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El

ESPÍRITU de las

DISCIPLINAS ¿Cómo transforma Dios la vida?

Dallas Willard

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La misión de Editorial Vida es ser la compañía líder en comunicación cristiana que satisfaga las necesidades de las personas, con recursos cuyo contenido glorifique a Jesucristo y promueva principios bíblicos.

EL ESPÍRITU DE LAS DISCIPLINAS Edición en español publicada por Editorial Vida – 2010 Miami, Florida ©2010 por EDITORIAL VIDA Originally published in the USA under the title: The Spirit of the Disciplines Published by arrangement HaperOne, an imprint of HarperCollins Publishers Copyright © 1990 Dallas Willard Traducción, edición: Rojas y Rojas Editores Diseño interior: Grupo Nivel Uno Inc. Diseño de cubierta: Leo Pecina RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS. A MENOS QUE SE INDIQUE LO CONTRARIO, EL TEXTO BÍBLICO SE TOMÓ DE LA SANTA BIBLIA NUEVA VERSIÓN INTERNACIONAL. © 1999 POR BÍBLICA INTERNACIONAL. ISBN: 978-0-8297-5751-4 CATEGORÍA: Vida cristiana / Crecimiento espiritual IMPRESO EN ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA PRINTED IN THE UNITED STATES OF AMERICA 10 11 12 13 v 6 5 4 3 2 1

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Contenido Prólogo

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Prefacio

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1. El secreto del yugo fácil

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2. Hacer práctica la teología de las disciplinas

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3. La salvación es una vida

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4. «Poco menos que un dios»

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5. La naturaleza de la vida

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6. La vida espiritual: la realización del cuerpo

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7. La psicología de la redención de San Pablo. El ejemplo

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8. La historia y el significado de las disciplinas

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9. Algunas disciplinas fundamentales para la vida espiritual

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10. ¿Es espiritual la pobreza?

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11. Las disciplinas y las estructuras de poder de este mundo

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Epílogo

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Apéndice I: El consejo de Jeremy Taylor sobre la aplicación de las reglas para la vida santa.

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Apéndice II: El discipulado: ¿Solo para supercristianos?

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Bibliografía

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Prólogo Para una nueva generación de lectores, El espíritu de las disciplinas declara que existe un camino de transformación accesible a todos y que en realidad funciona en el mundo contemporáneo. El espíritu de las disciplinas es el camino de Jesús, nuestro maestro divino pero también humano, que ha caminado y ahora camina esa senda frente a nosotros y nos invita simplemente a seguirle en esa vía que nos conduce desde nuestro presente hasta la eternidad. La senda comienza donde estamos y como estamos, sin importar lo que eso implique, ni cuán desesperada pueda parecer nuestra situación desde una perspectiva humana. Logramos comprensión del cómo y el porqué de su camino y recibimos un poder muy superior al nuestro dando los simples pasos de un aprendiz confiado que vive su Reino, el Reino de los cielos. La nueva persona, y el nuevo mundo que la humanidad busca constantemente, es el tema primordial de las Escrituras bíblicas, y culmina en la persona y reino de Jesús. Para experimentar la nueva vida en el reino de Jesús, solo necesitamos poner en práctica la confianza que tengamos en él, observar el resultado y aprender a hacer de mejor manera lo que creemos que él espera de nosotros. Su camino es autoconfirmante para cualquiera que abierta y consistentemente lo pone en práctica. El espíritu de las disciplinas busca mostrar cómo se puede lograr esto en nuestros días. «Al que salga vencedor —dice Jesús— le daré derecho a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios». Esto es para nosotros. Ahora. Dallas Willard Marzo 1999

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La paloma descendente rompe el aire con llama de incandescente terror de la cual las lenguas declaran el único pago del pecado y el error. La única esperanza, si no desesperación

descansa en decidir entre la pira o la pira



para ser redimido del fuego por el fuego.



¿Quién ideó el tormento? El amor.

El amor es el Nombre desconocido detrás de las manos que tejían la intolerable camisa de la llama que el poder humano no puede eliminar.

