El Caso Dora

EL CASO DORA Índice La familia Bauer...................................................................................

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EL CASO DORA

Índice La familia Bauer..................................................................................................................1 El desarrollo de la histeria de Ida Bauer.............................................................................2 “Dora” le cuenta sus problemas a Freud.............................................................................3 Las interpretaciones de Freud.............................................................................................5 ¿Qué fue de Ida Bauer después de dejar su análisis con Freud?.........................................8

La familia Bauer La historia de Ida Bauer (1882-1945) –más conocida bajo el seudónimo de “Dora”, uno de los más famosos casos clínicos de Sigmund Freud–, es un folletín burgués de finales del siglo XIX y principios del XX. Ida nació en Viena. Es hija de Philipp Bauer (1853-1913) y de Katharina (llamada familiarmente “Käthe”) Bauer (de soltera Katharina Gerber) (1862-1912), un matrimonio judío austriaco. Él es un próspero industrial textil, al que se solía describir como vivaz, simpático e inteligente. Estaba afectado de sífilis desde antes de su matrimonio y de tuberculosis desde 1888. Ella provenía, como su esposo, de una familia judía originaria de Bohemia. Se había prometido con Philipp a los diecisiete años y celebró su matrimonio cuando tenía diecinueve. Es descrita por Freud (remitiéndose a la información suministrada por Dora y por su padre, pues no llegó a conocerla personalmente) como una mujer poco ilustrada, aquejada de “psicosis del ama de casa”. Padecía también de gonorrea, probablemente contagiada por su esposo. La familiar nuclear de Ida se completa con un hermano catorce meses mayor que ella, llamado Otto (1881-1938).

Philipp Bauer hacia la época de su matrimonio

Ida y Otto Bauer en 1890

En cuanto a la familia extensa, se sabe que la hermana menor de Philipp Bauer, Malvine Friedman (1855-1899), estaba afectada de una neurosis grave y hundida en la desdicha de una vida conyugal atormentada. Ida depositó parte de sus simpatías en ella, aunque Malvine murió joven, según parece por una caquexia de evolución rápida. Del hermano mayor de Bauer sabemos que se llamaba Karl, que había asumido el control de las fábricas Bauer cuando su hermano enfermó de tuberculosis, que simpatizaba con el socialismo y que Freud lo describe como un “solterón hipocondríaco”. Por lo demás, los padres de Ida mantenian una estrecha amistad con un comercial llamado Hans Zellenka y su joven y bella esposa italiana Giuseppina (“Peppina”) Zellenka (de soltera Giuseppina Heumann). Freud los presenta como el “señor K.” y la “señora K.”. Ambas parejas se habían conocido unos diez años antes en Meran 1. Cuando Ida tenía seis años ella y su familia se habían trasladado desde Viena hasta allí debido a la tuberculosis del padre. Por su parte Hans Zellenka había nacido en Meran y Peppina –que sufría trastornos nerviosos de tipo neurótico– frecuentaba los sanatorios de la localidad. A partir de entonces Peppina atendería a Philipp Bauer durante sus frecuentes enfermedades. E Ida mantendría amistad con la Peppina, compartiría con ella cuitas y confidencias varias, y cuidaría solícitamente de los dos niños pequeños del matrimonio, Otto y Klara (ambos nacidos en 1881) (la niña tenía problemas de salud desde el nacimiento pues padecía un trastorno congénito en el corazón).

El desarrollo de la histeria de Ida Bauer Ida había nacido en Viena, en una casa que estaba muy cerca de la consulta de Freud. A los seis años se trasladó junto con su familia a Meran. En torno a los siete u ocho años tuvo episodios de enuresis tardía y misteriosas disneas –síntomas quizás relacionados con que su padre se marchó temporalmente de Meran por primera vez, o con que su hermano comenzó a destacar académicamente sobre ella. A esta edad también le cambió el carácter y se volvió más callada e inhibida. Sobre los doce años sufría migrañas, ronquera y tos crónica. Sigmund Freud (1856-1939) era un conocido personal tanto de Philipp Bauer como de Hans Zellenka (Freud había tratado al padre de Dora de su sífilis recomendado por Zellenka). En 1898 Bauer llevó por primera vez a su hija a la 1

Meran es el nombre alemán de Merano, una localidad de montaña tirolesa que en 1919, tras la derrota del Imperio Austrohúngaro en la Primera Guerra Mundial, pasó a formar parte de Italia, al igual que el resto de la región surtirolesa de Bolzano (en alemán Bozen).

