Eirabella Mery - No Dire Adios

No diré adiós Mery Eirabela Para Mari, que me ha acompañado durante todo el proceso de creación. Gracias por escuchar

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No diré adiós Mery Eirabela

Para Mari, que me ha acompañado durante todo el proceso de creación. Gracias por escuchar cada fragmento que te leía y darme tu opinión. Para Susana porque, aunque al final Cris es camarero en lugar de enfermero, me has aportado información muy útil para otras ocasiones. Para Jesús Sánchez Jurado, porque tu crítica fue la primera y me la he tomado muy en serio. He intentado hacer lo que me dijiste y, aunque he mejorado algunos aspectos, espero perfeccionarlo en próximas ocasiones. Y por último, pero no menos importante, para mi hermano, cuya personalidad ha inspirado algunos de mis personajes.

No sé por qué me quedo en este pueblo No hay mucho que hacer cuando se va el sol Sólo pensar en lo que haré cuando esté contigo Aún no sé por qué te has ido Cuando lo que es blanco y negro se transforma en gris La vida es fría pero sentía calor cuando te besaba Cuando estoy contigo mi corazón late más fuerte Cuando estoy contigo soy inmune al dolor Cuando estoy contigo no tengo límites Cuando estoy contigo Y no sé cómo viviré así La eternidad se consumió ese día Y no sé cómo viviré sin ti Y suenan campanas de iglesia en todo el mundo Y las profecías no se cumplen Porque siempre me dijeron que pasaría mi vida contigo No diré adiós Cuánto más tendré que esperar Me has dejado hecho un desastre Viviré en trance hasta que esté contigo No sé dónde te habrás ido Me siento como una sirena abandonada Gritando a la noche que te extraño Cuando estoy contigo siento calor por dentro Cuando estoy contigo el tiempo y el espacio se separan Cuando estoy contigo me siento realmente vivo Cuando estoy contigo Y no sé cómo viviré así La eternidad se consumió ese día Y no sé cómo viviré sin ti Y suenan campanas de iglesia en todo el mundo Y las profecías no se cumplen Porque siempre me dijeron que pasaría mi vida contigo No diré adiós ~The Inertria a Kisss ~ http://youtu.be/PIdkt50CD_E

Capítulo 1

Misha dejó la bolsa de deportes en el suelo y cerró la puerta de su piso de la Ronda de la Muralla. Estaba cansado, hacía frío y agradeció el calor del interior de su casa. Se sentía deprimido y ni siquiera los alegres adornos navideños que había por todas partes habían logrado animarlo. Aquella mañana, cuando Alex le había dicho que tenían que hacer las compras de navidad, había sentido una opresión en el pecho que le había resultado desconcertante y dolorosa. Se había inventado un pretexto estúpido para no ir con él y había salido de casa fingiendo que iba a trabajar. De hecho, había cumplido el horario de trabajo a rajatabla, aunque aquel era su día libre. Se había dedicado a pasear y a pensar. Y ninguno de sus pensamientos habían sido agradables. Aunque, si ahondase un poco en aquellos desagradables sentimientos, tendría que reconocer que el hecho de que Alex lo hubiese invitado a ir de compras no había sido un gesto generoso por su parte, sino que lo que pretendía era que, como cada año desde que estaban juntos, Misha pagase los regalos que iban a ir a parar a una familia que no conocía y que él se negaba a presentarle. Sabía que últimamente se había vuelto muy tacaño con su pareja. Pero, aunque no lo confesaba en voz alta, estaba harto de ser el que corría con los gastos de la casa, el que siempre ponía dinero para todo. Alejandro ganaba lo suficiente como para mantenerse a sí mismo y Misha no comprendía cómo era posible que nunca tuviese dinero. Quizá si hubiese visto algún gesto generoso por su parte, algún regalo navideño, o en su cumpleaños… pero nunca le regalaba nada ni colaboraba en absoluto en la casa y estaba harto. Suspiró con resignación y dejó las llaves sobre el cenicero que había en el mueble de la entrada y que usaba exclusivamente para eso. Se quitó el abrigo y lo colgó en el perchero. Fue hasta el salón y vio que la caja con adornos navideños que había dejado allí para que Alex los colocase seguía sobre la mesa y que no la había tocado. El abeto que su padre había traído el día anterior lucia todavía sin adornos. Con un suspiro de fastidio se quitó la sudadera y comenzó a adornarlo él mismo. Y esa era otra de las cosas que le molestaban de su novio: nunca hacia nada

en casa y mucho menos se molestaba en hacer lo que él le pedía. Incluso si se trataba de ir al supermercado porque no quedaba comida, nunca iba y al final acababa yendo él mismo o pidiéndole a su hermana que le hiciese la compra. Hacía un par de meses que había comenzado a sentirse de ese modo respecto a su pareja. Todavía le quería. No dudaba en absoluto de sus sentimientos. Pero comenzaba a estar harto de él. Llevaban seis años juntos y al principio lo había consentido porque era más joven que él, ya que por aquel entonces Alex tenía 20 años y él 27. Se había sentido encandilado por el joven estudiante de Veterinaria que no tenía la disciplina necesaria para hacer una carrera universitaria. Le divertía porque era terco y decidido y, cuando había aparecido en su puerta con tres maletas y le había dicho que no tenía a dónde ir porque no soportaba a sus compañeros de piso, no había pensado demasiado en el porqué de aquello, sino que lo aceptó sin más. Era agradable tenerlo para sí las veinticuatro horas del día. Y tampoco le importaron demasiado sus exigencias económicas. Nunca se detuvo a pensar que Alejandro se comportaba como una prostituta, vendiendo su cuerpo a cambio de dinero. Su dinero. Misha tenía negocio propio y había conseguido convertirlo en algo muy rentable, así que aunque no era rico sí tenía dinero suficiente para vivir bien. Y además era muy generoso y confiado, así que Alex se había aprovechado eso. Y Misha había tardado seis años en darse cuenta de que algo no iba bien en aquella relación. Desde hacía un par de meses huía de las propuestas de Alejandro que implicasen sacar la cartera y se había dado cuenta de que, tras su decisión de no pagarlo todo, las cosas que hacían juntos se habían reducido a nada. Resultaba decepcionante, porque todavía creía en los sentimientos de su pareja, aunque a su alrededor la gente le repitiese hasta el hastío que no existían. Sonó su móvil en algún lugar de la casa, pero no se molestó en ir a buscarlo. Sabía que era él e intuía lo que quería, así que ignoró el sonido del teléfono tal y como había hecho a lo largo del día y continuó adornando el piso porque, a pesar de que no le agradaba la navidad, le gustaba mucho la alegría que transmitían las decoraciones navideñas y esperaba que entre brillos, purpurina, y colores alegres, esa euforia se le contagiase de algún modo. Cuando acabó, encendió las luces del árbol y sonrió. Siempre le había gustado hacer aquello con su madre, pero desde que se

había independizado había tenido que prescindir de ella para muchas cosas. Era lo que más lamentaba de haberse emancipado. Con gesto cansado guardó la caja con el resto de ornamentos en el armario del pasillo y se dirigió a la ducha. Mientras estaba allí, el móvil volvió a sonar y de nuevo se resistió a buscarlo. Sin duda Alex necesitaba dinero desesperadamente y Misha se sentía agobiado por la desconfianza que había empezado a germinar en su mente y en su corazón, así que no tenía la fuerza de voluntad necesaria para decirle claramente que no se lo daría. Por eso había pasado el día huyendo de él. Había llegado a un punto en el que apenas podía soportar algunas cosas de su pareja. Quizá porque lo conocía un poco mejor, o quizá porque se acumulaban más y más cuestiones que, para él, no tenían explicación. Al menos no una satisfactoria. Como esas noches que pasaba fuera o esos viajes para los que se inventaba excusas que nunca había creído. Pero Misha era demasiado paciente y confiado como para mostrarse suspicaz sin pruebas. Por eso aquel sentimiento que lo embargaba lo hacía sentir mal, porque era algo completamente nuevo para él y no le gustaba. No quería creer que Alex sentía más pasión por su dinero que por él. Misha prefería pensar que todo el mundo era bueno, que todos harían por él lo mismo que él hacía por ellos. Sin embargo, una vocecita en su cabeza le decía que estaba equivocado. Y ahora se sentía culpable por aquellos sentimientos. Deseaba con todo su corazón no haber descubierto el amor de Alejandro por el dinero. Pero lo había hecho y ahora aquello lo estaba matando. Se puso su pijama favorito y, sobre él, una sudadera vieja que estaba tan desgastada en los codos, que amenazaba con romperse en cualquier momento. Fue hasta la cocina y rellenó un par de blinis con caviar rojo. Su madre los había preparado el día anterior y su padre los había traído junto con el árbol artificial. Luego se preparó una taza de té con mucho azúcar, tal y como había visto hacer a su abuelo toda la vida, y se la llevó al salón, donde se acomodó en el sofá cubriéndose con una manta de viaje y encendió la televisión. Esperaba que aquel sentimiento tan desagradable desapareciese, porque no creía que pudiese soportarlo durante mucho tiempo más. Pensó en la curiosa mezcla de culturas que había en su casa. Su madre y su abuelo ruso, su abuela de Mongolia y su padre y los padres de éste españoles. Era inevitable que él y su hermana acabasen convirtiendo sus costumbres en un mosaico de culturas. Sonrió y cerró los ojos agotado.

Morfeo lo seducía con gran rapidez y él se dejaba querer. Flotaba entre el mundo de Morfeo y su salón cuando la puerta de entrada se cerró con un fuerte golpe. Abrió los ojos sobresaltado y se sentó en el sofá, sin saber exactamente qué lo había despertado. Hasta que vio a Alejandro plantado frente a él, fulminándolo con la mirada. - ¿Dónde has estado todo el día? – Preguntó de malos modos. - Donde siempre. – Mintió Misha volviendo a tumbarse en el sofá – Todavía quedan blinis, si te apetecen. - Mientes. - No, de verdad quedan blinis. – Respondió Misha alzando la cabeza y fingiendo no saber a qué se refería ¿Por qué iba a mentirte? Alex resopló y se quitó la cazadora. Para fastidio de su pareja, la dejó sobre el sofá y se plantó frente a él. - He ido a buscarte y no estabas. De hecho, no había nadie allí. ¿Dónde has estado? ¿Por qué me dijiste que tenías que trabajar si no era cierto? - ¿Y por qué fuiste a buscarme? – Preguntó tratando de eludir sus preguntas - ¿Ha sucedido algo? Se incorporó en el sofá y miró a Alejandro, que estaba haciendo pucheros. - Necesitaba dinero. Tuve que dejar el regalo de mi madre porque no tenía suficiente. Aquellas palabras golpearon a Misha, que se quedó sin aliento unos segundos a causa del dolor que le provocaron. Por un instante había sido lo suficientemente estúpido como para esperar que hubiese ido a buscarlo por algo más que el dinero y ahora se sentía absurdamente decepcionado. Miró a su alrededor buscando los regalos que se

suponía debería haber comprado. - ¿Y dónde están las compras? - ¿No te he dicho que no tenía dinero? – Exclamó exasperado. Lo miró incrédulo. ¿Cómo era posible que hubiese tardado seis años en darse cuenta de lo que Alex quería de él? - Entonces, ¿por qué fuiste de compras si no tenías dinero? Era una pregunta estúpida, lo sabía. Pero necesitaba escuchar la respuesta. - ¡Por eso te pedí que vinieses! – Barbotó enfurruñado - ¿Por qué no viniste? Misha tomó aire, lo expulsó y, antes de que pudiese inventar alguna excusa plausible, la verdad salió de su boca sin que consiguiese contenerla. - Porque no quiero pagar los regalos para una familia que no es la mía y que no conozco. Alex lo miró sorprendido. Misha nunca protestaba, nunca decía lo que pensaba para no lastimar a los demás y, cuando lo hacía, se tomaba la molestia de usar palabras que amortiguasen el golpe. Sin embargo ahora había sido claro y directo y eso resultaba, cuando menos, desconcertante. Por supuesto, Alejandro sabía desde hacía tiempo que algo sucedía. Misha era transparente como el cristal. Pero nunca había pensado que el dinero fuese el problema. Más bien había creído que tenía que ver con sus constantes salidas y viajes o con alguna sospecha sobre sus actividades sexuales con otras personas. - Siempre lo has hecho. Estaba tan sorprendido por la reacción de Misha que no fue capaz de controlar sus palabras. - Lo sé. Pero este año no. Desvió la mirada y la fijó en la televisión. Trataba de fingir una indiferencia que no sentía, cuando en realidad deseaba echar a Alex de su casa. Se sentía desolado y perdido. Habría preferido vivir en la ignorancia en lugar de sentirse

como se sentía ahora mismo. Culpabilidad, dolor, desolación, decepción y rabia. Todo se mezclaba formando un coctel de desagradable sabor que no sabía cómo tomar. Sí, la ignorancia habría sido una bendición porque en aquel comento estaría tumbado sobre una nube de felicidad que habría sido preferible a aquel desasosiego y a aquel sentimiento de culpa del que no sabía cómo librarse. En silencio maldijo a las almas bienintencionadas que creían que su deber era advertir a todos de lo peligroso que era el mundo y, especialmente, a aquellas que en aras de un bien mayor destrozaban la ingenuidad de personas como él. Alex se arrodilló frente a él, ocupando su campo de visión y le dedicó su mirada más seductora. - Debiste decirme que querías conocerlos. – Le dijo con voz melosa - ¿Por qué nunca me lo has dicho? “Porque no es algo que deba decirse, debe salir de ti”, pensó Misha. Pero no lo dijo. Se limitó a encogerse de hombros. - No importa. – Murmuró. - Ven a casa conmigo este año. – La voz de Alejandro era cada vez más seductora – Será divertido. Misha lo miró sorprendido sin saber qué decir. Desde luego, sabía cuál era el juego de su novio y no pensaba ceder en lo referente a desembolsar dinero para los regalos, pero al menos conocería a su familia y, tal vez, aquellas pequeñas vacaciones fuesen lo que necesitaba para librarse de tan amargos pensamientos. Quería aferrarse a eso y olvidarse de todo lo demás. No quería pensar que, tal vez, el verdadero amor de Alex no fuese él, sino su dinero. Se negaba a creer que aquellos seis años hubiesen sido una mentira. Sí, tal vez el amor de Alejandro por el dinero fuese desmesurado, pero para él era impensable que todo ese tiempo hubiese sido una falacia. Lo observó unos segundos antes de contestar y antes de que los sentimientos negativos que lo rondaban lo llevasen a rechazar la invitación, aceptó con una tímida sonrisa. No quería tirar por la borda de seis años de relación por sus sospechas, por muy fundadas que fuesen.

Cristian miró a Carolina sin comprender. Llevaban juntos desde la adolescencia y ahora le decía que lo dejaba sin darle una explicación razonable. ¿Cuántos años llevaban juntos? Bueno, si ahora él tenía 25 años y habían comenzado su relación cuando tenían 15 ó 16, eran demasiados años como para aceptar ahora las absurdas explicaciones que estaba barbotando con una cara de culpabilidad que la delataba. Nunca había sido buena mentirosa. O quizá se conocían demasiado bien. Guardó silencio hasta que ella dejó de explicarle el porqué de su decisión. Encendió un cigarrillo mientras escuchaba. Habían pasado por eso más veces, sólo que en aquella ocasión sonaba mucho más definitivo. Todavía no se permitió el dejarse llevar por la angustia. Al final ella recapacitaría, él se la llevaría a la cama y todo volvería a la normalidad. Siempre era así, por muy definitivo que sonase en cada ocasión. Ni uno ni otro tenían la fuerza de voluntad necesaria para alejarse demasiado tiempo. Él suponía que de eso se trataba esa cosa del amor. En las pocas ocasiones en las que se permitía ser sincero consigo mismo, se daba cuenta de que algo iba muy mal entre ellos. Los celos desmesurados de ella lo agobiaban, lo dejaban exhausto. Se sentía muy miserable a su lado, poco valorado y, la mayor parte del tiempo, notaba que lo trataba como a un objeto de escaso valor pero muy bonito que debía lucir ante los demás. Y no le parecía mal, ya que él la trataba igual. Siempre había sido así y para él era perfectamente normal. Carolina era una belleza muy exótica. Tenía el cabello rojo como el fuego, aunque con reflejos dorados. Y, a pesar de que siempre lo llevaba muy liso, la verdad era que se pasaba horas alisando la maraña de indómitos rizos que reaparecían cuando ella menos se lo esperaba, provocándole tremendas pataletas. Los ojos verdes como esmeraldas, aunque no eran demasiado expresivos y solían ser tan mentirosos como su dueña, eran los más hermosos que había visto nunca. Claro que, en honor a la verdad, hacía muchos años que no los veía sin maquillaje ni pestañas postizas, así que no tenía un recuerdo claro de la belleza natural de los mismos. La piel blanca, cremosa, sin una sola peca, lucía perfecta siempre. Su cuerpo delgado, con sutiles formas femeninas, pechos pequeños y firmes, lo volvía loco. Los labios finos, solían lucir una mueca de desdén cuando se dirigían a él, pero Cris ya se había acostumbrado a ella. No conocía otra cosa y le costaba mucho creer que fuesen capaces de mostrar otra emoción. No tenía

amigos, ya que tantos años de relación habían hecho mella en su vida social, aunque curiosamente no en la de ella. Y, sin vida social, no podía comparar su relación con otras, así que creía que las muecas de desdén, los celos, las discusiones y la soledad eran lo normal en una relación. En alguna ocasión había observado a las parejas que veía a diario. Observaba sus caras de disgusto, o cómo cuando iban en coche apenas se hablaban. Incluso en el restaurante discutían sin pudor. Así que, en su opinión, Carolina no era lo peor que podía pasarle. Fumó su cigarrillo con tranquilidad, sin escuchar una sola palabra de las que decía su novia. Pensaba que, aunque ahora quisiese romper, no tardaría en volver porque no podía renunciar a lucirlo ante sus amigas. Sabía que era guapo, que llamaba la atención de las féminas. Incluso se habían acercado a él un par de maricones. Claro que él sólo hacía caso a las mujeres y los había rechazado de plano. Pero se sentía halagado por la atención que recibía. Con sus ojos azul celeste, su cabello castaño claro, su metro ochenta y tres de estatura y su cuerpo musculoso, era un hombre a tener en cuenta. Y Caro lo sabía. Por muy hermosa que fuese, él no se quedaba atrás. Eran la pareja perfecta, aunque esa perfección se mostrase con algunas grietas. Pero no importaba. Carolina finalizó su discurso y lo miró con claro disgusto. Sabía que no la estaba escuchando. Le sonrió zalamero, estiró un brazo y la atrajo hacia sí. La obligó a sentarse sobre sus rodillas y la besó en el cuello. - Caro, los dos sabemos que esto no va a terminar, así que deja de gastar saliva y vamos a… Ella se levantó de un salto, más indignada de lo que la había visto nunca y eso lo sorprendió. - Se acabó, Cristian. ¿Es que no has escuchado nada de lo que he dicho? Era la primera vez que lo rechazaba de ese modo y que insistía tanto en la ruptura. Habitualmente eran pataletas que desaparecían cuando él se mostraba cariñoso, pero en esta ocasión ni siquiera le había dado la oportunidad de hacerlo, así que la miró con toda su atención puesta en sus palabras. - No. – Confesó - ¿Puedes repetírmelo? Ella lo miró con tristeza. Algo iba mal, muy mal. No estaba enfadada o

molesta, sino triste. Definitivamente, aquello no se estaba desarrollando como debería. - Mírate, Cristian. ¿Cuándo piensas abandonar la vida que llevas? – Él la miró sin comprender – Bebes, fumas, vives con tu padre y nunca tienes dinero. - Al menos tengo un trabajo. Es más de lo que tú tienes. – Dijo él con el rencor asomando a los ojos. - ¿Y de qué te sirve si te bebes el sueldo que cobras? – Él la fulminó con la mirada – Lo siento, Cris. No puedo estar con alguien como tú. Ya no eres un crío y yo necesito algo más. Lo que tú me ofreces no es suficiente. - Lo fue hasta ahora. - Pero ya tengo 25 años y necesito plantearme la vida de otra forma. – Lo miró unos instantes – Y he conocido a alguien. No es tan guapo como tú, pero es mejor para mí. - Con mejor quieres decir con más dinero, ¿no? – Escupió con desprecio. - Con mejor quiero decir que con él puedo pensar en formar una familia. Cristian sintió que la ira lo inundaba. De hecho, corría furiosamente por sus venas. Necesitaba irse de allí, tranquilizarse. Sin duda lo estaba castigando por la borrachera de la noche anterior. O tal vez se había enterado de que hacía dos días se había acostado con otra y estaba cabreada. - Volverás, como siempre lo haces. Y yo no estaré ahí para ti. Era una amenaza vana y lo sabía. Él siempre estaba allí para ella. Pero el rencor lo estaba consumiendo y no sabía cómo manifestarlo sin violencia. - No volveré, Cristian. Voy a casarme. Aquellas palabras cayeron sobre él como un jarro de agua fría. Durante unos

segundos fue incapaz de reaccionar y, cuando al fin lo hizo, fue para mirarla con escepticismo. - Acabas de conocerlo y… - La verdad se abrió paso en su mente y abrió mucho los ojos, comprendiendo ¿Cuánto hace que estás con él? - No, Cristian, no hagas eso… - Protestó ella débilmente. - ¿Cuánto? – Preguntó con más firmeza. - Un año y medio. Las palabras tardaron unos segundos en penetrar la incredulidad del joven, que sintió cómo la ira crecía en su interior y, con ella, un rencor silencioso que ocupó cada milímetro de su ser. - Puta. – Escupió antes de salir de allí dando un portazo. Se detuvo en la calle, pugnando por contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Las secó con la manga con gesto furioso y se subió en su Suzuki y salió de allí a una velocidad endiablada. No sabía bien a dónde se dirigía. Lo único que quería era desaparecer, alejarse lo máximo posible de aquella ciudad, de Carolina, de su padre y de todo lo que alguna vez había representado algo para él. ¡Un año y medio! ¡Llevaba un año y medio engañándolo! Y él tan confiado pensando que ella era transparente como el cristal, que la conocía mejor que ella misma. Pero lo había engañado y lo había hundido en la más absoluta miseria. Se sentía abandonado, solo… otra vez. Su madre se había largado cuando tenía 10 años. Le había prometido que regresaría, que no lo dejaría con su padre, pero lo había hecho y se había olvidado convenientemente de su hijo, de su antigua vida. Ese mismo año el cabrón había traído a Mary, una mujer menuda, de rizos dorados tan dulce que Cris se había encariñado con ella enseguida. Ella también le había prometido que no lo abandonaría, pero al primer bofetón de su padre, había cogido sus cosas y se había largado sin mirar atrás, olvidándose de las promesas que le había hecho, igual que su madre. Y después de ella habían venido otras que no se había molestado en conocer.

Su padre gustaba a las mujeres y el desfile interminable de ellas que veía desde que su madre se había ido, demostraba que todas ellas habían creído que podrían domar a Julián. Su padre era un tipo guapo, musculoso y con ese aire de chico malo que atraía a las féminas. Cris lo había visto en acción y sabía que podía ser encantador. Las mujeres caían rendidas a sus pies. Nada podían sospechar ellas de la violencia que ocultaba aquella sonrisa casi infantil y aquella actitud calmada y controlada que tanto les gustaba. Querían sentirse amadas por aquel hombre, pero a él no le importaban en absoluto. De hecho, dudaba que nadie le importase, ya que incluso apaleaba a su propio hijo. Pensó en todas aquellas mujeres que se habían ido y en Caro, que no sólo le había roto el corazón, sino que también había destrozado la escasa confianza que tenía en el género femenino. Si había alguien que creía estaría ahí para siempre era ella, pero se había ido, lo había dejado por alguien “mejor”. Ella, que lo sabía todo de él, que lo conocía desde los quince años, que lo había convencido de quedarse en aquella maldita ciudad cuando le habían ofrecido trabajo en Dublín. Había sido una buena oportunidad, pero ella había lloriqueado durante días hasta convencerlo de que se quedase. Le había elegido toda la ropa durante años, sin pensar en si a él le gustaba o no, había conseguido apartarlo de sus amigos, de aquellos que alguna vez habían querido acercarse a él y ahora lo dejaba solo. No tenía a nadie en el mundo. Su madre vivía con un médico ricachón y no quería saber nada de él, Caro lo dejaba. No tenía hermanos, ni primos ni nada y si los tenia, no los conocía. Lo único que tenía era a un padre borracho con la mano demasiado larga que llenaba la casa de putas y que se bebía su sueldo y la mitad del de su hijo. Odiaba su vida, odiaba a su padre, a su madre, a Caro, a las zorras que su padre traía a casa, odiaba su trabajo y se odiaba a sí mismo. No tenía ninguna razón para seguir viviendo. Y si todavía caminaba y respiraba, era porque no tenía el valor necesario para quitarse la vida y la Diosa Fortuna no había querido que tuviese un accidente mortal a pesar de la velocidad a la que iba siempre y de lo mucho que lo había buscado. Misha se levantó de la cama y fue a la cocina a por un vaso de agua. Se había despertado sobresaltado a causa de una pesadilla y le daba miedo volver a la cama. Llevaba días sin dormir bien. De hecho, no pegaba ojo desde que Alejandro lo

había invitado a pasar la navidad en casa de su familia. Tenía un mal presentimiento. Era absurdo, por supuesto. No era especialmente supersticioso, pero no podía evitar aquellas pesadillas de las que era incapaz de recordar nada cuando se despertaba, pero que le dejaban una terrible sensación de angustia de la que no podía librarse en todo el día. Atribuía ese desasosiego al hecho de conocer a la familia de su novio tras seis años de espera. Y ahora no podía culparlo de nada, porque desde que lo había invitado se había comportado como nunca lo había hecho. Había comprado los regalos de navidad para su familia sin pedirle dinero y le había regalado una cadena de oro con una cruz que llevaba puesta en aquel momento. Era el primer regalo que le hacía y, aunque no le gustaban las cruces, la cortesía le impedía quitársela. Además era el primer regalo de Alex en seis años y no estaba en su naturaleza el ser desagradecido. Buscó en la nevera un trozo de pastel y se lo sirvió. Era muy goloso y no tenía fuerza de voluntad. Lo único que lo mantenía delgado era el hecho de que hacía mucho ejercicio, porque de no ser por eso sin duda ahora luciría una nada estética barriga. Pero tenía un cuerpo musculoso fruto de sus 29 años haciendo deporte. Y se sentía orgulloso de él, pero tampoco le daba la importancia que le daban otros. Sabía que era guapo, que gustaba más a las mujeres que a los hombres, pero nunca le había importado demasiado. Era alto, rondaba el metro ochenta y nueve, moreno, de ojos verdes y piel clara, solía atraer miradas. Sabía bien cómo explotar su imagen cuando lo necesitaba y lo hacía sin pudor, pero a pesar de usar su físico cuando lo necesitaba, no le gustaba llamar la atención. Hasta hacía unos meses había lucido una media melena que casi le cubría la cara, pero como le molestaba bastante, se la había cortado y ahora lucía un corte de pelo discreto que dejaba ver mejor su rostro y sus generosas sonrisas. Toda aquella belleza escondía a una persona jovial, bromista, muy sociable y de una gran inteligencia. Si su madre no lo hubiese obligado a practicar ballet junto con su hermana, sin duda ahora trabajaría en algo relacionado con las finanzas, ya que era bueno con eso y había multiplicado su dinero con acertadas inversiones. - Si tu dietista se entera de esto, te va a echar una buena bronca.

Misha se volvió sobresaltado y se encontró con un Alejandro somnoliento que lo miraba con reproche. Sonrió al verlo. Siempre le había gustado el modo en que se rascaba la oreja cuando tenía sueño. En aquel momento le pareció adorable, igual que cuando habían comenzado la relación y lo veía así. Parecía un niño pequeño. Alex también sonrió y metió un dedo en el merengue del pastel, lo chupó con sensualidad y se sentó a horcajadas sobre Misha. - Estás empezando a echar barriguita. – Mintió recorriendo su cuerpo con mirada lasciva. Misha se sintió regocijado por aquella mirada. Hacía tiempo que no lo miraba así. El sexo era algo mecánico entre ellos desde hacía meses. Se había vuelto rutinario. Y no era que no disfrutase, pero añoraba un poco de emoción. Le devolvió el escrutinio con igual intensidad y lujuria. Los hombros anchos, los desarrollados pectorales, los marcados abdominales, las insinuantes caderas, el pequeño ombligo… tragó saliva con dificultad al recordar lo que escondía el pantalón del pijama y sintió un tirón en la ingle al visualizarlo en su mente. Alex sonrió malicioso. Sabía perfectamente lo que estaba pensando, pero no le importó. - Me gustaría verte a mi edad. – Contestó con la misma sensualidad que había empleado Alejandro – Seguro que estarás calvo y fondón. Alex se echó a reír y negó con la cabeza. - Estaré más bueno que tú. - Se inclinó y lo besó con ternura. Misha le devolvió el beso y se apartó de él sonriendo. – Vamos a la cama. - Ve tú, tengo algo que hacer. - ¿Comerte el pastel? – Preguntó Alejandro alzando una ceja. - Entre otras cosas. El joven se incorporó y abandonó el regazo de Misha.

- Ven pronto. Misha asintió y lo observó mientras salía de la cocina. Le habría gustado seguirlo hasta la cama y hacerle el amor, pero temía quedarse dormido y soñar de nuevo con lo que fuese que había soñado. Consideraba una bendición no acordarse de nada, porque con la terrible angustia con la que se había despertado, sin duda tenía que haber sido espantosa. Miró el pastel con desagrado y lo devolvió a la nevera. Se tomó el té mirando por la ventana, aunque realmente no veía nada en absoluto. Estaba demasiado absorto en sus pensamientos. Al día siguiente irían a Monforte para pasar la Nochebuena con la familia de Alejandro y el día de Navidad lo pasarían en casa de sus tíos en un pueblecito cercano a la villa, pero no recordaba el nombre del lugar por más que se esforzaba en hacerlo. No podía negar que estaba muy nervioso. Llevaba un par de días irritable y había pagado su desazón con todo el mundo. Alex se había mostrado extrañamente comprensivo y había mostrado una faceta muy alejada del chico caprichoso y egoísta que él conocía. Agradecía su actitud amable y tierna, pero le aterraba aquel nuevo Alejandro. Desde el primer año de convivencia había deseado conocer a la familia de su pareja, pero él siempre le había puesto excusas poco creíbles. Y ahora que al fin la conocería, se comportaba como un adolescente miedoso con sus pesadillas y sus nervios absurdos. Cierto que su situación no era la habitual, pero suponía que la familia de él sabía desde hacía tiempo que su hijo era gay. Sería absurdo que lo hubiese invitado si no iba a presentarlo como su pareja. Le habría gustado preguntarle al respecto, pero no se atrevía. Se repetía a sí mismo que ya tenía 33 años, que debía enfrentarse a él y preguntárselo, pero le faltaba valor para hacerlo. No temía hacer la pregunta, lo que le aterraba era la respuesta. Suspiró y dejó la taza vacía en el fregadero antes de volver a la cama. Alex ya dormía. Lo observó unos segundos antes de acostarse a su lado y abrazarlo para entrar en calor. El joven los cubrió con las mantas en sueños y Misha no tardó en ceder a los requerimientos de Morfeo. Cris despertó al sentir un golpe en el pecho. Boqueó intentando tomar aire, pero otra patada en las costillas lo obligó a cubrirse para proteger su cuerpo lo

máximo posible. Aquella era la nueva técnica de su padre. Como la última vez le había devuelto los golpes, ahora lo golpeaba mientras dormía o cuando estaba desprevenido. En esas ocasiones no le daba tiempo a reaccionar porque o estaba muy borracho o muy cansado y el cabrón se aprovechaba de cada una de esas ocasiones. Debería haberse largado hacía tiempo, pero por alguna extraña razón temía hacerlo. No por el cerdo, sino por sí mismo. Temía vivir solo, o enfrentarse a la vida o no sabía bien qué. Muchas veces le había dado vueltas a la idea, pero nunca había sido capaz de hacerlo. Había contado con Caro para que lo ayudase a dar el paso, pero incluso eso había destrozado la muy zorra. Mientras él le pegaba y mascullaba algo sobre el dinero y las putas, Cris alejó su mente de allí. Se imaginó a sí mismo con una buena chica a su lado, con hijos y una casita con jardín. Los niños y la mujer eran rubios. Le gustaban las mujeres y los niños con ese color de cabello. Y los ojos azules como los suyos, que no eran exactamente celestes, sino que eran un color entre el gris y el azul. Pero ella tendría los ojos azules, de ese color azul que había visto en algunas mujeres rusas y que parecía un cielo de verano. Todos vestían muy bien y frente a la casa había un buen coche, uno de esos familiares. Y allí estaba él, lavando el vehículo mientras advertía a los niños sobre los peligros de abandonar la seguridad del jardín. Pero la realidad lo golpeó con más crueldad que los puños de su padre. Aquella era la casa de su madre, aquellos los hijos que su madre había tenido con el médico con el que se había largado. Y él sólo podía mirar desde el otro lado de la acera, consciente de que ella sabía que estaba allí, pero lo ignoraba cruelmente. ¿Cuántas veces había vivido aquella escena? ¿Cien? ¿Doscientas? Tal vez más. Hasta que un día el ricachón había salido y había amenazado con golpearlo por acosar a su esposa. Y ella… ella no había hecho nada en absoluto. Ni siquiera le había explicado que no había nada sexual en lo que él hacía, que era su hijo. Tampoco intentó tranquilizar al animal. Simplemente se dio la vuelta y entró en la casa dándole la espalda, abandonándolo a su suerte… otra vez. Dejándolo en manos de un hombre violento… de nuevo. Pero eso a ella le daba igual. Seguro que le habría gustado olvidar que tenía otro hijo. Hacía tiempo ya que no pasaba por aquella calle, que

no observaba aquella casa, pero no había olvidado ni un solo detalle. Y tampoco había olvidado el anhelo que le producía la visión de la misma. Él quería aquello, pero no sabía cómo conseguirlo. ¿Por qué no podía tener una casa así y una familia con la que poder pasear por el parque los domingos? ¿Por qué no podía tener una madre amorosa a la que contarle sus problemas y que lo consolase en momentos como aquel? Quería llorar, pero hacerlo habría sido como demostrarle a su padre que le dolían los golpes, cuando en realidad lo que le dolía era el corazón. No sabía por qué había sido esta vez. Le había dado el dinero de siempre, había hecho la compra y se había apartado de su vista durante días, así que no entendía qué había pasado. Era cierto que habitualmente no necesitaba motivos para golpearlo. Lo hacía sin más. Nunca había necesitado la más mínima provocación, pero Cris había aprendido que si se mantenía fuera de su campo visual el tiempo suficiente él se olvidaba de su existencia. Escuchó una maldición, recibió otra patada en el estómago y luego vio los pasos del viejo alejándose. Lo escuchaba respirar con dificultad. Tosió y se dejó caer en el sofá. Cristian tuvo el buen tino de no moverse de la postura en la que lo había dejado. Había aprendido que volverse invisible después de una paliza era la mejor forma de que el cabrón no volviese a arremeter contra él. Cris se maldecía a sí mismo por su estupidez. Debía dejar aquella casa y tenía que hacerlo ya, antes de acabar muerto en cualquier rincón del sucio piso del viejo. Cerró los ojos y se sumergió en la bendita inconsciencia, feliz de abandonar el mundo por un tiempo. Misha observó a la familia de Alejandro con una sonrisa cortés en el rostro. Él no debería estar allí. Ninguno de ellos sabía que eran pareja y, lo que era peor, Alex no pensaba decírselo. Todos sufrían de un insano y desmesurado amor por el dinero y, aunque no lo expresaban en voz alta, él podía ver cómo calculaban cuánto podía haber costado su ropa, su corte de pelo, sus gafas… Se sentía como un pavo a punto de ser trinchado, porque aquellas miradas especulativas no le gustaban nada.