Solo vivimos, solo suspiramos



consumidos por el fuego o por el fuego. T. S. Eliot, Four Quartets Little Gidding, IV

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Prefacio La edad moderna es una época revolucionaria a causa de observar la enormidad del atroz sufrimiento y necesidad de la especie humana. Antaño, como guía y cura para revertir esta condición, se elevaban plegarias para alcanzar santidad y poder resistir los ataques del pecado y luchar contra Satanás. Hoy tales plegarias han sido reemplazadas por una nueva agenda. A nivel comunitario, el descontento político y social origina recetas para revoluciones que pretenden liberar a la humanidad de sus muchas esclavitudes. A nivel individual, en cambio, innumerables técnicas de autorealización prometen revoluciones personales ofreciendo «libertad para un mundo no libre» y un pasaje a la buena vida. Tales son las respuestas modernas a las aflicciones de la humanidad. Contra este trasfondo unas pocas voces han seguido enfatizando que la causa de la angustiosa condición humana, individual y social —y su única cura posible— es espiritual. Pero lo que proclaman estas voces no está aún suficientemente claro. Indican que las revoluciones sociales y políticas no han demostrado tendencia alguna por transformar el corazón de oscuridad que yace en lo profundo del pecho de cada ser humano. Esa verdad es evidente. Y en medio de la avalancha de técnicas para la autorealización existe una epidemia de depresión, suicidios, vacío personal, y escapismo por medio de las drogas y el alcohol, obsesiones idólatras, consumismo, sexo y violencia, todos combinados con la incapacidad de sostener relaciones personales profundas y duraderas. Es claro que el problema es espiritual. Y así deberá ser el remedio. Pero si el remedio es espiritual, ¿cómo encaja el cristianismo moderno en la respuesta? De manera muy pobre al parecer, porque los cristianos están también involucrados en la triste epidemia a la xi 

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que nos acabamos de referir. Y este hecho es tan ostensible que el pensamiento moderno considera a la fe cristiana como impotente, incluso algo arcaica, y por decir lo menos, irrelevante. Sin embargo, aunque el historial de la iglesia en solucionar los males sociales e individuales pueda no parecer históricamente sobresaliente, creemos que esta aún posee la única respuesta. ¿Qué es entonces lo que impide al cristianismo ser la guía de vida que solo él puede ser? Creemos que el cristianismo solo puede tener éxito como guía de la humanidad actual si procede de estas dos maneras: Primero, debe tomar tan seriamente la necesidad de la transformación humana como lo hacen los movimientos revolucionarios modernos. La crítica negativa del cristianismo surgió en primer lugar porque la iglesia no fue fiel a su propio mensaje; no tomó en serio la transformación humana como un asunto real y práctico que debía manejarse en términos realistas. Por fortuna, hoy se observan muchas señales de que la iglesia en todas sus divisiones se está preparando para remediar este fallo. Segundo, necesita clarificar y ejemplificar métodos realistas de transformación humana. Debe demostrar cómo los individuos comunes que hoy conforman la raza humana pueden llegar a ser, por la gracia de Cristo, una comunidad plena de amor, efectiva y poderosa. Este libro ofrece ayuda con esta segunda tarea. Aquí quiero tratar con métodos para la vida espiritual, para la vida presente en el evangelio cristiano. Podemos llegar a ser como Cristo en carácter y poder y así realizar nuestros más altos ideales de bienestar y bien hacer. Ese es el corazón del mensaje del Nuevo Testamento. ¿Cree que sea posible? Mi tesis central es que podemos llegar a ser como Cristo siguiendo el estilo de vida que escogió para él mismo. Si tenemos fe en el Señor, debemos creer que él sabía cómo vivir. Podemos, por medio de la fe y la gracia, llegar a ser como Cristo al practicar las actividades en las que él se involucró, al ordenar nuestra vida en torno a las actividades que él practicó para permanecer en comunión constante con su Padre. ¿Qué actividades practicó Jesús? La soledad y el silencio, la oración, un vivir simple y sacrificado, un intenso estudio y meditación de la Palabra y de los caminos de Dios, y el servicio a los demás. Algunos aspectos serán más necesarios para nosotros que lo que fueron para

