no estar contándose entre ellos (y a mí) toda la verdad. Piper me guió hacia el centro de la ciudad de Los Ángeles. Consideré esto como una mala señal. “El centro de Los Ángeles” siempre me ha golpeado como un oxímoron43, como ‘helado caliente’ o ‘inteligencia militar’. (Sí, Ares, ese fue un insulto) Los Ángeles se trataba de extensiones de tierra en crecimiento y suburbios. No pretendía tener un centro de la ciudad, de igual forma que las pizzas no pretendían tener pedazos de mango. Oh, sí, aquí y allí, entre los edificios grises y aburridos del gobierno y las vitrinas de tiendas de cerca, partes del centro habían sido revitalizadas. Mientras hacíamos zigzag entre las calles de las superficies, descubrí muchos condominios nuevos, tiendas modernas y hoteles ostentosos. Pero, para mí, todos esos esfuerzos eran tan efectivos como ponerle maquillaje a un legionario romano (Y, créanme, lo he intentado).

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Figura retórica de pensamiento que consiste en complementar una palabra con otra que tiene un significado contradictorio u opuesto.

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Estacionamos cerca de Grand Park, la cual no era ni grande ni mucho de un parque44. Al otro lado de la calle se veía una tienda del tamaño de ocho tiendas en forma de panal de concreto y vidrio. Parece que yo había ido una vez allí, hace décadas, para registrar mi divorcio de Greta Garbo. ¿O era Liz Taylor? No podía recordarlo. —“¿El salón de los registros?”— dije — Sip. — dijo Piper— Pero no entraremos. Estaciona en el lugar de carga de quince minutos que está allí. Grover se inclinó hacia adelante— ¿Qué pasa si no regresamos en quince minutos? Piper sonrió— Entonces estoy segura de que la compañía de la ciudad cuidará muy bien del Escalade del señor Bedrossian. Una vez que estuvimos a pie, seguimos a Piper al lugar del complejo del gobierno, donde ella puso su dedo en su boca para que mantuviéramos silencio, luego señaló para que ojeáramos la esquina. A lo largo del tamaño de cuadra había una pared de concreto de seis metros, interrumpida por puertas de metal nada especiales, las cuales asumí que eran entradas para el personal. Frente a estas puertas, como a media cuadra más abajo, había un guardia de aspecto extraño. A pesar de que había un cálido día, él vestía un traje negro con corbata. Él era rechoncho y fuerte, con inusuales manos largas. Envuelto en su cabeza había algo que no lograba reconocer, como un kuffiya45 muy grande hecho de tela de toalla, la cual cubría sus hombros y colgaba a medio camino de su espalda. Él podría haber sido un guardia de seguridad privado trabajando para un magnate del 44

Juego de palabras con grand y park.

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Pañuelo tradicional de Medio Oriente que se utiliza en la cabeza para cubrir del sol o el frío.

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petróleo saudí46. ¿Pero por qué estaba parado en un callejón junto a una mediocre puerta de metal? ¿Y por qué estaba toda su cara cubierta de un pelaje blanco… pelaje que hacía juego con su tocado? Grover olfateó el aire, entonces nos hizo retroceder la esquina — Este tipo no es humano— él susurró. — Denle el premio al sátiro — susurró de vuelta Piper, aunque yo no estaba seguro del por qué estábamos siendo tan callados. Estábamos a media cuadra de distancia, y había mucho ruido de la calle. —¿Qué es él? —preguntó Meg. Piper comprobó su dardo en su cerbatana— Esa es una buena pregunta. Pero ellos pueden ser un real problema si no los tomas por sorpresa. —¿Ellos? — pregunté. — Sip — frunció el ceño Piper— La última vez, habían dos. Y tenían pelaje negro. No estoy segura el cómo este es diferente. Pero esa puerta es la entrada al Laberinto, así que necesitamos sacarlo. —¿Debería usar mis espadas? — preguntó Meg. — Sólo si mi tiro fracasa. — Piper tomó unas respiraciones profundas— ¿Están listos? Yo no creía que ella aceptara un No como respuesta, así que asentí junto a Grover y Meg. Piper dio un paso hacia afuera, alzó su cerbatana y disparó. Era un disparo de quince metros, al borde de lo que yo consideraba distancia de cerbatana, pero Piper le dio a su objetivo. El dardo perforó el pantalón del hombre en su pierna izquierda. 46

Reino Unido de Arabia.

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El guardia miró hacia abajo al extraño accesorio nuevo sobresaliendo de su muslo. La pluma de la flecha hacía juego con su pelaje blanco perfectamente. “Oh, perfecto”, pensé. “Acabamos de hacerlo enojar.” Meg convocó a sus Grover buscó a tientas sus reed pipes.

espadas

doradas.

Yo me preparé para salir corriendo y gritando. El guardia miró hacia los lados, como si toda la ciudad se estuviera inclinando hacia estribor, y luego se desmayó en la acera. Alcé mis cejas— ¿Veneno? — La receta especial del abuelo Tom — dijo Piper— Ahora, vengan. Les mostraré lo que realmente es raro de cara peluda.

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15 Grover se va temprano Grover es un sátiro inteligente Lester no tanto

–¿Q

UÉ ES ÉL? — preguntó otra vez Meg— Él es divertido. Divertido no habría sido el adjetivo que yo habría

escogido. El guardia yacía despatarrado en su espalda, de sus labios saliendo espuma, sus ojos medio cerrados moviéndose como en un estado de semiinconsciencia. Cada mano tenía ocho dedos. Eso explicaba el por qué lucían tan grandes a la distancia. Juzgando por el tamaño de sus zapatos de cuero, imaginé que tenían ocho dedos también. Él se veía joven, no más que en la adolescencia en términos humanos, pero, excepto por su frente y sus mejillas, toda su cara estaba cubierta en pelaje blanco que se veía como el pelo del pecho de los terrier. De lo que de verdad había que hablar eran sus orejas. Lo que yo había confundido con un tocado se desenrollo, revelando dos óvalos flexibles de cartílagos, con forma de orejas de humanos, pero cada una del tamaño de una toalla de la playa, lo que me decía inmediatamente que el sobrenombre del pobre niño en secundaria ha de haber sido Dumbo. Los canales de sus orejas eran lo suficientemente abiertos como para atrapar bolas de béisbol, y 161

rellenas de tanto cabello que Piper lo podría haber usado para haber proveído un carcaj entero de plumas para sus flechas. —Orejas grandes— dije — Duh — dijo Meg — No, me refiero a que éste ha de ser uno de los Orejas grandes que Macro mencionó. Grover dio un paso atrás— ¿Las criaturas que Calígula está usando como sus guardias personales? ¿Ellos tienen que verse así de espantoso? Caminé un círculo alrededor del humanoide joven— ¡Imagínate lo buena que ha de ser su audición! E imagina todos los acordes de guitarras que podría tocar con esas manos. ¿Cómo es que nunca había visto esta especie? ¡Ellos serían los mejores músicos del mundo! — Emm… — dijo Piper— No sé de música, pero ellos pelean como no puedes ni imaginártelo. Dos de ellos casi nos matan a Jasón y a mí, y hemos peleado con muchos monstruos diferentes. No vi ningún arma en el guardia, pero podía imaginar que era un peleador difícil. Aun así, se veía como un desperdicio entrenar a estas criaturas para la guerra… — Increíble — murmuré— Después de cuatro mil años, aún sigo descubriendo nuevas cosas. —Como el cuan bobo eres — Meg ofreció. — No. — Así que ya sabías eso?

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—¿Chicos? — interrumpió Grover— ¿Qué hacemos con Orejas grandes? — Matarlo — dijo Meg Fruncí el ceño hacia ella— ¿Qué pasó con “él es divertido”? ¿Qué pasó con “Todo lo que esté vivo merece una oportunidad para crecer? — Él trabaja con el emperador — dijo— Él es un monstruo. ¿Él sólo volverá al Tártaro, o no? Meg miró hacia Piper buscando aprobación, pero ella estaba ocupada escaneando la calle. — Aun así, parece extraño que haya sólo un guardia— musitó Piper— Y ¿Por qué es tan joven? Después de que irrumpimos una vez, pensarías que pondrían a más guardias por turno. A menos que… Ella no terminó su pensamiento, pero oí claramente “A menos de que quieran que entremos”. Estudié la cara del guardia, la cual aún estaba moviéndose por los efectos del veneno. ¿Por qué debía pensar en su cara como la parte inferior de un perro? Hacía que matarlo fuera más difícil. —Piper, ¿qué hace exactamente tu veneno? Ella se arrodilló y sacó el dardo— A juzgar por el cómo sirvió en los otros Orejas grandes, lo paralizará por un largo rato, pero no lo matará. Es veneno diluido de serpiente de coral con unos ingredientes especiales de hierbas. — Recuérdame nunca beber tus tés medicinales — murmuró Grover. Piper sonrió— Podemos simplemente dejarlo. No parece bien que lo hagamos polvo y lo mandemos al Tártaro. 163

— Hmm — Meg se veía no convencida, pero ella dio un golpe a sus espadas, instantáneamente volviéndolas a la posición de anillos de oro. Piper caminó hacia la puerta de metal. Ella la abrió, revelando un oxidado elevador de carga con una simple palanca de control y sin puerta. — Okay, sólo para dejar esto claro — dijo Piper— Les mostraré dónde yo y Jasón entramos al Laberinto, pero no haré el típico rastreo de Nativos Americanos. No sé de rastreo. No soy su guía. Todos accedimos rápidamente, como uno haría cuando le da un ultimátum un amigo con opiniones firmes y dardos con veneno. — También, — continuó ella— si alguno encuentra la necesidad de tener guía espiritual, no estoy aquí para proveer ese servicio. No voy a repartir pedazos de sabiduría de los antiguos Cherokee. — Muy bien — dije— Aunque soy un ex dios de las profecías, disfruto los pedazos de sabiduría espiritual. — Entonces tendrás que preguntarle al sátiro — dijo Piper Grover se aclaró la garganta— Emm, ¿Reciclar es bueno para el karma? — Ahí lo tienes. — dijo Piper— ¿Todos felices? ¡Todos abordo! El interior del elevador estaba pobremente iluminado y olía como azufre. Yo recordaba que Hades tenía un elevador en Los Ángeles que llevaba hacia el Inframundo. Esperaba que Piper no hubiera mezclado su búsqueda. —¿Estás segura de que esto nos lleva al Laberinto Ardiente? — pregunté— Porque no traje ningún cuero crudo para Cerbero. Grover lloriqueó— Tenías que mencionar a Cerbero. Eso es mal karma. 164

Piper tiró del interruptor. El elevador se sacudió y empezó a hundirse a la misma velocidad que mi ánimo. — Toda la primera parte es mortal — Piper nos aseguró— El centro de Los Ángeles está lleno de túneles, de refugios y de alcantarillados… — Todas las cosas que amo — murmuró Grover. — No sé realmente la historia, — dijo Piper— pero Jasón me dijo que algunos de los túneles solían ser usados por contrabandistas y por fiesteros en tiempos de prohibición. Ahora hay grafiteros, fugitivos, personas sin hogar, monstruos y empleados del gobierno. La boca de Meg se movió como si se fuera a reír— ¿Empleados del gobierno? — Es verdad — dijo Piper— Algunos trabajadores de la ciudad usan los túneles para ir de un lugar a otro. Grover se estremeció— ¿Cuándo simplemente podrían caminar a la luz del sol normalmente? Es repulsivo. Nuestra caja de metal oxidado se sacudió y sonó. Lo que sea que había abajo definitivamente nos iba a escuchar llegar, especialmente si tenía orejas del tamaño de toallas. Después de casi cinco metros, el elevador se sacudió y paró. Frente a nosotros había un estrecho pasillo, perfectamente cuadrado y aburrido, iluminado con luces fluorescentes azules. — No se ve tan espantoso — dijo Meg. — Sólo espera. — dijo Piper— La parte divertida está adelante. Grover movió las manos con escaso entusiasmo— Woo. El pasillo cuadrado se abría a un largo túnel redondo, su techo lleno de tubos y cañerías. Las paredes estaban tan llenas de grafitis 165

que podían ser una obra de arte sin descubrir de Jackson Pollock. Latas vacías, ropa sucia y mohosos sacos de dormir estaban esparcidos en el suelo, llenando el aire de un inequívoco campamento de personas sin hogar: sudor, orina y absoluta desesperación. Ninguno de nosotros habló. Yo traté de respirar lo menos posible hasta que emergimos en un túnel aún más largo, este estaba lleno de vías de tren oxidado. A lo largo de las paredes, habían amarrados carteles de metal que decían “ALTO VOLTAJE”, “NO ENTRAR” y “SALIDA”. El cemento crujió bajo nuestros pies. Ratas corretearon junto a las vías, chillándole a Grover mientras pasaban. — Ratas, — él susurró— son tan groseras. Después de casi noventa metros, Piper nos guió hacia un pasillo a un costado, éste estaba iluminado con linóleo. Filas de tubos fluorescentes casi quemadas colgaban de nuestras cabezas. A la distancia, apenas visible con la poca luz, había dos figuras desplumadas juntas en el piso. Asumí que eran dos personas sin hogar hasta que Meg se congeló— ¿Esas son dríadas? Grover gritó alarmado— ¿Agave? ¿Money Maker? — él corrió hacia adelante, el resto de nosotros seguimos sus talones. Agave era un enorme espíritu de la naturaleza, digno de sus plantas. Parada, ella ha de haber medido casi dos metros, con piel azul grisácea, largas extremidades y cabello en puntas que ha de haber sido un horror para el Shampoo. Alrededor de su cuello, sus muñecas y sus tobillos, ella tenía unas vendas con puntas, sólo en caso de que alguien quisiera entrometerse en su espacio personal. Arrodillado junto a su amigo, Agave no se veía tan mal hasta que se 166

giró, revelando sus quemaduras. La parte izquierda de su cara era una masa de tejido carbonizado y sabia brillante. Su brazo izquierdo no era nada más que una curva café disecada. —¡Grover! — ella dijo con tono áspero— Maker. ¡Por favor!

Ayuda a Money

Él se arrodilló junto a la afligida dríada. Yo nunca había escuchado de una planta hacedora de dinero47 antes, pero podía ver el cómo había obtenido su nombre. Su pelo era un racimo grueso de discos trenzados como un cuadrante verde. Su vestido estaba hecho de la misma materia, así que se veía como si estuviera toda revestida en una lluvia de monedas de clorofila. Puede que su cara alguna vez haya sido hermosa, pero ahora estaba tan arrugada como un globo de una fiesta pasada. De las rodillas hacia abajo, sus piernas habían desaparecido… se habían quemado. Ella trató de concentrarse en nosotros, pero sus ojos eran de un verde opaco. Cuando ella se movió, monedas de jade cayeron se su pelo y de su vestido. —¿Grover está aquí? — ella sonaba como si estuviera respirando una mezcla de gas de cianuro y limaduras de metal— Grover… estuvimos tan cerca. El labio del sátiro tembló. Sus ojos estaban llenos de lágrimas— ¿Qué pasó? ¿Cómo…? — Allá abajo. — dijo Agave— Llamas. Ella salió de la nada. Magia… — ella empezó a toser sabia. Piper miró cautelosamente hacia el pasillo— Voy a explorar hacia adelante. Vuelvo en seguida. No quiero que me tomen por sorpresa. 47

“Money Maker”, en español el nombre de esta especie es “Planta de dinero” que es una planta originaria del sur de África utilizada principalmente como decoración.

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Ella se precipitó lejos del pasillo. Agave trató de hablar otra vez, pero se cayó hacia un lado. De alguna forma, Meg logró atraparla y volver a levantarla sin quedar empalada con las puntas. Ella tocó el hombro de la dríada, murmurando ‘Crece, crece, crece’. Unas grietas comenzaron a aparecer en la cara chamuscada de Agave. Su respiración se calmó. Luego Meg se giró hacia Money Maker. Ella puso su mano en el pecho de la dríada, pero retrocedió porque cayeron más pétalos de jade. — No puedo hacer mucho por ella aquí abajo — dijo Meg— Ambos necesitan agua y luz solar. Ahora, ya. — Yo las llevo a la superficie — dijo Grover. — Yo te ayudo — dijo Meg. — No. — Grover… —¡No! — Su voz se quebró— Una vez que esté afuera, puedo curarlas tan bien como tú puedes hacerlo. Esta es mi búsqueda, aquí están mis órdenes, Es mi responsabilidad ayudarlas. Además, tu búsqueda está allá abajo junto a Apolo. ¿Realmente quieres que él vaya sin ti? Pensé que ese era un excelente punto. Yo necesitaría de la ayuda de Meg. Entonces me di cuenta de la forma en que ambos me estaban mirando, como si dudaran de mis habilidades, mi valentía, mi capacidad de terminar esta búsqueda sin que una niña de doce años me tomara de la mano. Ellos tenían razón, por supuesto, pero no hacía que fuera menos

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embarazoso. Aclaré mi garganta— Bueno, estoy seguro de que si tuviera que… Meg y Grover ya habían perdido el interés en mí, como si mis sentimientos no fueran su primera preocupación. (Lo sé, no podía creerlo tampoco.) Juntos ayudaron a Agave a que se parara. — Estoy bien. — insistió Agave, tambaleando peligrosamente— Puedo caminar. Sólo tomen a Money Maker. Gentilmente, Grover la levantó. — Ten cuidado — le avisó Meg— No la agites, o perderá todos sus pétalos. — No agitar a Money Maker. — dijo Grover— Lo tengo. ¡Buena suerte! Grover se apuró hacia la oscuridad con dos dríadas a la vez que Piper regresaba. — ¿Hacia dónde se van? — preguntó. Meg le explicó. Piper frunció el ceño aún más— Espero que logren salir a salvo. Si los guardias se despiertan… — ella dejó el pensamiento en el aire— De todas formas, sería mejor que vayamos caminando. Manténganse alerta. Sus cabezas girando constantemente. Casi inyectándome cafeína pura y electrificándome la ropa interior, no sabía el cómo posiblemente podría estar más alerta o girando mi cabeza, pero Meg y yo seguimos a Piper por el siniestro pasillo fluorescente. Otros treinta metros, y el pasillo se abría hacia un vasto espacio que se veía como… — Espera — dije— ¿Este es un estacionamiento subterráneo? 169

Ciertamente se veía como ello, excepto por la completa ausencia de autos. A lo largo de la oscuridad, el cemento estaba pintado con flechas direccionales amarillas y cuadrículas de espacios vacíos. Líneas de pilares cuadrados soportaban el techo a seis metros de distancia. En algunos había carteles que decían: TOCAR LA BOCINA, SALIDA, CEDA EL PASO. En un pueblo tan loco por los autos como L.A., se veía raro que alguien abandonara un estacionamiento usable. Por otro lado, supuse que los metros de la calle sonaban mucho mejor cuando la otra opción era un horripilante laberinto frecuentado por grafiteros, dríadas en búsquedas y trabajadores del gobierno. — Éste es el lugar — dijo Piper— separamos.

Donde Jasón y yo nos

El olor de azufre era más fuerte aquí, mezclado con una fragancia dulce… como a clavos de olor y miel. Me ponía nervioso, recordándome a algo que no podía recordar…, algo peligroso. Resistí el impulso de correr. Meg arrugó la nariz— Pee-yoo. — Sip — convino Piper— Ese olor estaba aquí la vez pasada, una pared de llamas salió rugiendo de la nada. Jasón corrió hacia la derecha. Yo corrí hacia la izquierda. Te lo digo… ese calor se sentía malevolente. Era el fuego más intenso que he sentido antes, y he peleado con Encélado. Yo me estremecí, recordando el aliento de fuego de ese gigante. Solíamos enviarle cajas de antiácidos masticables en Saturnalia48, sólo para hacerlo enojar. —¿Y luego de que tú y Jasón se separaron? — pregunté. 48

Importante festividad romana.

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Piper se movió hacia el próximo pilar. Ella pasó la mano por las letras del cartel de CEDA EL PASO — Yo traté de encontrarlo, por supuesto. Pero era como si hubiera desaparecido. Busqué por un largo tiempo. Estaba completamente asustada. Estaba a punto de perder a otro… Ella vaciló, pero yo entendí. Ella ya había sufrido la pérdida de Leo Valdez, quien ella hace poco había asumido su muerte. Ella no quería perder a otro amigo. — De todos modos — ella dijo— Empecé a oler esa fragancia. ¿Esa cómo esencia de clavos de olor? — Es distintiva — accedí. — Asquerosa — corrigió Meg. — Empezó a volverse muy fuerte — dijo Piper— Siendo honesta, me asusté. Sola, en la oscuridad, entré en pánico. Así que me fuí — Ella sonrió— No muy heroico, lo sé. No la iba a criticar, teniendo en cuenta que mis rodillas ahora estaban temblando como un código morse de ¡CORRE! — Jasón apareció luego — dijo Piper— Simplemente apareció por la salida. Él no quería hablar sobre lo que había pasado. Él sólo dijo que volver al laberinto no resolvería nada. Las respuestas estaban en cualquier otra parte. Él dijo que quería buscar ideas y luego volver a mí. — Ella se encogió de hombros— Eso fue hace dos semanas. Aún estoy esperando. — Él encontró al Oráculo — supuse. — Eso es lo que me pregunto. Tal vez si vamos por ese lugar... — Piper señaló hacia la derecha —podremos saber la verdad.

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Ninguno de nosotros se movió. Ninguno gritó ¡Hooray! Y corrió hacia la oscuridad con olor a azufre. Mis pensamientos giraban tan rápido que me preguntaba si mi cabeza estaba girando. Un calor malevolente, como si tuviera una personalidad. El apodo del emperador: Neos Helios, el nuevo sol, el intento de Calígula de ser un dios vivo. Algo que Naevios Macro había dicho: Espero que haya lo suficiente de ti para que la amiga mágica del emperador pueda trabajar. Y esa fragancia, clavos de olor y miel… como un perfume antiguo, combinado con azufre. —Agave dijo “ella salió de la nada”— recordé. Las manos de Piper se apretaron en el mango de su daga. Esperaba haber oído mal esa parte. O que tal vez con ella, se refiriera a Money Maker. — Hey, — djo Meg— Escuchen. Era difícil con mi cabeza giratoria y el sonido de la electricidad en mi ropa interior, pero finalmente lo oí: el estruendo de madera y metal haciendo eco en la oscuridad, y el siseo y rasguño de criaturas largas moviéndose a una velocidad rápida. — Piper — dije— ¿A qué te recuerda ese perfume? ¿Qué fue lo que te asustó? Sus ojos ahora se veían como azul eléctrico, como su pluma de arpía— Un… un antiguo enemigo, alguien que mi mamá me advirtió que algún día vería otra vez. Pero no puede ser… — Una hechicera — supuse. — Chicos — interrumpió Meg. — Sip — la voz de Piper se volvió fría y pesada, como si ella acabara de darse cuenta del peligro en que estábamos actualmente. 172

— Una hechicera de Cólquida — dije— Una nieta de Helios, quien maneja un carruaje. — Tirado por dragones — dijo Piper. — Chicos — dijo Meg, más urgentemente— escondernos.

necesitamos

Muy tarde, por supuesto. El carruaje sonó por la esquina, era tirado por unos dragones gemelos dorados que arrojaban vapores amarillos por sus fosas nasales como locomotoras alimentadas por azufre. La conductora no había cambiado desde que la había visto, hace unos miles de años atrás. Aún tenía el pelo oscuro y se veía regia, su vestido de seda negra ondulándose alrededor de ella. Piper sacó su cuchillo. Ella salió a la luz. Meg la siguió, convocando a sus espadas y parándose codo a codo con la hija de Afrodita. Yo, neciamente, me paré junto a ellas. — Medea — Piper escupió con tanto veneno y fuerza como si hubiera lanzado un dardo con su cerbatana. La hechicera tiró de las riendas, frenando el carruaje. Bajo diferentes circunstancias, yo habría disfrutado la sorpresa en su cara, pero no duró. Medea se rió con genuina sorpresa— Piper McLean, querida — ella giró su ávida mirada hacia mí— Este es Apolo, ¿no es así? Oh, me has ahorrado mucho tiempo y problema. Y luego de que terminemos, Piper, ¡Serás un adorable snack para mis dragones!

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16 Hagamos batalla de embruja habla Tú eres fea y apestas El fin. ¿Gané?

D

RAGONES DEL SOL… los odio. Y yo era un dios del sol. En cuanto a dragones, estos no eran particularmente grandes. Con un poco de lubricante y músculo, podías hacer que uno cayera dentro de un vehículo recreacional mortal. (Y yo lo he hecho. Deberías haber visto la cara de Hefesto cuando le dije que entrara al Winnebago para revisar el pedal del freno.) Pero lo que les faltaba en tamaño, lo compensaban en crueldad. Las mascotas gemelas de Medea gruñeron y chasquearon sus mandíbulas, sus colmillos eran como porcelana en el fiero horno de sus bocas. Calor salió de sus escamas doradas. Sus alas, dobladas en su lomo, brillaron como paneles solares. Lo peor de todo eran sus brillantes ojos naranjas… Piper me empujó, rompiendo el contacto visual. — No mires —ella me advirtió— Te paralizarán. —Lo sé —murmuré, aunque mis piernas habían estado en el proceso de convertirse en piedra. Había olvidado que ya no era un dios. Ya no era inmune a pequeñas cosas como los ojos de un dragón del sol y, ya sabes, a que me maten. Piper le dio codazos a Meg— Hey. Tú también. Meg parpadeó, saliendo de su estupor— ¿Qué? Son lindos. 174

—¡Gracias, querida! —la voz de Medea se volvió gentil y dulce— No nos hemos conocido formalmente. Soy Medea. Y tú obviamente eres Meg McCaffrey. He oído mucho de ti. —ella le dio unas palmaditas al carril junto a su carruaje— Vamos, querida. No necesitas temerme. Soy amiga de tu padrastro. Te llevaré con él. Meg frunció el ceño, confundida. Las puntas de sus espadas cayeron un poco — ¿Qué? —Ella está usando el embruja habla —la voz de Piper me golpeó en la cara como un vaso de agua congelada— Meg, no la escuches. Apolo, tú tampoco. Medea suspiró— ¿En serio, Piper McLean? ¿Vamos a tener otra batalla de embruja habla? —No hay necesidad —dijo Piper— Sólo ganaría nuevamente. Medea curvó su labio en una buena imitación de los gruñidos de los dragones del sol — El lugar de Meg es con su padrastro —ella movió la mano hacia mi como si estuviera empujando una basura— No con esta excusa de Dios. —¡Hey! —protesté— Si tuviera mis poderes… —Pero no los tienes —dijo Medea— Mírate, Apolo. ¡Mira lo que tu padre te ha hecho! Pero no te preocupes. Tu miseria va a terminar. ¡Estrujare el poco poder que te queda y le daré un buen uso! Los nudillos de Meg se pusieron blancos en los mangos de sus espadas — ¿A qué se refiere? —ella murmuró— Hey, Señora Mágica, ¿A qué te refieres? 175

La hechicera sonrió. Ella ya no usaba la corona que era su derecho de nacimiento como princesa de Cólquida, pero en su cuello aún brillaba un colgante… las antorchas cruzadas de Hécate — ¿Le debo decir yo, Apolo? ¿o le debes decir tú? Seguramente sabes el por qué te traje aquí. Por qué me trajo aquí. Es como si cada paso que había dado desde que había trepado desde ese basurero en Manhattan hubiera sido preordenado, orquestado por ella... El problema era: encontraba eso totalmente plausible. Esta hechicera había destruido reinos. Ella había traicionado a su propio padre al ayudar al original Jasón a robar el Vellocino de oro. Ella había matado y cortado en pedacitos a su propio hermano. Ella había matado a sus propios hijos. Ella era la seguidora de Hécate más brutal y ansiosa de poder, y también la más formidable. Y no sólo eso, ella era una semidiosa de sangre antigua, la nieta del mismísimo Helios, el antiguo Titán del sol. Lo que significaba que… Todo me vino de una vez, la realización fue tan horrible que mis rodillas se doblaron. —¡Apolo! —gritó Piper— ¡Levántate! Lo intenté. De verdad lo hice. Mis extremidades no cooperaban. Me encorvé en cuatro y exhalé un gemido indigno de dolor y terror. Escuché un clap-clap-clap y me pregunté si las amarras que tenían anclada a mi mente con mi esqueleto mortal se habían roto finalmente. Luego me di cuenta de que Medea me estaba dando una cortés ronda de aplausos.

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—¡Aquí lo tienen! —ella se rió— Te tomó un tiempo, pero incluso tu lento cerebro llegó allí eventualmente. Meg me tomó del brazo— No te vas a rendir, Apolo. —ella me ordenó— Dime qué es lo que sucede. Ella me tiró para que me pusiera en pie. Traté de formar palabras, para cumplir sus demandas de una explicación. Cometí el error de mirar a Medea, cuyos ojos te dejaban tan estupefactos como los de sus dragones. En su cara vi la cruel alegría y la violencia brillante de Helios, su abuelo, como lo había sido en sus gloriosos días… antes de que él se esfumara en el olvido, antes de que yo tomara su lugar como el maestro del carruaje del sol. Yo recordaba el cómo el emperador Calígula había muerto. Él había estado a punto de dejar Roma, planeando navegar hasta Egipto y hacer una nueva capital allí, en una tierra en que las personas entendían de los dioses vivos. Él tenía pensado hacerse a sí mismo un dios vivo: Neos Helios, El Nuevo Sol… no sólo su nombre, sino que literalmente se convertiría en uno. Es por eso por lo que sus pretores estaban tan ansiosos de matarlo el día antes de que partiera de la ciudad. ¿Cuál es su meta? había preguntado Grover. Mi sátiro y consejero espiritual había estado en el camino correcto. —Calígula siempre tuvo la misma meta. —dije difícilmente— Él quiere ser el centro de la creación, el nuevo dios del sol. Él quiere suplantarme, de la forma en que yo suplanté a Helios. Medea sonrió— Y no le podía suceder a un mejor dios. Piper se movió— ¿A qué te refieres con… suplantar? 177

—¡Reemplazar! —dijo Medea, luego empezó a contar con sus dedos como si estuviera dando consejos de galletas en un programa matutino de la televisión— Primero, extraigo cada pedazo de la esencia inmortal de Apolo. Lo que no es mucho por el momento, así que no tomará mucho tiempo. Luego añado su esencia a lo que ya estoy cocinando, las sobras del poder de mi querido y difunto abuelo. —Helios. —dije— Las llamas en el Laberinto. Y-yo reconocí su ira. —Bueno, mi abuelo puede ser un poco irritable. —Medea se encogió de hombros— Eso es lo que pasa cuando la fuerza de tu vida se desvanece a prácticamente nada, luego tu nieta te convoca un poco a la vez, hasta que eres una adorable tormenta de fuego. Desearía que sufrieras tanto como Helios ha sufrido… aullando por milenios en un estado de seminconsciencia, sólo lo suficientemente consciente de lo que has perdido para sentir el dolor y el resentimiento. Pero, por desgracia, no tenemos tanto tiempo. Calígula está ansioso. Tomaré lo que queda de ti y Helios, colocaré ese poder en mi amigo emperador, y ¡voilá! ¡Un nuevo dios del sol! Meg gruñó — Eso es tonto —ella dijo, como si Medea hubiera sugerido una nueva regla para las escondidas— No puedes hacer eso, ¡No puedes simplemente destruir a un dios y hacer uno nuevo! Medea no se molestó en responder. Yo sabía que lo que ella describía era totalmente posible. Los emperadores de Roma se habían hecho a sí mismos semidivinos simplemente al instaurar la rendición al culto en la población. A través de los años, varios mortales se habían hecho a sí mismos 178

dioses, o fueron promovidos como linaje de los Olímpicos. Mi padre, Zeus, había hecho a Ganimedes 49 inmortal ¡Sólo porque era tierno y sabía cómo servir vino! Y en cuanto a destruir a los dioses… la mayoría de los Titanes habían sido asesinado o habían desaparecido hace miles de años. Y yo estaba parado aquí, un simple mortal, despojado de mi poder divino por tercera vez, simplemente porque mi papito quiso enseñarme una lección. Para una hechicera con el poder de Medea, tal magia está al alcance, siempre y cuando sus víctimas fueran lo suficientemente débiles como para vencerlas… igual que los remanentes de un Titán que hace mucho había desaparecido, o un tonto de dieciséis años llamado Lester quien había caído directo en su trampa. —¿Destruirías a tu propio abuelo? —pregunté. Medea se encogió de hombros. — ¿Por qué no? Ustedes los Dioses son todos familia, pero se están tratando de matarse constantemente. Odiaba cuando las hechiceras malvadas tenían un punto. Medea extendió sus manos hacia Meg. — Ahora, querida, sube aquí. Tu lugar es con Nero. Todo será perdonado, lo prometo. El embruja habla flotaba en sus palabras como gel de Aloe Vera… baboso y frío, pero de alguna forma tranquilizador. No veía el cómo Meg podría resistirse. Su pasado, su padrastro, especialmente La Bestia… ellos nunca estaban lejos de su mente.

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Príncipe Troyano que era amante de Zeus y se convirtió en el copero de los dioses.

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—Meg, —contraatacó Piper— no dejes que ninguno de nosotros te diga qué hacer. Decide tú. Bendigo la intuición de Piper, apelando a la terquedad de Meg. Y bendigo el pequeño corazón caprichoso y lleno de hojas de Meg. Ella se interpuso entre yo y Medea — Apolo es mi tonto sirviente. No puedes tenerlo. La hechicera suspiró— Aprecio tu valor, querida. Nero me dijo que eras especial. Pero mi paciencia tiene límites. ¿Debería darte una prueba con lo que te estás metiendo? Medea azotó las riendas, y los dragones embistieron.

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17 Phil y Don están muertos Adiós, amor y felicidad Hola, sin cabeza

M

E GUSTA ATROPELLAR A la gente con un carruaje, pero no me gustó la idea de ser el tipo atropellado. Mientras los dragones se lanzaban hacia nosotros, Meg se mantuvo firme, lo cual era admirable o suicida. Traté de decidir si esconderme detrás de ella o saltar fuera del camino, ambas opciones eran poco admirables, pero también poco suicidas –cuando la elección se volvió irrelevante, Piper arrojó su daga empalando el ojo del dragón izquierdo. El Dragón izquierdo chilló de dolor, empujó contra el Dragón Derecho y envió el carro virando fuera de curso. Medea pasó junto a nosotros, justo fuera del alcance de las espadas de Meg y desapareció en la oscuridad mientras gritaba insultos a sus mascotas en Cólquidan antiguo –un idioma que ya no se habla, pero que tiene veintisiete diferentes palabras para matar y ni una sola manera de decir peña de Apolo. Odiaba a los Cólquidianos. — ¿Están bien, chicos? — Preguntó Piper. La punta de su nariz estaba roja por el sol. La pluma de arpía ardía en su cabello. Tales cosas sucedieron durante encuentros cercanos con lagartijas sobrecalentadas. 181

— Bien—, se quejó Meg — Ni siquiera pude apuñalar algo. Hice un gesto hacia la vaina de cuchillo vacía de Piper. — Buen tiro. — Sí, ahora sí sólo tuviera más dagas. Supongo que volví a los dardos y a la cerbatana. Meg negó con la cabeza. —¿Contra esos dragones? ¿Viste sus pieles blindadas? Me haré cargo con mis espadas. En la distancia, Medea siguió gritando, tratando de controlar a sus bestias. El crujido áspero de las ruedas me indicó que el carro estaba girando para volver. — Meg—, dije, — sólo le tomará a Medea una palabra encantadora para derrotarte. Si ella dice tropezar en el momento correcto... Meg me fulminó con la mirada, como si fuera mi culpa que la hechicera pudiera hablar con encanto. — ¿Podemos callar a Lady mágica de alguna manera? — Sería más fácil cubrir tus oídos—, sugerí. Meg retractó sus cuchillas. Rebuscó entre sus suministros mientras el ruido de las ruedas del carro se hacía más y más rápido. — Daté prisa—, le dije. Meg abrió un paquete de semillas. Ella roció un poco en cada uno de sus canales auditivos, luego se pellizcó la nariz y exhaló. Ramitos de flores bluebonnet50 brotaron de sus orejas.

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Plantas de color azul, declaradas como la flor estatal de Texas, llamadas de esa forma porque tienen forma de gorros que usaban las mujeres pioneras para protegerse del sol.

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— Eso es bastante interesante—, dijo Piper. — ¿QUÉ? — Gritó Meg. Piper negó con la cabeza. — No importa. Meg nos ofreció semillas de bluebonnet. Ambos declinamos. Piper, supuse, era naturalmente resistente a otros encantabladores. En cuanto a mí, no tenía la intención de acercarme lo suficiente como para ser el objetivo principal de Medea. Tampoco tenía la debilidad de Meg –un deseo conflictivo, equivocado pero poderoso, de complacer a su padrastro y reclamar una apariencia de hogar y familia– que Medea podría, podría, podría y podría explotar. Además, la idea de caminar con flores saliendo de mis oídos me hacía sentir mareado. — Prepárate—, le advertí. —¿QUÉ? — Meg preguntó. Señalé el carro de Medea, que ahora corría hacia nosotros desde la oscuridad. Pasé mi dedo por mi garganta, la señal universal para matar a esa hechicera y sus dragones. Meg convocó sus espadas. Ella cargó contra los dragones solares como si no tuvieran diez veces su tamaño. Medea gritó con lo que sonó como una preocupación real, — ¡Muévete, Meg! Meg cargó, su muy alegre protección auditiva rebotaba arriba y abajo como gigantes alas azules de libélula. Justo antes de una colisión frontal, Piper gritó: — DRAGONES, DETENGANSE. Pero Medea respondió: — DRAGONES, ¡VAYAN! 183

El resultado: un caos no visto desde el Plan Termopolis. Las bestias se tambalearon en sus arneses, el Dragón Derecho cargando hacia adelante, el Dragón Izquierdo deteniéndose por completo. Derecho tropezó, tirando del de la izquierda hacia adelante para que los dos dragones se estrellaron juntos. El yugo se retorció y la carroza cayó hacia los lados, arrojando a Medea a través del pavimento como una vaca en una catapulta. Antes de que los dragones pudieran recuperarse, Meg se lanzó con sus espadas dobles. Ella decapitó a ambos, liberando de sus cuerpos una ráfaga de calor tan intensa que mis senos nasales chisporrotearon. Piper corrió hacia adelante y sacó su daga del ojo del dragón muerto. — Buen trabajo—, le dijo a Meg. — ¿QUÉ? — Meg preguntó. Salí de detrás de una columna de cemento, donde valientemente me había cubierto, esperando por si mis amigas necesitaban respaldo. Piscinas de sangre de dragón humeaban a los pies de Meg. Sus accesorios para las orejas flores humeaban, y sus mejillas estaban quemadas, pero por lo demás parecía ilesa. El calor que irradiaba de los cuerpos del dragón del sol ya había comenzado a enfriarse. A treinta pies de distancia, en un lugar COMPACTO SÓLO PARA COCHES, Medea luchó para ponerse en pie. Su oscuro peinado trenzado se había deshecho, derramándose por un lado de su cara como el aceite de un tanque perforado. Ella se tambaleó hacia adelante, enseñando sus dientes. 184

Saqué mi arco de mi hombro y disparé. Mi objetivo era decente, pero incluso para un mortal, mi fuerza era débil. Medea chasqueó los dedos. Una ráfaga de viento hizo que mi flecha girara en la oscuridad. — ¡Mataste a Phil y a Don! —, Gruñó la hechicera. — ¡Han estado conmigo por milenios! — ¿QUÉ? — Meg preguntó. Con un gesto de su mano, Medea convocó una ráfaga de aire más fuerte. Meg voló por el estacionamiento, se estrelló contra la columna y se desplomó, haciendo que su espada chocara con el asfalto. — ¡Meg! — Intenté correr hacia ella, pero más viento se arremolinó a mí alrededor, enjaulándome en un vórtice. Medea se rió. ―Quédate ahí, Apolo. Te llamaré en un momento. No es necesario preocuparse por Meg. Los descendientes de Plemnaeus son de gran resistencia. No la mataré a menos que sea necesario. Nero la quiere viva. ¿Los descendientes de Plemnaeus? No estaba seguro de lo que eso significaba, o de cómo se aplicaba a Meg, pero la idea de que ella volviera a Nero me hizo luchar más duro. Me arrojé contra el ciclón en miniatura. El viento me empujó hacia atrás. Si alguna vez has sostenido tu mano por la ventana del Maserati solar mientras se acelera en el cielo, y sentiste la fuerza de una ráfaga de viento de mil millas por hora que amenaza con arrancarte tus dedos inmortales, estoy seguro puedes entenderlo. — En cuanto a ti, Piper... — Los ojos de Medea brillaron como hielo negro. ―¿Te acuerdas de mis sirvientes aéreos, los venti? 185

Podría simplemente hacer que te arrojen contra la pared y rompan todos los huesos de tu cuerpo, pero ¿Qué tan divertido sería eso? — Se detuvo y pareció considerar sus palabras. —¡En realidad, sería muy divertido! — ¿Demasiado asustada? —, Espetó Piper. — ¿De enfrentarme tu misma, mujer a mujer? Medea se burló. — ¿Por qué los héroes siempre hacen eso? ¿Por qué intentan provocarme para hacer algo tonto? —Porque normalmente funciona—, dijo Piper con dulzura. Se agachó con su cerbatana en una mano y su cuchillo en la otra, lista para embestir o esquivar según fuera necesario. — Sigues diciendo que me vas a matar. Me sigues diciendo lo poderosa que eres. Pero sigo golpeándote. No veo una poderosa hechicera. Veo a una dama con dos dragones muertos y un mal peinado. Entendí lo que Piper estaba haciendo, por supuesto. Nos estaba dando tiempo, para que Meg recuperara la conciencia y para que yo pudiera encontrar una salida de mi prisión personal de tornado. Ninguno de los dos eventos parecía probable. Meg yacía inmóvil donde había caído. Y por más que lo intentara, no podría atravesar el remolino de aires. Medea tocó su peinado que se desmoronaba, luego retiró su mano. — Nunca me has vencido, Piper McLean —, gruñó. — De hecho, me hiciste un favor al destruir mi casa en Chicago el año pasado. Si no hubiera sido por eso, no habría encontrado a mi nuevo amigo aquí en Los Ángeles. Nuestros objetivos se alinean muy bien

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— Oh, apuesto—, dijo Piper. —¿Tú y Calígula, el emperador romano más torcido de la historia? Todo un partido hecho en el tártaro. De hecho, es allí donde te enviaré. Al otro lado de los restos del carro, los dedos de Meg McCaffrey se crisparon. Sus tapones para los oídos de Bluebonnet se estremecieron cuando respiró profundamente. ¡Nunca había estado tan feliz de ver temblar las flores silvestres en los oídos de alguien! Empujé mi hombro contra el viento. Todavía no podía abrirme paso, pero la barrera parecía suavizarse, como si Medea estuviera perdiendo el foco en su secuaz. Los venti tienen espíritus volubles. Sin Medea manteniéndolo en la tarea, es probable que el empleado aéreo pierda interés y salga volando en busca de palomas amables o pilotos de aviones para hostigar. — Palabras valientes, Piper, — dijo la hechicera. — Calígula quería matarte a ti y a Jasón Grace, ¿sabes? Hubiera sido más simple. Pero lo convencí de que sería mejor dejarte sufrir en el exilio. Me gustó la idea de que tú y tu padre, antes famoso, estuviesen atrapados en una granja de tierra en Oklahoma, mientras ambos se enloquecen lentamente de aburrimiento y desesperanza. Los músculos de la mandíbula de Piper se tensaron. De repente, me recordó a su madre, Afrodita, cuando alguien en la tierra comparaba su belleza con la de ella. — Te vas a arrepentir de dejarme vivir.

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— Probablemente. — Medea se encogió de hombros. — Pero ha sido divertido ver cómo se derrumba tu mundo, en cuanto a Jasón, ese chico encantador con el nombre de mi exmarido… — ¿Qué hay de él? —, Exigió Piper. — Si lo has lastimado... — ¿Herirlo? ¡De ningún modo! Me imagino que ahora está en la escuela, escuchando una conferencia aburrida, o escribiendo un ensayo, o cualquier trabajo lúgubre que hagan los adolescentes mortales. La última vez que ustedes dos estuvieron en el laberinto... — Sonrió. — Sí, por supuesto que sé de eso. Le otorgamos acceso a la Sibila. Esa es la única forma de encontrarla, ya sabes. Tengo que permitirte llegar al centro del laberinto, a menos que uses los zapatos del emperador, por supuesto— Medea se rió, como si la idea la divirtiera. — Y, realmente, no irían con tu atuendo. Meg intentó sentarse. Sus gafas se habían deslizado hacia los lados y colgaban de la punta de su nariz. Di un codazo a mi jaula de ciclones. El viento definitivamente estaba girando más lentamente ahora. Piper agarró su cuchillo. —¿Qué le hiciste a Jasón? ¿Qué dijo la Sibila? — Ella solo le dijo la verdad—, dijo Medea con satisfacción. — Quería saber cómo encontrar al emperador. La Sibila le dijo. Pero ella le contó un poco más que eso, como hacen los Oráculos a menudo. La verdad fue suficiente para romper a Jasón Grace. Él no será una amenaza para nadie ahora. Y tampoco lo serás. — Vas a pagar—, dijo Piper.

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— ¡Encantador! — Medea se frotó las manos. — Me siento generosa, así que te concedo tu pedido. Un duelo justo entre nosotras, de mujer a mujer. Elije tu arma. Yo elegiré la mía. Piper vaciló, sin duda recordando cómo el viento había hecho a un lado mi flecha. Se llevó la cerbatana al hombro, dejándose armada solo con su daga. — Un arma bonita—, dijo Medea. — Muy parecido a Helena de Troya. Muy parecido a ti. Pero, de mujer a mujer, déjame darte un consejo. Lo bonito puede ser útil. Pero lo poderoso es mejor. ¡Para mi arma, elijo a Helios, el Titán del sol! Levantó los brazos y el fuego estalló a su alrededor.

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18 Whoa, allí, Medea No seas brillante en mi cara Con tu gran abuelo

R

EGLA DE ETIQUETA DE DUELO: al elegir un arma para un combate singular, no debes elegir blandir a tu abuelo. No era ajeno al fuego.

Había alimentado con Nuggets de oro fundido a los caballos solares con mis propias manos. Había ido a nadar en las calderas de los volcanes activos. (Hefesto hace una gran fiesta en la piscina.) Había soportado el aliento ardiente de gigantes, dragones e incluso a mi hermana antes de cepillarse los dientes por la mañana. Pero ninguno de esos horrores podría compararse con la esencia pura de Helios, el antiguo Titán del sol. Él no siempre había sido hostil. ¡Oh, estaba bien en sus días de gloria! Recordé su cara imberbe, eternamente joven y apuesto, su pelo rizado y oscuro coronado con una diadema dorada de fuego que lo hacía demasiado brillante para mirarlo por más de un instante. Con su túnica dorada, su cetro ardiente en la mano paseaba por los pasillos del Olimpo, charlando, bromeando y coqueteando descaradamente.

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Sí, él era un Titán, pero Helios había apoyado a los dioses durante nuestra primera guerra con Cronos. Él había luchado a nuestro lado contra los gigantes. Poseía un aspecto amable y generoso, cálido, como uno esperaría del sol. Pero gradualmente, a medida que los olímpicos ganaban poder y fama entre los devotos humanos, el recuerdo de los Titanes se desvanecía. Helios apareció cada vez menos en los pasillos del Monte Olimpo. Se volvió distante, enojado, feroz, fulminante, todas esas cualidades solares menos deseables. Los humanos comenzaron a mirarme, brillante, dorado y brillante, y me asociaron con el sol. ¿Puedes culparlos? Nunca pedí el honor. Una mañana simplemente me desperté y me encontré a mí mismo como el maestro del carro solar, junto con todos mis otros deberes. Helios se desvaneció a un eco oscuro, un susurro desde las profundidades del tártaro. Ahora, gracias a su malvada nieta hechicera, él había regresado. Más o menos. Una tormenta incandescente rugió alrededor de Medea. Sentí la ira de Helios, su temperamento abrasador que solía asustar a la luz del día. (ya sé, mal chiste). Helios nunca había sido un dios de todos los oficios. Él no era como yo, con muchos talentos e intereses. Hizo una cosa con dedicación y enfoque penetrante: condujo el sol. Ahora, podía sentir lo amargado que estaba, sabiendo que su papel había sido asumido por mí, un mero aficionado a los asuntos solares, un conductor de carro de sol de fin de semana. Para Medea, reunir su poder del tártaro no había sido difícil. Simplemente había invocado su resentimiento, su deseo de venganza. Helios estaba ardiendo para 191

destruirme, el dios que lo había eclipsado. (Ew, ahí va otro). Piper McLean corrió. Esto no fue una cuestión de valentía o cobardía. El cuerpo de un semidiós simplemente no fue diseñado para soportar ese calor. De haberse quedado en la proximidad de Medea, Piper habría estallado en llamas. El único acontecimiento positivo: mi carcelero de Ventus desapareció, muy probablemente porque Medea no podía concentrarse tanto en él como en Helios. Tropecé con Meg, la puse en pie y la arrastré lejos de la creciente tormenta de fuego. — Oh, no, Apolo—, gritó Medea. — ¡No es tiempo de huir! Empujé a Meg detrás de la columna de cemento más cercana y la cubrí cuando una cortina de llamas atravesó el garaje, aguda, rápida y mortal, absorbiendo el aire de mis pulmones y prendiendo fuego a mi ropa. Rodé instintivamente y desesperadamente, me arrastré detrás de la siguiente columna, fumigado y mareado. Meg se tambaleó hacia mi lado. Ella estaba humeante y roja, pero aún estaba viva, con sus flores tostadas obstinadamente enraizadas en sus oídos. La había protegido de lo peor del calor. Desde algún lugar al otro lado del estacionamiento, la voz de Piper hizo eco, — ¡Oye, Medea! ¡Tu puntería es una mierda! Miré alrededor de la columna mientras Medea se volvía hacia el sonido. La hechicera permanecía inmóvil en su lugar, envuelta en fuego, liberando rebanadas de calor blanco en todas direcciones, como rayos del centro de una rueda. Una ola estalló en dirección a la voz de Piper. Un momento después, Piper gritó: — ¡No! ¡Más frío! Meg me estrechó el brazo. — ¿QUÉ HACEMOS? 192

Mi piel se sentía como una cubierta de salchicha cocida. ¡La sangre cantaba en mis venas, las letras eran ¡CALIENTES, CALIENTES, CALIENTES! Sabía que moriría si sufría otra ráfaga de fuego. Pero Meg tenía razón. Teníamos que hacer algo. No podíamos permitir que Piper tomara todo el calor (literalmente). — ¡Sal, Apolo! —, Se burló Medea. —¡Saluda a tu viejo amigo! ¡Juntos alimentarán el Nuevo Sol! Otra cortina de calor pasó velozmente, a unas pocas columnas de distancia. La esencia de Helios no rugió ni deslumbró con muchos colores. Era blanco fantasmal, casi transparente, pero nos mataría tan rápido como la exposición a un reactor nuclear. (Anuncio de seguridad pública: lector, no vaya a su planta de energía nuclear local para ver la cámara del reactor). No tenía una estrategia para vencer a Medea. No tenía poderes piadosos, ni sabiduría piadosa, nada más que la sensación aterrorizada de que, si sobrevivía a esto, necesitaría otro conjunto de pantalones de camuflaje rosa. Meg debió haber visto la desesperanza en mi cara. — ¡PREGUNTA A LA FLECHA! —, Gritó. — ¡MANTENDRÉ A LADY MÁGICA DISTRAÍDA! Odiaba esa idea. Estuve tentado de gritar, ¿QUÉ? Antes de que pudiera, Meg salió corriendo. Busqué a tientas mi aljaba y saqué la Flecha de Dodona. —¡Oh sabio proyectil, necesitamos ayuda!

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—¿NO ESTÁ UN TANTO CALIENTE? — la flecha preguntó. — ¿O SOY SOLO YO? —¡Tenemos una hechicera arrojándonos calor de Titán! — Grité. — ¡Mira! No estaba seguro si la flecha tenía ojos mágicos, o radar, o alguna otra forma de percibir su entorno, pero apunté con la punta alrededor de la esquina del pilar, donde Piper y Meg estaban jugando un juego mortal de pollo frito con las ráfagas de fuego del abuelo de Medea. — ¿ACASO NO TIENEIS AHÍ UNA CERVATANA? — la flecha exclamó. — Sí. — ¡UN ARCO Y FLECHAS SON ALGO SUPERIOR! — Ella es medio cherokee—, le dije. — Es un arma Cherokee tradicional. Ahora, ¿puedes decirme cómo derrotar a Medea? ―HMM,― la flecha reflexionó. — DEBES USAR LA CERVATANA. — Pero acabas de decir... — ¡RECUÉRDENME NO HABLAR MAS CONTIGO PORQUE NO ENTIENDES LAS RESPUESTAS! La flecha se quedó en silencio. La única vez que debía, la flecha se calló. Naturalmente. Lo empujé hacia atrás en mi carcaj y corrí a la siguiente columna, cubriéndome bajo un letrero. — ¡Piper! —, Grité.

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Ella miró desde cinco pilares de distancia. Su rostro se dibujó en una mueca apretada. Sus brazos parecían conchos de langosta cocidas. Mi mente médica me dijo que tenía unas pocas horas antes del golpe de calor: náuseas, mareos, pérdida del conocimiento, probablemente la muerte. Pero me centré en la parte de pocas horas. Necesitaba creer que viviríamos lo suficiente para morir por tales causas. Le hice señas de mí mismo disparando una cerbatana, luego apunté en dirección a Medea. Piper me miró como si estuviera loco. No podría culparla. Incluso si Medea no alejaba el dardo con una ráfaga de viento, el misil nunca podría atravesar esa pared de calor. Solo podía encogerme de hombros y pronunciar las palabras “confía en mí, le pregunté a mi flecha mágica.” Lo que Piper pensaba de eso, no podía decirlo, pero ella desenrolló su cerbatana. Mientras tanto, a través del estacionamiento, Meg se burló de Medea con la manera típica de Meg. — Retrasadaaaaaaa—, Gritó. Medea envió una espada vertical de calor, a juzgar por su objetivo, estaba tratando de asustar a Meg en lugar de matarla. — ¡Sal y déjate de tonterías, querida! —, Gritó, llenando sus palabras con preocupación. — ¡No quiero hacerte daño, pero el Titán es difícil de controlar! Apisoné mis dientes. Sus palabras estaban demasiado cerca de los juegos mentales de Nero, manteniendo a Meg bajo control con la amenaza de su alter ego, la Bestia. Solo esperaba que Meg no 195

pudiera oír una palabra a través de sus humeantes auriculares de flores silvestres. Mientras Medea estaba de espaldas, buscando a Meg, Piper salió a la luz. Ella tomó su oportunidad. El dardo voló directamente a través de la pared de fuego y atravesó a Medea entre los omóplatos. ¿Cómo? Solo puedo especular. Quizás, siendo un arma Cherokee, no estaba sujeto a las reglas de la magia griega. Tal vez, así como el bronce celestial pasaría directamente a través de los mortales regulares, sin reconocerlos como objetivos legítimos, los fuegos de Helios no se podrían molestar en desintegrar un pequeño dardo de cerbatana. En cualquier caso, la hechicera arqueó la espalda y gritó. Ella cambió, frunciendo el ceño, luego se estiro y sacó el misil, lo miró con incredulidad. — ¿Un dardo de cerbatana? ¿Me estás tomando el pelo? Los incendios continuaron girando alrededor de ella, pero ninguno disparó hacia Piper. Medea se tambaleó. Sus ojos se cruzaron. — ¿Y está envenenado? — La hechicera se río, su voz teñida de histeria. —¿Tratarías de envenenarme, a la mayor experta en venenos del mundo? ¡No hay veneno que no pueda curar! No puedes…— Se dejó caer de rodillas. Saliva verde voló de su boca. — ¿Q-qué es este brebaje? —Felicitaciones de mi abuelo Tom—, dijo Piper. — Vieja receta familiar.