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consulta de Freud en Viena en relación a estos síntomas. Pero Ida –que ya había ido tratada sin éxito por varios médicos con hidroterapia, electroterapia o administración de fármacos– decidió no volver a someterse a un nuevo tratamiento y consiguió imponer su voluntad. A principios de octubre de 1900, su estado se ha agravado y su elenco de síntomas incluye migrañas, tos convulsiva, afonía, dolores gástricos, estreñimiento, irregularidad y dolor menstrual, abundante flujo vaginal (al que –como su madre– denominaba “catarro”), depresión, insociabilidad, irritabilidad, desmayos, tendencias suicidas... Es en estas circunstancias en las que Philipp Bauer vuelve a insistirle a Ida en que visite a Freud, y de nuevo se topa con la negativa de ella. Pero en esta ocasión el padre no acepta el no por respuesta y Bauer le encomienda a Freud la curación de los síntomas de su hija, y –también, aunque de forma más velada– que dome su conducta rebelde y le quite de la cabeza sus inconvenientes ideas (“espero que usted consiga llevarla ahora a un mejor camino”). El diagnóstico no ofrecía ninguna dificultad, ni para Freud ni para ningún otro médico del momento: Ida (“Dora”) era un caso típico de histeria. En cuanto al tratamiento, duró once semanas, hasta que Dora decidió interrumpirlo abruptamente el último día del año y en contra de la opinión de Freud.

“Dora” le cuenta sus problemas a Freud A lo largo de las sesiones en las que permaneció en análisis, Dora le cuenta al psicoanalista que Hans Zellenka (“K.”) la había acosado en varias ocasiones. En la primavera de 1896 –en las escaleras de su oficina de Meran– se acercó a ella, “la estrechó entre sus brazos y le dio un beso en la boca” (escena del beso). Dora sintió en aquel momento una violenta repugnancia; se desprendió de los brazos de K. y salió corriendo a la calle, pero mantuvo el asunto en secreto. Freud entiende que dicho asco fue efecto de la represión de la atracción sexual que Dora sentía hacia K. En junio de 1898, unos dos años después de la “escena del beso”, Dora y padre, procedentes de Viena –en dónde Dora había visitado por primera vez la consulta de Freud–, llegaron a una casa situada en los Alpes austriacos en la que los K. disfrutaban de sus vacaciones de verano. Estaba previsto que el padre de Dora pasara unos días en un hotel cercano para después volver a Meran, mientras que Dora residiría en casa de los K. y pasaría unas semanas con ellos. En aquella casa la institutriz de los K. le confió a Dora que K. la había acosado sexualmente cuando su mujer estaba fuera y le había rogado que cediera a sus presiones, ya que “no conseguía nada de su mujer”. La chica había cedido, pero ahora K. no sentía interés por ella. Tenía intención de marcharse de la casa, pero esperaría un poco más por si K. cambiaba de actitud. Un día o dos después de que la institutriz le relatase a Dora esta historia se desarrolla la “escena del lago”. K. y Dora hicieron una salida al lago Garga (escena del lago). Mientras ambos estaban paseando a solas por las orillas del lago K. comenzó un discurso que Dora reconoció como el comienzo de una propuesta sexual. Más tarde las únicas palabras concretas que ella recordaba eran “Sabes que no consigo nada de mi mujer”. Dora habría reaccionado rechazando tales proposiciones deshonestas y abofeteándolo. Tras abofetear a K. Dora salió corriendo y pensó en volver a casa dando la vuelta al lago. Pero al darse cuenta de que tardaría dos horas y media abandonó su intención inicial. A su vez K. se acercó [3]