Y por eso agradecía el que Alex no hubiese hablado de su relación, ya que de haberlo hecho, se habría visto obligado a quedarse en aquella casa que le desagradaba profundamente. Por suerte, había conseguido una habitación en un pequeño hotel con vistas al castillo, cuya presencia parecía dominarlo todo. El cuarto estaba decorado con tonos dorados y era muy agradable. Mucho más que aquella casa repleta de gente que no conocía y que lo miraba de forma desagradable, aunque intentaban ser corteses. A Alex apenas lo había visto desde su llegada y, como supuesto amigo, debía aceptarlo y guardar silencio cuando tonteaba con alguna chica, cosa que solía hacer. Habían llegado el día anterior y no sólo había dormido solo, sino que encima había tenido que verlo flirtear con cuanta mujer se le ponía por delante. Y Misha detestaba aquellas actitudes de reafirmación masculinas. Como si ser homosexual lo hiciese menos hombre. ¡Vaya estupidez! Se colocó las gafas que habían resbalado por su nariz y observó a los presentes, que hablaban un gallego tan cerrado que le costaba entenderlo. Se sentía terriblemente decepcionado. La madre de Alex era de alguna aldea cercana a la villa y él sólo había heredado de ella los ojos negros. Sin duda en algún momento de su vida había sido muy hermosa, pero ahora lucía un rictus amargo en la boca, las arrugas habían hecho mella en su pálido rostro y todo ello, unido a una mirada fría, calculadora y cargada de malicia, la hacían desagradable a la vista. Según le había dicho, había nacido 52 en una aldea preciosa cerca del río y sus padres se la habían llevado a Lugo para convertirla en secretaria o profesora, pero habían fracasado. Con dieciocho años había conocido a Esteban, el padre de Alex, y lo había abandonado todo para irse a vivir a otra aldea con él. Creía que tendría una vida de película, donde ella sería una princesa que viviría en un castillo mientras el príncipe encantado le ofrecía una vida de lujos y comodidades, pero se había encontrado viviendo con unos suegros a los que odiaba y trabajando como una esclava para ellos, mientras cargaba con una barriga inmensa y ni siquiera podía comprarse un vestido de maternidad decente. Y quizá por eso todas sus conversaciones giraban en torno al dinero. Era obvio que había esperado que su hijo se convirtiese en un gran veterinario o profesor y que los sacase de una situación económica desesperada. Se habían gastado más dinero del que podían permitirse en la preparación de su

primogénito, robándole la oportunidad de medrar a sus otros hijos, que carecían de educación y saber estar. Esteban era un hombre encantador. Demasiado soñador para una vida como la que le había tocado vivir. Su gran amor no eran ni su esposa ni sus hijos, sino los libros. Era un tanto despistado y a menudo se distraía. Misha había captado las señales en un par de minutos. Su pelirroja cabeza se movía a un lado a otro con gran lentitud, como si pudiese ver algo que a todos los demás les estaba vedado. Sin embargo, cuando estaba atento a lo que le decían, encorvaba su desgarbada figura y sus ojos marrones brillaban con una inteligencia que le faltaba a todos los miembros de su familia. Los hermanos de Alejandro pasaron a formar parte de la lista de personas a ignorar que Misha creaba cuando llegaba a un lugar. Lo miraban de aquel modo especulativo que tanto le molestaba y sabía que estaban evaluando qué tipo de relación tenía con su hermano y cuánto podría beneficiarlos económicamente. Nunca en su vida se había sentido tan incómodo con su dinero. No era que nadase en la abundancia, pero vivía con cierto desahogo. Y tampoco le habían regalado nada. Sus padres lo habían avalado en el banco cuando pidió el primer crédito para crear la academia de baile y sus abuelos le cedieron el local, cobrándole una cantidad menor que a otra persona, pero al fin y al cabo, tenía que pagar el alquiler. Así que no se había librado de trabajar catorce horas diarias para sacar adelante el negocio. Y esos paletos lo atosigaban con preguntas sobre la rentabilidad de un negocio semejante, preguntas que lo incomodaban y que parecían divertir a su pareja. Eso por no hablar de que la cena de la noche anterior había sido la más desagradable que había tenido en su vida. Ana, la madre de Alex, había invitado a unos amigos con sus hijas, también a unos familiares que vivían cerca y la mitad de los comensales habían acabado borrachos y perdiendo las formas. Como él nunca escondía su sexualidad, cuando le preguntaron por su novia o esposa, él contestó que tenía novio y que vivía con él y no sólo tuvo que soportar miradas recelosas, sino que también escuchó comentarios homófobos que lo desquiciaron. Pero la educación lo obligaba a mantenerse callado. Especulaban sobre cómo practicaban el sexo los maricones y Alejandro participaba en aquella bufonada que sólo ocultaba el miedo que producía a

aquellos ignorantes que alguien fuese diferente. Mencionaron entre risas y burlas a un primo suyo que se había casado y que había tardado seis meses en separarse. Misha expresó en voz alta su admiración porque había tenido el valor de casarse y de declarar públicamente su amor mirando a Alex de forma significativa, pero lo único que había recibido había sido una retahíla de chistes sobre gays. Aquella mañana del día de navidad no tenía demasiadas ganas de ir con ellos, pero alguien le dijo en tono de sorna que así conocería al maricón de la familia y Misha, sin renunciar a su magnífica educación, contestó que entonces ya tenía un aliciente para ir, ya que al menos encontraría una persona inteligente con la que hablar, lo que hizo que los presentes enmudeciesen. Habría dado saltos de alegría por haber conseguido callarlos con una sutil pero firme patada en la boca. Alex alivió el incómodo momento diciendo que ya era hora de marcharse y trató de quitarle las llaves del coche a Misha, que en ese preciso momento cruzó su mirada con la de Ana y se le heló la sangre. Era una mirada conocedora, astuta, calculadora y que le dijo al hombre más de lo que podrían haberle dicho las palabras. Aquella mujer sabía perfectamente quién era él y qué significaba en la vida de su hijo. Es más, Misha estaba seguro de que ella alentaba aquella relación. Luego sus ojos tropezaron con el lujoso coche que contrastaba con la miseria que había visto en la casa. Y se dio cuenta de que había detalles que no encajaban en aquel lugar. Esos pequeños detalles que hablaban del dinero fácil, ese que entraba sin esfuerzo y que se gastaba del mismo modo. Unos pendientes demasiado caros en unas orejas incorrectas, un reloj de marca… simples detalles que hablaban con más elocuencia que cualquier cosa que hubiese dicho o hecho Alex. Al principio, se sintió horrorizado al ver que una madre consentía que su hijo se prostituyese, luego cayó en la cuenta de que no sólo lo consentía, sino que lo alentaba. Y luego el frío se apoderó de su corazón. Se volvió hacia Alejandro y lo miró con esa frialdad que había invadido cada fibra de su ser. - Creo que voy a prescindir de tus servicios hoy. – Dijo con tanto desdén que Alex retrocedió un paso dolido – De hecho, hoy y el resto de mi vida. – Abrió la puerta del coche y entró – Te preguntaría qué he sido para ti estos años, pero ya lo he visto. Un cliente. Puso en marcha el vehículo, ante el sincero estupor de su pareja. - Misha… hablemos, por favor…

Misha negó con la cabeza. ¿Hablar? ¿Hablar de qué? Era obvio lo que había estado sucediendo. Y al menos Alex no se molestaba en inventar excusas o mentir. Lo había descubierto y no lo había negado. Tampoco parecía avergonzado, así que no había nada de qué hablar. El joven lo miró suplicante, pero él no sentía el más mínimo deseo de ceder. Había visto suficiente. Miró a la madre de Alex, que parecía confusa, y se marchó de allí. No sentía nada. Ni rabia, ni ira, ni decepción, ni dolor. Nada. Pero sabía que, cuando el dolor se abriese paso en la frialdad que lo había inundado, lo arrasaría todo a su paso. Aquel día le había costado levantarse. Estaba muy cansado, tenía mucho sueño y muy pocas ganas de incorporarse a un trabajo que no le agradaba en absoluto. Se metió en la ducha con los ojos semicerrados a causa del sueño. Sentía el cuerpo pesado. Tal vez a causa del alcohol que había ingerido, o tal vez a causa del hastío. O quizá por la pelea en el bar con su padre, o acaso porque el robarle el ligue al viejo no había sido del todo satisfactorio. Y allí estaba ella, mirándolo desde la puerta como una gata en celo. Sí, veía en sus ojos lo que quería, pero no tenía el más mínimo interés en convertirse en su desayuno. Estaba harto de mujeres como ella. Eran su plato habitual. Mujeres jóvenes o maduras, daba igual, todas pecaban de lo mismo: baja autoestima, escasa educación y poco respeto por sí mismas. Él creía que Carolina siempre había estado muy por encima de ellas, aunque ahora comenzaba a tener sus dudas. Había colocado a aquella mujer en un pedestal y ahora tenía la sensación de que todo había sido una gran mentira. Observó a la mujer mientras se acercaba a él con movimientos insinuantes. Bien, debía reconocer que era muy sensual y que, aunque no era hermosa y su cuerpo no era perfecto, sabía muy bien lo que hacía. El problema no era ella, sino él. Por primera vez en su vida se sentía insatisfecho. Aquel sueño de tener una familia, una buena casa y un coche familiar siempre había estado ahí, pero ahora se daba cuenta de que nunca podría tener aquello porque le faltaba lo fundamental: el amor. ¿Cómo era posible que hubiese estado tan ciego todo ese tiempo?

Amor. Faltaba el amor. Y se había dado cuenta al ser tirado al cubo de la basura por Caro. Sintió las manos de la mujer en sus nalgas. Le habría gustado detener aquello, pero su cuerpo ya había tomado las riendas de la situación y, la verdad, le daba igual si lo tocaba o no. Aquellas manos pequeñas, suaves, femeninas, avanzaban peligrosamente hacia su entrepierna. Se apoyó en la pared con los brazos estirados y dejó caer la cabeza. Ella continuaba su avance, explorando sus genitales con gran habilidad. Se había acostado con muchas mujeres, todas ellas con diversos grados de experiencia, pero esta era la primera que mostraba tanta seguridad en lo que hacía. Aunque por alguna extraña razón no fue capaz de pensar de ella como de las demás. Las otras mujeres eran para él simples fulanas que se tiraba cuando le apetecía. Esta no. Esta mujer había marcado el ritmo desde el principio, llevando las riendas, sin ceder un milímetro. Y tampoco había buscado afecto en él al finalizar. Se había quedado acostada en la cama sin hablar, dejándolo fumar tranquilamente. Se había dormido enseguida y él había disfrutado mucho despertándola una y otra vez. En todas aquellas ocasiones había reaccionado de forma más que satisfactoria, dándole más placer que ninguna. No pudo evitar que su cuerpo reaccionase antes por el recuerdo que por las atrevidas manos que lo tocaban por todas partes. Sintió sus labios en la espalda, en la cintura, en las nalgas. Aquellas manos se movían con gran habilidad. Se volvió y la atrajo hacia sí. La tomó por las nalgas y la elevó para poder penetrarla. Le sorprendió sentirla tan preparada y la miró sin ocultarlo. Se sintió torpe y estúpido, pero embistió tal y como ella le había enseñado la noche anterior. Gimió con satisfacción al ver cómo se arqueaba contra los azulejos de la ducha. Fue rápido, pero absolutamente satisfactorio para él. La besó y sonrió. Se disculpó con ella y salió de la ducha para vestirse y arreglarse. No le apetecía quedarse allí con ella. Durante todo el proceso la observó mientras se duchaba. No parecía afectada por haber sido abandonada tras el coito. Cuando sus miradas se encontraban le sonreía, pero no hablaba. Era la primera mujer silenciosa que conocía. Todas parecían unas cotorras cuando acababan de follar. La dejó sola en el baño para que se arreglase y preparó algo de comer.

Apenas un par de sándwiches. Ella negó con la cabeza y le explicó que prefería comer en su casa. Él se ofreció a llevarla, pero de nuevo se negó. Había pedido un taxi. Y Cristian se sintió absolutamente desconcertado. En realidad, aquella mujer era completamente diferente a todas las que había conocido y no solo por la edad. La vio hurgar en su bolso, sacar la billetera y dejar un billete de cien euros sobre la mesa. Él la miró sorprendido por el gesto. Ella lo malinterpretó y sacó dos billetes de cincuenta que fueron a parar con el billete de cien. Intentó decirle que se había equivocado, que él hacía aquello gratis, porque le gustaba, pero las palabras se quedaron atascadas en su garganta. Ella lo miró alzando una ceja y, con una sonrisa burlona, se dio la vuelta y salió del piso. Pasaron diez minutos antes de que el joven fuese capaz de reaccionar y, cuando lo hizo, se sintió humillado, pero ella ya se había ido, dejándole doscientos euros como pago por su servicio. Nunca, jamás, se había sentido tan estúpido. ¡Lo había confundido con un prostituto! Miró los billetes con asco, pero luego su mente le recordó el Ipod que quería comprarse y para el que no conseguía ahorrar jamás y sonrió. Cogió el dinero y fue a su cuarto para esconderlo en el lugar donde escondía todo lo importante desde que era niño. Debajo de la cama había una tabla de parquet suelta y allí guardaba joyas, cartas, dinero y todo lo que cupiese en el reducido espacio. Aunque, de no haber sido 25 de diciembre, seguramente habría salido corriendo a comprar el Ipod. Se estiró perezosamente en la cama y sonrió. Había sido una buena noche y, además, había conseguido algo de dinero extra. Y él nunca iba sobrado de fondos. Aquel era un buen día: su padre iba a pasar la semana con sus progenitores en el campo, no tenía que trabajar y, para colmo, había ganado una pasta por hacer algo que le encantaba. La sonrisa perezosa se ensanchó hasta que acabó enseñando los dientes. Cerró los ojos y suspiró. Estaría genial dormir un par de horas más. Lo necesitaba. Al día siguiente tendría que incorporarse al trabajo y necesitaría ir muy descansado. Le esperaba una semana dura, por no hablar de la noche del 31, que tendría que trabajar hasta

las tantas. Gimió al recordarlo y ocultó la cara en la almohada. Algún día conseguiría una casa con jardín, una buena mujer, unos buenos hijos y un coche familiar que lavaría los domingos por la mañana. No sabía cómo lo haría, pero lo haría.

Capítulo 2

Misha miró a su hermana con escepticismo. Le habría gustado negarse a su petición, pero la conocía demasiado bien y sabía que de nada le serviría hacerlo. Ella siempre se salía con la suya. Lo que le planteaba le habría parecido de lo más interesante en otro momento, pero ahora mismo se limitaba a sobrevivir de forma bastante precaria. Habían pasado casi tres semanas desde que había dejado a Alex y casi dos desde que había comenzado a añorarlo, así que no, no le parecía demasiado interesante lo que ella le proponía. Pero su hermana quería casarse y no podía hacerlo si el negocio de su futuro marido iba mal. Olga no quería pasarse la vida dando clases de baile a niños y adultos que tenían dos pies izquierdos. Quería tener su propio hogar, un marido que llevase dinero a casa y cuidar de sus hijos. Porque Olga quería tener hijos. Algo sorprendente teniendo en cuenta lo poco que le gustaban los niños. Pero sentía la necesidad de ser madre y eso, en su opinión, excluía el baile. Asintió porque se lo debía. Había sido ella quien había llevado las bolsas de basura en las que había metido las cosas de Alex a casa de los padres de éste. Aunque, conociéndola como la conocía, seguramente las habría arrojado contra la puerta de malos modos y si las habían recogido bien y si no, problema suyo. Tampoco le supondría nada bailar los viernes por la noche con algunas mujeres. Si eso ayudaba a su hermana a cumplir su sueño… bien, lo haría. Y si además le aportaba ingresos extra en forma de nuevos alumnos, él no podía rechazarlo. Olga lo abrazó efusiva y se volvió hacia su futuro marido, un joven robusto que le recordaba a un pavo real. Al principio había pensado que su hermana se había vuelto loca al elegir a alguien con tan pocas cualidades físicas. Una barriga prominente, poco gusto vistiendo y, además, se afeitaba la cabeza para ocultar que la alopecia había hecho estragos en su testa. Su hermana era una belleza. El cabello castaño y ondulado le llegaba hasta la cintura, los ojos marrones eran tan hermosos que quitaban el aliento, su rostro era perfecto, igual que su cuerpo. Pero cuando comenzó a hablar con el futuro marido, supo enseguida qué había visto en él: inteligencia, bondad, comprensión y buen humor.

Era lo que ella necesitaba, así que él no podía negarse a ayudarlos. - ¿Lo ves, Julián? Te dije que aceptaría. Verás cómo se multiplica la clientela. Al menos la femenina. Estarán deseando verlo y tocarlo. – Le dedicó una sonrisa maliciosa – Lástima que no esté interesado en el mercado femenino. - Ni en el masculino. – Le recordó Misha distraídamente. Ella chasqueó la lengua con fastidio y llamó al camarero. Quería pedir ya la comida. Él también tenía hambre, pero no le gustaba comer en restaurantes, aunque perteneciesen a la familia. Porque Julián ya podía considerarse de la familia. Aún así, le echó un vistazo rápido a la carta y se decidió por una ensalada. Ya comería decentemente cuando llegase a casa. - Cristian, ven. – Llamó Julián al joven camarero cuando se iba. El chico regresó con una expresión cortés en el rostro. El novio de Olga se volvió hacia ellos sonriendo – Este chico lleva conmigo siete años y el otro día me comentó lo mucho que le preocupaba la situación del restaurante. – Se volvió hacia su novia – Cuéntale qué vamos a hacer para reflotarlo. Misha alzó la mirada y se encontró con la del joven, que estaba muy poco interesado en los planes de su entusiasmado jefe. Lo miró con simpatía, pero él le devolvió una mirada arrogante. Misha suspiró y bajó de nuevo la mirada para concentrarla en su móvil y en las fotografías que había tomado aquel día a sus padres. Se desentendió completamente de lo que sucedía a su alrededor hasta que el chico de antes le sirvió la ensalada. Entonces volvió a encontrar su mirada y se dio cuenta de que tenía los ojos de un color indefinido entre el azul y el gris y que su cabello era de color castaño claro. También vio las marcas de una pelea relativamente reciente en su rostro y brazos. Tenía los labios gruesos y la tez blanca, mucho más blanca que la suya. Era unos centímetros más bajo que él, pero aún así era alto. El cuerpo musculado y el porte arrogante le hablaba de una persona muy preocupada por su físico y muy engreída. Y él detestaba a los ególatras. Le dio las gracias y él le contestó con un murmullo. Parecía fastidiado por tener que acercarse a él. No le dio importancia. No era la primera vez que le sucedía. Aunque normalmente se daba cuando sabían que era

gay, como si se fuese a lanzar sobre ellos cuando se descuidasen. El camarero no sabía aún de su homosexualidad, así que le resultó un poco extraño. Aún así, lo ignoró. Cuando se alejó, se volvió hacia Julián. - ¿Cuál es su historia? – Le preguntó señalándolo con la cabeza. Porque era obvio que había una historia. Tenía el aspecto de un cachorrito abandonado y necesitado de cariño. Misha poseía un instinto especial para esas cosas. Por eso había acabado con Alex. Alex… Suspiró y desechó los pensamientos que lo embargaban. - La madre lo abandonó y el padre es violento. No tiene dónde caerse muerto. – Julián se encogió de hombros – Una vecina del chico vino a pedirme trabajo para él y me contó su historia. Aunque no sé por qué sigue viviendo con el padre. Debería haberlo dejado hace tiempo. – Se encogió de hombros – Es un buen chico y un buen trabajador. - Misha… La voz de Olga sonaba admonitoria y él le sonrió con intención de tranquilizarla. - Sólo sentí curiosidad por los golpes. – Ella alzó una ceja con escepticismo y la sonrisa de Misha se ensanchó – No quiero más gatitos abandonados en mi casa. De verdad era simple curiosidad. - Y aunque fuese otra cosa, el chico es hetero. La novia lo dejó hace poco porque se va a casar con otro. – Dijo Julián atacando el solomillo de su plato. - ¿Lo ves, Olga? El chico es hetero. – Le guiñó un ojo con malicia y ella ahogó una risita. Ambos sabían de la debilidad de Misha por esa clase de chicos. Pero lo cierto era que el camarero en cuestión no le interesaba en absoluto. Sólo había sentido curiosidad.

Comenzó a comer su ensalada y escuchó la cháchara de su hermana sobre la noche siguiente. Él podría llevar un traje y ella un vestido de fiesta. ¿Bailarían el tango? Las mujeres se volverían locas viéndolo bailar esa pieza tan sensual. Julián asentía, conocía las reacciones de las mujeres al ver a su futuro cuñado. Y Misha, por su parte, no tenía el más mínimo interés en ser objeto de interés de las mujeres. Y tampoco de los hombres. En esos momentos lo único que quería era olvidarse de Alex y de su propia estupidez, de su orgullo herido y del dolor que lo sucedido le producía. Así que asentía distraídamente mientras su hermana planificaba todo. Cristian dejó la bandeja sobre el pequeño mostrador. Desde el lugar que ocupaban los camareros podían observar sin ser vistos. Y todas las mujeres estaban vigilando estrechamente al hombre de la única mesa ocupada de su sección. Lo miraron anhelantes, esperando alguna explicación. Se morían por preguntarle, pero no se atrevían porque nunca había dado pie a cotilleos ni conversaciones similares. Sabía que últimamente estaba especialmente huraño y que se estaba ganando la animosidad de sus compañeros y no quería convertirse en el compañero gilipollas al que le hacen el vacío. No sabía hacer otra cosa y Julián le había prometido trabajo de por vida. Pero trabajar de por vida en el restaurante y siendo odiado por sus compañeros no era lo que él quería. Tampoco quería explicarles que el jefe le había contado a él sus planes para el restaurante. A él le parecía una soberana gilipollez, pero como era idea de la futura jefa, lo mejor sería guardarse su opinión para sí mismo. Suspiró y compuso una sonrisa más falsa que las joyas que llevaba la camarera que tenía enfrente. Entendía por qué miraban al tipo con tanto interés. Moreno, tez pálida, ojos increíblemente verdes, musculoso y con pinta de modelo, seguramente era el sueño de cualquiera de ellas. - Es el hermano de la novia del jefe. – Comentó como por casualidad – Al parecer es bailarín, igual que ella. Y creo que bailarán todos los viernes aquí. Bueno, algo así. Y entonces, cayó sobre él una avalancha de preguntas que no podía contestar. ¿Tenía novia? ¿Tenía anillo de casado? ¿Qué miraba con tanto interés en el móvil? ¿Era agradable? ¿Tenía una voz bonita?

Cristian agradeció que en ese momento los cocineros hubiesen dejado los platos que le habían pedido al lado de la bandeja. Los colocó cuidadosamente y salió de allí, seguido de los suspiros de las féminas. Se acercó a la mesa y dejó al hombre de los ojos verdes para el final. Éste levantó los ojos y la intensidad de su mirada hizo que le diese un vuelco el corazón. Era increíblemente guapo. Le fastidió esto, ya que sintió el gusanillo de la competitividad corroyéndole el estómago. Él, educadamente, le dio las gracias y Cris sólo pudo contestarle con un murmullo fastidiado. Por suerte fue ignorado, aunque temió que se quejase a Julián de su actitud. Ser un poco desagradable con un cliente era malo. Serlo con el cuñado del jefe era desastroso. Regresó al lugar donde esperaban sus compañeras y vigiló desde su privilegiada posición contestando a las chicas como buenamente podía. El hombre parecía distraído y no habló apenas con el jefe. Eso era buena señal. Seguramente no se había enterado de su actitud. Parecía estar en otro mundo. Las preguntas se fueron apagando y todas volvieron al trabajo, dejándolo allí, pensativo. Lo sucedido unos días antes con la mujer madura, lo había hecho pensar mucho. Sabía que era guapo, que llamaba la atención. Probablemente no tanto como el tipo de la mesa del jefe, pero era mucho más joven y quizá era el momento de hacer dinero. Si hacía dinero podría tener lo que quería: una casa con jardín, una buena mujer, un coche familiar e hijos. Para hacer dinero… bueno, para hacer dinero podría usar su cuerpo en su tiempo libre. Entre el sueldo que recibía y el extra que podría recibir, seguramente tendría pronto dinero para una buena casa. Igual que la de su madre. O mejor. Había estado investigando en Internet sobre precios y esas cosas. Lo único que le echaba hacia atrás era lo de mantener relaciones con hombres. Alguna vez había sentido cierta atracción por alguno y antes de conocer a Caro había tonteado con un amigo. Habían hecho algunas cosas, como besarse y toquetearse, aliviarse

mutuamente, pero nada más. Había sido la única vez y aunque no se arrepentía, sí sentía cierta vergüenza al recordarlo. Así que el pensar que tal vez tendría que hacerlo con hombres le producía un inmediato rechazo. Claro que, si quería dinero rápido, tenía que hacer lo que fuese necesario, ¿no? Vio que era el momento de acercarse a preguntar si querían postre, así que lo hizo. Eran los últimos. Cuanto antes acabasen antes podría irse a casa. Todos pidieron postre menos el tipo de ojos verdes. No era difícil ver que cuidaba la línea. El tipo se estaba riendo de alguna broma y lo miró con ojos brillantes y sonrisa deslumbrante antes de negar con la cabeza. De nuevo su corazón dio un vuelco y de nuevo sintió rabia. ¿Cómo era posible que un tío le hiciese sentir eso? Era una gilipollez. Buscó los postres, los sirvió y se retiró discretamente, como era habitual. Los observó desde lejos, centrando su atención en la novia del jefe. ¿Dónde había encontrado a una mujer así? El tío estaba gordo, era feo y encima sin pelo en la cabeza, pero demasiado peludo en el resto del cuerpo. Y lo peor era que la tía parecía no tener ojos para nadie más. Ella era preciosa, una de esas mujeres que te obligaban a volverte un par de veces antes de alejarte. La primera vez que la había visto se convenció de que estaba con el jefe por dinero. Una mujer así sólo podía ir con alguien como Julián por eso. Sin embargo había pasado tiempo y había visto que no tenía nada que ver con el dinero. Y el hecho de que el negocio fuese mal y que se ofreciese para ayudarlo a reflotarlo, decía claramente que lo quería a él, no a su cuenta bancaria. Su mirada se desvió hacia su hermano. Parecía haberse distraído de nuevo. Le resultaba curioso que estuviese tan ausente cuando su hermana y futuro cuñado parecían tan animados. El tipo vestía bien. Llevaba una camisa blanca por encima de unos pantalones de traje marrones. Sólo llevaba un par de botones de la camisa abrochados y seguramente de haberlo visto en otro hombre, le habría parecido ridículo, pero a él le quedaba condenadamente bien. Lo había visto cuando llegó y había admirado sus abdominales. Los pantalones parecían hechos a medida y así lo habría creído de no haberlos visto en Zara unos días antes. En el cuello llevaba un colgante de acero con su signo del zodíaco (eso no lo había percibido él, sino una de las camareras). Acuario. El cordón que sujetaba el colgante era de cuero.

Blanco y marrón. Sonrió. Eran los colores favoritos de Caro. Vio cómo se levantaba y deslizaba algo debajo del pocillo de café aprovechando que los otros comensales miraban hacia otro lado. Admiró su cuerpo y sintió algo de envidia malsana al ver cómo lucía la ropa. Nadie debería tener ese cuerpo ni ese estilo. Bien, él también tenía un buen cuerpo, pero no lucía la ropa como él. Ropa… Tenía que comprar ropa nueva. La que llevaba no era su estilo, sino el de Caro. Murmuró una maldición y se dispuso a recoger la mesa cuando los comensales se levantaron. Llegó justo a tiempo para despedirse educadamente. El tipo de ojos verdes lo ignoró y los demás se despidieron de él con gran educación. Recogió los pocillos y al llegar al del tipo engreído, se encontró con veinte euros. Miró el billete sorprendido. ¿Le había dejado una propina? ¿De veinte euros? Cogió el dinero y lo deslizó en el bolsillo. A lo mejor el tío no era tan gilipollas, después de todo. Misha bostezó y se arregló la ropa ante el espejo del pasillo. Pantalón negro, camisa blanca sujeta por tres botones, permitiendo ver los abdominales y parte del pecho depilado. Uno de sus ex, que era estilista, le había dicho que ese estilo le sentaba muy bien y algunas veces lo usaba. Al menos cuando necesitaba utilizar su físico para conseguir algo. Y aquella noche necesitaba conseguir la atención de las mujeres. Si conseguía llamar su atención, hablarían con sus amigas, que llevarían a más amigas y seguramente algunas irían a sus clases. Cuantos más alumnos, más dinero y cuanto más dinero… bueno, nunca le había preocupado eso realmente. Sólo lo necesario para mantenerse él mismo y continuar con la academia. Se puso el abrigo y la bufanda, cogió las llaves de su Volkswagen Touareg y salió de casa. Por un instante su mente le devolvió el recuerdo del camarero de ojos claros. No supo por qué, ya que no había vuelto a pensar en él. Desechó la imagen con indiferencia y justo al salir del portal se encontró con Alex. Al parecer llevaba un rato esperándolo. Intentó ignorarlo. Lo intentó con todas sus fuerzas. Pero cuando él posó una mano sobre su brazo, se derrumbó. Mantuvo la fachada de indiferencia que había usado desde que lo había dejado. Pero por dentro estaba temblando y sentía unos deseos terribles de llorar.

- Misha… por favor, sólo te pido que me escuches. - Tengo que trabajar. – Murmuró poniéndose los guantes. - Pues estás muy elegante para eso. - Es un nuevo trabajo. Tengo prisa. - Misha… - Déjalo, Alex. Tengo muy claro lo que sucedió. He tardado mucho tiempo en darme cuenta, pero ya lo tengo muy claro. – Lo miró a los ojos, tratando de mantener la compostura – De verdad, tengo prisa. Se alejó de él y abrió el coche. - ¡Te quiero, Misha! – Gritó Alex - ¿Eso no cuenta para nada? Misha se detuvo y lo miró. - Ahora… ahora no. Entró en el coche y arrancó. Se alejó de allí lo más rápido posible. Si se quedaba, cedería. Y no quería hacerlo. ¿Quererlo? ¿Cómo podía quererlo? Lo que había hecho había sido utilizarlo. Se había prostituido. Eso era todo. El amor no tenía nada que ver con aquello. Tomó aire, lo expulsó con fuerza y aparcó frente al restaurante. Entró y buscó a su hermana con la mirada. La vio charlando animadamente con Julián y se sentó con ellos. Ella lo miró apreciativamente y él frunció el ceño. - Definitivamente, hermanito, sabes cómo llamar la atención. Le señaló discretamente una mesa y él miró con la misma discreción. La mujer que estaba allí con su marido lo devoraba con la mirada. - ¿No es lo que querías? – Gruñó. - ¡Oh, sí! – Aplaudió entusiasmada – Después de cenar las volverás locas. Misha sacudió la cabeza y suspiró. No había quien pudiese con su hermana.

El camarero del día anterior se acercó a él con la carta. Negó con la cabeza, dándole a entender que no la quería. Le pidió la ensalada que había tomado el día anterior y el joven asintió antes de desaparecer. Reapareció unos minutos después con el agua que le había pedido y Misha le dio las gracias con bastante indiferencia. Aunque cuando se alejó lo siguió con la mirada. Estuvo ausente durante la cena. Olga y Julián charlaban animadamente sobre sus planes de futuro. Él, sin embargo, pensaba en Alex y en los planes que habían hecho juntos. Planes que no se cumplirían jamás. Planes que habían sido mentira todo el tiempo. No quería pensar en eso. Estaba cansado de pensar, sentir, sufrir. Quería olvidar, sólo eso. Así que concentró su atención en el joven camarero que iba y venía entre las mesas con gran habilidad, como si hubiese nacido sirviendo. Terminaron la cena y Olga le hizo un gesto con la cabeza. A regañadientes, se levantó y la invitó a bailar como si aquello fuese casual. Era estúpido, pero ella lo había querido así y él no iba a protestar. Para Misha la familia era lo más importante. No podía negarse a ayudarla cuando se lo pedía. Julián había habilitado un pequeño espacio al fondo del restaurante y se dirigieron hacia allí. Ella ya había hablado con quien ponía la música, porque enseguida comenzó a sonar un tango. Hacía muchos años que no bailaba esa pieza en concreto y miró a su hermana interrogante. Ella le dedicó una sonrisa dulce y comenzaron a bailar. Y se sintió profundamente satisfecho. Hacía mucho tiempo que no bailaba con Olya y era un verdadero placer hacerlo. Casi lo había olvidado. Se sonrieron y se dejaron llevar por la música, tal y como hacían desde que eran niños. Cristian se alejó de la mesa que acababa de servir justo cuando Misha y Olga comenzaron a bailar.

Había averiguado el nombre de ambos haciendo preguntas discretas a la mejor fuente de información que poseían en el restaurante: Julián. Él se había mostrado encantado de hablar del amor de su vida. Le explicó que eran españoles, pero que su madre era rusa. Su padre era lucense, como ellos. Olga era idéntica a su madre, mientras que Misha no se parecía a nadie. Pero Julián no podía explicar por qué. Y Cris tampoco sabía explicar por qué le interesaba tanto. Porque el billete de veinte euros nada tenía que ver. Los observó deslizarse por la pequeña pista y suspiró. Y otros lo hicieron a su lado. Hombres y mujeres por igual. Olga se veía preciosa con aquel vestido negro hábilmente diseñado para quitar la parte inferior y mostrar unas piernas perfectas. Misha se veía elegante, como el día anterior. Pero la intensidad que mostraban ambos lo desconcertó. Parecía que en lugar de bailar un tango estaban haciendo el amor mientras bailaban. Él parecía mucho más intenso que ella. Se había transformado en un hombre extremadamente sensual y ardiente. Miró a su alrededor y aparte de las miradas masculinas dirigidas a las piernas, el trasero y los pechos de Olga, vio a las mujeres derretirse ante Misha. Escuchó algún comentario obsceno dirigido al hombre por parte de sus compañeras y sonrió divertido. Por lo que Julián le había dicho, no tenían nada que hacer. El tipo era gay. No lo dijo, por supuesto. Aquello se lo había contado Julián en confianza, no podía traicionarlo. Los movimientos de los bailarines los tenían hipnotizados. Cris pensó que a lo mejor no era tan mala idea lo que había planeado la novia del jefe. Por cómo los miraban los clientes, no cabía duda de que habían suscitado su interés. Y también habían elevado la libido. Se rió de sí mismo. Siempre había pensado que pasados los treinta el sexo dejaba de existir. Misha se acercaba peligrosamente a los 34 y Olga tenía 37, así que tuvo que tragarse sus creencias. En su opinión eran viejos, pero no estaban mal. La noche transcurrió tranquilamente. Los hermanos bailaron con los clientes, aunque ambos tuvieron que mantener las manos de algunas de sus parejas lejos de sus traseros. Misha se mostraba igual de intenso con todas las mujeres con las que

bailaba, arrancándoles suspiros. Dejaba que sus manos se deslizasen hasta el inicio de sus nalgas, pero nada más. Cuando una de ellas decidió que podía tocarlo donde quisiese y él no podía controlar sus avances y viendo que parecía a punto de explotar, pensó que debía hacer algo por ayudarlo. No sabía por qué. Sólo se dirigió hacia él y le dijo con un tono cortés que tenía una llamada urgente. Como la mujer estaba de espaldas a él, se permitió dedicarle una sonrisa maliciosa. Misha le devolvió la sonrisa, pero con intenso alivio en ella. Y tras disculparse galantemente con la dama, siguió a Cris hasta el pequeño reservado de los camareros. Un lujo que no tenían en otros restaurantes. Misha suspiró aliviado al cerrar la puerta detrás de él y sonrió a Cristian, que lo observaba. - Gracias. – Cristian se encogió de hombros – Esa mujer es un peligro… Cristian rió. - Un pulpo más bien. Misha sonrió de nuevo y le tendió la mano. - Misha. Cristian la miró y tras unos segundos de duda la estrechó. - Cristian. El joven pensó que, tal vez, si lo intentaba, podría hacer un nuevo amigo. ¿Nuevo? No tenía ninguno. Y estaba necesitado de alguno. Se sentía terriblemente solo. Hasta ahora había contado con Caro. Ella era su pareja, su amiga. Ahora no tenía a nadie. Y, ya que no tenía amigos y los del restaurante no parecían dispuestos a entablar amistad con él, no estaba en posición de rechazar las posibilidades que se le presentasen. No importaba si era ocho o nueve años mayor que él, o si era muy diferente a todo lo que había conocido hasta ahora. Necesitaba relacionarse con alguien o se volvería loco. Y este tipo parecía agradable. De hecho, seguía sonriendo. - Cristian… - Pareció saborear el nombre. No se había apartado de la puerta, seguía apoyado en ella con indolencia y a Cris le pareció muy atractivo – Bonito

nombre. ¿Puedo invitarte a una copa al salir? – Cris dudó. ¿Y si en lugar de amistad quería algo más? Misha pareció intuir sus dudas y alzó las manos como gesto de paz – Sólo como agradecimiento. Sin intenciones de ningún tipo. Créeme no estoy para eso. Se pasó la mano por el cabello y Cris percibió el modo en que se le abrió la camisa en dos puntos, dejando ver un pecho musculoso y unos marcados abdominales. Tragó saliva con dificultad. No era que fuese algo nuevo. Algunas veces se había sentido de ese modo con otros hombres, pero nunca le había apetecido de ese modo tocarlos. De hecho, las manos le hormigueaban con el deseo de tocar aquella piel. Carraspeó y apartó la mirada. Se encogió de hombros y asintió. - Sí. Por qué no… ¿Por qué no? ¿Quién lo esperaba? Un padre alcohólico… y tal vez una borrachera solitaria. Misha observó al joven camarero con interés. Le agradecía profundamente que lo hubiese librado de aquella mujer. Aunque no podría librarlo siempre de aquellos manoseos. En el momento en el que Cristian apareció, estaba rezando para que sucediese algún milagro que le quitase a aquella bruja de encima. Y el milagro llegó en forma de camarero avispado. El joven no tenía ni idea de lo mucho que lo agobiaban aquellos manoseos, de la angustia que le producía estar en un lugar cerrado y lleno de gente. Y eso sumado al hecho de que estaba a disgusto allí, que odiaba el contacto físico con las personas si no lo iniciaba él, lo tenía realmente al borde de un ataque de nervios. Fuese lo que fuese eso, porque por suerte todavía no había sufrido ninguno. Contuvo la sonrisa que asomaba a sus labios al ver las dudas del chico. No quería asustarlo, pero de algún modo lo estaba haciendo. De forma premeditada estaba obstruyendo la única vía de escape y el joven parecía incómodo en su presencia. Lo entendía. Seguramente Julián le habría hablado ya de su sexualidad. Nunca entendería por qué la sexualidad de uno definía las relaciones que iniciaba con los demás.

