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EL ESPIRITU DEL CAPITALISMO Por: CHAUPIS PAREDES León 23 de Noviembre de 2015

“SE DEFINE ESTADO COMO LA INSTITUCIÓN QUE POSEE EL MONOPOLIO LEGÍTIMO DE LA VIOLENCIA EN UN TERRITORIO” Max Weber 1964 - 1920 ¿Por qué el capitalismo surgió en Europa? Muchos de los sociologigos como: Marx y Durkheim, prestaron atención al fenómeno religioso, pero ninguno como Weber lo estudió con tanta intensidad, analizó tantas religiones comparadas y, sobre todo, conectó la religión con el origen del mundo moderno. De ahí su estudio sobre por qué el capitalismo surgió en Occidente y no en otras regiones, en lo que no poco tuvo que ver la religión. Las primeras obras de Weber prefiguran ya la que va a ser la cuestión nuclear de La ética protestante: las relaciones entre la realidad económica y la organización social. Tanto su tesis doctoral, sobre las disposiciones jurídicas que regulaban la empresa comercial en la Edad Media, como su posterior estudio sobre la evolución de la tenencia de la tierra entre los romanos, relacionada con los cambios políticos y jurídicos, el estudio sobre el campesinado al este del Elba y otros sobre las operaciones del capital financiero en Alemania, mostraban su preocupación sobre la naturaleza de la empresa capitalista y las características específicas del capitalismo europeo occidental y, sobre todo, desechaba claramente el determinismo de la estructura económica sobre el mundo de las ideas, aspecto incluido en la obra que examinamos. El libro “Ética protestante y el espíritu del capitalismo” es junto con sus conferencias “El político y el científico” la obra más conocida de Max Weber. A pesar de los años trascurridos desde su publicación las ideas expresadas por Weber sobre el espíritu capitalista y su origen en el protestantismo son aún hoy objeto de controversia. Weber constata que la religión protestante es la predominante entre las clases capitalistas alemanas. Siendo la diferencia entre capitalistas protestantes y capitalistas católicos enorme Weber llega a la conclusión de que la ideología protestante promueve de un modo u otro la construcción del capitalismo. ¿Pero qué es el espíritu del capitalismo? cabe preguntarse. La ética del capitalismo plantea que el fin supremo de nuestra vida es la adquisición de riquezas por ellas mismas, la búsqueda del enriquecimiento no es visto como un medio para un fin; el empresario capitalista no busca enriquecerse para retirarse sino que busca el enriquecimiento por sí mismo. El goce, el descanso o el retiro no son los objetivos de la mentalidad capitalista aunque

sí puede ser el fin de los miembros de las economías capitalistas poco integrados en el sistema. “el summum bonum de esta “ética” estriba en la persecución continua de más y más dinero, procurando evitar cualquier goce inmoderado, carece de toda mira utilitaria o eudemonista, tan puramente ideado como fin en sí, que se manifiesta siempre como algo de absoluta trascendencia e inclusive irracional ante la “dicha” o el rendimiento del hombre en particular. El beneficio no es un medio del cual deba valerse el hombre para satisfacer materialmente aquello que le es de suma necesidad, sino aquello que él debe conseguir, pues esta es la meta de su vida.” El capitalismo actúa como un orden extraordinario en el que el individuo queda atrapado inexorablemente, el empresario que no se amolde a la ética capitalista está abocado a desaparecer. Sin embargo no hay que confundir la sempiterna “auri sacra fames”, la simple avaricia con el capitalismo pues, frente al deseo inmoderado de conseguir dinero de cualquier modo el capitalismo admite que no todo vale. El fin es la acumulación de beneficios por ellos mismos pero esta acumulación de beneficios debe realizarse de manera respetuosa con las normas del juego económico. La estafa, la malversación, el desfalco o el nepotismo no son comportamientos aceptables dentro de la economía capitalista, de hecho la persecución de la corrupción económica en las sociedades capitalistas es un hito casi sin precedentes en la historia de la humanidad. A diferencia de la simple ansia de dinero el capitalismo acepta unas reglas precisas y más o menos inquebrantables para el juego económico. El capitalismo ha estado muchas veces a punto de instaurarse, en la Antigüedad mediterránea o en Oriente, pero siempre chocó con la mentalidad “tradicionalista” según la cual un hombre trabaja con el propósito de vivir o, como mucho, de vivir bien. Muchos mercaderes hacían un capital que usaban para acceder a la nobleza o para vivir de las rentas, esto rompía la dinámica capitalista de buscar más y más riquezas e invertir los beneficios en obtener más beneficios. En pugna con la mentalidad natural según la cual la riqueza es un medio y no un fin en si misma el capitalismo tuvo difícil imponerse como mentalidad predominante. Entonces ¿cómo llegó a surgir el capitalismo si se oponía al secular tradicionalismo? El catolicismo que consideraba este mundo manchado por el pecado original se amoldaba perfectamente a la mentalidad tradicionalista, los retiros monásticos son un ejemplo de esto: la verdadera vida es la vida contemplativa, alejada del trasiego del mundo. Con Lutero la visión del trabajo cambió en el cristianismo y se transformó en una manifestación palpable del amor al prójimo, ante Dios toda profesión tiene el mismo valor. Lo propio de la Reforma fue acentuar el valor ético del trabajo como profesión. Pero en Lutero aún sigue vivo el espíritu del tradicionalismo ya que la asunción de la profesión era algo que el hombre debía realizar como

