El banquete

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Introducción En esta obra clásica de Platón, que podemos situar alrededor del año 380 A.C., se aborda la naturaleza ontológica de diversas “Ideas” tales como alma, belleza, amor, estado y educación. Sin intentar agotar la inmensa variedad de temas presentados en la obra y sus numerosas derivaciones, nos daremos por satisfechos indicando una posible relación con el psicoanálisis, especialmente con el amor de transferencia, y particularmente situar la posición ética del analista en ese amor de transferencia. Contexto Histórico y Cultural La época de esplendor de Atenas sucede en el siglo V. El demos (pueblo) se convierte en poderoso, gracias a la democracia. Esto se debe a que tras derrotar a los persas en diferentes batallas, los atenienses sienten la necesidad de tener sus propias leyes, surgidas del ágora, es decir, la asamblea pública. En este sentido Pericles, crea importantes reformas legislativas que recortan poderes del consejo de aristócratas o Areópago en beneficio de la Asamblea, en la cual, los ciudadanos pueden intervenir. Atenas está en pleno apogeo cultural. Aparecen las artes, las letras y la filosofía. El espíritu democrático existente promueve la participación del pueblo en el progreso cultural, al cual, se le educa el gusto estético al ofrecerse grandes monumentos públicos y se le estimula para que disfrute de las grandes obras de la poesía trágica y cómica. También podríamos decir que en este siglo, se llega a la culminación de la tragedia griega y del género histórico con autores como Eurípides y Sófocles. Herodoto y Tucídides fundan el saber histórico como seña de identidad colectiva del pueblo. La ciudad de Atenas obtiene la hegemonía sobre las demás polis, pero posteriormente habrá conflictos asociados con polis aliadas como Esparta y Siracusa, lo que provocará las guerras del Peloponeso, que transcurrieron durante los últimos 30 años del siglo V a.C. Platón nace en el 427 a.C. en medio de una confrontación entre Atenas y Esparta, en las Guerras del Peloponeso. Atenas es derrotada y los aristócratas instauran la Tiranía de los Treinta, la cual acaba con los derechos democráticos y desemboca en una guerra civil. Quizás fue esta inestabilidad política la que animó a Platón a participar en la política. Tras conocer a Sócrates, acusó a la política ateniense de estar ciega, ya que habían condenado a Sócrates a la pena de muerte. Tras la muerte de Sócrates y con la democracia recién instaurada, Platón decide refugiarse en Mégara, en tanto corre peligro, por haber sido discípulo de Sócrates. Posteriormente, Platón vuelve a Atenas y funda la Academia, donde se dedicará durante veinte años a la enseñanza. Es durante estos años, donde Platón escribirá obras importantes entre las cuales podemos destacar El Banquete.

La fundación de la Academia significó un momento culminante, al poder preparar en ella, con la reflexión, la crítica y la adquisición de conocimientos, a los gobernantes para un futuro sin injusticias ni desórdenes. La filosofía surgía en Platón como una necesidad de dar respuesta al reto de una sociedad desorganizada, comenzando aquí la búsqueda de ese estado ideal que culminará en la República y en Las Leyes. En la obra ‘’La República’’, Platón resalta conceptos como la justicia como armonía del conjunto social o individual. Especial atención se dedica a la educación del gobernante-filósofo y cómo éste mediante la dialéctica ha de alcanzar la idea de Bien. El pensamiento de Platón es el intento de superar la brecha que en la tradición filosófica ha supuesto la sofística con su relativismo y su escepticismo, que imposibilitan la búsqueda de la verdad y la ciencia, y por tanto, de la filosofía. Su objetivo es encontrar algo permanente e inmutable que escape al carácter cambiante y múltiple de las cosas sensibles, ya que solo así se podría encontrar un saber estable y duradero, la ciencia. Para Platón, las cosas sensibles nacen y mueren, cambian y se componen de múltiples partes; la esencia de la cosa es permanente y es una y la misma en todas las cosas de la especie. A esto inmutable que está presente de algún modo en todas las cosas de la misma especie, Platón lo llama Idea. Así Platón elabora su teoría de las ideas recogiendo toda la herencia de los primeros filósofos griegos y también de Sócrates. Para conocer a Sócrates, personaje principal de esta obra, más que a las comedias debemos acudir a los que han sido llamados “diálogos socráticos” (de los que los diálogos platónicos son los más apreciados), que aparecen al inicio del siglo IV a. C., es decir, pocos años después de la muerte de Sócrates. Es cierto que en las obras de Platón se percibe un deseo de defender a toda costa la persona del maestro, y que nunca nos habla de sus defectos o sus malas acciones. De todos modos, no hay motivos válidos para dudar de que la descripción que Platón hace de Sócrates a lo largo de sus diálogos, coincide en buena parte con una auténtica descripción del Sócrates histórico. Él ciertamente conoció muy bien la vida de su maestro, directamente y a través de los innumerables testigos con que contaba, entre sus familiares y amigos. Y el Sócrates del que nos habla es, a grandes rasgos, el que él había conocido. A partir de estos escritos, sabemos que Sócrates nació en el año 470/469, puesto que Platón nos informa que al morir en el 399 tenía 70 años. El propio Platón lo presenta poco preocupado de su

