El Idiota en Sentido Estricto

El Idiota en Sentido Estricto Olavo de Carvalho Términos como "idiota, "imbécil", "estúpido", etc, se pueden utilizar co

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El Idiota en Sentido Estricto Olavo de Carvalho Términos como "idiota, "imbécil", "estúpido", etc, se pueden utilizar como meros insultos. En este caso, no indican ninguna deficiencia mental objetiva en el individuo a quien se aplican, sino sólo la rabia que los hablantes sienten contra él, que incluso puede ser -y a menudo es- causada por la percepción de una superioridad intelectual que los molesta y humilla. Nunca uso –repito: nunca- en tal sentido esos términos. Cuando digo que alguien es idiota o imbécil, o cuando lo sugiero con otras palabras , es porque percibí claramente en la persona de quien hablo una o varias de las 28 discapacidades intelectuales señaladas por el famoso educador rumano Reuven Feuerstein (véase, por ejemplo http://educacaodialogica.blogspot.com.br/2013/07/as-28deficiencias-da-inteligencia.html), las cuales siempre resultan en juicios impulsivos, desfasados de la situación. Este error, el más común hoy en día entre los polemistas brasileños sobre cualquier asunto, corresponde esquemáticamente a la falacia lógica que los antiguos llamaban "ignoratio elenchi", en la que el sujeto cree que ha demostrado algo cuando en realidad demostró, si acaso, otra cosa completamente diferente. Esto ocurre, evidentemente, cuando el ciudadano no puede entender cuál es el punto en discusión. Es imposible que un estudiante no adquiera este vicio cuando es entrenado desde la infancia para remitir todo, siempre y sistemáticamente, a media docena de lugares comunes considerados como universalmente explicativos, en lugar de tratar de entender lo que realmente está en juego en la discusión. El recurso compulsivo a etiquetas infamantes como "fascismo", "fundamentalismo religioso", "prejuicio y

discriminación", "racismo", "homofobia", "teoría de la conspiración", "élite explotadora", etc, es hoy en día prácticamente obligatorio y funciona como sustituto socialmente aprobado del esfuerzo por comprender lo que se pretende impugnar, mediante el empleo fácil y desesperantemente mecánico de estos términos. El control " políticamente correcto " del vocabulario trata de imponer una camisa de fuerza verbal al adversario, pero termina por discapacitar intelectualmente al propio usuario de este artificio, reduciéndolo a la condición de repetidor histérico de insultos completamente injustificados. Como en el Brasil actual lo que se denomina "educación universitaria" consiste básicamente en adiestrar a los estudiantes en esta práctica, no es de sorprenderse que cuatro de cada diez alumnos de nuestras facultades sean analfabetos funcionales, lo que tampoco significa que los otros seis tengan una inteligencia a la altura de las funciones para las que allí se preparan. Demostraciones de ineptitud en dosis francamente escandalosas son frecuentes no sólo entre malos estudiantes, sino también entre las personas que ocupan las posiciones más destacadas en el ámbito de la alta cultura en este país. Cuando, por ejemplo, el escritor Luiz Ruffato es aplaudido por los medios de comunicación por calificar como "genocidio" la disminución del número de indígenas brasileños de cuatro millones (número hipotético) a 900.000 desde los tiempos de Pedro Alvares Cabral hasta hoy, tanto él como su público demuestran que no tienen la más mínima idea de lo que sería un genocidio y sólo utilizan la palabra como un refuerzo de la identidad grupal de los "buenos" contra los "malos". "Pensar", en Brasil, significa que el sujeto se enamora de un símbolo de lo que le parece "el bien" y "la justicia",

activando de inmediato el generador de palabras huecas para acabar con el mal en el mundo. Otro tanto hay que decir del Dr. Miguel Nicolelis, que se apoya en su autoridad de neurocientífico para decir que Jesús, Abraham y Mahoma no eran más que esquizofrénicos que imaginaban hablar con Dios. Este hombre ha estudiado el cerebro durante décadas, pero aún no se ha dado cuenta de que es imposible encontrar en ese órgano ninguna prueba de que algún objeto pensado exista o no-exista fuera de él. Esto se aplica tanto a Dios como a un gato, una piedra o un banano. Inclusive, se aplica al cerebro mismo. Con toda evidencia, el ilustre miembro de la Academia Pontificia de las Ciencias no entiende el alcance de su propia declaración, producida en el generador de palabras vacías para congraciarse con personas que tampoco la comprenden. Seis meses de estudio de las "Investigaciones Lógicas" de Husserl no le harían ningún daño. Ya ni siquiera comento sobre los pronosticadores furibundos que en arrebatos verbales de una comicidad irresistible aparecen a toda hora pregonando acabar con Olavo de Carvalho de una vez por todas. Uno de ellos, a quien intentaba explicar que no es posible tener servicios públicos gratuitos y al mismo tiempo "acabar con la desigualdad social", no parecía entender que un servicio público sólo puede ser gratuito cuando es financiado por alguien que no sea su beneficiario: la reducción de la desigualdad social distribuye los costos de manera más equitativa entre todos y termina automáticamente con la gratuidad. En una situación ideal, donde todos tuvieran ganancias similares, se daría una de dos cosas: o todos pagarían contribuciones iguales para financiar los servicios, independientemente de que los usen o no, o cada uno pagaría en proporción a los servicios que recibiese. En el primer caso se establecería inmediatamente la desigualdad entre los que

pagan sin usar y los que usan sin pagar. En el segundo caso, los servicios no podrían ser gratuitos de ninguna manera. Por más que yo explicara, analizara y planteara esta simple ecuación, el sujeto, hombre de formación universitaria, continuó pataleando y asegurando que yo era un partidario de la injusticia social. Sólo puede haber divergencia de opiniones entre personas con un nivel similar de inteligencia y conocimiento. Con idiotas, lo único que existe es una dificultad de comunicación casi invencible.

Olavo de Carvalho [email protected] Filósofo, ensayista y periodista brasileño.