a ella, se disculpó y le pidió que no mencionara el incidente. A la tarde Dora se recostó en el dormitorio y se quedó dormida. Al despertar encontró a K. a su lado y le preguntó bruscamente que hacia allí. K. respondió que a él nadie le iba a prohibir entrar en su dormitorio si quería y que además tenía que coger una cosa. Al día siguiente Dora le pidió a la señora K. una llave para cerrar la habitación, pero poco después la llave desapareció y los días posteriores Dora tuvo miedo de que K. se presentase de improviso en el dormitorio. Pero K. la dejó tranquila y no sucedió nada. Dora mantuvo la boca cerrada, pero el día que su padre iba a abandonar los Alpes para irse a Meran Ida le dijo que no quería quedarse y que se marchaba con él, sin explicarle los motivos. De esta forma Dora volvió a su casa con su familia. En casa Dora recibió una postal de K. como si no hubiera pasado nada. No obstante, una semana después Dora le explica a su madre que K. lo que había sucedido en el lago, aunque no de los sucesos posteriores en la casa. Después el relato llega a oídos del padre de Dora y de su tío paterno. Interpelado sobre el particular, K. niega tajantemente la acusación y alega que su mujer le había informado del interés que Dora sentía hacia todo lo sexual, y en particular de sus lecturas de tipo sexual (como la Fisiología del amor del sexólogo Paolo Mantegazza), de manera que cabría deducir que habría fantaseado la escena amorosa. El padre de Dora acepta esta explicación y en consecuencia no ve razón para romper con los K., como Dora pretende insistentemente, lo que suscita la ferviente indignación de la muchacha. Dora se sentía víctima de una “transacción amorosa”. Su padre estaba liado con la señora K., y – con la complicidad de su amante– la cedía a ella a cambio a K. Dora le relataría también a Freud que durante algún tiempo hubo en su casa una persona que quiso abrirle los ojos sobre las relaciones de su padre con la mujer de K. e impulsarla a tomar partido contra esta última. Tal persona había sido la institutriz de su casa, un mujer de entre treinta y cuarenta años con quien Ida mantuvo excelentes relaciones durante algún tiempo. Mujer “moderna y liberada”, leía libros sobre la vida sexual e informaba a su alumna en secreto. Comentaba con Dora sus experiencias personales con el sexo masculino y su conclusión de que “todos los hombres eran frívolos e indignos de confianza”. Sin embargo veía con escrúpulos los devaneos del padre de Dora y la señora K. y se lo señalaba con frecuencia a Dora. Pero sus esfuerzos habían sido inútiles y Dora había continuado profesando amistad hacia la señora K. sin ver motivos para calificar de intolerables e indignas las relaciones de su padre con esta. Sin embargo, en un momento dado Dora se enemistó repentinamente con la institutriz y consiguió que la despidieran. Pues, para complicar aun más las cosas, Dora se había dado cuenta de que la institutriz había puesto tanto empeño en delatar el affaire porque estaba enamorada del padre de Dora, y si había intimado con ella era precisamente por esa razón y no por otra. A finales de verano de 1898 los K. volvieron a Meran. Al igual que en años anteriores la familia de Dora y la familia K. pasaron juntas la Navidad y el señor K. le regaló una caja para guardar cartas junto con un discurso sobre un posible matrimonio algún día. Poco después de iniciado el nuevo año, su tía Malvine enfermó gravemente y Dora hizo planes para marcharse a Viena. Pero después de unos pocos días allí Dora sufrió una fiebre muy alta y dolores abdominales, lo que fue diagnosticado como apendicitis. Se recuperó pero mantuvo problemas para andar con normalidad y tendía a arrastrar su pie derecho. Freud interpretó el ataque abdominal como la realización histérica de un parto imaginario, porque sucedió nueve meses después de la propuesta sexual de K. y se acompañó de un período menstrual y dolores violentos. [4]

Durante su adolescencia Dora demostró ser intelectualmente curiosa y se involucró en actividades culturales y académicas. Como mujer no podía acceder a todas las oportunidades que se le hubieran ofrecido si hubiera sido hombre y no tenía acceso a la misma educación que por ejemplo recibió su hermano. Sin embargo insistió en sus intentos de instruirse y acceder al mundo de la cultura. Le gustaba en especial el arte. En una ocasión había visitado el Zwinger, un conocido museo de Dresde en el que se exponía la Madonna Sistina de Rafael. Dora pasó dos horas extasiada en la contemplación de la joven Virgen con su hijo en brazos. La familia de Dora dejó Meran y volvió a instalarse en Viena cuando Dora tenía 17 años. Su estado psicológico no mejoró, más bien empeoró. No fue mucho tiempo después de regresar a la capital austriaca cuando padre de Dora obligó a su hija a acudir a la consulta de Freud y esta inició sus once semanas de análisis.