aspecto exterior, yendo habitualmente descalzo, de modo que al inicio del Banquete Aristodemo manifiesta su sorpresa por ver a Sócrates bien aseado y con sandalias nuevas. Son muchas las anécdotas que se cuentan de su vida, para mostrar sus capacidades humanas y sus virtudes morales. Pero, más que por su vida, Sócrates ha pasado a ser una figura mítica a causa de su muerte: en el 399 fue condenado por un legítimo tribunal de Atenas, y algunas semanas después de la condena cumplió la sentencia bebiendo la cicuta. Se incluyeron tres aspectos en la acusación: no reconocer los dioses en los que la ciudad cree, introducir nuevas divinidades y corromper a los jóvenes. Pero en realidad, como el propio Platón escribe al inicio del Eutifrón, la acusación consiste en corromper a los jóvenes a través de sus nuevas ideas religiosas. Las últimas horas de vida de Sócrates son narradas por Platón en el Fedón, en unas páginas verdaderamente conmovedoras, y de gran contenido filosófico; aunque sabemos que muchas de las ideas allí contenidas son del mismo Platón, no debemos dudar que, de todos modos, trata de transmitirnos el espíritu con el que Sócrates afronta la muerte. Así nos lo confirma Jenofonte, cuando señala «que ninguno de los hombres de los que se tenga memoria soportó su muerte de una manera más bella» Desarrollo El Banquete da inicio con la solicitud que Apolodoro, admirador de Sócrates, recibe de unos amigos. Le piden que narre lo acontecido durante la celebración de la victoria del poeta trágico Agatón, ocurrida años atrás. Apolodoro no había estado presente, pero tenía referencias de lo sucedido allí. Así, desde el comienzo, Platón instala entre el hecho mismo del banquete y el relato, varios años de diferencia y varios interlocutores intermedios, dejándose ver, el recurso literario y estructural del borramiento de la temporalidad. Esto es importante a efectos de la fantasía, según Freud, y del plano imaginario, en términos de Lacan, a través de lo cual, se vehiculiza algo del deseo. En este sentido podríamos pensar, metafóricamente, este marco escénico, es decir, este espacio donde transcurre el banquete, como lugar de encuentro analítico y de la situación transferencial. El Banquete está estructurado en serie, una serie discursos que tienen como tema central el Amor, y que se suceden unos a otros de forma dialéctica y siempre aportando algo más al discurso anterior. Hay cinco discursos previos a la intervención de Sócrates, y la obra finaliza con la irrupción de Alcibíades, quien pone en entredicho los discursos y subvierte lo acontecido hasta ese momento. Al comienzo, Fedro plantea el siguiente argumento: “¿No es extraño que, mientras algunos otros dioses tienen himnos compuestos por los poetas, a Eros, en cambio, que es un Dios tan antiguo y tan importante, ni siquiera uno solo de tantos poetas que han existido le haya compuesto jamás encomio alguno?” Esto sirve de motivo para que cada miembro allí presente comience su discurso, en el cual deberán hablar de las virtudes y características de Eros.