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La tez de Medea se puso pálida como el fuego. Forzó algunas palabras, intercaladas con arcadas. — ¿Crees que... cambia algo? Mi poder... no convoca a Helios... ¡Lo retengo! Ella cayó hacia los lados. En lugar de disiparse, el cono de fuego se arremolinaba aún más furiosamente a su alrededor. —Corre—, grazné. Entonces grité por todo lo que valía, — ¡CORRE AHORA! Estábamos a mitad de camino del corredor cuando el estacionamiento detrás de nosotros se convirtió en una supernova.

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19 En mi ropa interior Cubierto con grasa, realmente no Tan divertido como suena

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O ESTOY SEGURO DE cómo salimos del laberinto.

Sin ninguna evidencia de lo contrario, acreditaré mi propio valor y fortaleza. Sí, eso debe haber sido. Habiendo escapado de lo peor del calor del Titán, valientemente apoyé a Piper y Meg y las exhorté a seguir. Ahumadas y semiinconscientes, pero aún con vida, avanzamos a trompicones por los pasillos, volviendo sobre nuestros pasos hasta que llegamos al vagón de carga. Con un último estallido heroico de fuerza, giré la palanca y ascendimos. Nos derramamos a la luz del sol, la luz del sol regular, no la viciosa luz del sol zombi de un Titán casi muerto, y colapsamos en la acera. La cara de asombro de Grover se cernió sobre mí. — Caliente—, gimoteé. Grover sacó sus flautas de pan. Él comenzó a tocar, y yo perdí el conocimiento. En mis sueños, me encontré en una fiesta en la Antigua Roma. Calígula acababa de abrir su palacio más nuevo en la base de la 198

colina Palatine, haciendo una atrevida declaración arquitectónica al tirar la pared posterior del Templo de Castor y Pólux y usarla como su entrada principal. Como Calígula se consideraba a sí mismo un dios, no vio ningún problema con esto, pero las elites romanas estaban horrorizadas. Esto fue un sacrilegio similar a instalar un televisor de pantalla grande en un altar de la iglesia y tener una fiesta del Súper Bowl con el vino de la comunión. Eso no impidió que la multitud asistiera a las festividades. Algunos dioses incluso habían aparecido (disfrazados). ¿Cómo podríamos resistirnos a una fiesta tan audaz y blasfema con aperitivos gratuitos? Multitudes de juerguistas disfrazados se movían a través de grandes salas iluminadas por antorchas. En cada esquina, los músicos tocaban canciones de todo el imperio: Galia, Hispania, Grecia, Egipto. Yo mismo estaba vestido como un gladiador. (En aquel entonces, con mi físico piadoso, podía lograrlo por completo.) Me mezclé con senadores disfrazados de esclavos, esclavos disfrazados de senadores, algunos fantasmas de toga poco imaginativos y un par de patricios emprendedores que habían creado el primer disfraz de burro de dos hombres del mundo. Personalmente, no me importó el templo / palacio sacrílego. No era mi templo, después de todo. Y en esos primeros años del Imperio Romano encontré a los Césares refrescantemente atrevidos. Además, ¿por qué los dioses debemos castigar a nuestros mayores benefactores? Cuando los emperadores expandieron su poder, expandieron nuestro poder. Roma había extendido nuestra influencia a través de una gran parte del mundo. ¡Ahora los olímpicos somos los dioses del 199

imperio! Muévete, Horus. Olvídalo, Marduk. ¡Los olímpicos estaban en ascenso! No íbamos a ser más exitosos sólo porque los emperadores se ponían más fuertes, especialmente cuando modelaron su arrogancia en la nuestra. Deambulé en la fiesta de incógnito, disfrutando de estar entre todas las personas bonitas, cuando finalmente apareció: el joven emperador en un carro de oro tirado por su semental blanco favorito, Incitatus. Flanqueado por guardias pretorianos, las únicas personas que no estaban vestidas, Gaius Julius Caesar Germanicus estaba completamente desnudo, pintado de oro de pies a cabeza, con una corona puntiaguda de rayos de sol en la frente. Estaba fingiendo ser yo, obviamente. Pero cuando lo vi, mi primer sentimiento no fue enojo. Fue admiración. Este hermoso y desvergonzado mortal se metió en el papel a la perfección. —¡Yo soy el Sol Nuevo! Anunció, sonriendo a la multitud como si su sonrisa fuera responsable de toda la calidez del mundo. — Yo soy Helios. Yo soy Apolo. Yo soy César ¡Ahora puedes disfrutar de mi luz! Nerviosos aplausos de la multitud. ¿Deberían arrastrarse? ¿Deberían reírse? Siempre fue difícil de decir con Calígula, y si te equivocabas generalmente morías. El emperador bajó de su carro. Su caballo fue llevado a la mesa de entremeses mientras que Calígula y sus guardias se abrían paso entre la multitud. 200

Calígula se detuvo y estrechó la mano de un senador vestido de esclavo. — ¡Te miras encantador, Cassius Agrippa! ¿Serás mi esclavo, entonces? El senador se inclinó. — Soy tu leal sirviente, César. ―¡Excelente! — Calígula se volvió hacia sus guardias. — Escuchaste al hombre. Él es ahora mi esclavo. Tómenlo como mi esclavo maestro. Confisquen todas sus propiedades y dinero. Deje a su familia libre, sin embargo. Me siento generoso. El senador balbuceó, pero no pudo formar las palabras para protestar. Dos guardias lo empujaron lejos mientras Calígula lo llamaba, — ¡Gracias por tu lealtad! La multitud se movió como una manada de ganado en una tormenta eléctrica. Aquellos que habían estado avanzando, ansiosos por llamar la atención del emperador y tal vez ganar su favor, ahora hicieron todo lo posible para fundirse en el paquete. — Es una mala noche—, algunos susurraron en advertencia a sus colegas. ―Está teniendo una mala noche. — ¡Marcus Philo! —, Gritó el emperador, acorralando a un pobre joven que había intentado esconderse detrás del burro de dos hombres. — ¡Ven aquí, canalla! — M-mi S-eeñor — tartamudeó el hombre. — Me encantó la sátira que escribiste sobre mí—, dijo Calígula. — Mis guardias encontraron una copia en el Foro y me lo señalaron. — S-señor—, dijo Philo. — Fue solo una broma débil. No quise decir...

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—¡Tonterías! — Calígula sonrió a la multitud. — ¿Philo no es genial? ¿No les gustó su trabajo? ¿La forma en que me describió como un perro rabioso? La multitud estaba al borde del pánico total. El aire estaba tan lleno de electricidad que me pregunté si mi padre estaba disfrazado. ―¡Prometí que los poetas serían libres de expresarse! —, Anunció Calígula. — No más paranoia como en el antiguo reino de Tiberio. Admiro tu lengua de plata, Philo. Creo que todos deberían tener la oportunidad de admirarlo. ¡Te recompensaré! Philo tragó saliva. — Gracias Señor. — Guardias—, dijo Calígula, — llévenlo. Saquen su lengua, sumérgela en plata fundida y muéstrenla en el foro donde todos puedan admirarla. Realmente, Philo: ¡un trabajo maravilloso! Dos pretorianos arrastraron al gritón del poeta. —¡Y tú allí! — Llamó Calígula. Sólo entonces me di cuenta de que la multitud había disminuido a mí alrededor, dejándome al descubierto. De repente, Calígula estaba en mi cara. Sus hermosos ojos se estrecharon mientras estudiaba mi traje, mi físico piadoso. — No te reconozco—, dijo. Yo quería hablar, sabía que no tenía nada que temer de César. Si llegara a pasar lo peor, simplemente podría decir: ¡Adiós! y desaparecer en una nube de brillo. Pero, tengo que admitir, en presencia de Calígula, estaba impresionado. El joven era salvaje, poderoso, impredecible. Su audacia me dejó sin aliento. Por fin, logré idear algo. — Soy un simple actor, César. 202

—¡Oh, de hecho! — Calígula se iluminó. — Y tú juegas al gladiador. ¿Podrías luchar hasta la muerte en mi honor? Me recordé silenciosamente a mí mismo que era inmortal. Fue un poco convincente. Saqué la espada de mi traje de gladiador, que no era más que una espada de suave estaño. —¡Señálame a mi oponente, César! — Escaneé a la audiencia y grité, —¡destruiré a cualquiera que amenace a mi señor! Para demostrarlo, me lancé y empujé al guardia pretoriano más cercano en el cofre. Mi espada doblada contra su peto. Levanté mi ridícula arma, que ahora se parecía a la letra Z. Un silencio peligroso siguió. Todos los ojos se fijaron en César. Finalmente, Calígula se rió. — ¡Bien hecho! —, Me palmeó el hombro, luego chasqueó los dedos. Uno de sus sirvientes avanzó arrastrando los pies y me entregó una pesada bolsa de monedas de oro. Calígula susurró en mi oído, — Me siento más seguro ya. El emperador siguió su camino, dejando a los espectadores riendo de alivio, algunos echando miradas de envidia como preguntando: ¿Cuál es tu secreto? Después de eso, me mantuve alejado de Roma durante décadas. Era un hombre raro que podía poner nervioso a un dios, pero Calígula me inquietó. Casi hizo un Apolo mejor que yo. Mi sueño cambió. Volví a ver a Herófila, la Sibila de Eritrea, extendiendo sus brazos con grilletes, su cara enrojecida por la lava que se agitaba abajo. 203

— Apolo,― dijo, — no valdrá la pena para ti, no estoy segura de que sea yo misma, pero debes venir. Debes mantenerlos unidos en su dolor. Me hundí en la lava, Herófila todavía gritaba mi nombre cuando mi cuerpo se rompió y se deshizo en cenizas. Me desperté gritando, tumbado encima de un saco de dormir en la Cisterna. Aloe Vera se cernió sobre mí, su cabello espinoso casi se partía en triángulo, dejándola con un reluciente y vibrante corte. — Estás bien—, me aseguró, poniendo su mano fría contra mi frente enfebrecida. — Sin embargo, has pasado por mucho. Me di cuenta de que solo estaba usando mi ropa interior. Mi cuerpo entero era de remolacha y granada, untado con aloe. No podía respirar por mi nariz. Toqué mi nariz y descubrí que me habían puesto pequeños tapones verdes de aloe. Los estornudé. —¿Mis amigos? —, Le pregunté. Aloe se hizo a un lado. Detrás de ella, Grover Underwood estaba sentado con las piernas cruzadas entre los sacos de dormir de Piper y Meg, ambas dormidas profundamente. Como yo, habían sido untadas. Era una oportunidad perfecta para tomar una foto de Meg con tapones verdes saliendo de sus fosas nasales, para propósitos de chantaje, pero estaba demasiado aliviado de que ella estuviera viva. Además, no tenía teléfono. — ¿Estarán bien? —, Le pregunté.

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— Estaban peor que tú—, dijo Grover. — Van a salir adelante. Les he estado alimentando con néctar y ambrosía. Aloe sonrió. — Además, mis propiedades curativas son legendarias. Sólo espera. Se levantarán y caminarán a cenar. — Cena... ― Miré el círculo anaranjado oscuro del cielo arriba. O bien era tarde, o los incendios forestales estaban más cerca, o ambas cosas. — Medea—, le pregunté. Grover frunció el ceño. ―Meg me contó sobre la batalla antes de desmayarse, pero no sé qué le pasó a la hechicera. Nunca la vi. Me estremecí en mi gel de aloe. Quería creer que Medea había muerto en la explosión de fuego, pero dudaba que pudiéramos tener tanta suerte. El fuego de Helios no pareció molestarla. Tal vez ella era naturalmente inmune. O tal vez ella había trabajado un poco de magia protectora en sí misma. —¿Tus amigas dríada? —, Le pregunté ― ¿Agave y Money Maker? Aloe y Grover intercambiaron una mirada triste. — Agave podría salir adelante—, dijo Grover. — Se quedó dormida tan pronto como la regresamos a su planta. Pero Money Maker... ―Negó con la cabeza. Apenas me había encontrado con la dríada. Aun así, la noticia de su muerte me golpeó duro. Sentí como si estuviera arrojando monedas de hojas verdes de mi cuerpo, desprendiéndome de piezas esenciales de mí mismo. 205

Pensé en las palabras de Herófila en mi sueño: no valdra la pena para ti, no estoy segura de que sea yo misma, pero debes venir. Debes mantenerlos unidos en su dolor. Temía que la muerte de Money Maker fuera solo una pequeña parte del dolor que nos esperaba. — Lo siento—, dije. Aloe palmeó mi grasiento hombro. — No es tu culpa, Apolo. Para cuando la encontraste, ya había ido demasiado. A menos que hubieras tenido... Se detuvo a sí misma, pero yo sabía lo que tenía la intención de decir: a menos que tuvieras tus poderes curativos piadosos. Mucho habría sido diferente si hubiera sido un dios, no un pretendiente en este patético disfraz de Lester Papadopoulos. Grover tocó la cerbatana al costado de Piper. El tubo de caña de río estaba muy carbonizado, lleno de agujeros quemados que probablemente lo dejarían inutilizable. — Algo más que debes saber―, dijo. — Cuando Agave y yo sacamos Money Maker del laberinto ¿Ese guardia de orejas grandes y con el pelaje blanco? Él se había ido. Lo reflexione. — ¿Quieres decir que murió y se desintegró? ¿O se levantó y se fue? — No sé—, dijo Grover. — ¿Parece probable? No lo sabía, pero decidí que teníamos problemas más grandes en los que pensar.

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—Esta noche—, dije — cuando Piper y Meg se despierten, necesitamos tener otra reunión con tus amigos dríada. Vamos a poner este laberinto fuera del negocio, de una vez por todas.

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O Musa, déjanos ahora ¡Canta en alabanza a los botánicos! Ellos hacen cosas de plantas. Yay.

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UESTRO CONSEJO DE GUERRA era más como un consejo de estremecimientos.

Gracias a la magia de Grover y la constante baba de Aloe Vera (Quiero decir cuidados), Piper y Meg recobraron la conciencia. Para la hora de la cena, los tres pudimos bañarnos, vestirnos e incluso caminar alrededor sin gritar demasiado, pero todavía nos dolía mucho. Cada vez que me levantaba muy rápido, pequeños dorados Calígulas bailaban ante mis ojos. La cerbatana y el carcaj de Piper—ambas herencias de su abuelo—estaban arruinados. Su cabello estaba chamuscado. Sus brazos quemados, brillando con Aloe, parecían ladrillos recién esmaltados. Ella llamó a su padre para avisarle que pasaría la noche con su grupo de estudio, luego se asentó en uno de los huecos de la cisterna de albañilería con Mellie y Hedge que la seguían instando a beber más agua. El bebé Chuck estaba sentado en el regazo de Piper, mirando embelesado a su rostro como si fuera la cosa más asombrosa en el mundo. 208

En cuanto a Meg, estaba tristemente sentada por la piscina, sus pies en el agua, un plato de enchiladas de queso en su regazo. Usaba una camiseta celeste de la Locura Militar de Macro con una caricatura sonriente de un AK-47 que decía: ¡CLUB JUVENIL DE TIRADORES! A su lado estaba sentada Agave, mirándose abatida, aunque una nueva estaquilla verde había empezado a crecer donde su marchito brazo se había caído. Sus amigas dríadas seguían viniendo, ofreciéndole fertilizante, agua y enchiladas, pero Agave sacudía su cabeza tristemente, mirando a la colección de los caídos pétalos de Money-Maker en sus manos. Money Maker, me dijeron, había sido plantada en la ladera con todos los honores de las dríadas. Con suerte, ella reencarnaría como una hermosa nueva planta, o tal vez una ardilla antílope cola blanca. Money Maker siempre amó esas. Gover se miraba exhausto. Tocar toda esa música de curación había cobrado factura, sin mencionar el estrés de conducir de vuelta a Palm Springs a una velocidad insegura en el prestado/ligeramente robado Bedrossian móvil con cinco víctimas con quemaduras críticas. Una vez que todos nos reunimos –con condolencias intercambiadas, enchiladas comidas, y con baba de aloe– empecé la reunión. —Todo esto—anuncié, —es mi culpa. Te puedes imaginar lo difícil que fue decir esto para mí. Las palabras simplemente no habían estado en el vocabulario de Apolo. Parcialmente esperé que el colectivo de dríadas, sátiros y semidioses se apresuraran a asegurarme que era inocente. No lo hicieron. Continué. —El objetivo de Calígula siempre ha sido el mismo: hacerse un dios. Él miró a sus ancestros inmortalizados 209

luego de sus muertes: Julio, Augustus, incluso el repugnante viejo Tiberius. Pero Calígula no quería esperar por la muerte. Él fue el primer emperador romano que quería ser un dios viviente. Piper levantó la mirada de jugar con el bebé sátiro. —Calígula es ahora algo como un dios menor, ¿Cierto? Dijiste que él y los otros dos emperadores han estado alrededor por miles de años. Así que consiguió lo que quería. —Parcialmente, —estuve de acuerdo. —Pero ser un menor lo que sea no es suficiente para Calígula. Siempre soñó en reemplazar a alguno de los olímpicos. Jugaba con la idea de convertirse en el nuevo Júpiter o Marte. Al final, fijó su vista en ser… — tragué el amargo sabor de mi boca —el nuevo yo. El entrenador Hedge rascó su barba de chivo. (Hmm. ¿Si una cabra usa una barba de cabra, lo convierte en un galán? — ¿Y qué? Calígula te mata, se pone una etiqueta que diga Hola, ¡soy Apolo!, ¿Y caminar en el olimpo esperando a que nadie se dé cuenta? —Sería peor que matarme, —dije. —El consumiría mi esencia, junto con la esencia de Helios, para hacerse a sí mismo el nuevo dios del sol. Prickly Pear se enfadó. — ¿Los otros olímpicos simplemente permitirían esto? —Los olímpicos, —dije amargamente, —permitieron que Zeus me despojara de mis poderes y me tirara a la tierra. Ellos hicieron la mitad del trabajo de Calígula por él. Ellos no interferirán. Como siempre, esperan que los héroes restablezcan las cosas. Si Calígula en verdad se convierte en el nuevo dios del sol, yo desapareceré. Permanentemente. Para eso es que Medea se ha estado preparando 210

con el laberinto ardiente. Es una olla gigante para sopa de dios del sol. Meg arrugó su nariz — Asqueroso. Por una vez, estaba totalmente de acuerdo con ella. Parado en las sombras, el árbol de Josué cruzó sus brazos. — Así que los fuegos de Helios, ¿Eso es lo que está matando nuestra tierra? Extendí mis manos. —Bueno, los humanos no están ayudando. Pero sobre la usual contaminación y cambio climático, si, el laberinto ardiente era el punto de inflexión. Todo lo que queda del titán Helios ahora está fluyendo a través de esta sección del laberinto bajo California del sur, lentamente convirtiendo el lado superior en un páramo ardiente. Agave tocó el lado de su rostro cicatrizado. Cuando levanto su vista hacia mí, su mirada era tan filosa como su cuello. —Si Medea tiene éxito, ¿Todo el poder iría a Calígula? ¿El laberinto dejaría de quemarnos y matarnos? Nunca había considerado a los cactus como una perversa forma de vida, pero, mientras las otras dríadas me estudiaban, podía imaginarlos amarrándome con un moño y una gran nota que diga PARA CALIGULA, DE LA NATURALEZA y tirándome en la puerta del emperador. —Chicos, eso no ayudaría, —dijo Grover. —Calígula es responsable por lo que nos está pasando ahora mismo. A él no le importan los espíritus de la naturaleza. ¿Ustedes de verdad quieren darle todo el poder del dios del sol?

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Las dríadas murmuraron en reacio acuerdo. Hice una nota mental de enviarle a Grover una linda tarjeta en el día de apreciación de las cabras. —¿Entonces qué hacemos? —preguntó Mellie.—Yo no quiero que mi hijo crezca en un páramo ardiente. Meg se quitó sus anteojos. —Mataremos a Calígula. Era perturbador, escuchar a una chica de doce años hablar con tal naturalidad a cerca de asesinato. Aún más perturbador, estaba tentado de coincidir con ella. —Meg,—dije,—eso puede que no sea posible. Recuerda a Commodus. Él era el más débil de los tres emperadores, y lo mejor que pudimos lograr fue echarlo de Indianápolis. Calígula será mucho más poderoso, firmemente afianzado. —No me importa, — ella murmuró. —El hirió a mi papá. El hizo... todo esto.—señaló alrededor a la vieja cisterna. —¿A qué te refieres con todo esto?—preguntó Josué. Meg me lanzó una mirada como si dijera, Tu turno. Otra vez, expliqué lo que había visto en los recuerdos de Meg – Aeithales como una vez había sido, la presión legal y financiera que Calígula había usado para cerrar el trabajo de Phillip McCaffrey, la forma en que Meg y su padre habían sido forzados a huir justo antes de que su casa fuera bombardeada. Josué frunció el ceño. —Recuerdo un saguaro llamado Hércules del primer invernadero. Uno de los pocos que sobrevivieron el incendio. Viejo, dríada fuerte, siempre con dolor por sus quemaduras, pero se seguía aferrando a la vida. Solía hablar de una niña que vivía en la casa. Decía que estaba esperando que 212

regresara. ―Josué se volvió hacia Meg con asombro. — ¿Esa eras tú? Meg limpió una lágrima de su mejilla.— ¿Él no lo logró? Josu sacudió su cabeza. —El murió hace unos años. Lo siento. Agave tomó la mano de Meg. —Tu padre fue un gran héroe, — ella dijo.—Claramente, él estaba haciendo su mayor esfuerzo para ayudar a las plantas. —Él era un... botánico,—dijo Meg, pronunciando la palabra como si sólo lo hubiera recordado. Las dríadas bajaron la cabeza. Hedge y Grover se quitaron sus sombreros. —Me pregunto cuál era el gran proyecto de tu padre, —dijo Piper,—con todas esas semillas brillantes. ¿Cómo te llamó Medea... descendiente de Plemnaeus? Las dríadas dejaron escapar un jadeo colectivo. —¿Plemnaeus?—preguntó Reba. —¿El Plemnaeus? Incluso en Argentina sabemos de él. Yo la miré. —¿Lo conoces? Prickly Pear bufó.—¡Oh, vamos, Apolo! Eres un dios. ¡Seguramente conoces al gran héroe Plemnaeus! —Um...—Estaba tentado de culpar a mi defectuosa memoria mortal, pero estaba bastante seguro de que nunca había escuchado ese nombre, incluso cuando era un dios. — ¿A qué monstruo mató? Aloe se alejó de mí, como si no quisiera estar en la línea de fuego cuando las otras dríadas me lanzaran sus espinas. 213

—Apolo, —Reba me reprendió, —un dios de curación debería saberlo. —Er, por supuesto, —estuve de acuerdo. —Pero, um, ¿Quién exactamente? —Típico, —murmuró Pear. —Los asesinos son recordados como héroes. Los cultivadores son olvidados. Excepto por nosotros los espíritus de la naturaleza. —Plemnaeus era un rey griego, —explicó Agave. —Un hombre noble, pero sus hijos nacieron bajo una maldición. Si alguno de ellos lloraba incluso una vez durante su infancia, morirían al instante. No estaba seguro de cómo eso hace noble a Plemnaeus, pero asentí de forma cortés. —Qué sucedió? —El acudió a Deméter, —Josué dijo. —La misma diosa crió a su siguiente hijo, Orthopolis, para que el viviera. En gratitud, Plemnaeus construyó un templo para Deméter. Desde ese entonces, sus descendientes se han dedicado al trabajo de Deméter. Siempre han sido grandiosos agricultores y botánicos. Agave apretó la mano de Meg. —Ahora entiendo porque tu padre fue capaz de construir Aeithales. Su trabajo en realidad debe haber sido especial. No solo venía de una larga línea de héroes de Deméter, él atrajo la atención personal de la diosa, tu madre. Estamos honrados que has venido a casa. —Casa,—dijo Prickly Pear. —Casa,—repitió Josué. Meg contuvo las lágrimas.

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Este parecía un excelente momento para una canción en grupo. Imaginé a las dríadas poniendo sus puntiagudos brazos alrededor del otro y balanceándose mientras cantaban “En el jardín”. Incluso estaba dispuesto a proveer música con el ukelele. El entrenador Hedge nos trajo de vuelta a la realidad. —Eso es genial.—Asintió hacia Meg de manera respetuosa. — Chica, tu papá debe haber sido algo. Pero, a menos que estuviera cultivando algún tipo de arma secreta, no sé cómo eso pueda ayudarnos. Todavía tenemos un emperador que matar y un laberinto que destruir. —Gleeson… —le reprendió Mellie. —Hey, ¿estoy equivocado? Nadie lo desafió. Grover miraba desconsoladamente a sus pezuñas.—Entonces, ¿qué hacemos? —Nos apegamos al plan,—dije. La seguridad en mi voz pareció sorprender a todos. Definitivamente me sorprendió.— Encontramos a la Sibila de Eritrea. Ella es más que un anzuelo. Ella es la llave a todo. Estoy seguro de eso. Piper acunó al bebé Chuck mientras él se aferraba a su pluma de arpía.—Apolo, intentamos recorrer el laberinto. Tú viste lo que pasó. —Jasón Grace lo atravesó,—dije.—El encontró al oráculo. La expresión de Piper se oscureció.—Tal vez. Pero, incluso si tú crees en Medea, Jasón sólo encontró el oráculo porque Medea quería.

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—Ella mencionó que había otra forma de recorrer el laberinto,—dije.—Los zapatos del emperador. Aparentemente, estos ayudaron a Calígula a atravesarlo de forma segura. Necesitamos esos zapatos. A eso se refería la profecía: camina el sendero en las propias botas del enemigo. Meg limpió su nariz.—Así que estás diciendo que necesitamos encontrar la casa de Calígula y robar sus zapatos. Mientras estemos ahí, ¿No podemos sólo matarlo? Preguntó esto tan casual, como ¿podemos pasar por Target de camino a casa? Hedge movió sus dedos hacia McCaffrey.—Ves, ahora eso es un plan. Me gusta esta chica. —Amigos,—dije, deseando tener un poco de las habilidades de encanto vocal de Piper,—Calígula ha estado vivo por miles de años. Es un dios menor. No sabemos cómo matarlo para que se quede muerto. También no sabemos cómo destruir el laberinto, y ciertamente no queremos empeorar las cosas liberando toda esa energía divina al mundo superior. Nuestra prioridad tiene que ser la sibila. —¿Por qué es tu prioridad?—gruño Pear. Resistí el impulso de gritar, ¡Duh! —De cualquier forma, —dije,—para conocer la ubicación del emperador, necesitamos preguntarle a Jasón Grace. Medea nos dijo que el oráculo le dio información de cómo encontrar a Calígula. Piper, ¿Nos llevarías con Jasón? Piper frunció el ceño. El bebé Chuck tenía su dedo en su pequeño puño y lo estaba moviendo peligrosamente hacia su boca. 216

—Jasón está viviendo en un internado en Pasadena, —dijo finalmente. —No sé si va a escucharme. No sé si me ayudará. Pero podemos intentarlo. Mi amiga Annabeth siempre dice que la información es el arma más poderosa. Grover asintió—Nunca discutí con Annabeth. —Entonces, está hecho, —dije. —Mañana continuamos nuestra misión sacando a Jasón Grace de la escuela.

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Cuando la vida te da semillas Plántalas en tierra rocosa estéril Soy un optimista

D

ORMÍ MUY POCO. ¿Estás sorprendido? Yo estaba sorprendido.

Soñé con mi más famoso oráculo, Delfos, aunque, desafortunadamente, no fue durante los buenos viejos días donde hubiera sido recibido con flores, besos, dulces y mi usual mesa VIP en Chez Oracle. En lugar de eso, era el moderno Delfos, desprovisto de sacerdotes y devotos, en vez, lleno con el espantoso hedor de Pitón, mi viejo enemigo, quien había reclamado su antigua guarida. Su olor a huevo podrido/carne rancia es imposible de olvidar. Estaba de pie en las cavernas, que ningún mortal ha pisado. En la distancia, dos voces conversaban, sus cuerpos perdidos en los turbulentos vapores volcánicos. —Está bajo control,—dijo la primera, en alto tono nasal del emperador Nero. La segunda voz gruñó, un sonido como una cadena jalando una antigua montaña rusa cuesta arriba. 218

—Muy poco ha estado bajo control desde que Apolo cayó a la tierra—dijo Pitón. Su fría voz envió ondas de asco a través de mi cuerpo. No podía verlo, pero podía imaginar sus siniestros ojos ámbar salpicados con dorado, su enorme forma de dragón, sus terribles garras. —Tienes una gran oportunidad,—continuó Pitón.—Apolo está débil. Es un mortal. Está acompañado por tu propia hijastra. ¿Cómo es que todavía no está muerto? La voz de Nero se tensó.—Mis compañeros y yo tuvimos una diferencias de opinión. Commodus… —Es un tonto,—siseó Pitón,—a quien solo le importa el espectáculo. Ambos sabemos eso. ¿Y tú gran tío, Calígula? Nero titubeó.—El insistió... necesita el poder de Apolo. Él quiere que el actual dios del sol conozca su destino en una, ah, forma particular. El gran cuerpo de Pitón se movió en la oscuridad, escuché sus escamas frotarse contra la piedra. —Conozco el plan de Calígula. Me pregunto ¿quién está controlando a quién? Tienes que asegurarme… —Sí,—espetó Nero.—Meg McCaffrey volverá a mí. Ella aun me servirá. Apolo morirá, como lo prometí. —Si Calígula tiene éxito,—musitó Pitón,—el balance de poder cambiará. Preferiría apoyarte a ti, por supuesto, pero sí un nuevo dios del sol se alza al oeste… —Tú y yo tenemos un trato,—gruñó Nero.—Tú me apoyas una vez que el Triunvirato controle…

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—Todos los significados de la profecía,—continúo Pitón.— Pero no lo hacen todavía. Perdiste Dodona por los semidioses griegos. La cueva de Trofonío ha sido destruida. Tengo entendido que los romanos fueron alertados de los planes de Calígula para el Campamento Júpiter. No tengo el deseo de gobernar el mundo solo. Pero si me fallas, si tengo que matar a Apolo yo mismo… —Mantendré mi parte del trato,—dijo Nero.—Mantén la tuya. Pitón hizo un sonido despreciable, parecido a una risa.—Ya veremos. Los próximos días deberían ser muy informativos. Desperté con un jadeó. Estaba solo y temblando en la cisterna. Las bolsas de dormir de Piper y Meg estaban vacías. Encima, el cielo resplandecía en un azul brillante. Quería creer que esto significaba que los incendios habían sido controlados. Probablemente significaba que el viento simplemente había cambiado. Mi piel había sanado durante la noche, aunque todavía me sentía como si hubiera sido sumergido en aluminio líquido. Logré vestirme con un mínimo de dolor y gruñidos, tomar mi arco, carcaj y ukelele y subí la colina. Localicé a Piper en la base de la colina, hablando con Grover en el Bedrossian móvil. Escaneé las ruinas y miré a Meg agachándose por el primer invernadero colapsado. Pensando en mi sueño, ardí en ira. Si todavía fuera un dios, hubiera rugido mi disgusto y hecho un nuevo gran cañón a través del desierto. A como era, solo pude apretar mis puños hasta que mis uñas cortaron mis palmas. 220

Ya era suficientemente malo que el trío de malvados emperadores quisieran mis oráculos, mi vida, mi propia esencia. Era suficientemente malo que mi antigua enemiga Pitón haya tomado Delfos y estaba esperando por mi muerte. Pero la idea de Nero usando a Meg como un peón en este juego... No. Me dije a mi mismo que no dejaría que Nero tuviera a Meg entre sus garras otra vez. Mi joven amiga era fuerte. Estaba esforzándose para liberarse de la malvada influencia de su padrastro. Ella y yo hemos pasado por mucho juntos para que ella volviera. Aun, las palabras de Nero me inquietaban: Meg McCaffrey volverá a mí. Ella aun me servirá. Me pregunté... si mi propio padre, Zeus, se me apareciera ahora mismo y me ofreciera regresar al olimpo, ¿qué precio estaría dispuesto a pagar? ¿Dejaría a Meg a su suerte? ¿Abandonaría a los semidioses y sátiros y dríadas que se han convertido en mis camaradas? ¿Olvidaría las cosas horribles que Zeus me ha hecho a lo largo de los siglos y tragaría mi orgullo, sólo para regresar a mi puesto en el olimpo, sabiendo por completo que todavía estaría debajo del pulgar de Zeus? Aplaqué esas preguntas. No estaba seguro de querer saber las respuestas. Me uní a Meg en el invernadero caído. —Buenos días. Ella no levantó la vista. Ha estado cavando en los restos. Paredes de policarbonato medio derretidas habían sido volteadas y puestas a un lado. Sus manos estaban sucias de cavar en la tierra. Cerca de ella estaba una mugrienta botella de vidrio de mantequilla de maní, con la oxidada tapa removida y puesta a un lado. En las palmas de sus manos estaban algunas piedrecillas verdosas. 221

Me quedé sin aliento. No, no eran piedrecillas. En las manos de Meg estaban seis semillas verdes hexagonales del tamaño de una moneda, exactamente iguales a las de las memorias que ella había compartido. —¿Cómo?—pregunté. Ella miró hacia arriba. Hoy vestía camuflaje verde azulado, lo que la hacía ver como una completamente diferente peligrosa y espeluznante chica. Alguien había limpiado sus anteojos (Meg nunca lo hacía), así que podía ver sus ojos. Brillaban tan fuertes y claros como los diamantes falsos en su marco. —Las semillas estaban enterradas, —dijo.—Yo... tuve un sueño acerca de ellas. El Cactus Hércules lo hizo, las puso en una botella justo antes de morir. Estaba salvando las semillas… para mí, para cuando fuera el momento. No estaba seguro de que decir. Felicitaciones. Que geniales semillas. Honestamente, no sabía mucho de cómo crecían las plantas. Pero noté, sin embargo, que las semillas no estaban brillando como el los recuerdos de Meg. —¿Crees que todavía estén, uh, bien?—pregunté. —Lo descubriremos,—dijo.—Las voy a plantar. Mire alrededor de la desierta colina.—¿Quieres decir aquí? ¿Ahora? —Sip. Es tiempo. ¿Cómo podría ella saber eso? Tampoco miraba como plantar algunas semillas harían una diferencia cuando el laberinto de Calígula estaba causando que la mitad de california se quemara. 222

Por otro lado, nos iríamos a otra misión hoy, esperando encontrar el palacio de Calígula, sin garantías de regresar vivos. Supongo que no había mejor momento que el presente. Y si hacía a Meg sentirse mejor, ¿por qué no? —¿Cómo puedo ayudar?—pregunté. —Haz hoyos.—Luego agregó, como si yo necesitar más especificaciones, —En la tierra. Los realicé con la punta de una flecha, haciendo siete pequeños agujeros en el árido suelo de roca. No puede evitar pensar que esos agujeros no se miraban muy cómodos lugares para crecer. Mientras Meg colocaba los hexágonos verdes en sus nuevos hogares, me envió a conseguir agua de del pozo de la cisterna. —Tiene que ser de ahí,—me advirtió.—Un recipiente lleno. Unos minutos después regresé con una copa de plástico tamaño Big Hombre de Enchiladas del Rey. Meg roció el agua sobre nuestros recién plantados amigos. Esperé que algo dramático sucediera. En presencia de Meg, me había acostumbrado a la explosión de semillas de chía, melones demonios bebés y paredes instantáneas de fresas. La tierra no se movió. —Creo que esperaremos,—dijo Meg. Abrazó sus rodillas y escaneó el horizonte. El sol de la mañana brillaba en el este. Se había alzado hoy, como siempre, pero no gracias a mí. No importa si es estaba conduciendo la carroza solar, o si Helios estaba furioso en los túneles bajo Los Ángeles. No importa lo que los humanos crean, el cosmos seguía girando, y el sol se mantenía en curso. Bajo 223

diferentes circunstancias, hubiera encontrado eso reconfortante. Ahora encontraba la indiferencia del sol cruel e insultante. En unos pocos días, Calígula podría convertirse en una deidad solar. Bajo tal vil liderazgo, podrías pensar que el sol se reusaría a alzarse o ponerse. Pero impresionantemente, asquerosamente, día y noche continuaría como siempre ha sido. —¿Dónde está?—preguntó Meg. Parpadeé. —¿Quién? —Si mi familia es tan importante para ella, miles de años de bendición, o lo que sea, ¿Por qué ella nunca…? Ella señaló al vasto desierto, como para decir, tanto terreno, muy poca Deméter. Estaba preguntando por qué su madre nunca había aparecido ante ella, por qué Deméter había permitido a Calígula destruir el trabajo de su padre, por qué había dejado a Nero criarla en su venenosa e imperial casa en Nueva York. No podía contestar las preguntas de Meg. O mejor, como un antiguo dios, podía pensar en muchas respuestas, pero ninguna que hiciera a Meg sentirse mejor: Deméter estaba muy ocupada mirando la situación de los cultivos en Tanzania. Deméter se distrajo inventando nuevos cereales para el desayuno. Deméter se olvidó de que existías. —No lo sé, Meg, —admití. —Pero esto...—Apunté a los siete pequeños círculos mojados en la tierra. —Este es el tipo de cosas de las cuales tu madre estaría orgullosa. Cultivando plantas en un lugar imposible. Insistiendo obstinadamente en crear vida. Es ridículamente optimista. Deméter lo aprobaría.

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Meg me estudió como si intentara decidir si agradecerme o golpearme. Me he acostumbrado a esa mirada. —Vamos,—decidió.—Tal vez las semillas crecerán mientras no estemos. Los tres nos amontonamos en el Bedrossian móvil: Meg, Piper y yo. Grover había decidido quedarse, supuestamente para reunirse con las desmoralizadas dríadas, pero creo que estaba simplemente cansado de su serie de excursiones cercanas a la muerte conmigo y Meg. El entrenador Hedge se había ofrecido a acompañarnos, pero Mellie rápidamente lo des ofreció. En cuanto a las dríadas, ninguna parecía ansiosa de ser nuestro escudo de plantas después de lo que le pasó a Money Maker y Agave. No podía culparlos. Al menos Piper accedió a conducir. Si éramos detenidos por posesión de un vehículo robado, ella podía usar su encanto vocal para evitar que seamos arrestados. Con mi suerte, pasaría todo el día en la cárcel, y la cara de Lester no se vería bien en esa fotografía. Volvimos a trazar nuestra ruta de ayer, el mismo terreno infernalmente caliente, el mismo cielo teñido de humo, el mismo tráfico. Viviendo el sueño de california. Ninguno de nosotros sentía ganas de hablar. Piper mantenía sus ojos fijos en la carretera, probablemente pensando en la reunión que no quería con un exnovio que había dejado en términos incómodos. (Oh, chico, podía identificarme.) Meg trazaba los patrones en sus pantalones camuflados. Imagino que estaba reflexionando a cerca del último proyecto de 225

botánica de su padre y por qué Calígula lo había encontrado tan amenazante. Parecía imposible que la vida de Meg había sido completamente alterada por siete verdes semillas. Por otra parte, ella era una hija de Deméter. Con la diosa de las plantas, cosas que parecían insignificantes podían ser muy significantes. Las más pequeñas semillas, solía decirme Demeter, crecen en robles de siglos. En cuanto a mí, no me hacían falta problemas en que pensar. Pitón me esperaba. Yo sabía instintivamente que tendría que enfrentarlo algún día. Si por algún milagro sobrevivía a los varios complots de los emperadores, si vencía al Triunvirato y liberaba a los otros cuatro oráculos y sin ayuda arreglaba todo en el mundo mortal, todavía tendría que encontrar una forma de recuperar el control de Delfos de uno de mis más viejos enemigos. Solo entonces Zeus podría permitirme ser dios otra vez. Porque Zeus era así de genial. Gracias, papá. Mientras tanto, tenía que lidiar con Calígula. Tendría que frustrar su plan de hacerme el ingrediente secreto de su sopa de dios del sol. Y tendría que hacer esto mientras no tengo poderes divinos a mi disposición. Mis habilidades de arquería se han deteriorado. Mi canto e interpretación no valían ni un hueso de aceituna. ¿Fuerza divina? ¿Carisma? ¿Luz? ¿Poder de fuego? Todos los indicadores dicen VACÍO. Mi más humillante pensamiento: Medea me capturará, intentará despojarme de mis poderes divinos y se daría cuenta que no me queda ninguno. ¿Qué es esto? gritaría. ¡No hay nada aquí más que Lester! Luego me mataría de todas maneras. 226

Mientras contemplaba estas alegres posibilidades, nos abrimos camino a través del valle de Pasadena. —Nunca me ha gustado esta ciudad,—murmuré.—Me hace pensar en programas de juegos, desfiles picantes y borrachas estrellas arruinadas con mucho perfume puesto. Piper tosió. ―Estem… la mamá de Jasón era de aquí. Ella murió aquí, en un accidente de auto. —Lo siento. ¿Qué era lo que hacía? —Ella era una de esas borrachas estrellas arruinadas con mucho perfume puesto. —Ah,—espere que las punzadas de vergüenza desaparecieran. Tomó muchas millas. —Así que ¿por qué Jasón quiere ir a la escuela aquí? Piper apretó el volante.—Luego de que terminamos, él se transfirió a una escuela internado de hombres en las colinas. Veras. Creo que quería algo diferente, algo calmo y fuera del camino. Sin drama. —Estará feliz de vernos, entonces,—murmuró Meg, mirando hacia la ventana. Nos abrimos paso en las colinas sobre la ciudad, las casas siendo más y más impresionantes mientras ganábamos altitud. Incluso en la tierra de las mansiones los árboles estaban empezando a morir. El césped bien cuidado se estaba volviendo café en los bordes. Cuando la escasez de agua y las altas temperaturas afectan a los vecinos de lujo, sabes que las cosas eran serias. Los ricos y los dioses siempre son los últimos en sufrir. 227

En la cima de una colina estaba la escuela de Jasón –un inmenso campus con edificios de bloque amarillo entrelazados con jardines y pasarelas sombreadas con árboles de acacia. El letrero del frente, hecho en letras de bronce en una pared baja de bloques, decía: INTERNADO Y ESCUELA EDGARTON. Estacionamos el escalade en una calle residencial cercana, usando la estrategia de si-es- remolcado-sólo-prestaremos-otroauto de Piper. Un guardia de seguridad estaba de pie al frente de las puertas de la escuela, pero Piper le dijo que teníamos permitido entrar, y el guardia, con una mirada de gran confusión, estuvo de acuerdo en que teníamos permitido entrar. Todos los salones de clase se abrían hacia los jardines. Los casilleros de los estudiantes estaban alineados en las pasarelas. No era un diseño de escuela que hubiera funcionado en, digamos, Milwaukee durante la temporada de tormenta, pero en California del sur decía cuan por sentado los locales tomaban su templado y consistente clima. Dudo que los edificios tengas aire acondicionado. Si Calígula continuaba cocinando dioses en el laberinto ardiente, el internado y escuela Edgarton debería volver a pensar eso. A pesar de la insistencia de Piper de que se había distanciado de la vida de Jasón, tenía su horario memorizado. Nos llevó justo a su salón de clase del cuarto periodo. Mirando por la ventana, miré una docena de estudiantes, todos jóvenes en blazers azules, camisas blancas, corbatas rojas, pantalones grises y brillantes zapatos, como pequeños ejecutivos de negocios. Al frente de la clase, en una silla de director, un barbudo profesor en un traje estaba leyendo de una copia de bolsillo de Julio César. 228

Ugh. Bill Shakespeare. Digo, si, era bueno. Pero incluso él hubiera estado horrorizado ante el número de horas que los mortales pasan perforando sus obras en las cabezas de adolescentes aburridos, y el número de flautas, chaquetas cuadriculadas, bustos de mármol y malas tesis que han inspirado incluso sus obras menos favoritas. Mientras tanto, Christopher Marlowe tuvo el corto final de bastón isabelino. Kit había sido mucho más hermosa. Pero yo divago. Piper golpeó en la puerta y asomó su cabeza. De repente el joven no parecía aburrido. Piper le dijo algo al profesor, quien pestañeó un par de veces, luego señalo ve a un joven en la fila de en medio. Un momento después, Jasón Grace se nos unió en la pasarela. Sólo lo había visto unas pocas veces antes, una vez cuando era el pretor del campamento Júpiter; una vez cuando visitó Delos; luego brevemente, cuando peleamos lado a lado contra los titanes en el Partenón. Peleó lo suficientemente bien, pero no puedo decir que le presté especial atención. En esos días, todavía era un dios. Jasón sólo era otro héroe semidiós en el equipo del Argo II. Ahora, en su uniforme escolar, se miraba bastante impresionante. Su rubio cabello estaba corto. Sus ojos azules brillaban detrás de un par de lentes de marco negro. Jasón cerró la puerta del salón detrás de él, puso sus libros debajo de su brazo y forzó una sonrisa, una pequeña cicatriz blanca en una esquina de sus labios.—Piper. Hola.

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Me pregunté cómo le hizo Piper para parecer tan calmada. He pasado por muchos rompimientos complicados. Nunca se hace más fácil, y Piper no tenía la ventaja de poder convertir a su ex en un árbol o simplemente esperar a que su corta vida mortal se terminará antes de regresar a la tierra. —Hola a ti también,—dijo, sólo un poco de tensión en su voz.—Ellos son… —Meg McCaffrey,—dijo Jasón.—Y Apolo. Los he estado esperando chicos.— No sonaba terriblemente emocionado por eso. Lo dijo de la manera que alguien puede decir, He estado esperando por los resultados de mi resonancia cerebral de emergencia. Meg evaluó a Jasón como si encontrara sus lentes inferiores a los de ella.—¿Sí? —Sí.—Jasón miró a cada dirección de la pasarela.—Volvamos a mi dormitorio. No estamos seguros aquí afuera.

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Para mi proyecto escolar Hice este templo pagano Tablero de monopolio

T

UVIMOS QUE PASAR A un profesor y dos supervisores, pero, gracias al encanto vocal de Piper, todos estuvieron de acuerdo en que era perfectamente normal que los cuatro (incluyendo dos mujeres) paseemos en los dormitorios durante horas de clase. Una vez que llegamos al dormitorio de Jasón, Piper se detuvo en la puerta. —Definitivamente no es seguro. Jasón miró sobre el hombro de ella.—Los monstruos se han infiltrado en la facultad. Estoy vigilando a la profesora de humanidades. Estoy muy seguro de que es una empusa. Ya tuve que asesinar a mi profesora de cálculo, porque era una blemmyae. Viniendo de un mortal, tal charla sería etiquetada como paranoica homicida. Viniendo de un semidiós, era una descripción de una semana promedio. —Blemmyae, ¿huh?—Meg reevaluó a Jasón, como si decidiera que sus lentes podrían no estar tan mal. —Odio a los blemmyae. Jasón sonrió.—Pasen. 231

Hubiera llamado su habitación espartana, pero he visto las habitaciones de los verdaderos espartanos. Ellos hubieran encontrado el dormitorio de Jasón ridículamente cómodo. El espacio de cincuenta pies cuadrados tenía un librero, una cama, un escritorio y un ropero. El único lujo era una ventana abierta por la que se miraban los jardines, llenando el cuarto con el cálido aroma de jacintos. (¿Tenían que ser jacintos? Mi corazón siempre se rompe cuando siento esa fragancia, incluso después de miles de años.) En la pared de Jasón colgaba una foto retratada de su hermana Thalía sonriendo a la cámara, un arco cruzado en su espalda, su corto cabello oscuro moviéndose por el viento. Excepto por sus deslumbrantes ojos azules, no se parecía en nada a su hermano. Por otro lado, ninguno de ellos se parecía en nada a mí y, como el hijo de Zeus, yo era técnicamente su hermano. Y yo había coqueteado con Thalía, o sea... Eww. ¡Te maldigo, padre, por tener tantos hijos! Me hizo salir con un verdadero campo de minas durante milenios. —Tu hermana dice hola, por cierto,—dije. Los ojos de Jasón se iluminaron.—¿La vieron? Me lancé a una explicación de nuestro tiempo en Indianápolis: la estación de paso, el emperador Commodus, las cazadoras de Artemisa haciendo rappel en el estadio de football para rescatarnos. Luego retrocedí y le expliqué el Triunvirato, y todas las cosas miserables que me han pasado desde que salí del contenedor de basura en Manhattan. 232

Mientras tanto, Piper estaba sentada de piernas cruzadas al otro lado de la habitación, su espalda contra la pared, tal lejos posible de la cama que era la opción más cómoda. Meg estaba de pie en el escritorio de Jasón, examinando algún tipo de proyecto escolar con etiquetas de espuma pegadas a pequeñas cajas de plástico, tal vez representando edificios. Cuando casualmente mencioné que Leo estaba vivo y bien y actualmente en una misión al Campamento Júpiter, todos los tomacorrientes en la habitación chispearon. Jasón miró a Piper, asombrado. —Lo sé,—dijo.—Después de todo lo que hemos pasado. —Ni siquiera puedo... —Jasón se sentó pesadamente en su cama.—No sé si reír o gritar. —No te limites,—gruño Piper.—Haz ambos. Meg dijo desde el escritorio,—Oye, ¿qué es esto? Jasón se sonrojó.—Un proyecto personal. —Es la colina de los templos,—facilitó Piper, su tono cuidadosamente neutral.—En el campamento Júpiter. Miré más de cerca. Piper tenía razón. Reconocí el diseño de los templos y santuarios donde los semidioses del Campamento Júpiter honraban a las antiguas deidades. Cada edificio estaba representado por una pequeña caja de plástico pegada al tablero, los nombres de los santuarios escritos a mano en la espuma. Jasón incluso había marcado líneas de elevación, mostrando los niveles topográficos de la colina. Encontré mi templo: APOLO, representado por un edificio de plástico verde. No era ni un poco parecido al real, con su techo 233

dorado y sus diseños platinados de filigrana, pero yo no quería criticar. —¿Estas son casas de monopolio? —preguntó Meg. Jasón se encogió de hombros, —Use cualquier cosa que tenía, las casas rojas y hoteles verdes. Le eche un vistazo al tablero. No había gloriosamente descendido a la colina de los templos en un tiempo, pero parecía un poco más poblada de lo usual. Había al menos veinte pequeñas fichas que no reconocía. Me recliné y leí las etiquetas. —¿Kymopoleia? Dioses, ¡no había pensado en ella en siglos! ¿Por qué los romanos le construyeron un templo? —No lo han hecho todavía,—dijo Jasón.—Pero le hice una promesa. Ella... nos ayudó en nuestro viaje a Atenas. De la forma en que lo dijo, decidí que significaba ella accedió a no matarnos, lo que iba más con el carácter de Kymopoleia. —Le dije que me aseguraría que ninguno de los dioses y diosas fueran olvidados,—continuó Jasón,—ni en el Campamento Júpiter o el Campamento Mestizo. Me haría cargo de que todos tuvieran algún tipo de santuario en ambos campos. Piper me miró,—ha hecho mucho trabajo en los diseños. Deberías ver su libro de bocetos. —Jasón frunció el ceño, claramente inseguro de si Piper lo estaba elogiando o criticando. El olor de electricidad flotaba en el aire.

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—Bueno,—Jasón dijo al final,—los diseños no ganarán ningún premio. Necesitaré la ayuda de Annabeth con los verdaderos planos. —Honorar a los dioses es un noble esfuerzo,—dije.—Deberías estar orgulloso. Jasón no parecía orgulloso. Parecía preocupado. Recuerdo lo que Medea había dicho de las noticias del oráculo: La verdad fue suficiente para quebrar a Jasón Grace. El no parecía estar roto. Por otro lado, yo no parecía Apolo. Meg se inclinó más. —¿Cómo es que Potina tiene una casa, pero Quirinus un hotel? —La verdad no hay lógica en eso,—admitió Jasón.—Sólo usé las fichas para marcar las posiciones. Fruncí el ceño. Estaba bastante seguro de que yo tenía un hotel a diferencia de Ares que tenía una casa, porque yo era más importante. Meg tocó la ficha de su madre.—Deméter es genial. Deberías poner a un dios genial al lado de ella. —Meg,—reprendí,—no podemos ordenar a los dioses por genialidad. Eso llevaría a muchas peleas. Además, pensé, todos querrían estar a mi lado. Luego amargamente me pregunté si eso todavía sería verdad cuando y si volvía al olimpo. ¿Mi tiempo como Lester me marcaría para siempre como un bobo inmortal? —De todas formas,—interrumpió Piper.—La razón por la que venimos: el laberinto ardiente.

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Ella no acusó a Jasón de ocultar información. Ella no le comentó lo que Medea Había dicho. Ella simplemente estudió su cara, esperando a ver como él respondería. Jasón entrelazó los dedos. Miró hacia el enfundado gladius51 puesto en la pared al lado de palo de lacrosse y una raqueta de tenis.(Esos lujosos internados realmente ofrecían todas las opciones de actividades extracurriculares.) —No se los dije todo,—admitió. El silencio de Piper se sentía más poderoso que su encanto vocal. —Yo-Yo llegué a la sibila,—continúo Jasón.—Ni siquiera puedo explicar cómo. Solo tropecé en una gran habitación con una piscina de fuego. La sibila estaba... de pie al frente de mí, en esta plataforma de piedra, sus brazos encadenados con algún tipo de grilletes de fuego. —Herófila, su nombre es Herófila. Jasón parpadeo, como si todavía pudiera sentir el calor y las cenizas de la habitación. —Quería liberarla,—dijo.—Obviamente. Pero ella me dijo que era imposible. Tienes que ser... —gesticuló hacia mi.—Ella me dijo que era un trampa. Todo el laberinto. Para Apolo. Me dijo que eventualmente me encontrarías. Tú y Meg. Herófila dijo que no había nada que yo pudiera hacer excepto ayudarte si me lo pedias. Me dijo que te dijera, Apolo, que tú tienes que rescatarla.

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Espada romana utilizada por las legiones.

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Sabía todo esto, por supuesto. Lo había visto y escuchado en mis sueños. Pero escucharlo de Jasón, en el mundo de los vivos, lo hacía peor. Piper recostó su cabeza contra la pared. Miró hacía la mancha de agua en el techo.—¿Qué más dijo Herófila? El rostro de Jasón se tensó.—Pipes-Piper, mira, siento no haberte dicho. Es sólo que… —¿Qué más dijo?—repitió. Jasón miró a Meg, luego a mí, tal vez por soporte moral. —La sibila me dijo dónde podía encontrar al emperador,— dijo.—Bueno, más o menos. Dijo que Apolo necesitaría la información. Él necesitaría… un par de zapatos. Sé que no tiene mucho sentido. —Me temo que lo tiene,—dije. Meg pasó sus dedos sobre los techo del mapa.—¿Podemos matar al emperador mientras robamos sus zapatos? ¿Dijo algo sobre eso la sibila?—Jasón sacudió la cabeza.—Sólo dijo que Piper y yo... no podíamos hacer más por nosotros mismos. Tiene que ser Apolo. Si lo intentábamos...sería muy peligroso. Piper se rió secamente. Levantó las manos como si le hiciera una ofrenda a la mancha de agua. —Jasón, hemos pasado literalmente por todo juntos. Ni siquiera puedo contar cuántos peligros hemos enfrentado, cuántas veces hemos casi muerto. ¿Ahora me estás diciendo que me mentiste para protegerme? ¿Para evitar que vaya tras Calígula? —Sabía que lo harías,—murmuró.—Sin importar lo que la sibila dijera. 237

—Y esa hubiera sido mi decisión,—dijo Piper. —No tuya. El asintió miserablemente.—Y yo hubiera insistido en ir contigo, sin importar el riesgo. Pero en la forma que las cosas han estado entre nosotros...—se encogió de hombros.—Trabajar como un equipo hubiera sido difícil. Pensé-decidí esperar a que Apolo me encontrara. Lo arruiné, al no decirte. Lo siento. Miró hacía su maqueta de la colina de los templos, como si intentara descubrir dónde poner un santuario al dios de sentirse horrible por las relaciones fallidas. (Oh, espera. Ya tenía uno. Era para Afrodita, la madre de Piper.) Piper respiró profundamente.—Esto no es acerca de tu y yo, Jasón. Sátiros y dríadas están muriendo. Calígula está planeando en convertirse en el nuevo dios del sol. Hoy es la luna nueva, y el Campamento Júpiter está enfrentando algún tipo de gran peligro. Mientras tanto, Medea está en ese laberinto, lanzando a todos lados fuego titan. —¿Medea?—Jasón se sentó recto. La lámpara en su escritorio explotó, cayendo vidrio sobre su maqueta.—Espera. ¿Qué tiene que ver Medea en todo esto? ¿A qué te refieres con la luna nueva y el Campamento Júpiter? Pensé que Piper se rehusaría a compartir información, sólo por despecho, pero no lo hizo. Le dio a Jasón una actualización de la profecía de Indiana que predecía cuerpos llenando el Tíber. Luego explicó el proyecto de cocina de Medea con su abuelo. Jasón se miraba como si nuestro padre le acabara de tirar un rayo. —No tenía idea. Meg cruzó sus brazos.—Así que, ¿nos vas a ayudar o qué?