Podía leer en el camarero como en un libro abierto. Tenía miedo de aceptar por si se le ocurría ofrecerle algo más que aquella copa. Así que creyó que debería calmarlo diciéndole la verdad, que no tenía el más mínimo interés en algo más que no fuese invitarlo a tomar algo. Era un gesto de agradecimiento, nada más. Por supuesto, evitó decir que tal y como lo devoraba con la mirada parecía que era él quien quería algo más. De hecho, parecía a punto de hacerle algún tipo de proposición deshonesta. Vio que la mirada de Cris se clavaba en su vientre y por instinto se llevó una mano a él. Casi se echa a reír al notar el piercing. Sí, seguramente eso le llamaría la atención. Aún hoy se preguntaba por qué se lo había hecho. Había sido una época extraña de su vida. No tenía muchos recuerdos, ya que había decidido bloquearlos. Pero lo cierto era que había hecho infinidad de estupideces. Entre ellas, el maldito piercing. Sonrió divertido, enseñando todos los dientes y Cristian se sonrojó. - ¿Demasiado viejo para algo así? – Preguntó malicioso. Era obvio que pensaba exactamente eso. Bueno, seguramente él a su edad pensaba del mismo modo, pero no lo recordaba. El muchacho se sonrojó violentamente, delatando que efectivamente era lo que pensaba. - No sé… - Logró articular. Misha decidió no seguir torturándolo más. Era divertido, pero no se caracterizaba por ser una persona cruel. Se apartó de la puerta y se hizo a un lado para dejarlo pasar. - Entonces, ¿te espero cuando salgas? – Cristian asintió – Estaré en el Volkswagen Touareg de fuera. Hace frío. El camarero abrió mucho los ojos al escuchar la marca del coche, aunque no sabía por qué se sorprendía tanto. No era un Ferrari.

- Bien… - Murmuró el chico – Tengo que volver al trabajo. Misha asintió y sonrió divertido cuando salió como alma que lleva al diablo. Se tomó unos minutos antes de salir él también. En esos momentos comenzaba a sonar Sway de Michael Buble y con un suspiro de resignación invitó a bailar a una mujer de unos cincuenta y tantos años que estaba con unas amigas. Con un poco de suerte, las cuatro mujeres estarían pronto en su academia. Miró a su hermana, que no parecía muy contenta. No necesitaba escuchar lo que tenía que decirle para saber cuál era la causa de su descontento: el que hubiese desaparecido con el camarero. Por más que le había dicho el día anterior que no quería saber nada relaciones que implicasen cierto grado de compromiso, ella no estaba conforme. Podía ver cómo iba encajando las piezas una por una: Alex lo había utilizado por su dinero, Cristian presentaba ciertas similitudes con él, Misha sentía debilidad por los gatitos callejeros. Y sumando dos más dos, a su hermana las cuentas le daban un corazón destrozado… de nuevo. Pero esta vez no sería así. Lo de invitarlo a tomar algo era un gesto de agradecimiento nada más. Eso y que estaba solo. Todos sus amigos habían hecho su vida y se habían ido olvidando de él. Casi todos se habían casado y tenían hijos. Entre el trabajo y la familia disponían de poco tiempo para salir con él. Una vez cada dos o tres meses quedaban, cenaban, ellos acababan borrachos y él los devolvía a sus casas recibiendo las miradas de reproche de las esposas. Pensó que hacerse mayor era un asco. Nunca había tenido muchos amigos, a pesar de haber tenido una vida social muy activa. Pero entre unas cosas y otras, había perdido el contacto con muchos de los que lo habían acompañado durante tanto tiempo. Suspiró y se concentró en la mujer que tenía entre los brazos. Podía sentir su temblor bajo la mano que tenía en su cintura. Sabía lo que pensaba: “en el restaurante hay mujeres mucho más guapas que yo y me ha sacado a mí”. Y maldijo a la sociedad por condenar al ostracismo a quienes no se adaptaban a los ideales de belleza establecidos. La mujer no era bonita, cierto. Pero de todas las mujeres con las que había bailado, sin duda era la más respetuosa. Sus manos estaban en los lugares adecuados, sin tocar nada indebido.

Maldijo también a su hermana por ver tantas películas americanas. Seguro que de no ser por eso no se le habría ocurrido aquella idea. Aunque al menos se había librado de hacerlo también los sábados. Trabajar los sábados era una crueldad para alguien que no disponía apenas de tiempo libre. Y más aún siendo tan dormilón. Desde que Alex no estaba en casa, aprovechaba cada momento libre para dormir. Y eso hacía los sábados y los domingos, que ni siquiera salía de casa y se dedicaba a recuperar horas de sueño. No era el mejor de los planes, pero al menos no se pasaba el día pensando en cosas que debía olvidar. A las doce menos diez, Misha dio por finalizado su trabajo. Besó a su hermana en la mejilla, estrechó la mano de Julián, se puso su abrigo y salió al exterior echando pestes por el frío. Entró en su coche y accionó el contacto para encender la calefacción. Rezaba para que su hermana no lo viese allí, esperando al gatito abandonado, o al día siguiente su idea de dormir plácidamente se iría al traste. Cris vio salir a Misha y miró anhelante la puerta. Ya no quedaban mesas por servir en su sección. Los pocos clientes que había comenzarían a ponerse en pie pronto si la futura jefa dejaba de bailar de una vez. Soltó una maldición por lo bajo por la falta de consideración de la mujer. Ella estaría disfrutando mucho de aquella noche, pero su hermano lo estaba esperando y él hacía siglos que no se tomaba algo en compañía. Bueno, para ser sincero, hacía siglos que no se tomaba una copa en compañía de nadie. Y se sentía nervioso. Misha era diferente a todos los que conocía y se preguntaba (y no sin razón) si tendría algo de qué hablar con él. Por suerte, Olga terminó la pieza con el hombre con el que bailaba y se dirigió hacia Julián, que no parecía muy contento. Era normal. Ver a tu novia bailando con uno y con otro mientras intentaba detener las manos de los babosos no debía ser demasiado agradable. Pero el negocio era el negocio y él había elegido aquello cuando aceptó las ideas de la mujer. Nervioso porque no quería hacer esperar a Misha, fue hasta uno de sus compañeros y le pidió que lo cubriese. Tuvo el buen tino de poner mala cara y decir que se sentía mal. En su sección ya no quedaba casi nadie, así que asintió tras arrancarle la promesa de que la noche siguiente él lo cubriría. Cris casi dio un salto de alegría. Sin embargo se dirigió con cara de enfermo al pequeño vestuario que Julián había construido a petición de los

camareros. Los cocineros contaban con uno y le habían pedido otro para no ir y venir con la ropa de trabajo. Se puso los vaqueros, la camiseta blanca de manga corta que realzaba sus músculos. Se miró en el pequeño espejo y sonrió satisfecho. Tal vez no fuese tan elegante como Misha, pero estaba igual de bueno. Aunque por alguna razón él no arrancaba los suspiros que arrancaba el otro hombre. Claro que él tenía su legión de seguidoras. Y también era más joven. Seguramente lo que veían en él era que era gay. Sí, tenía que ser eso. Salió por la puerta de atrás y dio la vuelta al edificio hasta encontrar el coche en el que lo esperaba Misha. Al verlo silbó de forma involuntaria. Le encantaba ese coche, aunque su bolsillo no podía permitirse el pagarlo y el mantenerlo. El tipo debía tener mucho dinero para poder permitirse un capricho así. La academia de baile debía de dar mucha pasta. Entró en el coche y rió suavemente al ver el sobresalto de Misha, que lo miró con los ojos verdes muy abiertos hasta que lo reconoció. Al hacerlo le dedicó una sonrisa. - ¿Quieres ir a algún lugar especial? – Le preguntó arrancando. - No. Donde quieras. Misha asintió y salió de allí, mientras Cristian se abrochaba el cinturón de seguridad.

Capítulo 3

Misha aparcó cerca de la puerta de aquel pub en medio de la nada. Apenas había luz para iluminar la entrada y menos para iluminar el interior del vehículo. Podía percibir la tensión del joven que se sentaba a su lado, así que decidió que cuanto antes entrasen antes se relajaría. Se inclinó hacia su lado para coger la tarjeta de socio del pub de la guantera del coche y notó cómo se tensaba y se aplastaba contra la pared. - Oye Misha… - Balbuceó – Siento haberte dado una impresión equivocada, pero estas cosas no me van. Los locales de ambiente, enrollarme con tíos… yo no… Misha retrocedió sorprendido y luego comprendió. Sonrió abiertamente y luego se echó a reír sin poder contenerse. Encendió la luz del interior del coche y sujetó ante sus narices la tarjeta con la palma de la mano abierta sin dejar de reírse. Cristian se sonrojó hasta la raíz del cabello. - Soy gay, no un depredador sexual. Y ya te dije que no estoy para eso. – Señaló el local – No es de ambiente, si te quedas más tranquilo. Es de un amigo y me gusta venir de vez en cuando. - ¡Oh! – Exclamó Cris avergonzado. - Vamos, anda. – Desabrochó el cinturón de seguridad del camarero – Aunque si te tranquiliza, los condones los llevo en la cartera. El joven lo fulminó con la mirada y Misha soltó una sincera carcajada que acabó por arrancarle una tímida sonrisa a Cris. - Lo siento. – Le dijo el chico – No quería ofenderte. - No lo has hecho. Pero vamos o nos moriremos aquí congelados. Salieron del vehículo y entraron apresuradamente, después de que Misha mostrase la tarjeta al portero. Éste lo guió hasta una mesa al fondo del local y se sentaron allí. Pidieron un par de cervezas y dejaron vagar su mirada por el lugar.

A Misha le gustaba mucho el sitio. Debería detestarlo, ya que allí había conocido a Alex. Pero lo cierto era que nunca lo había sentido como un lugar de los dos, a pesar de que habían ido muchas veces juntos. De hecho, no había ningún lugar que le recordase especialmente a Alejandro. Excepto, claro está, su casa. Y ahora estaba allí con aquel joven cohibido, que parecía temer que se abalanzase sobre él en cualquier momento. Estaba bueno, no podía negarlo. Se había quitado la cazadora y la camiseta blanca le marcaba los músculos que sólo había podido percibir a través de la camisa del uniforme. Aquel estilo James Dean le iba como anillo al dedo, pero Misha percibía que no era del todo su forma de vestir. Sin duda pasaba sus horas en el gimnasio, ya que su musculatura era superior a la del propio Misha, sin llegar a ser grotesco como los culturistas, ni siquiera se acercaba a la talla de un aspirante a culturista, pero sí tenía los músculos más desarrollados que él. Sin embargo, carecían de la elasticidad de los suyos, acostumbrados a otro tipo de ejercicio, además de las pesas. Misha se sentía orgulloso de su cuerpo, pero era obvio que aquel chico lo estaba aún más del suyo y eso le hizo sonreír. Había barrido el local con una mirada de gallito que le recordó a sí mismo a su edad. Por suerte había puesto los pies en el suelo y había aprendido que esas cosas podían volverse contra uno. Ahora Cristian lo miraba con franco interés y le estaba devolviendo la mirada de escrutinio con creces. Misha sonrió y se relajó en la silla, dejándole ver el piercing del ombligo y todo lo que quisiese mirar. Sentía como si el muchacho se estuviese midiendo con él de algún modo y él le daba a entender de esa forma relajada que no era un peligro para él. Pareció captar la indirecta, ya que también se relajó y pidió otra cerveza. - ¿Cómo lo haces? – Misha lo miró sin comprender. Todavía estaba sorprendido por la velocidad con la que bebía – El derretir así a las mujeres. No se nota que eres marica, así que tienes que tener algún truco. Misha frunció el ceño ante el comentario. Le había molestado, pero era obvio que el chico no había pensado en lo que había dicho y que no había mala intención en lo que decía. Lo único que había era una pésima educación. - Las trato como lo que son: mujeres. – Se encogió de hombros – Me gustan las mujeres, Cristian.

Tratar con ellas es mucho más seguro que hacerlo con los hombres. - Bromeas, ¿no? ¡Están taradas! Misha se echó a reír. - Toda mi vida he estado rodeado de mujeres, Cris…¿puedo llamarte Cris? – El chico asintió – Siempre me he sentido cómodo con ellas. Supongo que es eso. - Pero tú sabes cómo te miran, ¿no? - ¡Joder! Me han metido mano demasiadas veces como para no saberlo. – Sonrió y tomó un trago de su cerveza - Pues eso, ¿cómo consigues volverlas locas? - No tengo ni idea “Porque siempre he sido condenadamente promiscuo y ellas lo notan” No expresaría sus pensamientos en voz alta. Eso sería como encender todas las alarmas del joven, cuando no tenía el más mínimo interés sexual en él. - ¿Tienes pareja? - Preguntó Cristian terminando la segunda cerveza y pidiendo otra, ante la sorpresa de Misha, que se guardó bien de mostrarla. - No. Desde el día de navidad, no. ¿Y tú? Conocía la respuesta, pero no lo reconocería jamás. Eso sería traicionar a Julián. - No. Me dejó por otro. Se va a casar con él. - ¡Oh! – Fingió sorprenderse. Julián ya le había hablado de eso. - La muy puta llevaba un año y medio con el tío. ¿Te lo puedes creer? ¡Un año y medio! Misha notaba la ira que había en su interior. Sentía cómo hervía el rencor dentro del joven cuerpo y mantuvo la boca cerrada, sabiendo que el chico necesitaba desahogarse. Seguramente por eso había aceptado su invitación:

necesitaba hablar y olvidar. Bien, él era bueno escuchando, aunque el otro se estuviese bebiendo las existencias de cerveza del pub a pasos agigantados. Esto le preocupaba, porque alguien tan joven y tan acostumbrado al alcohol no era normal. Él apenas era capaz de beberse una cerveza entera y él ya iba por la tercera. - Me dijo que con él podía hacer planes de futuro, que era mejor que yo. – Bufó - ¿Qué puede tener de bueno? ¿Eh? Dime… - Algunas personas buscan algo que no podemos darle. – Tanteó Misha sin querer mojarse demasiado – A lo mejor ella quería avanzar y tú no… Cristian bufó de nuevo. - Contaba con ella, Misha. La quería. Y me dejó después de diez años… - Lo siento. – Dijo en voz baja – Pero tal vez haya sido mejor para ti. - ¿Cómo? “Misha, eres único metiéndote en berenjenales de los que luego no sabes salir” Pensó unos segundos y luego sonrió. - Si ella quería algo que tú no querías, a la larga te habría perjudicado a ti también. No sé, eres joven. Seguramente ella quería casarse y tener hijos. ¿Te imaginas siendo padre? – Cristian lo miró horrorizado - ¿Lo ves? Pues cuando a una mujer se le enciende el reloj biológico… “Bien por ti. Hablar mucho sin decir nada. ¡Perfecto! Has salido del paso como un campeón” Cristian sonrió y su expresión se suavizó.

- ¡Qué bien hablas! – Exclamó – Seguro que has ido a la universidad y eso. - No. – Contestó Misha divertido – Pero soy muy inteligente. - Sin duda. Y modesto. - Por supuesto. Modesto es mi segundo nombre. Ambos sonrieron y guardaron silencio unos minutos. - ¿Cuál es tu historia? - ¿Perdón? - Que por qué no tienes pareja desde el día de navidad. - ¡Oh! – Misha se encogió de hombros con fingida indiferencia – Mi novio era un prostituto que me utilizó para hacer medrar a su familia y mientras yo hacía planes de futuro y me deslomaba para llevar dinero a casa, él se lo gastaba en Dios sabe qué sin contar conmigo para nada. Cris lo miró con incredulidad. - ¡Venga ya! Venga, en serio. - Es en serio, Cristian. – Tomó un trago de cerveza – Lo dejé cuando descubrí su juego. Que resultó ser el día de navidad. - ¡Oh, vaya! – Exclamó compungido. - Sí, vaya. De nuevo cayó el silencio sobre ellos. Aunque a Misha no le molestaba y a Cristian tampoco parecía molestarle. Observaban el lugar, se observaban el uno al otro. Pero ambos estaban cómodos sin hablar. A Misha le gustó que Cris no empezase a soltar las manidas frases de “vaya hijo de puta”, “¿cómo consentiste eso? Tú eres inteligente” y demás frases que había escuchado desde que había roto la relación. Aquellas palabras lo hacían sentir como un imbécil. Pero Cristian no. Ni siquiera lo miraba con compasión y agradeció su actitud. Era rudo, sin modales y sin una educación

mínima, pero al menos sabía cómo comportarse en situaciones así. Lástima que fuese un alcohólico en potencia, si no era ya un dipsómano consumado. Cristian se sentía increíblemente bien con Misha. Se había asustado al llegar y ver el lugar tan aislado y poco iluminado. Y cuando el tipo había sacado la tarjeta de la guantera había pensado que sacaba condones. Pero era un tío correcto, educado y para nada el gilipollas que parecía. Seguía sin entender por qué volvía locas a las mujeres, pero le agradaba. Le fascinaba tanto, que incluso se le había soltado la lengua. Y eso no solía sucederle. Vale, hacía tiempo que necesitaba hablar y él parecía dispuesto a escuchar, pero aún así no solía abrirse con la gente. Bebía moderadamente, sonreía mucho y parecía que la música lo llamaba poderosamente, porque sin darse cuenta seguía el ritmo de la melodía que sonaba con todo el cuerpo. No era algo evidente a simple vista, era tan sutil que debías observarlo para darte cuenta. Eso lo fascinó. Igual que el hecho de que se depilase, el piercing del ombligo, discreto pero evidente, su elegancia innata y su saber estar, que nunca había visto en nadie. Se sintió inferior por unos instantes, ya que aquel hombre tenía una educación superior a la suya, aunque dijese que no había ido a la universidad. Pero fue sólo un momento, ya que Misha era demasiado agradable como para hacerlo sentir inferior. Lamentó lo que le contó sobre su pareja. No sabía si creérselo del todo, porque lo decía con tal indiferencia que más parecía que era algo que había inventado para salir del paso que algo que realmente hubiese pasado. Sin embargo, su mente quería creerlo. Misha no parecía del tipo de persona que inventaría algo así. Se fijó en el colgante de acero que llevaba al cuello y, aunque el silencio era agradable, también lo era hablar con él. - ¿Eres acuario? - Sí. - ¿Cuándo cumples? - El seis de febrero.

- ¿Cuántos? - Eso no se pregunta. - ¿Cuántos? Misha le dedicó una de sus sonrisas maliciosas, en las que enseñaba todos los dientes. Unos dientes blancos, perfectos. - Soy muy viejo. - ¿Cuántos? - ¿Cuántos crees? - Cuarenta. – Sabía perfectamente que cumpliría 34, pero sintió el deseo de molestarlo un poco. Acertó y el hombre lo fulminó con la mirada. - Sesenta y cinco. Me conservo bien, ¿eh? - ¡Wow! Ya me dirás el secreto. ¿Y cuándo te jubilas? - Al acabar el año, si el gobierno me lo permite. Cristian sonrió divertido. Al tipo no le gustaba hablar en serio. Eso le gustaba. Después de Caro y sus conversaciones que pretendían ser sesudas pero que eran verdaderas torturas para él, porque ni ella entendía lo que decía, encontrarse con alguien así era como un soplo de aire fresco. - A ver si tienes suerte, hombre. - Mis articulaciones ya protestan. Hablaba tan serio, que costaba creer que no fuese cierto lo que decía. Cristian se rió y recibió una sonrisa pícara como obsequio. Sacudió la cabeza. - Treinta y cuatro. – Dijo Misha - ¿Demasiado viejo para ti? - Por mí no hay problema. ¿Demasiado joven para ti?

- Un poco. Ahora Cris no sabía si estaban hablando en serio o en broma. Tampoco quería saberlo. Quería disfrutar del momento. Pidió otra cerveza. La sexta. Se le estaba subiendo a la cabeza ya. Misha sólo había bebido la mitad de la suya. No parecía un buen bebedor. - Dime, Misha, ¿es difícil bailar como tú lo haces? - ¿Quieres que te enseñe? - Sí. - ¿Aquí? La maliciosa sonrisa de Misha lo avergonzó y enfadó. Gruñó un no por respuesta y Misha se echó a reír. - No tengo mucho tiempo libre, pero podrías venir a la academia. - No puedo permitirme el pagar tu maldita academia. – Farfulló más avergonzado que enfadado. - Puedo darte clases gratis. Las alarmas de Cris se dispararon. La palabra gratis solía venir acompañada de alguna exigencia. Siempre, siempre, tenía trampa. Nadie hacía nada por nadie si no esperaba recibir algo a cambio. Y él no tenía nada que ofrecer. El tipo sin duda quería otras cosas de él. - No soy un jodido indigente – Gruñó. - Ni yo la madre Teresa de Calcuta. – Respondió Misha sin dejarse intimidar por el tono usado por Cris – No es la primera vez que doy clases gratis a alguien. - ¿Y qué sacas de eso? El tono de voz de Cristian decía con claridad lo que creía que sacaba de ello

y Misha lo fulminó con la mirada. - No soy un proxeneta, Cristian. Te ofrezco las clases de buena voluntad. Si las quieres, bien. Si no las quieres, no es necesario que me insultes. El joven miró a Misha avergonzado. Iba a pedir disculpas cuando un tipo se acercó a ellos bastante enfadado. Tenía el cabello castaño, era de la misma estatura que Misha y, al igual que él, era musculoso. Tenía los ojos marrones y miraban a Misha con reproche. Cris no lo entendía, pero la indiferencia de su compañero lo sorprendió. - ¿Este es el trabajo que tenías que desempeñar, Misha? ¿Por eso no querías hablar conmigo? Misha se sentía bastante mal con la actitud defensiva de Cristian. Le había ofrecido las clases de forma totalmente desinteresada. Pero el camarero era demasiado desconfiado. Nunca había conocido a nadie con ese nivel de desconfianza. No era la primera vez que ofrecía clases gratuitas a alguien que no podía permitirse el lujo de pagar la matrícula y la mensualidad de la academia. Por supuesto, era algo que hacía esporádicamente y durante tiempo limitado. Generoso sí, pero no era ningún idiota y no tenía el más mínimo interés de acabar en la ruina por su nobleza. Contestó al chico como se merecía, sin ser demasiado borde o desdeñoso. Sin mostrar realmente cómo se sentía. Desde muy pequeño había aprendido a no mostrar sus sentimientos. En el colegio solía recibir palizas de sus compañeros por ser demasiado emotivo. “Nenaza” lo llamaban. No lo ayudaba el practicar ballet. Y cuando había pedido a su madre que le permitiese jugar al futbol y dejar el ballet, la bofetada que recibió por respuesta le dijo claramente que si volvía a plantear algo semejante sería hombre muerto. Así que se había conformado y se había adaptado al medio en el que había tocado vivir. No le había resultado traumático el enfrentar su sexualidad y tampoco había visto la necesidad de ocultarla. Se había convertido en un chico fuerte, que acudía a Karate tres veces por semana alegando que le ayudaría para su elasticidad, para que su madre le permitiese asistir. Y ella lo había hecho. Misha sabía que se sentía culpable por lo del fútbol y que había tenido problemas con su padre por eso.

- Lo convertirás en un maricón. – Le había dicho su padre a su madre – Deja que haga cosas de hombre. Demasiado tarde. Misha ya sabía de su sexualidad antes incluso de saber siquiera qué era eso. Y desde entonces se había enfrentado a infinidad de gilipollas que se comportaban como aquel chico, que lo veía como algún tipo de depredador sexual. Algo absurdo por otra parte, ya que los gallitos de corral no lo atraían en absoluto desde el instituto. El chico parecía sinceramente avergonzado, pero no pudo demostrarlo porque Alex se plantó frente a ellos con algo que, en otra persona, habría podido pasar por un ataque de celos. Todo en su interior se tambaleó, pero como siempre lo ocultó bien. - Alex, no creo que estés en condiciones de pedirme explicaciones de nada. – Miró a Cris, que seguía conectado a su cerveza como si fuese su cordón umbilical. Luego miró a Alex, que tenía los brazos cruzados sobre el pecho, esperando una explicación. – Pero por respeto a él te diré que no es lo que piensas. Y ahora déjame en paz. Alex bufó y Cristian se puso a la defensiva. - Tío, no soy maricón. – Le espetó cabreado. Misha sonrió divertido y alzó las cejas hacia Alex, que parecía más sorprendido que molesto. - ¿Lo ves? No es lo que piensas. - A ti todo te divierte, ¿no? – Alex estaba realmente enfadado con él y Misha no lo entendía. Él era el que debería estar enfadado, no aquella putilla que le había salido más cara que gastarse todo su dinero en caprichos – Tenemos que hablar y tenemos que hacerlo ya. - No. Su tono de voz fue tajante. Y esperaba que su mirada lo acompañase, porque si volvía a pedírselo cedería y era tan gilipollas que incluso se lo llevaría a la cama aunque eso implicase pagarle lo que pidiese. ¡Joder! Estaba tan enamorado que no podía pensar en otra cosa que en besarlo y llevárselo a casa. Pero también estaba dolido y se sentía humillado. Seis años de mentiras, de ser engañado y

manipulado. No, no podía con eso. - Misha… - El tono de voz era admonitorio – No puedes huir siempre. Quiero explicarte algunas cosas y tú eres tan terco que… - No hay nada que explicar. Está todo más que claro. Y además, este lugar no es el adecuado para hablar de estas cosas. Hizo un gesto de fastidio y volvió la cabeza. ¡Dios! Si tan solo no hubiese visto lo que había visto, podría ignorar el hecho de que era una furcia y… No pudo pensar en nada más. Se vio arrastrado al medio de la pista de baile mientras comenzaba a sonar “Fever” en la voz de Michael Buble. Alex sonrió malicioso. - Nuestra canción. – Informó. - No lo es. – Gruñó Misha intentando alejarse, aunque con tan poca convicción que acabó viéndose aplastado contra el pecho de Alejandro, que sonreía de un modo que le hacía temblar por dentro - ¿Tantas molestias por qué? - ¿Tú qué crees? – Le dijo sonriente. Misha farfulló y por un instante le sonó como si hubiese salido de la boca de Cristian. Cristian… Se volvió a mirarlo y vio que los observaba con curiosidad. Y con algo más. ¿Morbo? Alzó los ojos al cielo mentalmente y suspiró. - Está bien. – Dijo a Alex – Tú hablas, yo llevo. Tienes dos pies izquierdos. Alex sonrió y dejó que Misha lo llevase. Éste estaba concentrado en Cristian, no en lo que Alex le decía. Prefirió concentrarse en el joven camarero que en su ex.

Aunque escuchaba sus palabras, no entendía nada de lo que estaba diciendo. En realidad su curiosidad se había disparado. Lo que veía en Cris no era simple interés o curiosidad, sino verdadero morbo. Se acercó más a Alex que lo miró sorprendido. - ¿De verdad quieres ser su mono de feria? – Las palabras lo golpearon y miró a su pareja de baile con el ceño fruncido – Yo también me he dado cuenta de cómo nos mira – Deslizó una mano hacia su trasero y apretó la nalga - ¿Crees que estará empalmado? Misha apartó la mano de un manotazo y lo fulminó con la mirada. - ¡Dios! No es ese tipo de persona. Eres un enfermo. Se apartó de él, pero Alex no se lo permitió. - ¿Cuántos años tiene? - Uno menos que tú. - ¿Me has dejado por él? - No, imbécil. Te dejé porque me utilizaste. – Alex bufó - ¿No fue así? - Sí… al principio. ¿Es que no has escuchado nada de lo que he dicho? - No. ¿Cómo podía escucharlo si lo tenía tan cerca, rozándose contra él mientras bailaban? Le estaba costando mantener su cerebro frío para evitar que las imágenes eróticas que amenazaban con desbordarlo le obligasen a apartarse avergonzado. - No tienes el más mínimo interés en saber que te quiero. - No. “¡Sí, maldita sea, sí!” - Pues me enamoré de ti, Misha. No quería hacerlo. Pero cuando desapareciste de mi vida te eché de menos y…

- Echaste de menos mi dinero. – La canción se acabó y Misha se apartó de él – Eso no es amor. Es prostitución. Se dio la vuelta y volvió a la mesa para sentarse al lado de Cristian, cuyos ojos estaban ya nublados a causa del alcohol. No dijo nada, porque no tenía fuerzas para hacerlo. Agradeció el silencio de Cris, que estaba concentrado siguiendo con la mirada a Alex. Le daba igual. Se sentía miserable y estúpido, porque sufría un dolor similar a la mutilación en todo su cuerpo. Se había quedado hueco, vacío. Ya no quedaba nada en su interior. Amaba a Alex, pero no tenía el valor de aceptar que, tal vez, sentía lo mismo que él. No, no podía sentirlo. No después de lo que había hecho. Cristian contempló con interés a la pareja que bailaba un tema que en otras circunstancias le habría parecido ñoño y vomitivo, pero que ahora mismo le parecía extremadamente sensual. Estaban tan cerca y movían las caderas de tal forma, que parecía que se estuviesen seduciendo mutuamente. Misha, tan intenso como lo había visto en el restaurante era el que llevaba al otro, que parecía haber recibido clases del moreno, ya que se adaptaba perfectamente a sus movimientos. ¿Era acaso uno de los que habían recibido clases gratis? Aunque, tal y como se comportaba Misha, parecía que estaba deseando salir de allí. ¿Su ex? Era lo más probable, ya que hablaba y hablaba, mientras que Misha parecía más concentrado en 133 el baile que en lo que decía. Sin embargo emanaba de aquel baile una gran sensualidad que despertó su envidia y cierto morbo. Nunca había visto bailar a dos hombres y descubrió que aquello le resultaba de algún modo excitante. Aunque la mano que apretó la nalga de Misha no le hizo ninguna gracia. No sabía a ciencia cierta por qué. Con gran satisfacción vio que le daba un manotazo y le decía algo de malos modos. No tardó mucho en apartarse del tipo de ojos marrones y regresar a su lado. Se dejó caer en la silla con gesto cansado y Cristian prefirió guardar silencio un rato. No parecía que tuviese muchas ganas de hablar. Siguió bebiendo en silencio hasta que se sintió felizmente ebrio. Entonces su lengua se soltó de nuevo.

- ¿Era tu novio? – Preguntó con voz pastosa - Ex. – Contestó Misha mirándolo como si acabase de recordar que estaba allí. - Quiero bailar así. - Ven a la academia. - ¿Y qué me pedirás a cambio? - Tu culo no, tranquilo. Fue una respuesta brusca, que no esperaba. - ¡Auch! – Exclamó - ¡Eso duele! - Lo siento. La sonrisa sincera de Misha alivió el daño que le había hecho su contestación. - A ver, ¿qué podría hacer para pagar las clases? - Nada. Sólo venir. - No. Yo quiero pagar. - No es… - Quiero pagar. Misha rió divertido por su ebria terquedad. - Podrías cambiar las bombillas cuando se fundan. Era una broma, pero Cristian no pareció captarla, así que le tendió la mano por encima de la mesa para cerrar el trato. - ¡Hecho! – Exclamó tambaleándose un poco. Misha estrechó la mano al borde de la risa – Bebamos para celebrarlo. - No. – Dijo levantándose – Yo tengo que irme y tú te vienes conmigo. Vamos.

- ¡Nnnnoooo! ¡Me lo estoy pasando bien! - Yo también, pero mañana trabajas, ¿recuerdas? No me gustaría que te echasen por mi culpa. - Trrrrrrrabbb-ajjjjo de nnnnoshhhhhhhhhhe. - Genial. Así dormirás la mona. Vamos. Forcejeó con Misha un rato, pero estaba perdido. Él estaba ebrio y Misha no había terminado la cerveza. Así que se vio arrastrado a la calle tras una pequeña lucha para ponerle la cazadora. Después lo metió en el coche y le puso el cinturón tras advertirle que si vomitaba en la tapicería de su querido coche, tendría que comprarle uno nuevo. Por un instante se sintió avergonzado por acabar así la primera vez que quedaban. - Eres jodidamente caliente cuando bailas. – Soltó sin pensar. Tuvo suerte de no ver la sonrisa perversa de Misha. - Gracias. - Joder, estás demasiado bueno para desperdiciar… No acabó de hablar, la mano de Misha le cubrió la boca. Lo miró sorprendido. Él sonreía divertido y la sonrisa se asomaba a aquellos hermosos ojos verdes. - No lo digas. Mañana podrías arrepentirte. Apartó la mano de un manotazo. - Eres condenadamente follable. - Y tú muy mal hablado. - Y follable. - Sí. Follable también. - Lo sé.

Miró a Misha con intensidad, pero éste apartó la mirada y arrancó el vehículo. - No me aprovecho de borrachos. Si quieres follar conmigo, tendrás que acercarte a mí sobrio. - ¡Joder! – Protestó Cristian. Misha rió y lo miró un instante antes de unirse a los coches que circulaban por la nacional.

Capítulo 4

Misha despertó al sentir un movimiento en la cama. Desde que Alex se había ido, tenía el sueño ligero. No hizo gesto alguno de mostrar que estaba despierto. Sabía que Cristian lo estaba observando. A través de las pestañas vio cómo se inclinaba hacia él y observaba el piercing del ombligo. Adelantó un dedo para tocarlo, pero lo retiró antes de llegar a rozarlo. Sin duda estaba avergonzado. Contempló sus abdominales, sus brazos y se detuvo en sus pezones. Contuvo la respiración al verlos erectos a causa del frío. Luego su mirada siguió hacia su entrepierna, que estaba cubierta por las mantas. Vio su nuez subir y bajar al tragar saliva. Cogió las mantas y las subió para cubrirlos a ambos. Misha se dio la vuelta y pegó su trasero a la entrepierna de Cristian, provocándole un pequeño sobresalto. Notó cómo reaccionaba, cómo se quedaba sin aliento. Pero su cuerpo no reaccionó más allá de la satisfacción de sentirse deseado. Había traído al joven a casa tras haber intentado sacarle su dirección y obtener el silencio por respuesta. Había intentado quitarle la cartera para verlo en su carnet de identidad, pero había pataleado como una chica. Y recordó lo que Julián le había contado sobre su padre, así que lo había llevado a su casa. Lo había ayudado a desvestirse, había detenido sus torpes avances y lo había metido en la cama. Por supuesto, se había acostado a su lado, ya que la otra cama disponible estaba ocupada con cajas repletas de cosas que Alex todavía no había ido a buscar. Y se negaba a dormir en el sofá. La última vez que lo había hecho había acabado con un dolor de espalda y cuello que le había durado una semana. Cris había intentado meterle mano un par de veces, pero luego se había quedado dormido. En otras circunstancias, habría estado encantado de tirárselo. Estaba realmente bueno y lo pedía a gritos. Pero estaba convencido de que, más que sexo, lo que el chico buscaba era afecto, un amigo. Y, al igual que él había hecho cuando era más joven, lo buscaba de la forma incorrecta. No se aprovecharía de él de ninguna manera.

No era tan ladino. El hecho de que su cuerpo no reaccionase ante el contacto, ante la más que evidente erección del joven, se debía al miedo que sentía de lanzarse a algo que lo comprometiese más allá de un polvo casual. Y hacerle eso a alguien tan necesitado de afecto como Cristian sería una crueldad. Él nunca había sido desalmado y mucho menos con un gatito abandonado. Le divertía provocar, jugar, tensar, excitar. Pero sabía cuál era el límite de las cosas y tenía muy claro que ese chico en concreto nunca había estado con un hombre y que, si se aprovechaba de su vulnerabilidad, nada volvería a ser lo mismo para él. Quería un amigo y lo tendría, pero no habría sexo. El joven camarero no quería eso de él. Aunque lo devorase con la mirada. En su opinión, era simple curiosidad, necesidad de explorar cosas nuevas. Y en principio no le parecía mal. Pero no sería él quien lo ayudase a explorar e iniciarse en nuevas prácticas. Notó cómo se acercaba más a él. Sabía lo que vendría a continuación. Podía sentir su erección presionando contra sus nalgas. Ahora su mano se deslizaba temeraria por su estómago, directa a la entrepierna. Cerró los ojos con fuerza y rezó para que se detuviese antes de que fuese demasiado tarde. No quería darse la vuelta y decirle que había estado despierto todo el tiempo, ni abochornarlo con el rechazo. Sólo quería que se detuviese. Y, gracias a Dios, lo hizo. Al rozar la zona donde debería comenzar el vello púbico, apartó la mano como si se hubiese quemado y Misha contuvo un suspiro de alivio. Sintió cómo el peso de la cama se aligeraba y lo escuchó caminar hacia el baño. Había dejado la puerta abierta a propósito. No quería enfrentarlo esa mañana. Prefería que encontrase las cosas por sí mismo. La puerta se cerró y Misha sabía lo que sucedería en el baño. No estaba mal ser la fantasía erótica de alguien. Sólo esperaba que terminase en cuanto viese que podía tener un amigo sin necesidad de ofrecer su cuerpo.