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él por nuestra mayor o diferente necesidad. Pero en una vida equilibrada de tales actividades, seremos constantemente avivados por «El Reino que no es de este mundo», el Reino de verdad como se ve en Juan 18:36-37. Sin embargo, la historia mantiene una mano pesada sobre nuestros pensamientos y sentimientos presentes. Tal fe como se acaba de describir es muy resistida por las poderosas tendencias que hoy nos rodean. La fe hoy es tratada como algo que debería hacernos diferentes, no que en realidad lo haga o pueda hacerlo. En realidad, luchamos en vano en contra de los males de este mundo, esperando morir e ir al cielo. De alguna manera hemos concebido la idea de que la esencia de la fe es enteramente una cosa mental e interior. No creo que nadie quiso o planificó este estado de cosas. Simplemente hemos permitido que nuestro pensar caiga en el puño de una falsa oposición de la gracia hacia las «obras» causada por una asociación equivocada de las obras con el «mérito». Y la historia solo ha empeorado la situación. Ha edificado una pared entre la fe y la gracia, y lo que en verdad hacemos. Por cierto que sabemos que debe existir alguna conexión entre la gracia y la vida, pero pareciera que no la podemos hacer inteligible a nosotros mismos. De modo que, lo que es peor, somos incapaces de utilizar esa conexión como base de una guía específica para entrar en el carácter y poder de Cristo. Hoy pensamos en la llegada del poder de Cristo a nuestra vida de varias maneras: Por medio del sentimiento de perdón y amor de Dios o por tomar conciencia de la verdad; por experiencias especiales o la infusión del Espíritu; por medio de la presencia de Cristo en la vida interior o a través del poder del ritual y la liturgia o la predicación de la Palabra; por la comunión de los santos o por una conciencia intensificada de las profundidades y el misterio de la vida. Todos son sin duda actos reales y surten buen efecto. Sin embargo, ninguna de estas experiencias, ni individual ni colectivamente, genera un número aproximado de personas que sean de veras como fue Cristo y fueron sus seguidores más cercanos a lo largo de la historia. Este es un hecho verificable por medio de las estadísticas. Estimo que nuestra dificultad presente se debe a que no entendemos cómo nuestras experiencias y acciones nos permiten recibir la gracia de Dios, porque existe un profundo anhelo, tanto entre cristianos como no cristianos, por la pureza y el poder personal para vivir

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según nuestro corazón nos dice que deberíamos hacerlo. Entonces lo que necesitamos es una apreciación más profunda de nuestra relación práctica con Dios en el campo de la redención. Necesitamos una comprensión que pueda guiarnos a una interacción constante con el reino de Dios como parte real de nuestra vida cotidiana, una presencia espiritual constante que sea a la vez una realidad psicológica. En otras palabras, debemos desarrollar una teología psicológica responsable de la vida espiritual y de sus disciplinas para guiarnos. En las páginas que siguen, intento abordar los puntos básicos de nuestra relación con Dios. Primero, trato de clarificar la naturaleza misma de la vida espiritual para demostrar en qué consiste la realización del cuerpo humano y cómo este es un recurso primario para la vida espiritual. Luego ofrezco una perspectiva de la «disciplina espiritual» y el porqué se dejaron de practicar en el cristianismo occidental. Enseguida, explico los grupos mayores de disciplinas relevantes a nosotros hoy, y luego concluyo enfatizando cómo una transformación total del carácter, por medio de un discipulado a Cristo, disciplinado con sabiduría, puede transformar a nuestro mundo y puede desarmar los males estructurales que siempre han dominado a la humanidad y que ahora amenazan con destruir la tierra. Así, aunque escribo para enseñar, para agregar conocimiento, mi propósito último es cambiar de raíz nuestra práctica. Este libro es un ruego para que la comunidad cristiana instale las disciplinas de la vida espiritual en el corazón del evangelio. Cuando llamamos a hombres y mujeres a la vida en Cristo Jesús, les estamos ofreciendo la oportunidad más grande de su existencia: la oportunidad de un compañerismo intenso con él, para aprender a ser como él y vivir como él vivió. Esta es la «amistad transformadora» explicada por Leslie Weatherhead. Nos encontramos y moramos con Jesús y su Padre en las disciplinas de la vida espiritual. Cual lugar de encuentro, las disciplinas forman parte de las buenas noticias de una vida nueva. Debemos practicarlas e invitar a otros a que se reúnan con nosotros allí. Quiero tomar así tan en serio las disciplinas. Quiero inspirar al cristianismo de hoy a remover las disciplinas de la categoría de curiosidades históricas y a colocarlas en el centro de una nueva vida en Cristo. Solo cuando lo hagamos, podrá la comunidad de Cristo asumir una posición firme en el presente de la historia. Nuestras asambleas