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Jasón la estudió, sin duda inseguro de qué hacer con esta terrible chica en camuflaje. —Por-por supuesto,—dijo.—Necesitaremos un auto. Y necesito una excusa para salir del campus. —El miró a Piper con esperanza. Ella se puso de pie.—Bien. Iré a hablar a la dirección. Meg, ven conmigo, sólo en caso de que nos encontremos con una empusa. Nos encontraremos en la puerta principal. Y, ¿Jasón? —¿Sí?— —Si estás escondiendo algo más… —Claro. Lo-lo entiendo. Piper se dio la vuelta y salió de la habitación. Meg me dio una mirada de ¿estás seguro de esto? —Ve,—le dije.—Ayudaré a Jasón a prepararse. Una vez que las chicas se fueron, me giré para confrontar a Jasón, un hijo de Zeus/Júpiter a otro. —Está bien,—dije.—¿Qué fue lo que en verdad te dijo la sibila?

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23 Es un hermoso día en el vecindario – Espera… de hecho, no lo es.

J

ASÓN SE TOMÓ SU tiempo para responder.

Se quitó su chaqueta, la colgó en el armario. Se desanudó la corbata y la dobló sobre el perchero. Tuve un flashback sobre mi viejo amigo Fred Rogers, el presentador de televisión infantil, que irradiaba la misma concentración tranquila al colgar su ropa de trabajo. Fred solía dejarme estrellarme en su sofá cada vez que tenía un día duro como dios de la poesía. Él me ofrecía un plato con galletas y un vaso de leche, entonces me daba una serenata con sus canciones hasta que me sentía mejor. Encontraba realmente especial “It’s You I Like”. ¡Oh, extraño a ese mortal! Finalmente, Jasón se colocó su gladius. Con sus gafas, camisa, pantalones, mocasines y espada, se parecía menos al Señor Rogers y más a un asistente legal bien armado. — ¿Qué te hace pensar que me estoy conteniendo? — Preguntó. — Por favor, — dije — No trates de ser proféticamente evasivo con el dios de las profecías evasivas. Jasón suspiró. Se arremangó las mangas, revelando su tatuaje romano en el interior de su antebrazo, un rayo, el emblema de

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nuestro padre — Primero que nada, no era exactamente una profecía. Era más bien como una serie de preguntas de concurso. — Sí, Herófila entrega la información de esa manera. — Además sabes cómo son las profecías. Incluso cuando el Oráculo es amigable, son algo difíciles de interpretar. — Jasón… —Bien — cedió. — La Sibila dijo… Ella me dijo que, si Piper y yo persiguiéramos al emperador, uno de nosotros va a morir. Morir. La palabra aterrizó entre nosotros como un ruido sordo, como un pez grande y macerado. Esperé por una explicación. Jasón miraba su espuma del Temple Hill como si tratara de hacerlo cobrar vida, por pura fuerza de voluntad. — Morir. — repetí. — Sí. — ¿No desaparecerá, no volverá o sufrirá una derrota? — No. Morir. O más exactamente, cinco letras, comienza con M. — ¿No, madre, entonces? — sugerí — ¿Monos? — Una fina ceja rubia, se asomó detrás de los lentes— ¿Si van a buscar al emperador, uno de los dos monos? — No, Apolo, la palabra era morir. —Aun así, eso podría significar muchas cosas. Podría ser un viaje al Inframundo. Podría ser una muerte como la de Leo, una en la que vuelves a la vida. Podría ser. — Ahora estas siendo evasivo — dijo Jasón — La Sibila dijo muerte. Final. Real. Sin repeticiones; si hubieras estado ahí, la forma 241

en que lo dijo. A menos que tengas a la mano un frasco extra de la cura del médico en tus bolsillos… Él sabía muy bien que yo no tenía. La cura del médico que había regresado a la vida a Leo Valdez, solo la poseía mi hijo Asclepio, dios de la medicina. Y, como Asclepio quería evitar una guerra total con Hades, rara vez daba una muestra gratis. Como nunca. Leo había sido el primer afortunado en recibirla en cuatro mil años. Probablemente también sería el último. — Aun… — Busqué otras teorías o lagunas. Odiaba pensar en la muerte permanente. Como ser inmortal yo era un ser de conciencia. Aunque fueras a tener una buena experiencia después de la muerte (la mayoría de las veces no era buena) la vida era mejor. La calidez real del sol, los colores vibrantes del mundo, la comida… lo real, Inclusive los campos Elíseos no tenían nada en comparación. La mirada de Jasón fue implacable. Sospeché que en las semanas siguientes a su plática con Herófila, había recorrido todos los escenarios. Y había superado la etapa de negociación al lidiar con la profecía. Había aceptado que morir significaría morir, como Piper McLean había aceptado que Oklahoma significaba Oklahoma. No me gustó eso. La calma de Jasón me recordó a Fred Rogers, de una manera exasperante ¿Cómo podía alguien ser tan tolerante y sensato todo el tiempo? A veces quería que se enojara, gritara y arrojara sus mocasines al otro lado de la habitación. ―Asumamos que estas en lo correcto, — dije — ¿Por qué no le dijiste la verdad a Piper...? ―Ya sabes lo que le paso a su padre— Jasón estudió los callos de sus manos, la prueba de que no dejaba que sus habilidades con la espada se atrofiaran — El año pasado cuando lo salvamos en el 242

Monte Diablo… la mente del señor McLean no está en buena forma, ahora con todo el estrés de la bancarrota y todo ¿Te imaginas lo que le pasaría si también perdiera a su hija? Recordé a una desaliñada estrella de cine vagando por el camino de entrada, en búsqueda de monedas imaginarias. — Sí, pero no puedes saber el desarrollo de la profecía — No puedo dejar que se desarrolle y Piper muera. Ella y su padre tienen programado irse de la ciudad al final de la semana. Ella en realidad está… No sé si emocionada sea la palabra correcta, pero se siente aliviada de salir de Los Ángeles. Desde que la conozco lo que más quería era pasar más tiempo con su padre. Ahora tienen la oportunidad de empezar de nuevo. Ella podría ayudar a su padre a encontrar un poco de paz. Tal vez encuentre algo de paz en ella misma. — Su voz se detuvo, tal vez por la culpa, el arrepentimiento o el miedo. — Querías sacarla a salvo de la ciudad— deduje, — ¿Acaso planeabas encontrar al emperador por ti mismo? Jasón se encogió de hombros, — Bueno, contigo y con Meg. Sabía que vendrían a buscarme, Herófila lo dijo. Si hubieras esperado una semana… ―¿Entonces, qué? — exigí —¿Nos hubieras dejado llevarte alegremente hasta tu muerte? ¿Cómo hubiera afectado eso la paz mental de Piper, cuando se enterara? Las orejas de Jasón se enrojecieron. Me sorprendió lo joven que era, no tenía más de diecisiete años. Más viejo que mi forma mortal, sí, pero no por mucho. Este chico había perdido a su madre, había sobrevivido al entrenamiento de Lupa, la diosa loba. Había crecido bajo la disciplina de la duodécimo legión en el Campamento Júpiter, 243

había peleado contra gigantes y titanes, él había ayudado a salvar el mundo al menos dos veces. Pero en los estándares mortales, apenas era un adulto. Él no tenía la edad suficiente para votar o beber. A pesar de todas sus experiencias, no era justo para mi esperar que pensara lógicamente y considerara los sentimientos de todos con perfecta claridad, no mientras pensaba en su propia muerte. Traté de suavizar mi tono — Entiendo que no quieres que Piper muera. Ella tampoco querría que tu murieses, pero evitar las profecías nunca funciona y menos guardarles secretos a tus amigos, en especial secretos mortales… eso realmente nunca funciona. Nuestro trabajo será enfrentar a Calígula, robar los zapatos del maniaco homicida y escapar evitando las palabras de cinco letras que comiencen con M. Una cicatriz marcaba la esquina de la boca de Jasón — ¿Magia? — Eres horrible, — le dije, pero parte de la tensión en mis hombros se disolvió, —¿Estás listo? Le dio un vistazo a la foto de su hermana Thalía y luego al modelo del tempo, — Si algo me sucede a mí… ―Detente. ―Si algo sucede, si no puedo cumplir mi promesa a Kymopelia, ¿Llevarás mi maqueta al campamento Júpiter? Los cuadernos con los apuntes para los nuevos templos en ambos campamentos están ahí en el estante. ―Los llevarás tú mismo — insistí — Tus nuevos santuarios honrarán a los dioses, es un proyecto demasiado valioso como para no tener éxito.

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Cogió un fragmento de la bombilla del techo del hotel de Zeus, — Ser digno no siempre basta. Es como lo que te paso ¿Has hablado con papá desde...? Tuvo la decencia de no dar más detalles como: desde que caíste en la basura como un bobo de dieciséis años sin cualidades regenerativas. Me tragué el sabor amargo a cobre, desde lo profundo de mi pequeña mente mortal, las palabras de mi padre retumbaron: TU ERROR, TU CASTIGO. —Zeus no me ha hablado desde que me convertí en mortal —dije, —Y antes de eso, mi memoria es borrosa. Recuerdo la batalla del verano pasado en el Partenón. Recuerdo que Zeus me liquidó, después de eso… hasta el momento en que desperté cayendo desde el cielo en picada este enero, todo está en blanco. ―Conozco el sentimiento, me han quitado unos seis meses de mi vida — me miró con dolor, — lo siento, no pude hacer más. —¿Qué podías haber hecho? ―Quiero decir en el Partenón. Traté de hacer entrar en razón a Zeus, le dije que se equivocaba al castigarte, él no quiso escuchar. Lo miré inexpresivamente, lo que quedaba de mi elocuencia natural obstruida en mi garganta ¿Que Jasón Grace, había hecho qué? Zeus tenía muchos hijos, lo que significaba que tenía muchos medios hermanos y hermanas. Excepto por mi gemela Artemisa, nunca me había sentido cercano a ninguno de ellos. A decir verdad, nunca había tenido un hermano que me defendiera de mi padre, mis

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hermanos olímpicos eran más propensos a desviar la furia de Zeus gritando: ¡Apolo lo hizo! Pero este joven semidios me había defendido y no tenía razones para hacerlo. Apenas me conocía, sin embargo, había arriesgado su propia vida y enfrentado a la ira de Zeus. Mi primer pensamiento fue gritar: ¡¿ERES TÚ?! Pero entonces me llegaron palabras algo más apropiadas — Gracias. Jasón me tomó de los hombros, no por enojo o de una manera aferrada, era un toque de hermano. — Prométeme una cosa: Pase lo que pase, cuando vuelvas al Olimpo, cuando vuelvas a ser un dios, recuerda. Recuerda lo que es ser un humano. Hace unas semanas, me hubiera burlado ¿Por qué recordaría algo de esto? Si tuviera la suerte de volver a mi trono divino, yo recordaría esta experiencia como una película clasificación B del género de terror, algo que finalmente había terminado. Me imaginaria saliendo del sol pensando, ¡Uf, que alegre fue! Ahora, sin embargo, tenía cierta idea de lo que quería decir Jasón. Había aprendido mucho acerca de la fragilidad y fuerza humana. Me sentía… diferente hacia los mortales, después de ser uno de ellos, ¡por lo menos obtendría una excelente inspiración para nuevas letras de canciones! Me resistía a prometer nada, sin embargo, ya estaba viviendo bajo la maldición de un juramento roto. En el Campamento Mestizo había jurado precipitadamente por el río Estigio no volver a utilizar mis habilidades de tiro con arco o la música hasta ser un dios nuevamente, luego había roto la promesa rápidamente y desde entonces mis habilidades se habían deteriorado. Estaba seguro de que el espíritu vengativo del río Estigio se había puesto contra mí, casi podía sentir su ceño fruncido mirándome directamente desde el 246

inframundo y preguntándome: ¿Qué derecho tienes a prometerle nada a nadie, o a hacer un juramento hacia mí? Pero ¿Cómo no intentarlo? Era lo menos que podía hacer por un mortal valiente que me había defendido cuando nadie más lo había hecho. — Lo prometo,— le dije a Jasón — haré todo lo posible para recordar mi experiencia como humano, siempre y cuando tu prometas decirle la verdad sobre la profecía a Piper. Jasón me dio una palmadita en los hombros. — hablando de eso, las chicas deben estar esperando. — Una cosa más — le espeté — Sobre Piper, es solo que… parecían una pareja tan buena, ¿de verdad rompiste con ella solo para que le fuera más fácil dejar LA? Jasón me miró con sus profundos ojos azules — ¿ella te lo dijo? — No — admití, — pero Mellie perece, uhm, molesta contigo Jasón pareció considerarlo — Estoy bien con que Mellie me culpe a mí, es lo mejor probablemente . — ¿Eso quiere decir que no es verdad? — En los ojos de Jasón vi un toque de desolación, como el humo de un incendio forestal borrando momentáneamente el cielo azul. Recordé las palabras de Medea: La verdad puede ser suficiente para romper a Jasón Grace. — Piper lo terminó — dijo en voz baja — fue hace meses, antes del incendio del laberinto. Ahora vamos, debemos buscar a Calígula.

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24 Ah, Santa Barbara ¡famosa por el Surf! ¡los tacos de pescado! ¡Y los romanos locos!

P

OR DESGRACIA PARA nosotros y el señor Bedrossian, no había ni una señal de Cadillac Escalade en la calle donde lo habíamos estacionado.

— Hemos sido remolcados — anunció Piper casualmente, como si eso fuera algo habitual para ella, regresó a la oficina principal de la escuela. Unos minutos más tarde, salió por la puerta delantera conduciendo una camioneta Edgartown verde y dorada. Ella bajo la ventanilla —¡Hey chicos! ¿Quieren ir de excursión? A medida que nos alejábamos, Jasón miró nerviosamente el espejo retrovisor del lado del pasajero, tal vez preocupado por que algún guardia nos pudiera dar caza y exigir ver nuestros permisos firmados antes de abandonar el campus para matar a un emperador romano. Pero nadie nos siguió. —¿A dónde? — Pregunto Piper cuando llegamos a la autopista — Santa Barbara, — dijo Jasón, Piper frunció el ceño como si esa respuesta hubiera sido más como Uzbekistán, ella siguió las indicaciones hacia la autopista 101 Oeste. Por primera vez esperaba quedar atascado en el tráfico, no tenía ninguna prisa por 248

ver a Calígula, en cambio los caminos estaban casi vacíos, era como si el sistema de autopistas del sur de California me hubiera escuchado quejarme y ésta fuera su venganza. ¡Oh adelante Apolo, sigue por la 101 Oeste! Parecía decir ¡Aprecia lo fácil que es viajar hacia tu humillante muerte! A mi lado en el asiento trasero, Meg tamborileo los dedos sobre sus rodillas — ¿Qué tan lejos? Yo solo estaba vagamente familiarizado con Santa Barbara, esperaba que Jasón nos dijera que estaba muy lejos tal vez un poco hacia el Polo Norte, no es que quisiera quedarme atrapado en una furgoneta junto a Meg tanto tiempo, pero al menos entonces nos podríamos detener en el Campamento Júpiter a recoger a un escuadrón de semidioses fuertemente armados. — Alrededor de dos horas — dijo Jasón, desvaneciendo mis esperanzas, — por el noreste a lo largo de la costa como si fuéramos a Stearns Wharf. Piper se giró hacia el — ¿Has estado ahí? — Yo… sí, solo explorando el lugar con Tempestad. —¿Tempestad? — Le pregunté — Es su caballo —dijo Piper, luego se dirigió a Jasón — ¿Fuiste tú solo a explorar ahí? — Bueno, Tempestad es un Ventus — dijo ignorando la pregunta de Piper. Meg también dejó de tamborilear en sus rodillas — ¿Como esas cosas de mucho viento que Medea tenía? — Si a excepción de que Tempestad es amable— contestó Jasón— no es del tipo domesticado… exactamente, pero somos 249

amigos, aparece cada que lo llamo generalmente y me deja montarlo. — Un caballo de viento —reflexionó Meg sin duda sopesando los méritos que éste podría tener contra su pequeño bebé melocotón —Bueno creo que es genial —De vuelta a la pregunta― dijo Piper— ¿Porque decidiste explorar Stearns Wharf? Jasón parecía tan incómodo que temí que pudiera apagar los sistemas eléctricos de la furgoneta. ―La sibila. ― dijo por fin— Me dijo que encontraría a Calígula ahí, es uno de los lugares donde se detiene. Piper ladeo la cabeza— ¿Dónde se detiene? —Su palacio, no es un palacio exactamente— dijo Jasón — estamos en busca de un barco. Mi estómago se contrajo y tomo la salida más cercana de vuelta hacia Palm Springs ―Ah... —dije —¿Ah? — pregunto Meg, —Ah, de que eso tiene sentido, en la antigüedad Calígula era conocido por sus barcazas de placer – Palacios flotantes con baños, teatros, grandes estatuas giratorias, pistas de carreras y miles de esclavos. Recordé lo disgustado que había estado Poseidón respecto a Calígula y sus barcazas alrededor de la Bahía de Baiae, aunque creo que Poseidón sólo estaba un poco celoso porque su palacio no tenía estatuas giratorias. 250

— De todos modos,― le dije ―eso explica por qué has tenido problemas para localizar a Calígula… puede ir de Puerto en Puerto a voluntad . — Sí —estuvo de acuerdo Jasón— Cuándo explore, no estaba ahí y supongo que la sibila quería decir que lo encontraría por Stearns Wharf, no que estaría ahí. Supongo. — Se movió en su asiento inclinándose tan lejos como le fuera posible de Píper — hablando de la Sibila hay otro detalle que no he compartido contigo acerca de la profecía. Y le dijo a Piper la verdad sobre la palabra de cinco letras que comenzaba con M y no era multa. Tomó las noticias sorprendentemente bien, no lo golpeó, no le alzó la voz, simplemente se limitó a escuchar y luego permaneció en silencio durante más o menos un kilómetro. Por fin ella negó con la cabeza. — Ese es un detalle — Debería haberte dicho —dijo Jasón —Um, sí— ella hizo girar el volante exactamente de la manera en que uno podría romperle el cuello a un pollo, — Aun así, seré sincera, en tu posición hubiera hecho lo mismo, no quisiera que murieras tampoco. Jasón parpadeó — ¿Eso significa que no estás enojada? —Estoy furiosa — Oh... Bien. Me llamó la atención la facilidad con la que hablaban entre sí, incluso sobre las cosas difíciles y lo bien que parecían entenderse. Recordé a Piper diciendo lo frenética que había estado cuando se había separado de Jasón en el laberinto ardiente, diciendo que no 251

podría soportar perder a otro amigo, me preguntaba otra vez que había detrás de su ruptura –la gente cambia– Píper había dicho. Puntos finales en la ambigüedad, así era la chica, pero yo quería la verdad. — Así que...— ella dijo — ¿Alguna otra sorpresa, algún otro pequeño detalle que hayas olvidado? — Jasón sacudió la cabeza. —Creo que es todo. —Está bien —dijo Piper — entonces vayamos al muelle, encontraremos los botines mágicos de Calígula y lo mataremos si tenemos la oportunidad, pero no nos vamos a dejar morir los unos a los otros. — Oh, déjame morir— agregó Meg— o incluso a Apolo. —Gracias Meg — dije. ―Mi corazón es tan cálido como un burrito parcialmente descongelado. — No hay problema —Ella se limpió la nariz sólo por si acaso moría y no tuviera otra oportunidad de hacerlo. —¿Cómo sabremos cuál es el barco correcto? — Tengo el presentimiento de que lo sabremos— dije — Calígula nunca es sutil. — Eso suponiendo que el barco esté ahí esta vez— dijo Jasón — Sería lo mejor —dijo Piper —de lo contrario robé esta camioneta y te saqué de la conferencia de física de la tarde para nada. —Maldición —dijo Jasón. Y compartieron una mirada extraña, una especie de: sí, las cosas siguen siendo raras entre nosotros, pero no tengo la intención de dejar que mueras hoy.

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Tenía la esperanza de que en esta expedición fuera también como la había descrito Píper, sospeché que nuestras probabilidades de ganar eran mejores que al jugar al Mega Olimpo-Dios lotería (lo más que he recibido fueron cinco dracmas en una tarjeta de cero una vez) Nos llevó en silencio a lo largo de la costa de la carretera, a nuestra izquierda el Pacífico brillaba, los surfistas navegaban por las olas, la brisa doblaba las palmeras a la izquierda las colinas estaban secas y marrones llenas de flores rojas tipo azaleas qué eran agobiadas por el calor y por mucho que lo intentaba no podía dejar de pensar en esas franjas de color carmesí como la sangre derramada de las dríadas cayendo en combate. Recordé a nuestros amigos cactus de regreso en la Cisterna, quienes se aferraban fuerte y valientemente a la vida. Recordé el Money Marker rota y ardiente bajo el laberinto en Los Ángeles. Por su bien debía detener a Calígula. De lo contrario no habría nada más. Finalmente llegamos a Santa Bárbara y vi por qué a Calígula le gustaba el lugar. Si entrecerraba los ojos podría imaginarme que estaba de vuelta en la romana ciudad turística de Baiae. La curva de la costa era casi la misma, además de las doradas playas las colinas salpicadas de lujo y las casas con tejas rojas, la embarcación de descanso estaba amarrada al puerto. Los locales incluso estaban bañados por el sol, un poco aturdidos como si estuvieran esperando su tiempo entre las sesiones de surf por la mañana y las tardes de golf. La mayor diferencia: El monte Vesubio no se levantaba en la distancia, pero tenía la sensación de que otra presencia se cernía sobre esta pequeña ciudad preciosa – algo peligroso y volcánico. 253

— Él está aquí —dije mientras estacionábamos la camioneta en el Boulevard Cabrillo. Piper alzó sus cejas— ¿Estás sintiendo una perturbación en la fuerza? — Por favor —murmuré— Estoy sintiendo mi usual mala suerte y en un lugar tan inofensivo no hay manera de que no encontramos problemas. Pasamos la tarde reorriendo la línea de la costa de Santa Bárbara desde la playa del este hasta los rompeolas. Nos interrumpió una bandada de pelícanos en la laguna de agua salada. Despertamos unos leones marinos durmiendo en el muelle de pesca. Nos empujamos a través de errantes hordas de turistas en Stearns Wharf. En el puerto encontramos un bosque virtual de embarcaciones de un solo mástil junto con algunos yates de lujo, pero ninguno parecía tan grande o suficientemente llamativo para ser de un emperador romano. Jasón incluso voló sobre el agua para hacer un reconocimiento aéreo, cuando regresó él informó que no había barcos sospechosos en el horizonte. —¿Estabas en tu caballo Tempestad justo en ese momento? — Pregunto Meg — ¿sin decirnos? Jasón sonrió — No, yo no llamó a Tempestad a menos que sea una emergencia. Estaba volando por mi cuenta manipulando el viento. Meg hizo un puchero tanteando los bolsillos de su cinturón de ganadería — Puedo invocar ñames. Por fin nos dimos por vencidos en nuestra búsqueda y tomé una mesa en el café junto a la playa, los tacos de pescado eran dignos de una oda hacia la misma musa Euterpe. 254

— No me importa renunciar —dije, mientras ponía poco más de ceviche con especias en mi boca —Si viene con la cena. — Esto es sólo un descanso — me advirtió Meg — No te pongas tan cómodo. Hubiera deseado que ella no hubiera dicho eso como una orden ya que se me hacía un poco difícil disfrutar el resto de mi comida. Nos sentamos en el café disfrutando la brisa, la comida y un té helado mientras el sol desaparecía en el horizonte, tornando el cielo del campamento mestizo en naranja. Me había permitido tener la esperanza de que me hubiera equivocado acerca de la presencia de Calígula. Hemos venido aquí en vano. ¡Hurra! Estaba a punto de sugerir regresar a la camioneta y tal vez encontrar un hotel para así no tener que dormir en un saco en el fondo del desierto, cuando Jasón se levantó de nuestra mesa de picnic. —No— señaló al mar. La nave apareció materializándose desde el resplandor del sol de la misma forma en que mi auto del sol lo hacía cada vez que entraba a los establos al final de un día de largo paseo. Era de un blanco reluciente, una monstruosidad con 5 cubiertas por encima de la línea de flotación, sus ventanas negras estaban polarizadas como los ojos de insectos alargados y al igual que todos los buques grandes, era difícil juzgar su tamaño desde la distancia, pero el hecho de que tenía dos helicópteros a bordo, uno en la popa y uno en la proa; además de un pequeño submarino encerrado en una grúa en el estribo me dijo que esto no era una nave de placer promedio, quizá haya yates más grandes en el mundo de los mortales pero supuse que no mucho. 255

— Ese, tiene que ser ese —dijo Piper— ¿Piensas que va a atracar? — ¡Espera! —Dijo Meg. Otro yate idéntico al primero se materializó desde la luz solar a una milla al sur del primero. — Eso debe ser un espejismo ¿Verdad? —preguntó Jasón inquieto. —O un señuelo —sugirió Meg con consternación. Apuntando al mar una vez más: un tercer yate cobro vida a medio camino entre los dos primeros. —Esto es una locura, cada uno de esos barcos deben costar millones. — La mitad de mil millones —la corregí— más o menos. Calígula nunca fue tímido a la hora de gastar dinero, él es parte del triunvirato, han acumulado riquezas por siglos. Otro barco apareció por el horizonte como si saliera de la urdimbre del sol. Pronto hubo decenas, una armada completa en la boca del puerto lista para atracar. —No puede ser —dijo Piper tallándose los ojos —debe ser una ilusión. — No lo es — Mi corazón se hundió. Había visto éste tipo de acción antes, mientras observábamos la fila de súper yates maniobró más cerca, uniéndose popa a proa para inclinarse formando un brillante y flotante bloqueo desde Sycamore Creek hasta el puerto deportivo: de más o menos una milla de largo. —Un puente de barcos— dije —lo hace de nuevo. — ¿De nuevo? —Pregunto Meg

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—Calígula... en la antigüedad — traté de mantener mi voz neutra — cuando era un niño recibió una profecía de un astrólogo romano que le dijo que tenía tantas posibilidades de convertirse en emperador como de montar a caballo a través de la Bahía de Baiae; en otras palabras, era imposible, pero Calígula se convirtió en emperador. Así que ordenó la construcción de una flota de súper yates— hice un gesto hacia la armada frente a nosotros — como éstos, alineo los barcos hasta la Bahía de Baiae formando un puente y luego monto su caballo a través de ella. Fue el mayor proyecto de construcción flotante que jamás se haya intentado. Calígula ni siquiera podía nadar, y eso no fue suficiente para disuadirlo, estaba decidido a burlarse del destino. Piper juntó las manos sobre su boca — Los mortales tienen que ver esto ¿No es cierto? Él no puede controlar todo el tráfico de las embarcaciones dentro y fuera del puerto. —Los mortales lo saben, — le dije — mira— los barcos más pequeños empezaron a reunirse alrededor de los yates como moscas atraídas por un suntuoso banquete. Vi dos barcos de la guardia costera, varios botes de la policía local y docenas de botes inflables con motores fuera de borda tripulados por hombres vestidos de negro con pistolas –la seguridad privada del emperador supuse. —Están ayudando — dijo Meg con un tono duro en su voz — ni siquiera Nero... llegó a pagarle a la policía. Tenía muchos mercenarios, pero nunca llegó a tanto. Jasón se agarró a la empuñadura de sus gladus —¿Dónde comenzamos? ¿Cómo encontraremos a Calígula en todo esto? No quería encontrar a Calígula en absoluto, quería correr de la idea de la muerte, la muerte permanente de cinco letras y una M al 257

principio parecía de repente muy cercana, pero pude sentir la confianza de mis amigos vacilante. Necesitaban un plan, no un grito aterrorizado de Lester, señalé el centro del puente flotante. — Comenzaremos en medio, el punto más débil de una cadena.

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25 Todos en el mismo bote, Espera, dos están desaparecidos, La mitad, en el mismo bote.

J

ASÓN GRACE ARRUINÓ la línea perfecta. Mientras marchábamos hacia las olas se acercó a mi lado y murmuró.

— No es cierto, ya sabes, la mitad de una cadena tiene la misma resistencia como todas las partes asumiendo que la fuerza se aplica por igual a lo largo de los enlaces. Suspiré —¿Estás tratando de recuperar tu clase perdida de física? ¡Ya sabes lo que quise decir! —En realidad no— dijo— ¿Por qué atacar en medio? — Porque... ¡No lo sé! — dije. —¿No nos están esperando? — Meg se detuvo en la orilla del agua— parece que no están esperando nada. Tenía razón, a medida que la puesta de sol se convirtió en púrpura, los yates se iluminaron como huevos gigantes de Fabergé52. Los focos barrían en el cielo y el mar como si 52

Un huevo de Fabergé es una de las sesenta y nueve joyas creadas por Carl Fabergé y sus artesanos de la empresa Fabergé para los zares de Rusia, así como para algunos miembros de la nobleza

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estuvieran haciendo la publicidad de la cama de agua más grande de la historia, decenas de pequeñas embarcaciones patrulla recorrían al puerto por si acaso alguna persona en Santa Bárbara (Santa Bárbaros) tenía el descaro de intentar usar su propia costa, me preguntaba si Calígula siempre tuvo tanta seguridad o si él nos estaba esperando. Por ahora sin duda, él sabía que habíamos volado la milicia Macro militar, también había oído probablemente sobre nuestra pelea con Medea en el laberinto, suponiendo que la bruja había sobrevivido. Calígula también estuvo con la Sibila de Eritrea, lo que significaba que tenía acceso a la misma información que Herófila había dado a Jasón, la sibila podría no querer ayudar a un emperador malvado que la mantenía en cadenas, pero no podía rechazar cualquier solicitud seria dirigida en forma de pregunta, tal era la magia de la naturaleza oracular. Me imagino que lo mejor que podía hacer era dar sus respuestas en forma de pistas de crucigramas realmente difíciles. Jasón estudió el barrido de los reflectores —Podría volar con ustedes, uno a la vez, quizá no nos vean. — Creo que deberíamos evitar volar si es posible —dije —y deberíamos encontrar un camino antes de que se vuelva mucho más obscuro Piper se apartó el cabello de la cara— ¿Por qué? la oscuridad nos protege mejor — Estriges—dije— vienen alrededor de una hora después de la puesta del sol. —¿Estriges? — Preguntó Piper, relaté mi experiencia con los pájaros en el laberinto, Meg ofreció útiles comentarios como: qué asco, ajá y el error de Apolo. 260

Piper se estremeció —En las historias Cherokee, los búhos son malos augurios, ellos suelen ser espíritus malos o curanderos que espían, si estos estriges son como los búhos chupadores de sangre gigantes... No me interesa conocerlos. —De acuerdo— dijo Jasón— Pero ¿cómo vamos a llegar a los barcos? Piper escaneó dentro de las olas —Tal vez sí preguntamos por un aventón— ella levantó sus brazos y saludo con la mano al bote más cercano que estaba a unos cincuenta metros, mientras la luz barría la playa. —¿Uhm, Piper? — preguntó Jasón, Meg convocó a sus espadas —Está bien, cuando se acerquen los sacaré. Me quedé junto a mí joven ama — Meg, esos son mortales, en primer lugar, tus espadas no les harán nada, en segundo lugar, no entienden para quien están trabajando y no podemos… — Están trabajando para la bes… el hombre malo —dijo — Calígula. Me di cuenta de su desliz, tenía la sensación de que había estado a punto de decir: trabajan para La Bestia. Ella puso a un lado sus espadas, pero su voz tenía una dura calma y determinación. De pronto, puse una imagen horrible en mi mente: McCaffrey la vengadora, asaltando el bote con nada más que sus puños y paquetes de semillas de jardinería. Jasón me mira como preguntando ¿Necesitas atarla o debo hacerlo yo? El bote giró hacia nosotros, a bordo había tres hombres con chalecos Kevlar oscuros a forma de uniforme y cascos antidisturbios. Uno en la parte trasera accionaba el motor, 261

uno en el frente estaba manejando el reflector, el del medio sin duda, el más amable tenía un rifle de asalto apoyado en la rodilla. — Puedo encantar mejor a estos muchachos si no están frunciendo el ceño detrás de mí. Esa no fue una petición difícil. Los tres retrocedimos, aunque Jasón y yo tuvimos que arrastrar a Meg. —¡Hola! — dijo Piper en cuanto el barco se acercó — ¡No dispare! Somos amigos — El barco encalló con tal velocidad que pensé que podría seguir conduciendo a la derecha en el Boulevard Cabrillo. El señor reflector saltó primero, sorprendentemente ágil para un tipo con armadura corporal, el señor rifle de asalto lo siguió protegiéndolo, mientras que el señor motor terminaba de apagar el motor del barco. Señor reflector nos evaluó, su mano en su arma. —¿Quién eres? —Soy Piper — dijo Piper —No es necesario llamar a nadie y definitivamente no es necesario restregar ese rifle contra nosotros. El rostro de reflector se contorsión, comenzó a relajar el gesto con la sonrisa de Piper, pero pareció recordar que su trabajo requería fruncir el ceño. El señor rifle de asalto no bajó su arma, mientras que motor alcanzó su walkie-toki —Identifíquense, todos ustedes — ladró reflector, Meg se tensó lista para convertirse en McCaffrey la vengadora, Jasón trató de pasar desapercibido pero su camisa crepitaba con electricidad estática.

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—Claro— coincidió Píper — aunque tengo una idea mucho mejor, voy a meter la mano en el bolsillo ¿de acuerdo? no te emociones — sacó un fajo de billetes, tal vez un total de cien dólares, por lo que sabía eso representaba lo último de la fortuna McLean— mis amigos y yo estábamos hablando de lo duro que ustedes están trabajando, de lo difícil que debe ser estar patrullando el puerto y estábamos sentados por ahí en ese café consumiendo esos tacos de pescado increíbles y pensamos “Los chicos merecen un descanso ¡Deberíamos comprarles la cena!” Los ojos de reflector parecieron destrabarse de su cerebro — ¿Pausa para la cena? — Por supuesto — dijo Piper— Usted puede poner el arma abajo, hacer un lanzamiento de woki toki a la distancia y ustedes pueden dejar todo con nosotros. Vamos a vigilarlos mientras comen pargo asado con tortillas de maíz hechas a mano, ceviche y salsa— nos echó un vistazo— La comida es increíble, ¿Verdad muchachos? Nosotros murmuramos en asentimiento —¡Yum! — dijo Meg quien se destacaba en las respuestas una sola sílaba. Rifle de asalto bajo el arma — Podría cenar unos tacos de pescado. — Hemos estado trabajando duro— acordó motor —nos merecemos un descanso para la cena. — Exactamente— dijo Píper y puso el dinero en la mano de reflector —Un placer, gracias por su servicio —reflector se quedó mirando el fajo de billetes. —Pero realmente no se supone que... 263

—Coman con todo su equipo, usted tiene toda la razón, simplemente dejen todo en el barco— sugirió Piper, — hablo de las pistolas, los Kevlar, sus teléfonos, así es, ¡Así se consigue la comodidad! Tardó varios minutos más en engatusar con bromas alegres a los hombres, pero finalmente los tres mercenarios se habían despojado y habían quedado sólo con la pijama de comando, dieron las gracias a Piper quién les dio un abrazo por si acaso. A continuación salieron trotando al café junto a la playa. Tan pronto como se fueron Piper tropezó en los brazos de Jasón —WOW ¿Estás bien? — Preguntó —B... bien — se apartó torpemente —sólo es más trabajo cuando encanto a todo un grupo, estaré bien. — Eso fue impresionante— le dije —Afrodita misma no podría haberlo hecho mejor. Piper no parecía realmente contenta con la comparación — Debemos darnos prisa, el encanto no va a durar. Meg gruñó —Habría sido más fácil matarlos. —¡Meg! —la regañé. —Bueno, dejarlos inconscientes — rectificó. Jasón se aclaró la garganta — Todo el mundo al barco. Estábamos a treinta yardas de la costa cuando oímos a los mercenarios gritando. — ¡Hey! ¡Paren! —ellos corrieron hacia nosotros con los tacos de pescado a medio comer y mirando confundidos, afortunadamente Piper había tomado todas sus armas y medios de comunicación. 264

Ella les hizo un gesto amistoso y Jasón encendió el motor fuera de borda. Jasón, Meg y yo corrimos a ponernos los chalecos y cascos kevlar de los guardias. Esto dejo a Piper vestida de civil, pero como ella era la única capaz de farolear a alguien en un enfrentamiento, nos dejó divertirnos con los disfraces. Jasón hacía de mercenario a la perfección, Meg estaba ridícula: una niña nadando en el kevlar de su padre. Yo no me veía mucho mejor la armadura del cuerpo entero se apretó alrededor de mi centro (¡Maldita sean las manijas del amor que no son de combate!). El casco estaba tan caliente como un horno Easy Bake y la visera caía continuamente, quizás ansiosa por ocultar mi cara acribillada de acné, tiramos los cañones por la borda, esto puede sonar absurdo, pero cómo había dicho, las armas de fuego son volubles armas en manos de los semidioses. Ellos trabajarían con los mortales, pero no importa lo que Meg dijera no quería herir a los humanos. Quería creer que si éstos mercenarios realmente entendieran a quiénes les estaban sirviendo también ellos arrojarían sus armas. Seguramente los humanos no seguían ciegamente un hombre tan malo por su propia voluntad –a excepción de los pocos cientos de excepciones en las que podía pensar en la historia humana– pero no a Calígula, Cuando nos acercamos a los yates Jasón redujo la velocidad igualándola a la de otras naves patrulleras. Se inclinó hacia el yate más cercano, se elevaba sobre nosotros como una fortaleza de acero blanco. Las luces moradas y doradas brillaban justo debajo de la superficie del agua por lo que el barco parecía flotar sobre una nube etérea del poder Imperial Romano, pintado a lo largo de la proa de la nave en letras negras más altas que yo estaba el nombre: IVLIA DRVSILLA XXVI 265

— Julia Drusilla el vigésimo sexto. — Dijo Piper — ¿Era una emperatriz? — No —dije— era la hermana favorita del emperador. ―Mi pecho se apretó al recordar a esa pobre chica tan bonita, tan agradable, tan fuera de su alcance. Su hermano Calígula se había enamorado de ella, la idolatraba, y cuando se convirtió en emperador insistió en que ella compartiera todas sus comidas, que presenciará cada uno de sus depravados espectáculos, que participará en todas sus violentas celebraciones, al final ella había muerto a los veintidós años aplastada por el amor sofocante de un psicópata. — Ella era probablemente la única persona que a Calígula siempre le preocupo —dije— ¿Pero por qué este barco está numerado con veintiséis? No sé. — Debido a que uno es veinticinco —señaló Meg al siguiente barco en línea, su popa descansaba a unos pocos pies de nuestra proa y pintadas en su espalda se leía: IVILA DRVSILLA XXV —Apuesto a que el que está detrás es el número veintisiete —Cincuenta súper yates —reflexione— Todos llamados así por Drusilla, sí, sí que suena como Calígula. Jasón escaneó el costado del casco del barco, no había escaleras o escotillas, ni botones rojos convenientemente etiquetados como: PULSE AQUÍ para los zapatos de Calígula, no teníamos mucho tiempo, habíamos logrado pasar dentro del perímetro de los botes patrulla con sus reflectores, pero cada embarcación sin duda tendría cámaras de seguridad, no pasaría mucho tiempo antes de que alguien se preguntará porque nuestro pequeño bote flotaba junto al XXVI. Además, los mercenarios que habíamos dejado en 266

la playa estarían haciendo todo lo posible para atraer la atención de sus compañeros, luego estaban los rebaños de estriges que me imaginaba despertarían en cualquier momento con hambre y alerta a cualquier signo de intrusos destripables. —Voy a volar con ustedes — decidió Jasón —uno a la vez — Yo primero —dijo Píper —En caso de que alguien necesite ser encantado —Jasón se volvió y dejó a Piper rodear su cuello con sus brazos, como supuse habían hecho en mi innumerables ocasiones. Los vientos se levantaron alrededor del bote, revolviéndome el pelo, Jasón y Piper flotaban por un lado de la embarcación. ¡Oh como envidiaba a Jasón Grace! Una cosa tan sencilla como era montar el viento, como un dios podría haber hecho eso con la mitad de mis miembros atados. Ahora, atrapado en un cuerpo patético relleno con las manijas del amor sólo podría soñar con esa libertad. — Oye— Meg me dio un codazo —Enfócate— le di una mirada indignada. — Soy un foco puro. Sin embargo, podría preguntarte… ¿Dónde está tu cabeza? Ella frunció el ceño— ¿Qué quieres decir? — Tu rabia— le dije —El número de veces que has hablado de matar a Calígula y tu disposición para… golpear mercenarios hasta dejarlos inconscientes. — Ellos son el enemigo— su tono era tan agudo como sus cimitarras y me daba una advertencia sobre que si seguía hablando mi nombre estaría en la lista de los que quedaron inconscientes. Decidí tomar el ejemplo de Jasón y navegar en un ángulo más lento y menos directo hacia mi objetivo 267

— Meg ¿Alguna vez te contado sobre la primera vez que se me convirtió en mortal? Miro debajo del borde de su casco ridículamente grande — ¿Hiciste algo estúpido? —Yo... sí, metí la pata, mi padre mató a uno de mis hijos favoritos, Asclepio, por traer de vuelta a la vida a personas sin su permiso, una larga historia. El punto es... estaba furioso con Zeus, pero era demasiado poderoso y estaba asustado como para pelear, él podría haberme vaporizado así que tome mi venganza de otra forma. Mire la parte superior del casco sin ver ningún signo de Jasón o Piper, espere que significará que encontraron los zapatos de Calígula y fueron a esperar a que un empleado les llevara un par en el tamaño correcto —De todas formas— continúe— No pude matar a Zeus, entonces fui por los chicos que habían hecho sus rayos: los cíclopes. Los mate en venganza por Asclepio, en castigos me convertí en mortal. Meg me pateo en pantorrilla — ¡Auch! —Grite — ¿Y eso por qué fue? — Por ser un tonto— dijo —matar a los cíclopes es tonto. Pensé en protestar que eso había pasado hace cientos de años, pero temí que eso significará otra patada. —Si,— concorde— fue tonto pero mi punto es... Proyecte mi enojo a alguien que no tuvo que ver y pienso que tú estás haciendo lo mismo ahora, Meg. Estás enojada con Calígula, porque eso es más seguro que enfurecer a tu padrastro. Prepara mis espinillas para el dolor, pero Meg bajó la mirada hacia su pecho recubierto por un kevlar 268

— Eso no es lo que estoy haciendo. — Yo no te culpo —me apresure a añadir— Es bueno, significa que está progresando, pero ten en cuenta que ahora puedes estar enojada con la persona equivocada, no quiero que vayas a ciegas en esta batalla en contra de este emperador en particular, que, aunque sea difícil de creer, es más astuto y letal que Ne… la bestia. Ella apretó los puños — Te lo dije, no estoy haciendo eso, no lo sabes, no lo entiendes. — Tienes razón— le dije —Lo que tuviste que pasar en la casa de Nero no me lo puedo imaginar, nadie debería sufrir así pero... —¡Cállate ya! —dijo bruscamente, así que por supuesto, lo hice y las palabras que había planeado decir se quedaron atoradas en mi garganta—No sabes —dijo de nuevo —Ese tipo Calígula hizo mucho conmigo y mi padre, yo puedo estar molesta con el sí quiero, yo lo mataré si puedo, yo... —ella titubeo, como golpeada por un pensamiento— ¿Dónde está Jasón? Él ya debería estar de vuelta ahora. Mire hacia arriba. Hubiera gritado si mi voz funcionara. Dos grandes figuras obscuras cayeron hacia nosotros en un descenso controlado en silencio, parecían paracaídas. Entonces me di cuenta de que no eran paracaídas –eran orejas gigantes. En un instante las creaturas estaban sobre nosotros. Aterrizaron con gracia y en cada extremo de nuestro bote. Sus orejas a su alrededor, sus espadas en nuestras gargantas. Las creaturas se parecían mucho al guardia Big Ear que Piper había golpeado con su dardo en la entrada del laberinto ardiente, excepto que estos eran más viejos y tenían pelaje negro, con una sacudida, reconocí las armas que llevaban como khandás del continente indio, hubiera estado satisfecho 269

conmigo mismo por recordar un hecho tan oscuro, pero en ese momento tenía un borde dentado que apuntaba a mi vena yugular. Luego tuve otro destello de reconocimiento. Recordé una de las muchas historias de Dionisio sobre sus campañas militares de la India: Cómo había llegado a través de la tribu viciosa de semi humanos con ocho dedos, dos orejas grandes y caras peludas, ¿Por qué no había pensado en eso antes? ¿Qué me había dicho Dioniso sobre ellos? Ah sí, sus palabras exactas fueron: Nunca, nunca intentes luchar contra ellos. —Eres un Pandai — logré decir. — Eso es lo que tú eres, así se llama tu raza. El que estaba a mi lado mostró sus hermosos dientes blancos — Así es, ahora sean lindos prisioneros y vengan con nosotros, de lo contrario sus amigos morirán.

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26 Oh, Florence y Grunk La-di-da, algo, algo Volveré a ustedes

Q

UIZÁS JASÓN, EL EXPERTO en física, podría explicarme cómo volaban los pandai. Yo no lo entendí. De alguna manera, incluso mientras nos cargaban, nuestros captores lograron lanzarse hacia el cielo con nada más que el aleteo de sus enormes lóbulos. Ojalá Hermes pudiera verlos. Nunca más alardearía de poder mover las orejas. Los pandai nos dejaron caer sin ceremonias en la cubierta de estribor, donde dos más de su clase tenían a Jasón y Piper en la mira. Uno de esos guardias parecía más pequeño y más joven que los demás, con pelaje blanco en lugar de negro. A juzgar por la mirada amarga en su rostro, supuse que era el mismo tipo que Piper había derribado con la receta especial del abuelo Tom en el centro de Los Ángeles. Nuestros amigos estaban de rodillas, con las manos atadas a la espalda y sus armas confiscadas. Jasón tenía un ojo morado. El lado de la cabeza de Piper estaba enmarañado con sangre. Corrí en su ayuda (siendo la buena persona que era) y hurgué en su cráneo, tratando de determinar el alcance de su lesión. — Ow — Ella murmuró, alejándose—. Estoy bien. 271

— Podrías tener una conmoción cerebral — le dije. Jasón suspiró miserablemente—. Se supone que ese es mi trabajo. Siempre soy el que se golpea en la cabeza. Lo siento chicos. Las cosas no salieron exactamente como estaba planeado. El guardia más grande, que me había llevado a bordo, se reía a carcajadas. —¡La chica intentó embruja-hablarnos a nosotros! ¡Pandai, que escuchamos cada matiz del habla! ¡El chico intentó pelear con nosotros! ¡Pandai, que entrenamos desde el nacimiento para dominar todas las armas! ¡Ahora todos ustedes morirán! —¡Muerte! ¡Muerte! — Ladraron los otros pandai, aunque noté que el joven de pelaje blanco no se unía. Se movía con rigidez, como si su pierna con envenenada aún le molestara. Meg miró de enemigo a enemigo, probablemente calculando qué tan rápido podía derribarlos. Las flechas que apuntaban a los pechos de Jasón y Piper hacían los cálculos complicados. — Meg, no lo hagas — advirtió Jasón—. Estos muchachos… son ridículamente buenos. Y rápidos. —¡Rápidos! ¡Rápidos! — Ladraron los pandai en acuerdo. Escaneé la cubierta. Sin guardias adicionales corriendo hacia nosotros, sin reflectores hacia nuestra posición. Sin bocinazos. En algún lugar dentro del bote, se tocaba música suave –no el tipo de banda sonora que uno podría esperar durante una incursión. Los pandai no habían dado una alarma general. A pesar de sus amenazas, aún no nos habían matado. Incluso se habían tomado la molestia de atar las manos de Piper y Jasón. ¿Por qué? Me volví hacia la guardia más grande. — Buen señor, ¿es usted el panda a cargo? 272

Él siseó. — La forma singular es pandos. Odio que me llamen panda. ¿Luzco como un panda? Decidí no responder eso. — Bien, señor Pandos… — Mi nombre es Amax — espetó. — Por supuesto. Amax. — Estudié sus orejas majestuosas, luego arriesgué una conjetura educada—. Imagino que odias a las personas que te escuchan a escondidas. La nariz peluda y negra de Amax se crispó. —¿Por qué lo dices? ¿Qué escuchaste? —¡Nada! — Le aseguré—. Pero apuesto a que tienes que tener cuidado. Siempre otras personas, otros pandai husmean en tu negocio. Eso es… es por eso que aún no has dado la alarma. Tú sabes que somos prisioneros importantes. Deseas mantener el control de la situación, sin que nadie más se atribuya el mérito de tu buen trabajo. Los otros pandai gruñeron. — Vector, en el bote veinticinco, siempre está espiando — murmuró el arquero de pelaje oscuro. — Tomando crédito por nuestras ideas — dijo el segundo arquero—. Como la armadura oreja Kevlar. —¡Exactamente! — Le dije, tratando de ignorar a Piper, quien estaba pronunciando incrédulamente las palabras ¿Armadura oreja Kevlar? — Por eso, antes de que hagas algo precipitado, vas a querer escuchar lo que tengo que decir. En privado. Amax resopló. —¡JÁ! Sus camaradas le hicieron eco: ¡JA-JA! 273

— Acabas de mentir — dijo Amax—. Puedo escucharlo en tu voz. Tienes miedo. Estás mintiendo. No tienes nada que decir. — Yo sí — respondió Meg—. Soy la hijastra de Nero. La sangre corrió a los oídos de Amax tan rápidamente que me sorprendió que no se desmayara. Los arqueros sorprendidos bajaron sus armas. —¡Timbre! ¡Crest! — exclamó Amax—. ¡Mantengan esas flechas estables! — Él frunció el ceño a Meg—. Parece que estás diciendo la verdad. ¿Qué está haciendo aquí la hijastra de Nero? — Buscando a Calígula — dijo Meg—. Entonces puedo matarlo. Las orejas de los pandai se agitaron alarmadas. Jasón y Piper se miraron como si pensaran Bien. Ahora morimos. Amax entrecerró los ojos. — Dices que eres de Nero. Sin embargo, quieres matar a nuestro maestro. Eso no tiene sentido. — Es una historia jugosa — le prometí—. Con muchos secretos, giros y vueltas. Pero si nos matas nunca lo escucharás. Si nos llevas al emperador, alguien más nos torturará. Estaremos encantados de contarte todo. Tú nos capturaste, después de todo. Pero, ¿no hay un lugar más privado en el que podamos hablar, entonces nadie más oirá? Amax miró hacia la proa del barco, como si Vector ya estuviera escuchando. — Pareces estar diciendo la verdad, pero hay tanta debilidad y miedo en tu voz que es difícil estar seguro. — Tío Amax. — El pandos de pelo blanco habló por primera vez—. Tal vez el niño con granos tiene un punto. Si ésta es información valiosa... 274

—¡Silencio, Crest! — Espetó Amax—. Ya te has deshonrado una vez esta semana. El líder de los pandos sacó más lazos de su cinturón. — Timbre, Peak, aten al niño con granos y la hijastra de Nero. ¡Los llevaremos a todos abajo, los interrogaremos nosotros mismos y entonces los entregaremos al emperador! —¡Sí! ¡Sí!— Ladraron Timbre y Peak. Así fue como tres poderosos semidioses y un antiguo dios olímpico principal, fueron llevados como prisioneros a un súper yate por cuatro criaturas difusas con orejas del tamaño de antenas parabólicas. No es mi mejor momento. Como había alcanzado la máxima humillación, supuse que Zeus escogería ese momento para llamarme a los cielos y los otros dioses pasarían los próximos cien años riéndose de mí. Pero no. Me mantuve completa y patéticamente Lester. Los guardias nos llevaron apresuradamente a la cubierta de popa, que presentaba seis jacuzzis, una fuente multicolor y una pista de baile dorada y morada que esperaba a que llegaran los asistentes a la fiesta. Fijado a la popa, una rampa con alfombra roja sobresalía del agua, conectando nuestro bote a la proa del siguiente yate. Supuse que todos los barcos estaban conectados de esa manera, cruzando el puerto de Santa Bárbara, en caso de que Calígula decidiera hacer un recorrido en carrito de golf. Alzándose en el medio del barco, las cubiertas superiores brillaban con ventanas oscuras y paredes blancas. Muy por encima, la torreta generaba antenas parabólicas, antenas satelitales y dos banderines ondeantes: una con el águila imperial de Roma y 275

la otra con un triángulo dorado sobre un campo de color púrpura, que supuse que era el logotipo de Triunvirato Holdings. Dos guardias más flanqueaban las pesadas puertas de roble que conducían al interior. El tipo de la izquierda parecía un mercenario mortal, con el mismo pijama negro y armadura corporal que los caballeros que habíamos enviado a la persecución de tacos de pescado. El tipo de la derecha era un Cíclope (el gran ojo solo lo delató). También olía como un cíclope (calcetines de lana mojada) y vestía como un cíclope (pantalones de mezclilla, camiseta negra rasgada y un gran palo de madera). El mercenario humano frunció el ceño ante nuestra alegre banda de captores y prisioneros. —¿Qué es todo esto?— Preguntó. — No es asunto tuyo, Florence — gruñó Amax—. ¡Déjanos pasar! ¿Florence? Podría haberme reído, excepto que Florence pesaba 140 kilos, tenía cicatrices de cuchillo en la cara y aun así tenía un nombre mejor que Lester Papadopoulos. — Regulaciones — dijo Florence—. Tienes prisioneros, tengo que hacer la llamada. — Todavía no, no lo harás. — Amax extendió sus orejas como la capucha de una cobra—. Éste es mi barco. Te diré cuándo llamarlo, después de interrogar a estos intrusos. Florence frunció el ceño a su compañero Cíclope. —¿Qué piensas, Grunk? Ahora, Grunk, ese era un buen nombre Cíclope. No sabía si Florence se daba cuenta de que estaba trabajando con un cíclope. La Niebla podría ser impredecible. Pero inmediatamente formulé 276

la premisa para una serie de comedia de acción y aventuras, Florence y Grunk. Si sobrevivíamos al cautiverio, tendría que decírselo al padre de Piper. Tal vez podría ayudarme a programar algunos almuerzos y lanzar la idea. Oh, dioses... he estado en el sur de California por mucho tiempo. Grunk se encogió de hombros. — Son las orejas de Amax las que estarán en juego si el jefe se enoja. — Está bien. — Florence nos indicó que siguiéramos—. Todos ustedes diviértanse. Tenía poco tiempo para apreciar el opulento interior: los adornos de oro macizo, las lujosas alfombras persas, las obras de arte de un millón de dólares, los lujosos muebles de color púrpura que estaba bastante seguro provenían de la venta de propiedades de Prince. No vimos otros guardias ni tripulación, lo cual parecía extraño. Por otra parte, supuse que, incluso con los recursos de Calígula, encontrar personal suficiente para tripular cincuenta súper yates a la vez podría ser difícil. Mientras caminábamos a través de una biblioteca con paneles de nogal y pinturas de obras maestras colgadas, Piper contuvo el aliento. Ella señaló su barbilla hacia una abstracción de Joan Miró. — Eso viene de la casa de mi papá — dijo. — Cuando salgamos de aquí — murmuró Jasón—, lo llevaremos con nosotros. — Escuché eso — Peak clavó la empuñadura de su espada en las costillas de Jasón. Jasón tropezó con Piper, quien tropezó con un Picasso. Al ver una oportunidad, Meg se adelantó, aparentemente con la intención 277

de hacer frente a Amax con todos sus 45 kilos de peso. Antes de dar dos pasos, una flecha brotó de la alfombra a sus pies. — No lo hagas — dijo Timbre. Su vibrante cuerda de arco fue la única prueba de que había hecho el tiro. Había apuntado y disparado tan rápido que incluso yo no podía creerlo. Meg retrocedió. — Bien. Sí. Los pandai nos condujeron a un salón delantero. A lo largo del frente había una pared de vidrio de ciento ochenta grados que daba a la proa. A estribor, las luces de Santa Bárbara brillaban. Frente a nosotros, los veleros de veinticinco a uno formaban un brillante collar de amatista, oro y platino sobre el agua oscura. La gran extravagancia de todo eso lastimó mi cerebro, y normalmente yo era todo acerca de la extravagancia. Los pandai arreglaron cuatro sillas de felpa seguidas y nos metieron en ellas. Como las salas de interrogatorio que eran, no estaba mal. Peak se colocó detrás de nosotros, con la espada preparada por si alguien necesitaba una decapitación. Timbre y Crest acechaban en ambos flancos, sus arcos hacia abajo, pero con las flechas en posición para lanzar. Amax acercó una silla y se sentó frente a nosotros, extendiendo sus orejas alrededor de él como la túnica de un rey. — Este lugar es privado — anunció—. Hablen. — Primero — dije—, debo saber por qué son seguidores de Apolo. ¿Tales grandes arqueros? ¿La mejor audición del mundo? ¿Ocho dedos en cada mano? ¡Serían músicos naturales! ¡Parecemos hechos el uno para el otro! Amax me estudió. — Tú eres el antiguo dios, ¿eh? Nos hablaron de ti. 278

— Soy Apolo — confirmé—. No es demasiado tarde para prometerme su lealtad. La boca de Amax se estremeció. Esperaba que estuviera a punto de llorar, tal vez arrojándose a mis pies y rogándome perdón. En cambio, aullaba de risa. —¿Para qué necesitamos a los dioses olímpicos? ¿Especialmente dioses que son chicos con granos y sin poder? —¡Pero hay tanto que podría enseñarles! — Insistí—. ¡Música! ¡Poesía! ¡Podría enseñarles cómo escribir haikus! Jasón me miró y sacudió la cabeza vigorosamente, aunque no tenía idea de por qué. — La música y la poesía lastiman nuestros oídos — se quejó Amax—. ¡No las necesitamos! — Me gusta la música — murmuró Crest, flexionando los dedos—. Puedo tocar un poco… —¡Silencio! —Gritó Amax—. ¡Puedes tocar silencio por una vez, sobrino inútil! Ajá, pensé. Incluso entre los pandai había músicos frustrados. De repente, Amax me recordó a mi padre, Zeus, cuando vino al asalto por el pasillo del Monte Olimpo (literalmente asalto53, con truenos, rayos y lluvia torrencial) y me ordenó que dejara de tocar mi infernal cítara54. Una demanda totalmente injusta. Todo el mundo sabe que las 2:00 a.m. es el momento óptimo para practicar la cítara. 53

En inglés, storming, se traduce asalto. Storm significa tormenta, así que tiene un significado doble.