Permaneció en la misma postura, fingiendo dormir hasta que salió del baño. Se acercó a él y se agachó hasta que su rostro quedó pegado al suyo, nariz con nariz. No pudo evitar una mueca de asco al percibir el olor del alcohol. El chico se apartó y sonrió malicioso. - Suponía que estabas despierto. – Dijo cuando abrió los ojos. - ¿Desde cuándo? - Desde que se me ocurrió mirarte los pezones. - ¡Ah! - Gracias. Misha lo miró sin comprender. - ¿Por qué? - Por haberme traído aquí y por no haberme permitido decir cosas que me habrían hecho sentir muy incómodo ahora mismo. - Dijiste algunas. – Dijo Misha estirándose como un gato. La mirada de Cristian lo recorrió, hambrienta. - Esas no me parecen embarazosas. Realmente pienso lo que dije. - Pero tú no eres gay. Cris se encogió de hombros y se puso en pie. - Ahora mismo no sé qué soy. – Sonrió – Gracias también por no avergonzarme por lo que hice… hace un momento. - ¿Lo del baño? - No, tocarte. – Misha se encogió de hombros con indiferencia y Cris lo miró con interés - ¿Te depilas las pelotas? La pregunta pilló por sorpresa a Misha, que se sentó en la cama y lo miró sin saber qué decir.

- Sí. – Dijo al fin. - ¿Es incómodo? - Un poco cuando crece el pelo. - ¡Oh! ¿Y eso por qué? Quiero decir… ¿por qué te depilas? - Cristian… estás casi desnudo, yo sólo tengo el pantalón del pijama y estamos hablando de mis pelotas… no creo que sea un tema de conversación muy… - Siento curiosidad. Misha rió divertido y se levantó. - No voy a saciar tu curiosidad. Pasó por su lado y entró en el baño. Rebuscó en el armario hasta que encontró un cepillo de dientes nuevo y se lo tendió. - Apestas. – Dijo cogiendo el suyo y echándole pasta de dientes – Puedes ducharte si quieres. - Si no me miras mientras lo hago… Captó el tono de broma y sonrió. - Por supuesto que te miraré. Y me tocaré con lascivia. Cris soltó un bufido que era una suerte de risa y comenzó a lavarse los dientes a su lado. Se sonreían con la mirada. Cuando acabaron, Misha salió del baño y le mostró el lugar donde guardaba las toallas. Fue a la cocina y preparó el desayuno: zumo, café y tostadas. El agua caliente arrancó un suspiro de placer a Cristian, que no recordaba haberse sentido así de bien en siglos. De hecho, no recordaba haberse sentido tan relajado jamás. Misha era una compañía realmente agradable. Desde luego, parecía un

gilipollas. Y además era bastante viejo, pero su actitud despreocupada lo hacía más interesante que otras personas de su edad. No se sentía ofendido por su forma de hablar, ni se escandalizaba por su actitud descarada. Ni siquiera le había reprochado la borrachera de la noche pasada. Todo aquello era demasiado novedoso para él como para ignorarlo sin más. Se sentía tan bien, que se habría puesto a bailar en la ducha. Ni siquiera le preocupaba el hecho de sentirse excitado en presencia de Misha. Es más, le gustaba sentirse de ese modo con él. Era algo extraño, porque aunque siempre había apreciado la belleza masculina o había sentido una ligera atracción por algún chico, lo cierto era que nunca había sentido algo tan poderoso. Y por primera vez no estaba asustado. Sí, le daba miedo tocarlo, pero porque temía el rechazo o que, si lo aceptaba, acabase riéndose de él por su inexperiencia. Se había acostado con muchas mujeres, pero el gustillo de la mala conciencia lo había acompañado siempre. Y desde que había conocido a Caro, apenas se había relacionado con nadie más. Al final ella lo había absorbido de tal modo que él había dejado de tener vida social. Así que era la primera vez en diez años que tenía contacto con un ser humano para algo más que follar y se sentía extraño. Había notado el rechazo de Misha. Había fingido dormir, lo cual era un motivo de agradecimiento para él. Otro más. De haberlo rechazado directamente, seguramente se habría sentido demasiado avergonzado como para mirarlo a la cara nunca más. Sin embargo, se había comportado de una forma tan natural, como si no hubiese sucedido nada, que se había sentido de algún modo liberado. Salió de la ducha. Había hecho un amigo y eso para él era… era algo increíble. Mientras se secaba, escuchó una música lenta, melodiosa, que distaba muchísimo de la que él solía escuchar. Probablemente de haberla escuchado en otro lugar, la habría desdeñado con un bufido, pero le pareció que ese tipo de música era el adecuado para aquella casa. Y entonces le llegó el sonido de la voz de Misha. Cantaba realmente bien, además su inglés era bueno. Quería saber cómo se llamaba aquella canción para descargársela y llevarla en su Ipod. Así, cuando la escuchase, recordaría aquel momento. Porque si existía

la felicidad, seguramente era aquello que estaba sintiendo. Misha asomó la cabeza por la puerta y le sonrió. Cris no se sintió avergonzado de su desnudez. Le arrojó una caja pequeña y al cogerla vio que eran unos calzoncillos. - Los había comprado para Alex. No llegué a dárselos. Creo que serán tu talla. – Cris lo miró sin comprender y Misha elevó los ojos al cielo – No permitiré que te pongas los mismos calzoncillos de ayer. Y mucho menos recién salido de la ducha. – Le arrojó ropa limpia – También de Alex. Puedes quedártela si te sirve. No le dio tiempo a protestar, porque Misha desapareció tan rápido como había aparecido. Miró la caja. Bóxers negros y de Calvin Klein, nada menos. Cris había pasado muchas veces delante de la tienda, pero nunca había mirado el escaparate. Todavía llevaba calzoncillos con dibujitos que le había comprado Caro. Ella se encargaba de esas cosas, no él. La noche anterior, cuando Misha se había desvestido, había vislumbrado sus bóxers antes de que se pusiese el pantalón del pijama. De buena gana se los habría quitado en aquel momento. De nuevo sonó la voz de Misha cantando alegremente en algún lugar de la casa. La canción no parecía demasiado alegre, pero él le daba un tono más animado. La sonrisa asomó a sus labios de nuevo. Sentía un poco de envidia. El tipo cantaba bien, bailaba bien y seguro que follaba bien también. Suspiró. Miró la ropa y contuvo un silbido. Unos pantalones parecidos a los que Misha había llevado la noche anterior, una camisa blanca y un jersey negro. La camisa y el jersey estaban juntos en la misma percha, así que supuso que el ex de su benefactor los usaba así. Él nunca había tenido ropa tan elegante. Y de marca, además. El jersey era de Ralph Laurent y los pantalones también. La camisa era de Zara. Los calzoncillos eran de su talla y no necesitaba probarse nada para saber que la ropa también. Se vistió y se miró en el espejo sintiéndose como una cenicienta. Entendía por qué Alex se había aprovechado de Misha: era demasiado confiado y generoso. Y lo era porque sí, no porque esperase nada a cambio. Hacía un rato podría haberse cobrado las molestias de haberlo llevado a su casa, las cervezas que se había bebido por la noche y cualquier

incomodidad que hubiese podido causarle y, sin embargo, no lo había hecho. Lo había provocado, sí (que no tuviese experiencia con hombres no significaba que fuese estúpido), pero no se había lanzado sobre él aún sintiendo que estaba más que listo para eso. Cogió su propia ropa e hizo una mueca de asco. Realmente apestaba. Comprendió por qué le había dado ropa limpia. Y no le importaba que fuese de su ex. Era ropa que él jamás podría permitirse y estaba nueva. Tras pasarse años vistiendo al gusto de otras personas, con ropa barata y que le gustaba tan poco, no se sentía en situación de ser quisquilloso. Aquella ropa le gustaba, se sentía bien con ella. Bien planchada, olía de maravilla y encima era cara. ¿Qué más podía pedir? Buscó a Misha y lo encontró en la cocina, sentado a la mesa y esperando por él. Le había preparado el desayuno. Desde que su madre se había marchado, nadie lo había hecho. Ni siquiera Caro. Y había tenido muchas oportunidades. Se le formó un nudo de lágrimas en la garganta y carraspeó para apartarlas. - Gracias por la ropa. Te la devolveré cuando… - Tonterías. – Dijo Misha sin levantar la mirada. Parecía muy concentrado en algo – No es mi talla. - Pero tu ex… - Que se fastidie. Misha levantó la mirada y tuvo que boquear varias veces para conseguir aire. Se sintió como un pez fuera del agua. El muchacho estaba realmente impresionante con aquella ropa. De hecho, le sentaba mucho mejor que a Alex, porque a éste le quedaba un poco justa.

- ¡Vaya! – Logró decir cuando consiguió encontrar un hilo de voz. – Ese look de James Dean que sueles llevar no te hace justicia. - ¿Quién? Misha sacudió la cabeza dando a entender que no importaba e indicó a Cris que se sentase a la mesa. Le sirvió café y le acercó las tostadas y la leche. Cris estaba un tanto incómodo, casi emocionado y Misha se dio cuenta de que probablemente nadie le preparaba el desayuno. Maldijo en silencio a los padres que no sabían tratar a sus hijos y le regaló una sonrisa. - Alex se dejó aquí mucha ropa. La verdad es que cuando lo eché metí la mayor parte de sus cosas en bolsas de basura, pero olvidé la que guardaba en la otra habitación – Sonrió divertido – Casualmente era la mejor, la que apenas usaba porque era demasiado cara como para usarla a diario. – Se encogió de hombros - Te sienta bien. Si la quieres, puedes quedártela. - Pero él podría venir por ella y… - Y nada. No creo que venga por nada de lo que ha quedado aquí. Sino ya lo habría hecho. - Seguro que espera volver. – Murmuró Cris echando azúcar al café. - Pues no lo quiero en mi casa. – Suspiró. “Lo quiero en mi casa, en mi cama, en mi vida… pero si lo aceptase todo sería mentira de nuevo” - Sería un idiota si rechazase la ropa. – Dijo Cris un tanto avergonzado – Nunca voy sobrado de dinero y tengo ganas de comprar ropa nueva. – Miraba su taza, en lugar de mirarlo a él y Misha sintió un nudo en el estómago. Sabía perfectamente lo que era sentirse como se estaba sintiendo Cristian ahora mismo – Creo que soy un desastre con el dinero.

- Creo que necesitas organización. – Dijo Misha sonriendo – Después de desayunar te la enseño y te llevas la que quieras. Acabará en la basura. Y verás que está nueva. Hay pantalones que todavía no había estrenado. El estilo no es como el que sueles llevar, pero en mi humilde opinión, estás fantástico con esta ropa. Cris le regaló una sonrisa agradecida y el corazón le dio un vuelco. - No deberías ser así, Misha. - ¿Así? – Preguntó sin comprender - ¿Así… cómo? - Así de generoso. Algunas personas pueden abusar de tu buena voluntad. Misha soltó una carcajada amarga. Sabía perfectamente eso, pero no podía evitar ser como era. De hecho, excepto sus abuelos paternos, todos en su familia eran igual de generosos. ¿Cómo, sino, habrían sido capaces de adoptarlo a él y darle una familia mientras su madre se daba a la buena vida con un italiano? - Soy como soy, Cristian. Sólo me queda la esperanza de que alguien entienda esto y no abuse de mi confianza. Cristian parecía reacio a coger las tostadas para no abusar de su hospitalidad, así que cogió una, la untó con mantequilla y mermelada y se la tendió. Él la cogió tímidamente y le dio un pequeño mordisco. - Yo no puedo comer esas cosas. – Le explicó con una sonrisa – Llevo una dieta un poco estricta. Tengo tendencia a engordar y si me abandono un poco… - Entiendo. – Murmuró Cris – El baile… - Exacto. Guardaron silencio un rato, hasta que Cristian se removió inquieto en la silla. - ¿Qué escuchabas cuando me estaba duchando? - ¿Qué?

- La canción que cantabas… - ¡Ah! Hallelujah. - ¿Y quién la canta? - Rufus Wainwright - ¿Quién? - Rufus Wainwright. ¿No lo has escuchado nunca? – Cris negó con la cabeza y Misha lo miró sorprendido. ¿En qué mundo vivía ese chico? – Bueno, a mí me gusta mucho. - Me gustaba la canción, aunque parecía muy triste. Misha asintió y sonrió. Cristian guardó silencio unos minutos, mientras comía pensativamente su segunda tostada con mantequilla y mermelada. Misha contuvo una sonrisa al ver el ceño fruncido. Luego aquellos ojos de color indefinido se clavaron en los suyos con una sonrisa en ellos. - Escuchas música muy rara. - ¡Oye, enano! – Exclamó fingiéndose ofendido – Seguro que es mucho mejor que lo que tú escuchas. Cris sonrió perezosamente y se encogió de hombros. - Al menos no es tan pasteloso. Misha sabía que lo estaba provocando y fingió ofenderse de verdad. Cristian rió y él pensó que si podía hacer algo bueno por aquel chico, tal vez encontrase un poco de paz. Acabaron de desayunar y lo llevó a la habitación donde guardaba las cosas de Alex tras recoger la mesa y obligarlo a ayudarle. Sacó la ropa del armario y la dejó sobre la cama. Cristian silbó al ver tanta ropa y toda de marca. - ¿Tu ex era un fanático de la moda o qué? – Le preguntó. - Algo así.

- ¿Y se la comprabas tú toda? - Cariño, no sé quién se la compraba. Sólo sé que no soy el único al que se vendía. No pudo evitar que el resentimiento asomase a su voz cuando habló y agradeció el correcto silencio de Cristian, que la miró toda con aprobación. Aunque estaba extrañamente tímido. Misha supuso que se debía al hecho de que le estaba regalando ropa de otra persona. Ropa que jamás podría permitirse. Ni siquiera él podía permitírsela. Sí, tenía alguna prenda de marca, pero desde luego no tanta como Alex. Nunca se había preguntado cómo hacía para comprar tanta ropa. Pero supuso que estaba más que claro. Había sido un estúpido por no haberlo visto. - ¿De verdad se prostituía? La pregunta hecha en un tono tan suave lo sobresaltó. Miró al chico y asintió. Éste se mordió el labio y Misha lo miró sorprendido. - No estarás pensando en hacerlo tú también, ¿no? Sabía que su voz había adquirido un tono chillón que no le agradaba en absoluto. Pero pensar en aquel chico haciendo algo semejante agitó algo en su interior. Era demasiado joven, demasiado puro en algunos sentidos, demasiado… No, no podía pensar en eso. - A veces lo pienso. – Confesó el camarero sentándose en la cama y mirando hacia otro lado. – Hace unos días me acosté con una mujer. Era de la edad de mi padre, más o menos – Misha se mantuvo imperturbable, sabía que el chico lo miraba de reojo buscando algún tipo de reacción, pero se guardó bien de mostrar su desaprobación – No es que me gusten las mujeres mayores, pero es que mi padre estaba tonteando con ella y… bueno, más bien se estaba poniendo pesado y le entré yo. Ella no hizo caso a mi padre y me la llevé a casa. Nos acostamos y por la mañana… bueno, ella me pagó doscientos euros. Misha se olvidó del hecho de que le había robado el ligue a su padre por alguna razón. Se atragantó con su propia saliva y Cris lo miró muy avergonzado.

- Deberías sentirte halagado, eso es que lo haces bien. – Carraspeó y se sentó a su lado – Pero no creo que prostituirte te ayude a nada. - Me ayudaría a conseguir dinero. - ¿Y si conoces a alguien y te enamoras? - ¿Cómo tu ex? - Él nunca estuvo enamorado de mi, Cris. Sólo era dinero. – Suspiró y se encogió de hombros - Bueno, si conociese a una buena chica lo dejaría. - ¿Una buena chica? – Preguntó sorprendido. Cris asintió muy serio y Misha contuvo la sonrisa que bailaba en sus labios. “¿De verdad existen las buenas chicas?” - Bueno, sé que es una gilipollez, pero me gustaría conocer a alguien y formar una familia. - No es una estupidez, Cris. Muchas personas quieren una familia. - ¿Tú quieres una? Quiero decir, hijos y todo eso. Misha pensó unos segundos y luego negó con la cabeza. - No. Hijos no. Pero pareja, una vida confortable… sí. – Sonrió – Aunque eso fue en otro momento. Cuando estaba loco por Alex. - Sigues estando loco por él. Se encogió de hombros. Era cierto, no servía de nada negarlo. Y con Cris no tenía que fingir. Se sentía bien con aquel chico de modales toscos y lenguaje deficiente. Era extraño, pero sentía que lo conocía desde siempre. Era como si siempre hubiese estado en su vida y no unas cuantas horas. Le parecía de lo más normal verlo allí sentado, sonriendo y sufriendo un repentino ataque de timidez a pesar de haberle hablado de sus testículos y haberle metido mano. Lo que más le agradaba era que no había ningún tipo de atracción sexual. Sí,

el chico por momentos parecía devorarlo con la mirada, pero no le molestaba la curiosidad que sentía. Seguramente en su obtusa mente había imaginado que los homosexuales eran depredadores sexuales que se meterían entre sus piernas a la menor oportunidad. O seguramente pensaba que sólo practicaban sexo en una única postura. Se le escapó una sonrisa al imaginar su sorpresa al ver que había más posturas y que él guardaba un compendio de ellas en la estantería del salón: el kamasutra gay. Se lo había regalado un amigo francés con el que había tenido unas sesiones de sexo fabulosas mientras había durado su trabajo allí. No se había enamorado de él porque en aquella época estaba demasiado enamorado de sí mismo, pero el chico era encantador y había amenazado con suicidarse si lo abandonaba. Se había sentido como la Bella Otero, dejando corazones destrozados en Francia. Un español causando estragos en la comunidad gay. Decir eso era ser demasiado ambicioso, pero sí había tenido un éxito considerable y había roto más corazones de los que podía recordar. Seguramente Cristian lo habría denominado como un completo gilipollas, pero él prefería creer que era demasiado alocado para pensar en nada que no fuese él mismo. Vale, sí, un completo gilipollas. Podría escudarse en la juventud, porque de hecho era más joven que Cristian, pero lo cierto era que ni siquiera eso era excusa. Sólo escuchaba a sus hormonas y acababa de descubrir su atractivo, el modo en que la gente reaccionaba ante su rostro y su cuerpo. ¿Cómo no iba a aprovecharse de eso? Era inevitable que sacase el mayor beneficio posible. Y lo había hecho. Cristian seguía hablando, pero él había perdido el hilo de la conversación. Lo miró sin comprender lo que decía. - Nunca creí que diría algo así. – Dijo Cris riendo – Voy a parecer la loca de mi ex, pero no me estabas escuchando. Misha sonrió. - La verdad es que no. – Confesó sin rubor – Estaba pensando en mis cosas. ¿Qué decías? Le gustaba aquello. No había necesidad de mentir, de ocultarse. Era lo que siempre había buscado.

- Te preguntaba si la discusión entre tú y Alex fue jodida. - No. - ¿No? – Alzó las cejas incrédulo. - No. – Lo miró a los ojos – Yo jamás discuto. - ¿Jamás? - Jamás. Cris bufó. - Eres un bicho raro. – Gruñó. - ¿Y de qué sirve discutir si lo que está hecho ya no tiene remedio? - Pero le diste un manotazo anoche. - Te insultó. El joven parpadeó sorprendido. - ¿Y qué dijo? - Que te excitaba vernos bailar. Los dientes del muchacho brillaron en una sonrisa. - Es verdad. – Lo miró sin pizca de vergüenza – Había visto a gays comiendo en el restaurante, pero nunca los he visto de la mano, comiéndose la boca o bailando. Así que sí me dio morbo. Misha parpadeó ante la cruda sinceridad. - ¿Eres siempre así, Cris? Quiero decir, así de franco. - No. Sólo contigo. – Dudó unos instantes - ¿Te molesta? Es que me haces sentir bien. Vamos, como si te conociese de siempre. Yo no tengo costumbre de

hablar con la peña como lo hago contigo. - No me molesta. Al contrario. – Sonrió – Es un poco desconcertante, pero al mismo tiempo refrescante. Cris lo miró como si no comprendiese lo que había dicho. - Bueno, sí, lo que sea. – Cogió una camisa azul y la miró apreciativamente ¿Podrías guardarme la ropa aquí un tiempo? - Sí, claro. - Acabo de decidir que me voy a ir de la casa de mi padre. – Misha sonrió animándolo – Me la llevaré cuando consiga casa. No voy a tener pasta para comprar ropa.

Capítulo 5

El alquiler le costaría 290 euros. No era mucho. La señora que le había alquilado el piso era mayor y tenía una pensión pequeña. Había tenido que regatear con ella por el precio, mientras ella se quejaba de que su pensión no llegaba a los quinientos euros y que tenía que comer. Misha había ido con él y había desplegado todo su encanto para engatusarla y convencerle de rebajar el precio. Ella, como mujer, no era inmune a sus sonrisas y demás tonterías. Aquel día Cristian descubrió que la libido no muere cuando envejeces. Al parecer tenía mucho que aprender de Misha. Habían pasado casi dos meses desde que había decidido independizarse. Su padre le había dado una paliza que casi lo manda al otro barrio al descubrir su intención de marcharse. Había pasado veinte días en el hospital. Y Misha había ido a verlo todos los días. Los fines de semana los había pasado con él. Le debía mucho a aquel hombre. No había aceptado el irse a vivir a su casa hasta que encontrase un piso propio. Sabía que Misha también necesitaba disfrutar de su independencia. De hecho, no había vuelto a pisar su casa. Temía que si lo hacía aquellos buenos momentos que había pasado allí se esfumasen de algún modo. Seguía trabajando en el restaurante y había comenzado a acudir a la academia de baile para aprender lo que Misha quisiese enseñarle. Las clases eran gratuitas y él ya no sentía tan mal con eso porque hacía algún que otro servicio de mantenimiento. Le habría gustado bailar con Misha, pero él lo emparejó con una de las profesoras, que aunque tenía un cuerpo envidiable era demasiado fea como para tenerla en cuenta. Su nuevo amigo le repetía que tenía que ser considerado con todo el mundo y darle una oportunidad a cada persona, independientemente de su físico. Se había reído de él, ya que Alex no era un ejemplo de consideración, ya que era guapo y tenía un cuerpo bien trabajado, igual que el mismo Misha. Pero éste había sacudido la cabeza con resignación y le había dicho que ya lo entendería. Y comenzaba a hacerlo, porque Inés, la profesora, era una mujer encantadora que lo hacía reír. En ese tiempo se había descubierto a sí mismo como a una persona risueña y alegre. Tan sólo mantenía las distancias con sus compañeros de trabajo, porque no se fiaba de ellos. Pero se sentía relajado, algo que nunca había sentido.

Misha y él se habían vuelto inseparables. Durante la semana sólo se veían en la academia, pero los viernes tras salir ambos del restaurante, iban al pub al que habían ido la primera vez. Había dejado de beber como un cosaco porque Misha no bebía alcohol y le daba vergüenza emborracharse de nuevo. No había llegado al punto de perder la conciencia o tener lagunas sobre lo sucedido aquella noche, pero no quería que lo viese de nuevo así. Los fines de semana los pasaban juntos. Había cambiado el día de descanso para el sábado y trabajaba las noches de los domingos (sabía que Misha lo había hecho posible) y solían irse por ahí y pasar al menos una noche en algún hotel, o casa rural. Siempre pedían una habitación. Si tenían suerte conseguían dos camas y si no compartían la de matrimonio. Y no les importaba. No mantenían relaciones. Misha había dejado muy claro que no eran amigos con derecho a roce y que si quería explorar su sexualidad lo hiciese con otro. Y se planteaba hacerlo. Sabía que Olga no estaba demasiado contenta con su amistad, pero a él le daba igual siempre y cuando Misha no saliese perjudicado. Aquella mañana en casa de Misha lo había concienciado en los beneficios de la higiene, así que se cambiaba cada día de ropa. Siempre había sido muy estricto con sus duchas diarias, pero el tema de la ropa lo llevaba peor. No sabía poner una lavadora, ni planchar. Así que había llevado la mitad de su ropa a la tintorería y cuando había traído la ropa limpia, había llevado la otra mitad. No era mucha, pero nunca había pensado que alguien podía tener más de tres pantalones y tres camisetas. Al ver el inmenso armario de Alex y luego curiosear en el de Misha, se había dado cuenta de que su actitud de machito lo había privado de muchos placeres. Y ahora estaba en su propia casa. Misha le había prestado algunos muebles, como la cama que presidía el dormitorio principal. Habían tenido que bajarla del trastero y montarla, pero Cris se sentía satisfecho. También le había prestado la mesa de la cocina (que en realidad era una mesa de jardín) y las sillas. Y el día anterior había aparecido con varias cajas llenas de platos, vasos, ollas y todos los enseres necesarios para la cocina. Cris había visto todo aquello en el trastero, cuando habían subido a buscar la cama. Le agradeció las molestias lanzándose a sus brazos y abrazándolo de tal forma que Misha se había quejado de la vehemencia de la juventud, fuese lo que

fuese eso. También le había regalado una alfombra que había comprado Alex en algún momento, con intención de sustituir la del salón, pero a Misha nunca le había gustado, así que había quedado olvidada. A Cristian todo aquello lo conmovía. Podía comenzar una nueva vida. Todo era prestado, sí, pero al menos no tendría que comenzar con el bolsillo vacío. Se había comprado ropa nueva, aunque con la ropa de Alex habría tenido más que suficiente para una vida. También había renovado la ropa interior, su corte de pelo y se había depilado… completamente. Y descubrió que le gustaba ir depilado, echarse aceite corporal y cuidarse tal y como veía hacer a Misha. En un par de meses había sufrido un cambio tan radical que él mismo se veía irreconocible. Y aquello lo hacía sentirse satisfecho, seguro de sí mismo. Aquel día había quedado con Misha. Iban a ir a correr a la muralla. Era algo nuevo que iban a hacer juntos. Cris nunca había ido, pero le apetecía mucho. Después comerían juntos, pasarían la tarde sin hacer nada, probablemente charlando y dormitando, como siempre que se quedaban en Lugo. Los dos eran demasiado dormilones. A veces se quedaban en el coche charlando y se dormían. Pero incluso aquello le agradaba. Esperaba poder pasar la tarde en su casa, dormir con Misha sobre su nueva alfombra… lo que fuese, mientras pudiese estar con él. Se miró en el espejo, se arregló el pelo y sonrió. Sí, había mejorado tanto que incluso tenía un aspecto mucho más saludable. Y la semana anterior Misha le había hecho una limpieza de cutis que le había dejado la piel muy suave. Incluso en el trabajo se habían dado cuenta. Rió entre dientes. ¿Quién le habría dicho a él que estaría pensando en esas cosas? Misha se frotó las manos intentando alejar el frío. Se quejó del mal tiempo de aquella ciudad, pero sus quejas se evaporaron cuando vio llegar a Cris. Se quitó los auriculares y los dejó colgando del cuello. Le aterraba lo mucho que necesitaba de su presencia en su vida, lo bien que se sentía con él. Era joven, tenía mucho que aprender. Pero él también. Y lo estaban haciendo juntos. Hacían más cosas juntos que cualquier pareja, incluso dormían juntos a veces, pero no habían llegado al sexo. El chico lo había intentado un par de veces, pero Misha no quería estropear lo que tenían por un par de polvos. Si algo había

aprendido era que el sexo lo complicaba todo. Si hubiese sexo por medio serían una pareja y las parejas siempre acababan mal. ¿Por qué perder algo tan bueno si podían mantenerlo así hasta que Cris encontrase una buena chica y formar una familia? Misha no podía evitar imaginarse cómo habría sido la vida de Cris si su madre se lo hubiese llevado con ella, en lugar de dejarlo con un padre alcohólico y violento. Le horrorizaba la frialdad del padre, que había dejado a su hijo medio muerto en el suelo y había sido una vecina la que había alertado a la policía porque escuchaba los lastimeros gemidos de Cristian. Si pudiese le retorcería el pescuezo. Y el pobre gatito abandonado había pasado veinte días en el hospital y siete más en casa de Julián recuperándose, porque no quería ocasionarle molestias a Misha. Pero él había ido a verlo cada día. ¿Cómo no hacerlo? El chico estaba tan solo que se sentía en la obligación de estar con él. Bueno, eso y que no podía estar lejos de su persona. Sabía que aquello acabaría en algún momento. Lo había asumido desde el principio. Pero no solía pensar en ello porque le dolía. Intentaba ayudarlo en todo lo posible. Le había regalado cosas que le habían regalado a él cuando había decidido independizarse. Como aquella cama gigante que no había llegado a utilizar. O una batería de cocina de las cuatro que le habían regalado. Una vajilla, una cubertería… era difícil comenzar una vida desde cero, y más si tenías que gastarte medio sueldo en las cosas necesarias para la casa. Trataba de hacer las cosas de tal modo que no ofendiesen a Cris. No era su intención darle limosna, sino ayudarlo. Y el chico se mostraba siempre tan agradecido, que su corazón latía siempre al doble de velocidad. De repente sentía sus brazos estrechándolo con fuerza y él correspondía a ese abrazo gustoso. Sabía que Cristian no había recibido demasiados en su vida. Y era un buen chico. Incluso hacía el esfuerzo de no beber más de una copa cuando salían juntos. Él fingía no darse cuenta, pero no era ajeno a los cambios que había introducido en su vida. Y si él podía ayudarlo en algo, lo hacía con sumo placer. Sabía que debería haberle puesto freno a aquello desde el principio, pero no había sido capaz de hacerlo. No cuando lo había visto tan necesitado de amistad y afecto. Le divertía lo patoso que era bailando, o aquella extraña confianza con la

que comía de su plato o se metía en el baño mientras se duchaba. Misha sabía que nunca había tenido un amigo y que el único que había tenido había sido más bien un ligue y que después había estado con Carolina y nadie más. Tan solo ligues de una noche. Por eso no sabía que los amigos ponen ciertas distancias, por eso se comportaba como si Misha fuese su pareja y no su amigo. Y a Misha no le importaba. De hecho, le gustaba que se sintiese tan cómodo con él. Cuando el gatito abandonado llegó a su altura, le dedicó una sonrisa deslumbrante, cogió uno de los auriculares y se lo acercó al oído. - ¿Qué escuchas? – Abrió los ojos complacido - ¡Ah, suena bien! ¿Quiénes son? Un amigo jamás haría eso, al menos no del modo en que él lo hacía, pegando su cuerpo al suyo. Pero no se lo diría, porque entonces se estropearía la amistad. - The Inertia Kiss - ¿Quién? - Es la banda sonora de una película. - ¿Cuál? - Una de temática gay. - Pues tiene una buena banda sonora. - Y ahora me pones ojitos de cachorrito para librarte de ir a correr, pero no hay suerte. Además, sólo la tengo en inglés. - ¡Mierda! Misha rió y Cris lo golpeó en el brazo. Comenzaron a jugar como niños, dándose golpecitos y riendo, cuando una voz los interrumpió. - ¿Cris? ¡Oh, Dios mío, Cris! ¡Estás increíble! Aquella voz paralizó a Cristian. No quería volverse. Se sentía bien aferrado a

Misha, que se apartó de él discretamente. Lo miró a los ojos y luego se volvió hacia la maldita voz con desgana. - Caro… No sabía dónde meterse. Todavía tenía un brazo alrededor de la cintura de Misha y pudo percibir su tensión al escuchar el nombre. No tenía el más mínimo interés en hablar con ella. Ni siquiera entendía por qué lo había saludado, porque si su memoria no fallaba, ella lo había dejado porque no lo consideraba suficiente. No quería ser la madre de sus hijos, ni tener una buena casa, ni un coche familiar. Al menos no con él. La miró unos instantes. Tenía tan buen aspecto como siempre. Claro que no había esperado menos. Ella sabía bien cómo exprimir la tarjeta de crédito de un hombre. Le molestaba la mirada apreciativa que le estaba lanzando. Aquel chándal se lo había comprado el día anterior y era parecido al de Misha. Había sido caro, Misha había protestado diciendo que no tenía que comprarse algo así. Pero él había insistido en comprárselo. Le gustaba y no se daba demasiados lujos. Así que ahora lucía tan bien como Misha. Los ojos de Caro no dejaban lugar a dudas: estaba evaluando, calculando y valorando su cambio. Su mirada se desvió a Misha, a quien miró apreciativamente. Y es que su amigo tenía aspecto de niño bien y parecía un maldito príncipe. No lo soltó. No quería hacerlo. Se sentía seguro cerca de él. - Veo que tienes un nuevo amigo… Estaba molesta. Ella nunca le había permitido tener amigos y ahora tenía uno. Aquello seguramente le hacía hervir la sangre. - Sí. Él es Misha. – Se volvió hacia él – Misha, ella es Caro. Misha se limitó a inclinar la cabeza hacia ella como gesto de cortesía. Y ella desvió la mirada hacia Cris ignorándolo. Éste sintió bajo la palma de su mano la tensión creciente de Misha, así que de forma casi inconsciente, le acarició la parte baja de la espalda para tranquilizarlo y fingió una sonrisa.

- Me alegro de verte. ¿Por qué no tomamos un café? - Íbamos a correr – Se volvió hacia el otro hombre y sonrió - ¿Verdad? - Gilipolleces. – Sentenció Carolina cogiéndolo del brazo y apartándolo violentamente de Misha, haciendo que se sintiese desnudo y desprotegido – Tú nunca has ido a correr. Sólo haces pesas. - Ya, pero… - Vamos a tomar un café. Seguro que a tu amigo no le importa. - No, Caro, yo… - Miró a Misha, que se encogió de hombros dando a entender que no se inmiscuiría – Lo siento, no puedo ir contigo. Pero ella lo arrastraba hacia la cafetería en la que había pensado invitar a Misha a un café. - A tu amigo no le importa, ¿verdad que no? Y así se vio arrastrado a aquel lugar, dejando a Misha solo, con las manos en los bolsillos y evidentemente molesto. ¿Y si se enfadaba con él? ¿Qué iba a hacer? No quería perder a su único amigo. Giró la cabeza y allí estaba, mirándolos. Su corazón se aceleró al ver su sonrisa. No estaba enfadado con él. - ¡Te veo en casa cuando acabes! – Le dijo guiñándole un ojo. Cris asintió. Era precisamente eso lo que quería: estar con él. Se dejó arrastrar a la cafetería y se dejó caer en la primera silla que encontró. Miró a su ex con franca hostilidad, mientras ella se apartaba el pelo de la cara con coquetería. - ¿Qué quieres?

- Hablar contigo. “Pero yo no quiero hablar contigo, zorra” - Pues habla rápido. Me esperan. - ¿Tu amigo? – Preguntó con desprecio. Cris se fijó en cómo se le dilataban las aletas de la nariz. Estaba enfadada. ¡Enfadada! ¿Con él? ¿Acaso tenía derecho a enfadarse? - Sí. Mi amigo. Por fin tengo uno. - Bueno, Cris, no hace falta que seas borde. – Le dijo ella zalamera – Sólo me preocupo por ti. - ¿Lo haces? - Por supuesto. Sino no te habría apartado de él. - ¡Ah! ¿A dónde quería ir a parar? - Verás, ese tío tiene una escuela de baile… - Academia. - Lo que sea. El caso es que es maricón. Todo el mundo lo sabe. - ¿Y? - ¡Pues está claro! – Exclamó ella como si Cristian fuese tonto - ¡No es tu amigo! ¡Quiere follarte! - No es cierto. - Eres demasiado bueno. – Dijo ella sonriendo al camarero que se les acercó – Una coca cola light. - Nada. – Gruñó Cristian.

- Una cerveza para él. Parpadeó en un intento de parecer coqueta, pero el estómago del joven se contrajo en un amago de nausea. - He dicho que nada. – Exclamó seco – Si lo único que tenías que decirme era que Misha es gay, te daré una noticia: ya lo sé y no me importa. - Pues debería. ¿Qué dirá la gente de ti si te ve con un maricón? – Bufó con desprecio – Esos tipos deberían vivir en un mundo aparte. - Eres gilipollas. – Ella lo miró horrorizada y de no haber sido una mujer, seguramente le habría roto la nariz – Me importa una mierda lo que piense la gente. Me importa tres cojones lo que pienses tú. Él es mi amigo. Es la única persona que me ha tratado como a un ser humano sin pedirme nada a cambio. - Ya lo hará. – Chilló ella. - Y se lo daría con ganas. Quiero follármelo desde el primer día que lo vi. – Ella lo miró con la mandíbula desencajada – Sí, me empalmo cuando estamos juntos y quiero sexo con él. Pero él no ha intentado nada, así que no hay más que amistad, por desgracia. Ella soltó una grotesca carcajada.