Las interpretaciones de Freud Confrontado con la historia que Dora le relata, Freud advierte que lejos de ser una “pobre víctima inocente”, Dora participa activamente en todo este enredo, y se beneficia de él en la medida de lo posible. Desde luego la protesta de Dora contra la relación que mantenían su padre y la señora K. no era por amor a su madre, pues –aunque en varios aspectos estuviese identificada con ella– la despreciaba abiertamente. Freud insiste sobre todo en que lo que sublevaba a Dora era su deseo no reconocido hacia K., detrás del cual se escondería a su vez un deseo edípico hacia su padre: «[…] [las numerosas enfermedades de su padre] hubieron de intensificar su cariño por él. En algunas de ellas, el padre no consentía que le cuidara más que Dora, y orgulloso de su inteligencia tempranamente desarrollada, había hecho de ella, desde muy niña, su persona de confianza. La aparición de la mujer de K. la había suplantado, […] en muchos sentidos, [a ella] más que a su madre.» [ OC, 963-964] «La conducta de Dora iba más allá de su condición filial. Sentía y obraba más bien como una mujer celosa, tal como hubiera parecido comprensible que obrase su madre. Con el dilema que a su padre le planteaba –“Esa mujer o yo”–, los reproches que le dirigía y su amenaza de suicidio, se situaba claramente en el lugar de la madre. Pero al mismo tiempo […] se identificaba en ella con la mujer de K. Se identificaba, pues, con las dos mujeres a quienes su padre había amado. Hemos de concluir, por tanto, que obraba como si ella misma supiera o estuviera dispuesta a reconocer que se hallaba enamorada de su padre. » [OC, 963]

En este sentido la conducta solícita de Dora con los hijos de K. perseguía solapadamente los mismos fines que los de la institutriz; su interés por ellos y su prolongada tolerancia silenciosa con la aventura entre su padre y la señora K. señalaban su enamoramiento de K. Según Freud la tos metálica de Dora y su ronquera tenían que ver con las relaciones entre su padre y el señor y la señora K., a la que Dora había tomado como modelo de enfermedad. Pero lo había hecho en espejo. Siempre que K. volvía a casa después de un viaje encontraba a su mujer enferma, [5]

cuando escasas horas antes Dora la había visto en perfecta salud. Freud interpretó que Dora tenía una fantasía inconsciente de la señora K. haciendo una felación a su padre, y que expresaba esta fantasía “con una irritación en la garganta y tos”. Pero, a diferencia de la señora K., Dora deseaba secretamente a K., y sus síntomas aparecían cuando él no estaba presente y desaparecían cuando volvía. Después de interrumpido el tratamiento Freud va a ampliar su explicación reconociendo también la tendencia lésbica de Dora hacia la señora K. y su “cuerpo deliciosamente blanco”. En Dora su fantasma está sostenido por la mujer deseada por su padre, lo que su madre no fue. Ella desea a la señora K., pero lo hace a través del señor K., identificándose con lo que cree es su deseo. Pero cuando K. le confiesa que él no ama a su mujer (“mi mujer no es nada para mí”) el juego se rompe, y cuando la señora K. “traiciona” a Dora aliándose con su marido la ruptura acaba siendo irreparable. Le había pasado con ella lo mismo que antes con la institutriz. Ambas habían sido para ella modelos de identificación femenina, pero la idealización deja paso a la decepción cuando se da cuenta de que ni la una ni la otra la habían querido por ella misma, sino sólo por su padre. Dora, que había vivido toda su vida en un entorno impregnado por las enfermedades, había contemplado también sus beneficios. Su padre aprovechaba sus dolencias para dejarse atender solícitamente por la señora K. En cuanto a esta, ya hemos indicado que la presencia de K. “enfermaba” a su mujer, quizás porque esto le permitía eludir el cumplimiento de sus “obligaciones” matrimoniales. Y la prima de Dora fingía dolencias cada vez que quería conseguir algo. Dora también perseguía un fin por medio de su enfermedad: ser amada. Dora no mantenía una buena relación con su madre, más preocupada por la limpieza de los muebles que por ella. Su hermano, de carácter contemporizador y poco amigo de meterse en líos, trataba de sustraerse lo más posible del entorno familiar. Su padre, en el que antaño Dora había confiado, no la cree, pues hacerlo comprometería su relación con la señora K., y no duda en mandarla a un médico –en este caso a Freud– para que la cure. La institutriz y la señora K. no la habían amado, sólo la habían utilizado. K. tampoco la había amado, sólo la había deseado sexualmente, y en cuanto se siente comprometido se defiende presentándola como una jovencita con una imaginación calenturienta, es decir, haciéndola pasar por fabuladora. La sintomatología de Dora quizás hubiese desaparecido si alguien hubiese sido capaz de sacrificar por ella sus propios intereses. Por ejemplo si, como dice Freud, el padre hubiese sido capaz de sacrificar en beneficio de la salud de su hija su amistad con la señora K. Pero Freud –que desde luego nunca fue un optimista– apunta también que, de haber sido así, Dora hubiera descubierto la poderosa arma que tenía entre manos y no hubiera dudado en usarla de forma reiterada en su propio beneficio simulando enfermedades cada vez que quisiera conseguir algo. Freud redactó el “caso Dora” en enero de 1901 bajo el título “Análisis fragmentario de una histeria” (“Bruchstück einer hysterie-analyase”). Lo publicó por primera vez en 1905 en una revista médica. En 1923 le añadió una pequeña adición y algunas notas a pie de página y en 1925 una introducción.