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locales deben llegar a ser academias de la vida como fue la intención original. De tales lugares puede salir un pueblo equipado con carácter y poder para juzgar y guiar la tierra. Hoy multitudes se vuelven a Cristo en todas partes del mundo. Sin embargo, cuán trágico sería que los millones de nuevos convertidos en Asia, América del Sur y África fueran inducidos a creer que lo mejor que podamos esperar del Camino de Cristo es el nivel de cristianismo visible hoy en Europa y América, una medida que nos ha puesto al borde de la destrucción mundial. La experiencia nos grita que el mundo ya no puede dejarse en manos solo de diplomáticos, políticos y líderes de negocios. Ellos, sin duda, han hecho lo que han podido. Pero esta es una época para héroes espirituales, un tiempo para hombres y mujeres que sean heroicos en fe, carácter espiritual y poder. Por eso debemos entender que el mayor peligro para la iglesia cristiana de hoy es promulgar su mensaje a un nivel demasiado bajo. La santidad y la devoción deberán salir de su escondite y de la capilla a poseer la calle y la fábrica, la sala de clases y el salón de reuniones, el laboratorio científico y la oficina de gobierno. En vez de que un grupo selecto haga de la religión su vida, con el poder y la inspiración alcanzados por medio de las disciplinas espirituales, todos nosotros podemos hacer que nuestra vida diaria y vocaciones sean «la casa de Dios y la puerta del cielo». Puede y debe ocurrir. Y ocurrirá. El Cristo vivo hará que sea por medio de nosotros al morar con él en vidas disciplinadas en el reino espiritual de Dios. El espíritu de las disciplinas no es más que el amor de Jesús, con voluntad resuelta de llegar a ser como aquel a quien amamos. En la comunidad del corazón ardiente, «el ejercicio hacia la santidad» es nuestra manera de recibir siempre más plenamente la gracia en la cual estamos, regocijándonos en la esperanza de la gloria de Dios (Romanos 5:2). Los capítulos que siguen están escritos para ayudarlo a comprender la necesidad absoluta de las disciplinas espirituales para nuestra fe, y los resultados revolucionarios de practicar estas disciplinas de forma inteligente y entusiasta a través de una vida cristiana plena, llena de gracia, como la de Cristo.

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1. El secreto del yugo fácil Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. Mateo 11:29-30 (RVR 1960)

Sus mandamientos no son gravosos. 1 Juan 5:3 (RVR1960)

Una estimación más razonable de los costos y valores humanos nos llevará a pensar que ninguna labor es mejor invertida que aquella que explora el camino a las moradas del tesoro del espíritu, y demuestra a la humanidad dónde encontrar esos bienes que aumentan al ser compartidos, y que no nos pueden ser arrebatados. William Ralph Inge

«No es que el cristianismo haya sido probado y encontrado falto, sino que se lo ha encontrado difícil y no se ha probado». Así declaró aquel visionario e ingenioso cristiano, G. K. Chesterton. Si hablaba totalmente en serio o no, existe una creencia casi universal en la dificultad de ser un cristiano real. El vasto, y adusto «costo del discipulado» es algo que constantemente oímos enfatizar. La observación de Chesterton puede por lo menos tomarse como un reflejo de la actitud de muchas personas serias ante el Camino de Cristo. Pero no debe dejarse en pie como toda la verdad. Haríamos mucho mejor en colocar un claro y constante énfasis también en el costo del no discipulado. Como nos recuerda Søren Kierkegaard, le cuesta tanto o aun más a un hombre ir al infierno que venir al cielo. ¡Angosto, muy angosto es el camino a la perdición!»1. Proverbios 13:15 nos dice que el camino de los transgresores es duro. También podemos aprender esto por medio de una cándida observación de la vida. En verdad, una gran parte del libro de 1 

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Proverbios en el Antiguo Testamento simplemente registra el resultado de tal observación. El libro entero es un canto de alabanza al camino del justo por sobre el del malvado, no dejando ninguna duda sobre en qué vida se encuentran, el gozo y la fuerza. Apartarse de la justicia es escoger una vida de cargas aplastantes, fracasos y desilusiones, una vida atrapada en los trabajos duros de interminables problemas que nunca son resueltos. Aquí está la fuente de esa telenovela sin fin, esa película con episodios de horror conocida como la vida humana normal. El «costo del discipulado», aunque exija todo lo que tenemos, es pequeño si lo comparamos con la suerte de los que no aceptan la invitación de Cristo para participar de su compañía en el Camino de la vida. Las palabras de Jesús citadas en Mateo 11:29-30 presentan una alternativa a la desolación de la existencia vivida aparte de Dios. Sin embargo, con toda honestidad, la mayoría de los cristianos probablemente perciben tanto las declaraciones de Jesús como su reiteración por el autor de 1 Juan (5:3) más como expresión de una esperanza o un simple deseo que como una declaración acerca de la sustancia de sus vidas. Para muchos, las palabras de Jesús resultan francamente desconcertantes. Las escuchamos citadas a menudo, porque la idea que expresan es obviamente una que atrae y deleita, pero parece haber algo en la forma en que nos acercamos a ellas, algo sobre lo que entendemos por caminar con Cristo y obedecerlo, que nos impide a la mayoría entrar en la realidad que ellas expresan. Raramente disfrutamos, y menos observamos, la facilidad, la liviandad y el poder de su Camino como calidad penetrante y perdurable en nuestra existencia humana a nivel de la calle. Por eso no alcanzamos la fuerza que deberíamos tener, y los mandatos de Jesús se nos hacen abrumadoramente agobiantes. De hecho, muchos cristianos no pueden siquiera creer que su intención fue que los cumpliéramos. Entonces, ¿cuál es el resultado? Tratamos sus enseñanzas como meros ideales, por medio de las cuales podremos mejorarnos con la esperanza de quizá alcanzarlas, aunque reconocemos con toda certeza que fallaremos rotundamente. Es una historia familiar. «Somos solo humanos», decimos, y «errar es humano». Tales pronunciamientos pueden ser para otra edad o «dispensación», podemos pensar, o quizá sean para cuando estemos en el cielo. Pero no pueden ser para nosotros ahora. No en realidad.