- Así que eres maricón. – Dijo burlona. Él se levantó y se situó a su espalda. Se agachó y se acercó a su oído. - ¿Te extraña después de haberme pasado diez años de mi vida con una zorra como tú? No esperó a ver la reacción de Caro, sino que salió del local y corrió a casa de Misha, que estaba a un par de calles de allí. En cuanto le abrió la puerta, se lanzó a sus brazos. Lo abrazó con fuerza y Misha correspondió al abrazo sin comprender. - ¿Estás bien? – Cris asintió en su hombro - ¿Te ha molestado?

- Un poco. – Gimoteó sin apartarse del confortable hombro. No pudo ver la sonrisa de Misha, pero sí sintió sus brazos estrechándolo con fuerza y el movimiento de su pierna al cerrar la puerta. No quería soltarlo. Era absurdo, lo sabía. ¿Cómo podía explicarle lo que había comenzado a sentir por él? Ni siquiera sabía qué era. Sólo sabía que sentía la necesidad de estar con él. Que su tiempo libre era una tortura si Misha no estaba a su lado. Nunca se había sentido de ese modo. Y no tenía nada que ver con el sexo. Para él sentir algo más que deseo era algo novedoso. Cuando Carolina lo había insultado se había sentido ofendido. Ella era una zorra manipuladora y lo conocía bien. Pero él también la conocía y sabía que el que tuviese a alguien en su vida y que hubiese prosperado era un insulto para ella. No se trataba de que sintiese algo por él o que lo apreciase mínimamente, sino de sentirse dueña de su vida. Siempre había sido así. Misha era todo lo contrario a ella. Amable, afectuoso, generoso, divertido… con él no tenía que fingir. Era fantástico poder abrazarlo y no ser rechazado, poder llorar sin sentirse estúpido, preguntar sin ser tratado como un imbécil. Él le había enseñado muchas cosas en un par de meses. Le había mostrado una vida diferente, una que ni siquiera sabía que existía. Ya no había amargura en su interior, ni siquiera se acordaba de su madre o de las cosas que le habían sucedido en la vida. Ahora sólo existía él, la nueva vida que se mostraba ante él y Misha. Necesitaba besarlo. Quizá así podría expresar lo que no habría podido expresar con palabras. Lo empujó contra la pared. Tomó su rostro entre las manos y lo besó. Durante unos segundos temió el rechazo, pero no llegó. Misha respondió a su beso con la misma intensidad con la que él lo había iniciado. Para Cris aquel beso era el mejor de su vida. Los labios más gruesos, la lengua más áspera, mucha más experiencia y unos brazos que lo sujetaban con firmeza. La barba de dos días de Misha le picaba, pero al mismo tiempo le producía cierto placer. Y el corazón estaba a punto de explotarle en el pecho. Jamás se había sentido de ese modo. Gimió en la boca de Misha y éste lo apartó azorado. Lo miró confuso. ¿Le había molestado?

Misha tomó aire y miró a Cris avergonzado. Él debería tener la fuerza de voluntad necesaria como para haber rechazado aquel beso. Pero se sentía tan bien con él entre sus brazos… Sabía que aquel era el lugar natural del chico. Era como si hubiese estado ahí siempre. Pero no quería que las cosas sucediesen de aquel modo. Y mucho menos cuando el muchacho era tan vulnerable. Era el peor momento para iniciar nada, porque invariablemente acabaría mal. Hacía menos de una hora que lo había dejado con aquella mujer y se había sentido desolado, pensando que lo había perdido justo antes de tenerlo. Pero cuando llevaba menos de quince minutos en casa, él había aparecido allí y se había lanzado en sus brazos y le pareció que no había nada mejor que aquello. Había querido besarlo, pero se contuvo. Sin embargo Cris no había tenido tantos reparos y había hecho lo que él no se había atrevido. ¡Menudo beso! Había removido algo en su interior que creía muerto. Sólo lo había sentido una vez, cuando tenía 22 años. El miedo se apoderó de él. Por eso lo había apartado. Y ahora Cris lo contemplaba con su mirada de cachorrito herido. Suspiró y lo miró a los ojos. - Te ha molestado… - Murmuró Cris – Lo siento…yo… no quería molestarte… Parecía desolado. Misha tomó una de sus manos y la llevó a su entrepierna, a su pene semierecto. - ¿Crees que si me hubieses molestado estaría así? El chico abrió mucho los ojos sorprendido y luego una sonrisa se extendió por su rostro. Misha todavía rodeaba su cintura con un brazo. Notó el intento de él de acariciar su miembro, pero sujetó la mano y negó con la cabeza. - ¿Por qué? ¿Por qué, Misha? No lo entiendo. - Porque no quiero estropear lo que tenemos. - Pero…

Lo besó en los párpados, en las mejillas, en la nariz y en la comisura de los labios.

- No puede ser. No así. - ¿Así? Ahora fue Cris quien llevó la mano de Misha a su entrepierna y le mostró su propia erección. - Cris… - Gimió – No lo hagas más difícil. Sé que quieres experimentar. Te animo a que lo hagas. Pero no conmigo. - ¿Quién mejor que tú? – Le tomó el rostro entre las manos y lo miró a los ojos – Tú eres la persona más especial que conozco. - Y tu amigo. Te llevaré a lugares donde puedas experimentar con otros hombres, pero no me pidas eso. Por favor… no quiero perderte. – Cris lo miró sin comprender – Si esto es sólo para experimentar me matarás. - No es eso… - Experimenta con otros. Si algún día decides que yo soy lo que quieres, pues…. - Eres lo que yo quiero. - Lo besó de nuevo y lo obligó a aceptar el beso introduciendo la lengua en su boca, jugando con ella en su interior. Aunque no era necesario forzarlo a nada. Deseaba aquel beso y, cuando el joven se apartó, tuvo que reprimir un gemido de frustración. – Te lo demostraré, Misha. Misha se apartó de él y sonrió con tristeza. - Cris… mejor cambiemos de tema. El joven asintió y siguió a Misha hasta el salón. Éste se sentó en el suelo y

Cristian en el sofá. Era la segunda vez que estaba en aquella casa y la primera no había pisado el salón para nada. Miró a su alrededor y le sorprendió ver algunas fotografías de Misha con el cabello rubio y desnudo. Eran desnudos artísticos, pero Cris se levantó y se acercó a la pared donde estaban las fotografías. - Lástima que no se vea lo que interesa. – Dijo malicioso. Misha se tumbó sobre la alfombra con indolencia. - Ya lo has tocado, no necesitas ver. Cristian rió divertido. - ¿Te teñías de rubio? - Una época estúpida de mi vida. Me ponía mechas. - ¡Y tienes un tatuaje en el culo! Misha rió. - Soy un chico malo. - Cris rió de nuevo y corrió a acurrucarse entre los brazos de Misha. Apoyó la cabeza en su pecho y lo rodeó con un brazo - ¿Qué quería tu ex? - Nada. Molestar. - Y lo consiguió. - Siempre lo consigue. Me saca de quicio. ¿Por qué te hiciste esas fotos? - Necesitaba dinero. - ¿Te pagaron bien? - Pues sí. Estoy bueno, el precio tenía que ir en consonancia con mi físico. La risa de Cris se ahogó en el pecho de Misha, que sonrió divertido. - Eres muy modesto. - Ya te dije que Modesto es mi segundo nombre.

- ¿Y quién es el otro que sale en las fotos? - No lo recuerdo. Sólo sale en un par. - Nunca imaginé que tú harías algo así. - Porque soy un buen chico, ¿no? - Más o menos. Misha cerró los ojos y se dejó llevar por la agradable sensación. Tenía a Cris entre sus brazos, se sentía completo. Sabía que si cedía y hacía lo que su cuerpo pedía, sería la persona más feliz del mundo. Pero no quería ceder. Hacerlo sería abrir la puerta al desastre. Olga se había mostrado preocupada por su amistad con el chico. Él le había garantizado que no pasaría nada. Sólo eran amigos. ¿Qué podría pasar? Ni siquiera se atrevía a reconocer lo que sentía. Aceptarlo sería un error. Sabía que Cristian se sentía perdido, que debía comenzar una vida nueva y que siempre había estado solo, que su amistad le proporcionaba cierto consuelo. También sabía que quería experimentar, explorar su sexualidad. Pero él se negaba a ser quien lo ayudase, porque en el fondo siempre había sabido que aquello acabaría con su corazón hecho trizas. Olga le decía constantemente que debía romper aquella amistad, que no era beneficiosa para él. Sabía que debía hacerlo, pero no por sí mismo, sino por Cristian. Si se aferraba demasiado a él no viviría en absoluto. Estaba demasiado conforme con lo que tenían y no deseaba atarlo a una relación así. Él soñaba con formar una familia. ¿Y qué clase de familia formarían los dos? Desde luego no una en la que hubiese niños en el jardín ni un coche familiar. Misha se sentía mutilado emocionalmente. Si hubiese conocido a Cristian antes que a Alex, se habría lanzado de cabeza sin dudar. Pero no había sido así y su ex le había dejado una marca muy profunda. Se sentía confuso. Todavía sentía algo por aquel cretino, pero Cristian se hacía hueco en su corazón a una velocidad pasmosa. Suspiró intentando alejar aquellos pensamientos y trató de apartarse de Cris, pero éste se había dormido sobre él.

Sonrió con ternura y estiró el brazo libre para coger la manta del sofá y cubrirlos a ambos con ella. Cerró los ojos y se permitió disfrutar de aquello porque su corazón le decía que no podría disfrutarlo mucho más.

Capítulo 6

Eran las dos de la madrugada y Misha no había aparecido aún. Era la primera vez que lo hacía esperar y también era la primera vez que pasaban un fin de semana separados. Habían quedado a la una y media porque Misha había ido a Madrid a hacer algo que no le había contado y le había prometido verlo allí. Pero no había llegado y estaba muy preocupado. Le costaba controlar las ganas de beber alcohol y se estaba dando un festín con las gominolas y los cacahuetes que habían dejado sobre la mesa junto con la consumición que había pedido sin dejar de lanzar miradas a la puerta. Y precisamente por eso no vio a la persona que se sentó a su lado hasta que le tocó el hombro. Se volvió sobresaltado y al ver quién era, frunció el ceño molesto. - ¡Hola! - Le dijo Alex con una sonrisa cordial ¿Esperas a alguien? - Sí. - Pero no ha llegado. ¡Qué raro! ¡Siempre llegáis juntos! - Ha tenido algo que hacer. - Claro… - Puso el periódico sobre la mesa y le mostró una fotografía. Cris la miró sin comprender – Su gran amor está en Madrid. Es allí a donde ha ido, ¿no? - Sí. Pero ha ido a hacer algo. Alex soltó una carcajada que a Cris le pareció forzada. - Claro que sí. A mí tampoco me decía qué iba a hacer allí. – Se encogió de hombros – Pero yo lo sabía de todos modos. Ni tú ni yo podríamos competir jamás con él. Cristian contuvo a duras penas el impulso de coger el periódico y leer sobre el tipo ese. Mantuvo lo que creía era una máscara de frialdad tan buena como la de

Misha, pero fracasó estrepitosamente. - Yo no tengo intención de competir con nadie. - Pero lo harás. – Empujó el periódico hacia él y sonrió cuando Cris reconoció al hombre de la fotografía – Es curioso que diga que todo terminó cuando tenía 24 años y todavía conserve sus fotografías, ¿verdad? - Son buenas, ¿por qué no debería hacerlo? “¿Por qué no me ha hablado de él?” - ¿Te ha hablado de él? – Cris negó con la cabeza. Sabía que de nada le serviría mentir – Deberías preguntarle. - ¿Y por qué no me hablas tú? Lo estás deseando. - Jamás traicionaría su confianza. Cristian sonrió burlón. - Tampoco te ha hablado de él, ¿verdad? Alex se encogió de hombros en una perfecta imitación del gesto indolente de Misha. - La primera vez que lo vi en el periódico fue un shock. ¡Un súper bailarín! Siempre he pensado que Misha dejó el ballet porque se sentía inferior a él. “¿Ballet?” La carcajada burlona de Alex lo enfadó. - ¡No sabes nada de él! – Exclamó con lágrimas en los ojos – Ni siquiera sabías que… Estalló de nuevo en carcajadas y Cris lo fulminó con la mirada. - ¿Y qué? – Gruñó - ¿A ti qué más te da? Para ti él sólo era dinero fácil. Alex se puso serio y lo miró con rencor.

- No sabes nada. – Escupió – No eres más que un macarra de barrio que va por la vida viviendo de limosna – Miró la ropa que llevaba con intención – Y usando la ropa de los demás. Aquello molestó a Cris, que apretó los puños en un intento de controlar la ira que lo dominaba. - ¿Y a ti qué más te da? – Bufó - ¿O es que todavía te duele el culo de las veces que tuviste que ponerlo para pagarla? Alex lo empujó furioso, tirándolo de la silla. Cris se levantó veloz, pero una mano lo contuvo. Miró al dueño del bar, que negaba con la cabeza y le señalaba al grupo de gallitos que estaba observando con demasiado interés lo que sucedía. - Si te pasa algo, Misha me mata. – Le dijo – Ignóralos. “Como si fuese tan fácil” Recogió la silla del suelo y se sentó de nuevo. El camarero obligó a salir a Alex y los gallitos lo siguieron. Sintió deseos de correr tras ellos y darle una paliza a aquel gilipollas, pero sabía que si lo hacía saldría mal parado. Demasiados tipos para él. Cogió el periódico y leyó sobre el tal Nikolai Shepelev. Al parecer estaba en Madrid con la compañía de baile en la que era el primer bailarín. Alex tenía razón: ellos no podrían competir con él. Pero, ¿por qué le había mentido cuando le había preguntado quién era el que estaba con él en algunas fotos? No habían sido hechas hacía muchos años, así que no podía haberse olvidado tan pronto. Y menos si había sido su primer amor. Sintió que la bilis inundaba su garganta. Celos. Por primera vez en su vida sentía celos. Ni siquiera los había sentido cuando se había enterado de las infidelidades de Caro. Entonces le había dado igual porque le permitía ser infiel sin remordimiento. Pero aquello… aquello lo estaba matando por dentro.

La puerta se abrió y alzó la cabeza. Misha entró con una amplia sonrisa y un paquete envuelto en papel de regalo. Pero no pudo devolverle la sonrisa. Y Misha se puso serio también. - Buenas noches. Perdona que llegase tarde es que… - Estabas ocupado. – Dijo arrojándole el periódico. Misha cogió el periódico y lo miró. Luego lo miró a él sin comprender. - ¿A qué viene esto? - Alex me habló de él. - ¿Y qué te dijo exactamente? - Que es tu gran amor. Misha soltó un bufido y se sentó frente a él con gesto receloso. - Él no es mi gran amor. - Ni siquiera me dijiste que bailabas ballet. - No lo preguntaste. - Tampoco te he visto bailar. - Eso tiene solución. Cris lo fulminó con la mirada. Se sentía herido. - ¿Has estado con él? - Comimos juntos. – Dijo Misha dejando el periódico sobre la mesa – Luego… - No quiero saberlo. – Dijo poniéndose en pie – Tengo que irme. - Cris… Lo sujetaba por la muñeca y lo miraba suplicante. Pero se sentía tan dolido

que no quería escuchar. - Tengo que irme. – Repitió. Salió casi corriendo. Misha salió tras él, pero se subió en la moto y se marchó de allí, dejándolo solo. Se unió a la circulación de la nacional y fue directo a un club al que lo había llevado Misha unas semanas antes. Era un local de ambiente y quería ligar con alguien, llevárselo a casa y hacer con él lo que no había hecho con Misha. Porque no había querido. Pero claro, ¿cómo iba a querer? Él estaba enamorado de un tipo rico, que se dedicaba a lo mismo que él, muy guapo y refinado… Alex tenía razón. Él era un don nadie que había montado su casa con cosas prestadas y que vestía con ropa de marca que le habían regalado. Era un mierda. Bueno, al menos no podía culparlo por haberlo engañado o haberse aprovechado de él. No lo había hecho. No le había prometido nada, no habían hecho nada… sólo le había ofrecido su amistad. Pero al menos podría haberle dicho la verdad cuando le había preguntado por el otro tipo de las fotos. O podría haberle dicho a qué iba a Madrid. Porque había que querer mucho a alguien para ir hasta Madrid y volver en el mismo día. Suspiró y aparcó la moto. Bien, si no era suficiente para Misha, lo sería para alguno de los que estaban allí. Y si no funcionaba, se buscaría a alguna tía. No quería estar solo esa noche. Misha se quedó plantado en el sitio sin saber bien qué hacer. No sabía qué había pasado ni por qué había salido corriendo Cris. ¿Por la foto de Nikolai? ¿Porque no le había hablado de él cuando le había preguntado quién era el de las fotografías? Era absurdo. Tenía derecho a tener algo de intimidad. Había cosas sobre las que no quería hablar. Pero Cris parecía no entenderlo. Dejó la caja que llevaba debajo del brazo en el coche y entró de nuevo en el pub. No se quedaría mucho tiempo, sólo el suficiente para saber qué había sucedido. Buscó a Iván, el dueño del pub y le preguntó sin rodeos. - Bueno, Alex lo empujó y lo tiró al suelo. No llegaron a más, pero llevaban

un rato hablando y no creo que fuese algo cordial. - ¿Alex? – Preguntó extrañado – Alex nunca ha sido violento. - Pues hoy no era un corderito precisamente. Sacudió la cabeza y le dio las gracias. Salió y condujo hasta la casa de Cris pensando que lo encontraría allí. No había nadie en el piso. Llamó varias veces, pero no obtuvo respuesta. Una adolescente bastante borracha entró en el portal y él entró detrás de ella, pero en lugar de subir en el ascensor con la joven, decidió subir por las escaleras. Al llegar al segundo piso, llamó a la puerta de Cristian, pero no escuchó ningún ruido dentro. Dejó la caja en la puerta. “Esto es por lo que he ido a Madrid hoy” Suspiró con resignación y regresó a su coche. Estaba muy cansado. Había pasado diez horas en el coche y se sentía demasiado frustrado como para pensar con claridad. Arrancó el vehículo y condujo hasta su casa. Decir que se sentía decepcionado era minimizar sus sentimientos. Había salido de Lugo a las cuatro y media de la mañana y había conducido hasta Madrid sólo para conseguir el casco que tanto le había gustado a Cris y que no le enviaban por correo porque era una tienda pequeña y no prestaban ese servicio, a pesar de tener una buena página web. Así que, como al día siguiente era su cumpleaños, había decidido sorprenderlo. Al llegar a Madrid había visto un enorme cartel en el que se promocionaba la compañía de ballet en la que bailaba Niko y sin pensar había cogido el teléfono y lo había llamado. Habían comido juntos, pero Nikolai tenía muchas cosas que hacer y había sido un almuerzo breve que le había dejado una sensación agradable en el pecho. Se habían conocido en San Petersburgo. Misha y Olga habían ido allí para recibir clases del gran Andrei Savchenko. Niko era uno de sus alumnos y era tres años menor que Misha. Ambos se hicieron amigos enseguida. Olya fue la primera en darse cuenta del gran parecido físico entre ambos. Misha era moreno de ojos verdes, mientras que Niko era rubio de ojos azules, pero tenían los mismos rasgos y la misma complexión. Misha había llamado a su madre adoptiva y le había pedido la dirección de su madre biológica. Nunca le había interesado demasiado, pero Nikolai le había dicho que vivía con su madre y que

ésta era soltera. Tenía que comprobarlo por sí mismo. La buscó y descubrió lo que Olga ya sospechaba: Nikolai y él eran hermanos de madre. Aquello lo había devastado. Sólo se llevaban tres años. ¿Por qué se había quedado con aquel hijo y a él lo había desechado? No lo entendía. Se sentía destrozado. En ningún momento se había enfrentado a su madre, pero Nikolai lo hizo por él. No sirvió de nada: no obtuvo las respuestas que necesitaba. Esa era su historia con Nikolai. Que alguien pensase que había algo más lo hacía sentir sucio. Además, aunque el destino no se hubiese burlado de ellos de aquel modo, Niko era heterosexual, estaba casado y tenía tres hijos. Y por lo que él sabía, nunca había sentido atracción por otros hombres. Se desnudó y se dejó caer sobre la cama. Ni siquiera la deshizo. Fuera no hacía frío. Sólo quería dormir y dormir… y liberarse del dolor que le oprimía el pecho. Cristian… No, no debía pensar en eso. Si quería seguir enfadado era problema de Cris, no suyo. Él había hecho lo correcto en todo momento. Nunca lo había engañado, ni siquiera le había hecho promesas. Tampoco lo había tocado y lo había animado a conocer gente nueva. Así que no, no debía sentirse de ese modo, y el gatito abandonado no tenía el más mínimo derecho a exigirle nada.

Cris miró a su alrededor y sus ojos tropezaron con un chico increíblemente guapo que lo miraba desde el fondo del local. Iba ya por su segunda cerveza. Seguramente de no haber tenido que conducir tanto hasta su casa, iría ya por la sexta. Bueno, no era sólo por eso. La verdad era que… la verdad era que no le apetecía tanto beber. Prefería hacer lo que le había dicho Misha: vivir la vida, disfrutarla, sentirla. O algo así. Y ahora lo que quería era aprender lo necesario para seducir a Misha. Vale, estaba furioso con él. Y también dolido. Pero sabía que no tenía derecho a sentirse de ese modo. Él había sido honesto en todo momento. Y también un estúpido, porque no

lo tocaba. Y él quería que lo hiciese. Quería saber cómo era el sexo con otro hombre. No… Quería saber cómo era el sexo con él. Pero ya que no se decidía, lo mejor que podía hacer era probar con otros. ¿No lo animaba siempre a experimentar? Bueno, pues eso haría. Hasta ahora nunca se había atrevido. Tenía la esperanza de que Misha cediese. Pero no lo había hecho. ¿Cómo iba a hacerlo si tenía a Don Perfecto para satisfacer sus necesidades? Él era guapo, tenía un cuerpo musculoso y llamaba la atención, pero no era Don Perfecto. Quizá era eso lo que más le dolía, que nunca sería lo suficientemente bueno para Misha. No necesitaba los comentarios fastidiosos de Alex para saberlo. Siempre había sido consciente de las diferencias entre ellos, pero había intentado ignorarlas. Misha nunca se había mostrado molesto por su forma de ser, ni lo había ridiculizado por su incultura. Cuando se ponía terco, le mostraba una infinita paciencia y le explicaba las cosas de distintas formas hasta que al fin las entendía. No le había mentido cuando le había dicho que nunca discutía, porque no lo hacía. Se limitaba a guardar silencio e ignorar a la persona que buscase discutir. Cris no sabía si las discusiones lo lastimaban o molestaban, porque era difícil que hablase con absoluta seriedad y, cuando lo hacía, era infranqueable. Era desconcertante porque no conocía a nadie que mostrase tanta compostura, tanta calma y frialdad. Y Misha podía ser frío como el hielo. Precisamente esa parte de él era la que más gustaba a hombres y mujeres. Todos querían romper el gélido exterior para saborear el ardor que se intuía había bajo la superficie. Y él tampoco era inmune a eso. Quería verlo perdiendo el control, gritando con furia, insultando… o, lo mejor, gimiendo, retorciéndose de placer, gritando su nombre. Pero el condenado permanecía frío, impasible. Sólo le había permitido vislumbrar sus sentimientos una vez, cuando lo había besado. Desde entonces había intentado seducirlo de mil formas, pero había permanecido impasible y tampoco había cedido a la tentación de besarlo. Aquello lo desquiciaba como no podía hacerlo nada más. ¿Cómo era posible que

permaneciese tan frío y sereno? Él había visto el bulto en sus pantalones y le había metido mano las veces suficientes como para saber que aquello era lo que se suponía que debía ser. Sin embargo ni un gemido había escapado de sus labios, ni lo había arrastrado a la cama… en realidad no había reaccionado en absoluto. En cada ocasión se había limitado a apartar su mano gentilmente, pero con firmeza. Sin reproches, sin sentirse molesto… nada. En su rostro pétreo no había ninguna emoción reflejada y si se dejaba llevar por lo que había visto desde aquel maravilloso y frustrante beso, podría convencerse de que había sido tan solo un sueño. Pero sabía que no había sido así, porque había dormido sobre él durante horas y no se había movido un milímetro, abrazándolo en todo momento. Así que no había posibilidad de que hubiese sido un sueño. De hecho, sus fantasías nocturnas iban mucho más allá que un simple e inocente beso. Suspiró enfadado y maldijo a Misha, que estaba en su mente de forma constante. Aquello no podía ser sano para él. Si no hacía algo pronto, acabaría muriendo de pura frustración sexual. Llevaba siete meses sin tener sexo. Aquello era algo novedoso para él. Y también frustrante. Estaba harto de consolarse con su mano. Necesitaba sexo ya. Y de no estar tan desesperado por seducir a Misha, ni de broma habría buscado lo que necesitaba allí, en un pub donde un grupo de tíos lo miraba como si fuese un pastel delicioso. Algunos de ellos ya se habían acercado a él estando con Misha y éste los había despedido con un gesto de la mano. Le había dicho que no eran adecuados para iniciarse en la exploración de su sexualidad. Le había preguntado por qué y había recibido un “confía en mi” por respuesta. Así que había confiado en él, porque en realidad él no tenía interés en explorar su sexualidad con nadie más que con Misha. Uno de ellos se sentó junto a él con una sonrisa lasciva. Era lo que cualquiera podría considerar una “locaza”, con sus gestos exageradamente femeninos, sus shorts demasiado cortos y su camiseta demasiado transparente, que no dejaba ver una buena musculatura, precisamente. Y llevaba tanto maquillaje, que resultaba repelente para su gusto. Incluso él, que era absolutamente inexperto en aquel terreno, podía ver que era una putilla.

- Hola… Su voz pretendía ser sugerente, pero a Cris le pareció aflautada, carente de los ricos matices de la varonil voz de Misha. - Hola. No había razón para ser maleducado. Y si realmente era una putilla, probablemente podría darle aquello que Misha no le daba. - ¿Dónde está la Reina de Hielo? - ¿Quién? - La Reina de Hielo, querido. Alto, moreno, ojos verdes, cuerpo de Adonis… ya sabes… vienes con él. - ¡Ah! - Exclamó comprendiendo - ¿Por qué le llamas la Reina de Hielo? La putilla parpadeó sorprendida. - Todos aquí se lo llaman. Viene, elige al que le gusta, se lo folla en la parte de atrás y luego se va sin una palabra. Cuando sale de allí – Señaló con la cabeza un reservado – parece que en lugar de haber echado un polvo ha estado cerrando un contrato de negocios o algo así. Dicen que es bueno, pero que no le gusta ceder el control. Ni siquiera habla con sus ligues. Se acerca a ellos, les señala el lugar y ellos corren como cachorritos. Nadie ha oído su voz. – Palpó los musculosos bíceps de Cris - ¿Es así contigo también? Sería una pena desperdiciar esto – Apretó el miembro de Cris, provocándole un pequeño sobresalto – con alguien tan frío. - No nos hemos acostado. – Dijo apartando la mano de su entrepierna. - Cariño, no me lo creo. Sonrió enseñándole todos los dientes. Le sorprendió ver que eran perfectos.

- Puedes creértelo. Le molestaba sobremanera que Misha hubiese acudido a aquel lugar para saciar sus necesidades mientras no dejaba que él se le acercase. - ¿Y cómo puedes resistirte a él? - Es más bien al revés. – Gruñó. - ¡Oh, cariño! – Exclamó con consternación – Ya ves por qué lo llaman la Reina de Hielo. – Suspiró teatralmente – Aunque yo podría… - De nuevo le metió mano – darte lo que él no te da. Esta vez Cris no apartó la mano. - ¿Y qué sería eso? - Lo que tú quieras, cielo. Había una promesa implícita en aquellos ojos. Pero aunque le resultaba tentador aceptar, se sentía fuera de su terreno natural. Él no quería acostarse con hombres. Sólo quería hacerlo con Misha. Apartó la mano de la putilla y negó con la cabeza. - No será hoy. Se levantó y cogió el casco de la barra. Vio la decepción del tipo y le sonrió disculpándose antes de salir. Tenía que regresar a casa. Se le habían quitado las ganas de sexo. Imaginarse a Misha con otros lo ponía enfermo. Y esa visión de él usando los cuerpos de otros hombres sin entregar nada, lo enfermaba más aún. Pensar que esa era su verdadera personalidad era decepcionante. Tenía que haber algo más bajo aquella fría fachada, porque si no era así, entonces estaba enamorado de un desconocido. Y aquello le daba miedo. Dejó la moto en el garaje y subió a su planta en ascensor. Al llegar vio sobre el felpudo la caja que Misha llevaba cuando había llegado al pub. La cogió y un sobre cayó al suelo. Se agachó y lo recogió.

Entró en el piso y dejó la caja sobre la cama. Abrió el sobre, temiendo que fuese una carta de despedida o algo similar. Le aterraba la posibilidad de perderlo. Sin embargo lo que había allí era una felicitación. Era su maldito cumpleaños. La abrió y cayó un papel. Lo cogió y lo leyó con el corazón encogido por el miedo. Llego tarde, lo sé. Pero tengo que hacer esto. Estoy sentado en el coche, no muy lejos de donde tú estás esperando e imagino que estarás preocupado por mí. También sé que te estás preguntando por qué no te invite a venir. Bueno, si abres la caja y miras en su interior, veras el porqué. No podía decírtelo. Estropearía la sorpresa. Sé que tus cumpleaños no han sido felices, que siempre estabas temiendo la llegada de tu padre porque te culpaba de haber estropeado su matrimonio, que tu madre nunca ha estado ahí para ti y que nunca has tenido una fiesta de cumpleaños. Pero este año yo quiero estar contigo. No sé cómo lo has hecho, Cris, pero has entrado en mi vida de un modo en que nadie lo había hecho antes. Estoy más cerca de ti de lo que lo he estado de nadie en toda mi vida. Gracias por estos siete meses. Feliz cumpleaños. Leyó la carta varias veces. No podía creérselo. No era capaz de reaccionar y lo único que fue capaz de hacer fue suspirar y abrir la caja. Y allí estaba el casco que no podía permitirse, ese que no le habrían enviado a casa aún cuando hubiese podido comprarlo. Lo habían visto navegando por Internet una tarde de sábado. Misha le había dicho que tenía que comprarse uno mejor, que conducía como un demente y temía que el casco que tenía no lo protegiese lo suficiente si sufría algún accidente. Aquel casco costaba más de seiscientos euros. Sintió un nudo en la garganta. Intentó contener las lágrimas, pero fue incapaz de hacerlo, así que lloró aferrado al casco y a la carta de Misha. Se sentía

estúpido. No había ido a Madrid por Don Perfecto, sino por él. Había que querer mucho a alguien para hacer un viaje tan largo en un solo día.

El sol le golpeó de lleno. Gimió y se movió en la cama, llevando los pies hacia la almohada y la cabeza hacia el lugar que habían ocupado los pies, pero ahora el sol le calentaba el trasero. No era una sensación desagradable. Y se habría quedado allí disfrutando del calor en sus nalgas de no haber penetrado en el mundo de Morfeo la terrible conciencia de que estaba desnudo y tenía las persianas y las cortinas abiertas. No era probable que lo viesen desde la muralla, pero siempre había algún cotilla husmeando donde no debía. ¡Maldita gente ociosa! Se levantó gruñendo y, ya que la habitación estaba tan iluminada y se había despertado, se metió en la ducha. En el piso de arriba unos pies correteaban pesadamente por el pasillo. Seguramente alguien había salido y la vecina había ido a curiosear por la mirilla o por la ventana. Siempre hacia lo mismo. Misha no conocía nada más insano que aquello. Ni siquiera conseguía comprender cómo podía pasarse el día pendiente de lo que hacían los demás. Estaba convencido de que, de haberse conocido cuando Misha todavía estaba descubriendo su sexualidad, aquella maruja le habría dicho exactamente lo que le gustaba. ¿No había nada más interesante en la vida de aquella mujer que husmear en la de los demás? Suspiró y dio un respingo al escuchar el timbre. A punto estuvo de resbalar y caer. Salió de la ducha y, sin secarse, fue al portero. Lo que vio a través del monitor le arrancó una sonrisa. Ni más ni menos que Cristian. Abrió y fue al baño para cubrirse con una toalla. Podía haber elegido una un poco más grande en lugar de aquella diminuta. Pero el gatito abandonado necesitaba una lección. ¡Acusarlo de viajar tan lejos por un polvo! Aunque cuando tenía diez años menos había hecho locuras peores. Rió entre dientes recordándolo y luego sacudió la cabeza, salpicando la puerta con el gesto. Al escuchar el ascensor, abrió la puerta de par en par, sobresaltando al joven.

- Veo que has recibido mi regalo. – Dijo ocupando el vano de la puerta. - Sí. Dijo mirándolo de arriba abajo. Misha pudo notar la nuez subir y bajar y estuvo a punto de echarse a reír. Sabía exactamente lo que estaba pensando. Abrazaba el casco como si fuese un salvavidas. Probablemente de haberse sentido más generoso, le habría facilitado las cosas apartándose y yendo a por algo de ropa. Pero se sentía… perverso. La vecina de enfrente salió y lo miró escandalizada. Aunque Misha sabía perfectamente que esa había sido la reacción lógica por la sorpresa. Pero las miradas que le lanzaba mientras esperaba el ascensor no tenían nada de escandalizadas. Muy al contrario. Sabía perfectamente qué aspecto presentaba, mojado y con una diminuta toalla atada a sus caderas que apenas disimulaba lo que había debajo y que dejaba tanta carne expuesta que la imaginación de la mujer no tenía mucho que hacer: se lo estaba presentando todo en bandeja. Cris era consciente de las miradas de la mujer y de las sonrisas que Misha le dedicaba, destinadas a flirtear. El muchacho carraspeó incómodo. - ¿Puedo entrar o piensas quedarte ahí enseñando toda tu anatomía? - No estoy enseñando nada que no pueda enseñarse. – Dijo mirando directamente a la mujer, que no dejaba de sonreír. Cuando entró en el ascensor, chasqueó la lengua con fastidio y se hizo a un lado para que pudiese entrar – Creía que te gustaba mi cuerpo. - Eres un engreído. El chico pasó por su lado evitando mirarlo y Misha le dedicó una sonrisa radiante. Cerró la puerta y le indicó el camino de la cocina. Se quitó la toalla y se secó el cabello con ella, ya que estaba goteando. Los ojos de Cris fueron directos a esa parte de su anatomía que tantas veces había intentado reclamar como suya. Estuvo a punto de estallar en carcajadas cuando lo vio sonrojado como un niño. No era la primera vez que lo veía desnudo, pero sí era la primera vez que se sonrojaba. Pasó por su lado, rozándolo a propósito, y le señaló la cafetera. - Puedes desayunar si no has desayunado aún. – Cris asintió, evitando

mirarlo – Iré a vestirme, ya que te molesta tanto mi desnudez. Al salir por la puerta dándole un gran panorama de sus posaderas, escuchó un gruñido que no supo cómo traducir. Misha era un provocador. Le gustaba jugar, tantear, excitar… pero jamás sobrepasaba los límites que él mismo se había marcado. Y en este caso su límite con Cris era el sexo. Lo deseaba, sí. Lo deseaba con tanta intensidad que le dolía el cuerpo cada vez que lo tenía cerca. Tenía que aferrarse a su férrea disciplina para no abalanzarse sobre él cada vez que intentaba seducirlo. Su torpeza le resultaba excitante, conmovedora. Lo amaba, lo deseaba, lo necesitaba… pero no cedería. No podía hacerlo. Si por ceder a la tentación acababa con el corazón destrozado, no podría soportarlo. Sabía que cuando se fuese sufriría, pero más sufriría si además lo metía en su cama. Se conocía y si se abría demasiado a él acabaría metiéndolo en su casa. La última vez había sido demasiado dolorosa. No pensaba sufrir una tercera vez. Tenía 34 años y se había prometido a sí mismo que Alex sería el último. Pensaba mantener esa promesa, aunque su corazón y su cuerpo gritasen el nombre de Cristian. Sus sentimientos no habían surgido espontáneamente. De hecho, había sido un proceso lento. El hecho de sentirse bien con el gatito abandonado hacía mucho más difícil mantener la promesa. Le gustaba la compañía del chico y aprovechaba su tiempo libre para estar con él. Nunca se había molestado tanto por alguien. Y desde luego, no había recorrido 500 kilómetros para comprar un regalo por nadie. Y mucho menos sin esperar nada a cambio. Y con eso se refería al sexo, claro. Se puso un chándal y fue hasta la cocina, donde Cris tomaba un café con leche mientras miraba por la ventana. Al volverse pudo ver el alivio en su rostro. Estaba perfectamente vestido eso lo tranquilizaba considerablemente. No pudo evitar sonreír. Quería tomarlo entre sus brazos y darle lo que pedía… pero no podía hacerlo. No podía abrirse. No de ese modo. - ¿Estás enfadado? – Preguntó Cris dubitativo. - No.