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Señora K.

Hijos de los K.

Padre

Madre

Dora Hermano Institutriz

 DORA

K.

Señora K.

Hijos de los K.

Padre

Madre

Dora

 SEÑORA K.

Señora K.

Padre

Dora  INSTITUTRIZ

Padre

Dora Institutriz  PADRE DE DORA

Señora K.

Padre

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¿Queé fue de Ida Bauer despueé s de dejar su anaé lisis con Freud? Ida abandonó la consulta de Freud la Nochevieja de 1900 despidiéndose “muy amistosamente” y “deseándole lo mejor para el nuevo año”. Su padre pasó por la consulta de Freud y le aseguró que volvería, pues ella “estaba deseando continuar el tratamiento”, pero Ida no volvió. Freud sospechaba que Philipp Bauer tampoco fue demasiado insistente ya que era lo bastante inteligente como para darse cuenta de que Freud no se creía que mantuviese una relación inocente con Peppina –y de que, en consecuencia, no tenía intención alguna de convencer a su hija de que así era. Aunque después de interrumpir su análisis Ida pasó un mes bastante alterada, después comenzó a sentirse mejor y sus síntomas remitieron. En mayo murió Klara, la hija de los Zellenka, e Ida –que se había mantenido fría y distante con ellos durante los tres últimos años– se acercó y les dio el pésame. Aprovechó sin embargo la situación para confrontarles con los viejos asuntos que tanto le importaban, y esta vez salió victoriosa. Peppina no negó la relación con su padre y Hans admitió que la había acosado junto al lago. Así que Ida volvió a casa y se lo contó a su padre, aunque no conocemos cual fue la reacción de este. Después de esta confesión la muchacha no volvió a reanudar las relaciones con el matrimonio. Ida mantuvo una buena salud a lo largo de los meses siguientes, aunque en octubre tuvo una recaída cuando ella y Hans Zellenka se vieron por casualidad: al verla él se quedó parado en medio de una aglomeración de tráfico y fue atropellado por un carruaje. Aunque Zellenka no sufrió ninguna lesión, y se levantó y abandonó el lugar por su propio pie, Dora perdió la voz y comenzó a toser, una crisis que le duró seis semanas. En marzo de 1902 el lado derecho de su cara comenzó a dolerle día y noche. Aguantó el dolor dos semanas pero el día 1 de abril se dirigió a la consulta de Freud, pero esta vez por propia iniciativa. Freud le interpretó que su dolor había comenzado al leer en el periódico su promoción (la promoción de Freud) al puesto de profesor y que era un autocastigo por haberle dado a K. una bofetada en la cara y haber transferido sus sentimientos por él al mismo Freud. Pero Freud creía que la demanda de tratamiento de Ida no iba en serio y que el hecho de que hubiese acudido precisamente el 1 de abril 2 no era casual. Le dijo que no sabía qué clase de ayuda buscaba en él y se negó a tomarla de nuevo en tratamiento. Dora se marchó y el médico y la paciente ya no volvieron a encontrarse. Ida le había dicho a Freud en 1900 que “puesto que los hombres son detestables prefiero no casarme. Es mi venganza”. Sin embargo el 6 de diciembre 1903, Ida acabó casándose con Ernst Adler, un ingeniero y compositor judío nacido en Budapest nueve años mayor que ella que no había demasiado tenido éxito persiguiendo su vocación musical. A pesar de que Ernst Adler no gustaba demasiado a los padres de Ida, como no tenía trabajo Philipp Bauer le dio un puesto como empleado en su propia fábrica. 2

En Austria y en algunos otros países el primer día de abril es un día en el que se bromea contando mentiras a los demás, algo así como el día de los inocentes en España.