El primer discurso es de Fedro, quien considera a Eros como el más antiguo de los dioses y lo coloca como principio originario del universo, Eros es el causante de los mayores bienes para los hombres, tanto en la vida privada como en la vida de la polis, y además quien inspira valor y sacrificios personales; prueba de ello es que los amantes están dispuestos a morir, poniendo como ejemplo a Aquiles. Fedro entiende por Eros la pasión sexual, especialmente la que se da entre dos personas del mismo sexo. El segundo discurso es de Pausanias, y va más profundo que Fedro al asegurar que Eros no es un Dios unitario, y que al igual que Afrodita, hay dos Eros: el popular, que ama el cuerpo, y el celestial, que ama el alma. Con estos argumentos intenta legitimar las relaciones sexuales entre los maestros y sus aprendices, otorgando un fin más noble que la mera gratificación física, fines de perfeccionamiento moral e intelectual de los amantes, justificando el acto homosexual. El tercer turno es para Aristófanes, pero un imprevisto ataque de hipo hace que tome la palabra Erixímaco, un médico, quien asiente la doble naturaleza de Eros, y la extiende a toda la naturaleza y a las artes en general. Agrega que también hay un eros bueno y uno malo, y eso se distingue fácilmente en lo sano y lo enfermo. No condena al eros popular, sino que recomienda evitar los excesos, en favor de la cautela. Recuperado Aristófanes, comienza su discurso sobre el mito y sus consecuencias. El mito refiere al origen; antiguamente, los hombres eran circulares (poseían doble cuerpo, cuatro piernas, cuatro brazos, dos órganos sexuales, etc.) y existían tres géneros (masculino, femenino y el andrógino). Pero la arrogancia y sublevación de estos fabulosos hombres antiguos, hizo que Zeus los dividiera en dos mitades. Como consecuencia, cuando cada uno de nosotros busca su otra mitad, esta búsqueda es el Eros, y cuando se encuentran ambas mitades surge la alegría del amor. De esta forma, si somos virtuosos, somos recompensados con nuestra naturaleza original. Es así que este mito, para explicar el amor aparece como un cierre, es decir, una totalidad que nos hace creer que somos seres sin falta. Freud señala que a través del arte algo puede decirse en relación a esta experiencia, pero no podemos comprender a través de ella, qué es el amor. Lo mismo ocurre con la filosofía o la teología, que con sus conceptos abstractos, no pueden esclarecer esa vivencia que experimenta cada sujeto. En este sentido, algunos autores sostienen que Freud no realizó una teoría sistemática acerca del amor, sino que sus teorizaciones dan cuenta de la primera etapa del amor, que es el enamoramiento. Retomando el orden de los discursos, quien continua es Agatón y se ocupa en completar aspectos omitidos por los oradores anteriores. Sitúa en la propia naturaleza de Eros la juventud, la belleza, la justicia, las artes, las habilidades y afirma que esos son los dones que el dios Eros otorga a los hombres. Este discurso del anfitrión, es recibido con gran algarabía y aplausos de los asistentes.

Llegamos entonces al turno de Sócrates, quien con toda delicadeza y antes de hablar, aclara que no puede pronunciar un discurso sobre el Eros que no se atenga a la verdad, aspecto olvidado por los oradores anteriores. Haciendo uso de su método, solicita amablemente a Agatón que acuerde ciertos términos antes de continuar, son tres aspectos importantes, a saber: AB-

Eros es deseo de algo (desde el psicoanálisis, el deseo no es sin objeto), Si Eros desea, es porque algo le falta (la falta posibilita el deseo) y

C- Si desea belleza, es porque no la tiene, ergo Eros no es ni bello, ni bueno (el psicoanálisis no busca el bien, sino la verdad). En el punto A, decimos junto con Lacan que el deseo no es sin objeto, y podemos recordar las afirmaciones de Freud respecto a la elección masculina de objeto, y su directa relación a la constelación materna. Sostiene que hay desencuentro de las corrientes tiernas y sexuales en la elección de objeto, y que esta elección al ser realizada en dos tiempos intermediadas por el Edipo, el objeto definitivo no es el originario sino una serie de subrogantes de la madre. Freud localiza en esas elecciones ciertas condiciones tales como: que haya un tercero perjudicado (que sería el padre), sobre la liviandad de la mujer (por las fantasías de infidelidad de su madre respeto a él mismo), la tendencia a rescatar a la amada (la madre le regaló la vida y quiere devolver el regalo haciéndole un hijo -y en el caso de las mujeres ofreciendo su propio hijo). Freud también afirma respecto a la divergencia de las corrientes tierna y sexual, que resulta es que “cuando aman no anhelan y que cuando anhelan no pueden amar” (Freud, 1912 pág. 46). Volvemos al banquete, en el discurso de Sócrates, podemos advertir que cuando se trata de dar explicaciones sobre el amor, necesariamente debe realizar un pasaje de la episteme al mito. De este modo hace que en su lugar hable Diotima, una sabia que le enseñó algo respecto del amor. Tal como señala Lacan, siempre es por una mujer, que sabremos algo más acerca del amor. Explica así algunos puntos importantes al respecto: Eros no es ni bueno ni malo, sino algo intermedio, no es un dios, sino un “Demon”, un ser que actúa de intermediario entre lo inmortal y lo mortal. La razón de esta naturaleza intermedia la encontramos en el seno de su concepción. Es así como Sócrates modifica el origen de Eros, quien era un dios primordial y lo ordena por debajo de Penía (quien era la personificación de la pobreza y la necesidad) y de Poros (personificación de la abundancia, de los recursos y oportunidades), pasando Eros a poseer así, características de ambos. Por un lado, Penia, quien no tenía absolutamente nada, le ofrece a Poros su propia carencia en ser, su falta constitutiva. Así es como el amor, “en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia; y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre”. Quien desea lo que es bello y bueno, desea que sea suyo para siempre. Eros es deseo de poseer siempre lo bueno, y es a través de la reproducción como los seres mortales consiguen una especie de inmortalidad. La naturaleza mortal persigue la inmortalidad y allí se encuentra el impulso