Cogió un par de croissants de una bolsa y se los dio para acompañar la leche. Como el chico desayunaba a menudo en su casa, solía tener bollería o aquello que le gustaba para él. - Lo siento. – Misha asintió mientras se servía un café – Vi la fotografía y pensé… - Pensaste que había ido a Madrid para echar un polvo. – Cris se encogió de hombros reconociendo de ese modo que así había sido – Pues te equivocaste. Y Alex también. Fui a comprar esta cosa. – Señaló el casco con un gesto de fastidio. - ¿Cómo has sabido lo de Alex? - Le pregunté a Iván, claro. – Tomó un sorbo de café – Te molesta no haberme visto bailar. – Cris asintió – Y no tenías ni idea de que estudié ballet – Cris negó con la cabeza – Sin embargo nunca me has preguntado. - Te veía bailar y no pensé nunca que… - Entiendo. – Rió divertido. - ¿Te hace gracia? - Sí. La verdad es que me hace mucha gracia. Y si tú supieras mi verdadera relación con Nikolai, también te reirías. Rió de nuevo y terminó el café. Cristian bufó mostrando su disconformidad. - ¿Y cuál es tu relación con él? – Preguntó un tanto inseguro. - No voy a contestar tus preguntas ahora. Antes te voy a mostrar algo que no has visto nunca. - ¿Qué es? – Preguntó Cris con curiosidad. - Algo que quieres ver. – Una sonrisa perversa asomó a sus labios - ¿Has acabado ya? Cristian asintió y cogió el casco, dispuesto a seguirlo. - No te hace falta, vamos cerca y podemos ir caminando. – Le dijo Misha

cogiendo las llaves del cenicero que había sobre la mesa y que utilizaba exclusivamente para poner cosas como notas, llaves o monedas. Cris siguió a Misha hasta la academia, que estaba a dos calles del apartamento. No comprendía por qué lo llevaba allí, pero no protestó. Si acompañarlo en silencio significaba obtener respuestas, él no se negaría. Quería saber quién era ese tal Nikolai y qué relación tenía con él. Pero Misha no era una persona tan fácil y, por lo tanto, no tenía la costumbre de facilitarle las cosas a los demás. Obviamente tampoco pensaba hacerlo ahora, ya que cerró la puerta de la academia con llave y lo llevó a una sala muy grande que no había visto nunca. Lo miró sin comprender, pero no se atrevió a preguntar. Lo vio dirigirse a una de las barras y comenzó a hacer estiramientos. - Misha… Quería preguntar, pero no se atrevía a hacerlo. Intuía que el ánimo de su amigo no era el propicio para acribillarlo a preguntas. Lo había llevado hasta allí y ahora estaba haciendo estiramientos y ejercicios mientras ignoraba su presencia. No entendía por qué lo había llevado allí si se iba a poner a hacer ejercicio, ni por qué le había dicho que le iba a enseñar algo que quería ver. Sabía que estaba enfadado. Él no se enfadaba como los demás. No gritaba, no miraba mal, no golpeaba... pero había algo en su expresión corporal que a Cristian le daba más miedo que un grito o una actitud violenta. Todo su cuerpo hablaba de enfado y de algo más que no podía identificar. Y temía que su actitud de la noche anterior lo alejase de él para siempre. Seguía molesto y decepcionado por el hecho de que no le hubiese hablado del tal Nikolai y por lo que le había contado aquella putilla. Este último tema le resultaba espinoso. Durante todo ese tiempo él se había mantenido célibe a la espera de conseguir lo que quería de Misha y éste había utilizado los cuerpos de otros para satisfacerse. Le parecía un poco exagerado eso de que ni siquiera supiesen cómo era su voz, porque incluso él había hablado con las mujeres con las que se había acostado. Al menos para llevárselas a la cama. Además, ¿qué pasaba con los gemidos? ¿Es que Misha no gemía? Aquella imagen de Misha tan frío y contenido le resultaba desconcertante, pero viendo cómo mantenía los sentimientos a raya, no le parecía del todo

descabellado. Por otra parte, había viajado hasta Madrid para comprarle el casco. Su regalo de cumpleaños y ni siquiera se lo había agradecido (¿cómo hacerlo si lo había recibido en cueros? Él no era de piedra). Cris sabía que había que querer mucho a alguien para hacer algo así. Además, el Misha que él conocía era dulce y cariñoso, risueño y muy generoso. Pero también había visto la parte fría y contenida. De hecho, la estaba viendo ahora mismo. Bueno, en realidad lo que estaba viendo ahora era una perspectiva inmejorable de sus glúteos constreñidos por el chándal en una postura que él habría aprovechado para algo más interesante que un simple ejercicio. Incluso habría aprovechado bien la increíble elasticidad de su amigo. Pensar en eso hizo que sintiese un tirón en la entrepierna. Y cuando vio que Misha se acercaba a él y le decía que se moviese hacia la pared mientras se quitaba el chándal hasta quedarse en calzoncillos, creyó que el cielo se había abierto y que por fin había decidido ceder. Se le secó la boca y su pene pulsó con fuerza contra la cremallera del pantalón. Estaba paralizado. Pero Misha ni siquiera se había dado cuenta y, si lo había hecho, había decidido ignorarlo. Se inclinó, sacó un CD de la bolsa de deportes que había llevado, se dirigió hacia el reproductor de CD que había en la otra esquina y lo introdujo. Con el dedo en el botón de pausa, se volvió hacia Cris. - Lo que te voy a mostrar ahora son dos variaciones. La primera pertenece a la Bella Durmiente y es la variación del príncipe Désiré. No te voy a explicar la historia, seguro que conoces el cuento de hadas. La segunda pertenece a La Bayadera y es la variación del guerrero Solor. Las interpreté en Francia y Rusia con bastante éxito. Lo de quedarme en calzoncillos… - Sonrió malicioso – No tengo mayas aquí y con ese chándal no podrías percibir bien los movimientos. – Pulsó el botón del play y se colocó en posición – Tenía un amigo que decía que para mostrar la belleza del ballet a los renegados, lo mejor era hacerlo desnudos. No estoy de acuerdo. Al menos hay que llevar unos calzoncillos. Cristian lo miró atónito. ¿Para eso lo había llevado allí? ¿Para que lo viese bailar ballet? ¿No se había desnudado para seducirlo? Aquello lo mortificó. ¡Y él que se había hecho ilusiones! No le gustaba el ballet, le parecía ridículo ver a tíos en mallas dando saltitos y a tías con tutú torturando los pies de aquella forma monstruosa. Pero cuando

Misha comenzó a bailar, se olvidó de su forma de pensar y se maravilló por aquellos gráciles movimientos. Los saltos, las piruetas, la forma en que su cuerpo se contorsionaba. Podía ver cada músculo flexionarse y estirarse de un modo que no había visto jamás. Desde luego ver a Misha haciendo eso, lo tenía fascinado. Le supo a poco, pero no parecía dispuesto a darle más. Se puso el chándal y se dejó caer a su lado. - ¿Eras bueno? Preguntó observándolo detenidamente - Soy bueno. La afirmación tajante lo sorprendió. Se suponía que uno no podía decir esas cosas de sí mismo. Pero allí estaba él, diciéndolo sin pudor ni arrogancia y sin pizca de engreimiento. Era una afirmación convencida, como si lo supiese con tanta certeza como que fuera brillaba el sol. - Pero no estás en una compañía de ballet. No sabía por qué, pero le parecía que si era tan bueno como decía, debería estar en una compañía, no en aquella mierda de ciudad sin oportunidades. - Lo estuve. - ¿Y por qué no estás en una ahora? - Es una larga historia. Se mostraba evasivo, pero no iba a dejarlo pasar. Quería respuestas y las quería ya. - Quiero escucharla. - Pero yo no quiero contarla. No te traje aquí para eso. Tú te quejaste de que no me habías visto bailar y te he dado una pequeña muestra. Nada más. - Me prometiste respuestas. - Te prometí otro tipo de respuestas. – Lo miró a los ojos y su determinación se mostraba en la mirada, implacable como él.

Asintió. Ya preguntaría por eso más tarde. No pensaba dejar el tema de lado. - Está bien… ¿qué relación tienes con el tipo de la foto? - No la que tú crees. – Cris lo fulminó con la mirada al ver que no tenía intención de contestar. Misha suspiró con resignación. – Es mi hermano. Cristian abrió la boca a causa de la sorpresa pero la volvió a cerrar sin saber qué decir. Pasaron unos minutos hasta que consiguió hablar de nuevo. - Tú sólo tienes una hermana. Se sentía molesto. De nuevo le mentía. - No. Olya y yo no somos hermanos de sangre. El único parentesco sanguíneo que tenemos es que somos primos. Mi madre biológica es su tía. Mi madre adoptiva es la mía. – Cristian lo miró confuso – Ya te dije que mi madre me abandonó cuando tenía cuatro meses. – Cris asintió – Bueno, pues esa es la historia. Nikolai es hijo de mi madre biológica. Por lo tanto somos hermanos. - ¿Quieres decir que Alex mintió? Misha pareció pensar en ello unos minutos. - Creo que no lo hizo de forma consciente. Seguramente pensaba que sí tenía algún tipo de relación de índole sexual con él. Pero eso sería obsceno. – Se estremeció al pensarlo y Cris lo secundó. - ¿Por qué no me lo contaste cuando te pregunté por él? - No me apetecía. De nuevo silencio. Cris intentaba elegir las palabras cuidadosamente, pero era un desastre en eso. - ¿Por qué te hiciste esas fotos? - Ya te lo dije: necesitaba dinero.

- ¿Para qué? - No voy a decírtelo. Cris gruñó fastidiado. Misha era más difícil que sacarle respuestas a una pared de hormigón. - ¿Por qué te llaman la Reina de Hielo? Se alegró de haberlo sorprendido. Aunque no le hizo gracia que pusiese distancia física entre ellos. - ¿Has estado allí de nuevo? No sabía qué le resultaba más desconcertante, que conociese el mote o que lo identificase con tanta rapidez e indiferencia. - Sí. - Entonces quien te haya dicho cómo me llaman allí sin duda te habrá hablado de por qué me llaman así. - ¿Y es cierto? - Sí. Lo miró horrorizado. Lo decía con tanta calma, como si estuviese confirmándole cualquier cosa sin importancia, que durante unos segundos no supo qué decir. - ¿Y lo dices tan tranquilo? Había sonado exactamente igual que Caro y se estremeció al recordarla con los ojos echando chispas y la promesa de una buena bronca en función de su respuesta. ¿Se vería él del mismo modo? Misha se encogió de hombros y se estiró perezosamente. - ¿Debería mentir? – Cris negó con la cabeza – Entonces, ¿qué te molesta exactamente?

- Que te los tires. - No creo que mi vida sexual sea de tu incumbencia, Cris. No somos pareja, ¿recuerdas? Aquellas palabras dichas con tanta suavidad, lo lastimaron más que cualquiera de los gritos y pataletas de Carolina. - Tienes razón. Pero que ni siquiera hables con ellos… - ¿Y para qué? Sólo es sexo. No necesito hablar para expresar lo que quiero y tampoco necesito mentirles. No son mujeres, no es necesario engañarlos. – Se encogió de hombros con indiferencia – Vienen porque quieren. Nunca se han quejado. - Dicen que nunca cedes el control. Misha bufó. - Si eso quiere decir que no pongo el culo, es cierto. Y no me gusta ser pasivo con tíos a los que no conozco. ¿Es un crimen? Cris lo miró como si fuese un desconocido. - Eso que dices es una mierda, Misha. Todos tenemos sentimientos. Misha alzó una ceja burlón. - Claro, es que tú estabas enamoradísimo de todas las mujeres con las que te acostaste, ¿verdad? - No es lo mismo. - ¿Por qué? ¿Porque tuviste que engatusarlas para llevártelas a la cama? ¿Y les hiciste arrumacos después? Se burlaba de él y aquello le dolía. Nunca lo había visto de aquella forma, nunca se había sentido tan decepcionado con nadie.

- No. Pero al menos sabían cómo era mi voz. Y me quedaba con ellas toda la noche. - ¿Y de qué les sirvió? ¿Volviste a meterlas en tu cama? ¿O eran polvos de una noche? – Cris bajó la mirada – Ya me parecía a mí. Tú las engañabas con palabras bonitas, yo los miro y no necesito hablar. No necesito engañarlos. Y si alguno espera algo más, es cosa suya. No doy pie a nada. - ¿Y por qué buscas a esos tíos si yo te he ofrecido mil veces lo que ellos te dan? No pudo evitarlo. La pregunta salió de su boca cargada de rabia y frustración, pero no se avergonzaba. Misha le dedicó una sonrisa que le pareció diabólica. - Ese es el punto, ¿verdad? Ese es el eje de esta conversación. – Apartó la mirada y la clavó en el espejo en el que se reflejaban los dos – El sexo. El sexo que me niego a darte. - Sí. - ¿Por qué es tan importante para ti? Te doy todo lo demás, ¿no? - No es suficiente. - Y yo no puedo darte más. - No, no quieres darme más. Eso es lo que pasa. Que no te da la gana y me engañas diciendo que no puedes. Estaba enfadado, celoso y se sentía humillado. ¿Por qué lo trataba así?

Misha observó a Cristian unos minutos antes de hablar. Aquella conversación lo incomodaba. Pero cuando le había preguntado sobre el mote que le habían puesto en el pub supo que iban a suceder dos cosas: la primera que se iniciaría una ruptura y, la segunda, que aquello lo destrozaría. El hecho de que no dudase ni un instante de que lo que le habían contado era cierto,

lo ofendió. Era cierto que no hablaba con aquellos hombres. O al menos no más de lo necesario. ¿Para qué? Si querían lo mismo y estaban de acuerdo con los términos no necesitaban palabras. Cuando elegía a alguien para tener relaciones sabía muy bien cómo hacerlo. Además, nunca le había hecho promesas al chico y se comportaba como un novio celoso, cuando no tenía el más mínimo derecho a hacerlo. Asumía su parte de culpa: debería haberle puesto freno cuando empezó. Y ahora le reprochaba que no le diese sexo. Eso lo enfurecía. Nunca le había dado a entender que algún día se acostaría con él. Lo había animado a conocer a gente nueva y había alentado su sueño de tener una familia. ¿Qué papel podía desempeñar Misha en ello? Desde luego ni él ni Cristian estaban diseñados biológicamente para tener hijos. Eso por no mencionar el hecho de que la casa con jardín, los niños y el coche familiar no era su sueño, sino el del chico. Si le daba lo que pedía, si iniciaban una relación como la que quería Cristian, ¿qué sucedería con esos sueños? El gatito abandonado quería una familia tradicional porque no la había tenido nunca. Misha sabía que, pasado el tiempo, volvería a desear eso con todas sus fuerzas. Y entonces se desharía de él, dejándolo con un corazón destrozado y sin ganas de seguir adelante. Suspiró y se dejó caer de espaldas. Aún sin mirarlo podía percibir su rabia. - ¿Eso es todo lo que te interesa, Cris? ¿Es el sexo tan importante para ti? - ¡Sí! – Exclamó el chico con furia. - Está bien. Sabía que se arrepentiría de eso, que sería el principio del fin. ¿Quería sexo? Lo tendría. Pero en ese momento algo murió en su interior. No sabía explicarlo. Era solo que… era solo que el sexo lo estropeaba todo. Se puso en pie, cogió la bolsa de deportes y le indicó con la cabeza que lo siguiera. No se sentía preparado para darle lo que quería. Podría darle placer, podría llevarlo por caminos que nunca había conocido. Pero no sería capaz de darle afecto al terminar, no del modo en que él quería.

Alex y Damien lo habían mutilado brutalmente. Llegaron a su piso y Misha lo condujo al dormitorio. Se aseguró de tener las cortinas cerradas y dejó la bolsa de deportes en el suelo. - ¿Estás seguro, Cris? – Preguntó mirándolo a los ojos. Esperaba que dijese que no, que saliese corriendo de allí y le evitase tener que hacer aquello. Lo deseaba, lo amaba, pero sabía que aquello estaba abocado a un final y el sexo sólo aceleraría el indeseado desenlace. Cris no era como él, no estaba hecho para ese tipo de relaciones. El chico necesitaba una familia tradicional, no una relación homosexual. Pero no se negó, sino que asintió y tragó saliva. Misha suspiró y se acercó a él. Lo desnudó lentamente, sin tocar su piel más de lo necesario. Pero para Cristian era suficiente, contenía la respiración o respirada agitadamente según dónde se encontrasen sus manos. Maldijo mentalmente al chico y su propia estupidez al consentir que las cosas llegasen tan lejos. Acabó de desnudarlo de forma tan deliberadamente lenta, que supo sin dudar que si se lo permitía, el gatito abandonado acabaría pronto. Nunca le había gustado iniciar a nadie. Por norma sólo se acostaba con aquellos que ya tenían cierta experiencia. Los novatos no le agradaban. Eran demasiado ansiosos, tenían demasiada prisa. Y eso no estaría mal si no fuese porque a Misha no le gustaba hacer las cosas de forma precipitada. Excepto cuando se trataba de polvos rápidos. Y no le iba a dar eso a Cris. Al menos le debía algo más. Se desnudó también y vio el desconcierto del muchacho al ver que él no lucía una erección como la suya. Bueno, ¿y qué esperaba? Él no quería aquello. No podía pretender que se sintiese del mismo modo que él, ¿no? Sí lo deseaba, pero no así, con el final de su amistad pendiendo sobre sus cabezas. Se situó frente a él y sonrió al verlo ruborizado. Pero no estaba avergonzado, sino asustado. - Fue genial verte bailar… - Dijo con voz entrecortada.

- Lo sé. – Murmuró tomando su rostro entre las manos. - Deberías hacer algo con ese engreimiento tuyo. – Gruñó sonrojándose más cuando Misha cubrió la distancia que los separaba. - ¿Por qué? Es parte de mi arrebatador encanto. – Respondió sonriendo. Cristian abrió la boca para contestar, así que aprovechó la oportunidad para introducir la lengua en su boca y silenciarlo. Lo sorprendió y sintió su intención de separarse, pero luego cedió al beso y se aferró a sus hombros. Misha lo besó lentamente, sin prisas, acariciando cada rincón de su boca. Cris intentaba acelerar el beso, pero no pensaba consentírselo. Si lo iba a iniciar, lo haría a su modo. Y el gatito abandonado no tenía nada que decir. Apretaba sus hombros, y su cuello, tironeaba de su cabello… le decía de mil formas que tenía prisa. Le dolía el cuero cabelludo de los tirones, así que sin interrumpir el beso, le apartó las manos gentilmente. Notó que el muchacho no sabía qué hacer con ellas, así que las colocó sobre las nalgas. Cristian se resistió a tocar aquella parte de su cuerpo, pero finalmente cedió y acabó por apretar los firmes glúteos. Misha sintió molestias en el cuello. Estaba inclinado, intentando saborear a Cris que, debía reconocerlo, era todo lo que había esperado y más. Lo llevó hasta la cama y se colocó sobre él para continuar sin romper el contacto. Ahora la tensión del chico se hizo más evidente, porque no sólo estaban en contacto sus cuerpos desnudos, sino que también sentía el pene de Misha presionando contra el suyo. Estaba tan tenso y era tan reacio a seguir con el beso, que se apartó un poco, lo justo para mirarlo a los ojos y ver el miedo en sus ojos. - ¿Estás bien? - Yo… sí… - Apartó la mirada unos segundos y Misha lo obligó a mirarlo tomándolo de la barbilla – Lo siento… - ¿Quieres que pare?

- No… sólo me siento extraño. Es decir… tú eres un hombre y yo nunca… Misha sonrió y lamió sus labios. - Cris, puedo parar esto si tú quieres. Sólo tienes que decirlo. Si no me lo pides ahora puede que después sea demasiado tarde. Cristian negó con la cabeza y Misha suspiró. Le había dado su oportunidad, si no quería detenerlo, él no lo haría. Y en aquel preciso momento le importaba muy poco su amistad. Y no porque no la apreciase, sino porque estaba muy excitado y detenerse ahora sería una tortura para él. Así que se inclinó de nuevo y lo besó, mientras con una mano acariciaba su nuca para calmarlo. Igual que haría con un perro. Pero Cris no sabía eso. Reaccionó como quería y entonces se permitió el prestar atención a su cuello mordisqueando, lamiendo y besando. Cristian se resistía a dejarse llevar por el placer y su erección había desaparecido. Sin embargo Misha sabía bien lo que debía hacer. Llegó a los pezones y los lamió y succionó hasta arrancarle gemidos de placer. La entrepierna del joven reaccionó y su cuerpo se retorcía bajo las manos expertas de Misha, que observaba las reacciones del chico, aprendiendo cómo debía tocarlo para proporcionarle placer. Le gustaba el modo en que se había sonrojado su piel. Había cerrado los ojos con fuerza. Sabía que no quería ver, que le daba miedo mirarlo. Su primera vez con un hombre. Misha pensó que no debía ser fácil verse en esa situación. Siguió descendiendo, saboreando cada centímetro de piel y guardándolo como recuerdo, porque sabía que aquello no se repetiría más. E hizo lo que sabía que conseguiría que el chico perdiese la cabeza y se dejase llevar sin inhibiciones: metió su pene en la boca. Escuchó un grito de sorpresa y luego fuertes gemidos, acompañados de movimientos de caderas involuntarios. Llevó a Cristian al borde dos, tres veces, pero ninguna le permitió desahogarse. El muchacho se retorcía desesperado y por fin abrió los ojos. Le

suplicó con palabras, con gestos. Y le dio lo que pedía, pero no como lo habría deseado, sino que se situó sobre él y empujó sus caderas haciendo que la fricción de ambos miembros los llevase al clímax. Cristian no podía creer que aquello estuviese sucediendo de verdad. Sí, había sido todo bastante frío. De hecho, al principio Misha parecía fastidiado. Y aquello le había provocado un ataque de timidez. El hecho de que el cuerpo de Misha fuese tan similar al suyo, era desconcertante. Pero más desconcertante le resultaba el ser consciente de que le resultaba desconocido. Él no estaba acostumbrado a cuerpos musculosos, sino a suaves y delicados cuerpos femeninos. Todo lo contrario que el cuerpo de su amigo. Y, aunque se suponía que por el hecho de ser hombre debería saber perfectamente qué hacer, lo cierto era que no tenía ni idea. Pero no podía explicar eso. Le turbaba. De hecho, todo aquello le daba muchísima vergüenza, porque se sentía como una virgen que se enfrenta al sexo por primera vez. Y se sentía afortunado de haber esperado a Misha, porque era obvio que era un hombre experimentado. Aquello lo mortificaba, porque no sabía dónde debía tocar. El tacto de la piel de Misha era agradable, porque no solo se depilaba completamente, sino que también utilizaba distintas cremas que conseguían que se mantuviese suave. Sin embargo añoraba el cuerpo suave, blando y moldeable de una mujer. El cuerpo del otro hombre era tan firme que le resultaba extraño, ajeno. Cuando se vio arrastrado al lecho, fue consciente de que lo que llevaba meses deseando iba a suceder y se sintió ridículamente inexperto y torpe. Se preguntó si cuando lo echase de su lado Misha sería cruel o se mostraría amable porque nadie quería en la cama a alguien tan inexperto y mucho menos a alguien que no sabía qué hacer con las manos. Lo mejor que se le ocurrió fue enredarlas en el edredón, pero cuando iba a hacerlo se dio cuenta de que la sangre había dejado de llegar al único lugar donde debería estar concentrada ahora mismo. Se sentía avergonzado. Nunca le había sucedido y desde luego, se sentía cada vez más torpe. Se imaginó a Misha riéndose de él y el pánico lo invadió. Era incapaz de concentrarse en lo que estaba haciendo. Pero el otro hombre sabía bien qué debía hacer y lo

hizo. Si hubiese podido hablar, le habría dicho que podría tener un orgasmo sólo con la atención que dedicaba a sus pezones. Era su parte más sensible y erógena pero, por alguna razón, las mujeres apenas le dedicaban tiempo a esa parte de su cuerpo. Sin embargo Misha los trataba con suma delicadeza succionando, lamiendo, mordisqueando y soplando sobre ellos con suavidad. La erección regresó y él se retorcía como nunca lo había hecho. Arqueaba la espalda pidiendo más, rogando porque no se detuviese. Pero lo hizo y, antes de que pudiese protestar, su boca había atrapado su miembro, enterrándolo en su interior hasta la garganta. Y gimió de un modo que le resultó desconocido. Nunca le habían hecho algo así, nunca habían conseguido que una felación se convirtiese en algo tan excitante. De hecho, excitante no era la palabra adecuada para describir lo que sentía. Misha lo llevaba al orgasmo una y otra vez, pero justo cuando se suponía que debía empujar más fuerte para que pudiese liberarse, se detenía y volvía a comenzar la deliciosa tortura de nuevo. Hasta que suplicó con desesperación. Entonces Misha hizo algo que lo volvió loco: se subió sobre él y se frotó de tal modo, que ambos llegaron al orgasmo al mismo tiempo. El mejor orgasmo de su vida. Y se quedó tumbado, laxo, sin saber qué decir. ¿Increíble? ¿Alucinante? ¿Único? No había palabras. Y si existía alguna que lo describiese, él no la conocía. Cuando Misha se levantó y fue al baño, Cris entró en un estado de aturdimiento que no debería haberse dado. Sintió que su amante lo limpiaba y lo cubría con las mantas, pero no habló. Escuchó su pregunta, pero no la entendió. Suponía que le había preguntado si se encontraba bien, pero no contestó. No sabía cómo se sentía, ¿qué podía decir? Había pasado casi ocho meses acosando a Misha. Le había metido mano, había intentado besarlo, le había hecho reproches como si fuesen pareja y ahora que había conseguido lo que quería, sentía que algo estaba terriblemente mal. ¿Era eso a lo que se refería Misha cuando le había dicho que el sexo lo estropeaba todo? Sentía vergüenza porque un hombre hubiese despertado en él la parte pasional que desconocía. Sí, siempre había disfrutado del sexo, pero nunca de ese modo. Nunca había perdido del todo la conciencia de lo que sucedía olvidándose incluso del placer de su pareja, porque ante todo siempre había sido un amante

generoso. Sin embargo ni se había planteado hacerle a Misha lo que éste le había hecho a él. Se sentía confuso, perdido. Sus valores se tambaleaban peligrosamente. Porque una cosa era tontear y otra muy diferente acostarse con otro hombre. Podía escuchar las burlas, las risas, los cuchicheos. Y, sobre todo, la palabra maldita: “maricón”. Él la había usado muchas veces, se había metido con muchos gays. No los despreciaba realmente, pero durante mucho tiempo había pensado que tenía una imagen que mantener y aquello le hacía parecer guay a ojos de las mujeres. Claro que el hecho de que fuesen todas unas barriobajeras descerebradas que tenían más afecto a un calimocho que a sus padres, no importaba demasiado. Siempre había vivido de su imagen y creía que era lo único que tenía. Pero Misha había desbaratado su mundo de formas que nunca había imaginado. Sintió el peso del otro hombre a su lado y, cuando intentó abrazarlo, lo apartó. Se levantó de golpe y buscó su ropa. Se vistió en silencio. - Tengo que irme. – Dijo sin mirarlo. Seguramente si hubiese levantado la vista y hubiese pensado dos segundos en alguien más que él mismo, se habría dado cuenta del dolor que asomaba a los ojos de Misha. - La cena de esta noche en el restaurante sigue en pie, ¿no? - Sí… sí. Esta noche. No quería mirarlo. Salió de la habitación y fue a la cocina a buscar el resto de sus cosas. Agradeció que Misha no le pusiese las cosas difíciles porque si le hubiese pedido alguna explicación, no habría sabido qué decir. Salió del piso como alma que lleva al diablo y ni se molestó en esperar el ascensor. Bajó las escaleras de tres en tres hasta llegar a la calle y se subió en su moto sin mirar atrás. Si lo hubiese hecho, habría visto a Misha en la ventana, con una expresión de profunda decepción en el rostro. Pero Cris no quería pensar en Misha. No lo culpaba por lo sucedido, porque de hecho el único culpable era él. Él y su maldita obsesión por un hombre. No, obsesión no.

Estaba enamorado. Tan enamorado que sentía pánico. Tan enamorado que le aterrorizaba la idea de iniciar algo con él. Misha no era la idea que él tenía de una familia. Si se dejaba llevar por lo que sentía, se quedaría al lado de aquel hombre para siempre. ¿Y dónde quedarían sus sueños? Quería ser padre y darle a sus hijos todo lo que él no había tenido. Y eso significaba una mujer, una casa con jardín, paseos dominicales y un coche familiar aparcado en el garaje de una casa de dos plantas. Misha podría darle la casa con jardín y el coche familiar, incluso el sexo y el amor, pero no los hijos. Llegó a casa y se dejó caer sobre la cama. Gimió y se insultó de todas las formas posibles. Cuando perseguía a Misha no tenía ni idea de que el sexo podría ser tan… maravilloso. Nunca lo habían llevado al Paraíso de aquel modo y seguramente nadie más lo haría. Y aquello lo aterraba. Con Caro no había comprometido realmente su corazón. Ella era cómoda, a pesar de ser tan confortable como un cactus. Durante mucho tiempo había pensado que aquello era amor, pero no lo era. Y ahora se daba cuenta. Amor era lo que sentía por Misha y lo que Misha sentía por él. Amor era desear pasar el resto de su vida con alguien, pero no por comodidad, costumbre o como si fuese una tabla a la que aferrarse. Y hacía menos de una hora había descubierto que no quería poner su corazón en manos de otra persona porque al final todos lo abandonaban: su madre, Mary, las putas que su padre traía a casa, Caro… y Misha acabaría marchándose también. La Reina de Hielo, lo llamaban. ¿Acaso eso no significaba nada? Para Misha lo sucedido no significaba nada. ¿Acaso no se había mostrado fastidiado justo antes de empezar? Enterró la cabeza en la almohada. Aquello tenía que terminar ya. No podía dejarse llevar por lo que sentía. Él no tenía valor para mantener una relación de ese tipo. No quería ser el hazmerreír

de todos, ni perder la oportunidad de formar una familia. No lo haría ni aunque el corazón se le estuviese desgarrando del modo en que lo estaba haciendo. Ni aunque se desangrase sobre la cama a causa de las heridas que él mismo se estaba infligiendo.

Capítulo 7

A Misha le había sorprendido la reacción de Cris, pero la había aceptado y se había mostrado comprensivo. Había esperado que aquella noche pudiesen hablar sobre lo sucedido y tratar de rescatar su amistad. Al menos después de la fiesta de cumpleaños que le había preparado. Pero llevaban ya dos horas allí y él no había aparecido. Era obvio que no iba a aparecer. No le había hablado de la fiesta. Su intención había sido sorprenderlo y regalarle el cumpleaños que nunca había tenido. Allí estaban Julián, Olga, los compañeros de trabajo de Cris y un par de alumnos de la academia con los que se llevaba bien. No había más personas a las que invitar. Y ahora todos lo miraban con lástima, mientras la fiesta se había ido desarrollando con total normalidad desde hacía una hora, en la que había decidido que debían celebrarla se presentase el invitado de honor o no. Había estado evitando a Olya. Sabía que le preguntaría qué había sucedido y no se sentía bien para explicárselo. Ni siquiera él sabía qué sucedía. Sólo sabía que Cris se había marchado de su casa sin dirigirle una mirada, que no se había presentado en la fiesta y que no contestaba a sus llamadas. El hecho de que le estuviese dando puerta de aquel modo lo enfurecía, decepcionaba y humillaba por igual. Lo había acosado hasta conseguir lo que quería y, una vez conseguido, ya ni siquiera se dignaba a hablarle. - Misha, ¿estás bien? Se volvió hacia la preocupada voz de Julián sonrió. - Sí… supongo. - ¿Quieres hablar? - Si vas a contárselo a mi hermana, no. – Julián negó con la cabeza. - ¿Dónde podemos hacerlo? - En mi oficina. Lo siguió hasta la pequeña habitación después de asegurarse ambos de que

Olga no los miraba. Se encerraron allí y se sentaron cómodamente en el pequeño sofá. Misha suspiró ruidosamente. - No sé por dónde empezar. – Murmuró. Luego miró a Julián y volvió a suspirar – Esta tarde me acosté con Cristian – Julián lo miró con consternación – Llevaba siete meses acosándome incansable y no soy de piedra. – Se defendió. - ¿Y qué pasó? - No tengo ni idea. Se largó sin mirar atrás. Es más, parecía que lo perseguía el diablo. El silencio cayó sobre ellos como una pesada losa. Misha sabía que Julián sentía un afecto especial por Cris y, desde luego, no quería que se sintiese entre la espada y la pared por su culpa. Al fin y al cabo, lo que sucediese entre el gatito abandonado y él era cosa suya, nadie tenía por qué sufrir las consecuencias de su estupidez. Sabía que su futuro cuñado estaba buscando las palabras adecuadas para contestar y era obvio que estaba fracasando miserablemente en el intento. - ¿Y qué harás? – Preguntó al fin, renunciando a toda pretensión de decir lo correcto. - Nada. – Respondió Misha encogiéndose de hombros – Es decisión suya. Yo no puedo hacer nada para hacerlo volver. - Pues no deberías abandonar con tanta facilidad. Misha soltó una risa amarga. - No es la primera vez que paso por esto. Sobreviviré. – Se levantó le palmeó el hombro derecho – No te preocupes, Julián. No te pediré que lo despidas ni nada similar. Soy mayorcito y creo que puedo asumir las consecuencias de mis actos. El otro hombre lo miró agradecido y luego preocupado. - ¿No vas a buscarlo?

- Sí. Voy a ir a su casa y dependiendo de lo que me encuentre, tomaré una decisión. - ¿Le hablarás del viaje? Misha negó con la cabeza. - No se lo merece, ¿no crees? Me persiguió hasta que consiguió lo que quería y luego me dejó sin una palabra. Al menos Damien tuvo la amabilidad de fingir una ruptura. Julián contrajo el rostro al escuchar aquel nombre. Olya le había hablado de él. El primer amor de Misha, que lo había abandonado al menor síntoma de dificultades, cuando más necesitaba a alguien a su lado. “No quiero problemas ni personas enfermas a mi lado”, le había dicho. Julián no tenía ni idea de cómo se habría sentido de haber estado en el lugar de Misha, enfermo y con el corazón destrozado, haciendo de todo para conseguir dinero para un tratamiento que no estaba a su alcance, perdiendo su plaza en la compañía de ballet en la que era el bailarín principal. Aquella enfermedad había destrozado su vida, pero él se había levantado y había continuado su vida. Misha pudo leer en él como en un libro abierto y sonrió con tristeza. - No importa. – Dijo – Sabia que tenía que acabar. Sólo que esperaba que las cosas fuesen diferentes. - Él es el que sale perdiendo. Misha asintió. Realmente era así. Cristian estaba completamente solo. No tenía a quién acudir si tenía problemas. Tal vez Julián podría echarle una mano, pero no era lo mismo que tener un hombro sobre el que llorar. Él, sin embargo, tenía a su familia, a su hermano, algún amigo desperdigado por ahí y más oportunidades de las que jamás tendría Cristian. Suspiró y abrió la puerta. - Discúlpame con los demás.

- Si no consigues hablar con él, ¿quieres que le hable de la fiesta? - Haz lo que quieras. – Respondió encogiéndose de hombros – Acabará enterándose de todos modos. Salió de la oficina y abandonó el edificio por la puerta trasera, temeroso de enfrentar a Olga y sus “ya te lo dije, ¿no te lo dije? ¡Te lo dije!”. Era un cobarde, lo sabía. Pero no podía hacer frente a eso ahora. Necesitaba hacer las cosas paso a paso. Y lo primero que debía hacer era ir hasta la casa de Cristian, que no estaba demasiado lejos. Dejó el coche frente al restaurante y caminó hasta el lugar, mientras se animaba a sí mismo y se decía que no sucedería nada malo. Se imaginaba a Cristian entre sus brazos diciéndole que se había asustado, pero que todo estaba bien. Podía entender que se hubiese asustado tras la intensidad de su primer orgasmo con un hombre. Bien, podía aceptarlo y comprenderlo. Al fin y al cabo, toda su vida se había convencido de que era completamente hetero y encontrarse de repente con un hombre entre sus piernas no tenía que ser fácil. ¡Diablos! ¡Si él se hubiese excitado tanto con una mujer habría salido por pies también! Llegó a la calle del edificio y vio luz en la ventana que correspondía al salón. Un vecino que salía con el perro le abrió la puerta. Ya se conocían, así que intercambiaron palabras amables y algún comentario sobre el tiempo antes de despedirse. Misha subió en ascensor hasta la planta de Cris y llamó a la puerta. Escuchó pasos en el pasillo y luego la mirilla se oscureció. Sin duda estaba mirando quién era, pero la puerta no se abrió. Llamó de nuevo, impaciente. La puerta seguía cerrada, pero Cristian estaba allí. - Oye, Cris. Sé que estás ahí. Abre la maldita puerta y hablemos. Intentaba sonar calmado, pero se sentía frustrado. Golpeó la puerta. - Cristian, vamos. Creo que me merezco algo más que esto. De nuevo el silencio como respuesta. Pero sabía que Cristian no se había despegado de la puerta. Le dio una patada a la misma y gruñó con frustración.