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Después de dieciséis meses de matrimonio la pareja tuvo un hijo, Kurt Herbert. El parto fue muy duro e Ida juró no volver a tener más hijos. Bautizaron al niño como protestante y ellos mismos se convirtieron al protestantismo dos meses después, el 14 de junio de 1905. Ida y su marido procedían de familias judías asimiladas poco practicantes y en esos años se recrudecía el antisemitismo en Austria. En consecuencia las conversiones se debieron probablemente a motivos de conveniencia. La madre de Ida murió en 1912, debido a la tuberculosis, al igual que su padre, que sobrevivió a su esposa menos de un año, falleciendo en julio de 1913. En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, Otto Bauer fue llamado a filas. A los pocos meses fue hecho prisionero por los rusos, siendo liberado en setiembre de 1917. En 1915 también Ernst Adler fue reclutado para la guerra, volviendo de ella discapacitado debido a una herida en la cabeza y el oído que afectó a su sentido del equilibrio y a su memoria.

Ida Bauer junto a su hijo Kurt Herbert en 1916

En 1923, Ida, víctima de nuevos trastornos, Ida llamó a Felix Deutsch (1884-1964) (que, aunque presuntamente ella no lo sabía, también era médico de Freud y por aquél entonces se iniciaba como psicoanalista) a la cabecera de su cama. Escuchando sus quejas, Deutsch reconoció el caso Dora y en 1957 sacó a la luz la información que esta le trasmitió y otra añadida que él mismo pudo recoger después. Su matrimonio no acababa de funcionar. Ida no había eludido el matrimonio, pero tampoco su venganza contra los hombres. Se declara frígida, siente asco por la vida marital y padece de fuertes dolores premenstruales y un fuerte rechazo por su abundante flujo vaginal. Sufre también el síndrome de Ménière (consistente en mareos, pitidos y dolores de oído), aunque el otorrino que la trataba no había encontrado ninguna alteración física que lo justificara. Otros de sus síntomas eran migrañas, estreñimiento, problemas para respirar y tos matutina –esto último, decía ella, porque fumaba demasiado. Ida expresa asimismo la convicción de que su esposo le ha sido infiel. Se queja de que los hombres “son egoístas y pedigüeños”, aplicándole a su esposo reproches similares que

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los que utilizara con su padre. Reprocha a este último haber tenido un asunto con una mujer casada, cuyo esposo le hizo a su vez a ella proposiciones contrarias al decoro. Por lo demás Deustch advirtió en ella el orgullo por protagonizar el famoso “caso Dora”. Sigue Ida Bauer con sus quejas: su hijo también ahora la abandona, saliendo por la noche hasta tarde, y se muestra más interesado en las mujeres que en proseguir sus estudios. Ella permanecía despierta hasta detectar su regreso. Ida relata también lo infeliz que fue de niña debido a la compulsión por la limpieza de su madre, a su obsesión por lavarse y a su falta de afecto por ella. Solamente su hermano no es víctima de los reproches. Ida lo tiene en la más alta estima y se siente orgullosa de su carrera política.3 Por lo demás Otto, que se había casado a los treinta y tres años con Helene Landau –una mujer judía diez años mayor que él que ya tenía tres hijos–, mantenía a la vez una relación paralela estable con una amante, Hilda Schiller-Marmorek –otra mujer judía, en este caso diez años menor que él, que también estaba casada.

Otto Bauer se convirtió en un destacado dirigente de la socialdemocracia austriaca

En una segunda y última visita Deutsch la encontró muy recuperada. Ida le reconoció que era difícil llevarse bien con ella pues no confiaba en las personas e intentaba volver a unos contra otros. 3