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Jesús no pudo haber impuesto algo tan duro sobre nosotros. Y además, estamos en un período de gracia —somos salvos por gracia, no por algo que hagamos— por lo que la obediencia a Cristo no es de veras necesaria. Y de todos modos, es tan difícil que no es esperable en nosotros, y mucho menos que lo disfrutemos. Y así razonamos. Todos nuestros razonamientos no pueden, sin embargo, remover la idea de que Jesús nos llama a seguirle, seguirle ahora, no después de la muerte. Nadie niega que estaríamos mucho mejor y que nuestro mundo sería un lugar infinitamente mejor, si nos asimiláramos de hecho y de espíritu a él y a sus enseñanzas. Toda nuestra falta de entendimiento no anula su oferta de un yugo fácil y una carga liviana, donde nuestras almas puedan encontrar descanso. Esa oferta, como el llamado a seguirle, está claramente dirigida a nosotros aquí y ahora, en medio de esta vida donde laboramos, llevamos cargas imposibles y clamamos por descanso. Es verdad. Es real. Solo debemos asirnos del secreto de entrar en ese yugo fácil ¿Cuál es el secreto? Hay una respuesta muy sencilla para esta pregunta tan importante. Es una que puede ser presentada y aun aclarada completamente, comparando algunos hechos que nos son muy familiares. Pensemos en ciertos jóvenes que idolatran a un sobresaliente jugador de béisbol. No hay nada que anhelen tanto como poder lanzar o correr o batear tan bien como su ídolo. Entonces, ¿qué hacen? Cuando están jugando béisbol, todos tratan de portarse exactamente como lo hace su astro de béisbol favorito. La estrella es bien conocida por lanzarse de cabeza a las primeras bases, por lo que los adolescentes también lo hacen. El jugador estrella sostiene su bate sobre la cabeza, y los adolescentes también. Esto jóvenes copian todo y cualquier cosa que haga su ídolo para ser como él. Por eso compran el mismo modelo de zapato, el mismo guante y el mismo bate que él usa. ¿Serán capaces, sin embargo, de desempeñarse como la estrella? Conocemos bien la respuesta. Sabemos que no tendrán éxito si todo lo que hacen es imitarlo en el juego sin importar las condiciones personales. El mismo jugador estrella no logró su excelencia tratando de comportarse de cierta manera solo durante el juego. Al contrario, escogió una preparación constante de mente y cuerpo, vertiendo todas sus energías en ese proceso integral para proveer un fundamento en las

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respuestas automáticas del cuerpo y valor en sus esfuerzos conscientes durante el desarrollo del juego. Por eso vemos que esas exquisitas respuestas, el asombroso y oportuno aprovechamiento del tiempo y la fuerza que despliega el atleta no se producen ni se mantienen solo por las cortas horas del juego mismo. Están a disposición del deportista para ese breve y decisivo tiempo debido a un régimen diario que nadie observa. Por ejemplo, una dieta adecuada, el descanso y los ejercicios específicos para determinados músculos no son partes del juego mismo, pero sin ellos la actuación del atleta ciertamente no sería sobresaliente. Algunos de estos hábitos pueden incluso parecernos necios, pero el deportista de élite sabe que la disciplina debe asumirse, y asumirse correctamente, o todos sus talentos naturales y mejores esfuerzos caerán derrotados ante otros que sí se han preparado con disciplina para el juego. Lo que encontramos aquí es aplicable a cualquier empresa capaz de darle significado a nuestras vidas. Estamos refiriéndonos a un principio general de la vida humana. Es aplicable al conferencista, al músico, al profesor o al cirujano. Un desempeño exitoso en un momento de crisis dependerá en gran manera —y esencialmente— de la acuciosidad de una preparación sabia y rigurosa en la totalidad de su ser, mente y cuerpo. Y lo que es aplicable a actividades específicas es, por cierto, aplicable a la vida como un todo. Como lo observó Platón hace mucho tiempo, existe un arte de vivir, y el vivir es excelente solo cuando el ser humano está preparado en toda la profundidad y dimensiones de su condición. Es más, esta no es una verdad que se pueda dejar de lado cuando llegamos a nuestra relación con Dios. Somos salvos por gracia, por cierto, y solo por ella, y no porque lo merecemos. Esa es la base de nuestra aceptación por Dios. Sin embargo, la gracia no significa que la suficiente fuerza y visión se «infundirán» automáticamente en nuestro ser en el momento de la necesidad. Hay abundante evidencia para esta afirmación disponible precisamente en la experiencia de cualquier cristiano. Solo tenemos que mirar los hechos. Un jugador de béisbol que espera sobresalir en el juego sin el adecuado ejercicio de su cuerpo no es más ridículo que el cristiano que espera poder actuar a la manera de Cristo cuando es probado sin el apropiado ejercicio en la vida devota.