una misión impuesta por Dios; lo único novedoso fue la desaparición de los llamados “deberes ascéticos” (superiores a los “deberes con el mundo”) y el fin de la conformidad con la situación asignada a cada cual en la vida social o profesional. El verdadero punto de inflexión que permitió la instauración del capitalismo fue el nacimiento del calvinismo: “El trabajo social del calvinista en el mundo se hace únicamente in majorem Dei gloriam. Y exactamente lo mismo ocurre con la ética profesional, que está al servicio de la vida terrenal de la colectividad. Ya en Lutero vimos derivar el trabajo profesional especializado del “amor al prójimo”. Pero lo que en él era atisbo inseguro y pura construcción mental, constituye en los calvinistas un elemento característico de su sistema ético. Como el “amor al prójimo” sólo puede existir para servir a la gloria de Dios y no a la de la criatura, su primera manifestación es el cumplimiento de las tareas profesionales impuestas por la lex naturae, con un carácter específicamente objetivo e impersonal: como un servicio para dar estructura racionalizada al cosmos que nos rodea. Pues la estructura y organización (pletóricas de maravillosa finalidad) de este cosmos, que según la revelación de la Biblia y el juicio natural de los hombres parece enderezada al servicio de la “utilidad” del género humano, permite reconocer este trabajo al servicio de la impersonal utilidad social como propulsor de la gloria de Dios y, por tanto, como querido por El.” (del capítulo “Los fundamentos religiosos del ascetismo laico”) El calvinismo cree en la predestinación de la salvación. El hombre no puede hacer nada para salvarse, no es nada comparado con Dios; es el mismo Dios el que otorga la gracia a los elegidos. Mientras el católico puede obtener el perdón de sus pecados en la confesión y el luterano podía reparar con buenas obras los actos de debilidad, el calvinista no podía hacer nada para obtener la gracia de Dios ya que provenía de Dios mismo y nada podía hacer el hombre. Sin embargo había un signo que delataba a los elegidos por Dios: su pureza moral que se extiende a todos los actos de su vida, hasta el más nimio. Este puritanismo moral llevado al ámbito profesional hizo que el cumplimiento del deber del trabajo por sí mismo, rehuyendo el descanso en la riqueza y la ostentación fueran signos de la gracia divina. El afanoso puritano calvinista llevaba una vida éticamente planificada y metodizada en todos los ámbitos de su existencia para buscar en este cumplimiento de la norma la seguridad de haber obtenido la gracia. Este afán puritano en el trabajo, tan alejado de la natural mentalidad tradicionalista, fue la que permitió el surgimiento del capitalismo en los Países Bajos y Centro Europa donde predominaba la población puritana. Tanto desde el punto de vista técnico como de su contenido, la obra es una de las más originales de la historia de la sociología. Técnicamente, se trata del primer estudio sociológico de análisis de discurso, con un sutil estudio de la teología protestante. Pero su interés proviene, sobre todo, de su propio contenido. Sumariamente puede decirse que su argumento es deslumbrante al invertir la perspectiva de Marx: si para el materialismo histórico las