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La cítara es un instrumento de cuerda perteneciente a la familia de los instrumentos de cuerda pulsada.

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Podría haber sido capaz de influir en Crest para unirse a nuestro lado... si hubiera tenido más tiempo. Y si no estuviera en compañía de tres pandai mayores y más grandes. Y si no hubiéramos comenzado nuestra presentación con Piper disparando en la pierna con un dardo envenenado. Amax estaba recostado en su cómodo trono morado. — Nosotros, los pandai, somos mercenarios. Nosotros elegimos nuestros maestros. ¿Por qué elegiríamos a un dios abandonado como tú? Una vez, ¡servimos a los reyes de la India! ¡Ahora servimos a Calígula! — ¡Calígula! ¡Calígula! — Gritaron Timbre y Peak. Una vez más, Crest estaba visiblemente callado, frunciendo el ceño ante su arco. —¡El emperador confía sólo en nosotros! — Se jactó Timbre. — Sí — coincidió Peak—. ¡A diferencia de los Germani, nunca lo apuñalamos hasta la muerte! Quería señalar que ese era un nivel bastante bajo de lealtad, pero Meg lo interrumpió. — La noche es joven — dijo—. Todos podríamos apuñalarlo juntos. Amax se burló. — Todavía estoy esperando, hija de Nero, para escuchar tu jugosa historia sobre por qué deseas matar a nuestro maestro. Será mejor que tengas buena información. ¡Y muchos giros y vueltas! Convénceme de que vale la pena llevarlos al César con vida, en lugar de sus cadáveres, ¡y tal vez ésta noche obtenga un ascenso! No me volverán a pasar por un idiota como Overdrive en el bote tres, o Wah-Wah en el bote cuarenta y tres.

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— ¿Wah-Wah? — Piper hizo un sonido entre un hipo y una risita, los cuales podrían ser el efecto de su cabeza golpeada. — ¿Todos ustedes son nombrados después de pedales de guitarra? Mi papá tiene una colección de esos. Bueno... él tenía una colección. Amax frunció el ceño. —¿Pedales de guitarra? ¡No sé lo que eso significa! Si te estás burlando de nuestra cultura... — Hola — dijo Meg—. ¿Quieren escuchar mi historia o no? Todos volteamos hacia ella. —Um, ¿Meg...? — Pregunté—. ¿Estás segura? Sin duda los pandai respondieron a mi tono nervioso, pero no pude evitarlo. Primero que nada, no tenía idea de que podría decir Meg que aumentara nuestras posibilidades de supervivencia. En segundo lugar, conociendo a Meg, ella lo diría en diez palabras o menos. Entonces todos estaríamos muertos. — Tengo giros y vueltas — Ella entrecerró los ojos. —Pero, ¿está seguro de que estamos solos, señor Amax? ¿Nadie más está escuchando? —¡Por supuesto que no! — Dijo Amax—. Éste barco es mi base. Ese cristal está completamente insonorizado. — Hizo un gesto desdeñoso hacia el barco que teníamos delante—. ¡Vector no escuchará ni una palabra! —¿Qué hay de Wah-Wah? — Preguntó Meg—. Sé que está en el barco cuarenta y tres con el emperador, pero si sus espías están cerca... —¡Ridículo! — Dijo Amax—. ¡El emperador no está en el barco cuarenta y tres! Timbre y Peak rieron disimuladamente. 281

— El barco cuarenta y tres es el barco de calzado del emperador, niña tonta — dijo Peak—. Una tarea importante, sí, pero no el barco de la sala del trono. — Correcto — dijo Timbre—. Ese es el bote de Reverb, el número doce... —¡Silencio! — Espetó Amax—. Suficientes retrasos, niña. Dime lo que sabes o muere. — Está bien — Meg se inclinó hacia adelante como para impartir un secreto—. Giros y vueltas. Sus manos se movieron hacia adelante, repentina e inexplicablemente libres de la corbata. Sus anillos brillaron cuando los arrojó, convirtiéndose en cimitarras mientras se precipitaban hacia Amax y Peak.

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27 Puedo matarlos a todos O puedo cantarles Joe Walsh En serio, es su elección

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OS HIJOS DE DEMÉTER son todo sobre flores. Olas de grano color ámbar. Alimentando el mundo y nutriendo la vida.

También se destacan en plantar cimitarras en los pechos de sus enemigos. Las hojas de oro Imperial de Meg encontraron sus objetivos. Una golpeó a Amax con tal fuerza que explotó en una nube de polvo amarillo. La otra cortó a través del arco de Peak, incrustándose en su esternón y causando que se desintegre hacia adentro como arena a través de un reloj de arena. Crest disparó su arco. Afortunadamente para mí, su objetivo estaba fuera. La flecha pasó zumbando frente a mi cara, las plumas raspándome la barbilla, y se empaló en mi silla. Piper se echó hacia atrás en su asiento, golpeando a Timbre para que su espada se volviera loca. Antes de que pudiera recuperarse y decapitarla, Jasón se sobreexcitó. Lo digo por el rayo. El cielo exterior brilló, la pared curva de cristal se hizo añicos, y unos zarcillos de electricidad envolvieron a Timbre y lo frieron en un montón de cenizas. 283

Eficaz, sí, pero no el tipo de sigilo que esperábamos. — Ups — dijo Jasón. Con un gemido horrorizado, Crest dejó caer su arco. Se tambaleó hacia atrás, luchando por desenvainar su espada. Meg sacó su primera cimitarra de la silla cubierta de polvo de Amax y se dirigió hacia él. — Meg, ¡Espera! — Dije. Ella me miró. —¿Qué? Traté de levantar las manos en un gesto de apaciguamiento, y luego recordé que estaban atadas en mi espalda. — Crest — dije—, no hay vergüenza en la rendición. No eres un luchador. Él tragó saliva. — T-tu no me conoces. — Estás sosteniendo tu espada hacia atrás — señalé—. Así que a menos que intentes apuñalarte a ti mismo... Él trató de corregir la situación. —¡Vuela! — Supliqué—. Ésta no tiene por qué ser tu lucha. ¡Sal de aquí! ¡Conviértete en el músico que quieres ver en el mundo! Debe haber escuchado la seriedad en mi voz. Dejó caer su espada y saltó a través del enorme agujero en el vidrio, navegando con la oreja hacia la oscuridad. —¿Por qué lo dejaste ir? — Demandó Meg—. Él advertirá a todos. — No lo creo — dije—. Además, no importa. Acabamos de anunciarnos nosotros mismos con un rayo. 284

— Sí, lo siento —dijo Jasón—. A veces eso simplemente sucede. Los rayos parecían el tipo de poder que realmente necesitaba tener bajo control, pero no tuvimos tiempo para discutir sobre eso. Cuando Meg cortó nuestros amarres, Florence y Grunk entraron a la habitación. Piper gritó, —¡Alto! Florence tropezó y se plantó en la alfombra, su rifle roció un clip completo de costado, disparando desde las piernas de un sofá cercano. Grunk levantó su garrote y cargó. Instintivamente saqué mi arco, lancé una flecha y la dejé volar, directamente en el ojo del Cíclope. Estaba aturdido. ¡Realmente acerté en mi objetivo! Grunk cayó de rodillas, cayó de costado y comenzó a desintegrarse, poniendo fin a mis planes para una comedia de amigos entre especies. Piper se acercó a Florence, que gemía con la nariz rota. — Gracias por parar — dijo, luego lo amordazó y le ató las muñecas y los tobillos con sus propias cuerdas. — Bueno, eso fue interesante. — Jasón se volvió hacia Meg—. ¿Y lo tú que hiciste? Increíble. Esos pandai, cuando intenté luchar contra ellos, me desarmaron como si fuera un juego de niños, pero tú, con esas espadas... Las mejillas de Meg se enrojecieron. — No fue gran cosa. — Fue una muy gran cosa — Jasón se dirigió a mí—. ¿Y ahora qué? 285

Una voz silenciosa zumbó en mi cabeza. —¡AHORA, EL INFAME TRUHÁN APOLO ME SACA DEL OJO DE ESTE MONSTRUO POST-PRECIPITADO! — Oh, no — Había hecho lo que siempre había temido, y en ocasiones había soñado. Había usado erróneamente la Flecha de Dodona en combate. Su punto sagrado ahora se estremeció en la cuenca de Grunk, que había quedado reducido a nada más que a su cráneo: un botín de guerra, supuse. — Lo siento mucho — le dije, tirando de la flecha. Meg resopló. —¿Es esa...? — La Flecha de Dodona — le dije. —¡Y MI FURIA NO TIENE LÍMITES!— la flecha entonó. — TÚ ME DISPARAS PARA ASESINAR A TUS ENEMIGOS ¡COMO SI FUERA UNA MERA FLECHA! — Sí, sí, me disculpo. Ahora silencio, por favor. — Me volví hacia mis camaradas. — Necesitamos movernos rápidamente. Las fuerzas de seguridad vendrán. — El emperador Estúpido está en el barco doce — dijo Meg— . Ahí es donde vamos. — Pero el bote de zapatos — le dije—, es el cuarenta y tres, y está en la dirección opuesta. —¿Y si el Emperador Estúpido lleva puestos sus zapatos? — Preguntó. — Oigan — Jasón señaló la Flecha de Dodona—. Esa es la fuente móvil de profecía de la que nos hablaban, ¿verdad? Tal vez deberías preguntarle.

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Encontré esa sugerencia molestamente razonable. Levanté la flecha. — Usted los escuchó, O Sabia Flecha. ¿Hacia dónde vamos? —¿ME DICES QUE CALLE, LUEGO ME PIDES SABIDURÍA? ¡OH, MALDAD! ¡OH, VILLANÍA! AMBAS DIRECCIONES DEBEN SEGUIR SI VER EL ÉXITO QUIEREN. PERO CUIDADO. VEO GRAN DOLOR, GRAN SUFRIMIENTO. ¡EL MÁS SANGRIENTO SACRIFICIO! —¿Qué dijo? — Exigió Piper. ¡Oh, lector, estaba tan tentado de mentir! Quería decirles a mis amigos que la flecha estaba a favor de regresar a Los Ángeles y reservar habitaciones en un hotel de cinco estrellas. Capté los ojos de Jasón. Recordé cómo lo había exhortado a decirle a Piper la verdad sobre la profecía de la Sibila. Decidí que no podía hacer menos. Relaté lo que la flecha había dicho. —¿Así que nos separamos? — Piper negó con la cabeza—. Odio este plan. — También yo — dijo Jasón—. Lo que significa que es probablemente el movimiento correcto. Se arrodilló y recuperó su gladius de los restos de la pila de polvo de Timbre. Luego arrojó la daga Katoptris a Piper. — Voy por Calígula — dijo—. Incluso si los zapatos no están allí, tal vez pueda comprarles algo de tiempo, distraer a las fuerzas de seguridad. Meg recogió su otra cimitarra. — Iré contigo.

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Antes de que pudiera discutir, ella saltó por la ventana rota, lo cual era una buena metáfora para su enfoque general de la vida. Jasón nos dirigió a Piper y a mí una última mirada preocupada. — Ustedes dos tengan cuidado. Saltó detrás de Meg. Casi de inmediato, los disparos estallaron en la cubierta de proa de abajo. Hice una mueca a Piper. — Esos dos eran nuestros luchadores. No deberíamos haberlos dejado ir juntos. — No subestimes mi habilidad para luchar — dijo Piper—. Ahora vamos a comprar zapatos. Ella esperó el tiempo suficiente para que yo limpiara y vendara su cabeza herida en el baño más cercano. Luego se puso el casco de combate de Florence y nos fuimos. Pronto me di cuenta de que Piper no necesitaba confiar en el embrujahabla para persuadir a la gente. Se comportaba con confianza, caminando de barco en barco como si ella debiera estar allí. Los yates estaban ligeramente protegidos, tal vez porque la mayoría de los pandai y estriges ya habían volado para ver el rayo en el barco veintiséis. Los pocos mercenarios mortales que pasamos no le dieron a Piper más que una breve mirada. Desde que seguía su estela, me ignoraban también. Supuse que, si estaban acostumbrados a trabajar codo a codo con Cíclopes y Orejas Grandes, podrían pasar por alto a un par de adolescentes con material antidisturbios. El barco veintiocho era un parque acuático flotante, con piscinas multinivel conectadas por cascadas, toboganes y tubos 288

transparentes. Un socorrista solitario nos ofreció una toalla mientras caminábamos. Se veía triste cuando no tomamos uno. El barco veintinueve: un spa de servicio completo. El vapor se derramaba por cada ojo de buey abierto. En la cubierta de popa, un ejército de masajistas y cosmetólogos de aspecto aburrido estaban listos, por si acaso Calígula decidía pasar con cincuenta amigos para una fiesta de shiatsu y mani-pedi. Estuve tentado de parar, solo por un rápido masaje en el hombro, pero desde que Piper, hija de Afrodita, pasó sin mirar las ofertas, decidí no avergonzarme. El barco treinta era una fiesta movible, literal. Todo el barco parecía diseñado para proporcionar un bufé libre de veinticuatro horas, en el que nadie participaba. Los chefs estaban a su lado. Los camareros esperaban. Se sacaron platos nuevos y se quitaron los viejos. Sospeché que la comida no consumida, suficiente para alimentar el área metropolitana de Los Ángeles, sería arrojada por la borda. Extravagancia típica de Calígula. Su sándwich de jamón sabe mucho mejor cuando sabe que se han tirado cientos de sándwiches idénticos mientras sus cocineros esperaban que tuviese hambre. Nuestra buena suerte falló en el barco treinta y uno. Tan pronto como cruzamos la rampa con alfombra roja en la proa, supe que estábamos en problemas. Grupos de mercenarios fuera de servicio holgazaneaban aquí y allá, hablando, comiendo, revisando sus teléfonos. Obtuvimos más ceños fruncidos, más miradas interrogatorias. Por la tensión en la postura de Piper, podía decir que también ella sentía el problema. Pero, antes de que pudiera decir, Dioses, Piper, creo que nos hemos tropezado con el cuartel flotante de 289

Calígula y estamos a punto de morir, ella siguió avanzando, sin duda decidiendo que sería tan peligroso dar marcha atrás como farolear. Ella estaba equivocada. En la cubierta de popa, nos encontramos en medio de un juego de voleibol Cíclopes/mortales. En un pozo lleno de arena, media docena de Cíclopes velludos en bañador luchaban con media docena de mortales igualmente peludos en pantalones de combate. Alrededor de los bordes del juego, más mercenarios fuera de servicio estaban asando bifes en una parrilla, riendo, afilando cuchillos y comparando tatuajes. En la parrilla, un tipo de doble ancho con un corte de pelo plano y un tatuaje en el pecho que decía MADRE nos vio y se congeló. —¡Oigan! El juego de voleibol se detuvo. Todos en cubierta se volvieron y nos fulminaron con la mirada. Piper se quitó el casco. —¡Apolo, cúbreme! — Temía que pudiera sacar un Meg y cargar a la batalla. En ese caso, cubrirla significaría ser arrancado de miembro a miembro por sudorosos tipos ex militares, lo cual no estaba en mi lista de deseos. En cambio, Piper comenzó a cantar. No estaba seguro de qué fue lo que más me sorprendió: la hermosa voz de Piper, o la melodía que eligió. Lo reconocí de inmediato: “Life of Illusion” de Joe Walsh. La década de 1980 fue una especie de borrón para mí, pero esa canción la recordé - 1981, el comienzo de MTV. ¡Oh, los maravillosos videos que produje para Blondie y los Gogos! ¡La 290

cantidad de spray para el cabello y spandex con estampado de leopardo que habíamos usado! La multitud de mercenarios escuchaba en un silencio confuso. ¿Deberían matarnos ahora? ¿Deberían esperar que terminemos? No todos los días alguien te cantaba una serenata con Joe Walsh en medio de un juego de voleibol. Estoy seguro de que los mercenarios estaban un poco confusos sobre la etiqueta adecuada. Después de un par de líneas, Piper me lanzó una mirada aguda como ¿Una ayudita? ¡Ah, ella quería que la respaldara con música! Con gran alivio, saqué mi ukelele y toqué junto a ella. En verdad, la voz de Piper no necesitaba ayuda. Ella cantó las letras con pasión y claridad, una onda expansiva de emoción que fue más que una actuación sincera, más que embruja habla. Se movió entre la multitud, cantando sobre su propia vida ilusoria. Ella habitó la canción. Ella invirtió las palabras con dolor y tristeza, convirtiendo la melodía de Walsh en un melancólico confesionario. Hablaba de romper paredes de confusión, de soportar las pequeñas sorpresas que la naturaleza le había arrojado, de sacar conclusiones precipitadas acerca de quién era ella. Ella no cambió la letra. Sin embargo, sentí su historia en todos los sentidos: su lucha como hija abandonada de una famosa estrella de cine; sus sentimientos encontrados acerca de descubrir que era hija de Afrodita; lo más hiriente de todo, su comprensión de que el supuesto amor de su vida, Jasón Grace, no era alguien con quien quisiera estar románticamente. No lo entendía todo, pero el poder de su voz era innegable. Mi ukelele respondió. Mis 291

acordes se volvieron más resonantes, mis rasgueos más conmovedores. Cada nota que toqué fue un grito de simpatía por Piper McLean, mi propia habilidad musical amplificando la de ella. Los guardias se desenfocaron. Algunos se sentaron, acunando sus cabezas en sus manos. Algunos miraban al espacio y dejaban que sus filetes se quemaran en la parrilla. Ninguno de ellos nos detuvo cuando cruzamos la cubierta de popa. Ninguno nos siguió al otro lado del puente hasta el barco treinta y dos. Estábamos a medio camino del yate antes de que Piper terminara su canción y se apoyara pesadamente contra la pared más cercana. Tenía los ojos enrojecidos y el rostro vacío de emoción. —¿Piper? — La miré con asombro—. ¿Cómo lo…? — Zapatos ahora — graznó—. Charla luego. Ella tropezó.

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28 Apolo disfrazado Como Apolo, disfrazado como… Nah. Demasiado deprimente.

N

O VIMOS SEÑALES DE que los mercenarios nos estuvieran persiguiendo. ¿Cómo podrían? Ni siquiera se podría esperar de los guerreros más duros que persiguieran a alguien después de semejante actuación. Imaginé que estarían sollozando abrazados, o hurgando por todo el yate en busca de cajas de pañuelos extra. Nos abrimos camino por la cadena de treinta yates de lujo de Calígula, siendo sigilosos cuando era necesario, más que nada confiando en la indiferencia de los miembros de la tripulación con los que nos encontrábamos. Calígula siempre había inspirado temor a sus sirvientes, pero eso no equivale a lealtad. Nadie nos preguntó nada. En el bote número cuarenta, Piper colapsó. Me apresuré para ayudarla, pero ella me alejó. —Estoy bien, —murmuró ella.

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—No estás bien. —Dije yo. —Probablemente tienes una contusión. Acabas de hacer una gran cantidad de hechizos musicales. Necesitas un minuto para descansar. —No tenemos un minuto. Estaba totalmente consciente de eso. Esporádicas ráfagas de disparos todavía crepitaba desde el puerto, desde donde veníamos. El áspero scree de los estriges perforó el cielo nocturno. Nuestros amigos estaban ganándonos tiempo, no podíamos desperdiciarlo. Esa noche también era luna nueva. Cualquier plan que Calígula tuviera para el Campamento Júpiter, lejos en el norte, estaba pasando ahora. Solo podía esperar que Leo hubiese llegado a los semidioses romanos, y que ellos pudieran defenderse de cualquier mal que se interpusiera en su camino. No tener el poder para ayudarlos era una sensación terrible. Me ponía ansioso, no podíamos desperdiciar ni un momento. —De todas formas, —le dije a Piper, —realmente no tengo tiempo para que mueras en mis brazos, o entres en coma. Entonces te vas a tomar un momento para sentarte. Escondámonos. Piper estaba demasiado débil como para protestar mucho. En su condición actual, dudaba que pudiera haberse salvado de una multa de estacionamiento utilizando la embrujahabla. La acarreé hasta el yate número cuarenta, que resultó ser el guardarropa de Calígula. Pasamos habitación tras habitación, todas repletas de ropa — trajes, togas, armaduras, vestidos (¿por qué no?) y una variedad de disfraces desde pirata, pasando por Apolo, hasta de oso panda. (Otra vez, ¿por qué no?) 294

Estuve tentado a vestirme de Apolo, solo para sentir lástima por mí mismo, pero no quería tomarme el tiempo de aplicar la pintura dorada. ¿Por qué los mortales siempre creyeron que era dorado? O sea, podría ser dorado, pero el brillo restaría parte de mi increíble apariencia. Corrección: mi antigua increíble apariencia. Finalmente, encontramos un vestidor con un sofá. Moví una pila de vestidos de noche, luego le ordené a Piper que se sentara. Saqué un aplastado cuadrado de ambrosía y le ordené que lo comiera. (Mis dioses, podía ser autoritario cuando debía serlo. Al menos ese era uno de los poderes divinos que no había perdido.) Cuando Piper mordisqueó su barra energética divina, observé tristemente el estante de atuendos hechos a medida. — ¿Por qué no están aquí los zapatos? Este es el bote guardarropa, después de todo. —Vamos, Apolo. —Piper se estremeció mientras se movía en los cojines. —Todos saben que necesitas un súper yate aparte para los separados. —No puedo distinguir si bromeas o no. Ella levantó un vestido Stella McCartney -uno bello y escotado de seda escarlata. —Lindo. —Entonces sacó su cuchillo, apretando los dientes por el esfuerzo, y rajó el vestido justo en la parte de adelante. —Eso se sintió bien. —Decidió ella. A mí me pareció inútil. No podías lastimar a Calígula arruinando sus cosas. Tenía de todo. Tampoco parecía hacer feliz a Piper de alguna forma. Gracias a la ambrosía, tenía mejor color. Sus ojos no se veían tan embotados en dolor. Pero su expresión 295

permanecía tormentosa, como la de su madre cuando escuchaba a alguien elogiar la buena apariencia de Scarlet Johansson. (Tip: nunca menciones a Scarlet Johansson cerca de Afrodita.) —La canción que le cantaste a los mercenarios, —aventuré, — “Life of Illusion”. Las esquinas de los ojos de Piper se estrecharon, como si supiera la conversación que estaba por venir pero estuviera demasiado cansada como para desviarla. —Es un recuerdo antiguo. Luego de que mi padre tuviera su primer descanso grande de la actuación, ponía esa canción a todo volumen en el auto. Estábamos yendo hacia nuestra nueva casa, en Malibu. Me estaba cantando. Estábamos tan felices. Debo haber estado en… No lo sé, ¿en jardín de infantes? —Pero la manera en que la cantaste. Parecía que hablabas de ti misma, ¿por qué rompiste con Jasón? Ella estudió su cuchillo. La hoja permaneció en blanco, sin mostrar ninguna visión. —Lo intenté. —Murmuró ella. —Después de la guerra con Gea, me convencí a mí misma de que todo sería perfecto. Por un tiempo, por algunos meses tal vez, lo creí así. Jasón es genial. Es mi amigo más cercano, incluso más que Annabeth. Pero… —ella abrió las manos. —Lo que sea que haya creído que estaba ahí, mi felices-para-siempre… No lo estaba. Asentí. —Su relación nació en una crisis. Esos romances son difíciles de sostener una vez que la crisis terminó. —No solo era eso. —Hace un siglo, salí con la Gran Duquesa Tatiana Romanov. —Recordé. —Las cosas iban bien entre nosotros durante la 296

Revolución Rusa. Ella estaba tan estresada, tan asustada, realmente me necesitaba. Entonces la crisis pasó, y la magia simplemente ya no estaba ahí. Espera, eso puede haber sido porque le dispararon hasta la muerte junto con el resto de la familia, pero de todas maneras… —Era yo. Mis pensamientos habían estado vagando por el Palacio de Invierno, por el putrefacto humo de arma y el desgarrador frío de 1917. Ahora volví de golpe al presente. —¿Qué quieres decir con que eras tú? ¿Dices que te diste cuenta que no amas a Jasón? Eso no es culpa de nadie. Ella me miró con una mueca, como si yo todavía no hubiera descubierto a lo que se refería… O tal vez ni siquiera ella estaba segura. —Sé que no es culpa de nadie. —Dijo ella. —Lo amo. Pero…, como te dije, Hera nos forzó a estar juntos –la diosa del matrimonio, formando una pareja feliz. Mis recuerdos de haber empezado a salir con Jasón, nuestros primeros meses juntos, fueron toda una ilusión. Luego, tan rápido como me enteré de eso, antes de que siquiera pudiera procesar lo que eso significaba, Afrodita me reconoció. Mi mamá, la diosa del amor. Ella sacudió su cabeza con desánimo. —Afrodita me empujó a creer que yo… Que yo necesitaba… —Suspiró. —Mírame, la gran bruja. Ni siquiera tengo palabras. Afrodita espera que sus hijas tengan a los hombres comiendo de la palma de su mano, que rompan sus corazones, etcétera. Recordé todas las veces en que Afrodita y yo habíamos peleado. Tenía debilidad por el romance, y Afrodita siempre se 297

divertía enviándome amores trágicos. —Sí, tu madre tiene ideas muy bien definidas sobre cómo debe ser el amor. —Entonces, si no tomas eso en cuenta, —dijo Piper, —la diosa del matrimonio presionándome para establecer una relación con un buen chico, la diosa del amor presionándome para ser la dama del romance perfecta o lo que sea… —Te preguntas quién eres tú sin toda esa presión. Ella se quedó mirando los retazos del vestido escarlata de noche. —¿Para los Cherokees, hablando tradicionalmente? Tu linaje viene del lado de tu mamá. El clan del que ella viene es el clan del que tú vienes. El lado de tu papá en realidad no cuenta. — Dejó escapar una risa quebrada. —Lo que quiere decir que, técnicamente, no soy una Cherokee. No pertenezco a ninguno de los siete clanes, porque mi madre es una diosa griega. —Ah, —Entonces, digo, ¿siquiera tengo eso para definirme a mí misma? Los últimos meses he estado intentando aprender más sobre mi linaje. Tomé la cerbatana de mi abuelo, hablé con mi papá sobre la historia familiar para mantener su mente ocupada. ¿Pero qué tal si no soy ninguna de las cosas que me dijeron que soy? Tengo que descubrir quién soy. —¿Has llegado a alguna conclusión? Ella se puso mechón de pelo detrás de la oreja. —Estoy en proceso de hacerlo. Podía apreciar eso. Yo también estaba en proceso de hacerlo. Era doloroso.

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Un verso de una canción de Joe Walsh resonó en mi cabeza. —“Nature loves her little surprises,55” —dije. Piper resopló. —Realmente lo hace. Me quedé mirando las hileras de ropa de Calígula, todo, desde vestidos de novia pasando por trajes Armani, hasta armaduras de gladiador. —He observado, —dije, —que los humanos son más que la suma de su historia. Puedes elegir cuánto de tu ascendencia adoptar. Puedes superar las expectativas de tu familia y de la sociedad. Lo que no puedes, y nunca deberías hacer, es intentar ser alguien más además de ti, Piper McLean. Ella me sonrió de manera irónica. —Eso es lindo. Me gusta. ¿Estás seguro de que no eres el dios de la sabiduría? —Solicité el trabajo, —dije, —pero se lo dieron a alguien más. Algo sobre inventar los olivos. —Puse los ojos en blanco. Piper estalló en risas, lo que me hizo sentir como si un buen y fuerte viento hubiera volado lejos de California el humo del incendio. Sonreí en respuesta. ¿Cuándo había sido la última vez que había tenido un intercambio tan positivo con un igual, un amigo, un alma afín? No podía recordarlo. —De acuerdo, oh Gran Sabio. —Piper se puso de pie dificultosamente. —Es mejor que nos vayamos. Tenemos muchos botes en los que colarnos. Bote cuarenta y uno: departamento de lencería. Voy a evitarte los detalles con volantes. 55

La naturaleza ama las pequeñas sopresas.

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Bote cuarenta y dos: un súper yate normal, con un par de miembros de la tripulación que nos ignoraron, dos mercenarios que Piper embrujó para que saltaran por la borda, y un hombre de dos cabezas al que le disparé en la ingle (por pura suerte) e hice que se desintegrara. —¿Por qué pondrías un bote normal entre tu bote de ropa y tu bote de zapatos? —Se preguntó Piper. —Eso es mala organización. Ella sonaba extraordinariamente calmada. Mis propios nervios comenzaban a crisparse. Me sentía como si me estuviera partiendo en pedazos, de la misma forma en que lo hacía cuando varias docenas de ciudades griegas me rezaban por que manifestara mi glorioso ser en diferentes lugares. Es tan molesto cuando las ciudades no coordinan sus días sagrados. Cruzamos el lado del puerto, y capté rápidamente algunos movimientos en el cielo sobre nosotros –una silueta planeando, demasiado grande para ser una gaviota. Cuando miré otra vez, se había ido. —Creo que nos están siguiendo. —Dije. —Nuestro amigo Crest. Piper escaneó el cielo nocturno. —¿Qué haremos al respecto? —Recomiendo que no hagamos nada, —dije. —Si hubiese querido atacarnos o dar alarma, ya lo habría hecho. Piper no se veía feliz sabiendo de nuestro acosador orejón, pero seguimos moviéndonos. Al menos llegamos hasta el Julia Drusilla XLIII, el legendario barco de zapatos. 300

Esta vez, gracias a la advertencia de Amax y sus hombres, esperamos guardias pandai, liderados por el aterrador Wah-Wah. Estábamos mejor preparados para lidiar con ellos. Tan pronto como pusimos un pie en la cubierta de proa, preparé mi ukelele. Piper dijo en voz muy baja, —Wow, ¡espero que nadie escuche por casualidad nuestros secretos! Instantáneamente, cuatro pandai llegaron corriendo –dos desde el lado del puerto y dos desde la cubierta, tropezando unos con otros para llegar primero hacia nosotros. Tan rápido como vi el blanco de sus tragi56, rasgué un acorde en C57 menor en sexto tritono a todo volumen, lo que para unas criaturas con un oído tan exquisito debe haberse sentido como tropezar con cables eléctricos vivos. Los pandai chillaron y cayeron de rodillas, dándole tiempo a Piper para desarmarlos y atarlos completamente. Una vez que estuvieron bien atados, paré mi tortuoso ataque de ukelele. — ¿Quién de ustedes es Wah-Wah? —demandé. El pando más alejado de la derecha gruñó. — ¿Quién quiere saber? —Hola, Wah-Wah, —dije. —Estamos buscando los zapatos mágicos del emperador — ya sabes, los que lo dejan navegar el Laberinto ardiente. Podrías ahorrarnos mucho tiempo si nos dices dónde están. El golpeó y maldijo. — ¡Nunca!

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Prominencia carnosa en el frente de la abertura externa de la oreja

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Símbolo que representa la nota musical Do

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—O, —dije, —dejaré que mi amiga Piper los busque, mientras yo me quedo aquí y les doy una serenata con mi ukelele desafinado. ¿Conocen “Tiptoe Through the Tulips” de Tiny Tim? Wah-Wah tuvo un espasmo del terror. —Cubierta dos, del lado del puerto, ¡tercera puerta! —soltó. — ¡Por favor, Tiny Tim no! ¡Tiny Tim no! —Disfruten su noche, —dije. Los dejamos en paz y fuimos a encontrar.

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29 Un caballo es un caballo Por supuesto, por supuesto, y nadie Puede… ¡CORRE! ¡TE VA A MATAR!

U

NA MANSIÓN FLOTANTE repleta de zapatos. Hermes estaría en el paraíso.

No que el fuera oficialmente el dios de los zapatos, claro está, pero como deidad patrona de los viajeros era lo más cercano que nosotros los Olímpicos teníamos. La colección de Air Jordans de Hermes era incomparable. Tenía un armario lleno de sandalias aladas, hileras de cuero, estantes de gamuza azul, y no me hagas empezar con sus patines. Todavía tengo pesadillas con él patinando por el Olimpo con su afro y sus shorts de gimnasia y sus medias a rayas, escuchando a Donna Summer en su walkman. Mientras nos encaminábamos con Piper hacia la cubierta dos, del lado del puerto, pasamos podios iluminados exponiendo zapatos de diseñador, un pasillo revestido desde el piso hasta el techo con estanterías que tenían botas de cuero rojo , y una habitación con nada más que botines de fútbol tachonados, por razones que no pude comprender. Era del tamaño de un apartamento, con ventanas que daban al océano, así los preciados zapatos del emperador podían tener una buena vista. En el medio de la habitación, un par de cómodos 303

sofás estaban ubicados frente a una mesa de café en la que había una colección de botellas de aguas exóticas, solo en caso que te dé sed y necesites rehidratarte entre probarte el zapato izquierdo y derecho. Y sobre los mismos zapatos, desde la proa hasta la popa había filas de… — Wow, —dijo Piper. Creí que eso lo resumía bastante bien: filas de wow. En un pedestal había un par de botas de combate de Hefesto – grandes artilugios con púas en el taco y la punta, medias de cota de malla integradas y cordones que eran pequeñas serpientes autómatas de bronce para prevenir portadores no autorizados. En otro pedestal, en una caja de acrílico transparente, un par de sandalias aladas revoloteaban sin parar, intentando escapar. —¿Serán esas las que necesitamos? —Preguntó Piper. — Podríamos volar a través del laberinto. La idea era atractiva, pero sacudí la cabeza. —Las sandalias aladas son engañosas. Si nos las ponemos y están encantadas para llevarnos al lugar incorrecto… —Ah, cierto, —dijo Piper. —Percy me habló de un par que casi… Ah, no importa. Examinamos los otros pedestales. Algunos tenían algunos zapatos que podían llamarse únicos en su clase: botas de plataforma adornadas con diamantes, zapatos inteligentes hechos de la piel del ahora extinto Dodo (¡grosero!), o un par de Adidas firmados por todos los jugadores de los LA Lakers de la liga de 1987. 304

Otros zapatos eran mágicos, y estaban etiquetados como: un par de pantuflas tejidas por Hipnos para otorgar sueños agradables y un sueño profundo; un par de zapatos bailarines fabricados por mi vieja amiga Terpsícore, la musa de la danza. Solo he visto algunos de esos a lo largo de los años. Astaire y Rogers tenían un par cada uno. También Baryshnikov. Luego había un par de viejos mocasines de Poseidón, que garantizarían un tiempo perfecto para la playa, buena pesca, olas increíbles y un bronceado excelente. Esos mocasines sonaban muy bien para mí. —Ahí. —Piper apuntó a un viejo par de sandalias de cuero, casualmente tiradas en una esquina de la habitación. —¿Podemos asumir que los zapatos que parecen los menos indicados son en realidad los más indicados? No me gustaba esa hipótesis. Prefería cuando el que parecía ser el más popular o el más genial o talentoso resulta ser el más popular o genial o talentoso, porque normalmente ese era yo. De todas formas, en este caso, creo que Piper podía tener razón. Me arrodillé junto a las sandalias. —Éstas son caligaes, zapatos de legionario. Enganché un zapato con un dedo por la tira y lo levanté. No eran la gran cosa –sólo unas suelas y cordones de cuero, gastados por el uso y ennegrecido por el tiempo. Parecía que habían visto muchas marchas, pero habían sido conservadas bien engrasadas y mantenidas cariñosamente con el paso de los siglos. —Caligae. —Dijo Piper. —Como Calígula. —Exacto, —convine yo. —Estas sin las versiones para adulto de las pequeñas botas que le dieron su apodo a Gaius Julius Caesar Germanicus en la niñez. 305

Piper arrugó la nariz. —¿Sientes alguna magia? —Bueno, no están zumbando de energía, —dije. —Ni me están dando flashbacks de pies malolientes, o haciendo que sienta urgencia por ponérmelas. Pero creo que son los zapatos correctos. Son sus tocayas. Ellas llevan su poder. —Hmm. Supongo que si puedes hablar con una flecha, entonces puedes leer un par de sandalias. —Es un don, —convine. Ella se arrodilló junto a mí y tomó una de las sandalias. —No van a quedarme. Son demasiado grandes. Se ven más o menos de tu tamaño. —¿Estás diciendo que tengo pies grandes? Su sonrisa flaqueó. —Estas lucen casi tan incómodas como los zapatos de la vergüenza… Un par de horribles zapatos de enfermera que teníamos en la cabaña de Afrodita. Debías usarlos como castigo si hacías algo malo. —Eso suena como Afrodita. —Me deshice de ellos, —dijo ella. —Pero estos… Supongo que mientras no te importe poner tus pies donde estuvieron los pies de Calígula… —¡PELIGRO! —lloriqueó una voz detrás de nosotros. Esconderse detrás de alguien y gritar peligro es una excelente manera de hacer saltar a alguien simultáneamente, girar y caer sobre sus traseros, que es lo que Piper y yo hicimos. En la puerta estaba parado Crest, con su pelaje blanco enmarañado y goteando como si hubiera volado a través de la piscina de Calígula. Sus manos de ocho dedos se aferraron a cada 306

lado del marco de la puerta. Su pecho convulsionó. Su traje negro estaba hecho pedazos. —Estriges, —jadeó él. Mi corazón saltó hasta mi cavidad nasal. —¿Te están siguiendo? Él agitó la cabeza, sus orejas moviéndose como calamares asustados. —Creo que los eludí, pero… —¿Por qué estás aquí? —Demandó saber Piper, con su mano dirigiéndose a su daga. La mirada en los ojos de Crest era una mezcla entre pánico y hambre. Apuntó a mi ukelele. —¿Podrías enseñarme a tocar? —Yo… sí. —Dije. —Aunque una guitarra sería mejor, por el tamaño de tus manos. —Ese acorde, —dijo él. —El que hizo a Wah-Wah chillar. Lo quiero. Me levanté lentamente, para no asustarlo más. —El conocimiento del C menor en sexto tri-acorde es una gran responsabilidad. Pero sí, podría mostrarte. —Y tú. —Miró a Piper. —La forma en la que cantas. ¿Puedes enseñarme? Piper soltó la empuñadura de su daga. —Cre… creo que puedo intentar, pero… —¡Entonces debemos irnos rápido! —Dijo Crest. —¡Ya capturaron a tus amigos! —¿Qué? —Piper se puso de pie. —¿Estás seguro? —La chica escalofriante. El chico rayo. Sí. 307

Me tragué mi desesperación. Crest había dado una descripción perfecta de Meg y Jason. —¿Dónde? —Pregunté. —¿Quién los tiene? —Él, —dijo Crest. —El emperador. Su gente estará aquí pronto. ¡Debemos volar! ¡Sean los músicos en el mundo! Bajo otras circunstancias, hubiera considerado ese excelente consejo, pero no con nuestros amigos capturados. Envolví las sandalias del emperador y las metí dentro de mi carcaj. —¿Puedes llevarnos con nuestros amigos? —¡No! —Gimió Crest. —¡Van a morir! El hechicero… ¿Por qué no había escuchado Crest a los enemigos escondiéndose detrás de él? No lo sé. Tal vez el rayo de Jasón lo había dejado temporalmente sordo. Tal vez estaba demasiado angustiado, demasiado concentrado en nosotros como para cuidar su propia espalda. Cualquiera que fuera el caso, Crest se precipitó hacia delante, golpeando de cara contra la caja de las sandalias aladas. Colapsó en la alfombra, con los ahora libres zapatos alados golpeándolo repetidamente en la cabeza. En su espalda relucían dos profundas impresiones con la forma de cascos de caballos. En la puerta estaba parado un majestuoso semental blanco, con su cabeza casi tocando el marco. En un segundo, me di cuenta por qué los yates del emperador tenían techos tan altos, pasillos anchos y portales: estaban diseñados para acoger a este caballo. —Incitatus, —dije. Él me miró fijamente como ningún caballo debería ser capaz de hacerlo –sus grandes pupilas marrones brillando con maliciosa conciencia. —Apolo. 308

Piper lucía aturdida, como cualquiera que se encontrara con un caballo parlante en un yate de zapatos. Ella comenzó a decir, —¿Pero qué…? Incitatus cargó. Pisó justo sobre la mesa de café y puso a Piper contra la pared con un escalofriante crujido. Piper cayó sobre la alfombra. Me apresuré a alcanzarla, pero el caballo me apartó de un golpe. Aterricé en el sofá más cercano. —Bueno, ahora. —Incitatus estudió los daños, los pedestales volcados y la mesa de café destruida; las botellas rotas de agua primavera exótica derramada en la alfombra; Crest gimiendo en el suelo, con los zapatos voladores aún golpeándolo; Piper inmóvil, con sangre goteando de su nariz; y yo en el sofá, acunando mis costillas rotas. —Lamento entrometerme en su intromisión, —dijo él. — Tenía que noquear a la chica rápido, tú entiendes. No me gusta el embrujahabla. Su voz era la misma que había escuchado mientras me escondía en el basurero detrás de Macro’s Military Madness, profunda y cansada del mundo, teñida de molestia, como si ya hubiera visto cada cosa estúpida que los bípedos podían hacer. Me quedé mirando horrorizado a Piper McLean. No parecía estar respirando. Recordé las palabras de la Sibila… Especialmente esa terrible palabra que empezaba con M. —Tú – tú la mataste, —tartamudeé. —¿Lo hice? —Incitatus frotó el pecho de Piper. —Nah. Aún no, pero pronto. Ahora ven conmigo. El emperador quiere verte. 309

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Nunca te dejaré El amor nos mantendrá juntos O con pegamento. El pegamento también funciona

A

LGUNOS DE MIS MEJORES amigos son caballos mágicos.

Orión, el corcel más rápido del mundo, es mi primo, aunque raramente viene a las cenas familiares. El famoso Pegaso es también un primo –uno lejano, creo, ya que su madre era una Gorgona. No estoy seguro cómo funciona eso. Y, por supuesto, los caballos del sol eran mis corceles favoritos – aunque, afortunadamente, ninguno de ellos hablaba. Incitatus, ¿En cambio? No me agradaba mucho. Era un hermoso animal –grande y muscular, su pelo brillaba como una nube iluminada por el sol. Su sedosa cola blanca se agitaba detrás de él, como si desafiara a alguna mosca, semidiós o alguna otra plaga a acercarse a su retaguardia. No usaba riendas o silla de montar, solo brillantes cascos dorados en sus pezuñas. Su gran majestad me rechinó. Su hastiada voz me hizo sentir pequeño e insignificante. Pero lo que realmente odiaba eran sus ojos. Los ojos de los caballos no deberían ser tan fríos e inteligentes. —Sube,—dijo.—Mi chico está esperando. —¿Tu chico? 310

Descubrió sus dientes blanco mármol. —Sabes a quien me refiero. El gran Calígula. El nuevo sol que te comerá como desayuno. Me hundí más en los cojines del sofá. Mi corazón palpitaba. Había visto que tan rápido se podía mover Incitatus. No tenía muchas oportunidades contra él. Nunca sería capaz de lanzar una flecha o tocar una melodía antes de que me pateara el rostro. Este pudo haber sido un excelente momento para una oleada de fuerza divina, así podría tirar al caballo por la ventana. Pero, no sentía mucha energía dentro de mí. Tampoco podía esperar por algún refuerzo. Piper se quejó, moviendo sus dedos. Ella se veía medio consciente, por lo menos. Crest tembló e intento enrollarse en una bola para escapar del bullying de los zapatos alados. Me levanté del sillón, empuñe mis manos y me obligue a mirar a Incitatus a los ojos. —Todavía soy el dios Apolo,—advertí.—Ya enfrenté a dos emperadores. Los vencí a ambos. No me pongas a prueba, caballo. Incitatus resopló.—Lo que sea, Lester. Te estás poniendo más débil. Te hemos mantenido vigilado. Difícilmente te queda algo. Ahora déjate de evasivas. —¿Y cómo me obligaras a venir contigo?—insistí.—No puedes levantarme y tirarme sobre tu espalda. ¡No tienes manos! ¡Sin pulgares oponibles! ¡Ese fue tu error fatal! —Sí, bueno, podría solo patearte en la cara. O...—Incitatus hizo un sonido como alguien llamando a su perro. Wah-Wah y dos de sus guardias se escabulleron en la habitación. —¿Llamó, señor semental? El caballo me sonrió.—No necesito pulgares oponibles cuando tengo sirvientes. Claro, son sirvientes tontos que tuve que liberar con mis dientes de sus propias corbatas.

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—Señor semental,—protestó Wah-Wah.—¡Fue el ukelele! No pudimos… —Súbelos,—ordenó Incitatus.—antes de que me pongas de mal humor. Wah-Wah y sus ayudantes lanzaron a Piper a la espalda del caballo. Me obligaron a subir detrás de ella, Luego ataron mis manos –otra vez– está vez al frente, al menos, para que pudiera mantener mejor el equilibrio. Finalmente, pusieron a Crest de pie. Consiguieron poner en su caja a los zapatos alados abusadores físicos, esposaron las manos de Crest y lo obligaron a marchar al frente de nuestro siniestro desfile. Nos abrimos paso de vuelta a la cubierta, yo agachándome bajo cada dintel, y rehicimos nuestro camino a través del puente flotante de yates. Incitatus trotaba a paso lento. Cada vez que pasábamos mercenarios o miembros de la tripulación, se arrodillaban y bajaban la cabeza. Quería creer que estaban honorándome, pero sospecho que estaban honrando la habilidad del caballo de golpear sus cabezas si no mostraban el apropiado respeto. Crest tropezó. Los otros Pandai lo levantaron y lo empujaron hacia adelante. Piper seguía resbalándose de la espalda del semental, pero hice lo mejor para mantenerla en su lugar. Una vez murmuró, —Uhn-fun. Lo que podría haber significado Gracias o Desátame o ¿Por qué mi boca sabe a herradura? Su daga, Katoptris, estaba al alcance. Me quedé mirando la empuñadura, preguntándome si podría sacarla lo suficientemente rápido como para liberarme, o hundirlo en el cuello del caballo. —Yo no lo haría,— dijo Incitatus. Me puse rígido. —¿Qué? —Usar el cuchillo. Eso sería un mal movimiento. 312

—¿Eres un lector de la mentes? El caballo se burló.— No necesito leer las mentes. ¿Sabes cuánto puedes saber por el lenguaje corporal de alguien cuando están montando tu espalda? —Y- yo no puedo decir que he tenido la experiencia. —Bueno, puedo saber lo que planeas. Así que no lo hagas. Tendría que tirarte. Entonces tú y tu novia probablemente se romperían la cabeza y morirían. —¡Ella no es mi novia! — Y gran C estaría molesto. Él quiere que mueras de cierta manera. —Ah.—Mi estómago se sentía tan magullado como mis costillas. Me preguntaba si había un término especial para mareo mientras montas un caballo en un bote. —Entonces, cuando dijiste que Calígula me comería para el desayuno… —Oh, no quise decir eso literalmente. —Gracias a los dioses. —Quise decir que la hechicera Medea te encadenará y desollará tu forma humana para extraer lo que queda de tu esencia divina. Entonces Calígula consumirá tu esencia, la tuya y la de Helios, y se hará el nuevo dios del sol. —Oh.— Sentí que me desmayaba. Supongo que todavía tenía algo de esencia divina dentro de mí –alguna pequeña chispa de mi genialidad anterior que me permitía recordar quién era y de lo que alguna vez fui capaz. No quería que me quitaran esos últimos vestigios de divinidad, especialmente si el proceso involucraba desollamiento. La idea hizo que mi estómago se revolviera. Esperaba que a Piper no le importara tanto si vomitaba sobre ella. —T-tu pareces un caballo razonable, Incitatus. ¿Por qué estás ayudando a alguien volátil y traicionero como Calígula? 313

Incitatus relinchó. —Volátil, schmolatile. El chico me escucha. Él me necesita. No importa qué tan violento o imprevisible pueda parecerle a los demás. Puedo mantenerlo bajo control, utilizarlo para cumplir mis planes. Estoy respaldando al caballo correcto. Parecía no reconocer la ironía de un caballo apoyando al caballo correcto. También, me sorprendió escuchar que Incitatus tenía un plan. La mayoría de los planes equinos eran bastante sencillas: comida, correr, más comida, un buen cepillado. Repita como desee. —Calígula sabe que estás, ah, ¿Usándolo? —¡Por supuesto!—, Dijo el caballo. —El chico no es estúpido. Una vez que obtenga lo que quiere, bueno... entonces nos separamos. Tengo la intención de derrocar a la raza humana e instituir un gobierno por los caballos, para los caballos. —Tu... ¿Qué? —¿Tú piensas que el autogobierno equino es más loco que un mundo gobernado por dioses olímpicos? —Nunca pensé en ello. —No lo harías, ¿verdad? ¡Tú, con tu arrogancia bípeda! Tú no pasas tu vida con humanos que constantemente esperan montarte o hacerte tironear sus carros. Ah, estoy gastando mi aliento. No estarás aquí el tiempo suficiente para ver la Revolución. Oh, lector, no puedo expresarte mi terror –no a la idea de una revolución de caballos, ¡Pero si al pensar que mi vida estaba por terminar! Sí, sé que los mortales enfrentan la muerte también, pero es peor para un dios, ¡Te lo digo! Pasé milenios sabiendo que era inmune al gran ciclo de la vida y la muerte. Entonces, de repente, me enteré - LOL, ¡no tanto! ¡Iba a ser desollado y consumido por un hombre que seguía indicaciones de un caballo militante que habla! A medida que avanzábamos por la cadena de súper yates, vimos más y más signos de una batalla reciente. El barco veinte parecía 314

haber sido golpeado repetidamente con rayos. Su superestructura era una ruina carbonizada y humeante, la parte superior ennegrecida, cubiertas con espuma de extintor de incendios. El barco dieciocho había sido convertido en un centro de triage. Los heridos estaban tumbados en todas partes, gimiendo por cabezas destrozadas, miembros rotos, narices sangrantes e ingles magulladas. Muchas de sus lesiones estaban a nivel de la rodilla o debajo, solo donde a Meg McCaffrey le gustaba patear. Una bandada de Estriges sobrevolaba, chillando hambrientamente. Tal vez estaban en guardia, pero tenía la sensación de que estaban esperando ver cuál de los heridos no sobrevivía. El barco catorce era la coup de grâce58 de Meg McCaffrey. Hiedra de Boston había engullido todo el yate, incluida la mayoría de la tripulación, que fueron cosidos a las paredes por una espesa telaraña. Un cuadro de horticultores –sin duda llamado así por el jardín botánico en el bote dieciséis– ahora intentaban liberar a sus camaradas usando tijeras y podadoras. Me sentí alentado al ver que nuestros amigos habían llegado tan lejos y habían causado tanto daño. Quizás Crest se había equivocado acerca de ellos siendo capturados. Seguramente dos semidioses capaces como Jasón y Meg habrían logrado escapar si eran arrinconados. Estaba contando con eso, ya que ahora los necesitaba para rescatarme. Pero y ¿Si no pudieran? Atormenté a mi cerebro con ideas ingeniosas y planes maléficos. En lugar de correr, mi mente se movió en un trote sibilante. Logré llegar a la fase uno de mi plan maestro: escaparía sin hacer que me maten, entonces liberaría a mis amigos. Estaba trabajando duro en la fase dos –¿Cómo hago eso?– cuando se me acabó el tiempo. Incitatus cruzó a la cubierta de Julia Drusilla XII, galopó a través de un juego de dobles puertas doradas y nos llevó 58

Golpe de gracia.

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por una rampa al interior del barco, que contenía una sola gran habitación, la sala de audiencias de Calígula. Entrar en este espacio fue como hundirse en la garganta de un monstruo marino. Estoy seguro de que el efecto era intencional. El emperador quería que sintieras una sensación de pánico e impotencia. Has sido tragado, la habitación parecía decir. Ahora serás digerido. Sin ventanas aquí. Los muros de cincuenta pies de altura gritaban con pinturas frescas de batallas, volcanes, tormentas, fiestas salvajes– todas las imágenes de poder hechas caos, límites borrados, la naturaleza puesta de cabeza. El suelo de baldosas era similar, lleno de caos: intrincados mosaicos de pesadilla donde los dioses eran devorados por varios monstruos. Muy por encima, el techo estaba pintado de negro, y colgando de él había candelabros dorados, esqueletos enjaulados y espadas que colgaban de las cuerdas más finas y que parecían listas para empalar a cualquiera abajo. Me encontré inclinándome de costado sobre la espalda de Incitatus, tratando de encontrar mi equilibrio, pero fue imposible. La habitacón no ofrecía un lugar seguro para descansar la mirada. El balanceo del yate no ayudó. De pie a lo largo de la sala del trono había una docena de pandai –seis a babor y seis a estribor. Tenían lanzas con punta de oro y llevaban una cota de malla dorada de pies a cabeza, incluyendo colgajos metálicos gigantes sobre sus orejas que, cuando se golpeaban, hacían un tinnitus59 terrible. En el otro extremo de la sala, donde el casco del barco se estrechaba, el emperador había puesto su tarima– poniéndose de espaldas a la esquina, como cualquier buen paranoico gobernante. 59

Zumbido en los oídos.