que observamos en todos los seres vivos al criar y proteger su prole. En este punto es inevitable la referencia a la sexualidad, siempre presente en psicoanálisis Sócrates acaba su discurso, en ese momento Alcibíades llega ebrio al banquete, y esa irrupción subvierte la estructura del banquete, se pasa de un elogio al amor a un elogio a Sócrates. Alcibíades, relata cómo intentó seducir a Sócrates metiéndolo en su cama y fracasó. Lo compara con un sileno (dios menor que siempre acompañaba a Dionisio, un sátiro viejo, bebedor y sabio, que con su música encantaba y enamoraba a sus ocasionales oyentes), y ubica en el interior de Sócrates un agalma (objeto precioso y brillante encerrado en esa figura grotesca). Alcibíades al percibir ese brillo agalmático en el interior de Sócrates, se ve movilizado a amarlo. Tal como señala Tendlar, la posición de Sócrates era de amante y la de Alcibíades de amado. Pero rechaza volverse a su vez el amado de Alcibíades porque dice que no hay nada en él que sea amable. Es partir de aquí que podemos ubicar el encuentro con lo real que irrumpe, en tanto existe la no- relación- sexual y vemos cómo se va vaciando de sentido todo aquello que desde el imaginario respondía a qué es el amor, en tanto en el amor hay un más allá, y este más allá es un objeto velado que puede causar el deseo del sujeto. Es a partir de aquí, que Lacan, para esclarecer el concepto de objeto a, desde el punto de vista de la transferencia, se vale de esta obra ejemplificando dicho objeto y el fenómeno transferencial propiamente dicho a partir del diálogo llevado a cabo entre Sócrates y Alcibíades en el cual se ponen en juego las posiciones de amante y amado involucradas en la situación amorosa, homologable en ciertos puntos a la situación analítica. El amado o erómenos, era en la antigua Grecia a quien se le suponía el agalma. El amante o erastés hacía alusión a quién, careciendo de algo, podía desear aquello que el amado poseía. Para Lacan, el erómenos sería el objeto amado y el erastés aquel que desea. En este punto podemos ubicar una de las frases de Lacan más frecuentemente citada, “No hay proporción en la relación sexual”, “No hay relación sexual” o bien “Es dar lo que no se tiene, a quien no es”. Si lo más característico del erastés, del amante, es esencialmente lo que le falta (precisamente por esa falta queda en posición deseante), y añadimos, él no sabe lo que le falta (este no saber resulta del inconsciente). Y en tanto el erómenos, el objeto amado, no sabe lo que tiene, lo que tiene oculto y constituye su atractivo; eso que tiene solo se revela en la relación de amor. Entonces no hay coincidencia entre los términos: lo que “le falta” al erastés no es eso, "lo que tiene" y está oculto en el erómenos. Lo que le falta a uno no es precisamente lo que tiene el otro. Ahí reside el problema del amor, no hay proporción entre los términos de la relación. Podríamos decir entonces, que el amor tiene la estructura de una metáfora, la sustitución de un significante por otro que crea una nueva significación. Así, en el amor de erastés, aquel que desea pasa a ser el erómenos, lo sustituye, generándose la significación del amor.

En el Banquete, Alcibíades se ubica en el lugar de amante, se consolida como aquel que desea ese objeto agalmático que cree en propiedad de Sócrates, pero este dice no ser poseedor del objeto, negándose a su demanda e impidiendo así que se produzca la metáfora del amor. Literalmente expresa Sócrates a Alcibíades “no te engañes, que no soy nada”. De esta forma, Sócrates se aleja de responder a la demanda de amor sobre el pasado, pero sin embargo responde a la demanda presente de Alcibíades. En una suerte de intervención interpretativa, donde ante la enunciación de Alcibíades, que no sabe lo que dice por estar bajo los efectos del vino, Sócrates declina de ese agalma y lo ubica con precisión en un tercero, en el poeta victorioso Agatón. Por tanto, es así como se mencionó anteriormente que Lacan se vale de dicha escena para ejemplificar lo que ocurre en la relación analítica, afirmando que, tal como lo hace Sócrates el analista debe abstenerse de responder a la demanda del analizado. Entendiendo que no es a su persona a quien el analizante ama. Además, evidenciándole esto, es que puede intervenir a partir de sus interpretaciones y a su vez causar el deseo de saber en el sujeto. Si bien no debe responder al amor con amor, si debe adoptar una posición que le permita al analizante sentirse alojado mediante la escucha. Es en este sentido que Lacan a diferencia de sus consideraciones iniciales, menciona una nueva ubicación del analista, definida por el lugar de objeto a, causa de deseo al que se le supone un tener (un saber). Según sus palabras “por el solo hecho de que hay transferencia estamos implicados en la posición de ser aquel que contiene el agalma, el objeto fundamental que está en juego en el análisis del sujeto”.