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Como es obvio por el registro de su propia vida, Jesús comprendió bien este hecho y vivió según él. Debido a la predisposición contemporánea con la cual leemos los Evangelios —tendencia que trataremos más adelante— tenemos gran dificultad para ver el principal énfasis de su vida. Olvidamos que el hecho de ser el Unigénito Hijo de Dios no lo libró de la necesidad de una vida de preparación que se desarrolló mayormente fuera de la mirada pública. A pesar de los eventos auspiciosos que rodearon su nacimiento, creció en la reclusión de una familia sencilla en la humilde Nazaret. A los doce años, como lo relata Lucas 2:46, exhibió una comprensión asombrosa «en medio de los doctores» en Jerusalén. Sin embargo volvió al hogar con sus padres y por los próximos dieciocho años estuvo sujeto a las demandas de su familia. Luego, después de recibir el bautismo de manos de su primo Juan el Bautista, Jesús estuvo en la soledad y ayunó por un mes y medio. También durante su ministerio estuvo gran parte del tiempo a solas, a menudo pasando la noche entera en soledad y oración antes de servir a las necesidades de sus discípulos y oidores del día siguiente. Sobre la base de tal preparación, Jesús fue capaz de llevar una vida pública de servicio por medio de la enseñanza y la sanación. Fue capaz de amar a sus compañeros más cercanos hasta el final, aun cuando ellos lo defraudaron y parecían incapaces de compartir fe y obras. Y luego fue capaz de morir una muerte sin igual por su belleza intrínseca y su efecto histórico. Es en esta verdad donde yace el secreto del yugo fácil: vivir como él vivó integralmente, adoptando su estilo de vida. Estar «en sus pasos» no equivale solo a comportarse como él lo hizo en determinadas circunstancias. Vivir como Cristo vivió, es vivir como él lo hizo toda su vida. Nuestro error radica en pensar que seguir a Jesús consiste en amar a nuestros enemigos, caminar la «segunda milla», volver la otra mejilla, sufrir con paciencia y esperanza, mientras vivimos el resto de nuestra vida como lo hacen todos los que nos rodean. Esto es como los jóvenes aspirantes a ser jugadores de béisbol que mencionamos antes. Es una estratagema condenada a fracasar y hacer «difícil y sin pruebas» el camino de Cristo. En verdad ese no es el camino de Cristo, así como actuar de cierta manera en el fragor de un juego no es la vía de un atleta campeón.

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Sea lo que fuera lo que nos haya guiado a este falso enfoque, es simplemente un error. Y con seguridad nos hará pensar que los mandatos de Jesús acerca de nuestras acciones durante situaciones específicas son definidamente abrumadores y «gravosos», para usar un término encontrado en algunas antiguas versiones del Nuevo Testamento. En vez de un yugo fácil, solo experimentamos frustración. Pero este enfoque falso en seguir a Cristo tiene su contraparte en toda la vida humana. Es parte de la condición descaminada y caprichosa de la humanidad que cree con tanta devoción en el poder solo del esfuerzo en-el-momento-de-la-acción para lograr lo que queremos, ignorando completamente la necesidad del cambio de carácter en nuestra vida como un todo. El defecto humano general es querer lo que es justo e importante, pero a la vez no comprometernos con el tipo de vida que lleva a la acción que sabemos correcta y a la condición que queremos disfrutar. Este es el aspecto del carácter humano que explica por qué el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones. Nuestra intención es lo justo, pero evitamos la vida que lo hace realidad. Por ejemplo, algunas personas quieren pagar genuinamente sus cuentas y ser responsables en el plano financiero, pero no están dispuestas a llevar una vida que lo haga factible. Otros desearían tener amigos y una vida social interesante, pero no están dispuestos a adaptarse para llegar a ser el tipo de personas donde esto se da de manera natural. El mismo concepto es aplicable en mayor escala. Muchos se lamentan por los problemas que se crean a partir de la deplorable conducta sexual de hoy, pero no hacen nada para impedir que el rol del sexo en los negocios, el arte, el periodismo y la recreación permanezca en el nivel del cual surge naturalmente tal depravación. Otros dicen que desearían prescindir de las armas de la guerra, pero al mismo tiempo mantienen actitudes y valores hacia la gente y las naciones que hacen inevitables las guerras. Preferimos cualquier disturbio social o una revolución, siempre y cuando se preserve nuestro estilo de vida. En su reciente libro The Road Less Traveled, el psiquiatra M. Scott Peck observa: Hay muchas personas que conozco que poseen una visión de evolución [personal], pero parecen carecer de voluntad para alcanzarla. Quieren, y creen que es posible, saltarse la disciplina para