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Ante él giraban dos columnas de viento y escombros que no podía entender –¿algún tipo de arte de Ventus? A la derecha del emperador se encontraban otro Pandos vestido con el atuendo completo de un comandante pretoriano: Reverg, supuse, capitán de la guardia. A la izquierda del emperador estaba Medea, sus ojos brillaban con triunfo. El mismo emperador era como yo lo recordaba– joven y ágil, suficientemente guapo, aunque sus ojos estaban demasiado separados, sus orejas demasiado prominentes (pero no en comparación con los pandai), su sonrisa demasiado delgada. Iba vestido con pantalones blancos, zapatos blancos, una camisa rayada azul y blanca, un blazer azul y un sombrero de capitán. Tuve un horrible flashback de 1975, cuando cometí el error de bendecir al Capitán y a Tennille con su hit 'El amor nos mantendrá unidos '. Si Calígula era el Capitán, eso hizo a Medea Tennille, lo que se sentía mal en muchos niveles. Intenté alejar el pensamiento de mi mente. Mientras nuestra procesión se acercaba al trono, Calígula se inclinó hacia adelante y se frotó las manos, como si el próximo plato de su cena acabara de llegar. —¡El momento perfecto!— Dijo.—He estado teniendo la conversación más fascinante con tus amigos. ¿Mis amigos? Solo entonces mi cerebro me permitió procesar lo que había dentro de los remolinos. En uno flotaba Jasón Grace. En el otro, Meg McCaffrey. Ambos luchaban sin poder hacer nada. Ambos gritaron sin hacer ruido. Sus prisiones de tornado giraban como metralla reluciente –pequeñas piezas de bronce celestial y oro Imperial cortaban su ropa y su piel, cortándolos lentamente en pedazos. Calígula se levantó, sus plácidos ojos marrones se fijaron en mí.— Incitatus, este no puede ser él en realidad, ¿Verdad?

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—Me temo que sí, camarada,— dijo el caballo. —Puedo presentarte a la patética excusa de un dios, Apolo, también conocido como Lester Papadopoulos. El semental se arrodilló sobre tumbándonos a Piper y a mí al piso.

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sus

patas

delanteras,

31 Te doy mi corazón Me refiero metafóricamente Guarda ese cuchillo

P

ODÍA PENSAR EN MUCHOS nombres para llamar a Calígula. Camarada no era uno de ellos.

Sin embargo, Incitatus parecía estar perfectamente en casa en presencia del emperador. Trotó a estribor, donde dos pandai comenzaron a cepillarse el abrigo, mientras que un tercero se arrodilló para ofrecerle avena de un cubo de oro. Jasón Grace atacó en su túnel de viento de metralla, tratando de liberarse. Dirigió una mirada angustiada a Piper y gritó algo que no pude oír. En la otra columna de viento, Meg flotaba con sus brazos y piernas cruzadas, frunciendo el ceño como un genio enojado, ignorando los trozos de metal que le cortaban la cara. Calígula bajó de su estrado, caminó entre las columnas de viento con una alegre inclinación en su paso, sin duda el efecto de llevar un atuendo de capitán de yate. Se detuvo a unos metros delante de mí. En su palma abierta, rebotó dos pequeños pedacitos de oro: los anillos de Meg McCaffrey.

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—Esta debe ser la encantadora Piper McLean.— Él frunció el ceño hacia ella, como si se diera cuenta de que apenas estaba consciente. —¿Por qué esta ella así? No puedo insultarla en esta condición. ¡Reverb! El comandante pretor chasqueó los dedos. Dos guardias se arrastraron hacia adelante y arrastraron a Piper a sus pies. Uno agitó una pequeña botella bajo su nariz, oliendo sales, tal vez, o algún vil equivalente mágico de Medea. La cabeza de Piper volvió a caer. Un escalofrío recorrió su cuerpo, luego empujó al pandai. —Estoy bien.— Ella parpadeó en su entorno, vio a Jasón y Meg en sus columnas de viento, y luego miró a Calígula. Ella luchó por sacar su cuchillo, pero sus dedos no parecían funcionar. —Te mataré. Calígula se rió entre dientes. —Eso sería divertido, mi amor. Pero no nos matemos todavía, ¿eh? Esta noche, tengo otras prioridades. Él me sonrió. —Oh, Lester. ¡Qué regalo me ha dado Júpiter!— Dio una vuelta a mi alrededor, pasando las puntas de sus dedos por mis hombros como si buscara polvo. Supongo que debería haberlo atacado, pero Calígula irradiaba una confianza tan fría, un aura tan poderosa que me desconcertaba. —No queda mucho de tu piedad, ¿verdad?— Dijo. —No te preocupes, Medea lo sacará de ti. Entonces me vengaré de Zeus por ti, ten algo de consuelo en eso. —Yo… yo no quiero venganza

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—¡Por supuesto que sí! Será maravilloso, solo espera y mira... Bueno, en realidad, estarás muerto, pero tendrás que confiar en mí. Te haré sentir orgulloso. —César— le llamó Medea desde su lado del estrado ¿Quizás podríamos comenzar pronto?



Hizo todo lo posible por ocultarlo, pero escuché la tensión en su voz. Como lo había visto en el estacionamiento de la muerte, incluso Medea tenía sus límites. Mantener a Meg y Jasón en tornados gemelos debe haber requerido gran parte de su fuerza. No podría mantener sus prisiones de ventus y hacer cualquier magia que necesitara para negarme. Si tan solo pudiera descubrir cómo explotar esa debilidad ... La molestia parpadeó en la cara de Calígula. —Sí, sí, Medea. En un momento. Primero, debo saludar a mis leales sirvientes...— Se volvió hacia el pandai que nos había acompañado desde el barco de zapatos. —¿Quién de ustedes es Wah-Wah? Wah-Wah se inclinó, sus orejas se extendieron por el suelo de mosaico. —A… aquí, señor. —Me sirvió bien, ¿verdad? —¡Si señor! —Hasta hoy. Los pandai parecían intentar tragar el ukelele de Tiny Tim. — Ellos… ¡Nos engañaron, señor! ¡Con música horrible! —Ya veo— dijo Calígula. —¿Y cómo piensas hacer esto bien? ¿Cómo puedo estar seguro de tu lealtad? —¡Yo - yo te juro mi corazón, señor! ¡Ahora y siempre! Mis hombres y yo... — Se tapó la boca con sus enormes manos. 321

Calígula sonrió con dulzura. —Oh, ¿Reverb? Su comandante pretor dio un paso adelante. —¿Señor? —¿Has oído Wah-Wah? —Sí, señor— coincidió Reverb. —Su corazón es tuyo. Y también los corazones de sus hombres. —Bueno, entonces— Calígula chasqueó los dedos en un vago gesto de alejamiento. —Llévalos afuera y recoge lo que es mío. Los guardias de la sala del trono del babor se adelantaron y agarraron a Wah-Wah y sus dos lugartenientes por los brazos. —¡No!— Gritó Wah-Wah. —¡No, yo…yo no quise decir…! Él y sus hombres se revolcaron y sollozaron, pero no sirvió de nada. El pandai con armadura de oro los arrastró lejos. Reverb hizo un gesto a Crest, que estaba temblando y gimiendo al lado de Piper. —¿Qué hay de este, señor? Calígula estrechó sus ojos. —¿Me recuerdas por qué este tiene pelaje blanco? —Es joven, señor— dijo Reverb, sin un rastro de simpatía en su voz. —La piel de nuestra gente se oscurece con la edad —Ya veo.— Calígula acarició la cara de Crest con el dorso de su mano, haciendo que el joven pandos gimieran aún más fuerte. —Abandónalo. Es divertido y parece lo suficientemente inofensivo. Ahora ve, comandante. Tráeme esos corazones. Reverb se inclinó y corrió tras sus hombres. Mi pulso martilleó en mis sienes, quería convencerme a mí mismo de que las cosas no estaban tan mal, la mitad de los guardias del emperador y su comandante acababan de irse. Medea 322

estaba bajo la tensión de controlar dos venti. Eso significaba solo seis pandai de élite, un caballo asesino y un emperador inmortal con quien tratar. Ahora era el momento óptimo para ejecutar mi inteligente plan... si tan solo tuviera uno. Calígula se puso a mi lado. Él me abrazó como un viejo amigo —¿Ves, Apolo? No estoy loco, no soy cruel, simplemente tomo a las personas por su palabra. Si me prometes tu vida, tu corazón o tu riqueza... entonces deberías decir que es en serio, ¿no crees? Mis ojos se humedecieron. Tenía demasiado miedo a pestañear. —Tu amiga Piper, por ejemplo— dijo Calígula. —Ella quería pasar tiempo con su papá, ella estaba resentida con su carrera. ¿Adivina que? ¡Me llevé esa carrera! Si ella hubiera ido a Oklahoma con él, como lo habían planeado, ¡podría haber conseguido lo que quería! ¿Pero ella me agradece? No, ella viene a matarme. —Lo haré— dijo Piper, su voz un poco más estable. —Toma mi palabra sobre eso. —Exactamente mi punto— dijo Calígula. —Sin gratitud. Me dio una palmadita en el pecho, enviando destellos de dolor a través de mis magulladas costillas. —¿Y Jasón Grace? Él quiere ser sacerdote o algo así, construir santuarios para los dioses. ¡Multa! Soy un Dios. ¡No tengo ningún problema con eso! Entonces viene aquí a destruir mis yates con un rayo. ¿Es ese comportamiento sacerdotal? No lo creo. Él caminó hacia los remolinos de columnas de viento. Esto dejó su espalda expuesta, pero ni Piper ni yo nos movimos para atacarlo. Incluso ahora, al recordarlo, no puedo decirte por qué. Me sentí tan impotente, como si estuviera atrapado en una visión 323

que había sucedido siglos antes. Por primera vez, sentí lo que sería si el Triunvirato controlara cada Oráculo. No solo preverían el futuro, sino que lo modelarían. Cada una de sus palabras se convertiría en un destino inexorable. —Y ésta.— Calígula estudió a Meg McCaffrey. —¡Su padre una vez juró que no descansaría hasta que reencarnara a las esposas de plata nacidas de la sangre! ¿Puedes creerlo? Nacido en sangre. Esposas de plata. Esas palabras enviaron una sacudida a través de mi sistema nervioso. Sentí que debía saber lo que querían decir, cómo se relacionaban con las siete semillas verdes que Meg había plantado en la ladera. Como de costumbre, mi cerebro humano gritó en protesta mientras intentaba sacar la información de sus profundidades. Casi podía ver el molesto mensaje ARCHIVO NO ENCONTRADO destellando detrás de mis ojos. Calígula sonrió. —¡Bien, por supuesto que tomé al Dr. McCaffrey en su palabra! Quemé su fortaleza hasta suelo. Pero, sinceramente, pensé que era bastante generoso al permitir que vivieran él y su hija. La pequeña Meg tuvo una vida maravillosa con mi sobrino Nero. Si ella hubiera mantenido sus promesas con él...— Él movió su dedo con desaprobación. En el lado de estribor de la habitación, Incitatus levantó la vista de su cubo de avena dorada y eructó. —Hola ¿Big C? Gran discurso y todo. ¿Pero no deberíamos matar a los dos en los torbellinos para que Medea pueda volver su atención a despellejar a Lester vivo? Realmente quiero ver eso. —Sí, por favor— estuvo de acuerdo Medea, con los dientes apretados. 324

—¡NO!— Gritó Piper. —Calígula, deja ir a mis amigos. Desafortunadamente, apenas podía pararse derecha. Su voz tembló. Calígula se rió entre dientes. —Mi amor, me he entrenado para resistir el encanto de la propia Medea, tendrás que hacer algo mejor que eso si... —Incitatus— llamó Piper, su voz un poco más fuerte, —patea a Medea en la cabeza. Incitatus ensancho sus fosas nasales. Medea en la cabeza.

—Creo que patearé a

—¡No, no lo harás!— Chilló Medea en un estallido agudo de encanto. —Calígula ¡Silencia a la chica! Calígula se acercó a Piper. —Lo siento amor. Le dio un golpe en la boca con tanta fuerza que ella dio vuelta a un círculo completo antes de colapsar. —¡OHHH!— Incitatus relinchó de placer. —¡Bien! Me Quebré. Nunca había sentido tanta ira. No cuando destruí a toda la familia de Niobids por sus insultos. No cuando luché contra Heracles en la cámara de Delfos. Ni siquiera cuando derroté a los Cíclopes que habían causado el rayo asesino de mi padre. Decidí en ese momento que Piper McLean no moriría ésta noche. Cargué contra Calígula, con la intención de envolver mis manos alrededor de su cuello. Yo quería estrangularlo hasta la muerte, aunque solo sea para borrar esa sonrisa presumida de su rostro. 325

Estaba seguro de que mi poder divino volvería. Destrozaría al emperador aparte en mi justa furia. En cambio, Calígula me empujó al suelo sin apenas mirarme. —Por favor, Lester— mismo.

dijo.

—Estás avergonzándote a ti

Piper yacía temblando como si tuviera frío. Crest se agachó cerca, intentando en vano cubrir sus enormes orejas. Sin duda él estaba lamentando su decisión de seguir su sueño de tomar lecciones de música. Me fijé en los ciclones gemelos, esperando que Jasón y Meg de alguna manera hubieran escapado. No lo habían hecho, pero extrañamente, como por acuerdo silencioso, parecían haber cambiado de roles. En lugar de enfurecerse en respuesta a Piper siendo golpeado, Jasón ahora flotaba todavía mortalmente, con los ojos cerrados, su cara como piedra. Meg, por otro lado, arañó su jaula de ventos, gritando palabras que no pude oír. Su ropa estaba hecha jirones. Su rostro estaba marcado con una docena de cortes sangrantes, pero a ella no pareció importarle. Dio patadas y puñetazos y arrojó paquetes de semillas en la vorágine, causando ráfagas festivas de pensamientos y narcisos entre la metralla. En el estrado imperial, Medea se había puesto pálida y sudorosa. Contrarrestar el encanto de Piper debe haberle dejado exahusta, pero eso no me dio consuelo. Reverb y sus guardias regresarían pronto, llevando los corazones de los enemigos del emperador. Un frío pensamiento me inundó. Los corazones de sus enemigos. 326

Me sentí como si hubiera sido un revés, el emperador me necesitaba con vida, al menos por el momento. Lo que significaba mi única ventaja ... Mi expresión debe haber sido invaluable. Calígula estalló en carcajadas. —¡Apolo, parece que alguien pisó tu lira favorita!— Se sacudió. —¿Crees que lo has pasado mal? Crecí como rehén en el palacio de mi tío Tiberio. ¿Tienes alguna idea de cuán malvado era ese hombre? Me despertaba todos los días esperando ser asesinado, al igual que el resto de mi familia. Me convertí en un actor consumado. Lo que Tiberius necesitaba que fuera, lo era. Y sobreviví. ¿Pero tú? Tu vida ha sido dorada de principio a fin. No tienes la resistencia para ser mortal. Se volvió hacia Medea. —¡Muy bien, hechicera! Puedes convertir tus pequeñas licuadoras para hacer puré y matar a los dos prisioneros. Entonces trataremos con Apolo. Medea sonrió. —Con alegría. —¡Espera!— Grité, sacando una flecha de mi carcaj. Los guardias restantes del emperador nivelaron sus lanzas, pero el emperador gritó —¡ALTO! No intenté sacar mi arco. No ataqué a Calígula. En cambio, giré la flecha hacia adentro y presioné la punta contra mi pecho. La sonrisa de Calígula se evaporó. Me examinó con desprecio apenas disimulado. —Lester... ¿Qué estás haciendo? —Deja ir a mis amigos— puedes tenerme a mí

dije.

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—Todos ellos. Entonces

Los ojos del emperador brillaban como los de un Estrige. —¿Y si no? Reuní mi coraje y emití una amenaza que nunca podría haber imaginado en mis últimos cuatro mil años de vida. —Me mataré.

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32 No me hagas hacerlo Estoy loco, voy a hacerlo, voy a… Auch, eso realmente dolió

–O

H, NO, NO LO HARÁS— Zumbó una voz en mi cabeza.

Mi noble gesto se arruinó cuando me di cuenta de que, una vez más, había tomado la Flecha de Dodona por error. Se sacudió violentamente en mi mano, sin duda haciéndome ver aún más aterrado de lo que estaba. Sin embargo, la sostuve rápido. Calígula estrechó los ojos. —No lo harías. No tienes ningún instinto de auto sacrificio en tu cuerpo. —Déjalos ir —Presioné la flecha contra mi piel, lo suficientemente fuerte para extraer sangre—. O nunca serás el dios del sol. La flecha tarareó con enojo, —MÁTATE CON OTRA ARMA, BELLACO. UN ARMA DE ASESINATO COMÚN. ¡YO NO SOY UNA! —Oh, Medea —Calígula llamó por encima de su hombro—, si se mata a sí mismo de esta manera, ¿aún podrás hacer tu magia? —Tú sabes que no —se quejó—. ¡Es un ritual complicado! No podemos dejar que se mate de una manera tan descuidada antes de que esté preparada. 329

—Bueno, eso es ligeramente molesto —Calígula suspiró—. Mira, Apolo, no puedes esperar que esto tenga un final feliz. Yo no soy Commodus. No estoy jugando. Sé un buen chico y deja que Medea te mate de la forma correcta, entonces les daré a estos otros una muerte indolora. Esa es mi mejor oferta. Decidí que Calígula sería un terrible vendedor de autos. Junto a mí, Piper se estremeció en el piso, sus circuitos neuronales probablemente sobrecargados por el trauma. Crest se había abrazado a sí mismo en sus propias orejas. Jasón siguió meditando en su remolino de metralla, aunque no creí que alcanzara el nirvana bajo esas circunstancias. Meg gritó y gesticuló en mi dirección, probablemente diciéndome que no fuera un tonto y bajara la flecha. No me agradó el hecho de que, por una vez, no pudiera escuchar sus órdenes. Los guardias del emperador se quedaron dónde estaban, agarrando sus lanzas. Incitatus masticó su avena como si estuviera en el cine. —Última oportunidad —dijo Calígula. En algún lugar detrás de mí, en la parte superior de la rampa, una voz gritó. —¡Mi señor! Calígula miró por encima. —¿Qué pasa, Flange? Estoy un poco ocupado por aquí. —N-noticias, mi señor. —Después. —Señor, se trata del ataque al norte.

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Sentí una oleada de esperanza. El ataque a Nueva Roma estaba teniendo lugar esta noche. No contaba con el buen oído de un pandos, pero la urgencia histérica en el tono de Flange fue inconfundible. No le estaba trayendo buenas noticias al emperador. La expresión de Calígula se amargó. —Ven aquí, entonces. Y no toques al idiota con la flecha. El pandos Flange pasó junto a mí arrastrando los pies y susurró algo al oído del emperador. Calígula podía considerarse a sí mismo un actor consumado, pero no hizo un buen trabajo ocultando su disgusto. —Que decepcionante —Arrojó los anillos de oro de Meg como si fueran piedrecillas sin valor—. Flange, tu espada, por favor. —Yo… —Flange buscó a tientas su khanda— S-sí, señor. Calígula examinó la desafilada hoja dentada, después se la regresó a su dueño con fuerza viciosa, hundiéndola en el intestino del pobre pandos. Flange aulló al derrumbarse hecho polvo. Calígula me encaró. —Ahora, ¿en qué estábamos? —Tu ataque al norte —dije—. ¿No salió bien? Fue una tontería de mi parte provocarlo, pero no pude evitarlo. En ese momento, no era más racional que Meg McCaffrey… sólo quería herir a Calígula, aplastar todo lo que poseía hasta el polvo. Él le restó importancia a mi pregunta. —Algunos trabajos tengo que hacerlos yo mismo. Está bien. Uno pensaría que un campamento de semidioses romanos obedecería las órdenes de un emperador romano, pero por desgracia… 331

—La Duodécima Legión tiene un largo historial de apoyo a los buenos emperadores —dije—, y de destituir a los malos. El ojo izquierdo de Calígula se crispó. —Oh, Boost, ¿dónde estás? A babor, uno de los pandai que cepillaba a los caballos dejó caer su cepillo con alarma. —¿Sí, señor? —Toma a tus hombres —dijo Calígula—. Difunde la palabra. Rompemos formación inmediatamente y navegamos al norte. Tenemos negocios sin terminar en el Área de la Bahía. —Pero, señor… —Boost me miró, como si estuviera decidiendo si yo era amenaza suficiente como para dejar el emperador sin sus guardias restantes. —Sí, señor. El resto de los pandai se fueron arrastrando los pies, dejando a Incitatus sin nadie que sostuviera su cubo de avena dorada. —Hey, C. —dijo el semental—. ¿No estás poniendo el carro antes del caballo? Antes de irnos a la guerra tienes que terminar tu negocio con Lester. —Oh, lo haré —Calígula prometió—. Ahora, Lester, ambos sabemos que no vas a… Se lanzó con deslumbrante velocidad, intentando agarrar la flecha. Había estado anticipando eso. Antes de que pudiera detenerme, inteligente hundí la flecha en mi pecho. ¡Ja! ¡Eso le enseñaría a Calígula a no subestimarme! Querido lector, se necesita una gran cantidad de fuerza de voluntad para dañarte a ti mismo intencionalmente. Y no del buen tipo de fuerza de voluntad… del tipo estúpido y temerario que nunca deberías tratar de convocar, incluso en un esfuerzo por salvar a tus amigos. 332

Como me apuñalé a mí mismo, me sorprendió la gran cantidad de dolor que experimenté. ¿Por qué matarte a ti mismo tiene que doler tanto? Mi médula ósea se convirtió en lava. Mis pulmones se llenaron con arena húmeda y caliente. La sangre mojó mi camisa y caí sobre mis rodillas, mareado y jadeando. El mundo giraba a mí alrededor como si todo el salón del trono se hubiera convertido en una prisión gigante de Ventus. —¡VILLANÍA!— La voz de la Flecha de Dodona zumbó en mi cabeza y ahora también en mi pecho—. ¡NO ACABAS DE EMPALARME AQUÍ!, ¡OH, VIL Y MONSTRUOSA CARNE! Una distante parte de mi cerebro pensó que era injusto que se quejara, ya que era yo el que estaba muriendo, pero no podría haber hablado incluso si hubiera querido. Calígula corrió hacia al frente. Tomó el astil de la flecha, pero Medea gritó: —¡Detente! Ella corrió a través del salón del trono y se arrodilló a mi lado. —¡Sacar la flecha podría empeorar las cosas! —siseó. —Se apuñaló a sí mismo en el pecho —contestó Calígula—. ¿Cómo puede ser peor? —Tonto —ella murmuró. No estaba seguro de si el comentario estaba dirigido a mí o a Calígula—. No quiero que se desangre. — Extrajo una bolsa de ceda negra de su cinturón, sacó un frasco tapado de vidrio y le tendió la bolsa a Calígula—. Sostén esto. Descorchó el vial y vertió su contenido sobre la entrada de la herida. —¡FRÍO!— Se quejó la Flecha de Dodona. —¡FRÍO! ¡FRÍO! 333

Personalmente, no sentí nada. El dolor abrasador se había convertido en un dolor sordo y palpitante en todo mi cuerpo. Estaba seguro de que eso era una mala señal. Incitatus trotó por encima. —Wow, realmente lo hizo. Ese es un caballo de un color diferente. Medea examinó la herida. Conjuró en cólquido antiguo, haciéndome dudar de las pasadas relaciones románticas de mi madre. —Este idiota ni siquiera puede matarse correctamente —gruñó la hechicera—. Parece ser que, de alguna manera, falló y no le dio al corazón. —¡FUI YO, BRUJA!— La flecha entonó desde el interior de mi caja torácica. —¿DE VERDAD PIENSAS QUE ME PERMITIRÍA SER CLAVADO EN EL ASQUEROSO CORAZÓN DE LESTER? ¡ESQUIVÉ Y EVADÍ! Hice una nota mental para después romper o agradecerle a la Flecha de Dodona, lo que tuviera más sentido hacer en el momento. Medea le chasqueó los dedos al emperador. —Entrégame el vial rojo. Calígula frunció el ceño, claramente no acostumbrado a jugar al enfermero quirúrgico. —Nunca esculcaría el bolso de una mujer. Especialmente el de una hechicera. Pensé que, hasta el momento, esa era la señal más confiable de que él estaba perfectamente sano. —Si quieres ser el dios del sol —Medea gruñó— ¡Hazlo! Calígula encontró el vial rojo. 334

Medea cubrió su mano derecha con el pegajoso contenido. Con su mano izquierda, tomó la Flecha de Dodona y la sacó de mi pecho. Grité. Mi visión se oscureció. Mi pectoral izquierdo se sentía como si estuviera siendo excavado con una broca. Cuando recuperé la vista, encontré la herida de la flecha tapada con una sustancia roja y espesa; como la cera de una carta sellada. El dolor era horrible, insoportable, pero podía respirar otra vez. Si no hubiera sido tan miserable, podría haber sonreído triunfante. Había estado contando con los poderes curativos de Medea. Ella era casi tan hábil como mi hijo Asclepio. Aunque sus modales como acompañante de enfermos no eran tan buenos y sus curas tendían a involucrar magia negra, ingredientes viles y lágrimas de niños pequeños. No esperaba, por supuesto, que Calígula dejara ir a mis amigos. Pero sí esperaba que, con Medea distraída, de alguna manera perdiera el control de su venti. Y así lo hizo. Ese momento está grabado en mi mente: Incitatus mirándome, su hocico salpicado de avena; la bruja de Medea examinando mi herida, sus manos pegajosas con sangre y pasta mágica. Calígula parado sobre mí, sus espléndidos pantalones y zapatos blancos salpicados con mi sangre, y Piper y Crest cerca, en el piso. Su presencia momentáneamente olvidada por nuestros captores. Incluso Meg parecía congelada dentro de su agitada prisión, horrorizada por lo que había hecho. Ese fue el último momento antes de que todo saliera mal, antes de que nuestra gran tragedia se desencadenara… cuando Jasón Grace extendió sus brazos y las jaulas de viento explotaron. 335

33 No habrá buenas noticias Te advertí al principio Regresa, lector

U

N TORNADO PUEDE ARRUINAR todo tu día.

Yo había visto el tipo de devastación que podía causar Zeus cuando se enoja en Kansas. Así que no estaba sorprendido cuando dos vientos llenos de metralla arrasaron el Julia Drusilla XII como motosierras. Todos deberíamos haber muerto en la explosión. Estoy seguro de ello. Pero Jasón canalizó la explosión hacia arriba, hacia abajo y hacia los lados en una ola bidimensional… explotando el puerto y la pared de estribor; haciendo explotar el techo negro, el cual nos bañó de candelabros dorados y de espadas; rompiendo como con un taladro el piso de mosaicos hasta las entrañas del barco. El yate se quejó y se agitó… metal, madera y vidrio se rompieron como huesos en la boca de un monstruo. Incitatus y Calígula se tambalearon hacia una dirección, Medea hacia otro. Ninguno de ellos había sufrido más que un rasguño. Meg McCaffrey, desafortunadamente, estaba a la derecha de Jasón. Cuando el viento explotó, ella salió volando hacia los lados a través de una nueva ventila en la pared, y desapareció en la oscuridad.

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Traté de gritar. Aunque creo que salió más como un sonido muerto. Con la explosión sonando en mis oídos, no podía estar seguro. Apenas me podía mover. No era posible que pudiera ir tras mi joven amiga. Eché una mirada alrededor desesperadamente, y mi vista quedó fija en Crest. Los ojos del joven pando estaban tan grandes que casi hacían juego con sus orejas. Una espada dorada había caído del techo y se había empalado en los baldos del piso que estaba entre sus piernas. —Rescata a Meg —grazné— Y te enseñaré cómo tocar cualquier instrumento que quieras. No sabía ni cómo era posible que un pandos me escuchara, pero Crest parecía haberlo hecho. Su expresión cambió de sorpresa a una peligrosa determinación. Él se hizo camino a través del piso de cerámicas, estiró sus orejas y saltó por la grieta. La separación en el suelo comenzó a hacerse más grande, separándonos de Jasón. Una cascada de tres metros empezó a caer por el daño hecho en el casco y el estribor del barco… bañando el piso de mosaicos en agua oscura y restos de naufragios flotantes, derramándose en la gran grieta en el centro de la habitación. Más abajo, la maquinaria rota echaba vapor. Las llamas se fueron consumiendo a medida que el agua de mar llenaba la habitación. Más arriba, en la orilla del destrozado techo, los pandai aparecieron, gritando y trayendo armas… hasta que el cielo se prendió y unos relámpagos hicieron explotar a los guardias hasta hacerlos polvo. Jasón salió del humo por el lado opuesto de la sala del trono, su gladius en su mano. 337

Calígula gruñó— Tú eres uno de esos mocosos del Campamento Júpiter, ¿no es así? —Soy Jasón Grace —él dijo— Antiguo pretor de la doceava legión. Hijo de Júpiter. Hijo de Roma. Pero pertenezco a ambos campamentos. —Es suficiente —dijo Calígula— Te haré responsable a ti por la traición del Campamento Júpiter de esa noche. ¡Iniciatus! El emperador tomó rápidamente una lanza de oro que rodó por el piso. Él se montó sobre la espalda de su semental y cargó hacia la grieta en el piso, y la saltó en un sólo movimiento. Jasón se tiró a sí mismo hacia el lado para evitar ser pisoteado. Desde algún lugar a mi izquierda llegó un aullido de ira. Piper McLean se había levantado. La parte de abajo de su cara se veía horrible… su labio superior estaba inflamado y estaba abierto entre sus dientes, su mandíbula estaba torcida, de la comisura de su boca caían gotas de sangre. Ella cargó hacia Medea, quien se giró justo a tiempo para atrapar el puño de Piper en su nariz. La hechicera se tambaleó, haciendo girar sus brazos cuando Piper la empujó hacia la orilla de la grieta. La hechicera desapareció en la sopa que se agitaba de combustible y de agua de mar. Piper le gritó a Jasón. Puede que ella haya estado diciendo ¡VAMOS! Pero todo lo que salió fue un grito gutural. Jasón estaba un poco ocupado. Él eludió la embestida de Incitatus, esquivando la lanza de Calígula con su espada, pero él se movía lentamente. Sólo podía suponer cuánta energía había gastado controlando los vientos y los relámpagos. —¡Vayanse de aquí! —él nos gritó— ¡Vayan! 338

Una flecha brotó de su muslo izquierdo. Jasón gruñó y tropezó. Arriba de nosotros, más pandai se habían reunido, a pesar de la amenaza de la severa tormenta. Piper gritó para advertirle que Calígula iba a atacar de nuevo. Jasón alcanzó a rodar hacia un lado. Él hizo un gesto como de agarre hacia el aire, y una ráfaga de aire lo levantó en el aire. De repente él estaba sentado a horcajadas sobre una mini tormenta con cuatro piernas de nube en forma de embudo y una melena que crepitó con relámpagos… Tempestad, su corcel de viento. Él cabalgó hacia Calígula, enfrentando espada contra lanza. Otra flecha alcanzó a Jasón en la parte superior del brazo. —¡Te dije que este no era un juego! —gritó Calígula— ¡No puedes escapar de mí con vida! Más abajo, una explosión sacudió el barco. La habitación se separó un poco más. Piper se tambaleó, lo cual puede que le haya salvado la vida; tres flechas golpearon el lugar en que ella había estado parada. De alguna forma, ella se volvió a parar. Yo estaba agarrando la flecha de Dodona, aunque no tenía recuerdos de haberla recogido. No vi señales de Crest, o de Meg, o incluso de Medea. Una flecha brotó de la punta de mis pies. Yo ya tenía tanto dolor, que no podía sentir si había atravesado mi pie o no. Piper tiró de mi brazo. Ella señaló hacia Jasón, sus palabras eran urgentes pero incomprensibles. Yo quería ayudarla, pero, ¿qué podía hacer? Me acababa de apuñalar en el pecho. Estaba bastante seguro de que si estornudaba muy fuerte movería el tapón rojo en mi herida y me moriría desangrado. No podía disparar un arco ni rasguear un ukelele. Mientras tanto, en el pedazo de techo roto sobre nosotros, más y más pandai aparecieron, ansiosos de 339

ayudarme a cometer flechacidio. Piper no estaba mejor. El sólo hecho de que estuviera en pie era un milagro… el tipo de milagro que luego vuelve a matarte cuando la adrenalina se acaba. Sin embargo, ¿Cómo nos podríamos ir? Miré con horror cómo Jasón y Calígula pelearon, Jasón sangrando por las flechas en cada extremidad ahora, aunque aun así era capaz de alzar su espada. El espacio era muy pequeño para dos hombres en caballos, pero aun así, caminaron en círculo uno frente al otro, intercambiando golpes. Incitatus pateó a Tempestad con sus pezuñas con herradura de oro. El ventus respondió con una ráfaga de electricidad que chamuscó los costados blancos del semental. Mientras el antiguo pretor y el emperador se atacaron entre ellos, Jasón me miró a los ojos a través de la arruinada sala del trono. Su expresión me dijo su plan con perfecta claridad. Como yo, él había decidido que Piper McLean no iba a morir esta noche. Por alguna razón, él había decidido que yo debía vivir también hoy. Él gritó otra vez. — ¡VAYAN! ¡Recuerda! Yo era lento, estupefacto. Jasón sostuvo mi mirada una fracción de segundo más, tal vez para asegurarse de que la última palabra surtiera efecto: recuerda… la promesa que él había extraído de mi hace millones de años esta mañana, en su habitación en Pasadena. Mientras Jasón estaba de espaldas, Calígula empezó a correr. Él tiró su lanza, apuntando a los omóplatos. Piper gritó. Jasón se puso rígido, sus ojos azules se abrieron con sorpresa. 340

Él se desplomó hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor del cuello de Tempestad. Sus labios se movieron, como si estuviera susurrándole algo a su corcel. ¡Llévatelo! Recé, sabiendo que ningún Dios escucharía. ¡Por favor, sólo deja que Tempestad se lo lleve a salvo! Jasón cayó de su corcel. Él golpeó la cubierta boca abajo, la lanza aún en su espalda, su gladius traqueteando en su mano. Incitatus trotó hacia el semidiós caído. Las flechas continuaron lloviendo alrededor de nosotros. Calígula me miró a través de la grieta en el suelo… dándome el mismo ceño fruncido con enojo que mi padre solía darme antes de infligirme uno de sus castigos: Mira lo que me has hecho hacer. —Te lo advertí —dijo Calígula. Luego él miró hacia los pandai de arriba— Dejen a Apolo vivo. Él no es una amenaza. Pero maten a la chica. Piper gritó, agitándose con una imponente ira. Me puse frente a ella y esperé a la muerte, preguntándome con fría objetividad en dónde iba a golpear la primera flecha. Vi cómo Calígula sacó su lanza, luego la volvió a enterrar en la espalda de Jasón, quitando cualquier esperanza de que nuestro amigo siguiera con vida. Mientras los pandai cargaban sus arcos y apuntaban, el aire crepitó con ozono cargado. Los vientos se arremolinaron alrededor de nosotros. De repente Piper y yo fuimos llevados desde el casco en llamas del Julia Drusilla XII en la espalda de Tempestad… el ventus llevando a cabo las últimas órdenes de Jasón de sacarnos de ahí con vida, ya sea que quisiéramos o no.

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Yo lloré con desesperación mientras éramos arrojados a través de la superficie del puerto Santa Bárbara, el sonido de las explosiones aún sonando tras nosotros.

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34 Accidente de surf Mi nuevo eufemismo para La peor tarde de la historia

D

URANTE LAS SIGUIENTES HORAS, mi mente me abandonó.

No recuerdo a Tempestad dejándonos en la playa, aunque lo debe haber hecho. Recuerdo momentos de Piper gritándome, o sentada en las olas temblando con sollozos secos, o inútilmente arañando montones de arena húmeda y arrojándolos a las olas. Unas cuantas veces, ella apartó la ambrosía y el néctar que traté de darle. Recuerdo pasearme lentamente por la delgada extensión de playa, mis pies descalzos, mi camisa húmeda del agua del mar. El tapón de pegamento sanador latió en mi pecho, filtrando un poco sangre de vez en cuando. Ya no estábamos en Santa Barbara. No había puerto, ni cadena de súper yates, solo el oscuro Pacífico que se extendía ante nosotros. Detrás de nosotros se vislumbraba un oscuro acantilado. Un zigzag de escaleras de madera conducía hacia las luces de una casa en la parte superior. Meg McCaffrey estaba allí también. Esperen. ¿Cuándo llegó Meg? Ella estaba completamente empapada, su ropa hecha trizas, 343

su cara y brazos eran una zona de guerra de hematomas y cortes. Estaba sentada al lado de Piper, compartiendo ambrosía. Supongo que mi ambrosía no era lo suficientemente buena. El pandos Crest estaba agachado a cierta distancia en la base del acantilado, mirándome con avidez, como si esperara que comenzara su primera clase de música. El pandos debe haber hecho lo que le pedí. De alguna manera, había encontrado a Meg, la sacó del mar y la trajo aquí... donde sea que es aquí. Lo que recuerdo más claramente es Piper diciendo, Él no está muerto. Ella dijo eso una y otra vez, tan pronto como pudo decir las palabras, una vez el néctar y la ambrosía domaron la hinchazón alrededor de su boca. Ella todavía se miraba horrible. Su labio superior necesitaba puntadas. Ella definitivamente tendría una cicatriz. Su mandíbula, el mentón y el labio inferior eran un moretón gigante color berenjena. Sospecho que la factura de su dentista sería considerable. Aun así, ella forzó las palabras con firme determinación. —Él no está muerto. Meg la tomó del hombro. — Tal vez. Lo descubriremos. Necesitas descansar y sanar. Miré incrédulo a mi joven maestra. —¿Tal vez? Meg, no viste qué sucedió! Él... Jasón... la lanza. Meg me miró. Ella no dijo Cállate, pero escuché la orden fuerte y clara. En sus manos, sus anillos de oro brillaban, aunque no sabía cómo pudo haberlos recuperado. Tal vez, como tantas armas mágicas, automáticamente volvían a sus dueños si se pierden. Sería como si Nero le diera a su hijastra regalos pegajosos. 344

— Tempestad encontrará a Jason, — insistió Meg. — Solo tenemos que esperar. Tempestad... cierto. Después de que el Ventus nos trajo a Piper y a mí aquí, vagamente recuerdo a Piper acosando al espíritu, usando palabras y gestos confusos para ordenarle volver a los yates para encontrar a Jasón. Tempestad había corrido a través de la superficie del mar como una tromba marina electrificada. Ahora, mirando al horizonte, me pregunté si podría atreverme a esperar buenas noticias. Mis recuerdos del barco volvían, juntándose en un fresco más horrible que cualquier cosa pintada en las paredes de Calígula. El emperador me había advertido: Esto no es un juego. Él realmente no era Commodus. Por mucho que Calígula amaba el teatro, nunca arruinaría una ejecución añadiendo ostentosos efectos especiales, avestruces, pelotas de baloncesto, autos de carreras y música a todo volumen. Calígula no pretendía asesinar. Él asesina. — Él no está muerto. — Piper repitió su mantra, como si tratara de encantarse a sí misma como a nosotros.— Ha pasado demasiado como para morir así ahora. Yo quería creerle. Tristemente, había sido testigo de decenas de miles de muertes mortales. Pocas de ellas tenían algún significado. La mayoría fueron inoportunas, inesperadas, indignas, y al menos un poco embarazosas. Las personas que merecen morir tardan una eternidad en hacerlo. Aquellas que merecen vivir siempre se van demasiado pronto.

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Caer en combate contra un malvado emperador para salvar a tus amigos... parecía una muerte demasiado plausible para un héroe como Jasón Grace. Él me había dicho lo que la Sibila Eritrea dijo. Si no le hubiera pedido que viniera con nosotros… — No te culpes a ti mismo, — dijo el egoísta Apolo. — Fue su elección. —¡Era mi misión! — dijo el culpable Apolo. — Si no fuera por mí, ¡Jasón estaría a salvo en su dormitorio, dibujando nuevos santuarios para deidades menores oscuras! Piper McLean estaría ilesa, pasando tiempo con su padre, preparándose para una nueva vida en Oklahoma . El egoísta Apolo no tenía nada que decir a esto, o lo mantenía egoístamente para sí mismo. Solo podía mirar el mar y esperar, esperando que Jasón Grace saliera montando de la oscuridad vivo y bien. Por fin, el olor a ozono envolvió el aire. Un rayo brilló por la superficie del agua. Tempestad cargó a tierra, una forma oscura tendida sobre su espalda como una alforja. El caballo de viento se arrodilló. Suavemente puso a Jasón sobre la arena. Piper gritó y corrió a su lado. Meg la siguió. Lo más horrible fue la momentánea mirada de alivio en sus rostros, antes de que se aplastara. La piel de Jasón era del color del pergamino blanco, salpicado de limo, arena y espuma. El mar había lavado la sangre, pero la camisa de escuela estaba manchada púrpura como una faja senatorial. Las flechas sobresalían de sus brazos y piernas. Su mano derecha tenía un gesto señalador, como si todavía nos estuviera ordenando que nos fuéramos. Su expresión no parecía 346

torturada ni asustada. Parecía en paz, como si acabara de lograr conciliar el sueño después de un día duro. No quería despertarlo. Piper lo sacudió y sollozó. — ¡JASON! — Su voz resonó desde los acantilados. La cara de Meg se convirtió en una mueca. Ella se sentó en cuclillas y miró hacia mí. — Arréglalo. La fuerza de la orden me empujó hacia adelante, me hizo arrodillarme al lado de Jasón. Puse mi mano sobre la fría frente de Jason, lo cual sólo confirmó lo obvio. — Meg, no puedo arreglar la muerte. Desearía poder… — Siempre hay una manera, — dijo Piper. — ¡La cura del médico! ¡Leo la tomó! Negué con la cabeza. — Leo tenía la cura preparada en el momento en que murió, — le dije suavemente. — Pasó por muchas dificultades por adelantado para obtener los ingredientes. Incluso luego, necesitaba que Asclepio la hiciera. Eso no funcionaría aquí, no para Jasón. Lo siento mucho, Piper. Es demasiado tarde. — No, — insistió ella. — No, el Cherokee siempre enseñó... — Ella tomó una temblorosa respiración, como si se estuviese arrullando por el dolor de decir tantas palabras. — Una de las historias más importantes. Cuando el hombre comenzó a destruir la naturaleza, los animales decidieron que eran una amenaza. Todos ellos prometieron luchar. Cada animal tenía una forma diferente de matar humanos Pero las plantas... fueron amables y compasivas. Juraron lo contrario que cada uno encontraría su propia manera para proteger a las personas. Entonces, hay una 347

cura de planta para todo, cualquier enfermedad o veneno o herida. Algunas plantas tienen la cura. ¡Solo tienes que saber cuál! Hice una mueca. — Piper, esa historia tiene mucha sabiduría. Pero, incluso si yo todavía fuera un dios, no podría ofrecerte un remedio para resucitar a los muertos. Si tal cosa existiera, Hades nunca permitiría su uso. — ¡Las puertas de la muerte, entonces! — Dijo ella. — ¡Medea regresó de esa manera! ¿Por qué no Jasón? Siempre hay una forma de engañar al sistema. ¡Ayúdame! Su encanto vocal se apoderó de mí, tan poderoso como la orden de Meg. Luego miré la expresión pacífica de Jasón. — Piper, — le dije, — tú y Jasón lucharon para cerrar las puertas de la muerte. Porque sabías que no era correcto dejar que los muertos volvieran al mundo de los vivos. Jasón Grace era muchas cosas, pero él no era un tramposo. ¿Él querría que tú desgarraras los cielos, la tierra y el inframundo para traerlo de vuelta? Sus ojos brillaron enojados. — No te importa porque eres un dios. Volverás al Olimpo después de que liberes a los Oráculos, entonces, ¿Qué importa? Nos estás usando para obtener lo que quieres, como todos los otros dioses. — Oye, — dijo Meg, gentil pero firmemente. — Eso no ayudará. Piper presionó una mano en el pecho de Jasón. — ¿Por qué murió, Apolo? ¿Un par de zapatos? Una sacudida de pánico casi hizo volar el tapón de mi pecho. Me había olvidado por completo de los zapatos. Tiré del carcaj de mi espalda y lo puse boca abajo, sacudiendo las flechas. 348

Las sandalias enrolladas de Calígula cayeron en la playa. — Están aquí. — Las recogí, mis manos temblaban. — Al menos –al menos las tenemos. Piper soltó un sollozo roto. Ella acarició el cabello de Jasón. — Sí, sí, eso es genial. Puedes ir a ver tu Oráculo ahora. ¡El Oráculo que hizo que lo mataran! En algún lugar detrás de mí, a mitad del acantilado, la voz de un hombre gritó, — ¿Piper? Tempestad huyó, estallando en viento y gotas de lluvia. Corriendo por las escaleras del acantilado, en pantalones de pijama a cuadros y una camiseta blanca venia Tristán McLean. Por supuesto, me di cuenta. Tempestad nos trajo a la casa McLean en Malibú. De alguna manera, él había sabido venir aquí. El padre de Piper debe haber escuchado sus gritos hasta la cima del acantilado. Corrió hacia nosotros, sus chanclas golpeando contra sus plantas, rociando arena alrededor de los puños de sus pantalones, su camisa ondeando al viento. Su oscuro pelo despeinado le caía en los ojos, pero no ocultaba su expresión de alarma. — Piper, ¡Te estaba esperando!, — Llamó. — Estaba en la terraza y… Se congeló, primero viendo el rostro embrutecido de su hija, luego el cuerpo acostado en el arena. — Oh, no, no. — Corrió hacia Piper. — ¿Qué - qué es -? ¿Quién -?— Habiéndose asegurado a sí mismo que Piper no estaba en peligro inminente de morir, él se arrodilló junto a Jasón y puso su 349

mano sobre el cuello del chico, buscando el pulso. Puso su oreja en la boca de Jasón, buscando aliento. Por supuesto, no encontró ninguno. Él nos miró con consternación. Hizo una doble toma cuando notó Crest agachado cerca, sus masivas orejas blancas se extendieron a su alrededor. Casi podía sentir la bruma arremolinándose alrededor de Tristán McLean mientras intentaba descifrar lo que estaba viendo, tratando de ponerlo en un contexto de su cerebro mortal podría entender. — ¿Un accidente de surf?, — Se aventuró. — Oh, Piper, sabes que esas rocas son peligrosas. ¿Por qué no me dijiste -? ¿Cómo lo hizo -? No importa. No importa. — Con manos temblorosas, sacó su teléfono del bolsillo de su pantalón de pijama y marcó el 9-1-1. El teléfono chilló y siseó. — Mi teléfono no está - yo - no entiendo… Piper se echó a llorar, presionándose contra el pecho de su padre. En ese momento, Tristán McLean se debería haber roto de una vez por todas. Su vida se había desmoronado. Perdió todo por lo que había trabajado durante toda su carrera. Ahora, encontrar a su hija herida y su ex novio muerto en la playa de su propiedad embargada, seguramente, eso era suficiente para hacer que la cordura de cualquiera se desmoronara. Calígula tendría otra razón para celebrar una buena noche de trabajo sádico. En cambio, la capacidad de recuperación humana me sorprendió una vez más. La expresión de Tristán McLean se endureció. Su 350

enfoque se aclaró. Debe haberse dado cuenta de que su hija lo necesitaba y no podía darse el lujo de permitirse la autocompasión. Él tenía un importante papel que le quedaba por interpretar: el papel de su padre. — Bien, cariño, — dijo, acunando su cabeza. — Está bien, lo haremos, lo solucionaremos. Lo superaremos. — Se volvió y señaló a Crest, que aún acechaba cerca del acantilado. — Tú. — Crest siseó como un gato. El señor McLean parpadeó, su mente haciendo un reinicio completo. Él me señaló. — Tú. Lleva a los demás a la casa. Me voy a quedar con Piper. Usa el teléfono fijo en la cocina. Llama al nueve-uno-uno. Diles... — Él miró el cuerpo roto de Jasón. — Diles que vengan aquí de inmediato. Piper levantó la vista, con los ojos hinchados y rojos. — Y, ¿Apolo? No vuelvas ¿Me escuchas? Solo - solo vete. — Pipes, — dijo su padre. — No es su… — ¡VETE!—Gritó ella. A medida que avanzábamos por las destartaladas escaleras, no estaba seguro de qué era más pesado: mi cuerpo agotado, o la bala de la pena y la culpa que se había asentado en mi pecho. Durante todo el trayecto hasta la casa, oí los sollozos de Piper resonando en los oscuros acantilados.

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35 Si le das a un Pandos un ukelele, él querrá clases. NO LO HAGAS.

L

AS NOTICIAS SIMPLEMENTE fueron de mal en peor.

Ni Meg ni yo podíamos hacer funcionar la línea. Cualquiera que sea la maldición que afectaba a los semidioses con las comunicaciones, nos impidió obtener un tono de marcado. En mi desesperación, le pedí a Crest que lo intentara. Para él, el teléfono funcionó bien. Yo tomé eso como una afrenta personal. Le dije que marcara el 9-1-1. Después de que él falló repetidamente, caí en cuenta de que él estaba tratando de golpear en IX-I-I. Le mostré cómo hacerlo correctamente. — Sí, — le dijo a la operadora. — Hay un humano muerto en la playa. Él requiere ayuda —¿...La dirección? — Doce Oro del Mar, — dije. Crest repitió esto. — Eso es correcto... ¿Quién soy? — Él siseó y colgó. Esa parecía ser nuestra señal para irnos. 352

Miseria sobre miseria: El Ford Pinto 1979 de Gleeson Hedge todavía estaba estacionado en frente a la casa McLean. Al carecer de una mejor opción, me vi obligado a conducirlo de vuelta a Palm Springs. Todavía me sentía mal, pero el sellador mágico que Medea había usado en mi pecho parecía curarme, lenta y dolorosamente, como un ejército de pequeños demonios con pistolas de grapas corriendo por mi caja torácica. Meg iba de copiloto, llenando el coche con un olor a sudor ahumado, ropa húmeda y manzanas ardiendo. Crest se sentó en el asiento trasero con mi ukelele de combate, escogiendo y rasgueando, aunque aún tenía que enseñarle los acordes. Como había anticipado, el tablero del traste era demasiado pequeño para su mano de ocho dedos. Cada vez que tocaba una mala combinación de notas (que era cada vez que tocaba) siseó al instrumento, como si pudiera intimidarlo para que cooperara. Conduje aturdido. Cuanto más nos alejamos de Malibú, más me encontré pensando, No. Seguramente eso no sucedió. Hoy debe haber sido un mal sueño. Yo no acabo de ver morir a Jasón Grace. No acabo de dejar a Piper McLean sollozando esa playa. Nunca permitiría que sucediera algo así. ¡Soy una buena persona! No me creí a mí mismo. Por el contrario, yo era el tipo de persona que merecía conducir un Pinto amarillo en la mitad de la noche con una chica gruñona, andrajosa y un siseante Pandos adicto al ukelele por compañía. Ni siquiera estaba seguro de por qué estábamos regresando a Palm Springs. ¿De qué serviría? Sí, Grover y nuestros otros amigos nos esperaban, pero todo lo que teníamos para ofrecerles era una noticia trágica y un viejo par de sandalias. Nuestro 353

objetivo estaba en el centro de Los Ángeles: la entrada al Laberinto Ardiente. Para asegurarse de que la muerte de Jasón no fuera en vano, deberíamos haber conducido directamente allí para encontrar a la Sibila y liberarla de su prisión. Ah, pero ¿a quién estaba engañando? No estaba en condiciones de hacer nada. Meg no estaba mucho mejor. Lo mejor que podía esperar era llegar a Palm Springs sin dormirme al volante. Entonces podría acurrucarme en el fondo de la Cisterna y llorar hasta dormirme. Meg apoyó los pies en el tablero. Sus lentes se habían partido por la mitad, pero ella continuó usándolos como gafas de aviador torcidas. — Dale tiempo, — me dijo. — Ella está enojada. Por un momento, me pregunté si Meg estaba hablando de ella misma en tercera persona. Eso es todo lo que necesitaba. Entonces me di cuenta de que se refería a Piper McLean. A su manera, Meg estaba tratando de consolarme. Las aterradoras maravillas del día nunca acabarían. — Lo sé, — dije. — Intentaste suicidarte, — señaló. — Yo - pensé que eso... distraería a Medea. Fue un error. Todo es mi culpa. —Nah. Lo entiendo. ¿Meg McCaffrey me estaba perdonando? Me tragué un sollozo. — Jasón hizo una elección, — dijo. — La misma que tú. Los héroes deben estar listos para sacrificarse a sí mismos. 354

Me sentí inquieto... y no sólo porque Meg había usado una frase tan larga. No me gustaba su definición de heroísmo. Siempre había pensado en un héroe como alguien quien estaba de pie en una carroza de desfile, saludaba a la multitud, arrojaba caramelos y disfrutaba de la adulación de los plebeyos. Pero ¿sacrificarte? No. Eso no sería uno de mis puntos para un folleto de reclutamiento de héroes. Además, Meg parecía llamarme un héroe, colocándome en la misma categoría que Jasón Grace. Eso no se sentía correcto. Hago de dios mucho mejor que de un héroe. Lo que le dije a Piper sobre la finalidad de la muerte era cierto. Jasón no volvería. Si pereciera aquí en la tierra, tampoco tendría una segunda oportunidad. Yo nunca podría enfrentar esa idea tan tranquilamente como Jasón. Me había apuñalado en el pecho esperando que Medea me curara, solo para que pudiera despellejarme vivo unos minutos más tarde. Yo era así de cobarde. Meg tocó un callo en la palma de su mano. — Tenías razón. Acerca de Calígula, sobre Nero y el porqué estaba tan enojada. Eché un vistazo. Su rostro estaba tenso por la concentración. Ella había dicho nombres de los emperadores con un extraño desapego, como si estuviera examinando muestras de virus mortales del otro lado de una pared de vidrio. —¿Y cómo te sientes ahora? —Le pregunté. Meg se encogió de hombros. — Igual. Diferente. No lo sé. ¿Cómo cuándo cortas las raíces una planta? Así es como me siento. Es difícil. Los comentarios confusos de Meg tenían sentido para mí, lo cual no era una buena señal para mi cordura. Pensé en Delos, la 355

isla de mi nacimiento, que había flotado en el mar sin raíces hasta que mi madre, Leto, la escogió para dar a luz a mi hermana y a mí. Me fue difícil imaginar el mundo antes de nacer, imaginar Delos como un lugar a la deriva. A mi casa literalmente le habían crecido raíces debido a mi existencia. Nunca había estado inseguro de quién era, o quiénes eran mis padres, o de dónde venía. La Delos de Meg nunca dejó de flotar. ¿Podría culparla por estar enojada? — Tu familia es antigua, — noté. — La línea de Plemnaeus te da un orgulloso patrimonio. Tu padre estaba haciendo un trabajo importante en Aeithales. El nacido de sangre, las esposas de plata... lo que sean esas semillas que plantaste, aterrorizaron a Calígula. Meg tenía tantos cortes nuevos en su rostro que era difícil saber si ella estaba frunciendo el ceño. — ¿Y si no puedo hacer que esas semillas crezcan? No arriesgué una respuesta. No pensamientos de fracaso ésta noche.

podía

manejar

más

Crest asomó la cabeza entre los asientos.— ¿Puedes mostrarme el C menor Tricordio ahora? Nuestra reunión en Palm Springs no fue una muy feliz. Solo por nuestra condición, las dríadas en servicio podrían decir que trajimos malas noticias. Eran las dos de la mañana, pero reunieron a toda la población de los invernaderos en la Cisterna, junto con Grover, Coach Hedge, Mellie y el bebé Chuck. 356

Cuando el árbol Josué vio a Crest, la dríada frunció el ceño. — ¿Por qué has traído esta criatura en medio de nosotros? — Más importante aún, — dijo Grover, — ¿Dónde están Piper y Jason? Se encontró con mi mirada y su compostura se derrumbó como una torre de cartas. — Oh, no. No. Les contamos nuestra historia. O mejor dicho, yo lo hice. Meg se sentó en el borde del estanque y miraba desoladamente al agua. Crest se metió en uno de los nichos y envolvió sus orejas alrededor de sí mismo como una manta, acunando mi ukelele de la misma manera forma en que Mellie acunó al bebé Chuck. Mi voz se quebró varias veces mientras describía la batalla final de Jasón. Su muerte finalmente se hizo real para mí. Dejé cualquier esperanza de que me despertaría de esta pesadilla. Esperaba que Gleeson Hedge explotara, comenzara a balancear su bate en todo y todos. Pero, al igual que Tristán McLean, me sorprendió. El sátiro se quedó quieto y tranquilo, su voz enervadora incluso. — Yo era el protector del chico, — dijo. — Debería haber estado allí. Grover trató de consolarlo, pero Hedge levantó una mano. —No lo hagas. Simplemente no lo hagas. —Se enfrentó a Mellie. — Piper nos va a necesitar. La ninfa de la nube se limpió una lágrima. — Sí. Por supuesto. Aloe Vera se retorció las manos. — ¿Debería ir yo también? Tal vez haya algo que pueda hacer. — Ella me miró con sospecha. — ¿Has probado el aloe vera en este chico Grace? 357

— Me temo que está realmente muerto, — le dije, — más allá de los poderes del aloe. Parecía no estar convencida, pero Mellie le apretó el hombro. — Eres necesaria aquí, Aloe. Sana a Apolo y Meg. Gleeson, trae la bolsa de pañales. Te encontraré en el auto. Con el bebé Chuck en sus brazos, ella flotó hacia arriba y hacia afuera de la Cisterna. Hedge chasqueó sus dedos hacia mí. — Las Llaves Pinto. — Las arrojé. — Por favor, no hagas nada precipitado. Calígula es... No puedes… Hedge me detuvo con una fría mirada. — Tengo que atender a Piper. Esa es mi prioridad. Dejaré las cosas precipitadas a otras personas. Escuché la amarga acusación en su voz. Viniendo del entrenador Hedge, eso me pareció profundamente injusto, pero no tuve valor para protestar. Una vez que la familia Hedge desapareció, Aloe Vera se preocupó por Meg y por mí, untando baba en nuestras heridas. Ella quitó el tapón rojo en mi pecho y lo reemplazó con una hermosa espiga verde de su pelo. Las otras dríadas parecían no saber qué hacer o decir. Se pararon alrededor del estanque, esperando y pensando. Supuse que, como plantas, estaban cómodos con los largos silencios. Grover Underwood se sentó pesadamente al lado de Meg. Él movió sus dedos sobre los agujeros de flauta.