Otto Bauer se había convertido en un destacado dirigente del Partido Socialdemócrata Austriaco, llegando durante un breve período (1918-1919) a ocupar el cargo de Ministro de Asuntos Exteriores de la recién nacida República de Austria. Muy crítico con la Paz de Versalles, dimitió de su puesto al ser aprobada, aunque no por ello suspendió su actividad política, que se extendió durante el período de entreguerras. Bauer fue además uno de los principales teóricos del llamado ‘austromarxismo’. En su caso, una de sus preocupaciones principales fue conciliar el marxismo y el nacionalismo. Para él las naciones no constituyen un fenómeno transitorio, ligado a un periodo determinado de la lucha de clases, sino una categoría permanente, que pervive a pesar de las trasformaciones económicas y que sobrevivirá a la instauración del socialismo. Desde esta perspectiva, Bauer interpreta de una forma peculiar la famosa frase del Manifiesto Comunista “Los obreros no tienen patria, no se les puede arrebatar lo que no poseen”. Según Bauer, el efecto de una revolución socialista sería restituir a cada trabajador lo que la burguesía le ha quitado: su patria. La patria por la que suspiraba Bauer era un gran Estado supranacional pangermánico que incluía la unión de Austria y Alemania. Sin embargo, a pesar de que se veían a sí mismos como socialistas, Otto Bauer y los suyos eran mayoritariamente burgueses ilustrados que poco o nada tenían de revolucionarios. De hecho muchos marxistas calificarían sus ideas y sus prácticas políticas con epítetos despectivos como ‘reformistas’ o ‘revisionistas’.

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El marido de Ida murió en 1932, a los cincuenta y nueve años, de una enfermedad cardiaca, al parecer “completamente agobiado por su esposa”. Deustch cierra su comentario sobre él diciendo que “prefirió morirse a divorciarse” y que “solo con un hombre así podía estar casada”. Al comienzos de 1934 el régimen protofascista de Dollfuss ilegalizó los partidos socialdemócrata y comunista y Otto Bauer cruzó la frontera checa y se refugió en Brünn (hoy Brno). Después se trasladaría a París, dónde el 4 de julio de 1938 murió en una habitación de un hotel, tras sufrir un ataque al corazón. Fue enterrado con grandes honores. Pero no todo fueron desdichas para nuestra protagonista. A comienzos de la década de los 30 estaba de moda en Viena el juego del bridge. Se jugaba en salones y cafeterías y las mujeres adineradas contrataban profesoras particulares que iban a sus domicilios a enseñarles este juego de astucia y complicidades. Dora encontró trabajo como instructora del juego, curiosamente junto una antigua amiga de tez deliciosamente blanca, que ocupaba su tiempo en los mismos menesteres. Cuando Alemania se anexionó Austria en marzo de 1938, a Ida Bauer le servía de poco llevar más de treinta años convertida al cristianismo. Para los nazis una judía era siempre una judía, estuviese bautizada o no. El judaísmo era para ellos una cuestión de raza y no de religión. En mayo de 1939 consiguió permiso para trasladarse a París y de allí a Estados Unidos. Su hijo residía allí desde principios de 1938. En América Kurt se convirtió en un importante músico en varias compañías de ópera, y llegó a ser Director de la Compañía de ópera de San Francisco, aunque, según Deutsch, no pudo librarse de que Ida le torturara con “los mismos reproches y exigencias que había hecho a su esposo”. Tras la muerte de Ernst Adler Ida había comenzado a sufrir palpitaciones cardíacas frente a las que reaccionaba con crisis de ansiedad y temor de morir. Con esta y otras dolencias mantenía a los que la rodeaban en continua alarma y utilizaba esto para enfrentar a amigos y parientes entre sí. En 1945 Ida Bauer murió en el hospital “Monte Sinaí” de Nueva York. Según un informante al que remite el artículo de Deustch, su muerte, a los setenta y dos años, debido a un cáncer de colon tardíamente diagnosticado, “pareció una bendición a todos aquellos que estaban cerca de ella. Dora había sido una de las histéricas más repulsivas que conocí”. Como vemos Deutsch no simpatizaba demasiado con Ida Bauer. Probablemente Ida tuvo desde niña un carácter difícil y más bien desagradable, pero es posible que el retrato que ofrece Deutsch sea exagerado y que no fuese tan rabiosamente repulsiva como Deutsch la pintó. Otra persona que se dedicó a escarbar la historia de Ida, Anthony Stadlen, entrevistó a algunas personas que la habían conocido, entre ellas la prima que aparece mencionada por Freud como su confidente ocasional. Según los recuerdos de la prima, Ida dejó su análisis debido a que no le gustaban las preguntas que Freud le hacía. Stadlen encontró también una mujer, viuda de uno de los informantes de Deutsch, y tras entrevistarla concluyó que posiblemente había una predisposición contra Ida debido a que esta tenía una mala reputación por haberse atrevido a abandonar voluntariamente la consulta del padre del psicoanálisis. La conocida enemistad entre los médicos y las histéricas bien pudo hacer el resto.

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