- Tú ganas, Cris. Se alejó de allí y tomo el ascensor de nuevo, mientras sentía que su corazón se rompía en mil trozos diminutos. Bien, si era lo que quería, perfecto. No lo quería en su vida, así que desaparecería de ella. Sería doloroso, pero uno de los dos iba a sufrir más con esa ruptura y no iba a ser él. Cristian se deslizó hasta el suelo sin despegar la espalda de la puerta. Llevaba todo el día desesperado por ver a Misha, soñando con que llegase a su casa y se lo llevase en volandas tipo Pretty Woman, pero llegado el momento de abrir la puerta, se había acobardad. Sabía que su actitud no era la correcta, que Misha se merecía mucho más. Pero tenía miedo, mucho miedo. Lo que había vislumbrado en la cama de Misha lo aterrorizaba. Y ahora sentía que lo había perdido para siempre. Rodeó las rodillas con los brazos y hundió la cabeza entre las piernas para dar rienda suelta a las lágrimas. Sabía que lo correcto sería salir corriendo detrás de su amado, que si lo hacía ahora, él lo recibiría con los brazos abiertos. Eso era lo que deseaba. Pero su cuerpo no respondía. Parecía incapaz de hacer otra cosa que no fuese llorar. Andrea lo había llamado varias veces y le había dejado un par de mensajes en el buzón de voz. El último decía textualmente: “eres un hijo de puta. Misha te ha preparado una fiesta de cumpleaños y tú ni siquiera apareces”. Él nunca había tenido una fiesta de cumpleaños, nunca había tenido una tarta. Y seguro que Misha había colocado 26 velas para que él las soplase. Jamás se habían molestado tanto por él. Ni siquiera habían salido fuera de la ciudad para comprarle un regalo. Apenas había recibido regalos en su vida. Y él podía acostumbrarse a eso. Sabía que si se quedaba con Misha lo tendría siempre…mientras no lo abandonasen de nuevo. Y no quería pasar por eso. Era mejor hacer eso de dejar antes de ser dejado, porque si ahora se sentía así, no se quería imaginar cómo sería después. Se secó las lágrimas, pero parecía que tenía una buena reserva de ellas. No quería moverse de allí. Y de todos modos, aunque hubiese querido hacerlo, no tenía la fuerza necesaria como para llegar a ningún lugar. Se dejó caer en el suelo, colocándose en posición fetal.

No tenía nada, no había nada en su vida que valiese la pena. Lo único bueno que tenía en su vida estaba relacionado con Misha. Aquel piso, los muebles, los arrumacos en la alfombra, los abrazos, la forma en que le secaba las lágrimas, el modo en que se reía de él cuando iban a correr a la muralla y a mitad del camino desistía y se quedaba allí esperando a que acabase de correr, lo que significaba tres vueltas completas y media más para llegar a donde estaba. Las clases de baile, en las que sus ojos brillaban con picardía cuando lo tomaba de la cintura para explicarle algún paso, los copiosos desayunos en su casa, las salidas nocturnas, la deliciosa comida ruso-gallega que preparaba para él, mientras se reía de no saber preparar un solo plato sin meter algo de su propia cosecha. Las palabras tiernas que le decía en ruso y que él no entendía. Las salidas de fin de semana, la forma en que lo abrazaba cuando dormían juntos, la intimidad de compartir el baño y charlar mientras se aseaban, el deseo que era tan evidente entre ellos y al que Misha nunca había querido ceder para no estropear su relación… Había tantas cosas, que su mente era incapaz de abarcarlas todas. Durante la tarde se había masturbado dos veces recordando el cuerpo de Misha sobre el suyo y su cabeza entre sus piernas, el modo en que lo había engullido y sus propios gemidos y suplicas. Justo acababa de terminar la tercera ronda de auto placer cuando Misha llamó a su puerta. Se sentía horrorizado y avergonzado. No por el hecho de masturbarse, sino porque aquel hombre de ojos verdes y su enorme pene eran los únicos que ocupaban su mente, en lugar de unos bonitos pechos o un firme y diminuto trasero femenino. Lo que más le avergonzaba era que había querido sentirlo dentro de su cuerpo e invadir el cuerpo de Misha también. Sabía que si su amante no había llegado a aquel nivel había sido por el nerviosismo que había mostrado, por su miedo. Y esa era otra cosa que lo avergonzaba mucho. Amaba a Misha más de lo que jamás sería capaz de reconocer y perderlo era como morir lentamente, pero había muchas cosas que lo alejaban de él. Su inexperiencia con hombres era una de ellas. Eso era fácilmente solucionable, claro, pero de momento contaba como una cosa en contra. Después estaba su posición social. Sabía que Misha no era rico, pero tampoco tenía problemas de dinero. Sabía invertir sus ahorros y trabajaba duro para mantener la academia a flote a pesar de que la crisis lo había golpeado con fuerza. Además, no era dado a los gastos absurdos. El casco que le había regalado era una excepción. Y no debía olvidarse

de lo inferior que era a él. No se expresaba como él, no era tan inteligente y culto, ni siquiera sabía nada sobre ballet. Lo único que había visto sobre eso había sido algún reportaje en el telediario o alguna escena en alguna película de las que solía ver. Y el cine que le gustaba a él era muy diferente al que le gustaba a Misha. Éste veía exclusivamente cine independiente y seleccionaba muy bien las películas americanas que veía. Él no entendía aquellas películas. Muchas estaban en inglés y él no entendía nada de ese idioma. Otras estaban en ruso, checo, alemán, chino, japonés… Y aunque Misha era un experto leyendo los subtítulos y viendo la película, él siempre se dormía. Y cuando despertaba tras recibir una colleja en la nuca, los ojos de su amigo brillaban con las lágrimas derramadas y tenía las mejillas húmedas. Él no era así. Era un bruto, un ignorante, un palurdo. En su opinión, todo aquello era suficiente para mantenerse alejado de él. Porque como amigos siempre habían tenido de qué hablar y, cuando no era así, el silencio les había parecido muy cómodo y confortable. No ignoraba el hecho de que Misha había hecho todo lo posible para hablar con él de cosas que entendiese y, siendo sinceros, su conversación era muy limitada. En alguna ocasión habían quedado con amigos de Misha y se había sentido fuera de lugar, ya que no había abierto la boca más que para sonreír y contestar a alguna pregunta, cuidando bien sus palabras para no demostrar su incultura. Y siempre, siempre, Misha lo miraba mal. - No intentes parecer lo que no eres, limítate a ser tú mismo. Cuando intentas hablar como ellos fracasas estrepitosamente - Sólo quiero estar a la altura. - Pues diciendo las cosas como las dices, no lo estás. Habla como hablas habitualmente y deja las florituras para quienes saben usarlas. Pero no le había hecho caso y lo había intentado una y otra vez, hasta que Julián le había dicho que lo dejase, que de verdad hacía el ridículo y que si a Misha le hubiese importado su forma de hablar, sin duda no lo llevaría con él a esas reuniones. Se había sentido humillado, sí. Y también sentía el peso de la vergüenza

ahora. Nunca había sido tan consciente de esa diferencia entre ellos como en ese momento. Y entonces descubrió que su amigo tenía muy pocos momentos vulgares y que no solía decir tacos, que hablaba tan bien que en ocasiones le costaba entenderlo y le daba vergüenza reconocerlo. Así que solía ignorar las partes que no entendía y se concentraba en lo que sí comprendía con la terrible sensación de que se había perdido una parte importante de la conversación. Por una parte estaba todo eso y, por otra, que él quería una familia costase lo que costase. Sí, con Misha podría adoptar niños, pero no quería adoptarlos, quería que fuesen suyos, de su sangre. Quería tener una familia real, una buena familia, no lo que él había tenido. Siempre había soñado con eso, desde que descubrió que su madre no volvería. Era lo que lo había mantenido vivo todos esos años. Era lo único que tenía en mente cuando su padre le pegaba, o cuando veía a su madre con el ricachón y sus hijos ricachones. Se repetía a si mismo que él tendría algo mucho mejor y lo tendría, aunque eso significase renunciar al hombre que amaba. Misha cogió dos maletas de lo alto del armario y metió en ellas lo necesario para un viaje de un mes. Había planeado ir con Cristian a Grecia, ya que el chico quería conocerla (sospechaba que más por las playas que por la cultura) y aquel iba a ser su segundo regalo de cumpleaños, pero como no había aparecido ni había tenido la mas mínima intención de abrirle la puerta, decidió que se iría él solo. Ya había estado allí antes. Disfrutaría del sol, las playas y las mamadas anónimas tanto como pudiese. Tenía un mes por delante. Ya había acordado con Olga que ella llevaría la academia cuando se fuese con Cristian. Estaba seguro de que cuando le dijese que iba solo, ella no protestaría y lo animaría a quedarse un mes más. Pero estaría fuera tan solo un mes. Luego volvería, solucionaría un par de cosas y se iría de nuevo. Esta vez a Rusia. Nikolai le había hablado de un programa de la televisión en el que buscaban bailarines y, si se lo pedía, seguramente le conseguiría un puesto. Su físico haría el resto. El programa duraría tres meses y medio, así que sería tiempo más que suficiente para recomponerse. En el reproductor de música sonaba La Noyée, de Yann Tiersen. Se había levantado con ganas de música que lo relajase, tras la horrible noche que había pasado. Nada más llegar a casa, había cambiado la cama y había tirado sabanas y edredón a la basura. Se había metido entre las sabanas limpias y había intentado dormir, pero no lo conseguía. El dolor era como un puño que estrujaba su corazón.

Por desgracia, no era la primera vez que sentía eso, sino la tercera. Y ni siquiera las experiencias pasadas conseguían aliviar el dolor. La primera vez había sido la más dolorosa, la que le había robado la fe en el ser humano. Damien… Ahora apenas pensaba en él, pero durante muchos años lo había acompañado en sus pesadillas cada noche, riéndose, mofándose de él. Damien era un aspirante a actor francés, mientras que él comenzaba a despuntar en una reconocida compañía de ballet francesa. Su interpretación del príncipe Désiré le había valido unas críticas favorables que habían elevado su ego hasta límites que nunca había imaginado. Tan solo mantenía los pies en el suelo por el fracaso de Olga, a pesar de que parecía contenta de no convertirse en una rutilante estrella del ballet porque, en el fondo, nunca le había gustado. Había conocido a Damien en un local gay. Se habían mirado, se habían toqueteado y habían acabado en el baño del local utilizando sus bocas para algo más que hablar y besarse. No habían tardado en enamorarse. La relación iba más o menos bien, hasta que un día se desmayó en un ensayo y tuvieron que llevarlo al hospital a causa del golpe que se había dado en la cabeza. Le hicieron muchas pruebas y descubrieron que tenía un tumor y le dijeron que no podían operarlo. Pero si lo remitieron a un cirujano de EEUU que operaba lo inoperable con un 97% de recuperaciones. Lo malo, el precio. Él no podía permitirse nada semejante y no podía pedirle a sus padres que se endeudasen por él. Llamó a Nikolai llorando y le explicó lo que pasaba. Él se hizo cargo de todo. Lanzó el bombazo de que tenía un hermano secreto (aquello fue convenientemente filtrado a la prensa por medios que Misha desconocía). La prensa del corazón rusa no tardó en ponerse en contacto con él, así que pactaron una historia lacrimógena para sacarla adelante y Misha consiguió el dinero necesario para ir a Estados Unidos. Le faltaba una pequeña parte, que consiguió desnudándose junto con Niko para una revista gay. Así que, cuando al fin tuvo el dinero, le contó a Damien lo que le sucedía y éste le había dicho que no quería a enfermos a su lado, que se iba porque no podía soportar la idea de estar con él si no estaba sano. Había intentado retenerlo, había llorado y suplicado, diciéndole que estaría bien en un par de meses.

Pero fue en vano. Por la mañana, al despertar, Damien se había ido. Por aquel entonces, Misha era un chico apasionado, alguien que luchaba por lo que quería, que discutía si era necesario, que podía suplicar de rodillas si con eso conseguía lo que quería, pero Damien lo obligó a cambiar. Había demasiados hombres así en el mundo y no estaba dispuesto a cederles ni una mínima parte de sí mismo. Había perdido su puesto en la compañía, había perdido a su novio y se enfrentaba a una operación de la que no sabía si saldría vivo, pero había salido adelante gracias a la fuerza de su hermana. Ella lo había acompañado a Estados Unidos, había estado con él al salir del quirófano, había sido su apoyo durante la larga convalecencia… Y nunca podría agradecerle lo suficiente todo lo que había hecho por él. Sabía que si se acercaba a ella ahora y lloraba sobre su hombro, encontraría consuelo. Sí, le reprocharía que no la hubiese escuchado, pero era su hermana. Ella lo quería incondicionalmente. Nada de lo que él hiciese los alejaría. En un principio había pensado en marcharse sin decir nada, pero no podía hacer eso a su familia. No era tan desagradecido. Le habían dado un hogar, amor, le habían ayudado a montar la academia de baile, lo habían cuidado cuando había estado enfermo. Marcharse sin una palabra sería una crueldad. Aquel día había comida familiar. Había pensado en invitar a Cristian. Nunca lo había hecho y el día anterior le había parecido que, tras una fiesta de cumpleaños, una comida familiar habría sido el broche ideal para aquel fin de semana. Pero era obvio que sus pensamientos y sentimientos iban por un lado y los del gatito abandonado por otro. Terminó de hacer las maletas y se arregló para ir a comer con sus padres. Ellos estarían encantados de que por fin se tomase unas vacaciones. Y él tendría que enviarles fotos todos los días. Su madre era ya una experta con el ordenador y él le había regalado un portátil las pasadas navidades, así que no se libraría de enviarle fotografías y escribirle o conectarse al MSN alguna vez para decirle cómo estaba. Tendría que hablarles de sus planes para el futuro. Necesitaba aquel tiempo. Sabía que Olga se alegraría por él y que su madre se sentiría insegura, temiendo que la abandonase por la mujer que lo había parido.

Tenía que ser terrible vivir temiendo de ese modo a una hermana. Llegó a casa de sus padres al mismo tiempo que Julián y Olga. Se había arreglado con esmero y no pasó desapercibido a su hermana, que lo miró apreciativamente. - ¿Ha dado señales de vida Cristian? – Preguntó como por casualidad tomándolo del brazo al entrar, pero él podía percibir la tensión en su cuerpo. - No. - Entonces, no te vas a Grecia, ¿no? Misha sonrió con ternura. Estaba preocupada por su posible depresión. - Me voy a Grecia. Me han dicho que hay unos monumentos increíbles por allí. Y ya sabes que soy un apasionado de la cultura… - Especialmente de la griega. Ambos rieron por la broma y fueron directos a la cocina, mientras su madre conducía a Julián hasta el jardín, donde había puesto la mesa hacía probablemente una hora. Su padre estaba asando la carne en la parrilla y el olor inundaba toda la urbanización. - ¿Estás bien? – Preguntó Olga cogiendo los refrescos del frigorífico. - No. – Confesó – Pero no puedo decir que me hubiese metido en esto a ciegas. - ¿Qué pasó? - Tuvimos algo similar al sexo y salió corriendo. - ¿Miedo? - Me perseguía de un modo bastante descarado para eso. Supongo que ya satisfizo su curiosidad y ya no sirvo de nada en su vida.

- ¡Oh! - No lo ataques, no lo insultes, no le pidas a Julián que lo despida y no lo eches de la academia si quiere ir, ¿vale? – Ella hizo un puchero, pero asintió - ¿Me lo prometes? - Si tú me prometes pasártelo bien en Grecia. - ¿Con semejante abanico de posibilidades de mamadas anónimas? Créeme, me lo pasaré bien. - Un mes, ¿no? – Misha asintió - ¿Y qué pasará después? Ahora venia lo difícil. - He pensado en aceptar un trabajo de tres meses y medio en la televisión rusa. - ¿Haciendo qué? - Bailar. Bueno, no es que me lo hayan ofrecido, pero Niko podría ayudarme. - ¿Necesitas ese tiempo lejos del camarero? – Misha asintió - Está bien. Hazlo. Si eso es bueno para ti, hazlo. - ¿No te molesta? - No es como si tuviese que llevar la academia yo sola. Tienes buenos empleados, no será problema. Él la abrazó con fuerza y ella rió. - Te quiero, hermanita. - Y yo a ti, zalamero. ¿Cuándo se lo dirás a papá y a mamá? - ¿Decirnos qué? – Preguntó su madre entrando con una ensaladera vacía en una mano y una lechuga en la otra. Misha miró a su madre con adoración. Con su cabello rubio perfectamente teñido, sus vivaces ojos azules y su piel pálida, tenía un aspecto frágil y delicado.

Sin embargo, era la mujer más fuerte que había conocido en su vida. Y Olga había heredado eso de ella. Nunca podría olvidar lo que había hecho por él. Desde siempre se había llevado a matar con su hermana, pero no había dudado un instante en acogerlo. De no haber sido por ella, se habría criado en un orfanato. Estiró los brazos y la atrajo hacia sí mientras ella farfullaba protestas nada convincentes. La besó en la frente y ella sonrió a pesar de sus esfuerzos por parecer indignada. - Me voy un mes a Grecia. - A ligar y a hacer cosas que no debería hacer. – Dijo Olga con una sonrisa maliciosa. Él la fulminó con la mirada y ella le regaló una sonrisa deslumbrante. - Déjalo, si no disfruta ahora, ¿cuándo lo hará? ¿Cuándo sea viejo? - ¡Mamá, te adoro! – Exclamó dándole vueltas en el aire mientras ella intentaba parecer enfadada. La dejó en el suelo y la miró contrito – Hay algo más. – Ella lo miró preocupada – No es nada seguro, pero estoy pensando en trabajar en un programa de televisión ruso. Ella palideció, pero se recuperó enseguida. - ¿Cuánto tiempo? - Tres meses y medio. - ¿Haciendo qué? - Bailando. - ¿Dónde? - En Moscú. Ella suspiró aliviada y él la abrazó de nuevo. - Mami, no tengo interés en verla. Ya te lo dije la última vez: tú eres mi

madre, esa señora sólo me parió. – Secó las lágrimas de su madre – Mami, necesito irme un tiempo. - Por ese chico, ¿no? – Misha asintió y su madre suspiró – Está bien. Pero prométeme que volverás. - Prometido. – Sonrió y abarcó a las dos mujeres en un abrazo – Gracias a las dos. - Pues solo por irte, te toca preparar la ensalada. – Dijo su madre dándole la ensaladera y la lechuga. Gruñó y bufó, pero las dos mujeres desaparecieron por la puerta cuchicheando. Sabía que Olga pondría a su madre al día y que ambas harían una alianza contra Cris. Lo sentía por él. Cris… Bueno, aunque la experiencia no minimizaba el dolor, sí le había enseñado que no podía anclarse en el pasado y debía continuar. Años atrás en lugar de irse de vacaciones, se habría quedado al lado del teléfono esperando su llamada, tal vez incluso habría ido al restaurante para verlo. Pero ahora no. Tenía 34 años y una vida que vivir. No volvería a paralizarla por nadie ni por nada. Y si para eso necesitaba concentrarse en otras cosas, lo haría. Preparó la ensalada y la llevó fuera. Olya e Irina ya habían informado a la familia de su viaje a Grecia y su intención de trabajar en la televisión rusa. Estaban todos un poco desconcertados, pero se alegraban por él. El abuelo, que había vivido en Moscú hasta que Irina lo había traído a España, le habló de los lugares que debía visitar y los que debía evitar. Se sentía muy orgulloso de su nieto, a pesar de su desviación. Le había costado aceptarlo, pero luego había culpado al ballet de todo y había dejado de preocuparse. Su padre había hecho algo similar, pero la abuela no había acabado de aceptarlo. La comida transcurrió como siempre, unos contándose los secretos de los otros, recordando anécdotas vergonzosas de Olya y Misha para deleite de Julián, que reía de todas y cada una de las historietas.

A las siete y media de la tarde se despidió de su familia y regresó a su casa. Quería acostarse temprano. Aquella noche no había dormido y al día siguiente tenía que coger un avión.

El restaurante estaba casi vacío aquella noche. En la sección de Cristian no había ni una sola persona, algo bastante habitual los domingos. Eso no le preocupaba. Lo que realmente lo angustiaba era que Misha no había aparecido aún. Sabía que era absurdo esperar que él se presentase después del modo en que lo había tratado, pero aún así había tenido la esperanza de verlo. No sabía si habría tenido el valor suficiente como para explicarle lo que había sucedido, pero se conformaba con verlo aunque Misha lo odiase o lo despreciase. Pero el hecho de que aquella noche no apareciese, le dolió profundamente. Cada domingo cenaba allí desde que se habían conocido, así que su ausencia significaba que lo había perdido. Aunque todavía quedaban los viernes. Y el pensar que podría verlo ese día, lo animó como no lo habría hecho otra cosa. Ayudó en la sección de Andrea, que ni siquiera le dirigía la palabra. Había escuchado los murmullos de sus compañeros y se sentía molesto por ellos. Había conseguido escuchar algún retazo de conversación y la frase “pelea de novios” lo indignó hasta el extremo. Entendía que se preguntasen por qué no había ido a su fiesta de cumpleaños, pero no tenían derecho a hacer cábalas sobre su relación con Misha. Y mucho menos pensar que ellos dos eran o habían sido pareja de algún modo. Tan sólo habían tenido un encuentro casi sexual en el que había disfrutado como nunca y por culpa del cual su pene presionaba contra la cremallera del pantalón en el momento menos oportuno. Aquella noche salieron temprano. Cris condujo su moto hasta el frente del edificio donde vivía Misha. Parpadeaba la luz de la televisión en el dormitorio, así que él estaba en casa. Suspiró. En aquel momento lo que más le habría gustado habría sido estar acurrucado entre sus brazos viendo una de esas películas que él veía y que no era capaz de comprender. Se quedó allí unos veinte minutos, hasta que comenzó a sentirse como un

vulgar mirón. - Te amo. Murmuró mirando el lugar donde estaba Misha antes de arrancar de nuevo la moto y regresar a su piso. Una vez allí se desvistió y se metió en la ducha. Detestaba el olor a comida y cada vez que trabajaba apestaba. Al salir se preparó un cola cao y se metió en la cama para ver la televisión. Aunque era incapaz de concentrarse en nada. Su mente le jugaba malas pasadas una y otra vez. Recordaba cosas que debería esforzarse en olvidar. Como por ejemplo los ojos de Misha, tan hermosos y tan verdes. Siempre le había sorprendido lo oscuros que eran y cuán diferentes eran de los de Caro. Grandes, enmarcados por negras y tupidas pestañas, brillantes y expresivos eran, en su opinión, los más hermosos que había visto jamás. Tampoco podía olvidarse de su boca de labios perfectamente definidos, gruesos y propensos a regalar sonrisas por doquier. Sus dientes blancos como perlas, perfectos gracias al aparato que había usado de niño. Su cuerpo perfectamente musculado, que ocultaba una agilidad y una elasticidad envidiables. Su… no, no debía pensar en esa parte de su anatomía. Hacerlo sólo le haría añorar lo que no podía tener. Apagó la luz y se deslizó entre las sábanas, recordando cada instante en la cama de Misha. ¡Por Dios! Aquella noche tampoco podría dormir si no se desahogaba. Gimió de pura frustración y se dejó llevar, consciente de que aquello debía terminar.

Capítulo 8

Grecia era todo lo que podía desear y más. Especialmente aquel pequeño rincón en el que el descontento general del país apenas se percibía: Mykonos. Había elegido aquel destino porque era un lugar pequeño y agradable. Además de ser uno de muchos paraísos para homosexuales. Él ya había estado allí una vez con Damien. Había disfrutado mucho de su estancia. Claro que, entonces, era mucho más joven e inocente. Al contrario de lo que le había dicho a Olga y de su intención primera, no tenía el más mínimo interés en el sexo casual. Estaba allí para divertirse, para disfrutar y olvidar, no para tirarse a nadie. Aunque había unos cuantos hombres frente a él que habrían sido su presa si no sintiese aquellos deseos de relajarse. Aquella playa era pequeña pero muy agradable. Muchos de los que allí tomaban el sol tal y como sus madres los había traído al mundo, pero él prefería utilizar bañador. No era pudoroso, pero nunca había sido un fervoroso partidario del nudismo. Aunque no se privaba de valorar los atributos de otros hombres. Oculto tras sus gafas de sol negras, disfrutaba de la vista mientras fingía tomar el sol. Llevaba quince días en la isla y ya lucía un bonito bronceado que hacia destacar sus ojos. Había recibido bastantes proposiciones, pero las había rechazado. Tan sólo había disfrutado de una mamada anónima en esa misma playa dos noches antes con un tipo bien parecido y bien dotado. No lo había visto de nuevo y dudaba que si se viesen se intercambiasen números de teléfono. Hacía muchos años que había dejado de ser tan ingenuo respecto al sexo. Su corazón sufría demasiado. Sus ojos tropezaron con un hombre de cabello largo hasta la cintura. Tenía un cuerpo bien trabajado, aunque en su opinión menos volumen lo habría favorecido mucho más. Los ojos negros de mirada intensa lo observaban sin disimulo. Desde allí podía ver que estaba muy bien dotado y, lo que era más importante para él, bien depilado. Sabía que el chico había llegado tres días antes y que venía solo, igual que él. Se habían encontrado en el ascensor dos veces y habían intercambiado un par de frases de cortesía. Por eso había averiguado que era ruso y que su inglés era deficiente. Por sus rasgos exóticos, Misha especulaba

que debía ser mongol, pero probablemente fuese de algún otro lugar de Asia Central. Aunque a simple vista parecía más un nativo americano que un asiático. Le dedicó una sonrisa cortés y fingió concentrarse en la lectura. Aunque, si le hubiesen preguntado de qué iba la novela, no habría sabido decirlo. Ni siquiera recordaba el título si no lo miraba en la portada. Era un lector voraz, pero desde que había llegado no había sido capaz de leer ni dos líneas. Cuando llegaba a su habitación solía quedarse en la terraza contemplando el anochecer y salía cada noche a pasárselo bien, así que era inevitable que no tuviese la voluntad suficiente como para leer. Aunque como escudo anti ligones funcionaba medianamente bien. Mas por alguna razón que desconocía, no estaba funcionando con aquel chico. Y por desgracia su cuerpo estaba reaccionando a su postura claramente incitante, con las piernas abiertas y mostrándole todo lo que quería que viese. Suspiró y pensó que era un completo idiota al convertirse en un monje justo en sus primeras vacaciones en solitario de su vida. Tenía una habitación increíble que había conseguido a buen precio gracias a los contactos de una de sus alumnas, era joven, tenía a hombres bien dispuestos a sus pies y apetitos sexuales muy saludables. Además, no tenía pareja, así que no engañaba ni lastimaba a nadie. Gruñó y se colocó de modo que su erección no se notase ni le molestase demasiado. Pero, en realidad, lo que quería era llevarse a aquel ruso provocador a la cama. Se levantó y le indicó con la cabeza que lo siguiese. Recogió sus cosas y caminó hacia el hotel sin mirar si lo seguía o no. Sabía que lo haría. Siempre era así. Llegaron al hotel al mismo tiempo, se ignoraron en el ascensor y al llegar a la habitación Misha acorraló al otro hombre contra la pared. Lo besó tal y como le habría gustado besar a Cristian y se entregó a él como se habría entregado al gatito abandonado de haber tenido oportunidad. Sin embargo no pensó en él ni un segundo mientras conquistaba las cimas del placer con el ruso. Tal vez después recordaría el amor perdido, pero en aquel momento sólo eran él y el otro hombre entregados a la danza más antigua del mundo.

El local estaba muy oscuro, pero a Cris le pareció perfecto. Se sentía absolutamente sucio y miserable. Hacía quince días que no sabía nada de Misha. Había esperado verlo en la academia o los viernes en el restaurante, pero no aparecía por ningún sitio, ni siquiera en sus clases de kárate. Nadie sabía nada de él. Parecía haberse esfumado. Trató sonsacar a Olga, pero ella se había negado a darle una respuesta. Sin embargo Cris no se daba por vencido. Se matriculó en la academia y acudió a las clases sólo para verlo si en algún momento se dignaba a aparecer. Y ahora estaba allí, en el mismo lugar al que acudía cada vez que sentía la necesidad de experimentar, aunque siempre le faltaba el valor para hacerlo. Desde que la putilla le había hablado del modo de comportarse de Misha, le rondaba la idea de probar él mismo algo similar. No lo aprobaba, claro. Al menos no completamente. Quizá porque las cosas entre hombres y mujeres eran diferentes. O quizá porque en el fondo era lo que él había deseado siempre: sexo sin complicaciones. Suspiró y bebió un largo trago de su refresco. Había decidido dejar el alcohol justo esa noche. No sabía por qué. Cuando el camarero le había preguntado qué quería tomar descubrió que no le apetecía alcohol. Así que ahora estaba sentado en el taburete, aferrado a la barra y a su refresco y observando a los hombres que entraban y salían del reservado. Algunos charlaban un rato antes de entrar, otros por el contrario señalaban el lugar con la cabeza tras mantener cierto contacto visual con la persona que les interesaba y se dirigían allí con toda la calma del mundo. Un poco más allá estaba el cuarto oscuro, pero él todavía no se atrevía a entrar allí. A un par de pasos estaba el baño. El camarero, un chico hetero que se ganaba la vida enfundado en unos ajustadísimos shorts de cuero, le había explicado que el dueño había decidido construir el reservado para evitar encontrarse con escenas de sexo en el baño. No todos disfrutaban del cuarto oscuro, pero muchos sí lo hacían del reservado. Otros ni siquiera se acercaban a aquellos lugares. Preferían tontear y marcharse a otro lugar para mantener relaciones. - ¿Te pongo otro? – Le preguntó el camarero sonriendo – Parece que lo

necesitas. - Necesito algo más fuerte, pero no puede ser. – El camarero asintió comprensivo - ¿Cómo lo haces? - ¿El qué? - Trabajar aquí, aguantar los intentos de ligar contigo… ¡todo! - Gano mucho dinero así. Y cuando más enseño, mejores propinas recibo. – Le dedicó una sonrisa radiante – Y mi novia está feliz: aquí casi no entran mujeres. Cristian rió y sacudió la cabeza. - Entonces, es un buen trabajo, ¿no? - Sí, la verdad. Si quieres probar… - Cris lo miró sorprendido – Los fines de semana no suelo servir copas, bailo. Pero el camarero que trabajaba estos días se ha ido a vivir con su novio y a éste no le hacía gracia que se pasease por aquí con el uniforme. - Tengo trabajo. – Dijo sonriendo. - Tómatelo como un extra. – Le guiñó un ojo – El sueldo es bueno, y las propinas también. Cris lo miró pensativo unos segundos y luego asintió. - ¿Qué tengo que hacer? - Venir mañana por la mañana a traer el currículum. – Se encogió de hombros – Eres mono, así que no tendrás problema. - Y el uniforme… ¿es ese? – El camarero asintió – Eso y nada es lo mismo. El otro hombre se echó a reír. - Piensa en todo el dinero que te meterán en la cintura de los shorts y verás cómo se te pasa el pudor. Ahora fue Cris quien rió.

- Bien… ¿por qué no? Necesito un extra. Acabó el refresco y se levantó dispuesto a irse. Sonrió y miró a su alrededor antes de salir del local. Fuera el aire cálido de finales de agosto lo golpeó. Sonrió y comenzó a caminar hacia su moto. Pero cuando estaba a punto de alcanzarla sintió un golpe en la espalda. Un segundo golpe fue a parar a la parte posterior de sus rodillas, haciendo que perdiese el equilibrio y se golpease contra la acera. Aturdido, intentó incorporarse, pero una lluvia de golpes y patadas se lo impidió. Gritó pidiendo ayuda mientras se cubría lo mejor que podía. - Maricón – Un escupitajo fue a parar a su cabello – Yo no te eduqué para esto. Aquellas palabras traspasaron su aturdimiento y sintió rabia, pero no podía moverse. No lo golpeaba solo su padre, sino que a su espalda había al menos dos hombres más. Uno de ellos amenazó con sodomizarlo con algún objeto, mientras el otro reía y decía algo sobre su culo que por suerte no llegó a captar. Sintió unas manos tirándole del pantalón y la risa de su padre. Estaba disfrutando de lo lindo. Forcejeó intentando alejar aquellas manos, pero dos pares de manos más lo sujetaron mientras reían y le bajaban los pantalones y la ropa interior hasta las rodillas. Uno de ellos se desabrochó los pantalones mientras su padre reía y él lo miraba horrorizado. - ¿Qué te pasa, maricón? – Le preguntó su padre con burla - ¿No te gusta la polla de mi amigo? – Cris forcejeó de nuevo – Tu putita pelirroja vino a visitarme y me dijo dónde podía encontrarte. Estaba muy enfadada contigo. ¡La dejaste por un tío! Cuando lo encuentre va a desear no haber nacido. Cris gritó de nuevo. Alguien gritó más que él y dejaron de tirar de sus pantalones, incluso lo soltaron. Los vio salir corriendo y él se echó a llorar. Unos brazos lo rodearon.

- ¿Estás bien? – Cris asintió. Reconoció la voz de la putilla. A su alrededor había más personas, pero no quería mirar - ¿Sabes quiénes eran? – Cris asintió de nuevo. Lo ayudaron a incorporarse y alguien le subió los pantalones. Se quejó. El dolor le atravesaba las costillas. La putilla recogió el casco del suelo y lo miró compasivo. Uno de los hombres que lo sujetaba lo llevó hacia un coche aparcado a un par de pasos de ellos. No preguntó por qué, uno de ellos le aseguró que lo llevarían al hospital y el camarero, enfundado en sus shorts, le aseguró que le reservaría el puesto de trabajo si lo quería. Él consiguió asentir. La putilla se sentó a su lado en el asiento trasero, poniendo gran cuidado de no tocarle las costillas. - Estarás bien, ya lo verás. – Le dedicó una sonrisa tranquilizadora. Cris asintió. No era la primera paliza que recibía. - ¿Cómo te llamas? - Cris… - Gimió - ¿Y tú? El hombre lo miró sorprendido. - ¿Misha no te ha hablado de mi? – Cris negó con la cabeza levemente - ¡Vaya idiota! Soy Sam, su primo por parte de padre. – Sonrió ante la sorpresa de Cristian – Él no aprueba que me vista de este modo y cuando me ve así no me habla. – Hizo un puchero. - Es una gilipollez… - Logró decir Cris, sabiendo que era lo que esperaba oír, aunque a él le desagradaba su aspecto. - Lo es. – Sentenció con un asentimiento de cabeza – Pero no deberías hablar ahora. Seguro que esos animales te han roto alguna costilla. ¡Hijos de puta! Cristian habría sonreído si hubiese podido. Pero le dolía demasiado la cabeza. Por suerte había protegido la cara y la parte posterior de la cabeza con los brazos. Era algo que había aprendido siendo muy pequeño. Intentó suspirar, pero le dolía. Intuyó que efectivamente le habían roto una o dos costillas. Pero tampoco sería la primera vez. Cerró los ojos intentando alejarse de todo aquello mientras Sam y el

conductor parloteaban incesantemente en un claro intento por hacerle pensar en algo que no fuese el dolor lacerante que recorría cada milímetro de su cuerpo. O en que casi había sido violado por uno de los amigos de su padre mientras el maldito cabrón disfrutaba del sufrimiento de su hijo. Aquello lo enfurecía y decepcionaba por igual. Odiaba a su padre como nunca había odiado a nadie. Y a Carolina también la detestaba con todo su ser. Había ido corriendo a quejarse a su padre porque la había rechazado, a pesar de saber lo que sucedería. No, en su cuerpo no tenía cabida la autocompasión. El rencor era demasiado fuerte y doloroso como para detenerse en eso. Llegaron al hospital y lo ayudaron a bajar del coche. Sam le aseguró al conductor (Pedro, según pudo escuchar) que podía irse, que él se haría cargo de todo. El otro hombre asintió y los dejó solos. Entraron en urgencias y Sam lo dejó en la sala de espera tras quitarle la cartera del bolsillo trasero del pantalón. Cogió la tarjeta sanitaria y la entregó tras explicar lo que había sucedido. Había mucha gente en urgencias, pero los llamaron enseguida. Sam no podía entrar hasta que lo llamasen, así que sacó el móvil del bolsillo y marcó el número de su primo mientras gruñía una maldición.