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— Perder un semidiós... — Negó con la cabeza. — Eso es lo peor que puede pasarle a un protector. Hace años, cuando pensé que había perdido a Thalía Grace... — se detuvo, luego se desplomó bajo el peso de la desesperación. — Oh, Thalía. Cuando ella escuche sobre esto... No pensé que pudiera sentirme peor, pero ésta idea envió algunas hojas de afeitar más circulando por mi pecho. Thalía Grace me había salvado la vida en Indianápolis. Su furia en el combate solo había sido rivalizada por la ternura con la que ella habló de su hermano. Sentí que debería ser yo quien le diera la noticia. Por otro lado, no quería estar en el mismo estado cuando lo escuche. Miré a mis compañeros abatidos. Recordé las palabras de la Sibila en mi sueño: Te parecerá que no te vale la pena. Yo misma no estoy segura. Pero debes venir. Debes mantenerlos unidos en su dolor. Ahora entiendo. Desearía no hacerlo. ¿Cómo podría mantener unida una Cisterna llena de dríadas espinosas cuando no podría ni siquiera mantenerme a mí mismo? Sin embargo, levanté el antiguo par de sandalias que habíamos recuperado de los yates. — Al menos tenemos estas. Jasón dio su vida para que tengamos la oportunidad de detener los planes de Calígula. Mañana usaré las usare en el Laberinto Ardiente. Encontraré una manera de liberar al Oráculo y detener el fuego de Helios. Pensé que era una buena charla, diseñada para restaurar la confianza y tranquiliza a mis amigos. Dejé la parte sobre no tener idea de cómo lograr hacer cualquiera de eso.

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Prickly Pear se erizó, lo cual hacía con habilidad consumada. — No estás en condición de hacer cualquier cosa. Además, Calígula sabrá lo que estás planeando. Estará esperando y listo esta vez. — Ella tiene razón, — dijo Crest desde su nicho. Las dríadas fruncieron el ceño. — ¿Por qué está aquí? — Exigió Choya. — Lecciones de música, — dije. Eso me ganó varias docenas de miradas confundidas. — Larga historia, — dije. — Pero Crest arriesgó su vida por nosotros en los yates. El salvo a Meg. Podemos confiar en él. — Miré al joven Pandos y esperaba que mi apreciación fuera correcta. — Crest, ¿Hay algo que puedas decirnos que pueda ayudar? Crest arrugó su borrosa nariz blanca (lo que no lo hizo lucir lindo o hacerme querer abrazarlo). — No puedes usar la entrada principal en el centro. Estarán esperando. — Logramos pasarte, — dijo Meg. Las orejas gigantes de Crest se volvieron rosadas en los bordes. — Eso fue diferente, — murmuró. — Mi tío me estaba castigando. Fue el turno del almuerzo. Nadie nunca ataca durante el turno de almuerzo. Me miró como si hubiera sabido eso. — Tendrán más luchadores ahora. Y trampas. El caballo podría estar allí. Él puede moverse muy rápido. Solo una llamada telefónica y él puede llegar.

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Recordé lo rápido que Incitatus había aparecido en La Locura Militar de Macro y la brutalidad con la que había luchado a bordo del yate. No estaba ansioso por enfrentarlo de nuevo. — ¿Hay otra forma de entrar? — Le pregunté. — Algo, no sé, ¿menos peligroso y convenientemente cerca de la habitación del Oráculo? Crest abrazó su ukelele (mi ukelele) con más fuerza. — Hay una. La conozco. Los demás no. Grover inclinó la cabeza. — Tengo que decir que eso suena demasiado conveniente. Crest hizo una mueca. — Me gusta explorar. Nadie más lo hace. El tío Amax, él siempre dice que soy un soñador. Pero cuando exploras, encuentras cosas. No podría discutir eso. Cuando exploraba, tendía a encontrar cosas peligrosas que querían matarme. Dudaba que el día de mañana fuera diferente. — ¿Podrías llevarnos a esta entrada secreta? — Le pregunté. Crest asintió. — Entonces tendrás una oportunidad. Podrías entrar, llegar al Óraculo antes de que los guardias te encuentren. Entonces puedes salir y darme lecciones de música. Las dríadas me miraron, sus expresiones inútilmente en blanco, como si pensaran, Oye, no podemos decirte como morir. Esa es tu elección. — Lo haremos, — Meg decidió por mí. — Grover, ¿Estás dentro? Grover suspiró. — Por supuesto. Pero primero ustedes dos necesitan dormir. 361

—Y curaciones, — agregó Aloe. — ¿Y enchiladas? — Le pregunté. — ¿Para el desayuno? En ese punto, llegamos a un consenso. Por lo tanto, teníamos enchiladas que esperar, y también un probable viaje fatal a través del laberinto ardiente. Me acurruqué en mi saco de dormir y me desmayé.

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36 Una cuarta suspendida El tipo de nota que tocas justo antes que de repente–

M

E DESPERTÉ CUBIERTO de baba y con espinas de aloe (una vez más) en mi nariz.

En el lado positivo, mis costillas ya no se sentían como si estuvieran llenas de lava. Mi pecho había sanado, dejando sólo una cicatriz fruncida donde me había empalado. Yo nunca antes había tenido una cicatriz. Deseé poder verlo como una insignia de honor. En cambio, yo temía que ahora, cada vez que miraba hacia abajo, recordaría la peor tarde de mi vida. Al menos había dormido profundamente sin sueños. Ese aloe vera era bueno. El sol brillaba directamente arriba. La Cisterna estaba vacía, excepto por mí y Crest, que roncaba en su nicho, agarrando su osito de ukelele. Alguien, probablemente hace unas horas, había dejado un plato de enchilada de desayuno con una soda Big Hombre al lado de mi saco de dormir. La comida se había enfriado a tibio. El hielo en la soda se había derretido No me importó. Comí y bebí vorazmente. Estaba agradecido por la salsa 363

picante que eliminó el olor de los yates en llamas de mis senos paranasales. Una vez que me des-babe y me lavé en el estanque, me vestí con un nuevo conjunto de camuflaje de Macro: blanco ártico, porque había tanta demanda para eso en el desierto de Mojave. Me llevé al hombro mi carcaj y arco. Até los zapatos de Calígula a mi cinturón. Considere intentar tomar el ukelele de Crest pero decidí dejar que lo tuviera por ahora, ya que no quería que me mordieran las manos. Finalmente, trepé al opresivo calor de Palm Springs. A juzgar por el ángulo del sol, debe haber sido alrededor de las tres de la tarde. Me preguntaba por qué Meg me había dejado dormir tan tarde. Escaneé la ladera y no vi a nadie Por un momento de culpabilidad, me imaginé que Meg y Grover habían sido incapaces de despertarme y se habían ido solos para encargarse del laberinto. ¡Maldita sea! Podría decir cuándo regresaron. ¡Lo siento chicos! ¡Y yo también estaba listo! Pero no. Las sandalias de Calígula colgaban de mi cinturón. No se habrían ido sin estas. También dudaba que hubieran olvidado a Crest, ya que él era el único que conocía la entrada súper secreta del laberinto. Capté un parpadeo de movimiento, dos sombras moviéndose detrás del invernadero más cercano. Me acerqué y escuché voces en una conversación sincera: Meg y Josué. No estaba seguro de si dejarlos ser o marchar y gritarles, Meg, ¡éste no es el momento para flirtear con tu novio yuca! Entonces me di cuenta de que estaban hablando de climas y estaciones de crecimiento. Ugh. Entre en su campo de visión y los 364

encontré estudiando una línea de siete jóvenes retoños que había brotado del suelo rocoso... en los lugares exactos donde Meg había plantado sus semillas solo ayer. Josué me vio de inmediato, una señal segura de que mi camuflaje ártico estaba funcionando. — Bien. Está vivo. — No parecía particularmente emocionado por esto. — Estábamos simplemente hablando de los recién llegados. Cada árbol joven creció alrededor de un metro de alto, sus ramas blancas, sus hojas verdes claro diamante que parecían demasiado delicados para el calor del desierto. — Esos son fresnos, — dije, estupefacto. Sabía mucho sobre los árboles de fresno... Bueno, más de lo que sabía sobre la mayoría de los árboles, de todas formas. Hace mucho tiempo, me llamaron Apolo Meliai, Apolo de los fresnos, debido a una arboleda sagrada que poseía... oh, ¿dónde estaba? En aquel entonces yo tenía muchas propiedades de vacaciones no pude mantenerlas todas derechas. Mi mente comenzó a girar. La palabra meliai significaba algo además de fresnos. Tenía un significado especial. A pesar de ser plantadas en un lugar con un clima completamente hostil, estas plantas jóvenes irradiaban fuerza y energía que incluso yo podía sentir. Habían crecido de la noche a la mañana en árboles jóvenes sanos. Me preguntaba qué aspecto tendrían mañana. Meliai... repasé la palabra en mi mente. ¿Qué había dicho Calígula? Nacidos en sangre. Esposas de plata. 365

Meg frunció el ceño. Se veía mucho mejor ésta mañana –de vuelta en sus ropas de color de señales de tráfico que habían sido parchadas y lavadas milagrosamente. (Sospecho que, por las dríadas, que son geniales con las telas.) Sus gafas de ojo de gato habían sido reparadas con cinta aislante azul. Las cicatrices en sus brazos y cara se habían desvanecido en leves rayas blancas como los meteoritos que se arrastran por el cielo. — Todavía no lo entiendo, — dijo. — Los fresnos no crecen en el desierto. ¿Por qué estaba mi Papá experimentando con fresnos? — Las Meliai, — dije. Los ojos de Josué brillaron. — Ese era mi pensamiento también. — ¿Quién? — Meg preguntó. — Creo, — dije, — que tu padre estaba haciendo algo más que simplemente investigar una cepa de plantas nuevas y resistentes. Estaba tratando de recrear... o más bien reencarnar antiguas especies de dríadas. ¿Era mi imaginación, o los árboles jóvenes crujieron? Reprimí el impulso de dar un paso atrás y huir. Eran sólo retoños, me recordé a mí mismo. Bonitas plantas bebé inofensivas que no tenían ninguna intención de matarme. Josué se arrodilló. Con su ropa de safari caqui, con su cabello verde grisáceo despeinado, parecía un experto en animales salvajes que estaba a punto de señalar algún tipo de especie de escorpión mortal para la audiencia televisiva. En su lugar, tocó las ramas de la el árbol más cercano, luego rápidamente quitó su mano.

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— ¿Podría ser?, — Reflexionó. — Todavía no están conscientes, pero el poder que siento... — Meg se cruzó de brazos e hizo un puchero. — Bueno, no los habría plantado aquí de saber que eran fresnos importantes o lo que sea. Nadie me dijo. Josué le dio una sonrisa seca. — Meg McCaffrey, si éstos son las Meliai, sobrevivirá incluso en este clima hostil. Eran las primeras dríadas, siete hermanas nacidas cuando la sangre de los Ouranos asesinados cayó sobre el suelo de Gaia. Fueron creados al mismo tiempo que las Furias, y con la misma gran fuerza. Me estremecí. No me gustaban las Furias. Eran feas, de mal genio, y tenían mal gusto en la música. — Los nacidos de sangre, — dije. — Así es como Calígula las llamó. Y las esposas de plata. — Mmm. — Josué asintió. — Según la leyenda, las Meliai se casaron con humanos que vivieron durante la Edad de Plata, y dieron a luz a la raza de la Edad del Bronce. Pero todos cometemos errores. Estudié los retoños. No se parecían mucho a las madres de la humanidad de la Edad del Bronce. Tampoco se parecían a las Furias. — Incluso para un botánico experto como el Dr. McCaffrey, — dije, — incluso con la bendición de Deméter... ¿es posible reencarnar seres tan poderosos? Josué se balanceó pensativamente. — ¿Quién sabe? Parece que la familia de Plemnaeus perseguía este objetivo durante milenios. Nadie sería más adecuado. Dr McCaffrey perfeccionó las semillas. Su hija las plantó. 367

Meg se sonrojó. — No lo sé. Lo que sea. Parece extraño. Joshua miró los jóvenes fresnos. — Tendremos que esperar y ver. Pero imaginar siete dríadas primordiales, seres de gran poder, dedicadas a la preservación de la naturaleza y la destrucción de cualquiera que lo amenace. — Su expresión se volvió inusualmente belicoso para una planta de flores. — Seguramente Calígula vería eso como una gran amenaza. No podría discutir. ¿Era una amenaza suficiente para quemar la casa de un botánico y enviarlo a él y su hija directamente a los brazos de Nero? Probablemente. Josué se levantó. — Bueno, debo irme a dormir. Incluso para mí, las horas diurnas son agotadoras. Vigilaremos a nuestros siete nuevos amigos. ¡Buena suerte en tu búsqueda! Desapareció en una nube de fibra de yuca. Meg parecía descontenta, probablemente porque yo había interrumpido su conversación coqueta sobre las zonas climáticas. — Fresnos—, gruñó. —Y los planté en el desierto. — Los plantaste donde tenían que estar, — dije. — Si éstos son realmente las Meliai — Negué con la cabeza con asombro — te respondieron, Meg. Tú trajiste una fuerza de vida que ha estado ausente por milenios. Eso es asombroso. Ella lo miró. — ¿Te estás burlando de mí? — No, — le aseguré. — Eres la hija de tu madre, Meg McCaffrey. Eres muy impresionante. — Hmph. Entendí su escepticismo. 368

Deméter rara vez se describió como impresionante. Con demasiada frecuencia, la diosa era ridiculizada por no ser lo suficientemente interesante o poderosa. Al igual que las plantas, Deméter trabajó lenta y silenciosamente. Sus diseños crecieron a lo largo de los siglos. Pero cuando esos diseños llegaron a madurar (mal juego de palabras de frutas, lo siento), podrían ser extraordinarios. Como Meg McCaffrey. — Ve a despertar a Crest, — me dijo Meg. —Y te encontraré en el camino. Grover está consiguiendo un auto. Grover era casi tan bueno como Piper McLean en la adquisición de vehículos de lujo. Él nos había encontrado un Mercedes XLS rojo, sobre el que normalmente no me habría quejado –excepto que era exactamente la misma marca y modelo que Meg y yo habíamos conducido de Indianápolis a la Cueva de Trofonío. Me gustaría decirte que no creía en malos presagios. Pero ya que yo era el dios de presagios... Al menos Grover aceptó conducir. Los vientos habían cambiado hacia el sur, llenando el Morongo Valley con humo de incendios forestales y tráfico obstruido incluso más de lo habitual. El sol de la tarde se filtraba a través del cielo rojo como un ojo funesto. Temía que el sol pareciera hostil por el resto de la eternidad si Calígula se convertía en el nuevo dios solar... pero no, no podría pensar así. Si Calígula tomaba posesión del carro solar, no había forma de saber qué cosas horribles haría para modificar su nuevo vehículo: secuenciadores, baja iluminación, una bocina que tocara el riff de 'Low Rider'... Algunas cosas no podrían ser toleradas.

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Me senté en el asiento trasero con Crest e hice mi mejor esfuerzo para enseñarle los acordes básicos del ukelele. Aprendió rápidamente, a pesar del tamaño de sus manos, pero se puso impaciente con los acordes principales y quería aprender combinaciones más exóticas. — Muéstrame la cuarta suspendida nuevamente, — dijo. —Me gusta esa. Por supuesto que le gustarían los acordes más difíciles. — Deberíamos comprarte una guitarra grande, — insté una vez más. — O incluso un laúd. — Tocas el ukelele, — dijo. — Tocaré el ukelele. ¿Por qué siempre atraigo a tales compañeros obstinados? ¿Es mi encantadora, tranquila personalidad? No lo sabía. Cuando Crest se concentró, su expresión me recordó extrañamente a la de Meg –una cara tan joven, pero atenta y seria, como si el destino del mundo dependiera de que éste acorde se tocara correctamente, éste paquete de semillas plantadas, ésta bolsa de productos podridos siendo arrojados a la cara de este matón de la calle en particular. ¿Por qué esa similitud debería hacerme sentir cariño por Crest?, no estaba seguro, pero me llamó la atención cuánto había perdido desde ayer –su trabajo, su tío, casi su vida– y cuánto arriesgó por venir con nosotros. —Nunca dije cuánto lo sentía, — me atreví a decir, — sobre tu tío Amax. Crest olfateó el tablero del ukelele. —¿Por qué lo lamentarías? ¿Por qué yo lo lamentaría? 370

—Uh... es solo, ya sabes, una expresión de cortesía... cuando matas los parientes de alguien. — Nunca me gustó, — dijo Crest. — Mi madre me envió a él, dijo que me haría un verdadero guerrero pandos. — Tocó el acorde, pero obtuvo una disminuida séptima por error. Parecía satisfecho de sí mismo. — No quiero ser un guerrero. ¿Cuál es tu trabajo? — Eh, bueno, soy el dios de la música. — Entonces eso es lo que seré. Un dios de la música. Meg miró hacia atrás y sonrió. Intenté darle a Crest una sonrisa alentadora, pero esperaba que no quisiera despellejarme vivo y consumir mi esencia. Ya tenía una lista de espera para eso. — Bueno, vamos a dominar estos acordes primero, ¿de acuerdo? Seguimos nuestro camino hacia el norte de Los Ángeles, pasando por San Bernardino, luego Pasadena. Me encontré mirando hacia las colinas donde habíamos visitado la escuela Edgarton. Me pregunté qué harían los profesores cuando descubrieran que Jasón Grace faltaba, y cuando descubrieran que su camioneta escolar había sido secuestrada y abandonada en el paseo marítimo de Santa Bárbara. Pensé en la maqueta de la Colina de los Templos de Jasón en su escritorio, los cuadernos de bocetos que esperaban en su estante. Me parecía poco probable que viva lo suficiente como para cumplir mi promesa, llevar sus planos de forma segura a los dos campos. La idea de fallarle una 371

vez más lastimó mi corazón incluso peor que el intento de Crestde hacer un Sol menor sexto. Finalmente, Crest nos dirigió hacia el sur por la Interestatal 5, hacia la ciudad. Tomamos la salida Crystal Springs Drive y se nos sumergimos en Griffith Park con sus sinuosas carreteras, campos de golf rodantes y espesos bosques de eucaliptos. — Además, — dijo Crest. — La segunda derecha. Arriba de esa colina. Nos guió a un camino de servicio de grava no diseñado para un Mercedes XLS. — Está allá arriba. — Crest señaló el bosque. — Debemos caminar. Grover se detuvo junto a un grupo de yucas, que por lo que sabía eran sus amigos. Verificó el comienzo del sendero, donde un pequeño letrero decía VIEJO ZOOLÓGICO DE LOS ÁNGELES. — Conozco este lugar. — Grover se estremeció. — Odio este lugar. ¿Por qué nos traes aquí? — Te lo dije, — dijo Crest. —Hay una entrada al laberinto. — Pero... — Grover tragó, sin duda sopesando su natural aversión a los lugares con animales enjaulados contra su deseo de destruir el laberinto ardiente. — Está bien. Meg parecía suficientemente feliz, considerándolo todo. Ella respiró en el que-sucede-en-LA-por-aire-fresco e incluso hizo algunas volteretas tentativas mientras nos hacíamos camino hacia la colina. Subimos a la cima de la cresta. Debajo de nosotros se extendían las ruinas de un zoológico –veredas cubiertas de maleza, paredes 372

de cemento desmoronadas, jaulas oxidadas y cuevas hechas por el hombre llenas de escombros. Grover se abrazó a sí mismo, temblando a pesar del calor. — Los humanos abandonaron este lugar hace décadas cuando construyeron su nuevo zoológico. Todavía puedo sentir las emociones de los animales que fueron encerrados aquí, su tristeza. Es horrible. — ¡Aquí abajo! — Crest extendió las orejas y navegó sobre las ruinas, aterrizando en una profunda gruta. Como no teníamos orejas para volar, el resto de nosotros tuvimos que trepar nuestro camino a través del terreno enmarañado. Al final nos unimos a Crest en el fondo de un mugriento recipiente de cemento cubierto con hojas secas y arena. — ¿Un pozo de oso? — Grover se puso pálido. — Ugh. Pobres osos. Crest presionó sus manos de ocho dedos contra la pared posterior del recinto. Él frunció el ceño. — Esto no está bien. Debería estar aquí. Mi espíritu se hundió a un nuevo nivel abajo. — ¿Quieres decir que tu entrada secreta se ha ido? Crest siseó con frustración. — No debería haber mencionado este lugar a Chillón. Amax debe habernos escuchado hablando. Él lo selló de alguna manera. Estuve tentado de señalar que nunca es una buena idea compartir tus secretos con alguien llamado Chillón, pero Crest parecía ya sentirse lo suficientemente mal. — ¿Y ahora qué? — Preguntó Meg. — ¿Usar la salida del centro? 373

— Demasiado peligroso, — dijo Crest. —¡Debe haber una manera de abrir esto! Grover estaba tan nervioso que me pregunté si tenía una ardilla en el pantalón. Él me miró como si quisiera renunciar y huir de este zoológico lo más rápido posible. En cambio, suspiró. — ¿Qué decía la profecía sobre tu guía con pezuñas? — Que sólo tú conocías el camino, — recordé. — Pero ya cumpliste ese propósito para llegar a Palm Springs. A regañadientes, Grover sacó sus flautas. — Supongo que aún no he terminado. — ¿Una canción de apertura? — Pregunté. — Como la que Hedge usó en la tienda de Macro? Grover asintió. — No he intentado esto en mucho tiempo. La última vez, abrí un camino desde Central Park hasta el Inframundo. — Sólo búscanos en el laberinto, por favor, — le aconsejé.—No el Inframundo. Levantó su flauta y trinó 'Tom Sawyer' de Rush. Crest parecía embelesado. Meg se cubrió las orejas. La pared de cemento se sacudió. Se rompió por la mitad, revelando un conjunto empinado de escaleras ásperas que conducían a la oscuridad. — Perfecto, — gruñó Grover. — Odio el mundo inferior casi tanto como odio los zoológicos. Meg convocó sus espadas. Ella entró. Después de una respiración profunda, Grover la siguió. 374

Me volví hacia Crest. — ¿Vienes con nosotros? Sacudió la cabeza. — Te lo dije. No soy un luchador. Cuidaré la salida y practicare mis acordes. — Pero podría necesitar el uku… — Practicaré mis acordes, — insistió, y comenzó a rasguear una cuarta suspendida. Seguí a mis amigos en la oscuridad, ese acorde seguía sonando detrás de mí, exactamente el tipo de música de fondo tensa que uno podría esperar justo antes de una lucha dramática y espeluznante. A veces odiaba las cuartas suspendidas.

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37 ¿Quiero jugar un juego? Es fácil. Tomas un presentimiento. Entonces te quemas hasta la muerte

E

STA PARTE DEL LABERINTO no tenía elevadores, empleados del gobierno, vagabundos o carteles que nos recuerdan tocar la bocina antes de girar en las esquinas.

Alcanzamos la parte inferior de la escalera y encontramos un pozo vertical. Grover siendo parte cabra, no tuvo dificultades en bajar. Después de verificar que no había monstruos ni osos caídos esperándonos, Meg hizo crecer una franja gruesa de glicina dentro del agujero lo cual permitió que algunos de nuestros asideros olieran agradablemente. Nos dejamos caer a una pequeña cámara cuadrada con cuatro túneles que irradiaban hacia el exterior, uno desde cada pared. El aire estaba caliente y seco como si los fuegos de Helios hubieran desaparecido recientemente. Sudor perlado en mi piel. En mi carcaj, los ejes de las flechas crujían y rechinaban Grover miro de manera triste la poca luz solar que se asomaba desde arriba. —Vamos a regresar al mundo exterior — le prometí. — Sólo me preguntaba si Piper recibió mi mensaje. 376

Meg lo miró sobre sus gafas azules grabadas —¿Qué mensaje? —Me encontré a una ninfa de la nube cuando estaba recogiendo el Mercedes, — él dijo, como si toparse con ninfas de las nubes a menudo sucediera cuando estaba tomando prestado un automóvil. — Le pedí que le diera un mensaje a Mellie, le dijera lo qué estábamos tramando –suponiendo, ya sabes, que las ninfas lo hacen de forma segura Consideré esto, preguntándome por qué Grover no lo había mencionado antes. — ¿Estabas esperando que Piper nos encontrara aquí? —En realidad no... — Su expresión decía, Sí, por favor, dioses, podríamos tener su ayuda. —Solo pensé que ella debería saber lo que estábamos haciendo por si acaso... — su expresión hablo por si sola: en caso de que nos encendiésemos en llamas y nunca volvamos a saber de él. No me gustaban las expresiones de Grover. —Es hora de los zapatos— dijo Meg Me di cuenta de que ella me estaba mirando. —¿Qué? —Los zapatos. — Señaló las sandalias que colgaban de mi cinturón. —Correcto. — Los tiré de mi cinturón. —Umm… ¿Alguno de ustedes quiere probarlos? —Nuh-uh— dijo Meg Grover se estremeció. —He tenido malas experiencias con el calzado encantado.

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No estaba emocionado de llevar las sandalias de un emperador malvado. Temí que pudieran convertirme en un maníaco hambriento de poder. Además, no combinaban con mi camuflaje ártico. Sin embargo, me senté en el suelo y até las cáligas. Me hizo apreciar cuánto más del mundo el Imperio Romano podría haber conquistado si hubieran tenido acceso a las tiras de Velcro. Me puse de pie e intenté dar algunos pasos. Las sandalias se clavaron en mis tobillos y me pellizcaron a los lados. Lo positivo, no me sentí más sociópata de lo normal. Esperaba no estar infectado con Caligulitis. —Está bien— dije. —¡Zapatos, llévanos a la sibila Eritrea! Los zapatos no hicieron nada. Empujé un dedo del pie en una dirección, luego en otra, preguntándome si necesitaban un puntapié inicial. Revisé las suelas en busca de botones o compartimientos de batería. Nada —¿Qué hacemos ahora? — particular.

No le pregunté a nadie en

La cámara se iluminó con una tenue luz dorada, como si alguien hubiera encendido un atenuador de luz. —Chicos— Grover señaló a nuestros pies. En el suelo de cemento áspero, el débil contorno dorado de un cuadrado de cinco pies había aparecido. Si hubiera sido una trampa, todos hubiéramos caído directamente. Cuadrados idénticos conectados se ramificaron en cada uno de los corredores como los espacios de un juego de mesa. Los senderos no eran de igual longitud. Uno solo extendió tres espacios en el pasillo, otro tenía cinco espacios de largo, otro era siete, otro seis.

378

Contra la pared de la cámara, a mi derecha, apareció una inscripción dorada brillante en griego antiguo: asesino de pitones, dorado, armado con flechas de terror. —¿Qué está pasando? — Meg preguntó. —¿Qué es eso? —¿No puedes leer griego antiguo? — Yo pregunté. —Y tú no puedes distinguir una fresa de un ñame— replicó — ¿Qué dice? Le di la traducción Grover se acarició la barba. —Eso suena como Apolo, quiero decir, tú. Cuando solías ser... bueno. Me tragué mi sensación de dolor. —Por supuesto que es Apolo, quiero decir, yo. —Entonces, ¿El laberinto te está dando la bienvenida? — Meg preguntó. Eso hubiera sido bueno. Siempre había querido un asistente virtual activado por voz para mi palacio en el Olimpo, pero Héfesto no había podido obtener la tecnología correcta. La única vez que lo intentó, el asistente había sido llamado Alexasiriastrophona. Había sido muy exigente con que su nombre se pronunciara perfectamente, y al mismo tempo tenía un hábito molesto de obtener mis solicitudes incorrectas. Yo diría, Alexasiriastrophona, envía una flecha de plaga para destruir a Corinto, por favor. Y ella respondería, creo que dijiste: los hombres culpan a las filas de las pulgas de soja y de maíz Aquí en el Laberinto Ardiente, dudaba que un asistente virtual hubiera sido instalado. Si lo hubiera sido, probablemente sólo preguntaría a qué temperatura prefería cocinarme.

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—Este es un rompecabezas de palabras— Decidí —Como un acróstico o un crucigrama. La Sibila está tratando de guiarnos hacia ella Meg frunció el ceño en los diferentes pasillos. —Si ella está tratando de ayudar, ¿Por qué no puede hacerlo fácil y darnos una sola dirección? —Así es como opera Herófila—, dije —Es la única forma en que puede ayudarnos. Creo que debemos, eh, completar la respuesta correcta en el número correcto de espacios Grover se rascó la cabeza. —¿Alguien tiene una pluma dorada gigante? Desearía que Percy estuviera aquí —No creo que lo necesitemos — dije. —Sólo necesitamos caminar en la dirección correcta para deletrear mi nombre. Apolo60 seis letras, solo uno de estos corredores tiene seis espacios —¿Estás contando el espacio en el que estamos parados? —, Preguntó Meg —Uh, no— dije —Asumamos que este es el espacio de inicio— Sin embargo, su pregunta me hizo dudar de mí mismo. —¿Y si la respuesta es Lester?— Dijo —También tiene seis espacios La idea me picaba la garganta. —¡Por favor deja de hacer buenas preguntas! ¡Tenía todo esto resuelto! —¿O qué pasa si la respuesta está en griego? — agregó Grover —La pregunta está en griego. ¿Cuántos espacios sería tu nombre entonces? 60

En el original es “Apollo” por eso se refiere que tiene 6 letras

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Otro punto molestamente lógico. Mi nombre en griego era Απολλων. —Eso serían siete espacios— admití —Incluso si se transcriben en inglés, Apollon… —¿Pregunta a la flecha de Dodona? — sugirió Grover La cicatriz en mi pecho hormigueaba como una salida eléctrica defectuosa. —Eso es probablemente contra las reglas. Meg resopló —simplemente no quieres hablar con la flecha. ¿Por qué no intentarlo? Si me resistía, imaginaba que lo iba a pronunciar como una orden, así que saqué la Flecha de Dodona. —¡DE NUEVO, BRIBON! —zumbó alarmado. —¡NUNCA MÁS ME PEGARAS EN TU ASQUEROSO PECHO! ¡NI A LOS OJOS DE TUS ENEMIGOS! —Relájate— le dije —sólo quiero un consejo. —ASÍ QUE AHORA ME VIENES CON ESO, PERO YO LES ADVIERTO… —La flecha se detuvo mortalmente. —PERO EN VERDAD ¿ ES UN CRUCIGRAMA LO QUE VEO ANTE MI? ME ENCANTAN LOS CRUCIGRAMAS. —Oh alegría, oh felicidad— Me volví hacia mis amigos —La flecha ama los crucigramas. Le expliqué nuestra situación a la flecha, quien insistió en mirar de cerca los cuadrados del piso y la pista escrita en la pared. Una mirada más de cerca... ¿Con qué ojos? no lo sabía. La flecha zumbó tímidamente. —CREO QUE LA RESPUESTA SERÁ MÁS EN LA LENGUA COMÚN DEL INGLÉS. SERÍA EL NOMBRE CON EL QUE ESTÁS MÁS 381

FAMILIARIZADO EN LA ACTUALIDAD. —Él dice: — suspiré —Él dice que la respuesta será en inglés. Espero que se refiera al inglés moderno y no a la extraña jerga de Shakespeare que él habla. —¡NO ES EXTRAÑO! — la flecha se opuso. —No tenemos suficientes espacios para deletrear a Apolonio para expresar tu respuesta. —OH, JAJA. ES UNA BROMA TAN DÉBIL COMO TUS MÚSCULOS. —Gracias por jugar— Envainé la flecha —Entonces, amigos, el túnel con seis cuadrados, Apolo ¿Vamos? —¿Qué pasa si elegimos mal? — Preguntó Grover —Bueno— dije —quizás las sandalias mágicas te ayudarán. O tal vez las sandalias nos limiten a jugar este juego en primer lugar, y si nos desviamos del camino correcto, a pesar de los esfuerzos de la Sibila por ayudarnos, nos abriremos a la furia del laberinto. —Y nos quemamos hasta la muerte— Meg dijo —Me encantan los juegos— dijo Grover —Adelante —¡La respuesta es Apolo!– constancia.

Dije solo para que quede

Tan pronto como di un paso hacia la siguiente casilla, una gran letra mayúscula A apareció a mis pies. Tome esto como una buena señal. Di un paso atrás, apareció una P, Mis dos amigos me seguían de cerca. Por fin bajamos del sexto cuadrado, a una pequeña cámara idéntica a la anterior. Mirando hacia atrás, la palabra completa APOLLO resplandeció a nuestro paso. Delante de nosotros, tres 382

corredores más con filas doradas de cuadrados avanzaron: izquierda, derecha y adelante. —Hay otra pista— Meg señaló la pared. —¿Por qué esta esté en inglés? —No sé— dije. Luego leí en voz alta las palabras brillantes: — Heraldo de nuevas entradas, del año del dulce planear, Janus, el doble… —Oh, ese tipo, el dios romano de las puertas— Grover se estremeció —Lo conocí una vez— Miró alrededor sospechosamente —Espero que no aparezca, Él amaría este lugar. Meg trazó sus dedos sobre las líneas doradas. —Es un poco fácil, ¿no? Su nombre está ahí en la pista. Cinco letras, J-A-N-US, así que tiene que ser así. — Señaló el pasillo a la derecha, que era el único con cinco espacios. Miré la pista, luego los cuadrados. Comencé a sentir algo aún más inquietante que el calor, pero no estaba seguro de qué era. —Janus no es la respuesta— decidí —esto es más una situación de relleno en blanco, ¿No crees? ¿Janus del doble qué? —Caras— Grover dijo —Tenía dos caras, ninguna de las cuales necesito ver de nuevo. Anuncié en voz alta al corredor vacío: —¡La respuesta correcta es caras! No recibí respuesta, pero a medida que avanzamos por el pasillo de la derecha apareció la palabra CARAS. Tranquilo, no fuimos asados vivos por el fuego del Titán.

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En la siguiente cámara, nuevos corredores dirigidos una vez más en tres direcciones. Esta vez, la pista brillante en la pared estaba otra vez en griego antiguo. Una emoción me recorrió mientras leía las líneas. —¡Lo sé! Es de una pechera de Baquílides— traduje para mis amigos: —Pero el dios más elevado, poderoso con su rayo, envió a Hipnos y a su gemelo desde el nevado Olimpo al valiente guerrero Sarpedón— Meg y Grover me miraron sin comprender. Honestamente, sólo porque estaba usando los zapatos Calígula, ¿Tenía que hacer todo? —Algo se dice en esta línea— dije —Recuerdo la escena, Sarpedon muere, Zeus transporta su cuerpo fuera del campo de batalla. Pero el texto… —Hipnos es el dios del sueño— dijo Grover —Esa cabaña hace excelente leche y galletas. Pero ¿quién es su gemelo? Mi corazón se revolvió —Eso es lo que es diferente. En la línea actual, no dice su gemelo. Nombra al gemelo: Tánatos o Muerte, en inglés Miré a los tres túneles. Ningún corredor tenía ocho cuadrados para Tánatos61, no tenía diez espacios, uno tenía cuatro y uno tenía cinco, justo lo suficiente para adaptarse a la MUERTE. —Oh, no …— Me apoyé contra la pared más cercana. Sentí como si uno de los picos de Aloe Vera se deslizara por mi espalda. —¿Por qué luces tan asustado? — Meg preguntó —Lo estás haciendo bien hasta ahora.

61

En el original “Thanatos” por eso se refiere que tiene 8 letras

384

—Porque, Meg— dije —no sólo estamos resolviendo acertijos al azar. Estamos armando una profecía de crucigramas. Y hasta el momento, dice APOLO SE ENFRENTA A LA MUERTE.

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38 ¿Yo canto para mí mismo? Aunque Apolo es más fresco Como, camino, camino más fresco

O

DIABA ESTAR EN lo correcto.

Cuando llegamos al final del túnel, la palabra MUERTE flameó en el piso detrás de nosotros. Nos encontramos en una cámara circular más grande, cinco nuevos túneles que se ramifican ante nosotros como los dedos y el pulgar de una mano gigante de autómata. Esperé que apareciera una nueva pista en la pared. Fuera lo que fuese, desesperadamente quería que la respuesta fuera: NO EN REALIDAD o quizás ¡Y LA DERROTA FÁCILMENTE! —¿Por qué no está pasando nada? — Grover preguntó. Meg inclinó la cabeza —Escucha. La sangre rugió en mis oídos, pero por fin oí de lo que Meg estaba hablando: un grito lejano de dolor, profundo y gutural, más bestia que humano, junto con el crujido sordo del fuego, como si... oh, dioses. Como si alguien o algo hubiera sido rozado por el calor del Titán y ahora yacía muriendo lentamente. —Suena como un monstruo— decidió Grover —¿Deberíamos ayudarlo? 386

—¿Cómo? — Meg preguntó. Ella tenía un punto. El ruido se hizo eco, tan difuso que no pude determinar de qué corredor venía, incluso si libres de elegir nuestro camino sin responder a acertijos. —Tendremos que seguir adelante— Decidí —Me imagino que Medea tiene monstruos de guardia aquí. Esa debe ser una de ellas. Dudo que esté demasiado preocupada por que de vez en cuando se vean atrapados en los incendios Grover hizo una mueca. —No parece correcto dejarlo sufrir —También— Meg agregó —¿Y si uno de esos monstruos dispara una llamarada y aparece en nuestro camino? Miré a mi joven ama —Eres una fuente de preguntas oscuras para tener fe. —¿En la Sibila? — malvados?

ella preguntó —¿Con esos zapatos

No tenía una respuesta para ella. Afortunadamente, me salvó la apariencia tardía de la siguiente pista: tres líneas doradas en latín. —¡Oh, latín! — Grover dijo —Espera, puedo hacer esto— entornó los ojos ante las palabras, luego suspiró. —No, no puedo –—Honestamente, ¿No sabes leer griego ni latín?— Dije — ¿Qué te enseñan en la escuela sátiro? —Mayormente, ya sabes, cosas importantes como las plantas —Gracias— murmuró Meg Traduje la pista para mis amigos menos educados: “Ahora debo decir sobre el vuelo del rey 387

El último en reinar sobre la gente de Roma Era un hombre injusto pero pujante en armas.” Asentí con la cabeza —Creo que es una cita de Ovidio Ninguno de mis camaradas parecía impresionado. —Entonces, ¿cuál es la respuesta? — Meg preguntó. —¿El último emperador romano? —No, no es un emperador— dije —En los primeros días de Roma, la ciudad fue gobernada por reyes. El último, el séptimo, fue derrocada, y Roma se convirtió en una república Traté de devolver mis pensamientos al Reino de Roma. Ese período de tiempo fue un poco confuso para mí. Nosotros los dioses todavía estábamos basados en Grecia entonces. Roma era un remanso de paz. El último rey, sin embargo... trajo algunos malos recuerdos Meg rompió mi ensoñación —¿Qué es puissant? —Significa poderoso— dije —No suena así. Si alguien me llama puissant, los golpearía. —Pero tú eres, de hecho, poderosa en armas. Ella me golpeó. —Ay —Chicos— Grover dijo Romano?

—¿Cómo se llama el último rey

Pensé —Ta ... hmmm. Acabo de tenerlo, y ahora se ha ido. Taalgo —¿Taco? — Grover dijo amablemente 388

—¿Por qué un rey romano se llamaría Taco? —No lo sé— Grover se frotó el estómago —¿Porque tengo hambre? Maldije al sátiro. Ahora todo lo que podía pensar era en tacos. Entonces me llegó la respuesta —¡Tarquín! O Tarquinius, en el latín original —Bueno, ¿cuál es? — Meg preguntó. Estudié los corredores. El túnel en el extremo izquierdo, el pulgar, tenía diez espacios, suficiente para Tarquinius. El túnel en el medio tenía siete, suficiente para Tarquín. —Es ese–— decidí, señalando el túnel central. —¿Cómo puedes estar seguro? — Preguntó Grover. ¿Porque la flecha nos dijo que las respuestas serían en inglés?



—Eso— admití —y también porque estos túneles parecen cinco dedos. Tiene sentido que el laberinto me dé el dedo medio. — Levanté la voz. —¿No es así? La respuesta es Tarquín, ¿el dedo medio? Yo también te amo, laberinto. Caminamos por el camino, el nombre TARQUIN brillando en oro detrás de nosotros. El corredor se abrió en una cámara cuadrada, el espacio más grande que habíamos visto hasta ahora. Las paredes y el suelo estaban embaldosados en mosaicos romanos descoloridos que parecían originales, aunque estaba bastante seguro de que los romanos nunca habían colonizado ninguna parte del área metropolitana de Los Ángeles. El aire se sentía aún más cálido y seco. El piso estaba lo suficientemente caliente como para sentirlo a través de las suelas 389

de mis sandalias. Una cosa positiva de la sala: nos ofreció solo tres túneles nuevos para elegir, en lugar de cinco. Grover olisqueó el aire. —No me gusta esta habitación. Huelo algo... monstruoso. — Meg se apoderó de sus cimitarras. —¿De qué dirección? —Uh ... ¿todos ellos? —Oh, mira— dije, tratando de sonar alegre —otra pista. Nos acercamos al muro de mosaicos más cercano, donde dos líneas doradas en inglés brillaban sobre los azulejos: Hojas, hojas del cuerpo, que crecen por encima de mí, por encima de la muerte. Raíces perennes, hojas altas. O el invierno no te congelará, hojas delicadas. Tal vez mi cerebro todavía estaba atrapado en latín y en griego, porque esas líneas no significaban nada para mí, ni siquiera en inglés. —Me gusta este— dijo Meg. —Se trata de hojas. —Sí, muchas hojas— acepté. —Pero es una tontería Grover se atragantó. —¿Disparates? ¿No lo reconoces? —Er, ¿Debería? —¡Eres el dios de la poesía! Sentí que mi cara comenzaba a arder. —Yo solía ser el dios de la poesía, lo que no significa que soy una enciclopedia andante de cada línea oscura jamás escrita… 390

—¿Oscuro? — La voz estridente inquietantemente por los pasillos.

de

Grover

resonó

—¡Ese es Walt Whitman! ¡De hojas de hierba! No recuerdo exactamente de qué poema es, pero... —¿Lees poesía? — Preguntó Meg. Grover se lamió los labios. —Ya sabes... sobre todo poesía de la naturaleza. Whitman, para ser humano, tenía algunas cosas hermosas que decir acerca de los árboles —Y sabía— señaló Meg. —Y raíces. —Exactamente. Quería darles una conferencia sobre lo sobrevalorado que estaba Walt Whitman. El hombre siempre cantaba canciones para sí mismo en lugar de alabar a los demás, como yo, por ejemplo. Pero decidí que la crítica tendría que esperar. —¿Conoces la respuesta, entonces? — Le pregunté a Grover. —¿Es esto una pregunta de rellenar los espacios en blanco? ¿Opción múltiple? ¿Verdadero Falso? Grover estudió las líneas. —Yo pienso que si al principio falta una palabra. Se supone que debe leer Hojas de tumba, hojas del cuerpo, etcétera —¿Hojas de tumba?– Preguntó Meg. —Eso no tiene sentido. Pero tampoco lo hace cuerpo-hojas, a menos que esté hablando de una dríada. —Son imágenes– dije. —Claramente, él está describiendo un lugar de muerte, cubierto por la naturaleza... —Oh, ahora eres un experto en Walt Whitman— dijo Grover. —Sátiro, no me pruebes. Cuando vuelva a ser un dios ... 391

—Ustedes dos, paren— ordenó Meg. —Apolo, di la respuesta. —–Bien— Suspiré. —Laberinto, la respuesta es la tumba. Hicimos otro viaje exitoso por el dedo medio… Es decir, la sala central. La palabra TUMBA resplandeció en los cuatro cuadrados detrás de nosotros. Al final, llegamos a una sala circular, aún más grande y más ornamentada. Al otro lado del techo abovedado se extendía un mosaico plateado sobre azul de signos del zodíaco. Seis nuevos túneles irradiados hacia afuera. En el medio del piso había una fuente vieja, desafortunadamente seca. (Una bebida habría sido muy apreciada. Interpretar poesía y resolver acertijos es un trabajo sediento.) —Las habitaciones son cada vez más grandes— Grover. —Y pistas más elaboradas.

señaló

—Tal vez eso es bueno— le dije. —Podría significar que nos estamos acercando. Meg miró las imágenes del zodíaco. —¿Estás seguro de que no tomamos un giro equivocado? La profecía ni siquiera tiene sentido hasta ahora, Apolo enfrenta la muerte de la tumba de Tarquín. —Tienes que asumir las pequeñas palabras— le dije. —Creo que el mensaje es Apolo enfrenta la muerte en la tumba de Tarquín— Tragué saliva —En realidad, no me gusta ese mensaje. Tal vez las pequeñas palabras que nos faltan son Apolo no enfrenta la muerte; La tumba de Tarquín... algo, algo. Tal vez las siguientes palabras le otorgan fabulosos premios. —Uh-huh. —Meg señaló el borde de la fuente central, donde la siguiente pista había aparecido. Tres líneas en inglés se leen: 392

Nombrado por el amor caído de Apolo, esta flor debe plantarse en otoño. Coloque la bombilla en el suelo con el extremo puntiagudo hacia arriba. Cubrir con tierra Y agua a fondo ... estás trasplantando Ahogué un sollozo. Primero, el laberinto me obligó a leer a Walt Whitman. Ahora me provocó con mi propio pasado. Mencionar a mi amor muerto, Jacinto, y su trágica muerte, reducirlo a un poco de trivia de Oráculo... No. Esto fue demasiado. Me senté en el borde de la fuente y tomé mi cara entre mis manos. —¿Qué sucede? — Preguntó Grover con nerviosismo. Meg respondió. —Esas líneas están hablando de su viejo novio. Jasanto. —Jacinto— corregí. Me puse de pie, mi tristeza se convirtió en ira. Mis amigos se alejaron. Supuse que debía parecer un loco, y así es como me sentía. —¡Herófila! — Grité en la oscuridad. —¡Pensé que éramos amigos!– —Uh, Apolo– dijo Meg. —No creo que te esté burlando a propósito. Además, la respuesta es sobre la flor, Jacinto. Estoy

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bastante seguro de que esas líneas son del Almanaque del Agricultor. —¡No me importa si son de la guía telefónica! — Bramé. — Suficiente es suficiente. ¡JACINTO!– — grité por los corredores. –—¡La respuesta es JACINTO! ¿Estás feliz? Meg gritó: —¡NO! En retrospectiva, ¡realmente debería haber gritado Apolo, detente! Entonces no habría tenido más remedio que obedecer su orden. Por lo tanto, lo que sucedió a continuación es culpa de Meg. Bajé por el único pasillo con ocho cuadrados. Grover y Meg corrieron detrás de mí, pero cuando me atraparon ya era demasiado tarde. Miré hacia atrás, esperando ver la palabra JACINTO explicada en el piso. En cambio, solo seis de los cuadrados se iluminaron con una corrección deslumbrante en lápiz rojo: A M E N O S Q 394

U E62 Debajo de nuestros pies, el piso del túnel desapareció, y caímos en un pozo de fuego.

62

En el original es “UNLESS”

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39 Noble sacrificio Te protegeré de las llamas Guau, soy un buen tipo

U

N DIFERENTES CIRCUNSTANCIAS, cuán feliz me hubiera gustado ver eso A MENOS QUE.

Apolo enfrenta la muerte en la tumba de Tarquín a menos que... ¡Oh, feliz conjunción! Significaba que había una manera de evitar la muerte potencial, y yo estaba a punto de evitar una posible muerte. Desafortunadamente, caer en un pozo de fuego amortiguó mi esperanza recién descubierta. En el aire, antes de que pudiera siquiera procesar lo que estaba sucediendo, me detuve, mi correa del carcaj atracó con fuerza sobre mi pecho, mi pie izquierdo casi se soltó de mi tobillo. Me encontré colgando junto a la pared del pozo. A unos seis metros más abajo, el pozo se abrió a un lago de fuego. Meg estaba aferrándose desesperadamente a mi pie. Por encima de mí, Grover me sostuvo junto al carcaj con una mano, la otra agarrando una pequeña repisa de roca. Se quitó los zapatos e intentó aferrarse con sus pezuñas en la pared. 396

—¡Bien hecho, valiente sátiro! — Lloré. —¡Tíranos! Los ojos de Grover se achinaron. Su cara goteaba de sudor. Soltó un gemido que parecía indicar que no tenía fuerzas para sacarnos a los tres del pozo. Si sobreviviera y volviera a ser un dios, tendría que hablar con el Consejo de Cloven Elders para agregar más clases de educación física a la escuela Sátira. Agarré la pared con la esperanza de encontrar un carril conveniente o de emergencia. No había nada. —¿DE VERDAD, Apolo? ¡Riegas los Jacintos por completo A MENOS QUE los trasplantes! —¿Cómo se supone que debo saber eso? — Protesté. —¡CREASTE LOS JACINTOS! Ugh. Lógica mortal, el hecho de que un dios crea algo no significa que lo entienda. De lo contrario, Prometeo63 sabría todo sobre los humanos, y te aseguro que no. Creé Jacintos, ¿Así que se supone que debo saber cómo plantarlos y regarlos? —¡Ayuda! — Grover chilló. Sus cascos se movieron en las pequeñas grietas. Sus dedos temblaban, sus brazos temblaban como si sostuviera el peso de dos personas adicionales, que ... oh, en realidad, lo era. El calor de abajo hizo difícil pensar. Si alguna vez te has parado cerca de un fuego de barbacoa o si tu cara estaba demasiado cerca de un horno abierto, puedes imaginar que esa sensación se multiplicó por cien. Mis ojos se secaron. Mi boca se volvió reseca.

63

En el original “Prometheus”

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Algunas respiraciones más de aire hirviendo y probablemente perderían la conciencia. Los incendios de abajo parecían barrer el suelo de piedra. La caída en sí misma no sería fatal. Si hubiera una manera de apagar los incendios... Se me ocurrió una idea, una muy mala idea, que culpé a mi cerebro hirviente. Esas llamas fueron alimentadas por la esencia de Helios. Si quedaba algo de su conciencia... era teóricamente posible que pudiera comunicarme con él. Quizás, si tocara el fuego directamente, podría convencerlo de que no éramos el enemigo y él debería dejarnos vivir. Probablemente tendría unos lujosos nanosegundos para lograr esto antes de morir en agonía. Además, si me caigo, mis amigos podrían tener la oportunidad de salir. Después de todo, yo era la persona más pesada de nuestro grupo, gracias a la cruel maldición de flagelación de Zeus. Terrible, terrible idea. Nunca hubiera tenido el coraje de intentarlo si no hubiera pensado en Jasón Grace, y en lo que había hecho para salvarme. –—Meg— le dije —¿puedes fijarte en la pared? —¿Me veo como Spider Man? — Me gritó. Muy pocas personas se ven tan bien en mallas como Spider Man, Meg ciertamente no era uno de ellos. —¡Usa tus espadas!– grite. Sosteniendo mi tobillo con una sola mano, convocó una cimitarra. Ella apuñaló en la pared una, dos veces. La curva de la cuchilla no hizo su trabajo fácil. En el tercer golpe, sin embargo, el punto se hundió profundamente en la roca. Agarró la 398

empuñadura y soltó mi tobillo, sosteniéndose por encima de las llamas con solo su espada. —¿Ahora qué? —¡Quédense quietos! —Yo puedo hacer eso! —¡Grover! — Le grité. —Puedes dejarme ahora, pero no te preocupes. Tengo un... — Grover me soltó. Honestamente, ¿Qué tipo de protector simplemente te arroja al fuego cuando le dices está bien arrojarte al fuego? Esperaba una larga discusión, durante la cual le aseguraría que tenía un plan para salvarme a mí y a ellos. Esperaba protestas de Grover y Meg (bueno, tal vez no de Meg) sobre cómo no debería sacrificarme por su bien, cómo no podría sobrevivir a las llamas, y así sucesivamente, pero no, él me dejó sin pensarlo. Al menos no me dio tiempo de relfexionarlo. No podría torturarme con dudas como ¿Qué pasa si esto no funciona? ¿Qué pasa si no puedo sobrevivir a los incendios solares que solían ser una segunda naturaleza para mí? ¿Qué pasa si esta hermosa profecía que estamos juntando, sobre mí muriendo en la tumba de Tarquín?, NO. ¿Significa automáticamente que no voy a morir hoy, en este horrible laberinto ardiente? No recuerdo haber golpeado el piso. Mi alma parecía desprenderse de mi cuerpo. Me encontré miles de años atrás en el tiempo, la primera mañana en que me convertí en el dios del sol. De la noche a la mañana, Helios había desaparecido. No sabía qué oración final era para mí como el dios del sol que finalmente había inclinado la balanza, desterrando al viejo Titán al olvido 399

mientras me promocionaba a su lugar, pero aquí estaba en el Palacio del Sol. Aterrorizado y nervioso, abrí las puertas de la sala del trono. El aire quemado. La luz me cegó. El trono dorado de Helios estaba vacío y su capa cubría el reposabrazos. Su yelmo, látigo y zapatos dorados estaban en el estrado, listos para su amo. Pero el Titán mismo simplemente se había ido. Soy un dios, me dije. Puedo hacer esto. Caminé hacia el trono, deseando no quemarme. Si salgo corriendo del palacio gritando con mi toga en llamas desde el primer día en el trabajo, nunca oiría el final. Lentamente, el fuego retrocedió ante mí. Por la fuerza de voluntad, crecí en tamaño hasta que pude usar cómodamente el yelmo y el manto de mi predecesor. Aunque no probé el trono. Tenía un trabajo que hacer, y muy poco tiempo. Eché un vistazo al látigo, algunos entrenadores dicen que nunca debes mostrar bondad con un nuevo equipo de caballos, te verán como débil, pero decidí dejar el látigo. No comenzaría mi nuevo puesto como un duro capataz. Entré al establo. La belleza del carro de sol trajo lágrimas a mis ojos. Los cuatro caballos de sol ya estaban enjaezados, sus pezuñas pulían oro, sus crines ondulaban fuego, sus ojos fundían lingotes. Ellos me miraron con cautela. —¿Quién eres tú?