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El secreto del yugo fácil  /  7 encontrar un atajo a la vida de santidad. A menudo intentan alcanzarla simplemente imitando las superficialidades de los santos, retirándose al desierto o involucrándose en la carpintería. Algunos aun creen que por tal imitación han llegado a ser santos o profetas, y son incapaces de reconocer que aún son niños y también de enfrentar la dolorosa realidad de que deben comenzar por el principio y atravesar el centro2.

Así, paradójicamente, en nuestro esfuerzo por evitar los dolores necesarios de la disciplina perdemos el yugo fácil y la carga liviana. Luego caemos en la frustración desgarradora de tratar de hacer y ser los cristianos que sabemos que debemos ser, sin la necesaria visión y fuerza que solo la disciplina puede proveer. Nos desequilibramos y somos incapaces de manejar nuestra vida. El Dr. Peck nos recuerda el certero diagnóstico de Carl Jung: «La neurosis es siempre un sustituto del sufrimiento legítimo»3. De modo que los que dicen que somos incapaces de seguir a Cristo, en cierto modo tienen razón. No podemos siempre actuar «en el momento» como él lo hizo y enseñó si el resto del tiempo vivimos como lo hace todo el mundo. Los episodios «en el momento preciso» no son el lugar donde podamos, aun por la gracia de Dios, redirigir las arraigadas tendencias de acción ajenas a Cristo hacia un repentino parecernos a él. Nuestros esfuerzos por asumir el control en ese momento fallarán tan rotunda y tan vergonzosamente que todo el proyecto de seguir a Cristo parecerá ridículo al mundo que nos observa. Es una experiencia que todos conocemos. Por lo tanto, debemos tener perfectamente claro lo siguiente: Jesús nunca esperó que simplemente volviéramos la otra mejilla, camináramos la segunda milla, bendijéramos a los que nos persiguen, diéramos al que nos pide, etcétera. Estas respuestas, general y correctamente comprendidas como características de ser como Cristo, fueron entregadas por él como ilustraciones de lo que podría esperarse de un nuevo tipo de persona, una que de forma inteligente y permanente buscara, sobre todo lo demás, vivir dentro del gobierno de Dios y poseer el tipo de justicia que Dios mismo tiene, como lo demuestra Mateo 6:33. Por el contrario, Jesús sí invitó a las personas a seguirle en ese tipo de vida de la cual tal comportamiento —amar al enemigo— parezca como lo único sensato y alegre que hacer. Para alguien que vive esa vida, lo difícil sería odiar al enemigo, desechar al que pide, o maldecir al que

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maldice, así como lo fue para Jesús. El ser verdaderamente como Cristo, el auténtico compañerismo con Cristo, se logra en el momento cuando se hace difícil no responder como él lo haría. Oswald Chambers anota: «El Sermón del Monte no es un conjunto de principios para ser obedecidos separados de la identificación con Jesucristo. El Sermón del Monte es una declaración acerca de la vida que viviremos una vez que el Espíritu Santo se hace cargo de nosotros»4. En otras palabras, nadie dice jamás: «Si quieres ser un gran atleta, ve a saltar cinco metros con vara, corre la milla en menos de cuatro minutos», o «si quieres ser un gran músico, toca el concierto para violín de Beethoven». Al contrario, aconsejamos al joven artista o atleta a entrar en un tipo especial de vida, uno que involucre asociaciones profundas con personas calificadas así como también una programación rigurosa respecto del tiempo, la dieta y la actividad para la mente y el cuerpo ¿Pero qué le diríamos a alguien que aspira a vivir bien? Si somos sabios, le diríamos que aprovecharan la vida con esta misma estrategia. Así, si queremos seguir a Cristo —y caminar en el yugo fácil suyo— tendremos que adoptar su forma de vida como nuestro total estilo de vida. Entonces, y solo entonces, podremos razonablemente esperar conocer por experiencia cuán fácil es el yugo y cuán ligera es la carga. Hace algunas décadas apareció una muy exitosa novela cristiana titulada In His Steps [En sus pasos]. El argumento relata una cadena de eventos trágicos que obliga al ministro de una próspera iglesia a darse cuenta cuán diferente es su vida de la de Cristo. El ministro entonces dirige a su congregación en una promesa de no hacer nada sin preguntarse primero: «¿Qué haría Jesús en esta situación?». Como deja en claro el contenido del libro, el autor tomó esta promesa como sinónimo de seguir a Jesús, exactamente de caminar «en sus pasos». Es, por cierto, una novela, pero aun en la realidad podríamos contar con cambios significativos en la vida de fervientes cristianos que hicieran tal promesa, así como ocurre en ese libro. Pero existe un error en este planteamiento. El libro está enfocado enteramente en tratar de hacer lo que se supone haría Jesús como respuesta a elecciones específicas. En el libro, no se sugiere que él haya tomado minuto a minuto alguna decisión que no fuera acertada. Y lo que es más interesante, no hay sugerencia alguna de que su poder