Umid arqueó la espalda ante el contacto de la boca de Misha sobre su cuello. Llevaban dos días disfrutando de las bendiciones del sexo sin compromiso y el chico era todo lo que había esperado y más. Ambos se encontraban en la misma situación, ya que a Umid lo había rechazado cruelmente su compañero de piso tras haber disfrutado de una noche de sexo. Como todo “machote”, se había escudado en el alcohol y lo había acusado de abusar de él en estado de embriaguez. Umid aseguraba que no era cierto y Misha lo creía. Ninguno de los dos había elegido bien a la hora de amar. Si hubiesen podido elegir, se habrían enamorado el uno del otro. Tenían muchas cosas en común. Ambos eran bailarines, les gustaba el mismo tipo de música, de cine, los mismos platos… y disfrutaban de largas conversaciones sin que ninguno tuviese que hacer un esfuerzo para adaptarse al otro. El chico, aunque aparentaba ser muy serio y arrogante, era divertido y ocurrente. Eso por no hablar de sus cualidades como amante. Aunque Misha era

versátil, unas cuantas malas experiencias (y físicamente dolorosas), lo habían llevado a adoptar el rol de activo cuando no tenía confianza con la persona. Con Umid todo había fluido de forma completamente diferente a la habitual y se habían turnado intercambiando roles cuando la situación lo requería. Aquel día lo habían pasado entre la playa y las tiendas de la isla. Habían comido en un pequeño restaurante mientras disfrutaban del ir y venir de las olas desde la amplia terraza del mismo, después habían regresado a la habitación para tener sexo, habían cenado allí y luego habían decidido salir a tomar algo. Hacía casi media hora que habían regresado y se estaban tomando el sexo con mucha calma, disfrutando de cada segundo como si fuese el primero. El móvil de Misha sonó y trató de ignorarlo, pero Umid le susurró que podía ser importante y, con un gruñido, se levantó y buscó sus pantalones. Estaban en el otro extremo de la habitación. Sacó el móvil y contestó. Antes de poder saludar, la voz de Samuel lo amonestó. - Más vale que traigas tu culo hasta aquí o iré a buscarte yo mismo. - No sé dónde estás, Samu, pero no puedo ir. - Estoy en el hospital con tu amiguito. Ese de ojos azules. El estómago de Misha se contrajo. - ¿Qué ha pasado? - Que alguien le ha dado una paliza al salir del Anteksa. - ¿Algún ligue? Trató de darle a su voz un tono casual, pero no fue capaz de hacerlo. - El chico no va a ligar, imbécil. Va a buscarte a ti. - No es asunto mío. ¿Qué quieres de mi? - ¡Que vengas! - No puedo.

- ¡Y una mierda! - Estoy a más de seis mil kilómetros de ahí. - ¡Pues mete tu culo en un avión y ven! - Samu, no espero que entiendas esto, pero él no es mi responsabilidad. Colgó antes de darle tiempo a Samuel de soltarle un discurso. No quería mostrarse preocupado. Cristian lo había echado de su vida del peor modo posible, así que realmente no era responsabilidad suya y no iba a consentir que nadie lo hiciese sentir culpable por algo que no tenía nada que ver con él, aunque se sintiese realmente preocupado por el gatito abandonado. - ¿Qué ocurre? ¿Malas noticias? Misha miró a Umid, indolentemente sentado en la cama, mirándolo con preocupación. Negó con la cabeza y sonrió. - Mi primo, que es un adicto al drama. Regresó a la cama y se acostó a su lado. Pero Umid era muy inteligente y pudo ver que algo no iba bien. Frunció el ceño y se acostó, apoyando la cabeza en el pecho de Misha, mientras éste lo rodeaba con un brazo. - ¿Era él? Misha sonrió. Definitivamente, no servía de nada ocultarle las cosas a ese hombre. - No. Era mi primo. Está en el hospital con él. Le han dado una paliza al salir de un club gay. - ¡Qué horror! ¿Y cómo está? - No lo sé. No he preguntado. No es cosa mía. – Mentía, pero tenía que convencerse a sí mismo de que era cierto. Umid bufó.

- Eres idiota. Ahora fue Misha quien bufó. - Vaya, gracias. ¿Y por qué exactamente? - Porque estás enamorado de alguien que ni siquiera sabe que existes. Sonrió y cerró los ojos. Sí, ciertamente era un idiota. Sintió los labios de Umid sobre uno de sus pezones y decidió que ya pensaría en su idiotez más tarde. Ahora tenía algo mejor que hacer. Cristian no podía creer que aquello le estuviese sucediendo a él. Habría gemido de pura frustración de haber podido. Miró al médico y cerró los ojos. La vida se había empeñado en hacerlo blanco de sus bromas más macabras. ¿Es que no había sido suficiente que su ex y su padre se hubiesen aliado para convertirlo en un guiñapo? No sabía para los demás, pero para él lo de aquella noche había sido suficiente. Aunque parecía que su mala suerte no había terminado aún, porque frente a él se encontraba el marido de su madre. Gruñó desesperado. Él estaba mirando su historial y parecía abrumado por algo. Luego lo miró de nuevo como si no lo hubiese visto nunca y de nuevo se concentró en el expediente que tenía en la mano. - ¿Cuál es el nombre de tu madre? Cristian cerró los ojos con fuerza. ¿Es que el tipo no sabía ya el nombre o qué? - Miriam Sánchez Sáez. – Murmuró. No quería mirar. Temía la respuesta o la reacción de aquel hombre. Él sabía perfectamente el nombre de su madre. Se la tiraba todas las noches, le había pagado unas tetas nuevas, tenían dos hijos. ¿Por qué le hacía esa pregunta? ¿Quería asegurarse de que lo reconociese? Abrió los ojos un poco y vio al médico confuso, así que los abrió del todo.

- ¿No lo sabía? – Preguntó sin más. El médico negó con la cabeza y Cris cerró los ojos de nuevo – Le resultó más fácil de lo que pensaba deshacerse de mí. No pudo evitar que la amargura se reflejase en su voz. Aquel tema nunca dejaría de ser doloroso para él. El médico carraspeó y se aclaró la voz antes de hablar. - Veo que tienes un largo historial de lesiones y fracturas. – Dijo pasando las hojas – Deduzco que no todas te las hiciste en peleas como las de hoy, ¿cierto? - No suelo pelearme. Y lo de hoy no fue una pelea, sino un asalto. - Cierto. Tu amigo está hablando con la policía ahora mismo. Cris captó el tono que usó para referirse a Sam, pero lo ignoró. Él mismo se había sentido asqueado por su aspecto. Misha le había dicho en más de una ocasión que no debía dejarse llevar por el exterior de las personas y había descubierto que era cierto. Sam había resultado ser una buena persona, a pesar de su pinta de zorra. - ¿Puedo irme? - Sí. Has tenido mucha suerte. No te han roto nada, pero debes guardar reposo. - No puedo. – Murmuró – Tengo que trabajar. No creo que a mi jefe le haga mucha gracia que le pida días libres. El médico asintió, comprensivo. Sin duda había visto muchos casos similares. Cris se levantó con dificultad y comenzó a vestirse. Pero una pregunta le rondaba y no podía dejar pasar la oportunidad de hacerla. - ¿Cómo es ella? Quiero decir, con sus hijos. ¿Cómo es? ¿Es cariñosa? El médico parpadeó unos segundos, sorprendido. Luego sus ojos se volvieron tristes. Negó con la cabeza. - No pasa tiempo con ellos.

- Pero al menos no los ha abandonado. Salió del box y se dirigió al exterior, donde Sam estaba coqueteando abiertamente con uno de los policías. Se acercó a ellos y comenzaron las rondas de preguntas. Contestó a todas y cada una con absoluta sinceridad, sin ocultar que el instigador de aquello había sido su padre. No serviría de nada, pero al menos sabría que ya no era el que solía ser, el idiota tembloroso que se quedaba tirado en el suelo sin hacer nada, fingiendo que las palizas no existían. Aquella noche el maldito cabrón había ido muy lejos Misha se dejó caer sobre el sillón de mimbre. Apoyó los pies en la barandilla de la terraza y se quedó mirando sus propias extremidades durante unos segundos antes de centrar su atención en el hermoso amanecer griego. En la habitación, Umid dormía plácidamente emitiendo pequeños sonidos de satisfacción. Pero él era incapaz de pegar ojo. Estaba preocupado por Cristian. Deseaba llamarlo, interesarse por él y saber qué había sucedido exactamente. Lugo no era el paraíso de la tolerancia, pero nunca había escuchado a nadie hablar de asaltos al salir del Anteksa. Pero no podía marcar su número de teléfono. Le había dejado más que claro que no le interesaba nada de él. Y había asumido este hecho con todo el dolor de su corazón. Por eso se había marchado tan precipitadamente. No se arrepentía, pero habría preferido estar con Cristian. Se volvió y miró a Umid. Una sonrisa tiró de la comisura de sus labios. Si pudiese ordenar a su corazón enamorarse de alguien, ese sería aquel chico que dormía atravesado en la cama. Hacía muchos años que una persona no lo hacía sentir tan limpio, tan puro y en paz consigo mismo. Ni siquiera Cristian lo había conseguido. Aunque para ser justos, con él siempre había tenido que mantener sus propios impulsos a raya y aquello hacía que la relación fuese menos fluida. Sin embargo con Umid era realmente libre. Entre ellos no había ligaduras de ningún tipo. Aquello era sexo y ambos lo sabían. Todo terminaría cuando aquellas vacaciones terminasen. Con un poco de suerte, mantendrían contacto un tiempo y luego la relación se iría enfriando poco a poco. Era lo normal. Lo había vivido otras

veces. Se volvió hacia los tonos naranjas y rojizos del amanecer y se estiró perezosamente. Sabía que no acabaría el día sin saber de Cris. Seguramente llamaría a Samu, o a Olga. No podía evitar sentir lo que sentía, aunque se habría arrancado el corazón con sumo gusto para evitarse aquel sufrimiento. Tenía 34 años, había pasado por muchas decepciones y muchas situaciones dolorosas en su vida y de ellas había aprendido a seguir adelante sin detenerse demasiado en el pasado. Por eso se había centrado en disfrutar del presente en lugar de vivir llorando por alguien que no se merecía ni una sola lágrima. Y también por eso había hecho lo que nunca hacia: compartir su intimidad con otro hombre. Sus encuentros sexuales eran abundantes, pero se limitaban única y exclusivamente al sexo oral con desconocidos. La penetración y otras prácticas las reservaba para unos cuantos. El tiempo de poner su cuerpo en bandeja a todo el que quisiese usarlo había acabado hacía muchos años. Y era algo de lo que nunca se arrepentiría. Cerró los ojos y se cubrió con la manta de algodón para alejar el frío de las primeras horas del día. Sintió una mano en su hombro y luego el cabello de Umid acariciando sus hombros, cuello y pecho. Sintió sus labios en la mejilla y sonrió. - ¿No puedes dormir? – Preguntó el hombre deslizándose a su lado, dejando que Misha lo cubriese con la manta. - No. – Atrajo al ruso hacia sí, sintiendo el calor que emanaba de su cuerpo. - Mmmm – Esbozó una sonrisa - ¿Pensabas en él? - Un poco. Guardaron silencio unos minutos, los dos concentrados en la belleza del amanecer. A Misha le gustaba poder compartir con él sus pensamientos y sentimientos. Además, era recompensado con creces a base de confesiones personales que lo hacían sentirse sumamente cómodo. Quizá el hecho de que su relación estuviese

destinada a tener un final desde el principio, ayudaba a crear ese ambiente. - Deberías darle otra oportunidad. – Murmuró Umid acurrucándose entre sus brazos. - ¿Cómo? Ni siquiera quiere hablarme. - Acósalo. Misha rió ante el tono jocoso de Umid, pero no contestó. Sabía que tendría infinidad de oportunidades para hacerlo, pero él no era ese tipo de personas. Acarició la espalda desnuda de su amante con una sonrisa en el rostro. - ¿Le darás tú una segunda oportunidad al imbécil? - Seguro. Si me hace ojitos allí me tendrá. - No tienes orgullo. – Le reprochó con suavidad. - No, pero al menos intento perseguir la felicidad. Algo que deberías hacer tú, por cierto. Misha sacudió la cabeza, negando. Aunque sabía que Umid tenía razón. Desde lo que le había sucedido con Damien, había dejado de luchar por las personas que entraban en su vida. Si decidían irse, las dejaba marchar sin más. ¿Para qué molestarse en hacerlo? Si se iban era porque no querían estar con él. Suspiró y cerró los ojos. No quería pensar en eso ahora. No con el ruso medio dormido entre sus brazos.

Cristian miró el papel que tenía delante y luego se volvió hacia a Sam desolado. - No tengo valor, Sam. De verdad, no puedo hacer esto. El otro hombre frunció el ceño y sacudió la cabeza. - Pues debes hacerlo. ¿Cómo quieres que te perdone mi primo si no tiene ni

idea de lo que ha pasado? ¿Eh? Cris gruñó y asintió antes de ponerse a escribir de nuevo. Hacía cinco días que había recibido aquella paliza y ya se sentía mucho mejor. Desde su estancia en el hospital, había iniciado una suerte de relación amistosa con Samuel. Y descubrió por qué molestaba tanto a Misha su aspecto: cuando no estaba en el club, era un chico muy guapo que vestía a la moda y que hacía que hombres y mujeres se volviesen a mirarlo. Cuando al día siguiente se había presentado en su puerta con una enorme bandeja de pasteles, no lo reconoció. Al menos hasta que comenzó a hablar. Y tras un par de horas charlando, se dio cuenta de que era un tipo encantador que adoraba el sexo y que no creía en el amor. Según sus propias palabras, todas las personas enamoradas que veía a diario (era psicólogo) sufrían en exceso por culpa de las personas que amaban. Y él no estaba dispuesto a enamorarse y vivir con su corazón destrozado. Y Cristian pensó que, tal vez, tenía razón. Sam también le había explicado que su idea de la familia perfecta era una estupidez. Nadie, en sus 26 años de vida, se había burlado de aquel modo de su sueño. Se había sentido ofendido, pero Sam le había explicado pacientemente que el concepto de familia que tenía era completamente obsoleto (había tenido que buscar la palabra en el diccionario para saber qué significaba). Que no estaba mal desear tener hijos, pero que no por eso debía tener una mujer a su lado y renunciar a lo que sentía por 344 Misha. Él no estaba de acuerdo, pero Sam parecía realmente convencido de lo que decía y no quiso contradecirlo. Y lo peor de todo era que lo había convencido de que escribiese una carta a Misha explicándole por qué había salido corriendo en lugar de quedarse y afrontar el hecho de que había tenido un encuentro sexual con el hombre al que amaba. Sam también le explicó que no era malo ser bisexual y que lo único malo en el mundo era ser lo suficientemente estúpido como para tener algo bueno y dejarlo escapar por culpa de miedo. Aquello le había dolido, porque él había hecho exactamente eso. El primo de Misha se había convertido en una fuente de información muy valiosa. Había sido él el que le había explicado que la causa de su insomnio estaba

en Grecia tras un ataque de despecho, aprovechando el viaje que había organizado para su cumpleaños. Aquello lo había conmovido. Le había dicho muchas veces a Misha lo mucho que le apetecía conocer aquel país y él… bueno, él había hecho lo que siempre hacia: complacer a los demás. También le había dicho que después tenía planeado ir a Rusia durante un tiempo. Al parecer tenía la posibilidad de trabajar en la televisión rusa y había decidido poner distancia entre ellos. Esto destrozó el corazón de Cris, que veía aquello como algo demasiado definitivo y no estaba preparado para perderlo de aquel modo. Por eso estaba concentrado en la maldita carta, que no estaba saliendo como a él le habría gustado. Querido Missa, te amo y te echo de menos, vuelve a mí, por favor. Espero que estes bien. Yo estoi hecho una mierda porque no estas aquí. Yo estoi bien. Creo que te debo una esplicacion de lo que paso aquel dia. Me excitaste tanto que me tuve que marchar porque tenia miedo. No se por donde empezar. Se que fuy yo el que te persegia. Y se que fue mi culpa lo que paso entre los dos. Tu no querías acostarte conmigo y yo no sabia que mas hacer para que follases conmigo. No pienses que no me gusto, porque 346 me gusto mucho. Pero no es eso lo que quiero en mi vida… Arrugó el papel y lo arrojó lejos con rabia. Era incapaz de escribir lo que realmente sentía. Sam se volvió y alzó una ceja al ver su frustración. - No puedo. – Dijo Cris al borde de las lágrimas. - Yo te diré qué debes escribir. Cristian lo miró sorprendido primero y esperanzado después. Cogió un papel y lo miró, esperando a que el otro hombre comenzase a dictarle qué debía decir.

Misha detestaba las despedidas. Nunca sabía qué decir o cómo reaccionar y se sentía terriblemente violento. Y aquella ocasión no era diferente. No quería dejar a Umid ni regresar a la cruel realidad. Se habría quedado en aquel paraíso alejado de su vida cotidiana por siempre y, de haber podido quedarse entre los brazos de Umid, lo habría hecho. Pensar en regresar a un lugar en el que el invierno se aproximaba a pasos agigantados, que lo único que le ofrecía era muchas horas de trabajo, una vida sentimental deficiente y el asomo de la soledad lo deprimía. Allí se había sentido bien, libre de ataduras. Y Umid había sido el responsable de aquello. Pensó en Cristian. Había llamado a Samu para preguntarle por él y éste le había dicho que la paliza había sido obra de su padre y se lo había contado todo. Incluso lo que no quería saber. Claro que, si sabía tanto, bien podría haberle explicado por qué había salido corriendo de su cama y por qué se había negado a contestar sus llamadas o a abrirle la puerta. Pero si conocía las respuestas, no le dijo nada. Y, en cualquier caso, aunque supiese el por qué, no serviría de nada. Hacía tiempo que había aprendido que si alguien te da una patada una vez, te dará otra cuando menos te lo esperes. Siempre era así. Miró a Umid, que acababa de quitarse las gafas de sol y cuyos ojos reflejaban una profunda tristeza. Aquel era un buen hombre. Él nunca habría salido corriendo de su cama y de su vida sin una explicación. Y le costaba mucho dejarlo allí, alejarse de él. - Te llamaré cuando llegue a Rusia. Habían hablado de eso en muchas ocasiones. Umid vivía en Moscú y se había mostrado encantado cuando le había hablado de sus proyectos. Habían acordado verse cuando llegase y él pensaba cumplir con aquella promesa tácita. - Para eso falta un mes… - Protestó Umid haciendo un puchero. Misha se echó a reír y lo besó apasionadamente. - Te llamaré antes.

- ¿Cuándo antes? - Mantén tu teléfono encendido y lo sabrás. Umid sonrió encantado y Misha lo abrazó. Justo en ese momento se escuchó por megafonía la llamada para su vuelo. Se miraron con pesar. - Nos vemos. – Murmuró Misha - Eso espero. Se apartó de él haciendo un gran esfuerzo para no mirar atrás y alejarse sin demasiados daños, prometiéndose que lo vería de nuevo muy pronto. Umid le había animado a darle una nueva oportunidad a Cristian, pero él no estaba del todo convencido de eso. Lo amaba, pero en sus 34 años de vida había aprendido que el amor no era suficiente para confiar ciegamente en alguien. Y para intentar solucionar las cosas con Cristian, debía confiar plenamente en él. Eso, en el supuesto caso de que se dignase a hablarle, cosa que no había hecho desde que se había ido de su cama como si el diablo le mordiese el trasero. Suspiró y se relajó en su asiento. Algo que también había aprendido en sus 34 años de vida era que no servía de nada pensar en algo más tiempo del necesario: si tenía solución se solucionaría y si no, sólo habría ganado un molesto dolor de cabeza.

Capítulo 9

- ¿Ya ha llegado? – Chilló Cristian mirando incrédulo a Samu. Éste asintió con indiferencia y Cris bufó - ¿Por qué no me lo dijiste? - ¿Por qué no me preguntaste? El joven lo fulminó con la mirada y le dio la botella de champán y las dos copas que tenía en las manos al camarero que estaba esperando impaciente. Regresó al lugar donde estaba Sam absolutamente inconsciente del modo en que éste miraba su entrepierna. De hecho, ni siquiera era consciente del modo en que se ajustaban a su cuerpo los brevísimos shorts de cuero. Se ceñían a sus caderas, a su trasero, entrepierna y muslos como una segunda piel. A Samu el efecto de piel con piel lo excitaba sobremanera. El abdomen liso, con las marcas de los abdominales, los musculosos brazos y las aún más musculosas piernas lo hacían tan sexy como cualquiera de los bailarines que estaban sobre el escenario, recibiendo generosas propinas por aquellos movimientos eróticos. Cristian no estaba interesado en eso. Él se desenvolvía perfectamente detrás de la barra y también recibía generosas propinas sin dosis de manoseo extra. A Sam le habría gustado meter la mano bajo aquellos diminutos shorts y tocar cada milímetro de piel. Cris no era consciente de los sentimientos que había despertado en el otro hombre, ni de lo difícil que le resultaba ayudarlo. De hecho, el joven camarero no pensaba en otra cosa que en el momento de ver a Misha. Aunque no había tenido el valor de enviarle la carta y ni siquiera tendría el valor de hablarle, lo cierto era que se moría por verlo. - ¿Cómo lo sabes? – Preguntó inclinándose sobre la barra, pegando su cara a la de Sam. - Porque he quedado con él… llegará en veinte minutos. Cristian lo miró atónito. ¿Misha? ¿Allí? ¡No podía ser! ¡No podía verlo con aquel minúsculo uniforme! - Tranquilo, le encantarás… - Dijo Sam con una sonrisa maliciosa mirando

significativamente su pronunciado pene. Cris no estaba tan seguro. Sabía perfectamente lo que pensaba Misha de aquel uniforme. Seguramente lo miraría con desprecio y luego lo ignoraría. Y se lo tendría merecido por haber sido tan imbécil. No era que quisiese tener nada con Misha, porque no era eso lo que quería. Era solo que… era solo que no quería perder a su amigo. No importaba lo enamorado que estuviese o lo mucho que lo desease, porque si le daba una sola oportunidad, no volvería a cagarla como lo había hecho. Samu le había dicho que había llamado para interesarse por él al día siguiente de salir del hospital. También le había dicho que en Grecia había estado con otro hombre. Se había sentido dolido y traicionado, pero sabía que no tenía derecho a sentirse así. Él debería ser el que estuviese en Grecia y si no estaba era su culpa, no la de Misha. Y por mucho que le doliese que lo hubiese reemplazado tan pronto, no podía culparlo. Él habría hecho lo mismo. Suspiró y deseó que no apareciese aquella noche. No quería que lo viese con aquel aspecto. Al menos no la primera vez que se veían después de un mes y de la desastrosa separación. Sam lo miraba de un modo extraño y se sintió incómodo. Tenía una buena relación con él y había descubierto que era una persona fantástica, siempre dispuesto a ayudar… y a criticar a Misha. De algún modo habían acabado haciéndose buenos amigos. Se veían cada día y lo pasaban bien juntos. Pero Cris no lograba comprender por qué seguía vistiéndose de aquel modo. De hecho, todavía le producía cierto rechazo su aspecto cuando iba al club. Y le daba pena que se comportase como una putilla, tirándose a todo el que se le acercaba. Él valía mucho más que eso, pero ya era mercancía dañada y nadie lo quería para otra cosa que no fuese sexo. Había intentado explicarle que todavía estaba a tiempo de cambiar, pero no había querido escucharlo. Aquel tema le daba dolor de cabeza, le había dicho, y desde entonces no habían vuelto a hablar de ello, aunque Cris si había pensado mucho en eso. La puerta se abrió y alzó la mirada por instinto. Se encontró con la mirada verde de Misha, que lo inspeccionaba de un modo que hizo que su ritmo cardíaco aumentase considerablemente. Él no se quedó atrás y lo devoró con la mirada.

Lucía un bronceado envidiable, vestía una camiseta de tirantes blanca, un pantalón de lino caqui y un bolso cruzado que reposaba sobre su cadera. Había adelgazado, pero a Cris le pareció muchísimo más guapo que cuando se fue. Y, por desgracia, su entrepierna decidió que aquel era el momento para reaccionar. Gimió frustrado, porque aquellos shorts no disimulaban nada. Y por desgracia Misha vio su aprieto y sonrió divertido por la situación antes de ignorarlo abiertamente y buscar a su primo con la mirada. A pesar de lo avergonzado que se sentía, experimentó una desagradable sensación de abandono cuando el objeto de sus desvelos se dirigió a la mesa donde estaba su primo babeando ante los bailarines. ¡Cómo le habría gustado que se hubiese acercado a él!

Misha no entendía por qué lo había llamado Sam con tanta urgencia. Sólo le había dado tiempo de ducharse y cambiarse de ropa. Además, sólo quería dormir. Al llegar a casa, la fría soledad lo había golpeado con fuerza. Olga se había encargado de ordenar el piso y había recogido su correo y separado pulcramente las facturas, el correo comercial y las cartas personales. Las facturas habían sido abiertas y Misha sabía que se había hecho cargo de ellas, como siempre. Su hermana era una bendición. También había hecho la compra para él y así se había encontrado el frigorífico lleno hasta los topes de comida sana, pero nada dulce. Una lástima, le habría gustado poder hincar el diente a algo con chocolate. En Mykonos ni se había acordado, pero en cuanto había entrado por la puerta de casa y había recibido la llamada de Samu, había sentido la necesidad de comer dulce. Al entrar en el Anteksa sus ojos tropezaron directamente con Cristian. No podía creer lo que veían los ojos. Tanta piel expuesta, los diminutos shorts de cuero que no dejaban nada a la imaginación y la naturalidad con la que había permitido que un viejo verde le metiese un billete de veinte en la cintura de aquellos ridículos pantalones, lo cabrearon. Al principio sintió deseos de llevárselo de allí y cubrirlo con un burka, pero cuando vio el modo en que lo devoraba con la mirada y la evidencia de una incipiente erección, sus deseos cambiaron y de buen grado lo habría arrastrado al reservado y… Y nada. Cristian no estaba a su alcance. No era nada nuevo que el gatito abandonado

se excitase sólo con verlo, pero eso no significaba nada. Apartó la mirada con dificultad y buscó a su primo, que estaba sentado cerca del escenario, tonteando con un tipo que le doblaba la edad. Se sentó a su lado y esperó a que se diese cuenta de que había llegado. Detestaba interrumpirlo cuando estaba en ese plan. Y odiaba aún más que lo viesen en su compañía cuando iba vestido de aquel modo. No era la ropa o el maquillaje lo que lo disgustaba, sino que era obvio que pedía guerra y le daba mucha rabia que se hubiese convertido en una zorra por culpa de un corazón roto. Él se merecía mucho más que ser la opción desechada de algún tipejo que no había conseguido follarse al que le interesaba. Y sabía que, cuando se levantaba al día siguiente, casi siempre solo, lo primero que hacía era ducharse y frotarse con gran meticulosidad porque se sentía sucio. Había intentado ayudarlo de mil formas diferentes, pero no lo había conseguido. Su primo carecía de autoestima y se destruía poco a poco. - ¿Has visto ya al cachorrito? – Le preguntó en cuanto lo vio. No le sorprendió que no hubiese un solo saludo. Sam siempre iba directo a lo que le interesaba. - Sí. - Sexy, ¿no? - Vulgar. Intentó darle a su voz el tono de desprecio adecuado, pero aquello no amilanó a Sam. - ¿Acaso tu ligue griego era mucho mejor? - No es griego y no voy a hacer comparaciones. Samuel rió divertido. - Vamos, el muchacho se moría por verte. – Le dijo con tono seductor – Está muy arrepentido por lo que pasó. - Pues no me ha pedido disculpas.

- ¡Oh! – Exclamó comprendiendo – No quieres ceder porque tienes miedo de que te pase lo mismo que con Damien, ¿verdad? Aquellas palabras se clavaron en su corazón como dardos envenenados. Hacía muchos años que Damien no formaba parte de su vida, pero aún así le dolía recordar el modo en que se había burlado de sus sentimientos. - Supéralo. – Le dijo Sam con un gesto de desdén – Ese chico de ahí está loco por ti. - Pero no soy lo que quiere en su vida. – Dijo Misha con dureza. - No, pero puedes convencerlo de lo contrario. - No me interesa. Háblame de la paliza. - Vamos, Misha… - Samuel… Su tono era lo suficientemente amenazador para que Sam accediese a hablar. A regañadientes, le explicó lo que había visto y lo que Cristian le había contado. El hecho de que el padre del gatito abandonado hubiese consentido que su amigo violase a Cris, le revolvió el estómago. A Misha, ese tipo de crueldad le resultaba ajena. Había vivido malas experiencias y su madre biológica era una zorra con tetas de silicona. Pero nunca había sufrido ningún tipo de abuso. Ni siquiera lo habían despreciado cuando, con catorce años, confesó a sus padres su orientación sexual. Así que su cerebro no asimilaba demasiado bien todo aquello y se sentía absolutamente fuera de lugar. La indignación subía desde su estómago hasta su garganta en violentos espasmos que le producían arcadas. Miró a Sam incrédulo. Sabía que su primo había sido violado por su padre desde los nueve hasta los quince años y que se había tomado la situación de Cris como algo personal. Respiró haciendo lentas inspiraciones y expulsando el aire con suavidad sólo para poder alejar las náuseas. Estaba furioso con aquel hombre. Sam finalizó el relato y se estremeció al ver la mirada de Misha.

- Creí que no era tu responsabilidad. - No lo es. – Gruñó Misha. - Pues para no serlo… - ¡Cállate! – Exclamó - ¿Para qué querías verme? - ¿Yo? Para nada. El cachorrito quiere hablar contigo. – Misha alzó una ceja, incrédulo y Sam sonrió a modo de disculpa – Vale, te llamé sin que lo supiese, pero creo que deberías darle la oportunidad de explicarte qué sucedió y… - No. - Eso no es justo, Misha. Misha negó con la cabeza. Si consentía en aquello, sin duda acabaría cediendo y, de ese modo, él se colaría todavía más en su vida y en su corazón y no quería eso. Bastante lastimado había salido un mes antes. No volvería a pasar por lo mismo. Miró de reojo hacia la barra. Nunca le habían gustado aquellos minúsculos shorts. Cuando los otros camareros los llevaban le parecían ridículos e innecesarios. Un hombre podía ser igualmente sexy sin enseñar tanto, porque aquellos estúpidos pantaloncitos no dejaban nada a la imaginación. Pero sabía que no todos pensaban como él y que preferían ver a usar su imaginación. Así que se guardaba su opinión para sí mismo. En Cristian no solo no le gustaban, sino que le producían una fuerte sensación de rechazo. Lo sentía absolutamente fuera de lugar allí. No preguntó por qué estaba tras la barra de un club gay, luciendo aquel nimio uniforme, porque no quería mostrar más interés del necesario, pero la pregunta le hacía cosquillas en la lengua. Necesitaba salir de allí o, dado el turbulento estado de sus sentimientos, acabaría por saltar tras la barra, arrastrar al gatito abandonado fuera del local y hacer algo por lo que lo despreciaría el resto de su vida. Así que se levantó, se despidió educadamente de su primo y se marchó sin mirar a Cris. Aunque esto último le costó un esfuerzo casi sobrehumano.

La desolación invadió cada milímetro del corazón de Cristian. Misha se había marchado sin mirar atrás. Durante un par de segundos, se preguntó si el otro hombre se había sentido así cuando él había salido corriendo de su casa… y de su cama. A regañadientes reconoció que probablemente se había sentido mucho peor. Al fin y al cabo, había sido él el que había insistido en tener sexo. Suponía que su reacción no había sido lógica. Al menos no a ojos de Misha. Suspiró y regresó a su trabajo, lamentándose de su mala suerte. Llevaba un mes deseando verlo de nuevo, pero no así. No vestido con aquel uniforme que le robaba toda credibilidad y que lo convertía en un bufón. Pero gracias a este trabajo había podido dejar el restaurante y plantearse la posibilidad de estudiar de nuevo. Había terminado el instituto con muy buenas notas y, de no haberse visto obligado a trabajar, seguramente habría seguido estudiando. Le habría gustado estudiar algo relacionado con informática y ahora tenía la posibilidad de hacerlo. Entre las propinas y el sueldo podría ganar casi dos mil euros y podía permitirse el lujo de ahorrar. El jefe le había dicho que si bailaba, ganaría más aún. Según su experiencia, aquel no era un salario “normal”, sino bastante abultado, pero el negocio iba bien y al jefe sólo le importaba que los clientes estuviesen contentos. Julio, el chico que le había hablado del puesto de trabajo, llevaba diez años allí y le había dicho que Adán (el jefe) prefería pagar un buen salario y mantener a los trabajadores de siempre, antes que cambiar constantemente de camareros y tener que formarlos. Según él, le suponía un gasto mayor. Descansaban los lunes y los martes y trabajaban de miércoles a domingo. A Cris no le parecía tan mal. Estaba intentando cambiar su vida, mejorarla, convertirse en otra persona, aprender a ser mejor, diferente. Pero era difícil. Casi sin darse cuenta, llegó la hora de cerrar. Suspiró aliviado y tras recoger, fue al vestuario para cambiarse. Sam había desaparecido horas antes, seguramente con algún viejo verde o algún tío que se hubiese quedado a medias. No conseguía apartar a Misha de su mente y cada vez que acudían a él las imágenes de su llegada al club, invariablemente su mente le jugaba una mala pasada y acababa recordando el tiempo pasado en su cama, su cabeza entre sus piernas, el erotismo de la fricción de sus dos miembros y, cómo no, el orgasmo más increíble de su vida. Por desgracia, estos recuerdos traían consigo una reacción física que le habría gustado

ocultar. ¡Cómo detestaba que su cuerpo fuese tan traidor!

No sabía qué hacía allí, por qué se había pasado horas conduciendo para acabar justo en frente de la puerta del Anteksa y, lo que era peor, a la hora de cierre. Debería estar en casa, descansando y soñando con las horas pasadas en Grecia, no esperando a Cris. Se maldijo, gruñó y golpeó el volante justo antes de decidir que debía marcharse de allí. Pero ya era demasiado tarde: el gatito abandonado ya lo había visto. Se miraron unos segundos a los ojos y Misha supo con certeza que a Cristian también le latía el corazón a un ritmo completamente anormal, que la sangre corría por sus venas a una velocidad vertiginosa, que sentía mil mariposas en el estómago y que tenía miedo. Exactamente lo mismo que él. Sin embargo, el chico entró en el coche y arrojó el casco en el asiento trasero sin decir una palabra y él lo llevó a su casa, todavía en silencio, con el miedo y la excitación flotando entre ellos, grabados a fuego en sus rostros. Ambos penes pulsaban contra las cremalleras de los pantalones, ambos corazones latían acompasados. Llegaron a casa de Misha, bajaron del coche sin mediar palabra, subieron al piso del mayor y éste acorraló a Cris contra la pared y lo besó apasionadamente, recibiendo su justa recompensa. - Misha… - ¡Cállate, joder! – Murmuró Misha sin acritud, pero desesperado. Cris sonrió y se dejó llevar al dormitorio. Fue desnudado y tumbado delicadamente en la cama y, antes de darse cuenta, estaba esposado a la cama y Misha se había apartado de él. Lo miró horrorizado. ¿Iba a dejarlo así? - Misha, ¿qué…? - Me estoy asegurando de que no salgas corriendo de nuevo. – Murmuró regresando a la cama con un bote de lubricante en la mano y una sonrisa lasciva en el rostro. Cris le devolvió la sonrisa, pero luego se echó a reír. Se sentía ligero, libre, aliviado. Estaba enamorado.

Epílogo

3 años después

Misha rodeó la cintura de Cris desde atrás. Éste se movió inquieto. - ¿Puedo quitarme la venda ya? ¡La niña está en el coche! - Cállate, mamá gallina. Estamos justo al lado del coche y Sara duerme. - Pero… - Que te calles. – Gruñó Misha con fingida impaciencia - ¿Estás listo? Cris asintió con desgana y Misha le quitó la venda de los ojos. El joven miró a su alrededor desconcertado. Vio a sus suegros tres casas más allá mirándolos emocionados. Se volvió hacia Misha y lo miró sin comprender. - ¿Me has puesto una venda en los ojos para venir a casa de tus padres? Rodeó a Misha y se dirigió hacia el coche para coger a la niña, pero Misha lo detuvo mientras se carcajeaba. Cristian lo miró con fastidio y Misha rió más fuerte. - Mira frente a ti. Cris lo hizo. - Bonita casa – Murmuró con desdén. Misha rió más fuerte. - ¡Qué tonto! – Le tomó el rostro entre las manos y lo besó apasionadamente – Debería haberte dicho: mira frente a ti, es nuestra casa. Los ojos de Cris se abrieron como platos y miró la casa de nuevo.

- ¿N… nuestra? – Lágrimas de felicidad amenazaban con salir - ¿N… nuestra? ¿De verdad? Misha asintió y Cris se echó a llorar aferrado a él. Allí, frente a ellos, se alzaba un chalet de dos plantas, rodeado de un bonito y cuidado jardín. - Mis abuelos nos la regalaron. – Le dijo con una sonrisa – Es suya y la tenían alquilada y bueno, cuando finalizó el contrato, decidí alquilarla yo. Pero se negaron. – Lo abrazó – Podemos alquilar mi piso y con ese dinero comprar un coche familiar. Cris lloró con más fuerza. Bien, no era exactamente su idea de familia, pero en el coche le esperaba su hija, frente a él una casa con jardín, tres casas más allá un padre y una madre y, rodeándolo con los brazos, la persona que amaba. ¿Qué más podía pedir?