400

—Soy Apolo–— dije, forzándome a sonar confiado. —¡Vamos a tener un gran día! Salté al carro y nos fuimos. Admitiré que fue una curva de aprendizaje empinada. Alrededor de un arco de cuarenta y cinco grados, para ser preciso. Pude haber hecho algunos círculos inadvertidos en el cielo. Pude haber causado algunos glaciares nuevos y desiertos hasta que encontré la altitud de crucero adecuada. Pero al final del día, el carro era mío. Los caballos se habían formado a mi voluntad, mi personalidad. Yo era Apolo, dios del sol. Traté de aferrarme a esa sensación de confianza, el júbilo de ese exitoso primer día. Volví a mis sentidos y me encontré en el fondo del pozo, agachándome en las llamas. —Helios— dije. —Soy yo. El fuego se arremolinó a mi alrededor, tratando de incinerar mi carne y disolver mi alma. Podía sentir la presencia del Titán: amarga, borrosa, enojada. Su látigo parecía azotarme mil veces por segundo. —No me quemaré— dije. —Yo soy Apolo. Yo soy tu legítimo heredero. Los incendios arreciaron más. Helios me molestaba... pero espera. Esa no era la historia completa. Él odiaba estar aquí. Odiaba este laberinto, esta prisión de vida media. –—Te liberaré— le prometí.

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El ruido crepitaba y silbaba en mis oídos. Quizás fue solo el sonido de mi cabeza que se incendió, pero creí escuchar una voz en las llamas: MATARLA Ella... Medea. Las emociones de Helios ardieron en mi mente. Sentí su odio por su nieta bruja. Todo lo que Medea me había dicho antes acerca de contener la ira de Helios, eso podría haber sido cierto. Pero, sobre todo, estaba evitando que Helios la matara. Ella lo había encadenado, ató su voluntad a la de ella, se envolvió en poderosas protecciones contra su fuego piadoso. Helios no me gusta, no. Pero odiaba la presuntuosa magia de Medea. Para ser liberado de su tormento, necesitaba a su nieta muerta. Me pregunté, no por primera vez, por qué las deidades griegas nunca habíamos creado un dios de la terapia familiar. Ciertamente podríamos haber usado uno. O tal vez tuvimos uno antes de que naciera, y ella se dio por vencida. O Cronos se la tragó entera. En cualquier caso, le dije a las llamas —Haré esto. Yo te liberaré. Pero debes dejarnos pasar. Al instante, el fuego se disparó como si se hubiera abierto una lágrima en el universo. Jadeé. Mi piel al vapor. Mi camuflaje ártico era ahora un gris ligeramente tostado. Pero yo estaba vivo. La habitación a mi alrededor se enfrió rápidamente. Las llamas, me di cuenta, se habían retirado por un único túnel que conducía desde la cámara. —¡Meg! ¡Grover! — Llamé. —Pueden bajar... Meg se dejó caer sobre mí, aplastándome. —¡Ay —Grité. —¡Así no! 402

Grover fue más cortés. Bajó por la pared y se dejó caer al piso con destreza digna de cabra. Olía como una manta de lana quemada. Su cara estaba gravemente quemada por el sol. Su gorra había caído en el fuego, revelando las puntas de sus cuernos, que humeaban como volcanes en miniatura. Meg de alguna manera había salido bien. Incluso había logrado retraer su espada de la pared antes de caer. Sacó la petaca de su cinturón de suministro, bebió la mayor parte del agua y le pasó el resto a Grover. —Gracias— gruñí. –—Venciste al calor— notó. —Buen trabajo. ¿Finalmente tuvo un estallido de poder piadoso? —Eh ... creo que se trataba más de que Helios decidiera darnos un pase. Él quiere salir de este laberinto tanto como lo queremos fuera. Él quiere que matemos a Medea. Grover tragó saliva. —Entonces... ¿Ella está aquí abajo? ¿Ella no murió en ese yate? —Figuras— Meg miró por el pasillo humeante. —¿Helios prometió no quemarnos si echas a perder más respuestas? —Yo … ¡Eso no fue culpa mía! —Sí— dijo Meg. —Un poco— estuvo de acuerdo Grover. Honestamente. Caigo en un pozo ardiente, negocio una tregua con un Titán y eliminé una tormenta para salvar a mis amigos, y todavía quieren hablar sobre cómo no puedo recordar las instrucciones del Almanaque del agricultor. —No creo que podamos contar con que Helios nunca nos queme— le dije —más de lo que podemos esperar que Herófila 403

no use crucigramas, es solo su naturaleza. Esta fue una tarjeta de una sola vez para salir de las llamas. Grover sofocó las puntas de sus cuernos. —Bueno, entonces, no lo desperdiciemos. —Bien— Enganché mis pantalones de camuflaje ligeramente tostados y traté de recuperar ese tono de confianza que tuve la primera vez que me dirigí a mis caballos de sol. —Sígueme ¡Estoy seguro de que todo estará bien!

404

40 ¡Felicitaciones Has terminado el crucigrama! Ganas… Enemigos

E

STÁ BIEN EN ESTE CASO, está bien si disfrutas la lava, las cadenas y la magia obscura.

El pasillo conducía directamente a la cámara del oráculo que por un lado era ¡Hurra! pero por el otro lado, no era tan maravilloso, la habitación era un rectángulo del tamaño de una cancha de baloncesto, las paredes estaban recubiertas con media docena de entradas, cada una era una sencilla puerta de piedra con un pequeño rellano que sobresalía por encima de la piscina de lava que había visto en mis visiones, ahora sin embargo me di cuenta de que el burbujeo de la sustancia brillante no era lava, era el icor divino de Helios, más caliente que la lava, más poderoso que el combustible de los cohetes, imposible de sacarse si se vertiente en tu ropa (te lo podía decir por experiencia propia). Habíamos alcanzado el centro del laberinto, el tanque de retención del poder de Helios. Flotando en la superficie del icor había grandes baldosas de piedra cada una de aproximadamente metro y medio formando columnas y filas que no tenían patrones lógicos

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—¡Es un crucigrama!— dijo Grover, por supuesto que tenía razón, por desgracia ninguno de los puentes de piedra conectaba con nuestro pequeño balcón. Tampoco ninguno de ellos conducía hacia el lado opuesto de la habitación donde la Sibila de Eritrea se sentaba tristemente en su plataforma de piedra, su “casa” no era mejor que una celda de aislamiento. Ella había sido provista de una cama, una mesa y un cuarto de aseo, (si incluso las Sibilas inmortales tienen que usar el baño, algunas de las mejores profecías llegan en.… olvídalo). Me dolía el corazón ver a Eritrea en tales condiciones, ella estaba exactamente como la recordaba, una mujer joven con el pelo castaño rojizo trenzado, piel pálida y una estructura atléticamente sólida, un homenaje a su madre naiad y a su robusto padre pastor. Sus túnicas blancas de civil se habían teñido con el humo y ceniza dejando unas pequeñas quemaduras, ella estaba observando atentamente una entrada en la pared a su izquierda por lo que parecía no fijarse en nosotros. —¿Es ella? —susurro Meg. — A menos de que veas a otro oráculo— dije. —Bueno entonces habla con ella. — no estaba seguro de por qué yo tenía que hacer todo el trabajo, pero me aclaré la garganta y grite a través del lago hirviente de icor. —¡Herófila! — la Sibila se puso de pie, sólo entonces se dio cuenta de las cadenas tal como había visto en mis visiones enredadas en sus muñecas y tobillos, fundidas como anclaje en la plataforma y sólo con espacio suficiente como para moverse de un lado al otro. ¡Oh, que indignación! 406

—¡Apolo! —esperaba que su rostro se iluminará de alegría en cuando me viera en cambio se vio muy sorprendida— pensé que vendrías a través de tu otra... — Ella hizo una mueca de concentración y a continuación espetó: — siete letras, terminan en O. — ¿Pórtico? —supuso Grover, al otro lado de la superficie del lago las baldosas de piedra pulida cambiaron su formación. Un bloque se encajó junto a nuestra pequeña plataforma, media docena más se acomodaron más allá de ella, haciendo un puente de 6 baldosas que se extendieron a través de la habitación, aparecieron letras brillantes a lo largo de las fichas comenzando con una O a nuestros pies: PORTICO. Herófila aplaudía con entusiasmo haciendo sonar sus cadenas —¡Bien hecho! ¡Ahora date prisa! — no estaba ansioso de poner mi peso sobre unas baldosas de piedras flotantes sobre un lago de icor, pero Meg se dirigió hacia ellas por lo que Grover y yo la seguimos — Sin ofender, señora— Meg llamaba a la sibila — Pero estamos a punto de caer en una cosa de lava ¿podrías hacer un puente de aquí para allá sin más acertijos? — ¡Ojalá pudiera! — dijo — Esta es mi maldición, está bien hablar así o quedarse completamente... — ella se agachó: — nueve letras, la quinta letra es N. —¡Sutil! — gritó Grover. Nuestra balsa retumbó, hizo equilibrio girando sus brazos y pudo haber caído si Meg no lo hubiera atrapado, gracias a los dioses por las personas de baja estatura, tenían un centro de gravedad bajo.

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—¡No, es sutil! — Grité— esa no es la respuesta final, eso sería idiota ya que solo tiene cinco letras y ni siquiera tiene una N. —El sátiro me fulminó con la mirada. — Lo siento— murmuró— me emocioné. Meg estudiaba las baldosas, en los marcos de sus gafas los diamantes falsos destellaron en rojo. — Con calma — sugirió, —eso son nueve letras. — En primer lugar —dije— me impresiona saber que es una sola palabra, en segundo lugar, el contexto: la estancia con calma no tiene sentido. Pero además la N estaría en el lugar equivocado. —Entonces cuál es la respuesta sabelotodo— dijo —y no te equivoques. Esto era una injusticia trate de recordar de sinónimos de sin sonido, no podía pensar en muchos me gustaba la música y la poesía, el sin sonido realmente no era lo mío. —SILENCIO —dije al final. Los azulejos nos recompensaron mediante la formación de un segundo puente de nueve de ancho: silencio conectado con el primer puente por la O; por desgracia, nos condujo hacia el otro lado, no nos acercó más hacia la plataforma del oráculo. —Herófila— la llame— Lamento tu situación, pero ¿Habrá alguna manera en la que podamos manipular la longitud de las respuestas? tal vez la siguiente puede ser una palabra muy larga y muy fácil que conduzca rápidamente hacia tu plataforma. — Sabes que no puedo Apolo, — ella junto a las manos —pero por favor hay que darse prisa, si desea llegar antes de que Calígula se convierta en un... — Ella se atragantó— Cuatro letras, la antepenúltima es una O. 408

— DIOS— dije con tristeza mientras se formaba un tercer puente de cuatro fichas que se conectaron silenciosamente, moviéndose un poco más cerca de nuestro objetivo. Meg, Grover y yo nos amontonamos en el azulejo de la D, la habitación se sentía aún más caliente, como si el icor de Helios estuviera trabajando con furia mientras más nos acercábamos a Herófila. Meg y Grover sudaban terriblemente. Mi propio camuflaje ártico estaba empapado, no había estado tan incómodo sobre un abrazo grupal desde el primer concierto de los Rolling Stone en el Madison Square Garden en 1969 (un consejo: por muy tentador que sea no estires tus brazos alrededor de Mick Jagger y Keith Richards durante su encore conjunto; los hombres pueden sudar...). Herófila suspiró. — Lo siento mis amigos, voy a tratar de nuevo, algún día… el deseo de la profecía fue un regalo que nunca se me dio —Ella hizo una mueca de dolor— seis letras la última es O. Grover arrastró los ¿Volveremos al inicio?

pies

alrededor—

¡¿Espera

que?!

El calor hacía que mis ojos se sintieran como si hubiera estado picando miles de cebollas, pero trate de estudiar las filas y columnas que estaban hasta ahora. —Quizás— dije— esta nueva pista es otra palabra vertical que se desprende de la O en pórtico. Los ojos de Herófila brillaron de entusiasmo, Meg se secó la frente sudorosa. — Bueno entonces ¿Porque nos molestamos con dios? Si no conduce a ninguna parte. 409

— ¡Oh, no! — gimió Grover —todavía estamos formando la profecía ¿Verdad? Pórtico, silencio, dios —¡¿Qué significa eso?! — Yo… yo no lo sé — Admití, mi cerebro se sentía como si hubieran hecho noodles64 de pollo en mi cráneo. — Consigamos algunas palabras más, Herófila dijo que esta profecía era como un regalo que nunca… ¿Qué? —Que nunca ha tenido — murmuró Meg. —Recibido—ofreció Grover. —No, demasiadas letras, tal vez una metáfora —sugerí— un presente que nunca han abierto. Grover tragó. — ¿Eso es nuestra respuesta final? Él y Meg miraron hacia el lago ardiente y luego hacia mí, su fe en mis habilidades no era conmovedora. — Si— me decidí.— Herófila— Abierto es la respuesta. La sibila suspiro de alivio cuando un nuevo puente se extendió desde la “O” en silencio y nos condujo a través del lago, apretados juntos en el azulejo estábamos sólo alrededor de cinco pies de la plataforma de la sibila —¿Hay que saltar?— Pregúnto Meg, la Sibila gritó y luego apretó las manos sobre su boca.

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Los fideos son un tipo de pasta con forma de cuerdas finas. Es la base de algunos platos tales como los espaguetis, los linguine, soba y lamian.

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—Estoy adivinando que un salto sería imprudente— dije — Tenemos que completar el rompecabezas, Herófila tal vez, ¿Podrías ayudarnos con una palabra más pequeña en el futuro? La sibila curvó sus dedos y luego dijo lenta y cuidadosamente— Una pequeña palabra al otro lado comienza con t y otra pequeña palabra abajo tiene una “o” al lado de la r. —¡Una doble! —Mire a mis amigos— creo que estamos buscando por: tú y por, con eso nos estaría permitido llegar a la plataforma de la Sibila. Grover miró por encima de la borda del azulejo donde el lago de icor burbujeaba al rojo vivo, odiaría el fracaso ahora mismo — ¿Estás seguro de que “Tú” es una palabra aceptada? —No tengo el reglamento del scrabble enfrente de mí —admití. Pero creo que estaba agradecido de que esto no fuera Scrabble, Atenea ganaba cada vez, con su insufrible vocabulario… una vez ella jugó abaxial en un triple y Zeus había terminado lanzando rayos a la cima de la montaña Parnassus. — Esta es nuestra respuesta Sibila— dije—Tú y por. Otras dos baldosas hicieron clic en su lugar la conexión de nuestro puente hacia la plataforma, corrimos a través de ella y Herófila aplaudió y lloro de alegría. Ella estiró sus brazos para abrazarme, pero entonces pareció recordar que estaba atrapada con cadenas ardientes. Meg volvió a mirar el camino de las respuestas que había detrás. —Está bien, ¿Así que este es el final de la profecía? ¿Y qué significa el dios del silencio abre un pórtico por ti?

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La sibila empezó a decir algo, pero se lo pensó mejor, ella me miró con esperanza. —Vamos a suponer que Faltan algunas pequeñas palabras de nuevo— me aventuré a decir. — Si combinamos la primera parte del laberinto tenemos: Apolo se enfrenta la muerte en la tumba de Tarquino a menos que atraviese el pórtico… uhm, —mire a Herófila quien asintió dándome ánimos — el dios del silencio. — Se te olvidó el yo—dijo Grover. —Creo que podemos eludir el yo, ya que es sobre mí—Grover tiró de su barba chamuscada. —Por eso no juego al Scrabble. Además, tiendo a comerme los azulejos. Consulté a Herófila. —Así que Apolo – yo, enfrenta a la muerte en la tumba de Tarquino, a menos que el dios del silencio atraviese el pórtico por ti... ¿Qué? Meg tiene razón, tiene que haber más para la profecía. En algún lugar a mi izquierda, una voz familiar llamó. — No realmente — en una repisa en medio del lado izquierdo de la pared se encontraba la bruja Medea, mirándonos muy vivamente y feliz de vernos, detrás de ella dos guardias pandai llevaban a un prisionero encadenado y golpeado, nuestro amigo Crest. —¡Hola queridos míos!— sonrió Medea, — Miren, no debe haber un final para la profecía, ¡Ya que todos ustedes morirán ahora!

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41 Meg canta. Esto se terminó Solamente vamos a casa Estamos muy rostizados

M

EG ATACÓ PRIMERO.

Con movimientos rápidos y seguros, cortó las cadenas que ataban a la Sibila, luego miró a Medea como diciendo: ¡Ja, ja! ¡He desatado mi ataque! Los grilletes cayeron de las muñecas y de los tobillos de Herófila, revelando feos anillos rojos marcados en su piel. Herófila se tambaleó hacia atrás, agarrándose el pecho con las manos. Parecía más horrorizada que agradecida. —Meg McCaffrey, ¡No! No debiste... Lo que sea que fuese a decir, a través o por debajo, no importaba. Las cadenas y los grilletes se volvieron a unir, completamente remendados. Luego, comenzaron a saltar serpientes de cascabel, pero no hacía a Herófila, sino hacia mí. Se enredaron alrededor de mis muñecas y tobillos. El dolor era tan intenso que al principio se sentía fresco y agradable. Entonces grité. Meg intentó cortar los grilletes fundidos una vez más, pero ahora repelieron sus espadas. Con cada golpe, las cadenas se 413

apretaban cada vez más, tirando de mí hacia abajo, hasta que me obligaron a arrodillarme. Con toda mi insignificante fuerza, luché contra las ataduras, pero rápidamente aprendí que esta era una mala idea. Tirar de las esposas era como presionar mis muñecas contra planchas al rojo vivo. La agonía casi me hizo desmayar, y el olor... oh, dioses, no disfruté el olor de Lester frito. Solo manteniéndome perfectamente neutral, permitiendo que las esposas me llevaran a donde querían, podría mantener el dolor a un nivel que era meramente enloquecedor. Medea rió, claramente disfrutando de mis contorsiones. —¡Bien hecho, Meg McCaffrey! Iba a encerrar a Apolo yo misma, pero me salvaste de gastar un hechizo. Caí de rodillas. —Meg, Grover, saquen a la Sibila de aquí. ¡Déjenme! Otro gesto valiente y abnegado. Espero que los estén contando. Por desgracia, mi sugerencia fue inútil. Medea chasqueó los dedos. Los azulejos de piedra se movieron a través de la superficie del icor ardiente, dejando la plataforma de Herófila sin salida. Detrás de la hechicera, sus dos guardias empujaron a Crest al piso. Se deslizó hacia abajo, de espaldas a la pared, con las manos esposadas, pero aun sosteniendo obstinadamente mi ukelele de combate. El ojo izquierdo de los pandos estaba hinchado. Sus labios estaban partidos. Dos dedos en su mano derecha estaban doblados en un ángulo extraño. Él se encontró con mis ojos, su expresión llena de vergüenza. Quería asegurarle que él no había fallado. Nunca deberíamos haberlo dejado solo en guardia. ¡Aún 414

podría tocar de manera impresionante, incluso con dos dedos rotos! Pero apenas y podía pensar con claridad, mucho menos podía consolar a mi joven estudiante de música. Los dos guardias extendieron sus orejas gigantes. Navegaron por la habitación, permitiendo que las corrientes calientes y ascendentes los llevaran a separar los azulejos cerca de las esquinas de nuestra plataforma. Sacaron sus hojas de kanda y esperaron, en caso de que fuéramos tan tontos como para intentar cruzar. —Mataste a Timbre—, siseó uno. —Mataste a Peak—, dijo el otro. En su aterrizaje, Medea se rió entre dientes. —Verás, Apolo, ¡Elegí a un par de voluntarios muy motivados! El resto estaba clamando por acompañarme hasta aquí, pero... —¿Hay más afuera?—, Preguntó Meg. No podía decir si esta idea le resultó positiva (¡Hurra, menos para matar ahora!) O deprimente (¡Boo, más para matar después!). —Absolutamente, querida, —dijo Medea. —Incluso si tuvieras una idea tonta sobre cómo pasarnos, no importaría. No es como si Flutter y Decibel lo permitieran. ¿Verdad, muchachos? —Soy Flutter—, dijo Flutter. —Soy Decibel—, dijo Decibel. —¿Podemos matarlos ahora? —Todavía no— dijo Medea. —Apolo está justo donde lo necesito, listo para ser disuelto. En cuanto al resto de ustedes, simplemente relájense. Si intentan interferir, haré que Flutter y Decibel los maten. Entonces su sangre podría derramarse en el 415

icor, lo que arruinaría la pureza de la mezcla. —Extendió sus manos. —Ustedes entienden. No podemos contaminar el icor. Solo necesito la esencia de Apolo para esta receta. No me gustó la forma en que hablaba de mí, como si ya estuviera muerto, y fuera solo un ingrediente más, no más importante que el ojo de sapo o el sasafrás65. —No seré disuelto—, gruñí. —Oh, Lester—, dijo. —Aún con voluntad. Las cadenas se tensaron aún más, forzándome a cuatro patas. No podía entender cómo Herófila había soportado este dolor por tanto tiempo. Por otra parte, ella todavía era inmortal. Yo no. —¡Que comience!—, Gritó Medea. Ella comenzó a cantar. El icor brillaba de color blanco puro, blanqueando el color de la habitación. Las baldosas de piedra en miniatura con bordes afilados parecían moverse bajo mi piel, deshilachando mi forma mortal, reorganizándome en un nuevo tipo de rompecabezas, en el que ninguna de las respuestas era Apolo. Grité. Balbuceé. Podría haber rogado por mi vida. Afortunadamente para la poca dignidad que me quedaba, no podía formar palabra alguna. Por el rabillo del ojo, en las nebulosas profundidades de mi agonía, era vagamente consciente de que mis amigos retrocedían, aterrorizados por el vapor y el fuego que ahora brotaba de las grietas de mi cuerpo.

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Sassafras o sasafrás es un género de árboles caducifolios de la familia Lauraceae, nativo del este de Norteamérica y este de Asia.

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No los culpé. ¿Qué podían hacer? Por el momento, era más probable que explotara como los paquetes de granadas en la tienda militar de Macro, y mi envoltura no era tan resistente a las manipulaciones. —Meg—, dijo Grover, buscando a tientas sus flautas de pan, — Voy a hacer una canción de naturaleza. Veré si puedo interrumpir ese canto, y tal vez logre convocar ayuda. Meg se apoderó de sus cuchillas. —¿Con este calor? ¿Bajo tierra? —¡La naturaleza es todo lo que tenemos!—, Dijo. —¡Cúbreme! Él comenzó a tocar. Meg hizo guardia, con las espadas en alto. Incluso Herófila ayudó, cerrando los puños, lista para mostrarle a los pandai cómo una siliba lidiaba con los rufianes en Eritrea. Los pandai no parecían saber cómo reaccionar. Hicieron una mueca ante el ruido de las tuberías, curvando sus orejas alrededor de sus cabezas como turbantes, pero no atacaron. Medea les había dicho que no lo hicieran. Y, por muy inestable que fuera la música de Grover, no parecían estar seguros de sí constituía o no un acto de agresión. Mientras tanto, yo estaba ocupado tratando de no desollarme en la nada. Cada parte de mi fuerza de voluntad se inclinó instintivamente para mantenerme en una sola pieza. Yo era Apolo, ¿No? Yo... yo era hermoso y la gente me amaba. ¡El mundo me necesitaba! El canto de Medea socavó mi resolución. Sus antiguas letras Cólquianas se abrieron paso en mi mente. ¿Quién necesitaba dioses antiguos? ¿A quién le importa Apolo? 417

¡Calígula era mucho más interesante! Él se adaptaba mejor a este mundo moderno. Él encaja. Yo no. ¿Por qué no solo me dejaba ir? Entonces podría estar en paz. El dolor es algo interesante. Crees que has alcanzado tu límite y no te puedes sentirte más torturado. Entonces descubres que todavía hay otro nivel de agonía. Y otro nivel después de eso. Las baldosas de piedra debajo de mi piel cortada, cambiada y desgarradas, los fuegos estallaron como bengalas sobre mi patético cuerpo mortal, volando directamente a través del camuflaje ártico barato de descuento de Macro. Perdí la cuenta de quién era, por qué luchaba para seguir con vida. Quería tan desesperadamente rendirme, sólo para que el dolor se detuviera. Entonces Grover encontró su ritmo. Sus notas se volvieron más confiadas y animadas, su cadencia más estable. Interpretaba una feroz y desesperada maniobra, del tipo que los sátiros entonaban en primavera en los prados de la Antigua Grecia, con la esperanza de alentar a las dríades a salir y bailar con ellas entre las flores silvestres. La canción estaba irremediablemente fuera de lugar en esta ardiente mazmorra de crucigramas. Ningún espíritu de la naturaleza podría escucharlo. Ninguna dríada vendría a bailar con nosotros. Sin embargo, la música embotó mi dolor. Disminuía la intensidad del calor, como una toalla fría presionada contra mi febril frente. El canto de Medea vaciló. Ella frunció el ceño a Grover. 418

—¿De verdad? ¿Vas a detenerte, o te detengo yo? Grover tocó aún más frenéticamente: una llamada de socorro a la naturaleza que resonó por toda la habitación, haciendo que los pasillos retumbaran como las tuberías de un órgano66 de la iglesia. Meg se unió abruptamente, cantando letras sin sentido en un tono monótono y terrible. —Oye, ¿Qué tal naturaleza? Amamos a las plantas. Vamos, ustedes, dríadas, y, eh, crezcan y.… maten a esta hechicera y esas cosas. Herófila, que una vez había tenido una voz tan adorable, que había nacido cantando profecías, miró a Meg con consternación. Con moderación de un santo, ella evitó golpear a Meg en la cara. Medea suspiró. —Bien, eso es todo. Meg, lo siento. Pero estoy segura de que Nero me perdonará por matarte cuando le explique lo mal que cantaste. Flutter, Decibel, háganlos guardar silencio. Detrás de la hechicera, Crest gorgoteó alarmado. Buscó a tientas las notas en su ukelele, a pesar de sus manos atadas y sus dos dedos aplastados. Mientras tanto, Flutter y Decibel sonrieron con deleite. — ¡Ahora tendremos venganza! ¡MORIR! ¡MORIR!' Desplegaron sus orejas, levantaron sus espadas y saltaron hacia la plataforma. ¿Podría Meg haberlos derrotado con sus confiables cimitarras? No lo sé. En cambio, hizo un movimiento casi tan sorprendente como su impulso repentino de cantar. Tal vez, al mirar al pobre Crest, decidió que se había derramado suficiente sangre de pandai.

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Instrumento parecido al piano pero de mayor tamaño.

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Tal vez todavía estaba pensando en su enojo mal dirigido, y en quien debería gastar su energía y odio. En cualquier caso, sus cimitarras se pusieron en forma de anillo. Ella agarró un paquete de su cinturón y lo abrió, rociando semillas en el camino del pandos que se acercaba. Flutter y Decibel se desviaron y gritaron cuando las plantas estallaron, cubriéndolos en borrosas nebulosas verdes de ambrosía. Flutter golpeó la pared más cercana y comenzó a estornudar violentamente, la ambrosía lo enloquecía como una mosca volando a su alrededor. Decibel se estrelló en la plataforma a los pies de Meg, la ambrosía creció sobre él hasta que parecía más un arbusto que un pandos, un arbusto que estornudó mucho. Medea llevó la palma de su mano a su frente. —Sabes... le dije a Calígula que los guerreros dientes de dragón hacían una mejor guardia ¡Pero noooo! Insistió en contratar a los pandai. —Ella sacudió su cabeza con disgusto. —Lo siento, muchachos. Tuvieron su oportunidad. Ella chasqueó los dedos otra vez. Un ventus se manifestó, jalando un ciclón de cenizas del lago icor. El espíritu se abalanzo hacia Flutter, arrancándole gritos al pandos de la pared y lo arrojó sin contemplaciones al fuego. El ventus volvió y barrió la plataforma, rozando los pies de mis amigos, y empujó a Decibel, todavía quien todavía estaba estornudando y llorando. —Ahora—, dijo Medea, —Si pudieras alentar a los demás a que estén TRANQUILOS... El Ventus cargó, rodeando a Meg y Grover, levantándolos de la plataforma. 420

Grité, golpeando mis cadenas, seguro de que Medea arrojaría a mis amigos al fuego, pero simplemente quedaron suspendidos. Grover todavía estaba tocando su flauta, aunque no se escuchó ningún sonido a través del viento; Meg estaba frunciendo el ceño y gritando, probablemente algo como ¿DE NUEVO? ¿ME ESTÁS TOMANDO EL PELO? Herófila no fue atrapada en el Ventus. Supuse que Medea no la consideraba una amenaza. Ella se paró a mi lado, sus puños aún apretados. Estaba agradecido por eso, pero no vi que era lo que una Sibila de boxeo podría hacer contra el poder de Medea. —¡Está bien!—, Dijo Medea, un destello de triunfo en sus ojos. —Comenzaré de nuevo. Cantar mientras controlas un ventus no es un trabajo fácil, así que, por favor, compórtate. De lo contrario, podría perder mi concentración y arrojaría a Meg y Grover al fuego. Y, de verdad, ya tenemos demasiadas impurezas allí, como los pandai y la ambrosía. Ahora, ¿Dónde estábamos? ¡Oh sí! ¡Desollando tú forma mortal!

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42 ¿Quieres una profecía? Dejaré caer algunas tonterías sobre ti ¡Comete mi jerga67!

–¡R

ESISTE!— HERÓFILA SE arrodilló a mi lado. —¡Apolo, debes resistir!

No podía hablar a través del dolor. De lo contrario, le habría dicho: Resiste. ¡Dios, gracias por esa profunda sabiduría! ¡Debes ser un oráculo o algo así! Al menos no me pidió que deletreara la palabra RESISTIR en losetas de piedra. El sudor me corría por la cara. Mi cuerpo chisporroteó, y no en la buena forma en que solía hacerlo cuando era un dios. La hechicera continuó su canto. Sabía que debía estar forzando su poder, pero esta vez no veía cómo podía aprovecharlo. Estaba encadenado. No podía sacar el truco de la flecha en mí pecho, incluso si lo hacía, sospechaba que Medea estaba lo suficientemente lejos con su magia como para poder dejarme morir. Mi esencia se escurriría en el estanque de icor.

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Lenguaje difícil de comprender por la impropiedad de las frases o por la confusión de las ideas

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No podía canalizar como Grover. No podía confiar en la ambrosía como Meg. No tenía el poder absoluto de Jasón Grace para atravesar la jaula de los ventus y salvar a mis amigos. Resistir... ¿Pero con qué? Mi conciencia comenzó a vacilar. Traté de aferrarme al día de mi nacimiento (sí, podía recordarlo), cuando salté del vientre de mi madre y comencé a cantar y bailar, llenando el mundo con mi gloriosa voz. Recordé mi primer viaje al abismo de Delfos, forcejeando con mi enemigo Pitón, sintiendo sus vueltas alrededor de mi cuerpo inmortal. Otros recuerdos fueron más traicioneros. Recordaba haber recorrido el cielo en el carro solar, pero no era yo mismo... Yo era Helios, titán del sol, azotando con mi látigo de fuego los lomos de mis corceles. Me vi pintado de dorado, con una corona de rayos en mi frente, moviéndome a través de una multitud de devotos adoradores mortales, pero yo era el Emperador Calígula, el Sol Nuevo. ¿Quién era yo? Traté de imaginarme la cara de mi madre, Leto. No podía. Mi padre, Zeus, con su terrorífica mirada, era solo una impresión confusa. Mi hermana –seguramente, ¡Nunca podría olvidar a mi gemela! Pero incluso sus rasgos flotaban indistintamente en mi mente. Ella tenía ojos plateados. Olía a madreselva. ¿Qué más? Entré en pánico. No podía recordar su nombre. No podía recordar mi propio nombre. Extendí mis dedos sobre el piso de piedra. Se ahumaron y se desmoronaron como ramitas en un incendio. Mi cuerpo parecía desmoronarse, como los pandai cuando se desintegraron. 423

Herófila me habló al oído, —¡Espera! ¡Llegará la ayuda! No vi cómo podría saber eso, incluso si ella era un Oráculo. ¿Quién vendría a mi rescate? ¿Quién podría? —Tomaste mi lugar—, dijo. —¡Usa eso! Gemí en rabia y frustración. ¿Por qué estaba hablando tonterías? ¿Por qué no podía volver a hablar en acertijos? ¿Cómo se suponía que debía usar estar en su lugar, en sus cadenas? Yo no era un Oráculo. Ya ni siquiera era un dios. Yo era... ¿Lester? Oh perfecto. Era el nombre que podía recordar. Miré a través de las filas y columnas de bloques de piedra, ahora todo en blanco, como si esperara un nuevo desafío. La profecía no fue completada. Tal vez si pudiera encontrar una manera de terminarla... ¿Haría una diferencia? Tenía que hacerlo. Jasón había dado su vida para que pudiera llegar tan lejos. Mis amigos arriesgaron todo. No podía simplemente rendirme. Para liberar al oráculo, y liberar a Helios de este Laberinto Ardiente... Tenía que terminar lo que habíamos comenzado. El canto de Medea siguió zumbando, alineándose con mi pulso, haciéndose cargo de mi mente. Necesitaba anularlo, interrumpirlo de la misma forma en que Grover había hecho con su música. Has ocupado mi lugar, había dicho Herófila. Yo era Apolo, el dios de la profecía. Era hora de que yo fuera mi propio Oráculo. Me obligué a concentrarme en los bloques de piedra. Las venas aparecieron a lo largo de mi frente como petardos debajo de mi piel. Tartamudeé,—B-bronce sobre oro. 424

Los azulejos de piedra se movieron, formando una fila de tres fichas en la esquina superior izquierda de la sala, una palabra por casilla: BRONCE SOBRE ORO. —¡Sí!—, Dijo la Sibila. —¡Sí, exactamente! ¡Sigue adelante! El esfuerzo fue horrible. Las cadenas ardieron, arrastrándome hacia abajo. Gimoteé en agonía, —El este se encuentra con el este. Una segunda fila de tres fichas se colocó en su posición debajo de la primera, brillando con las palabras que acababa de pronunciar. Más líneas salieron de mí: Las legiones son redimidas. Luz ilumina las profundidades; Uno contra muchos, Nunca el espíritu derrotado. Palabras antiguas pronunciadas, ¡Sacudiendo viejas fundaciones! ¿Qué significa todo eso? No tenía ni idea. La habitación retumbó a medida que más bloques cambiaban de lugar, nuevas piedras que se elevaban del lago para acomodar el gran número de palabras. Todo el lado izquierdo del lago estaba ahora cubierto por las ocho filas de tres palabras de ancho de baldosas, como una cubierta de una piscina dorada cubierta a la mitad por el icor. El calor disminuyó. Mis grilletes se enfriaron. El canto de Medea vaciló, liberando su control sobre mi conciencia. 425

—¿Qué es esto?— Siseó la hechicera. —¡Estamos demasiado cerca para detenernos ahora! Mataré a tus amigos si no lo haces... Detrás de ella, Crest rasgueó un cuarto suspendido en el ukelele. Medea, que aparentemente se había olvidado de él, casi saltó a la lava. —¿Tú también?—, Le gritó. —¡DÉJAME TRABAJAR! Herófila me susurró al oído: —¡Date prisa! Lo entendí. Crest estaba tratando de ganarme tiempo distrayendo a Medea. Obstinadamente continuó tocando su (mi) ukelele –una serie de los acordes más discordantes que le había enseñado, y algunos que debe haber estado inventando en el acto. Mientras tanto, Meg y Grover giraron en su jaula de ventus, tratando de liberarse sin suerte. Con solo un movimiento de los dedos de Medea, se encontrarían con el mismo destino que Flutter y Decibel. Hacer que mi voz saliera de nuevo fue aún más difícil que sacar el carro solar del barro. (No preguntes sobre eso. Larga historia que involucra atractivas náyades de pantano.) De alguna manera, grazné en otra línea: —Destruye al tirano. Tres fichas más alineadas, esta vez en la esquina superior derecha de la sala. —Ayuda al alado— continué. Buenos dioses, pensé. ¡Estoy hablando un galimatías! Pero las piedras continuaron siguiendo la guía de mi voz, mucho mejor de lo que Alexasiriastrophona había hecho alguna vez: Bajo colinas doradas, 426

El potrillo del gran semental. Las tejas continuaron apiladas, formando una segunda columna de líneas de tres tejas que dejaba sólo una delgada franja del lago ardiente visible en el centro de la habitación. Medea intentó ignorar a al pandos. Ella reanudó su canto, pero Crest inmediatamente rompió su concentración otra vez con un Abemol menor agudo quinto. La hechicera gritó. —¡Ya basta de eso, pandos!— Sacó una daga de los pliegues de su vestido. —Apolo, no te detengas—, advirtió Herófila. —No debes… Medea apuñaló a Crest en el estómago, cortando su disonante serenata. Lloré de horror, pero de alguna manera forcé más líneas: —Escucha las trompetas—, grazné, mi voz casi se había ido. — Gira en la marea roja. —¡Basta!— Me gritó Medea. —Ventus, tira a los prisioneros... Crest rasgó un acorde aún más feo. —¡GAH!— La hechicera dio vuelta y apuñaló a Crest otra vez. —Entra a la casa de un extraño—, sollocé. Otra cuarta suspendida de Crest, otro golpe de la espada de Medea. —¡Recupera la gloria perdida!—, Grité. Las últimas losetas de piedra se desplazaron en su lugar, completando la segunda columna de líneas desde el otro lado de la habitación hasta el borde de nuestra plataforma. 427

Podía sentir la finalización de la profecía, tan bienvenida como un soplo de aire después de un largo baño bajo el agua. Las llamas de Helios, ahora visibles solo a lo largo del centro de la habitación, se enfriaron a fuego lento rojo, no peor que el fuego de cinco alarmas promedio. —¡Sí!— Dijo Herófila. Medea se giró, gruñendo. Sus manos brillaban con la sangre del pandos. Detrás de ella, Crest cayó hacia un lado, gimiendo, presionando el ukelele contra su vientre destrozado. —Oh, bien hecho, Apolo—, se burló Medea. Has hecho que este pandos muriera por tu bien, por nada. Mi magia está lo suficientemente avanzada. Te desollaré de la manera anticuada. Ella levantó su cuchillo. —Y en cuanto a tus amigos... Ella chasqueó sus dedos ensangrentados. —¡Ventus, mátalos!

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43 Mi capitulo favorito Porque solo hay una mala muerte Eso es muy bizarro

E

NTONCES MURIÓ.

No mentiré, estimado lector. La mayor parte de esta narrativa ha sido muy difícil de escribir, pero esa última frase me causó… puro placer. Oh, la expresión en la cara de Medea. Pero debo rebobinar ¿Cómo sucedió esta esperada casualidad del destino? Medea se congeló. Sus ojos se agrandaron. Cayó en sus rodillas, el sonido del cuchillo a caer de su mano. Primero se derrumbó sobre su cara, revelando a la recién llegada detrás de ella –Piper McLean, usando una armadura de cuero sobre su ropa, su labio recientemente suturado, su cara aún lastimada pero llena de resolución. Su cabello estaba quemado en los extremos. Una fina capa de ceniza cubría sus brazos. Su daga, Katoptris, ahora sobresalía de la espalda de Medea. Detrás de Piper se encontraba un grupo de doncellas guerreras, siete en total. Primero pensé que las Cazadoras de Artemisa me habían salvado de nuevo, pero estas guerreras 429

estaban armadas con escudos y lanzas hechos de madera honeygold. Atrás de mí, el ventus sin alguien que le diera ordenes, dejó caer a Meg y Grover. Mis cadenas derretidas se desmoronaron como polvo de carbón. Herófila, detuvo mi caída. Las manos de Medea se sacudieron. Ella movió su cabeza a ambos lados y abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Piper se arrodilló a su lado. Ella puso su mano gentilmente en el hombro de la bruja, luego con su otra mano saco a Katoptris de entre los omoplatos de Medea. — Una buena puñalada amerita otra — Piper besó la mejilla de Medea— Te pediría que le digas hola a Jasón por mí, pero el estará en los campos Elíseos. Tú… no. Los ojos de la bruja se pusieron en blanco. Dejó de moverse. Piper volvió la vista a las aliadas armadas con madera.  ¿Qué si nos deshacemos de ella? —¡Buena idea! – las siete doncellas gritaron al mismo tiempo. Ellas marcharon hacia delante y levantaron el cuerpo de Medea y lo lanzaron sin pena ni gloria a la piscina en llamas de su propio abuelo. Piper limpió la sangre de su daga en sus jeans. Con su inflamada y recién curada boca, su sonrisa era más repugnante que amistosa. — Hola, chicos. Dejé salir un sollozo afligido, que probablemente no era lo que Piper esperaba. 430

De alguna forma me puse sobre mis pies, ignorando el agudo dolor en mis tobillos, y corrí al lugar donde Crest yacía, gorgoteando débilmente. — Oh, mi valiente amigo — mis ojos ardían por las lágrimas. No me importaba mi propio dolor insoportable, el modo en que mi piel gritaba cuando trataba de moverme. La cara peluda de Crest estaba en blanco por el shock. Sangre manchaba su pelaje blanco como la nieve. Su abdomen era un desastre brillante. El sujetaba su ukelele como si éste fuese la única cosa anclándolo al mundo le los vivos. — Tú nos salvaste — dije, ahogándome con las palabras. — Tú– tú nos compraste el tiempo suficiente. Voy a encontrar una forma de curarte. El unió su mirada con la mía y logró graznar, — Música. Dios. Reí nerviosamente,  Sí, mi joven amigo. ¡Eres un dios de la música! T– te enseñare cada acorde. Tendremos un concierto con las Nueve Musas. Cuando– cuando regrese al Olimpo… Mi voz flaqueó. Crest ya no me escuchaba. Sus ojos se habían vuelto vidriosos. Sus torturados músculos relajados. Su cuerpo tembló, colapsando internamente hasta que su ukelele yacía en una pila de polvo –un pequeño, triste monumento de mis muchos fracasos. No estoy seguro de cuánto tiempo me arrodillé ahí, aturdido y temblando. Dolía sollozar. Aún así, sollocé.

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Finalmente, Piper se agachó a mi lado. Su expresión era compasiva, pero lo más probable era que detrás de esos bonitos ojos multicolor ella estaba pensando, Otra vida perdida por tu culpa, Lester. Otra muerte que no pudiste arreglar. Ella no dijo eso. Enfundó su cuchillo. Nos apenaremos después, nuestro trabajo aún no está acabado. Nuestro trabajo. Ella había venido a nuestra ayuda, a pesar de todo lo que había pasado, a pesar de Jasón… No podía desmoronarme ahora. Al menos, no más de lo que ya lo había hecho. Recogí el ukelele. Apenas iba a murmurar una promesa al polvo de Crest. Luego recordé lo que vino de mis promesas rotas. Había jurado enseñar al pequeño pandos cualquier instrumento que él quisiera. Ahora él estaba muerto. A pesar del ardiente calor del cuarto, sentí la fría mirada de Estigia sobre mí. Recargué en mi peso en Piper mientras cruzábamos la sala de vuelta a la plataforma donde Meg, Grover y Herófila nos esperaban. Las siete mujeres guerreras aguardaban cerca esperando órdenes. Como sus escudos, sus armaduras estaban ingeniosamente estilizadas con planchas a la medida de madera honey-gold. Las mujeres eran imponentes, todas con casi dos metros de altura, sus caras tan pulcras y bellas como sus armaduras. Sus melenas blancas, rubias, dorabas y castaño claro, se derramaban en sus espaladas en trenzas de cascada. Sus ojos y las venas de sus

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musculosos brazos estaban teñidos de color verde semejante al de la clorofila. Ellas eran Dríades, pero no Dríades como las cuales alguna vez haya conocido. — Ustedes son Melíades — dije. Las mujeres me estudiaron con inquietante interés, como si estuvieran igualmente encantadas de pelear conmigo, bailar conmigo o lanzarme al fuego. — Somos las Melíades. Tú eres Meg. — dijo la que estaba en el extremo izquierdo. Parpadeé confundido. Tenía el presentimiento de que ellas esperaban un sí, pero, a pesar de lo confundido que me encontraba, estaba muy seguro de que yo no era Meg. — Hola, chicas — intervino Piper apuntando a Meg — Esta es Meg McCaffrey. Las Melíades rompieron a marchar en una formación doble levantando sus rodillas más alto de lo estrictamente necesario. Cerraron filas formando un semicírculo en frente de Meg, como si fueran una banda que hace maniobras mientras marchan. Se detuvieron, golpearon sus lanzas contra sus escudos, luego bajaron sus cabezas en señal de respeto. —¡TODOS CREADOR!

AVE

MEG!



gritaron—¡HIJA

DEL

Grover y Herófila retrocedieron a la esquina de la sala, como si trataran de esconderse detrás del inodoro de Sibila. Meg estudió a las siete dríades. El cabello de mi pequeña ama estaba revuelto por los ventus. La cinta adhesiva eléctrica se 433

había despegado de sus lentes, se veía como si ella estuviera usando monóculos disparejos incrustados con diamantes falsos. De nuevo sus ropas se habían reducido a jirones – los cuales, en mi opinión, la hacían ver exactamente como La Meg debería de verse. Ella convocó su usual elocuencia:  Hola. En la boca de Piper se dibujó el fantasma de una sonrisa. — Encontré a estas chicas en la entrada del laberinto. Estaban en su camino para encontrarte. Dicen que escucharon tu canción. —¿Mi canción? — preguntó Meg. —¡La música! — aulló Grover  ¿Sirvió? —¡Escuchamos el llamado de la naturaleza! — grito la líder de las dríades. —¡Escuchamos la flauta del señor de lo salvaje! Supongo, que ese debes de ser tú, sátiro. Ave, sátiro. —¡AVE, SATIRO! — el resto coreó. — Uh, si — dijo Grover suavemente — Ave a ustedes también. — Pero más que nada — dijo la tercera dríade — escuchamos el llamado de Meg, hija del creador. Ave. —¡AVE! – repitieron las demás. Esos fueron suficientes aves para mí. — Cuando dicen creador, ¿se refieren a mi papá, el botánico, o a mi mamá, Deméter? Las dríades murmuraron entre ellas. 434

Finalmente, la líder hablo: — Ese es el más excelente punto. Nos referimos al McCaffey, el gran poder de las dríades. Pero ahora nos damos cuenta de que también eres hija de Deméter. Eres doblemente bendecida, ¡hija de dos creadores! ¡Estamos a tu servicio! Meg rasco su nariz. —¿A mi servicio, eh? — Ella me miro como preguntándome ¿Por qué no puedes ser un buen sirviente como ellas? — Así, que ¿Cómo nos encontraron? —¡Tenemos muchos poderes! — Gritó una —¡Nosotras nacimos de la sangre de la Madre Tierra! —¡La fuerza de los dioses primordiales corre por nuestras venas! — dijo otra. —¡Nosotras cuidamos de Zeus, cuando era un bebe! — dijo una tercera. —¡Levamos toda una raza de hombres, el beligerante Bronce68! —¡Somos las Melíades! — dijo la cuarta. —¡Somos los poderosos Fresnos! — grito la quinta de ellas. Esto dejo a las últimas dos sin mucho que decir. Sólo murmuraron: — Fresnos, Sip. — Somos fresnos. Piper interrumpió:  el entrenador Hedge recibió el mensaje Grover gracias a la ninfa de las nubes. Luego vine a buscarlos.

68

Referente a la edad de Bronce.

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Pero no sabía dónde estaba esta entrada secreta, así que fui de nuevo al centro de Los Ángeles. —¿Tu sola? — preguntó Grover. Los ojos de Piper se oscurecieron. Me di cuenta de que ella había venido aquí primer lugar y ante todo con el propósito de vengarse de Medea, en segundo lugar para ayudarnos. Salir viva de esto… eso era un tercer lugar muy distante en su lista de prioridades. — De cualquier manera — continuó — encontré a estas señoritas en el centro de la ciudad y nosotras hicimos algo así como una alianza. Grover tragó saliva:  ¡Pero Crest dijo que la entrada principal sería una trampa mortal! ¡Estaba llena de vigilancia! — Si, lo estaba… — Piper apuntó a las dríades — ya no. Las dríades se veían complacidas consigo mismas. — El fresno es poderoso — dijo una de las dríades. Las otras murmuraron de acuerdo. Herófila salió de detrás del inodoro donde se escondía.  Pero los incendios. ¿Cómo fue que…? —¡Ja! — se rió una de las dríades. — Tomaría más que incendios del Titán del Sol para destruirnos. — Levantó su escudo. Una de las esquinas ennegrecidas, pero el hollín comenzaba a caerse, revelando la nueva, inmaculada madera que se encontraba debajo. A juzgar por el ceño fruncido de Meg, podía decir que su mente estaba trabajando horas extras. Eso me puso nervioso. — Así que …. ¿Ahora ustedes me sirven? – ella preguntó. 436

Las dríades golpearon sus escudos al mismo tiempo. —¡Obedeceremos los comandos de Meg! — dijo la líder. — Como, ¿Si les pidiera que fueran a traerme enchiladas…? —¡Nosotras preguntaríamos cuántas! — gritó otra dríade — ¡Y qué tan picosa te gustaría tu salsa! Meg asintió:  Genial. Pero primero, ¿Tal vez podrían guiarnos fuera del laberinto a salvo? —¡Así será! — dijo la dríada líder. — Esperen — dijo Piper —¿Qué hay de…? Ella señaló los adoquines del piso, donde mis doradas palabras sin sentido aun brillaban a lo largo de la piedra. Mientras me encontraba arrodillado con las cadenas no había sido capaz de apreciar su disposición: BRONCE SOBRE ORO

PALABRAS ANTIGUAS PRONUNCIADAS

EL ESTE SE ENCUENTRA CON EL OESTE

SACUDIENDO VIEJAS FUNDACIONES

LAS LEGIONES SON REDIMIDAS

DESTRUYE AL TIRANO AYUDA AL ALADO

LUZ ILUMINA LAS PROFUNDIDADES

BAJO COLINAS DORADAS

UNO CONTRA MUCHOS

POTRO DEL GRAN SEMENTAL

NUNCA EL ESPÍRITU DERROTADO 437

ESCUCHA LAS TROMPETAS

ENTRAR A LA CASA DE UN EXTRAÑO

GIRA EN LA MAERA ROJA

RECUPERAR LA GLORIA PERDIDA

—¿Qué significa eso? — preguntó Grover, mirándome como si yo tuviera la mínima idea. Mi cabeza dolía con cansancio y tristeza. Mientras Crest había distraído a Medea, dando tiempo a Piper para llegar y salvar las vidas de mis amigos, yo estaba soltando sandeces: dos columnas de texto con un margen de fuego en el medio. Ni siquiera tenían un formato de letra interesante. —¡Significa que Apolo tuvo éxito! — la Sibila dijo orgullosamente. —¡Él terminó la profecía! Sacudí la cabeza:  Pero no lo hice. Apolo enfrenta la muerte en la tumba de Tarquin a menos que la puerta de al dios silencioso sea abierta por… ¿Todo eso? Piper escaneó las líneas  Ese es mucho texto. ¿Debería de escribirlo? La sonrisa de la Sibila flaqueó.  Te refieres…. ¿no lo ves? Está justo ahí. Grover entrecerró los ojos ante las palabras doradas.  ¿Ver qué? — Oh — Meg asintió — Okay, sí Las siete dríades se inclinaron hacia ella, fascinadas. — ¿Qué significa, gran hija del creador? — preguntó la líder. 438

— Es un acróstico — dio Meg — Vean Ella trotó hacia la esquina izquierda de la habitación. Caminó al lado de la primera letra en cada línea, luego salto a través del margen y caminó al lado de las primeras letras de cada línea de esa columna, todo mientras decía las letras en voz alta: H-I-J-A D-E B-E-L-O-N-A — Wow — Piper sacudió la cabeza con sorpresa — Aún no estoy segura del significado de la profecía, sobre Taquin y un dios silencioso y todo eso. Pero aparentemente necesitan la ayuda de la hija de Belona. Eso significa la pretora experimentada en el Campamento Júpiter. Reyna Avila Ramírez-Arellano.

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44 Ja – ja – ja, ¿Dríades? Eso es directo de la boca del caballo Adiós, Sr Caballo.

–¡A

VE MEG! — GRITÓ LA dríada líder. — ¡Ave, la solucionadora de enigmas!

—¡AVE! — las otras acordaron, seguido de mucho arrodillarse, golpear las lanzas en los escudos, y ofrecerse a conseguir enchiladas. Hubiera discutido con las aclamadoras del mérito de Meg. Si no hubiera estado siendo mágicamente desollado hasta la muerte con cadenas ardientes, yo hubiera podido resolver el acertijo. Estoy muy seguro de que Meg no sabía lo que un acróstico era hasta que yo se lo expliqué. Pero teníamos problemas más grandes. La cámara comenzó a temblar. Polvo cayó del techo. Algunos adoquines cayeron y salpicaron dentro de la piscina de icor. — Debemos irnos — dijo Herófila — La profecía está completa. Soy libre. Esta habitación no sobrevivirá. — Me gusta la idea de irme — Grover acordó.

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También me gustaba la idea de irme, pero aun habia una promesa que debia mantener, no importa que tanto Estigia me odiara. Me arrodillé al borde de la plataforma y miré fijamente al flamante icor. —¿Uh, Apolo? — Preguntó Meg. —¿Deberíamos de alejarlo? — preguntó una dríade. —¿Deberíamos de empujarlo? — preguntó otra. Meg no respondió. Tal vez ella estaba sopesando cuál opción sonaba mejor. Traté de concentrarme en el fuego debajo. — Helios — murmuré — tu encarcelamiento ha acabado. Medea está muerta. El icor se agitó y destelló. Sentí la ira medio consciente del Titán. Ahora que estaba libre, parecía estar pensando ¿por qué no iba a descargar su poder de estos túneles y convertir el campo en un páramo? Probablemente tampoco estaba muy contento de que le arrojaran dos pandai, un poco de ambrosía y su malvada nieta a su linda y ardiente esencia. — Tienes el derecho de estar enojado. — dije — Pero te recuerdo, tu resplandor, tu cordialidad. Recuerdo tu amistad con los dioses y los mortales de la tierra. Nunca podré ser una deidad del sol tan buena como tú fuiste, pero todos los días trato de honrar tu memoria, para recordar tus mejores cualidades. El icor burbujeó con mayor rapidez.