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para elegir lo correcto estuviera arraigado en el tipo de vida total que había adoptado para mantener su equilibrio interior y su conexión con su Padre. El libro no declara que seguir en sus pasos sea adoptar del todo su forma de vida. Así que la idea expresada por el libro es totalmente fatal: seguirle simplemente significa tratar de comportarse como él lo hizo «en el momento preciso», bajo presión, persecución o bajo el foco reflector. No existe comprensión de que lo que él hizo en tales casos fue, en gran y esencial medida, el fluir natural de la vida vivida fuera del «momento preciso». El preguntarnos «¿Qué haría Jesús?» de pronto cuando enfrentamos una situación importante, no es una disciplina o preparación adecuada que nos permita vivir como él. Sin duda nos hará bien y seguro es mejor que nada, pero esa sola acción no es suficiente para hacernos pasar con audacia y confianza a través de una crisis, y podríamos encontrarnos impulsados a la desesperación por la tensión de impotencia que nos impone. El secreto del yugo fácil, entonces, es aprender de Cristo cómo vivir a plenitud la vida, cómo invertir todo nuestro tiempo y las energías de la mente y el cuerpo como él lo hizo. Debemos aprender a seguir su preparación, las disciplinas para una vida bajo el gobierno de Dios que le permitieron recibir el apoyo constante y efectivo del Padre mientras hacía su voluntad. Tenemos que descubrir cómo entrar en sus disciplinas desde donde estemos hoy, y sin duda, cómo extenderlas y amplificarlas para adecuarlas a nuestra necesidad. Esta actitud, esta acción es nuestra preparación necesaria para asumir el yugo de Cristo y es el tema del resto de este libro. Estaremos discutiendo cómo realmente seguir a Cristo, vivir como él vivió. Este libro va dirigido a los que desean ser de verdad un discípulo de Jesús. ¿Cree que tal vida sea posible? Yo sí lo creo. Enfáticamente. Escribo sobre lo que significa seguirle a él y acerca de cómo el acto de seguirle encaja en la salvación del cristiano. Quiero explicar, con alguna precisión y plenitud de detalles, cómo actividades tales como la soledad, el silencio, el ayuno, la oración, el servicio y la celebración —disciplinas para la vida en el reino espiritual de Dios y actividades en las cuales Jesús mismo se sumergió profundamente— son esenciales para la liberación de seres humanos del poder concreto del pecado, y cómo pueden hacer de la experiencia del yugo fácil una realidad en la vida. Al enfocar en esto la vida de Cristo y las vidas de muchos quienes han

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tenido mayor éxito en seguirle, bosquejaré una forma psicológica y teológicamente sana y comprobable para enfrentar la gracia y conformarnos plenamente a él. En verdad, el secreto del yugo fácil es sencillo. Es la determinación inteligente, informada, inflexible de vivir como vivió Jesús en todos los aspectos de su vida, no solo en el momento de la decisión o acción específica. El secreto descrito en estas páginas está a su alcance. En las páginas siguientes, verá por qué y cómo ese tipo de determinación lleva a una vida con Jesús, al comenzar a formar una teología de las disciplinas para la vida espiritual.

Notas Epígrafe. W. R. Inge, Personal Religion and the Life of Devotion (Londres: Longmans, Green, 1924), 18. 1. S øren Kierkegaard, For Self-Examination: Recommended for the Times, trad. Edna and Howard Hong (Minneapolis, MN: Augsburg, 1940), 76-77. 2. M  . Scott Peck, The Road Less Travelled (Nueva York: Simon & Schuster, 1978), 77. 3. Ídem., 17. 4. Oswald Chambers, The Psychology of Redemption (Simpkin Marshall LTD 1947), Londres: 34.

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