condiciones económicas son las que influyen e incluso determinan las ideas, Weber invierte esa relación y concluye que fue la ética protestante, en especial su orientación calvinista, la que promovió el desarrollo capitalista. Weber no pretendió elaborar una teoría alternativa al materialismo histórico, pero sí desmontar en un caso concreto su aplicación, rechazando por tanto la concepción materialista de la historia en el sentido de que las ideas surjan como reflejo o superestructura de la realidad económica. Él consideró justo lo contrario: el nacimiento del capitalismo fue favorecido, entre otros, por la ética religiosa del Calvinismo. Las relaciones entre la estructura económica y el mundo de las ideas carecen por tanto del automatismo mecanicista que Marx o sus intérpretes han querido ver. Pero debe advertirse que eso no significa que el propio Lutero o en general la Reforma estuviera relacionado con el espíritu capitalista; de hecho rechazaron muchos de sus componentes. No pretendió demostrar que la causa del capitalismo fuera la ética protestante, sino la coparticipación “y hasta qué punto, influencias religiosas en la impronta cualitativa y en la expansión cuantitativa de eseespíritu sobre el mundo y qué aspectos concretos de la cultura capitalista se deben a esas influencias religiosas” (pág. 136-137 cursivas siempre del autor). Las consecuencias culturales de la Reforma, advierte Weber, fueron: “consecuencias no previstas y no queridas del trabajo de los reformadores, a veces muy alejadas o incluso opuestas a todo lo que ellos imaginaban”, lo que pretendió es “aclarar la contribución que hicieron los factores religiosos al desarrollo de nuestra cultura material moderna, (pág. 135-136). Pero él elaboró una metodología para la investigación, no una conclusión generalizable: el hombre moderno no imagina que aunque: “la conciencia religiosa haya tenido una significación tan grande para el modo de vida, para la cultura y para elcarácter de los pueblos como realmente ha tenido, no es nuestra intención, no obstante sustituir una interpretación de la historia y de la cultura unilateralmente materialista por otra espiritualista, igualmente unilateral. Ambas interpretaciones son igualmente posibles, pero con ambas se sirve igualmente poco a la verdad histórica, si pretenden ser la conclusión a la que llegue la investigación y no un trabajo previo para la misma” (pág. 276). Weber para estructurar su análisis en cuatro puntos muy útiles para sintetizar el argumento: el espíritu capitalista; la concepción protestante del trabajo; la influencia de la concepción calvinista del trabajo sobre la mentalidad capitalista y el espíritu capitalista procede de la ética calvinista. Lo que ocupó a Weber no fueron las doctrinas o prácticas religiosas en cuanto tales, sino por sus efectos en la vida de los creyentes y en el conjunto de la sociedad. Y consideró que, al contrario de lo que es usual suponer, el protestantismo no relajó el control del comportamiento del creyente sino al revés: lo generalizó a todas sus actividades. La mayor implicación de los protestantes en la actividad económica no es resultado de un mayor hedonismo o permisividad, sino de una religiosidad más ascética, debido a su mayor control religioso de toda la vida del hombre. Al

inicio de la obra, Weber resalta el férreo control que implanta el protestantismo en la vida del creyente, esencial para el surgimiento del espíritu del capitalismo: “La Reforma no significó tanto laeliminación de la autoridad de la Iglesia sobre la vida en general como, más bien, una sustitución de la forma de autoridad existente entonces por otra. Weber no denomina espíritu capitalista a la mera acumulación de riqueza obtenida de cualquier manera y para cualquier fin, sino a “una mentalidad económica caracterizada por la búsqueda del enriquecimiento, tarea que es considerada además como un deber que se le impone al individuo” (pág. 19). Weber reconoce que siempre ha existido el “instinto por el dinero” (pág. 93), codicia y falta de escrúpulos para obtenerlo –rasgo incluso que considera propio de países de desarrollo capitalista burgués atrasado- en toda la historia. El afán por conseguirlo no es por tanto lo propio del “espíritu del capitalismo”. Lo peculiar es su contacto con las ideas religiosas, protestantes en particular. Pero obsérvese que en esa búsqueda del enriquecimiento lo esencial no es la satisfacción de los intereses del individuo, sino la obligada consecuencia de organizar la vida en torno al trabajo considerado como deber o como vocación: “no es la ganancia la que queda referida al hombre como un medio para la satisfacción de sus necesidades materiales” sino que el hombre queda referido a esa actividad de ganar dinero como objetivo de su vida. Una actitud que rompía con la mentalidad económica tradicionalista que consideraba al trabajo como un simple medio para vivir, para lograr lo necesario para la existencia; es el vivir para el trabajo. La nueva ética rompe con la mentalidad económica tradicionalista que no valoraba el trabajo y el enriquecimiento como tales. Se pasa a considerar al trabajo como una actividad moral al que el individuo acabará volcándose y formando un capital; y esa entrega total al trabajo, elemento esencial del mundo capitalista tiene su raíz en la concepción protestante del trabajo. El trabajo deja de ser indiferente desde el punto de vista moral, como ocurría con el Muchos son los planos destacables del análisis de Weber. El más evidente es la fecundidad del análisis de la cultura como clave explicativa de la vida social, anulando las interpretaciones simplificadoras de Marx; también los intereses materiales que gestaron las creencias religiosas. Pero sobre todo Weber invirtió la interpretación usual hasta entonces sobre la relación entre religión y racionalismo. Si el pensamiento ilustrado consideró a la religión más bien un obstáculo para la razón, Weber por el contrario probó que algunos componentes racionales del mundo moderno –como la vida económica- tienen un origen no racional, es decir religioso, y en concreto el desarrollo económico tiene un origen en ideales religiosos. Su estudio de un caso, el nacimiento del capitalismo, es un ejemplo de investigación para escrutar la influencia de las ideas en el desenvolvimiento de la realidad social.

Weber investigó con posterioridad religiones no cristianas ,el hinduismo, el budismo, el judaísmo y comenzó con el Islampara comprobar si otras religiones no cristianas habían impulsado esa mentalidad económica que se desarrolló en Occidente. Y ninguna de ellas aportó este específico componente que se encuentra en el origen del capitalismo.