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Solo estoy hablando con un amigo, me dije a mí mismo. Esto no es en absoluto como convencer a un misil balístico intercontinental de que no se lance solo. — Aguantaré — le dije — volveré a ganarme el carruaje del sol. Mientras yo lo conduzca, serás recordado. Mantendré tu viejo camino a través del cielo firme y verdadero. Pero tú sabes, más que nadie, que los fuegos del sol no pertenecen a la tierra. ¡No estaban destinados a destruir la tierra, sino a calentarla! Calígula y Medea te han convertido en un arma. ¡No les permitas ganar! Todo lo que tienes que hacer es descansar. Regresa al éter del Caos, mi viejo amigo. Ve en paz. El icor se volvió blanco ardiente. Estaba seguro de que mi cara estaba a punto de tener una exfoliación dérmica extrema. Entonces la esencia ardiente revoloteó y brilló como un estanque lleno de alas de polilla - y el ícor desapareció. El calor se disipó. Los adoquines se desintegraron en polvo y llovieron en el pozo vacío. En mis brazos, las terribles quemaduras se desvanecieron. La piel cortada se curó sola. El dolor menguó a un nivel tolerable de agonía y me torturaron durante seis horas, y me desmayé, temblando y con frío, en el suelo de piedra. —¡Lo hiciste! — gritó Grover. El miró a las dríades, luego a Meg, y rió con asombro. —¿Pueden sentirlo? La ola de calor, la sequía, los incendios… ¡Se han ido! — Ciertamente — dijo la dríada líder. —¡El sirviente enclenque de la Meg ha salvado la naturaleza! ¡Ave a la Meg! —¡AVE! — las otras dríades intervinieron. Ni siquiera tenía energía para protestar. 442

La cámara retumbo más violentamente. Una gran grieta zigzagueó hasta el medio del techo. — Hay que salir de aquí — Meg se volvió a las dríades. — Ayuden a Apolo —¡La Meg ha hablado! — dijo la dríada líder. Dos dríadas me pusieron de pie y me llevaron entre ellas. Traté de poner peso sobre mis pies, sólo por dignidad, pero era como patinar sobre ruedas de macarrones mojados. — ¿Saben cómo llegar ahí? — preguntó Grover a las dríadas. — Nosotras sabemos — dijo una. — Es el camino más rápido a la naturaleza, eso es algo que siempre podemos encontrar. En la escala de Ayuda, voy a morir de uno a diez, salir del laberinto era un diez. Pero desde que todo lo que había hecho esa semana era un quince, parecía un trozo de baklava. Los techos de los túneles se derrumbaron a nuestro alrededor. Los pisos se desmoronaron. Monstruos atacados, sólo para ser apuñalados hasta la muerte por siete dríadas ansiosas que gritaban:  ¡AVE! Finalmente, llegamos a un estrecho hueco que se inclinaba hacia arriba, hacia un pequeño cuadrado de luz solar. — Este no es el camino por el cual entramos — dije inquieto. — Está lo suficientemente cerca. — dijo la dríade líder — Nosotras iremos primero. Nadie discutió. Las siete dríadas levantaron sus escudos y marcharon en fila india

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Por el hueco. Piper y Herófila fueron las siguientes, seguidos por Meg y Grover. Subí detrás, habiéndome recuperado lo suficiente como para arrastrarme por mi cuenta con un mínimo de llanto y jadeos. Cuando salí a la luz del sol y me puse en pie, las líneas de batalla ya estaban trazadas. Estábamos de vuelta en el viejo foso de los osos, aunque no sabía cómo el hueco nos llevó allí. El Meliai había formado una pared de escudo alrededor de la entrada del túnel. Detrás de ellos estaban el resto de mis amigos, con las armas desenfundadas. Sobre nosotros, forrando la cresta del cuenco de cemento, una docena de pandai esperaban con flechas ancladas en sus arcos. En medio de ellos estaba el gran semental blanco Incitatus. Cuando me vio, tiró su hermosa melena.  Ahí está por fin. Medea no pudo cerrar el trato, ¿eh? — Medea estás muerta. — dije — A menos que huyas ahora, tú serás el siguiente. Inciatus relinchó.  Nunca me gustaron las hechiceras de todos modos. Acerca de rendirme… Lester, ¿te has visto a ti mismo ultimamente? Nos estás en forma para lanzar amenazas. Tenemos el terreno elevado. Ya has visto lo rápido que disparan los pandai. No sé quiénes son tus lindas aliadas con la armadura de madera, pero no importa. Acompáñame en silencio. Gran C está navegando hacia el norte para tratar con sus amigos en el área de la bahía, pero podemos alcanzar a la flota fácilmente. Mi hijo tiene todo tipo de regalos especiales planeados para ti. 444

Piper gruño. Sospeché que la mano de Herófila sobre su hombro era lo único que impedía que la hija de Afrodita atacara al enemigo ella sola. Las cimitarras de Meg brillaban bajo el sol de la tarde.  Oigan, señoras fresno  dijo ella,  ¿qué tan rápido pueden llegar allí? La líder miro hacia arriba  Suficientemente rápido, Oh Meg. — Genial. — dijo Meg. Luego ella gritó al caballo y a sus tropas —¡Última oportunidad para rendirse! Inciatus suspiro.  Bien. — Bien, ¿se rinden? — Meg preguntó. — No. Bien, los mataremos. Pandai… — Dríades, ¡ATAQUEN! — Meg grito. —¿Dríades? — pregunto Inciatus incrédulamente. Esa fue la última cosa que dijo alguna vez. Las Melíades saltaron fuera del foso como si no fuera más alto que un escalón de pórtico. La docena de pandai arqueros, los más rapidos tiradores del Oeste – no pudieron disparar una sola flecha antes de que fueran cortados a polvo por las lanzas de fresno. Incitatus relinchó de pánico. Mientras las Melíades le rodeaban, el alzó y pateó con sus dorados cascos, pero incluso su gran fuerza no era rival para los primordiales espíritus asesinos de los árboles. El semental se dobló y cayó, ensartado de siete direcciones a la vez. 445

Las dríades encararon a Meg. —¡La hazaña está realizada! — anunció su líder — ¿Gustaría ahora la Meg enchiladas? A mi lado, Piper lucia ligeramente asqueada, como si la venganza hubiera perdido su atractivo.  Yo pensaba que mi voz era poderosa. Grover gimoteó en acuerdo.  Nunca he tenido pesadillas sobre árboles. Eso puede que cambie hoy. Incluso Meg se veía incómoda, como si acabara de darse cuenta de que clase de poder le había sido dado. Me tranquilizó ver su incomodidad. Era una señal de que ella permanecía siendo una buena persona. El poder hace que las personas buenas se sientan incómodas en lugar de alegres o jactanciosas. Por eso la gente buena rara vez llega al poder. — Hay que salir de aquí — ella decidió. —¿Hacia dónde saldremos de aquí, O Meg? — preguntó la líder de las dríadas. — A casa — dijo Meg — Palm Springs. No había amargura en su voz al unir esas palabras: A casa. Palm Springs. Necesitaba volver, como las dríadas, a sus raíces.

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45

Flores del desierto florecen La lluvia del atardecer endulza el aire ¡Es momento de un programa de juegos!

P

IPER NO NOS acompañó.

Dijo que tenía que volver a la casa de Malibú para no preocupar a su padre o la familia de Hedge. Todos se irían juntos a Oklahoma mañana por la tarde. Además, tenía que hacer unos arreglos. Su tono oscuro me hizo pensar que se refería a arreglos finales, para Jasón. —Veámonos mañana por la tarde. — Me entregó una hoja de papel amarilla doblada - un aviso de desalojo financiero. En la parte de atrás, escribió una dirección en Santa Mónica. —Te pondremos en camino. No estaba seguro a que se refería con eso, pero sin una explicación caminó hacía el parqueo del campo de golf, sin duda a prestar un vehículo de calidad Bedrossian. El resto de nosotros regresamos a Palm Springs en el Mercedes rojo. Herófila condujo. 447

¿Quén sabría que el antiguo oráculo conducía? Meg estaba sentada a su lado. Grover y yo estábamos atrás. Seguía mirando tristemente a mi asiento, donde Crest se había sentado sólo unas horas antes, ansioso por aprender sus acordes y convertirse un dios de la música. Pude haber llorado. Las siete Meliai marchaban junto al Mercedes como agentes del servicio secreto, manteniendo el paso fácilmente, incluso cuando dejamos atrás al tráfico parachoque-con-parachoque. A pesar de nuestra victoria, éramos un grupo sombrío. Ninguno ofrecía una brillante conversación. En un momento, Herófila intentó romper el hielo. —Yo espío con mi pequeño ojo... Respondimos en unísono: —No Después de eso, conducimos en silencio. La temperatura afuera bajo al menos quince grados. Neblina había caído sobre Los Ángeles como un gigante plumero mojado, absorbiendo todo el calor y el humo. Cuando llegamos a San Bernardino, nubes oscuras barrían las colinas, precipitando cortinas de lluvia en las oscurecidas y secas colinas. Cuando llegamos al paso y vimos a Palm Springs extendido debajo de nosotros, Grover lloró de felicidad. El desierto estaba alfombrado con flores silvestres- margaritas y amapolas, dientes de león y primaveras-todas brillando por la lluvia que acababa de pasar, dejando el aire frío y dulce. Decenas de dríadas nos esperaban en la cima de las colinas fuera de la cisterna. Aloe vera se preocupó por nuestras heridas. Prickly Pear nos reprendió y preguntó cómo era posible que arruináramos nuestra ropa otra vez. Reba estaba tan aliviada que 448

intentó bailar tango conmigo, pero las sandalias de Calígula no estaban diseñadas para fantásticos pasos de baile. El resto de la comitiva de huéspedes hicieron un amplio círculo alrededor de los Meliai, mirándolos con admiración. Josué abrazó a Meg tan fuerte que chilló. — ¡Lo hicieron!— dijo.—¡Los incendios se han ido! —No tienes que sonar tan impresionado, —gruñó. —Y estos...—Enfrentó a los Meliai. —Los-los vi emerger de los retoños hoy temprano. Dicen que escucharon una canción que tenían que seguir. ¿Eran ustedes? —Sip. — A Meg aparentemente no le gustaba la forma en que Josué miraba a las dríadas fresno.—Son mis nuevos minions. —¡Somos los Meliai!—Dijo el líder. Ella se arrodilló ante Meg. —Solicitamos órdenes, ¡O Meg! ¿Dónde debemos enraizar? —¿Enraizar?—preguntó Meg.—Pero pensé—Podemos permanecer en la colina dónde nos plantaste, Gran Meg,—dijo el líder. — ¡Pero si deseas que enraizemos en otro lugar debes decidir rápido! ¡Pronto seremos muy grandes y fuertes para trasplantarnos! De repente tuve una imagen de nosotros comprando un camión de recolección y llenándolo de tierra, luego conducir hacia San Francisco con siete árboles de fresno asesinos. Me gustaba la idea. Desafortunadamente, sabía que no funcionaria. Los árboles no eran buenos en viajes de carretera. Meg se rascó la oreja. —Si se quedan aquí… ¿Estarán bien? Digo, ¿con el desierto y todo? —Estaremos bien, —dijo la líder. 449

—Aunque un poco más de sombra y agua estaría bien, —dijo un segundo fresno. Josué aclaró su garganta. Pasó sus dedos inconscientemente a través de su pelo. —Nosotros, um, ¡Estaríamos honrados de tenerlas aquí! La fuerza de la naturaleza ya es fuerte aquí, pero con los Meliai entre nosotros... —Sí, —agregó Prickly Pear.—Nadie nos volvería a molestar. ¡Podríamos crecer en paz! Aloe Vera estudió a los Meliai con duda. Me imagino que no confiaba en formas de vida que requirieran tan pocos cuidados. — ¿Qué tan largo llega su alcance? ¿Cuánto territorio pueden proteger? Un tercer Meliai rió. — ¡Hoy marchamos a Los Ángeles! Eso no fue difícil. Si crecemos aquí, ¡Podemos proteger todo en cientos de leguas! Reba acarició su oscuro cabello. — ¿Es lo suficientemente largo para cubrir Argentina? —No, —dijo Grover. —Pero cubriría casi toda California del Sur.—Se giró hacía Meg.—¿Qué piensas? Meg estaba tan cansada que se estaba balanceando como un arbolito. Esperé que murmurara una respuesta muy Meg cómo no lo sé y desmayarse. En vez de eso, le hizo señas a los Meliai.— Vengan por aquí. Todos las seguimos hasta el borde de la cisterna. Meg apuntó hacia abajo al sombreado lugar con el estanque en el centro. —¿Qué tal alrededor del estanque?—Preguntó.—Sombra. Agua. Creo... Creo que a mi papá le hubiera gustado eso. 450

—¡La hija del creador ha hablado!—Lloró un Melia. —¡Hija de dos creadores!—dijo otro. —¡Doblemente bendecida! —¡Sabia solucionadora de rompecabezas! —¡La Meg! Esto dejó a los dos últimos sin mucho que decir, así que murmuraron, —Sip. Meg. Sip. — Las otras dríadas murmuraron y asintieron. A pesar del hecho de que los árboles de fresno tomarían su lugar de comer enchiladas, nadie se quejó. —Una sagrada arboleda de fresnos, —dije.—Solía tener una como esa en los antiguos tiempos. Meg, es perfecto. Me di la vuelta hacía la sibila, quien había estado de pie en silencio en la parte de atrás, sin duda abrumada de estar alrededor de muchas personas luego de su largo cautiverio. —Herófila—dije,—esta arboleda estará bien protegida. Nadie, ni siquiera Calígula, podría amenazarte aquí. No te diré que hacer. La decisión es tuya. Pero ¿considerarías hacer de este lugar tu nuevo hogar? Herófila envolvió los brazos a su alrededor. Su cabello castaño era del mismo color que las colinas del desierto en la luz del atardecer. Me pregunté si estaba pensando en lo diferente que era esta colina del lugar donde había nacido, donde una vez tuvo su cueva en Eritrea. —Podría ser feliz aquí, —decidió.—Mi idea inicial - y era sólo una idea - es que escuché que producen muchos programas de juegos en Pasadena. Tengo muchas ideas para nuevos programas.

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Prickly Pear se estremeció. — ¿Qué tal si le pones un alfiler a eso, cariño? ¡Únete a nosotros!— Poner un alfiler a algo era un buen consejo viniendo de un cactus. Aloe Vera asintió. —¡Sería un honor tenerte como oráculo! ¡Me podrías advertir cuando alguien está a punto de tener un resfriado! —Te daríamos la bienvenida con los brazos abiertos,—Josué estuvo de acuerdo.—Excepto por esos dos con brazos espinosos. Ellos probablemente solo te ondearan sus manos. Herófila sonrió. —Muy bien. Estaré...—Su voz se paralizó cómo estuviera a punto de iniciar una nueva profecía y mandarnos a todos a pelear. —¡Está bien!—Dije.—¡No hay necesidad de agradecernos! ¡Está decidido! Y entonces Palm Springs ganó un nuevo oráculo, mientras el resto del mundo era salvado de muchos nuevos programas de juegos de televisión como Sibila de la fortuna o ¡El oráculo tiene la razón! Era una situación de ganar-ganar. El resto de la tarde lo pasamos un nuevo campamento al pie de la colina, comiendo comida rápida (Escogí las enchiladas verdes, gracias por preguntar) y asegurándole a Aloe Vera que nuestras capas de emplasto medicinal estaban lo suficientemente pegajosas. Los Meliai cavaron sus propios retoños y los replantaron en la cisterna, lo que supongo es la versión dríadas de levantarse por tu propios esfuerzos. Para la puesta del sol, su líder vino hacía Meg y se inclinó. — Ahora nos dormiremos. Pero en cualquier momento que llames, si estamos al alcance, ¡responderemos! ¡Protegeremos está tierra en el nombre de Meg! 452

—Gracias, —dijo Meg, poética como siempre. Los Meliai desaparecieron en sus siete árboles de fresno, los que ahora hacía un hermoso círculo alrededor del estanque. Sus ramas brillaban con una suave capa de luz. Las otras dríadas se movieron alrededor de la colina, disfrutando del aire fresco y las estrellas en el cielo libre de humo, mientras le daban un recorrido a la sibila de su nuevo hogar. —Y aquí hay algunas rocas,—le dijeron.—Y por allá, esas son más rocas. Grover se sentó al lado de Meg y yo con un suspiro de alegría. El sátiro había cambiado sus ropas: una gorra verde, una camisa seca, pantalones limpios y un nuevo par de zapatos New Balance apropiados para sus pezuñas. Una mochila puesta sobre su hombro. Mi corazón se hundió al verlo vestido para viajar, aunque no me sorprendía. —¿Vas a algún lado?— pregunté. Él sonrió. —De vuelta al Campamento Mestizo. —¿Ahora?—demandó Meg. Él extendió sus manos. —He estado aquí por años. Gracias a ustedes, ¡mi trabajo está finalmente terminado! Es decir, sé que ustedes todavía tienen un largo camino que recorrer, liberando a los oráculos y todo, pero... Él era muy amable para finalizar la oración: pero porfavor no me pidan que vaya con ustedes. —Mereces ir a casa, —dije, deseando poder hacer lo mismo.— Pero, ¿Ni siquiera te quedaras a descansar en la noche?

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Grover tenía una lejana mirada en los ojos.— Necesito regresar. Los sátiros no son dríadas, pero tenemos también raíces. El Campamento Mestizo son las mías. He estado lejos por mucho tiempo. Espero que Enebro no se haya conseguido una nueva cabra... Recordé la forma en la que la dríada Enebro estaba inquieta y preocupada por su ausente novio mientras estuve en el campamento. —Dudo que alguna vez pueda reemplazar a tan excelente sátiro,—dije.—Gracias, Grover Underwood. No hubiéramos podido tener éxito sin ti y Walt Whitman. Él rió, pero su expresión inmediatamente se ensombreció. —Es sólo que lo siento por Jasón y...—Su mirada cayó en el ukelele en mi regazo. No lo había dejado fuera de mi vista desde que regresamos, aunque no he tenido el corazón de afinar sus cuerdas, mucho menos tocarlo. —Sí, —estuve de acuerdo.—Y Money Maker. Y todos los que perecieron intentando encontrar el laberinto ardiente. O en los incendios, la sequía... Wow. Por un segundo me había sentido bien. Grover de verdad sabía cómo matar la vibra. Su barba de chivo tembló.—Estoy seguro que llegarán al Campamento Júpiter, —dijo.—Nunca he estado ahí, o conocido a Reyna, pero he escuchado que es buena gente. Mi amigo Tyson el cíclope está ahí también. Dile que dije hola. Pensé en lo que nos esperaba en el norte. A parte de lo que habíamos conseguido a bordo del yate de Calígula - que su ataque durante la luna nueva no había ido bien- no sabíamos que estaba 454

pasando en el Campamento Júpiter, o si Leo Valdez todavía estaba ahí, o volando de vuelta a Indianápolis. Todo lo que sabíamos era que Calígula, ahora sin sus sementales y hechiceros, estaba navegando hacia la bahía del para hacerse cargo del Campamento Júpiter personalmente. Teníamos que llegar ahí primero. —Estaremos bien, —dije, intentando de convencerme a mí mismo.—Le hemos arrebatado tres oráculos al Triunvirato. Ahora, además de Delfos, solo queda una fuente de profecías: Los libros de Sibila... O al menos, lo que Ella la arpía está tratando de reconstruir de memoria. Grover frunció el ceño.— Sí. Ella. La novia de Tyson. Sonaba confundido, como si no tuviera sentido que un cíclope tuviera una novia arpía, mucho menos una con memoria fotográfica que de alguna forma era nuestro único enlace a los libros de la profecía que fueron quemados hace siglos. Muy poco de nuestra situación tenía sentido, pero yo era un antiguo olímpico. Estaba acostumbrado a la incoherencia. —Gracias, Grover.—Meg le dió un abrazo al sátiro y lo besó en la mejilla, lo que ciertamente era mucha más gratitud de la que me ha mostrado a mí. —Puedes apostarlo, —dijo Grover.—Gracias, Meg. Tú...— Tragó.—Has sido una gran amiga. Me agradó hablar de plantas contigo. —Yo también estaba ahí,—dije. Grover sonrió tímidamente. Se puso de pie, y unió las cuerdas de la mochila en su pecho.—Duerman bien, chicos. Y buena suerte. Tengo el sentimiento que los veré otra vez... sí. 455

¿Antes de que ascienda a los cielos y recupere mi trono inmortal? ¿Antes de que todos muramos de una forma miserable en las manos de Triunvirato? No estaba seguro. Pero luego de que Grover se fue sentí un lugar vacío en mi pecho, como si el agujero que había hecho con la flecha de Dodona se estaba haciendo más grande y profundo. Me quité las sandalias de Calígula y las tiré a un lado. Dormí miserablemente y tuve un sueño miserable. Yacía al fondo de un frío y oscuro río. Sobre mi flotaba una mujer en oscuras ropas- la diosa Estigia, la viva encarnación de las aguas infernales. —Más promesas rotas,—siseó. Un sollozo se produjo en mi garganta. No necesitaba el recordatorio. —Jasón Grace está muerto,—continuó.—Y el joven pandos. ¡Crest! Quería gritar. ¡Él tenía un nombre! — ¿Empiezas a sentir la estupidez de tu promesa apresurada en el nombre de mis aguas?—pregunto Estigia. —Habrá más muertes. Mi ira no perdonará a nadie cercano a ti hasta que sea compensado. ¡Disfruta tu tiempo como mortal, Apolo! Agua empezó a llenar mis pulmones, como si mi cuerpo recién recordara que necesitaba oxígeno. Desperté jadeando. El amanecer se alzaba sobre el desierto. Estaba abrazando mi ukelele tan fuerte que había dejado marcas en mis brazos y heridas en mi pecho. La bolsa de dormir de Meg estaba vacía, pero antes 456

de que pudiera buscarlas, bajo la colina corriendo hacía mi - un extraño brillo de emoción en sus ojos. —Apolo, levántate, —dijo.—¡Tienes que ver esto!

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Segundo premio: un viaje de carretera Con un casete de Bon Jovi Primer premio: por favor, no preguntes

L

A MANSIÓN McCAFFREY había renacido. O mejor, vuelto a crecer.

Durante la noche, madera del desierto había retoñado y crecido a una increíble velocidad, formando las vigas y los pisos de la casa, muy parecida a la anterior. Tupidas enredaderas había emergido de las ruinas de piedras, creando las paredes y techos, dejando lugar para las ventanas y un tragaluz sombreado por un toldo hecho de glicinas. La mayor diferencia en la casa: el salón principal había sido construido en forma de herradura alrededor de la cisterna, dejando la arboleda de fresnos libre. —Esperamos que te guste,—dijo Aloe Vera, dándonos un recorrido. —Nos reunimos todos y decidimos que era lo menos que podíamos hacer.

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El interior era genial y cómodo, con fuentes y agua corriente en cada cuarto provisto por tuberías vivientes de fuentes subterráneas. Cactus con flores y árboles Josué decoraban las estancias. Grandes ramas se había formado en muebles. Incluso el viejo escritorio de trabajo del Dr. McCaffrey había sido amorosamente recreado. Meg sorbió su nariz, pestañeando rápidamente. —Oh, cariño,—dijo Aloe Vera.—¡Espero que no seas alérgica a la casa! —No, este lugar es impresionante.—Meg se lanzó a los brazos de Aloe Vera, ignorando las muchas partes puntiagudas de la dríada. —Wow,—dije. (La falta de palabras de Meg se me debe estar pegando.) —¿Cuántos espíritus de la naturaleza se necesitaron para hacer esto? Aloe Vera se encogió de hombros modestamente.— Todas las dríadas en desierto de Mojave querían ayudar. ¡Ustedes nos salvaron a todos! Y ustedes restablecieron los Meliai. —Le dio a Meg un baboso beso en la mejilla.—Tu padre estaría tan orgulloso. Has completado su trabajo. Meg aguantó las lágrimas. —Sólo desearía... No necesitaba terminar. Todos sabíamos cuántas vidas no habían sido salvadas. —¿Te quedarás?—preguntó Aloe.—Aeithales es tu hogar. Meg miró hacía el desierto. Estaba aterrado que ella dijera que sí. Su última orden hacía mi sería que continuara mi misión solo, y está vez lo diría de verdad. ¿Por qué no lo haría? Había encontrado su hogar, incluyendo siete poderosas dríadas que la 459

aclamarían y le traerían enchiladas todas las mañanas. Ella se convertiría en la protectora de california del sur, lejos del alcance de Nero. Podría encontrar la paz. La idea de liberarme de Meg me hubiera encantado hace unas semanas, ahora encontraba la idea insoportable. Sí, quería que fuera feliz. Pero sabía que ella aún tenía muchas cosas que hacerla primera de todas era encarar a Nero otra vez, cerrando ese horrible capítulo de su vida confrontando y venciendo a la Bestia. Oh, y también necesitaba la ayuda de Meg. Diganme egoísta, pero no me podía imaginar seguir sin ella. Meg apretó la mano de Aloe. —Tal vez algún día. Espero. Pero ahora... Tenemos lugares dónde estar. Grover generosamente nos había dejado el Mercedes que había prestado de... como sea. Después de despedirnos de Herófila y las dríadas, que estaban discutiendo planes de crear un gran tablero de Scrabble en uno de los dormitorios en Aeithales, conducimos a Santa Mónica para encontrar la dirección que Piper me había dado. Seguía mirando por el espejo retrovisor, preguntándome si la patrulla de la carretera nos detendría por el robo del auto. Ese hubiera sido el perfecto final para mi semana. Nos llevó un tiempo encontrar la dirección correcta: un pequeño aeropuerto privado cerca de la costa de Santa Mónica. Un guardia de seguridad nos dejó pasar por las puertas sin preguntas, como si hubiera estado esperando a dos adolescentes en un Mercedes robado. Conducimos directamente a la pista. Un brillante Cessna blanco estaba detenido cerca de la terminal, justo al lado del Pinto amarillo del entrenador Hedge. Me 460

estremecí, preguntándome si estábamos atrapados en un episodio de ¡El oráculo tiene la razón! Primer premio: el Cessna. Segundo premio... No, no podía afrontar la idea. El entrenador Hedge estaba cambiando el pañal del bebé Chuck en el capó del Pinto, manteniendo a Chuck distraído dejándolo morder una granada. (Que probablemente era solo la carcasa vacía. Probablemente.) Mellie estaba de pie a su lado, supervisando. Cuando nos vio, ondeó su mano y nos dio una triste sonrisa, pero apuntó hacía el avión, donde Piper estaba en la base de los escalones, hablando con el piloto. En sus manos, Piper sostenía algo largo y plano- una maqueta. Tenía un par de libros bajo su brazo, también. A su derecha, cerca de la cola de la aeronave, el compartimiento de equipaje estaba abierto. Miembros del equipo estaban cuidadosamente amarrando una caja de madera grande con accesorios de bronce. Un ataúd. Mientras Meg y yo nos acercamos, el capitán estrechó la mano de Piper. Su rostro estaba tenso con simpatía. —Todo está en orden señorita McLean. Estaré a bordo haciendo verificaciones hasta que los pasajeros estén listos. Nos dio un rápido asentimiento, luego subió al Cessna. Piper estaba vestida en decolorados jeans de mezclilla y una camisa verde de camuflaje. Había cortado su cabello en un estilo corto- probablemente porque mucho había sido chamuscado de todas formas-lo que le daba un extraño parecido a Thalia Grace. Sus ojos multicolores reflejaban el gris de la pista, así que podía ser confundida con una hija de Atenea.

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La maqueta que sostenía era, por supuesto, el modelo de la Colina de los Templos del Campamento Júpiter. Debajo de su brazo estaban los dos libros de bocetos de Jasón. Un nudo formándose en mi garganta.—Ah. —Sí,—dijo.—La escuela me dejó recoger sus cosas. Tomé el mapa como alguien tomaría la bandera doblada de un soldado caído. Meg deslizó los libros de bocetos en su mochila. —¿Te vas a Oklahoma?—, pregunté, dirigiendo mi barbilla hacia el avión. Piper rió.—Bueno, sí. Pero conduciremos. Mi papa rentó una SUV. Está esperándonos a mí y a los Hedges en las Donas DK.— Ella sonrió tristemente.—El primer lugar a dónde me llevo a desayunar cuando nos mudamos aquí. —¿Conducir?—preguntó Meg. —¿Pero—El avión es para ustedes dos,—dijo Piper.—Y... Jasón. Cómo había dicho, mi padre tenía suficiente tiempo de vuelo y crédito para un último viaje. Miré a la maqueta de La Colina de los Templos- todos las pequeñas fichas cuidadosamente etiquetadas con la letra de Jasón. Leí la etiqueta: APOLO. Podía escuchar la voz de Jasón en mi mente, diciendo mi nombre, pidiéndome un solo favor: Pase lo que pase, cuando vuelvas al Olimpo, cuando seas un dios otra vez, recuerda. Recuerda lo que se siente ser un humano. Esto, pensé, era ser humano. De pie en la pista, mirando a mortales poner el cuerpo de un amigo y héroe en el compartimiento de carga, saber que nunca volvería. Despidiéndome de una valiente joven que había hecho todo por 462

ayudarnos, y sabiendo que nunca podrías pagarle, nunca la compensaría por lo que había perdido. —Piper, yo...—Mi voz paralizándose como la de la Sibila. —Está bien,—dijo.—Solo lleguen seguros al Campamento Júpiter. Permitan que le den a Jasón el entierro romano que merece. Detengan a Calígula. Sus palabras no eran amargas, cómo hubiera esperado. Eran simplemente áridas, como el aire de Palm Springs-sin juzgar, solo calor natural. Meg miró al ataúd en el compartimiento de carga. Parecía intranquila de viajar con compañía fallecida. No la culpo. Nunca invité a Hades a navegar el sol conmigo por una razón. Mezclar al inframundo con el mundo de la superficie era mala suerte. Sin embargo, Meg murmuró,—Gracias. Piper empujó a Meg en un abrazo y le besó la frente.—Ni lo menciones, y si alguna vez estás en Tahlequah, ven a visitarme, ¿está bien? Pensé en los millones de jóvenes que me rezaban cada año, esperando dejar sus pequeños pueblos en todo el mundo para venir a Los Ángeles, para hacer sus grandes sueños realidad. Ahora Piper McLean iba en la dirección contraria-dejando el glamour y la deslumbrante vida de su padre, volviendo a la pequeña ciudad de Tahlequah, Oklahoma. Y sonaba en paz con eso, como si supiera que su propio Aeithales estaría esperándola ahí. Mellie y el entrenador Hedge se acercaron, el bebé Chuck todavía mordiendo su granada en los brazos del entrenador. —Hey,—dijo el entrenador.—¿Estás lista, Piper? Largo camino por delante 463

La expresión del sátiro era severa y determinada. Miró al ataúd en el compartimiento de carga, luego rápidamente movió sus ojos a la pista. —Casi,—respondió Piper.—¿Estás seguro que el Pinto soportará tan largo viaje? —¡Por supuesto!—dijo Hedge.—Solo, uh, ya sabes, mantenlo a la vista, en caso de que el SUV se descomponga y necesites mi ayuda. Millie rodó los ojos.—Chuck y yo viajaremos en el SUV. El entrenador se quejó.— Esta bien. Me dará tiempo de sonar mi música. Tengo toda la colección de casetes de Bon Jovi. Traté de sonreír de manera alentadora, pero decidí que le daría a Hades una nueva sugerencia para los Campos de Castigo si alguna vez lo volvía a ver: Pinto. Viaje de Carretera. Casetes de Bon Jovi. Meg golpeó la nariz del bebé Chuck, lo que lo hizo reírse y escupir pedazos de granada. —¿Qué es lo que van a hacer en Oklahoma?—preguntó. —¡Entrenar, por supuesto!—dijo el entrenador.—Tienen una gran variedad de equipos de deportes en Oklahoma. Además, escuche que la naturaleza es muy fuerte ahí. Es un buen lugar para criar un niño. —Y siempre hay trabajo para las ninfas de las nubes,—dijo Mellie.—Todo el mundo necesita nubes. Meg miró hacia el cielo, tal vez preguntándose cuántas de esas nubes eran ninfas ganando un salario mínimo. Luego, de repente, su boca se abrió.—Uh, ¿chicos? 464

Apuntó hacía el norte. Una brillante forma se miraba en la línea de nubes. Por un momento, pensé que un pequeño avión iba a aterrizar. Luego sus alas se agitaron. El equipo del aeropuerto se puso en acción mientras Festus el dragón de bronce se preparaba para aterrizar, Leo Valdez montando en su espalda. El equipo blandió sus linternas naranjas, guiando a Festus a un lugar al lado del Cessna. Ninguno de los mortales parecía encontrar esto inusual. Uno del equipo le gritó a Leo, preguntándole si necesitaba combustible. Leo sonrió.—Nah. Pero si le podrías dar a mi chico un baño y encerado, y tal vez encontrarle algo de salsa Tabasco, eso sería genial. Festus rugió en acuerdo. Leo Valdez bajo y se unió a nosotros. Cualquier aventura que pudo haber tenido, parecía haberla pasado con su cabello negro rizado, su traviesa sonrisa y su pequeña forma élfica intacta. Usaba una camisa púrpura con letras doradas que decía en latín: MI COHORTE FUE A NUEVA ROMA Y TODO LO QUE CONSEGUÍ FUE ESTA HORRIBLE CAMISETA. —¡La fiesta puede iniciar ahora!—anunció.—¡Ahí está mi Pipes! No sabía que decir. Todos solo nos quedamos ahí, mientras Leo nos abrazaba. —Hombre, ¿qué pasa con ustedes chicos?—preguntó.— ¿Alguien les tiró con una granada de impacto? Así que, tengo buenas y malas noticias de Nueva Roma, pero primero...—El 465

escaneó nuestros rostros. Su expresión se empezó a derrumbar.— ¿Dónde está Jasón?

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47 Bebidas en vuelo Incluyen las lágrimas de un dios Por favor tengan el cambio exacto

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IPER SE ROMPIÓ. Cayó contra Leo y sollozó la historia hasta que él, atónito y con los ojos rojos, la abrazó de vuelta y enterró la cara en su cuello.

El equipo en tierra nos dio espacio. Los Hedges se retiraron al Pinto, donde el entrenador apretó fuerte a Mellie y su bebé, de la manera en que se debería abrazar a la familia, sabiendo que la tragedia podría golpear a cualquiera en cualqu1ier momento. Meg y yo nos quedamos ahí, el diorama69 de Jasón todavía aleteando en mis brazos. Junto al Cessna, Festus levantó su cabeza, hizo un sonido bajo de lamento y arrojó fuego al cielo. El equipo de tierra lucía un poco nervioso por eso mientras lavaban sus alas. Supuse que los jets privados no arrojaban a menudo fuego de sus fosas nasales… o tenían fosas nasales.

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Panorama o lienzo de grandes dimensiones con figuras diferentes pintadas por ambas caras y con el que, mediante juegos de luz en una sala oscura, se producen diversas imágenes y da sensación de movimiento.

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El aire a nuestro alrededor pareció cristalizarse, formando quebradizos fragmentos de emociones que nos cortarían sin importar a qué lado giráramos. Leo lucía como si hubiera sido golpeado repetidamente. (Y yo lo sabía. Lo había visto ser golpeado repetidamente). Se limpió las lágrimas del rostro, miró la bodega de carga y luego al diorama en mis manos. —Yo no… ni siquiera pude despedirme — murmuró. Piper sacudió la cabeza. —Yo tampoco. Pasó tan rápido… Él sólo… —Hizo lo que Jasón siempre hacía —Leo dijo—. Salvó el día Piper respiró temblorosamente. —¿Qué contigo? ¿Tus noticias? —¿Mis noticias? —Leo sofocó un sollozo—. Después de eso, ¿a quién le importan mis noticias? —Hey —Piper golpeó su brazo—. Apolo me dijo lo que estabas haciendo. ¿Qué pasó en el Campamento Júpiter? Leo golpeteó sus dedos contra sus muslos, como si estuviera manteniendo dos conversaciones simultáneas en código Morse. —Nosotros… nosotros detuvimos el ataque. Más o menos. Tuvimos un montón de daños, esa es la mala noticia. Mucha gente buena… —Miró de nuevo la bodega de carga—. Bueno, Frank está bien. Reyna, Hazel... Esas son las buenas noticias. —Se estremeció—. Dioses, ahora ni siquiera puedo pensar. ¿Eso es normal? Como, ¿olvidar como pensar? Podía asegurarle de que sí lo era, al menos en mi experiencia.

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El capitán bajó las escaleras del avión. —Lo siento, señorita McLean, pero estamos en espera para partir. Si no queremos perder nuestra ventana… —Sí —Piper dijo—. Por supuesto. Apolo y Meg, vayan ustedes. Yo estaré bien con Mellie y el entrenador. Leo… —Oh no, no vas a deshacerte de mí —aseguró Leo—. Acabas de ganarte un dragón de bronce como escolta hasta Oklahoma. —Leo… —No vamos a discutir esto —insistió—. Además, está más o menos de camino a Indianapolis. La sonrisa de Piper era tan débil como la niebla. —Te estás estableciendo en Indianapolis. Yo, en Tahlequah. Todos estamos yendo a algún lado, ¿huh? Leo se giró hacia nosotros —Vayan, chicos. Lleven… lleven a Jasón a casa. Háganlo bien por él. Verán que el Campamento Júpiter sigue ahí. Desde la ventana del avión, la última vez que vi a Piper, Leo, al entrenador y a Mellie, estaban amontonados en el asfalto, trazando su viaje al este con su dragón de bronce y su Pinto amarillo. Mientras tanto, nosotros rodamos por la pista en nuestro jet privado. Retumbamos en el cielo… hacia el Campamento Júpiter y nuestro encuentro con Reyna, la hija de Bellona. No sabía cómo encontraría la tumba de Tarquin o quién se suponía era el dios silencioso. No sabía cómo evitaríamos que Caligula atacara el dañado campamento romano. Pero nada de eso me molestó tanto como lo que ya nos había pasado; tantas vidas 469

aniquiladas, el ataúd de un héroe traqueteando en la bodega de carga… tres emperadores todavía estaban vivos, listos para infligir más daño a todos y todo lo que me importaba. Me encontré a mí mismo llorando. Era ridículo. Los dioses no lloran. Pero, mientras miraba el diorama de Jasón en el asiento a mi lado, en todo lo que podía pensar era que él nunca llegaría a ver terminados sus planes tan cuidadosamente elaborados. Mientras sostenía mi ukelele, sólo podía imaginar a Crest tocando sus últimos acordes con los dedos rotos. —Hey —Meg se volvió en el asiento frente a mí. A pesar de sus gafas de ojo de gato habituales y su ropa de preescolar (de alguna manera remendado, otra vez, por la magia de las infinitamente pacientes dríadas), Meg sonaba más madura hoy. Segura de sí misma—. Vamos a arreglar todo. Sacudí mi cabeza miserablemente. —¿Y eso qué significa? Calígula se dirige al norte y Nero sigue ahí afuera. Hemos enfrentado a tres emperadores y no hemos derrotado a ninguno. Y Pitón… Ella me dio un golpe en la nariz, mucho más fuerte del que le había dado al Bebé Chuck. —¡Auch! —¿Ya me prestas atención? —Yo… sí. —Entonces escucha: Vas a llegar vivo al Tíber. Comenzarás a vivir. Así es como decía la profecía en Indiana, ¿no? Tendrá sentido una vez que lleguemos ahí. Derrotarás al Triunvirato. 470

Parpadeé. —¿Esa es una orden? —Es una promesa. Ojalá no lo hubiera dicho de esa manera. Casi podía escuchar a la diosa del Estigio riéndose, su voz haciendo eco desde la fría bodega de carga donde el hijo de Júpiter ahora descansaba en un ataúd. El pensamiento me enojó. Meg tenía razón. Yo derrotaría a los emperadores. Liberaría a Delfos del control de Pitón. No permitiría que aquellos que se sacrificaron lo hicieran en vano. Tal vez esta búsqueda había terminado en una nota suspendida. Todavía teníamos mucho por hacer. Pero de ahora en adelante sería más que Lester. Sería más que un observador. Yo sería Apolo. Yo recordaría.

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Guía para el habla de Apolo aeithales Griego Antiguo para siempre verde Eneas un príncipe de Troya y renombrado ancestro de los Romanos; el héroe de La Eneida de Virgilio Alejandro el Grande un rey del antiguo reino griego de Macedonia del 336 al 323 ANE; él unió a la ciudad estado de Grecia y conquistó Persia ambrosia la comida de los dioses; le da inmortalidad a cualquiera que la consuma; los semidioses pueden comerla en pequeñas porciones para curar sus heridas Afrodita diosa Griega del amor y la belleza; forma Romana: Venus arbutus cualquier arbusto o árbol en la familia de los brezales con flores blancas o rosadas y bayas rojas o anaranjadas Ares el dios Griego de la guerra; el hijo de Zeus y Hera, y medio hermano de Atenea; forma Romana: Marte Ago II un trirreme volador construido por la cabina de Hefestos en el Campamento mestizo para llevar a los semidioses de la profecía de los siete a grecia Artemisa la diosa Griega de la caza y la luna; la hija de Zeus y Leto, y gemela de Apolo; forma Romana: Diana

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Asclepio el dios de la medicina; hijo de Apolo; su templo era el centro de curación de la Antigua Grecia; forma Romana: Esculapio Atena la diosa Griega de la sabiduría; forma Romana: Minerva Belona una diosa Romana de la guerra; hija de Júpiter y Juno; forma Griega: Enio Blemmyae una tribu de personas sin cabeza con rostros en sus pechos Britomartis la diosa Griega de la caza y las redes de pesca; su animal sagrado es el grifo cabrito carne de cabrito rostizada o estofada caligae (caliga, sing.) botas militares Romanas Caligula el apodo del tercer de los emperadores de Roma, Gaius Julius Caesar Augustus Germanicus, famoso por su crueldad y matanza durante los cuatro años que gobernó, del 37 al 41 ANE; fue asesinado por su propio guardia Campamento Mestizo el lugar de entrenamiento de los semidioses Griegos, ubicado en Long Island, Nueva York Campamento Júpiter el lugar de entrenamiento de los semidioses Romanos, ubicado en California, entre las colinas de Oakland y las colinas de Berkeley Cueva de Trofonio una profunda grieta, casa del Oráculo de Trofonio Bronce celestial un metal mágico poderoso usado para crear armas usadas por los dioses Griegos y sus hijos semidioses Medias negras de Chicago ocho miembros de los medias blancas de Chicago, un equipo de Baseball de la liga mayor, 473

acusado de intencionalmente perder la serie mundial de 1919 contra los Rojos de Cincinnati en cambio de dinero Claudio emperador Romano del 41 al 54 CE, sucesor de Calígula, su sobrino Cómodo Lucius Aurelius Commodus era el hijo del Emperador Romano Marcus Aurelius; se convirtió en co-emperador cuando tenía dieciséis y emperador a los dieciocho, cuando su padre murió; gobernó del 177 al 192 ANE y era megalomaniaco y corrupto; se consideraba a sí mismo el Nuevo Hércules y disfrutaba matar animales y pelear con gladiadore en el coliseo Cíclope (Clicoples, Pl.) un miembro de una primordial raza de gigantes, cada uno con un solo ojo en el centro de su frente Dédalo un hábil artesano que creó el laberinto en Creta en el cual el Minotauro (mitad hombre, mitad toro) era mantenido Dafne una hermosa náyade que atrajo la atención de Apolo; ella se transformó en un árbol de laurel para escapar de él Delos una isla Griega en el mar Egeo cerca de Mykonos; lugar de nacimiento de Apolo Demeter la diosa Griega de la agricultura; hija de los Titanes Rea y Cronos denario (denarius, pl.) unidad de moneda de Roma; forma Romana: Ceres Dionisio dios Griego del vino y las fiestas; hijo de Zeus; forma Romana: Baco Puertas de la Muerte la entrada a la casa de Hades, ubicada en el Tártaro; las puertas tienen dos lados-uno en el mundo mortal y otro en el inframundo 474

Dríada (Driades, Pl.) un espíritu (usualmente femenino) asociado con cierto árbol y cuya vida está ligada a este Edesia diosa Romana de los banquetes Edsel un auto producido por Ford de 1958 a 1960; fue un gran fracaso Elíseos el paraíso al cual los héroes Griegos eran enviados, cuando los dioses no les daban inmortalidad Empousa un monstruo volador chupasangre, hija de la diosa Hécate Encélado un gigante, hijo de Gaia y Urano, quien era el adversario de la diosa Atenea durante la guerra de los Gigantes Jabalí de Erimanto un gigante jabalí salvaje que aterrorizó personas en la isla de Erimanto hasta que Hércules lo sometió en la tercer de sus doce tareas Sibila de Erimanto una profetisa que presidía como el Oráculo de Apolo en Ionia Euterpe diosa Griega de la poesía lírica; una de las nueve musas; hija de Zeus y Mnemósine Feronia diosa Romana de la vida salvaje, también asociada con la fertilidad, salud y abundancia Furias diosas de la venganza Gaia la diosa Griega de la tierra; esposa de Urano; madre de los Titanes, gigantes, Cíclopes y otros monstruos Germánico hijo adoptado del emperador Romano Tiberio; se convirtió en un renombrado general del imperio Romano, conocido por su campañas exitosas en Germania; padre de Calígula 475

gladius una espada corta; el arma básica de los soldados de infanteria Romanos Vellocino de Oro el muy codiciado vellocino del carnero de cabello dorado, el cual era mantenido en Colchis por el Rey Eetes y resguardado por un dragón hasta que Jason y los Argonautas lo recuperaron Hades el dios Griego de la muerte y las riquezas; gobernante del Inframundo Adriano catorceavo emperador de Roma gobernó del 117 al 138 ANE; conocido por construir una pared que marcaba la frontera norte de Britannia Arpía una criatura femenina voladora que hace cosas trocitos Hecate diosa de la magia y las encrucijadas Hécuba reina de Troya, esposa del rey Príamo, gobernante durante la guerra troyana Helena de Troya una hija de Zeus y Leda considerada como la mujer más hermosa del mundo; ella hizo estallar la guerra troyana cuando dejó a su esposo Menelao por Paris, príncipe de Troya Helios el Titán dios del sol; hijo del Titán Hiperión y la Titan Tea Hefestos dios Griego del fuego, incluyendo el volcánico, de las artesanías y la herrería; hijo de Zeus y Hera, casado con Afrodita; forma Romana: Vulcano Hera diosa Griega del matrimonio; hermana y esposa de Zeus; madrastra de Apolo; forma Romana: Juno Heracles el equivalente Griego de Hércules; hijo de Zeus y Alcmena; nacido con gran fuerza 476

Hermes dios Griego de los viajeros; guia de los espíritus de los muertos; dios de la comunicación Herophile hija de una ninfa de agua; tenía una adorable voz para cantar asi que Apolo la bendijo con el don de la profecía, convirtiéndola en la Sibila de Erimanto Hestia diosa Griega de la tierra y el hogar; forma Romana: Vestia Jacinto héroe Griego y amante de Apolo, quien murió mientras intentaba impresionar a Apolo con sus habilidades con los discos Hidra una serpiente de agua con muchas cabezas Hipnos dios Griego del sueño Oro Imperial un raro metal letal para los monstruos, consagrado en el Partenón; su existencia era un secreto bien guardado de los emperadores Incitatus el caballo favorito del emperador Romano Caligula Jano diosa Romana de los inicios, entradas, puertas, portales, pasajes, tiempo y finales; representado con dos caras Júpiter el dios romano del cielo y el rey de los dioses; forma Griega: Zeus Katoptris término griego para espejo; una daga que una vez perteneció a Helena de Troya Khanda una espada de doble filo; un importante símbolo del Sijismo Kusarigama una tradicional arma japonesa que consiste en una hoz unida a una cadena

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Cimopolia diosa Griega de las tormentas violentas; hija de Poseidón La Ventana una presentación y un lugar de eventos en Buenos Aires, Argentina Laberinto un laberinto bajo tierra originalmente construido en la isla de Creta por el artesano Dédalo para detener al minotauro legionario un miembro del ejército Romano Leto madre de Artemisa y Apolo con Zeus; diosa de la maternidad Pequeño Tiber la frontera del Campamento Júpiter Lucrezia Borgia la hija de un papa y su amante; una hermosa mujer noble quien se ganó la reputación de ser una conspiradora política en la Italia del siglo quince Marco Aurelio Emperador Romano del 161 al 180 ANE; padre de Cómodo; considerado el último de los “Cinco Emperadores Buenos” Marte el dios Romano de la guerra; forma Griega: Ares Medea una hechicera Griega, hija del Rey Eetes de Colchis y nieta del Titán dios del sol, Helios; esposa del héroe Jason, a quien ayudó a conseguir el Vellocino de Oro Mefitis una diosa de los gases malolientes de la tierra, especialmente adorada en pantanos y áreas volcánicas Meliai ninfas Griegas de fresnos, nacidas de Gaia; ellas alimentaron y criaron a Zeus en Creta Miguel Ángel un escultor, pintor, arquitecto y poeta italiano del Renacimiento; un imponente genio en la historia del arte 478

occidental; entre sus muchas piezas, el pintó el techo de la Capilla sixtina en el Vaticano Minotauro el mitad hombre, mitad toro hijo del Rey Minos de Creta; el Minotauro era mantenido en el Laberinto, donde mataba a las personas que eran enviadas ahí; él fue finalmente vencido por Teseo Monte Olimpo hogar de los doce olímpicos Monte Vesubio un volcán cerca de la bahía de Nápoles en Italia que erupcionó en el año 79 NE, enterrando la ciudad Romana de Pompeya bajo las cenizas Naevius Sutorius Macro un prefecto de la guardia Pretoriana del 31 al 38 NE, sirviendo a los emperadores Tiberio y Calígula Neos Helios término griego para el nuevo sol, un título adoptado por el emperador Romano Calígula Nero gobernó como emperador Romano del 54 al 58 ANE; Dio muerte a su madre y a su primera esposa;muchos creen que fue responsable por empezar el incendio que abatió a Roma, pero el culpó a los cristianos, a los que quemó en cruces; construyó un nuevo palacio extravagante en el área despejada y perdió apoyo cuando los gastos de la construcción lo forzaron a subir los impuestos; cometió suicidio Nueve Musas diosas que otorgaban gran inspiración y protegen las creaciones y expresiones artísticas; hijas de Zeus y Mnemósine; ellas fueron tomadas y protegidas por Apolo; sus nombres son Clío, Euterpe, Talia, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania, Calíope

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Nióbides niños que fueron asesinados por Apolo y Artemisa cuando su madre, Níobe, alardeo acerca de tener más hijos que Leto la madre de los gemelos. nunchaku originalmente un instrumento de granja utilizado para cosechar arroz, un arma de Okinawa que consiste en dos palos conectados en un extremo por una cadena corta o cuerda ninfa una deidad femenina que le da vida a la naturaleza Oráculo de Delfos un orador de las profecías de Apolo Oráculo de Trofonio un Griego que fue transformado en un oráculo luego de su muerte; localizado en la cueva de Trofonio; conocido por aterrorizar a aquellos que lo buscaban Ortopolis el único hijo de Plemneo que sobrevivió al nacimiento; disfrazada como una mujer vieja, Demeter lo cuidó, asegurando la supervivencia del niño Urano la personificación griega del cielo; esposo de Gaia; padre de los Titanes Monte Palatino el más famoso de los siete montes de Roma; considerado como uno de los más deseados vecindarios en la Antigua Roma, era el hogar de aristócratas y emperadores Pan el dios Griego de lo salvaje; hijo de Hermes Pandai (pandos, sing.) una tribu de hombres con orejas gigantes, ocho dedos en las manos y pies, y el cuerpo cubierto con cabello que al inicio es blanco pero se vuelve negro al envejecer Parazonium una daga de forma triangular usada por las mujeres en la Antigua Grecia

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Petersburg una guerra civil en Virginia en la cual una carga explosiva diseñada para ser utilizada contra los Confederados condujo a la muerte de 4,000 tropas de la Unión phalanx un cuerpo de tropas fuertemente armadas en una formación cercana Filipo de Macedonia el rey del antiguo reino de Macedonia del 359 ANE hasta su asesinato en 336 ANE; padre de Alejandro el Grande La cura del médico un preparado creado por Asclepio, dios de la medicina, para regresar a alguien de la muerte Plemneo el padre de Ortopolis, a quien Demeter crió para asegurar que creceria Pompeya una ciudad Romana que fue destruida en el 79 NE cuando el volcán Monte Vesubio erupsionó y la enterró bajo las cenizas Poseidón el dios Griego del mar; hijo de los Titanes Cronos y Rea, y hermano de Zeus y Hades pretor un Romano elegido como magistrado y comandante del ejército guardia pretoriana una unidad Romana de soldados de élite en el ejército Imperial Romano Princeps Latín para primer ciudadano o primero en la línea; los antiguos emperadores Romanos lo adoptaron este título por si mismos, y significaba príncipe de Roma Pitón un monstruoso dragón que Gaia designó a resguardar el Oráculo de Delfos

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Río Estigio el río que forma los límites entre la tierra y el inframundo Sarpedón un hijo de Zeus quien era un príncipe de Lician y un héroe en la guerra troyana; él peleó con distinción en el lado troyano pero fue asesinado por el guerrero Griego Patroclo Saturnalia un festival de la Antigua Roma que se celebra en diciembre en honor al dios Saturno, el equivalente Romano de Cronos sátiro un dios Griego del bosque, mitad cabra y mitad humano scimitar un sable con hoja curva shuriken una estrella que lanzan los ninjas; un arma plana y filosa usada como un daga o una distracción Sibila una profetisa situla Latín para cubeta Espartano un ciudadano de Esparta, o algo que pertenece a Esparta, una ciudad estado en la Antigua Grecia con dominio militar Estirge (estirges, pl.) una gran ave chupa sangre parecida a un búho de mal augurio Hierro Estigio un raro metal mágico capaz de matar monstruos Estigia una poderosa ninfa de agua; la hija mayor de el Titán del Mar, Océano; diosa del río más importante del inframundo; diosa del odio; el Río Estigio es nombrado por ella Tarquinio Lucius Tarquinius Superbus fue el séptimo y último rey de Roma, reinando del 535 ANE al 509, cuando, luego de un levantamiento popular, la República Romana fue establecida 482

Templo de Castor y Polux un antiguo templo en el foro Romano en Roma, levantado en honor de los semidioses gemelos hijos de Júpiter y Leda y dedicado por el general Romano Aulus Postumius, quien tuvo una gran victoria en la batalla del Lago Regilo Terpsícore diosa griega del baile; una de las nueve musas Termópilas un paso de las montañas cerca del mar en el norte de Grecia que fue lugar de muchas batallas, la más famosa siendo entre los Persas y los Griegos durante la invasión persa de 480479 ANE Río Tiber el tercer río más largo en Italia; Roma fue fundada en sus orillas; en la Antigua Roma, los criminales eran lanzados al río Titanes una poderosa raza de deidades Griegas, descendientes de Gaia y Urano, que gobernaron durante la Era Dorada y fueron derrocados por una raza de dioses jóvenes, los Olímpicos trago (tragos, pl.) una carnosa prominencia al frente de la abertura externa del oído trirremo un barco de guerra Griego, teniendo tre niveles de remos en cada lado triunvirato una alianza política formada por tres partes Guerra Troyana de acuerdo a las legendas, la Guerra Troyana fue librada contra la ciudad de Troya por los Aqueos (Griegos) luego de que Paris de Troya le quitó a Helena a su esposo, Menelao, rey de Esparta Trofonio semidiós hijo de Apolo, diseñador del templo de Apolo en Delos, y espíritu del oráculo oscuro; el decapitó a su medio hermano Agamedes para evitar ser descubierto luego de que robaran el tesoro del Rey Hireo 483

Troya una ciudad pre-Romana situada en el actual Turquía; lugar de la guerra troyana Inframundo el reino de los muertos, donde van las almas por la eternidad; gobernado por Hades ventus (venti, pl.) espíritu de la tormenta Vulcano el dios Romano del fuego, incluyendo el volcánico, y de la herrería; forma Griega: Hefestos Estación de paso un lugar para el refugio de semidioses, monstruos pacíficos y Cazadoras de Artemisa, localizada sobre la Estación Unión en Indianápolis, Indiana Zeus el dios Griego del cielo y el rey de los Dioses; forma Romana: Júpiter

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También de Rick Riordan Percy Jackson y los dioses del Olimpo El Ladrón del Rayo El Mar de los Monstruos La maldición del Titan La batalla del laberinto El último Héroe del Olimpo Los archivos de los semidioses El ladrón del Rayo: Novela Grafica El mar de los Monstruos: Novela Grafica La maldición del Titan: Novela Grafica Percy Jackson: dioses griegos Percy Jackson: Héroes Griegos De Percy Jackson: Confidencial del Campamento Media sangre Las Crónicas de Kane 485

La pirámide Roja El trono de Fuego412 La sombra de la Serpiente La pirámide Roja: Novela Grafica El Trono de Fuego: Novela Grafica Los Héroes del Olimpo El héroe Perdido El hijo de Neptuno La Marca de Atenea La casa de Hades Sangre del Olimpo El diario de los semidioses El héroe perdido: Novela Grafica El hijo de Neptuno: Novela Grafica Semidioses y Magos Magnus Chase y los dioses de Asgard La espada del Tiempo El martillo de Thor 486

El Barco de la Muerte Por Magnus Chase: Hotel Valhalla, guía de los mundos nórdicos Los Nueve Mundos (02 de octubre del 2018) Las Pruebas de Apolo El Oráculo Perdido La Profecía Oscura El laberinto Ardiente La Tumba del Tirano (Próximamente en 2019)

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Acerca del Autor RICK RIORDAN, es apodado como el “Cuenta cuentos de los dioses” por PublishersWeekly. Es el autor de cinco de las sagas más vendidas en el New York Time, número uno con millones de copias vendidas en todo el mundo: Percy Jackson y los dioses del Olimpo, Los Héroes del Olimpo y Las Pruebas de Apolo, basados en mitología griega y romana; Las Crónicas de Kane basada en mitología egipcia; y Magnus Chase y los dioses de Asgard basada en la mitología nórdica. Sus colecciones de mitos griegos conformado por Dioses griegos y Héroes Griegos narrados por Percy Jackson, fueron también bestsellers del New York Time. Rick vive en Boston, Massachusetts, con su esposa y sus dos hijos. Síguelo en Twitter @camphalfblood. Para aprender más sobre él y sus libros, visita: https://www.rickriordan.co.uk/

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